Documento 8388261

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Editado por Librería Editorial Ricaaventura E.I.R.L
Santa Isabel 1034 Providencia Santiago de Chile
(56-2) 2741578
[email protected]
Diseño, Arte y Diagramación
Alejandro Pizarro Cofré.
Editor
Guillermo Burgos Cuthbert.
Esta Segunda Edición de 600 ejemplares, fue compuesta con tipografía DeVinne BT,
Gill Sans MT Ext Condensed Bold y sus títulos con la tipografía Times New Roman
PS MT, e impresa sobre papel couché brillante de 130 g.
© Librería Editorial Ricaaventura EIRL.
Todos los derechos reservados. Por lo tanto, se prohíbe la reproducción, el archivo o la transmisión, en cualquier forma y por cualquier medio,
incluida la fotocopia y la digitalización, sin la autorización por escrito de la Editorial RICAAVENTURA E.I.R.L
Registro de Propiedad Intelectual: Nº 170.615
ISBN: 978-956-8449-03-2
Impreso en Andros Impresores.
PROLOGO
a l a Re - e dic ión 2 0 0 8
La historia es per se la revivificación del pasado que,
de no ser atendido por la historiografía o por la informalidad de la narración popular, se queda en momentos o personajes que nunca trascenderían engrilládolos
al anonimato. Entre las formas en que historiográficamente puede “revivirse”, es decir, traer al presente,
un suceso o personaje, y “rehacerlo”, “reconstituirlo”,
a nuestra vista o nuestras mentes, se encuentran celosos investigadores y acuciosos autodidactos que con
sus escritos y desde sus perspectivas, junto a la carga
emocional-afectiva y, muchas veces, apasionamientos, van decodificando lo de antaño, sistematizándolo hasta hacerlo una interpretación y reconstitución
que queda expuesta para la propia retroalimentación
historiográfica y para el análisis y lectura de quienes
buscan obtener alguna valiosa información del ayer.
En nuestra historia, y sin desmerecer ninguna
otra, los capítulos de la Guerra del Pacífico y la Historia del Salitre, ambos episodios por lo demás conexos,
concentran la mayor cantidad de seguidores, siempre
buscando alguna nueva producción que les interne por
el desiertos, serranías y montañas, para re-encontrarse con aquellos personajes que por allá anduvieron o
allá quedaron, en la calichera o en el campo de batalla, en actos, tan pronto rutinarios, inusitadamente excepcionales o llanamente heroicos. ¡Que valiosos
son para esos re-encuentros las fotografías! En Chile,
desde 1863, con William Letts Oliver, son artefactos
primordiales de la memoria visual, ya que, sin mediar
palabra nos brindan un tratado de historia, enseñándonos muchísimo de lo que fue, cómo y dónde fue y de
qué y quiénes lo hicieron.
Aportes de esta dimensión son los que ha venido
haciendo Guillermo Burgos Cuthbert con su editorial
Ricaaventura, con “Fotografía del Salitre”, “Vistas
de los Antigüos Puertos Salitreros” y “Ferrocarril de
Valparaíso a Santiago” y, que ahora, nos retrotrae a la
Guerra del Pacífico con este “Album Gráfico Militar de
Chile” de José Antonio Bisama Cuevas, publicado en
1909 por la Sociedad Imprenta y Litografía “Universo”, el cual me honro prologar en esta re-edición que
busca, expandir el conocimiento, el contacto directo
de los de hoy, con estas joyas del pasado que, de otra
forma, se extraviarían o atesorarían como privilegio
para unos pocos. Este principio, de difundir, que ya
no es una proposición, sino palabra cumplida, nos permite esperar nuevas y deliciosas piezas, plenas en su
vejentud, apareciéndose y guiñándonos un ojo desde
la ventana que sus libros nos abren.
Lo cierto es que la historia se hace de ventanas cercanas y lejanas. Pensar en una historia en forma, careciendo de algunas de las dos perspectivas, entregan
un producto trunco. Y esa es la relevancia de la obra
de J. Antonio Bisama Cuevas, de breve pero efectiva
participación en nuestra historiografía, dejándonos
como rastro este especial Álbum, con tan rico complemento gráfico ó viceversa: tan extraordinaria fotografía, complementada por tan sabrosos textos, porque es
esta una obra que permite, a lo menos, ese par de lecturas. Y nos trae la guerra concluida hace nada, con
los campos de batalla todavía humeantes y sus protagonistas allí, dejando testimonio de sus vivencias y sus
visiones, todo transcrito al pie de la letra, para que
hasta en los usos y formas de expresión captemos todos los contenidos y esencias que el autor-compilador
depositó en esta ánfora del tiempo.
En la obra de Bisama Cuevas está la participación
de los más acreditados talleres fotográficos de Santiago, los que con sus archivos contribuyen al propósito
del autor de hacer desfilar ante el lector las “animadas
escenas de los campamentos, las penosas incidencias
de las marchas por el desierto…”. Y más todavía. En
4
AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE
cada fotografía, como bien lo destaca, no había lugar
para la subjetividad: cada imagen captura hechos, escenarios, rostros, expresiones, graficando por primera
vez un conflicto en el centro-oeste sudamericano. Sí,
porque para toda Latinoamérica ya existía un registro pionero de fotógrafos de guerra: Esteban García,
como encargado, secundado por Javier López, quienes cubren la terriblemente dispar y genocida Guerra
de la Triple Alianza (1865-1870), encomendados por
George Thomas Bate, quien logra tal privilegio del gobierno del Uruguay.
Vaya este último párrafo para honrar a estos profesionales, precursores de la fotografía de guerra en el
mundo y que en Chile tienen como base a la sociedad
Díaz y Spencer, siendo el norteamericano Eduardo
Spencer (1844 – 1914) de quien provienen las imágenes de las severas campañas que lo llevan desde
Antofagasta en 1879, hasta Lima en 1884, transformándose en el oficialmente condencorado por nuestra
República, en el mayor aliado de J. Antonio Bisama
Cuevas en su objetivo de llevarnos a la objetividad de
la guerra, a esa mirada trascendente, profunda, libre.
Hoy, en alianza transtemporánea, Bisama Cuevas
y Spencer nos re-traen sus textos, testimonios y fotografías para extasiar nuestros sentidos, aproximarnos a la cosmovisión de 100 años atrás, e incrementar
las perspectivas de nuestras generaciones, cuanto dar
una renovada y diferente mirada al pasado que, gracias a libros como el que ahora tenemos ante nosotros,
siempre tiene algo nuevo que aportarnos.
J u a n Va s q u e z T .
Historiador
Iquique, Agosto 2008
A publicación del “Album Gráfico Militar”
viene á satisfacer una palmaria necesidad, á
dar palpitaciones de vida, colorido, y movimiento, á
esa homérica historia de la Guerra del Pacífico.
En este Album iremos recorriendo, etapa tras etapa, los hechos gloriosos que han dejado señalada esa
lucha como una de las más dignas de la inmortalidad.
Y ello sea dicho en honra de las tres naciones combatientes y sin mengua de los vencidos, cuyo esfuerzo
viril, si bien dominado en la cruenta lid por el esfuerzo de la chilena hueste, dejó ver, tanto en uno como en
otro campo y al claro fulgor de lampos de gloria, cómo
alentaba en esos pechos la ardiente llama del civismo,
que agiganta héroes y que forja mártires.
Prat, Ramírez, Serrano, Riquelme, Aldea, Santa
Cruz, Carrera Pinto y cien años más, en nuestro campo, asombrarán por siempre á la presente y á las ve-
nideras generaciones con el prodigio de sus hazañas,
con la fascinación homérica de su heroísmo.
Si es bello, si es dulce morir por la Patria, es noble,
es grandioso y es sublime conquistar, al precio de la
existencia, el lauro inmarcesible de la gloria y la aureola deslumbrante de la inmortalidad!
Sirva el heroísmo desplegado por los invictos custodios de la honra de Chile en la campaña del Pacífico, nó para el estímulo de nuevas contiendas que la
América repudia, antes bien para que en todo tiempo
esta enorgullecedora tradición contenga á los miopes,
á los envidiosos y á los audaces. Estos, en su afán de
perturbar la paz de América, no reparan en que con
ello labrarían su ruina y estagnamiento y detendrían
el magnífico avance del carro del progreso, cuyos heraldos, entre vítores y hosannas, vienen proclamando
las excelencias de una raza potente y esforzada y las
supremas energías y altiveces del alma americana.
Eduardo Poirier
JEFES Y OFICIALES QUE COMBATIERON EN TARAPACÁ
REGIMIENTO 2.° DE LINEA
HILE es un país enamorado de su historia”,
ha dicho en varias ocasiones el insigne escritor
peninsular don Marcelino Menéndez y Pelayo. Y junto con aplaudir la diligencia desplegada por nuestros
historiadores para escudriñar hasta los últimos rincones de la historia patria, he hecho notar “el carácter
árido y prolijo que se advierte en muchos escritos en
prosa, dignos de alabanza por su contenido”; razón
por la cual “es difícil que fuera del país en que se escriben, logren muchos lectores.” (1)
Sin aceptar por entero el juicio del literato español, no cabe negar tampoco que nuestra bibliografía
histórica, abundantísima en obras de larga investigación, es relativamente pobre en libros que pudiéramos
llamar de condensación histórica, en que, establecida
bien la diferencia entre lo importante y lo superfluo,
se prescinda de esto, y trate de presentarse aquello en
forma tal, que hiera agradablemente la imaginación
del lector, esculpiéndose de manera indeleble en su
memoria.
Para obtener este resultado, no basta narrar el
hecho con prolijidad de detalles, que más bien lo sofocan que lo realzan; es necesario animarlo con el calor
de la imaginación, inspirada á su vez en el hecho mismo que relata y compenetrada de su grandeza.
Se ha dicho más de una vez en estos últimos tiem(1)
Antología de poetas hispano-americano, t, VI,
pag. LXXXVI de la Introducción
pos, que el patriotismo chileno está en decadencia;
que el frío de los años y los desencantos de la vida,
han helado el entusiasmo en el corazón de los viejos; que la generación que hoy alcanza la plenitud de
su desarrollo, es víctima y reo del convencionalismo
egoísta y escéptico que aqueja á las sociedades estragadas del viejo mundo; y que – y esto es más grave todavía – nuestra juventud, envuelta en un ambiente de
frivolidad é indiferencia, se desinteresa por completo
de los destinos de la patria, ignora su pasado y no le
preocupa su porvenir.
No desconocemos que algo hay de verdad en todo
esto; pero el mal, ni es tan grave, ni los que se lamentan de él están exentos de toda culpa.
Para formar generaciones patriotas, es necesario mantener vivo el recuerdo de la patria, así en la
memoria de los viejos, de suyo olvidadizos, como en
el corazón de los jóvenes, naturalmente despreocupados, y esto sólo se consigue con una labor asidua é
inteligente.
Si queremos, pues, poner remedio al mal que lamentamos, hay que invocar continuamente el pasado,
en lo que tiene de grande y de noble; hay que rejuvenecer esos recuerdos de gloria y presentarlos a los
hombres de hoy y a los de mañana, en forma que los
vean y se los asimilen, no en cuadros aparatosos que
deslumbran, ni en relaciones desmayadas que fastidian.
10
AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE
Esto es lo que pretendemos realizar nosotros, con
la colaboración de distinguidos escritores nacionales,
en la parte literaria, y de los talleres más acreditados
de esta capital, en la reproducción artística de las fotografías que la ilustrarán.
Nuestro deseo es ofrecer al público la historia
gráfica del ejército y armada de Chile en la guerra del
Pacífico (1879 – 1884), haciendo desfilar ante sus
ojos las animadas escenas de los campamentos, las
penosas incidencias de las marchas por el desierto,
los cuadros sombríos de las batallas, las abnegadas
tareas de la cruz roja, la vida de nuestros soldados en
las ciudades conquistadas y la glorificación de esos
héroes al volver á la patria.
Necesario creemos exponer aquí que de las operaciones militares llevadas á cabo sobre Lima, el gráfico
será abundantísimo en detalle. Además de los planos
que se exhibirán, su información será ampliada con
vistas fotográficas, las más completas, de la topografía del terreno y línea de defensa del ejército peruano
en las batallas de Chorrillos y Miraflores.
Dentro de este programa, el cuadro histórico se
desarrollará amplio y variado, bajo la inspiración de
los distinguidos escritores que lo tratarán, sin perder
por esto un punto de su unidad, y antes por el contrario, con la frescura que le comunicarán en cada
ocasión, plumas no fatigadas por el rudo y monóto-
no trabajo anterior; lo que rara vez llega á obtenerse
cuando la labor intelectual es considerable y uno solo
el que la realiza.
Entre los capítulos más interesantes de esta obra,
estarán los destinados á reseñar brevemente los orígenes de la guerra del Pacífico, y á estudiar, rápidamente también, los tratados que pusieron término á las
hostilidades – sólo á ellas, por desgracia – sin olvidar
las ocurrencias posteriores, hasta concluir con una información sucinta y desapasionada del estado actual
de nuestras relaciones con las Repúblicas aliadas.
Antes de despedirnos del lector, pidiéndole excusas por este ya largo preámbulo, queremos insistir
una vez más en llamar su atención hácia la importancia excepcional de los gráficos que ilustran nuestra
obra. La fantasía no entra por nada en ellos: son
todos de riguroso abolengo histórico, como que proceden de fotografías tomadas en el campo mismo de
los acontecimientos, no de cuadros más ó menos bien
concebidos por la imaginación del artista. Y nadie
podrá desconocer que esta innovación que al par que
consulta la tendencia objetiva de la ciencia histórica
moderna, comunica á la obra un encanto que nada
podrá substituir y sirve, á los que aquello presenciaron, para refrescar sus recuerdos, y á las nuevas
generaciones, para tener la visión de esa magnífica
epopeya.
J. Antonio Bisama Cuevas.
L Presidente don Aníbal Pinto estaba muy lejos de tener la fisonomía de un
mandatario guerrero. Por el contrario, amaba
la paz, y en las circunstancias en que estalló la
contienda con Bolivia y el Perú fue pacífico por
necesidad, pues creía que la situación económica
del país no le permitiría afrontar los gastos
de la guerra.
Pinto tenía más de
sabio que de militar.
Su pasión era el estudio, y a él había consagrado la mayor parte
de su vida. Sus horas
felices eran las que pasaba en su biblioteca,
formada libro por libro, con método y lógica dentro del orden
de estudios que cultivaba de preferencia.
De más está decir que
un hombre que había
impreso ese giro á su
existencia era hombre
instruido.
Quiso el capricho
de los acontecimientos
que á ese mandatario
esencialmente
tranquilo, le correspondiese declarar y dirigir
la guerra más larga y
sangrienta que ha tenido la República.
Como sucede de ordinario, la guerra fue completamente imprevista. El Presidente no la divisó venir ni la preparó. No se puede hacer de
Pinto el elogio que se hace de Portales, de quien
se dice con verdad que deseó la guerra del 38,
que la concibió y que la ejecutó. Pinto no deseó
la del 79, ni la concibió, pero sí, la ejecutó.
En cambio tenía cerca de él alguien que la
deseaba. Ese era su Ministro del Interior don
Belisario Prats, hombre que tuvo algo de la fibra
de Portales. Había otro que también la quería:
el país. Este otro no contaba los recursos, pero
tenía fe en la pujanza de su brazo, y su imaginación lo empujaba á la tradición gloriosa de su
pasado.
Sabía que habría de
vencer y eso le bastaba.
Pinto se sometió á
esta fuerte corriente,
consagrándose al servicio de la causa nacional con una dedicación que no decayó un
solo instante, en todo
el curso de la larga
campaña.
La opinión contemporánea no supo estimar la labor del Presidente.
Se le acusó de flojedad, de timidez, de
desidia. Esos cargos
caerán cuando se conozca la historia de la
guerra del Pacífico.
Ella dirá que no se
hizo nada sin su intervención; que el Presidente estaba pendiente
de la marcha de cada
transporte, de la organización de cada batallón, de que el Ejército
tuviera víveres, herraduras los caballos, carbón
los buques, etc.; que cada operación de guerra
que se emprendió fue discutida antes larga y maduramente en el gabinete presidencial.
Esto tendrá que reconocerlo la historia cuando se escriba con imparcialidad.
La luz del futuro tiene que poner en claro muchas cosas.
La guerra del Pacífico es uno de los acontecimientos menos conocidos del país.
Gonzalo Búlnes
l ministerio
presidido por don
Belisario Prats le
correspondió primero
invadir
Antofagasta
después, declarar la guerra al
Perú.
Ese ministerio
sostuvo la discusión de cancillerías que terminó
con el desembarco
del coronel don Emilio Sotomayor en Anto-
ligero contra Iquique y
el Callao. Ese ministerio tiene la gloria
de haber enviado
al norte á don
Rafael Sotomayor: con Sotomayor, mandó
la victoria. Portales, siendo un
gran patriota,
no se pudo olvidar jamás que
era pelucón. Prats
tuvo la mala suerte de
presidir la elección de un
Congreso, entre la ocupación de Antofagasta y
la declaración de guerra al Perú y, como Portales, no pudo olvidar que era anti-radical,
enemigo de las ideas que apoyaba su jefe
el Presidente Pinto, y se lanzó contra
los radicales y contra éste. Las urnas
lo vencieron y á consecuencia de ello,
salió del gobierno disgustado, herido, pero dejando cargada la mina
internacional y encendida la guía.
La historia es una grande oportunista. Para ella lo que da resultado
da gloria. En cambio, pone el estigma de su condenación sobre todo
lo que fracasa. Casi siempre es la
glorificación del éxito. No debería ser
así, pero es así. Es muy fácil sentirse des-
fagasta.
El que asume la responsabilidad de la
gestión diplomática y tiene el honor de
ella, es don Alejandro Fierro, el Ministro de Relaciones Exteriores. Las
hogueras empiezan por una chispa.
El desembarco de dos compañías
de Artillería de Marina en Antofagasta, el 14 de Febrero de 1879,
fue la chispa que encendió la hoguera del Pacífico.
El ministerio Prats debatió con
Lavalle la neutralidad del Perú, declaró la guerra á este país y mandó
iniciar las operaciones militares.
El Ministro de Hacienda, Zegers, allegó los primeros recursos fiscales para la
guerra
con medidas
que propuso al Congreso. Saavedra fue
al norte á
imponerse de visa
de las necesidades
del Ejército. Prats
dio el tono á nuestra acción diplomática, á las relaciones
del Gobierno con
Lavalle, á las órdenes
que se impartieron al
aAlmirante de proceder
lumbrado con la gloria
triunfante.
Es humano adornar con el mérito
de la previsión al
mandatario ó al
guerrero afortunado. Con este
criterio Prats fue
un grande hombre,
porque la guerra del
Pacífico fue, en gran
parte, obra de él.
Gonzalo Búlnes
s tan difícil resumir en breves palabras la participación
de Sotomayor en la guerra del Pacífico, como pintar un
cuadro con innumerables episodios y con un vasto horizonte
en una tela pequeña.
Su acción abarcó desde la provisión del ejército hasta la
dirección de las operaciones.
En los desiertos la provisión es la vida.
Un ejército sin agua ó sin víveres es ejército perdido. Sería
muy poco decir que no puede batirse: no puede subsistir. En
las campañas de Tarapacá y de Tacna fue más difícil proporcionar con oportunidad al soldado, agua, alimento, municiones, que vencer al enemigo.
Las batallas fueron la coronación de enormes esfuerzos de administración que la
generalidad no comprendía.
Esa obra silenciosa y de tanta
importancia, , es una parte de
la gloria de Sotomayor.
Otra es la dirección de las
operaciones navales y militares
desde el principio de la guerra
hasta la batalla de Tacna.
El plan de la captura del
Huáscar fue en su mayor
parte obra suya. El ordenó
la distribución de las naves
que hicieron caer en la red,
en Angamos, al monitor peruano. Cuando se resolvió la
ocupación del departamento
de Tarapacá primero, y del de
Moquegua después, fue punto
muy debatido el lugar del desembarco. El Gobierno concluyó por confiar discrecionalmente la elección de ese lugar á su representante en el norte. Sotomayor recorrió la costa en un buque estudiando los sitios más
apropiados para la operación y eligió Piragua y Pacocha.
A Sotomayor se debe que hubiera artillería en Dolores el
día del combate. Esa previsión nos dio la victoria.
En la campaña de Moquegua dispuso las operaciones que
precedieron a la batalla de Tacna, como ser el asalto de Los
Angeles y la dirección de las marchas hasta el campamento
de las Yaras, donde sucumbió fulminado por un trabajo abrumador.
Teniendo una enorme autoridad cuidaba de no herir las
susceptibilidades del uniforme, insinuando sus ideas por vías
indirectas, para que apareciesen como de iniciativa de los jefes.
Reservarse la opacidad del trabajo incansable, y dejar á
los demás los halagos de la gloria, es una concepción muy alta
del deber.
Sotomayor buscaba el triunfo de la Patria sin importarle el sacrificio de su persona. Así se explica que cuando el
país celebra las glorias de su ejército, muy pocos recuerdan
al infatigable ciudadano á quien, principalmente, se le debe
la victoria.
Esa opacidad gloriosa resalta más conociendo las atribuciones que tenía y que no
quiso ejercer.
Al embarcarse como Asesor
de la escuadra y del ejército iba
autorizado para nombrar sucesor á Williams en caso de muerte ó de “imposibilidad”.
Cuando se iba á iniciar la
campaña terrestre, Pinto le
transfirió todas las atribuciones que tiene el Presidente sobre la fuerza armada.
Podía destituir al general en
jefe, nombrar otro, resolver las
operaciones, dirigir la guerra.
Sotomayor se guardó el decreto
y no se lo mostró á nadie.
Nadie supo que aquel hombre conciliador, prudente, que
soportaba contradicciones y
hasta desaires, era el Presidente de la República en el cuartel
general.
Sotomayor llegó á reunir de tal manera en sus manos los
hilos de la campaña, que á su muerte el Gobierno se preguntó
con sobresalto si podria seguir adelante.
¿Quién reemplazaría de un dia á otro al que había sido
general en jefe, jefe de bagajes, en una palabra, todo? ¿Dónde
encontrar la cordura suprema de ese gran ciudadano?
Felizmente se encontró en el amor de la Patria: en la fuente inagotable en que recogió sus grandes inspiraciones el alma
de Sotomayor.
Otros hombres, otras influencias, otras glorias empujaron
después de su muerte el carro de nuestras victorias.
Gonzalo Búlnes
ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E
l 22 de Diciembre de 1880 desembarcaban en la caleta “Curayaco” la 2° y 3°. Divisiones del ejército de
Chile que debían operar sobre la capital del Perú; conducidas desde Arica, en 27 transportes, convoyados por el
grueso de nuestra Escuadra, á las que debía agregarse la
1° División dejada en Pisco.
El mismo día del desembarco se tomó posesión del fértil valle de Lurín, acampando nuestro ejército á lo largo de
su extensa vega, desde la playa hasta las antiguas ruinas
indígenas de Pachacamac.
El General en Jefe estableció su cuartel general en las
propias casas de la valiosa hacienda de San Pedro de Lurín.
Al que suscribe, primer ayudante del Ministro de Guerra y Marina en campaña, le tocó preparar su alojamien-
to, haciendo armar al efecto unas ramadas, á la chilena,
en un fresco sitio próximo al Cuartel General, al pie de
corpulentas acacias y rodeadas de pequeños arbustos.
* * *
La fotografía que precede da ligera idea de la instalación del señor Ministro.
En ella figuran: en primer término, sentados, el señor
Vergara, de dormán y gorra blancos, teniendo á su derecha á don Vicente Dávila Larraín, intendente general
del ejército, y al comandante de Granaderos, don Tomás
Yávar, muerto valerosamente, al frente de su regimiento,
en la carga de Chorrillos, y á su izquierda á don Isidoro
Errázuriz.
En segunda fila, de pie y de izquierda á derecha, el
ayudante don Alberto Stuven, el comisario don Alfredo
Christie, el comandante don Juan Martínez, glorioso jefe
del glorioso regimiento Atacama; el capitán de fragata
Luis Pomar y el de corbata don Javier Barahona. En
seguida, cerca de la carpa de lona que se ve allí don Juan
Gonzalo Matta, y en la puerta de ella el ayudante don Daniel Cuervo; al otro lado, el auditor de guerra don Adolfo
Guerrero, acompañado del comandante don Waldo Díaz.
Después, más aislado, el popular caballero y hombre público, don Manuel J. Vicuña, y por último, entre un grupo
de soldados, el activo comandante de bagajes, don Francisco Bascuñán.
Detrás de las casas de San Pedro, frente al alojamiento del Ministro, en un laberinto, semejando una pequeña
ciudad, con su templo, en el que se reverenciaba al dios
Buda, se albergaban no menos de dos mil chinos, trabajadores de la hacienda, los que se aumentaron con los reunidos por el famoso Quintín Quintana, en su tránsito de
Ica á Laurín y quien organizó allí una curiosa fiesta, por el
estilo de las de su país, haciéndose llevar en andas hasta el
Cuartel General, donde pronunció larga arenga, manifestando la adhesión de sus paisanos al ejército de Chile, que
los libertaba, según decía, de la opresión de los peruanos,
y degollando un gallo, bebieron la sangre de éste como juramento de lealtad.
Y á fe que los asiáticos cumplieron fielmente su juramento durante la estadía de Lurin y en la marcha del ejército, prestando valiosos servicios en el acarreo de víveres
y municiones, recogiendo los heridos y derribando tapias
para dar paso á la caballería.
No fueron de inacción los 21 días de residencia en Lurin. El Cuartel General, el Estado Mayor, el Ministro en
campaña, los comandantes de Divisiones y Brigadas y los
Jefes de los cuerpos del ejército rivalizaban en preparar
los elementos para la próxima batalla.
Las noticias que se recibían sigilosamente de las fuerzas enemigas hacían á éstas cada vez más superiores. Se
las calculaba en 46.000 combatientes atrincherados en
dos líneas fortificadas al frente de Chorrillos y Miraflores,
donde debían estrellarse nuestras huestes, que no excedían de la mitad de aquel número.
No obstante esta desproporción, el ambiente que se
respiraba en nuestro campo, era la convicción íntima del
triunfo completo de nuestras armas, viniendo á ser una
frase familiar la de aplazar todo proyecto para cuando se
llegara á Lima.
Durante este tiempo, se llevaron á cabo dos grandes
reconocimientos sobre el enemigo.
El primero, practicado con fuerzas de las tres armas
ante la línea fortificada de Chorrillos, á fin de descubrir
la distribución de sus elementos de defensa, en el cual se
distinguieron, poniéndose á corta distancia de los fuegos
15
del enemigo, el mayor de artillería don Manuel Jesús Jarpa y el denotado capitán de la misma arma, don Joaquín
Flores, caído más tarde al pie de su batería en la jornada
final de Miraflores.
El segundo reconocimiento fue verificado por el coronel don Orozimbo Barbosa, hacia el lado de Ate, batiendo
las descubiertas enemigas encontradas á su paso y llegando en su avance hasta divisar de cerca la ciudad de Lima.
A la vez, tuvo lugar la sorpresa del “Manzano”, en la
que un escuadrón de caballería peruano pretendió, durante la noche, atravesar el valle de Lurin, burlando nuestra
vigilancia; pero, fuerzas del batallón Curicó lo sorprendieron y tomaron á todos prisioneros, incluso á su jefe, coronel don Pedro José Sevilla.
Como punto curioso merece recordarse que los músicos prisioneros en este lance, prefirieron antes de estar
presos, ser enrolados en las bandas de nuestro ejército,
donde continuaron desempeñando sus funciones como
buenos artistas y asistiendo á las próximas batallas, hasta
llegar á Lima.
* * *
En esos días tuvo también lugar la devolución, por
mano del General Baquedano, al Regimiento 2° de línea,
de su glorioso estandarte, dejado en el combate de Tarapacá, bañado en la sangre de sus heroicos defensores y
cual mortaja de imperecedera memoria de su esclarecido
jefe, Eleuterio Ramírez.
El discurso pronunciado en aquella patética y oficial
ceremonia por don Eulogio Altamirano, fue digno de la
fama del preclaro orador, quien, con inspirada elocuencia,
encomió los sacrificios hechos por los soldados de Chile en
honor de sus banderas y lo que la Patria esperaba aun de
ellos en la próxima lid.
El 12 de Enero de 1881, se levantaron los campamentos de Lurín, á los aires marciales de las bandas de cada
cuerpo, debiendo nuestro ejército pasar el inmediato río,
cual el Rubicón de César, en dirección al campo enemigo,
para vencer ó morir en la demanda.
Durante el día desfilaron nuestras tropas por el sólido puente del legendario río, en presencia del General en
Jefe, del Ministro de Guerra en campaña y demás altos
dignatarios que los acompañaban, despidiéndose talvez
para siempre del hermoso valle que tan ampliamente las
había hospedado y de la contemplación de las vetustas ruinas del pre-histórico templo de Pachacamac, para hacer
frente, al amanecer del día 13, á las fortalezas enemigas, y
terminar la jornada del glorioso día, clavando la bandera
de Chile en lo más alto de las escarpadas cimas de San
Juan, Chorrillos y Morro Solar, dignamente defendidas
por el ejército del Perú.
L u i s Po m a r,
Capitán de Navío de la Marina de Chile.
os anales diplomáticos de la América no presentan
casos de guerra más justificado que el de la declarada por Chile al Perú y á Bolivia en 1879.
Consagrados vivíamos á las labores de la paz. Una
serie de gobiernos probos, virtuosos y patriotas nos habían asegurado la tranquilidad interior y exterior. Mientras en todas las secciones de la América Latina se hacía y deshacían constituciones, se enaltecían y abatían
caudillos militares, se ensayaban sistemas de gobierno
y se dirimían con la espada las divergencias doctrinaria,
en Chile obedecíamos con religioso respeto la Constitución conservadora de 1833, renovábamos pacíficamente
nuestros Presidentes civiles, dictábamos sabios códigos
y prudentes leyes, y entregábamos á la contradicción del
parlamentarismo y de una prensa libre la disquisición de
los problemas de interés nacional.
Y como era lógico, tuvimos así orden, justicia, legalidad, progreso, mucho antes que nuestras demás hermanas del Continente. Y la que fué acaso la más pobre de
las colonias españolas, vió nacer más pronto las fuentes
de su producción, ofreció antes que ninguna otra garantía de seguridad al capital y al trabajo, y recibió con mayor rapidez el influjo benéfico del contacto con la vieja
civilizadora Europa.
Llamóse á Chile, “República modelo”, porque en medio de caos continental había logrado garantir los derechos políticos y civiles en forma perfecta. Gozaban de
los primeros todas la clases sociales; de los segundos, los
hombres de todas las nacionalidades.
De allí que llegara nuestro suelo á ser el asilo obligado de los proscriptos de la turbulenta América del Sur.
Huyendo de la tiranía de Rosas, disfrutaron de nuestra hospitalidad durante veinte años los argentinos más
distinguidos, y en la alternabilidad con que la suerte de
las armas arrojaba del gobierno del Perú ó de Bolivia á
unos ú otros partidarios, abriéndose por igual las puertas de nuestros hogares para confortar á todos los caídos.
Esta circunstancia debió conquistarnos sólo amigos
en las Repúblicas vecinas, pero, pasiones humanas menos elevadas que las virtudes del reconocimiento y de la
gratitud, encendieron á menudo los pechos de los que
regresaban á sus lares después de haber comido en Chile
el pan endulzado por una raza que no es superada en lo
hospitalaria.
Fenómeno difícil de explicarse! Bolivianos, peruanos
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AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE
y argentinos se alejaban de nosotros llevado los más cariñosos recuerdos personales: dejando entre nosotros los
más íntimos amigos, y, no obstante, pocos han sido los
que no revelaron, más tarde ó más temprano, un encono
bilioso contra el país de esos recuerdos y de esos amigos,
contra el país que les brindara hasta con los favores de
su Presupuesto.
¿Fue la contemplación de la superioridad moral de
nuestro pueblo?, áspid que tornó los corazones en olvidadizos? Nuestro orden jurídico, sólidamente cimentado, nuestro rápido desenvolvimiento económico y comercial, nuestra marcha segura hacia el progreso, que
aseguraron temprano á Chile excepcional consideración
del mundo civilizado, ¿encendió emulaciones venenosas
en quienes, al regresar á la propia casa, palpaban contraste amarguísimo?
No tiene otra explicación la hoguera de odios que
prendió contra Chile en el Perú, en Bolivia y en la República Argentina, y que llegó á condenarse en la confabulación secreta de 1873.
Con ninguna de esas tres naciones cabían las rivalidades políticas ó económicas. Nada justificaba sus odios
contra la nuestra. Los intereses de las cuatro eran armónicos y se explicaba que las cuatro vivieran brindándose protestas de amistad y cordialidad.
Empero, por parte de Chile, esas protestas fueron
sinceras. No honran la lealtad americana las que recibiera de sus hermanas en los días mismos en que se
confabulan para aniquilarla.
¿Cómo nació y dónde brotó el primer pensamiento
para concertar la ruina de Chile?
Fue del Perú la iniciativa, y en el Perú suscribieron
el pacto secreto los Gobiernos de Bolivia y la República
Argentina. De allí que el destino severo muchas veces,
pero siempre justo, descargara sobre el Perú todas las
consecuencias de la guerra que engendró la conspiración
felina de 1873.
Acto alguno diplomático ha sido reservado con mayor
rigor. A pesar de haber sido concertado por tres Gobiernos y discutido en tres Congresos, pudo ocultarse el
hecho en las tres Repúblicas. Y así Chile vivía tranquilo,
sereno, confiado siempre en la buena fé y la amistad de
sus vecinos.
Pero ¿cómo confiar? En la República Argentina gobernaba Sarmiento, el grande amigo de Chile, el estadista casi chileno, que en esta tierra había nacido á la
vida pública, á quien don Manuel Montt arranco de las
faenas modestas de una mina para hacerlo funcionario,
para darle puestos, rentas y ocasiones que le permitieron
poner en acción su talento y llegar a la notoriedad. Sin
Sarmiento labré aquí el pedestal que le llevó á la primera
magistratura de su país, si se correspondía con todos
nuestros hombres dirigentes, si se extasiaba en tiernos
recuerdos con cada chileno que pasaba por Buenos Aires ¿podíamos sospechar, pudimos creerlo aunque se nos
hubiera advertido, que gestionaba, pactaba, firmaba y
lograba hacer aprobar por una de las Cámaras de su
país, un tratado secreto, aleve, cobarde, para caer sobre
Chile, cuando estuviese desprevenido, en unión con otros
no menos desleales amigos?
Bolivia había recibido de Chile recientes y señaladas
manifestaciones de deferencia, poco comunes en política
internacional. Para poner término á un largo pleito de
límites, en el que disputábamos dos grados geográficos
de territorio, suscribimos el tratado de 1866, cediéndole
la soberanía de ese territorio, en cambio, únicamente,
de cierta participación en sus rentas. Más tarde renunciamos aún á esta participación y la redujimos á una
garantía temporaria, ofrecida por Bolivia de no gravar
por veinticinco años las industrias chilenas con gabelas
nuevas. Sin embargo, los mismos estadistas bolivianos
que gestionaron y recibieron estas graciosas concesiones
condensadas en el tratado Baptista - Walker Martínez,
de 6 de Agosto de 1874, fueron los que paralelamente
negociaron la alianza tripartita en contra nuestra. Coinciden las fechas de las dos opuestas negociaciones, sin
que la firma anterior del tratado de guerra de 1873, despertara en el señor Baptista hidalgos escrúpulos para
suscribir el de amistad de 1874, y sin que un arranque
de lealtad caballerosa le moviera á abrogar el primero!
Pero mayor fue aún la deslealtad del Perú, porque su
historia es la historia de los sacrificios que hizo Chile por
ampararle y defenderle.
La expedición que preparó O”Higgins en 1820, que
pagó nuestro Gobierno, que formaron nuestras escuadras y nuestros soldados, que capitanearon Cochrane y
San Martín, al servicio de Chile, dio al Perú la independencia que proclamara el 28 de Julio siguiente. Bolívar
y Sucre sólo coronaron la obra iniciada en Santiago y
Valparaíso, y llevada á cabo por nuestros valientes á costa de mucha sangre chilena y venciendo dificultades que
opusieron, en gran parte, las clases altas de la sociedad
peruana!!
Y así como les libertaban de los españoles. O”Higgins,
Zenteno y San Martín, contra la voluntad de una porción de sus propios nacionales, así también, con iguales
enemigos dentro de la propia casa, salvaron por segunda
vez á los peruanos de la dominación extranjera, Prieto,
Portales y Bulnes.
Las campañas “Libertadora” y “Restauradora” del
Perú, fueron gloriosas para Chile; pero sus ventajas, sus
beneficios y su valor político, ¿Quién los aprovechó?
Por tercera vez, en 1865, la injuria de España, con
que se conformó el gobierno peruano de Pezet y sus adherentes, sublevó el espíritu generoso de los chilenos, y
acudieron, inermes, á participar de los peligros y de los
ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E
sacrificios de una guerra insensata, arrastrados tan sólo
por sus sentimientos de fraternidad para con sus patrocinados de siempre.
Y palpitantes aún estos recuerdos, en el poder aún
los mismos estadistas que aquello presenciaron y que en
aquello actuaron, la cancillería de Lima movió este extremo del continente para concitarnos enemigos y para
concertar secretamente el plan de nuestro exterminio!
El tratado secreto de 6 de Febrero de 1873, fue pues,
injustificado y desleal, hijo de una ingratitud indecorosa, y revelador de odios implacables, de odios que por
no ser fundados debieron revelarlos, una vez conocidos,
toda la extensión de los peligros que nos amenazarían
al no conjugarlos con mano de hierro y con una energía
sobrehumana.
Sarmiento no pudo concluir su obra de complicidad
merced á la enérgica y juiciosa resistencia de Rawson.
Lo que firmó como Presidente logró hacer aprobar por
la mitad de su Congreso, rechazado fue por la otra mitad. Quedó así la República Argentina fuera de la alianza tripartita.
El Perú no se desalentó, y mantuvo y estrechó sus
compromisos con Bolivia. Debió pensar que llegado el
caso de que Chile se encontrara en aflictiva situación, no
faltarían oportunidades al tercer pactante para volver
sobre sus pasos.
Y dedicase á buscar su hora y su ocasión para obrar.
Encender la tea de la discordia entre Chile y Bolivia,
producir al casus-belli previsto en el tratado secreto, sería fácil en cualquier momento, ya que el aliado era víctima de la dominación de caudilleros ignorantes, venales
y manejables.
La oportunidad se presentó propicia á la cancillería
peruana en 1879, cuando nuestras relaciones con la República Argentina tomaron un sesgo agrio y amenazante. Prendida la mecha en uno de nuestros flancos, no
podría dudarse de que estallarían las bombas en los dos.
Si artero fue el Perú para preparar la triple alianza, consecuente consigo mismo lo fue para llevarnos á la guerra
con Bolivia. En ambos casos persiguió el mismo final
propósito.
Provocado en Bolivia el estallido de 1879, los implacables diplomáticos del Rimac volvieron á la obra que les
habría frustrado Rawson en 1873; y fueron de nuevo á
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las márgenes del Plata á soplar al oído de los intereses,
de los rencores, de las emulaciones, la vieja cantinela de
injustificados y comunes odios.
Buenos Aires se agitó tanto como Lima. El espíritu bélico prendió tanto entre los argentinos como entre
los peruanos. Unísono coro vociferaba nuestra ruina en
todo extremo austral del continente, y un desastre de
nuestras armas, el más pequeño desastre al iniciarse la
guerra del norte, varíala encendido también en el oriente. Si los regimientos de Prado y Daza hubiesen recuperado Antofagasta, téngase por seguro que todos los
boquetes de los Andes habrían sido en seguida ocupados
por las huestes de un aliado que, aún sin tratados espiaba su ocasión y momento oportunos…
El sacrificio de Prat, que fue una revelación, para
propios y extraños, de la pujanza inconmensurable del
patriotismo chileno, y la destrucción de la fragata Independencia, que produjo el gran desequilibrio de las
fuerzas navales contendiente, tuvieron el 21 de mayo
de 1879 la misma virtud que la palabra de Rawson en
1873: apartaron á la Argentina de la contienda.
Los planes del Perú fracasaron en ese instante. Su
desgracia tornóse inevitable, como inevitable ha sido el
que soporte solo las consecuencias.
La historia ha esclarecido, suficientemente el hecho
de que no procedió el pueblo de Bolivia consciente y
deliberadamente al violar el tratado de 1874. Victima,
como lo era en esos momentos, de la dominación de un
caudillo ignorante y brutal, fuélo también de la Cancillería peruana, que dominó á Daza y le convirtió en su
instrumento.
Este convencimiento de la inculpabilidad de Bolivia
como pueblo y de la tenacidad del Perú para perseguir
nuestro daño, explica el que en Chile se borrasen pronto
los resentimientos para con la primera de estas Repúblicas. Explica también el que nos veamos obligados á
tener siempre ante nuestros ojos la lección que nos deja
nuestra experiencia con respecto á la segunda.
La guerra del Pacífico fue hija de una confabulación
iniciada y perseguida tenazmente por la diplomacia peruana.
Justificado queda Chile, en consecuencia, por haber
precedido con energía y por haber tomado, para el futuro, precauciones indispensables y necesarias.
Joaquín Walker Martínez
ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E
Presidente de la República 1881 - 1886
i los civiles pudieran, como los militares, ostentar
una medalla pro cada gran jornada de la guerra en
que han intervenido eficazmente, el amplio pecho del
señor don Domingo Santa María, se vería cubierto por
esos símbolos de gloria y sacrificio.
Su intervención comienza en las conferencias con el
plenipotenciario peruano don José A. Lavalle, que fueron prólogo de la guerra, y termina con el fin de la guerra misma, señalada por la suscripción del Tratado de
Paz con el Perú y el de tregua indefinida con Bolivia.
El señor Santa María había nacido en 1825.
Apareció en el escenario á
los 21 años de edad, época
en que siendo ya abogado y
profesor, fue nombrado Intendente de Colchagua.
Temperamento impetuoso, inteligencia poderosa y vivaz, á cada instante
amenazaba salir del riguroso marco y el perfecto
equilibrio en que le mantuvieron sus estudios de jurisprudencia a que se dedicó
preferentemente.
Ejerció con brillo y con
provecho su profesión de
abogado; y después de haber luchado con los liberales de 1859, las batallas
precursoras de las actuales
instituciones, fue desterrado á Europa. A su regreso,
pasó á tomar un puesto en
la magistratura judicial
llegando á ser Regente de
la Corte de Apelaciones de
Santiago.
Ministro de Hacienda en la administración Pérez;
Ministro de Chile en Perú en 1864, durante la guerra
con España; brillante parlamentario; cuando sobrevino
la guerra con Bolivia en señor Santa María era uno de
los hombres más prominentes y mejor dotados de aquella actualidad.
El Perú, queriendo adormecernos y prepararse á
mansalva para la guerra, mandó á Santiago en fingida
misión de paz al finísimo diplomático don José Antonio
Lavalle, y el Gobierno de Chile le puso al frente como
plenipotenciario Ad – hoc, al señor Santa María.
La astucia de nuestros adversarios fue vencida por
la sagacidad del plenipotenciario chileno, que confundió al señor Lavalle, en su negativa del tratado secreto
de alianza ofensiva y defensiva entre el Perú y Bolivia,
negativa que motivó la inmediata declaración de guerra
al Perú.
El señor Lavalle recibió en consecuencia, sus pasaportes poco después de haber presentado sus credenciales.
Llevados inopinadamente á la guerra, el país se puso
en sin de combate. El
respetable ex Ministro
don Antonio Varas que
presidía el Gabinete llamó al señor Santa María á la cartera de Relaciones Exteriores.
La situación de la
República era la más
delicada imaginable.
El país atravesaba
intensa crisis: acababa
de declararse la bancarrota financiera que
hizo necesario el papel
moneda; el pleito de límites con la República
Argentina había llegado
al más álgido período; la
escuadra chilena había
partido hacia el Estrecho con sus masleteros
calados y hacía en Lota
previsión de combustible cuando de improviso se le ordenó variar
de rumbo y dirigirse al
norte para proteger los
intereses y el honor de Chile atropellados inesperadamente por Bolivia.
El Ministro de Relaciones Exteriores debía pues
conjugar la tormenta que nos amenazaba por el oriente
y tomar las posiciones internacionales á que nos obligaba la conspiración de las repúblicas del norte.
¡Las nuevas generaciones no han conocido las angustias y responsabilidades de aquellos hombres de 1879¡
* *
*
El primer empuje fue un fracaso. Los viejos sol-
dados partieron al primer toque de clarín y establecieron su campamento en Antofagasta; quizás había
algunos veteranos de la independencia; otros lo eran
de las guerras del Perú; también de Loncomilla y Cerro Grande y de las campañas araucanas; y por fin los
reclutas que iban á hacer sus primeras armas.
No había esa consigna de respeto y confianza que
se forma entre los que hacen una misma campaña.
Antofagasta era campo de Agramante.
En tan difícil situación el Gobierno mandó al Ministro Santa María con amplios poderes. Allí demostró
este gran político su exquisito tacto, su penetración en
el conocimiento de los hombres y el valor moral que
era necesario para cancelar respetuosamente algunas
glorias y preminencias inadecuadas en las nuevas circunstancias y para alzar por entre las dificultades de la
edad, el escalafón y demás causales en la vida normal,
los nuevos jefes que en breve habían de conducirnos
á la victoria. El general Lynch, que debía figurar en
esta gloriosa epopeya fue una restauración hecha por
el señor Santa María, contrarrestando los prejuicios y
opiniones que prevalecían contra este esclarecido jefe
que se distinguió durante las batallas y ocupación de
Lima, como guerrero y gran político.
El embate de los descontentos y las alarmas de desconfianza sólo cesaron cuando á raiz de aquellas medidas se produjo la captura del “Huáscar”.
El Presidente Pinto y su ministerio, presidido por
el señor Santa María, se instalaron en la noche del 7 al
8 de Octubre en las oficinas del telégrafo y puestos en
comunicación con el señor don Rafael Sotomayor en
Antofagasta y el Comandante Latorre en Mejillones,
combinaron el plan que dio por resultado la captura
del monitor peruano, que nos dio la libertad del mar y
el dominio de él.
Si la caza por estrategia requiere refinada malicia y
un profundo equilibrio de espíritu, es indudable que el
señor Santa María tuvo mucha parte en esta jornada.
El Gabinete del señor Santa María realizó las campañas de Tarapacá y de Tacna, teniendo que organizar ejércitos, escuadra y acopilar los elementos indispensables, todo ello con una economía incomprensible
en nuestros días, con sólo un gasto extraordinario de
28.000,000 de pesos.
Terminada la campaña de Tacna el señor Santa
María se retiró del Gabinete; pero su figura política,
los servicios prestados al país en la magistratura, en
el Congreso y en la administración en general, le señalaron como el cuidadano mejor preparado par tomar
sobre sus hombros la pesada herencia del Excmo. señor Pinto.
*
21
*
*
Durante su período presidencial (1881 – 1886) cúpole resolver con honra y beneficio para el país, las
más graves cuestiones: rechazó con sagacidad y con
firmeza las repetidas indicaciones del Secretario de
Estado del Norte de América, señor Blaine, en la liquidación de nuestra guerra con el Perú; debeló las
conspiraciones fraguadas en Europa por países con
más poder que justicia pretendían hacer pagar á Chile
inmensas indemnizaciones; obtuvo poderosamente en
su funcionamiento y en los favorables resultados para
Chile; hizo arreglos directos, ventajosísimos; liquidó
puede decirse, la guerra y todas sus complicaciones.
Pero su mayor gloria está vinculada al término de
la guerra misma por medio del Tratado de Ancón y el
Pacto de tregua con Bolivia.
No es culpa del señor Santa María ni de sus ilustres cooperadores, si la revolución del 1891 y los ensayos del sistema parlamentario con la rotación ministerial, han impedido al Gobierno de Chile realizar
en su tiempo el pensamiento de aquellos estadistas y
colocarnos en situación de llenar la fórmula plebiscitaria para la anexión de Tacna y Arica – La historia, y
el resultado invariable de todos los plebiscitos que ella
registra, revelan que el propósito que se perseguía con
ese procedimiento fue el de hacer la anexión sin mayor
sufrimiento para el país que debía soportarla.
No podemos terminar estas líneas dedicadas al ilustre estadista sin hacer mención de la gran batalla por
él librada a favor de las instituciones del país, y que
se resolvió en la adopción del matrimonio y el registro
civiles, los cementerios laicos y otras reformas de gran
transcendencia. El ardor de las contiendas á que estas reformas dieron lugar ha perturbado el espíritu de
justicia de muchos de nuestros conciudadanos; pero el
país que las ha aceptado sin desmedro de las creencias
en cuyo nombre se las combatía, contempla en el señor
Santa María a uno de sus políticos de mayor actuación
en la defensa de la Patria á la vez que el progreso de
sus instituciones.
Generosamente dotado por la naturaleza, á su
arrogante y majestuosa figura se unían una inteligencia poderosa, perspicacia y penetración excepcionales
y un dón de gentes extraordinario. En el fondo de
severidad y rudeza que aparecían en el Regente de
la Corte y en el Presidente de la República, había un
hombre sencillo, campechano, de ternura y sensibilidad de artista, profundamente afectuoso y cautivador
de afectos.
Vicente Santa Cruz
ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E
l año 66, después que la flota española abandonó
el Pacífico, se disolvió la escuadra aliada chilenoperuana, yéndose esta última á sus país, y nuestros
buques regresaron á la capital del Departamento.
El total de fuerzas con que quedamos después de
esa liquidación eran por cierto bien insignificantes: la
corbeta Esmeralda, como buque más poderoso, la goleta Covadonga, los españoles, y el transporte Maipú.
Durante el conflicto con España, tanto el Perú
como nosotros, hicimos encargos y mandamos construir buques al extranjero, elementos que el año 67
principiaron á llegar á sus destinos.
Nosotros recibimos las corbetas O”Higgins y Chacabuco, construídas en Inglaterra bajo la dirección
del Almirante don Roberto Simpson; de los otros dos
gemelos Tornado y Pampero, sólo nos llegó uno, que
le bautizó con el nombre de Abtao, y el otro cayó en
manos de los españoles, y que aún sirve de pontón en
el puerto de Cartagena.
Además de estas tres corbetas, también nos llegó
una colección de antigüedades y cascarones, que más
hubiese valido que les hubiesen pegado fuego en el origen de su compra antes de hacer llegar á Chile mamarrachos tan inútiles y hasta peligrosos para navegar,
dada la vetustez y condiciones en que se encontraban.
Bástenos decir que cuando se anunció al Almirante
Williams que el Arauco uno de ellos, se había varado en la playa de Viña del Mar, tomando el puerto de
Valparaíso con neblina, el Almirante, en lugar de manifestarse desagradado por ese naufragio, dijo: “Más
vale así, que haya concluído aquí; porque ese buque, el
día menos pensado se desarma en alta mar y habría
sido una catástrofe.”
Los otros buques de ese lote, no vale la pena de
mencionarlos; bástenos decir que nunca se les vió figurar para nada, y murieron de pontones.
El Perú, con mas inteligencia que nosotros, en lugar de adquirir corbetas y ese potpourri de vejestorios,
incrementó su escuadra con una fragata blindada y
tres monitores, quedando por consiguiente muy por
sobre nuestro poder naval.
De ahí, que al liquidar las cuentas de la Alianza,
y más que todo, para quedar ellos como imperando
sin contrapeso en el mar Pacífico, iban llevando las
cuestiones sobre tal terreno que nuestros dirigentes,
con sabiduría las vislumbraron á tiempo, y con premura y diligencia que el caso exigía, allá por el año
72, se mandó construir los blindados Cochrane, Blanco
y cañonera Magallanes, llegando este contingente á
nuestras costas por el año 75.
Este fue el origen de nuestra escuadra del año 79.
Cuando este material naval llegó al país, la situación
financiera de la nación, del día en día se empeoraba, y
para no ir á la bancarrota, se hacían economías en todos los ramos de la administración, y por consiguiente,
también le tocaba á la marina, á tal extremo, que todo
se envejecía sin renovarlo, y lo que estaba malo, malo
se dejaba; de ahí que cuando llegó el conflicto armado, los buques no sólo estaban escasos de todo, sino
que hasta sus calderas, en su mayoría, se encontraban
completamente deterioradas y casi inútiles.
Así como el material se le cercenaban sus necesidades, también el personal se reducía á su más simple
expresión, y esos oficiales que habían envejecido en el
servicio, tenían que ir á buscar ocupación en cualquier
cosa en tierra.
Las consecuencias de esos descuidos no tardaron
en hacerse sentir, al poco tiempo de declarada la guerra. Como ejemplo citamos á la pobre Esmeralda que,
iniciando el combate de Iquique, escasamente pudo andar tres millas, y á poco rato, quedó hecha una boya.
El Covadonga, por causa también de mal estado de
sus calderos, el andar reducido á menos de la mitad.
Cuando el Almirante Williams con la escuadra
expedicionó sobre el Callao, de regreso tuvo que despachar á la vela á la O”Higgins y Chacabuco al Departamento, porque ya también sus calderos estaban
inútiles y era necesario colocarles nuevos.
El Abtao andaba también á las parejas, de tal ma-
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nera que los únicos buques en condiciones de movilidad eran los blindados y la Magallanes, y aún estos lo
hacían en malas condiciones por estar sus fondos muy
sucios y no podían dar todo su andar.
Y si á estas pésimas condiciones en que se encontraban nuestra escuadra para entrar en campaña, se
agrega el desatinado bloqueo de Iquique, que con su
continua actividad concluyó de estropear y aminorar
las características de todos los buques, se comprenderá fácilmente, que buques limpios, frescos y recién
salidos del Callao, su base de operaciones, correteasen
por los mares de Chile é impunemente se riesen de las
condiciones atortujadas á que estábamos reducidos.
Esa dura experiencia nos hizo concentrarnos y replegarnos al sur para remediar nuestros desperfectos,
y cuando éstos se subsanaron, como era natural, las
cosas cambiaron por completo y desde ese momento,
los perseguidores se tornaron en perseguidos, y tan
pronto como pudo llegarse á su contacto, ya el fiel de
la balanza se inclinó favorablemente hacia nuestro
lado y con él, el dominio del mar que nos permitió dar
rumbo firme y decidido á la marcha de la campaña.
Desde entonces, la escuadra, paso á paso, etapa
tras etapa, fue aclarando el camino y llevando al Ejército á sus destinos, para que éste llevarse siempre gloriosa la bandera de Chile hasta izarla en el corazón del
Perú y en el asta del palacio de los virreyes.
A. Silva Palma
Almirante, retirado, de la Marina de Chile.
unque la ocupación de Antofagasta no tuvo importancia como operación militar en la guerra
del Pacífico, sin embargo lo fue como lugar avanzado y
punto de concentración del Ejército por su proximidad
á las fronteras de los países contra los cuales se iba á
operar.
En los primeros días de Enero de 1879 la Escuadra de la República se encontraba reconcentrada en
Lota, lista para emprender operaciones de guerra de
las aguas del Atlántico.
Repentinamente, el Supremo Gobierno ordenó al
que esto escribe, trasladarse con su buque, el blindado
Blanco Encalada, y á la brevedad posible, á Antofagasta.
Según instrucciones, era preciso el mantenimiento
del orden del territorio, hasta que se resolviesen las
cuestiones que se debatían entre los Gobiernos de Chile y de Bolivia, con motivo de que este último país intentaba romper los tratados vigentes; debiendo procurar á la vez, mantener al corriente al Gobierno de las
novedades, para el caso de que una guerra reclamara
la ocupación de Antofagasta.
La llegada del Blanco tranquilizó los ánimos, porque
tanto á las autoridades bolivianas como á los habitantes de la ciudad, que casi en su totalidad eran chilenos,
les insinué la conveniencia de no alterar la paz; pero el
decreto del Gobierno de Bolivia que ordenaba el remate
de las salitreras, exaltó considerablemente los ánimos.
Un vapor extraordinario é inesperado, arribado á
Antofagasta, permitió poner esta ocurrencia en conocimiento del Gobierno de Chile.
La ocupación militar de la plaza se hacía, en consecuencia, necesaria.
El Cochrane y la O”Higgins, trayendo á su bordo
300 hombres del Bat. Artillería de Marina, á las inmediatas órdenes del Sargento Mayor don José Ramón
Vidaurre, y á 100 individuos de tropa del Regimiento
de Artillería núm.2, al mando del capitán don Ezequiel Fuentes, anclaron en Antofagasta en la mañana
del 14 de febrero de 1879, y procedieron al desembarque tranquilo de las fuerzas expedicionarias.
Comandante en jefe de la expedición, lo era el coronel don Emilio Sotomayor, que tenía como ayudantes
al capitán de corbeta don Francisco Javier Molinas y
al de ejército don José Manuel Borgoño.
El Cochrane, mandábalo en aquella ocasión el capitán de navío graduado don Enrique M. Simpson, y la
O”Higgins, el capitán de fragata don Jorge Montt.
Ocupada la plaza, las primeras medidas de orden
fueron dictadas en resguardo de las autoridades bolivianas y súbditos de esa nación, á fin de que la población exasperada no cometiese excesos; de custodiar los
archivos par evitar que documentos valiosos para los
intereses chilenos y extranjeros no sufrieran extravío;
y de constituir el dominio de Chile en el territorio. Gobernador fue nombrado don Nicanor Zenteno, nuestro
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AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE
cónsul general allí residente, ocupando la subdelegación de Caracoles, como avanzado centinela, el patriota ciudadano y el ex-cónsul don Enrique Villegas.
Los que presenciaron la ocupación de Antofagasta
no olvidarán jamás el emocionante espectáculo que en
aquel día ofrecían sus habitantes.
Hay escenas que por lo grandiosas no son para descritas. Impotente la pluma para describirlas, nada hay
que las patentice y las haga sentir en toda su grandiosa y conmovedora realidad.
Doce mil almas, agrupadas en calles y plazas y
abrazando banderas chilenas, se entregaban á todos
los desbordes de un entusiasmo incontenible. Hombres, mujeres y niños, cantando en inmenso coro, los
himnos sentidos de la patria, interrumpidos por estruendosos vivas á Chile, hacían estremecer de júbilo
los corazones y al pueblo todo, que engalanado hasta
en su última choza con los colores de la tricolor bandera, sentíanse feliz al amparo de los derechos constitucionales de la república.
Y en medio de aquel torbellino de espansiones, ni
un solo incidente enojoso ó desgraciado que viniese á
nublar tan solemne y grandiosa manifestación.
Así, la ocupación de Antofagasta, primer paso en
la guerra del Pacífico, permitió volver al dominio de
Chile el litoral que había cedido en obsequio de la paz,
á su vecina la república de Bolivia.
J uan E. López
Contra - almirante, retirado, de la Marina de Chile.
Izquierda a derecha:
Ayudante general, Coronel graduado don Luis Arteaga
Jefe de Estado Mayor General, General don José Antonio Villagrán
Primer Ayudante, Sargento Mayor don Belisario Villagrán
Capitanes segundos ayudantes de campo: don Francisco Villagrán, Don Francisco Pérez y don Emilio Capitán don Fernando Lepelegul;
Teniente don David Silva Lemus; Capitanes: don Marcial Pinto Agüero y don José Manuel Borgoña; Sargento Mayor, don José María 2º
Soto, primer ayudante de campo.
l 4° de línea, hoy Regimiento Rancagua número 4, tiene en la historia militar de Chile dos
etapas de heroicos sacrificios y de gloriosos triunfos:
la campaña de la Araucanía y la guerra contra el
Perú y Bolivia.
Señalamos tan solo estas dos series de sucesos
memorables, sin considerar los tiempos de guarnición pacífica dedicados al afianzamiento de la disciplina, á la instrucción militar y civil y al fomento de
la moralidad.
Tuvo su base el 4.° en dos compañías del batallón Chacabuco, del cual era jefe el coronel don Pedro
Urriola; estas dos compañías formaron el 5°. de línea, que , por decreto de 29 de Abril de 1852, recibió
la denominación de 4°. de línea, bajo las órdenes del
teniente coronel don José Manuel Pinto.
Don José Manuel Pinto hizo del 4°. de línea un
cuerpo modelo; hombre de carácter, de condiciones
de mando y de instrucción en el ramo á que se había
dedicado, puso todos sus esfuerzos al servicio del perfeccionamiento de su batallón. Comprendía Pinto al
militar con instrucción especial de su carreta; pero
también con la ilustración especial en su carrera;
pero también con la ilustración general. Estableció
clases de ciencias, de historia y hasta de letras. Quería hacer de sus subordinados al propio tiempo que
buenos soldados, buenos ciudadanos.
La campaña de Arauco comenzada en 1859 en-
contró al batallón de guarnición en Chillán, y á su
jefe desempeñando, con el acierto que gastará en el
servicio de las armas, la Intendencia de Ñuble. Continuó en ella y fue designado comandante accidental
del 4°., el sargento mayor don Pedro Lagos.
A fines del 1859 comenzó el avance de nuestras
fuerzas en el territorio araucano. En Noviembre de
ese año empieza á desarrollarse esa acción enérgica
y llena de sacrificios que se puede llamar la campaña
de Arauco y que sólo vino á terminar en 1884. Quienes hoy se trasladan cómodamente sentados en un
wagon de ferrocarril y atraviesan frente á Collipulli
por un imponente viaducto el río Malleco, pasan en
seguida por campos cultivados y divisan las obscuras montañas de Nielol, no pueden jamás por jamás
formarse una idea cercana á la realidad de lo que
pasó en aquellos lugares en los 25 años transcurridos desde 1859 hasta 1884, sin contar todavía los
anteriores.
Quien ha presenciado, en parte de aquella época,
la vida de campaña y de guarnición, que también era
de campaña, puede atestiguar hasta dónde llegó la
paciencia, por decirlo así, del soldado chileno que,
sin quejarse, soportó privaciones, miserias, inundaciones, hambres, con el fusil al hombro día y noche,
saliendo alborozado cuando se l anunciaba una entrada al interior ó cuando el clarín deba la alarma de
un malón que era necesario rechazar.
32
AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE
El 4°. de línea concurrió durante ese tiempo á todas las expediciones en el territorio araucano y á la
fundación de las ciudades de Mulchén y Angol, esta
última capital de la importante provincia del Malleco.
La declaración de guerra al Perú y Bolivia encontró
al 4°. de guarnición en Santiago. A una de sus compañías, la de Cazadores, al mando del capitán don Juan
José San Martín, tocóle en suerte ser de las primeras
en trasladarse al teatro de la guerra, encontrándose
en Calama, donde resultó herido su arrojado capitán.
El 18 de Abril el batallón, elevado á regimiento, se
encontraba en el campamento de Antofagasta , á las
órdenes de su jefe de coronel don José Domingo Amunátegui, quien lo comandaba desde 1869.
Antofagasta fue el campo de preparación de nuestro Ejército de operaciones; mientras la escuadra barría el mar destruyendo ó apoderándose de los buques
peruanos, las tropas se instruían y se preparaban los
elementos para la invasión del territorio enemigo. Los
chilenos expulsados del Perú desembarcaban en medio
de las aclamaciones de nuestros soldados y tomaban
las armas, llegando á formarse un ejército de más
de 10,000 hombres que se embarcó el 28 de Octubre
de 1879, veinte días después de haberse aniquilado la
escuadra peruana, con la captura del Huáscar. El
desembarco tuvo lugar en Pisagua, de cuyo puerto,
se apoderó por asalto una división del Ejército. Formóse ahí una división compuesta del Buin 1°. y del
4°. de línea de los batallones movilizados Coquimbo y
Atacama y de una batería de montaña. Esta división,
al mando del coronel Amunátegui, tomó la vanguardia del Ejército expedicionario y llegó hasta Dolores.
Aquí tomó el mando en jefe de esta división y de la que
tenía á su frente el coronel do Martiniano Urriola, el
Jefe del Estado Mayor General, coronel don Emilio
Sotomayor.
El enemigo, en número de 11,000 hombres, se encontraba en Iquique, á las órdenes del general don
Juan Buendía. El Ejército de Chile se internó avanzando, como lo hizo durante toda la campaña, sin cuidar la retirada, que sólo la tenía en la escuadra, reembarcándose, en caso de un descalabro; la confianza en
el triunfo dio siempre margen á este plan de operaciones. Así se procedió en la campaña de Tarapacá, en
al de Tacna y en la de Lima. El Ejército sabía que no
tenía salvación en una derrota y las tropas olvidaban
la escuadra una vez en tierra.
El coronel Sotomayor ordenó al coronel Amunátegui seguir avanzando desde Dolores al sur con el 4°. y
una batería de artillería, comandada por el sargento
mayor don Juan de la Cruz Salvo. En el cantón de
Santa Catalina supo el jefe de la vanguardia por unos
arrieros, que equivocadamente cayeron en el campamento, que el ejército peruano venía en marcha al
norte.
Avisado Sotomayor, y pensando al principio salir al
encuentro del enemigo, resolvió después esperarlo en
Dolores y al efecto ordenó la retirada se hizo en la noche del 18 de Noviembre, marchando el 4°. y la artillería paralelamente al ejército perú-boliviano. Probóse
en esta ocasión la disciplina de nuestras tropas, pues
en la peligrosa marcha, durante la cual, la pequeña
división pudo ser fácilmente cortada, el silencio sepulcral guardado por toda la gente la puso en salvo hasta
llegar temprano á tomar colocación en la cumbre del
cerro de la Encañada, que asaltado poco después por
Buendía, dio lugar al Ejército de Chile á producir la
dispersión completa del enemigo.
El día 19 de Noviembre de 1879 señala la fecha en
que Chile tomaba posesión efectiva de la provincia de
Tarapacá.
El 4°. era mandado en ese día por el sargento mayor don Rafael Soto Aguilar, quién resultó herido en la
acción. El coronel Amunátegui desempeñaba el cargo
de jefe de la división que coronaba el cerro de la Encañada.
Permaneció el Ejército hasta Febrero en Tarapacá.
En el mes de Enero ser organizó en cuatro divisiones
comandando el coronel don Domingo Amunátegui la
3°., en la cual figuraba el 4°. de línea, bajo las órdenes
del sargento mayor don Juan José San Martín.
*
*
*
A fines de Febrero el Ejército desembarcaba en Ilo
á fin de internarse y atacar al enemigo en Tacna y en
Arica. En Abril comenzó la marcha de avance. El
22 de ese mes salió la 3°. División é hizo su marcha
por medio de desiertos y quebradas hasta que llegó al
campamento de Yaras el 1°. de Mayo, después de una
pesada marcha de 36 leguas.
El 25 de mayo se dio la orden de avanzar; en ese
día se dispuso que el 4°. con el Buin 1°. ; el 3°. y
el Bulnes, segregados de sus respectivas divisiones,
formaran la reserva. En esta batalla, la batalla de
los coroneles, como la denominaba el general Baquedano, por cuanto no concurrió á ella más que un general, él, siendo coroneles los jefes de divisiones, de
Estado Mayor, etc., el 4°. apenas alcanzó á moverse
para prestar apoyo á la 4° división, no siéndole necesario disparar un tiro, pues la derrota se produjo
simultáneamente.
Así como no le tocó parte activa en la batalla de
Tacna, correspondiéndole heróica en el asalto de Arica, que tuvo lugar días después.
34
AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE
Mil cuatrocientos hombre resguardaban la plaza
de Arica y aunque escaso el número, le servían de
sólida defensa las fortificaciones y minas con que se
encontraba resguardada.
Partieron desde Tacna á dar el último golpe, las
tropas que habían compuesto la reserva en la batalla
del 26 de Mayo, Buin 1.° de línea, 3.°, 4.° y Bulnes, á
los cuales se agregó más tarde el regimiento Lautaro, cuatro baterías de artillería, el regimiento de Cazadores á Caballo y Carabineros de Yungay, aunque
sólo tomaron parte en el asalto del 7 de Junio, que
dirigió en jefe don Pedro Lagos y que dio la victoria
de Arica, los regimientos 3.° y 4.° de línea, que fueron los que atacaron y rindieron las posiciones, Buin
de reserva y una sección de caballería, Cazadores, á
las órdenes del capitán don Alberto Novoa Gormaz.
Al Lautaro, las circunstancias le señalaron un rol secundario. La artillería desarrolló su acción en los
días anteriores al asalto.
La ciudad de Arica está cerrada por un cordón de
elevados cerros que principia en el valle de Azapa, al
noreste del pueblo, y termina por el lado sur, en el
empinado Morro, á orillas del mas, Cerca del valle
de Azapa se encontraba el fuerte Este; la cima de
los cerros estaba resguardada por reductos de sacos
de arena establecidos de trecho en trecho. Entre el
fuerte Este y el Morro había cinco de estas verdaderas baterías, pues estaban también provistas de
cañones.
Limitamos el campo de batalla á la acción del 4.°
al cual correspondió desarrollar su acción aisladamente.
Preparado el plan de ataque por el general Baquedano y coroneles Velásquez y Lagos, éste de hizo
cargo de su ejecución y dio las órdenes para llevarlo
á cabo al amanecer del día 7 de Junio de 1880. Ordenó al 4.° apoderarse del fuerte Este y en seguida
continuar asalto tras asalto, hasta colocar la bandera
de Chile en el mismo Morro. La orden era categoría
y lacónica. Con el mismo laconismo la cumplió el 4.°,
pues la rapidez de su avance, corre parejas con el
tiempo que la pluma emplea en describirlo.
A las cuatro de la mañana del 7, el 4.° estaba colocado más ó menos á tres mil metros del fuerte. Después de un reconocimiento cautelosamente practicado por el capitán don Avelino Villagrán y el capitán
de ingenieros don Enrique Munizaga, San Martín
dio orden al sargento mayor don Luis Solo Zaldívar
de avanzar sobre el fuerte Este y apoderarse de él
con el primer batallón del regimiento, formado por
las compañías de los capitanes don J. Miguel de la
Barrera, don Avelino Villagrán, don Pedro Onofre
Gana y don Pablo Marchant; el segundo batallón, ó
sea, las compañías de los capitanes don Menandro
J. Urrutia, don Pedro Julio Quintavalla, don Gumecindo Soto y don Ricardo Silva Arriada, protegerían
aquel movimiento á las órdenes inmediatas de San
Martín. El regimiento llevaba ochocientos noventa
y tres hombres.
Antes de aclarar comenzó el avance en profundo
silencio, precursor de la tremenda tempestad que habría de desarrollarse minutos más tarde. El crepúsculo denunció la marcha del 4.° á los defensores del
fuerte, de donde partió un vivo fuego de cañón y de
fusilería. El 1er. batallón del 4.° apuró el paso hasta
que, á la distancia de una cuadra del reducto, el corneta de órdenes de Zaldívar tocó ataque: el batallón
se lanzó á la carrera, saltó los parapetos y trabó lucha cuerpo á cuerpo hasta que diez minutos después
el enemigo abandonaba su posición dirigiéndose al
Morro y dejando en el campo setenta cadáveres. Del
4.° fueron heridos el teniente don Martín Bravo y el
sub-teniente don Francisco Ahumada. En un momento llegó al fuerte el segundo batallón del 4.°; todo
el regimiento con San Martín á la cabeza, siguió á la
carrera en dirección al Morro. Saltó reductos, paso
por sobre minas que estallaban haciendo volar por los
aires los cuerpos destrozados de nuestros ardorosos
soldados. Los reductos aparecían como por encanto,
y á bayonetazos se rompían los sacos de arena y se
mataba sin piedad; se había llegado verdaderamente á la locura en aquella vertiginosa carrera. Cinco
cuadras antes de llegar al Morro, cayó el heróico San
Martín. Una bala le había atravesado el estómago.
Zaldívar tomó el mando del regimiento y lo precipitó sobre la fortaleza, de la cual se apoderó combatiendo cuerpo á cuerpo con sus defensores.
A las 6.55 minutos de la mañana, es decir en 55
minutos se había cumplido la orden del coronel Lagos: la bandera de Chile flameaba en el Morro de Arica.
En esta ocasión, además del teniente Bravo y del
sub-teniente Ahumada, resultaron heridos el capitán
don Pedro O. Gana, y los sub-tenientes don Miguel
Aguirre, (quien luego murió), don Juan Rafael Alamos, don Samuel Meza, don Carlos Lamas García,
don Alberto de la Cruz, don Julio P. De la Sota, don
Ramón Silva C. Y don Luis V. Gana. Entre los individuos de tropa hubo doscientas sesenta y cuatro bajas: sesenta y cuatro muertos y doscientos heridos.
El comandante San Martín fue llevado vivo aún
al Morro; murió tres horas después del asalto de la
fortaleza, rodeado de oficiales y soldados.
Toda su vida militar la hizo San Martín en el 4.°
Ingresó como soldado, en Chillán, á los catorce años
de edad en 1854, cuando lo mandaba don José Ma-
36
AL BUM G R ÁFICO M ILITAR DE CHILE
nuel Pinto. Recorrió todo el escalón llegando á obtener el título de sub-teniente. Siguiendo la máxima
del gran capital del siglo XIX, primero aprendió á
obedecer para saber mandar. Tenía dotes de mando como tuvo disciplina en la obediencia. Valiente
como soldado y recto como jefe, dedicó enteramente
su vida al servicio de las armas, en defensa de la patria. En las campañas de Arauco tocóle siempre de
los primeros en la acción, recibiendo en dos ocasiones
heridas de piedra y bala; fue herido en Calama y por
fin murió gloriosamente en el asalto de Arica.
Le sucedió en el mando del regimiento el sargento
mayor don Luis Solo Zaldívar, ascendido poco después á teniente coronel. También había hecho toda
su carrera en el 4.°, y aún algún tiempo en la misma
compañía de cazadores de San Martín. Su designación fue muy bien recibida en el regimiento, que veía
en Zaldívar á un jefe que profesaba á las armas verdadero cariño; por otra parte, su valor conocido, era
prenda segura para conducir al veterano regimiento
á la victoria.
Tacna y sus alrededores se convirtieron en un
vasto campamento destinado á preparar la campaña
á Lima. El ejército se fraccionó en tres divisiones,
compuestas cada una de dos brigadas. Cupo al 4.°,
ser colocado en la segunda brigada de la 1ª . división;
ésta tenía por jefe al general don José Antonio Villagrán y las brigadas estaban, respectivamente, á las
órdenes del capitán de navío don Patricio Lynch y del
coronel don José Domingo Amunátegui; á ésta se incorporó el 4.°, en unión del los regimientos movilizados Chacabuco y Coquimbo y del batallón Quillota.
En Noviembre de 1880 la 1ª. División fue enviada
á ocupar el puerto de Pisco, marchando en el acto
el coronel Amunátegui, con una pequeña división de
que formaba parte el 4.°, á ocupar el pueblo de Ica.
Esta marcha fue penosísima por la falta de agua, lo
que ocasionó la muerte de tres soldados.
Ica fue ocupado el 23 de Noviembre.
Estos eran los pasos preliminares para dar el
avance sobre Lima.
Unidas las tres divisiones en Pisco, se embarcó la
brigada Amunátegui, siguiendo por tierra la brigada
Lynch.
El convoy que llevaba la suerte definitiva de la
guerra, en el cual se había gastado tanto esfuerzo y
sacrificio por el país, llegó á la bahía de Curayaco, al
sur de Chorrillos, el 22 de Diciembre.
Levantóse en el hermoso valle un campamento de
ramadas que abarcaba desde el estero de Lurín al
sur. El estero tiene en su ribera norte una elevada
barranca y se atraviesa por un puente colgante inclinado en parte para encontrar el nivel del valle. Para
la defensa de este puente, y como centinela avanzada,
se colocó al lado norte del estero, la brigada Amunátegui en este orden, de oeste á este: Coquimbo, Chacabuco, 4.° y Artillería de Marina.
La división tuvo un cambio en su jefatura: el general Villagrán fue reemplazado por el coronel Lynch.
El ejército peruano no se movió de sus fortificaciones extendidas en empinadas lomas al sur de Chorrillos, desde el Morro Solar, por el lado del Pacífico,
hacia el este.
El 12 de Enero se dio la orden de marcha á fin de
amanecer al frente del enemigo el día 13.
Comenzó el interminable desfile de 23,000 soldados, que pasando el puente de Lurín entraron en La
Tablada, vasta y arenosa llanura, elevada sobre el nivel del mar, dejando entre éste y la altura, una playa
de más ó menos ocho cuadras de ancho que termina
casi al pie del Morro Solar.
Por esta playa se dirigieron dos regimientos de
infantería.
Se marchó toda la noche, y antes del crepúsculo,
el Ejército estaba frente al enemigo. Se hizo alto
para descansar y preparar las armas, que en cuanto
á los corazones no necesitaban sino la orden de atacar. Se ordenó avanzar en silencio no hacer fuego,
aunque el enemigo lo hiciera, sino á corta distancia.
La voz que circulaba como murmullo de columna en
columna era la de silencio! silencio! hasta que a la
primera luz de aurora, el Ejército peruano rompió
vivísimo fuego, que no tuvo contestación. La palabra de orden silencio! silencio! fué reemplazada por
la enérgica, de todos los jefes y oficiales, que en medio del ensordecedor ruido de los disparos y el silbido
de las balas, gritaban: adelante! adelante! siempre
sin disparar un tiro.
El 4.°, en la 2ª. Brigada de la 1ª. División, ocupaba posición en el ala izquierda del Ejército, es decir,
al lado del mar, frente á empinadas lomas, detrás de
las cuales se veía elevarse el Morro Solar. La 1ª.
División, á las órdenes de Lynch y del coronel don
Gregorio Urrutia, como jefe de Estado Mayor, había
recibido orden de apoderarse de las lomas de la derecha peruana y del elevado Morro Solar.
Casi al pie de la primera fila de morros, rompieron el fuego las tropas de la 1ª. División, siempre
en avance y subiendo á las crestas, pisando en un
terreno lleno de piedras pequeñas, cortadas y filudas
que rompían las botas de nuestros soldados. Una
vez apoderados del primer orden de fortificaciones,
se encontraron con una hondonada al frente, y una
segunda fila de parapetos que terminaba al pie del
Morro Solar.
Se continué la lucha. Prefiero citar aquí algunos
ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E
párrafos de un artículo en el cual, quien esto escribe,
relataba en 1881, poco después de la batalla, una visita hecha al campo de Chorrillos, y los cito porque en
el mismo punto en que, en el acápite anterior dejamos
al 4.°, nos hizo la relación del hecho el propio jefe del
regimiento, teniente-coronel don Luis Solo Zaldívar.
Visitábamos aquellos gloriosos campos en compañía de varios jefes y oficiales del Ejército y marchábamos lentamente tomando nota de los recuerdos inolvidables que cada uno tenía en su mente.
Y cuando el comandante Zaldívar, quien caminaba
un poco adelante, nos gritó: ¡aquí fué el apuro! Nos
reunimos a él y nos refirió cómo después de salvar mil
obstáculos llegó con algunos soldados del 4.° hasta ahí,
al pie de la inexpugnable montaña, donde el coronel
Amunátegui recibió orden del coronel Lynch para emprender con 300 hombres reunidos y pertenecientes á
varios cuerpos, la ascensión á la cumbre.
- ¡Calacuerda y ataque! Gritó el coronel á su corneta, y las águilas emprendieron el vuelo á la cúspide.
El enemigo bajó precipitadamente y aplastó la escasa fuerza de la 1ª. división. Cayó herido el subteniente don Manuel Osvaldo Prieto, quien llevaba la
bandera del 4.°, que fué asimismo gravemente herido;
hízole cargo del ya mutilado estandarte el cabo 1.° de
la escolta de la bandera Estanislao Jara, quien también cayó herido y entregó su reliquía en las férreas
manos del valiente capitán de la 4ª. Compañía del 1er.
batallón, don Casimiro Ibáñez.
Continuó enérgico el ataque de los peruanos, lo que
obligó á las diezmadas fuerzas chilenas á parapetarse
tras una muralla, alrededor de la bandera del 4.°. Al
saltar dicha muralla, cayó muerto instantáneamente
el valeroso capitán Ibáñez.
En este momento aparecen en auxilio de la 1ª. división las tropas de la reserva que tenia como jefe al
teniente-coronel don Arístides Martínez y que decidió
el triunfo.
El 4.° acampó en la cumbre del Morro, donde se
tocó reunión. Faltaron al toque porque habían quedado tendidos en la arena, muertos ó heridos, el capitán del Casimiro Ibáñez, y los subtenientes don Angel
Custodio Corales, destrozado por una bomba automática, y don Pedro N. Gana, muertos los tres; heridos:
tenientes Jenaro Alemparte, Juan Rafael Alamos,
Salvador Larraín Torres; subtenientes: Manuel Osvaldo Prieto, Carlos Aldunate, Celedonio Moscoso, Julio
P. de la Sota, José A. Roa, Miguel Bravo, Cárlos H.
Bon y Víctor Almarza. Las bajas de tropa ascendieron á 49 muertos y 240 heridos.
El día 15, habiendo bajado la 2ª. Brigada de la 1ª.
37
División, fue esta sorprendida por la repentina descarga que hizo el Ejército peruano, en medio de un
armisticio pactado para procurar soluciones de paz.
Tomó parte el 4.° en la batalla protegiendo al principio
la artillería de la derecha de nuestro Ejército. En
seguida atacó de frente, hasta que se produjo la derrota del enemigo. Cayeron muertos los subtenientes
don José Antonio Montt y don Samuel Vicente Díaz;
heridos los capitanes don Pablo Marchant, y don Ricardo Gormaz, los tenientes don Samuel Meza y don
Vicente Videla, y los subtenientes don Severo Santa
Cruz, don Guillermo Rahausen y don Francisco Silva
Basterrica.
* * *
Ocupadas las ciudades de Lima y Callao, el 4.° quedó de guarnición en este puerto, y su jefe, el coronel
Amunátegui, nombrado Jefe Político y Militar del Departamento.
Durante la ocupación del Perú, el regimiento marchó á la Sierra, recorrió trescientas veintiocho leguas
y pasó y repasó seis veces la cordillera.
Fué incorporado, en seguida, á la división Velásquez, en campaña sobre Arequipa, encontrándose en
la toma de posesión de la cuesta de Huasacache.
En Agosto de 1884, es decir, después de más de
cuatro años de ausencia de la patria y de continuo batallar, se trasladó á Valparaíso, donde estuvo de guarnición algún tiempo, siendo trasladado después á Temuco, que recién se levantaba. Volvía el regimiento á
sus antiguos lares, que dejara en manos de los indíjenas, para concurrir á llevar la civilización y el progreso
á aquellos territorios que le eran familiares, después
de haber hecho tanto en la campaña del Norte por el
engrandecimiento y la gloria de la patria.
J . D. A m u n á t e g u i R i v e ra
ALB UM G RÁF I C O M I L I TA R DE C H I L E
ACIÓ de virtuosos padres (1883), y fué educado letrado mediocre, valido del favoritismo oficial, pidió
en la época sana de la organización de la Repú- un escuadrón de Granaderos para efectuar un recoblica.
nocimiento, y deshizo a sablazo una avanzada peruaNaturaleza delicada y fina, propendía como de suyo na de superior número en las pampas de Germania.
á las concepciones de verdad, bondad y belleza.
Estuvo allí en riesgo inminente de perder la vida, al
Impregnó su espíritu en las enseñanzas de la cien- golpe de un negro que fue muerto por un granadero
cia y en las aspiraciones de un liberalismo racional, á en el instante mismo de descargárselo sobre la cabeun tiempo moderado y firme.
za.
Aunque dedicado á las matemáticas,
El alentado secretaria se batió como
apasionábanle las bellas letras, y se
un valiente en la batalla de San Franaprendía de memoria largos períocisco y en el fragoroso combate de
dos de versos clásicos.
Tarapacá, en que la falta de inAcordándose de los héroes
formaciones sobre el orden,
de Plutarco, en los albores de
número y atrincheramientos
su juventud, solía recorrer
de los enemigos nos obligó á
á pie, por días enteros, los
una retirada temporal, pero
montes de Viña del Mar,
desastrosa, bajo una lluvia
sin comer ni beber para
de fuego.
endurecerse á la fatiga.
La campaña de Tacna y
Las
circunstancias
Arica dio nuevas oportunisuntuarias, en que, á poco,
dades á su civismo.
empezó á desarrollarse su
Empezó por reproducir
vida, indujeron el concepen los Pajonales de Sama
to casi general de que don
la feliz aventura de GermaJosé Francisco Vergara era
nia.
sólo un elegante vividos,
Y en el día de la batalla,
cultivado, si se quiere, pero
cuando, hacia la tarde vacilainútil.
ba la victoria, pidió al general
No paraba mientes la opila caballería para cargar, y detunión, tan á menudo superficial é
vo con su carga imponente el avaninjusta, en la obra de agricultor é ince enemigo.
geniero y fundador de ciudad que aquel
Vacante el Ministerio de la Guerra
hombre realizaba modestamente en Viña
por el súbito fallecimiento de don Rafael Sodel Mar, ni en el considerable fruto que sus lecturas tomayor en las vísperas de la jornada; y resuelta, por
asiduas, y sus viajes por el mundo, aparentemente de la obstinación del adversario y los votos de la patria,
mero placer, iban dejando en su cerebro.
la campaña á Lima, fué llamado á reemplazarle don
Por raro caso, aquel acero se templaba en la opu- José Francisco Vergara, ya sobre las alas de la opinión
lencia.
nacional.
Henchida el alma de humanos y cívicos anhelos,
El organizador que había despuntado en Antofanostálgico acaso de íntimas expansiones, hallábase en gasta culminó en Tacna y Arica. Infatigable el Miel apogeo de su madurez, en la plena posesión de sus nistro, trabajaba hasta veintidós horas diarias, dispofacultades, cuando á la campana del peligro público, niéndolo, arreglándolo y empujándolo todo.
sonó la hora de la oportunidad.
En la época del embarque, veíase sin cesar, aun bajo
Secretario del general en jefe en Antofagasta, em- el sol mas ardiente, de correcta levita y gorra galoneapezó por juzgársele un letrado mediocre, valido del da, dirigiendo la operación en el muelle de Arica.
favoritismo oficial; pero, en aquellas horas de organiY así, aquel designio, para nuestros recursos gización, el martilleo inteligente de su esfuerzo sobre el gantesco, hubo de materializarse en una grande arduro yunque de la realidad le reveló un hombre.
mada que llevó veinticuatro mil soldados al corazón
Desembarcado el ejército en Junín y Pisagua, el del Perú.
Creen muchos que el plan del Ministro para flanquear por Ate las posisiones enemigas habría evitado
ríos de sangre.
Sea como sea, volvió á batirse en las dos más ilustres ocasiones que ha visto el continente hispano-americano, y pudo decir al Gobierno que se le ensanchaba
el alma al dar cuenta al país de tales hechos.
La luz de la gloria destacaba una nueva figura sobre nuestro escenario histórico.
Caída la capital del Perú, volvió á Chile obscuramente como cualquier ciudadano.
Desoyó las voces de las serpientes tentadoras que
le señalaban el sillón presidencial como el objetivo de
sus anhelos, y se limitó á contrarrestar, en homenaje á
otro, la candidatura militar y conservadora del general Baquedano, jefe también modesto y sobrio, y héroe
afortunado de muchos combates.
La nueva presidencia le llamó á la organización de
su primer Gabinete y al Ministerio del Interior.
El ancho pecho de don José Francisco Vergara casi
se asfixió en la atmósfera de la Moneda, que por aquel
entonces empezaban á malear circunstancias accidentales y causas duraderas.
Desde su puesto de senador, fiscalizó, predicó doctrinas, procuró enmendar rumbos, en medio de los
tiempos que se ponían malos.
Fué allí su inteligencia lámpara de claridad serena.
Y pudo entonces realizar él mismo lo que años antes dijo en carta que vió la luz pública, á un amigo
suyo del alma, al primer radical que llegó al poder.
“Espero, confiadamente que no tardarás en probar al
país que nuestra escuela, no tanto enseña á demoler
instituciones caducas y en des-acuerdo con las necesidades de la época, como á rendir culto á la ley, á
respetar y ensanchar los derechos de los hombres, y á
guardar la equidad y justicia con todos, sin distinción
de parciales ni de adversarios”.
Mas, los tiempos se ponían peores, y la tribuna parlamentaria no bastó á don José Francisco Vergara.
No era un orador: su palabra, aunque colorida, y
llena de gratos matices, á veces de profundas eufonías,
careció casi siempre en el discurso público de afluente
verbosidad; ni tuvo de ordinario esa presencia de ánimo, poseída y segura de sí misma, que es una de las
principales condiciones de los éxitos oratorios.
Pero tenía en su pluma un tesoro, hasta entonces
sólo de él conocido... Baste decir que fué Severo Perpena, el elegante é inflexible Tácito de los primeros
tiempos de nuestra decadencia moral.
Aquella mano que había manejado la espada, en
39
primera línea á la luz de la América, pudo también
manejar la pluma, como insuperable maestro, á la
sombra de su gabinete.
Y el nuevo Tácito flageló en secreto, memorablemente, inolvidablemente. Y al mismo tiempo flagelaba en público. Hubo ocasión en que, habiéndose él
erguido formidable contra la intervención oficial, un
brillantísimo ministro-caudillo, que avanzaba á pasos
rápidos y audaces á la primera magistratura, le recordó, para anonadarlo, su actitud en el gobierno contra
la candidatura militar de Baquedano.
Entonces tronó Vergara:
“¡Extraño sarcasmo del destino! Pero severo y justo castigo, que ojalá quedara grabado en las paredes
de la Moneda para perpetua lección de ministros interventores.
“Nunca se me habría ocurrido que un ministro
del actual Presidente, que habla en su nombre, viniera aquí á enrostrarme la activa parte que tomé en su
elección.
“Esta fué mi falta, no la excuso ni la atenúo; y Dios
ha querido, para escarmiento de los hombres públicos
de Chile, que reciba el castigo de manos del propio
usufructuario de ella”.
Tamaños servicios y tales actitudes le imponían
como candidato de la oposición popular.
Pero los tiempos habían seguido malos: estaba escrito que la intervención oficial alcanzaría aún su postrer victoria; á las divisiones liberales juntáronse las
exigencias conservadoras, y la misma salud del candidato empezaba á declinar.
Las privaciones y vigilias, los duros quebrantos de
la guerra, y más que eso, los desengaños de los hombres, empezaban á hundir garra de angina en el gran
corazón del patricio.
Desde su retiro continuó escribiendo al rasgo artístico de su impecable y limpia letra, con mano segura,
no detenida, contra los vicios del tiempo.
Allí vivía solo, dedicado á la educación de un tierno
netezuelo, especie de rubio delfín, que había de llevarse
temprana tragedia; allí vivía solo, en medio de la gran
naturaleza, á la vista del cielo y del mar, cuidando las
flores y mirando la muerte.
Allí hacía su profundo pensamiento la liquidación
de la existencia; allí reflexionaba en la vanidad de la
gloria.
Allí se dormía cada noche como quien se duerme
para el sueño eterno.
Pero, había de morir sobre el caballo, y de caer sobre uno de esos cerros de Viña del Mar, en un sitio
donde ahora se levanta una columna.
Paulino Alfonso
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