Fe y Razón OMNE VERUM A QUOCUMQUE DICATUR A SPIRITU SANCTO EST Nº 107 Marzo de 2015 EDITORIAL 2 En el camino de la Cuaresma por el Equipo de Dirección MAGISTERIO 4 Discurso en el encuentro con el mundo de la cultura por S. S. Benedicto XVI TEOLOGÍA 12 Jesús, los pobres y los otros en la exégesis de los principales teólogos de la liberación. XI por Mons. Miguel Antonio Barriola SÍNODO DE LA FAMILIA 24 Respuestas a las preguntas de los Lineamenta para la recepción y la profundización de la Relatio Synodi. I por el Centro Cultural Católico Fe y Razón 46 Fraternidades sacerdotales: fidelidad indestructible por La Nuova Bussola Quotidiana LIBERTAD RELIGIOSA 48 La dictadura china deja morir en la cárcel a un obispo de 94 años por Uca News/La Vanguardia ORACIÓN 49 Titulo por San Juan Pablo II, Papa Nº 107 Marzo de 2015 En el camino de la Cuaresma por el Equipo de Dirección Filial Súplica a Su Santidad el Papa Francisco sobre el futuro de la familia En el N° 106 los invitamos a firmar la Filial Súplica a Su Santidad el Papa Francisco sobre el futuro de la familia promovida en el sitio filialappeal.org. Los firmantes — que a la fecha superan los 112.000, e incluyen a tres Cardenales y unos cuantos Obispos — suplican filialmente al Papa Francisco que, para terminar la presente situación de confusión doctrinal entre los fieles católicos, reafirme con claridad la doctrina católica bíblica y tradicional sobre el matrimonio y la familia y la necesidad de aplicar coherentemente esa doctrina en la vida y en la práctica pastoral. Dado que el contenido de ese sitio aún no estaba disponible en español, ofrecimos nuestra propia traducción de la Súplica. Actualmente ese sitio está disponible en nueve idiomas, incluyendo el español. En el ángulo superior derecho de la página principal se puede elegir el idioma. A quienes no han firmado la Súplica, los exhortamos otra vez a hacerlo; y a todos les pedimos que le den la máxima difusión posible. Un Cardenal uruguayo El pasado 14 de febrero, en la Basílica de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano, el Papa Francisco creó a veinte nuevos Cardenales, en el segundo Consistorio ordinario público de su pontificado. Uno de los veinte es Mons. Daniel Sturla sdb, Arzobispo de Montevideo, quien así se convirtió en el único Cardenal uruguayo en la actualidad y el segundo en la historia. El primero fue Mons. Antonio María Barbieri, también Arzobispo de Montevideo, Cardenal de 1958 a 1979. Mons. Milton Tróccoli, Obispo Auxiliar de Montevideo, ha invitado a los fieles a la celebración de bienvenida al nuevo Cardenal, en acción de gracias a Dios por este don recibido. Esta celebración tendrá lugar el domingo 15 de marzo de 2015 en el atrio de la Catedral Metropolitana de Montevideo. Comenzará a las 17:30 hs. con un acto de bienvenida y proseguirá a las 18:15 hs. con la celebración de la Eucaristía. El Centro Cultural Católico Fe y Razón felicita a Mons. Daniel Sturla por su nombramiento como Cardenal de la Iglesia Católica y se une a la oración de tantos fieles que piden al Señor que le conceda desempeñar con santidad, sabiduría y prudencia las responsabilidades propias de la dignidad cardenalicia. *** 2 Nº 107 Marzo de 2015 Señor, concédenos que, en este tiempo litúrgico de Cuaresma, entregándonos más intensamente a la oración y a la penitencia (especialmente por medio del sacramento de la Reconciliación), nos preparemos para celebrar dignamente el misterio de la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo en el Triduo Pascual. 3 Nº 107 Marzo de 2015 Discurso en el encuentro con el mundo de la cultura por S. S. Benedicto XVI Gracias, Señor Cardenal, por sus amables palabras. Nos encontramos en un lugar histórico, edificado por los hijos de San Bernardo de Claraval y que su gran predecesor, el recordado Cardenal Jean-Marie Lustiger, quiso como centro de diálogo entre la sabiduría cristiana y las corrientes culturales, intelectuales y artísticas de la sociedad actual. Saludo en particular a la Señora Ministra de la Cultura, que representa al Gobierno, así como al Señor Giscard D’Estaing y al Señor Chirac. Asimismo, saludo a los Señores Ministros que nos acompañan, a los representantes de la UNESCO, al Señor Alcalde de París y a las demás Autoridades. No puedo olvidar a mis colegas del Instituto de Francia, que bien conocen la consideración que les profeso. Doy las gracias al Príncipe de Broglie por sus cordiales palabras. Nos veremos mañana por la mañana. Agradezco a la Delegación de la comunidad musulmana francesa que haya aceptado participar en este encuentro: les dirijo mis mejores deseos en este tiempo de Ramadán. Dirijo ahora un cordial saludo al conjunto del variado mundo de la cultura, que vosotros, queridos invitados, representáis tan dignamente. Quisiera hablaros esta tarde del origen de la teología occidental y de las raíces de la cultura europea. He recordado al comienzo que el lugar donde nos encontramos es emblemático. Está ligado a la cultura monástica, porque aquí vivieron monjes jóvenes, para aprender a comprender más profundamente su llamada y vivir mejor su misión. ¿Es ésta una experiencia que representa todavía algo para nosotros, o nos encontramos sólo con un mundo ya pasado? Para responder, conviene que reflexionemos un momento sobre la naturaleza del monaquismo occidental. ¿De qué se trataba entonces? A tenor de la historia de las consecuencias del monaquismo cabe decir que, en la gran fractura cultural provocada por las migraciones de los pueblos y el nuevo orden de los Estados que se estaban formando, los monasterios eran los lugares en los que sobrevivían los tesoros de la vieja cultura y en los que, a partir de ellos, se iba formando poco a poco una nueva cultura. ¿Cómo sucedía esto? ¿Qué movía a aquellas personas a reunirse en lugares así? ¿Qué intenciones tenían? ¿Cómo vivieron? Primeramente y como cosa importante hay que decir con gran realismo que no estaba en su intención crear una cultura y ni siquiera conservar una cultura del pasado. Su motivación era mucho más elemental. Su objetivo era: quaerere Deum, buscar a Dios. En la confusión de un tiempo en que nada parecía quedar en pie, los monjes querían dedicarse a lo esencial: trabajar con tesón por dar con lo que vale y permanece siempre, encontrar la misma Vida. Buscaban a Dios. Querían pasar de lo secundario a lo esencial, a lo que es sólo y verdaderamente importante y fiable. Se dice que su orientación era “escatológica”. No hay que entenderlo en el sentido cronológico del término, como 4 Nº 107 Marzo de 2015 si mirasen al fin del mundo o a la propia muerte, sino existencialmente: detrás de lo provisional buscaban lo definitivo. Quaerere Deum: como eran cristianos, no se trataba de una expedición por un desierto sin caminos, una búsqueda hacia el vacío absoluto. Dios mismo había puesto señales de pista, incluso había allanado un camino, y de lo que se trataba era de encontrarlo y seguirlo. El camino era su Palabra que, en los libros de las Sagradas Escrituras, estaba abierta ante los hombres. La búsqueda de Dios requiere, pues, por intrínseca exigencia, una cultura de la palabra o, como dice Jean Leclercq: en el monaquismo occidental, escatología y gramática están interiormente vinculadas una con la otra (cf. L’amour des lettres et le desir de Dieu, p. 14). El deseo de Dios, le desir de Dieu, incluye l’amour des lettres, el amor por la palabra, ahondar en todas sus dimensiones. Porque en la Palabra bíblica Dios está en camino hacia nosotros y nosotros hacia Él, hace falta aprender a penetrar en el secreto de la lengua, comprenderla en su estructura y en el modo de expresarse. Así, precisamente por la búsqueda de Dios, resultan importantes las ciencias profanas que nos señalan el camino hacia la lengua. Puesto que la búsqueda de Dios exigía la cultura de la palabra, forma parte del monasterio la biblioteca que indica el camino hacia la palabra. Por el mismo motivo forma parte también de él la escuela, en la que concretamente se abre el camino. San Benito llama al monasterio una dominici servitii schola. El monasterio sirve a la eruditio, a la formación y a la erudición del hombre –una formación con el objetivo último de que el hombre aprenda a servir a Dios–. Pero esto comporta evidentemente también la formación de la razón, la erudición, por la que el hombre aprende a percibir entre las palabras la Palabra. Para captar plenamente la cultura de la palabra, que pertenece a la esencia de la búsqueda de Dios, hemos de dar otro paso. La Palabra que abre el camino de la búsqueda de Dios y es ella misma el camino, es una Palabra que mira a la comunidad. En efecto, llega hasta el fondo del corazón de cada uno (cf. Hechos 2,37). Gregorio Magno la describe como una punzada imprevista que desgarra el alma adormecida y la despierta haciendo que estemos atentos a la realidad esencial, a Dios (cf. Leclercq, ibid., p. 35). Pero también hace que estemos atentos unos a otros. La Palabra no lleva a un camino sólo individual de una inmersión mística, sino que introduce en la comunión con cuantos caminan en la fe. Y por eso hace falta no sólo reflexionar en la Palabra, sino leerla debidamente. Como en la escuela rabínica, también entre los monjes el mismo leer del individuo es simultáneamente un acto corporal. “Sin embargo, si legere y lectio se usan sin un adjetivo calificativo, indican comúnmente una actividad que, como cantar o escribir, afectan a todo el cuerpo y a toda el alma”, dice a este respecto Jean Leclercq (ibid., p. 21). Y aún hay que dar otro paso. La Palabra de Dios nos introduce en el coloquio con Dios. El Dios que habla en la Biblia nos enseña cómo podemos hablar con Él. Especialmente en el Libro de los Salmos nos ofrece las palabras con que podemos dirigirnos a Él, presentarle nuestra vida con sus 5 Nº 107 Marzo de 2015 altibajos en coloquio ante Él, transformando así la misma vida en un movimiento hacia Él. Los Salmos contienen frecuentes instrucciones incluso sobre cómo deben cantarse y acompañarse de instrumentos musicales. Para orar con la Palabra de Dios el sólo pronunciar no es suficiente; se requiere la música. Dos cantos de la liturgia cristiana provienen de textos bíblicos que los ponen en los labios de los Ángeles: el Gloria, que fue cantado por los Ángeles al nacer Jesús, y el Sanctus, que según Isaías 6 es la aclamación de los Serafines que están junto a Dios. A esta luz, la Liturgia cristiana es invitación a cantar con los Ángeles y dirigir así la palabra a su destino más alto. Escuchemos en ese contexto una vez más a Jean Leclercq: “Los monjes tenían que encontrar melodías que tradujeran en sonidos la adhesión del hombre redimido a los misterios que celebra. Los pocos capiteles de Cluny, que se conservan hasta nuestros días, muestran los símbolos cristológicos de cada uno de los tonos” (cf. Ibid., p. 229). En San Benito, para la plegaria y para el canto de los monjes, la regla determinante es lo que dice el Salmo: Coram angelis psallam Tibi, Domine –delante de los ángeles tañeré para Ti, Señor (cf. 138,1). Aquí se expresa la conciencia de cantar en la oración comunitaria en presencia de toda la corte celestial y por tanto de estar expuestos al criterio supremo: orar y cantar de modo que se pueda estar unidos con la música de los Espíritus sublimes que eran tenidos como autores de la armonía del cosmos, de la música de las esferas. De ahí se puede entender la seriedad de una meditación de San Bernardo de Claraval, que usa un dicho de tradición platónica transmitido por Agustín para juzgar el canto feo de los monjes, que obviamente para él no era de hecho un pequeño matiz, sin importancia. Califica la confusión de un canto mal hecho como un precipitarse en la “zona de la desemejanza” –en la regio dissimilitudinis–. Agustín había echado mano de esa expresión de la filosofía platónica para calificar su estado interior antes de la conversión (cf. Confesiones VII, 10.16): el hombre, creado a semejanza de Dios, al abandonarlo se hunde en la “zona de la desemejanza” –en un alejamiento de Dios en el que ya no lo refleja y así se hace desemejante no sólo de Dios, sino también de sí mismo, del verdadero ser hombre–. Es ciertamente drástico que Bernardo, para calificar los cantos mal hechos de los monjes, emplee esta expresión, que indica la caída del hombre alejado de sí mismo. Pero demuestra también cómo se toma en serio este asunto. Demuestra que la cultura del canto es también cultura del ser y que los monjes con su plegaria y su canto han de estar a la altura de la Palabra que se les ha confiado, a su exigencia de verdadera belleza. De esa exigencia intrínseca de hablar y cantar a Dios con las palabras dadas por Él mismo nació la gran música occidental. No se trataba de una “creatividad” privada, en la que el individuo se erige un monumento a sí mismo, tomando como criterio esencialmente la representación del propio yo. Se trataba más bien de reconocer atentamente con los “oídos del corazón” las leyes intrínsecas de la música de la creación misma, las formas esenciales de la música 6 Nº 107 Marzo de 2015 puestas por el Creador en su mundo y en el hombre, y encontrar así la música digna de Dios, que al mismo tiempo es verdaderamente digna del hombre e indica de manera pura su dignidad. Para captar de alguna manera la cultura de la palabra, que en el monaquismo occidental se desarrolló por la búsqueda de Dios, partiendo de dentro, es preciso referirse también, aunque sea brevemente, a la particularidad del Libro o de los Libros en los que esta Palabra ha salido al encuentro de los monjes. La Biblia, vista bajo el aspecto puramente histórico o literario, no es simplemente un libro, sino una colección de textos literarios, cuya redacción duró más de un milenio y en la que cada uno de los libros no es fácilmente reconocible como perteneciente a una unidad interior; en cambio se dan tensiones visibles entre ellos. Esto es verdad ya dentro de la Biblia de Israel, que los cristianos llamamos el Antiguo Testamento. Es más verdad aún cuando nosotros, como cristianos, unimos el Nuevo Testamento y sus escritos, casi como clave hermenéutica, con la Biblia de Israel, interpretándola así como camino hacia Cristo. En el Nuevo Testamento, con razón, a la Biblia normalmente no se la califica como “la Escritura”, sino como “las Escrituras”, que sin embargo en su conjunto luego se consideran como la única Palabra de Dios dirigida a nosotros. Pero ya este plural evidencia que aquí la Palabra de Dios nos alcanza sólo a través de la palabra humana, a través de las palabras humanas, es decir que Dios nos habla sólo a través de los hombres, mediante sus palabras y su historia. Esto, a su vez, significa que el aspecto divino de la Palabra y de las palabras no es naturalmente obvio. Dicho con lenguaje moderno: la unidad de los libros bíblicos y el carácter divino de sus palabras no son, desde un punto de vista puramente histórico, asibles. El elemento histórico es la multiplicidad y la humanidad. De ahí se comprende la formulación de un dístico medieval que, a primera vista, parece desconcertante: Littera gesta docet, quid credas allegoria… (cf. Augustinus de Dacia, Rotulus pugillaris, 1). La letra muestra los hechos; lo que tienes que creer lo dice la alegoría, es decir la interpretación cristológica y pneumática. Todo esto podemos decirlo de manera más sencilla: la Escritura precisa de la interpretación, y precisa de la comunidad en la que se ha formado y en la que es vivida. En ella tiene su unidad y en ella se despliega el sentido que aúna el todo. Dicho todavía de otro modo: existen dimensiones del significado de la Palabra y de las palabras que se desvelan sólo en la comunión vivida de esta Palabra que crea la historia. Mediante la creciente percepción de las diversas dimensiones del sentido, la Palabra no queda devaluada, sino que aparece incluso con toda su grandeza y dignidad. Por eso el Catecismo de la Iglesia Católica con toda razón puede decir que el cristianismo no es simplemente una religión del libro en el sentido clásico (cf. n. 108). El cristianismo capta en las palabras la Palabra, el Logos mismo, que despliega su misterio a través de tal multiplicidad y de la realidad de una historia humana. Esta estructura especial de la Biblia es un desafío siempre nuevo 7 Nº 107 Marzo de 2015 para cada generación. Por su misma naturaleza excluye todo lo que hoy se llama fundamentalismo. La misma Palabra de Dios, de hecho, nunca está presente ya en la simple literalidad del texto. Para alcanzarla se requiere un trascender y un proceso de comprensión, que se deja guiar por el movimiento interior del conjunto y por ello debe convertirse también en un proceso vital. Siempre y sólo en la unidad dinámica del conjunto los muchos libros forman un Libro; la Palabra de Dios y la acción de Dios en el mundo se revelan solamente en la palabra y en la historia humana. Todo el dramatismo de este tema está iluminado en los escritos de San Pablo. Qué significado tenga el trascender de la letra y su comprensión únicamente a partir del conjunto, lo ha expresado de manera drástica en la frase: “La pura letra mata y, en cambio, el Espíritu da vida” (2Corintios 3,6). Y también: “Donde hay el Espíritu… hay libertad” (2Corintios 3,17). La grandeza y la amplitud de tal visión de la Palabra bíblica, sin embargo, sólo se puede comprender si se escucha a Pablo profundamente y se comprende entonces que ese Espíritu liberador tiene un nombre y que la libertad tiene por tanto una medida interior: “El Señor es el Espíritu, y donde hay el Espíritu del Señor hay libertad” (2Corintios 3,17). El Espíritu liberador no es simplemente la propia idea, la visión personal de quien interpreta. El Espíritu es Cristo, y Cristo es el Señor que nos indica el camino. Con la palabra sobre el Espíritu y sobre la libertad se abre un vasto horizonte, pero al mismo tiempo se pone una clara limitación a la arbitrariedad y a la subjetividad, un límite que obliga de manera inequívoca al individuo y a la comunidad y crea un vínculo superior al de la letra: el vínculo del entendimiento y del amor. Esa tensión entre vínculo y libertad, que sobrepasa el problema literario de la interpretación de la Escritura, ha determinado también el pensamiento y la actuación del monaquismo y ha plasmado profundamente la cultura occidental. Esa tensión se presenta de nuevo también a nuestra generación como un reto frente a los extremos de la arbitrariedad subjetiva, por una parte, y del fanatismo fundamentalista, por otra. Sería fatal si la cultura europea de hoy llegase a entender la libertad sólo como la falta total de vínculos y con esto favoreciese inevitablemente el fanatismo y la arbitrariedad. Falta de vínculos y arbitrariedad no son la libertad, sino su destrucción. En la consideración sobre la “escuela del servicio divino” –como San Benito llamaba al monaquismo– hemos fijado hasta ahora la atención sólo en su orientación hacia la palabra, en el “ora”. Y de hecho de ahí es de donde se determina la dirección del conjunto de la vida monástica. Pero nuestra reflexión quedaría incompleta si no miráramos aunque sea brevemente el segundo componente del monaquismo, el descrito con el “labora”. En el mundo griego el trabajo físico se consideraba tarea de siervos. El sabio, el hombre verdaderamente libre, se dedicaba únicamente a las cosas espirituales; dejaba el trabajo físico como algo inferior a los hombres incapaces de la existencia superior en el mundo del espíritu. Absolutamente diversa era la tradición judaica: todos 8 Nº 107 Marzo de 2015 los grandes rabinos ejercían al mismo tiempo una profesión artesanal. Pablo, que, como rabino y luego como anunciador del Evangelio a los gentiles, era también tejedor de tiendas y se ganaba la vida con el trabajo de sus manos, no constituye una excepción, sino que sigue la común tradición del rabinismo. El monaquismo ha acogido esa tradición; el trabajo manual es parte constitutiva del monaquismo cristiano. San Benito no habla en su Regla propiamente de la escuela, aunque la enseñanza y el aprendizaje –como hemos visto– en ella se daban por descontados. En cambio, en un capítulo de su Regla habla explícitamente del trabajo (cf. cap. 48). Lo mismo hace Agustín, que dedicó al trabajo de los monjes todo un libro. Los cristianos, que con esto continuaban la tradición ampliamente practicada por el judaísmo, tenían que sentirse sin embargo cuestionados por la palabra de Jesús en el Evangelio de Juan, con la que defendía su actuar en sábado: “Mi Padre sigue actuando y yo también actúo” (5,17). El mundo greco-romano no conocía ningún Dios Creador; la divinidad suprema, según su manera de pensar, no podía, por decirlo así, ensuciarse las manos con la creación de la materia. “Construir” el mundo quedaba reservado al demiurgo, una deidad subordinada. Muy distinto el Dios cristiano: Él, el Uno, el verdadero y único Dios, es también el Creador. Dios trabaja; continúa trabajando en y sobre la historia de los hombres. En Cristo entra como Persona en el trabajo fatigoso de la historia. “Mi Padre sigue actuando y yo también actúo”. Dios mismo es el Creador del mundo, y la creación todavía no ha concluido. ¡Dios trabaja, ergázetai! Así el trabajo de los hombres tenía que aparecer como una expresión especial de su semejanza con Dios; y el hombre, de esta manera, tiene capacidad y puede participar en la obra de Dios en la creación del mundo. Del monaquismo forma parte, junto con la cultura de la palabra, una cultura del trabajo, sin la cual el desarrollo de Europa, su ethos y su formación del mundo son impensables. Ese ethos, sin embargo, tendría que comportar la voluntad de obrar de tal manera que el trabajo y la determinación de la historia por parte del hombre sean un colaborar con el Creador, tomándolo como modelo. Donde ese modelo falta y el hombre se convierte a sí mismo en creador deiforme, la formación del mundo puede fácilmente transformarse en su destrucción. Comenzamos indicando que, en el resquebrajamiento de las estructuras y seguridades antiguas, la actitud de fondo de los monjes era el quaerere Deum, la búsqueda de Dios. Podríamos decir que ésta es la actitud verdaderamente filosófica: mirar más allá de las cosas penúltimas y lanzarse a la búsqueda de las últimas, las verdaderas. Quien se hacía monje, avanzaba por un camino largo y profundo, pero había encontrado ya la dirección: la Palabra de la Biblia, en la que oía que hablaba el mismo Dios. Entonces debía tratar de comprenderlo, para poder caminar hacia Él. Así el camino de los monjes, pese a seguir no medible en su extensión, se desarrolla ya dentro de la Palabra acogida. La búsqueda de los monjes, en algunos aspectos, comporta ya en sí mismo un hallazgo. Sucede pues, para que esa búsqueda sea posible, que previamente se da ya un primer movimiento 9 Nº 107 Marzo de 2015 que no sólo suscita la voluntad de buscar, sino que hace incluso creíble que en esa Palabra está escondido el camino; o mejor: que en esa Palabra Dios mismo se hace encontradizo con los hombres y por eso los hombres a través de ella pueden alcanzar a Dios. Con otras palabras: debe darse el anuncio dirigido al hombre creando así en él una convicción que puede transformarse en vida. Para que se abra un camino hacia el corazón de la Palabra bíblica como Palabra de Dios, esa misma Palabra debe antes ser anunciada desde el exterior. La expresión clásica de esa necesidad de la fe cristiana de hacerse comunicable a los otros es una frase de la Primera Carta de Pedro, que en la teología medieval era considerada la razón bíblica para el trabajo de los teólogos: “Estad siempre prontos para dar razón (logos) de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere” (3,15). (El Logos, la razón de la esperanza, debe hacerse apo-logia, debe llegar a ser respuesta). De hecho, los cristianos de la Iglesia naciente no consideraron su anuncio misionero como una propaganda que debiera servir para que el propio grupo creciera, sino como una necesidad intrínseca derivada de la naturaleza de su fe: el Dios en el que creían era el Dios de todos, el Dios uno y verdadero que se había mostrado en la historia de Israel y finalmente en su Hijo, dando así la respuesta que tenía en cuenta a todos y que, en su intimidad, todos los hombres esperan. La universalidad de Dios y la universalidad de la razón abierta hacia Él constituían para ellos la motivación y también el deber del anuncio. Para ellos la fe no pertenecía a las costumbres culturales, diversas según los pueblos, sino al ámbito de la verdad que igualmente tiene en cuenta a todos. El esquema fundamental del anuncio cristiano ad extra –a los hombres que, con sus preguntas, buscan– se halla en el discurso de San Pablo en el Areópago. Tengamos presente, en ese contexto, que el Areópago no era una especie de academia donde las mentes más ilustradas se reunían para discutir sobre cosas sublimes, sino un tribunal competente en materia de religión y que debía oponerse a la importación de religiones extranjeras. Y precisamente ésta es la acusación contra Pablo: “Parece ser un predicador de divinidades extranjeras” (Hechos 17,18). A lo que Pablo replica: “He encontrado entre vosotros un altar en el que está escrito: ‘Al Dios desconocido’. Pues eso que veneráis sin conocerlo, os lo anuncio yo” (cf. 17,23). Pablo no anuncia dioses desconocidos. Anuncia a Aquel que los hombres ignoran y, sin embargo, conocen: el IgnotoConocido; Aquel que buscan, al que, en lo profundo, conocen y que, sin embargo, es el Ignoto y el Incognoscible. Lo más profundo del pensamiento y del sentimiento humano sabe en cierto modo que Él tiene que existir. Que en el origen de todas las cosas debe estar no la irracionalidad, sino la Razón creativa; no el ciego destino, sino la libertad. Sin embargo, pese a que todos los hombres en cierto modo sabemos esto –como Pablo subraya en la Carta a los Romanos (1,21)– ese saber permanece irreal: un Dios sólo pensado e inventado no es un Dios. Si Él no se revela, nosotros no llegamos hasta Él. La novedad del anuncio cristiano es la posibilidad de decir ahora a todos los 10 Nº 107 Marzo de 2015 pueblos: Él se ha revelado. Él personalmente. Y ahora está abierto el camino hacia Él. La novedad del anuncio cristiano no consiste en un pensamiento sino en un hecho: Él se ha mostrado. Pero esto no es un hecho ciego, sino un hecho que, en sí mismo, es Logos, presencia de la Razón eterna en nuestra carne. Verbum caro factum est (Juan 1,14): precisamente así en el hecho ahora está el Logos, el Logos presente en medio de nosotros. El hecho es razonable. Ciertamente hay que contar siempre con la humildad de la razón para poder acogerlo; hay que contar con la humildad del hombre que responde a la humildad de Dios. Nuestra situación actual, bajo muchos aspectos, es distinta de la que Pablo encontró en Atenas, pero, pese a la diferencia, sin embargo, en muchas cosas es también bastante análoga. Nuestras ciudades ya no están llenas de altares e imágenes de múltiples divinidades. Para muchos, Dios se ha convertido realmente en el gran Desconocido. Pero como entonces tras las numerosas imágenes de los dioses estaba escondida y presente la pregunta acerca del Dios desconocido, también hoy la actual ausencia de Dios está tácitamente inquieta por la pregunta sobre Él. Quaerere Deum, buscar a Dios y dejarse encontrar por Él: esto hoy no es menos necesario que en tiempos pasados. Una cultura meramente positivista que circunscribiera al campo subjetivo como no científica la pregunta sobre Dios sería la capitulación de la razón, la renuncia a sus posibilidades más elevadas y consiguientemente una ruina del humanismo, cuyas consecuencias no podrían ser más graves. Lo que es la base de la cultura de Europa, la búsqueda de Dios y la disponibilidad para escucharlo, sigue siendo aún hoy el fundamento de toda verdadera cultura. Dado en el encuentro con el mundo de la cultura en el Collège des Bernardins, 12 de septiembre de 2008 11 Nº 107 Marzo de 2015 Jesús, los pobres y los otros en la exégesis de los principales teólogos de la liberación. XI por Mons. Miguel Antonio Barriola Los pobres (continuación) No ha dado pasos tan claros de revisión (como los que vimos en Gutiérrez, al final de la última entrega) J. L. Segundo. Él siguió siendo resueltamente secularista, blandiendo como único criterio de liberación aquel “vago cristianismo, que es una especie de humanismo”. Él dice sin términos medios: “Dios se hace historia. ¿Por qué? Porque volviéndose solidario con la suerte que cada uno de los hombres tiene en la historia (Gaudium et Spes, 22), transforma a esta, que a primera vista parece historia profana – ‘Señor, ¿cuándo te hemos visto?’– en el camino por el cual el hombre tiene acceso a la trascendencia y, por ella, a la salvación (Gaudium, es Spes, ibid.)” 1 Acude a la pregunta asombrada que plantean tanto los justos como los condenados (Mateo 25,3744) para deducir de ella una única historia, que es profana. El único criterio importante para salvarse sería la preocupación por el prójimo y sobre todo por el que se encuentra en necesidad. La ilación tácita supone que la admiración universal en el juicio se deba al modo incógnito del proceso de salvación (o condenación), en el cual emergería solamente la punta del iceberg, según la buena voluntad y amor que se hubiesen practicado. Sin embargo (como se ha visto), se trata del juicio de todas las gentes, universal y sin excepciones, donde, por lo tanto, se encontrarán también los cristianos, los cuales explícitamente confesaron y vivieron de Cristo, habiendo leído repetidamente este evangelio, buscando prepararse para tal decisivo momento. ¿Estos cristianos se maravillarán o no? ¿Se comportarán como gente a la que no sorprenderá algo resabido? Se puede responder que aquella pregunta (“¿Cuándo te hemos dado de comer…?”) será formulada también por los cristianos explícitos, no sólo por los así llamados “anónimos”. Así lo explica Hans Urs von Balthasar: “Siendo Dios incomprensible (y por tanto también Cristo, manifestación de Dios, y la Iglesia, cuerpo de Cristo, permanecen velados justamente en el misterio) no es necesario ni posible, en fin de cuentas, que el amor cristiano comprenda de dónde viene y adónde va… No se le pedirá que deba descubrir a Cristo, como jugando al escondite, “detrás del hermano desconocido, que ocuparía su lugar”, ni que deba amar a Cristo “allí donde está el hermano”, de modo que entre 1 Teología de la liberación – Respuesta al Cardenal Ratzinger, p. 29. 12 Nº 107 Marzo de 2015 ambos sujetos se establezca un ir y venir poco claro. Basta que ame a su hermano con Cristo; entonces será amado por el Padre, pero no podrá menos ver cómo brilla en el rostro oscurecido y deformado de su hermano, el prototipo de todo oscurecimiento y de toda deformidad –por amor. ¿Por qué esta extrañeza, esta lejanía, hasta esta inaccesibilidad en su sufrimiento, en su desesperación y en su reprobación? ¿Por qué ha consentido en esto el Creador? ¿Dónde se justifica este hecho incomprensible, dónde es superado y se reposa? ¿Dónde, sino en el Hijo, que desde el comienzo del mundo fue fiduciario de la bondad de la creación y que asume todas nuestras lejanías y dispersiones?”2 Todas estas preguntas nos asaltan a cada uno de nosotros, creyentes y no creyentes. La clarificación convergente de la respuesta en Cristo muerto, resucitado y juez universal no dejará de despertar maravilla en todos. Porque, si bien la gracia es el initium gloriae, también es, sin embargo, solamente sombra, que hace sentir su imperfección, hasta en los amores más puros y heroicos (matrimonio, amistad, dedicación social, apostolado). “Ni siquiera yo me juzgo a mí mismo… mi juez es el Señor” (1Corintios 4,3-4). Habrá, entonces, tantísima materia para la sorpresa, hasta para los creyentes convencidos. En consecuencia, la pregunta: “Señor, ¿cuándo te hemos visto…? no la hará sólo el cristiano que Segundo (y también Boff) califican como “anónimo”, sino más bien la humanidad entera: cristianos y no tales. El estupor será universal. Parece, pues, que la sorpresa del juicio no pueda explicarse como el pase de la única historia (que sería profana, dado que en ella también los no creyentes pueden salvarse, con tal que sean buenos trabajadores sociales) a su revelación más profunda y final. El tránsito se hará de la fe (en sus diversos grados, pero en los cuales se da un analogatum prínceps: la fe explícita) a la visión. La fe, todavía tendencial, que no ha alcanzado su plenitud, pero que no ha sido culpablemente bloqueada, tendrá su culminación, llena de estupor, en la percepción de aquello que ni siquiera había soñado. La fe, oscura como toda fe, pero “iluminada” por la revelación acogida y vivida en la Iglesia, desembocará con no menor sorpresa en la contemplación sin velos de lo que admitió sólo “in aenigmate”(1Corintios 13,12). …y los otros Hasta aquí hemos considerado, en la escena de Mateo 25, a Jesús como juez, que sólo al final de la historia hace la separación nítida, imposible de practicar en la historia, reino de la libertad, donde los justos pueden volverse pecadores y los pecadores santos. Ni siquiera Pablo se atrevía a juzgarse a sí mismo. 2 El problema de Dios en el hombre actual, Madrid (1960) pp. 296-297. 13 Nº 107 Marzo de 2015 Se vio también la importancia que tiene, casi como entramado de la historia, la dedicación de todos los hombres a “los hermanos más pequeños”, o sea los pobres. No por nada declaró Jesús: “Siempre tendréis a los pobres con vosotros” (Juan 12,8; Mateo 26,11; Marcos 14,7), ante un comentario crítico de aparente preocupación social. Ahora, vengamos brevemente a la consideración de “los otros”. Porque Jesús, de hecho, llama benditos a aquellos que no sólo poseen lo necesario, sino que, además, lo tienen de tal modo que pueden ofrecer socorro a los más desvalidos. La segregación final, por lo tanto, no pasa entre pobres beatos y benditos por una parte, y por otra los ricos condenados y malditos. Una vez más las cosas son más complejas. Entre los benditos se encuentra también Abraham, quien era muy rico, como ya hemos considerado. Según el juicio presentado por Mateo 25, se salvan también las personas acaudaladas y misericordiosas. Mientras que los condenados son los ricos que no hicieron un uso caritativo de sus bienes. No se trata, pues, de división clasista, antes bien de disposiciones de amor y justicia. Los salvados no son necesariamente pobres desde el punto de vista social, sino que entran en la categoría donde se encuentran los pobres “y los otros”: ambos: “justos” (v. 46). También los pobres deberán ser juzgados, porque no son sólo objeto pasivo de la caridad de los demás, sino que revisten también la calidad de hombres libres, responsables, capaces de pecado o de virtud. Prescindiendo de la experiencia accesible a cada uno de nosotros, podemos obtener la prueba de ello también del mismo Evangelio. No por casualidad la Biblia de Jerusalén intitula la parábola de Mateo 18,23-32 con las palabras: “Parábola del siervo inmisericorde”. La injusticia se da entre consiervos y la conclusión de Jesús advierte: “Así también mi Padre celestial hará con cada uno de vosotros, si no perdonáis de corazón a vuestro hermano” (ibid., v. 35). Los apóstoles eran pobres que todo lo habían dejado para seguir a Jesús. Sin embargo todos pecaron gravemente, abandonando al Maestro, y especialmente Pedro, que tuvo que llorar amargamente (Lucas 22,61-62). La Iglesia de Corinto no estaba compuesta prevalentemente por gente de alta alcurnia. No faltaban, por cierto representantes de esa clase.3 Pero es evidente la presencia de diferencias sociales, a juzgar por las noticias que nos deja Pablo sobre los litigios originados por la abundancia de unos y la carencia de otros, en las comidas que acompañaban entonces la mismísima celebración de la Cena 3 Así, por ejemplo, Pablo escribirá su carta a los Romanos desde Corinto. Ahora bien, entre los cristianos que saludan a los romanos se recuerda a “Erasto tesorero de la ciudad”. Y todavía antes un tal “Gaio”, que debía encontrarse en buena posición, dado que en su casa “me hospeda a mí y a toda la comunidad” (1Corintios 16,23-24). 14 Nº 107 Marzo de 2015 del Señor”( 1Corintios 11,18-34). Pero, es no menos verdad que estas personas acaudaladas no eran los más. Pues, de hecho, Pablo se dirige a los corintios de este modo: “Considerad quiénes han sido llamados entre vosotros: no hay entre vosotros muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles” (1Corintios 1,26). Con todo, Pablo tiene que advertir a estos pobres: “Sois vosotros, en cambio, quienes cometéis injusticias y robáis ¡y esto a hermanos! ¿O no sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No os engañéis: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los sodomitas, ni los ladrones, ni los avaros, ni los ebrios, ni los blasfemos, ni los rapaces heredarán el reino de Dios” (ibid., 6,8-10). Los pobres, entonces, comparecen en el juicio como regla para medir la caridad de “los otros” respecto a ellos. Pero esto no quiere decir que los mismos necesitados no tengan que cumplir sus deberes de amor hacia los demás, para con todos. En consecuencia, también ellos estarán presentes en la categoría de aquellos que deben ser juzgados, respondiendo por sus acciones: “Los muertos grandes y pequeños… fueron juzgados… cada uno según sus obras” (Apocalipsis 20,12). Por lo tanto, mientras nos encontramos en este camino hacia la patria definitiva, tenemos la oportunidad de entrenarnos en el amor, que no es perfecto, que encontrará el pecado a lo largo de toda la historia, que deberá ser vivido en circunstancias conflictivas. Pero, simultáneamente, si quiere ser cristiano, jamás deberá dejarse debilitar por las divisiones, tomando partido de tal forma que no deje esperanza a la conversión, la oportunidad del perdón y de la reconciliación, consciente de la soberanía divina, única instancia capaz de establecer la segregación final. No por casualidad la carta paulina que contiene el sublime himno a la caridad (1Corintios 13), ha sido dirigida a una comunidad perturbada por facciones opuestas, que todo (hasta la Eucaristía) lo había contaminado con su espíritu partidista.4 ¿Qué hace Pablo? ¿Opta por un grupo, combatiendo a los otros? Todo lo contrario: relativiza hasta a sus propios “hinchas”: “Cada uno de vosotros dice: Yo soy de Pablo, yo, en cambio de Apolo, y yo de Cefas y yo de Cristo. ¿Cristo ha sido dividido?... ¿Qué es Apolo, qué es Pablo? Servidores, por medio de los cuales llegasteis a la fe y cada uno según que el Señor le ha concedido” (1Corintios 1,12-13; 3,5). Vivir el Evangelio sin pobres con los cuales se deberá ejercitar el amor cristiano no es concebible, al menos ateniéndonos a los datos completos de la revelación cristiana. Así como tampoco es cristiano pensar que llegará un tiempo en el que no habrá más enfermedad, ignorancia, injusticia, muerte. En pocas palabras: el pecado. 4 No por nada, un congreso de estudios sobre esta carta, llevó el título: Paolo a una Chiesa divisa (Pablo a una Iglesia dividida), Roma (1980). 15 Nº 107 Marzo de 2015 Ello no obstante, el cristiano debe buscar hacer carne propia la buena noticia del Evangelio en medio de este mundo, lacrimarum vallis, como bien lo sintetiza la célebre antífona mariana (Salve Regina). Ahora bien, uno de estos problemas, complejo, trenzado con tantos otros, fuente no menos de ulteriores desajustes humanos, es la trágica situación de los pobres: individuos, pueblos, culturas. Pero no es el único, ni puede absorber la atención del creyente, si se olvida, sobre todo, el trabajo difícil, pero propio de la Iglesia, de la transformación de los corazones. Lo cual no se obtiene únicamente por medio de reformas exclusivamente externas, socioeconómicas. Habrá que reclamar constantemente tales reajustes, pero sin descuidar la transformación más radical, la que hace sonreír maliciosamente “a los sabios de este mundo”, llevando, sin embargo consigo “la sabiduría de Dios”, que es “locura” para el mundo y no es comprendida por los hombres carnales, porque va unida siempre a la cruz.5 Consideraciones conclusivas Juan Pablo II, al compendiar sus jornadas de oración y estudio junto a eminentes representantes del episcopado brasileño, declaró: “Purificada de elementos que podrían adulterarla con graves consecuencias para la fe, la teología de la liberación es no sólo ortodoxa, sino necesaria”.6 Con la prisa y simplificación acostumbrada, más de un comentario de la prensa llamó la atención sobre los elogios finales, dejando en la oscuridad la seria advertencia precedente. Que tales rectificaciones preocupan al Papa es posible verlo en su repetido llamado a realizarlas, teniendo en cuenta las dos Instrucciones sobre un tema tan vasto como delicado. Así es cómo lo recordaba en la Carta a la Conferencia Episcopal del Brasil (9 de abril de 1985): “Manifestación y prueba de la atención con la que participamos en los recordados esfuerzos son los numerosos documentos publicados, entre los cuales las dos últimas instrucciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe, con mi explícita aprobación… La Teología de la liberación, en la medida en que se esfuerza por encontrar aquellas respuestas justas, penetradas de comprensión hacia la rica experiencia de la Iglesia en este país, tan eficaces y constructivas como sea posible y, al mismo tiempo, en armonía y coherencia con las enseñanzas del Evangelio, de la Tradición viva y del perenne magisterio de la Iglesia, estamos convencidos, tanto yo como vosotros, que es no sólo oportuna, sino útil y necesaria. Debe constituir una etapa nueva –en estrecha conexión con las anteriores– de aquella reflexión teológica comenzada con la tradición apostólica y continuada con los grandes Padres y Doctores, con el Magisterio ordinario y extraordinario, y, en épocas más recientes, con el rico patrimonio de la Doctrina social de la Iglesia… La liberación es ante todo 5 6 Ver 1Corintios 1,18.25; 2,1-5. En: L’ Osservatore Romano, ed. Española: 30 de marzo de 1986, p. 7. 16 Nº 107 Marzo de 2015 soteriológica (un aspecto de la salvación realizada por Jesucristo Hijo de Dios) y después éticosocial (o eticopolítica). Reducir una dimensión a la otra –suprimiendo prácticamente a ambas– o anteponer la segunda a la primera es invertir y desnaturalizar la verdadera liberación cristiana… Dios os ayudará para vigilar incesantemente, a fin de que esta correcta y necesaria Teología de la liberación se desarrolle en el Brasil y en América Latina de modo homogéneo y no heterogéneo respecto a la teología de todos los tiempos, en plena fidelidad a la doctrina de la Iglesia”. Hablando después en la sede del CELAM (2 junio de 1986) dijo así: “En este contexto de respeto por la persona humana y de fidelidad a su destino sobrenatural, los obispos latinoamericanos y con ellos todas las comunidades eclesiales, que dignamente presiden, han acogido los documentos Libertatis Nuntius y Libertatis Conscientia, recientemente promulgados por la Sede Apostólica. Dichos documentos en el marco del magisterio pontificio, han contribuido a precisar el auténtico sentido evangélico de conceptos básicos que arbitrariamente eran presentados desde un punto de vista ideológico y clasista. “La dimensión soteriológica de la liberación no puede ser reducida a la dimensión socio-ética, que es una consecuencia de ella”, afirma la Instrucción sobre la libertad cristiana y la liberación (Nº 7). Por otra parte, reconociendo la utilidad y necesidad de una teología de la liberación, he querido al mismo tiempo recordar que ésta debe desarrollarse en armonía y sin rupturas con la tradición teológica de la Iglesia y de acuerdo con su doctrina social”.7 Se comprueba, pues, contra todas las relecturas que se han divulgado, suponiendo una oposición del Papa a la Congregación para la Doctrina de la Fe, hasta qué punto su constante magisterio aprueba las dos Instrucciones, la primera de las cuales advertía en ciertas tendencias de esta teología latinoamericana, “contradicciones ruinosas” (VIII, 9), “posiciones incompatibles con la visión cristiana del hombre” (VIII, 1), “perversiones del mensaje cristiano” (IX, 1). Con todo, no faltaron comentarios que intentaron contraponer la segunda Instrucción a la primera. Dado que se presenta en tono positivo, subrayando los elementos rectamente asumibles en una correcta teología de la liberación, muchos interpretaron a este segundo documento como un “triunfo de las bases” sobre las perspectivas “romanas”, supuestamente no muy bien informadas sobre la realidad latinoamericana. Sin embargo, leemos, precisamente, en esta segunda instrucción (Libertatis Conscientia, nn. 1 y 2): “Tales aspiraciones (de liberación) revisten a veces, en nivel teórico y práctico, expresiones, que no siempre son conformes a la verdad del hombre, tal como ésta se manifiesta a la luz de la creación y la redención. Por eso la Congregación para la Doctrina de la Fe ha juzgado necesario reclamar la 7 Cita aquí la Carta a la Conferencia Episcopal del Brasil, Nº 5. El texto entero lleva por título: Problemas, dificultades y esperanzas en América Latina, en: L’Osservatore Romano, ed. Española, 13 de julio de 1986, p. 4. 17 Nº 107 Marzo de 2015 atención “sobre las desviaciones y riesgos de desviación, ruinosas para la fe y la vida cristiana”.8 Lejos de estar superadas, las advertencias hechas parecen siempre más oportunas y pertinentes… Entre ambos documentos (el anterior y el presente) hay una relación orgánica. Deben ser leídos el uno a la luz del otro”. Imposible, pues, ceder a la dialéctica de las oposiciones contraponiendo al Papa a las Instrucciones y la primera contra a la segunda. Nuestro curso ha querido ser una modesta contribución a fin de “purificar” algunos elementos que pueden adulterar este movimiento, nacido de justísimas preocupaciones pastorales, pero que por el camino se ha dejado manchar por instrumentos de análisis y de lectura de los textos que han deformado profundamente su sentido. La principal de todas esas distorsiones ha sido “la lucha de clases”, vista como la única salida para los graves problemas que oprimen a América Latina y los pueblos subdesarrollados, antiguas colonias de potencias europeas (también, por tanto: en África y Asia). El problema principal no reside en la teoría de la dependencia, sino más bien en el modo propuesto para remediar tal situación. Suponiendo, no concediendo, que sea ése el camino más eficaz para que nuestros pueblos llegaran a ser plenamente libres, si se presenta como contradictorio al Evangelio no puede ser adoptado por un cristiano, por la Iglesia. La compasión, la santa ira, que tantas situaciones infrahumanas despiertan en el corazón, no pueden hacer perder la cabeza. Jamás una tendencia a la praxis que desprecie los derechos de la inteligencia se ha mostrado duradera, fundada sobre la verdad. Recordemos la trágica escena del libro noveno de la Odisea, cuando el cíclope Polifemo se desayunó tranquilamente con los cuerpos de los compañeros de Odiseo. Éste, encontrando al monstruo yaciente, en letargo, después de haber “llenado el gran vientre, con las carnes humanas devoradas” (verso 204), experimenta un primer movimiento de venganza, de hacer justicia de inmediato, aprovechando la ocasión: “Y entonces yo, con corazón magnánimo, tuve el pensamiento de acercármele, sacar la espada afilada del costado y hundírsela en el pecho, sobre el hígado, en medio del diafragma, poniéndole encima la mano” (versos 296-298). Pero, el héroe prudente y sagaz no se deja ofuscar por los primeros impulsos del sentimiento, dando paso a una consideración más realista: “Pero otro pensamiento me retuvo: allí mismo también nosotros habríamos perecido 8 Cita aquí: Libertatis Nuntius, Introd. AAS, LXXVI (1984) pp. 876-877. 18 Nº 107 Marzo de 2015 de muerte inminente, ya que no habríamos podido remover con los brazos la piedra maciza que había puesto” (versos 229-231).9 Ésta ha sido la razón por la cual nos hemos detenido bastante, viendo la acentuación dialéctica de lucha que tomaba el pensamiento de estos autores a la hora de ofrecer caminos de salida a la situación opresora que quieren remediar. Se trata de un gesto heroico, lleno de santa indignación, pero… ¿es también otro tanto razonable, compatible con el Evangelio? Por consiguiente, no nos hemos desviado de nuestro punto de vista exegético, mostrando hasta qué punto la obra primera de Gutiérrez (y hasta el presente las últimas de J. L. Segundo10), se veía bajo el influjo masivo del análisis marxista, en aquello que tiene de menos evangélico. No es lo mismo comprobar que se dan enfrentamientos en la realidad, que sostener que la historia entera tiene una estructura conflictiva. Tal postura no proviene ya de una observación empírica, basada sobre una real constatación de los hechos. Se pasa así a una afirmación de carácter absoluto, filosóficamente hablando. La historia –se dice– es beligerancia (y ésta sería su “pulso”). No se cuenta simplemente con que “hay conflictos”, sino que se mantiene la tesis de que todo el desarrollo humano es llevado adelante teniendo por alma al combate. No menos, Gutiérrez ha querido leer la Biblia partiendo de esta convicción: la teología, la Iglesia han de trabajar teniendo en cuenta tal situación, sin eludir el carácter bélico de la historia. Pero ese punto, justamente, ha sido sentido por el supremo magisterio, por la gran mayoría de los obispos (Puebla) y otros teólogos como incompatible con el sentido de la revelación cristiana culminada en Jesucristo. Asumir sin crítica la categoría del conflicto como columna vertebral de la existencia humana equivale a identificar al hombre con su función en la batalla y, por consiguiente, sostener que el hombre no puede trascender la posición que ocupa en la lucha. Examinemos cualquier conflicto. Por ejemplo, el que, por desgracia, es cada vez más frecuente entre los hinchas del football. Imaginemos a dos simpatizantes furiosos de equipos adversarios. Se insultan durante el partido, uno no puede sufrir el triunfo del otro, o se goza ruidosamente de la derrota del contrario. Pero… supongamos que se encuentran después en la calle y que uno de ellos caiga a tierra. Es posible que, ante este espectáculo, el otro sienta dentro de sí una sensación de venganza, continuando también en la vida la situación conflictiva vivida en la cancha. Pero, puede también suceder que, haciendo a un lado su ofuscación futbolera, acuda en ayuda de aquel que ha resbalado y lo ayude a ponerse en pie. ¿Qué ha pasado en este último caso? Se ha divisado otro 9 Traducido de la versión de M. Faggella, Bari (1925) pp. 118-119. En efecto, el gigantesco cíclope tenía prisioneros a Odiseo y compañeros en su cueva, cuya entrada había clausurado con una enorme roca. Sólo él, forzudo como era, podía desbloquear aquel impedimento. 10 Y, que sepamos, aún después de 1988 en adelante. 19 Nº 107 Marzo de 2015 horizonte más allá del deportivo, que pasa por encima del adversario futbolista. El hombre no ha sido medido exclusivamente por su puesto en el campo de batalla. En pocas palabras: cada persona, cada ser humano es mucho más que la función o posición que ocupa en el seno de los conflictos, en los cuales puede ser que se encuentre inmerso. Es, pues, posible considerar a las personas por sí mismas, teniendo en cuenta aquella realidad más profunda que las constituye y que se revela de mil maneras. Esta consideración hace ver al otro, no sólo como el que es miembro del equipo opuesto (ampliemos: partido, país, clase social), sino también como necesitado de ayuda, capaz de recibir y brindar amor y amistad. Cada uno de nosotros es infinitamente más que sus funciones o posturas en un momento determinado. El hombre trasciende los acontecimientos que marcan su existencia. El conflicto no lo es todo. Y justamente por eso es posible superarlo y lo hacemos de hecho a lo largo de nuestra vida. Queda en pie, por tanto, que no sólo los enfrentamientos, sino también y más radicalmente el amor, y un amor que se manifiesta en el perdón, en la misericordia, es la fuerza operante en la historia. Podemos ir más allá del conflicto y amar al otro, hasta cuando se nos opone. Comportándonos así hacemos caminar a la historia hacia su culminación. Ahora bien, la visión de la historia como una realidad esencialmente combativa es tal que no da razón del amor como fuerza constructiva de los acontecimientos y, por consiguiente, no da cuenta de todo lo que existe en la realidad espiritual del hombre, ni se encuentra en condiciones de dar lugar a la comprensión cristiana de las cosas. Alguno podría objetar: también está el amor en el análisis marxista. No en vano exhorta él a los obreros a “unirse”. De acuerdo, pero esa unión es siempre “contra los otros” y la convergencia para la lucha, esperando la utópica unidad (jamás vista a lo largo de los siglos) que reinaría una vez ganada la batalla contra la propiedad privada. Esto no es el amor cristiano. Cristo nos manda amarnos unos a otros, pero sabe también de nuestra debilidad, no desaparecida ni siquiera en los bautizados, ni en el corazón de los santos más grandes, mientras peregrinamos lejos de la Patria definitiva. De ahí que todo el Nuevo Testamento insista sobre la “rueda de auxilio” para nuestro frágil amor: el perdón, la reconciliación. El himno de la caridad paulino no canta con panoramas rosa de fondo, ni de delicias psicológicas. La primera cualidad, con la que se describe a este amor es “la paciencia” (1Corintios 13,4). 20 Nº 107 Marzo de 2015 Un trabajo que se podría emprender consistiría en evaluar hasta qué punto está presente el tema del perdón, la reconciliación, la mutua tolerancia en los escritos de los teólogos de la liberación. Me temo que no sería muy fructuoso. Por lo tanto, como bien lo advierte un estudioso de las preocupaciones sociales de los profetas, “la denuncia profética (en nuestros tiempos) no puede caer en el error de defender los intereses de los sectores más fuertes del proletariado, olvidando los grupos menos importantes y marginados”.11 Porque hay “pobres interesantes”, al decir de J. Ellul12, o sea aquellos que son capaces de unir sus músculos y organizarse para la lucha y la protesta. Pero están también los impedidos, los ancianos, todos cuantos son acogidos en los Cottolengos o por las religiosas de Teresa de Calcuta. Como escribe muy agudamente O. González de Cardedal: “Proletario y pobre coinciden; pobre y proletario no. Una reducción de este tipo sería el fin de la experiencia cristiana”.13 La misión de la Iglesia, recibida de Jesucristo, es universal, más amplia que la organización de un partido, sindicato o nación determinados. Los hombres, judíos y griegos, esclavos y libres, varones y mujeres, todos son “uno” en Cristo Jesús (Gálatas 3,28). Todos son llamados a amarse recíprocamente, por encima de las diferencias y enemistades. Por cierto que esto no quiere decir que no se den confrontaciones, que en ocasiones pueden ser hasta graves. Ni tampoco significa que el cristiano, en medio del conflicto, no pueda ejercitar sus derechos, denunciar las opresiones, salir en defensa de los más desamparados. Se quiere recordar, simplemente, que el conflicto y las oposiciones que nacen en medio de él no son el único motor de la historia. El amor, que lleva a superar dichas reyertas y recurrir a esta capacidad de superación, que se da también en nuestros oponentes, es no menos y más todavía, dinamismo eficaz en gran manera. Por lo tanto, pretender hacer la síntesis entre dos visiones del mundo, del hombre y de la historia que se excluyen mutuamente significa emprender una tarea que no puede hacer justicia al Evangelio. El instrumento de la “lucha de clases” es el que ha desnaturalizado muchas lecturas del Nuevo Testamento en diversos representantes de la Teología de la liberación. Por eso elegimos el tema: Jesús, los pobres y los otros, buscando hacer ver que las cosas no son tan simples como para poder dividirlas en dos escuadras claramente separables. Ésta es también la razón por la cual no hemos 11 J. L. Sicré, Con los pobres de la tierra –La justicia social en los profetas de Israel, Madrid (1985) p. 457. Contre les violents, Paris (1972) pp. 91-92. 13 Problemas de fondo y método en la Cristología en: Salmanticensis, XXXII (1985) p. 392. 12 21 Nº 107 Marzo de 2015 dicho: Jesús, los pobres y los ricos. Porque tal planteo divide de inmediato la consideración dentro de categorías de oposición, clasistas y de tipo beligerante. Pero… ¿no ha hablado Jesús bendiciendo a los pobres (Bienaventuranzas de un modo de vida claramente modelado sobre la pobreza) y condenando a los ricos? (Lucas 6,20-26). Se ha de responder que Jesús no ha desahuciado a nadie. Sólo ha advertido a los ricos, así como lo hizo con los fariseos (clase más bien religiosa que económica), con los adúlteros y con todos, si no se convierten (Lucas 13,3.5). No por nada el Sermón de la Montaña (o de la llanura), tanto en Mateo como en Lucas, concluye con la exhortación a amar a los enemigos (Mateo 5,20; Lucas 6,27 ss). Hemos considerado fundamentalmente los textos más usados por nuestros teólogos (Bienaventuranzas, Discurso en la Sinagoga de Nazaret, Anuncio del juicio final: Mateo 25). Pero se ha añadido el análisis de una coyuntura dramática, no muy desarrollada por ellos (según lo que he podido leer), a saber: la de Juan Bautista, condenado a muerte injustamente. Se recordó la actitud de Jesús frente al peligro de las riquezas, especialmente en el Tercer Evangelio. Hemos asistido a su concreto comportamiento con personas adineradas, a las que no ha pedido que se hicieran frailes mendicantes. Por lo mismo también, tanto se ha insistido en las disposiciones morales, espirituales, que para nada son una escapatoria hacia regiones platónicas. Allí, más bien, es donde nos encontramos con la realidad más difícil, aquella que ni las mejores estructuras socio-económico-políticas son capaces de cambiar. Allí sólo puede trabajar eficazmente la gracia de Dios, el único capaz de cambiar los corazones (Jeremías 31,31 ss; Ezequiel 36,26; Romanos 8,1-4). Era necesario recordar este elemento ineludible, un poco descuidado por ciertas insistencias de Dupont (si bien –como se vio– él advertía que su análisis no era completo), pero que fueron tomadas sin ulterior análisis por Gutiérrez (primer modo) y en años posteriores sostenida todavía por J. L. Segundo, sin que nos conste cambio alguno al respecto en el autor uruguayo. La actitud moral es la que especifica al hombre. Él puede ser un santo en la peor de las situaciones socioeconómicas y también un pecador en las más sofisticadas conquistas sociales. A su corazón, libre, insondable, va dirigida la palabra de Jesús y la de su Iglesia. Todo tipo de constricción desde el exterior, aun cuando fuera ejercida con las mejores intenciones, no respeta la dignidad humana. Jesús propuso su Evangelio; no lo impuso. Era necesario, entonces hacer ver también que las cosas se presentan un poco más complicadas, porque el campo de batalla se encuentra en el corazón de cada uno, no es sólo exterior a nosotros. Por eso hay ricos benditos: Abraham, Naamán, Lázaro y sus hermanas: Marta y María, Zaqueo, José de Arimatea, Filemón…; y podemos encontrar pobres rechazados por Jesús: los nazarenos 22 Nº 107 Marzo de 2015 incrédulos, el ladrón blasfemo crucificado a su lado, los nueve leprosos olvidadizos del autor de su liberación. Despedida Al finalizar estas lecciones, quisiéramos hacerlo con las palabras de dos grandes maestros de la Iglesia. El primero, Santo Tomás de Aquino: “Si alguno quiere escribir contra esto, me hará un gran favor. Porque de ningún otro modo resplandece mejor la verdad y es rechazado el error, que resistiendo a los que contradicen”.14 Con todo, en caso de réplica a estas consideraciones, ¡qué “liberador” sería escapar de las etiquetas superficiales: de derecha, de izquierda, conservador, progresista. Se demostraría mayor honestidad y caridad, si nos tomáramos la fatiga de evaluar los textos y contextos arriba examinados, mostrando si están bien o mal fundamentados, ofreciendo contrapruebas que convenzan, permaneciendo alejados de los juegos de sensibilidades heridas, de corrillos o cultos de personalidades. La otra autoridad es San Jerónimo: “Mientras vivimos aquí abajo y nos vemos encerrados en el frágil vaso de nuestro cuerpo, parecen agradables los honores de los amigos y dolorosas las injurias de los émulos. Pero, cuando el fango habrá vuelto a la tierra y la pálida muerte habrá llevado consigo no sólo a nosotros, que escribimos, sino también a los que juzgan nuestras obras; cuando llegue otra generación y, caídas las primeras hojas, se enriquezca el bosque con nuevo follaje; entonces, sin tener cuenta de la fama de los nombres, sólo serán juzgados los ingenios y no se considerará quién sea el autor, sino el valor de aquello que se lee… No se juzgará según la diversidad de los hombres, sino según el mérito de las obras”.15 Anécdota final Así como, al comienzo de ese curso, se me dirigió la “advertencia” un tanto prejuiciada de aquella religiosa brasileña, no menos, en el examen final de aquellas clases, un joven sacerdote italiano me confesó algo por el estilo, según recuerdo: “Io ero sessantottino” (queriendo decir que yo era de los del año 68). Pero me han servido mucho los aportes aclaratorios que nos ha dado”. Se sabe cómo el tristemente célebre maï parisien de 1968 desencadenó toda una serie de rebeliones y de posturas, que se creían que con ellas empezaba la historia. 14 15 De perfectione vitae spiritualis, c. XXVI, ed. Parma. In Oseam, prologus; PL VI, pp. 53-54. 23 Nº 107 Marzo de 2015 Respuestas a las preguntas de los Lineamenta. I por el Centro Cultural Católico Fe y Razón Este documento se publicó con el título: “XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos. La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo. Respuestas a las preguntas de los Lineamenta para la recepción y la profundización de la Relatio Synodi. I” que debió ser reducido por razones de formato editorial. (NOTA DEL REDACTOR).16 Pregunta previa: ¿La descripción de la realidad de la familia presente en la Relatio Synodi corresponde a lo que se encuentra en la Iglesia y en la sociedad de hoy? ¿Cuáles aspectos faltantes pueden ser integrados? La Relatio Synodi (Relatio Synodi), pese a su extensión (unas 13 páginas), no se refiere explícitamente a los siguientes aspectos de gran importancia con respecto al tema central del último Sínodo de los Obispos: 1. La gran caída de los matrimonios sacramentales en muchos países de antigua tradición católica. 2. La frecuente infidelidad a la doctrina católica sobre el matrimonio y la sexualidad en la catequesis y en la pastoral. 3. El fin esencial procreador del matrimonio y del acto conyugal. 4. La bioética: anticoncepción, esterilización, aborto, reproducción artificial, etc. 5. La nefasta influencia cultural y política de la ideología de género. 6. Las familias numerosas. 7. La virginidad. 8. Dios Padre. Además, hay varios puntos importantes que son apenas aludidos, sin mayores desarrollos; por ejemplo: la paternidad/maternidad, la castidad, la pornografía, la escatología, la Virgen María, la Sagrada Familia, etc. A continuación propondremos una reflexión sobre esos aspectos faltantes o descuidados en la Relatio Synodi. *** 16 Sinodo dei Vescovi - "Lineamenta" per la XIV Assemblea Generale Ordinaria: La vocazione e la missione della famiglia nella Chiesa e nel mondo contemporaneo (4 al 25 de octubre de 2015), 9 de diciembre de 2014. 24 Nº 107 Marzo de 2015 La Relatio Synodi afirma la existencia de una crisis del matrimonio y de la familia (cf. nn. 2, 5, 32). También afirma que están aumentando los divorcios, los concubinatos y los nacimientos fuera del matrimonio (cf. nn. 8, 42). Sin embargo, no menciona un dato fundamental: en las últimas décadas, en muchos países de antigua tradición católica, se ha producido una caída estrepitosa del número de matrimonios sacramentales. Por ejemplo, en la Arquidiócesis de Montevideo (Uruguay), el número de matrimonios sacramentales descendió un 75% en 24 años (de 3.562 en 1989 a 889 en 2013). De continuar esa aguda tendencia decreciente, dentro de veinte años el matrimonio sacramental prácticamente habrá desaparecido en esa Iglesia local. Lamentablemente, no se trata de un caso aislado. En muchas otras Iglesias locales se da una situación similar. Por ejemplo, en toda la República Argentina los matrimonios sacramentales cayeron un 62% en 22 años (de 155.194 en 1990 a 58.629 en 2012). Consideramos necesario que el próximo Sínodo de los Obispos se plantee de forma directa y explícita este problema dramático y lo sitúe en el centro de su atención y de sus reflexiones. ¿Cuáles son las causas de este fenómeno? En este punto, tratado por la Relatio Synodi sólo de forma indirecta o implícita, ésta oscila entre dos explicaciones, una adecuada y otra inadecuada (a nuestro juicio). En los numerales 5 y 32, la Relatio Synodi da una indicación acertada y fundamental, que luego no profundiza mayormente: la causa principal de la crisis del matrimonio y de la familia es la crisis de fe. En el numeral 42, en cambio, se sostiene una tesis de sabor materialista: en algunos países las uniones de hecho son muy numerosas “sobre todo por el hecho de que casarse es percibido como un lujo, por las condiciones sociales, de modo que la miseria material empuja a vivir uniones de hecho”. Consideramos que el próximo Sínodo debería profundizar la reflexión sobre el nexo entre la crisis de fe y la crisis de la familia, prestando atención sobre todo al fenómeno de la descristianización y la secularización masivas en muchas Iglesias locales. Pasando a las consecuencias, cabe decir que la gran caída de los matrimonios sacramentales potencia todos los demás aspectos de la crisis de la familia: el aumento de las uniones libres, de los matrimonios sólo civiles, de los divorcios, de los nacimientos fuera del matrimonio, etc. En cuanto a las soluciones de este problema (y también de todos los otros aspectos de la crisis de la familia), nuestra posición se puede resumir en el siguiente argumento: 1) Debe haber sintonía entre la doctrina católica y la praxis o conducta de los católicos. 2) Pero es bastante claro que en general o en promedio existe una gran distancia entre una y otra en lo referente a la moral sexual y matrimonial. 25 Nº 107 Marzo de 2015 3) Ahora bien, la doctrina católica no puede cambiar sustancialmente, aunque puede desarrollarse de un modo homogéneo (o sea, crecer en su misma línea, manteniendo la identidad esencial consigo misma). 4) Por lo tanto, el cambio fundamental que se requiere hoy en la Iglesia Católica en esta materia es un ajuste masivo de la praxis a la doctrina. 5) Por supuesto, sólo puede darse ese ajuste si los fieles católicos conocen la doctrina católica y creen en ella. Pero ¿cómo la conocerán y creerán si se predica tan poco, al menos en algunos aspectos fundamentales? En esto los pastores tienen una gran responsabilidad. Por otra parte, si bien apoyamos las ansias de renovación pastoral, nos parece sumamente necesario despejar algunos posibles equívocos o ambigüedades: la renovación pastoral debe seguir ante todo la línea de un nuevo ardor evangélico y misionero, en fidelidad a toda la doctrina cristiana, bíblica y tradicional, lo que implica, entre otras cosas, denunciar el pecado con un lenguaje claro y hacer un fuerte llamado a la conversión. La “nueva evangelización” ha de ser “nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión”, no en su contenido esencial. El Evangelio de Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre. *** La causa principal de la crisis de la familia cristiana es la crisis de fe. Entonces, si se desea buscar las raíces profundas de la crisis de la familia cristiana, se debe buscar las causas de la crisis de fe. Por eso nos parece imprescindible que el próximo Sínodo reflexione a fondo sobre otro hecho capital omitido en la Relatio Synodi: la frecuente infidelidad a la doctrina católica sobre el matrimonio en la catequesis y en la pastoral. Este hecho se inscribe dentro de la crisis del postconcilio. Desgraciadamente, desmintiendo las previsiones más optimistas, después del Concilio Vaticano II (pero no a causa de éste), se produjo una grave crisis en la Iglesia Católica. Durante esa crisis, que persiste aún hoy, florecieron y se desarrollaron dentro de la Iglesia muchos errores, herejías y abusos, que afectaron a todos los aspectos de la vida cristiana (doctrina, moral, culto, etc.). “Hay que lamentar que de diversas partes han llegado noticias desagradables acerca de abusos cometidos en la interpretación de la doctrina del Concilio, así como de opiniones extrañas y atrevidas, que aparecen aquí y allá y que perturban no poco el espíritu de muchos fieles. (…) En no pocas sentencias parece que se han traspasado los límites de una simple opinión o hipótesis y en cierto modo ha quedado afectado el dogma y los fundamentos de la fe. (…) 26 Nº 107 Marzo de 2015 3. El Magisterio ordinario de la Iglesia, sobre todo el del Romano Pontífice, a veces hasta tal punto se olvida y desprecia, que prácticamente se relega al ámbito de lo opinable. 4. Algunos casi no reconocen la verdad objetiva, absoluta, firme e inmutable, y someten todo a cierto relativismo, y esto conforme a esa razón entenebrecida según la cual la verdad sigue necesariamente el ritmo de la evolución de la conciencia y de la historia.” (Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Presidentes de las Conferencias Episcopales sobre los abusos en la interpretación de los decretos del Concilio Vaticano II, 1966; publicada en 2012). En 1968 el fenómeno de la disidencia teológica intracatólica se agravó con el rechazo teórico y práctico de la lúcida y valiente encíclica Humanae Vitae del Papa Beato Pablo VI en amplios sectores de la Iglesia Católica. La “revolución del 68” también se produjo, a su modo, en el mundo católico. En los discursos y homilías de Pablo VI hay muchas referencias a esa crisis de la Iglesia. Para no alargarnos, recordaremos sólo dos de ellas: “La Iglesia se encuentra en una hora inquieta de autocrítica o, mejor dicho, de auto-demolición. La Iglesia está prácticamente golpeándose a sí misma” (7 de diciembre de 1968). “La apertura al mundo fue una verdadera invasión del pensamiento mundano en la Iglesia” (23 de noviembre de 1973). El Papa San Juan Pablo II reforzó ese diagnóstico: “Es necesario admitir con realismo, y con profunda y atormentada sensibilidad, que los cristianos hoy, en gran parte, se sienten extraviados, confusos, perplejos e incluso desilusionados; se han esparcido a manos llenas ideas contrastantes con la verdad revelada y enseñada desde siempre; se han propalado verdaderas y propias herejías en el campo dogmático y moral, creando dudas, confusiones, rebeliones; se ha manipulado incluso la liturgia; inmersos en el “relativismo” intelectual y moral y, por esto, en el permisivismo, los cristianos se ven tentados por el ateísmo, el agnosticismo, el iluminismo vagamente moralista, por un cristianismo sociológico, sin dogmas definidos y sin moral objetiva.” (Discurso a los participantes en el Congreso Nacional Italiano sobre el tema “Misiones al pueblo para los años 80”, 6 de febrero de1981, n. 2). El Cardenal Joseph Ratzinger, en su Informe sobre la fe, de 1984, hizo un diagnóstico muy semejante de las causas de la crisis eclesial: se ha producido un “confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a las puertas de la auténtica fe católica” (p. 114). Ciertamente, los errores más ruidosos son aquellos referidos a cuestiones de moral sexual o matrimonial (aceptación de la anticoncepción, el aborto, la homosexualidad activa, el nuevo “matrimonio” de los divorciados, etc.), pero en realidad éstos derivan de errores doctrinales aún más básicos y más graves. 27 Nº 107 Marzo de 2015 La colegialidad episcopal implica, entre otras cosas, que los propios Obispos, dentro de sus respectivos territorios, deben no sólo velar por la sana doctrina, sino también condenar los errores doctrinales graves y sancionar a los culpables de difundirlos, sin dejar esas dos tareas poco agradables casi exclusivamente a Roma. *** La doctrina católica tradicional enseña que el matrimonio tiene un fin esencial primario (la procreación y educación de los hijos) y fines esenciales secundarios: la ayuda mutua de los esposos, el fomento del amor recíproco y la sedación de la concupiscencia (cf. Papa Pío XI, encíclica Casti Connubii, n. 22). Los tres fines esenciales secundarios pueden agruparse en uno solo: el bien de los cónyuges. El Concilio Vaticano II recordó ambos fines esenciales y complementarios del matrimonio, pero no explicitó su orden jerárquico (cf. constitución pastoral Gaudium et Spes, nn. 47-52). Algo similar ocurre en el canon 1055§1 del actual Código de Derecho Canónico y el número 1601 del Catecismo de la Iglesia Católica, que además mencionan en primer lugar el fin secundario (“el bien de los cónyuges”) y en segundo lugar el fin primario (“la generación y educación de la prole”). Contrariando la doctrina católica tradicional, hoy muchos sostienen alguno de los siguientes errores, que enumeraremos en orden de gravedad creciente: 1) La procreación y educación de los hijos no es el fin primario del matrimonio, sino sólo uno de sus dos fines esenciales, de igual rango. 2) El bien de los esposos es el fin primario del matrimonio y la procreación es su fin secundario. 3) La procreación no es un fin esencial del matrimonio. Estos errores, en mayor o menor medida, tienen consecuencias ruinosas para la doctrina católica del matrimonio. La distorsionan y dificultan la comprensión del rechazo católico del concubinato, las relaciones sexuales prematrimoniales, las uniones homosexuales, el adulterio, la anticoncepción, etc. Por ejemplo, si el fin primario del matrimonio es el bien, la unión o el amor de los esposos, ¿en qué se diferencia el matrimonio de otras sociedades? ¿Y por qué el matrimonio debería estar siempre abierto a la procreación? Aplicando la “hermenéutica de la continuidad” auspiciada por el Papa Benedicto XVI, reconocemos que el Concilio Vaticano II no pretendió derogar la doctrina católica tradicional sobre el matrimonio, sino sólo continuarla, explicarla y desarrollarla. La forma más fácil de demostrar esto es notar que el capítulo de la Gaudium et Spes dedicado al tema del matrimonio y la familia (nn. 47-52) cita cinco veces la encíclica Casti Connubii de Pío XI (de 1930), principal expresión de esa 28 Nº 107 Marzo de 2015 doctrina, avalándola de un modo implícito pero innegable (cf. notas 1, 2, 7, 11 y 14 de ese capítulo). Además, precisamente al hablar sobre los fines del matrimonio, Gaudium et Spes n. 48 cita también otros textos que afirman la doctrina tradicional. Por lo tanto, consideramos que sería muy conveniente y oportuno que el próximo Sínodo rechace los tres errores sobre los fines del matrimonio expuestos más arriba, o al menos los dos últimos. *** La bioética es un importantísimo campo de batalla entre la cosmovisión cristiana y la cosmovisión “moderna” (relativista, liberal, secularista, utilitarista, individualista) que hoy prevalece en la sociedad. Un campo de batalla en el que, cada día más, pese a tener la razón de su lado, los cristianos llevan en general las de perder en los ámbitos cultural, político y económico. Tan es así que hoy la aceptación de la anticoncepción y de la reproducción artificial es ampliamente mayoritaria hasta entre los católicos. Además, incluso la mayoría de los que rechazan esos pecados graves han dejado de luchar contra ellos en el plano social. En esos temas, se contentan con el combate moral individual o, a lo sumo, familiar. La mentalidad antinatalista (puesta en práctica mediante la trilogía anticoncepción-esterilizaciónaborto) es impulsada por varias poderosas corrientes ideológicas. Entre ellas cabe mencionar el neomaltusianismo (instrumento preferido de una suerte de “imperialismo demográfico”), el ecologismo radical (que a menudo tiene tintes de misantropía) y el simple individualismo (los hijos, tanto más cuanto más numerosos, ponen en riesgo la “auto-realización” y el consumismo de los padres egoístas). Es verdad que Relatio Synodi n. 10 se refiere a la mentalidad antinatalista, pero sus críticas a esa mentalidad apuntan más bien a sus consecuencias sociales negativas que a su maldad intrínseca. Por otra parte, pese a que hoy la biotecnología, tal como es practicada, plantea gravísimas amenazas éticas y sociales, al punto que tiende a convertir al ser humano en un producto industrial más, comprable por catálogo, la única referencia de la Relatio Synodi al respecto parece ser positiva: “También el desarrollo de la biotecnología ha tenido un fuerte impacto sobre la natalidad” (n. 10). Pensamos que es necesario que el próximo Sínodo sobre la familia reafirme explícitamente la doctrina católica sobre las principales cuestiones bioéticas y que busque formas eficaces de mejorar la formación de los fieles sobre esas cuestiones, utilizando agentes e instrumentos pastorales plenamente fieles a dicha doctrina. *** 29 Nº 107 Marzo de 2015 Una nueva ideología prospera hoy en gran parte del mundo y se impone cada vez más como doctrina oficial en muchos Estados aconfesionales, contrariando el principio de laicidad, es decir la supuesta neutralidad filosófica del Estado acerca de temas controvertidos. Nos referimos a la ideología de “género”, vinculada al feminismo radical y a una especie de neomarxismo que traslada la dialéctica de la lucha de clases al interior de la familia. Esta ideología es un dualismo extremo, pues disocia completamente, en el ser humano, la naturaleza de la cultura, el sexo del “género”, lo corporal de lo espiritual o psicológico. Es utilizada para impulsar un proyecto de reingeniería social radical que viola la “ecología humana”, nuestra propia naturaleza humana. Es paradójico que los impulsores de ese proyecto sean a menudo personas sensibles al respeto de la ecología y la naturaleza. La ideología (o perspectiva) de género es uno de los motores fundamentales del actual embate contra la familia y la vida. Al respecto el Documento conclusivo de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe advirtió lo siguiente: “Entre los presupuestos que debilitan y menoscaban la vida familiar, encontramos la ideología de género, según la cual cada uno puede escoger su orientación sexual, sin tomar en cuenta las diferencias dadas por la naturaleza humana. Esto ha provocado modificaciones legales que hieren gravemente la dignidad del matrimonio, el respeto al derecho a la vida y la identidad de la familia.” (Documento de Aparecida, n. 40). Hasta hace unos treinta años, en el idioma español la palabra “género” designaba por lo común una propiedad gramatical (las palabras tienen género; las personas tienen sexo, no género) o una clase de seres (como en la expresión “género humano”). Poco a poco se ha difundido y puesto de moda una nueva acepción de esa palabra, promovida por la ideología de género y ligada a ella. Algunos cristianos utilizan la palabra “género” como un simple (y aparentemente inofensivo) sinónimo de “sexo”. Otros se sienten perplejos e incómodos ante expresiones como “perspectiva de género” o “equidad de género”. Sospechan que esas palabras están cargadas de significados filosóficos cuestionables, pero no pueden identificarlos con precisión. Para evitar el grave peligro de engaño a través de la manipulación del lenguaje, sería muy conveniente que el próximo Sínodo sobre la familia aclare conceptos y explique en qué consiste realmente la ideología de género, dentro del marco de un esfuerzo más amplio para mejorar la formación doctrinal de los fieles. Con la gracia de Dios, y fortalecidos por una mejor formación, los católicos estarán en mejores condiciones de defender y promover los valores éticos fundamentales que están en juego en los actuales debates sobre la vida humana, el matrimonio y la familia. Así, no solamente se opondrán a las iniciativas contrarias a la familia y la vida, sino que procurarán 30 Nº 107 Marzo de 2015 proponer alternativas positivas, que apunten a sostener los valores familiares y a apoyar a las familias en dificultades. Siempre abiertos al diálogo y a la sana cooperación, plantearán los ideales cristianos con pleno respeto por las posiciones discrepantes y también con una firme convicción sustentada en sólidas razones científicas, racionales, éticas y jurídicas, sin abandonar nunca los principios que son irrenunciables para un católico. *** La Iglesia Católica siempre ha manifestado su aprecio por las familias numerosas. A nuestro juicio sería muy bueno que el próximo Sínodo tuviera algunas palabras de aliento dirigidas especialmente a los padres que, en contra de la fuerte corriente de la mentalidad antinatalista y ejerciendo prudentemente una paternidad responsable, reciben de Dios, con coraje y generosidad, el gran don de una cantidad numerosa de hijos, y se esfuerzan por mantenerlos y darles una buena educación cristiana. También convendría agregar una exhortación para que más matrimonios católicos se animen a emprender la magnífica aventura de formar una familia numerosa (o al menos más numerosa que el promedio). *** La Relatio Synodi se refiere una sola vez especialmente a los padres varones, y se trata de una crítica a los “padres ausentes”, que no asumen debidamente sus responsabilidades familiares (cf. n. 8). También tiene una sola referencia explícita a la maternidad (cf. n. 8). Pensamos que sería conveniente que el próximo Sínodo reflexione más ampliamente sobre los hombres padres (por una parte) y las mujeres madres (por otra parte). Más aún, opinamos que debería prestarse una especial atención a la evangelización de los varones, porque éste es el “sector” donde se da con mayor intensidad la actual crisis de fe. *** La Relatio Synodi contiene una sola referencia a la castidad: “La compleja realidad social y los desafíos que la familia está llamada a afrontar hoy requieren un empeño mayor de toda la comunidad cristiana para la preparación de los novios al matrimonio. Es necesario recordar la importancia de las virtudes. Entre ellas la castidad resulta una condición preciosa para el crecimiento genuino del amor interpersonal.” (n. 39). Dada la gran importancia de este tema con respecto al matrimonio y la familia, opinamos que convendría que el próximo Sínodo lo presente de un modo más amplio (incluyendo, entre otras cosas, un rechazo explícito de los pecados contra la castidad) y que profundice la reflexión sobre 31 Nº 107 Marzo de 2015 cómo promover más y mejor la castidad de los fieles cristianos en todas las etapas de su vida, y por lo tanto también la virginidad de las personas solteras. *** La Relatio Synodi contiene una sola y débil referencia a la pornografía: “En el mundo actual no faltan tendencias culturales que parecen imponer una afectividad sin límites de la cual se quieren explorar todas las vertientes, incluso las más complejas. De hecho, la cuestión de la fragilidad afectiva es de gran actualidad: una afectividad narcisista, inestable y cambiante que no siempre ayuda a las personas a alcanzar una mayor madurez. Preocupa cierta difusión de la pornografía y de la comercialización del cuerpo, favorecida también por un uso distorsionado de Internet, y debe ser denunciada la situación de las personas que son obligadas a practicar la prostitución. En este contexto, a veces las parejas están inseguras y vacilantes, y luchan para encontrar las maneras de crecer. Muchas son las que tienden a permanecer en los estadios primarios de la vida emocional y sexual.” (n. 10). Opinamos que el próximo Sínodo debería: 1) efectuar una fuerte denuncia de la industria pornográfica y de su repugnante explotación de las fragilidades humanas, y de los grandes males que la pornografía causa, en distintos órdenes, a las personas, las familias y las sociedades; 2) impulsar a toda la Iglesia Católica a buscar nuevos caminos pastorales para ayudar a las personas adictas a la pornografía y para luchar a distintos niveles contra esa gran lacra social. *** La Relatio Synodi no menciona explícitamente ni una sola vez a Dios Padre, “de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra” (Efesios 3,15), menciona brevemente una vez a María (n. 61), Madre de Dios, y dos veces a la Sagrada Familia (nn. 23 y 62). Otro aspecto importante que casi no aparece en la Relatio Synodi es la dimensión escatológica de la vida del hombre y de la familia: apenas se encuentra una referencia a “las palabras de vida eterna” de Jesús (n. 15) y otra “al cumplimiento del misterio de la Alianza en Cristo al fin de los tiempos con las bodas del Cordero” (n. 16). No hay ninguna mención directa de realidades últimas tales como la muerte, el juicio particular o final, el purgatorio, la resurrección de los muertos, el infierno, el Cielo. Esperamos que el próximo Sínodo preste mayor atención a todos estos aspectos teológicos. *** Primera parte – La escucha: el contexto y los desafíos sobre la familia 32 Nº 107 Marzo de 2015 Antes de reproducir las preguntas 1-6 del cuestionario y de proponer nuestras respuestas, comentaremos el último párrafo del texto introductorio. “Las preguntas que se proponen a continuación, con referencia expresa a los aspectos de la primera parte de la Relatio Synodi, intentan facilitar el debido realismo en la reflexión de los episcopados individuales, evitando que sus respuestas puedan ser provistas según esquemas y perspectivas propias de una pastoral meramente aplicativa de la doctrina, que no respetaría las conclusiones de la Asamblea sinodal extraordinaria, y alejaría su reflexión del camino ya trazado.” Según el Art. 23 §2 del Reglamento del Sínodo de los Obispos, cada Episcopado es libre de expresar su opinión sobre los temas a tratar en el próximo Sínodo, “según los modos que considere más oportunos”. Por lo tanto, el texto citado puede ser considerado como un intento inadmisible de limitar esa libertad de los Episcopados y de orientar sus aportes en una dirección cuestionable. Por otra parte, la relación esencial entre doctrina y pastoral en la Iglesia Católica no puede ser otra que la que el texto citado al parecer pretende evitar y calificar como “no realista”: la doctrina católica ha de ser siempre respetada y aplicada en la práctica pastoral. Preguntas y respuestas 1. ¿Cuáles son las iniciativas en curso y cuáles las programadas respecto a los desafíos que plantean a la familia las contradicciones culturales (cf. nn. 6-7): cuáles las orientadas al despertar de la presencia de Dios en la vida de la familia; cuáles las destinadas a educar y establecer sólidas relaciones interpersonales; cuáles las destinadas a favorecer políticas sociales y económicas útiles a la familia; cuáles para aliviar las dificultades asociadas a la atención de los niños, ancianos y familiares enfermos; cuáles para afrontar el contexto cultural más específico en el que está implicada la Iglesia local? Se trata de una pregunta muy compleja y que sólo puede ser respondida adecuadamente por quienes tienen una visión bastante completa de las iniciativas eclesiales en un área determinada. Por lo tanto no intentaremos dar una respuesta exhaustiva, sino que sólo haremos dos comentarios de orden general. Hay muchas iniciativas en curso o programadas, pero la gran mayoría de ellas son “sectoriales”, por así decir: algunas organizaciones católicas se ocupan de la militancia pro-vida y pro-familia, otras de la ayuda (sobre todo material) a las familias pobres, otras a la defensa y promoción de la doctrina católica, incluyendo la doctrina sobre la familia, etc.; pero a menudo esas organizaciones son débiles, en más de un sentido, y sus iniciativas están poco coordinadas entre sí. Quizás haría falta 33 Nº 107 Marzo de 2015 crear o fomentar comunidades cristianas más grandes que aborden todos estos aspectos de un modo más integral. Por otra parte, todas esas iniciativas eclesiales se dan en el contexto de una gran crisis eclesial que, como ya hemos dicho, es en sus raíces una crisis de fe. En términos generales, las iniciativas particulares no podrán tener mucho éxito si no se supera la subyacente crisis de fe, o sea si no se combate eficazmente contra la descristianización y secularización. Es necesario que muchos más católicos comprendan el contexto más amplio (social) de la crisis eclesial, tomando conciencia de que los mayores poderes de este mundo están promoviendo activamente una revolución social anticristiana, que incluye una fuerte embestida contra el matrimonio y la familia. 2. ¿Cuáles instrumentos de análisis se están empleando, y cuáles son los resultados más relevantes acerca de los aspectos (positivos y negativos) del cambio antropológico-cultural? (cf. n. 5) ¿Entre los resultados se percibe la posibilidad de encontrar elementos comunes en el pluralismo cultural? Entre dos sistemas de pensamiento cualesquiera siempre hay algunos “elementos comunes”, pero no siempre esos elementos son los más importantes. Por ejemplo, las diferencias entre la cosmovisión católica y la cosmovisión “moderna” (agnóstica, secularista, etc.) son muy profundas e irreconciliables. Es decir, no se trata de simples malentendidos superables a través del diálogo, la buena voluntad o la diplomacia. Sólo se pueden superar de dos maneras: mediante la apostasía del católico o la conversión del no creyente. Para esto último sí se precisa un diálogo, pero un diálogo evangelizador que, sin falsos “respetos humanos”, anuncie todas las verdades de la fe católica y denuncie todos los errores del pensamiento moderno anticristiano. Debemos perder el miedo a las controversias filosóficas o teológicas y dejar de lado la obsesión por no confrontar ideas con los demás, buscando sólo lo que nos une y no lo que nos separa. La doctrina de la fe debe ser predicada en su integridad, sin ampararse en un gradualismo pedagógico para postergar indefinidamente el tratamiento de los puntos difíciles. Opinamos que la post-conciliar “apertura al mundo” se practicó a menudo de un modo imprudente o indiscriminado, “abatiendo bastiones” que eran muy necesarios para la defensa de la fe católica (considérese, por ejemplo, la crisis de la apologética). A nuestro juicio es urgente que todos los católicos tomemos conciencia de que: “A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final.” (Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, 37); y de que en esa “dura batalla” los cristianos somos “soldados de Cristo” (cf. 2 Timoteo 2,3), empeñados en un combate moral y espiritual. 34 Nº 107 Marzo de 2015 3. Más allá del anuncio y de la denuncia, ¿cuáles son las modalidades elegidas para estar presentes como Iglesia junto a las familias en situaciones extremas? (cf. n. 8). ¿Cuáles son las estrategias educativas para prevenirlas? ¿Qué se puede hacer para sostener y reforzar a las familias creyentes, fieles al vínculo? Pensamos que la mayor pobreza es no conocer a Cristo y que lo más importante que los católicos podemos hacer por las familias pobres es darles un testimonio explícito de Cristo, con palabras y obras. Conviene subrayar un hecho que, pese a su obviedad, no suele ser destacado: la crisis de la familia es una de las causas principales de la pobreza. La desintegración de una familia implica una pérdida de “capital social” que afecta gravemente a sus integrantes (por ejemplo: si en una familia de clase media-baja el esposo abandona a su esposa y a sus tres hijos, éstos podrán caer fácilmente en la pobreza). Y si, como hemos dicho antes, la causa principal de la crisis de la familia es la crisis de fe, de ambas afirmaciones se deduce una doctrina social católica no muy repetida en estos días: no hay solución a la cuestión social fuera del Evangelio. Por lo tanto, lo más importante que la Iglesia puede hacer por las familias pobres es ser plenamente fiel a su identidad y a su misión, resistiendo a las tendencias que pretenden convertirla en una gran ONG, con fines meramente intramundanos. 4. ¿Cómo reacciona la acción pastoral de la Iglesia a la difusión del relativismo cultural en la sociedad secularizada y al consiguiente rechazo de parte de muchos del modelo de familia formado por el hombre y la mujer en el vínculo matrimonial y abierto a la procreación? En los hechos hay tres tipos diferentes de reacciones: a) una minoría defiende y propone de forma íntegra y coherente la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia, rechaza explícitamente los errores que se le oponen y combate a quienes los favorecen dentro de la Iglesia; b) otra minoría (que goza del apoyo de los mayores poderes mundanos) procura cambiar esa doctrina católica para que la Iglesia se conforme con el relativismo dominante en la cultura actual; c) la mayoría no es muy consciente de la existencia o la importancia de la lucha entre esas dos tendencias contrarias, o bien no quiere comprometerse a fondo tomando realmente partido en esa lucha; en la práctica, suele predicar la doctrina ortodoxa sin denunciar los errores contrarios ni mucho menos combatir a quienes los impulsan; otras veces busca un compromiso imposible entre las dos tendencias mencionadas. 5. ¿De qué modo, con cuáles actividades están involucradas las familias cristianas en el testimoniar a las nuevas generaciones el progreso en la maduración afectiva? (cf. nn. 9-10). ¿Cómo se podría ayudar a la formación de los ministros ordenados respecto a estos temas? 35 Nº 107 Marzo de 2015 ¿Cuáles figuras de agentes pastorales específicamente calificados se sienten como más urgentes? Consideramos que lo más urgente es contar con un número mucho mayor de agentes pastorales con una fe católica firme y una formación doctrinal plenamente ortodoxa, deseosos de alcanzar la santidad, empeñados en una vida de oración personal y litúrgica, llenos de celo por la difusión de la religión verdadera y de la doctrina católica sobre el matrimonio y la familia. En cuanto a la formación para la maduración afectiva, se debe rechazar claramente la concepción romántica o sentimentalista del amor, que hoy está muy difundida y contribuye mucho a la crisis del matrimonio. El amor (incluso el amor conyugal) es ante todo un acto de voluntad: querer el bien de la persona amada. 6. ¿En qué proporción, y a través de cuáles medios, la pastoral familiar ordinaria está dirigida a las personas lejanas? (cf. n. 11). ¿Cuáles son las líneas operativas predispuestas para suscitar y valorizar el "deseo de familia" sembrado por el Creador en el corazón de toda persona, y presente especialmente en los jóvenes, incluso en los que están involucrados en situaciones de familias que no corresponden a la visión cristiana? ¿Cuál es la respuesta efectiva entre ellos a la misión a ellos dirigida? Entre los no bautizados, ¿cuán fuerte es la presencia de matrimonios naturales, incluso en relación al deseo de familia de los jóvenes? La misión de la Iglesia debe dirigirse a todas las personas, pero en la práctica es importante que esa misión siga un cierto orden, “en círculos concéntricos”, por así decir. Nos explicamos: en un sentido importante los católicos que no van a Misa regularmente están más “alejados” de la Iglesia que los que van a Misa todos los domingos. Sin embargo, esto no implica necesariamente que estos últimos no estén más alejados de la Iglesia que los primeros en otros sentidos, también importantes. A menudo los católicos “practicantes” no aceptan ni viven toda la doctrina católica sobre el matrimonio. El caso más frecuente (pero por cierto no el único) de disidencia es el de la anticoncepción. Entonces la primera prioridad de la pastoral familiar debería ser la de evangelizar a fondo a los que materialmente (o sea, aparentemente) están cerca de la Iglesia, pero en realidad están espiritualmente lejos de la fe de la Iglesia. En el Uruguay, entre los no bautizados la práctica del matrimonio civil (que correspondería al matrimonio natural) está disminuyendo rápidamente y a la vez crece de forma acelerada la práctica del concubinato. Pese a los graves defectos de nuestro matrimonio civil (posibilidad de divorcio, “matrimonio homosexual”, etc.), esta transformación es muy negativa para las familias involucradas y para toda la sociedad. 36 Nº 107 Marzo de 2015 Segunda parte – La mirada en Cristo: el Evangelio de la familia 7. La mirada vuelta hacia Cristo abre nuevas posibilidades. “De hecho, cada vez que volvemos a la fuente de la experiencia cristiana se abren caminos nuevos y posibilidades impensadas” (n. 12). ¿Cómo es utilizada la enseñanza de la Sagrada Escritura en la acción pastoral hacia las familias? ¿En qué medida tal mirada alimenta una pastoral familiar valiente y fiel? En el uso pastoral de la Biblia crece el peligro de una protestantización de la mentalidad de los fieles. La Biblia no se entiende al margen de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. Sin duda, con la “sola Escritura” podrá pensarse en muchas supuestas “novedades” ruinosas, que en el fondo ni siquiera serán nuevas. Al procurar hoy “una pastoral familiar valiente y fiel”, sería un serio error pensar que “valiente” y “fiel” son dos adjetivos que están “en tensión dialéctica”. Una pastoral familiar valiente es la que es plenamente fiel al Evangelio de la familia revelado por Dios en Cristo, transmitido en la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, e interpretado auténticamente por el Magisterio de la Iglesia. Los “nuevos caminos” y las “posibilidades impensadas” que se abren al volver la mirada a Cristo no pueden contradecir jamás el depósito de la fe custodiado por la Iglesia. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.” (Mateo 24,35). 8. ¿Cuáles valores del matrimonio y de la familia ven realizados en su vida los jóvenes y los cónyuges? ¿Y en qué forma? ¿Hay valores que puedan ser puestos de relieve? (cf. n. 13) ¿Cuáles son las dimensiones de pecado a evitar y superar? Los pecados contra la castidad son muy frecuentes entre los jóvenes y los cónyuges, pero a pesar de eso prácticamente nunca se habla de eso en las homilías, las cartas pastorales, etc. Es urgente que los pastores y los agentes pastorales se empeñen en anunciar íntegramente la doctrina moral católica, en particular la moral sexual y matrimonial. Especialmente, es urgente tomar en serio la enseñanza de la encíclica Humanae Vitae, para evitar que muchos matrimonios cristianos profanen habitualmente la alianza conyugal mediante la anticoncepción. También son frecuentes hoy la mentalidad divorcista y la mentalidad antinatalista. Es preciso contrarrestarlas mediante el anuncio gozoso de la doctrina católica sobre el matrimonio: su naturaleza, sus fines y propiedades esenciales, etc. 37 Nº 107 Marzo de 2015 Por último, destacamos que es necesario evitar el error que ha sido llamado “gradualismo de la ley”. Aunque el crecimiento en la virtud sea gradual, la ruptura con las situaciones de pecado grave debe ser abrupta, para que haya verdadera conversión. 9. ¿Qué pedagogía humana es preciso considerar –en sintonía con la pedagogía divina– para comprender mejor qué se le pide a la pastoral de la Iglesia frente a la maduración de la vida de pareja, hacia el futuro matrimonio? (cf. n. 13). Ante todo es necesario un testimonio coherente (en obras y palabras) de los fieles cristianos, especialmente de los novios y los esposos cristianos. Ese testimonio coherente requiere una fe firme y buena formación doctrinal de los fieles, lo que a su vez requiere que los pastores y los agentes pastorales acepten y prediquen sin respetos humanos toda la doctrina católica. Esto último exige una profunda conversión y una amplia superación de la “secularización interna” que se da en muchos ámbitos eclesiales. Más concretamente, a la pastoral de la Iglesia se le pide que no tolere (ni mucho menos bendiga) la fornicación, el concubinato, el adulterio, etc., sino que llame insistentemente a todos los pecadores a la conversión, anunciando con convicción y alegría la verdad, el bien y la belleza de la castidad y del matrimonio cristiano. 10. ¿Qué hacer para mostrar la grandeza y belleza del don de la indisolubilidad, de modo de suscitar el deseo de vivirla y de construirla cada vez más? (cf. n. 14) Esto es imposible si no se está convencido de la grandeza y belleza de la Verdad. El reconocimiento de cualquier obligación moral supone ante todo el reconocimiento del primado de la Verdad. El moralismo kantiano del “imperativo categórico” (el deber por el deber mismo, o sea la moral basada en la pura obligación, sin referencia previa a la Verdad y al Bien) es un fundamento inconsistente de la moral. No se puede captar la belleza de la indisolubilidad matrimonial con una mentalidad nominalista o empirista, pues en ese caso el criterio ético imperante es el utilitarismo, y a esa luz la indisolubilidad matrimonial no tiene sentido. En el fondo de la crisis del matrimonio (y de la crisis eclesial) está la crisis metafísica, es decir, la corrupción de la inteligencia humana, naturalmente abierta al ser y a la verdad, por la influencia de la filosofía nominalista imperante en la modernidad. La fe católica tiene, entre otras cosas, la inmensa virtud de restaurar, con la ayuda de la gracia, la salud natural de la inteligencia humana, pero a condición de que sea la verdadera fe católica la que se predica y no su versión herética corrompida por esa misma mentalidad nominalista. 38 Nº 107 Marzo de 2015 En particular, conviene mostrar que la indisolubilidad es uno de los aspectos esenciales de la alianza íntima de vida y de amor entre los esposos, y que esa alianza o comunión crece continuamente “a través de la fidelidad cotidiana a la promesa matrimonial de la recíproca donación total” (Papa Juan Pablo II, exhortación apostólica Familiaris Consortio, 19). 11. ¿De qué modo se podría ayudar a comprender que la relación con Dios permite vencer las fragilidades inscritas también en las relaciones conyugales? (cf. n. 14). ¿Cómo testimoniar que la bendición de Dios acompaña a todo verdadero matrimonio? ¿Cómo manifestar que la gracia del sacramento sostiene a los esposos en todo el camino de su vida? En este punto tiene un rol fundamental el sacramento de la Reconciliación, que supone el reconocimiento del pecado, el arrepentimiento, la conversión y la confianza en la misericordia de Dios para el que se arrepiente de verdad y hace un sincero propósito de enmienda. “Entre los actos del penitente, la contrición aparece en primer lugar. Es "un dolor del alma y una detestación del pecado cometido, con la resolución de no volver a pecar" (Concilio de Trento: DenzingerSchönmetzer §1676).” (Catecismo de la Iglesia Católica, §1451). El perdón de los pecados es una parte esencial del mensaje del Evangelio. El testimonio de los convertidos (especialmente los casados) puede ayudar en este sentido; también el testimonio de los esposos cristianos que se han mantenido mutuamente fieles a lo largo de toda la vida. 12. ¿Cómo se podría hacer comprender que el matrimonio cristiano corresponde a la disposición originaria de Dios y por lo tanto es una experiencia de plenitud, y no de un límite? (cf. n. 13) Ante todo convendría presentar insistentemente las siguientes verdades de fe (entre otras): a) el ser humano ha sido creado por Dios para vivir eternamente en comunión de amor con Él y con los demás; b) el amor verdadero no es un mero sentimiento romántico, sino un acto de voluntad: querer el bien de la persona amada; c) es bueno todo lo que conduce al ser humano hacia su fin último (la comunión con Dios) y es malo todo lo que lo aparta de ese fin; d) el amor implica una actitud de servicio, de perdón y de renuncia o sacrificio: “No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15,13); e) la felicidad (que toda persona busca) no está en el egoísmo, sino en el don de uno mismo a los demás; es la consecuencia de una vida de amor verdadero: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.” (Mateo 16,24-25); f) el matrimonio es una alianza íntima de vida y de amor orientada por su propia índole a la procreación y educación de los hijos y al bien de los cónyuges; g) el 39 Nº 107 Marzo de 2015 matrimonio cristiano es un sacramento y una vocación particular (a la que la mayor parte de las personas es llamada), inscrita dentro de la vocación universal a la santidad. Por otra parte, es necesario refutar insistentemente la falsa concepción individualista de la libertad, o sea la identificación de la libertad con la ausencia de vínculos y de límites. También se debe denunciar la mentalidad utilitarista (unida al individualismo), que lleva a cosificar y utilizar a las demás personas. Además conviene mostrar una y otra vez que las alternativas al mal llamado “matrimonio tradicional”, engañosamente propagandeadas por las fuerzas predominantes en la cultura actual, son fuentes permanentes de frustración y de angustia. La libertad es la capacidad de comprometerse, la capacidad para el bien. La fidelidad da sentido a la libertad, porque implica reconocer al otro como persona y sin este reconocimiento la vida humana no tiene sentido. La persona es un misterio ante el cual la primera actitud tiene que ser el reconocimiento humilde, el respeto. Eso va en contra de la mentalidad manipuladora e instrumentalista de la modernidad, y de la mano de una apertura a la realidad metafísica (Dios, el alma humana espiritual, etc.). 13. ¿Cómo concebir la familia como "Iglesia doméstica" (cf. LG 11), sujeto y objeto de la acción evangelizadora al servicio del Reino de Dios? La “Iglesia doméstica” es una familia de esposos bautizados en la Iglesia católica, basada en el matrimonio sacramental (indisoluble) de un varón y una mujer, abiertos a la trasmisión de la vida según lo indica la ley moral natural, que vive su fe en comunión con toda la Iglesia, aceptando todas las enseñanzas del Magisterio eclesial y esforzándose por ponerlas en práctica con la ayuda de la gracia de Dios y especialmente los Sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía, celebrada en cumplimiento del precepto dominical, sintiéndose corresponsable de la misión evangelizadora, ante todo respecto de los miembros de esa misma familia. 14. ¿Cómo promover la conciencia del compromiso misionero de la familia? El compromiso misionero de la familia es una consecuencia del compromiso misionero de cada uno de sus integrantes, el cual a su vez deriva de la adhesión de fe viva a la Palabra de Dios. Sin familiares católicos no hay familias católicas. También en toda la pastoral eclesial es válido el dicho evangélico: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura” (Mateo 6,33). Para el que vive realmente la fe católica, las exigencias propias de la misma se desprenden naturalmente. Quizás la multiplicación de los enfoques, los documentos y los organismos pastorales sea en parte consecuencia de estar fallando en lo principal, que es la predicación y la vivencia del Evangelio. 40 Nº 107 Marzo de 2015 15. La familia cristiana vive ante la mirada amorosa del Señor y en la relación con Él crece como verdadera comunidad de vida y de amor. ¿Cómo desarrollar la espiritualidad de la familia, y cómo ayudar a las familias a ser lugares de vida nueva en Cristo? (cf. n. 21) La reforma de la pastoral eclesial debe consistir en buena medida en un retorno a lo esencial. En ese sentido, nos parecen prioritarias las siguientes medidas, entre otras muchas semejantes: 1) que gran parte de los sacerdotes dedique unas cuantas horas semanales al sacramento de la reconciliación, de modo que haya siempre un confesor disponible por lo menos durante la hora previa a la celebración de la Eucaristía, y que sea relativamente fácil para el fiel encontrar a su párroco para confesarse; 2) que muchos sacerdotes, debidamente preparados, se dediquen al ministerio de la dirección espiritual; 3) que en lo posible los templos estén abiertos durante varias horas por día, con las debidas precauciones de seguridad; 4) que se asegure eficazmente la identidad católica de las escuelas católicas, las universidades católicas y los medios de comunicación católicos, impidiendo que en ellos se transmitan enseñanzas o se toleren situaciones contrarias a la doctrina católica; 5) que se sancione prontamente a los ministros ordenados que se pronuncian públicamente contra la doctrina católica, o que promuevan aberraciones tales como la bendición de uniones homosexuales. Difícilmente podrá haber una reforma espiritual de las familias católicas sin una previa o simultánea reforma espiritual del clero católico. 16. ¿Cómo desarrollar y promover iniciativas de catequesis que den a conocer y ayuden a vivir la enseñanza de la Iglesia sobre la familia, favoreciendo la superación de la distancia posible entre lo que se vive y lo que se profesa, y promoviendo caminos de conversión? Sin duda, que haya distancia entre lo que se vive y lo que se profesa es en sí mismo algo malo, pero puede ser un gran avance frente a situaciones (desgraciadamente frecuentes), en las que no hay distancia alguna entre lo que se profesa y lo que se vive porque lo que se profesa no es la fe católica, sino la doctrina relativista y subjetivista, que luego se pone en práctica con coherencia, y eso diciéndose católicos. También la catequesis debe ser reformada mediante un retorno a lo esencial: una iniciación cristiana pura y simple, plenamente conforme con la doctrina católica expresada, por ejemplo, en el Catecismo de la Iglesia Católica. Toda la labor catequética (incluyendo la homilía de la Misa dominical, la formación religiosa impartida en los grupos parroquiales, etc.) debe insistir en los principales dogmas de la fe católica (Trinidad, Encarnación, Gracia, etc.) y también, y muy especialmente, en sus fundamentos: la apertura del hombre a Dios, Creador y Redentor, la Divina Revelación, el milagro, la profecía, la función de la Iglesia y su Magisterio en la transmisión de la Palabra de Dios, el orden sobrenatural, etc. Sin esto no se puede entender nada de la doctrina 41 Nº 107 Marzo de 2015 católica sobre el matrimonio y la familia. Es un serio error dar por supuesto el conocimiento de las verdades de fe, incluso las más simples, por parte del católico medio. 17. ¿Cuáles son las iniciativas para hacer comprender el valor del matrimonio indisoluble y fecundo como camino de plena realización personal? (cf. n. 21). A lo ya dicho en nuestra respuesta a la pregunta anterior, agregamos aquí que sería muy positivo difundir los testimonios de matrimonios que han logrado vivir de un modo ejemplar (o incluso heroico) los desafíos del matrimonio cristiano; en otras palabras, los matrimonios santos, pero no sólo los canonizados. 18. ¿Cómo proponer la familia como lugar, único en muchos aspectos, para realizar la alegría de los seres humanos? Recordando la doctrina católica sobre la vocación universal a la santidad y sobre la vocación al matrimonio como camino particular dentro de esa vocación universal (camino particular, pero al que la gran mayoría de los cristianos son llamados); y también la doctrina católica sobre el matrimonio como sacramento al servicio de la comunión y de la misión. Todo esto ha de situarse en el contexto de una sólida presentación de toda la doctrina católica y de un serio empeño personal y comunitario por comprenderla y vivirla con fidelidad. 19. El Concilio Vaticano II expresó su aprecio por el matrimonio natural, renovando una antigua tradición eclesial. ¿En qué medida las pastorales diocesanas saben valorizar también esta sabiduría de los pueblos, como algo fundamental para la cultura y la sociedad común? (cf. n. 22). Nos parece bastante problemática la conexión que la pregunta establece entre “el matrimonio natural” (el matrimonio acorde con la naturaleza humana, es decir el matrimonio monogámico, fiel, indisoluble y abierto a la transmisión de la vida) y la “sabiduría de los pueblos”, puesto que en las culturas de los pueblos no cristianos con frecuencia prevalecieron y prevalecen diversas desviaciones graves con respecto al matrimonio natural (por ejemplo: la poligamia, el repudio, etc.). Por otra parte, no tenemos conocimiento de que el Concilio Vaticano II haya aportado algún cambio con respecto a la doctrina católica tradicional sobre el matrimonio natural, salvo el punto ya discutido de la no explicitación del orden jerárquico entre los dos fines esenciales del matrimonio, punto que interpretamos según la “hermenéutica de la continuidad”. En Uruguay, exceptuando a las religiones minoritarias, el único matrimonio que hay aparte del matrimonio sacramental es el matrimonio civil, que en la práctica está bastante dejado de lado por las nuevas generaciones, que a menudo prefieren simplemente “juntarse” (a modo de “unión libre” 42 Nº 107 Marzo de 2015 o concubinato). Subrayamos que el matrimonio civil, además de la ya tradicional tara del divorcio, sufre ahora aberraciones nuevas, tales como el “matrimonio igualitario” (o sea, el “matrimonio homosexual”). Por lo tanto, sería falsa la simple identificación entre matrimonio civil y matrimonio natural. *** Antes de pasar a responder las preguntas 20-22, conviene comentar parte del texto de los Lineamenta que las introduce, texto titulado “Verdad y belleza de la familia y misericordia hacia las familias heridas y frágiles (nn. 23-28)”. La parte que ahora nos interesa dice lo siguiente: “(…) Los pastores reunidos en el Sínodo se preguntaron –de modo abierto y valiente, no sin preocupación y cautela– qué mirada debe tener la Iglesia hacia los católicos que están unidos sólo con vínculo civil, para los que todavía conviven y para aquellos que, después de un válido matrimonio, se han divorciado y vuelto a casar civilmente. Conscientes de los límites evidentes y de las imperfecciones presentes en situaciones tan distintas, los Padres asumieron positivamente la perspectiva indicada por el Papa Francisco, según la cual “sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las posibles etapas de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día” (Evangelii Gaudium, 44).” Más que de “límites evidentes” y de “imperfecciones”, las tres situaciones mencionadas en el texto citado son situaciones objetivas de pecado grave. Mientras en la Iglesia no tengamos la voluntad de llamar a las cosas por su nombre, va a ser difícil que podamos proponer algo pastoralmente útil. Todas las familias son más o menos frágiles y sufren distintos tipos de heridas, pero las aquí mentadas sufren de un tipo específico de heridas, de orden moral y espiritual. Sería muy conveniente no utilizar la expresión “ideal evangélico”. Los ideales se suelen concebir como “desiderátums”, cosas óptimas que sería muy bueno tener, pero que por lo general son muy difíciles de alcanzar, de modo que en la práctica se puede prescindir de ellos en mayor o menor medida. Por eso, se suele contraponer a las personas idealistas y las personas realistas. Según el Diccionario de la Real Academia Española, “idealista” significa “que propende a representarse las cosas de una manera ideal” y “realista” significa “que actúa con sentido práctico o trata de ajustarse a la realidad”. El Evangelio no es un simple “ideal”, sino que contiene también normas morales válidas siempre y en todo lugar. Estrictamente hablando, no hay “gradualidad” en la ley evangélica. Concretamente, en cuanto al matrimonio entre bautizados, el matrimonio sacramental no es ningún “ideal”, sino el único matrimonio válido. Fuera de él no hay matrimonio sino sólo concubinato. 43 Nº 107 Marzo de 2015 Evitar el concubinato no es un “ideal”, sino sencillamente la norma. Y la norma no es un “ideal”, sino precisamente la ley. Por último, llama la atención el adverbio “todavía” en la expresión “los que todavía conviven”. Parece estar de más. El problema son “los que conviven” (sin estar casados), o sea los concubinos, no “los que todavía (¿?) conviven”. 20. ¿Cómo ayudar a entender que nadie está excluido de la misericordia de Dios y cómo expresar esta verdad en la acción pastoral de la Iglesia hacia las familias, en particular las heridas y frágiles? (cf. n. 28). Eso es lo que la Iglesia Católica viene trasmitiendo desde hace veinte siglos y lo que la cultura actual se obstina en rechazar porque no comparte las premisas ontológicas y epistemológicas del mensaje católico. No se trata sólo o en primer lugar de que muchas personas no comprendan el mensaje; muchas veces lo comprenden pero no lo aceptan, porque es objetivamente incompatible con la filosofía fundamental de la modernidad que esas personas tienen profundamente asumida, incluso de forma inconsciente. Y eso no sucede por casualidad o por las fuerzas ciegas del Destino, sino porque hay poderosos grupos de interés que disponen de gran parte del aparato cultural de la sociedad para imbuir en las mentes de las personas esa filosofía inmanentista. Como señala Relatio Synodi n. 28, es fundamental la invitación a la conversión: “Así entendemos la enseñanza del Señor, que no condena a la mujer adúltera, pero le pide [mejor dicho, le manda] que no peque más.” Y también es fundamental la relación entre conversión y gracia. Es preciso orar de forma perseverante al Señor para que nos conceda y conceda a los demás la gracia de una conversión cada vez mayor. 21. ¿Cómo pueden los fieles mostrar, frente a las personas que todavía no han llegado a una plena comprensión del don de amor de Cristo, una actitud de acogida y acompañamiento confiado, sin renunciar nunca al anuncio de las exigencias del Evangelio? (cf. n. 24). Podría existir un nivel pastoral pre-sacramental (y penitencial), en el cual se pueda dialogar sin prisa y con la máxima franqueza, comprensión y verdad acerca de estos temas, trazando muy bien la línea que separa a este nivel de aquel en el que se puede recibir los sacramentos de la Reconciliación y la Eucaristía. De lo contrario sucederá con frecuencia que estas personas, admitidas sin más aviso a la celebración eucarística o meramente integradas a algún grupo parroquial, querrán luego comulgar y entonces se plantearán situaciones tensas y difíciles, o bien, lo que es peor pero es de temer que sea muy frecuente, se dejará hacer y pasar, aumentando así la confusión dentro de la Iglesia, además del perjuicio a la salvación de las almas. 44 Nº 107 Marzo de 2015 Se deberá recordar la doctrina sobre los actos intrínsecamente malos, es decir, malos por su objeto, que no es lícito realizar en ninguna circunstancia. Y también el hecho de que la intención buena no hace bueno el acto intrínsecamente malo, o sea que el fin no justifica los medios. La persona que está en una situación de pecado grave no sale de esa situación por el hecho de realizar algún acto moralmente bueno desde el punto de vista natural. No se puede estar a la vez en pecado mortal y en gracia de Dios. Por tanto, no se puede ser agradable a Dios por el hecho de limitar más o menos las ocurrencias de los pecados o las consecuencias dañinas de una situación de pecado grave en la que se permanece voluntariamente (por ejemplo: un asesino a sueldo que decide usar anestésicos para que sus víctimas no sufran). Es cierto que en esos casos puede haber influjo de la gracia actual, pero no puede darse la gracia habitual o santificante hasta que no se produzca la conversión y el arrepentimiento de todos los pecados graves. 22. ¿Qué se puede hacer para que en las diversas formas de unión –en las cuales se puede encontrar valores humanos– el hombre y la mujer adviertan el respeto, la confianza y el estímulo a crecer en el bien de parte de la Iglesia y sean ayudados a alcanzar la plenitud del matrimonio cristiano? (cf. n. 25). La Iglesia no puede ayudar a los adúlteros o concubinos a vivir su adulterio o concubinato de forma más humana y personalizante, porque el adulterio y el concubinato (y el pecado en general) deshumanizan, despersonalizan. De lo contrario llegaremos al absurdo de un crecimiento humano progresivo y sin límites en medio del pecado mortal, con lo cual la reconciliación final no sería más que un adorno agregado al quitar una pequeña molestia o imperfección a una persona que ya prácticamente habría alcanzado la santidad al estilo luterano: “simul iustus et peccator”. Lo que puede personalizar y humanizar a estas personas es nada menos que el anuncio del Evangelio con especial acento en su llamada al arrepentimiento y la conversión, que es lo que salva al ser humano pecador bajo la modalidad del signo de contradicción, y en la promesa de la misericordia infinita del Padre que llama continuamente al perdón a los que se arrepientan y hagan propósito de enmienda. En general es imposible plantear una pastoral cualquiera prescindiendo del concepto del “pecado”. Es urgente disponer de una forma de hablar del pecado que sea explícita, que no sea eufemística ni “buenista”, y que al mismo tiempo haga presente la oferta de la misericordia de Dios sin convertirla en “gracia barata”. Continuará. 45 Nº 107 Marzo de 2015 Fraternidades sacerdotales: fidelidad indestructible La Nuova Bussola Quotidiana Del 5 al 9 de enero se reunió, en Roma, la segunda conferencia internacional de las Confraternidades del Clero Católico, grupos de sacerdotes anglófonos que proceden de diversas diócesis del mundo. Participaron en la reunión los Cardenales George Pell, Angelo Amato y Raymond Burke y el Arzobispo Agustine Di Noia. Defensa del matrimonio Con la mirada puesta en el sínodo de octubre, la declaración final remarca la “indestructible fidelidad” a la enseñanza tradicional acerca del matrimonio y el verdadero significado de la sexualidad humana “como ha sido proclamado en la Palabra de Dios” y “recogido claramente en el Magisterio Ordinario y Universal de la Iglesia”. “Las Confraternidades sacerdotales procedentes de Australia, Gran Bretaña, Irlanda y Estados Unidos (...) afirman la importancia de mantener la disciplina tradicional de la Iglesia sobre la recepción de los sacramentos, y que la doctrina y la pastoral deben permanecer inseparablemente unidas, en armonía”. El Cardenal Angelo Amato habló de la importancia de que los sacerdotes se sepan identificar como hijos de la Iglesia. El Cardenal George Pell subrayó el papel de la misión en relación con la necesidad de un claro e inequívoco testimonio de Cristo, mientras que el Arzobispo Augustine Di Noia insistió en la naturaleza y la misión específica del sacerdocio. El Cardenal Raymond Burke, en la homilía de la Santa Misa celebrada en San Pedro, subrayó que “hace falta luchar cada día”, vistos los tiempos “terriblemente difíciles en que vivimos”. La fuerza para afrontar los muchos desafíos, dijo el Cardenal patrón de la Orden de Malta, “proviene exclusivamente de la Santa Eucaristía, de nuestra unión con Cristo en el sacrificio eucarístico”. Mons. Gerhard L. Müller: Los divorciados vueltos a casar y los sacramentos Card. Gerhard L. Müller: No podemos callar y acomodarnos y coquetear con la opinión pública Card. Gerhard Müller: Ataques al matrimonio, suicidio de la humanidad Card. Raymond Burke: La Iglesia no puede faltar a la verdad del matrimonio Card. Velasio De Paolis: Los divorciados vueltos a casar y los sacramentos John Rist: Comunión de los divorciados vueltos a casar. El cardenal Kasper y la luz de los Padres 46 Nº 107 Marzo de 2015 Publicado originalmente por Noticias Globales, La Nuova Bussola Quotidiana, Año XVIII, N° 1128, 31 de Enero de 2015; Gacetilla N° 1243. 47 Nº 107 Marzo de 2015 La dictadura china deja morir en la cárcel a un obispo de 94 años por Uca News/La Vanguardia Mons. Cosmas Shi Ensian, obispo de Yixian, ciudad del norte de China, ha muerto en la cárcel donde había pasado sus últimos 14 años de vida, según ha informado el portal católico Uca News. Las autoridades chinas notificaron el 30 de enero a la familia del obispo, de 94 años, que había fallecido, pero sin precisar la fecha ni la causa de la muerte. El prelado estuvo en total 40 años encarcelado, en diferentes períodos de su vida. En 1982 el Papa San Juan Pablo II nombró en secreto a Shi obispo de Yixian, pero Shi fue detenido y encarcelado en un lugar que nunca fue dado a conocer. Aunque hay doce millones de católicos chinos, la relación con el Vaticano sigue prohibida y sólo la oficial Asociación Patriótica Católica China tiene potestad para nombrar obispos, según el gobierno. Según Uca News, tras la muerte de Shi sólo queda un obispo, Mons. James Su Zhimin, en una cárcel secreta. Sin embargo, el obispo de Shangai, Thaddeus Ma Daqin, no ha sido visto en público durante años y se cree que está confinado en un seminario, al que fue llevado en 2012 horas después de su ordenación y de que renunciara a la Asociación Patriótica Católica.17 Publicado anteriormente por Uca News/La Vanguardia, 7 de febrero de 2015. 17 La Asociación Patriótica Católica es una Iglesia cismática controlada por el gobierno comunista de China; en cambio, las Iglesias locales chinas en comunión con Roma son perseguidas por el gobierno. NOTA DE FE Y RAZON. 48 Nº 107 Marzo de 2015 Oración por la Vida Papa San Juan Pablo II Oh María, aurora del mundo nuevo, Madre de los vivientes, a Ti confiamos la causa de la vida: mira, Madre, el número inmenso de niños a quienes se impide nacer, de pobres a quienes se hace difícil vivir, de hombres y mujeres víctimas de violencia inhumana, de ancianos y enfermos muertos a causa de la indiferencia o de una presunta piedad. Haz que quienes creen en tu Hijo sepan anunciar con firmeza y amor a los hombres de nuestro tiempo el Evangelio de la vida. Alcánzales la gracia de acogerlo como don siempre nuevo, la alegría de celebrarlo con gratitud durante toda su existencia y la valentía de testimoniarlo con solícita constancia, para construir, junto con todos los hombres de buena voluntad, la civilización de la verdad y del amor, para alabanza y gloria de Dios Creador y amante de la vida. Tomado de la Carta Encíclica Evangelium Vitae sobre el valor y el carácter inviolable de la vida humana, 25 de marzo de 1995, §105. 49 Nº 107 Marzo de 2015 Fe y Razón OMNE VERUM A QUOCUMQUE DICATUR A SPIRITU SANCTO EST Revista virtual gratuita de teología Publicada por el Centro Cultural Católico Fe y Razón Desde Montevideo, Uruguay, al servicio de la evangelización de la cultura Hoy se hace necesario rehabilitar la auténtica apologética que hacían los Padres de la Iglesia como explicación de la fe. La apologética no tiene por qué ser negativa o meramente defensiva per se. Implica, más bien, la capacidad de decir lo que está en nuestras mentes y corazones de forma clara y convincente, como dice San Pablo “haciendo la verdad en la caridad” (Efesios 4, 15). Los discípulos y misioneros de Cristo de hoy necesitan, más que nunca, una apologética renovada para que todos puedan tener vida en El. (Documento de Aparecida, n. 229). CONTACTO: [email protected] Fundadores de la Revista Ing. Daniel Iglesias, Lic. Néstor Martínez Valls, Diác. Jorge Novoa. Equipo de Dirección Ing. Daniel Iglesias, Lic. Néstor Martínez Valls, Ec. Rafael Menéndez. Colaboradores Mons. Dr. Miguel Antonio Barriola, R. P. Lic. Horacio Bojorge, Mons. Dr. Antonio Bonzani, Pbro. Eliomar Carrara, Dr. Eduardo Casanova, Carlos Caso-Rosendi, Ing. Agr. Álvaro Fernández, Mons. Dr. Jaime Fuentes, Dr. Pedro Gaudiano, Diác. Prof. Milton Iglesias Fascetto†, Pbro. Dr. José María Iraburu, Diác. Jorge Novoa, Dr. Gustavo Ordoqui Castilla, Pbro. Miguel Pastorino, Santiago Raffo, Juan Carlos Riojas Álvarez, Dra. Dolores Torrado. † 50