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escrita en francés
por Mr. Alfredo Settenieat,
y iradìicida en castellam
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imp. y lii. de José nareíU.
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Esta obra es propiedad del
editor, quien perseguirá onte la
ley todos los ejemplares que
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p o r J U . 3 -Ifr fÍ ío t líU fm e n l,
y Uaducida en csstellaDO
POR
DON VIGENTE H lQ ie i Y FLORES.
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D ic ie m b r e d e 1848.
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Ha SfliiM aD iü
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VIDA
DE
LUIS FELIPE DE ORLEANS.
vida de Luis Felipe de Orteans está po­
liticamente acabada; el hom bre vive todavía,
el personaje histórico ha dejado de ecsístir.
Llegado es pues ei momento de contar esa
ecsistencia, que atravesó tan varia fortuna,
tocó á tantas situaciones, contuvo tantas pe­
ripecias y term inó por una catástrofe que no
tiene par cu la historia.
A l contar esa vida, nos abstendremos d d
vituperio y ia alabanza; que esta fuera im ­
posible y aquel semejara á un acto de rencor.
Desempeñaremos el papel de simples relatores
lúslóricos que analizan los legajos de un pro­
ceso y ordenan los documentos y compro­
bantes. Para dar una prenda mus segura de
nuestra im parcialidad, consultaremos con pre­
ferencia los documentos auténticos y las obras
de los que han escrito en tiempo de la res­
tauración y en el reinado del mismo Luis
Felipe. La verdad es una é los ojos de! his­
toriador concienzndo, y debe hablarse de un
principe, el día siguente á su caída, como
se hubiera hablado la vlüpera.
E l 6 de O clubre de 1773,
n a d a , en el
Palais-Boyal, un niño á quien llamaron d u ­
que de Yalois. Puede decirse que su entrada
en el m undo fue señalada con una gran mues­
tra de benevolencia de la rama prim ogénita
para con la segundu. £1 delfin, que en breve
debía llamarse Luis X V I , y María A ntonieta,
que era deiflna á la sazón, respondieron á
Dios de aquel niño y le presentaron á la iglesia.
La educación de Luis Felipe, que vino ú
ser duque de Cliartres, el día que m u rió su
abuelo, no fue conüada á un hom bre, sino
á una m ujer; tuvo por ayo á madama Genlis.
Esta m ujer autor, de una imaginación viva,
pero de una razón
m ucho menos notable,
hizo sucesivamente, de aquella educación de
piíncípe, un idilio, una pastoral, un melodra­
ma y un romance. Representó una comedía
consumada respecto de sus discípulos y m u ­
chas veces con ellos; para ellos escribió su
novela de Adela y Teodora. La virtuosa madre
de Luis Felipe, sobre los demas motivos de
queja que tenia contra madama Genlis, ayo
singular á quien todo Paris señalaba como
la querida del duque de Orleans, no podía
perdonarle esa educación teatral que
daba
á sus hijos. Temía los inconvenientes que po­
dría tener un sistema semejante, destruyendo
esa flor de franqueza é ingenuidad que es
para el alma lo que el agua para los frutos,
y sustituyendo con sentimientos artíQciales los
afectos de la naturaleza. Sí entraba en con­
valecencia de^^pucs de una grave enfermedad,
en vez de traerle sus hijos y su hija, é los
que hubiera abierto sus brazos con tanta ale­
gría y tan viva y profunda ternura maternal,
se componía, para la circunstancia, una églo­
ga sentimental en que se les repartían los
papeles. Su am or para con su madre no debía
espresarse sino á una señal dada, y al haber
llegado al sitio de la escena, es decir á un
bosquecillo dispuesto para la égloga que había
imaginado madama Gcnlis, la m ujer mas sen'
tim ental y la menos sensible de Francia. «A llí,
dicen las Memorias de madama Genlis, se en­
contraban la señorita de Orleans, puesta la
m ano sobre el corazon y con los ojos levan­
tados al cielo, y el duque de Ghartres, a r­
rodillado en la actitud del enternecimiento,
y teniendo en la mano un buril con que pa­
rece terminaba, sobre un pedestal do se a l­
zaba una estatua, la inscripción siguiente: A
la gratitud.-» Asi es como madama de Genlls
lo reduela todo á comedia, todo,
hasta
la
piedad fíllal.
Esta m ujer, á quien M irabcau pudo acusar
de ser su querida, form ó la educación de Luis
Felipe. Esta pupila del hacendista La Popeliniere, intriganta desde la niñez, cómica antes
de la edad y que juntab a
á todas las fla­
quezas de su secso todas las pretensiones del
nuestro; que escribía libros de piedad y nove­
las infames; que se vestía como hombre; (cirajan o ,
anatómico) vivia como un sollastre,
y moraba en el Palais Koyal, á pesar de la
duquesa de Orleans, era al mismo tiem po la
manceba del padre y la preceptor» de los hijos.
De la moralidad de tal mae:»tra, podrá formarse
una idea por )a siguiente anécdota, que
trae la Biografía universal: (1) «Madama de
Genlis, ai visitar ei palacio de Anet con sus
disdpulos Luis Felipe de Orléans y su iiermana Adelaida, se detuvo ante el monumento
de Diana de Poitiers, y mirando a) joven prín­
cipe de un modo bastante significativo, no se
avergonzó de decir: Ah\ cuán dichosa fué en
haber sido la querida del padre y del hijol»
£ n cuanto á las tendencias políticas de sus
enseñanzas, madama de Genlis^ las relevo al
público en mas de una obra; procuraba ha­
lagar las ideas revolucionarias que comenza­
ban á prevalecer, é inoculaba á sus alumnos
las nuevas doctrinas.
Cuando In^ idoa;t produjeron acontecimien­
tos, las lecciones de madami de Genlis se
hicieron mas positivas y directas. Hallábase
en San Lue en compañía de sus discípulos
en el momento de caer la Bastilla, y los trajo
al punto á París queriendo que presenciasen
los festejos que anunciaban la cuida de la
monarquía. Llevó pues al joven Luis Felipe,
á su hermana y hermanos al terraplén del
jardin de Beaumarchais para que contem(1)
Arliculo Genlis.
— iO—
piaran aquel especláculo; y como si esto aun
no bastara, como al (ín de aquel mismo d¡u,
algunas
mujeres ébrías hubiesen comenzado
en el jardin de las Tullerias un frenético baile,
escitó á Luis Felipe y á su hermana á que
lomaran parte en las danzas de aquellas fu­
rias. ( i ) Mas adelante, cuando estalló el m o­
vimiento del 5
y 6
de O ctubre, madama
Genlis quiso d a r á Luís Felipe y á la señorita
Adelaida, el espectáculo de la salida amena­
zadora
del ejército revolucionario y de su
vuelta, cuando trajo á París al rey prisionero,
llevando delante, si, trozos ensangrentados de
carne
hum ana
y cabezas cortadas á modo
de banderas. M r. de Clermont-Gallerande ha
consignado este hecho en sus Memorias: « M a ­
dama de Genlís, dice, se hallaba en sus alumnos
en la azotea de la casa de Passy que ocupa­
ban, para ver pasar á los que iban á Vorsalles el 5 de O ctubre. Allí estaba tam bién
el día en que el desgraciado Luis X V I se
dirigió á la casa de A yuntam iento. E n aquella
azotea se hablaba del modo mas ofensivo contra
la reina
y la princesa
de Lamballe.»
Tal fue la educación que díó á sus hijos
(1)
Arliculo Genlis.
—i l —
el duque de Orleans. Del mismo Luis Felipe
tomaremos la espresion de las ideas que rei­
naban en su inteligencia y de los sentimientos
que animaban su corazon en los años que
siguieron al primero de la revolución.
En su Diario, con fecha del 10 de 1790,
escribía estas líneas que parecen de circuns­
tancia hoy día: (1) «Esta noclic hemos asis­
tido á la representación de Bruto. Se han
hecho muchas alusiones cuando Bruto dice:
«O Diosl dadme la muerte antes que ser
esclavo.»
«Toda la sala ha resonado cotí aplausos y
bravos; todos los sombreros en el aire: erto
era soberbio. Otro verso acababa con estas
palabras:
« ..........ser libre y sin rey.»
ha sido también cubierto de aplausos.»
Y
continuaba el 2o de Noviembre: «Despues
de comer, he estado en el club de los Ja­
cobinos, y he sido el primer concurrente.»
£1 5 de Enero de 1792, añadía: «A las cinco
y media hemos ¡do á la Comedia-francesa,
donde se representaba por primera vez el
(i) Diario de Luis Felipe escrilo por
mismo.
Despotismo derrocado, de M . H arny. Es la
revolución eii acción, la loma de la Bastilla.
Esta pieza ha tenido el mayor écsito. H e es­
tado en casa del autor y le he manifestado,
lo mejor que he podido, el placer que rae
lia
causado su pieza.:» .Un mes antes, el 3
de Diciem bre, escribía:
«He pedido qae se
fijase á los 18 años la edad requerida para
la admisión
en los
Jacobinos:
se ha des­
echado mi enmienda. Ue dicho entonces que
tenia en ella interés, que mi hermano de­
seaba con ansia
que
et)trar eu esta sociedad y
eso le, alejaba m ucho. M r. Collot-de-
Üerbois me ha dicho que eso nada im portaría:
que cuando se ,liabia recibido una educación
semejante, se estaba en el caso de las escepcioncs. Le he dado gracias por ello y me he
m archado.» C o t fecha del 18 de Ju n io de
1792, se lee en el mismo Diario, esta frase:
«Ha vetíidü. la música del regimiento,
seguida
ha
tocado
irá,
y en
sin pedirlo yo.
Les he dado dos luises.»
El 8 de Agosto do 1792, partió Luis Fe­
lipe para el ejército que se reunia
lencienes; asistió á
en -Ya-
las batallas de Jemapes
y
de Valmy, con el nombre del general Luís
Felipe Igualdad, que llevaba desde que su pa­
dre habla renunciado al de sus mayores. Es­
taba á las órdenes del general en g«fe Dumouviez, á quien no debe creerse, según Mr.
Thiers, cuando niega el proyecto que se ie
atribuyó de haber trabajado para colocar en
el trono la casa de Orleans. El joven Luis
Felipe, continuó, por algún tiempo, manifes­
tando las mismas opiniones y profesando los
mismos principios, hasta decir á unos dra­
gones que le habían ofrecido una silla, cumo
señal de distinción, que preferiría comerla á
sentarse en ella (1).
Esta antipatia, contra el tròno duró poco.
Luis Felipe entró en la conspiración de
Dumouviez, cuyo objeto era asegurarle la
eorona de Francia con ausilio de los Aus­
tríacos. Mr. de Lamartine caracteriza de este
modo, en sus Girondinos la conducta de los
confederados de Ath, entre quienes estaba
el duque de Orleans.
«Despues de la derrota de Lovaina, se veríGcó la última y fatal conferencia en Ath en­
tre el corone! Malí y Dumouviez, hallándose
(1)
Eslracto del Diario de Luis Felipe, escrito por
él mismo.
presentes el
M ontjoíe
duque
de Gliartres, el coronef
y e) general Valence. E ra todo ei
partido de Orleans en el ejército, qne asistía
por medio de sus mas altos cuudillosT a] aclo
que
debia echar abajo la república, y por
mano del pueblo y de los soldados poner )a
corona constitucional, en la frente de an p rín ­
cipe de esa casa. Dumouviez olvidaba que una
corona recogida en la defección, en medio
de una derrota, sostenida de una parte por
ios Austríacos, y de utra por un general tra i­
dor á la patria, nunca podría sostenerse en
la frente de un rey. Mientras que D u m o u ­
viez marcharía sobre París para derribar la
constitución, los Austriacos debían adelantarse
como aiisiliares
por el territorio francés, y
tom ar como prenda á Condé. Tal era aquel
tratado secreto en que la demencia competía
con la sedición, Dum ouviez, que pensaba pa­
sar el R ubicon y tenia siempre ¿ la vista el
papel de César, olvidaba que César no habia traído los Galos á R o m a.
Hacer tomar
partido á su ejército en una de las faccio­
nes que dividían la república, despues de ha>
ber vencido al estranjero y asegurado las fron­
teras, marchar sobre Paris y apoderarse de
- is ­
la dictadura, era uno de esos atentados polí­
ticos que la libertad no perdona, pero que
el triunfo y la gloria escusan alguna vez en
tiempos de apuro. Pero entregar su ejército,
abrir sus plazas fuertes al imperio, guiar él
mismo contra su país las legiones enemigas que
la patria le había encargado combatiera, im­
poner un gobierno á su pais con ayuda del
estranjero, eso era un delito mil veces mayor
que la de los emigrados, porque estos no
eran sino trasfugos, y los confederados de
Ath eran traidores (l).»
Sabido es como terminó aquella conspi>
ración. La convención envió comisarios para
prender á Dumouviezen medio de su ejército;
Dumouviez los hizo prender á ellos por medio
de sus huíanos, y se refugió al campo de
' los Austríacos á quienes les entregó. £1 duque
de Orleans se pasó al enemigo en compañía
de Dumouviez.
Una vez fuera, Luis Felipe de Orleans mudó
de conducta, y á poco de principios. Despues de un viaje á Suiza, donde enseñó ma­
temáticas en el pueblecito de Reichenau, y
un viaje al Norte de los Estados Unidos, volvió
(1)
Los Girondinos, tomo 5.
á Europa, y trató de recoriciliarse con la rama
prim ogénita. «E l duque de Orleaiis, dice M r.
Sarrans (1), hizo por espacii) 'le quince años
cuanto es humanamente posible hacer para
alcanzar
el perdón de los que S. A . S. lla­
maba eslravios de su juventud. Inform ado por
su m adre, de que el corazon de Luis X V I I I
no era insensible al arrepentimiento de su p ri­
m o, el duque de Orleans no había titubeado
en alejarse de una familia americana que le
había cuidado en su desgracia, y en cuyo seno
iba el himeneo á estrechar los vínculos de
la hospitalidad y del agradecimiento. Vuelto
á E u ro p a, perdonado por su familia y ad m i­
tido por 2000 libras esterlinas en la repartición
de los socorros que concedía la Gran-Bretaña
á la magestad destronada;
el duque de O r­
leans se esforzó en probar la verdad de sus
pesares y de su arrepentimiento. Desde aquel
instante hízose tan ardiente su conversión á
las doctrinas de la legitimidad como habla
sido apasionado su amor á las ideas revolu­
cionarlas. Arrepentirse altamente, pareció que
era para él una necesidad de cada dia. Ar(2)
Luis Felipe y la Conlrarevolucion de 1830, tí­
tulo t.®, página 101.
repintióse en la catedral de Palerm o, donde,
al recibir la mano de una princesa napoli­
tana, ju r6
fe y homenaje á
lucion; arrepintióse
la conlrarevo-
en 1806, en
Londres,
aceptando con jú b ilo ia oferta de un mando
en los ejércitos del rey de Suecia, que ha­
bla firm ado, el 5 de O ctubre, un tratado con
Inglaterra y tenia su cuartel general en Limburgo; arrepintióse en Cádiz, solicitando un
mando contra los veteranos de Jemapes y de
Valm y; arrepintióse en Tarragona, firmando
una
proclama que llamaba á ios soldados de
la bandera tricolor ¿ reunirse bajo el estan­
darte de las lises; finalmente, en todo tiem ­
po y lugar, ora con retractaciones, ora con
obras, espresó S. A . S. el profundo arre­
pentim iento que sentia por el delirio revolu­
cionario
que
le habia
subyugado
hasta
el
punto de hacerle firmar una carta Luis Felipe
Ig u a ld a d , principe francés por su desgracia, y
Jacobino hasta los tuétanos.»
Es justo recordar que M r . Sarrans, que ha
escrito este resumen de los arrepentimientos
del Sr. duque de Orleans, pertenece al par­
tido de la estrema izquierda. Para no dejar
á un lado ninguna escuela histórica y
2
po-
ner todos los documentos á vísta de los lectores,
citaremos á u n historiador moderado despues
de u n historiador demócrata, á M r. Cape6gue
despues de M r. Sarrans. <(La
89,
dice M r. Gapeíigue,
revolución de
habla
reducido al
duque de Orleans á la situación mas deplo­
rable. Obligado á emigrar para evitar la suerte
de
su
padre,
se víó
forzado
á dar lec­
ciones públicas en Suiza. Desechado por la
revolución, lo era igualmente por la familia
de los reyes. Cuando cansado de sus desgra­
cias, quiso volver á ella, se dirigió á Cárlos
X , y este príncipe, olvidando los crímenes
de Felipe Igualdad,
tercer
le recibió como
hijo: E l juram ento
á un
de fidelidad que
L u is Felipe se apresuró en prestar á Luis
X V IIl
le abrió las córtes de la E u ro p a . A
este prim er beneficio debió un retiro feliz en
Sicilia, y poco despues la m ano de la p rin ­
cesa Am elia y un principio de fortuna in ­
dependíente.»
Despues de las relaciones históricas vienen
los documentos.
El
23 de abril de 1803,
habiendo el duque de Orleans recibido co­
pia de la protesta de Luís X V I I I
en
favor
de los derechos de los Borbones á la corona
de Francia, firm ó como prim er príncipe de
la sangre;
loda
la adhesión siguiente, suscrita por
la familia real:
«Nos, los príncipes infraescritos, h e rm an o ,
sobrino y primos de S. M . Luis X V I I I , rey
de Francia
y de Navarra,
«Penetrados
de
los mismos
sentimientos
de que nuestro soberano rey y señor se m ues­
tra tan gloriosamente anim ado en su noble
respuesta á la proposicion que se le ha hecho
de renunciar al trono de Francia y ecsigir
de todos los principes de su casa la renuncia
á sus Derechos Imprescriptibles de
sucesión
á ese mismo trono, declaramos;
«Que no pudiendo nuestra fidelidad á nues­
tros
deberes y é
nuestro honor p erm itirnos
jamas transigir en punto á Nueslros Derechos,
nos adherimos de corazon y de
alma á la
respuesta de nuestro rey;
«Que h su ilustre ejemplo
taremos jamas al m enor paso
no nos pres­
que pudiera
envilecer la casa de Borbon, n i faltarla á lo
que se debe á sí misma^ A Sus Antepasados,
A Sus Descendientes;
« Y que si el injusto empleo de una fuerza
mayor
lógrate
(lo
que Dios
no
p e rm ita!)
colocar de Hecho y nunca de Derecho sobre
el trono de Francia á O tro Cualquiera Q ue
Nuestro Rey L egítim o, seguiremos con tanta
constancia como fidelidad, la voz del honor
que nos prescribe apelar hasta nuestro últim o
suspiro, á Dios, á los franceses y á nuestra
espada.
«W asted-H ouse 23 de A bril de 1803.
«Luis F e l i p e
El
7
de
de
M ayo’ de
O r l e a n s , & .»
1810,
adhesión á los principios
daba
nueva
de la legitim idad
por ipedlo de la siguiente carta dirigida á
las Córte« de Cádiz que representaban á F e r­
nando V II:
«A l aceptar el honroso encargo de com ­
batir con los ejércitos españoles, no solo c u m ­
plo con lo que m i honor y m i inclinación
m e dictan, sino que me conformo á los de­
seos de sus Magestades
Sicilianas y de
príncipes
tan eminentemente
mis cuñados,
los
interesados en los triunfos de la España con­
tra el tirano que ha querido rol)ar todos sus
derechos á la augusta casa de que tengo la
honra de ser descendiente.
—21—
«Tiempo es en verdad de que la gloría
de los Borbones deje de ser un vano recuerdo
para los pueblos á quien tantas veces con­
dujeron á la victoria...... Dichoso yo si mis
débiles esfuerzos pueden contribuir á levantar
y sostener los tronos derrocados por el usurpador^ á mantener la independencia y los
derechos de los pueblos que há ya tanto tiem­
po que conculca! Y aun dichoso también sí
sucumbo¡cn tan noble lucha, pues habré ad­
quirido, como Y- M. tiene á bien decirme,
la satisfacción de haber podido llenar mis de­
beres y mostrarme digno de mis mayores.
«....L a España recobrará á su rey, sos­
tendrá sus altares y el trono: y Dios me­
diante, tendré el honor de acompañar á los
Españoles victoriosos, cuando, por su noble
ejemplo y su ayuda, sus vecinos les recibi­
rán en su país.
Luis F e l ip e
de
O rleans.
«Palermo 7 de Mayo de 1810 (1).»
Aquí deben colocarse algunos pasajes de
las célebres cartas cuyos originales fueron ven(1) Historiadela Restauración,por hir. Lubis,tomo
1.® páginas 376 y 377.
didos por la Contemporánea á u n viajero fran­
cés que los ha publicado en muchos perió­
dicos sin que la magistratura de Luis Felipe
se haya atrevido á negar su autenticidad.
«M i carícle me espera en el camino
H am pto n- C ount,
de
y debo estar alíi sentado
otra vez en el mes de J u n io , pues de lo con­
trario, pierdo en el mes de J u n io , m i sueldo
y la protección de la Inglaterra, que no estoy
dispuesto en manera alguna á abandonar.
«Parece que Soult se encuentra en una po­
sición desagradable, y está acosado por la R o ­
mana y el general Craddreá. Espero que van
á ser destruidos en E spaña.
«L a responsabilidadno es de temer sino cuando
no se triunfa.
«H ay en España ejércitos franceses, que van
á encontrarse, asi al menos lo espero, en po­
siciones desastrosas.
«C uando siento; cuando veo, cuando toco
con el dedo y con la vbta todo lo que yo
podria hacer si se entendieran conm igo, y sí
no se afectaran querer siempre tenerme bajo
llave en H am pton- C ount ó en T w ichenham ,
m í rara posicion presenta, ó mi parecer, al­
gunas ventajas, que puedo tal vez ecsajerarme,
pero de que en mi sentir, pudiera sacarse
partido, que es todo lo que pido. Soy
príncipe francés, y sin embargo soy ingles^
primeramente por necesidad, porque nadie
sabe mejor que yo, que ia Inglaterra es la
única potencia que quiera y pueda prote­
germe; lo soy por principio, por opinion y
por todos mis hábitos, y sin embargo no soy
ingles á los ojos de los estranjeros, cuando
me escuchan no es con la misma prevención
que cuando les habla un ministro y un ge­
neral ingles. Pudiera, pues, en muchos casos
establecer esa conciliación y buena inteligencia
cuya falta ha trabado con frecuencia y aun
hecho abortar las empresas del gobierno
ingles.»
Citemos todavía algunas cartas en que se
reflejan los sentimientos del duque de Orleans
en aquella época.
En 1804 escribía al obispo de Landaff
despues de ia muerte del duque de Enghien:
«El usurpador corso nunca estará tranquilo,
mientras no haya borrado á toda nues­
tra familia del número de los vivos. Esto me
hace sentir mas vivamente que antes, aunque
esto apenas sea posible, el beneficio de la
protección generosa que nos concede vuestra
m agnánim a nación; he dejado tan presto 4
m i patria que apenas tengo ios hábitos de
u n francés, y puedo decir con verdad, que
soy adicto á Inglaterra, no solo por g ratitud,
sino por gusto é inclinación. Lo digo
con
toda la sinceridad de m i alm a, ojalá no deje
yo nunca esta tierra hospitalaria!
E n fln, al principio de
(1
1814 (Febrero),
com o el duque de Orleans, residente en Palerm o,
no
recibiese carta
alguna
de
L u is
X V I I I escribía al rey en estos términos:
«S e í ^ o r ^
«Es posible que se prepare mejor porve­
n ir ,
que vuestra estrella se desprenda al fin
de las nieblas que la cubren; que se eclipse
á su vez la del mónslruo que agobia la F ra n ­
cia! C uán admirable es lo que pasa ahora!
Cuánto me alegro del Irm nfo de la coalicionl
Tiempo es de que se acabe la ruin a de la
revolución y de los revolucionariosl L o
que
siento en el alma es que el rey no me haya
autorizado, según m i deseo, para ir á pedir
servicio á
los soberanos;
en desagravio de
(t) l^lvotodc Luís Felipe está cumplido aclualmcDlc.
mis errores, quisiera contribuir con mi per­
sona á abrir al rey el camino de París; mis
votos á lo menos apresuran la caída de Bo­
naparte á quien aborrezco tanto como desprecio.
Quién nos ha hecho mas daño que él, asc>
sino de nuestro pobre primo ei duque de
Enghien, usurpador de vuestra corona que
mancha con sus crímenes? Quiera Dios que
esté prócsima su caida como lo pido al cielo
todos los días en mis^ oraciones.»
Taies fueron los sentimientos, estas las ideas,
esta la vida de Luis Felipe, desde 1794,hasta1814, es decir por espacio de 20 años. Siiiem
bargo todavía pudiéramos añadir otros porme­
nores. La primera vez que este príncipe tor­
nò á ver á Luis X V III, despues de su con­
versión à los principios monárquicos, fue pur
medio de la duquesa de Orleans, á quien
tenia el rey en grande estima. Quiso doblar
la rodilla espresando su arrepentimiento y sus
pesares, pero el rey lo levantó. Los emigrados
mas intolerantes que la familia Real, le liacian poca acogida; el duque de Berny le co­
gió el brazo en el teatro una noche, noche
que lodo el mundo huia de su lado, y dijo
en alta voz: «Hay alguno que tenga dere-
cho para
que
mostrarse mas delicado que el d u ­
de Bcrny?» E n fin, la intervención del
rey contribuyó
m ucho á alionar los dificul­
tades que se oponían á su m olrlm onlo con
la princesa A m elia. Puede decirse, que en
todo
este período de veinte anos, ei duque
de Orleans se condujo de tal modo que probó
á los mas Incrédulos que había repudiado to­
dos los principios de la revolución,
y que
los Borbones obraron con él de un m odo ca­
paz de convencerle que habían olvidado en­
teramente lo pasado y no se acordaban ya
sino de sus promesas de fidelidad con que
contaban.
Algunos meses despues de la últim a carta
del
duque de Orleans que hemos citado, so­
brevino
la Restauración.
A l punto deja el
duque á Palermo y llega ó París. Logra una
audiencia de Luís X V l l I , quien de una p lu ­
mada le vuelve el antiguo patrim onio de O r­
leans. «Cuondo volvieron á Francia los Borbo­
nes, dice M r. Capefigue (1 ), Luis X Y I I I no
solo
pagó las deudas que el duque de O r ­
leans habla contraido en el destierro,
que le volvió toda
(1)
la fortuna
Historia de la Restauración.
sino
de su padre.
Esto fue, de parle de los Borbones, un bene­
ficio puram ente gratuito, porque Felipe Ig u a l­
dad, abrum ado de deudas, había, por un tan­
teo vergonzoso, abandonado á sus acreedores
todos sus bienes que e! gobierno había res­
catado pagando sus deudas.»
M r. de Montesquieu ha contado la im pre­
sión profunda que
leans esta
causó al duque
Uberalidad
de O r­
verdaderamente real.
«Desde 1814, decía, creo que el duque de
Orleans
es muy adicto á la rama prim ogé­
nita. A cuérdom e, que cuando tuve el honor
de
tratar con el rey
Luis X V I I I el nego­
cio de los bienes de S. A . serenísima, con
qué espresíones no se esplicaba el duque con­
tra la revolución y contra lo que él llama­
ba sus estravíos de 1789 y 1792? El dia s i­
guiente le encontré en el gabinete de Luís
X V I I I , manifestando al rey toda su grati­
tud; su alteza real era de una emocion dífícij de esplicar. Y
con razón,
porque
se
trataba de la restitución de sus vastas pose­
siones.»
Llegaron
poco despues los Cíen Días, y el
duque de Orleans salió de Francia con la rama
prim ogénita. U n escritor á quien hemos ya
-ascitado (1) da cuenta en estos térm inos de
su conducta durante los Cíen Dias: «el duque
de Orleans dirigió al congreso de Verona dos
memorias en que csplicaba las causas que ha­
blan
producido la caida de la casa de Bor-
bon en
1789 y en 1814. Su alteza serení­
sima, pensando que su estrella podía brillar
todavía en medio de los embarazos de la época,
¿queria sugerir al congreso que
ella sabría
evitar el escollo en que Luis X V I I I acababa
de estrellarse? Problema es este cuya solucion
abandono á la perspicacia de mis
lectores.
Ello es que al saber Luis X V I I I el paso del
duque de Orleans, manifestó la mas viva in ­
d ig n a r o n , y envió inm ediatamente á la du­
quesa de A ngulem a, que acababa de llegar
¿ Londres, la orden de vigilar las empresas
del duque de Orleans en Londres, y com ­
batiera su influencia en el ànim o del regente,
que le m iraba con algún interés, recordando
las aristocráticas orgías en
que el príncipe
de Gales y el padre de su alteza serenísima
se habían sum ido en otro tiem po.»
Referimos estas conjeturas por lo que valen
(1) Luis Felipe y
Sarrans.
la Conlrarevnlucion por Mr.
y conviene á un
biógrafo prudente, repro­
ducir en
la
seguro
enérgica negativo
opuso el duque de Orleans
á
que
los rumores
desfavorables que corrian sobre el particular.
«Franceses, decia en una proclania con fecha
de 1816, pues que se quiere
mezclar m¡
nombre á votos culpables, m i honor me dicta
à la
faz de la E uropa entera una
protesta
solemne. E l principio de la legitim idad es hoy
dia la única garantía de paz en Francia y en
Europa; las revoluciones han hecho conocer
mejor su fuerza y su iroportancin. S í, fran­
ceses, yo me gloriaré de gobernaros, pero
solo cuando fuera tan desgraciado que la estinción de una rama ilustre hubiera señalado
m i lugar al trono. Franceses, hablo con al­
gunos hombres estraviados, volved en vosotros
mismos, y proclamaos súbditos de Luís X V I I I
y desús herederos naturales con uno de vues­
tros principes y conciudadanos.»
Preciso era que hubieran adquirido grande
autoridad los rumores que esta bella proclama
se proponía com batir, porque en 1816, Luis
X Y I I I no
quería consentir en que volviera
á Francia el duque de Orleans. Pero M on~
.símr, conde de Artois (mas adelante Carlos X )
se consUluyó Dador de su prim o, y consi­
g uió á viva fuerza que el rey consintiera en
su regreso.
Esle
hecho sirve de p unto de
partida á una línea de demarcación natural
entre la conducta que observaron con el d u ­
que
de Orleans el rey y los demas
m ie m ­
bros de la familia real.
Sin duda el rey Luis X V I I I no retiró el
perdón que había concedido á antiguos errores,
ni el magniúco don que habia hecho volviendo
al duque el antiguo patrim onio de Orleans,
descargado de las deudas conque estaba gravado
antes
de la revolución de 1789, dádiva que
tanta impresión había
según M r.
causado á S. A . S.
de M ontesquieu. Pero aq u í pa­
raron los favores que concedió al prim er p r ín ­
cipe de la sangre. E n vano dicen los histo­
riadores de aquella época (1) procuró el duque
de Orleans hacer convertir en ley de Estado
el Keal decreto: este, como resultado de un
acto puramente
voluntario, conservó el ca­
rácter esencialmente revocable con que Luis
X V l l I habia querido señalarle. E n vano tam ­
bién solicitó del rey el titulo de alteza
real.
(1) Véanse las historias de M. M. GapeQgue, Sar­
rans, Lubis, Luis Blanc, es decir de todos los partidos.
Alegábanse no obstante escelentes razones para
determinar al rey.
«En los desahogos de la
reconciliación, se llegaba,
dice M r . Sarrans
hasta insinuar, que gozando la duquesa
de
Orleans, del titu lo de alteza real, como hija
de rey, cifraría un justo orgullo en hallarse
también revestido con aquel titulo. Este nuevo
acto de beneíicencla debía probar á lodo el
m undo que mediaba un abismo entre el d u ­
que de Orleans y la revolución,
adelante no podia ya su alteza
y que
en
desenvainar
la espada sino en defensa de su legítim o so­
berano.
E n este sentido hablaba igualmente
la duquesa viuda de Orleans, princesa á quien
Luis X V I I I había siempre honrado con alta
estimación. Este favor, decía ella,
no seria
sino una prenda mas de la vuelta de su hijo
á
unos sentimientos, de que le habian des­
viado mal su grado.»
E l historiador moderado habla sobre este
punto de historia,com o el publicista demócrata,
y esplíca del mismo modo las negativas de Luis
X V I I I . «El anciano rey, dice M r . Capefigue
resistió á todas las solicitudes. <nYaeüá bastante
cerca del trono» decia á M r.
Montesquieu.
« F o me guardaré bien de acercarle mas.»
Asi las bondades que el rey Luis
X V III
mostraba al duque de Orleans iban mezcladas
con algunos recelos. Pero como ei conde de
A rtois, la duquesa de Berny y todos los p r ín ­
cipes no participaban
en manera alguna de
los recelos de Luis X V I I I , le acosaban en
sus instancias en favor del prim er príncipe
de la sangre. Apenas Monsieur hubo subido
al trono, con el nombre de Cárlos X ,
oyó
los votos que habia favorecido con todo su
valim iento, y quiso anunciar, con su
pro­
pia boca, al duque de Orleans, que le con­
cedía aquel título que tanto tiem po
y tan
ardientemente habia deseado. Ecsisleuna carta
de su alteza serenísima que espresa toda la
alegría que le causó este fav.or.
H é aquí esta carta, publicada por M r. Luis
Blanc en su historia titulada: H isloria de diez
años, está dirigida al duque de Borbon y lleva
la fecha de N euilli
á 21 de Setiembre de
1824:
«M e apresuro. Señor, ó comunicaros, que
habiéndom e hecho saber ayer tarde que me
presentara en palacio hoy al mediodía he lle­
gado momentos antes de que saliese para ir
á
misa.
Apenas m e
han introducido en su
gabinete, he comenzüdo dándole gracias por
sus bondedes, y he añadido que habíamos sido
especialmente sensibles á la que habia tenido
con nosotros anteayer. «Si, «ha replicado,
<ihe querido que asi fuese, porque juzgo que
debía ser, y justamente queria deciros que os
concedo á todos el titulo de alteza reaLi>
— El rey nos lo concede á todos, he re­
plicado titubeando.— «5í, ó todos, me ha d i­
cho, ftesto no está de acuerdo con nuestros
antiguos usos, pero juzgo que en el estado
actual de las cosas esto debe ser asi.n Luego
haciéndole yo la obsorvacion, que nunca ha­
bla yo concebido la distinción de fumiiia real
y de principes de la sangre, y que tampoco
comprendía que debiese haber er>tre nosotros
otra preeminencia y distinción qtie la de la
primogenitura y de la precedencia que de
ella mana* el rey me ha dicho que el di­
funto monarca habia tomado sobre lodo esto
una manía, un capricho que á él le había
sido muy sensible, pero que nosotros mas quo
una familia-, que no teiiiamos sino un ítilerés común, que el quena le miráftnws cowo
padre, y que estevj<if ficmpre bien unidos.
Nos proponemos ir muñona á Saint-Glüud,
3
entre once y m edia,
á dar gracias al rey
por su bondad en concedernos el titu lo de
alteza real.»
Este no era mas que el preludio de los fa­
vores de que Carlos X debía colmar al d u ­
que de Orleans. Y a hemos dicho que el deseo
mas ardiente de la nueva
alteza
el ver reemplazado por una
que le atribuía
real, era
ley. el decreto
los patrim onios de Orleans.
Cárlos X , que, según las palabras que reOerc
el duque
de Orleans,
quería que lodos los
principes de su casa le mirasen como á un
padre resolvió satisfacer tam bién aquel deseo.
F u e nece«erío usar de autoridad con una cá­
m ara que habia heredado los recelos de Luis
X V l l l contra la familia de Orleans. La m a­
yoría,
que
pertenecía á lu
ei articulo.
derecha,
«Cárlos X ,
que­
ria
desechar
dice
un
hom bre de aquel tiem po, influyó perso­
nalmente en los diputados y les pidió la adop­
ción de aquel artículo .» Para colmo de p r u ­
dencia, el rey habia hecho intercalar en la
iey
de su
propia lisia civil el artículo re­
ferente al p atrim onio, de manera que no po­
dia desecharse el uno sin desechar la otra,
y esto era lo cual llamaba M r. de
Labour-
(Jonaye, con una espresion viva y pintoresca:
«hiicer el contrabando en las carrozas del rey.»
Las desconGanzas de lu aduana realistas fueron
vencidas, y el contrabando pasó.
«No era sencilla la cuestión de la lista cl>
vil, dice un historiador moderado (1). Si se
hubiera tratado solamente de volar subsidios
respecto del rey y su familia, semejante
voto no podía sufrir grandes dificultades en
una cámara compuesta de tantos elementos
realistas; los sufragios debían arrebatarse por
entusiasmo. Pero el nuevo rey, tan benévolo
siempre para con la casa de Orleans, se ha­
bia comprometido con su primo, á hacer
sancionar su patrimonio por medio de una
ley. Toda la fortuna de S. A. K. descansa­
ba en un simple decreto. Luis X Y III le ha­
bia negado siempre esa alta independencia de
una propiedad irrevocable: el duque lo obtuvo
todo de Carlos X .»
Un historiador demócrata (2) confirma de
todo punto estos pormenores, y prosigue de
esta manera: «Ll rey hizo llamar á las Tullerias, á los diputados mas intratables, y les
(1)
(9)
Capefigue, Historia de la tiestauracion.
Hr. Sarrans, Luis Felipe y Ui Conti'arevolucion.
previno que le ofenderíon personalmente si
desechaban el arliculo
relativo
ol duque de
Orleans, y consideraría como un ataque para
con su fam ilia, todo el que, en In discusión
de la lista civil, se dirigiese contra los on>
lecedentes de un
príncipe c u ja
fidelidad y
adhesión no eran ya dudosas.»
«Desde aquella época, prosigue M r. Sarrans, cada dia
fue señalado por
un nuevo
beneficio á la ram a m enor. Los bienes pa­
trim oniales del duque de Orleans hablan sido
•incorporados al Estado legalmente, á lo menos
hasta completar la suma de 37, 740000 fran­
cos que este habia pagado á los acreedores
de su padre, á resultas del convenio que ce­
lebró con ellos el O de Enero de 1792, y que
m otivó el secuestro de todos sus bienes en
1793. Ahora bien, 6 esle secuestro, siguió
en el año X I . la revisión de los créditos y
el pago de su mayor parle, lo que sustituyó
el Estado
á los derechos de los acreedores.
Eslo no.obstante, á soliciUid de Cárlos X y
contra la voluntad de M r. de Yillele, el d u ­
que de Orleans fue recibido á la participa­
ción de diez y seis millones en la liquidación
de la
indemnidad concedida é los emigra-
dos por la
ley de 17 de A bril de 1825.»
Asi, ai titulo
de
alteza real, á los p atri­
monios asegurados por una
ley, deben tam ­
bién añadirse esos diez y seis millones a tri­
buidos,
indebidamente quizás,
al
duque de
Orleans por Cárlos X , en la indemnización!
Hay mas todavía, Cárlos X concedió el cordon azul al duque de Chartres, y nom bró á
este joven príncipe coronel del regimiento de
húsares cuyo nombre llevaba su padre. Con­
cedió asimismo el cordon
azul al duque de
Nemours apenas se halló en edad de recibir
esle fiivor insigne. «En fin» prosigue el his­
toriador
ya
citado, «la inmensa fortuna del
duque de Borbon era objeto de los deseos
del duque de Orleans. El duque de Borbon
la destinaba al de Burdeos y ó su iierm ana.
Cárlos X
consintió en
que
fuese ligada
á
uno de los hijos del duque de Orleans. La
delfina y M adam a contribuyeron á determ inar
al duque de Borbon; y cuando se h ubo term i­
nado este negocio, tan
im portante para Luis
Felipe, la duquesa de Berry que tenia mucho
afecto á sus tios, esclamó llena de alegría:« .4M
lanío mejorl esos Orleaiis son tan buenosl (\)»
(l)
Mr. Capcfigue, Historia de la Restauración.
Verdad es que el duque de Orleans habia
tenido en este negocio una aliada
en m adam a de Feucheres, la
un
poderosa
cual buscaba
protector de bastante tuflujo
cerla recibir t n la córte de do
para
ha­
habia sido
echada por Luis X V I U , y asegurarla el goce
de los enormes legados que obtenía de la de­
bilidad de un anciano. «Dejar la herencia de
los Condés, dice Luís Blanc (1), á una fa­
m ilia que los cní.’migos de la nobleza y del
trono habían tenido í¡ su cabeza, parecía al
antiguo gefe déla emigra -ion armada una p re ­
varicación y casi una im piedad. N o podia ha-<
bef olvidado, que u n Orleans, trasladando su
corte á una asamblea de regicidas, habia vota­
do la m uerte de Luís X V I , y que otro O r ­
leans habia combatido bajo las banderas de
Dum ouviez. Mas, por una p arle , cómo n e ­
gar sin
insulto lo que le stiponlan
con tan
gran deseo de dar? Y por otra, cómo arros­
trar los arrebatos de madama de Feucheres,
por cuya mediación
se
le daban anticipa­
damente las gracias?
Desde 1827,
m ediaban ya tratos sobre el
negocio entre la baronesa de Feucheres y la
(1)
Historia (te Dies años.
—asramilla de Orleans; porque la duquesa de este
nombre, despues de haber consultado & su
marido, cuyo estilo se reconoce en la siguiente
carta, respondía en estos términos á la oferta
de servicios que le habí» hecho la baronesa:
«Soy muy sensible, madcimn, á lo que me
decis de vuestra solicitud en lograr ese re­
sultado, y creed que si tengo la dicha de que
mi hijo llegue á ser hijo adoptivo, del du­
que de Borbon, hallareis en nosotros, en to­
dos tiempos y circunstancias, para vos y to­
dos lus vuestros, el apoyo que tenéis á bien
pedirme, y de que os es seguro garante la
gratitud de una madre (1}.»
Esta campaña de la sucesión se llevó ade­
lante con vigor y ocupó gran parte de los
dias del duque de Orleans durante los úl­
timos años de Iti restauración. £1 desgra­
ciado onriano de Saint-Leu resistía á las im­
periosas solicitaciones de madama Feucheres,
y mus de una vez el interior del último Condé
fue turbado con escenas violentas; preludios
de otra mas siniestra.— «M i muerte es lo único
que ella se propone» esclumaba en un acceso
(i) Carla citada por Mr. Luis Blanc en su //ísíoria de dies años.
de Jescsperaciot».
« O lro
dia, conlinúa Luis
Blanc, se propasó hasta el punto de decir á
M r. de Surval: Una vez que habrán logrado
lo que desean, mi vida
puede correr peli­
gros. E n la velada de! 29 de Agosto de 1829,
se hnllaiia
ei duque de Borbon en París, en
la sala de billar
dcl
palacio, cuando, desde
el sulon, que un simple pasillo separaba de
aquella sala, M r. de Snrval oyó gran ru id o
de voces. Le llam an,
acude y encuentra al
príncipe en un estado de cólera terrible. El
dolor contraía su rostro y sus ojos echaban
fuego. Esto es espantoso, esclamó el anciano
dirigiéndose á la baronesa de Feucheres, po­
nerme asi el cuchillo á la garganta p a ra h a­
cerme hacer
Y
mu
acto que sabéis me repugna.
cogiendo la mano de madama de F e u ­
cheres, añadió acompañando sus palabras con
un gesto espresivo: uPues bien, meted luego
al punto ese cuchillo, metedlo ( l ) . l »
Este era el ú ltim o fuego de una resisten­
cia que brillaba en el momento de apagarse.
H acia mucho tiempo que el duque de O r ­
leans habia encargado á M r. Ü upin preparase
un proyecto de testamento en favor del duque
(1)
Historia de D ies años.
de Aum ale, y este abogado le escribía en­
viándoselo: «H e procurado asegurar cum plidainenle. las nobles voluntades del duque do
Borbon, para que en ningún caso fueran ilu ­
sorias ni capaces de ser atacadas por terce­
ros dispuestos siempre en tales cosos á arm ar
pleitos; h !a disposición referente á la adop­
ción he juntado la de una institución formal
de heredero, que me ha parecido indispen­
sable para la solidez del acto entero (1). «Asi
todo estaba preparado, y al dia siguiente de
la escena arriba mencionada, es decir el 29
de Agosto de 1829, el duque de Borbon re ­
dactaba y Grmaba un testamento por el cual
instituía al duque de Aumule su
legatario
universal, y aseguraba á la baronesa, en tie r­
ras y en dinero, un legado como de diez m i­
llones. Por lo demas, el duque de Orleans
no se mostró ingrato con madama de Feucheres. Mantenía con ella una correspondencia
asidua y amigable, como lo muestra el si­
guiente billete, escrito
en B a ud au, con fe­
cha del 27 de O ctubre de
1829:
«Nuestro
A um alito ha estado un poco indispuesto« sin
(1) Biografia de los'Hombres del dia, por M. >j.
Saint— Edme y Sarrul.
que haya habido nunca moUvo para la m enor
inqu ietud .
Puede mirársele como recobrado
enteramente de su
á su
indisposición pasajera, y
vuelta, se hallará
en estado de ir á
ver á su buen padrino, cuando este tenga á
bien permitírselo. Recibid, señora, la segu­
ridad bien sincera de todo el afecto que sa­
béis os tengo, y con que espero contais para
siempre. La duquesa de Orleans y m i her­
m ana me encargan os salude afectuosamen­
te
(1).»
Si el duque de Orleans, se reconocía obli­
gado á
madama
de
Fcucheres,
en aquella
circunstancia, debia tam bién m ucho á !a rama
prim ogénita. E n
m adam a, duquesa
prim er lugar, solo cuando
de Berry se negó positi­
vamente á aceptar los ofrecimientos de la ba­
ronesa de Feucheres, se dirigió esta al duque
de Orleans.
«La
duquesa
de Berry,
dicen
los Sres. Sarrut y Saint-E dm e en la nota­
ble biografía que han consagrado á esta p rin ­
cesa, nu fue menos ú til á su tío , en cierta
circunstancia, por sus negativas, que lo habia
sido en otras ocasiones por sus demandas.
Una de las personas de la casa del duque de
(1) Historia de Diez añoí.
Borbon, se presentó un dia en casa de uno
de ios grandes empleados de la señora d u ­
quesa de Berry, y despues de muchas pre­
cauciones hizo caer la conversación sobre m a­
dama de Feucheres. Se le ha juzgado m al,
dijo aquello persona, se ha procedido con ella
muy rigorosamente. Este fracaso le ha cau­
sado una pesadumbre mortal. Si hubiera me­
dio de borrar aquel recuerdo, de hacer ad­
m itir de nuevo en la corte á la baronesa, y
Madama se dignase emplear en ello su in­
fluencia, n-.c atrevo á decir que darla mues­
tras á
un
mismo
tiem po de bondad y de
habilidad. E l señor duque de Borbon se halla
en una edad avanzada; el inl1 u } 0 que en él
tiene madama de Feucheres es mayor que
nunca, y la casa de
Condé
es rica,
como
sabéis.
El duque de Burdeos tiene ya su herencia
en la corona de F rancia, pero no sucede asi con
Mademoisclle.
Be«pondióse, que
en prim er
lugor, no habia la menor disposición á en­
cargarse de semejantes tratos,
y era ademas
seguroque el que de ellos se encargara sería muy
mal recibido. M adama la duquesa de Berry
á quien se refirió esta conversación, aquella
misma
noche, aprobó
lu respuesta,
y añadió que no queria oir hablar de seme­
jantes
C usas.
E n defecto s u jo , el emisario de
la barorie.su se dirigió al ditque de Orleans,
quien
recibió con ansia estas proposiciones,
y comenzó esa bella (‘am paña de la sucesión
t]iio term inó con el regreso á la corte de m a­
dama de Feucheres, y la conquista liel precioso
testamento que ha hecho pasar alduque de Aumale todos los bienes de la casa de Cundé (1 ).»
Ademas, S. A .
K . no podia olvidar que
todo el buen écsito de la negociación de­
pendía de la vuelta á la corte de la baronesa
de Feucheres,
y que Córlos X , deseoso de
asegurar á su muyq!»CFÍdo prim o la opulenta
sucesión de los Condes, había llegado hasta ha­
cer cierta violencia k las personas de su familia
que estaban poco dispuestas á recibir aquella
m ujer auda?. Asi la ram a prim ogénita que
había vuelto su Ululo al duque do Orleans,
que le habia abierto las corles de Europa res­
tituyéndole á su gracia en el destierro; que
habia favorecido su m atrim onio con la p rin ­
cesa Amelia de Ñapóles; que despues de la
restauración, le habla vuelto sus inmensos bie(1)
Citado por Luis IManc.
nes por medio de un decreto, olvidando en
su obsequio que pertenecinn
a! Eslado; que
hdbia pngado las deudas de su
padre; que
habla confirmado este benefìcio dándole el ca­
rácter de irrevocable por u n artículo Inter­
calado en la ley de la lista civil, para que
no le desechase la cámara realista de 1825;
que á esta beneficencia, mas benévola que
legal, habia añadido la de diez y seis m illo­
nes de indem nidad; que le habia dudo para
él y los suyos el titulo de
alteza
real tan
ardientemente deseado; en fin, la rama mayor
que tantas cosas habla hecho por el duque
deOrlean?, contribuía tam bién poderosamente
á hacer pasar á uno de sus hijos la rica su­
cesión de los Condes. Pasamos por alto otros
favores de toda especie: el duque de Nem ours
sacado de pila por madama la delfina; el cordón
azul, 1« órden del Sancti-Spirltus dado á esle
joven
príncipe, como lo habia sido ai d u ­
que de Chartres su hermano m ayor, asi como
el mando de un regim iento; la delicada so­
licitu d , con que el rey Cárlos X , cuando su
consagración, habla insistido ron M r. de La­
m artine, para que á este verso que disgustaba
vivamente al duque de Orleans:
El hijo lia redimido ciimenes de su padre,
suslituyera fiste otro verso:
E l hijo ha recobrado las arm as de su padre.
¿Q ué mas diremos? Hay necesidad de re­
cordar el ansia con que el rey
hizo
reco-
jer las Memorias de M a ria Stella, libelo d i­
rigido contra la legitim idad de la iiliacion del
duque do Orleans;
á su lio la
el carifio que profesaba
duquesa
de Berry, y los pro­
yectos de un m atrim onio entre el duque de
Chartres y Mademoiselle, proyectos lan caros
ni corazon de M adam a, y que colmaban los
votos de la familia de Orléans!
Puede con verdad decirse que en 1829 el
duque de Orleans era el hom bre mas
feliz
y el príncipe mas rico de toda E u ro p a . Esto
respondía Carlos X á algunos enemigos de su
alteza real que
«Conspirar!
le acusaban
de
conspirar:
decia el rey sonriéndose, es de­
masiado feliz para ello!» Sin embargo, véase
la pintura que hace un escritor progresista,
de los actos de su alteza real durante la res­
tauración. «El duque de Orleans, dice M r.
Sarrans, (1) agrupaba en su rededor, no solo
á los patriotas de 1789
(1)
y á los servidores
Luis Fel¡i>e y la Conlrarevolucion.
del im perio, sino tam bién ó todos ios hom>
bres algo notables que calan en desgracia de
la Restauración (1); exhumaba los recuerdos
hlslórlcos y decoraba sus salones con los colo­
res de Auslerlits y de Marengo; pedia á los
pinceles de Vernet las grandes escenas de la
revolución, recogia en su gabinete á los des­
contentos de todas épocas, hablaba sin cesar
de los acontecimientos con que se mezcla­
ba su nombre y se suscribía en favor de los
hijos del genera! Foy. E n los desahogos ín ­
timos con los gefes de la oposicion á quienes
recibia todavía mas aun en secreto
que en
público, atacaba severamente ia marcha de!
gobierno establecido. Entonces, se deploraba
en com ún las tentativas de la corle contra la
libertad hum ana y el principio de la revolu­
ción de 1789, se tocaban
con
el dedo los
siniestros proyectos de la contrarevoluclon.»
H é a h i, según las revelaciones de un es­
critor de la izquierda, cual era la conducta
del duque de Orleans con este partido! Mas
lo que se sabia y aun lo que se sospechaba
sobre el particular, en la corte, no era parle
»Iterar la conOanza que tenia Cárlos X
(1) (>omo Casimiro Üelavigue.
en
e! d u q u e
de Orleans, á cuya g ra titu d h&bia
q u e rid o darse tantos títu lo s. Ademas la con­
ducta de M onseñor en la corte, indicaba bien
que
en
no se habia obligado á un ingrato; véase
que
térm inos describe esa conducta
h isto riado r m oderado.
un
«G uando el d u q u e de
O rleans iba á la corte, dice este escritor (1 ),
todo eran
espresiones de lealtad. M onseñor,
penetrado profundam ente de los agasajos de
la ram a p rim o g én ita , se esforzaba en m a n i­
festar con vivas y numerosas dem ostraciones,
sus sentim ientos de afecto para con el rey.
C u an d o el d u q u e de O rleans venia á la corte
mostrábase profundam ente cortés para con el
ú ltim o oficial, ei ú ltim o de los guardias; des­
hacíase en gestos espresivos y testim onios de
sensibilidad.
E ra de ver su alteza en el b an ­
quete real; llevaba su m ano al corazon á cada
brindis que
se daba al rey,
á
m a d a m a , al
d u q u e de A n g ule m a; él m ism o , m uchas veces
en la com ida, esclamaba:
Viva el rey\ como
im pulsado de u n sentim iento poderoso y que
no podia aguardar
el m om ento
de la e ti­
q u e ta .»
(1)
Mr. Capeligue, Historia de la Restauración.
E n medio de unión lun estrecha cimen-^
tada por las bondades de la rama prím ogéhita y la gratitud tan llena
de efusión del
duque de Orleans, sobreviene la revolución.
K1 rey estaba lleno de confianza de su prim o,
ti
31 de Ju lio
de 1830, preguntando M r.
de Conny como era que en las circunstancias
terribles en que se hallaba la m onarquía, el
duque de Orleans no habia acudido á SaíntCloud, S. M .. respondió el rey: «le creo to ­
davía
en Saint Leu; pero mi prim o no ac­
cedería á las proposiciones que se le hicieran.
E l recuerdo de su padre está presente á su
pensamiento, su
hijo nos es fiel (1 ). Esta
convicción estaba tan hondamente arraigada
en el corazon
de Cárlos X , que un oficial
encargado por el duque de L uxem burgo de
despejar el camino de N e uilli, habiendo d i­
cho, á su vuelta, que habia notado un m o ­
vimiento
estraordinario en el parque y las
cercanías del palacio, y que si hubiese estado
autorizado,
le hubiera sido fácil apoderarse
del duque de Orleans, al oír Carlos X c^tas
últimas palabras, dijo a) oficial en tono se­
vero: «si tal hubierais hecho, lo hubiera des-
(i) Del porvenir de la f^anda, por Mi-. de Conny.
4
-oO—
aprobado altamente ( !) •»
ConQaba el rey en
tactos vínculos que debían u nir la causa de
Orleans á la suya! Acordábase de sus pro­
testas tan vivas y tan frecuentemente reite­
radas. N o era él quien recientemente aun en
D ieppe, respondía ú M adama la cual queria
hacerle subir á su estrado:
«nó, que
este
se parece m ucho á un trono (2)? No era el
tam bién, el
que en Ju lio de
1823 dirigia
estas notables palabras á m adam a de G ontaut:
«estoy seguro de que no creeis en el Inte­
rés que tengo por ese niño; hacéis m al; le
tengo el afei to mas vivo, y cuando llegue ,1a
ocasión le daré todas las pruebas imaginables.»
libias fueron las razones que obligaron á
abdicar á Cárlos X .
«Cárlos X ,
dice Luis
Blanc, no pensaba que su caída pudiese traer
ia de su nieto, principalm ente en una crisis
que el prim er príncipe de la sangre estaba
en disposición de dom inar.
Tan grande era
su coníianza en esta parte, que habiendo lla­
m ado al general
Latour-l'oisac, le d ió , en
presencia del barón de Damas,
varias in s­
trucciones relativas à la vuelta á Paris del du(1)
(2)
Historia de dies años, por Luis Blanc.
Historia de diez años, por Luis Blanc.
que de
Burdeos. E l
delfín
hubiera creído
calum niar la sangre de Luis X I V atribuyen­
do á un príncipe de la sangre la intención
de usurpar la corona. Los mismos sentimientos
tenia madama la delfín.»
Los prim eros actos del duque de Orleans
no desmintieron estas esperanzas. Cuando M r.
de M ortem art, comisionado con poderes de
Cárlos X , fue introducido en casa del duque
de Orleans, he aquí como se espresó su al­
teza real: «D uq u e de M ortem art, si veis al
rey antes que yo, decidle que me han traído
por fuerza á Paris, pero que me dejaré ha­
cer pedazos antes que consentir en que me
pongan la corona.» Asi se espresaba el duque
de Orleans en la noche del 3 0 al 31 de Ju lio .
E n la velada del 2 de agosto se le rem itió
el acta de abdicación de Cárlos X y de Luis
A ntonio, y al siguiente dia enviaba comisa­
rios para que acompañasen á Cárlos X . «D íjoles el duque de Orleans,
que
el
mismo
Cárlos X era quien reclamaba una salvaguar­
dia, y al darles instrucciones, mostró los sentimientos mas benévolos hacia la rama p r i­
mogénita.
Habiéndole
preguntado
M r.
de
Sahonen qué deberían hacer sí les entregaban
al duque de Burdeos: «.El duque de Burdeos,
esclamò vivamente e! principe, pero ese es
vuestro
Estaba presente la duquesa de
Orleans, y profundamente enternecida, se ade ­
lantó hácia su esposo y se arrojó á sus brazos,
diciendo: A b ! sois el hombre mas honrado
del reino (1)!»
Poco
tiem po
despues, el mismo día si­
guiente, es decir el 3 de Agosto, conside­
raciones que no hallamos esplicadas en parte
alguna habian mudado todas estas disposiciones.
Los comisarios hubian vuelto sin ser recibidos
por Cárlos X .
Luis Felipe quiso que vol­
viesen en el miümo instante á Ram bouillet.
«Es preciso que parta, es preciso espantarle,»
dijo con vehemencia. Entonces se resolvió la
espedicion de Ram bouillet, y se pronunciaron
las palabras decisivas: nada de niño, nada de
regencia. Por la noche se hallaban lus co­
misarios con la familiu real en el palacio de
M aintenon;
y habiendo
dicho
madama de
G ohtant á M r. de Schonen, con triste son­
risa: «tengo m ucha gana de dejar e^te niño
sobre vuestras rodillas,»
y le
mostraba al
duque de Burdeos: «Y o no lo tom aría, Se1)
Historia de Diez años.
ñora! respondió
M r. de
Schonen. A q u í el
historiador de tos Diez años de reinado es­
clama: Q ué m isterio, pues ocultaba esta res­
puesta? Y
qué
habia pasado desde que el
duque de Orleans habia dicho á ese mismo
Schonen: ese niño es vuestro reyl
Lo que había pasado, vedlo aquí. Guando
el duque
de Orleans juraba que no
taría nunca la corona,
pensaba
que
acep­
habla
todavía un ejército real de 1 2 .0 0 0 hombres y
que no era largo el cam ino de Saint Cloud
á Paris. La voz de la prudencia hablaba roas
recio ¿ su oido que ia de ia am bición. A
medida
que
se alejó
el peligro
y se hizo
evidente que Cárlos X no queria liacer ten­
tativa alguna, la am bición prevaleció sobre la
prudencia. El trono que D anton había pro­
fetizado al duque
de Orleans, muchos años
antes (!} , pasó por delante de él y se sentó.
Antes de sentarse en él, debia ir á la casa
de ayuntam iento ú buscar la investidura de
la tenencia general: porque habia á la sazón
dos poderos, uno de opinion, que residía en
el Palais-Bourbon, y otro material y armado
el de la casa de ayuntam iento que se ha(1)
Hisloria de Diez años.
bia converlido en cuartel general de la in ­
surrección. Este paseo desde el Palais-Royal
al H otel-de-Yille fue el m ayor, ó hablando
con mas esaclitud, el ún ico peligro que cor­
rió
el duque de Orleans. Despues de haber
sido proclamado tenieule general por la cá­
m ara, tom ó el cam ino de la Greve, con los
diputados que
íiabian
venido
á
traerle la
tenencia general, en nombre del Parlamento.
Precedía á caballo à M r . Laffite, á quien dos
Sat)oyanos llevaban en una silla porque tenía
la gota.
Los vivas que eran muchos ni salir
del Palais-Royal, fueron disminuyendo á me­
dida que se m archó,
y cesaron totalm ente
à la altura del puente-Nuevo. A l llegar á la
plaza de Greve, presentaba esta un aspecto
espantoso, con su m u ltitu d arm ada. Asegu­
rábase que en
las calles oscuras que desem­
bocan en la plaza, había apostados algunos
hombres para hacer fuego sobre el duque de
Orleans. U n jóven habia jurado levantarle la
tapa de los sesos eo el m om ento que entrase
en la gran sala. Cuando echó roano á su pis­
tola,
no pudo servirse de
desapercibida había oido el
imano
invisible
habia
ella,
una oreja
ju ra m e n to ,
descargado
c!
ufia
ar-
—
{iS—
roa (1). £ i duque de Orleans avanzó lentamente
por medio de las barricadas. E l tam bor que ha­
bia tocado aux champs en lo interior del Hotelde-Ville, al tiempo de su aparición
en
la
plaza, paró de repente cuando hubo llegado
al medio,
como sí ei silencio popular que
reinaba entre los combatientes
hubiera de­
vorado aquel homenaje prestado al principe.
Notóse que cuando el duque de Orleans subió
las gradas de la Gasa de A y untam iento, su
semblante estaba en estremo pálido. M r. de
Lafayete le recibió en la meseta de la es­
calera.
M r. Laffite, como presidente de la
cámara debia leer su declaración; pero M r.
Y íennet se apoderó del papel, so pretesto de
que su voz, por ser mas sonora, se o iría
mejor. E n el
momento en que este d ip u ­
tado leia estas palabras: «el jurado para los
delitos de la prensa,» ei duque de Orleans
se inclinó hácia M r. de Lafayete, y le dijo:
(1) Hecho referido por Luis Blanc. A esle autor
hemos consullado principalmenle en cuanlo á la vi^
sila al Holel-de-ViHe, por haber lomado sus noti­
cias de Mr. Lafñle.
«no habrá ya delitos de imprenta (1).» Des­
pues de esta lectura, el duque de Orleans
puso la roano sobre su corazon y pronunció
estas palabras: «Como francés deploro el mal
que se ha hecho al pais y la sangre que se
ha vertido;
como príncipe,
me
felicito de
contribuir á la dicha de la nación.» Solo los
diputados aplaudieron.
alzando la voz en
£1 general D ubourg,
medio del silencio ame­
nazador de los combatientes del Hotel-de-Ville,
esclamó, adelantándose pálida la color de ira
y con ia mano estendida háciü la plaza líena
de gente armada, como si quisiera rasgar el
velo que ocultaba lo futuro : «Conocéis nues­
tros derechos, si los olvidáis, os lo recorda­
remos.»
Estas palabras que por espacio de
diez y siete afios,
olucinam iento
se han
de urt
m irado como el
cerebro enfermizo, ha
llegado á ser una profecía, desde las jo rn a ­
das de 1848. E l duque de Orleans respon­
dió
que
como
hombre que
se desconfía do su
se
indigna de
patriotism o.
ver
Poco
(1) Si no ha habido delitos de imprenta, ha ha­
bido siempre procesos de imprenta. Desde 1830 hasta
1848, ha sufrido la prensa, en la persona de sus edi­
tores responsables muchos siglos de prisión y pagado
muchos millones de multa.
despues se trajo una bandera tricolor, y Lafayete y Luis Felipe se abrazaron en
sencia de la m u ltitu d que llenaba
pre­
la plaza-
M r. de Lafayete acababa de abdicar la pre­
sidencia, y Luis Felipe de recojer la coro­
na en aquel abrazo.
Solo mas adelante llevó Lafayete al duque
de Orleans, al Palais-Royal, un programa re­
dactado por
él y dos hombres del partido
popular, y que e«presaba las garantías, con­
diciones del contrato que el H otel-de-V ille
consentía en firmar con el Palais-Royal. E n ­
gañaron al viejo general las cariñosas palabras
del duque de Orleans, quien previno todos
los escrúpulos
de su liberalismo, y cuando
el príncipe le hubo declarado «q ue era re­
publicano en su corazon, y que á su juicio
’debia
de
haber
en Francia un trono rodeado
instituciones republicanas,»
aun pensó en presentarle
Lafayete ni
el programa
del
Hotel-de-Ville que tan gran papel debia hacer
en la polémica de los periódicos. En la misma
velada del dia
en que el duque de Orleans
habia hecho su paseo á
la
casa de ayun­
tamiento, recibió á visitadores mas ecsigentes;
eran estos los Sres. Boinvilliers, Godefroi, Ca-
vaignac, G uinard, Bastide, Tomos y Chevallón.
E n aquella entrevisla á que han dado
singular Interés los últim os sucesos de Fe­
brero, porque los interlocutores del dialogo
de
Ju lio de 1830 se han hallado entre los
actores de Febrero de 1848, se pronunciaron
palabras m uy notables. A si, M r. Boinvilliers
dijo al príncipe:
«m irad que no es una re­
volución liberal lo que se ha hecho en Paris,
sino una revolución nacional. La vista de la
bandera
tricolor, he ahí lo que ha suble­
vado al pueblo, y seria mas fácil impulsarle
hácia el R in , que á Saint Cloud.» A lgunos ins­
tantes despues,
M r . Boinvilliers añadió:
«la
cámara de pares m» llene raicosen la sociedad,
el Código, dividiendo las herencias, ha aho­
gado la aristocracia en su germ en.» Como
el duque de Orleans hubiese clamado con gran
Qrmeza contra la república; M onseñor, le dijo
M r . Bastide con una dulzura casi irón ica, por
el mismo interés de la corona, debierais re­
u n ir las asambleas prim arias.» A l fin de esta
conversación, que había durado m ucho tiem ­
p o , M r. Bastide esclamaba: Esto no es mas
que u n doscientos veintiuno.» La revolución
de Febrero de 1848, estaba en ese dicho.
Poco despues, Cárlos X y su familia ha­
bían salido de F rancia, despues de haber se­
guido el triste itinerario de Chcrburgn; pero
antes de salir, sabían que el duque de Orleans,
que habla jurad o no aceptar nunca la corona,
habia sido proclamado rey de los franceses.
E n menos de siete horas, 2 19 diputados, que
en tiempos ordinarios, solo hubieran formado
una mayoría de dos votos, habían proclamado
la esclusion de una dinastía; elegido otra nue­
vo, modificado la constitución, y todo bajo
el Imperio de una carta que rehacían á sn
antojo, reinando un hombre á quien hablan
jurado
fidelidad, y en nombre de la sobe­
ranía dcl pueblo que no habia sido consultado,
eomo lo recordaba M r. Cormenin en su carta
de dim isión. E n vjn o protestó Corm enin á
nombre de los derechos del pueblo; en vano
Chateaubriand en favor de los derechos de
Enrique V , é hizo observar que si se respe­
taba ei principio
de legitim idad,
tan nece­
sario á la ecsistencia de las m onarquías, el
duque de Orleans, mas fuerte como tutor que
como rey, gobernaría mas fácilmente y evi­
taría ó la Francia peligrosos trastornos. Eln
vano el conde de Kergolay, con su indepcu-
dencìa bretona, esclamò, que si la Francia h u ­
biera elegido, no hay duda que hubiera pre­
ferido el hijo del desgraciado duque de Berry
ni hijo de Felipe Igualdad. E n vano el viz­
conde de Coiirjy anunció que la revolución
que acababa de
hacerse estaba preñada de
nuevas revoluciones. La cómara de d ip u ta ­
dos declaró, que «el trono estaba vacante de
hecho y de derecho,» y que S. A . R . Luis
Felipe era llamado al trono por el voto de
la nación.» E l 9 de Agosto de 1830, se abrió
en el palacio Borbon, la sesión solemne, en
que debia ser instalado ei nuevo trono. El
Palais-Bourbon, teatro com ún de tantas esce­
nas, vió levantarse un trono sombreado de
banderas tricolores y coronado de un dosel
de terciopelo carmesí. Delante del solio, ha­
bla dispuestas tres sillas de tijera pora el higarteniente general y sus dos hijos mayores (1).
Una mesa cubierta con tapete de terciopelo,
donde estaban la escribanía y la plum a que
debían servir para la firma del contrato, se­
paraba el trono destinado al rey de la silla
(1) El duque de Orleans y el de Nemours, quien
tliez y oclio anos. despues habla de dejar el PalaisBo«rÍ)on, con m uy diferente aparato.
destinada al príncipe.
E l duque de Orleans
hizo su entrada al son de la
Marsellesa y
retumbando el canon de lo s liiv a lid o s (l). Des­
pués de oída la lectura de la declaración de
los diputados del 7 de Agosto, que le llam a­
ba al trono, y del acta de adhesión
de la
cámara de los Pares, el duque de Orleans
leyó su aceptación en
estos términos: «Se­
ñores pares y señores diputados, he leido con
gran atención la declaración de la cámara de
los diputados y el acta de adhesión de la cá­
mara de los pares. H e meditado sus espresiones. Acepto sin restricción ni reserva las
cláusulas y obligaciones que contiene esa de­
claración, y el
títu lo de rey de los Fraíi-
ceses que contiene, y estoy pronto á jurar
su observancia.»
Entonces el duque de O r­
leans se levantó, quitóse el
guante
y pro­
nunció el juram ento cuya fórm ula le pre­
sentó D upont (de 1’ Eure).
«En presencia de Dios, ju ro observar fiel­
mente la carta constitucional, con las modi­
ficaciones que en la declaración se espresan:
no gobernar sino por las leyes y según las
(1) También debía salir ul son de la Marsellesa y
al oslanipido del uañon.
leyes; hacer adm inistrar buena y esacta ju s ­
ticia h cada uno según su derecho, y obrar
en todo con la
única m ira
dtíl interés,
la
felicidad y la gloria del pueblo francés.» Le­
vantóse un estrepitoso viva; Luis Felipe era
rey. Las largas esperanzas de la
fam ilia de
Orleans se habían por fin realizado. Su re­
presentante
iba
á
sentarse en aquel trono
háüia el cual se habia adelantado Igualdad su
padre per
medio del regicidio.
A q u í se abre la últim a parte de la vida de
L u ís Felipe, su reinado. Se ha llenado su espe­
ranza. ya es rey. M ientras sube al trono en me­
dio del entusiasmo de la guardia nacional,m ien­
tras llegan por todas partes las representaciones
de los departamentos, mientras comparte con
L afay e te e lfav o rd e la m uchedum bre, y su es­
posa, su herm ana, sus hijos son recibidos con
aclam ación, Carlos X , se embarca para su desti­
no con la hija de Luis X V I , la duquesa de lierry
y el duque de Burdeos,de edad entonces de diez
«ñüs. El cambio de m inisterio, la abdicación
del rey y dcl
deltin, han
sido
rechazados.
E l duque de Orleans ha esclamado: «nada de
regencia, nada de niño!» Estas palabras vol—
e r jn
á cncoíitrarse mas adelante.
E n el momento que comienza el reinado
de Luis Felipe, un asunto tenebroso, cuyos
misterios no se han sondeado todavía, venia
á protejer su sombra sobre su ecsaltacion al
trono.
Uabloraos de la muerte violenta del
duque de Borbon. Hemos repetido la cons­
piración tramada por el duque de Orleans
y la baronesa de Feucheres contra la herencia
de la casa de Condé, y las importunaciones
de que habia sido objeto el desgraciado duque
de Borbon, á consecuencia de la repugnancia
que sentía en dejar sus bienes á una familia
hácia la cual no tenia simpatia alguno. Las
previsiones del duque de Borbon, en aquella
época, eran dolorosas y aun siniestras. Decia
al barón de Surval, quien lo repitió despues
en pleno tribunal (1): «Una vez que habrán
logrado lo que desean, m í vida puede correr
peligros.» M r. de Survul anadia: «t*l príncipe
me manifestó estes temores, no una sino m u ­
chas veces. Loslpresentímíentos del desgraciado
duque no le habian engañado. El 28 de agosto
de 1830, por la m añana, se vió su cadáver, col­
gado, por el cuello, de la falleba de Saínt-Leu.
(1)
Deposición de Mr. Surval en ol proceso sus-
cilaiio por el duque de Roban.
S in duda
una sentencia judicial lia reco­
nocido la ecsistencia del suicidio, pero esa
sentencia se pronunció reinando Luis Felipe,
y la evidencia es mas f'ierte que todos los
fallos. E l suicidio del duque de Borbon era
moralmente imposible; porque en repetidas
y 6(1
su
una m uy reciente, habla manifestado
profundo horror
al
suicidio.
Siem pre,
dice un testigo, siempre que se hablaba de
un suicidio en presencia del príncipe, le ca­
lificaba resueltamente de cobardía.
(1)
«El
príncipe, dice otro testigo, ha manifestado
siempre la opinion de que el suicidio era una
cobardía. Nuestra vida, decía él, no nos per­
tenece; no podemos dejarla sin órden del que
nos la ha dado (2),» O tro testigo decia tam ­
bién: «el príncipe tenia horror ul suicidio.
Hablábase un dia en su presencia de un ge­
neral que se habia saltado la tapa de los sesos
de
u n pistoletazo, y ponderábase su valor.
— V alor, dijo el príncipe, no hay en eso, no
hay mas que cobardía! Nuestra vida
no
es
nuestra, no podemos disponer de ella, y cual­
quiera sea la circunstancia en que nos ha(1)
(2)
Deposición de Sallée, lacayo.
Deposición de Mr. Bonnie, cirujano del príncipe.
liemos, es deber nuestro soportar valerosa­
mente la adversidad (1 ).» Diez testigos, cuyas
palabras no citamos, por abreviar, deponen
en este sentido. Todos están contestes en que
el duque m iraba con profundo horror el sui­
cidio, que en toda ocasion le habia conde­
nado, y prueban asi de un modo irrefragable
la imposibilidad
moral del suicidio de E n ­
rique , duque de Borbon, príncipe de Condé.
Cuando no hubiera sino este género de prue~
has, pudiera certificarse que ene heredero de
una rasa de gloría, no m u rió como un m al­
hechor colgado de un innoble ronzal. Pero
al lado de la imposibilidad m oral, aparece
la imposibilidad física. E l duque de Borbon,
era incapaz, á causa de sus aciiaques, de su­
bir á la silla rellena, de trece pulgadas de
altura, sobre la cual le era forzoso m ante­
nerse en pié para colgarse de la fulleba. M anoury, su ayuda de cám ara, el conde y la
condesa
de
Villegoutier
cuando
subía
tenerle
debajo
atestiguan;
«que
en carruaje, era preciso sos '
de
los
brazos.»
Ademas,
«cuando subia una escalera, necesitaba apo­
yarse con una
mano sobre u n bastón, } la
(1) Deposición de Francisco, lacayo.
otra sobre e!
pasamano, y
ponía los piés
uno tras otro sobre cada escalón (1). Hay
mas todavía. E l duque de Borbon estaba en
la imposibilidad física de hxccr el lazo que
apretaba el pañuelo len torno
atorm entado.
de su cuello
«Desde una caida en la cata,
de cuyas resultas se había roto bt clavicula
izquierda, no podía levantar la maso.izquierda
sobre la cabeza. E n 1793 recibió çn la mano
derecha un sablazo que le cortó los tendones
de tres dedos. Sentía mucha incum odídad en
esta m ano, de modo que le hubiera sido im posibe hacer los nudos (2 ).» Esta es pala­
bra
por palabra
de Quesnay. E l
la
deposición
del
ronde
barón de Saint-Jacques.aña­
de: «no podía levantar las dos manos ju n ­
tas, y ni aun podia quitarse el sombrero con
la m ano izquierda.» Pícg, en el Palais B our­
bon, prosigue: «Habrá como tres años, pa­
seaba monseñor en el ja n lín ito
su
palacio
y
contiguo á
habiéndose desatado
el cor-
don de sus calzoncillos, en vano trató de,Atár­
selo nuevamente, y me Humó para prestarle
(1) Deposiciones deManoury, de! conde y d é la con­
desa de VHIegoutier.
'L os nudos de'Ia falleba.
-fr? —
este servicio. O tra vez « n el ja rd in , se con­
sumía en esfíiefzos inútiles ^ara Mörse: b s cor­
dones <ie un zapato; tne llam ó y m é dijo: es
que soy torpe.»
lo «¡guíente:
Rom anzo, picador, tiepone
«Y o soy el que he
desatado
los dos pañuelos, y puoáb certificar q u e e l que
estaba prendido á la grapa de la falleba es­
taba atado con un nudo que es dificilísimo
de hacer.» M anoury: «estoy moralmente c o n ­
vencido de que el príncipe
era
incapaz de
hacer uti nudo de tejedor.»
D upin: «■afirino
en m i alma y conciencia que el príncipe era
incapaz de hacer nudos semejantes.»
Sobre la imposibilidad moral y la física,
está igualmente demostrado que al acostarse
no tenia la intención de atentar á su vida.
«Estaba m u y
alegre cii
la comida
de
la
ví'ípera, dice Pnyel, uno de los líicayos que
serTia á la meSa, Francisco S a llé o ,'o tro de
los l&cayos, confirmaba esta deposidon:» E n
el juego estuvo tranquilo y atento,
á s u compañ(?ro
y riñó
que habia hecho un impasse
en el w hist.» Madama de la VilIegouUeií y
M r. de Prejan lo testifican. Lecom te, su ayuda
de cáinHT8nte“?crvlcto,'tc dcjó m ay-trauquilo
é media noche. Al Oia siguiente, so encontró
un
tiüdo en el pañuelo que estaba debajo
de su alm ohada. Tenia la costumbre de ha>
cerlo
asi
cuando
queria
recordarse alguna
cosa (1).
E n fin habia confiado á M r.
que queria dejar
la Francia
de Choulo^
y conlaha con
éi para que le acompañase; ahora bien, ha­
bia dado órden á M r. de C houlot para que
se presentase en Sain-Leu la mañana misma
del dia en que se le encontró m uerto.
De todas estas pruebas reunidas no resulta
Id demostración evidente de que Luís José
de Borbon m u rió asesinado? Este fue el grito
del pueblo, al saber la siniestra nueva de aquella
estra-ña m uerte, y la voz del pueblo fue ver­
daderamente la voz de Dios. E l abate Pe­
lletier, capellan dcl principe, alzando la voz
en el Santuario
de San Dionisio, el dia de
sus funerales, respondía al clamor popular con
esta espresion solemne pronunciada entre la
cátedra d é la verdad y el altur: «N o, el prínci­
pe de Condé no se ha dado la m uerte.»
Pero, en tal caso, cómo esplicar el trá­
gico suceso de Saint-Leu? Escuchad à M r.
(1) Deposición de Bonuic, cirujano dci príncipe,
y de Manoury su ayuda de cámara.
Duboís (de Amìens) célebre práctico, en su
Refutación médico-legal de la memoria del
doctor M are, médico de cám ara. «El príncipe
estaba acostado, dormitaba; algunos asesinos
introducidos en el dorm itorio (no quiero in­
vestigar a q u i, por quien, ni como) se arro­
ja n sobre él, le cojen, le sujetan facilmente
en su cam a, y entonces; una de dos; ó el
asesino mas esperto y determ inado le ahoga
inm ediatamente,
tendido sobre la espalda y
retenido por ios otros malvados; y luego para
no dar b
idea de un
suicidio, para no dar
lugar á investigaciones jurídicas que hubieran
podido hacerlos descubrir, pasan una corbata
en rededor del cuello de su victima y le cuel­
gan á la fulleba de la ventana. O bien, des­
pues de haber dispertado al príncipe de tan
terrible m anera, tienen la idea no menos atroz,
decolgarle vivo de la falleba.» De este mismo
dictamen es el doctor G ondrin, en una M e­
m oria médico-^quirúigica sobre lu m ateria.
Sí ha habido asesinato, quién es el ase>
sino? Oigamos la deposición de Bonardel, an­
tiguo guardabosques del principe: «E n el mes
de Noviembre de 1827, estaba el príncipe en
la faisanería, que acababa de hacer construir
en el gr^n parque de C hanlitii; plantaba en
algún modo la llares, daba una gran comida.
Hallábam e yo en m i puesto, or. la misma fai­
sanería, entre el m uro y el seto, por ver si
había algún anim alejoen las trampas. Las ho­
jas no habiaii aun c^ido, y como el seto estaba
sobremanera espeso, no era
posible verme.
M adam a de Feucheres se paseaba en el cer­
cado de la faisanería, donde vino á encon­
trarla su sobrino, M r .
James Dawes,
luego
barón de Flasans. Despues de hablar un ins­
tante de los falune s, preguntó M r . James á
su lia si 31onseñor haría pronto su testamento,
líespondióltí M adam a de
Feucheres que se
había tratado de e llo la víspera por la larde
y que este negocio se despacharía en breve.
Sobre esto, le .dijo M r. James: oh! todavía vi­
virá m ucho tiem po; á lo cual respondió enton­
ces Madama de Feucheres: Callal apenas re­
siste; luego le em pujo yo con m i dedo, cae;
pr.orito será ahogado.»
instrucción
Habiendo el jue z de
preguntado al
testigo si
estaba
bien .seguro de haber.oido estas p-dabras: «S i,
respondió, lo a íírm o en m i alma y conciencia,
como afirmaba
yo, cüando era guarda,
las
actas que tenia obligación de form ar,» H é aqui
!o que pasaba, quince dias solamente antes
del astísínulo:
«Doce ó quince dias antes de
su m uerte, dice M r. de Prejan, el principe
guardó su cuarto,
á causa, según dijo, de
un golpe violento que durm iendo se habla
dado en su mesa de noche. Despues de la
muerte del principe, M adama de Feucheres
trató de esplicar este accidente del ojo, como
una tentativa de suicidio; Pero me ha dicho
M anoury, que habiendo entrado en. el cuarto
de M onseñor, le dijo el principe: no me he
dado este golpe contra la mesa de noche,
sino que me han dado u n empellón en el
alféizar de la puerta, y he estado á pique
de hacerme m ucho daño.» E l mismo dia del
accidente. Madama de Feucheres, en vez de
desayunarse con el príncipe, lo hacia en su
propio cuarto. Partió luego á Paris, despues
de haber m etido una carta por bajo la puerta
de la escaicra secreta. E l príncipe se tu rb ó
i)l entregársela M anoury. (Deposición de M a ­
noury.) La señora Cauvet, esposa de G ouver­
neur, sota picador en Chantilly viene é confir­
m ar esta deposición; sabe por O bry, ahija­
do del príncipe, «que había sido llamado á
Saint-Lcu por
hechos relativos á su serví-
eio, unos quince días antes de la m uerte del
príncipe; que habia encontrado á Monseñor
en el corredor que precede á su cu arto , con
u n simple calzoncillo blanco,
sin medias ni
zapatos, y con rl esterior de una agitación
m uy visible; que habiéndose lom ado la liber­
tad de preguntarle la causa,
confió, que
el príncipe le
madama de Feucheres ero una
m ujer perversa, y que le habia herido. «M ira ,
le d ijo , mostrando su ojo izquierdo de do
corría sangre, y su rostro en
viñas señaladas, m ira
que se veían
como me ha puesto.»
¿Q ué mas necesitamos? E l duque de Borbon
había
dicho al firmar su
testamento:
ellos
me m atarán; y en efecto muere asesinado. La
misma madanfia de Feucheres decía tres años
antes de esa m uerte: será fácil ahogarle. Q uince
dias antes le golpeaba en el rostro y le heria.
E n fin, ella
tenia
un interés manifiesto
en
que muriese, porque se habian traslucido sus
proyectos
capital
de
partida,
en que
no
y tenia
partiese,
un
porque,
vez fuera de
F rancia, el príncipe
revocado
testamento.
su
interés
Había
una
hubiera
manifes­
tado Id intención de sacudir el yugo de m a­
dama de Feucheres (deposición Bonníe); desea-
ba que nada supiese ella de sn partida (de­
posición M anoury): y ella sabia que se trataba
de realizarla (deposición Cauvet),
Pero so dirà
que la justicia ha pronun­
ciado. Ciertamente; pero la justicia tiene una
venda que la ciega á m enudo.
Ademas,
el
primer magistrado que entendió en esta causa,
el consejero relator de la H u p ro ic, que í»o
creía en e! suicidio, fue reemplazado
Instrucción
de
en
la
este im portante proceso. Y
quién le sustituyó? M r . Persil. A hora bien,
M r. Persil, que creyó en el suicidio, ha lle­
gado á ser m inistro, director de la casa de
M oneda, par de Francia. M r.
Bernard (de
Rennes) que creyó igualm ente en el suicidio,
ha
llegado á ser individuo del tribunal
de
casación, y todos los magistrados que cre­
yeron en el suicidio, han hecho su fortuno.
En fin, madama de Feucheres, absuelta por
el fallo que declaraba el suicidio, no por eso
se dió menos priesa en hacer m udar toda la
distribución
de !a nave colateral donde es­
taba el cu aito de la noche fatal, como si
temiese que los jueces futuros
encontrasen
en ella indicios.
De todo esto, creemos que la historia tiene
derecho para ooticluír que el duque de Borbon
m u rió asesiiiudo; que la responsabilidad dei
crim en pesa sobre la memoria de Sofía Dawes,
baronesa de Feucheres, y lu de la im punidad
de esta Señora pesa sobre l<i conciencia
Luis Felipe de Orleans, quien juzgó
de
tener
interés en que no subiera at patíbulo la m ujer
á quien üebiti la herencia del duque de Bor­
bon. La caída de Luis Felipe no nos hará
añadir una palabra mas contra él.
ria
histo­
no debe decir sino lo que le parece evi­
dente. N o hay prueba alguna de que el d u ­
que de Orleans fuera
cómplice del crim en;
y todo induce á creer que deseó su im p u n i­
dad. Asegúrase que tenie para desearla
un
m otivo imperioso, y es que Ia baronesa po­
séis una caita
suya
e^k que
le encargaba
impidiese á loda costa, la partida del Borbon
para el estranjero. Dicen, que habiendo Soíia
Dawes comentado de un modo siniestro aquella
espresion im prudente, debia el duque temer
se produjera en la publicidad de la audiencia,
la carta que había sido objeto de tan h o m i­
cida comentario.
Hemos procurado aclarar, cuanto nos era
posible, el sangriento misterio de Sait-Leu:
im porta esponer ahora sumariamente la poIkica del reinado de Luis Felipe. E n fi» ya
le tenemos roy! CuántrtS cspeninzas no habia
hecho nacer? El gobierno barató la Im prenta
disfrutando de la libertad mas cum plid a,
progreso,
la
prosperidad en
el
lo interior, la
dignidad y firmeza en 1(^ esterior, tal era la
historia profètica que trazaban de ese reinado
los amigos del Talais-Royal. ¿Qué no debia
esperarse de nn príncipe que cantaba en su
balcón la Marsellesa, y corria las calles c u ­
bierto
con un
sombrero
gris
adornado de
escarapela tricolor, apoyado en su
paraguas
y prodigando apretones de n ano á los hom ­
bres del
pueblo
que encontraba?
no tenia
siempre en boca tas palabras de
Jemmapes y de Yalm y?
¿Adem as
Pero en breve se
echarla de ver que no todo consisto en cantar
la Marsellesa, hablar al pueblo do igualdad,
y resucitar todos los antiguos recuerdos de la
revolución.
Toda la politica del reinado de L u is Felipe
pendía de Ift posicion que tomara al principio
y del terreno eu que se colocase.
Tenía que escoger entre dos políticas: la polí­
tica revolucionaria que debia manifestarse rom-
— 7(>—
pierido los tratados de 1815
y aliándose con
todas las revoluciones del globo, y la polí­
tica
del statu quo que consistía en seguir los
mismos yerros que la Restauración. Luis Fe­
lipe optó por esta últim a política. Desesperó
del poder del principio revolucionario, y aceptó
los tratados de 1815.
Pero un rey revolu­
cionario que dirigiese los negocios de Francia
en el terreno de esos tratados,
habla forzo­
samente de dirigirlos peor que un rey legíti­
m o. Con efecto, ademas de los intereses na­
cionales de cada
país, debía hallur contra si
ios intereses de principios, por los que se habían
firmado aquellos tratados. Desde entonces era
evidente que no osando Luis Felipe ju g a r ia
partida de la revolu(-Íon en
Europa,
y no
pudiendo, á causa de las consecuencias inheientes á su origen, ju g a r lu de la m onar­
q u ía ,
seria
escluído y haría
se escluyese á
la Francia de lodos los grandes negocios.
Esta posición tomada por Luis Felipe le
condujo á la alianza inglesa. Considerò que
la Inglaterra y sus guineas hablan
alma y el
nervio de todas las coaliciones, y
como no obstante
tados
de
sido el
181o
la aceptación de los tra­
obraban
en ella las causas
inhereiitesé la resolución de 1830, im aginó,
según el parecer de Talleirand, tener á raya
ias potencias del Norte contrayendo estrecha
ahanza con Inglaterra,
pios no
era obstáculo á
pues no hay para
diferencia de prii»cieste pensamiento,
Inglaterra
principios, las hay solo de
cuestiones
utilidad.
de
El in ­
terés británico puede avenirse con gobiernos
antiguos lo misnfto que con revoluciones; solo
hay un
interés con el que no puede her­
manarse, el interés nacional del pueblo con
quien trata, principalmente cuando ese pueblo
se llam a. Francia. I.os intereses franceses y
los ingleses, asi en
lo político como en lo
comercial, son incompatibles, de manera que
el precio inevitable que pone h Inglaterra á
su alianza con un gobierno que rige nuestro
pais, es el sacriíicio del interés francés. Toda
la política estranjera de Luis Felipe se en­
cierra en esas palabras.
Habla en Francia tres intereses que podían
tomarse en consideración: el interés
dinás­
tico de la casa de Orleans, el interés revo­
lucionario de los
principios proclamados en
Ju lio , y en Gn, el interés francés. Por parte
de la Inglaterra no habia de por medio sino
— 7&-
trh iñteré.«, el de Ingtatera. Esta simple csposicron de lès Situaciones respectivas indica que to­
dos los sacrificios debían ser de nuestra parte.
Cuando en uno alianza solo iiay u n
interés
que defender, no se le sacrifica, por cuanto
es el motivo mismo de la alianza.
Asi que
era cosa lógicamente demostrada de antem ano,
qae mientras durase la alianza, nunca ei intérés ingles seria sacrificado. De donde re­
sultaba que ló serla siempre el de Francia,
porque no
podia satisfacerse á los intereses
británicos sin inm olar los de nuestra patria.
E lim inado de la alínnza nuestro interés por
la fuerza de las cosas, quedaba solo el inte­
rés dinástico y el revolucionario. Com o estos
dos intereses no eran de suyo incompatibles
con el británico, podía esperarse que la alianza
inglesa les diera satisfacción en todas las cues­
tiones en que no se confundiesen con nuestro
interés nacional, y no comprometieran el de
Inglaterra. E n fin, como el intérés dinástico
mas fácil de satisfacer, como mas lim itado,
y era este el único en que Luis Felipe no
adm itía transacíon, era visto que este habia
de ser el interés dom inante para la parte que
estipulaba de este lado dcl estrecho, asi como
el interés ingles predominaría para la otra.
E l interés francés completamente sacrificado,
el Ínteres revolucionario subordinado al dlHástico, tales eran las bases inevitables del sis­
tema de ia alianza Inglesa.
Fijando la vista en las varias cuestiones que
se han sucedido desde 1830, se verá que los
hechos están completamente de acuerdo con
estos principios hasta el
ju lio de
1840.
tratado
de 15 de
En la cuestión belga el
teré« británico ecsige que la Bélgica
sea francesa, y
ín~
nunca
Luis Felipe, dócil á la voz
de Ingiaterra, rehúsa la Bélgica; en desquite,
el interés Orleanista obtiene para la hija del
duque
de Oi'leans un lugar en el trono de
la Bélgica. E n In cuestión
mismo resultado.
Nada
ilnllona se vo ei
para el interés de
Francia, una satisfacción ilusoria y tentporaí
para
el interés revolucionario que enarbola
un instante I» bandera tricolor sobre las m u ­
rallas de A ncona, pero se ie retiro al punto;
un espediente para el interés dinástico que
conquista una mayoría con la espedicíon de
A ncona; y una ventaja real para el interés
ingles, la caída dei influjo francés en Italia.
E n la cuestión polaca, hubo una ventaja para
— «o—
el interés Orleanistu, el cual se sirvió de !a
revolución de Vursovia para contener á la R u ­
sia que amenazaba al trono de Luís Felipe,
á quien el emperador Nicolas tenia una aver­
sión profundo y trataba con el mayor des­
precio; un golpe para el interés revolucionario,
que hubiera querido servir á aquella
revo­
lución y se lo im pidió Luis Felipe; una ven­
taja para Inglaterra que vió con placer los
embarazos que aquella inmensa dificultad sus*
citaba á la Rusia, su rival; y finalmente una
desgracia efectiva para la F rancia, que in ­
teresada en la ecsistencia de la Polonia, como
reino separado, víó perecer In nacionalidad
polaca, esta valiente guardiana de la indepen­
dencia de Europa.
Es visto que en todas estas cuestiones, Luis
Felipe solo habia pedido satisfacción para el
interés egoista de su fam ilia, Habia dejado
p e re c e rá la heróica Polonia, y cuando habia
llegado á Paris el ay acusador de Varsovia
m oribunda, habia enviado ó su m inistro á que
dijera en la tribuna esta espresion cruel: «el
órden reina en Varsovia.» Habia sacrificado
la Bélgica á la Inglaterra, y el león de W aterló o , en pié sobre su pedestal, había visto pasar
á sus piés con irrisión á nuestro ejército que
vo^.via de Amberes. Había sacrifícado la Italia
ai Austria, y la guarnición francesa de Ancona,
relevada,
relevada
por
un
cabo austríaco,
como decia uno de los m inbtros Orieanístas,
habia evacuado aquella plaza. De este modo
habla
dado cima por medio de concesiones
A todas las cuestiones en que se hallaban com ­
prometidos el interés francés y el revoluciona­
rio. Obrando de esa manera, se creía sobe­
ranamente h áb il.
la guerra; por
Napoleon habia caido por
tanto qué es lo que debia
hacer para no caer como él? Evitar la guer­
ra á toda costa y por todos los medios im agi­
nables. E l Napoleon de
la paz, que asi gus­
taba de que le llamasen, discurría aqui como
un viajero, que viendo
estrellarse contra el
mojon de la parte derecha la silla de posta
que precede á
la suya, juzgara m uy hábil
ir á estrellarse contra el lím ite de la parte
opuesta.
De que
perezca u n
conquistador
precipitado en la gloria, no se infiere que
un
gobierno cobarde y servil con el cstran-
jero no pueda m orir asfixiado en
la igno­
m inia.
E n 1840, se rom pió la alianza inglesa, por
6
causa de la cuestión egipcia. Como en eifa
no intervenía el interés revolucionario ni el
dinástico, Luis Felipe, obligado por la opi>
nion pública y el voto de la cámara á sos­
tener la independencia de M ehem ét A li, creyó
que podia apartarse, sin peligro,
lítica
ordinaria
de su po­
y hacer algo por el interés
de Francia. Acaso pensaba ya tam bién en crear
una situación que le permitiese obtener las
bastillas en que habia
cifrado
tan
grandes
esperanzas, esperanzas que los sucesos tan d i­
chosamente han desmentido. Con efecto, Luis
Felipe, representó, en aquella circunstancia,
u n papel singular. Parecía que habia tornado
á los dias de su juventud, amenazaba
blicamente á la Europa con
pú­
l«i revolución,
hablaba de ponerse otra vez, sí era preciso,
el gorro encarnado. Ila b ia
en las Tullería»
una comedia perfectamente organizada. M a ­
ría Amelia y la señorita Adelaida, no
deja­
ban un instanVe á M r. Thiors y le suplicaban
«contuviese al rey que
escedia.» N o pa­
recía sino que M r . Thiers era
un G iro n ­
dino que no podia corapctir en ccsaltacion
patriótica con el hijo del ciudadano Igualdad,
republicano montañés. Luego, cuando el nego-
d o estuvo bien empeñado, cuando M r. Thiers
hubo comenzado
las fortiflcaciones de Real
orden, Luis Felipe, despues de haberle he­
cho retirar nuestra flota del M editerráneo,
mientras se bombardeaba á B e y rúth , le echó
del ministerio y llamó á M r. G ulzot quien
proclamó de nuevo la alianza inglesa y el sis­
tema de paz á toda costa, y adoptó la po­
lítica del tratado de visita y de la indem ­
nización P ritcliard. Esto duró hastíi los ma^*
trimonios españoles. E n esta cuestión, el in ­
terés Orleanista,
que era opuesto de todo
punto »1 interés británico, resistió fuertemente;
y la alianza inglesa quedó definitivamente rota.
E l duque de Montpensier, al casar con la
infanta D.* Luisa, obtenía una dote inmensa,
y Luis Felipe
podía halagar su ancianidad
con la orguilosa esperanza de tener algún dia,
según él decia, á uno de sus nietos reinando
en Paris, otro
en M adrid
y el tercero en
Bruselas. La vanidad y la avaricia, estas dos
pasiones dominantes de los ancianos, hallando
donde saciarse, hicieron olvidar todas Ins con­
sideraciones de la prudencia á un principe que
había sido prudente hasta
nim e.
rayar cu pusilá­
Pudiera dividirse en varias fases la poiflicú
de Luis Felipe y decir, que bajo el minislerío Laffite, gobernó por el ascendiente de
los hombres mas populares de la oposicion
de 15 años, LafBte, D u p o n l {de 1’ Eure) y
Lafayete; que en tiempo del ministerio Perrier,
gobernó por el temor de la guerra estranjera
y del desórden interior. Esta situación que
aflojó u n momento bajo el ministerio Mole,
d u ró , con corta diferencia, hasta el m inis­
terio Thiers. E n tiem po de este m inisterio,
gobernó por la esperanza de la resurrección
de la dignidad
nacional y de las libertades
públicas, esperanza que defraudó M r. Thiers.
Bajo del ministerio G uizot, gobernó por el
temor incesante de la guerra, y poco despues
por el sistema de la mas desenfrenada cor­
rupción.
E l carácter'dc la política de Luis Felipe,
bajo de todos estos ministerios, fue e! mismo
siempre, un profundo é
incurable egoísmo.
Sacrificó imperturbablemente todos los inte­
reses á su interés. Sirvióse de los hombres
como de
conocía
instrumentos. U n hombre que
á fondo,
!e
decía de él lo siguiente:
«lo que adm ira principalmente en el rey es
su ingratitud sistemática con todos los que
le hflii servido y su odio hácia los hombres
de bien.» Y
asi era en efecto. íln los pri­
meros tiempos de la revolución decia con ese
cinismo de lenguaje que anuncia la falta de
delicadeza en los sentimientos
y las ideas:
tengo que vomitar tres medicinas: Lafayete,
D upont de
I’ E u re y Laffite. Ahora bien,
Lafayete y I.afGte le habian puesto la corona
en la cabeza, y D upont de 1’ E u re , reunido
á los dos primeros, se la habian conservado
durante el proceso de los ministros de Cárlos
X . Casimiro Perrier decia á todo el m undo,
«que solo habia un medio de gobernar con
semejante hom bre, y era entrar en el m i­
nisterio con la firme resolución de echarle al
rostro iu cartera.» M r. Thiers se ha quejado
de haber sido burlado y abandonado por él.
Hablando con propiedad, todos estos minis­
terios no eran sino tiros con cuyo ausilip
caminaba el pensamiento inm utable de Luis
Felipe y el interés dominador de la casa de O r ­
leans. LuisFelipe gustaba de pronunciar esta es<
presioncon la cual cortaba todas lasdiscusíones:
«Y o soy el mas capaz» palabras que repetidas
hoy, parecen una irrisión de
la fortuna.
Esta política debía tener dos consecHcncias
que
por muy naturales debían ser inevita­
bles. Por una parte Luis Felipe debía escitar
enemistades violentas, odios mortales
entre
los partidarios de la revolución cuyas espe­
ranzas burlaba completamente, y los realistas,
que no habian olvidado los motivos de queja
que les habla dado el duque de Orleans ven­
diendo á la roma prim ogénita despues de tan­
tas protestas de fidelidad. Estas dos indig­
naciones produgeron movimientos políticos que
fueron implacablemente reprimidos. Habiendo
la
duquesa de Berry venido á la V endé en
1832 á promover un levantamiento en favor
de los derechos de su h ijo , fue pregonada
su cabeza. Los de Orleans, con quienes tan
bondadosa habia sido y de los cuales decia:
«los de Orleans son tan bueiios,» se m os­
traron con ella duros hasta la crueldad. Preso
el gefe de la familia Kersabiec, despues del
silzomiento, iba 6 comparecer ante u n con­
sejo de
guerra,
y el general
habla ocultado á las hijas
Solígnac no
del acusado que
el gobierno le había elegido como á uno de
los caudillos de la insurrección
para hacer
un ejemplar en su persona. Creyó la familia
Rersabiec que unn carta de la duquesa de
Berry á su lia
la reina de ios Tranceses po­
dría alcanzar á M r. de Kersabiec,
y á sus
compañeros de prisión, á lo menos un tr i­
bunal no tan rigoroso
que
guerra.
Carolina
Cuando M aría
podia hacer alguna
familia
cosa en
un consejo
de
esperó que
favor
de una
que tanto habia hecho por cita, es­
cribió ia siguiente carta:
«Sean cuales fueren las consecuencias que
pueda traerme la posicíon eii que me he co­
locado desempeñando mis deberes de madre*
no os hablaré. Señora, de m i interés p e r­
sonal.
Pero
algunos valientes se han co m ­
prometido por ta causa de m i hijo, y yo no
puedo negarme á tentar para salvarles lo que
honrosamente es posible. Uuego pues á m i lia
í.uyi)
buen corazon y religión conozco, em­
plee todo su valimiento interesándose en su
fdvor.
Los jueces que les dan
son hombres
contra quien se han batido. No obstante la dife*
renda
de nosotras, bien sabéis, señora, que
hay también
u n volcan á vuestros piés. E n
una época en que yo estaba segura, os vi
poseída de temores ciertameote m uy
natu­
rales, y DO fui ó ellos insensible. Solo Dios
s«&c lo que «os reserva, y acaso me agradez^
cois algún dia el haber confiado en vuestra
bondad y haberos deparado la oco^ion de ejer­
cerla con mis amigos desgraciados. Creed en
m i gratitud.» Cuando M r. de la Che^asnerie,
portador de esta carta, llegó á Saíiit-Cloud
y anunció que traía una carta de la duquesa
de Berry, hubo un terror pánico en la ante­
cámara. Como estaba abierta, la leyó M r. de
Montalivet; pero A m elia, ya avisada, se negó
á recibirla, como si el aliento de la desgracia
hubiera dejado en ella algún sello de pesti­
lencia.
Mas adelante, cuando la
duquesa de
Berry, vendida por D eutz, fue presa y con­
ducida á Blíiye, Luis Felipe la trotó con ur>
rigor y un tan completo olvido de los de­
beres del parentesco, que L a
riódico republicano,
Tribuna, pe­
pudo con rozon decir:
«que habia obrado con su sobrina, como un
zapatero no
hubiera querido
obrar
con la
suya. Los Vendeanos fueioji perseguidos como
üeras. Cathelineau sin armas fue asesinado en
el m om ento en que se presentaba diciendo:
«estoy sin armas, me rindo ,»
lipe deooró á su asesino con
H onor.
y Luis
Fe­
la Legión de
La Señorila de la Uoberie, jóven de diez
y seis años, fue fusilada á quema ropa. A l­
gunos paisanos de la Vendee que habian to ­
mado las armas por
enviados á
presidio
su fe política,
cual viles
fueron
malhechores.
Los hombres de la democracia que lom aron
las armas no fueron tratados
manidad.
con mas h u ­
Los combatientes de Ju lio
fueron
enviados ante comisiones militares, y sin el
acuerdo del tribunal de
casación,
hubieran
sido fusilados. Pero no fueron mas felices, por
haberse librado de la muerte: deportóseles al
M onte
S.
M iguel,
donde
sufrieron
una
muerte lenta en los tormentos de una prisión
cruel y por la influencia de un clima m o r­
tífero. E n vano reclamaban todos los perió­
dicos.
Los sublevados de León,
que habiao
tomado por divisa: vivir trabajando ó m orir
combatiendo, esperimentaron la misma suerte.
Luis Felipe habia hecho se escribiera al g e ­
neral
que mandaba en León: sed implacable.
Cuando el canon hubo reprimido el alzamiento,
el castigo fue lan despiadado como lo habia
sido la reprensión. Juzgados y condenados por
la cámara de los pares, despues de una va­
liente y enérgica defensa, La Grange, Causí-
diere, RcauiiP,
l'edro Uevercliou, A lbert
y
sus compañeros de inforUinio de Lyon, Luneviüe,
Saint E lie n n c , Grenoble,
Arbois, Besmison,
París,
Marsella,
fueron deportados
ó detenidos. Los periódicos de la izquierda«
dirigidos por hombres de Ju lio como A rm and
Carrel y Trelat, fueron tam bién juzgados por
el
tribunal de los pares,
y condenados sus
editores al ppgo de multas exorbitantes y á
largo encarcelamiento. E n la calle Transnorain
se liabia pasado al filo de la espada á todos
los habitantes de una casa, mujeres, ancianos
y niños; en el claustro
tralla lo había
Sun-Merry la me­
todo arruinado; en Lyon ei
bombardeo y cañones habian sembrado en todas
parles ia desolación y el estrago. La represión
jud icial fue tan inecsorable como la
arm a­
da. E n vano Arago, LafOte, y Odílon Barrot
habian ido á las Tullerias despues de las jo r ­
nadas de Ju n io á suplicar al rey d élo s fran­
ceses m udaia de sistema. Les respondió que
su Hstema era bueno y ({ut se dejaría moler
en un mortero antes que mudarlo.
De este m odo, apuntalaba Luís Felipe en
su ingratitud para con los hombres de J u lio
la m onarquía cimentada en su ingratitud para
con la rama
primogénita de los
Despues de las Insurrecciofies,
Borbones.
vinieron
las
tentativas aisladas de asesinato. Los carac­
teres fanáticos, itidignados de aquella foi tuna
tan buena como no merecida, se erigieron
en jueces de Luis Felipe y en ejecutores de
sus propios sentencias. Fieschi, A lib au d, M eunier y otros muchos se sucedieron en aquellas
tentativas homicidas.
Puesto como un blanco
delante de enemigos invisibles se libraba siem­
pre. Todo le salía bien, hasta ias tentativas
de asesinato coritra su persona si esceptuamos
la
muerte de la princesa
duque de Orleans, ninguna
M aria,
y la del
desgracia habia
esperimentado. Del crimen de Fieschi, sacó
las leyes de Setiembre contra el derecho de
asociación y la libertad de la Im prenta. Sus
partidarios repetían á su rededor que el dedo
de Dios estaba allí,
y las gentes sencillas re-
petian que rayaba en Impiedad
el combatir
á U!í príncipe á quien la Providencia tan visible­
mente protegía. Por lo demas, qué esfuerzos h u ­
bieran sido poderosos á derribarle? Del mismo
modo que habia pensado librarse infalible­
mente de la caída de Napoleon por parle del
estranjero, evitando la guerra por una
se-
ríe de concesiones y bajezas, creyó
tunnbien
preservarse infaliblemetJte de la caida de Car­
los X , por parle de los franceses, adquirien­
do á
toda cosía el concurso de las m ayo­
rías
parlamentarias, cuya falta de concursa
iiabia acarreado la caida de la rama p rim o ­
génita.
Como esos jugadores que pican
las
cartas y se dan siempre las que ganan, pensó
que la Francia respetaría siempre las reglas
del juego coíjstilucional que él mismo violaba
con sus fullerías en
las elecciones y en la
cámara. De ahí nació el famoso argumento
que M r. Dúchate! oponía constantemente á
las acusaciones mas fundadas de la oposicion
y de la im prenta: tenemos la m ayoría.
Con efecto, Luis Felipe tenía á su favor
la m ayoría, pero im porta decir á que precio.
Cierto, no podia ser por la elevación de su
política interior.
lodo
progreiso;
Resistía como un m uro á
había
birlado
las libertades
mas preciosas, el derecho de asociación, el
jurado para los delitos de im prenta, la libertad
de la discusión; se negaba á la libertad de
enseñanza y habia inaugurado el sistema de
la intim idación. No
podía ser tampoco por
la dignidad y patriotismo de su política es-
lerìor, la cual, según hemos visto, consistía
en ceder donde quiera, en todo y siempre,
en entregar á Cracovia en 1847, como ha­
bia entregado á Varsovia eo 1831. Era por
lanto indispensable que crease en Francia una
pasión
anàloga ó
la
suya, es decir,
pasión personal, egoísta,
terés público,
indiferente ai in ­
y dispuesta
sus particulares intereses.
una
á
sacrificarle á
Inoculó pues su
egoísmo h una pequeña parte de la clase medía
que dominaba en el cuerpo electoral. No p u ­
diendo conciliársela por
motivos de interés
general, se la asoció por motivos de privado
interés. La emponzoñó con su contacto, la
inspiró sn ateìsmo político, su profunda in d i­
ferencia para con la Francia, su espíritu per­
sonal, su codicia. El móvil de que se valió,
para ganarse, no su simpatía, sino su com­
plicidad, tiene u n nombre que conservará en
la historia, la C O R R U P C IO N .
Ciertamente era ya antigua la corrupción
en el reinado de Luis Felipe, pero se mos­
tró en toda sn plenitud y fealdad en tiempo
del ministerio Guizot. Bajo los anteriores ga­
binetes, el tem or del desórden, el amor de
la paz, las concesiones hechas por el espíritu
- o ipúblico á las díQcullndcs q n e lleva consigo la
fundación de un gobierno n'ievo, concurrie­
ron al apoyo que dieron ú Luis Felipe las
mayorías electorales y parliunenlarias.
en tiempo
del
Pero
ministerio G uizot, todas las
ilusiones habian desaparecido, todas las preo­
cupaciones cesado. Entonces se estableció una
verdadera almoneda. E l gobierno entregó ¿ los
diputados Orleanistas ios empleos asalariados
de que ellos hicieron partícipes á los electores
en cambio de sus votos, conservando para sí
los mas altos y mejor retribuidos. E n cambio
los diputados de la mayoría entregaron á Luis
Felipe la grandeza esterior de la Francia, sus
libertades interiores, y su
fortuna que sir­
vió de paga á todos aquellos tratos. Creá­
ronse mas de cincuenta m il empleos nuevos.
El
presupuesto
que en
tauración solo era de
tiem po de la Res­
novecientos
sesenta
millones, subió hasta m il seiscientos; la deuda
flotante,
cuya suma
era de ciento sesenta
millones, llegó A la de N O V E C IE N T O S . En
el espacio de diez y ocho anos se gastaron
cinco m il millones demas del presupuesto nor­
mal.
A aquellos apetitos violentamente esci-
tado$, cchóseles ademas el cebo de las ac-
-95—
ciones de caminos de hierro y de los grandes
suministros.
Esta lepra se estendió mas y mas boju el
ministerio G uizot, y se llegó á tal esceso de
cinismo que se profesó públicamente lu doc­
trina de la corrupción. Uno de los m inis­
tros de Luis Felipe, esclamó: «Enriqueceos.»
M r . G uizot, dijo á los electores de Lisieux,
hablándolas del cambio
que
hacian de sus
votos por los favores ministeriales: «¿Os senti^
corrompidos?» Aquello era una orgía odiosa*
inm unda, que hacia bajar
el nivel moral. La
mayoría se ocupaba
interés
del
de la ma-
yoria, como Luis Felipe del Ínteres Orleanísta»
y estos dos egoísmos coligados para devorar
la Francia se la
entregaban m utuam ente.
E n el año 1847, se abrieron
las sentinas
del justo medio y dejaron ver á In vista es­
pantada
las profundidades del abismo do la
corrupción. Entonces quedó justificado el grito
que habiasalidodelaconciencíadeM r. Cubieres:
«el gobierno se halla en manos codiciosas y cor­
rom pidas.» El proceso Teste reveló á lodos las
pasiones de codicia que fermentaban en las
almas y los progresos de la llaga social. Otras
diez causas no menos deplorables acabaron
- » ti­
la enseñanza. Al mismo liempO, M r. Dúchate!
Interpelado en la cámara de diputados por M r.
G lrardin, no pudo negar que los privilegios
de teatros y todos los favores de que el go­
bierno disponía, se habian convertido en m o ­
neda política con que se pagaba á los elec­
tores y periódicos Orleanistas. La indignación
pública que se encerraba en las almas, como
el
fuego
interior
de
un
volcan, hacíase
por momentos mas intensa. La oposicion par­
lam entaria de la izquierda
activa la llama,
haciendo un llamamiento á la Francia en los
banquetes reformistas. La Francia que dor­
m ía, se dispierla. Las protestas resuenan cada
dia mas numerosas y enérgicas. Luis Felipe,
lleno de confianza en
la mayoría y las bas­
tillas, responde á estas quejas universales que
solo los ciegos ó
y vituperar
enemigos pueden quejarse
su gobierno.
La providencia le
ciega, su corona le cae sobre los ojos co­
mo una venda. Adelaida de Orleans, su her­
m ana, que era el alma de sus consejos muere
en el momento crítico: Egeria falta á N u m a
en el instante que le acomete el vértigo. A n i­
madas asi las pasiones, solo falta una ocasíon, y Luis Felipe la da, queriendo pro h ibir
üi banquete de) duodécimo distrito, contra el
tenor
y espíritu
declara
de las leyes. La oposicion
que el banquete se verificará; M r.
Dúchate! declara en alta voz que no se hará
y que empleará
la fuerza
para
impedirlo.-
Luis Felipe y sus ministros no comprenden,
que cuando se calienta esce^ivamente la caldera
del locomotor, hay un grado de calor de que
no puede pasarse sin que el vapor todo lo
arrebate.
La oposicion
parlam entaria, para
evitar ei desorden material, retrocede en el
postrer momento;
pero la pobladon Indig­
nada no vuelve atrás. El dia 22 de Febrero
comienzan las revueltas: alzánse barricadas.
Luís Felipe comete
la ú ltim a falta que le
queda por cometer, no convocando la guardia
nacional. Comu un embajador estranjero le
manifestase alguna inquietud: «nada temáis,
le
dijo, estoy tan bien ahorcajado sobre m i
gobierno,
que soy dueño de la situación.»
La muestra de desconfianza que Luís Felipe
había dado á la guardia nacional, no convo­
cándola el Martes 2 2 de Febrero, acabó de
enemistarla con él completamente. Cuando se
reunió e) 2 3 , se presentó con disposiciones
malévolas y hostiles, y se interpuso entre la
7
— 98—
Iropa y el pueblo, para im pedir que la tropa
disparase.
Tan
grande era
la ceguedad de
Luis Felipe, que no comprendió todavía que
se caminaba á una revolución, y en el dia
del Miércoles, todas sus concesiones estaban
reducidas al ministerio M olé. Al anochecer de
aquel dia, la descarga mortífera que derribó
por
tierra á tantos espectadores inofensivos,
delante el palacio de M r.
á Paris una indignación
G uizot, difundió
general. Conmovióse
el pueblo, hasta los indiferentes se anim aron,
y todas las sociedades secretas se arrojaron
á la pelea. E n la mañana del Jueves 2 4 , Luis
Felipe aun no habla consentido sino en el Tni~
nisterio Thiers y Barrot templado con M r.
Bugeaud, y hacia anunciar en las calles por
medio de un parlamentario que cesara el fuego.
La suerte estaba echada; las disposiciones de
la guardia nacional no eran equívocas: tenia
contenido el ejército
en tanto que las co­
lumnas populares derribabanel gobiernode Luis
Felipe dirigiéndose á las Tullerias.
E n este instante supremo la razón de Luis
Felipe se turb ó. Este anciano testarudo que
habia crcido en su infalibilidad y omnipotencia
sintió su debilidad; tuvo miedo y abdicó. Cuan-
— 99—
do la revolución estaba ya consumada, pensó
en conceder la regencia. Desde el principio
de ia lucha habla estado siempre atrasado en
una idea y en un aclo, como lo eslá un avaro
en un escudo. La concesion que hacia llegaba
siempre demasiado tarde. Cuando hubo abdi­
cado, envió al duque de Nemours al Palais
Bourbon, para que renunciara juntam ente la
corona de su padre en favor del conde de
Paris, y su propia
regencia en favur de su
cuñada. E l duque de Nem ours esperimentó
el mismo desmayo que su
pronunciar ni
trém ulo,
una
palabra,
padre no
paróse pálido,
y se desmayó como una
Forzado el Palais Bourbon
pudo
por
m ujer.
el pueblo,
dueño ya de las Tullerias, el duque de Ne­
mours se huyó por una ventana, mientras
el duque de Montpensier se escapaba de las
Tullerias olvidando á su m ujer. Estos p rín ­
cipes, sobre quienes se agravaba la mano de
Dios, parecía
que lo habian perdido
todo,
todo, desde la cabeza hasta el corazon. Luis
Felipe se escapaba,
el
duque de Nemours
se escapaba, el duque de M onlpensier se es­
capaba, M r. Sauzet, presidente de ia cámara
de diputados, quiso acabar como la dinastía,
y bujar de la sÜIa de presidencia com o ha­
bia aquella descendido del trono; tomó la fuga
y se salvó. £1 gobierno hubiera podido escribir
despues de esta Pavía parlamentaría: «Todo
se ha salvado menos el honor.»
Con efecto
ninguno de esos hombres halló una gota de
sangre en sus venas para
purpurar la vic­
toria del pueblo y honrar la caida de la d i­
nastía de Orleans.
La duquesa de Orleans llegó al Palaís Bour­
bon
puntualm ente cuando algunos hombres
de la
plebe proclamaban en la
tribuna los
nombres de un gobierno provisional. Perdió
á uno
de sus hijos en el tum ulto
que se
originó cuando hubo que salir del salón. N in ­
guno
de
que
de los cortesanos del palac>o se curó
protegerla; su
en
su
cuñado
no pensaba mas
propia seguridad.
Luís Felipe subia en carruaje y
el
destierro,
al
pié
E ntre tanto
partía para
del obelisco
que se
levanta sobre el sitio en que el abale E dgw orth
decia cincuenta
y cinco
años antes á Lui>í
X V I , condenado á muerte por Felipe Igualdad:
«hijo de S. Luis, subid al cielo.»
Despues
de haber atravesado difícilmente !a Francia,
y errado por la costa disfrazado con
varios
lrijje.s, Luis Felipe salia en fln para la Gran
Bretañi), vestido á ia inglesa, y hablando en
idioma infles. A l llegará sus riberas, esclamò:
«Gracias
á Dics,
piso al
fin
el
suelo de
loglalerra;» e.-ípresion que coronaba digna­
mente su reinado. Sometido á la influencia
inglesa, espresion que debia verdaderamente
salir del corazon del vasallo de la Inglaterra.
Kn presencia del desenlace de la vida que
{jcabamos de referir, hay un
que domina
punto de vista
todos los demas.
Al salir del tum ulto de esas jornadas y de
ese catoclismo político que ucab'í de tragarse
un gobierno y una dinastia, sentimos la necei-id.id que
se
esperimenta despues de los
grandes cataclismos de la naturaleza,
la ne­
cesidad de recejemos y de levantar nuestros
corazones á Dios. A h ! hoy es cuando debemos
decir: «Confien nuestros enemigos en sus car­
ros y en sus corceles, que nosotros invoca­
remos el nombre del Señor nuestro Dios. Ellos
han
sido heridos y han caldo, nosotros nos
hemos levantado y permanecemos en pié.»
Lejos de nosotros la idea de insultar al ín>
fortunio
y
conculcar
«xan naufragio!
los
restos de
ese
La desgracia es sagrada, y
— lóa­
la inviolabilidad que dá es mas respetable á
nuestros ojos que la del poder. Cuando pone
su sello en una frente, toda nuestra cólera
se aplaca, y no queremos ya ver en ella,
la señal que ha dejado al caer una
corona
usurpada. S í, piedad para la desgracia, aun
cuando recae sobre aquellos cuyas prospe*
rídades fueron sin piedad. Pero no es ta m ­
bién perm itido,
no es ú til, estudiar, en tan
grandes acontecimientos, el maravilloso
tra­
bajo de la Providencia? Por compasion hácía los hombres, habremos de desconocer la
intervención de
la
mano del O m n ip o ^ n te ,
en esos golpes terribles que derriban en un
momento las fortunas que parecían m as f ir ­
mes? N o es este el caso de esclamar con el
grande obispo de Meaux: «El que reina en los
cíelos, de quien dependen tudos los im perios,
á quien pertenece esclusívamente
la gloria,
la magestad, la independencia, es tam bién el
ún ico que se gloria de dictar la ley á los reyes,
y darles, cuando le place, grandes y terribles
lecciones.» ¿Es acaso fallar á la compasion que
se debe á la desgracia de los hombres,el a b rir la
boca para dar paso á estas palabras que salen de
todas las conciencias al contemplar esa gran
catástrofe; «Dejad pasar la justicia de Dios!»
En tan prodigiosos acaecimientos esta es
la parte que nos admira. E n cotejo de este
punto de vista, cualquiera otro nos parece
pequeño y mezquino. Recordamos involun­
tariamente el dicho
del poeta,
que al ver
caer de la cum bre de las cosas humanas á
un hombre cuyas no merecidas prosperidades
habían sido un escándalo para sus contem­
poráneos, esclamaba que la caida de aquel
gran culpable ponía
térm ino á tal desórden
y absolvía á los dioses. No queremos decir
con esto que la justicia divina, paciente como
la eternidad, necesite justiflcarse en presencia
nuestra, castigando siempre ya en este m undo
á los que han violado las leyes divinas y h u ­
manas; basta m irar
mas allá de los tiempos
para comprefider esa im punidad momentánea
que no es un escándalo sino para los débiles
do
espíritu.
Pero no obstante, la sabiduría
eterna ha querido
presentar de tiempo en
tiem po, en el teatro del
m undo, ruidosos
ejemplos, para convencer á las inteligencias
mas rebeldes que no se han apagado los fue­
gos que consumieron á D atan y A bíron, ni
se ha
debilitado la mano
que escribió
la
seotencia de Baltasar en la pured de lu sala
del festín, entonces el Sinaí humeando con
la venganza de Jehová, como en otro tiem po
con su gloria, se ilum ina de relámpagos, re­
tum ba
el trueno, las fortunas injustas y los
tronos
usurpados húndense con estrépito, y
el m undo, raudo de pasmo, repite: «Dejemos
pasar la justicia de Dios!»
E n el espacio de medio siglo, por dos vo­
ces la casa de Orleans es objeto de tan ter­
ribles avisos, y es cosa que admira en verdad,
como en cada una de estas circunstancias soJemnes, la m ano equitativa de la providencia
ha
proporcionado
la gravedad
atentado.
de
¿Para
los crímenes
de
el
castigo
á
la pena á la
qué
traer
Felipe
la
culpa,
grandeza
á
del
la memoria
Ig u a ld a d ?. Nadie
hay que no los recuerde. Desde ese p rin ­
cipe deplorable comienza esa conspiración
la casa de Orleans cuya
de
muoo descubrimos
en todos los crímenes de la primera revolu­
ción y en todas las desgracias del país. Sus
intrigas subterráneas, sus conecslones con todos
los actores del siniestro drama de 9 3 , P ethíon,
D anto n, M erat; sus larguezas facciosas y cons­
piradoras atestiguadas por la ruina de su in ­
mensa fortuna;
los venenosos libelos tic sus
confídentes contra la reina; todos los apetitos
de la ambición hermanados con todas las im«
potencias de la debilidad y todas las Haquezas
del miedo, lus indignas condescendencias de esto
adulador del populacho, que buscando la po­
pularidad en renuncias y repudios que todo
hombre de honor mira coi» desprecio, tiueca
el nombre de sus padres por un apellido fantá^tico; tudos estos hechos son sabidos, y en
vano un escritor ilustre ha empleado los re­
cursos de su
pinrel
un atenuar la fealdad
indeleble d é la horrible figura de Felipe Igual­
dad.
Nada
le detiene en aquella pendiente
fatal: deslizase de crimen en crim en, arras­
trado M principio por el espiritu de intriga
y arnbicion,
y despues por e! m iedo, este
mal consejero de los principes, como lo es
t‘l hambre de los pobres. Llega por fin el dia,
en que adelantándose á la fiera revoluciona­
ria para que ella no le devore, juzga y con­
dena al ¡nocente; súbdito,
á su rey; p rín ­
cipe, al gefe de su estirpe; hom bre á su pa­
riente y articula un voto que la historia
ha
conservado: «Convencido de que todo el que
usurpa ó usurpare la soberanía del pueblo
merece la
jQ ué
muerte,
voto
por
la m uerte!»
espectáculo, y cuanto no hubo
de
consternar á nuestros padres! Felipe Igualdad
sentado entre losJueces, entró Uantony M arat.
Luís X V I en el banquillo de los acusados; F e li­
pe Igualdad condenando, Luís X V I condenado;
Felipe Igualdad bajando de su asiento donde
acaba de pronunciar aquella sentencia sangui>
naría, para ír á buscar las vergonzosas delicias
de la orgía acostumbrada en una de aquellas
Capreas que se habia proporcionado en París,
Luís X V I saliendo de la prisión del Temple
para
ír al cadalso! ¡Qué tristes rcflecsíones
no hubieron de hacer entonces los que asis­
tieron á estos dos espectáculos! Q u é sorpresa
tan
dolorosa! Q ué
murmuraciones tal
vez!
Los corazones se oprim ieron de asombro
y
estupor, y ahogaron la plegaria que desple­
gaba
sus alas para volar á Dios. Los ojos
sondearon con espanto los abismos de lo iníin ito , preguntando si la eterna justicia
se
había acaso dorm ido en los cíelos desiertos
y vacíos, como uno de esos soles, antorchas
pasajeras del tiem po, que despues de haber
alumbrado los mundos vuelven á la eterna
noche. Temerarios, aguardad!
do
pasará un
año sin que Felipe Igualdad
reciba el cas­
tigo de sus crímenes. Ha m uerto é su rey, él
m orirá. Prisión por prisión, cadalso por ca­
dalso, sangre por sangre. La revolución
encargará del castigo de
se
su antiguo cóm ­
plice. E l 6 de Noviembre de 1793, nueve
meses despues del voto regicida del 21
Enero,
los que
hablan casi dudado
Providencia al ver
la
de
de
la
im punidad de aquel
príncipe regicida, repetían al ver la siniestra
carreta que llevaba al lugar
Luis Felipe Josef de Orleans:
del suplicio á
«Dejad
pasar
la justicia de Dios!»
La segunda vez se ofrece á nuestra vista
un especláculo diferente, pero no menos ad­
mirable, no menos fecundo
en
enseñanzas.
Hemos visto las muchas y señaladas merce­
des que los príncipes de la rama primogénila habian dispensado al duque de Orleans.
Se ha dicho que esos principes nada habian
sabido olvidar; esto es una calum nia. A h ! ha­
bían sabido olvidar á lo menos tos crímenes
y la larga conspiración de la familia de Orleans
contra el derecho nacional y el reposo de la
Francia. Los hermanos de Luis X V I habian o l­
vidado la sangre de su herm ano vertida en
el cadalso dcl 21 de E n e ro , cuundo en tiem po
de
la restauración,
voiviun al hijo
de uno
de los jueces del rey m á rtir, sus bienes, sus
patrim o n io s, sus título s, ju n to
con su con-
fiAnza y am istad, y ie colocaban en las gradas
del trono. La h ija de L u is X V I habia per­
donado las desgracias de su estirpe,
menos
grandes aun que sus virtudes de m isericordia y
de perdón, cuando recibia tan bondadosam ente
al
iiijo del que
la
habia
hecho dos veces
huérfana, votando la m uerte de su padre y
desencadenando
contra
su m adre,
ia
reina
dolorosa, las calum nias atroces que la condugeron hasta el p ié
del cadalso. C om o
el
d u q u e de O rleans correspondió b tanta b o n ­
d a d , nadie lo ignora. E l anciano rey Cárlos
X
no dudaba de su lealtad, y cuando, en las
jornadas de J u lio de 1 8 3 0 , trató alguno de
inspirarle recelos acerca de ella, rechaaó esta
sospecha como
un
ultraje á ia fidelidad del
d u q u e de Orleans: «M i p rim o , respondió, (1)
nos es profundam ente fiel, y la prim era re­
volución le ha ilustrado m u ch o para q u e se
ju n te á
mis
enem igos.»
Asi hubiera de haber sido, y vuestra con-
(1) A. M. de Conny.
fianza. Señor, debiera haberse justificado. E l
deber, el interés bien
entendido de su fe­
licidad y su reposo, la previsión de lo futuro
ilustrada por el recuerdo de lo pasado, la
solicitud del padre de familia y del gran pro­
pietario, el interés de la Francia sobre todo
trazaban esta linea
de
conducta al
duque
de Orleans. Siguió otra muy diferente. lí^odio,
á su arbitrio, escojer entre un reinado usur­
pador, y una regencia leal, escogió el reinado
usurpador. Interponiéndose entre la rama p ri­
mogénita y la cámara, podia traer una tran­
sacción y evitar á la F'rancia la conmocíon
terrible que sigue siempre á una revolución.
Kntonces hubiera regido nuestra patria con
un titulo legal,
legítim o, sin
tropezar con
ninguno de los obstáculos que ha encontrado
en su gobierno. No se hubiera visto obligado
á sacrificar los intereses nacionales á la alianza
inglesa, porque hubiera tenido alianzas con­
tinentales en Europa. No se le hubiera for­
zado á hum illar nuestra bandera ante el in ­
gles P rilcliard, á consentir en la destrucción
de la nacionalidad polaca, á renunciar á todo
engrandecimiento y rehusar l:i Bélgica que
se ofrecía espontáneamente á la Francia, como
—ito una hija à su madre, y que hubiera oblenido con ocasion de la calda del imperio oto>
mano. No se hubiera vislo obligado á sufrir
la afrenta de 1840 y avergonzar & la Francia
retirando nuestra flota del Mediterráneo m ien­
tras la inglesa bombardeaba á B eyrulh.
se hubiera visto en el caso de
No
cometer ia
locura de los m atrim onios españoles, porque
la ley sàlica hubiera continuado rigiendo en
España, lu d ie n d o seguir uiin política nacio­
nal, no se hubiera visto en la precisión de
com prar, á costa del presupuesto, una m a ­
yoría venal que aprobase su política, ni h u ­
biera echado mano
de las prodigalidades y
bajezas de la corrupción. De esle modo nues­
tra situación
ido
política y económica hubiera
sin cesar m ejorando, y fuera hoy día
adm irable;
seriamos la prim era
nación del
m undo; nuestras fronteras avanzaran hasta el
B in ; nuestras armadas con las de toda E u ro p a,
tendrían á raya 6 las de Inglaterra: el 5 % es­
taría á 120 en vez de estar á 9 4 , el 3 Vo ^
vez
en
de estar á 6 0 , el comercio y la indus­
tria (lorecieran, y el duque de Orleans, lleno
de
días y de gloria
se hubiera ya retirado
cuatro ó cinco años á la vida privada, se-
—i i l —
guido de la gratitud de la F rancia, dejando
á una mano mas jóven las riendas del go­
bierno; de manera
que á la hora en que
hablamos, la libertad y el órden, conciliados,
reinarían
gloriosamente
con
ei nombre de
E nrique V.
El duque de Orleans
chazó
la regencia,
no
prefirió
lo quiso.
Re­
reinar;
lanzó
contra Cárlos X , su rey y bienhechor, un
ejército revolucionario á Ram bouillet, y dijo:
es preciso que parta á todo trance; espul­
só á la madre
y al h ijo , alentó todas las
demostraciones contra
familia Real.
las residencias de la
Envió á decir á Cárlos X ,
por medio del
mariscal M aison, que cien m il hombres sa­
llan á perseguirle; hizo proponer una ley de
proscripción y destierro contra la rama p ri­
mogénita; perm itió que bajo las bóvedas del
Palais-Royal, se pregonaran
libelos infames
contra la hija de Luis X V y todos sus desgra­
ciados parientes. A la voz de su conciencia, á
la del interés nacional que le gritaban: «sé
regente!» prefirió la de la am bición que se­
mejante á las hechiceras de M acbeth, le de­
cia al oido:— «Serás rey.» H a reinado.
Ha rciniido, y por largo espacio de llcrnpn,
todo
pareció que s'icediu á medida de sus
deseos. Los ataques le fortalecian, la oposi­
cion se" le convertía en medio, lejos de serle
un obstáculo. Rodeado de numerosos bljo':,
y de nietos, parecía asegurado el porvenir
de su estirpe. Burlábase de
las dilícultades
del gobierno parlamentario como uno de esos
jugadores espertos que conoccíi lodos los p ri­
mores del juego.
Los esfuerzos <le la
tri­
buna y de la prensa eran tan impotentes en
su daño como las conspiraciones. Sus ene­
migos venían á caer en sus lazos como el
pájaro im prudente en las redes del cazador.
E l acontecimiento que le era ú til ó neceEarío no dejaba de sobrevenir. Las carta? le
venían á pedir de boca, y no parecía sino que
se presentaban á medida que las nombraba,
lan feliz tenia la m ano. De todo peligro sa­
caba un nrma nueva; de la tentativa deFíeschí las leyes de
Setiembre; de nuestra es-
clusíon
negocios
de
los
fortíBcaciones
todos!,
era
de
un
París.
hombre
de
Oriente
Al decir
hábil
que
de
las
casi
sacaba
de todas las sltuariones cuanto provecho era
posible
y jugaba con
las dificultades.
Por
eso los agoreros se burlaban cada instante de
nuestra impotente oposicion. Pero nosotros,
llenos de confianza en la justicia divina, de­
cíamos allá en nuestros corazones: dejad venir
la justicia de Diosl
Hacia
ya tantos años que reinaba sin que
ningún indicio anunciara la dim inución de tan
perseverante prosperidad, quo al fin habian
casi todos creído que seria eterna.
Guando
mostrábamos alguna duda acerca la duración
de su fo rtun a, los sabios meneaban la cabesa y se mofaban de nuestra incredulidad.
Nos decian que tomábamos nuestros deseos
por esperanzas, y nos trataban de visionarios
que
quieren vender por realidades los en»
sueños de sus Duches. ¿No se habia tentado
en su daño cuanto podia tentarse? Su so­
brina, esa m ujer intrépida, no haJ)ia venido
à hacer un llamam iento á la guerra en las
Oorestas de la Vendée, y revíndicar la co­
rona que las leyes del reino aseguraban á su
hijo? Y qué habia resultado? La sangre rea­
lista habia de nuevo enrojecido aquella tierra
desventurada empapada ya en aquella saogre
generosa. Cathelineau habia m uerto asesinado;
Hanaclie,
Bouechose,
Bascher,
Tregomain,
8
hab ian
aum entado
la
lista
de
los heróicos
m ártires de la V endée; los presidios se h ab ian
asom brado de abrirse para recibir una co­
lonia de Vendeanos, estraños crim inales, que
cada m añana y cada tarde oraban al Dios de
sus padres en aquel infierno de m ano de h o m ­
bres, com o oraban en sus chor.as; y M aría
Carolina
vez
de
Blaye.
de B orbon,
habia
encontrado,
las Keales T ullerias,
la
prisión
en
de
Los antiguos combatientes de J u lio ,
¿no hab ian
querido protestar, con las arm as
en la m a n o , contra el abandono de los p r in ­
cipios, de las ideas, de
hab ian
com batido? Y
la
qué
Se les habia respondido con
política
habia
porque
resultado?
el cañón de San
M e rry y las metrallados de la calle Trasnon a in , y luego el M onte S a n - M ig u e l, este sepul­
cro inm enso, recibiéndoles en sus hom icidas e n ­
trañas, habíalos devorado lentam ente h a c ié n ­
doles sentir todos los torm entos de la agonía.
E n cuanto á la oposicion parlam e ntaria, no
la habia él disuello en los arlificios de su p o ­
lític a 6 con la influencirt de los vergonzosos
argum entos sacados del
presupuesto? N o se
h a b ia servido de sus gefes, como en los teatros
al aire lib re , gobierna ei titirite ro sus íiguras?
Gn ñ n , se nos recordaban las tentativas furiu*
sas del fanatismo que habian tenido tun mal
écsilo como h s combinaciones políticas de los
partidos. Siete veces algunos asesinos habían
dirigido contra
otras tantas una
él sus mortíferas armas, y
mano invisible había des­
viado la bala. Se quería que reconociéramos
en este indicio tan evidente y tantas veces
repetido la manifestación infalible de un de­
creto de la Providencia, y nos decían: « In ccHnaos, y renunciad á una oposicion Inútil
á ese hombre le proteje el cíelo.» E n vano
respondíamos, al par que detestábamos tan
criminales tentativas, que no debían sondearse
los decretos de la Providencia y juzgarse sus
designios, antes que hubiera acabado esa vida
tan asombrosamente prolongada. E n vano de­
cíamos: «Aguardad lo porvenir, ¿quién sabe
sí ese hombre
no está reservado á
la ju s­
ticia de Dios?»
Llegó finalmente un dia en que el secreto
de lo alto com entó á traslucirse. Aquella pros­
peridad, hbsta entonces inalterable, se des­
m intió; la estrella de Luís Felipe de Orleans,
se cubrió de una niebla de luto, y un hués­
ped desconocido, la desgracia, tocó á la puerta
del rey de los franceses. La esperanza de sn
dinastía,
el p rim o génito
de su
casa, aquel
h ijo á quien habia educado para re in ar, habia
caido de su coche y se habia roto la cabeia
en el cam ino de la R e b e lión , en u n instante
habia
pasado de la vida
m u e rte estraña;
com o la
a! sepulcro.
Esta
de esos príncipes
que heridos p o r m ono invisible, vemos caer
de sus carros en las relaciones bíblicas, llenó
de pasmo á todo el m u n d o . C om padecim os
á su fam ilia, y no es hoy cuando lia caido
de la cum bre de su grandeza en el destierro,
cuando desmentiremos este testim onio de com ­
pasion. A l m ira r segada en su flor aquella
vida llena de dias, q u é corazon hubiera sido
insensible? N o
para la
para
tenemos dos lenguajes,
uno
prosperidad de los príncipes, y otro
su adversidad.
Com padecim os
pues
é
aquel príncipe arrebatado tan presto p o r una
m u e rte tan singular é im prevista; le com pa­
decimos, pero
al m ism o tie m p o , al
ver
6
L u is F elipe de Orleans tan cruelm eiite h e ­
rid o en su heredero, en el ú n ic o de sus hijos
cuya
m uerte
podia ser u n peligro para su
dinastía, nos preguntam os si n o habla en ello
u n secreto
designio de la P rovidencia q u e
no pierde sus golpes, j
y
aguardamos mas
mas ver pasar ia justicia de Dios.
¿Qué pensáis de ello ahora? Eramos ciegos
ó previsores? Nuestra respetuosa fe en la Pro­
videncia, era una superstición insensata ó una
creencia razonable? A la hora en que ha­
blamos, se descubre todo el órden de los de­
signios providenciales, se ve que es lo que
debe pensarse de esas prosperidades efimera®
que
deslumbraban
los ojos.
Hoy se comprende porque esa
vida
fue
tanto tiempo y tan maravillosamente preserva­
da
y á que prueba
final estaba reservada.
Se esplica esa tan larga ancianidad perpetuán­
dose por
un
designio
<lel
cielo,
en
p re ­
sencia de aquella tan presto arrebatada. Todo
se esclarece, los enigmas se esplícan por
sí
mismo, los caracteres oscuros se ilum inan,
el libro de los siete sellos
queda
abierto,
y los geroglíficos revelan á la vista asom­
brada
los secretos
que
contenían
en
sus
misteriosos emblemas. A h ! hoy sabemos porque
el vino embriagador de la prosperidad fue
tanto tiempo vertido en esa copa llena de
alucinaciones
la
familia
y prestigios, que el
de Orleans llevaba
sin
gefe de
cesar á
SUS labios.
Las
mallas
de la red que el
eterno cazador habia tendido bajo los piés de
su presa, en aquellas sendas floridas, son ya
visibles para todos. De qué le ha servido esa
tnn numerosa descendencia? De qué le han
servido esas bastillas tan sólidamente cons-truidas, esos cañones de que tan arrogante
se mostraba,
y su fortuna
inmensa, y ese
presupuesto con que hubiera com prado un
m u n do ,
y esa mayoría venal que le entre­
gaba nuestra gloria, nuestros intereses y nues­
tras libertades? De qué le han servido su as­
tucia y sus tan celebrados ardides, cuando
ha llegado el dia de las iras celestes; y cuando
se ha levantado el pueblo, este cazador ter­
rible; qué se ha hecho esa zorra que había
creído
escapar
siempre
á la
persecución,
confundiendo sus huellas y paseando su po>
ütína
subterránea
A l previsor le han
de terruño en
terruño?
cogido desprevenido, el
gran m aquínador de emboscadas ha caido en
su
propio lazo; la fama de diez y seis años
(K> habilidad se ha desvanecido en un m o ­
m ento, como esos globos hinchados de aire
que basta
para reducir á nada
la picadura
de un alfíler. E n ese día de sorpresas, se
ha visto á ios jóvenes tem blar y desfallecer
como los ancianos, y á
con el
ventud,
los ancianos obrar
a tu rd im ie n to y tem eridad
y cuando
esa
fam ilia
tan bien arraigada en el suelo
de la j u ­
que
üe
parecía
Francia*
ha sido arrancada por el huracan popular,
un
m ism o g rito ha salido de la conciencia
de todos: «D e ja d pasar la justicia de D ios.»
S í, es jnsticia. E l hijo sufre u n tratam iento '
análogo sino igual al de s u ^ a d r e .
había hecho se ie
hace.
Cuida por
Lo que
caida,
destronam iento por destronam iento, destierro
por destierro.
Espulsó á sus mayores, se le
espulsa. In g rato
con la raza de Luis X I V y
con la F ra n c ia , no encuentra sino in g ra titu d .
E l ejército revolucionarlo que há diez y ocho
años envió á R a m b o u ille t contra Cárlos X ,
aparece de nuevo devastando el P alais- R oyal,
y N e u illi. Hemos oido a los pregoneros p ú ­
blicos an un ciar su vida,
entre dos injurias,
bajo esa m ism a galería del P alais- R oyal, en
que habla dejado
contra la h ija
vociferar iiifunies injurias
de Luis X V I
y el venerable
arzobispo de Paris.
A n cian o , os com padecem os, porque fio se
cerrarán vuestros ojos en nuestra am ada tierra
— la o —
de Francia; pero decid, ¿habéis perm itido vos
quo la contemplaran por últim a vez antes de
cerrarle á la luz, los ojos dcl anciano rey
que tanto os habia amado? A nciano, os com ­
padecemos, porque
radas
reposarán en
vuestras cenizas dester­
tierra estranjera;
pero
por q u é , sino por haberlo vos querido, las
cenizas de Cárlos X descansan en tierra lejana,
en la bóveda de los Franciscanos de Goritz?
A nciano, os (^m paderem os, porque vuestro
n ie to , nifio inocente, ha sido arrebatado en
vuestro naufragio; pero tuvisteis vos piedad
de la niñez de E nrique de Borbon, de este
tierno y glorioso hijo del desgraciado duque
de Berry? A nciano, os compadecemos, porque
antes
de que reclinarais la cabeza sobre la
aknohada de piedra en que se duerme hasta
el últim o dispertar, se deslizó la corona de
vuestra frente, y moriréis raido y destronado;
pero esa corona usurpada, ¿no la había to ­
mado vuestra mano de una cabeza de cabellos
blancos? No insultaremos vuestra caida, que
en su pedestal gustamos de atacar las esta-tuas.
Pero á vísta de tan maravillosos acon­
tecimientos, que harían ver al ciego y creer
al aleo, á vista
de la increible ru in a de esa
casa de Orleans, cuya am bición ha
tanto mal á
hecho
la Francia, lleno el corazon de
un terror religioso, rolveremos los ojos hácia
e) sublime oratorio donde la hija de Luis X V I ,
á quien
habia Dios guardado para ser tes­
tigo de esta inmensa reparación, levanta al
cielo sus piadosas manos implorando el perdón
de lo al^o sobre el destierro
de los que la
han desterrado, y á ejemplo suyo, sin cólera
y sin
odio, repetiremos esta grave y me­
lancólica sentencia; «Dejad pasar la justicia
de Dios!»
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