posible dedicatoria para libro de Minas de Corrales

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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
prefacio
No escribiré aquí sobre el contenido de este libro –sería superfluo– ni
sobre su sentido –sería hiperbólico–. Presentaré, en cambio, unos
pocos comentarios sobre algunas de las condiciones y circunstancias de
su creación, en cierto modo como respuesta preliminar a las
interrogantes aludidas por Foucault en uno de sus más conocidos
ensayos: “¿de dónde procede?, ¿quién lo escribió?, ¿cuándo?, ¿en qué
circunstancias? o ¿con qué intención?”( ).
Este libro –su concreción como objeto material, tangible– ha sido
posible gracias al premio obtenido en su categoría por el proyecto de
investigación “Minas de Corrales: identidad y patrimonio cultural
inmaterial”, presentado a la Convocatoria 2008 de los Fondos
Concursables para la Cultura (Ley 17.930, artículos 238 y 250) del
Ministerio de Educación y Cultura de la República Oriental del
Uruguay( ). Pero su historia empezó bastante antes.
El azar y la ventura fueron fieles escuderos de este libro aún desde
antes de su gestación “formal”. Comencé a intuir su escritura en el
otoño del año 2004, movida por mi fortuito y afortunado encuentro
con Minas de Corrales. En febrero de ese año me había radicado en la
ciudad de Rivera –otro suceso en varios sentidos venturoso– y algunas
semanas después los hoy amigos de Mundo Afro-Rivera me invitaron a
disertar en el Foro Binacional Kizomba II, que se desarrolló el 21 de
marzo en el Teatro Municipal. Allí conocí –otro encuentro afortunado–
a la profesora Alma Galup, Directora de Cultura de la Intendencia
Departamental, quien tuvo la gentileza (y, debo admitirlo, la osadía) de
( )
1990. En ese ensayo Foucault plantea que esas preguntas representan lo que “en la
actualidad preguntamos siempre, ante cualquier texto poético o ficcional”. Si bien el
texto que aquí se abre no es poético ni, en sentido estricto, ficcional, tales preguntas son
igualmente pertinentes y válidas. La tentativa de dar alguna respuesta en este prefacio no
escapa a lo que tienden a hacer, según Geertz, la mayoría de los antropólogos: dejar
relegada “la representación explícita de la presencia autorial (…), del mismo modo que
otras cuestiones embarazosas, al prefacio, las notas o los apéndices”. De todos modos,
la mayoría de esas cuestiones embarazosas tendrán su lugar y representación a lo largo
de todo el libro, y más explícitamente en su segunda parte.
( ) El premio obtenido consistió en la financiación total de la ejecución del proyecto de
investigación propuesto, así como en la edición de una película documental –ya
publicada– y de este libro.
1
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invitarme a integrar la Comisión de Patrimonio de Rivera que en ese
momento, como ahora, presidía. En la primera reunión en la que
participé, el 14 de abril, al proponer mi integración en la Comisión,
Alma planteó lo interesante que resultaría para la comunidad local (y,
naturalmente, para la propia Comisión) que un antropólogo cultural
pudiera indagar en torno al riquísimo patrimonio inmaterial de Minas
de Corrales, cuestión que en nuestro país hasta ese momento no había
sido abordada en forma acabada ni sistemática.
Al día siguiente me descubrí deambulando, como azorado flâneur sin
tiempo, por las calles calmas de Corrales, extasiado ante la belleza del
paisaje serrano y la delicia del aire pueblerino, atrapado por su ritmo
cadencioso, su parsimonia de siesta otoñal, la afable y sosegada
hospitalidad de su gente… Ya no había marcha atrás: como al príncipe
hechizado de un cuento de hadas, como al yonki que se aventura con
una nueva droga de diseño, Minas de Corrales me enganchó. Una
semana después presenté ante la Comisión un ante-proyecto de
investigación (al que titulé “Identificación, rescate y promoción del
patrimonio cultural de Minas de Corrales y su área de influencia”,
antecedente directo y matriz del proyecto de investigación luego
premiado por el Ministerio de Educación y Cultura) que, por fortuna,
fue entusiastamente aprobado( ). Casi enseguida, una segunda dosis
reforzó el enganche: el 20 de mayo la Comisión en pleno recorrió las
ruinas de Cuñapirú, donde unos días antes se había cometido un acto
vandálico –aparentemente por parte de un ente estatal– que había
dejado en una situación más ruinosa aún a ese lugar de enorme valor
patrimonial.
(Dejo entre paréntesis otra muestra del coqueteo de este libro con el
azar y la ventura. Cuando su escritura estaba pasando por el tamiz de la
cosmética final, me encontré con esta exhortación de Daniel Vidart,
( )
Una vez aprobado, elaboré el proyecto correspondiente y lo presenté ante la Dirección
de Cultura de la Intendencia Departamental de Rivera y la Junta Local de Minas de
Corrales. Ambos organismos aprobaron el proyecto y solventaron los gastos mínimos
iniciales, con lo cual se hizo posible el comienzo de las tareas de investigación. Hacia
fines del año 2005, una vez instaladas las nuevas autoridades municipales y locales, estos
aportes se retiraron; continué efectuando la investigación con fondos propios, hasta que
la dejé en suspenso a fines del año 2006. En diciembre del año 2007 reelaboré el tramo
no ejecutado del proyecto de investigación original y lo presenté a la convocatoria del
MEC, con el resultado ya comentado.
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publicada cuando mi proyecto ya estaba en marcha, y que, aunque
resulte abusivo, quiero transcribir en su totalidad.
“Sugiero entonces que los municipios encabecen dicha tarea,
conjuntamente con los institutos de educación superior, media y
escolar. Que llamen a concurso, que otorguen premios, que propicien
publicaciones, que ofrezcan fondos para investigar los sucesos del
ayer en las sobrevivientes colecciones de periódicos departamentales
y en la mente de los viejos memoriosos. Los historiadores, cronistas,
periodistas y escritores podrán entonces, así aleccionados,
reconstruir la evolución temporal y espacial del cronotopo donde se
asientan y los pagos que los circundan. De tal modo reescribirán o
escribirán por vez primera la historia social, económica y paisajística
de los pueblos y las secciones rurales. Esa labor podrá devolver a las
nuevas generaciones los episodios protagonizados por las
comunidades del pasado y el proceso formativo de los paisajes
mediante la confección de historias de vida y el buceo en los recuerdos
infantiles de los ancianos lúcidos, la reproducción de antiguas
fotografías, ocasionales pinturas y dibujos del entorno –ya artísticos,
ya artesanales–, etc. Será preciso indagar en las etapas temporales y
laborales recorridas por el cambio del ecosistema en agrosistema y
luego en tecnosistema, merced a la intervención humana ejercida,
correcta o incorrectamente, sobre los ambientes geocósmicos.
Mediante la reconstrucción lograda por la crónica, esa hermana
menor de la historia, será posible revelar a los actuales pobladores la
peripecia existencial de los personajes típicos, de los locos, de los
excéntricos, de los ‘originales’ y outsiders que, como pájaros raros,
han volado a contravía del orden cotidiano regido por el consenso
legitimante de cada sociedad pueblerina o comunidad local”( ).)
Dudo que algún miembro del tribunal actuante en la convocatoria del
MEC haya leído esta página. De todos modos, afortunadamente premió
a un proyecto de investigación que se propuso cumplir palmo a palmo
cada una de sus sugerencias, sin saber en absoluto que alguien –de la
talla de Daniel Vidart, nada menos– las habría de establecer.
( )
Vidart (2004:91).
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Como sea, si en ese intento no logré llegar a resultados convincentes,
por lo menos espero haber abierto algunas sendas que otros podrán
transitar y que les permitan alcanzar frutos más exitosos.
...
Fueron, en fin, aquellas circunstancias las que me incitaron a
investigar sobre los resortes ocultos de la construcción identitaria de
los corralenses, a buscar y evaluar con ellos las principales riquezas
culturales de su lugar y, al hacerlo, a recorrer también, simultánea y
alternadamente, otro plano superpuesto, ese que lleva a asumir cierta
disposición escolástica y, desde allí, a penetrar “en el mundo lúdico de
la conjetura teórica y la experimentación mental, a plantear
problemas por el mero placer de resolverlos y no porque surgen de la
presión de la necesidad”( ).
No hubo, en efecto, presión de la necesidad, excepto aquella de latido
interior y hábitos subterráneos, imprevisibles, inefables, casi
pulsionales. No obstante, el sesgo de aquella disposición inicial –lúdica,
conjetural, experimental, problematizadora– ya apuntaba con
convicción al logro de resultados efectivos, a mediano plazo, en
beneficio de Minas de Corrales y sus pobladores: la identificación,
evaluación, rescate, preservación y promoción de su patrimonio
cultural inmaterial, de modo de mantener vivas las expresiones
culturales implicadas y de fomentar –por la vía de la transmisión intergeneracional, entre otras– su revitalización en sus contextos originales,
reconocer la valía de sus creadores y consolidar los incipientes
procesos de construcción de identidades locales.
Hubo, en cambio, cierta presión de la necesidad –o, para ser más
precisos, de la necesidad de la pertinencia, sobre todo en términos
narrativos, formales, estilísticos– cuando el proceso de investigación se
acercaba a su fin y comenzaba la escritura de las páginas que siguen, en
ese instante en que uno, inevitablemente, empieza a imaginarse a sus
futuros lectores y sus circunstancias, sustancial para dar forma
adecuada a la materialización discursiva.
( )
Bourdieu (1999:27).
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Cuando uno llega a esa encrucijada se hace necesario disolver la
arraigada “interconfusión entre objeto y público” y la derivada
“incertidumbre en lo que a su meta retórica se refiere. ¿A quién hay
que persuadir hoy? ¿A los africanistas o a los africanos? ¿A los
americanistas o a los indios americanos? ¿A los japoneses o a los
japonólogos?”( ). ¿A quiénes? ¿A los corralenses o a los corralólogos?
¿A los artífices y herederos del patrimonio cultural local o a los
patrimoniólogos? Ni a unos ni a otros, le respondería a Geertz, ya que
este libro no quiere persuadir sino mostrar. Pero ¿mostrar a quién?
“Habría que curarse en salud y escribir pensando en eso, en las
circunstancias en que seremos leídos”, dijo alguien que sabía lo que
decía( ). Pues bien, sentí que debía hacerlo: ¿quiénes son los lectores
que me imagino, cuáles y cómo serán las circunstancias en que
abordarán su lectura?
Preguntas inquietantes, respuestas esquivas.
Me imagino como lectores, en primer lugar, a los corralenses, sin
distinción, verdaderos protagonistas del patrimonio cultural y de su
construcción a lo largo del tiempo. Es para ellos, pensando en ellos, la
primera parte de este libro, que es la mayor, escrita teniendo siempre
presente el comentario de Taussig. En segundo lugar, presumo que
también habrá lectores del ámbito académico y del campo de la gestión
cultural y patrimonial, más atentos a la solidez, consistencia y rigor de
las construcciones conceptuales, epistemológicas, metodológicas y
tecnológicas inherentes a toda investigación científica, así como de las
asunciones ideológicas que toda producción intelectual (y científica)
implica. Es para ellos, pensando en ellos, la totalidad de este libro, y en
especial la segunda y tercera partes, esas que se ocupan explícitamente
de dar cuenta de aquellas construcciones y asunciones, escritas
teniendo siempre presente el comentario de Ibáñez.
El primer terreno de compromiso
se refiere a la forma, será el
estilo. El estilo es la huella de la
singularidad en la escritura: el
Mi preocupación pasó del
objeto investigado a su modo
de presentación, pues es allí
donde la teoría social y la
( )
Geertz (1989:143). “Resulta fácil responder”, (se) responde Geertz: “«todo a la vez».
No es fácil producir un texto con tan amplia respuesta”.
( ) Monólogo interior de Andrés, uno de los inefables personajes de El examen, novela
temprana de Julio Cortázar (1994:29).
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exceso de estilo supone la pérdida
de la intención, el lenguaje es
utilizado como un arma; el
defecto de estilo supone la
pérdida de la fuerza; se mata al
lector por exceso, se suicida el
escritor por defecto. El estilo
académico se postula como
impersonal, por tanto sin fuerza:
es una castración. No se puede
escribir así sobre una perspectiva
metodológica que pone en juego
la singularidad del investigador,
que se aprende transformando
esa singularidad. Se impone un
compromiso que, sin renunciar al
estilo, lo haga funcionar, permita
manejarlo intencionalmente.
Ibáñez( )
práctica cultural se entrecruzan de tal manera, que
surge una pequeñísima
oportunidad de “redimir” el
objeto, dándole una
posibilidad de traspasar los
conceptos que lo aprisionan y
de influir en la vida misma.
No podía existir una Teoría
divorciada de la vida misma.
El análisis social ya no era el
análisis del objeto investigado,
sino de la mediación de ese
objeto en un contexto dado y
su destinación hacia otro
contexto (...).
Es así como todo análisis
social se revela como montaje.
Taussig( )
Debo confesar que la pretensión de escribir para esos dos tipos de
lectores, tan distintos y distantes, me puso en aprietos: me obligó a
tomarme en serio el modo de presentación del “objeto” investigado (y
su eventual redención) al que alude Michael Taussig, tanto como la
recomendación de Jesús Ibáñez: manejar intencionalmente el estilo. Al
hacerlo, opté por tomar cierta distancia (¿terapéutica?) con respecto a
las convenciones del género académico (por lo menos a las de sus
versiones más “convencionales”), lo cual, por añadidura, quizás podría
contribuir a ponerme a salvo y libre de culpa frente a la eventual
ocurrencia de algo similar a lo que terminó sucediéndoles a los bororo
(y a su célebre etnógrafo)( ).
( )
Ibáñez (2003:10-11). “El estilo, esta manera de caminar, acción no textual, organiza
el texto de un pensamiento” (de Certeau 2000:55).
( ) Taussig (1995:19).
( ) “Los bororos descienden lentamente hacia la muerte colectiva, mientras Lévi-Strauss
ingresa a la Academia Francesa” (de Certeau, op. cit.:30).
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...
Pues bien, el texto que aquí prologo contiene, en parte, la trayectoria y
resultados de una investigación que empezó a desplegarse hace ya
cinco años; no es, entonces, un producto acabado (en rigor, ningún
texto lo es), sino la materialización discursiva y provisional, más o
menos cristalizada, de los aspectos narrables de esa trayectoria, aquello
que emerge por encima de la línea de flotación de un témpano que, a
pesar de su corpulenta apariencia, está en movimiento (no a la deriva
sino en deriva). Este texto, entonces, presenta las principales
aproximaciones y resultados alcanzados y, paralelamente, los trayectos
y procesos de aproximación. La deriva del texto, que acompaña casi
asintóticamente a la deriva de la investigación que lo ha propiciado,
muestra, así, lo que ha sido hecho hasta el momento –y cómo ha sido
hecho, y por qué– para someterlo a la consideración de lectores y
auctores( ) y, a partir de lo que de allí derive, para acrecentar –en
términos de riqueza, sentido, rigor y consistencia– lo que siempre
queda por hacer. En definitiva, el propósito fundamental del texto que
aquí presento –y también, naturalmente, el de su escritura– es hablarde para poder hablar-con… Recién entonces, podremos decir.
Fernando Acevedo
Rivera, julio de 2009
( )
Utilizo aquí la expresión auctores en el sentido que la vincula a la noción de
auctoritas (cf. Bourdieu, 2002) y también en el más fiel a su procedencia etimológica,
según el cual auctor es el que aumenta o el que hace crecer.
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pliegues
(primera apertura)
construcción histórica como montaje narrativo
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Mi preocupación pasó del objeto
investigado a su modo de presentación,
pues es allí donde la teoría social y la
práctica cultural se entrecruzan de tal
manera, que surge una pequeñísima
oportunidad de “redimir” el objeto,
dándole una posibilidad de traspasar
los conceptos que lo aprisionan y de
influir en la vida misma.1
1
Taussig (1995:19).
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todo lo que fue existe: de Irun a Santa Ernestina
En circunstancias que la erosión del tiempo y la distancia han ido
desvaneciendo, José Joaquín Oruezábal Michelena, minero de
profesión, entornó sus ojos y sintió, por encima de los Montes
Cantábricos, allende el océano, el magnetismo de un ignoto paraje
perdido en las serranías del noreste uruguayo. Las minas de Irun en las
que había trabajado desde su primera juventud ya no ofrecían en
cantidad los cascalhos tan ricos en plata y cobre de los primeros
tiempos. Abrió sus ojos y, quién sabe cómo, convenció a su adinerada
esposa, también de familia irunesa de mineros, de la buena vida que
los aguardaba del otro lado del mundo. No bien María Gabriela
Yustede Recarte soltó su dinero, emprendieron el largo viaje, casi a
ciegas. Se abría la segunda mitad del siglo XIX cuando el joven
matrimonio desembarcó en Montevideo.
Nadie sabe con certeza por qué eligieron ese destino para sus vidas –si
es que fue un destino deliberadamente elegido– ni cuáles fueron sus
pasos en esa pequeña ciudad portuaria de ritmo moroso y textura
europea sui generis. José Alfredo Oruezábal, uno de sus bisnietos,
asegura que en Montevideo Don José Joaquín conoció a Clemente
Barrial Posada, ingeniero civil español especializado en minería,
pionero indiscutido de la industria minera en Uruguay. Como sea que
haya sido, Don José Joaquín no demoró en destinar aquel dinero a la
adquisición de un campo en la zona de Cuñapirú, en un paraje virginal
que tiempo después habría de conocerse como Santa Ernestina, unas
dos mil cuadras en el corazón del departamento de Tacuarembó (que
hasta el año 1884 incluía al área que hoy ocupa el departamento de
Rivera).
Ese campo, una estancia que Manuel Francisco Artigas había recibido
de Félix de Azara en junio de 1801 (y que abarcaba “la enorme
extensión que forman los arroyos Corrales y Cuñapirú y la cuchilla de
Haedo: más de 42 leguas cuadradas”2), habría de protagonizar, “a
Barrios Pintos (1985:44). Se trata, efectivamente, de una “enorme extensión”: Cuarenta
y dos leguas cuadradas equivale a unos mil trescientos quilómetros cuadrados. Incluso
está bien documentado que algunos predios de la actual planta urbana de Minas de
Corrales pertenecieron a Manuel Francisco, uno de los hermanos de José Gervasio
2
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partir de 1808, un largo y famoso pleito judicial por los sucesores de
los Artigas y del capataz de dicho establecimiento, Cosme Garín”3.
Más allá de esos pormenores, lo que aquí importa destacar, con Selva
Chirico, es que “ahí no vivía nadie cuando (se empiezan a explotar) las
minas”4.
“El segundo de la derecha es José Joaquín Oruezábal Michelena, mi
bisabuelo. Ella es mi bisabuela, María Yustede Recarte. Esos son los
Pirineos. Éste es un tío-abuelo que era ingeniero civil, Ignacio Joaquín,
anduvo fugitivo... Porque era gente de mucho dinero, y Franco confiscó
mucha cosa. Éste es mi abuelo. Y éste, el más gordo, el primero de la
derecha, creo que es Recarte, cuñado de mi abuelo, que quedó como
apoderado de todo cuando la segunda guerra mundial, que ya mi
bisabuelo había muerto…” (foto y testimonio de José Alfredo Oruezábal).
En efecto, hacia 1860, como hoy, Santa Ernestina no aparecía en los
mapas; era una porción desolada de un territorio sin orden ni progreso,
apenas antropizado por la imposición a la naturaleza de enormes
latifundios creados y adjudicados discrecionalmente desde principios
Artigas. “Un día me pongo a mirar la escritura mi casa paterna”, me dijo Don Eduardo
Andina, corralense a ultranza, “y resulta que mis abuelos… ¿a quién le compraron?: a
Manuel Artigas. Fijese, eso había sido de Manuel Artigas”.
3 Palermo (2001:148).
4 Este testimonio, así como otros que irán apareciendo más adelante, fue ofrecido por la
historiadora corralense Selva Chirico en el transcurso de una entrevista en profundidad
que le realizara el 13 de marzo de 2009.
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del siglo, asiento de vida criolla, cimarrona y abrasilerada (o brasilera
a secas), transitado ocasionalmente por bagayeros de poca monta y
surcado, bajo tierra, por una riqueza mineral que poco demoraría en
revelar su opulento brillo.
Nadie sabe con certeza por qué
eligieron ese destino para la
colocación del capital conyugal ni el
papel que en ello tuvo el presunto
contacto de Don José Joaquín con
Barrial
Posada.
Tampoco
si
pretendían retomar sus vidas en un
lugar de escala y ritmo similar al de
los alrededores de su Irun natal5,
también territorio fronterizo, o si en
realidad fue el azar el que echó sus
dados.
Lo que sí se sabe con alguna certeza
es
que
Don
José
Joaquín
ciertamente supo, quién sabe
cuándo, que los campos de Santa
Ernestina estaban preñados de oro:
“sí, sí, se mandó a comprar esos
campos sabiendo muy bien que ahí
había oro”6.
Es imposible saber en qué momento
y de qué modo cuajó esa certeza. El
sentido común, consejero no
“Acá tenés un original de un diario
vasco, el Bidasoa. Mirá: Irun, 22
de octubre de 1922. Acá está la foto
de mi bisabuelo cuando dieron la
noticia de su fallecimiento”. José
Alfredo conjetura que la poesía (en
euzkera antiguo) pudo haber sido
publicada con motivo de la muerte
de su bisabuelo, José Joaquín
Oruezábal, uno de los pioneros de
la explotación aurífera en la zona.
Según el Instituto Nacional de Estadística de España, en el Censo Nacional de 1842
había en Irun 534 hogares y una población “de Derecho” de 2.688 personas. Hoy, que
Irun se ha convertido en la segunda ciudad en importancia de Guipúzcoa, esas cifras
ascienden a 20.268 hogares y 56.601 personas, indicadoras de un crecimiento
poblacional exponencial y de una composición familiar bastante diferente a la
decimonónica (cf. www.ine.es). Como es posible apreciar, aquellos datos demóticos son
similares a los correspondientes a Minas de Corrales (tanto a los actuales como a los de
finales del siglo XIX, curiosamente bastante coincidentes).
6 Este testimonio, así como los que más adelante se transcriben, fueron ofrecidos por
José Alfredo Oruezábal en el transcurso de una serie de entrevistas en profundidad
desarrolladas en el año 2004 (en especial las realizadas los días 28 de mayo, 11, 14 y 27
de octubre y 16 de noviembre).
5
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siempre fiable, nos inclina a pensar que ya lo sabía en Irun, antes de
decidirse a procurar el dinero de su esposa y cruzar con ella (y con él)
el océano: “capaz que esos chismes llegaron al País Vasco”, especula
José Alfredo, “o, más seguro, fue por algún dato de aquel ingeniero
español en Montevideo… o las dos cosas”.
¿Cómo explicar, si no, esa tan peculiar trayectoria Irun-MontevideoCuñapirú (y no, por ejemplo, Irun-Buenos Aires-Jujuy o cualquier
otra)?
¿Es lícito explicarla apelando a una hipotética ensoñación epifánica o
al improbable magnetismo de un paraje ignoto? Y, en cualquier caso,
¿por qué ese paraje, ese lugar sin nombre, esa nada en los mapas?
“Todo lo que fue existe”, lee casi a diario cualquier poblador
corralense… pero Santa Ernestina todavía no era hasta que Don José
Joaquín hincó los primeros mojones en sus flamantes tierras
cuñapiruenses.
“Esta foto es de las primeras, ¿viste? Porque acá, en el reverso, dice… ‘armando baños
estancia Ernestina’. Yo no sé... baños para el personal, sería. Ésta es letra de mi abuelo.
Así que esto sería por el 1860... (Fotografía y testimonio de José Alfredo Oruezábal).
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Fotografía de la colección de Eduardo Palermo.
Ahora bien, si confiamos en la veracidad de una carta del 11 de
noviembre de 1715, enviada desde la lusitana Colonia del Sacramento
al entonces rey Borbón Felipe V –y si, mutatis mutandi, también en la
de lo allí escrito por su autor, el capitán español Blas de Zapata–, el
conocimiento de la existencia de oro en nuestro territorio tiene unos
tres siglos: “hay minerales de oro, pero difíciles de obtener sin que los
indios los descubrieran”7. En cualquier caso, tanto esa información
como quien la proveyó pronto quedaron en el olvido.
Aunque es muy escasa la información arqueológica y etnohistórica
disponible, es lícito afirmar que durante varios milenios toda la cuenca
del río Tacuarembó estuvo poblada exclusivamente por nativos8. En
Citado por el historiador Barrios Pintos (1990:12). Paradójicamente, en esa misma carta
Blas de Zapata califica a la Banda Oriental como “tierra sin mayor provecho”. En un
ensayo consistente y esclarecedor, la historiadora corralense Selva Chirico (1987)
interpela con sarcasmo y contundencia aquella precipitada caracterización, ya desde su
título: “Cuñapirú: tierra de algún provecho: 1820-1940”. También lo hizo, con sapiente
ironía –y con un alcance mucho más general–, el profesor Daniel Vidart, en el segundo
de los cuatro tomos de su monumental El Uruguay visto por los viajeros, titulado,
precisamente, “Tierras de ningún provecho”.
8 Según establece Barrios Pintos (1985:1), “en 1957, luego de haber descubierto los
yacimientos talleres de cazadores recolectores del arroyo Catalán Chico, el arqueólogo
7
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este sentido, debe destacarse que esta región “fue el último reducto de
vida y muerte de las tribus post-solisianas, el centro de operaciones
principalmente económicas de la etnia guaraní-misionera y, luego de
la derrota de los indígenas, el centro de mestizaje donde, estrategia de
sobrevivencia de por medio, se hizo lentamente invisible frente al
nuevo contexto”9.
Recién en el siglo XVIII existe certeza de la presencia en la zona de
españoles y criollos, afincados en campos otorgados por el gobierno
colonial10, que se sumó a la de charrúas, minuanes y guaraníes
cristianizados (o tapes); de hecho, apenas comenzado el siglo, en
noviembre de 1705, “llegaron a las hermosas sierras de Rivera
vaqueros guaraníes del pueblo de San Borja, que junto con los de
trece pueblos misioneros (…) llevarían a cabo la más gigantesca
arreada de ganado conocida en toda la historia de la humanidad”,
estimada en más de 400.000 reses11.
Por otra parte, en este período, “la nueva administración de Yapeyú,
en manos de funcionarios consustanciados con los intereses
bonaerenses, favoreció la ocupación de las tierras no pleiteando las
denuncias. Entre 1790 y 1800 los campos entre el río Negro, el
Daymán, Tacuarembó, Cuñapirú, Corrales, Yaguarí, Caraguatá,
Piraí y Santa María hasta el Ibicuy pequeño fueron ocupados por
varios propietarios, que construyeron casas y corrales, explotando el
ganado y la madera de los montes vírgenes”12.
Desde el inicio de la guerra que a finales del siglo XVIII enfrentó a
españoles y portugueses, casi todos aquellos enormes latifundios
Antonio Taddei afirmó que en los suelos de los departamentos de Tacuarembó y Rivera
sus campos, con dilatados médanos de fina arena y densos montes marginales a las
orillas de los ríos Negro, Tacuarembó Grande y Chico y los caudalosos arroyos
Cuñapirú, Yaguarí y Caraguatá, habían sido territorios de gran actividad indígena,
por ser hábitat pródigo en reservas naturales de la flora y fauna locales”.
9 Palermo (2001:18).
10 De acuerdo con Barrios Pintos (1990:111), “el primer colono que pobló las pintorescas
e inhóspitas, entonces, serranías riverenses (fue) el hacendado de la jurisdicción de
Montevideo y capitán de milicias del Real Cuerpo de Artillería de esa plaza Josef
Cardozo”, en la última década del siglo XVIII. En otra obra (1985:42), el mismo
historiador señala que “los dos primeros hacendados que establecieron poblaciones en el
actual territorio del departamento de Rivera fueron españoles: José Rodríguez
Cardoso, badajocense y Diego Arias, asturiano”.
11 Barrios Pintos (1985:12-13).
12 Palermo (op. cit.:99).
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pasaron a manos de estos últimos, tanto “por las buenas” (si es que las
hubo) como “por las malas”. Ello explica que la población de la región
en el año 1824, en que el gobierno invasor levantó un censo, fuera casi
exclusivamente luso-brasileña (y africana, si se incluye, como debe ser,
a la numerosa población esclava)13. Además, según lo informado dos
décadas antes (en 1803) por quien en ese entonces servía como
ayudante mayor del Cuerpo de Blandengues, “en todos estos territorios
existían estancias de los españoles que fueron abandonadas (…) a
causa del temor del avance de los indios y de los robos”, en virtud de
lo cual “no se encontraba gente alguna (y) sus ganados amansados se
hallaban mezclados con los cerriles”14.
Se trata, en suma, de una región ocupada originariamente por
población nativa (charrúas y minuanes, a los que luego se agregaron
tapes) tempranamente sometida al dominio español, hasta que,
después de un breve período de despoblamiento (últimos años del siglo
XVIII y primeros del XIX), quedó sojuzgada al imperio luso-brasileño.
Este último contingente invasor fue, en definitiva, el que dejó la
impronta social, cultural y económica más importante y persistente en
la zona.
Según Barrios Pintos (1985:48), en el “censo de habitantes levantado en la sexta
sección del departamento de Paysandú (…), dado a conocer el 31 de octubre de 1840”,
en Cuñapirú hubo 515 personas censadas. (Adviértase que en ese entonces el
departamento de Paysandú comprendía todo el territorio de la Banda Oriental al norte
del río Negro, cuya población total era del orden de los 7.000 habitantes.) Por su parte,
Eduardo Palermo (2001:222) aporta la cifra de 509 personas censadas (la tercera parte
de las cuales eran esclavos) distribuidas en un total de 64 hogares. Una de esas 509
personas era José Suárez, a quien aludiré más adelante.
14 José Artigas, apud Barrios Pintos (1990:112). La mayoría de esos españoles habían
accedido a la tenencia de las estancias mencionadas merced a donaciones de Félix de
Azara en los primeros años del siglo XIX y a repartos de tierras realizados unos años
después por el propio José Artigas, tanto por delegación de Félix de Azara como por
iniciativa propia, en el desempeño de su cargo de Ayudante Mayor del Cuerpo de
Caballería de Blandengues de la Frontera de Montevideo (cf. Barrios Pintos 1985:44). La
principal donación de de Azara tuvo como beneficiario a uno de los hermanos de José
Artigas, Manuel Francisco, el 5 de junio de 1801 (es decir, antes de ser designado
coronel), precisamente en “la enorme extensión que forman los arroyos Corrales y
Cuñapirú y la cuchilla de Haedo: más de 42 leguas cuadradas. Traía para poblarla
3.000 reses, 100 caballos y 7 yeguas” (ídem). (Como ya hemos indicado, esa cifra
equivale a unos mil trescientos quilómetros cuadrados.) “Esta estancia”, apunta Palermo,
“abarcaba un rincón que forman los arroyos Corrales y Cuñapirú… ambos juntos van a
unirse al Tacuarembó grande de la Sierra. Esta enorme extensión de tierra
protagonizará a partir de 1808 un largo y famoso pleito judicial por los sucesores de
los Artigas y del capataz de dicho establecimiento, Cosme Garín” (op. cit.:148).
13
21
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Las dos personas que están al centro de la imagen son Don José Joaquín Oruezábal
Michelena y su hijo, el ingeniero civil Joaquín Oruezábal Yustede.
(La fotografía, cedida por José Alfredo Oruezábal, bisnieto de Don José Joaquín, está
tomada en las minas de Irun, en el País Vasco, propiedad de la familia Oruezábal.)
En fin, más allá de la procedencia de quienes detentaran, a lo largo de
esa turbulenta época, la propiedad más o menos legítima de esas
tierras (nativos, portugueses y españoles, e incluso algún criollo
privilegiado por estos últimos), lo cierto es que la zona se mantuvo
bastante poco poblada y, por lo menos hasta avanzada la década de
1840, es altamente improbable que se supiera de la existencia de oro en
esa comarca.
22
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
el hallazgo de Suárez, el hallazgo en lo de Suárez…
y los cuatro pioneros de la California oriental
Habría de pasar un siglo hasta que trascendieran noticias ciertamente
convergentes con aquellas informadas por Blas de Zapata, ahora desde
Cuñapirú. En efecto, al promediar la tercera década del siglo XIX,
durante la efímera dominación luso-brasileña anterior a la constitución
de la República, ya se sabía –o, para ser más precisos, algunos
lugareños sabían– que en la zona había oro (y, quizás, según algunos
testimonios, también diamantes)15. Unos “Apuntes” escritos por el
empresario Federico Nin Reyes –hasta donde sé, una de las pocas
referencias hoy existentes– dan cuenta de que por aquellos años se
encontraron “en esas inmediaciones unas herramientas que se
averiguó pertenecieron a unos Paulistas mineros que durante la
guerra de la Independencia estaban esplotando (SIC) la mina, y que
(en el año 1825) fueron sorprendidos y muertos por los patriotas”16.
Resulta de mayor relevancia e interés la referencia a otro suceso,
prácticamente contemporáneo al anterior: de acuerdo con el
historiador riverense Eduardo Palermo, en 1820 “un hacendado
portugués, José Suárez, (…) haciendo el «bateo» en los arroyos de su
campo encontró pepitas17. Años después inició trabajos de explotación
En su rol de Ayudante Mayor del Cuerpo de Caballería de Blandengues, José Artigas se
asentó periódicamente en la zona de Cuñapirú, en ejercicio de su rol de “caudillo
dispensador de tierras” así como para contener el robo de ganado con el que nativos,
gauchos y portugueses asolaban a esa región de frontera (cf. Barrios Pintos 1985:45).
Está bien documentada su presencia en la zona el 14 de diciembre de 1797, oportunidad
en la que acusó recibo de su nombramiento como Capitán (de la 13ª Compañía del
Regimiento de Milicias), así como en el año 1804, en que se estableció en el rincón
formado por los arroyos Cuñapirú y Corrales. También estuvo en la zona en diversos
momentos de la primera década del siglo, fundamentalmente para reparto de tierras. No
obstante, es muy probable que Artigas no supiera de la existencia de oro en la zona (y de
que tampoco lo supieran los gobernantes ni los beneficiarios de los repartos de tierras).
16 Citado en Barrios Pintos (1985:283-284). Selva Chirico hace referencia a Alberto Nin y
Reyes, “empresario de fuste de la época” (2005:36); presumo que se trata de la misma
persona.
17 La búsqueda de oro mediante el “bateo” o “cateo” en ríos y arroyos es en realidad
milenaria. Hay registros del empleo de esa técnica –llamativamente, en idéntica forma a
como hoy se sigue haciendo, aunque con bateas de madera– en el noroeste de la
península ibérica (en zonas que hoy ocupan España y Portugal) aún antes de la
dominación romana. Luego de la conquista de estos territorios, los romanos siguieron
15
23
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
del oro con personal idóneo traído de Minas Gerais con mano de obra
esclava”18.
“La suerte puso en nuestras manos el documento histórico de gran
transcendencia (SIC) que publicamos a continuación, cuyas
referencias datan del año 1820”. Así comienza un artículo publicado
en el año 1936 en La Revista de la UTE19, que Don Ariel Pereira,
riverense vinculado a Minas de Corrales desde hace muchos años –y no
la suerte–, puso en nuestras manos. En ese documento se informa
sobre las circunstancias y pormenores del hallazgo de José Suárez,
minero mineiro, y de las posteriores actividades de exploración, cateo y
extracción de oro que el propio Suárez realizara, hacia 1830, en las
zonas de Cerro Blanco, Zapucay, Araicuá y Cuñapirú con dos parceiros
procedentes de São Paulo (conocidos en la zona como “el Teniente
Luis”, brasileño, y “Francisco”, portugués).
Pero la existencia de oro en las tierras de Cuñapirú recién quedó
sentada en el año 1843, según se establece en ese documento, en un
incidente que “evocan esos tropezones que daba Buster Keaton entre
el equívoco y la fortuna. (…) José Suárez, un peón brasileño que había
trabajado en las minas auríferas de Camacuá y por ese entonces
cuidaba ganado en los cerros de Cuñapirú, solía hallar pepitas a la
orilla de los arroyos y las guardaba dentro de una botella. Cierta
noche, unos bandoleros llegaron a su rancho, le revolvieron sus
pertenencias y los huesos. En medio del trasiego, los ladrones
empleando esta técnica, a la que sumaron la explotación de yacimientos auríferos en
minas de galería (lo que se suele denominar “minería de interior”).
18 Palermo 2006. Todas las fuentes que he consultado coinciden en la fecha y en el
protagonista de este primer hallazgo; sin embargo, para algunos estudiosos de esta
historia –entre ellos, Barrios Pintos (1990) y Chirico (2005)– José Suárez no fue un
hacendado portugués sino un sencillo peón rural riograndense que, luego de haber sido
despedido de las explotaciones auríferas de las sierras de Camacuá, se ganaba la vida
pastoreando ganado en la zona de Cuñapirú. Fue allí, en las orillas de los arroyos de la
zona, donde habría recogido granos y pepitas de oro. Según la versión propuesta por
Selva Chirico (2005:35), “hacia 1830 Suárez era secundado por paulistas (y no por
mineiros, como señala Palermo), abandonando su condición de peón”. Sin embargo, la
versión más confiable –y, seguramente, en la que se basaron los cuatro autores referidos–
es la que se presenta en un documento que no está fechado (aunque presumo que fue
escrito en el mes de diciembre del año 1880), firmado por dieciocho vecinos corralenses,
publicado entre las páginas 21 y 28 del cuarto número de La Revista de la UTE, en 1936,
con el título “Hace 116 años que se empezó a explotar la región aurífera de Rivera. Un
documento histórico transcendental”.
19 Ver nota anterior.
24
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
rompieron la botella y, derramadas por el suelo, las pepitas de oro
entorpecieron su fuga, satisfecha con el opulento botín de un recado,
dos aperos y el caballo. Maltrecho, el peón fue a buscar ayuda y
cuando los vecinos de Corrales llegaron al rancho, descubrieron las
pepitas tiradas sin poder creer que los ladrones las hubiesen
desconocido”20. “Desde ese mágico momento, se corrió la voz”21, 22.
Se corrió la voz. En la región, unos cuantos garimpeiros23 se sumaron
a Suárez (y acaso a otros paisanos que, en cambio, ni la historia ni la
fábula han registrado), dando inicio a lo que podría denominarse “la
fiebre del oro” (cuya temperatura, según comentaré más adelante,
habría de elevarse considerablemente ya entrada la década de 1860).
Por lo pronto, la cantidad de población registrada en la zona de
Cuñapirú en el censo de 1824 (515 personas) se cuadruplicó apenas
treinta años después. En efecto, “el Censo Estadístico de la Villa y
Departamento de Tacuarembó levantado en 1854 (…) registra para la
4ª sección (Cuñapirú)” un total de 1981 personas: “674 hombres y 478
mujeres (hasta de 59 años), 775 niños (hasta los 14 años) y 54
ancianos de más de 60 años”24. Estimo que este crecimiento se debió,
Domínguez (2004:112). La datación cronológica del episodio –año 1843– no la
proporciona este escritor sino dos historiadores: Palermo (2001) y Chirico (op. cit.). La
versión expuesta por Domínguez, excepto en algún exceso novelesco, parece re-escrita a
partir del texto de Chirico (quien se basó en el documento recién citado).
21 Este remate de la narración es el que ofrece Olveira (2005), cuyo relato parece reescrito a partir del texto de Domínguez, y éste…, etcétera. El remate del relato de Chirico
es el siguiente: “a partir de entonces, la noticia se propaga”; en el texto de Domínguez,
la crónica termina así: “a partir de entonces, se corrió la voz”. La frase sucedánea en el
texto de Olveira –la que aquí he tomado– tiene, creo, un “gancho” más atractivo.
22 No puedo evitar la comparación entre la peripecia de José Suárez y la de James
Marshall. Es a este último, capataz de una estancia en el valle del Sacramento, a quien se
le atribuye el primer hallazgo de pepitas de oro en California, en el año 1848. Si bien
Marshall (como Suárez casi treinta años antes) quiso mantener en secreto su hallazgo,
también allá, “desde ese mágico momento, se corrió la voz”.
23 La utilización en este texto del término garimpeiros, de procedencia brasileña, quizás
no sea del todo procedente (aunque, por comodidad, igual lo utilizaré); así se les
denomina, en las zonas auríferas del Mato Grosso y del Sertão, a los buscadores de oro
en sus diversas modalidades (cateo en arroyos, prospección a flor de tierra, búsqueda
bajo tierra y/o en galerías naturales); originalmente, el término estaba reservado
exclusivamente a quienes buscaban minerales “preciosos” –principalmente oro y
diamantes– en socavones o galerías, llamados precisamente “garimpos”. Si bien en la
zona de Cuñapirú se sigue empleando el sustantivo garimpeiro, es preferible –y más
utilizado– el sustantivo cateador.
24 Barrios Pintos (1990:173). El crecimiento poblacional en este período intercensal
también muestra un crecimiento enorme de la relación entre pobladores extranjeros y
20
25
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
en buena medida, a la atracción ejercida por la divulgación del episodio
en el rancho de Suárez25.
Se corrió la voz, también allende la región. Seguramente alguna
versión del episodio se escuchó en Montevideo, y desde allí se difundió
y amplificó. Ya en 1848, “en su obra de Química elemental, Julio
Antonio Lenoble, francés, profesor de Química aplicada en el ‘Colegio
Oriental’ (…), menciona la existencia de minas de oro en
Tacuarembó”26. Pero seguramente la mayor responsabilidad por la
divulgación temprana y masiva de aquel episodio hay que atribuírsela a
Andrés Lamas, “ilustre diplomático, historiador y sociólogo
uruguayo”27 que en esa época estaba radicado en Río de Janeiro. En un
texto publicado en el año 1850 en el “Jornal de Comercio” de esa
ciudad –en realidad, un conciso alegato por la pacificación nacional en
medio de una época bastante turbulenta–, Lamas plantea que nuestro
territorio estuvo entregado, “por espacio de tres siglos, (…) a la lucha
de pasiones y de personas, despedazándose y viviendo en la miseria
sobre arenas de oro, sobre tesoros inagotables”, cuya magnitud lo
llevaron a calificarlo, muy enfáticamente, como un “ruidoso y
elocuentísimo espectáculo llamado California!”28. Lamas se habría
enterado de la existencia de oro en la zona al leer el citado libro de
Lenoble (a quien menciona en su relato); a su vez, la crónica de Lamas
fue leída por Alberto Nin y Reyes, quien, según Selva Chirico “actúa
con presteza y hace las primeras denuncias de minas”29.
pobladores uruguayos: en 1854 más del 92% de la población era extranjera,
mayoritariamente brasileña. El censo en Cuñapirú registró, además, la existencia de “1
negocio por mayor, 24 de menudeo, 1 herrería y 7 platerías” (ídem).
25 Corresponde dejar sentado que en el censo siguiente, realizado en el año 1859, por
razones difíciles de determinar hubo una mengua poblacional en el distrito de Cuñapirú:
la población total censada alcanzó la cifra de 1.597 personas (y se registró la existencia de
10 casas de comercio) (cf. ibíd.). Es factible que esto responda a imperfecciones en el
levantamiento de este censo o en el del anterior… o en ambos.
26 Barrios Pintos (1990:14).
27 “Reflexiones de Andrés Lamas a propósito de la Industria Minera en el Uruguay”, en
La Revista de la UTE N° 4 (:45-55), 1936:45. Este artículo fue luego reproducido (el 22
de agosto de 1852) en el periódico montevideano “Comercio del Plata”.
28 Apud ídem.
29 Chirico (2005:36). Las razones o circunstancias que habrían llevado a Andrés Lamas a
leer el Cours de chimie élèmentaire appliqué aux arts fair a Montevideo dans le courant
de l’anée 1847, ya son más difíciles de averiguar… y comprender.
26
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Más adelante, en el año 1856 “llegaron a este distrito de Cuñapirú,
procedentes de Camacuam, provincia do Río Grande do Sul (Brasil)
José Frithe, Adam Sánder, Samuel Rocherd y Lisbon Freira, los dos
primeros alemanes, el tercero inglés (los tres mineros de profesión) y
Freira, brasileño”30, a explotar las vetas descubiertas por Suárez y
otras que ellos mismos habrían de ir descubriendo.
En ese mismo año también llegó el brasileño “Procopio Rivero (…), de
profesión minero, procedente de las Labras de Camacuam (localidad
aurífera)”, que se asoció con “Pablo Rosadilla, español de
nacionalidad, empleado por el Gobierno del País, de Fiscal de
Fronteras”31. Poco tiempo después se sumó a ese grupo “Fermiano
Paez Brisola, oriental de nacionalidad”; él y Procopio Rivero
“importaron del Brasil una pequeña máquina a martinetes para
moler el cuarzo (que) funcionaba cuando llovía, molía una tonelada
de cuarzo por cada 24 horas, y (…) duró hasta el año 1869 en que se
les destruyó”32.
Cabe aclarar que las tareas de búsqueda y laboreo del cuarzo aurífero
eran clandestinas, ya que habían sido expresamente prohibidas por el
gobierno departamental en el mismo año 1856 (prohibición que
perduró de hecho hasta el año 1867, cuando el Gobierno le otorgó
títulos legales de propiedad al ingeniero Barrial Posada, que había
llegado a Cuñapirú unos meses antes33).
Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:21. Adam Sánder –que, además, es uno de los
dieciocho firmantes del documento citado– es el iniciador de una familia que aún hoy es
muy reconocida en Minas de Corrales.
31 Ídem:22.
32 Ibíd. Más adelante volveré a ocuparme de Fermiano Paez Brisola –o Paz Brisolla, o Paz
Brizola–, uno de los pocos criollos pioneros de Minas de Corrales.
33 Ibíd. La prohibición, que caducó definitivamente en el año 1868 (al aprobarse el
Código de Minería), se había impuesto por la presión de los hacendados de la zona,
molestos porque los pozos excavados por los mineros provocaban la caída y la muerte de
muchas de sus reses. Antes de la prohibición, según luce en algunos documentos de la
época, algunos hacendados le cobraban a los mineros una suerte de peaje o de “derecho
de perforación” en sus tierras, como forma de subsanar los (eventuales) perjuicios
ocasionados. También continuó siendo así, por lo menos en algunos casos, durante la
vigencia de la prohibición (y aún después), lo cual, naturalmente, produjo, cuándo no,
mayores réditos a los hacendados.
30
27
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Muy pronto, a esos cuatro ignotos pioneros de la California oriental34
(Adam Sánder, Procopio Rivero, Pablo Rosadilla, Fermiano Paz
Brisilla) se les sumó una variopinta caterva de aventureros, parias y
buscavidas, lugareños y forasteros (de muy cerca y de no tanto),
súbitamente convertidos en cateadores. Entre ellos, cabe destacar al
minero inglés Daniel Lao, quien “estableció una pequeña máquina a
pilones para moler mineral en el río Cuñapirú, la cual importó del
Brasil” y a “un indio oriental llamado Francisco, de profesión
jornalero (domador de caballos)”35, quien en el año 1858 descubrió,
casi sin quererlo, una veta que diez años más tarde sería conocida
como “Mina San Pablo” (y, algunos años después, como “Mina Santa
Ernestina”), una de las que más oro se extrajo en la zona.
Fotografía de la colección de Eduardo Palermo.
La “fiebre del oro” de la que estos pioneros fueron los primeros abanderados fue
simultánea con la que vivió California (en Colama, cerca de San Francisco, en ese
entonces una pequeña aldea, entre los años 1848 y 1855), que dio lugar a una
inmigración que se ha estimado en trescientas mil personas. Allí, como en Cuñapirú, la
primera técnica empleada para la extracción de oro fue el bateo en ríos y arroyos. Sin
embargo, tanto las riquezas extraídas como las consecuencias de la “fiebre del oro” en
uno y otro lugar han sido muy distintas. Para un excelente análisis de esta cuestión, véase
Hernández-Chirico (2004:119). Como muestra, valga el siguiente fragmento: “son
perceptibles las diferencias entre el cateador estadounidense afectado por la fiebre del
oro e imbuido del individualismo liberal de su continente y el minero oriental que
trabaja con amigos, no pierde su identidad insumisa y tanto se enrola en toda
contienda intestina, como ansía volverse productor ganadero como meta de vida”
(ídem).
35 “Hace 116 años…”, op. cit.:23.
34
28
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Así se fue forjando, al promediar el siglo XIX, ese “ruidoso y
elocuentísimo espectáculo”, encarnado en el ardor y la ilusión de
buscadores sin tregua, “tensos sus músculos, a golpes de pico y pala,
con la mirada ávida en el filón duro, jadeantes, alucinados por la
posible eclosión del noble metal, y mantenida su fe y multiplicado su
esfuerzo por las fabulosas riquezas que estarían ahí nomás, en los
afloramientos o en las entrañas de nuestras tierras”36. Es sabido,
además, que algunos de ellos –y sobre todo los cuatro pioneros– han
dejado una apreciable impronta en Minas de Corrales, por lo menos en
términos de descendencia: “nosotros”, me dijo Selva Chirico, “somos
descendientes del primer empresario de minas –antes, incluso, de que
viniera Barrial Posada–, Fermiano Paz Brisolla; ese es mi tátaraabuelo, el bisabuelo de mi madre. (…) Fermiano Paz Brisolla (decía
que hacia) mil ochocientos ochenta y algo, ya hacía cincuenta años
que estaba en el lugar, en Santa Ernestina, ahí en La Azotea”37.
Como ya he comentado, José
Suárez y aquellos cuatro
pioneros que le siguieron no
fueron los únicos mineros
artesanales avecindados en la
zona (“otra gente, como él, ya
estaba ahí”, dice Selva), pero
sí los pioneros de un oficio
que hoy tiene un único y
admirable sobreviviente.
Ros (1961:13). Por lo general, el oro que encontraban estos “mineros autónomos” lo
vendían en Brasil (cf. Hernández-Chirico, 2004:121).
37 En el documento al que hemos aludido antes, citado en “Hace 116 años…”, junto a la
firma de Fermiano Paz Brisola (o Brisolla o Brizola) aparece el siguiente texto: “con
cuarenta e sinco años de idad, Rizidente in Cuñapirú y nacido en el mismo Cuñapirú
(asendado)”. Y a continuación: “Aruego de mi señor Padre Juan Paz Brisola, vecino,
propietario y hacendado en Cuñapirú, con sicuenta y tres años de residencia en este
Distrito, Fermiano Paz Brisola, Cuñapirú a 6 de Diciembre de 1880” (op. cit.:21). Es
decir, Fermiano Paz Brisolla (tátara-abuelo de Selva), seguramente uno de los primeros
pobladores nacidos en Cuñapirú, firma en nombre de su padre, y es éste (tátara-tátaraabuelo de Selva) quien ya llevaba 53 años afincado en Cuñapirú; de los dieciocho
firmantes del documento (ya sea en persona o a nombre de algún otro, ausente), Juan
Paz Brisola, es el que en ese momento llevaba más tiempo de residencia en el distrito de
Cuñapirú (desde el año 1827 o 1828), seguido por su hijo Fermiano, nacido allí hacia el
año 1835.
36
29
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las máscaras de la identidad colectiva …
Se corrió la voz, también entre diversos emprendedores y “hombres de
negocio” de la época. Uno de ellos, el ya citado Federico Nin Reyes (¿o
Alberto Nin y Reyes?), en el año 1852 (o algún tiempo antes) informaba
que “entre Cuñapirú y Corrales, en las cerranías (SIC) que hay cerca
del fondo que forma la horqueta de esos dos arroyos están las mejores
tierras auríferas reconocidas hasta el día en el Departamento de
Tacuarembó. De esas zanjas que forman las nacientes de algunos
arroyitos se ha sacado en lavadero mucho oro”. Nin asegura “que toda
esa parte de cierras (SIC) encerradas entre los dos arroyos Cuñapirú
y Corrales es abundantísima en oro”, y que quienes lo extraen llevan
“con frecuencia a Tacuarembó oro que compran los brasileros”38.
Así, la búsqueda, extracción y procesamiento artesanales del oro no
demoraron en transformar el ethos y el pathos de la región, y así fue
durante medio siglo. Los apacibles paisajes serranos de la cuenca baja
del arroyo Corrales y de la de su principal nutriente, el Cuñapirú,
rápidamente se salpicaron de rostros curtidos por el frío invernal,
manos callosas lavando el cascalho con el agua hasta los muslos,
coreografías espasmódicas de oscuras curvas dorsales chorreando
sudor, castigadas sin tregua por el sol despiadado del estío, brazos
hercúleos tiranizados por el ritmo de palas, picos y palancas, la avidez y
la ilusión palpitando en los cuerpos incansables, siempre al borde del
desaliento, la impotencia, las saudades. (Pasado ese medio siglo, esos
mismos apacibles paisajes serranos habrían de salpicarse de otras
cosas, cuando la búsqueda, extracción y procesamiento industriales del
oro comenzaran a transformar el ethos y el pathos de la región… y así
habría de ser durante unas cuantas décadas y, sorteadas algunas largas
e inclementes interrupciones, lo habría de seguir siendo… hasta hoy.)
38
Citado en Barrios Pintos (op. cit.:283-285).
30
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las máscaras de la identidad colectiva …
yo sé donde hay oro: el último cateador
“Yo sé donde hay oro, yo sé los lugares donde hay más oro”39, me dice,
como al pasar, el último cateador uruguayo –cateador es el término
que él mismo prefiere–, nacido en Minas de Corrales en 1922. Don Tito
Pereira, personaje ilustre del lugar, habla animadamente en el comedor
diario de su modesta casa frente al Hospital, el primero en construirse
en el departamento (y, aún hoy, el único del interior del
departamento). “Yo conozco la zona como nadie, creo que sí. Nadie
conoce así. Conozco todos los lugares. (…) Y conocía los lugares
mejores, tanto en los arroyos como en el campo”.
De repente se levanta de su silla y me anuncia, señalándome la
habitación contigua: “voy a mostrarle el oro”. Regresa con una cajita
de madera, la apoya con cuidado sobre la mesa, la abre. Como un mago
que prestidigita en su chistera, saca de a uno sus conejos: pequeños
lingotes con aspecto de plomadas de pesca, piedras con incrustaciones
resplandecientes, una, dos, cuatro pepitas de oro, alguna del tamaño de
una almendra. “Esta grande pesa unos veintisiete gramos. Imagínese
la cantidad de anillos que se pueden hacer con esto. ¿Usted sabe que
un gramo de oro da para hacer un hilo de más de un quilómetro? Sí,
sí, con un gramo. Porque es el metal más... el metal que se puede
afinar más”. Apoya en la mesa otras dos pepitas. “Este oro es
muchísimo más puro que el que uno ve por ahí, en una joyería. Ellos
hacen siempre con oro dieciocho. Este oro da veintitrés quilates. He
mandado analizar…”.
“Tito Pereira es un referente en Minas de Corrales”, afirma con
convicción Raúl Armand’Ugón40, “sin duda que es la persona más
destacable. Por toda su historia, y por lo que sigue haciendo hoy en
día. Y por toda la cuestión de la minería… por ser el último garimpeiro
Este testimonio de Tito Pereira, así como el resto de los que se transcriben en este
apartado, fueron tomados de dos de las entrevistas en profundidad que mantuve con él
(las realizadas el 26 de junio de 2005 y el 27 de febrero de 2009).
40 En la actualidad Raúl Armand’Ugón desempeña el cargo de Coordinador de Juntas
Locales de la Intendencia Departamental de Rivera. (Ya lo era al momento de la
entrevista, el 27 de setiembre de 2006.) En el período de la administración
departamental anterior (desde marzo del año 2001 hasta fines del 2005) fue Secretario
de la Junta Local de Minas de Corrales.
39
31
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las máscaras de la identidad colectiva …
que queda, claro”. “El Tito sabe mucha cosa”, me dijo un día Don Ariel
Pereira41, “y por supuesto que no lo cuenta, pero yo no conozco otro
medio de vida del Tito que no sea el de buscar por ahí, pero con la
suerte que tienen los mineros, ¿no?, un día encontrás una pepita y te
ganás un montón de plata y de repente te pasás seis meses sin…”.
Hace mucho tiempo que Don Tito es la persona más querida y
reconocida de Minas de Corrales, y no sólo por lo inusitado de su
oficio, por el pintoresquismo con el que se lo suele revestir, sino, por
encima de todo, por su hombría de bien, por su amor hacia Corrales y
los corralenses, construido con una modestia y una entrega inusuales.
“Tito Pereira es el último de los mineros, el último conocedor de todo
eso”, enfatizó Don Ariel Pereira, “y no se le ha dado el valor que
tendría que habérsele dado. Es otra de las cosas en las que la
Intendencia está en un debe allí. La Intendencia tendría que haber
hecho con el Tito lo que en Tacuarembó se hizo con el Museo del
Indio”. Es cierto, “Tito es muy abierto, muy generoso, y quizás por eso
siempre fue explotado, y no sólo en las minas…”, comenta con un mal
disimulado pesar Marta Rodríguez, su esposa desde hace media
centuria. “Aún hoy, Tito no es recompensado como merecería. Tito
hasta encontró diamantes, amarillos y blancos. Y fue por la fama de
Tito como buscador y cateador de oro que empezaron a venir
distintas empresas”. Sin dar tiempo a nada, agrega, entre divertida e
indignada: “la gente decía: ‘ella se enamoró porque sacaba oro’. Pero
no. Tito era zapatero. Tenía tres empleados y un oficial. Los zapatos
se vendían en la casa de adelante, que antes la alquilábamos. En
realidad, Tito está jubilado como zapatero”.
Don Tito asiente: “sí, mi oficio era de zapatero”. Pero antes de eso ya
se había interesado por el oficio minero: “aprendí a catear en el año
35, ahí empecé a aprender, que fue cuando se reactivó la mina por
cuenta de UTE. En el 35 UTE empezó a explotar las minas, (…) aquí
en Minas de Corrales, en una galería ahí... en dos galerías, muy muy
ricas, que tienen mucho oro...(42). Y había un minero que paraba en la
Ese día fue el 27 de febrero de 2009, en que mantuve con él una entrevista en
profundidad.
42 Esas dos galerías, me aclaró Don Tito en otra oportunidad, eran la mina “San
Gregorio”, que era la más grande y la más rica (tanto que aún hoy se sigue explotando,
aunque con una tecnología muchísimo más sofisticada) y la mina “San Gabriel”, cuya
boca da al arroyo Corrales y cada tanto se abre al acceso del público.
41
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las máscaras de la identidad colectiva …
casa de mis padres, y él era... él aprendió de minero porque trabajó
en una mina de cal, en una calera, entonces tenía práctica... para
abrir... los pozos. Él era práctico. Entonces lo contrataron, con otros
más... y ahí en las minas de acá trabajaban unas quince o veinte
personas. Y ahí yo entraba con él, como él paraba en mi casa... A
veces, cuando los capataces no estaban, yo me colaba para entrar en
la galería”.
Desde que lo conoció, el trabajo de galería le llamó la atención: “me
gustaba cómo perforaban las rocas. Se hacía de a dos: uno afirmaba
con fuerza el pistolete en la roca, que era como un cortafierro de
punta cuadrada muy afilada, y el otro le daba con el marrón.
Después, en esos agujeros ponían la dinamita, que la hacían estallar
en los cambios de turno, o sea, a mediodía o al caer la tarde. Prendían
las mechas y todos a correr pa’ fuera. (…) Era peligroso eso, había
que contar bien los tiros, porque si uno de los cartuchos de dinamita
no explotaba entonces podía explotar después, con gente adentro. Y
por eso también se hacía cuando terminaba el turno”.
“Él era un chiquilín cuando fue medio adoptado por un señor de
apellido Rodríguez”, me dijo Selva Chirico, hija de un muy buen amigo
de Don Tito, “que ese sí era minero, experimentado, de los que había
quedado sin trabajo, entonces hacía el cateo para sobrevivir… Vicente
Rodríguez. (…) Él le enseño, le transmitió su técnica, y Tito la
aprendió. Durante años él no fue minero, fue zapatero. En
determinado momento decide hacer esto por hobby, pero empezó a
ver que le daba dinero”.
Don Tito, entonces, comenzó a aprender el oficio de cateador en su
adolescencia, a sus trece o catorce años, antes de aprender el de
zapatero. Así se lo había destacado, algunos meses atrás, a Carlos
María Domínguez: “yo no tenía edad para trabajar en las minas, pero
me pasaba el día detrás del mineral y no quería hacer otra cosa que
buscar oro. Un hermano mayor le dijo a mi padre que tenía que
sacarme esa idea de la cabeza y ponerme a aprender un oficio que me
sirviera para el futuro. Había un zapatero que alquilaba el zaguán de
mi casa y me pusieron a trabajar con él. Aprendí el oficio a la fuerza,
33
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las máscaras de la identidad colectiva …
me gustó, (…) pero cuando terminaba el horario y los fines de
semana, salía a buscar piedras. Nunca dejé de hacerlo”43.
Pero nunca trabajó como minero asalariado. En los últimos años, sin
embargo, a demanda de las grandes empresas que han sucesivamente
monopolizado la explotación aurífera industrial en la zona, sirvió como
una suerte de baqueano asesor: “en este período me llamaron, yo
andaba con ellos mostrándoles lugares, les mostré todos los lugares
donde había más oro. Yo sé los lugares donde hay más oro, acá, allí,
allá, y donde hay más oro yo les mostraba... Les decía: ‘acá hay poco,
acá hay más...’. Y así como yo sacaba oro, yo conocía los lugares
mejores. Esos otros donde había poco, los dejaba para...”. La frase
queda colgada en la boca de Don Tito, inconclusa. No hace falta
aclaración alguna. “Sí, fue en el principio cuando venían muchas
compañías mineras, venían y les mostrábamos los lugares. Yo iba con
ellos y estaban unos días, abrían canales y abrían trincheras, a pico y
pala, ¿no?... y no era redituable para ellos, y así, venía una y venía
otra... hasta que se plantó una. (…) Eso fue en el 95, por ahí. (…) Sí, yo
desde el principio los guié por todos lados, ellos tomaron el lugar
mejor, Castrillón, Nueva Australia, Cuñapirú, Esperanza, Picaflor…
(…). Después empezaron a perforar ahí, perforaron todo...”.
Jamás utilizó explosivos; tampoco trabajó a cielo abierto, como se hace
ahora, ni en galería, como en los primeros tiempos: “yo nunca trabajé
en la mina. No, siempre anduve como explorador, buscando...”. El
trabajo en las minas de galería “al principio parece feo. Pero no,
después se acostumbra... Trabajaban con luces a carburo. Y esta mina
fue una de las minas más ricas. La que está acá, que pasa debajo de
las viviendas, todo por ahí”. Sí, aunque parezca mentira, por debajo de
buena parte de Minas de Corrales “corre” el oro. La sola idea de estar
encima de galerías subterráneas es estremecedora.
“Yo a Tito lo escuché decir siempre que la cantidad de oro disponible
en la región de Minas de Corrales era suficiente para sustentar a
muchas familias”, me dice Eduardo Palermo. “Y también lo escuché
decir muchas veces que era posible desarrollar proyectos de minería
familiar. Bueno, el único caso que yo conozco es el de Tito Pereira y su
familia. Y me consta que, de alguna manera, Tito ha sido una persona
43
Domínguez (2004:120).
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las máscaras de la identidad colectiva …
abierta a promover el conocimiento de
cómo buscar el oro y de cómo trabajarlo.
Obviamente, no ha revelado nunca sus
fuentes de extracción, pero no ha habido
tampoco, en ese sentido, una organización
social…”.
Hubo, más bien, iniciativas individuales,
como las de Don Tito, siempre impulsadas
por la ilusión y sostenidas con esfuerzo y
persistencia, que raramente crearon más
riqueza que la necesaria para vivir con cierto
decoro.
Don Tito, su batea, su oro.
(Fotografía de E. Andina)
“Y aprendí mirando... y aquel minero me enseñaba. Después los días
que no trabajaba, nosotros salíamos a buscar oro...”. Claro que las
cosas no son tan fáciles como deja entrever Don Tito. Hay que saber.
“Sí, hay que saber reconocer las piedras”, admite. “Aquel hombre, el
minero práctico... él me enseñaba. Me mostraba la piedra, este... lo
que no era oro y lo que era oro, porque vienen otros minerales que
son muy parecidos. Bueno, y yo fui aprendiendo. Ya al año, más o
menos, yo ya conocía bastante. Y salía con él, y con los otros mineros
viejos que había. Yo también me acercaba a ellos y ellos me
explicaban”.
Hay que saber. Cuando se catea en los arroyos, hay que conocer palmo
a palmo el lugar. Saber cuáles son los arroyos más ricos, en qué recodo
hay que meterse y buscar. “Nosotros vamos... nos metemos ahí en el
arroyo, el agua misma se va encargando de ir dejando al oro en
cierto lugar, en ciertas vueltas de los arroyos, donde se serena el
agua, él se queda. Donde hay corriente, no para. Y no es en la arena
viva, en la arena viva no. Es adonde hay mucho pedregullo, donde
hay mucha piedra, canto rodado. Ahí es donde él tranca. Ahí lo
detiene”.
Análogamente, cuando la prospección se hace en el campo y la
extracción a piqueta (si el metal asoma en superficie) o a pico y pala (si
se presume que está bajo tierra), hay que tener el ojo entrenado para
reconocer las piedras de cuarzo aurífero y evaluar, in situ, las que vale
la pena seleccionar para su posterior laboreo. Hay que saber, con ese
35
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las máscaras de la identidad colectiva …
saber criollo que sólo se adquiere a fuerza de experiencia y sacrificio,
aciertos y fracasos, destreza y sudor.
“A veces encontrábamos mucho oro, en los campos, en las piedras. ¿Y
usted sabe lo que hacíamos? Llevábamos una lona de camión, que
conseguíamos, y la extendíamos en el suelo, y ahí íbamos poniendo
las piedras... Hacíamos un cerro de piedras... piedras con oro...
Después nos iban a buscar. Y
aquí era un patio, aquí no
había casa, y aquí yo tuve...
llegué a tener diez toneladas de
piedra con oro. ¡Diez toneladas!
(Fue ahí que se enteró… que
vino
esa
empresa
para
Zapucay, traída por el General
Hontou, en tiempos de los
“Bateando” en una cañada de la zona.
militares)”.
Hasta ahí, apenas el comienzo del proceso: llegar a las piedras elegidas,
a pico y pala, amontonarlas, cargarlas, transportarlas, descargarlas.
Después, la molienda, trabajosa, agotadora. “Con esa cantidad de
piedra, íbamos eligiendo las mejores. Tenía –y tengo– un mortero,
uno de los morteros que vinieron cuando recién descubrieron oro. Fue
Gregorio Suárez el que trajo los morteros, que pesan doscientos
quilos. (…) Y yo... con ese mortero, ahí, en la casa de mi padre, que
tenía herrería... Estaba agujereado. Le mandé poner un fondo y lo
empecé a usar. Siempre lo estoy usando”.
Don Tito me pide que lo acompañe hasta el fondo de su casa, mientras
me explica que él amontona piedras y aprovecha a molerlas cuando
hace demasiado frío como para salir a catear. Allí, entre montones de
piedras y misteriosos (para mí) enseres para su laboreo, me muestra,
con una extraña mezcla de modestia y orgullo, un inmenso y añoso
mortero –“esto pesa trescientos quilos”, me dice señalando el pisón–;
con la ayuda de uno de sus hijos, lo pone en funcionamiento: el grueso
vástago de hierro cae con fuerza y hace estallar con inusitada violencia
las piedras que Don Tito había colocado en el depósito de molienda.
“Tito fue compañero de escuela de mamá”, me comentó un tiempo
después Selva Chirico; “era muy amigo de mi padre, y heredó la
máquina trituradora de mi tátara-abuelo, que es la máquina que él
36
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las máscaras de la identidad colectiva …
tiene. (…) Mi padre se la dio en una jornada de cacería, (…) en la que
diezmaban a la población de fauna local, de carpinchos y hasta
águilas, cualquier cosa les venía bien, una depredación espantosa…
Pero antes se hacía. Y Tito era uno de los asiduos concurrentes. Y mi
padre le regaló esta máquina”. Ese mortero, según me aseveró Selva
con firme convicción, “fue el primero que vino al pueblo”, y había sido
propiedad del bisabuelo de su madre, Don Fermiano Paz Brisolla, uno
de los pioneros que realizaban lo que Selva denomina “explotación
empírica” en la zona, ya en los años cuarenta y cincuenta del siglo XIX
(esto es, unos cuantos años antes del establecimiento de Barrial Posada
en Cuñapirú); la mayoría de esos “pioneros autónomos (…) habían
adquirido oficio en zonas mineras de Brasil”44.
El proceso não para, enseña Don Tito: del campo al taller, del taller al
campo, de vuelta al taller. Hay que saber: cada fase requiere mucho
esfuerzo, mucha pericia. “Después que queda el polvo hay que llevarlo
hasta el arroyo, el arroyo lo limpia... Quinientos o mil quilos de polvo,
y ahí se pasa tres o cuatro días, con mercurio, un poco de polvo, tres,
cuatro, cinco quilos de polvo... Y ahí empieza, con un palito, y le da, le
da, le da, haciendo así, entonces la arena empieza a moverse y agarra
velocidad... veinte minutos sin parar. Entonces los minerales más
pesados bajan, lo más pesado queda abajo. Y el mercurio, que
también es de los pesados, baja más... adhiere al palito ese... y bueno,
y ahí lo junta. El oro que toca eso ya... queda aglomerado con el
mercurio... Forma la amalgama, ¿vio? Se forma una masa. Si usted
quiere que endurezca, pone arena con oro, y arena, arena, arena... y
al final queda duro, agarra el mercurio con la mano, el mercurio con
el oro. (…) Después que usted está terminando de lavar, se lleva al
agua –siempre el agua–, zambulle la olla y hace como con la batea
pero distinto. Y al entrar el agua en la olla, como la arena es finita y
es polvo, el agua va sacando la arena. En cinco o seis minutos, con
cuidado, la arena le saca todo. Y ya quedó el oro separado del
mercurio. (…) Eso lo aprendí con los mineros viejos, que hacían ese
Chirico (2005:34). De acuerdo con lo que plantea esta historiadora, “a mediados del
siglo XIX, científicos hacen menciones a cateadores cuya metodología de trabajo nos
lleva a pensar que se tratara de mineros ‘empíricos’. José Ma. Reyes afirma que habría
en el Cuñapirú «... una arenilla aurífera que se extrae frecuentemente por alguno que
otro explorador afortunado que persevera en la tarea de buscarla en la misma sílice
haciendo excavaciones más o menos profundas…»” (ídem:35).
44
37
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las máscaras de la identidad colectiva …
proceso. Y después con un crisol fundía todo. (…) Nosotros vendíamos
el oro fundido, nosotros mismos tenemos un crisol. Tenemos un crisol,
completo, tenemos todo”.
Todo este complejo proceso se simplifica cuando se catea en los
arroyos: “en los arroyos el oro ya sale pronto, sale puro, sale libre.
Pero en el campo, tiene que traer la piedra, quebrarla, molerla,
dejarla como harina... La piedra queda impalpable, y es la forma en
que usted después recupera el oro de ahí, de lo molido... Hay un
proceso más largo... Claro, en el arroyo ya el proceso se hace
naturalmente... Después de unos quince o veinte días, cuando
llegábamos a la casa, con el oro ya pronto, prácticamente sólo era
prepararlo acá... Más fácil. Pero es un trabajo que hay que hacerlo en
verano... Porque en invierno...”.
Don Tito habla de los rigores e inclemencias de su oficio sólo cuando le
insisto para que lo haga. El invierno es crudo en esta zona: “claro, hay
que entrar en el agua, a veces con palas largas, y estar ahí un buen
rato”. Ese buen rato depende de la suerte, me dice Don Tito, tanto
como, supongo, de la paciencia y del temple del cateador. “Después de
estar metidos en el agua en el lugar que habíamos elegido”, continúa,
“con cabos largos íbamos sacando la arena con pedregullo, poníamos
la batea... así, moviéndola de esta manera, ¿ve? A la batea se le van
dando golpes y va saliendo la arena, va saliendo, saliendo, hasta que
queda un poquito en el fondo. Donde queda poco, donde queda
poquita arena, le empieza a dar golpecitos y empieza a ver los
minerales que están en el fondo, porque todo lo pesado queda en el
fondo. El oro es de los minerales más pesados. Y entonces viene casi
siempre con un polvo negro, de hierro... Nosotros le decimos hierro
pero es una limonita. (…) Bueno, y ahí aparece el oro. Ahí, si hay oro,
aparece ahí”.
38
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
El cateo en arroyo, un oficio forjado hace casi dos siglos
que se ha mantenido prácticamente incambiado a lo
largo del tiempo y a lo ancho del espacio.
Uno de los estudios realizado en 1930 por Diego Rivera
para su mural “Alegoría de California”. (En California a
los cateadores se les llama gold panners, bateadores o
gambusinos; en Italia, “piscatores di oro”.)
El bateo, la batea.
39
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Cualquiera sea el procedimiento que se siga para el laboreo de la
piedra, cualquiera sea la estrategia extractiva que se adopte, tanto en
los arroyos como a flor de tierra –y mucho más, evidentemente,
cuando hay que aventurarse por la estrechez y humedad de galerías
subterráneas, grutas naturales u oquedades en las rocas–, hay que
saber. Pero además hay que tener altas dosis de tenacidad,
perseverancia, temple, paciencia… y otras variantes nutricias de la
fuerza interior. Sin todo eso se vuelve imposible soportar largas horas
en la inclemencia de la intemperie, con el lomo inclinado en los
arroyos, el agua cubriendo las rodillas, moviendo con pericia el
carumbé45, una vez tras otra, hasta que los ojos, exánimes, dejan de
ver.
Sin todo eso –tenacidad, perseverancia, temple, paciencia…– también
se vuelve imposible no sucumbir ante el esfuerzo que exige el largo y
complejo proceso del tratamiento artesanal de las piedras de cuarzo
(presumiblemente) aurífero extraídas a pico y pala de las entrañas de la
tierra: transporte de los cascotes desde el sitio original hasta el
improvisado taller, selección de las piedras, molienda; luego, traslado
del material pulverizado hasta algún arroyo para proceder al lavado, el
amalgamiento y un nuevo lavado; enseguida, otra vez en el taller, el
fundido del polvillo para hacer bolitas o lingotes. Recién entonces, hay
que ocuparse de la venta –que también tiene sus secretos y
dificultades–, cuyo producido espoleará el inicio de un nuevo proceso…
Hay que saber, es cierto, pero también reconocer, como hace Don Tito,
que en aquel entonces –fines de los años treinta– las circunstancias
eran muy favorables: “en esa época había mucho oro, aflorando
nomás, por arriba de la tierra. Se veía el oro, las piedras llenas de
oro. (…) Y... bueno, como le digo, habían más o menos treinta
familias, hombres y mujeres, buscando el oro por las calles, por acá...
Porque en esa época era todo de piedra las calles, venía un agua y...
aparecían las piedras. La gente andaba con un bolsito a media
En lengua guaraní carumbé significa tortuga. Carumbé es el nombre de un arroyo de la
zona (ergo, “arroyo de las tortugas”), y a partir de él tomó su nombre el cerro contiguo.
En el interior del estado brasileño de Bahía –por lo menos en su zona de mayor actividad
minera a principios del siglo XX– también se denominaba carumbé a la pequeña batea
cónica de madera utilizada en el cateo de arroyos, seguramente en virtud de su similitud
con una caparazón de tortuga. Las bateas utilizadas por Tito, confeccionadas en madera
de ceibo, siguen el modelo de las bahianas, aunque son algo más grandes.
45
40
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
espalda y un martillo en la mano. Y venían para el pueblo gente que
vivía más afuera, a hacer compras, y ya venían quebrando piedras”.
Unas treinta familias, hombres y mujeres, quebrando piedras, martillo
en mano y capanga a la espalda, alterando la serenidad del pueblo. Y
otras tantas, recuerda Don Tito, a unos pocos quilómetros: “mucha
gente, por las orillas de los arroyos, tanto en el Corrales como en...
Bueno, en todos los arroyos, empezando de acá de Corrales, Santa
Bárbara ahí, el otro arroyito que hay, y después San Pablo más allá,
hasta Cuñapirú...”. Toda esa gente “llevaba la piedra a la casa y molía
ahí; cada uno tenía su morterito, un mortero chiquito. Llegaba la
tardecita y usted sentía a la gente golpeando (…). Hombres, mujeres,
muchachos… acá en Corrales. Pero mire, había una cantidad de
gente... Todo el mundo sacaba oro”.
Una de esas anónimas mujeres, digna representante de la estirpe
minera corralense –hija, esposa y madre de mineros46, minera ella
misma– protagoniza un emotivo testimonio de Selva Chirico: “mi
bisabuela se quedó viuda de su marido minero cuando estaba
embarazada de su última hija, y tenía un último hijo varón que ya era
minero, era un muchachito, un chiquilín, pero ya era minero, y ese
muchacho se muere también en una explosión en una mina. El marido
en realidad se murió de una septicemia después de que le sacaron una
muela; la infección tomó cuenta de su cuerpo y se muere. Y entonces
ella queda viuda y sin el único hijo varón, que era quien podría
ayudar a sustentarla. Tenían campo, pero el campo prácticamente no
daba mucho. Entonces ella decide pasar a ser minera también, como
muchas mujeres(47). Como tenían el arroyito San Pablo dentro de su
campo, bateaba en el arroyo, es decir, buscaba oro en el arroyo, y así
crió a seis hijas mujeres, a las que les dio maestra particular –así
tenía que ser, porque era en campaña–, les enseñó francés y un
instrumento musical a cada una”48.
Esta mujer, bisabuela de Selva, era hija de Don Fermiano Paz Brisolla, uno de los
primeros mineros, que entre la tercera y la cuarta década del siglo XIX ya cateaba en la
zona de Cuñapirú.
47 En efecto, fueron muchas las “hijas de mineros, esposas de mineros, (que) se ganaban
la vida bateando en los arroyos el pan de sus hijos” (Hernández y Chirico, 2004:120).
48 El bateo en arroyos ha sido una actividad que las mujeres han realizado desde hace
muchísimo tiempo. Así está documentado, por ejemplo, en la Geographiká del griego
Estrabón (geógrafo e historiador nacido hace más de dos milenios en territorio que hoy
46
41
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Eran otros tiempos, evidentemente. Don Tito los evoca –y los invoca–
con cierta nostalgia: “la gente molía su orito, todo los fines de semana,
y bueno, iban a vender. Preparaban las bolillitas de oro y llevaban a
vender. Pesaban en una balancita de precisión que tenían, ponían allí
las pesitas y... tanto, tanto de oro. Pagaban. Casi siempre los
comerciantes ponían dentro de unos frascos, que eran así, más o
menos, de este tamaño, como los que hay ahora, esos de Bracafé. Hay
gente vieja aquí que sabe... ellos ponían los frascos con bolillas de oro,
cantidad... Llegué a ver frascos casi llenos, ahí en el estante. Y la gente
iba y nadie tocaba. Otra época, ¿no? ¡Qué época! Ponían ahí,
compraban y ponían allí adentro. Usted desde el mostrador veía”.
Todo el mundo sacaba oro, como un siglo antes. Pero quizás nadie,
como Don Tito reconoce, en tanta cantidad como él, y con la calidad
que su oro alcanzaba al final del proceso: “yo siempre pedía más,
porque el oro mío era mejor… La gente sabía que yo no engrupía a
nadie, que el oro que yo vendía era oro puro. (…) Por eso el oro
siempre yo lo vendo más del valor. Me lo sacan de la mano, porque
conocen el oro que yo saco. Ya es muy reconocido mi oro, y saben que
yo no pongo otra cosa. Hay gente, de antes, yo me acuerdo, que
limaban las alhajas para entreverar con el oro... era más impuro. (…)
Saco de todos tamaños, pero casi siempre orito fino. Y yo llegué a
hallar, en un arroyo, una pepita de treintaiún gramos y medio de oro
macizo. Así de grande, como un huevo de paloma, más o menos, un
poquito más grande que la que le mostré recién. Eso fue hace veinte
años, justo el día antes de cumplir sesenta y seis”49.
A quienes conocen Corrales, su génesis y su historia, no les debe
extrañar que el último garimpeiro haya llegado al mundo por el oro de
Minas de Corrales, que hace casi un siglo atrajo a un carpintero
carpinteriano: “mis padres no nacieron acá pero son de cerca, de
Carpintería, por ahí. (…) Mi padre vino... por las minas, en tiempo de
pertenece a Turquía), quien relata el modo en que las mujeres del pueblo galaico de los
ártabros (o arrotrebas, tribus de origen celta que, hasta la invasión de Julio César,
ocuparon vastas zonas del noroeste de la actual España) cateaban oro con bateas de
madera (cf. Estrabón 2001:2)
49 El martes 3 de mayo de 1988 el diario montevideano La Mañana publicó una crónica
bajo el título “Conmoción en Minas de Corrales. Hallan la pepita de oro mayor de este
siglo”. Allí se señalaba que el día 5 de febrero de ese año Tito Pereira había hallado en
una cañada cercana a Corrales una pepita de “treintaiún gramos de oro puro”.
42
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
los ingleses. (…) Era carpintero mi padre. Vino como armador, para
hacer en las bocas de las minas… armaba con tremendos palos de
eucaliptus y de otras maderas... armaban para asegurar la boca de la
galería, para que no se desmoronara. Claro, que es donde puede
haber peligro es en la boca, después usted entra para adentro y hasta
es más firme que estar acá. Ah sí, usted entra para adentro y... muy
firme”.
Don Tito, con sus 86 años a cuestas, personaje emblemático del
pueblo, último exponente de un oficio hace tiempo extinguido, sigue
cateando en los arroyos de la zona, despuntando el vicio de una labor
orejana, aprimorando una práctica que ha dejado a mucha gente en el
camino, un camino que hace tiempo que ha dejado de existir. “Desde
esa fecha, nunca paré”, dice con orgullo profesional. “Siempre seguí
buscando. (…) Hasta ahora estoy con mis cosas... Hasta ahora. Ahora
saco poco, porque los hijos todos están trabajando. Antes, cuando
ellos no trabajaban, salíamos. (…) Al principio dormíamos a la
intemperie. Después ya tuvimos carpa. (…) Cuando era zapatero y
salía a catear los fines de semana, cuando encontraba mucho oro,
volvía a cerrar la zapatería y me quedaba en el campo. Pasábamos
hasta veinte días acampados. Eso, ah sí, eso es precioso, usted está
agarrando aire libre ahí, en una carpa…”.
Don Tito, con sus ochenta y seis años a cuestas, sigue cateando en los
arroyos de la zona, sumando ingresos económicos a su magra
jubilación como zapatero, y también sobrellevando algunas situaciones
amargas. En una pausa de nuestra conversación en su pequeño museo
–privado pero abierto a todo público–, montado con muchísimo
cariño, sentido práctico y voluntad pedagógica (y sin ningún apoyo
estatal), Don Tito me muestra, con franco orgullo, una gran cantidad
de objetos que recogiera en sus cateos en la zona: puntas de flecha,
boleadoras, monedas antiguas, cascotes con incrustaciones minerales,
piedras de cuarzo con pintas de oro, arena aurífera, pepitas de varios
tamaños.
“Estas son para usted”, me dice mientras pone en mis manos dos
piedras de tamaño mediano, con unas cuantas incrustaciones
brillantes, algunas como pecas, otras como finas venas. “Eso que brilla
es oro”, se apura a aclararme, “todo lo que brilla es oro”. Ese
inequívoco gesto de generosidad se hace más grande con lo que me
43
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
cuenta enseguida: “usted no se imagina la de piedras que me han
robado... Y no te vayas a creer que fueron unos pelagatos, no, no, no.
Es gente que vino en buenos autos acá. Así, me la robaron cuando yo
me daba vuelta, se ve que para ordenar otras cosas, y me faltaban las
piedras… Vea, ¡en mi propia cara!”. No hay rencor en su voz, pero su
rostro revela cierta decepción: “y yo qué voy a andar contando piedras
y después contándolas de vuelta, no, no. Yo soy de buena fe”.
Algunas semanas antes José Alfredo Oruezábal me había comentado
algo casi idéntico, recordando una charla que había mantenido con
Tito algunos años atrás: “a mí me mostró unas piedras... y me dijo: ‘y
mirá, me robaron la mejor’. –‘¿Mejor que ésta, todavía?’, le pregunté.
Era prácticamente oro, oro macizo, ¿eh? Él me mostró una piedra,
que la mires por donde la mires, todo oro. –‘Sí, la mejor me la
robaron. No te voy a dar nombres, pero vinieron en muy buenos
autos’, me dice. ¿Te das cuenta? ¡Qué barbaridad! ¡Qué barbaridad!”.
No fue la única situación amarga y decepcionante en la que Don Tito se
vio involucrado. Unos años atrás algunos vecinos corralenses
promovieron la creación de un “Museo del oro” con apoyo económico
estatal, pero la iniciativa se frustró cuando el dinero asignado para ello
desapareció misteriosamente50. “Fijate”, me había dicho José Alfredo,
“vinieron no sé cuántos miles de dólares para el museo, y uno de acá,
otro de allá... desapareció todo. (…) El museo se iba a montar en el
local de la Cooperativa. Y después lo involucraron al viejo Tito... A él...
¿te das cuenta? No lo involucraron en el asunto del dinero, pero lo
manosearon al viejo, de arriba pa’ bajo. Y le cortaron las alas. Y es
lógico, es todo un personaje, y en cosas de oro, es la palabra mayor
que tenemos. Por eso en ese momento le dije: ‘al único que le prestaría
mis fotos para cuando usted esté al frente de eso es a usted’”.
Algunos informantes me han señalado que esa desaparición no fue tan “misteriosa”
como se cree. De todos modos, no es este el lugar para intentar esclarecer ese episodio y
sus presuntos responsables. Más allá de ello, hay que decir que aquella iniciativa de
creación de un “Museo del oro” no fue propuesta exclusivamente por corralenses “de
pura cepa”. “En lo personal”, me dijo Eduardo Palermo, “más de una vez he presentado
proyectos para la creación del museo del oro, del museo de la minería, del museo de
esto, del museo de lo otro, y jamás hubo un apoyo firme, ni de ninguna institución
pública ni de la propia población. Un museo, de alguna manera, conjugaría los
esfuerzos, y sería un espacio en el cual las nuevas generaciones irían conectándose con
esa memoria colectiva que de alguna forma se está perdiendo. Pero lamentablemente
no han habido experiencias satisfactorias… y mirá que se ha intentado”.
50
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Don Tito y Doña Marta en el Museo del Oro, su casa. (Fotografía de Don Eduardo Andina)
Aún cuando Don Tito comienza a dar señales de cansancio, es muy
Don
difícil dejar de escucharlo, renunciar a aprender con su historia y sus
historias, a disfrutar con su rico anecdotario, a mantenerse inmune al
contagio de su calor y su pasión… “Pero si quiere venir, venga cuando
quiera, ¿eh?”.
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Santa Ernestina, el primer aliento
Desde aquel mágico momento –el del hallazgo de pepitas de oro en lo
de José Suárez– se corrió la voz, y es factible que haya llegado hasta el
otro lado del océano, a la septentrional comarca de Irun (y también,
quién sabe, hasta Bres, una pequeña aldea asturiana). De hecho, entre
aquellos cateadores que acampaban a orillas de los ríos y arroyos de la
zona, como antaño lo hacía Fermiano Paz Brisolla y como aún hoy lo
hace Don Tito Pereira, había muchos inmigrantes europeos –españoles,
británicos, vascos, italianos, franceses51– que buscaban, junto a
orientales y brasileños, el golpe de suerte que los habría de enriquecer
de por vida. Quizás algunos de ellos volvieron a Europa y sus relatos
tentaron a otros a probar igual suerte.
El propio Barrial Posada, me dijo Selva Chirico, “se enteró de las
famosas pepitas que había recogido Don José Suárez (…). Entonces
Barrial Posada nada más que debe haber tomado noticia de que ahí
había oro. Él viene sin decírselo a nadie, pero como hace el negocio,
en realidad, con Nin Reyes, que era todo un empresario, lo vemos en
otro tipo de empresas por ahí… Bueno, esa gente divulga el hecho…”.
Es igualmente probable –o quizás más– que la voz haya cruzado el
océano (también) por un canal más “oficial”: como ya he comentado, a
la salida de la Guerra Grande, el 20 de julio de 1852, Federico Nin
Reyes, un acaudalado hombre de negocios, denunció ante el gobierno
varias minas situadas en los departamentos de Salto (de cobre) y
Tacuarembó (de oro), y acompañó su petición con varias muestras,
entre ellas algunas procedentes de las zonas entre Cuñapirú y Corrales,
entre Corrales y Yaguarí, y en los Cerros Blancos. En esa nota Nin
La cantidad de inmigrantes ingleses y franceses en esta parte del mundo había
comenzado a crecer ostensiblemente hacia mediados del siglo XIX, sobre todo en virtud
del apoyo que Inglaterra y Francia ofrecieron a Fructuoso Rivera durante la Guerra
Grande (tanto en la defensa de Montevideo, sitiada por las fuerzas de Oribe, como en el
bloqueo del puerto de Buenos Aires, dispuesto en 1845 para impedir que la flota porteña
se pudiera movilizar para apoyar a Oribe). En cuanto a los vascos, quizás el contingente
inmigrante más numeroso, “la primera oleada de la vasconia norpirenaica –los vascos
de Euzkadi la llaman Iparralde– colocó 18.000 alienígenos en las calles de un
Montevideo que en el año 1842 sólo tenía 40.000 habitantes. Dicha cifra de recién
llegados (…) supera a la suma de los indios guaraníes y charrúas residentes en la
Banda Oriental” (Vidart 1998b:14).
51
47
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las máscaras de la identidad colectiva …
solicitaba al gobierno de Giró –“a V.E. pido y suplico”, escribió– que le
expidiera “un título especial de denunciante” que le permitiera
explotar esas minas, para lo cual necesitaba procurar en el extranjero
“hábiles mineralogistas, máquinas y operarios diestros”52. El 27 de
julio de 1852 el presidente Giró firmó un decreto donde “se declara al
suplicante el derecho de primer denunciante a las minas de cobre (…)
y a las de oro”53 referidas más arriba. Nin Reyes comandó trabajos de
explotación en esas minas entre los años 1853 y 1866. En este último
año, “por correspondencia particular, hizo cesión de sus derechos a la
concesión minera al señor Dn. Clemente Barrial Posada, acto éste
formalizado recién el 15 de junio de 1881 por escritura…”54.
Recordemos, en fin, que José Alfredo Oruezábal está convencido de
que su bisabuelo “se mandó a comprar esos campos (de Santa
Ernestina) sabiendo muy bien que ahí había oro”; Don José Joaquín lo
sabía muy bien, aunque nosotros (aún) no sabemos cómo lo supo. Pero
si admitimos que fue en su Irun natal donde se hizo del dinero de su
esposa, debemos convenir que aquel “sabiendo muy bien” fue anterior
a su encuentro con Clemente Barrial Posada, seguramente ocurrido en
Montevideo hacia 1867. “Ahí está es eslabón que yo no sé”, me dice
José Alfredo Oruezábal, “yo desconozco cómo él vino a dar acá. Pienso
que a través de algún contacto que tuvo con Barrial Posada”.
A este respecto, es improbable que ambos pudieran haberse conocido
en Europa. Oruezábal vivió en Irun hasta su partida hacia Uruguay,
mientras que la peripecia vital de Barrial Posada (nacido en 1842 en
Bres) lo dejó poco tiempo en España: a los catorce años marchó a
Sevilla a cursar estudios de bachillerato y luego de ingeniería de minas,
que más tarde perfeccionó en París. Poco después ingresó en una
comisión científica española que debía dar la vuelta al mundo: “en
1862 cruzó el Atlántico, observó el cabo de Buena Esperanza y navegó
el Índico. Al año siguiente, desembarcó en el Caribe venezolano, de
camino a Caracas, Santa Fe de Bogotá y Quito. El periplo se
Citado en “La primer denuncia formulada en 1852 por don Federido Nin Reyes”, en
La Revista de la UTE N° 4, 1936:49.
53 Apud ídem:51.
54 Ibíd.:51
52
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las máscaras de la identidad colectiva …
interrumpió en Lima, a mediados de 1864”55, apenas se declaró la
guerra entre España y Perú. Ya de regreso en su patria, ese año (1864),
“fue comisionado por el gobierno español para hacer estudios
geológico-paleontológicos en Brasil, Uruguay y Argentina”56.
En definitiva, la única posibilidad –aunque poco probable– de que
Barrial Posada y Oruezábal se hubieran podido encontrar en Europa
fue en el breve período en que Don Clemente hizo escala en su Asturias
natal –unos pocos meses en el año 1864–, luego de su fallida estadía en
Lima y antes de volver a partir, “ese mismo año”, hacia Recife. Es más
probable, en cambio, que el encuentro se haya producido dos o tres
años después durante el fugaz pasaje de Barrial por “la oriental
Tacuarembó” (en aquel entonces, repito, el departamento de
Tacuarembó incluía al actual departamento de Rivera) y por
Montevideo, o bien una vez que anclara en esta ciudad (en el Gran
Hotel Central, en la calle 25 de Mayo), donde además “se relacionó con
el maestro catalán Pedro Giralt y comenzó sus investigaciones sobre
la geología y riqueza mineral del norte” uruguayo. En efecto, “luego
de desembarcar en Recife, recorrió la costa desde Bahía a Porto
Alegre. Desde la capital de Río Grande do Sul, emprendió un
accidentado viaje a la oriental Tacuarembó. Tras unos días en
Montevideo, cruzó a Buenos Aires, y se dirigió a Jujuy, (dando inicio
a) “un recorrido de 4.300 kilómetros, en el que arriesgó
Olveira (op. cit.). Las fechas que aporta Olveira se contradicen con las que aparecen en
un importantísimo documento que ya he referido, en el que se establece lo siguiente: “si
bien el Gral. don José Gregorio Suárez (hoy finado) ha efectuado importantes trabajos
en su mina ‘San Gregorio’, éstos datan desde fines de 1863, esto es, un año y medio
después de los del señor Barrial Posada, y aún a éstos mismos fue él que les dio
dirección al principio” (apud “Hace 116 años…”, op. cit.:25). Si es cierto que en el año
1862 Barrial Posada estaba en pleno periplo entre el Atlántico, el Índico y ainda mais, de
ningún modo pudo, en ese mismo año, haber dado dirección a los trabajos mineros en la
mina “San Gregorio”. Una de las dos informaciones es, entonces, incorrecta (o ambas).
Por otra parte, no debe soslayarse que en la página 24 del mismo documento se establece
que “en el año 1867 llegó a Cuñapirú el ingeniero don Clemente Barrial Posada”
(aunque esto no contradice la posibilidad de que también haya podido estar antes, tanto
en Cuñapirú como en San Gregorio, aunque el documento no lo mencione). En cualquier
caso, en mi opinión la veracidad del documento en cuestión debe ser considerada con
cierta cautela, ya que en ciertos pasajes parece haber sido elaborado y publicado, si no
como panegírico, por lo menos como defensa de los derechos adquiridos por Barrial
frente a algunos despojos que éste parece haber sufrido a manos de algunos oportunistas.
56 Apud “D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:51.
55
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las máscaras de la identidad colectiva …
temerariamente la vida57. (…) Finalizado el viaje de estudios, se
radicó en Uruguay, atraído por la buena perspectiva que presentaba
la salvaje riqueza de Tacuarembó”58. Ya establecido en Uruguay,
“inició sus estudios sobre nuestra riqueza minera, a la que consagró
sus conocimientos científicos y su fortuna personal, que empleó en
varias empresas de explotación”59.
Sin embargo, aquella hipótesis (la del encuentro entre Oruezábal y
Barrial Posada en Montevideo en el año 1867) no excluye la anterior.
En efecto, pudo haber ocurrido que ambos se conocieran en Europa
(¿en Asturias? ¿en Guipúzcoa?) en el año 1864 y luego se
reencontraran en Montevideo en 1867. (¿O un par de años antes en “la
oriental Tacuarembó”? ¿O en la propia Montevideo, en esos días en
que Barrial se dedicó a realizar una carta geológica de Tacuarembó,
antes de la continuación de su vastísimo periplo explorador por
América del Sur?)
La verosimilitud de esta última posibilidad –la del encuentro o
reencuentro de ambos en 1865– tiene a su favor la siguiente
constatación: existe un documento público, fechado el 30 de junio de
1867, en el que se indica que “a la escuela de Cuñapirú asistían ya
treinta alumnos varones”60. Esa escuela estaba emplazada,
En ese monumental viaje el joven ingeniero “completó un extenso itinerario por la
Guayana, colonial reserva aurífera. Remontó los poderosos Amazonas y Orinoco. Pasó
por la brasileña Manaos, tentado por la «fiebre del caucho», la venezolana Maracaibo
y la peruana Iquitos, con el deseo de retornar a Lima. Allí encontró la misma
beligerancia que años antes, ahora, en aprontes para la sangrienta Guerra del Pacífico.
Realizó una interesante prospección minera en el extenso altiplano. (…) Evitando
hostilidades, bajó por los Andes, hasta la Tierra del Fuego. Regresó por la Patagonia
argentina, La Pampa, Mendoza, San Luis, Rosario y Buenos Aires” (Olveira, op. cit.).
58 Olveira (op. cit.).
59 Barrios Pintos (op. cit.:17).
60 Este documento está aludido en Barrios Pintos (op. cit.:78). Es probable, aunque no
del todo seguro, que esa escuela pública para varones haya comenzado a funcionar en
febrero del año 1860 (cf. ídem:77). Haya sido o no así, el edificio de la escuela de
Cuñapirú tuvo una vida relativamente breve: según otro documento oficial, en 1878 se
construyó un nuevo local “destinado a la escuela primaria en el distrito de Cuñapirú y
Corrales, pues el local que antes tenía había sido demolido por los propietarios del
campo donde se hallaba dicha escuela” (ídem:78-79). Si estoy en lo cierto, “los
propietarios del campo” en cuestión eran José Joaquín Oruezábal y María Yustede. A
pesar de no contar con datos censales, la población de la zona había crecido a partir de
los años sesenta, principalmente en virtud del atractivo ejercido por la “California”
oriental, crecimiento que aumentó ostensiblemente hacia finales de la década, cuando ya
existían en la zona unos cuantos emprendimientos mineros organizados. No obstante,
hacia 1884, según lo comentado en una crónica periodística, “en Santa Ernestina no
57
50
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las máscaras de la identidad colectiva …
seguramente, en uno de los edificios que José Joaquín Oruezábal
construyera en “su” Santa Ernestina (paraje que en aquella época
formaba parte de la zona conocida como Cuñapirú, nombre del distrito
administrativo que integraba, junto al de Curticeiras –que actualmente
es una localidad conurbada a la ciudad de Rivera–, la cuarta sección de
lo que en aquella época todavía era el departamento de Tacuarembó).
Siendo así, es lícito inferir que Don José Joaquín ya estaba afincado en
Santa Ernestina en el año 1865, ya “sabiendo muy bien que ahí había
oro”. Y, además, que ese “sabiendo muy bien” también se debe aplicar,
por lo menos, a los padres de aquellos “treinta alumnos varones”, así
como a otros muchos lugareños sin hijos (varones) o con hijos no
escolarizados.
En cualquier caso, entonces, esta doble (o triple) hipótesis permite
explicar con cierta plausibilidad el hecho de que Don José Joaquín
Oruezábal, antes de emigrar a Uruguay, ya supiera de la existencia de
oro en la zona de Cuñapirú (y quizás también, por qué no, que haya
llegado a esas tierras ya contratado como capataz en el pujante
emprendimiento minero de Barrial Posada). Lo que podría contribuir a
zanjar estas incertidumbres, por lo menos en parte, sería el título de
compra de los campos de Santa Ernestina (documento que, a pesar de
los esfuerzos realizados, no he podido conseguir).
Sin embargo, aún prescindiendo de tal prueba documental, es
altamente probable que Don José Joaquín Oruezábal y Doña María
Yustede hayan sido los primeros vascos en echar raíces en la zona. En
cualquier caso, es indudable que su permanencia en Cuñapirú, tan
lejos de su madre patria, no ha sido en vano; entre otras cosas, ha
legado una prolífica descendencia –cinco generaciones de corralenses–
cuyo último brote es, por ahora, el pequeño José Joaquín Oruezábal
(cuyo nombre fue elegido en evidente homenaje a su ilustre tátaratátara-abuelo).
existía escuela ni maestro, pese a tener unos setenta niños en edad escolar, y en
Cuñapirú seguía clausurada la escuela, quedando así unos treinta niños sin
instrucción” (ídem:79).
51
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
“… ahí mi bisabuelo, con capital de mi bisabuela, compra esos campos, que hasta hace
poquito estaba la familia ahí. Hasta hace (unos) cuatro años o cinco, todavía estaba en
manos de la familia. Sí, una tía viejita murió y otras, también viejitas vendieron (…).
Pero hasta hace cuatro años todo eso pertenecía a unas primas-hermanas de mi abuelo.
Ellas eran Yustede…”. (Testimonio y fotografía de José Alfredo Oruezábal.)
52
│fernando acevedo│
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desde aquel mágico momento, se corrió la voz
Parecería, entonces, que Santa Ernestina nació en los campos
adquiridos por doña María Yustede Recarte y por la iniciativa de su
esposo, Don José Joaquín Oruezábal. Una vez más: ¿por qué en ese
paraje, en ese lugar sin nombre, en esa nada en los mapas? “Yo no sé
por qué”, me comenta Selva Chirico, “yo creo que pudo haber tenido
que ver con los líos de los títulos de Barrial Posada. Porque cuando
Barrial Posada pierde la mayor parte de sus concesiones a manos de
la gente de Latorre (–en el 78 las empieza a perder, porque hay
varias ‘quitas’–(61), esta gente que le gana el pleito –bueno, las ‘quitas’
son a punta de facón–), esa gente instala la primera vivienda grande
ahí, y pienso que a partir de esa primera vivienda (también había una
posta de correo y otros servicios, que el propio gobierno decide
Imágen cedida por el historiador riverense Eduardo Palermo, donde se ve “las primeras
poblaciones en Santa Ernestina, aparentemente obtenidas desde una ventana de las
instalaciones mineras. Estas fotos corresponderían a 1881-1882. Es una copia y no
tiene indicaciones ni figura el fotógrafo. Al fondo se ven claramente los Tres Cerros del
Tacuarembó. Actualmente quedan en pie tres edificios” (Palermo 2006).
El primer despojo en detrimento de Barrial parece haber ocurrido, efectivamente, en
1878, año en el que formó, “con capitales americanos, otra gran empresa con un capital
de diez millones de libras esterlinas, la que no llegó a venir al país a causa de haber sido
aquél despojado de sus concesiones por el Gobierno de Latorre” (“D. Clemente Barrial
Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:53).
61
53
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
instalar ahí, y enseguida traen los telégrafos), sería un punto
interesante para acercarse a ese lugar; la diligencia empieza a llegar
ahí y no a Cuñapirú… Y entonces, me imagino yo, porque eso no lo he
visto registrado en otros lados, que había un interés de vivir donde
podía venir la gente, y ahí empiezan los comercios, se hace la
panadería. Casualmente, la panadería la fundó el bisabuelo de mi
marido…”.
Eduardo Palermo aporta otra
interesante información: “yo
tengo algunas fotos de Santa
Ernestina
antes
de
la
explotación minera y lo que se
ve es la estancia que hoy existe,
la estancia Betelai, que fue de
alguna manera ocupada por la
empresa minera y se utilizaron
sus instalaciones para hotel,
comercio, fonda, panadería, hasta para un pequeño teatro que
funcionó allá por 1886, 1887”.
“En esa casona nació mi abuelo”
(José Alfredo Oruezábal).
Esa estancia, la Betelai, aún existente con ese mismo nombre, fue,
precisamente, la que estableció el matrimonio Yustede-Oruezábal, en
medio de otras estancias donde, según Palermo, se empleaba mano de
obra “guaraní-misionera o afro-latino-americana, por decirlo de
54
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
alguna manera”. “El oro de Santa Ernestina”, prosigue Palermo, “es
descubierto allá por 1851, 1852, por un indio, según relatan los
propios vecinos en un documento de 1880 (62), un indio que trabajaba
como domador y que descubrió una veta de oro en una roca, de la
cual extrajo una parte con un pico”. El episodio tiene ribetes
turbadores: ese pedazo de roca con oro “fue exhibido en un comercio
en Tacuarembó, probablemente en alguna pulpería de allí cerca, y
Pablo Rosadilla, que era un español, funcionario del Estado
uruguayo, encargado de recaudar las rentas en la región, tomó ese
trozo de piedra con oro y denunció la mina como propia. Y allí es
donde surge la mina llamada San Pablo, que es el nombre original.
Ernestina es en realidad el nombre de la esposa de uno de los
hermanos Birabén, no de Leoncio, que estaba en Francia, sino del
otro(63). Por eso, cuando se crea la concesión minera de la ‘Compañía
Francesa de Minas de Oro del Uruguay’, la mina San Pablo pasa a
llamarse Concesión Mina Santa Ernestina”.
Como sea que haya sido, hasta que aparecieron los primeros vascos,
Yustede y Oruezábal, una con su dinero, el otro con su saber minero,
ambos con un empuje y una astucia contagiosos, ese paraje era, en
efecto, una nada en los mapas. (En opinión de Palermo, en cambio, a
fines de los sesenta ya existía Santa Ernestina, y también los pequeños
poblados de Cuñapirú y de San Gregorio; la mina que dio origen a este
último, me dijo, “era explotada en forma más artesanal por Gregorio
Suárez, que era su propietario, y Antonio Márquez, que fue algo así
como el Ministro de Economía del gobierno de Latorre, quien heredó,
de alguna forma, la mina de San Gregorio y la siguió explotando”64.)
El documento al que alude Palermo es el que he citado antes (cf. supra, nota al pie 18,
:24).
63 Alberto es el nombre “del otro” Biraben que en ese momento Palermo no recordó.
64 Antonio María Márquez era, hacia 1887, el propietario la mina “San Gregorio” y
también Ministro de Hacienda. A fines de ese año integró, junto a cuatro ingleses, el
directorio de la empresa “Campos Auríferos del Uruguay, Limitada”, constituida, según
lo establece un texto que ya hemos citado (“D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista
de la UTE N° 4, 1936:54), “para adquirir y explotar la mina ‘San Gregorio’ situada en
Corrales” (que era, repetimos, ¡de su propiedad!). Al año siguiente Barrial fue “votado
para ejercer las funciones de director, previa cesión de parte de los terrenos que aún
conservaba en un área de 153 cuadras cuadradas. (Pero) Barrial renuncia al mes
siguiente, aludiendo tareas propias que no podía abandonar” (Chirico, op. cit.:38).
62
55
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Como veremos más adelante, habría de pasar muy poco tiempo para
que Santa Ernestina se convirtiera en el principal centro poblado de la
región.
Santa Ernestina, hoy partida al medio por la Ruta 29, a mitad de
camino entre Manuel Díaz y Minas de Corrales, tampoco aparece en los
mapas actuales. Del esplendor que alcanzara en el último tercio del
siglo XIX –un volumen poblacional considerable, una actividad
industrial relevante, una vida social intensa– no queda (casi) nada,
apenas el testimonio de algunos historiadores locales, el recuerdo
nostálgico de unos pocos corralenses, alguna referencia anecdótica no
demasiado difundida… (y, seguramente, algunos filones de oro en sus
entrañas). También queda el testimonio –mudo– de un puñado de
edificios en ruinas, taperas a la espera de mejor suerte, y la elegante
casona, felizmente reconstruida a comienzos del siglo XXI por el actual
propietario de esas tierras.
“Hay una versión que dice que esos campos de Santa Ernestina fueron
comprados a presión, a punta de facón”, afirma José Alfredo
Oruezábal. “Y en esas épocas no se andaba con chiquitas. Andá a
saber cómo fue. Pero… acá se vinieron derechito. Yo tampoco digo sí
ni digo no. Porque... ¿vos sabés la historia cómo se escribe, no?”.
Se vinieron derechito, siguiendo la tentadora llamada del oro. Es fácil
de admitir: después de aquel insólito episodio, hoy devenido leyenda,
de las piedritas de José Suárez rodando obscenamente por el piso de su
56
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
rancho, en la zona pasó a ser un secreto a voces que desde apenas
entrado el siglo muchos lugareños, baqueanos y cateadores
improvisados, semana a semana llenaban sus capangas con cascalhos
resplandecientes, pepitas de oro y hasta algún diamante rosáceo, todo
encontrado a flor de tierra: “aunque parezca mentira”, le comentó
Selva Chirico a Armando Olveira, “hubo un tiempo en que el oro estaba
esparcido por el suelo”65. En ese tiempo (primera mitad del siglo XIX)
“nadie veía el oro que pisaba; ninguno bajaba los ojos para verlo, ni
extendía sus brazos para recogerlo”66.
Y así parece haber sido durante casi cien años, por lo menos hasta la
década de 1930: “en esa época había mucho oro”, me dijo el último
cateador, “aflorando nomás, por arriba de la tierra. Se veía el oro, las
piedras llenas de oro”. Claro que en esa época, y durante algunas
décadas más, Don Tito bajaba los ojos para verlo y extendía sus
brazos para recogerlo.
Así, desde ese mágico momento –el del hallazgo de pepitas de oro en lo
de José Suárez–, se corrió la voz…
Fotografía de la colección de Eduardo Palermo.
Citado en Olveira (op. cit.).
El testimonio, bastante desmesurado, está tomado del ya mencionado artículo
periodístico de Lamas publicado en el “Jornal de Comercio” de Río de Janeiro en 1850, y
reproducido en el número 4 (:45-55) de La Revista de la UTE, 1936:45. Este artículo fue
luego reproducido (el 22 de agosto de 1852) en el periódico montevideano “Comercio del
Plata”.
65
66
57
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las máscaras de la identidad colectiva …
… tanto que a lo largo de los últimos tres años de la década del sesenta
la zona de Cuñapirú estuvo marcada por una intensa y muy fecunda
actividad minera67, y no sólo por la desarrollada por cateadores
actuando en solitario: por un lado, cundían las explotaciones auríferas
a cargo de unos cuantos contratistas de Nin Reyes, así como aquellas
que desde comienzos del 68 había iniciado el monstruoso y tristemente
célebre Gregorio Suárez (maliciosamente apellidado Goyo Jeta “en el
afán peyorativo de quien no le guardó simpatías”68) en sus vastos
campos del departamento de Tacuarembó; por otro, las que empezaron
a realizarse a partir de la fundación, en mayo de 1868, de la Sociedad
“Minas de Oro de Cuñapirú” (el 8% de cuyas acciones eran de
propiedad del gobierno de la época), a cuyo frente estaba el técnico
inglés Bankart. Esta empresa se disolvió al poco tiempo, como
consecuencia de la Revolución de las lanzas, hito cardinal de la guerra
que el coronel Timoteo Aparicio había iniciado contra el gobierno del
general Lorenzo Batlle.
“Al principio de 1869 existían en la región 31 vetas al descubierto y 2 aluviones en
laboreo, que proporcionaban trabajo a 80 obreros” (Barrios Pintos, op. cit.:16).
68 Chirico, op. cit.:38. Habría que esperar un siglo para que emergiera, desde el fondo del
mal, un impensado sucedáneo de aquel General “Goyo Jeta”, tocayo y colega de armas…
y de monstruosidades.
67
58
│fernando acevedo│
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la primera colonización europea de la zona minera
Los hermanos Biraben no fueron los únicos empresarios u hombres de
negocio que vislumbraron las potencialidades de la explotación
aurífera en el triángulo Cuñapirú-Santa Ernestina-Los Corrales;
análogamente, Barrial Posada y Victor L’Olivier no fueron los únicos
técnicos –tampoco, admitamos, los únicos hombres de negocio– que
lograron conocer con precisión y en su justa magnitud tales
potencialidades. Aquéllos y éstos no fueron, tampoco, los únicos en
comprar minas, obtener concesiones de explotación y recorrer la
región palmo a palmo en busca de filones prometedores de buena
rentabilidad.
Así como los hallazgos de José Suárez –y, sobre todo, los de aquellos
otros pioneros de la California oriental– dieron lugar a la aparición en
la zona de Cuñapirú de una variopinta caterva de aventureros,
lugareños y forasteros, súbitamente convertidos en cateadores, el
breve período entre los años 1867 y 1873 fue escenario de la aparición
de otra variopinta caterva, esta vez de empresarios y técnicos del sector
minero (o súbitamente convertidos al sector minero), que se sumó a la
anterior. Así lo consigna Chirico: “los registros documentales –de
artículos periodísticos a científicos– dejan en evidencia una constante
interacción entre criollos devenidos en mineros trabajando
empíricamente y la intervención técnica y científica de los
intelectuales pioneros”69.
En uno de esos registros documentales (que no es, en rigor, un artículo
periodístico ni científico) –un documento del año 1880 al que ya he
hecho referencia repetidamente–, se deja constancia de la llegada a
Cuñapirú de muchos técnicos, idóneos y “hombres de negocio”, en su
mayoría europeos: en el año 1867 llegó Juan Yunyent (que se asoció
con Barrial Posada, que había llegado unos meses antes); “a fines del
año 1868 llegó a Cuñapirú el Ingeniero Mr. Rankar, inglés de
nacionalidad”70 (quien unos meses después formó una empresa en
Montevideo para la explotación aurífera sobre la margen derecha del
69
70
Chirico (2005:37).
Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:25.
59
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arroyo Corrales); a comienzos de 1869 llegaron al distrito de Cuñapirú
varias personas con intenciones (concretadas en casi todos los casos),
de explotar filones y minas auríferas: “el Gral. Dn. José Gregorio
Suárez (hoy finado)”71, “Carlos Chenes, francés; (…) Andrés Rocherd,
inglés, de profesión minero”72. Luego, a fines de ese mismo año, “el
Ingeniero Dn. Federico Caro, español de nacionalidad”, llegó a
Cuñapirú con otros tres coterráneos73. Poco después, “en los primeros
meses del año 1870, don Jaime Civils y otros de Montevideo,
costearon hasta este distrito de Cuñapirú, al individuo Miguel
Recoder, ex-empleado del Sr. Barrial Posadas. (…) A fines del año
1872 un señor Desiderio F. Lacueva (Comandante), en representación
de los señores don Pedro Varela y don Carlos Tesano, de Montevideo,
llegó hasta este distrito de Cuñapirú y con varios obreros intentó
apoderarse de la Mina “San Pablo” propiedad del susodicho Sr.
Barrial Posadas, en la que éste tenía obreros”74.
El recuento de “intelectuales pioneros”, técnicos y científicos que
recalaron en la zona minera en los primeros años del último tercio del
siglo XIX no se agota en los que recién he mencionado. Del mismo
modo, Gregorio Suárez y los capitalinos Civils (o Cibils), Varela y
Tesano no fueron los únicos actores políticos y “hombres de negocio”
que, a distancia, probaron suerte en la región. Hubo otras
personalidades destacadas, “típicos empresarios del siglo XIX, (que) se
asociarán con técnicos y financiarán empresas que o no sobreviven o
cambian la titularidad de la sociedad anónima cuando ésta no cubre
los gastos”75: Lafone, Hughes, Rücker, Jackson, Tomkinson. También
cabría incluir, en este grupo, a otros dos “hombres de negocio”
bastante más célebres: Francisco Piria (que realizó un anteproyecto
hotelero o “estación de aguas” en Cuñapirú que nunca se concretó) y
Emilio Reus, que durante los primeros años de la última década del
Ibíd.:26.
Ibíd.:27.
73 Ibíd.:25-26.
74 Ibíd.:27-28.
75 Chirico (2005:37-38).
71
72
60
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siglo XIX fue propietario de la mina Zapucay, hasta que su
emprendimiento se fundió76.
Otro de los técnicos extranjeros que llegó al distrito de Cuñapirú a
comienzos del año 1869 fue “el Ing. inglés Mr. Clens, (quien tenía)
relación con un comerciante de Montevideo, Mr. Tonkimson, inglés”77.
Según José Alfredo Oruezábal, Mr. Clens era un personaje bastante
pintoresco: “por ahí está la foto de medio cuerpo de un inglés… porque
ahí ya estaban los ingleses. Antes, decía mi abuelo, los traslados de
oro se hacían en diligencia. E incluso se hacían de noche, no de día, de
noche, supuestamente se hacían a Salto o a Paso de los Toros o a
Durazno. O para el lado de Brasil, seguro. Los traslados los hacían de
noche, justamente por los robos. Ya te conté lo del cigarro... de que
más de uno quedó en el camino porque la ley era que escondieran
todo, porque prender un cigarro podía ser un santo y seña para un
robo. Bueno, este inglés, Mister-no-sé-cuánto, era un hombre muy
grande. Era un hombre de dos metros y pico. Ese era el transportador
del oro. (…) Ahí está en la foto con una de mis tías, y sé por boca de
ella que era un hombre que usaba un sobretodo grande, negro, tipo
Pepe Batlle, y por debajo del sobretodo él tenía un chaleco, todo con
bolsillos de lona, donde llevaba los lingotes. Y también en las piernas.
Y el sobretodo le llegaba hasta el tobillo. Parece que ese hombre era
como un matón, che...”. El tal Clens, que así se llamaba “Mister no sé
cuánto”, como José Alfredo recordó luego, era amigo de su bisabuelo,
Don José Joaquín Oruezábal, cuando éste trabajaba como capataz para
la empresa de Barrial Posada.
Todo este febril movimiento –y con él, “el repiqueteo de sus
herramientas, el estampido de los cartuchos de dinamita, que
repercutían en las oquedades de las tierras, (y que) transmitían lejos,
muy lejos, el incesante esfuerzo”78– dio lugar a que, “por una década a
partir de 1867, las compañías se multiplicaron”… aunque “la
mayoría, sin éxito”79. Las que sí tuvieron cierto éxito llegaron a cotizar
Cf. “La región aurífera de Tacuarembó”, artículo periodístico de 1896 reproducido en
“Las riquezas auríferas del Uruguay…”, en La Revista de la UTE N° 5, 1937:31. Véase
también Hernández-Chirico (2004:121).
77 Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:26.
78 Ros (1961:13).
79 Chirico (op. cit.:37).
76
61
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las máscaras de la identidad colectiva …
“en las Bolsas de Londres y París. Todas importarán maquinarias,
harán sus instalaciones con tecnología de última generación, lo que
multiplicará decenas de veces la productividad de la máquina a
pilones que trajo el pionero Paz Brisolla a principios de siglo pero que
a diferencia de las demás, todavía se utiliza”80. En efecto, es Tito
Pereira quien todavía utiliza esa máquina a pilones –“mortero”, le
llama Don Tito– que perteneció a Fermiano Paz Brisolla (o Brizola),
tátara-abuelo de la profesora Selva Chirico.
80
Ídem:38.
62
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las máscaras de la identidad colectiva …
la conexión Cuñapirú-París-Cuñapirú
A comienzos de la década del sesenta –en una fecha que aún no ha sido
establecida con precisión ni consenso– aparece en escena Clemente
Barrial Posada, uno de nuestros tantos héroes sin bronce81, pionero
indiscutido de la minería industrial en Uruguay. Ya he señalado que en
1867 (un año después de que legalmente le fuera adjudicada la licencia
de explotación minera) Barrial Posada llegó a Cuñapirú, a efectos de
explotar y administrar dos aluviones y nueve filones de cuarzo aurífero
que eran de su propiedad, “por títulos que de ellos el Gobierno de la
República le otorgó: (…) Minas ‘San Pablo’, ‘San Juan’, ‘Joaquín o San
Andrés’, ‘San Nicolás’, ‘San Antonio’, ‘El Oriental’, ‘San Rafael’, ‘Apolo’
y ‘El Abundante’”82. Así lo describió Ariel Pereira: “un retrato de la
época lo muestra enérgico, elegante, ancha la frente, barba afinada y
bigotes negros (…). Su rostro revela una clara inteligencia, don de
mando, y su figura elegante nos dice de finas maneras…”83.
En ese mismo año de 1867 –punto de inflexión, hito histórico que
habrá que destacar en su justa magnitud– el ingeniero asturiano funda
“Clemente Barrial Posada y Cía.”84, primera empresa industrial
minera del país, cuyas instalaciones erige en Santa Ernestina, a orillas
del arroyo San Pablo. “En 1867, siempre según su declaración”, señala
Selva Chirico, “procedí a formalizar… serios trabajos de laboreo,
consistentes en pozos, galerías, simas, lumbreras, desmontes,
cruceros, canchas y demás trabajos propios de esta industria, no
ejecutados aisladamente en una u otra mina, sino en varios puntos
“Héroes sin bronce” es el título de un interesante libro de Armando Olveira (2005),
donde se destaca un esclarecedor texto sobre Barrial Posada y su peripecia en Uruguay.
82 Citado en “Hace 116 años...”, op. cit.:24. En ese momento el presidente de la República
era el general Venancio Flores.
83 Pereira (1962).
84 Esta fecha no coincide con la considerada por Selva Chirico, para quien esa empresa se
funda hacia 1865. Agrega la historiadora: “aunque luego de comprobada la posibilidad
de lucro ante las riquezas extraídas en la mina ‘San Juan’ se transforma en nueva
razón social: ‘Barrial Posada, Godínez, Vigo y Rodríguez’” (2005:36). Esta última
empresa fue constituida en el año 1869, según lo establecido tanto en “D. Clemente
Barrial Posada” (en La Revista de la UTE N° 4, 1936:53) como en Barrios Pintos
(1990:18).
81
63
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las máscaras de la identidad colectiva …
separados por leguas de distancia unos de otros”85. En efecto,
“Barrial Posada realizó trabajos en los distritos de Cuñapirú y
Corrales durante los años 1866, 1867, 1868 y 1869, denunciando
minas, abriendo trincheras y pozos, realizando cateos, estudiando el
rumbo de los filones, sacando muestras de los afloramientos de la
veta aurífera, auxiliado por más de trescientos peones, que
transportó hasta allí pese a las dificultades de los medios de
locomoción de la época”86.
Por otra parte, según queda establecido en un importantísimo
documento (presuntamente) del año 1880 firmado por dieciocho
mineros artesanales de la zona de Cuñapirú87, explotó “nueve filones de
cuarzo aurífero, (en los que) efectuó labores mineras, consistentes en
pozos, simas, cruceros, desmontes y galerías, en los que, por años
seguidos, ocupó trescientos obreros próximamente, además del
número debido de personal como ser carreteros, caleros, albañiles y
demás”88.
La creación de esta empresa seguramente desplazó (o incorporó en su
febril labor fabril) a muchos de los garimpeiros que, acampados en la
zona, cateaban al tuntún en los serpenteantes cursos de agua o a
aquellos otros, algo más avezados, que abrían zanjas a pico y pala o que
a golpes de punta y marrón, cuando no de dinamita, perseguían como
topos las vetas auríferas escondidas en las entrañas de las rocas de
cuarzo.
“De sus minas arrancó miles de toneladas de mineral, a fuerza de
pólvora, del que hizo conducir cuatrocientas toneladas sobre la
margen izquierda del arroyo Cuñapirú, al paraje denominado los
‘Tres Pasos’, al Ingenio de Beneficio, o máquina para moler el
mineral, movida por agua del río Cuñapirú; río que por medio de
murallas desvió de su cauce para adquirir el salto de agua que sirvió
de motor a la máquina, cuya construcción duró tres años, desde 1868
inclusive hasta el de 1870 inclusive, (…) que molía veinte toneladas
por cada 24 horas”89.
Barrial (1890), citado en Chirico, op. cit.:36.
Barrios Pintos (1990:18).
87 Este documento es el mismo al que hice referencia antes (cf. supra, nota al pie 18, :24).
88 Citado en “Hace 116 años…”, op. cit.:24.
89 Ídem.
85
86
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las máscaras de la identidad colectiva …
Fotografía de la zona de molienda, cedida por José Alfredo Oruezábal.
En aquel local de molienda, aguas arriba de la represa hoy en ruinas,
Barrial “utilizó un parque de herramientas y maquinarias que
conmovió a la somnolienta Minas de Corrales, imprescindibles para
labores de pozos, desmontes y galerías en los filones de cuarzo. Abrió
40 bocaminas en los cerros, que explotó a fuerza de pólvora. (…) «El
audaz ingeniero ocupó a más de 300 obreros. Pero sus empleados no
eran mineros, sino gauchos errantes, poco disciplinados para el
trabajo; que lo enojaban muchísimo». El esclarecedor testimonio es
recogido por Eduardo Ramón Palermo, en su video De los garimpos a
las grandes compañías, realizado en 2002 en Rivera y en la brasileña
Santa Ana do Livramento”90.
El esclarecedor testimonio es reafirmado, con singular elocuencia, por
quien en estos asuntos ha sido –y continúa siendo– una aguda
parceira de Palermo: “si bien existían pioneros autónomos que habían
adquirido oficio en zonas mineras de Brasil, estas explotaciones a
gran escala requirieron al hombre de la pradera, hecho a otras
exigencias por cierto muy diferentes. Éste accede a empuñar pala y
pico convirtiéndose en peón circunstancial, pero no asume su
90
Olveira (op. cit.).
65
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las máscaras de la identidad colectiva …
compromiso obrero y evadirá la actividad, así como le sea posible o
interesante”91.
Fotografías de la antigua represa, de la colección fotográfica de Eduardo Palermo.
Fotografías de la construcción de la planta de Cuñapirú, cedidas por Palermo y Oruezábal.
Chirico (2005:34). El “hombre de la pradera (...) no asume su compromiso obrero y
evadirá la actividad”, escribió Selva eligiendo con cautela cada palabra. Fue, en cambio
–y naturalmente–, mucho menos cautelosa cuando la entrevisté: “Barrial Posada toma
obreros criollos, y se queja de los reclamos de los criollos. Y eso a mí me parece
fascinante, como sindicalista que soy, que diga que reclamaban por exceso de trabajo y
por más paga… ¡somos igualitos!”.
91
66
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Fotografías de la construcción de la planta de Cuñapirú, cedidas por Palermo y Oruezábal.
67
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las máscaras de la identidad colectiva …
Más adelante en el mismo texto Chirico agrega, como para no dejar
lugar a dudas: “la región no era precisamente pacífica. No se trataba
de pobladores-obreros, adaptados a las condiciones de explotación
laboral habituales para el siglo y a los que estaban amoldados los
agentes europeos, sino del gaucho libertario, al que no se le podía
convertir súbitamente en trabajador disciplinado”92. Así fue, me
confirmó Selva: “Barrial Posada toma obreros criollos, y se queja de
los reclamos de los criollos”. En efecto, el propio Barrial escribió, hacia
1890, con cierta mezcla de indignación y resignación: “resistimos a
dichos peones cuantas veces se nos sublevaron, por exigencias ya de
mayor sueldo o de menos trabajo, con designios siniestros algunos”93.
Finalmente, las tareas de molienda contiguas a aquella primera represa
se detuvieron en el año 1870, en que “las inundaciones periódicas
destruyeron parte del murallón central (y lo inutilizaron)
parcialmente”94; tiempo después, “una creciente que hizo salir al río
fuera de álveo le arrebató una de las murallas más costosas”95, que no
pudo ser reconstruida. Una pena, realmente, máxime si convenimos
que “tal vez su aporte (el de Barrial) más trascendente haya sido”96,
como estima Selva Chirico, la “usina en el río Cuñapirú, en la que, en
murallas, saltos y acequias, casas y máquinas, invertí sumas
considerables, tres años de tiempo, (de) 1867 a 1869… para cuyo
efecto tuve que formar en Cuñapirú y Corrales un parque de
herramientas, útiles y otros enseres, todo a gran costo…”97.
Si bien Clemente Barrial Posada y su gente siguieron trabajando en las
minas, otras adversidades se le presentaron, en este caso ajenas a su
voluntad y responsabilidad: “la Guerra Civil de Aparicio causó
perturbación en los trabajos por la eliminación de cierto número de
personal obrero, que por el temor de ser agredidos u obligados al
Ídem:37. Para conocer con hondura el complejo paisaje humano de gauchos
libertarios, indios indomables y negros esclavizados que habitaron la Banda Oriental,
véase la excelente trilogía titulada La trama de la identidad nacional, de Daniel Vidart
(2000, 1998a, 1998b) y especialmente los ensayos incluidos en su primer tomo, subtitulado “Indios, negros, gauchos” (2000).
93 Barrial (1890), apud ibíd.:37.
94 Palermo (op. cit.).
95 Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:24.
96 Chirico, op. cit.:36.
97 Barrial (1890), apud ídem:36.
92
68
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las máscaras de la identidad colectiva …
servicio, empezaron a irse a mediados del año 1871”98, año en el que,
al parecer, no hubo laboreo99. Algunos años después el local de
molienda fue “saqueado y por fin destruido; las casas fueron también
quemadas. (…) No obstante los quebrantos sufridos y la guerra civil
que ocurría en el país, el referido Barrial Posada conservó en trabajo
todas las minas hasta fines del año 1871 (pero) con menor
personal”100.
(Cabe anotar, entre paréntesis, que la experiencia ingenieril de mayor
destaque de ese período, tanto por el ingenio creativo como por las
innovaciones tecnológicas puestas en juego, fue la explotación minera
realizada a partir del año 1862 por Barrial Posada en la mina “San
Gregorio”101, también propiedad del poderoso Goyo Jeta102.)
Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:25. Cabe advertir que “la Guerra Civil de Aparicio”
mencionada en el documento no es otra que la “Revolución de las lanzas” liderada por
Timoteo Aparicio, acaecida en el año 1871. (En la actualidad, y al igual que desde
principios del siglo XX, cuando alguien dice “Aparicio” se sobreentiende que se trata de
Aparicio Saravia; en cambio, hacia 1871, por razones obvias, bastaba con decir “Aparicio”
para que se sobreentendiera que se trataba de Timoteo.)
99 Chirico atribuye esta detención a las “sucesivas crecientes del Cuñapirú” del año 1870,
que “habían afectado seriamente” (op. cit.:37) a la explotación que llevaba a cabo la
empresa “Barrial Posada, Godínez, Vigo y Rodríguez” liderada por el primero. Sin
embargo, es muy factible que la “Revolución de las lanzas” también haya jugado un
papel importante en la suspensión del laboreo del ingenio de beneficio de minerales “con
motor de agua” creado por Barrial (esta expresión, citada en ídem:37, es de Barrial);
Chirico deja abierta esta posibilidad: “dudamos si este hecho se debió exclusivamente a
factores climáticos o a la incidencia de hechos políticos nacionales” (ibíd.).
100 Apud “Hace 116 años…”, op. cit.:25.
101 Ya he hecho referencia a lo que en este sentido establece un importante documento:
“si bien el Gral. don José Gregorio Suárez (hoy finado) ha efectuado importantes
trabajos en su mina ‘San Gregorio’, éstos datan desde fines de 1863, esto es, un año y
medio después de los del señor Barrial Posada, y aún a éstos mismos fue él que les dio
dirección al principio” (apud “Hace 116 años…”, op. cit.:25). No obstante, en virtud de
las razones ya mencionadas (Barrios Pintos señala que en el año 1862 Barrial Posada
estaba en un vasto periplo recorriendo buena parte del mundo; cf. 1985:17), corresponde
poner en duda que Barrial haya podido estar en San Gregorio en ese mismo año. (Cf.
supra, nota al pie 55, :49.)
102 La coincidencia entre el nombre del paraje y el de su dueño (bastante lejos de haber
merecido alguna suerte de canonización o santificación) no es, lamentablemente, un
hecho fortuito, de esos con los que cada tanto nos desconcierta la toponimia local. Del
mismo modo, el pueblo San Gregorio, a orillas del río Negro –hoy conocido como San
Gregorio de Polanco–, fundado en el año 1852 por el mismo general Gregorio “Goyo”
Suárez en otras tierras de su propiedad, también debe su nombre al de su fundador, a
propuesta de la Junta Económica Administrativa de Tacuarembó. Algo análogo puede
comentarse con respecto a una ciudad que hoy es de un porte bastante mayor: Villa San
Fructuoso –así se llamaba originalmente la actual ciudad de Tacuarembó– recibió ese
98
69
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Don Clemente, que a lo largo de diez
años no se había dejado vencer por las
adversidades
que
cada
tanto
socavaban sus ímpetus –luchas
armadas, rotura de murallas, trabas
burocráticas,
dependencia
de
operarios no calificados y poco
disciplinados
para
el
trabajo
industrial–, finalmente canceló todas
sus explotaciones mineras en el año
1878, agobiado por adversidades de
otro signo: “una felonía le desposeyó
de los derechos de la mina.
Especuladores
sin
escrúpulos
Clemente
Barrial
Posada.
Fotografía tomada de Olveira
apoyados por el propio Gobierno
(2005)
dictatorial de Lorenzo Latorre
provocó que toda su actividad en
años siguientes estuviese centrada en la defensa de sus propiedades, a
las que dedicó su saber y su salud; preparó informes, documentación
técnica e investigación geológica para reclamar la restitución de lo
que con tanto esfuerzo había conseguido. La prevaricación y la
estulticia de políticos, administradores y capitalistas locales fue la
respuesta a sus justas demandas”103.
Aquella felonía fue cometida con violencia y alevosía. No fue la
primera, y no habrá de ser la última. Así como aquellos campos
virginales “de Santa Ernestina fueron comprados a presión, a punta
de facón”, según me comentó José Alfredo Oruezábal, a partir de 1878,
como me dijo luego Selva Chirico, Barrial “pierde la mayor parte de
sus concesiones a manos de la gente de Latorre (…), que le gana el
pleito (…) a punta de facón”. La propia Chirico lo dejó escrito: “sus
nombre en honor a –¡y por parte de!– quien la fundara, por decreto presidencial, en el
año 1831: el general Fructuoso Rivera, agente de una muy profana auto-santificación.
103 Álvarez Areces (2003:7). Álvarez Areces, ingeniero en minas y asturiano como Barrial
Posada, en el año 2003 era director de la revista Ábaco, miembro del TICCIH y socio
fundador de INCUNA (Asociación de Patrimonio Industrial de España) y de la
Asociación de Arqueología Industrial en Asturias. En la actualidad es el presidente de
INCUNA.
70
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
concesiones le fueron quitadas por la fuerza del facón, al mando de
personajes vinculados a la administración de Lorenzo Latorre”104.
El tenaz asturiano entabló varios pleitos contra el Estado, en los que,
según ha señalado Chirico en otro texto, “se negó a cualquier
transacción y reclamó empecinadamente la devolución lisa y llana de
su propiedad, que había sido arrancada de sus manos por imperio de
la sinrazón”105. En efecto, algunos de esos pleitos Barrial los sostuvo
“por espacio de treinta años, en el transcurso de los cuales le fueron
propuestos (…) arreglos y transacciones por vía administrativa
nunca aceptados” por el asturiano106, aún cuando provinieran de gente
muy poderosa, entre ellos varios sucesivos presidentes de la nación:
Máximo Tajes, Julio Herrera y Obes, José Idiarte Borda107.
Pero no hay que equiparar –sería incorrecto, e injusto– las
modalidades que con frecuencia se adoptaron en la zona de Cuñapirú
para la compra de tierras auríferas o para la adquisición o concesión de
minas, con aquellas que eran usuales en California o en Alaska: en el
Yukón, en Klondike, el célebre
Yosemite Sam (más conocido
entre nosotros como Sam
Bigotes) usaba potentes pistolas.
En cualquier caso, en aquellos
años, no tan lejanos, el facón era,
evidentemente, un muy eficaz
instrumento de persuasión. (Un
siglo después, la tecnología –al servicio de modalidades más o menos
nuevas de la prevaricación y la estulticia de políticos, funcionarios y
capitalistas–, habría de proveer instrumentos mucho más eficaces.
Pero eso, y esa, es otra historia.)
Chirico (op. cit.:37).
Chirico (1987); apud Barrios Pintos (1990:20).
106 “D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:53.
107 “El Gral. Tajes, por ejemplo, en el desempeño de la Presidencia de la República,
ofreció a Barrial Posada la suma de dos millones de pesos oro por el arreglo privado y
amistoso del viejo litigio. Más tarde el Presidente Julio Herrera y Obes le formuló otro
ofrecimiento, prometiéndole entregar ochocientos mil pesos oro y compensaciones
mineras; otro tanto hizo luego Iriarte Borda (…) prometiéndole la suma de tres
millones de pesos. Barrial Posada se negó a uno y otro arreglo” (“D. Clemente Barrial
Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:53-54).
104
105
71
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
“El despojo no fue de la Compañía Francesa”, me explicó Chirico. “Fue
de un grupo de gente (políticos, funcionarios, capitalistas) vinculada
a los negocios que Francia ya tenía en el país, como por ejemplo los
vinculados a la ampliación del puerto de Montevideo. (…) Esa es la
gente que vino a usar lo que Barrial Posada estaba construyendo. Y
que no había terminado… (…). Cuando vino (José Joaquín Oruezábal)
enseguidita ocurre el despojo. A mí siempre me queda la idea de que
ahí ya había una especie de complot o confabulación o cosa por el
estilo. O alguien vino a ver qué es lo que había en realidad, qué
posibilidades tenían… Porque la Compañía Francesa surge como de la
nada, de golpe se vienen a un lugar perdidísimo en el mundo…”.
Es cierto, la Compañía Francesa surge como de la nada… pero fue un
surgimiento nada inocente. Así lo estima el propio Barrial –y hay que
creerle, en ese instante estaba en el centro de la escena–: “bajo el
nombre unívoco de ‘Concesión Santa Ernestina’ concedió ilegalmente
el gobierno dictatorial de la República en el año 1878, a mis ex
agentes comerciales los hermanos Alberto y Leoncio Biraben… tales
minas fueron vendidas (1878) a la Cía. Francesa”108.
Para ilustrar con más color la magnitud del despojo, vale considerar
una crónica periodística publicada en el diario montevideano “El
Siglo”, donde Bossi, su autor, denuncia las “escandalosas concesiones
que pasan por encima del Código de Minería”, y en especial “la
monstruosa concesión de 2000 mil cuadras a una sola compañía (…)
cuando la ley no le concede más de 8 estacas como máximo (…), pues
una mina con 1600 varas de longitud basta para enriquecer a muchas
compañías más numerosas que la actual de Cuñapirú”. El periodista
también denuncia la “concesión de tres leguas del curso de agua, que
hasta impedía al sediento acercarse a ella”. “En ese mineral”,
concluye Bossi con clara indignación, “están impresas las huellas de
esa época de corrupción y de despotismo”109.
Habiendo sido así, es claro que en el brutal despojo participaron varios
actores, aunque los protagónicos fueron, sin lugar a dudas, los
hermanos Biraben y el dictador Latorre. (Se puede dejar a la Compañía
Francesa como actriz de reparto, pero en ningún caso fuera de la
Citado en Chirico, op. cit.:37.
Tomado por Barrios Pintos (1990:26) de un artículo de Yamandú González publicado
en un número del periódico “Compañero” del año 1986.
108
109
72
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las máscaras de la identidad colectiva …
escena. Lo mismo para el caso de los numerosos funcionarios públicos
que participaban de la corruptela gubernamental.)
Sin embargo, lejos de abandonar la zona y abortar definitivamente sus
actividades mineras –y, una vez más, poniendo en juego un temple y
una tenacidad encomiables–, Barrial Posada no se dejó vencer por los
numerosos pleitos y enconos personales, y redobló su apuesta: “por
medio de su capataz, Joaquín Oruezábal, envió muestras a la
Exposición de París y abundante material documental y
planimétrico”110. El testimonio coincide con el de José Alfredo: “mi
bisabuelo era como el brazo derecho de este Barrial Posada, era el
encargado de llevar las muestras a España”. (No es del todo
coincidente, en cambio, con el que Barrios Pintos recoge de Pérez de
Castro, quien señala que fue el propio Barrial quien “en 1879 concurrió
a la Exposición de París”111. De todos modos, esta última información
no es necesariamente contradictoria con la ofrecida por Olveira, ya que
pudieron haber concurrido ambos.) De lo que no quedan dudas es que
en ese entonces José Joaquín Oruezábal era capataz de la empresa de
Olveira (op. cit.). La exposición a la que hace referencia Olveira es la Exposición
Universal de París, desarrollada entre el 1° de mayo y el 10 de noviembre de 1878 en las
76 hectáreas ocupadas por el Palacio de Trocadero y sus jardines. El pabellón español,
uno de los más visitados y elogiados por la prensa internacional, fue galardonado por el
jurado con la Medalla de Oro. Fue precisamente allí donde se expusieron las muestras de
oro y el “abundante material documental y planimétrico” llevados por don José Joaquín
Oruezábal desde Santa Ernestina. Adviértase que la importancia y proyección posterior
de este evento no fue en absoluto menor: fue allí donde el célebre Victor Hugo sentó las
bases para la formulación de las leyes internacionales para la protección de la propiedad
literaria (lo que hoy se denomina copyright) y donde Braille presentó su innovador
sistema de lectura táctil. Pero además, mucho más relevante aún, en la Exposición se
destacó, según luce en las crónicas de la época, el pabellón denominado Galería de las
Máquinas, donde por primera vez se puso en funcionamiento, además del megáfono, el
tocadiscos y el teléfono (invento de Alexander Graham Bell), la luz eléctrica. En efecto,
fue con las bombillas inventadas por Thomas Alva Edison que, ante el pasmo del
multitudinario público presente, se iluminó la Plaza de la Ópera y la gran avenida que,
como hoy, la unía, muy haussmanianamente, con el resto de París. (En fin, a pesar de la
enorme relevancia de los inventos allí presentados, resulta llamativo que la Exposición
Universal de París de 1878 haya caído en el olvido, quizás eclipsada por la realizada allí
mismo –la ciudad luz– una década después, en conmemoración del primer centenario de
la Toma de la Bastilla.)
111 De acuerdo con esta versión, en esa Exposición Barrial Posada presentó “un Estudio
geológico de la región de Yaguarí, de los Corrales y de Cuñapirú, obra premiada con
medalla de oro por el jurado de la Exposición Continental Sud-Americana de 1882 en
Buenos Aires, y una importante colección mineralógica” (Barrios Pintos, op. cit.:15).
Vale apuntar, de paso, que la Exposición Universal de París no se desarrolló en el año
1879 sino, como ya indiqué, en el 1878.
110
73
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las máscaras de la identidad colectiva …
Barrial Posada, y lo seguiría siendo en los años siguientes112; en esto
coinciden Eduardo Palermo (para quien José Joaquín Oruezábal fue el
primer trabajador calificado que vino con Barrial Posada), José Alfredo
Oruezábal, Armando Olveira y Aníbal Barrios Pintos (y también,
aunque con alguna consideración divergente, Selva Chirico).
Más allá de quién haya sido efectivamente el portador de todo aquel
material, lo que más importa –por su trascendencia ulterior– es que el
contundente valor de su contenido “se vio recompensado por el interés
de inversores europeos, que en 1879 creaban la Compañía Francesa
de Minas de Oro”113.
Con esta nueva empresa se abren otros recodos de la historia, algo más
transitados que los anteriores… y bastante más auspiciosos: “muchas
habían sido hasta ese momento las ilusiones y las frustraciones, se
habían denunciado muchas minas y originado numerosos pleitos, y se
seguían profundizando pozos y perforando galerías. Pero ahora, con
la instalación de una empresa de mayor capital, se iniciaba un
período de gran actividad en la región y pronto arribarían los
técnicos y personal administrativo de la Compañía, ‘con sus mujeres,
sus muebles, sus pianos, su champagne’”114.
“Joaquín Urrazábal” (que no es otro que “nuestro” José Joaquín Oruezábal) figura
como capataz de la “Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay” –tal su nombre
correcto– en la nómina publicada el 15 de agosto de 1879 por el diario montevideano La
Razón. Nótese que en dicha nómina también aparece su esposa, María Yustede (como
una de las encargadas de una de las dos pulperías de la Compañía) y un cuñado (o
sobrino) de ésta, José Isasa, que se desempeñaba como carpintero (cf. Barrios Pintos, op.
cit.:22).
113 Olveira (op. cit.). Como aclararé más adelante, la creación de esta empresa no fue en el
año 1879 sino en el 1878. Así queda establecido, por ejemplo, en “D. Clemente Barrial
Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:53. El nombre con el que se registró
legalmente la empresa fue “Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay”. En
algunos documentos de la época también se la presenta según su designación original en
francés –“Compagnie Française d’Or de l’Uruguay”–, que cabría traducir literalmente
como “Compañía Francesa de Oro del Uruguay”. Al momento de la creación de la
Compañía sus cargos directivos los desempeñaban los hermanos L’Olivier: “F.” como
director general y Victor, ingeniero, como director técnico (“científico y administrativo”
es como se denomina el cargo en los registros de la empresa; cf. Barrios Pintos, op.
cit.:22).
114 Barrios Pintos (1990:277). Aunque en su texto no lo aclara, Barrios Pintos tomó esta
última frase –“con sus mujeres, sus muebles, sus pianos, su champagne”– del célebre
discurso pronunciado por el médico corralense Enrique Ros en oportunidad del
homenaje tributado en 1960 al doctor Davison y a su esposa, la enfermera Ana Packer
(Ros 1961:15).
112
74
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
aparecen los franceses… y una febril labor fabril
Es algo ingenuo creer que el interés de inversores europeos recién
emergió en el año 1879. Resulta más factible, en cambio, que haya
despertado algunos años antes, no bien Barrial Posada abrió la tierra
en San Gregorio y, casi simultáneamente, puso en marcha sus potentes
pisones moledores a orillas del arroyo San Pablo, a unos pasos de Santa
Ernestina.
“Fue después de que (José Joaquín Oruezábal) compró esas tierras”,
afirma José Alfredo, su bisnieto, “que aparecen los franceses. Ahí
vinieron los franceses. Que son las fotos que yo tengo... Porque...
según versiones que yo tengo, los franceses vinieron por el capital de
mi bisabuela. Que son los que sabían cómo explotar... (…) Y cuando
empieza la explotación de los franceses, tengo entendido que mi
bisabuelo era capataz, capataz de mina”.
Sí, vinieron los franceses, pero seguramente (a)traídos por el
emprendimiento de Barrial Posada más que por el capital de Doña
María Yustede.
Entretanto, los hermanos Biraben, astutos hombres de negocio
montevideanos que durante varios años habían trabajado para Barrial
Posada, estaban bien informados sobre el laboreo que éste había
iniciado en la región de Cuñapirú y, evidentemente, sobre sus
apetitosas potencialidades lucrativas. En el año 1877, uno de ellos
aprovechó uno de sus frecuentes viajes de negocios a Francia, y
contrató en París a un distinguido experto en minas para que estudiara
las posibilidades de la explotación aurífera en la zona.
A fines de 1877 el ingeniero Víctor Luis Alejandro María L’Olivier llegó
a Montevideo y poco después, en mayo del año siguiente, acompañado
por Leoncio Biraben, se instaló en Cuñapirú, unos cinco quilómetros al
noroeste de la mina San Pablo, que en ese entonces estaba siendo
explotada (al igual que la vecina mina San Juan) por su colega
asturiano115.
No bien se afinca en Cuñapirú, L’Olivier viaja semanalmente a Villa San Fructuoso
(ubicada a unos veintitrés quilómetros de distancia), donde se aloja en el Hotel Gaye y
posteriormente en la casa de Carlos Escayola, caudillo local con quien había trabado una
115
75
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las máscaras de la identidad colectiva …
Después de permanecer algunos meses en Cuñapirú, en el mismo año
1878 L’Olivier viajó a París llevando consigo el informe técnico que le
fuera encomendado (datado el 24 de setiembre de ese año), así como
unas seis toneladas de material para que fueran debidamente
analizadas por especialistas. La diagnosis y la prognosis presentes en
aquel informe eran contundentes y promisorias, tanto o más que las
que en ese mismo momento Barrial Posada estaba presentando en
ocasión de la Exposición Universal de París116: el rincón formado por
los arroyos Cuñapirú y Corrales, acaudalado corazón de la cuenca
aurífera de la región, extendía sus brazos en un área de unos seis mil
quilómetros cuadrados (que abarcaba, entre otras localidades, a Cerros
Blancos, la sierra de Areicuá y Caraguatá), y su riqueza era tal “que los
aluviones californianos y los de Australia, los filones auríferos de
Minas Geraes en el Brasil, no pueden rivalizar en riqueza con los
cuarzos de Cuñapirú, (…) sobre todo si se reflexiona sobre las
facilidades de extracción y de tratamiento de que allí se dispone”117.
El “informe ditirámbico del ingeniero Victor L’Olivier” –así lo califica
Barrios Pintos118– cautivó a los inversionistas franceses (o bien terminó
fuerte amistad. (También trabó amistad, igual de fuerte pero de otro signo, con María
Luisa Gaye, hija del dueño del hotel.) El olfato comercial y el empuje emprendedor de
Escayola rápidamente se pusieron en marcha: ya a fines del año 1878 La Rosada, cabaret
y prostíbulo ideado para el solaz de los mineros que llegarían masivamente a la zona,
estaba pronto para su apertura. Entretanto, compró en San Fructuoso una cantidad
considerable de casas (que luego arrendaría a buen precio a los inmigrantes mineros) y
formó una empresa de transporte que comenzó a funcionar con diez diligencias y que en
poco tiempo pasaría a convertirse en una de las empresas de transporte de pasajeros más
importantes del país. Así, el (presunto) genitor de Carlos Gardel se hizo dueño de buena
parte de Villa San Fructuoso, hoy Tacuarembó, y Victor L’Olivier tuvo de su lado a uno de
los personajes con mayor poder político y económico de la región, poder del que, según
afirman crónicas periodísticas de la época, se contagió rápidamente.
116 Recordemos que en esta Exposición, que se desarrolló a lo largo de casi todo el año
1878, Barrial Posada expuso, como ya hemos señalado, las muestras de oro llevadas por
José Joaquín Oruezábal desde Santa Ernestina, acopañadas por un “abundante material
documental y planimétrico” sobre las explotaciones que estaba llevando a cabo en la
zona de Cuñapirú, y especialmente en la mina San Pablo, que luego pasara a llamarse
Santa Ernestina.
117 L’Olivier (1878), apud “La interpelación del senador Sr. Carmelo Cabrera al Sr.
Ministro de Hacienda”, en La Revista de la UTE N° 4 (1936:128). “Si esta aseveración
resultó un tanto fantasiosa, en su momento estos pueblos cerriles fueron
insistentemente mencionados en las Bolsas de Londres y París” (Chirico 2005:39).
118 Barrios Pintos (1985:277). Ariel Pereira (1962) ha dejado entrever, como Barrios
Pintos, cierta sospecha: “siempre nos hemos preguntado si esto fue solamente una
literatura optimista o si realmente era la verdad. Los datos exactos de explotación
nunca se tuvieron. Las compañías no los daban porque debían engañar al fisco en el
76
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
de convencer a aquellos que ya conocían las bondades del
emprendimiento de Barrial Posada), quienes de inmediato –el 24 de
mayo de 1879– fundaron la “Compagnie Française d’Or de l’Uruguay”
(o “Compañía Francesa de Minas de Oro del Uruguay”), cuya primera
acción fue la compra al Estado uruguayo –en diez millones de francos,
cifra sideral para la época– de la mina San Pablo, luego conocida como
Santa Ernestina, a cuyo frente puso a los hermanos L’Olivier.
Fotografía de la colección de Eduardo Palermo.
A mediados de 1879, Victor L’Olivier, ya en desempeño de su cargo de
director “científico y administrativo” de la Compagnie, regresó a
Montevideo, en esta oportunidad acompañado por “ingenieros,
empleados y cuarenta toneladas de herramientas, con el objetivo de
dar comienzo a los estudios preparatorios. (…) Según informaciones
que circularon en la época, pronto llegarían (a Cuñapirú) desde
Montevideo más de doscientas personas y un considerable número de
carretas conduciendo los primeros aparatos, máquinas y
herramientas”119. Aún no está del todo claro a quién(es) se le(s) debe
atribuir la creación de la Compagnie (asunto que, de todos modos,
tiene poca importancia). De la larga secuencia de personas que, de
algún modo, incitaron ese proceso –Barrial Posada, los Biraben, los
pago de los impuestos y los administradores se enriquecieron muy fácilmente. (...) Y en
los mismos términos se expide UTE” durante la interpelación recién mencionada.
119 Barrios Pintos (1990:22).
77
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
L’Olivier–, parecería que el papel protagónico lo desempeñó Alberto
Biraben. Por lo menos así lo entiende Barrios Pintos, sobre la base de
un discurso pronunciado por el senador Manuel Otero, ex-abogado de
la Compagnie, en la Cámara de Senadores, en noviembre de 1920, en el
que propuso “designar el pueblo de ‘Corrales’ con el nombre de
Birabén”120.
Además, de acuerdo con la crónica expuesta por Barrial Posada (que ya
he recogido, algunas páginas atrás, de un texto de Selva Chirico) y con
lo que el propio Barrios Pintos establece (en otro lugar, basado
presumiblemente en la misma crónica), en el año 1878 “el gobierno
dictatorial de Latorre cedió, con el nombre de Concesión Santa
Ernestina, las minas de oro que explotaba Barrial Posada a sus exagentes comerciales, los hermanos Alberto y Leoncio Birabén”,
quienes a su vez, ese mismo año, se las vendieron a “la ‘Compañía
Francesa Minas de Oro del Uruguay’, que pasó así a explotar las 28
minas de Barrial Posada, y también el sitio de aguas, situado en la
margen izquierda del río Cuñapirú, donde tenía edificadas las
murallas, acequias y obras de su molino de minerales y la mina de
oro Abundante”121.
Barrios Pintos (1990:278). Como es sabido, esta propuesta fue rechazada…
afortunadamente. No obstante, desde hace algunos años una calle céntrica de Minas de
Corrales lleva como nombre “Hermanos Biraben”.
121 Barrios Pintos (1990:20).
120
78
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las máscaras de la identidad colectiva …
el primer complejo industrial a orillas del Cuñapirú
Como sea que haya sido, fruto o no de un despojo en perjuicio de
Barrial Posada, en el año 1879 la Compagnie comenzó a explotar en la
zona de Cuñapirú buena parte de las veintiocho minas que le había
comprado a los hermanos Biraben, y en un par de años ya había creado
el complejo industrial más importante en toda la historia del país. Sus
instalaciones, situadas a poca distancia de las que había construido
Barrial Posada una década antes, ocupaban más de diez hectáreas.
Entre ellas se destacaban las correspondientes a la represa hidráulica y
a la usina hidro-eléctrica (inaugurada en el año 1881)122, para muchos
una de las primeras, si no la primera, del continente.
Esta cuestión sigue siendo controversial, así que vale la pena abrir aquí
un paréntesis. Entre los corralenses es vox populi que en Cuñapirú
funcionó la primera represa hidráulica y la primera usina hidroeléctrica de América Latina. Sin embargo, algunos estudiosos afirman
con propiedad que no es así. Lo que ocurre, afirma Selva Chirico, es
que “algunos muy entusiastamente agregan cosas y magnifican. (…)
Hoy lo niego terminantemente: no fue la primera represa hidráulica.
Si vamos a la historia americana, también había represas en los
Andes”. Por otro lado, su colega Palermo enfatiza que “no hay que
olvidarse –y esto lo sabe muy poca gente– de que Cuñapirú fue, si no
la primera, una de las primeras represas del Uruguay; sin duda, la
primera al norte del río Negro. La única que es posible que haya sido
anterior es la que empezó a alimentar de agua potable a Montevideo,
que no sé de qué fecha es; pero el proyecto original de Cuñapirú es de
1867, y en su proyecto actual de 1881, fecha en la que fue inaugurada.
Eso significa que fue, en las dos instancias, de las primeras represas
del Uruguay. Así que los estudios que se hicieron sobre los niveles
hídricos sobre el lago que se formó, etcétera, fueron pioneros en el
En un artículo publicado el 19 de junio de 1881 en el periódico tacuaremboense “El
Liberal” se informa que en esos días (unos meses antes de la puesta en funcionamiento
de la usina) había visitado la región –y en especial las obras en curso– el entonces
Ministro de Guerra y Marina, coronel Máximo Santos, “en viaje a caballo desde la villa
de Tacuarembó, en compañía del Jefe Político tacuaremboense Carlos Escayola y el
comandante Martínez” (citado en Barrios Pintos, 1990:28). Hay que imaginarse la
escena, esos tres militares entrando a caballo…
122
79
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
país. Tanto es así que cuando se empiezan a construir las represas del
río Negro, los técnicos alemanes vienen a estudiar la represa de
Cuñapirú para intentar entender el funcionamiento de los recursos
hídricos para aplicarlos en el río Negro. Eso es un dato bastante
interesante”123.
“Es mucho más claro”, según me dijo Selva, “que no fue la primera
represa hidroeléctrica. Por un hecho clave: fue hecha antes de que se
inventara el uso de la electricidad generada de esa manera”. Lo
primero a señalar es que, como escribió la propia Chirico, “en los
documentos que se han relevado hasta hoy, no se menciona fecha
precisa de la instalación del sistema hidroeléctrico, lo que nos inhibe
de hacer afirmaciones”124. Sin embargo, “si consideramos que en 1880
se inauguró la primera central hidroeléctrica en Northhumberland,
Gran Bretaña, y en 1882 la primera hidroeléctrica de los Estados
Unidos, que es coincidente con el alumbrado público de Nueva York,
tendremos que la zona minera (de Cuñapirú) fue precursora mundial
del uso de la electricidad”125. (Resulta pertinente aclarar, otra vez con
Selva Chirico, que “contemporáneamente, en América del Sur se
instalaron varias. En el país, la planta Liebig’s de Fray Bentos utilizó
la energía eléctrica desde 1883 y hay un proyecto de electrificación
urbana de Montevideo en 1885. El informe del Instituto de Geología y
Perforaciones redactado por Rolf Marstrander en 1915 certifica la
utilización de energía eléctrica en 1895, a partir de un generador de
vapor que se usaba en las minas de Cortume, pero que a esa fecha
estaba sin actividad. San Gregorio utilizaba la misma tecnología”, ya
en 1890126.)
“Lo que sí hacía Barrial Posada”, me dijo luego Selva, “era un molino,
un molino hidráulico, y esto también ya existía en otros lugares de
América. Claro, en todos los lugares donde había minería, se
necesitaba eso… Por ejemplo, en Perú…”. En cualquier caso, “el nuevo
aprovechamiento de la energía hidráulica se produjo por el desarrollo
Este testimonio, así como otros que se sumarán más adelante, fue ofrecido por el
historiador Eduardo Palermo en el transcurso de una entrevista en profundidad que le
realizara el 27 de febrero de 2009.
124 Chirico, op. cit.:41.
125 Hernández-Chirico (2004:124).
126 Chirico, op. cit.:41.
123
80
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
del generador eléctrico, seguido del perfeccionamiento de la turbina
hidráulica, lo que vino a completar los requerimientos de electricidad
a principios del siglo XX. El recurso energético del Cuñapirú que
producía 1800 hp, servía a todas las compañías que se fueron
constituyendo en la región. Su capacidad era inmensa, si la
comparamos con otras, incluso posteriores en el tiempo. En 1913, los
veintisiete saladeros uruguayos utilizaban una fuerza de 459 hp
mientras los frigoríficos, sumados, disponían de 1890 hp”127.
Por su parte, su colega Eduardo Palermo me subrayó que “como usina
hidroeléctrica es una de las primeras de América, probablemente la
primera de América del Sur. Hasta donde yo sé, hubiese sido la
primera de América del Sur de no ser por un proyecto que llevó
adelante Don Pedro II en Brasil, allá por fines de los años 1870,
principios de 1880, donde instaló una pequeña represa hidroeléctrica
para alimentar un palacio y el entorno donde él se movía. Pero eso
está en discusión. Hay también una represa hecha en México por los
norteamericanos, que es más o menos de la misma época. Pero en los
hechos no interesa si fue la primera, la segunda o la tercera. Lo que sí
está claro es que en la región fue la primera, que fue una obra de
ingeniería realmente fantástica, pionera para esta región del mundo.
Y fue necesario que pasaran prácticamente cincuenta años para
volver a tener algo equivalente. A raíz del proyecto Cuñapirú, por
ejemplo, en el Parlamento uruguayo se discutió, a principios del siglo
veinte, el proyecto de una represa de gran porte en el Uruguay. El
primer proyecto de Salto Grande data de 1901. Y contemporáneos a
ese están los proyectos de represas del río Negro, y tiene mucho que
ver el proyecto que se montó y se desarrolló en Cuñapirú, que fue muy
visitado a lo largo de los años por ingenieros, por técnicos
extranjeros”.
Más allá de esta controversia –que sigue operando como pertinaz
instigadora del interés por algunos recovecos de la historia de la zona–,
la represa hidráulica construida en las aguas del Cuñapirú fue, para la
época, un estimable alarde tecnológico. No obstante, de acuerdo con lo
que me dijo Palermo, “la represa no fue ubicada en forma adecuada;
se la puso cerca de la producción del oro (…), lo cual era muy
127
Hernández-Chirico, op. cit.:124.
81
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
coherente con toda la conceptualización de la revolución industrial.
No obstante, el flujo de agua es mucho más importante en el río
Tacuarembó, que está a unos cuantos quilómetros de ahí. Si la
represa hubiese sido colocada en el Tacuarembó, no hubiese tenido
problemas con las sequías, por ejemplo. Ahí sólo tenían que resolver el
problema del transporte, que siempre fue un problema caro. Hubo
estudios, por parte de Clemente Barrial Posada, a fines del siglo
diecinueve, donde él mismo proyectaba la construcción de tres
represas consecutivas en el río Tacuarembó para que generaran no
sólo energía eléctrica para toda la zona, sino también para
multiplicar por tres o por cuatro la producción del mineral. Eso
nunca se concretó. Entonces Cuñapirú, a lo largo de los años, tuvo
extensos períodos de sequía en los que las máquinas dejaron de
funcionar. Tanto es así que en el año 1891, 1892, funcionaban
paralelamente la usina de Cuñapirú con energía hidráulica y motores
a vapor traídos de Chicago para apoyar la molienda del oro en los
momentos en que el agua no permitía (la generación de energía). (…)
Son conclusiones que uno va sacando sobre por qué emprendimientos
multimillonarios para la época terminaron fracasando. Y parte de
eso fue por el hecho de no disponer de estudios sobre los niveles de
agua disponibles en estas cuencas”.
Fotografía cedida por Eduardo Palermo.
82
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Esta opinión es coincidente con la ofrecida en un artículo escrito por
un técnico “independiente” a fines del siglo XIX: “la colocación
inadecuada (de la represa del Cuñapirú) causó más tarde costosas
composturas. (…) Está destinada a proveer el agua necesaria a 6
turbinas de 150 caballos de fuerza cada una; pero hace mucho tiempo
ya que ninguna de las máquinas se ha movido”128.
Fotografías de la colección de Eduardo Palermo.
“La región aurífera de Tacuarembó”, texto publicado el 12 de setiembre de 1896 en el
periódico “Buenos Aires Handels Zeitung”, reproducido en el artículo “Las riquezas
auríferas del Uruguay. Un estudio publicado hace cuarenta años que cobra
actualidad”, en La Revista de la UTE N° 5, 1937:30. El anónimo articulista estima, como
Palermo, que la usina debió haberse situado donde el río tiene caudal importante, y no
tanto cerca de las minas proveedoras de piedras auríferas. Por otra parte, considera –y
esto era bastante novedoso en aquella época– que “la represa puede servir de fuente de
fuerza motriz de importancia para otros establecimientos por medio de la electricidad,
la que ahora se puede conducir a largas distancias, sin una pérdida demasiado grande,
por las corrientes de alta tensión” (ídem:31).
128
83
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
De todos modos, la magnitud de los
componentes originales del magnífico
complejo de Cuñapirú (algunos
inexistentes en la actualidad; otros,
lamentablemente, en un indecente
estado ruinoso) es, en verdad,
impresionante: “la represa terminada
tenía en total 314 metros de largo,
dividida en 3 tramos, uno de 89
metros, otro de 25 metros que incluía
Vista de las ruinas desde
la compuerta de hierro, de ese largo y
el interior de la mansión
5 metros de altura y el tercero de 200
de los directivos.
metros de largo y que corresponde al
murallón. La represa formaba un lago artificial de 3 millones de
metros cúbicos. Con este espejo de agua se alimentaban a las 3 y
luego 5 turbinas de 150 caballos de potencia cada una. A plena
producción podía llegar a moler 150 toneladas de cuarzo por día”129
gracias a la potencia aportada por los generadores de electricidad
empleados, “dos motores ‘General Electric’ de 150 kilowatios cada
uno, (cuyo) costo fue de 5.300 libras esterlinas cada uno. El costo
estimado de la represa se calcula en cuatrocientos mil pesos de 1881
129
Palermo (op. cit.).
84
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
(el presupuesto de gastos del Estado uruguayo en ese año para la
instrucción primaria alcanzaba los 300 mil pesos, lo que da idea de su
magnitud)”130.
Las edificaciones situadas en las proximidades de la represa eran
igualmente majestuosas (y lo siguen siendo, aún hoy, sus ruinas): “en
el área industrial edificada, de poco más de 100.000 m² de superficie,
(…) está la zona de distribución de distintas tareas para el trabajo de
extracción del oro, la molienda del cuarzo, turbinas, laboratorio,
depósito de arenas auríferas; luego viene un depósito de materiales
de 50 metros de largo, a la izquierda de éste están los talleres
mecánicos de carpintería y herrería, al lado la sección de almacenes,
en la secuencia antedicha, aparte, están los edificios administrati-vos,
balanza y otros. La casa central, residencia de los directores, que
domina el espacio desde lo alto de la loma fue construida por la Cía.
Francesa, su costo fue de 30.000 pesos y amueblada con todos los
lujos de la época. Otras edificaciones están diseminadas por el área; a
unos 100 metros de la residencia directiva se encuentra una
construcción de grandes dimensiones para los empleados y dispersas
se encuentran viviendas obreras, la escuela y otros equipamientos”131.
Además de los dos potentes motores mencionados, ya en 1881 existía
en el complejo un equipamiento industrial inusitado en su época; en él
se destacaba “una máquina de vapor de 60 caballos que accionaba la
sierra para la leña, se consumían 1.700 carretas de leña en sus
calderas. En los galpones donde se alojan ocho amalgamadoras y dos
setting-pan un sistema de muelas de hierro fundido se movía a gran
velocidad para luego mezclar las arenas con el mercurio. El material
iba a los depósitos donde se lavaba y caía la arena con oro (…) hasta
Álvarez Areces (op. cit.:9). (Lamentablemente, la comparación de esa cifra con el
presupuesto estatal para la instrucción primaria en ese año no permite ponderar la
magnitud de la inversión.)
131 Ídem:8. Fue el renombrado Marqués de Malherbe, “que hacía unas fiestas fabulosas
en Montevideo”, le informó Selva Chirico a Carlos María Domínguez (2004:114), quien
“levantó esa mansión que costó treinta mil pesos, suma que entonces representaba la
mitad de la deuda externa uruguaya. Pero luego se mandó a mudar y en 1896, tengo un
informe, el ingenio ya está absolutamente abandonado. El negocio era cíclico”. (De
todos modos, y al igual que en lo comentado en la página anterior, la comparación de la
cifra que costó esa mansión principesca con la deuda externa uruguaya de aquel
momento no nos permite hacernos una idea cabal de la magnitud del gasto.) Según
Eduardo Palermo, la mansión no la hizo construir el Marqués de Malherbe (quien, de
hecho, nunca la ocupó) sino el ingeniero Víctor L’Olivier.
130
85
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
llegar a su destino. Luego el oro se separaba del mercurio en el
laboratorio para hacer los lingotes”132.
Boca de una mina de galería abierta
por la Compagnie hacia 1880.
Boca de una mina de galería abierta por los
romanos en Navelgas (Asturias) hacia el 70 AC
La máquina utilizada para la molienda del cuarzo, materia prima de
todo el proceso de extracción de oro –que “tenía 24 bocartes, capaces
de triturar el doble del cuarzo” que hasta ese momento se podía
moler133–, se movía, como ya he indicado, gracias a la energía generada
en la represa134. Claro que esta moledora, como todo el parque
industrial requerido para completar el proceso, de poco serviría sin un
abastecimiento eficaz de las piedras arrancadas, a fuerza de explosivos,
de las bocaminas abiertas en Santa Ernestina y San Gregorio. La
solución dispuesta fue innovadora para su época: una trocha angosta a
lo largo de los seis quilómetros que mediaban entre Santa Ernestina y
la usina de Cuñapirú. Sobre esa trocha se desplazaban ocho vagones
que transportaban los cascotes extraídos de la mina (y, al final de cada
jornada, a algunos trabajadores); los vagones eran impulsados (cuatro
desde adelante, cuatro desde atrás) por “la santa Clotilde”, pequeña
Ibíd.:9.
Ibíd:8.
134 Esta moledora de piedra había sido traída al lugar por la “Compañía Francesa de
Minas de Oro del Uruguay”; su montaje in situ fue confiado a Juan Anastacio Echeverría
Jaso, un navarrense que en ese entonces tenía apenas 22 años y, según lo indicado en la
nómina publicada por el diario montevideano La Razón el 15 de agosto de 1879, ocupaba
el cargo de “minero” (cf. Barrios Pintos, 1990:22). El cumplimiento (a total satisfacción)
de esta tarea le valió su inmediato nombramiento como capataz de la Compagnie (junto
a José Joaquín Oruezábal, que ya era uno de los tres capataces en funciones desde la
creación de la empresa), cargo que además pudo desempeñar exitosamente gracias a su
dominio fluido de las tres lenguas más habladas por los operarios: euzkera, castellano y
francés. (Echeverría es uno de los tantos inmigrantes decimonónicos cuyos restos están
enterrados en el cementerio de Minas de Corrales.)
132
133
86
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
locomotora de bronce y acero propulsada a aire comprimido, “sistema
muy poco común” para la época –primeros años de la década del
ochenta–, según anota Chirico. La Clotilde “refulgía superando lomas
y se la escuchaba desde varios kilómetros. (…) Consta en el informe de
1895 como abandonada y requiriendo reparaciones, al punto que se
había hecho una intervención para mover los vagones con tracción
equina”135.
Fotografía retocada, de la colección
de Eduardo Palermo.
“La Clotilde”, fotografía de la colección de
Eduardo Palermo.
Para que la Clotilde pudiera atravesar el arroyo San Pablo hubo que
construir un puente de hierro, aún en pie, que ha sido declarado
monumento de interés patrimonial por el Estado uruguayo136. Para
ponderar en su justa magnitud la
envergadura y novedad de estos
adelantos, tengamos en cuenta que en
1882, “cuando la prensa informa que
este tren está en pleno funcionamiento,
la vías férreas llegan apenas a Paso de
los Toros (y) una década después
llegará a la ciudad de Rivera”137.
Chirico (op. cit.:41). Basándose en un informe técnico elaborado en 1895 por el
Marqués de Malherbe y presentado a la parisina “Société Nouvelle des Etablissements de
Cuñapirú”, Chirico señala que el ferrocarril de trocha angosta tenía dos locomotoras,
todas de bronce (cf. ídem). Por su parte, Barrios Pintos subraya que estas “locomotoras
de aire comprimido (fueron) las primeras introducidas en el país” (1990:29). Enrique
Malherbe era el administrador de esta compañía, que se había fundado en el año 1888
para retomar las actividades abandonadas por la Compagnie; el informe (o Rapport) de
Malherbe presentaba, además, un interesante “proyecto de pueblo a erigirse en aquella
zona minera” (“D. Clemente Barrial Posada”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:55).
136 Resolución N° 408/981 de fecha 19 de agosto de 1981.
137 Palermo (op. cit.).
135
87
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las máscaras de la identidad colectiva …
Por otra parte, para asegurar con eficacia el abastecimiento de piedras
desde San Gregorio, la solución técnica aportada luego fue igualmente
pionera: con las empresas multinacionales ya fusionadas, en el año
1907 se construyó un sistema de aero-carril de tipo alemán, movido a
energía eléctrica, consistente en un tendido de unos 17 quilómetros de
largo de cables aéreos sostenidos por 107 torres de hierro138 (la mayoría
de las cuales aún se mantienen en pie en sus sitios originales), por
donde diariamente se desplazaban 270 pequeños contenedores de
acero cargando piedras de cuarzo. Cada contenedor se mantenía a una
distancia de 90 metros (equivalente a 36 segundos) con el siguiente, y
su capacidad máxima era de 300 quilogramos; su rendimiento era,
entonces, de unas 30 toneladas por hora, con lo cual se alcanzaba una
capacidad de transporte mensual de unas 7.000 toneladas139. El sistema
tenía tres estaciones: una de carga (en las minas de San Gregorio), otra
de descarga (en la usina de Cuñapirú) y otra de traspaso de una línea a
otra (en Santa Ernestina, donde estaba el quiebre en el recorrido)140,
comunicadas telefónicamente entre sí. Había, además, estaciones
intermedias para recarga y reparación. “En la estación de Cuñapirú
(las vagonetas) eran descargadas mediante planos inclinados y por un
simple movimiento de báscula. El servicio de cables necesitaba para
su funcionamiento cien obreros, prescindiendo de las operaciones de
carga que, a su vez, necesitaban diez y siete obreros más”141. “Hoy”,
Cf. Chirico (2005:41). En otras fuentes se menciona que la instalación del aerocarril se
realizó en el año 1901 (en 1902 según Barrios Pintos; cf. 1990:47) por cuenta de la
Compagnie, que el tendido era de doce quilómetros de largo y que en total se erigieron
117 torres (104 según Barrios Pintos; cf. ídem:48). Parece más confiable la versión de
Chirico. En cualquier caso, la distancia promedio entre estas torres era de unos 120
metros; la irregularidad del terreno hizo que las más próximas entre sí estuvieran
separadas unos 70 metros y las más distanciadas entre sí unos 180 metros.
139 El sistema de aero-carril funcionó como tal durante unos cinco años. Las “torres del
aero-carril”, como hoy se las denomina en Corrales, luego fueron utilizadas para sostener
el primer cableado que alimentó de energía eléctrica a Minas de Corrales. Hace algunos
años tres de estas torres fueron retiradas de su ubicación original y reinstaladas en Minas
de Corrales: dos de ellas en el punto de acceso a su planta urbana (desde la ruta N° 29) y
la restante en el centro de gravedad de la ciudad (en un cantero en la confluencia de las
calles 18 de julio y 12 de octubre, frente a la Escuela N° 4 y al Hospital).
140 “La línea que unía la usina de Cuñapirú con la mina de San Gregorio era quebrada y
estaba compuesta de dos secciones rectas, que formaban un ángulo de 167 grados, que
quedaba ubicado en las cercanías de Santa Ernestina” (Barrios Pintos, 1990:48).
141 Ídem. Barrios Pintos proporciona otros datos: “la vía aérea se componía de dos
cables, a una distancia de 2m25, paralelos entre sí. (…) La tensión de los cables se
138
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concluye Chirico, “las torres son casi icónicas y parte fundamental de
la memoria colectiva”142.
La erección de las torres del aero-carril.
El aero-carril en funcionamiento (circa
1912), con las volquetas suspendidas de
las lingas de acero.
Las dos primeras fotografías fueron cedidas por José Alfredo
Oruezábal; las cuatro restantes por Eduardo Palermo.
Palermo acompaña la imagen de la izquierda con el siguiente
comentario: “esta foto nos revela una suerte de pirámide social,
donde en la cúspide se encuentra el trabajador que arriesga su
vida sin dispositivos de seguridad laboral y en la base están los
capataces e ingenieros, cuanto más arriba o más profundo en la
tierra, más arriesgado el trabajo, menos especializado y peor
pago”.
obtenía por contrapesas de 13 toneladas para las vagonetas llenas de material y de 5
toneladas para las vacías, en cada estación tendedora” (ibíd.)
142 Chirico (op. cit.:41).
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Una de las torres del aero-carril, reinstalada en el centro de Minas de Corrales.
Como es posible apreciar, el emprendimiento industrial llevado a cabo
por la Compagnie fue tremendamente ambicioso, inusitado para
aquellos tiempos. En los períodos de mayor trabajo generó cantidades
considerables de oro que viajaron hacia Europa; empleó, en promedio,
a más de trescientos operarios –y a más del doble en algunos
momentos, según algunos testimonios– y, en todos los momentos de
su existencia –la compañía cambió de manos y capitales varias veces–,
aplicó tecnología de avanzada para la época. Como parte de esta
tecnología de avanzada corresponde destacar aquella que hizo posible
la generación de electricidad, con la cual se abasteció, desde fines del
siglo XIX, a las principales localidades mineras de la zona, empezando
por San Gregorio, Santa Ernestina y Los Corrales. Esto adquiere mayor
relevancia aún si consideramos que “la iluminación por electricidad de
las calles de Rivera se inauguró en 1911, cinco años después que en
Santa Ana do Livramento”143.
Hernández y Chirico (2004:124). Está bien documentado que en la primera década del
siglo XX el conjunto de edificios de la “Compagnie de Establisement Français de Mines
d’Or de l’Uruguay” en Cuñapirú (que en 1909 fue adquirido por la empresa inglesa “ The
Uruguay Consolidated Gold Mines Ltd.”) “está alumbrado por la electricidad, que es
también la fuerza que pone en movimiento una gran parte de la maquinaria”
(“Impresiones de la República del Uruguay en el siglo veinte”, obra publicada en
143
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A pesar de todo, la Compagnie “quebró oficialmente en 1895”, como
consecuencia de “la última fase de la depresión de 1886-1894”144 que
sumió a Europa en una profunda crisis.
Hoy, en medio de otras crisis, las ruinas de ese complejo industrial
siguen resultando portentosas. “Lo primero que sorprende en su
estado actual”, ha escrito un experto europeo después de visitarlas, “es
la pervivencia de la distribución espacial y funcional del patrimonio
edilicio, con una concepción acabada de una ciudad industrial,
similar a las que se encuentran en muchos lugares europeos. Resalta
la jerarquía del edificio que albergó la casa de la dirección y de los
ingenieros de la factoría, (así como) la sobriedad, robustez y
elegancia del propio asentamiento industrial con multitud de restos
de los molinos e ingenios. La utilización de la piedra y el hierro les da
una perennidad que hace que el paso del tiempo y el abandono sea
sorteado con lentos requiebros”145.
De todos modos, esos lentos requiebros no han de durar por siempre;
el paso del tiempo y el abandono pueden dar al traste con aquella
percepción de aparente perennidad, más poética que real.
Londres en 1912, apud Barrios Pintos 1990:50). La usina de Cuñapirú dejó de generar
electricidad en noviembre de 1918, cuando murió el técnico alemán que la operaba.
144 Chirico (op. cit.:40). Esta crisis también ocasionó la quiebra de “las dos compañías
inglesas más importantes del momento: ‘The Gold Fields of Uruguay”, con sede en San
Gregorio y la ‘Mina Rica’, sobre las márgenes del A° Corrales” (cf. ídem). La primera de
estas dos empresas inglesas se había constituido en el año 1888, “con un capital de
300.000 libras esterlinas, para trabajar la mina de San Gregorio, situada en Corrales”
(Barrios Pintos, 1990:19).
145 Álvarez Areces (op. cit.:8).
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carga y descarga de maquinaria, gente… e ilusiones
Ya desde el año 1878 la Compagnie había empezado a realizar
embarques de personal, maquinaria y otros materiales desde el puerto
francés Le Havre, que luego eran trasladados en barcazas desde
Montevideo, río arriba, hasta Salto, o bien en tren desde la capital
hasta Durazno (última estación del ramal sur-norte del sistema
ferroviario en esa época)146; desde allí la carga completaba unos
doscientos cincuenta quilómetros en carros, carretas o diligencias, a
campo traviesa, hasta llegar a Cuñapirú, Santa Ernestina o al naciente
caserío de Minas de Corrales. (Otras empresas que explotaron minas
en la zona también realizaron sus propios embarques desde Europa o
Estados Unidos, como por ejemplo la compañía “Campos Auríferos del
Uruguay, Limitada”, integrada con capitales ingleses, que hacia 1888
embarcó desde Chicago, en tres buques, todo el material necesario para
instalar un ferrocarril, un molino y otras maquinarias para el
laboreo147.)
La erección de las instalaciones de la Compagnie y el montaje de
muchas de sus maquinarias, de magnitudes majestuosas, no hubiese
sido posible sin el desarrollo de medios de transporte medianamente
eficaces. Éstos se desarrollaron con celeridad a la entrada del último
tercio del siglo, cuando ya estaba en curso un sostenido proceso de
poblamiento en los vastos territorios al norte del Río Negro. La
primera empresa de transporte de la zona (“Mensajerías de
Paysandú”), fundada el 6 de octubre de 1866, comunicaba a la ciudad
de Paysandú con el extenso departamento de Tacuarembó. Ya en el año
1867 una diligencia partía semanalmente de la ciudad de Paysandú
(una vez que anclaba en el puerto el vapor inglés “Río Paraná”) y,
luego de detenerse en dieciocho localidades, tenía a Cuñapirú como
destino final. Unos cuantos años después, en octubre de 1880, “la
diligencia de Pablo Valdez y Cía. comenzó a hacer la carrera entre
La carga se remitía hacia el norte no bien llegaba al puerto de Montevideo; las
personas, en cambio, debían quedar durante aproximadamente un mes cumpliendo
“cuarentena” obligatoria en la cercana Isla de Flores.
147 Cf. Chirico (op. cit.:38).
146
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Durazno, Tacuarembó y Cuñapirú”, y en 1882 ya eran tres las
empresas que cubrían la carrera entre Tacuarembó y Cuñapirú (y, en
algún caso, también Corrales)148. En el año 1885 se sumó la carrera
entre Tacuarembó y Rivera, pasando por Cuñapirú y Santa Ernestina;
otra empresa, “Agencia Central de Diligencias”, “unía Montevideo con
Durazno y Tacuarembó, (y) llegaba también a Cuñapirú, Santa
Ernestina y Corrales”, lugares donde la explotación aurífera ya estaba
fuertemente consolidada y, por lo visto, bastante divulgada. Dos años
después se sumaron otras dos empresas de diligencias que unían a las
ciudades de Tacuarembó y Bagé, en Brasil, pasando, entre otras
localidades, por Cuñapirú y Corrales149.
Según los estudios realizados por Palermo, “la maquinaria y buena
parte de los obreros que llegan a Minas de Corrales no llegan por
Montevideo sino por Salto. Quienes plantean el desarrollo minero de
la región en la época de las grandes compañías –con el ingeniero
Victor L’Olivier a la cabeza y los otros ingenieros que después lo
siguieron– eran individuos con una gran experiencia en trabajos en
Europa y en África, particularmente en Sudáfrica, y también en
Australia, en Nueva Zelandia. Eran individuos que miraban el
territorio con un sentido de estrategia logística. Porque ingresar todo
por el puerto de Montevideo hasta Cuñapirú era extremadamente
complejo, entre otras razones porque hacia 1880 el ferrocarril
todavía no llegaba hasta Paso de los Toros, sólo llegaba hasta
Durazno, (mientras que) desde el puerto de Salto a Cuñapirú, a pesar
de que se hacía el traslado en carretas, la distancia era mucho menor,
y entonces por ahí era mucho más rápido. Entonces prácticamente
todo se canalizaba por ahí”150. De hecho, según lo que queda
establecido en una crónica del publicista argentino Justo Maeso, el 7 de
diciembre de 1882, “día de nuestra llegada, arribaban al mismo
tiempo las nueve últimas carretas, trayendo del Salto el complemento
del material para la Usina (de Cuñapirú), y el martes siguiente 13, el
Sr. Don Victor L’Olivier pudo poner en marcha a las 5 y ½ de la
Cf. Barrios Pintos (1985:101-103).
Ídem:104.
150 Cuando la línea férrea se extendió hasta Paso de los Toros, la carga seguía en carretas,
hasta completar las aproximadamente cuarenta leguas de trayecto restante.
148
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tarde, la máquina a vapor y la bomba de alimentación, con el éxito
más completo”151.
En fin, como ha dicho Enrique Ros en un discurso que resistirá al
tiempo, han sido en la carreta y en la diligencia, “binomio del pasado,
en las que se asentaron las bases de la vida económica y social de
nuestros pueblos de tierra adentro”152.
“Acá hay fotos en las que están descargando de las carretas lo que traían en tren hasta
Durazno, o venía de Salto...”. (Testimonio y fotografía de José Alfredo Oruezábal.)
Podría suponerse que la extensión de las líneas ferroviarias hacia el
norte del río Negro y su llegada hasta los confines más septentrionales
de la República habría de cambiar esa situación. Sin embargo, no fue
del todo así: la prolongación hacia el norte de la línea del Ferrocarril
“Descripción del material de máquinas y labores de las minas dirigidas por Biraben,
Bouvet y L’Olivier en Corrales, en sus concesiones”, en Las riquezas minerales de la
República Oriental del Uruguay, Montevideo (1882:58-59), apud Barrios Pintos
(1985:287).
152 Ros (1961:16).
151
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Central, concluida hacia 1891, dejó a un lado toda la región de Cuñapirú.
Tal como establece un artículo de esa época, “con un pequeño desvío al
Este se habría podido incluir la importante región de los cuarzos, en
el recorrido del ferrocarril, facilitando no sólo la explotación de esos,
sino también conduciendo la línea por el verdadero distrito de
porvenir de toda esa región del Norte. No conocemos los motivos
porque no se tomaron en consideración, al trazar la línea,
conveniencias que parecen ser tan palpables; de todos modos, el error
está hecho”. Y concluye el anónimo articulista, con una visión mucho
menos bucólica que la de Ros: “para llegar a la región aurífera hay
que confiar sus miembros al empaquetamiento en unos carros medio
deshechos que a cada golpe y salto que dan en el ‘camino’ sobre rocas,
zanjas y arroyos, amenazan caerse en pedazos”153.
Por otra parte, el crecimiento poblacional de la zona y los nuevos
emprendimientos comerciales e industriales requerían una
comunicación a distancia que hasta ese entonces no existía,
exceptuando el precario sistema de correo a caballo. En el año 1888 se
inauguraron las líneas telefónicas entre San Fructuoso y Rivera, y
comenzaron a funcionar dos oficinas telegráficas, una de ellas en el
comercio “Justedes y Cía.”, en Santa Ernestina154. Este comercio
(pulpería o almacén de ramos generales)
ya hacía unos cuantos años que lo había
establecido la esposa de Don José
Joaquín Oruezábal, Doña María Yustede
Recarte. En esa época, su primogénito,
José –que medio siglo después habría de
ser uno de los personajes más
emblemáticos de Minas de Corrales–, ya
tenía unos seis años de edad. De acuerdo
con lo que figura en un periódico que me
muestra José Alfredo, su abuelo José
“Nació en Santa Ernestina, 5ª
Oruezábal había nacido “en Santa
sección de Rivera, en el
establecimiento que hoy…”.
Ernestina, 5ª sección de Rivera, en el
“La región aurífera de Tacuarembó”, texto publicado el 12 de setiembre de 1896 en el
periódico “Buenos Aires Handels Zeitung”, reproducido en el artículo “Las riquezas
auríferas del Uruguay. Un estudio publicado hace cuarenta años que cobra
actualidad”, en La Revista de la UTE N° 5, 1937:29.
154 Cf. Barrios Pintos (op. cit.:138).
153
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establecimiento que hoy ocupa Don Prudencio Isasa, y que entonces
era sede de las oficinas y talleres de la mina de oro en explotación, el
12 de enero de 1882. Hijo de Don Joaquín Oruezábal Michelena y de
Doña María Yustede Recarte. Su señor padre vino muchos años antes
al Uruguay, trabajando primero en Montevideo y luego, minero de
alma, cuando se fue a Tacuarembó...”.
José Alfredo deja a un lado el periódico y continúa: “tengo entendido
que por esa época mandaron llamar a mi bisabuelo desde el País
Vasco, creo que para atender unas minas en Irun, no sé si de plomo,
no estoy seguro… La cosa es que a los seis meses mi bisabuela se lo
llevó a mi abuelo para el País Vasco, y de ahí recién se vino a los
veintiún años. Se casó con mi abuela, que era de origen brasileño, y
ahí se asentó. Mi bisabuelo quedó en Irun, y ahí falleció”.
Pues bien, aquellos medios de transporte y de comunicación
favorecieron el rápido poblamiento de la región; en rigor, surgieron
como consecuencia de ese poblamiento y, al mismo tiempo,
constituyeron su condición de posibilidad.
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situación y dinámica demótica en el polo CuñapirúSanta Ernestina en la época de las minas gordas
El desarrollo de la explotación mineral industrial en el triángulo
Cuñapirú-Santa Ernestina-Corrales (o pentágono, si se incluye a
Zapucay y Curtume) concentró el poblamiento en esa zona en
desmedro de las restantes, de tradición predominantemente ganadera.
Por ejemplo, hacia fines de la década del setenta del siglo XIX, la Villa
de Ceballos (hoy ciudad de Rivera) atravesaba una crisis comercial,
social y económica de grandes proporciones155, a contramano tanto del
florecimiento que vivía aquel triángulo como del empuje que
simultáneamente estaba adquiriendo la vecina Sant’Ana do
Livramento. Análogamente, el estado miserable y desolador en que se
encontraba el mundo rural del entonces departamento de Tacuarembó
–consecuencia de plagas, epidemias, saqueos y contiendas armadas,
acrecentado por el cierre de los mercados brasileños a los productos
cárnicos uruguayos– contrastaba notablemente con la prosperidad de
esos pequeños focos industriales dispersos en su interior.
Lo cierto es que antes de que se emprendiera alguna explotación minera
medianamente consistente, la población en la zona de Cuñapirú era
bastante escasa –poco más de 500 personas, aproximadamente un 7%
del total de residentes en el departamento de Paysandú– y casi
exclusivamente luso-brasileña156. A mediados del siglo XIX, antes de
Esta penosa situación habría de cambiar a partir de la decisión política de crear el
departamento de Rivera, el 1° de octubre de 1884, y de consagrar a la ciudad homónima
como su capital. Advirtamos que a partir de allí el novel departamento quedó dividido en
ocho secciones policiales, una de las cuales era Santa Ernestina. (Las siete restantes eran
Rivera, Extramuros, Buena Unión, Progreso, Areiguá, Yaguarí y Cerro Blanco; cf. Barrios
Pintos 1985:26.)
156 Estos datos corresponden al censo que en el año 1824 efectuara el gobierno en la sexta
sección del entonces departamento de Paysandú, que abarcaba todo el territorio de la
Banda Oriental al norte del río Negro. “En informe elevado al ministro de Gobierno de la
época (…) en el distrito de Cuñapirú el primer empadronamiento registró 250
habitantes. Entendiendo que los principales vecinos no expresaban con exactitud el
número de sus dependientes efectuó un nuevo empadronamiento”, en 1840, en el que
“consiguió duplicar el número de habitantes en dicho distrito” (Barrios Pintos 1985:48).
Más allá de las diferencias entre las cifras presentadas, cabe advertir que “seguramente
la población real era bastante más numerosa en función del aporte permanente de
nuevos propietarios portugueses con sus esclavos y del número indeterminado de
155
99
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que sobreviniera “la tercera oleada pobladora de nuestra región”157, la
población tenía una fuerte impronta guaraní, con el agregado de (y
mestizaje con) rasgos criollos, charrúas, minuanes y, en menor medida,
africanos. Esa oleada, “fuertemente europea, más portuguesa que
española, desdibujó buena parte de los aportes culturales guaraníes,
especialmente a partir de la caída en desuso de la lengua guaraní (…).
En la población rural ésta fue sustituida por el español, el portugués y
el portuñol, genuino dialecto regional”158. En el período intercensal
1824-1854 la cantidad de población censada en la zona de Cuñapirú se
cuadruplicó (pasó de 515 a 1981 personas, de las cuales más del 92%
eran extranjeros). En líneas generales, ese volumen poblacional se
mantuvo prácticamente constante hasta fines del siglo.
Como ya he señalado, al iniciarse el último tercio del siglo XIX los
principales centros poblados existentes en la zona eran Santa Ernestina
y Cuñapirú; también estaba San Gregorio, en las inmediaciones de la
mina homónima (propiedad de Goyo Jeta), ubicada exactamente en el
mismo lugar donde está hoy y que había comenzado a ser explotada en
el año 1875159; “fue sede de un destacamento militar que se ubicaba en
la construcción que aún subsiste y que se conociera como ‘La Azotea’
debido a las características de su construcción”160.
En cuanto a Corrales, durante el siglo XIX “la historia trascendente no
ocurrió allí”, afirma Selva Chirico. “Corrales era un asentamiento,
hasta 1875 no fue más que un rancherío, que tenía en Las
Pitangueras, al fondo del pueblo, un núcleo vinculado a la mina, y el
cuartel. (…) Estaba “La azotea”, que era la casa de mi familia, que
luego se vende, o vaya a saber qué, al cuartel, no sé, y después pasó a
ser escuela (…). Eso que hoy se llama “barrio San Gregorio” no estaba
vinculado en absoluto a Corrales; había que hacer todo un tránsito
para llegar. Se iba, si se quería ir, con esfuerzo, se iba, a pie, pero…
ocupantes de los campos, denominados intrusos, entre quienes estaban los antiguos
donatarios del ciclo artiguista, desplazados por el nuevo régimen” (Palermo 2001:225).
157 Palermo (2001:78). El autor aclara que “la primera estaría conformada por los
grupos indígenas, la segunda sería la presencia guaraní misionera”.
158 Ídem.
159 Tal como me dijo Palermo, en esos tiempos San Gregorio era mucho menos
importante que los otros dos poblados, ya que “la primera empresa importante fue una
explotación inglesa, la Mining Company, que data de 1887, 1888”.
160 Hernández-Chirico (2004:125).
100
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son cuatro o cinco quilómetros. (…) Ese núcleo de gente no era tan
numeroso, estaba “La azotea”, y alrededor era todo campo. Más allá
estaban las minas, que tenían sus asentamientos cercanos al lugar
donde se pusieron las instalaciones”.
Ya he comentado que en ese entonces los poblados más importantes
eran Cuñapirú (con una población de unos seiscientos habitantes,
cuatrocientos de los cuales trabajaban para la Compagnie) y Santa
Ernestina, “pequeña población erigida como por encanto en brevísimo
tiempo”161. Si bien esta población, según la descripción de Enrique Ros,
era una “colmena humana donde trabajaban cientos de obreros, en
las tareas de explotación; y casa de comercio fuerte, que proveía las
necesidades de los moradores de la zona”162, parece más realista la
siguiente: “Santa Ernestina era, sin ostentaciones, nada más que un
núcleo de casas de grandes chimeneas de piedra, mezclas de rancho y
cottage inglés que se agrupaban en torno a una gran construcción
típicamente uruguaya, donde funcionaba el comercio más importante
de la zona, el de Zapiaín. Aunque exigua, la urbanización era el centro
administrativo y social de la zona minera”163, sobre todo en virtud de
su proximidad con la usina de Cuñapirú.
De a poco, los inmigrantes recién llegados a la región “empiezan a
picotear el patrimonio hasta entonces desdeñado de un país que
ofrecía sus infinitas pasturas a las vacas, que ensangrentaba los
campos con guerras caudillescas y dilataba los círculos concéntricos
de los ocios sociales en las ruedas de mate amargo y juegos de
destreza y de azar”164. Evidentemente, “la inmigración ha sido
fundamental: las poblaciones de Santa Ernestina, Cuñapirú y
Corrales”, tal como me señala Palermo, “se forman a partir de los
inmigrantes. No hay población nativa, criolla, anterior, que conforme
un grupo poblado. Hay sí agrupamientos a partir del desarrollo de la
minería”. En efecto, la inmigración ha sido fundamental, sobre todo
para el desarrollo de la actividad productiva: “la inmigración
Frase extractada de un artículo aparecido en la edición del 26 de febrero de 1882 en el
periódico “El Liberal” de Tacuarembó (apud Barrios Pintos 1990:29). Otra crónica
periodística del año 1880 estimaba la población de Santa Ernestina en unas dos mil
personas (cf. ídem:27).
162 Ros (1961:15).
163 Hernández y Chirico (2004:45-46).
164 Vidart (1998:166).
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proveniente de zonas rurales europeas aportó idoneidad a la
agricultura, a la cría del ovino y especialmente a la minería”165.
(También participó en la gestación de la vitivinicultura, la lechería, la
apicultura y otras actividades productivas que de a poco se fueron
desarrollando.)
Pero, claro está, no todos los inmigrantes que se incorporaron al furor
minero eran idóneos en la materia. Tal vez muchos de ellos se
ajustaban a la cautivante descripción de Martínez Estrada: “el que
viene a ganar dinero, sin pasado encima y sin porvenir dentro, se
propone muy poco y puede triunfar. Lo que no puede es llenar un
destino con dinero, y la persecución de la fortuna como ideal exige
tarde o temprano que, así como el oro asume la forma de lo que no
existe, lo que no existe tome la forma del oro. (…) Hay sólo un bien
concreto, positivo y apetecible: la fortuna con infinitos nombres; y
una disposición fagedénica: la forma cóncava de lo que no se tiene. El
ansia de poseer ahonda más la oquedad que quiere colmarse. (…) Y en
cualquier hipótesis la fiebre de tener mucho puede ser un reflejo del
hambre y la sed”166.
En cuanto al surgimiento de asentamientos por el desarrollo de la
minería, Chirico me aclara que “en Zapucay, Curtume, y para el lado
de Areicuá, había otras explotaciones, pero nunca generaron núcleos
estables de gente, porque iban y venían, y la ganancia era muy
cíclica, muy poca. (…) Hacia 1875 el núcleo estaba en Santa Ernestina.
Corrales era un caserío. Y como era un ‘asentamiento irregular’,
digamos, Rücker, el dueño de las tierras, no tuvo más remedio que
regularizarlo, porque, bueno, la gente no iba a salir de allí”167.
Las circunstancias y características del nacimiento de Corrales son,
además de poco conocidas, una auténtica rareza a escala regional: “el
pueblo no nace ahí como minero –como tú bien sabés las áreas
mineras están en otro lado–; el pueblo nace como una necesidad de
asentamiento de las mujeres que estaban esperando a los maridos que
estaban en el área minera propiamente dicha. Ese es un hito”,
Ídem:122.
Martínez Estrada (1991:102-103).
167 “También contribuyó a su urbanización el asentamiento militar del santista Galarza,
en ‘Las Pitangueras’. Hacia 1880 éste era tan sólo un rancherío” (Hernández y Chirico,
op. cit.:124).
165
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concluye Selva. Sin duda lo es. “Y después crece el pueblo, pero crece
después de que en San Gregorio y en Cuñapirú se agota la
explotación, y la gente que vivía en Santa Ernestina, que era el núcleo
de gente estable vinculada a las explotaciones de San Gregorio y
Cuñapirú, se viene para Corrales. (…) Eso hacia 1890. Es decir, en el
85 Corrales era un caserío –ya te digo, de mujeres–. Ahí no vivía
prácticamente nadie, la gente vivía en Santa Ernestina y, en menor
medida, los trabajadores, que estaban directamente vinculados a
Cuñapirú vivían en Cuñapirú. Y después también había un caserío
alrededor de la mina de San Gregorio, pero no había el pueblo que
hoy vemos. Porque ahí había una estancia”.
“Entre 1867 y 1878”, me dice Palermo, “se genera el núcleo básico de
población de la zona, fundamentalmente extranjera, y la corriente
inmigratoria”. (Esta corriente habría de seguir creciendo hasta la Gran
Guerra, en 1914, en que se consolida un fuerte nexo entre la población
minera de Corrales, Cuñapirú, Santa Ernestina y San Gregorio “con las
zonas rurales de Francia, de Italia y de España. Hubo prácticamente
un trasplante de aldeas enteras con dirección al trabajo minero”.)
Ya hacia 1895, año en que se efectuó un censo en el recién creado
departamento de Rivera, el polo minero de Santa Ernestina y Cuñapirú
llegó a tener, según me indica Palermo, “alrededor de cuatro mil
habitantes, mientras que Minas de Corrales tenía una población de
mil y poco168. Aquella era una población extraordinariamente
importante para lo que era el Uruguay de esa época, y más en un
enclave rural”. Y agrega, como para ilustrar mejor la situación: “en la
prensa salteña hay un comentario muy interesante, que habla sobre
«300 carretas disponibles en Salto para el transporte de la maquinaria
hacia la usina de Cuñapirú, que pasarán por San Fructuoso, población
aledaña a Cuñapirú». O sea, en aquel momento, San Fructuoso –hoy
Tacuarembó–, fundada en el año 1831, era «población aledaña»; el
centro hegemónico desde el punto de vista económico y poblacional,
cosmopolita, era efectivamente Cuñapirú y Santa Ernestina, y
evidentemente Corrales como parte de todo ese conjunto”.
En el censo levantado en 1895 por el Juez de Paz local, la población total censada en
Los Corrales fue de 1.673 personas (cf. Barrios Pintos 1985:280).
168
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las máscaras de la identidad colectiva …
Tan es así, como me dice José Alfredo Oruezábal, que “la capital del
departamento iba a ser Santa Ernestina”. En efecto, en el año 1885, el
periódico “La Voz de Rivera” (que se había fundado el 1° de marzo de
ese año, exactamente cinco meses después de la creación del
departamento de Rivera) “establece una larga polémica con el
periódico ‘El Liberal’, de Tacuarembó, que insiste en que la capital del
departamento, recientemente creado, debía ser Santa Ernestina, en
las minas de Cuñapirú, y no Rivera, por motivos que expone y ‘La Voz
de Rivera’ refuta”169.
“Es cierto”, me confirma Palermo, “hubo un momento en que Santa
Ernestina estuvo a punto de ser capital departamental. Esa pulseada
la ganó Villa Ceballos… o la perdió Tacuarembó, no lo tengo muy
claro. En realidad, creo que en ese momento pesaron razones
estratégicas, en la conformación de lo que era la idea de nación en el
país. En 1884 se crea el departamento de Rivera y en el mismo acto la
ciudad de Rivera pasa a ser su capital (…); eso fue en el período del
gobierno de Santos, (…) en el cual se afirma un conjunto de conceptos
que vienen del gobierno de Latorre: centralismo, poder político
autoritario, consolidación de las fronteras nacionales, aparece el
concepto de frontera nacional como un elemento político; y también
tiene mucho peso la propuesta ideológica que genera José Pedro
Varela en la creación del Estado-nación: un lenguaje, una nación, un
Estado, un poder centralizado, todo lo cual de alguna manera hace
que fuera estratégicamente más importante sustentar a la ciudad de
Rivera –lo que antes se llamaba Villa Ceballos– que a Santa
Ernestina, aún cuando ésta efectivamente tenía más población, más
desarrollo económico y tecnológico. Yo entiendo que fue por una
razón de Estado: desde Montevideo ya se miraba al país como un
conjunto en función de ciertos intereses. Y Santa Ernestina estaba ahí
e iba a seguir funcionando; y además era fundamental para San
Fructuoso. Y lo siguió siendo para Tacuarembó. (…) Yo creo que en
aquel momento primó, con un criterio muy propio de la época, la
defensa del territorio, consolidando a Rivera. Así, se empieza a
consolidar la frontera actual, con un concepto que va desde la
estrategia militar hasta cuestiones de orden económico; entre otros, el
fenómeno del contrabando, que es un fenómeno anterior al Estado, es
169
Barrios Pintos (1985:205).
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las máscaras de la identidad colectiva …
parte de la vida cotidiana, y no tiene que ver con elementos de orden
político, sino con elementos de dinámicas de precios”. Además, el
contrabando, como actitud rebelde y contestataria, fue constitutivo de
lo que Vidart denomina “el espíritu criollo”: “al bando se le contestó
con el contrabando, ya de bienes, ya de ideas, ya de conductas”170.
Consolidación de la frontera, estrategia militar y contrabando. Selva
Chirico va un poco más allá, y suma otra categoría: “hasta el Siglo XIX
el Norte del Río Negro se mantendrá tan vinculado a la pradera de la
Provincia de São Pedro do Rio Grande do Sul, como a la de la Banda
Oriental. Pradera y frontera serán, entonces, dos categorías
imbricadas que nos definirán culturalmente: en el habla, en la
benévola visión de la ética del contrabando, en la tendencia política
conservadora y hasta en la cultura gastronómica”171.
Sobre aquellos elementos y sobre estas dos categorías y, en especial,
sobre algunos de los rasgos y disposiciones culturales por ellas
definidos –habla, ethos, cultura gastronómica, entre otras–, volveré,
obligadamente, más adelante. Baste por ahora con enfatizar que la
dinámica poblacional de la zona de Cuñapirú durante el último tercio
del siglo XIX y el primero del XX fue mucho más imprevisible y
cambiante que en cualquier otra parte del país, principalmente como
consecuencia del intermitente influjo de la actividad minera industrial,
promotora de una alternancia sincopada de inmigración, emigración,
crecimiento, decrecimiento, prosperidad, crisis, dispersión, retracción…
De este modo, en ciertos momentos los centros poblados de la zona se
colmaban de gente y ajetreo (y oro), al poco tiempo se vaciaban (de
gente, ajetreo y oro), luego volvían a desarrollarse y así sucesivamente,
arrastrando consigo las ilusiones y desilusiones de los pobladores. Esa
singular dinámica, ese vai y vem, poco se asemeja a la aparente
pachorra que suele caracterizar a las pequeñas ciudades de nuestra
tierra.
170
171
Vidart (1998b:166).
Chirico (2005:35).
105
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las máscaras de la identidad colectiva …
una nueva dinámica, una nueva socialidad (1)
“Días de intensa actividad para esta comarca, eran aquellos de
principio de 1880. Después de innumerables cateos, de esperanza sin
límite, en los que el deseo y la avidez de arrancar a las entrañas de la
tierra el mineral aurífero, había atraído desde lejanas procedencias a
aquella amalgama humana de alemanes, ingleses, franceses,
brasileños de Camacuan y Lavras, españoles, vascos, argentinos de
las provincias andinas, chilenos, y nuestro elemento nativo, nuestros
criollos que habían dejado el caballo de sus tareas de campo; y todos
ellos, contagiados por aquel embrujo del oro, de los terrenos de
aluvión y de las vetas auríferas del cuarzo”172.
Aún si soslayáramos la febril labor fabril que se hacía oír varias leguas
a la redonda de aquel polo industrial de Cuñapirú, o incluso si
desestimáramos el bullicio metálico de “la Clotilde” rebuznando con
sus vagonetas colmadas de piedras (y, dos décadas después, el fragor
del transitar incansable y crujiente de los tachos suspendidos del aerocarril), es imposible ignorar que a partir de los años ochenta el mundo
social de Cuñapirú dejó de ser lo que era. Una vez que las enormes
máquinas se pusieron en marcha, la maquinaria social modificó
sustantivamente su morosa marcha habitual y con ella se abrió un
mundo nuevo: la población aumentó ostensiblemente –sobre todo por
la persistente inyección de inmigrantes europeos, principalmente
franceses–, el cosmopolitismo de la región se consolidó, la ancestral
calma chicha de la zona comenzó a alterarse paulatina y notablemente.
Resulta evidente que lo que se formó en esta zona fue “un enclave
imperialista, a través de la minería del oro, que promueve una fuerte
inmigración europea que cambia sustancialmente el desarrollo de las
culturas locales e imprime un sello europeísta que mantenemos hasta
Primeras palabras del discurso pronunciado por Enrique M. Ros (1961:13), ilustre
personalidad corralense, en ocasión del homenaje que el pueblo de Minas de Corrales le
tributara a Francisco Davison y a su esposa Hannah Packer, junto al monumento que los
evoca, el domingo 27 de noviembre de 1960. El discurso fue publicado por la Cámara de
Senadores de la República, a instancias del senador Alfredo Lepro, quien lo calificó como
“una página de positivo valor de evocación crónica de una época y un medio, de una
gente y sus afanes, que dejaron su improntus, tanto que Minas de Corrales constituye
un matiz especial en la rica paleta sociológica del ambiente fronterizo” (ídem:5).
172
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la actualidad, el cual se ve afianzado con las reformas del sistema
educativo y del imperante concepto de Nación y frontera que se
desarrolla a fines del siglo XIX y principios del XX”173.
A inicios del último cuarto del siglo XIX, ya instalado ese enclave, el
ethos cultural local aceleró la metamorfosis que había comenzado a
insinuarse con la inmigración por goteo de los años sesenta y setenta. A
las pautas culturales nativas pronto se le sumaron las foráneas,
independientemente de los sectores sociales que las portaban. Del
mismo modo, a la sencilla cultura material nativa de uso cotidiano,
expresión parasitaria del ethos cultural imperante, en los años ochenta
se le empezó a sumar el utillaje doméstico –y el modo y circunstancias
adecuadas de su empleo– que los inmigrantes de condición económica
más aventajada trajeron consigo: vajilla inglesa, porcelana francesa,
bandoneones alemanes… Así, sin llegar a cristalizar del todo en
hibridaciones o sincretismos culturales, el arsenal cultural nativo
coexistió y se enriqueció con el foráneo, principalmente europeo.
Con el florecimiento de la actividad minera la extensa zona que ella
ocupaba se afrancesó. A inicios de los años ochenta del siglo XIX, en los
tres principales centros poblados de la zona, las pulperías, presentes en
la región desde (por lo menos) la tercera década del siglo 174,
comenzaron a perder su protagonismo monopólico como centros de
intercambio comercial y sedes (masculinas) de la socialidad cotidiana.
En el poblado de Cuñapirú, desplegado en las inmediaciones de la
represa construida sobre la margen izquierda del arroyo del mismo
nombre, en ese entonces ya había una escuela (que había comenzado a
funcionar tempranamente, en el año 1876), una oficina de correo, un
destacamento policial y cerca de una decena de comercios que
satisfacían las principales necesidades de consumo de la población.
Según lo que he comentado precedentemente, hacia 1880 llegaban
regularmente a Cuñapirú tres carreras de diligencia, procedentes de
Durazno, Tacuarembó y Paysandú, que se sumaban a los medios de
Palermo (2001:26).
Las primeras pulperías eran ambulantes: “grandes carretas que compraban cueros y
vendían enseres domésticos, caña y tabaco”. Cuando fueron prohibidas por el gobierno,
“por considerarlas fuente de estímulo al abigeato y la corambre clandestina” (Palermo,
2001:205), comenzaron a instalarse pulperías estables (aunque con el mismo giro
comercial), en su mayoría en ranchos de terrón y paja.
173
174
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transporte de carga y de pasajeros preexistentes (caballos, carros y
carretas).
En Santa Ernestina, cerca de la mina homónima –un pozo de casi cien
metros de profundidad y varias galerías en actividad– y a medio
quilómetro del arroyo San Pablo, unas cuantas casas de comercio se
esparcían entre las sencillas viviendas: panadería, carpintería, herrería,
zapatería, fonda, botica, almacenes, tiendas; entre “las que trabajaban
en condiciones más ventajosas” se destacaba “el almacén y tienda al
por mayor y menor de Yustedes”175, propiedad de Doña María Yustede
Recarte. También existía un hotel bastante grande –con capacidad
para unos cuarenta pasajeros– y un prostíbulo.
Además, desde el año 1895 Santa Ernestina había quedado conectada
telefónicamente con la ciudad de Rivera; en 1884 ya había allí una
escuela, y “en 1885 (…) tenía un pequeño teatro con 100 butacas;
hasta allí el Jefe Político de Tacuarembó, Carlos Escayola, hacía
llegar las compañías de teatro y zarzuela, las cocots francesas y hasta
un grupo de bailarinas del famoso Moulin Rouge, o al menos
promocionadas como tales. Fiesta, prostitución, derroche de dinero, o
más bien de pepitas y onzas de oro, son la norma de los centros
mineros. Acá no fue diferente”176. En efecto, las cocottes “hacían las
delicias de las veladas (en el teatro de) de Santa Ernestina. Se bailaba
el ‘can-can’, se representaban fragmentos de ópera y se consumía
como si estuviéramos en París”177. Fue, evidentemente, un período de
extraordinario esplendor, en el que la vida social tuvo su capital en
Santa Ernestina. Sin embargo, como expresa Palermo algo
lacónicamente, “el tiempo no dejó rastros de tal grandiosidad, las
estructuras yacen derruidas”178.
No sólo las estructuras yacen derruidas. En lo cultural tampoco hay
remanentes de aquella grandiosidad, me dice Selva Chirico. Por lo
pronto, “los objetos se fueron yendo con gente que vino y se los llevaba
por poco menos que espejitos (…) y los negociaba en Montevideo por
un montón de plata. Es lamentable, pero la gente se fue
Barrios Pintos (1985:279).
Palermo (2006). Según Barrios Pintos este teatro se inauguró en octubre de 1887 (cf.
1990:39).
177 Chirico (op. cit.:39). Cf. también Hernández-Chirico (2004:123).
178 Palermo (op. cit).
175
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las máscaras de la identidad colectiva …
desprendiendo de un montón de cosas; tal vez desconocían el valor
que tenían, tal vez a otras generaciones ya no les importó tampoco…
Sé que han regalado fotografías, por ejemplo, durante añares”. Se
han regalado, es cierto, y también prestado, muchas veces por parte de
personas que conocían muy bien su valor: “en una época”, me cuenta
José Alfredo Oruezábal, “un señor llamado (…) se hizo muy amigo de
mis abuelos, y cuando entró de Intendente, le pidió a mi abuela
cincuenta y seis fotos, y otras cosas, para iniciar un museo… Después
se fue, y esas fotos desaparecieron, ¿te das cuenta? Todo ese material
fotográfico que ustedes pueden ver por ahí, salió de acá. Y de esas
cincuenta y seis fotos quedan algo más de veinte, e incluso planos de
las minas… Sí, todo salió de acá. Pero, si lo usan para bien, que quede
en sus manos”. Selva asegura que “hay museos en Francia que tienen
material de acá. Es una pena. Por eso nuestra cruzada, con Eduardo
(Palermo), de empezar a valorar el pasado histórico común de la
gente del pueblo, para tratar de que tomaran conciencia de la riqueza
que tenían entre manos. No hemos sido muy exitosos, pero tampoco
ha caído en campo yermo, porque al fin y al cabo se empezó a hablar
de la historia, y creo que hoy la gente la maneja bastante bien”.
Toda la zona minera se afrancesó, es cierto. Pero fue bastante más que
eso: se forjó un cosmopolitismo (predominantemente europeo) de una
vastedad que quizás no haya tenido parangón a escala nacional. “Acá,
fijate, no sólo había franceses o ingleses o italianos… En los registros
que hemos hecho con Eduardo Palermo”, me informa Selva, “tenemos
austríacos, tenemos gente de Sudáfrica, norteamericanos, vascos –en
cantidad–, africanos… Entonces, aquello debió haber sido muy rico
culturalmente. Y en otros detalles se puede ver cómo se vivía, que era
en la cantidad de objetos de valor que tienen las familias. Yo, por
suerte, soy heredera… tengo juegos de Limoges, que tenía mi abuela,
que están ahí, para que los vean, como testigos… y eran de uso
cotidiano; si los ves, están cascaditos, están usados”.
El ingeniero Victor L’Olivier, alma máter de la Compagnie, a poco de
llegar a la zona construyó su vivienda en Los Corrales, poblado surgido
en el rincón formado por el arroyo homónimo y la cañada Las
Pitangas. Luego se levantaron otras “magníficas construcciones que
realizó a partir de 1878 la Compañía Francesa, y que aún, en la
actualidad, y en estado ruinoso, muestran en todos sus detalles la
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las máscaras de la identidad colectiva …
calidad y el gusto con que fueron levantados”179. La casa de comercio
más importante era la de Arnaud Echard, erigida en la cuchilla, “donde
actualmente se encuentra la Cooperativa Agropecuaria, la más
notable de todas las de la sección”180. “En lo que es hoy el Hotel
Artigas, en un rancho de terrón y paja, (estaba) la fonda de May, más
tarde de Peña, y en el predio del Club 25 de Agosto, la carnicería de
Saturno; luego, en la esquina donde está la Farmacia Antúnez, se
establecería el comercio de Valdez y Sansever, y luego en la costa del
arroyo, una cantidad de ranchos de los mineros”181. A comienzos de
los ochenta, en este poblado también funcionaban, además del
consultorio médico del doctor Davison y Hannah Packer (que habían
llegado en 1880 y 1882 respectivamente), varias oficinas públicas,
entre ellas dos escuelas, una comisaría, una Oficina de Correos y
Telégrafos y un Juzgado de Paz182.
El cosmopolitismo fuertemente afrancesado era especialmente visible,
también, en la cercana Villa San Fructuoso. Allí, algunos años antes, y
no por azar, la noche del 14 de julio de 1879 (nonagésimo aniversario
de la Toma de la Bastilla, principal fecha patria francesa) con inusitada
pompa abrió sus puertas “La Rosada”183, el segundo cabaret de la zona,
montado a todo lujo por Carlos Escayola (con muebles, alfombras,
pianos, cuadros, luminarias y vajilla especialmente traídos desde París)
y regenteado por la intrigante Minina Flor. En “La Rosada” habrían de
Ros (1961:17-18). Actualmente ya no queda casi ninguna de estas construcciones.
Barrios Pintos (op. cit.:279-280).
181 Ros (op. cit.:17).
182 El 18 de julio de 1895 el Juez de Paz de Los Corrales realizó un censo que arrojó un
total poblacional de 1.673 habitantes y quince casas de comercio (cf. Barrios Pintos, op.
cit.:280). A pesar de este importante volumen poblacional y de servicios, y de la
temprana solicitud presentada por Conrado Rücker (en el año 1896), Los Corrales recién
fue reconocido oficialmente como “pueblo” (con su actual denominación de Minas de
Corrales) en el año 1920, durante la presidencia del Dr. Feliciano Viera.
183 A la inauguración asistieron, por invitación expresa de Carlos Escayola, los principales
políticos de Montevideo y las personalidades más encumbradas de la región. “Una
música de opereta recibía a los invitados vestidos de rigurosa etiqueta”, escribió Susana
Cabrera en su novela Los secretos del coronel, “algunos de ellos cubiertos con cuellos de
piel o luciendo sombrero de copa y chalina blanca e indefectiblemente acompañados
por el bastón de plata y oro. Al entrar, la sorpresa los hacía detenerse como aturdidos,
la fascinación del lujo, la belleza y el despliegue de buen gusto, arrancaban
exclamaciones de asombro, mientras la más joven de las pupilas (...) vestida con una
túnica transparente (...) los conducía ceremoniosamente a sus respectivos lugares”
(Cabrera 1997).
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pasar gratos momentos los varones más acaudalados de toda la región
–políticos, empresarios, técnicos, nuevos ricos de diversa calaña–,
acompañados solícitamente por atractivas “bailarinas” y cocottes
también “importadas” desde Francia184.
Estos nuevos ámbitos de la socialidad cuñapiruense –los de los
empresarios e ingenieros, personalidades políticas, caudillos militares
de paso, cocottes importadas– son los que suelen quedar registrados en
las crónicas de la época, en los libros de historia que las capitalizan y,
por esas vías, en la memoria de muchos de los pobladores. Pero hubo
otra socialidad, de la que poco se sabe y mucho se puede imaginar: la
de las interacciones en socavones y galerías, antros insalubres –por sus
nocivas condiciones de temperatura, humedad y oxígeno, caldo de
cultivo de un vasto arco de enfermedades–, la del trabajo forzado, de
sol a sol, bajo la amenaza constante de desmoronamientos y derrumbes
(y despidos), la de la evasión del espíritu en la espirituosa caña blanca
de las pulperías, la de la celebración del cuerpo en los cuerpos de las
solícitas servidoras prostibulares, la de la complicidad, la
confraternidad y la solidaridad entre pares (varones).
Una de esas cocottes fue Berta Gardés (o Berthe Gardei), quien luego adquiriera
notoriedad para quienes reivindican la nacionalidad uruguaya de Carlos Gardel. Así
consta en algunos documentos de la época, y también en muchos testimonios de la
tradición oral: “mi abuela contaba”, me dice Selva Chirico, corralense e historiadora,
“que Gardel había sido criado por Madame Gardei –así le decía, Gardei–; hay un
botero, que tiene este mismo apellido. Y ella era una de las cocottes francesas de
Escayola. Y eso decía la abuela. Y la abuela vino como planchadora y cocinera de los
franceses. (Que no era abuela legítima, te aclaro, pero afectivamente era mi abuela, era
abuela; yo por parte de padre no tuve abuela, entonces como que adopté esta que era la
madre de una tía, de una tía política.) Ella era vasca, pero vino con los franceses;
Legerén, habrás escuchado el apellido. No vino a Corrales sino a Cuñapirú. Se casa con
Zusperreguy, que pone un comercio, que llegó a ser un comercio muy rico, y tenían de
los primeros pianos de Corrales. Ahí íbamos a hacer veladas de rummy, conga y piano.
Yo detesto hasta hoy el rummy, porque no me daban corte y no podía jugar”. Pues bien,
apenas desembarca, junto a otras jóvenes francesas, en el puerto de Montevideo, “la
francesita” –así se la apodó más tarde en San Fructuoso– viaja hacia Cuñapirú a
emplearse en la Compagnie, apenas se enterara del pedido de personal publicado en el
diario capitalino El Heraldo. Luego trabaja durante algunas semanas como lavandera y
planchadora en la estancia “Santa Ernestina”, propiedad de Victor L’Olivier, hasta que es
contratada por el amigo de éste, Escayola, para trabajar en el cabaret “La Rosada” de San
Fructuoso. Al cabo de unas semanas, el Jefe Político de Tacuarembó la lleva a su estancia
“Santa Blanca” y luego, ya consolidada su relación “amorosa”, a su propia casa en San
Fructuoso. El resto de la historia, verídica o no, incluyendo la peripecia de la presunta
madre biológica de Gardel, presuntamente hermana del propio Escayola, presunto
genitor de El Mago, ya es bastante conocida.
184
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Las Pitangueras, Los Corrales, Minas de Corrales
“Minas de Corrales es una fase secundaria en el proceso de
poblamiento de la zona”, me dice Palermo. “El primer centro poblado
de importancia es Santa Ernestina, e inmediatamente Cuñapirú”. (…)
Más aún, según el testimonio de Selva Chirico presentado unas páginas
atrás (poco coincidente con lo que establecí en el apartado precedente),
“en el 85 Corrales era un caserío (…) de mujeres. Ahí no vivía
prácticamente nadie”.
En esa misma época, mientras Corrales era apenas un caserío (o,
quizás, un centro poblado de una importancia algo mayor) y Santa
Ernestina, como ya he mencionado, un poblado pujante (con hotel,
comercios de todo tipo y hasta un pequeño teatro con 100 butacas),
“Rivera no pasaba de ser una pobre aldea, cada vez más en
decadencia y casi sin elementos intelectuales”185. Según lo publicado el
11 de abril de 1882 en el diario montevideano “La Razón”, “el
vecindario de Rivera había disminuido tanto que no pasaba de 90
habitantes”186. El siguiente testimonio, ofrecido por Pedro Cosio, es
coincidente con el anterior: “antes de 1891 sólo había una veintena de
casas, ‘tendidas en guerrilla’ sobre la línea divisoria, con los muy
evidentes propósitos de facilitar las nocturnas operaciones ya
mencionadas”187.
Un poco antes del fin del siglo, Rivera había alcanzado un volumen
poblacional considerable –5.789 habitantes en el censo de 1896– y ya
tenía una vida próspera y en crecimiento. Entretanto, ya existían,
además de Cuñapirú y Santa Ernestina, otros dos poblados, también de
origen minero, en pleno desarrollo: Zapucay y Corrales. Este último ya
contaba con cerca de mil habitantes.
Resulta indiscutible que la dinámica demótica de estos cuatro centros
poblados estuvo desde siempre supeditada a los avatares de la
Barrios Pintos (1985:53).
Apud Barrios Pintos (1990:29).
187 Apud Barrios Pintos (1985:139). “Las nocturnas operaciones” aludidas por Cosio son
las propias del contrabando.
185
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las máscaras de la identidad colectiva …
explotación aurífera, y sobre todo a la de carácter industrial188. Sólo así
se puede explicar que, concluido el auge de esa explotación en los
últimos quince años del siglo XIX –y el consiguiente crecimiento
exponencial de su población–, en el año 1908 los datos emergentes del
Censo General de la República muestren una importante reducción de
la cantidad de población, tanto en Corrales (400 habitantes censados)
como en Cuñapirú (200), Santa Ernestina y Zapucay (100 en cada
una)189. Naturalmente, esa población era casi toda oriunda, ya que la
mayoría de los extranjeros que en el período anterior habían llegado a
la región, la dejaron en busca de otros rumbos más halagüeños.
Por su parte, Barrios Pintos fija el nacimiento de Minas de Corrales –al
parecer, un nacimiento más virtual que real– en el año 1878, “bajo el
apremio de la esperanza que llega con la noticia de haberse
constituido ese año en Europa la ‘Compañía Francesa de Minas de Oro
del Uruguay’, como consecuencia del informe ditirámbico del
ingeniero Victor L’Olivier, que advierte que los aluviones
californianos y los de Australia y los filones auríferos de Minas Gerais
en el Brasil no pueden rivalizar en riqueza con los cuarzos de
Cuñapirú”190. (Asimismo, cabría datar el nacimiento “oficial” de Minas
de Corrales el 19 de febrero de 1895, fecha de la escrituración de la
donación por parte de Conrado Rücker de un terreno de 20.396 metros
cuadrados para el establecimiento del poblado.)
Por otra parte, y aunque esto no sea del todo conocido, la propia fundación de la hoy
ciudad de Rivera también estuvo, en cierta medida, supeditada a la explotación aurífera.
Así se desprende de un pasaje de un artículo publicado muy tempranamente –el 26 de
abril de 1862– en el periódico “La República” que transcribe Barrios Pintos (op. cit.:118):
“Ceballos ocupará dos leguas en los terrenos auríferos del Cuñapirú, donde si bien
ahora se recoge el oro por medio del lavado, no está distante el día en que una empresa
minera en grande escala lo explote; y es sabido que nada llama más la población que
los trabajos de minas en la proporción que allí se presentan”. De este modo, uno de los
cinco argumentos esgrimidos para destacar la conveniencia de fundar Villa Ceballos (hoy
ciudad de Rivera, la capital más joven de la República) y de emplazarla donde se la
emplazó, apuntaba a la riqueza aurífera de la micro-región y a lo promisorio de su
explotación industrial a gran escala. (Los argumentos restantes eran los siguientes: la
proximidad con Sant’Ana do Livramento –“primera ventaja social”–, la existencia en la
zona de “aguas superiores y permanentes” así como de buenos materiales para la
construcción –piedra, cal, tejas, maderas– y su lugar de emplazamiento como “un paso
preciso para las tropas de carretas y ganado” y “la aduana precisa para nuestra
frontera”.)
189 Barrios Pintos (op. cit.:148).
190 Ídem:277.
188
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Palermo también considera, como Chirico, que antes de 1887 “Corrales
era un caserío”, y que “se empieza a desarrollar en forma bastante
importante cuando L’Olivier es destituido de la Compañía Francesa en
Cuñapirú y funda su propia compañía a orillas del arroyo Corrales,
en la zona que hoy sería El Paso de la Compañía, hacia abajo de Las
Pitangueras, allí (…) bien cerca de Corrales… De Los Corrales, que así
se llamaba, y que debe su nombre a las formas que adopta el arroyo
en su curso, que permitía su utilización como corrales naturales para
el ganado. Eso fue en la última década del siglo diecinueve”.
El citado Barrios Pintos, en un libro de su autoría que es continuación
del anterior, toma partido por una versión similar a la ofrecida por
Palermo, aunque el lugar de destaque no lo ocupa allí Victor L’Olivier
sino los hermanos Biraben: “fueron fundadores de aquella Compañía
los hermanos Birabén, los que, después, por discordias que tuvieron
con el Directorio de Europa, o por algún otro motivo, se separaron y
fueron a explorar otras minas en la región de Corrales, obteniendo, a
ese efecto, dos concesiones: una en la margen derecha y otra en la
izquierda de aquel arroyo. Fue así como se empezó a reunir gente,
principalmente en la margen derecha, donde está hoy el poblado
conocido con el nombre de ‘Minas de Corrales’. (…) Poco a poco se fue
formando una calle, que comprendía, además, pequeños negocios, y
ese vino a ser el núcleo del pueblo actual”191.
Sin embargo, de acuerdo con lo que ya he establecido, el año 1878
marca, más bien, un impulso de crecimiento de un centro (poco)
poblado que, en realidad, ya existía desde algún tiempo antes, cuando
en ese paraje, privilegiado por sus condiciones naturales, habían
comenzado a afincarse las mujeres e hijos de los mineros que
trabajaban en los yacimientos de la zona. Por ende, si efectivamente
fue así, y todo parece indicar que así fue, no resulta del todo correcto
datar el nacimiento de Minas de Corrales –o Los Corrales, que así se
llamaba– en el año 1878.
Barrios Pintos (1990:278). El testimonio citado está tomado de una alocución del
senador Manuel Otero (abogado de la Compagnie en los años ochenta) en una sesión del
año 1920 en la Cámara de Senadores. Esa intervención comenzaba con la siguiente frase:
“yo conozco bien los antecedentes del poblado de Corrales y sé cómo se inició” (apud
ídem:277).
191
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las máscaras de la identidad colectiva …
Aquel impulso, que no cesó durante por lo menos quince años, alcanzó
su clímax hacia mediados de la década del ochenta, a tal punto que
estuvo a punto de constituirse en la capital del departamento de Rivera
cuando se decretó la creación de éste (que se efectivizó el 1° de octubre
de 1884). En efecto, “en la Cámara de Representantes, en la sesión
ordinaria del 11 de julio de 1884, el representante por Montevideo
José C. Bustamante opinó que Corrales debía ser la capital del nuevo
departamento y no Rivera, por no tener ésta condiciones higiénicas,
ni comodidad, ni condiciones para vivir y aparte consideraba que la
capital debía estar al centro del departamento como era el caso de
Corrales”192. La propuesta de Bustamante no tuvo andamiento, y
finalmente cristalizó la presión ejercida por el presidente de turno, el
dictador Máximo Santos, y el Jefe Político del entonces departamento
de Tacuarembó, Carlos Escayola, quienes pretendían que la capital del
nuevo departamento a crearse –Rivera– fuera la ciudad homónima.
192
Barrios Pintos (1985:24).
116
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
explotación de minas, explotación de hombres,
explosión de hombres
Hacia fines de la década de 1870 la zona de Cuñapirú ya era un
importante enclave minero industrial. Podemos imaginarlo como una
elipse, cuyos dos focos eran los centros poblados de Santa Ernestina y
Cuñapirú, y un área que incluía algunos asentamientos menores, entre
los que se destacaban San Gregorio y Los Corrales, de crecimiento
incipiente.
En ese entonces la Compagnie, dirigida técnicamente por el ingeniero
Victor L’Olivier, ya era la principal empresa que operaba en la zona. Ya
he comentado que en el año 1878 los hermanos Biraben le vendieron a
esa empresa la “Concesión Santa Ernestina”, que incluía casi una
treintena de minas que habían sido explotadas por Clemente Barrial
Posada (y que le habían sido despojadas por el omnipotente dictador
Latorre, que se las cedió a los Biraben). Enseguida, apenas legalizada
su creación en París, en mayo del año 1879, la Compagnie le compró al
Estado uruguayo la opulenta mina San Pablo, luego llamada Santa
Ernestina; también formaba parte del patrimonio inicial de la
Compagnie la represa, el molino y la usina que Barrial había
construido a orillas del Cuñapirú.
Con ese capital de partida, la Compagnie comenzó a erigir el ambicioso
parque industrial que he descrito en páginas anteriores. Los primeros
meses de su actividad en Cuñapirú estuvieron dedicados al trabajo en
minas y socavones y, con especial atención, a la preparación de la
compleja ingeniería necesaria para una más eficaz explotación y
laboreo de las piedras auríferas extraídas de aquellos.
Así era el escenario hacia finales del año 1879 –todavía no había sido
inaugurada la usina hidroeléctrica–, cuando la atmósfera laboral en la
fábrica de oro comenzó a enrarecerse. Como muestra, basta un botón
(o unos cuantos): “el 28 de diciembre (de 1879) el Jefe Político de
Tacuarembó (Escayola) dio cumplimiento a la autorización verbal
recibida del presidente de la República, coronel Lorenzo Latorre, y del
ministro de Gobierno para establecer ‘un piquete de Policía especial en
Cuñapirú’, siendo su manutención por cuenta de la empresa de
117
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
minas”193. Es sabido que las autorizaciones se expiden sólo cuando
alguien las solicita y que, como en el caso que nos ocupa, se cumplen
cuando vienen de quien vienen (y que se aplican con presteza cuando
llegan a quien llegan).
Evidentemente, fue la Compagnie –que, recordemos, unos pocos
meses antes había “negociado” exitosamente con Latorre la adquisición
de la mina San Pablo– la que había solicitado ese piquete de Policía
especial y la que de buena gana se hizo cargo de sus costos operativos.
La Compagnie necesitaba a las fuerzas armadas de Escayola para
contener el creciente descontento de sus obreros. De hecho, una
semana antes de la llegada del coronel con su cuadrilla había muerto
un obrero italiano en circunstancias nunca aclaradas. Haya sido
consecuencia de un asesinato, de un accidente o de condiciones
laborales insalubres y riesgosas, lo cierto es que los obreros estaban
sometidos a un régimen laboral prácticamente esclavista.
La Compagnie puso en vigencia ese régimen no bien instaló su planta
en Cuñapirú y al poco tiempo lo endureció aún más. Si bien desde el
comienzo el salario de los obreros era bajísimo ($25 mensuales), a
partir de una nota del 13 de enero de 1880 firmada por el ingeniero
Victor L’Olivier, director de la empresa, se impuso una mengua
considerable. El salario a pagar a la mayoría de los obreros –los de
menor calificación– ya no sería de $25 mensuales sino de $1 por día
trabajado; al comienzo de cada mes la empresa haría el cómputo de los
días efectivamente trabajados por cada obrero en el mes anterior, y
efectuaría el correspondiente pago el domingo posterior al décimo día
del mes siguiente. (Podemos estimar, entonces, un salario promedio de
entre $20 y $24, si descontamos los días no trabajados por razones
ajenas a la voluntad de los obreros: enfermedades, lluvias, rotura de
maquinarias y equipos, inundaciones, sequías, etcétera.) Como de esa
cifra la Compagnie descontaba el costo de la pensión ($8 mensuales…
¡y $14 si incluía vino!), la remuneración líquida mensual que habrían
de recibir aquellos obreros de tercera categoría que gustaban de
Tomado por Barrios Pintos (1990:24-25) de cinco artículos periodísticos (que habían
aparecido entre enero y mayo de 1880 en el periódico “La France” de Rivera) que fueron
recopilados (y publicados en el periódico “Compañero” en 1986) por Yamandú González
en un texto de título transparente: “Documentos inéditos sobre huelgas – Digno y
clasista nació nuestro proletariado y La primera huelga en el Uruguay – Cuñapirú,
1880. Huelga minera contra los ‘gringos’”.
193
118
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las máscaras de la identidad colectiva …
tomarse un tinto con las comidas era de entre $6 y $10. Claro que –por
obvia adhesión empresarial al “libre” mercado– los obreros podían, al
menos en parte, prescindir de esa pensión y comprar donde mejor les
pareciera, pero, pequeño detalle, “la compañía sólo daba crédito en los
establecimientos que dependían de su administración”194. Por ese
motivo se produjeron numerosas deserciones195 y muy probablemente,
frente a alguna queja o resistencia de los obreros, unos cuantos
despidos y “desapariciones”. En este sentido, “cuatro partes policiales
dan cuenta de la muerte de dos ‘súbditos italianos’, un súbdito español
y un ‘peón de nacionalidad peruano’, con fechas del 21 de diciembre
de 1879 y del 9, 12 y 13 de enero de 1880, respectivamente”196.
El 15 de enero del año 1880, apenas se difundiera aquella nota, se
produce, a orillas del Cuñapirú, el acontecimiento esperable… y
esperado: la primera huelga-motín en nuestro país. La fecha no admite
dudas, por lo menos si confiamos en la veracidad de una carta que ese
mismo día le habría enviado Victor L’Olivier al Jefe Político de
Tacuarembó, donde se establece que “la mayor parte de los
trabajadores de la Cía. se negaron a trabajar hoy, después del aviso
que le mando junto” (ese “aviso” es la ya aludida nota del 13 de enero),
y a continuación, en lo que puede interpretarse como una inaudita
muestra de hipocresía, barnizada con cierto cinismo: “como Ud. lo
puede ver, esta modificación es en favor de ellos, más bien que de la
Cía. Los trabajadores son libres de aceptar este modo nuevo de paga,
pero no se puede permitir que alguno de ellos, todos italianos,
impidan de trabajar a los que quieren seguir sus trabajos”197.
Ahora bien, si es cierto lo que se publicó en la prensa escrita de la
época, los reclamos de los obreros parecían de recibo y totalmente
Ídem. “Los precios en las pulperías no eran mayores ni menores que en otros pueblos
del interior del país, pero los mineros se quejaban de los precios altos de la vestimenta y
el calzado” (artículo de “La France”, apud ibíd.).
195 Cf. ibíd.
196 Apud Barrios Pintos (1990:25). Un par de páginas atrás hice referencia a la primera de
esas muertes, ocurrida antes de instalado el piquete policial de Escayola y de la nota
publicada por la Compagnie. Las dos muertes siguientes (la de un obrero italiano, el 9 de
enero, y la de uno español, tres días después) fueron con el piquete ya apostado y antes
de conocerse la nota de L’Olivier. La última muerte, la del obrero peruano, se produjo el
mismo día en que se publicó dicha nota (el 13 de enero). Se puede inferir que la decisión
de hacer pública esa nota tuvo a esas tres (o cuatro) muertes como antecedente.
197 Apud ídem:26.
194
119
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las máscaras de la identidad colectiva …
legítimos –aunque, a los ojos de hoy, bastante tímidos–: volver a las
condiciones salariales del contrato original, esto es, una paga de $ 25
mensuales (y no de $ 1 por día trabajado) o, en su defecto, un salario
diario de $ 1,50198.
El motín “tuvo como protagonistas
a doscientos obreros italianos
probablemente anarquistas, de
cuyos reclamos tenemos buen
registro”199. Si efectivamente los
protagonistas fueron italianos, y más
aún si fueron anarquistas, entonces
en este caso no vale la apreciación de
Selva Chirico (que ya he citado), en
cuanto a que las “explotaciones a gran escala requirieron al hombre
de la pradera, hecho a otras exigencias por cierto muy diferentes. Éste
accede a empuñar pala y pico convirtiéndose en peón circunstancial,
pero no asume su compromiso obrero y evadirá la actividad, así
como le sea posible o interesante. (…) No se trataba de pobladoresobreros, adaptados a las condiciones de explotación laboral
habituales para el siglo y a los que estaban amoldados los agentes
europeos, sino del gaucho libertario, al que no se le podía convertir
súbitamente en trabajador disciplinado”200.
Podemos imaginarnos que estos rebeldes –gauchos libertarios o
anarquistas italianos, tanto da– en su hondura entonaron los versos
del cielito de Bartolomé Hidalgo, grandísimo poeta de la orientalidad:
“ya se acabaron los tiempos
en que seres racionales
adentro de aquellas mina
morían como animales”201.
Uno de los órganos de prensa que informó sobre esto fue, según establece Barrios
Pintos (ibíd.), el “Diario del Comercio”. He escrito “si es cierto lo que se publicó en la
prensa…” porque es factible que en la determinación de amotinarse los obreros también
hayan actuado como respuesta a las “misteriosas” muertes de aquellos cuatro obreros, y
no sólo en defensa de las reivindicaciones mencionadas.
199 Chirico (2005:41).
200 Ídem:34;37.
201 Apud Falcão Espalter (1929).
198
120
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las máscaras de la identidad colectiva …
Pero el resultado del motín fue nefasto, por lo menos para los obreros:
aquellos doscientos obreros italianos, probablemente anarquistas,
“paradójicamente, a posteriori del paro se ausentan de forma que ya
no nos ha sido posible hacer un seguimiento de sus vidas. Siquiera se
han localizado a sus descendientes”202. Si se toma en consideración lo
comentado antes, la expresión “se ausentan” parece un eufemismo. De
hecho, enseguida “comenzaron a circular rumores sobre estas muertes,
que recogían algunos órganos de prensa, de enfermedades que
también producían víctimas y de malos tratos a los obreros, que en
ocasiones se habrían fugado, traspasando la frontera del Brasil”203.
Un testigo declaró que catorce obreros habían muerto, siete de ellos
(tres italianos, tres franceses y un español) en el derrumbe de un pozo
–aunque Alberto Biraben, agente de la Compagnie, prontamente
desmintió la ocurrencia de un derrumbe–, otros tres como
consecuencia de una enfermedad desconocida, y los cuatro restantes
por haberse ahogado al intentar cruzar en bote el arroyo Cuñapirú204.
Es muy probable que también haya habido unas cuantas muertes
debidas a otras causas y circunstancias205. En la carta aludida recién
(esa que en el mismo día de iniciado el motín L’Olivier remitiera a
Escayola), el director de la Compagnie le pide al coronel que ponga
mano dura: “la fuerza que tenemos es la policía, siendo insuficiente
enfrente de más de 200 italianos unidos por el miedo de algunos,
vengo a pedirle de avisarme y dar órdenes al Sr. Comisario en
conformidad con sus ideas en tal caso”206. De inmediato el Jefe dio
órdenes al Comisario, y éste instaló en el lugar un nuevo piquete de
artillería, que enseguida se puso en acción. El motín quedó controlado,
las actividades se retomaron, y todo eso con una única pérdida –según
la versión oficial–: el despido de catorce obreros (¿italianos?
¿anarquistas?). Pero el Jefe Político de Tacuarembó, ni lerdo ni
perezoso, apostó a más: el 26 de enero le escribió al ministro de
Gobierno solicitándole, “para poder repeler con eficacia nuevos
Chirico (2005:41).
Ibíd.
204 Cf. Barrios Pintos (op. cit.:25).
205 Curiosamente, una cañada de la zona se conoce como “dos inforcados” (esto es, “de
los ahorcados”). Las “malas lenguas” relacionan este nombre con aquel episodio.
206 Apud ídem:26.
202
203
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las máscaras de la identidad colectiva …
levantamientos obreros, el aumento del personal de policía hasta el
número de 25 GGCC (guardias civiles) armados de rémington
necesitando por tanto el número necesario de carabinas de ese
sistema”. Y luego redobló la apuesta aún más: “en agosto de ese mismo
año solicitó fuerzas del ejército para ‘evitar asuntos graves’”207. (De
haber conocido estos sucesos, es factible que los versos que Néstor
Perlongher le dedicó a Fructuoso Rivera podría haberlos hecho
extensivos a Escayola: “En las carpetas donde el té se vuelca, en esos
bacarats/ Vencías pardejón? O dabas coces en los establos de la
República –reducida a unas pocas calles céntricas– ¿qué más?/ coces
a los manteles? aquéllos que las chicas uruguayas se empecinaban en
bordar? O era la tarde del gobierno con lentos trotes por la plaza/ con
el cerro copado por los bárbaros…?”)208.
De este modo –un modo inherente al sistema capitalista supranacional
de la época y a su maridaje con el militarismo local imperante–, la
calma volvió a instalarse en el trabajo fabril, apenas alterada, de tanto
en tanto, por algunos episodios aislados y de magras consecuencias.
Uno de ellos ocurrió tres décadas después, el 11 de abril de 1911. Frank
Holmes, entonces director de la Consolidated Gold Mines Limited que
explotaba las minas de oro de Cuñapirú, dispuso ese día que los
obreros debían pasar a trabajar nueve horas diarias sin paga adicional
(y no ocho, como hasta ese momento). Los obreros se declararon en
huelga. Las consecuencias, más que magras, fueron amargas: en las
Ibíd. Un par de meses antes, en junio de 1880, la Compagnie había removido de su
cargo al gerente de las minas y puesto en su lugar a dos ingenieros franceses (Charlier y
Fouert), quienes de inmediato despidieron a unos cuantos obreros. Podemos especular
que ambas medidas fueron una consecuencia “natural” de la presencia en Uruguay, en el
mes anterior, de doscientos accionistas de la Compagnie llegados desde Francia, “entre
los que se encontraban fuertes capitalistas, directores del Banco de Francia, grandes
industriales y célebres banqueros” (ibíd.:25).
208 Perlongher (1987:65). El término “pardejón” se aplica, según Adolfo Saldías (1978), al
“macho toruno que suele encontrarse en las crías de mulas, tan malo y perverso que
muerde y corta el lazo, se viene sobre éste y atropella a mordiscos y patadas: que jamás
se domestica, y cuyo cuero no sirve, porque los padrillos de las crías lo muerden a
menudo; que no tiene grasa y cuya carne tampoco sirve, porque es tan pestífera que ni
los indios la comen (…); y los paisanos llaman pardejón a un hombre perverso”.
Asimismo, no es en absoluto exagerado considerar que idéntico apelativo pudo haber
merecido el ya mencionado Goyo Jeta: de acuerdo con lo que me informó el historiador
Eduardo Palermo, “en la época en que Gregorio Suárez era propietario de la mina San
Gregorio está registrada la existencia de mano de obra esclavizada, seguramente con
afrodescendientes que ya trabajaban en las estancias de la región y que eran utilizados
para la explotación a cielo abierto, que se hacía a pico y pala”.
207
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las máscaras de la identidad colectiva …
“negociaciones” de salida de la huelga se “acordó” que los obreros
habrían de trabajar nueve horas y cuarto por día de abril a setiembre y
diez horas y cuarto de octubre a marzo (excepto los que trabajaban en
las baterías, que debían cumplir doce horas diarias). Unos días después
(el 23 de abril), y por idénticas razones, los obreros que trabajaban
para la misma empresa en la mina San Gregorio también se levantaron
en huelga. En este caso, las consecuencias fueron similares: la jornada
laboral diaria de trabajo se extendió a nueve horas, excepto para los 43
obreros que promovieron la huelga, ¡que fueron suspendidos!209. Pero
al evaluar las consecuencias de estas revueltas obreras se puede –y se
debe– mirar más alto y advertir que las huelgas de Cuñapirú fueron un
antecedente directo de la primera huelga general en el Uruguay, que se
produjo un mes después, en mayo de 1911.
(Convengamos, entre paréntesis, que los obreros de la época no eran
inocentes corderos. “A mí me encantaba oír los cuentos de los mineros
sobre cómo trabajaban”, me dijo Don Ariel Pereira; “los mineros
tenían que arremangarse las bombachas y estar sin camisa, y les
cosían los bolsillos de las bombachas para que no robaran piedras.
Esto me lo contó Don Vicente Fernández, un minero que, como Don
Teódolo Benavides y unos cuantos más, vivieron cateando y buscando
oro. Bueno, Don Vicente Fernández me contaba que las piedritas, con
vetas, se las metían en el culo, y así se robaban las piedras, y entonces
vos veías que salían caminando así…”.)
En cualquier caso, como ya comenté, el resultado del motín de 1880
fue nefasto. Sin duda lo fue, y no sólo para los obreros de la Compagnie
que misteriosamente “se ausentaron”. También los sobrevivientes
sufrieron en carne propia los efectos de aquel histórico episodio, tanto
los que continuaron trabajando para la Compagnie –sus condiciones
laborales se volvieron aún más duras que antes del motín– como
aquellos que unos años más tarde lo hicieron para la compañía inglesa
(“The Gold Fields of Uruguay, Limited”, que se hizo cargo de la mina
“San Gregorio” a partir del año 1888 hasta su disolución, hacia 1895).
A este respecto, baste con observar el formulario de contrato que
utilizaba esta empresa.
209
Cf. Barrios Pintos (1990:51-52).
123
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Tomado de La Revista de la UTE N° 4, 1936:48.
124
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las máscaras de la identidad colectiva …
Adviértase la dureza de las condiciones que se les imponían a los
obreros al momento de su contratación: el salario es por día de trabajo
(una negación de uno de los reclamos de los amotinados en 1880); se
retiene el salario correspondiente al primer mes de trabajo (que se le
restituye al final del contrato, a los doce meses, salvo que el obrero
abandone antes su trabajo o “se porte mal”); no hay ningún tipo de
indemnización por despido; el obrero “se obliga a comer en el
Restaurant de la empresa ubicado en la Mina y pagará por la
mantención la cantidad de doce pesos mensuales, sin vino”.
Disposiciones absolutamente despiadadas, por donde se las mire. Pero,
por fortuna, siempre hay un intersticio por donde se cuela el
humanismo y la generosidad: “la empresa proveerá un local para
dormir y un catre que siempre será propiedad de la compañía”.
Los malos tratos y las indignas condiciones de trabajo impuestas por
las compañías mineras transnacionales, las “desapariciones”
misteriosas de trabajadores díscolos o disconformes que de tanto en
tanto inquietaban al pueblo, los frecuentes accidentes fatales en las
minas, las ilusiones rotas a fuerza de remingtons y contratos
draconianos… todo eso nos pone encima las preguntas de un sabio:
“¿qué necesidad tan grande encorvó al hombre, erguido hacia las
estrellas, y lo enterró y lo sumergió en el fondo de la tierra para sacar
oro, cuya búsqueda no es menos peligrosa que su posesión? ¿Es tan
pesada la tierra para los muertos como para aquéllos sobre los que la
avaricia ha echado el enorme peso de la tierra y para los que ha
alejado el cielo y a quienes ha sepultado en el abismo donde se
esconde ese dañino veneno?”210.
210
Séneca (1999:15).
125
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las máscaras de la identidad colectiva …
un rara avis corralensis en la ruidosa bandada de
empresas mineras cuñapiruenses
En el año 1881 comenzó sus actividades la “Compañía Minas de Oro de
Corrales”, que había sido fundada el año anterior. Esta empresa, que
comenzó explotando dos minas, estableció sus instalaciones
industriales sobre la margen izquierda del arroyo Corrales. Su
existencia fue, no obstante, bastante efímera. Por otra parte, si bien la
Compagnie dio quiebra en el año 1883, unos meses después
reemprendió sus actividades industriales, en esta ocasión con el acicate
del rendimiento que se esperaba obtener con el empleo de maquinaria
de origen estadounidense. Entretanto, se había constituido en Londres
la empresa “The Gold Fields of Uruguay, Limited”211, que, como ya
señalé, en el año 1888 comenzó a explotar la mina “San Gregorio”,
cuya concesión se la había comprado a “Goyo Jeta” en el año anterior.
Luego de varias dificultades financieras y judiciales, esta compañía
inglesa abandonó sus explotaciones en 1894. En el año 1898 una nueva
empresa francesa –la “Compagnie de Establisement Français de Mines
d’Or de l’Uruguay”– empieza a explotar algunas minas, entre ellas las
de San Gregorio; por su parte, la “Compañía Minas de Oro de Corrales”
detuvo sus actividades en 1897. Lo mismo ocurrió algunos años
después en las explotaciones de las minas de Zapucay (1899) y de
Curtume (1900)212. En 1909 se instaló en la zona la compañía inglesa
“Uruguay Consolidated Gold Mines Limited”, que compró las minas e
instalaciones de la “Compagnie de Establisement…”. Hacia esa fecha
ya existían en la zona varios emprendimientos industriales menores213.
“Pensemos un poco, amigos”, dijo el joven edil Ariel Pereira en un
sentido discurso, “¿esta compra venta permanente a que se vieron
sometidas nuestras minas no nos hace pensar en esas organizaciones
financieras que se organizan, más que con un sentido serio de
Según Álvarez Areces (2003:7), esta empresa se creó gracias a la mediación de Barrial
Posada, y dispuso de un capital inicial exorbitante para su época: trescientas mil libras
esterlinas.
212 Cf. Barrios Pintos (1990:46-47).
213 Uno de ellos estaba situado a los fondos del Hotel (en la mina conocida como “La
italiana”); también existían otros en Cortume y en Zapucay. (Cf. Barrios Pintos 1990:4849.)
211
127
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las máscaras de la identidad colectiva …
explotación, con un afán financiero de practicar una rápida y bien
remunerada venta?”214.
En suma, las dos últimas décadas del siglo XIX y la primera del siglo
XX estuvieron signadas por una vertiginosa dinámica de aperturas,
clausuras, compra-ventas, escisiones y fusiones de empresas mineras
constituidas con capitales mayoritariamente europeos (sobre todo
franceses e ingleses), en la que nunca se supo exactamente por qué se
fundía una empresa –si es que realmente se fundía– ni porqué
aparecía otra. (Es sabido que suele ocurrir que las empresas “se
funden”, pero por lo general sus propietarios no.) Para algunos
empresarios y, sobre todo, para los trabajadores asalariados (tanto
como para quienes, desde siempre, trabajaron por su propia cuenta),
fueron muchas las ilusiones, los fracasos, las desilusiones, el dolor215.
Podría pensarse que los fracasos se debieron a que en las tierras de
Cuñapirú no había tanto oro como se pensaba, o bien a dificultades
para su extracción o su procesamiento. “Eso no es cierto”, señaló hace
más de setenta años José Zelasque –que en la primera década del siglo
XX trabajó como ayudante mecánico en la Compagnie y luego como
foguista en “la Clotilde”–, “lo que más abunda aquí es el mineral; las
Compañías se fundían por mala administración y por los
procedimientos deshonestos de algunos de sus encargados”216. Mala
administración y procedimientos deshonestos, dijo. Transcribo in
extenso la opinión de un técnico de la época: “la región (…) ha tenido,
hasta ahora, la verdadera desgracia de verse condenada (…) a una
serie de crueles decepciones, por la falta de competencia, la incuria y
el ciego egoísmo de la gente que pretendía explotarla. La historia
típica de cada una de estas minas se resume en la siguiente evolución:
se descubre una veta; se presenta un especulador que sueña ya verse
cien veces millonario; se monta una usina a todo costo sin
exploraciones previas de ningún género; se llama a algún ingeniero
inglés o norteamericano para poner todo eso en marcha; en los
Fragmento del discurso recogido en la edición del 30 de noviembre de 1960 en el
diario tacuaremboense “La Voz del Pueblo” (op. cit.).
215 El artista corralense Edgar Uriarte le puso letra y música a ese dolor, en su poemacanción “Galerías de mi pueblo”: “Dolor al perder su oro / Que el extranjero llevó / Con
la esperanza del pueblo / Que en sus promesas confió”.
216 Apud “30 años de permanente labor en la amalgama del oro. Un río de oro pasó por
sus manos. Hablando con José Zelasque”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936.
214
128
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las máscaras de la identidad colectiva …
primeros meses las cosas marchan bien; el especulador que antes era
comerciante, u oficial, o académico, o escribano, o cualquier otra cosa
del mundo, menos ingeniero de minas, cree que ahora ha aprendido
lo suficiente para no necesitar más al costoso experto de oficio y lo
despide bajo cualquier pretexto; la explotación sigue en manos y a
usanza de chambones; el rendimiento se pone ridículamente bajo, la
mina se derrumba o se inunda; el especulador se arruina o se
desespera y toda la explotación queda parada”217.
No obstante, a pesar de esa recurrente “historia típica”, de la mala
administración y los procedimientos deshonestos, y, en fin, “a pesar de
todos esos sucesos, el optimismo de nuestra gente minera no
decaía”218.
En realidad, hay que admitir que hubo distintos momentos en que
hubo crueles decepciones, y otros en que el optimismo de (la mayoría
de) nuestra gente minera sí decayó. No fue así, en cambio, en el caso
de Francisco Davison, cuya gesta pionera, cada vez más deslumbrante
a la luz del tiempo, tuvo mucho más que optimismo: “bondad,
altruismo, generosidad”, sintetiza (demasiado, por evidente necesidad
estética) la leyenda estampada en la pesada pared que forma parte del
conjunto monumental que lo homenajea219 –y, aunque en forma
visiblemente subsidiaria, también a Ana Packer– en el actual epicentro
de Minas de Corrales.
Francisco Vardy Davison, hijo de una correntina y un inglés, nació y
creció en Montevideo; pasó su adolescencia y primera juventud en
Gran Bretaña, desde donde volvió a Uruguay, ya titulado como médico,
a ejercer su profesión al servicio de la compañía inglesa que operaba en
“La región aurífera de Tacuarembó”, texto publicado el 12 de setiembre de 1896 en el
periódico “Buenos Aires Handels Zeitung”, reproducido en el artículo “Las riquezas
auríferas del Uruguay. Un estudio publicado hace cuarenta años que cobra
actualidad”, en La Revista de la UTE N° 5, 1936:30.
218 Ros (op. cit.:14). Es muy claro que el optimismo de Barrial Posada, experto minero
por antonomasia, nunca decayó. En un informe escrito por él en el año 1881 señala: “la
región aurífera abarca una extensión de cuatrocientas leguas, de las cuales solo una
comprende todas las denuncias existentes”; toda esa riqueza, bien explotada, puede dar
“cuarenta y cinco millones (de francos) de ganancia líquida en cada año”. Y más
adelante: “las minas pueden dar ocupación a 100.000 personas” (apud Barrios Pintos
1990:32). Quizás sea éste un optimismo desmesurado.
219 “La pared quería significar la fortaleza, la entereza, la fuerza del doctor Davison,
ahí, firme”, me comentó Selva Chirico. Estos significados implícitos se suman, así, a los
explícitos en aquella apretada síntesis: “bondad, altruismo, generosidad”.
217
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las máscaras de la identidad colectiva …
la zona, “The Gold Fields of Uruguay, Limited”. Aquí quiero destacar,
como lo hizo su colega y amigo Enrique Ros en el homenaje que se le
tributara en el año 1960, que “no sólo interesaban a Davison los
problemas de la salud”; también “lo preocupaban intensamente” los
problemas “económicos de su pueblo, la angustia de la miseria, que se
cernía sobre los sin trabajo (…); los consideraba como una
enfermedad, a la que había que aplicar terapéutica”220.
Hacia fines del siglo XIX la angustia de la miseria comienza a cernirse
pesadamente sobre los trabajadores de la zona minera. En efecto, “a
partir de 1895 la última fase de la depresión de 1886-1894 ocasiona la
quiebra de la compañía francesa y también (de) las dos compañías
inglesas más importantes del momento: ‘The Gold Fields of Uruguay’,
con sede en San Gregorio y la ‘Mina Rica’, sobre las márgenes del
arroyo Corrales”221. Hacia el año 1894 “la crisis se había instalado,
dejando profundas secuelas sociales. La actividad ganadera acogió a
muchos de los desempleados de Cuñapirú y la Revolución de Aparicio
se lleva a los criollos más entusiastas. Santa Ernestina se vacía y el
éxodo se dirige hacia Minas de Corrales. Allí, sin trabajo, en un súbito
crecimiento urbano, las condiciones de vida se hacían
extremadamente comprometidas, con consecuencias que se hacen
fáciles de estimar”222.
En ese escenario tan poco alentador, Davison ve, como me dijo Chirico,
una única forma “para que el hambre no se haga generalizada” y, al
Ros (op. cit.:24).
Chirico (2005:40). Cabe decir algo más sobre la quiebra de la compañía que explotaba
la mina “San Gregorio”, sobre la base de lo afirmado en un artículo publicado en 1896.
“La historia de San Gregorio es una aplicación de la evolución administrativa, típica,
que bosquejamos antes. El primer ingeniero, el norteamericano Mr. Christopher James,
permaneció durante los tres primeros meses de la explotación en los que el rendimiento
fue de 28, 30 y 32 kilos de oro respectivamente. Fue despedido, y el cuarto mes dio un
beneficio de sólo 3 kilos. Se siguió por el estilo con una inepcia tal que hasta se sospechó,
al principio, que la pésima administración fuera hecha a propósito para basar en ella
alguna maniobra financiera y adquirir las acciones a bajo precio. El resultado final ha
probado, sin embargo, que se trataba de una estupidez de buena fe” (apud “La región
aurífera de Tacuarembó”, op. cit.:31). El anónimo articulista atribuye la “pésima
administración” y la “estupidez de buena fe” a “un pretendido coronel”, personaje que ya
he presentado.
222 Hernández-Chirico (2004:125).
220
221
130
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
mismo tiempo, para sostener “la autoestima de los desocupados”223:
trabajar juntos, hombro a hombro, en lo que se sabe trabajar.
Para comprender en su justa magnitud la gesta de Davison, hay que
tener claro que la minería industrial que se desarrolló en la zona desde
la fundación de la primera empresa minera del país (“Clemente Barrial
Posada y Cía.”224) hasta nuestros días –con varios intervalos de
detención– constituye, como me aseveró con convicción Selva Chirico,
“un claro ejemplo del imperialismo europeo y de capitalismo
financiero en nuestro país”. Pues bien, la única excepción fue la
implantación, a instancias de Davison, de una
empresa cooperativa para el laboreo del
cuarzo aurífero a orillas del arroyo Corrales:
“con otros vecinos, que aportaron algunos
recursos, y Davison con $ 1.000 –todos sus
ahorros desde que empezó a trabajar 14 años
atrás– hicieron una molienda de cuarzo”225,
que operó durante aproximadamente un
lustro (a partir de su inicio en el año 1894226),
empleando para ello parte de las maquinarias
que hasta ese momento habían funcionado en
la explotación de la “Mina Rica” (también
Óleo del artista corralense
Wilson Fagúndez.
conocida como “Mc Carthy”).
La empresa que creó Davison era pequeña en cuanto a sus
instalaciones, recursos materiales, capital de giro, rendimiento y
rentabilidad, pero fue enorme en su intención, en su entrega
dignificante, en el espíritu humanista y solidario que la animó. Selva lo
sabe bien, y por eso nada mejor que citarla in extenso (y con unas
cuantas elipsis): “cuando se cierran las explotaciones en Cuñapirú y
en San Gregorio, Santa Ernestina –que vivía ‘a expensas de’, porque
Ídem.
Ya he señalado que algunos historiadores, como Barrios Pintos (1990), datan esa
fundación en el año 1867 y otros, entre ellos Selva Chirico (2005), en el 1865.
225 Ros (1961:24-25).
226 Los historiadores que han estudiado estos asuntos tampoco están totalmente de
acuerdo en cuanto a la fecha de inicio de la empresa cooperativa formada por Davison.
Para Barrios Pintos (1990:43), por ejemplo, fue en el año 1893, mientras que para Selva
Chirico (2005) fue en el año 1894. Ros (1961) ha planteado que este emprendimiento
funcionó durante cuatro años.
223
224
131
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
la gente que vivía ahí trabajaba en las otras explotaciones– se queda
sin nada, porque son expulsados de las viviendas, porque las
viviendas eran de las Compañías. Y tienen la necesidad de venirse
adonde puedan. (…) Algunos se vinieron a Rivera; otros (…) a
Tacuarembó. Pero el núcleo del obrero brazal, el que no tiene otra
perspectiva, ni tiene cómo comprarse una casa en otro lado, trata de
sobrevivir en el medio donde conoce. (…) Entonces se van al otro
núcleo poblado, en donde todavía quedaba una Compañía, que era la
inglesa. Pero la inglesa enseguida quiebra también, porque la quiebra
respondía a la macroeconomía, no a la economía local. Cuando
quiebran, quedan todos sin trabajo, los que vivían en Corrales y los
que se sumaban. Ana y Davison, los dos, se habrían visto, digo yo,
ante una perspectiva tremenda de hambre, de desnutrición o de
enfermedades descontroladas, lo que además era lógico en un mundo
minero. ¿Qué les quedaba? No tenían otra forma de hacer trabajar a
la gente sino en lo que la gente sabía trabajar. No eran hombres a los
que uno les pudiera decir: ‘bueno, vaya y empléese en una estancia’,
porque además no había ese trabajo tampoco. Y además todavía
había mucho esclavismo en el norte, y por lo tanto no tomaban
trabajadores asalariados, y si los tomaban les pagaban muy poco. La
idea de aprovechar la maquinaria que habían dejado los empresarios
ingleses fue casi instantánea para Davison. Terminó la explotación
inglesa, se fueron las jerarquías y los obreros asumieron la
explotación, en carácter cooperativo; ponían su trabajo, y cuando
empezaron a vender el oro que se sacaba, lo obtenido se repartía
entre los que trabajaban”.
Además, no hay que soslayar, como me lo hizo saber Eduardo Palermo,
que “hasta los años veinte en esa zona la moneda corriente no eran ni
los patacones ni los pesos, sino el oro (pepitas de oro u oro en polvo).
En el almacén, que era de ramos generales, la gente compraba y se
pagaba a fin de año, o cada seis meses; por lo tanto, una producción
de tipo colectivo aseguraba el mantenimiento de ciertos niveles de
vida y de alimentación de la población”. En efecto, de acuerdo con lo
que aparece escrito en una carta que un ex-Secretario de la Compagnie
le envió el 8 de mayo de 1936 al ingeniero Bernardo Kayel, en ese
entonces presidente de UTE (Usinas y Teléfonos del Estado), “los
vecinos de Cuñapirú, Corrales y Zapucay, saben que en todas las
132
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
casas de comercio de aquella zona se permuta oro por yerba, azúcar y
demás mercaderías que necesitan los mineros, y todos saben que en
todas las casas de negocio, hay en las cajas de hierro bolsitas y cajitas
con oro en polvo y oro en pepitas”227.
El emprendimiento ideado por Davison, me dijo Palermo, “utilizaba
parte del mineral no aprovechado por las empresas mineras,
generando una molienda cooperativa, que mantenía las fuentes de
trabajo y repartía las ganancias entre un conjunto de trabajadores en
Corrales”. Para utilizar los veinte pisones de la máquina de moler
cuarzo que Davison había instalado con la cooperación de vecinos
mineros, “se cobraba sólo los gastos de laboreo y luego se entregaban
las utilidades a los trabajadores”228. Es claro, como ya fue subrayado,
que la iniciativa de Davison estuvo impulsada por una motivación
humanista, solidaria. Pero además fue un emprendimiento que no
careció de los atributos de eficiencia y eficacia, incluso en términos de
rentabilidad económica, que exige una economía de mercado, aún en
un contexto de pequeña escala. De hecho, habrían de pasar cuarenta
años para que la visión esclarecida de Davison encontrara la
concluyente ratificación de la ciencia: “en 1938, luego de examinar
varias de las minas de la región el ingeniero inglés Donald Gill llegó a
la conclusión de que para ser rentable la producción debería
trabajarse en cooperativa con muchos pequeños productores y una
usina central de tratamiento”229. Por otra parte –y esto no fue algo
menor para la supervivencia del emprendimiento–, los contactos que
tenía Davison hicieron posible, en condiciones decorosas, la venta del
oro producido: “él estaba emparentado con los Jackson”230 (y con
otras personas eminentes de la grey británica afincada en Montevideo),
me dijo Selva, “que ya eran compradores de oro, entonces no le fue
difícil volver a restablecer el nexo”231.
Apud “La interpelación del senador Sr. Carmelo Cabrera al Sr. Ministro de
Hacienda” (en La Revista de la UTE N° 4, 1936:131).
228 Barrios Pintos (1990:43).
229 Ídem:55. (Los pequeños productores aludidos por Gill son los que en la jerga minera
se denominan, según la expresión anglófona, small-workers.)
230 Hannah Packer, que contrajo enlace con Davison en el año 1882, parece haber sido
amiga de Clara Jackson (cf. Hernández-Chirico, 2004:131).
231 En otro lugar se afirma que Juan D. Jackson fue, precisamente, “el primer comprador
de pepitas de oro registrado documentalmente” (ídem:121).
227
133
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Se trató, entonces, de una cooperativa en el sentido más tradicional –el
sentido owenista–, donde, desde un espíritu de ayuda mutua, cada uno
aportaba lo que podía. De ese modo, apenas se quedó sin trabajo (en
una de las compañías mineras inglesas que hasta ese momento
operaban en la zona), Davison puso manos a la obra: “convertido en
actor social de relevancia, quien percibía honorarios en especie, se
aboca ahora a convertirse en agente favorecedor del trabajo
comunitario y cooperativo del pueblo. Valiéndose de la herramienta y
maquinaria abandonada por las compañías que se retiraron,
explotan el venero más rico de la zona en beneficio de todos. Es así
como logran sobrevivir el pueblo y su gente”232.
Fue así como Davison “le dio al pueblo la dignidad que le faltó cuando
todo el mundo quedó sin trabajo, y no podían hacer otra cosa”, agrega
Selva. “Él entendía que esa era su misión humana. Fijate, él
pertenecía a una familia rica, pudo haberse ido del pueblo. Y ella
(Hannah Packer, su esposa) también. Perfectamente pudieron haberse
ido a vivir bien a otros lados”. Pero no. “Aquel hombre les dio la
posibilidad de gestionarse a sí mismos (…). Que yo sepa”, concluye
Selva, “es la única experiencia de ese tipo, en nuestro país y en aquella
época”.
Lamentablemente, fue una empresa de corta duración: “después de eso
no hubo energía colectiva como para sustentar el proyecto”, apunta
Palermo. Y tampoco hubo ninguna iniciativa que diera lugar a algún
emprendimiento similar en otra localidad del país, por lo menos hasta
ya avanzada la segunda mitad del siglo XX.
232
Hernández-Chirico (2004:125).
134
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
la gesta de Francisco Davison, médico, y de Ana Packer,
enfermera
Francisco Davison se hizo minero en Los Corrales en el año 1884, por
imperio de las circunstancias –y del humanismo solidario con el que
las enfrentó–, pero había llegado al pueblo cuatro años antes, como
médico contratado por la compañía inglesa que explotaba las minas
auríferas de la zona. Uruguayo y gringo, se había formado en Liverpool
y doctorado en medicina y cirugía en Edimburgo, Escocia.
“Una luminosa tarde de fines del verano de 1880 en Santa Ernestina”,
dijo Enrique Ros en un discurso público, “se detiene la diligencia, llena
de polvo de las 40 leguas recorridas desde Paso de los Toros. (…) Ese
día, sin notársele cansancio, bajó un hombre joven, rubio, alto,
delgado, de mirada franca y bondadosa, de grueso bigote, como
entonces era costumbre en la época Victoriana de Inglaterra, ágil en
sus movimientos y con una sonrisa de agrado y simpatía. Era el Dr.
Francisco Vardy Davison que venía a prestar servicios médicos”233.
(Si nos imagináramos el momento del arribo del doctor Davison a Santa
Ernestina, surgiría espontáneamente –por tratarse de situaciones y
circunstancias casi idénticas– el recuerdo de la llegada al pequeño
pueblo minero de Lenções, en el corazón de la zona minera del interior
del estado brasileño de Bahía, de otro médico, Sebastián Coutinho,
protagonista de la amena novela Garimpos, de Herman Lima.)
A poco de llegar a Santa Ernestina y de ocuparse de la atención médica
de los mineros de la compañía inglesa –para eso había venido–, se hizo
cargo de las dolencias de cuanto vecino requiriera su asistencia: “a
caballo siempre, excelente jinete, endurecido por penosas y largas
marchas de día o de noche, acudía donde se solicitaran sus
servicios”234, desatendiendo las inclemencias del clima o del camino.
En aquel entonces ese poblado y sus alrededores ya contaban con un
médico y unos cuantos curanderos y comadronas, pero su actuación no
era suficiente para atender las necesidades de la población, cuya
Ros (op. cit.:19).
Ídem:21. En ocasiones, Davison también se desplazaba en sulky, según algunos
testimonios de la época.
233
234
135
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las máscaras de la identidad colectiva …
situación sanitaria era preocupante. En los años ochenta la mortalidad
infantil y por infección puerperal en la zona minera era muy alta;
además de la morbilidad con origen en infecciones de distinto tipo235,
las enfermedades más comunes entre la población adulta eran las
propias de la época, aunque acrecentadas por las condiciones
insalubres en que se desarrollaba el trabajo minero: difteria, carbunclo,
tuberculosis, neumonía, así como otras dolencias que afectaban
gravemente al sistema respiratorio. Además, el auge de la prostitución
en la zona había traído consigo un aumento de la sífilis y de otras
enfermedades venéreas. Davison no sólo debió aportar su saber médico
para enfrentar esta situación. Con los años su ejercicio profesional y
humanitario, en todo instante ajustado fielmente al juramento
hipocrático, fue instalando otro modo de concebir la medicina: su
actuación fue “silenciosa y fecunda, enseñando con su ejemplo,
predicando con su bondad, curando la llaga del cuerpo y llevando en
su palabra y en su gesto un bálsamo para el espíritu”236.
En el año 1882 llegó a Santa Ernestina su prometida, Hannah Packer,
procedente de Liverpool (Inglaterra), y a partir de allí ya no estuvo solo
en su misión237. Nacida en un pequeño poblado del condado de
Yorkshire238, Hannah era una “distinguida dama británica de una
educación exquisita y de una calificada familia”239. Se había
diplomado como enfermera y ejercido el primer tramo de su práctica
profesional (y adquirido “grandes conocimientos de obstetricia”240) en
el prestigioso Royal Southern Hospital of Liverpool, que tenía una
fuerte impronta nightingaleana. Ese mismo año contrajeron
Fue el doctor Davison quien introdujo en la zona, en una época en la que no existían
“los poderosos medios terapéuticos que hoy la ciencia ha puesto en nuestras manos”
(Ros, op. cit.:24), “la técnica de curación con ácido fénico, disminuyendo así la muerte a
causa de las infecciones” (Barreda 1998:25).
236 Pereira (1962).
237 En el acta matrimonial figura el nombre Ana, castellanizado a partir de Hannah, como
era de uso en la época.
238 Adviértase, como mera coincidencia, que ya entrada la segunda mitad del siglo XIX
Thirsk, lugar de nacimiento de Hannah Packer, compartía con Minas de Corrales (su
patria por adopción) y con Irun (donde nació y murió José Joaquín Oruezábal) tres
características singulares: era un pequeño pueblo fronterizo, estaba enclavado en una
zona minera y su volumen poblacional era de poco más de dos mil habitantes.
239 Ros (op. cit.:21).
240 Ídem.
235
136
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
matrimonio y en ese acto Hannah se convirtió en Ana241, y Miss Packer
en Mrs. Davison (o, con menos formalidad, en Mrs. Ana).
Al poco tiempo el novel matrimonio instaló su hogar y consultorio en
una modesta casa de ladrillo con techo de paja y tejas en la ladera de
una loma entre el arroyo Corrales y la zanja Las Pitangueras. Allí
Davison habría de atender a cuanto doliente se acercara; su esposa,
además de asistirlo en lo necesario, se ocuparía del cuidado de la salud
de embarazadas, parturientas y puérperas. A partir de ahí, Ana y Mrs.
Ana se convirtieron, para todo el pueblo, en Misiana. Esta noble mujer
“dejó una impronta profunda en su condición de enfermera, en su
condición de consejera, de vecina, de amiga”, me comenta Palermo; en
relación con Davison, “más que la compañera, más que la esposa, fue
sin duda la sombra bienhechora que atesoraba cada uno de sus
buenos actos”242. Baste una anécdota para ponderar uno de sus buenos
actos y el gesto de la sombra bienhechora que lo propició: “en una
oportunidad Misia Ana preparaba para su cumpleaños un saco de
lana tejida. Pasado un tiempo, en pleno invierno, Misia Ana se
apercibió de que aquella prenda no era usada y le preguntó: —Frank,
¿por qué no usas el saco de lana? —Mira, Ana, el otro día estuvo un
pobre jornalero a consultar, no traía más que una camisa, estaba
muy enfermo y le di el saco”243.
El doctor Davison no solía cobrar honorarios, ni siquiera el costo de los
medicamentos que entregaba, y por eso los corralenses lo consideran
como un auténtico filántropo244. (Tampoco lo hacía Misiana, aunque
nadie “valora el hecho de que todas sus tareas profesionales fueran
gratuitas. Es curioso que se omita su propia filantropía”245.) Davison
Es probable que Davison y Packer se hubieran conocido –y prometido matrimonio–
algunos años antes en el Royal Southern Hospital de Liverpool, donde el primero,
internado por alguna dolencia, habría recibido los cuidados profesionales de la segunda,
que se desempeñaba como nurse-midwife. (Cf. Hernández-Chirico, 2004.)
242 Pereira (1962).
243 Porto (2009:12).
244 De acuerdo con lo que me comentó Selva Chirico, esto no fue del todo bueno para la
economía de otros médicos corralenses contemporáneos a Davison (quienes también,
como éste, “dejaron su vida por el pueblo de Minas de Corrales”): “el doctor Miranda,
otro que falleció muy viejito, una vez me dijo: ‘como Davison no cobraba, a nosotros no
nos pagaban’; entonces todos los médicos quedaron de algún modo obligados a
trabajar por la gallina”.
245 Hernández-Chirico (2004:136).
241
137
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
fue, como ya he subrayado, el iniciador de una nueva forma de
concebir la medicina, y también de una estirpe de médicos muy
queridos en Minas de Corrales: Lockart, Miranda, Darnauchans, Ros.
Al igual que el Sebastián Coutinho de la ficción, “en medio del oro,
donde muchos llenaron sus arcas, el médico, figura influyente, pudo
organizar negocios, hacerse rico, emprender una tarea lucrativa. No
lo hizo. Prefirió su profesión, su misión, su destino”246.
Esas cualidades, esa postura frente a la vida, compartidas en un todo
con Misiana, tuvieron desde siempre el reconocimiento de los
corralenses. “Una vez superada la crisis de 1896, el pueblo no olvida el
liderazgo de Davison y su decisiva incidencia en todo el proceso (247).
En retribución, edifican una casa que ubican sobre una colina, en
lugar panorámico y que consideran más acorde a la jerarquía de la
pareja. Casa amplia, con varias habitaciones rodeando un patio
central con su aljibe. (…) Sería lo ideal para ejercer su profesión y
para vivir con comodidad adecuada a su clase(248). Dice la tradición
muchas veces reiterada que tuvieron que valerse de un ardid para
hacer la mudanza, porque Davison no consentía en salir de su
vivienda habitual, negándose a aceptar que mereciera el presente de
su comunidad. Se cuenta que alguien se prestó para hacer un llamado
de auxilio desde Yaguarí, distante varias leguas. El viaje de ida y
vuelta fue el tiempo suficiente para que cuando regresara a orillas del
Corrales, sus pertenencias estuvieran acomodadas en la casa de la
loma. Ante el hecho consumado, allí permaneció hasta su muerte en
1921”249.
Pereira (1962).
Aquí Hernández y Chirico están haciendo referencia a la iniciativa e impulso de
Davison en la gestación del emprendimiento cooperativo al que he aludido en el apartado
anterior.
248 Más adelante en el mismo texto Hernández y Chirico establecen que el mayor mérito
de la nueva casa sería, no obstante, “que las habitaciones fueran adecuadas para que
también Misiana ejerciera mejor, ya que allí había espacio para alojamiento de
parturientas” (ídem:133).
249 Hernández-Chirico (2004:133). La iniciativa de obsequiarle una casa al doctor
Davison en muestra de gratitud, parece haber sido obra de Hilario Zusperreguy (cf. Porto
2009:13).
246
247
138
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Enseguida las virulentas circunstancias políticas del momento ponen a
prueba al matrimonio Davison-Packer –a su fortaleza, al humanismo y
al saber profesional de cada cónyuge–. En el año 1897 nuestro país se
vio envuelto en una cruenta guerra civil, que enfrentaba al partido
colorado en el gobierno con las fuerzas revolucionarias del partido
blanco, lideradas por Aparicio Saravia. Las tropas de ambos bandos se
encontraron en el paraje Cerros Blancos, próximo a Los Corrales, “en
139
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
un gris atardecer del 14 de mayo de 1897 (…). Fueron 170 los muertos
y 400 los heridos revolucionarios. Entre los gubernistas, 45 muertos
entre la tropa y 106 heridos, a los que se suman 9 oficiales”250.
Davison, a requerimiento del gobierno, fue enviado al campo de
batalla, donde atendió a los heridos más graves. Enseguida cruzó la
frontera a hacer lo mismo en el campamento que las fuerzas
revolucionarias habían montado en territorio brasileño. Desde allí
organizó un convoy y volvió con unos setenta y cinco heridos hasta Los
Corrales, donde Misiana, “la profesional, la enfermera, con la ayuda
de los vecinos, especialmente su amiga Isabel Legerén de
Zusperreguy, (había instalado) un hospital de emergencia
denominado en la época ‘Hospital de Sangre”251.
Por razones que es imposible determinar (aunque quizás por causa de
la sífilis que ambos habían contraído) el matrimonio no tuvo hijos
biológicos, “pero acunó a niños que hizo suyos: Francisco Rodríguez,
Marcia Viera y sus respectivos cónyuges y descendientes”252.
(“Tuvieron varios hijos de
crianza”, me dijo Eduardo
Palermo. “Doña Pepa fue una,
que heredó parte de lo que
estaba en la casa de Davison y
Ana Packer, y lo ha mostrado
con mucho orgullo, ha contado
anécdotas, mostraba tarjetas
postales que recibía Ana
Packer de Inglaterra, sobre
Algunos objetos que fueran de Misiana,
todo una que había recibido de
expuestos en el taller de Wilson Fagúndez.
la propia reina de Inglaterra
cuando el cumpleaños de Ana Packer; hay un álbum de postales muy
buen cuidado…”.)
Davison murió viejo y pobre a fines del año 1921, víctima de una sífilis
que algunos años antes ya lo había dejado ciego, “con más de sesenta
años de edad y sin ningún bien material. Porque ese extraño
personaje (…) nunca quiso recibir retribución alguna, ni aceptó la
Ídem:156.
Ibíd.
252 Ibíd.:132.
250
251
140
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las máscaras de la identidad colectiva …
modesta pensión que le ofreció espontáneamente el vecindario, en
prueba de su agradecimiento”253. Misiana le sobrevivió durante unos
nueve años, y decidió hacerlo en la primera casa conyugal: “el primer
hogar que tuviera en el pueblo uruguayo, junto al arroyo, fue también
el que quiso habitar después de haber perdido a su compañero:
ascetismo voluntario, auto-impuesto, en humilde morada de dos
habitaciones (…). En el camposanto cercano reposaban los muertos
familiares y allí quedaron aquellos a los que no pudo salvar después
de la Batalla de Cerros Blancos, en 1897. Allí también la rodeaban los
afectos corralenses”254.
La gesta humanitaria y profesional del médico y la enfermera, como
antes la del impulsor de una empresa cooperativa con los vecinos, los
instaló para siempre en el afecto, la admiración y la gratitud del pueblo
corralense. Davison es hoy su prócer indiscutido, modelo ejemplar de
médico y de ser humano, “padre de infelices y desvalidos, que acudió a
llevar el consuelo de sus consejos y el concurso de ciencia a todo hogar
miserable que lo necesitó”255.
Por su parte, “a Misiana se la recuerda tejiendo para los pobres”256, y
también como “el modelo de la partera, de la enfermera, aunque haya
preferido –o se la haya condenado– a mantener su perfil de segunda
figura”257.
Fragmento de un artículo periodístico de un diario montevideano, publicado al día
siguiente de la muerte de Davison (apud Pereira 1962). Según lo que ha escrito Ariel
Pereira, en el entierro de Davison, el 24 de noviembre de 1921, “antes de inhumarse los
restos, hicieron uso de la palabra los señores Hilario Zusperreguy, Pedro Casenave,
Francisco A. de Oliveira y José Oruezábal, todos ellos interpretando fielmente los
sentimientos populares” (ídem). (El último de estos cuatro amigos de Davison fue el
abuelo de José Alfredo Oruezábal.)
254 Hernández-Chirico (op. cit.:132).
255 Fragmento de un artículo periodístico de un diario montevideano, publicado al día
siguiente de la muerte de Davison (apud Pereira 1962).
256 Las prendas que tejía Misiana eran para los corralenses, pero también para “los
proletarios ingleses” (Hernández-Chirico, op. cit.:136) que recibían puntualmente sus
prendas de lana al otro lado del océano. En otro tramo de su texto estas autoras subrayan
que Misiana “fue multiplicadora de sus técnicas (de tejido y bordado), al punto de que
aún existe un importante grupo de Minas de Corrales que hacen maravillas de croché y
la reconocen como el origen de su saber” (ibíd.:148). En la actualidad un grupo de
tejedoras se ha conformado como microempresa y está llevando adelante un proyecto
productivo, financiado por el programa Articulación de Redes Territoriales (del PNUD,
Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo).
257 Hernández-Chirico (op. cit.:136).
253
141
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las máscaras de la identidad colectiva …
Fotografías de Misiana, de la colección de Eduardo Palermo.
142
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las máscaras de la identidad colectiva …
una nueva dinámica, una nueva socialidad (2)
Durante la última década del siglo XIX y las dos primeras del XX las
actividades mineras en la zona de Cuñapirú estuvieron marcadas por la
ocurrencia de sucesivas crisis económicas que afectaron a los mercados
europeos. En efecto, “a partir de 1890 puede afirmarse que se cierra
un ciclo económico favorable. Los reportes de escasa rentabilidad
minera son numerosos. (…) La crisis del noventa que afectó a los
capitalistas fue un desestímulo para emprendimientos nuevos de
envergadura, y los empresarios mineros ingleses y franceses
responden con proyectos conjuntos para poder mantener la
explotación y hasta con la fusión de empresas. (…) Las coyunturas
macroeconómicas de los años previos a la Primera Guerra Mundial
afectaron a toda la explotación de oro, aunque algunas compañías la
sufrieron más que otras. (…) Para cuando el conflicto mundial estalle,
toda compañía extranjera se habrá retirado y la región entrará en un
proceso depresivo”258.
A partir de la Gran Guerra, entonces, el desarrollo de Minas de
Corrales empieza a languidecer, y aquella efervescencia del período
precedente entrará, poco a poco, en un letargo del que recién habría de
despertar, tímida y efímeramente, dos décadas después. En fin, casi
como en esa misma época en los enclaves mineros del interior de
Minas Gerais, o en la zona de Lavras, en el corazón de la zona
diamantífera bahiana, cualquier visitante que recalara en Minas de
Corrales hubiese podido exclamar, entre suspiros de pesadumbre:
“¡tanta prosperidad que pasara, sin otros rastros que los del tiempo!
El sello de la decadencia estampado en todo, en una gran melancolía
desoladora”259.
Hernández-Chirico, op. cit.:122. De acuerdo con estas autoras, esa estrategia de fusión
de empresas también se dio en otros sectores industriales del país, lo cual “concentraba
el capital y redirigía las grandes inversiones de infraestructura. A nivel local, los
habituales inversores sufrían las consecuencias de la baja de los precios internacionales
para colocación de un estoc ganadero con sobreoferta, por lo que no estaban en
condiciones de aportar más capitales” (ibíd.). No obstante, a pesar de la crisis y de las
crisis, los registros oficiales del año 1907 indicaban que Uruguay tenía un stock en
monedas y lingotes de oro per cápita muy alto (superior en un 40% al de Inglaterra y
sólo superado por el de Francia, que era un 50% mayor).
259 Lima (1939:28).
258
143
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Los visitantes, sí, pero no
los corralenses, ya en ese
entonces aglutinados por
un creciente sentido de
pertenencia –próximo al
chauvinismo, embrión de la
identidad cultural local–
forjado por la singularidad
de las condiciones y
circunstancias
vividas,
La primera flota corralense de coches taxímetros.
renuentes a aceptar lo que
(Fotografía cedida por Eduardo Andina)
para otros se aparecía como
palmaria irreversibilidad de los nuevos tiempos.
Así se infiere de los argumentos esgrimidos por Juan Rodríguez
Grolero, diputado por Rivera, en la exposición de motivos del Proyecto
de Ley que elevara a la Cámara de Representantes el 14 de abril de
1920, en el cual se proponía que Minas de Corrales fuera declarado
oficialmente “pueblo”: “Minas de Corrales (…) no sólo está rodeado de
campos de primera calidad, ya para la ganadería, como para la
agricultura, sino que está enclavado en lo más rico de la región de las
minas de oro. Cuenta con un crecido número de habitantes
trabajadores y progresistas (…). En los alrededores se encuentra la
famosa mina de oro de San Gregorio, que explota la Compañía
inglesa ‘Minas de Oro del Uruguay’ y que tiene la usina en otro núcleo
de población cercano, denominado Minas de Cuñapirú. En estas
minas, en época de actividad, trabajan varios cientos de obreros”260.
El alegato es, ciertamente, capcioso. En su panegírico Rodríguez se
cuidó de señalar que la explotación de la compañía inglesa sólo existía
en los papeles, que la usina de Cuñapirú estaba en desuso261, que la
época de actividad ya hacía tiempo que había pasado y que en ese
momento –año 1920– nada permitía vislumbrar que fuera a renacer.
Dejando a un lado, entonces, ese tipo de consideraciones, cabe advertir
que la depresión sufrida por la minería cuñapiruense se extendió,
naturalmente, a todo el territorio de lo social. Sin embargo, la
Apud Barrios Pintos (1985:283).
Recordemos que la usina había dejado de generar electricidad un año y medio antes,
cuando falleció el técnico alemán que la hacía funcionar.
260
261
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las máscaras de la identidad colectiva …
intensidad de la vida social de los pueblos, por lo general subsidiaria de
la de su vida económica, suele tener una inercia que por algún tiempo
contribuye a minimizar (o enmascarar) los efectos de las crisis, lo cual
se potencia cuando los actores sociales se resisten a aceptar el
desfallecimiento. Sólo así pueden explicarse con algún asidero las
circunstancias que hace exactamente cien años, el 25 de agosto de
1909, propiciaron la fundación del Club 25 de agosto, en pleno centro
de Minas de Corrales, en pleno centro de la depresión que envolvía a la
región. Fue una fundación pionera: según lo que me comentó Raúl
Armand’Ugón, “el 25 de agosto es en nuestro país el segundo club en
antigüedad al norte del río Negro, es el segundo después del Club
Uruguay (de la ciudad de Rivera), junto con el Club 25 de agosto de
Paso de los Toros”.
El Club “alcanzó importancia en 1911 y 1912, años en que aún existían
explotaciones mineras”262, resistiendo a los tumbos a la profundización
de la crisis económica. En ese entonces el Club, como institución social,
sede principal de la socialidad de las personalidades (masculinas) más
encumbradas de la comarca minera, no era lo que es hoy. Tampoco lo
eran sus instalaciones, que debieron reconstruirse en el año 1915,
cuando aún olían a nuevo, luego de un incendio que las destruyó
parcialmente263. Este hecho, indicativo de la importancia que el Club
tenía para sus asociados, también muestra con elocuencia el peso de la
inercia social en la vida de los pueblos (y su pertinencia como factor
explicativo): un club social nace en un momento de repliegue
económico, se destruye por causas fortuitas cuando la decadencia ya
está instalada y se reconstruye, con el esfuerzo exclusivo de sus socios,
justo en un momento en que el repliegue del optimismo se pliega sobre
el de la economía, con la Gran Guerra inundando al mundo de pasmo,
impotencia y derrumbe.
Ya en la segunda década del siglo XX, cuando Rivera era desde hacía
más de un cuarto de siglo la capital y, desde algo menos, la principal
ciudad del departamento –en cantidad de población, actividad
comercial y vida social–, el Club 25 de agosto era “el club mejor
262
263
Barrios Pintos (op. cit.:281-282).
Cf. ídem:282.
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instalado del Departamento”264. Y lo siguió siendo por unos cuantos
años. Superada la larga crisis, y sobre todo a partir del renacimiento
posterior a la Segunda Guerra, el Club 25 de agosto, según me explica
Selva Chirico, “fue crucial para la sociedad corralense; no te olvides
que era un club de relevancia nacional; las muchachas venían a
encontrar marido al Club (…). Pensá que los muchachos descendientes
de mineros o de familias vinculadas a la minería no eran de
despreciar en cuanto a un futuro promisorio: eran ‘un buen partido’.
Entonces se venían muchas… –que paraban en mi casa, porque
venían de Montevideo, con nombres muy encumbrados y con
grandes ajuares– a pasarse muchos días antes del 25 de agosto, y
unos cuantos días después por si habían “pescado” algo… Además era
muy difícil ir a Montevideo, por lo tanto había que estar por un buen
tiempo, ¿no? Era todo un acontecimiento el baile del Club. Y yo creo
que eso es socialmente trascendente, para principios del siglo veinte”.
Al promediar el siglo XX era todo un acontecimiento el baile del Club.
Ya lo era, en realidad, a los pocos años de su fundación: en la década
del diez “los bailes de gala eran una actividad social de trascendencia.
Si habitualmente el club era reducto masculino, con sus billares y
barra de tertulia, cuando había gala, se reunía lo más graneado de la
sociedad regional y hasta se recibía la visita de jóvenes con
expectativas de futuro en pareja con el seguro respaldo de la solidez
económica de algunos corralenses. Los trajes y adornos de las
muchachas eran motivo de comentarios durante meses. Sus salones
estaban equipados con legítimos muebles Tönnet y una vez instalada
la luz eléctrica, los apliques de
luz indirecta se eligieron art
decó. El escenario que daba a la
pista servía para ubicar las
orquestas que animaban las
reuniones, pero también fue
lugar de representación teatral
y
de
animadas
veladas
culturales”265.
Afirmación de Juan P. Rodríguez Grolero en la exposición de motivos del ya citado
Proyecto de Ley del 14 de abril de 1920 (apud ibíd.:283).
265 Hernández-Chirico (2004:134).
264
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Actualmente el 25 –o “el club de abajo”, como habitualmente se le
designa– sigue siendo un reducto predominantemente masculino,
habitado por parroquianos que ya no son, como antes, los exponentes
de la flor y nata de la sociedad local. Ya no es el club exclusivo de los
cascarudos o de los bundinha, ni aquel que estudiaba con particular
celo los antecedentes de cada aspirante a socio ni, mucho menos, aquel
que prohibía la entrada a los negros ni a sus cónyuges266.
Es, sí, el lugar de una socialidad cuya intensidad, desde hace unos
cuantos años, está en fase menguante –alguna partida de casín o de
naipes, alguna reunión frente al televisor, siempre encendido, alguna
tertulia de sobremesa– que sólo rompe su morosa rutina (y su habitual
predominancia masculina) en sus dos exclusivos y simétricos coluros
anuales: el del 25 de agosto, la fiesta de gala por antonomasia, y el del
inicio de las carnestolendas de cada febrero, cuando los corralenses
ritualizan su reencuentro con sus paisanos desparramados por el país y
se dejan abrazar por el espíritu festivo del samba de enredo de
inequívoco color local.
“Yo vengo de la época en la que en el club de abajo no dejaban entrar negros”, me
dice Raúl Armand’Ugón. “Me acuerdo clarito, yo tenía amigos de color, en el liceo, y con
doce o trece años íbamos al club de abajo y no los dejaban entrar. Los dejaban entrar a
los amigos. Tanto es así, que (…) nuestros padres se retiraron e hicieron su protesta
debida (…) hasta que después se abrieron las puertas para todo el mundo y ya pueden
entrar todos. También había el club de negros que no dejaban entrar a los blancos,
¿no? Ahora, gracias a Dios, ya se terminó con todo eso”.
266
147
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del capitalismo de empresa al capitalismo de estado:
el renacimiento de los treinta
En los libros que recogen la historia de la región minera el período de
veinte años que se inicia con el estallido, en Europa, de la Gran Guerra,
es una suerte de agujero negro. Apenas alguna referencia, general y
vaga, al advenimiento de “un proceso depresivo” o alguna alusión,
mucho más general y vaga (y lacónica en extremo) bajo la fórmula,
propia de las fábulas y los cuentos de hadas, “pasaron los años y…”.
“Pasaron los años y en el tiempo de gobierno dictatorial del
presidente Dr. Gabriel Terra, se consideró conveniente volver a
explotar la riqueza aurífera”267. Los años que pasaron fueron largos,
lentos, magros. El tiempo de aquella colmena humana descrita por
Ros, "integrada por franceses, ingleses, alemanes, vascos, argentinos,
chilenos, criollos, que habían levantado edificios y originado pueblos,
que tendieron rieles, que emplazaron plantas industriales, que
volaron cerros para emplear la tierra en la represa que contuvo las
aguas del Cuñapirú, ya había pasado a ser un recuerdo, que aún
continúa vivo en la memoria de los lugareños”268. En el cuadrángulo
minero que durante casi medio siglo había florecido con alguna
intermitencia –Cuñapirú, Santa Ernestina, San Gregorio, Minas de
Corrales– la explotación aurífera industrial se detuvo por completo269
y, en consecuencia, la población se redujo ostensiblemente270. Muchos
Barrios Pintos (1990:56).
Ídem.
269 Apenas persistió como actividad de subsistencia para unos pocos privilegiados. Así lo
dejó sentado el 12 de diciembre de 1935 el ingeniero Adolfo N. Inciarte, técnico asesor de
quien en ese entonces era Ministro de Hacienda, el Dr. César Charlone: “después del año
1909 a las personas que cuidaban las minas se les permitía sacar de ahí, a los efectos de
enviar a Montevideo, una cantidad determinada de oro con lo cual se pagaban los
gastos de administración y cuidados de que eran objeto los terrenos de Cuñapirú, y no
sé si sobraría algún poco más” (apud “La interpelación del senador Sr. Carmelo
Cabrera al Sr. Ministro de Hacienda”, en La Revista de la UTE N° 4, 1936:155).
270 A comienzos de los años veinte Santa Ernestina, Cuñapirú y San Gregorio no
superaban, cada una, el centenar de habitantes. El volumen poblacional de Minas de
Corrales, la localidad más grande y próspera desde fines del siglo anterior, ya había
comenzado a declinar en los primeros años del XX. Así lo establece el censo escolar
levantado en el año 1906, que registra, en cinco quilómetros a la redonda, un total de
1.044 habitantes, cifra bastante inferior a la relevada a lo largo de la década precedente
(cf. Barrios Pintos 1985:282).
267
268
149
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de los inmigrantes que habían recalado en la región atraídos por la
promesa dulce del oro partieron buscando nuevos rumbos geográficos
–sur de Brasil, Montevideo o sus lejanas comarcas de origen–,
mientras otros se aquerenciaron en la zona, buscando estrategias de
subsistencia o nuevos rumbos económicos que les permitieran
asegurar con cierto decoro su existencia. “La reverberación de la
llanura sigue produciendo espejismos de mares de plata en los ojos
que llegan quemados por la aridez de la campiñas europeas,
semejantes a urnas cinerarias de trabajos y de siglos. En las
poblaciones se tira a esos mares de plata reverberada; emprende, cae
y se levanta; realiza cualquier trabajo, sofoca su conciencia y muere
al fin, dejando lingotes de ese espejismo”271.
Así como la fiebre del oro había incitado la reconversión de hombres de
negocio, hacendados y peones rurales, gauchos y gaúchos, una nueva
reconversión puso a prueba el temple y la capacidad de adaptación de
los antiguos trabajadores telúricos devenidos mineros. La actividad
pecuaria –desde siempre, junto al contrabando, el quehacer principal
en la región– recuperó a sus antiguos promotores criollos, ahora
enriquecida por el empuje y know-how de unos cuantos extranjeros
acriollados272. Sólo unos pocos pobladores, tanto extranjeros como
criollos, volvieron a las prácticas decimonónicas y en solitario del
bateado en arroyos y cañadas o del cateo a pico y pala en las galerías y
socavones abandonados por las compañías.
Durante esos veinte años (los del “agujero negro”) el terreno, entonces
en reposo, inadvertidamente se había ido preparando para lo que
vendría: “en 1927 la Sociedad Anónima ‘Minas Uruguayas’ adquirió (a
los ingleses Bell y Coger, acreedores hipotecarios de “The Uruguay
Consolidated Gold Mines Ltd.”, compañía que unos cuantos años antes
había abandonado la explotación minera industrial) las propiedades y
campos en la suma de 50.000 (libras esterlinas)”273.
Martínez Estrada (op. cit.:104).
Al parecer, por lo menos hasta la Gran Guerra, la agricultura en la zona sólo existió
para el consumo doméstico. Una de las pocas referencias al respecto la proporciona
Barrios Pintos: “en el año 1885, el periódico La Voz de Rivera informa sobre el cultivo de
tabaco en pequeña escala por un vecino de Corrales, Lino González” (1990:205).
273 Ídem:56.
271
272
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las máscaras de la identidad colectiva …
Pasaron los años y… el 12 de enero de 1935, bajo la dictadura de Terra,
“se modificó por Ley N° 9456 la explotación de minas, ampliando
disposiciones. Por su artículo 1° se decretaba que todos los
yacimientos minerales pertenecían a la Nación como propiedad
imprescriptible e inalienable. Por el artículo 2°, quedaba autorizada
la Administración General de las Usinas Eléctricas y Teléfonos del
Estado (UTE) para efectuar las explotaciones mineras que estimara
conveniente y proceder a su industrialización”274.
En suma: el Estado nacionaliza los yacimientos minerales y transfiere a
la UTE la explotación minera en todo su territorio. La nacionalización
de las minas no se hizo bajo la forma de expropiación (propia de un
régimen estatal estatista) sino bajo la de compra-venta (propia de un
régimen estatal capitalista). En agosto de 1935 la UTE le compra a
“Minas Uruguayas” todas las tierras (1.276 hectáreas), yacimientos
minerales, patrimonio legal (varias concesiones), instalaciones,
maquinarias, herramientas y materiales de las zonas de Cuñapirú y
Corrales. Empezamos mal: de acuerdo con la información presentada
en la interpelación interpuesta en diciembre de ese año por el entonces
senador Carmelo Cabrera al Ministro de Hacienda del gobierno de
Terra, la UTE pagó por todos esos bienes un precio total (en moneda
corriente) cuatro veces mayor que su precio de mercado275.
La UTE tomó posesión de las minas y a fines del año 1935, al poner en
funcionamiento las maquinarias para la generación de energía y la
molienda del cuarzo aurífero, inaugura una nueva era de la minería
nacional. Contrariamente a las previsiones, predicciones y expresiones
de deseo de quienes la habían propiciado, esta era fue notablemente
breve. Sobre el final de esa década, una nueva conflagración mundial
habría de impactar desfavorablemente en la realidad uruguaya, otra
vez echando al traste, entre tantas otras cosas, la neófita explotación
minera industrial a cargo del Estado. No obstante, la muerte no fue
sorpresiva ni instantánea. A juzgar por la postura muy crítica asumida
a lo largo de todo el último lustro de esa década por los sectores
políticos de franca oposición al gobierno dictatorial de Terra (y
también al de su sucesor, el general Baldomir), hoy se puede calificar a
Ibíd.
Cf. “La interpelación del senador Sr. Carmelo Cabrera al Sr. Ministro de Hacienda”,
en La Revista de la UTE N° 4 (1936).
274
275
151
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los casi cinco años de explotación minera a cargo de la UTE como la
crónica de una muerte anunciada. De hecho, no fue la segunda guerra
mundial la que mató a esa aventura estatal, sino apenas la que le asestó
el tiro de gracia a una víctima que ya estaba malherida, moribunda, de
rodillas.
La UTE hizo bien lo que ya sabía hacer, que además era su razón de ser
desde su creación: la generación de electricidad. Desde que la UTE se
hizo cargo de la usina de Cuñapirú, en el año 1936, la hizo producir
electricidad, apoyada por grupos generadores a diesel276. Pero la
gestión minera de la UTE en Cuñapirú fue totalmente ineficaz,
obscenamente ineficiente: dilapidó cuantiosos fondos públicos en una
empresa que dejó pérdidas exorbitantes (para el Estado)277 y,
asombrosamente, sólo logró extraer una cantidad de oro inferior a la
que podría haber obtenido un cateador actuando en solitario armado
de pico y pala. Así quedó establecido en una sesión parlamentaria de
octubre de 1938 en ocasión del llamado a sala al Ministro de Hacienda
del gobierno de Baldomir, promovido por el diputado socialista Emilio
Frugoni: “en cuatro años la UTE había duplicado su presupuesto de
sueldos y triplicado su presupuesto de gastos”; además, “se habían
prometido cinco kilos de oro diarios (…) y sólo se había obtenido
hasta la fecha ocho kilos de oro (…) y se había anunciado una
exportación de minerales por valor de más de un millón de pesos y
parecía que sólo se había exportado por valor de $ 1.600”278.
La generación de energía hidroeléctrica persistió hasta las inundaciones acaecidas en
el año 1959, en que se rompió el embalse que Barrial Posada había construido en el
arroyo Cuñapirú. “Después pasó a ser Usina de generación Diesel y continuó
suministrando energía eléctrica a Minas de Cuñapirú y zona aledaña rural, adyacente
por una línea de transmisión que UTE construyera utilizando las viejas torres del aerocarril que unía Las Minas de San Gregorio con la planta de Cuñapirú, (…) para desde
allí dirigirse hasta Minas de Corrales y electrificarlo hasta abril de 1981, en que
comenzó a funcionar la nueva planta generadora de dicho pueblo, apoyada por grupos
generadores Diesel. Actualmente está conectada con la Red Hidroeléctrica Nacional”
(Barrios Pintos, 1990:62).
277 Las pérdidas se estimaron en $ 2.700.000, una cifra astronómica para la época. Sólo
como referencia para poder ponderar esta cifra, valga este dato: la exportación de oro
entre 1936 y 1939 fue de $ 1.600 (esto es, un 0,06% del monto de las pérdidas).
278 Barrios Pintos (op. cit.:59). Repito las cifras para que no parezcan errores de
imprenta: el Estado había prometido cinco quilogramos de oro por día y en cerca de
cuatro años (digamos, unos mil cuatrocientos días) sólo obtuvo ocho quilogramos (un
promedio de 0,006 por día, esto es, aproximadamente un 0,12% –¡mil veces menos!– de
lo prometido). Preguntémosle a Don Tito Pereira en cuánto tiempo, bateando y moliendo
él solo, puede producir esa cantidad de oro. Advirtamos que, como era previsible, la
276
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las máscaras de la identidad colectiva …
En suma, el corto período en que UTE explotó las minas resultó un
fracaso absoluto, rayano en la indecencia. Lo mismo cabe decir del
proceso inmediatamente posterior. La UTE se quedó con los molinos,
que reutilizó en otras instalaciones industriales a su cargo, y casi todo
el costoso y voluminoso equipo restante se vendió a Brasil. Una
persona que trabajó hasta el final en la planta de Cuñapirú durante la
gestión de la UTE comentó: “a marrón fueron rompiendo máquina
por máquina, a puro hachazos los techos, las puertas, las ventanas…
ni las armazones de los techos se salvaron. (…) Techos inmensos de
zinc, de un centímetro de espesor, cerchas enormes que los sostenían,
marcos de puertas y ventanas. (…) Todo se lo llevaron”279.
Máquinas, puertas, ventanas, cerchas, techos… Todo se lo llevaron. Y,
con ello, las ilusiones de un pueblo que ya había estado sometido a
desilusiones de otro matiz.
moción de interpelación al Ministro de Hacienda presentada por Frugoni no prosperó
(contó con apenas seis votos de los 56 diputados en sala). Esto muestra claramente cómo
operaba el sistema político (y empresarial) en esa época, no tan lejana en el tiempo y en
la forma… pero esa es otra historia.
279 Apud ídem:62.
153
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una nueva dinámica, una nueva socialidad (3):
los clubes, el carnaval
Todo se lo llevaron. Pero, como por fortuna suele ocurrir cuando todo
se lo llevan, casi siempre algo queda, por poco que sea (o por poco que
parezca): el aprendizaje a partir de la frustración y la angustia, el
develamiento de quién es quién en el pueblo y en el país. En Minas de
Corrales el “período UTE” también dejó, al igual que como había
ocurrido en coyunturas anteriores, a unos cuantos trabajadores que se
aquerenciaron con y en el pueblo. Como ya he señalado, hasta el
efímero renacimiento minero –y, por ende, social– de la década del
treinta la socialidad bajo techo se había concentrado en el Club 25 de
agosto, el cual, como el resto de las organizaciones sociales y
comerciales corralenses, también se revitalizó. Pero a fines de la década
del treinta se produjo otra revitalización, impulsada por aquellos
nuevos corralenses que, aunados con los de siempre, dieron origen a
una institución social cuyo nombre es bien elocuente por sí mismo: el
Club Social de los Trabajadores.
“Fundar ese Club, con ese nombre en ese pueblo”, me dice Selva
Chirico arrastrando con énfasis los tres “ese”, eso “es muuuuy
significativo. Ese nombre hacía mucho ruido. (…) Mi padre estuvo en
esa fundación, mi abuelo también, a pesar de que había estado en la
del (Club) 25. Mi padre era un tipo de cabeza muy abierta,
progresista, su familia era toda socialista, se manifestaba poco pero
él era un tipo de izquierda; se manifestaba poco, además, porque el
pueblo era especialmente conservador y de derecha, ¿no?”. Ese
nombre es, por cierto, muy significativo, tanto como aquel con el que
habitualmente se le llama, aún hoy: Club Obrero. “El Club de los
Trabajadores era en principio el club de los trabajadores, ‘el Obrero’,
como le decimos”, me explica Ana Laura Antúnez, nieta de corralenses
e hija de un ex-presidente del Club. “Bueno, el nombre del club es ‘Club
Social de los Trabajadores’, pero desde chica yo siempre lo escuché
nombrar como ‘el Club Obrero’”280.
Este testimonio, así como los que se transcriben más adelante, fueron tomados de la
entrevista en profundidad que le realicé a Ana Laura el 23 de junio de 2005, cuando aún
residía en Minas de Corrales.
280
155
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También es significativa la fecha que los mineros que trabajaban para
la UTE eligieron para concretar su fundación: el 1° de mayo (de 1939).
El Club Obrero le dio cabida a muchos corralenses que no tenían club,
y con él nació una suerte de rivalidad, que aún no se ha apagado del
todo, con el Club 25: “aquella rivalidad que existía entre los dos
clubes, entre ‘el 25’ y ‘el Obrero’ yo diría que todavía sigue existiendo.
Yo fui presidente durante siete u ocho años del Club 25, así que
conozco bien el tema”, me aclara Raúl Armand’ Ugón. “Sí, a pesar de
que se hicieron muchos intentos, siempre queda eso, esa rivalidad
entre los dos clubes. Yo creo que, si bien los socios de los dos clubes
son casi los mismos –hay muchas personas que son socios del ‘club de
arriba’ que también son socios del ‘club de abajo’–, hay mucha gente
humilde que no va al ‘club de abajo’. Y sin embargo, al ‘club de arriba’
van todos, van los humildes y van los más pudientes. Pero al ‘club de
abajo’, hay mucha gente, digamos, humilde, que le da vergüenza ir.
Te lo digo porque me lo han manifestado. Y… les da vergüenza porque
no se sienten cómodos. Parecería que es un club de ricos”.
La joven Ana Laura Antúnez refuerza esa percepción: “mirá, por
decírtelo de alguna manera… históricamente, el Club 25 siempre fue
el club de la elite; ahora ya no, no existe más eso, pero, claro, quedó
eso, el 25 siempre fue el club de la elite”. “Hay otro hecho”, apunta Ana
Laura, “que hace que el 25 hoy tenga otra importancia, por lo menos
para los jóvenes. El 25 está en la Davison(281) y entonces, claro…
cuando la gente se junta, sobre todo en verano –en invierno allá es
terrible, mucho frío–, la gente cuando se junta es allí, en la Davison,
“La Davison” –en rigor, “Dr. Francisco V. Davison”– es el nombre de la avenida
principal de Minas de Corrales.
281
156
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frente al Club 25, que es el que tiene mayor movimiento”. Ese mayor
movimiento estival en torno al Club 25 forma parte de la rutina a la que
hice referencia algunas páginas atrás, una rutina que, repito, sólo se
rompe en dos ocasiones: en la fiesta de gala de los 25 de agosto y en los
bailes de carnaval.
A pesar de la erosión del tiempo, la fiesta de gala de cada 25 de agosto
en el Club 25 de agosto sigue manteniendo el color de épocas pasadas y
el tenor de un Zeitgeist que parece resistirse a caducar; en definitiva,
sigue siendo la fiesta de Minas de Corrales: “desde hace añares”, me
comenta Raúl Armand’Ugón, “todos los 25 de agosto se presentan las
quinceañeras, hijas de socios –y ahora también las que no son hijas
de socios– y se hace una fiesta que es bien importante, una fiesta de
gala, a la que hay que ir realmente bien vestido”. Esa fiesta “no es
solamente la fiesta del Club 25, sino más bien, creo, la fiesta de la
población de Minas de Corrales”.
Los bailes de carnaval, en cambio, desparraman alegría en los salones
de los dos clubes locales, y marcan el momento en que el espíritu
festivo y gregario de los corralenses emerge exacerbado. “En Corrales
el carnaval se celebra durante prácticamente toda la semana”, me
cuenta Raúl Armand’Ugón. “Yo no sé si habrá algún otro lugar en el
país donde se disfrute tanto del carnaval como en Minas de Corrales.
Hay bailes todos los días, todos los días: desde el viernes anterior a la
semana de carnaval, viernes-sábado-domingo… toda la semana, y
después termina el domingo siguiente. Hace varios años, debe hacer
unos seis o siete años, que se vienen poniendo de acuerdo las dos
comisiones directivas, y hacen un baile cada club, para no superponer
los bailes. Pero son todos los días, y a cuál de todos más importante y
más lindo”.
A cuál de todos más importante; pero, sin dudas, descuellan dos, uno
en cada club: en el Club Obrero se hace “El baile de las reinas”, que
Ana Laura describe así: “es un baile de carnaval, pero de carnaval de
salón, ¿entendés?: música de salón, marchas de salón, con la gente en
ruedita y haciendo trencito… con más influencia brasilera… La cosa
es así: entran las reinas, con todo el mundo sentado, mirando la
entrada de las reinas; después, mirando el espectáculo de la corte, y
después de que termina, los gurises de la corte ponen música y sacan
a bailar a la gente, y hacen toda una ronda alrededor de la reina, y en
157
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las máscaras de la identidad colectiva …
eso están un rato, y entonces sí, ahí todo el mundo se pone a bailar en
la suya, pero la música que te ponen son sambas de salón…”.
El otro baile importante se hace cada lunes de carnaval, en el salón del
Club 25. Allí los corralenses ritualizan su reencuentro anual con sus
paisanos desparramados por el país y se dejan abrazar por el espíritu
festivo del samba de enredo de inequívoco color local. “El baile del
reencuentro”, que así se le llama, reúne a muchísima gente de distinta
procedencia y edad, enrasados por su origen común y, por encima de
ello, por un singular e inefable sentimiento que, a falta de un término
mejor, se podría denominar corralesidad282. “Mucha, mucha gente”,
me comenta Ana Laura, “que viene de todos lados a ese baile de
carnaval del Club 25… Ese baile, según lo que a mí me cuentan, es
como los carnavales de antes”.
Tito López, con propiedad, disiente: “aquellos carnavales se
perdieron” (que es como decir, adhiriendo a una sentencia que a esta
altura es casi proverbial, carnavales eran los de antes). “Aquellos eran
los más espectaculares. (…) Allá por los años cincuenta, cuando Elidio
Loza tocaba en la comparsa, yo era un gurí que tiraba los piolines del
estandarte. El estandarte era lo que abría, era lo que iba primero...
Era como una especie de portabanderas, y entonces iban dos
muchachos –uno era yo– que tiraban de los piolines para que el
estandarte se moviera... Eso era por todo el pueblo. Se visitaban
todas las casas. Incluso iba y tocaba... le daban plata y tocaba en una
casa. Se combinaba previamente: ‘hoy vamos al barrio aquél’, y
entonces íbamos a las casas de unas tres familias. Por ejemplo, se
decía: ‘bueno, hoy tenemos la visita en la casa de Tito’. Bien, Tito ya
sabía que venían a su casa. Y tenía que esperarlos con refrescos, con
alguna cosa para comer... Y venían y tocaban. Y así por todos lados. Y
Esa “corralesidad” también circula subrepticiamente por Montevideo, según lo que
me informa Raúl Armand’Ugón: “después del baile de acá, se hace otro en Montevideo, y
va mucha gente de Minas de Corrales”. (“En Montevideo”, agrega, “funciona muy bien
el Club de Residentes de Minas de Corrales. Permanentemente van para allá muchos
chiquilines a estudiar y demás y se encuentran con otros amigos allá”.) Don Eduardo
Andina aporta otros detalles: “los corralenses hacen todos los años, en Montevideo, con
los corralenses, los hijos de corralenses y familiares, generalmente en el primer
domingo de diciembre, una fiesta de todo el día, almuerzo y todo... Se ha hecho, durante
muchos años, en el Colegio Domingo Savio. (…) Eso empezó, hace como cincuenta años,
con un grupo de doce corralenses que se juntaban todos los años. Estaba Asdrúbal,
Jorge Rodríguez, el Mulita, Ruben...”.
282
158
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las máscaras de la identidad colectiva …
te daban billetes, que se colgaban con alfileres en el estandarte (como
si fuera la estatua de San Cono, pienso mientras lo escucho). Después,
con ese dinero, los mayores hacían un asado, con caña, whisky...
(como si fuera…, pienso)”283.
“Aquellos carnavales se perdieron”, continúa el gallego Tito, “porque
ahora, acá, el carnaval se festeja y hay bailes... ¿no? Acá los bailes de
carnaval son bastante especiales. Muy distintos que los de Rivera,
incluso, que no tienen nada que ver con los de acá. Y ahora están
cambiando, porque cuando nosotros... En aquel momento la cumbia
no venía hasta acá. Y todas nuestras orquestas que teníamos en el
norte, eran empujando a la cumbia para que no llegara. La cumbia
llegó hace poco... en los años setenta, por ahí. Acá, en los bailes de
carnaval, ahora, se sigue manteniendo, de toda la vida, eso de... hay
media hora de música típica, media hora de música jazz...”. Las
orquestas de música típica o pop –como la que el propio Tito López
integró, “Sabar 6”– empujaron a la cumbia, es cierto, pero no lograron
resistir al empuje del samba: “en esas fiestas y bailes”, me dice Raúl
Armand’Ugón, “hay mucho más influencia brasilera que
montevideana; digamos, más samba que murga. Prácticamente que
candombe y murga, no, eso no existe. Además a la gente no le gusta.
Ponen alguna cumbia y no ponen candombe. Pero samba, toda la
noche”. Germán Oruezábal, treintañero, le reafirma esa preferencia y
primacía brasileña a su interlocutor montevideano: “acá, en carnaval,
no es lo mismo que en Montevideo, acá el carnaval tiene la influencia
brasilera... Más samba que murga... ¡Ah sí...! Cuando yo era joven,
había tres o cuatro tablados... Hoy no, hoy ya no se ve. El tablado se
terminó. Y candombe muy poco. Todo brasilero”.
El baile es el centro, pero la decoración juega un rol sustantivo: “la
decoración es muy particular”, me comenta el gallego Tito; “el papel
crepé estaba siempre presente (…). Antes, en carnaval, un mes antes
había que empezar a preparar el carnaval. Se elegía a uno de los
muchachos del pueblo, al que tenía más creatividad, para pensar y
“Para una de esas orquestas”, me comenta Don Eduardo Andina, “una vez hice un
estandarte, que por primera vez se le puso luces... ¡El primer estandarte luminoso del
país! Incluso era automático. Y... ¿cómo hice el automatismo? Fíjese, así”. El “así” era
un circuito eléctrico, elaborado muy ingeniosa y artesanalmente, que hacía que las luces
se prendieran y se apagaran rápida y secuencialmente, de modo tal que dieran la
sensación de que se movían.
283
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las máscaras de la identidad colectiva …
desarrollar la idea del adorno. Y se juntaba con la reina, que ya había
sido elegida, y ahí se empezaba a
conversar sobre cómo iba a ser el
adorno. Y ahí se juntaba la corte
–la corte son los que acompañan
a la reina en todo el carnaval–,
los directivos del Club, familiares
y... a adornar el Club. Se pasaba
un mes con eso. Ese mes servía
para la unión de la gente –nunca
más se odiaban–, se formaban
noviazgos, matrimonios... El carnaval siempre trae eso”. Sí, el
carnaval siempre trae eso. Y más: el paréntesis transgresor de lo
rutinizado, de lo estatuido como “socialmente correcto” –el efímero
desbunde de los jóvenes: la algazara, el alboroto, la insubordinación de
los cuerpos, la sublimación de lo prohibido…– y, en definitiva, la
reactivación y recarga energética de aquella socialidad en fase
menguante.
Pues bien, como luego me comentó Don Ariel Pereira, “en esos dos
clubes era donde la gente se reunía, unos allá arriba y otros acá”284.
Durante muchos años ha sido ahí, me asevera Eduardo Palermo, donde
“se sustentó el tejido social de Corrales; esos dos clubes organizaban,
en una población relativamente pequeña, competencias que en su
momento fueron deportivas, en los bailes, en el carnaval, en la
organización de eventos… Eso me parece importante”.
Hacia mediados del siglo pasado la urdimbre social de Minas de
Corrales era, en efecto, bastante firme, en buena medida a causa (y
también como consecuencia) del empuje socializador de los clubes.
Pero el tejido era más amplio y abarcador que lo que hasta aquí he
dejado entrever. “En su conjunto”, afirma Don Ariel Pereira, Corrales
“era una gran empresa, desde el punto de vista cultural, social,
deportivo. (…) Cómo te puedo decir… en su conjunto, en la globalidad,
había una armonía de conjunto. No habían grandes rivalidades
políticas, no habían pasiones desatadas; había una herencia, que era
A mediados del siglo XX, según me dijo Elidio Loza cuando lo entrevisté, también
existieron otros clubes, aunque menores, incluyendo a un “club de morenos” (el mismo
“club de negros” al que hizo referencia Raúl Armand’Ugón).
284
160
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las máscaras de la identidad colectiva …
una herencia europea. Minas de Corrales en aquellos años, en los
años cuarentaipico, hasta los sesenta, era lo que yo después vi en
pueblitos de España (…). Había armonía de conjunto. Había una
especie de fraternidad, en la que había rivalidades, sí, pero… De
repente la gente de una familia se agarraba a tiros con otra, qué sé
yo, pero el pueblo en su conjunto funcionaba como una comunidad
sola. Había un acto cultural, por ejemplo, que la Cooperativa bancaba
a un artista que venía a Rivera y lo llevaba a Minas de Corrales, y
llamaban a la gente, y el Club se llenaba, la platea del Club se llenaba.
La gente concurría en masa”.
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las máscaras de la identidad colectiva …
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las máscaras de la identidad colectiva …
una nueva dinámica, una nueva socialidad (4):
la casa mala, Don Bosco, el costurero, la ola…
Escucho a Selva, a Raúl, a Ana Laura, a Don Eduardo, a Don Ariel
Pereira –personas que vivieron en Minas de Corrales en épocas
distintas y más o menos distantes, personas de edades, intereses y
trayectorias vitales distintos y más o menos distantes– y me resulta
imposible, aquí y ahora, resistir a la tentación de transcribir parte del
agudísimo y entrañable análisis socio-antropológico sobre el mundo
cultural de los pequeños pueblos de nuestra campaña que el entrañable
y agudísimo Daniel Vidart realizara hace ya más de medio siglo: “cada
pueblecito tiene su clase aristocrática –funcionarios, comerciantes
fuertes, hacendados, profesionales– que vive en el casco urbano y
concurre al Centro Social; otra clase imprecisa, fluctuante,
crepuscular, amotina a los artesanos menudos, a los chacareros
aledaños y a los jornaleros fijos para fundar un anticentro, un club
democrático y deportivo”. Ahí están: los dos clubes, el Centro y el
anticentro, cada uno con su historia, su gente, sus hábitos, su ethos.
También los que quedan afuera, los casi siempre ignorados, olvidados,
soslayados o marginados: “y como cauda trágica existe una plebe
radicada en el suburbio, en el inevitable rancherío de mate y taba, de
boliche y bailongo, de compadrazgo y truhanería. Los elementos
masculinos de la clase ‘alta’ hacen escapadas furtivas al perímetro
proletario donde una sabrosa doncellez se demora o donde una
celestina organiza loterías de cartones y mujeres. Todos los
muchachos, en el turno iniciático de los quince años, conocen los ritos
secretos de la ‘casa mala’, del lenocinio embozado en el bajo, sede de
las luces rojas, de las guitarras turbias, de la carne triste”285.
...
En el caso de Minas de Corrales la “casa mala”, la de la carne triste, no
está embozada ni en el bajo. “Hay un quilombo ahí arriba”, me dice
José Alfredo; está ahí, desembozada, en uno de los bordes del centro:
285
Vidart 1998:179.
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“es una casa con una palmera en la puerta. Ese es muy viejo, pero
todavía funciona. He pasado por ahí y veo que ¡hasta aire
acondicionado le han puesto! La que regentea ahí anda en una Toyota
4x4. ¡Qué te parece!”286.
...
Así como los clubes fueron –y siguen siendo– la sede principal de la
socialidad profana y el quilombo la de la socialidad profanadora, la
religiosidad de los corralenses y la socialidad por ella propiciada
siempre tuvieron su centro de gravedad en la iglesia y parroquia de los
salesianos287. “La iglesia católica, que en su momento tuvo también un
colegio, también fue”, según
Palermo, “un centro importante
de cultura”. Don Eduardo
Andina, ex-alumno de esa
institución (al igual que sus
diecisiete hermanos), lo reafirma
categóricamente: “en el pueblo
era muy importante el colegio,
el Colegio Don Bosco. Cuando se
fundó, en el año 1942, había
solamente un colegio salesiano en todo el país; el de acá fue el
segundo. Venían muchachos de otros departamentos para acá, a
internarse como pupilos. Llegó a tener cerca de trescientos alumnos.
Funcionó hasta el año 1968, creo. (…) Hubo dos motivos por los cuales
el colegio fue decayendo: uno es cuando los padres jesuitas instalan el
Colegio San Javier en Tacuarembó, que era una ciudad capital, con
estación de ferrocarril y demás, que hizo que muchos de los
chiquilines que venían al Colegio acá empezaran a ir a Tacuarembó,
La explicación de José Alfredo es sociológicamente plausible: “supongo que esto de la
explotación minera se presta bastante bien para ese tipo de negocios, porque en la
empresa minera, por lo que sé, trabaja gente de distintos lugares del país, incluso
algunos bastante lejanos, y están acá sin familia… Y además con los bolsillos llenos”.
287 La institucionalización de la religiosidad local tuvo un nacimiento bastante
tempranero en Minas de Corrales. Ya hacia 1891 o 1892, de acuerdo con lo que me
informó Palermo, Minas de Corrales “recibió una misión evangelizadora que recorría el
Uruguay con Monseñor Isasa, que era el obispo uruguayo en ese entonces y que incluso
estuvo en las explotaciones mineras”.
286
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las máscaras de la identidad colectiva …
porque les era más cómodo. Y después se sumó el problema de la
escasez sacerdotal que comenzó a darse por los años sesenta”288.
...
“Estas son cosas con respecto a las cuales yo creo”, me dice Eduardo
Palermo, no en vano historiador, “que el aporte del experto y el aporte
del historiador, la visión del sociólogo o del antropólogo, de alguna
manera ayudarían a que esta memoria colectiva se reorganizara en
torno a revalorizar ciertas cosas que han sido dejadas de lado. Yo
recuerdo, en los años setenta, en el salón de la iglesia, se pasaban
películas de cine; era el cine del pueblo; el cura, con una máquina de
cine, pasaba cine. Eso era un acontecimiento extraordinario,
importante. Me imagino que debería ser lo mismo en los años sesenta,
o en los años cincuenta”.
El cura pasaba cine, en función matinée para todo público. Unos
cuantos años después la experiencia la retomó Don Eduardo Andina;
así me lo comenta una mañana de sábado mientras me muestra las
instalaciones del salón parroquial y del Colegio. Don Andina estaba
convencido de la importancia que la proyección de películas
cinematográficas podía tener para la población corralense, por lo
general alejada de ese tipo de eventos. Por eso había invertido tiempo y
energía en reflotar aquella iniciativa. Decidió que las funciones se
desarrollaran todos los domingos a las siete de la tarde, en punto. Los
dos primeros domingos de función el salón parroquial estuvo repleto
de gente, ansiosa por disfrutar la inusual velada cinematográfica. Al
domingo siguiente la concurrencia había mermado considerablemente.
El cuarto domingo de cine ya contó con muy poco público: los de
siempre, ese puñado de ciudadanos corralenses, hoy sesentones, en
todo momento dispuestos a hacer de Minas de Corrales el mejor lugar
del mundo. Un par de domingos después, a las siete de la tarde –en
punto– Don Eduardo Andina se encontró junto a la máquina de
proyección mirando a la sala totalmente vacía. Con convicción leonina,
Este testimonio, así como el resto de los que se transcriben más adelante, fueron
tomados de las dos entrevistas en profundidad que mantuve con Don Eduardo Andina
(el 25 de junio de 2005 y el 28 de febrero de 2009) y de sus intervenciones en el grupo de
discusión realizado en su Radio el 7 de julio de 2009.
288
165
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las máscaras de la identidad colectiva …
proyectó la película elegida para esa jornada (ya en ese momento,
gracias a los avances tecnológicos, en formato video), hasta el final de
la cinta. Al domingo siguiente, en la sala del Colegio, otra vez vacía,
resonaban las voces de Clark Gable o de Rita Hayworth, quién sabe, y
por debajo la respiración firme de Andina iluminada en la penumbra
del recinto.
Así fue y así siguió siendo durante tres meses, un domingo tras otro, a
partir de las siete en punto, cuando el león de la Metro rugía cansado
ante la platea desierta. Todo un ejemplo, todo un símbolo… todo un
mensaje.
...
“El cine que había era el cine del cura”, me cuenta Selva Chirico. “Era
muy peculiar. Yo lo veía desde el punto de vista femenino, he hablado
con el cura del lugar, y se muere de risa, porque a las mujeres nos
estaba vedado entrar al recinto del salón de los salesianos, salvo
cuando íbamos al cine. Ese era un ámbito exclusivamente masculino.
Nosotras íbamos enfrente a lo que se llamaba ‘el costurero’. Ahí
aprendí a bordar, a tejer, lo que se suponía que era mi obligación… y
mi destino, claro. La cosa funcionaba así: íbamos a la misa, y luego
de la misa nos entregaban una entrada gratuita para el cine, pero era
condición sine qua non ir a la misa. Interesante estrategia de
marketing, ¿no? Bueno, entonces nosotras íbamos rigurosamente a
misa, para no perdernos la película de la matinée que el cura pasaba
después. Yo no sé qué decía el cura, no me acuerdo, pero de las
películas sí me acuerdo. Y en ‘el costurero’ había un rato de oración y,
bueno, después, de enseñanza, de las cuestiones de… Yo no era muy
asidua concurrente, no tengo la menor habilidad para nada que
tenga que ver con la aguja… Entonces, con Lucy Grau, con quien
éramos muy amigas desde niñas –ella también era de otra familia
minera–, nos íbamos a un artefacto rarísimo que todavía está allá,
caído, que se llamaba ‘la ola’. ‘La ola’ constaba de un perno central, un
eje central, de hierro, altísimo, que tenía un artefacto, como si fuera
una calesita, era redondo, con una madera, donde te sentabas, pero
tenía la capacidad de girar trescientos sesenta grados y de moverse.
Entonces la gracia estaba en hacerlo girar lo más rápido posible y
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
hacerlo moverse. Era todo una aventura. La verdad que lo que más
recuerdo de las clases del ‘costurero’ era ‘la ola’… por supuesto”.
...
El teatro de Minas de Corrales también tuvo su época de oro entre los
años cuarenta y los sesenta. Los espectáculos teatrales se presentaban
en el Colegio y en los clubes, y eran más bien “livianos”: vodeviles,
sainetes, “cuadros plásticos”, “estatuas vivientes”. El director más
recordado fue Araminto Sánder, miembro de una de las familias
mineras pioneras en la región.
...
Más allá de la relevancia de las actividades sociales, artísticas y
recreativas que albergaban ambos clubes y de la socialidad de raíz
confesional que se promovían en las instalaciones de los salesianos, al
promediar el siglo pasado el esparcimiento cotidiano corralense estaba
en otro lugar. “Y… era un pueblito muy chico, yo me acuerdo, siendo
niño... existían las calles, pero era muy despoblado interiormente el
pueblo”, me cuenta, con algo de nostalgia, José Alfredo Oruezábal.
“Eran otras épocas. Fijate que con mis primos y con mis amigos,
nuestra garufa a veces –por decir garufa– era salir a cazar, pescar, o
si no, cuando los padres no estaban, reunirnos en algunos lugares en
el campo y ahí juntábamos tordillos, baguales, y... salíamos por el
campo, ese era nuestro placer (…). Y de noche… ¿adónde ibas a ir? ¿A
una boite? No había. Centros nocturnos, no había. Tenías que
defenderte a tu manera. Y además, ir a Tacuarembó o a Rivera era
todo un viaje… aunque había que tener algún pesito”.
...
“Era la vida muy sana”, me dice Don Eduardo Andina. La diversión
cotidiana estaba en la calle, en los remansos del arroyo, en las casas de
parientes y amigos. Y en los bailes de campaña, claro. “En aquella
época, cuando yo (José Alfredo) era muchacho, no había bares. Lo
que había eran bailes de campaña, donde muchos íbamos a caballo”.
Los bailes de campaña fueron, desde siempre, una institución social
167
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
vital en Minas de Corrales. Allí se iniciaron amoríos, se rompieron
parejas, se olvidaron penas, se gestaron chismes sobre vidas ajenas… Y
también, mientras llenaba el aire de rancheras y polcas, algún músico
entrañable se hizo profesional.
168
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
la vida bandoneón
“Al principio yo empecé con guitarra, ¿no? A acompañar, así... Y
después, bueno, ya... pude tener un bandoneón, y ya lo tuve como
herramienta de trabajo. Yo viví del… de... de la música. Toqué como
40 años... Yo ya me jubilé de eso... Porque yo me afilié a la Sociedad
de Música de Rivera. Y saqué treinta y un años de trabajo y sesenta de
edad... Y me jubilé”289. El que habla, con la voz entrecortada más por la
emoción que por los casi ochenta años que lleva a cuestas, es Don
Elidio Loza, el músico profesional de Minas de Corrales, integrante de
una familia de músicos ya legendaria en el pueblo, dueño de una
existencia sostenida a fuerza de bonhomía y bandoneón.
El discurso que sigue está elaborado a partir de las dos entrevistas en profundidad que
mantuve con Don Elidio Loza, el 28 de mayo de 2005 y el 28 de febrero de 2009.
289
169
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
“Mi padre era italiano... y era músico también, de acordeona... ¿sabe
lo que es, no? Mi padre vino de Italia en el año 1903. Se llamaba Luis
Francisco Loza. Bueno, él vino a la casa de un tío que vivía allí, que
también era italiano y casado acá con una italiana. Vino como a
pasear, y resulta que se quedó a trabajar en las minas, las de San
Gregorio. Trabajó ocho años en las minas, en el tiempo de la
compañía inglesa. Bueno, ahí se casó, a los ocho años de estar acá,
con una vecina de ahí cerca, que era mi madre, Orfilia Baille, y ya no
se fue más para Italia. Se quedó acá”.
Mi compañera y yo estamos en la casa de uno de sus hermanos, en el
centro de Corrales, que nos esperaba con la puerta abierta de par en
par. Afuera se despereza una mañana de sábado, de sol, de otoño. Don
Loza habla pausado, con voz trémula, buscando palabras en su cabeza.
Insisto con preguntas, aún cuando presumo que la situación lo
incomoda. “Entonces él trabajaba en la música y en las minas... y
cuando estaba medio libre de las minas, iba a trabajar con la música,
a tocar en bailes y en reuniones. Lo tenía como oficio también. Bueno,
y tuvieron doce hijos: seis varones y seis mujeres. Y casi todos salimos
músicos, por descendencia de él, de mi padre. Y... ¿qué más les puedo
contar...?”.
En el modesto comedor diario de la casa tres personas de su edad lo
escuchan con respeto y asienten con sus ojos, casi imperceptiblemente.
“Mi padre fue el que empezó la música acá, salía a campaña con la
acordeona a media espalda, iba a tocar por ahí, a salones, cuando
hacían bailes, ¿no? Bueno, entonces aprendimos de verlo tocar a mi
padre. Pero nosotros aprendimos el bandoneón, que no es lo mismo
que la acordeona. En esa época, cuando mi padre ya estaba acá, es
que aparecieron los bandoneones, ¿no? Aprendimos casi todos los
hermanos. Y las mujeres también. (…) Aprendieron el bandoneón por
música, por notas, todo. Yo toco de oído. Sólo hubo uno de mis
hermanos que aprendió por notas, y nosotros mirándolo a él
aprendimos, ¿no? Bueno… ¿y qué más puedo decirles...?”.
Las palabras salen de a poco, con dificultad. Al mencionar al
bandoneón, se levanta de su silla, lo toma de arriba de la mesa, vuelve a
sentarse y se lo pone en su regazo, acomodándolo con mucho cuidado
encima de un añoso trozo de paño. “¿Qué músicas hacíamos? Bueno…
más bien era el vals, el tango, la milonga, marchas, esas cosas...
170
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
rancheras...”. Hace una pausa y nos mira expectante, como si ya no
tuviera más que decir. Señalo al bandoneón y con un gesto lo incito a
tocar. “Bueno, un tango... ¿les gustaría?”. Mi compañera sonríe,
aprueba, espera. Los dedos de Don Loza se deslizan en una especie de
arpegio, como si necesitaran calor.
Empiezan a sonar los primeros
acordes de un tango. Se detiene:
“vamos a tocar el vals”.
A medida que un pegadizo
valsecito criollo ilumina la mirada
de los presentes –“Desde el alma”,
de Rosita de Mello, me dijo
después– Don Loza mira hacia el
vacío –¿hacia su adentro?–. Sus ojos se van poniendo vidriosos. Uno
de sus amigos parece emocionado; su mirada, que hasta ese momento
parecía inexpresiva, resignada, se enciende. Su hermana busca con su
gesto nuestra complicidad. Se la ve orgullosa.
171
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Con el último acorde, Don Loza rescata su mirar. Deja caer sus dedos al
costado del bandoneón. “No, este no es mi primer bandoneón. El
primero yo lo compré ya de segunda mano o de tercera mano, y... Yo
lo compré en cien pesos, ¿no?, en aquella época... Y le digo... fue, hace
como cincuenta y pico de años, el primer bandoneón que tuve.
Después yo compré otro más nuevo, y vendí aquél”. Su hablar ya no es
entrecortado, como si el bandoneón, ahora en reposo sobre su falda, le
diera amparo, seguridad, identidad: como Becho con su violín, cuando
Don Loza toca y se calma queda el bandoneón sonando en su alma.
Las palabras de a poco empiezan a fluir, aunque nadie se las pida. “Y…
tocaba en campaña, en bailes… Sobre todo en las escuelas de
campaña, que hacían bailes muy seguido. Yo tocaba de todo… Y
también inventaba... escuchaba alguna polca más o menos fácil y yo
más o menos la hacía. (…) Cuando empecé, nosotros a veces salíamos
en sulky a campaña, ¿no? Y sí... yo salía con mis hermanos, mayores
que yo, y a veces íbamos dos o tres a tocar en un baile, en una escuela,
en salones de baile. Igual acá, en Corrales, en los clubes esos que
hay... ‘el Obrero’ –¿lo conocen, no?– y ‘el 25’, allí abajo. Bueno, y otros
clubes, de morenos también... Bueno, nosotros vivíamos de eso y
adonde nos llamaban íbamos... a ganar la changa, como se dice...”.
Es conmovedor escuchar a Don Loza narrando con sencillez y amor
propio su vida de música en aquellos buenos tiempos. “Y mire que
cada tanto sigo tocando, ¿eh? A veces... salgo porque me llaman para
un... alguna peña, algún cumpleaños, fuera de compromiso, ¿no?
Porque ya me jubilé. (…) Ah, sí... a esta altura tengo como doscientas
canciones... o más. Entre valses y marchas y tangos... Sí, no debe
bajar de doscientas. Y sí, era mi trabajo. Para hacer la práctica del
instrumento, no precisa ni mirar. Hace la práctica y el oído le marca,
¿no? Y los dedos marcan solos, ya aprietan el botón que es...”.
Al amparo de su bandoneón, Don Loza recupera su locuacidad. Vuelve
a su padre y al pueblo que lo vio nacer, a la entrada del siglo pasado.
“Cuando mi padre vino con mi tío de Italia, eran muy pocos acá en
Corrales. Bueno, mi tío vino antes que mi padre. Y compraron un
campito acá, por las afueras de Corrales y... y plantaron viñedos, las
vides, la uva. Y tenían una casa allí... cerca del cementerio. Y vivimos
allí, en la cuchilla. Y bueno, hicieron la casa y vivimos allí, nos
criamos ahí, ¿no? En esa época Corrales era muy despoblado. Mi
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las máscaras de la identidad colectiva …
padre cuando vino dizque habría aquí unas veinte casas, eran pocas
las casas que había...”. Sus recuerdos son los de su padre. “Mi padre,
como le dije, tocaba la acordeona, tocaba en bailes, hace añares.
¿Quiere verla?”.
Suelta la pregunta mientras se incorpora, con alguna dificultad, de la
silla. Su hermana se le adelanta, como cuidándolo: “voy a traerla”. La
acompaño hasta el dormitorio contiguo. Desde el techo del ropero bajo
un bulto envuelto en una bolsa de nylon; adentro de una caja de
cartón, acomodada entre trozos de espumaplast, descansaba la
acordeona. Se la alcanzo a Don Loza. “Vamos a enseñarle la
acordeona... ésta es del año cinco. Tiene cien años. Es italiana la
acordeona...”. Mete la mano en la caja y saca un librillo. “Esto es un
catálogo de acordeones, está en italiano”. Su hermana nos comenta
que su padre había comprado la acordeana por ese catálogo, y nos
señala uno de los modelos que aparecen allí, casi idéntico a la reliquia
que su hermano sostiene con un cuidado extremo. La mano derecha de
Don Loza acaricia el teclado, la izquierda los botones, como tentado
por la frágil asimetría. “¿Ve?”, nos muestra, “acá dice: Italia. 1905”.
Ayudo a su hermana a volver la acordeona a su lugar. Don Loza respira
hondo, como si la situación lo hubiese fatigado. Con los ojos pide
permiso para volver a tocar el bandoneón.
Otro valsecito criollo. “Este fue un invento mío, porque a uno a veces
se le da por inventar algo... Estas cosas salían de tardecita, cuando no
había nada para hacer. De tardecita, así, entrenarse... unos cuantos
de los hermanos, que éramos los que estábamos en la casa. (…) Yo
estuve medio estudiando el solfeo, como dicen, ¿no? Pero yo... en
campaña... con el oído me defiendo. Y la música es la misma, porque
yo... yo actúo con otro músico que toque por nota como con otro que
toque de oído. Yo me adapto a tocar... sea lo que sea, ¿no? Lo que pasa
es que uno ya trae... ya trae eso. Es lo mismo, es parecido al que
aprende a escribir a máquina. Ya los dedos están educados a... a ir
derecho al botón para apretarlo. Y acá es casi lo mismo. Y el oído le
indica la nota. Pero uno lo tiene que traer de origen, ¿no? Ah, de
origen. La música sí... Bueno, yo era medio aficionado también al
canto, ¿eh?”. Enseguida entendimos que quería cantar, cantarnos.
Sus dedos, enérgicos, repiquetean en los teclados. “Es una canción
difícil”, nos dice, “no sé si me saldrá bien. Y usté tápese los oídos”, le
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las máscaras de la identidad colectiva …
dice con picardía a mi compañera, “es una canción que habla mal
sobre las mujeres. ‘Martes trece’, se llama”. Don Loza canta, mirando
al vacío, concentrado en la letra de una canción que no le deja respiro a
su voz ni a sus dedos, atrapados en una vorágine de fusas y semifusas.
Con el chan-chán final vuelve al mundo y a los ojos de Gisela: “¿le
gustó?”.
Lo que había empezado como entrevista ya es una fiesta, una
celebración de la memoria, con el bandoneón como eficaz catalizador.
Se acerca su hermana: “¿y aquella otra marcha que siempre tocabas?”.
“Esa fue inventada por mi hermano”, se apresura a aclararnos Don
Loza mientras abre el fuelle suavemente, y éste responde soltando
acordes. “Era una marcha de carnaval… Porque nosotros salíamos en
conjuntos por las calles a... Murgas y... ‘La marcha de los muchachos
del centro’ era el título... era una marcha de carnaval”.
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Don Loza disfruta, como si reviviera internamente aquellos carnavales
de antaño, haciendo marchar su ensoñación al ritmo de su pie derecho,
que golpea el piso delicada y sincopadamente. Nosotros disfrutamos
con él, empatizando con la emoción que se esconde detrás de sus
párpados. La marcha de carnaval que nos regala es de un color local
intransferible, alegre y pegadizo, con aires circenses y marciales. Me
recuerda, no sé exactamente por qué, a una antigua canción de la
célebre Troupe Ateniense montevideana, que mi tío canturreaba al
volante de su Renault Fregate, cuando sus sobrinos aún éramos niños.
“Los muchachos del centro” y “Los muchachos del puente” eran las dos
comparsas de la época, me había dicho el gallego Tito. “No eran
murgas, eran comparsas”. (La aclaración me ayudó poco: las murgas y
las comparsas corralenses tenían muy poco parecido con sus
equivalentes montevideanas, tanto con las primigenias como con las
actuales. La base rítmico-melódica mínima de las comparsas evocadas
por Tito López la constituían bandoneón, guitarra y violín, lo cual las
pone mucho más cerca de las rondallas ibéricas que de las comparsas
de negros y lubolos de nuestro sur. Curiosamente, pienso, nada de
percusión.) “Cada una de las dos comparsas tenía su propia música.
Había una competencia fiera entre esas dos. Loza tocaba bandoneón
con “Los muchachos del centro”. En realidad tocó con las dos
comparsas, creo…”. Don Loza cierra el fuelle y repite: “esta marcha
fue invento de un hermano mío... César Loza”. “–¿Y la gente
bailaba?”. “–Ah, bailaba, sí, cómo no”.
Si Becho tocara el bandoneón, mariposa oscura, sería Don Loza.
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amador
“Todavía hay memoria de los bandoneonistas”, evoca Selva Chirico.
“En casa había una persona que decía: ‘como Gardel y Anataniel no
hay ninguno’. Anataniel era, en aquel entonces, el bandoneonista del
pueblo. Y los equiparaba. Esa persona era contemporánea de los
Losa. Murió ya… Porque los Losa fueron variando, como todo
conjunto van teniendo cambios de integrantes, uno de ellos era
Ernesto dos Santos, que era primo de mamá, y también de los Paz
Brizola. (…) Sí, cómo no, las veladas de Corrales eran muy lindas”..
“Yo salía en la comparsa con los Loza, y Laprebendere y otros
muchachos de aquella época, por los años cincuenta y sesenta”, me
dice Don Ariel Pereira en su despacho del canal de televisión de Rivera.
“Los Loza eran personajes del pueblo, sí, Elidio, César… También
estaban en una banda de música que se había formado antes. Había
venido un alemán, inmigrado en la época de la guerra, que era
maestro de música, y Juan Navarro lo contrató. Y se formó una
banda, donde tocaban los Loza, Amador Andina, y…”.
“El del medio es ‘el alemán’, que era el director de la banda. Ahí está uno de los Loza, y
del otro lado hay otro. Éste es papá, el de la flauta”. (Foto cedida por Eduardo Andina).
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“Acá tenés”, me indica uno de los dieciocho hijos de Amador,
señalando una foto antigua en su computadora de la Radio. “El del
medio es ‘el alemán’, que era el director de la banda. Ahí está uno de
los Loza, y del otro lado hay otro. Éste es papá, el de la flauta. Y este
otro…”. De a poco comienzo a vislumbrar cómo –y cuan densamente–
están entretejidos los hilos de la urdimbre social corralense. “Los
ensayos de la banda se hacían en casa”, me cuenta Don Eduardo
Andina. “Yo era muy chiquito cuando eso, y cuando empezaba la
banda yo a veces asomaba la cara como para mirar cómo tocaban, y
cuando sonaba la tuba, yo salía rajando, aquello hacía temblar
todo...”.
Fotografías
cedidas por
Eduardo
Andina.
Amador nació en Bagé en 1888, y a los veinte años se afincó en
Corrales; un tiempo después conoció a una lugareña, todavía
adolescente, que vivía con sus padres –los Lisboa, hijos de brasileños,
nietos de portugueses– en un establecimiento rural cercano al pueblo.
Se casaron en 1915, cuando ella tenía quince años y él ya se había
ganado el afecto de sus vecinos, incluso el de los más renombrados: “el
doctor Davison fue padrino de bodas de mis padres. Hay una foto en
la que están ellos dos, los recién casados, sentados, y el doctor
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Davison con su esposa, Ana Packer, atrás. Eran los padrinos. (…)
Bueno, de ese matrimonio surgieron dieciocho hijos”, me informa el
penúltimo de ellos. Su padre, como tantos otros brasileños, había
llegado a Corrales a trabajar en las minas, cuando la declinación del
sector aún no era del todo perceptible. “La profesión de él era herrero.
En principio, lo primero que hacía cuando vino acá, en cuanto a
trabajo, él era el que le daba el temple a los picos y a las cuñas con las
que se trabajan las piedras. Él iba al lugar donde se estaba
trabajando y según el tipo de material sabía qué temple darle. Fue
muy buen herrero y, según lo que cuenta la gente de acá, también fue
el primer mecánico de Minas de Corrales. El primer vehículo que vino
a Minas de Corrales lo trajo mi papá, de un señor que lo tenía, él se lo
compró, se fue a Montevideo y lo trajo. Era un Ford T”.
“Don Amador Andina era un fuera de serie, lo recuerdo bien”, me dice
con admiración Don Ariel Pereira. “Mirá, te cuento, mi madre montó
un tallercito de costura, hacía camisas, trabajaba con una hermana
de Andina, de Eduardo Andina. Mi madre era prima-hermana de la
madre de Andina. Entonces ella y mi madre hacían camisas, y mi
padre traía las camisas acá (a Rivera) y las vendía, a ‘Siñeriz’ y a
otros negocios grandes, y ya de vuelta llevaba telas (a Corrales), y con
lo que no se vendía, salíamos con un hermano de Andina, con Nelson,
que se casó con la gorda Oruezábal, que era la tía de José Alfredo, se
casaron y se fueron a vivir Tacuarembó”. (La urdimbre se adensa
cada vez más.) “Bueno, Nelson tenía un Forcito, un Ford 31, era en la
época de la guerra, en esa época no había nafta, entonces lo tenía a
gasoil. Porque los Andina siempre fueron mecánicos fantásticos. El
viejo era un… mirá, era un hombre de ciencia, era un fuera de serie el
viejo. Tocaba flauta dulce. Era un viejo fantástico. Él iba a la escuela
y nosotros cantábamos el himno con un piano y la flauta de Don
Amador”. Un hombre de ciencia, un fuera de serie, un viejo fantástico.
O bien, en la rotunda síntesis de Passarinho: “o velho era campeão… O
pai deste Andina, du radio. Não, não, era campeão, ¡o velho era
campeão!”.
Todo pueblo que se precie tiene un sieteoficios autodidacta, alguien
que eche mano en cuanto aparato necesite reparación, un inventor sin
escuela, con destreza y osadía como para dar solución a los problemas
mecánicos más variados. Amador lo fue, y en grado sumo. “Según
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recuerdo, y según lo que la gente mayor comenta, cualquier cosa que
hubiera que arreglar, mi papá la arreglaba. A modo de ejemplo, le
digo que la casa paterna la hizo papá. Él hizo la horma para hacer el
ladrillo, él hizo los ladrillos, él hizo la casa, él hizo las puertas, las
ventanas, él hizo la instalación eléctrica cuando hubo electricidad, él
hizo el fogón donde se cocinaba, él hizo la caldera, la olla, la cuchara,
el tenedor, el cuchillo, la palangana para lavarse la cara... Todo en
casa era hecho por papá. Tal es así que alguien va y le dice: ‘Don
Andina, usted hace de todo, sólo le falta hacer una persona’. Y él va y le
dice: ‘y mis hijos, ¿quién los hizo?’”. Y los hizo en cantidad: una docena
y media, nada menos.
“Sí, hacía de todo. Y papá, a pesar de revolverse, digamos, en
cualquier cosa que se le presentara, nunca decía ‘no sé’; él siempre
arreglaba. Es más”, agrega Don Eduardo Andina, dejando asomar una
admiración y un amor filial inocultables, “muchos mecánicos que
surgieron acá, aprendieron con papá. Y bueno, el taller que tenía en
aquel entonces era de herrería, mecánica y carpintería. Herrería con
fragua para el hierro... Le hizo la herrería a muchos amigos... Bueno,
sobre la herrería hay muchas anécdotas. Un día llega un señor que,
según el comentario de todos, era medio cascarrabias, ¿no? Y llega y
va y le pide a papá: –‘mire, necesito que me haga tal cosa’ –‘Ta, ta’,
dice papá. –‘¿Y para cuándo está pronto?’ –‘Ah, esta tarde, para las
tres de la tarde está pronto’. Y sin conocerlo ni siquiera a mi papá, se
sobrepasa un poco y le dice: –‘pero a las tres está, ¿no?, usted no me
haga venir y que no esté pronto’. Y papá le dice: –‘si yo le digo que a las
tres está pronto, a las tres está pronto’. Papá enseguida hizo el trabajo
y quedó pronto, en la mañana nomás. Bueno, de tarde, vino como
siempre a trabajar a la herrería, siguió haciendo otros trabajos, y
cuando son las tres menos diez, tres menos cinco, toma el trabajo del
señor, lo pone en la fragua y le da fuelle, le da fuelle, lo calienta bien,
y lo tira al suelo. Porque sabía muy bien que aquel señor decía que
venía a las tres, y era a las tres, era puntual el hombre. Entonces...
cuando llega este hombre a buscar su trabajo, papá, como distraído,
dándole fuelle a la fragua... Entonces llega y... –‘¿Y? ¿Está pronto mi
trabajo, don Andina?’ –‘Sí, está ahí en el suelo, es ese que está ahí’. Y
sigue ahí en la fragua, disimulando. Y va el hombre a agarrar el
trabajo, ¿no?, y lo agarra y... pshshshshshsh, se quema las manos. Y
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las máscaras de la identidad colectiva …
entonces se enoja con papá: –‘¡Eh! ¡¿Por qué no me dijo que estaba
caliente?!’ –‘¿Usted no es un hombre conocedor de refranes?’ –‘¿Y qué
refrán?’, le dice el hombre. –‘En casa de herrero escupa primero’”.
José Alfredo Oruezábal, Ariel Pereira, Elidio Loza, Tito Pereira, Raúl
Armand’Ugón, Passarinho, Selva Chirico, Eduardo Palermo, todos me
habían ido perfilando, cada uno desde su vivencia, la singular
personalidad de Amador. Casi todos lo recordaban como músico. “Sí,
incluso fue profesor de música. Tenía alumnos. También, de cualquier
instrumento que le daban, él tocaba. Hay fotos de él con alumnos de
música, cada uno con distintos instrumentos”.
El perfil lo cierra, por razones obvias, su hijo: “mi papá fue muy muy...
todo un personaje de acá. Historias de él... no sé si ya a esta altura
alguna no es infundada, de repente..., pero él siempre fue muy
chistoso. Cada vez que hablaba con quien fuera, él no perdía
oportunidad... siempre le saltaba alguna farra, hacía algún chiste
siempre, siempre. Un día... venía el doctor Ros, que estaba sentado
allí, casi al lado de la Agencia Ford, allí donde vivía, que siempre se
sentaba en la vereda a charlar con algunos vecinos que se arrimaban
para hablar con él... Y papá justo había estado con él y le había dicho:
–‘señor Andina, tiene que retirar el cigarro, le está afectando mucho’. Y
papá va al taller y, a propósito, agarra una tacuara, la agujerea con
un hierro caliente, y hace una pitera como de medio metro, más o
menos, y viene y pasa cerca –sabiendo que el doctor estaba ahí– y
pasa cerca de él, por la calle, cerquita de la vereda de él, fumando... Y
va el doctor y le dice: –‘¡Don Andina! ¡Puede venir acá un minuto!’, le
dice. –‘Sí, doctor’. –‘¿Yo no le dije que retirara el cigarro?’ –‘Bueno
doctor, lo retiré medio metro, ¿tengo que retirarlo más todavía?’. Y
bueno, hay un montón de anécdotas como esa...”.
A diferencia de Don Loza, Amador no tocaba de oído. Su singular
talento parece haber sido bien alimentado, a esfuerzo y pasión. “Él se
acostaba todos los días a las siete de la tarde, más o menos, pero no a
dormir: se acostaba y leía mucho. Todos los días. Tenía una buena
biblioteca y leía, leía, muchas cosas. Entonces él tenía una cultura
bastante amplia. Él tenía sus diccionarios enciclopédicos, sus
colecciones de libros especiales sobre distintos temas, incluso sobre
química, sobretodo seguramente por el tratamiento del hierro...
¿Cómo llegaba a esos libros? Bueno, él los compraba. A veces a un
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vendedor. Pero él también encargaba. No se olvide que en aquella
época, se demoraba un poquito, pero se encargaba por correo. Usted
encargaba algo y siempre había alguna forma, por comentarios, por
alguna audición radial, de repente, o por algo del diario, entonces se
enteraba de tal libro de tal cosa... Aparte cuando él fue a comprar el
coche esa no fue la primera vez que viajó a Montevideo. Él ya había
ido en muchas oportunidades, él iba a Montevideo, cada tanto, a
comprar cosas... Y ahí aprovecharía también a visitar alguna librería
para munirse de sus elementos, ¿no?”.
Los recuerdos de Don Eduardo se encadenan, uno tras otro, sin pausa.
“Papá siempre fue muy servicial también. Y al dominar tantas cosas,
era como para pensar que hizo mucha plata. No, no, para nada.
Fuimos siempre una familia muy humilde, pasamos necesidades y...
La satisfacción de él era hacer algo, ayudar y... entonces, como que no
era... No le importaba tanto hacerlo por ganar, ¿no? Era más, yo
creo, lo que hacía gratis que lo que cobraba”.
(Escucho esta semblanza de Amador, en boca de su hijo, ya veterano, e
involuntariamente me distrae el recuerdo, borroso, de unos versos de
Shakespeare. Cuando vuelva a casa los voy a buscar, pienso290.)
Sí, la satisfacción de él era hacer algo, ayudar. Cualquier corralense,
hoy, puede decir exactamente lo mismo (pero en tiempo presente) de
Don Andina, hijo de Amador, hijo pródigo de Minas de Corrales.
“Andina es descendiente directo de quienes vinieron a trabajar en las
minas de oro. Y es un pionero también”, me dice Eduardo Palermo.
“Es un hombre de gran importancia en Minas de Corrales. (…) Es un
individuo que fue pionero con su proyecto de radio (291), fue pionero
Los versos son los del monólogo de Ariel, en La tempestad:
Cinco brazas bajo el agua
Tu padre sepultado duerme
De sus huesos nace el coral
De sus ojos nacen perlas
Nada hay en él corruptible
Que la mar no transforme
En algún tesoro único.
291 Radio Real de Minas de Corrales se inauguró el 16 de mayo de 1983. Fue la quinta
emisora radial del departamento de Rivera y la segunda del interior. (La primera fue
Radio Vichadero, inaugurada el 22 de julio de 1962.) Radio Real fue, además, la primera
emisora radial de nuestro país que contó con sistema digital computarizado propio,
creación de Don Eduardo Andina.
290
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con su proyecto de televisión por cable para Minas de Corrales, un
individuo que tuvo un papel trascendente en el año ochenta y cinco,
cuando el Intendente Municipal de Rivera, el doctor Estévez, quiso
hacer uso de las torres del aero-carril para venderlas al peso, como
hierro, y Andina fue uno de los que encabezó la defensa patrimonial,
la defensa del valor patrimonial que representan esas torres, el
conjunto de las torres. (…) Y yo creo que ahí, a través de la Radio
Real, del trabajo de Andina y de otros vecinos de Minas de Corrales,
ha habido una sustentación del patrimonio, fundamental. (Pero no ha
sido suficiente, yo creo que han sido voces aisladas, o que han sido
dejadas en forma aislada)”.
La satisfacción de él es hacer algo, ayudar. Por eso podemos estar
seguros de que aquella frase que por pudor dejó inconclusa –“fuimos
siempre una familia muy humilde, pasamos necesidades”– la había
dejado deslizar totalmente despojada de cualquier atisbo de reproche o
de algo parecido. Es que la siembra de Amador fue fecunda: “sí,
nosotros... todos los hijos salimos con cierta facilidad en cuanto a
manualidades. Ya desde chiquitos empezábamos a meternos en el
taller y hacer cosas. Al principio él hacía títeres y hacía de todo para
los hijos, pero ya los últimos, nosotros mismos hacíamos los juguetes,
porque ya estaría bastante aburrido de hacer juguetes. De vez en
cuando nos hacía algo, pero él nos dejaba entrar a hacer cosas.
Bueno, cuando yo tenía unos ocho años, por ahí, ya la madera la
dominaba bastante bien. Yo hacía un jueguito de dormitorio, de
comedor, para las muñecas de mis sobrinas, que eran menores. Uno
ya desde chiquito empezó a meterle mano a las herramientas y... Y
creo que todos salimos un poco involucrados en esas cosas, ¿no? Pero,
le digo, mi niñez acá en Corrales fue maravillosa. Ah, sí, le puedo
decir que fue... sensacional”.
Ya se entiende bien por qué Don Ariel Pereira definió a Amador Andina
como “un fuera de serie” y Passarinho como “um campeão”. Ya se
entiende bien por qué hace algunos años el pueblo de Minas de
Corrales, como simbólico homenaje póstumo, le puso su nombre –un
nombre que parece robado de El amor en los tiempos del cólera, o de
un poeta de Macondo– a una calle céntrica, entre tantos próceres y
fechas patrias tan ajenos a la historia y a la sensibilidad locales.
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el doctor Ros, su obra junto a los grandes
Entre varios nombres de próceres y fechas patrias, la calle “Dr. Enrique
Ros” trepa de norte a sur por el centro del pueblo. “Cuando Minas de
Corrales cumplió los cincuenta años de la declaración de pueblo, ese
día se inauguró la calle ‘Dr. Ros’, me cuenta Don Eduardo Andina, que
lo conoció bien. “Y el propio doctor Ros fue quien descubrió la placa
que está allí, en su honor… Fue una cosa muy linda. La placa dice así:
‘felices de quienes pueden recoger en vida el cariño de un pueblo’.
Entonces imagínese qué emoción debe haber sido para el doctor Ros
descubrir eso… y encontrarse con esa placa. Fue muy emocionante”.
Emocionante y justo.
“Una cosa que yo me preguntaba siempre de niña”, se pregunta ahora
Selva Chirico, “¿por qué el retrato de Davison en la casa de los
corralenses? Había muchos médicos en Corrales… ¿Por qué Davison?
¿Por qué yo, que había convivido con el doctor Lockart o con el doctor
Miranda o con el doctor Darnauchans, el padre de Eduardito, por qué
no había un retrato de esos médicos en las casas de las personas?
¿Por qué Davison? Y siempre me parecía que ahí debía haber algo
“detrás de”. Que fuera filántropo… los otros también lo eran.
Darnauchans dejaba su vida por el pueblo. Miranda, otro que falleció
muy viejito, una vez me dijo: ‘como Davison no cobraba, a nosotros no
nos pagaban’. Entonces todos los médicos iban y trabajaban por la
gallina. Entonces, ¿por qué los otros no? Hasta que entendí la clave de
la cosa”. (La “clave de la cosa” fue, como ya he considerado, la
iniciativa de Davison de formar una empresa cooperativa con los
mineros que habían quedado desempleados cuando las compañías más
importantes de aquella época suspendieron sus explotaciones, lo cual,
como subrayó Selva Chirico, les restituyó la dignidad.)
Miranda, Lockart, Darnauchans, fueron médicos muy queridos que
aún habitan en la memoria de los corralenses. También lo fue, también
lo es, el doctor Enrique Ros, a quien los corralenses más veteranos lo
recuerdan sentado en la vereda frente a su casa, de tardecita, de charla
con algún vecino. O en su consultorio, dando consejos que curaban sin
necesidad de medicamento alguno.
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Uno de esos veteranos, Don Eduardo Andina, evoca un episodio que
nos ayuda a conocer algo de la humanidad del doctor Ros y su singular
forma de entender su profesión. Vale, entonces, que lo cite in extenso.
“El doctor Ros era una persona muy querida. Tenía una forma de ser
muy especial; era muy cariñoso, muy amable. Y tenía cosas raras.
Cuando yo era botija, trabajaba de mensajero en el Telégrafo, y el jefe
del Telégrafo tenía una hija, que tendría cuatro o cinco años, que
estaba llena de granitos, en la cara y por todo el cuerpo. Y ya no sabía
qué hacer. Y un día el doctor Ros va a hacer un telegrama y va el jefe
del Telégrafo y le dice:
—Doctor, puede ver a mi chiquilina, tiene todos esos granos, un
sarpullido raro…
—Llevala a Fulano de Tal (que era un curandero).
—¿En serio, doctor?
—Sí, sí, es el que la puede curar.
Al tiempo, el tipo vuelve. Y este hombre le dice:
—Doctor, la cosa no anda, la chiquilina está cada vez peor.
Y el doctor Ros le responde:
—Bueno, ahora dejámela. Yo la voy a curar.
Entonces, al otro día el doctor Ros fue a la casa de la botija. La hace
salir de la casa y le dice: ‘Ves, por allá sale el sol. Vos, no bien sale el
sol, te tomás una de estas pastillas. Mirás el horizonte, y apenas se
asoma el sol, te tomás una pastilla. La otra pastilla te la tomás de tarde:
cuando desaparece el sol, ahí te la tomás. Pero no te podés olvidar,
¿eh? Por nada del mundo te podés olvidar. Y no te podés demorar:
apenas sale el sol, una pastilla, apenas se pone el sol, la otra pastilla.
¿Entendiste? No te podés equivocar. Si no, te sale el doble de granos’.
Y le abría los ojos grandotes a la chiquilina. Y bueno, a los dos días la
chiquilina no tenía nada, ni un grano, se le desapareció todo. Y
entonces el Jefe del Telégrafo le dice:
—Pero doctor, ¿qué pastillas le dio?
—No, mire, esas pastillas son de talco, no sirven para nada.
¿Qué pasaba? La botija se había impresionado con algo y le salió todo
ese sarpullido. Entonces había que impresionarla de vuelta para que
se le fuera. Y fue lo que hizo: la asustó, con esa insistencia en la hora y
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las máscaras de la identidad colectiva …
todo eso, y chau. Santo remedio. Pero la cosa no terminó ahí. Este
hombre aprovechó. Tenía otro hijo, un hermano de esa chiquilina, que
se orinaba en la cama. Entonces se le acerca al doctor Ros y le dice:
—Mire, doctor, Quico se orina en la cama. ¿Habrá algún medicamento
para eso?
—Ah, sí, llamá a tu mujer.
Allá vino la señora, y Ros le dice:
—Traeme un par de carreteles de hilo, de esos grandes de madera.
La señora le trae los carreteles, y entonces Ros los ata entre sí, uno al
lado del otro, y le hace un nudo en cada punta. Y le dice:
—Bueno, de noche, cuando el botija se vaya a acostar, le atás estos
carreteles a la cintura, pero que los carreteles queden en la espalda. Vas
a ver, no se orina más.
—¿Seguro, doctor?
—Sí, sí, seguro.
Bueno, pasan los días y el botija no se orinaba más. Entonces va el
señor y le dice:
—Pero doctor, ¿usted está de brujo en vez de médico?
—No, mire, el botija se orina cuando duerme boca arriba, porque se le
calientan los riñones y se orina. Con los carreteles, como le molestan,
no va a dormir boca arriba, se pone boca abajo o de costado. Y entonces
no se orina.
Entonces el Ros tenía esas peculiaridades, que llamaban mucho la
atención. Era una cosa fuera de serie, el doctor Ros…”.
...
Los intereses de Ros no se agotaron, ni mucho menos, en su ejercicio
de la medicina. Buena parte de su vida y de su energía las dedicó a
acompañar a Ana Packer en los nueve años de su segunda viudez y,
treinta años después, a fijar en forma indeleble la colosal figura de su
esposo, Francisco Davison, en el corazón de todo corralense. En efecto,
Misiana, ya anciana, y el joven Enrique Ros tuvieron “su espacio diario
para la tertulia” en la época en que, ya fallecido Davison, ambos
crearon el Dispensario para la detección de sífilis y la asistencia de
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sifilíticos, que se instaló en el año 1921 frente a la casa-hospital de
Misiana292.
Existe en Corrales un interesante entrecruzamiento de homenajes y
monumentos escultóricos, sobre todo entre tres de ellos: el que la
comunidad corralense le realizó a
Francisco Davison y Ana Packer,
emplazado en el cantero central de la
avenida principal de la ciudad
(denominada, precisamente, “Dr.
Francisco Davison”); el monumento
al doctor Ros, también ubicado en el
centro de la ciudad (frente a la
Escuela N° 4 y al Hospital); la capilla
en el cementerio, en cuyo frente se lee “In memorian Dres. Davison y
Ros”. Esta capilla, bien visible a la entrada del cementerio, pone de
manifiesto el afecto y veneración que muchos corralenses sintieron –y
sienten– por esos dos ilustres ciudadanos, figuras emblematicas de dos
épocas distintas y distantes de la historia local.
Por su parte, el monumento al
doctor Enrique Ros, conjunto
escultórico de indiscutible
originalidad, adquiere una
relevancia
especial
si
apreciamos, con Palermo, que
su concreción, al igual que en
el caso del monumento a
Davison y Packer, “fue fruto
de la organización de la
población”.
En cuanto a este último monumento, más allá de sus cualidades
intrínsecas, lo más hondo de su valor testimonial no radica tanto en su
realidad objetual o textual –el monumento en tanto texto– como en su
realidad propiamente contextual –el contexto del monumento: las
condiciones de su creación, las circunstancias de su inauguración–.
292
Cf. Hernández-Chirico (2004:136;142).
188
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las máscaras de la identidad colectiva …
En efecto, el acto de inauguración del monumento tuvo un gran valor
testimonial. Además de las alocuciones de Pedro Casenave y Ariel
Pereira, lo más destacado y destacable –y también lo más recordado–
fue el discurso que pronunciara el doctor Ros, el cual, además de
constituir “una página de positivo valor de evocación crónica de una
época”, muestra con claridad el afecto y veneración que sentía por su
mentor293.
Pero el doctor Ros tuvo, además, una participación muy activa a lo
largo de todo el proceso de creación del monumento (que finalmente
construyeron el arquitecto riverense Ney Leites y el escultor Belloni).
Así me lo comenta Selva Chirico, quien también tuvo participación en
ese proceso: “el proyecto se hizo sobre la mesa de sastre de mi padre,
porque era la única mesa grande que había en el pueblo, porque
había que desplegar papeles para que se hiciera el bosquejo de lo que
se quería, y bueno, después se llevó a Tacuarembó y se completó. Yo
tengo la imagen de los hombres del pueblo, alrededor de la mesa de
papá, pensando, discutiendo qué era lo que se podía hacer; eran los
miembros del Rotary. (…) Te digo más: también recuerdo a las
mujeres, las esposas de los mismos que estaban en el Rotary, peleando
porque se pusiera en algún momento y en algún lugar a Ana Packer,
y lo más que lograron, después de
una pelea –que era en sus hogares,
porque más que eso no podían
hacer, más en los años sesenta– fue
poner aquel relieve del rostro de Ana
Packer. Más que eso no se pudo.
Abajo se puso: ‘abnegación’. Esa
palabra (la) ideó el doctor Ros”.
293
Alfredo Lepro, apud Ros (1961:5).
189
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paréntesis: todo lo que fue existe
(¿todo lo que fue existe?)
“Y la frase que está del otro lado también la ideó el doctor Ros”,
reafirma Selva. “Lo recuerdo buscando cómo llenar un espacio en el
monumento. Porque el hijo del doctor Ros, que fue el autor del
proyecto, o del anteproyecto al menos, ‘el Chispa’, sentía que quedaba
para este lado un paredón que estéticamente no le gustaba, entonces
quería hacer algo que rompiera la monotonía de una gran pared. La
pared quería significar la fortaleza, la entereza, la fuerza del doctor
Davison ahí, firme. Pero a él le parecía que había un elemento
faltante, y pensó en aquel
recuadro. Y ahí a Ros se le
ocurrió que pusieran esa frase:
‘todo lo que fue existe’. Pero esa
frase no la dijo Davison, para
nada. Fue una idea del doctor
Ros; tiene alguna relación, según
me dijo alguien entendido, con
alguna cosa bíblica, yo no puedo
asegurarlo”.
No hay por qué dudar de que esa
frase, de algún modo enigmática,
proceda de algún pasaje de la
Biblia. Pero lo que sí es seguro es
que con esa frase –con apenas una
coma de diferencia– Eduardo
Acevedo Díaz (hijo) subtituló,
entre paréntesis, su novela Eternidad. (Tod0 lo que fue, existe)294.
Convengamos que, por lo general, lo que se pone entre paréntesis está
destinado a operar como aclaración de algo de lo expresado
inmediatamente antes (o inmediatamente después), o bien como su
complemento, al sumar algún detalle de cierto interés; en este caso, en
cambio, lo puesto entre paréntesis no aclara ni suma nada: “todo lo que
294
La novela fue publicada en el año 1937 por Librería El Ateneo, en Buenos Aires.
191
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fue, existe” y “eternidad” son, prima facie, frases sinónimas. Pero lo
son, en rigor, sólo en algunas filosofías. Siendo así, me siento obligado
a abrir un paréntesis e insertar en él algunas consideraciones
filosóficas, elementales por necesidad y posibilidad.
(Según cómo se lo mire, “todo lo que fue existe” se nos puede aparecer
como un planteo nostálgico, equívoco o hasta ilusorio. Creer que todo
lo que fue, efectivamente, existe, nos pone a un paso de admitir que
todo lo que es, efectivamente, existirá, sentencia que suena más
peligrosa aún que la anterior, en tanto niega la realidad palmaria del
tiempo y del cambio y nos apresa en un fatalismo inmovilizador o, en el
peor de los casos, en la resignación mística. Tal el concepto de
eternidad –la eternidad esencial como totum simul, como no-tiempo–
de Parménides, el primer eleático, defensor a ultranza de la
inmutabilidad del ser, de la ausencia de devenir y, por ende, de tiempo.
Creo, en cambio, que las cosas del mundo son transeúntes que fluyen y
refluyen en un continuo y perpetuo hacerse –fieri y fluens semper,
según la expresión de Aristotéles. Así lo entendía un notable sabio
jónico, Heráclito, El Oscuro de Efeso, el filósofo del fuego y del río, el
hermético, el paradójico, el taoísta involuntario, el filósofo del devenir
–del eterno fluir, del eterno movimiento, del eterno retorno–: todo es
eterno y duradero, sólo que se transforma. En consecuencia, negada la
negación del tiempo, sólo cabe su afirmación y su reafirmación como
infinito. Después vendrían, a hablarnos del tiempo y de lo eterno,
Hegel, Nietzsche y tantos otros filósofos. Después vinieron, a hablarnos
del tiempo y de lo eterno, otros filósofos que prefirieron, por ventura,
expresar todo su saber y su sentir con las armas letales y vitales de la
poesía.)
Lo que fue será, y lo que es ya ha sido, canta, reafirmando el tiempo y
su fluir, un verso del mayor científico humano de nuestras comarcas,
también excelente narrador que cada tanto nos sorprende con su fértil
vena poética295. Lo que fue será, y lo que es ya ha sido, de mayor
profundidad ontológica (y espesor poético) que todo lo que fue existe,
nos ratifica que el epígrafe del monumento a Davison no es una
Me refiero, evidentemente, a Daniel Vidart. El verso citado integra uno de los
“Sonetos para Carlos Gardel”, uno de cuyos párrafos así dice: “Huele a sudor en el
mercado oscuro,/ a bosta huele el corralón dormido;/ lo que fue será, y lo que es ya ha
sido/ corazón dibujado sobre el muro.” (1998:143).
295
192
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
negación del tiempo, como quería el pensamiento eleático, sino su
contundente afirmación. Y nos arrastra hacia otro soneto –titulado,
justamente, “Everness” (esto es, eternidad o, para usar un neologismo
poco elegante, sempiternidad)– de otro gran filósofo-poeta de nuestras
fértiles matrias geográficas y culturales, heraclitiano confeso:
Sólo una cosa no hay. Es el olvido.
Dios, que salva el metal, salva la escoria
y cifra en Su profética memoria
las lunas que serán y las que han sido.
Ya todo está. Los miles de reflejos
que entre los dos crepúsculos del día
tu rostro fue dejando en los espejos
y los que irá dejando todavía.
Y todo es una parte del diverso
cristal de esa memoria, el universo;
no tienen fin sus arduos corredores
y las puertas se cierran a tu paso;
sólo del otro lado del ocaso
verás los Arquetipos y Esplendores.296
Lo que fue será, y lo que es ya ha sido, y así los espejos y la memoria,
las lunas que serán y las que han sido. (Lo que fue será, y lo que es ya
ha sido, y así también su complemento, de apariencia casi especular:
“nada hay ahora que no fue; lo que ha sido será”297.)
Un último apunte. La frase todo lo que fue existe –erigida hoy, gracias
a Enrique Ros, como intemporal apotegma corralense– equivale a
poner al pasado, a lo pasado, a todo lo que fue, en el presente sin
tiempo, en el siempre. Es, en definitiva, eternizar la memoria. (Por eso
“Everness” se abre con esa sentencia tan lapidaria, tan rotunda: “Solo
una cosa no hay, es el olvido”298.) Cincuenta años antes, al borde la
Gran Guerra, otro grande, Unamuno, sentenciaba: "nuestra vida
Borges (1964). Algo similar dice otro de los nuestros en el último verso de Ese gran
simulacro: “esa verdad será que no hay olvido” (Benedetti 2000:13).
297 Lucio Vanini, citado por Borges en “El tiempo circular”, en “Historia de la eternidad”
(1936), incluido en Borges (1974:393).
298 Hay otro soneto de Borges, titulado “Ewigkeit”, que, aún movilizando un sentido
similar al de “Everness”, carece de su fuerza y rotundidad. Así termina: “Sé que una cosa
no hay. Es el olvido;/ sé que la eternidad perdura y arde/ lo mucho y lo preciso que he
perdido:/ esa fragua, esa luna y esa tarde” (Borges, 1964).
296
193
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
espiritual no es en el fondo sino el esfuerzo que hacemos para que
nuestros recuerdos se perpetúen y se vuelvan esperanza, para que
nuestro pasado se vuelva porvenir".
Así fue, así es, la naturaleza de la vida espiritual que insufló aquella
frase y la estampó para siempre en su homenaje arquitectónicoescultórico a Francisco Davison, que en realidad, ahora se ve claro, es
un homenaje al pueblo de Minas de Corrales.
194
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
el vasco
—Vasquito, le vas a tener que hacer un monumento a los tordillos.
—¿Y por qué?
—Porque lo que tú tenés se lo debés a un caballo tordillo.
—¿Cómo?
—Sí, tu bisabuelo era domador de una estancia, del viejo Paulo
Techeira, padre de tu bisabuela....
El diálogo que rememora el vasquito299 a la entrada del antiguo tambo
de Zanja de la Arena, a unos pocos quilómetros de Minas de Corrales,
ocurrió ahí mismo, hace unos cincuenta años, mientras ensillaba un
tordillo. “Pulí Carpio era un negro viejo, era hijo de un peón de mi
bisabuelo –del padre de mi abuelo materno– y nieto de esclavos
brasileros. Era hermano de crianza de mi abuelo, incluso lo ha
agarrado a papá en las faldas... y me ha agarrado a mí también... Y
me ha dado un par de palmadas alguna vez, también. Pulí... Pulí
Carpio Fernández, se llamaba. Y mirá, ese negro viejo, él ya en sus
últimos años, me dice –yo te lo voy a decir en castellano, porque el
negro Pulí hablaba en portuñol–: ‘vasquito, le vas a tener que hacer un
monumento…’. ¿Te das cuenta, Fernando? El padre de mi abuela, de
Elmira Oliveira Techeira, había sacado en ancas, a escondidas, a una
mujer, a la que después fue la madre de Elmira. La sacó en ancas de
un tordillo, escapado del padre de ella, de Paulo Techeira. Y claro,
Paulo Techeira no quería esa pareja. Fijate, un domador, casarse con
una hacendada... en aquella época... Así que gracias a ese tordillo
estás conversando acá conmigo”, remata José Alfredo, envuelto en
una carcajada estentórea. Seguramente, de no haber existido tordillo,
jinete y “rapto”, hoy no habría “vasquito”. Pero lo que José Alfredo
realmente es –su ser, su forma de estar-en-el-mundo– le debe mucho a
su abuelo, José Oruezábal Yustede, el vasco.
Todo este capítulo está basado en algunas de las entrevistas en profundidad que
mantuve con José Alfredo Oruezábal (principalmente las desarrolladas en el año 2004,
los días 28 de mayo, 11, 14 y 27 de octubre y 16 de noviembre).
299
195
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
“Mi abuelo era... bravo. Era un hombre muy golpeado, muy duro. Era
muy... severo. Ah sí, ah, sí. Y era muy aventurero. ¡Ah, tenía un
temperamento!... muy especial. Pero era muy alegre, ¿eh? Y muy
garufa, tengo entendido que era un garufa perdido. Era un hombre
muy alegre. Él era... Era un hombre que sabía poner los límites.
Cuando era alegría, alegría. Y cuando era en serio, era en serio. No
había términos medios con él. (…) Él era un tipo totalmente
extrovertido. Totalmente. Y si tenía que ponerse a bailar en la calle, se
ponía a bailar. ¡Ah no, con él no había problema! Ah, era muy de
él...”.
José Oruezábal Yustede, el vasco, fue un personaje destacado de Minas
de Corrales, su patria por adopción. Hijo de José Joaquín, alma páter
de Santa Ernestina, minero pionero, mano derecha de Barrial Posada,
y de María Gabriela Yustede, dueña de una de los primeras y más
importantes casas de comercio de Santa Ernestina en la década de 1870.
“Esta foto es en el País Vasco. Y acá…
mi abuelo tendría... unos tres o
cuatro años en esta foto. O sea que
esta foto debe ser de 1885 o 1886”.
(Testimonio y collage proporcionados
por José Alfredo Oruezábal.)
196
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las máscaras de la identidad colectiva …
“Mi abuelo nació en Santa Ernestina en 1882, en las construcciones
que había levantado mi bisabuelo, José Joaquín Oruezábal. A los seis
meses se lo llevaron a Europa y a los veintiún años volvió para acá.
Salvo mi abuelo, a mi bisabuelo nadie lo llegó a conocer. Nadie lo
conoció. Ni mi padre, ni los hermanos de mi padre. Porque él murió
allá en Irun. Bueno, mi abuelo se vino medio… como todo inmigrante,
se vino medio escapado… Lo agarró la guerra civil allá. Mi abuelo era
antifranquista a muerte…”.
Si bien José Alfredo no tiene del todo claro durante cuánto tiempo su
abuelo, a su regreso del País Vasco, vivió en Santa Ernestina, ese
poblado que en los años sesenta del siglo XIX había levantado su padre
y que en pocos años se convirtió en el principal centro poblado de la
zona minera, es casi seguro que haya estado allí hasta ya avanzada la
segunda década del siglo pasado, cuando se retiró la compañía minera
inglesa en la que trabajaba. Lo que sí está claro es que allí, además de
trabajar en las minas cercanas, también dejó otro tipo de marca,
mucho más persistente: “todos esos árboles grandes, añosos, que hay
por Cuñapirú y Santa Ernestina, que todavía quedan algunos, incluso
algunos secos, fueron plantados por él. La debilidad de él era plantar
árboles, sí, era loco por los árboles”.
“Esta foto es en el País Vasco. Y acá… mi abuelo tendría... unos tres
Es
probable
en foto.
su primera
juventud
haya
o cuatro
años que
en esta
O sea que
esta fotoJosé
debeOruezábal
ser de 1885
o
1886”.
aprendido
el oficio de minero con su padre, José Joaquín, en las minas
197
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
que éste tenía a su cargo en Irun: “él trabajó en las minas, desde que
llegó a Santa Ernestina, con veintiún años y hasta no sé cuánto
tiempo antes de casarse. Él contaba que era el encargado de controlar
los martillos de la minera, del control de la molienda. Eran las minas
de Cuñapirú, y no sé si también las de San Gregorio. Y él se jactaba:
‘estando a un quilómetro, estando el viento bien, yo sabía cuál era el
martillo que estaba trabajando mejor’, decía”. Y después siguió, no sé
cuánto, hasta que los ingleses se tuvieron que ir... Y los ingleses fueron
los que pusieron el teléfono en el establecimiento de Zanja de la Arena.
Y ahí empezó a bajar PLUNA. O sea, cuando murió mi bisabuelo
materno a mi abuela le tocó un campo como herencia. Y su esposo, o
sea mi abuelo, José, también compró otro campo en su casamiento.
Fue ahí donde surgió el primer aeropue…, vamos a decir, la primera
pista de aterrizaje del departamento. Y el teléfono que se puso en el
tambo fue trámite de PLUNA, de aquella época. Y antes que en
Rivera, los aviones bajaban ahí. Había una pista de aterrizaje para
biplanos y una pista de monoplanos”.
No ha sido posible averiguar en qué ocupó su vida José Oruezábal
luego de que “los ingleses se tuvieron que ir”. Pero al poco tiempo, en
el año 1918, ya cerca de sus cuarenta, se casó con una joven brasileña
(unos quince años menor que él) que ya vivía en Corrales, Elmira
Oliveira, que era de una familia que había peleado en la revolución
farroupilha. José Alfredo me muestra la libreta de matrimonio: allí
aparece Elvira, “hija de Juan A. Oliveira y de Juana Techeira (…);
profesión: labores propias de su sexo” (¡!). Apenas casados, se fueron a
vivir a Zanja de la Arena, en unos campos que el vasco heredara de su
abuela materna. “Allá construyó su casa, allá contra aquellos
eucaliptales que te mostré la otra vez, que te dije: ‘allá empezó el
tambo’, ¿te acordás?, aquella avenida larga... Un galpón de troncos
con techo de paja, yo lo conocí. Todavía quedan bateas de comida de
ganado de aquella época. Las tiene mi hermana”.
Allí José Oruezábal inició una nueva vida, ajena a la minería; al
principio se dedicó a la ganadería. “Bueno, mi bisabuelo ya había
traído unas vacas Holando. No puedo decir que fueron las primeras,
no sé… La verdad que no sé… Lo que sé decir es que una vez oí decir a
mi abuelo, que se está cumpliendo como si fuese una profecía, que él
decía: ‘yo no lo voy a ver, pero mis nietos y mis bisnietos lo van a ver, al
198
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Uruguay poblado de ganado Holando’. Como que se está cumpliendo,
¿no, che? Bueno, mi padre tuvo tambo, y yo también, incluso ahora,
aunque es un tambo chiquito. (…) Bueno, mi abuelo se encargaba de
la parte de chacras y de la lechería, del tambo, donde se ordeñaban
cien y pico de vacas. Y pusieron el tambo para poder solventar los
estudios de los hijos en Montevideo”. De todos modos, durante
bastante tiempo José Oruezábal y Elmira Oliveira tuvieron un buen
pasar: “fijate, mi abuela había heredado unas mil hectáreas, y él, con
su trabajo, las triplicó. Llegó a tener campo ahí, ahí en Santa
Bárbara, que es el primer puente yendo hacia Manuel Díaz, a mano
izquierda; eso fue de él, después creo que se lo vendió al Capitán
Viera... y además arrendaba unos campos en Tres Cerros. Creo que
también arrendaba otros de don Prudencio Isasa, que era medio
pariente, por el lado de Yustede”.
Después, ya en la segunda mitad del siglo pasado, se instaló
definitivamente en Minas de Corrales, en la casa donde ahora estoy
conversando con su nieto. “De Zanja de la Arena, cuando sus años lo
achacaron, se vino para acá; cuando no pudo trabajar más, se vino
para acá. Igual acá siguió trabajando. A su manera, porque le
gustaban los frutales, la viña, la huerta... Hacía dulces, no para
vender, todo para acá, para el consumo de la familia. Sí, si habré
revuelto el tacho de membrillos… Tachadas y tachadas. Igual iba
seguido a Zanja de la Arena, iba a controlar a su hijo –a mi padre–,
que le atendía el campo. Se iba a caballo. Eran unos cuantos
quilómetros, ¿no?, pero él cortaba campo, por ahí arriba”. Le señalo a
José Alfredo que esa dinámica es bastante similar a la que él mantiene
actualmente, que también vive en Minas de Corrales y va todos los días
a su establecimiento de Zanja de la Arena. “Exactamente”, admite. Y
agrega, divertido: “pero él iba a pie o a caballo. Yo voy en moto”.
En esta casa –una casa relativamente antigua, en una de las entradas a
la ciudad–, llena de historia y de historias, hicieron su hogar varias
generaciones de Oruezábal. “Esta casa mi abuelo se la compró a un
sastre. Este comedor no existía. Este comedor, la cocina y el garage y
otro dormitorio que hay ahí, fue hecho por mi abuelo. De allá para
acá fue hecho por mi abuelo. Era la única casa de la manzana. Era
una hectárea, y no existía nada... ningún vecino. Bueno, él falleció
acá, incluso en esta misma casa, en ese cuarto de ahí, donde duermo
199
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
yo, y que fue además el cuarto donde yo nací. Incluso, según mamá,
en el lado de la cama en el que yo duermo, es donde él.... Eso sí me
acuerdo. Es la cama donde él estaba cuando falleció. Y fui yo el que le
cerró los ojos. En el sesenta y cinco”.
Como buen vasco, José Oruezábal también tuvo una relación amistosa
y duradera con el vino. “Él fue de los primeros vitivinicultores de acá”,
me dice José Alfredo. “Me gustaba mucho verlo podar la viña, porque
él tenía una viña acá. Todo esto era una hectárea, donde él tenía su
viña, que hacía mil y pico de litros para la familia. Y bueno, me
acuerdo, de chico, de llegar acá, y él nos obligaba… Llegábamos,
entrábamos ahí a la cocina y él estaba siempre tomando, de mañana.
Era un vaso de vino de mañana –pero un vaso así de grande, ¿eh?–,
otro a mediodía y otro de noche. Y mirá que murió totalmente lúcido,
totalmente lúcido. Estee… Y él nos obligaba: ‘tomen’. ‘No, no quiero,
abuelo’. ‘Tomen’. Y había que tomarlo, sí o sí. (…) Bueno, se hacía
mucho vino acá. Y ya te digo, él acá hacía casi una hectárea de viña,
no la hectárea completa, porque también tenía frutales, membrillo,
manzanas, peras, naranjos…, pero lo que más hacía era vino”.
Así como José Joaquín Oruezábal fue pionero en la minería de la zona,
así como María Yustede fue pionera en la actividad comercial, el hijo de
ambos fue pionero en la producción lechera y en la viticultura
doméstica de la zona. Pero a medida que su nieto habla, emergen otras
facetas, cada vez más sorprendentes. “Mi abuelo tenía un apiario...
Pienso que en Rivera fue el primer apicultor. Al menos acá en
Corrales él fue el primer apicultor. De forma muy artesanal, pero fue
el primer apicultor. ¡Ah, a él le encantaban las abejas! El placer de él
era sentarse al lado de las colmenas. Rajaba unas tacuaritas al
medio, quedaban como bateas, y él les preparaba jarabe y se las
introducía adentro de la colmena. Eso era en el invierno, así las
alimentaba, cuando no había néctar. Es un incentivo para que la
reina... Y así no se producía el pillaje, que es cuando la abeja no tiene
flujo de néctar y va a robar, e incluso agarra a una colmena débil y la
mata. Empieza a robar y a matar a la abeja de la colmena débil. Es la
ley natural. Es la ley del más fuerte”.
El vasco Oruezábal fue, evidentemente, un personaje muy pintoresco
del Corrales de la primera mitad del siglo XX. “Sí, era un personaje
especial”, me cuenta su nieto. “Por ejemplo, él le arrendaba los
200
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
campos a sus hijos. (…) Mi padre le cuidaba el tambo, era peón de mi
abuelo. Y después, mi abuelo en vida repartió todo. Que mi abuelo, si
por él fuera, él habría vendido todo. Y la que no quiso vender y
trancó... tá, porque él forjó ese capital de dos mil quinientas hectáreas
porque mi abuela heredó como mil hectáreas. Y él, con su trabajo,
llegó a dos mil quinientas. Y en vida él repartió. Porque mi abuela no
dejó vender. (…) No sé bien por qué no quería vender. ¡Yo qué sé! Mi
abuelo en el fondo tenía unas contramanos... Porque... como que él no
quería dejar su sudor a otros. Incluso él desheredó a una hija, ésta
que es monja, la desheredó. Fraguó documentos con un escribano,
porque no quería dejarle eso a los curas. ¡Se armó una bernarda...!
Que gracias a la monjita... Porque la monjita estaba en Buenos Aires
y de Buenos Aires vinieron con abogado y escribano... Y bueno,
quedaba todo el mundo en la calle, ¿no, che?, si la monjita firmaba. Y
la monjita no firmó. La monjita es... Ana María. Si no hubiese sido
por la monjita, vos no estabas hablando con José Alfredo... Andaría
de changador, quién sabe por dónde...”.
Pintoresco y con autoridad, fuera y dentro de la familia: “él era… el
horcón del medio: lo que sujeta toda la estructura… Y fijate que a
partir de su fallecimiento, si bien la familia siguió, pero como que
empezó a desmembrarse. Yo tenía diecisiete años. (…) Y sí, yo me
acuerdo, él era un tipo muy temperamental. Era muy exigente en el
trabajo, ¿no, che? Entonces se te ponía al lado tuyo, así, y no había
afloje con él, ¿eh? ‘¿Terminó ahí? Bueno, siga acá. Siga acá. Siga acá’.
Igual te tenía hasta la noche el viejo... Y dicen que... estaban en la
esquila y él, arriba de los esquiladores. Y así los tenía, ¿no, che? Al
punto que en una esquila, parece que se combinaron entre los
esquiladores, y ahí se empezó a complicar, y lo encerraron adentro
del galpón y lo curtieron a piedrazas, los propios esquiladores. Y él
gritaba, le gritaba a la abuela: ‘¡Elmira, traeme el revolver!’ Y la vieja
ni escuchó... ¡porque lo habían encerrado adentro del galpón! Te
cuento otra. Vos sabés que yo soy derecho para trabajar, ¿no?,
trabajo con la mano derecha. Y gracias a él aprendí a trabajar con la
zurda. (…) Y la primera vez que me hizo trabajar de zurda fue en el
monte. Estábamos ahí cortando un... monteando, ¿no? Y me dice: ‘a
ver, cortame este árbol acá’. Y yo me puse para cortarlo por el lado
derecho, y me dice: —‘no, me lo corta por el lado izquierdo’. —‘No, no
201
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
sé’. —‘¡Aprenda!’ Y él era duro, ¿eh? Me decía: —‘¡aprenda!’. —‘No,
pero...’ —‘¡Aprenda, carajo!’ No, no, no andaba con vueltas, che. ¡Páh!
Y cuando te largaba un ‘carajo’... había que obedecer, ¿no? Ah, agachá
la cabeza y dale... dale con fe hasta que lo voltiés”.
“Era bravo el viejo”, me dice José Alfredo. “Mirá, hay solo una
persona que lo ‘empardó’ a mi abuelo en trabajos de ‘bracear’, y que
fue el único que lo aguantó. Fue el negro Pulí, una persona muy leal
con él. A veces el abuelo lo puteaba todo el día. Yo escuchaba, ¿no,
che?, porque no le hacía el trabajo como él quería. Pero terminaron
sus vidas, como quien dice, juntos... Más de una vez yo lo vi a Pulí
lavándole los pies a mi abuelo, que ya no se podía agachar... Y me
decía: ‘yo no sé cómo aguanto a ese viejo’. Pero en el fondo lo quería. Y
no se iba. Él no se iba”.
El retrato que José Alfredo hace de su abuelo parece no terminarse
nunca. “Era muy especial, sí... él era muy trabajador. Y era puntilloso
para los trabajos del campo. (…) Se cuenta que cuando trabajaba,
físicamente, ¡era una cosa de locos! Mirá, dicen que tenía una
resistencia... algo fantástico. Era chiquito, era bajito, pero muy
fornido. Él se recorría las tres mil cuadras alto así. Ah, no se cansaba.
Jamás, jamás se cansaba. Él te podía hacer cualquier barbaridad en
el arranque, pero no era rencoroso. (…) No era muy demostrativo. Y
era muy mandón. Siempre tenía que andar dando órdenes. Tenía que
ser como él quería. Era muy tozudo, muy tozudo. Ah no, era... Y a él
no se le podía decir que no porque justamente él te llevaba para el
otro lado. Y era él el que decía: ‘un vasco porfía porque otro porfía. Ah,
dicen que los vascos son porfiados... ¿y el que le porfía al vasco?’. Ah, te
salía con esa, ¿no, che? Tenía respuesta para todo, ¿no? Era muy
espontáneo. Muy espontáneo”.
Emprendedor, trabajador, mandón, tozudo, espontáneo… y sensible:
“las reuniones familiares eran todas acá. Los fines de año siempre la
familia se juntaba, y en esa mesa de hierro que está allá abajo, ahí era
la reunión familiar, debajo de un sauce llorón muy grande... Y
bueno... él, con algunas copas de vino, se ponía a bailar la jota y a
cantarle a su madre. Cantaba en euzkera. Y a veces en español. Pero
era muy de cantar en euzkera, sí. Claro, como una forma de no perder
su raíz... Él le cantaba solamente a su madre, y en euzkera. Y después
él la traducía”.
202
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
José Alfredo me muestra una
hoja de cuaderno con la letra
de esa canción. “Un poema
que llega y llega, ¿no, che?
Muchas veces él lloraba
cuando le cantaba a su
madre. Alguna vez lo vi llorar.
Y era muy raro en él. Bueno,
él la cantaba. Mamá se
acuerda. Y mamá me hizo
acordar que no solamente acá
le cantaba, sino también
cuando hacíamos reuniones
familiares en el monte, y él se
ponía arriba de un banco y
era la canción que le cantaba.
(…) Le gustaba mucho
cantar… Dice mamá que tenía
una voz de tenor muy... muy linda, ¿no, che? Yo me acuerdo de él
cuando cantaba, ah, sí... era buenísimo...”.
José Alfredo sigue atiborrando de pinceladas el retrato de su abuelo,
como un cubista, con nuevos perfiles, notas y matices. “Él era muy de
pedir abono, ah, eso sí me acuerdo. Él, por ejemplo, le pagaba a un
peón para que le juntara el abono del tambo. Más de una vez yo vine
con el tractorcito y la carreta a traer cargas de abono, bosta de vaca.
Una vez, en verano... ¡un calor! Y él, acá en el frente, en este almacén
que ahora es de Núñez, vivía Vicente Rodríguez, un español. Eran
muy amigos, muy amigos. Y enfrente había un zapatero, Don Luis
Rodríguez... siempre estaban juntos. Él si no estaba acá en el boliche
estaba en la zapatería. Él iba ahí a conversar. (…) Y como yo ya
manejaba el tractor, él llama por teléfono y le dice a papá:
‘mandámelo a José Alfredo con la carreta y abono’. Bueno, en aquel
entonces había empezado a llegar el Agua Salus acá. Y claro, para
nosotros, de gurises, era una novedad tomar aquello efervescente, ¿te
das cuenta? Y yo en el camino, mucho calor, y pienso: ahora llego y le
pido al abuelo para comprar un Agua Salus. Y él estaba sentado, allí a
la sombra, en el boliche...: ‘¡andá y descargá!’. Él ni saludaba. Sólo:
203
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
‘¡andá y descargá!’. Él daba órdenes nomás. Él no era de dar mucho
beso ni nada. Cuando me quise bajar, que me bajé y me acerqué y fui
a darle un... ‘¡Andá, subí en el tractor y andá a descargár!’. Y bueno,
descargué el abono, fui y llegué, me bajé, apagué el tractor y digo:
‘abuelo ¿no me da veinte centésimos?’. ‘¿Y para qué querés veinte
centésimos?’, me dice. ‘Para tomar un Agua Salus’, le digo. ‘Andá y
pedile a tu abuela un vaso de agua, subís en el tractor y te vas’. ¡Se
terminó la farra, che! Con él no había dudas... ¡Qué cosa, ¿no?! Y sin
embargo, para estudiar, cuando yo precisaba, nunca me faltó nada. A
veces me llevaba, me acuerdo, a la Escuela de Lechería... me faltaron
unos libros, que hasta ahora los tengo, son colecciones agotadas... Fue
de a pie a llevarme la plata. Hasta Zanja de la Arena. ¡Fue de a pie!.
‘¿Cuánto fue que me dijiste que precisabas?’ Porque él también te la
jugaba así, ¿no? Vos decías la cantidad, él dejaba pasar el tiempo...
‘¿Cuánto fue que me dijiste?’ Y se acordaba bien, ¿eh?... ¡No se iba a
acordar! Lo tenía todo en la cabeza”.
Avanza el retrato, se suman nuevos rasgos y trazos, siempre
sorprendentes. “Era un tipo muy particular, sí. ¡Tenía cada cosa!”.
José Alfredo se ríe, divertido consigo mismo y con los recuerdos que se
amontonan en su cabeza. No es para menos: “él, más de una vez –esto
contado por su hija, la monjita, ¿eh?– iba a Montevideo a... cómo te
voy a decir, a... a... a quererla sacar del colegio y le preguntaba: ‘¿vos
realmente estás contenta acá? Porque yo, ya te saco, ¿eh?, si estás con
algún problema. Dímelo con franqueza...’. Y ella me decía que en esa
época ella, para poder hablar con el padre, ella –yo eso todavía soy
testigo, de cuando íbamos a verla–, se sentaba otra monja en la
misma pieza pero retirada de la reunión, digamos, como custodia, eso
yo alcancé a verlo... Como custodia… para saber lo que ella hablaba.
Y ella contaba que mi abuelo la corría a la monja. Le decía: ‘usted se
va’. ‘No, yo tengo que estar’, decía la monja. ‘¡Usted se va, o yo la saco a
patadas! Porque lo que yo quiero hablar con mi hija ni usted ni nadie
tiene lo tiene que saber’. ¿Te das cuenta, Fernando? ‘Solamente el
Creador’, decía”, me cuenta José Alfredo conteniendo otra vez la risa.
“Y él dice que jamás le habló en voz baja de las cosas. Y una vez ella le
dijo: ‘pero papá, estas cosas no...’. ‘No, no, no’, decía él, ‘porque yo sé
que atrás de la puerta hay dos o tres escuchando y yo quiero que
escuchen’. ¿Te das cuenta?”.
204
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Pero José Oruezábal, el mismo que quería desheredar a una de sus
hijas, Ana María, la monjita, para que nada de su herencia fuera para
la Iglesia, hizo contribuciones importantes al colegio católico de Minas
de Corrales. “Sí, sí”, me dice José Alfredo, otra vez con la voz
entrecortada por las carcajadas, “¿viste las contradicciones que tenía?
Mi abuelo y don Ernesto Zapiaín, que eran primos-hermanos –él era
Zapiaín Yustede–, fueron de los grandes palenques del Colegio de los
Salesianos. Incluso ahí hay un órgano, que fue regalado por ellos. Ese
órgano, que está ahí todavía, fue donado por él y don Ernesto
Zapiaín. Mirá, es como si estuviera escuchando la conversación de
ellos, ahí en el frente, en el living. Que todos los domingos, don
Ernesto venía con doña Elisa en auto, desde Santa Ernestina, un
Chevrolet azul, me acuerdo como si fuera hoy, a misa, y a veces
levantaba a mi abuelo: se iban juntos a misa. Un día, mi abuelo le
había dicho a don Ernesto: ‘andá por casa, después de misa, que yo
quiero hablar algo contigo’. Mi abuelo era muy gritón para hablar, y
era bien autoritario, y Ernesto Zapiaín era lo contrario, un hombre
manso, pero maaanso, que te decía: ‘buen día’, y para decirte ‘¿cómo
te va?’ pasaban dos o tres minutos... Entonces, ese día, después de
misa, justo yo estaba acá, y llega don Ernesto y mi abuelo le dice:
—Ernesto, tenemos que comprar un órgano para la iglesia.
—Bueno, Josecito, sí, puede ser... Vos primero dejame consultar con la
almohada y después con Elisa. Y después yo te contesto.
—Hombre, eso no precisa consulta con nadies, ¡carajo!, es algo para
la iglesia.
—Pero Josecito, yo ya te dije...
—¡Pero vos siempre con tus boludeces!”
José Alfredo se desternilla de risa. “Le dijo: ‘¡Vos siempre con tus
boludeces!’... ¡Barbaridá!”
Otra vez nos envuelve un aroma macondiano, emanado entre cada
pliegue de este personaje inefable: contradictorio, tenaz, trabajador,
autoritario, sensible, emprendedor, generoso, impredecible, tozudo,
tierno, espontáneo. Un auténtico pionero en la zona, en cuanta
actividad se le puso entre ceja y ceja: minería, apicultura, lechería,
vitivinicultura doméstica, filantropía…
205
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las máscaras de la identidad colectiva …
Un auténtico hombre-puente, a caballo entre la época de las minas
gordas y la época de las vacas gordas.
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las máscaras de la identidad colectiva …
Minas de Corrales en la época de las vacas gordas
El siglo XX en Minas de Corrales estuvo marcado por una secuencia,
imprevisible y arrítmica, de altos y bajos, esplendores y declinaciones,
pleamares y bajamares. Al auge minero del último tercio del siglo XIX,
que se extendió hasta la primera década del siguiente, le sucedió una
dilatada depresión, desde la irrupción de la Gran Guerra en Europa
hasta el año 1935, cuando el Estado reflotó la usina de Cuñapirú y pasó
a monopolizar la explotación aurífera de la zona. Fue, según lo que ya
he comentado, un renacimiento muy breve, la penosa crónica de una
muerte anunciada. Al comenzar la década del cuarenta, ya desnudado
el fracaso del lance estatal en la producción de oro, Minas de Corrales
habría de entregarse a un nuevo proceso de ilusión-desilusión.
En las bajamares de la minería la comarca corralense, una y otra vez,
volvió a su ser ganadero. Las vacas nunca dejaron de estar ahí, desde
Hernandarias en adelante, esperando la faena o el ordeñe. Las ovejas,
aunque en menor cantidad, siempre fueron parte del paisaje y del
sustento de los paisanos. La producción ganadera en la región siempre
estuvo activada desde una lógica individualista y mayoritariamente
latifundista. Así fue durante largas décadas, y así dejó de ser en el año
1943, cuando la herida del fracaso de la UTE aún estaba abierta.
El cooperativismo de producción en nuestro país se inició, como ya he
señalado, con la pequeña cooperativa minera formada en Minas de
Corrales por Francisco Davison en el año 1894, mientras que la historia
del cooperativismo de consumo comenzó a principios del siglo pasado,
en Fray Bentos. En el ámbito agropecuario, la CONAPROLE y la
Sociedad Rural Ozark, de Nueva Helvecia, fueron las cooperativas
pioneras. Sin embargo, la creación de la “Cooperativa Agropecuaria
Minas de Corrales Limitada” ubica a Corrales como uno de los sitios
precursores del cooperativismo agropecuario (aunque esta institución
también operó, años más tarde, como cooperativa de consumo y de
crédito).
La Cooperativa (también conocida por su musical abreviatura,
COAMICOL) fue fundada el 12 de septiembre de 1943 por iniciativa de
Daniel Ubal, que en ese entonces era el Gerente de la sucursal local del
207
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Banco República. Su primera Comisión Directiva la integraron algunas
personalidades destacadas de Minas de Corrales, muchos de los cuales
ya he mencionado: “Clementino Brum, presidente; Gabriel Rodríguez,
vice-presidente; Juan A. Navarro, secretario; Ernesto A. Zapiaín,
tesorero; Juan A. Oliveira, Juan Echeverría y Paulino De León,
vocales”300. (El primer tesorero de la Cooperativa, Ernesto A. Zapiaín,
luego sucedió a Clementino Brum en la presidencia –y la ejerció
durante casi doce años, entre 1948 y 1959–; también fue presidente de
la Asociación Rural de Minas de Corrales, que ya existía en el año
1920301. Zapiaín, el “hombre maaanso”, pertenecía a una de las
familias que iniciaron el poblamiento y la actividad comercial en la
zona minera; en efecto, tal como comenté antes, las dos casas de
comercio más importantes de Santa Ernestina fueron las de Yustede y
Zapiaín, dos familias que desde aquellos lejanos tiempos –años setenta
del siglo XIX– quedaron firmemente unidas. Recordemos, a este
respecto, que José Oruezábal Yustede y Ernesto Zapiaín Yustede,
ambos de descendencia vasca, primos-hermanos y grandes amigos,
fueron, entre otras cosas, “los grandes palenques del Colegio de los
Salesianos”, tal como me contó José Alfredo, nieto del primero.)
“La Cooperativa Agropecuaria de Minas de Corrales fue un episodio en
la vida de Minas de Corrales importantísimo, con sus claros y
oscuros”, me dice con énfasis y convicción Don Ariel Pereira, que de
este tema sabe, y mucho. “La Cooperativa empezó a desarrollarse,
primero, acopiando frutos del país: cueros vacunos, cueros lanares,
lana. Luego viene la etapa en la que empieza a seleccionar la lana, y
entonces entra toda la lana, la mía, la tuya, la del vecino, y ahí se
seleccionan (…). Don Juan Elizalde fue el gran artífice de toda esa
obra. Y empieza a desarrollarse y se transforma en algo increíble:
galpones y galpones de lana, que se clasificaba y luego marchaba a
Montevideo. Entonces el productor recibía mucho más dinero que si
vendiera su lana por su cuenta, embolsada así como estaba. En la
“La Cooperativa Minas de Corrales Ltda.”, en Rivera. Álbum conmemorativo 18621962. En este documento, publicado en el año 1962, se agrega el siguiente comentario:
“integran la actual comisión directiva de esta ejemplar institución cooperativa, los
Sres. Washington E. Mandado, presidente; Justino Mario González, vicepresidente;
Hebert Cardozo, secretario; José López, tesorero; Zoilo Melo, Oscar Montejo y Eduardo
Ros, vocales”.
301 Cf. Barrios Pintos (1985:283).
300
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las máscaras de la identidad colectiva …
Cooperativa la lana salía enfardada y con la mecha clasificada. (…)
Bueno, eso empieza a caminar y la Cooperativa cobra un vuelo
fantástico, en manos de don Juan Elizalde. Y no sale de esos rubros.
Llega hasta la comercialización de sarnífugos, de productos
veterinarios, de vacunas… de todas esas cosas que beneficiaban al
socio de la Cooperativa. Creo que en determinado momento incluso
trajo semillas, selladas y controladas. Don Juan tenía una visión de la
comunidad que le daba una talla impresionante”.
Don Ariel Pereira no ahorra elogios hacia Juan Elizalde Gilbert, y
tampoco lo hace un documento de 1962, año en el que Elizalde se
desempeñaba como asesor de la Cooperativa. Allí se indica que “se le
puede conceptuar justicieramente como alma mater de la progresista
evolución de esta ponderada entidad cooperativa”302. Pero, agrega
Pereira, “además había un directorio de figuras muy importantes, que
habían sido fundadores de la Cooperativa: Florentino Brum, don
Arturo Grau Rosel, Ferreira, Cardozo, don Américo Cal Benia…
figuras muy importantes en el pueblo. (…) Pero esa gente no tenía
contacto con los negocios ni con… Era don Juan Elizalde y tres o
cuatro personas que trabajaban con él, entre ellos Hermenegildo Da
Cunha. Bueno, para mí don Juan tenía una visión global del medio,
entonces él llevaba la Cooperativa hasta donde no lesionara los
intereses de la comunidad, porque en el entorno de los grandes
comercios de Corrales trabajaban no sé cuantas personas, cada
comercio tenía quince o veinte empleados, o más. (…) Don Juan tenía
esa visión, porque él había trabajado en los comercios antecesores de
las grandes casas de comercio que tenía Minas de Corrales: Casa
Baltasar, Casa Sáenz, o la de Eulogio Ferreira, ‘Toquito’, que estaba
ahí, desde el Banco República media cuadra bajando hacia el norte.
Pero pasan los años, muere don Juan Elizalde, y viene un gerente –no
me acuerdo de dónde vino–, se instala allí, y se encuentra con un
monstruo. La Cooperativa se asocia a otras cooperativas, empieza a
surgir Central Lanera, creo. Bueno, empiezan a organizarse con
Montevideo, empiezan a mandar todos los productos clasificados a
Montevideo, muchísimo movimiento, se termina todo el contrabando
de lanas y cueros de toda aquella zona hacia Brasil, y se encamina
todo hacia Montevideo. (…) Entonces este hombre se larga a cosas
302
Ibíd.
209
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las máscaras de la identidad colectiva …
mayores. Entra a organizar una cooperativa arrocera paralela a la
otra, y a vender productos tradicionales, los productos que vendía el
comercio tradicional. Y entra a competir con Casa Baltasar, con Casa
Sáenz, con… Y en pocos años desaparece el gran comercio de Minas
de Corrales. Y la Cooperativa pasa a ser la gran surtidora de toda el
área, desde la Ruta 5, que ya empezaba a insinuarse, ahí por Paso del
Cerro, hasta la 6ª, por allá arriba”.
Así fue, entonces, como en pocos años desaparece el gran comercio de
Corrales, incluyendo a las casas más grandes, como la del padre de
Tito López, Casa Baltasar. Unos tres años antes de hablar con Don
Ariel Pereira, el mismo Tito me había contado algo parecido: “en un
momento a la Cooperativa la autorizan a armar un comercio, para
vender a los socios. Después la Cooperativa empieza a vender a toda la
población, en nombre de un socio. Por ejemplo, yo soy socio de la
Cooperativa, y tú no sos de acá, entonces decís: ‘voy a comprar para
Alberto López’, y entonces comprás con la boleta a nombre de Alberto
López. Todo el mundo compraba allí. (…) Y en aquel tiempo la
Impositiva venía acá a Corrales a revisar a los comercios. Se
controlaba... había que llevar las planillas del personal, los impuestos,
el control de contrabando. Y para tener el contrabando mi padre lo
tenía escondido, en la casa de un familiar, arriba, en los cielorrasos.
Ahora vos entrás a Minas de Corrales y es todo contrabando. Y
entonces la propia Cooperativa fue la que empezó a... a ayudar a... a
ayudar a que se cayera el comercio...”.
“Todo eso fue por los años sesenta”, sigue Don Ariel Pereira, “después
de muerto don Juan Elizalde. Cuando viene este otro hombre, abre
otro espectro, y se encuentra con un poder económico brutal; este
hombre era contador, o tenía nociones de contabilidad. Y entonces
mete a la Cooperativa en una cantidad de negocios diversos, de venta
en Montevideo, sale un poco de la línea tradicional de negocios que
tenía don Juan, sale a hacer negocios con otros grupos económicos,
vende lana a industrias… En aquella época estaban en pleno
crecimiento en Montevideo Campomar, Ildu, aquellas fábricas de
hilados que estaban allá por Peñarol (…). Entonces, viene este hombre
y empieza a hacer negocios, mientras que, antes, don Juan no hacía
negocios, hacía cooperativismo, e imponía el espíritu cooperativo a
los socios, hacía reuniones periódicas con los socios, organizaba
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las máscaras de la identidad colectiva …
charlas sobre cooperativismo (…). Entonces, este otro hombre
empieza a hacer negocios, y hay quien dice que sacaba su cuota parte
en esos negocios. Yo no te puedo decir si sí o si no, pero lo que te puedo
decir es que de aquel emporio que era la Cooperativa, empieza a
declinar, a declinar, a declinar. Y se empiezan a ir aquellos
funcionarios claves en la Cooperativa (…), que eran los pilares que la
sostenían. La Cooperativa empezó a tener problemas con los socios,
porque para operar con el Banco República, el Banco República les
exigía garantía de los directores de la Cooperativa, ya la Cooperativa
para poder cumplir con el asociado y pagarle los adelantos cuando
recibía los productos y esas cosas… (…). Y ya ahí entró todo una etapa
de decadencia, y terminó siendo lo que es hoy: las estructuras
abandonadas, y aquellos galpones gigantescos que habían llegado a
estar colmados de lana, yo me acuerdo que llegué a ver esos galpones
en los que no cabía una bolsa de lana, repletos hasta el techo”.
“Lo de cómo se terminó la Cooperativa fue una cosa muy rara”, me
había dicho algún tiempo antes Don Eduardo Andina; “fíjese que llegó
a ser la mayor cooperativa del país. Y llegó a tener quinientos
socios”. “Yo creo”, sigue Don Ariel Pereira, “que fue uno de los grandes
momentos de la comunidad de Minas de Corrales. Y todo lo que giró
en torno a la Cooperativa, porque allí se daban charlas culturales, la
Cooperativa bancaba a la escuela, por ejemplo. Y venían artistas, por
ejemplo, venía un hombre a recitar a la escuela, a la Escuela Agraria,
y a las escuelas de campaña, la escuelita de Laureles o la que está ahí
en Manuel Díaz (…). Era la época de los actores ambulantes; acá yo lo
vi a Brusa, con su teatro, en lo que era el Cine Astral, cuando yo
estaba en el liceo. Y a esa gente que venía acá a Rivera, la llevaban a
Corrales, y actuaban en el Club 25, actuaban en…”.
Don Ariel Pereira hace una pausa y, repentinamente, su semblante
parece apagarse. “Me da pena ahora cuando voy, y veo que se ha
perdido todo aquel…, todo aquel empuje, aquella cosa realmente
fantástica que tuvo Corrales. Los remates ganaderos en Corrales por
aquellos años, ¿vos te imaginás lo que eran? (…) Había empresarios
poderosos…. Corría dinero en Corrales, mucho dinero. Y todo eso
producido por la ganadería, por el comercio, por el auge de la
Cooperativa (…). Para lo que fuera, los vecinos juntaban plata. Para
arreglar las calles, se contrataba un camión, se compraban
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las máscaras de la identidad colectiva …
herramientas, y se hacía. No se le pedía nada a la Intendencia. El
monumento a Davison se hizo con plata de Corrales, el monumento a
Artigas lo mismo, el enjardinado de la avenida Davison, todo, no se le
pedía plata a nadie. Todo eso se hacía por los vecinos de ahí. La Junta
podía ser colorada, podía ser blanca, pero el vecindario estaba ahí,
apoyando a la Junta. La Junta pegaba el grito, necesitaba… tres
carretillas, y se le decía: ‘andá a comprar, acá está la plata’. La
Cooperativa ponía dinero, para lo que fuera. El numen inspirador era
don Juan Elizalde. Para mí, don Juan fue una figura importantísima
en Minas de Corrales, porque manejaba con una extraña habilidad, y
con gran respeto, todo ese poder económico que significaban los
Isasa, los Gabriel Rodríguez, los Bernardino Cardozo, los Quintiliano
Ferreira, los Brum, los Juan Navarro, todos esos… Yo tengo la
sensación de que él les hacía creer que eran personajes que hacían y
deshacían…”.
212
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las máscaras de la identidad colectiva …
el gallego Tito, música y vino
Los amigos, lo mismo que los muertos y
las ciudades, colaboran en cada hombre
Borges303
Durante las dos décadas ocupadas por la época de las vacas gordas,
“Minas de Corrales S. A. Bodega Cerros de Oro” fue la bodega de la
zona minera, la primera y la única de Minas de Corrales304. “Cerros de
Oro” nació hacia el año 1945, me dice Alberto López –más conocido
como Tito López o el gallego Tito– en su casa de Minas de Corrales.
“Yo era muy chico, soy del cuarenta y tres. Ahí se juntan mi padre,
que era español, de la provincia de León, y dos amigos más... dos
gallegos: Vicente Rodríguez Fernández y... otro gallego… que era
farmacéutico. Además estaba un cura, salesiano… el padre Barreto…
Incluso en Montevideo hay un nombre de vino que es en homenaje a
él. (…) Bueno, y compran el campo ese que está ahí, son cien
hectáreas... Y después arman una sociedad para poder plantar las
vides... Había un polaco también... Bueno, eso dio mucho trabajo a
mucha gente de por acá”305.
El paisaje sobre el que balconea el predio de la vitivinícola es edénico.
Sus instalaciones, ahora en ruinas, están implantadas en la ladera de
una loma circundada por un horizonte circular de sierras. Hoy, a más
de sesenta años de la creación de la bodega corralense, se puede
admitir con propiedad que su nombre, “Cerros de Oro”, fue
premonitorio. De hecho, algunos meses antes de mi encuentro con
Tito, la empresa que en ese momento, como aún hoy, estaba
explotando las minas auríferas de la zona –“Minera San Gregorio”–,
había culminado prospecciones en los predios contiguos al de la
“Una vida de Evaristo Carriego”, en “Evaristo Carriego” (1930), incluido en Borges
(1974:118).
304 También hubo otra vitivinícola en la región, “La Santanderina”, en la zona de La
Calera, sobre la Ruta 28, a unos veinticinco quilómetros de Corrales.
305 Los testimonios que aquí se presentan fueron ofrecidos por Tito López en el
transcurso de dos entrevistas en profundidad desarrolladas en su casa de Minas de
Corrales y en el predio de la vitivinícola, ambas en junio de 2005.
303
213
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las máscaras de la identidad colectiva …
bodega (hoy abandonada, en ruinas), en el paraje conocido como
Cerros Blancos, que dieron como resultado la detección de un
yacimiento muy rico en oro. “Mi padre y los otros fundadores de la
vitivinícola ya sabían que esa era zona de oro”, se apresura a
aclararme Tito. “Aunque en aquel momento no había explotación, acá
se sabía que había oro. Por ejemplo, Don Tito Pereira en todos los
arroyitos y zanjitas de la zona, sacaba la arena con oro. (…) Bueno, la
cosa es que ese yacimiento lo van a explotar si lo autorizamos”, me
dice. “A la familia le ofrecen cinco mil dólares por la explotación”,
agrega, y se sonríe socarronamente. “Entonces no... no nos interesa. Y
bueno, lo importante, de mi parte, es que la bodega no la tocaran.
Porque... yo qué sé... podría servir para... no sé... algo turístico. O
para explotar de vuelta el vino”.
“El galpón principal de la vitivinícola, destinado a la molienda de la uva y al
estacionamiento y maduración del vino, fue excavado en la roca viva, a puro pico y
marrón, por un gallego, Manuel Pascual”.
214
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
No obstante, la reanudación de la explotación vitivinícola en Cerros
Blancos parece altamente improbable, y mucho más ahora, que Tito
López ha fallecido. Quedará en la memoria de los corralenses, quién
sabe por cuánto tiempo, la época de oro de “Vinos Cerros de Oro”, los
edificios ruinosos, las dos prensas que lograron sobrevivir a saqueos y
vandalismos. Y el testimonio del gallego Tito: “en los años cincuenta el
vino de Minas de Corrales se vendía en Tacuarembó, Rivera... Porque
desde Minas de Corrales, con el comercio que había acá, se surtía
Rivera, se surtía Vichadero, se surtía Tacuarembó, y toda la
campaña. Me acuerdo que ya con seis o siete años yo ya acompañaba
a mi padre a vender el vino por todos esos lugares. Bueno, algunos
expertos han dicho que las mejores tierras para las vides están en
Minas de Corrales y en Bella Unión. Bueno, y decían que por el clima
nuestro era muy bueno para el bouquet del vino. Las tierras nuestras,
según Faraut, eran las mejores tierras para plantar vides, las mejores
del Uruguay”. Es más, insiste Tito, “llegaron a traer a una enóloga de
Montevideo. Fue Andrés Faraut el que trajo a esta enóloga; se
llamaba Gladys. Faraut era un francés, mi padre lo conoció, que tenía
una bodega en Durazno, la ‘Bodega El Carmen’. Desde Francia él traía
las cepas para su bodega y también para acá, para la nuestra. Por
ejemplo, acá probó la variedad ‘Maravilla de abril’, que después
importó desde Francia. Te digo más, la Escuela de Enología llegó a
hacer un espumante con un vino de acá, de Corrales...”.
La bodega, ubicada a unos seis quilómetros de Minas de Corrales, tuvo
su mejor momento a comienzos de los años cincuenta, cuando en las
vendimias llegaron a trabajar, además del capataz y cuatro empleados
permanentes, algo más de veinte personas. En las mejores zafras, con
las uvas plantadas en las casi ocho hectáreas de viñedos, la vitivinícola
llegó a trabajar a un 70% de su capacidad: se producía unos setenta mil
litros de distintos cortes de vino –Moscatel, Arriague, Vidiella,
Frutilla–, que salíanen damajuanas de diez litros y en botellas de un
litro.
Pero la vida de la vitivinícola fue corta. Las inundaciones del 59
echaron por tierra todo, a fuerza de agua, piedra y fuego: “cuando
viene la inundación, eso no fue nada, vino una piedra, una piedra
muy grande, que destrozó todos los viñedos. Y entonces se rompen
todas las plantas con las piedras. Y después un vecino puso fuego en
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
un campo y se quemó todo. Además, ahí mi padre ya no estaba muy
bien económicamente, él era quien mantenía la vitivinícola, era un
hombre rico... Y los demás no eran personas que aportaran mucho…”.
Baltasar López, el padre de Tito, fue el
propietario de “Casa Baltasar”, un
comercio que durante mucho tiempo
fue el más grande de la zona minera:
“sí, era la casa de comercio más
grande de acá. Ahí se podía comprar
desde una aguja hasta un tractor.
Eran otros tiempos...”.
Eran
otros tiempos.
En
eso,
precisamente, había puesto énfasis, un
par de horas antes, Don Eduardo
Andina: “yo me acuerdo que Casa
Baltasar, por ejemplo, era el comercio
más fuerte de Minas de Corrales, y
según los comentarios de los propios
familiares y de gente que trabaja allí,
La primera prensa de la bodega,
hoy
arruinándose
a
la
intemperie.
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las máscaras de la identidad colectiva …
Minas de Corrales dos por tres quedaba aislado, ¿no? Una creciente
tapa y queda aislado. Y bueno, ese comercio estaba capacitado para
estar aislado un año entero. Vendía no sólo cosas de tienda, tenía
almacén, de todo, barraca, ferretería, tenía de todo...”. (Casa Baltasar
vendía todas esas cosas, y también era uno de los comercios que le
compraba su orito a los cateadores de mediados de siglo, como me
había contado Don Tito Pereira.) “Y no solamente abastecía a Minas
de Corrales”, continúa Don Andina, “sino que toda la sexta sección,
antes, por el tema de rutas, antes nadie iba a Rivera, toda esa sección
antes se abastecía de Corrales… hay distintas poblaciones allí:
Blanquillo, Amarillo, Moirones, Zapucay... Laureles. Toda esa zona,
entonces, se surtía de Minas de Corrales. Minas de Corrales era una
población importante, no solamente por ese efecto, sino que además
por lo que le dije antes: para ir a Rivera usted tenía que pasar por
Minas de Corrales”.
También Don Ariel Pereira rememora, con mucho agrado y poco
esfuerzo, aquella época de esplendor, aquellos formidables otros
tiempos, y traza con asombrosa precisión la cartografía del mundo
comercial del Corrales de las vacas gordas: “Minas de Corrales tenía
fantásticos comercios, comercios de ramos generales, que tanto te
vendían calcetines o azúcar o yerba, como un automóvil. Estaba el
comercio de Baltasar López y el de Demetrio Sáenz, que eran los dos
más grandes. Pero más abajo, por Davison rumbo al puente, estaba el
de Ulises Viana, era un enorme comercio –todavía están los grandes
caserones ahí–; vendían combustible, compraban cueros y lanas,
había una barraca importante allí en el mismo comercio. Más allá
arriba estaba Don Emilio López, allá desde el Hospital un poco hacia
la derecha; en el Rincón de la Bolsa estaban los Isasa; aquí abajo, a la
entrada, por la ruta que venía desde Rivera, allí en la esquina estaban
el Correo, el Telégrafo y en la otra esquina había un comercio muy
grande, muy importante, aunque de menor importancia que los otros,
el de Vicente Rodríguez”.
La visión comercial y el empuje emprendedor de Baltasar López
sumaron otros rubros en el predio de la vitivinícola. Entre vendimia y
vendimia se produjo “Naranjita”, un refresco a base de jugo de
naranja. Durante algún tiempo allí también funcionó una fábrica de
escobas y cepillos, en un galpón que hoy es una tapera. Luego también
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las máscaras de la identidad colectiva …
hubo, en el mismo predio, un criadero de chanchos, cuya muy corta
existencia se debió a la poca experiencia de los socios en ese giro: “las
plantaciones que se hicieron para darle de comer a los chanchos no
funcionaron”, me explica Tito, “o no las supieron sostener de forma
adecuada, y entonces las chanchas terminaron comiéndose a las
crías”. ¿Una alegoría?
Aquellos otros tiempos, los del auge comercial de Casa Baltasar y de
los otros grandes almacenes de ramos generales, los de los vinos
“Cerros de Oro” en las casas, restoranes y boliches de los
departamentos de Rivera y Tacuarembó, comenzaron su declive hacia
fines de la década del cincuenta, hasta que los mató el empuje
modernizador que invadió al sector en los sesenta. “La casa de
comercio empezó a caer en el año... cincuenta y nueve, por ahí”, me
dice Tito. “Justo coincidió con el tema de las inundaciones... Fue un
golpe tras otro, para él. Y bueno, a esa altura mi padre ya estaba
viejo, y entonces agarró y... y presentó la quiebra. Y después se jubiló,
y cerró la casa”. Ya con la bodega cerrada, al tiempo desaparecieron
las máquinas de moler, las ventanas, los herrajes y todo lo que pudiera
cargarse en algún camión. “Sí, fue gente que anda por ahí. Como
aquello esta medio... abierto. Entraron a la bodega y se llevaron todo
lo que pudieron. Lo único que se salvó –hasta ahora– es la primera
prensa. Esa no se la llevaron porque pesa mucho”.
Tito no puede ocultar su tristeza al evocar aquellos tiempos. Mejor
hablar de música, su oficio más gratificante. “Yo soy uno de los
mejorcitos músicos de esta época, debe ser por eso. Toqué el piano
acá, y después en Montevideo. Hicimos una orquesta acá en Minas de
Corrales y en Tacuarembó, que se formó en 1968. La música que
hacía se llamaba, en esa época, ‘melódico internacional’. Era la
música del ‘Sexteto Electrónico Moderno’, de Montevideo. Y de ‘Los
Iracundos’ y de ‘Los Beatles’. Pero nosotros no tocábamos ‘Los Beatles’,
al margen de algún tema instrumental. Nosotros estábamos en otra
línea... de Roberto Carlos, pero en castellano. Y cuando nos gustaban
temas en inglés, los hacíamos en versiones instrumentales. Ese era
uno de los fuertes de la orquesta. Todo lo que tocábamos era bailable.
Y anduvimos por todos lados. Por todo el departamento de Rivera,
todo: Minas de Corrales, Rivera, Tranqueras, Vichadero. Y Ansina,
Tacuarembó, Durazno, El Carmen, Paso de los Toros... Incluso fuimos
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
invitados a un festival que hubo en Punta del Este… Bueno, y esa
orquesta era para acá, local, y después empezamos a ir a
Tacuarembó, a ‘la Zorrilla’ (se refiere a “Zorrilla de San Martín”, la
emisora radial más importante, en AM, de Tacuarembó). La cosa fue
así: ‘la Zorrilla’ vino a transmitir desde acá un ensayo nuestro, y
después nos llevaron a Tacuarembó y fuimos a unos festivales, donde
tuvimos una mención especial... Y ahí, justamente, en Tacuarembó,
cuando ganamos el festival como mejor conjunto, nos dijeron que
fuéramos a Punta del Este... Ahí no nos fue bien, para nada. Punta del
Este no era para nosotros. La gente que estaba ahí era gente que veía
a los grandes artistas... Ni nos aplaudían... Fue en el Country Club de
Punta del Este. Y... éramos del interior. Bueno, un desastre, pero que
nos ayudó a ubicarnos en lo que éramos, y en cuál era nuestro
público. En aquel tiempo en los festivales de música moderna
participaban orquestas de Melo, de Tacuarembó... de todo el interior.
Y... bueno, ahí empezamos a ganar premios, ¿no es cierto?, obtuvimos
dos ‘Tabaré’ con algunas canciones... Acá tengo uno de ellos”.
Tito se levanta del sillón y trae de uno de los estantes de su biblioteca,
sin disimular su bien ganado orgullo, la estatuilla del “Tabaré”, un
premio muy codiciado en el ambiente musical nacional. (Mientras
observo a ese charrúa de bronce, no puedo evitar una tonta asociación
de ideas: Zorrilla, la radio y el escritor, el Tabaré de su célebre poema,
el Tabaré presidente nacional, el Tabaré intendente departamental…)
“La orquesta se llamaba ‘Sabar 6’. Duró poco: desde el sesenta y ocho
hasta el setenta y dos, más o menos, unos cuatro o cinco años. La
música que hacíamos era toda bailable. Pero ‘Sabar 6’ tiene un disco
grabado. Sí, porque fuimos al ‘Festival de la Frontera’, en Rivera, y ahí
nos dieron una mención especial, y a raíz de eso hubo un contratista
de Montevideo, José Luis Cobas, que nos propuso grabar un disco,
que él arreglaba todo. Y tá, fuimos a Montevideo, estuvimos un mes
allá. Con un señor acá, que nos apoyó en todo, que es el padre del
batero. (…) Ensayábamos como ocho horas por día... Yo trabajaba en
el Banco República, pero siempre le dábamos, cuando llegaba y hasta
que no dábamos más”.
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un nuevo revés del empuje modernizador: aislamiento,
decadencia, letargo
Cuando en los años cuarenta del siglo pasado Minas de Corrales dejó
en el pasado su ilusión minera –no podía hacer otra cosa, luego de
tanta estulticia, fracaso y frustración– y reasumió su ser ganadero,
cuando los efectos de la segunda guerra mundial comenzaron a
favorecer a los sectores primario y secundario de la economía nacional,
la rediviva prosperidad de la vida social, productiva y comercial
corralense pareció augurar escenarios promisorios. Pareció. “Cuando
yo tenía dieciséis o diecisiete años”, me cuenta José Alfredo Oruezábal,
“todavía vivíamos una apariencia ficticia de bienestar económico que
se la debíamos a la posguerra de Europa, ¿no? Era la época de las
vacas gordas. Y en base al sufrimiento ajeno tuvimos bienestar
nosotros. En resumidas cuentas, eso no lo hemos sabido aprovechar.
Porque lo fácil dura poquito… Y no deja ninguna enseñanza…
Ninguna. Al contrario, después va dejando frustraciones, y las
personas no saben reaccionar frente a eso”.
La Cooperativa Agropecuaria fue, como ya he destacado, un agente
protagónico en el reverdecimiento productivo y comercial –y, mutatis
mutandi, social– de esos nuevos tiempos, por lo menos mientras Juan
Elizalde estuvo al frente de su conducción. “Durante esos cincuenta,
cincuentaipico de años en los que no hubo minería”, me cuenta Raúl
Armand’Ugón, “primó la parte agropecuaria. Corrales subsistió
durante todos esos años en base a la ganadería extensiva; muy poca
agricultura intensiva. Lo principal eran vacas, estancias... y sobre
todo la lana. La Cooperativa de Minas de Corrales, COAMICOL,
recibía un millón de quilos de lana por año. Eso significa el aporte de
muchísimos productores rurales, cada uno con poquita cantidad de
lana, porque eran establecimientos de muy poca extensión en tierra”.
Así fue, pues, durante unos veinte años, hasta que en la década del
sesenta se produjo la confluencia –coincidencia y co-incidencia– de
hechos y fenómenos de diversa índole que dieron lugar a la
conformación de un nuevo escenario que preanunció las crisis que a
escala nacional y local habrían de sumir a nuestra región en una
prolongada depresión. De acuerdo con lo que me comenta Don Ariel
221
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las máscaras de la identidad colectiva …
Pereira, en Minas de Corrales, al morir Juan Elizalde, un nuevo gerente
tomó las riendas de la Cooperativa y, con la pretensión de modernizar
su gestión y generar nuevos y mayores negocios, terminó disolviendo
su espíritu cooperativista original: se obturó el contrabando y se
desplomó el importante comercio tradicional establecido (Casa
Baltasar y Casa Sáenz, entre otras empresas) hasta que la
Cooperativa, como todo lo sólido, se desvaneció en el aire.
Lo que parecía sólido –o lo que efectivamente lo era– también se
desvaneció por circunstancias claramente ajenas a la gestión local. En
este sentido, uno de los principales factores actuantes fue el nuevo
trazado de la Ruta Nacional N° 5. “Yo me acuerdo de las primeras
veces que fui a Tacuarembó, antes de existir la Ruta 5 de ahora”, me
dice Don Eduardo Andina. “Me acuerdo que la primera vez que fui, yo
era chico, antes de llegar a Manuel Díaz viejo, que así se llamaba, en
el primer local comercial que había allí, me acuerdo que llegaba el
ómnibus y paraba un poquito, alguno compraba alguna cosita,
tomaba algo allí y seguíamos viaje... Y de allí ya había que abrir una
portera y seguir por el campo, ya no había ruta, era por el campo.
Abriendo porteras, usted llegaba a Tacuarembó. El camino estaba
marcado por el paso de los vehículos, pero no era una ruta, había que
ir abriendo porteras... De eso me acuerdo perfecto. Y entonces, claro,
con toda esa problemática de poder viajar... Minas de Corrales era
importante. (…) Además, fíjese que para ir desde Montevideo a
Rivera, usted tenía que pasar por Minas de Corrales,
irremediablemente. Para ir a Rivera había que pasar por acá, y acá
había comercios grandes... Porque Baltasar, le dije, era el más grande.
Pero acá en la esquina, donde está una barraca ahora, estaba Casa
Sáenz (…). Eran dos casas sumamente importantes. Y después había
otros comercios, fuertes también. Entonces ya hubo menos actividad
en el pueblo, evidentemente hubo un bajón en toda la actividad. A
todos esos comercios los destrozó el nuevo trazado de la ruta.
Entonces Minas de Corrales empezó a venirse abajo, y con la retirada
de la ruta más, más, más… y Minas de Corrales se alejó, empezó a
quedar a un lado y empezó a quedar medio estilo pueblo fantasma”.
La opinión de Selva Chirico es totalmente coincidente: “la construcción
de la Ruta 5 fue terrible para Minas de Corrales. Tal vez haya sido
también un acicate más para irse del pueblo, para toda esa diáspora
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las máscaras de la identidad colectiva …
que se produjo en los años sesenta. Yo me acuerdo que cuando se
empezó a construir… hasta guardo una sensación de miedo, cuando
me mostraban la carretera… Porque en casa se decía: ‘qué horrible,
van a hacer esa carretera y nos van a dejar aislados’, y yo miraba
aquello y me acuerdo hasta hoy en día la sensación de opresión que
tenía, además, porque Manuel Díaz iba a desaparecer, el trazado ya
no pasaba por ahí –el Manuel Díaz de hoy no es el Manuel Díaz de
antes–, entonces yo me veía tan como alejada del mundo. ‘¿Y ahora?
Ahora quedamos acá y se olvidan de nosotros’, se decía. Y luego se hizo
la carretera y lo que se logró fue que a la gente ya no le fuera tan
difícil mandar a sus hijos a estudiar a Rivera, entonces el Liceo se
fagocitó, tuvo que tener un renacimiento posterior… Lo de la nueva
ruta fue muy importante, sí…”.
Evidentemente, quienes decidieron la configuración de esa costosa
obra vial no tuvieron en cuenta los costos e impactos que habrían de
generarse en la vida económica y social –o en la vida, a secas– de
centros poblados que, como en los casos de Minas de Corrales y de
Tranqueras, quedaban algo apartados (más el primero que el segundo)
de la nueva traza. Históricamente, esos tipos de costos e impactos no
han sido asunto de ocupación –y mucho menos de preocupación– de
los gobiernos nacionales, por lo general más inclinados hacia la
consecución de eficacia y eficiencia en términos estrictamente
económicos (en el sentido menos estricto del término “económicos”),
sustentada en la creencia –harto falaz– de que la ruta que cubre la
distancia más corta entre dos puntos es la más “barata” (que sí lo es
solamente en tanto y en cuanto implica una menor inversión monetaria
inicial).
Asimismo, cabe considerar, siguiendo a Don Eduardo Andina, otro
factor que comenzó a operar en los años sesenta y que ha coadyuvado
en la declinación de la actividad económica y social de Corrales: “el
mejoramiento de las rutas fue algo positivo únicamente para los
vehículos, porque para lo demás ha sido negativo en muchos aspectos.
Antes venía un viajero acá a visitar los comercios y quedaba un día o
dos, y gastaban en el Hotel, dejaban dinero en el pueblo. Hoy, con las
rutas como están y con los vehículos que hay, recorren un ratito y ya
se fueron. Se fueron y no gastaron nada en Minas de Corrales...”.
223
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
A mediados del siglo pasado, concuerda José Alfredo Oruezábal,
cuando los caminos no eran lo que hoy son, “ir a Rivera llevaba un día
entero. Y a veces día y medio, había que pernoctar en las estancias de
por ahí. ¿Te das cuenta? Eso cuando yo tenía alrededor de diez años,
que es lo que más o menos me acuerdo, Y eso yendo en ómnibus, en
unos V8 del cuarenta y pico. Todavía hay gente que tiene fotos de esos
ómnibus. Entonces eso limitaba mucho”. Los recuerdos de Don
Eduardo Andina son similares: “yo me acuerdo que cuando yo era
botija, ir a Rivera significaba tres días: un día para viajar, otro día
para estar y otro día para volver. Cosa que hoy, en el día, en ómnibus,
uno lo hace dos o tres veces por día, si quiere. En aquel entonces, me
acuerdo, cada vez que llegaba el ómnibus era todo un acontecimiento.
Ya venía por allá el ómnibus, por allá arriba, tocando bocina, y venía
gente hasta arriba del ómnibus... arriba del techo. Y las rutas no
eran... Era la época de las cadenas en las cubiertas, por el barro y
esas cosas... Las rutas no eran nada buenas, se demoraba mucho en
ir”.
En relación con todo eso, me dice José Alfredo, “había una actividad
comercial muy importante en Corrales, que surgió por dos cosas: por
el lado de la minería y por el lado de la falta de buenos caminos. Otra
de las cosas que yo sostengo es que, si por un lado la caminería nos
abrió puertas, también nos despobló, porque le dio acceso y facilidad
a la gente para irse... Hoy no más, las escuelas, que antes eran
referencias en los lugares, hoy como que no existen. ¿Por qué? Porque
la maestra llega a las siete de la mañana y a las cinco de la tarde ya
se está yendo de vuelta para Rivera. Antes eso era imposible de hacer:
la maestra rural se quedaba toda la semana en el pueblo. Entonces,
ese vínculo rural escuela-familia, se rompió”. También en este caso la
opinión de Andina es absolutamente coincidente con la de su amigo
Oruezábal: “hay algo muy negativo que es en gran parte consecuencia
de la mejora de la caminería y de la mejor conexión que ahora hay
con Rivera: por ejemplo, tenemos una directora y la mayor cantidad
de profesores del liceo, y también maestras de la escuela, que son toda
gente que vive en Rivera y que están viajando todos los días. Yo creo
que el maestro, el director, el profesor del liceo, siempre... Por lo
menos no sé si es porque antes, al ser más chico el pueblo era como
una familia grande donde todos nos sentíamos como familiares unos
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las máscaras de la identidad colectiva …
de los otros, entonces ante cualquier inquietud del alumno o del
padre, tenía al profesor o al maestro con él, porque yo creo que el
conocimiento necesario que debe tener un docente no es solamente en
lo que le toque enseñar, sino aparte en conocer profundamente la
situación de cada alumno. Hoy, en cambio, terminó la clase, se
tomaron el ómnibus y se fueron. No hay consulta, no hay... y creo que
le hace mal a la enseñanza por el hecho de que de repente el profesor o
la maestra está mirando el reloj y pendiente del ómnibus, sin
importarle que todavía quede por enseñar algo, porque hasta el
último momento tenemos que dedicarnos al botija. Y si le hace mal a
la enseñanza, le hace mal a todos, a todo el pueblo. Y eso pasa por esa
ruta buena, por esa facilidad de locomoción. Porque antes habrían
profesores de otros lados, pero al no tener esa facilidad vivían en
Minas de Corrales y se iban de repente el fin de semana, como hizo
siempre una maestra en la zona rural. Entonces conoce más el
ambiente, porque hay una mayor convivencia. Pienso que esa es la
parte negativa, no sé... No sé la solución, si está mal, si está bien, no
sé, pero en fin... son cosas que uno las ve, las palpa, porque se han
dado situaciones que a veces no tienen... Tá, que el botija llegó con
mala nota, y la madre o el padre dicen: ‘voy a hablar con la
directora’... Y en la escuela le dicen: ‘no, la directora no está. Hay que
esperar que llegue’. Y de repente llega y tiene que atender a...
Entonces, como que no hay mucha libertad”.
Entre los variados efectos colaterales que el mejoramiento de las rutas
produjo, cabe destacar –otra vez, con Don Andina– el giro que sufrió el
vínculo de Corrales con Tacuarembó y Rivera, las dos capitales
departamentales más próximas: “yo recuerdo cuando era botija, por
ejemplo, para nosotros Rivera prácticamente no existía. Todo era con
Tacuarembó, la comunicación comercial, todo, por la proximidad y
por el ahorro de tiempo y de... O sea, usted compraba algo en
Montevideo y lo quería mandar a Corrales, y no iba a mandarlo a
Rivera, que son tantos quilómetros más; lo mandaba a Tacuarembó y
es más cerca, por ferrocarril, que era lo que más se usaba antes...
Además había una línea de ómnibus diaria entre Tacuarembó y
Minas de Corrales (había, porque hace mucho que ya no hay),
entonces si uno iba a viajar a Montevideo, se tomaba el ómnibus y
llegaba a Tacuarembó, tomaba el ferrocarril y se iba. (…) Entonces…
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las máscaras de la identidad colectiva …
era mucho más cerca. E ir a comprar a Rivera, que era mucho más
lejos, es casi el doble de la distancia que hay con Tacuarembó, bueno,
por los caminos malos afectaba muchísimo. Eso ahora ha cambiado
totalmente”.
Ese cambio, así como el mayor vínculo actual de Minas de Corrales con
la ciudad de Rivera (y ya no con la de Tacuarembó), de acuerdo con la
opinión de Don Eduardo Andina, se debió a dos factores principales: el
mejoramiento de las rutas y la situación de frontera binacional de la
ciudad de Rivera. “La influencia mayor ahora es de Rivera, desde hace
muchos años que pasó a ser de Rivera. Después que mejoraron las
rutas, rápidamente... Y eso que Tacuarembó es más cerca. Tan es así
que hoy en día, incluso, no hay un ómnibus de Minas de Corrales a
Tacuarembó. No hay. Y a Rivera hay... si te digo me voy a quedar
corto con la cantidad de servicios que hay (…). Usted de Minas de
Corrales a Rivera va y viene a la hora que quiere, prácticamente. Hay
un montón de horarios. Y de Tacuarembó, por ómnibus, no tiene
ninguno. Tendría que ir a Manuel Díaz y esperar alguno que venga de
Rivera para irse para Tacuarembó. Eso nomás está dando una
muestra clara de la desvinculación comercial con Tacuarembó. Está
el vehículo particular, claro. Pero, digamos, si fuera generalizada la
cosa, habría algún servicio de ómnibus. Y si eso es así es porque la
gente de acá quizás no tenga la necesidad de comunicarse con
Tacuarembó”. Sin embargo, aclara, con gran conocimiento del asunto:
“a nivel radial, por ejemplo, siempre Tacuarembó fue la que se
escuchó en Corrales. Por ejemplo, la ‘Zorrilla de San Martín’, de
Tacuarembó, fue una radio que toda la vida fue ‘la radio local’ de
Minas de Corrales, porque era la que llegaba bien. Hoy, por ejemplo,
está también ‘Radio Gaucha’, la FM, que por la ubicación en que está
instalada, llega muy bien aquí. Entonces eso un poco forma parte de
esa vinculación. (…) Eso en cuanto a la mejora de las rutas. Lo otro
tiene que ver con las diferencias de precio. ¿Cuántos hace ya que en
Livramento el azúcar, el café, la yerba y un montón de cosas más
siguen siendo mucho más baratas? Tan es así que hoy hay mucha
gente que cobra su sueldo y se va a hacer su surtido a Rivera. Bueno,
lo negativo, podemos decir, tiene que ver con el funcionamiento a
nivel comercial, ya que al tener esa facilidad de llegar desde acá a
Rivera, la gente va, hace sus compras allá, y entonces el comercio de
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las máscaras de la identidad colectiva …
acá ha disminuido. Entonces, esta vinculación que comercialmente y
en otros sentidos ha mejorado mucho entre Rivera y Minas de
Corrales, también influyó en lo cultural. En la parte cultural –en lo
artístico, por lo menos– la vinculación con Rivera es muy fuerte. Y
antes la vinculación más fuerte era con Tacuarembó”.
Los historiadores que mejor conocen a Minas de Corrales tienen una
percepción diferente en cuanto a la naturaleza del vínculo de esa
ciudad con las dos capitales departamentales más próximas. “Hasta el
día de hoy yo creo”, señala Eduardo Palermo, “que Corrales tiene más
vínculos –afectivos, económicos… y hasta políticos– con Tacuarembó
que con Rivera”. La opinión de Selva Chirico es coincidente: “Minas de
Corrales siempre estuvo más y mejor vinculada –física, cultural y
hasta afectivamente– con Tacuarembó que con Rivera. La radio que
yo escuchaba de niña era de Tacuarembó. Yo de niña no conocía
Radio Internacional (de Rivera). Lo nuestro era Tacuarembó. Y mis
padres, por ejemplo, iban al cine a Tacuarembó. Porque el cine que
había era el cine del cura. Entonces… era muy peculiar”.
Más allá de eso, concluye Selva, “Corrales era una isla. No era de
Rivera, es cierto; y tenía vínculo con Tacuarembó, pero tampoco era
de Tacuarembó. Corrales es Corrales”.
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las máscaras de la identidad colectiva …
Passarinho
en el pasado esperan sombras
los salvamuertes son imprescindibles
Benedetti306
“Todo empezó en Cuñapirú”, me había dicho Tito López, “y ahora no
queda nada ni nadie, sólo ese viejo, Juan de los pájaros le dicen, que
tiene cerca de cien años, un tipo raro…”.
Tenía que hablar con ese viejo, de quien ya había escuchado algunas
historias. En uno de mis viajes a Corrales un señor de bombachas,
compañero de asiento en el Rutas de Oro, se ofreció a acompañarme.
“Usté se baja conmigo, ahí en la Betelai, levo uma caixa y vamo’ hasta
allí, es ben pertinho. Depois, si usté quere, caminha hasta o povo, son
dois leguas”307. Desde el asiento de adelante, una señora mayor giró su
cabeza y me advirtió: “difícil que lo atienda, Passarinho es un bichicome
que ya está medio loco y corre a todos los que pasan cerca de su
rancho”. El comentario le resultó divertido a Carlos Benavides, en ese
entonces secretario de la Junta Local de Minas de Corrales, que no
dudó en acompañarme, sobre todo para ayudarme a sortear mi torpeza
para comprender el portuñol, lingua franca de la región.
Unos días después, apenas Juan de los pájaros se largó a hablar, no
pude evitar sentirme fuera del tiempo, o dentro de un tiempo otro, el
del antropólogo tradicional buscando ganarse la confianza del nativo
con la mediación del intérprete local: Firth entre los tikopia.
La vivienda de Juan de los pájaros está sobre la orilla izquierda del
arroyo Cuñapirú, a pocos metros del puente de la ruta 29, allí donde
nace el camino que trepa hasta las ruinas de una de las primeras
represas hidroeléctricas de Sudamérica. Su vivienda son dos casas, una
de material y techo de chapa, camino a ser tapera, otra enteramente de
chapa de hierro. Fiaca, un perro negro con hocico y collar blancos,
avisa que llegamos. Dentro del rancho de chapa nos recibe Don Juan,
con algo de desconfianza pero sereno, casi sin mirarnos, sin dejar de
Últimos versos de “Náufragos” (2000:47).
Una legua es la distancia que se recorre a pie en una hora. Dos leguas equivalen a unos
once quilómetros.
306
307
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las máscaras de la identidad colectiva …
armar un tabaco. Una casilla de una única pieza, oscura, sin puerta ni
ventanas. La única luz es la que se mete por el vano de entrada, y unos
rayos que se cuelan como latigazos láser por cuatro o cinco picaduras
en la chapa de uno de los cerramientos laterales. Benavides se
mantiene apoyado en el umbral. Me siento, a tientas, en un toco de
madera, frente a Don Juan. Afuera es primavera.
“Aquí, se donaron terra
boa d’aquí y desses
campo ahí, tudo por ahí
era dos franceses… Y
depois dos ingleses... mais
nos temo aquí desde a
época da companhía
francesa. Nos viemo aquí
pra
a
companhía
francesa… Vieron gente
da minha mãe, ¿não?
Eles donaron um destes
terrenos pra nós. Nos temo aquí desde mil oitocentos cincuenta…
Este… o homem velho eu não conhecí… mais a mulher velha sim
conhecí… Este… Vaz, Vaz é… os donos destes campos que estão aquí…
A mulher… da nossa gente… compraron… compraron do Artigas a
ceim pesos da aquela época a legua. ¡A legua! ¡Não a cuadra!”308.
De acuerdo con Don Juan, entonces, su familia fue una de las primeras
en avecinarse en la zona de Cuñapirú, aunque no hacia 1850, sino más
probablemente unas tres décadas después, cuando ya estaba instalada
la compañía francesa. Él mismo es, casi seguramente, el último de los
pobladores originales de la zona309. “Fas sein… centos seis anos… que
moro com meus familiares, todas filhas… cento seis anos (…). Había
um lote de casas aquí… Isto era um povinho. Agora no fica nada. Esa
Los testimonios de Don Juan López que presento acá fueron tomados de las dos
entrevistas en profundidad que mantuve con él en su casa (el 11 de setiembre de 2004 y
el 26 de octubre de 2005). La trascripción respeta fielmente su habla en portuñol (así se
le llama en la región al DPU –dialecto portugués del Uruguay– o, como actualmente
prefieren los lingüistas, al portugués del Uruguay), y es fruto del trabajo que con gran
dedicación y pericia realizó Joni Ocaño. Las dificultades de esta trascripción son
considerables, sobre todo si se tiene en cuenta que el portuñol es una lengua (o una
variante dialectal) ágrafa.
309 Ya no. Don Juan López, Passarinho, falleció en el año 2008.
308
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las máscaras de la identidad colectiva …
gente velha de Corrales, tudo mundo me conhece, eu sou más velho
que eles… Eu so o único que vo ficando, os demais morreron tudos.
Sou o único que fica aquí”.
Y, naturalmente, parece conocer la zona como nadie: “este puente ta
ahí desde o ano… no ano trinta y… ¡no ano trinta! Desde ese puente
da ahí… Era aquí… deixa eu ve… ouve dois passos… ouve tres passos
aquí… O primeiro passo, que eu conhecí… pero não cruzavam mais
por ahí… cuando eu vim… pra baixo… Bueno, despois u segundo
passo ahí desce u passo das pedras que ta alí… la embaixo… Era mais
em baixo, como duas cuadras… Lá era um passo, bueno, la eu cruzei
cantidade… Saía na carreta… Eu era carreteiro… Saía lá naquela
estancia do Isasa, emriba alí… Saía alí… d’alí pra volta ahí... Bueno e
despois… este… cuando us inglés tomaron conta… había… Nu tempo
da companhía francesa, ¿não?”.
El portuñol que habla, apretado entre los dientes, me resulta bastante
hermético. Benavides intercala algún comentario, como para ayudarme
a entender mejor. De todos modos, mi dificultad con el portuñol –o
con ese portuñol– me exige un gran esfuerzo de concentración. Cuando
no lo puedo sostener, y más ahora que mi visión ya se ha acostumbrado
a la penumbra, mi atención se desplaza hacia otras cosas: el rostro de
Don Juan, curtido por el frío, el sol y los años (¿por la pobreza?), las
arrugas profundas, decididas (¿por el dolor?), la barba blanquiamarillenta, el gesto áspero (¿por la soledad?), la mirada torva y
confiable a un mismo tiempo, las manos temblorosas, aún cuando
arman con destreza, una vez más, un tabaco Toro.
Es difícil adivinar su edad, ni siquiera con base en su decir, salpicado
de contradicciones: “fas sein… cento seis anos… que moro aquí, com
meus familiares, todas filhas… No ano novecentos. Sim, cento seis
anos. A minha mãe era brasileira e o meu pai era paraguaio… Mais
eu sou uruguaio porque eu sou nacido aquí… sou nacido no ano
deceseis… o veinticuatro de junio do deceseis”.
Don Juan fue un buscavidas, como no podía ser de otro modo, o casi,
en un lugar tan sometido a la alteración periódica e imprevisible de las
posibilidades de empleo. “Sempre trabalhei, sempre… desde… ¿Sabe?
Desde antes eu trabalhava, desde a época dos ingleses eu trabalhava
en las minas… Había hasta luz ahí… Sim, me decían Juan de los
pájaros… Pero ya não importa, pero… Eu nunca vi um… Era uma
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
época que… Y eu trabalhei aquí, anos aquí… por conta du Estado,
¿né? Na mina Pirú. Desde antes eu trabalhaba… Trabalhaba cuatro,
cinco meses… pagaban… Despois… não pagaron nada… Entregarum
pra u Estado pra não pagar mais impuesto… Mentras tomó conta eu
trabalhei numa granja… ahí do otro lado, du parador aquí… Despois
que terminó a… aquí a cuestión da… da… cuestión contra u Estado,
¿não? Bueno…. foi no ano mil novecentos trinta yyyy… ¡trinta y nove!
¡Trinta y nove!... Eu trabalhei, eu trabalhei… na mina Pirú, cinco
anos cuando tomó conta… porque estavam os inglés… o Estado na
cuestão da mina ahí… Despois levarom pro Estado e ficou tudo
parado… Eu trabalhei anos ahí…eses anos todos eu trabalhei ahí… no
trinta y…”.
Don Juan es parte de la historia de Cuñapirú, que es decir parte de la
historia minera de nuestro país. No dejo de pensar que estoy frente a
quien quizás sea el único sobreviviente de quienes trabajaron en la
planta de Cuñapirú y en la mina de San Gregorio cuando la UTE se hizo
cargo de la explotación aurífera. Un tipo raro, sí.
Le pregunto, por tercera vez a lo largo de la conversación, por qué lo
llaman Juan de los pájaros. Intuyo que esta vez no eludirá el asunto.
“Bueno, este… agora voce vai vé, cuando ista cuestião que aquí paró,
paró a… Se tapó aquí, não había trabalho, não había nada… neim nas
estancias… Tudo, tudo ficou trancado, ¿né? ¿Qué fazer? Bueno, y era
uma época que… Os passaros comían tudo, a gente plantaba y os
passaros batían em tudo… Bueno, y… naquele tempo não había mais
trabalho, si voce iba esperá trabalho, morría de fome. ‘Vou inventá
alguma coisa’, pensé. Fui y conseguí… e inventei de cazar passaros y,
entonces… Empecé cazar por aquí canarios y coisas, ¿não? Na volta…
Eu gosta de esas coisas, hay mirlo no cerro, no Miriñaque… Cuando
veio a sessão de cardenal, me pasei alí pra o outro lado de Corrales,
mais oia andei na 6ª, no Cortume. Andei, andei por aquela zona tudo
alí… mais adiante… Tudo, tudo tinha recorrido. Tinha conhecido alí,
¿não? Cazando… pra fazé o dinheiro, ¿não? Eu cazaba por lá y… me
trazía no ónimo. Y cuando não –que tava o finado Lito, o irmão dele,
estão mortos os dois– o Lito Núñez… Eles me dechavam aquí donde a
mulher dele vivía, aquí… y daquí cuando eu vinha eu levava pra
Rivera pra um comercio que había, se chamava El zorzal. Bueno, eu
vendía por ahí, pela aquela zona… Mais eu penso: si eu vendía um
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las máscaras de la identidad colectiva …
casal de cardenal por ceim pesos alí en Rivera, alí no El zorzal y
outras casas alí, eu vendía por duzentos em Santana. La pagabam
dinheiro… Y seguro si comprabam pra revender… Mais é tal negocio,
¿não? In isso eu tive mais o menos cuatro anos… Bueno, y por isso me
botaron ‘o passarinho’”.
Siento que es hora de dejarlo tranquilo e irnos. Ya afuera de la casilla,
le prometo que voy a volver a seguir conversando en algún otro
momento. “Bon”, fue su lacónica respuesta.
Pasó un año desde aquel día. Ahora llego solo. Fiaca me olfatea. Don
Juan está a unos metros de la casilla, amontonando unas ramas de
espinillo, creo. La misma ropa que en nuestro encuentro anterior:
camisa de abrigo, a cuadros, de colores desvaídos, pantalón gris,
amarronado por el tiempo, alpargatas con los bordes deshilachados.
Levanta la cabeza. No sé si me reconoce. (Me dice que sí, pero me
parece que no.) Vuelvo a sentarme en el mismo lugar, esta vez sobre
una piedra tallada prolijamente. Apoyo una Velho Barreiro en el piso,
casi entre sus piernas. “Hoy tengo sed”, le digo al pasar. Me pregunta
cómo me llamo. Le hablo de mi familia, de mi ciudad, de mi trabajo.
Don Juan se levanta de su toco de madera con alguna dificultad. Trae
dos vasos, uno de vidrio grueso, el otro de plástico. Le digo algo sobre
la crecida del arroyo, como para decir algo. El hablar de Don Juan es
desganado, entrecortado. Cada tanto se queda en silencio y arma un
tabaco. Lo sigo, con el silencio y con el tabaco. Las pausas son largas.
Farfulla algunas cosas ininteligibles. Sus palabras recién empiezan a
fluir cuando habla de su familia. “Meu pai era paraguaio. (…) Meu
pai… era bandido… daquí do Uruguay… era maragato… Meu pai,
¿não? De São José… que oje não se diz maragato, pero… vaya que me
peguem um tiro, ¿não? Oje são josefino… josefino. Meu pai era
sobrino de Francisco Solano López, o mariscal, muito conhecido,
¿conhece? Está nos libros. O ditador. Bueno, eu perdí… meu avõ
morreu aquí… o pai da minha mãe. Minha mãe veio no ano mil
oitocentos oitenta e cinco… Com quinze anos… Sim… bueno, ela veio
aquí de soltera, ¿não é?... Depois veio meu pai do Paraguai, ¿não?...
Se casó com minha mãe. Minha mãe veio com meu avõ e com meus
tíos, ¿não? Porque meus tíos eran Fernández por parte do meu avõ,
¿não é? Meu avõ era maragato, minha mãe era Antúnez Percíncula…
Fernandez… Antonia Antúnez, parienta dos Antúnez de Odorico
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las máscaras de la identidad colectiva …
Antúnez, ¿conhece? Minha avõ era Antúnez… a minha bisavõ era
Antúnez de Percíncula… casada com Fernández… Bueno… e a minha
mãe vinha a ser Fernández… Fernández. Por mãe, Antúnez, y por pai,
Fernández… O Fernández era aquele maragato…”.
Después de un rato empiezo a sentirme más cómodo, y creo que él
también. La canha branca quema. Le pregunto si tiene alguna
anécdota de la época en que la compañía inglesa estaba instalada en la
zona, o de algún personaje interesante de Minas de Corrales. La
memoria de Don Juan se va haciendo cada vez más prolífica, hasta
fantasiosa por momentos. “O Santiago Quiroga, ese que eu le digo, que
era o dono dalí, o propio dono dalí y daqueles terrenos que tá pra
vender… Era o correio, que naquele tempo era pra carregá a
correspondencia –não había auto, não– y em jardinera con cavalo…
lá no Passo do Cerro era em jardinera… Tava o Santiago Quiroga y
tava este otro aquí fora aquí du… que era dos correio u da jardinera
puxado a cavalo… o Santiago Quiroga y tava esta otra casa ahí…
perto du… ahí onde está o abasto enseguida pra lá… O Romero (…)
¡Ah!... Mais eu le digo… Aquí no Uruguay não había nada… neim auto
do Brasil, nada… Había carro, carreta, u… coisa, aquí não había
nada… ¡Um bagazo! Había sõ vaca… Cuando entonces… cambiarom
pra cá ficou mais pertinho… a volta da estancia para vim aquí… Vaz
a volta por esas torres ahí emriba, todas esas colunas… Cuando viam
aquí tinham que dar a volta tudo, ¿né? Y traziam tudo a carro e
carreta ¿né? Y… bueno… porque caminhão não había, neim auto
tinha. Me recordo um día que apareceu um auto aquí, me lembro que
era uns dos primeiros autos alemão: Dodge, aqueles… Dodge sim, até
oje hay… Us auto Dodge. ¡Éh! Pois é, pasava um auto…, era poblado
aquí… saía toda a gente oiá vim, mais era um abismo aquilo!
Ninguém conhecía… ¡Uh! ¡Até us animal disparavam!”.
Don Juan empieza a soltarse. De a poco voy entendiendo su narración.
Vuelvo a llenarle el vaso. Sin abrir la boca, lo animo a seguir hablando.
“Bueno, despois o primeiro que compró auto foi… este u Romero…
Qué cochera velha ¡ché! Caminaba e vocé daba un garrotazo nela e
saiam correndo… Pero… cuando lá pegaba un barquinazo y…
ficavam sentados… O primeiro coche… O primeiro auto ya vinha com
Santiago Quiroga… Um filho dele aquele du… que mora alí perto
daquele parador alí du… O velho aquele o… O gringo aquele… Bueno,
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
o Quiroga cruzaba aquí neste pasto y nas pedras aquí… más pra cá
¿não? Bueno, e um día veio um alemão… Tinha um auto velho… um
Dodge… y o homem veio rozando as pedras alí y nós trabalhando
aquí na represa… O causo e que levantarom as compuertas das
turbinas y represó… y caundo chegou um meio tapó u auto, que era
un auto pesado em baixo, ¿não? Y ficou morto no meio d’agua, cheio
da agua, ¿não? Bueno, o homem saiu, naturalmente… Se apagó o
motor e o homem saiu.. y foi pedir pra sacar o auto y veio o homem
velho que tava lá, que eu era peão dele naquele tempo, ¿né? Y o
homem velho com uma yunta de boi y cadena y tudo y eu com um
cavalo… pra puxar os boi novo… y saquemo o auto. ¿Y sabe queim era
u…? Ahí tava u campeão ese que é filho do velho o… da radio de
Corrales… Andino. Este… bueno, veio o pai dele y bueno… Despois que
saquemo o auto botemo lá fora… se puxou… de arrastro, ¿não? Y eles
chamaron o Andino… pai d’estes Andino, ¿não? Y veio um sobrino
meu que e casado com a filha daquele outro (…). Bueno, veio o
Andino, tinha um galponzinho alí donde tá o Marcelo, o Marcelo
Nuñez. Foi tirando aquí no pasto, ya não era nada de delicadeza,
nada de tábua, nada de mesa, nada. Aquí no pasto nomás. Agora, no
outro día, veio, olhó y aquelas peças que tavam secas foi colocando no
Dodge mais ¿cuándo termino de concertar o motor? Y diz o alemão,
dize: ‘tá pronto, pode funcionar, pode marchar nomás, mueva la
palanca aquí’. Y bueno assim que… o pai dèste aquí… dice: ‘si el coche
no marcha, si el auto no marcha –dice– entonces tendré que ir yo, de lo
contrario…’. Mais, olha, o alemão subiu no auto y moveu a palanca,
moveu os cossa que tinha, mais saiu arrancando ahí… y diz u pai
deste aquí… ‘¿cuánto le debo, señor?’ Eu le digo a realidade, ¿não?
¡Realidade! Disse: ‘¿cuánto le debo, señor?’ ‘Voce me debe um…’. Pediu
uma botella de canha, porque era muy canhero o velho, o que pasa
que o litro de canha valía seis, oito real, valía. O alemão foi, mandó
buscá, había um comercio alí arriba y… aquí había outro… y alí había
outro, alí… Mandó buscá dois litros de canha y deu ceim pesos pra o
velho Andina. ¡Má! O velho saíu… Pero ya le digo, o velho era
campeão… O pai deste Andina, du radio. Não, não, era campeão, ¡o
velho era campeão! Y naquela época não había auto, era os primeiros
que vieron. Cuando aparecía um auto aquí, os primeiro que
aparecerom, se levantabam todo o povo e vinham pra ve aquele
barullo, era un monumento”.
235
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Le insisto para que me cuente alguna historia de aquellos “viejos
buenos tiempos”, los del trabajo en las minas. “Bueno, agora… este…
despois cuando terminou esta cuestião que eu tive enterrado ali um…
Onde tinha a cabina, numa mina alí… Bueno, entonces paró aquí a
cuestião das minas aquí… Pero ya saiu o Estado daquí… Bueno
entonces eu fui, antes de terminar, eu fui alí… Nós tava limpando uma
galería y… Tavam a gente limpando e secando o pozo… Tinha un riel
pra baixo do pozo… sentado sacaban agua, y ahí entonces adonde a
boca que sacaban u material do pozo… corría numa valheta… pra
baixo, ¿não? A agua sacaban do pozo y despejavam alí no… no
corredor aquele do valho que é da galería. Da galería pero fora,
fora… Bueno y… nós ta limpando y tava sõ a boca –a boca cheia de
pedra– entonces, sacavam na… y largavam alí y saía por um lado
que nós tava limpando –no valho aquele– bueno, y cuando foi as oito
da noite, mais o menos, recibí… Comenzó… as oito por ahí, empezó…
Trabalhava por turno… u capataz até, u que comandaba lá, que era
u… Bueno, que tal vez vocé conheceu, u… pai de este velho da zona, de
este velho, o pai dele. Bueno ele a mim nunca me fez mal, bueno ele
era o capataz… Bueno y as oito da noite com agua que largavam de lá
do pozo chegava donde nós tava limpando. O lugar era chocho, era…
Não era pedra, era um… como vo dizer… Não era um material duro
pero com a agua… chochó… y desbarrancó… Nos tapó –uma
escombrada, ¿não?– y nos tiró a parede. Deste lado tinha um
barranco d’aquí y tinha como cuatro metros de alto… Y entonces por
esas casualidades, ya le digo, sõ no frente, na boca da galería era
pedra, era escombro… Y vai y que vinha digo y vo botá uma barra lá
inrriba y una corda… Vocé entende, ¿não? Foi y se botó lá inrriba
com uma barra o un poste lá y se botó uma chuva que vinha aquí
donde nós tãva, largaba agua do pozo que cruzaba ahí… desbarrancó
aquele lado, aquele… Y empezó a desbarrancá que me atullió alí… Y o
outro compañero tambéin tava até por aquí, y –se chamava Pedro,
Pedro Santana se chamava–. Y eu digo, ‘mais ché’ –eu não podía saí,
tava tapado até por arriba–, y eu dice: ‘morremos tudo afogado aquí’.
Y ele foi, se agarró na piola y como pode se me veio y… Foi lá a pedi
auxilio au… ali a cincuenta metro pra riba, no posto central, ¿não? Y
vieron os homem. Y cuando vieron, eu tava tapado até uma altura
asim, como vinte metro da cabeza, y com picos, com coisas, eles
cavaron, entraron lá como poderom, porque… Bueno, o certo foi que
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
me sacaron dalí as oito, oito y poco, me sacaron dalí. Pero… entonces
eles cavaron com as mãos, com picos não excavarom, si não capaz
que arrancan até…y bueno, como poderom me sacarom. (…) Cuando
demo volta, que nos caminhemo fora, me levaron agarrado, ¿não?
Este… me levarom uns dez metros pra a boca, cuando eu olhei pra
lá… ¡Má! Tava parelho com o campo o barranco aquele, ¿não? Bueno,
tive… dalí me trouxeron de noite pro hospital… o doutor que me
atendeu era o doutor… Lockart. É e tava o… outro era um… negro,
bastante preto… um escravo… do Paraguai, ¿não? Bueno, este… y
tava o Lockart, ¿não? Bueno, até hoje –porque eu gosto dele– y…
naquela época que había o cuartel alí en Corrales em… Em na
azoteia... Bueno, y… este… –era o doutor de lá– y disse o… Cuase as
nove da noite, y diz u… que pasase pra examinar o outro y disse o tal
de Ros –eu conheci tanto o Ros como ese outro o… Davison–, que era
muito conhecido, foi o primeiro meu doutor, bueno y disse: ‘ché, ese
negrito… che, y a vos ¿qué te pasó? ¿Dónde te lastimó?’ ‘Por aquí y
tal…’. Y vai, mais olha, nunca escapa dele… Olhó, olhó… y disse:
‘mirá’. Disse –eu quero que voces sepam coisas beim mesmo… um
poco de historia dele, ¿não?–… Disse: ‘mirá, si en la canilla no te
lastimaste, bueno, menos mal entonces’, disse. ‘Entonces vos estás a
salvo porque la muerte del negro siempre pega en la canilla o en el
garrón, la muerte del negro’.
Don Juan parece disfrutar mientras habla y mucho más, creo, mientras
se escucha y me descubre escuchándolo con atención. “Bueno, despois
me tocó a mim… Eu tive enterrado… pero não me asfixiei porque
largavam agua de riba y o aire da agua… Porque si não, si é terra
nomás eu tinha morrido, eu tive enterrado, terra com vinte, o trinta
centímetro da cabeza pra riba... Bueno e diz o Ros, no hospital,
porque de lá o capataz da mina foi queim nos trouxe no hospital –de
noite– lá chegando no hospital… que nos trouxe y não, o capataz das
minas que vinha a Corrales a pé… A pé… de lá da mina… Y daquí foi
um auto –porque tava o caminho de São Gregorio–, quinze
quilómetro… Nos chegemos au hospital cuasse as dez… Eu sei que nos
examinaron. Y depois nós viemo pra cá, ¿não?... Bueno, eu sei que no
final de contas para terminá a historia eu tive… tres… dois meses no
seguro… Y despois numa dessa paró, trancó as minas que… Se
terminó… isso do Estado y –eu tava no seguro– y o doutor… Eu le
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las máscaras de la identidad colectiva …
digo… não vou le contar coisas. Bueno, entonces veio o… gostava
muito de jogar o casino… y entonces eu tava no seguro y vinha o
coisa… o listador daquí, ¿não? Eu sempre andaba com um bastón
despois do accidente, ¿não? Y eu caminhaba perfeitamente, y cuando
eu via o auto que vinha dahí, eu ía rengo. ‘Y ¿cómo va usted ahí?’. ‘Voy
mal, ando embromado’. Daquí poco pasaba o auto… Bueno, eu sei que
ao final de contas, eu tive… Bueno terminó, cerraron aquí, terminó as
minas y eu fiquei no seguro… Y vou no doutor, no Lockart y… ‘¿Tás
bien?’, disse. ‘Toy bien’. Tive tres mes no seguro”.
Le pregunto si vio funcionar a “la Clotilde”. “Sim, claro, vocé vai ver”,
me dice. Se levanta y me invita a acompañarlo. Fiaca suspende su
siesta y se pega a Don Juan. Camina con dificultad, apoyándose en una
vara de sauce que usa como bastón. A unos pocos metros de su casa, al
pie de un tupido cañaveral, quedan los restos de un pequeño puente.
“Por aquí, ao costado de esse terraplén, passaba O Santa Clotilde”. Al
llegar al arroyo, entre arueras y sauces que él mismo plantó, Don Juan
me muestra el lugar donde pescaba cuando era más joven y el pequeño
muelle que construyó para amarrar su bote. Mientras caminamos por
el monte de regreso a su rancho lo traigo al presente, a su vida
cotidiana, a sus rutinas. Me cuenta que vive bien –“agora tenho uma
pensão”, aclara–, que le gusta leer y, mais que nada, la música. “Mais
música boa, ¿é?, folclore, típica, Gardel… Nada de coisas de gringos”.
No parece gustarle hablar de su mundo íntimo. “Paso beim… Eu tive
uma companheira… oito… dez anos… Despois as coisas não
caminaron”. Lo dice sin carga afectiva alguna. No insisto, convencido
de que la próxima vez intentaré hurgar en sus afectos… y de que habrá
una próxima vez.
“Nací aquí… y aquí quero viver… Antes tinha quinta aquí… carro y
cavalho, y vendía no Corrales. Ahí tein é mazega nomás… Aquí… toda
a vida… y eu tinha aquí a minha mãe. Nunca pasei mal… Alí ese
terreno, esta casa, y aquela outra é minha… Feita por mim… Eu fiz
esta casa, fiz isto tudo. Y o día que eu morra, bueno, que tome conta o
diabo, se não…”.
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
soul landscapes, soul mirrors:
un paréntesis bucólico en la pesquisa etnográfica
El día está esplendoroso: sol de octubre, cielo límpido, una brisa
despareja y estimulante, las sierras recortándose azules en la bruma del
horizonte del sur. Cabalgo en un “Rutas de Oro”, ruidoso y
desvencijado, que me obliga a una concentración muscular zen cada
vez que intento cebarme un mate. Pero el viaje es tremendamente
disfrutable. El paisaje de la ruta 28 hoy se despliega como la cola de un
pavo real. (El panorama que a cada lado ofrece la 28 es distinto en cada
viaje, pienso, como si el paisaje poco antropizado del entorno estuviera
engranado con el del alma y el de los espejos). Los cerros oteando
verdores casi vírgenes, pinos jóvenes, charabones espantados por el
ruido del Rutas, garzas blancas, chajás, aguiluchos, apereás, insólitas
aves zancudas en charcos azules, formaciones parabólicas de patos
salvajes (¿o son biguás?), cada tanto algún tropero en su mundo sin
tiempo.
Presiento que estamos por llegar –ya va más de una hora y media de
viaje– y entonces recuesto mi cabeza contra la ventanilla para poder
mirar hacia delante, anhelando ese instante único en el que las casitas
de Minas de Corrales se aparecen como una platea salpicada de blancos
en la ladera del cerro. Me turbo cuando una señora canosa, bastante
más elegante que el resto de los pasajeros, se levanta de su asiento y
camina hacia la puerta. El ómnibus se detiene, la mujer baja y se queda
al costado, esperando. Se abre una de las puertas de la bodega y su cara
interior queda a veinte centímetros de la mía: me arruina el paisaje.
Sube un hombre con sombrero de paja que mira con miopía y ansiedad
entre las filas de asientos. José Alfredo me saluda brazo en alto y con
ademanes me indica que me baje.
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
–Hola mamá, él es Fernando, anda por acá de visita.
Nos subimos a una camioneta roja que avanza levantando polvareda
por un camino flanqueado por álamos. José Alfredo intercambia
novedades con su madre y no titubea al momento de exhibir su saber.
–¿Lloverá, José Alfredo? –Y mirá, mamá, a la mañana los chajás
estaban allá en la sierra, así que mañana clavado que llueve. La
camioneta se detiene. José Alfredo se baja y cierra con cuidado el
candado de la portera. Cosa rara, portera con candado, pensé. Al fondo
del camino, a unos doscientos metros, un casco de estancia,
blanquísimo y con aire sereno. Frente a un gran portón metálico
estaban de charla Sonia (su nuera), Cristina (su hermana) y Alicia (su
esposa).
Las cuatro mujeres desaparecen por el costado de la casa. José Alfredo
me invita a entrar por el galpón. –Éste era el tambo, llegamos a tener
de a dieciséis vacas a cada lado para el ordeñe. Recorremos las
instalaciones: una pieza para el descremado y enfriado, otra para hacer
manteca, otra más chica para... Volvemos al galpón y pasamos a la
pieza siguiente, tan alta y espaciosa como la anterior. Me llama la
atención el entrepiso de madera, bastante nuevo, balconeando sobre la
doble altura del corredor. A un costado, un horno de pan que aún
conserva su dignidad. El tour se hace cada vez más interesante, a
240
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
medida que José Alfredo me muestra cada rincón y empiezan a
asomarse historias de la época de bonanza.
–El tambo llegaba hasta acá, esta pared y el entrepiso se hicieron
hace un par de años. Mi cuñado, en realidad mi ex-cuñado, consiguió
una plata canadiense y se mandó esta reforma. ¿A quién se le ocurre?
Habrá gastado no menos de sesenta, setenta mil dólares.
Salimos por una puerta lateral. El campo, abierto, se despliega en todo
su esplendor. Trescientos sesenta grados de horizonte serrano,
manchones de montes de eucaliptus, algunas casas a lo lejos y ese
silencio campestre, de inmaculada pureza bucólica. Hacia el este, por
donde pastan las vacas, resplandece el primer Cezanne; el resto es todo
Poussin. Extrañamente, siento algo parecido a la felicidad. Yo, tan
urbano y urbanizado, insuflado de plenitud virgiliana... José Alfredo
extiende su brazo, indicándome sin ningún atisbo de pena hasta dónde
llegaban sus veinte hectáreas y hasta dónde las mil cuadras que habían
pertenecido a su abuelo. –Ves, más allá del horizonte, pasando ese
monte de eucaliptus... Y por allá, del otro lado de la sierra... Y de
aquel lado, pasando la última casita... Todo Cezanne y todo Poussin
habían sido de su abuelo, a quien José Alfredo no dejaría de mencionar
durante toda la tarde. Muerto José Oruezábal, sus descendientes se
repartieron las tierras. El predio donde estamos ahora, incluyendo el
casco de la estancia y la camioneta, es todo de su hermana Cristina, que
compró las partes que habían heredado sus hermanos. A José Alfredo
sólo le quedaron veinte hectáreas, suficientes, me dice, para ocupar su
tiempo con unas pocas vacas que ordeña sólo para el consumo familiar,
la producción apícola y algún cultivo hortícola de estación. Aparece
Alicia. El almuerzo está servido.
La cocina-comedor, muy espaciosa, todavía conserva el antiguo
equipamiento: cocina de leña, picadora de carne a manija y alguna otra
reliquia avergonzada entre electrodomésticos de última generación:
multi-procesadora, horno de microondas, heladera con freezer, cocina
embutida en una mesada algo arrogante. Sonia, siempre plantada
como nuera, hamaca un cochecito Gracco con un oruezabalito de dos
meses, el primero de la sexta generación corralense. Me presentan a
don Graña, un hombre en ropa de fajina que está a un costado,
incómodamente sentado, imperturbable. Por la izquierda, José Alfredo
levanta un mosquitero y me ofrece galleta de campaña. Por la derecha,
241
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Cristina sirve osobuco con arroz. Enfrente, Alicia me pregunta por mis
intenciones. Don Graña –quien, vaya uno a saber por qué, recibe doble
ración– masculla el portuñol más puro e indescifrable que había
escuchado hasta ese momento. (Claro, todavía no había conocido a
Passarinho.) Me gusta la madre de José Alfredo: aprovechen hoy,
porque después de veinticuatro horas uno deja de ser visita. Y ahí me
pongo el delantal y no me lo saco más. El almuerzo, en fin, discurre
sereno y afable.
–Fernando, si te parece me acompañás a hacer alguna cosita al
campo y mientras tanto conversamos. La invitación me tranquiliza.
Me da un sombrero de paja y rumbeamos hacia el campo. La charla de
José Alfredo es, como siempre, amena. A los diez minutos, casi sin
darme cuenta, estoy ayudándolo a arriar unos terneros. Me explica que
había vendido casi todo el ganado que tenía y que sólo se había
quedado con tres vacas y tres terneros. Cuando llegamos frente a ellas,
las vacas no se mueven y siento que me miran fijamente. José Alfredo
lanza una carcajada. –Mirá cómo se quedan, duritas mirándote. Te
están reconociendo. Si cuando vengo solo siguen comiendo pasto
como si nada... Confieso que el descubrimiento de la posibilidad de
inteligencia en la vaca me desconcierta.
Desviamos un poco el camino para llegar hasta el recinto alambrado
donde están tres toros normando, grandes y desconfiados. José Alfredo
me cuenta sobre las bondades de una balanza electrónica –la única por
estos pagos– y me explica cómo funciona el cepo; desde encima de un
entarimado del otro lado del alambrado, me invita a tocar al más
grande de los toros. –¿A cuántas vacas monta cada uno de estos?,
pregunto como para mostrar que conozco del asunto, aunque lo que me
tenía curioso –y no me atrevía a preguntar– era cuántos animales tenía
su hermana. –Y, cada uno sirve a unas sesenta vacas. Me pide que me
quede en una esquina contra un pique de eucaliptos y, ya a salvo, suelta
a los toros. Cruzamos un par de alambrados y volvemos hacia las vacas,
que se habían dispersado un poco. El antropólogo urbano arriando
vacas, gritando un ea-ea que ni las vacas se lo creen, y cada tanto
obligándose a acariciarle el lomo a un perro rubio, Gurí. Las vacas nos
muestran el camino hasta un cobertizo. Ahí nos reciben cinco o seis
perros que me producen un miedo visceral (que intento disimular, creo
que con poco éxito). José Alfredo los espanta con un grito. Los terneros
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
quedan bajo el cobertizo tomando agua y José Alfredo suelta a las
vacas. Le pregunto por qué separa a los terneros de las vacas. –Si
quedan juntas, en un ratito ya están mamando, y ahí no las puedo
ordeñar... Acá es donde las ordeño. Vaca con ternero no se ordeña,
pero yo igual las ordeño, no me queda otra.
José Alfredo me señala una casita chica, blanca y sencilla. –Vení que te
muestro mi casa. Es una típica casa de MEVIR: pocas ventanas,
galpón, dormitorio y baño. Nos sentamos en el galpón, partido en dos
por una mesada alta de cocina. Le muestro mi sorpresa al descubrir
que la casa tiene energía eléctrica. –Ah, esto es un lujo. Fijate, hasta
heladera con freezer tengo... Y agua de OSE. Tener esto en el campo es
un lujo. Fijate que hasta puedo trabajar con un taladro eléctrico... Me
cuenta, entre divertido y orgulloso, su discusión con el arquitecto de
MEVIR, y cómo lo fue cuerpeando hasta lograr cerrar la baranda
destinada al ordeñe y ganar una habitación para la casa.
Mientras caminábamos por el campo José Alfredo me había hablado
sobre su hija Sandra, que está viviendo en Montevideo. Ahora me habla
sobre cómo educar a los hijos, cómo sostenerlos a la distancia (“vos
estudiá que yo te banco hasta que te recibas”, me dice que le había
dicho), sobre la importancia de algunos principios, el valor central del
esfuerzo y el sacrificio, el no bajar los brazos ante las adversidades, no
hacerle asco a trabajo alguno y “siempre meter pa’delante”. Le
pregunto por su hijo, extrañado de no verlo ahí. Hace algunos meses
que Germán consiguió trabajo como peón en la empresa minera, y el
salario ahí es tranquilizador. Así que José Alfredo se las arregla como
puede en el campo, entre sus pocas vacas de ordeñe, sus panales y sus
proyectos: “conseguí un crédito de Uruguay Rural así que voy a ver si
empiezo a armar unos túneles para plantar sandía. Quiero ser el
primero en llevar sandía a Montevideo, así les gano de mano a los
demás”.
A pesar de las abismales diferencias, se mire por donde se mire, veo
“algo” en ese hombre, no sé exactamente qué, que me trae el recuerdo
de mi padre. Por lo pronto, y a pesar de los pocos años que me lleva de
ventaja, hablando con él me siento hijo, y no exactamente hijo de él.
Me siento hijo a secas. Quizás se me filtra una sensación visceral de
hijidad que no suelo sentir. De todas maneras, es raro. José Alfredo,
apenas quince años mayor que yo, es de otra generación, y yo en su
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
humanidad (y en la mía) apenas soy un “muchacho” que quiere saber
cosas sobre su vida y sobre la historia de su pueblo. Evito hablar sobre
esto, como para preservar el disfrute de lo contingente, del estar-ahí
sin procurar, en ningún momento, tomar las riendas de la charla. Ya
habría oportunidad para la indagación etnográfica, para conversaciones
más dirigidas...
Estamos sentados a la mesa de su casita, hablando de bueyes perdidos,
cuando aparece la boina y la cara colorada de don Graña en la única
ventana del galpón. Volvemos hasta el casco. José Alfredo se mete en la
casa y yo me quedo en el jardín posterior, sumándome a la
conversación bilingüe y vegetal de Graña y la madre de José Alfredo. Le
pregunto sobre un par de pitangueros hermosos que flanquean la casa,
y la conversación deriva en la belleza del jazmín paraguayo, la nobleza
del ombú y la escasez de mariposas. Desde un costado de la casa
escucho el grito de José Alfredo: –Fernando, venite un poquito.
En la cocina estaban las cuatro mujeres, aprontándose como para irse.
José Alfredo, con cara de circunstancia, me dice que surgió un
imprevisto, que tiene que ocuparse de un asunto, que lo disculpe, que
es una verdadera pena. Alicia parece apesadumbrada por la
interrupción de mi tarea, no para de preguntar si habíamos podido
hablar y de disculparse una y otra vez. –No se preocupe por nada, José
Alfredo, ya tendremos otras oportunidades. Y la verdad que pasé
bárbaro, no me esperaba un día de campo. Alcanza con que me
arrime a la ruta y espero el ómnibus. –No, no. Te acerco hasta el
pueblo, si tenemos que ir para allá a levantar a Germán. Alicia sigue
disculpándose. Me parece oportuno poner algo de humor a una
situación que parece incomodar a todos: –yo no tengo apuro. A lo
sumo se demorará un poco la erección del monumento de José Alfredo
al lado del que le hicieron al doctor Davison, pero los héroes saben
esperar. Apagadas las risotadas, José Alfredo, oportuno, también
contribuye a la distensión: –otro día podés hablar con ella, dice
mirando a su madre, ella conoce bien toda la zona. –Cómo no, pero
sólo si me espera con delantal y con alguna cosita casera en el medio
como para amenizar la charla. –Pero cómo no, y ¿qué le gusta?
¿dulce o salado?
Cristina cierra todas las puertas con doble llave, casi obsesivamente,
como si la casa fuera a quedar vacía por largo tiempo. José Alfredo le
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
advierte que tiene que volver por la noche a ordeñar. Vamos hasta la
camioneta: la abuela arquetípica (ya bisabuela), Alicia, Cristina, Sonia
y oruezabalito. José Alfredo viene un poco atrás, como arriándonos.
Abre la puerta trasera y me obliga a subir. –No, José Alfredo, no
entramos. Yo voy atrás. –Vos metete, me ordena. Desobedezco y abro
la puerta trasera de la cabina. –Bueno, esperá un poquito, no te metas
todavía. Sale del galpón y vuelve en unos segundos con dos pelegos en
la mano. –Acomodalos ahí, uno para vos y otro para don Graña. Saca
la camioneta del garage y cierra el portón metálico con candado. Lejos,
en la portera, don Graña está esperándonos.
El camino hasta Corrales es corto: cuatro quilómetros a marcha rápida.
La piel de don Graña huele a tabaco Toro. Intercambio algunas
palabras con él, haciendo bastante esfuerzo por descifrar lo que me
dice. Enseguida entiendo que él prefiere el silencio, y que yo también.
La camioneta se detiene frente a la casa de José Alfredo, en el centro de
Corrales. Me bajo, saludo a Germán que nos estaba esperando en la
vereda y me despido de mis anfitriones.
Me quedo en la esquina, como quien espera un ómnibus, repasando y
regodeándome con la imprevista y deliciosa jornada de campo vivida,
complacido por el ambiente bucólico de Zanja de la Arena y la cálida
hospitalidad de los Oruezábal. Así estuve, quién sabe cuánto.
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las máscaras de la identidad colectiva …
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las máscaras de la identidad colectiva …
ese é Queirós
Faltan dos horas para las seis, la hora del “Boreal” que me llevará de
regreso a Rivera. El pueblo está casi desierto. Como el jovencísimo
Borges en su Buenos Aires de hace casi un siglo, me echo a caminar
por las calles como por una recuperada heredad310. Deambulo por la
avenida principal –la Davison– hasta llegar a Radio Real, la radio de
Minas de Corrales. Converso algunos minutos con Don Eduardo
Andina sobre mis planes inmediatos, y la charla inadvertidamente
deriva hacia las posibilidades de éxito de cada uno de los candidatos a
las inminentes elecciones nacionales y sobre otros bueyes perdidos.
Subo el repecho de la calle 18 de julio hasta el canal de televisión. La
puerta está entornada. La empujo, entro. Al costado de la mesa de
trabajo de Amílcar Da Cunha, el propietario del Canal, una escena de
neo-realismo italiano con algún aderezo telúrico, pacoespinoleano.
Fernando, conductor-locutor-camarógrafo-notero del canal televisivo
local y maestro de ceremonias de cuanto acto público hay en Minas de
Corrales, trapea con fervor robótico el piso de baldosas (calcáreas,
amarillas, 20x20). El televisor encendido, a un volumen demasiado
alto, vomita Intrusos o algo así. –¡Por fin te veo trabajar! Fernando
gira su cabeza y sonríe algo desconcertado. –¡Uy, llegó el antropólogo!
¿Qué te trae por acá? Mi tocayo está, naturalmente, sudoroso. Zapatos
acordonados, pantalones de jean, camisa y corbata, escobillón en
mano. Le pregunto por el programa. –¿Cuál de ellos? (Me cuenta que
conduce cuatro o cinco programas, y que además hace cámara en dos o
tres más.) Dejo al locutor-orquesta con su tarea y salgo a la calle, como
queriendo tomarle el pulso al pueblo. Pero hoy hay poco pulso. Letargo
de siesta, supongo.
“Barrio reconquistado”, en “Fervor de Buenos Aires” (1923), incluido en Borges
(1974:26).
310
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las máscaras de la identidad colectiva …
Me meto en el Club Obrero. Un par
de muchachos juegan al casín,
desafiándose sin cesar, otros dos
miran, como si nada, desde una
mesa. El encargado de la cantina
está enfrascado en una riña a gritos
con un parroquiano, al borde del
uppercut. Atravieso el amplísimo
salón y llego hasta el mostrador, con
cara de etnógrafo a quien no le sorprende una simple riña de boliche.
Pido una ginebra. –No, no tenemos... ¿Una cervecita? Me llevo una
grappa con limón hasta una mesa, sin sacar los ojos del billar. El
cantinero me alcanza un cenicero y un vaso con agua. Termina la
partida de casín y se arma una mesa de truco. Cuando mi interés por el
espectáculo comienza a decaer –ya se echaba la falta a cada rato, un
despropósito–, salgo a la calle a esperar el ómnibus.
Saludo a un mulato que acomoda algo en su carrito de helados. Me
apoyo en el murete a disfrutar del sol y de la vista hacia la serranía que
se abre entre el Club y el destacamento de Bomberos, a través de un
terreno baldío donde cada tanto se monta un circo o un parque de
diversiones. El hombre se acerca y me invita a la sombra del trailer
instalado a unos metros. Le digo que no, gracias, prefiero un poco de
sol. Hablamos sobre el tiempo, la sequía, la nada. –Voce não é de aquí,
voce é do centro, ¿não é?
A pesar de mi intención, con algún esfuerzo, de hablar mimetizándome
con el tono nativo, mi “cantito” me había delatado. Por lo menos, me
digo como para conformarme, el centro está más cerca que el sur. –Y,
uno se da conta, acá somos tudos meios bayanos... Me pregunta qué
ando haciendo por esos pagos. Le respondo en forma bastante vaga y
lacónica, sin dar casi ningún detalle. Intuición etnográfica, creo o
quiero creer. Y ahí hago lo que el hombre estaba esperando que hiciera:
darle la palabra, preguntarle por su vida, su ocupación, dónde había
nacido, cómo es la vida en el pueblo, cómo era antes, esas cosas… De
alguna manera, darle existencia, habilitarlo, legitimar sus ganas –mal
disimuladas– de hablar y contar.
Don Adán Queirós es un veterano, de unos sesenta años, de piel oscura
y curtida. De mañana es auxiliar de limpieza en el hospital, de tarde
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las máscaras de la identidad colectiva …
recorre todo el pueblo vendiendo helados, en verano, y panchos en
invierno; de tardecita abre su trailer y vende panchos hasta bien
entrada la noche. Cuando se queda sin mostaza, me dice, pone los
panchos a precio de oferta y con esas monedas sale a comprar mostaza.
Si logra hacer algún peso más, también compra ketchup, y entonces ya
puede ofrecer sus clásicos cachorros quentes. –Desde aquí uno conoce
mais a la gente que cualquer cara, que cualquer professor, me dice, y
acuso el golpe. Después de repetirme tres o cuatro veces que es
analfabeto, y que entonces capaz que pronuncia mal alguna palabra,
me habla, como queriendo ablandar su sentencia anterior, sobre la
importancia de la familia, de la educación, de los valores. Tenho um
casal, dice. Su hija está en Montevideo y él le está sustentando, a puro
pancho, sus estudios de abogacía. –En um ano se recibe, si Deus
quere... Me mira, entrecierra los ojos. –Viu, qué le parece, don, uma
advogada na familia...
Queirós es murguero de alma. Me cuenta de los cuatro tablados que
hacía hasta hace algunos años y de cómo todo eso se fue muriendo. –El
clube mató tudo, dice, ya no hay mais tablado. O negocio mató tudo.
Agora el carnaval is négocio, se ve que fazen mais grana organizando
bailes. Le cuento sobre el carnaval en Montevideo, le hablo de murgas,
negros y tamboriles. Me doy cuenta de que las murgas corralenses poco
tenían que ver con las actuales murgas montevideanas: no hay batería
(bombo, redoblante y platillos) sino un solo tambor. Queirós se suelta y
yo lo animo. Empieza a entonar las primeras estrofas de un cuplé,
según me dice, de su propia autoría. Enseguida, una retirada. –Y... ¿ya
no existe esa murga? ¿cómo se llamaba? El nombre me resulta
fascinante, agudísima condensación de una absoluta e intransferible
uruguayidad: “Hacemo’ lo que podemo”. (Hete aquí, pienso, en cuatro
palabras, algunos reflejos de la configuración identitaria, siempre
esquiva, que andaba buscando.)
Lo saco de la murga y lo vuelvo a acomodar en sus saberes sobre el
pueblo. Me cuenta, indignado, sobre una cosa que, enfatiza, muy pocos
conocen. Bien cerca de donde estamos, en la ladera del Cerro de los
Curas, está la cachimba que abastecía de agua potable a Minas de
Corrales antes de la existencia de OSE. –Y está ahí nomás. E ninguem
fala de isso. A dos cuadras veo venir el Boreal. Queirós me comenta
sobre una película que se filmó en Minas de Corrales algunos años
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las máscaras de la identidad colectiva …
atrás, que nunca se llegó a exhibir y que trata sobre la batalla de
Masoller. Ya trepándome al ómnibus, me dice, subiendo la voz: –si la
llega a ver, fíjese en el que aparece adiante, shutando uma carabina.
Ese soy eu. Ese é Queirós.
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las máscaras de la identidad colectiva …
el ethos corralense en el siglo XXI
la diáspora de los sesenta
Luego de la asimilación del fracaso frustrante de la explotación aurífera
estatal de fines de la década del treinta del siglo pasado, la riqueza
pecuaria de las tierras cuñapiruenses y la beneficiosa situación
económica nacional e internacional dieron lugar a un período de
prosperidad –la época de las vacas gordas– que, paradójicamente,
bien podría calificarse como época de oro. Fue el período de
florecimiento y auge de la Cooperativa y de la reactivación de la vida
productiva, comercial y social de Minas de Corrales: el apogeo de las
grandes casas de comercio y de las sedes locales de la institucionalidad
estatal –la Escuela, el Hospital–, la emergencia y consolidación de los
prohombres del pueblo –los grandes comerciantes, los grandes
hacendados, los grandes médicos, los grandes músicos–, el esplendor
de la vida social cotidiana encarnada en los clubes y en Don Bosco, los
espectáculos artísticos, las actividades culturales, las fiestas de gala, los
carnavales.
Así fue durante un par de décadas, hasta que ya avanzada la década del
sesenta se produjo, como ya he subrayado, la confluencia –coincidencia
y co-incidencia– de un cúmulo de hechos y fenómenos de diversa
índole que dieron lugar a la conformación de un nuevo escenario que
preanunciaba las crisis que a escala nacional y local habrían de sumir a
nuestra región en una prolongada depresión: el cambio de timón en la
gestión de la Cooperativa y su posterior agonía y muerte, el nuevo
trazado de la Ruta 5 (inaugurado en el año 1967), el mejoramiento de la
comunicación vial entre Minas de Corrales y “el mundo exterior”, la
extinción de las grandes casas de comercio (en buena medida,
consecuencia de los tres fenómenos precitados), el declive de la calidad
de la educación pública, la impericia de los gobiernos locales y
departamentales…
251
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Eso no fue todo. Como consecuencia de ese nefasto cúmulo factual, en
los años sesenta “el pueblo se vació”, vaciamiento que también operó,
circularmente, en la creciente profundización de la depresión en curso.
Selva Chirico me presenta un lúcido análisis de la coyuntura iniciada
en aquellos años: “fue esa generación que hoy tendría sesenta y cinco
años la que hizo el quiebre. Esos buscaron la modernidad, se fueron
del pueblo a estudiar, fueron los primeros egresados del Liceo, de ese
liceo que fundaron nuestros mismos padres para que sus hijos
pudieran estudiar en el pueblo. Y los mismos que trabajaban en las
minas son los que fundaron el Liceo. Y eso no es un dato menor.
Había una mentalidad empresarial. Yo digo siempre que tiene algo
que ver con esa mentalidad de la que hablaba Pareto, por analizarlo
desde la mentalidad del siglo XIX: eran emprendedores; buscaron el
dinero, hasta podría decirse, más fácil que en el ámbito rural en su
momento, porque a lo mejor la fiebre del oro aparecía como más
simple o más redituable a corto plazo. Pero mantuvieron esa
mentalidad y se la transmitieron a sus hijos. Y esa fue la generación
que levantó el pueblo, que hizo, por ejemplo, la Cooperativa. Entonces,
¿qué pasó? En los años sesenta, como en todo el país –eso está
sociológicamente estudiado– hubo todo una diáspora desde el mundo
rural hacia la ciudad. Y se fue todo el mundo. Y entonces el pueblo se
nutrió de la gente que venía de otros lugares, de otro mundo más
rural que se venía al supuesto mundo ‘urbano’ que era Corrales. Y esa
gente no recuerda nada porque no sabe nada. Y porque los referentes
dejaron de ser los herederos de las minas: pasaron a ser otras
personas. (…) Entonces, esa gente que se fue, ¿qué memoria puede
transmitir, si no está?”.
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las máscaras de la identidad colectiva …
donde por no pasar ni pasó la guerra
No me lo dijo Selva, pero se desprende de su análisis: sin presencia, sin
permanencia, no hay memoria local, sin memoria local no hay
desarrollo endógeno sustentable. (Ésta será una de las cuestiones de
las que me ocuparé en la última parte de este libro.) Como sea, la
diáspora corralense de los sesenta dejó cicatrices profundas, por lo
menos en los que se fueron. “Si tuviera que describir Minas de
Corrales”, me dice Selva, “hay dos imágenes que yo tengo, que no son
mías: una es la de ‘El pueblo blanco’, aquella de ‘dormido en un
barranco’… y ‘por no pasar ni pasó la guerra’311, que es la sensación que
yo tengo del pueblo de los años sesenta, y tal vez de años posteriores
aún más (pero ahí yo ya no vivía en el pueblo, y por lo tanto no es
válido). El pueblo en el que las noticias llegaban a dos o tres hogares,
que eran los que comprábamos el diario El País, que venía en la
ONDA a diario, los que escuchábamos la radio… y poco más. Después
El pueblo blanco que evoca Selva es el que describe con singular ternura el poemacanción homónimo del catalán Joan Manuel Serrat:
Colgado de un barranco/ duerme mi pueblo blanco/ bajo un cielo que, a
fuerza/ de no ver nunca el mar,/se olvidó de llorar.
Por sus callejas de polvo y piedra/ por no pasar, ni pasó la guerra./ Sólo
el olvido.../ camina lento bordeando la cañada/ donde no crece una flor/ ni
trashuma un pastor.
El sacristán ha visto/ hacerse viejo al cura./ El cura ha visto al cabo/ y el cabo
al sacristán./ Y mi pueblo después/ vio morir a los tres...
Y me pregunto por qué nacerá gente/si nacer o morir es indiferente.
De la siega a la siembra/ se vive en la taberna./ Las comadres murmuran/ su
historia en el umbral/ de sus casas de cal.
Y las muchachas hacen bolillos/ buscando, ocultas tras los visillos,/ a ese
hombre joven/ que, noche a noche, forjaron en su mente./ Fuerte pa' ser su
señor./ Tierno para el amor...
Ellas sueñan con él,/ y él con irse muy lejos/ de su pueblo. Y los viejos/ sueñan
morirse en paz,/ y morir por morir,/ quieren morirse al sol.
La boca abierta al calor, como lagartos./ Medio ocultos tras un sombrero de
esparto. Escapad gente tierna,/ que esta tierra está enferma,/ y no esperes
mañana/ lo que no te dio ayer,/ que no hay nada que hacer.
Toma tu mula, tu hembra y tu arreo./ Sigue el camino del pueblo hebreo/ y
busca otra luna./ Tal vez mañana sonría la fortuna./ Y si te toca llorar/ es
mejor frente al mar.
Si yo pudiera unirme/ a un vuelo de palomas,/ y atravesando lomas/ dejar mi
pueblo atrás,/ juro por lo que fui/ que me iría de aquí...
Pero los muertos están en cautiverio/ y no nos dejan salir del cementerio.
311
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las máscaras de la identidad colectiva …
sí, con el transistor que se generalizó, bueno, todos sabemos el proceso
vinculado a la tecnología en ese sentido. La televisión demoró
muchísimo en llegar a Corrales, porque las ondas no llegaban, el
Canal 5 lo tuvo que poner por una necesidad… Entonces como que
elementos que para el resto del mundo eran muy comunes, ya
avanzada la década del setenta y del ochenta, en Corrales eran
inexistentes. Entonces, por eso lo de ‘el pueblo blanco… por no pasar ni
pasó la guerra’. Pero, ojo, mi hermana, que además era poeta, tenía
también una visión de un pueblo mucho más vivo. Y siempre pienso,
¿por qué ella –que se fue con quince años del pueblo– guardaba
aquella imagen de movimiento, de riqueza, de trajín diario, que yo no
viví, porque tenemos diez años de diferencia? Para ella el pueblo era
una cosa, para mí era otra. Yo ya viví la decadencia, tanto es así que
en el año 64 fue cuando nos fuimos todos, todo el barrio”.
La diáspora corralense de los sesenta dejó cicatrices profundas,
también en muchos de los que, por no poder irse, se quedaron. Es
cierto que ninguno de los muchos corralenses veteranos con los que
conversé –los de esa generación que hoy tiene unos sesenta y cinco
años– admitió que a sus veinte pudo haberse planteado lo mismo que
el narrador del poema de Serrat (“si yo pudiera unirme a un vuelo de
palomas, y atravesando lomas dejar mi pueblo atrás, juro por lo que
fui que me iría de aquí...”). Pero es lícito suponer que algunos de ellos
se hayan dejado abrazar por ese pensamiento-sentimiento interno,
íntimo, inconfesable.
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las máscaras de la identidad colectiva …
autos y renacuajos
En el último medio siglo –de los años sesenta hasta hoy– Minas de
Corrales, evidentemente, cambió, y más aún desde que se reactivó la
minería industrial, hace unos quince años: “mi hermano menor, que
está en Montevideo”, me cuenta Don Eduardo Andina, “hace cuarenta
años, más o menos, que no viene a Minas de Corrales. Entonces claro,
yo voy a Montevideo y me dice: ‘che, ¿cómo está Minas de Corrales?’.
Para él o para cualquier corralense que hace tiempo que no viene a
Minas de Corrales, para darle una idea rápida del cambio en Minas
de Corrales, le digo: ‘mirá que ahora para cruzar Davison tenés que
mirar para los dos lados’, porque por Davison, la avenida principal,
antes... pasaba un auto cada tanto… Y ahí la cosa cambió. El parque
automotriz aumentó considerablemente. ¿Por qué? Porque, ¿qué
funcionario de la mina no tiene un vehículo? El que tiene menos, tiene
su moto. Pero a pie, no. Ninguno. Todos tienen, por lo menos, una
moto. Pero la mayoría tiene su auto. La estación de servicio de
ANCAP que hay acá, antes, cuando venía el camión-tanque con
combustible para los depósitos de la estación, era todo una novedad:
‘¡oh, mirá ese camión!’ Había gente que iba a mirar el bruto camión
aquel, la manguera grandota cargando combustible. Y ahora, cada
diez o quince días está el camión acá, o cada semana. Claro, hay
muchos vehículos, se consume mucho combustible. Son pequeñas
cositas en que uno nota el gran cambio. Si el camión viene cada
quince días y antes venía cada seis meses... evidentemente algo
cambió. Se instaló un lavadero de autos. ¿Cuándo se iba a pensar en
poner un lavadero de autos para un auto o dos? No, cada uno lavaba
su auto. Ese lavadero de autos que ahora hay acá, es fruto del
aumento del parque automotriz. Han surgido un montón de cosas en
que uno ve el movimiento que hay en Minas de Corrales...”.
Es cierto, en el último medio siglo Minas de Corrales cambió, y mucho
más en los últimos quince años. Pero tal vez eso haya sido
efectivamente así sólo en el plano de lo contingente, de lo aparente, de
lo superficial. En los estratos de lo profundo –esto es, debajo del rostro
de las cosas–, según lo que me cuenta Selva con un espesor ontológico
conmovedor, el pueblo es el mismo: “yo no te puedo decir cómo es hoy
(Minas de Corrales), porque cada vez que voy lo veo con otros ojos. Yo
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las máscaras de la identidad colectiva …
lo veo, por un lado con una cierta distancia –yo no estoy en Corrales,
voy cuando me invitan o voy cuando lo necesito, voy puntualmente a
hacer alguna diligencia de un día y vuelvo, no me quedo en Corrales
ni hago ruedas en Corrales– pero además… Una vez me pasó, cuando
estaba investigando sobre Ana Packer, me pasó una cosa… Le dije a
Melita, cuando la viejita Sopeña todavía vivía : ‘mirá, vamos a ir a la
casa de los Sopeña’. Esa era la casa donde cuando yo era niña iba a
recoger renacuajos, para esperar que se volvieran sapos. Bueno,
cuando llegué, miro la canaleta, ¡y estaban los mismos renacuajos!
¡Eran los recontratátaranietos de ‘mis’ renacuajos! Entonces ahí sentí
que el pueblo era el mismo, que podían faltarme algunas cosas, que
ya no estaban, o había elementos nuevos desde mi niñez –muy pocos–
pero los renacuajos estaban ahí, en el mismo lugar”.
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las máscaras de la identidad colectiva …
nostalgia de los tiempos que han pasado: Corrales hoy
Resbalo por tu tarde como el cansancio
por la piedad de un declive.
Borges312
“Corrales tuvo sus momentos dorados”, me dice con un rictus algo
pesaroso Eduardo Palermo, “instancias en las que aparecen empresas
mineras que invierten capitales, compran casas, compran
mercaderías en los mercados del pueblo, y así se activa toda la
economía local. Y en los momentos en que las empresas mineras no
están, el pueblo tiende a desaparecer. Y no ha habido, a mi juicio, una
gestión política, por parte de ningún gobierno, que haya intentado
revertir esa situación a lo largo de los últimos setenta años; ni han
habido tampoco emprendimientos, por parte de la sociedad local, en
cuanto a generar, en los momentos en los que no hay explotación
minera, sus propias fuentes de trabajo a partir del aprovechamiento
de los momentos de bonanza económica”.
Empresas mineras que aparecen y al tiempo desaparecen, ese es el vai
y vem que ha marcado a la zona desde el último tercio del siglo XIX, lo
que Selva Chirico ha denominado quimera cíclica313 y que quizás sea
más adecuado llamar explotación espasmódica: el hallazgo de un
venero promisorio impulsa la actividad de una empresa, que lo explota
hasta que deja de ser rentable o hasta que los inversionistas consideran
que el negocio bursátil en las bolsas de valores europeas no resulta
suficientemente lucrativo. También hubo, en la segunda mitad del siglo
pasado, varias intentonas frustradas de reactivación de la industria
minera314. Sin embargo, desde mediados de siglo y hasta el año 1996 el
“Montevideo”, en “Luna de enfrente” (1925), incluido en Borges (1974:63).
Chirico (2005:41).
314 Destaco algunas de ellas: un plan estatal para la explotación de las minas de Zapucay
(1965), estudios de factibilidad en los yacimientos de San Gregorio y Corrales (1974),
prospecciones de una empresa panameña-canadiense en Zapucay (1974) y de una
compañía canadiense en San Gregorio (1976-1977), diseño de un nuevo plan estatal para
la explotación aurífera en la zona (1981), instalación de plantas industriales de tres
empresas (Delman, Galvin, Dredging) que se retiraron al poco tiempo (1981), estudios de
factibilidad y prospección de empresas argentinas (1980), chilenas (1983), japonesas
(1983), estadounidenses (1986), alemanas (1985-1987), brasileñas (1988), etcétera. (Cf.
Barrios Pintos 1990:67-69.)
312
313
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las máscaras de la identidad colectiva …
único oro que se extrajo en la zona fue fruto del oficio y perseverancia
de Don Tito Pereira.
El testimonio de Don Ariel Pereira está cargado de nostalgia y
consternación: “me da pena ahora cuando voy, y veo que se ha
perdido aquel empuje, aquella cosa realmente fantástica que tuvo
Corrales. En cambio hoy yo voy y encuentro a mis viejos amigos
empobrecidos. Les pasó lo mismo que a la Cooperativa. Ahora, con las
minas, hubo un resurgimiento, hubo un cambio. Pero hubo un período
en el que te daba pena ir a Corrales, te daban ganas de llorar.
Entrabas y veías un pueblo fantasma. Muerto el comercio, muerto
todo, lo único que funcionaba era el contrabando (…), un contrabando
que antes no existía. Fue un ciclo. Ahora, tengo la sensación de que ha
cambiado. Yo voy a Corrales y encuentro otro ambiente. Voy al Club
Obrero, adonde muchas veces fui, y sentía tristeza de ir, veo a la gente
con otro ánimo, otra forma de… Fue un ciclo muy duro, de los años
sesentaipico, setenta, hasta… Hubo años de una tristeza infinita. (…)
Yo te digo que no quería ir a Corrales; iba por política a Corrales y
me daba una tristeza ir porque… yo había visto aquello floreciente,
¿te das cuenta?”.
“Yo diría”, continúa Pereira, “que con Minas de Corrales pasó algo
parecido a lo que pasó con grandes comercios, como el caso de Siñeriz
en Rivera, de London París o de Introzzi en Montevideo. Eran, en su
conjunto, grandes empresas. Corrales en su conjunto era una gran
empresa, desde el punto de vista cultural, social, deportivo”. Victoria
Silva, a pesar de su juventud, también expresa cierta nostalgia por
aquella gran empresa que ya no es: “por ejemplo, algunas cosas, como
la identidad carnavalesca que tenía antes, se han perdido. Fijate, mi
padre, que tiene cerca de setenta años, me cuenta que antes había cine.
Me cuenta cosas de Corrales que eran memorables. Los bailes que
existían, por ejemplo. También se perdió todo lo que tiene que ver con
las actividades deportivas. Había campeonatos de confraternidad, de
fútbol, con Tranqueras y con Vichadero. Ahora, si se quiere armar un
partido de fútbol, siempre hay problemas. La gente ahora es mucho
más intolerante”.
La mirada nostálgica de Selva Chirico tiene otros contornos, otra carga
afectiva: “con los padres de los egresados del año cincuenta y ocho de
la escuela (…), más otros que estaban a la deriva sin ciclo secundario,
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
se fundó un Liceo Popular que entre sus primeros profesores contó
con los padres del Darno y con mi madre, maestra que sabía algo de
francés y se las ingenió muy bien para hacer de profesora mientras
no hubo otra. (…) Curiosamente, cuando él (Eduardo Darnauchans)
escribió ‘Neblina’, percibí que nuestros recuerdos eran los mismos: el
parlante del cura que patrocinaba simultáneamente la misa y las
películas que exhibían en el Colegio, el olor a enfermería de su casa, la
señora que los cuidaba… en fin, algo nos afectó la misma zona
cerebral”315.
Agrega Don Ariel Pereira: “además, en Minas de Corrales había una
concepción de familia, que vos no te podés imaginar la fuerza que
tenía: la familia de los Montejo, la familia de los García, la familia de
los Cardozo… el respeto por los mayores. Yo qué sé… valores que yo
hoy no los veo. Entonces, yo te decía, haciendo un símil: pasó lo
mismo que ha pasado con las grandes empresas que tuvo el país en
esos años. Después se transformaron… ¿En qué? En galerías; unos
con un bolichito, otro con otro bolichito, cada uno trabajando para sí,
tratando de sacarle el cliente al otro para que le deje el vintén a él. (…)
Hoy no veo los grandes comercios que había antes. No veo la
Cooperativa que había antes. Lo que veo es que hay negocios
compartimentados, (…) aunque también veo que el fenómeno de la
desocupación ha mejorado sensiblemente con la presencia de la
minera. Espero que eso llegue a… más allá. Por decirte algo, el
Colegio no se creó por generación espontánea. Vos viste la estructura
que tiene… Eso se pobló de niños. Y mirá que los curas cobraban muy
bien… La gente que pasó por allí, que se educó allí… Aquello tendría
Apud Domínguez (2004:119). La canción a la que aludió Selva es “Nieblas & neblinas”,
una entrañable semblanza de “su” Corrales de los sesenta: “Como hoy no cumplo años/
pero igual me llora el día/ se aparece aquella historia/con su lenta disciplina./ Iba
aquel que ya no soy/ entre nieblas y neblinas/ por un carro en lo temprano/ y un
estruendo de gallinas./ Era un pueblo, era un lugar/ de autobuses fallecidos/ donde
había la pureza/ implacable del olvido./ Hubo un mi padre y mi madre/ hubo la casa
amarilla/ Allí mi hermana y mi Paula/ y un anís de enfermería./ Altavoces alejados/
soplando música fría/ de violines mejicanos/ y palabras como avispa/ Matinées que yo
soñaba/ tras verdores de gomina/ y la tarde en tarde aplana/ Rin-tin-tín oliendo a
misa./ Aquel circo abigotado/ soledades cenicientas/ funerales de faquir/ peligrosa
nochebuena/ Era un pueblo era una especie/ de lugar en el camino/ algún sitio entre
las piedras/ con aires de pasadizo/ Payaso fotografiado/ viejísimos carnavales/
acordeones, acordeones/ arcángeles y detalles/ Bajo un cielo demorado/ con algo de
viernes santo/ anochecían las puertas/ con renuncias y presagios/ Era algo como un
sitio/ un paraje –es un hospicio/ existiendo al otro lado/ de lo empañado de un vidrio–”.
315
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las máscaras de la identidad colectiva …
que volver. En fin, hay muchas cosas que uno siente como que es
difícil que vuelvan en el tiempo, ¿no? Y entonces… hubo una dolorosa
subdivisión social y económica. Desapareció aquel amparo que vos
tenías… (…) Y la familia era como un amparo, era como un paraguas
para todo un núcleo. Y se emparentaban, y se cruzaban (…). Y vos
veías que todos tenían una vida sin apremios”.
Eduardo Palermo propone una explicación de corte sociológico:
“Corrales tiene un tejido social relativamente débil y, por la propia
dinámica laboral, termina expulsando gente. A los corralenses les
gusta decir que hay corralenses por todo el mundo: en París hay
corralenses, que ‘son primero corralenses y después uruguayos’, que es
una especie de dicho en la zona. Hay también todo un tema de
dignidad, del pasado… digamos, de diferencia con las otras
localidades del departamento. Pero tiene mucho más que ver para
afuera –gente que se va, gente que triunfa, gente que tiene éxito–; a la
interna no ha habido, a mi juicio, un tejido social fuerte como para
llevar adelante emprendimientos de cierta envergadura. (…) Creo,
además, que hay una memoria colectiva de un pasado glorioso, de un
pasado importante, de un pasado muy culto, pero, de alguna manera,
ese mismo pasado que se intenta recuperar se está perdiendo
rápidamente. Se está perdiendo esa propia memoria. La gente joven
del pueblo mira otras cosas: no mira a Minas de Corrales como una
oportunidad de desarrollo, sino como un paso para otras cosas… Me
da esa impresión”.
La impresión de Palermo –la gente joven del pueblo mira a Minas de
Corrales como un paso para otras cosas– toma forma en los
testimonios de la gente joven del pueblo: “cuando termine mis estudios
voy a hacer todo lo posible por irme a otro lado”. Continúa Palermo:
“entonces es muy difícil que se generen proyectos internos si no hay
liderazgos fuertes que quieran abrir la comunidad a todo el entorno.
Y eso me parece que es bastante complicado. En ese sentido, Corrales
ha perdido su característica cosmopolita, que fue la característica
fundacional de la zona. (…) Creo que ahora, en los últimos años, hay
una generación de gente que está apostando al desarrollo turístico y a
la recuperación de esa memoria como generación de fuentes de
trabajo”.
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Esa apuesta emergió con fuerza en el grupo de discusión implementado
en la Radio Real de Minas de Corrales: “las ruinas de Cuñapirú, las
galerías y las torres del aero-carril”, afirmó allí Raúl Armand’Ugón,
“son las cosas de mayor valor patrimonial de Minas de Corrales. Y a
eso hay que sumar a Tito Pereira, que es la persona más importante
que tenemos. Esas son las cosas que nosotros tenemos que resaltar y
sacarles provecho. Porque cuando se termine la explotación minera
tenemos que dedicarnos a algo, y el turismo quizás sea lo más
importante. (…) Las ruinas pertenecen a la UTE y están en comodato
provisorio con la Intendencia, o sea que eso puede terminarse en
cualquier momento. Y hay que prepararse para cuando eso ocurra”.
Por su parte, en esa misma oportunidad Néstor Pochelú, conocido
periodista local y actual presidente del Club 25 de agosto, consideró
que los corralenses no han sido “lo suficientemente multiplicadores
como para mostrar y promover turísticamente todo eso. Hasta ahora
los corralenses no lo hemos sabido hacer”. A este respecto el actual
Coordinador de las Juntas Locales de la Intendencia Departamental de
Rivera (y ex-secretario de la Junta Local de Minas de Corrales) comentó
que “hay una empresa brasilera que piensa invertir en el rescate de
las ruinas, en reconstruir la represa, el embalse, con sus veintipico de
hectáreas de lago, para que produzca energía para alimentar a
Minas de Corrales e incluso algún excedente para vender a la UTE, y
que se forme todo un complejo turístico en ese predio”.
“Ese rescate de la memoria y de la historia minera”, concluye Eduardo
Palermo, “y la promoción turística de Corrales sobre esa base me
parece fundamental, me parece muy valioso. Pero creo que se ha
perdido mucho tiempo”.
Se ha perdido mucho tiempo, sí, seguramente el equivalente al que se
llevaron consigo las últimas dos generaciones de corralenses que han
emigrado de su pueblo: “la gente que hoy vive en Minas de Corrales”,
me dice Selva Chirico, “no es la que tiene sus raíces más profundas con
el pueblo; es gente que viene de otras culturas, como por ejemplo de la
cultura rural. Entonces, los que guardamos las memorias de lo que
fue el pasado minero fuimos las familias que salimos en los años
sesenta, cuando se produjo toda aquella diáspora, cuando el pueblo se
vació”.
261
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Mientras devano la memoria
forma un ovillo la nostalgia
si la nostalgia desovillo
se irá ovillando la esperanza.
Siempre es el mismo hilo.316
316
“Ovillos”, incluido en Benedetti (1991:33).
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las máscaras de la identidad colectiva …
Corrales, un pueblo con ritmo de novela proustiana:
esbozo impresionista de un rabdomante
“Iba yo por la campiña toscana, costeando el río Arno, entre árboles
sombríos y plateados. (…) Entonces cerré los ojos y mientras el
ferrocarril bordeaba la ribera del río toscano, contemplé con las
pupilas del alma los pueblos uruguayos cercados por la soledad,
desamparados en los potreros planetarios, enquistados en un
horizonte monótono, aplastados por un cielo vengativo.
Y volví a ver sus calles polvorientas, andariveles del viento desnudo y
la lluvia tediosa; sus veredas cubiertas por lamparones de musgo y
cebaduras de mate ahíto; sus casonas descascaradas, enseñando bajo
las encías de la cal las cariadas sonrisas del ladrillo; sus plazas sin
flores, sus cementerios en ruinas, sus comisarías malolientes, sus
prostíbulos lúgubres. Volví a sorprender los mismos fatigados rictus
en los mismos labios burlones, en las mismas cejas agresivas, en las
mismas mejillas resecas; volví a penetrar en los oscuros almacenes de
‘ramos generales’, con olor a oveja, a creolina, a humedad; volví a
conversar con la maestra derrotada, con el médico filántropo, con el
caudillo venal, con el remendón anarquista, con el cura quejumbroso.
Y sin quererlo sentí un cariño doliente por los pobres y olvidados
pueblos de mi patria, por sus esperanzas lisiadas, por sus
civilizaciones detenidas, por sus energías marchitas.
Pensé contar algún día la historia de nuestros pueblos de campaña,
describir su morfología híbrida, exhumar sus tipos humanos, hablar
de sus mañanas absortas, de sus tardes pesarosas, de sus crepúsculos
taciturnos, de sus noches nigrománticas, tan bien captadas por
Martínez Estrada. (…)
Tras las personerías jurídicas se esconden las timbas clandestinas y
las calaveradas rufianescas. No hay nada que no se sepa o no se crea
saber; en las tertulias de gente aburrida –siempre la misma gente,
siempre el mismo aburrimiento– se despluman las reputaciones como
si fueran perdices, y apodos llenos de ponzoña califican a la matrona
dadivosa, al marido infiel, al efebo reincidente, a la virgen simulada.
Las relaciones se anudan o se desatan formando constelaciones
inestables: amigos ayer, enemigos hoy, amigos nuevamente mañana.
263
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las máscaras de la identidad colectiva …
Y son las mujeres las que ofician de sacerdotisas en este juego de
agasajos y desaires, en esta tómbola de afectos y desafectos.
Lo que se hace en un extremo
del pueblo repercute en el
otro; la bondad y el altruismo
no interesan; sólo se saludan
con alborozo los tropiezos, las
riñas, las enfermedades y los
velorios, las caídas de los
mirlos blancos en la picota
pública.
Todo es pequeño, mezquino,
oblicuo. Todos se conocen o suponen conocerse demasiado.
Todo se sucede con ritmo de pantalla lenta, de novela de Marcel
Proust.
En cada pueblo hay un loco, un dramaturgo que lee a Florencio
Sánchez, un iluso que funda un periódico ‘para elevar el nivel cultural’
y termina como detector de noviazgos o deslices. Y también son
infalibles el agitador finisecular que atruena con las consignas de
Kropotkin, la ninfómana obsecuente, el Don Juan melenudo. Estos
son los inadaptados, los revolucionarios, las ovejas negras que
practican a la vista y paciencia de la parroquia lo que en el mundo
subterráneo de la misma se admite o tolera.
En cambio nadie se asombra de las extorsiones de los caciques, de la
niñez analfabeta, del hambre que consume al pobrerío, de los
comisarios coimeros y de los comerciantes que chupan la sangre a las
familias menesterosas alquilándoles tugurios en el cinturón de latas y
pulgas que circunvala al pueblo”317.
Vidart (1998:176-180). Quiero ocupar aquí unas líneas para comentar algo que me
llamó la atención: entre todas las personas con las que conversé en el transcurso de la
investigación, sólo una de ellas (Tito López) mostró cierto asombro y preocupación por el
hambre que consume al pobrerío: “hay gente que pasa mal, y la caña blanca los ayuda
a no sentir hambre. Mucha caña blanca. Una vez, hablando con una persona, le
pregunté: ‘¿por qué tomás?’. Y me dijo: ‘con la caña blanca no se pasa frío ni hambre’. Y
es lo más barato: cuesta menos que un litro de leche”.
317
264
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Corrales y los corralenses hoy:
esbozo impresionista de un perfil polifónico
“Me gusta el lugar, es un lugar muy lindo, tiene unos paisajes muy
bonitos. Tiene lugares hermosos, divinos”, me cuenta Ana Laura
Antúnez, una joven que conoce Minas de Corrales desde muy chica.
Victoria Silva, corralense de veinticinco años que está próxima a
titularse en Rivera como profesora de Sociología, coincide: “es un
pueblo tranquilo, es un pueblo lindo; en cuanto al paisaje, es
hermoso”. “A mí me gusta mucho, salvo pequeñas cosas”, apunta Ana
Laura, “porque yo me crié en una ciudad y no me acostumbro a eso de
sentirme observada, de que cualquier cosa que hagas, así sea hablar
con alguien... Porque te sentás a charlar con alguien y al otro día todo
el pueblo sabe a qué hora y en qué banco y con quién y de qué estabas
hablando con esa persona”. (No hay nada que no se sepa o no se crea
saber; se despluman las reputaciones como si fueran perdices.) “En eso
Corrales es más o menos como todo pueblo chico”, continúa Ana
Laura, “uno se entera de lo que hace todo el mundo y conoce a todo el
mundo”. (Todos se conocen o suponen conocerse demasiado.) “Pero a
mí no me gusta que la gente se esté metiendo todo el día en mi vida,
¿entendés? Chau, estornudaste en una punta de Corrales, y en el otro
lado ya se enteraron de que estornudaste...”. (Lo que se hace en un
extremo del pueblo repercute en el otro.)
La percepción de Germán Oruezábal, casi de la misma edad que Ana
Laura, es muy similar: “acá la vida es pacata, tranquila... Acá todo el
mundo se conoce, si te gusta hablar de la vida ajena, tenés... Vos sabés
con quién anduvo Fulano anoche... Por el otro lado, no tenés el
loquero de ciudad grande, es tranquilo... hacés vida de familia”. Vida
tranquila, vida de familia. “Es todo muy rutinario, no hay mucho para
hacer”, opina Victoria, “la vida es bastante monótona. Pero está bueno
eso de tener un contacto cara a cara con el vecino. Sentarse en la
vereda, estar en el chusmerío de lo que pasa. Hay mucho chusmerío.
Capaz que por eso es que Corrales es bastante conflictivo”.
“La gente de mi edad prácticamente no sale”, me cuenta Ana Laura,
“es gente que pasa mucho en casa o con los novios, ¿entendés? Mirá,
en Corrales en invierno es muy poco movimentado, salvo que haya un
baile o algo así. Si no, es muy quieto de noche. En verano es totalmente
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
distinto. La gurisada sale, se sienta en la plazoleta, se sienta enfrente
al club, o en la puerta de una casa... Todo el mundo sale, las familias,
los gurises. Es un ambiente bien diferente en verano. Mirá, por
ejemplo, si querés ver la rutina del pueblo… yo te diría que hay un par
de lugares que son bien claves. Para ver, por ejemplo, el movimiento
de la gente más joven, tenés que andar en la vuelta del liceo. De noche,
es allí frente al Club 25, o, de repente, aunque menos, frente al
Obrero”. Victoria aporta otros matices: “la gente joven se concentra en
el centro, en la vueltita del centro. La mayoría tiene moto o tiene auto.
Ahora hay mucho ruido. Ahora está
en el tapete el tema de la droga, que
es algo bien complicado en Corrales,
hay mucha droga. Eso revolucionó
bastante al pueblo. Bueno, también
hay bailes, aunque ahora no es lo
mismo que lo que era antes. Ahora
sólo hay uno o dos por mes, y sólo
van los jóvenes. También hay mucha
gente que ha venido de afuera, pero a esa gente no se la ve mucho.
Hay muchos que cuando salen se van a Tacuarembó, por ejemplo”.
“Vida social es lo que falta”, coincide Germán. “Porque vos vas a un
club, y lo único que tenés es timba. (Tras las personerías jurídicas se
esconden las timbas clandestinas y las calaveradas rufianescas.) Y yo
qué sé, actividad social... acá difícilmente... Bueno, desde que está
Raúl (Armand’Ugón) en la Junta, han venido grupos de danza, grupos
de teatro... Hay cosas que dan bronca… La otra vez vino el grupo de
zarzuela de Rivera, y éramos cuatro gatos locos: papá, mamá, yo,
Raúl... Y fue un espectáculo precioso, y la entrada costaba diez pesos,
fue una vergüenza. Acá incluso hay un grupo de teatro... Pero sí, en la
parte social... Pienso que hace falta que haya otro tipo de actividades.
Ponele... en la parte deportiva… Pero acá, si no es el fútbol y caballos,
pencas, carreras de caballos... Hay una pista de pencas ahí arriba. Y
se apuesta fuerte. La otra vez, en una carrera, con gente de Rivera y
de Tacuarembó, fue arriba de cien mil pesos de apuestas”.
“A mí la gente de Corrales”, apunta Ana Laura, “en general, me parece
áspera. ¿Viste cuando tocás algo que es áspero, esa sensación de...
como que raspa? Es gente con la que vos... raspás. Yo qué sé... es
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las máscaras de la identidad colectiva …
gente muy cerrada, muy... A mí me ha costado entrarle a la gente,
hacerla abrirse…, abrirse en cuanto a sentarse a hablarte o a
escucharte, ¿entendés? Y les cuesta, uno de repente llega a hablarles
de cualquier tema que para uno es de lo más común, y ellas quedan
como extrañadas...”. Los jóvenes, aún cuando reconocen el atractivo
de algunos aspectos de la vida corralense, parecen tener una visión
muy crítica de su gente: “no es el lugar que yo elegiría para vivir”, me
dice con convicción Victoria; “nací en Corrales y crecí ahí, pero
cuando termine mis estudios voy a hacer todo lo posible por irme a
otro lado. La gente es muy reactiva, tiene la cabeza muy cerrada,
como que se quedó ahí y ve solamente su mundo y se niega a ver que
algunas cosas pueden ser cambiadas. También es un pueblo bastante
cerrado. La gente de Corrales es bastante difícil, es bastante reactiva.
Pero por otro lado, también es un pueblo bien receptivo, sobre todo
con la gente que viene de afuera. Esa es una característica bien
interesante. ¿Te das cuenta? Es contradictorio”.
También para Raúl Armand’Ugón, ex-secretario de la Junta Local de
Minas de Corrales, la sociedad corralense “es bien complicada. Tiene
sus chacritas... su propio orgullo. Todos son... es complicado. A mí me
tocó, incluso desde mi gestión en la Junta... Traté de unir todas las
partes, pero notaba diferencias enormes. Por ejemplo, si algo lo
propone la Escuela, el Liceo no va; si lo propone el club de arriba, el
club de abajo no va. Políticamente ni qué hablar de las diferencias que
hay... Es una sociedad muy... complicada. Yo creo que por todas esas
mezclas que hay de... orígenes, muchos criollos, mucho inmigrante,
costumbres distintas, hay mucha variedad... Incluso en la forma de
criar a los hijos, ¿no? Es complicado Minas de Corrales. Yo traté de
llevar todo eso lo mejor posible y me fue bastante bien, pero...”.
Más allá del carácter “complicado” de la sociedad corralense, existe un
marcado consenso en cuanto a la solidaridad de su gente: “la gente es
muy solidaria en Corrales”, asegura Ana Laura. “Si bien es difícil de
entrarle, por otro lado si la gente te ve con un problema, te ayuda, es
decir... No deja de ser áspera, ¿entendés?, no deja de mantener su
distancia, pero a su manera, con su distancia, te ayuda. Es decir,
tienen un sentido de comunidad”. También en este aspecto las
opiniones son totalmente coincidentes: “es un pueblo que es bastante
solidario”, afirma Victoria; “siempre que se necesita, siempre que
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las máscaras de la identidad colectiva …
surge alguna necesidad a satisfacer, siempre hay recursos con los que
se puede contar. Hay un espíritu de confraternidad y de solidaridad.
Eso aparece cuando surge alguna necesidad, si no es un pueblo
bastante pasivo”. “Por ejemplo”, agrega Ana Laura, “cuando quisieron
convertir al Hospital en una policlínica, se juntó todo Corrales y armó
un escándalo bárbaro, y andaban todos con el cartelito que decía
‘Hospital sí, policlínica no’. Entonces, tienen un sentido de comunidad
bastante fuerte, son muy localistas y son muy solidarios”.
“Ah, sí, es un pueblo muy solidario”, afirma con énfasis Armand’Ugón.
“En una oportunidad se estuvo por cerrar el Hospital, y se juntó todo
el pueblo, independientemente de los colores políticos, juntamos tres
mil firmas, que es toda la población ¿no?, nos vinimos a Manuel Díaz,
fuimos al Parlamento –yo fui en esa delegación– y... lo conseguimos.
Lo querían catalogar como policlínica. Acá cuando hay inundaciones
el pueblo queda aislado por varios días, a veces por una semana, y
entonces las cosas urgentes, por ejemplo las operaciones, hay que
hacerlas acá, no se puede depender de que se pueda ir hasta Rivera o
Tacuarembó. Fue el primer hospital del departamento, y hoy es el
único hospital que hay en el interior del departamento. Entonces no
estábamos de acuerdo con que desde Montevideo se cerrase, y bueno,
no lo dejamos cerrar. Eso debe haber sido... en el 2001, por ahí. Y
bueno, el pueblo es muy solidario. Por enfermedad, o por algún
desastre, a algún vecino que se le incendia la casa... o como cuando se
cayeron las antenas de la radio, y ahí todos colaboran. Cuando hay
una causa fuerte, el pueblo es muy solidario. Pero también hay que
tener cuidado, porque hay mucha gente que se ofende... Por ejemplo,
si hay que hacer tal cosa, y no lo invitás a Fulano, te dice: ‘ah, no me
invitaste, yo no voy’. Es solidario. Y también complicado, sí”.
Eduardo Palermo suma su opinión, en un sentido concurrente: “hay
momentos en Corrales en los cuales emerge una especie de fervor, de
dignidad… Cuando algo amenaza a la población, Corrales responde
admirablemente. Corrales responde: los que viven en Corrales y todos
los otros que no viven en Corrales pero que se consideran parte de la
‘patria’ de Corrales. Como cuando se quiso cerrar el Hospital. Bueno,
en ese momento, y cuando se estaba por desmantelar las torres del
aero-carril, Corrales se levantó en peso. Pero, lamentablemente,
nunca Minas de Corrales se levantó en peso para rescatar la usina”.
268
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Resulta plausible que la solidaridad de los corralenses, puesta en
evidencia por los actores calificados consultados, esté vinculada con
algunos valores locales singulares: “yo creo que el corralense es muy
arraigado a lo suyo”, afirma Armand’Ugón. “El corralense es muy
orgulloso de lo suyo. Al saber que es uno de los pocos lugares del país
que tiene explotación aurífera, creo que eso lo hace distinto, se creen
con el derecho de decir que son únicos en el país. Son orgullosos de su
terruño, son bastante... bastante personalistas. Creo que son distintos
a los demás, a los de otras localidades del departamento. Ahora que
tengo la oportunidad de conocer, de estar permanentemente viajando
por todo el departamento (318), cada zona tiene sus cosas, digamos,
pero la gente de Minas de Corrales yo la veo que es muy... muy...
arraigada en lo suyo, ¿viste? Capaz que por toda la historia minera
que viene atrás de ellos, ¿no? Creo que… por el hecho de que debajo
del pueblo mismo haya tanta riqueza, eso hace que se sientan... no
digo superiores, pero… tienen ese orgullo de ser el único lugar del país
que tiene toda esa cantidad de oro. Yo destaco eso”.
Armand’Ugón (como antes Vidart aunque, evidentemente, a otra
escala) tuvo que tomar distancia de Minas de Corrales para poder
detectar los rasgos distintivos de sus pobladores, abandonar su
inevitable y “natural” perspectiva emic (de cuando estaba inmerso en
su ciudad adoptiva, en su eidos, su ethos, su pathos) y sustituirla –o
complementarla– por otra de sesgo más bien etic. Algo similar cabe
considerar en el caso de Ana Laura Antúnez, que desde pequeña ha
estado “entrando” y “saliendo” de Minas de Corrales; tal vez en virtud
de ello su percepción es particularmente aguda: “no sé si hay una
identidad corralense. Lo que sí hay es un localismo terrible; ahora,
una identidad… no sé si hay. Pero supongo que sí, que debe haber. A
mí me pasó… la cosa más increíble para mí fue… Vino una de mis tías
de Buenos Aires, y justo había una reunión de gente de Corrales que
estaba en Montevideo, y claro, después de estar tan lejos, como que le
daban unas ganas bárbaras, y quiso ir. Y entonces invitó a mi padre,
y mi padre me llevó a mí. ¡No sabés la cantidad de gente con la que
me encontré! Yo esperaba encontrarme en un lugar con cinco gatos
En la actualidad (año 2009), después de cinco años de ejercicio como Secretario de la
Junta Local de Minas de Corrales, Raúl Armand’Ugón desempeña el cargo de
Coordinador de Juntas Locales de la Intendencia Departamental de Rivera.
318
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las máscaras de la identidad colectiva …
locos, ¿entendés?, y me encontré con terrible despliegue, una cantidad
de gente, y comida, bebida, de todo. Pero la cantidad de gente fue lo
que más me sorprendió”.
Dejo sentado, a cuenta de un desarrollo que propondré más adelante,
que a nuestro juicio hablar de localismo –o, incluso, de chauvinismo–
y no de identidad corralense resulta un acierto (empírico y teórico). En
esa línea de reflexión, también habrá que establecer la distinción
conceptual entre identificación e identidad. Baste con reparar, por
ahora, en la opinión de Victoria: “a partir de lo que fue mi experiencia
en el censo patrimonial(319), yo dudo de que la gente de Corrales
realmente sepa lo que tiene el pueblo y si realmente se identifica con
eso. Si bien no hay que desconocer la importancia de la empresa
minera, lo que representa hoy para Corrales, la enorme inversión que
hizo, y la importancia de los recursos naturales que tenemos, que
seguramente son la envidia de muchos otros lugares, yo creo que ha
llevado a que Corrales también haya perdido un poco la identidad”.
“Hay un elemento que de alguna manera nos es común”, me comenta
Selva Chirico, “es el cariño que uno le tiene a este pueblo. Es algo que
ha pasado, y ha sido observado, en grupos de corralenses que se
reúnen por Montevideo y por otros lados, y ahí observamos con
extrañeza que cuando nos preguntan: ‘¿de dónde sos tú?’, no decimos
‘de Rivera’, decimos ‘de Corrales’”. Ya me lo había subrayado, un par de
años antes, Don Eduardo Andina: “la identidad es algo muy
importante acá; por ejemplo, en cualquier lado que estemos uno dice:
‘soy de Minas de Corrales’, nos sentimos corralenses y lo
manifestamos en cualquier situación”.
Ese mismo sentimiento es el que ha llevado a muchos corralenses
(entre ellos, a José Alfredo Oruezábal) a decir –y a otros tantos a
pensar– que “Corrales, hoy por hoy, es un paraíso, una isla en un
desierto”, un inefable ñandé tekohá donde todo humano se siente en
comunión con su alma 320.
Victoria se refiere aquí al censo patrimonial efectuado el 13 de setiembre de 2008 en el
marco de la investigación aquí aludida, en el que ella participó como encuestadora
voluntaria (cf. infra, :317 y ss.).
320 Ñandé tekohá es una expresión guaraní que significa “el lugar donde somos lo que
somos”.
319
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las máscaras de la identidad colectiva …
el paraíso mañana:
esbozo impresionista de un perfil polifónico
En el umbral de la última década del siglo XX no pocos corralenses
empezaron a intuir que el dilatado período de hibernación de la
explotación aurífera en la región estaba a punto de llegar a su fin. La
larga duermevela tenía, en efecto, sus horas contadas: la esperanza
volvía a renacer. El aire moroso de las tardecitas de silencios, mates y
chismes intercambiados entre los ocupantes de las sillas plegables
instaladas en la vereda, sobre las mismísimas baldosas día tras día,
repentinamente comenzó a soliviantarse ante el espectáculo inaudito
de potentes camionetas y algún lujoso automóvil que pasaban por la
Davison sin hacer ruido ni humo. Los chismes cambiaron de referente
y de intención: se vienen los gringos. (O, como en aquella milonga de
Don Alfredo, ahijuna por el repecho vienen llegando ya…). Eran los
ingenieros, geólogos y técnicos, extranjeros en su mayoría, que volaron
al norte uruguayo a emprender prospecciones geológicas y geomineras
en la inagotable zona de Cuñapirú.
“Bueno, Minas de Corrales siempre quedó esperanzada de que como
había oro y que los que sabíamos –que en aquel momento éramos
menores– que la explotación había parado no por falta de oro sino
por la Guerra Mundial, y que de Inglaterra y de Francia vino orden
de que abandonaran todo esto acá y se fueran… Entonces, como se
sabía que había oro, y que si había oro se supone que alguien lo va a
seguir explotando, entonces Minas de Corrales siempre mantuvo la
esperanza de una nueva explotación”. El que cuenta es Don Eduardo
Andina, en el año 2005. “Hasta que llega una empresa aquí, a hacer
prospección, estuvo como ocho años haciendo prospección. Esa
empresa buscaba dónde había, a qué profundidad, en qué lugar,
cuántos gramos, todo esos cálculos y esas cosas... Entonces esa
información se la vendió a la empresa explotadora, que viene, se
instala, instala la planta industrial esa de ahí, que fue cuando tuvo
mayor cantidad de personas trabajando, más de quinientas... y
empieza a explotar. Aquella era una empresa brasileña. Figuraba
como empresa uruguaya, pero los capitales y los técnicos eran
brasileños. Eso fue hace unos ocho años... La empresa que está ahora
es otra. De esas ventas hubo dos o tres ya. Pero... como te decía,
271
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
siempre la esperanza de Minas de Corrales estuvo en eso, en la
explotación de las minas. Entonces, viene una empresa, empieza a
hacer prospección, y por lo que uno veía que se gastaba en esa
prospección, era evidente que no iban a hacer ese trabajo para nada,
eso era una inversión muy grande... Creo que la prospección insumía
algo así como cuarenta mil dólares por mes en aquel entonces, y no
van a invertir eso mensualmente en esos siete u ocho años que
estuvieron para nada. Es evidente que después venía lo otro. Entonces
la esperanza cada vez tomaba más cuerpo”.
Desde la última frustración habían pasado cincuenta largos años,
terribles, malvados, dejando esa esperanza (que no ha de llegar). Pero
ahora, interpelando el spleen tanguero de Homero Expósito, la
esperanza cada vez tomaba más cuerpo. Esta vez tomaba cuerpo en
otros cuerpos, distintos de aquellos que habían caído en la
desesperanza a partir de la detención de la actividad minera industrial
del período de entreguerras.
La primera empresa explotadora de esta nueva era mineral comenzó
sus actividades en 1996. Después de un par de compra-ventas (que en
Corrales casi no se sintieron), la explotación de la riqueza mineral de la
zona quedó a cargo de la única empresa que hoy se dedica a la
producción de oro en nuestro país: “Minera San Gregorio”, integrante
del grupo UME (Uruguay Mineral Exploration Inc.)321, de presidente
australiano y capitales mayoritariamente canadienses. Desde el mismo
año 1996, tres geólogos australianos de esta compañía dirigieron
prospecciones de minerales metálicos en la región, en las que también
participaron cuatro geólogos uruguayos. En el año 2003, al cabo de
siete años de búsqueda (y catorce millones de dólares de inversión),
descubrieron el yacimiento de oro El Arenal (que, como dirían Les
Luthiers, ¡ya estaba descubierto!), cuya explotación se inició al año
siguiente. Entretanto, UME le había comprado a otra empresa,
también canadiense, la planta industrial de San Gregorio (muy cerca de
El Arenal), a unos tres quilómetros de Minas de Corrales, y ya había
empezado a explotar el yacimiento homónimo (el mismo cuya
concesión había “adquirido” Goyo Jeta unos ciento diez años antes).
El grupo UME está conformado por doce empresas nacionales; tiene accionistas
australianos, canadienses e ingleses, y cotiza en las bolsas de Toronto y Londres, entre
otras.
321
272
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las máscaras de la identidad colectiva …
Cada uno de esos dos yacimientos, explotados a cielo abierto, ocupó en
promedio a unos trescientos empleados (incluyendo a casi veinte
geólogos) y en conjunto alcanzaron una producción cercana a las cien
mil onzas de oro (que equivalen a más de treinta millones de dólares,
cifra que varía en función de la cotización internacional del oro)322. A
esa escala, el laboreo implica la extracción y traslado diario de unas
quince mil toneladas de piedra y el empleo de unas dos toneladas
diarias de cianuro de sodio y de una cantidad importante de explosivos
con nitrato. En sus (hasta ahora) trece años de actividad, la compañía
ha producido más de ochocientas mil onzas de oro, lo cual la ubica
entre las treinta principales empresas mineras del mundo. De acuerdo
con lo indicado por UME en un documento al que he tenido acceso, en
el último lustro “Minera San Gregorio” ha iniciado lo que califican
como exploración agresiva en un área de cien quilómetros de
diámetro con centro en Minas de Corrales323.
La cifra es, naturalmente, fluctuante. Una onza equivale a 28,35 gramos.
En la última página (17) del documento “Management Discussion & Análisis for the
period ended February 28,2006”, de Uruguay Mineral Exploration, fechado el 10 de
abril de 2006, se señala lo que sigue, referido a la explotación aurífera y a la exploración
diamantífera en la zona de Corrales: “Minas de Corrales Gold Project (MCGP): The
MCGP (…) features Uruguay's only operating gold mine. The Corporation controls
100% of this historic gold field, which is characterized by widespread gold
mineralization. The two largest deposits discovered to-date are the San Gregorio
deposit, which has produced over 500,000 ounces since it was discovered in the mid
1880's, and the Arenal deposit, which was discovered in 2004. Arenal, which is now in
production, contains an inferred resource of over 750,000 ounces, and is still open at
depth. Other known, un-mined deposits in the area include Sobre Saliente and
Castrillón, where indicated resources of approximately 200,000 and 20,000 ounces of
gold respectively have been delineated. The company has an aggressive exploration
effort underway in the area targeting further "Arenal-style" deposits within a 50 km
radius of the MCGP. This area includes the Zapucay deposit (which has been mined)
and the Argentinita deposit, where early exploration results are very encouraging. (…)
Diamonds including Cinco Rios Project: This project is located in the North of
Uruguay and includes the Minas de Corrales area as well as the properties obtained
with the acquisitions of Cinco Rios SA. Systematic drainage sampling has identified an
area where positive kimberlite indicator minerals are clustered, and a close -space
airborne gravity survey is sche-duled for May 2006. The company has previously
recovered several macro-and micro-diamonds, together with G9 and G10 garnets from
this area”. (Cinco Ríos está ubicado a unos veinticinco quilómetros al sureste de Rivera).
Los aspectos más destacables de la gestión de la empresa entre junio de 2005 y febrero
de 2006 son los siguientes: producción de 75.937 onzas de oro (a un costo unitario de
U$S 199); ventas de oro por un monto de U$S 35.214.000 (a un precio de U$S 465 la
onza); ganancia neta de U$S 6.506.000 (cf. ídem:2).
322
323
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las máscaras de la identidad colectiva …
Voladura en la mina El Arenal, muy cerca de la de San Gregorio.
Cráter excavado por la empresa “Minera San Gregorio” para la explotación
del yacimiento San Gregorio, a unos cuatro quilómetros de Corrales.
Cabe destacar, asimismo, que la empresa ha iniciado en la región,
desde hace algunos años, prospección de diamantes –ya ha encontrado
274
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las máscaras de la identidad colectiva …
algunas chimeneas quimberlíticas diamantíferas–324 y, más
recientemente, de níquel, un mineral muy cotizado y codiciado
internacionalmente (por ser escaso y de gran valor estratégico); el
costo de la prospección geofísica aérea (con el servicio de un avión
especialmente acondicionado para esas actividades), es de unos dos
millones de dólares.
“Cuando se instala la empresa minera y empieza a trabajar”, me
comenta Don Eduardo Andina, “evidentemente que Minas de Corrales
empieza a florecer, porque, entre otras cosas, hay una buena cantidad
de gente de Minas de Corrales trabajando allí y la empresa paga muy
buenos sueldos”. “Sí, en la Minera los salarios son buenos”, me había
afirmado unos meses antes Germán Oruezábal (cuando él mismo
trabajaba para esa empresa): “el salario más chico oscila en los quince,
veinte mil pesos. Y después tenés, empleado de planta, camionero, se
hamaca entre veinticinco y treinta mil. Los supervisores andan en mil
y pico de dólares”. “Bueno, ese dinero”, sigue Andina, “por más que
alguien vaya y compre un auto, la mayor parte de esa plata se está
gastando en el pueblo, entonces a la vez de un circulante mayor,
evidentemente que el pueblo entra a mejorar en todos sus aspectos. La
única excepción sigue siendo la Radio. La Radio no ha tenido sus
frutos de la Minera, pero no por eso dejamos de apoyar y de reconocer
de que es bueno, ¿no?, directamente no tenemos ninguna vinculación.
Recién... recientemente pudimos tener un apoyo, en todos estos años.
Se nos cayó la torre de la Radio y la Minera pagó para que se
construyera una nueva torre, que estamos pintando ya pronta para
que empiece a funcionar. Con esa excepción, la Radio nunca recibió
nada, ni un aviso, nada. Pero, no importa, le hace bien al pueblo. Ese
florecimiento, entonces, afectó positivamente a Minas de Corrales. En
Corrales uno siempre veía que se estaba haciendo una casita...
Después de eso ya no era una, eran varias casas. Y hoy salimos a
recorrer Corrales, y se ven una cantidad de casas que se están
haciendo. Entonces, eso es respuesta de que de ese dinero que ganan
allí, lo invierten acá. (…) ¿Cuántas empresas...? ¿Cuántas tornerías
“The airborne gravity/mag survey has been extended to include the Casupa (gold),
Retamosa (lead-zinc), Minas de Corrales (gold) and Rivera (diamonds) projects for a
total 5931 additional line kilometres” (ibíd.:5). En la página siguiente se informa que “10
diamond drill holes for 1498 meters were drilled during the period”.
324
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las máscaras de la identidad colectiva …
tenemos en Minas de Corrales? Antes teníamos una sola (…). Hoy hay
una... dos... cuatro... cinco tornerías, y están trabajando a full”.
“Todo este trabajo de explotación de oro cambió muchísimo la vida
acá en Minas de Corrales”, afirma enfáticamente Don Tito Pereira.
“Pero… ¡cómo no! ¡Barbaridá! Aquí en Corrales la gente vive bien...
Se está agrandando el pueblo, vea que hay construcción por todos
lados... Todo depende de las minas... Hay mucha plata acá y gente
que anda bien. Acá no hay comercio que no trabaje. Vienen los
viajeros de por ahí y el lugar donde venden más es acá. Todo lo que
traen, venden. En Corrales se vende todo”.
“El progreso trajo mucho crecimiento del poder adquisitivo”, opina
Raúl Armand’Ugón. “Son como doscientas personas que cobran más
de quinientos dólares cada uno. Sacá la cuenta y, ponele, son cien mil
dólares por mes, que quedan ahí en el pueblo, ¿no? Y son mucho más,
¿no?, porque la mayoría gana mucho más de quinientos dólares. Y
antes no estaba esa plata en el pueblo. Se han hecho muchas
edificaciones. En esos cinco años en que yo estuve en la Junta se
hicieron doscientas casas. Eso en Minas de Corrales es mucho. Y la
gente se vino al lugar, de repente desde el campo, que tenían su
caballito nomás, y vinieron para ahí y empezaron a trabajar, y ya se
compraron su moto, y después ya pasaron al auto y bué... Les cambió
la vida, les mejoró la vida”.
“Toda esa plata no es por el agro, es por la Minera”, apunta Ana Laura
Antúnez. “Hay mucha gente que le hace críticas muy fuertes a la
Minera, por el tema contaminación y esas cosas, que la plata se va
para afuera –y es cierto, un monto grande no queda acá, se va–, que
declaran menos de lo que sacan, etcétera, pero también tiene su lado
positivo, ¿no?, porque mucha gente tiene su familia que está viviendo
de eso”. Otra de las críticas que se le suele hacer a la actual empresa
minera tiene que ver con su casi nula relación con la sociedad
corralense: “hoy la Minera está como aislada”, afirma Don Eduardo
Andina, mientras que “antes, cuando se instaló esta empresa y estaba
el ingeniero Lenzi, él había generado un buen vínculo con Minas de
Corrales. Pero eso ahora no existe”.
Germán considera que “comercialmente, económicamente, el oro de
Corrales le está haciendo bien, pero también lo está destruyendo en la
parte social... Ahora está entrando la droga acá, y entrando, eh... Y
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las máscaras de la identidad colectiva …
eso no sé en qué va a terminar...”. Su padre agrega: “drogas, dicen que
hay... y sé que hay. Se sabe... Yo he visto muchachos en un estado... y
te das cuenta que eso no es estado alcohólico. Y antes la vida acá era
vida muy sana, vida sumamente tranquila... a no ser algún lío de
mamao…”. “Justamente anoche tuvimos una reunión con la Junta
Local”, me informa Raúl, “y surgió la cuestión de que está circulando
mucho la droga, y hasta hace algunos años no había droga, y eso se le
echa un poco la culpa a la Minera, porque detrás de la mina vino
mucho dinero, mucho poder adquisitivo, muchos autos, muchas
motos, hay problemas de tránsito, hay muertes, que antes no... Yo
Fotografías aéreas cedidas por Eduardo Palermo.
antes dejaba siempre la puerta abierta de mi casa, ahora es
imposible. Los autos, los dejábamos abiertos, con la llave puesta.
Ahora, imposible. Vinieron cosas malas, sí. La droga, correrías en
auto, que antes no había... en moto... Y son los defectos del progreso,
los problemas del progreso, ¿no? Aparecen, tienen que aparecer.
Antes no había nada de eso, pero el pueblo estaba muerto”.
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
“La estructura de mi pueblo cambió bastante”, me dice Victoria con
cierta desazón; “la Minera trajo cambios muy favorables para el
pueblo, creció enormemente, desde esta segunda explotación que
empezó en el 96. Y desde ahí hasta lo que pasó el año pasado, en que
por primera vez los obreros ocuparon la mina. Hubo una turbulencia
grande. (…) La Minera tiene unos quinientos empleados, pero muchos
no son de Corrales; habrá poco más de cien que son de Corrales.
Entonces esas familias se han favorecido. Pero también se le critica a
la Minera que no le haya dado trabajo a todo el pueblo. Pero cambió
muchísimo la cabeza de la gente, y produjo cierto resquemor entre la
gente que trabaja ahí y la que no. Hay muchos contrastes entre la
gente, en el propio pueblo. Y eso lo vimos patente el año pasado
cuando paró por primera vez la Minera, por los despidos. Podías ver
bien claramente la gente partidaria caminando por la calle, las
familias de los muchachos que trabajan en la Minera, protestando
porque se decidió parar la Minera cuando decían que la Minera era el
motor de Corrales. Y otros decían: “no, no es tanto el motor”. Eso me
llamó mucho la atención. Y también llama la atención la cantidad de
bienes materiales que la gente comenzó a poseer, hay casas hermosas,
tienen autos hermosos; pero también hay gente que se encuentra muy
mal. Pero creo que todos tenemos miedo de lo que vaya a pasar
cuando se vaya la Minera. Es algo que ya está generando
incertidumbre, desde que el año pasado se mandaron 148 empleados
al seguro de paro. Yo no te diría que pasará una catástrofe, porque
como pueblo va a seguir existiendo, pero que va a cambiar, va a
cambiar. Y profundamente. Las perspectivas que se están viendo son
bastante negativas”.
“Acá el gran temor de todos es que la Minera se vaya”, me dice
Andina. “Y algunos corralenses estamos insistiendo en que hay que
aprovechar este momento, pensando que sea el trampolín para que
nos catapulte, digamos, a la situación para cuando eso no esté. Y
pensamos que... Una de las cosas que se está manejando hoy en día es
un poco el tema del turismo... que ya lo estamos trabajando. Minas de
Corrales, de por sí –usted ya lo habrá comprobado– paisajísticamente
es muy bonito; llegue del lado que llegue, tiene una vista brutal.
Viniendo por la Ruta 28 es la vista más bonita porque usted tiene
como todo el pueblo a sus pies. Tenemos las galerías, que todavía
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
existen, que están allí, e incluso la minera va a ayudar y la UTE se
comprometió a hacer una iluminación en una de las galerías de la
principal, para el acceso al público que venga. Hay un montón de
galerías y hay un montón de cosas. Queda un poquito del polvorín,
pero hay un montón de historias de cosas que sucedieron y que están,
que se pueden ver todavía, tenemos un montón de historias que están
latentes, palpables, se pueden tocar, ver, todavía. Entonces digo, es un
buen motivo para poder enfocar un poco esa explotación turística”.
“Creo que Corrales es un pueblo con una muerte ya prevista”, me dice
Ana Laura, preocupada. “La Minera dijo que iba a estar cinco años
más. Bueno, si en cinco años se termina eso y la Minera se va... Yo
tuve la oportunidad de estar en Corrales en varias etapas de Corrales,
y ¿viste esos pueblos fantasmas de esas películas del oeste? Bueno, en
eso se convierte Corrales en el momento en que la Minera se vaya,
porque ya estuvo así y va a volver a ser así. Entonces, cuando pase
eso, parte de la gente se va a ir y la otra parte se va a achatar. Y
además... hay mucha gente que está acostumbrada a un nivel de vida
muy elevado, y si se termina la Minera, se termina la plata de
Corrales, y Corrales tiene mucha plata, hay mucha plata en Corrales.
Yo te digo: si se termina la Minera, se termina el pueblo. Y yo pienso
en muchos botijas que ahora tienen, ponele, treinta años, pero que con
veinte empezaron a laburar en la Minera, ¿entendés?, y que no
estudiaron, y empezaron a laburar y están laburando bien, y que en
cinco años de repente se termina la Minera y son personas con treinta
y cinco años y una familia, sin una preparación, que quedan en la
calle, ellos y la familia. Entonces… te ponés a pensar, a futuro, es una
realidad dura, difícil, ¿no? Yo… yo lo pienso, por ejemplo… lo pienso
desde mi familia, y te juro que rezo todos los días para que no se
termine la Minera porque… se nos complicaría mucho la cosa”.
Desde afuera o desde adentro, la percepción del escenario es poco
alentadora. “La historia del oro ha sido, por paradójico que resulte, la
de la pobreza de Cuñapirú y Minas de Corrales. Y no acaba”: es vox
populi en Minas de Corrales que si se termina la Minera, se termina el
pueblo. En este sentido, parecería que el rezo, lamentablemente, no ha
sido del todo eficaz: desde fines del año 2008 entre los corralenses han
comenzado a circular con cierta insistencia rumores sobre el inminente
retiro de la “Minera San Gregorio”, como consecuencia del presunto
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las máscaras de la identidad colectiva …
agotamiento de los yacimientos en explotación, del aumento de los
costos y de la baja del precio internacional del oro, así como de la
creciente conflictividad en la operativa de la compañía (huelgas,
despidos, envío de obreros al “seguro de paro”, etcétera).
Tales rumores, bien fundados, colocan a los corralenses en algún punto
del continuum –o de un perverso cul de sac– “entre la nostalgia de un
pasado truncado y el horror de un futuro sin porvenir”325. No
extrañaría a nadie, pues, que en poco tiempo los corralenses vuelvan a
sumirse en la desesperanza hasta que logren rehacerse y recuperar,
como optimistamente imagina Don Eduardo Andina, “la esperanza de
una nueva explotación”.
O tal vez no, y entonces los versos desencantados de Homero Expósito
otra vez se habrán de encarnar en el dolor cíclico de los corralenses, y
muchos de ellos no podrán eludir el tararear por lo bajo, mal que les
pese, que “los años han pasado, terribles, malvados, dejando esa
esperanza que no ha de llegar”.
325
Augé (1998:103).
280
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despliegues
(segunda apertura)
construcción analítica como montaje tecnológico
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las máscaras de la identidad colectiva …
No podía existir una Teoría divorciada
de la vida misma. El análisis social ya
no era el análisis del objeto investigado,
sino de la mediación de ese objeto en un
contexto dado y su destinación hacia
otro contexto (...). Es así como todo
análisis social se revela como
montaje.326
326
Taussig (1995:19).
285
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286
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construcción analítica como montaje tecnológico
La marcha de un análisis inscribe sus pasos,
regulares o zigzagueantes, sobre un suelo
habitado desde hace mucho tiempo.
de Certeau327
Hasta acá he presentado un discurso polifónico enfocado en las
cambiantes circunstancias, situaciones, peripecias y sujetos que
hicieron a la región minera de Cuñapirú, y que a lo largo de casi un
siglo de historia han dejado una impronta indeleble en los
protagonistas, artífices y artefactos del actual mundo de vida
corralense. Si bien “no toda polifonía, entendida como reunión no
unísona de varias melodías, de varias voces, necesariamente da lugar
a una sinfonía (unión armónica de varias voces)”328, en este caso
aquel discurso polifónico constituye –aunque tal vez no exista cabal
conciencia de ello– un discurso cuasi-sinfónico. (“Lógicamente, la
sinfonía no es perfecta: en todo coro es posible que existan algunas
voces discordantes que no armonizan con él”329.)
Basta con recorrer las páginas precedentes para advertir que las voces
de ese discurso son de muy variado tono, timbre, espesor, intención:
José Alfredo Oruezábal, Eduardo Andina, Selva Chirico, Eduardo
Palermo, Aníbal Barrios Pintos, Enrique Ros, Tito Pereira, Juan López,
Raúl Armand’Ugón, Elidio Loza, Tito López, Ariel Pereira, Germán
Oruezábal, Ana Laura Antúnez, Victoria Silva, Adán Queirós, Fernando
Acevedo…
Podrían haber sido más, es cierto; podrían haber sido otras, tal vez.
Aún así, es mi convicción que son las mejores y, en su conjunto, han
sido suficientes e idóneas –suficientemente idóneas– para dar cuenta
cabal de aquellas circunstancias, situaciones, peripecias y sujetos,
materia nutricia cardinal del complejo e inacabado proceso de
construcción identitaria de Minas de Corrales y de la consecuente
De Certeau (2000:XXXIX).
Acevedo (2007:37).
329 Ídem.
327
328
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las máscaras de la identidad colectiva …
construcción analítica orientada hacia la determinación del valor
patrimonial de sus bienes culturales.
Las voces podrían haber sido más, y de hecho fueron más. Debo decir
que su elección y su (re)presentación como montaje –dos decisiones
largamente rumiadas y permanentemente interpeladas– constituyen
sólo una parte del abordaje metodológico asumido. De esto se ocupan
las páginas que siguen.
...
Las páginas que siguen presentan los principales aspectos constitutivos
de la trayectoria de una investigación socio-antropológica (y por
momentos antropo-histórica) que, de tanto abrirse, he debido cerrar,
con bastante renuencia y, como suele suceder, con algo de
discrecionalidad: las cosas deben tener un final, alguien dijo. El
conjunto que esas páginas forman no es un producto acabado –“las
obras no se acaban, se abandonan”, escribió Paul Valery– sino la
materialización discursiva y provisional, más o menos cristalizada, de
los aspectos narrables de esa trayectoria, de aquello que emerge por
encima de la línea de flotación de un témpano que, a pesar de su
corpulenta apariencia, está en movimiento (no a la deriva sino en
deriva). Este texto, entonces, muestra las principales aproximaciones,
algunos resultados alcanzados y, paralela y complementariamente, los
trayectos y procesos de aproximación. Por eso su énfasis está puesto en
las estrategias metodológicas y tecnológicas: dispositivos tácticos,
herramientas técnicas.
La deriva del texto, que acompaña casi asintóticamente la deriva de la
investigación que lo ha suscitado, muestra, así, lo que ha sido hecho
hasta el momento –y cómo ha sido hecho, y por qué– para someterlo a
la consideración de lectores y auctores330 y, a partir de lo que de allí
derive, para acrecentar –en términos de riqueza, sentido, consistencia,
Empleo la expresión auctores en el sentido que la vincula a la noción de auctoritas
(cf. Bourdieu 1997) y también en el más fiel a su procedencia etimológica, según el cual
auctor es aquel que aumenta o el que hace crecer. “Los latinos”, ha escrito Ortega y
Gasset, “llamaban así al general que ganaba para la patria un nuevo territorio”
(1999:35). De este modo, los auctores que me imagino son aquellos actores y agentes
sociales que conquistan nuevos territorios para nuestra patria imaginada.
330
288
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las máscaras de la identidad colectiva …
rigor– lo que queda por hacer. En definitiva, el sentido del texto que
aquí presento –y también el de su escritura– es hablar-de para poder
hablar-con… Recién después, podremos decir.331
El decir que este texto podrá habilitar –un decir puesto en el futuro–
es, necesariamente, un decir condicionado y condicional. Es así porque
el alcance (cronotópico, espacio-temporal) y el escenario (epistémico)
de validez (epistemológica) de la investigación realizada –y, por
extensión, los del texto que la presenta– son limitados: la investigación
se enfocó en un espacio físico (un locus: Minas de Corrales y zonas
aledañas) y en un espacio social (un socius: el conjunto de actores
actuantes en ese locus). Siendo así, todo lo que se pueda decir a partir
de la investigación –desde ella, sobre ella, contra ella– tendrá validez
(y, eventualmente, valor) sólo en y para ese espacio bifronte.
No obstante, también es lícito considerar a esta investigación en su
carácter de experiencia piloto, y entonces ponderar la posibilidad de
que sus diversas trayectorias, operaciones y resultados puedan
aplicarse, con las debidas ablaciones y rectificaciones, a otros espacios
físico-sociales, a otros loci y soci. De este modo, si el escenario
(epistémico, epistemológico) de validez de esta investigación resultara
finalmente validado (por los actores primero, por los espectadores
después), entonces su alcance será mucho menos limitado que el que
fue establecido a priori, el que hoy es.
No quiero soslayar otro propósito: mostrar al lector, tan transparentemente como sea
posible, la cocina de la investigación, los ingredientes y procedimientos empleados (y
aquellos que debí dejar afuera), el modo de poner la mesa y de presentar cada plato.
Todo esto también participa de mi voluntad de escapar al tradicional carácter autoritario
de la mayoría de los discursos y textos producidos por científicos sociales, que le
presentan al lector una realidad primorosamente disfrazada de “objetiva”. Por
añadidura, desmiente la creencia de que “exponer el modo como se hace la cosa equivale
a sugerir, como en el truco de la mujer partida por la mitad con una sierra, que se trata
de un puro ilusionismo” (Geertz 1989:12).
331
289
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las máscaras de la identidad colectiva …
290
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las máscaras de la identidad colectiva …
el discurrir de la investigación:
la multidimensionalidad de su praxis y la encrucijada
de sus niveles de discurso
… entre dos esferas absolutamente distintas,
como lo son el sujeto y el objeto, no hay
ninguna causalidad, ninguna exactitud,
ninguna expresión, salvo, a lo sumo, una
conducta estética, quiero decir: un
extrapolar alusivo, un traducir balbuciente a
un lenguaje completamente extraño…
Nietzsche332
Toda praxis de investigación, explícita o implícitamente, articula (y se
articula en torno a) tres ejes o dimensiones, de disposición inclusiva y
anexión vertical: el primero, de índole epistemológica, corresponde al
contexto de justificación; el segundo, de índole metodológica –y
subsidiario del primero–, al contexto de fundamentación; el tercero,
de índole tecnológica –y subsidiario del segundo–, al contexto de
descripción-interpretación. Este último implica, a su vez, una doble
hermenéutica, también de disposición inclusiva y anexión vertical (y
que aquí he separado con el propósito de facilitar la construcción
analítica y su exposición): la primera hermenéutica se enfoca en la
interpretación de los sujetos (mediada por su descripción, por su
diégesis); la segunda en la interpretación de la interpretación de los
sujetos333.
En la praxis investigativa esos tres ejes o dimensiones tienen su
correlato en sendas operaciones, también de disposición inclusiva y
anexión vertical: la dimensión epistemológica en “la conquista contra
la ilusión del saber inmediato”, la metodológica en “la construcción
teórica”, la tecnológica en “la comprobación empírica”334.
2004:30.
Lo que aquí denomino doble hermenéutica se corresponde con lo que ha desarrollado
Anthony Giddens en uno de sus libros más difundidos (cf. 1987).
334 Estas son las tres operaciones que, tomadas en su conjunto (y “top-down”, de “arriba”
hacia “abajo”), garantizan, según Bourdieu, Chamboredon y Passeron (cf. 1976), la
cientificidad de las teorizaciones de las ciencias sociales.
332
333
291
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Por último, aquellas dimensiones y estas operaciones se plasman en
sendos discursos, también de disposición inclusiva y anexión vertical,
según tres niveles: un nivel epistemológico-político (o práctico: para
qué se investiga lo que se investiga, para qué se investigó lo que se
investigó), un nivel metodológico-teórico (por qué se investiga lo que
se investiga, por qué se investigó lo que se investigó), un nivel
tecnológico-empírico (cómo se investiga lo que se investiga, cómo se
investigó lo que se investigó)335.
Aquí habré de recorrer, además, un cuarto nivel: el de la reflexión
sobre los tres niveles anteriores, discurso entre y sobre los discursos,
que pretende dar cuenta de su encrucijada estructural y estructurante y
trata de avanzar firmemente según lo que cabría calificar como
“pensamiento de segundo orden”336, en la convicción de que hay que
“tomar como objeto propio el estudio del objeto” o, más precisamente,
“el proceso de construcción del conocimiento del objeto”337, ya que
“hay cosas que no se comprenden más que si se toma por objeto la
mirada misma del científico”338, “reflexionando sobre las condiciones
prácticas y objetivas de su propio conocimiento”339.
Este discurso entre y sobre otros discursos –y la reflexión de segundo
orden que contiene y propone– introduce algunas cuestiones que, en
atención a su carácter problemático y determinante, no quiero
soslayar.
Todo sujeto que investiga está sujetado a ciertos condicionamientos
que afectan (sujetan) su trabajo de campo y que el texto que lo presenta
debe poner de manifiesto, a efectos de que el lector pueda hacer su
Cf. Ibáñez (2003:13-14).
“El que reflexiona sobre su acción investigadora se acerca al segundo orden, y el que
no lo hace, se acerca al primer orden” (Ibáñez 1994:XVIII). El pensamiento de primer
orden, tal como lo concibe Jesús Ibáñez, incluye tanto a lo que Heidegger denominó
“pensar por una sola vía” (1964:30) como a lo que Marcuse describió como
“pensamiento unidimensional” (1968:126 y siguientes).
337 Bourdieu (1992:151;152).
338 Bourdieu (2005:48).
339 Bourdieu (1992:152). Como ha señalado el mismo Bourdieu en un libro posterior
(1997:209), “la conversión teórica que implica la reflexión teórica sobre el punto de
vista teórico y sobre el punto de vista práctico, por lo tanto sobre la diferencia esencial
que los separa, no es meramente especulativa: se acompaña de un cambio profundo en
las operaciones prácticas de la investigación y proporciona unos beneficios científicos
absolutamente palpables”.
335
336
292
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las máscaras de la identidad colectiva …
tarea en las mejores condiciones (esto es, con las menores sujeciones
posibles). Conviene eludir algunos intrusivos pruritos de academicismo
modernista y citar in extenso y sin elipsis a quien ha considerado estos
asuntos con inusitada claridad: “hoy sabemos que lo que un
antropólogo declara haber encontrado en el campo está condicionado
por lo que se ha dicho o no dicho previamente sobre ese lugar, por las
relaciones que establece con el grupo que estudia y con diferentes
sectores del mismo, o lo que quiere demostrar –sobre ese grupo y
sobre sí mismo– a la comunidad académica para la cual escribe, por
su posición (dominante o pretendiente) en el campo antropológico,
por el manejo más o menos hábil de las tácticas discursivas con que
puede lograr todo eso. Sin embargo, la tendencia predominante en los
libros de antropología es ocultar estas condiciones contextuales del
trabajo de campo. Para eso existen varias convenciones textuales
características de ese género literario-científico que es el «realismo
etnográfico». Por ejemplo, se evita la primera persona para sugerir
la objetividad de lo que se describe y la neutralidad del investigador:
en vez de afirmar «observé que comen de tal manera», se dice «ellos
comen así». (Además) el carácter fragmentado e incoherente que
suele tener la experiencia de campo se sutura al someterlo al orden
liso y compacto de las interpretaciones omniabarcadoras” –y, agrego,
al del discurso que las expone–. “El antropólogo tiene éxito no tanto
por el rigor y la verificabilidad de sus explicaciones, sino –dice
Marilyn Strathern– porque logra presentarlas como «una ficción
persuasiva»”340.
En las descripciones-interpretaciones que conforman el primer
escenario de la primera hermenéutica presentada en la primera parte
de este libro341 he evitado, tanto como pude, realizar suturas
artificiosas y todo deslizamiento conducente hacia formas de “realismo
etnográfico”, “ficción persuasiva” o cualquier otra argucia discursiva o
simulacro embaucador. En la escritura del texto traté de darle curso y
forma a esa evitación mediante el despliegue de una de las tres
operaciones indicadas por el propio García Canclini: la recreación de
“las múltiples perspectivas sobre los hechos (…) ofreciendo la
García Canclini (2008:105-106).
Más adelante se expondrán y discutirán algunos fundamentos de las operaciones
tecnológicas realizadas en el ámbito de ese primer escenario (cf. infra:313-316).
340
341
293
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
plurivocalidad de las manifestaciones encontradas, transcribiendo
diálogos o reproduciendo el carácter dialógico de la construcción de
interpretaciones. En vez del autor monológico, autoritario, se busca la
polifonía, la autoría dispersa”342.
342
2008:106-107.
294
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
dimensión epistemológica-política
(contexto de justificación): la determinación del
patrimonio cultural de Minas de Corrales
Cuando la investigación que aquí reseño aún era un proyecto sin
anclaje concreto en el territorio, asumió como propósito axial (político,
epistemológico) la identificación, ponderación y evaluación de la
naturaleza y características específicas del patrimonio cultural
inmaterial de Minas de Corrales y su zona circundante, con vistas a la
implementación de acciones eficaces de rescate, preservación,
promoción y difusión. De acuerdo con lo proyectado, el avance
espoleado por ese propósito habría de seguir dos líneas de acción, de
disposición concurrente, co-incidente y complementaria: por un lado,
la transformación de aquel patrimonio intangible en patrimonio
tangible; por otro, el registro, inscripción, documentación y difusión
adecuados de los bienes de valor patrimonial identificados, en procura
de su revitalización en sus contextos originales (evitando con ello toda
tendencia de signo o efecto folclorizante). El tránsito por ambas líneas
de acción resultaría, así, indispensable para preservar ese patrimonio,
reconocer la valía de sus creadores y contribuir a la consolidación y
fortalecimiento de los procesos de construcción de identidad(es)
local(es).
La justificación del propósito original de la investigación,
inocultadamente política, resultaba auto-evidente, y así fue planteada:
“Minas de Corrales (y sus zonas aledañas) se erige como lugar de
significativos valores patrimoniales –tanto materiales como
inmateriales– cuya identificación, rescate, preservación y promoción
resultan cada vez más urgentes. Más aún: tales actividades se
vuelven absolutamente perentorias, en tanto en la actualidad no
existe cabal conciencia de la relevancia y magnitud de aquellos
valores”.
Por otra parte, si bien en Uruguay no existe ningún estudio sistemático
sobre la temática en cuestión, en el último cuarto de siglo algunas
entidades supranacionales han logrado aumentar la sensibilización
respecto a la necesidad imperiosa de actuar para salvaguardar y
promover las formas singulares de expresión cultural de varias
295
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
comunidades, lo cual también ha contribuido en forma significativa al
reconocimiento y enriquecimiento de la diversidad cultural a escala
ecuménica (o casi)343. En efecto, el patrimonio inmaterial es una
estimable fuente de creatividad que, por ese mismo carácter,
contribuye a la diversificación de la creatividad contemporánea. De ahí
que su valor concreto en lo que respecta a cada localidad específica sea
objeto de un reconocimiento cada vez más generalizado, en buena
medida como respuesta –por la vía de la recreación y consolidación de
identidades locales y/o regionales– frente al creciente empuje
globalizador. Dicho valor se sustenta, asimismo, en la convicción de
que la cultura de una comunidad –base para la definición del concepto
de patrimonio inmaterial– expresa y refuerza creencias, ideales,
pautas, valores y prácticas socioculturales ampliamente compartidos.
En tal sentido, y en concordancia con lo que en la última década ha
venido estableciendo la UNESCO, “el concepto de patrimonio cultural
intangible engloba los aspectos más importantes de la cultura viva y
de la tradición. Sus manifestaciones son amplias y diversas, ya se
refieran a la lengua, las tradiciones orales, el saber tradicional, la
creación de cultura material, los sistemas de valores o las artes. El
patrimonio intangible, junto al tangible, permite consolidar la
creatividad, la diversidad y la identidad cultural”344.
En consecuencia, si se pretende que este tipo de patrimonio siga
constituyendo una parte viva de la comunidad que lo alberga, debe
desempeñar en ella un papel social (cultural, político, económico)
significativo. Si bien esta pretensión –y el reconocimiento que implica–
a menudo se ha visto obturado por el desarrollo de visiones
conservadoras o nostálgicas (esas que lo consideran como algo estático
y meramente histórico, y por ello su principal preocupación suele
radicar en la determinación de su “autenticidad”), el patrimonio
inmaterial –debido a su estrecha relación con las prácticas
socioculturales propias del mundo de la vida de las comunidades– está
en permanente proceso de cambio. En concordancia con ello, rescatar y
Según se desprende de una encuesta realizada en el año 2004 por la UNESCO entre
103 de sus estados-miembro, son muchas las naciones que, habiendo asumido la
relevancia de su patrimonio intangible, se han comprometido a salvaguardar la cultura
inmaterial como parte de su patrimonio nacional.
344 Aikawa (2004). (En el año 2004 Noriko Aikawa desempeñaba el cargo de Director del
Departamento de Patrimonio Intangible de la UNESCO.)
343
296
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
promover el patrimonio inmaterial de modo de garantizar su
perpetuación, implica que las expresiones culturales locales y
tradicionales también deban readaptarse y resultar aplicables a la vida
contemporánea de sus artífices, portadores y herederos345. El reto
consiste, entonces, en adoptar planteamientos dinámicos, centrados en
la actuación en las comunidades y basados en el valor significativo del
patrimonio cultural inmaterial, de modo que pueda asegurarse su
transmisión intergeneracional y, concomitantemente, su continuidad y
vitalidad para las generaciones actuales y futuras.
Otro reconocimiento es necesario. A pesar de su reducido tamaño
relativo y de su devenir histórico –aparentemente– corto, nuestro país
es muy rico en tradiciones culturales locales. A las visiones seculares
propias de un discurso historiográfico de pretensión hegemónica,
deben oponerse otras que, más fieles a nuestra realidad histórica,
reconozcan en su verdadera magnitud la singular importancia del
legado cultural aportado por indígenas, afrodescendientes, inmigrantes
y criollos, así como de aquel derivado de otras múltiples hibridaciones
y sincretismos culturales producidos en los últimos tres siglos. En este
sentido, el legado cultural enraizado en Minas de Corrales, bastante
poco conocido fuera de su zona de influencia, de por sí pequeña, es de
una estimable riqueza y valor.
Es por todo ello que con esta investigación he procurado, con la mayor
exhaustividad, profundidad y rigor posibles, dar cuenta del legado
cultural encarnado en las diversas y múltiples situaciones,
circunstancias, peripecias y sujetos que a lo largo de su historia –pasado
y presente, memoria y esperanza– hicieron de Minas de Corrales lo que
Minas de Corrales es.
Adviértase, como ha hecho un célebre historiador, que si Homero no hubiese escrito
La Ilíada unos cuatro siglos después de que acaecieran los hechos históricos, jamás
habríamos conocido los tesoros de Micenas ni la épica de los personajes heroicos que
participaron en la guerra de Troya.
345
297
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298
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dimensión metodológica-teórica (contexto de
fundamentación): un modelo tetradimensional 346
La investigación es una conversación entre
todos los observadores posibles.
Ibáñez347
El propósito axial de la investigación desplegada fue, pues, la
identificación, ponderación y evaluación de la naturaleza y
características específicas del patrimonio cultural inmaterial de Minas
de Corrales y su zona circundante, con vistas a la implementación de
acciones eficaces de rescate, preservación, promoción y difusión. En
este contexto, en la investigación he privilegiado la aplicación de
estrategias cualitativas, que implican una opción epistemológicametodológica que, al oponerse al positivismo y al reduccionismo
empirista, evita caer en las falsas apariencias propias de las posiciones
populistas, ingenuas y conservadoras en el proceso investigativo348. Por
lo pronto, elude la ingenuidad de ignorar que la investigación social
tiene mucho de prestidigitación349.
Algunos tramos del desarrollo que presento en esta sección están basados, con ajustes
menores, en un texto ya publicado de circulación restringida (cf. Acevedo 2008).
347 1994:61.
348 La investigación positivista de corte empirista, todavía presente en la práctica
académica nacional, si bien ha acumulado una cantidad abrumadora de datos, ha dado
pocas soluciones a problemas relevantes. Ello se debe a que los intereses de los
investigadores han tendido a concentrarse en la definición y comparación de variables, lo
cual conduce a procesos investigativos que obligan a abordar sólo fragmentos de la
realidad social. De este modo, se inhibe la confrontación de los problemas coyunturales,
sectoriales o locales de un determinado grupo con el contexto social global y con su
propio devenir sociohistórico, reduciendo la posibilidad de avanzar en el análisis y
solución de problemas reales.
349 “Cuando un prestidigitador realiza un truco, a la vez que manipula las cosas, tiene
que manipular a las personas para que no vean cómo manipula las cosas, lo que el
prestidigitador ve y lo que el público ve no coincide. El sociólogo se parece en esto al
prestidigitador: obligado a ampliar el campo de lo visible para desarrollar las
posibilidades de manipulación (el componente científico de la teoría) y a reducir el
campo de lo visible para que los que son manipulados no se den cuenta de que son
manipulados (el componente ideológico de la teoría)” (Ibáñez 1985:93). Lo dicho por
Ibáñez vale sobre todo para los “encuestólogos”, principales prestidigitadores de lo
social, instaladores de orejeras en los mulos que dan vueltas a la noria… para que sigan
haciéndolo.
346
299
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
En atención a la naturaleza, complejidad y vastedad de la problemática
en cuestión, la estrategia metodológica diseñada, de corte
eminentemente cualitativo, incluyó una multiplicidad de técnicas y
dispositivos de investigación, bajo la égida de un enfoque socioantropológico con inesperadas derivas antropo-históricas.
La investigación, tal como fue concebida y proyectada, inhibe la
posibilidad de visualizarla como un proceso divisible en fases
secuenciales, ya que en toda praxis investigativa las eventuales “fases”
están, en cualquier caso, indisolublemente imbricadas. Se trató, más
bien, de un proceso de investigación donde las diversas instancias
metodológicas y tecnológicas se desplegaron según una lógica
multidimensional y marcadamente ad-hoc. No obstante, y con fines
meramente expositivos, a continuación presento un esquema sucinto
de la trayectoria de la investigación, ordenado (y arbitrariamente
desglosado) en sus dimensiones constitutivas, dejando en claro que el
abordaje de una cualquiera de las dimensiones en ningún caso requirió
la culminación o el agotamiento de la “anterior”.
En el apartado siguiente se explicitan las características más
destacables del sistema tecnológico aplicado, con especial énfasis en las
principales circunstancias, condiciones y condicionantes –teóricas,
epistemológicas, metodológicas, prácticas– de su empleo y en la
validez de sus productos.
dimensión exploratoria-descriptiva
Una vez realizado un relevamiento y análisis crítico de los antecedentes
bibliográficos, conceptuales y metodológicos disponibles, esta
dimensión se centró en la aproximación progresiva a la problemática
en cuestión mediante un trabajo de campo riguroso y sistemático, cuya
exhaustividad fue en aumento a medida que el trabajo fue avanzando.
(Las actividades aquí incluidas se realizaron, con intensidad diversa, a
lo largo de prácticamente todo el proceso de la investigación.) En su
desarrollo, orientado hacia la detección e identificación primaria de los
principales bienes culturales inmateriales de Minas de Corrales y sus
inmediaciones, las técnicas de investigación protagónicas fueron la
observación, la entrevista en profundidad y el censo (patrimonial).
300
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
—
La técnica de observación se aplicó siguiendo la modalidad de los
estudios etnográficos tradicionales, incluyendo un registro escrito
en notas de campo, un registro fotográfico en una carpeta (digital)
de campo y un registro diferido en un diario de campo. (La
observación también incluyó, lógicamente, interacciones y
conversaciones informales con los lugareños.)
—
La técnica de entrevista en profundidad, de tipo abierto, se aplicó
a doce informantes calificados350. Los testimonios se registraron
con grabador digital y cámara filmadora, a efectos de facilitar su
posterior transcripción, análisis y edición; asimismo, como
también es usual en las aproximaciones etnográficas, se tomaron
notas de campo.
—
El censo (patrimonial) se aplicó a toda la población mayor de
catorce años residente en Minas de Corrales. Su diseño (definición
del universo censal, elaboración de cartografía ad-hoc,
determinación y distribución de segmentos censales, capacitación
de encuestadores, elaboración y pre-testado del formulario
estandarizado de encuesta censal) fue realizado por el
investigador, quien también se ocupó de todas las actividades de
categorización, procesamiento, análisis e interpretación ulteriores.
La administración de las encuestas censales estuvo a cargo de
treinta y nueve estudiantes voluntarios (nueve del Liceo de
Corrales, treinta del Centro Regional de Profesores del Norte con
sede en Rivera), bajo la orientación y supervisión del investigador.
En todos los casos los procesos de producción de información fueron
tan cuidadosos como se pudo, en procura de garantizar una sólida base
empírica a la argumentación y de evitar caer en especulaciones
personales sobre la cuestión indagada. A estos efectos también se
dispuso la creación de otras situaciones de investigación que
permitieron una mejor aproximación a los hechos y discursos puestos
en juego. Fue por eso que, además de las técnicas mencionadas, en el
correr de la investigación se aplicó la técnica de grupo de discusión con
informantes calificados (cuyos detalles se explicitarán más adelante),
La deriva del trabajo de campo –junto con la reflexión que suscitó– llevó a que, luego
de realizadas varias entrevistas a uno de los informantes calificados, las siguientes se
orientaran hacia la construcción de una historia de vida.
350
301
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las máscaras de la identidad colectiva …
técnica de investigación bastante innovadora (o por lo menos
infrecuente) que propició procesos de comunicación activa y, por ende,
mayores y mejores posibilidades analíticas e interpretativas351.
Corresponde advertir que, en cualquier caso, la recolección-producción
de información no es valiosa en sí misma; su importancia es tributaria
del discurso y de su análisis crítico, en tanto sólo del proceso discursivo
y reflexivo se pueden derivar directrices prácticas en el campo social, y
en particular en el de las políticas patrimoniales. No obstante, tanto la
producción de información como el discurso y la acción que de ella
derivan, en tanto actividades investigativas, deben siempre alcanzar un
carácter sistemático, para lo cual deben contemplar, entre otros, los
criterios básicos de transparencia, distanciamiento y consistencia. La
transparencia radica en la elucidación de los propósitos, métodos y
pautas implícitas en cada instancia de la investigación, así como en la
relación entre ellos. El distanciamiento implica la no-intrusión del
investigador en una forma que resulte distorsionante (o que produzca
distorsiones que escapen a su control). La consistencia, tal como aquí
la entiendo, se asienta en la conjugación de un criterio más bien
objetivo –el de la lógica de la extensión, que procura la exhaustividad–
con otro más bien subjetivo –el de la lógica de la comprensión, que
procura la pertinencia–352.
Cuando las actividades investigativas se despliegan respetando esos
criterios, producen –y, de hecho, produjeron– diversos tipos de
información, cuya relevancia depende de la consistencia de la
argumentación dialógica; es decir, la decisión atinente a si una
determinada información se toma como válida no es subsidiaria de
procedimientos tecnológicos, sino
de una argumentación
fundamentada en el consenso, en la crítica y en la certeza de que las
directrices para la práctica que se derivan del discurso generan
procesos plurales orientados a la construcción de un nuevo statu quo
También se realizaron grupos de discusión conformados con la mayoría de los
participantes en el censo patrimonial. En este caso, como explicaré más adelante, el
propósito fue someter a control crítico –interpelación, ponderación, evaluación, filtrado,
validación– la información producida por esa vía.
352 Es mi convicción que la pertinencia es más importante –por ser más productiva– que
la exhaustividad. También para Jesús Ibáñez: “el modo académico de hacer responde, en
general, a la lógica de la exhaustividad. La acotación del tema del trabajo como
reflexión sobre la propia actividad investigadora genera una solución de compromiso:
permite que la exhaustividad se pliegue sobre la pertinencia” (2003:10).
351
302
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las máscaras de la identidad colectiva …
socio-cultural. Es en virtud de ello que en las instancias de análisis e
interpretación de la información producida en el transcurso de la
investigación se promovió la participación de actores referentes de
Minas de Corrales.
(Este planteo se opone frontalmente a las pautas orientadoras de la
investigación tradicional; ésta, al privilegiar una relación instrumental
con el objeto de estudio, ha asimilado los sujetos investigados a objetos
naturales que no conocen los propósitos del investigador. En este
sentido, han negado todo espacio a los procesos de participación y
comunicación activa –o de acción comunicativa353– de la población
implicada, prerrequisito de toda pretensión de transformación social.
Mi planteo, en cambio, asume una concepción de la validación basada
en la argumentación dialógica y no en la verificación de hipótesis
mediante procedimientos técnicos más o menos estandarizados.)
dimensión analítica-dialógica
Esta dimensión estuvo configurada por el análisis de la información
producida en el trabajo de campo reseñado antes, orientado hacia la
ponderación y evaluación de los bienes patrimoniales inmateriales
identificados en la “fase” precedente (precedente según su
presentación en el presente texto; en términos cronológicos, su
aplicación fue, en casi todos los casos, prácticamente simultánea); se
estructuró, al igual que en el caso de la dimensión anterior,
propiciando un amplio componente de participación de los propios
actores locales.
Las técnicas de investigación correspondientes a esta dimensión, que
se desplegaron en diversos momentos del trabajo de campo, fueron las
siguientes:
—
353
grupo de discusión (“focus group” o bien, según dos
denominaciones inconvenientes aunque de uso frecuente, panel o
entrevista grupal). Con la aplicación de esta técnica se promovió
la participación activa de los propios actores locales implicados, en
Cf. Habermas (1987).
303
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
virtud de lo cual el grupo de discusión se conformó con algunos de
los informantes calificados que habían sido previamente
entrevistados. Estimé, además, que resultaba de gran interés la
difusión pública de esta instancia; en atención a ello, el grupo de
discusión se llevó a cabo en el estudio de la radioemisora local
(Radio Real de Minas de Corrales) y se emitió al aire, en vivo y
directo, también para hacer posible la participación de la
audiencia por vía telefónica.
—
análisis de discurso y análisis de contenido, aplicados a los
testimonios recabados a medida que se fueron produciendo, lo
cual permitió realizar ajustes en el rumbo del trabajo de campo a
medida que éste iba prosperando;
—
técnicas ad-hoc de procesamiento, análisis y producción de
sistematizaciones a partir de los discursos analizados: inventario
de bienes patrimoniales a rescatar y preservar, base de datos de
tipo bibliográfico y de tipo documental, sistematización de
experiencias.
dimensión analítica-interpretativa
Esta “dimensión” consistió en nuevos análisis interpretativos, críticos e
integrados, de la información más relevante y significativa producida
en las instancias precedentes. El producto de estos análisis, que se
presenta en la última parte de este libro, ha sido una doble
construcción conceptual –teórica y empírica–354, enfocada en las
nociones de identidad cultural local y patrimonio cultural, con
especial énfasis en la discusión crítica de los procesos, condiciones e
implicancias de su determinación y legitimación social.
Acá me apropio de la distinción, formulada por Althusser (1970:77-78), entre
conceptos teóricos (aquellos que “versan sobre determinaciones abstracto-formales”) y
conceptos empíricos (aquellos que “versan sobre las determinaciones de la singularidad
de los objetos concretos”).
354
304
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las máscaras de la identidad colectiva …
dimensión de intervención y comunicación
La totalidad de lo producido en las tres dimensiones expuestas está
firmemente orientado hacia el establecimiento de un modelo de
intervención, cuyo objetivo axial es la revitalización del patrimonio
cultural de Minas de Corrales en sus contextos originales. El diseño del
modelo, aún no efectuado, tomará en consideración algunas
experiencias fecundas desarrolladas en otros países y, muy
especialmente, la propia singularidad de la realidad corralense. En
consecuencia, su elaboración, diseño e implementación se concretará
en instancias de reflexión y discusión colectivas (para lo cual se
implementarán talleres y se apelará, una vez más, a la aplicación de la
técnica de grupo de discusión), en las que la participación protagónica
la tendrán las “fuerzas vivas” de Minas de Corrales.
El modelo de intervención incluirá una estrategia de difusión a escala
local y regional, que será elaborada, implementada y ejecutada en
forma conjunta y coordinada con los agentes sociales locales. A pesar
de la no pertinencia (política y técnica) de establecer a priori y con
detalle una estrategia de difusión, se estima conveniente implementar,
con énfasis en el ámbito local, actividades de apoyo y talleres en
instituciones de educación, programas radiales y televisivos, e
itinerarios de reconocimiento (por ejemplo, en ocasión del Día del
Patrimonio355). Asimismo, se presentará y divulgará, prioritariamente
en Minas de Corrales, un filme documental que, en parte, recoge los
pormenores y resultados de la investigación realizada356.
En realidad, en el departamento de Rivera no existe un Día del Patrimonio sino un
Mes del Patrimonio.
356 En este momento el filme referido –titulado “Casi todo lo que fue existe. Construcción
identitaria en Minas de Corrales”– está en etapa de pos-producción.
355
305
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las máscaras de la identidad colectiva …
306
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las máscaras de la identidad colectiva …
dimensión metodológica-teórica (contexto de
fundamentación): notas críticas sobre las técnicas de
investigación aplicadas; fidelidad e ironía357
… es valorable que la fascinación ante el otro
sea transmitida por un relato que no se quede
en la fascinación, no ingenuo pero que tampoco
se apague por los empeños obsesivos de la
desconstrucción. Fidelidad e ironía.
García Canclini358
El texto que sigue –que no pretende más que dar cuenta de lo que ha
sido la trayectoria de una investigación recién concluida– prologa y
prolonga el tránsito por cinco espacios artificiales de discurso: el de la
observación, lugar de interlocución ilusoria, el de la entrevista, lugar de
interlocución genuina, el de la encuesta, (no-)lugar de interlocución
vicaria, el del grupo de discusión, lugar de interlocución múltiple, el de
la escritura, lugar de interlocución virtual359.
El tránsito –unas veces regular, otras zigzagueante– por los cuatro
primeros, lugares de campo, co-instituye al último (aparentemente
extranjero al campo), el cual, al atravesarlos, se deja atravesar por
ellos. En cualquier caso, aquellos cuatro lugares son palmariamente
diferentes, y su contribución al paisaje de la investigación es desigual
en varios sentidos. Ello deriva, entre otras cosas, de tres premisas
metodológicas-teóricas que en nuestra investigación han asumido un
papel central (en su plano concreto de cimentación).
La primera de ellas se refiere a la relación entre el objeto (o contenido)
y el método (o camino para su abordaje): “la plausibilidad, así como el
Algunos tramos del desarrollo que presento en esta sección están basados, en líneas
generales, en un texto ya publicado de circulación restringida (cf. Acevedo 2008).
358 2008:118.
359 Con frecuencia las nociones de espacio y de lugar son utilizadas indistintamente.
Aquí, en cambio, asumo que un lugar es más que un espacio: es un espacio con cierto
valor agregado, un espacio practicado. (Se podría decir: los espacios se contemplan, los
lugares se habitan.) Nos aproximamos, así, a las nociones de lugar y espacio según los
sentidos que les adjudica Marc Augé (1993), casi anti-simétricos con respecto a los que
les atribuye Michel de Certeau, para quien “el espacio es un lugar practicado”
(2000:129).
357
307
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las máscaras de la identidad colectiva …
contenido de lo que uno conoce sociológicamente, hasta cierto punto,
depende del método o de la elección del método”360. Hay que subrayar,
para ser fieles a su autor, la expresión hasta cierto punto, ya que el
reconocimiento de la dependencia epistémica del objeto –o lo que uno
puede decir de él al abordarlo sociológicamente– con respecto al
método no debería llevarnos a creer “que se pueden reducir todas las
cuestiones esenciales de contenido a cuestiones metodológicas”. Por el
contrario, “el método debe regirse por el tema, y no ser un mero
esquema de ordenamiento”361.
La segunda premisa, también deudora de la teoría crítica frankfurtiana,
radica en la atribución de un papel protagónico e insustituible a la
empiria inherente al trabajo de campo, y en el reconocimiento de su
carácter problemático (y problematizador): “la transformación de la
perspectiva concreta y específica obtenida en la construcción misma,
en una problemática empírico-sociológica, resulta inmediatamente
una fuente increíble de dificultades, de las cuales aquel que no se ha
arremangado y trabajado en el campo de la sociología empírica
difícilmente pueda tener una idea”362. (La inmersión en el campo nos
pone a salvo, además, de sufrir el síndrome de ciertos meteorólogos,
aquellos que al mirar el cielo sólo ven isobaras.)
La tercera premisa podría enunciarse así: el objeto, la “cosa”
investigada, no está separada (no es externa ni autónoma) del sujeto
que la investiga, sino que es producto de lo que éste hace al
investigarla, de su actividad (subjetiva) de objetivación363.
De la conjunción de estas premisas, y sobre todo de la última, se
extraen tres inferencias capitales:
a.
al investigar un objeto dejamos nuestra huella en él, lo alteramos:
“en el producto quedan huellas del proceso de producción: del
productor y de la materia prima. Es el caso de una madera
Adorno (2006:111). Este libro recoge el curso de Sociología que Adorno dictara en su
regreso a la Universidad de Frankfurt, poco antes de su muerte. Las citas transcriptas
corresponden a la clase Nº 10, del 18 de junio de 1968.
361 Ídem:115.
362 Ibíd.:120.
363 Para un desarrollo consistente y contundente de la pertinencia de esta premisa –o, en
sus propios términos, del “presupuesto de reflexividad” (que parece haber desplazado
definitivamente al presupuesto tradicional de objetividad)– y de sus múltiples
implicancias, véase Ibáñez (1994).
360
308
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las máscaras de la identidad colectiva …
trabajada con hacha y azuela (el pulso del carpintero y la textura
de la madera dejan huellas en el mueble)”, cosa que casi no ocurre
“en el caso de una madera trabajada con sierra mecánica”364. En
el caso de los carpinteros de lo social, la especificidad del oficio
estriba en que los objetos (los “muebles”) de los que se ocupan son
sujetos con la misma naturaleza y capacidades cognitivas que
aquellos, lo cual es otra forma de decir lo que recién fue dicho: la
“cosa” investigada, por estar apareada con el sujeto que la
investiga, es producto de lo que éste hace al investigarla;
b. en consecuencia, “las interpretaciones del investigador como
sujeto se tienen que contrastar con las interpretaciones del
investigado, que también es sujeto” (he aquí una de las principales
encrucijadas a abordar: de qué modo la segunda hermenéutica se
contrasta con la primera, o la repliega sobre sí), “por lo que la
táctica de silenciar a este último nos hace perder información”365.
(He aquí una de las principales cosas a evitar.) Pues bien, la
investigación clásica –la de primer orden– se ocupó de dar cuenta
del mueble y de las huellas dejadas en él por la textura de la
madera; la de segundo orden366 sumó a ello la importancia de dar
cuenta del pulso del carpintero y de sus huellas en el mueble;
c.
los datos que nos aporta cualquier técnica de indagación de campo
no son, en sentido estricto, dados (data: datos) sino capturados
(capta: constructos): “son el producto de la interferencia entre las
actividades objetivadoras del sujeto (el investigador) y el objeto
(los investigados: que también son sujetos)”367. Por eso, antes de
analizar los “datos” y los “hechos”, antes de hacerlos hablar, hay
que decir sobre las condiciones y circunstancias de su captura.
La conjugación de aquella premisa –el objeto no está separado del
sujeto que lo investiga, sino que es producto de lo que éste hace al
investigarlo– con estas prolongaciones inferidas refuerza la convicción
Ibáñez (1994:30). Cabe advertir que la sierra mecánica impone su corte sin tener en
cuenta las singularidades –vetas, nudos, resistencia– de la madera.
365 Ídem:XII.
366 Ya he establecido la distinción entre pensamiento (e investigación) de primer orden y
de segundo orden (cf. supra, :292, nota 336).
367 Ibáñez (1994:120).
364
309
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las máscaras de la identidad colectiva …
de que se hace ineludible “investigar la investigación del objeto”368, y
en especial su efecto corruptor: la investigación transforma al objeto
investigado y al sujeto que investiga. (Lo mismo ha sido planteado
desde el campo de la crítica literaria, nada menos que por parte de
Emir Rodríguez Monegal: “todo observador participa en la situación
observada, la modifica por su presencia, es afectado por ella. Pero si
el observador lo sabe, si es escrupuloso en sus observaciones, si
fiscaliza con datos ajenos los propios, si también se observa observar,
sorteará las trampas más obvias del subjetivismo”369.) También se
puede ser escrupuloso en la ponderación del efecto corruptor en el yo
del investigador; este es el problema central de los abordajes
hermenéuticos, que buscan “la comprensión del yo dando el rodeo por
la comprensión del otro”370.
Siendo así, si al mirar a través de un agujero distintas personas ven
imágenes diferentes (o, en rigor, observan un mismo objeto a partir del
cual construyen imágenes
diferentes –un objeto que,
además,
les
provoca
sensaciones
diferentes–),
entonces habrá que investigar
al agujero y a la escena
observada –sus condiciones
de posibilidad, su contexto y
circunstancias,
sus
singularidades,
etcétera–,
pero
también,
y
muy
primordialmente, al sujeto
que observa y a su acto de
observación. El humorista
Joaquín Lavado (Quino) lo
intuyó con muy especial
agudeza371.
Ídem:XIV.
1966:10.
370 Ricoeur, apud Rabinow (1992:26). Corresponde aclarar que el yo al que alude Ricoeur
no es el yo individual (psíquico) sino el yo social (o cultural).
371 Tanto esta ilustración como la de la página siguiente están extraídas de Quino (1992).
368
369
310
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Y con análoga agudeza también intuyó
que lo mismo vale cuando, en lugar de
mirar a través de agujeros, se trata de
escuchar (o de pensar) sobre bosques y
montes, asunto tan interesante como
inquietante, en particular en esta región
del país.
311
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
312
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
dimensión tecnológica: contexto de descripción
(primera hermenéutica)
Sólo se puede captar la lógica más profunda
del mundo social a condición de sumergirse
en la particularidad de una realidad
empírica, históricamente situada y fechada,
pero para elaborarla como «caso particular
de lo posible», en palabras de Gaston
Bachelard, es decir…
Bourdieu372
Comienza aquí un recorrido por el tercero de los ejes en torno a los que
se ha articulado la praxis de investigación, eje de naturaleza
tecnológica y presencia bifronte: contexto de descripción y contexto de
interpretación. Me ocuparé primero de las características, condiciones
y circunstancias de mi inmersión en el territorio como investigador de
lo social y de la primera hermenéutica resultante, conjunto de
prácticas enfocado en la producción, por parte de los sujetos de la
investigación, de discursos, juicios e interpretaciones en torno a los
asuntos y cuestiones que están en el centro del interés investigativo.
Antes de cumplir con lo anunciado se impone una aclaración. La
primera hermenéutica se enfoca, como ya he señalado, en la
descripción (o diégesis) y en la interpretación conexa (e
inevitablemente parasitaria) producida por los sujetos; la segunda
hermenéutica corresponde a la descripción-interpretación que formula
el investigador sobre la base de la descripción-interpretación ofrecida
por los sujetos. Ambas instancias y contextos descriptivosinterpretativos se necesitan mutuamente: la descripción sin
interpretación es estéril, la interpretación sin descripción es pueril (o,
peor, fofa).
Como ya he adelantado, el recorrido que a partir de aquí reinicio
(contexto de descripción, primera hermenéutica) se ha detenido en
dos estaciones o escenarios, distintos entre sí en virtud del carácter de
las representaciones que cada uno de ellos implica y produce:
372
1997:12.
313
│fernando acevedo│
a.
las máscaras de la identidad colectiva …
en el primer escenario los protagonistas fueron doce informantes
calificados de Minas de Corrales;
b. en el segundo escenario los actores protagónicos fueron todos los
residentes corralenses mayores de catorce años que estaban
presentes en su domicilio al momento del censo patrimonial.
En virtud del muy distinto carácter de ambos escenarios y tipos de
protagonistas, las técnicas de investigación aplicadas en cada uno de
ellos fueron sustancialmente diferentes (en cierto modo, también vale
la relación causal inversa): entrevista en profundidad en el primero,
censo (o encuesta censal) en el segundo. En concordancia con ello –y
de acuerdo con el desarrollo argumental presentado en la sección
precedente–, el tipo de información producido en cada caso también
fue sustancialmente diferente, en términos de pertinencia, cualidad,
confiabilidad, profundidad, valor, validez, significatividad.
Como ya he comentado, en el primer escenario de esta primera
hermenéutica apliqué la técnica de observación conjugada con la de
entrevista en profundidad a doce informantes calificados (José Alfredo
Oruezábal, Eduardo Andina, Tito Pereira, Juan López, Elidio Loza,
Raúl Armand’Ugón, Tito López, Ana Laura Antúnez, Victoria Silva,
Selva Chirico, Ariel Pereira, Eduardo Palermo), mientras que en el
segundo escenario apliqué la técnica de encuesta, mediante la cual
procuré conocer las “opiniones” de los corralenses en sus respuestas al
censo patrimonial373.
La mayor porción de los tres centenares de páginas que conforman la
primera parte de este libro son el producto de la primera hermenéutica
correspondiente al primer escenario, construida principalmente sobre
la base de los discursos de los informantes calificados producidos en
situación de entrevista. Pero si fuera sólo eso –presentación intocada
de testimonios, palabra cruda– sería descripción vana, mera
trascripción, ejercicio inútil que, además, revelaría una grave
inconsistencia epistemológica: “la atención al discurso tomado en su
valor facial, tal como se da, con una filosofía de la ciencia como
registro (y no como construcción), lleva a ignorar el espacio social en
el que se produce el discurso, las estructuras que lo determinan,
Hemos entrecomillado la palabra “opiniones” ya que no se trata de opiniones
genuinas. La explicación de esta opinión se ofrece en la addenda (cf. infra, :481-485).
373
314
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
etcétera”374. Y lleva a ignorar, también, que no se puede dar cuenta de
lo “real” sin la interposición de mediaciones conceptuales. Ambos
planteos implícitamente ofrecen una respuesta a la pregunta que
García Canclini dejó formulada en uno de sus últimos libros: “es arduo
saber quién habla en los libros de antropología: ¿los protagonistas de
la sociedad estudiada o el que transcribe y ordena sus discursos?”375.
Podemos, por si acaso, ser más explícitos: en este libro hablan los
protagonistas de la sociedad corralense y también el que transcribe y
ordena sus discursos, aunque a menudo este último hable sin que se
note; pero la transcripción de algunos discursos y no de otros, la
selección y recorte de unos tramos y no de otros, el orden según el cual
se los dispone, el lugar en el que se los sitúa, el modo en el que se los
articula, etcétera, son todas decisiones del autor-investigador que
constituyen, en su conjunto, un discurso (discurso que, a un mismo
tiempo, integra, desintegra, fragmenta, recompone, jerarquiza,
rechaza, oculta, amplifica, etcétera, discursos ajenos).
Por otra parte, al considerar los discursos como instituidos por ese
espacio social y a éste como instituido por sus estructuras, la
descripción se vuelve problemática, entre otras cosas porque obliga a
dar cuenta y evaluar críticamente cómo se representa la “realidad”
social. Por eso, para contemplar e incorporar ese espacio social, las
operaciones
de
mediación
dispuestas
(selección,
recorte,
reordenamiento, jerarquización, redundancia, yuxtaposición, montaje)
constituyen un velado deslizamiento “culinario” desde la cruda
descripción hacia la digestión interpretativa que, lejos de toda ilusión
de transparencia del discurso e ingenuidad narrativa, busca revelar
aquel escenario y su valor, fecundidad y potencia hermenéutica.
Pues bien, este valor radica, más que en los discursos per se, en el
modo en que la heterogeneidad de los juicios subjetivos expresados se
puede conjugar en un espacio tridimensional de configuración cuasi
fractal: plano de divergencias, plano de compatibilidades, plano de
convergencias. Asimismo, he conjugado ese espacio tridimensional con
otro tipo de espacio, procedente de material escrito (libros, artículos,
documentos), siempre proveedor de información valiosa.
374
375
Bourdieu (2005:45).
García Canclini (2008:104).
315
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Basta con transitar entre esos discursos, de enorme variedad y riqueza,
para intuir que ese primer escenario contiene un valor de gran
fecundidad y potencia hermenéutica. Ello quedará corroborado,
espero, en la última parte de este libro, cuando avance en lo que he
denominado, algo pomposamente (y tomando la expresión de
Giddens), “segunda hermenéutica”376.
Existió otra circunstancia problemática que el tránsito entre esos
discursos y su propia presentación ocultan. Como ya he insinuado, el
proceso de selección de informantes no fue en sí mismo problemático,
como tampoco lo fue mi interacción con ellos. En todo momento ellos
se mostraron complacientes conmigo en mi rol de investigador y
siempre bien dispuestos a ofrecer informaciones y opiniones
pertinentes. Pero a medida que esa interacción fue profundizándose
empecé a percibir que algunas hebras del tejido social en la que sus
vidas estaban urdidas habían comenzado a erosionarse. Entrevistar a
algunos informantes y no a otros, dedicarle más tiempo y atención a
algunos que a otros, de algún modo estaba moviendo el tablero de su
juego social habitual. Éste fue un asunto delicado que en todo
momento me obligó a evaluar los efectos de sesgo –en las interacciones
propiciadas, en los resultados de la investigación que se iban
produciendo– de cada una de las decisiones estratégicas y tácticas
(metodológicas y tecnológicas) adoptadas.
Ya estoy en condiciones de presentar –y de eso tratan las páginas que
siguen– la primera hermenéutica correspondiente al segundo
escenario, como complemento y contrapunto de la correspondiente al
primero, ya presentado: las principales respuestas ofrecidas por los
corralenses en oportunidad del censo patrimonial realizado el sábado
13 de setiembre de 2008.
Los testimonios referidos –unas cincuenta horas de grabación– están a disposición de
quien los solicite, y en especial de aquellos que, sobre esa base empírica, deseen realizar
su propia “segunda hermenéutica” (esto es, ensayar sus propios análisis e
interpretaciones) y contrastarla con la nuestra. Dejar todo este material a disposición de
cualquier interesado tiene otro sentido adicional: viabilizar un eventual estudio
longitudinal o diacrónico, en cualquier caso recomendable por su potencial fecundidad.
376
316
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
primera hermenéutica, segundo escenario: el censo
patrimonial
Si no esperas lo inesperado no lo
encontrarás nunca
Heráclito
En el censo patrimonial (de aquí en adelante, censo) participaron,
junto conmigo, nueve estudiantes voluntarios del Liceo de Minas de
Corrales y treinta estudiantes del Centro Regional de Profesores del
Norte con sede en la ciudad de Rivera, quienes abordaron la tarea de
forma muy comprometida y proactiva, aportando altas dosis de
esfuerzo, alegría, capacidad, iniciativa, disposición y competencia para
el trabajo en equipo. Los encuestadores nos reunimos en la vereda
frente al Liceo cuando el sol recién asomaba en un sábado invernal, a
efectos de coordinar las actividades de relevamiento censal, las cuales
se iniciaron hacia las nueve de la mañana y culminaron ya de noche,
unas diez horas después. El censo cubrió la totalidad del
amanzanamiento de la planta urbana de Minas de Corrales y de los
sectores poblados de su área suburbana: hacia el oeste de la calle
Lavalleja desde su confluencia con la avenida Tacuarembó, hacia el
norte de la calle Montevideo, hacia el este de la calle Ana Packer, hacia
el sur de las calles Cuñapirú y San Martín, así como los barrios La
Colina y San Gregorio y el conjunto de viviendas “MEVIR 2”,
recientemente inaugurado.
Al momento del censo en algunas viviendas (aparentemente) no había
ningún morador presente, en virtud de lo cual no pudieron ser
incluidas en él. Tampoco pudimos censar a algunos pobladores que no
estaban presentes o accesibles en ese momento (por estar trabajando,
durmiendo o en alguna otra actividad), así como a otros que se negaron
a ser encuestados.
En términos cuantitativos, su aplicación fue razonablemente exitosa:
del total del universo considerado (residentes en suelo urbano y
suburbano de Minas de Corrales mayores de catorce años) fueron
censadas 1.280 personas, lo cual representa un 52% del universo total
de 2.464 personas de esa franja etaria, cifra determinada en el Censo
de Población del año 2004, último censo nacional realizado hasta el
317
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
momento377. La representatividad de la población encuestada en
nuestro censo está, entonces, suficientemente garantizada.
...
A continuación esbozamos un análisis de la información producida en
el censo, ordenado según las categorías tal como fueron propuestas en
el formulario aplicado.
cód. personas
1
SEXO
masculino
femenino
1
2
total
%
513
767
40,08
59,92
1.280
100,00
Entre las 1.280 personas efectivamente censadas hubo una notoria
mayoría de mujeres (60%, bastante mayor al 51% relevado en el Censo
de Población del año 2004), lo cual encuentra una explicación
razonable en la circunstancia de haberse realizado un sábado378, día en
que muchos residentes varones estaban fuera de su hogar,
presumiblemente por motivos laborales; a esto debe agregarse que
quienes se negaron a ser censados (cerca de un centenar de personas)
fueron en su mayoría varones adultos. De todos modos, el sexo de las
personas no es una variable relevante en la investigación.
cód. personas
2 EDAD
15 a 19 años
20 a 24 años
25 a 29 años
30 a 64 años
más de 64 años
total
1
2
3
4
5
%
135
114
134
683
214
10,55
8,90
10,47
53,36
16,72
1.280
100,00
Cf. www.ine.gub.uy/fase1new/rivera/divulgacionrivera.asp (Instituto Nacional de
Estadística: “Censo 2004 Fase 1”), consultado el 20/10/2008.
378 La elección del día sábado para la aplicación del censo fue sugerida por algunos de los
informantes calificados entrevistados, quienes consideraron que ese es el día de la
semana en el que resulta más probable encontrar a los corralenses en sus hogares.
377
318
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
La distribución por franjas etarias de la población encuestada en el
censo se corresponde fielmente con la del Censo de Población del año
2004 (con una diferencia de apenas un 4%), lo cual confirma la validez
y representatividad de las cifras poblacionales del censo.
cód. personas
3
ESTUDIOS
(máximo nivel
cursado)
ningún estudio curs.
primaria incompleta
primaria completa
secundaria incompl.
secundaria completa
terciarios incompletos
terciarios completos
NS/NC
1
2
3
4
5
6
7
88
total
%
49
270
377
383
101
36
45
19
3,83
21,09
29,45
29,92
7,89
2,81
3,51
1,48
1.280
100,00
Tal como se desprende de la tabla precedente, más de la mitad de la
población corralense mayor de catorce años (54,37%) no ha accedido a
la enseñanza secundaria; si a este porcentaje se le suma el
correspondiente al de la población que no completó este nivel, la cifra
asciende al 84,29% (equivalente a casi seis de cada siete personas
mayores de catorce años), valor sin duda altísimo. Estas
consideraciones deben ser especialmente tenidas en cuenta al
momento de evaluar los resultados finales del censo, ya que es lícito
presumir que la socialización secundaria ejercida en la institución
escolar desempeña un importante papel (o debería hacerlo) en la
construcción de una ciudadanía local plena, incluyendo la debida
valoración del patrimonio cultural local.
cód. personas
4 EMPLEO u
OCUPACIÓN
ama de casa
trabajador indep.
empleado privado
empl. públ. (no doc.)
docente
empleada doméstica
estudiante
1
2
3
4
5
6
7
321
41
173
88
25
54
108
%
25,08
3,20
13,51
6,87
1,95
4,22
8,44
319
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
profesional univers.
comerciante
productor rural
jornalero/peón rural
changas
jubilado/pensionista
desocupado/desemp
NS/NC
8
9
10
11
12
13
14
88
total
7
66
13
56
51
173
48
19
0,55
5,16
1,02
4,37
3,98
13,51
3,75
1,48
1.280
100,00
Contrariamente a lo que a priori podía presumirse, los trabajadores
rurales representan una baja proporción de la población corralense
(5,39%), al igual que los trabajadores independientes y “changuistas”
(7,18%; 12,34% si sumamos los comerciantes) y quienes manifestaron
estar desocupados o desempleados (3,75%). La mayor proporción
corresponde a las “amas de casa” (25,08%), mientras que los jubilados y
pensionistas y los empleados privados –en su gran mayoría directa o
indirectamente dependientes de la empresa “Minera San Gregorio”–
alcanzan el mismo valor (13,51%). De todos modos, al igual que en el
caso de la variable sexo, el empleo u ocupación no es una variable
relevante con respecto a las cuestiones centrales del censo.
cód. personas
5 LUGAR DE
NACIMIENTO
Minas de Corrales
otro lugar del depto.
otro depto. del país
otro país
NS/NC
total
1
2
3
4
88
%
674
374
201
21
10
52,66
29,22
15,70
1,64
0,78
1.280
100,00
Casi la mitad (47, 34%) de los residentes en Minas de Corrales no ha
nacido allí, porcentaje seguramente mayor al existente en otras
localidades de la región, y que muy probablemente responda a la
atracción que hasta hace algún tiempo ha ejercido la posibilidad de
conseguir empleo en la empresa minera radicada en la zona.
320
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
cód. personas
6 TIEMPO
DE RESIDENCIA
EN MdC
3 años o menos
entre 4 y 10 años
11 años o más
no reside en MdC
1
2
3
4
total
%
143
167
951
12
11,17
13,05
74,30
0,94
1.280
100,00
También resulta elevada la proporción de residentes recientes en
Minas de Corrales (casi la cuarta parte del universo), presumiblemente
por razones análogas a las señaladas antes.
cód. personas
7
LUGAR DE
RESIDENCIA
planta urb. de MdC
afueras de MdC
no corresponde
1
2
99
total
%
1.231
44
5
96,17
3,44
0,39
1.280
100,00
Poco cabe decir con relación a este ítem –y lo poco que podría decirse
sería irrelevante–. Baste con aclarar que la expresión “afueras de
Minas de Corrales” incluye áreas suburbanas y rurales, y que el
porcentaje de la población corralense que reside en áreas rurales es
seguramente muy superior al 3,44% indicado (ya que éste corresponde
a la población que reside en las afueras de la ciudad pero que se
encontraba en su planta urbana o suburbana al momento del censo).
cód. personas
linda, tranquila, con
buena vida
pintoresco, atractivo
un pueblo solidario
[“¿Cómo
pueblo con historia
definiría,
pueblo minero,
describiría o
capital del oro
caracterizaría
aburrida, con poco
a Minas de
movimiento
Corrales?”]
un lugar difícil para
vivir
8 CARACTERIZACIÓN
DE MdC
%
1
6
8
3
747
93
47
24
58,36
7,26
3,67
1,87
4
42
3,28
2
278
21,72
9
7
0,55
321
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
un pueblo horrible,
espantoso
otras definiciones
NS/NC
total
10
77
88
13
29
0
1,02
2,27
0,00
1.280
100,00
La gran mayoría de los corralenses definió muy positivamente a su
ciudad y al estilo de vida que ésta hace posible. En efecto, casi las tres
cuartas partes de los encuestados (un 71,16%) consideró que Corrales es
una ciudad “linda, tranquila, con buena vida” o “pintoresca,
atractiva”, o bien, enfatizando aún más su aspecto humano, “un
pueblo solidario”, “con gran historia”. Por el contrario, apenas 20 de
los 1.280 corralenses consultados (un 1,57%) la definieron muy
negativamente (“un lugar difícil para vivir”, “un pueblo horrible,
espantoso”), mientras que uno de cada cinco corralenses (un 21,72%) la
consideraron una ciudad “aburrida, con poco movimiento”379.
En cualquier caso, cabe advertir que en su mayoría –y a pesar de las
insalvables limitaciones inherentes a la técnica de encuesta– los
corralenses han privilegiado, por encima de los aspectos urbanos y
físico-formales, la dimensión humana de su lugar de pertenencia. De
hecho, en la respuesta mayoritaria (un 58,36% estableció que Corrales
se caracteriza por ser una ciudad “linda, tranquila, con buena vida”)
los atributos de tranquilidad y belleza aparecen asociados a una buena
condición de vida; de un modo análogo, en la respuesta ofrecida por el
21,72% de los encuestados, Corrales aparece caracterizada como una
ciudad “aburrida, con poco movimiento”, sin referencia alguna a la
singularidad física de la ciudad. Este tipo de referencia sólo apareció en
pocos casos, aquellos que incluyen caracterizaciones de tipo más bien
descriptivo: “un pueblo pintoresco, atractivo” (7,26%), “un pueblo
horrible, espantoso” (1,02%)380.
Lamentablemente, la naturaleza de la técnica aplicada no permite elucidar las
motivaciones subyacentes a las respuestas producidas. Por ejemplo, no es posible
conocer cuál es el sustento empírico a partir del cual algunos corralenses perciben a su
ciudad como “un lugar difícil para vivir” o “un pueblo horrible, espantoso”, ni dónde
radica o se manifiesta la solidaridad que otros atribuyen a su pueblo.
380 Todo esto confirma una tesis que he esbozado hace unos quince años: por lo general,
para los ciudadanos, “la ciudad es la gente”. (Cf. Acevedo 1995; una versión resumida
puede consultarse en Acevedo 2007.)
379
322
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
menciones
9 “COSAS”
MÁS DISTINTIVAS
[“¿Cuáles son
las 3 ‘cosas’ (o
eventos
o
personas) que
mejor caracterizan y distinguen
a
MdC con respecto a otros
pueblos
y
villas
(exceptuando
aspectos de su
paisaje
natural)?”]
Edgar Uriarte
Noel Castro
bailes de carnaval
La Expo-oro / La
Fiesta del oro
Tito Pereira
Dr. Davison
el carnaval
las minas / la
actividad minera
las galerías
las ruinas de la
represa y la usina
Pochelú
el folclore
las fiestas del Club
25 de agosto
las fiestas del Club
Obrero
los fogones
Dr. F. López Pintos
el polvorín
los desfiles
L. García Montejo
Dr. Enrique Ros
la gente
Dr. Sottolani
la Escuela N° 4
Dr. Lockart
Amílcar Dos Santos
criollas/raíds/carreras de caballos
torres del aerocarril
Ana Packer
los bailes
el fútbol
Eduardo Andina
Raúl Armand’Ugón
carreras de motos
%
1
2
3
15
5
12
0,39
0,13
0,31
4
5
6
7
356
276
66
117
9,27
7,19
1,72
3,05
8
9
10
231
27
53
6,01
0,70
1,38
16
17
9
35
0,23
0,91
20
54
1,41
21
22
23
24
27
30
31
33
35
38
39
40
16
18
9
9
21
10
47
36
6
15
7
7
0,42
0,47
0,23
0,23
0,55
0,26
1,22
0,94
0,16
0,39
0,18
0,18
42
43
44
45
50
52
53
56
71
6
21
36
27
5
5
6
1,85
0,16
0,55
0,94
0,71
0,13
0,13
0,16
323
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
otras “cosas”
mencionadas381
NS/NC
total
77
88
61
2.144
1,59
55,83
3.840
100,00
La cifra total que aparece en la última fila de la planilla (3.840)
corresponde al total de respuestas recogidas en el censo (tres
menciones para cada una de los 1.280 personas consultadas,
incluyendo las “respuestas” “NS/NC”; advirtamos que algunas de las
personas encuestadas mencionaron sólo una “cosa”, otras dos, otras
tres, otras ninguna). Cabe aclarar, asimismo, que no figuran en la
planilla aquellas 18 “cosas” (o eventos o personas) que fueron
mencionadas menos de cinco veces (ver nota al pie).
Al observar la tabla precedente llama la atención que más de la mitad
de la población encuestada no supo (o no quiso) señalar las “3 ‘cosas’ (o
eventos o personas) que mejor caracterizan y distinguen a Minas de
Corrales con respecto a otros pueblos…”. Resulta difícil encontrar una
explicación a esta circunstancia, así como determinar si para esa alta
proporción de corralenses (el 55,83% incluido en la categoría “NS/NC”)
efectivamente no existen esas “cosas” distintivas o si simplemente no
pudieron explicitarlas al momento de ser consultados.
Exceptuando las respuestas “NS/NC”, entre las “cosas” destacadas
como distintivas de Minas de Corrales la principal proporción (56,96%)
correspondió a eventos o actividades (los bailes de carnaval, la
actividad minera, la Expo-oro y la Fiesta del oro y la cerveza, el
carnaval, los bailes y fiestas de los dos clubes de la ciudad, los fogones,
los desfiles, las criollas, raíds y carreras de caballos, el fútbol, las
carreras de motos), mientras que un 28,77% de las menciones
correspondieron a personas (Edgar Uriarte, Noel Castro, Tito Pereira,
el doctor Davison, Pochelú, el doctor Freddy López Pintos, Lidio García
Montejo, el doctor Ros, el doctor Sottolani, el doctor Lockart, Amílcar
Las “cosas” (o eventos o personas) mencionadas en menos de cinco oportunidades
fueron las siguientes, en su mayoría personas (y personajes): Don Baudilio y señora,
Doña Asunción, el doctor Reinoso, Elidio Loza, Carlos Benavides, Rosita Leites, Aída
Blanco, la doctora Píriz, “Calucho” Valdez, “Doña Chela”, “Don Bebe”, “La chata”, “El
picardía”, el puente, el contrabando, la asistencia médica, los edificios públicos, el
centro.
381
324
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Dos Santos, Ana Packer, Eduardo Andina, Raúl Armand’Ugón)382 y un
6,13% a lugares (las galerías, las ruinas de la antigua represa y de la
antigua usina de Cuñapirú, el polvorín, la Escuela N°4). Por otra parte,
resulta significativo que –también exceptuando las respuestas
“NS/NC”– casi las dos terceras partes de las menciones producidas
(1.045, esto es, un 61,61%) corresponden a eventos (la Expo-oro, la
Fiesta del oro y la cerveza), personas (Tito Pereira, el doctor Davison,
Ana Packer) o lugares (las galerías, las minas, las ruinas de la represa y
de la antigua usina de Cuñapirú, el polvorín, las torres del aerocarril)
vinculados directa o indirectamente con la actividad minera.
cód. personas
10 CONSTRUCCIONES o LUGARES
DISTINTIVOS DE
MdC 383
sí
no
NS/NC
total
1
2
88
%
1.049
121
110
81,95
9,45
8,59
1.280
100,00
Como vemos, menos de la quinta parte de la población censada (un
18,04%) no respondió a esta pregunta o bien consideró que no existe
ninguna construcción o lugar que pueda calificarse como distintivo (o
exclusivo, característico o identificatorio) de Minas de Corrales. Esto
hace que resulte más difícil aún explicar la circunstancia comentada
antes: que más de la mitad de la población encuestada no supo –o no
quiso– señalar las “3 ‘cosas’ (o eventos o personas) que mejor
caracterizan y distinguen a Minas de Corrales con respecto a otros
pueblos y villas (exceptuando aspectos de su paisaje natural)”.
En realidad, el porcentaje a considerar es algo mayor, ya que también fueron
mencionadas otras personas (en menos de cinco oportunidades, tal como se indicó en la
nota al pie precedente): Don Baudilio y señora, Doña Asunción, el doctor Reinoso, Elidio
Loza, Carlos Benavides, Rosita Leites, Aída Blanco, la doctora Píriz, “Calucho” Valdez,
“Doña Chela”, “Don Bebe”, “El picardía”.
383 La pregunta luciente en el formulario censal es la siguiente: “En su opinión, ¿existen
construcciones (casas, monumentos, etc.) o lugares que sean distinti-vos (exclusivos,
característicos o identificatorios) de Minas de Corrales?”.
382
325
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
menciones
11 CONSTRUCCIONES
(casas, monumentos)
o
LUGARES DISTINTIVOS
(exclusivos,
característicos o identificatorios)
de MdC
el edificio del BROU
el Club 25 de agosto
el hotel
las galerías
el monumento al Dr.
Davison
el monumento al Dr.
Ros
las ruinas de la
represa y la usina
el monumento a Ana
Packer
el polvorín
las minas
torres de aerocarril
la casa de Davison
la Escuela N° 4
1ª estación de servic.
la Barraca Viana
monumento Artigas
la playita
la plaza
el edificio del BPS
el Hospital
la Cooperativa
casa vieja de Av.
Tacuarembó
la Azotea
las casas antiguas
la Barraca Mideco
los monumentos
el Colegio
el Club Obrero
Iglesia y parroquia
los puentes
Santa Ernestina
el antiguo cuartel
casa Dr. Sánchez
hogar de ancianos
la Junta Local
%
1
2
3
4
9
27
10
102
0,23
0,70
0,26
2,66
5
253
6,59
6
207
5,39
7
278
7,24
8
9
10
11
12
14
15
16
17
18
19
20
21
22
28
84
120
58
116
115
8
9
161
12
14
9
81
33
0,73
2,19
3,12
1,51
3,02
2,99
0,21
0,23
4,19
0,31
0,36
0,23
2,11
0,86
23
24
25
26
27
29
30
31
32
33
34
35
36
37
6
38
99
41
25
15
13
20
7
18
9
8
2
6
0,16
0,99
2,58
1,07
0,65
0,39
0,34
0,52
0,18
0,47
0,23
0,21
0,05
0,16
326
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
el Estadio
1ª seccional de Polic.
NS/NC
no corresponde
38
39
88
99
7
7
1.092
693
0,18
0,18
28,44
18,05
3.840
100,00
384
total
Si bien, como insinué antes, cuatro de cada cinco corralenses (81,95%)
mencionaron por lo menos una construcción o lugar distintivo de
Minas de Corrales, fueron muchos los que no pudieron (o no quisieron)
mencionar, como se solicitaba en la pregunta 11, tres construcciones
(casas, monumentos, etc.) o lugares con ese carácter; de ahí que se
haya registrado un porcentaje relativamente alto (28,44%) de
respuestas de la categoría “NS/NC”, el cual se eleva aún más (al
46,49%) si le sumamos a aquellos que respondieron negativamente o
“NS/NC” a la décima pregunta del formulario censal.
Las respuestas producidas con respecto a los bienes de la cultura
material corralense más valorados por sus habitantes presentan una
notoria dispersión. No obstante, las más mencionadas fueron las
siguientes: “las ruinas de la represa y de la usina” (278), “el
monumento al Dr. Davison” (253) y “el monumento al Dr. Ros” (207),
que en su conjunto –exceptuando las respuestas codificadas como 88
(“NS/NC”) y 99 (“no corresponde”)– alcanzaron a más de la tercera
parte del total de menciones “positivas” (35,91%). Si a estas tres
menciones (directa o indirectamente vinculadas a la tradicional
actividad minera de la ciudad) le sumamos todas aquellas de similar
carácter (“las galerías”, “el polvorín”, “las minas”, “las torres del
aerocarril”, “la casa del Dr. Davison”, “Santa Ernestina”), el
porcentaje asciende al 60,14%. Queda claro, pues, que tres de cada
cinco corralenses consideran como construcciones o lugares distintivos
de su ciudad a aquellos que de alguna forma han estado vinculados a la
actividad minera.
Por otra parte, también dejando de lado las respuestas codificadas
como 88 y 99, un 32,80% de los encuestados eligió monumentos
La cifra correspondiente a esta categoría (693) resulta de la suma de las 121 personas
que en la pregunta precedente respondieron negativamente (“no”) y las 110 personas que
no respondieron (“NS/NC”).
384
327
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
ubicados en el centro de la ciudad, mientras que un porcentaje algo
superior (36,01%) mencionó edificios y lugares públicos (el BROU, el
BPS, el Hospital, la Escuela, la Junta Local, el Estadio, la primera
Seccional de Policía, el antiguo cuartel, la plaza, la playita, los puentes,
las galerías, etc.) y un 15,43% eligió otros elementos urbanos privados
pero de uso accesible a (casi) cualquier corralense (los dos clubes, la
iglesia, el hotel, el hogar de ancianos, etc.).
Sin embargo, tal como ya he comentado, la propia naturaleza de la
técnica de encuesta –tomada por sí sola– inhibe la posibilidad de
determinar aquello que sin duda es lo más relevante: los criterios
aplicados por los encuestados al momento de elegir los bienes de la
cultura material (construcciones y/o lugares antropizados) más
distintivos o característicos de su ciudad, es decir, los aspectos o
características que se privilegian en esa elección (por ejemplo, su valor
estético, histórico, urbano, etcétera). De todos modos, parecería que los
artefactos corralenses más valorados son aquellos asociados con la
actividad minera, indudable eje vertebral del proceso morfogenético de
Minas de Corrales.
cód. personas
12 FESTIVIDADES
MÁS DISTINTIVAS DE MINAS
DE CORRALES 385
sí
no
NS/NC
total
1
2
88
%
779
326
175
60,86
25,47
13,67
1.280
100,00
Tres de cada cinco corralenses consideraron que efectivamente existen
festividades (fiestas, celebraciones, cultos, rituales, etcétera) distintivas
(características o identificatorias) de Minas de Corrales. No obstante,
como se verá enseguida (y al igual que lo señalado en el caso anterior),
fueron muchos los que no lograron mencionar, como se solicitaba en la
pregunta 13, tres festividades distintivas de la ciudad.
La pregunta luciente en el formulario censal es la siguiente: “En su opinión, ¿existen
festividades (fiestas, celebraciones, rituales, cultos, etc.) que sean distintivas
(características o identificatorias) de Minas de Corrales?”.
385
328
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
menciones
fiestas patrias
13 FESTIVIla
Expo-oro,
fiestas
DADES
del
oro
(fiestas, cefiestas
Club
25
de
ag.
lebraciobailes
de
Carnaval
nes, cultos,
el Baile del
rituales,
Reencuentro
etc.) MÁS
fiestas Club Obrero
DISTINTIcriollas/jineteadas
VAS
la fiesta de la
(caractePrimavera
rísticas
o
fiestas en el Liceo
identificalos fogones
torias) DE celebrac. de D. Bosco
MdC
carrera de motos
procesiones católicas
espectáculos deport.
espectáculos folclor.
desfiles
bailes
rituales catól./evang.
NS/NC
no corresponde
%
1
126
3,28
2
3
4
398
159
33
10,36
4,14
0,86
5
6
7
144
15
67
3,75
0,39
1,74
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
88
99
77
6
4
53
3
9
8
18
26
25
56
1.110
1.503
2,01
0,16
0,10
1,38
0,08
0,23
0,21
0,47
0,68
0,65
1,46
28,90
39,14
3.840
100,00
386
total
Casi las cuatro quintas partes (un 77,74%) del total de 1.227 menciones
“positivas” producidas (esto es, exceptuando las respuestas codificadas
como 88 y 99) correspondieron a festividades de carácter netamente
recreativo y en su mayoría “bailables”: la “Expo-oro” y la “Fiesta del
oro y la cerveza”, fiestas bailables en los clubes o en el colegio, bailes
de carnaval, “De la primavera”, “Del reencuentro”, etc. Entre éstas, la
mayor cantidad de menciones (un 32,43% del total) correspondieron a
las celebraciones anuales propias de la actividad minera (la “Expo-oro”
y la “Fiesta del oro y la cerveza”) Asimismo, corresponde destacar el
La cifra correspondiente a esta categoría (1.503) resulta de la suma de las 326
personas que en la pregunta precedente respondieron negativamente (“no”) y las 175
personas que no respondieron (“NS/NC”).
386
329
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
alto porcentaje de corralenses (5,30% del total de menciones
“positivas”) que mencionaron, como festividades distintivas de su
ciudad, aquellas de carácter religioso (sobre todo las relacionadas con
la iglesia católica).
cód. personas
14 CONOCIMIENTOS
o
TRADICIONES
MÁS DISTINTIVOS
DE MdC 387
sí
no
NS/NC
1
2
88
total
%
779
326
175
60,86
25,47
13,67
1.280
100,00
Sólo la tercera parte de los corralenses encuestados (35,39%) consideró
que existen conocimientos o tradiciones (creencias, leyendas, cuentos,
comidas, medicina popular, etcétera) que se transmiten de generación
en generación y que son distintivos (exclusivos, identificatorios) de
Minas de Corrales, y fueron pocos quienes mencionaron a tres de estos
“elementos” (tal como se desprende de los resultados de la pregunta
siguiente).
menciones
criollas
15 CONOCIgitanos
MIENTOS
capa negra
O TRADImujer
de blanco
CIONES
leyenda
del
gitano
(creencias,
perro
con
ojos
rojos
leyendas,
bencedura
de
niños
cuentos,
leyendas del cemencomidas,
terio de Sta. Ernest.
medicina
historia fundacional
popular,
folclore
etc.) MÁS
creencias
DISTINTIcomidas
%
1
2
3
4
5
6
7
33
3
9
29
2
3
15
0,86
0,08
0,23
0,75
0,05
0,08
0,39
8
11
12
13
14
3
21
24
34
161
0,08
0,55
0,62
0,89
4,19
La pregunta luciente en el formulario censal es la siguiente: “En su opinión, ¿existen
conocimientos o tradiciones (creencias, leyendas, cuentos, comidas, medicina popular,
etc.) que se transmiten de generación en generación y que son distintivos (exclusivos,
identificatorios) de Minas de Corrales?”.
387
330
│fernando acevedo│
VOS
(exclusivos,
identificatorios) de
MdC
las máscaras de la identidad colectiva …
leyendas
cuentos
medicina popular
comparsas
leyenda de Don
Braudilio y Sra.
entierro de libras
visión de luces
leyendas de oro
leyendas olla de oro
Dr. Sottolani
arroyo de los muertos
el negro Beto
amigos del puente
Queirós y compadres
el lobizón
el negro Nicanor
leyenda caballo bco.
NS/NC
no corresponde
15
16
17
18
58
50
108
6
1,51
1,30
2,81
0,16
19
20
21
22
23
24
25
26
27
28
29
30
31
88
99
12
1
5
33
4
2
3
1
2
2
6
6
1
722
2.481
0,31
0,03
0,13
0,86
0,10
0,05
0,08
0,03
0,05
0,05
0,16
0,16
0,03
18,80
64,61
3.840
100,00
388
total
Del total de 637 menciones producidas, la mayor cantidad recayó en
los conocimientos y tradiciones vinculados a la comida (25,27%) y a la
medicina popular (19,31%, incluyendo la popular “bencedura de niños
enfermos”389). Entre las comidas consideradas distintivas de Corrales,
las más mencionadas fueron las siguientes: asado, puchero, guiso
carretero, olla criolla, ensopado, mazamorra, tortafritas. Hubo,
asimismo, numerosas menciones al “mate” (que en la planilla están
incluidas en la categoría genérica “comidas”). Un porcentaje
relativamente elevado (27,47%) correspondió a menciones de carácter
genérico: “leyendas” (14,28%, incluyendo “leyendas del oro”), “cuentos”
(7,85%), “creencias” (5,34%). Entre el resto de menciones referidas a
La cifra correspondiente a esta categoría (2.481) resulta de la suma de las 404
personas que en la pregunta precedente respondieron negativamente (“no”) y las 423
personas que no respondieron (“NS/NC”).
389 Contrariamente a lo que muchos creen, la expresión bencedura no procede de vencer
sino de bendecir. En la bencedura, al igual que en ciertos actos chamánicos de variadas
culturas aborígenes de América y África, un oficiante –por lo general un “curandero”–
profiere palabras y oraciones (de presunto efecto sanador) ante un enfermo.
388
331
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
creencias, leyendas y cuentos –que presentan una gran dispersión–, se
destaca la leyenda de “la mujer de blanco” (29 menciones: 4,55%).
cód. personas
16 CREACIONES Y
OBRAS ARTÍSTICAS
DISTINTIVAS de MdC 390
sí
no
NS/NC
1
2
88
total
%
695
369
216
54,29
28,83
16,88
1.280
100,00
Más de la mitad de los corralenses encuestados (54,29%) coincidió en
considerar que existen creaciones y obras artísticas distintivas (o
identificatorias) de Minas de Corrales, y un porcentaje
significativamente alto (28,83%) respondió que no existen. Asimismo, y
al igual que en la cuestión analizada precedentemente, fueron
relativamente pocos quienes mencionaron a tres de estos “elementos”
(tal como se infiere de los resultados de la pregunta siguiente).
menciones
fiestas patrias
17 CREACIONES
Y W. Fagúndez (artista)
E. Uriarte (músico)
OBRAS
ARTÍSTI- Edgar y Gabriel (mús)
S. Irigaray (escrit.)
CAS
R.
Barreda (escritor)
(música,
orquesta Sabar 6
bailes,
grupo Almendra
obras
murgas
literarias,
música
pintura,
pintura
escultura,
artesanía
arte-sanía,
bailes
teatro,
teatro
murgas,
arte
comparsas,
literatura
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
6
159
53
94
2
66
13
8
55
153
78
129
123
20
10
24
%
0,16
4,14
1,38
2,45
0,05
1,72
0,34
0,21
1,43
3,98
2,03
3,36
3,20
0,52
0,26
0,63
La pregunta luciente en el formulario censal es la siguiente: “En su opinión, ¿existen
creaciones y obras artísticas (música, bailes, obras literarias, pintura, escultura,
artesanía, teatro, murgas, comparsas, etc.) distintivas (o identificatorias) de Minas de
Corrales?”.
390
332
│fernando acevedo│
etc.)
DISTINTIVAS
(o
identificatorias) DE
MdC
las máscaras de la identidad colectiva …
escultura
M. Gracés (escultor)
Víctor y Daniel (mús.)
V. Conde (música)
Inés Castro (plástica)
Elidio Loza (músico)
Los muchachos del
centro (murga)
C. Da Silva (plástica)
Noel Castro (músic.)
Selva Chirico (hist.)
NS/NC
no corresponde
17
18
19
20
21
22
27
3
2
12
3
18
0,70
0,08
0,05
0,31
0,08
0,47
23
24
25
26
88
99
2
11
24
3
987
1.755
0,05
0,29
0,63
0,08
25,70
45,70
3.840
100,00
391
total
Las dos terceras partes del total de 1.098 menciones producidas
correspondieron a la música y las artes plásticas: un 39,52% a la música
(18,94%, incluyendo “murgas”) y músicos (20,58%), y un 26,50% a las
artes plásticas y artistas plásticos (10,47% y 16,03% respectivamente). En
este sentido, entre los corralenses parece existir una valoración
especial por el pintor y escultor Wilson Fagúndez, principal artista
local destacado por sus coterráneos, así como, en una medida menor,
por el escritor Richard Barreda, por el músico Edgar Uriarte y por el
dúo musical que éste forma con Gabriel. También hubo un alto
porcentaje de las menciones “artesanía” (11,75%)392 y “bailes” (11,20%).
cód. personas
18 OFICIOS O COSTUMBRES MÁS
DISTINTIVOS DE
sí
no
NS/NC
1
2
88
620
360
300
%
48,44
28,12
23,44
La cifra correspondiente a esta categoría (1.755) resulta de la suma de las 369
personas que en la pregunta precedente respondieron negativamente (“no”) y las 216
personas que no respondieron (“NS/NC”).
392 En esta categoría casi la mitad de las menciones correspondieron a las artesanías
creadas por la profesora Alicia Montfalcon.
391
333
│fernando acevedo│
MdC 393
las máscaras de la identidad colectiva …
total
1.280
100,00
De un modo casi análogo al registrado en la cuestión anterior, casi la
mitad de los corralenses encuestados estimó que existen expresiones
culturales, oficios o costumbres distintivos de Corrales, y un porcentaje
significativamente alto (28,12%) respondió que no existen. Asimismo,
también fueron pocos quienes mencionaron a tres de estos “elementos”
(tal como se desprende de los resultados de la pregunta siguiente).
menciones
trabajo en la mina
19 EXPRESIO
trabajo
en galerías
-NES CULpasear
por
puente
TURALES,
cateadores
de oro
OFICIOS O
reunirse
en
centro
COSTUMBRES MÁS costumbres rurales
ladrilleros
DISTINTImúsicos
VOS (caraccostureras
terísticos,
vestimenta
o identificostumbres
catorios)
oficios
DE MdC
expresiones cultural.
arte
tejido en tela
talabarteros
criollas
bailes
portuñol
ir a la playita
NS/NC
no corresponde
394
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
15
16
17
18
19
20
88
99
386
10
3
39
9
30
21
6
2
3
34
122
24
6
6
3
28
18
21
4
1.085
1.980
%
10,05
0,26
0,08
1,02
0,23
0,78
0,55
0,15
0,05
0,08
0,89
3,18
0,63
0,15
0,15
0,08
0,73
0,47
0,55
0,10
28,25
51,56
La pregunta era la siguiente: “En su opinión, ¿existen expresiones culturales, oficios o
costumbres distintivos (característicos o identificatorios) de Minas de Corrales?”.
394 La cifra correspondiente a esta categoría (1.980) resulta de la suma de las 360
personas que en la pregunta precedente respondieron negativamente (“ no”) y las 300
personas que no respondieron (“NS/NC”).
393
334
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
total
3.840
100,00
Más de las tres cuartas partes (76,00%) del total de 775 menciones
“positivas” producidas (esto es, exceptuando las respuestas codificadas
como 88 y 99) correspondieron a “oficios” considerados como
distintivamente corralenses: “trabajo en la mina”, “trabajo en
galerías”, “buscadores/ cateadores de oro”, “ladrilleros”,
“costureras”, “tejido en tela”, “talabarteros” y la mención genérica
“oficios”. Claramente, y como era presumible esperar, la mayor
cantidad de menciones (56,13% del total) correspondió a oficios
vinculados a la explotación aurífera. También se registró un porcentaje
relativamente alto (7,48%) de menciones de costumbres vinculadas a la
vida rural: “costumbres de campo” y “criollas”.
Llegamos, así, a la pregunta que enfoca la cuestión de mayor relevancia
e interés en la investigación.
menciones
la Escuela N° 4
20 ELEMENTOS DE LA la Orquesta Sabar 6
CULTURA el Club 25 de agosto
minas y la minería
CORRAla música
LENSE
las
galerías
QUE
ruinas
de
Cuñapirú
DEBERÍAN
las usinas de agua
SER
el polvorín
DECLARAla Expo-Oro
DOS
la historia
“BIENES
la playita
PATRIMOlas plazas
NIALES
el hospital
DEL
la azotea
DEPTO. DE torres del aerocarril
RIVERA”395
la barraca
1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13
14
17
18
19
142
3
12
201
11
275
465
3
72
16
12
44
22
99
36
39
21
%
3,70
0,08
0,31
5,23
0,29
7,16
12,11
0,08
1,88
0,42
0,31
1,15
0,57
2,58
0,94
1,02
0,55
La consigna luciente en el formulario censal es la siguiente: “Indique en orden de
importancia cuáles son los 3 elementos de la cultura corralense que, en su opinión,
deberían ser declarados como ‘bienes patrimoniales del departamento de Rivera’”.
395
335
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
la casa de Davison
las casas antiguas
las obras artísticas
la canchita de fútbol
la Plaza de deportes
el estadio
el colegio
el BROU
el fútbol
el folclore
monumento a
Davison
monumento a Ros
los clubes sociales
los fogones
la iglesia y parroquia
Don Tito Pereira
el primer surtidor
la ex-Cooperativa
monumento Artigas
la casa de Antón Paz
hogar de ancianos
viviendas de MEVIR
el Museo del oro de
Tito Pereira
Ana Packer
la bodega “Cerros
Blancos”
la gente
el portuñol
el carnaval
cementerio de Sta. E.
la casa de U. Viana
el puente
la primera seccional
Santa Ernestina
“La Clotilde”
NS/NC
total
20
21
22
23
24
25
26
27
28
30
31
99
30
6
3
54
26
30
7
3
18
65
2,58
0,78
0,16
0,08
1,41
0,68
0,78
0,18
0,08
0,47
1,69
32
33
34
36
37
38
39
40
41
42
43
55
16
6
26
28
12
12
35
2
3
2
1,43
0,42
0,16
0,68
0,73
0,31
0,31
0,91
0,05
0,08
0,05
44
45
36
6
0,94
0,16
46
47
48
49
50
51
52
53
54
55
88
2
10
9
6
12
6
13
5
18
2
1.702
0,05
0,26
0,23
0,16
0,31
0,16
0,34
0,13
0,47
0,05
44,32
3.840
100,00
336
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Al pasar revista a las respuestas obtenidas, lo primero que llama la
atención es el alto porcentaje de personas que no respondieron a la
pregunta o que no lograron indicar, tal como se requería, tres
elementos de la cultura corralense que deberían ser declarados como
“bienes patrimoniales del departamento de Rivera”. Exceptuando
estos casos, la mayor cantidad de menciones recayó en el conjunto de
las ruinas de la antigua represa de Cuñapirú y de sus construcciones
aledañas (465 menciones, lo cual equivale a un 21,75% del total de
menciones “positivas” producidas, esto es, sin considerar las
respuestas de la categoría “NS/NC”). Un porcentaje casi idéntico de
menciones (22,26%) correspondió, en conjunto, a “las galerías” y a “las
minas y la minería” (12,86% y 9,40% respectivamente). En definitiva, la
mayoría de las menciones registradas (58,51%) está referida a
“elementos de la cultura corralense” vinculados directamente a la
actividad minera.
Como es posible ver en la planilla que presentamos más abajo, esos
tres “elementos de la cultura corralense” (las ruinas de Cuñapirú, “las
galerías” y “las minas y la minería”) también fueron los que
obtuvieron mayor cantidad de primeras menciones (de las tres
requeridas en la pregunta 20). De hecho, fueron mucho más
mencionados como primera opción que como segunda o tercera:
tomando a esos tres elementos como conjunto, el 56,22% de las
menciones producidas fueron como primera mención (63,01% para el
caso de las ruinas de Cuñapirú, 44,73% para el de “las galerías”, 56,22%
para el de “las minas y la minería”). (Planteado desde otro ángulo,
mientras que aquellos tres “elementos de la cultura corralense”, en su
conjunto, obtuvieron el 44,01% de las 2.138 menciones “positivas”
registradas, alcanzaron el 48,62% de las 1.088 primeras menciones
“positivas” registradas).
TOTAL DE MENCIONES
SÓLO LA PRIMERA MENCIÓN
1 las ruinas de la represa y
2
3
4
5
la usina
las galerías
las minas y la minería
la Escuela N° 4
la casa del Dr. Davison
las ruinas de la
465
275
201
142
99
1
represa y la usina 293
2 las minas y la minería 123
3
las galerías 113
4
la Escuela N° 4 76
5 la casa del Dr. Davison
37
337
│fernando acevedo│
6
el hospital
7
el polvorín
8
monumento a Davison
9
monumento al Dr. Ros
10
la plaza de deportes
11
la playita
12 las torres del aerocarril
13 el Museo del oro de Tito
14
la azotea
15 el monumento a Artigas
16
las casas antiguas
17
el colegio
18
Don Tito Pereira
19
iglesia y salón parroq.
20
el estadio
21
las plazas
22
la barraca
23
el folclore
24
Santa Ernestina
25
la Expo-Oro
26
los clubes sociales
27
el puente
28 cementerio de Sta. Erne.
29
el Club 25 de agosto
30
el primer surtidor
31
la ex-Cooperativa
32
la historia
33
la música
34
la gente
35
el portuñol
36
el BROU
37
Ana Packer
38
los fogones
39
las obras artísticas
40
el carnaval
41
la casa de Ulises Viana
42 la 1ª seccional de policía
43
la Orquesta Sabar 6
44
las usinas de agua
45
la canchita de fútbol
46
el fútbol
las máscaras de la identidad colectiva …
99
72
65
55
54
44
39
36
36
35
30
30
28
26
26
22
21
18
18
16
16
13
12
12
12
12
12
11
10
9
7
6
6
6
6
6
5
3
3
3
3
6
el hospital
7 monumento a Artigas
8
la plaza de deportes
9
el polvorín
10 monumento a Davison
11
Don Tito Pereira
12 monumento al Dr. Ros
13
las casas antiguas
14
la playita
15
las plazas
16
la azotea
17 Museo del oro de Tito
18
la Expo-Oro
19 iglesia y salón parroq.
20
torres del aerocarril
21
los clubes sociales
22
la gente
23
el folclore
24
el portuñol
25
el estadio
26
el colegio
27
la historia
28
la barraca
29
la música
30
el Club 25 de agosto
31
la ex-Cooperativa
32 cementerio de Sta. Ern.
33
el puente
34 1ª seccional de policía
35
el primer surtidor
36
la canchita de fútbol
37
las obras artísticas
38
los fogones
39
la casa de Antón Paz
40
el carnaval
41
el fútbol
42
el hogar de ancianos
43
la Orquesta Sabar 6
44
Ana Packer
45
el BROU
46
las usinas de agua
33
26
25
20
19
17
15
15
13
12
12
12
11
10
9
8
8
7
6
6
6
6
6
6
5
4
4
3
3
3
3
3
3
2
2
2
1
1
1
1
0
338
│fernando acevedo│
47
el hogar de ancianos
48 locomotora “La Clotilde”
49 bodega “Cerros Blancos”
50
la casa de Antón Paz
51 las viviendas de MEVIR
las máscaras de la identidad colectiva …
3
2
2
2
2
47
viviendas de MEVIR
48 bodega “Cerros Bcos”
49 la casa de Ulises Viana
50
Santa Ernestina
51 locomot. “La Clotilde”
0
0
0
0
0
Otro aspecto a destacar –quizás porque me resultó bastante
sorprendente– es la importancia que muchos corralenses le
atribuyeron a la Escuela y al Hospital de la ciudad (respectivamente
6,64% y 4,63% del total de menciones “positivas”), así como a la que
fuera la vivienda del Dr. Davison (4,63%)396, a “la Plaza de deportes”
(2,53%) y a “la playita” (2,06%). Cabe subrayar, asimismo, que sólo dos
personas fueron mencionadas como “elementos de la cultura
corralense que deberían ser declarados como bienes patrimoniales del
departamento de Rivera”: Don Tito Pereira (un 1,31% del total de
menciones “positivas”, cifra que se eleva al 2,99% si le sumamos las
menciones al pequeño museo que ha montado en su casa) y Ana Packer
(0,28%).
Llegado a este punto, emerge una cuestión que no debe ser soslayada.
Tal como es de público conocimiento, existen sólo cuatro “bienes” de
Minas de Corrales (y de su zona aledaña) cuyo valor patrimonial ha
sido legalmente establecido por nuestro Estado (todos ellos incluidos
en la Resolución N° 408/981 de fecha 19 de agosto de 1981, cuyo texto
fue publicado en el Diario Oficial N° 21.070 del 15 de setiembre del
mismo año):
El caso de esta vivienda reviste un interés singular, sobre todo si se considera la
circunstancia de su puesta a la venta, a mediados del año 2008, por parte de quien
entonces fuera su propietario y la adquisición por un particular en el mes de setiembre
del mismo año. Si bien su valor patrimonial ha sido reconocido expresamente por 99 de
los 1.280 pobladores corralenses encuestados (un 7,73% del total), no se produjo ninguna
resistencia de la población corralense a su enajenación, ni, más llamativamente aún,
ningún intento de adquisición por parte del gobierno local. En definitiva, el pueblo de
Minas de Corrales, que en su momento construyó esta casa y se la obsequió a su prócer
en reconocimiento a su denodada actividad médica y social, no fue capaz de recuperarla y
destinarla a un uso más adecuado (centro socio-cultural, museo, etcétera). Tampoco fue
capaz de hacerlo el Estado ni ninguno de sus organismos habilitados para ello.
396
339
│fernando acevedo│
1.
las máscaras de la identidad colectiva …
la “zona de los cerros del Miriñaque, Cerro Grande y Cerro
Chato”397,
2. los “edificios en que funcionaron las oficinas, depósitos y fábricas
de la empresa que procesaron el oro desde mediados del siglo
XIX”,
3. las “torres de hierro del aerocarril que se utilizaban para
transportar el material aurífero beneficiado desde las minas de
San Gregorio a la planta de molienda del Cuñapirú”, y
4. el “puente de hierro sobre el arroyo San Pablo, construido en el
siglo XIX por la ‘Compañía de los establecimientos Franceses de
Minas de Oro del Uruguay’ para el tránsito del Ferrocarril
Minero que unía Cuñapirú y Santa Ernestina”.
A este respecto, debe advertirse que cerca del 40% de los corralenses
censados consideraron que alguno(s) de los últimos tres “bienes” (las
ruinas de Cuñapirú, las torres del aerocarril, el puente sobre el arroyo
San Pablo)398 “deberían ser declarados como bienes patrimoniales del
departamento de Rivera”, quizás desconociendo que ya han sido
declarados como tales.
Si se soslaya el comentario anterior, corresponde subrayar que más de
la tercera parte de los 1.280 corralenses censados (en rigor, un 36,33%)
coincidió en que debería atribuírsele valor patrimonial a la antigua
represa y al complejo de edificios contiguos, hoy en ruinas, del
decimonónico establecimiento fabril a orillas del arroyo Cuñapirú. Sin
embargo, las torres de hierro del aerocarril fue un “elemento”
mencionado sólo por 39 de los 1.280 corralenses censados (cifra
equivalente a apenas un 3,05% del total)399. En cuanto al puente de
No deben confundirse estos tres cerros con los denominados, precisamente, “ los tres
cerros” (Cuñapirú, Del medio y Jerónimo), ubicados en perfecta hilera cerca de la
margen izquierda del río Tacuarembó, hacia el sureste del cruce de las Rutas Nacionales
N° 5 y N° 29. El cerro Miriñaque, bastante próximo al Cuñapirú, está recostado sobre la
margen derecha del arroyo Cuñapirú, al noreste de aquel cruce.
398 No considero aquí a la “zona de los cerros del Miriñaque, Cerro Grande y Cerro
Chato” porque constituye, evidentemente, un elemento del paisaje natural.
399 Tres de estas torres fueron hace algunos años retiradas de su ubicación original y
reinstaladas en la ciudad: dos de ellas en el punto de acceso a la planta urbana de Minas
de Corrales (desde la Ruta N° 29) y la restante frente a la Escuela N° 4. Corresponde
aclarar que las torres del aero-carril también fueron mencionadas en algunas respuestas
a preguntas anteriores: frente a la pregunta 9 [“¿cuáles son las 3 ‘cosas’ (o eventos o
personas) que mejor caracterizan y distinguen a Minas de Corrales con respecto a
397
340
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
hierro sobre el arroyo San Pablo, puedo afirmar, con certeza casi
absoluta, que no fue mencionado por ningún corralense, lo cual resulta
altamente llamativo400.
Pues bien, frente a estos dos ejemplos de cultura material (las torres y
el puente) que los “expertos” en asuntos patrimoniales han
considerado, hace ya casi tres décadas, como portadores de altos
valores histórico-culturales, cabe que nos preguntemos por las razones
de su tan baja valoración por parte de una abrumadora mayoría de los
corralenses.
Planteado de otro modo: ¿a qué se debe que las autoridades estatales
(tanto municipales como ministeriales) le atribuyan un inequívoco y
emblemático valor patrimonial a determinadas manifestaciones
culturales, mientras que éstas no son valoradas del mismo modo o en
el mismo grado por los pobladores que conviven cotidianamente con
ellas? ¿Cómo pueden explicarse e interpretarse las muy significativas
diferencias existentes entre las percepciones, representaciones,
opiniones y valoraciones que la tecnoburocracia (o, para ser más
cáusticos, la adhocracia ortopédica)401 construye “desde afuera” y
aquellas construidas “desde adentro” por los lugareños?
Las diferencias no se agotan en aquellas detectadas entre “expertos” y
“no-expertos”; también entre los propios lugareños he constatado
diferencias significativas. Como ilustración, baste con contrastar las
opiniones producidas en el censo con aquellas publicitadas por las
autoridades locales (o por ciudadanos locales con cierta autoridad): en
otros pueblos y villas (exceptuando aspectos de su paisaje natural)?”] fue mencionada
en 6 oportunidades, y en 58 frente a la pregunta 11 [“¿cuáles son las 3 construcciones
(casas, monumentos, etc.) o lugares más distintivos (exclusivos, característicos o
identificatorios) de Minas de Corrales?”].
400 Si bien entre las respuestas a la pregunta 20 se registró un total de 13 menciones a “el
puente” (apenas un 1,02% del total), estoy seguro de que aquellas hacen referencia al
puente sobre el arroyo Corrales, ubicado en el borde de la planta urbana de Minas de
Corrales, y no al puente sobre el arroyo San Pablo, bastante alejado del centro poblado.
Asimismo, frente a la pregunta 11 [“¿cuáles son las 3 construcciones (casas,
monumentos, etc.) o lugares más distintivos (exclusivos, característicos o
identificatorios) de Minas de Corrales?”] hubo 7 menciones referidas a “los puentes”,
pero en ningún caso se especificó que se estaba haciendo referencia al “puente de hierro
sobre el arroyo San Pablo. Una vez más, y por razones análogas, estoy seguro de que
estas menciones no aluden al puente sobre el arroyo San Pablo.
401 Las expresiones tecnoburocracia y adhocracia ortopédica las he tomado de
Errandonea (2002) y de Lémez (2001) respectivamente.
341
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
un folleto de divulgación y promoción de las riquezas turísticas de
Minas de Corrales editado hace algunos años (titulado “Minas de
Corrales. Circuito Turístico Minero. La fiebre del oro”, producido por
UruguayNatural, del Ministerio de Turismo y Deporte del Uruguay) se
presenta un plano del sector urbano de Minas de Corrales donde se
destacan los siguientes diez “elementos”: Galería Ernestina, Galería
Dr. Davison, Escuela N° 4, Hospital, Polvorín, Monumento Dr.
Davison, Junta Local, Surtidor antiguo, Iglesia y Colegio Salesiano,
Estadio Municipal. Entretanto, los “elementos” que ocupan los
primeros diez lugares en las preferencias de las personas encuestadas
en el censo (exceptuando aquellos “elementos” ajenos a la planta
urbana de Minas de Corrales), fueron los siguientes: las galerías, la
Escuela N° 4, la casa del Dr. Davison, el Hospital, el polvorín, el
monumento al Dr. Davison, el monumento al Dr. Ros, la Plaza de
deportes, la playita, el Museo del oro de Tito Pereira.
Como se ve, si bien hay coincidencia sólo en los primeros seis
elementos (las dos galerías, la Escuela N° 4, el hospital, el polvorín, el
monumento al Dr. Davison), los corralenses que hemos censado no le
han atribuido mayor valor patrimonial a la Junta Local (ninguna
mención en las respuestas a la pregunta 20 y sólo 6 menciones en las
respuestas a la pregunta 11 –0,16% del total–), al surtidor antiguo (12
menciones en las respuestas a la pregunta 20 –0,32% del total–,
ninguna en las respuestas a la pregunta 11), a la Iglesia y Colegio
Salesiano (26 y 30 menciones respectivamente en las respuestas a la
pregunta 20 –0,68% y 0,78% del total–; 20 y 15 respectivamente en las
respuestas a la pregunta 11 –0,52% y 0,39% del total–) ni al Estadio
Municipal (26 menciones en las respuestas a la pregunta 20 –0,68% del
total– y sólo 7 en las respuestas a la pregunta 11 –0,18% del total–). Por
su parte, la casa del Dr. Davison, el monumento al Dr. Ros, la Plaza de
deportes, la playita y el Museo del oro de Tito Pereira, mencionados
por casi la cuarta parte de los 1.280 corralenses encuestados (288, esto
es, un 22,50% del total), no figuran en el folleto aludido402.
Cabe agregar, asimismo, que este folleto, en cuya elaboración participaron la
Intendencia Departamental de Rivera, la Junta Local de Minas de Corrales y el Grupo de
Guías Turísticos de Minas de Corrales (promoción 2002), también presenta fotografías y
textos sobre las ruinas de Cuñapirú, las torres del aero-carril, el tren de trocha angosta
“La Clotilde”, el primer surtidor, las galerías y la explotación aurífera que actualmente
desarrolla la empresa “Minera San Gregorio”.
402
342
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
En definitiva, cuando se producen tales diferencias, ¿cuáles son las
percepciones, representaciones, opiniones y valoraciones que
corresponde tener en cuenta al momento de establecer (incluso
legalmente) el valor patrimonial de una manifestación cultural local?
(O dicho de otro modo, inocultablemente retórico: “¿quién construyó
Tebas, la de las siete puertas?”). ¿Cuáles son, entonces, las tareas que
deberían abordar los agentes locales y las autoridades estatales
competentes? ¿Determinar los bienes de valor patrimonial y luego
difundirlos y promocionarlos como tales en la población local?
¿Convocar a la población local para que asuma esa determinación y
luego difundirlos y promocionarlos como tales hacia dentro y hacia
fuera de la población local?
343
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
344
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
dimensión tecnológica: contexto de interpretación
(segunda hermenéutica)
Todo lo dicho es dicho por alguien
Maturana403
Las interrogantes que cierran el apartado anterior aún habrán de
quedar abiertas. Antes de ensayar alguna respuesta, quiero dar un paso
más en el tercero de los ejes en torno a los que se ha articulado la
praxis de investigación, ahora en el camino de la segunda
hermenéutica, enfocada en la interpretación de la interpretación de los
sujetos. Es, quizás, el camino más temerario –el más difícil, el más
problemático–, ya que pone en juego “pensamiento aplicado”,
“pensamiento encarnado”404, pensamiento desplegado en juicios
subjetivos del investigador sobre los juicios subjetivos de los sujetos405.
Por paradójico que parezca, la interpretación de la interpretación de
los sujetos exige que se conciba a la interpretación como contigua a lo
interpretado (según un ejercicio más afín con operaciones metonímicas
que con otras de traducción), y no como suspendida por encima y
distante de lo interpretado.
La interpretación, entonces, no la he abordado aquí como la
producción de un saber que se enfoca exclusivamente en el análisis de
discursos o fenómenos desde lejos (según una perspectiva etic), sino
también a partir de un “entregarse” a ellos y atravesarlos406, según una
perspectiva de corte emic407. Esta última, que se alternó y conjugó con
Maturana-Varela (1984).
Las expresiones son de Michael Taussig (1995:19).
405 He puesto énfasis en que, más allá de que el investigador se proponga, con éxito
dispar y siempre solapadamente, adiestrar a los informantes para que “objetiven” su
mundo y encuentren en él nuevos contornos y aristas, lo que ellos producen no son
descripciones “objetivas” sino juicios subjetivos inscriptos en interpretaciones situadas
(en su cultura, por sus habitus).
406 Algo muy parecido a esto –que el saber es entregarse al fenómeno– es lo que Adorno
(cf. 1977) juzgaba que era la idea programática de Hegel.
407 Los vocablos etic y emic, acuñados por el lingüista Kenneth Pike (cf. 1972), son
abreviaturas de fonetics (fonética) y fonemics (fonología) respectivamente. El enfoque
etic se caracteriza por basarse en la predicción y ser un punto de vista exterior, absoluto,
fragmentador, genérico e intercultural, mientras que el enfoque emic se caracteriza, por
403
404
345
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
otra de corte etic allí donde fue pertinente y conveniente, hizo posible,
entre otras cosas, leer entrelíneas y explorar –por debajo de los
discursos– actitudes, opiniones y representaciones, lo cual contiene
una estimable potencia hermenéutica y heurística. Asimismo, la
alternancia y conjugación de miradas emic y etic (o de “experiencia
próxima” y “experiencia distante”) permitió adoptar una suerte de
estrabismo metodológico que nos puso a salvo, a un mismo tiempo, de
quedar confinados en miradas miopes en un caso o présbites en el otro:
“la reclusión en conceptos de experiencia próxima deja a un etnógrafo
en la inmediatez, enmarañado en lo vernacular. En cambio, la
reclusión en conceptos de experiencia distante lo deja encallado en
abstracciones y asfixiado en la jerga. La verdadera cuestión (reside)
en cómo deben desplegarse esos conceptos en cada caso para
producir una interpretación de la forma en que vive un pueblo que no
sea prisionera de sus horizontes mentales, como una etnografía de la
brujería escrita por una bruja, ni se mantenga sistemáticamente
ajena a las tonalidades distintivas de sus existencias, como una
etnografía de la brujería escrita por un geómetra”408.
El objeto de esta instancia de interpretación es, entonces, el discurso
que expresa las interpretaciones de los sujetos (sus representaciones,
percepciones, juicios), las cuales no son isomorfas ni equivalentes,
atributos que mi tentativa de interpretación tomará especialmente en
consideración. En efecto, el valor de cada discurso depende de la
cualidad de la información que posee quien lo expresa, la cual, a su vez,
es deudora tanto de su trayectoria y singularidad personales como de
su posición en su respectivo campo de pertenencia (o, en rigor, de
atribución); esto debe ser particularmente tenido en cuenta en el caso
de los discursos “expertos”… aunque no sólo en ese caso. Trayectoria,
singularidad y posición en un campo configuran el habitus de cada
sujeto y su expresión desde uno de los varios puntos de vista posibles,
con ayuda de los cuales se crean los objetos409.
el contrario, por basarse en el descubrimiento y ser un punto de vista interior, relativo,
integrador, específico e intracultural (cf. Ibáñez 1994:33-34).
408 Geertz (1994:75).
409 Cf. Jameson (1980). Aquí aplico la expresión punto de vista con el mismo sentido con
que la emplea Bourdieu (1997:25): “una visión tomada a partir de un punto situado en
el espacio social, de una perspectiva definida en su forma y en su contenido por la
posición objetiva a partir de la cual ha sido tomada”.
346
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
Entonces, a la pregunta (de signo científico- positivista) ¿qué se puede
decir sobre este objeto?, le debe seguir esta otra (de sesgo
hermenéutico): desde donde se habla, ¿qué se puede decir sobre este
objeto?, y ésta remite a otra, mucho más inquietante y fecunda (por su
hondura política): ¿desde dónde se habla?410. Dicho de otro modo,
menos inquisitivo y más sintético: todo lo dicho es dicho por alguien.
Entregarse a la realidad fenoménica y atravesarla implica interpretar
los discursos producidos en los diversos espacios artificiales
instaurados para ello, y hacerlo evitando siempre la tentación (y,
digámoslo, el error) de asumirlos como datos, de erigirlos como
“verdades” incuestionables. Es (también) por eso que he desplegado
una doble hermenéutica, configurada por la indagación de las
opiniones y representaciones de los actores locales –primera
hermenéutica– y, sobre esa base, su inscripción en un horizonte
expandido de interpretación –segunda hermenéutica– que habilite,
técnica y políticamente, a postular cuáles son los bienes culturales
corralenses cuyo valor patrimonial debe ser establecido.
Al momento de efectuar esa inscripción tuve en especial consideración,
además, el carácter siempre distorsionante de la presencia del
investigador en el campo. El investigador, por el mero hecho de estarallí, modifica, en algún grado, las situaciones que están (o que él
mismo sitúa) en el foco de sus intereses analíticos e interpretativos.
Esto es mucho más notorio en el caso de la situación de interlocución
propia de la técnica de entrevista. Los testimonios producidos en esa
situación (artificial y artificiosamente creada) siempre son, de algún
modo, construcciones conjuntas, en las que el entrevistador también
pone en juego su discurso –por acción o por omisión– y, al hacerlo,
interfiere en el del entrevistado. Esto justifica la decisión, ya
enunciada, de reflexionar entre y sobre los diversos niveles de discurso
producidos: pensamiento de segundo orden que también toma por
objeto la mirada misma del científico411.
Finalmente, corresponde señalar que lo que sigue, más que una
síntesis, es una recreación al mismo tiempo que una inscripción
(ambas acreedoras y deudoras, una vez más, de los artificios del
410
411
Este razonamiento está inspirado, muy libremente, en de Certeau (1999:68-69).
Para un mayor desarrollo de este aspecto, véase supra:292-293.
347
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
montaje: selección, recorte, descarte, reordenamiento, jerarquización,
ponderación, yuxtaposición…412), orientadas a encontrar algunas
respuestas a las interrogantes planteadas unas cuantas páginas atrás y
a aquellas otras que atravesaron, ya desde su instalación, el proceso de
investigación.
Es en virtud de ello que la tercera apertura que acometo de aquí en
adelante –la recreación e inscripción enunciadas– se muestran como
repliegue: una construcción conceptual que es el corolario de la
cristalización de la doble hermenéutica en clave teórica y pragmática.
Inevitablemente, una vez más, “todo análisis social se revela como montaje” (Taussig
1995:19).
412
348
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
349
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
350
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
repliegue
(tercera apertura)
construcción conceptual como montaje teórico
351
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
352
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
… la teoría social y la práctica cultural
se entrecruzan de tal manera, que surge
una pequeñísima oportunidad de
“redimir” el objeto, dándole una
posibilidad de traspasar los conceptos
que lo aprisionan y de influir en la vida
misma. No podía existir una Teoría
divorciada de la vida misma.413
413
Taussig (1995:19).
353
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
354
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
cristalización de la doble hermenéutica en clave
teórica y pragmática: el patrimonio cultural como
construcción política
Muchos lectores de trabajos sociológicos dan
su aprobación o su desaprobación no en
función del rigor de la demostración lógica o
de la verificación empírica, sino en función
del grado en el que los resultados confirman
o invalidan sus prejuicios.
Bourdieu414
Minas de Corrales es una pequeña ciudad habitada por algo más de
tres mil personas, enclavada en un hermoso paisaje de serranías en el
centro del departamento de Rivera, a unos cien quilómetros de la
capital departamental. Pero su singularidad no sólo radica en las
calidades paisajísticas de su entorno natural: Minas de Corrales, tal
como lo sugiere su nombre, surgió como centro poblado para el
afincamiento de las familias de los obreros reclutados por la primera
empresa minera del país (“Minas de Oro de Cuñapirú”, fundada en el
año 1868), que estableció su planta de molienda a orillas del arroyo De
los corrales (llamado así porque sus numerosos meandros eran
antiguamente utilizados como corrales naturales para el ganado).
Como ya he comentado, el accionar de los primeros veinticuatro
pisones instalados para el procesamiento de los minerales extraídos en
la zona requería energía eléctrica y un medio de transporte que
permitiera el traslado de las piedras auríferas desde la mina (“Santa
Ernestina”) hasta la planta de laboreo (en el paraje conocido como
“Cuñapirú”). La propia empresa minera construyó, entonces, una
usina hidroeléctrica (abandonada hace mucho tiempo y hoy en ruinas),
que comenzó a funcionar en el año 1881. Asimismo, la necesidad de
mano de obra calificada para trabajar en la floreciente industria, así
como la atracción que provocaba la posibilidad de un rápido
enriquecimiento, impulsó la llegada a la zona, con su patrimonio
cultural a cuestas, de una gran cantidad de inmigrantes, tanto
414
Bourdieu (2005:57).
355
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
sudamericanos (brasileños, argentinos, chilenos, peruanos) como
europeos (principalmente, aunque no exclusivamente, vascos, ingleses
y franceses). Es por ello que ya desde sus orígenes la población local
configuró una suerte de singular crisol cultural: a lo largo de su
historia, desde aquel lejano 1868, Minas de Corrales fue sede de un
riquísimo intercambio cultural siempre acompasado con los vaivenes
de la explotación aurífera, la cual en los últimos años se ha visto
revitalizada como consecuencia de la detección de nuevos yacimientos
rentables. En efecto, en la actualidad los ingresos monetarios de cerca
de la mitad de su población económicamente activa dependen –directa
o indirectamente– de la actividad de la empresa minera afincada a
unos pocos quilómetros del poblado.
Tales circunstancias han tenido su reflejo en los procesos de
construcción identitaria local, así como en la naturaleza, cualidad y
características de las manifestaciones culturales existentes en Minas de
Corrales. Minas de oro que también fueron, de algún modo, minas de
cultura, en tanto operaron como catalizadores de la convivencia de una
población heteróclita y variopinta, de una villa con una morfogénesis
única en el país, y entonces una peculiar dinámica de vida, fermento y
caldo de cultivo para la emergencia de expresiones culturales
singulares. Singularidad urbana y cultural que no sólo está en los
discursos, pero que también está en los discursos.
Existe una abundante tradición oral y un profuso anecdotario que dan
cuenta de episodios no siempre transmitidos por la historia oficial:
garimpeiros que abandonaban Cuñapirú con enormes pepitas de oro
capaces de enriquecer de por vida a decenas de familias, cocottes
francesas que sacudían la pacatería nativa y socavaban los cimientos de
la sacrosanta institución familiar, inmigrantes que alternaban su
trabajo en las minas con emprendimientos vitivinícolas o ganaderos,
empresas mineras que dejaron sus huellas cianurosas en los lechos de
las antiguas canteras, y hasta testimonios sobre algún renombrado
militar que en una de sus estadías por el poblado dejara encinta a su
hija de catorce años, empleada en la mina, y la escondiera en una
fazenda de la zona para parir clandestinamente a quien luego se
transformara en ícono indiscutido del canto popular rioplatense.
Asimismo, son muy variadas las manifestaciones artísticas e
ideacionales que participan de aquel complejo proceso de construcción
356
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
de identidades locales, en alta medida resultantes de la confluencia no
siempre armónica de influencias brasileñas, europeas, afro resultantes
descendientes y criollas415. Ello es muy significativo, por ejemplo, en el
campo de la medicina, la farmacopea y la herboristería telúricas, la
culinaria local o la música popular regional, de enorme riqueza y
originalidad, donde se destaca la presencia de algunos músicos de
profesión que, como rapsodas telúricos, animaban con su bandoneón
los bailes y milongas de los pueblitos perdidos en las serranías.
Existen por lo menos otros dos elementos, quizás paradójicos, que
también contribuyen a configurar la singularidad de Minas de Corrales
y cierto chauvinismo que se ha ido encarnando en sus pobladores. Tal
como ya he comentado, fue cerca de Corrales donde se produjo, en
enero de 1880, la primera huelga sindical del país (en rigor, un
levantamiento obrero bajo la modalidad de huelga-motín) y es allí
donde, un siglo y cuarto después –si es que las cifras que me fueron
proporcionadas son correctas–, existe uno de los mayores PBI per
cápita a nivel nacional (aunque se trata, obviamente, de un indicador
que corresponde a un ingreso ficticio, irreal, que poco dice –y mal–
sobre los verdaderos ingresos económicos de sus habitantes).
Fue frente a toda esta riqueza cultural y a la propia singularidad del
paisaje humano de Minas de Corrales que me planteé la necesidad y
conveniencia de impulsar una investigación, desde una perspectiva
socio-antropológica, del patrimonio cultural local y de los procesos de
su construcción colectiva, insumo imprescindible para la ulterior
implementación de acciones de salvaguardia (rescate, preservación,
promoción, difusión), con la aspiración –y la convicción– de que todo
No hay que ignorar que a lo largo de toda la historia regional, aún desde antes del
advenimiento de la República, han sido –y son– mayoritariamente pobladores brasileños
(o sus descendientes de primera y segunda generación) quienes han detentado la mayor
porción del capital económico, productivo y cultural de la zona. Como ilustración, baste
con citar algunos fragmentos de un discurso pronunciado en el año 1845 por el diputado
paulista Silva Ferraz en el parlamento brasileño: “al pasar al otro lado del río Yaguarón,
señores, el traje, el idioma, las costumbres, la moneda, los pesos, las medidas, todo,
todo señores, hasta la otra banda del río Negro, todo, todo señores, hasta la tierra:
todo es brasilero”. Cuatro décadas después, en nuestro país el diputado Díaz decía: “es
notorio que nuestras autoridades no tienen imperio, puede decirse, del otro lado del Río
Negro, que mandan exclusivamente las autoridades brasileñas, y que los hábitos, las
costumbres y (…) toda la propiedad pertenece a los brasileños…” (apud Barrios Pintos
1985:112-113).
415
357
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
ello habrá de contribuir en la consolidación y fortalecimiento de los
procesos de construcción de identidad(es) local(es).
Planteado así, parece un propósito excesivamente ambicioso. Y en
efecto lo es: identificar, ponderar, evaluar, rescatar, preservar,
promover y difundir un capital cultural patrimonial no es tarea sencilla
ni menor. Más aún, cada uno de esos verbos en infinitivo, cada una de
esas tareas, ofrece una importante constelación de dificultades y
problemas y, en consecuencia, exige poner en juego una creatividad
persistente y un enorme esfuerzo de reflexión en torno a cuestiones
teóricas, éticas, metodológicas, ideológicas, políticas que surgen a cada
paso, creatividad y esfuerzo que deben enfrentarse desde un vasto
espectro de tomas de partido y posicionamientos (teóricos, éticos,
metodológicos, ideológicos, políticos).
Identificar, ponderar, evaluar, rescatar, preservar, promover,
difundir... Tareas indisolublemente articuladas entre sí, sólo separables
con fines analíticos, económicos y prácticos. Una vez separadas, como
lo he hecho, es fácil vislumbrar que cada una de ellas se sostiene en la
anterior: se difunde lo que ha sido promovido, se promueve lo que ha
sido preservado, se preserva lo que ha sido rescatado, se rescata lo que
ha sido evaluado (como valioso, como significativo), se evalúa lo que ha
sido ponderado, se pondera lo que ha sido identificado. Siete tareas y
una lógica secuencial que nos permiten imaginarnos a su conjunto
como un sistema constructivo, como un edificio donde cada piso que se
levanta, una vez consolidado, sostiene al siguiente.
Ahora bien, cuando ya estaba embarcado en el trabajo de campo,
comenzó a emerger un complejo de problemas cuya relevancia y
consideración no pudo –y no puede– ser soslayada. ¿Qué ocurre si el
primer piso –“identificar”–, ese que sostiene a todos los demás, no se
construye con la suficiente solidez? Y más aún: ¿quién sostiene al
primer piso? ¿Cuáles son, cuáles deben ser, los cimientos de ese piso
que debe sostener a todo un edificio en permanente construcción?
¿Quiénes son, quiénes deberían ser, sus maestros de obra, sus
constructores? ¿Cuáles sus lógicas constructivas, sus procedimientos,
sus herramientas?
Ya puedo dejar a un lado el símil arquitectónico-constructivo y mostrar
al complejo de problemas referido bajo la forma de interrogantes
(muchos de ellas, inocultadamente retóricas).
358
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
¿A quién(es) le(s) corresponde determinar que un artefacto cultural es
un bien cultural?
¿A quién(es) le(s) corresponde determinar el (supuesto) valor
patrimonial de un bien cultural? Esto es, ¿quién(es) está(n) en
condiciones de determinar cuáles son los bienes culturales de valor
patrimonial y cuáles no lo son?
¿Sobre la base de qué criterios de pertinencia epistemológica o de
legitimación social alguien –digamos, cualquiera de nosotros– puede
erigirse con la potestad de establecer cuáles son los bienes intangibles
de valor patrimonial y cuáles no lo son?
¿Puede someterse la declaración de valor patrimonial de un bien a una
compulsa popular (con los previsibles riesgos de caer en demagogia
populista o seudo-oclocrática), a una suerte de plebiscito entre la
población, en este caso la corralense?
¿O será que eso debe quedar en manos de los intelectuales, de los
supuestos “expertos” (con los previsibles riesgos de caer en elitismo
cultural y alimentar complejos de superioridad, cientificismos
engañosos o hasta veleidades mesiánicas en los pantanosos territorios
de la estética, la ética, la cultura)?
O, dicho de otro modo, ¿habremos de acudir a Alguien que pueda
“salvar el metal, salvar la escoria y cifrar en Su profética memoria las
lunas que serán y las que han sido”416?
¿Habrá que considerar en toda su dimensión y sentido los punzantes
versos de Bertolt Brecht: “¿Quién construyó Tebas, la de las siete
puertas?/ En los libros están los nombres de los reyes./ ¿Los reyes
arrastraban los bloques de piedras?”417.
¿Qué réditos o intereses –ya sean bienintencionados y legítimos o
malintencionados y espurios– pueden estar en juego detrás de la
He parafraseado los primeros versos del ya citado soneto Everness, de Borges (1996),
que dice así: Sólo una cosa no hay. Es el olvido./ Dios, que salva el metal, salva la
escoria/ y cifra en Su profética memoria/ las lunas que serán y las que han sido.
417 Primeros versos del poema “Preguntas que se hace un obrero que lee” (1979:74). Algo
muy similar ya lo había planteado su coterráneo Walter Benjamin: “los bienes culturales
(…) deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado,
sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos” (1973:182). Y, mucho
antes, Walt Whitman: “los infinitos héroes desconocidos valen tanto como los héroes
más grandes de la Historia” (1950).
416
359
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
declaración de un bien intangible de valor patrimonial? ¿Qué efectos e
implicancias puede tener eso?
¿Corresponde que eso se haga por parte exclusivamente de la
población actual, de las (mal llamadas) “fuerzas vivas”? De no ser así,
¿quién representa, quién asume la voz de los que ya no están, el eco de
los muertos, la “profética memoria”?
Si se acepta que la atribución de un valor patrimonial a un bien cultural
participa en el proceso de construcción de identidades colectivas, ¿no
resultará más relevante poner el foco de investigación en torno,
precisamente, a esas prácticas de producción de identidades colectivas?
¿Es legítimo plantear(nos) que quizás pueda existir cierto sentido
comercial operando en tales prácticas de producción de identidades
colectivas (bajo la forma de producción de bienes culturales de valor
patrimonial)?
¿Es legítimo plantear(nos) que quizás pueda resultar funcional para
ciertos sectores sociales producir espacios simbólicos caracterizados
como patrimoniales?
O, en fin, ¿habremos de admitir que “la memoria no es sólo una
conquista: es (también) un instrumento y una mira de poder”418?
...
Todas estas preguntas merecen ser discutidas seriamente, por lo
menos hasta que comiencen a producir algunas respuestas. Es mi
convicción que esa discusión y las eventuales respuestas emergentes
deben ser acometidas por los actores implicados o, en rigor, por los
actores que se sientan implicados. Por eso ahí están los pliegues y
despliegues de las páginas precedentes. Y por eso me atrevo, en las
páginas que siguen, a esbozar algunas respuestas, que preferiría que
fueran entendidas como lo que efectivamente son: una contribución a
una discusión potencialmente fecunda que siente las bases para el
establecimiento consensuado de definiciones colectivas que hagan
justicia con Minas de Corrales, con su gente, con su patrimonio
cultural.
418
Le Goff (1991).
360
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
construcción teórico-conceptual: el patrimonio cultural
Marco Polo describe un puente, piedra por
piedra.
–¿Pero cuál es la piedra que sostiene el
puente? –pregunta Kublai Jan.
–El puente no está sostenido por esta piedra
o por aquella –responde Marco–, sino por la
línea del arco que ellas forman.
Kublai permanece silencioso, reflexionando.
Después añade:
–¿Por qué me hablas de las piedras? Lo
único que me importa es el arco.
Polo responde: –Sin piedras no hay arco.
Calvino419
la gestación de la construcción conceptual:
pertinencia e idoneidad de un enfoque socioantropológico
El pensamiento no puede más que oscilar
entre la conciencia de su perfecta autonomía
y la de su estricta dependencia.
André Breton420
Construcción conceptual y construcción metodológica son dos procesos
indisociables y recíprocamente condicionados. Las condiciones de
posibilidad de la construcción conceptual las fija la construcción
metodológica; la construcción metodológica se orienta hacia –está al
servicio de– la construcción conceptual, la cual le establece sus
correspondientes condiciones. En términos más concretos: la identidad
y el patrimonio cultural, con anclaje empírico en Minas de Corrales, ha
sido el eje temático en torno al cual se desplegó el trabajo de
construcción conceptual, el cual (también) se vertebró en torno a un eje
problemático: la construcción metodológica capaz de dar cuenta de los
419
420
1994:96.
Segundo Manifiesto Surrealista (1929), apud Tafuri (1992:64).
361
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
procesos de construcción identitaria y patrimonial y de la construcción
conceptual derivada (que, al mismo tiempo, la fundamenta). De este
modo, a lo largo de la trayectoria investigativa he tenido que moverme
según un incesante vaivén desde lo teórico-conceptual hacia lo
empírico-concreto, desde lo circunstancial, particular o contingente
hacia lo estructural, general o inmanente.
Ya desde su horizonte de partida, la
naturaleza del eje temático y del eje
problemático definidos en la investigación
–o, si se prefiere, de su eje temáticoproblemático– justificó la adopción de un
enfoque socio-antropológico enriquecido
con aportes provenientes de ciertas formas
de ejercicio del oficio de la historia, violín
de Ingres practicado con más intuición y
osadía que rigor y oficio421. Corresponde
dar un paso más, evitando la reducción a
una justificación tácita o sólo postulada a
partir de su carácter asumido como
autoevidente.
Man Ray:
El violín de Ingres (1924)
De acuerdo con lo que ha escrito un historiador en boga (y que ha
puesto en boga la apelación a un modo antropológico de ejercer la
historia), “los antropólogos no tienen un método común, ni una teoría
que lo abarque todo. (…) Pero a pesar de sus desacuerdos, comparten
una orientación general. En sus diferentes formas de trabajar con sus
diferentes tribus, generalmente tratan de ver las cosas desde el punto
de vista del nativo, para comprender lo que quiere decir, y buscar las
dimensiones sociales del significado. Trabajan suponiendo que los
símbolos son compartidos, como el aire que respiramos, o, para
adoptar su metáfora favorita, como el lenguaje que hablamos”422.
Le violon de Ingres es una expresión francesa que se aplica a aquella persona que,
junto a su ocupación principal, dedica tiempo, energías y pasión a la práctica de otra, sin
que importe demasiado que lo haga con bastante torpeza, como parecería haber sido el
caso del gran pintor francés con su violín… y el de mi intrépida incursión en el oficio de la
historia. (Como con falsa modestia ha comentado Bourdieu –cf. 1997:160–, la intrepidez
suele ir de la mano de la arrogancia… y de la ignorancia.)
422 Darnton (2006:264).
421
362
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
La clave de la orientación general de los antropólogos (o, para ser
justos, de algunas “tribus” de antropólogos) es, entonces, el despliegue
de una perspectiva emic, que es la que hace posible ver las cosas desde
el punto de vista del nativo, condición para la verstehen (más o menos
inmediata) o la hermeneusis (más o menos mediata). Pero el nativo de
los historiadores (o, para ser justos, de unas cuantas “tribus” de
historiadores) es un nativo muerto, lo cual pone de manifiesto algunas
diferencias sustantivas entre ambos oficios423.
Ver las cosas desde el punto de vista del nativo, ya sea uno próximo o
uno lejano (en términos culturales más que geográficos), entraña
notorias dificultades, por lo menos si se asume, como corresponde, la
opacidad constitutiva de todo discurso y comportamiento observable.
Ver las cosas desde el punto de vista del nativo muerto, ya sea uno
próximo o uno lejano (en términos temporales, y entonces también
culturales), entraña dificultades aún mayores, en virtud no sólo de la
mayor opacidad del vestigio documental y del pasado en tanto tal, sino
también, y sobre todo, de la obvia imposibilidad de interlocución.
El rasgo fundacional y distintivo del quehacer etnográfico sobre el que
se construye el oficio antropológico es el estar-allí, mientras que el
historiador no puede más que estar-aquí424 y realizar un esfuerzo
cognitivo –en el fondo, un artificio, una simulación– para traer al
presente lo que pudo haber ocurrido en el pasado. En su estar-allí,
desde donde acomete el desciframiento de comportamientos
observables, el etnógrafo pone en juego todo su aparato sensorial y
cognitivo –lo que un antropólogo acertadamente calificó como
“naturaleza sinestésica de la experiencia etnográfica”425–, posibilidad
que le está vedada al historiador. Éste, evidentemente, no puede
capitalizar las riquezas y potencialidades hermenéuticas de la
observación directa, de la interacción cara-a-cara, de la interlocución;
por lo general, el historiador construye sus análisis a partir de la
lectura (hecha en el presente) de textos (escritos en el pasado),
Para un tratamiento profundo y exhaustivo de esta cuestión, véase Geertz (1994:7390) y Winch (1994).
424 Estar-allí y estar-aquí son dos expresiones instaladas en el ámbito de la reflexión
antropológica por Clifford Geertz. Para conocer sus complejas implicancias
epistemológicas véase su “El antropólogo como autor” (1989), en especial su primer y su
último capítulos, titulados, precisamente (y respectivamente), “Estar-allí” y “Estar-aquí”.
425 Fernández (1995:143).
423
363
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
mientras que el antropólogo construye los suyos a partir de una
situación de comunicación in situ, en presencia de un sujeto que habla
y produce un discurso (que, apelando a otros resortes de su oficio,
transformará en texto)426.
Esos otros resortes necesitan, paradójicamente, de la generación de
una distancia en cada encuentro con el otro (y con lo otro)427. De este
modo, el antropólogo está condenado a moverse en la tensión entre
proximidad y distanciamiento, en lograr la mayor familiarización con
sus interlocutores y sus circunstancias vitales al mismo tiempo que una
actitud en su self (una postura epistémica y una sensación
deliberadamente auto-provocadas) de extrañamiento428. Esto
configura una suerte de dialéctica “en la que nunca podemos
excluirnos totalmente de la sociedad en la que, en cierto modo,
necesitamos incluirnos para comprenderla en profundidad; no
podemos excluirnos pero sí distanciarnos. La necesidad de
distanciarse implica o apela a una lucha contra el egocentrismo y el
etnocentrismo, pero esta misma lucha implica el reconocimiento de la
subjetividad para resistir en ella”429.
La puesta en juego de este reconocimiento exige un esfuerzo según el
cual “el antropólogo considera a los sujetos que encuentra (…) como
los actores de un universo social que le es extranjero. (…) Al mismo
tiempo, define su propia posición: se ubica en el exterior de este
universo social, se ve fuera de la situación de encuentro. La
investigación de campo es un movimiento para superar esta
exterioridad, un viaje hacia el interior de ese mundo que le permitirá
Este desarrollo argumental se distancia bastante del planteo clásico que EvansPritchard tomara de Kroeber; para aquél las diferencias entre el estudio directo e in situ
que hace el antropólogo social y el estudio indirecto (mediado por documentos) que hace
el historiador no son de índole metodológica: “tales diferencias lo son exclusivamente en
cuanto a la técnica, al énfasis y a la perspectiva, pero no en cuanto al método y
objetivo” (Evans-Pritchard, 1990:19). Esta perspectiva es afín a la expuesta en la
ambiciosa Antropología estructural de Lévi-Strauss, para quien ambas disciplinas son
indisociables y no difieren en su objetivo sino, fundamentalmente, en su orientación.
427 La paradoja es sólo aparente, y en buen grado retórica. En realidad, la distancia a
poner en el encuentro no es física sino cognitiva (o hermenéutica).
428 Aplico aquí el término inglés self en el sentido en que lo utiliza Erving Goffman en su
clásico The presentation of self in everyday life (La presentación de la persona en la
vida cotidiana, 1971). Es por ello que he preferido no traducirlo, como es habitual, por
“yo” o por “sí mismo”.
429 Morin (1995:37).
426
364
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
producir un conocimiento desde adentro”430. Asimismo, el vector
analítico que toda investigación implica –que nutre al y se nutre del
trabajo de campo– es también un movimiento para superar esa
interioridad: ese conocimiento desde adentro, insisto, también
necesita del dépaysement431 tanto como de la exterioridad alerta y
vigilante, del distanciamiento necesario para la tarea analítica, del
autoexilio de la situación de encuentro, todo lo cual se suma al carácter
inevitablemente marginal del investigador de campo432.
La tensión entre proximidad y distanciamiento no sólo opera en el
trabajo de campo y en su interfaz con el trabajo analítico; también es
central y definitoria en su inscripción como escritura: “la tensión entre
lo que, al fin y a la postre, son los momentos arquetípicos de la
experiencia etnográfica, el empapamiento y la escritura”433. Asumir
esa tensión implica, entonces, enfrentar el reto de “sonar como un
peregrino y como un cartógrafo al mismo tiempo”434, conjugando la
visión íntima del primero y el análisis frío del segundo. En definitiva, el
investigador, al asumir una perspectiva socio-antropológica, asume con
ella la inevitabilidad de su desplazamiento por esa tensión entre
interioridad y exterioridad, entre estar-allí (estar adentro, meterse) y
estar-aquí (estar afuera, salir), entre su inclusión y su exclusión, entre
el empapamiento del estar-allí y la escritura del estar-aquí435.
El historiador, por su parte, no necesita distanciarse: su distancia con
respecto a su objeto ya está dada (“por definición”). El riesgo es otro:
ignorar esa distancia y caer en el error de creer que los actores del
pasado son como los de nuestro hic et nunc. Es para evitar ese error
que debe tomar distancia o, para decirlo con mayor precisión,
reconocer la distancia (cultural). Establecida esa distancia, el
historiador construye un discurso de carácter representacional: una
Althabe (1999:62).
El dépaysement –concepto que Lévi-Strauss describe en Tristes Trópicos y que cabe
traducir como desarraigo– alude al modo que debe asumir el retorno del antropólogo a
la propia cultura (cf. Lévi-Strauss 1970).
432 Cf. Freilich (1970).
433 Geertz (1989:93).
434 Ídem:20.
435 Mantenerse en pie sobre esa tensión puede propiciar el deslizamiento desde la
tradicional observación participante hacia una descripción participante, según Geertz,
todo un dilema literario (cf. ibíd.:93).
430
431
365
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las máscaras de la identidad colectiva …
narración –el relato histórico– que representa algo que existió en el
pasado, tal como puede inferirse, sobre todo, de los vestigios
documentales disponibles. Por esta vía, más que presentar (hacer
presente) algo ausente, lo representa (lo vuelve a hacer presente) en un
relato, mediante el cual ordena y le da coherencia a ciertos hechos del
pasado436 y, sobre todo, los dota de sentidos y significados inteligibles.
La tonalidad general del enfoque socio-antropológico que guió mi
trabajo de investigación comprende otros pormenores que deben ser
explicitados y discutidos. Para ello, resulta útil apelar a otro historiador
contemporáneo también seducido por ciertas prácticas antropológicas:
“los escritos de los antropólogos son obras imaginativas en las que las
dotes del autor se miden por su capacidad para ponernos en contacto
con las vidas de personas extrañas y fijar sucesos o discursos
sociales”437. Esto implica acercarse a las motivaciones de los sujetos,
pasaporte necesario, aunque no exclusivo, para la interpretación del
sentido de sus acciones. Es en este contexto programático que debe
entenderse la propuesta metodológica inherente a la descripción densa
formulada por Geertz (y extrapolada al campo de la historia por
Darnton), una descripción microscópica e interpretativa enfocada en la
percepción aguda de los detalles de las interacciones observables y en
el desciframiento creativo, eludiendo la búsqueda de empatía, de lo nodicho y de lo oculto en los discursos producidos en situaciones de
interlocución: “la cuestión no estriba en situarse en cierta
correspondencia interna de espíritu con los informantes. Ya que sin
duda prefieren, como el resto de nosotros, hacer las cosas a su modo,
no creo que les entusiasme demasiado un esfuerzo semejante. Más
bien, la cuestión consiste en descifrar qué demonios creen ellos que
son”438.
Mi investigación, desplegada en concordancia con esa particular forma
de concebir el trabajo de campo, puso énfasis en un abordaje
microscópico orientado a destacar lo particular del locus elegido,
Valga aclarar que, en rigor, el historiador, aún cuando presuma que se ocupa de los
hechos del pasado, no puede hacer más que operar sobre sus representaciones (en algún
grado colectivas), tal como en su momento fueron formuladas por sus protagonistas,
observadores o comentaristas.
437 Levi (1993:129).
438 Geertz (1994:76).
436
366
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
aunque con el propósito de poder sustentar algunas reflexiones de
mayor alcance. No obstante, este tipo de reflexiones no deben ser
entendidas como generalizaciones ingenuas confiadas en que se puede
dar cuenta cabal de lo general en lo particular: “lo que uno encuentra
en las pequeñas ciudades y aldeas es (¡ay!) vida de pequeñas ciudades
y aldeas. Si la importancia de los estudios localizados y microscópicos
dependiera realmente de semejante premisa –de que capten el mundo
grande en el pequeño–, dichos estudios carecerían de toda
relevancia”439.
A lo largo de la investigación he procurado eludir, por falaz y
presuntuosa, la tentación de aspirar a captar el mundo grande en el
pequeño: lo pequeño, lo local, no es un reflejo mecánico ni una
muestra, una condensación o una miniaturización de lo grande o de lo
general. Pero estudiar un mundo pequeño y, sobre todo, en un mundo
pequeño, tiene un valor epistémico autónomo, en virtud de lo cual
puede habilitar –si es un estudio riguroso, si da cuenta de su inserción
en el contexto o en el marco de referencia general– a decir algunas
cosas sobre el mundo grande. Es mi convicción que a partir de una
investigación empírica realizada en una pequeña ciudad de unos tres
mil habitantes es lícito (teóricamente) y válido (epistemológicamente)
proponer reflexiones de mayor alcance y generalidad sobre los
procesos de construcción de identidad cultural local y de
determinación del valor patrimonial de los bienes culturales de un
grupo social.
Es precisamente esta convicción la que puede obturar el riesgo,
siempre agazapado, de que el estudio de lo local se deslice hacia la
referencia anecdótica descontextualizada, hacia el localismo, el
parroquialismo o la historia de campanario: “la historia local no debe
aspirar a eso. Deberíamos concebirla como aquella investigación que
ha de provocar interés a quien, de entrada, no se siente atraído por el
objeto concreto ni por el espacio local que lo delimita. No es una
pretensión inaudita; por el contrario, es una lección que hemos
aprendido de los antropólogos (…); si aprendemos de antropólogos
como Geertz, deberíamos comprender que la meta no puede ser
principalmente analizar la localidad sino, sobre todo, estudiar
439
Geertz (1987a:33).
367
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
determinados problemas, acciones, conflictos o experiencias en la
localidad”440.
Estudiar problemas en la localidad comprende la realización de análisis
de casos, lo cual resultará fecundo sólo si se puede garantizar “la
representatividad del caso en la comprensión del todo, la
interpretación de la particularidad para esbozar un plano general, la
explicación de lo singular para la complejización de la totalidad”. En
consecuencia, si bien es palmariamente cierto que lo que uno
encuentra en las pequeñas ciudades y aldeas es vida de pequeñas
ciudades y aldeas, la importancia de los estudios localizados y
microscópicos no depende realmente de semejante premisa, sino de
esta otra: “sólo se puede captar la lógica más profunda del mundo
social a condición de sumergirse en la particularidad de una realidad
empírica, históricamente situada y fechada, pero para elaborarla
como «caso particular de lo posible», en palabras de Gaston
Bachelard, es decir como caso de figura en un universo finito de
configuraciones posibles”441.
Como ya he insinuado, la relevancia –o, por lo menos, la relevancia
pretendida– de la investigación acometida estuvo asociada con el
propósito de producir, a partir de lo particular del locus elegido
(Minas de Corrales y sus alrededores), reflexiones de mayor alcance, es
decir, reflexiones que no se enquisten en enfoques particularizantes y
que, en cambio, puedan ser consistentemente aplicables a otros loci de
escala, condiciones y problemáticas similares (o equivalentes). En este
sentido, “estoy convencido”, como Bourdieu, de que “el procedimiento
que consiste en aplicar a otro mundo social un modelo elaborado
siguiendo esta lógica resulta sin duda más respetuoso con las
realidades históricas (y con las personas) y sobre todo más fecundo
científicamente que el interés por las particularidades aparentes del
aficionado al exotismo más volcado prioritariamente en las
diferencias pintorescas”442.
En suma, la singularidad y la potencia hermenéutica de los abordajes
microscópicos e interpretativos (à la Geertz), descripción densa
Pons-Serna (2007:22). (Los resaltados son de los autores.) Una vez más he convocado
a historiadores que miran con interés hacia la antropología de inspiración geertziana.
441 Bourdieu (1997:12).
442 Ídem:13.
440
368
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las máscaras de la identidad colectiva …
mediante, tanto desde el trabajo de campo del etnógrafo como desde el
trabajo de gabinete del historiador local (o del micro-historiador), no
radican en la delimitación de un nuevo objeto (lo local, lo pequeño, lo
micro, lo aparentemente nimio: las riñas de gallos balinesas, una
matanza de gatos en el siglo XVIII parisino, la peripecia de un
molinero friulano del siglo XVI443) sino en la disposición de una nueva
mirada y enfoque y, entonces, de una nueva práctica científicopoiética.
Tal disposición –mirada, enfoque y práctica– contribuye con idoneidad
en el abordaje de la complejidad inherente a lo social, tanto como a la
reducción de la opacidad constitutiva de todo discurso y
comportamiento observable.
443
Véase, respectivamente, Geertz (1987b), Darnton (2006), Ginzburg (2001).
369
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370
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de la opacidad y la complejidad, de gauchos y salvajes
Es fama que le preguntaron a Borges cuánto tiempo había requerido
para escribir uno de sus sonetos y que respondió: todos los siglos que
precedieron al momento en que lo escribí. Recurso asaz económico –y
de inusual rigor– de capitalizar la inefable usura del tiempo444, riesgo
que amenaza toda inversión. Onírica prestidigitación de shamán445,
sabiduría de derviche, espesor ontológico de quien se reconoce
balanceándose en la infinitud de una cadena trófica de tortugas sobre
tortugas, discurriendo en el tobogán de una inconcebible cinta de
Mœbius. Es que el arte no es platónico446, canta el poeta, como desde
la sima de los tiempos, estimulando al científico con sus
teorizaciones447, espoleando al moderno demiurgo con la nada
platónica virtud de la sospecha.
Así comienza el poeta su agudo ensayo sobre la poesía gauchesca: “Es
fama que le preguntaron a Whistler cuánto tiempo había requerido
para pintar uno de sus nocturnos y que respondió: ‘toda mi vida’. Con
igual rigor pudo haber dicho que había requerido todos los siglos que
precedieron al momento en que lo pintó. De esa correcta aplicación de
la ley de causalidad se sigue que el menor de los hechos presupone el
inconcebible universo e, inversamente, que el universo necesita del
menor de los hechos. Investigar las causas de un fenómeno, siquiera
de un fenómeno tan simple como la literatura gauchesca, es proceder
en infinito”448.
Proceder en infinito: la investigación de las causas como proceso sinfín
y la causalidad misma, lo infinitamente pequeño y lo infinitamente
grande, la infinitud y la eternidad, la simplicidad y los confines del
Prólogo a “La rosa profunda” (1975), incluido en Borges (1989:77).
“Escribir un poema es ensayar una magia menor”, escribió Borges en su Inscripción
a “Los conjurados” (1985), incluido en Borges (1989:453).
446 Borges: “La poesía gauchesca”, en Discusión (1932), incluido en Borges (1974:180).
447 “Las teorías, como las convicciones de orden político o religioso, no son otra cosa que
estímulos”, escribió Borges en su Prólogo a “La rosa profunda” (1989:78). Considérese
también su sutil reformulación –repetición y diferencia– planteada diez años más tarde:
“las teorías pueden ser admirables estímulos” (Prólogo a “Los conjurados”, en
1989:455).
448 “La poesía gauchesca” (op. cit.:179).
444
445
371
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las máscaras de la identidad colectiva …
complejo mundo fenoménico… tales algunas de las cuestiones que
atravesaron la escritura de Borges (y, mutatis mutandi, la lectura de
Borges).
Proceder en infinito: si nos atenemos a los dictámenes de los
diccionaristas, esa suerte de masoretas de la palabra, proceder significa
originarse una cosa de otra, adelantar, ir adelante. Investigar las
causas de un fenómeno no es, entonces, proceder en infinito, sino más
bien inhabilitar, por improcedente, cualquier proceder. Pero dejemos
la paja de estos malabares lexicológicos y quedémonos con los granos
del trigo del asunto.
Investigar las causas de un fenómeno... es proceder en
infinito.
Phainómenon, enseña Daniel Vidart, “es lo que aparece, lo que
deslumbra con su viva luz y no deja ver el noumenos, la cosa en sí”449.
Phainómenon y noúmenon, lo visible y lo invisible, objetos axiales y
presumiblemente fundacionales de las principales ciudadelas de la
razón: la física y la metafísica. Phainómenon y noúmenon,
espiralándose también en la imagen, en la cual, según un filósofo
todavía de moda, “determinadas partes son visibles y otras no, las
visibles hacen invisibles a las otras”450, sentencia que se exacerba en el
inesperado (y muy anterior) verso de un admirable poeta ya no tan de
moda: “y lo invisible se prueba por lo visible”451, asertos que dialogan
entre sí tanto y tan involuntariamente como los títulos de los libros que
los acogen452.
Quizás lo visible no pruebe nada, excepto su propia visibilidad. Quizás
sea imposible probar lo invisible y hasta su propia existencia. Quizás
sea también imposible probar la imposibilidad de probarlo.
Quedémonos, sólo por ahora, con lo primero: phainómenon, la viva luz
de la máscara que oculta el rostro (que oculta el alma) de las cosas.
Claro que (más allá del paréntesis animista), “las cosas” no tienen una
naturaleza única en los diversos mundos fenoménicos. En el ámbito de
“Una guía para viandantes”, Prólogo a Acevedo (2007:IX).
Baudrillard (1988:28).
451 “El otro por sí mismo” (Baudrillard); “Canto a mí mismo” (Walt Whitman).
452 Baudrillard (1988:28).
449
450
372
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las máscaras de la identidad colectiva …
“lo natural” y en cualquiera de sus escalas –en todo el continuum que
va desde lo infinitamente grande hasta lo infinitamente pequeño– se
ha podido “probar” (deductivamente) la existencia de objetos
invisibles453.
Deberíamos asumir, entonces, que tales objetos son parte constitutiva
de “la realidad”, aún cuando la imperfección inherente a nuestros
mecanismos sensorio-perceptivos y a sus cada vez más sofisticadas
prótesis tecnológicas impida –por lo menos provisoriamente– su
visibilidad. Podemos con certeza inferir –por vía inductiva, deductiva o
hasta transductiva– la existencia de objetos tan “reales” como
invisibles, aún cuando nos sintamos como Aquiles el de los pies veloces
tratando de alcanzar a la tortuga, según ilustra una de las inquietantes
paradojas de Zenón de Elea.
El ámbito de lo social, por el contrario, nos enfrenta a algo diferente.
También aquí “lo invisible social es tan real como lo visible, pero su
realidad no puede ser aprehendida del mismo modo”454 que en el caso
anterior. Y no puede serlo porque de lo que se trata no es de
aprehender objetos invisibles –que carecen de existencia real en el
ámbito de lo social– sino relaciones, invisibles por definición.
Afortunadamente, hace tiempo que se cayó –y se acalló– “la primera
regla, y la de carácter más fundamental” del pretendido método
sociológico impuesta más de un siglo atrás por el tío de Mauss:
“considerar a los hechos sociales como cosas”455. Detrás estaba,
ciertamente, su mentor, el secretario de Saint-Simon: “ciertamente,
Comte ha declarado que los fenómenos sociales son hechos naturales,
sometidos a leyes naturales. De este modo ha reconocido
implícitamente su carácter de cosas, pues en la naturaleza no hay
sino cosas”456.
Uno de los casos más conocidos es el del planeta Neptuno, cuya existencia no fue
verificada a partir de su observación directa, sino inferida a partir de la observación de
ciertas desviaciones aparentes en la “esfera celeste” (cf. Prigogine-Stengers, 1990:52-53).
Por ende, afirmar que Neptuno no fue “descubierto” sino “inventado” por Newton es
conceptualmente más riguroso y hace mayor justicia con la precisión etimológica: la voz
latina inventum deriva de invenire, que significa hallar, bastante distinto que descubrir.
454 Barel (1984:13).
455 Durkheim (1994:69).
456 Ídem:73.
453
373
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las máscaras de la identidad colectiva …
La concepción comteana de equivalencia de “hechos naturales” y
“hechos sociales” ya resulta perimida por inconsistente, tanto como el
pretendido sometimiento de los “hechos sociales” a leyes naturales y,
más aún, “su carácter de cosas”. Es igualmente insostenible la sutil
chicana durkheimiana del “como si”. Como si dijera: mi inspirador dijo
que “los fenómenos sociales son hechos naturales”; yo, en cambio, digo
que hay que considerarlos como si lo fueran. Los “hechos sociales”, tal
como los concibe Durkheim, no son en rigor “fenómenos sociales”, así
como tampoco “los fenómenos sociales son hechos”, como propugna
Comte. No lo son, entre otras cosas, porque, perogrullada mediante, los
fenómenos sociales son… fenómenos sociales.
De lo que se trata es de acercarse a lo que aparece –exclusivo objeto de
aprehensión e inteligibilidad– y preguntar, escuchar, desenmudecer al
objeto: “nunca entenderé la actitud de los hombres frente a nosotros,
los objetos. Proceden como si creyeran que la circunstancia de
habernos dado vida les autoriza a tratarnos como a esclavos
mudos”457. De lo que se trata es de acercarse a lo que aparece, no para
regodearnos con su estar-en-el-mundo a la manera de las intentonas
de algunos sofistas y etnometodólogos, tampoco como argucia para
acceder a lo oculto o a la cosa en sí, a la manera de neoplatónicos y
trasnochados esotéricos de lo arcano, sino principalmente para dar
cuenta de la relación entre ambos. Relación compleja e irreductible a
fórmulas mágicas, relación inescrutable desde la causalidad o la
casualidad: relación de implicación e imbricación por ocultamiento,
cuya complejidad la instaura como denso plexo relacional.
Así pues, la realidad social (realidad en términos de verosimilitud –veri
similis– y no de veracidad –veracitas–) no es de índole fáctica sino de
carácter fenoménico, y por lo tanto, tal como ha señalado Yves Barel, es
del orden de la relación entre el acontecimiento y su comentario, lo
observado y el observador, la cosa y la palabra, lo real y lo imaginario.
Es por ello que han fracasado quienes se han obstinado “en ver una
relación como puede verse un objeto”458. Resulta más consistente –y
Mujica Lainez (1994).
El contexto discursivo en el que Barel planteó lo que aquí he traducido es el siguiente:
“une partie de la «réalité» sociale se laisse mal apercevoir, décrire, analyser,
interpréter, alors que par ailleurs s’impose l’impression qu’il est impossible de tenir
cette partie pour négligeable. (…) L’invisible social existe, et il ne peut être considéré à
la manière d’un objet” (op. cit.:14).
457
458
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las máscaras de la identidad colectiva …
de valor heurístico apreciablemente mayor– la obstinación en asumir
aquél carácter fenoménico, ya no para desvelar lo velado o hacer visible
lo invisible, sino para mostrar “lo que vuelve ciertas cosas invisibles,
y, por el mismo hecho, asegura la visibilidad de otras cosas. No el
objeto, sino lo que se le hace al objeto”459.
Resulta totalmente ilusoria, pues, la pretensión de mostrar al objeto
que oculta para acceder al objeto oculto (ilusión de transparencia de “lo
real”, ilusión de cierta hipertrofia interpretativista), casi tanto como la
de mostrar, sin mediación alguna, lo oculto (ilusión de inteligibilidad
de “lo ideal”, ilusión del poder omnisciente de la razón). Resulta
ilusoria, también, la postulación kantiana de una esencia –el
noúmenon– que presuntamente anida bajo la cáscara o máscara de lo
aparente. Sólo cabe asumir, pues, la opacidad radiante de lo
fenoménico: luz que deslumbra y opaca. Y explorar, entonces –y luego
mostrar, como quiere Barel–, las estrategias460 o los dispositivos461 o
las modalidades de ocultamiento. En una palabra: estar-entre.
Investigar las causas de un fenómeno... es proceder en
infinito.
La recurrente idea borgeana de que “el menor de los hechos presupone
el inconcebible universo”, presente en culturas orientales milenarias,
tanto en el panteísmo místico de los sufíes como en algunas versiones
del confucianismo y del taoísmo, ya había sido avizorada por Pascal,
singular centauro matemático-filosófico, lejano precursor de eso que
hoy se denomina pensamiento complejo: “creo imposible conocer las
partes sin conocer el todo y tampoco conocer el todo sin conocer
particularmente las partes”462. Lo infinitamente pequeño y lo
infinitamente grande, esos dos campos que quitan el sueño a los físicos
contemporáneos y donde se han dado los más vertiginosos e inciertos
avances, enredados inclusivamente: así como cada pixel de un
holograma contiene la totalidad de la información de aquello que en su
totalidad representa, así como “cada célula contiene la totalidad del
Ídem.
Cf. de Certeau (2000:XLIX-X;:42-45).
461 Cf. Foucault (1991;1979).
462 Pascal (1995).
459
460
375
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las máscaras de la identidad colectiva …
patrimonio genético de un organismo policelular”463, así también “el
menor de los hechos presupone el inconcebible universo”.
Tal hiperbólico embrollo nos dispara hacia la inefabilidad causal de lo
fenoménico: “investigar las causas de un fenómeno, siquiera de un
fenómeno tan simple como la literatura gauchesca, es proceder en
infinito”. Pero también escamotea la aparentemente intrínseca
complejidad de lo fenoménico y su opacidad por ocultamiento. No hay
fenómenos simples. Todo fenómeno, por simple que parezca, es
complejo; no complejo per se –por lo que es, por lo que denota, por lo
que muestra– sino fundamentalmente por sus implicancias –por lo
que evoca, por lo que connota, por lo que oculta–. Pero además, y por
encima de esos asertos en apariencia axiomáticos, el plexo de
complejidad en el que todo fenómeno teje su urdimbre se asienta en
esa singular relación entre el acontecimiento y su comentario, lo
observado y el observador.
De esta manera, la complejidad radica más en las estrategias de
abordaje del fenómeno que en sus propias características. Aún cuando
se trate de fenómenos en apariencia simples –siquiera de un fenómeno
tan simple como la literatura gauchesca–, cuanto más nos acerquemos
al desvelamiento de las implicancias ocultas –acercamiento que
inevitablemente es proceder en infinito–, mayor será la complejidad
aparente (y viceversa). Dicho de otro modo, más esquemático: la
complejidad de un fenómeno es directamente proporcional a la
profundidad con la que lo exploramos y a la idoneidad y precisión de
los instrumentos con los que nos valemos para ello. “A simple vista”,
cualquiera de los objetos que nos rodean son simples. Por ejemplo, esta
hoja que estamos mirando es simple: una superficie rectangular y
blanquecina, con caracteres impresos negros. Ahora bien (y dejando a
un lado los significados que podríamos atribuir a las palabras, esas
perras negras, que tales caracteres conforman), si ponemos atención a
la disposición de esos caracteres, a los diversos espacios blancos que se
configuran entre ellos, esta hoja que estamos mirando ya no es tan
simple como “a simple vista” nos parecía. Si ahora miramos un sector
de esta hoja con una lupa, empezamos a ver cosas que antes no
veíamos: el paisaje lunar o brasílide constituido por los minúsculos y
463
Morin (1999:16).
376
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las máscaras de la identidad colectiva …
desiguales poros del papel, el modo en que cada carácter hiere y deja su
peculiar impronta en la hoja, las sutiles volutas de algunas letras. Esta
hoja es ahora mucho menos simple de lo que parecía hasta hace un
rato. Y si, finalmente, la miramos con un microscopio de alta potencia,
ese paisaje estático de caracteres y poros, de heridas y volutas, se
vuelve tiovivo desquiciado: partículas que se mueven morosamente,
otras que se desplazan a alta velocidad, algunas siguiendo órbitas
elípticas, otras trayectorias oscilatorias brownianas. El paisaje que se
recorta en la lente –la misma hoja de siempre– se nos presenta ahora
con una complejidad desconcertante.
Investigar las causas de un fenómeno, siquiera de un
fenómeno tan simple como la literatura gauchesca, es
proceder en infinito.
Ahora sí podemos admitir que no es simple ningún género literario,
ninguna tópica literaria. Tampoco lo es –el siquiera es una guiñada
propia de la vanidad del ensayista– la literatura gauchesca, como
diáfanamente lo muestra el ensayo que he tomado como excusa. La
literatura gauchesca no es simple, y lo es en mucho menor medida
después de leer a Borges, quien se acerca a ella para escudriñar entre lo
oculto y dar cuenta, a un mismo tiempo, tanto de la complejidad del
ocultamiento como de la complejidad del escudriñamiento. Borges
vuelve aparente la complejidad de lo aparentemente simple al bucear
con avidez por detrás de la luz que deslumbra y deslumbrando opaca.
Para dar cuenta del escamoteo del ensayista –y de su ensayo– básteme
la mención de sus primeros pasajes, que juzgo principales: “... proceder
en infinito; básteme la mención de dos causas que juzgo principales.
Quienes me han precedido en esta labor se han limitado a una: la vida
pastoril que era típica de las cuchillas y de la pampa. Esa causa, apta
sin duda para la amplificación oratoria y para la digresión
pintoresca, es insuficiente; la vida pastoril ha sido típica de muchas
regiones de América, desde Montana y Oregon hasta Chile, pero esos
territorios, hasta ahora, se han abstenido enérgicamente de redactar
El gaucho Martín Fierro. No bastan, pues, el duro pastor y el desierto.
377
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
(...) Derivar la literatura gauchesca de su materia, el gaucho, es una
confusión que desfigura la notoria verdad”464.
Derivar cualquier disciplina –sea o no disciplinada, sea o no científica–
de su materia (u objeto), es también una confusión que desfigura la
notoria verdad. Sirva, aquí, el caso de la antropología social como
ilustración extrapolable a otros campos disciplinares (y disciplinados).
La denominada proto-antropología comenzó a asomarse al mundo,
hace más de cuatro siglos, espoleada por la etnocéntrica curiosidad de
los europeos (principalmente hispánicos y portugueses; también
británicos, franceses y holandeses, entre tantos otros), de un golpe
enfrentados a individuos de apariencia casi humana dispersos por el
Mundo Nuevo. La producción de numerosos cronistas y, sobre todo, la
del moralista Montaigne en el siglo XVI y la de los ilustrados franceses
del XVIII, con el multifacético Voltaire en primera fila, fueron
preparando el terreno que había quedado en barbecho durante
muchísimo tiempo. Al cabo de un par de siglos el humus ya estaba
suficientemente abonado como para que la antropología social pudiera
enraizar, estrenando su flamante estatus de disciplina académica,
ahora con la fuerza adicional dimanante de la ingente necesidad de los
imperios colonialistas europeos –ergo: imperiosa necesidad– de
conocer “científicamente” a sus “salvajes” súbditos ultramarinos,
imprescindible pasaporte para una dominación más eficaz. Así,
durante tres cuartos de siglo, desde la publicación del manual pionero
de Edward Burnett Tylor hasta los primeros trabajos de Lévi-Strauss,
la gran mayoría de los antropólogos sociales efectivamente asumió que
lo más distintivo de su disciplina radicaba en su objeto: sociedades
salvajes, pueblos primitivos, culturas exóticas, distintas y distantes de
las suyas. Dicha asunción no fue una mera consecuencia natural de la
particular génesis de una ciencia nacida al servicio del colonialismo,
sino también una cuestión emergente de la necesidad de marcar un
dominio exclusivo y una frontera –un criterio de demarcación– que la
distanciara de la sociología, hermana incestuosa nacida unas cuatro
décadas antes. Hoy ya queda claro, para cualquier iniciado en estos
menesteres, que no bastan, pues, el noble salvaje o el paraje exótico:
464
“La poesía gauchesca”, en Borges (1974:179).
378
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
derivar la antropología social de su materia, el homo primitivus, es
una confusión que desfigura la notoria verdad.
“... la notoria verdad. No menos necesario para la formación de ese
género que la pampa y que las cuchillas fue el carácter urbano de
Buenos Aires y de Montevideo. Las guerras de la Independencia, la
guerra del Brasil, las guerras anárquicas, hicieron que hombres de
cultura civil se compenetraran con el gauchaje; de la azarosa
conjunción de esos dos estilos vitales, del asombro que uno produjo en
otro, nació la literatura gauchesca”465.
No menos necesario para la formación de ese género que los vergeles
exóticos y que las selvas distantes fue el carácter atomizado de las
balbucientes ciencias humanas, cariocinéticamente nacidas al servicio
genuflexo de la ideología del Capital (la sociología) o bien de la
geopolítica del Imperio (la antropología social). El infrahumano
comportamiento de los nativos del Mundo Nuevo (sobre todo de
aquellos que habitaban los vastos territorios tetracontinentales del
Commonwealth, dominio de la gran potencia imperial de la época),
esos díscolos salvajes de bárbaras costumbres, hicieron que hombres
de cultura civil se compenetraran con el indígena; de la azarosa
conjunción de esos dos estilos vitales, del asombro que uno produjo en
otro, nació la literatura etnográfica primero, la ciencia antropológica
después.
“... nació la literatura gauchesca. Denostar (algunos lo han hecho) a
Juan Cruz Varela o a Francisco Acuña de Figueroa por no haber
ejercido, o inventado, esa literatura, es una necedad; sin las
humanidades que representan sus odas y paráfrasis, Martín Fierro,
en una pulpería de la frontera, no hubiera asesinado, cincuenta años
después, al moreno. (...) Todo gaucho de la literatura (todo personaje
de la literatura) es, de alguna manera, el literato que lo ideó”466.
Todo salvaje de la antropología (todo personaje de la etnografía) es, de
alguna manera, el etnógrafo que lo ideó: el etnógrafo construye al
sujeto de su descripción –convirtiéndolo en sujeto sujetado– y
haciéndolo también procede en infinito en la construcción del propio
objeto de su complejísimo tarea. El etnógrafo estuvo allí: observó,
465
466
Ídem.
Ibíd.
379
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
escuchó, tomó notas. Cuando la proximidad empieza a exigir
distanciamiento, cuando la metonimia se deja seducir y colonizar por
la metáfora, el etnógrafo deviene antropólogo467: rascando la piel del
phainómenon busca, vanamente, el noúmenon entre sus pliegues,
presume que vuelve visible lo invisible. Después narra a sus pares las
visibilidades que miró y las invisibilidades que vio, pone en palabras
más o menos legibles su “visibilización” de las invisibilidades que creyó
ver: traduce, interpreta, inventa, construye: pura póiēsis.
No es, entonces, la(s) realidad(es) visible(s) sino la invisibilidad –nada
de los hechos sociales como cosas– la materia prima, la arcilla
necesaria, el huevo de la creación. Así como el arte requiere de
irrealidades visibles –tal lo que decía Borges haciendo prótesis en su
admirado Schopenhauer– la antropología se nutre de realidades
invisibles.
Todo salvaje de la antropología (todo personaje de la etnografía) es,
de alguna manera, el etnógrafo que lo ideó: el etnógrafo construye al
sujeto de su descripción –convirtiéndolo en sujeto sujetado–… y en su
afán de sujetarlo, queda sujetado por él. Es así como la singular
relación entre objeto y sujeto literaturiza al quehacer antropológico;
así es como éste deviene literatura salvaje que procede en infinito en
la construcción del propio objeto –la otredad cultural– de su
complejísimo oficio.
Cuando la metonimia se sobrecarga de empatía y resbala hacia la asíntota de la
sinonimia, cuando el etnógrafo no puede resistir a la fuerza centrípeta del estar-allí, es
también posible, es también probable, que no devenga antropólogo sino nativo. Es la
parábola borgeana de “El etnógrafo” (en “Elogio de la sombra”, Borges 1974:989-990) o
la de Carpentier (1973), o la peripecia de Castaneda y algunos otros. En el extremo, es la
alegoría cortazariana de “Axolotl” (Cortázar 1964), maravilloso cuento en el que el
narrador observa con admiración a un axolotl, de a poco se identifica con él, hasta que
inadvertidamente se opera una inquietante transferencia de identidades: el observado
deviene observador, el observador deviene observado.
467
380
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
antropología (de base etnográfica) e historia (local) 468
La antropología es una licencia
para la caza intelectual furtiva
Kluckhohn
Antes de la digresión precedente había destacado la potencia
hermenéutica de los abordajes microscópicos e interpretativos que
desde hace un par de décadas se han ido instalando en la historia y en
la antropología. Tanto en una como en la otra se ha producido una
suerte de centrifugación en la construcción del objeto y, como secuela,
la aparición de nuevas miradas, enfoques y modos, bastante
indisciplinados, de concebir y conducir las prácticas en ambas
disciplinas. Mi investigación se inscribió, por vocación y decisión, en
ese nuevo escenario: he transitado entre un modo particular de hacer
antropología y un modo particular de hacer historia, ocupando una
interfaz que a mi juicio es muy prometedora, reveladora, provocadora.
No han sido pocas las resistencias frente a aquella centrifugación y sus
derivaciones. Bien sabemos que la Academia es campo fértil para las
visiones apocalípticas de los hierofantes de las ortodoxias, siempre
celosos y a menudo recelosos, que se escudan en una supuesta y atávica
pureza de las tradiciones académicas, y, casi como si quisieran
recrudecer o recrear el enfrentamiento irreductible entre “las grandes
dicotomías de la metafísica occidental, la vuelta al Ser y al
Devenir”469, instan e instalan a la Historia como cancerbero del
Devenir y a la antropología como aduanero del Ser. Pero por suerte hay
los herejes y hay los contrabandistas, y de eso sabemos bien. Los hay
desde siempre: Herodoto, Tucídides, Ibn Batuta, del lado de la protoHistoria, y más acá Peter Burke, Fernand Braudel, Eric Hobsbawm o
Carlo Ginzburg del lado de la Historia; de la orilla de la antropología,
Marcel Mauss, Eric Wolf, Marshall Sahlins o Michael Taussig. Y, por
supuesto, desafiando las fronteras y otras imposiciones de la ortodoxia,
Robert Darnton de un lado, Clifford Geertz del otro. O, dicho mejor, del
Algunos tramos del desarrollo que presento en esta sección están tomados de Acevedo
(2008a).
469 Geertz (2002:82).
468
381
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
mismo lado: en la frontera misma. Los tradicionalistas han puesto a la
Historia como saber monopólico del Tiempo y del Cambio, y a la
antropología como saber oligopólico del Espacio y la Permanencia.
Como sugiere Geertz, los historiadores bucean en el pasado distante (lo
lejano en el tiempo) para dar cuenta del cambio, los antropólogos en el
presente distante (lo lejano en el espacio) para dar cuenta de la
permanencia de la otredad; los historiadores como muralistas del
paisaje muerto de la antigüedad, los antropólogos como miniaturistas
del paisaje exótico de la contemporaneidad. La decadencia de Roma o
los avatares del Antiguo Régimen de un lado, el potlatch kwakiutl o las
riñas de gallos balinesas del otro: la Historia como narración
construida a partir de lo escrito en algún pasado más o menos lejano
en el tiempo, la antropología como narración construida a partir de lo
dicho en algún presente más o menos lejano en el espacio.
“El movimiento centrífugo –en cualquier momento menos ahora (si se
trata de la Historia), en cualquier lugar menos aquí (si se trata de la
antropología cultural)– que todavía caracteriza a las dos empresas, su
preocupación por lo que ha venido en llamarse (…) «El Otro»,
asegura cierta afinidad electiva entre ambas. Intentar comprender a
personas muy diferentes a nosotros, con condiciones materiales
diferentes, movidas por ambiciones diferentes y con ideas también
diferentes sobre qué es la vida plantea problemas muy similares (…).
Varían poco las cosas si cuando tratamos con un mundo de otro
lugar, ese otro lugar está lejos en el tiempo (o lejos en) el espacio”470.
Existen, pues, afinidades entre uno y otro campo, entre uno y otro
quehacer. Sin embargo, por lo menos a primera vista, tales afinidades
no implican (o no necesariamente implican, o no necesariamente
deberían conducir a) abordajes metodológicos compartidos. La
equivalencia de la distancia cultural entre, digamos, nosotros y los
fenicios y nosotros y los palestinos no es para nada perfecta,
particularmente aquí y ahora, que podemos tener a un palestino de
vecino. “En realidad, ni siquiera el «nosotros», «el yo» que busca la
comprensión de «el Otro», es exactamente el mismo aquí, y es esto,
creo, lo que explica el interés de los historiadores y los antropólogos
por sus respectivos trabajos y los recelos que surgen cuando se
470 Ídem:84-85.
382
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las máscaras de la identidad colectiva …
persigue ese interés”471. En este sentido, los recelos son legítimos y
bien fundados: según apunta Geertz, “«nosotros», al igual que «ellos»,
significa algo diferente para quienes miran hacia atrás (los
historiadores) y para quienes miran a un lado (los antropólogos), un
problema que apenas se resuelve cuando intentamos, como ocurre
cada vez más, hacer ambas cosas. La principal diferencia es que
cuando «nosotros» miramos hacia atrás, «el Otro» se nos aparece
como ancestral. Es lo que de algún modo nos ha conducido, si bien de
manera errática, al modo en que vivimos ahora. Pero esto no es así
cuando miramos a los lados”472. En efecto: nuestros contemporáneos
primitivos no son nuestros ancestros473.
Desde hace unas tres décadas está ocurriendo algo que parecería ser
una usurpación de territorios académicos ajenos. Por lo menos, son los
tradicionalistas –en especial los más ortodoxos– quienes podrían
calificar a ese “algo” como usurpación. Pero se trata, más bien, de un
encuentro, fruto de una especie de enamoramiento o flirteo, más
parecido a una relación de amantes que a un matrimonio bien avenido.
Se puede hablar, incluso, de la emergencia de una antropologización
de la Historia, tanto como de una historización de la antropología. Lo
primero podría ejemplificarse con el análisis de Hobsbawm en Rebeldes
primitivos o con el de Ginzburg en su célebre y subversivo El queso y
los gusanos; lo segundo con el análisis que Marshall Sahlins realizó a
partir de la peripecia del Capitán Cook en Islas de historia o el de Eric
Wolf en Europa y la gente sin historia474. Pero los ejemplos más
emblemáticos e inspiradores son, sin duda, La gran matanza de gatos
y otros episodios en la historia de la cultura francesa, de Darnton, y
Negara. El Estado-teatro en el Bali del siglo XIX, de Geertz.
En la actualidad, algo concordante con lo anterior puede verse, según
apunta Geertz, “en la mayor atención que historiadores occidentales
prestan a la historia no-occidental, y no sólo a la de Egipto, China,
India y Japón, sino a la del Congo, los iroqueses y Madagascar, en
471 Ibíd.:85.
472 Ibíd.
473 La
expresión en cursiva es el título de un conocido libro de George Peter Murdock.
Cabe prestar atención a la aparentemente paradójica relación entre los títulos de
algunos de esos libros y la procedencia disciplinar de sus autores: Rebeldes primitivos,
escrito por un inequívoco historiador; Islas de historia, por un antropólogo cultural.
474
383
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
tanto que desarrollos autónomos y no como meros episodios de la
expansión europea; (así como) en el interés antropológico por los
pueblos ingleses, los mercados franceses, las colectividades rusas o los
institutos de enseñanza media americanos (…). Los antropólogos
americanos escriben la historia de las guerras en Fidji, los
historiadores ingleses la etnografía de los cultos a los emperadores
romanos”475. Vemos, así, que han ido surgiendo préstamos mutuos en
la construcción del objeto, o por lo menos en las elecciones temáticas,
así como también, y sobre todo, ciertas confluencias notorias en las
respectivas construcciones metodológicas. Nos estamos enfrentando a
una suerte de“desprovincialización intelectual”476: “un fenómeno que
es lo bastante general y específico como para sugerir que lo que
estamos observando no es otro simple trazado del mapa cultural –el
desplazamiento de unas pocas fronteras en disputa, la señalización de
ciertos lagos de montaña pintorescos–, sino una alteración radical de
los principios de la propia cartografía. Algo le está sucediendo al
modo en que pensamos sobre el modo en que pensamos”477. Como
resultado, “la antropología da con el cuadro, la historia con el drama;
la antropología proporciona las formas, la historia las causas”478.
Lo que hace Darnton en La gran matanza de gatos no es demasiado
diferente, o, en rigor, no es diferente en lo sustantivo. De hecho, hay
notorias zonas de contacto entre ese texto y el célebre ensayo de Geertz
sobre la riña de gallos en Bali (en el que toma como modelo esa
circunstancia para internarse en una explicación antropológica del
juego del poder y de la tradición de la cultura indonesia) 479. Pero, más
allá de eso, La gran matanza de gatos constituye un excelente ejemplo
de una obra que participa de un continuum entre historia
antropologizada y antropología historizada, una sutil combinación de
descripción (densa) etnográfica y narrativa histórica, articulando un
know-how etnográfico (declaradamente geertziano) y una retórica
histórica: algo así como una tragedia antropológica inserta en una
trama histórica.
475 Ibíd.:86-87.
Geertz (1994:11).
Geertz (1980:34).
478 Geertz (2002:90).
479 Cf. Geertz (1987b).
476
477
384
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las máscaras de la identidad colectiva …
patrimonio cultural, memoria y olvido
Algunas palabras cometían
suicidio semántico, negándose a
sí mismas. Olvido era una de ellas.
Pérez-Reverte480
todo se hunde en la niebla del olvido
pero cuando la niebla se despeja
el olvido está lleno de memoria
Benedetti481
La noción moderna de patrimonio quedó fijada en la Convención sobre
la protección del patrimonio mundial, cultural y natural, organizada
por la UNESCO en el año 1972. Dos décadas después, el Coloquio de
Nara (Japón, 1994) puso en evidencia la necesidad de redefinir esa
noción, en consonancia con los cambios vertiginosos que se estaban
operando. En efecto, tal como ha planteado el historiador Pierre Nora,
“nuestras sociedades, enfrentadas a cambios excesivamente rápidos,
(han debido) buscar en el patrimonio un refugio compensatorio. (…)
Hemos pasado de un patrimonio de tipo nacional a un patrimonio de
carácter simbólico y de identificación. De un patrimonio heredado a
un patrimonio reivindicado. De un patrimonio visible a un
patrimonio invisible. De un patrimonio material a un patrimonio
inmaterial. De un patrimonio estatal a un patrimonio social, étnico y
comunitario. (…) Como consecuencia, el patrimonio cambia de
naturaleza y de estatuto. Se suma en una misma constelación a las
nociones de memoria, de identidad, de cultura, y se convierte en lo
sagrado-laico de las sociedades democratizadas”482.
El patrimonio cultural de un pueblo es, sin lugar a dudas, una
construcción histórica compleja, dinámica, multiforme. “Este específico
patrimonio”, ha escrito Daniel Vidart con referencia al patrimonio
nacional, “está constituido por aquellos bienes y valores que confieren
anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos,
pensamientos y proyectos históricos propios de los integrantes de una
nación”483. Aquí quiero extrapolar esta redonda conceptualización y
aplicarla a otro específico patrimonio: el cultural.
2006:196.
Últimos versos de “Ah las primicias”, incluido en Benedetti (2000:16).
482 Nora (1997).
483 2004:155.
480
481
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las máscaras de la identidad colectiva …
La conceptualización conjuga, en sí y entre sí, como debe ser, las tres
dimensiones del tiempo social –pasado, presente, futuro– y los tres
vectores instituyentes de la identidad cultural: sentimientos,
pensamientos y proyectos compartidos. Sólo es posible hablar de
patrimonio cultural, entonces, si el anclaje en el pasado de
sentimientos y pensamientos compartidos y la asunción de su
peculiaridad en el presente confluyen en un proyecto histórico propio,
distintivo: “la acción de recordar, esa mirada retrospectiva hacia el
pasado, no se agota en la experiencia interna de ‘atribuir un sentido’,
sino que es, ante todo, la voluntad de construir un proyecto
sensato”484.
Es importante subrayar la importancia conceptual –y también
pragmática– de concebir al patrimonio cultural como noción que
articula pasado, presente y futuro –historia, memoria y proyecto–, es
decir, como un legado construido a partir de una herencia (del pasado)
que sólo adquiere cabal sentido como presencia (en el presente) y, más
aún, como proyecto (de futuro). En este sentido, el establecimiento de
un vínculo operante entre una mirada retrospectiva y la voluntad de
construir un proyecto sensato nos permite dejar sentado que el
patrimonio cultural, lejos de restringirse a los bienes que hemos
heredado del pasado, incluye a los que hoy son fruto de nuestra
apropiación y reapropiación colectivas485, tanto como a aquellos que
hemos tomado en préstamo de las generaciones futuras486. Ese vínculo,
en definitiva, acrecienta la potencialidad que anida en el patrimonio
cultural de un grupo en cuanto a la consolidación de su cohesión social
y de su identidad colectiva487.
Cf. Prats (1997:62).
La apropiación y reapropiación colectivas implica la atribución de un valor en el
presente, aún cuando dicha atribución pueda tener como base el reconocimiento de un
valor en el pasado, asociado con la importancia simbólica o con las particulares
circunstancias propias del momento en que se gestó el bien en cuestión. Planteado de
este modo, corresponde asumir la insoslayable distancia que media entre el valor del bien
en su contexto histórico concreto y su valoración en otro contexto histórico concreto.
486 Fue en las conclusiones del “Primer Encuentro Regional de ICOMOS/Uruguay:
Patrimonio cultural, natural y turismo”, realizado en la ciudad de Maldonado en junio
de 2005, que se estableció que “debemos considerarlo (al patrimonio) como aquellos
bienes que tomamos en préstamo de las generaciones futuras, más que como aquello
que heredamos del pasado”.
487 Changeux (1998:20). El resaltado es de Changeux.
484
485
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las máscaras de la identidad colectiva …
En concordancia con ello, sólo cabe tomar distancia de la noción
tradicional del patrimonio, aquella que lo concibe “como algo
elaborado y terminado en un pasado que impone por sí mismo esa
condición”, o bien como “algo que extraemos sin crítica e
incorporamos a nuestra realidad cotidiana sin más obligación que la
conservación y la reverencia”; corresponde concebirlo, en cambio,
como “el resultado de la construcción de un ‘relato’ que cada
comunidad hace en un momento histórico en continuidad pasiva o
crítica con procesos anteriores”488. En efecto, los actores sociales
construyen su pasado a través de una interpretación actual, y es sobre
esa base que la teoría social puede ensayar una reconstrucción
hermenéutica de la historia que en aquella anida. “Memoria y olvido se
entrelazan, ponemos en foco algunos elementos y dejamos en sombra
otros, y eso a su vez da resultados que no son inmutables sino que se
modifican con el tiempo. La materia prima del patrimonio está en el
pasado, pero la construcción de un relato patrimonial está
inexorablemente atada al presente, en tanto su justificación y
validación apuntan al futuro. (…) Llamamos patrimonio a los valores
en que nos reconocemos y que marcan nuestra identidad. (…) Se trata
de la construcción necesariamente contemporánea de un relato
siempre renovado cuya materia prima es parte del pasado, pero que
se justifica y adquiere verdadero sentido en tanto proyecto de
futuro”489.
Pasado, presente y futuro. Sentimientos, pensamientos y proyectos
compartidos. Las tres dimensiones del tiempo –y, mutatis mutandi, los
tres vectores concurrentes de la identidad cultural– están atravesadas,
como sugiere Françoise Choay, por la memoria y el olvido. “El tiempo
es olvido y es memoria”, sentenció Borges en una letra de tango cuyo
título confunde490. Así, cada una de ellas –la memoria y su reverso, el
olvido–, además de constituir el tiempo (o, para ser más precisos a
expensas del vuelo poético, la producción social del tiempo) no es
concebible sin la otra. También ahí radica uno de los contornos de su
inefabilidad:
Choay (2007:9).
Ídem.
490 “Milonga de Albornoz” en “Para las seis cuerdas” (1965), incluido en Borges
(1974:969).
488
489
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“el olvido
es una de las formas de la memoria, su vago sótano,
la otra cara secreta de la moneda”491.
La memoria es un proceso de enorme complejidad y muy difícil
elucidación. Como la recordación y el olvido, como los recuerdos y los
olvidos, sus escuderos de todas las horas, la memoria nos puede atar o
desatar, sojuzgar o liberar. Un símil a tono con los tiempos que corren
tal vez pueda resultar esclarecedor: la memoria opera como un
hardware instituyente, estructurante (aparato, dispositivo), los
recuerdos y olvidos como sus dos inseparables softwares (instituidos,
estructurados: mecanismos, operaciones, procedimientos). El
accionamiento de ambos softwares responde a dos tipos de estímulo:
uno de naturaleza volitiva, intencional, conciente; otro de carácter
involuntario, indeliberado, no conciente, que parasita en el anterior.
No conviene llevar muy lejos esta metáfora: como ha señalado Nora, la
memoria está abierta a “la dialéctica del recuerdo y del olvido,
inconsciente de sus deformaciones sucesivas, vulnerable a todas las
utilizaciones y manipulaciones, susceptible de largos períodos de
letargo y de súbitas revitalizaciones”492.
En efecto, los recuerdos, cuando los convocamos, acuden solícitos y
nos traen aquellas porciones del pasado que ya hemos aceptado y
asumido; cuando nos invaden, en cambio, traen consigo imágenes
pretéritas que no hemos querido o podido aceptar o asumir. Ahí
podrían ponerse en juego los mecanismos del olvido, esos que niegan u
ocultan aquellos pedazos de pasado que nos condenan, agobian o
duelen (y que, al hacerlo, resisten a la sentencia nietzscheana:
“agobiados por nuestro conocimiento histórico, no podremos
rechazarlo”)493. Claro que en esta struggle for life las cosas no son tan
sencillas, y sería muy osado concluir, como a propósito de otros
asuntos ha hecho Darwin (y, antes que él, Spencer, y antes que éste,
Borges: “Un lector”, en Elogio de la sombra (1969), incluido en Borges (1974).
Apud Caetano (2002:121). El planteo de Pierre Nora es de inequívoca raíz freudiana:
el recuerdo y el olvido están indisolublemente ligados entre sí, mediados por la
represión; la misma raíz sostiene la pregunta (retórica) de Andreas Huyssen: “¿es el
miedo al olvido lo que dispara el deseo de recordar, o es quizás exactamente al revés?”
(2002:224).
493 Apud Eco (1998:186).
491
492
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las máscaras de la identidad colectiva …
Malthus), que sobreviven los más aptos o los más fuertes. Cuando la
memoria se erosiona, aparece el olvido (o, en ocasiones, suscitamos el
olvido para erosionar a la memoria, o lo hacemos operar para filtrar
algunos recuerdos y, así, hacerlos soportables494). Especularmente, o
casi, cuando el olvido se erosiona, aparece el recuerdo –y con su
llamado, la memoria– (o lo suscitamos para erosionar al olvido). Si es
así, entonces Marc Augé tiene razón al afirmar que el olvido “es la
fuerza viva de la memoria y el recuerdo es el producto de ésta”495, un
producto que exige esfuerzo: “nuestra vida espiritual no es, en el
fondo, sino el esfuerzo de nuestro recuerdo por perseverar, por
hacerse esperanza, el esfuerzo de nuestro pasado por hacerse
porvenir”496.
En cualquier caso, lo más deseable es que logremos construirnos como
dueños de la memoria y responsables de su convocatoria (o del olvido y
de la suya, según el caso). Ser dueños de la memoria (y del olvido) se
asemeja a una labor de jardinería doméstica –seleccionar, podar,
fertilizar– que ejercemos sobre los recuerdos: “los recuerdos son como
las plantas: hay algunos que deben eliminarse rápidamente para
ayudar al resto a desarrollarse, a transformarse, a florecer”497.
(También hay otros, aunque Augé no los considere, que nos incitan
hacia su “inmediata, deliciosa y total deflagración”498.) Ser dueños de
la memoria se asemeja más a una labor de jardinería política que
implica plantarla, sin menoscabo alguno de la fidelidad, asumiendo un
uso político que sea “interpelación, intervención, y no sólo evocación
memoriosa”499.
Tal como ha insinuado Mario Benedetti, la erosión de la memoria produce
olvidadizos, mientras que la suscitación del olvido es cosa de olvidadores. En cualquiera
de los dos casos, el pasado se mantiene incólume: “ocurre que el pasado es siempre una
morada/ pero no existe olvido capaz de demolerla” (últimos versos de “Olvidadores”,
en Benedetti 2000:15). Baste lo comentado (incluyendo los versos esperanzados del
poeta –aunque bastante discutibles, por lo menos si reconocemos que a lo largo de la
historia algunas moradas ya han sido demolidas y enterradas con esmero–) para advertir
que el olvido ha sido manipulado de muy diversas formas, incluyendo usos tanto
higiénicos y terapéuticos como pusilánimes y perversos (cf. Moraña 2002:191-196; Augé
1998; Yerushalmi et al. 1989).
495 Augé (1998:28).
496 Unamuno (1966:114).
497 Ídem:23.
498 Proust (1998:8).
499 Moraña (2002:195).
494
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Como sea, la memoria no nos trae todo el pasado –nadie ha bebido de
las aguas del Mnemósine, nadie quiere que le pase lo que a Funes500–
sino que actualiza o escenifica una porción del pasado, aquella que
sigue viva en nosotros (o que la hemos mantenido viva a fuerza de
desplazar al olvido) porque así lo exigen los intereses, preferencias,
convicciones y preocupaciones del presente, de nuestro presente. O
bien, dicho de otro modo, porque así lo impone el carácter selectivo de
la memoria y de la recordación, que siempre operan en el presente
sobre una materia del pasado.
La reivindicación de la memoria ha sido planteada y replanteada desde
múltiples ámbitos –los de la ética, la filosofía, la historia, la pragmática
política, la justicia, la poesía, entre otros–, tanto que ya casi no cabe
sumar nada significativo a los contundentes alegatos producidos en
nuestra historia más reciente. Sin embargo, la reivindicación del olvido
y de su efecto reparador ha sido más infrecuente (quizás por ser, a
priori, más sospechosa). A este respecto, el enunciado más conocido,
hoy casi una suerte de eslogan del modernismo tardío, es el que
Nietzsche expresó en su Genealogía de la moral: hay que hacer lugar
a lo nuevo, que es una forma de decir que no debemos dejar que los
muertos impidan a los vivos seguir viviendo, y que su rescate (desde el
recuerdo, desde la memoria traída al presente) debe contribuir a
iluminar las vidas de éstos: de la derrota crear primavera501.
La memoria humana y nuestra capacidad de recordar son, pues,
selectivas y no acumulativas. Esta es la diferencia más sustantiva entre
el hardware (selectivo) de la memoria humana y el hardware
(acumulativo) de un ordenador: el recuerdo, principal mecanismo
configurador de la memoria humana, se nutre siempre, en algún grado,
del olvido, su mecanismo antisimétrico. En consecuencia, el olvido,
como tal, no es una violación de la memoria, ni tampoco,
En la mitología griega, Mnemósine, la madre de las musas, es representada por un
río; quienes bebían de él recordaban todo, alcanzando entonces la omnisciencia, el
conocimiento absoluto de todo lo que en el mundo existe. (Como es frecuente en la
mitología griega, cada fuerza tiene su contrario: por el Hades también corría el río Lêthê,
que provocaba, en quienes bebían de sus aguas, el olvido total, la inhibición de todo
recuerdo.) En cuanto a Funes, es el protagonista de “Funes el memorioso”, un célebre
cuento de Borges. Aunque Borges y el narrador nada dicen, el fraybentino Funes parece
haber bebido de algún Mnemósine rioplatense.
501 “Vamos haciendo la nueva canción, de la derrota crear primavera”, dice un estribillo
de “Canción nueva”, de Daniel Viglietti.
500
390
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contrariamente al apotegma de Orwell, una privación del derecho a
recordar, excepto cuando es un olvido impuesto desde algún poder.
(Sólo en este caso se puede hablar, como Orwell, de la dictadura de
quienes olvidan, esos que se auto-atribuyen la potestad de controlar el
presente por medio de la dominación del pasado.) En definitiva,
debemos recordar que recordar, en su sentido etimológico original,
significa volver a pasar por el corazón, y en esa re-presentación es
necesario olvidar algo. Por eso hay que tener presente que los
recuerdos, además de revelar, ocultan; esto nos incita a considerar el
modo en que opera el recuerdo, “cuya esencia no es la ramificación de
los hechos, sino la perduración de rasgos aislados”502.
Pues bien, ¿cuáles son los rasgos aislados que han perdurado en los
recuerdos de los corralenses más connotados, esos que vertebran los
testimonios que he presentado en la primera parte de este libro? ¿Por
qué han perdurado esos rasgos y no otros?
Sin entrar en consideraciones de corte psicologista, todo parece
indicar(nos) que existe, por lo menos en esos corralenses, la necesidad
de identificarse como tales, de reconocer en su lugar y en la gente que
lo ha construido sentimientos, pensamientos y proyectos históricos
compartidos, con un indudable anclaje en el pasado y una no menos
indudable y persistente peculiaridad en el presente, esto es, una
memoria y una identidad cultural.
“Palermo de Buenos Aires”, en “Evaristo Carriego” (1930), incluido en Borges
(1974:105).
502
391
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recuerdo, ausencia-y-presencia
hay ausencias que cercan
que respiran
Benedetti503
El recuerdo es sólo un príncipe azul
que va de paso, que despierta, un
momento, a las Bellas Durmientes
del bosque de nuestras historias sin
palabras.
de Certeau504
El patrimonio cultural de un pueblo se enraíza, entonces, en
sentimientos, pensamientos y proyectos históricos compartidos:
anclaje en lo que fue –el pasado– y persistencia en lo que es –el
presente–; he aquí el enigma (o la aporía) inherente a la memoria –o la
paradoja del recuerdo–, que implica la presencia de lo ausente505.
Según una curiosa pirueta metonímica, lo ausente se hace presente
como signo, inscripción, impresión, traza, huella (mnémica): presencia
mediata, pero presencia al fin506.
El carácter paradójico de la evocación o del recuerdo pone en juego,
vulnerándola, la fiabilidad de la memoria: “esta paradoja de
presencia/ausencia está agravada por la bifurcación en estas dos
modalidades de la ausencia: lo irreal y lo anterior. En efecto, aunque
estas dos modalidades son teóricamente distintas –irreal en un caso,
anterior en el otro– en todo momento se superponen e interfieren
recíprocamente, de manera que gran parte de los problemas relativos
a la fiabilidad de la memoria derivan precisamente de la imbricación
entre estas dos clases de ausencia, la ausencia de lo irreal y la
ausencia de lo anterior”.
“Náufragos”, incluido en Benedetti (2000:47).
2000:121.
505 Cf. Ricoeur (1998:25), quien aplica el término aporía en el sentido de la antigua
filosofía griega: un problema insoluble.
506 “El recuerdo es sólo un príncipe azul (…). ‘Aquí estaba una panadería’; ‘acá vivía la
madre Dupuis’. Sorprende aquí el hecho de que los lugares vividos son como presencias
de ausencias. Lo que se muestra señala lo que ya no está: ‘vea usted, aquí estaba…’, pero
eso ya no se ve. Los demostrativos expresan las identidades invisibles de lo visible: es,
efectivamente, la definición misma del lugar, constituir estas series de desplazamientos
y efectos entre los estratos divididos que lo componen y actuar sobre estas densidades
movedizas” (de Certeau 2000:121).
503
504
393
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las máscaras de la identidad colectiva …
La ausencia de lo anterior –de lo que fue y ya no es– se hace presente
por dos vías, que se nutren mutuamente: la narración escrita por
historiadores –elaboración cuidadosa, documentada, verosímil, con
pretensión de objetividad– y la narración canalizada por la transmisión
oral –espontánea, privada, verosímil, con pretensión de veracidad–. La
narración de la historia construye su fiabilidad a partir de la existencia
verificable y verificada –o presuntamente verificada– de una realidad
empírica anterior al momento de la narración: los hechos históricos
(acontecimientos, sucesos, episodios); la narración de la tradición oral
construye la suya a partir del haber estado-allí del narrador o de
alguien muy cercano a él (principalmente por filiación o afinidad):
recuerdos personales, vivenciales, anecdóticos. Ambos tipos de
narración hacen presente la ausencia de lo anterior; sin embargo, es
en los relatos de la tradición oral donde existe un mayor riesgo de que
también se haga presente, en algún grado, la ausencia de lo irreal,
debido no sólo a las preferencias e intereses personales del narrador en
su presente histórico (obviamente, el historiador también los tiene)
sino fundamentalmente a la inexistencia de controles como los que
aporta –y exige– el campo científico507.
En atención a esto, se pueden re-visitar para revistar, ahora con otra
perspectiva, los testimonios transcriptos en la primera parte de este
libro. Es inevitable que la actualización y escenificación de las
porciones del pasado implicadas en esos testimonios conduzcan a la
memoria, en mayor o menor grado según el caso, “al terreno de la
imaginación, con el consiguiente riesgo de caer en lo imaginario, lo
irreal, lo virtual”508. La imputación o la delación de ese riesgo o, si
fuera el caso, la interpelación de esa caída, es uno de los efectos de la
Cabe anotar que “la historia, al igual que la memoria, no puede reconstruir todo el
pasado ni pretender tampoco reconstruir completamente la verdad del pasado, pues no
debe olvidarse que el historiador utiliza las palabras y los conceptos del presente, y se
dirige en última instancia a sus propios contemporáneos, por lo que ha de emplear un
discurso que ellos sean capaces de entender (Rousso 1998:88). Es particularmente
interesante la conclusión propuesta por este historiador francés: “en consecuencia, la
historia no es solamente anamnesis, sino un proceso cognitivo que, como todo acto de
conocimiento, permite medir ante todo la extensión de nuestra ignorancia. Es también
un aprendizaje de la alteridad, de la distancia, de las diferencias y semejanzas entre los
que nos han precedido y nosotros mismos. En otras palabras, la relación con el pasado
no se expresa únicamente en función de recuerdos y olvidos, puesto que no se puede
recordar ni olvidar lo que no se conoce” (ídem:88-89).
508 Ricoeur (op. cit.:26).
507
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segunda hermenéutica que he acometido. De todos modos, en cuanto a
la presencia de la ausencia de lo anterior, es bueno asumir que lo que
los corralenses consultados honran del pasado no es el hecho de que ya
no existe más, sino el hecho de que alguna vez existió.
Siendo así, como afirma Paul Ricoeur, “el mensaje de la historia a la
memoria, del historiador al hombre de memoria, es el de agregar al
trabajo de memoria no solamente el duelo por lo que ya no es, sino la
deuda respecto a aquello que fue”509. Esa deuda, para saldarse, obliga a
resistir al olvido, o cuanto menos a ciertas formas de olvido.
“Un día todos los elefantes se reunirán para olvidar.
Todos menos uno”510
509
510
Ídem:28.
Courtoisie (apud Pascual 1997:V).
395
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396
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memoria e historia… o la persistencia de la memoria
La memoria pincha hasta sangrar
a los pueblos que la amarran
y no la dejan andar . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
libre como el viento
León Gieco
La memoria, al igual que la
historia, no cesa de tartamudear
Gao Xingjian511
El mensaje de la historia, el trabajo (de parto) de la historia es conocer
–desvelar, descubrir, rescatar, reconstruir, interpretar– y dar a conocer
–narrar– porciones del devenir colectivo de un grupo social que han
permanecido soslayadas o ignoradas512. Ese trabajo consiste, entonces,
en una especie de anamnesis mediante la cual se recupera –se
recuerda, se trae al corazón, se rememora– un pasado olvidado513.
Pero la memoria y la historia
mantienen entre sí, y ambas con el
porvenir, un vínculo problemático,
en buena medida porque la
primera siempre es actual –un
vínculo de lo ya vivido con el
presente– mientras que la segunda
no es más que una representación
del pasado. Según Le Goff, “es
Dalí: La persistencia de la memoria
preciso controlar la memoria
espontánea, apasionada y emocionalmente selectiva, mediante la
historia, la cual, ejercida según las reglas del oficio y de la
honestidad, rectifica la memoria, al tiempo que se enriquece con su
impulso”514.
1998:122.
La segunda vertiente de este trabajo se expresa con contundencia en la prescripción
hebrea “Zakkor”, que significa tanto tú recordarás como tú continuarás narrando. Es
éste el mandato que se le impone a la historia: continuar narrando, de generación en
generación, lo que ya fue y que corre el riesgo –por olvido, ignorancia o desidia– de dejar
de ser definitivamente.
513 La teoría de la anamnesis fue formulada por Platón en su Menón. Gracias a las hábiles
preguntas de Sócrates, inscritas en lo que luego se denominó mayéutica –o el arte de la
partera–, el esclavo de Menón recupera, trae al presente, el conocimiento que había
quedado dormido en su estado prenatal omnisciente. (Cf. Popper 1994:33-34.)
514 Le Goff (1998:194).
511
512
397
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De acuerdo con este renombrado historiador, la historia ejerce una
suerte de policía vigilante y correctora sobre la memoria, enderezando
lo que ésta ha torcido515. Sin embargo, no es necesaria o
exclusivamente ese el rol de la historia. No lo es, por ejemplo, para Paul
Ricoeur, prestigioso filósofo de la historia, quien, según lo que ha
subrayado el mismo Le Goff, “ha explicado de manera magistral los
vicios de la memoria y de la historia”516.
Consideremos estos vicios, con Ricoeur, a partir del análisis de las tres
diferencias más sustantivas entre una y otra. En primer lugar, la base
de cimentación (epistemológica) de la historia está puesta en la
naturaleza indiciaria del documento y en el ejercicio crítico al que se lo
puede someter (“la prueba de la verdad”: verificación, refutación,
etcétera), mientras que la memoria se basa en la confiabilidad del
testimonio, que a su vez se basa en la confiabilidad del actor que lo
ofrece. En segundo lugar, la historia persigue la verdad y, más aún, se
funda en una epistemología de la verdad (de sus relatos sobre el
pasado) y en la inteligibilidad de sus interpretaciones, mientras que la
memoria corresponde a un régimen de creencia que pretende la
fidelidad (del relato con los hechos del pasado). Finalmente, la historia
procura una explicación del pasado a base de análisis causales y del
establecimiento de regularidades, mientras que esos tipos de
explicación suelen ser muy ajenos a los actores que apelan a la
memoria: la primera es nomotética –o pretende serlo–, la segunda está
sesgada hacia lo idiográfico517. Podríamos agregar, con intención
provocativa, otros “vicios” que habilitan la postulación de una cuarta
diferencia: la historia participa en una lógica donde campea la
metáfora, la memoria en otra donde impera la metonimia.
La afirmación de Le Goff gana contundencia si se le suma esta otra de Mabel Moraña:
“sin una conceptualización del sentido y direcciones de la historia, que sólo puede
abarcarse desde una comprensión politizada de la sociedad, de sus impulsos y frenos,
de sus horizontes de desarrollo, la memoria se vuelve un protocolo inoperante, una
formalidad que integra el repertorio institucionalizado de una discursividad sin
referentes” (2002:193). Ambas afirmaciones, juntas o por separado, ratifican el agudo
comentario de Pierre Nora: “en el corazón de la historia trabaja un criticismo destructor
de la memoria espontánea. La memoria es siempre sospechosa para la historia” (apud
Caetano 2002:121).
516 Op. cit.:194.
517 Cf. Ricoeur (2004).
515
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Además de “vicios”, el recurso a la memoria y el recurso a la historia
pueden ofrecernos complementariedades útiles, a pesar de su
inconmensurabilidad e irreductibilidad evidentes. En este sentido, otro
reputado historiador y epistemólogo de la historia ha destacado,
también apoyándose en Ricoeur, que “el testimonio de la memoria es
el garante de la existencia de un pasado que ha sido y no es más. El
discurso histórico encuentra allí la certificación inmediata y evidente
de la referencialidad de su objeto”518. Siendo así, la historia necesita de
la memoria para construir su objeto, y la memoria necesita de la
historia para que el régimen de creencia en el que se funda deje paso,
desde un distanciamiento de pretensión objetivadora y crítica, a la
producción de interpretaciones inteligibles, consistentes, plausibles.
La consideración precedente justifica la opción, presentada en la
primera parte de este libro, de desplegar una narración de segundo
orden que conjuga relatos testimoniales (de informantes calificados) y
relatos históricos (de historiadores locales calificados), aún a sabiendas
de la diferente naturaleza del estatuto epistemológico en el que cada
tipo de relato se inscribe.
No obstante, debo enfatizar que la doble apelación a la memoria y a la
historia escapa tanto a la pretensión de los legatarios y legadores de la
memoria (los informantes) como a la de los oficiantes de la historia (los
historiadores). No me ha interesado per se la importancia que los
primeros le atribuyen a ciertos hechos ocurridos en el pasado ni la
“verdad” bien documentada de aquellos otros que los segundos han
destacado desde su abordaje científico. En consecuencia, no me he
ocupado en analizar la pulsión existencial del relato de la memoria, y
tampoco “la pulsión referencial del relato histórico”519.
En realidad, lo que más me ha interesado es elucidar el modo y grado
en que la recreación de tales “hechos” ha participado –y participa– en
los procesos de construcción de identidades colectivas. En el caso de
Chartier (2007:38).
Ricoeur (op. cit.:306). El carácter pulsional que Paul Ricoeur le atribuye a la
referencialidad del relato histórico adquiere otros contornos y connotaciones si
admitimos, como Roland Barthes, que la práctica de la historia produce un efecto de
realidad asociado, más que a una pulsión, a una “ilusión referencial”, en virtud de lo cual
sus resultantes tienen valor de verosimilitud más que de veracidad (cf. Barthes 1994:167169). Huelga decir que lo mismo vale para el régimen de creencia propio de la práctica
de la memoria.
518
519
399
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las máscaras de la identidad colectiva …
Minas de Corrales esa recreación reposa en la tradición oral más que
en los documentos, en la memoria más que en la historia, o, en todo
caso, en documentos, producciones e interpretaciones de la historia
que la memoria ha seleccionado, tamizado y adornado a su legítimo
antojo. Es entendible: “la necesidad de afirmación o de justificación de
identidades construidas, o reconstruidas (…), suele inspirar una
reescritura del pasado que deforma, olvida u oculta las aportaciones
del saber histórico o controlado”520. Y también es entendible que en la
investigación haya pasado por alto, con ciertas precauciones, las
deformaciones, olvidos u ocultamientos implicados. Lo hice, entre
otras razones, porque la línea “entre pasado mítico y pasado real no es
siempre fácil de trazar, es una de las interrogantes de cualquier
política de memoria en cualquier parte del mundo. Lo real puede ser
mitologizado y lo mítico puede engendrar fuertes efectos reales”521.
Si mi interés hubiese estado puesto en garantizar la veracidad de los
“hechos” del pasado que la memoria rescata y recrea (deformando
unos, olvidando u ocultando otros), debería haber abordado, como
bien recomienda Chartier, una “reflexión epistemológica en torno a
criterios de validación aplicables a la «operación historiográfica» en
sus diferentes momentos”522. Pero mi interés, repito, fue otro, ajeno al
control y a la negación de las deformaciones, falsificaciones, olvidos u
ocultamientos con los que la memoria suele manipular las
aportaciones del saber histórico o controlado523.
Es por ello que en el campo de mis intereses investigativos (y
narrativos) la memoria y la historia ocupan otro lugar: “la memoria y
la historia no deben ser una carga, sino un trampolín. Pero la
memoria –posiblemente en mayor medida que la historia– debe ser
sometida a la moral y los valores. Allí donde el pasado muestra lo
Chartier (op. cit.:46-47).
Huyssen (2002:222). “Después de todo”, agrega Huyssen, “muchas de las memorias
que consumimos, comercializadas masivamente, son (…) ‘memorias imaginadas’”
(ídem:224). Siendo así, “insistir en una separación radical entre memoria ‘real’ y
virtual me parece quijotesco –en sí mismo virtual–. La memoria es siempre transitoria,
notoriamente no confiable, y perseguida por el olvido, en una palabra, humana y
social” (ibíd.:236).
522 Ibíd.:47.
523 Es lícito considerar a esa manipulación como una genuina práctica de libertad, y que
entonces responda, en algunos casos, al ya citado planteo de Nietzsche: “agobiados por
nuestro conocimiento histórico, no podremos rechazarlo” (apud Eco 1998:186).
520
521
400
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las máscaras de la identidad colectiva …
fortuito o la fuerza mayor, el porvenir debe recurrir a la voluntad, a
aquella porción de libre albedrío que existe en nosotros. (…) Cada uno
de nosotros, dondequiera que esté, debe contribuir a alumbrar la ruta
del porvenir por medio de una memoria justa, inspiradora y no
paralizadora”524.
Una memoria justa, inspiradora y no paralizadora que, como
ingrediente esencial de la producción social del tiempo, se erija como
faro para alumbrar la ruta del porvenir –y, sobre todo, para que nos
ayude a orientarnos en ella–, garantizando así la continuidad social.
Echar a andar en la ruta del porvenir es precisamente poner en
marcha la movilización del pasado hacia el futuro, condición para que
los actores –individuales o grupales–, al hacer lugar a lo nuevo, se
conviertan en auténticos sujetos potencialmente transformadores.
524
Le Goff (op. cit.:194-195).
401
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las máscaras de la identidad colectiva …
402
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paréntesis: identificación versus identidad
Lo que de veras importa al hombre
es saber dónde está parado.
Hegel525
Conoces el nombre que te dieron,
no conoces el nombre que tienes.
Libro de las Evidencias526
“La distinción establecida por Lagache entre el acto de identificar un
objeto y el acto de identificarse con un objeto permite iniciar el diseño
de este marco teórico con un planteamiento clarificador”, escribe
Vidart527. Según Lagache, el acto de identificar un objeto “presenta
caracteres diametralmente opuestos a los del acto de identificarse: 1.
se trata de un acto cognitivo y no de un fenómeno existencial; 2. dicho
acto lleva al máximo la distinción entre el sujeto cognoscente y el
objeto conocido. En este caso hablaremos de objetivación, reservando
el término identificación al acto de identificarse y sus resultados”528.
La objetivación de la que habla Lagache es lo que Vidart prefiere
denominar identidad descriptiva; ésta, “establecida desde afuera, se
determina mediante un juicio de realidad: se identifica una persona o
una cosa según la configuración de cualidades que a ella le competen
y son, por ende, ajenas al observador”529. Consiste, entonces, en un
acto cognitivo propio de las perspectivas etic alentadas en las prácticas
científicas, periodísticas o literarias, que produce una “identificación
otorgada desde afuera”530, “desde el punto de vista de un sujeto que
contempla y define”531 (desde detrás de la baranda del ruedo social):
el sociólogo, el historiador, el antropólogo cultural tradicional.
En el ruedo, en cambio, no se establece un acto cognitivo sino un
fenómeno existencial, que da lugar a otro “tipo de identificación, que se
podría denominar normativa”, que consiste en un “acto de
(auto)identificación (en el que) opera un elemento voluntarista puesto
Apud Vidart (2000:8)
Acápite de una removedora novela de José Saramago (1998:9).
527 Vidart (1998b:157).
528 Apud ídem:150.
529 Ibíd.
530 Ibíd.
531 Ibíd.:157.
525
526
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de manifiesto por quien busca o reclama determinada identidad
remitiéndose para ello a un objeto-modelo (…), asumiendo los valores
subyacentes en el mismo”. Quien busca o reclama –ya sea desde “el
rastreo moroso o la reivindicación vehemente de la identidad
personal y grupal”– puede ser “un grupo humano o una persona
componente del mismo”, esto es, “un sujeto inscripto en los marcos
referenciales de una cultura regional o local”. Así, “en la mayoría de
los casos la búsqueda de la identidad es una operación en
profundidad, orientada hacia el descubrimiento de las lejanas raíces
primordiales –efectivamente existentes o supuestas– para confirmar
así la perdurabilidad de los rasgos que caracterizan la idiosincrasia y
la antropovisión colectivas”532.
El mismo Vidart ofrece una buena síntesis del desarrollo precedente:
“el acto de identificar señala el cómo somos (…) en tanto que el
reclamo de una identidad se orienta, desde la subjetividad volitiva o a
partir del sentimiento social, al quiénes somos (…). Se trata de
conceptos distintos, a menudo usados indistintamente y
recíprocamente confundidos”533.
El siguiente diálogo que mantuve con un corralense puede resultar
ilustrativo de la convicción con que se suele reivindicar la
(auto)identificación (y de su carácter de fenómeno existencial) y, al
mismo tiempo, de la incapacidad para asumir una disposición
objetivadora que permita proclamar una identificación como acto
cognitivo (y de la significativa diferencia entre aquella convicción y
esta no-disposición):
F
¿Qué cosas identifican a los corralenses?
RAU Bueno, la identidad es algo muy importante acá. No
digo que seamos los únicos, los corralenses.
F
Pero ¿por dónde “pasa” esa identidad?
Ibíd.:150.
2004:143 (subrayados en el original). Vidart ofrece un ejemplo esclarecedor: “el no
saber, o no poder, separar ambas operaciones, lleva a confundir, como ocurre por
parte de un documento expedido por el Estado, los datos incluidos en la cédula de
identificación del individuo –incorrectamente llamada de ‘identidad’– con la invisible,
subjetiva y profunda identidad de la persona. De este modo se tergiversan los términos
de una ecuación existencial y se pone en marcha un generalizado equívoco” (ídem:82).
532
533
404
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las máscaras de la identidad colectiva …
RAU Por ejemplo, en cualquier lado que estemos (...) uno
dice: “soy de Minas de Corrales”; nos sentimos
corralenses y lo manifestamos en cualquier situación.
F
Pero ¿qué es lo que los identifica? ¿Qué es lo que los
diferencia de los de Vichadero o de los de Tranqueras…?
RAU Ah, eso capaz que lo tenga que decir alguien de afuera...
No sé, ahí no sabría decir...
Hubo varios diálogos similares en cuanto a su contenido y disposición
subyacente. Los lugareños postulan la existencia de una identidad
corralense, pero no logran explicitar los rasgos que la constituyen ni el
modo en que éstos lo fueron haciendo a lo largo del tiempo. Es por esto
que, cuando en cierto momento de la investigación intenté avanzar en
la búsqueda (exógena) de los principales rasgos que configuran la
identidad corralense, terminé asumiendo que ésta es una postulación
(endógena) firme, casi axiomática… aunque, prima facie, vacía. Pues
bien, si es cierto que “en la mayoría de los casos la búsqueda de la
identidad es una operación en profundidad, orientada hacia el
descubrimiento de las lejanas raíces primordiales”, la mayoría de los
corralenses no integran aquella mayoría. En atención a esto, mi interés
se desplazó hacia la búsqueda de la comprensión de la postulación
como tal y, subsidiariamente, de la de su aparente vacuidad.
Una vez más quiero repetir que los corralenses más veteranos, a partir
del anclaje en el pasado y de la persistencia en el presente de
sentimientos, pensamientos y proyectos históricos compartidos,
efectivamente sienten y expresan su necesidad de identificarse como
corralenses. Pero la doble remisión al pasado y a los elementos
compartidos que hoy persisten es vaga, genérica, inespecífica. Siendo
así, la primera tentación es –y de hecho fue– darle curso a la
insinuación de mi interlocutor (“eso capaz que lo tenga que decir
alguien de afuera”) y entonces asumir la tarea de determinar desde
afuera, desde detrás de la baranda –ese lugar privilegiado y aséptico
donde los científicos humanos solemos sentirnos tan cómodos–, cuáles
son aquellos elementos, cuál su génesis y su deriva histórica, cuál su
importancia relativa actual.
La tentación se repliega cuando se admite, en cambio, que el proceso
de construcción de la identidad corralense (como el de toda identidad
405
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
cultural) no es un proyecto social “natural” sino una estrategia social,
consideración que es más fácil asumir en el caso de ciudades pequeñas,
las cuales, por un obvio factor de escala, resultan loci estratégicos y
provechosos para analizar la identidad, los procesos de su construcción
y las estrategias sociales implicadas. Esa estrategia suele ser acometida,
no siempre de modo conciente, para obtener algún legítimo beneficio
colectivo: alcanzar una posición ventajosa en el contexto regional y en
la estructura regional de poder, acceder a los privilegios (individuales
y, sobre todo, colectivos) derivados de esa posición, propiciar una
cohesión grupal y una solidaridad fraternal que fortalezcan la
capacidad de defensa de los intereses colectivos frente a medidas
gubernamentales dañinas u otro tipo de agresiones externas. Esto
último ha sido muy claro en aquellas circunstancias en las que los
corralenses se movilizaron con bastante vehemencia contra algunas
agresiones externas: el salvataje de las antiguas torres del aero-carril
(que en el año 1983 estuvieron a punto de ser desarmadas y vendidas
como chatarra por el gobierno dictatorial del momento)534, la defensa
del Hospital local (frente a una decisión gubernamental unilateral de
convertirlo en policlínica, en el año 2003, ante lo cual los corralenses
se organizaron en asamblea popular, juntaron más de tres mil firmas,
atrajeron a la prensa local y nacional y realizaron un peaje en el
empalme de las rutas 5 y 29), el rescate de parte de las maquinarias de
la antigua usina de Cuñapirú (que habían sido objeto de actos
¡estatales! de robo y vandalismo), el reciente envío a seguro de paro de
una gran cantidad de trabajadores de la empresa minera, entre otras.
“Radio Real estaba instalándose, a fines de 1982 y principios de 1983”, comentó Don
Eduardo Andina en oportunidad del grupo de discusión realizado en su Radio “y vino
Tito López y me dijo: ‘Eduardo, ¿sabés que están por sacar las torres?’. La UTE ya había
empezado a colocar postes pegados a las torres, un poste al lado de cada torre… Porque
hasta ese momento se estaban usando las torres del aero-carril para sostener los cables
de energía eléctrica de UTE. Y bueno, entonces se estaban instalando postes al lado de
cada torre para pasar por ahí los cables y sacar las torres, y venderlas al peso, como
hierro viejo. Y entonces me dice Tito: ‘¿qué podemos hacer?’. Y lo que se nos ocurrió fue
juntar firmas para detener eso. Y juntamos firmas, e hice una nota y la presenté a la
Junta Departamental para que declarara a las torres ‘patrimonio histórico nacional’. Y
por suerte tuvo andamiento inmediato, salió bastante rápido, porque en ese documento,
además, expusimos por qué había tanta premura en hacer eso”. “Más recientemente”,
agregó Raúl Armand’Ugón, “pudimos trasladar tres de esas torres e instalarlas en
Minas de Corrales, dos a la entrada por ruta 29, y la otra frente al Hospital. Lo hicimos
en el momento justo, medio de apuro, porque esas tres torres estaban molestando; la
empresa minera iba a sacarlas porque en el lugar donde estaban había un yacimiento.
Y se ofreció a sacarlas, y otra empresa a hacer el traslado hasta el centro de Corrales”.
534
406
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las máscaras de la identidad colectiva …
Por añadidura, concebir a la identidad cultural local como realidad
intersubjetiva (que se actualiza como estrategia interrelacional cargada
de ingredientes afectivos y emocionales) hace posible, por un lado, que
captemos mejor su carácter procesual, dinámico, cambiante535 y
entonces pasible de ser modificado cuando las circunstancias lo
requieren (más allá de todo anclaje real en el pasado y de toda
persistencia real en el presente, más acá de la praxohistoria y la mitopraxis en las que parasitan536) y, por otro, que reconozcamos que su
construcción social no sólo remite al pasado, sino que también es un
asunto del presente (siempre en construcción) y, en algún grado, un
anticipo de lo que podrá arraigarse en el futuro: defensa de la calidad
de vida, del ethos, de las tradiciones culturales, del pathos. Este doble
reconocimiento es, entonces, un pasaporte para la reafirmación del
sentimiento de pertenencia, del yo social y del nosotros que lo alienta.
Todo ello participa del proceso de construcción de identidades
colectivas, en las que se formaliza y actualiza la apropiación y
recreación de las identificaciones históricamente conferidas y de las
(auto)identificaciones históricamente configuradas. Aceptado esto, hay
que descartar la consideración de la identidad colectiva como un don,
en cualquiera de los dos sentidos de esta noción (algo que se posee,
algo que se da).
Cumplida aquella intentona de identificación exógena (fugaz,
frustrada), y en concordancia con lo expuesto precedentemente, en el
proceso de investigación, de intencionalidad, color y textura
manifiestamente socio-antropológicos, no me ha interesado avanzar
hacia la producción de una identidad descriptiva como identificación
otorgada desde afuera, y tampoco escudriñar en torno a la
Cf. Balibar-Wallerstein (1991).
Aquí entiendo por praxohistoria a la peripecia colectiva vivida por la comunidad (cf.
Vidart 2004:90) y por mito-praxis al proceso a través del cual un grupo social construye,
con base en su universo simbólico, su interpretación de los acontecimientos históricos en
los que ha participado (cf. Sahlins 1997). El concepto de mito-praxis hace referencia,
entonces, a la cosmovisión que un grupo pone en juego con ajuste a lo que Sahlins
denomina “estructura preformativa” (concepto similar al de “estructura estructurante”
propuesto por Bourdieu con referencia a la noción de habitus). Advirtamos que no se
trata de superponer la praxohistoria a la mito-praxis sino de con-jugarlas (y, así, de
jugar-con ellas, aunque más no sea para entender su juego), admitiendo que, como
escribió Barthes, “el mito no oculta nada ni pregona nada: deforma; el mito no es ni
una mentira ni una confesión: es una inflexión” (1988:222).
535
536
407
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las máscaras de la identidad colectiva …
identificación normativa como (auto)identificación colectiva o
reivindicación de la identidad grupal desde adentro. Mi interés ha
estado puesto, como ya he sugerido, en identificar e interpretar las
circunstancias, situaciones, peripecias y sujetos que han participado –y
aún participan– en el proceso de construcción identitaria de los
corralenses y en la consiguiente configuración de prácticas de
producción de identidades colectivas, con el propósito de determinar el
valor patrimonial de los bienes culturales de su entorno inmediato, en
el entendido de que dicho valor es parte sustantiva –causa y a la vez
consecuencia– de aquel proceso537. (Esta causalidad circular, que es
mucho más que una enunciación de apariencia efectista o retórica, se
esclarece en la sentencia de uno de los más agudos intelectuales
uruguayos contemporáneos: “la consecuencia influye en la causa, no a
la inversa”538. Y, desde luego, con la de Borges, su referente: “la causa
es posterior al efecto, el motivo del viaje es una de las consecuencias
del viaje”539.)
Es a esos efectos que he desplegado una perspectiva de corte emic,
orientada a indagar en (y entre) los discursos de los corralenses –en
sus representaciones, en su historia, en su memoria, en sus historias–
cuáles son los bienes culturales con los que más y mejor se identifican,
aquellos que más y mejor han contribuido en la construcción de un
“nosotros”, es decir, aquellos que más y mejor los caracterizan y
distinguen de “los otros”, los no-corralenses. De este modo, he eludido
tanto las operaciones analíticas-interpretativas que apuntan de lleno a
dar cuenta de la identidad normativa, a la (auto)identificación
voluntarista, a la reivindicación de la identidad grupal (esto es, a
descubrir por qué los corralenses son los que son y por qué son lo que
son, es decir, quiénes son), como las operaciones descriptivasanalíticas que procuran postular una identidad descriptiva mediante
Hasta ahora he utilizado repetidamente la expresión “bien cultural” sin explicitar cuál
es el significado que le atribuyo. Aquí me apropio de la definición de Risieri Frondizi
(apud Vidart, 2004:146): “los bienes (culturales) equivalen a las cosas valiosas, esto es,
a las cosas más el valor (cultural) que se les ha incorporado”. Para un desarrollo
riguroso y preciso de este concepto, véase el capítulo titulado “Bienes y valores
culturales de la nación uruguaya”, en Vidart (ídem:139-148).
538 La cita transcrita es mi traducción del original, que dice así: “the procedure of
inverting the sequence inside the plot: the consequence influences the cause, not the
other way around” (Rodríguez Monegal, 1978:408).
539 “El sueño de Coleridge”, en “Otras inquisiciones”, incluido en Borges (1974:644).
537
408
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una objetivación desde afuera (esto es, establecer cómo son los
corralenses por parte de un no-corralense supuestamente apto para
poner en juego una presunta capacidad objetivadora). También he
intentado eludir la asunción de lo que se podría calificar como ilusión
de transparencia de los discursos, que se traduce en la operación
(falaz) de confundir la enunciación de un discurso con la existencia
real (o la veracidad) de los valores de los que habla540. De todos modos,
en el ámbito de la investigación, el establecimiento de dicha veracidad
no ha sido un asunto de relevancia significativa. Lo que más me ha
interesado es conocer (y dar a conocer) los procesos de construcción
identitaria de los corralenses, los discursos a través de los cuales se
traslucen y las modalidades según las cuales aquellos procesos han
encontrado, encarnados en los discursos, su eficacia simbólica y
legitimación social, en el entendido de que, en realidad, “las personas
se vinculan a los lugares gracias a procesos simbólicos y afectivos que
permiten la construcción de lazos y sentimientos de pertenencia”541.
He eludido, pues, esos tres tipos de operaciones, y puesto en su lugar
una constelación de operaciones descriptivas-analíticas-interpretativas
que ha procurado objetivar (desde afuera) algunos componentes de la
identidad normativa (endogrupal) de los corralenses: tal la
conjugación alternada de perspectivas etic y emic que he postulado
antes, al momento de exponer los principales lineamientos de la
dimensión tecnológica de la investigación desarrollada.
Cf. Juliano (1997:34). Vale agregar el comentario esclarecedor de esta antropóloga
argentina-catalana: “con el mismo razonamiento, un día de estos nos dirán que nuestra
cultura es la que más defiende la ecología, porque es la que ha desarrollado la idea de
ecologismo. En este caso no se han animado a llegar a esa conclusión, ya que está más
o menos claro que las otras culturas no hablan de ecología porque la practican y
nosotros tenemos que hablar de ecología, porque si no hacemos rápidamente un
discurso al respecto y no tomamos medidas terminaremos destruyendo nuestro mundo
y el de los demás” (ídem).
541 Safa (1997:173).
540
409
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410
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identidad y patrimonio cultural
El ámbito de la identidad es un subsuelo
oscuro donde se desarrolla continuamente la
querella de lo real y lo simbólico.
Escobar542
“Aunque el buen gusto académico no aprueba que se inicien las
reflexiones propias con citas de pensamientos ajenos, voy a
reproducir, a modo de desafío a la persona pensante y sintiente, unas
frases” de Daniel Vidart. “Preguntemos a un residente del barrio
Casabó, a otro de Colonia Suiza, a otro de Caraguatá, a otro de Bella
Unión y a otro del Barrio de los Pocitos qué es eso de la identidad
nacional y con qué o con quién(es) se identifica y obtendremos
respuestas muy dispares, en el caso de que todos respondan. Podemos
todavía hilar más fino. Quedémonos en Pocitos y repitamos las
mismas interrogantes a un juglar callejero, a un modesto jubilado, a
un mozo de café, a un rico comerciante y a un integrante juvenil, y
pequeño burgués por añadidura, de los itinerantes bebedores
sabatinos de cerveza, y cada uno de ellos nos proporcionará una
versión diferente, si es que la tienen, acerca de lo preguntado. Y una
vez realizado este ejercicio estemos seguros de que, al analizar las
disímiles contestaciones, nos invadirá un molesto estado de
desorientación mental. Porque la esperada y monolítica declaración
de identidad se convertirá en una caprichosa cantera de identidades,
en un caleidoscopio de pareceres intensamente subjetivizados”543.
Lo mismo nos ocurrirá, a pesar de la muy disímil escala, si aplicamos
ese ejercicio al caso de la identidad cultural tal como la perciben los
corralenses: el caleidoscopio será mucho más pequeño (la población
residente en Minas de Corrales es unas treinta veces menor que la de
Pocitos), pero probablemente la diversidad de sus formas y colores será
equivalente.
La experiencia del censo patrimonial realizado en Minas de Corrales y
el análisis de sus resultados permiten convalidar el planteo de Vidart,
542
543
1953.
Vidart (2004:121).
411
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aún cuando las interrogantes impresas en el formulario de encuesta
tuvieron otros matices y las respuestas a ellas hubiesen sido distintas
en una situación de interacción cara-a-cara. Dicho de otra forma: el
“preguntemos a…” en situación de entrevista propicia un tipo de
respuestas diferente al que es posible en situación de encuesta. De
cualquier modo, según lo que fue expuesto en un capítulo anterior,
hubo una gran dispersión de opiniones; en efecto, en poco han
coincidido las respuestas ofrecidas por un modesto jubilado, un rico
comerciante o un bebedor sabatino de cerveza (nada digo sobre las de
juglares callejeros y mozos de café, que no los hay en Minas de
Corrales). Con esto quiero expresar que la cantera de pareceres (o el
universo dóxico) de cualquier comunidad, por pequeña que ésta sea, no
suele ser tan homogénea como lo parece cuando se la mira a cierta
distancia, y lo es aún menos cuando, como en el caso de Corrales, su
historia (praxohistoria y mito-praxis) ha estado marcada, ya desde su
origen, por la sincopada alternancia de flujos inmigratorios y
emigratorios de signo distinto y variable en diferentes momentos de su
sinuoso devenir.
Por otra parte, de los discursos producidos por los corralenses con
quienes he conversado –como ya comenté, una muestra representativa
de quienes se sienten legatarios de la memoria local– se infiere que, en
su opinión, efectivamente existen sentimientos, pensamientos y
proyectos históricos compartidos por la población corralense,
encarnados en bienes y valores que les confieren anclaje en el pasado
y peculiaridad en el presente544. Ellos, en efecto, postulan su identidad
colectiva, su (auto)identificación como corralenses (aunque en ningún
caso se trata de una reivindicación vehemente) y, entrelíneas, la
necesidad de que sus coterráneos también se identifiquen como tales.
Desde mi rol de investigador –intérprete alienígeno– podría
cuestionar, contradecir o impugnar esas opiniones y, entonces, negar
que realmente exista esa proclamada identidad corralense. Pero estimo
que ello no corresponde: no resulta pertinente confrontar una
identidad normativa o una (auto)identificación voluntarista
Una vez más, remito al lector al concepto de patrimonio cultural inspirado en la
conceptualización de Daniel Vidart (2004:155): “aquellos bienes y valores que confieren
anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y
proyectos históricos propios de los integrantes” de un grupo social.
544
412
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enunciada desde adentro con una identidad descriptiva construida
desde afuera por medio de operaciones “científicas” de “objetivación”
(que suelen anclar en artificiosos tecnicismos cientificistas), ni
emprender la vana tarea de caminar a paso firme por “el laberinto que
transcurre desde la puerta externa de la identificación hasta la
ventana interior de la identidad”545.
Lo que sí (me) corresponde, parado sobre (y amparado en) los
presupuestos ideológicos y conceptuales establecidos antes, es
identificar los elementos que constituyen el patrimonio cultural de
Minas de Corrales. De poco sirve avanzar en ese camino tomando como
lazarillo la definición aportada hace casi dos décadas por la UNESCO,
organismo rector en la materia: “el patrimonio cultural de un pueblo
comprende las obras de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y
sabios, así como las creaciones anónimas surgidas del alma popular,
el conjunto de valores que dan sentido a la vida, es decir, las obras
materiales y no materiales que expresan la creatividad de un pueblo,
la lengua, los ritos, las creencias, los lugares y monumentos
históricos, la literatura, las obras de arte, y los archivos y
bibliotecas”546.
Esta “parrafada conceptual” –que tanto le debe a la definición de
cultura propuesta hace casi ciento cuarenta años por Edward Tylor y
abusivamente citada en cuanto libro que sobre la cultura y cuestiones
afines se ha publicado en el último siglo547– habla tanto que dice poco.
Ibíd.:90.
Apud. ibíd.:142. La definición de patrimonio inmaterial –supuestamente más
específico que patrimonio cultural– que más recientemente ha publicitado la UNESCO es
de la misma naturaleza y de contenido casi idéntico: “el conjunto de formas de cultura
tradicional y popular o folclórica, es decir, las obras colectivas que emanan de la
cultura y se basan en la tradición. (…) Se incluyen las tradiciones orales, las
costumbres, las lenguas, la música, los bailes, los rituales, las fiestas, la medicina
tradicional y la farmacopea, las artes culinarias y todas las habilidades especiales
relacionadas con los aspectos materiales de la cultura, tales como las herramientas y el
hábitat” (cf. www.unesco.org/culture/heritage/intangible/html_sp/index_sp-shtml).
547 “La cultura es ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte,
moral, derecho, costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por
el hombre en tanto que miembro de la sociedad” (apud Rossi-O’Higgins 1981:40). A cien
años de distancia de la definición de Tylor, en la “Conferencia de México” realizada en
1982, la UNESCO estableció otra que, aunque algo aggiornada, es muy similar: “la
cultura (es) el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales
y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de
las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los
sistemas de valores, las tradiciones y las creencias” (UNESCO 1987:7).
545
546
413
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las máscaras de la identidad colectiva …
Si el patrimonio cultural de un pueblo comprende el campo total de la
actividad humana, incluyendo en él tanto sus manifestaciones
abstractas como las concretas, entonces todo en una cultura es
patrimonio cultural –las obras de sus artistas, etcétera, las creaciones
anónimas, etcétera, las obras materiales y no materiales que
expresan la creatividad, etcétera–, en virtud de lo cual no existe
ninguna manifestación cultural que no lo sea. Si así fuera, se diluiría
todo contenido concreto y todo posible sentido de la propia noción de
patrimonio cultural. (Evidentemente, todos los bienes de valor
patrimonial son culturales, pero no todos los bienes culturales tienen,
necesariamente, valor patrimonial.)
Pero la definición unesqueana dice algo, como al pasar, que no quiero
dejar pasar: el patrimonio cultural de un pueblo comprende (también)
el conjunto de valores que dan sentido a la vida. En el contexto
conceptual y preceptivo en el que está formulada, la frase produce
perplejidad. El resto de lo que la definición enumera –es decir, todo
aquello que según ella el patrimonio cultural de un pueblo comprende–
puede ser determinado y evaluado desde afuera, a partir de una
operación de objetivación gestada desde la puerta externa de la
identificación (de vocación descriptiva). Y así ha operado la propia
UNESCO a lo largo de su historia y sus filiales esparcidas a lo ancho de
buena parte del mundo, y bajo esa égida han trabajado las Oficinas o
Comisiones de Patrimonio nacionales.
Pero esa pretendida objetivación desde afuera, tarea, como es sabido,
hasta ahora monopolizada por “expertos” –que por la fuerza de los
hechos enseguida se desplaza, unas veces a total conciencia, otras
inadvertidamente, hacia una subjetivación desde afuera–, nada puede
hacer en el caso del conjunto de valores que dan sentido a la vida. En
este caso esa pretendida objetivación, subjetivamente construida, a
todas luces sería, además de fútil, impertinente. (Aún así, alguna
Comisión de Patrimonio lo ha intentado, nos consta.) Queda en
evidencia, así, que esa retórica florida y de profundidad ontológica sólo
aparente ha subsistido únicamente porque las flores son de papel (de
buena calidad).
Han habido otras definiciones claramente deudoras de la anterior,
defensoras del statu quo y del protagonismo de los expertos: “son
bienes patrimoniales aquellos que fueron seleccionados y destacados
414
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las máscaras de la identidad colectiva …
de manera fundamentada por ciudadanos y que las instituciones
políticas los consagraron como tales a través de actos jurídicos.
También lo son aquellos otros que, sin tener ese estatus, se preservan
en museos y archivos”548. La frase “de manera fundamentada” da a
entender que “alguien” debe aprobar esa fundamentación; por otra
parte, el requisito de la consagración como bienes patrimoniales en
actos jurídicos y el de su mera presencia en museos y archivos parecen
poner de manifiesto la preeminencia que se le asigna, desde una visión
conservacionista y conservadora, al Estado y a sus instituciones (y a la
participación poco visible –o invisibilizada– de expertos).
Planteado de este modo, dos operaciones exigen un espacio de
privilegio, una de espesor teórico-conceptual, la otra de carácter
ideológico-metodológico-pragmático.
La primera radica en el establecimiento de una conceptualización de la
noción de patrimonio cultural que cumpla cabalmente con los
requisitos de rigor, precisión y capacidad heurística, lo cual nos pone a
contramano (y a salvo) de lo que generalmente se asume como
“políticamente correcto” –una forma de condescendencia con los
detentadores de poder– o como “académicamente correcto” –una
forma de obsecuencia con las modas intelectuales y con sus inefables
modistos–, dos formas emparentadas de comportamiento
presuntamente “correcto”. Ya la tenemos: es la conceptualización que
he tomado, con algún ajuste, de Daniel Vidart549.
La segunda operación, por su propia naturaleza, requiere un
tratamiento argumental más exhaustivo y cuidadoso.
Esmoris (2005:21). En el año 2005 Manuel Esmoris era el Presidente de la Comisión
Honoraria de Patrimonio de la Nación. Cabe aclarar que más adelante, en el mismo
artículo, Esmoris critica alguna actuación estatal que a su juicio ha sido una muestra de
“una gestión antojadiza de los bienes patrimoniales” (ídem:23); asimismo, reivindica
que el sentido social y económico de un bien patrimonial es asunto de la ciudadanía y no
de “lo que unas élites culturalmente muy ilustradas (y un tanto sesgadas) argumenten
frente a políticos sensibles” (ibíd.:24).
549 La transcribo una vez más: el patrimonio cultural de un grupo social “está constituido
por aquellos bienes y valores que confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el
presente a los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos propios de (sus)
integrantes” (cf. Vidart 2004:155).
548
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las máscaras de la identidad colectiva …
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las máscaras de la identidad colectiva …
patrimonio cultural:
concepto, determinación, protagonistas
El pensar no nos involucra directamente con
la capacidad de actuar.
Heidegger
Si aceptamos la conceptualización de la UNESCO citada antes, cabe
que (nos) preguntemos: ¿quiénes están en condiciones de dar cuenta
del conjunto de valores que dan sentido a la vida de personas con
nombre y apellido? ¿A quiénes les corresponde hacerlo? ¿A quiénes les
corresponde establecer quiénes están en condiciones de hacerlo? ¿A
quiénes les corresponde establecer cuáles son esas condiciones? Si, en
cambio, nos quedamos con la heredada de Vidart, las preguntas
precitadas, como todo lo sólido, de a poco se desvanecen en el aire:
pierden buena parte de su pertinencia y de su sentido… aunque no del
todo. En efecto, si asumimos que los bienes y valores patrimoniales de
un grupo social son aquellos que confieren anclaje en el pasado y
peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y
proyectos históricos propios de sus integrantes, es lícito que insista en
preguntar: ¿quiénes están en condiciones de abonar la existencia del
anclaje y de la peculiaridad aludidos? ¿A quiénes les corresponde
hacerlo? ¿A quiénes les corresponde establecer quiénes están en
condiciones de hacerlo? ¿A quiénes les corresponde establecer cuáles
son esas condiciones? Es igualmente lícito retomar algunas de las
preguntas que he dejado planteadas en un capítulo anterior550: ¿a
quiénes les corresponde determinar que un artefacto cultural es un
bien cultural? ¿Sobre la base de qué criterios de pertinencia
epistemológica o de legitimación social alguien –digamos, cualquiera
de nosotros– puede erigirse con la potestad de establecer, por ejemplo,
cuáles artefactos culturales son bienes culturales y cuáles no lo son?
Si se ajusta la conceptualización de Vidart y se la aplica al locus de
investigación elegido, algunas de esas preguntas pierden
definitivamente su pertinencia y sentido: el patrimonio cultural de
Minas de Corrales está constituido por aquellos bienes y valores que,
550
Cf. supra:359.
417
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las máscaras de la identidad colectiva …
según los propios corralenses, les confieren anclaje en el pasado y
peculiaridad en el presente a los sentimientos, pensamientos y
proyectos históricos que ellos mismos sienten como propios y
constitutivos del ethos y del eidos en los que se inscriben sus vidas551.
Planteado así, inmediatamente asoma otra cuestión, extensión de las
anteriores, de compleja elucidación: ¿están todos los corralenses en
iguales condiciones de identificar los sentimientos, pensamientos y
proyectos históricos constitutivos del ethos y del eidos de la
colectividad en la que viven? O bien: ¿están todos los corralenses en
iguales condiciones de identificar los bienes y valores que a su juicio les
confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a aquellos
sentimientos, pensamientos y proyectos históricos compartidos? Si las
respuestas fueran afirmativas, entonces todo sería bastante fácil:
bastaría con someter la identificación de bienes culturales y la
adjudicación de su eventual valor patrimonial a un procedimiento de
compulsa popular y luego, con los resultados a la vista, estampar los
consabidos “declárese”, “publíquese”, etcétera.
Pero es altamente improbable que exista alguien que se aventure a
proponer una solución de este tipo, tan falaz, ingenua e inconsistente,
tan imbuida de populismo demagógico a ultranza; resulta evidente que
nadie, desde los corralenses de a pie hasta los expertos más
encumbrados, respondería de ese modo. Aún si alguien lo hiciera, se
interpondría una insalvable interdicción conceptual al mismo tiempo
que técnica y pragmática: parafraseando a Vidart, preguntemos a los
corralenses con qué o con quién(es) se identifican y obtendremos
respuestas muy dispares, en el caso de que todos respondan; cada
uno de ellos nos proporcionará una versión diferente, si es que la
tienen, acerca de lo preguntado. Y una vez realizado este ejercicio
estemos seguros de que, al analizar las disímiles contestaciones, nos
invadirá un molesto estado de desorientación mental.
Quedémonos, entonces, con la respuesta a mi juicio más plausible: los
corralenses no están en iguales condiciones de identificar los
sentimientos, pensamientos y proyectos históricos constitutivos de su
ser colectivo –de su ser-juntos y de su estar-juntos– ni de identificar,
Los conceptos de ethos y eidos aluden respectivamente a la “tonalidad afectiva
común” y al marco cognitivo compartido en un grupo cultural –o, en los términos de
Bateson, al “cuadro general de los procesos cognitivos implicados” en él– (1971:41).
551
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las máscaras de la identidad colectiva …
si es que existen, los valores y bienes culturales que les confieren
anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente. En este sentido, ha
resultado muy claro, en el devenir de la investigación, que el anclaje en
el pasado de los sentimientos, pensamientos y proyectos de muchos
residentes corralenses no se lo proporcionan valores y bienes culturales
de Minas de Corrales, sino otros afincados en los lugares donde
transcurrió su infancia y juventud. También emergió con cierta
claridad que la peculiaridad en el presente conferida por tales valores y
bienes culturales es concebida en forma muy disímil por los lugareños;
los más veteranos, por ejemplo, en su mayoría se inclinaron por
considerar que la peculiaridad en el presente conferida por los valores
y bienes culturales corralenses remite forzosamente al anclaje en el
pasado que ellos dispensan. Como es entendible, en estos corralenses
prevalece un habitus conservador, nostálgico, proclive a la
construcción de la identidad colectiva como glorificación romántica del
pasado552 –“un fuego que no se apaga en el corazón de los hombres”,
“un movimiento interior de las almas”553–, con base casi exclusiva en
el tipo de historia asociada con tradicionalismos o provincialismos, esa
que Nietzsche denominó anticuaria, propia del que conserva y venera,
de aquel que, “repleto de confianza y amor, lanza una mirada hacia
atrás, al lugar de donde proviene, en donde se ha formado”554.
Subyace a esta construcción algo similar a lo que Jacques Derrida (cf. 1986) ha
criticado de la metafísica occidental: una suerte de nostalgia de la coherencia de una
autenticidad primaria, e incluso la ansiedad que provoca el reconocimiento de la
imposibilidad de dicha coherencia, así como un ocultamiento de aquella ansiedad que da
lugar, sin pretenderlo, a diversas omisiones y ambigüedades. Es perfectamente
entendible: “¿cómo encontrarse una identidad (corralense) cuando las señales que lo
hacían posible para los padres o para los abuelos se han borrado o vuelto inertes? Hay
entonces un retorno brutal a las tradiciones locales, (…) pero como algo que ya se ha
convertido en extraño: se vuelve a aquello que es todavía parte de sí (un medio de
identificarse), pero ya otro, alterado” (de Certeau 1999:121).
553 Vidart (2004:173).
554 Sigue Nietzsche: “por medio de esta piedad paga su agradecimiento por su
existencia. Cultivando con mano solícita lo que existe desde antiguo, no quiere sino
conservar las condiciones en las que nació para los que tengan que nacer después de él,
y así sirve a la vida. La posesión del acervo cambia de sentido en tales almas, pues son
más bien poseídas por éste. Lo pequeño, limitado, lo caduco y lo caído en desuso recibe
su propia dignidad e inviolabilidad en la medida que el alma conservadora y
veneradora del hombre anticuario se traslada a estas cosas y en ellas prepara un nido
acogedor. La Historia de su ciudad se convierte para él en su propia Historia; así
comprende el significado de ese muro, la puerta almenada, el concejo municipal, la
fiesta del pueblo como un diario ilustrado de su juventud, encontrándose a sí mismo en
todo ello: su fuerza, su diligencia, su placer, su juicio, su necedad, incluso sus malas
552
419
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las máscaras de la identidad colectiva …
Los corralenses, pues, no están en iguales condiciones de identificar los
valores y bienes culturales del lugar que habitan, y no lo estarán hasta
que el sistema educativo público no promueva con eficacia, tanto en
ámbitos formales como no-formales, el desarrollo de una conciencia
cívica y crítica local y regional capaz de solventar los envites de la
historia (tanto de la mito-praxis como de la praxohistoria) y resistir,
por esa vía, al travestismo de la memoria. En la opinión de algunos
eminentes corralenses, esa conciencia aún está lejos de aparecer: “los
jóvenes no están interesados en las riquezas que tenemos en Minas de
Corrales”, expresó Mirta Duarte en el grupo de discusión organizado
en la Radio Real, “ni están interesados en toda la historia de Minas de
Corrales… En realidad, no hemos logrado interesarlos”. (“Es por eso”,
le respondió Raúl Armand’Ugón, “que hay que inculcar en los
chiquilines el sentido de pertenencia a Minas de Corrales”.)
Si se acepta, entonces, que los corralenses no están en iguales
condiciones de identificar los valores y bienes culturales ni los
sentimientos, pensamientos y proyectos con los que se identifican
como colectividad, ¿a quién(es) le(s) corresponde hoy (hasta tanto no
se alcancen aquellas condiciones) esa doble tarea de identificación? “A
los intelectuales expertos”, respondería un intelectual experto,
habituado a ejercicios de identificación pretendida y pretenciosamente
objetivista construida desde afuera (y, en ocasiones, desde arriba de su
pedestal marmóreo o de su lustrosa torre de cristal, dos variantes
extemporáneas –y extrapoladas al campo de la Academia– de la
metáfora de la jaula de hierro desarrollada por Weber555). “A los
intelectuales expertos”, respondería también cualquier persona
acostumbrada a que los asuntos de importancia queden en manos de
costumbres. ‘Aquí se ha podido vivir –se dice a sí mismo–, porque se puede vivir; aquí
se podrá vivir, porque somos duros y no es fácil que nos quebremos de repente’. De esta
manera, con este ‘nosotros’, él mira por encima de la vida efímera, curiosa e individual
para sentirse dentro del espíritu de la casa, su generación, su ciudad” (1945:45-46).
555 Cf. Weber 1969. La traducción correcta al español de la expresión utilizada
originalmente por Max Weber para describir a nuestras sociedades crecientemente
burocratizadas y controladas centralmente es “férreo estuche” (como antinomia del
“manto sutil” que caracterizaba, metafóricamente, a la relación que los protestantes
establecían con la riqueza). La expresión “jaula de hierro” proviene, en realidad, de la
traducción al inglés realizada por Talcott Parsons (“iron cage”).
420
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las máscaras de la identidad colectiva …
los intelectuales expertos, es decir, casi cualquier persona eficazmente
domesticada por los sistemas educativos formales tradicionales556.
He optado por otra respuesta, distante y distinta de las anteriores, que
es la que me ha llevado a proyectar y ejecutar la investigación que aquí
estoy presentando, y a hacerlo siguiendo los lineamientos teóricos,
metodológicos y políticos que le dieron su forma y contenido. Es, por
supuesto, una respuesta provisional, y desde luego que sus derivaciones
no quedarán fijadas hasta tanto no obtengan la convalidación de los
sujetos implicados –en este caso, los corralenses– y de los sujetos
aplicados –los teóricos, los metodólogos, los políticos–. La sintetizo del
siguiente modo, en procura de claridad y precisión a expensas de
economía y elegancia:
el patrimonio cultural de un grupo social está constituido por
aquellos bienes y valores que, según la opinión de sus
integrantes (producida en –y/o inferida de– situaciones de
investigación construidas con el máximo rigor, pertinencia,
exhaustividad y consistencia), les confieren anclaje en el
pasado y peculiaridad en el presente a los sentimientos,
pensamientos y proyectos históricos que ellos mismos sienten
como propios y constitutivos del ethos y del eidos en los que
se inscriben sus vidas (tal como lo manifestaron en –y/o se
infiere de– situaciones de investigación construidas con el
máximo rigor, pertinencia, exhaustividad y consistencia).
Si bien esta respuesta difiere claramente de las anteriores, en cierta
manera también las conjuga. No toma partido por considerar
exclusivamente –según una perspectiva emic– la (auto)identificación
normativa descrita por Vidart, postulada en el ruedo por los sujetos
desde la subjetividad volitiva o a partir del sentimiento social y
orientada al “quiénes somos”; tampoco, mucho menos, por considerar
“A los intelectuales expertos”, respondería también algún acólito acrítico de Bourdieu,
amparado en la creencia de que los “nativos” son portadores de una “docta ignorancia”,
es decir, de una “comprensión inmediata pero ciega para sí misma que define la
relación práctica con el mundo” (Bourdieu 1991). Creo, en cambio, que “a la gente no
debe juzgársele idiota” (de Certeau 2000:189)… a no ser que admitamos, como hace
Shakespeare al final de su Macbeth, que la vida es un cuento contado por un idiota, lleno
de ruido y furia, que nada significa (“life's but a walking shadow that struts and frets
its hour upon the stage and then is heard no more. It is a tale told by an idiot, full of
sound and fury, signifying nothing”).
556
421
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
exclusivamente la identificación descriptiva (o la objetivación)
otorgada desde afuera –según una perspectiva etic– por un sujeto (el
científico, el “experto”) que contempla y define desde detrás de la
baranda del ruedo social, y que, desde su saber-poder, señala el “cómo
son”, corriendo el riesgo de que “buscando el árbol de la identidad (se
pierda) en el bosque de la identificación”557.
Ni una perspectiva ni la otra; tampoco una a medio camino entre
ambas (que sería, lógicamente, la peor opción). Mi respuesta postula,
por una parte, la necesidad perentoria de indagar en torno a las
opiniones de los propios artífices o herederos de los bienes culturales a
evaluar y de tomar en especial consideración esas opiniones como base
principal para la determinación de su valor patrimonial; por otra,
reivindica la necesidad y conveniencia de garantizar que tales
opiniones se produzcan, que sean representativas del grupo social en
cuestión y tan genuinas como resulte posible. De este modo, son los
propios corralenses quienes establecen el eventual valor patrimonial de
los bienes culturales de su comunidad, aunque para ello resulta
inevitable incorporar la mediación –si es rigurosa, pertinente,
exhaustiva, consistente– del investigador.
Hasta aquí, los “expertos” (en identidad cultural, patrimonio cultural y
asuntos afines) quedan afuera (del ruedo… y también del estadio).
Pero, a mi juicio, esto no debe ser necesariamente así: la opinión de los
“expertos” –ya sea la expresada oralmente, por escrito o de cualquier
otro modo– podrá ser tomada en cuenta si así lo requirieran los
propios artífices o herederos de los bienes culturales en cuestión. De tal
modo, los “expertos” podrán poner su saber al servicio de los sujetos
implicados, lo cual exiliará a aquellos que, autocomplacidos con sus
veleidades mesiánicas, se mantengan enquistados en sus pretensiones
iluministas. Una vez más, me apropio del dictamen de Vidart: “el
inventario y la fijación de los antiguos patrimonios, la teoría y la
praxis de la tradición nacional, la forja de identificaciones que a
menudo se confunden con identidades y, finalmente, el rescate, la
defensa y la ilustración de los bienes culturales, representan, en los
días que corren, actos salvacionistas llevados a cabo por
representantes de minorías esclarecidas, de instituciones públicas o
557
Vidart (2004:81).
422
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
de organismos privados…”558, actos salvacionistas que los sabios y
poderosos dejan caer como lluvia benefactora sobre las tierras yermas
de las mayorías oscurecidas.
No debemos soslayar que el inventario y la fijación de los antiguos
patrimonios así como el rescate, la defensa y la ilustración de los
bienes culturales y los actos salvacionistas que implican, siempre han
sido asuntos asumidos por algunas instituciones (internacionales y
nacionales, aunque estas últimas subsidiarias de las primeras) que han
gozado de una legitimación acrítica, pero cuya acción ha puesto de
manifiesto más poder que autoridad. Todo esto “no es otra cosa”, ha
escrito de Certeau (hablando de otra cosa), “que el corolario de un
poder sin autoridad. Por cierto, la tradición política reconoce desde
hace mucho tiempo que «todo Estado se funda sobre la fuerza» y que
supone una dominación, pero afirma que no se establece más que en
la forma de un poder legítimo. Como lo muestra Passerin d’Entreves,
es una fuerza «institucionalizada» o «cualificada». Esta legitimidad
no le viene de los procedimientos que la regularizan o que ordena,
sino de la autoridad que se le reconoce y que combina un
renunciamiento de los individuos (la Versagun freudiana) con las
capacidades que le ofrece una organización del grupo”559. En fin,
tenemos derecho y argumentos como para renunciar a ese
renunciamiento y para sugerir que todos lo hagamos.
Planteado esto, y sobre la base del concepto de patrimonio cultural tal
como lo he establecido precedentemente, puedo dar un paso más y
ofrecer una síntesis, simplificada y simplificadora, de mi propuesta, sin
ocultar su fuerte connotación político-cultural:
las tareas de identificación de los bienes culturales de un
grupo social y de determinación del valor patrimonial
relativo de cada uno de ellos no necesariamente les
corresponde a sus propios artífices o herederos ni a los
investigadores interesados en los procesos de construcción de
identidades y patrimonios culturales ni a los teóricos
expertos en tales cuestiones… ni tampoco a algún combo sui
géneris armado con individuos de esos tres tipos de actores.
558
559
2004:140.
de Certeau (1999:74).
423
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
La definición de esas tareas le corresponde a los lugareños,
incluyendo, en primer lugar, la determinación de quiénes
deberán participar –y en qué circunstancias y de qué modo y
con qué peso relativo– en dichas tareas.
Todavía queda algo por decir, por exigencia de un realismo de corte
pragmático. Hoy no están dadas las condiciones –por lo menos en
Minas de Corrales– para que los lugareños asuman esa definición y esa
determinación –posición y disposición– y, al hacerlo, comiencen a
reducir la brecha entre hablar y hacer. Todavía falta, creo, además de
un proceso educativo a mediano y largo plazos, la necesaria
consistencia político-cultural: es evidente que “tan sólo un poder
permite tomar la palabra por propia cuenta, y pronunciarla como
tal”560.
Pero habrá que pensar en todo esto, y habrá que hacerlo desde un
pensamiento que, como postulaba Heidegger, decididamente conduzca
a la acción…
Queda mucho por hacer.
560
de Certeau (1999:120).
424
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
la determinación del patrimonio cultural:
los juegos de poder
No hay poder que no deba una parte –y no
la menos importante– de su eficacia al
desconocimiento de los mecanismos en los
cuales se funda.
Bourdieu561
Recién señalé que la definición de patrimonio cultural que he
propuesto es provisional, y que lo seguirá siendo hasta que se someta a
la consideración de los sujetos implicados –en este caso, los
corralenses– y a la de aquellos otros que puedan evaluar los
lineamientos teóricos, metodológicos y políticos tomados como
andamios de la investigación y los dispositivos tecnológicos y
procedimentales en ella aplicados.
Es provisional, además, porque toda definición lo es (presupuesto
gnoseológico) y, más aún, porque en el campo de la ciencia todo es
provisional (presupuesto epistemológico). También lo es porque la
“realidad” a la que se aplica (“el objeto”) es, naturalmente, cambiante,
tanto como la “realidad” desde donde se la aplica (“el sujeto”). El
patrimonio cultural de un grupo social no queda fijado de una vez para
siempre, y tampoco el modo en que se define ese patrimonio, entre
otras cosas porque la identidad de un grupo social –el “quiénes somos”
producido desde la (auto)identificación– está en permanente cambio,
por imperceptible que éste pueda parecer, tanto como la identificación
–el “cómo son”– otorgada desde afuera.
Pero la provisionalidad tiene, en este caso, otro fundamento cuya
discusión quiero dejar instalada. La determinación de los bienes
culturales y de su valor patrimonial se inscriben, quiérase o no, en un
juego político. Como en todo juego, aún cuando sus reglas no se
modifiquen, las partidas (o los partidos) son variadas y variables, tanto
como las jugadas y sus jugadores. En ese juego participan los lugareños
–cada uno con su propio quantum de poder– y quienes, sin serlo,
tienen algún interés puesto en él –cada uno con su propio quantum de
561
1990:87.
425
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
poder–, ya sean intereses legítimos, genuinos, altruistas, egoístas,
espurios o fraudulentos.
El juego político del que hablo es un juego de poderes o, si se quiere, “el
juego del poder”, en el cual “la gente interacciona entre sí para ejercer
influencia, control y poder sobre los demás”562. Si uno mira con
ingenuidad, ve que esa interacción está orientada a determinar cuáles
son los bienes culturales que tienen valor patrimonial. En cambio, si
vencemos la ingenuidad y asumimos que esa interacción es constitutiva
de un “juego del poder”, entonces lo que podremos ver es que está
orientada no a determinar cuáles son los bienes culturales
patrimoniales, sino a determinar cuáles deben ser declarados como
tales. Estamos, así, en el campo de la política, un campo que “no
asegura el bienestar ni da sentido a las cosas: crea o rechaza las
condiciones de posibilidad. La política prohíbe o permite, lo hace
posible o imposible”563.
En definitiva: debemos asumir con convicción que la declaración de un
bien patrimonial es una cuestión política, en la cual la determinación
de los bienes culturales que identifican a los integrantes de un grupo
social –sobre todo porque éstos se identifican con aquellos– es sólo
una pieza del juego y, tal como están dadas las cosas, quizás no sea la
más determinante.
Para ser consecuente con mis convicciones, una doble operación debe
ponerse en juego: el desarrollo endógeno de la capacidad crítica de los
sujetos implicados –orientado a propiciar la identificación,
ponderación y evaluación de la cualidad patrimonial de los bienes
culturales de su grupo de pertenencia– y el fortalecimiento de su
capacidad colectiva de incidencia en el juego político, en términos de
organización, autogestión, participación y poder564.
Lindblom (1991:29). Aquí hago mía la aclaración de Lindblom: “el término del ‘juego
del poder’ sugiere unas interconexiones más complejas y estrechas que las sugeridas
por el simple término ‘interacciones’ o por el término general ‘política’” (ídem).
563 de Certeau (1999:174). Advirtamos que esta concepción de la política, sin lugar a
dudas muy actual, fue expuesta por el brillante historiador hace ya más de un tercio de
siglo.
564 Hay una tercera operación, que nada tiene que ver con las otras dos sino con la
responsabilidad política y social de los que observan el ruedo desde detrás de la baranda,
a quienes les corresponde analizar la dominación y el poder en juego y, por esa vía,
desvelar los mecanismos en los cuales se fundan.
562
426
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las máscaras de la identidad colectiva …
En cuanto a lo primero –el desarrollo de capacidad crítica local– sólo
cabe instalar la temática y problemática de la identidad y del
patrimonio cultural en los sistemas de educación formal y no-formal
existentes. Los niños, adolescentes, jóvenes y adultos de cualquier
localidad deberían tener acceso al conocimiento del pasado y del
presente cultural de su lugar y al modo en que ambos se inscriben en el
contexto regional y supra-regional, así como al de las herramientas
cognitivas que les permitan evaluar, por sí mismos, lo más relevante de
su historia y de su paisaje físico y humano. Esta es, sin duda, la vía más
privilegiada para posibilitar que esos ciudadanos puedan “concebirse
como parte de un continuo (con raíces y con futuro, desde la inserción
en una secuencia reconocible)”; sin ello, “resulta casi imposible que
una persona sienta la necesidad de reconstruir el pasado para
‘hacerlo suyo’ y proyectarlo en un futuro ‘imaginable’ o ‘deseable’”565.
Pero eso es sólo una parte, necesaria pero en absoluto suficiente. En
esa doble operación –en rigor, una única operación bifronte– la
educación juega un rol protagónico, siempre que se la conciba en toda
su potencia política: como condición para el ejercicio de una
ciudadanía plena, sin restricciones ni exclusiones y, en suma, como
una práctica de la libertad y de potenciación de la libertad y autodeterminación de cada sujeto y del ser social566.
Sigamos en procura de reducir la ingenuidad, siempre al acecho. Como
ya he insinuado, es claro que en el caso que nos ocupa –y esto vale para
cualquier otro– los corralenses no están en iguales condiciones de
identificar los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos
constitutivos del ethos y del eidos de su colectividad, ni de identificar
los bienes y valores que a su juicio les confieren anclaje en el pasado y
peculiaridad en el presente a aquellos sentimientos, pensamientos y
proyectos compartidos. Por eso es imprescindible fortalecer las
capacidades de acción política de todos los actores. Pero para que ello,
al plasmarse, nos ponga a salvo de la aparición de ineficacia, injusticia
e inequidad, es menester que nos alejemos de toda actitud voluntarista:
es bastante inútil promover la participación ciudadana si antes no se
Caetano (2002:123).
Cf. Freire (1969). En cualquier caso, “el rol de lo político y las políticas en la arena
educativa es inexcusable” (Bentancur 2007:24) ya que, en definitiva, “la educación es la
práctica más política y la política más política de todas las políticas” (Lémez 2007:68).
565
566
427
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las máscaras de la identidad colectiva …
creó la posibilidad de participar y ésta depende, entre otras cosas, de la
formación de una actitud participativa y de la profundización de una
cultura política que posibilite el ejercicio de una ciudadanía plena567. Es
aquí –y en otras situaciones análogas– donde “el Estado debe
intervenir para establecer con ecuanimidad y firmeza algunas reglas
de juego, de modo tal de contemplar las necesidades, intereses y
deseos de aquellos actores y grupos que, debido fundamentalmente a
razones de índole estructural, no tienen capacidad organizativa ni de
presión”568.
Esa y no otra debe ser la contribución axial del Estado: establecer las
condiciones de posibilidad, esto es, sentar las bases para que todos los
actores sociales puedan desarrollar su pensamiento crítico, conformar
una actitud participativa y, en suma, disponer de las mejores armas
para poder jugar (en) el juego del poder. Pero la plenitud en el ejercicio
de la ciudadanía requiere, además, condiciones de plausibilidad: la
recuperación del protagonismo de los actores sociales en tanto sujetos,
lo cual implica concebir a la acción “no como determinada por normas
y formas de autoridad, sino en su relación con el sujeto, es decir, con
la producción del actor por sí mismo”569. De ahí que “la reivindicación
del sujeto es esencialmente política y en tanto que tal, revolucionaria,
entendiendo la palabra revolución no desde la perspectiva del mero
fantasma, sino en el sentido transformador de las reglas del juego con
el que juegan con nosotros”570.
Resulta imperioso, entonces –y, aquí y ahora, especialmente
imperioso–, expulsar al fantasma y recrear estrategias de consenso
orientadas hacia la utópica, “conflictiva y nunca acabada construcción
del orden deseado”571. Y reparar en la máxima que la coalición Herri
Batasuna tomara de Ibáñez: “cuando algo es necesario e imposible,
hay que cambiar las reglas del juego”572.
Cf. Filmus (1996:32).
Acevedo (2009:22). Véase también Repetto (2000:37 y ss.).
569 Touraine-Khosrokhavar (2002:9).
570 Ibáñez (1994:179).
571 Lechner (1986:47).
572 Ibáñez (1994:XV).
567
568
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las máscaras de la identidad colectiva …
memoria e identidad cultural
Notre héritage
testament
n'est
précédé
d'aucun
Char573
Algunas páginas atrás comenté que entre los corralenses más veteranos
existe una necesidad manifiesta de identificarse como corralenses, de
destacar el anclaje en el pasado y la persistente peculiaridad en el
presente de un vasto cúmulo de sentimientos, pensamientos y
proyectos históricos compartidos. Puedo agregar ahora que también
han expresado sin ocultamientos el deseo de que sus coterráneos más
jóvenes también se identifiquen como tales e, implícitamente, que la
difusión de sus testimonios es el mejor legado que pueden ofrecer para
hacerlo posible, un legado que conjuga memoria e identidad cultural.
Es a todas luces evidente que hay una memoria individual, sobre la que
se construye la identidad del sujeto –en rigor, su haz de identidades– y
sin la cual la serhumanidad se desvanece: “es sabido que la identidad
personal reside en la memoria y que la anulación de esa facultad
comporta la idiotez”574. Pero también hay, y es lo que aquí más
interesa, una identidad cultural, colectiva –un haz de identidades
colectivas–, que se funda, aunque no exclusivamente, en la memoria
colectiva, más o menos esquiva, más o menos volátil, más o menos
ilusoria (o incluso ficticia), construida a lo largo de la historia y
actualizada en el presente, en cada presente.
Planteado así, la memoria es una necesidad –individual y privada pero
también colectiva, pública– tanto como un trabajo. “El trabajo de
memoria es un trabajo de parto”, ha escrito Fabius, “en el que los
historiadores son los obstetras”575; es un trabajo dificultoso, plagado
Este turbador aforismo –“nuestra herencia no está precedida por ningún
testamento”– fue escrito por René Char (1946), poeta de la resistencia artística
(surrealista) primero, poeta de la resistencia (armada) después, en “Feuillets d'Hypnos”
(“Hojas de Hipnos”), diario (poético) de trinchera que completó en el año 1941 durante la
guerra, mientras revistaba como jefe del maquis en L’Haute Provence.
574 “Historia de la eternidad”, en “Historia de la eternidad” (1936), incluido en Borges
(1974:364).
575 1998:212. Adviértase la similitud entre este planteo de Laurent Fabius y aquel otro, ya
aludido, en el que Popper hace referencia a la teoría de la anamnesis formulada por
Platón en su Menón y a la mayéutica socrática como arte de la partera.
573
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las máscaras de la identidad colectiva …
de los padecimientos propios de la recuperación de una porción del
pasado con recurso a la memoria. (Como ya he insinuado, contra este
trabajo conspiran, bajo modalidades diferentes pero con efectos
análogos, la involuntaria tendencia al olvido y la deliberada resistencia
a recordar.) En esa recuperación la memoria del pasado nos dice por
qué somos los que somos y, entonces, nos confiere buena parte de
nuestra identidad: esa recuperación constituye, entonces, una
necesidad, la misma que opera en “aquellos niños expósitos que se
esfuerzan por descubrir sus orígenes para subsanar esa carencia
fisonómica que los hace desgraciados, psicológicamente imprecisos,
desfigurados por no tener un rostro definido”576. Más aún, “el tema de
la memoria/olvido es (…) inherente a toda reflexión acerca de la
construcción de identidades (…). Si identidad es memoria –recordar
quiénes somos, cuál es nuestra genealogía individual y colectiva, qué
sucesos constituyen nuestro pasado– es indudable que el tema
mantiene su vigencia, aunque la identidad no pueda ya ser entendida
a nivel social como una estructura fija, homogénea, esencializada o
atemporalizada, cerrada autistamente sobre sí misma o afincada
territorialmente, sino como un sistema de afiliaciones móviles y
múltiples que constituyen al individuo de distinta manera, en
distintos contextos”577.
Es la exploración por entre las honduras de la memoria colectiva, en
definitiva, la que mejor puede restituirnos nuestra identidad cultural,
que no es mucho más que una circunspecta metáfora de nuestro rostro
colectivo, horadado y honrado por el lustre del tiempo.
Ahora bien, ¿de qué estamos hablando cuando hablamos de identidad
cultural? De “una especie de foco virtual al que nos es indispensable
referirnos para explicar un cierto número de cosas, pero sin que
nunca tenga existencia real”, responde Lévi-Strauss; es por ello que
hay que advertir “que su existencia es puramente téorica: la de un
límite al que en realidad no corresponde ninguna experiencia”578.
Dejando de lado la naturaleza evanescente que el antropólogo francés
le atribuye a la noción de identidad, es menester afirmar que toda
cultura, al suponer un “nosotros”, es la base de identidades sociales, las
Eco (1998:185).
Moraña (2002:190-191).
578 Lévi-Strauss (1981:332).
576
577
430
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cuales “se fundan en los códigos compartidos, o sea en formas
simbólicas que permiten clasificar, categorizar, nominar y
diferenciar. La identidad social opera por diferencia, todo ‘nosotros’
supone un ‘otros’, en función de rasgos, percepciones y sensibilidades
compartidas y una memoria colectiva común, que se hacen más
notables frente a otros grupos diferentes”579.
Planteado así, corresponde concebir a las identidades sociales como el
resultado de “la autopercepción de un ‘nosotros’ relativamente
homogéneo en contraposición con los ‘otros’, con base en atributos,
marcas o rasgos distintivos subjetivamente seleccionados y
valorizados que a la vez funcionan como símbolos que delimitan el
espacio de la ‘mismidad’ identitaria”580. Las identidades son, entonces,
“construcciones sociales formuladas a partir de diferencias reales o
inventadas que operan como señales diacríticas, esto es, señales que
confieren una marca de distinción”581. No son, pues, esencias
intemporales sino construcciones inventadas582, imaginarias583, tanto
desde un reconocimiento endógeno como desde uno (o varios)
exógeno(s). Además, si la identidad se formula a partir de diferencias
(reales o inventadas), entonces el sentimiento de ser diferente también
se liga a la designación de esas diferencias (reales o inventadas) por
parte de los otros584.
Si bien la memoria no es la única aliada de la identidad, es la que mejor
puede decirnos por qué somos los que somos y por qué somos lo que
somos… es decir, quiénes somos (el nombre que tenemos). El quiénes
somos (o quiénes suponemos que somos) “corre por cuenta de nuestra
personal o colectiva demanda de modelos arquetípicos, prestigiosos,
para espejarnos y reconocernos en ellos”. Esta es la versión propia,
que debe distinguirse de “la versión ajena, referida al cómo son, a
Margulis (1997:46).
Giménez (1994:170). Tal como aclara Vidart, el término mismidad, “introducido por
Voltaire en su Diccionario Filosófico”, hace referencia “a una característica
singularizante que se refleja en el espejo del tiempo y en las aguas dormidas del espacio
en un ejercicio que va desde la inmanencia tautológica del Ser según Parménides a la
trascendencia metafísica del Devenir propuesta por Heráclito” (2004:89).
581 Oliven (1997:129).
582 Cf. Sollors (1989).
583 Cf. Anderson (1993); García Canclini (1995:95).
584 Cf. de Certeau (1999:121).
579
580
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cargo de intérpretes alienígenos”585 (el nombre que nos dieron). De
este modo, como ha afirmado Vidart en otro lugar, “al ‘quiénes somos’
reclamado, presentido o explicitado por los sedicentes portadores de
una estereotipada identidad (…), le responde el ‘cómo somos’ de las
interpretaciones e intelecciones propias de aquellos que contemplan la
realidad social como un objeto, procurando despojarse del halo
ideológico y de la gravitación etnocéntrica que distorsionan la
imagen de nuestra personalidad de base, bastante difusa e indefinible
por otra parte”586.
En la investigación he evitado, con total conciencia, responder a la
versión propia de los corralenses –al “quiénes somos” reclamado,
presentido o explicitado por ellos– con un “cómo son” propio de una
versión ajena, establecido desde interpretaciones e intelecciones
alienígenas. He construido, ciertamente, mi propia versión
(ineludiblemente, una versión ajena a la corralense), pero cimentada
sobre las percepciones, opiniones y representaciones explicitadas por
los corralenses, de algún modo expresiones de los sentimientos,
pensamientos y proyectos históricos con los que presuntamente se
identifican.
En esto radica, justamente, la razón –política, epistemológica,
metodológica– del deslizamiento que he favorecido a lo largo del
devenir de la investigación: el despliegue de una perspectiva de corte
emic que desplaza, sin sacarla del ruedo, a una de tipo etic. (Este
último tipo, de presencia ubicua en ciencias humanas y,
manifiestamente, en la narrativa literaria y periodística, es
precisamente el que se propone contemplar –à la Durkheim– la
realidad social como un objeto587.)
Vidart (1998b:162).
Vidart (2000:7).
587 Algunas páginas atrás dejé sentado que no he abordado mi interpretación “como la
producción de un saber que se enfoca exclusivamente en el análisis de discursos o
fenómenos desde lejos (según una perspectiva etic), sino, más bien, a partir de un
‘entregarse’ a ellos y atravesarlos, según una perspectiva (…) de corte
predominantemente emic” (cf. supra:345). De este modo, he tomado una distancia
profiláctica con el sociólogo y el antropólogo tradicionales (un Durkheim o un Parsons,
digamos, un Tylor o un Lévi-Strauss), personajes prototípicos del “sociólogo y el
antropólogo que establecen las características del ser y el quehacer de determinados
grupos humanos, pueblos o naciones, (que) obran como observadores ubicados detrás
de la baranda. En el ruedo actúan los protagonistas sociales y se desarrolla la
teatralización humana de la cultura” (Vidart 1998b:157).
585
586
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La argumentación precedente no le quita valor al esclarecedor planteo
de Vidart, a todas luces “rebelde a los rigores del cuadro dogmático y
a las limitaciones del marco doctrinario”588. Muy por el contrario: lo
revaloriza (y con ello, creo, revaloriza mi propia investigación).
Permeable al guiño de Vidart, en el quehacer investigativo he entrado y
salido, alternando tanto como fue posible la observación distante y
desapasionada (etic) desde detrás de la baranda con la inmersión
empática (emic) en el ruedo, allí donde día a día se desarrolla la
teatralización de los protagonistas sociales.
588
Vidart (2000:8).
433
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construcción empírico-conceptual:
el patrimonio cultural de Minas de Corrales
Cuando yo empleo una palabra –dijo
Humpty-Dumpty–, esa palabra significa
exactamente lo que yo quiero que signifique,
ni más ni menos.
Carrol589
Las identidades culturales (o sociales) no surgen como Minervas,
totalmente armadas desde la cabeza de Júpiter; son construcciones que
se fundan en una memoria colectiva y en formas simbólicas
compartidas –percepciones, sensibilidades, representaciones– que se
configuran y expresan como urdimbre de sentimientos de arraigo (a un
espacio físico o locus: un lugar o una constelación de lugares590) y/o de
pertenencia (a un espacio social o socius: el grupo humano o la
constelación de grupos humanos que lo habita).
Los sentimientos de arraigo y de pertenencia –o el sentido de
pertenencia, que emerge cuando existen suficientes elementos
compartidos entre ellos y una cierta coherencia general que los
vertebra– se expresan y actualizan en las manifestaciones ritualizadas
de la socialidad local, ya se trate de la recreación de formas
tradicionales o de la ritualización de representaciones o prácticas
actuales, incluyendo aquellas que se instalan o reinstalan como
estrategia social cuando se ve amenazada la integridad y persistencia
de los bienes culturales, valores o intereses colectivos591.
Corresponde considerar, entonces, cuáles son en Minas de Corrales las
principales de esas manifestaciones y sus formas simbólicas
subyacentes, y cuáles de ellas tienen suficiente presencia y potencia
como para participar en la construcción de un sentido de pertenencia y
de una identidad colectiva genuinamente corralenses.
1998:225.
El sentimiento de arraigo a un lugar no necesariamente implica el afincamiento
presente en un territorio concreto. El lugar puede ser un lugar ausente, virtual o incluso,
por paradójico que parezca, utópico o a-tópico: un lugar imaginado.
591 Cf. supra:405-407.
589
590
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Los corralenses tienen firmes sentimientos de arraigo y de pertenencia
con el espacio físico-social en el que transcurren sus vidas, lo cual se
pone de manifiesto por el modo en que definen a su lugar y al estilo de
vida que éste hace posible592; la gran mayoría de ellos ha calificado a
Minas de Corrales como “linda, tranquila, con buena vida”,
“pintoresca, atractiva”, “un pueblo solidario”, “con gran historia”.
Como es entendible, las percepciones más negativas corresponden a la
población más joven, lo cual también se verificó en las situaciones de
entrevista: es “aburrida, con poco movimiento”, “un lugar difícil para
vivir”, “un pueblo bastante cerrado, difícil, con mucho chusmerío”593.
La mayoría de los corralenses (excluyendo a casi todos los informantes
entrevistados) consideran que los “elementos” más característicos o
distintivos de su cultura son, efectivamente, dos de las manifestaciones
ritualizadas de la socialidad local: la “Fiesta del oro y la cerveza” y la
“Expo-oro”. Llamativamente, valoran más a “fiestas” que se celebran
desde hace unos pocos años que al conjunto de aquellas otras que
existen desde hace ya largo tiempo594: los bailes de carnaval, las fiestas
de aniversario que se celebran en los dos clubes locales más
prominentes, las fiestas anuales organizadas por la Escuela y por el
Liceo, las ceremonias religiosas… Mi lectura de esta circunstancia es
que no se considera que la Fiesta del oro y la Expo-oro sean más
importantes que el resto de las precitadas, sino que su relevancia
radica en su acento diacrítico, en su aporte en términos de
distintividad: la Fiesta del oro y la Expo-oro, a diferencia del resto de
las festividades mencionadas, son exclusivas de Minas de Corrales: no
existe nada parecido en ningún otro lugar del país. Es a partir de este
carácter disyuntivo que contribuyen a la identidad local (en el sentido
de auto-identificación, sin implicancia alguna en los sentimientos de
arraigo o de pertenencia, ambos de carácter claramente conjuntivos).
Digo “los corralenses” con total convicción, ya que así ha emergido de la investigación
realizada. Tanto los informantes calificados seleccionados como la enorme mayoría de
los lugareños encuestados en el censo patrimonial han dado inequívocas muestras de la
existencia de sentimientos de arraigo y de pertenencia. No obstante, como comentaré
más adelante, la existencia de un sentido de pertenencia no puede ser afirmada con la
misma convicción.
593 Cf. supra:322.
594 Prima facie, también resulta llamativo que exista tanta adhesión a una “fiesta”
organizada por una empresa privada (la “Minera San Gregorio”)… pero sólo prima facie.
592
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las máscaras de la identidad colectiva …
Lo mismo cabe decir con respecto a las personas, construcciones y
lugares considerados como más distintivos (exclusivos, característicos
o identificatorios) de Minas de Corrales. Por una parte, según lo que ya
fue comentado, por lo menos tres de cada cinco corralenses consideran
con ese carácter a aquellos lugares y construcciones que de alguna
forma han estado vinculados a la actividad minera, indudable columna
vertebral del proceso morfogenético y de la dinámica demótica de
Corrales y su zona aledaña; entre ellos, han destacado especialmente a
las ruinas de las antiguas instalaciones de Cuñapirú y a los monumentos
a Francisco Davison (y Ana Packer) y a Enrique Ros595. En cuanto a las
personas, Don Tito Pereira (minero independiente, el último cateador)
es la más destacada por la gran mayoría de los lugareños, una suerte de
prócer indiscutido de la matria cuñapiruense-corralense596.
No es casual, entonces, que a Minas de Corrales se la denomine “la
capital del oro”, y que desde hace algunos años la promoción turística
de la zona, liderada por la Junta Local, haya apelado a esa designación.
Es una capital cuyo capital, no obstante, no ha tenido ningún “efecto
derrame” considerable: “lo dicen las cifras. (Las empresas) sacaban
oro, pero nunca dejaron un peso al país porque las declaraciones eran
dobles, al gobierno le declaraban la realidad, o menos que la realidad,
y afuera (en las bolsas de valores europeas) declaraban otra cosa. No
dejaron ningún progreso en la zona y no enriquecieron a nadie”597.
Cf. supra:327. El vínculo de Davison con la minería local fue fuerte y duradero (cf.
supra:127-142). El de su esposa, en cambio, fue bastante más indirecto. Enrique Ros, en
cambio, si bien no tuvo vínculo directo con la actividad minera, escribió una sentida y
muy recordada semblanza del ser minero de Minas de Corrales y de su figura más
destacada y hoy casi legendaria –Francisco Davison–, además de haber estado muy
próximo a Ana Packer en los últimos años de la vida de ésta (cf. supra:130;135;185-194).
596 El neologismo matria lo aplico aquí en el sentido de “patria chica” o patria afectiva. El
“amor a la matria”, vínculo afectivo con el lugar de pertenencia, sustrato de la identidad
local, está marcado por la adhesión al terruño, a sus tradiciones e instituciones sociales;
su correlato, el “amor a la patria”, es en cambio un vínculo ciudadano, sustrato de una
presunta (y esquiva) identidad nacional, marcado por la adhesión a la nación (o al
Estado-nación), a sus relatos fundacionales e instituciones (nacionales).
597 Domínguez (2004:114). “Al gobierno le declaraban la realidad, o menos que la
realidad”, afirmó el escritor en tiempo pasado. Más adelante agregó, en tiempo presente,
con relación a la empresa que actualmente explota el oro de la zona: “la firma declara
que extrae 60% de oro y 40% de plata, pero a la hora de calcular, los viejos mineros
desconfían y creen que el porcentaje de plata esconde el oro que no declaran al
gobierno para pagarle menos” (ídem:116). Me consta que esa desconfianza existe; sin
embargo, como en el juego de la mosqueta, es difícil descubrir dónde está la pelotita… si
es que está.
595
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Tampoco han dejado nada en la actualidad, por lo menos según este
escritor: “continúe o se detenga, el oro de la (mina) San Gregorio poco
y nada ha dejado en Corrales. Un gran pozo, desde luego, una enorme
represa llena de cianuro, y la expectativa de pasar un nuevo
invierno”598. Además, no todos los corralenses están enterados, como
ha comentado Raúl Armand’Ugón, ex-secretario de la Junta Local de
Minas de Corrales, que “el canon de la explotación de la empresa
minera no queda en Corrales, y ni siquiera va a Rivera; va entero a
Montevideo… Eso no es justo: ese canon debería quedar acá”599.
Aunque resulte casi una obviedad señalarlo, la vida de Corrales
siempre estuvo directamente asociada a la explotación aurífera. Por el
oro nació, creció y se desarrolló, por el oro prosperó, decayó, sufrió. La
“quimera cíclica” de la industria minera de la zona estuvo desde
siempre marcada por ese sube-y-baja: “cada período de auge atrae a
obreros, técnicos e idóneos. (…) Cuando el ciclo de prosperidad da
paso a la crisis, la diáspora vacía la zona. Los obreros se reconvierten
en peones de campo, los poblados vuelven a su letargo rural y la
actividad se readapta”600. Así, el oro sembró esperanzas y generó
riquezas, esparció desesperanzas y produjo frustraciones, alentó
certidumbres y hoy, más que nunca, su esperable agotamiento anuncia
con bastante certeza el advenimiento de un futuro incierto.
Parecería absolutamente lícito, entonces, inferir que la impronta que el
oro y su explotación han dejado en el pasado y en el presente de Minas
de Corrales (y la que habrá de dejar en el futuro), tanto por su benéfica
presencia como por su temida ausencia, se constituye en el baricentro
indiscutido e indiscutible de la identidad corralense. En consecuencia,
sería igualmente lícito admitir que los bienes y valores asociados a la
explotación aurífera que ha atravesado la historia local constituyen la
porción medular del patrimonio cultural corralense, en tanto
efectivamente “confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el
presente a los sentimientos, pensamientos y proyectos históricos” de
los lugareños601.
Ibíd.:116.
Este comentario lo hizo Raúl Armand’Ugón durante el grupo de discusión desarrollado
en la Radio Real de Minas de Corrales el 7 de julio de 2009.
600 Chirico (2005:41).
601 Vidart (2004:155).
598
599
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Sin embargo, la explotación aurífera en Minas de Corrales, con sus
progresos y recesos, sus promesas y flaquezas, sus pleamares y
bajamares, no llegó a construir en sus habitantes un auténtico sentido
de pertenencia, y entonces tampoco una genuina identidad cultural. La
actividad aurífera en la zona es, sin lugar a dudas, una parte sustantiva
de su historia, una historia que en cierto modo aún persiste en el
presente… y que probablemente en poco tiempo quedará sumida en el
pasado. Aún hoy los corralenses, cuando hablan de la actividad minera,
no suelen pensar en la actual explotación a cargo de una empresa
extranjera que, como tantas otras, lo saben bien, pasará sin pena ni
gloria. (Presumo que si la empresa operara en otro rubro productivo,
con idénticas inversiones y volumen de empleo de mano de obra local,
produciría lo mismo, o casi, en términos de representaciones
colectivas.) Cuando hablan de la actividad minera se refieren, en
cambio, a un pasado más o menos lejano, al que evocan con más
nostalgia que orgullo: la época de la minería artesanal –la del cateo o
bateado en arroyos o la de la prospección superficial a campo traviesa,
dos modalidades orejanas, autónomas, autosuficientes– o la de las
grandes empresas mineras, cuñas sucesivas del capitalismo financiero
decimonónico y del imperialismo europeo en la región, principalmente
el británico y el francés (que operaron en la región según intenciones,
modalidades y dinámicas diferentes entre sí)602.
Dicho de otro modo: Minas de Corrales es un pueblo con una historia
minera que no llegó a conformar una identidad minera y, mucho
menos, una cultura minera603.
Para un análisis agudo y consistente del proceso de la explotación minera en la zona y
de la necesidad de explicarlo a partir de su inclusión en el contexto del capitalismo
financiero y de la lógica del imperialismo europeo imperantes en las cuatro décadas
anteriores a la Gran Guerra, véase Chirico (2005).
603 Una formulación similar a ésta me la planteó la historiadora corralense Selva Chirico
durante la entrevista que mantuve con ella el 13 de marzo de 2009. En otro lugar Chirico
afirmó que el carácter cíclico y discontinuo de la explotación minera en la zona,
vinculado con los hechos macroeconómicos (crisis económicas, fluctuación de los precios
internacionales del oro –asociada a la disponibilidad o escasez del mineral– y de las
cotizaciones de las empresas mineras en las principales Bolsas europeas, necesidad de
empleo de capitales en superávit en Europa), no logró “mantener sin interrupción más
de dos generaciones de mineros, siendo entonces incapaz de crear verdadera cultura en
el medio” (Chirico 2005:34) o de “producir una cultura específica, aunque algunos
idóneos llegados desde el extranjero fueran agentes de transculturación” (ídem:37).
602
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Esto no significa que muchos de los bienes y valores asociados a esa
historia minera –o la propia historia minera in totum, esto es, el valor
histórico general de la minería aurífera en la zona– no formen parte del
patrimonio cultural de Minas de Corrales. Muy por el contrario, son
esos bienes y valores los que, en mayor medida y grado que
cualesquiera otros, y según la opinión de los corralenses (producida en
–y/o inferida de– situaciones de investigación construidas con el
máximo rigor, pertinencia, exhaustividad y consistencia), les
confieren anclaje en el pasado y peculiaridad en el presente a los
sentimientos, pensamientos y proyectos históricos que ellos mismos
sienten como propios y constitutivos del ethos y del eidos en los que se
inscriben sus vidas (tal como lo manifestaron en –y/o se infiere de–
situaciones de investigación construidas con el máximo rigor,
pertinencia, exhaustividad y consistencia).
...
440
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En consecuencia, los bienes y valores que configuran lo más sustantivo
del actual patrimonio cultural de Minas de Corrales y su zona aledaña
–esto es, la zona minera cuñapiruense– son aquellos que han formado
la parte medular de su historia minera.
A continuación señalo, entonces, los principales bienes culturales
en los que anidan los valores más relevantes de la historia
minera de la zona y que constituyen, por ende, el patrimonio
cultural de Minas de Corrales y sus alrededores604:
 las ruinas de la represa y de las antiguas instalaciones industriales
de Cuñapirú, incluyendo lo que queda de la maquinaria original;
 las minas de galería que aún existen, aunque en estado algo ruinoso,
en el centro de Minas de Corrales;
 las ruinas de las minas que en el último cuarto del siglo XIX
abastecieron de cuarzo aurífero a las máquinas moledoras de
Cuñapirú (San Gregorio, Santa Ernestina, Zapucay, Corrales,
Cortume, Areicuá, Santa Bárbara);
 las ruinas del antiguo polvorín, en la margen derecha del arroyo
Corrales;
 el conjunto de las torres del antiguo sistema de aero-carril que aún
se mantienen en pie;
 la locomotora “La Clotilde” (cuyo paradero desconocemos) y la
trocha angosta por la que circulaba, de la cual sólo quedan las restos
del puente de hierro que permitía el paso por el arroyo San Pablo;
 el antiguo núcleo urbano de Santa Ernestina, del que hoy quedan
las ruinas de unas pocas construcciones (el hospital, el cementerio,
la panadería, entre otras);
Es probable que muchos de quienes se hayan leído con atención los testimonios
producidos por “mis” informantes calificados y, sobre todo, las tablas que recogen los
principales resultados del censo patrimonial, estimen que todo ello no se corresponde
fielmente con el listado que aquí ofrezco. Ciertamente, esa correspondencia fiel no existe.
El listado que ahora presento lo he elaborado tomando en consideración aquellos
testimonios y las respuestas brindadas en ocasión del censo patrimonial por parte de
aquellas personas que, siendo mayores de 24 años, hacía más de diez años que residían
en Corrales (aproximadamente las dos terceras partes del universo considerado). La
elección de este universo restringido respondió a que, una vez procesadas y analizadas
las respuestas a todas las preguntas del formulario censal, surgió con claridad que la gran
mayoría de las categorizadas como “no sabe”/“no contesta” correspondían a menores de
25 años y a pobladores con menos de once años de residencia en Minas de Corrales.
604
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 la figura de Francisco Vardy Davison, hoy recordada en tres
construcciones que han tenido suerte diversa:
—
el monumento ubicado en el centro de Minas de Corrales (que
tímidamente también homenajea a su esposa, Ana Packer),
—
la vivienda que “el pueblo” de Minas de Corrales le obsequiara a
comienzos del siglo XX, actualmente en manos privadas,
—
la vivienda que originalmente ocupó, al otro lado de la ciudad,
cerca del arroyo Corrales;
 la figura de Don Tito Pereira, último sobreviviente de la minería
artesanal independiente: el último cateador;
 el Museo del Oro montado por Don Tito Pereira en su propia casa
con sus propios hallazgos, enseres y recuerdos.
De acuerdo con lo emergente del censo patrimonial, así como de los
testimonios de los informantes calificados (producidos tanto en
situación de entrevista en profundidad como de grupo de discusión), la
gran mayoría de los corralenses consideran que los tres primeros
bienes culturales citados –las ruinas de Cuñapirú, las minas de galería,
“las minas y la minería”– son, en ese orden, los principales portadores
de valor patrimonial, en virtud de lo cual, en su opinión, deberían “ser
declarados como bienes patrimoniales del departamento de
Rivera”605.
El resto de los bienes culturales citados más arriba también fueron
considerados como portadores de valor patrimonial, aunque con una
importancia algo inferior con respecto a los primeros tres. La casa que
los corralenses le regalaron a Davison (5° lugar entre los bienes más
mencionados en el censo patrimonial), las ruinas del antiguo polvorín
(7° lugar), el monumento erigido en homenaje a Davison (8°), las
torres del antiguo sistema de aero-carril (12°), el Museo del Oro de Tito
Pereira (13°), el propio Tito Pereira (18°) y lo que queda del antiguo
Esos tres bienes fueron los más mencionados en el censo patrimonial; obtuvieron, en
conjunto, un 44% del total de menciones “positivas” producidas, esto es, sin considerar
las respuestas de la categoría “NS/NC” (“no sabe”/“no contesta”); estas últimas, dicho
sea de paso, fueron muy numerosas. Esos tres bienes también fueron los que obtuvieron
mayor cantidad (56%) de primeras menciones (de las tres requeridas en la última
pregunta del formulario del censo patrimonial). (Cf. supra:337.) Por su parte, los
informantes calificados que he entrevistado también coincidieron en atribuirle la misma
importancia a esos bienes, que se destacan claramente con relación a cualesquiera otros.
605
442
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las máscaras de la identidad colectiva …
núcleo urbano de Santa Ernestina (24°), fueron “bienes” muy
mencionados en el censo606, y su valor patrimonial también fue
considerado con destaque por los informantes calificados consultados
(en especial las torres del aero-carril y la figura de Don Tito Pereira).
...
A continuación presento, en imágenes, algunas de las características
que, de acuerdo con lo que ha emergido de la investigación realizada, le
confieren valor patrimonial a algunos de los bienes culturales citados.
Las ruinas de Cuñapirú
En la primera parte de este libro se presentaron las principales
características del complejo industrial de Cuñapirú, así como la
importancia de sus instalaciones y el proceso de su construcción. Ahora
corresponde describir su situación actual y fundamentar la relevancia e
imperiosidad de las tareas de rescate, refacción, preservación,
promoción, difusión. Lo hago con el auxilio de dos visitantes –cada uno
de ellos con bien ganado prestigio en su respectivo oficio– que unos
pocos años atrás estuvieron de paso por la zona: un escritor porteño
(bonaerense-montevideano) y un ingeniero industrial asturiano.
“Es un extraño paraje de la República. Junto al río que corre entre los
cerros, quedan en pie los edificios con las puertas y ventanas
desgonzadas, buena parte de la represa y la vieja usina, con sus
túneles, galerías y galpones colmados de maquinarias donde
conviven los viejos y enormes engranajes de acero que un día llegaron
en carretas, con alternadores y aparatos eléctricos de los años treinta
a cincuenta. Los pisos inundados de agua albergan una derrota
tecnológica de dimensiones gigantescas. A diferencia de otras ruinas
que detienen el tiempo humano en un momento singular, Cuñapirú
exhibe casi cien años de ingeniería yuxtapuesta, tal si un artista de
Cf. supra:337-340. Aunque en el censo patrimonial, llamativamente, sólo dos
personas mencionaron a la locomotora “La Clotilde” y ninguna al puente de hierro sobre
el arroyo San Pablo, he incluido esos dos bienes en el listado de la página precedente
porque, indudablemente, forman parte de la historia minera de la zona.
606
443
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las máscaras de la identidad colectiva …
instalaciones posmodernas hubiese montado un espectáculo del
esfuerzo humano y su fracaso. El tiempo ha ido oxidando y
degradándolo todo como un lento sueño surrealista que devora un
tablero de llaves eléctricas, pesados engranajes de hierro de dos
metros de diámetro y los marcos de enormes ventanas por donde
entran los pájaros, la lluvia y la inclemencia, en una indiscriminada
continuidad de malezas y restos del trabajo humano. Sobre una loma
queda en pie la señorial mansión del Marqués de Malherbe, en cuyas
habitaciones art decó, cocinas, baños y piezas de servicio, se dan cita
y conversan yeguas y caballos sueltos, murciélagos y palomas. Se
diría que Herzog ha montado el decorado de una nueva película y dan
ganas de presionar las paredes con la punta de los dedos para ver si
la realidad no se derrumba hacia otra dimensión”607.
Por su parte, Álvarez Areces ha destacado con énfasis “la urgencia en
actuar para evitar el deterioro y abandono con riesgo irreversible de
lo que es un exponente fundamental en el patrimonio industrial
latinoamericano. (…) La salvaguarda y preservación de la represa y
del patrimonio industrial de la zona –amenazado por el abandono y
el expolio– nos obliga también a una llamada de atención a las
instituciones cívicas y administraciones públicas uruguayas. Nuestra
colaboración y la de todas las asociaciones y entidades dedicadas a la
defensa del patrimonio industrial (…) deben insistir, reclamar y
procurar que políticos, investigadores y ciudadanos corralenses,
riverenses, uruguayos y todas las personas interesadas en mantener
viva la memoria y la historia industrial y social puedan y deban
proyectar en Cuñapirú un equipamiento singular que dé un futuro a
su enjundioso pasado para autoestima de las generaciones actuales y
venideras. (…) En la actualidad (la usina) permanece a la espera que
alguien la despierte, un nuevo Barrial Posada. La oportunidad y las
expectativas bien merecen de un proyecto que ponga en valor tan
valioso patrimonio industrial y natural. Las posibilidades turísticas y
de reutilización son considerables para un eje de dinamización del
área transfronteriza con Brasil”608.
Domínguez (2004:115). De acuerdo con lo que ya he comentado –con apoyo en una
afirmación del historiador Eduardo Palermo (cf. supra:85, nota al pie 131)–, la mansión
en cuestión nunca fue propiedad del Marqués de Malherbe ni fue ocupada por él.
608 2003:7-9. Álvarez es presidente de la Asociación de Patrimonio Industrial de España.
607
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Las ruinas de Cuñapirú.
445
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Las ruinas de Cuñapirú. Arriba, fotografía aérea cedida por Eduardo Palermo.
446
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Las ruinas de Cuñapirú. Abajo, fotografía aérea cedida por Eduardo Palermo.
447
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Las ruinas de Cuñapirú. Fotografías aéreas cedidas por Eduardo Palermo.
448
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Uno de los accesos a la mansión de los directivos.
Vista parcial de las ruinas de Cuñapirú desde el
interior de la mansión de los directivos.
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Las ruinas de Cuñapirú: fotografía aérea cedida por Eduardo Palermo.
450
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Las antiguas minas de galería
“Me parece que lo más característico de Minas de Corrales son las
galerías”, me dijo Don Eduardo Andina. “Minas de Corrales está
totalmente excavado por debajo; en aquella época de fines del siglo
diecinueve se hacía la excavación siguiendo la veta; entonces hay
muchísimas excavaciones debajo de Minas de Corrales. Eso creo que
sería una de las cosas a mostrar. (...) Hay tres accesibles, que eso se
hizo en la administración anterior, cuando Raúl (Armand’Ugón)
estaba al frente de la Junta Local. Son tres, que se limpiaron todas, se
les puso piso y portones cerrados con llave. Están en el dominio de la
Junta Local, y ahora, en cuestión de días o de meses, se van a
habilitar con cartelerías y con guías y demás, va a quedar habilitada
para toda la población”.
451
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Las ruinas del antiguo polvorín
El conjunto de las torres del antiguo sistema de aero-carril
El puente sobre el arroyo San
Pablo
453
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“La Clotilde”
El antiguo núcleo urbano y el cementerio de Santa Ernestina
454
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El Dr. Davison y el monumento que lo homenajea
Óleo del artista corralense Wilson Fagúndez.
La vivienda que el pueblo de Minas de Corrales le obsequió al
Dr. Davison
455
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Tito Pereira, el último cateador, y su Museo del Oro
...
Existen en Minas de Corrales muchos otros bienes culturales
altamente apreciados por sus pobladores, pero que sin embargo
prácticamente no participan en la construcción de su identidad
cultural, o por lo menos no lo hacen en términos de distintividad o de
aporte de un acento inconfundiblemente diacrítico en la región: la
Escuela N° 4 (4° lugar entre los más mencionados en el censo
patrimonial), el Hospital (6° lugar), el monumento al Dr. Ros (9°), la
Plaza de Deportes (10°), la “playita” (11°), etcétera. Con esto quiero
indicar que ninguno de esos bienes es de presencia exclusiva en Minas
de Corrales ni posee un carácter genuinamente identificatorio para los
corralenses; de hecho, en toda pequeña ciudad de nuestro país existe
una escuela y en muchas de ellas un hospital o una plaza de deportes o
un monumento a una figura local que gozan del aprecio mayoritario de
sus pobladores y que, en algunos casos, legítimamente podrían fundar
sentimientos de arraigo o de pertenencia. No obstante, precisamente
por su (casi) nulo valor diacrítico, muy poco contribuyen en la
formalización de una identidad cultural (tal como aquí la entiendo).
456
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La Escuela N° 4
457
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El Hospital
El monumento al Dr. Ros
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La Plaza de Deportes
La “playita”
...
459
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460
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Hasta aquí he considerado los bienes culturales de Minas de Corrales y
sus zonas aledañas que con justicia podrían considerarse como
componentes de su patrimonio cultural609, sin establecer diferencia
alguna entre patrimonio cultural material y patrimonio cultural
inmaterial.
El cursus de la investigación que he desarrollado me permitió
confirmar, por extensión y sin intención –es decir, sin que me lo
hubiera propuesto–, uno de los planteos teóricos formulados por
Vidart en uno de sus últimos libros610: la distinción entre patrimonio
material (o tangible) e inmaterial (o intangible) es infundada y, en
consecuencia, no es pertinente ni conveniente. Resulta indudable que
lo que convierte a un bien material, a un artefacto –un espacio urbano,
un edificio, un monumento–, en patrimonio material de un grupo
social, es algo evidentemente inmaterial: todo bien patrimonial
material contiene una dimensión inmaterial, constituida por la
valoración cultural de la colectividad que le atribuye a aquel bien
calidad de patrimonial.
En efecto, la calidad de patrimonial de un bien, su estatuto o
“naturaleza” (siempre artificial, a veces artificiosa) de patrimonio
cultural colectivo, se determina en función de valores, aquellos que
supuestamente contiene y expresa ese bien: “la necesidad de un
depositario en quien descansar da al valor un carácter peculiar, le
condena a una vida parasitaria, pero tal idiosincrasia no puede
justificar la confusión del sostén con lo sostenido. Para evitar
confusiones en el futuro conviene distinguir, desde ya, entre los
Aún a riesgo de ser reiterativo, creo necesario aclarar el sentido con el que quiero que
se entienda la expresión “con justicia”. Los bienes culturales mencionados y su
consideración como componentes del patrimonio cultural de Minas de Corrales son,
efectivamente, resultantes de mi investigación. La atribución de valor patrimonial a
dichos bienes es subsidiaria de la definición que he propuesto en la página 431 (y luego
aplicado al caso corralense en las páginas 449-450). Dicho esto, queda claro que esa no
es mi atribución, ni son esos, necesariamente, los bienes que yo preferiría que poseyeran
mayor valor patrimonial. A este respecto he seguido la recomendación de Max Weber (y
de muchos otros después de él): en todo momento me obligué a evitar que mis
preferencias e intereses incidieran en el resultado de mis investigaciones. Cuando ello no
fue del todo posible, opté por asumir y explicitar aquellos sesgos, de modo que el lector
pueda, si así lo prefiere, evaluar su eventual incidencia en los análisis producidos (tal la
recomendación implícita que dejó formulada Raymond Firth en el cierre de su We, the
Tikopia, ejemplo clásico de etnografía clásica).
610 Cf. Vidart (2004:139-148).
609
461
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las máscaras de la identidad colectiva …
valores y los bienes. Los bienes equivalen a las cosas valiosas, esto
es, a las cosas más el valor que se les ha incorporado”611. Vidart va aún
más lejos, es decir, más hondo: “un patrimonio no se limita a los
bienes constituidos por las cosas de carácter material. Incluye
también a los valores, esas calificaciones culturales que otorgan
sentido a los legados de carácter artístico, científico y moral”612.
Así, la propia noción de patrimonio omite esa diferenciación (entre lo
material y lo inmaterial) y no hay razón alguna para que ciertas
personas (físicas y jurídicas) “expertas en patrimonio” la instalen. Más
aún, la propia materialidad de lo material, tomada con prescindencia
de los valores que parasitan en ella, cuestiona de plano esa
diferenciación. El valor del Muro de los lamentos, por ejemplo, no
radica en su emplazamiento arquitectónico ni en las piedras o en el
aparejo que lo constituyen sino, evidentemente, en los ingredientes
inmateriales que lo hacen portador de sentido, depositario de
memorias colectivas, identidad social y sensibilidades configuradas
históricamente. De un modo análogo, el valor de la torre de hierro que
otrora formara parte del sistema de aero-carril por el que se
transportaban piedras desde San Gregorio a Cuñapirú y que la Junta
Local de Minas de Corrales ha reubicado en el centro de la ciudad, no
es inherente a la torre en su materialidad, sino que radica en lo que esa
torre representa para los corralenses como símbolo de un período,
definitivamente enterrado en el pasado, de bonanza y esplendor. Lo
mismo cabe decir con respecto al monumento a Davison, cuyo valor no
está en el objeto en sí, en su materialidad escultórica (la cual, dicho sea
de paso, no parece ser del agrado de la mayoría de los corralenses),
sino en lo que el monumento representa y evoca: la figura de Davison,
indiscutido prócer civil de Minas de Corrales, el muerto más vivo en la
memoria de los lugareños. Ese mismo monumento, aquella misma
torre, puestos en el centro de Nairobi o de Carmelo, no significarían
nada, no tendrían valor alguno: serían bienes sin valor, o a lo sumo, si
vale un juego pleonásmico-oximorónico, bienes materiales con algún
valor material pero sin ningún valor axiológico o simbólico613.
Frondizi, apud ídem:146. (Las palabras resaltadas están así en el original.)
Vidart (2004:151). (Las palabras están resaltadas en el original.)
613 Lo mismo cabría considerar para el caso inverso. De ahí el valor (estético y simbólico,
controversial y de denuncia, etcétera) adherido al urinario que hace casi un siglo Marcel
611
612
462
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las máscaras de la identidad colectiva …
(Las consideraciones precedentes incitan a reivindicar la noción de
monumento con el sentido que le ha atribuido Françoise Choay en una
página a todas luces hermosa: “en francés, el sentido original del
término (monumento) es aquel del latín monumentum, a su vez
derivado de monere (avisar, recordar), aquello que interpela a la
memoria. La naturaleza afectiva de su vocación es esencial: no se
trata de constatar cosa alguna ni, tampoco, de entregar una
información neutra sino de suscitar, con la emoción, una memoria
viva. En este primer sentido, el término monumento denomina a todo
artefacto edificado por una comunidad de individuos para acordarse
de o para recordar a otras generaciones determinados eventos,
sacrificios, ritos o creencias. La especificidad del monumento consiste
entonces, precisamente, en su modo de acción sobre la memoria que
utiliza y moviliza por medio de la afectividad, para que el recuerdo
del pasado haga vibrar al diapasón del presente. Ese pasado
invocado, convocado, en una suerte de hechizo, no es cualquiera: ha
sido localizado y seleccionado por motivos vitales, en tanto que puede
contribuir directamente a mantener y preservar la identidad de una
comunidad étnica, religiosa, nacional, tribal o familiar. El
monumento es, tanto para quienes lo edifican como para los que
reciben sus mensajes, una defensa contra los traumatismos de la
existencia, un dispositivo de seguridad. El monumento asegura, da
confianza, tranquiliza al conjurar el ser del tiempo. Garante de los
orígenes, el monumento calma la inquietud que genera la
incertidumbre de los comienzos. Desafío a la entropía y a la acción
disolvente que el tiempo ejerce sobre todas las cosas, naturales y
artificiales, el monumento intenta apaciguar la angustia de la muerte
y de la aniquilación. Esta manera de relacionarse con el tiempo vivido
y con la memoria –o, en otros términos, su función antropológica–
constituye precisamente la esencia del monumento. Todo lo demás, es
contingente y, consecuentemente, diverso y variable”614.)
...
Duchamp expusiera en un museo (el Grand Central de Nueva York), pieza que carecía de
todo valor (estético y simbólico, etcétera) en la tienda donde Duchamp lo compró y que
carecería de todo valor (estético y simbólico, etcétera) en el baño en el que cualquiera lo
hubiese podido instalar.
614 Choay (2007:15).
463
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las máscaras de la identidad colectiva …
Aclarado esto, paso a considerar la percepción de los corralenses sobre
aquellos bienes culturales de su espacio físico-social que los “expertos
en patrimonio” calificarían como “patrimonio inmaterial”: “saberes”
(creencias, leyendas, cuentos, tradiciones, culinaria, medicina popular,
oficios), expresiones artísticas (en música, danza, murga, teatro,
literatura, pintura, escultura, artesanía), costumbres, etcétera.
Confieso que en los prolegómenos de mi investigación –esto es, cuando
ella se parecía más a una exploración o prospección superficial que a
una excavación en profundidad– tenía la presunción (que en aquel
momento se me aparecía como certeza de base intuitiva) de la
existencia de un “patrimonio cultural inmaterial” propia y
distintivamente corralense. El trabajo de campo mostró otra cosa. Tal
como quedó expuesto en el capítulo correspondiente, la proporción de
corralenses encuestados que afirmó la existencia de bienes distintivos
(exclusivos, identificatorios) de Minas de Corrales que podrían
incluirse en ese tipo (supuesto) de patrimonio fue llamativamente baja:
sólo la tercera parte en el caso de conocimientos o tradiciones
(creencias, leyendas, cuentos, comidas, medicina popular, etcétera),
poco más de la mitad en el caso de creaciones y obras artísticas y en el
de expresiones culturales, oficios o costumbres. Asimismo, fueron muy
pocos (en términos relativos) quienes lograron mencionar a tres
“elementos” de cada una de esas categorías (que es lo que “pedía” el
formulario censal).
Como ilustración, consideremos algunos ejemplos de cada categoría.
Fueron muy escasas las menciones de creaciones y obras artísticas
que se puedan considerar como distintivamente corralenses. Algo
menos de la tercera parte de los encuestados respondió que no existen
expresiones artísticas ni culturales distintivamente corralenses. Si bien
entre quienes afirmaron que tales expresiones existen la preferencia
mayor estuvo referida a “la música” (y sobre todo a ciertos músicos615),
ésta no parece diferir en nada –excepto por cierto color local de
Los más mencionados fueron, en orden descendente, el dúo Edgar y Gabriel, Edgar
Uriarte, Noel Castro, Elidio Losa, Virginia Conde, la orquesta pop Sabar 6, el grupo
Almendra, el dúo Víctor y Daniel, la murga Los muchachos del centro. En conjunto,
todas éstas representan apenas el 11% del total de menciones producidas.
615
464
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algunas letras– de la correspondiente al “género
predominante en otras localidades de la región.616
folclórico”
Los oficios constituyen la única categoría donde existen algunas
manifestaciones culturales que, por su carácter diacrítico, podrían
llegar a considerarse como legítimos componentes del “patrimonio
inmaterial” corralense. Este es el caso de los oficios propios de la
explotación aurífera tradicional (“buscadores o cateadores de oro”,
“trabajo en galerías”617), que de todos modos fueron mencionados en
menor proporción que aquellos oficios y costumbres vinculados a la
vida rural (los cuales, evidentemente, en nada difieren de los existentes
en otras localidades de la región).
Algo similar cabe decir con respecto a las menciones referidas a
conocimientos o tradiciones (creencias, leyendas, cuentos, comidas,
elementos de medicina popular, etcétera) que se podrían considerar
como distintivamente corralenses: apenas las referidas a personajes
locales (“Don Baudilio y señora”, inmortalizados en una canción de
Edgar y Gabriel, “el negro Nicanor”, “Queirós y sus compadres”, “el
Dr. Sottolani”, “el negro Beto”), que en total representan menos del 2%
del total de menciones producidas, idéntico porcentaje que en el caso
de las menciones referidas a leyendas y cuentos exclusivamente locales
(leyendas asociadas al oro, al cementerio de Santa Ernestina y a la
“historia fundacional”, “el arroyo de los muertos”)618. En un sentido
similar, se puede advertir que ninguna de las tradiciones culinarias
consideradas como distintivas de Minas de Corrales efectivamente lo
son: asado, puchero, olla criolla, ensopado, guiso carretero,
mazamorra, tortafritas, mate. En todo caso, algunos de estos
elementos del “patrimonio inmaterial” expresan –y entonces forman
parte de– lo que cabría considerar como cultura fronteriza uruguayobrasileña, una cultura de carácter y alcance inequívocamente regional.
En cuanto a las artes plásticas, el artista local más mencionado fue Wilson Fagúndez,
seguido de Alicia Montfalcon y Carmen Da Silva.
617 Aquí no le atribuyo demasiada relevancia a la respuesta “el trabajo en la mina” –que,
en rigor, debe interpretarse como “el trabajo en la empresa minera”–, que fue la opción
más mencionada en el censo patrimonial (10%), ya que incluye una gran variedad de
oficios y tareas que, en todo caso, son más distintivas del giro industrial de la empresa
que de Minas de Corrales como lugar (locus y socius).
618 Los “elementos” más mencionados no son en absoluto distintivos de Minas de
Corrales: las criollas, la leyenda de la mujer de blanco, la bencedura de niños enfermos,
el lobizón, etcétera.
616
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las máscaras de la identidad colectiva …
En este sentido, el portuñol619 y la culinaria son dos de esos elementos
que pueden resultar especialmente ilustrativos: no parecen existir
diferencias significativas entre el portuñol y la culinaria corralenses y
el portuñol y la culinaria de cualesquiera otros pueblos de esta región
de frontera.
“Yo creo que el portuñol de acá es parte de la identificación nuestra,
de Minas de Corrales, creo que es parte de nuestra cultura”, me dijo
Don Eduardo Andina. Pero enseguida, ante mi pregunta sobre su
eventual carácter distintivo o diacrítico a escala local, aclaró: “nunca
tuve la oportunidad de hacer la comparación. Pero supongo que más
o menos debe ser la misma historia que en otras ciudades del
departamento”. La lingüística nacional ha reafirmado esta
percepción620.
Por otra parte, “tanto en lo que respecta a la Cocina como a la Lengua
de los habitantes de la Frontera, no nos caben dudas de que podemos
hablar de factores identitarios, algunos de los cuales ya han sido
objeto de investigaciones. No obstante, aquí debemos reconocer un
campo sembrado de indefiniciones”621. Se trata, en efecto, de factores
identitarios que, más allá de las indefiniciones aludidas, sólo son
genuinos a escala regional: las prácticas lingüísticas (de habla) y
culinarias (de cocina) corralenses son notoriamente distintas de las
predominantes fuera de la región, pero prácticamente no difieren de
las existentes en otros lugares de ella. Por ejemplo, en toda la región
fronteriza se cocina y se come asado, puchero, olla criolla, ensopado,
guiso carretero, mazamorra y tortafritas (tales las “comidas” más
mencionadas en el censo patrimonial), así como feijoada, pirón y
mexidos/farofas622.
“Portuñol” es el término con el que los lugareños suelen designar a uno de los
“idiomas” que se hablan en la región. Su definición como lengua o variante dialectal ha
sido, lógicamente, asunto de lingüistas, quienes hasta hace algunos años preferían la
designación DPU (dialectos portugueses del Uruguay); hoy parece irse afirmando una
nueva etiqueta: portugués del Uruguay. Entre la profusa producción al respecto, véase
Barrios et al. (1982), Behares (1997;2001).
620 Cf. Barrios et al. (1982), Behares (1997;2001).
621 Behares (2004:227).
622 Estos tres, junto a ensopado, guiso carretero y puchero, han sido destacados por un
investigador como los “platos” más frecuentes en la región fronteriza (cf. Holzmann
2004:158).
619
466
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Así pues, y contrariamente a lo que había intuido antes de darle curso a
la investigación de campo, la heteróclita inmigración europea extraibérica que nutrió culturalmente a Cuñapirú-Minas de Corrales desde
el último tercio del siglo XIX no dejó ninguna impronta significativa en
la cocina y la lengua locales como “factores identitarios”.
467
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468
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la producción del patrimonio cultural
de Minas de Corrales:
las máscaras sobre el rostro de la identidad colectiva
“No se puede disociar aquí el acto de
comprender el entorno de la voluntad de
cambiarlo. (…) No es posible decir el sentido
de una situación más que en función de una
acción emprendida para transformarla. Una
producción social es la condición de una
producción cultural”
de Certeau623
Así como no se puede disociar la “cosa” investigada del sujeto que la
investiga (de su actividad subjetiva de objetivación y de todo lo que
carga encima al hacerlo)624, tampoco se puede disociar –aunque aquí
por razones y consideraciones bien diferentes– el acto de comprender
el entorno de la voluntad de cambiarlo. Una vez hecho público, el acto
de comprender el entorno que espolea la actividad del investigador
contribuye, para bien o para mal, a la comprensión de ese entorno por
parte de quienes lo habitan (o a la revisión –tanto si deriva en
modificación como en reafirmación– de su comprensión preexistente).
Más aún, la investigación que se piensa y ejecuta para dar cuenta de la
identidad colectiva de un grupo social y de las condiciones,
circunstancias y procesos de su construcción sienta las bases mínimas
necesarias –epistemológicas, teóricas, políticas– para la identificación,
evaluación y determinación del patrimonio cultural de ese grupo. Este
patrimonio, una vez identificado, evaluado y determinado (con todas
las legitimaciones sociales que tales operaciones requieren), pasará a
participar en nuevos procesos de construcción (o reconstrucción o
recreación) de la identidad colectiva del grupo en cuestión: una
producción social es la condición de una producción cultural, la cual
alienta nuevas instancias de producción social.
623
624
1999:169. (La frase una acción emprendida está resaltada en de Certeau).
Cf. supra:308-310.
469
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las máscaras de la identidad colectiva …
Si todo esto es así, es así porque los patrimonios culturales no son
datos cristalizados de la realidad social ni excrecencias o epifenómenos
de esencias ocultas (que el investigador estaría llamado a des-cubrir)
sino construcciones de esa realidad (en las que el investigador podría
ser llamado –o llamarse– a participar) y, si se afina el análisis,
instrumentos que intervienen en la construcción de esas
construcciones625.
las identidades y patrimonios culturales como construcciones
Analizar el patrimonio o la identidad cultural de un grupo social como
si se tratara de la búsqueda de una esencia entre los pliegues de lo
perecedero o de lo contingente resulta un ejercicio vano, carente de
toda plausibilidad. De ahí la pertinencia de la exhortación bourdieana:
“liberar el discurso crítico de la tentación platónica del fetichismo de
las esencias”626. Lo que corresponde al investigador social en la
práctica de esa liberación es dar cuenta de los procesos de construcción
identitaria (y de los de construcción patrimonial asociados), con lo
cual también contribuye a la desfetichización del carácter esencialista
que tradicionalmente se le ha atribuido a la identidad cultural y, por
extensión, al patrimonio cultural. (También podría analizarse –aunque
no lo haré aquí– la tentación del fetichismo de la memoria “oficial”, por
lo general materializado en la erección de monumentos.627)
En concordancia con esos supuestos, el “carácter construido, no
esencial, de las identidades (…) se ha vuelto un lugar común del
El tenor de este planteo es deudor de la tesis constructivista crítica que atraviesa
buena parte de la obra de Bourdieu. (Véase, por ejemplo, 1997 y 2000.)
626 Bourdieu (1997:72).
627 Esa fetichización por lo general responde a propósitos conservadores y a menudo
reaccionarios: “la memoria es en muchos casos objeto de una monumentalización que al
fetichizarla la desaloja de contenido político reivindicativo, cuestionador, contracultural, asimilándola al statu quo, y a una noción en muchos aspectos perimida de
totalidad o identidad nacional, que sirve a objetivos de regulación conservadora e
inmovilista del pasado histórico” (Moraña 2002:193). Marc Augé (1998:102) ha sido
más radical: “la memoria oficial necesita monumentos: estetizar la muerte y el horror”.
625
470
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
pensamiento contemporáneo (así como) afirmar que lo propio y lo
ajeno son construcciones ficcionales”628.
Este carácter nos induce a concebir a la identidad cultural –rostro
colectivo, horadado y honrado por el lustre del tiempo– como una de
las matrices (real, aunque ficcional y subyacente, instituida a la vez
que instituyente) del mundo fenoménico de la socialidad.
Concebir a la identidad cultural de un grupo social como rostro
colectivo creado y recreado por las principales operaciones que
atraviesan la producción social del tiempo –memoria y olvido–
impugna la pertinencia de los planteos que la consideran como un
repertorio de máscaras intercambiables según la ocasión629. Si bien la
construcción diacrónica de la identidad-rostro altera muchos de sus
rasgos y facciones, no mina su mismidad, como tampoco lo hace su
eventual variación sincrónica. Aunque cambia, en lo sustantivo el
rostro es siempre reconocible como tal (y es su propio cambio el que,
seguramente, garantiza su perdurabilidad): pueden variar sus
expresiones y performances, sin por ello dejar de ser el mismo. (Si no
fuera así, habría que inventar otro término o hablar de otra cosa, pero
no de identidad.)
Es difícil –quizás imposible– saber qué hay detrás del rostro, elucidar
lo que oculta –si es que efectivamente oculta algo–; pero no lo es, o no
lo es tanto, identificar las máscaras que lo ocultan, simplemente
porque éstas constituyen la realidad observable de la que se nutre toda
tarea de descripción-interpretación630.
Bourdieu (1997:72). Baste citar como ejemplo la afirmación de James Clifford: “la
identidad es coyuntural, no esencial” (apud García Canclini 2008:26).
629 Uno de esos planteos es el de Eric Hobsbawm: “la mayor parte de las identidades
colectivas se parecen más a una camisa que a la piel, es decir, que son, por lo menos en
teoría, optativas, no ineludibles. A pesar de la moda actual de manipular nuestro
propio cuerpo, sigue siendo más fácil cambiar de camisa que de brazo” (2000:117).
630 Estoy tentado a decir, siguiendo una concepción kantiana, que esas máscaras son
phaenomĕna, “lo que aparece, lo que deslumbra con su viva luz y no deja ver el
noumenos, la cosa en sí” (Vidart: Prólogo a Acevedo 2007:IX). La presunta existencia del
noumenos no será discutida aquí; baste con dejar sentada mi mayor afinidad con la
filosofía de la sospecha de Nietzsche y su precursora hermenéutica de la opacidad: “la
palabra «fenómeno» encierra muchas seducciones, por lo que, en lo posible, procuro
evitarla, puesto que no es cierto que la esencia de las cosas se manifieste en el mundo
empírico” (2004:30), quizás, simplemente, porque no exista algo así como “la esencia de
las cosas”. En este sentido, lo que intento postular aquí –repitiendo lo que ya he hecho
unas cuantas páginas atrás– es que “el mundo empírico”, el mundo de “lo que aparece”,
628
471
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
La relación entre identidad y socialidad, rostro y máscaras, es, en
cualquier caso, problemática. No es una relación lineal, y el
ocultamiento del rostro de las “cosas” (los constructos ficcionales de lo
propio y de lo ajeno) no sólo opera por mera opacidad. Además, el
repertorio de máscaras, variado y voluble, suele estar investido de una
estimable potencia expresiva y performativa, lo cual actúa acentuando
el ocultamiento631. Parece ser esto lo que subyace al ya citado
comentario de Barel: “lo invisible social es tan real como lo visible,
pero su realidad no puede ser aprehendida del mismo modo”. Siendo
así, sólo cabe evitar la ilusión de total transparencia de lo aparente –las
máscaras– tanto como la ilusión de total inteligibilidad de lo oculto –el
rostro–. Cumplida esa evitación, quedaremos en condiciones de
acercarnos a la captura del rostro y, sobre todo, a las modalidades,
estrategias y dispositivos de su ocultamiento632.
La identidad-rostro cultural corralense, construcción ficcional –y
como tal, legítima– postulada por muchos corralenses, se materializa y
expresa en (y entre) los discursos, en ciertas formas consolidadas de
socialidad y en unos cuantos bienes-máscaras culturales que, al
mismo tiempo, la ocultan: las ruinas de Cuñapirú, las minas, las
galerías, el polvorín, las torres del aero-carril, “La Clotilde”, Santa
Ernestina, Francisco Davison, Don Tito Pereira, el Museo del Oro. (El
conjunto de esos bienes, como ya he analizado, es una suerte de
cristalización o de condensación de una historia y una memoria
mineras, aunque no de una identidad o una cultura propiamente
mineras633.)
no oculta ninguna supuesta “esencia de las cosas”; simplemente oculta, en virtud de su
opacidad constitutiva, aquello que el conocimiento y el pensamiento –filosofía, ciencia,
arte– pretenden hacer visible: por ejemplo, la identidad cultural, las identidades
culturales.
631 Aquí aplico la noción de performatividad en un sentido similar al propuesto hace casi
medio siglo por Austin (cf. 1982) para ciertos actos de habla: la capacidad que tienen
algunos enunciados en cuanto a configurar las acciones de otros, es decir, de realizar un
hecho por el mero hecho de expresarlo.
632 Para un esbozo de discusión de esta problemática, cf. supra:372-375.
633 Cf. supra:437-440.
472
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las máscaras de la identidad colectiva …
las identidades y patrimonios culturales como instrumentos
(para la construcción identitaria y patrimonial)
Cuando un investigador social, sin que nadie lo convoque, pone su
interés profesional y su oficio en el estudio de una sociedad que
(cultural y cronotópicamente) le resulta más o menos próxima –y más
aún cuando su aproximación genera afectos y efectos– no puede evitar
cuestionarse (o hasta martirizarse) sobre la legitimidad social y
política, cuando no científica, de su misión y, sobre todo, de su
intromisión: su interacción con los sujetos, sus actividades y
actuaciones, los resultados y efectos derivados.
Cuando un investigador social pone su interés profesional y su oficio en
el estudio de los procesos de construcción patrimonial (y de los de
construcción identitaria asociados) y se cuestiona sobre los efectos que
es dable esperar una vez que se publiquen los resultados derivados de
su intromisión, la legitimidad social y política (cuando no científica) de
aquellos quedan puestos en cuestión, ya que los bienes patrimoniales
identificados y valorados como tales se convierten, quiérase o no, en
instrumentos de la propia construcción identitaria y patrimonial.
Los bienes que conforman el patrimonio cultural de un grupo social,
repito, no son datos de la realidad de ese grupo que la pericia del
investigador saca a la luz sino construcciones de esa realidad que el
investigador recrea a través de su praxis de descripción-interpretacióninscripción. Esta praxis, inevitablemente, pasa a operar como
instrumento –investido de cientificidad, de ahí su eficacia política– que
interviene en una nueva construcción de aquellas construcciones o,
para usar un neologismo poco elegante, en una patrimonización
legitimada socialmente634. Dicho de otro modo, mucho más directo: el
investigador toma algunos bienes culturales y los inviste de valor
patrimonial, esto es, produce patrimonio cultural (y, entonces,
contribuye en la producción de identidades colectivas).
No es el único que lo hace; también son productores de patrimonio
cultural los gobiernos –locales o nacionales, por vía directa o
La legitimación social de este proceso de patrimonización suele sustentarse, más que
en la pertinencia, rigor y adecuación del aparato epistemológico-teórico-metodológicotecnológico puesto en juego por el investigador científico, en el prestigio social de la
ciencia y de lo científico.
634
473
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las máscaras de la identidad colectiva …
delegada–, algunas instituciones, organizaciones o corporaciones (por
ejemplo, las vinculadas al sector turístico), algunos agentes políticos e
incluso, aunque menos a menudo, ciudadanos o agrupaciones de
ciudadanos, en cada caso con criterios y cuantías de legitimación (y de
honestidad) diferentes. Es lógico que así sea, y muy especialmente en el
caso de Minas de Corrales, ahora que el retiro de la empresa minera
parece ser inminente, situación que ha colocado a sus pobladores ante
“el horror de un futuro sin porvenir”635. Los corralenses miran con
preocupación esta circunstancia, concientes de la incertidumbre (o de
la infausta certidumbre) que pesará sobre los tiempos que se avecinan.
Es mucho lo que está en juego, porque es mucho lo que se irá cuando la
empresa se vaya. Por eso hoy su apuesta fuerte es a la promoción del
turismo, sustentada en la riqueza paisajística e histórico-cultural de la
zona, la cual requiere, para evidenciarse como tal, de la producción de
patrimonio cultural.
En mi opinión, esta producción y aquella promoción deberán
prepararse a cabalidad para evitar la encarnación de la sentencia de
Biasini: “una región que se entrega al turismo pierde su fisonomía, y
en muchos casos, hasta su alma”636. La pérdida de fisonomía, riesgo
siempre presente, es un síncope del rostro (de la identidad cultural), un
vaciado de sustancia –una escenificación de escaparate, una
momificación estetizante– por obra de la folclorización pintoresquista
que suele propiciar, a veces con buenas intenciones, la promoción
turística. Aunque Minas de Corrales no es Bretaña, si no se actúa con
convicción política el riesgo puede ser análogo:, “los grupos nobretones no reconocerán a Bretaña otra cosa que un folklore. (…)
Existen en Bretaña las reliquias de una tradición propia que son el
índice de una autonomía todavía reconocible gracias a ellas, pero
estos restos no son en absoluto la realidad de la cuestión. Si esto es lo
que se encuentra en el síntoma, se terminará ante todo en una
folklorización de Bretaña, o al menos del elemento bretón. Otro
fenómeno se producirá, quizá más peligroso todavía: para
«convertirse» en bretones, los bretones no encontrarán otro medio
que «volver» hacia atrás, que regresar hacia su pasado. El bretón no
será más que una pieza de museo para ellos mismos si no resulta otra
635
636
Augé (1998:103).
Biasini (1998:136).
474
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las máscaras de la identidad colectiva …
cosa que un signo político, social, etc., de su autonomía, algo que ha
estado en el pasado y que se halla en trance de desaparecer. Al
contrario, en la medida en que el bretón reconozca en estos indicios
culturales un problema que lo convoca a tomar una posición nueva en
relación con el conjunto de la sociedad francesa, en la medida en que
la reivindicación cultural pueda así tomar la forma de un combate
político contra la centralización social y cultural, a partir de este
momento la cuestión bretona no puede reducirse a su pasado, ni a un
objeto folklórico nacional”637.
Planteado así, las interrogantes que habían quedado formuladas en la
segunda parte de este libro sufren cierta dilución en su contorno
retórico y ganan consistencia en su meollo político: ¿qué réditos o
intereses –ya sean bienintencionados y legítimos o malintencionados
y espurios– pueden estar en juego detrás de la declaración de un bien
intangible de valor patrimonial? ¿Qué efectos e implicancias puede
tener eso? ¿Es legítimo plantear(nos) que quizás pueda existir cierto
sentido comercial operando en tales prácticas de producción de
identidades colectivas (bajo la forma de producción de bienes
culturales de valor patrimonial)? Es legítimo plantear(nos) que
quizás pueda resultar funcional para ciertos sectores sociales
producir espacios simbólicos caracterizados como patrimoniales?638.
Existen numerosos y variados ejemplos de operaciones de producción
de espacios simbólicos, antesala de la declaración oficial de bienes
urbanos de valor patrimonial, llevadas a cabo por gobiernos nacionales
o locales. Algunas de ellas, sobre todo las realizadas en la Europa
occidental, han sido abundantemente estudiadas639. En nuestro país no
faltan ejemplos: entre otros, Colonia del Sacramento, el barrio Reus al
Norte en Montevideo, las diversas intervenciones urbanas producidas
hasta el día de hoy en la Ciudad Vieja de Montevideo, casi sin solución
de continuidad desde la actuación pionera del Grupo de Estudios
de Certeau (1999:122).
Cf. supra:359-360.
639 Uno de los casos más conocidos es el de Montpellier, en Francia, donde se creó un
nuevo centro “antiguo” como forma de reforzar una identidad cultural de base histórica
(renacentista). Es especialmente recomendable la lectura del agudo análisis efectuado
por un equipo liderado por Althabe (cf. 1984) sobre las operaciones de producción (o
invención) patrimonial efectuadas a fines de los años setenta en Bologne y Amiens,
también en Francia.
637
638
475
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Urbanos liderado por el arquitecto Mariano Arana640. En todos ellos,
aunque de diverso modo, las renovaciones urbanas propiciadas (aún en
los casos de renovaciones por la vía de un añejamiento artificial y
artificioso), además de producir patrimonio cultural, dinamizaron la
economía urbana implicada: mejoramiento de servicios y
equipamientos urbanos, aumento del precio de los inmuebles,
crecimiento del flujo turístico y de la actividad comercial, etcétera641.
En algunos casos, esa producción se apuntaló en estrategias de
“marketing de la memoria” o en tácticas de “comercialización masiva
de la nostalgia” y de reciclado de pasados descartables642… como es de
público desconocimiento.
Como es de público desconocimiento
somos conservadores
pero conservadores
cuando priorizamos la oxidación del dinero
cuando ensalzamos la angustia del patrimonio
cuando nos incomunicamos desde las tradiciones
cuando nos hiere el látigo de lo que renace
cuando nos da vergüenza llorar
o cuando lloramos de vergüenza.643
Con todo esto quiero resaltar que la producción de patrimonio cultural
no es una operación inocua y, mucho menos, inocente. El investigador
que interviene en estas cuestiones no puede desconocer el carácter y
magnitud de aquella operación ni, mucho menos, obviar los previsibles
efectos que su propia producción produce.
El Grupo de Estudios Urbanos aglutinó a arquitectos y estudiantes de arquitectura
preocupados por la gestión democrática de la promoción del patrimonio arquitectónico y
urbanístico de la ciudad de Montevideo (en contraposición a las modalidades autoritarias
predominantes en ese período dictatorial). En el año 1980 dio a conocer el audiovisual
Una ciudad sin memoria, que luego se publicó, con el mismo título, como libro. Para un
análisis social de los efectos individual y socialmente nefastos provocados por algunas
intervenciones urbanas autoritarias en sectores poblacionales fragilizados de la ciudad de
Montevideo, véase también Acevedo (1996 y 2007).
641 Lo mismo cabe decir con relación a cualquier otro tipos de producción de patrimonio:
arquitectónico, industrial, ambiental, etcétera.
642 Huyssen (2002:225;221).
643 Primeros versos de “Conservadores”, en Benedetti (2000:39).
640
476
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las máscaras de la identidad colectiva …
Al centro: Don José Joaquín Oruezábal Michelena (nacido en Irun) y su
hijo José Oruezábal Yustede (nacido en Santa Ernestina), en Irun, País
Vasco, circa 1900.
Don Eduardo Andina, Don José Alfredo Oruezábal Minarrieta, Don Wilson Fagúndez,
Don Elidio Loza y Don Tito Pereira, en Minas de Corrales, Uruguay, el 31 de julio de 2009.
477
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478
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addenda:
notas críticas sobre las técnicas de investigación aplicadas
En la segunda parte de este libro hice referencia a los principales
lineamientos desplegados en la dimensión metodológica-teórica (o
contexto de fundamentación) de la investigación realizada. Tales
lineamientos encuentran un desarrollo complementario en las páginas
que siguen, en las que describo brevemente, desde una perspectiva de
segundo orden, las principales condiciones (teóricas, metodológicas)644
y circunstancias (tecnológicas, pragmáticas) del tránsito entre los tres
principales espacios artificiales de discurso instaurados645. En esta
descripción no seguiré el fluctuante orden cronológico de su aplicación
en el campo, sino el orden lógico (ascendente) en función de su
potencia en términos de hermeneusis (interpretación) y poiesis
(creación, construcción).
No abordaré las condiciones propiamente epistemológicas ni discutiré, por razones
obvias, la posibilidad –ni las condiciones de posibilidad– de dar cuenta de la relación de
alteridad sobre la que se funda toda investigación social de ascendencia fenomenológica.
Pero, en cualquier caso, no hay que llevar demasiado lejos la confianza en que los
discursos producidos reflejen fielmente el pensamiento “real” de quienes los enuncian,
por lo menos si le creemos al psicoanálisis –desde Freud hasta Lacan–, ni en que
podamos acceder “realmente” a ese pensamiento, por lo menos si nos plegamos al
escepticismo epistemológico de Sartre.
645 No me ocuparé explícitamente de los espacios de la observación y de la escritura, ya
que, en virtud de su trayectoria transversal y del carácter ilusorio y virtual que
respectivamente los distingue como lugares de interlocución, están implícitamente
inscriptos en los otros tres espacios.
644
479
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ENCUESTA
Al promediar el trabajo de campo se aplicó un censo (una de las
modalidades de la técnica de encuesta), espacio artificial de discurso,
(no-)lugar de interlocución vicaria. La expresión interlocución vicaria
subraya la distinción, por oposición, con respecto a la interlocución
directa o genuina: el encuestador presenta preguntas (estímulos) y el
encuestado ofrece respuestas (reacciones), pero ese intercambio no
constituye una interlocución genuina sino más bien su sustitución o,
incluso, su simulación.
“Al mulo que da vueltas a la noria se le ponen orejeras”, ha escrito
Jesús Ibáñez, “para que no vea el verde en los márgenes del camino,
para que no vea que su camino se enrosca en un círculo vicioso: así no
ve más allá de sus narices y no ve el dispositivo que le impide ver”646.
Es precisamente en virtud del carácter vicario de la interlocución que el
espacio de encuesta posee que corresponde calificarlo como (no-)lugar,
esto es, como un espacio no practicado647.
Espacio no practicado, o bien practicado desde la lógica de la
imposición y la sujeción; a diferencia de lo que ocurre en un ámbito
conversacional (al que se acerca asintóticamente la situación de
entrevista y, más aún, la de grupo de discusión) en la encuesta “las
informaciones se producen mediante juegos de lenguaje de tipo
“pregunta/respuesta (…): un juego de información cerrado, pues las
respuestas están contenidas en la pregunta. Juego de control, pues el
poder está del lado del que pregunta: el entrevistador –o los poderes
a los que sirve– puede preguntar, pero el entrevistado debe
responder. (…) Es un juego monológico, dominado por la lógica del
que pregunta”648; de hecho, el encuestado no puede hacerle preguntas
al encuestador.
Ibáñez (1985:34).
Una aclaración, aunque sea para apartarme del rebaño que bala que Augé es el
inventor del “no lugar” –de la expresión, e incluso del concepto–: aquí no uso esa
expresión según el sentido que aquél le adjudicó en la obra citada, sino más bien en el
que unos años antes le atribuyó de Certeau en el último tramo de su obra también citada
aquí.
648 Ibáñez (1994:83). Agrega Jesús Ibáñez, por si acaso: “«Las preguntas las hago yo»,
dice el policía. Y el papá dice al nene: «Tú, cállate, y habla cuando te pregunten los
mayores»”.
646
647
481
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las máscaras de la identidad colectiva …
Es por eso que antes señalé la simulación inherente a la situación de
encuesta: la pregunta impuesta, dirigida, acotada, sólo puede dar lugar
a una respuesta simulada (y predecible). Dicho de otro modo: “la
pregunta contiene la respuesta. Y eso en dos sentidos: determina el
ámbito de las respuestas permitidas (hay respuestas proscritas) (...) y
empuja en la dirección de una respuesta (hay respuestas
prescritas)”649. En este ámbito, una pregunta suele expresar una
opinión mejor que una respuesta: el cuestionario refleja más y mejor la
opinión del que lo diseñó que la de los que contestan a él650.
En concordancia con la lógica de la simulación, la imposición y la
sujeción en la que opera, la encuesta tiene a la estadística como
principal escudero651.
—... la estadística, pibe... ¡Qué ciencia! —dijo entusiasmado
el cronista—. Primero te averiguan cuántos perros
murieron aplastados en cinco años y cuántos ríos se
desbordaron en el Sudán.
—En el Sudán no hay ríos —dijo Juan.
—Quise decir en el Transvaal. Después cotejan los
resultados, y de ahí sale una ley sobre la natalidad entre los
matrimonios de cantantes italianos.
—La estadística, atención, es la democracia en su estado
científico, la determinación de las esencias por los
individuos652.
Ídem:130.
La ejemplificación que ofrece Ibáñez es de una retórica contundente: “si encargamos
a varios sociólogos de la opinión una pregunta-clave para “medir” la opinión sobre el
Presidente del Gobierno, podremos recoger propuestas como éstas: «¿Cree usted que es
una persona con autoridad?», «¿Cree usted que defiende los intereses de personas como
usted?», «¿Cree que es competente?», «¿Cree que es honrado?», etc. Claramente se ve
que la ideología de estos sociólogos es, respectivamente, conservadora, marxista,
tecnocrática, socialdemócrata, etc.” (ibíd.:132).
651 “La estadística (...) es la ciencia del Estado. Mediante la estadística, el Estado se
reserva el azar y atribuye la norma (...). La estadística permite dominar a las clases
dominadas sin que éstas sean conscientes de la dominación” (ibíd.:26). Fue por esto que
la investigación eludió tanto la reserva del azar como la auto-atribución de la norma, de
ahí que no se efectuó un muestreo estadístico sino un relevamiento censal.
652 Diálogo entre “el cronista” y Juan, personajes de una novela temprana de Cortázar
(1994:85).
649
650
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las máscaras de la identidad colectiva …
La estadística, cuando se aplica a lo social, al concebir a la sociedad
como un conjunto de individuos libres e iguales (e igualmente libres),
simula que el espacio (social) es isótropo. Es por ello que “la encuesta
estadística no encuentra sino lo homogéneo. Reproduce el sistema al
cual pertenece”653. De ahí que su utilización suele provocar un efecto
ilusorio: los individuos terminan creyendo que la sociedad es como
dicen que es. Y a menudo, al entregarse a procesos de manipulación de
la incidencia de los fenómenos, este efecto ilusorio multiplica su efecto
al convertirse en una suerte de profecía de auto-cumplimiento654: la
sociedad termina siendo como se dice que es.
En definitiva, “la encuesta estadística es un dispositivo de control,
semánticamente pobre pero pragmáticamente rico. Aunque no se
justifique teóricamente, se justifica prácticamente. (…) La
neguentropía que ganan compensa a los que mandan de la
información que pierden. Contribuye a transformar la sociedad en
una máquina artificial. El fundamento de la encuesta no es teórico,
sino ideológico”655; pero no es ideológico en sentido genérico, sino en el
de lo que otrora se llamaba ideología burguesa. Ésta concibe a la
sociedad como un conjunto de individuos libres, idénticos e
intercambiables entre sí, lo cual constituye un modo de homogeneizar
y uniformizar, de pulir aristas y singularidades, y así poder sustituir a
unos (los que “se portan mal”) por otros (los que “se portan bien”). Una
máquina artificial: ya no un dispositivo de recolección de datos ni de
opiniones, sino una máquina de producción de opiniones; en efecto,
“cualquiera que haya sido entrevistado con cuestionario estructurado
en una encuesta de opinión habrá experimentado la violencia de la
situación. La estructura del cuestionario no genera un espacio sobre
el que puedan desplegarse las propias opiniones”656. El cuestionario
de una encuesta, más que apuntar a extraer información (a informarse
De Certeau (2000:XLIX).
Me refiero a la self-fullfilling prophecy expuesta por Robert Merton en 1948 y luego
aplicada por Gordon Allport al análisis de los conflictos bélicos de la segunda guerra
mundial. Cuando alguien profetiza un acontecimiento, decía Merton, su expectativa al
respecto –o los efectos de la difusión de la profecía, como suele ocurrir en las encuestas
de opinión, sobre todo las pre-electorales– suele operar aumentando la probabilidad de
que tal profecía se cumpla.
655 Ibáñez (1994:111-112).
656 Ídem:128-129.
653
654
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de), apunta a inyectar neguentropía (dar forma a)657; en definitiva, los
datos que registra la encuesta son los que ella misma produce. Y éstos
son los impuestos por las preguntas escritas en el formulario de
encuesta, aquellas que el investigador consideró a priori –sobre la
base, en el mejor de los casos, de sus fundamentos teóricos y sus
concepciones ideológicas– como las más relevantes.
Nada de lo dicho inhabilita ni invalida la aplicación de la técnica de
encuesta en un trabajo de investigación como el que aquí he
presentado. Por el contrario, a pesar de sus notorias discapacidades
(sobre todo técnicas, políticas e ideológicas), resulta pertinente y útil
(sobre todo en términos pragmáticos y también técnicos), siempre que
se someta su aplicación (así como la del resto de las técnicas aplicadas)
a una crítica tenaz (teórica, metodológica) y a una paciente vigilancia
epistemológica. Sólo así se podrá avanzar hacia la evaluación de los
“datos” producidos –de su validez, pertinencia, significatividad–
mediados por la evaluación de las condiciones de su producción –su
validez, pertinencia, significatividad–, y entonces neutralizar su efecto
(y defecto) de sesgo658.
...
Pues bien, para cumplir con el propósito de determinar el valor
patrimonial de los bienes culturales de Minas de Corrales y su región
circundante, entendí que si bien la consulta a informantes calificados
(mediante la aplicación de la técnica de entrevista en profundidad) era
fundamental, también resultaba parcial, incompleta, insuficiente; en
consecuencia, en el proceso de esa determinación debía contemplarse,
en algún grado y tomando los debidos recaudos, la opinión de todos los
corralenses (o por lo menos de aquellos que tuvieran alguna opinión
formada al respecto659), entre otras cosas porque serán los corralenses
en su conjunto (los de hoy y los de mañana) los eventuales
Cf. ibíd.:128.
“Un modelo no se juzga por sus pruebas, sino por los efectos que produce en la
interpretación” (de Certeau, 2000:150). Lo mismo vale, creemos, para el caso de las
técnicas de investigación.
659 La definición del universo censal –toda la población mayor de catorce años residente
en Minas de Corrales– respondió, justamente, a la presunción de que este contingente
poblacional tiene, en su mayoría, una opinión más o menos formada con respecto a la
temática indagada.
657
658
484
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las máscaras de la identidad colectiva …
beneficiarios de los efectos de aquella determinación. Ciertamente, la
modalidad de consulta pudo haber sido otra (por ejemplo, la entrevista
a una cantidad mucho mayor de corralenses o bien la encuesta
muestral, aleatoria o estratificada). Pero la técnica de censo presenta
notorias ventajas comparativas (sobre todo, repito, de índole
pragmática) en el paisaje de la investigación, a pesar, incluso, de las
críticas expuestas en las páginas precedentes. Quiero decir con esto que
dichas críticas no invalidan la aplicación de esta técnica en el contexto
de la investigación, sino que obligan a poner entre paréntesis o
relativizar sus resultados a partir de su sujeción a una sólida y
cuidadosa vigilancia epistemológica. En cualquier caso, el diseño y
aplicación de un censo patrimonial en Minas de Corrales –esto es, un
censo orientado a conocer la opinión de los corralenses sobre el valor
patrimonial que ellos le adjudican a los bienes de su entorno–
constituye una experiencia de investigación social aplicada que, hasta
donde sé, es absolutamente inédita en nuestro país (y, probablemente,
en nuestro continente).
A grandes rasgos, lo que me propuse mediante la aplicación de la
técnica de censo (o, si se prefiere, de encuesta censal) fue obtener una
idea más o menos aproximada y más o menos fiable de aquellos bienes
culturales característicos, distintivos o identificatorios de Corrales que,
de acuerdo con la opinión de la mayoría de sus pobladores, tienen
algún valor patrimonial, especialmente (aunque no exclusivamente) en
el caso de bienes inmateriales: personas, personajes, fiestas, rituales,
creencias, leyendas, cuentos, costumbres, oficios, prácticas y
preferencias culinarias, prácticas de medicina popular, expresiones
artísticas (musicales, teatrales, plásticas, pictóricas, etcétera), …
Asimismo, he buscado elucidar si esas opiniones varían –y en qué
medida y modo lo hacen, si es que lo hacen– en función de algunas
características “de base” de los corralenses censados (o “variables
independientes”, si lo expresamos en la jerga de la sociología
cuantitativista o de los forofos del cuantitativismo, según la expresión
de Sorokin): sexo, edad, lugar de nacimiento, lugar de residencia,
ocupación, empleo, nivel de instrucción, tiempo de residencia en Minas
de Corrales.
El formulario del censo patrimonial recoge esas consideraciones:
485
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Formulario aplicado en el censo patrimonial realizado el 13 de setiembre de 2008.
486
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ENTREVISTA
En el transcurso del trabajo de campo, el primer lugar recorrido fue el
de la entrevista, espacio artificial de discurso, lugar de interlocución
genuina. La técnica de entrevista tiene una larga y rica tradición en
investigación social, especialmente en la de corte etnográfico, en virtud
de lo cual no es necesario fundamentar in extenso su inclusión como
técnica protagónica en esta investigación660.
Como ya indiqué, la técnica de entrevista en profundidad fue aplicada
a informantes calificados según una pauta abierta; esta opción
respondió a la conveniencia técnica de dotar de la máxima flexibilidad
a la entrevista y a su intercambio discursivo.
El rol protagónico que asumió esta técnica en el despliegue
investigativo está asociado a la asunción del protagonismo central que
deben desempeñar los actores locales en la determinación del valor
patrimonial de los bienes culturales de su mundo de vida. Si bien es
necesario considerar en esta determinación a “expertos” que, no siendo
habitantes corralenses, sean conocedores del pasado y presente de
Minas de Corrales, “para que la amplitud de perspectivas
consideradas sea mínimamente suficiente se requiere involucrar
también a exponentes calificados de los puntos de vista de los
principales actores colectivos que intervienen en el proceso en
cuestión. Sus intereses y estrategias, sus visiones de sí mismos y sobre
todo de los otros, sus concepciones de lo deseable y de lo posible, son
ingredientes imprescindibles”661.
En consecuencia, un aspecto medular de la aplicación de la técnica de
entrevista –en tanto pasaporte para garantizar la adecuación,
pertinencia, relevancia y significatividad de los testimonios producidos
con relación al paisaje de la investigación– radica en el establecimiento
de criterios de selección de los informantes calificados662. En este
Poco importa, en este contexto, que la entrevista se haya originado en la confesión (en
la Iglesia Católica), desde donde se trasladó al ámbito de la terapia psicoanalítica. Su
extrapolación a las ciencias sociales, a mediados del siglo XX, parece haber sido mérito de
Merton primero (su “focussed interview”) y de Adorno después (su “clinical interview”).
(Cf. Ibáñez 2003:122-123).
661 Arocena-Sutz (2008:5).
662 Hasta ahora he empleado repetidamente la palabra “informantes” sin explicitar su
sentido. Aquí designo como informantes a aquellas personas que, como respuesta a las
660
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las máscaras de la identidad colectiva …
sentido, surgió con claridad que lo más conveniente era consultar a tres
tipos de interlocutores: especialistas (o expertos), opinantes
calificados (o generalistas) y los actores mismos, con vistas a “la
construcción sistemática de diálogos plurales, empíricamente
sustentados y racionalmente estructurados”663. En el transcurso del
trabajo de campo apliqué la técnica de entrevista a esos tres tipos, aún
cuando no le otorgué tanta relevancia a la distinción entre unos y
otros664: por lo pronto, algunos de los informantes u opinantes
calificados entrevistados también son actores mismos tanto como, en
algún sentido, expertos. A este respecto, los casos donde resulta más
notoria la dificultad de establecer esa distinción son los de la
historiadora local (y entonces experta) Selva Chirico, que nació y creció
en Corrales, ciudad con la que nunca dejó de estar en contacto (en
virtud de lo cual también es opinante calificada), el historiador
riverense (y entonces experto) Eduardo Palermo, que vivió durante
algún tiempo en Minas de Corrales (en virtud de lo cual también es
opinante calificado), Raúl Armand’Ugón, actual Coordinador de las
Juntas Locales de la Intendencia Departamental de Rivera (y entonces
experto), que vivió durante mucho tiempo en Corrales, donde incluso
fue secretario de la Junta Local (en virtud de lo cual también es
opinante calificado), Don Ariel Pereira, ex-Intendente interino de
Rivera (y entonces, de algún modo, experto), que también vivió su
adolescencia y juventud en Minas de Corrales (en virtud de lo cual
también es opinante calificado).
En fin, la “construcción sistemática de diálogos plurales” reivindicada
por Arocena y Sutz fue la estrategia cardinal del trabajo de campo, para
cuyo sustento empírico recurrí a las técnicas de entrevista y grupo de
discusión. Ambas suministraron una vasta pluralidad de diálogos
pertinentes, mientras que el carácter sistemático de su construcción y
la racionalidad de su estructuración fueron perseguidos mediante la
apelación a la pauta abierta (aplicada tanto en las entrevistas como en
demandas del investigador, le ofrecen información sobre asuntos del interés de aquél, y
que al hacerlo dan forma inteligible a sus experiencias, percepciones u opiniones.
663 Arocena-Sutz (2008:19)
664 De hecho, como ya he señalado, quienes respondieron a las preguntas del censo
patrimonial fueron todos los residentes en Minas de Corrales mayores de catorce años,
entre los que se cuentan expertos, opinantes calificados y los actores mismos, aunque,
lógicamente, estos últimos fueron la proporción mayoritaria.
488
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las máscaras de la identidad colectiva …
los grupos de discusión) y a las condiciones de rapport en las que se
fundó e inscribió su aplicación.
Asimismo, tanto el carácter sistemático de la construcción dialógica
como su estructuración racional quedan recogidos y revis(it)ados en el
presente texto. En fin, todo esto es otra forma de decir lo que ya fue
dicho por Jesús Ibáñez: “la investigación es una conversación entre
todos los observadores posibles”665, pero siempre que se los considere
y asuma como observadores situados. Es decir, el principal valor del
testimonio producido por cada informante calificado en situación de
entrevista radica en su conocimiento calificado del contexto históricocultural en el que está situado, calificación que, en términos de
relevancia y pertinencia, lo valida como interlocutor significativo.
Asimismo, cada informante calificado entrevistado también aportó su
opinión personal sobre asuntos más o menos ajenos a su situación
específica, lo cual también ha contribuido en un triple sentido: como
táctica de triangulación (de “data” o “capta”), como instancia de
validación continua de las informaciones y opiniones producidas en
situación de entrevista y como insumo para resituar las instancias
subsiguientes de producción discursiva. Por último, también fueron
seleccionados informantes que resultaban capaces de presentar una
mirada panorámica o estratégica extra-local (tales los casos de Selva
Chirico, Eduardo Palermo, Raúl Armand’Ugón y Ariel Pereira, expertos
y opinantes calificados a la vez).
En el proceso de determinación de los criterios de selección de las
personas que habrían de ser entrevistadas (y también en la de la
aquellas que más adelante habrían de conformar los grupos de
discusión) se privilegió a aquellas cuyo capital informativo pudiera
considerarse, a priori, como el más confiable y significativo (en su
contexto), condición que habilitó su consideración como informantes
calificados (aún cuando el carácter y cuantía de la “calificación” de
cada uno de ellos son, naturalmente, heterogéneos). Dentro de ese
capital, y en virtud de la temática de la investigación, resultaba
evidente que la mayor relevancia debía estar puesta en el conocimiento
confiable y significativo que tales personas tuvieran sobre el pasado de
la zona de Cuñapirú y de Minas de Corrales en particular.
665
Ibáñez (1994:61).
489
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las máscaras de la identidad colectiva …
Son principalmente dos los tipos de informantes que se ajustan a tales
criterios: el profesional de la Historia local y el conocedor no
profesional de la historia local (y de las historias locales)666. Con
respecto al primer tipo, no hubo dificultades para encontrar y
seleccionar a los informantes más (y mejor) calificados: Selva Chirico y
Eduardo Palermo son dos profesionales de la Historia que conocen
ampliamente tanto la historia regional (con foco en Cuñapirú) como la
historia local (con foco en Minas de Corrales).
En cuanto al segundo tipo, su proceso de selección, que resultó mucho
más dificultoso que el anterior, en buena medida se nutrió del
procedimiento conocido como “bola de nieve”. Antes de iniciar el
trabajo de campo, y por sugerencia de Alma Galup, alma máter de la
Comisión Departamental de Patrimonio y Directora de Cultura de la
Intendencia Departamental de Rivera, me puse en contacto con Raúl
Armand’Ugón, en ese entonces secretario de la Junta Local de Minas
de Corrales y amplio conocedor del lugar y de su gente. Enseguida,
Raúl –ya erigido como informante calificado– me presentó a José
Alfredo Oruezábal y a Eduardo Andina, dos veteranos y memoriosos
corralenses fuertemente enraizados en su comunidad, depositarios de
la tradición oral y, en suma, vastos conocedores del pasado y presente
de Minas de Corrales. Hasta la selección de estos tres informantes
calificados el proceso no fue tan arduo.
Los testimonios surgidos en las entrevistas en profundidad realizadas a
estas tres personas aportaron un muy abundante y valioso volumen de
información y opinión. Sin embargo, su análisis reveló la pertinencia y
conveniencia de profundizar en torno a algunos “saberes” o quehaceres
propiamente corralenses (que podríamos denominar “sectoriales” o
parciales): el oficio de cateador, el oficio de músico, los
emprendimientos en sectores productivos y comerciales ajenos a la
minería (vitivinicultura, ganadería, comercio), la vida cuñapiruense y
corralense en los albores del siglo pasado, la visión que tienen los
jóvenes sobre el mundo de vida corralense. Establecido esto, sólo
restaba encontrar a las personas más adecuadas, esto es, a las que
mejor encarnaran tales “saberes” y quehaceres. Afortunadamente, las
En nuestra lengua Historia e historia se pronuncian en forma idéntica y se escriben
en forma casi idéntica; esto no ocurre, por ejemplo, en inglés: ningún angloparlante
confunde, a pesar de la similitud fonética, History con story.
666
490
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las máscaras de la identidad colectiva …
fui encontrando: Tito Pereira, Elidio Loza, Tito López, Ariel Pereira,
Juan López, Selva Chirico, Ana Laura Antúnez, Victoria Silva.
En cuanto a la dinámica de la realización de entrevistas, no hubo una
secuencialidad establecida a priori. De hecho, las entrevistas a estos
últimos “informantes” se alternaron (y retroalimentaron), en
simultaneidad, con nuevas entrevistas a uno de los primeros, José
Alfredo Oruezábal. Tal como ya he comentado, la deriva del trabajo de
campo –junto con la reflexión que suscitó– llevó a que las entrevistas a
Oruezábal de a poco se fueran orientando hacia la construcción de una
historia de vida. Sin embargo, esto no llegó a concretarse del todo: en
cierto momento me di cuenta de que la historia de vida que iba
tomando forma no era una exigencia de la investigación sino, más bien,
una suerte de desliz del investigador, un dejarse llevar –un
deslizamiento– que tenía que ver con mi propia curiosidad y
afectividad, con el atractivo creciente que me provocaban los
testimonios, más que con un genuino interés analítico inherente a (o
exigido por) la investigación. Las circunstancias contribuían al desliz:
Oruezábal aprendía cada vez mejor su oficio de informante. Al
interrogarlo sobre cuestiones de su mundo, poco demoró en
interrogarse a sí mismo sobre aspectos que hasta ese momento, por
auto-evidentes y a-problemáticas, había dado por sentadas; al forzarlo
a reflexionar sobre su vida, su historia y la de su pueblo, fue
desarrollando una elocuente capacidad imaginativa en la objetivación
de su mundo y en su presentación al investigador, una creciente
habilidad objetivante y destrezas narrativas cada vez más
convincentes. (Al igual que Alí, uno de los pintorescos marroquíes “de”
Rabinow, “al ser un buen informante, parecía gustarle este proceso y
pronto comenzó a desarrollar el arte de presentarme su propio
mundo. Cuanto mejor hacía esto, más cosas teníamos en común”667.)
Pues bien, llegado ese momento tuve que abortar el proceso, con una
extraña sensación de desasosiego. En compensación, me prometí
retomarlo más adelante, cuando todo esto construyera su final.
Las entrevistas se realizaron en la vivienda (o en el lugar de trabajo) del
entrevistado, en el entendido de que ello facilitaría una interlocución
fluida, a salvo de dispersiones e interrupciones, así como una mayor
667
Rabinow (1992:52-53).
491
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comodidad de aquél. Como ya he dicho, además de la toma de notas de
campo –una suerte de bitácora del quehacer empírico y de la reflexión
sobre él– las entrevistas se registraron en grabador digital y cámara
filmadora, a efectos de facilitar su posterior manipulación, análisis y
edición, así como para dejarlas disponibles para eventuales
interesados. Esto último entraña una relevancia y un sentido que
trascienden una voluntad meramente testimonial y “archivística”: “una
grabación es como la huella digital de un espíritu viviente”668.
El análisis de los discursos producidos lo fui efectuando a medida que
iba realizando las entrevistas. De este modo, pude incorporar, sobre la
marcha misma del trabajo, todos aquellos ajustes y cambios de rumbo
que juzgué necesarios, pertinentes y convenientes. Además, en aquellos
casos donde el cúmulo informativo y la expresividad del espíritu
viviente requerían de mayor tiempo que el razonable (en una situación
de entrevista), realicé tantas como resultaron necesarias.
La aplicación de la técnica de entrevista presentó una utilidad
adicional: la posibilidad de seleccionar, una vez realizado el análisis de
los testimonios producidos, aquellas personas que se destacaron como
exponentes calificados, especialistas o bien observadores competentes
y su consiguiente convocatoria, tal como estaba previsto en el diseño
metodológico original669, para participar voluntariamente en grupos de
discusión.
El contexto de inscripción de la frase citada es el siguiente: “En el hecho de que por
todos lados exista la tendencia de grabar el espíritu libre, tal como se lo denomina,
para luego divulgarlo, se puede observar un síntoma de aquel modo de actuar del
mundo administrado que se aferra a la palabra efímera, cuya verdad reside en su
propia transitoriedad, para luego comprometer con ello al orador. Una grabación es
como la...” (Adorno 1998:98).
669 Dije diseño metodológico original, aunque en sentido estricto no lo hubo. Sí hubo
algunas ideas y lineamientos metodológicos rectores, pero siempre asumiendo que el
diseño se construye y reconstruye a lo largo y ancho de todo el proceso de investigación.
668
492
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las máscaras de la identidad colectiva …
GRUPO DE DISCUSIÓN
En el ámbito de la investigación, la técnica de grupo de discusión,
también lugar privilegiado de interlocución, quizás más genuino que el
correspondiente a la propia entrevista, se aplicó a efectos de dotar al
discurso argumental de una sólida base empírico-discursiva. Ésta
requiere la creación de nuevas situaciones de investigación que
permitan la aproximación a hechos, experiencias y discursos, entre las
cuales la técnica de grupo de discusión resulta particularmente idónea,
sobre todo en virtud de su capacidad para rescatar y propiciar procesos
de interlocución y comunicación activa, múltiple y horizontal.
En efecto, esta técnica propicia el diálogo horizontal y múltiple de una
pluralidad de actores –exponentes calificados, especialistas y
observadores competentes– y, a partir de ello, posibilita “la
emergencia de opiniones colectivas”670. Por otra parte, el espesor
analítico que esta técnica contiene (en potencia) se funda en algunas
facetas que revisten una indudable relevancia: “la actuación del grupo
produce un discurso –discurso del grupo– que servirá de materia
prima para el análisis. El análisis produce un discurso –informe– que
servirá de contexto lingüístico para el uso social de sus resultados”671.
Esto último –el uso social de sus (futuros) resultados– es lo que más
interesa y lo que, de hecho, justificó la investigación desarrollada672.
La riqueza de la interlocución múltiple que se produce en un grupo de
discusión radica en sus dos ingredientes auto-evidentes –la discusión
que lo funda y su naturaleza grupal–, inexistentes en el “grupo”
conformado por los entrevistados y en el “grupo” conformado por los
encuestados, ambos de carácter notoriamente “irreal”, virtual (de ahí
que entrecomillamos la palabra “grupo”). Estos últimos son gruposobjeto, sometidos, sujetados (sus integrantes hablan para otro, alegan,
demandan, se quejan), mientras que los primeros son grupos-sujeto:
Arocena-Sutz (2008:5).
Ibáñez (2003:135).
672 Más adelante, al momento de considerar las condiciones y circunstancias de ese “uso
social de sus resultados”, habrá que definir la conveniencia de realizar “el análisis del
discurso del grupo por el preceptor y devolución del análisis al grupo”, o bien “el
análisis conjunto de ese discurso por el preceptor y el grupo en pie de igualdad (la
primera solución tira a «reformista»; la segunda a «revolucionaria»)” (Ibáñez
1994:106).
670
671
493
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las máscaras de la identidad colectiva …
sus participantes tienen derecho a la palabra, no hablan para otro673.
Pero además la selección de informantes (en el caso de la entrevista) o
el muestreo estadístico (en el de la encuesta), al escoger individuos
“aislados”, “rompe las redes topológicas concretas de relación”, de
modo que el conjunto de encuestados “nunca podrá llegar a ser
grupo-sujeto –ni siquiera llegarán a encontrarse nunca en una zona
del espacio-tiempo–”674; en consecuencia, estarán condenados para
siempre a ser objetos... y de ahí su eficacia pedagógica. La encuesta,
como vimos, es un procedimiento autoritario de producción de verdad
siguiendo “un cierto número de técnicas regladas”675. Es pues en las
antípodas de la encuesta –superficial, falaz, represiva– que se sitúa el
grupo de discusión como lugar: profundo, expansivo, honesto676.
Presenta, además, una estimable potencia epistémica (en la generación
de conocimiento) y política (en la promoción de la transformación
social a escala local); de hecho, bajo ciertas circunstancias el grupo de
Las categorías de grupos-objeto y grupos-sujeto, propuestas hace más de cuarenta
años por Félix Guattari, han sido “recicladas” y aplicadas al ámbito institucional primero
(cf. Lourau 1975) y al organizacional después: organizaciones-objeto y organizacionessujeto. Las primeras, rígidas, cerradas, “frías”, se caracterizan por su carácter instituido;
las segundas, flexibles abiertas, “calientes”, por su carácter instituyente. La lógica de las
primeras está "escrita" y argumentada por otros (desde arriba y/o desde fuera), lo cual
convierte a sus integrantes en un “grupo-objeto” portador de discursos ajenos (vector de
"materialización de lo instituido"), "sobre-determinado por la dimensión vertical de la
organización", disociado de lo afectivo y apegado a lo normativo, "reproductor del orden
establecido". En el extremo opuesto, la lógica de las organizaciones-sujeto está "escrita"
y enunciada (desde dentro) por sus propios actores, sujetos comprometidos con su tarea
y con sus co-actores, lo cual los convierte en un “grupo-sujeto” con "capacidad
instituyente" y "de modificar y ser modificado por la organización", anclado en su
dimensión horizontal, protagonista en la producción de su propia identidad grupal,
sentido de pertenencia y dinámica de cambio, tanto como del orden y de la singularidad
de su propia "lógica" organizacional. (Cf. Schvarstein 1991:12.) Traigo a Schvarstein sólo
para decir, aunque sea como expresión de deseo: los corralenses, desde siempre
conformados como grupo-objeto, podrían, en algún momento, llegar a convertirse en
grupo-sujeto.
674 Ibáñez (2003:130).
675 Foucault (1994:182). Según lo establecido por Michel Foucault, las prácticas de
encuesta, nacidas hacia el siglo XIII, estuvieron asociadas al modelo de la Inquisición y a
sus tácticas de extirpación de la verdad mediante el engaño. (De hecho, esas dos palabras
–encuesta e Inquisición– comparten el mismo origen etimológico.)
676 La carga y difusión de superficialidad, falacia y represión son atributos de la encuesta
estadística como técnica; en cambio, la profundidad, honestidad y expansividad, más que
atributos de la técnica de grupo de discusión, son, en rigor, atributos (potenciales) de lo
que se puede hacer con ella.
673
494
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discusión puede constituirse en una suerte de “laboratorio para la
producción de consenso”677.
Mientras que la encuesta “está organizacionalmente abierta (su
unidad es abstracta y artificial, las fronteras son trazadas
arbitrariamente por el investigador) e informacionalmente cerrada
(por las relaciones entrevistador/entrevistado, en el contexto
situacional, y pregunta/respuesta, en el contexto lingüístico)”, el
grupo de discusión “está organizacionalmente cerrado de modo local
(están juntos en el espacio y llegan a formar conjunto) y transitorio
(el grupo ni preexiste ni subsiste a la discusión) e informacionalmente
abierto (dentro de los límites que le permite la discusión de un tema
arbitrariamente impuesto por unos participantes arbitrariamente
seleccionados)”678.
Es en este carácter de apertura en lo informacional donde radica la
gran ventaja comparativa de esta técnica: “la comunicación entre
actores distintos, la edificación de puentes entre perspectivas
diferentes, la elaboración de un lenguaje que permite entenderse y, en
los mejores casos, el dibujo de ciertas visiones del futuro que suscitan
sentimientos compartidos y sugieren estrategias compatibles”679. Ello
resulta particularmente relevante en el contexto de este estudio, ya que
a partir de esas visiones compartidas sobre los futuros posibles y
probables (es decir, los “futuribles”, que es como Jouvenel denomina a
los “futuros posibles o probables”680) se podrá determinar cuáles son
sus configuraciones más plausibles o deseables y cuáles las indeseables.
En la investigación se implementaron dos instancias de aplicación de la
técnica de grupo de discusión. Una de ellas se realizó, tal como estaba
previsto originalmente, en el estudio de Radio Real de Minas de
Corrales, la única radioemisora local, propiedad y orgullo de Don
Eduardo Andina. El grupo se implementó cuando el trabajo de campo
estaba llegando a su fin, y se integró con algunos de los informantes
Ibáñez (1994:5). El grupo de discusión como laboratorio para la producción de
consenso es una derivación de su potencia política; sin embargo, su potencia epistémica
se enraíza, sobre todo, en su capacidad para producir disenso.
678 Ídem:97-98.
679 Arocena-Sutz (2008:5). Cabe aclarar que estos autores en ningún momento se
refieren a la técnica de grupo de discusión, sino a ciclos de consultas que operan como
antesala de diálogos más plurales.
680 Apud ídem:3.
677
495
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calificados que habían sido entrevistados previamente (Eduardo
Andina, Raúl Armand’Ugón y Victoria Silva), a los que se sumaron
otros dos corralenses cuya opinión podría resultar enriquecedora de
esa instancia: Néstor Pochelú y Mirta Duarte681.
La discusión grupal se orientó hacia la determinación, debidamente
argumentada, de los bienes culturales corralenses que, a juicio de los
participantes, son sobresalientes por su valor patrimonial. Como ya he
comentado, el grupo se emitió al aire, en vivo y directo, para hacer
posible la difusión pública de la discusión generada, la escucha masiva
de los corralenses y la participación por vía telefónica de quienes lo
quisieran.
La otra instancia en la que se aplicó esta técnica de investigación fue
inmediatamente posterior al censo patrimonial. En este caso, se
implementaron tres grupos de discusión, integrados por algo más de la
mitad de los estudiantes que habían participado voluntariamente como
encuestadores. De este modo, el propio censo –el formulario de
encuesta empleado, su modo y circunstancias de aplicación, los
resultados obtenidos– fue puesto en discusión y, de algún modo,
interpelado. De las discusiones generadas emergieron planteos de
enorme interés que dejaron al desnudo algunas limitaciones de la
técnica y, en consecuencia, la conveniencia epistémica de considerar
con mucha cautela los resultados producidos.
Resultó, entonces, una forma pertinente y muy fecunda (y
absolutamente inédita) de ejercer la deseable vigilancia epistemológica
sobre una de las técnicas aplicadas, máxime teniendo en cuenta que a
priori había quedado establecido que esta técnica debía manejarse con
mucho cuidado y evitando toda inclinación hacia la ingenuidad (como
quedó de manifiesto en uno de los apartados precedentes, titulado
“Encuesta”). Por otra parte, el hecho de haber sometido una técnica
tradicionalmente cuantitativa (la encuesta) a una instancia
marcadamente cualitativa (el grupo de discusión) resultó de enorme
interés y productividad –epistemológica, teórica y pragmática–, al
Mirta Duarte y Néstor Pochelú son dos activos ciudadanos corralenses. Néstor es el
actual presidente del Club 25 de agosto, periodista radial (en Radio Real) y televisivo (en
el canal local) y gerente de la oficina local de la UTE. También fueron convocados a
integrar el grupo de discusión los corralenses José Alfredo Oruezábal y Wilson Fagúndez;
lamentablemente, por razones de fuerza mayor surgidas pocas horas antes del momento
fijado para el grupo, ninguno de los dos pudo participar.
681
496
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mismo tiempo que una forma de mostrar que el carácter de
cuantitativo o cualitativo no radica tanto en la técnica en sí misma
como en lo que el investigador decide hacer con ella.
Todo lo hasta aquí expuesto sobre la técnica de grupo de discusión es
de singular importancia con respecto a lo que he denominado
dimensión analítica-dialógica, aún cuando también es pertinente en la
dimensión de intervención y comunicación. En este último caso,
llegado el momento se evaluará la pertinencia y conveniencia de
combinar la técnica de grupo de discusión con alguna variante o
modalidad ad-hoc del “método Delfos”682.
El método Delfos consiste en “la utilización sistemática de los juicios intuitivos de un
conjunto de expertos” (Godet, apud Arocena-Sutz, op. cit.:21).
682
497
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
contenido
agradecimientos
prólogo
prefacio
ix
xiii
1
pliegues (primera apertura):
construcción histórica como montaje narrativo
11
todo lo que fue existe: de Irun a Santa Ernestina
el hallazgo de Suárez, el hallazgo en lo de Suárez… y los
cuatro pioneros de la California oriental
yo sé donde hay oro: el último cateador
Santa Ernestina, el primer aliento
desde aquel mágico momento, se corrió la voz
la primera colonización europea de la zona minera
la conexión Cuñapirú-París-Cuñapirú
aparecen los franceses… y una febril labor fabril
el primer complejo industrial a orillas del Cuñapirú
carga y descarga de maquinaria, gente… e ilusiones
situación y dinámica demótica en el polo CuñapirúSanta Ernestina en la época de las minas gordas
una nueva dinámica, una nueva socialidad (1)
Las Pitangueras, Los Corrales, Minas de Corrales
explotación de minas, explotación de hombres,
explosión de hombres
un rara avis corralensis en la ruidosa bandada de
empresas mineras cuñapiruenses
la gesta de Francisco Davison, médico, y de Ana Packer,
enfermera
una nueva dinámica, una nueva socialidad (2)
del capitalismo de empresa al capitalismo de estado: el
renacimiento de los treinta
una nueva dinámica, una nueva socialidad (3)
una nueva dinámica, una nueva socialidad (4): la casa
mala, el colegio, el costurero, la ola…
la vida bandoneón
107
Amador
177
15
23
31
47
53
59
63
75
79
93
99
113
117
127
135
143
149
155
163
169
513
│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
el doctor Ros, su obra junto a los grandes
paréntesis: todo lo que fue existe (¿todo lo que fue
existe?)
el vasco
Minas de Corrales en la época de las vacas gordas
el gallego Tito, música y vino
un nuevo revés del empuje modernizador: aislamiento,
decadencia, letargo
Passarinho
soul landscapes, soul mirrors: un paréntesis bucólico
en la pesquisa etnográfica
ese é Queirós
el ethos corralense en el siglo XXI
la diáspora de los sesenta
donde por no pasar ni pasó la guerra
autos y renacuajos
nostalgia de los tiempos que han pasado: Corrales hoy
Corrales, un pueblo con ritmo de novela proustiana: esbozo
impresionista de un rabdomante
Corrales y los corralenses hoy: esbozo impresionista de un
perfil polifónico
el paraíso mañana: esbozo impresionista de un perfil
polifónico
185
191
195
207
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265
271
despliegues (segunda apertura):
construcción analítica como montaje tecnológico
283
construcción analítica como montaje tecnológico
el discurrir de la investigación: la multidimensionalidad
de su praxis y la encrucijada de sus niveles de discurso
dimensión
epistemológica-política
(contexto
de
justificación): la determinación del patrimonio cultural
de Minas de Corrales
dimensión metodológica-teórica (primer contexto de
fundamentación): un modelo tetradimensional
287
299
dimensión exploratoria-descriptiva
dimensión analítica-dialógica
dimensión analítica-interpretativa
dimensión de intervención y comunicación
300
303
304
305
dimensión metodológica-teórica (segundo contexto de
fundamentación): notas críticas sobre las técnicas de
investigación aplicadas; fidelidad e ironía
307
291
295
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
dimensión tecnológica:
(primera hermenéutica)
contexto
de
descripción
313
primera hermenéutica, segundo escenario: el censo patrimonial
317
dimensión tecnológica:
(segunda hermenéutica)
345
contexto
de
interpretación
repliegue (tercera apertura):
construcción conceptual como montaje teórico
cristalización de la doble hermenéutica en clave teórica
y pragmática: el patrimonio cultural como construcción
política
construcción teórico-conceptual: el patrimonio cultural
la gestación de la construcción conceptual: pertinencia e
idoneidad de un enfoque socio-antropológico
de la opacidad y la complejidad, de gauchos y salvajes
antropología (de base etnográfica) e historia (local)
patrimonio cultural, memoria y olvido
recuerdo, ausencia-y-presencia
memoria e historia… o la persistencia de la memoria
paréntesis: identificación versus identidad
identidad y patrimonio cultural
patrimonio cultural: concepto, determinación, protagonistas
la determinación del patrimonio cultural: los juegos de poder
memoria e identidad cultural
construcción
empírico-conceptual:
el
patrimonio
cultural de Minas de Corrales
la producción del patrimonio cultural de Minas de
Corrales: las máscaras sobre el rostro de la identidad
colectiva
las identidades y patrimonios culturales como construcciones
las identidades y patrimonios culturales como instrumentos
(para la construcción identitaria y patrimonial)
351
355
361
361
371
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393
397
403
411
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470
473
addenda:
notas críticas sobre las técnicas de investigación aplicadas
479
encuesta
entrevista
grupo de discusión
481
487
493
referencias bibliográficas
499
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
“Borges despliega el problema de los tres tiempos de Plotino con una
insistencia literaria que es pura belleza; sin embargo, no alcanza la
profundidad de los rostros que representan a los de entonces. Estas
miradas son los tres tiempos en uno, su hondura es la de quienes
ocupan, simbólicamente, ese sitio de alguien respetado que antaño
eligió un lugar donde ser y estar y lo legó: espacio fractal de los tres
tiempos: un lugar en el mundo” (Gisela Menni).
683
Borges (1980:95).
la contradicción del tiempo que pasa … y de la identidad que perdura
“Hay tres tiempos, y los tres tiempos son el presente. Uno es el momento actual.
El momento en que hablo. Es decir, el momento en el que hablé, porque ya ese
momento pertenece al pasado. Luego tenemos otro momento, que es el presente
del pasado, eso que llamamos memoria. Y luego otro, el presente del porvenir,
que viene a ser eso que imagina nuestra esperanza o nuestro miedo”683.
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│fernando acevedo│
las máscaras de la identidad colectiva …
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