APU- CAPSA 2016 Un camino – personal - hacia la Interpretación Psicoanalítica Clara Nemas En estos últimos tiempos, ya con una historia en la que puedo tener una mirada retrospectiva y sobre todo en mi creciente contacto con analistas jóvenes y en formación, me encontré pensando en mi experiencia, en los cambios que se produjeron en mi manera de entender y ejercer el psicoanálisis a través de los años. Seguramente muy acompañada por las ideas de Bion y Meltzer, me he ido acercando cada vez con más fuerza a la concepción del psicoanálisis como arte y como ciencia. El desafío con el que me encuentro al intentar transmitir esta concepción es cómo sostener la tensión entre una imaginación que pueda desarrollarse con libertad al mismo tiempo que anclar firmemente nuestro trabajo en la teoría y técnica analítica básica. Diría sobre todo un trabajo apoyado en un modelo de la mente del que podamos dar cuenta y que de sentido a nuestra técnica. Como psicoanalistas transitamos el camino entre el método y el arte, pero como dice Walter Benjamin, las marcas del cuentista se pegan a la historia del mismo modo que las huellas del alfarero se pegan a su vasija. En cada teoría, en cada modelo, aun cuando se trate de una descripción objetiva, encontramos las marcas personales del autor en el producto final, sea un trabajo, una idea, un análisis o una interpretación. Algunas notas acerca del valor que le otorgo a la observación de bebés en la formación del analista Quisiera transmitirles porqué pongo este acento en la observación como en camino hacia la interpretación. Parto de una premisa, y es que la observación está en la base de la intuición y la segunda parte de esta premisa es que considero que el psicoanálisis, como práctica, es intuicionista (en sentido amplio se llama intuicionistas a aquellas doctrinas o métodos filosóficos que admiten la intuición como forma primaria de conocimiento) Si consideramos las emociones en el vínculo (la pasión, como la define Bion) como algo que intuimos –una realidad sobre la que tenemos conocimiento directo o inmediato a través de nuestra capacidad receptiva analítica o de reverie materna– en correlación con un sentimiento de verdad relacionado con un momento de descubrimiento de un hecho seleccionado, una momentánea integración, entonces llamarnos intuicionistas no es equivocado. Por supuesto, que en un paso siguiente debemos ser capaces de transformar lo intuido en una formulación/ interpretación y es hacia allí que me dirijo. La hipótesis de Bion de la identificación proyectiva realista (1962), se encuentra en la base de lo que llamamos intuición: esta hipótesis propone que realmente podemos captar las emociones de otro ser en nuestra mente, como si se transmitieran desde la mente/cuerpo del bebé a la mente de la madre, del aspecto bebé o primitivo del paciente a la mente del analista, o del amigo/amiga al amigo/amiga en una relación íntima. Las captamos, y luego tratamos de entenderlas. Desde esta conjetura, a través de este mecanismo también el bebé puede recibir y registrar las emociones primitivas de la madre o de otros objetos primarios, aunque no pueda aún entenderlas. Todo lo dicho no es científicamente demostrable, pero puede servirnos de conjetura, de modelo. El bebé humano al nacer tiene que afrontar la extraordinaria aventura del conocimiento del mundo como parte de su proceso de adaptación y supervivencia. Dadas las características de nuestra especie, la propia personalidad forma parte del mundo por conocer. La neotenia del ser humano, su prematurez biológica y psíquica, lleva implícita la necesidad de desarrollar un equipamiento mental para afrontar esta aventura. Las vicisitudes de este desarrollo van a estar asociadas por largo tiempo a un vínculo con las capacidades y funciones parentales de amparo, cuidado y reverie. El problema de cuándo y cómo se origina la mente o la personalidad en el bebé humano está en consonancia con la función vinculante que relaciona a los seres humanos, básicamente a sus mentes y se encuentra en la base de un modo de pensar, entender y trabajar con nosotros mismos y con nuestros pacientes. Por supuesto que reconocemos a Bion en estas ideas; él considera que es el aspecto vincular de la mente de la madre, su función mental continente, la que será introyectada. Una vez en marcha este proceso introyectivo, esta función formará el núcleo del self del bebé, otorgándole la posibilidad de contenerse y comprenderse a través de una función que podríamos llamar simbolizante y a la que Bion le dio el nombre de Función alfa. La función reverie describe una capacidad, que en el mejor de los casos es una capacidad natural de la mente de la madre, que le permite aceptar, alojar y transformar la comunicación emocional primitiva preverbal del bebé en elementos mentales y luego discursivos, capaces de pensar pensamientos y sentir sentimientos. ¿Por qué me extiendo en esta introducción? Porque pienso que son éstas las bases que me hacen ubicar la observación de bebés en un lugar tan central, relacionando ese método con la interpretación psicoanalítica. Es una observación que requiere una disciplina rigurosa, pero a la vez es un indicador de interés y por lo tanto de esperanza. Prestemos atención a estos dos términos, ya que el interés y una actitud esperanzada son quizás los dos requerimientos más esenciales para que un proceso terapéutico tenga lugar. La observación de bebés en la formación del psicoterapeuta y del psicoanalista ha tenido varios objetivos: inicialmente el desarrollo de una capacidad de observación lo más libre posible de prejuicios y teorías, el contacto y descripción con emociones contra-transferenciales y como algo no menor, la confirmación o no de la vocación para ser psicoanalista. Como dije hace un momento, el bebé humano al nacer tiene que afrontar la extraordinaria aventura del conocimiento del mundo y fue a esta urgencia a lo que Klein se refirió cuando definió el instinto epistemofílico. Bion desarrolló algo más, él pensaba que la necesidad básica es la de conocer la verdad acerca de uno mismo, fomentada por una madre capaz de descartar teorías preconcebidas acerca de los niños y que es capaz de conocer y contener sus propias emociones infantiles y responder a las comunicaciones y proyecciones de su bebé en su contexto particular. ¿Podríamos reconocer éstas como algunas de las cualidades necesarias de un psicoanalista para trabajar? Parafraseando a Winnicott, el terapeuta suficientemente bueno puede tolerar y explorar la realidad que observa con la aspiración de ser lo más veraz y genuino que le sea posible. Estas ideas apuntan a un psicoanálisis en que la observación, junto con una actitud exploradora y descriptiva prevalezcan por sobre la explicación, lo cual promueve interpretaciones más tentativas, más desde el llano y no desde las alturas. Vale la pena considerar que la interpretación psicoanalítica es sólo una forma especializada de asignar significado a la experiencia y que interpretar es algo intrínseco a la vida mental humana. Como lo ha hecho notar Jon Tabakin en su trabajo titulado “El valor de la interpretación; pensamientos acerca de una controversia”, “La experiencia y la interpretación son socios interdependientes. Podríamos decir que interpretar nos define como humanos” (2015) En qué me apoyo Para desarrollar las ideas que quiero compartir hoy aquí con ustedes me voy a basar en dos pilares a los que considero, desde mi perspectiva, dos poderosas herramientas psicoanalíticas. Me refiero a la personificación en el juego de los niños descripta por Melanie Klein en el año 1929 y a las conjeturas imaginativas acerca de los aspectos prenatales de la mente propuestas por Bion. Entre ambos pilares hay un puente: el conflicto estético propuesto por Meltzer, que describe el problema que nos plantea el contraste entre el exterior del objeto que puede ser aprehendido por los sentidos y su interior que es sólo conjeturable. Comenzaré cruzando el puente: Meltzer, a partir de su contacto con procesos analíticos de niños autistas, que mostraban un fracaso en la formación de un objeto continente para ser usado para el desarrollo, propone un modelo a modo de conjetura para describir el desarrollo psíquico temprano: el encuentro inicial, mítico, con el pecho de la madre como representante de la belleza del mundo, expone al recién nacido a un impacto emocional frente a la belleza que lo impacta y también espanta. No existe percepción de la belleza sin conflicto, que queda definido, como dije, por el contraste entre el exterior percibido y el interior misterioso sólo conjeturable, fuente atormentante de ansiedad, duda, incertidumbre y desconfianza. A partir de este conflicto y de su tolerancia, no necesariamente resolución, se genera una divisoria de caminos: uno hacia la construcción de la noción de misterio acerca del interior de otra persona y del mundo, otro el de un enigma que a toda costa debe ser develado, aun utilizando mecanismos invasivos y certezas que no dejen lugar a dudas. Agregaría que otra enseñanza de Meltzer que considero una brújula en mi trabajo es su idea de ayudar a crecer los brotes de pensamiento más que a desbrozar la maleza. En otras palabras, seguir las potencialidades de los pacientes, niños y adultos, para adentrarnos en el núcleo de sus ansiedades y dolor mental. El concepto de conjetura imaginativa fue acuñado por Bion; como sucede con muchos conceptos, es un término muy usado y poco definido que intenta describir un modo particular de conocer la realidad a partir de pensamientos no domados por la memoria y el deseo. En mi manera de entender estas ideas, creo que de lo que se trata no es tanto o no sólo de generar conjeturas imaginativas sino de ampliar lo que yo denomino conjeturas imaginables en la mente del analista, que se crean al observar desde múltiples vértices lo que ocurre en una sesión. Es también una invitación a que el paciente incluya diversos puntos de vista y perspectivas que cuestionen teorías establecidas. Suelo jugar con la idea de qué es lo que la mascota de la casa pensaría de una situación que el paciente relata. No menos importante, creo que este juego imaginativo enriquece el lenguaje con el que podemos describir las fantasías relacionadas con estados mentales más primitivos o experiencias tempranas. La personificación descripta por Klein en el juego de los niños, extendida a la escenificación de la transferencia, se basa en el pasaje desde la fantasía inconciente hacia la formación de símbolos. En el camino, los mecanismos de escisión y proyección proveen las herramientas para que este proceso se produzca. Lo que Klein ha denominado esta irrealidad real describe el inter-juego entre el mundo interno y el mundo externo, en un constante movimiento de mareas entre la proyección y la introyección, generando ese borde móvil de arena mojada en la playa que se forma en ese vaivén entre la arena y las olas. Esta visión del mundo infantil expresa un punto de vista dramático de la metapsicología kleiniana en su concepción de la fantasía inconciente. Como en toda representación teatral, hay un escenario con personajes; el iluminador es quien elige qué escena es visible, pero el clima del escenario en penumbras da el tono emocional a la obra. También hay personajes en espera tras las bambalinas, pero es el director quien tiene la función de elegir el elenco que llevará adelante el rol adjudicado de cada personaje. Así entiendo la propuesta de Klein acerca del juego y la transferencia. A diferencia del cuento de Pirandello, somos directores en busca de actores para que jueguen el rol de los personajes que pueblan nuestra fantasía. Para volver a la observación de bebés y la interpretación, quiero compartir con ustedes un recuerdo: Hace muchos años, en la primera visita de Meltzer a Buenos Aires, una colega le presentó el material de un niño de 3 años que había sido diagnosticado, aunque con ciertas dudas, como autista. Presentaba conductas repetitivas que estaban relacionadas sobre todo con el encendido y apagado de la luz. La madre, una joven mujer, había sufrido la muerte de su propia madre cuando estaba embarazada de este hijo. El niño encontró una lámpara en la sesión de la que tirando una cuerda se encendía y apagaba la luz. Meltzer describió la sesión al modo de una observación de bebés, proponiendo una conjetura imaginativa en la que los ojos de la madre y sus pezones se retiraban del contacto con el bebé, probablemente debido a su duelo y el pequeño paciente mostraba el impacto de esos ritmos de encuentros y desencuentros que le habían provocado una perplejidad en la que seguía inmerso. Si cada uno de nosotros revisara la definición privada que tiene del psicoanálisis, podría comprender cómo influye la misma en nuestro método de trabajo en el consultorio. Pienso, sin embargo, que esto no excluye reconocer que en esta definición está presente toda la historia del psicoanálisis. En un brevísimo recorrido por esta historia, los comienzos del trabajo de Freud se centraban en el esfuerzo intelectual por recabar información. Sin embargo, un aporte fundamental de Freud fue la creación de la situación y el encuadre analítico como campo privilegiado de observación del paciente. En el momento en que Freud comienza a observar a sus pacientes descubre la transferencia; el caso paradigmático fue Dora, aunque ya había hablado de los falsos enlaces en 1895. En este recorrido a vuelo de pájaro dejaremos pasar casi 50 años hasta que la contratransferencia fuera objeto también de observación sistemática por parte de los analistas. Los trabajos de Racker, Paula Heimann, Money-Kyrle, Bion y otros autores, plantearon la base teórica para pensar en la observación conjunta de la interacción entre transferencia y contratransferencia como fuente de la comprensión del proceso analítico. Pero no creo equivocarme cuando propongo la importancia de la influencia de Esther Bick y el método de observación de bebés desarrollado por ella en la corriente psicoanalítica a la que me refiero y en la que me apoyo. La inmersión en la situación emocional del vínculo mamá-bebé en el seno de la familia, exponía al analista en formación a la movilización de sus propias emociones ante lo observado, deviniendo él mismo objeto de su propia observación. El método de observación de bebés respondía ya a la expectativa de que el analista fuera capaz de reconocer y pensar acerca de la contratransferencia. Fue a partir de la influencia de la observación de las reacciones emocionales del analista así como las del paciente, que el método psicoanalítico se modificó de modo sustancial. Por otra parte, y esto no es una detalle menor, expuso al observador al contacto con el impulso al desarrollo del bebé, así como a la tragedia de su fracaso. El objetivo del psicoanálisis en esta línea de trabajo que partiendo de las ideas de Bion evolucionó desde un modelo médico - en el que alguien ayudaba a otra persona que sufría de dificultades mentales y emocionales a resolver un conflicto - a un modelo familiar en el que paciente y analista experimentan en forma conjunta la transferencia y contratransferencia, de modo análogo – aunque de ningún modo idéntico- a la relación de los padres con los niños pequeños. Esta manera de concebir el trabajo analítico es una marca en el orillo del modo de pensar de Meltzer y creo que ha tenido una fuerte influencia en aquellas personas que hemos estado en contacto con sus ideas. Una viñeta de supervisión Se trata de una paciente de 11 años que ha estado en análisis por 5 años. El tratamiento comenzó en un momento en el que los padres estaban en el medio de un divorcio muy turbulento. La escuela sugirió la consulta. Era una alumna excelente y se destacaba también en deportes y en arte, pero su comunicación estaba obstaculizada por su persistente succión del pulgar, que incluso había producido un grado de malformación en su paladar y en sus dientes. Desde la primera sesión su expresión facial no reflejaba emociones y mantenía una sonrisa fija en su rostro. En su hora armaba construcciones muy elaboradas, como pequeños modelos en escala que mantenía bien organizados en su caja, junto con las tiras de papel que usaba para hacerlos. Pasaron años hasta que Ana comenzó a mostrar sus emociones en la sesión; podía llorar y expresar sentimientos de enojo y frustración, pero el dedo continuaba en su boca a pesar de todo el trabajo hecho para intentar comprender este síntoma tan fijo. En la supervisión le propuse comenzar a jugar con la idea de hablarle al dedo en la boca como si fuera un personaje presente en la sesión. ¿Cómo se estaba sintiendo el dedo en la boca? ¿Cómo pensaba que se sentiría afuera? ¿Tenía miedo de abandonar su refugio? ¿Sentía curiosidad por lo que ocurría afuera? ¿Podría volver a entrar si se sentía muy asustado? Todas estas preguntas comenzaron a surgir como un juego en la supervisión junto con la idea de que podríamos empatizar con el miedo del dedo de salir de su refugio como la personificación del bebé aún no nacido que no se atreve a salir al mundo. La analista comenzó a jugar este juego en las sesiones y llevó un tiempo hasta que la niña se involucrara en el mismo. LA analista personificaba la voz del dedo hablando en primera persona y Ana “hablaba” por los otros personajes de la boca: la lengua, los dientes, los labios. A veces cambiaban de roles. Comenzaron a armar historias en la sesión acerca de un dedo que había sido adoptado por esta familia boca en la que se sentía protegido pero a veces también amenazado por las cosas que sucedían allí, los objetos extraños que entraban, la lengua movediza, los dientes que mordían, etc. El pulgar en la boca se trasformó en un tema interesante del que ambas podían hablar en la sesión. Representaba una imagen invariante de la personalidad en la manera que a veces ocurre en los sueños, como Melanie Klein sugiere en su maravilloso texto Personification in the Play of Children (1929), transformándose en una taquigrafía no sólo entre analista y paciente sino también en la construcción de la historia de la supervisión. Estos momentos únicos entre paciente y analista, pero también entre supervisor y analista en el que se genera un lenguaje común, símbolo que sólo tiene significado para esa pareja, delimitando un espacio particular de intimidad. Interpretación – más prestigio que definición Vayamos ahora directamente a algunos desarrollos más recientes. Comenzando por las ideas de Bion que han tenido tanta influencia en los desarrollos kleinianos contemporáneos, diría que hay un corrimiento de énfasis que tiene importantes consecuencias: desde una actividad explicativa un tanto sentenciosa de la interpretación acerca de los contenidos inconscientes, hacia una posición más descriptiva cercana a la conjetura tentativa y al trabajo interpretativo. Este cambio de posición del analista se acompaña de una preocupación, no tanto por la corrección de la interpretación sino por el compromiso – contra transferencial – que puede llevar a teñir el sentido de la interpretación. Comenzaré por este último aspecto. En el estado óptimo de atención flotante con el que escuchamos a nuestros pacientes en análisis, estado que implica una no saturación por nuestros deseos, teorías y ansiedades, tratamos de disponernos a entender el significado de lo que está ocurriendo. En esos momentos nos encontramos con una variedad de impresiones confusas que compiten por nuestra atención. La incertidumbre resultante y hasta la confusión, son a veces difíciles de tolerar, y la presión para reducir la incertidumbre puede influir tanto en el paciente como en el analista para buscar hacer rápidamente comprensible y aún explicable el material, ya sea por apelación a lo ya sabido o por recurso a la teoría (vía de porre). En un momento, algo cambia en la atmósfera del consultorio por la emergencia de una observación que une hechos aparentemente dispares. Dicha observación en general marca una conjunción constante – por ejemplo, que cada vez que el analista hace una interpretación, el paciente se remite a una experiencia de humillación. Esto en sí mismo deviene un hecho clínico. Es a este tipo de observaciones a las que Bion se refiere con el concepto de “hecho seleccionado”, tomado del proceso descripto por el matemático Poincaré en Ciencia y Método. Del material que el paciente produce emerge, como un patrón surge en un caleidoscopio, una configuración que pareciera no pertenecer sólo a esa situación, sino a un número de otras no vistas como conectadas previamente y que no han sido diseñadas para conectar. (Bion, 1967, p.127) En circunstancias favorables, tanto el paciente como el analista habrán desarrollado suficiente confianza en el setting para permitirse un cierto grado de tolerancia de “incertidumbres, misterios y dudas” (Bion, 1970, p. 125), y el hecho nuevo puede emerger como el centro de una hipótesis que puede permitir que elementos dispares en el paciente sean integrados en la mente del analista. Esta integración toma lugar en la mente del analista, pero, si él puede formular sus pensamientos en una interpretación, puede entonces testear hasta qué punto el paciente siente que el analista lo entiende o al menos intenta entenderlo. En un interesante trabajo, Britton y Steiner plantean que las descripciones de Bion pueden dar una idea equivocada, a menos que se reconozca que una observación que pudo en su momento ser convincente para el analista y aún para el paciente, puede ser inexacta y aún equivocada. “Entre esos errores – dicen los autores - algunos son determinados por las necesidades defensivas del analista, y a este tipo de insight falso lo denominamos idea sobrevalorada”. “La conciencia de la posibilidad de que un insight pueda ser una idea sobrevalorada – continúan - ayuda a alertar al analista acerca de la necesidad de sostener la duda y examinar el material clínico subsecuente para evaluar su comprensión”. Al mismo tiempo, la interpretación implica un momento de decisión del analista y es importante que el analista transmita este compromiso e interprete con convicción, de modo que su capacidad para albergar la duda debe coexistir con una voluntad de comprometerse con un punto de vista que parece adecuado en ese momento, al mismo tiempo que requiere estar dispuesto a renunciar al mismo si la evidencia lo demanda. La experiencia de un momento de insight o descubrimiento puede producir una sensación de excitación y logro en el analista, emociones que si persisten, sobre todo terminada la sesión, son o pueden ser indicadores de que algo de la idea sobrevalorada está teniendo lugar. Por el contrario, una vez pronunciada la interpretación, con frecuencia pierde algo de su convicción y la importancia de la duda, la culpa y otros sentimientos asociados con la posición depresiva son parte inevitable de la experiencia. En síntesis, tanto el sentimiento de convicción como la puesta a prueba de esa convicción como hipótesis, son parte del proceso de interpretación. La evaluación y la formulación no pueden ser separadas de modo útil, tanto por los efectos que la interpretación produce en el paciente - y ésta es mi posición y la propuesta personal que hago en esta participación - como los efectos emocionales que la formulación de la interpretación producen en el mismo analista que emitió la interpretación, que se expresan usualmente como complacencia y triunfo. Insisto, a pesar de que el analista puede sospechar de su propia formulación, especialmente si reconoce que una idea sobrevalorada surge con más facilidad cuando no se puede contener adecuadamente la incertidumbre, usualmente no es posible distinguir entre las dos fuentes de la interpretación, ya que ambos procesos pueden llevar a una convicción acerca del significado. La distinción sólo puede hacerse a través de una evaluación del valor de la interpretación a partir de la respuesta del paciente en el curso de la sesión y en el estado emocional que la interpretación deja en el analista como un estado residual, incluso luego de la sesión, situación que con suerte puede ser destrabada al discutir el material con un colega. Entonces, la distinción entre el uso creativo del hecho seleccionado y el delirante sobre el que se apoya la idea sobrevalorada puede ser pequeño en el momento de la formulación, pero deviene crucial en los hechos que siguen a la formulación de la interpretación. Donald Meltzer, controvertido innovador en el campo kleiniano, se refirió a la interpretación desde una perspectiva bastante innovadora, según mi opinión. Me propongo rescatar aspectos menos conocidos de sus aportes, relacionados a la interpretación como moduladora y/o modificadora de la angustia propuesta en su libro El Proceso Psicoanalítico (1967). Meltzer propone que es el ambiente, la atmósfera creada por una persona que está realmente tratando de pensar, lo que posibilita que a su vez funcione la mente del paciente. “Con respecto a la interpretación – dice - pienso que es fundamental que el paciente tenga la experiencia de una persona que está luchando por entender, por ver el material y comprenderlo”. En la medida que el énfasis del cambio está puesto en Meltzer en la rehabilitación y equipamiento de los objetos internos, siendo el objeto interno la pareja combinada, ilustrar al paciente acerca del modo en que piensa el analista propicia que eso sea integrado en su propia forma de pensar y transferido a los objetos internos, que adquieren entonces capacidad analítica para observar y pensar. En sus palabras, “Cuando uno tiene que decidir si hacer un interpretación o no, creo que el criterio nunca puede ser pensar si es correcta o no, ya que jamás podríamos saberlo, dado que en cualquier momento determinado, es posible que tengamos un amplio abanico de cosas a decir acerca del material. Como no es posible verbalizar todo lo que se nos ocurre, existen dos criterios para decidir que se va a decir. Uno es que la interpretación cubra adecuadamente la mayor parte del material, el otro es que resulte interesante”. El balance que Meltzer propone, desde mi perspectiva, reside en un trabajo interpretativo de tinte exploratorio, semejante a los primeros momentos de trabajo con las asociaciones al sueño y otro momento de toma de decisión en el que el analista toma un aspecto del material y propone una conjetura lo más descriptiva posible, que si bien tiene el carácter de tal, también es sostenida con fuerza y convicción y que requiere de un cierto coraje para formularla, ya que enfrenta resistencias, tanto del paciente como del analista. Algunas reflexiones personales y otras generales para empezar a dialogar ¿Cómo se traduce en mi trabajo esta perspectiva del psicoanálisis como ciencia arte? Pienso que aun cuando considero la interpretación como la herramienta prínceps del psicoanálisis, otorgo un valor a todas las expresiones del analista en la sesión. Creo que el paciente también “nos” interpreta no sólo en lo que para nosotros es una interpretación definida desde la técnica, sino que otorga un valor a toda nuestra comunicación, consciente e inconciente y que es muy sensible a la música de nuestro lenguaje, tanto como al significado de la palabra. Creo que la experiencia de observación de bebés me ha hecho más sensible a la receptividad del lenguaje pre y para verbal, algo que se expresa no sólo en actitudes sino en la música de la comunicación. Sin embargo, no jerarquizo sólo este aspecto y pienso que necesito tener en cuenta todos los niveles del lenguaje, integrando el verbal y el para o pre-verbal. El material del análisis de niños presenta aún más complejidades, ya que debemos tener en cuenta la naturaleza de la comunicación del niño, con componentes de acción corporales, que comprometen el cuerpo del analista de niños, al mismo tiempo que las identificaci0ones proyectivas adquieren formas violentas que expresan fantasías inconscientes de naturaleza primitiva. Se agrega aun otra cuestión que gravita fuertemente en la contratransferencia: la relación directa del niño con sus padres tanto como la de los padres con el analista. Esto último puede hacer emerger alianzas inconscientes con el niño o los padres, identificaciones con el niño y rivalidades con los padres o a la inversa, identificaciones con los padres contra los pacientes. Este mayor peso en la contratransferencia exige niveles de tolerancia mayor a momentos de no comprensión y resistir situaciones que parecen imponer la reacción a la reflexión. Ulises no dejó de escuchar el canto de las sirenas, pero se ató al poste para no actuar. La experiencia me ha llevado a interesarme en aquellos aspectos no explicables de la relación transferencial/contra-transferencial, es decir el aspecto misterioso no sólo de la mente sino también del vínculo que se genera en un encuentro; aquello que Meltzer ha descripto como conflicto estético y en el terror sin nombre de Winnicott. Pienso que soy más sensible a las dificultades con las que atravesamos las experiencias emocionales y al precio de los peajes que vamos pagando en nuestro crecimiento mental, pero también tengo presente el impulso al desarrollo, tan potente como pueden a veces serlo las fuerzas que se le oponen. Valoro la intuición pero no la idealizo. Pienso que es necesario que usando la intuición como punto de partida, podamos dar cuenta de la construcción de nuestro pensamiento y de la interpretación que ofrecemos: qué hacemos y porqué lo hacemos. Last but not least, me he sentido muy identificada con algunas ideas de Ann Alvarez, sobre todo cuando incluye en la función reverie materna el derecho a la reclamación de la vitalidad del hijo. Espero que no relacionado con algún aspecto maníaco encubierto disfrazado de responsabilidad; pienso que mi mayor confianza en el método y en mi actitud analítica le han impreso una mayor vitalidad a mi trabajo como analista. Creo que he llegado al final de mi intervención; espero haber evocado experiencias y que podamos iniciar un intercambio que nos permita seguir abriendo interrogantes sobre este campo apasionante de nuestro trabajo.