Un bibliógrafo de ultramar: José Ignacio Mantecón

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Escritos, Revista
del Centro dedeCiencias
del Lenguaje
Un bibliógrafo
ultramar:
José Ignacio
Número 32, julio-diciembre de 2005, pp. 65-78
Mantecón
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Un bibliógrafo de ultramar:
José Ignacio Mantecón
Silvia Salgado Ruelas
La bibliografía es uno de los instrumentos esenciales de la gente
del libro: vehículo de información,
mapa donde se trazan los itinerarios de lo escrito, indicador fundamental para medir la producción
intelectual y herramienta que articula a la escritura con sus posibles lectores. En ese campo vasto y
fértil trabajó el aragonés José Ignacio Mantecón, desde que llegó
a México como refugiado español.
Constructor de instrumentos que
registran la memoria colectiva y
formador de bibliógrafos mexicanos, el doctor Mantecón consolidó proyectos y empresas referidos
al repertorio bibliográfico retrospectivo y contemporáneo que dan
identidad nacional, en tanto que
se refieren a la producción intelectual impresa en México.
The bibliography is one of the
essential instruments for people who
work with books: an information
vehicle, a map were the itineraries of
the written word are traced, a fundamental indicator for measuring
intellectual production and a tool
that joins writing with its possible
readers. José Ignacio Mantecón,
from Aragon Spain, worked in that
vast and fertile field from the time that
he came to Mexico as a Spanish
refugee. A builder of instruments that
register collective memory and a
teacher for Mexican bibliographers,
Dr. Mantecón consolidated projects
and undertakings referring to both
a retrospective and a contemporary
bibliographical repertory that give
national identity, as far as what is
referred to as printed intellectual
production in Mexico.
...creo que España y América tienen
formas de ser paralelas en una gran cantidad de aspectos y en la geometría antigua, la que yo aprendí, las líneas paralelas se encuentran en el infinito.
José Ignacio Mantecón (1978, 285)
DESDE ESPAÑA
José Ignacio Modesto Mantecón Navasal nació en la hispana y
aragonesa Zaragoza, el 26 de septiembre de 1902, y murió en la
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Silvia Salgado Ruelas
ciudad de México, el 20 de junio de 1982. A lo largo de sus setenta
y nueve años de vida dejó improntas imborrables en su país natal,
así como en la tierra donde encontró refugio, a causa de la guerra
civil española, desde el año de 1940. Al igual que muchos otros
exiliados, su viaje no tuvo el añorado retorno.
La primera mitad de su vida transcurrió en España. José Ignacio fue el cuarto de once hijos habidos entre Miguel Mantecón Arroyo y Concepción Navasal Iturralde. Su raíz familiar provenía de un
núcleo aburguesado y conservador, inserto en el ramo de la construcción y las finanzas, ya que su padre fue ingeniero de caminos y
poseía una empresa llamada Vías y Riegos, la que José Ignacio
Mantecón atendió entre 1925 y 1935.
En 1911 ingresó a los estudios primarios del Colegio jesuita de
El Salvador en Zaragoza, donde conoció y compartió desde entonces una profunda amistad con Luis Buñuel, el autor fílmico de “Los
olvidados” (1950), quien también se exilió en México. Poco después, José Ignacio Mantecón optó por posturas más liberales, e
inclusive contrarias a las aprendidas en el seno familiar y escolar,
ya que como él apuntó, desde 1917 participó en su “primer mitin
republicano”, como orador simpatizante del Partido Radical, fundado por Alejandro Lerroux en 1906 (Mantecón, 1978, 285. Torres,
2001).
En 1920, a los dieciocho años de edad optó por el título de licenciado en historia, y en 1924 obtuvo el de derecho, ambos por la
Universidad de Zaragoza. Ese mismo año ingresó al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos de España por
concurso de oposición, y al siguiente alcanzó el grado de doctor en
derecho, por la Universidad Central de Madrid. Durante ese tiempo, en la Residencia de Estudiantes de aquella ciudad conoció y
entabló amistad con Federico García Lorca, el autor granadino del
Romancero gitano quien, antes de morir a manos de la dictadura
franquista, escribió el premonitorio verso:
Tienen, por eso no lloran,
de plomo la calavera.
(García Lorca, 1963, 295)
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Desde 1925 y hasta 1933, el doctor Mantecón trabajó en el Archivo General de Indias de Sevilla, donde consolidó sus capacidades de investigación, con especial énfasis en los ámbitos
paleográficos y documentales relativos a la América hispana, virtudes que lo hicieron destacar, junto con Agustín Millares Carlo, como
maestro de esos temas, a lo largo de sus años de trabajo en México. Sin duda, una de las obras fundamentales y vigentes de ese par
de estudiosos es el Álbum de paleografía hispanoamericana
(1955), que contiene uno de los estudios y repertorios más ricos de
la materia, en este y el otro lado del Atlántico.
En 1927 se casó con Concepción de la Torre Bayona, y al año
siguiente en Zaragoza nació Concha, su primogénita; mientras que
a Matilde, la segunda hija, le tocó el turno de ver por primera vez la
luz el año de 1930 en Sevilla.
Al mismo tiempo que adquirió una sólida formación profesional
durante los años vividos en la capital hispalense, también participó
políticamente en contra de la dictadura instaurada en 1923 por Primo de Rivera. Su vínculo con los planteamientos republicanos lo
habían hecho afiliarse desde 1924 y tomar parte activa en Acción
Republicana, partido de Manuel Azaña, quien dirigió la segunda
República española y a la que se sumó José Ignacio Mantecón.
Cabe destacar que el 3 de abril de 1934, el Partido de la Izquierda
Republicana se fundó con la fusión de Acción Republicana, el Partido Republicano Radical Socialista y la Organización Republicana
Gallega Autónoma, por lo que Mantecón entró en él. Actualmente,
el Partido de la Izquierda Republicana lo considera como uno de
sus militantes históricos, junto con personajes como Manuel Azaña
y Vicente Rojo1.
En 1935, Mantecón y su familia dejaron Sevilla y regresaron a
Zaragoza para dedicarse a los negocios familiares y a la política,
por lo que el 17 de julio de 1936, cuando ocurrió el levantamiento
militar en Marruecos, encabezado por el general Francisco Franco
en contra de los republicanos, José Ignacio Mantecón estuvo en la
1 Consúltese en Internet la página electrónica del Partido de la Izquierda
Republicana, en su sección de militantes históricos: http//:www.izqrepublicana.es/
documentación/m.htm
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mira de ser capturado; sin embargo, él se encontraba en Madrid
cuando los nacionalistas lo buscaron en su casa, por lo que sólo
aprehendieron a su esposa, a la que confinaron por treinta y nueve
meses en el Convento de las Oblatas, en Pamplona; mientras que a
Concha y Matilde, sus dos hijas pequeñas, las mantuvieron bajo
arraigo domiciliario en la casa de los abuelos paternos.
En tanto que su familia sufría reclusión, en 1937 José Ignacio
Mantecón y el diputado socialista Eduardo Castillo fundaron las
milicias aragonesas, y lucharon en la batalla de Guadalajara que
comandó el general Vicente Rojo, al lado de las brigadas internacionales. Poco después, Mantecón recibió el nombramiento de
gobernador general de Aragón, a través del ministro de gobierno
Julián Zugazagoitia, por lo que dejó el frente de la batalla y se dirigió a Caspe, donde asumió una postura muy criticada al ejecutar la
desarticulación del Consejo de Aragón, organización anarquista que
difería notablemente de los principios, estrategias y fines que el
gobierno republicano y los comunistas tenían con respecto a la guerra civil española. De hecho, el propio Mantecón dijo que en esa
ocasión “le tocó bailar con la más fea” (Mantecón, 1973, 277. Cfr.
Orwell, 1952)
Hacia el final de la lucha armada, y en pleno retiro del gobierno
de la República, José Ignacio Mantecón recibió el encargo de ser el
comisario general del Ejército del Este, pero el avance de las fuerzas franquistas lo obligaron a retirarse y embarcarse en la nave
inglesa Galatea, y exiliarse brevemente en Londres, donde fue
nombrado secretario general de los Servicios de Evacuación de
Refugiados Españoles (SERE)2, por Juan Negrín, primer ministro del
gobierno en el exilio, y se trasladó a París, donde se dedicó a organizar el éxodo de los republicanos a México, Chile y Venezuela,
junto con el poeta Pablo Neruda, quien era cónsul del gobierno
chileno en esos difíciles momentos; sin embargo, en marzo de 1940,
José Ignacio Mantecón fue capturado e ingresado al campo de
concentración de Argelès, al sur de Francia, y ahí se encontró con
2 Esa organización aparece también como Servicios de Emigración de Republicanos Españoles.
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Max Aub, el escritor republicano franco hispano judío, quien ya
estaba preso y que registró en su diario “15 de mayo. Llega Mantecón” (Aub, 2000, 31). Años después, ambos coincidieron como
exiliados en México, y aunque mantuvieron distancias ideológicas
insalvables, hay que mencionar que José Ignacio Mantecón inspiró
el personaje de “Julián Guillén”, en Campo abierto (1951), una de
las novelas escritas por Max Aub, que forman la trilogía titulada
Laberinto mágico.
José Ignacio fue liberado en junio, y salió de Francia rumbo a
México el día que el mariscal Henri Petain firmó el armisticio que
partió en dos al país galo. En 1941, tras cinco años de separación
forzada, su esposa e hijas llegaron a México para reunirse con él
(Torres, 2002).
EN MÉXICO
Desde que se alejó de Europa lo hizo también de la guerra, aunque
inicialmente colaboró con José Puche en el Comité Técnico de
Ayuda a los Refugiados Españoles. Asimismo, participó en la fundación del Instituto Luis Vives, en la ciudad de México y por un
breve lapso trabajó como su director administrativo. En los primeros años de su exilio conoció a Francisco Gamoneda, director de la
Oficina de Bibliotecas del Distrito Federal y bibliógrafo hispano
radicado hacía tiempo en México, así como a Agustín Millares Carlo,
polígrafo canario y uno de los exiliados fundadores de La Casa de
España en México, quienes lo introdujeron en el mundo bibliográfico y archivístico de este lado del Atlántico. Una de las primeras
publicaciones en las que colaboró fue la dedicada a la II Feria del
Libro, en la que se levantó el pabellón de la Exposición retrospectiva del libro mexicano (1943).
Ese mismo año publicó junto con Millares Carlo la obra intitulada Ensayo de una bibliografía de bibliografías mexicanas, trabajo fundamental que presentó el estado de la materia, desde la
época colonial hasta el momento de su publicación. La calidad de
ese libro demostró la capacidad profesional de ambos estudiosos,
quienes acudieron a fuentes documentales autorizadas, así como al
repositorio bibliográfico nacional mexicano, para poder construir
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una de las herramientas de consulta más completa de su tiempo.
Desde entonces, el doctor Mantecón se dedicó plenamente a la
investigación, la docencia y la difusión de la cultura.
De 1943 a 1946 trabajó como investigador de El Colegio de
México, institución que en 1941 dejó de llamarse La Casa de España. Ahí se dedicó a catalogar los libros de los siglos XVI y XVII que
se conservan en la Biblioteca Nacional de México, al lado de Agustín
Millares Carlo y Concepción Muedra. No obstante, la crisis financiera que atravesó El Colegio, durante al menos el periodo presidencial de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), hizo que “Pedro
Carrasco, José Moreno Villa, Juan Roura Parella, Luis Recaséns
Siches, Arturo Arnáiz y Freg, Pedro Bosch Gimpera, José Mantecón”,
entre otros destacados académicos, fueran dados de baja o, en el mejor de los casos, vieran disminuidos sus sueldos (Lida, 2000, 155).
En el campo de la docencia, desde el año de 1945 y hasta 1964
impartió clases de bibliología y paleografía en la recién fundada
Escuela Nacional de Bibliotecarios y Archivistas de México por
Jaime Torres Bodet, quien era entonces el secretario de Educación
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Pública. En 1963 se incorporó al cuerpo docente del Colegio de
Bibliotecología y Archivología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) como catedrático de bibliotecología, catalogación descriptiva de archivos, archivología y bibliografía mexicana (Contreras, 1987, 14). De su actividad como profesor, el catálogo electrónico de tesis de la UNAM (Tesiunam) tiene registrados tres
títulos de licenciados en bibliotecología en los que él aparece como
el asesor. Hay que advertir que en el año 2003, María López
Cervantes, una de las tesistas del doctor Mantecón, durante la década de los sesenta, presentó su disertación para obtener el grado
de maestra en historia de México por la misma universidad, que se
centró en el estudio de Agustín Millares Carlo y José Ignacio Mantecón como “dos transterrados intelectuales”, que influyeron definitivamente en la cultura nacional del siglo XX (López, 2003).
En 1955 ingresó como investigador al Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, donde desarrolló un interesante estudio,
junto con Manuel Toussaint, intitulado Informe de méritos y servicios de Alonso García Bravo, alarife que trazó la ciudad de
México (1957). Así mismo recopiló, pulió y publicó la bibliografía
del propio Toussaint, en la que registró minuciosamente la valiosa
producción intelectual de uno de los decanos de la historia del arte
novohispano.
En 1958 cambió su adscripción y se integró al cuerpo académico de la Biblioteca Nacional de México, donde se sumó a la
refundación del Instituto Bibliográfico Mexicano –en su segunda
edición–, junto con Manuel Alcalá, Ernesto Mejía Sánchez, Guillermo
Fernández de Recas y Luz María Torres. Los principales propósitos del Instituto fueron los siguientes:
a) Recopilar la bibliografía nacional, y para tal efecto el Instituto
Bibliográfico Mexicano se puso en contacto con las instituciones culturales y universitarias de las diversas entidades
federativas de la República Mexicana.
b) Coordinar la bibliografía nacional.
c) Reeditar la bibliografía retrospectiva.
d) Reeditar el Boletín de la Biblioteca Nacional (Contreras, 1987, 14).
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Esos objetivos apuntan inequívocamente a las tareas fundamentales que deben asumir las bibliotecas nacionales, considerando que
ellas han de recibir por depósito legal y albergar al menos uno o dos
ejemplares de todo lo publicado en el país. Sin duda, ese es un tema
que merece un tratamiento preciso, y es adecuado mencionar aquí
que es uno de los factores fundamentales para llevar a cabo la
ingente tarea bibliográfica de registro de la producción nacional,
que por muchos años impulsó y encabezó el doctor Mantecón.
En 1967, por acuerdo del Consejo Universitario de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el Instituto Bibliográfico Mexicano se transformó en el Instituto de Investigaciones Bibliográficas, el cual asumió la tarea de administrar y coordinar a la
Biblioteca Nacional de México. En ese trasiego de funciones y
reordenamientos, el doctor Mantecón y don Ernesto de la Torre
Villar fueron dos de los motores primordiales que impulsaron los
trabajos primigenios de esa primera época del Instituto.
En la Biblioteca Nacional de México se dedicó a la formación y
consolidación de la importante Sección de Bibliografía, en la que
compiló y creó algunos de los instrumenta necesarios para la elaboración del repertorio bibliográfico nacional, y como investigador
del Instituto desarrolló con esmero y erudición una vasta labor
bibliográfica.
Cuando empezó la emigración de la Biblioteca Nacional de
México, desde el antiguo templo de San Agustín, en el centro histórico, a la Ciudad Universitaria, en el año de 1979, José Ignacio
Mantecón no participó de ese movimiento. La maestra Irma
Contreras, decana del Instituto de Investigaciones Bibliográficas,
apuntó que él renunció al Instituto el 16 de octubre de 1980, y murió
el 20 de junio del año 1982 (Contreras, 1987, 14. Torres, 2005, 154)
PERFIL BIBLIOGRÁFICO
De las varias facetas de su vida, la que aquí se destacará se refiere
a la de los libros y la escritura, temas que él cultivó desde su juventud. La imagen del bibliógrafo erudito, fino y de manos suaves,
cobra una dimensión especial en la delgada figura de José Ignacio
Mantecón, puesto que era un hombre de convicciones recias, em-
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prendedor, inteligente y sensible, capaz de empuñar las armas de la
guerra del fuego, y de asir las del pensamiento depositado en los
libros.
Dos artículos salidos de su pluma se refieren a sendas instituciones mexicanas dedicadas a la formación y al estudio de la producción editorial nacional. Ambos se intitulan respectivamente “El
primer Instituto Bibliográfico Mexicano” (1961) y “El Instituto de
Investigaciones Bibliográficas y la bibliografía nacional” (1967). En
ellos desarrolló puntualmente la trayectoria de la tradición bibliográfica en México desde la época colonial hasta sus contemporáneos, y le otorgó un valor definitivo como disciplina consolidada, ya
que la definió como “base fundamental de la historia del pensamiento”. Entre ambos artículos se tiende un puente que vincula el
pasado con el presente, que José Ignacio Mantecón recorrió con
paso firme y de manera espléndida, ya que no sólo fue historiador
sino también bibliógrafo comprometido con la construcción de herramientas de trabajo y de conocimiento.
En los artículos citados, el doctor Mantecón afirmó que el siglo
XIX fue de oro para la bibliografía mexicana sistemática; sin embargo no soslayó que los antecedentes de esa actividad hunden sus
raíces hasta el siglo XVI, en los primeros cronistas de las órdenes
mendicantes que registraron los nombres de los autores religiosos y
de sus escritos, con el ulterior propósito de destacar la importancia
de su misión en tierras novohispanas. Después de mencionar a distintos frailes como Jerónimo de Mendieta, Agustín Dávila Padilla,
Agustín de Vetancurt o Francisco de Florencia, el doctor Mantecón
señaló a José de Eguiara y Eguren, catedrático de teología de la
Real y Pontificia Universidad de México, como el “padre de la
bibliografía mexicana”, por su magna Bibliotheca mexicana (1755),
y abundó que “la lucha por la independencia de México tuvo su
primera trinchera en esa exposición metódica y sistemática de obras
escritas y manuscritas en la Nueva España o sobre la Nueva España” (Mantecón, 1969, 85)3.
3 El original de la obra de José de Eguiara y Eguren se conserva en la Sección de
Manuscritos del Fondo Reservado de la Biblioteca Nacional de México, por lo que
el doctor Mantecón la pudo tener en sus manos.
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Después de De Eguiara y Eguren, José Mariano Beristáin de
Sousa dio continuidad a ese trabajo con su Biblioteca hispanoamericana septentrional, obra que inauguraría el llamado siglo de
oro y que se publicó de 1816 a 1822 en 3 volúmenes. Cabe decir
que ambos autores se inspiraron en la estructura y composición de
la Bibliotheca hispana del sevillano Nicolás Antonio (1672), y es
de notar que los tres autores bautizaron sus obras con el título de
‘biblioteca’, en tanto que se refirieron a los escritores de una determinada región y época.
El doctor Mantecón destacó la presencia de tres obras fundamentales producidas en el siglo XIX. La primera es la Bibliografía
mexicana del siglo XVI, trabajo de gran calidad que se formó a lo
largo de cuarenta años por Joaquín García Icazbalceta. La segunda es la que al final del diecinueve, el padre Vicente de Paula
Andrade retomó del padre Agustín Fischer, y publicó bajo el nombre de Ensayo bibliográfico mexicano del siglo XVII (1899); mientras que la tercera corresponde al doctor Nicolás León, quien desarrolló la Bibliografía mexicana del siglo XVIII, y la publicó por
entregas, en el Boletín del Instituto Bibliográfico Mexicano. En el
artículo respectivo detalla que el nacimiento de tal Instituto se encuentra íntimamente ligado al interés plasmado en la Primera Conferencia Internacional de Bibliografía organizada por la Royal Society
de Londres, en julio de 1896, con el propósito de registrar la información científica impresa producida hasta ese momento. El gobierno de
México, en la persona del licenciado Joaquín Baranda, secretario de
Instrucción Pública, nombró y envió como su representante a ese
evento al señor Francisco del Paso y Troncoso, quien se encontraba en Europa reuniendo datos sobre los repositorios y las obras que
contuvieran información sobre México. El señor Del Paso recogió
las reflexiones de la Conferencia y comunicó al señor Baranda la
necesidad e importancia de crear una Junta Nacional de Bibliografía que se encargara de compilar y organizar la producción nacional impresa sobre ciencias y humanidades, tarea que se emprendió
en la sede y bajo los auspicios de la Biblioteca Nacional de México.
El doctor Mantecón resumió que desde José de Eguiara y hasta
Nicolás León, el principal objetivo que se persiguió fue registrar la
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producción libresca e intelectual impresa desde el año 1539, en que
se estableció la primera imprenta en la Nueva España, hasta el
final del Virreinato, y que esos fueron los pasos previos y necesarios para reunir y formar la Bibliografía mexicana del siglo XIX,
tarea no concluida, pero que emprendió tanto el doctor Nicolás León
en el primer Instituto Bibliográfico Mexicano, como el gran bibliógrafo chileno Toribio Medina, en su monumental obra La imprenta
en México (1539-1821); sin embargo valdría matizar el uso de los
términos “biblioteca” y “bibliografía”, pues el primero se empleó
para el registro retrospectivo y biográfico de los autores y obras
producidas histórica y particularmente en la región septentrional de
la América hispana; mientras que el segundo se aplicó al de repertorio acotado por el registro descriptivo y material de las obras impresas producidas en un tiempo determinado. La diferencia entre
ambos instrumentos no es definitiva, pero con la primera se procuró mirar hacia el pasado y registrar la historia literaria; en tanto que
la otra intentó mostrar la producción y circulación de los impresos
en un periodo determinado.
La formación del doctor Mantecón lo impulsó a desarrollar tanto la bibliografía retrospectiva como la contemporánea nacional, y
de manera puntual hay que destacar su generosidad como difusor
de la cultura impresa, a través de la edición y publicación de sus
estudios, así como de los Boletines del Instituto Bibliográfico Mexicano –en su segunda etapa– (1959) y de la Biblioteca Nacional
(1963-1967). Con la experiencia adquirida formó y encabezó el
comité editorial del Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas (1969-1976); además de esas importantes publicaciones
periódicas, dedicadas a difundir el quehacer de sendas instituciones, con Tarsicio García se abocó a la edición de los Anuarios
bibliográficos correspondientes a los años de 1958 a 1966, y elaboró las notas preliminares, las estadísticas de la producción intelectual mexicana conforme a las normas estipuladas por la UNESCO,
así como los indispensables índices analíticos que acompañan a dichos repertorios. Poco después asumió la edición de la Bibliografía mexicana (de 1967 a 1978), junto con los historiadores Roberto
Moreno de los Arcos y Arturo Gómez. De manera sintética se
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puede decir que esas obras son producto de trabajos colectivos de
largo alcance y gran aliento, que se realizaron bajo la mirada y la
pluma del doctor Mantecón, quien sostenía la idea de que: “Toda
bibliografía debe realizarse con el supuesto de que se está haciendo
un balance de los intereses culturales del lugar, país o región
abarcada en el estudio” (Mantecón, 1969, 85).
La suma de su producción intelectual alcanzó poco más de ciento
catorce títulos entre libros, artículos, prólogos, conferencias, reseñas, publicaciones colectivas y tesis asesoradas. José Ignacio Mantecón consagró sus trabajos y sus días al estudio y difusión de las
ciencias y artes de los libros y las bibliotecas, acciones que lo colocan como uno de los pilares de la disciplina bibliográfica en México,
durante la segunda mitad del siglo XX (Quiñónez, 1981-1982, 239256. Torres, 2005, 163-182).
Finalmente, el doctor Mantecón se refirió a Calímaco de Cirene
como uno de los bibliotecarios más antiguos, que creó una de las
primeras bibliografías conocida como Pinakes –Tablillas–, compuesta por ciento veinte títulos de libros, en los que desarrolló un
catálogo biográfico y crítico de autores con obras inscritas y resguardadas en la legendaria Biblioteca de Alejandría. De muchos de
ellos no se conserva más que esa noticia, que constituye un registro
invaluable de la memoria colectiva, una especie de arqueología de
la cultura bibliográfica. Siglos después, don José con sus obras dio
continuidad a esa vieja tradición.
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