/ / - I f so CIEDAD DE C rrj escrita en francés por Mr. Alfredo Settenieat, y iradìicida en castellam POK iti . D. m i m à< e £*^^> ?»;O ìg ^ illQ lE L Y FLORES. 4Ü9 ? V? ? ? ? ? ? A LIC A N T E. --AA¿AAA¿A'i¿^¿ imp. y lii. de José nareíU. - ????????? D IC . 1 8 4 8 . , ------- , •/ * »• V ID A de Esta obra es propiedad del editor, quien perseguirá onte la ley todos los ejemplares que NA AD2 liU lS ¥ ¥ ililP E , «8Cí't(a m francá p o r J U . 3 -Ifr fÍ ío t líU fm e n l, y Uaducida en csstellaDO POR DON VIGENTE H lQ ie i Y FLORES. r i^ .U BiifiiOtcca ^ \\l0qT0,\%0.^t D ic ie m b r e d e 1848. SVaAt\Vv w M ^ 1 9 .im m illifl . r ti ic -i 1 ,;'!H o.n '■ . :. .. , '» Y M ip iK iiu jii : r ^ T O t A C lIJ i.r j Ha SfliiM aD iü em VIDA DE LUIS FELIPE DE ORLEANS. vida de Luis Felipe de Orteans está po­ liticamente acabada; el hom bre vive todavía, el personaje histórico ha dejado de ecsístir. Llegado es pues ei momento de contar esa ecsistencia, que atravesó tan varia fortuna, tocó á tantas situaciones, contuvo tantas pe­ ripecias y term inó por una catástrofe que no tiene par cu la historia. A l contar esa vida, nos abstendremos d d vituperio y ia alabanza; que esta fuera im ­ posible y aquel semejara á un acto de rencor. Desempeñaremos el papel de simples relatores lúslóricos que analizan los legajos de un pro­ ceso y ordenan los documentos y compro­ bantes. Para dar una prenda mus segura de nuestra im parcialidad, consultaremos con pre­ ferencia los documentos auténticos y las obras de los que han escrito en tiempo de la res­ tauración y en el reinado del mismo Luis Felipe. La verdad es una é los ojos de! his­ toriador concienzndo, y debe hablarse de un principe, el día siguente á su caída, como se hubiera hablado la vlüpera. E l 6 de O clubre de 1773, n a d a , en el Palais-Boyal, un niño á quien llamaron d u ­ que de Yalois. Puede decirse que su entrada en el m undo fue señalada con una gran mues­ tra de benevolencia de la rama prim ogénita para con la segundu. £1 delfin, que en breve debía llamarse Luis X V I , y María A ntonieta, que era deiflna á la sazón, respondieron á Dios de aquel niño y le presentaron á la iglesia. La educación de Luis Felipe, que vino ú ser duque de Cliartres, el día que m u rió su abuelo, no fue conüada á un hom bre, sino á una m ujer; tuvo por ayo á madama Genlis. Esta m ujer autor, de una imaginación viva, pero de una razón m ucho menos notable, hizo sucesivamente, de aquella educación de piíncípe, un idilio, una pastoral, un melodra­ ma y un romance. Representó una comedía consumada respecto de sus discípulos y m u ­ chas veces con ellos; para ellos escribió su novela de Adela y Teodora. La virtuosa madre de Luis Felipe, sobre los demas motivos de queja que tenia contra madama Genlis, ayo singular á quien todo Paris señalaba como la querida del duque de Orleans, no podía perdonarle esa educación teatral que daba á sus hijos. Temía los inconvenientes que po­ dría tener un sistema semejante, destruyendo esa flor de franqueza é ingenuidad que es para el alma lo que el agua para los frutos, y sustituyendo con sentimientos artíQciales los afectos de la naturaleza. Sí entraba en con­ valecencia de^^pucs de una grave enfermedad, en vez de traerle sus hijos y su hija, é los que hubiera abierto sus brazos con tanta ale­ gría y tan viva y profunda ternura maternal, se componía, para la circunstancia, una églo­ ga sentimental en que se les repartían los papeles. Su am or para con su madre no debía espresarse sino á una señal dada, y al haber llegado al sitio de la escena, es decir á un bosquecillo dispuesto para la égloga que había imaginado madama Gcnlis, la m ujer mas sen' tim ental y la menos sensible de Francia. «A llí, dicen las Memorias de madama Genlis, se en­ contraban la señorita de Orleans, puesta la m ano sobre el corazon y con los ojos levan­ tados al cielo, y el duque de Ghartres, a r­ rodillado en la actitud del enternecimiento, y teniendo en la mano un buril con que pa­ rece terminaba, sobre un pedestal do se a l­ zaba una estatua, la inscripción siguiente: A la gratitud.-» Asi es como madama de Genlls lo reduela todo á comedia, todo, hasta la piedad fíllal. Esta m ujer, á quien M irabcau pudo acusar de ser su querida, form ó la educación de Luis Felipe. Esta pupila del hacendista La Popeliniere, intriganta desde la niñez, cómica antes de la edad y que juntab a á todas las fla­ quezas de su secso todas las pretensiones del nuestro; que escribía libros de piedad y nove­ las infames; que se vestía como hombre; (cirajan o , anatómico) vivia como un sollastre, y moraba en el Palais Koyal, á pesar de la duquesa de Orleans, era al mismo tiem po la manceba del padre y la preceptor» de los hijos. De la moralidad de tal mae:»tra, podrá formarse una idea por )a siguiente anécdota, que trae la Biografía universal: (1) «Madama de Genlis, ai visitar ei palacio de Anet con sus disdpulos Luis Felipe de Orléans y su iiermana Adelaida, se detuvo ante el monumento de Diana de Poitiers, y mirando a) joven prín­ cipe de un modo bastante significativo, no se avergonzó de decir: Ah\ cuán dichosa fué en haber sido la querida del padre y del hijol» £ n cuanto á las tendencias políticas de sus enseñanzas, madama de Genlis^ las relevo al público en mas de una obra; procuraba ha­ lagar las ideas revolucionarias que comenza­ ban á prevalecer, é inoculaba á sus alumnos las nuevas doctrinas. Cuando In^ idoa;t produjeron acontecimien­ tos, las lecciones de madami de Genlis se hicieron mas positivas y directas. Hallábase en San Lue en compañía de sus discípulos en el momento de caer la Bastilla, y los trajo al punto á París queriendo que presenciasen los festejos que anunciaban la cuida de la monarquía. Llevó pues al joven Luis Felipe, á su hermana y hermanos al terraplén del jardin de Beaumarchais para que contem(1) Arliculo Genlis. — iO— piaran aquel especláculo; y como si esto aun no bastara, como al (ín de aquel mismo d¡u, algunas mujeres ébrías hubiesen comenzado en el jardin de las Tullerias un frenético baile, escitó á Luis Felipe y á su hermana á que lomaran parte en las danzas de aquellas fu­ rias. ( i ) Mas adelante, cuando estalló el m o­ vimiento del 5 y 6 de O ctubre, madama Genlis quiso d a r á Luís Felipe y á la señorita Adelaida, el espectáculo de la salida amena­ zadora del ejército revolucionario y de su vuelta, cuando trajo á París al rey prisionero, llevando delante, si, trozos ensangrentados de carne hum ana y cabezas cortadas á modo de banderas. M r. de Clermont-Gallerande ha consignado este hecho en sus Memorias: « M a ­ dama de Genlís, dice, se hallaba en sus alumnos en la azotea de la casa de Passy que ocupa­ ban, para ver pasar á los que iban á Vorsalles el 5 de O ctubre. Allí estaba tam bién el día en que el desgraciado Luis X V I se dirigió á la casa de A yuntam iento. E n aquella azotea se hablaba del modo mas ofensivo contra la reina y la princesa de Lamballe.» Tal fue la educación que díó á sus hijos (1) Arliculo Genlis. —i l — el duque de Orleans. Del mismo Luis Felipe tomaremos la espresion de las ideas que rei­ naban en su inteligencia y de los sentimientos que animaban su corazon en los años que siguieron al primero de la revolución. En su Diario, con fecha del 10 de 1790, escribía estas líneas que parecen de circuns­ tancia hoy día: (1) «Esta noclic hemos asis­ tido á la representación de Bruto. Se han hecho muchas alusiones cuando Bruto dice: «O Diosl dadme la muerte antes que ser esclavo.» «Toda la sala ha resonado cotí aplausos y bravos; todos los sombreros en el aire: erto era soberbio. Otro verso acababa con estas palabras: « ..........ser libre y sin rey.» ha sido también cubierto de aplausos.» Y continuaba el 2o de Noviembre: «Despues de comer, he estado en el club de los Ja­ cobinos, y he sido el primer concurrente.» £1 5 de Enero de 1792, añadía: «A las cinco y media hemos ¡do á la Comedia-francesa, donde se representaba por primera vez el (i) Diario de Luis Felipe escrilo por mismo. Despotismo derrocado, de M . H arny. Es la revolución eii acción, la loma de la Bastilla. Esta pieza ha tenido el mayor écsito. H e es­ tado en casa del autor y le he manifestado, lo mejor que he podido, el placer que rae lia causado su pieza.:» .Un mes antes, el 3 de Diciem bre, escribía: «He pedido qae se fijase á los 18 años la edad requerida para la admisión en los Jacobinos: se ha des­ echado mi enmienda. Ue dicho entonces que tenia en ella interés, que mi hermano de­ seaba con ansia que et)trar eu esta sociedad y eso le, alejaba m ucho. M r. Collot-de- Üerbois me ha dicho que eso nada im portaría: que cuando se ,liabia recibido una educación semejante, se estaba en el caso de las escepcioncs. Le he dado gracias por ello y me he m archado.» C o t fecha del 18 de Ju n io de 1792, se lee en el mismo Diario, esta frase: «Ha vetíidü. la música del regimiento, seguida ha tocado irá, y en sin pedirlo yo. Les he dado dos luises.» El 8 de Agosto do 1792, partió Luis Fe­ lipe para el ejército que se reunia lencienes; asistió á en -Ya- las batallas de Jemapes y de Valmy, con el nombre del general Luís Felipe Igualdad, que llevaba desde que su pa­ dre habla renunciado al de sus mayores. Es­ taba á las órdenes del general en g«fe Dumouviez, á quien no debe creerse, según Mr. Thiers, cuando niega el proyecto que se ie atribuyó de haber trabajado para colocar en el trono la casa de Orleans. El joven Luis Felipe, continuó, por algún tiempo, manifes­ tando las mismas opiniones y profesando los mismos principios, hasta decir á unos dra­ gones que le habían ofrecido una silla, cumo señal de distinción, que preferiría comerla á sentarse en ella (1). Esta antipatia, contra el tròno duró poco. Luis Felipe entró en la conspiración de Dumouviez, cuyo objeto era asegurarle la eorona de Francia con ausilio de los Aus­ tríacos. Mr. de Lamartine caracteriza de este modo, en sus Girondinos la conducta de los confederados de Ath, entre quienes estaba el duque de Orleans. «Despues de la derrota de Lovaina, se veríGcó la última y fatal conferencia en Ath en­ tre el corone! Malí y Dumouviez, hallándose (1) Eslracto del Diario de Luis Felipe, escrito por él mismo. presentes el M ontjoíe duque de Gliartres, el coronef y e) general Valence. E ra todo ei partido de Orleans en el ejército, qne asistía por medio de sus mas altos cuudillosT a] aclo que debia echar abajo la república, y por mano del pueblo y de los soldados poner )a corona constitucional, en la frente de an p rín ­ cipe de esa casa. Dumouviez olvidaba que una corona recogida en la defección, en medio de una derrota, sostenida de una parte por ios Austríacos, y de utra por un general tra i­ dor á la patria, nunca podría sostenerse en la frente de un rey. Mientras que D u m o u ­ viez marcharía sobre París para derribar la constitución, los Austriacos debían adelantarse como aiisiliares por el territorio francés, y tom ar como prenda á Condé. Tal era aquel tratado secreto en que la demencia competía con la sedición, Dum ouviez, que pensaba pa­ sar el R ubicon y tenia siempre ¿ la vista el papel de César, olvidaba que César no habia traído los Galos á R o m a. Hacer tomar partido á su ejército en una de las faccio­ nes que dividían la república, despues de ha> ber vencido al estranjero y asegurado las fron­ teras, marchar sobre Paris y apoderarse de - is ­ la dictadura, era uno de esos atentados polí­ ticos que la libertad no perdona, pero que el triunfo y la gloria escusan alguna vez en tiempos de apuro. Pero entregar su ejército, abrir sus plazas fuertes al imperio, guiar él mismo contra su país las legiones enemigas que la patria le había encargado combatiera, im­ poner un gobierno á su pais con ayuda del estranjero, eso era un delito mil veces mayor que la de los emigrados, porque estos no eran sino trasfugos, y los confederados de Ath eran traidores (l).» Sabido es como terminó aquella conspi> ración. La convención envió comisarios para prender á Dumouviezen medio de su ejército; Dumouviez los hizo prender á ellos por medio de sus huíanos, y se refugió al campo de ' los Austríacos á quienes les entregó. £1 duque de Orleans se pasó al enemigo en compañía de Dumouviez. Una vez fuera, Luis Felipe de Orleans mudó de conducta, y á poco de principios. Despues de un viaje á Suiza, donde enseñó ma­ temáticas en el pueblecito de Reichenau, y un viaje al Norte de los Estados Unidos, volvió (1) Los Girondinos, tomo 5. á Europa, y trató de recoriciliarse con la rama prim ogénita. «E l duque de Orleaiis, dice M r. Sarrans (1), hizo por espacii) 'le quince años cuanto es humanamente posible hacer para alcanzar el perdón de los que S. A . S. lla­ maba eslravios de su juventud. Inform ado por su m adre, de que el corazon de Luis X V I I I no era insensible al arrepentimiento de su p ri­ m o, el duque de Orleans no había titubeado en alejarse de una familia americana que le había cuidado en su desgracia, y en cuyo seno iba el himeneo á estrechar los vínculos de la hospitalidad y del agradecimiento. Vuelto á E u ro p a, perdonado por su familia y ad m i­ tido por 2000 libras esterlinas en la repartición de los socorros que concedía la Gran-Bretaña á la magestad destronada; el duque de O r­ leans se esforzó en probar la verdad de sus pesares y de su arrepentimiento. Desde aquel instante hízose tan ardiente su conversión á las doctrinas de la legitimidad como habla sido apasionado su amor á las ideas revolu­ cionarlas. Arrepentirse altamente, pareció que era para él una necesidad de cada dia. Ar(2) Luis Felipe y la Conlrarevolucion de 1830, tí­ tulo t.®, página 101. repintióse en la catedral de Palerm o, donde, al recibir la mano de una princesa napoli­ tana, ju r6 fe y homenaje á lucion; arrepintióse la conlrarevo- en 1806, en Londres, aceptando con jú b ilo ia oferta de un mando en los ejércitos del rey de Suecia, que ha­ bla firm ado, el 5 de O ctubre, un tratado con Inglaterra y tenia su cuartel general en Limburgo; arrepintióse en Cádiz, solicitando un mando contra los veteranos de Jemapes y de Valm y; arrepintióse en Tarragona, firmando una proclama que llamaba á ios soldados de la bandera tricolor ¿ reunirse bajo el estan­ darte de las lises; finalmente, en todo tiem ­ po y lugar, ora con retractaciones, ora con obras, espresó S. A . S. el profundo arre­ pentim iento que sentia por el delirio revolu­ cionario que le habia subyugado hasta el punto de hacerle firmar una carta Luis Felipe Ig u a ld a d , principe francés por su desgracia, y Jacobino hasta los tuétanos.» Es justo recordar que M r . Sarrans, que ha escrito este resumen de los arrepentimientos del Sr. duque de Orleans, pertenece al par­ tido de la estrema izquierda. Para no dejar á un lado ninguna escuela histórica y 2 po- ner todos los documentos á vísta de los lectores, citaremos á u n historiador moderado despues de u n historiador demócrata, á M r. Cape6gue despues de M r. Sarrans. <(La 89, dice M r. Gapeíigue, revolución de habla reducido al duque de Orleans á la situación mas deplo­ rable. Obligado á emigrar para evitar la suerte de su padre, se víó forzado á dar lec­ ciones públicas en Suiza. Desechado por la revolución, lo era igualmente por la familia de los reyes. Cuando cansado de sus desgra­ cias, quiso volver á ella, se dirigió á Cárlos X , y este príncipe, olvidando los crímenes de Felipe Igualdad, tercer le recibió como hijo: E l juram ento á un de fidelidad que L u is Felipe se apresuró en prestar á Luis X V IIl le abrió las córtes de la E u ro p a . A este prim er beneficio debió un retiro feliz en Sicilia, y poco despues la m ano de la p rin ­ cesa Am elia y un principio de fortuna in ­ dependíente.» Despues de las relaciones históricas vienen los documentos. El 23 de abril de 1803, habiendo el duque de Orleans recibido co­ pia de la protesta de Luís X V I I I en favor de los derechos de los Borbones á la corona de Francia, firm ó como prim er príncipe de la sangre; loda la adhesión siguiente, suscrita por la familia real: «Nos, los príncipes infraescritos, h e rm an o , sobrino y primos de S. M . Luis X V I I I , rey de Francia y de Navarra, «Penetrados de los mismos sentimientos de que nuestro soberano rey y señor se m ues­ tra tan gloriosamente anim ado en su noble respuesta á la proposicion que se le ha hecho de renunciar al trono de Francia y ecsigir de todos los principes de su casa la renuncia á sus Derechos Imprescriptibles de sucesión á ese mismo trono, declaramos; «Que no pudiendo nuestra fidelidad á nues­ tros deberes y é nuestro honor p erm itirnos jamas transigir en punto á Nueslros Derechos, nos adherimos de corazon y de alma á la respuesta de nuestro rey; «Que h su ilustre ejemplo taremos jamas al m enor paso no nos pres­ que pudiera envilecer la casa de Borbon, n i faltarla á lo que se debe á sí misma^ A Sus Antepasados, A Sus Descendientes; « Y que si el injusto empleo de una fuerza mayor lógrate (lo que Dios no p e rm ita!) colocar de Hecho y nunca de Derecho sobre el trono de Francia á O tro Cualquiera Q ue Nuestro Rey L egítim o, seguiremos con tanta constancia como fidelidad, la voz del honor que nos prescribe apelar hasta nuestro últim o suspiro, á Dios, á los franceses y á nuestra espada. «W asted-H ouse 23 de A bril de 1803. «Luis F e l i p e El 7 de de M ayo’ de O r l e a n s , & .» 1810, adhesión á los principios daba nueva de la legitim idad por ipedlo de la siguiente carta dirigida á las Córte« de Cádiz que representaban á F e r­ nando V II: «A l aceptar el honroso encargo de com ­ batir con los ejércitos españoles, no solo c u m ­ plo con lo que m i honor y m i inclinación m e dictan, sino que me conformo á los de­ seos de sus Magestades Sicilianas y de príncipes tan eminentemente mis cuñados, los interesados en los triunfos de la España con­ tra el tirano que ha querido rol)ar todos sus derechos á la augusta casa de que tengo la honra de ser descendiente. —21— «Tiempo es en verdad de que la gloría de los Borbones deje de ser un vano recuerdo para los pueblos á quien tantas veces con­ dujeron á la victoria...... Dichoso yo si mis débiles esfuerzos pueden contribuir á levantar y sostener los tronos derrocados por el usurpador^ á mantener la independencia y los derechos de los pueblos que há ya tanto tiem­ po que conculca! Y aun dichoso también sí sucumbo¡cn tan noble lucha, pues habré ad­ quirido, como Y- M. tiene á bien decirme, la satisfacción de haber podido llenar mis de­ beres y mostrarme digno de mis mayores. «....L a España recobrará á su rey, sos­ tendrá sus altares y el trono: y Dios me­ diante, tendré el honor de acompañar á los Españoles victoriosos, cuando, por su noble ejemplo y su ayuda, sus vecinos les recibi­ rán en su país. Luis F e l ip e de O rleans. «Palermo 7 de Mayo de 1810 (1).» Aquí deben colocarse algunos pasajes de las célebres cartas cuyos originales fueron ven(1) Historiadela Restauración,por hir. Lubis,tomo 1.® páginas 376 y 377. didos por la Contemporánea á u n viajero fran­ cés que los ha publicado en muchos perió­ dicos sin que la magistratura de Luis Felipe se haya atrevido á negar su autenticidad. «M i carícle me espera en el camino H am pto n- C ount, de y debo estar alíi sentado otra vez en el mes de J u n io , pues de lo con­ trario, pierdo en el mes de J u n io , m i sueldo y la protección de la Inglaterra, que no estoy dispuesto en manera alguna á abandonar. «Parece que Soult se encuentra en una po­ sición desagradable, y está acosado por la R o ­ mana y el general Craddreá. Espero que van á ser destruidos en E spaña. «L a responsabilidadno es de temer sino cuando no se triunfa. «H ay en España ejércitos franceses, que van á encontrarse, asi al menos lo espero, en po­ siciones desastrosas. «C uando siento; cuando veo, cuando toco con el dedo y con la vbta todo lo que yo podria hacer si se entendieran conm igo, y sí no se afectaran querer siempre tenerme bajo llave en H am pton- C ount ó en T w ichenham , m í rara posicion presenta, ó mi parecer, al­ gunas ventajas, que puedo tal vez ecsajerarme, pero de que en mi sentir, pudiera sacarse partido, que es todo lo que pido. Soy príncipe francés, y sin embargo soy ingles^ primeramente por necesidad, porque nadie sabe mejor que yo, que ia Inglaterra es la única potencia que quiera y pueda prote­ germe; lo soy por principio, por opinion y por todos mis hábitos, y sin embargo no soy ingles á los ojos de los estranjeros, cuando me escuchan no es con la misma prevención que cuando les habla un ministro y un ge­ neral ingles. Pudiera, pues, en muchos casos establecer esa conciliación y buena inteligencia cuya falta ha trabado con frecuencia y aun hecho abortar las empresas del gobierno ingles.» Citemos todavía algunas cartas en que se reflejan los sentimientos del duque de Orleans en aquella época. En 1804 escribía al obispo de Landaff despues de ia muerte del duque de Enghien: «El usurpador corso nunca estará tranquilo, mientras no haya borrado á toda nues­ tra familia del número de los vivos. Esto me hace sentir mas vivamente que antes, aunque esto apenas sea posible, el beneficio de la protección generosa que nos concede vuestra m agnánim a nación; he dejado tan presto 4 m i patria que apenas tengo ios hábitos de u n francés, y puedo decir con verdad, que soy adicto á Inglaterra, no solo por g ratitud, sino por gusto é inclinación. Lo digo con toda la sinceridad de m i alm a, ojalá no deje yo nunca esta tierra hospitalaria! E n fln, al principio de (1 1814 (Febrero), com o el duque de Orleans, residente en Palerm o, no recibiese carta alguna de L u is X V I I I escribía al rey en estos términos: «S e í ^ o r ^ «Es posible que se prepare mejor porve­ n ir , que vuestra estrella se desprenda al fin de las nieblas que la cubren; que se eclipse á su vez la del mónslruo que agobia la F ra n ­ cia! C uán admirable es lo que pasa ahora! Cuánto me alegro del Irm nfo de la coalicionl Tiempo es de que se acabe la ruin a de la revolución y de los revolucionariosl L o que siento en el alma es que el rey no me haya autorizado, según m i deseo, para ir á pedir servicio á los soberanos; en desagravio de (t) l^lvotodc Luís Felipe está cumplido aclualmcDlc. mis errores, quisiera contribuir con mi per­ sona á abrir al rey el camino de París; mis votos á lo menos apresuran la caída de Bo­ naparte á quien aborrezco tanto como desprecio. Quién nos ha hecho mas daño que él, asc> sino de nuestro pobre primo ei duque de Enghien, usurpador de vuestra corona que mancha con sus crímenes? Quiera Dios que esté prócsima su caida como lo pido al cielo todos los días en mis^ oraciones.» Taies fueron los sentimientos, estas las ideas, esta la vida de Luis Felipe, desde 1794,hasta1814, es decir por espacio de 20 años. Siiiem bargo todavía pudiéramos añadir otros porme­ nores. La primera vez que este príncipe tor­ nò á ver á Luis X V III, despues de su con­ versión à los principios monárquicos, fue pur medio de la duquesa de Orleans, á quien tenia el rey en grande estima. Quiso doblar la rodilla espresando su arrepentimiento y sus pesares, pero el rey lo levantó. Los emigrados mas intolerantes que la familia Real, le liacian poca acogida; el duque de Berny le co­ gió el brazo en el teatro una noche, noche que lodo el mundo huia de su lado, y dijo en alta voz: «Hay alguno que tenga dere- cho para que mostrarse mas delicado que el d u ­ de Bcrny?» E n fin, la intervención del rey contribuyó m ucho á alionar los dificul­ tades que se oponían á su m olrlm onlo con la princesa A m elia. Puede decirse, que en todo este período de veinte anos, ei duque de Orleans se condujo de tal modo que probó á los mas Incrédulos que había repudiado to­ dos los principios de la revolución, y que los Borbones obraron con él de un m odo ca­ paz de convencerle que habían olvidado en­ teramente lo pasado y no se acordaban ya sino de sus promesas de fidelidad con que contaban. Algunos meses despues de la últim a carta del duque de Orleans que hemos citado, so­ brevino la Restauración. A l punto deja el duque á Palermo y llega ó París. Logra una audiencia de Luís X V l l I , quien de una p lu ­ mada le vuelve el antiguo patrim onio de O r­ leans. «Cuondo volvieron á Francia los Borbo­ nes, dice M r. Capefigue (1 ), Luis X Y I I I no solo pagó las deudas que el duque de O r ­ leans habla contraido en el destierro, que le volvió toda (1) la fortuna Historia de la Restauración. sino de su padre. Esto fue, de parle de los Borbones, un bene­ ficio puram ente gratuito, porque Felipe Ig u a l­ dad, abrum ado de deudas, había, por un tan­ teo vergonzoso, abandonado á sus acreedores todos sus bienes que e! gobierno había res­ catado pagando sus deudas.» M r. de Montesquieu ha contado la im pre­ sión profunda que leans esta causó al duque Uberalidad de O r­ verdaderamente real. «Desde 1814, decía, creo que el duque de Orleans es muy adicto á la rama prim ogé­ nita. A cuérdom e, que cuando tuve el honor de tratar con el rey Luis X V I I I el nego­ cio de los bienes de S. A . serenísima, con qué espresíones no se esplicaba el duque con­ tra la revolución y contra lo que él llama­ ba sus estravíos de 1789 y 1792? El dia s i­ guiente le encontré en el gabinete de Luís X V I I I , manifestando al rey toda su grati­ tud; su alteza real era de una emocion dífícij de esplicar. Y con razón, porque se trataba de la restitución de sus vastas pose­ siones.» Llegaron poco despues los Cíen Días, y el duque de Orleans salió de Francia con la rama prim ogénita. U n escritor á quien hemos ya -ascitado (1) da cuenta en estos térm inos de su conducta durante los Cíen Dias: «el duque de Orleans dirigió al congreso de Verona dos memorias en que csplicaba las causas que ha­ blan producido la caida de la casa de Bor- bon en 1789 y en 1814. Su alteza serení­ sima, pensando que su estrella podía brillar todavía en medio de los embarazos de la época, ¿queria sugerir al congreso que ella sabría evitar el escollo en que Luis X V I I I acababa de estrellarse? Problema es este cuya solucion abandono á la perspicacia de mis lectores. Ello es que al saber Luis X V I I I el paso del duque de Orleans, manifestó la mas viva in ­ d ig n a r o n , y envió inm ediatamente á la du­ quesa de A ngulem a, que acababa de llegar ¿ Londres, la orden de vigilar las empresas del duque de Orleans en Londres, y com ­ batiera su influencia en el ànim o del regente, que le m iraba con algún interés, recordando las aristocráticas orgías en que el príncipe de Gales y el padre de su alteza serenísima se habían sum ido en otro tiem po.» Referimos estas conjeturas por lo que valen (1) Luis Felipe y Sarrans. la Conlrarevnlucion por Mr. y conviene á un biógrafo prudente, repro­ ducir en la seguro enérgica negativo opuso el duque de Orleans á que los rumores desfavorables que corrian sobre el particular. «Franceses, decia en una proclania con fecha de 1816, pues que se quiere mezclar m¡ nombre á votos culpables, m i honor me dicta à la faz de la E uropa entera una protesta solemne. E l principio de la legitim idad es hoy dia la única garantía de paz en Francia y en Europa; las revoluciones han hecho conocer mejor su fuerza y su iroportancin. S í, fran­ ceses, yo me gloriaré de gobernaros, pero solo cuando fuera tan desgraciado que la estinción de una rama ilustre hubiera señalado m i lugar al trono. Franceses, hablo con al­ gunos hombres estraviados, volved en vosotros mismos, y proclamaos súbditos de Luís X V I I I y desús herederos naturales con uno de vues­ tros principes y conciudadanos.» Preciso era que hubieran adquirido grande autoridad los rumores que esta bella proclama se proponía com batir, porque en 1816, Luis X Y I I I no quería consentir en que volviera á Francia el duque de Orleans. Pero M on~ .símr, conde de Artois (mas adelante Carlos X ) se consUluyó Dador de su prim o, y consi­ g uió á viva fuerza que el rey consintiera en su regreso. Esle hecho sirve de p unto de partida á una línea de demarcación natural entre la conducta que observaron con el d u ­ que de Orleans el rey y los demas m ie m ­ bros de la familia real. Sin duda el rey Luis X V I I I no retiró el perdón que había concedido á antiguos errores, ni el magniúco don que habia hecho volviendo al duque el antiguo patrim onio de Orleans, descargado de las deudas conque estaba gravado antes de la revolución de 1789, dádiva que tanta impresión había según M r. causado á S. A . S. de M ontesquieu. Pero aq u í pa­ raron los favores que concedió al prim er p r ín ­ cipe de la sangre. E n vano dicen los histo­ riadores de aquella época (1) procuró el duque de Orleans hacer convertir en ley de Estado el Keal decreto: este, como resultado de un acto puramente voluntario, conservó el ca­ rácter esencialmente revocable con que Luis X V l l I habia querido señalarle. E n vano tam ­ bién solicitó del rey el titulo de alteza real. (1) Véanse las historias de M. M. GapeQgue, Sar­ rans, Lubis, Luis Blanc, es decir de todos los partidos. Alegábanse no obstante escelentes razones para determinar al rey. «En los desahogos de la reconciliación, se llegaba, dice M r . Sarrans hasta insinuar, que gozando la duquesa de Orleans, del titu lo de alteza real, como hija de rey, cifraría un justo orgullo en hallarse también revestido con aquel titulo. Este nuevo acto de beneíicencla debía probar á lodo el m undo que mediaba un abismo entre el d u ­ que de Orleans y la revolución, adelante no podia ya su alteza y que en desenvainar la espada sino en defensa de su legítim o so­ berano. E n este sentido hablaba igualmente la duquesa viuda de Orleans, princesa á quien Luis X V I I I había siempre honrado con alta estimación. Este favor, decía ella, no seria sino una prenda mas de la vuelta de su hijo á unos sentimientos, de que le habian des­ viado mal su grado.» E l historiador moderado habla sobre este punto de historia,com o el publicista demócrata, y esplíca del mismo modo las negativas de Luis X V I I I . «El anciano rey, dice M r . Capefigue resistió á todas las solicitudes. <nYaeüá bastante cerca del trono» decia á M r. Montesquieu. « F o me guardaré bien de acercarle mas.» Asi las bondades que el rey Luis X V III mostraba al duque de Orleans iban mezcladas con algunos recelos. Pero como ei conde de A rtois, la duquesa de Berny y todos los p r ín ­ cipes no participaban en manera alguna de los recelos de Luis X V I I I , le acosaban en sus instancias en favor del prim er príncipe de la sangre. Apenas Monsieur hubo subido al trono, con el nombre de Cárlos X , oyó los votos que habia favorecido con todo su valim iento, y quiso anunciar, con su pro­ pia boca, al duque de Orleans, que le con­ cedía aquel título que tanto tiem po y tan ardientemente habia deseado. Ecsisleuna carta de su alteza serenísima que espresa toda la alegría que le causó este fav.or. H é aquí esta carta, publicada por M r. Luis Blanc en su historia titulada: H isloria de diez años, está dirigida al duque de Borbon y lleva la fecha de N euilli á 21 de Setiembre de 1824: «M e apresuro. Señor, ó comunicaros, que habiéndom e hecho saber ayer tarde que me presentara en palacio hoy al mediodía he lle­ gado momentos antes de que saliese para ir á misa. Apenas m e han introducido en su gabinete, he comenzüdo dándole gracias por sus bondedes, y he añadido que habíamos sido especialmente sensibles á la que habia tenido con nosotros anteayer. «Si, «ha replicado, <ihe querido que asi fuese, porque juzgo que debía ser, y justamente queria deciros que os concedo á todos el titulo de alteza reaLi> — El rey nos lo concede á todos, he re­ plicado titubeando.— «5í, ó todos, me ha d i­ cho, ftesto no está de acuerdo con nuestros antiguos usos, pero juzgo que en el estado actual de las cosas esto debe ser asi.n Luego haciéndole yo la obsorvacion, que nunca ha­ bla yo concebido la distinción de fumiiia real y de principes de la sangre, y que tampoco comprendía que debiese haber er>tre nosotros otra preeminencia y distinción qtie la de la primogenitura y de la precedencia que de ella mana* el rey me ha dicho que el di­ funto monarca habia tomado sobre lodo esto una manía, un capricho que á él le había sido muy sensible, pero que nosotros mas quo una familia-, que no teiiiamos sino un ítilerés común, que el quena le miráftnws cowo padre, y que estevj<if ficmpre bien unidos. Nos proponemos ir muñona á Saint-Glüud, 3 entre once y m edia, á dar gracias al rey por su bondad en concedernos el titu lo de alteza real.» Este no era mas que el preludio de los fa­ vores de que Carlos X debía colmar al d u ­ que de Orleans. Y a hemos dicho que el deseo mas ardiente de la nueva alteza el ver reemplazado por una que le atribuía real, era ley. el decreto los patrim onios de Orleans. Cárlos X , que, según las palabras que reOerc el duque de Orleans, quería que lodos los principes de su casa le mirasen como á un padre resolvió satisfacer tam bién aquel deseo. F u e nece«erío usar de autoridad con una cá­ m ara que habia heredado los recelos de Luis X V l l l contra la familia de Orleans. La m a­ yoría, que pertenecía á lu ei articulo. derecha, «Cárlos X , que­ ria desechar dice un hom bre de aquel tiem po, influyó perso­ nalmente en los diputados y les pidió la adop­ ción de aquel artículo .» Para colmo de p r u ­ dencia, el rey habia hecho intercalar en la iey de su propia lisia civil el artículo re­ ferente al p atrim onio, de manera que no po­ dia desecharse el uno sin desechar la otra, y esto era lo cual llamaba M r. de Labour- (Jonaye, con una espresion viva y pintoresca: «hiicer el contrabando en las carrozas del rey.» Las desconGanzas de lu aduana realistas fueron vencidas, y el contrabando pasó. «No era sencilla la cuestión de la lista cl> vil, dice un historiador moderado (1). Si se hubiera tratado solamente de volar subsidios respecto del rey y su familia, semejante voto no podía sufrir grandes dificultades en una cámara compuesta de tantos elementos realistas; los sufragios debían arrebatarse por entusiasmo. Pero el nuevo rey, tan benévolo siempre para con la casa de Orleans, se ha­ bia comprometido con su primo, á hacer sancionar su patrimonio por medio de una ley. Toda la fortuna de S. A. K. descansa­ ba en un simple decreto. Luis X Y III le ha­ bia negado siempre esa alta independencia de una propiedad irrevocable: el duque lo obtuvo todo de Carlos X .» Un historiador demócrata (2) confirma de todo punto estos pormenores, y prosigue de esta manera: «Ll rey hizo llamar á las Tullerias, á los diputados mas intratables, y les (1) (9) Capefigue, Historia de la tiestauracion. Hr. Sarrans, Luis Felipe y Ui Conti'arevolucion. previno que le ofenderíon personalmente si desechaban el arliculo relativo ol duque de Orleans, y consideraría como un ataque para con su fam ilia, todo el que, en In discusión de la lista civil, se dirigiese contra los on> lecedentes de un príncipe c u ja fidelidad y adhesión no eran ya dudosas.» «Desde aquella época, prosigue M r. Sarrans, cada dia fue señalado por un nuevo beneficio á la ram a m enor. Los bienes pa­ trim oniales del duque de Orleans hablan sido •incorporados al Estado legalmente, á lo menos hasta completar la suma de 37, 740000 fran­ cos que este habia pagado á los acreedores de su padre, á resultas del convenio que ce­ lebró con ellos el O de Enero de 1792, y que m otivó el secuestro de todos sus bienes en 1793. Ahora bien, 6 esle secuestro, siguió en el año X I . la revisión de los créditos y el pago de su mayor parle, lo que sustituyó el Estado á los derechos de los acreedores. Eslo no.obstante, á soliciUid de Cárlos X y contra la voluntad de M r. de Yillele, el d u ­ que de Orleans fue recibido á la participa­ ción de diez y seis millones en la liquidación de la indemnidad concedida é los emigra- dos por la ley de 17 de A bril de 1825.» Asi, ai titulo de alteza real, á los p atri­ monios asegurados por una ley, deben tam ­ bién añadirse esos diez y seis millones a tri­ buidos, indebidamente quizás, al duque de Orleans por Cárlos X , en la indemnización! Hay mas todavía, Cárlos X concedió el cordon azul al duque de Chartres, y nom bró á este joven príncipe coronel del regimiento de húsares cuyo nombre llevaba su padre. Con­ cedió asimismo el cordon azul al duque de Nemours apenas se halló en edad de recibir esle fiivor insigne. «En fin» prosigue el his­ toriador ya citado, «la inmensa fortuna del duque de Borbon era objeto de los deseos del duque de Orleans. El duque de Borbon la destinaba al de Burdeos y ó su iierm ana. Cárlos X consintió en que fuese ligada á uno de los hijos del duque de Orleans. La delfina y M adam a contribuyeron á determ inar al duque de Borbon; y cuando se h ubo term i­ nado este negocio, tan im portante para Luis Felipe, la duquesa de Berry que tenia mucho afecto á sus tios, esclamó llena de alegría:« .4M lanío mejorl esos Orleaiis son tan buenosl (\)» (l) Mr. Capcfigue, Historia de la Restauración. Verdad es que el duque de Orleans habia tenido en este negocio una aliada en m adam a de Feucheres, la un poderosa cual buscaba protector de bastante tuflujo cerla recibir t n la córte de do para ha­ habia sido echada por Luis X V I U , y asegurarla el goce de los enormes legados que obtenía de la de­ bilidad de un anciano. «Dejar la herencia de los Condés, dice Luís Blanc (1), á una fa­ m ilia que los cní.’migos de la nobleza y del trono habían tenido í¡ su cabeza, parecía al antiguo gefe déla emigra -ion armada una p re ­ varicación y casi una im piedad. N o podia ha-< bef olvidado, que u n Orleans, trasladando su corte á una asamblea de regicidas, habia vota­ do la m uerte de Luís X V I , y que otro O r ­ leans habia combatido bajo las banderas de Dum ouviez. Mas, por una p arle , cómo n e ­ gar sin insulto lo que le stiponlan con tan gran deseo de dar? Y por otra, cómo arros­ trar los arrebatos de madama de Feucheres, por cuya mediación se le daban anticipa­ damente las gracias? Desde 1827, m ediaban ya tratos sobre el negocio entre la baronesa de Feucheres y la (1) Historia (te Dies años. —asramilla de Orleans; porque la duquesa de este nombre, despues de haber consultado & su marido, cuyo estilo se reconoce en la siguiente carta, respondía en estos términos á la oferta de servicios que le habí» hecho la baronesa: «Soy muy sensible, madcimn, á lo que me decis de vuestra solicitud en lograr ese re­ sultado, y creed que si tengo la dicha de que mi hijo llegue á ser hijo adoptivo, del du­ que de Borbon, hallareis en nosotros, en to­ dos tiempos y circunstancias, para vos y to­ dos lus vuestros, el apoyo que tenéis á bien pedirme, y de que os es seguro garante la gratitud de una madre (1}.» Esta campaña de la sucesión se llevó ade­ lante con vigor y ocupó gran parte de los dias del duque de Orleans durante los úl­ timos años de Iti restauración. £1 desgra­ ciado onriano de Saint-Leu resistía á las im­ periosas solicitaciones de madama Feucheres, y mus de una vez el interior del último Condé fue turbado con escenas violentas; preludios de otra mas siniestra.— «M i muerte es lo único que ella se propone» esclumaba en un acceso (i) Carla citada por Mr. Luis Blanc en su //ísíoria de dies años. de Jescsperaciot». « O lro dia, conlinúa Luis Blanc, se propasó hasta el punto de decir á M r. de Surval: Una vez que habrán logrado lo que desean, mi vida puede correr peli­ gros. E n la velada de! 29 de Agosto de 1829, se hnllaiia ei duque de Borbon en París, en la sala de billar dcl palacio, cuando, desde el sulon, que un simple pasillo separaba de aquella sala, M r. de Snrval oyó gran ru id o de voces. Le llam an, acude y encuentra al príncipe en un estado de cólera terrible. El dolor contraía su rostro y sus ojos echaban fuego. Esto es espantoso, esclamó el anciano dirigiéndose á la baronesa de Feucheres, po­ nerme asi el cuchillo á la garganta p a ra h a­ cerme hacer Y mu acto que sabéis me repugna. cogiendo la mano de madama de F e u ­ cheres, añadió acompañando sus palabras con un gesto espresivo: uPues bien, meted luego al punto ese cuchillo, metedlo ( l ) . l » Este era el ú ltim o fuego de una resisten­ cia que brillaba en el momento de apagarse. H acia mucho tiempo que el duque de O r ­ leans habia encargado á M r. Ü upin preparase un proyecto de testamento en favor del duque (1) Historia de D ies años. de Aum ale, y este abogado le escribía en­ viándoselo: «H e procurado asegurar cum plidainenle. las nobles voluntades del duque do Borbon, para que en ningún caso fueran ilu ­ sorias ni capaces de ser atacadas por terce­ ros dispuestos siempre en tales cosos á arm ar pleitos; h !a disposición referente á la adop­ ción he juntado la de una institución formal de heredero, que me ha parecido indispen­ sable para la solidez del acto entero (1). «Asi todo estaba preparado, y al dia siguiente de la escena arriba mencionada, es decir el 29 de Agosto de 1829, el duque de Borbon re ­ dactaba y Grmaba un testamento por el cual instituía al duque de Aumule su legatario universal, y aseguraba á la baronesa, en tie r­ ras y en dinero, un legado como de diez m i­ llones. Por lo demas, el duque de Orleans no se mostró ingrato con madama de Feucheres. Mantenía con ella una correspondencia asidua y amigable, como lo muestra el si­ guiente billete, escrito en B a ud au, con fe­ cha del 27 de O ctubre de 1829: «Nuestro A um alito ha estado un poco indispuesto« sin (1) Biografia de los'Hombres del dia, por M. >j. Saint— Edme y Sarrul. que haya habido nunca moUvo para la m enor inqu ietud . Puede mirársele como recobrado enteramente de su á su indisposición pasajera, y vuelta, se hallará en estado de ir á ver á su buen padrino, cuando este tenga á bien permitírselo. Recibid, señora, la segu­ ridad bien sincera de todo el afecto que sa­ béis os tengo, y con que espero contais para siempre. La duquesa de Orleans y m i her­ m ana me encargan os salude afectuosamen­ te (1).» Si el duque de Orleans, se reconocía obli­ gado á madama de Fcucheres, en aquella circunstancia, debia tam bién m ucho á !a rama prim ogénita. E n m adam a, duquesa prim er lugar, solo cuando de Berry se negó positi­ vamente á aceptar los ofrecimientos de la ba­ ronesa de Feucheres, se dirigió esta al duque de Orleans. «La duquesa de Berry, dicen los Sres. Sarrut y Saint-E dm e en la nota­ ble biografía que han consagrado á esta p rin ­ cesa, nu fue menos ú til á su tío , en cierta circunstancia, por sus negativas, que lo habia sido en otras ocasiones por sus demandas. Una de las personas de la casa del duque de (1) Historia de Diez añoí. Borbon, se presentó un dia en casa de uno de ios grandes empleados de la señora d u ­ quesa de Berry, y despues de muchas pre­ cauciones hizo caer la conversación sobre m a­ dama de Feucheres. Se le ha juzgado m al, dijo aquello persona, se ha procedido con ella muy rigorosamente. Este fracaso le ha cau­ sado una pesadumbre mortal. Si hubiera me­ dio de borrar aquel recuerdo, de hacer ad­ m itir de nuevo en la corte á la baronesa, y Madama se dignase emplear en ello su in­ fluencia, n-.c atrevo á decir que darla mues­ tras á un mismo tiem po de bondad y de habilidad. E l señor duque de Borbon se halla en una edad avanzada; el inl1 u } 0 que en él tiene madama de Feucheres es mayor que nunca, y la casa de Condé es rica, como sabéis. El duque de Burdeos tiene ya su herencia en la corona de F rancia, pero no sucede asi con Mademoisclle. Be«pondióse, que en prim er lugor, no habia la menor disposición á en­ cargarse de semejantes tratos, y era ademas seguroque el que de ellos se encargara sería muy mal recibido. M adama la duquesa de Berry á quien se refirió esta conversación, aquella misma noche, aprobó lu respuesta, y añadió que no queria oir hablar de seme­ jantes C usas. E n defecto s u jo , el emisario de la barorie.su se dirigió al ditque de Orleans, quien recibió con ansia estas proposiciones, y comenzó esa bella (‘am paña de la sucesión t]iio term inó con el regreso á la corte de m a­ dama de Feucheres, y la conquista liel precioso testamento que ha hecho pasar alduque de Aumale todos los bienes de la casa de Cundé (1 ).» Ademas, S. A . K . no podia olvidar que todo el buen écsito de la negociación de­ pendía de la vuelta á la corte de la baronesa de Feucheres, y que Córlos X , deseoso de asegurar á su muyq!»CFÍdo prim o la opulenta sucesión de los Condes, había llegado hasta ha­ cer cierta violencia k las personas de su familia que estaban poco dispuestas á recibir aquella m ujer auda?. Asi la ram a prim ogénita que había vuelto su Ululo al duque do Orleans, que le habia abierto las corles de Europa res­ tituyéndole á su gracia en el destierro; que habia favorecido su m atrim onio con la p rin ­ cesa Amelia de Ñapóles; que despues de la restauración, le habla vuelto sus inmensos bie(1) Citado por Luis IManc. nes por medio de un decreto, olvidando en su obsequio que pertenecinn a! Eslado; que hdbia pngado las deudas de su padre; que habla confirmado este benefìcio dándole el ca­ rácter de irrevocable por u n artículo Inter­ calado en la ley de la lista civil, para que no le desechase la cámara realista de 1825; que á esta beneficencia, mas benévola que legal, habia añadido la de diez y seis m illo­ nes de indem nidad; que le habia dudo para él y los suyos el titulo de alteza real tan ardientemente deseado; en fin, la rama mayor que tantas cosas habla hecho por el duque deOrlean?, contribuía tam bién poderosamente á hacer pasar á uno de sus hijos la rica su­ cesión de los Condes. Pasamos por alto otros favores de toda especie: el duque de Nem ours sacado de pila por madama la delfina; el cordón azul, 1« órden del Sancti-Spirltus dado á esle joven príncipe, como lo habia sido ai d u ­ que de Chartres su hermano m ayor, asi como el mando de un regim iento; la delicada so­ licitu d , con que el rey Cárlos X , cuando su consagración, habla insistido ron M r. de La­ m artine, para que á este verso que disgustaba vivamente al duque de Orleans: El hijo lia redimido ciimenes de su padre, suslituyera fiste otro verso: E l hijo ha recobrado las arm as de su padre. ¿Q ué mas diremos? Hay necesidad de re­ cordar el ansia con que el rey hizo reco- jer las Memorias de M a ria Stella, libelo d i­ rigido contra la legitim idad de la iiliacion del duque do Orleans; á su lio la el carifio que profesaba duquesa de Berry, y los pro­ yectos de un m atrim onio entre el duque de Chartres y Mademoiselle, proyectos lan caros ni corazon de M adam a, y que colmaban los votos de la familia de Orléans! Puede con verdad decirse que en 1829 el duque de Orleans era el hom bre mas feliz y el príncipe mas rico de toda E u ro p a . Esto respondía Carlos X á algunos enemigos de su alteza real que «Conspirar! le acusaban de conspirar: decia el rey sonriéndose, es de­ masiado feliz para ello!» Sin embargo, véase la pintura que hace un escritor progresista, de los actos de su alteza real durante la res­ tauración. «El duque de Orleans, dice M r. Sarrans, (1) agrupaba en su rededor, no solo á los patriotas de 1789 (1) y á los servidores Luis Fel¡i>e y la Conlrarevolucion. del im perio, sino tam bién ó todos ios hom> bres algo notables que calan en desgracia de la Restauración (1); exhumaba los recuerdos hlslórlcos y decoraba sus salones con los colo­ res de Auslerlits y de Marengo; pedia á los pinceles de Vernet las grandes escenas de la revolución, recogia en su gabinete á los des­ contentos de todas épocas, hablaba sin cesar de los acontecimientos con que se mezcla­ ba su nombre y se suscribía en favor de los hijos del genera! Foy. E n los desahogos ín ­ timos con los gefes de la oposicion á quienes recibia todavía mas aun en secreto que en público, atacaba severamente ia marcha de! gobierno establecido. Entonces, se deploraba en com ún las tentativas de la corle contra la libertad hum ana y el principio de la revolu­ ción de 1789, se tocaban con el dedo los siniestros proyectos de la contrarevoluclon.» H é a h i, según las revelaciones de un es­ critor de la izquierda, cual era la conducta del duque de Orleans con este partido! Mas lo que se sabia y aun lo que se sospechaba sobre el particular, en la corte, no era parle »Iterar la conOanza que tenia Cárlos X (1) (>omo Casimiro Üelavigue. en e! d u q u e de Orleans, á cuya g ra titu d h&bia q u e rid o darse tantos títu lo s. Ademas la con­ ducta de M onseñor en la corte, indicaba bien que en no se habia obligado á un ingrato; véase que térm inos describe esa conducta h isto riado r m oderado. un «G uando el d u q u e de O rleans iba á la corte, dice este escritor (1 ), todo eran espresiones de lealtad. M onseñor, penetrado profundam ente de los agasajos de la ram a p rim o g én ita , se esforzaba en m a n i­ festar con vivas y numerosas dem ostraciones, sus sentim ientos de afecto para con el rey. C u an d o el d u q u e de O rleans venia á la corte mostrábase profundam ente cortés para con el ú ltim o oficial, ei ú ltim o de los guardias; des­ hacíase en gestos espresivos y testim onios de sensibilidad. E ra de ver su alteza en el b an ­ quete real; llevaba su m ano al corazon á cada brindis que se daba al rey, á m a d a m a , al d u q u e de A n g ule m a; él m ism o , m uchas veces en la com ida, esclamaba: Viva el rey\ como im pulsado de u n sentim iento poderoso y que no podia aguardar el m om ento de la e ti­ q u e ta .» (1) Mr. Capeligue, Historia de la Restauración. E n medio de unión lun estrecha cimen-^ tada por las bondades de la rama prím ogéhita y la gratitud tan llena de efusión del duque de Orleans, sobreviene la revolución. K1 rey estaba lleno de confianza de su prim o, ti 31 de Ju lio de 1830, preguntando M r. de Conny como era que en las circunstancias terribles en que se hallaba la m onarquía, el duque de Orleans no habia acudido á SaíntCloud, S. M .. respondió el rey: «le creo to ­ davía en Saint Leu; pero mi prim o no ac­ cedería á las proposiciones que se le hicieran. E l recuerdo de su padre está presente á su pensamiento, su hijo nos es fiel (1 ). Esta convicción estaba tan hondamente arraigada en el corazon de Cárlos X , que un oficial encargado por el duque de L uxem burgo de despejar el camino de N e uilli, habiendo d i­ cho, á su vuelta, que habia notado un m o ­ vimiento estraordinario en el parque y las cercanías del palacio, y que si hubiese estado autorizado, le hubiera sido fácil apoderarse del duque de Orleans, al oír Carlos X c^tas últimas palabras, dijo a) oficial en tono se­ vero: «si tal hubierais hecho, lo hubiera des- (i) Del porvenir de la f^anda, por Mi-. de Conny. 4 -oO— aprobado altamente ( !) •» ConQaba el rey en tactos vínculos que debían u nir la causa de Orleans á la suya! Acordábase de sus pro­ testas tan vivas y tan frecuentemente reite­ radas. N o era él quien recientemente aun en D ieppe, respondía ú M adama la cual queria hacerle subir á su estrado: «nó, que este se parece m ucho á un trono (2)? No era el tam bién, el que en Ju lio de 1823 dirigia estas notables palabras á m adam a de G ontaut: «estoy seguro de que no creeis en el Inte­ rés que tengo por ese niño; hacéis m al; le tengo el afei to mas vivo, y cuando llegue ,1a ocasión le daré todas las pruebas imaginables.» libias fueron las razones que obligaron á abdicar á Cárlos X . «Cárlos X , dice Luis Blanc, no pensaba que su caída pudiese traer ia de su nieto, principalm ente en una crisis que el prim er príncipe de la sangre estaba en disposición de dom inar. Tan grande era su coníianza en esta parte, que habiendo lla­ m ado al general Latour-l'oisac, le d ió , en presencia del barón de Damas, varias in s­ trucciones relativas à la vuelta á Paris del du(1) (2) Historia de dies años, por Luis Blanc. Historia de diez años, por Luis Blanc. que de Burdeos. E l delfín hubiera creído calum niar la sangre de Luis X I V atribuyen­ do á un príncipe de la sangre la intención de usurpar la corona. Los mismos sentimientos tenia madama la delfín.» Los prim eros actos del duque de Orleans no desmintieron estas esperanzas. Cuando M r. de M ortem art, comisionado con poderes de Cárlos X , fue introducido en casa del duque de Orleans, he aquí como se espresó su al­ teza real: «D uq u e de M ortem art, si veis al rey antes que yo, decidle que me han traído por fuerza á Paris, pero que me dejaré ha­ cer pedazos antes que consentir en que me pongan la corona.» Asi se espresaba el duque de Orleans en la noche del 3 0 al 31 de Ju lio . E n la velada del 2 de agosto se le rem itió el acta de abdicación de Cárlos X y de Luis A ntonio, y al siguiente dia enviaba comisa­ rios para que acompañasen á Cárlos X . «D íjoles el duque de Orleans, que el mismo Cárlos X era quien reclamaba una salvaguar­ dia, y al darles instrucciones, mostró los sentimientos mas benévolos hacia la rama p r i­ mogénita. Habiéndole preguntado M r. de Sahonen qué deberían hacer sí les entregaban al duque de Burdeos: «.El duque de Burdeos, esclamò vivamente e! principe, pero ese es vuestro Estaba presente la duquesa de Orleans, y profundamente enternecida, se ade ­ lantó hácia su esposo y se arrojó á sus brazos, diciendo: A b ! sois el hombre mas honrado del reino (1)!» Poco tiem po despues, el mismo día si­ guiente, es decir el 3 de Agosto, conside­ raciones que no hallamos esplicadas en parte alguna habian mudado todas estas disposiciones. Los comisarios hubian vuelto sin ser recibidos por Cárlos X . Luis Felipe quiso que vol­ viesen en el miümo instante á Ram bouillet. «Es preciso que parta, es preciso espantarle,» dijo con vehemencia. Entonces se resolvió la espedicion de Ram bouillet, y se pronunciaron las palabras decisivas: nada de niño, nada de regencia. Por la noche se hallaban lus co­ misarios con la familiu real en el palacio de M aintenon; y habiendo dicho madama de G ohtant á M r. de Schonen, con triste son­ risa: «tengo m ucha gana de dejar e^te niño sobre vuestras rodillas,» y le mostraba al duque de Burdeos: «Y o no lo tom aría, Se1) Historia de Diez años. ñora! respondió M r. de Schonen. A q u í el historiador de tos Diez años de reinado es­ clama: Q ué m isterio, pues ocultaba esta res­ puesta? Y qué habia pasado desde que el duque de Orleans habia dicho á ese mismo Schonen: ese niño es vuestro reyl Lo que había pasado, vedlo aquí. Guando el duque de Orleans juraba que no taría nunca la corona, pensaba que acep­ habla todavía un ejército real de 1 2 .0 0 0 hombres y que no era largo el cam ino de Saint Cloud á Paris. La voz de la prudencia hablaba roas recio ¿ su oido que ia de ia am bición. A medida que se alejó el peligro y se hizo evidente que Cárlos X no queria liacer ten­ tativa alguna, la am bición prevaleció sobre la prudencia. El trono que D anton había pro­ fetizado al duque de Orleans, muchos años antes (!} , pasó por delante de él y se sentó. Antes de sentarse en él, debia ir á la casa de ayuntam iento ú buscar la investidura de la tenencia general: porque habia á la sazón dos poderos, uno de opinion, que residía en el Palais-Bourbon, y otro material y armado el de la casa de ayuntam iento que se ha(1) Hisloria de Diez años. bia converlido en cuartel general de la in ­ surrección. Este paseo desde el Palais-Royal al H otel-de-Yille fue el m ayor, ó hablando con mas esaclitud, el ún ico peligro que cor­ rió el duque de Orleans. Despues de haber sido proclamado tenieule general por la cá­ m ara, tom ó el cam ino de la Greve, con los diputados que íiabian venido á traerle la tenencia general, en nombre del Parlamento. Precedía á caballo à M r . Laffite, á quien dos Sat)oyanos llevaban en una silla porque tenía la gota. Los vivas que eran muchos ni salir del Palais-Royal, fueron disminuyendo á me­ dida que se m archó, y cesaron totalm ente à la altura del puente-Nuevo. A l llegar á la plaza de Greve, presentaba esta un aspecto espantoso, con su m u ltitu d arm ada. Asegu­ rábase que en las calles oscuras que desem­ bocan en la plaza, había apostados algunos hombres para hacer fuego sobre el duque de Orleans. U n jóven habia jurado levantarle la tapa de los sesos eo el m om ento que entrase en la gran sala. Cuando echó roano á su pis­ tola, no pudo servirse de desapercibida había oido el imano invisible habia ella, una oreja ju ra m e n to , descargado c! ufia ar- — {iS— roa (1). £ i duque de Orleans avanzó lentamente por medio de las barricadas. E l tam bor que ha­ bia tocado aux champs en lo interior del Hotelde-Ville, al tiempo de su aparición en la plaza, paró de repente cuando hubo llegado al medio, como sí ei silencio popular que reinaba entre los combatientes hubiera de­ vorado aquel homenaje prestado al principe. Notóse que cuando el duque de Orleans subió las gradas de la Gasa de A y untam iento, su semblante estaba en estremo pálido. M r. de Lafayete le recibió en la meseta de la es­ calera. M r. Laffite, como presidente de la cámara debia leer su declaración; pero M r. Y íennet se apoderó del papel, so pretesto de que su voz, por ser mas sonora, se o iría mejor. E n el momento en que este d ip u ­ tado leia estas palabras: «el jurado para los delitos de la prensa,» ei duque de Orleans se inclinó hácia M r. de Lafayete, y le dijo: (1) Hecho referido por Luis Blanc. A esle autor hemos consullado principalmenle en cuanlo á la vi^ sila al Holel-de-ViHe, por haber lomado sus noti­ cias de Mr. Lafñle. «no habrá ya delitos de imprenta (1).» Des­ pues de esta lectura, el duque de Orleans puso la roano sobre su corazon y pronunció estas palabras: «Como francés deploro el mal que se ha hecho al pais y la sangre que se ha vertido; como príncipe, me felicito de contribuir á la dicha de la nación.» Solo los diputados aplaudieron. alzando la voz en £1 general D ubourg, medio del silencio ame­ nazador de los combatientes del Hotel-de-Ville, esclamó, adelantándose pálida la color de ira y con ia mano estendida háciü la plaza líena de gente armada, como si quisiera rasgar el velo que ocultaba lo futuro : «Conocéis nues­ tros derechos, si los olvidáis, os lo recorda­ remos.» Estas palabras que por espacio de diez y siete afios, olucinam iento se han de urt m irado como el cerebro enfermizo, ha llegado á ser una profecía, desde las jo rn a ­ das de 1848. E l duque de Orleans respon­ dió que como hombre que se desconfía do su se indigna de patriotism o. ver Poco (1) Si no ha habido delitos de imprenta, ha ha­ bido siempre procesos de imprenta. Desde 1830 hasta 1848, ha sufrido la prensa, en la persona de sus edi­ tores responsables muchos siglos de prisión y pagado muchos millones de multa. despues se trajo una bandera tricolor, y Lafayete y Luis Felipe se abrazaron en sencia de la m u ltitu d que llenaba pre­ la plaza- M r. de Lafayete acababa de abdicar la pre­ sidencia, y Luis Felipe de recojer la coro­ na en aquel abrazo. Solo mas adelante llevó Lafayete al duque de Orleans, al Palais-Royal, un programa re­ dactado por él y dos hombres del partido popular, y que e«presaba las garantías, con­ diciones del contrato que el H otel-de-V ille consentía en firmar con el Palais-Royal. E n ­ gañaron al viejo general las cariñosas palabras del duque de Orleans, quien previno todos los escrúpulos de su liberalismo, y cuando el príncipe le hubo declarado «q ue era re­ publicano en su corazon, y que á su juicio ’debia de haber en Francia un trono rodeado instituciones republicanas,» aun pensó en presentarle Lafayete ni el programa del Hotel-de-Ville que tan gran papel debia hacer en la polémica de los periódicos. En la misma velada del dia en que el duque de Orleans habia hecho su paseo á la casa de ayun­ tamiento, recibió á visitadores mas ecsigentes; eran estos los Sres. Boinvilliers, Godefroi, Ca- vaignac, G uinard, Bastide, Tomos y Chevallón. E n aquella entrevisla á que han dado singular Interés los últim os sucesos de Fe­ brero, porque los interlocutores del dialogo de Ju lio de 1830 se han hallado entre los actores de Febrero de 1848, se pronunciaron palabras m uy notables. A si, M r. Boinvilliers dijo al príncipe: «m irad que no es una re­ volución liberal lo que se ha hecho en Paris, sino una revolución nacional. La vista de la bandera tricolor, he ahí lo que ha suble­ vado al pueblo, y seria mas fácil impulsarle hácia el R in , que á Saint Cloud.» A lgunos ins­ tantes despues, M r . Boinvilliers añadió: «la cámara de pares m» llene raicosen la sociedad, el Código, dividiendo las herencias, ha aho­ gado la aristocracia en su germ en.» Como el duque de Orleans hubiese clamado con gran Qrmeza contra la república; M onseñor, le dijo M r . Bastide con una dulzura casi irón ica, por el mismo interés de la corona, debierais re­ u n ir las asambleas prim arias.» A l fin de esta conversación, que había durado m ucho tiem ­ p o , M r. Bastide esclamaba: Esto no es mas que u n doscientos veintiuno.» La revolución de Febrero de 1848, estaba en ese dicho. Poco despues, Cárlos X y su familia ha­ bían salido de F rancia, despues de haber se­ guido el triste itinerario de Chcrburgn; pero antes de salir, sabían que el duque de Orleans, que habla jurad o no aceptar nunca la corona, habia sido proclamado rey de los franceses. E n menos de siete horas, 2 19 diputados, que en tiempos ordinarios, solo hubieran formado una mayoría de dos votos, habían proclamado la esclusion de una dinastía; elegido otra nue­ vo, modificado la constitución, y todo bajo el Imperio de una carta que rehacían á sn antojo, reinando un hombre á quien hablan jurado fidelidad, y en nombre de la sobe­ ranía dcl pueblo que no habia sido consultado, eomo lo recordaba M r. Cormenin en su carta de dim isión. E n vjn o protestó Corm enin á nombre de los derechos del pueblo; en vano Chateaubriand en favor de los derechos de Enrique V , é hizo observar que si se respe­ taba ei principio de legitim idad, tan nece­ sario á la ecsistencia de las m onarquías, el duque de Orleans, mas fuerte como tutor que como rey, gobernaría mas fácilmente y evi­ taría ó la Francia peligrosos trastornos. Eln vano el conde de Kergolay, con su indepcu- dencìa bretona, esclamò, que si la Francia h u ­ biera elegido, no hay duda que hubiera pre­ ferido el hijo del desgraciado duque de Berry ni hijo de Felipe Igualdad. E n vano el viz­ conde de Coiirjy anunció que la revolución que acababa de hacerse estaba preñada de nuevas revoluciones. La cómara de d ip u ta ­ dos declaró, que «el trono estaba vacante de hecho y de derecho,» y que S. A . R . Luis Felipe era llamado al trono por el voto de la nación.» E l 9 de Agosto de 1830, se abrió en el palacio Borbon, la sesión solemne, en que debia ser instalado ei nuevo trono. El Palais-Bourbon, teatro com ún de tantas esce­ nas, vió levantarse un trono sombreado de banderas tricolores y coronado de un dosel de terciopelo carmesí. Delante del solio, ha­ bla dispuestas tres sillas de tijera pora el higarteniente general y sus dos hijos mayores (1). Una mesa cubierta con tapete de terciopelo, donde estaban la escribanía y la plum a que debían servir para la firma del contrato, se­ paraba el trono destinado al rey de la silla (1) El duque de Orleans y el de Nemours, quien tliez y oclio anos. despues habla de dejar el PalaisBo«rÍ)on, con m uy diferente aparato. destinada al príncipe. E l duque de Orleans hizo su entrada al son de la Marsellesa y retumbando el canon de lo s liiv a lid o s (l). Des­ pués de oída la lectura de la declaración de los diputados del 7 de Agosto, que le llam a­ ba al trono, y del acta de adhesión de la cámara de los Pares, el duque de Orleans leyó su aceptación en estos términos: «Se­ ñores pares y señores diputados, he leido con gran atención la declaración de la cámara de los diputados y el acta de adhesión de la cá­ mara de los pares. H e meditado sus espresiones. Acepto sin restricción ni reserva las cláusulas y obligaciones que contiene esa de­ claración, y el títu lo de rey de los Fraíi- ceses que contiene, y estoy pronto á jurar su observancia.» Entonces el duque de O r­ leans se levantó, quitóse el guante y pro­ nunció el juram ento cuya fórm ula le pre­ sentó D upont (de 1’ Eure). «En presencia de Dios, ju ro observar fiel­ mente la carta constitucional, con las modi­ ficaciones que en la declaración se espresan: no gobernar sino por las leyes y según las (1) También debía salir ul son de la Marsellesa y al oslanipido del uañon. leyes; hacer adm inistrar buena y esacta ju s ­ ticia h cada uno según su derecho, y obrar en todo con la única m ira dtíl interés, la felicidad y la gloria del pueblo francés.» Le­ vantóse un estrepitoso viva; Luis Felipe era rey. Las largas esperanzas de la fam ilia de Orleans se habían por fin realizado. Su re­ presentante iba á sentarse en aquel trono háüia el cual se habia adelantado Igualdad su padre per medio del regicidio. A q u í se abre la últim a parte de la vida de L u ís Felipe, su reinado. Se ha llenado su espe­ ranza. ya es rey. M ientras sube al trono en me­ dio del entusiasmo de la guardia nacional,m ien­ tras llegan por todas partes las representaciones de los departamentos, mientras comparte con L afay e te e lfav o rd e la m uchedum bre, y su es­ posa, su herm ana, sus hijos son recibidos con aclam ación, Carlos X , se embarca para su desti­ no con la hija de Luis X V I , la duquesa de lierry y el duque de Burdeos,de edad entonces de diez «ñüs. El cambio de m inisterio, la abdicación del rey y dcl deltin, han sido rechazados. E l duque de Orleans ha esclamado: «nada de regencia, nada de niño!» Estas palabras vol— e r jn á cncoíitrarse mas adelante. E n el momento que comienza el reinado de Luis Felipe, un asunto tenebroso, cuyos misterios no se han sondeado todavía, venia á protejer su sombra sobre su ecsaltacion al trono. Uabloraos de la muerte violenta del duque de Borbon. Hemos repetido la cons­ piración tramada por el duque de Orleans y la baronesa de Feucheres contra la herencia de la casa de Condé, y las importunaciones de que habia sido objeto el desgraciado duque de Borbon, á consecuencia de la repugnancia que sentía en dejar sus bienes á una familia hácia la cual no tenia simpatia alguno. Las previsiones del duque de Borbon, en aquella época, eran dolorosas y aun siniestras. Decia al barón de Surval, quien lo repitió despues en pleno tribunal (1): «Una vez que habrán logrado lo que desean, m í vida puede correr peligros.» M r. de Survul anadia: «t*l príncipe me manifestó estes temores, no una sino m u ­ chas veces. Loslpresentímíentos del desgraciado duque no le habian engañado. El 28 de agosto de 1830, por la m añana, se vió su cadáver, col­ gado, por el cuello, de la falleba de Saínt-Leu. (1) Deposición de Mr. Surval en ol proceso sus- cilaiio por el duque de Roban. S in duda una sentencia judicial lia reco­ nocido la ecsistencia del suicidio, pero esa sentencia se pronunció reinando Luis Felipe, y la evidencia es mas f'ierte que todos los fallos. E l suicidio del duque de Borbon era moralmente imposible; porque en repetidas y 6(1 su una m uy reciente, habla manifestado profundo horror al suicidio. Siem pre, dice un testigo, siempre que se hablaba de un suicidio en presencia del príncipe, le ca­ lificaba resueltamente de cobardía. (1) «El príncipe, dice otro testigo, ha manifestado siempre la opinion de que el suicidio era una cobardía. Nuestra vida, decía él, no nos per­ tenece; no podemos dejarla sin órden del que nos la ha dado (2),» O tro testigo decia tam ­ bién: «el príncipe tenia horror ul suicidio. Hablábase un dia en su presencia de un ge­ neral que se habia saltado la tapa de los sesos de u n pistoletazo, y ponderábase su valor. — V alor, dijo el príncipe, no hay en eso, no hay mas que cobardía! Nuestra vida no es nuestra, no podemos disponer de ella, y cual­ quiera sea la circunstancia en que nos ha(1) (2) Deposición de Sallée, lacayo. Deposición de Mr. Bonnie, cirujano del príncipe. liemos, es deber nuestro soportar valerosa­ mente la adversidad (1 ).» Diez testigos, cuyas palabras no citamos, por abreviar, deponen en este sentido. Todos están contestes en que el duque m iraba con profundo horror el sui­ cidio, que en toda ocasion le habia conde­ nado, y prueban asi de un modo irrefragable la imposibilidad moral del suicidio de E n ­ rique , duque de Borbon, príncipe de Condé. Cuando no hubiera sino este género de prue~ has, pudiera certificarse que ene heredero de una rasa de gloría, no m u rió como un m al­ hechor colgado de un innoble ronzal. Pero al lado de la imposibilidad m oral, aparece la imposibilidad física. E l duque de Borbon, era incapaz, á causa de sus aciiaques, de su­ bir á la silla rellena, de trece pulgadas de altura, sobre la cual le era forzoso m ante­ nerse en pié para colgarse de la fulleba. M anoury, su ayuda de cám ara, el conde y la condesa de Villegoutier cuando subía tenerle debajo atestiguan; «que en carruaje, era preciso sos ' de los brazos.» Ademas, «cuando subia una escalera, necesitaba apo­ yarse con una mano sobre u n bastón, } la (1) Deposición de Francisco, lacayo. otra sobre e! pasamano, y ponía los piés uno tras otro sobre cada escalón (1). Hay mas todavía. E l duque de Borbon estaba en la imposibilidad física de hxccr el lazo que apretaba el pañuelo len torno atorm entado. de su cuello «Desde una caida en la cata, de cuyas resultas se había roto bt clavicula izquierda, no podía levantar la maso.izquierda sobre la cabeza. E n 1793 recibió çn la mano derecha un sablazo que le cortó los tendones de tres dedos. Sentía mucha incum odídad en esta m ano, de modo que le hubiera sido im posibe hacer los nudos (2 ).» Esta es pala­ bra por palabra de Quesnay. E l la deposición del ronde barón de Saint-Jacques.aña­ de: «no podía levantar las dos manos ju n ­ tas, y ni aun podia quitarse el sombrero con la m ano izquierda.» Pícg, en el Palais B our­ bon, prosigue: «Habrá como tres años, pa­ seaba monseñor en el ja n lín ito su palacio y contiguo á habiéndose desatado el cor- don de sus calzoncillos, en vano trató de,Atár­ selo nuevamente, y me Humó para prestarle (1) Deposiciones deManoury, de! conde y d é la con­ desa de VHIegoutier. 'L os nudos de'Ia falleba. -fr? — este servicio. O tra vez « n el ja rd in , se con­ sumía en esfíiefzos inútiles ^ara Mörse: b s cor­ dones <ie un zapato; tne llam ó y m é dijo: es que soy torpe.» lo «¡guíente: Rom anzo, picador, tiepone «Y o soy el que he desatado los dos pañuelos, y puoáb certificar q u e e l que estaba prendido á la grapa de la falleba es­ taba atado con un nudo que es dificilísimo de hacer.» M anoury: «estoy moralmente c o n ­ vencido de que el príncipe era incapaz de hacer uti nudo de tejedor.» D upin: «■afirino en m i alma y conciencia que el príncipe era incapaz de hacer nudos semejantes.» Sobre la imposibilidad moral y la física, está igualmente demostrado que al acostarse no tenia la intención de atentar á su vida. «Estaba m u y alegre cii la comida de la ví'ípera, dice Pnyel, uno de los líicayos que serTia á la meSa, Francisco S a llé o ,'o tro de los l&cayos, confirmaba esta deposidon:» E n el juego estuvo tranquilo y atento, á s u compañ(?ro y riñó que habia hecho un impasse en el w hist.» Madama de la VilIegouUeií y M r. de Prejan lo testifican. Lecom te, su ayuda de cáinHT8nte“?crvlcto,'tc dcjó m ay-trauquilo é media noche. Al Oia siguiente, so encontró un tiüdo en el pañuelo que estaba debajo de su alm ohada. Tenia la costumbre de ha> cerlo asi cuando queria recordarse alguna cosa (1). E n fin habia confiado á M r. que queria dejar la Francia de Choulo^ y conlaha con éi para que le acompañase; ahora bien, ha­ bia dado órden á M r. de C houlot para que se presentase en Sain-Leu la mañana misma del dia en que se le encontró m uerto. De todas estas pruebas reunidas no resulta Id demostración evidente de que Luís José de Borbon m u rió asesinado? Este fue el grito del pueblo, al saber la siniestra nueva de aquella estra-ña m uerte, y la voz del pueblo fue ver­ daderamente la voz de Dios. E l abate Pe­ lletier, capellan dcl principe, alzando la voz en el Santuario de San Dionisio, el dia de sus funerales, respondía al clamor popular con esta espresion solemne pronunciada entre la cátedra d é la verdad y el altur: «N o, el prínci­ pe de Condé no se ha dado la m uerte.» Pero, en tal caso, cómo esplicar el trá­ gico suceso de Saint-Leu? Escuchad à M r. (1) Deposición de Bonuic, cirujano dci príncipe, y de Manoury su ayuda de cámara. Duboís (de Amìens) célebre práctico, en su Refutación médico-legal de la memoria del doctor M are, médico de cám ara. «El príncipe estaba acostado, dormitaba; algunos asesinos introducidos en el dorm itorio (no quiero in­ vestigar a q u i, por quien, ni como) se arro­ ja n sobre él, le cojen, le sujetan facilmente en su cam a, y entonces; una de dos; ó el asesino mas esperto y determ inado le ahoga inm ediatamente, tendido sobre la espalda y retenido por ios otros malvados; y luego para no dar b idea de un suicidio, para no dar lugar á investigaciones jurídicas que hubieran podido hacerlos descubrir, pasan una corbata en rededor del cuello de su victima y le cuel­ gan á la fulleba de la ventana. O bien, des­ pues de haber dispertado al príncipe de tan terrible m anera, tienen la idea no menos atroz, decolgarle vivo de la falleba.» De este mismo dictamen es el doctor G ondrin, en una M e­ m oria médico-^quirúigica sobre lu m ateria. Sí ha habido asesinato, quién es el ase> sino? Oigamos la deposición de Bonardel, an­ tiguo guardabosques del principe: «E n el mes de Noviembre de 1827, estaba el príncipe en la faisanería, que acababa de hacer construir en el gr^n parque de C hanlitii; plantaba en algún modo la llares, daba una gran comida. Hallábam e yo en m i puesto, or. la misma fai­ sanería, entre el m uro y el seto, por ver si había algún anim alejoen las trampas. Las ho­ jas no habiaii aun c^ido, y como el seto estaba sobremanera espeso, no era posible verme. M adam a de Feucheres se paseaba en el cer­ cado de la faisanería, donde vino á encon­ trarla su sobrino, M r . James Dawes, luego barón de Flasans. Despues de hablar un ins­ tante de los falune s, preguntó M r . James á su lia si 31onseñor haría pronto su testamento, líespondióltí M adam a de Feucheres que se había tratado de e llo la víspera por la larde y que este negocio se despacharía en breve. Sobre esto, le .dijo M r. James: oh! todavía vi­ virá m ucho tiem po; á lo cual respondió enton­ ces Madama de Feucheres: Callal apenas re­ siste; luego le em pujo yo con m i dedo, cae; pr.orito será ahogado.» instrucción Habiendo el jue z de preguntado al testigo si estaba bien .seguro de haber.oido estas p-dabras: «S i, respondió, lo a íírm o en m i alma y conciencia, como afirmaba yo, cüando era guarda, las actas que tenia obligación de form ar,» H é aqui !o que pasaba, quince dias solamente antes del astísínulo: «Doce ó quince dias antes de su m uerte, dice M r. de Prejan, el principe guardó su cuarto, á causa, según dijo, de un golpe violento que durm iendo se habla dado en su mesa de noche. Despues de la muerte del principe, M adama de Feucheres trató de esplicar este accidente del ojo, como una tentativa de suicidio; Pero me ha dicho M anoury, que habiendo entrado en. el cuarto de M onseñor, le dijo el principe: no me he dado este golpe contra la mesa de noche, sino que me han dado u n empellón en el alféizar de la puerta, y he estado á pique de hacerme m ucho daño.» E l mismo dia del accidente. Madama de Feucheres, en vez de desayunarse con el príncipe, lo hacia en su propio cuarto. Partió luego á Paris, despues de haber m etido una carta por bajo la puerta de la escaicra secreta. E l príncipe se tu rb ó i)l entregársela M anoury. (Deposición de M a ­ noury.) La señora Cauvet, esposa de G ouver­ neur, sota picador en Chantilly viene é confir­ m ar esta deposición; sabe por O bry, ahija­ do del príncipe, «que había sido llamado á Saint-Lcu por hechos relativos á su serví- eio, unos quince días antes de la m uerte del príncipe; que habia encontrado á Monseñor en el corredor que precede á su cu arto , con u n simple calzoncillo blanco, sin medias ni zapatos, y con rl esterior de una agitación m uy visible; que habiéndose lom ado la liber­ tad de preguntarle la causa, confió, que el príncipe le madama de Feucheres ero una m ujer perversa, y que le habia herido. «M ira , le d ijo , mostrando su ojo izquierdo de do corría sangre, y su rostro en viñas señaladas, m ira que se veían como me ha puesto.» ¿Q ué mas necesitamos? E l duque de Borbon había dicho al firmar su testamento: ellos me m atarán; y en efecto muere asesinado. La misma madanfia de Feucheres decía tres años antes de esa m uerte: será fácil ahogarle. Q uince dias antes le golpeaba en el rostro y le heria. E n fin, ella tenia un interés manifiesto en que muriese, porque se habian traslucido sus proyectos capital de partida, en que no y tenia partiese, un porque, vez fuera de F rancia, el príncipe revocado testamento. su interés Había una hubiera manifes­ tado Id intención de sacudir el yugo de m a­ dama de Feucheres (deposición Bonníe); desea- ba que nada supiese ella de sn partida (de­ posición M anoury): y ella sabia que se trataba de realizarla (deposición Cauvet), Pero so dirà que la justicia ha pronun­ ciado. Ciertamente; pero la justicia tiene una venda que la ciega á m enudo. Ademas, el primer magistrado que entendió en esta causa, el consejero relator de la H u p ro ic, que í»o creía en e! suicidio, fue reemplazado Instrucción de en la este im portante proceso. Y quién le sustituyó? M r . Persil. A hora bien, M r. Persil, que creyó en el suicidio, ha lle­ gado á ser m inistro, director de la casa de M oneda, par de Francia. M r. Bernard (de Rennes) que creyó igualm ente en el suicidio, ha llegado á ser individuo del tribunal de casación, y todos los magistrados que cre­ yeron en el suicidio, han hecho su fortuno. En fin, madama de Feucheres, absuelta por el fallo que declaraba el suicidio, no por eso se dió menos priesa en hacer m udar toda la distribución de !a nave colateral donde es­ taba el cu aito de la noche fatal, como si temiese que los jueces futuros encontrasen en ella indicios. De todo esto, creemos que la historia tiene derecho para ooticluír que el duque de Borbon m u rió asesiiiudo; que la responsabilidad dei crim en pesa sobre la memoria de Sofía Dawes, baronesa de Feucheres, y lu de la im punidad de esta Señora pesa sobre l<i conciencia Luis Felipe de Orleans, quien juzgó de tener interés en que no subiera at patíbulo la m ujer á quien üebiti la herencia del duque de Bor­ bon. La caída de Luis Felipe no nos hará añadir una palabra mas contra él. ria histo­ no debe decir sino lo que le parece evi­ dente. N o hay prueba alguna de que el d u ­ que de Orleans fuera cómplice del crim en; y todo induce á creer que deseó su im p u n i­ dad. Asegúrase que tenie para desearla un m otivo imperioso, y es que Ia baronesa po­ séis una caita suya e^k que le encargaba impidiese á loda costa, la partida del Borbon para el estranjero. Dicen, que habiendo Soíia Dawes comentado de un modo siniestro aquella espresion im prudente, debia el duque temer se produjera en la publicidad de la audiencia, la carta que había sido objeto de tan h o m i­ cida comentario. Hemos procurado aclarar, cuanto nos era posible, el sangriento misterio de Sait-Leu: im porta esponer ahora sumariamente la poIkica del reinado de Luis Felipe. E n fi» ya le tenemos roy! CuántrtS cspeninzas no habia hecho nacer? El gobierno barató la Im prenta disfrutando de la libertad mas cum plid a, progreso, la prosperidad en el lo interior, la dignidad y firmeza en 1(^ esterior, tal era la historia profètica que trazaban de ese reinado los amigos del Talais-Royal. ¿Qué no debia esperarse de nn príncipe que cantaba en su balcón la Marsellesa, y corria las calles c u ­ bierto con un sombrero gris adornado de escarapela tricolor, apoyado en su paraguas y prodigando apretones de n ano á los hom ­ bres del pueblo que encontraba? no tenia siempre en boca tas palabras de Jemmapes y de Yalm y? ¿Adem as Pero en breve se echarla de ver que no todo consisto en cantar la Marsellesa, hablar al pueblo do igualdad, y resucitar todos los antiguos recuerdos de la revolución. Toda la politica del reinado de L u is Felipe pendía de Ift posicion que tomara al principio y del terreno eu que se colocase. Tenía que escoger entre dos políticas: la polí­ tica revolucionaria que debia manifestarse rom- — 7(>— pierido los tratados de 1815 y aliándose con todas las revoluciones del globo, y la polí­ tica del statu quo que consistía en seguir los mismos yerros que la Restauración. Luis Fe­ lipe optó por esta últim a política. Desesperó del poder del principio revolucionario, y aceptó los tratados de 1815. Pero un rey revolu­ cionario que dirigiese los negocios de Francia en el terreno de esos tratados, habla forzo­ samente de dirigirlos peor que un rey legíti­ m o. Con efecto, ademas de los intereses na­ cionales de cada país, debía hallur contra si ios intereses de principios, por los que se habían firmado aquellos tratados. Desde entonces era evidente que no osando Luis Felipe ju g a r ia partida de la revolu(-Íon en Europa, y no pudiendo, á causa de las consecuencias inheientes á su origen, ju g a r lu de la m onar­ q u ía , seria escluído y haría se escluyese á la Francia de lodos los grandes negocios. Esta posición tomada por Luis Felipe le condujo á la alianza inglesa. Considerò que la Inglaterra y sus guineas hablan alma y el nervio de todas las coaliciones, y como no obstante tados de sido el 181o la aceptación de los tra­ obraban en ella las causas inhereiitesé la resolución de 1830, im aginó, según el parecer de Talleirand, tener á raya ias potencias del Norte contrayendo estrecha ahanza con Inglaterra, pios no era obstáculo á pues no hay para diferencia de prii»cieste pensamiento, Inglaterra principios, las hay solo de cuestiones utilidad. de El in ­ terés británico puede avenirse con gobiernos antiguos lo misnfto que con revoluciones; solo hay un interés con el que no puede her­ manarse, el interés nacional del pueblo con quien trata, principalmente cuando ese pueblo se llam a. Francia. I.os intereses franceses y los ingleses, asi en lo político como en lo comercial, son incompatibles, de manera que el precio inevitable que pone h Inglaterra á su alianza con un gobierno que rige nuestro pais, es el sacriíicio del interés francés. Toda la política estranjera de Luis Felipe se en­ cierra en esas palabras. Habla en Francia tres intereses que podían tomarse en consideración: el interés dinás­ tico de la casa de Orleans, el interés revo­ lucionario de los principios proclamados en Ju lio , y en Gn, el interés francés. Por parte de la Inglaterra no habia de por medio sino — 7&- trh iñteré.«, el de Ingtatera. Esta simple csposicron de lès Situaciones respectivas indica que to­ dos los sacrificios debían ser de nuestra parte. Cuando en uno alianza solo iiay u n interés que defender, no se le sacrifica, por cuanto es el motivo mismo de la alianza. Asi que era cosa lógicamente demostrada de antem ano, qae mientras durase la alianza, nunca ei intérés ingles seria sacrificado. De donde re­ sultaba que ló serla siempre el de Francia, porque no podia satisfacerse á los intereses británicos sin inm olar los de nuestra patria. E lim inado de la alínnza nuestro interés por la fuerza de las cosas, quedaba solo el inte­ rés dinástico y el revolucionario. Com o estos dos intereses no eran de suyo incompatibles con el británico, podía esperarse que la alianza inglesa les diera satisfacción en todas las cues­ tiones en que no se confundiesen con nuestro interés nacional, y no comprometieran el de Inglaterra. E n fin, como el intérés dinástico mas fácil de satisfacer, como mas lim itado, y era este el único en que Luis Felipe no adm itía transacíon, era visto que este habia de ser el interés dom inante para la parte que estipulaba de este lado dcl estrecho, asi como el interés ingles predominaría para la otra. E l interés francés completamente sacrificado, el Ínteres revolucionario subordinado al dlHástico, tales eran las bases inevitables del sis­ tema de ia alianza Inglesa. Fijando la vista en las varias cuestiones que se han sucedido desde 1830, se verá que los hechos están completamente de acuerdo con estos principios hasta el ju lio de 1840. tratado de 15 de En la cuestión belga el teré« británico ecsige que la Bélgica sea francesa, y ín~ nunca Luis Felipe, dócil á la voz de Ingiaterra, rehúsa la Bélgica; en desquite, el interés Orleanista obtiene para la hija del duque de Oi'leans un lugar en el trono de la Bélgica. E n In cuestión mismo resultado. Nada ilnllona se vo ei para el interés de Francia, una satisfacción ilusoria y tentporaí para el interés revolucionario que enarbola un instante I» bandera tricolor sobre las m u ­ rallas de A ncona, pero se ie retiro al punto; un espediente para el interés dinástico que conquista una mayoría con la espedicíon de A ncona; y una ventaja real para el interés ingles, la caída dei influjo francés en Italia. E n la cuestión polaca, hubo una ventaja para — «o— el interés Orleanistu, el cual se sirvió de !a revolución de Vursovia para contener á la R u ­ sia que amenazaba al trono de Luís Felipe, á quien el emperador Nicolas tenia una aver­ sión profundo y trataba con el mayor des­ precio; un golpe para el interés revolucionario, que hubiera querido servir á aquella revo­ lución y se lo im pidió Luis Felipe; una ven­ taja para Inglaterra que vió con placer los embarazos que aquella inmensa dificultad sus* citaba á la Rusia, su rival; y finalmente una desgracia efectiva para la F rancia, que in ­ teresada en la ecsistencia de la Polonia, como reino separado, víó perecer In nacionalidad polaca, esta valiente guardiana de la indepen­ dencia de Europa. Es visto que en todas estas cuestiones, Luis Felipe solo habia pedido satisfacción para el interés egoista de su fam ilia, Habia dejado p e re c e rá la heróica Polonia, y cuando habia llegado á Paris el ay acusador de Varsovia m oribunda, habia enviado ó su m inistro á que dijera en la tribuna esta espresion cruel: «el órden reina en Varsovia.» Habia sacrificado la Bélgica á la Inglaterra, y el león de W aterló o , en pié sobre su pedestal, había visto pasar á sus piés con irrisión á nuestro ejército que vo^.via de Amberes. Había sacrifícado la Italia ai Austria, y la guarnición francesa de Ancona, relevada, relevada por un cabo austríaco, como decia uno de los m inbtros Orieanístas, habia evacuado aquella plaza. De este modo habla dado cima por medio de concesiones A todas las cuestiones en que se hallaban com ­ prometidos el interés francés y el revoluciona­ rio. Obrando de esa manera, se creía sobe­ ranamente h áb il. la guerra; por Napoleon habia caido por tanto qué es lo que debia hacer para no caer como él? Evitar la guer­ ra á toda costa y por todos los medios im agi­ nables. E l Napoleon de la paz, que asi gus­ taba de que le llamasen, discurría aqui como un viajero, que viendo estrellarse contra el mojon de la parte derecha la silla de posta que precede á la suya, juzgara m uy hábil ir á estrellarse contra el lím ite de la parte opuesta. De que perezca u n conquistador precipitado en la gloria, no se infiere que un gobierno cobarde y servil con el cstran- jero no pueda m orir asfixiado en la igno­ m inia. E n 1840, se rom pió la alianza inglesa, por 6 causa de la cuestión egipcia. Como en eifa no intervenía el interés revolucionario ni el dinástico, Luis Felipe, obligado por la opi> nion pública y el voto de la cámara á sos­ tener la independencia de M ehem ét A li, creyó que podia apartarse, sin peligro, lítica ordinaria de su po­ y hacer algo por el interés de Francia. Acaso pensaba ya tam bién en crear una situación que le permitiese obtener las bastillas en que habia cifrado tan grandes esperanzas, esperanzas que los sucesos tan d i­ chosamente han desmentido. Con efecto, Luis Felipe, representó, en aquella circunstancia, u n papel singular. Parecía que habia tornado á los dias de su juventud, amenazaba blicamente á la Europa con pú­ l«i revolución, hablaba de ponerse otra vez, sí era preciso, el gorro encarnado. Ila b ia en las Tullería» una comedia perfectamente organizada. M a ­ ría Amelia y la señorita Adelaida, no deja­ ban un instanVe á M r. Thiors y le suplicaban «contuviese al rey que escedia.» N o pa­ recía sino que M r . Thiers era un G iro n ­ dino que no podia corapctir en ccsaltacion patriótica con el hijo del ciudadano Igualdad, republicano montañés. Luego, cuando el nego- d o estuvo bien empeñado, cuando M r. Thiers hubo comenzado las fortiflcaciones de Real orden, Luis Felipe, despues de haberle he­ cho retirar nuestra flota del M editerráneo, mientras se bombardeaba á B e y rúth , le echó del ministerio y llamó á M r. G ulzot quien proclamó de nuevo la alianza inglesa y el sis­ tema de paz á toda costa, y adoptó la po­ lítica del tratado de visita y de la indem ­ nización P ritcliard. Esto duró hastíi los ma^* trimonios españoles. E n esta cuestión, el in ­ terés Orleanista, que era opuesto de todo punto »1 interés británico, resistió fuertemente; y la alianza inglesa quedó definitivamente rota. E l duque de Montpensier, al casar con la infanta D.* Luisa, obtenía una dote inmensa, y Luis Felipe podía halagar su ancianidad con la orguilosa esperanza de tener algún dia, según él decia, á uno de sus nietos reinando en Paris, otro en M adrid y el tercero en Bruselas. La vanidad y la avaricia, estas dos pasiones dominantes de los ancianos, hallando donde saciarse, hicieron olvidar todas Ins con­ sideraciones de la prudencia á un principe que había sido prudente hasta nim e. rayar cu pusilá­ Pudiera dividirse en varias fases la poiflicú de Luis Felipe y decir, que bajo el minislerío Laffite, gobernó por el ascendiente de los hombres mas populares de la oposicion de 15 años, LafBte, D u p o n l {de 1’ Eure) y Lafayete; que en tiempo del ministerio Perrier, gobernó por el temor de la guerra estranjera y del desórden interior. Esta situación que aflojó u n momento bajo el ministerio Mole, d u ró , con corta diferencia, hasta el m inis­ terio Thiers. E n tiem po de este m inisterio, gobernó por la esperanza de la resurrección de la dignidad nacional y de las libertades públicas, esperanza que defraudó M r. Thiers. Bajo del ministerio G uizot, gobernó por el temor incesante de la guerra, y poco despues por el sistema de la mas desenfrenada cor­ rupción. E l carácter'dc la política de Luis Felipe, bajo de todos estos ministerios, fue e! mismo siempre, un profundo é incurable egoísmo. Sacrificó imperturbablemente todos los inte­ reses á su interés. Sirvióse de los hombres como de conocía instrumentos. U n hombre que á fondo, !e decía de él lo siguiente: «lo que adm ira principalmente en el rey es su ingratitud sistemática con todos los que le hflii servido y su odio hácia los hombres de bien.» Y asi era en efecto. íln los pri­ meros tiempos de la revolución decia con ese cinismo de lenguaje que anuncia la falta de delicadeza en los sentimientos y las ideas: tengo que vomitar tres medicinas: Lafayete, D upont de I’ E u re y Laffite. Ahora bien, Lafayete y I.afGte le habian puesto la corona en la cabeza, y D upont de 1’ E u re , reunido á los dos primeros, se la habian conservado durante el proceso de los ministros de Cárlos X . Casimiro Perrier decia á todo el m undo, «que solo habia un medio de gobernar con semejante hom bre, y era entrar en el m i­ nisterio con la firme resolución de echarle al rostro iu cartera.» M r. Thiers se ha quejado de haber sido burlado y abandonado por él. Hablando con propiedad, todos estos minis­ terios no eran sino tiros con cuyo ausilip caminaba el pensamiento inm utable de Luis Felipe y el interés dominador de la casa de O r ­ leans. LuisFelipe gustaba de pronunciar esta es< presioncon la cual cortaba todas lasdiscusíones: «Y o soy el mas capaz» palabras que repetidas hoy, parecen una irrisión de la fortuna. Esta política debía tener dos consecHcncias que por muy naturales debían ser inevita­ bles. Por una parte Luis Felipe debía escitar enemistades violentas, odios mortales entre los partidarios de la revolución cuyas espe­ ranzas burlaba completamente, y los realistas, que no habian olvidado los motivos de queja que les habla dado el duque de Orleans ven­ diendo á la roma prim ogénita despues de tan­ tas protestas de fidelidad. Estas dos indig­ naciones produgeron movimientos políticos que fueron implacablemente reprimidos. Habiendo la duquesa de Berry venido á la V endé en 1832 á promover un levantamiento en favor de los derechos de su h ijo , fue pregonada su cabeza. Los de Orleans, con quienes tan bondadosa habia sido y de los cuales decia: «los de Orleans son tan bueiios,» se m os­ traron con ella duros hasta la crueldad. Preso el gefe de la familia Kersabiec, despues del silzomiento, iba 6 comparecer ante u n con­ sejo de guerra, y el general habla ocultado á las hijas Solígnac no del acusado que el gobierno le había elegido como á uno de los caudillos de la insurrección para hacer un ejemplar en su persona. Creyó la familia Rersabiec que unn carta de la duquesa de Berry á su lia la reina de ios Tranceses po­ dría alcanzar á M r. de Kersabiec, y á sus compañeros de prisión, á lo menos un tr i­ bunal no tan rigoroso que guerra. Carolina Cuando M aría podia hacer alguna familia cosa en un consejo de esperó que favor de una que tanto habia hecho por cita, es­ cribió ia siguiente carta: «Sean cuales fueren las consecuencias que pueda traerme la posicíon eii que me he co­ locado desempeñando mis deberes de madre* no os hablaré. Señora, de m i interés p e r­ sonal. Pero algunos valientes se han co m ­ prometido por ta causa de m i hijo, y yo no puedo negarme á tentar para salvarles lo que honrosamente es posible. Uuego pues á m i lia í.uyi) buen corazon y religión conozco, em­ plee todo su valimiento interesándose en su fdvor. Los jueces que les dan son hombres contra quien se han batido. No obstante la dife* renda de nosotras, bien sabéis, señora, que hay también u n volcan á vuestros piés. E n una época en que yo estaba segura, os vi poseída de temores ciertameote m uy natu­ rales, y DO fui ó ellos insensible. Solo Dios s«&c lo que «os reserva, y acaso me agradez^ cois algún dia el haber confiado en vuestra bondad y haberos deparado la oco^ion de ejer­ cerla con mis amigos desgraciados. Creed en m i gratitud.» Cuando M r. de la Che^asnerie, portador de esta carta, llegó á Saíiit-Cloud y anunció que traía una carta de la duquesa de Berry, hubo un terror pánico en la ante­ cámara. Como estaba abierta, la leyó M r. de Montalivet; pero A m elia, ya avisada, se negó á recibirla, como si el aliento de la desgracia hubiera dejado en ella algún sello de pesti­ lencia. Mas adelante, cuando la duquesa de Berry, vendida por D eutz, fue presa y con­ ducida á Blíiye, Luis Felipe la trotó con ur> rigor y un tan completo olvido de los de­ beres del parentesco, que L a riódico republicano, Tribuna, pe­ pudo con rozon decir: «que habia obrado con su sobrina, como un zapatero no hubiera querido obrar con la suya. Los Vendeanos fueioji perseguidos como üeras. Cathelineau sin armas fue asesinado en el m om ento en que se presentaba diciendo: «estoy sin armas, me rindo ,» lipe deooró á su asesino con H onor. y Luis Fe­ la Legión de La Señorila de la Uoberie, jóven de diez y seis años, fue fusilada á quema ropa. A l­ gunos paisanos de la Vendee que habian to ­ mado las armas por enviados á presidio su fe política, cual viles fueron malhechores. Los hombres de la democracia que lom aron las armas no fueron tratados manidad. con mas h u ­ Los combatientes de Ju lio fueron enviados ante comisiones militares, y sin el acuerdo del tribunal de casación, hubieran sido fusilados. Pero no fueron mas felices, por haberse librado de la muerte: deportóseles al M onte S. M iguel, donde sufrieron una muerte lenta en los tormentos de una prisión cruel y por la influencia de un clima m o r­ tífero. E n vano reclamaban todos los perió­ dicos. Los sublevados de León, que habiao tomado por divisa: vivir trabajando ó m orir combatiendo, esperimentaron la misma suerte. Luis Felipe habia hecho se escribiera al g e ­ neral que mandaba en León: sed implacable. Cuando el canon hubo reprimido el alzamiento, el castigo fue lan despiadado como lo habia sido la reprensión. Juzgados y condenados por la cámara de los pares, despues de una va­ liente y enérgica defensa, La Grange, Causí- diere, RcauiiP, l'edro Uevercliou, A lbert y sus compañeros de inforUinio de Lyon, Luneviüe, Saint E lie n n c , Grenoble, Arbois, Besmison, París, Marsella, fueron deportados ó detenidos. Los periódicos de la izquierda« dirigidos por hombres de Ju lio como A rm and Carrel y Trelat, fueron tam bién juzgados por el tribunal de los pares, y condenados sus editores al ppgo de multas exorbitantes y á largo encarcelamiento. E n la calle Transnorain se liabia pasado al filo de la espada á todos los habitantes de una casa, mujeres, ancianos y niños; en el claustro tralla lo había Sun-Merry la me­ todo arruinado; en Lyon ei bombardeo y cañones habian sembrado en todas parles ia desolación y el estrago. La represión jud icial fue tan inecsorable como la arm a­ da. E n vano Arago, LafOte, y Odílon Barrot habian ido á las Tullerias despues de las jo r ­ nadas de Ju n io á suplicar al rey d élo s fran­ ceses m udaia de sistema. Les respondió que su Hstema era bueno y ({ut se dejaría moler en un mortero antes que mudarlo. De este m odo, apuntalaba Luís Felipe en su ingratitud para con los hombres de J u lio la m onarquía cimentada en su ingratitud para con la rama primogénita de los Despues de las Insurrecciofies, Borbones. vinieron las tentativas aisladas de asesinato. Los carac­ teres fanáticos, itidignados de aquella foi tuna tan buena como no merecida, se erigieron en jueces de Luis Felipe y en ejecutores de sus propios sentencias. Fieschi, A lib au d, M eunier y otros muchos se sucedieron en aquellas tentativas homicidas. Puesto como un blanco delante de enemigos invisibles se libraba siem­ pre. Todo le salía bien, hasta ias tentativas de asesinato coritra su persona si esceptuamos la muerte de la princesa duque de Orleans, ninguna M aria, y la del desgracia habia esperimentado. Del crimen de Fieschi, sacó las leyes de Setiembre contra el derecho de asociación y la libertad de la Im prenta. Sus partidarios repetían á su rededor que el dedo de Dios estaba allí, y las gentes sencillas re- petian que rayaba en Impiedad el combatir á U!í príncipe á quien la Providencia tan visible­ mente protegía. Por lo demas, qué esfuerzos h u ­ bieran sido poderosos á derribarle? Del mismo modo que habia pensado librarse infalible­ mente de la caída de Napoleon por parle del estranjero, evitando la guerra por una se- ríe de concesiones y bajezas, creyó tunnbien preservarse infaliblemetJte de la caida de Car­ los X , por parle de los franceses, adquirien­ do á toda cosía el concurso de las m ayo­ rías parlamentarias, cuya falta de concursa iiabia acarreado la caida de la rama p rim o ­ génita. Como esos jugadores que pican las cartas y se dan siempre las que ganan, pensó que la Francia respetaría siempre las reglas del juego coíjstilucional que él mismo violaba con sus fullerías en las elecciones y en la cámara. De ahí nació el famoso argumento que M r. Dúchate! oponía constantemente á las acusaciones mas fundadas de la oposicion y de la im prenta: tenemos la m ayoría. Con efecto, Luis Felipe tenía á su favor la m ayoría, pero im porta decir á que precio. Cierto, no podia ser por la elevación de su política interior. lodo progreiso; Resistía como un m uro á había birlado las libertades mas preciosas, el derecho de asociación, el jurado para los delitos de im prenta, la libertad de la discusión; se negaba á la libertad de enseñanza y habia inaugurado el sistema de la intim idación. No podía ser tampoco por la dignidad y patriotismo de su política es- lerìor, la cual, según hemos visto, consistía en ceder donde quiera, en todo y siempre, en entregar á Cracovia en 1847, como ha­ bia entregado á Varsovia eo 1831. Era por lanto indispensable que crease en Francia una pasión anàloga ó la suya, es decir, pasión personal, egoísta, terés público, indiferente ai in ­ y dispuesta sus particulares intereses. una á sacrificarle á Inoculó pues su egoísmo h una pequeña parte de la clase medía que dominaba en el cuerpo electoral. No p u ­ diendo conciliársela por motivos de interés general, se la asoció por motivos de privado interés. La emponzoñó con su contacto, la inspiró sn ateìsmo político, su profunda in d i­ ferencia para con la Francia, su espíritu per­ sonal, su codicia. El móvil de que se valió, para ganarse, no su simpatía, sino su com­ plicidad, tiene u n nombre que conservará en la historia, la C O R R U P C IO N . Ciertamente era ya antigua la corrupción en el reinado de Luis Felipe, pero se mos­ tró en toda sn plenitud y fealdad en tiempo del ministerio Guizot. Bajo los anteriores ga­ binetes, el tem or del desórden, el amor de la paz, las concesiones hechas por el espíritu - o ipúblico á las díQcullndcs q n e lleva consigo la fundación de un gobierno n'ievo, concurrie­ ron al apoyo que dieron ú Luis Felipe las mayorías electorales y parliunenlarias. en tiempo del Pero ministerio G uizot, todas las ilusiones habian desaparecido, todas las preo­ cupaciones cesado. Entonces se estableció una verdadera almoneda. E l gobierno entregó ¿ los diputados Orleanistas ios empleos asalariados de que ellos hicieron partícipes á los electores en cambio de sus votos, conservando para sí los mas altos y mejor retribuidos. E n cambio los diputados de la mayoría entregaron á Luis Felipe la grandeza esterior de la Francia, sus libertades interiores, y su fortuna que sir­ vió de paga á todos aquellos tratos. Creá­ ronse mas de cincuenta m il empleos nuevos. El presupuesto que en tauración solo era de tiem po de la Res­ novecientos sesenta millones, subió hasta m il seiscientos; la deuda flotante, cuya suma era de ciento sesenta millones, llegó A la de N O V E C IE N T O S . En el espacio de diez y ocho anos se gastaron cinco m il millones demas del presupuesto nor­ mal. A aquellos apetitos violentamente esci- tado$, cchóseles ademas el cebo de las ac- -95— ciones de caminos de hierro y de los grandes suministros. Esta lepra se estendió mas y mas boju el ministerio G uizot, y se llegó á tal esceso de cinismo que se profesó públicamente lu doc­ trina de la corrupción. Uno de los m inis­ tros de Luis Felipe, esclamó: «Enriqueceos.» M r . G uizot, dijo á los electores de Lisieux, hablándolas del cambio que hacian de sus votos por los favores ministeriales: «¿Os senti^ corrompidos?» Aquello era una orgía odiosa* inm unda, que hacia bajar el nivel moral. La mayoría se ocupaba interés del de la ma- yoria, como Luis Felipe del Ínteres Orleanísta» y estos dos egoísmos coligados para devorar la Francia se la entregaban m utuam ente. E n el año 1847, se abrieron las sentinas del justo medio y dejaron ver á In vista es­ pantada las profundidades del abismo do la corrupción. Entonces quedó justificado el grito que habiasalidodelaconciencíadeM r. Cubieres: «el gobierno se halla en manos codiciosas y cor­ rom pidas.» El proceso Teste reveló á lodos las pasiones de codicia que fermentaban en las almas y los progresos de la llaga social. Otras diez causas no menos deplorables acabaron - » ti­ la enseñanza. Al mismo liempO, M r. Dúchate! Interpelado en la cámara de diputados por M r. G lrardin, no pudo negar que los privilegios de teatros y todos los favores de que el go­ bierno disponía, se habian convertido en m o ­ neda política con que se pagaba á los elec­ tores y periódicos Orleanistas. La indignación pública que se encerraba en las almas, como el fuego interior de un volcan, hacíase por momentos mas intensa. La oposicion par­ lam entaria de la izquierda activa la llama, haciendo un llamamiento á la Francia en los banquetes reformistas. La Francia que dor­ m ía, se dispierla. Las protestas resuenan cada dia mas numerosas y enérgicas. Luis Felipe, lleno de confianza en la mayoría y las bas­ tillas, responde á estas quejas universales que solo los ciegos ó y vituperar enemigos pueden quejarse su gobierno. La providencia le ciega, su corona le cae sobre los ojos co­ mo una venda. Adelaida de Orleans, su her­ m ana, que era el alma de sus consejos muere en el momento crítico: Egeria falta á N u m a en el instante que le acomete el vértigo. A n i­ madas asi las pasiones, solo falta una ocasíon, y Luis Felipe la da, queriendo pro h ibir üi banquete de) duodécimo distrito, contra el tenor y espíritu declara de las leyes. La oposicion que el banquete se verificará; M r. Dúchate! declara en alta voz que no se hará y que empleará la fuerza para impedirlo.- Luis Felipe y sus ministros no comprenden, que cuando se calienta esce^ivamente la caldera del locomotor, hay un grado de calor de que no puede pasarse sin que el vapor todo lo arrebate. La oposicion parlam entaria, para evitar ei desorden material, retrocede en el postrer momento; pero la pobladon Indig­ nada no vuelve atrás. El dia 22 de Febrero comienzan las revueltas: alzánse barricadas. Luís Felipe comete la ú ltim a falta que le queda por cometer, no convocando la guardia nacional. Comu un embajador estranjero le manifestase alguna inquietud: «nada temáis, le dijo, estoy tan bien ahorcajado sobre m i gobierno, que soy dueño de la situación.» La muestra de desconfianza que Luís Felipe había dado á la guardia nacional, no convo­ cándola el Martes 2 2 de Febrero, acabó de enemistarla con él completamente. Cuando se reunió e) 2 3 , se presentó con disposiciones malévolas y hostiles, y se interpuso entre la 7 — 98— Iropa y el pueblo, para im pedir que la tropa disparase. Tan grande era la ceguedad de Luis Felipe, que no comprendió todavía que se caminaba á una revolución, y en el dia del Miércoles, todas sus concesiones estaban reducidas al ministerio M olé. Al anochecer de aquel dia, la descarga mortífera que derribó por tierra á tantos espectadores inofensivos, delante el palacio de M r. á Paris una indignación G uizot, difundió general. Conmovióse el pueblo, hasta los indiferentes se anim aron, y todas las sociedades secretas se arrojaron á la pelea. E n la mañana del Jueves 2 4 , Luis Felipe aun no habla consentido sino en el Tni~ nisterio Thiers y Barrot templado con M r. Bugeaud, y hacia anunciar en las calles por medio de un parlamentario que cesara el fuego. La suerte estaba echada; las disposiciones de la guardia nacional no eran equívocas: tenia contenido el ejército en tanto que las co­ lumnas populares derribabanel gobiernode Luis Felipe dirigiéndose á las Tullerias. E n este instante supremo la razón de Luis Felipe se turb ó. Este anciano testarudo que habia crcido en su infalibilidad y omnipotencia sintió su debilidad; tuvo miedo y abdicó. Cuan- — 99— do la revolución estaba ya consumada, pensó en conceder la regencia. Desde el principio de ia lucha habla estado siempre atrasado en una idea y en un aclo, como lo eslá un avaro en un escudo. La concesion que hacia llegaba siempre demasiado tarde. Cuando hubo abdi­ cado, envió al duque de Nemours al Palais Bourbon, para que renunciara juntam ente la corona de su padre en favor del conde de Paris, y su propia regencia en favur de su cuñada. E l duque de Nem ours esperimentó el mismo desmayo que su pronunciar ni trém ulo, una palabra, padre no paróse pálido, y se desmayó como una Forzado el Palais Bourbon pudo por m ujer. el pueblo, dueño ya de las Tullerias, el duque de Ne­ mours se huyó por una ventana, mientras el duque de Montpensier se escapaba de las Tullerias olvidando á su m ujer. Estos p rín ­ cipes, sobre quienes se agravaba la mano de Dios, parecía que lo habian perdido todo, todo, desde la cabeza hasta el corazon. Luis Felipe se escapaba, el duque de Nemours se escapaba, el duque de M onlpensier se es­ capaba, M r. Sauzet, presidente de ia cámara de diputados, quiso acabar como la dinastía, y bujar de la sÜIa de presidencia com o ha­ bia aquella descendido del trono; tomó la fuga y se salvó. £1 gobierno hubiera podido escribir despues de esta Pavía parlamentaría: «Todo se ha salvado menos el honor.» Con efecto ninguno de esos hombres halló una gota de sangre en sus venas para purpurar la vic­ toria del pueblo y honrar la caida de la d i­ nastía de Orleans. La duquesa de Orleans llegó al Palaís Bour­ bon puntualm ente cuando algunos hombres de la plebe proclamaban en la tribuna los nombres de un gobierno provisional. Perdió á uno de sus hijos en el tum ulto que se originó cuando hubo que salir del salón. N in ­ guno de que de los cortesanos del palac>o se curó protegerla; su en su cuñado no pensaba mas propia seguridad. Luís Felipe subia en carruaje y el destierro, al pié E ntre tanto partía para del obelisco que se levanta sobre el sitio en que el abale E dgw orth decia cincuenta y cinco años antes á Lui>í X V I , condenado á muerte por Felipe Igualdad: «hijo de S. Luis, subid al cielo.» Despues de haber atravesado difícilmente !a Francia, y errado por la costa disfrazado con varios lrijje.s, Luis Felipe salia en fln para la Gran Bretañi), vestido á ia inglesa, y hablando en idioma infles. A l llegará sus riberas, esclamò: «Gracias á Dics, piso al fin el suelo de loglalerra;» e.-ípresion que coronaba digna­ mente su reinado. Sometido á la influencia inglesa, espresion que debia verdaderamente salir del corazon del vasallo de la Inglaterra. Kn presencia del desenlace de la vida que {jcabamos de referir, hay un que domina punto de vista todos los demas. Al salir del tum ulto de esas jornadas y de ese catoclismo político que ucab'í de tragarse un gobierno y una dinastia, sentimos la necei-id.id que se esperimenta despues de los grandes cataclismos de la naturaleza, la ne­ cesidad de recejemos y de levantar nuestros corazones á Dios. A h ! hoy es cuando debemos decir: «Confien nuestros enemigos en sus car­ ros y en sus corceles, que nosotros invoca­ remos el nombre del Señor nuestro Dios. Ellos han sido heridos y han caldo, nosotros nos hemos levantado y permanecemos en pié.» Lejos de nosotros la idea de insultar al ín> fortunio y conculcar «xan naufragio! los restos de ese La desgracia es sagrada, y — lóa­ la inviolabilidad que dá es mas respetable á nuestros ojos que la del poder. Cuando pone su sello en una frente, toda nuestra cólera se aplaca, y no queremos ya ver en ella, la señal que ha dejado al caer una corona usurpada. S í, piedad para la desgracia, aun cuando recae sobre aquellos cuyas prospe* rídades fueron sin piedad. Pero no es ta m ­ bién perm itido, no es ú til, estudiar, en tan grandes acontecimientos, el maravilloso tra­ bajo de la Providencia? Por compasion hácía los hombres, habremos de desconocer la intervención de la mano del O m n ip o ^ n te , en esos golpes terribles que derriban en un momento las fortunas que parecían m as f ir ­ mes? N o es este el caso de esclamar con el grande obispo de Meaux: «El que reina en los cíelos, de quien dependen tudos los im perios, á quien pertenece esclusívamente la gloria, la magestad, la independencia, es tam bién el ún ico que se gloria de dictar la ley á los reyes, y darles, cuando le place, grandes y terribles lecciones.» ¿Es acaso fallar á la compasion que se debe á la desgracia de los hombres,el a b rir la boca para dar paso á estas palabras que salen de todas las conciencias al contemplar esa gran catástrofe; «Dejad pasar la justicia de Dios!» En tan prodigiosos acaecimientos esta es la parte que nos admira. E n cotejo de este punto de vista, cualquiera otro nos parece pequeño y mezquino. Recordamos involun­ tariamente el dicho del poeta, que al ver caer de la cum bre de las cosas humanas á un hombre cuyas no merecidas prosperidades habían sido un escándalo para sus contem­ poráneos, esclamaba que la caida de aquel gran culpable ponía térm ino á tal desórden y absolvía á los dioses. No queremos decir con esto que la justicia divina, paciente como la eternidad, necesite justiflcarse en presencia nuestra, castigando siempre ya en este m undo á los que han violado las leyes divinas y h u ­ manas; basta m irar mas allá de los tiempos para comprefider esa im punidad momentánea que no es un escándalo sino para los débiles do espíritu. Pero no obstante, la sabiduría eterna ha querido presentar de tiempo en tiem po, en el teatro del m undo, ruidosos ejemplos, para convencer á las inteligencias mas rebeldes que no se han apagado los fue­ gos que consumieron á D atan y A bíron, ni se ha debilitado la mano que escribió la seotencia de Baltasar en la pured de lu sala del festín, entonces el Sinaí humeando con la venganza de Jehová, como en otro tiem po con su gloria, se ilum ina de relámpagos, re­ tum ba el trueno, las fortunas injustas y los tronos usurpados húndense con estrépito, y el m undo, raudo de pasmo, repite: «Dejemos pasar la justicia de Dios!» E n el espacio de medio siglo, por dos vo­ ces la casa de Orleans es objeto de tan ter­ ribles avisos, y es cosa que admira en verdad, como en cada una de estas circunstancias soJemnes, la m ano equitativa de la providencia ha proporcionado la gravedad atentado. de ¿Para los crímenes de el castigo á la pena á la qué traer Felipe la culpa, grandeza á del la memoria Ig u a ld a d ?. Nadie hay que no los recuerde. Desde ese p rin ­ cipe deplorable comienza esa conspiración la casa de Orleans cuya de muoo descubrimos en todos los crímenes de la primera revolu­ ción y en todas las desgracias del país. Sus intrigas subterráneas, sus conecslones con todos los actores del siniestro drama de 9 3 , P ethíon, D anto n, M erat; sus larguezas facciosas y cons­ piradoras atestiguadas por la ruina de su in ­ mensa fortuna; los venenosos libelos tic sus confídentes contra la reina; todos los apetitos de la ambición hermanados con todas las im« potencias de la debilidad y todas las Haquezas del miedo, lus indignas condescendencias de esto adulador del populacho, que buscando la po­ pularidad en renuncias y repudios que todo hombre de honor mira coi» desprecio, tiueca el nombre de sus padres por un apellido fantá^tico; tudos estos hechos son sabidos, y en vano un escritor ilustre ha empleado los re­ cursos de su pinrel un atenuar la fealdad indeleble d é la horrible figura de Felipe Igual­ dad. Nada le detiene en aquella pendiente fatal: deslizase de crimen en crim en, arras­ trado M principio por el espiritu de intriga y arnbicion, y despues por e! m iedo, este mal consejero de los principes, como lo es t‘l hambre de los pobres. Llega por fin el dia, en que adelantándose á la fiera revoluciona­ ria para que ella no le devore, juzga y con­ dena al ¡nocente; súbdito, á su rey; p rín ­ cipe, al gefe de su estirpe; hom bre á su pa­ riente y articula un voto que la historia ha conservado: «Convencido de que todo el que usurpa ó usurpare la soberanía del pueblo merece la jQ ué muerte, voto por la m uerte!» espectáculo, y cuanto no hubo de consternar á nuestros padres! Felipe Igualdad sentado entre losJueces, entró Uantony M arat. Luís X V I en el banquillo de los acusados; F e li­ pe Igualdad condenando, Luís X V I condenado; Felipe Igualdad bajando de su asiento donde acaba de pronunciar aquella sentencia sangui> naría, para ír á buscar las vergonzosas delicias de la orgía acostumbrada en una de aquellas Capreas que se habia proporcionado en París, Luís X V I saliendo de la prisión del Temple para ír al cadalso! ¡Qué tristes rcflecsíones no hubieron de hacer entonces los que asis­ tieron á estos dos espectáculos! Q u é sorpresa tan dolorosa! Q ué murmuraciones tal vez! Los corazones se oprim ieron de asombro y estupor, y ahogaron la plegaria que desple­ gaba sus alas para volar á Dios. Los ojos sondearon con espanto los abismos de lo iníin ito , preguntando si la eterna justicia se había acaso dorm ido en los cíelos desiertos y vacíos, como uno de esos soles, antorchas pasajeras del tiem po, que despues de haber alumbrado los mundos vuelven á la eterna noche. Temerarios, aguardad! do pasará un año sin que Felipe Igualdad reciba el cas­ tigo de sus crímenes. Ha m uerto é su rey, él m orirá. Prisión por prisión, cadalso por ca­ dalso, sangre por sangre. La revolución encargará del castigo de se su antiguo cóm ­ plice. E l 6 de Noviembre de 1793, nueve meses despues del voto regicida del 21 Enero, los que hablan casi dudado Providencia al ver la de de la im punidad de aquel príncipe regicida, repetían al ver la siniestra carreta que llevaba al lugar Luis Felipe Josef de Orleans: del suplicio á «Dejad pasar la justicia de Dios!» La segunda vez se ofrece á nuestra vista un especláculo diferente, pero no menos ad­ mirable, no menos fecundo en enseñanzas. Hemos visto las muchas y señaladas merce­ des que los príncipes de la rama primogénila habian dispensado al duque de Orleans. Se ha dicho que esos principes nada habian sabido olvidar; esto es una calum nia. A h ! ha­ bían sabido olvidar á lo menos tos crímenes y la larga conspiración de la familia de Orleans contra el derecho nacional y el reposo de la Francia. Los hermanos de Luis X V I habian o l­ vidado la sangre de su herm ano vertida en el cadalso dcl 21 de E n e ro , cuundo en tiem po de la restauración, voiviun al hijo de uno de los jueces del rey m á rtir, sus bienes, sus patrim o n io s, sus título s, ju n to con su con- fiAnza y am istad, y ie colocaban en las gradas del trono. La h ija de L u is X V I habia per­ donado las desgracias de su estirpe, menos grandes aun que sus virtudes de m isericordia y de perdón, cuando recibia tan bondadosam ente al iiijo del que la habia hecho dos veces huérfana, votando la m uerte de su padre y desencadenando contra su m adre, ia reina dolorosa, las calum nias atroces que la condugeron hasta el p ié del cadalso. C om o el d u q u e de O rleans correspondió b tanta b o n ­ d a d , nadie lo ignora. E l anciano rey Cárlos X no dudaba de su lealtad, y cuando, en las jornadas de J u lio de 1 8 3 0 , trató alguno de inspirarle recelos acerca de ella, rechaaó esta sospecha como un ultraje á ia fidelidad del d u q u e de Orleans: «M i p rim o , respondió, (1) nos es profundam ente fiel, y la prim era re­ volución le ha ilustrado m u ch o para q u e se ju n te á mis enem igos.» Asi hubiera de haber sido, y vuestra con- (1) A. M. de Conny. fianza. Señor, debiera haberse justificado. E l deber, el interés bien entendido de su fe­ licidad y su reposo, la previsión de lo futuro ilustrada por el recuerdo de lo pasado, la solicitud del padre de familia y del gran pro­ pietario, el interés de la Francia sobre todo trazaban esta linea de conducta al duque de Orleans. Siguió otra muy diferente. lí^odio, á su arbitrio, escojer entre un reinado usur­ pador, y una regencia leal, escogió el reinado usurpador. Interponiéndose entre la rama p ri­ mogénita y la cámara, podia traer una tran­ sacción y evitar á la F'rancia la conmocíon terrible que sigue siempre á una revolución. Kntonces hubiera regido nuestra patria con un titulo legal, legítim o, sin tropezar con ninguno de los obstáculos que ha encontrado en su gobierno. No se hubiera visto obligado á sacrificar los intereses nacionales á la alianza inglesa, porque hubiera tenido alianzas con­ tinentales en Europa. No se le hubiera for­ zado á hum illar nuestra bandera ante el in ­ gles P rilcliard, á consentir en la destrucción de la nacionalidad polaca, á renunciar á todo engrandecimiento y rehusar l:i Bélgica que se ofrecía espontáneamente á la Francia, como —ito una hija à su madre, y que hubiera oblenido con ocasion de la calda del imperio oto> mano. No se hubiera vislo obligado á sufrir la afrenta de 1840 y avergonzar & la Francia retirando nuestra flota del Mediterráneo m ien­ tras la inglesa bombardeaba á B eyrulh. se hubiera visto en el caso de No cometer ia locura de los m atrim onios españoles, porque la ley sàlica hubiera continuado rigiendo en España, lu d ie n d o seguir uiin política nacio­ nal, no se hubiera visto en la precisión de com prar, á costa del presupuesto, una m a ­ yoría venal que aprobase su política, ni h u ­ biera echado mano de las prodigalidades y bajezas de la corrupción. De esle modo nues­ tra situación ido política y económica hubiera sin cesar m ejorando, y fuera hoy día adm irable; seriamos la prim era nación del m undo; nuestras fronteras avanzaran hasta el B in ; nuestras armadas con las de toda E u ro p a, tendrían á raya 6 las de Inglaterra: el 5 % es­ taría á 120 en vez de estar á 9 4 , el 3 Vo ^ vez en de estar á 6 0 , el comercio y la indus­ tria (lorecieran, y el duque de Orleans, lleno de días y de gloria se hubiera ya retirado cuatro ó cinco años á la vida privada, se- —i i l — guido de la gratitud de la F rancia, dejando á una mano mas jóven las riendas del go­ bierno; de manera que á la hora en que hablamos, la libertad y el órden, conciliados, reinarían gloriosamente con ei nombre de E nrique V. El duque de Orleans chazó la regencia, no prefirió lo quiso. Re­ reinar; lanzó contra Cárlos X , su rey y bienhechor, un ejército revolucionario á Ram bouillet, y dijo: es preciso que parta á todo trance; espul­ só á la madre y al h ijo , alentó todas las demostraciones contra familia Real. las residencias de la Envió á decir á Cárlos X , por medio del mariscal M aison, que cien m il hombres sa­ llan á perseguirle; hizo proponer una ley de proscripción y destierro contra la rama p ri­ mogénita; perm itió que bajo las bóvedas del Palais-Royal, se pregonaran libelos infames contra la hija de Luis X V y todos sus desgra­ ciados parientes. A la voz de su conciencia, á la del interés nacional que le gritaban: «sé regente!» prefirió la de la am bición que se­ mejante á las hechiceras de M acbeth, le de­ cia al oido:— «Serás rey.» H a reinado. Ha rciniido, y por largo espacio de llcrnpn, todo pareció que s'icediu á medida de sus deseos. Los ataques le fortalecian, la oposi­ cion se" le convertía en medio, lejos de serle un obstáculo. Rodeado de numerosos bljo':, y de nietos, parecía asegurado el porvenir de su estirpe. Burlábase de las dilícultades del gobierno parlamentario como uno de esos jugadores espertos que conoccíi lodos los p ri­ mores del juego. Los esfuerzos <le la tri­ buna y de la prensa eran tan impotentes en su daño como las conspiraciones. Sus ene­ migos venían á caer en sus lazos como el pájaro im prudente en las redes del cazador. E l acontecimiento que le era ú til ó neceEarío no dejaba de sobrevenir. Las carta? le venían á pedir de boca, y no parecía sino que se presentaban á medida que las nombraba, lan feliz tenia la m ano. De todo peligro sa­ caba un nrma nueva; de la tentativa deFíeschí las leyes de Setiembre; de nuestra es- clusíon negocios de los fortíBcaciones todos!, era de un París. hombre de Oriente Al decir hábil que de las casi sacaba de todas las sltuariones cuanto provecho era posible y jugaba con las dificultades. Por eso los agoreros se burlaban cada instante de nuestra impotente oposicion. Pero nosotros, llenos de confianza en la justicia divina, de­ cíamos allá en nuestros corazones: dejad venir la justicia de Diosl Hacia ya tantos años que reinaba sin que ningún indicio anunciara la dim inución de tan perseverante prosperidad, quo al fin habian casi todos creído que seria eterna. Guando mostrábamos alguna duda acerca la duración de su fo rtun a, los sabios meneaban la cabesa y se mofaban de nuestra incredulidad. Nos decian que tomábamos nuestros deseos por esperanzas, y nos trataban de visionarios que quieren vender por realidades los en» sueños de sus Duches. ¿No se habia tentado en su daño cuanto podia tentarse? Su so­ brina, esa m ujer intrépida, no haJ)ia venido à hacer un llamam iento á la guerra en las Oorestas de la Vendée, y revíndicar la co­ rona que las leyes del reino aseguraban á su hijo? Y qué habia resultado? La sangre rea­ lista habia de nuevo enrojecido aquella tierra desventurada empapada ya en aquella saogre generosa. Cathelineau habia m uerto asesinado; Hanaclie, Bouechose, Bascher, Tregomain, 8 hab ian aum entado la lista de los heróicos m ártires de la V endée; los presidios se h ab ian asom brado de abrirse para recibir una co­ lonia de Vendeanos, estraños crim inales, que cada m añana y cada tarde oraban al Dios de sus padres en aquel infierno de m ano de h o m ­ bres, com o oraban en sus chor.as; y M aría Carolina vez de Blaye. de B orbon, habia encontrado, las Keales T ullerias, la prisión en de Los antiguos combatientes de J u lio , ¿no hab ian querido protestar, con las arm as en la m a n o , contra el abandono de los p r in ­ cipios, de las ideas, de hab ian com batido? Y la qué Se les habia respondido con política habia porque resultado? el cañón de San M e rry y las metrallados de la calle Trasnon a in , y luego el M onte S a n - M ig u e l, este sepul­ cro inm enso, recibiéndoles en sus hom icidas e n ­ trañas, habíalos devorado lentam ente h a c ié n ­ doles sentir todos los torm entos de la agonía. E n cuanto á la oposicion parlam e ntaria, no la habia él disuello en los arlificios de su p o ­ lític a 6 con la influencirt de los vergonzosos argum entos sacados del presupuesto? N o se h a b ia servido de sus gefes, como en los teatros al aire lib re , gobierna ei titirite ro sus íiguras? Gn ñ n , se nos recordaban las tentativas furiu* sas del fanatismo que habian tenido tun mal écsilo como h s combinaciones políticas de los partidos. Siete veces algunos asesinos habían dirigido contra otras tantas una él sus mortíferas armas, y mano invisible había des­ viado la bala. Se quería que reconociéramos en este indicio tan evidente y tantas veces repetido la manifestación infalible de un de­ creto de la Providencia, y nos decían: « In ccHnaos, y renunciad á una oposicion Inútil á ese hombre le proteje el cíelo.» E n vano respondíamos, al par que detestábamos tan criminales tentativas, que no debían sondearse los decretos de la Providencia y juzgarse sus designios, antes que hubiera acabado esa vida tan asombrosamente prolongada. E n vano de­ cíamos: «Aguardad lo porvenir, ¿quién sabe sí ese hombre no está reservado á la ju s­ ticia de Dios?» Llegó finalmente un dia en que el secreto de lo alto com entó á traslucirse. Aquella pros­ peridad, hbsta entonces inalterable, se des­ m intió; la estrella de Luís Felipe de Orleans, se cubrió de una niebla de luto, y un hués­ ped desconocido, la desgracia, tocó á la puerta del rey de los franceses. La esperanza de sn dinastía, el p rim o génito de su casa, aquel h ijo á quien habia educado para re in ar, habia caido de su coche y se habia roto la cabeia en el cam ino de la R e b e lión , en u n instante habia pasado de la vida m u e rte estraña; com o la a! sepulcro. Esta de esos príncipes que heridos p o r m ono invisible, vemos caer de sus carros en las relaciones bíblicas, llenó de pasmo á todo el m u n d o . C om padecim os á su fam ilia, y no es hoy cuando lia caido de la cum bre de su grandeza en el destierro, cuando desmentiremos este testim onio de com ­ pasion. A l m ira r segada en su flor aquella vida llena de dias, q u é corazon hubiera sido insensible? N o para la para tenemos dos lenguajes, uno prosperidad de los príncipes, y otro su adversidad. Com padecim os pues é aquel príncipe arrebatado tan presto p o r una m u e rte tan singular é im prevista; le com pa­ decimos, pero al m ism o tie m p o , al ver 6 L u is F elipe de Orleans tan cruelm eiite h e ­ rid o en su heredero, en el ú n ic o de sus hijos cuya m uerte podia ser u n peligro para su dinastía, nos preguntam os si n o habla en ello u n secreto designio de la P rovidencia q u e no pierde sus golpes, j y aguardamos mas mas ver pasar ia justicia de Dios. ¿Qué pensáis de ello ahora? Eramos ciegos ó previsores? Nuestra respetuosa fe en la Pro­ videncia, era una superstición insensata ó una creencia razonable? A la hora en que ha­ blamos, se descubre todo el órden de los de­ signios providenciales, se ve que es lo que debe pensarse de esas prosperidades efimera® que deslumbraban los ojos. Hoy se comprende porque esa vida fue tanto tiempo y tan maravillosamente preserva­ da y á que prueba final estaba reservada. Se esplica esa tan larga ancianidad perpetuán­ dose por un designio <lel cielo, en p re ­ sencia de aquella tan presto arrebatada. Todo se esclarece, los enigmas se esplícan por sí mismo, los caracteres oscuros se ilum inan, el libro de los siete sellos queda abierto, y los geroglíficos revelan á la vista asom­ brada los secretos que contenían en sus misteriosos emblemas. A h ! hoy sabemos porque el vino embriagador de la prosperidad fue tanto tiempo vertido en esa copa llena de alucinaciones la familia y prestigios, que el de Orleans llevaba sin gefe de cesar á SUS labios. Las mallas de la red que el eterno cazador habia tendido bajo los piés de su presa, en aquellas sendas floridas, son ya visibles para todos. De qué le ha servido esa tnn numerosa descendencia? De qué le han servido esas bastillas tan sólidamente cons-truidas, esos cañones de que tan arrogante se mostraba, y su fortuna inmensa, y ese presupuesto con que hubiera com prado un m u n do , y esa mayoría venal que le entre­ gaba nuestra gloria, nuestros intereses y nues­ tras libertades? De qué le han servido su as­ tucia y sus tan celebrados ardides, cuando ha llegado el dia de las iras celestes; y cuando se ha levantado el pueblo, este cazador ter­ rible; qué se ha hecho esa zorra que había creído escapar siempre á la persecución, confundiendo sus huellas y paseando su po> ütína subterránea A l previsor le han de terruño en terruño? cogido desprevenido, el gran m aquínador de emboscadas ha caido en su propio lazo; la fama de diez y seis años (K> habilidad se ha desvanecido en un m o ­ m ento, como esos globos hinchados de aire que basta para reducir á nada la picadura de un alfíler. E n ese día de sorpresas, se ha visto á ios jóvenes tem blar y desfallecer como los ancianos, y á con el ventud, los ancianos obrar a tu rd im ie n to y tem eridad y cuando esa fam ilia tan bien arraigada en el suelo de la j u ­ que üe parecía Francia* ha sido arrancada por el huracan popular, un m ism o g rito ha salido de la conciencia de todos: «D e ja d pasar la justicia de D ios.» S í, es jnsticia. E l hijo sufre u n tratam iento ' análogo sino igual al de s u ^ a d r e . había hecho se ie hace. Cuida por Lo que caida, destronam iento por destronam iento, destierro por destierro. Espulsó á sus mayores, se le espulsa. In g rato con la raza de Luis X I V y con la F ra n c ia , no encuentra sino in g ra titu d . E l ejército revolucionarlo que há diez y ocho años envió á R a m b o u ille t contra Cárlos X , aparece de nuevo devastando el P alais- R oyal, y N e u illi. Hemos oido a los pregoneros p ú ­ blicos an un ciar su vida, entre dos injurias, bajo esa m ism a galería del P alais- R oyal, en que habla dejado contra la h ija vociferar iiifunies injurias de Luis X V I y el venerable arzobispo de Paris. A n cian o , os com padecem os, porque fio se cerrarán vuestros ojos en nuestra am ada tierra — la o — de Francia; pero decid, ¿habéis perm itido vos quo la contemplaran por últim a vez antes de cerrarle á la luz, los ojos dcl anciano rey que tanto os habia amado? A nciano, os com ­ padecemos, porque radas reposarán en vuestras cenizas dester­ tierra estranjera; pero por q u é , sino por haberlo vos querido, las cenizas de Cárlos X descansan en tierra lejana, en la bóveda de los Franciscanos de Goritz? A nciano, os (^m paderem os, porque vuestro n ie to , nifio inocente, ha sido arrebatado en vuestro naufragio; pero tuvisteis vos piedad de la niñez de E nrique de Borbon, de este tierno y glorioso hijo del desgraciado duque de Berry? A nciano, os compadecemos, porque antes de que reclinarais la cabeza sobre la aknohada de piedra en que se duerme hasta el últim o dispertar, se deslizó la corona de vuestra frente, y moriréis raido y destronado; pero esa corona usurpada, ¿no la había to ­ mado vuestra mano de una cabeza de cabellos blancos? No insultaremos vuestra caida, que en su pedestal gustamos de atacar las esta-tuas. Pero á vísta de tan maravillosos acon­ tecimientos, que harían ver al ciego y creer al aleo, á vista de la increible ru in a de esa casa de Orleans, cuya am bición ha tanto mal á hecho la Francia, lleno el corazon de un terror religioso, rolveremos los ojos hácia e) sublime oratorio donde la hija de Luis X V I , á quien habia Dios guardado para ser tes­ tigo de esta inmensa reparación, levanta al cielo sus piadosas manos implorando el perdón de lo al^o sobre el destierro de los que la han desterrado, y á ejemplo suyo, sin cólera y sin odio, repetiremos esta grave y me­ lancólica sentencia; «Dejad pasar la justicia de Dios!» It- f •-.fl t I 4 . i5 rcM m 'ÎÂ Ä " - ! “ «N M «, «tu it o IN T E L E C T U A L • ' ' . :. . . V t/i ■')< .•■■■.■•'. •• • • :V--.> * :-.v r f , K. ;;v'v c. •- í :’ •......,v' : . ■.VV. V ■ •................ ... ' / r.v.j A*' • •*' ,» *'t* *4 < i, • .‘.A ^ . 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