Choque de civilizaciones.

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Choque de civilizaciones.
A propósito de la tesis de Samuel Huntington
Leonardo Agudelo Velásquez
La llegada del nuevo milenio se ha presentado a la historia cargado
de interrogantes y terroríficas visiones sobre el futuro de la humanidad.
Estaríamos entrando así en la percepción de las películas de ciencia ficción,
que consideran de manera catastrófica el mundo futuro. Pero, ¿cuáles son
las visiones sobre las que se sostiene ese rótulo de choque de civilizaciones?
¿Cuáles son los fundamentos que sustentan esa afirmación?
Antes de alguna reflexión es importante considerar el escenario semántico que define el concepto. ¿Es acaso el término civilización capaz de
soportar el mayor conflicto del momento presente? ¿Acaso el mayor reto
de la humanidad, y acaso hasta la propia supervivencia del futuro humano
tendrá que ver con las relación entre las civilizaciones del planeta, civilizaciones proveídas de afanes hegemonizantes y universalistas?
Crecimos bajo el hongo de la cultura europea, que no se llamó a sí
misma europea sino universal. La trama de la historia del siglo XX ha
remarcado ese error de enunciado. En 1935, Edmundo Husserl publicaba
su texto La crisis de la conciencia europea, como un anuncio de que valores e historia europeos, no podían seguir soportando el colosal peso de
autodenominarse “universales”. Esta noción surgió a finales del siglo XIX
alrededor de teorías racionales, como las de Gustavo Le Bon, que atribuían
a la raza blanca europea la capacidad de hacerse perfectible a través de la
historia, pero negaron esa posibilidad a otros pueblos, algunos de ellos
cultivados al calor de una historia milenaria y culturas de gran complejidad aun mayor que el mosaico de los pueblos que constituían a Europa.
El precio de autoproclamarse superior como raza y cultura, le hizo olvidar
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las deudas y préstamos culturales con los mundos del islam, hindú, chino
a los cuales había colonizado. Pero Europa consideró la derrota de las otras
culturas como fuente de superioridad de la propia, y sobre ese “triunfo” las
potencias europeas se dedicaron a esquilmar el mundo.
Husserl veía el problema de la cultura europea en términos de grandes conflictos capaces de atrapar a la historia humana. Conflictos como
la Primera Guerra Mundial en la que había muerto uno de sus hijos. El
ascenso político de una teoría racial, capaz de reclamar la superioridad
humana para un pueblo, significó una derrota no sólo para el pueblo alemán, sino para Europa y para la conciencia de la humanidad. En 1939,
Elias Canneti escribiría: “Si en realidad yo fuera escritor debería ser capaz
de evitar la guerra”.
Ni Husserl ni Canneti evitaron la guerra, pero la vaticinaron no en
términos tan fatídicos como fue en realidad, pero dieron consistencia a la
frase, “el arte –incluyendo en él a la reflexión como tarea del espíritu– abre
los surcos por los cuales trasegará la historia”.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, la alianza forjada entre Estados Unidos, la Unión Soviética e Inglaterra para derrotar a la Alemania
nazi determinó el rumbo de la historia humana en una doble forma; de
un lado, la alianza del tratado del Atlántico Norte entre Inglaterra y Estados Unidos, creada por necesidad de supervivencia de Inglaterra ante el
ataque alemán, determinó la creación de una estructura permanente para
la paz, para evitar que cualquier conflicto local se propagara al resto de la
humanidad –éste es el origen de la Organización de las Naciones Unidas–,
y de otro lado el conflicto entre las dos potencias que debían su llegada a
la palestra mundial a la guerra contra la Alemania nazi: Estados Unidos
y la Unión Soviética se enfrascaron en un enfrentamiento latente llamado
“guerra fría”, el cual implicaba llevar a la humanidad al Armagedón.
El fin de la Segunda Guerra Mundial significó un cambio en los centros políticos del planeta que se desplazaron de Europa a Norteamérica y
la Unión Soviética, asociado al proceso de descolonización de India, Indochina, Argelia y Egipto por las potencias colonialistas europeas1. Las
nuevas potencias se erigieron bajo la concepción de hegemonía global que
había establecido el colonialismo europeo sobre amplias regiones del planeta. Europa ocultó la amargura de su derrota bajo la idea del milagro
1
A lo largo de la historia de la humanidad, la guerra ha tenido un efecto central: una nueva
distribución del poder territorial político, económico y cultural.
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económico alemán e italiano, así como bajo el programa de reconstrucción
de Europa financiado por Estados Unidos: el juicio a los responsables alemanes del esfuerzo de guerra, la vuelta de Europa al camino de desarrollo
económico y tecnológico, el restablecimiento de las democracias en los territorios de Europa Occidental (Europa Oriental quedó bajo el dominio de
la Unión Soviética).
La división de mundo de la posguerra en dos grandes potencias limitó
el reconocimiento de otras zonas del mundo proveídas de formas de vida
milenarias. Además, el posible holocausto atómico y ambiental concentró
la atención de la humanidad alrededor de dos potencias que se habían
maximizado en Asia y Norteamérica, pero que conservaban las premisas
de la cultura europea que había hecho crisis en las dos guerras mundiales.
La simplificación de la idea de mundo, dividido en dos grandes potencias y en sus respectivas zonas de influencia, galvanizó la idea de mundo
durante cinco décadas del siglo XX. Sobre esa concepción de mundo, la
lucha de estas potencias por la hegemonía global no permitió reconocer el
surgimiento de procesos históricos singulares en India, en China, el mundo árabe, el continente africano y América Latina. El mundo parecía tener
sólo dos centros de atención: Estados Unidos y la Unión Soviética. Esta
atención no era gratuita; estas dos potencias acumulaban un poder militar
suficiente para enviar a la humanidad a una nueva “era del hielo”. Europa
como motor de la historia se había agotado, pero las condiciones que estableció durante su hegemonía sobre el mundo prevalecieron. Condiciones
que las potencias dominantes reprodujeron, una especie de colonialismo
mental sobre los dominadores –como fue el caso de la conquista de Grecia
por Roma–. Colonialismo mental que está expresado en la confianza ciega
en que los medios económicos, tecnológicos y militares alcanzarían para
dominar el mundo. La capacidad práctica de estos medios servirían para
proclamar la supremacía de la forma de vida soviética o norteamericana
sobre el mundo.
La dinámica de la historia de la segunda mitad del siglo XIX y del
siglo XX pareció olvidar algo relevante en la historia de la humanidad, algo
que podríamos llamar la “fuerza de las culturas”, o si se quiere, la “fuerza
del espíritu”. Y con esto no estaríamos entrando en una explicación teleológica de la historia humana. Uno de los pilares de la experiencia humana
ha sido la capacidad de atesorar una forma de vida, de tener una forma de
memoria sobre esa forma de vida, cuyo sustrato sería: lenguaje, arquitectura, creencias, prácticas agrícolas, sexuales, astronómicas, musicales. La
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falta de reflexión sobre las causas de las dos grandes guerras mundiales no
permitió vislumbrar que la historia europea era la expresión palmaria de la
derrota del pensar “moderno”, y esto no implica negar el colosal desarrollo
de la ciencia, la técnica y la industrialización, sino el devenir que representa
pensar la historia humana sólo en términos de política, economía, poder
militar, ciencia, creando una frondosidad que no deja ver el bosque, olvidando así la “unidad de materia” que es la historia humana, y esa unidad
de materia apunta a la cultura de los pueblos. La fragilidad del mundo de
la posguerra obedece a la rebelión sorda a los preceptos del llamado “orden
mundial”, que han olvidado este concepto central de la historia humana, el
espíritu de los pueblos o, si se quiere, las diversas culturas del planeta.
Pero, ¿por qué estamos viendo esta diversidad de expresiones que ha
atesorado la experiencia de vida humana durante milenios como fuente de
peligro? ¿Acaso no han sido estas culturas las que han preservado a la especie humana a lo largo de su historia? ¿O es acaso la afirmación “el choque
de civilizaciones” el último parto de esa concepción lógico-racionalista,
que surgió en el mundo griego hace 25 siglos y sobre la cual constituyó la
Europa del siglo XVI el pensamiento moderno y su pretensión de hacer de
su historia particular “La historia universal”?
Afirma Humberto Eco en una lúcida reflexión que se hizo a raíz del
11 de septiembre de 2001, que el problema de nuestra educación es que no
nos había enseñado a valorar las diferencias como una fuente de riqueza
sino como una fuente de peligro; los modelos educativos surgidos al calor
de los pensamientos nacionales sirvieron para militarizar el espíritu de los
pueblos. Los colegios tenían la misma distribución de los cuarteles militares. Y las clases de historia que se impartían allí hablaban de la supremacía
militar y racial que había acompañado a sus pueblos. Así, los jóvenes desfilaban alegremente hacia los campos de batallas, camino a aquellas aterradoras matanzas, que costaron más vidas que todas las anteriores guerras de
la humanidad. La ecuación que recibieron esos pueblos, formulaba que la
verdad estaba atesorada en las propias fronteras nacionales, y que el caos,
la anarquía y la falsedad estaban más allá de esas fronteras. Las historias
nacionales se encargaron de engendrar en gran escala un espíritu de desconfianza en los pueblos vecinos: ser patriota era confiar ciegamente en los
valores propios, pero el reverso de ese patriotismo era desconfiar en los que
estuvieran más allá del propio Ethos.
El mundo de las polis griegas tendía a considerarse fuente de la civilización, de los mejores valores, y modelo de virtud para otros pueblos.
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Pero más allá de la frontera establecida por su idioma, consideraron a esos
otros pueblos que no hablaban el griego como bárbaros, como irracionales,
como carentes de civilización, que era para los griegos su máxima conquista. Cada cultura está proveída de una forma de luz, pero también de sombra, porque considera a quienes no participan de su forma de vida y valores
como algo ajeno, tan ajeno que puede ser peligroso. ¿O qué se esconde tras
la conquista de América? Una gran matanza, todo porque los españoles
que la realizaron no supieron establecer los límites de sus propios valores,
para ponerlos en contacto con los valores de los otros pueblos. La historia
europea, cuando ha entrado en contacto con la de otros pueblos, primero
en la cuenca sur del Mediterráneo, y luego en la cuenca del Atlántico, ha
intentado por todos los medios sembrar sus propios valores como única
resultante de ese encuentro. ¿Imposición y no diálogo? Tal vez, América es
la expresión de ese rasgo de la cultura de Europa, pero lo otro se resiste, “es
ese hueso duro de roer”.
La conquista de China por los ingleses en el siglo XIX, que tomaron
como cuartel general las islas de Hong Kong para controlar el comercio
con el “imperio inmóvil”, no sospecharon que las conquistas por la fuerza
no son perdurables. Lo mismo sucedió con su dominación de la India.
Pueblos con culturas milenarias, a los cuales quisieron someter con el expediente de: “Divide et impera”.
China e India enseñaron a los ingleses, la principal potencia colonial
del mundo durante casi doscientos años, que la fuerza del comercio o de
las armas resulta limitada ante pueblos que han desarrollado experiencias
milenarias de vida, y cuentan con la seguridad de tradiciones milenarias
que salvaguardan singularidad y cultura. En India, Ghandi, sin disparar
un solo tiro, logró que los ingleses abandonaran la India, un subcontinente con cuatrocientos millones de habitantes, la joya de la corona de
su imperio colonial en 1948. Ese hecho existe en la historia del siglo XX,
pero lo hemos ignorado porque sólo parecieran interesar las luchas construidas por la fuerza de las armas y no del espíritu, ignorando que detrás
de cada combatiente, armado o desarmado, está su espíritu, la fuerza y la
templanza que sus convicciones y creencias referenciadas en su cultura han
depositado en él.
¿Por qué se intenta definir el futuro de la humanidad en términos de
choque de civilizaciones? ¿Es una estrategia que intenta potenciar ese viejo
concepto de las polis griegas? La lucha por el dominio del planeta tuvo un
prolegómeno con la caída de la Unión Soviética de 1989 a 1992. La segun-
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da potencia del planeta se derrumbó como si hubiera sido un tigre de papel, de los que hablara el arquitecto de la revolución China, Mao Tsé Tung.
Esa estrepitosa caída no la hemos reflexionado, así como las dos guerras
europeas que llamamos mundiales. ¿Qué sucedió? La pretensión socialista de construir un nuevo orden para la humanidad, un orden carente de
opresión y desigualdad, elevar la fraternidad humana a rango universal a
través del Estado soviético, desapareció sin dejar casi huella. ¿Fue válida esa
visión del mundo construida luego de la Segunda Guerra Mundial, luego
de que uno de sus pilares desapareciera? ¿O fue acaso la representación del
mundo bipolar una ficción cultivada para asegurar la progresión de poder
y hegemonía de las superpotencias? ¿Responden los conceptos de mundo
bipolar y el choque de civilizaciones a la misma estirpe? ¿Son monedas
salidas del mismo monedero falso del que hablara Nietzsche? ¿Tienen algún rasgo en común estas dos afirmaciones? La primera hace referencia al
mundo organizado alrededor del poder político económico y militar de las
dos superpotencias triunfantes al final de la segunda guerra mundial. Una
supremacía con pretensiones hegemonizantes sobre todo el planeta. Ambas superpotencias, Estados Unidos y la Unión Soviética, entraron en una
competencia por el unipolarismo, el dominio del planeta por sólo una de
las superpotencias, lo cual desembocó en una carrera armamentista y la nuclearización del planeta, apalancado en un gran desarrollo tecnológico, la
ruptura de la única aventura que le quedaba a la humanidad, la exploración
del espacio exterior. El concepto de mundo bipolar fundamentó la idea de
que las únicas realidades por tener en cuenta en esa fase de la historia del siglo XX eran las del poder militar y económico, así como caracterizábamos
que hubo tres grandes periodos en la cultura que surgió alrededor del río
Nilo, gracias a las obras arquitectónicas que existen en el Valle del Giza, la
ciudad de Luxor y el Valle de los Reyes muertos. Se consideró como norma
de validez para hacer la historia de la segunda mitad del siglo XX el poder
militar, que tenía como punta de lanza un poder nuclear capaz de destruir
a la humanidad. Sobre la frase de Séneca: “Si quieres la paz, prepárate para
la guerra”, las superpotencias transpiraron un aliento a catástrofe, hasta
que una de ellas sucumbió por su propio peso, en una magnífica implosión
que parece habernos privado de la capacidad de reflexión, si las premisas
de mundo bipolar y choque de civilizaciones siguen siendo válidas para
designar la compleja historia de la humanidad.
La segunda afirmación, el concepto de choque de civilizaciones, sucedió rápidamente a la desaparición del “mundo bipolar” ante la caída de
la URSS en 1992. Su origen es el libro del profesor Samuel Huntington,
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El choque de las civilizaciones, donde postula que la historia futura de la
humanidad no estará enmarcada por conflictos ideológicos, ni de fronteras
nacionales, como habían sido el caso de las guerras entre estados europeos
y en América, sino que los campos de batalla futuro estarían ubicados en
las zonas de falla, o de encuentro de las grandes culturas. ¿Sobre qué se
cimentaba esta concepción? Sobre la idea de que con la caída de la Unión
Soviética, los conflictos ideológicos, aquellos enmarcados por formas de
concepción del mundo tales como el capitalismo y el comunismo, habían
sido rebasados por una nueva realidad. La idea de que el mundo no albergaba ahora dos sistemas antagónicos basados en una diferente concepción
de la realidad humana, sino que las diferencias entre culturas contenían
suficiente potencial “sísmico” para sacudir la historia humana con nuevas
guerras y grandes conflictos. Esta teoría apuntaba a darle cobertura a los
esfuerzos por mantener aquel discurso colonial, de pureza racial, y el reverso de esta idea que condenaba a otros pueblos a ser considerados como
inferiores, y por tanto, a ser dominados, bajo un nuevo ropaje. La idea de
choque permite asegurar unas relaciones basadas en la guerra y la dominación por la potencia dominante –léase Estados Unidos– sobre las regiones
del planeta que concentran los grandes recursos energéticos, ambientales
y minerales del planeta. La zona que más guerras ha concentrado en los
últimos veinte años corresponde a aquellas regiones de mayor producción
y reserva de petróleo, territorios que asoman al Golfo Pérsico y apuntan al
centro de Asia:
1980-1988: guerra Irán – Irak
1980-1989: guerra en Afganistán contra la invasión soviética
1990: invasión de Irak a Kuwait
1991: alianza multinacional – Irak
2003-2006: invasión a Irak por las fuerzas de Estados Unidos
e Inglaterra.
A la difusión de esta teoría del choque de civilizaciones ayudaron
considerablemente los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001,
donde se condenó como autor de los ataques al integrismo islámico liderado por Osama Bin Laden.
La afirmación del mundo bipolar contenía un grano interior, como la
perla que se forma en el interior de la ostra: la idea de una guerra fría. Un
conflicto latente entre las superpotencias, que habría de librarse de una for-
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ma no convencional, porque de hacerlo como enfrentamiento directo entre
Estados Unidos y la Unión Soviética, significaría la extinción de la especie
humana por el holocausto nuclear. Ambas afirmaciones o definiciones que
apuntan a la historia contemporánea se basaban en guerras irresolubles.
Por un lado, la intensidad de la lucha de las dos superpotencias por el dominio unipolar del mundo, y la segunda, basada en el viejo prejuicio de
lo diferente como fuente de peligro. Las dos afirmaciones, pasadas por un
delgado filtro de análisis, son formas de producción de miedo, un estado
latente del pánico, y no es que queramos minimizar los peligros de un holocausto nuclear, o de los choques de civilizaciones: lo que habría que decir
para el primer caso es que durante la guerra fría no hubo ninguna guerra
atómica; sólo una potencia ha utilizado bombas atómicas para atacar a su
enemigo: Estados Unidos contra Japón en agosto de 1945. Y en el segundo,
la información convertida en propaganda ha desplegado todo su poder.
Uno de los recursos más importantes del mundo bipolar fue la desinformación: el afán de minar la posición del oponente utilizando el recurso
del engaño sistemático, de la propaganda negra, para así irlo desvirtuando
ante los ojos de la cautiva opinión pública. Es tal el poder de medios y
recursos de la desinformación, que podríamos catalogarla como una de las
metodologías más utilizadas por las superpotencias para generar sobre los
grandes auditorios visiones e ideas que convengan a los intereses dominantes (Dzhirkvelo, Ilya 1987: 288). No por nada las cadenas de televisión de
Estados Unidos producen el 85% de la televisión que se ve en el planeta.
La desinformación es un recurso acuñado durante las guerras; el iniciador de ella fue el conquistador mongol Genhis Khan, que en el siglo
XIII utilizó información de sus espías para minar a sus enemigos. Nos
preguntamos acaso si el concepto de guerra fría no fue una inmensa y sostenida campaña publicitaria de venta de terror global para solidificar el papel de las superpontencias. En esta campaña ocupan un papel principal los
organismos de inteligencia, los cuales tienen entre sus tareas las “acciones
psicológicas”, que incluyen el uso de propaganda negra o desinformación
para producir pánico y caos entre el enemigo o potencial enemigo, como
fue el caso de la guerra fría. La sofisticación de estos métodos es enorme.
Involucra a las grandes redes de información de planeta, al punto que si
algún país desea ofrecer información al mundo sobre su forma de “verdad”,
tiene que construir su propia estrategia de información; es el caso del canal
del Emirato de Quatar Al Jazeera, para ofrecer a los grandes auditorios
mediáticos del planeta una visión no europea, o norteamericana, de lo que
ocurre en el mundo árabe. O el caso de Telesur, que intenta competir con la
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poderosa cadena norteamericana CNN, para dar una imagen diferente a la
realidad latinoamericana, para que la opinión pública de otras regiones del
mundo tenga acceso a una forma de información que no esté impregnada
de los intereses norteamericanos o europeos. El derecho a una información
“justa y veraz” se constituye en uno de los derechos de la nueva ciudadanía
globalizada, pero nunca hemos estado tan lejos de ese derecho: pese a que
hoy en día tenemos más poderosos y múltiples medios de información,
estamos más pobremente informados.
¿Cómo tener una concepción válida de lo que sucede en el mundo, si
las redes que transmiten esa información la seleccionan de acuerdo con sus
intereses? ¿O acaso tiene el pueblo ruso una buena información de lo que
está sucediendo en la antigua república de Chechenia, donde el gobierno
de su país lucha una depravada guerra para someter ese estado independiente, el cual es la puerta que abre la llave de todo el gas y el petróleo que
se encuentra en el mar Caspio? La zona de los Balcanes se desangró en una
guerra racial luego de la desmembración de Yugoslavia, y las potencias europeas no quisieron intervenir en su propio continente para evitar el baño
de sangre, y la forma como informaron sus grandes cadenas estatales a su
público fue consecuente con el hecho de que los gobiernos no querían mirar esa guerra; la idea era que no se conociera el tamaño de la tragedia que
estaba acaeciendo en los Balcanes. La guerra civil en Ruanda y Burundi en
el centro de África no importó a la comunidad internacional, porque allí
no estaba en juego ningún recurso central de la economía planetaria. Por
ello murieron en esa guerra tribal millón y medio de africanos. Poco supimos de lo que estaba sucediendo, simplemente por el hecho de que a los
antiguos países colonialistas esa guerra no comprometía sus intereses. La
estrategia de información está íntimamente ligada a los gobiernos y grupos
de poder. Y podremos estar seguros de que la creciente uniformidad en
la información de esas lejanas guerras tiene poco que ver con lo que está
sucediendo, y más con los intereses allí de quien o quienes están informando. La muerte de periodistas es apenas un signo del tamaño de esa batalla
silenciosa que se está librando; algunos críticos alcanzan a denominarla la
“madre de todas las guerras”.
A tal punto la información actual es manipulada, que siempre, al
estar frente a un televisor o semanario, cada persona debería preguntarse:
¿estoy siendo informado o desinformado? En la medida en que la crisis o
los eventos se estén sucediendo en sitios más recónditos a nosotros, y que
nuestra información nos esté llegando por un canal único, mayores serán
los riesgos de estar expuestos a la desinformación. Toda información que
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no podamos contrastar con otra fuente, corre este riesgo. Tal es la epidemia
que parece circular por las redes de información.
Si cada vez el acceso a información “veraz y objetiva” es debilitado,
hay que preguntarse: ¿Cuáles son las oportunidades que tenemos para formarnos una representación válida de lo que está ocurriendo en el mundo?
La desinformación esparce la semilla donde la idea de lo “otro”, como otra
cultura, creencias o forma de vida, aparecen como fuente de peligro de mi
forma de vida, creencias y cultura. Y esta es la tendencia en el imaginario
inducida en el tiempo presente. La prueba de ello es cómo nos sentimos
luego del 11 de septiembre. Los hechos están acaeciendo. ¿Pero los medios
de información nos hacen pensar que son buenas las consecuencias?
La mayor lucha en el presente y futuro de la humanidad será poder
construir una visión de lo otro que no solo nos permita verlo como bueno
o malo, sino, como lo postula Humberto Eco, “conociendo su sistema interno de validez y reconociendo limitaciones de nuestra propia cultura para
abordar ‘lo otro’”, limitaciones que tienen que ver con gustos personales,
formación, creencias (Eco, 2001: 15).
Bibliografía
Dzhirkvelo, Ilya. 1987. Agente secreto: mi vida con la elite soviética, Barcelona:
Editorial Planeta.
Eco, Umberto. Diciembre de 2001. “Las guerras santas: pasión y razón”. En:
Revista Consigna. 14-19.
Huntington, Samuel P. 1997. El choque de las civilizaciones y la reconfiguración del
orden mundial, Barcelona: Paidós.
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Creer y poder hoy
¿Es posible un sagrado
colectivo hoy?
Jaime González Cabra
Debido a la dificultad para precisar el concepto de manera positiva,
lo sagrado se define generalmente por oposición a lo profano. Aproximémonos a esa dimensión con un ejemplo. Una señora está muriendo luego
de un parto muy difícil; nació un niño que tiene problemas en los ojos. Le
dicen a la madre que cuando cumpla 15 años podrá ver luego de una operación. La madre agonizante retira de su mano un anillo con un diamante,
lo entrega al esposo y le dice: “Es para la operación de mi hijo dentro de
quince años”. La señora muere. Ese diamante se convierte en un objeto
sagrado con las siguientes características: está separado de todo lo demás,
lo que quiere decir que si la familia llegara a necesitar dinero, se hará cualquier cosa, se pensará en todo menos en realizar una transacción con el
diamante. Es inviolable: es decir que si alguien abusivamente dispone de
él, no pierde su carácter sagrado, sino que además, debido a la profanación
adquiere una dimensión mítica suplementaria para el grupo familiar y su
espectro social. Lo que es sagrado puede dejar de serlo, como en este caso
el diamante, una vez utilizado para cubrir los gastos de la operación que le
permitirá al hijo ver.
Un concepto psicoanalítico permite ilustrar otro aspecto: lo sagrado
es prohibido, es decir que quien atenta contra él paga un altísimo precio. En un principio, el niño percibe en todo lo que lo rodea, personas
y cosas, una extensión de su propio cuerpo; por ejemplo su madre sería
igualmente una parte de él aunque menos accesible que su propia mano.
Jacques Lacan llamó estadio del espejo al momento en que el niño toma
conciencia de que todo lo exterior que percibía como pedazos de sí mis¿Es posible un sagrado colectivo hoy?
Jaime González Cabra
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