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Max Aguilar
A LA SOMBRA DE LA LUZ
Novela
Registro de la Propiedad Intelectual B-2697-06 Barcelona – España
<A la Sombra de la Luz> Versión original inédita no corregida
Prohibida la reproducción en cualquiera de las formas
Todos los derechos de autor: Max Aguilar
De la lectura o análisis de frases, párrafos o páginas deslozadas, es posible llegar a
conclusiones discordes al contenido; por tanto, cualquier comentario, sólo puede
tener base en el conocimiento de la obra en su conjunto.
No es mi intención, mancillar la dignidad de individuo, pueblo ni país alguno. Si
hubiesen personas que creyeran reconocerse en unos personajes, pido excusas por la
tanta coincidencia y por lo curioso de la ironía; a la vez, mi agradecimiento infinito a
todas las que de una u otra forma, hicieron posible este trabajo.
A ti:
Por si tu niñez recuerdas todavía,
por si anhelas paz amor y armonía,
por si ves en la realidad la fantasía,
por si crees en la razón de la utopía.
EMPEZABA UN NUEVO DIA
Entre el día por marchar y la noche por venir, al descanso de los pájaros, el
crepúsculo se hacía en notas que se grababan al rayar los pentagramas de la oscuridad
y se ordenaban en la partitura de la calma. Exordiando la singular composición, el
agua bullía alegre y al murmullo de las hojas a son de viento comenzó la serenata.
Los grillos y chicharras acompasaban sus chillidos con los croares de los sapos y las
ranas cual expertos concertistas y, mientras las luciérnagas hacían salpicar sus luces
fosforescentes como creando un ambiente de fiesta, los demás animales nocheriegos
aunaron sus cantos y tonadas. La Luna, parecía haberse esmerado aquella vez, como
vestida de armiño, se mostraba orbicularmente hermosa. Más alto, brillaban las
estrellas colgadas en la infinitud. Era una noche de julio del tropical invierno, que
nunca azota con rigor de hielo en aquel lugar.
Pasada la medianoche, el rocío adormitaba suavemente a los festejantes y el viento se
compuso en aire frío y sereno, sólo el agua cuchicheaba incansable consigo misma.
Irrumpiendo la callada, un solitario shushuque perturbaba a intervalos la armonía con
su estridor. Ya de madrugada, una bandada de invisibles huarequeques surcaba el
espacio avizorando que empezaba un nuevo día; quizá como los que se fueron, acaso
como los que vendrán, pero un día talvez de esperanza.
Consuelo Villar, ignorando que su asiduidad cotidiana semejaba a la laboriosidad
natural de las hormigas y superaba a la devoción religiosa de las monjas, se levantó
más temprano que de costumbre y empezó a bregar en los quehaceres domésticos a la
luz humeradosa del candil, abrumada por calcinantes presentimientos, no había
logrado captar el sueño. Prescindiendo de espejo, se carmenó contemplando a sus
niñas que ajenas a sus preocupaciones, plácidas dormían en la barbacoa, aquella vez
se detuvo un tanto para exhalar su congoja por ellas. Sobre el suelo, dejó el candil
encendido para que tuvieran lumbre por si despertaran a destiempo y, sorda al
contraste del lamento de un perro con los cantares de los gallos, se dispuso a salir.
-En el nombre de Dios- susurró.
Cada lunes muy de mañana, en el canchón de la casa-hacienda, cientos de
campesinos acudían a La Formación. Unos venían de lejos, sobre pollinos, ojotas o
callos; otros, los de cerca, también madrugaban para ocupar los primeros lugares en
las filas. Formaban tres grupos de dos columnas: Los de Hacienda, con trabajo seguro
y derecho a beneficios laborales. Los de Contrata, traídos a manadas en camiones
cuando abundaba el trabajo. Y los Libres, en mayoría mozos y mujeres que
procuraban alcanzar la gracia del administrador. La oscuridad languidecía cuando se
rompió el silencio y los ojos de los congregados se llenaron de tensión.
-¡Buenos días don Santiago!- saludaron a coro los caporales y todos los presentes
como a eco repitieron:
-¡¡Buenos días don Santiago!!-.
Santiago Rubio, el administrador, pasó de largo internándose en las oficinas tras las
cuales estaba la imponente mansión del hacendado. Pasó con su buen humor de
siempre, quitándose a medias el sombrero respondiendo al saludo.
-¡Buenos días, buenos días…!-.
Al despuntar el alba, surgieron de las oficinas dos siluetas en contraste; la alta y
delgada del administrador y la baja y ancha del hacendado.
-¡Buenos días patrón!- saludaron todos ahuecando la voz.
Exceptos de la solemnidad del saludo, sólo quedaron los pinos y Consuelo Villar,
quien en el preciso instante, sintió un agudo dolor en la matriz.
Li Dam, abarrancado a la riqueza por la migración, contaba entre sus pertenencias
a la hacienda El Porvenir, que abarcaba varios miles de hectáreas férterreas y similar
extensión de erial para su exuberante ganado. Fue raro que se dejara ver y más aún a
esa hora. Envuelto en su nube de humo, pasó fugaz revista a La Formación junto a su
lugarteniente. Muy poco tenía por decir o hacer; puesto que además de fumar
bordeando los cien al día, no había logrado dominar el Español ni las cifras de su
fortuna. Desapareció tan pronto como apareció.
Santiago Rubio asignó específicos trabajos a los de Hacienda y delegó caporales a
los de Contrata. Quedaban los Libres, que ávidos esperaban su decisión. Uno a uno
miró a todos y todos a él. Estaba con camisa blanca, pantalón azul, zapatos negros y
sombrero de palma.
-¡Consuelo!...- dijo con su característica sonrisa al notar su dificultad para caminar no vayas a parir en el campo-.
Consuelo Villar forzando la voz, ruborizada atinó a decir:
-...Aún no es tiempo-.
El administrador contó:
-Dos... ocho... treintidós... ciento veintiocho-.
Se ubicó al promediar las filas y acentuando su tez rosada, su bigote gris y sus ojos
pardos, exclamó:
-¡Todos, a La Espiga!-.
Las filas se rompieron en jubiloso murmullo. Consuelo Villar no compartió la
emoción, acosada por aflictas sensaciones meditaba:
-Don Santiago es buen hombre... no lo dijo con malicia- se consolaba.
Antes de hacerse al camino, sintió punzantes dolores que le angustiaron sobremanera,
elevó su mirada y en silencio imploró:
-Ahora no... Altísimo-.
Dios debió estar demasiado ocupado que no atendió su franca exoración, pues los
dolores la siguieron azotando y obtendría lo que jamás pidió.
*
La mañana desnudó la belleza de la zona, una inmensa llanura multicoloriforme,
que por dos lados llegaba hasta Los Andes y por dos traspasaba los horizontes. En el
centro, flanqueado por dos arroyos de aguas mansocristalinas, un caserío unicolor de
apiñadas viviendas de adobe sin ventanas, con tres cortas calles convergentes que
desembocaban en roderas bordeadas de sauces, pinos y laureles.
En la morada de Consuelo Villar, el candil humeaba en vano. La luz del Sol ya se
había filtrado por las rendijas del techo y de las puertas, cuando Camelia sin
desperezarse, se levantó intrigada por extraños ruidos que provenían del corral. Al
abrir la puerta trasera, la luz invadió los cuartos despertando a Dalia y a Azucena.
Camelia salió al corral y encontró a Pelusa echada en una esquina, había parido dos
cachorros. Regresó a sus hermanas para comunicarles la novedad y luego, entre
juegos, descubrieron la feminidad de las cachorras.
Camelia condujo a sus hermanas a la cocina para desayunar pan y té, pero Dalia
rehusó al pan para darlo a Pelusa. Camelia meditó un poco, mas persuadida por la
circunstancia, se unió a Dalia. Azucena no tenía opción, puesto que a sus dos años,
sólo se mantenía sobre sus pies y respondía con un sí a todo; haría lo que sus
hermanas indicasen. Dalia salió al corral con su pan. Camelia la siguió con el suyo y
el de Azucena, en el umbral se detuvo, dejó el de Azucena en la cocina y el suyo dio
sin miramientos a Pelusa que lo engulló al instante.
Dalia notó que Pelusa acababa de parir otro cachorro y era macho. A carencia de
gratas emociones, esta sería inolvidable; pues antes de que naciera, ya habían
decidido su nombre: <Peluche> lo llamarían, como al perro del cuento que un tiempo
atrás, les narrara su hermano Augusto, quien estuvo de visita.
Consuelo Villar llegaba al final del camino, cuando un gato negro cruzó por donde
debía dar los últimos pasos. La superstición le nubló la razón. La noche anterior había
escuchado el estridor malagüero del shushuque, mas no cabían evasivas ni tiempo
para poner mientes al caso. Ante el apremio, con resignación, estampó sus huellas
sobre las del gato; después de todo, sabía lo que habría de suceder.
Aferrado a las espigas de arroz, el rocío aún resistía al tibio sol que incitó en los
pájaros a un contrapunto de trinos. Pero ni la encantadora mañana, ni la moderada
algazara de los espigadores, ni la inaudita trinería de las aves, lograron distraer los
dolores de Consuelo Villar, quien con las manos empapadas de sereno y la frente de
frisudor, cedía finalmente. Todo esfuerzo por mantener la calma resultó vano, el
bloqueo psicológico a las sensaciones fue anulado por la culminación biológica en su
vientre. Al borde de la serenidad, abrumada por la incertidumbre, concibió la
macabra idea. La esperanza de redención se esfumó, Dios ni siquiera contemplaría su
caso. Tan grande era su castigo, que ya había empezado a sufrirlo al despertar de su
útero, y seguiría sufriéndolo en la cremación perpetua de su alma. No había otra
salida, sacrificaría una vida, mas salvaría siete sin contar la suya. Dos mudas lágrimas
sellaron el plan.
-Doña Milagros- dijo con rubor delatador a la espigadora de al lado -voy a casa, ya
empezaron los dolores-.
Y emprendió camino de regreso.
Milagros Del Campo, con medio siglo de inviernos, pero que por la carencia de
dientes aparentaba uno, notó la insólita situación y, persuadida por el afán de
incrementar buenas acciones en la Tierra para ganar una plaza en el Cielo, se
acomidió a sobrellevar el caso.
No era la primera vez que se perjudicaba por beneficiar al prójimo, de esto podían dar
mejor cuenta los encargados de la iglesia provincial, a quienes con reverencia y ciega
fe, daba cada domingo la mitad de su jornal. Les dio hasta su dentadura de oro puro,
procurando enmendar la falta cometida en su desaforada juventud, cuando con la
pasión por atraer al hombre de sus sueños, hizo extraer su dentadura natural para
cambiarla por una artificial. El hecho le permitió lucir la sonrisa más cara de su
tiempo, pero no surtió el efecto esperado; Milagros, pasaría los años atravesada por el
anhelo ido.
Desconociendo el significado y la hermosura de su nombre, sin la menor intención
de honrarlo, Milagros Del Campo abandonó su faena para socorrer a Consuelo Villar.
Capaz de hallar una huella entre tantas, la perdió en el juncal que cubría el
desaguadero junto a un añoso sauce repleto de pájaros que se desgañitaban en
esmerada revelación.
-¿Consuelo?- llamó intrigada.
-¡¿Consuelo?!- repitió sin obtener respuesta.
Milagros escudriñó el juncal diferenciando la huella de Consuelo entre las de las
gallaretas.
-¡Carajo!, ¡te has vuelto loca!- vociferó indignada.
Consuelo Villar estaba sumergida hasta el cuello en el agua, hubiese querido
sumergirse toda; pero sólo hizo lo que humanamente podía. No reaccionó en aquel
momento infinito, Milagros la arrastró hacia la hierba cuando ya había teñido el agua
con sangre. No hubo tiempo para tomar convenientes posiciones, pues el engendro se
hacía a la luz a ultranza.
De nada sirvieron los brebajes ectróticos, la bárbara golpiza ni el intento de ahogarlo,
aparecía con los ojos abiertos y en silencio, reflejando incredulidad. Sus ojos se
estrellaron en una mirada cegada por el temor a la fatalidad; pues la creencia popular
decía que el nacer con los ojos abiertos o sin llorar, era el signo de desgracia que a
muchos habría de alcanzar.
Consuelo Villar rompió su concreción a punta de sollozos y abrumada por el
histerismo, creyendo que lo sabía todo, propinó rabiosos manotazos al recién nacido.
Su límpida memoria reconoció entonces lo sentido en el estado fetal: Fueron golpes,
golpes de virulenta incriminación, golpes que dolerían de por vida. Inenjugables
lágrimas retenidas desde el momento mismo de su concepción, rompieron la seda de
sus ojos. Lo que debió ser un impoluto vagido, fue un desgarrador planto en el que
parecía concentrarse el dolor de todos los que sufren. Lloraba cual protestando por la
inmérita sentencia, cual reclamando por la sevérrima condena; lloraba como
divulgando que osaría resistir a la desventura.
Madre e hijo no volverían a mirarse, sólo cuarenticinco años después, para
perdonarse en el lecho de muerte, ansiarían encontrar sus miradas, perdidas en los
laberintos de sobreculpas que traspasaban ambos cantos de sus vidas.
*
Al pausar los pájaros su trinería, un trémulo silencio calmó la crucial situación.
Milagros Del Campo, sosteniendo aún la criatura en sus manos, la ofreció en silencio
a Consuelo Villar, quien la rechazó meneando la cabeza en negativa; pues habiendo
perdido la serenidad, no podía encontrar el habla.
-¡Angelito de Dios!- se compadeció Milagros acariciándole con los callos de sus
dedos -Será que el mundo se está resbalando de las manos del Amito, como dicen que
es redondo y que da vueltas...- figuraba con ingenuidad encogiéndose de hombros.
Impulsada por la voluntad de convencer a Consuelo Villar, Milagros Del Campo
recurrió a su niñez desempolvando la referencia que los especialistas en Arqueología
jamás pudieron desatar de los Quipus y que sin embargo, había sido genésicamente
transmitida hasta su madre. Retrocedió cuarenta años, para citar la historia que
Serena Yupanqui, descendiente directa de un aravico inca, solía narrar en Quechua:
«Machu-Picchu elevada cual ninguna, se escondió entre las nubes aquel día:
Súmac Tica se bañaba en un remanso, del profundo y caudaloso Vilcamayo, cuando
viles forasteros enturbiaron su pureza. Concibió Súmac Tica en el nefando hecho,
mas como hombre no tenía fue acusada. La Corte al dictar su ley desde lo alto, tornó
la justicia inalcanzable: A congeladora sombra la pena capital, Súmac Tica purgaría.
Inti Taita entristecido por la crueldad del castigo, mutó al engendro en duende
protector. Comida, bebida, luz, calor... todo le dio; en el cuarto de la pena, Súmac
Tica no sufrió. Días pasaron, semanas y meses; lo que debió terminarla en unos días,
ni la mortificó.
La Corte no admitió el fracaso de su ley sentenciando recondena: A luz abrasadora
esta vez, Súmac Tica finaría. Su duende la protegió de nuevo. Comida, bebida,
sombra, frescura... todo le dio; en el cuarto del suplicio, Súmac Tica no padeció.
Horas pasaron, días y semanas; lo que debió acabarla en unas horas, no se consumó.
Empecinada la Corte, aplicó a Súmac Tica la pena del Despeño. Inti Taita enfadado
entonces, hizo que el duende impidiera el impacto, para llevarla a mejor lugar y
propinó a los hombres un castigo ejemplar por abusar de la justicia: Sacudiendo Los
Andes, los arrojó de la ciudad por no ser dignos de morarla y en ningún lugar ni
tiempo, volverían a formar acrópolis tan alta.
Inti Taita dejó los muros para hacer del castigo la señal: La Tierra toda empezará a
derrumbarse, cuando del todo se derrumbe, el último muro en Machu-Picchu».
Milagros Del Campo, en vano reveló el mito que a su tiempo, propiciaría el
surgimiento del Imperio Inca; pero que un milenio después, acabaría en el estómago
insaciable de las polillas.
Sólo cuando un regador se acercó, Consuelo Villar recobró un tanto la razón y aceptó
salir a la rodera. La polvareda que se divisó a lo lejos, permitió reconocer a Santiago
Rubio, que en un caballo azabache hacía su cabalgata de rutina.
-Tranquila, Consuelo, como tú no hay mujer, siempre sabes lo que tienes que hacerdijo el administrador a pausas ofreciéndole el pequeño.
Consuelo Villar en muda actuación, tomó al rorro en sus brazos, a la vez que sus ojos
no resistieron el peso de las lágrimas.
-Déjate de llantos, tendrás una risa más que alegrará tu vida- concluyó antes de
marcharse a galope.
Luego regresó en una camioneta y la transportó a su morada.
-Consuelo- agoró el administrador serenamente -este hijo será para ti cual ninguno-.
-Sí- corroboró Milagros -será tu compañerito de infortunio-.
*
La antelada llegada de un hermanito sorprendió a las niñas mitigando su hambre.
Camelia recordaba los detalles previos y posteriores al nacimiento de Azucena;
entonces, su madre tenía otro semblante, nada parecido al actual.
Afortunadamente, Consuelo Villar recobró su tino habitual, envolvió al pequeño en
una manta y mientras transformaba en pañales uno de sus dos vestidos, sopesaba el
caso: Debería haber nacido a comienzos de agosto y no a mediados de julio. No se
había preparado, el escaso dinero que logró ahorrar, lo gastó anhelando rescatar a
Fausto Patricio de la asfixia; mas, su dinero pasó a la caja de los boticarios y su hijo a
la de la muerte. Le intrigaba sin embargo, no haber sentido dolor en el
alumbramiento. En efecto, Consuelo Villar, había practicado lo que ginecólogos,
obstetricias y biólogos estaban aún lejos de concordar en la tesis.
Templando sus sentimientos, pidió a Camelia el calendario. Julio. Lunes dieciséis:
Santa Reinalda, Nuestra Señora Del Carmen. Indeliberadamente, determinó entonces:
«Reinaldo Del Carmen», serían sus nombres.
Camelia comunicó la nueva a Margarita, quien a sus dieciséis años ya tenía una hija.
Llegó con Sergio Pesantes, su marido, un fornido morocho que le doblaba la edad.
Margarita llevó la ropa que compró esperando que su primogénito fuera varón, Sergio
Pesantes llevó el radio que le acompañara en las pasadas temporadas de Contrata.
Fiel a la rutina, la oscuridad ocultó todo lo visible y sorprendió a Consuelo Villar
meditando en los últimos sucesos. La pérdida de Fausto Patricio una semana atrás,
fue el funesto preludio. De haberlo amado en demasía desde antes de su nacimiento
hasta después de su muerte, brotaba el contraste del infausto reemplazo. Y no era
para menos; Fausto Patricio, engendrado en el tiempo del amor, obtuvo caricias hasta
en lo ideal. Fue un niño de angelicales gracias que todo tuvo a su favor, sólo la salud
en contra. Nada pudieron la completa abnegación maternal, los polvos cargados de
oraciones, ni las muestras de afecto de propios y extraños. Al bordear los doce años,
el Asma le causó el último ahogo doloroso y el definitivo alivio a la vez.
-Tanto amor... y no poder con la muerte- suspiraba Consuelo dolida.
Consuelo Villar encendió el radio para tener mejor noción del tiempo; pues la
circunstancia le hacía dudar que los gallos cantaran a intervalos de siempre. En aquel
momento, la emisora rumiaba el yaraví que Gabriel Allende, su marido, entonaba en
los buenos ratos:
en cuanto salga la Luna,
en cuanto salga iré a buscarte;
como eres cual ninguna,
como a ninguna he de amarte.
Los remotos tiempos cuando la farsa del amor y la alegría, tornaron por última vez
aquella noche. Consuelo Villar no logró abstenerse ni salió a buscar consuelo en la
Luna, permaneció en su lecho, enredada en los recuerdos.
FLORES EN MI JARDIN
Arturo Villar, habiendo contraído dos compromisos para el último domingo de
octubre, dispuso que para la ocasión, su familia se vistiera con lo mejor del haber.
Angélica Vergara, su mujer, preparó la ropa con unos días de anticipación, de modo
que todos lucieron trajes impecables.
En acémilas ensilladas, atravesando espléndidos paisajes, se dirigió con los suyos a
San Pedro de la Concepción, donde se oficiaba una misa cada domingo al mediar la
mañana. Entre los picos de las montañas se divisaba de lejos la cúpula de la iglesia,
de cerca aparecía la ciudad en el llano.
Los Villar fueron los primeros en entrar. El párroco, ayudado por un joven
sacristán, aún arreglaba unos detalles.
-Padre, buenos días- saludó Arturo Villar con respeto y luego presentó a su familia.
-Angélica, mi mujer, y mis menores hijas; Prudencia, Consuelo, Dolores, Bárbara y
Esmeralda-.
-Amigo Villar, dichoso usted que tiene una linda familia- y dirigiéndose a las damas,
prosiguió –Es un placer, gracias por haber venido-.
Después de platicar un rato, Arturo Villar invitó al párroco a su casa a la vuelta del
domingo.
Los andinos, como siempre, acudieron ojotados o descalzos y redimiéndose de
ponchos, chullos y bolos de coca, reverenciaban de corazón a la puerta. Separados
por un espacio de los descendientes peninsulares, podían ocupar las últimas bancas.
Muchos no entendían Español, pero de sólo creer que en la iglesia se decía la palabra
de Dios, la escuchaban con franca fe de pié o de rodillas.
Unos minutos antes de comenzar la misa, entró un hombre vestido de azul oscuro, de
tez blanca y de mediana estatura. Era el único que lucía corbata en cuello, de la que
parecía pender su halo de arrogancia. Todos repararon en él y todos lo saludaron pero
pocos fueron correspondidos. El párroco, agradeció la presencia del doctor don
Antero Allende y Almíbar, y con su venia empezó el servicio.
-Hoy meditaremos sobre las guerras- dijo en el momento de reflexión y explicó:
-Desde que por intereses comunes, los humanos se agruparon para defenderse o
atacarse, empezaron las guerras y las disputas por el poder . En el transcurso de
milenios, las historias dan cuenta de innumerables guerras, pero las más graves datan
del presente siglo. Hace veinte años, supimos de una guerra que involucró a varios
países; hoy, se oye el rumor de otra ya inevitable y seguramente, afectará a varios
continentes.
¿Son acaso las guerras justas o necesarias?. ¡Claro que no!. Ninguna guerra es justa
ni necesaria. Las guerras son como enormes incendios atizados con odio, revancha,
ambición y egoísmo de unos cuantos cegados por el afán de riqueza, fama o poder;
donde en dolor y horror, muerte y desolación, se queman siempre los inocentes. En
las guerras todos pierden, desde los vencedores hasta los vencidos. ¿Para qué
entonces hacer guerras?.
No es cierto que la agresión es innata al humano, porque el humano pertenece a la
escala animal y ningún animal es agresor; sólo se defiende o ataca para sobrevivir.
Pero a los hombres, Dios nos dio más que a los demás animales; nos dio el
entendimiento y el amor que sirven de base a las virtudes humanas, y si imperan en
nosotros el entendimiento y el amor, no habrán más guerras.
Hermanos, los tiempos difíciles son también propicios para nuestra relación con Dios,
El es el eterno triunfador y nuestro salvador; porque la verdad y la paz, la justicia y la
libertad, la esperanza y la fe, son sus armas. No obstante, hermanos, practicar el
amor, no significa ceder la tierra...-¡Por hoy es suficiente, padre, sólo falta decir que la guerra ya empezó y llevará años
acabarla!-.
El párroco finalizó la misa, agradeciendo la “intervención” del doctor Antero
Allende y Almíbar.
-Amigo Villar- dijo Antero Allende -en cuanto guste, podemos dirigirnos a mi
casa-.
-Encantado- correspondió Arturo Villar, cumpliendo así su segundo compromiso.
Todos se aprestaban a despejar la acera por donde Allende pasaría. Los andinos, que
cambiaron su salario semanal por una grosa borrachera y cuyas piernas no respondían
a la urgencia, arrastraban o rodaban sus cuerpos a cualquier parte. Los peatones que
venían en sentido contrario bajaban a la calzada y los que iban en el mismo
cambiaban de acera. Hasta los rechonchos policías para saludarle adulonamente,
sumían sus panzas repletas de cuyes y gallinas que tragaban de cocinas ajenas. Los
niños reprimían sus gritos y aun los perros no se atrevían a ladrar.
**
Antero Allende, que en usurpaciones sumó a su haber terrenos, edificios,
contubernios y otros establecimientos, tenía una enorme casa amurallada con un
vasto patio empedrado, donde las piedras cansadas de zaboyar secretos, cedían
rendijas a la hierba que brotaba indecisa de revelarlos.
-Como las flores no quisieron crecer, mandé eliminar el jardín y agrandar el patioexplicó.
Los Villar contemplaron el patio y los muros al unísono. Sólo Consuelo se percató
que estaban pisando frescos pétalos multicolores. Con inocencia, ignorando que
serían el comienzo de la tragedia que cargaría hasta su último día, se puso a
recogerlos.
En el umbral de la sala, asomaba un niño que con disimulados gestos dio su
aceptación a la visita, en el centro, una tímida niña esperaba sentada en el sofá.
-Mi hijo Gabriel, y mi hija Amada- presentó Allende a sus vástagos.
Amada, con tiernos ojos claros bordeados por largas y rizadas pestañas y Gabriel, con
nidios y penetrantes, celaban algo en sus miradas dejando el indicio a la necesidad de
comunicación y compañía. Entre ambos, empezó una entrañable relación desde que
en una ocasión, la delgada Amada, acosada por la inseguridad, el temor y la pena,
rompió en llanto y escudilló a Gabriel, la verdad sobre la desaparición de su madre:
Antero Allende la asesinó y la enterró en el jardín.
En efecto, aquel luctuoso día de abril, Allende regresó de la capital antes de
tiempo, a donde acudía para ganar juicios mayores. Esa vez, el contrincante de turno
no opuso resistencia, resultando el caso más fácil de lo esperado; mas no tuvo ganas
de aceptar el acostumbrado agasajo de los jueces, de modo que regresó pronto.
Antes de partir, Allende había ordenado al jardinero municipal, podar los arbustos del
jardín de su mansión. La fatal coincidencia causó prematuro estrago sumiendo a Flor
De la Peña, su mujer, en una crisis nerviosa. Flor De la Peña, había soñado que no
vería más las noches ni los días y que un huracán, atrapaba a su grácil Amada
internándola en enormes cajas de vidrio y concreto tan altas, que impedían el paso de
las nubes. Ahogándose en llanto, irrumpió en el cuarto de su hija envolviéndola en
besos.
-¡Todavía te tengo, mi niña, todavía te tengo!...- sollozaba inconsolable.
Amada se asió al cuello de su madre y asombrada, procuraba enjugar sus lágrimas.
-Siempre me tendrás, mamita, siempre vamos a estar juntas- repetía tiernamente
soñolienta.
Flor De la Peña no llevó a Amada ese día a la escuela, sus últimas horas las pasó
induciéndola a las virtudes humanas y sobre todo, a mantener la fe en Dios.
-Dios te guiará siempre, nunca ha de dejarte... Jamás olvides que te quiero y que te
querré siempre, siempre...- repetía tantas veces.
Amada no entendió lo que sucedía a su madre. Había cambiado de repente. Todas las
mañanas la despertaba con suaves caricias sonriendo, le endulzaba el día con cuentos
que ella misma inventaba y le alentaba encomendándola a Dios en su primera
oración; pero esta vez lloraba incesante, como queriendo acabar sus lágrimas. Flor De
la Peña era de cierto una admirable mujer, cuya belleza física y devoción espiritual,
no parecían ser de este mundo. Nadie pudo entender cómo ni porqué, estaba unida a
un hombre tan diferente a ella.
Tres golpes perturbaron la calma del león de bronce incrustado en el portón de la
casa. Los pájaros huyeron de los matorrales como rehusando a ser testigos de lo que
sucedería. Flor De la Peña, cruzó el jardín escoltada por fieles mariposas. Era
Prudencio, el jardinero, quien venía a cumplir la orden de Allende.
-Buen día ‘ña Florcita- dijo aún desde afuera.
-Buenos días, Prudencio- respondió Flor De la Peña dejando la puerta entreabierta.
-¿’Ta usté mala ‘ña Florcita?- preguntó Prudencio al ver que las lágrimas parecían
suspendidas a sus mejillas.
-Un poco, pronto estaré mejor-.
Prudencio notó la gravedad del caso y en sana muestra de condolencia, puso los
callos de su mano sobre el hombro de Flor De la Peña, hecho por el que pagaría con
la pena capital.
-Horita mesmo le traig·uel médico ‘ña Florcita- alcanzó a decir.
El servicial Prudencio, ni siquiera tuvo tiempo para dar el primer paso, porque una
bala le perforó el cráneo. Flor De la Peña emblanqueció de pasmo y sólo vio el rostro
que representaba la muerte. La rapidez de las cinco balas silenciosas que la cocieron
le evitaron el dolor.
La frágil Amada había visto todo desde la ventana, la crueldad de su padre la
petrificó. Fue tanto el impacto, que copó todo en ella sin dejar cabida ni al grito ni al
llanto. Un temblor la sacudió con frío sudor, mientras Allende enterraba en el jardín
los cuerpos separados.
Consumado el asesinato, Allende entró a la sala como si nada hubiese sucedido.
-Amada, Amada- llamó.
Amada no respondió, empapada seguía temblando arrebujada. Allende entró a su
cuarto, se sentó al borde de la cama, la destapó despacio y colmado de cinismo le
dijo:
-Tu madre se fue con el jardinero-.
Amada no escuchó, sus sentidos estaban bloqueados.
Al día siguiente, Allende llevó una empleada para que se hiciera cargo del
mantenimiento de la casa y media docena de albañiles para que arrancaran todo
indicio de vida del jardín y lo cubrieran con una gruesa capa de concreto rematándola
con piedras.
Aquella tarde sabatina, mostró un cielo turbio cuando Gabriel regresó del
internado. Tocó el león con la alegría de siempre, esperando impaciente brindar a su
madre todo el afecto guardado en los días de ausencia. Allende abrió la puerta.
-... Buenas tardes, papá- saludó Gabriel intrigado.
-Buenas tardes- correspondió Allende con su personal frialdad.
Gabriel sintió un ambiente siniestro al ver la desaparición del jardín y la
desproporción del patio. El sábado anterior, había mostrado a su madre y a su
hermana, un nido con dos pichones de gorrión en los matorrales, había regado con
ellas las flores y habían reído juntos mirando la natural disputa de los insectos por el
mejor néctar. El sábado anterior como cada sábado, le había recibido su madre
envolviéndole en sus brazos, humedeciéndole a besos y hablándole con voz repleta de
ternura, mientras su hermana corría a prenderse de su mano. El sábado anterior
brillaba el Sol, los pájaros cantaban y revolaban mansas abejas como hermosas
mariposas.
Al entrar Gabriel a su habitación, el ambiente se ensombreció aún más. Allende
entró algo después, se sentó en la silla, y con increíble serenidad incidió en la falacia:
-Tu madre se fue con el jardinero-.
Gabriel no ocultó su asombro.
-¡¿Qué?!- preguntó ahogando un grito.
-Lo que escuchas- replicó y repitió corroborando:
-Tu madre se fue con el jardinero y si no crees, mira como ha dejado a tu hermana-.
Gabriel acudió a la habitación de Amada con aguileña rapidez. Amada yacía con los
ojos cerrados a punto de sucumbir, tanto aún por el espanto de la macabra visión
como por el flagelo de la debilidad; pues desde el jueves, no había bebido, comido ni
dormido.
Con un suspiro que salió del fondo de su pena, Gabriel abrazó a su hermana y
estertoró:
-¡¿Porqué, mamá Flor... porqué...?!-.
Sólo entonces abriendo los ojos, Amada reaccionó flébilmente sujetándose a su
hermano. Amada, que no había recurrido al llanto en varios años, ahora se ahogaba
en él y Gabriel, que había escuchado de su madre que los hombres no lloran,
saboreaba lo agriosalado de las lágrimas. Estaban prácticamente solos, ella había
significado todo para ambos. La empleada, que respondía al nombre de Delga, se
contagió de la pena y sintió que el llanto de los niños humedecía sus mejillas.
Gabriel, sobreponiéndose, hizo todo cuanto pudo por consolar a Amada; le dio de
beber y de comer en la boca, le lavó la cara, la peinó y le cambió de ropa. Por la
noche, después que la hizo dormir, se acostó sin poder captar el sueño. No podía
creerlo, a su madre jamás la empañó defecto alguno.
El domingo, temprano, Amada despertó llamando a Gabriel, quien acudió de
inmediato. Asiéndose a él empezó de nuevo a llorar.
-Tranquila Amadita, estoy seguro que mamá volverá por ti- le dijo procurando
animarla.
-¡¡No!!- clamó Amada -¡¡está muerta!! ¡¡muerta!!-.
Gabriel no supo que decir ni qué hacer, sólo atinó a abrazarla. Afortunadamente,
Amada se calmó y le narró lo sucedido.
-Mamá está contigo Amadita, sabía que nunca te dejaría- aseguró Gabriel.
Amada se mordió los labios y con la carita que ponía para obtener todo de su madre,
volvió a llorar apenada como replicando entre capricho y desconcierto:
-Me prometió vivir hasta que yo fuera mujer. Me prometió vivir hasta ver a los hijos
de mis hijos. ¡Me mintió!, Gabriel, ¡me mintió!, por eso lloro y lloro...-Nadie puede contra la muerte, nadie, mamá Flor tampoco pudo- la consolaba Gabriel
con juicio de adulto.
Oraron tomados de la mano y aprovechando la ausencia de Allende, salieron a
repetir la oración en el lugar donde estaba enterrada.
-No tenemos que llorar, porque ella nos está viendo y se pondrá triste- dijo Gabriel
con puerilidad.
Amada no hizo promesas, en cambio Gabriel, prometió traer pétalos cada vez que
viniera del internado y rociarlos sobre el lugar, poner nombre de flores a las hijas que
tuviera, y cuidar de Amada para siempre; promesa última que no sería olvidada, pero
que sería imposible de cumplir.
-Mamá estará intercediendo siempre por nosotros- decía alentándose, mientras
Amada confirmaba con dóciles gestos afirmativos las palabras de su hermano.
Delga se enteró de todo y movida por un impulso que alentaba su voluntad, acudió a
los niños para unirse a su oración.
Delga era joven y bien parecida, tenía rostro asequible, sonora voz y su dulce
mirada completaban sus gracias. Pronto congenió con los niños; por lo que Gabriel le
preguntó lo que debía hacer para no ir al internado y poder cuidar de Amada. Por
supuesto que lo sabía.
-Sólo tienes que comer piñones y aguantar una diarrea de varios días- le respondió
resueltamente.
Gabriel salió presto a recoger los piñones y en cuanto regresó se los comió todos. El
efecto no fue de esperar, pronto tuvo un baño reservado sólo para él. Luego la diarrea
lo demacró tanto, que Delga tuvo que hacerle caldo de zanahorias a cada hora y darle
té cargado a cada rato. La diarrea cesó su efecto seguida del estreñimiento a causa de
tanto té. Gabriel logró su objetivo, pero el hecho le dejó las mejillas pegadas a los
pómulos, característica que sería de por vida.
Delga se ganó la confianza de los niños en corto tiempo, congeniando especialmente
con Amada y llenó en algo el vacío dejado por su madre. Gabriel traía puntualmente
cada sábado los pétalos para esparcirlos con Amada en el lugar indicado.
**
-Sus hijos en su casa, son como una estrella y un lucero en el inmenso cielo- dijo
Villar, y notando que el halago no agradó a Allende, agregó para enmendar:
-Claro, y usted como el Creador-.
Allende no reaccionó, disimuló llamando a Delga para pedirle de beber.
Las niños hicieron agua el hielo a iniciativa de Bárbara que ofreció a Amada su
pequeña muñeca que llevaba a todas partes. Amada accedió con la silenciosa
aceptación de Gabriel, quien se había percatado que Consuelo seguía con los pétalos
en sus manos, quiso decirle que los regresara a su lugar, pero calló para evitar
antipatías.
-Sería mejor, si los niños juegan en la sala o en el patio mientras nosotros
hablamos en mi estudio, ¿no le parece amigo Villar?- dijo Allende mientras
inopinadamente, se quitó el saco dejando al descubierto el revólver calibre treintiocho
que portaba. Cuando se percató, procuró ocultarlo debajo de su chaleco.
-Es sólo una medida de seguridad- dijo sabiendo que Villar lo había visto -es mi
mejor compañía, nunca está de más tenerlo conmigo- concluyó.
Arturo Villar no compartió el parecer, puesto que para asistir a misa o recibir visita,
no se necesitan armas. Como evadiendo, atendió su opinión anterior.
-Tiene usted razón, Allende, conversaremos más tranquilos en su estudio-.
En el estudio de Allende, el radio estaba encendido repitiendo los sucesos más
importantes: Que Japón había invadido China e Indochina. Que los nazis habían
anexado Austria a Alemania y ocupado Chequia y Slovaquia. Que soviéticos y nazis
firmaron un pacto de no agresión repartiéndose Los Países Bálticos, Rumania y
Polonia. Que la guerra se extendería a Bélgica, Francia, Dinamarca, Luxemburgo,
San Marino y Los Países Bajos.
-Eso lo repetirán después- dijo Allende apagando el radio y se acomodó en su sillón
para tomar la iniciativa.
-Bien mi amigo Villar, como usted sabe, tengo interés por sus tierras; por tanto, le
propongo comprárselas-.
Arturo Villar guardó silencio para luego explicar:
-Siento no poder complacerle, distinguido Allende. Esas tierras no están en venta. La
Villa a la ley fue de mi padre, quien en su agonía me pidió que la explotara y que a
mi vejez, la cediera a mi hijo o la repartiera entre los que tuviera; mas, que si no
tuviera varón alguno, la devolviera a quienes a la verdad son sus propietarios-.
-¡Que desperdicio, amigo Villar, que desperdicio, tan buenas tierras y dárselas a los
indios!- dijo Allende exaltado.
-Distinguido Allende, usted sabe que no son indios, que los padrastros de la historia
erraron al nombrarlos y que ese error se usa despectivamente- replicó Arturo Villar
con serenidad.
-¡Pero amigo Villar, me asombra que usted trate de defenderlos sabiendo que su
servilismo es producto de su estupidez genésica!-.
-¡De ningún modo, Allende, ellos no son genésicamente estúpidos sino
genésicamente nobles!-.
-Entre nosotros no caben discusiones alteradas, amigo Villar, le diré porqué son
estúpidos:
Cuando nuestros antecesores llegaron a estas tierras, ellos creían que el Sol era Dios y
le rendían culto, costó esfuerzo hacerles dejar su idolatría para que creyeran en dios
verdadero. Además, fueron tan holgazanes, que dejaron la Costa desierta para huir a
la Sierra porque allí podían seguir viviendo salvajemente sin atender las reglas de
gente civilizada-.
Arturo Villar reaccionó entonces refutando:
-Es cierto que rendían culto al Sol y no estaban errados; pues, desconociendo que dos
mil años atrás y en otra parte del mundo, Cristo mismo decía que Dios era luz. Para
dejar su práctica, tuvieron que dejar sus huesos en las catacumbas de las iglesias,
después de roer las entrañas de los montes a sólo pan y agua. Muchos entraban a
cavar jóvenes y en unos meses envejecían, al igual que los demás, nadie saldría para
contarlo.
Los clérigos entonces, con escasa oposición, los reunían en las iglesias para
mostrarles imágenes que enfadadas por su incredulidad, aparecerían en los picos de
las montañas para ser bajadas caprichosamente en hombros. Los andinos trepaban las
montañas y en realidad, encontraban a las imágenes en las cimas, ante las que se
hincaban de rodillas. Jamás supieron que sus coterráneos las habían transportado por
los túneles. Consideraron divino que las estatuas aparecieran y desaparecieran entre
los atrios de las iglesias y los picos de las montañas, por lo que se convirtieron al
Cristianismo sin objeción alguna.
Muchos de nuestros antecesores, estuvieron de acuerdo con estas prácticas que nada
tenían que ver con el Evangelio, sino con el fanatismo enfermizo de falsos guías que
abusando del poder, pretendieron abusar también de Dios. Así, en mayoría, los
farsantes de entonces, impusieron sus turbias normas a un pueblo aún limpio de
conciencia.
Es cierto que huyeron de la Costa, pero no por ser holgazanes; sino porque allí fueron
por demás maltratados y casi aniquilados. No es cierto que querían vivir salvajemente
y sin atender reglas de civilización, porque habían tenido una organización singular,
la que fue desbaratada precisamente por ser verdaderos creyentes. Si se les invadió y
sojuzgó, sólo fue por haber sido temerosos de Dios, porque sus profecías decían de
un castigo divino que se efectuaría con fuego extraño. De otro modo, los incas
habrían aplastado al puñado de facinerosos y a cuantos miles les hubiesen perturbado.
Los andinos, Allende, han sido, son y seguirán siendo gente noble-.
Antero Allende quiso decir que los incas fueron conquistados porque Dios estuvo
de parte de los españoles, pero convencido de que su argumento se estrellaría en el
afecto que Arturo Villar tenía por ellos, ocultando su disgusto se contuvo. Probó
presionarlo con el poder concedido por su amigo, el mismísimo presidente de la
república.
-Amigo Villar- dijo cambiando de tono -usted sabrá de Manuel Prado Ugarteche, el
flamante presidente. Mi amigo Prado, cuya condescendencia parece haber heredado
de su difunto padre, también presidente y en dos periodos, es alguien a quien
podemos tomar como ejemplo...- Allende se perdió en halagos vanidosos.
Arturo Villar escuchó convencido de que estaba cada vez más lejos de congeniar
con Antero Allende. Precisamente lo que trataba, había sido la cuestión de mayor
interés cuando cursaba estudios de Derecho en la capital. Cierto que Manuel Prado
Ugarteche era presidente, que lo sería por segunda vez y que sólo una junta militar le
impediría entronizarse por tercera. Cierto también que su padre había sido dos veces
presidente; pero también era cierto que el segundo periodo presidencial de Mariano
Prado, acarreó la máxima humillación de la república, convirtiéndose en el mayor
ladrón y en el peor traidor amparado por “la ley”.
Es que fue cierto, que a portas de la Guerra del Pacífico, preparada por intereses
británeos y yanquis, con el pretexto de comprar armas para repeler la agresión sureña,
se alzó con el tesoro público y los ahorros ciudadanos. Mariano Prado partió a
Britania con su familia y allegados para no volver, sólo su hijo volvería para ser
presidente como él. El hecho causó total desmoralización en la ciudadanía y en el
Ejército. Los políticos evadieron y los militares desertaron. Un joven abogado se hizo
cargo de la presidencia de la república, y un viejo terrateniente se graduó de coronel
para tomar la rienda militar.
En los libros oficialistas aparecerían los héroes de la derrota, porque se perdió la
guerra gracias a los intereses extraños, al salitre, al güano y al presidente Prado, en
memoria de quien, importantes calles de la capital y de otras ciudades llevarían su
nombre.
El escandaloso silencio no quedó allí. Como atendiendo al decir popular, “lo que el
padre hacía el hijo lo bendecía”, en base a la obra de Prado padre, se haría la obra de
Prado hijo. Para exculpar al padre, siguiendo la estrategia de Julio César que hizo
incendiar la Biblioteca de Alejandría para distraer a los egipcios, no para distraer al
pueblo; sino para eliminar los escasos documentos que contenían información de la
desastrosamente célebre administración del padre, el hijo hizo incendiar la Biblioteca
Nacional. Para colmar los hechos, la reconstrucción del local, se registraría como una
de las mejores obras de la administración del hijo.
-Mientras la historia siga escribiéndose a oscuras, a gusto y abuso de unos
cuantos, mucha gente desconociendo las aberraciones, procurará seguir el ejemplo de
personajes sólo dignos de fábulas- hizo una pausa, tomó un trago de agua y prosiguió
corroborando: -Sea como fuere, repartiré La Villa entre los andinos, porque así lo
prometí, porque así lo creo justo y porque fue de ellos y a ellos volverá-.
-¡Pero amigo Villar, ¿cómo es posible?- dijo Allende frunciendo el ceño.
-Mi estimado Allende, de todo podemos hablar, menos de La Villa, porque como he
dicho lo haré- concluyó Villar en definitiva.
Antero Allende tuvo que saborear el jugo ácido que no le cabía en el estómago y
temporalmente sin chance, aceptó.
-De acuerdo amigo Villar, de acuerdo-.
**
La vasta morada se calentó al calor de la familia visitante. Las gallinas que por la
ocasión perdieron sus cabezas, esperaban listas en la cocina, Delga se había esmerado
en prepararlas. Todos disfrutaron a solaz, excepto Allende y Villar, amargados por la
incompatible conversación.
Como apremiando a la tarde, el Sol había avanzado a través del despejado cielo
cuando los Villar, dispusieron poner fin a la visita.
-Muy agradecido, distinguido Allende- dijo Arturo Villar.
-Siempre para servirle, estimado Villar, siempre para servirle- correspondió Antero
Allende.
Para Amada y Gabriel fue un día precioso. Amada empezó a añorar el calor de una
familia y Gabriel a pensar en Consuelo. Por su parte las hijas de Villar, a excepción
de Consuelo que reducía todo a los pétalos, comentaban sobre el viaje, la ciudad y la
casa de los Allende. Arturo Villar meditaba en la conversación mientras Angélica
Vergara empezaba de nuevo a ser atacada por el Asma, mal que le acosaba desde su
niñez y que por temporadas la convulsionaba dejándola maltrecha.
El domingo había vuelto y con él noviembre. Ascención Sedano, el párroco,
galopó luego de terminar la misa hacia la casa de Arturo Villar. Después del
almuerzo, hablaron a solas.
-Dos cosas le consultaré, don Arturo, la fiesta del Ocho de Marzo y el problema de
los terrenosArturo Villar escuchó con atención.
-Como usted sabe, don Arturo, el doctor Allende pretende apoderarse de los mejores
terrenos de la provincia, también tiene interés por el suyo. Todos expresan su temor
porque saben que el doctor logra a todo costo lo que se propone. Mire- le indicó un
papel -aquí tengo una copia del comunicado firmado por el presidente, mediante el
cual, le brinda todas las facilidades-.
Arturo Villar leyó el comunicado:
Señor Franco Sangrador
Jefe Militar de La Comandancia Regional.
De mi consideración:
Enterado de los disturbios de campesinos en la región, por medio del presente, le
concedo plenas facultades para imponer el orden que caracteriza a mi administración;
por ende, no habrá tolerancia para quienes pretendan alterar el orden público.
Además, le pido brindar facilidades de manera incondicional, al Doctor Don Antero
Allende y Almíbar, el más distinguido ciudadano del departamento, a quien tengo el
placer de conocer personalmente. Hago esto para garantizar la democracia en bien de
la nación.
Ejecútese y archívese.
Manuel Prado Ugarteche
Presidente Constitucional de La República
Firmado a quince de octubre de mil novecientos treintinueve.
Arturo Villar se quedó estupefacto, el documento estaba firmado por el supremo
jefe del gobierno. Conocía el inusitado poder de Allende, mas desconocía que era
todopoderoso. Devolvió el papel a Sedano como cerrando el caso por su parte.
-Ascención, ¿qué ha escuchado usted de los villajinos sobre mí?- preguntó
calmadamente.
-Lo mejor, don Arturo, lo mejor. Que si con su finado padre estuvieron contentos y
agradecidos, con usted están felices y en deuda- contestó Sedano aprovechando la
ocasión para agradecerle.
-A nombre de todos ellos- pausó para pasar la saliva -infinitas gracias por el botiquín,
el campo deportivo, la capilla, la escuela y por todo lo que de buena fe hace por los
necesitados. Sinceramente, usted es un hombre de Dios-.
-Sólo les doy lo que merecen. Sabe, padre- continuó Villar cambiando de tono dentro de poco voy a repartir La Villa entre los peones. Estoy pensando emigrar a la
costa. Mi esposa necesita atención médica constante, mis hijas necesitan estudiar y yo
empiezo a volverme viejo. Amo a La Villa y a los peones, pero amo más a mi mujer
y a mis hijas-.
Ascención Sedano no ocultó su pena.
-Por el amor de Dios, don Arturo, todos lo necesitamos, usted es el único que puede
interceder por los villajinos- dijo casi clamando.
-Nadie puede interceder mejor que Dios, pidámosle lo que necesitemos y aceptemos
lo que nos dé. De todos modos, durante el tiempo que permanezca en La Villa, como
usted, los apoyaré incondicionalmente- concluyó Arturo Villar.
Las ganas de hablar sobre la fiesta disminuyeron, tanto, que a la primera petición
de Sedano, Villar ofreció diez cabras, cinco sacos de trigo y diez tinajas de chicha. Al
caer la noche se despidieron.
-Muchas gracias y hasta la vista, don Arturo-.
-Vaya con Dios, padre Sedano-.
La sencilla despedida no dio margen a imaginar que sería el adiós definitivo.
En los próximos días, Sedano estaría ocupado en evitar que Allende ejecutara sus
planes. Mantuvo reuniones con personas e instituciones, escribió cartas a todos los
párrocos del departamento y al Cardenal. Después de varias semanas, la primera y
única noticia vino de la capital, en la que además de hacerle recordar “los buenos
oficios de la santa iglesia”, se le hacía conocer su remoción prohibiéndole todo tipo
de reuniones con los feligreses a partir de la fecha. Sedano contuvo la consternación
atendiendo a la voz de su conciencia, hizo caso omiso a la misiva firmada por el
Prelado.
Un viernes a medio día, el nuevo párroco arribó a San Pedro de la Concepción.
Sedano lo recibió en la estación.
-Bienvenido, hermano- dijo abrazándole.
Plácido Gamboa, el nuevo cura, era amable y joven aún; por lo que fue difícil prever
que se convertiría en el amante de largas confesiones para devorar la dignidad de las
mujeres incluso de las comprometidas. Sedano desde entonces, empezó a empacar
sus cosas no para irse de la provincia, sino para esconderse en ella. Plácido Gamboa
acudió el sábado a la casa de Antero Allende, su párvida ética clerical, le permitió
asimilar dócilmente las instrucciones.
**
En la noche del sábado, Ascención Sedano habló con el joven Clemente Huarca,
su sacristán, de quien se hizo cargo a petición de su padre. Ambos recordaban bien
aquel día, mas no supieron lo que sucedió. El pequeño Clemente tenía cinco años,
cuando su padre le dijo que acudiría a la casa del doctor Allende y lo dejó encargado
en la iglesia. Ascención Sedano recordaba más atrás aún. El corpulento Clemente
Huarca, era el mejor peón de don César Arturo Villar y no sólo lo defendió del
hostigamiento del joven y ambicioso Antero Allende; sino que por su causa, hizo
público un bando en la provincia que se conoció en todo el departamento:
-<Cualquiera que atente contra mi patrón, tendrá que pasar primero sobre mi
cadáver>-.
Clemente Huarca fue el bastón en el que César Arturo Villar se apoyó en su
postrimería, pero no pudo impedir el avance frío y lento del cáncer que lo consumió
sin remedio.
Ascención Sedano, tendría siempre presente el encargo de Clemente Huarca la última
mañana en que lo vio.
-Cuide de mi hijo, padrecito, que será el doctor o yo...- le dijo y acudió a la cita con
Allende, de la que no volvió.
-Clemente- dijo Sedano con tono triste -empiezas ya a ser un hombre, fuerte, fiel y
responsable como lo fue tu padre. Te di lo necesario, todo lo que pude, eres el ser a
quien más amo; pero aunque no es mi deseo, tenemos que separarnos. Don Arturo
Villar te dará un terreno con el que tendrás suficiente para vivir, en La Villa todos te
estiman en memoria de tu padre. Hay varias personas que verán por ti hasta que te
hagas solo. Por lo demás, sabes lo que tienes que hacer. Procura ser hombre de bien,
no dejes de amar a tu prójimo como a ti mismo y sobre todo a Dios, que siempre ha
de guiar tus pasos-.
Clemente escuchó a Sedano sin inmutarse, pues él, le había instruido cómo
comportarse ante situaciones difíciles; sin embargo, no resistió preguntar:
-¿Cuando volveremos a vernos?-.
Sedano abrazó a Clemente al recordar que una década atrás, recién llegado, lloraba
preguntándole a qué hora volvería su padre y después de unos días cuando volvería
su padre, entonces le respondía consolándole:
-Ya llegará, ya llegará...- hasta que Clemente se quedaba dormido esperando en vano.
Después de tantas veces no volvería a preguntar, pero no lo olvidaría.
-¿Es necesario separarnos?- volvió a preguntar.
-Si tengo que responderte, sí- dijo Sedano -hay cosas que escapan al deseo y a la
voluntad, hay cosas para las que no queda más tiempo, hay cosas ineluctables en las
que colisionamos con toda fuerza, como si Dios pusiera en prueba nuestra fe-.
Clemente entendió la respuesta pero no las razones y siguió preguntando:
-¿A dónde irá?-.
-A cualquier parte, porque toda la Tierra es bendita. Lo que tienes que saber, es que
donde tú estés o donde yo esté, siempre vamos a estar bien. Mañana, después de la
cita con el doctor Allende, volveré para despedirnos en definitiva-.
El domingo, en el horario habitual, el nuevo párroco celebró la misa sin el
entusiasmo con el que celebraba su antecesor. Sedano tuvo la oportunidad de dirigirse
a los feligreses.
-Hermanos- dijo exaltado -nada es peor que el odio y la desunión y nada es mejor que
el amor y la unión; por tanto, estaremos siempre unidos por la misma fe. Hermanos,
esto no es un adiós sino un hasta Dios...- la emoción ahogó sus palabras y sus
lágrimas rodaron por las mejillas de todos los presentes.
El viento arremetía contra los muros de la casa de Allende cuando Ascención
Sedano llegó. Los niños y Delga habían recibido órdenes de permanecer en sus
habitaciones mientras durara la visita.
-Padre Sedano- dijo Allende después de cruzar algunas frases -no dificulte la
situación y dígame quienes se oponen a mí-Nadie se opone a usted, doctor- descargó Sedano-Hasta hoy le he tratado con respeto y por única vez, voy a decirle que si ama tanto a
los indios, evíteles morir como animales. ¿Quiénes son los implicados?-.
Ascención Sedano no esperó esa reacción y recurriendo a su paciencia clerical intentó
apaciguar:
-Tranquilo doctor, es una equivocación...-¡Qué equivocación cura de mierda! ¡Me dices quiénes son los implicados o te parto
la cabeza de un plomazo!- bramó Allende encañonándole rojo de rabia.
-Cálmese doctor...-¡Al diablo con la calma, cabrón, quiero los nombres ahora!-.
Ante la gravedad del caso, Sedano salió de la sala en silencio y sin mirar a Allende.
Se dirigía a la calle, pero en el patio, las balas silenciosas lo detuvieron; sólo sintió
una fugaz sensación cálida cayendo al acto sobre su sangre.
Clemente, como esperó de niño por su padre, esperó también de joven por el padre
Sedano, mas esta vez no preguntaría ni lloraría. Deducía suficiente y sabía que no
estaba errado, razón por la que se sumó al grueso que odiaba a Allende; pero a
diferencia de todos, hizo su primer juramento:
-Un día, Antero Allende, acabará en mis manos-.
Gabriel, Amada y Delga, contemplaron el crimen desde sus habitaciones. Allende
tenía un panteón clandestino en su casa, donde quedaron atrapados sus tres mujeres,
un cura, cuatro campesinos y dos abogados. Delga se comprometió a cuidar de
Amada por sobre todo y Gabriel decidió poner al tanto de lo sucedido a Arturo Villar.
Salió con dirección al internado, pero enrumbó a La Villa.
Villar, que ya tenía suficientes preocupaciones, se alarmó por la macabra narración.
Suspiró profundo, clavó sus ojos entre las piedras y los desclavó para ofrecerlos a
Gabriel, compadeciéndose de él por tener un padre vil.
-En situaciones como éstas, debemos tener calma, hijo- dijo pasándole la mano sobre
su cabeza tratando de infundirle valor.
Gabriel, desahogado, asistió al internado al siguiente día.
**
La racha calamidal llegó a La Villa. Al lamento quejumbroso de los grillos, Arturo
Villar despertó esa madrugada sintiendo una rara frialdad. Angélica Vergara, por
quien había dejado todo y volvió a tener todo a la vez, yacía en congelado silencio ya
sin alma. Villar, en vano se aferró a su mujer, en vano hizo más de lo que pudo, todo
se había consumado para ella. La Villa entera y sus alrededores, lloraron la muerte de
doña Angélica Vergara Sarmiento.
Acompañaron el duelo gente de la provincia, del departamento y de la capital. Jamás
hubo tanta lamentación en exequias anteriores. Los habitantes de La Villa, lloraban
más hondo de lo que se puede llorar por la pérdida de quien se ama. Lloraban
colectivamente contagiados, como llorándose a sí mismos por adelantado. Arturo
Villar exhortaba a sus niñas a mantener el ánimo firme cuando les acosaba la pena.
Por supuesto que fingía, porque él mismo lo tenía destrozado y escapaba a intervalos
a llorar a solas. Sabiendo que en el dolor o en cualquier situación difícil no es atinado
decidir, decidió de todos modos: Después del entierro, emigraría con sus hijas a la
costa.
Antero Allende y los suyos, también acudieron al funeral. Amada se congració
con las huérfanas con quienes estaba en igualdad de condiciones, aunque con padres
de distintos caracteres. No tendrían caricias ni arrullos que envidiar, en lo maternal,
estaban iguales en el dolor, iguales en el olvido.
Gabriel se fijó entonces en Consuelo, una mezcla de condolencia y deseo afloró en su
pensamiento anunciándole que dejaba de ser niño. Cortó una margarita y recogió un
puñado de pétalos para ofrecerle.
-La flor es para ti y los pétalos para tu madre- le dijo mirándola con nerviosismo.
Consuelo, pensando aún como niña, los recibió sin acotar palabra.
Amada tuvo la oportunidad de conocer a Carmen Riviera, su madrina y amiga íntima
de su difunta madre, quien desde el primer momento mostró gran afecto por ella. Le
había llevado regalos y le hacía todo tipo de atenciones.
-Tu madre fue un ángel y sigue siendo todavía- le dijo.
A la semana siguiente, Franco Sangrador, que se había tomado el cargo muy en
serio, visitó a Antero Allende. Delga escuchó la conversación. Habían planeado
apropiarse a la fuerza de La Villa en cuanto Arturo Villar y los suyos hubieren
partido. El sábado, al llegar Gabriel del internado, Delga y Amada le pusieron al
corriente de la mala nueva.
A iniciativa de Gabriel, los tres discutieron con adulta seriedad determinando: Amada
iría con su madrina a la capital, Delga iría con Amada como niñera y Gabriel se
quedaría un mes en San Pedro de la Concepción hasta terminar sus estudios; luego se
unirían los tres en la capital. Sellaron el compromiso con una oración en el patio a
nombre de Flor de la Peña.
El lunes, Gabriel llegó a La Villa al final de la mañana. Todos se alegraron al
verle. Llegó sereno, resuelto, como si todo discurriera con normalidad.
-Don Arturo- dijo despacio en el momento oportuno -tengo que hablarle-.
Salieron al bosque contiguo lleno de eucaliptos, donde sólo los pájaros escucharon la
conversación. Villar estuvo de acuerdo y después, expuso las razones del plan a
Carmen Riviera quien asentió sin objeciones; sólo que en la capital, permanecerían
corto tiempo porque todas sus inversiones las había transferido a la ciudad de los
rascacielos al norte del continente. Quiso llevar también a Gabriel, pero no logró
convencerlo. Todos ofrecieron ayuda incondicional por si el mismo Arturo Villar
quisiera trasladarse a la capital. Villar agradeció el gesto, pero no creyó necesario
llevar a sus hijas a una ciudad por demás enorme y caótica.
Creyendo que la ley los ampararía, Arturo Villar redactó de puño y letra cien y un
títulos de propiedad con el mismo texto y diferentes nombres, y repartió La Villa
entre los peones, siendo Clemente Huarca el más joven. Pero todos a una, decidieron
guardarlos y seguir trabajando unidos. Villar los instruyó en lo básico de la
organización y dirección. Unos días antes de que partiera, les pidió hacer uso de sus
facultades.
Al primer día, tomaron la primera decisión ejecutándola en la primera noche. Al
segundo, la escuela amaneció pintada de leve rosa en cuya portada se leía: «Escuela
de Educación Primaria Angélica Vergara». La capilla pintada de blanco con un
letrero que decía: «Capilla Villa de la Esperanza». Junto al campo deportivo, un muro
de adobe relucido con la inscripción: «El Futuro es Nuestro». Y el botiquín, también
pintado en cuya fachada las letras decían: «Centro de Primeros Auxilios Arturo
Villar». Villar no contuvo su alegría, por un momento sintió deseos de quedarse, pero
los pasos dados eran ya irreversibles.
Arturo Villar aprovechó la ausencia de Allende para hacer coincidir su viaje con la
fuga de Amada y Delga. Lo que estuvo lejos de imaginar, fue que ésta se debía a que
Allende estaba elaborando el plan que degeneraría en el genocidio de los villajinos.
Amada y Gabriel se despidieron reiterando promesas y juramentos que ninguno de
los dos olvidaría, pero que las circunstancias y el tiempo tornarían en imposible
cumplimiento. Cuando Amada estuvo a punto de llorar, Gabriel, con el afán de
evitarlo, la acarició haciéndole recordar:
-¿Quieres que mamá Flor se ponga triste?-.
-¡No!- exclamó Amada sin lograr contener un sollozo.
Aquel fue el último llanto de Amada y aquella la última vez que veía a Gabriel. El
momento marcaba dos suertes completamente distintas. A partir de entonces, una
tendría de más y otro de menos, una alcanzaría el éxito total y otro resbalaría al
fracaso absoluto. Nada quedaba por hacer para evitarlo, no porque el destino así lo
había decidido; sino porque sería imposible encontrarse en un mundo perdido en los
laberintos de la gente. Amada hizo su primera promesa, que después de muchos años
cumpliría sin lograr el objetivo: Juró por su madre volver por su hermano.
Carmen Riviera, a quien la Naturaleza prohibió procrear, encontró en Amada la hija
real que sólo acarició en utopía, Amada encontró en su madrina la madre que perdió.
Carmen Riviera la tomó de la mano con el mismo calor que lo hacía Flor de la Peña y
con la misma ternura le dijo:
-Amada, desde hoy eres mi hija-.
Amada Flor Allende De la Peña, tenía entonces once años.
Arturo Villar y sus hijas se quedaron en Monte Alegre, un pequeño pueblo
levantado al pié de las últimas montañas, desde donde el valle se ensanchaba para
atravesar la costa. El resto de la comitiva siguió rumbo a la capital.
Villar contactó con un hombre espontáneo y amable, quien le ofreció en venta una
casa y un terreno a mitad de precio. Aceptó entusiasmado por ser justo lo que
buscaba. La alegría por la adquisición restó interés a la comunicación con los
vecinos. Villar no se percató que el pueblo estaba descuidado. No obstante, se
propuso trabajar el terreno sin contemplaciones ni pérdida de tiempo, mientras que
Prudencia y Consuelo, se repartían los quehaceres de la casa. No fue fácil hacerse a la
nueva vida y costó tiempo la resignación que en todo caso, resultó ser el único
recurso.
**
Los moradores de La Villa aún ofrecían plegarias a Dios por su ex patrón y
benefactor, cuando Franco Sangrador y Antero Allende llegaron escoltados por una
docena de soldados pertrechados. Con una bocina mohosa, el jefe militar hizo un
llamado a los moradores dándoles un término de quince minutos para que se
concentraran en la explanada. Deteniendo sus quehaceres, todos acudieron al
llamado: Mujeres recién paridas o en días de parir, niños, viejos, enfermos y aun los
perros como si entendieran la seriedad del caso.
Franco Sangrador, quien no cesaba de vociferar, se calmó para tramar entere dientes
con Allende. Luego, leyó enérgicamente el bando enviado por el presidente
agregando además:
-¡Como Jefe Militar de la Región, cumpliré al pié de la letra la orden del
“Excelentísimo Señor Presidente de La República”.
Testigo personal de este aviso, es el ilustre ciudadano, el doctor don Antero Allende y
Almíbar. Por tanto, quedan prohibidas reuniones y visitas, también las clases y las
oraciones. Nadie circulará después de las seis de la tarde; pues los soldados tienen
orden de disparar sin hacer el alto. De modo que el ejército no se responsabiliza por
lo que pueda suceder a quienes omitan estas reglas. Por el momento y como medida
de seguridad, diez soldados se quedarán para garantizar el cumplimiento de la ley en
La Villa!-.
Los villajinos no supieron lo que eso significaba. Jamás tuvieron presencia militar
y nunca se les prohibió charlar al resplandor de la Luna. Siempre se reunían para
comentar o intercambiar relatos en las gradas que hizo construir César Arturo Villar
para impartirles órdenes. En el lugar donde el robusto Clemente Huarca hizo célebre
su frase después de dar su merecido a quienes pretendieron asesinarlo. Peor fue para
las mujeres, que solían hacer sus necesidades a la oscuridad de la noche en el campo
abierto; ahora tenían que hacerlo exponiéndose a la luz del día o dentro de sus
viviendas. Menos mal que sus polleras anchas y largas, eran para ambos casos
aparentes.
A la primera noche, un perro descontento por la presencia de foráneos ahogó sus
ladridos en el estruendo de un disparo, a las próximas, siguieron cayendo perros
como si el bando también les implicara, en sólo una semana desaparecieron todos.
El sargento jefe de grupo, con el cerebro enverdecido o urgido por el hambre, colmó
las descabelladas acciones: Aduciendo que perturbaban la calma nocturna, ordenó la
requisición de todos los gallos y con el pretexto de requisar los gallos, se alzaron
también con las gallinas y los pollos, y para colmo hasta los huevos se llevaron. El
asombro desbordó entre los moradores, nadie tenía reloj y sin los perros ni los gallos
no podían tener noción del tiempo en las noches. Pronto permanecieron insomnes,
como si el mito tantas veces narrado y que todos conocían, empezaba a hacerse
realidad.
Al octavo día llegaron diez soldados más. En la madrugada del noveno, cayó la
primera víctima humana. Fue Melecio Paredes, quien atravesó la noche para comprar
semilla de trigo, pero que para su mala suerte, había llegado demasiado tarde a pesar
de ser temprano. Mataron también a su pollino y no hubo quien le llore, porque sus
amigos fueron los primeros en desconocerse. Seguramente su mujer y sus hijos le
lloraron o siguieron esperándole hasta que las canas blanquearon su recuerdo.
Los villajinos a pesar de la situación, reaccionaron ante el hecho y siguiendo las ideas
de Sedano, confiaron a tres peones la misión de contactarse con opositores a Allende
en otros caseríos. Dos eran solteros y uno tenía una mujer infecunda. Jóvenes aún los
tres, el menor, que todavía no cumplía quince años, respondía al nombre de Clemente
Huarca, quien volvería unos meses más tarde y no encontraría La Villa. Los tres
volverían después de mucho tiempo para hacer brotar la vida sobre la sangre de los
villajinos.
Esa noche, además de hachas y machetes, los soldados también requisaron desde
palas y picos hasta cuchillos y cucharas. Al despuntar el Sol, mientras un contingente
de cien soldados peinaba los campos y otro del mismo número se dirigía al poblado,
la bocina empezó a chirriar la nueva orden. Se les prohibía hablar.
Al empezar la tarde, el primer contingente irrumpió el silencio emplazándose entre la
escuela, el botiquín, la capilla y el campo deportivo. Lo primero que hizo Sangrador,
fue mandar borrar las inscripciones.
-¡Chucha!- vociferó, -¡los indios ya saben escribir!-.
Puesto que los últimos sucesos desorientaron a los villajinos, creyendo que su
derecho al pensamiento había terminado, no se esforzaron por imaginar el desenlace
y obedecieron como ovejas arreadas al matadero.
El segundo contingente llegó cuando el Sol se apresuraba a esconderse. Los soldados,
aunque adiestrados como perros de presa no supieron lo que iban a hacer.
-¡A sus emplazamientos!. ¡A sus emplazamientos!- se desgañitaba Sangrador.
-¡Las órdenes se cumplen sin dudas ni murmuraciones!- arengaba.
Los ratones y cucarachas se banqueteaban sin riesgo en las viviendas mientras los
villajinos eran concentrados todos en la explanada. Doscientos veintiún soldados los
rodeaban con armas cargadas con cacerinas de veinte balas. Franco Sangrador
empezó sus amenazas.
-¡Se les dijo que no se reunieran!- gritó, tomó aire y elevó aún la voz.
-¡Antes de que cuente tres, salgan al frente los que se oponen al Doctor Allende- y sin
detenerse continuó:
-¡Uno!... ¡dos!... ¡tres!-.
-¡Carajo!, ¡indios de mierda, así que se resisten!- virulenció.
El temor iba apelmazándose en los moradores. La única que reaccionó fue María,
mujer infecunda de uno de los tres. Intentando tocar la campana corrió hacia la
capilla, pero una bala le atravesó el pecho ganándole la llegada. El asombro sumió en
efímero silencio tanto a prontas víctimas como a prontos victimarios. En inopinado
afán por obtener auxilio, Pascual Farfán, quien por disposición de Arturo Villar hizo
de maestro y pastor enseñando por las mañanas a los niños, a los adultos por las
tardes y cada domingo a todos el Evangelio, instruyó a su hijo para que tocara la
campana. El niño cumplió bien el encargo. Con quisquillosa mirada y actitudes de
sonámbulo, distrajo a los soldados logrando llegar a la capilla.
Franco Sangrador, con su pistola aún caliente por el disparo que acabó con María,
gritó con odio enfermiso:
-¡Por última vez, miserables, los opositores, a mí!-.
Pascual Farfán empezó a orar:
-Padre Nuestro que estás en los cielos...- todos le siguieron elevando sus manos -… No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal…Hágase tu voluntad…En aquel momento empezó el desesperado doblar de la campana.
-¡Vayan al infierno hijos de la granputa!- rugió Sangrador y retumbó la orden
definitiva:
-¡¡Fuegooo!!-.
El estruendo de los fusiles acalló el rezo de los villajinos y el redoblar de la campana.
Emmanuel Farfán, de nueve años, después de lograr su misión, huyó por la ventana
de la capilla convirtiéndose en el único sobreviviente. Dos décadas después, volvería
hecho un comunista convicto y confeso y dos más tarde, organizaría la última
insurrección en el país.
En la masacre, los soldados descargaron sus cacerinas y por estar apostados frente
a frente, hubieron muertos y heridos entre ellos mismos. Quinientos cuarentiséis
andinos, entre ancianos, adultos y niños yacían en un atolladero de sangre. Fueron
más en número, pero cayeron todos. Doscientos veinte soldados al mando de un
brutal sicario; fueron menos en número, pero sólo cayeron dieciocho entre muertos y
heridos.
Los soldados lloraron de pena, de rabia o de espanto; al haberse convertido sin
querer en asesinos, su traumática experiencia hizo que después de un tiempo no
dieran crédito a lo que habían hecho.
La contienda fue desigual y más, la repartición de la victoria. De nuevo, “la ley”
iluminaba al poder y la impotencia ensombrecía la justicia. Ni siquiera fue necesario
un comunicado oficial, porque La Villa fue borrada del mapa político geográfico de
la región y los villajinos borrados de los registros municipales.
En realidad, la intención fue sólo amedrentar a los andinos para arrebatarles sus
tierras. La matanza fue un satánico recurso de Sangrador azuzado por Allende
apañalado por Prado. Así cubría el abuso del poder una vez más, las osamentas de
cientos de andinos
Años más tarde, por la forma en que desapareció, muchos creyeron que La Villa
nunca había existido. Después de medio siglo, florecería otra Villa sobre el olvido, la
que también sería arrasada a pesar de que su existencia fuera conocida y reconocida
por la barbarie. Se protestaría esta vez en todo el país, en muchas partes del
continente y en algunas del mundo entero; pero tampoco serviría, porque el estado de
derecho valiéndose hasta de “lustres personajes”, seguiría salvando la democracia a
costa de la misma etnia. Los hechos e intereses, seguirían también aún encerrados en
el mismo círculo vicioso y la solidaria protesta se estrellaría contra la impotencia
resumiéndose a resignación. Porque en un país en vías de desarrollo y progreso, eran
el desarrollo y el progreso los que dictaban y repartían los derechos y las leyes;
derechos que de uno a otro distaban tanto, y leyes que no se aplicaban a todos por
igual.
La Villa pasó y La Villa pasaría, y seguiría pasando todo hasta que los hombres se
decidan a romper el mito que en sus últimos párrafos decía:
«… Todo cambió de repente. Los niños dejaron de jugar, los viejos dejaron de
recordar, los adultos se desconocieron a sí mismos y los animales desaparecieron. La
voz fue facultad de los extraños que impartían las órdenes. Como corderos fueron
llevados al camal y sin perder tiempo en lamentos alcanzaron a encomendarse. Sólo
unos cuantos quedarían cual semilla, para hacer brotar la vida cuantas veces fuera
necesario».
**
De lo ocurrido en La Villa, Gabriel se enteró en el internado. Para analizar su
situación, no prestó más atención a las clases. Estaba en una encrucijada. Por
momentos pensaba que debería haber ido con Carmen Riviera, pero era ya tarde para
detenerse en contemplaciones. El creer que Amada estaba bien, le ayudó a tomar la
decisión personal invalidando la anterior de consenso.
Nunca sintió afecto por su padre, por quien empezaba a sentir repulsión, nada era
peor que seguir soportándole y sin su hermana, no había caso. Decidió valerse por sí
mismo. Tenía catorce años, unos más que tantos niños a quienes su padre explotaba.
Midió teóricamente sus fuerzas y mirando el camarote en el que nunca volvería a
dormir, determinó abandonar el internado para seguir las huellas de Arturo Villar y
no parar hasta encontrarlo.
Veló esa noche, las horas apenas le alcanzaron para idear lo que haría desde el
amanecer. Se duchó, se puso ropa de salida y metió todo cuanto pudo en su maletín.
Desayunó, se lavó los dientes y bien arreglado se dirigió a la dirección.
-Buenos días, señor director- saludó antes de mentir -disculpe por no haberle
informado antes, que mi padre me esperará hoy a mediodía en San Pedro de La
Concepción, razón por la que le pido permiso-.
El director se quitó la corbata deshostigando su papada, apoyó su frente sobre su
mano izquierda y forzando un jadeo, asintió refrendándole el permiso.
-Si el doctor lo dijo, vaya pues Allende. ¡Ah! y lo saluda de mi parte-.
-Haré presente, señor director, haré presente- correspondió tranquilamente Gabriel.
Cogió su maletín y uno a uno ubicó a sus compañeros de confianza para despedirse.
-Que nadie más lo sepa- les pidió.
Y salió sin mirar atrás. No pensó siquiera en San Pedro de La Concepción, se
embarcó en el primer camión que bajó a la costa.
Al segundo día Gabriel seguía firme en lo emprendido, también al tercero y al
cuarto; pero al quinto empezó a flaquear. El dinero se le había terminado, tenía la
ropa sucia, el cuerpo maltratado y por estar fuera de la jurisdicción, ya no recibía los
favores de quienes le atendían bien por temor a su padre. Indagó en todos los pueblos
y aldeas a lo largo de cientos de kilómetros de carretera. A cambio de transporte y
alimento, ayudaba a cargar o descargar camiones. Un descuido le costó su maletín y
perdió lo poco que tenía, mas al final de la segunda semana, cuando la búsqueda
parecía interminable, se halló con un camionero que le contó:
-Estuve en Monte Alegre y escuché que una familia había llegado justo cuando las
demás empezarán a marcharse-.
Gabriel pidió los detalles y luego partió según él, hacia un destino seguro. Al llegar,
obtuvo lo que anhelaba: Un hombre llamado Arturo Villar, había llegado a Monte
Alegre con sus cinco hijas. Brincó de alegría sin importarle el parecer de los que lo
miraban y corriendo se dirigió al río que murmullaba al pié del pueblo. Fregó su
camisa y refregó su cuerpo, se peinó con los dedos, se puso la camisa húmeda
todavía, recogió flores silvestres e indagó los pormenores.
Divisó la casa de Arturo Villar situada en la periferia. Pintada de celeste y con
techo en caída de calamina, contrastaba con la que tuvo en La Villa; no obstante, a
sus ojos era la más linda del pueblo. Empezó entonces a llover. Se persignó y tocó
despacio a la puerta. La lluvia con su repicar anuló el llamado. Volvió a tocar.
-¿Quien es?- se escuchó de adentro.
Gabriel, reconociendo el timbre de la voz, sintió que sus pies no estaban sobre el
suelo y tembloroso de emoción respondió:
-Yo, Gabriel-.
La ventana se abrió y tras las varillas de hierro, apareció el rostro de Consuelo.
-¡Gabriel!- exclamó asombrada abriéndole pronto la puerta.
-Son para ti- le ofreció las flores.
Para Gabriel, el encuentro fue menos cálido de lo que esperaba, para Consuelo la
sorpresa menos esperada. Prudencia llegó luego con Dolores, Bárbara y Esmeralda,
habían salido a comprar velas. Todas se alegraron de tenerlo en casa. Gabriel pidió
ver a Arturo Villar, acomidiéndose Consuelo a guiarlo. Ya sólo garuaba y al mirarse
Arturo Villar se alegró también al verlo, aunque empezó a preocuparse. Cenaron
con velas en los bordes de la mesa y con flores en el centro. Gabriel durmió sosegado
esa noche, mientras que Villar, se quemaba el cerebro pensando en los
inconvenientes que podían sobrevenir. Conocía bien a Allende y sabía de lo que era
capaz. Lo que no sabía era que éste, absorbido por sus andanzas, ni se enteró de la
huída de sus hijos. Para no complicarse, se abstuvo de preguntar las razones de la
fuga, así resultaba todo aún llevadero.
En sólo unas semanas, muchas cosas habían cambiado: Impedimentos y
posibilidades, deseos y planes, formas de vida y vidas mismas. Las niñas habían
cambiado, Gabriel había cambiado y él, había cambiado también.
-Cambia... todo cambia- suspiraba sorprendido en su buena fe por la dinámica de la
existencia.
A la mañana siguiente, Villar salió con Gabriel a desyerbar el terreno. Gabriel lo puso
al tanto de los sucesos en La Villa, sumiéndole en con reciprocidad, notaron que sus
rostros mojados dejaban ya los rasgos infantiles. pena y pavor. El domingo acudieron
a la misa y luego a la feria. Para la ocasión, Gabriel se rasuró las pelusas por primera
vez cortándose dos veces, se puso la ropa que quedaba estrecha a Villar estirándose
para aparentar más alto y serio de lo que era; aún así, mucha tela le sobraba. Las
niñas al igual que su padre, lucían vestidos de gala que aún conservaban de tiempos
mejores.
Cuando parecía que los contratiempos habían cesado y empezaban a
acostumbrarse a la nueva vida, Arturo Villar recibió un certificado postal dirigido al
ex propietario de la casa y el terreno. Como el destinatario no dejó indicio alguno de
su paradero, se apersonó a la institución remitente. Cuando explicó la razón de su
presencia, el encargado de transacciones inmuebles le dijo sin rodeos:
-Señor, ha sido usted estafado-.
Villar, que hasta entonces creía en las personas, se resistió a creer precisamente en la
última.
-… Pero empleado... yo compré la casa y el terreno...- alegó tartamudeando.
-Señor, compró usted una casa y un terreno a quien ya había dejado de ser el
propietario-.
El funcionario le mostró la documentación en la que constaba que el Proyecto de
Desarrollo Departamental, había comprado la casa y el terreno a Cándido Cardoso un
año atrás y según el contrato, la fecha de entrega de los inmuebles fue pactada para
febrero próximo, mes en el que llegarían las máquinas para iniciar la construcción de
la represa. Por lo que Villar, recién se enteró que cada poblador había recibido una
indemnización por sus propiedades, que todos se irían porque Monte Alegre
terminaría luego sumergido en las aguas. Entonces entendió porqué todos tenían sus
viviendas y terrenos descuidados y reconoció que fue su falta no haberse comunicado
con ellos.
Villar había sido engañado.
-¡Hijo no venido de madre!- fue todo cuanto dijo.
-Lo siento señor, nada queda por hacer, tiene usted un mes para arreglar su problemafinalizó el empleado.
Villar no tenía a dónde ni con qué recurrir porque los documentos que recibió del
estafador eran falsos. Le pesó no haber concluido sus estudios de Derecho, aunque
reconoció que no hubiese sido bueno para el oficio. Regresó a casa cuidándose de no
contagiar el desaliento a los suyos.
-Tenemos que seguir avanzando a la Costa- dijo con aparente tranquilidad y después
de quemar los papeles que había comprado, sin lamentaciones, continuó su
migración.
**
Marzo volvió como vuelve siempre a todas partes, pero a San Pedro de La
Concepción llegó con precedentes. La fiesta debería empezar el lunes ocho y terminar
el domingo catorce; mas esta vez, el ambiente festivo se sintió desde el viernes cinco.
Las picanterías abarrotadas de gente, expendían chicha, cañazo y aguardiente sin
cesar.
Ya tarde en la noche, apareció un hombre fibroso y grande. Todos dudaron en
conocerle y entre respeto y temor, se reducían para dejarle libre el paso. Resultó no
ser ofensivo y conocía a muchos como muchos lo conocían, sólo que no le
recordaban porque en unos meses había crecido y cambiado tanto. Era Clemente
Huarca, el sacristán del padre Ascención Sedano.
-Más tarde- dijo con voz de plomo -les voy a decir a qué he venido-.
Habló poco, en cambio escuchaba con atención a los demás, quienes se esmeraban en
ponerle comida y bebida a su disposición. Constituyendo un espectáculo, le hacían
ruedo para ver como tomaba de un trago un jarro de chicha, como comía un pecho de
gallina de un bocado y como a pulso ganaba en fuerza a tres hombres juntos. Sus
brazos parecían de concreto, razón por la que muchos no resistieron tocarlos.
Entre oscuro y claro, los gallos que sobrevivieron a la euforia de la fiesta, se
desperezaban cantando mientras la alborada descubría las calles adornadas con
serpentinas multicolores y banderillas blanquirrojas. Clemente Huarca se levantó,
miró a todos con ternura, como los miraba cuando era sacristán, pero la ternura se
transformó pronto en dureza.
-¡Voy a matar a Antero Allende!- sentenció.
Cundió el temor en los presentes y nadie lo puso en duda, sólo que a quien se refería,
había demostrado ser intocable.
-Díganselo a todos y voy a dar tiempo por si algún soplón quiera avisarle: ¡Antero
Allende, acabará hoy en mis manos!- aseguró.
Nadie se movió, aunque parecía que el viento daba la noticia a todos menos al
sentenciado.
El Sol ya se había liberado de los picos, cuando Clemente Huarca salió a cumplir
su promesa. Antero Allende, que por haberse hundido hasta el fondo de su ambición,
recién volvía después de varios meses de ausencia, se sorprendió al no encontrar a sus
hijos; pero sólo eso, porque no tendría tiempo para más.
Clemente Huarca trepó los muros, arrancó la puerta de la sala y con la rapidez de un
águila y la fuerza de un león, cayó sobre Allende sorprendiéndolo en calzoncillo.
-Si gritas o te mueves, te destrozaré a golpes- le dijo con voz de hierro.
Clemente Huarca sintió que sus venas no resistían el pulsar de su sangre. El odio
empozado le urgía a estrellarlo contra el suelo y las paredes o arrancarle las
extremidades; pero lo sentía tan poca cosa entre sus manos.
Allende se papelificó, ni siquiera se dio cuenta que se había orinado en su calzón, sin
su acéfalo revólver y con su serpentígera lengua paralizada, era hombre que no
asustaba ni a un niño. Clemente Huarca lo empuñó por los brazos levantándolo en
vilo y lo puso en el centro del patio. No sintió compasión sino desprecio al desistir
acabarlo torturándole o de un solo golpe.
Le hizo sacar la lengua todo lo que pudo, le puso una mano sobre el cráneo y la otra
debajo de la mandíbula, y con la fuerza de dos toros presionó ambas haciéndole saltar
el órgano, luego le fracturó la columna vertebral y le quebró los brazos y los muslos.
Tiró la lengua al desagüe sin intención de provocar las ratas y mordiéndose con rabia
le dijo sin clemencia:
-¡Esto lo hago por mi padre Huarca, por el padre Sedano y por mis hermanos
villajinos; por los demás, lo harán los bichos... pero si en el infierno te encuentro, allí
sí te voy a matar!-.
Trepó los muros, triscó las calles y regresó a las picanterías para decir que había
cumplido su deber, reconociendo que con ello se había condenado.
Para Allende, hubiera sido mejor si Clemente Huarca lo hubiera acabado del todo.
La ironía alargó mucho su mano y le hizo escuchar el singular jolgorio festivo
desgarrándose en dolor e impotencia. No se arrepintió porque no hizo lo bueno que
pudo, sino porque no debió haber hecho lo malo que hizo. En los días de terrible
agonía, cosechó hasta lo último sembrado.
Todos supieron lo ocurrido, mas nadie acudió a él, hasta sus adulones esperaban que
no fuera sólo un rumor.
Terminada la fiesta, el lunes quince, Allende debería haber acudido a la reunión con
el alcalde, el subprefecto y el jefe de la policía para evaluar precisamente la fiesta;
pero éste no se presentó. Las autoridades, que también habían oído el rumor,
empezaron a alarmarse.
La policía envió dos gendarmes a su domicilio por si los necesitara, pero volvieron
luego a comunicar que nadie respondía. Los hombres del orden, sabían que Allende
estaba en su casa, por lo que montaron un operativo para confirmarlo. Los guardias
treparon los muros encontrándolo tendido en un círculo húmedo y rojizo en poder de
las ratas.
No se presentó deudo alguno y nadie invirtió una lágrima en los funerales; por el
contrario, se aseguraron de remachar bien el cajón que tuvo que soportar su cadáver.
Contaron los brujos, que de Allende desconfiaron hasta en el infierno; tanto, que le
dieron el fuego que le correspondía para que se quemara solo y afuera.
**
La última familia en llegar a Monte Alegre, fue la primera en marchar. Villar se
enteró que en la contigua provincia costeña, había una hacienda donde abundaba el
trabajo, así que determinó su rumbo. Para las niñas y Gabriel, la travesía hasta la
costa, parecía haber sido a la mitad del mundo. En la provincia, todos conocían la
existencia de la hacienda, por lo que fue fácil llegar.
Aún de mañana, por una rodera bordeada de pinos, donde parecía que los pájaros se
habían reunido para darles la bienvenida, los Villar arribaron a la hacienda El
Porvenir y se ubicaron en la convergencia de las tres únicas calles. Villar compró dos
marraquetas, siete plátanos y una botella de agua carminada, lo que dieron curso en el
almuerzo.
Unos minutos después de que Villar se dirigió a las oficinas para solicitar trabajo,
apareció un hombre montado en un hermoso caballo blanco. No habiendo visto
alguno de esa proporción y con ese garbo, Gabriel se puso de pie para observarlo
mejor.
-¡Buenos días!- saludó el hombre deteniéndose un tanto.
-Buenos días, señor. ¡Que lindo corcel!- correspondió Gabriel sin quitar los ojos del
animal
-Tienes buen gusto, muchacho-.
Antes de seguir su camino, el hombre preguntó por curiosidad:
-¿Esperan a alguien?-Sí, señor, a nuestro padre- respondió Gabriel mientras las niñas asentían sentadas.
El hombre hubiese querido formular otras preguntas, pero tenía su tiempo ya
determinado, así que siguió de largo manifestando su deseo:
-¡Buena suerte, muchachos!-Muchas gracias, señor- asintieron a coro los seis.
Villar esperaba algo impaciente cuando un hombre alto y delgado entró irradiando
buen humor.
-¡Don Santiago, buenos días!- saludaron todos dibujando cada quien una sonrisa.
-¡Buenos días, buenos días!- fueron correspondidos todos de la misma forma.
El buen semblante de los empleados, transformó en sosiego la tensión de Villar
haciéndole abrigar esperanzas.
-Señor- le dijo luego uno de ellos –puede usted pasar a la Administración-.
-Buenos días, Arturo Villar, para servirle-.
-Buenos días, Santiago Rubio, también para servirle-.
Después de un leve silencio, el administrador bromeó:
-La cuestión es, quién empieza sirviendo a quién-Permítame primero, manifestar mi humildad en su potestad- correspondió Villar con
una sonrisa.
Pero como su situación no estaba para bromas, no fue fácil mantener el buen humor y
siguió cambiando de tono:
-Señor, mi presencia obedece a la necesidad de trabajo, razón por la que recurro a su
persona-.
-¿Tiene usted familia?- preguntó el administrador
-Sí, señor, cinco niñas y un joven a mi cargo-¿Son quizá los que esperan en la calle?-Si son seis, son ellos, señor-.
Santiago Rubio y Arturo Villar llegaron a buen acuerdo. Villar obtuvo una vivienda
el mismo día y empezaría a trabajar al siguiente. Al final de la primera faena, Villar y
Gabriel llegaron a casa con las uñas carcomidas por el Trasplante, la cara quemada
por el sol y la cintura azotada por el dolor; pero con los ojos llenos de contento.
Tenían tanto hambre, que al no saciarlo con lo preparado por Consuelo, dieron cuenta
del pan destinado para el siguiente día.
La armonía se hacía manifiesta hasta en los pequeños detalles. Todos colaboraban
con entusiasmo como repuestos de la racha calamitosa. Arturo Villar se informó
sobre la hacienda y la vida cotidiana en ella. Pronto hizo amistades y se ganó el
respeto por su don de gente. Gabriel y las niñas hicieron también lo suyo. De vez en
cuando, cierto temor invadía a Villar. Habían ocurrido tantas cosas en poco tiempo,
que la tranquilidad le parecía alucinación.
Los niños lo rescataban de las dudas con ocurrencias o con algo que tenían por
manifestar. Arturo Villar sabía que cuando hay buenas razones, se puede empezar de
nuevo las veces que fueran necesarias. Entendió que de nada servía preocuparse por
lo que no estaba al alcance de sus posibilidades. Tenía algo concreto por hacer, tenía
seis vidas que estaban bajo su responsabilidad, seis vidas que empezaban a florecer
alrededor de la suya que empezaba a marchitarse.
**
Villar hacía también de madre en lo que a la intimidad de sus hijas se refería, para
él seguían siendo sus niñas de siempre, del mismo modo hacía de padre para Gabriel;
pero Gabriel no miraba a Consuelo como a una hermana y empezaba a excitarse
cuando la sorprendía en ropas menores. Era obvio, eran ya jóvenes sin saberlo. Un
domingo fresco de mayo, Gabriel no pudo con sus instintos al ver tiritar los pechos
desnudos y las tiernas curvas de Consuelo. Aquella noche, desahogó su apetito viril
valiéndose de sus manos, desde entonces, todo fue distinto para él.
Un día, cuando Consuelo fue a recoger carca de vaca para ahuyentar a los zancudos,
estando por caer la noche sin que aún no regresara, pretextando que ya era tarde salió
a buscarla. Consuelo que ya estaba de regreso, le extendió los brazos sin hablar.
Creyendo que tomaría el saco, lo soltó soltando a la vez una carcajada. Gabriel la
abrazó en serio, Consuelo accedió y no culminaron, por temor a los íncubos y
súcubos que en esos tiempos y lugares aún andaban sueltos.
Sin mayores dificultades, empezaron su idilio enredándose en caricias siempre que
tenían oportunidad. Gabriel se esforzó por convencer a Consuelo que ya estaba en
condiciones de mantenerla. Por supuesto que podía, lo que no podía era garantizarle
seguridad. Una clara noche de julio, mientras Prudencia se escapaba a donde sólo ella
sabía y Dolores, Bárbara y Esmeralda jugaban con otras niñas, Consuelo y Gabriel
jugaban a lo adulto al resplandor de la Luna. Consuelo tenía entonces quince años y
Gabriel dieciséis.
En abril del año siguiente, Dolores, Bárbara y Esmeralda empezaron a asistir a la
escuela, mientras Prudencia y Consuelo seguían repartiéndose las tareas de la casa.
Arturo Villar, cuya nobleza envolvía su imaginación, no se percató de las escapadas
nocturnas de Prudencia ni del amorío entre Consuelo y Gabriel, quien cansado de
jugar al amor a escondidas y verter en tierra, acordó con Consuelo divulgar la
relación. Todas se habían ido a dormir, cuando Gabriel empezó a hablar a la lucecilla
débil de la vela pegada a la mesa.
-Don Arturo- dijo con nerviosismo -tengo que comunicarle algo-Habla hijo, te escucho- correspondió Villar sin imaginar lo que iba a oír
-Como usted sabe, don Arturo… ya puedo trabajar… no soy pendenciero… no tengo
malas juntas...-.
La menuda Consuelo apareció paso a paso ubicándose junto a él, entonces, Villar
dedujo lo iba a escuchar.
-Quiere decir... que están enamorados- se adelantó.
-Así es don Arturo y si usted está de acuerdo, pensamos formalizarnos-.
Gabriel se explayó mientras Consuelo permanecía a su lado en silencio. El diálogo
sorprendió a Villar, quien reconoció que se había estancado en sus sentimientos y que
no había preparado a sus hijas mayores para adultos menesteres. No por no tener otra
salida, sino porque de veras estaba de acuerdo, aceptó.
-Está bien- dijo -gracias por comunicármelo, ya veremos lo que habremos de hacer-.
Todos estuvieron de acuerdo, lo que animó a uno a esmerarse en el trabajo de campo
y a otra en el de casa.
Unos meses después, Prudencia resultó con vómitos, manchas en la cara y otros
malestares. No tenía ganas de comer y se fastidiaba por todo. Villar, que para
entonces ya aplicaba imaginación a las cosas, habló con ella.
-Hija- le dijo -si hay alguien en quien todo puedes confiar es en mí, todo, hasta lo que
creas malo; pues nada puede causarme más daño que tus males. Yo soy tu mejor
amigo, he sido tu primer amigo y seré tu último amigo, según los síntomas... estás
embarazada-.
Prudencia se acurrucó como una palomita en el pecho de su padre.
-Tranquila hija- la consolaba -sólo dime de quién para hablar con él-.
Prudencia lloró entonces. Lo cierto era que no sabía de quién, porque lo había hecho
tantas veces con tres jóvenes distintos. Villar prometió a su hija todo su apoyo y
responsabilizarse del niño. Por esas cosas que al parecer son arreglos del destino, el
feto murió antes de nacer.
El suceso a pesar de todo, entristeció a Villar, quien anhelaba que fuera varón en
recompensa al que no pudo tener. Pero pronto habría un sustituto, Consuelo estaba
embarazada.
Desde entonces, Gabriel echaba los bofes por los poros haciendo dos tareas por
día. Pronto se ganó el afecto de los peones convirtiéndose en el más asiduo y fibroso
de ellos. El administrador lo tuvo en cuenta e intercedió por él para que se le
considerara como peón de Hacienda, logrando antes los dieciocho años, lo que otros
jóvenes lograban después de los veintiuno.
Consuelo Villar ya había cumplido los diecisiete años cuando dio a luz. Gabriel
hubiese querido que fuera mujer para ponerle el nombre que guardaba en memoria de
su madre, pero fue varón; entonces, fue Consuelo quien hubo de nombrarlo: Gabriel
Amador.
Prudencia volvió a salir en estado, pero esta vez sabía de quién. Villar habló con
Eliseo Barrientos, el comprometido, quien la aceptó con buena voluntad. Tuvieron
una hija y se fueron a vivir aparte. Cuando Gabriel Amador tenía dos años, Consuelo
dio a luz de nuevo, esta vez fue niña. Gabriel gritó de contento:
-¡Han empezado a nacer las flores en mi jardín!-.
El nacimiento de Margarita corroboraba el tiempo del amor. Consuelo y Gabriel
obtuvieron una casa. Pero Dolores, quizá por estar inquieta con su partido, no atendía
bien a Bárbara y Esmeralda por lo que Consuelo tenía que estar siempre a la
expectativa.
Consuelo y Gabriel se casaron, la fiesta fue sencilla y pocos los invitados. Santiago
Rubio y su esposa fueron los padrinos y Arturo Villar hizo de padre y madre de
ambos novios. Cierto fue que no tuvo la pompa característica de otros matrimonios
de palma y corona, pero fue cierto también, que tuvo la armonía que ningún otro
había tenido en la hacienda.
Por aquel tiempo, llegaron dos monjas haciendo una peregrinación, que para
sorpresa de Arturo Villar, las conoció en la capital muchos años atrás, cuando tenía
otra posición. Las monjas fijaron su interés en Bárbara y Esmeralda. Procuraron
convencer a Villar para llevarlas a la capital del departamento donde a sus pareceres,
tendrían mejores oportunidades. Garantizaban su cuidado y no internarlas en
conventos; sino darles lugar en las viviendas para necesitados que ellas regentaban.
Villar no dio respuesta, aunque se comprometió a darla cuando regresaran. Volvieron
al mes entrante, para entonces, Dolores tenía marido y Villar, habiendo consultado
con sus hijas mayores, decidió marchar con las dos menores.
**
Arturo Villar partió sabiendo que Consuelo esperaba el tercer hijo y Prudencia el
segundo. A diferencia de los partos anteriores este fue difícil para Consuelo, quien
tuvo que ser internada en el hospital de la provincia y el bebé atendido en cuidados
intensivos. Consuelo y Gabriel empezaron a preocuparse. El niño había sido
engendrado con sublimidad. Tiempos en que Gabriel le contó todo sobre su madre,
sobre los pétalos, sobre los nombres de flores y sobre los pactos con su hermana
Amada, tiempos en que en las noches solía entonarle versos de extraordinaria belleza.
Entonces, la estrella de la buena suerte parecía alumbrarlo todo. Ambos sentían
desmedido amor por el recién nacido, lo sintieron incluso antes de su nacimiento, lo
que parecía corroborar que la armonía reforzaba sus bases en la promesa tantas veces
renovada.
Gabriel gustaba hablar pegando su boca al vientre de Consuelo para que el nuevo
ser sintiera cuanto ya le amaba a la vez que Consuelo, acariciaba su vientre hablando
en excelsos pensamientos. Tanta fue la atención por el niño, que a pesar de las
dificultades, le pusieron por nombre: Fausto Patricio.
Gabriel gastó sus ahorros en los dos primeros años de vida del niño y trabajó doble
para que no le faltara medicina. Todos se acostumbraron a su mal y en ningún
momento lo dejaron solo, porque no acudían a él compadecidos, sino atraídos por su
hálito de sosiego. Su desbordante hermosura atrajo también a extraños curiosos de
saber si era verdad tanta belleza, quienes después de confirmarlo, regresaban a él para
oírle hablar o apreciar cualquier otra de sus gracias.
A pesar de las preocupaciones, seguían firmes en el amor después que nació
Violeta, ocupando su plaza en el jardín. Luego nació Augusto, de quien Gabriel agoró
que sería militar. A pesar de las adversidades, quizá todo hubiese seguido bien; pero
Gabriel pensó que rompiéndose los lomos trabajando, jamás podría satisfacer las
necesidades de su familia, había una mejor forma de hacerlo. Entonces después de
doce años, recordó a San Pedro de La Concepción. No fue mal pensamiento, tampoco
la intención holgazanear, simplemente la situación lo exigía.
Gabriel contempló la alternativa que sería la solución y, como atendiendo a la
parábola del hijo pródigo, decidió acudir a su padre. Sólo Fausto Patricio, por quien
se tomaba la medida, objetó con visionario don:
-“No no creer en el amor, es estar de acuerdo en que desaparezca”- advirtió
aceptando finalmente.
Gabriel Allende, convenció a Consuelo y a sus hijos haciéndoles la última promesa
que no sólo no habría de cumplir; sino que por sí sola surtiría efectos contrarios.
-A mi regreso, todo será mejor y no habrán más limitaciones- dijo antes de partir.
Consuelo y los niños lo vieron con el rostro alegre por última vez. Nada hacía prever
que el regreso sería totalmente distinto.
San Pedro de la Concepción había cambiado considerablemente. En cuanto
supieron que el hijo de Antero Allende también estaba en la ciudad, cundió la alarma
entre las autoridades. Y no era para menos, hacía sólo un mes que Amada Flor
Allende De la Peña, hecha toda una dama y hablando más Inglés que Español
también había estado en la ciudad. Llegó con sus dos niños, su asistenta Delga y su
esposo, un estadounidense de origen nórdico. Buscó a Gabriel, pero las malas lenguas
urdieron falsedades. Creyendo que venía a reclamar la herencia, le mal informaron
que después de la muerte de su padre, su hermano luego de venderlo todo, se había
marchado a la capital. Amada jamás pensó en herencia, porque había obtenido una
más que suficiente, la de su madrina Carmen Riviera, que entre otras pertenencias, le
dejó varios hoteles y una red de fábricas de jabón de tocador.
La única intención de Amada, fue trasladar a Gabriel a Nueva York, porque en
Wall Street, tenía todo parado para él. Pero como empresaria, no perdió su tiempo y
compró la casona que le albergara en su niñez. Hizo renovar todas las habitaciones,
cambiar los muros por rejas y transformar el patio en jardín, para que sobre las
osamentas de su madre crecieran siempre las flores. Firmó un contrato con las
autoridades municipales, en el que constaba que en caso de ser necesario todo podía
ser reformado, a excepción del jardín.
Sin mayores preparativos en sencilla ceremonia, donó el inmueble al Ministerio de
Educación, firmando otro documento en el que se especificaba que de ningún modo
podía cambiarse el destino ni el nombre. A pesar de parecer otra, Amada cumplió lo
prometido y no fue por ella que quedó flotando el objetivo. Tuvo suficiente, con ver
en el centro del jardín, rodeada de hermosas flores, una placa dorada con la
inscripción: «Jardín de Niños Flor De la Peña». Amada, llevó a Gabriel en su
pensamiento y deseándole lo mejor, se marchó con los suyos para no volver.
En el municipio comunicaron a Gabriel, que hacía más de doce años que su padre
había fallecido, que nadie se presentó como deudo y que por ley, después de ese
tiempo, caducaban todos los derechos de los herederos y la herencia pasaba a ser
patrimonio del municipio y del estado. De nada le sirvió el no creer y no tenía los
medios para pedir que se revisara el caso. Además, al municipio y al estado les tocó
poco porque la mayoría de los bienes fueron repartidos entre abogados, jueces y otras
autoridades.
La noticia desmoronó los planes de Gabriel quien se dejó arrastrar por el desaliento.
No pidió más informaciones y ni siquiera contempló recurrir a sus amigos de antaño.
Como por inercia, se condujo a la casa que abandonó tanto tiempo atrás. Su
desencanto llegó al extremo, cuando vio la casa totalmente renovada, convertida en
jardín de niños y con el nombre de su madre. Creyó que sólo era producto de su
imaginación y que hasta ésta se mofaba de él. Por temor o por envidia, nadie le
comunicó que fue obra de su hermana, que había vuelto precisamente a buscarlo.
Gabriel Allende volvió a El Porvenir maltrecho, con la barba crecida, sucio y
borracho. Llegó de noche y en silencio, Consuelo probó renovarle el ánimo sin
lograrlo. Al amanecer, con las monedas de su mujer, compró una botella de cañazo y
fue al trabajo.
Los niños no entendieron el brusco cambio de su padre, como tampoco los desatinos
y arrebatos que empezó a mostrar. Consuelo se convirtió en el saco donde echaba su
vileza, llegando a trajinar increíbles caminos de humillación. Al poco tiempo, Gabriel
era un reconocido alcohólico grosero buscapleito.
Consuelo para entonces, estaba de nuevo embarazada. Pidió ayuda a Santiago Rubio,
única persona libre de insultos, quien tampoco obtuvo buenos resultados. En esas
circunstancias, dio a luz una niña. Gabriel, ebrio y sin emoción logró decir:
-Camelia ha nacido en mi jardín- últimas palabras que nunca volvería a repetir.
Santiago Rubio, nada pudo hacer para impedir que lo echaran del trabajo aunque
prometió ayudar a Consuelo, quien andaba amoratada por los golpes. Finalmente,
Gabriel Allende abandonó su hogar sin importarle más nada. Consuelo Villar empezó
su labor de hormiga; lavaba, cocinaba, limpiaba, cuidaba niños y aún con todo, el
completo esfuerzo y la mejor voluntad no bastaron y tuvo que aceptar la caridad de la
gente. Gabriel Allende, hecho un energúmeno, volvía a veces para maltratarla y
hacerle hijos; así nacieron Dalia y Azucena, a quienes Consuelo nombró fiel a su
compromiso. Pero no pudo con siete bocas que urgían diario alimento, de modo que
Augusto fue a vivir con su padrino, Violeta a servir en la casa del administrador,
Margarita a convivir con su marido y Gabriel Amador probaba abrirse paso por sí
solo enrolándose al ejército.
**
Santiago Rubio, con la voluntad de colaborar con Consuelo Villar, le ofreció
trabajo en la casa del hacendado. El administrador pensó que esto mejoraría la
situación, pero se equivocó, porque la agravaría hasta hacerla explotar.
Consuelo Villar, creyendo haberle sacado ventaja al destino, se esmeró por cumplir
su trabajo a cabalidad. No tuvo más tiempo que para trabajar y atender su hogar y sus
pensamientos giraban entre su pasado y el futuro de sus hijos. Se desvelaba orando en
especial por Fausto Patricio a quien varias veces lo rescató ofreciendo a Dios su vida
por la de él. Consuelo ganó la admiración de los pobladores por su ejemplar fuerza de
voluntad y total abnegación, y por lo que les parecía increíble; seguía esperando fiel
por su marido. La respetaron al punto, que para referirse a quien trabajaba bien o
mucho, decían: «Trabaja como Consuelo».
El calor de febrero trajo a Fausto Patricio serias complicaciones. Consuelo gastó
sus últimas monedas y pidió pagos adelantados. En esos días, el hacendado había
dado una fiesta a sus invitados foráneos. Cuando todos se marcharon, llamó a
Consuelo para que arreglara su dormitorio. Consuelo acudió como tantas veces lo
hizo; pero para su sorpresa, esta vez el hacendado, con un tufo a whisky y una mente
a satán, le hizo la vil propuesta más en Chino que en Español:
-Tú me debes dinero, me devuelves mi dinero y te vas hoy mismo de mi hacienda o te
acuestas conmigo-.
Consuelo no dio crédito a lo que oía.
-¡Por Dios!, patrón...- quiso explicar.
-¡Nada!- dijo el hacendado centellando sus ojos rasgados de perversidad, y se le
abalanzó cual nefaria hiena a devorar viva a su presa.
Consuelo quiso escapar, pero eso acarrearía la muerte inminente de Fausto
Patricio, el llanto por hambre de sus hijas y el huir en deuda. Lloró por la suerte que
le tocó vivir, rogó a Dios para que intercediera, mas al parecer estaba demasiado alto
y no vio que el hacendado la despojaba de sus prendas. Consuelo se tragó la
vergüenza sintiéndose la mujer más ruin de todas. Jamás imaginó que el poder llegara
a formas tan bajas de abuso ni que la impotencia descendiera a tales grados de
humillación. Salió escondiéndose en su llanto y con repulsión, se hizo todo tipo de
lavados acompañados de rezos. Abrazó a Fausto Patricio sin poder ocultarle sus
lágrimas. El niño inocentemente, creyó que lloraba por él.
-No llores, mamá, este mal no ha de durar mucho, entonces estaré del todo bien- dijo
ahogándose.
-¡Ay Señor!, ¿porqué te olvidaste de nosotros?...- sollozó Consuelo implorando.
Consuelo Villar no volvió a la casa del hacendado y calló el hecho. Li Dam, por su
parte, parecía no ser conciente del daño que hizo. Santiago Rubio aceptó a Consuelo
como trabajadora de campo, a donde acudió con sus tres niñas, mientras Margarita se
hacía cargo de Fausto Patricio. La preocupación de Consuelo estalló al notar que su
menstruación se había detenido. Empezó a tomar brebajes ectróticos, a dejarse caer
de asiento, a resbalarse con las piernas abiertas, a golpearse el vientre y a provocar
por todos los medios el aborto. Nada dio resultado, su vientre crecía incontenible.
Siguió rezando ignorando que Dios, acaso ya la había olvidado.
Ese treinta de junio se llevó las esperanzas de Consuelo. Para calamidad aquel día,
después de más de dos años, Gabriel Allende apareció encontrándola con el vientre
crecido. -¡El aborto del bastardo o la vida de todos nosotros!- amenazaba Gabriel
bramando con virulencia.
La molió a golpes, descargando la mayoría en su rostro y en su vientre. Si no hubiese
sido por la intervención de los vecinos, Consuelo habría acabado en la golpiza.
Consuelo Villar a partir de entonces, concentró su atención en sus hijos olvidándose
de sí misma. Con los ojos hinchados y todo el cuerpo amoratado, seguía lívida
bregando. El peor golpe lo sintió la tarde cuando al volver del trabajo, encontró a su
hijo con una estática sonrisa de alivio mientras Margarita lloraba en la cocina. Fausto
Patricio, acababa de pasar quizá a mejor vida.
VOCES DE LA NATURALEZA
Aquella noche, Consuelo Villar atravesó el insomnio cargada de recuerdos y
mientras la aurora aclaraba el día, ella despejaba la bruma de su conclusión. Al
fracasar hasta con Dios, que no le perdonó el haberle sido fiel, las ganas de vivir
cedían al deseo de morir; pero no era cuestión de ganas o deseos, sino de seguir por
sobre todo. Reprimiendo sentimientos y emociones, no volvería a reír y sólo lloraría
en el último instante de su vida.
Como si hubiera osificado su corazón y petrificado su alma, temprano, hizo llamar a
Sergio Pesantes para pedirle que por la noche ahorcara a Pelusa y a los cachorros.
Sergio Pesantes meditó el encargo; no ejecutarlo, sería complicar su situación y
ejecutarlo, sumiría en pena a las niñas. Comprendiendo que el pedido no era un
desatino sino una necesidad, decidió dejar uno de los tres cachorros, Pelusa quedaba
sin opción.
Los perrillos mamaban a la hora en que Sergio Pesantes entró al corral con una
cuerda y una pala. A oscuras, tomó dos de ellos y se dirigió a la puerta trasera, Pelusa
lo siguió moviendo la cola. Al rato, regresó para reportar la misión cumplida.
La llegada de Violeta cargada de víveres y el constante apoyo de Margarita,
garantizaron alimento en la casa. Mientras Camelia, Dalia y Azucena jugaban con
Peluche que por pura suerte sobrevivía, Consuelo Villar ideaba medidas de
emergencia. Tenía sólo unos días para inscribir a Reinaldo y aún no había contactado
con los testigos, el caso se complicaba porque el padre debía ser el declarante. Sergio
Pesantes y Eliseo Barrientos, se ofrecieron como testigos. El viernes, al aclarar el día,
emprendieron camino al distrito.
Cuando llegaron, el empleado municipal abría la puerta aún amodorrado.
Embromó hasta despertar del todo, entonces les hizo pasar.
-¿Quién es el declarante?- preguntó.
No obstante la determinación que Consuelo lo sería, los tres se miraron con
indecisión.
-Yo señor- respondió ella sin ocultar su nerviosismo.
-¿Y el padre?- volvió a preguntar el empleado.
El rubor resaltó en las manchas y cicatrices de Consuelo que golpeó sus ojos al suelo.
-Se fue, señor- dijo despacio.
-Entonces tiene usted un problema, porque por ley, debe ser el padre quien declare y
firme al hijo- explicó el municipal reposando su panza sobre el escritorio.
El silencio generó un ambiente de inseguridad, hasta que el anfitrión fijándose en el
pequeño, quizá por curiosidad acaso por compasión, siguió interrogando:
-¿Cuántos días tiene?-cinco, señor-¿Hombre o mujer?-Hombre, señor- respondió Consuelo apuñando el borde de la manta.
El empleado, que por fortuna estaba de buen humor, hizo la inscripción haciendo
también la constancia de “hijo ilegítimo”.
De cualquier modo, Reinaldo del Carmen Allende Villar, empezaba a figurar en los
registros ciudadanos. Desde entonces quizá porqué, Consuelo empezó a llamarlo:
<Naldo>.
Al lunes siguiente, Consuelo Villar estaba ya en las filas de La Formación.
Milagros Del Campo le ofreció apoyo. Al final de la multitud que avanzaba
levantando polvareda, marchaba Consuelo con Azucena ajobada a la nuca, Camelia
con Peluche a cuestas, Milagros con los víveres al hombro y Dalia que corría para
igualar el paso de la multitud, Naldo se quedaba en casa de Margarita.
Dos semanas después, la hija de Margarita enfermó y tuvo que ser internada en el
hospital, razón por la que Consuelo cargó también con Naldo al campo. Consuelo
estaba lejos de imaginar, que al atarlo a su pecho, propiciaría en él un insondable
afecto que iría más lejos del amor y del instinto. En esas caminatas, Naldo sentía el
latir del corazón de su madre y empezó a amarla demasiado y a destiempo; mas su
amor desmesurado, no habría de ser correspondido.
Entre rocío y sereno, Consuelo lo acomodaba envuelto en una manta sobre la
hierba debajo de las matas, y lo cubría con un costal por si calentara el Sol. Camelia,
Dalia y Azucena, distraían el fresco de setiembre espigando, jugando, corriendo o
traveseando; mas Naldo, tenía que soportarlo en su emplazamiento. Peluche se
echaba a su lado calentándole un lado. Desde entonces, además de sentir el latido del
corazón y el estado de ánimo de su madre, empezó a sentir la Naturaleza, a la que se
ligaría de por vida.
Pronto, a pesar del frío, se acostumbró al contacto con la hierba, al aire limpio y
fresco, al arrullo de los pájaros. El pequeño Peluche lo defendía de las ratas, de las
culebras y de los gallinazos que se le acercaban amenazantes; aunque nada podía
hacer cuando le atacaban las hormigas, los mosquitos o las pulgas que él mismo le
cundía.
Después de unas semanas La Espiga terminó. Santiago Rubio tranquilizó a Consuelo
asegurándole que la tendría en cuenta el primer día que empezara la Algarroba. Naldo
no estuvo tranquilo durante el tiempo que se quedó en casa. Antes, sólo se
incomodaba por estar mojado o por hambre; mas ahora lo hacía a cada rato. Consuelo
creyó que estaba enfermo, con mal de estómago, con resfrío o con mal de ojo; pero
hacía sus necesidades normalmente, respiraba sin dificultad y no tenía fiebre. Luego
de unos días, notó que cuando Peluche se echaba debajo de la barbacoa o rondaba
cerca, Naldo se tranquilizaba, por lo que permitió al perro estar junto al niño.
Consuelo creyó que era un caso de costumbre; se equivocó, era más que eso.
La Algarroba empezó, empezando también las faenas diarias de Consuelo. Naldo
siguió quedándose envuelto en la manta sobre la arena junto a un algarrobo. En
diciembre, empezó a gatear, a comer tierra y a diferenciar las voces de la Naturaleza
antes que las de los humanos.
Cuando La Algarroba terminó, empezó La Saca. Entonces era verano y se quedaba
sin envolver sobre un bordo con la manta en una estaca a manera de parasol. Conoció
dos voces más; la del agua y la del viento, y empezó una íntima relación con Peluche
que para entonces había crecido y andaba con la panza llena de sapos, ratones,
lagartijas o pájaros. Había aprendido a cazar, mas aún no a defenderse de otros perros
a los que evadía con el rabo entre las piernas. Al año, tenían la misma edad; pero
mientras Naldo no acababa de empezar a ser niño y apenas daba por si solo los
primeros pasos, Peluche empezaba ya a ser un perro joven.
En la temporada de Espiga, Silvestre Bermúdez, un tranquilo peón de Hacienda,
empezó a hacer atenciones a Consuelo que para entonces, había recuperado el color
normal de su piel marcada de cicatrices. Aunque analfabeto, Silvestre era respetuoso.
Había enviudado y tenía cinco hijos, dos jóvenes laboriosos y tres niñas logradas. Lo
cierto era que él, se había fijado ya en Consuelo unos meses atrás sin que ella lo
notara.
Un viernes, pocos días después de que Camelia había empezado a asistir a la
escuela, terminadas las clases a mediodía, no llegó a comer. Margarita fue a buscarla,
mas la maestra le dijo que había salido como de costumbre. Preguntó a los vecinos y
varios respondieron que la habían visto con su padre. Margarita rompió en llanto
imaginando lo que en realidad había sucedido: Gabriel Allende había llevado a
Camelia con rumbo desconocido.
La calma volvió a perturbarse con la desaparición de Camelia. Los vecinos
decidieron respaldar a Consuelo. Contrataron un abogado y empezaron un juicio.
Gabriel Allende acudió a comparecer acompañado de Camelia a quien complacía en
todo para tenerla de su parte. Cuando el juez le preguntó con quien quería vivir,
Camelia respondió sin dudar:
-¡Con mi papá!-.
Consuelo tuvo que pagar otra vez al abogado porque en el mismo juicio se efectuó su
divorcio, perdiendo así su hija, sus ahorros y quedando de nuevo endeudada. Dalia y
Azucena sintieron la falta de Camelia, los primeros días la extrañaron, después poco a
poco, se hicieron a su ausencia.
***
El Porvenir se removió a la novedad inesperada. El hacendado había contratado
como su consejero a un amigo suyo y éste había llegado para ejercer sus funciones.
Carlos Bocanegra, que por la prominencia de sus labios fue apodado “Boca de Toro”,
pasó su primera jornada con Li Dam, la segunda con Santiago Rubio y al tercer día
empezó a elaborar su plan de trabajo. Su presencia en la hacienda dio mala espina a
los peones, incluso a Silvestre Bermúdez que para entonces, ya ayudaba a Consuelo
en las faenas de campo.
Aduciendo que habían muchos alumnos para una sola maestra, el primer dispositivo
de Bocanegra avalado por Li Dam, fue que sólo tenían derecho a educación los hijos
de los peones de Hacienda. Más de la mitad de los niños fueron privados de
instrucción básica. Unos tuvieron que patear campos hacia la escuela más cercana,
otros aceptaron su suerte; después de todo, tendrían suficiente quehacer descargando
las tareas de sus padres.
El segundo dispositivo del consejero, fue que sólo tenían derecho a vivienda los
peones de Hacienda y contemplando el tiempo que llevaría construir una en alguno
de los caseríos fuera de los lindes, daba un mes de plazo para desalojar a quienes no
lo fueran. Si el primer dispositivo fue doloroso, el segundo fue peor para Consuelo;
sin embargo, decidió construir una casa en la periferia. Precisamente en esos días,
corrió el rumor que Gabriel Allende había sido visto en la hacienda. Contemplando la
amenaza y el riesgo, Consuelo desistió en su empeño.
El día menos pensado y sin mayor preámbulo, Silvestre Bermúdez, ayudado por la
circunstancia se animó a decirle:
-Consuelo, tú eres divorciada y yo viudo, ambos tenemos hijos… ¿qué te parece si
nos juntamos?-.
Consuelo enmudeció un rato y evadiendo la mirada de Bermúdez, como pidiendo
tiempo para la disquisición, respondió arrancando la grama con más fuerza:
-No sé-No hay apuro, piénsalo bien, pero me respondes-.
Dos semanas después, Silvestre seguía ayudando a Consuelo quien para entonces,
había meditado en los pormenores y a la formulación de la pregunta, la respuesta fue
positiva. Después de la jornada, caminaron despacio hablando de posibles acciones
conjuntas. Por coincidencia, ese día, Consuelo no había llevado a sus hijas al trabajo
y mientras dejaba sus uñas en la grama, Naldo quedaba marcado para toda su vida
Temprano, Dalia había puesto a hervir agua en una olla, insólitamente, salió con
Azucena y embromaron en casa de Margarita. Naldo se dirigió al fogón y quiso meter
una chamisa desequilibrando la olla llena de agua bullente que se derramó sobre su
cuerpo. Se ahogó en llanto de dolor sumergiéndose en un vahído.
Al regresar Dalia y Azucena, lo encontraron desmayado en un charco tibio
todavía. Dalia atropelló a casa de Margarita, quien acudió dejando sola a su hija
enferma. Naldo seguía inconsciente. Por la urgencia del caso, Margarita no se percató
de que la camiseta estaba pegada a la piel y al sacársela, le sacó también la piel. El
tronco del pequeño quedó en carne viva humedecido por la sangre que brotaba
despacio. Menos mal que la cabeza no fue afectada y por andar desnudo de la cintura
hacia abajo, la quemadura no afectó tanto los órganos viriles.
Margarita lo bañó en aceite y completamente desnudo lo llevó al botiquín, que por
mala suerte estaba cerrado. Pidió auxilio en la casa de Santiago Rubio, donde lo
reanimaron para luego conducirlo al hospital.
Cuando Consuelo llegó del trabajo, su casa estaba con la puerta abierta, recorrió
intrigada los cuartos llamando a sus hijas. Al entrar en la cocina, encontró la olla
tirada y el suelo húmedo aún. Corrió a casa de Margarita encontrando a Dalia y
Azucena cuidando a su hija. Antes de que cayera la noche, Margarita regresó con
Naldo que había sido atendido de emergencia y debió haber sido internado; pero no
teniendo con qué pagar, tuvo que desalojar el hospital.
El accidente creó rencilla entre madre e hija, la que ni a través del tiempo
lograrían erradicar. Consuelo nunca pudo demostrar que no tuvo la culpa, Margarita
jamás creyó sus alegatos incriminándole el desamor que mostró siempre por Naldo.
La incomprensión entre ambas sólo empeoró las cosas y para colmo, la hija de
Margarita murió después de unos días. El deceso de la pequeña sumió en pena a
Sergio Pesantes quien antes de que naciera quiso que fuera varón, pero después que
nació rebosó de alegría y se emborrachó por primera vez. Su hija significó todo para
él, la llamó de todas formas; a veces madre o hija, a veces alondra o flor, a veces
negra o rubia, a veces luna o estrella. Quizá fue una cuestión sicológica, ya que no se
le conoció familia y nunca habló de ella, tampoco fue romántico con su mujer, mas
con su hija mostró toda su ternura.
La pena fue mitigada por otro embarazo de Margarita, propiciando el acercamiento
con Consuelo. Fue entonces cuando acordaron encomendarse al Señor de los Dolores,
pactando el viaje para fines de octubre.
Un día antes, sorpresivamente, Gabriel Allende llegó con Camelia a casa de
Margarita. Sergio Pesantes lo recibió invitándole a pasar, pero sólo hablaron en la
puerta. Traía a Camelia para que pasara unos días en El Porvenir, porque después
irían a vivir a un pueblo lejano en el norte. Todos se alegraron de ver a Camelia que
había cambiado mucho en poco tiempo. Y como si todo hubiese sido arreglado, aquel
día también apareció Augusto, que vino de paseo con su padrino.
***
El sábado al amanecer, partieron hacia Mardelupe, a donde acudía gente de toda la
región para cambiar congojas por sosiegos. El camión se llenó de devotos. Los niños
se ubicaron al centro, las mujeres al contorno y los hombres daban el pecho. El aire
frío que entraba con fuerza por las rejas del vehículo, azotaba los pulmones de los
viajeros traspasando sus ropas. El resultado de viajar en esas condiciones habría sido
fulminantes pulmonías, pero la firme creencia produjo su energía positiva y ni
siquiera se dejó escuchar la tos.
En la primera parada se escuchó un desesperado ladrido. Era Peluche, con la lengua
que no le cabía en la boca. Había seguido a Naldo. Todos repararon en el perro y se
dividieron a favor y en contra por aceptarlo como viajero. La mayoría estuvo en
contra, mejor para Consuelo que no hubiese podido pagar el pasaje. El vehículo
continuó su marcha y Peluche su carrera alentado por los que estuvieron a favor. En
la próxima parada volvieron a dividirse, aumentaron los a favor; pero sólo lograron
igualar a los en contra y fue precisamente Consuelo, quien inclinó la suerte en
perjuicio. Para entonces, Peluche ya tenía las patas desolladas y dejaba sus huellas
marcadas con sangre.
Creyendo que no persistiría, un viajero le tiró pan mojado con té. El camión arrancó
de nuevo y por detrás, Peluche con las patas sin uñas ni cuero.
-¡¡Aguanta chofer, aguanta!!. ¡Este animal tiene más fe que todos nosotros juntos!gritó el pasajero golpeando la baranda hasta hacer detener la marcha.
-¡El Señor de los Dolores no tendrá compasión de ustedes, si ustedes no se
compadecen de este pobre animal, debería darles vergüenza ir a rogarle. Aunque me
quede de hambre, pago su pasaje y si no lo aceptan me bajo; prefiero quedarme con él
antes de ir con una sarta de hipócritas!-.
Peluche fue aceptado por unanimidad y agasajado con viandas que pusieron a su
disposición. Después de limpiarle las patas sangrantes, le permitieron acurrucarse al
lado de Naldo.
El Cielo arrinconó las nubes a sus extremos, ese medio día tibio en que llegaron.
Un hervidero de humanos que emergía de todos lados, se ordenaba para formar la
hilera que contando los pasos, avanzaba por las gradas cuesta arriba. Había que pasar
por un pasadizo de a penas un metro de ancho, razón por la que los obesos no podían
por el sofocamiento o porque no cabían en el espacio. Treparon el cerro y llegaron a
la cueva. Allí estaba El Señor de los Dolores: Una estatua de yeso que representaba a
Cristo crucificado. Estaba adornado de múltiples formas y sus pies, tapados con
monedas y billetes de diferentes países.
Como si Cristo no hubiese tenido suficiente con todo lo que le hicieron judíos y
romanos, todos descargaban pesares en su memoria. A ambos lados, mezclada en la
infinidad de velas encendidas, la gente oraba, rezaba, lloraba, se golpeaba el pecho y
pedía cuanto podía; después de todo pedir era fácil, lo difícil era obtener lo pedido.
Consuelo Villar, pidió bendición para sus hijos y perdón por su próximo
compromiso.
Al bajar, la tarde aún estaba joven y el grupo decidió visitar la ciudad. En la plaza
principal, un fotógrafo hacía el mejor negocio de la temporada. Cientos de visitantes
se fotografiaron ese día. También Consuelo arregló a sus hijos para posar en la única
fotografía que los vería juntos, sólo faltó Amador a quien excluyó la suerte. De
izquierda a derecha, en primera fila: Margarita, Consuelo con Naldo en brazos,
Violeta y Augusto, en segunda; Camelia, Dalia, Azucena y Peluche que se acomodó
solo.
A un costado de la plaza, en una tienda parchada y descolorida, una gitana
predecía el futuro. Muchos acudían a conocerlo por adelantado. Consuelo, intrigada
por lo que sería de Naldo, acudió también. Pagó un sol y esperó el augurio.
-Es enfermizo y seguirá siéndolo hasta que con el esfuerzo de todos sanará, será
profesional, tendrá negocios y salvará a la familia- aseguró de memoria la gitana
sacando las cartas para Augusto que se acercó a su mesa.
-¡Al grande no!- interfirió Consuelo -¡al pequeño!-.
La gitana dudó un tanto, pero sin retractarse, confirmó:
-Es su suerte y como he dicho, será; si quiere saber la del pequeño, tiene que
depositar otro sol-.
Consuelo perdió su último sol y la gitana empezó de nuevo:
-A éste le veremos las líneas de las manos- dijo dirigiéndose a Naldo -pero si tuviera
un lunar en la palma, de todos modos le irá bien porque un lunar en la palma significa
la luz de una estrtella-.
Abriendo la izquierda, vio que al borde de la palma tenía un lunar. En silencio, abrió
la derecha y vio que tenía otro más claro todavía. Se quedó un momento sin habla y
al mirarlo, se encontró con dos ojitos que penetraron los suyos. La adivina desvió la
mirada y escondiendo sus ojos en los lunares, olvidó fijarse en las líneas y repetir los
dichos de la suerte.
-<Te alumbran dos estrellas>- dijo cerrándole las manos.
Consuelo no entendió el dicho aunque intuyó que era bueno.
El penúltimo día de octubre, Consuelo Villar llegó con sus hijos a Infiernillo; un
puñado de chozas de quincha y paja desperdigado en dos líneas entre la tierra fértil y
el erial. Estaba rodeado por largas y arquitectónicas lomas de arena adornadas por
algarrobos que convergían en el oasis de El Cañoncillo. Hacia adelante empezaban
los campos de El Porvenir, hacia atrás el desierto que besaba las montañas.
Todos se conocían en el caserío y sabían hasta lo que sucedía a los perros del último
vecino. Consuelo lo imaginaba y temía las ligeras lenguas; pero para su bien, no eran
ponzoñosas y sólo comentaban sobre el flamante vecino llegado el día anterior: Peter
Van den Ende, único en su especie en el mundo conocido, venido de la patria de
Rembrandt y Van Gogh.
VIAJE AL INFINITO
Entre rumores de guerra nuclear que involucraba a Estados Unidos y Unión
Soviética por el conflicto de Cuba, Peter Van den Ende llegó a Infiernillo. Se quedó
maravillado de la aldea y de sus habitantes. Simplemente por ser todos iguales, allí la
soledad no existía. El interés por diferenciarse unos de otros ni siquiera cabía en la
imaginación. Nadie adoptaba posturas forzadas y menos ademanes vanidosos. La
aldea aún disfrutaba la armonía que brindaba la inocencia.
Los hombres mostraban remiendos en las rodillas y en las asentaderas, en los codos y
en los cuellos, y en todo lugar donde las prendas los necesitaban. Había que ver esas
ropas que parecían tener más años que quienes las usaban. Las mujeres con sus largos
vestidos, pasaban medio día en la cocina lavando utensilios, cocinando, quemándose
las uñas o calentándose al fogón. El resto de las horas las compartían entre el marido
y los hijos.
Hombres y mujeres trabajaban el campo a solaz, enamorándose de las semillas a las
que se mantenían fieles cuando se convertían en plantas, y las seguían amando
cuando pasaban a ser semillas de nuevo.
Los niños jugaban con palos, tierra, agua, perros, pájaros y, mientras unos jóvenes
empezaban a optar por los estudios y a pensar en emigrar a la ciudad, otros por el
trabajo de campo y asentarse en el terruño. Ese lugar, que les había visto nacer o que
les detuvo en su migración, significaba todo para ellos. Era como si en sus confines
empezara y terminara el mundo, como si la grandeza del planeta se redujera a la zona.
Hasta el infinito universo se encogía a los lindes que marcaban sus ojos, encerrados el
Sol a través de las blancas nubes en los días, y la Luna entre luceros y estrellas en las
noches. Simplemente, allí el agua expresaba su sentir y el viento se calmaba al llegar,
las plantas hablaban en silencio y los pájaros inventaban cantos a diario.
Van den Ende en ningún momento estuvo ni se sintió solo. Todos querían hablar
con él y regalarle francas risas. Por momentos añoraba su país, no porque deseaba
volver; sino porque si su gente no se hubiese cosificado jamás lo habría abandonado.
Pero todas las contemplaciones al respecto estaban de más. Convencido, sabía que no
habría de morir en la tierra que tuvo que nacer; no obstante, siguió intrigado por el
sueño que le persiguió desde que tenía uso de razón: Soñó tantas veces que hacía un
viaje del que no volvía: De niño, creyó que se debía a los viajes diarios en bicicleta
que hacía a la escuela. De joven, a los que hacía en auto a diferentes puntos del país.
De adulto, a los que hacía en tren por Europa. De viejo, a los que hacía en avión a
diferentes continentes. Por último, al que acababa de hacer; pero se equivocó, porque
el viaje tantas veces repetido en sueños, estaba pronto a emprenderlo en la realidad.
Van den Ende apreciaba Infiernillo. Le impresionó que en otoño, el Sol calentara
y que el viento jugueteara suavemente con las hojas de los árboles en vez de
arrancarlas, que los insectos y las aves se reprodujeran sin veda, que las nubes albidas
como la nieve conservaran sus formas en su lenta travesía y que por las noches, el
Cielo brindara un impresionante espectáculo estelar.
Ni punto de comparación con lo que había dejado en Damlandia. Allá, la gente
empezaba a mecanizarse ensimismada en absolutos derechos iniciando la generación
nada. Las familias se desarticulaban a causa de la actitud paternalista del nuevo
sistema, que como consecuencias inmediatas, en las calles y plazas deambulaban
jóvenes melenudos, barbados, pintarrajeados y sucios revelándose sin causa ni
objetivo, así como los divorcios empezaban a efectuarse a la orden del día. Había
empezado el abuso colectivo del sexo, de las drogas, del ocio y de otros tipos de
derechos y libertades.
Allá, el Sol se opacaba siempre en invierno y a veces hasta en verano, el viento
azotaba con fuerza las hojas de los árboles arrancándolas todas. Los insectos
desaparecían, las aves emigraban y sólo uno que otro pájaro se resignaba a invernar.
Las nubes ennegrecidas arremetían con fuerza entre sí originando sorpresivas
tormentas. Y por las noches, la luna y las estrellas no aparecían en el cielo umbroso y
gimiente.
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Para Peter Van den Ende, las narraciones que le hiciera su padre fueron el
comienzo de la búsqueda sin fin de sí mismo y de su especie. En efecto, su padre
Peter Van den Ende, le solía contar con lujo de detalle, las exóticas aventuras que le
narraba su padre Peter Van den Ende, quien murió de viejo el mismo día del
nacimiento de su hijo; de modo que el nieto hasta podía ver al abuelo en cada relato.
El primer Peter Van den Ende, vino al mundo a la postre de los ajetreos de dos
acontecimientos sucedidos a gran distancia y en mundos diferentes; pero que tenían
relación entre sí y que sus consecuencias repercutirían en todos los rincones del
planeta: La independencia de Las Trece Colonias, que al no hallarle un nombre
adecuado por la diferencia de intereses y la mezcla de inmigrantes, le llamaron
Estados Unidos de América. Y la Revolución Francesa, a causa de los abusos de Luis
XVI, de los despilfarros de su mujer y de las desatinadas decisiones de su gobierno.
Mostrando sus planes expansionistas de compra y usurpación de territorios,
Washington se había impuesto a la codicia de sus generales y protectores para ejercer
la presidencia de los flamantes Estados Unidos. En Francia, que como consecuencias
de la revolución hubieron vueltas y revueltas, ya habían descabezado al rey y a su
mujer; pero también a Robespierre y a Saint-Just. Napoleón se proclamaba
emperador y planeaba expandirse en Europa.
Los ingleses, unos siglos atrás, habían encontrado en China las dos botas con las
que pisarían medio mundo: La pólvora, era usada por los chinos en sus juegos de
fuego; los ingleses la usaron en armas de fuego. Desde que los árabes introdujeron el
opio, los chinos lo fumaban a medida y de acuerdo a la circunstancia; los ingleses se
encargaron de la adicción del pueblo.
En aquellos tiempos, también los holandeses plagaron China de plantaciones de opio
cuyo contrabando financiaba incluyendo otras inversiones, desde los gobiernos hasta
las casas reales. Ante la alarmante adicción de la población y las magnitudes del
contrabando, el emperador chino ordenó decomisar un cargamento y erradicar las
plantaciones; pretexto y causa por lo que la reina Victoria y los suyos hicieron la
guerra. La misma pólvora que en manos de los chinos era festiva, fue mortal en la de
los ingleses que cañonearon sin compasión cegados por la avaricia. China fue
derrotada y obligada a pagar una indemnización por el embargo del opio y por los
gastos de la guerra. Además, tuvo que ceder Hong Kong, suprimir los impuestos en
Cantón y abrir otros puertos al “comercio”.
Por las magnitudes del negocio y sus enormes ganancias, China fue de nuevo atacada
por Inglaterra además de Francia y Estados Unidos, que ya había empezado su
carrera para apoderarse del mundo. Mas tarde, Japón, también entraba al escenario de
China, que como enorme amapola debilitada por insaciables zánganos, perdía la
guerra perdiendo también Corea y Taiwan. Procurando alcanzar más adictos que
garantizaran más ganancias, los ingleses llevaron el opio a India y los holandeses a
Indonesia,
En esos tiempos, la madre del primer Peter Van den Ende, cuyo marido se perdió
en esos míticos mundos, para sobrevivir, tenía que ponerse con todos sus niños a la
larga cola en la puerta de la iglesia, con el afán de recibir pan a diario y una que otra
prenda que vestir.
Los ricos no compartían con los pobres ni las sobras de sus riquezas; sino que las
entregaban a las autoridades eclesiásticas para lograr un lugar en el cielo donde sus
almas fueran ricas para siempre, ya que sus huesos estarían bien seguros en los
alrededores o dentro de las iglesias. Los vivos pobres estaban condenados al infierno
de las tufaradas hediondas de los muertos ricos, resignados a su condición, los pobres
sostenían que los ricos apestaban.
Como para romper esta condena, buscando las huellas perdidas de su padre, el primer
Van den Ende aún era un niño cuando se alistó en las embarcaciones que iban a esos
mundos exóticos y fantásticos. A veces tardaba varios años en volver, pero cuando
volvía, traía consigo una fortuna. Después de arreglar la condición económica de su
familia, se hizo de inmuebles y negocios para morir en la granja donde nacería el
tercer Van den Ende.
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Antropólogo de profesión y político de ocupación, Peter Van den Ende nació a
mediados de la segunda revolución industrial. De familia campesina, pero
acomodada, tuvo tantos hermanos como vacas su padre, quien poseía por herencia
una finca, terrenos de cultivo y un molino de viento.
Para entonces, ya se vislumbraba a los que se perfilaban como nuevos amos del
mundo. El pequeño Japón había ganado la guerra a la extensa China. Estados Unidos
ejecutaba sus planes expansionistas masacrando a los nativos que resistían y
confinando de por vida en aridales a los que se sometían, comprando o usurpando
tierras e invadiendo territorios a varias millas de sus fronteras. Así obtuvo entre otras
islas las Filipinas, Puerto Rico y Guam. Pretendía apoderarse también de Cuba y para
construir el canal interoceánico de su exclusivo interés, separó a Panamá de
Colombia.
Europa estaba algo calmada de las remociones sociales. Las acciones conjuntas de
la burguesía liberal y del proletariado contra los aristócratas terratenientes y los
banqueros, habían fracasado por la división de los revolucionarios desviados por
intestinas rivalidades partidistas y nacionalistas. No obstante, habían logrado la
abolición de la servidumbre y la faena diaria de ocho horas. Esos sucesos,
estimularon a analizar las causas económicas y políticas cuyo asidero eran las fuerzas
del privilegio. Se había engendrado ya el socialismo, en contraposición al
imperialismo moderno.
Los progresos técnicos y científicos, inyectaron nuevas fuentes de energía creando y
renovando industrias. El desarrollo de la comunicación impulsó el comercio sentando
las bases de las economías mundiales. De las renovadas formas de organización
industrial, surgió la industria en serie. El capital financiero empezó a ejercer gran
influencia en la política, propiciando el despegue de los países industrializados. Se
crearon grandes monopolios que compitieron entre sí por las fuentes de materias
primas y el control de los mercados, reforzando el nuevo imperialismo y la
repartición económica y política del mundo. Mas los trabajadores, apenas lograron
obtener sus derechos vitales. El avance de la química sintética, la elaboración de
petróleo y cemento, la innovación de la medicina y la agricultura; así como los
inventos de la fotografía, el telégrafo y el teléfono, disparó a los países que desde
hacía tiempo habían invertido los doscientos mil kilos de oro y los veinte millones de
kilos de plata de los incas.
El pequeño Peter, admiraba el molino que de confín a confín, se levantaba cual
único coloso atrayendo el trigo y la cebada de los agricultores vecinos. El molino le
permitió rozar con gente desde muy niño y crecer en un ambiente de tranquilidad;
quizá eso determinó su modo de ser, desprendido y generoso, lo que después le
induciría a inclinarse por la Antropología.
Damlandia amurallada por diques, era entonces una alfombra verde bordada de
tulipanes, adornada de molinos de viento, salpicada de vacas blanquinegras y limpia
de piedras donde tropezar. Cada quien hacía lo que tenía que hacer. Su pueblo
compensaba la pobreza del suelo con el ingenio industrial. El negocio del oro y de la
plata de Suramérica, la trata de negros de Africa, el tráfico de opio de Asia, el
comercio en general y los impuestos, habían sentado las bases de la sólida economía.
Todos cooperaron a desaguar el país trabajando a viento, lluvia y frío. Vivían
hacinados en pequeñas casas de madera y ladrillo a las que traspasaba el invierno, un
hueco hacía de baño y no había espacio para tina. Valía la pena inhalar humo por
conservar un espacio cerca a la estufa.
En esos tiempos, los ciudadanos llanos aceptaban que el lujo y la comodidad era sólo
exclusividad de los privilegiados y estaban lejos aún de imaginar que dentro de unas
décadas, todos se sumergirían en ese lujo y comodidad y muchos sin producir
siquiera pensamientos.
Siguiendo la tradición impuesta por evangelizadores y reyes, a quienes la religión
ayudó a mantener al pueblo subordinado, los domingos, familias enteras desfilaban a
las iglesias. En cada casa había una Biblia y las oraciones se repetían siempre que se
quería lograr algo, así como antes y después de las comidas y de acostarse. Fue
indudable el respeto ganado de la patria reducida, que desde la invasión a las
américas fue el punto de encuentro de viajeros, aventureros, traficantes, piratas,
evangelizadores, comerciantes, científicos y de toda persona que navegaba en ideas.
Las estatuas que los gobiernos mandaban construir en memoria de los que no volvían,
sólo sirvieron para que aniden y excrementen las palomas; pero jamás lograron
mitigar la falta que hicieron a sus mujeres e hijos. Sin embargo, más tarde, el pueblo
empezaría a olvidar las vicisitudes ligadas íntimamente a su historia y restaría interés
a aspectos imprescindibles de su identidad y a la larga, se conducirían a un futuro
incierto.
Seguramente el clima, la pobreza del suelo y la escasez del territorio, fue
determinante en la pujanza del pueblo, que además de echar agua al mar, le ganaba
considerable terreno hasta convertirse en el único país digno de la hazaña. Las
colonias proporcionaron lo que faltaba. La economía creció de manera imprevista,
beneficiando en primera instancia a los comerciantes. De una manera u otra, era ya
un país que a pesar de sus limitaciones, había competido con los mejor dotados y
tenía suficiente para seguir compitiendo hasta que los cambios sociales y la
Naturaleza en el transcurso del tiempo, decidan el fin de sus mejores épocas.
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Van den Ende tuvo tiempo aquella noche, para contemplar las raíces del árbol de
su vida. Todo lo determinó a los quince años, cuando después de preparar sus
lecciones, atravesaba las horas escudriñando los hechos sobresalientes a la débil
lumbre de las velas. Puso especial interés en la Revolución Nacionalista China y el
fin de los emperadores manchúes, en las ocupaciones de Nicaragua y República
Dominicana por Estados Unidos, en la expulsión de los turcos de Europa, hecho que
no se concretó del todo y que propiciaría la unión de los expulsantes en una sola
nación, pero que ochenta años después, protagonizarían una cruenta guerra
extemporánea.
El estallido de la Primera Guerra Mundial, trazó su línea y la Revolución Rusa la
confirmó. Aunque Damlandia fue neutral en la guerra, sintió sus efectos y aunque la
caída del Zarismo aconteció a distancia, siguió con atención los sucesos.
Van den Ende procuraba entender porqué, a pesar del avance de la industria y de la
buena voluntad de prominentes políticos y pensadores por procurar un mundo mejor,
la economía seguía pesando más que el bienestar común. Suponía que con el
desarrollo industrial todo mejoraría; mas temía llegar a la conclusión que en realidad
la condición humana empeoraba, que la esclavitud sólo había cambiado de nombre,
que la producción y el comercio traspasaban lo ilimitado creando el mercado más
grande y tenebroso: La producción de guerras a escalas y el comercio de armas al por
mayor.
La quiebra de la bolsa de valores norteamericana y la violenta propagación
industrial europea, degeneraron en depresión económica mundial. El ambiente en los
países industrializados se agitaba con turbulencia. En Rusia, empezaban las purgas
estalinistas al tiempo que Japón se apoderaba de una parte de China. En Estados
Unidos, Roosevelt ensayaba reformas económicas y sociales. En Alemania, Hitler se
hacía del poder sembrando temor en los judíos persiguiendo implacable a sus
opositores, y en abierto desafío se retiraba de la Sociedad de las Naciones. Después
denunciaba el Tratado de Versalles iniciando el rearme y a continuación, tomaba la
zona desmilitarizada de Renania para luego anexar Austria a Alemania.
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Las hostilidades a los judíos en Alemania, habían empezado ya cinco años atrás,
por lo que los más prevenidos abandonaron a tiempo el país; pero para los que se
quedaron, aquella noche del nueve de noviembre, diez meses antes de la guerra, fue
el comienzo de sufrimientos de magnitudes insospechadas. La Kristallnacht, por sus
proporciones, sería comparada con los castigos bíblicos porque a partir de entonces,
no sólo se quemaban sus libros, sino también eran arrestados en las calles y
capturados como delincuentes en sus casas. Sólo podían ser liberados, si lograban
acreditar que saldrían del país a la brevedad posible.
Muchos salieron como pudieron a los países vecinos y los que lograron alejarse más
de la pesadilla, encontraron en Cuba el lugar adecuado. Barcos abarrotados de judíos
salieron de Hamburgo y de otros puertos con destino al paradisíaco país; pero para
los pasajeros del Saint Louis, fue demasiado tarde y tuvieron que sufrir la odisea de
treintiséis días y más de dieciséis mil kilómetros recorridos, que al comienzo fueron
de lujo y al final de indigencia
Esa noche del trece de mayo, el lujoso crucero con novecientos treintisiete
pasajeros entre niños, jóvenes, adultos y ancianos, partía de Hamburgo con destino a
La Habana. Casi todos disponían de una visa de turista, por lo que era de prever que
el viaje, además de liberarles del terror sería placentero. El trayecto de ida fue de
esperanza y alegría. Después de catorce días, el Saint Louis llegaba a su destino; pero
el destino de sus pasajeros se tornaba incierto. Mientras esperaban por los
procedimientos correspondientes, pequeñas balsas con vendedores de algunas
mercancías y familiares o amigos de los viajeros, se acercaron al crucero.
Las autoridades cubanas no lograron ponerse de acuerdo. El conflicto por los jugosos
botines, entre el director de migraciones y el presidente del país complicó la
situación. Los pasajeros cubanos y españoles así como los tres judíos que tenían visa
de permanencia, recibieron la orden de abandonar la embarcación; pero los
novecientos seis restantes, tuvieron que esperar a que los comités de ayuda negocien
su caso con las autoridades.
Las pequeñas balsas seguían abasteciendo lo básico y después de casi una semana, las
autoridades, aduciendo que de esta manera demostrarían que no tenían la intención de
vivir a costas del gobierno, pidieron quinientos dólares de garantía por pasajero. Eso
significaba que los comités de ayuda tenían que entregar cuatrocientos cincuentitres
mil quinientos dólares, cantidad atractiva para las autoridades; pero desfalcadora para
los comités que probaron persuadir procurando que bajaran la suma. Para mala
suerte, otros barcos llegaron y los comités tenían que arreglar también la situación de
sus pasajeros; además, la prensa nazi informaba a su manera haciendo propaganda y
presionando a las autoridades cubanas a no ceder.
El Saint Louis, que por unos días se había convertido en una atracción turística para
los habanos, tuvo que partir con la esperanza que Estados Unidos, que tanto bramaba
ser el abanderado de la democracia, que tanto alababa la libertad y alardeaba la
solidaridad, les permitiera el asilo. Pero corroborando su hipocresía y reforzando sus
planes y tratos secretos, cuando el crucero se dirigía a Miami, lo interceptó con
embarcaciones de guerra y tajantemente, le prohibió acercare a sus aguas territoriales.
Canadá, Colombia, Venezuela, Uruguay, Argentina, Inglaterra también le negaron el
derecho hasta que finalmente, Bélgica hizo honor a la generosidad. Max Gottschalk
coordinó con Paul-Emile Janson, éste con el gobierno, el que a su vez, coordinó con
los gobiernos de Inglaterra, Holanda y Francia para repartirse los pasajeros.
En el mismo crucero, entre Vlissigen y Antwerpen, se hizo el reparto. En Bélgica se
quedarían doscientos catorce, a Inglaterra irían doscientos ochentisiete, a Francia
doscientos veinticuatro y a Holanda ciento ochentiuno. Un sábado diecisiete de junio,
a pesar de las protestas antijudías, el Saint Louis anclaba en Antwerpen.
Como si hubiesen sido marcados por la fatalidad, de los más de novecientos judíos
que creyeron haber sacado ventaja a la mala suerte; sólo unos trescientos
sobrevivirían a la persecución nazi, los demás sin esperanza alguna, se consumirían
en poco tiempo en las prisiones o en las cámaras de gas esparcidas en Europa.
De nada sirvieron las reuniones que organizaron Inglaterra y Francia para
complacer a Hitler, tampoco los halagos personales que le hiciera públicamente
Chamberlain. Haciendo valer los acuerdos de Munich, ocupaba los Sudetes en
Checoslovaquia. Pronto se extendía a Bohemia, Moravia y Memel. Comenzó tratando
con Rossevelt y terminó firmando un pacto de no agresión con Stalin, quien pronto se
apoderó de los Países Bálticos, parte de Polonia y Rumania, poco después, entraría en
Finlandia. La segunda guerra mundial había empezado.
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En Damlandia, las radios repetían las noticias y los periódicos tiraban ediciones
extras dando cuenta de las novedades. El cumpleaños de Wilhelmina alcanzó a
celebrarse con toda la pompa de reina en su palacio de Soestdijk, pero pronto tuvo
que regresar al de Noordeinde para preparar la huída. Algunos ciudadanos acudieron
a ver cómo la reina con toda su familia y su gobierno, abandonaba al pueblo. Salió a
despedirse escoltada por su hija Juliana, su yerno Bernard y su nieta Beatrix.
-¡Viva la Madre Patria!– y brazo derecho en alto gritaba arengando -¡Hurra! ¡hurra!
¡hurra! ¡Defiéndanla entre todos una y otra vez!. ¡Viva la Madre Patria!. ¡Hurra!
¡hurra! ¡hurra!-.
Y partió a Inglaterra anticipándose ocho meses al ingreso de los nazis.
A Damlandia no le sirvió haber movilizado sus tropas a la frontera con más de un
año de anticipación, fue sorprendida de madrugada cuando el calendario marcaba el
diez de mayo y corría la misma suerte que Bélgica. Sin declaración de guerra, los
nazis entraron con abrumadora superioridad derrumbando los puentes sobre el Maas
y el Ijssel para tomar Maastricht. Luego, cientos de paracaidistas caían en los
alrededores de Den Haag, sufriendo el primer revés. Al siguiente día, temprano por la
mañana, un hidroavión posaba en el Maas de Rotterdam, era sólo el preámbulo a lo
que a continuación vendría.
El general Winkelman, que había recibido la patria huérfana, intentó contactar con
militares ingleses y franceses; pero la reina Wilhelmina desde Inglaterra le ordenó
rendirse. El catorce de mayo a las diez y treinta de la mañana, recibió un ultimátum
nazi que rechazó por no haber sido firmado. Sin segunda advertencia, Rotterdam fue
emparejada con el campo, con la diferencia que allí, en vez de levantarse pájaros y
caer hojas, se levantaba polvo, fuego y humo, y caían casas, escuelas e iglesias.
Mil inocentes sucumbieron y veinticinco mil viviendas se derrumbaron al
bombardeo, mientras cuatro mil soldados nazis desembarcaban en Waalhaven
tomando gran parte del oeste. Estando la ciudad aún ardiendo y sus sobrevivientes
orando en el Kralingseboos, llegaba otro ultimátum con la amenaza que Utrecht
correría igual suerte que Rotterdam. Al siguiente día por la mañana, Winkelman, Van
Doorninck y Van Voorst, comparecieron ante Von Küchler en Rijsoord, donde en la
escuela firmaron la capitulación. Damlandia, caía por entera a la dominación nazi y a
la pesadilla de sus judíos que tenían que apocilgarse en las cajas de abajo de arriba o
de atrás.
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Joshka Cohen estaba de viaje cuando los nazis irrumpieron en su casa. Por
fortuna, la noche anterior, Peter Van den Ende, su vecino y amigo, había escondido a
su familia en el alcantarillado del desagüe. El primer día se quedó con ellos para
instruirlos. Les enseñó a diferenciar el agua potable de la servida, a buscar reductos
en caso de éxodos inevitables y a cazar ratas por si faltara el alimento.
Cohen fue interceptado por los nazis en el viaje, nunca volvió ni dejó escuchar algo
de si. Marja, su hija de nueve años, jamás lo olvidaría.
-Me pidió que los cuidara– la consolaba Van den Ende.
La rutina duró siete meses sin inconvenientes, hasta que una mañana, cuando se
desplazaba por el alcantarillado con un cesto lleno de comida, fue detenido. El delito
en flagrante no dejó margen a dudas. No los delató y fue condenado. Gracias a su
reputación, sólo fue deportado a Berlín con libertad condicionada y con trabajo diario
de doce horas, seis días a la semana.
El suceso fue fatal para los Cohen que esperaron en vano. La corta instrucción no dio
resultado porque la señora Cohen era tímida y sus dos niños muy pequeños para
soportar la situación. Sin amparo, no resistieron la presión del miedo ni el acoso de
las ratas. Habían decidido morir con luz y acompañados, y no a solas y a oscuras.
Cuando salieron del alcantarillado, para ellos los colores se habían reducido a
amarillento gris rojizo. Años después, sólo Marja sobreviviría al holocausto, Sander,
Bertha y la señora Cohen, sucumbirían sin remedio.
A los dos años, Peter Van den Ende volvió a Rotterdam. Las calles estaban ya
limpias de escombros, aunque muchos edificios aún en ruinas. Van den Ende sabía
que la Colonne Henneicke tenía cicuenticuatro cazadores de judíos activos, que
recibían siete florines y medio por cabeza, que también contaban ancianos y niños, y
que los llevaban al Hollandse Schowburg en Amsterdam, donde los reunían para
luego remitirlos a los campos de concentración. Buscó con cuidado a los Cohen en
toda la ciudad y en el resto del país.
Con la información adecuada y los datos precisos, fue a Amsterdam donde por el
doble o el triple del dinero podía recuperar un judío. Pero fue demasiado tarde,
fuentes creíbles le informaron que hacía poco los habían llevado a Auzwich. En vano
los buscó también allí y en toda Polonia, no los encontró.
Al final de la guerra, Van den Ende pasó varios meses buscando a los Cohen por
todas partes. Los laberintos del nazismo que fueron brutalmente eficaces, le
impidieron tener noticias de ellos. Nunca llegó a saber que la tímida Marja, pudo
sobrevivir y que radicaba donde él purgó condena, en la derrumbada Berlín.
Después que terminó la guerra, de los cincuenticuatro cazadores de judíos,
veinticinco fueron condenados a pena de muerte. De los veinticinco, veintitres
evadieron entre garantías y gracias; sólo a dos se les aplicó la pena, no tanto por
haber podido cometer las faltas, sino por no haber podido arreglar sus casos a tiempo.
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Hitler no debió haber faltado al compromiso con Stalin, porque la guerra la perdió
en Stalingrado y desde allí, el ejército soviético empezó a perseguir al nazi y no
pararía hasta eliminarlo. En plena guerra, Alemania ya sufría las consecuencias de la
derrota que con la tragedia del Gustloff pagaría con creces la deuda nazi.
En efecto, en la euforia nacionalista, en la Bolun en Vos de Hamburgo, construyeron
un crucero de una sola clase con veinticinco mil quinientas toneladas de peso, donde
mil ochocientas sesenticinco personas viajarían cómodamente. Antes de que
empezara la guerra, talvez por trágica ironía, ante la algarabía de los hamburgeses, el
crucero se hacía a las aguas el mismo año de la odisea del Saint Louis. Las letras
góticas cuidadosamente dibujadas en honor al líder suizo asesinado decían: <Wilhelm
Gustloff>.
El barco entró al servicio nazi y después de que España lo viera llegar con
Göering y la Operación Cóndor a bordo para fortalecer a los fascistas de Franco,
ancló en puertos de varios países y transportó civiles como militares para después
hacer de hospital. A media guerra fue a Polonia para evacuar a los fugitivos que
huían aterrorizados por el ejército rojo. Al final de enero, en Godynia, más de
sesenta mil personas en el centro del frío, se agolpaban en los alrededores del
Gustloff procurando lograr un espacio. Al mediodía, cuando unas diez mil seiscientas
personas, casi diez veces más su capacidad, entre pasajeros temerosos y soldados
heridos habían abordado el barco y muchos más intentaban lograrlo, el capitán
ordenó partir con dirección a Hamburgo.
La Luna no resplandecía e intranquilo estaba el mar, la temperatura marcaba diez
bajo cero y el viento fuerza siete. El cielo estaba negro cuando al promediar las nueve
de la noche, Marinesco, talvez haciendo honor a su nombre, al mando del submarino
S-13, sin tener en cuenta su condición de embarcación civil ni compasión de los
pasajeros, se encargaba de pasar una de las facturas de la guerra en tres torpedos que
en menos de una hora, lo hundieron en el Mar Báltico.
El Gustloff alcanzó a enviar mensajes de auxilio que por fortuna de pocos, fue
recibida por nueve pequeñas embarcaciones de varias layas que se arriesgaron a la
furia inmisericorde de Marinesco. El T-36 salvó a quinientos sesenticuatro náufragos,
el Löwe a cuatrocientos setentidós, el M-387 a noventiocho, el M-375 a cuarentitrés,
el M-341 a treintisiete, el Gottingen a veintiocho, el TF-19 a siete, el Gotland a dos y
el 1703 a uno; ironía de la suerte, un niño de apenas un año de edad.
Un mes después, el “General Steuben”, un barco de pasajeros con cinco mil
doscientos fugitivos, corría la misma suerte al ser interceptado por el S-13 que con
dos torpedos, Marinesco le indicaba su último destino en el fondo del mar.
Un mes más tarde, el Goya, un barco de carga, partía con siete mil fugitivos.
Marinesco, tampoco tuvo compasión de la carga y con dos torpedos la vació en el
mar. Ciento ochentitrés sobrevivirían y sólo unos cuantos lograrían contarlo.
Con más de veinte mil víctimas, entre ancianos, adultos, jóvenes y niños
entreverados con soldados heridos, todos al final inocentes, pues los culpables de la
guerra se camuflaban bien en ambos bandos; la peor tragedia naval quedaría en el
olvido, porque su recuerdo para los vencidos sería dolorosa y para los vencedores no
sería lucrativa. Es que de eso se trataba, de arrear a los pueblos al matadero para que
sus muertes engorden al capital.
Alemania caería derrotada y dividida por Unión Soviética, y permanecería sitiada
mucho tiempo por Estados Unidos. Pero con Alemania, toda Europa Occidental sería
devorada por el insaciable hambre económico y acosada por las tormentas
migratorias que evaporarían su identidad. En el ajedrez político, económico y militar
de la guerra, Unión Soviética puso los peones y los caballos, Europa las torres y los
alfiles y Estados Unidos la reina y el rey.
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Los vencedores, no sólo se repartieron los botines de la guerra, sino que
minimizaron el escándalo del juicio a los vencidos. Los nazis que cumplieron con las
coimas impuestas o que aceptaron colaborar con Estados Unidos o Unión Soviética,
alcanzaron protecciones y gracias directas y tuvieron que marchar a los países
respectivos o se quedaron en Alemania para servirles; los que no, tuvieron que
comparecer en Nürnberg.
Luego, ambos bandos se repartían Europa: La Organización del Atlántico Norte por
un lado y el Pacto de Varsovia por otro. Bandos que en tres oportunidades estuvieron
a punto de enfrentarse: En el Caso de Berlín, en el Conflicto de Cuba y en el Chasco
de Noruega.
Más tarde, organizarían una corte internacional en Den Haag para juzgar crímenes de
guerra y otros abusos de poder. Entre hipocresía y cinismo, Estados Unidos que al
comienzo apoyaría a la institución, cuando sería juzgado y condenado por ésta, haría
conocer que de ningún modo acataría sus fallos. Dejando claro a lo que vino, entró al
final para arrebatar la victoria a Unión Soviética y arrogarse el derecho a imponer su
decisión acallando las mínimas protestas, como único gallo que con su caracacar,
acalla el cacareo de pollos y gallinas.
Las peores masacres y los más grandes crímenes de guerra, fueron los perpetrados
con alevosía precisamente por Estados Unidos; mas quedarían impunes porque su
administración juzgaba a la justicia, a la vez que dictaba y corregía la historia. Las
bombas atómicas que cayeron en Hiroshima y Nagasaki, no hicieron distingos de
mujeres niños ni ancianos, que a pesar de tantos años de muerte, sus almas sufren aún
el trauma de la barbarie. Los eruditos de la perversión y la falacia llegarían a
determinar que fue una necesidad, dándole también el derecho a largo plazo, a minar
con bombas los cinco continentes.
A partir de entonces nada sería igual. Estados Unidos empezaba a dominar el mundo
y a nombre del desarrollo y la democracia, las grandes empresas se apoderaban de los
partidos políticos, las instituciones religiosas y las organizaciones de bien. Se
depredaría el planeta sin medida ni escrúpulo y la humanidad, azuzada por las
multinacionales, empezaría su carrera vertiginosa hacia la novedad, el automatismo y
la vanidad.
****
Peter Van den Ende fue propuesto para integrar la cámara de representantes que
debía iniciar la reconstrucción del país, cargo que aceptó con nuevas esperanzas. Fue
creador e impulsor de benéficas leyes, pero advirtió del peligro de su abuso. Se opuso
a las pretensiones estadounidenses de hipotecar Europa porque las conocía de primera
fuente. Peter Van den Ende, era familiar cercano de Arthur Van den Berg, quien
cuando tendría unos cinco años, emigró con sus padres de Damlandia a Estados
Unidos. Peter y Arthur habían jugado juntos y juntos habían hecho tantas travesuras,
ambos recordaban la noche que pasaron con sus respectivas familias en el Hotel
Nieuw York a orillas del Maas en Rotterdam. La tarde lluviosa cuando se
despidieron, se batieron la mano haciéndose adiós con recíproco afecto, hasta que el
barco de American Lijn se perdió en el horizonte del río. Se escribieron tantas cartas
y en la juventud a pesar de la distancia se visitaron unas veces, pero el afecto se
enfrió de adultos por las diferentes posiciones políticas; mientras Van den Berg se
posicionaba como conservador capitalista, Van den Ende lo hacía como socialista
alternativo.
Arthur Van den Berg, se hizo asesor de Roosevelt a quien a consecuencia de los
combates de Estalingrado, le aconsejó tomar partido en la guerra. Convenía entonces
azuzar a ambos bandos. Pero como los soviéticos preferirían morir antes de rendirse,
había que preparar la farsa de un “desembarco” en Europa a favor de Los Aliados, y
prolongar la operación en lo posible para efectuarla sólo a la certeza de que Alemania
sería derrotada.
Luego de que el “desembarco” se hizo realidad, aún en plena guerra pero conociendo
ya el desenlace; mientras los soldados rusos combatían en territorio alemán, los
empresarios estadounidenses se lanzaron a canalizar hipotecas para los países
beligerantes y para todos los demás. Se reunieron en un complejo hotelero de Nueva
Hampshire y crearon el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional.
Mas tarde, aprovechando la desesperación de los gobiernos europeos, Van den Berg,
aconsejó a Truman infundir por todos los medios el temor a Unión Soviética y a toda
línea socialista. Había que montar por todos los medios, una escandalosa propaganda
autocalificándose de defensores de la libertad, de la democracia y del desarrollo, y
acusar de tiranos, de opresores y de atrasados a los regímenes que no les creyeran.
Mediante los acuerdos de Bretton Woods, impusieron un nuevo sistema financiero,
en el que establecían que las divisas de todos los países serían convertibles en dólares
estadounidenses y que sólo el dólar estadounidense sería convertible en lingotes de
oro a razón de treinticinco dólares la onza. Así, la doctrina Truman se hizo en Plan
Marshal y éste en luz verde para que Estados Unidos, a veces vestido de terno
elegante, a veces vestido de verde o camuflado, a veces de incógnito o infiltrado,
hiciera y deshiciera en el mundo.
****
En los debates parlamentarios sobre los trabajadores invitados, Van den Ende dejó
claro que la solución al pequeño problema actual, se convertiría en problema mayor
en el futuro y si no se tomaban medidas pertinentes, el problema empeoraría a tal
punto que no tendría solución.
-Todos los hombres son iguales en derechos, sin distinción de raza ni condición; por
tanto, libres de escoger su religión, política o tradición. Los emigrantes que regresen
a sus países de origen en los tiempos convenidos, no tienen la obligación de adaptarse
a nuestra cultura; mas los que deseen establecerse indefinidamente o de por vida en
Damlandia, sí lo tienen. Esto es lo justo y lo necesario para garantizar el equilibrio
social en el país y el continente– explicaba.
Sus compañeros de cámara, ensalzados por la maravilla del crecimiento económico,
desestimaron sus observaciones y empezaron a considerarlo peligroso para el sistema.
Finalmente, Van den Ende llegó a advertir:
-El beneficio social y el crecimiento económico en arrogante ascendencia, si no es
bien encaminado, puede convertirse en vanidad y desobediencia. Esto ocasionaría el
anarquismo, la nihilización y la cosificación, que desembocarían en la pérdida de los
valores y de la identidad, columnas fundamentales de la sociedad. Los ciudadanos
tienen derechos, pero también tienen deberes. Es preciso cubrir las necesidades, pero
no los caprichos. Hay que incentivar las iniciativas del ciudadano pero no consentir
sus desatinos-.
Van den Ende expuso realidades concretas y predijo lo que sucedería, pero en vez de
darle la razón, le tildaron de xenófobo, discriminador y racista.
Después de la independencia de Indonesia, del anexo de Suriname y las Antillas y
del ingreso en la Comunidad Europea, Damlandia, empezaba a abarrotarse de
extranjeros de todas las nacionalidades y todos exigían derechos y derechos para
mantener sus respectivas culturas. En poco tiempo, se llenó de gente procedente de
detrás de Los Pirineos y de la cortina roja, de las colonias, de los países en conflicto y
de todos los rincones del planeta; pero lo grave, fue el ingreso indiscriminado de
musulmanes que codo a codo con los damlandeses que no miraban más allá de su
narices, empezaron a convertir las escuelas e iglesias en mezquitas. Aduciendo que la
multiculturización era saludable para el país, adormecieron al pueblo.
No tuvieron en cuenta el esfuerzo de sus antecesores que construyeron una patria
grande en un territorio pequeño. Después de varias décadas, la tolerancia se
convertiría en frustración y sólo se limitarían a ver cómo sus mujeres serían
maltratadas por los extranjeros, sus hombres insultados y más tarde, incapaces de
reaccionar, se sentirían marginados en su país y absorbidos por el sistema, resbalarían
en la impotencia para caer en la orfandad espiritual y en la mendicidad del placer.
Estados Unidos concretaba los planes hechos en plena guerra y con trece mil
millones de dólares hipotecaba Europa. Unión Soviética, que se había hecho con más
de medio millón de kilómetros cuadrados, a pesar de estar sumergida en sus purgas y
repurgas, lanzaba los primeros satélites al espacio. Corlev se adelantó a Von Braum
con el Sputnik que en toda Europa se pudo ver cual lucecita oscilante como si fuera la
estrella de Nochebuena; luego lanzaría a la perra Laica y con la salida de Gagarín,
empezó la era espacial a consecuencia de la carrera armamentista nuclear.
Después de la crisis de Berlín, la ciudad era separada por un muro, al que sólo
podían cruzarlo las aves y las balas.
Inglaterra cedía al desmantelamiento de su imperio: India, Israel, Palestina y luego
Irlanda del sur se liberaban, más tarde lo harían Ghana y la Unión Surafricana.
Francia, arrastrada por sus problemas, veía como Indochina, Laos, Camboya y
Vietnam se liberaban también. Marruecos y Túnez hacían lo mismo, más tarde lo
haría Argelia.
Mientras Japón, recuperando sus islas y su soberanía, hacía crecer silenciosamente su
economía, China se enredaba en sus luchas intestinas. Italia, España, Portugal y
Grecia, incapaces de asegurar un futuro mejor, dejaban emigrar a sus trabajadores
invitados hacia el norte. En esos tiempos, Corea y Vietnam fueron divididos por los
jefes del mundo en base a paralelos.
Terminado su período parlamentario, mientras diplomáticos y militares rusos
empezaban a viajar y a reviajar a Cuba para arreglar la instalación de sus misiles
nucleares y Estados Unidos ponía el ojo en Turquía para hacer lo mismo, Van den
Ende empezó a viajar por todo el mundo. Así fue elaborando la idea de pasar sus
últimos días en otras tierras. Sabía que no tendría otra oportunidad. Sabía que al final
sólo necesitaba tranquilidad, paz para su cuerpo, porque su alma ya estaba
comprometida con otros menesteres.
****
Peter Van den Ende fue conducido a Infiernillo por el azar. Cansado de la ceguera
y de la incomprensión de sus coterráneos arrastrados por el crecimiento económico,
tomó su última decisión: Pasaría su vejez donde la punta de su lápiz indicara. Cogió
el globo terráqueo, lo hizo girar cerrando los ojos, y al notar que se había detenido
marcó un punto; allí pasaría sus últimos días. Dedujo la aldea tomando como
referencia el pueblo más cercano, el Océano Pacífico, el río Agualtepeque, el Oasis
de Cañoncillo y la Montaña de Cupizñique.
Llegó al ocaso de la tarde y no necesitó pedir posada porque en cuanto bajó del
vehículo, Atilio, un viejo prudente y cofundador del caserío, fue el primero que lo vio
y pronto le ofreció hospedaje como si lo hubiese estado esperando. Al preguntar Van
den Ende sobre la aldea, Atilio le contó:
-Harán unos dos mil años atrás, aquí florecía una ciudad pacatnamú, la que fue
enterrada por la Naturaleza. Cuentan que las almas se quedaron para cuidar que nadie
tocara las pertenencias que tuvieron en vida. Desde entonces, este lugar fue
encantado y las almas asustaban a todo aquel que por aquí pasara.
En el tiempo de la conquista, un grupo de disidentes dirigido por un cura avariento,
llegó con veinticuatro mulas cargadas de oro y plata. Se propusieron pernoctar, pero
al resplandor de la Luna vieron el fabuloso tesoro que brillaba en todas partes
opacando al que llevaban. En vez de descansar, se pasaron la noche procurando
recoger las interminables piezas preciosas sin darse cuenta que empezaban a hundirse
en la arena. Mientras más cogían más se hundían y antes de que se escondiera la
Luna, quedaron bajo arena atrapados en la noche eterna-.
Atilio siguió su narración:
-Hace no mucho tiempo, un inmigrante tranquilo y solitario plantó su choza aquí. Por
la noche, los gentiles salieron a pedirle que se fuera para que no perturbara su paz.
Todo El Porvenir y Portada del Sol vieron las luces que se extendían hasta las
montañas. El administrador envió al aclarar el día cuatro peones de hacienda para
hacer un reconocimiento y encontraron al hombre sin habla y sin razón. Los gentiles
no lo mataron porque no codició sus tesoros, pero sí lo condenaron a ser el primer
mudo y loco en la región. Desde esos tiempos, nadie se acercaba a estos lares hasta
que llegamos nosotros y aquí estamos-.
-¿Porqué vinieron ustedes aquí, si este lugar es tan misterioso?– preguntó Van den
Ende intrigado.
-¡Ah!– dijo Atilio rascándose la cabeza- fue una broma de don Santiago Rubio que
mi compadre Cirilo y yo la tomamos en serio– y continuó –Desde los días de las
luces de los gentiles, el administrador llamó al lugar: “Infiernillo”, y así lo llamamos
todos hasta ahora.
Un lunes al alba, en La Formación, cuando don Santiago Rubio informó que no había
trabajo para los Libres, a un palomilla se le ocurrió gritar: -¡Los Libres, a enderezar
cachos con el culo!-. El administrador corrigió bromeando: -Los Libres, a peinar
calaveras o a buscar oro en Infiernillo- y prometió trabajo estable a quien fuera a vivir
allá.
Entonces, mi compadre Cirilo y yo éramos Libres y prestos, desarmamos nuestras
chozas cerca a El Porvenir para mudarnos a Infiernillo.
Partimos al siguiente día antes de que aclarara y llegamos después del mediodía.
Tostándonos al Sol, empezamos a construir nuestras cabañas. Cortamos horcones y
varas de algarrobo y varillas y ramas de vichayo. Cuando nos dimos cuenta ya había
entrado la noche y con carbón, nos tiznamos cruces en las frentes y en los pechos.
Nos reunimos en mi cabaña para hacer bulto y darnos ánimo. Con ruda mojada en
agua bendita salpicamos la cabaña, comimos mucho ajo y nos emborrachamos todos;
también mi mujer y los niños, porque habíamos oído que a las almas no les gusta el
ajo ni el alcohol. Comimos tanto ajo que ni los bichos se nos acercaban, y tal fue la
borrachera que cuando se terminó el cañazo, nos tomamos también el agua bendita.
Mi mujer sigue hasta hoy pidiendo perdón a Dios por eso. Pero no vimos ni sentimos
gentil alguno, talvez porque no les gustaban los borrachos y como hacía frío,
prefirieron quedarse tibiecitos bajo la arena.
A las siguientes noches cuando el perro aullaba, echábamos más ajo y más cañazo a
nuestras tripas y así lo hicimos noche a noche. Las almas no nos molestaron. Luego
llegó más gente, pero nosotros seguíamos tomándonos nuestros tragos cada noche por
si acaso.
Lo que prometió el administrador en broma, lo cumplió en serio; nos hizo peones de
Hacienda.
Eso sí le digo– aseveró Atilio con seriedad –el primer día de noviembre están muy
activos, y esto se lo digo de verdad, así que tenga cuidado, hoy es veintinueve de
octubre-.
****
A Van den Ende le fascinó la historia, pero lo distrajo el espectáculo que se abría a
sus ojos. En cuanto cayó la noche, la oscuridad le mostró de una vez, más estrellas
que las que había visto en toda su vida. Rehusó a la cómoda tarima que le
construyeron, para tenderse en el fresco al aire libre. Quizá por el cansancio del viaje,
acaso porque se embriagó de tanta estrella, talvez porque sería la última noche que
conciliaría el sueño; arrullado por el latido intrigante de los perros, aquella vez
durmió como nunca había dormido.
Despertó con el kikirikir de los gallos y entre picotones de las gallinas, se aseó y
dio cuenta del desayuno más sencillo y exquisito de su tiempo adulto. En el
almuerzo, Atilio le pidió que se recogiera temprano. Van den Ende no dudó de la
seriedad del pedido, mas intrigado le preguntó el porqué. Atilio guardó silencio y
luego le fue franco:
-Es que pasado mañana, es el día de los muertos y tarde en la noche y temprano en la
madrugada, las almas andan sueltas procurando llevarse algún desprevenido-.
Van den Ende tampoco dudó del juicio. Entre noche y madrugada, al hundirse los
perros en sentidos aullidos, comenzó el tiempo de misteriosos sonidos. Cruzó la
noche procurando entender las voces que captaba. En el desayuno, comentó con
Atilio sobre el comportamiento de los perros y los extraños ruidos.
-Son las almas, y los perros aúllan porque las ven y las entienden- le dijo Atilio.
Van den Ende encontró la oportunidad para saber lo que le faltaba. Claro que había
leído sobre el misterio de los perros. Lanzó entonces la pregunta que nunca debió
formular:
-¿Hay alguna forma de entender lo que entienden los perros?Atilio se ruborizó, se imaginaba que lo preguntaría y entendió que Van den Ende iba
demasiado rápido y que estaba dispuesto a llegar muy lejos.
-¡No la hay!- le contestó tajante creyendo que no seguiría preguntando.
En el almuerzo, Van den Ende indagó de nuevo sobre la posibilidad de entender a los
perros. Atilio esta vez fue drástico:
-¡Hágalo por usted, amigo, no le busque la quinta pata al gato!-.
Van den Ende, que no había dejado de observar a los perros y de analizar el
comportamiento de los vecinos, no resistió tomar de nuevo el tema:
-Usted lo sabe, Atilio, hay muchas cosas que están en juego. Entiendo su temor a
confesármelo, pero no se preocupe que estoy del todo preparado-.
Atilio entendió su convicción, por lo que le explicó:
-Amigo, aquí nadie ha muerto todavía; por eso, las ánimas que se sienten solas,
vienen a llevarse a alguien para que les haga compañía. Aún a nadie se han llevado
porque nosotros no les hacemos caso, no vaya a ser que sea usted el primero-.
Van den Ende no desestimó los argumentos y explicó:
-Verá usted, Atilio, siempre he sostenido que los animales tienen aún las formas de
entendimiento del mundo que los humanos ya hemos perdido. Esto jamás pude
probarlo y fíjese como son las cosas, ahora tengo la oportunidad-.
Atilio entendió que nada lo haría desistir, entendió también a lo que había venido, de
allí la coincidencia de encontrarlo.
-Fácil– le dijo –a medianoche, empápese los ojos con las lágrimas del primer perro
que se le acerque, quédese tranquilo y procure mantener su mente en blanco, el resto
lo sabrá por sí solo. Pero recuérdelo bien, sólo unos minutos, y de ningún modo cierre
sus ojos-.
Van den Ende hizo exactamente lo que Atilio le indicó; sólo que la costumbre de
meditar con los ojos cerrados, pesó más que la obediencia a mantenerlos abiertos y
por querer saber más de lo que debía, tampoco tuvo en cuenta el tiempo. De pronto,
estaba en un inmenso y luminoso espacio levemente blanco crema amarillo
anaranjado, donde no había ni agua, ni tierra, ni aire, ni nada y a la vez lo había todo.
Donde la comunicación no era necesaria porque ya todos lo sabían todo y se conocían
entre sí como si fueran uno solo. No habían preocupaciones, ni lamentos, ni tristezas,
ni ambiciones. Prescindían de todo y todo lo tenían. Habían alcanzado la perfección,
como si entre todos formaran una parte de Dios mismo.
Allí estaban todos, los que acudieron hacía sólo minutos, así como los que lo
hicieron hacía miles de años. Allí estaban todos, desde los tontos e ignorantes, hasta
las luminarias que cambiaron el destino humano.
Hammurabí lamentaba lo torcido del Derecho, el abuso de la Legislación y el
surgimiento de la trampa a consecuencia de la Ley. Atila comentaba que había
luchado en los campos de batalla contra soldados dispuestos a morir, mas los
generales modernos matan sin distingo y a distancia incluso a quienes por ninguna
razón empuñarían un arma. Velásquez aseguraba que cada vez que cayó su pincel,
hizo mejores pinturas que las de los más famosos pintores abstractos. Washington
decía que su objetivo fue organizar un gran país y no engendrar un terrible imperio.
Meucci hablaba tan sencillo como entonces de su teléfono y acaso porque no pudo
patentarlo por no tener dinero, no estaba de acuerdo con el descomunal negocio que
hacían con su invento. Benz repetía que aunque tuvo en mente un negocio, quiso que
los hombres avanzaran con el automóvil, no que se volvieran holgazanes ni vanidosos
y menos que contaminaran tanto el medio ambiente. Nipkow explicaba que su
intención fue que la humanidad se beneficiara con la televisión y no que los
poderosos la usaran para embrutecer de mil formas a la humanidad. Hitler aclaraba
que sólo se adelantó al tiempo, porque la euforia de la apariencia se estaba viviendo
masivamente en la actualidad sin escrúpulo, sin medida ni freno.
Allí estaban Salomón, Dracón y Solón, coincidiendo con Juan sin Tierra, Juana de
Arco y Manco Cápac. Allí estaban Herodoto, Aristóteles y Platón, filosofando con
Jenofonte, Aristarco y Arístides. Allí estaban Alejandro, Aníbal y Gangis Khan,
hablando de paz con Pachacútec, Napoleón y Stalin. Allí estaban Mozart, Bethoven y
Strauss, en afinada conversación con Tjaicobski, Vivaldi y Schubert. Allí estaban
Apeles, Davinci y Miguel Angel, en pintoresca tertulia con Rafael, Rembrant y
Rubens. Allí estaban Pitágoras, Galeno y Epicuro, en diálogo con Arquímedes,
Peregrino y Gutenberg. Allí estaban Marco Polo, Colón y Magallanes, navegando en
ideas con Kepler, Copérnico y Galileo. Allí estaban Espartaco, Túpac Amaru y
Bolívar congeniando con Marx, Engels y Lenín. Allí estaban Darwin, Newton y
Einstein, concentrados con Henlein, Bell y Edison. Allí estaban Homero, Virgilio,
Ovidio, Cervantes y Shakespeare, versando con Goethe, Víctor Hugo, Dante, Dumas
y Darío.
Allí estaban todos, incluso ilustres desconocidos a quienes los historiadores no los
contemplaron. Allí estaban todos coincidiendo en todo sin distinción alguna. Todos
quienes a través de los tiempos fueron amigos y enemigos.
Allí estaban también Sócrates, Buda y Confucio en completo acuerdo con Jesús,
Mahoma y Lutero y todos los profetas y apóstoles. Reconocían haber convivido con
el poder y haberle alimentado para fortalecerse. Coincidían en haber abusado de sus
conocimientos respecto a Dios; porque Dios, no era alguien que dictaba leyes o
indicaba cómo rendirle culto, tampoco alguien que premiaba con el cielo o castigaba
con el infierno: Dios, era la Suprema Energía Inteligente que animaba la totalidad y la
mantenía en equilibrio.
Van den Ende lo sabía todo, desde el comienzo hasta el fin del universo y que la
Tierra era un ente vivo y sensible, que los humanos y todos los seres que viven en
ella eran como bichos o bacterias que viven en un ser cualquiera.
Entonces, no sólo entendió su sueño, sino también la pesadilla humana. Entendió la
ecuación fatal: Poder + Dinero + Religión = Extinción. Entendió que la humanidad
estaba oprimida por el poder, cancerizada por el dinero y alucinada por la religión. Si
no se liberaba del poder, extirpaba de sí el dinero y se redimía de la religión; se
extinguiría irremediablemente corrompida, enferma y loca. Entendió que los hombres
habían perdido la capacidad natural de supervivencia; pero que prescindiendo del
poder, del dinero y de la religión, nivelando sus diferencias, aún podían vivir por
amor en paz y en armonía. Entendió que el problema era humano y que sólo los vivos
tenían que resolverlo, porque los muertos no podían volver a vivir para ayudarles.
Peter Van den Ende lo sabía todo y tenía la solución al problema humano; mas
cuando quiso volver para divulgarla, se dio cuenta que estaba ya más allá de las
estrellas, que había hecho viaje al infinito, que había llegado vivo a los muertos.
Infiernillo despertó a la novedad, el hombre que recién vino de tan lejos, se fue tan
pronto y más lejos todavía. El velorio se realizaba en calma, hasta que Rosario, mujer
de Atilio que desde la fundación del caserío andaba al ritmo de la Luna, al ver que al
difunto no le dedicaban ni una lágrima, dijo susurrando:
-Nadie llora por la pobre almita, lloraré pues yo aunque sea- y se fue en llanto.
EN UNA BANDADA DE PAJAROS
Sin recordar sus muertos, Consuelo Villar pensaba en sus vivos. Tenía cuatro
niños consigo más cuatro Silvestre Bermúdez; además Nicasio, su suegro, también
vivía con ellos. La vivienda de barro, caña, tronco y estera no satisfacía la necesidad;
por lo que Silvestre y su hijo Primitivo, construyeron en un día otra habitación. Como
las tarimas quedaban también angostas, fue necesario ensancharlas. Hubo bastante
que hacer, remodelar unas cosas y cambiar otras. Estando en plena faena, llegó
Máximo, primogénito ya casado de Silvestre. Había venido para conocer a su
madrastra.
No fue fácil adaptarse a la nueva vida, mas los niños asimilaron bien. Angélica,
Elvia y Rita, hijas de Silvestre con su primer compromiso, tenían dieciséis, trece y
diez años respectivamente. Mientras que Violeta, Dalia y Azucena, doce, seis y
cuatro. Talvez por la diferencia de edades o de costumbres, las niñas no llegaron a
simpatizar, como tampoco Consuelo y Silvestre, que notoriamente hacían sus
diferencias, llegando incluso a comer por separado.
En los demás hogares, que se podían contar con los dedos de las manos, se
acostumbraba que cada sábado al anochecer, el marido diera su jornal a su mujer,
habiendo antes apartado algo para sus menesteres de hombre. En este caso, esto no
ocurría. Silvestre compraba el alimento para sus hijos y Consuelo debía hacer lo
mismo para los suyos.
En realidad, Consuelo no había esperado que Silvestre la apoyara económicamente,
lo que sí esperaba era que sus niñas crecieran en un hogar donde hubiera un hombre
como cabeza de familia. Era más, Consuelo nunca amó a Silvestre y jamás llegaría a
amarlo. Ella sólo buscó amparo, pero su nuevo marido resultó ser demasiado pasivo,
sin tino ni autoridad, que sólo se limitó a ver que sus hijas a temprana edad, se iban a
vivir por separado.
*****
Naldo, que aún no articulaba palabra pero que ya había aprendido el lenguaje de
Peluche y el de los pájaros, corría con estabilidad inusitada y trepaba a los árboles
con facilidad. A veces, cuando tenía que escapar del acoso de sus hermanas o de la
indiferencia de su madre, se pasaba horas balanceándose en las ramas como mono.
Allí empezó su inquietud por la vida y las cosas.
Había notado que algunos nidos estaban vacíos, unos con huevos y otros con
polluelos. Cuando preguntó a los pájaros el porqué, éstos le respondieron que él
mismo tenía que descubrirlo. Se puso a observar un tiempo. Vio que los pájaros
hacían huevos, que la pájara cargaba con los huevos, después de un tiempo los puso,
luego se turnó con el pájaro para echarse sobre ellos. Pero esta espera fue más larga y
se dejó vencer por la impaciencia, cogió un huevo y lo rompió con cuidado. Por
suerte, el polluelo ya estaba listo. Creyó que los demás se ahogarían y los rompió a
todos. Uno no estaba preparado y sucumbió a la travesura.
De todos modos estaba satisfecho por haber hecho su primer descubrimiento. Bajó
del árbol y se tendió de bruces en la grama para que los escarbajos acudieran a
pasearle como de costumbre. Aprendió que los pájaros alimentaban y cuidaban a sus
hijos hasta que éstos se iban volando.
Entonces encontró una razón para entender a su madre. El no era pájaro, por eso ella
no lo alimentaba ni le atendía como él quería; además, la pájara encontraba comida
por doquier y su madre, tenía que trabajar duro para comprarla. Un día, siguiendo la
lección de las aves, quiso invertir el caso. Acostumbrado a embutirse de moras
silvestres, escogió las más grandes y maduras y al llegar a casa, con inocencia,
intentó ponerlas en la boca de su madre. Consuelo, lo apabulló a golpes.
El entender algunas cosas antes de conocer sus conceptos, le sirvió para no añorar
atenciones ni caricias. Se conformaba con Peluche que hacía de juguete, amigo,
compañero y con los pájaros que se dejaban tocar e incluso que les arrancara algunas
plumas.
Un tiempo después, sin saber lo que era un jardín, logró el primero del pueblo.
Transplantó una hilera de flores silvestres de todo tipo y color en un tramo a la orilla
de la acequia y florecieron todas. Hizo lo mismo en la otra orilla, formando el tramo
más hermoso del cause.
Un día, tomó la flor más linda y la llevó a ofrecer a su madre. Consuelo recordó fugaz
y por única vez a Gabriel Allende. Creyendo ser perseguida por la maldición de las
flores, lo molió a golpes y le exigió que le dijera de dónde la había sacado. Naldo le
mostró su jardín abierto, al que su madre lo hizo arrancar de raíz a la vez que lo
apaleaba.
Otra empresa fracasada. Pero no podía estar ya sin hacer algo. A unos pasos de la
puerta, se erigía un algarrobo joven que doblaba la altura de la casa y a unos más, a
orillas de la acequia, un ciruelo frondoso y un guabo tierno, a los que trepaba a diario.
En una ocasión escuchó que en la Luna, se reflejaba la Virgen María hilando con el
Niño Jesús en brazos, que todo era cuestión de observar bien y si se lograba obtener
la figura, se podía hacer un pedido y la virgen lo daría. Naldo sabía que Peluche se
quedaba de hambre muchas veces porque en la casa la comida apenas alcanzaba.
Subido al algarrobo, se pasaba horas mirando la Luna sin poder organizar figura
alguna, hasta que su madre lo bajaba a varillazos. También observaba las estrellas y
hasta llegó a nombrarlas y codificarlas a su modo. A veces salía con Peluche al arenal
y comenzaba su observación repitiendo el pedido mientras el perro le hacía coro con
un gracioso aullido:
Luna, dale pan a mi perro Peluche,
dale mucho de beber y de comer,
que tiene una panza y no un buche.
Luna, yo te he de agradecer.
*****
Consuelo Villar pensó que sus hijas deberían al menos aprender a leer y escribir.
Pero la ley de la hacienda sólo permitía instrucción a los hijos de los trabajadores
estables. Quedaba una opción. Consuelo acudió a Santiago Rubio, quien
intercediendo por las niñas, arregló su estancia en la escuelita de un caserío cercano.
Naldo iba también, no para aprender, sino para acompañar a Violeta, Dalia y
Azucena. Escoltados por Peluche, tenían que patear varios kilómetros diarios de lunes
a sábado.
En una de las casas que hacía de escuela, los niños de seis a dieciséis años, se
entreveraban en las dos únicas habitaciones recibiendo las lecciones sentados en
adobes. Era la única escuela en la zona que aceptaba como alumnos a los hijos de
padres Libres. La mayoría de niños venían de caseríos aledaños y si el griterío era
grande durante las clases, más grande era durante el almuerzo.
Armando Paredes, muy conocido no tanto porque era el único maestro en la
escuela, ni porque era el más educado y amable entre los pocos de la zona; sino
porque tenía los pies en forma de puño, por lo que usaba unas graciosas sandalias de
cuero hechas por él mismo. Tan sencillas como prácticas, las sandalias lo
transportaban diariamente por el camino en un andar lento y singular. El profesor
Paredes era un tipo agradable, siempre acomedido y alegre, por lo que ganó el respeto
y la consideración de todos. Tendría unos treinta años, delgado, de tez blanca, de
mediana estatura y lo de sus pies, en vez de parecer un defecto parecía una virtud.
Pero tantos dones no podían existir sin un defecto. Su fama de respetuoso y cariñoso
con los niños, se vio empañaba cuando una de las niñas resultó embarazada. La
alumna delató al profesor y las investigaciones sacaron a la luz dos violaciones más,
en los tres casos, sistemáticas y duraderas. Armando Paredes reconoció sus faltas y
pidió perdón alegando sus limitaciones. Hizo todo por persuadir, pero todos le dieron
la espalda. Fue condenado a veinticinco años de cárcel. Después de cumplirlos no
volvería a la zona, sino que se iría a la capital, a perderse en la sombra de la
homosexualidad y el bajo mundo.
La escuelita se cerró al escándalo. Una centena de niños se quedaron sin
instrucción. Para la mayoría de las niñas como Violeta, Dalia y Azucena, ésta había
sido la única oportunidad de recibir instrucción en edad adecuada. Por suerte, debido
a la mediación de Santiago Rubio, la escuela de Infiernillo aceptó a un niño por
familia eventual. Esta vez, la suerte estuvo de parte de Naldo, que por ser varón,
corría menos riesgo. La escuelita fiscal, construida sobre los muros de un ambiente
inca, quedaba a sólo unos minutos de la casa. Naldo resultó aplicado y a veces,
formulaba preguntas que dejaba atónita a la maestra.
*****
Consuelo empezó a trabajar con sus hijas en el campo y los sábados, Naldo la
ayudaba en las tareas. Cuando veía que a la hora del almuerzo otras mujeres eran
ayudadas por sus maridos, luego almorzaban para descansar juntos después, sintió
compasión por su madre, Silvestre nunca acudía a ella. Sintió tantas ganas de ser
grande para evitarle el mayor peso en el trabajo. Como para consolarla, en silencio y
a escondidas, al final de las faenas buscaba flores de loto, escogía las más blancas y
grandes y con ellas, hacía collares que nunca pudo ofrecerle y menos entregarle.
Un domingo, Consuelo acudió con Violeta a la casa de Bárbara. Por coincidencia,
Silvestre también salió con su hijo Primitivo y se llevaron a Peluche, de modo que los
niños se quedaron solo con Nicasio. Quizá la ausencia de adultos se prolongó más de
lo debido por lo que acaso hambrientos y aburridos, los niños empezaron a buscar
rencillas entre sí. Se trenzaban a golpes a cada rato. Naldo estaba desconocido. Él era
el causante de las discordias. Por la tarde, habiendo perdido todas las peleas y
sintiéndose herido en su orgullo de hombrecito, lanzó una inaudita amenaza que pudo
haberle costado la vida.
-Cuando vuelva mamá, le diré que me has dicho hijo de puta- amenazó dirigiéndose a
Dalia.
Nicasio, que en ese momento se acercaba, escuchó el final de la frase que a sus oídos
sonó: <Hija de puta>. Naldo no lo había dicho con mala intención, lo dijo por
despecho, sólo por decir. Claro que no se atrevería a hacer tan grave acusación,
además era mentira. Conocía bien a su madre, no lo haría. Luego, todo fue silencio.
Cuando Consuelo llegó, Nicasio estaba por coincidencia en la puerta.
-Buenas tardes don Nicasio– saludó y como a eco le siguió Violeta.
-Buenas tardes– asentió Nicasio y prosiguió sin razón– tu hijo a dicho a Dalia, que es
una hija de puta-.
Consuelo no argumentó, se enrojeció al sentir que la sangre se le agolpaba caliente en
la cabeza. Se dirigió directamente a Naldo y lo machacó a golpes, jalones de pelo y
arañones. Lo sacó en vilo y lo puso junto al algarrobo.
-¡Espera desgraciado!– rabió.
Violeta dedujo la gravedad del caso y fue a decirle quedo:
-Corre, Naldo-.
Naldo no atinó. Se quedó parado. Sabía que era culpable e inocente a la vez.
-Corre, Naldo, corre– repitió Violeta cada vez más fuerte y empujándole empezó a
gritar –¡Corre! ¡¡corre!!...Y al ver que su madre venía con un garrote y que él no se movía empezó a llorar.
Consuelo hizo pedazos el garrote en el cuerpo de Naldo y todo palo cercano servía
para romperlo en sus lomos. Violeta lo defendió ayudándole a recibir parte de la
paliza, pero como no resultaba, empezó a gritar pidiendo ayuda. Mercedes, la vecina
de enfrente acudió en seguida, mas no logró apaciguar a Consuelo. Vinieron más
vecinas y tampoco lo lograron. Al escándalo y la mirada atónita de todas, Consuelo lo
llevó a la acequia y debajo del ciruelo, donde había más profundidad, empezó a
sumergirlo.
Naldo había resistido callado sin gritar ni llorar, pero al sangrar por boca, nariz,
oídos y por todas las demás heridas, perdió el conocimiento lo que le evitó mayor
dolor. Cuando parecía que para él ya todo estaba consumado, irrumpió Máximo en un
caballo a galope, le habían puesto al tanto de los hechos.
-¡Se ha vuelto loca usted, señora¡- le gritó echándola de un empellón y hecho trapo,
cogió a Naldo por los brazos.
Todo sirvió para reanimarlo, desde polvos enfrascados y respiración boca a boca,
hasta agua bendita y oraciones mojadas de lágrimas.
Envuelto en sábanas y bajo un toldo, recuperó la conciencia y despertó. Respiraba
con dificultad, no podía abrir los ojos, ni mover los labios y escuchaba a medias.
Estaba inmóvil, pero no sentía dolor. Por un momento creyó que estaba muerto y que
la muerte no era más que el descanso a los pesares de la vida. Lo sintió por sus
hermanas y por su perro que aún tenían que seguir padeciendo; pero los ladridos de
Peluche lo pusieron de nuevo en la realidad.
Días después, todo brillaba para él y aunque las cosas se mostraban dobles, ya podía
ver. No hablaba porque las heridas de los labios al estirarse se abrían, pero se
comunicaba con movimientos de cabeza. Y aunque unas veces había que repetirle
para que escuche y otras escuchaba con eco, era evidente que mejoraba. Cuando se
recuperó, supo que durante el tiempo que estuvo postrado, sus hermanas y Peluche
habían estado junto a él y que en la mesa de las cruces, hubo siempre una vela
encendida en su nombre.
-En cuanto te sanes te voy a llevar a mi papá– le dijo al oído Violeta -A nadie se lo
digas-.
Naldo movió la cabeza afirmando que mantendría el secreto. Meditó la propuesta.
Nunca había pensado en su padre, nadie le había hablado de él; sin embargo, algo le
hizo creer que le iría mejor. Analizó su situación hasta su primer recuerdo. Mezclado
con los animales y las plantas le había ido mejor y entendió, que a manera que crecía,
se alejaba de ellos para acercarse a las personas. Le preocupaba Peluche, mas la
confianza que le tenía le sirvió de consuelo, sabía que habían suficientes ratas, sapos
y cañanes en los alrededores y él, era buen cazador. Peluche quiso seguirle, le dijo
que ya lo había hecho una vez. Naldo le explicó que esta vez era diferente, que a lo
mejor no había espacio ni para él. Le aseguró que volvería. Violeta lo había pensado
bien, Naldo era varón, hábil y sano, no tendría mayores problemas.
Un domingo muy temprano, Violeta desenterró sus soles y aprovechando que
Consuelo fue a hacer unos encargos, tomaron el único camión que salía al pueblo. En
el trayecto, mientras una capa de polvo le cubría algo del frío, Naldo imaginaba el
recibimiento. Su padre le hablaría con ternura y él se alegraría. Imaginaba también
cómo sería su padre, quería parecerse a él. Sería acaso aún joven o quizá ya viejo. En
todo caso pensaba en positivo y no de otra manera.
Y llegó la hora. Bajaron en un desvío y caminaron un tramo de rodera afirmada con
cascajo. Llegaron a una larga ranchería con una ramada de torta de principio a fin.
Violeta tocó. La puerta se abrió un poco y asomó una niña delgada y despercudida.
Se miraron los tres y salvando la pausa, sin emoción ni saludo, preguntó Violeta:
-¿Está mi papá?–
-Sí, está descansando– respondió Camelia.
-¿Quién es?– preguntó una voz dura desde dentro.
-Violeta, papá–.
Gabriel Allende acudió a la puerta. Otro instante de silencio. Por la sorpresa o por el
desgano, no los invitó a pasar.
-Buenos días papá– saludó Violeta
-Buenos días– asentió Gabriel sin inmutarse.
De nuevo el silencio, hasta que Violeta se animó a presentar a su pupilo.
-El, es su hijo Reinaldo, papáGabriel lo miró a medias. El rubor le invadió de los pies a la cabeza. Allí estaba el
engendro, parado ante él. Allí estaba el colmo de la calamidad. Por fortuna, Gabriel
se mantuvo sereno.
-¿No sabe saludar?– preguntó con sarcasmo.
-Es que no le conoce, debe estar nervioso– argumentó Violeta -Salúdale– se dirigió a
Naldo.
-Buenos días, Papá– saludó Naldo.
-¿A qué han venido?– preguntó Gabriel ignorando el saludo
-Naldo quiere quedarse con usted…– explicó Violeta.
Pero antes de que prosiguiera interceptó Gabriel:
-Aquí no hay lugar para él-.
Violeta empezó a temblar. Volver, era seguro peligroso para ella y acaso fatal para
Naldo. Ir a la tía Bárbara a la capital del departamento, era improcedente porque las
monjas no lo aceptarían por ser varón; tampoco tenían dinero para los pasajes. La
única posibilidad que quedaba, era hacerse a las calles de la primera ciudad y
recomezar la vida solos, de nada y en un mundo totalmente desconocido.
-Puede quedarse– sentenció sorpresivamente Gabriel.
Violeta entendió que no lo había preparado para el caso; pero sabía que Naldo no era
tonto y que sabría hacer lo que debía. Todo se lo dijo en la mirada, la misma que
marcó la despedida. Luego se encaminó al pueblo y se dirigió a la empresa de
transportes que cubría el servicio a la capital del departamento. Subió a uno de los
omnibuses, observó a todos y a cada uno de los pasajeros y aprovechando la
confusión burló al controlador. Al fondo, una mujer dormía amodorrada por el calor,
se sentó a su costado y fingió dormir hasta llegar a su destino.
*****
-Así que tú eres Reinaldo– dijo Gabriel exhalando un tufo a cañazo.
-Sí, papá- asintió Naldo reprimiendo su desilusión.
<Yo no soy tu padre> quiso decir uno y otro lo entendió. Y sin explicaciones, Gabriel
se retiró.
Naldo se internó en los ojos de Camelia. Estaba frente a la hermana de la que nada
recordaba, de la que nada había oído hablar. La veía con la piel rozándole los huesos,
descolorida, triste, sola, amargada, sin ganas en el futuro y con el áurea a punto de
apagarse. Sus ojos se humedecieron y antes de que recapacitara, una lágrima
caprichosa rodaba en su mejilla, pero no lloró. Camelia, sin imaginar que era por ella
y que imaginaba que no le iría bien, notó la pena de Naldo y haciéndole pasar le
mostró el cuarto. Vivían hacinados en una sola habitación.
Habían dos catres, una pequeña cocina a kerosene, una mesa de uno por uno y dos
sillas. De las altas paredes de adobe, sólo pendían una alforja, un sombrero y una
escopeta de cartucho, insensible compañera de Gabriel. Nada adornaba el piso de frío
cemento, frío como el ambiente que allí se sentía. Si no hubiera sido porque tenían a
Lucero, el perro con quien se entendió bien, Naldo lo habría pasado más difícil
todavía.
Naldo no entendió de dificultades a la hora del almuerzo y dejó el plato limpio
como de costumbre. A la merienda hizo lo mismo y pernoctó sobre el suelo envuelto
en una manta. Aún oscuro, al día siguiente, Gabriel lo despertó y le hizo tomar un
cable largo y dos cubos vacíos unidos a un gancho; pero como resultó muy largo o
Naldo muy pequeño, Gabriel recortó los alambres.
-Sígueme– le ordenó.
A unos cientos de metros, en un lugar descampado, habían dos pozos profundos
separados por unas decenas de metros. Del cercano, se sacaba agua para lavar y del
lejano para beber. Gabriel le explicó bien y lo hizo sacar y cargar un viaje de cada
pozo.
Al día siguiente, Naldo reportó la tarea cumplida.
-¿Estás listo?– le preguntó Gabriel
-Sí, papá– respondió.
-Alcánzame el cable– le ordenó.
Gabriel dobló el cable en cinco metros dobles y le propinó dos cablazos con mano de
hombre.
-¿Sabes porqué lo hago?–
-Sí, papá–
-Y si lo vuelves a hacer, no serán dos, sino cuatro–
-No lo volveré a hacer, papá-.
Naldo, había cargado los dos viajes del pozo más cercano.
Después de unos días encerrado, salió en busca de los pájaros. En cuanto empezó
a llamarlos, acudieron a él. Habló largo y tendido con ellos y aunque le aseguraron
que salvaría todas las dificultades, fueron claros y le previnieron que no le iría bien.
Naldo sabía que los pájaros no mentían, pero no tenía otra salida, tenía que afrontar lo
que viniera.
De regreso, Gabriel lo estaba esperando.
-Alcánzame el cable–
Lo dobló en cinco metros dobles y le propinó cuatro cablazos con mano de hombre.
-¿Sabes porqué lo hago?–
-Sí, papá-.
-Y si lo vuelves a hacer, no serán cuatro, sino ocho-No lo volveré a hacer, papá-.
Naldo había salido sin pedir permiso.
A la vuelta del domingo, al paso de Camelia, fueron los tres a poner velas a la
Cruz.
-Acuérdate bien– le dijo Gabriel –porque la próxima semana lo harás tú solo-.
Y el siguiente domingo llegó más rápido de lo esperado, Naldo recibió de Gabriel una
caja de fósforos y media docena de velas.
-Voy a escupir aquí- le dijo -tienes que llegar antes de que mi saliva se haya secado–
y soltó un escupitajo en el suelo.
Naldo salió a la carrera sin fijarse donde pisaban sus pies descalzos. Corrió como un
desesperado, pero cuando volvió, la tierra ya había absorbido la saliva.
-Alcánzame el cable–
Lo dobló en cinco metros dobles y le asestó ocho cablazos con fuerza de hombre.
-Y si vuelve a suceder, no serán ocho, sino dieciséis-.
-No volverá a suceder, papá-.
Por lo imposible de la empresa, Naldo pidió ayuda a los pájaros quienes llevaban las
velas en secreto y las dejaban en el altar para que los devotos las encendieran. Había
ensayado tanto para que todo saliera bien. Partía cono saeta, pero disminuía la
velocidad cuando era perdido de vista, mas seguía corriendo para lograr el sudor y
volvía justo al filo del tiempo. Gabriel no se sorprendió, había notado que era capaz
de lograrlo.
Abril llegó aún en calor exuberante y con él, la temporada escolar. Naldo acudió a
clases con un lápiz, un cuaderno y ningún libro. No le gustó la escuela, tan larga, tan
ancha, tan alta. A la entrada si había algo interesante, un añoso cerezo cargado de
cerezas maduras. No sólo se comía las cerezas, sino que en el recreo, paraba colgado
de las ramas como mico. Así pasaron unos días sin que pusiera atención en las
lecciones sino en los recreos.
Un viernes, Gabriel le pidió el cable y le propinó dieciséis cablazos con fuerza de
hombre.
-¿Sabes porqué lo hago?- le preguntaba a intervalos
-Sí, papá– le respondía Naldo rojo de dolor.
-Y si lo vuelves a hacer, no serán dieciséis, sino treintidos-No lo volveré a hacer, papá-.
La profesora, había informado a Gabriel de su comportamiento.
Naldo empezó a sentir temor por Gabriel y compasión por Camelia. Ambos
llevaban una vida rara. Camelia no tenía amigas y era demasiado callada, Gabriel se
pasaba el tiempo tomando cañazo y chacchando coca sin preocuparse por lograr
amistades. Tenía fama de fanfarrón y desatinado; aunque a veces, salía con
proposiciones que los vecinos no podían entender. No era ni la sombra de lo que fue
de joven y menos aún de lo que fue de niño. Se había abandonado y sus pómulos,
sobresalidos desde que tomó la sobredosis de piñones, se habían hecho más notorios.
Tenía la frente despejada y su pelo ralo dejaba ver su cráneo.
Colgado de una bandada de pájaros, Naldo decidió regresar a Infiernillo. En cuanto
estuvo solo y en campo abierto empezó a llamarlos. Acudieron tordos, chiscos,
chilalas, peches, guardacaballos, chiclanes y santarosas. También tórtolas, cuculas,
serranas, budos y budillos. Además arroceros, huelguistas, pirinches, cachuleros,
putillas y hasta picaflores. Cuando llegó una bandada de loros y todos querían hablar
al mismo tiempo, se dificultó el entendimiento.
Pronto, los árboles se llenaron de aves de todo tamaño y color que pintaban el campo
con figuras que cambiaban de forma. Jamás se vio tal espectáculo. La empresa
fracasó porque Naldo había crecido, la distancia era muy larga y grandes los riesgos
de caer abatidos. Por donde pasaran los tomarían como una señal maligna, acabarían
con los pájaros y a él acaso lo quemarían vivo tomándolo como brujo.
*****
Naldo notó que entre Gabriel y Camelia algo no concordaba, habían dejado de
hablarse. No indagó el porqué, ambos le eran indiferentes. Para entonces, Gabriel
trabajaba haciendo guardia nocturna en las eras de arroz y él tenía que llevarle la
merienda. Un día, Camelia decidió no cocinar más. Cuando Naldo le pidió la ración
para Gabriel, ella manifestó:
-Prefiero cocinar para Lucero que para él-.
El asunto era más grave de lo que creyó. Y empezó él mismo a cocinar, por lo que
llevó la merienda con una hora de retrazo.
Gabriel se sacó la correa y le propinó treintidos correazos.
-Y si vuelve a suceder, no serán treintidos sino sesenticuatro-.
Naldo no sintió dolor sino impotencia, entonces entendió que nada le quedaba por
hacer, que soportaba todo por nada, que el caso estaba perdido, que escaparía en la
primera oportunidad que tuviera.
-¿Porqué te hiciste tarde?– le preguntó después Gabriel.
Naldo sabía que no le podía mentir, pero a la vez, no quería poner en entredicho a
Camelia. Analizó fugaz la situación, nunca le había visto golpearla; además, ahora le
pedía una explicación. El semblante de Gabriel, demacrado y decaído, le daba la
seguridad que no perjudicaría a Camelia si decía la verdad.
-Porque tuve que cocinar, papá– dijo
-¿Porqué no cocinó Camelia?–
-Porque se sintió mal, parece que está enferma–
Gabriel se hundió en el silencio escondiendo su mirada en la era. Desde entonces,
dejó de comer y dobló la dosis de coca y cañazo.
Preocupado, Naldo pidió consejo a los pájaros, los que le dijeron que sólo tenía
que tener calma y dejar que las cosas siguieran su curso. Empezó a observar
minuciosamente a ambos y comprobó que no cruzaban palabras. Un día, cuando
estaba cocinando, Camelia fue atacada por una crisis de nervios. Tomó la escoba y le
atacó por la espalda. Le asestó sólo un golpe, luego la detuvo, en el forcejeo se
miraron a los ojos. Camelia tenía rabia, soledad e infinita tristeza. Naldo creyó verle
el alma que clamaba a la Existencia el fin de su tiempo para redimirse del
sufrimiento.
Aquel instante fue suficiente para escudriñarla toda, le hacía tanta falta protección y
compañía. Quería ayudarla, pero no podía encontrar la forma, con sólo seis años, no
tenía el tino suficiente para los requerimientos del caso. Probó hacerla al menos
sonreír, pero sus labios estaban como osificados. Intentó contarle lo poco que sabía
sobre la familia, pero ella no reaccionaba. Lo probó todo y nada dio resultado.
A Camelia al igual que a Gabriel, no los vio comer; pero a diferencia de Camelia
que rechazaba todo contacto, Gabriel empezó a comunicarse raramente con él. Naldo
fue prudente, al comienzo no atendía sus historias, pero después puso interés porque
creyó que Camelia corría peligro.
-Mira– le dijo al final de una tarde y le señaló un águila que serena, daba vueltas en lo
alto -¿La quieres?–
-No–
-Pero de todos modos te la voy a bajar-.
Y de un certero tiro, derribó el águila destrozada.
Hubo silencio. Naldo se dio tiempo para meditar el caso. No estuvo de acuerdo en
matar un águila sin razón, pero no lo lamentaba porque creía que las águilas eran
malas, que se llevaban a los pájaros y a los polluelos y que deberían haber aprendido
a buscar de otra forma su alimento. Pero su análisis fue interrumpido por una
inesperada pregunta.
-¿Crees que Lucero sufre?-.
Naldo entendió que Gabriel no tenía sano el juicio. Tuvo en cuenta la advertencia de
los pájaros, que debía estar sereno ante todo y dejar que pasen las cosas como tenían
que pasar. El Sol ya se había escondido cuando Lucero estaba echado en la grama,
quiso avisarle para que huyera, pero probó primero persuadir a Gabriel.
-Lucero sufre, porque siente la pena y el dolor que usted siente; sentiría alegría si
usted estuviera alegre. Los perros sienten lo que sus dueños sienten…-Nadie siente por mí, nadie me ha amado, el amor es una farsa, no existe, y si Lucero
me ama, está claro que sufre. Le voy a evitar el sufrimiento– interrumpió Gabriel.
Naldo tuvo tiempo para avisar a Lucero, pero éste en vez de huir, le dijo que no se
preocupara, que ya sabía lo que estaba por suceder y que su hora había llegado. Le
instó a seguir y no temer porque él tendría mejor suerte.
-¡Lucero!– llamó Gabriel y apuntándole le dijo -hasta aquí llegó nuestra amistad-.
Lucero se paró y con un leve movimiento de cola parecía asintir que estaba listo.
Luego la munición le reventó la cabeza.
Con el permiso respectivo, Naldo lo sepultó bajo la hierba.
Después, Gabriel empezó a desvariar. Se pasaba horas hablando a solas, discutía
consigo mismo y no lograba ponerse de acuerdo. Unas veces lloraba, otras cantaba
con tristeza insondable. Sin saber que la compasión es el último reducto del amor,
Naldo se compadeció de Gabriel, sintió compasión en vez de odio. Después de todo,
ya no creía ni quería que fuera su padre.
La última noche de agosto, Gabriel la pasó llorando.
-¿Porqué llora tanto?– Naldo no resistió preguntar.
-Porque los diablos están aquí para llevarme. Mira, debajo del puente hay uno
moviendo la cola. Mira cómo me hace señas, cómo me llama– respondió Gabriel.
Naldo no miró a donde Gabriel le indicó. Sintió temor y se persignaba en la frente, en
los labios y en el pecho. No durmió, por si los diablos quisieran llevárselo también a
él, estaba dispuesto a resistir porque nada tenía que ver en el asunto. Luciérnagas,
grillos y chicharras acudieron a acompañarle en la noche más larga de su vida,
mientras la Luna y las estrellas no lo perdían de vista desde muy alto.
De madrugada, Gabriel le comunicó que estarían ocupados toda la mañana.
Cuando llegaron a la habitación, Camelia estaba en la escuela, como cada día, con sus
piernas desiguales y a paso lento, tenía que caminar una hora; media de ida y media
de vuelta. Gabriel le mostró un cajón lleno de cartuchos verdes, rojos y amarillos.
-Escoge uno– le ordenó.
Naldo no dudó y sereno, escogió un rojo.
Después de cargar la escopeta y ponerla debajo de su colchón, Gabriel le pidió que le
ayudara. Prepararon juntos toda la carne, el arroz, las papas, las verduras y todo lo
que hubo de comer, y fueron a repartirlo entre los transeúntes, trabajadores y vecinos.
Como Gabriel era conocido por sus rarezas, no despertó sospechas. A medio día,
pidió a Naldo que fuera a recoger a su hermana. Camelia ya estaba de regreso.
-¿Ha pasado algo?– preguntó
-No, sólo que papá está tan raro-.
Naldo le contó lo de la noche anterior y lo de la mañana. Pero ambos no hicieron
comentario y siguieron caminando en silencio.
Al llegar a la habitación, Gabriel manoseaba las últimas hojas de coca y la botella de
cañazo vacía. Mientras una tufarada fúnebre invadía la habitación, habló tranquilo,
como nunca lo había hecho. Les dio consejos que ni Camelia ni Naldo se esforzaron
en atender. Se hizo al silencio. Tomó la escopeta con calma, sostuvo la culata con las
dos manos, puso el dedo gordo de su pié derecho en el gatillo y posicionó el cañón en
su sien izquierda. Los miró un instante y disparó. El reloj marcaba las doce y
cuarenticinco del día y el calendario el treintiuno de agosto.
El estruendo hizo temblar las paredes y se oyó a varios kilómetros a la redonda.
Gabriel yacía en cruz en un charco de sangre con la escopeta sobre su pecho. Tenía la
cabeza destrozada y el encéfalo craneano salpicado en todo el cuarto. La vecina del
costado fue la primera en acudir y la primera en caer desmayada. Al poco rato, el
cuarto reventaba de gente. Camelia lloraba mientras Naldo parecía no tener
conciencia de la realidad.
Así terminaba Gabriel Allende De La Peña, que no escapó a la suerte de sus
padres. Mimado de niño por una madre sin par, amado de joven por una mujer que le
seguiría siendo fiel en el pensamiento, odiado de hombre por una hija de la que nunca
debió abusar, recordado acaso por una hermana que seguramente él había olvidado.
Todo quedó en el olvido. Las promesas que hiciera a su madre, a su hermana, a su
mujer y a sus hijos habían muerto antes que él. Nada había quedado del impecable
niño, nada del joven acucioso; solo del hombre que la derrota lo volvió vil, quedaba
un despojo de materia que luego se descompondría y una energía que llevaría tiempo
en limpiarse.
Camelia y Naldo pernoctaron en las oficinas de la policía. Al siguiente día, el
primero en llegar fue Augusto. Después llegó Consuelo cargada del cuarto niño de su
segundo compromiso. Naldo se acercó a su madre en cuanto la vio, obteniendo así un
grado de seguridad. Más tarde llegó Margarita. Amador no estuvo presente por estar
en la selva detrás de las codilleras, acorralando al Che Guevara a quien mataría la
CIA un mes más tarde.
Si no hubiese sido por Consuelo y algunos de sus hijos, Gabriel no habría tenido
deudo alguno. Nadie lloró al hombre que nació bueno, pero que se volvió malo por
esos caprichos de la suerte.
Seguido al sepelio, se produjo un juicio donde ante el juez, se determinó quién iría
con quién. Camelia decidió ir con Margarita y Naldo con Consuelo.
Peluche saltaba ladrando de alegría y le contó lo que había pasado durante su
ausencia. Le informó entre otras cosas, que había continuado pidiendo pan a la Luna;
pero que cada vez que lo hizo recibió de Consuelo una paliza porque creyó que su
aullar era malagüero.
El algarrobo había crecido un tanto, también el guabo y el ciruelo. Y las flores que
sembró a orillas de la acequia, seguían retoñando a ultranza.
LO BUENO LO FEO Y LO MALO
Naldo tenía siete años cuando adquirió tareas específicas y de responsabilidad.
Por las mañanas muy temprano, recogía pasto para los animales. Después preparaba
el desayuno para sus cuatro hermanos menores, luego iba a la escuela, en la pausa
hacía el almuerzo y por las tardes de nuevo al pasto.
Le quedaba poco tiempo libre, quizá por eso no pensaba en juguetes. Pero un día,
empezó a buscar latas vacías de portola y recolectó pedazos de pita, hizo huecos en
los precisos lugares de las latas y las amarró a cada pita. Así construyó una flota de
vehículos sin ruedas que se desplazaban con toda estabilidad y no volcaban ni en los
terrenos más difíciles.
Pero su ingenio no quedó allí, se le ocurrió transportar animales pequeños en sus
vehículos. Además, su carro se transformaba en barco, porque también podía cruzar
la acequia cargado con los mismos pasajeros sin hundirse. Pronto, su juguete se hizo
conocido y todo niño llegó a tener por lo menos uno. La dueña de la única bodeguilla,
agradecida porque Infiernillo empezó a consumir tanta portola, le regaló una lata
llena a la que saboreó de tal manera, que conservó el sabor a pescado muchos días en
su paladar.
En esos tiempos, el general Valdivieso identificado con las causas del pueblo,
había asumido la jefatura de las Fuerzas Armadas y tenía un grueso paquete de
pedidos para el presidente: La instrucción gratuita e incondicional para todo niño y
joven, el abolimiento de la ilegitimidad de los hijos, transformar las haciendas en
cooperativas, nacionalizar las reservas petroleras y una serie de reformas en todos los
sectores. Johnson lo sabía y ni con todo su abrumador poderío pudo impedirlo. En el
país, era “el gran vecino del norte” el que estaba acostumbrado a hacer y deshacer,
como a poner y deponer presidentes y jefes y militares.
Los noticieros repetían las novedades: Las Fuerzas Armadas giraban por primera vez
de la derecha a la izquierda. El general Valdivieso había advertido públicamente que
la tierra es de quien la trabaja, que los patrones no comerán más de la pobreza de los
campesinos, y que la reforma agraria a corto plazo sería un hecho. Exigió a los
terratenientes, dar concesiones a sus trabajadores como garantizar una pensión por
jubilación, seguridad social para toda la familia e implantar la educación gratuita y
obligatoria. Todo trabajador estable o eventual mientras trabaje, tendría derecho a
beneficios sociales.
Li Dam, no sólo hizo lo que Valdivieso pedió; sino que además, ordenó construir
un moderno y enorme local donde empezó a funcionar el colegio del distrito. <Así
colabora Li Dam con la educación nacional>, se leía al costado del inmueble con
grandes letras.
El hacendado se había informado que Valdivieso estaba dispuesto a concertar con los
campesinos que querían seguir trabajando con sus patrones; pero tenían que estar
unánimemente de acuerdo. Pretendiendo quedarse por sobre todo con su hacienda,
quiso tener de su parte a sus peones y entre otras cosas, sorteó los nombres de sus
caseríos, el que saliera agraciado, se haría acreedor a una fiesta que terminaría con un
partido de fútbol y una función de cine, para el último fin de semana de marzo. Visitó
todos los caseríos por primera vez y en Español quebrado jugó mal al orador.
Infiernillo salió agraciado y se haría con la fiesta. Se preparó varios días para que el
patrón esté listo en un minuto. Tanto alboroto para que envuelto en su nube de humo
sólo pase diciendo:
-Hola, hola, hola-.
******
Atilio, experimentado y viejo, que había sobrevivido a los cambios en otras
vecindades, vio la oportunidad de ganarse un dinero; pero solo no lo lograría. Expuso
la idea a su compadre Cirilo, quien a su vejez, aún andaba los caminos de su
mocedad. A Cirilo le fascinó la idea y se pasó los días coordinando acciones con
Atilio. Eran una pareja en contraste, sin embargo se entendían bien.
Se encontraron por casualidad en el camino, la noche de un moribundo y lejano
octubre, en vísperas del día de los muertos. Ambos pasados de copas, venían de
distintos lugares y se dirigían a distintos también. Compartieron un tramo, pero en el
cruce donde debían separarse, notando Atilio que Cirilo se había echado al estómago
más copas que él, decidió acompañarlo a su caserío. Cuando llegaron, Cirilo pidió a
Atilio que le permitiera devolver la compañía y caminaron juntos al otro caserío. Así
pasaron la noche de un lado para otro y del otro para uno hasta que amaneció y se
separaron en el punto donde se habían encontrado.
Ambos tenían mucha vida que contar. Empezaron comentando el día de los
muertos, porque por eso decidieron acompañarse y acaso para hacer más cortas las
horas o más corto el camino, se narraron sus aventuras:
-Cuando yo era joven- empezó a contar Cirilo tratando de enderezar su borracherallegué a un pueblito de la sierra y me llamó la atención un gallo que estaba amarrado
a una pata. Le echaban agua y agua como si se estuviera achicharrando. Sí, señor, un
gallo. Pero este gallo no era un gallo cualquiera, este gallo hablaba. Cuando me le
acerqué, me dijo el gallo bien quedito:
-Hey, cómprame, que me van a matar-No te me hagas, gallo, que puedes hablar- le repliqué yo
-Me entiendes clarito, ¿no?-Claro que te entiendo-Entonces, que no te quepa duda y cómprame, que si tú me das placer, yo te doy
dinero-Un momento, amigo gallo, lo del dinero está clarito, pero lo de placer no lo
entiendo-Sólo tienes que dejarme suelto, para montarme a todas las aves que encuentre-Y, ¿cómo me vas a dar dinero?-Me llevas a un circo y me haces hablar ante el público, ya verás cuánto te van a
pagar. En aquel momento vino la señora con un cubo lleno de agua y de nuevo, dejó
al crestón empapadito, que daba lástima el pobre. Arreglé de arrancancón con la doña
y me llevé el gallo sacudiéndose para secarse lo más pronto. Me pidió que lo soltara y
húmedo aún, salió dándose vueltas caminando de costadito con un ala sobándose una
pata y con la otra llamando a las gallinas. Se las montó a todas y sin diferenciar, se
fue montando a todas las aves que encontraba a su paso.
Lo seguí hasta una loma, luego se quedó echadito con las alas abiertas y las patas
hacia arriba.
-Al fin se cansó este gallo- pensé yo, y me acerqué para recogerlo.
-Psss, despacito, no me los espantes- me susurró haciéndose el muerto -¿ves los
gallinazos arriba?; en cuanto bajen me los monto a todos y después me amarras-.
¡El gallo era el colmo, amigo, el colmo!.
En casa, coordinamos que al siguiente día iríamos al pueblo, al que por
coincidencia había llegado un circo. Me dirigí con el gallo al dueño.
-Así que buscas trabajo- me dijo el capataz
-Sí, señor- asentí yo
-¿Y qué sabes hacer?-Yo, no mucho, pero mi gallo sí-.
El hombre me miró como de mala gana.
-Qué sabe hacer tu gallo- me preguntó
-Mi gallo habla- le respondí
-¡Tu gallo habla!, ¿y cómo es eso?-.
La inseguridad me acobardó, me quedé callado un rato, el hombre miró al plumífero
y le dijo:
-A ver, dime gallo, ¿cuál es tu nombre?El gallo nada, señor, nada de nada. Entonces el hombre se dirigió a mí.
-A ver, tú, ¿cuál es el nombre del gallo?- me preguntó.
Yo ni le había nombrado, pero se me ocurrió:
-“Garañón”, señor, su nombre es Garañón-.
El hombre se quedó mirándome malamente y al ver que su cara empezaba a ponerse
roja como la del gallo, pregunté al moñudo:
-Dime Garañón, ¿quién descubrió América?-.
El gallo, mudo, mudo, ni cacareaba. El hombre se levantó.
-Un momentito- dijo, y se fue a otro ambiente.
-¿Porqué no hablaste gallo?, la estás malogrando toda- le increpé
-Es que no sabía mi nombre y nada de Historia- se disculpó.
Luego regresó el hombre acompañado de dos pesistas. Los dos fortachones me
cogieron por los brazos y el hombre agarró a mi gallo y le torció el pescuezo. Ganas
me dieron de defenderlo al ver que le colgaba la cabeza y las alas le temblaban, pero
tuve miedo y me quedé quieto.
-¡Así que Garañón!, ¿no?, ¡aquí vas a joder!. Y si te vemos otra vez, te hacemos
como al gallo y te echamos a los tigres- me dijeron y me votaron a patadas.
Todo salió mal, señor. Me tranquilicé que al morir, el Cielo no es para los gallos y
más, que por su vicio no habría ido allí; sino imagínese, Garañón hubiera manchado
la blancura del espíritu santo.
Cirilo, que no sólo creía las historias que escuchaba, sino también las que el
mismo inventaba, al oír que Atilio no reía de su gracia, continuó entre hipo y
tambaleo:
-De esta si tengo la prueba, amigo, es franca, escuche usted: Vivía yo tranquilo, sin
vicios ni pleitos, trabajando y trabajando sin ocuparme en lo que los demás se
ocupaban. Pero en el pueblo, aun mis menores tenían una mujer y yo, nada de eso
sabía. Hasta que me decidí. Hice saber que todos mis ahorros serían para compartirlos
con la mujer que se casara conmigo; pero ésta tenía que ser inocente y no haber
andado con mañas. Y vinieron varias, todas buenas de carnes pero malas de palabras.
Yo quería casarme con la más tranquila, con la más noble, con la más inocente, con la
que no hacía lo que otras hacían ni decía lo que otras decían.
-¿Qué tengo entre las piernas?- les pregunté a cada una enseñándoles mis partes.
-Un pene, una pija, un pipí, una pinga, un miembro, una polla, un pájaro…- me
contestaban.
Hasta que una forastera me dijo entre sonrisas:
-Será pues… una ramita-.
Eso era lo que yo quería escuchar y con ella me casé.
Y dicho y hecho, me casé, amigo, me casé de palma y corona. Mi colchón que ya casi
estaba lleno de billetes, se quedó por la mitad porque ella pedía y pedía y no paraba
de pedir. La hembra era cosquillosa, buenamoza como ella sola y lo sabía todito.
Después de lo que usted ya sabe, le pregunté:
-¿Porqué dijiste que sería una ramita-Porque es una ramita en comparación a los troncos que he tenido- me contestó.
Yo no entendí, estaba en el aire, usted sabe amigo, era mi primera vez.
Al siguiente día, le pedí que fuéramos de luna de miel a la capital del departamento;
pero ella rehusó alegando que ya conocía la ciudad y que como matrimonio moderno
que éramos, que fuéramos cada uno por su lado. Así, ella fue a su pueblo con mis
ahorros para hacer unos negocios y yo, fui a la capital del departamento.
La capital del departamento me gustó. ¡Que grande!. Sus calles toditas con
cemento o asfalto, uno caminaba y caminaba y no terminaban porque se piezaban con
otras. Se veía al fondo que se hacían angostitas hasta que las casas de un lado se
unían con las del otro. Cuánto carro y algunos nuevecitos. La gente caminaba
apuradita como las hormigas. Ni un perro, ni un perro para que le ladre a uno.
Cuando me cansaba de caminar, para no perderme, volvía por donde iba, así que
llegaba varias veces por día a la plaza mayor todita de mármol, incluso las bancas.
Allí me sentaba horas a veces, contemplando la enorme estatua también de mármol
que estaba en el centro.
Ese día, había querido yo entrar al jardín de una casona y me sacaron a
empujones, me dijeron que prohibido era y que si volvía, me iban a entregar al policía
por sospechoso. Yo entendía algo de policía, es ese que dicen que apalea y que lo
deja a uno bien molido; pero no entendía de sospechoso, como unos dicen que es el
que es, otros el que no es, y algunos dicen que el policía y el sospechoso es el mismo.
Yo entonces no sabía ni hoy sé quién es quién. Así que me fui nomás porque lo que
menos quería eran problemas. Todavía estaba pensando en lo que me pasó, cuando se
me acercó un fulano y me dijo como si me conociera:
-Buenos días, amigo-Buenos días- correspondí yo
-Usted no es de aquí-No-¿De dónde?-De Infiernillo-.
Yo lo hice a propósito, como para que no me siguiera preguntando, porque como
usted sabrá, en Infiernillo sólo penan las ánimas. Pero después de rascarse la cabeza
con disimulo, se fue en preguntas:
-¿De dónde dijo?-De Infiernillo-.
-¿Infiernillo… es grande?-Con las que vamos a construir, habrán unas veinte casas-.
-Si se puede saber, ¿qué hace usted aquí?- cambió de conversación
-Estoy de luna de miel-¿Y su esposa?-También está de luna de miel-¡Ah!, ¿se quedó descansando en el hotel?-No, ella se fue a su pueblo-Entonces, ¿no vinieron juntos?-No, somos un matrimonio moderno-.
Después de un momento me preguntó de nuevo:
-Le gusta la plaza, ¿verdad?-Sí, es grande y bonita-Verá, amigo, esta plaza es mía y yo, cobro a los que vienen aquí para sentarse, así
que usted tiene que pagar-Momentito, amigo fulano –le dije yo –momentito, ¿porqué no cobra a los que están
sentados en las otras bancas?-Ellos ya pagaron, se paga sólo una vez al día–
-¿Y cuánto es?– le pregunté para no hacerla difícil.
-cinco soles– me respondió
-¡Tanto!, así quisiera tener yo también una plaza-Es el centro de la ciudad, amigo, y la mejor del país-.
Se le fueron los ojos cundo vio mi fajo de billetes.
-Oiga– me dijo a seguidilla –si quiere, le vendo la plaza-.
Yo no sabía de negocios, pero él me aseguró que era bueno, porque mucha gente
venía a la ciudad y todos se sentaban en las bancas de la plaza. Me aseguró que en un
día, podía sacar lo que pagaría por ella.
-Pero, si el negocio es tan bueno como dice, porqué no se queda usted con él– le dije
yo.
-Porque dentro de una hora tengo que viajar a la capital y no sé cuánto tiempo me
quedaré allá– y siguió -Amigo, este negocio es así, rápido, a mí me la vendieron, yo
se la vendo y si usted no acepta, se la ofrezco a otra persona-.
Creí que la suerte me recompensaba al hablar con alguien que además de tratarme
bien, me daba la oportunidad de ganarme algito.
Yo pensé: Como me voy a quedar aquí tres días, en uno saco mi plata, en dos pura
ganancia y además, la vuelvo a vender.
-¿Y cuánto es?– le pregunté
-Mil soles, pero para usted, se la dejo en quinientos-.
Saqué mi fajo y contamos, cuatrocientos noventa.
-Bueno– me dijo –me ha caído usted en gracia, quédese con esto que le hará falta- y
me devolvió cuarenta.
Se metió los cuatrocientos cincuenta en los bolsillos y se fue deseándome buena
suerte.
Pero, la suerte no me llegó, nadie me pagó; al contrario, muchos me querían pegar y
los menos revoltosos sólo me decían:
-¡Te la das de vivo cholo sonso, si te crees mosca, te voy a hacer comer caca!-.
Y regresé, amigo, más desplumado que un gallo de pelea. Esperé a que mi mujer
volviera, pensé que a ella le habría ido mejor porque se había llevado la mayor parte
del dinero. Pero nada. Esperé una semana, un mes, un año, hasta que volvió con un
niño en brazos.
-¿Dónde andabas y qué hacías?– le pregunté
-Por ahí, trajinando kilómetros de troncos– me respondió.
-Es tu hijo– me dijo luego enseñándome la criatura.
Yo pensé... un hijo. Entonces lo miré, lo hice que lo calateara para revisarlo y en
verdad, tenía todo lo que yo tenía: Tenía boca, nariz, ojos, orejas, mis partes… todo,
era igualito a mí.
-Sí, es mi hijo– acepté
Y en seguida se fue sin más ni menos dejándome el niño.
Hasta hoy no vuelve. La moza era más cálida que la gallina, que no contenta con los
gallos, aprendió a nadar para complacer a los patos.
Después de unos días, Cirilo apareció en La Formación con su hijo que aún no
caminaba y después de la faena, construyó su morada junto a la de Atilio. Se hicieron
compadres y aunque eran de distintos caracteres y diferentes pareceres, se entendían
como ninguna otra pareja en El Porvenir.
******
Atilio y Cirilo tomaron la empresa en serio. Sabiendo que Silvestre Bermúdez,
tenía un magnetófono que usaba muy de vez en cuando, le agenciaron de cumbias
nuevas y movidas las mismas que sonaban en Colombia, el país del ritmo y la alegría.
Lo contrataron para que se hiciera cargo de la música. Vaciaron sus ahorros para
invertir en comida y bebida; pero lo innovador de la fiesta sería que a la chicha y al
cañazo, los reemplazaría la cerveza, una bebida rubia con espuma blanca aún
desconocida en Infiernillo. Bien calculado, la ganancia debería ser por lo menos el
triple de la inversión y la repartición, en partes iguales. Hicieron una cerca grande,
emparejaron el suelo y lo apelmazaron con agua para evitar el polvo. Cobrarían
cuatro soles la entrada a los hombres y dos a las mujeres.
Y llegó el último sábado de marzo. Los varones del pueblo, desfilaron desde
temprano al peluquero para esperar su turno debajo de un espino. Al final de la tarde,
la gente de los caseríos aledaños empezó a llegar. Los jóvenes lucían cabezas bien
peluqueadas con el pelo empapado de aceitillo, donde el polvo levantado por la
muchedumbre se quedaba bien tranquilo. En poco tiempo, el polvo cubría todos los
zapatos de un solo color. Vino tanta gente y seguían llegando, que parecía que el
suelo iba a hundirse. El entusiasmo desbordó en Cirilo, quien fue donde Atilio a
manifestarle su cambio de parecer.
-Cumpa- le dijo - mejor repartámonos los quehaceres y las ganancias. Yo me encargo
de las entradas y lo que saco es para mí, y usted se encarga del resto y el resto es para
usted-.
Atilio se sorprendió, aunque sabía lo voluble que a veces era su compadre. Por no
haber tiempo para contemplaciones, aceptó la propuesta.
Cirilo, que había escrito bien claro en una pizarrita <Entrada: Damas dos soles –
Caballeros cuatro soles> y la puso en el cajón de la mesa; desbordado por el
entusiasmo, abrió la reja y empezó a dejar entrar a la muchedumbre. Cuando se
divertían adentro comiendo, tomando y bailando, Cirilo se pasmó de pronto y se
dirigió de prisa a Atilio quien no logrando darse abasto, había pedido ayuda a varias
muchachas. Al verlo parado y vacilante, Atilio le dijo:
-No me venga con saltos, compadre, que hemos aplanado bien el suelo, ¿ahora qué?-Cumpa... he metido la pata, olvidé cobrar la entradaAtilio se dio tiempo para mirarlo y le replicó:
-Usted no ha metido la pata, compadre, ha metido las cuatro-No se preocupe, cumpa, que ahorita lo arreglo, pondré en la pizarra: <Entrada Gratis
– Salida: Damas dos soles - Caballeros cuatro soles>-Olvídelo, compadre, déjese de pizarras y ayúdeme que hay mucho por hacer-.
Antes de que terminara el baile que duró hasta el amanecer, vendieron toda la comida
y la bebida. Atilio dio a Cirilo una lección de compañerismo y lealtad, después de
pagar a las muchachas, repartió las ganancias en partes iguales con él.
Esa misma madrugada, Atilio sopesaba la ganancia. El era ya viejo, no tenía
mayores necesidades. Habían otras personas que necesitarían ese dinero más que él;
¿pero quién?. Cerca de su casa, al costado del camino, había una piedra que pesaría
unos doscientos kilos. Cuando hasta los borrachos ya dormían, con todas sus fuerzas
y la adrenalina acumulada de la fiesta, trasladó la piedra al centro del camino para
que obstaculizara el paso. Después de apartar el dinero de la inversión, puso toda la
ganancia en una bolsa plástica transparente, la colocó debajo de la piedra y se fue a
dormir. Cuando despertó, la piedra seguía en el lugar. Los peatones y uno que otro
carro, pasaban por el costado. Por la tarde, desfilaron todos a la pampa para ver el
partido de fútbol.
Cuando la rodera quedó desolada y Atilio decidió dirigirse a la misma dirección que
los demás, vio que una de las muchachas, la que mejor hizo su trabajo la noche
anterior, procuraba arrastrar la piedra a un lado del camino. El viejo Atilio se quedó
contemplando un rato el vano esfuerzo de la joven, luego se le acercó.
-Entre los dos lo lograremos- le dijo enseñándole una soga y una estaca.
Atilio jalaba y la joven empujaba.
-¡Don Atilio, aquí hay una bolsa con mucha plata!- dijo la joven luego de unas
movidas.
Atilio dejó de jalar y fue donde la muchacha que no desprendía sus ojos de la bolsa.
-Tienes suerte- la animó –que lo disfrutes-.
La chica dudó un tanto y luego dijo:
-Entonces... es de los dos-No, yo gané suficiente anoche, es todo para ti- y cogiendo la bolsa, Atilio se la dio.
Cuando tuvieron la piedra en su sitio, la joven empezó a llorar.
-¡Gracias!... ¡muchas gracias!... ¡muchísimas gracias!- y lloraba y lloraba y no paraba
de llorar hasta que Atilio la calmó.
-Deberías reír en vez de llorar- le dijo
-Sí, señor, lloro de alegría, porque mañana iré a la capital y con lo que ayer me dio
usted por trabajar, tenía para el pasaje; pero hoy me da mucho más sólo por mover
una piedra, con lo que tendré para vivir buen tiempo-.
Después de abrazarla, Atilio le habló con voz de padre:
-Ayer ganaste lo justo por trabajar como cualquiera, hoy ganas lo justo por ser en
todo el pueblo, la única persona capaz de quitar la piedra del camino-.
******
El equipo de fútbol de la capital del departamento vino con todo, con
fisioterapeuta, jueces de línea, árbitro e hinchada. Trajo además, un personaje que
llamó la atención como Van den Ende en sus días; sólo que éste era lo opuesto, un
negro que brillaba al sol.
A media tarde, todos se dieron cita en la pampa que separaba en dos a Infiernillo.
Como nunca, la pampa se llenó de gente de todos los caseríos cercanos. Los equipos
aparecieron de entre las matas que hicieron de vestuarios. El de la capital del
departamento, acostumbrado a la vestimenta y experimentado en todo terreno, lucía
bien, el de Infiernillo también; sólo que era raro su andar. Y no era para menos,
porque como no acostumbraban a usar zapatos, tenían los pies ampollados. El día
anterior por la euforia del baile no dieron importancia al ardor; mas todavía tenían
ganas de lucir impecables. Como fuere, allí estaban bien formados todo de rojo:
Rojos los calcetines, rojas las trusas, rojas las camisetas y rojos los rostros de dolor.
Tan notorio fue el color rojo, que los llamaron: Diablos Rojos de Infiernillo.
El árbitro y los jueces de línea, vestidos de negro, revisaron el campo y luego
dieron inicio al partido. Hasta la media hora de juego, Los Diablos Rojos ya tenían
siete goles en contra. Al octavo, Cirilo cruzó la cancha más veloz que los jugadores
para regañar a su hijo:
-¡Hijo de mala madre!– le gritó –¡si te dejas meter un gol más, te quito mi apellido!-.
Cirilo había notado que su hijo no se esforzaba por detener el balón, sino por lucirse
en las voladas. Hasta el descanso, los visitantes metieron dos goles más.
Cirilo se dirigió al árbitro y se presentó como entrenador.
-Tengo que manifestarle algo– le dijo en serio- Mire usted, señor de negro, nosotros
no jugamos así; ya hemos jugado la mitad como ustedes juegan, juguemos la otra
mitad como nosotros jugamos–
-¿Y cómo juegan ustedes?– le preguntó el réferi
-Verá, don árbitro: Nosotros no jugamos a la cochinada, no pateamos al contrario, no
rematamos al arco cuando el arquero está solo, no jugamos con ausai ni córner y no
cobramos penal. Para que valga el gol, la pelota tiene que entrar colocadita, no
usamos camiseta ni zapatos y tenemos nuestra propia pelota– expuso.
-No hay trato– le dijo el réferi –jugamos al fútbol, no a la chacra-.
Cirilo se serenó para luego hacer otro pedido.
-Permita aunque sea, que se saquen los zapatos-.
El árbitro aceptó y empezó el segundo tiempo.
Sin zapatos, los Diablos Rojos mejoraron su juego. Cirilo pidió jugar a la
candelada, todos debían correr en dirección de la pelota y no dejar que caiga en pié
contrario. Atilio, comprendiendo a su compadre, reunió a un grupo de niños y les
pidió que trajeran lo más pronto, todas las naranjas y limas que pudieran, y dieran a
chupar a los jugadores locales y a los espectadores que bordeaban la cancha. Los
forasteros se desesperaron sintiendo que se les hacía agua la boca. Y vinieron los
goles esperados, nueve en cuarenta minutos.
Cirilo, plantado detrás de su hijo, a gritos le exigía detener los balonazos y dio
resultado. Ya en el tiempo adicionado llegó el empate. El grito de júbilo se oyó hasta
en los caseríos aledaños, porque según su regla en caso de empate, el empatador
gana; pero para desengaño, esta vez no sucedió así. Los forasteros se llevaron la copa
por su condición de visitantes.
Cirilo delante de todos, propinó una pateadura a su hijo por haber pretendido que
hicieran valer sus voladas igual que los goles.
-¡Te creíste mariposa, si no hubieran sido por tus voladas habríamos ganado. ¡Si
hubieras sido mujer, habrías salido polilla como tu madre!- le increpaba de mala
forma.
-Usted es un hijo de mil padres, deje tranquilo al muchacho– intercedió Atilio por su
ahijado.
-Siempre usted con buenas maneras, cumpa, así me gusta. De mis padres puede
hablar lo que quiera; pero si dice algo de mi madre, allí sí que chocamos– descargó
Cirilo estrechando la mano de Atilio.
******
A primeras horas de la noche, cerrando la fiesta, se estrenaba una película por
primera vez en Infiernillo. “Lo Bueno lo Feo y lo Malo”, un rodaje de pistoleros que
causaba furor en todo el país. Todos parados al aire libre frente al muro pintado de
blanco para la ocasión. Nadie había visto antes un film, por lo que cuando empezó,
mientras unos fueron a tocar el muro para cerciorarse del truco, otros se congraciaban
con los personajes buenos avisándoles en los momentos de peligro y tirando piedras o
insultando a los malos. Pero al final reclamaron al proyectador por haber dejado
morir a algunos de los buenos y por no haber hecho que murieran todos los malos. No
obstante, reunieron dinero para que el próximo sábado trajera otra película.
Envuelto en una polvareda en la que se mezclaban niños gritando, perros ladrando y
jóvenes arengando, la carcocha traía el film “Por un puñado de dólares”. Otra vez
parados impacientes frente al muro. Pero sólo al comienzo se armó un alboroto,
reclamaban que les estaban engañando porque algunos personajes ya habían muerto
en la película anterior y para colmo, el malo de entonces era el bueno esta vez. Llevó
tiempo hacerles entender que el film era sólo una historia, que no era realidad.
Aunque no se lo creyeron del todo y sin el entusiasmo de la primera vez, aceptaron
seguir viendo la función.
La vida en Infiernillo ya no sería igual. Empezaron a celebrarse fiestas a menudo,
los jóvenes empezaron a emborracharse y a cambiar de costumbres, ya no querían
andar descalzos ni parchados. Empezaron a hablar como los forasteros que vinieron a
jugar al fútbol, a pararse y andar como los pistoleros y pusieron a sus hijos, nombres
que no podían pronunciar.
Lo cierto fue que a Silvestre Bermúdez, esto lo benefició. Se había hecho conocido.
Muchos imitaban el baile en sus casas con pretextos de cumpleaños, matrimonios y
bautizos. Silvestre tenía desde salsas merengues y cumbias, hasta huaynos marineras
y balses que no sólo daban escosor en el cuerpo, sino que hacían cosquillas al alma.
Los temas más pedidos eran La Negra Tomasa o La Negra Celina, La Colegiala o La
Pollera Colorá, La Burrita o El Burrito Sabanero, Los Sabanales o La Piragua.
Carolina era pedida en cumbia y en huayno, mientras que los valses se repetían de
Zenovia a Yo perdí el corazón y de José Antonio a La flor de la canela. Cuando la
chicha, el cañazo o la cerveza empezaban a hacer efecto, los nombres de Felipe
Pinglo y Lucha Reyes calaban hondo; entonces el sentimiento hecho canción se
rayaba en El Plebeyo y Una Carta para el Cielo. Muchos se enamoraron a los
compases de esa música, muchos añorarían después esos tiempos.
Naldo, que empezó a acompañar a su padrastro a las fiestas, sentía la alegría de la
gente e imaginaba que así sería cuando él fuera hombre. Se haría una casa, tomaría a
la chica más juiciosa por mujer, tendrían hijos, harían fiestas, bailarían y se
embriagaría doble; de alcohol y de gusto y borracho, le ayudaría al magnetófono
haciéndole el coro cuando la batería se descargara o los discos se rayaran.
Finalmente, terminaría hecho trapo para que le mimaran su mujer y sus hijos, como
sucedía con la mayoría de los hombres al final de las fiestas. Así sería cuando fuera
grande, pensaba, y con la idea de un futuro feliz, abrigaba la esperanza cada regreso
en las madrugadas.
A lomo de burro, que llevaba la batería a un lado y los discos al otro, Silvestre y
Naldo con el magnetófono y el parlante a cuestas, partían en las tardes para volver en
las madrugadas. La ida no era difícil porque lo hacían siempre a la luz del Sol y con
las ganas de la comida y bebida que siempre servían. El regreso era lo difícil, en lo
oscuro, caminaban lentos al reflejo de la Luna y a veces parecía que mientras más se
apuraban, menos avanzaban. Silvestre tenía que sufrir los cinco soles por hora, y
Naldo el sol por noche de propina, sol que sólo acariciaría, porque luego pasaría a las
manos de su madre.
******
Naldo seguía observando el cielo y determinó precisamente lo contrario: Que el
Sol giraba alrededor de la Tierra; pero acertó en que un día, la Luna podía ser
invadida por los hombres y que en el cielo, habían seres más avanzados que los
humanos. Convencido de esto, se pasaba buena parte de las noches observando las
estrellas procurando entablar contactos con esos seres que según él, tenían la
capacidad de entender las intenciones humanas. Se sentaba en una loma concentrado
en el anhelo de la comunicación, mientras Peluche se echaba muy tranquilo sobre su
panza como enterado de la seriedad de la empresa.
Pero como sus pies estaban firmes en la tierra, se preocupaba también por lo que
sucedía a su alrededor. Así notó que Infiernillo, no fue el mismo desde el día de la
fiesta, que muchas cosas habían cambiado desde entonces.
Una noche, mientras acostado pensaba al respecto, vio que los hombres
empezaban a talar uno a uno todos los árboles y que los pájaros se marchaban tristes
porque no tenían donde anidar, y que luego el campo se quedaba tan desierto que ni
el zapote podía crecer por la aridez. Después, los hombres se fueron también porque
la tierra se volvió inhabitable. De mañana, salió asustado pero aún estaban allí el
algarrobo, el guabo y el ciruelo. Entonces se alegró de que había sido sólo un mal
sueño. Quiso contárselo a alguien, pero no se atrevió, así que se resignó a comentarlo
con Peluche.
Peluche ya lo sabía y le dijo que no era simple sueño, que era un proceso largo que
había empezado mucho tiempo atrás. Le explicó la ceguera de los humanos al
descartar que los animales tienen sentimientos e inteligencia. Que los hombres
tuvieron que aprender después de nacer lo que ellos ya sabían al nacer. Le contó que
al comienzo todos los animales se pusieron de acuerdo en colaborar con los humanos
para que no desaparecieran más pronto de lo que habían aparecido, que se unieron a
ellos para ayudarles haciéndoles creer que se subordinaban a ellos, como cuando se
les hace creer a los niños pequeños que ellos deciden, que tienen la razón, que el
mundo les pertenece y que pueden jugar con él.
Peluche le contó que todo lo hicieron por los hombres, pero que en ese empeño se
acostumbraron y en esa costumbre se quedaron. Le contó además, que los hombres
todo lo aprendieron de los animales y ahora creen que ya no los necesitan, que los
pueden sustituir. Le contó que los animales, así como los habían visto aparecer, los
verían desaparecer.
La maestra tenía una pequeña tienda al costado de la escuela, donde su hija Lucila
jugaba a los negocios. Lucila buscaba siempre a Naldo, mas como él era
ensimismado y escurridizo, un día se le acercó ofreciéndole un chocolate. Naldo lo
aceptó como aceptaba todo lo que fuera comida. Al siguiente día fue otro chocolate y
se fue a diario de chocolates. Lucila, que era una niña dulce, no de tanto chocolate,
sino del roce que desde pequeña tuvo con los niños, no era buena para este tipo de
travesuras. Su madre la descubrió pronto. La maestra se sorprendió porque su hija
nunca cogía algo callado, siempre lo pedía y sabía que nada se le podía negar. Al
seguirla, vio que en vez de comer el chocolate, lo guardó en su bolso de escuela.
Siguió pendiente de ella y para su sorpresa, constató que en el recreo, compartía el
chocolate con Naldo. La maestra no pudo ocultar su disgusto y segura de que él era el
culpable, lo jaloneó de pelos y orejas. Por la tarde, mandó llamar a Consuelo Villar
quien acudió con su hijo.
-Buenas tardes, maestra– saludó Consuelo
-Buenas tardes, señora–
-Me mandó usted llamar–
-Sí, se trata de Naldo– y prosiguió –mi hija no me lo quiere decir, pero yo creo que
ella se pone de acuerdo con su hijo para sacarme los chocolates. Han desaparecido
veinticuatro, pero como se los comieron entre los dos, haber si me hace el favor de
cancelarme los doce, yo repondré los restantes. A razón de sol y medio cada
chocolate, son dieciocho soles-.
-Doce chocolates... dieciocho soles…- repetía Consuelo y agarró a Naldo a golpes.
Lo llevó rajándole por el camino y en casa le dio más. Consuelo pagó los dieciocho
soles. Después de un tiempo, la maestra mandó a Lucila a continuar sus estudios en
una escuela de la provincia.
Naldo se volvió pendenciero y golpeaba a los niños al punto que llegó a hacerse
mala fama. De esto aprovecharon los muchachos que cuando se aburrían, lo buscaban
para hacerle pelear por cincuenta centavos. A veces, el contrincante era más grande
pero él, peleaba como felino hasta ganar. Los muchachos fueron a más y se
contactaron con los de Portada del Sol para pactar una pelea.
Con veinte soles de por medio, organizaron la contienda. Al final de la tarde, Naldo
estaba con el torso desnudo y erguido como un gallito. El contrincante respondía al
nombre de Gregorio, un duro trinchudito, más bajo, pero más ancho que él. El
ganador recibiría dos soles, el perdedor nada; de modo que ambos estaban decididos
a ganar. No valían rasguñotes, jalones de pelo ni mordidas, el que cometiera dos
faltas perdería y el llanto marcaría el fin de la pelea.
Parecían gladiadorcillos en la arena. Bordearon la media hora midiéndose,
trenzándose, separándose, golpeándose. Apareció la sangre y el cansancio, pero nada
de llorar. Ambos estaban curtidos por los golpes, ambos habían aprendido a ahogar el
llanto en el dolor y el dolor en la impotencia.
Tarde en la tarde, Gregorio fue cediendo y no lloró, sólo porque le habían advertido
que si no ganaba, le darían una golpiza encima. Como por mutuo acuerdo y
aprovechando que los muchachos empezaron a discutir, ambos hacían tiempo
esperando que anocheciera. Cuando los dos grupos perdieron la calma y terminaron
enredándose a golpes, los dos pactaron la pausa definitiva para hacer de espectadores.
Aunque hubo de todo y las reglas de pleito no fueron respetadas, los dos grupos
también quedaron en tablas.
Naldo dejó sus pleitos y puso mayor interés en sus tareas de la casa y de la
escuela. Se sorprendió que la maestra desmintiera sólo una de sus observaciones y
que corroborara las demás.
Se enteró además, que la capital con todos sus barrios marginales, ya alcanzaba los
cinco millones de habitantes y que en otros países habían otras ciudades más grandes
que la capital. Esto lo alarmó. Se pasó buen tiempo analizando hasta llegar a la
conclusión que de ser así, estaba en peligro el equilibrio demográfico despoblando los
campos y superpoblando las ciudades. A su modo de ver, la concentración de tanta
gente y de tanto material pesado en unas partes y el vacío dejado en otras, podría
ocasionar que la Tierra pierda su equilibrio y se desviara de su órbita, lo que
significaría el final para todos.
Creía también que si el centro de la Tierra era fuego, podría suceder que en un gran
maremoto o con la explosión de bombas potentes, las aguas del mar lleguen a apagar
su fuego. Que con el avance de la genética, los hombres llegasen a procrearse como
pollos sin saber más quién es quién. Que los hombres en su infrenable avance
destructor, acabarían invadiendo el espacio vital de los animales arreándoles a la
extinción. Que la contaminación llegara a grados insospechables ensuciando el
oxígeno que ahogaría a todo ser viviente.
Naldo sentía temor que los hombres con el pretexto del desarrollo, terminaran
convirtiéndose en una plaga para la Tierra. Aunque siendo un niño, sentía el mismo
temor que sienten los adultos más concientes.
******
Li Dam sorpresivamente, daba la orden de talar todos los árboles y matorrales que
superaran los cinco metros de altura. Desde los sauces hasta lo algarrobos, desde los
plátanos hasta los mangos, desde la cañabrava hasta la hinea, estaban próximos a
desaparecer. Nadie protestó, al contrario, lo tomaron como una muestra de
modernidad. En una semana, el campo quedó libre de árboles. Los pájaros perdieron
sus polluelos y no teniendo donde posar ni anidar, quedaron a expensas de las aves de
rapiña las que luego también morirían.
Era otra el ave que sembraría terror incluso en las de rapiña. Moderna, enorme,
ruidosa, y mortal, era la avioneta que venía a fumigar los campos. Fumigó todo,
bordos, acequias, desaguaderos, roderas. Miles de pájaros cayeron el primer día, no
espantados por el ruido y la desesperación, sino por los efectos inmediatos de los
insecticidas y herbicidas que esparció. El veneno mató sin hacer diferencias, desde
hierbas flores y arbustos, hasta insectos aves y peces.
El campo se convirtió en una alfombra de insectos y aves de todo tamaño y color, a la
vez que los arroyos blanqueaban de peces que flotaban en la superficie. Naldo logró
rescatar algunas aves a base de aceite y les pidió que se marcharan a la Sierra porque
la montañas no podrían ser taladas, allí no irían a fumigar. Por los insectos y los
peces nada pudo hacer.
Esas tierras eran fértiles, las mejores de la zona. Allí se sembraba todo y todo se
cosechaba sólo con el deshierbo a mano, para todos había suficiente incluidos los
animales. Pero sucedió un fenómeno que no habían previsto. A partir de las
fumigaciones, fueron necesarios también los abonos; de lo contrario, no había planta
que se logre y sólo la mala hierba se daba. La tierra se había empobrecido con los
productos químicos y las semillas perdieron su calidad, llegando a tener que ser
importadas ya curadas.
Los campos contiguos a Infiernillo, donde antes se andaba libremente recogiendo
frutas a gusto de cada quien, fueron cercados con alambre espinoso. También la
acequia fue tomada y sólo dejaron en la rodera de adelante, el espacio necesario como
para que pasaran un camión o dos yuntas uncidas de ida y vuelta, a la rodera de atrás
la cercaron toda.
Infiernillo crecía acelerado, hacía sólo unos años que llegaron las primeras
familias con lo que tenían puesto. Allí encontraron el algodón que crecía como
matorral y ellos lo usaron para hacer sus vestidos, alforjas y cubrecamas. Allí
encontraron el algarrobo que usaron para varas, horcones y leña. Allí encontraron la
hinea para hacer sus techos, tapetes, canastas y adornos. Allí encontraron el junco
para hacer sus sombreros, la cañabraba y el carrizo para hacer las quinchas, el bejuco
para amarrar las cosas. Allí hallaron lo necesario, un lugar tranquilo donde el Sol
aparecía por entre las montañas, para desaparecer en el horizonte donde el Cielo se
encorbaba para acariciar el campo.
Las gallinas, chivos, patos, chanchos, pavos y burros, empezaron a desaparecer de
forma misteriosa; por lo que empezaron a construir corrales y a marcar las bestias
quemándolas con un fierro caliente. Pero esto tampoco dio resultado, desaparecían
incluso marcadas de los corrales.
Como los pájaros habían escaseado, la gente capturaba los pocos que quedaban y
los metían en jaulas. Naldo empezó a liberarlos. Con el sigilo de un ladrón, se las
jugaba para lograrlo hasta que fue descubierto y acusado ante su madre. Consuelo le
daba de tundas en cada casa donde había cometido las averías. Los pájaros,
procurando evitarle más dolores, le dieron una muestra de fidelidad: Volvieron a sus
jaulas. Muchos no soportaron la pena y murieron en prisión. Naldo Reclamó a Dios
por considerar que habían sufrido demasiado en poco tiempo y que las jaulas eran
extremado castigo.
Pero la cosa no quedó allí, a la muerte de los pájaros, los dueños exigieron a
Consuelo que Naldo les devolviera pájaros como los que habían tenido. Otra tunda y
otra decepción respecto a Dios. Cientos de pájaros de todas las especies, se
presentaron voluntarios para consolarle y meterse en las jaulas. Naldo les aconsejó
que no cantaran, sino que gritaran lo más largo y fuerte que pudieran, porque así
podrían llegar aburrir a la gente y conseguir su libertad; pero les advirtió también de
los riesgos si surtían efectos contrarios.
Infiernillo se convirtió en un auditorio de gritos discordes. El griterío llegó a
escucharse hasta en los caseríos aledaños. No faltó alguien que lo tomó como una
señal maligna e hizo correr el rumor. La gente soltó los pájaros por temor antes que
por fastidio, de manera que en poco tiempo no quedaban más pájaros presos.
******
Una mañana, Naldo estaba atizando el fogón y el fuego empezó a hacer un extraño
sonido, en ese momento entró Consuelo.
-Va a venir visita– dijo.
Por la tarde, ladraba Peluche mientras una voz de hombre procuraba calmarlo. Un
joven fibroso de baja estatura avanzó hacia Consuelo y abrazándola la saludó.
-Buen día, mamá–.
Era Amador, que volvía después de estar varios años reenganchado en el ejército.
Naldo miró por primera vez a su hermano e imaginó que así sería él cuando fuera
grande. Pero Amador tenía otras intenciones y lo trató como a un soldado.
-¡Preséntese, Reinaldo!- fue lo primero que le dijo.
Naldo no entendió y admirado, se quedó mirándolo.
-¡Que te presentes te digo!-.
Tampoco entendió, no sabía lo que significaba presentarse. Amador se le acercó y
propinándole un puntapié en el trasero le gritó:
-¡Diez planchas!-.
Naldo entendía el lenguaje de los golpes, pero no el del ejército.
-¡Ojo al guía!- le indicó Amador tirándose en posición de planchas.
Eso si lo entendió y se puso en la misma posición que su hermano, quien hizo una
plancha para muestra.
-¡A comenzar!– le ordenó.
Naldo se quedó sin brazos, pero hizo las diez planchas, mas por haber doblado el
cuerpo y no haberlas cantado, Amador le dio otra orden.
-¡Diez más!, ¡a comenzar!-.
Los castigos siguieron durante la visita de Amador y desilusionado, Naldo desistió
ser como su hermano cuando fuera grande.
Unas semanas después, a la hora del almuerzo, entró una enorme mariposa negra.
-¡Ay, Señor!– exclamó Consuelo, mientras Silvestre se llevó en silencio las manos a
la cabeza.
No hicieron mayor comentario, sabían que era inevitable, alguien iba a morir. Al
siguiente día, a la misma hora que entró la mariposa, Nicasio se atoró con la comida.
Le dieron golpecillos en la espalda, la echaron aire, le hablaron, le lloraron y nada.
Nicasio, pronto fue cadáver.
POR TI ME HABRAN DE RECORDAR
Un domingo de mañana, a comienzos de enero, estando Consuelo preparando el
desayuno, apareció Arturo Villar sin que el fuego avisara. Más que por los años
acabado por las vicisitudes, Arturo Villar sólo tenía de antaño el buen corazón y el
cabal comportamiento.
El tiempo le había arrugado la piel, doblado la espalda y quitado gran parte del
cabello. Naldo lo observó a distancia. De lejos, parecía una garza gris toda encorvada
o un espantapájaros bonachón, de los que permiten que las aves posen sobre ellos. De
cerca, la cadencia de su voz y su compostura mostraban un hombre cabal. Ese
hombre, su abuelo, era para él, el representante de los hombres que conocía y de
todos los hombres que había imaginado. Le infundió respeto y en adelante, pediría
por él a las aves que no excrementen en los espantapájaros.
-¡Naldo!– le llamó Consuelo
-Saluda a tu abuelo– le ordenó.
-Buenos días abuelo– saludó mirándole a los ojos como nunca se había atrevido a
mirar a alguien.
-Buenos días, hijo– correspondió Arturo Villar acariciándole las mejillas, para luego
abrazarle con entusiasmo y hablarle con confianza.
Fue la primera vez que Naldo había sentido alegría, la primera vez que alguien le
hablaba de buena manera, la primera vez que no se desilusionaba de los suyos. Esta
vez, se felicitó por no haberse equivocado y una chispa de esperanza alumbró su
soledad.
Después, de improviso, Arturo Villar le hizo una propuesta.
-Ven a vivir conmigo para que me acompañes–.
Lo consultó con Consuelo y al final de la visita, luego de que las cosas de Naldo
estuvieron en la alforja de Arturo Villar, nieto y abuelo emprendieron el mismo
camino; uno de ida y otro de regreso. Llegaron a Portada del Sol cuando aún estaba
claro. Entrando en la primera calle, dos ojitos observaban los movimientos de Naldo.
Era Gregorio, con quien había tenido que pelear por el sol que ni uno ni otro recibió.
Naldo se dio cuenta y lo reconoció, pero la ocasión no estaba para pleitos.
Arturo Villar, que no hacía mucho había vuelto de la capital del departamento,
vivía en una sola habitación de quincha, construida por él mismo con sus últimas
fuerzas. Estaba ubicada en una esquina, junto a un viejo ciruelo a orillas de la misma
acequia que pasaba por la morada de Consuelo Villar. A un lado, estaba la barbacoa y
una percha donde colgaba su alforja y unas mudas de ropa; a otro, el fogón con dos
ollas de barro al costado y en el centro, un tronco de algarrobo hacía de banco.
Esa noche, abuelo y nieto hablaron largo. Arturo Villar le contó sobre sus abuelos
paternos Antero Allende y Flor de la Peña, sobre Gabriel Allende en sus buenos
tiempos. Le contó que su tía Amada Allende vivía en algún lugar de Norteamérica, le
habló con cuidado, procurando no crearle confusiones. A la siguiente noche le contó
sobre su padre, César Arturo Villar y su esposa Angélica Vergara. Naldo entendió
que a su abuelo le hacía falta compañía, la misma que a él le hacía falta.
El calor de enero le obligaba a zambullirse en la acequia. Echado en la grama boca
arriba, se pasaba horas dialogando con los pájaros mientras su abuelo lo observaba
desde adentro. Arturo Villar procuraba encontrar algún parecido entre Naldo y
Gabriel Allende. Estaba seguro de tener sana la memoria y recordar bien a Gabriel,
pero en nada se parecían. Pensó que era por las circunstancias y los tiempos. Le llamó
la atención sin embargo, que mirara tanto al cielo y que se entendiera con los
animales.
Un día al llegar a casa, lo encontró silbando entre decenas de pájaros que no se
espantaron al verlo, pero que se hicieron al silencio.
-Abuelo, los pájaros le saludan– le dijo –Vinieron a contarme que río arriba, entre los
cerros, una compañía minera echa veneno al agua y que los animales están muriendo
por eso-.
Luego, los pájaros salieron ordenadamente.
Arturo Villar no supo qué decir y después de un momento, recordó que había
escuchado que una compañía minera se había instalado en la Sierra junto al río
Agualtepeque. Le sorprendió que lo que él sabía por boca de la gente, su nieto lo
supiera por pico de los pájaros.
-¿Naldo?– le preguntó intrigado -¿cómo es que hablas con los pájaros?-No lo sé, abuelo– le respondió –pero sí sé que me entienden y que les entiendo–.
Arturo Villar dejó de interrogarlo y se propuso observarlo para determinar si
mostraba otros signos de anormalidad. Pronto estuvo seguro que nada tenía de
anormal, que por el contrario, era más cuerdo incluso que los niños mayores que él.
No le cabía duda que conservaba el don que la enorme mayoría de hombres ya habían
perdido.
Guiado por los pájaros, un domingo soleado, Naldo se dirigió al río. En el camino,
se encontró con Gregorio que regresaba. Se miraron, se detuvieron un instante, ni una
palabra, ni un ademán y siguió cada quien su camino.
Sobre pequeñas piedras que de tanto rodar se habían ovalado al tiempo, el río
Agualtepeque se derramaba trabajosamente por recodos en una sola dirección. Rac,
rac, rac, caminó sobre las piedras, había menos agua de lo que imaginó. Por el escaso
caudal traslucían los peces, por lo que no desperdició la oportunidad de pescar. Llegó
a casa con una sarta de anchitos, lifes, cascafes, charcocas, picalones, mojarras y
camarones. Desde entonces, el pescado se sumó a la dieta.
Un día se sorprendió. El río rebozaba de canto a canto, había cubierto todas las
piedras e invadido las chacras contiguas. Así, tan ancho bravo y marrón, tampoco lo
había imaginado. No obstante, logró pescar algunos camarones mareados por el
barro. El pescado no faltó, pero sí otros alimentos básicos por lo que Arturo Villar,
cambiaba lentas diligencias por un poco de arroz, papas, fideos o aceite. Naldo cayó
en gracia al panadero local a quien poco después, a cambio de unos panes, empezó a
ayudar muy de mañana. Se devoraba los panes con la nariz y los ojos, de modo que
cuando llegaba a casa estaba ya saturado.
La situación económica empeoró, sin embargo, la armonía entre abuelo y nieto seguía
inquebrantable. Arturo Villar procuraba alentarlo para que no creyera que la pobreza
era herencia, maldición ni destino. Procuraba que su nieto rompiera con la mala
suerte que había ensombrecido la luz de varias generaciones. Estaba seguro que su
nieto lo lograría.
Una noche, después de haber hablado de todo, Arturo Villar se quedó callado
mirándolo fijamente. Naldo entendió que su abuelo quería decirle algo importante,
Arturo Villar a su vez, entendió que su nieto estaba dispuesto a escucharle. Pero todo
fue rápido y concreto.
-Por ti me habrán de recordar– le aseguró.
Y en seguida, se fueron a dormir.
Precisamente, cuando parecía que la vejez de uno estaba asegurada con el
crecimiento de otro y el crecimiento de otro con el tino de uno, sucedió lo imprevisto.
Arturo Villar manifestó que tenía que marchar. Naldo aseguró que iría con él.
-No– le dijo Arturo Villar –aún no sé cuando partiré y aunque lo supiera, tendrás que
quedarte porque allá, sólo deben ir los viejos y no los niños como a veces van-.
Naldo notó que su abuelo tenía el semblante decaído y no quiso contrariarle, de todos
modos, no estaba dispuesto a dejarlo ir solo.
-Se queda conmigo o me voy con él– pensó.
Arturo Villar le pidió que pasaran todo el día juntos. Esta vez su abuelo le hablaba
diferente, no con nostalgia, sino con convicción. Le contó de La Villa, de los casi
seiscientos andinos que allí vivían, del Padre Sedano, de Clemente Huarca, de
Pascual Farfán, de Carmen Riviera. Le contó de su bisabuelo César Arturo Villar, de
sus abuelas Flor de la Peña y Angélica Vergara, de Antero Allende, de Gabriel
Allende. Naldo se sorprendió que su abuelo no hubiera tenido en cuenta a su tía
Amada Allende, a quien en otras ocasiones tantos elogios hacía, tampoco hacía
mención a su madre Consuelo ni a sus tías, le intrigó que le hubiese hablado sólo de
personas fallecidas.
-Pobre mi abuelo, empieza a fallarle la memoria– pensaba, mas seguía escuchándole
atento.
Al final de la tarde, Arturo Villar colmó la historia.
-He invitado a todos esta noche, vendrán a visitarme y a conocerte– le dijo con
certeza y resplandor en la mirada.
Naldo no quiso creer que su abuelo empezaba a desvariar. Conocía a otros viejos que
hablaban solos y sólo disparates. Su abuelo tenía una depresión, un mal día que
cualquier persona normal lo tiene. Pensó.
Por la noche, Arturo Villar le pidió que se sentara en el banco porque iban a llegar los
invitados. Y empezó a saludar y abrazar a cada uno. Naldo, que ya había empezado a
preocuparse, notó que en realidad, su abuelo no estaba en sus cabales. Aunque pudo
percibir raros sonidos, no pudo ver a ninguno de los tantos que saludaba y abrazaba
en perfecto monólogo y mimo. Arturo Villar empezó a comportarse como en los
tiempos de La Villa y con el tono de entonces, se dirigió a los presentes:
-Querida gente de siempre, hacía tanto tiempo que no los veía, me hicieron tanta
falta. Aquí, el tiempo es lento y pesa a manera que va pasando. Dichosos ustedes que
ya superaron esto– empezó diciendo y continuó –Pero permítanme presentar a mi
nieto, el hijo que hubiera querido tener y por el que me habrán de recordar.
Seguramente todo hubiera sido diferente si él hubiese estado con nosotros en La
Villa. Personalmente, les pido que intercedan por él… - Arturo Villar se expandió en
halagos a su nieto.
Por intermedio de Arturo Villar, Naldo intercambió saludos, deseos y opiniones con
los invisibles y silenciosos invitados. El diálogo con su abuela Angélica Vergara, fue
el más interesante.
-Te quise desde antes de que nacieras y te querré hasta después de que mueras– le
manifestó.
Y como toda abuela a veces no sabe lo que pide, le pidió algo que si Naldo lo hubiese
sabido, no lo hubiese podido cumplir.
-Prométeme que visitarás La Villa y darás mi saludo a los que quedan-Se lo prometo, abuela– aseguró Naldo.
Se había hecho tarde en la noche. Arturo Villar, teniendo en cuenta que aún
estaba en este mundo, despidió a su nieto de los invitados quienes le desearon buen
sueño. Se durmió arrullado entre el monólogo entusiasmado de su abuelo, la endecha
de los animales nocturnos y el efluvio de un raro hedor que no pudo recordar.
De madrugada, despertó de frío. En la sombra, notó que su abuelo dormía
imperturbable. Fastidiado por el husmo, ya no pudo conciliar el sueño; por lo que
empezó a pensar que su abuelo lo necesitaba y que de ningún nodo lo dejaría marchar
solo. Los gallos le avisaron que la hora de ir a la panadería había llegado. Se levantó
sin desperezarse y al ojearlo, se alegró de que siguiera plácidamente dormido.
Cuando volvió, su abuelo seguía acostado. No lo interrumpió, creyó que estaría
cansado por haber hablado tanto.
Arturo Villar, tenía siempre listo el desayuno al regreso de su nieto; pero esta vez,
seguía tendido. Con entusiasmo para darle una sorpresa, Naldo preparó el té y esperó.
Calentó el té y esperó. Volvió a calentar el té y esperó. La tarde había empezado y su
abuelo no despertaba. Siempre se levantaba a las seis, pero entonces, habían pasado
las doce. Calentó de nuevo el té, lo sirvió, preparó los panes, dejó todo listo sobre el
fogón y se dirigió a despertarlo.
-Abuelo, el desayuno está listo– le dijo con musical acento.
-El desayuno está listo, abuelo– repitió.
Y volvió a repetirlo varias veces y su abuelo no reaccionó. Se propuso moverlo para
despertarlo y tampoco reaccionó. Estaba ya tieso y frío y en su rostro se había
congelado con signos de alegría.
De nada sirvió todo lo que hizo para que su abuelo se levantara. Le habló, lo abrazó y
nada, todo resultó vano. Entonces entendió porqué no le habló de vivo alguno y
porqué la pestilencia. Los muertos habían venido a llevarlo. En silencio, salió de la
morada y se dirigió a la acequia. Las aguas bravas que se arremolinaban en la
compuerta le llamaban. Era fácil, a nadie ya le haría falta; mas cuando había decidido
saltar, sintió que alguien lo jalaba retirándole de la orilla.
-Por ti me habrán de recordar– le repitió Arturo Villar, le puso la mano en su hombro
y en sepulcral silencio lo condujo a la cabaña.
Su abuelo se había levantado de la muerte para evitar que se tirara a las aguas y
luego, volvió a acostarse para siempre. Sólo entonces, Naldo encontró una razón para
llorar.
*******
Naldo regresó a vivir con su madre, Regresando también a las tareas que antes
tenía. Dalia y Violeta habían partido con la tía Bárbara a la capital del departamento.
Azucena, que aún no entraba en la adolescencia, se había quedado y Camelia había
venido a vivir con ellos, mejor dicho, Consuelo la trajo muy enferma, porque a
Margarita le parecía un caso perdido.
Le preocupó Camelia, estaba tan flaca y amarilla, casi nada comía y ya no podía
caminar. Probó manifestarle su confianza, pero cuando le hablaba ella sólo lloraba.
Al verla tan acabada, buscaba huevos, los sancochaba y se los ofrecía tibios, pero ella
callaba y empezaba a llorar.
Un medio día, mientras Consuelo y Azucena trabajaban en el campo,
sorpresivamente, Naldo pidió permiso en la escuela y embaló a casa. Al llegar, sintió
el hedor que había percibido en otras ocasiones. La fumarada ahogaba a su hermana.
Alcanzó a mirarla, la abrazó, le echó aire y empezó a insultar a la muerte que abusaba
de ella y no se atrevía con él. Hizo todo lo que pudo, pero no pudo evitar que
exhalara.
Naldo había cambiado. La muerte de su abuelo y de su hermana le hicieron
evaluar su situación. Poco tenía del común de la gente, debía tener más contacto con
ellos. Probó mejorar su actitud con Azucena, pero Consuelo se opuso a que jugaran
juntos.
-¡Los niños no juegan con las niñas!– le gritó un día.
Por lo que tuvo que resignarse a entretenerse a su modo.
La maestra en la clase, había dicho que el padre era el jefe; pero que la madre era
la reina del hogar y como tal, había que tratarla. Que la madre merecía atención
incondicional por parte de los hijos. Naldo lo entendió. Era testigo de cómo trabajaba
su madre en tareas de hombres, a frío a sol y a sereno. Nunca la escuchó cantar como
a otras madres, ni la vio reír como a otras madres; pero tampoco la escuchó quejarse
ni la vio llorar como a otras madres.
Su madre era diferente, sin igual. No sólo por eso la amaba, sino porque además, un
sentimiento superior lo unía a ella. No le importó la falta de comunicación con ella, le
bastaba con mirarla de reojo o a escondidas. Se consolaba con la idea que la relación
con ella no era buena porque más tarde, cuando él fuera hombre, mejoraría al punto
que se querrían tanto y más, por todo el tiempo que no pudieron demostrarlo
mutuamente. Era cuestión de esperar, se consolaba.
Por el camino ensayó lo que haría. Seguramente no lo estaría esperando y menos
avanzaría hacia él para recibirlo; pero no importaba lo que ella haría por él, sino lo
que él haría por ella. Iría hacia ella, le daría un beso y luego le diría que la quiere, que
siempre la había querido y que la querría siempre. Que la cuidaría en sus años viejos.
Le diría tantas cosas.
La encontró en la cocina atizando el fogón. En silencio, por un costado se le acercó y
logró poner sus labios en la mejilla de Consuelo.
-¡Maricón de mierda! ¡dónde aprendiste estas mañas!– bramó Consuelo.
Y cogiendo un tizón encendido, le quemó los labios quemándole también el amor que
sentía por ella.
Naldo sintió doble dolor y para siempre, quedaría marcado por dos cicatrices; la que
llevaría visible en sus labios y la que llevaría oculta en su corazón. Se sintió
engañado por la maestra que le dio falsas esperanzas, se sintió defraudado por Dios
que le dio el sentimiento. A su madre había amado por sobre todo, de su madre tenía
que prescindir.
Al no tener a nadie a quien abrazar, abrazó al algarrobo sangrando sus mejillas en la
corteza. Peluche llegó luego y procuró consolarlo sin conseguirlo. A partir de
entonces, en vez de salir por las noches a observar el Cielo, salía para encontrarse con
los duendes o con los diablos para pedirles que lo llevaran. Como después de varios
días no obtuvo resultado, decidió marcharse.
Había escuchado en la escuela que detrás de las montañas se extendía la Amazonía,
una inmensa selva, la más grande del planeta, donde en muchos lugares, los hombres
conocidos no habían puesto pié y donde los hombres desconocidos aún vivían sólo
con lo que brindaba la Naturaleza. Un lugar con enormes árboles, fantásticas flores,
increíbles aves, grandes ríos. No sólo se animó a marchar por despecho, sino porque
le gustó la idea. Peluche quiso seguirlo pero Naldo lo convenció a que se quedara.
Cuando todos dormían, se despidieron con la Luna como testigo.
Caminó sin mirar atrás y sin pensar en lo que atrás quedaba. Pasó varias horas
cruzando el arenal hasta llegar al pié de las montañas, más altas y más anchas de lo
que parecían a distancia, la noche las pintaba a todas de gris oscuro, casi de negro. Se
maravilló del impresionante paisaje, estaba al pié de Los Andes. No resistió gritar:
-¡Heeeyy!–
-¡Heeeeeeyyy!– le respondieron las montañas.
Sin temor, se adentró en la cordillera. Al bordear el primer monte, en un llano como
arreglado para la ocasión, divisó una luz giratoria que iluminaba un espacio redondo
donde otras luces cambiaban de colores. Al acercarse, vio que en el centro, había un
aparato plateado más grande que una casa. Sino hubiese sido por lo ovalado, hubiera
creído que Saturno se había caído del Cielo. Se acercó sin vacilar y vio que el aparato
posaba en tres soportes. De repente, se abrió una puerta que al descender se
transformó en escalera, luego apareció una figura deforme. No se parecía ni a hombre
ni a animal, tenía la piel como escamosa y a la vez parecía que era su vestido. Naldo
creyó que por la distancia, el cansancio y tanta luz, no podía distinguir bien. De todos
modos, no recordaba haber visto esa figura ni en los libros de cuentos. De pronto,
sintió como si el ser que ya estaba junto a él, era alguien muy conocido. El
hombrecillo lo hizo subir. Adentro, todo el aparato estaba lleno de botones
luminosos. Acudieron tres hombrecillos más y empezaron a comunicarse sin
necesidad de palabras.
Se sorprendió que pudiera entender también el lenguaje de ellos. Por un momento,
volvió a su humano análisis y pensó que quizá serían duendes o diablos que estaban
allí para ensalzarle y llevarlo; mas eran demasiado buenos para eso. Pensó que serían
acaso ángeles que habían venido también para llevarlo; pero eran muy feos para ser
enviados por Dios, nada se parecían a los que había visto en figuras y estatuas.
-No somos ni lo uno ni lo otro– le dijeron en metálico Español.
Naldo creyó que le habían adivinado el pensamiento.
-Te equivocas- le dijeron -nosotros no adivinamos, sino que de antemano ya lo
sabemos todo-. Hablaron, jugaron, le invitaron sus cápsulas concentradas y lo
metieron a una especie de armario iluminado por una luz anaranjada. Al sacarlo, le
dijeron que estaba listo y le explicaron que habían venido del planeta 0-5.9-45-9.5-0
para prepararlo.
Cuando Naldo les preguntó porqué tanto número punto y raya, le contestaron:
-Porque ese es el código terreno que corresponde a tu planeta y el nombre de tu
estrella corresponde a “Luminicia”. Interceptamos la señal cuando hacíamos un
recorrido en la Vía Láctea, éramos el grupo más cercano a ti- y prosiguieron –Desde
Luminicia vino tu energía en el momento mismo en que empezó a correr tu año uno,
y hasta allá volverá después de que hayan finalizado tus cuarenticinco. La escala en
años, es de uno a mil millones. Todo coincide con tus edades y con las edades de
Luminicia: A los cinco años empezaste a buscar contacto con nosotros; así como a
los cinco mil millones empezó a animarse Luminicia. A los nueve años hemos venido
a ti; así como a los nueve mil millones los habitantes de Luminicia alcanzamos la
perfección y empezamos a viajar por el universo-.
Hicieron una pausa y después de lo que sería un suspiro, continuaron: –A los
cuarenticinco mil millones de años terrenos, coincidiendo con los cuarenticinco años
de tu muerte, explotará Luminicia y también los planetas que se mueven a su
alrededor, incluido el 0-5.9-45-9.5-0-.
-Yo quiero ir con ustedes y mirar a Luminicia de día como de día miro al Sol– les
manifestó Naldo
-Aún no es tiempo –le dijeron –Luminicia está increíblemente lejos, hasta llegar allá
y volver aquí, habrían pasado más de cien años terrenos. No has superado lo humano,
ni el nacimiento ni la muerte, vives a destiempo, tienes que cumplir aquí tu ciclo–.
-¿Porqué mi estrella está tan lejos? preguntó Naldo sorprendiéndoles.
Como que discutieron antes de responder.
-Porque los engendrados con amor adquieren su energía de la estrella más cercana, y
los engendrados con dolor de la más lejana– y acaso para distraer sus interrogantes le
dijeron- Te vamos a dar una vuelta por el Espacio-.
-¿Qué es eso?- preguntó Naldo al instante de vuelo.
Se detuvieron un tanto para indicarle las Líneas de Nazca cuyas figuras reaccionaban
con fosforescencia a la señal de las luces.
-Son los indicadores que tenemos en este hemisferio- le contestaron.
Se apreciaba con nitidez entre otros La Araña, El Colibrí, El Mono, La ballena, El
Cóndor y las tantas enormes y precisas líneas geométricas.
Y pronto estuvieron ya muy alto.
-¡Mira, ése es el planeta donde vives!Naldo se quedó maravillado.
–¿Esa es la Tierra?– preguntó indicando algo redondo del tamaño de una pelota de
fútbol por un lado opaca y por otro reluciente de color celeste azul violeta.
-Sí- le respondieron.
-¿Y porqué resplandece de ese color?-Porque la luz del Sol refleja en el mar– le explicaron.
Naldo vio los planetas del Sistema Solar y también los de otras galaxias. Le
mostraron Luminicia a distancia, brillaba oscilante como si procurara llamar su
atención, y antes de que formulara la pregunta, le dieron la respuesta:
-El Universo está lleno de vida- le dijeron –Todo vive en el Universo y más pronto de
lo que esperas, podrás ver a Luminicia como ahora ves el Sol-.
Naldo vio que muchos puntos lejanos brillaban como la Tierra y se imaginó que en
todos ellos habría vida, más atrasada o más adelantada, pero habría.
En cuanto regresaron, posaron en el algarrobal para despedirse. Asegurándole que le
habían preparado para todo, que a distancia lo protegerían siempre y que le esperarían
a su tiempo, se marcharon para no volver.
Peluche lo recibió en silencio. Si no hubiese sido por los moretones que al siguiente
día notó en su cuerpo, producto de los análisis que le hicieron, no hubiese creído lo
que le había pasado. Pero no le quedó duda cuando por la mañana escuchó el
comentario unánime:
De madrugada, un platillo volador, había posado un instante en los algarrobales a las
puertas de Infiernillo.
*******
El octavo día de octubre, los radios se desgañitaban repitiendo la noticia. El Jefe
de las Fuerzas Armadas, General Julián Valdivieso Arévalo, ordenaba que el ejército
tomara posición de los campamentos de la Compañía Internacional de Petróleos
mientras que un contingente de comandos especiales dirigidos por el comandante
Rudol Hartens Rubiño, se dirigía de madrugada al palacio de gobierno. Nadie opuso
resistencia, Hartens Rubiño encontró al presidente Valverde en pijama, quien luego
de vestirse, partió a Argentina y luego a Estados Unidos. Al aclarar el Sol, se
implantaba el <Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas> y ese nueve de
octubre declaraba el Día de la Dignidad Nacional. Pronto empezaron las reformas que
afectaron desde el sector industrial hasta el agrario y desde el social hasta el
financiero. Los primeros afectados fueron los terratenientes, que en poco tiempo,
muchos se quedaron sin latifundios.
Li Dam tuvo tiempo para hacer unas maniobras, pero de nada le sirvió porque sus
peones, contagiados con el virus de la modernización, no le hacían caso y hasta se
burlaban de él. Una mañana de noviembre, cuando los últimos pájaros revolaban en
los pinos de la rodera a la entrada de la casa hacienda, apareció un convoy militar.
Nadie lo supo, nadie se preparó. Dos vehículos se quedaron y dos se dirigieron por
separado a los caseríos.
Con altoparlantes, invitaban a los habitantes a acudir a la casa hacienda. Empezaron
entonces a correr los rumores. Que el hacendado debía al estado millonadas de soles,
por eso venían a expropiar sus tierras. Que el hacendado estaba metido en el tráfico
de cocaína, por eso había amasado tanta fortuna. Que el general Valdivieso echaba al
hacendado por abusivo. Decían tantas cosas que ya no sabían lo que decían.
-¡Chino, te jodiste!–
-¡Fuera, chino de mierda!–
-¡Te lo merecías, Chino abusivo!- vociferaban unos exaltados.
-Pobre patrón– lamentaban algunos.
Bordeando una mesa al aire libre, rodeados por cientos de trabajadores salpicados
de soldados, Li Dam, Santiago Rubio, un notario, el asesor legal de la hacienda y un
capitán del ejército representando al gobierno, deliberaban la situación. Li Dam no
pronunció palabra alguna echando su suerte en Santiago Rubio quien aún sabiendo
que el patrón no tenía opción, lo defendió públicamente pero pidió a los peones que
decidieran su permanencia o su expulsión. Los trabajadores votaron a una por su
expulsión. Nada había por hacer. El capitán leyó su corto discurso preparado con
antelación.
<Trabajadores de la hacienda El Porvenir: Por encargo del Comandante General
de las Fuerzas Armadas y Jefe del Gobierno Revolucionario, General Julián
Valdivieso Arévalo, hago conocer a todos ustedes, que amparados por la ley
diecisiete siete diecisiete, hemos firmado el documento oficial mediante el cual hoy,
dos de noviembre de mil novecientos sesentiocho, se crea la Cooperativa Agraria de
Producción El Porvenir, con un total de doscientos treinticuatro socios, y que en
adelante, serán ustedes quienes dirigirán el destino de la empresa.
El Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, les desea suerte y éxito>.
Li Dam, que nunca había mostrado sus sentimientos, se marchó el mismo día entre
insultos y agresiones. No se repondría de la pérdida. Aunque tenía más que suficiente
para vivir y asegurada la economía incluso de su descendencia, resbaló en depresión
y en terribles pesadillas. Los treintiséis hijos reconocidos que tuvo, no más se dejaron
ver. Los únicos familiares que estuvieron con él, fueron un hermano y dos sobrinos,
el resto estaban bien seguros en la capital o estaban confundidos entre el millar y
medio de habitantes que tenía su inmenso país. No tuvo tiempo para repartir su
fortuna. Un ataque al corazón le sorprendió cuando parecía que empezaba a
reponerse.
De un día para otro cambió la vida en El Porvenir. Los peones dejaron de serlo
para ser copropietarios. Nadie sabía algo de empresas y la mayoría era analfabeta. A
dedo encargaron la dirección a Santiago Rubio. Hasta entonces, no había malicia.
Pero luego, surgieron personas y grupos empeñados en tomar la dirección, no para
servir a la cooperativa, sino para servirse de ella. Pronto se convocaron a elecciones
para consejos de administración y vigilancia. En la primera asamblea general que
tuvieron, acordaron ceder diez hectáreas de terreno a Santiago Rubio en
reconocimiento a su labor imparcial, el administrador a la vez, dejaba todos sus
privilegios para ser un socio como todos y como cualquiera.
La primera acción de los consejos, fue comprar dos camionetas para uso exclusivo
de ambos presidentes, los demás miembros, podían usar alternados los vehículos que
ya existían. Se contrataron médicos hasta para que alivien el malestar de las mujeres
de los directivos cuando se hacían cortar el pelo o las uñas. Los almuerzos, las
meriendas, los desayunos y todos los viáticos, eran doblados y recargados. En los
viajes de coordinación, se camuflaban los de diversión. Las cuentas de representación
eran tan abultadas que en corto tiempo, echaron mano de las reservas.
Pero este fenómeno no sólo se dio en El porvenir, en otras cooperativas el caso era
más grave, se llegó a constatar que se habían desviado grandes sumas de dinero a
cuentas particulares de los directivos. El general Valdivieso fue consiente de su error
y tarde comprendió que el campesinado y la ciudadanía no habían estado preparados
para reformas de esas magnitudes. Pronto ordenó que los centros educativos, además
se impartir educación diurna, impartieran también educación nocturna. De modo que
cientos de miles de jóvenes y adultos tuvieron otra oportunidad de instruirse y
estudiar. La ley de la palmeta perdió su vigencia y el lema “la letra con sangre entra”,
pasaría por el recuerdo a guardarse en el olvido.
*******
Los socios dejaron de hacer los trabajos pesados o aburridos y no tardaron en
pedir que se les arregle o construya sus casas. Se contrató a un ingeniero agrónomo
para que se hiciera cargo de la gerencia, el que se instaló con su familia en la casa
hacienda. El ingeniero, más entendido en faldas que en Agronomía, pronto puso el
ojo en la muchacha mejor dotada, diecisiete años tenía. Arregló su divorcio y en
cuanto la joven cumplió los dieciocho, se casó con ella. La boda fue tan sonada que
vinieron invitados de todas partes. Hubo comida, bebida y música gratis, mejor dicho,
todo estaba cubierto con los fondos de la cooperativa.
Los sábados, las tres calles de El Porvenir se llenaban de mercachifles de toda
laya. Verduleros, pescaderos, carniceros, peluqueros, menestreros, frutaleros.
Adivinadores, magos, payasos y artistas de miseria. Monos que predecían el futuro,
cartas que mejoraban la suerte y papagayos que piropeaban a las chicas.
Un charlatán corpulento que se hacía llamar Ziriaco de las Huaringas, que aseguraba
entre otras cosas haber tenido varias vidas, haber sobrevivido a las tragedias de
Macondo y de Comala, haberse curado de La Metamorfosis y haber tenido como
huésped al Principito; engatusaba a la gente atribuyéndose poderes sobrenaturales.
No sólo aseguraba poder curar a los enfermos para que vivan sanos, sino curar
también a los sanos para que no se enfermen. Tenía consigo un mico, un pacazo, un
perico y una boa, que habían aprendido a convivir en armonía. Tenía también consigo
un cuñete lleno de reptiles, pájaros, insectos y hierbas curtidos en grasa de anaconda.
Esta no era una medicina cualquiera, puesto que aseguraba que en el corazón de la
Amazonía, el mismo había degollado al último animal que sobrevivió al Diluvio y
entreveró sus despojos con los de los demás animales seleccionados para lograr “La
Milagrosa”, panacea que vendía en frascos pequeños.
-¡La esencia de la medicina viene en frasco chico!- sentenciaba con voz ronca.
La Milagrosa, además de curar y prevenir enfermedades, podía empequeñecer o
agrandar órganos. Tomó un niño y prometió dejarlo en su estado natural, le frotó el
brazo con su medicina y empezó a trabajarlo.
-Hay que frotar bien primero, luego ajustar si se quiere achicar o aflojar si se quiere
agrandar– decía haciendo maniobras para convencer a la muchedumbre.
Cerraba su trabajo con dos escenas, escupiendo fuego como dragón humano y
acostándose de espaldas con el torso desnudo sobre un montón de vidrios preparados
de antemano.
-¿Hay alguien que pueda hacer lo que yo hago?– preguntaba. -¿Alguien…?-.
Nadie se atrevía a imitarlo.
La morbosidad de Cirilo fue más lejos que la fanfarronería de Ziriaco, y seducido
por la maravillosa medicina cayó en la farsa. Compró un frasco de “La Milagrosa” y
esa misma noche empezó a frotarse el miembro. Repitió la operación a diario. El
sábado siguiente compró dos frascos y dobló la dosis. A la semana, compró siete
frascos para usar uno al día y mantuvo la dosis y la calma durante un mes. Pero
pronto fue presa tanto del fracaso como de la desilusión y creyó que Ziriaco le había
engañado.
Despechado, planeó vengarse. No le haría probar su propia medicina, sino le pondría
a prueba en uno de sus trucos. Al sábado siguiente, rompió una botella y escogió dos
vidrios y mientras Ziriaco modulaba la nariz de una muchacha, Cirilo metió los
vidrios en el saco. Se había hecho tarde, el crepúsculo no permitía distinguir bien.
Ziriaco arregló los vidrios y se acostó como de costumbre, pero esta vez, sintió dos
incones que le perforaban la piel, los vidrios se le incrustaron profundos. Sangrando,
Ziriaco empacó y tuvo que partir de emergencia. No volvió más a El Porvenir.
Pero, a ausencia de uno presencia de varios, llegaron unos estafadores trayendo el
Pica Chulo, un juego de azar ideado por ellos mismos.
-El Pica Chulo que una vez pica en el ano y otra vez pica en el culo–
Decía uno arreglando las cartas y demostrando lo fácil que era perder, mientras otros
tomaban posiciones entre las víctimas para instarles a jugar. Varios les dieron poco a
poco su salario, entre ellos, Cirilo. El juego se repitió unas semanas, hasta que se
dieron cuenta que el de las cartas, siempre llevaba ayudantes diferentes que eran los
únicos que ganaban y que les jugaban “corralito”.
Los agraviados se reunieron y tomando mitad de la culpa, esperaron que llegaran los
picachulos y antes de que armaran el juego, les rodearon. Cirilo tomó la palabra:
-Ya nos jodieron, pero no nos joderán más, ahorita mismo se nos largan y no se les
ocurra volver porque entonces sí no respondemos. Y no se tuerzan que el camino es
derechito-.
Los picachulos, no lo pensaron dos veces, sabían que no habría una segunda
advertencia. Se fueron de inmediato y no volvieron más.
Hubieron otras formas de gastar el jornal. Se abrieron cantinas donde se expendía
gratis ceviche de caballa salada, de modo que la sed les hacía consumir más cerveza,
más ron, más chicha, más cañazo. En las afueras, entre los matorrales, se ubicaban las
“polillas” que por unos minutos de placer, se llevaban unos días de salario. Las
consecuencias de los hechos, pronto se dejaron notar. Por gastar el dinero en
borracheras, no había suficiente alimento en las casas y por andar de cándidos, se
contagiaron de enfermedades venéreas.
Como otros, Cirilo se tiró a la bartola. Trabajaba sólo por compromiso, iba tarde
para volver temprano y se relajaba en su ramada esperando a los que seguían
trabajando como siempre. Cada mediodía decía a su compadre Atilio cuando pasaba
casi arrastrando su pala:
-Parece usted un loco, cumpa, tan viejo y cargando aún con ese fierro. ¿Para qué se
raja los lomos si usted también es socio?. ¡Civilícese, cumpa, deje de vivir como
montubio, que vendrán tiempos en que el trabajo lo harán las máquinas y los hombres
las dirigiremos desde nuestras casas!–.
-Tiene usted razón, compadre, pero sigamos nomás trabajando hasta que lleguen esas
máquinas- replicaba tranquilo Atilio.
Más tarde, cuando la cooperativa se parceló, Cirilo fue uno de los primeros en
perder su tierra. Por dársela de gallo a sus años, el producto de su primera cosecha lo
cambió por las caricias de una meretriz y procurando conservar sus bondades, remató
su parcela para darle el íntegro obtenido. Así perdió todo, hasta la esperanza de pasar
su vejez en compañía.
El General Valdivieso tuvo buena intención, pero en un país corrupto por herencia,
era casi imposible romper con las reglas impuestas desde la colonia y acondicionadas
en siglo y medio de república. La práctica, no estuvo a la altura de la teoría y la
administración empezó a manquear. En unos casos, crearon cargos que no
funcionaban o funcionaban mal, en otros, los cargos servían para coordinar ideas
políticas radicales. De todos modos, hubiera sido mejor si el General Valdivieso
hubiese permitido al pueblo, elegir un gobierno por medio de las urnas.
UNA CARTA PARA EL CIELO
Un treintiuno de mayo, domingo al comenzar la tarde, Naldo se fue a las
montañas. No bien llegó, los pájaros revolaban asustados, los gallinazos daban
vueltas a prisa, las vizcachas chillaban alborotadas, las iguanas se escondían y se
descubrían para volver a esconderse, los cañanes probaban hacer hueco en las
piedras, como si en sus guaridas no estuvieran seguros. Unos chiscos bulliciosos, le
avisaron que se fuera de inmediato. Naldo no dudó que el aviso era serio y emprendió
regreso. Por doquier ya se oía el aúllo de los perros, el relinchar de los caballos, el
gaznar de los burros, el balar de los carneros, el cacareo de los gallos.
Todos en Infiernillo, estaban pendientes del partido de fútbol que jugaría la selección
nacional con la de Brasil por el campeonato mundial. Cuando Naldo llegó, sintió un
rumor extraño como si viniera de las entrañas de la Tierra. Miró a las montañas y vio
que los cerros se despedazaban y se venían abajo hasta perderse en tupida polvareda.
Luego, la tierra empezó a temblar. Tembló fuerte, más fuerte y siguió temblando
hasta agrietarse en partes.
En los minutos que duró el terremoto, todos se encomendaron a Dios. Las madres
llamaban a sus hijos, los hijos llamaban a sus madres y los que lograban encontrarse
se hincaban de rodillas mojados en llanto. No quedó uno en pié, todos de rodillas.
Arrepentidos, pidieron perdón a Dios por los malos actos cometidos y hasta por los
que iban a cometer. Seguramente no por tanta oración ni promesa, sino por lo liviano
de los materiales, en Infiernillo ni una paja cayó de los techos.
En las ciudades no tuvieron igual suerte, se derrumbaron iglesias, edificios y casonas.
Cerca a los hoteles, los buitres del amor deambulaban desnudos en las calles
polvorientas y llenas de escombros. Los casos más graves se registraron en la sierra
central, donde enormes bloques de hielo desprendidos de los picos tan altos que
detenían las nubes, se deslizaron arrastrando tierra, árboles, piedras y todo lo que
encontraban a su paso para sepultar a los pueblos en el llano.
Por coincidencia, poco después, se realizarían elecciones municipales. El alcalde
del distrito, sediento de votos que le garantizaran su tercer periodo, se propuso visitar
todos los caseríos de la zona. El desastre le cayó como anillo al dedo y aunque nada
tenía que hacer en Infiernillo, lo visitó también. Hubo que hacerle una comilona y
enditarse en la borrachera que se dio con toda su comitiva. Sin decir mucho ni ofrecer
algo, se ganó los aplausos y se aseguró los votos. Se llevó gallinas, chivas, borregas y
a cambio, dejó una abultada cuenta por pagar y una mujer embarazada.
********
Naldo y Gregorio se encontraron en la escuela y contra toda lógica, no se
provocaron. En poco tiempo hicieron amistad y no tardaron en intercambiar
confidencias. Quizá porque su situación era más difícil, Gregorio era más
comunicativo.
-¿Tienes mamá?– le preguntó un día en el recreo.
-Sí–
-¿Y tu mamá es buena?-Sí, y trabaja mucho-¿Cómo se llama?-Consuelo-Bonito nombre-Sí, cuando sea grande y tenga una hija, la voy a llamar Consuelo-.
-Sabes- explico Gregorio algo triste -yo no tengo mamá... dicen que murió… si es así,
seguro estará en el cielo...Naldo pensaba en cada palabra que escuchaba. Entendía que Gregorio se sentía solo y
necesitaba compañía.
-Tienes que portarte bien para que tu mamá esté contenta arriba- le dijo como para
animarlo.
-Sí, obedezco y no miento. Rezo todos los días para que Dios la tenga en cuenta-Vives con tu padre, entonces-No, no lo conozco…fui regalado-.
Naldo Sabía suficiente sobre Gregorio y creyendo que podía confiar en él, le invitó a
sus observaciones nocturnas. Se encontraban a medio camino, entre Infiernillo y
Portada del Sol. Acompañados por Peluche, pasaban horas mirando el cielo
estrellado. En una de esas noches Naldo indicó a Gregorio donde estaba Luminicia,
que cual puntito oscilante aparecía y desaparecía como jugando a las escondidas con
las demás estrellas.
Una noche de luna, Gregorio confesó los planes que tenía.
-Quiero enviar una carta para el Cielo– dijo resuelto.
Naldo se quedó mirándolo.
-¿Y cómo piensas hacerlo?– le preguntó
-¿Haz oído la canción?- respondió Gregorio preguntando
-¿Qué canción?
-Una Carta para el Cielo-Sí, sí la oí-Dice cómo hacerlo y para eso te necesito. Si me ayudas, entre los dos reuniremos
suficiente hilo para elevar el cometa hasta lo más alto, en ella pondré la carta para mi
madre. Ya hice el cometa y escribí la carta, me falta el hilo, mucho hilo-.
Naldo calló un momento. La idea le parecía irrealizable, pero no estaba lejos de la
que él mismo tenía para salvar de la extinción a los elefantes; sin embargo, su
adhesión fue incondicional.
-Claro que te voy a ayudar– le aseguró.
Después de unos días, reunieron todo el hilo que pudieron, unieron unos ovillos con
otros y salían al arenal al final de las tardes procurando lograr el objetivo con los
vientos favorables. Un día, cuando el cometa estaba muy alta, el hilo se rompió
perdiendo carta y cometa.
Naldo, que había visto dónde Rita escondía el billete de cincuenta soles que una
vez le dio su padrino, no dudó en tomarlo. No pensó en el daño que causaría a la
pobre Rita, tampoco en el problema que habría en la casa. Una cosa era cierta, lo hizo
con inocencia, desconocía el valor del billete y que estaba cometiendo una grave
falta. Al siguiente día, ofreció el dinero a Gregorio.
-¡Qué haz hecho! ¡lo robaste! –le increpó.
Se quedaron callados un rato.
-Es mucha plata, se darán cuenta que la hemos robado, nadie nos lo querrá cambiar.
Regrésala a su lugar. No deben verte, si nos descubren, estamos fritos– le dijo
Gregorio muy serio.
Antes de que cayera la noche, cuando Naldo llegó a casa dispuesto a dejar el billete
donde lo había cogido, escuchó el alboroto. Azucena y Rita lloraban, una asustada
otra apenada, Silvestre vociferaba enfadado y Consuelo advertía amenazante:
-¡A quien haya sido, le quemaré las manos! -.
Naldo sabía que su madre no hablaba por hablar. Sabiendo también que ya lo habían
visto llegar, en el arenal contiguo a la casa se detuvo, arrugó el billete en su bolsillo y
fingiendo orinar, escarbó un poco con el pié y lo dejó caer para cubrirlo con la arena.
Nadie se dio cuenta, a pesar de que todos lo sindicaban y observaban sus
movimientos.
-¡Naldo!, ¡ven aquí!– le llamó Consuelo inmediatamente después -¿Qué tienes en tu
bolsillo?– le preguntó.
-Hilo– respondió revolviendo los dos bolsillos.
-Para qué tienes ese hilo-Para cazar cañanes-.
-¿Dónde está el dinero que cogiste?-No he cogido dinero– dijo sin titubear.
Consuelo no tenía pruebas y por suerte dejó de acosarlo, pero si le amenazó:
-Si has sido tú, te quemaré las manos-.
No obstante que corría inminente peligro, Naldo mantenía la calma. Por la noche,
cuando el sueño tendía a todos, se levantó y con el sigilo de un hábil ladrón, tomó el
billete, salió de la casa y burlado a los perros que Peluche se encargó de enfrentar,
emprendió camino al arenal. Lo hizo pedazos y a los pedazos los volvió a despedazar
y los esparció a la carrera, el viento se encargó de hacerlos desaparecer.
Después de unos días, cuando la situación empezó a calmarse y se encontró con
Gregorio, analizaron el caso.
-Discúlpame, pero mi madre no lo habría aceptado-Sólo quise ayudarte-Lo sé, te has convertido en un ladrón por mi culpa, Dios no nos perdonará-No te preocupes…- Naldo quiso seguir pero no sabía qué decir.
Sí, lo reconocía, se había convertido en un ladrón.
-Entonces, ya no iremos al Cielo… Yo quería que conocieras allá a mi mamá…- dijo
Gregorio más que apenado
-En el Cielo habrán muchos- interceptó Naldo tratando de minimizar la gravedad del
caso -De todos modos allá no habrá espacio para mí, me iré derechito al infierno;
pero no importa, allí estaré siempre calientito-.
Gregorio se dio cuenta que se habían embarcado en una empresa imposible.
-No lo lograremos– dijo
-Sabes- explicó Naldo –No te lo dije antes porque no quise desanimarte. El Cielo es
demasiado grande, creo que no tiene comienzo ni fin, no lo habríamos logrado ni con
montañas de hilo. Yo lo sé porque estuve allí con mis amigos luminicios y no he visto
a ningún difunto ni a ningún ángel y ni rastro de Dios; sólo habían tantos soles
rodeados de planetas entre los que habían unos que brillaban como la Tierra. El Cielo
es demasiado grande, demasiado grande y de él cuelgan planetas llenos de vida-.
Gregorio le prometió fidelidad para el resto de sus días y abriendo la carta le dijo:
-Te la voy a leer– y empezó:
<Mi querida mamá, espero ante todo que estés bien, allá con los ángeles y junto a
Dios. No te escribí antes porque no sabía escribir. En la escuela no voy muy bien,
pero rezo el Padre Nuestro y canto el Somos Libres. No sabes cuánto te extraño, pero
estoy tranquilo porque sé que tú estás bien. He crecido y cuando sea grande, seré un
hombre de bien para que cuando muera, vaya también al Cielo para encontrarnos. Tu
hijo que te quiere mucho: Gregorio>.
Naldo, que compartía la inocencia de niño con Gregorio, le propuso un plan
parecido.
-Podemos llevar elefantes a otro planeta, porque aquí en la Tierra, van a desaparecer
por culpa de los hombres que invaden sus espacios. En otros planetas no hay
hombres, podrían vivir tranquilos– y prosiguió –podemos probar primero con los
pequeños y si da resultado, llevaremos a los grandes; luego llevaremos a los niños
que no están contentos en la Tierra. Formaremos allá un gobierno de niños para que
cuando hayamos crecido, no tengamos las malas costumbres de los adultos- se
explayó.
Para Gregorio resultó mucho lo expuesto, por lo que preguntó:
-¿Y cómo lo haremos?-Con sogas muy largas y gruesas-Pregunté cómo, no con qué-Eso lo veremos después- replicó Naldo sin reconocer que ni él mismo lo tenía claro.
Estaban dispuestos a llevar a cabo la empresa, con el tiempo mejorarían la idea. Pero
las circunstancias, que permiten que unas cosas se interpongan a otras, los sorprendió
para mantenerlos ocupados en otros menesteres y sólo les permitiría verse quince
años después.
********
Una tarde, las emisoras daban la noticia y la gente volvía a repetirlas. El hombre
había llegado a la Luna. En efecto, Amstrong, Aldrin y Collins, habían alunizado
rompiendo los planes de hacer con los elefantes una escala en la Luna.
Ese día, sin embargo, Naldo no pensó tanto en el alunizaje humano; sino en Arturo
Villar. Ya habían pasado varios meses desde que murió, pero para él, era como si aún
estuviera vivo. Se durmió pensando en su abuelo. Soñó que paseaban por hermosos
paisajes, que se refrescaban en indescriptibles cascadas, que recogían increíbles
flores, que volaban con fantásticos pájaros. Vio La Villa, cruzada por un pequeño río,
cercada por una hilera de eucaliptos y resguardada por colosos convertidos en
montañas. La Villa estaba pintada toda de blanco y de blanco toda la gente vestida.
Todo se rendía a sus ojos y creía haber estado otras veces allí.
Angélica Vergara, que también los acompañaba, no tardó en hacerle recordar que le
había prometido visitar la Villa también en la realidad. La abuela cruzó los límites de
sus facultades y le pidió que se quedara con ellos. Naldo le pidió un día para
pensarlo.
Comentó su sueño a Peluche, pero éste no le escuchó como siempre. Estaba muy
triste.
Angélica Vergara volvió en sus sueños la noche siguiente.
-Donde estamos, no existen la pena la preocupación ni la soledad, todo es armonía–
le dijo
-¿Dónde está, usted, abuela? –
-Más allá de las estrellas–.
A Naldo le fascinó el lugar, había querido quedarse allí desde la noche que estuvo en
el Espacio. Ya había perdido una oportunidad, mas ahora tenía otra para verlas y
mirar a Luminicia como miraba al Sol; podría además, visitar a sus amigos del
planeta 0-5.9-45-9.5-0. Pero aún pertenecía a la Tierra y pensó en los compromisos
que tenía que cumplir y que de ir tan lejos, seguramente ya no volvería.
-No es así– le dijo su abuela –al contrario, podrás volver cuando quieras-.
Naldo pidió otro día para pensarlo.
Estuvo muy inquieto hasta que llegó la noche, por lo que no pudo fijarse que Peluche
no era el de siempre. Pero Angélica Vergara que volvió con prisa, no le dio tiempo a
meditar.
-Abuela– le dijo –si voy contigo, ¿significa que moriré?-Sí, pero la muerte no es castigo sino redención– le explicó –Es normal que los vivos
teman la muerte, no la conocen y creen que es el fin de la existencia. No pueden
recordar que cuando nacieron, también temieron a la vida y se desesperaron llorando
porque creyeron que era el final. Y no recuerdan más atrás, cuando fueron concebidos
y arrancados de la tranquilidad celestial. La existencia tiene tantos comienzos y tantos
finales, tantos... hijo-.
Naldo pensó en definitiva. Le despreciaba la vida, le apreciaba la muerte; pero al fin,
¿a quien entregarse, si aún quería a una y ya amaba a otra?. Pensó en Gregorio, podía
sobrevivir. Pensó en sus hermanas, no la tenían tan dura. Pensó en los niños, se harían
grandes la mayoría. Pensó en su madre, no le haría falta. Pensó en el Peluche, sabía lo
que tenía que hacer. Pensó en las flores, no dejarían de dar semillas. Pensó en los
pájaros, seguirían cantando aunque estén presos y tristes. Estaba listo, determinó
entonces:
-Voy contigo, abuela–
-Estás soñando, si crees que mueres, morirás– le dijo Angélica Vergara tomándole la
mano.
-Sí, abuela, me muero –alcanzó Naldo a decirle.
Pero en ese preciso instante, Peluche se le abalanzó. Lo lamió, lo mordió y lo echó de
la cama. Lo despertó justo a tiempo, cuando ya volaba en frío sudor.
Vueltos a la calma, salieron a platicar por última vez al resplandor de la Luna.
-Me has despertado del sueño y de la muerte–
-Tú tendrás tiempo para soñar y morir, pero yo no más. No podía irme sin despedirme
de ti-¿Despedirte?. No entiendo– dijo Naldo intrigado.
-No hacen falta explicaciones– alegó Peluche y le contó:
-Así como en la Tierra, hay entes vivos e inertes, en el Universo, hay también
planetas vivos e inertes. Como cualquier ser vivo, la Tierra tiene necesidades,
emociones, sentimientos y lo que en nosotros serían huesos, carne, grasa, sangre, piel
y órganos complejos y distintos. Los que vivimos sobre ella, no somos más que
cualquier bicho o bacteria que vive en un perro; pero así como nuestro organismo
tiene cuerpos y anticuerpos, la Tierra los tiene también… y el hombre se ha
convertido en un anticuerpo, tan destructor que le está haciendo mucho daño y no
quiere parar hasta matarla. Sólo hay una posibilidad de que el hombre vuelva a ser lo
que fue, si mantiene la armonía consigo mismo, el equilibrio con los animales y las
plantas, y deja de abusar de la Tierra-.
Después, Peluche se fue en consejos.
-Procura ser hombre de bien, para que tu alma no tenga después de qué quejarse.
Escucha incluso al necio, al tonto y al ignorante, porque aún de ellos aprenderás algo.
Respeta para que te respeten y no distingas de edad, raza, religión, posición ni nación.
No seas cínico en los sentimientos ni finjas el afecto y no hagas a otro lo que no
quieres que te hagan a ti. Defiende la verdad de forma clara y serena, teniendo en
cuenta que todo es relativo. No culpes a otros de tus desgracias, date tu tiempo,
reponte y no falles en tus segundas oportunidades. Cobija al ladrón que roba por
hambre y persigue al corrupto que amasa fortuna burlando sanas voluntades. Evita a
las personas cínicas, agresivas y ruidosas, para que no lamentes dolorosas
experiencias ni amargos desengaños. No castigues al niño, que si de niño le castigas,
¿de adulto que le harás si cometiera errores?. Ayuda al minusválido, al herido y al
enfermo, que cuando todos te olviden, ellos te recordarán. Sin rozar la humillación,
perdona cuantas veces sea necesario, que sólo así alcanzarás el perdón supremo. Ten
en cuenta la hierba que pisas, no marchites ni arranques la flor y no tales el árbol que
te quedarás sin sombra. Si la libertad y el amor se te van, aférrate a la esperanza para
que vuelvan. Haz la paz con todos asumiendo la razón del equilibrio, y ten en cuenta
a Dios, para que él te tenga en cuenta. Procura mantener la armonía contigo mismo y
con los que te rodean y vive cada día, como si fuera el último que vas a vivir, que no
sabrás en cuál te sorprenderá la muerte...-.
Peluche le aconsejó como nunca nadie lo había hecho.
El lunes por la tarde, al volver de la escuela, lo encontró echado entre las raíces
sobresalidas del algarrobo. Estaba tranquilo, muy tranquilo. Se miraron, Naldo no
pudo imaginar que aquella era la última vez que se miraban.
Cada tarde a segar el pasto, Peluche siempre había ido con él; pero esta vez sólo se
quedó mirándolo con los ojos tristes, infinitamente tristes, y lo dejó partir con un
movimiento de cola. Naldo notó que algo estaba fuera de su lugar, que algo no
concordaba. Hizo todo de prisa y aunque volvía mucho antes de lo previsto, en el
camino escuchó un disparo de escopeta. Voló a la casa y encontró a Peluche entre el
guabo y el ciruelo ya cadáver sobre la grama y su sangre había salpicado las flores.
Se abalanzó a su perro. Sus lágrimas se entreveraron con la sangre de Peluche.
Ningún golpe fue tan duro y doloroso como éste. Había muerto su juguete, su amigo,
su hermano, su maestro. Había muerto el ser que le ayudó a vivir, el ser que lo
defendió hasta de la muerte.
Peluche, no escapó al destino trágico que se llevó a su madre Pelusa y a sus hermanas
sin nombre.
-No dejaré que te coman los gallinazos– le repetía en silencio –No te comerán los
gallinazos-.
-¿Puedo llevarlo a enterrar?– preguntó a su madre después de reponerse
-Sí– le respondió Consuelo –pero no demores-.
Echó a Peluche al hombro y se dirigió al algarrobal. Debajo de un algarrobo
frondoso, para que no le perturbara el Sol, escarbó con sus manos lo más hondo que
pudo y lo depositó con cuidado. Antes de sepultarlo, le habló como si aún viviera y le
prometió venir cada noche que pudiera a contar sobre él las estrellas. Le hizo
promesas para cumplirlas incluso después de la muerte; pero Peluche ya no
respondía.
Naldo debía ya un compromiso a Gregorio y tantas promesas a Peluche, por lo que
habría de marchar en deuda.
Esa noche no durmió tranquilo, no recordó la cita con Angélica Vergara, quizá por
eso su abuela, sólo volvería después de mucho tiempo. Tanto pensó en Peluche que lo
soñó. No era ya un perro, sino un ser con todas las facultades de humano o de algo
más. Peluche le adelantó que al siguiente día tendría que irse de Infiernillo, que
dentro de diez años tendría que irse de la zona y que diez después tendría que
marcharse del país; pero que dentro de quince volvería. Le dijo que dejaría dos hijos
en la realidad y dos en el anhelo. Le hizo un esquema completo de su vida y le
advirtió que no andaría todo su camino y que se detendría en la mitad, para morir en
el mismo lugar donde él había muerto. Le aseguró que no le iría mal, porque para él
ya todo estaba preparado. Esa fue la última vez que lograba contacto con Peluche,
que sólo acudiría a él en su delirio en vísperas de su muerte.
********
Naldo no tuvo tiempo para analizar porqué Peluche le había hablado con tanta
vehemencia el último día de vivo y el primer día de muerto. El recargo de sucesos en
poco tiempo espantaba su puerilidad.
El martes al llegar de la escuela, escuchó el llanto de Azucena. Lloraba porque
Silvestre Bermúdez le había gritado y amenazado con golpearla. Naldo, que jamás
había montado en cólera y sin medir las consecuencias, sintió que sus diez años se
doblaban para darle fuerza. Cogió un garrote y se dirigió a Silvestre Bermúdez para
advertirle a son de amenaza:
-Si usted toca a mi hermana, haré pedazos este garrote en sus lomos-.
Silvestre Bermúdez no replicó, hizo como si no hubiese escuchado, pero exigió a
Consuelo:
-¡Tus dos hijos se van en este momento, o más tarde se van los tres!-.
A Consuelo no le quedó tiempo para meditar ni castigar a Naldo. Todo sucedió de
pronto y de pronto urgía una decisión.
-Váyanse– les dijo sin mostrar grado alguno de sentimiento.
Azucena rompió en llanto.
-¿Adónde vamos a ir mamá?… todavía estamos chicos… si quieres castíganos pero
no nos eches…- suplicaba.
Naldo no reaccionó, sabía que todo estaba decidido, sólo se quedó mirando a su
hermana procurando infundirle valor.
-Tomen sus cosas y váyanse– sentenció Consuelo.
Azucena puso en una canastita las pocas prendas que poseía, mientras Naldo envolvía
la única muda que tenía. Salieron, afuera estaban Silvestre y Consuelo esperando.
Azucena dio una increíble muestra de ternura.
-Perdóname, papá–calló un instante para tomar aliento y prosiguió– te quiero, mamáles dijo mirándoles con inocencia e incredulidad.
Naldo no había perdido el habla, lo que había perdido era un eslabón de la cadena del
amor por su madre. Así la recordaría en adelante, insensible, inflexible, inexorable.
La última imagen empañaría las anteriores y la última actitud rebalsaría las
anteriores. En vano la había amado, en vano la seguiría amando a pesar de todo.
Al cruzar el cerco de peal que separaba el caserío del arenal, sintió que su niñez se
quedaba ensartada en las espinas. Se detuvo, miró hacia atrás y vio que detrás del
cerco, el algarrobo, el guabo y el ciruelo se batían al viento como pidiéndole que no
se fuera. Quiso volver a pedir perdón y soportarlo todo, pero los pasos dados eran ya
irreversibles. Tuvo que tomar por el brazo a su hermana y seguir adelante, no como
un niño sino como un hombre.
-Creceremos pronto y haremos nuestra vida de nuevo– le decía cuando Azucena
empezaba a gemir invadida por la pena. –En cuanto trabaje, te compraré una muñeca,
porque las niñas no se hacen mujeres si no han jugado con muñecas. Te cuidaré hasta
que encuentres con quien te cases y hablaré con tu marido para que te trate bien. Si
hoy callamos, es porque estamos ahorrando palabras para cuando seamos grandes,
poder hablar todo lo que queramos. Vas a ver… vas a ver...- la animaba puerilmente.
Naldo se fue en promesas que quería cumplir, pero que con el tiempo, se extraviarían
en los recovecos de su vida.
El Sol se había puesto en el horizonte, y como si hubiese dado el encargo a la
Luna para que les alumbrara, caminaron al resplandor cruzando el arrozal. Después
de haber andado unas horas por senderos más angostos que un caminante de perfil,
llegaron a Guadalupito, una flamante cooperativa, donde vivía la tía Prudencia con su
familia.
Si no hubiese sido por los dos enormes pinos que un siglo atrás fueron traídos de la
verde y frondosa Suecia, y que aun en las noches de luna se divisaban a lo lejos,
acaso no habrían llegado.
Naldo, que sabía dónde vivía la tía Prudencia, tocó la puerta.
-¡Tía!, ¡tía!– llamó.
-¿Quién es?– preguntó una voz varonil desde dentro.
-Zenita y Naldo– respondió
La puerta se abrió y les recibió un joven de baja estatura. Era el primo Arturo, que del
abuelo Arturo Villar, había heredado el nombre, la buena voluntad y el don de buena
gente. Los hizo pasar, les preparó hierba luisa y les repartió un pan. Arturo tuvo el
suficiente tino como para no preguntar la razón de la sorpresiva visita, le bastó con
ver la carita de Azucena.
-¿Estaba clara la Luna?– les preguntó
-Sí – respondió Naldo –estaba clara y no hacía frío-Mi mamá está acostada, también mi papá y todos. Se fueron a dormir temprano
porque no se sentían bien– explicó Arturo y prosiguió –Pero en seguida les arreglo un
lugar para ustedes. ¿Pueden dormir esta noche, los dos en una sola cama?–
-Sí, claro– respondió Naldo
-Mañana temprano, avisaré que ustedes están aquí– dijo Arturo despidiéndose.
Naldo tuvo tiempo para analizar a oscuras su situación. Nada había tenido y nada
tenía, pero cambiando de vida, algo podría tener. No quería más ilusiones, estaba
prácticamente solo y solo tenía que afrontar lo que viniera. Su futuro dependía sólo
de él. Era aún un niño, pero tenía que sentirse hombre si quería seguir y los hombres
no lloran, pujan a lo mucho y nada de quejas.
Por una rendija grande entre la quincha y el techo, vio la luna llena rodeada de
estrellas; sólo las miró, largo, pero con ojos diferentes. Esta vez no las observó como
antes ni pensó en Luminicia ni en el planeta 0-5.9-45-9.5-0, esta vez no apreció la
hermosura ni la calma de aquel pedazo de cielo, esta vez no divulgó sus planes. Esta
vez, fue el comienzo de las veces que las miraría como las mira el común de los
humanos.
********
La tía Prudencia los despertó cuando el desayuno estaba servido, instruida por
Arturo, no les preguntó la razón de su visita; pero sí, cómo habían quedado Consuelo
y
los
demás.
–Bien, tía, bien– respondió Naldo.
Se lavaron las manos y la cara y para dar cuenta del desayuno, se sentaron a la mesa
junto a las primas Lourdes, Priscila y Yadira. A pesar de la pena, Zenita y Naldo
comieron toda su porción, lo que agradó a la tía Prudencia. Puesto que además de la
inesperada visita y que habían tres enfermos, no fue el mejor tiempo para una
agradable conversación, Prudencia supo dominar la situación. Finalmente, determinó
que en adelante, Azucena durmiera en el cuarto de Lourdes y Yadira, y Naldo en el
de Arturo, la delgada Priscila, conservaría su habitación entre el acoso de la tos y el
dolor de sus pulmones.
Eliseo Barrientos apareció a paso lento, demacrado, procuraba esconder su aguda
tos en su respiración acelerada. Todos los niños le saludaron, Prudencia le alcanzó
una silla, le hizo un preparado de ajo molido con jugo de alfalfa y después de unos
minutos, le sirvió quáker con leche. Eliseo, apenas lo probó, hacía ya un tiempo que
no tenía ganas de ingerir alimento. Salió a sentarse en un tronco que hacía de banco a
la orilla de la acequia debajo de un frondoso guabo. Después de agradecer, Naldo
salió y se sentó al lado de su tío. Eliseo lo miró de buena manera y le dijo:
-Bienvenido, sobrino. Creo que vamos a entendernos, pero no te me acerques mucho
porque estoy enfermo y mi enfermedad es contagiosa-.
Naldo, que vio en Eliseo una persona de confianza, se atrevió a confiarle:
-Estoy curado para las enfermedades, tíoEliseo ahogó una sorda carcajada en su tos.
-A ver, ¿cómo es eso, sobrino?.
En aquel momento, una bandada de pájaros asentó en el guabo que empezaba a
florecer. Venían a comerse las flores.
-¡Alcánzenme la guaraca!– interrumpió Eliseo tratando de hacer ruido para
espantarlos-.
Al ver que los esfuerzos de su tío resultaban vanos, Naldo se puso a silbar
advirtiéndoles. Los pájaros callaron un momento, luego, unos se fueron volando pero
otros se quedaron comiendo las flores. Silbó más fuerte, pero los pájaros no le
hicieron caso. Entonces pidió a Eliseo que le prestara la guaraca. Disparó
expresamente al palo de la rama como advertencia. Los pájaros revolaron solamente
y volvieron al festín. Apuntó esta vez al blanco, un pájaro cayó con el ala destrozada,
los demás huyeron aterrados.
-¡Que rico cholo!– se alegró Eliseo.
Naldo cogió el pájaro vivo aún y como si no fuera el mismo de ayer, lo puso detrás de
su cintura y con los dedos le presionó los pulmones ahogándolo en el acto. No se
detuvo a meditar si había sido necesario, si le había evitado el dolor, si tenía derecho
a hacer lo que hizo; en adelante, no se detendría en esas cosas. Lo desplumó, le sacó
las viseras y lo lavó.
-Llévalo a tu tía para que lo fría– le pidió Eliseo.
Después que Prudencia lo frió, ambos lo compartieron. Naldo, que sólo ayer no había
imaginado dar cuenta de un indefenso pájaro y que por el contrario, antes los había
defendido en lo posible, empezaría desde hoy a verlos no como amigos, sino como
alimento.
Detrás de la casa, estaba el huerto de la señora Amalia Flores, quien desde que
enviudó, pidió a Eliseo Barrientos que se hiciera cargo de su cultivo. Desde entonces,
Eliseo, tranquilo y poco comunicativo, por lo que hizo pocos amigos y ningún
enemigo; compartía su tiempo entre su trabajo de campanero, el huerto y su hogar.
Naldo acompañaba a Eliseo por las noches a tocar la campana y pronto empezó a
salir a dar unas vueltas por las cinco únicas calles polvorientas de Guadalupito. Los
niños se quedaban mirándolo sin hacerle atención pero también sin provocarlo. El
mayor tiempo lo pasó en el huerto comiendo rábanos zanahorias y lechuga como
cañán, y aterrando a los pájaros, mientras Azucena empezaba a imitar a sus primas
haciéndose de a pocos a la nueva vida. A veces, Naldo iba a ayudar al primo Arturo
en los trabajos de campo. En los momentos de silencio, pensaba cómo hacerse grande
lo más pronto. Quería trabajar, formar un hogar, tener una mujer cariñosa que le diera
hijos y le hiciera de comer con amor, compartir con ella no sólo el presente sino
también el futuro y hasta el pasado entre recuerdos. Quería ser hombre, cuidar de
Zenita y procurar para ella un buen partido. Se pasaba horas a oscuras procurando
planificar su futuro y quería cerrar el pasado como se cierra una puerta.
Pero como ningún hombre escapa del todo de la niñez, un día contra su voluntad,
tendría que quedarse cuidando la casa, mientras los demás irían de visita. Se propuso
hacer cambiar los planes. En la casa, tenían una pequeña estatua que representaba a
San Martín de Porras, un santo negro conocido entre otras cosas, por haber logrado la
convivencia armoniosa entre un gato y un ratón. Cuando estaban por marchar, se
mojó el índice derecho con saliva y humedeció los ojos de la estatuilla.
-¡Tía, tía, San Martín está llorando, venga a verlo!– gritó luego.
Prudencia se apresuró entre temor e incredulidad.
-¡Ay Amito!, ¿qué hemos hecho para que nos castigues?!– imploró hincándose de
rodillas.
Las niñas rompieron en llanto. Naldo se acercó a Azucena, quiso decirle la verdad,
pero era demasiado tarde. No se alarmó porque creyó que la humedad pronto se
evaporaría; pero ya debería haber ocurrido. En el momento en que estuvo solo, secó
los ojos de la estatuilla y llamó de nuevo:
-Tía, San Martín ha dejado de…No terminó de mentir porque la estatuilla no sólo tenía los ojos mojados, sino que
estaba totalmente empapada. Se quedaron todos sollozando en casa.
Naldo estaba seguro de haber humedecido los ojos de la estatuilla y de haberlos
secado sin haberlas vuelto a mojar. Aceptando que no había cometido un error sino
una grave falta, no lloró pero también sintió temor.
********
Amador llegó también a Guadalupito para tratar la situación, acordando que Naldo
iría a vivir con él, en el cuarto de adobe mal asentado donde las arañas se reproducían
en las rendijas alimentadas con los insectos que entraban por la ventana sin reja,
cristal ni cortina. El cuarto había sido construido al costado del pesebre para guardar
las monturas y otros enseres, también serviría como calabozo donde se encerraría a
quien se portara mal. Pero como en esos tiempos en Guadalupito aún no había ley,
nadie quedaba al margen y el único que pernoctó y descansó allí fue Eliseo
Barrientos, no por tener que cumplir una pena, sino para no tener que caminar cuatro
kilómetros diarios de ida y vuelta hasta su casa. Cuando los suyos se trasladaron a
Guadalupito, siguió frecuentando el cuarto. Así, por su intermedio, llegó a poder de
Amador que para entonces, era ya socio de la cooperativa y mientras los demás
habían recibido o construido una casa, él tuvo suficiente con el cuartito del pesebre.
Enfrente vivía la señora Amalia, conocida tanto por poseer la única verdulería,
como por preparar deliciosas comidas. Además de atender a pensionistas, atendía
también a quienes querían disfrutar de un buen almuerzo o de una buena merienda y
cada domingo, preparaba el frito de chancho cuyo olor después de traspasar
Guadalupito, llegaba hasta los caseríos aledaños.
Eliseo Barrientos, era pensionista en la casa de Amalia, después lo fue Amador y por
ende Naldo. Pero Naldo fue uno como ninguno, porque se ganó la simpatía de
Amalia en corto tiempo y fascinado por la sazón, dejaba los platos casi limpios; por
lo que Amalia lo gratificaba con porciones adicionales.
Siempre acomedido y disponible, Naldo empezó a frecuentar el huerto. Con su
ayuda, Amalia labró un jardín que pronto estuvo lleno de múltiples y hermosas flores
que pincelaban el huerto; luego lo bordearon de árboles frutales y plantas de limón.
El huerto estaba completo. Había lechuga, zanahoria, rábanos, yuca, coliflor, repollo,
calabaza, tomate, cebolla y entre otras berenjena. También maíz, frijol, arbeja, lautau,
yunya y garbanzo. Todo en contraste con gladiolos, geranios, girasoles, claveles,
amapolas, rosas, hortensias, orquídeas, margaritas, violetas, camelias, dalias,
azucenas y todas las flores conocidas. Como inspirado por tanto color y aroma, el
alfalfar verdeaba ondeándose al suave y fresco viento.
Quizá por la influencia de Amalia, Naldo se inclinó por las flores convirtiéndose
en el terror de los pájaros y en vez de usar el lenguaje que de ellos había aprendido,
usaba el que había aprendiendo de los hombres. Con la guaraca, espantaba a los que
venían a picar las verduras, los cereales, el alfalfar o las flores, derribando a los más
grandes para comerlos fritos o asados. Sin darse cuenta, empezaba a cortar la raíz que
le unía a la Naturaleza de manera única. Los pájaros lo entendieron. Era humano y
como tal, tenía que hacer lo que ellos hacían y vivir como ellos vivían, tenía que
comportarse como ellos. El distanciamiento de los pájaros, marcaba la pérdida de la
inocencia. Sin otra opción, tuvo que seguir lo que le había marcado su especie.
********
La vida en Guadalupito transcurría de diferente forma a la de Infiernillo que no
tenía ni ley ni autoridad; sin embargo, Guadalupito, ordenado y mayor, aunque
analfabeta ya tenía una autoridad. Cipriano Balarezo, más exagerado que cuerdo,
ostentaba el título de Teniente Gobernador, gracias a su intervención en un caso de
adulteración.
En efecto, Zoila Bernales, una mujer que se dedicaba a vender leche desde los
comienzos de Guadalupito, cansada de trajinar tanto y de tener flacos resultados, se
atrevió una vez a adulterar la leche. Precisamente a la primera vez, un pensionista
foráneo se percató y la denunció al puesto policial del distrito. El mismo día, se hizo
presente un gendarme que luego de ubicar a Zoila, la llevaba a regañones por la calle.
Fue entonces cuando Cipriano Balarezo, se acercó sin dudar al gendarme para
interceder por ella.
-Permítame una palabrita, don guardia– le dijo –Pues verá, y tenga usted buen día.
Con todo el respeto que su autoridad merece le pregunto: ¿Porqué se lleva a doña
lechera de esa manera?El gendarme, que estaría de buena gana, le contestó:
-Porque vendió leche con agua-Peor todavía jefecito, vendí agua con leche- interrumpió Zoila creyendo que de
ningún modo tendría perdón.
El gendarme la miró como diciendo <y tienes el valor de decirlo>.
Cipriano, como si hubiese entendido su pensamiento le dijo:
-Un momento, don jefe, pues verá usted. Doña lechera echó leche al agua y no agua a
la leche; por tanto, doña lechera adulteró el agua y no la leche, entonces no hay caso
porque todos incluido usted, adulteramos el agua de alguna forma. Me explico mi
guardia: Una taza de café tiene más agua que café, un frasco de jarabe tiene más agua
que medicina, un vaso de chicha tiene más agua que jora.
Aunque de modo que no hay modo, y si de todos modos quiere llevársela de algún
modo, debe llevarse primero a los de la compañía minera que echan veneno al agua,
porque eso sí es adulteración y envenenamiento por añadido. Además, doña lechera
adultera diariamente y con cuidado un cubo de agua, del que toman los que quieren o
los que pueden; pero los de la compañía minera sin poner cuidado, envenenan el río
del que tomamos todos, queramos podamos o no. Menos mal que en el trayecto la
tierra se encarga de limpiarla un poco y nuestras barrigas que ya se están haciendo la
limpian del todo; sino imagínese, ya nos hubiéramos muerto todos porque aquí, ni
Dios se acuerda de echarnos agua limpia del cielo. Si usted toma el agua de doña
lechera, sentirá el saborcito a leche y su estómago quedará agradecido; pero si toma
el agua de la compañía minera, como su panza aún no está hecha, la vomita o se le
entiesa la lengua y se le sancochan las tripas. Es decir si usted es fuerte, porque sino;
hasta el hospital no para y seguramente hasta se muere y ya no tendremos quien
venga aquí a hacernos justicia.
Póngase la mano al pecho, señor guardia, aunque sea una vez, que la mujer que lleva
usted jalando como vaca, podría haber sido su madre su mujer o su hermana. Si se la
lleva, doña lechera se quedará bien guardada, nosotros sin agua alechada y usted con
trabajo adicionadlEl gendarme se quedó pensando e impresionado por la actuación de Cipriano, se dejó
convencer. Luego, se enredaron en una borrachera y después de gritar rancheras
como mejicanos y zapatear huaynos como andinos, se hicieron compadres. Al
siguiente día, lo propuso como Teniente Gobernador y en vez de llevar a Zoila
Bernales al puesto policial para que purgara su pena, llevó a Cipriano Balarezo a la
municipalidad para que estampara su huella al cargo.
De sus raíces andinas, a Cipriano aún le quedaba suficiente: El pelo erizado, la
piel canela, la nariz aguileña y los ojos algo rasgados; pero en especial, el Chusquito.
Así llamaban a su hijo que era más oscuro que sus demás hermanos. Los dos vivían
en la primera casa de adobe construida para diez. La vivienda les quedó grande,
desde que Débora Alegría, madre de Chusquito, marchó con sus seis hijos para no
volver. Chusquito no había sido abandonado, pero si sufrió la consecuencia de la
cachondez de su madre y la figuración de su padre.
En efecto, Cipriano bordeaba los veintidós años, cuando atendiendo a la regla de su
desaforado afán por las apariencias, se casó con la joven más codiciada del distrito.
Débora Alegría, no por honra a su nombre sino a su naturaleza ninfómana,
devoraba a los hombres con sus insinuantes ojos. Es que Débora, parecía haber
escapado de algún cuento idílico o de algún concurso de belleza. Siempre de buen
humor y predispuesta, era el imán de las miradas. No hubieron ojos que no
pestañearon para asegurarse de lo que estaban viendo, y mientras que unos la miraban
como a una apetitosa gallina horneada, otros se cerraban al sueño para mantenerse
abiertos a su figura.
Y no era para menos, porque Débora Alegría resplandecía entre las mujeres del lugar.
Su piel blanca rosada por el calor, la pintaba de color indescriptible, y su pelo castaño
dorado por el Sol, se deslizaba entre ondas hasta su cintura. Sus rizadas y largas
pestañas retocaban sus ojos transparentes a la luz y claros a la noche, que
semidormidos, penetraban con su provocadora mirada levantando el ánimo hasta de
viejos y enfermos. Sus labios, como pintados por algún artista enamorado, descubrían
en cada risa la blancura de sus dientes nivelados. Su nariz perfilada precisamente a su
medida, le daba el punto encantador a su rostro. Sus senos redondos y medianos, se
colaban por entre cualquiera de sus prendas. Su cintura de avispa y sus nalgas
redondas a proporción, conservaban sus líneas atravesando faldas y vestidos. Sus
muslos como tallados, armonizaban con sus largas piernas de admirable manera. Sus
manos, que siempre parecían limpias, dejaban sentir su seda sin necesidad de tocarlas
y con su voz de alondra y su risa de sirena, hacía caer a todos en su encanto. Débora
Alegría, era una mujer como no habría otra en la zona.
Cipriano Balarezo, hijo único y en demasía consentido de la más acomodada
familia del pueblo, vio realizados todos sus caprichos, de los cuales, dos decidirían su
futuro: Cuando niño se le metió que no quería ir a la escuela, no era bruto ni retraído,
al contrario hábil e inquieto, se la pasaba jugando y haciendo travesuras mientras los
demás niños aprendían las lecciones quisieran o no. El hecho se lo atribuyó como
privilegio y acaso eso, engendró en él la vanidad que cuando su segundo capricho ya
estaba bastante crecida; se casó con la mujer que todos los hombres querían tenerla
como amante pero ninguno como esposa.
Los padres de Cipriano vendieron una parte de sus pertenencias para que la fiesta
de su hijo fuera a toda pompa. Hubo comida y bebida para todos, atracciones
infantiles y juegos artificiales. Hubieron invitados de toda la zona y de las ciudades
cercanas, naturalmente, la mayoría, amigos pretendientes y admiradores, todos alguna
vez complacidos por las bondades de la novia. Contaron las ligeras lenguas, que en
plena fiesta, mientras el novio recibía las felicitaciones en público y a plena luz, la
novia se daba sus escapadas para recibirlas en privado y a oscuras.
Todo el pueblo no sólo sabía lo que resplandecía a la luz, sino también lo que se
ocultaba a la sombra; mas, la familia seguía unida y sin mayores inconvenientes,
gracias a que Cipriano era un hombre fácil y Débora una mujer encantadora.
Estuvieron juntos dieciséis años y todo hubiera seguido bien, si a Cipriano no se le
hubiese ocurrido comentar un día:
-Mira– dijo a su mujer tranquilamente –a los siete los quiero igual, pero séme
franca… ¿es hijo mío el Chusquito?-.
Cipriano no lo había premeditado, pregunto por preguntar, no lo hizo con malicia.
Pero Débora, que nunca había sentido vergüenza, se sonrojó y por primera vez bajó la
mirada. Cipriano le acarició las mejillas más rosadas que siempre, como diciéndole
que no era necesaria una respuesta; pero cuando Débora se repuso, le dijo sin rodeos:
-El Chusquito es el único tuyo-.
Nada fue igual desde ese momento. Después de unos días, Débora le comunicó
que se iría con sus seis hijos. Cipriano probó hacerla desistir pero no pudo, lo único
que logró entre súplicas y promesas, fue que le dejara el Chusquito. A los cuarenta
años, cuando Débora marchó, aún conservaba su figura, aunque su mirada, su risa y
su garbo, habían decaído un tanto. Desde entonces, Cipriano orientó toda su atención
a Chusquito.
Una vez, borracho en la fiesta del pueblo, dijo a su compadre gendarme:
-Compadre, hiiipp, a mí, mis padres, no me arrearon, al colegio; pero, de todos
modos, terminé, la primaria, tan bien, que repetí, todos los años. Mas yo, a su ahijado,
a mi Chusquito; si me sale, inteligente, lo hago estudiar, aunque sea para doctor, y si
me sale bruto, lo meto de guardia-.
A LA SOMBRA DE LA LUZ
Cuando aún el calor abrazaba, al final de marzo, Amador matriculó a Naldo en
la escuela del distrito. A comienzos de abril ya le había arreglado el uniforme. El
oficial era pantalón gris, camisa blanca y zapatos negros. Aquel domingo por la tarde,
Amador llegó con un cuaderno, un lápiz, un borrador y un periódico del día, al que
después de leerlo, lo puso de forro al cuaderno.
-¡Naldo!– lo llamó -aquí tienes, procura estar entre los mejores- le dijo.
Naldo no tuvo palabras para agradecer a su hermano y en silencio, asintió con la
cabeza. La noche se estiró por la espera. Se levantaba de rato en rato para tocar su
uniforme doblado como la ropa de los mayores y su cuaderno forrado como el que
nunca había tenido.
El lunes, temprano, se bañó, se peinó por primera vez, cogió su cuaderno y se
encaminó al distrito sin desayunar. Habían dos escuelas primarias y un colegio
secundario, pasó primero por éste, pero como los alumnos eran todos más grandes
que él, dedujo que su escuela debía ser otra. Notó también que su uniforme era
distinto al de los demás alumnos; pero se consoló con la idea que por ser mayores, los
de secundaria lucían uniformes más vistosos.
En la plaza, vio que varios grupos de niñas se dirigían en la misma dirección. Además
de ver que habían niñas más bajas y más altas que él, notó que sus uniformes eran tan
lindos como los de los alumnos del colegio; pero se hizo también la idea, que sería a
lo mejor porque eran niñas. Las siguió y en la escuela lo miraron como a pájaro raro.
No bien había avanzado hasta el centro del patio, cuando una profesora lo sacó casi a
empujones indicándole desde la puerta la escuela que buscaba.
Caminó el tramo entre las dos escuelas repasando con sus ojos a los que lo miraban
de buena gana. Finalmente llegó a su escuela. Esta vez tuvo que aceptar la evidencia,
el uniforme de los niños era del mismo color al de las niñas y al de los alumnos de
secundaria, sólo el suyo era distinto. Entonces entendió que el antiguo dueño de su
pantalón había sido más grande que él, y vio la marca de Harina Santa Rosa en su
camisa de costalillo; mas definió que su uniforme se parecía en algo al de los demás.
Para colmo, el periódico se deshizo con el calor de su mano y aunque tan ajado su
cuaderno como percudido su uniforme, llamaban más la atención sus pies aún
cubiertos por el polvo del camino. Naldo era el único niño descalzo.
Ubicó el salón del cuarto año y como todos los niños se conocían, intercambiaban
saludos y se ponían al tanto de lo sucedido en los tres meses de vacaciones.
<Vacaciones> era una palabra nueva para él, pero no tuvo que adivinar su
significado; pues lo dedujo con facilidad por lo que oía de los demás. Vacaciones,
debía ser un tiempo entre la diversión y el descanso. Después de los saludos y los
breves comentarios, todos los niños se fijaron en él, que para entonces, ya había
limpiado un poco el polvo de sus pies en las mangas de su pantalón. Naldo era el
lunarcito en el salón.
Cuando unos niños empezaron a mirarlo con desprecio y otros a provocarlo, se
hicieron todos al silencio.
-¡Buenos días profesor!– saludaron a voz alta.
Naldo vio pasar por primera vez al profesor y logró apreciarlo: Alto y delgado, con el
pantalón a punto de romperse en las asentaderas. Una vez al frente, el profesor
correspondió al saludo y les dio la bienvenida, luego se presentó.
-Como ya lo saben, soy el profesor Salvador Paz- dijo.
En seguida, dando los respectivos números pasó lista.
-Número uno, Allende Villar Reinaldo del Carmen– empezó.
Naldo lo escuchó nítido, pero no estaba seguro que se trataba de él.
Nadie reaccionó, por lo que el profesor repitió:
-Número uno, Allende Villar Reinaldo del Carmen-.
Volvió a escucharlo bien claro y aunque esta vez estaba seguro que se trataba de él,
se abstuvo a responder. Como ese nombre no se había escuchado antes y era él el
único alumno desconocido, todos lo miraron. El profesor se le acercó.
-¿Cuál es tu nombre completo, hijo?– le preguntó
-Reinaldo del Carmen Allende Villar, profesor– respondió.
Salvador Paz acalló el murmullo de voces y el traqueteo de carpetas con un simple:
-¡Sin comentario!-Allende Villar Reinaldo del Carmen, eres el número uno, la próxima vez te pones de
pié y dices: Presente– le explicó con paternal mirada.
Naldo se quedó pensando mientras el profesor pasaba lista. “Salvador Paz”, nunca
había escuchado ese nombre, sin embargo le parecía conocido; jamás había visto al
profesor, no obstante le parecía familiar.
Salvador Paz, alto y delgado, tenía facciones finas y su pelo ondulado peinado
hacia atrás, dejaba su frente despejada, lo que parecía divulgar que había leído de
más. Sus ojos serenos pero penetrantes, escudriñaban de sutil manera todo lo que
miraban. Su voz suave y clara agilizaba su facilidad de palabra y sus buenos modales
confirmaban su educación. Andaba siempre limpio y tanto, que por las noches lavaba
su ropa para ponérsela por las mañanas. Había que ver esas camisas que de tanto
fregarlas, parecían telas de cebolla y transparentes, dejaban ver sus costillas.
-Bien, jóvenes alumnos- dijo como jabonándose las manos -Empezaremos
comentando sobre las vacaciones, cada quien tendrá un promedio de cinco minutos- y
sin mayor pausa prosiguió:
-Número uno, Allende Villar Reinaldo del Carmen, ¿quiere contarnos algo de sus
vacaciones?-.
Naldo, que nunca se había dirigido a tanto niño, después de titubear un tanto acertó:
-Presente- y prosiguió resuelto- Estuve ocupado, por los días mimando las flores y
conversando con los pájaros, y por las noches contemplando la Luna y contando las
estrellas-.
Narró las historias de los pájaros, las de Peluche y lo que le contaron sus amigos
luminicios: Que en un meteorito del tamaño de una ballena, vinieron a la Tierra los
animales y las plantas cuando todos juntos no alcanzaban el tamaño de una pulga.
Que el Espacio estaba lleno de planetas repletos de distintas formas de vida. Que en
el universo los planetas aparecían desaparecían y volvían a aparecer como las nubes
en el cielo. Que muchos viajeros espaciales tuvieron que quedarse en la Tierra porque
no pudieron volver a sus planetas de origen. Que la Tierra había sido habitada varias
veces y varias veces destrozada y que en cada destrozo sólo quedó el polvo de la vida
anterior. Que la Tierra era un ser vivo que se alimentaba respiraba y tenía
sentimientos.
Jamás los niños pusieron tanta atención ante exposición alguna, explicó todo de tal
modo, que se pasó dos horas narrando sus aventuras más fascinantes que cualquier
obra de ficción. Pero cuando tuvo que parar por el recreo, Lalín, un niño
acostumbrado a ser el centro de los comentarios, se le acercó para decirle:
-Vamos a ver si tus amigos luminicios, tu perro Peluche o tus compinches los pájaros,
te van a defender de la golpiza que te voy a dar si otra vez pretendes engañarnos-.
Naldo lo miró con sorpresa, pero sereno, seguro de que Lalín no bromeaba, le dijo
también sin broma:
-No pretendo engañarles y sobre la golpiza, no necesito defensa y no voy a llamar a
mis amigos luminicios porque ellos prefieren viajar de noche para que no los vean los
tontos como tú, tampoco a mi perro Peluche porque murió hace tiempo; pero sí
llamaré a los pájaros, no para que me defiendan de ti, sino para que caguen sobre tu
cabeza-.
Lalín y Naldo salieron despacio y en silencio midiéndose la distancia, en el centro
del patio se detuvieron. Naldo empezó a silbar y luego acudieron los pájaros, tantos,
que pronto llenaron el patio. Pero como la cabeza de Lalín les quedó demasiado
pequeña, no guardaron la compostura y salpicaron todo el patio de excremento.
Entre la gritería de los niños y la preocupación de los profesores por el inaudito
acontecimiento, los pájaros le aclararon que no acudirían más a él porque con eso
había roto su inocencia. Que desde entonces, tendría que recurrir a los humanos
cuando fuera necesario. Le desearon suerte y asegurándole que iría más allá de sus
metas, se alzaron en vuelo sin retorno. Naldo no volvería a hablar con ellos, pero en
sus delirios los evocaría con nostalgia. Sólo en su último día de vida, después del
corto diálogo que traspasaría la añoranza, les pediría que no dejaran de cantar.
*********
Cuando Naldo empezaba a creer que las cosas habían mejorado, sucedió lo que la
familia y todo el pueblo sabía que sucedería menos él. Eliseo Barrientos expiraba
acosado por la Tuberculosis. Que la buena gente muriera, aún no le cabía en el
entendimiento, lo que le quedaba claro era que la muerte tenía un olor característico.
Una semana después, cuando la casa aún olía al tío Eliseo, la tía Prudencia expiraba
ahogada por la misma enfermedad y para colmo a la semana siguiente, la delgada
Priscila se iba por detrás de sus padres.
Arturo en plena juventud y Lourdes sacudida de la adolescencia, harían de padre y
madre de la pequeña Yadira. Casi nada les quedó de herencia, solo una yegua y unos
chanchos que luego enfermaron y pronto murieron. Era como si de repente, lo que
llaman destino hubiese querido llevarse a todos. La incógnita era quién sería el
siguiente. Arturo y Lourdes no quisieron arriesgar, deliberaron toda la noche. Al
siguiente día, para encontrarse con la tía Bárbara, marcharon de mañana con Yadira y
Azucena hacia la capital del departamento. Naldo se quedó en Guadalupito a cargo de
Amador.
Amador y Naldo nunca llegaron a entenderse. Eran diferentes. Amador, que aún
actuaba como soldado y creía que Naldo era su recluta, además de golpearlo le
aplicaba los castigos del ejército. El haber tenido que perseguir a los hombres de Che
Guevara en la ceja de selva, le había creado un mundo de fantasía que degeneró en
sicosis. Lo hacía ranear y marchar al pato, hacer planchas y la posición del chinche.
Los sábados al final de la tarde, después de recibir su pago, se reunía con sus
promociones de trago para vaciar en sus estómagos las botellas de chicha o cañazo.
Ya ebrio, mandaba llamar a Naldo quien tenía que presentarse como militar.
-¡Cuento tres y estás aquí con tus cuadernos!- le ordenaba.
pasándose la vergüenza, Naldo corría entre la burla de unos y la compasión de otros.
Amador tomaba los cuadernos y pedía a sus promociones que escogieran una hoja
con la lección que debía saber. Casi siempre la sabía y podía marcharse tranquilo;
pero cuando no, le aplicaba la “ley”. Lo hacía sumergirse en el agua sin quitarse la
ropa y lo ponía de plantón hasta que se secara. La sangre caliente que corría por sus
venas no dejaba espacio a la pulmonía, y ni siquiera a los resfríos.
Los castigos y los malos tratos eran ya una rutina. Naldo estaba acostumbrado a
los golpes, pero no a la vergüenza y eso sí le dolía. Tenía casi once años, muy pocos
para tener que medir su fuerza con un hombre casi maduro y más duro todavía, con
su hermano mayor, a quien había admirado y respetado; pero que ahora estaba
dispuesto a retirarle la admiración y decidido a faltarle el respeto. Ni una queja, ni
una palabra, ni un pestañeo. Un suspiro que no cabía más en su pecho confirmaba su
determinación.
Aquel sábado, el Sol no tuvo prisa en ponerse. Alguien le avisó que debía acudir a su
hermano. No vaciló, sabía lo que tenía que hacer. Esta vez no se presentó como
soldado, sino saludó de forma normal.
-¡Mierda, te me relajas!, ¡veinte planchas!– le ordenó Amador
Naldo incrustó sus ojos en los de su hermano y sin palabra ni ademán, se mantuvo
firme en su emplazamiento.
Amador, que aún no entendía la intención de Naldo, le gritó:
-¡Cuarenta planchas!, ¡carajo!- y acercándosele quiso golpearlo.
Sin parpadear ni poder controlar la intensidad del fluido ni la temperatura de su
sangre que ya empezaba a enrojecerle, Naldo pudo articular:
-No me toques–.
Y tomó posición como si un cachorro fuera a saltar para romper el pescuezo de un
león; sólo entonces, Amador entendió lo que Naldo tenía en mente y no lo puso en
duda. Ambos se quedaron mirándose por un instante, hasta que uno de los
compañeros de trago intermedió:
-Deje tranquilo al muchacho, promoción, ya demostró que será un tigre– y
poniéndose de pié, palmeándole el hombro lo orientó a su asiento.
Cuando Amador estuvo sentado, Naldo lo miraba todavía, luego, sin reportar la
misión cumplida ni dar la media vuelta, se marchó.
Aquella noche, Naldo se detuvo a pensar en las consecuencias de lo sucedido y
preocupado, se quedó dormido. De madrugada, Amador llegó borracho al cuarto; mas
se comportó como debía y a oscuras, se acostó tranquilo sobre su catre. Naldo lo
sintió y fingiendo dormir, midió todos sus movimientos. Después que Amador
empezó a roncar, se quedó otra vez dormido.
El domingo a mediodía, hablaron justo lo necesario; pero antes de marchar, agregó
Amador:
-Si te crees tan hombre, desde ahora tienes que pagar tu pensión y buscar donde
dormir–.
Naldo lo había imaginado, pero no que sería tan pronto. Se acostó de nuevo un rato
para analizar el caso. Era la hora del almuerzo y hasta él llegaba el sonar de los platos
y las cucharas acrecentando su hambre. Sentía hambre, más hambre que siempre.
Después de que el servicio se hizo al silencio, Amalia lo llamó:
-¿Naldo?, ¡Naldo!-Sí, señora-¿Quieres venir?-.
Una lucecilla le alumbró el estómago. Los comensales reposaban en la sala al
momento en que entró, saludó y pasó al comedor. Sobre la mesa había un plato muy
apetitoso, medio lo miró y siguió hasta la cocina donde estaba Amalia.
-Tu almuerzo está servido- le dijo antes de que la saludara.
Sin mayor preámbulo dio cuenta de la comida y se quedaría a degustar diez años la
buena sazón de Amalia, sazón que en adelante, llevaría siempre pegada al paladar.
Afortunadamente, pronto Amador se fue a vivir con su compañera y Naldo, después
de dormir unos días en la sala de Amalia, regresó al cuarto del pesebre.
*********
En la escuela Naldo era aplicado, aprendía las lecciones con más rapidez que los
demás niños y no necesitaba repeticiones; pero más que por eso, se ganó el aprecio de
Salvador Paz, por su forma de ser, por su convicción, por su forma de razonar y de
contar historias en las que no diferenciaba realidad de fantasía. El profesor, había
pensado empezar la clase como de costumbre; pero queriendo hacerla más amena,
cambió su estrategia.
-Bien, niños, vamos a empezar la lección sobre el Mar- dijo un lunes a primera hora
de clases, y con entusiasmo prosiguió:
-Número uno, qué nos puede contar sobre el Mar?-.
“El Mar”... Le sonaba a algo mágico, los pájaros nunca le habían hablado de él,
Peluche tampoco. Pudo recordar, que cuando los luminicios le dieron una vuelta por
el espacio le mostraron la Tierra, brillaba de color celeste azul violeta y le explicaron:
<El resplandor, es porque la luz del Sol refleja en el Mar>.
Todos esperaban otra fantástica historia, pero contra todo pronóstico preguntó con
inocencia:
-Profesor, ¿es cierto que el Mar es azul?El profesor, con tino de maestro respondió:
-El Mar, de lejos es azul porque congrega mucha agua, pero de cerca su agua no tiene
colorLuego aplazó la clase una semana y ordenó:
-Avisen a sus padres que el próximo lunes, nos vamos a la playa-.
Para Naldo, la semana pasó lenta por la intriga. En un camión que le recordó el
retorno a su madre, se fueron a la playa. Caminaron un tanto por un terreno eriazo,
entre bajos montes que estáticos, parecían querer imitar a las montañas.
De pronto, Salvador Paz, los detuvo y les dijo:
-Tienen media hora para jugar en la playaTodos los niños corrieron descalzos a mojar sus pies en el agua, sólo Naldo avanzó
paso a paso. Y hablando en rumores desconocidos, ahí estaba el Mar, derramado en el
Océano Pacífico. Muchísimo más grande de lo que había imaginado, tan grande, que
sus ojos no le encontraron fin y se perdieron en el horizonte de su inmensidad.
Mayo venía trayendo un poco de frío. Salvador Paz, no quería improvisar y
preparó a sus alumnos para que sus progenitoras tuvieran un Día de la Madre
inolvidable. Compuso unos versos, formó con sus niños un coro y los instruyó para
que hicieran rosas rojas los que tuvieran madres en vida, y rosas blancas los que las
tuvieran fallecidas. Naldo la tenía viva y con empeño, empezó a hacer su rosa roja,
como cuando en el campo a solas, hacía collares de flores de loto, grandes y olorosas,
mas paradójicamente blancas que nunca pudo darle. La tuvo lista antes que los demás
y de tanto acariciarla, estaba ya sucia y machacada.
El segundo viernes, se suspendieron las clases para celebrar por adelantado. El
profesor, con paciencia paternal, formó a sus alumnos indicándoles lo que tenían que
hacer.
-Procuren mantener compostura, no hacer comentarios y no desviarse del pasadizo,
recuerden que los muertos merecen respeto como los vivos- les aconsejó antes de
entrar al cementerio para depositar las rosas blancas en las tumbas de las madres
fallecidas.
Naldo nunca había estado en cementerio alguno, por lo que al comienzo sintió algo
de temor; pero al soltarse, se fijó que entre las tumbas había mucha diferencia.
Mientras algunas tenían lápidas de mármol con inscripciones doradas y hasta con un
mini jardín; otras apenas una cruz con un nombre grabado rústicamente y en algunas,
ni cruz había y se podía ver hasta los huesos.
En la mayoría de las cruces descuidadas se leía nombres de mujeres, Naldo pensó que
podían ser madres olvidadas. Se apartó sin ser visto del grupo y se dirigió a la tumba
más linda y que más flores tenía, dejó unas cuantas y el resto las repartió entre las
tumbas que ninguna tenían. El profesor se dio cuenta y supo de quien fue la travesura.
Los niños estaban contentos de ver que todas las tumbas con nombres de mujer,
tenían en sus cruces cruzada una flor.
A media tarde, la ceremonia central empezaba en el patio de la escuela. Las
madres tomaron asiento en las sillas que los niños se esmeraron en limpiar y luego, la
directora aperturó el programa. Y llegó el número que todos esperaban. Salvador Paz
hizo de maestro de ceremonia. Entusiasmado, dirigió unas palabras:
-…Y, porque el canto de las aves se parece a la risa de mamá y porque las flores
tienen parecido al semblante de mamá, los niños del cuarto año cantarán para todas
las madres presentes, los versos que juntos hemos compuesto-.
Por ser buena cual María
y tan linda como flor,
entono esta melodía
con todo mi amor.
Tú me diste madre querida
con esperanza y dolor,
el aliento de la vida
y todo lo mejor.
Te desvelas si no duermo,
te apenas si triste estoy,
te asustas si enfermo;
te inquietas si me voy.
Me encantas con tu alegría
cuando te oigo lararear;
pues tu risa es la mía
y tu canto mi cantar.
Luego formaron por número de orden para entregar las rosas.
-El alumno Reinaldo del Carmen Allende Villar, hará entrega de su rosa a su madre,
la señora Consuelo Villar- dijo Salvador Paz con voz clara y musical.
Naldo subió al podio. Sin saber porqué ni para qué había hecho la rosa, sin saber
porqué ni para qué había subido al podio; quizá porque a pesar de todo, seguía
amando a su madre sin saber porqué ni para qué.
-La señora Consuelo Villar, quiere subir al podio por favor?– pidió de nuevo el
profesor.
Todas las agasajadas empezaron a mirarse entre sí. Ninguna de las madres respondía
a ese nombre. El profesor se dio cuenta. Naldo no había avisado a su madre, por lo
que no cabía esperar.
-...Perdón, la señora Consuelo Villar, no pudo venir por razones ajenas a su voluntadcorrigió, y acercándose a Naldo le dijo despacio:
-Regresa a tu lugar, hijo-.
Naldo no se movió, era como si sus pies se hubiesen clavado al entabaldo. Un
temblor interno lo palideció bloqueando su reacción. Salvador Paz lo estrechó en sus
brazos; entonces, sintió que su corazón pulsaba acelerado como queriendo escapar de
su pecho. Al mirarle, vio que sus ojos acaso no resistirían el peso de las lágrimas, lo
abrazó de nuevo y le susurró al oído:
-Los hombres no lloran en público, hijo-.
Y le acarició levemente la mejilla con sus dedos.
Con la mirada nublada y caída, Naldo escondió su llanto en el consuelo de su
profesor.
La ceremonia terminaba con la tarde, terminando todos de enterarse que las flores
de la tumba de la madre del alcalde, habían sido repartidas entre otras tumbas. El
hecho tuvo graves consecuencias; pues empezó a rodar el rumor que la acción, había
sido perpetrada por elementos subversivos.
El domingo por la mañana, al mismo tiempo que en el distrito, el cura oficiaba una
misa en memoria de todas las madres, en Guadalupito, perseguido de cerca por
silenciosas mariposas y observado de lejos por pájaros inspirados, Naldo estrujaba
por última vez la rosa de papel que hizo para Consuelo, y la enterraba entre las raíces
de las rosas vivas de Amalia. En adelante, cada mayo le pesaría en el sentir, como le
pesan las nubes al Cielo, que se oscurece para que no lo verse llorar.
*********
Una mañana en el tiempo de recreo, cuando se dirigían al parque detrás de la
escuela, Naldo se adelantó un tanto al grupo. Nada hubiese sucedido si los demás
niños, no hubieran incitado a Javiercito para que le hiciera el alto.
Javier Mendoza Barrionuevo, era hijo del alcalde, un agricultor que había hecho
fortuna gracias a sus contactos y a su singular forma de ser, osado y campechano,
listo y pragmático. Tranquilo y de buenos modales, sencillo y sin ostentaciones;
Javiercito, que no había heredado el ímpetu de su padre sino la pasividad de su
madre, le gritó lleno de valor:
-¡No te adelantes, hijo de puta!Naldo no quiso creer lo que escuchaba. Se detuvo y no esperó que el grupo avanzara,
sino que retrocedió dirigiéndose directamente a Javiercito.
-¿Qué has dicho?- le preguntó
-¡Que no te adelantes, hijo de puta!- volvió a gritarle.
Naldo no esperó la tercera gritada y abalanzándosele con agilidad felina lo aplanó a
golpes.
Pronto, Javiercito con los ojos bien mojados, sangraba por los labios.
-¡Y si me lo vuelves a decir, te romperé la cara!- le aseguró con respiración acelerada.
Nadie se movió, todos se quedaron sorprendidos. Los miró amenazante y como no
hubo más provocación, se adelantó de nuevo al grupo.
Las autoridades del pueblo tomaron precauciones para prevenir la subversión en la
zona, por lo que determinaron que todos los lunes la primera hora de clases fuera de
Religión, para que los niños conocieran el Evangelio y fueran respetuosos de la ley
divina y no fueran presa fácil del Comunismo que tan en moda estaba en esa parte del
mundo.
En esa hora, el párroco pretendió enseñarles también educación sexual.
-La masturbación- les dijo una vez –es mala y no deben practicarla, porque ataca los
sistemas óseos y musculares haciendo perder la energía. Disminuye la visión y las
facultades aprehensivas ocasionando la pérdida de la memoria y... y... y...El cura pestañeando, tembloroso y débil, había olvidado lo que tenía que decir.
Después de la misa, repartió las hostias y les explicó:
-Manténganla entre la lengua y el paladar hasta que se deshaga, así, el cuerpo de
Cristo entrará en el de ustedes para librarles de las malas tentacionesY no habiendo tenido suficiente con la copa de vino de la misa, disimulando, vació
media botella en un jarro y lo tomó en pocos tragos.
Naldo no pudo esperar hasta que la hostia se deshiciera, y masticándola un poco la
engulló. La semana se le hizo larga, el saborcito de la ostia aún no se le iba de la
boca. Hasta que por fin llegó el lunes. Nunca antes había caminado con tanto
entusiasmo y desde que estuvo en la iglesia, se concentró en las hostias y pudo ver de
dónde las sacaban. Aprovechando la conglomeración que degeneraba en desorden,
después de recibir la suya, cogió un puñado y lo metió en su bolsillo.
Así, el siguiente lunes fueron dos puñados y los posteriores dos bolsillos llenos.
Pero su osadía daba para más. Se había fijado que sólo el cura tomaba la sangre de
Cristo, cómo se saboreaba y que después, si no hallaba jarro, se levantaba a pico la
botella. No soportó la tentación y creyendo que tendría buen sabor, se adelantó al
cura dejándole sólo con la copa de la misa. Con la calma de un experto ladrón, cogió
la botella y salió de la iglesia para tomarse el vino a güergüero abierto. Los primeros
tragos, aunque ácidos los sintió algo dulces, los últimos ya no los sintió y lo que
sintió luego, fue que su estómago le ardía y que su cabeza empezaba a dale vueltas.
Salvador Paz lo había observado, pero no pudo evitarlo. Cuando vio que
tambaleándose, procuraba incorporarse al grupo y guardar compostura, se le acercó y
a regañones le dijo mirándole fijamente:
-¡No lo vuelvas ha hacer!-.
Pero el cura, dispuesto a perder todo menos el vino, al no encontrar la botella por
ningún sitio, fue a quejarse a la directora sin perder tiempo en sacarse la sotana.
Salvador Paz lo había visto entrar y sabía a lo que venía. Por fortuna, había retrazado
la clase y dio a sus alumnos más tiempo todavía. Con paso apurado se dirigió a
Naldo.
-Vete a bañar y no vuelvas hasta la hora de recreo- le dijo.
Asintiendo con la cabeza, Naldo salió en seguida.
Después de sostener una breve reunión con los profesores, la directora convocó a
formación. Con el cura que más que ángel de la guarda, parecía guardián del vino y
cancerbero de cantina, la directora salió al podio:
-¡Algo terrible ha pasado!- dijo exaltada sin saludar y sin preámbulos se dirigió a los
niños:
-¡Alguien de ustedes ha robado las hostias, el sagrado cuerpo de Cristo y no sólo eso;
también el vino, la sagrada sangre de Cristo!- y exaltada prosiguió -¡Quien haya sido,
salga al frente y pida perdón de rodillas, para que cuando muera su alma no se vaya al
infierno y arda para siempre!-.
La directora amenazó, volvió a amenazar y siguió amenazando sin obtener resultados.
Los profesores preocupados y los niños temerosos, no se fijaron que el culpable no
estaba presente. En vano tanto alboroto, en vano tanto tiempo al Sol.
*********
El incidente entre Naldo y Javiercito no impidió la firme amistad y fue el único
niño que podía pasar los fines de semana en la casa del alcalde. Por su apetito voraz,
a la madre de Javiercito mucho le gustaba que Naldo se comiera todo lo que le daban
y que su hijo procurara igualarle. Nunca olvidaría los exquisitos potajes servidos en
platos de loza fina y las sábanas blancas en las que se envolvía al dormir.
Pero como el hambre no entiende de corduras, cuando parecía que estaba libre de
apuros, Naldo se metía en un singular lío. Mientras para los demás niños la hora de
recreo era la más esperada, para él era la más difícil. El quiosco se abarrotaba de
niños que procuraban comprar tamales, humitas, papas rellenas, pasteles, refrescos,
caramelos. Unos sólo compraban por comprar, otros comían con ganas lo que
compraban y precisamente, los que tenían hambre no compraban ni comían; pero
devoraban con los ojos lo que unos y otros compraban.
Naldo disimulaba su hambre y mientras los demás se resignaban a su suerte, él
meditaba la posibilidad de hacerse de dinero. No tenía miedo que fuera a quemarse al
infierno, después de todo, era seguro que iría allí; si era descubierto tampoco temía el
castigo, pues había recibido tantas tundas que tenía la piel curtida. Lo había decidido.
En el centro del parque, había una estatua que representaba a Santa Rosa de Lima
extendiendo sus dos manos juntas. Esperó que los niños depositaran sus limosnas y
dio una vuelta alrededor de la estatua. Aprovechando el jolgorio, midió las distancias
y se dirigió directamente al objetivo. Sin mirar atrás ni a los costados, con toda
naturalidad, hacía lo contrario a todos los demás; en vez de dejarle una moneda, le
quitaba unas cuantas.
Frío y sereno, sin que la santa le amonestara, se dirigió al quiosco para embutirse las
monedas que cogió. La comida no le quemó el estómago ni le hizo daño como había
temido, al contrario, le paró el corredero de tripas y le dio más ganas de aprender.
Todo junio comió bien y tanto, que subió de peso; pero las comilonas llamaron la
atención de Lalín quien empezó a observarlo y lo embaucó con su chantaje. Naldo
tuvo que compartir el producto de su hurto con Lalín. Siempre hubo suficiente, por lo
que no cabía la posibilidad de que la complicidad acarreara inconvenientes.
Un viernes a mitad de julio, hacía frío como en ningún otro invierno. Esa mañana, las
manos de Santa Rosa de Lima sólo tenían cuarenta centavos.
-Hay sólo cuarenta- dijo Naldo
-¡Mentira, no quieres convidarme!- replicó Lalín
-Si no me crees ven y mira tu mismoLalín se acercó con temor a la estatua para corroborar. Sí, habían sólo cuarenta
centavos.
-Alcanza para dos panes- sugirió Naldo.
-No- dijo Lalín -pan puro no, compra una papa rellena chica-.
Naldo lo miró, devolvió los centavos a la estatua y dijo calmado:
-Cógelos tú y compra lo que quieras-¡No! ¡yo no!-Entonces, compraré dos panes-No, una papa chica-No, dos panes-.
Naldo cogió los centavos y con el estómago lanzando consignas de protesta, se
dirigió al quiosco. Lalín lo siguió amenazante y cargoso.
-Dos panes solos- alcanzo a pedir
-Santa Rosa te va a castigar, hará que te quemes en el infierno por robarle su limosnale susurró con rabia Lalín desde atrás.
Por la exaltación, ninguno de los dos se percató que detrás, una profesora esperaba
ser atendida y lo había escuchado todo. Haciendo honor a su reputación de dura y
exagerada, detuvo la transacción y tomándolos por las orejas los condujo a la
dirección.
-Yo no he sido, señora directora, ha sido él- declaró Lalín.
Naldo calló, por más que le acosaron con preguntas, amenazas, manotazos, jalones de
pelos y orejas, no articuló palabra alguna.
El rumor corrió antes que los hechos, por lo que Salvador Paz, llamó a Javiercito y le
dijo:
-Los niños buenos no dejan que a sus compañeros los echen de la escuela, sólo tu
padre puede impedir que echen a Naldo. Ve a verlo, cuéntale lo que ha pasado y
pídele que venga a ayudarle-Sí- dijo Javiercito pestañeando a la vez que asentía con gestos.
-Ve ahora-.
Javiercito, aún vio que la directora se dirigía al profesor y enrumbó de prisa al
municipio.
La directora llamó a reunión de profesores, en la que entre otros cargos, acusó a
Salvador Paz de encubridor, de hereje y de subversivo.
-La única forma de demostrar que usted no es lo que es, es acertando a su alumno
diez varillazos delante de todos los niños-.
Salvador Paz no hizo descargos a su favor, sino intentó mediar por Naldo.
-Señora directora, distinguidos colegas- dijo con calma de evangelizador -¿Han leído
ustedes: 1ª Samuel, capítulo veintiuno, versículo seis. Mateo, capítulo doce,
versículos del uno al cinco. Marcos, capítulo dos, versículos del veintitres al
veintiséis. Lucas, capítulo seis, versículos del uno al cuatro: Lo que hizo David
cuando tuvo hambre y lo que hicieron los apóstoles cuando tuvieron hambre?.
¿Porqué entonces castigar a un niño que hizo lo indebido por tener hambre?. Con
todo respeto y franqueza, señora directora, distinguidos colegas, que si sólo hubiera
una plaza en el Cielo para toda la escuela, sería para este niño y todos los demás nos
quedaríamos afuera- y sereno aseguró -Prefiero cualquier sanción a castigarlo porque
hasta Dios lo indultaría-.
La obtestación del profesor se estrelló en la obduración de la directora.
-¡A mí me va a dar clases de Religión un comunista de mierda!, ¡ahora mismo arregla
sus cachivaches y se me larga de la escuela y agradezca que no lo empapelo ante la
Región, porque terminaría en la cárcel y sus hijos se morirían de hambre!. ¡Usted
quiere hacer de un diablo un ángel para más tarde hacer de un terrorista un héroe!-.
El contraste entre los semblantes del profesor y la directora no tenía parangón,
mientras uno mantenía la calma entre la pena y la impotencia, otra arrastrada por la
impaciencia y la ira, traspasaba el límite de su investidura. Las virulencias de la
directora, hallaron eco en el murmullo de los profesores. La misma profesora fue
designada para ejecutar el castigo.
Salvador Paz, apurado, llamó a Naldo y mientras arreglaba sus cosas le advirtió:
-Te van a castigar. Cuando estés arriba mírame, yo te ayudaré a soportar el dolor y no
llores, porque los hombres como tú no lloran-.
No hubo tiempo para más. Salvador Paz se paró a un costado pendiente de la mirada.
Sin perder tiempo, la directora subió al podio seguida de la profesora y de Naldo.
-Aquí está el alumno del cuarto año, Reinaldo del Carmen Allende Villar, profanador
de la tumba de la señora madre de nuestro alcalde, ladrón de las sagradas hostias, del
vino sagrado y de la limosna de Santa Rosa de Lima; por tanto, tendrá que pedir
perdón de rodillas y recibir diez varillazos para escarmiento-.
Naldo no se arrodilló, permaneció de pie mirando a Salvador Paz. Le doblaron el
castigo y fueron veinte varillazos, que más dolor causaron al profesor que al alumno.
Como ironía de la suerte, Naldo cumplía aquel viernes, once años.
Inmediatamente después, llegó el alcalde para hablar con la directora.
-De ningún modo me expulse a ese niño porque me hace recordarme a mí mismo. Yo
también hice perradas cuando chico, en esta edad uno no sabe lo que hace…- y con
su peculiar soltura siguió abogando por Naldo hasta convencer a la directora.
La visita del alcalde permitió a Salvador Paz agradecer a Javiercito y aconsejar a
Naldo:
-No hagas más travesuras, usa tu entendimiento y procura ser hombre de bien…Mas como vio que los ojos de Naldo estaban vacíos de lágrimas y llenos de dolor, le
dijo:
-Si pierdes la esperanza, la impotencia te quebrantará el ánimo y la pena golpeará tu
alma. Mantente positivo y de ningún modo te abandones ni te sientas solo. Mira el
Sol cómo te alumbra en los días y cómo las estrellas te resplandecen en las noches,
mira cuánta vida gira alrededor de la tuya, mira la maravilla que llena el Universo. El
mundo de hoy es como lo hicieron los humanos del pasado, el mundo del futuro será
como lo hagamos los humanos de hoy.- Y apresurado alcanzó a decirle serio como
nunca- Alguna vez entenderás, que los hombres nos hemos condenado a vivir a la
sombra de la luz-.
Salvador Paz se despidió apenas de sus alumnos y se marchó.
Naldo lo recordaría siempre, delgado pero esbelto, transparente en el hecho y la
palabra, con la pasividad de un clérigo antes que de un combatiente, y hasta pensó
que habría sido el padre que hubiese anhelado tener. Lo volvería a ver sólo una vez,
mas lo tendría siempre presente, incluso en el delirio de sus últimos días, donde sólo
hubo cabida para los muertos que en él seguirían viviendo, y para los vivos que por él
no morirían.
DE NIÑO A HOMBRE A DESTIEMPO
Con las bandadas de pájaros que surcaban el horizonte, la primavera llegaba en
setiembre. En el huerto de Amalia tenían suficiente alimento, Granos, frutas, insectos,
árboles donde anidar y un arroyo de aguas transparentes. En alongados conciertos,
procuraban llamar la atención de Naldo, pero él estaba tan ocupado en los asuntos
humanos que no atendía ni entendía el llamado. Pudo sin embargo, más que por él,
por Amalia, dedicar su tiempo libre al huerto, donde en el centro, labraron un jardín
abierto al que entre otros insectos, acudían coloridas libélulas y lindas mariposas.
Los sábados por las mañanas, iba al huerto con varios costales vacíos y antes del
almuerzo, los regresaba llenos de guabas, guayabas, cansabocas, limas, mameyes,
naranjas, plátanos, tumbos, paltas, ciruelas, mangos, almendras, higos, chirimoyas,
guanábanas, limones y alfalfa. Los colocaba estratégicamente frente a las gradas,
donde todos por alguna razón pasarían. Después de almorzar y de que los peones
habían recibido sus pagos, abría los costales y expendía los productos tan frescos
como baratos. Vendía todo y tanto, que tuvo que pedir ayuda para poder satisfacer a
la clientela.
Amalia, había encontrado en Naldo lo que no imaginó. Le daba comida y confiaba
en él, mas nunca le acarició y jamás le habló de sentimientos ni de planes; pero
estaba pendiente de todo lo que le pasaba.
Amalia tenía tres hijos, una joven que vivía con su compañero en la capital, una
adolescente y un niño que vivían con sus dos tías paternas. Porqué sus hijos no vivían
con ella, nunca se supo, lo que sí, es que era feliz cuando venían a verla. Parecía que
el destino le había hecho trampa, que le arrebataba el derecho de ser madre cabal
queriendo y pudiendo. A pesar de eso, nunca se le oyó lamentos pero tampoco cantar.
Cerca de las tres de todas las tardes, se dirigía al huerto. Enrollaba su largo y
abundante cabello negro y rizado, para cubrirlo del sol bajo un sombrero de palma,
cuya copa pronunciada, no impedía ver sus facciones: Tenía cejas abundantes y
gruesas, pestañas largas y curvadas, ojos grandes y negros, labios rosados y carnosos,
nariz pequeña y perfilada. Era de tez blanca, alta para las mujeres del lugar y tenía
normal contextura. Su voz sonora y fuerte era reconocible entre las demás voces y su
risa que alegraba a las mariposas, no agradaba a los pájaros que huían del jardín en
desbandada. En Guadalupito, era ella quien más amaba las flores, las miraba con
ternura entre melancolía y nostalgia, y hablaba con ellas como si entendiera sus
silencios.
Amalia y las flores estaban tan compenetradas que se hacían falta recíprocamente.
Cuando por alguna razón tardaba un poco, las flores se alaciaban y bastaba que
oyeran su voz para que se recuperaran. Los gladiolos eran sus preferidos, Naldo
cortaba los más grandes y coloridos y se los daba con entusiasmo, con el mismo
entusiasmo que le hubiera gustado dárselos a su madre. A veces eran blancos,
amarillos o rosados, rojos casi siempre.
En doscientos metros cuadrados, habían logrado reunir a casi todas las flores
conocidas, cuya fragancia perfumaba todo el pueblo. El jardín era completo, por los
días las flores las mariposas las abejas los colibríes, por las noches las luciérnagas las
cigarras los grillos la fragancia; era como un pedacito de cielo en la Tierra, tan lleno
de vida.
**********
Los meses pasaron como si hubiesen tenido prisa. Diciembre llegaba caluroso y
lleno de sol. Todos los niños empezaron a hablar de regalos, de Nochebuena, de
Navidad. Nada de esto había existido para Naldo. Regalos, sabía que otros niños
recibían. Nochebuena, creía que sería una noche tranquila; pero Navidad, no podía
imaginarla. En las ventanas de las casas se distinguían adornos desconocidos para él.
María, José y Jesús rodeados por burros y borregos en miniatura, un arbolito parecido
al pino lleno de pequeñas luces multicolores y un muñequito blanco con una bufanda
roja al cuello. Cuando preguntó lo que significaban, de todos le dieron razón menos
del arbolito, nadie supo que tenía que ver con las prédicas de Martin Luther unos
quinientos años atrás.
La Navidad se acercaba a Guadalupito y mientras la gente iba y venía con pavos
prontos a ser devorados, Amalia partía a la capital de la provincia. Los que vivían en
otros lugares, llegaban y seguían llegando para pasar las fiestas con sus familiares.
Naldo lo vio todo; abrazos, besos, lágrimas. Por un momento recordó las veces que
tuvo que mudarse, nadie le esperaba y si nadie estaba en casa, tenía que esperar a la
intemperie como los pájaros. Pero las horas se llevaban sus recuerdos y le traían
vivencias nuevas.
Intercambio de regalos, deseos de prosperidad y todo tipo de atenciones: No tenía
regalos, de modo que el intercambio estaba de más, a nadie tenía para desearle
prosperidad; por tanto, nadie le desearía a él y las atenciones, no las recibiría y a
nadie tenía para hacerlas. Lo tenía claro, en Infiernillo, nunca había visto la Navidad
o quizá cuando estaba por llegar, él se había ido y siempre se cruzaban en el camino.
Al ocaso, las luces en las ventanas adornaban el pueblo y seguían las
felicitaciones. La campanilla, después de los doce tilines que indicaban el centro de la
Nochebuena y que la Navidad empezaba, repicaba y repicaba y volvía a repicar.
Naldo se acercó a una ventana y vio que seguían los regalos y los abrazos, mientras
un pavo horneado esperaba en el centro de la mesa. Lo engulló con la mirada y luego
se retiró. Sin tener sueño pensó recogerse. Al pasar, vio que en todas las ventanas
había luz, en unas más en otras menos. Imaginó que no en todas habría un pavo que
no escaparía a los dientes de la familia, pero habría algo con qué entretenerlos.
Al llegar al cuarto no había luz, no habían adornos, nadie le esperaba y nada había
que comer. Los burros y caballos amarrados al costado, que habían llenado el
ambiente de berrinche no guardaban compostura y en nada se parecían a los
animalitos en miniatura que adornaban los nacimientos en las ventanas. No tuvo que
pensar mucho, al cuarto no había llegado la Navidad. Sin embargo, no se resignó a la
soledad ni a la pena. Pensó en su madre y en sus hermanos, se hizo la idea que a ellos
sí les había llegado y que a lo mejor les había traído alegría. Entre suspiros, les deseó
en su pensamiento todo lo mejor y con el consuelo de que ellos no estaban solos, se
quedó dormido.
**********
Cada domingo muy temprano, Amalia preparaba un exquisito frito de chancho,
cuyo olor después de expandirse en todo el pueblo, llegaba hasta los caseríos
cercanos. Naldo le ayudaba a cargar el agua, a encender el fogón, a pelar las yucas, a
cortar la carne y a repartir las porciones en las casas; pero nada de cocinar, preparar la
mesa o lavar el servicio, eso según Amalia, no eran cosas de varón. A partir de las
seis de la mañana, su casa se llenaba de comensales que hacían hambre desde el
almuerzo del sábado.
Los campesinos de Guadalupito que de organización y administración nada
sabían, producían sólo pérdidas y llegaron a embargar hasta los bueyes. Tuvieron que
contratar los servicios de un ingeniero agrónomo para que los dirigiera. Este vino con
su hermosa mujer y su pequeña hija, se radicó en lo que fue la casa hacienda y
empezó a comportarse como hacendado.
A los pocos días de su llegada, Naldo llevó la porción de frito a la casa del ingeniero.
Tocó despacio la puerta y no abrieron, tocó algo fuerte y tampoco abrieron. Cuando
se disponía a tocar más fuerte, la puerta se entreabrió.
–Entra- murmulló una voz de mujer.
Naldo entró. Se quedó pasmado. Las voluptuosas carnes de la mujer del ingeniero le
quitaron el habla, le nublaron la razón y le calentaron de los pies a la cabeza. Después
de hervir en su cerebro, su sangre se aglomeró en su virilidad por primera vez y no
era para menos, el cuerpo escultural que tenía enfrente, traslucía por el camisón negro
transparente. Sólo su órgano vital, apenas estaba cubierto por una prenda diminuta.
La mujer del ingeniero sabía que había desubicado a Naldo, ducha en la materia,
no vio en él un niño inocente sino un hombrecito inexperto.
-¿Cuánto es?- le preguntó serena y segura de haber encontrado lo que no buscó.
–Ci... cin... cinco soles... señora- su primera palabra fue dura y larga pero atinó a
contestar.
-¿Regresas el próximo domingo a la misma hora?-Ssií, seeñora, a la misma hora-Mi nombre es Clara, ¿y el tuyo?-Naldo, señora Clara-Bien, Naldo, llámame Clara-Así lo haré... señora Clara-¡Clara!, ¡solamente Clara!
-Está bien, Clara-¡Eso es!. Entonces, hasta el domingo-Sí, Clara-.
Naldo salió, pero Clara se quedó dentro de él y la seguía viendo más clara todavía,
que le parecía que hasta podía tocarla. Con el miembro más erguido que un mástil de
circo, terminó sus tareas como volando y fue a zambullirse en el arroyo. Calmó su
calentura pero no su susto. Nunca había tenido sensación parecida y su intriga crecía
y crecía. Anhelaba que ya fuera el próximo domingo, no al siguiente día, sino ese
mismo instante.
La semana pareció haberse alongado en demasía. Era domingo y se había preparado
desde el sábado porque esa noche no pudo dormir. Soñoliento, acudió a sus tareas
más temprano que de costumbre. Amalia notó que algo le pasaba, pero porque se
comportó como siempre nada le preguntó, creyó que eran los altibajos de su edad.
-A las ocho hay que llevar el Frito a la casa del ingeniero- dijo para sorpresa de
Amalia.
Nunca le había hecho una observación, no había sido necesario, tampoco esta vez lo
era.
–Sí, procura estar aquí a hora- correspondió Amalia.
Unos minutos antes de las ocho, sus nervios se esfumaron y sus modales fueron
mejores que siempre. Cuando quiso tocar, la puerta se abrió despacio.
–Entra- le dijo Clara.
Esta vez, un camisón blanco de seda y una mínima prenda, pretendían cubrir sus
encantos.
-Buenos días, señora…-¡Clara!, ¡llámame Clara!-Buenos días, Clara-¡Así hablan los hombres!-Aquí está el Frito-Lo llevaré a la cocina- dijo Clara, y regresó con seis soles -Toma, cinco por el Frito
y uno para ti-Sólo por el Frito, para mí no es necesario-
-¡Ah!, espera- pronto apareció con un sol más -Dos para tiNaldo quiso rehusar pero Clara le negó el intento.
–Y si no aceptas dos, te daré cinco- le dijo arrogándose autoridad.
-Gracias, Clara- asentió correspondiéndole la ansiedad en la mirada.
Y cuando se disponía a despedirse escuchó:
-¿Quieres venir hoy a las ocho?-Si usted quiere... señora Clara...-¡Clara! ¡te he dicho tantas veces! ¡Clara!... para ti solamente Clara-Está bien, Clara, hasta las ocho-¡Así es, hasta las ocho!- aseveró Clara.
Contrario a lo que creyó, Naldo estuvo sereno a la hora que vio de nuevo a Clara.
Llegó descalzo y con ropa gastada, pero limpio y puntual. Antes de que tocara, la
puerta se abrió suave. Se quedó un instante quieto y en silencio esperando una señal.
-Entra- escuchó el susurro.
Naldo entró y saludó con toda naturalidad. Clara, que en esta ocasión estaba
normalmente vestida, lo trató como a un hombre y no como a un niño.
-¿Has comido?- le preguntó.
-Sí, hace un rato- le contestó.
Naldo se sentó en el sofá. Era suave y grande. Se ubicaron a los extremos y después
de una pausa, Clara rompió el silencio y con intenciones más propias de amante que
de madre, le dijo poniéndose de pié:
-Voy a traer algo para tomar-.
Regresó con un tazón de chocolate cargado y una copa de vino tinto.
-Te traje chocolate para que entres en calor- le dijo.
Le fue franca, porque su intención era de veras calentarlo.
Después que Naldo tomó el chocolate y Clara el vino, todo cambió. Ella tomó la
iniciativa.
-¿Quieres probar vino?- le preguntó
-No- respondió Naldo.
Clara no obtuvo la respuesta esperada y persuadida por la tajante negativa, le
preguntó intrigada:
-¿Porqué no?-Porque no me gusta-Entonces, ¿has tomado vino?-Sí-¿Dónde?-En la iglesia-¡¿En la iglesia?!- Clara soltó una carcajada luego siguió preguntando -¿Y qué
sentiste?-Ardor en el estómago y vueltas en la cabeza-.
Clara se dejó invadir por la naturalidad de Naldo y llena de deseo le dijo:
-Yo voy a hacer que esta vez sientas otra cosa-.
Y como si lo hubiese hecho siempre, sin preguntarle siquiera si estaba de acuerdo, se
pegó a él, absorbió un trago y se lo dio de a poquitos en la boca. Cuando no había
más vino en la boca de Clara, Naldo empezó a succionarle los labios. Para ser su
primera vez, lo había hecho excelente y así terminaron la botella entre los dos. Clara
era alta de estatura, mas parado sobre el sofá, Naldo era de la misma altura. Ni la
diferencia de talla ni de edad fue impedimento para que las cosas discurrieran. Sin
mayor preámbulo, ella empezó lentamente a desnudarse. Naldo, que hasta entonces
se metía con los ojos toda carne al estómago, esta vez ansiaba meterse él en las
voluptuosas carnes de Clara.
Por la ofuscación, no sabía si era cierto lo que sucedía o sólo era una mofa de su
fantasía. Pero sí, era cierto y tan cierto, que sentía y veía como su miembro era
apresado por los rojos labios y devorado por la hambrienta boca de Clara.
El resto fue tan fácil como si lo hubieran hecho de rutina. Naldo se perdió en las
rosadas carnes de Clara, dejando su inocencia y su niñez acaso para siempre.
Entonces tenía doce años.
A petición de Clara, las citas se produjeron los sábados por las noches. Así,
mientras su marido se divertía con las mujeres que le proporcionaba el dinero, ella
satisfacía sus deseos con el hombrecito que la suerte le dio. Clara estaba tan
satisfecha, que durante el resto de los días, no se preocupaba por atraer la atención de
su marido, al igual que Naldo, hubiese querido que todos los días fueran sábados por
la noche.
Clara compró para Naldo unas mudas de ropa y calzado. Cada vez, sin que él se
diera cuenta, siempre encontraba un lugar donde ponerle un billete de diez soles. No
lo hizo con la intención de pagarle sus caricias ni por compasión, sino que sentía la
necesidad de hacerlo. Por su parte, a pesar de su corta edad, Naldo se comportó a
cabalidad, respetuoso, tranquilo y a la hora del amor, como un verdadero amante.
El último sábado de abril, Clara se comportó como nunca. Más tierna, más dulce,
más cálida... insaciable. Intrigado por su comportamiento, Naldo le preguntó:
-¿Sucede algo?-No, mi muñequito, nada. Es que quiero darte todo lo que tengo y entregarme a ti
como soy. No olvides que soy tuya... Toda tuya… Sólo tuya... Cógeme cuando
quieras y como quieras... Hazme lo que quieras…-.
Naldo se clavó y se martilló en Clara hasta la madrugada.
No tuvo tiempo para dormir, se fue directamente al arroyo y se sumergió en las aguas
frías, luego se presentó a Amalia.
-¿Porqué tan temprano?- le preguntó.
-Una chicharra no me dejó dormir toda la noche-La chicharra estará cansada también- le dijo con maternal mirada.
Después de hacer unas entregas, Naldo se zambulló de nuevo en el arroyo antes de ir
a la casa de Clara. La puerta estaba cerrada pero se abrió en cuanto tocó. Clara lo
apachurró y no le dio tiempo ni para saludar.
-¡Cógeme como sólo tú sabes hacerlo! ¡cógeme como quieras pero cógeme!
Y Naldo la cogió, volvió a cogerla y a cogerla.
Pero cuando parecía que todo estaba en su lugar, sucedió algo inesperado. Al
siguiente día por la tarde, la hija de Clara enfermó de repente, por lo que tuvo que
conducirla de emergencia al hospital.
Un experimentado chofer la llevó para no más traerla. Al borde de la noche, a medio
puente sobre el río Agualtepeque, la camioneta que venía de regreso, chocó
frontalmente con un camión que iba en sentido contrario. La camioneta salió
despedida por el impacto y cayó a las aguas turbulentas.
Cuando rescataron los cuerpos, el de Clara, aún envolvía al de su hija a quien logró
salvarla.
En el preciso momento del accidente, Naldo terminaba de hacer sus tareas de colegio
todavía pensando en los encantos de Clara. Sintió la colisión, escuchó el estruendo y
vio que la camioneta caía a las aguas con su ajena Clara ya sin vida. Se asustó y no
pudiendo recuperar la serenidad, fue a cobijarse en Amalia. Al rato, los parlantes
daban a conocer la trágica noticia.
No pudo ocultar su pena, Amalia lo notó.
-Te habías acostumbrado a llevarle el Frito ¿no?, fue una buena mujer...Acaso Naldo nunca se redimiría de la trágica historia de Clara, que repercutiría en
la de cada mujer que compartiera la intimidad con él. La extrañó en lo carnal y en lo
sentimental. Por su inexperiencia, no pudo decirle lo que sentía por ella. De cualquier
modo, por ella había pasado de niño a hombre a destiempo y tenía que dejarse de
penas, para seguir de acuerdo a las urgencias de las circunstancias.
**********
Para Naldo las cosas habían cambiado. Creía tener la necesidad de andar calzado y
no más con sus pies desnudos, tener unas mudas de ropa y no sólo una que en el frío
hacía también de pijama. Decidió trabajar como los hombres y así lo hizo. Pero sobre
todo, tenía la necesidad de una compañera con quien compartir experiencias. Conoció
a Silvia, una joven deseada por todos los muchachos que bordeaban los veinte. Pero
que para asombro de todo el pueblo, con sus dieciocho años, se escapaba a la sombra
de las noches para entregarse a Naldo que sólo tenía trece.
La diferencia de edad y de posibilidades, como el contraste y los rumores de la gente,
rompieron la frágil relación; aunque fue más la inexperiencia y la disputa por ser
quien diera las normas y quien las ejecutara.
En Guadalupito, también vivía una jovencita acomedida, graciosa y tan linda
como una flor; Rosa Flores, era su nombre y por coincidencia, sobrina de Amalia.
Tenía pestañas gruesas y rizadas, pelo largo y ondulado, ojos grandes y brillosos y
rostro digno de grabarlo. Pronto, Rosa y Naldo que compartían la misma edad,
empezaron a compartir otras cosas y eran sorprendidos por los vecinos en las
esquinas, en las matas, en el arroyo. Esta vez, los rumores de la gente surtieron otro
efecto. Todos lo sabían y estaban satisfechos. <Ambos se merecen>, decían. La única
que tardó en enterarse, fue la madre de Rosa, a quien nada le gustó cuando lo supo,
creía que su hija tendría un futuro incierto.
Naldo, que había tomado las cosas de hombre muy en serio, empezó a hacer
averías y a tratar mal a Rosa. En el colegio, tenía en aprovechamiento las cifras más
altas en todos los cursos, pero en conducta y comportamiento las más bajas. De no
haber sido por el promedio final que permitía o impedía el ascenso a grados
superiores, se hubiera estancado en el primero. Adoptó la postura de machito y para
demostrarlo, buscaba pleito a los alumnos y hacía quedar en ridículo a la fiel Rosa.
Los profesores tenían por él un dilema, la mayoría de varones estaban en su contra y
la minoría más todas las mujeres y la directora a su favor; no obstante, todos
valoraban su capacidad de captación y aprovechamiento. Poca falta le hacían los
libros, le bastaba con leerlos a medias o con sólo ojearlos para tener listas las
lecciones. A veces, los profesores no pudieron salir de los apuros que les ocasionaron
sus preguntas y argumentos, o explicaba las lecciones con más claridad que ellos
mismos.
En setiembre, Rosa salió elegida reina del colegio y como tal, tenía que estar
presente en todas las actividades oficiales a realizarse. A Naldo no le gustó la
elección pero tuvo que aceptarla y acaso porque nunca le gustó bailar o por simple
desatino, le dijo:
-En todas las actividades puedes estar, menos en el baile-.
Rosa lo entendió bien y lo tomó en serio, pero tuvo la esperanza que con el transcurrir
de los días, cambiara de opinión.
Pero el tiempo nada hizo cambiar. El día de la clausura de la fiesta, todos se
preparaban para el baile. Escoltada por dos damas, Rosa más linda que nunca, lucía
un vestido rosa adornado de mil formas. Alumnos, profesores y padres de familia
habían colaborado para que la reina fuera digna de representar al centro educativo
ante las autoridades, los delegados y el pueblo.
Todo se desarrollaba con normalidad y todos estaban contentos porque su reina
satisfacía todas las expectativas; pero a la hora de dirigirse al local donde se realizaría
el baile, Naldo la mandó llamar.
-Dentro de quince minutos, te espero donde sabes- le dijo brevemente.
Rosa no le refutó, besó sus dedos y le rozó los labios.
Y mientras todos caminaban con entusiasmo al local, la reina adiestraba a sus damas
para que la secundaran y sin decirles a dónde iría, les pidió que a nadie dieran
explicaciones y que procuraran que todos se diviertan.
Pero pronto se armó el alboroto y todos coincidieron en las sospechas. Empezaron a
buscarla por las calles y al no encontrarla, tuvieron que empezar el baile sin ella. Las
damas, se esmeraron procurando aminorar el vacío de su ausencia. Rosa, vestida de
reina, se entregaba entera a quien quizá no la merecía.
El caso tuvo repercusiones insospechadas. Cuando la fiesta terminó y vino el
camión a recoger a los alumnos, Rosa, con su vestido ajado y manchado esperaba en
el bochorno junto a Naldo, que se daba de gallito erguido y que en vez de proteger a
su polla, la arrastraba con sus garras como gavilán.
De regreso nadie hizo comentarios, pero en Guadalupito ya empezaban a murmurar y
la madre de Rosa, alistaba un garrote para propinar a Naldo una paliza. Alguien le
avisó a tiempo, de modo que bajó del camión antes de llegar. Mientras en el camino
esperaba que oscureciera, Rosa, vestida de reina con su vestido rosa, recibía la paliza
por él.
Amalia, que nunca le preguntó de sus cosas ni le habló de las suyas, no se enteró de
la fechoría, como tampoco se enteró de sus aventuras con la finada Clara ni con la
codiciada Silvia. Su mala fama había calado hondo en el colegio, pero más en la
madre de Rosa, quien había decidido enviarla a la capital sin que terminara el año
escolar. Ninguno de los dos lo intuyó y el día menos pensado, Rosa desapareció sin
despedirse.
Naldo sintió su ausencia y sopesó el comportamiento que había tenido con ella.
Debió haberla tratado mejor. Debió haber correspondido su esmero, su paciencia, su
bondad. Debió haber correspondido lo que recibió aunque hubiese sido con palabras.
En vez de haberle impuesto su opinión debió haberle pedido la suya, debió haber
hablado con ella. Le escribió una carta que nunca llegó a ella, Rosa le escribió varias
que ninguna llegó a él.
Naldo había cambiado y todos lo miraban de forma diferente; sólo Amalia seguía
viéndolo con los mismos ojos de la primera vez, en el huerto comiendo lechuga
zanahorias y rábanos como cañán, prendido de las ramas de los árboles como mono,
picando fruta como pájaro. Incluso después de que le avisaran que había fallecido,
seguiría viéndolo todavía, porque los muertos mueren del todo, cuando dejan de vivir
en el recuerdo de los vivos.
**********
El lunes, fue crucial para Naldo. Sólo sus amigos lo miraban como si nada hubiera
sucedido.
-Prepárate que vas a tener problemas- le dijo Javier preocupado
-Lo suponía-Voy a ver a mi papá-No es necesario-De todos modos voy-Ya estamos grandes, Javier, hay que arreglarlo de otra forma-Entonces, que sea la última vez, no está de más, voy ahoraCuando Javier llegó a la municipalidad, su padre estaba firmando unos documentos y
al notar su preocupación le dijo:
-Traerás buenas noticias, hijo-No, pero tampoco malas-Cuéntame-Se trata de Naldo...-¡Ah!, cuando sea hombre, ése le va a sacar ronchas al gobierno-Te prometo que será la última vez-¡Palabra de hombre!, ¡la última vez!, ¿a qué hora hay que ir?-Lo más pronto que puedas-Tranquilo, que ahora vamos-.
Todos los profesores estaban en reunión cuando el alcalde llegó. Le cedieron la
palabra y sin poses de académico ni ademanes de orador, dijo con claridad y en
concreto:
-Estoy aquí para interceder por el alumno Reinaldo Del Carmen Allende Villar. Sé
que ha tenido mal comportamiento, pero sé también que no es malo. Jóvenes como él,
en el camino de la vida, se pierden o llegan más allá de sus destinos, mucho depende
de los guías. Yo les garantizo que no tendrán más problemas con él, ya verán como
un guía puede arreglar el asunto y si quieren saber porqué estoy seguro de lo que
digo, es porque conozco al caminante y al caminero como si los hubiera parido. Hoy
mismo se arreglará el asunto-.
Nadie refutó, ni los más duros críticos, por el contrario, esperaban que fuera verdad.
Al comienzo de la tarde, una silueta conocida se distinguía a lo lejos. Los alumnos le
rodearon haciéndole preguntas de toda clase. Naldo se acercó a él con incredulidad,
sólo cuando lo tuvo enfrente y escuchó: “Has crecido, hijo”, lo supo. Era su maestro,
Salvador Paz, el único hombre después de su abuelo, que de veras lo estimó y en
quien podía confiar plenamente. Un sentimiento de seguridad le alentó. Delante de
todos, Salvador Paz, que había acudido al llamado del alcalde, sólo le dijo:
-<Los hombres no son hombres, cuando se jactan de hombres; los hombres son
hombres, cuando respetan la razón y el equilibrio entre los hombres>. Demuestra
entonces que eres un verdadero hombre y compórtate como tal-.
Nadie supo lo que hablaron a solas, lo que todos supieron fue que desde aquel
momento, Naldo cambió su comportamiento.
**********
Aquellos años fueron sacudidos por la tensión política y militar en el Pacífico Sur.
En Colombia, mientras Misael Pastrana probaba poner orden, la guerrilla se
alimentaba de los pleitos políticos y del abandono del pueblo. En Ecuador, se
enredaban en pugnas militares después de haber derrocado a José Velasco de su
quinto periodo presidencial. En Perú, Juan Velasco procuraba enhilar el país
desmembrado ensayando formas y reformas y animado por Unión Soviética, se
armaba con intenciones de recuperar Iquique y Arica. En Chile, por encargo de
Estados Unidos, después de jurar fidelidad a Salvador Allende, Augusto Pinochet lo
derrocaba para masacrar al pueblo y crear un gobierno de terror. En Argentina, el
desconcierto hacía que Juan Perón y su esposa dirigieran el país propiciando que
Jorge Videla pisara fuerte con sus botas y arrastrara al pueblo al matadero.
Más tarde, Europa azuzada por Estados Unidos, empezaba a removerse por el afán
de hacer resbalar a Unión Soviética y no parar hasta hacerla caer. El capitalismo, que
dirigía todas la instituciones influyentes, tomó la ofensiva definitiva a la muerte del
Papa Pablo VI. En efecto, creyó que por su sonrisa agradable y sus buenos modales,
el sucesor idóneo para sus planes era el Cardenal Albino Lucianni. Por méritos
propios, Lucianni se convirtió en el Papa Juan Pablo I y contrario a lo que parecía,
haciendo honor a la inquebrantable fe cristiana de su madre y al verdadero
sentimiento socialista de su padre, se propuso erradicar la cizaña del Vaticano y
separar la paja del trigo para salvar a la Iglesia. Pero esta decisión inquietó a la bestia
todopoderosa que devoraba hombres y defecaba dólares, y apoyada por la Curia
Romana, pronto maquinó su inminente aniquilación.
Villot, Secretario de Estado del Vaticano y cancerbero de la corrupción a nombre de
Dios. Cody, mandamás de la Iglesia yanqui, dueño de Chicago y espía de la CIA y
del FBI. Marcinkus, mago y señor que hacía aparecer y desaparecer el capital del
Banco Vaticano. Sindona, jefe mafioso a todo nivel y esfera, que quiso vender Sicilia
a Estados Unidos. Calvi, dueño del Banco Ambrosiano con redes en todos los bancos
y financieras del mundo. Gelli, todopoderoso en los negocios turbios y religiosos e
influyente en la Curia Romana.
Seis, fueron estos hombres que urdieron la trama para acabar con el Pontífice Juan
Pablo I. Seis, es la suma de estos dos grupos de tres; tres de sotana impecable, tres de
terno elegante. Seis, es el resultado de la división de la suma de las letras de los
apellidos de los seis.
Al Papa Juan Pablo I lo envenenaron a sólo treintitres días de su pontificado. La
media cucharadita de Digital que debieron añadir a las treinta gotas de Efortil, debió
acabar con su vida a oscuras entre el veintiocho y el veintinueve de setiembre. Pero
con su muerte, La Curia Romana había vendido la fe a un precio degradante,
condenando a la Iglesia Católica a desaparecer antes de tiempo.
El Cardenal Villot, principal conspirador, para asegurarse la Secretaría de Estado
del Vaticano en tres papados, se encargó de hacer desaparecer las huellas del crimen.
Asolapó a la prensa, no comunicó a tiempo al médico de cabecera del Papa, impidió
practicarle la autopsia, arregló su inmediato embalsamiento, e impuso los votos de
silencio a todos los implicados.
El escándalo traspasó los muros del Vaticano y llegó a todos los rincones del planeta,
pero como todo estaba arreglado y de toda forma, desestimaron la aclaración y
acallaron la protesta. El poder había golpeado en definitiva la fe de la Cristiandad y
cual inmisericorde verdugo, empezaba a ajustar la cuerda para ahorcarla. Era cuestión
de tiempo, los católicos, empezarían a desaparecer.
El sucesor de Juan Pablo I, debería haber sido el Cardenal Giovanni Benelli; pero
si eso hubiera sucedido, se habría tenido que matar a otro Papa. El poder apoyado en
los seis hombres, resolvió el caso con su candidato Karol Vojtyla, un Cardenal de
Cracovia que nunca había estado pegado a la telaraña del Vaticano; pero que al
resultar ungido Papa, adoptó el nombre de Juan Pablo II y aceptó andar el camino
aplanado por la maquinaria del capital. Le montaron una aparatosa propaganda más
escandalosa que a las “superestrellas de Hollywood” y le ofrecieron canonizar cuando
hubiera subido al cielo, a cambio de que intercediera con sus “buenos oficios”.
Enormes sumas de dólares se filtraban por el Vaticano con destino a las iglesias de
Polonia para converger en el Sindicato Solidaridad de Walesa, que por su “servicio”
recibiría el premio Nóbel de la Paz. Todo estaba arreglado, el Socialismo tenía los
días contados.
Por coincidencia o por confirmación, a partir de esos acontecimientos, estos números
se camuflarían en los códigos de barras de los productos válidos en todos los países.
Desde entonces, con el pretexto del bienestar, del adelanto, del desarrollo; el
capitalismo cruzaría fronteras, lenguas y religiones. Desarticulando conciencias,
familias, creencias y naciones; haría correr a las masas humanas tras el dinero. Para
confundir al mundo, el capitalismo se haría llamar “sistema de mercado” y el
imperialismo se camuflaría en la “Globalización”.
Más de dos mil quinientos años atrás, Pitágoras determinaba que los números
dominarían el mundo y se dio cuenta que el seis era un número especial, ya que
restando sumando o multiplicando los tres primeros, el resultado era seis, seis, seis.
Más de quinientos años después, San Juan, en el capítulo trece de su Apocalipsis,
advertía de la conjugación seis, seis, seis:
<…Y se maravilló toda la tierra en pos de la bestia… ¿Quién como la bestia, y quién
podrá luchar contra ella?... También se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo,
lengua y nación… Y la adoraron todos los moradores de la tierra… Si alguno tiene
oídos, oiga. Si alguno lleva en cautividad, va en cautividad; si alguno mata a espada,
a espada debe ser muerto… Y tenía los cuernos como un cordero, pero hablaba como
dragón… También hace grandes señales, de tal manera que aun hace descender fuego
del cielo a la tierra delante de los hombres… Y engaña a los moradores de la tierra
con señales que se le ha permitido hacer…>.
Y en los cuatro últimos versículos se lee: <…Y se le permitió infundir aliento a la
imagen de la bestia, para que la imagen hablase e hiciese matar a todo el que no la
adorase. Y hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se
les pusiese una marca en la mano derecha o en la frente; y que ninguno pudiese
comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el número
de su nombre. Aquí hay sabiduría. El que tiene entendimiento, cuente el número de la
bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis>.
**********
Para entonces, Naldo, que ya empezaba a preocuparse por la actualidad nacional e
internacional y por las cuestiones filosóficas, empezó a llenar su inquietud con
preguntas que no eran garabatos.
¿Quién entra en mi soledad,
cual habilísimo ladrón entra en un recinto
sin forzar la cerradura?.
¿Quién me habla de lejos
y sin haberle oído antes reconozco su voz
y de cerca le escucho?.
¿Quién me llama por mi nombre,
entre sueños o despierto
y yo, ni siquiera lo he visto?.
¿Quién me acompaña en mis esperas,
en mis tristezas y silencios
llenando de esperanza mi vacío?.
¿Quien me da su luz para mi sombra
y entendiendo mis errores
guía mi andar por su camino?.
¿Quién?, ¿quién?, ¿Quién?...
Un día por coincidencia, el profesor de Historia no pudo dictar la clase, por lo que
Naldo tuvo dos horas libres. En casos como éste, charlaba con sus amigos o se
entretenía en algo, esta vez fue a sentarse solo a la sombra de un pino detrás del
colegio. No meditaba en sus cosas ni escuchaba a los pájaros que gorjeaban en las
ramas, cuando el viento le trajo un pedazo de periódico a las manos.
Era un artículo con una fotografía tomada a varios niños llorando desnudos, bajo la
que se leía: “Estados Unidos se retiró de Viet Nam, pero lo dejó con miles de niños
huérfanos y plagado de bombas”. Luego de poner atención al artículo, fue a la
biblioteca a consultar con los libros de Historia, en los que leyó “intervención” y no
invasión. Que Estados Unidos y Viet Nam habían firmado un “pacto de amistad”, y
no que Estados Unidos obligó firmar a Viet Nam. Que el destructor Maddox fue
atacado por tres lanchas torpederas vietnamitas, y no que el Maddox fue torpedeado
por la aparatosa maquinaria estadounidense, como pretexto para empezar la invasión.
Viet Nam recibió más bombas que todos los países implicados en la Segunda Guerra
Mundial, pero como el agresor no era Alemania y el agredido ni Inglaterra ni Bélgica
ni Holanda ni Francia; Estados Unidos hizo lo que quiso. Minó el país, envenenó sus
ríos y quemó sus campos obligando a su gente a vivir como topos. No obstante, los
vietnamitas pelearon, respondiendo a los cañones y a las bombas, con dientes y uñas
hasta expulsarlos.
La abrumadora y cínica industria cinematográfica de Hollywood que convertía la
desgracia en dinero, transformaba la brutalidad en bondad norteamericana mostrando
héroes blancos de ojos claros, que ensangrentados después de tantas penitencias,
triunfaban sobre los malvados hombres pequeños de ojos rasgados. Naldo empezó a
dudar de la credibilidad de la política de Estados Unidos y de la veracidad de los
libros de Historia. A su poca edad, dedujo que la Historia era falsa o verdadera, de
cualquier modo, escrita o impuesta por el influyente o el vencedor.
Desde la lectura de ese artículo, no volvería a pensar como antes y pasaba sus
horas libres en la pequeña biblioteca leyendo libros de Filosofía, Historia y
Literatura. Orientó su atención a los sucesos que involucraban a Estados Unidos y
entre sus múltiples “intervenciones”, resaltaba la de Cuba, que por no aceptar ser su
títere; condenó y satanizó inmisericorde, obligando a los demás países a acatar su
imposición.
En otro artículo encontró una reseña de las actividades del latinoamericano que no
figuraba en la historia oficial, pero que en los cinco continentes, ocupaba un lugar
especial en la memoria de la gente con conciencia despierta, sus ideas eran tomadas
como principios y su fotografía como estandarte. Así conocía a destiempo, a Ernesto
“Che” Guevara quien fue asesinado precisamente por Estados Unidos.
Atrajo también su atención, el descomunal negocio que hizo Estados Unidos en la
Segunda Guerra mundial, a la que bien calculado, se abstuvo de tomar parte por el
compromiso que tenía con Hitler y se entretuvo con Japón. Todo salió conforme a lo
esperado, pues en plena guerra ya hacía números y fundaba el Fondo Monetario
Internacional y el Banco Mundial de Comercio, y con la imposición del dólar como
única divisa transferible en todos los países, y sólo el dólar como única moneda
convertible en lingotes de oro; se apoderaba de Europa y del resto del mundo.
Después de compararlo con el Imperio Inca, con el Imperio Romano y con todos los
que florecieron a su tiempo, dedujo que ni todos juntos en toda su existencia, habrían
ocasionado tantas víctimas como él solo. Sin embargo, se consoló con la creencia que
su imperio superaría el tiempo del Imperio Inca, pero de ningún modo alcanzaría el
del Imperio Romano. Para llegar a estas conclusiones, se basó en que por todos lados
se estaba haciendo enemigos, acaso pequeños pero seguramente muchos.
El buen concepto que tenía de Estados Unidos se derrumbó y mientras más leía se
pulverizaba. Lo que hasta entonces escuchó, “el hermano mayor”, “el defensor de la
democracia”, “el guardián de la Paz”, le pareció una farsa y sintió compasión por sus
profesores, a quienes disculpó porque creyó que quizá lo decían contra su voluntad.
Naldo era muy joven para entender toda la trama, muy joven para andar en los
vericuetos políticos. Una cosa lo tuvo bien clara, seguramente aprendería las
lecciones, pero acaso no las tomaría por ciertas.
**********
Una tarde, después de haber cumplido la tarea sabatina, Naldo se bañaba en el
arroyo, cuando apareció un hombre desconocido y saludándole, se zambulló a su
lado:
-Buenas tardes- saludó
-Buenas tardes- fue correspondido.
Naldo lo observó con disimulo. Tendría unos veinticinco años. Tenía la tez curtida, el
pelo largo y algo ondulado, ojos ávidos, cuerpo fibroso, espalda ancha y más larga
que sus piernas.
-Está rica el agua- dijo después de echar un chorro por la boca.
-Aquí, el agua es rica hasta en invierno- asintió Naldo.
-¿Vives en el pueblo?-Sí, en un cuarto junto al pesebre-¡Ah!, como el Niño Jesús-Sí, pero no soy bueno como él-¿Vives solo?, entonces-Sí, creo que es mejor vivir solo, que con gente que no entiende-Eres muy joven para estar desengañado de la gente-No es desengaño, es otra cosa, es decir... una larga historia-¿Sabes, Chino?, yo también me hice solo y aprendí malas costumbres. Si estás solo,
en pueblo chico, la gente se compadece de ti y te ayuda; pero en ciudad grande, quizá
te ven pero no te miran y te abandonan a tu suerte. La vida es dura, chino, la vida es
dura... yo lo séHablaron con confianza. El hombre frío de apariencia resultó cálido de
sentimiento. Naldo se vistió con calma sin secarse el cuerpo, mientras seguía
hablando con el forastero.
-Te vas, chino...-Sí, ¿y tú?-...También-.
-¿Estás aquí de visita?-No, de pasada-¿A dónde?-Por allí...-.
Naldo entendió que el hambre se reflejaba en su rostro y que necesitaba desahogarse
un poco, por lo que le propuso:
-Si quieres, te invito a comerEl hombre suspiró como aliviado y luego preguntó:
-¿Tienes comida para mí?-Podemos compartir la mía- le propuso Naldo
El forastero meditó un tanto y trató de explicar:
-Chino... te agradezco la intención, pero... es mejor si tú te vas a comer y yo sigo mi
camino-.
Naldo entendió ese lenguaje.
-Primero vamos a comer y después sigues tu camino- le dijo.
Se dirigieron al cuarto y el forastero comprobó que en realidad, vivía en un cuarto
de adobe rústico con puertas de varillas de hierro junto a un pesebre.
Cuando Naldo trajo la comida y se disponían a comer, una voz interrumpió quedo:
-Naldo, ven- lo llamó-.
Después de hacer una seña de espera y calma al forastero, Naldo acudió al llamado
mas pronto regresó y le dijo:
-Métete en el armario y no salgas ni te muevas hasta que yo te avise-.
Y sin mayores explicaciones, se fue. El forastero se envolvió en una manta y hecho
un ovillo se metió en el armario. Justo a tiempo, reconoció la voz de Naldo a la
puerta.
-Sí, jefe, un hombre llegó al arroyo cuando me estaba bañando, después caminamos
juntos por la calle ancha que atraviesa el pueblo. Yo entré aquí para comer y él siguió
su camino...-Escúchame bien, jovencito, ibas a comer, aquí hay un plato y dos cucharas-Es que íbamos a comer dos, jefe...-Y dónde está el otro?-Se fue en cuanto me interceptaron, ustedes lo vieron... si quieren, pueden
preguntarle-¿Sabes a dónde fue el que estuvo contigo en el arroyo?- siguieron preguntando
-No me lo dijo, pero arrumbó con dirección a Infiernillo-Al infierno lo vamos a mandar en cuanto lo agarremos-.
Los gendarmes se miraron y asintieron; sin embargo, de repente, uno miró debajo del
catre y otro abrió el armario. A Naldo se le fue el alma un instante, pero la recobró
cuando vio dentro un montón de mantas ordenadas.
-Que tengas buen provecho- le dijeron extendiéndole la mano -Te has salvado de una
buena, ese sujeto de mal vivir se evadió de la cárcel; pero ya casi lo tenemos- luego
se marcharon.
Después que los guardias se fueron, Naldo los siguió a prudente distancia y
cuando vio que se encaminaron a Infiernillo, regresó al cuarto.
-Puedes salir- dijo abriendo la puerta del armario.
El forastero salió disparado, como corcho que sale de una botella de champán
agitada. Salió rojo, morado, negro, de todos los colores. Salió sancochado, empapado
de sudor y con la lengua seca. Cuando recuperó el habla le dijo:
-Gracias, Chino, esto no lo voy a olvidar, alguna vez te corresponderé-No te preocupes y come-.
El almuerzo estaba ya frío, mas comieron con ganas.
-¿Naldo, te puedo seguir llamando Chino?-Sí, claro. ¿Y cómo te puedo llamar yo?
-Chato, mi gracia es Chato, pero mi nombre es Rafael Fiestas-.
Naldo entendió que Chato tenía una historia por contar.
Rafael Fiestas le narró cómo había llegado a ser gavilán de alto vuelo. Todo
empezó cuando en una aldea que no figuraba en mapa alguno, de niño vivía con sus
padres y sus dos hermanos menores. Su madre era enfermiza, pero su padre parecía
haber sido hecho contra toda enfermedad; mas un día, su padre desapareció sin dejar
huella. Le esperaron y siguieron esperándole, pero no apareció y nadie dio razón de
él. Rafael empezó a cazar palomas y cuando no lograba una, se alzaba con las
gallinas de los vecinos.
Su madre, aunque joven todavía, no pudo con los tres, pronto se volvió anémica y
adelgazó tanto, que hasta sus carnes le abandonaron. En esas condiciones,
amamantaba a los dos pequeños, pero no pudo evitar que el último se le muriera.
Pensó que de quedarse en la aldea, quizá no moriría de hambre pero seguramente de
vergüenza, por lo que emigraron a la ciudad. Para colmo, una pulmonía fulminante le
dio el golpe fatal. Cuando el cadáver de su madre fue recogido por una camioneta de
la Facultad de Medicina, Rafael Fiestas, de siete años, se quedaba a cargo de su
hermano Pedro de tres.
Rafael Fiestas andó de arriba abajo y de abajo arriba con su hermano a la nuca, pero
el hambre y el frío de agosto le hizo creer que éste, era demasiado pequeño para vivir
a la intemperie. Algunas veces tenía que pelearse con otros niños callejeros, otras
eran corridos por los vecinos cuando merodeaban cerca de sus casas; por lo que
concibió la idea de encargar por un tiempo a su hermano. Les aclaró que no lo dejaba,
que no lo regalaba, que no lo abandonaba, que lo encargaba hasta que él volviera para
pagarles el servicio. Los que habitaban la casa accedieron. Rafael, nunca olvidaría la
carita de Pedro cuando se despidieron por primera vez y en definitiva, porque
después de unos días, la familia se marchó de la casa llevándose a su hermano con
rumbo desconocido.
En unas semanas, Rafael había experimentado de todo: Se había peleado a diario,
había matado tantas ratas como zancudos, había aprendido a inhalar terocal, había
hecho de burrito para pasar cocaína, había robado todo cuanto pudo y andaba rayado
de cicatrices. Pero como no había tenido en cuenta los días, el tiempo le dio la
sorpresa más dura de su vida. Cuando fue por Pedro, en la casa vivía otra familia y
nadie le dio razón de la que se llevó a su hermano.
Naldo escuchó que al detener la historia, el corazón de Rafael golpeaba su pecho
como si quisiera salir y vio que sus ojos se inundaban de líquido incontinente. Lo
entendió, Rafael necesitaba un hombro para apoyarse y llorar.
-¡Mi hermano, Chino, mi hermano!...- decía sollozando -Lo probé, pero no pude, era
yo muy chico, muy chico... ¿dónde estaba Dios?- se desahogaba -.
Naldo lo abrazó fuerte.
Después de que Rafael recuperó la calma, le contó cómo y porqué había llegado a
Guadalupito. En verdad, se había escapado de la cárcel. Sin embargo, le prometió que
por sobre todo le sería fiel y que en cuanto arreglara su situación, volvería al pueblo
para radicarse como gente normal.
-Cuando prometo algo, lo cumplo- le dijo y se marchó al reflejo de la Luna.
Unas semanas después, Rafael volvió totalmente cambiado. Vestía ropas nuevas y de
buena calidad. Esperando que Naldo llegara del colegio, se había contactado con un
grupo de jóvenes. Rafael había arreglado su situación con el producto del “trabajo”
que le costó la cárcel. Hizo poner comida y bebida a disposición, después se marchó
prometiendo que volvería para quedarse.
**********
En diciembre, el tiempo de colegio llegaba a su fin. Todo el quinto grado se
preparaba para la fiesta de promoción a la que había que darle un nombre. Podía ser
una frase célebre o de algún personaje histórico. Hubieron varias propuestas, pero
antes de empezar la elección, para sorpresa de todos, Naldo se puso de pie para decir:
-Compañeros, hubo un hombre ejemplo de hombres. Un hombre que en lugar de
disfrutar la vida, la sufrió por defender sus ideales. Un hombre cuyo asesinato en vez
de matarlo, lo haría vivir a través de los tiempos. Un hombre que al convertirse en
mito, sirve de inspiración a los que sienten y de estandarte a los que luchan. Un
hombre que no figura en la historia oficial, pero que la gloria guarda celosamente su
nombre. Ese hombre fue y es: Ernesto “Che” Guevara-.
Todos escucharon en silencio y en silencio quedaron mirándose después de que
dejó de hablar. Hasta que dijo el tutor:
-Entonces… ¿agregamos un nombre?La mayoría aceptó y corroboró en la elección, sólo que el hecho escandalizó al
colegio y al distrito, dejando mucho que decir en toda la región. Hubieron varios
intentos de persuasión, mas los alumnos se ratificaron en su decisión.
Pero Naldo, por haber buscado camorra hasta en las jóvenes, nadie se ofrecía a ser su
pareja para la fiesta de promoción. No le preocupaba, pues no le gustaba bailar ni
tenía dinero para comprar la ropa de gala. Javier le dio otra muestra de franca
amistad, le ofreció proporcionar el dinero para la ropa y pedir a su hermana que fuera
su pareja de baile. Naldo aceptó la última propuesta, la primera, él mismo lo
arreglaría. Sus amigos en Guadalupito, se encargaron de conseguirle un pantalón
marrón oscuro y una camisa palo rosa.
La fiesta fue amena, todos estaban alegres y hasta Naldo se olvidó de sus cosas y
formó parte de la bomba. Tarde, apoyándose en un pilar por no poder sostenerse en
sus pies, dijo pausado pero claro:
-Mañana, iré, al ejército-.
Para unos fue una sorpresa, nunca tuvo buenas referencias de los militares; para otros
una arenga que había que celebrar. Algunos, contagiados por la euforia, se ofrecieron
a acompañarlo.
-Mañana, a medio día, a las doce, en el Cruce-.
La fiesta duró hasta el amanecer. Naldo sólo tuvo tiempo para despedirse de sus
amigos y de Amalia a quien le dio los últimos gladiolos rojos, y se fue llevándose
todas sus pertenencias puestas. Llegó al Cruce un poco antes del medio día. Esperó y
siguió esperando por los que dijeron que vendían; pero a media tarde entendió que no
llegarían. Se informó de los cuarteles cercanos al norte y al sur. Iría al que la suerte lo
llevara. El primer chofer que aceptó su ayuda a cambio de transporte se dirigía al sur.
En el cuartel, le indicaron donde debía esperar. Un patio con cientos de jóvenes
congregados. Unos estaban contentos y lo reflejaban en sus rostros, otros tristes y lo
reflejaban en sus rostros también. El malestar estomacal le distraía el hambre, el dolor
de cabeza le aliviaba la preocupación y la novedad impedía que sus ojos se cerraran.
Si no hubiera sido porque todo era desconocido y hasta parecía irreal, habría caído
desplomado de cansancio. Ya tarde, el hambre y el frío lo seguían manteniendo en
pié.
Al comienzo de la noche, después de la cena los separaron en dos grupos. Los
Llamados, seleccionados desde los registros ciudadanos a un lado y a otro los
Voluntarios, aceptados para cubrir las plazas de los Llamados que no se presentaron.
Necesitaban sólo quinientos reclutas, Naldo estaba entre ellos. Por la madrugada,
partirían a la frontera norte.
Naldo ocupó la plaza doce del séptimo vehículo y se fue por la misma carretera que
vino. Al pasar por el Cruce, echó una ojeada y vio algunos conocidos. Cuando
empezaba a meditar sobre la decisión tomada escuchó unos gritos que pronunciaban
su nombre:
-¡Naldo! ¡no te vayas! ¡no te vayas!...Sorprendido, miró a su costado. Era el camioncito que todos los domingos,
transportaba a la gente de Guadalupito a la ciudad. Empezaron a llamarle las mujeres
y después también los hombres, no uno ni dos ni tres, todos le pedían que no se fuera
y las mujeres lo hacían con lágrimas.
Pero el convoy ya había dejado atrás al camioncito y las voces se perdieron entre los
golpes del viento y el ruido de los motores.
Por primera vez, Naldo se hizo un concepto de sí mismo y a pesar de reconocer sus
faltas, concluyó que si la gente le pedía que no se fuera y hasta lloraba por él,
seguramente no era malo. Sintió alivio que aunque a distancia, sobrellevaran sus
cosas y esto le ayudó a recobrar fuerzas para soportar lo que vendría, porque regresar
pronto, se tornaba talvez imposible.
SERVIR A LA PATRIA
El convoy cruzó el desierto en las horas que el Sol abrazaba con más fuerza. De
madrugada, arribó a la base de la Octava Región Militar. El cuartel era como un
moderno pueblo estrictamente organizado entre el mar y el desierto. Soldados por
todas partes, oficiales a menudo, uno que otro civil y ninguna mujer. Naldo notó que
no era el mismo de dos días atrás, que su mundo tomaba otras dimensiones. Pero no
tenía tiempo para meditar, todo estaba limitado al que daban los militares.
-¡Reclutas!. ¡¡Atención!!- tronó la voz de un oficial.
Un murmullo sordo emanó de la muchedumbre sosa y desconcertada.
-¡Los reclutas están demasiado lentos!. ¡Sargentos, se los regalo media hora!continuó y se perdió en un local contiguo que sobre la puerta se leía “Cantina”.
Más rápido que a prisa, los sargentos formaron veinte grupos de veinticinco reclutas
y más que explicar, al unísono advirtieron:
-¡Reclutas, pongan atención!. ¡Este es el ejército, aquí sólo hay hombres, y los
hombres que hemos venido aquí, no hemos venido a cultivar flores sino a portar
armas! ¡Hemos venido a servir a la patria!-.
Después de mirarse un instante para coordinar gritaron:
-¡Cuento tres, y se quedan en calzoncillos!- y empezaron a contar -¡Uno!... ¡dos!...Antes de que los sargentos terminaran de contar, todos estaban en calzoncillos.
-Como los reclutas están fríos, van a entrar en calor, a la voz de tres, dan una vuelta a
la Cantina. -¡Los tres últimos mueren!. ¡Uno! ¡dos! ¡tres!-.
En cuanto los reclutas salieron disparados, los soldados entreveraron sus ropas y sus
calzados. Como si hubiesen sido entrenados, al regresar, formaron estrictamente las
filas sin importarles el desorden de las prendas.
-¡Bien, reclutas, bien!; pero los últimos tendrán que pasar callejón oscuro-.
Y molieron a golpes a los tres últimos.
Después de las ranas, los canguros y las planchas, el oficial volvió a dirigirse a los
reclutas; mas cuando apareció un jeep pintado entre verde, marrón y gris, los puso en
atención y se presentó al oficial que bajaba del vehículo.
-¡Los reclutas sin novedad, mi teniente!- rugió.
-Continúe alférez- correspondió al saludo el teniente y luego dio instrucciones a su
escolta.
El teniente y los cinco sargentos, vestían ropas camufladas, tenían el cuello cubierto
por una pañoleta negra y la cabeza por una boina del mismo color con un escudo
dorado a la izquierda. Al costado de la pierna derecha, llevaban un cuchillo
encorvado de doble filo con punta endentada y colgado a la espalda, un fusil
automático hecho un paquete pequeño. Su vestimenta y sus maneras, marcaban la
diferencia con los demás militares.
Después de que el teniente pasó revista, se dirigió a las oficinas acompañado por
un sargento, los otros cuatro, se quedaron para tomar el mando.
-¡Reclutas!, !atención!- retumbó la voz de uno –¡La Compañía Alfa necesita cien
tigres que sean capaces de estrangular a su madre por servir a la patria!-.
La petición fue dura y seria y más, si así era la teoría peor debería ser la práctica; pero
en la mayoría pudo más el deseo de lucir esa vestimenta que las consecuencias de la
decisión. Pronto, cien jóvenes formaban aparte. Después de que el teniente dio su
visto bueno, los cien escogidos arrumbaron a la Compañía Alfa cantando los números
a paso ligero:
-¡Uno dos!-¡Tres cuatro!-¡Cuatro tres!-¡Dos uno!...En un momento, Naldo sopesó la decisión. Midió sus fuerzas, sus deseos, sus
posibilidades. Aún no se había trazado metas ni sabía lo que quería ser ni hacer; lo
que sí sabía, era que de donde estaba metido, no saldría antes del tiempo
determinado. Tuvo en cuenta lo que había dicho el sargento y no le quedaba duda. La
madre para muchos hijos era el ser más querido, para unos casi sagrada; pero ahora,
el amor por la madre estaba por debajo que el deber por la patria, si ella estaba de por
medio se le podía agredir sin limitaciones. En fin –pensó- la patria podía estar llena
de madres.
La Compañía tenía como base un fuerte construido entre arena y mar, un lugar
estratégico desde donde se podía vigilar la costa a cientos de kilómetros. Tenía un
muelle al que estaban anclados unas lanchas de pesca y dos enormes barcos a los
costados, en los que las letras negras decían: “Compañía Internacional de Petróleo”.
El panorama era precioso y más al crepúsculo en cada puesta de sol.
-¡La Compañía Alfa necesita sólo de hombres que tengan los huevos bien
puestos, de predadores, de hombres que sean capaces de pelear contra la muerte y
ganarle! ¡Necesitamos treinta hombres que sean jaguares en la selva, serpientes en el
desierto, pumas en la montaña, tiburones en el mar y águilas en el aire!- arengaba el
abanderado a modo de instrucciones.
Los trescientos metros de muelle, resultaron de ida demasiado cortos para sopesar las
cosas y muy largos de vuelta para cruzarlos a nado. En la punta, los reclutas
recibieron la última instrucción antes de saltar, mientras veinticinco anfibios en cinco
botes de goma esperaban en el agua.
-¡Los treinta primeros se quedan en la compañía!- se escuchó.
Los jóvenes procuraban alcanzar la playa a manotazos. Unos, como Naldo, sólo
habían visto unas veces el mar, mas nunca habían probado su sal. Otros, se habían
bañado tantas veces en la playa; mas nunca habían tenido que nadar detrás de las
olas. Pero uno restó a los noventinueve todo chance, alcanzó la playa rompiendo
todos los records y dejó perplejos a los monitores. Causó tanta impresión, que
mientras sus compañeros, se esforzaban por no hundirse, él recibía reverencias de los
antiguos.
Fue impresionante ver a la mayoría de jóvenes completamente mareados, no sólo que
no podían mantenerse en pié; sino que voceaban más que papagayos sin saber de qué.
Naldo llegó en el puesto veinticinco, malo, pero suficiente para quedarse. Los setenta
últimos, retornaron pronto al cuartel de donde vinieron.
Después de recibir vestimenta de segunda mano, los reclutas formaron en el patio
de la compañía. Todas las miradas estaban puestas en el que deslumbró a todos; mas
a la hora de la presentación, cuando le tocó su turno, dejó escuchar una asombrosa
voz:
-Soldado, Castañeda Moreno José Antonio-.
No era una voz ni de niño ni de mujer ni de marica, era una voz completamente
desentonada, que fue acompañada de una leve risa huérfana de toda gracia.
Luego de un silencio, el sargento se le acercó.
-¡Preséntese de nuevo!- le gritó entre desconcierto y mal humor.
-Soldado, Castañeda Moreno José Antoniooo- obedeció.
-¡Soldado Castañeda! ¡¡ruga!!- gritó el sargento enrojecido.
-Aaahhhhhhgg-¡Mierda, tiburón, más fuerte maúlla un gato!- lamentó el sargento.
Sin murmullo como preámbulo, las carcajadas se hicieron eco en los gruesos muros
de concreto.
-¡Sargento!- se escuchó la voz del teniente- ¡Como los tiburones no rugen, que
aprendan con gárgaras de arena!-.
Los soldados antiguos se inquietaron, sabían lo que era eso. Inmediatamente después
de la presentación, fueron conducidos a la playa. Castañeda fue el primero. El
sargento le hizo gritar lo más fuerte y prolongado que pudo, mientras cogía un
puñado de arena y lo echaba de a pocos en la boca. Desesperado, Castañeda sintió
que la arena le desgarraba la garganta y le raspaba las fosas nasales. Con los ojos
apelmazados, vomitaba sangre granulada.
Después de que todos hicieron las “gárgaras”, tuvieron que sufrir los más duros
castigos. Quedaron molidos y bajo estricta vigilancia. Esa noche no obstante, sin
medir las consecuencias, desaparecieron dos soldados. De madrugada, llamaron a
formación. La orden del oficial de día fue clara y concreta:
-¡Los traen a cualquier costo, o toda la guardia muere!-.
Pronto, sargentos cabos y rasos, se presentaban voluntarios con pertrecho de
combate.
Más fue el alboroto que la acción. Una Docena de soldados expertos contra dos
desesperados desertores. La contienda fue desigual y luego traían a los dos tan
callados y quietos que no daban signos de vida. El jeep sólo se detuvo en la compañía
para que el mayor diera su visto bueno y siguió rumbo a la morgue.
Los reclutas fueron sometidos a extremas medidas de seguridad. Cada día, a las
ocho de la noche, las puertas de la cuadra se cerraban bajo llave y les quedaba
prohibido incluso satisfacer sus necesidades corporales básicas. Junto al camarote de
Castañeda, hicieron un hueco de apenas un centímetro de superficie, de modo que
apuntando bien, el chorro de orín se perdía en su interior.
-Con puntería... con puntería- se escuchaban susurros insistentes.
Unas noches después, el sargento monitor gritó al entrar en la cuadra:
-¡Aquí huele a mierda!- y en seguida pasó revista.
Castañeda fue de nuevo el primer sospechoso. Por fortuna para él, el hueco no fue
descubierto porque la baranda del camarote lo cubría. Revolvieron su taburete,
husmearon todas sus cosas y le ordenaron bañarse a la cuenta de tres.
Pero la revista siguió incluso hasta después de encontrar la cusa del hedor. Ubicaron
en el centro al cuestionado, quien no habiendo podido aguantar, había defecado en su
casco de acero envolviéndolo con todo lo que pudo; mas no tuvo tiempo para
deshacerse del meollo del asunto.
-¡Si tuviste valor para cagar en tu casco, tendrás valor para comer tu mierda!- le gritó
el sargento.
Y mientras los demás miraban en atención, el recluta Méndez Meléndez Miguel,
rugiendo como tigre carroñero, comía sus excrementos.
El domingo, los reclutas pudieron ser visitados por los suyos. Antes fueron bien
adiestrados.
-¡No es una amenaza, sino una advertencia!- aclaró el monitor -¡El que se queja o
llora, muere! ¡¿Entendido?!-.
Y se prepararon desde temprano. Ya listos, el sargento de día pasó revista. Tomó un
pequeño papel y lo pasó por la barbilla de los reclutas, todos resultaron mal afeitados.
Además de que algunos no tenían la ropa o el calzado en orden y no tenían la
suficiente serenidad, nadie resultó apto; pero luego de una hora, todos estaban listos.
En la mayoría se notaban signos de alivio y los que no tuvieron visita, fueron
agrupados y tratados como gente. Entonces tuvieron unas horas de tranquilidad y
mientras unos compartían ese tiempo con los suyos, otros intercambiaban anécdotas o
experiencias entre si. Por esas cosas que parecen arte de magia, después de la visita,
cinco reclutas se vestían de civil y partían para no volver, cinco más lo harían en el
lapso de la próxima semana.
Un recluta se abandonó en los ejercicios acuáticos y se ahogó al menor descuido
de los monitores. Otro, convencido de que sus posibilidades de desertar eran nulas, se
destrozó el pié de un tiro; sólo entonces el dolor lo hizo rugir como un tigre. Y otro,
abandonaba la formación con toda serenidad, la guardia pudo detenerlo pero sólo le
hizo el alto dos veces, a la tercera le advirtió:
-¡Alto o disparo!-.
El recluta hizo caso omiso a la advertencia, osadía que le costó la pierna izquierda.
***********
Al mes, de los treinta escogidos, sólo quedaban catorce, de los que uno, Castañeda
Moreno José Antonio, parecía ser de otra especie. En tierra era un mequetrefe que ni
podía ponerse en atención, pero en agua era piruetero como delfín y veloz cual
tiburón. Se paseaba en el fondo sin botella de oxígeno ni cinto de pasas, pescaba a
mano pulpos, cangrejos, langostas, morenas y más sorprendente aún, se quedaba
dormido flotando en el agua.
De sonrisa más que desganada, Castañeda tenía pómulos sobresalidos, ojos pequeños,
boca grande, nariz aguileña y tez curtida. Su tronco de pesista y sus piernas de
desnutrido, divulgaban que tenía los pulmones más grandes que los demás órganos
juntos. Con los dedos de sus pies era tan hábil como con los de sus manos. De lejos,
se parecía más a simio que a hombre y de cerca, tenía más de payaso que de militar.
Un día lo hicieron cantar. Más melodía había en el grito de un pavo que en la voz
de Castañeda; sin embargo, sus versos tenían que haber sido compuestos por alguien
de sentimientos tan profundos como el mar.
Marinero, marinero, marinero.
¿Quién te enseñó a nadar, marinero?,
¿fue la corriente del río, marinero?,
¿fueron las olas del mar, marinero?.
Te pregunto por esto, marinero,
porque ella se fue por mar, marinero,
porque debo buscarla, marinero;
mas no sé nadar ni navegar, marinero
Marinero, marinero, marinero.
Tú que siempre navegas, marinero,
que de soledad entiendes, marinero,
te pido si la vieras, marinero:
Dile que aún la quiero, marinero,
dile que aún la espero, marinero,
dile que si no vuelve, marinero;
moriré de pena por ella, marinero.
Los oyentes comenzaron riendo por el desentono de Castañeda y terminaron
envueltos en la melancolía de los versos. Cuando le preguntaron dónde y de quién
había aprendido la canción, no sabía qué responder, unas veces decía que la había
aprendido de la radio, otras de los viejos del lugar. Lo cierto era que Castañeda, lo
único que sabía era que había nacido entre el mar y el río, y que había aprendido a
nadar antes que a caminar. Desde entonces, contra toda lógica, le llamaron “Tigre
Marinero” y lo hacían cantar hasta sus compañeros de promoción, accediendo con su
incomparable sonrisa.
Después de unas semanas, los reclutas estaban listos para la marcha de campaña.
Con toda la indumentaria de guerra, se internaron en el desierto. Una cantimplora con
un litro de agua, debía ser suficiente para toda la semana; si faltaba, había que
ingeniarse para proveerse del líquido elemento. A media tarde, al Tigre Marinero se
le ocurrió echarse un trago en la formación, todos tuvieron que vaciar sus
cantimploras en la arena y soportar el castigo doble a la falta.
Por la noche, Naldo sintió terrible sed. Vio dónde puso su cantimplora el monitor y
de madrugada, la dejó vacía. Contrario a lo que era de esperar, el monitor no tomó
represalias y parecía que hasta le gustó que el agua hubiera desaparecido como si se
hubiese evaporado.
En cuanto empezó a abrazar el sol, el monitor los condujo a un oasis. Un chivo
desviado de la manada y abandonado por la suerte, saboreaba tranquilo la algarroba.
-¿Visto el chivo? ¡A la cuenta de tres me lo traen!- rugió el sargento.
Los reclutas lo rodearon y se le abalanzaron como predadores. Tapándole el hocico,
lo llevaron a reportar bien cogido por las patas y por los cuernos.
-¡Recluta que se queda sin pedazo de chivo, muere!- se escuchó.
El cuadrúpedo fue destrozado antes de que empezara gritar. Luego de tomar la sangre
y comer unos trozos de carne cruda, asaron el resto y lo compartieron con los otros
grupos.
A la semana de supervivencia y las respectivas pruebas de valor en aire, agua y tierra,
los flamantes comandos estaban preparados para cumplir cualquier misión; desde
estrategias de avanzada y retirada, hasta acciones de sabotaje y aniquilamiento
selectivo. Todo salió conforme a lo esperado y sólo hubieron unos heridos. Naldo,
con los músculos duros, el físico inmejorable y un fusil automático a la espalda, se
sentía capaz de todo.
Cuando volvieron de la marcha, los reclutas fueron felicitados por toda la tropa y
aceptados como miembros de las Fuerzas Especiales. Firmaron un contrato en el que
se comprometían a servir a la patria hasta las últimas consecuencias, a la vez que el
ejército, se comprometía a asegurar sus ingresos y a responsabilizarse de sus actos
por el lapso de dos años a partir del término del servicio. Los soldados recibieron sus
armas automáticas, fueron adiestrados en diferentes aspectos y se les confió
información confidencial del ejército, al Tigre Marinero también. Después de firmar
los documentos, hubo un brindis y muchos se pasaron de copas.
-¡Desertó Castañeda!-.
El rumor cayó como un bombazo en la Compañía y mientras unos se resistían a
creerlo, otros se preparaban para salir en su búsqueda. Pero Castañeda había estado
allí, con su desganada sonrisa, rayando la canción del marinero, tambaleándose más
que los borrachos y sacando más panza que pecho. Había estado allí, firmando su
contrato, riendo y haciendo reír a los demás. Lo llamaron y lo buscaron por todas
partes menos en el baño.
Por fortuna, precisamente antes de que las patrullas salieran a buscarlo, se escuchó la
contraorden.
-¡Firmes! ¡El Tigre Marinero no ha desertado!-.
Habían encontrado a Castañeda dormido con el culo pelado sentado en la taza del
baño. No lo castigaron, porque hasta causó gracia su falta. Desde entonces se
convirtió en el hazmerreír de todos, pues era la caricatura de un soldado que todo
tenía de pescador y nada de militar.
En esos días, el Jefe del Estado Mayor del Ejército, estaba de visita en la Octava
Región. Saliendo del protocolo, con ropa de verano como acostumbraba andar en las
islas caribeñas a donde iba de vacaciones, el general decidió visitar de incógnito un
domingo la Compañía Alfa. Con toda su comitiva también vestida de verano, se
dirigió primero al muelle, donde los pescadores y los trabajadores de la compañía de
petróleos, le hacían venias a distancia.
El muelle siempre estaba resguardado por dos soldados expertos; pero esa vez por
coincidencia sólo por uno, y menos todavía, por el novato y chorreado Tigre
Marinero.
-Alto- maulló y exigió identificación a toda la comitiva.
-Soldado, ¿usted no me reconoce?- le preguntó el jefe militar.
El oficial de día en esa ocasión era por coincidencia el teniente Leoncio Rivas
Moreno, el mismo que escogió a los reclutas, quien vino a paso ligero y cuadrándose
se presentó:
-¡Permiso mi general! ¡La Compañía Alfa sin novedad!-.
El general, mirando de reojo a Castañeda, accedió al reporte aceptando la
compañía del teniente y en vez de preguntar, cómo era posible que un mequetrefe
podía servir en una fuerza especial, comentó:
-Me gustaría comer un cebiche de pulpo y un chupe de langosta, en el norte tienen
mejor sabor-.
El teniente obtuvo justo lo que esperaba, para distraerle del chasco y con perspicacia
militar le dijo:
-Mi general, le voy a demostrar que un alfa lo puede todo- y llamó:
-¡Castañeda, a mí!-.
Para asombro del jefe militar, el Tigre Marinero acudió torpe como pingüino, pero a
la carrera.
-¡El general quiere un pulpo y una langosta, ¿entendido?!
-Entendido mi teniente- contestó sacándose la ropa y al acto se lanzó al agua.
El teniente, notando la intriga del general, le aseguró:
-Mi general, hoy comerá usted, el cebiche y el chupe más sabrosos de su vida-.
Y después de unos minutos, Castañeda salía a la superficie mostrando un pulpo en
una mano y una langosta en otra. El general asintió con la cabeza y dijo sonriendo al
teniente:
-Esa langosta y ese pulpo, se me quedarán entre las muelas-No se preocupe mi general, que usted y todos sus convidados, quedarán con el
estómago bien lleno- aseguró el teniente.
Luego de recibir las felicitaciones del general, el teniente ordenó a Castañeda seguir
pescando. Después, con las manos llenas de pulpos y langostas, el general posó para
ser fotografiado junto al Tigre Marinero.
Las decenas de pulpos y langostas aún vivos, fueron llevados al “Huequito”, así
llamaban a la casa que no era un restaurante; pero que atendía pedidos en especial de
los militares y de la compañía de petróleos. La sazón y el trato de su propietaria, se
había extendido boca a boca hasta hacerse la fama que merecía. Cuando llegó la
comitiva, la dueña de casa, entre nerviosismo y entusiasmo por la visita del militar de
tan alto rango y su numerosa comitiva, le dijo:
-Disculpe general, aunque la casa es chica, el corazón es grandeEl general la miró sonriente y palmeándole el hombro correspondió:
-No se preocupe Doña, que aquí entramos todos, y entre todos la armamos, y ojalá
que la olla, sea más grande que el corazón-.
***********
Un sábado por la noche, después de mes y medio del arribo, los soldados fueron
sorprendidos por una orden que les hizo recordar el duro tiempo que ya habían
superado.
-¡Soldados, atención!. ¡Los soldados están fríos, habrá que calentarlos-.
Haciendo que se desnudaran por completo, al sargento se le escapó una carcajada.
Formó dos filas de siete, se ubicó en el centro, los hizo girar a la derecha y tuvo siete
filas de dos.
-¡Con los segundos, un paso hacia adelante!- ordenó.
Los primeros se inquietaron al sentir que los penes de los segundos rozaban sus
nalgas. Pero lo peor fue cuando escucharon:
-¡A la voz de uno se ponen en posición de escuadra, a la voz de dos en posición
normal! ¿Entendido? ¡a comenzar!. ¡Uno! ¡dos!, ¡uno! ¡dos!, ¡uno! ¡dos!...¡Firmes, media vuelta a la derecha, derecha!- a su orden, los primeros quedaron
segundos y los segundos primeros. Y siguió:
-¡Uno! ¡dos!, ¡uno! ¡dos!, ¡uno! ¡dos!...-.
Después los llevó desnudos cantando y rugiendo a paso ligero por todas las cuadras y
cada diez minutos, dejaba uno en el cuarto contiguo al policlínico. Allí había una
prostituta gorda como una foca rumiando chicle como una vaca.
Un día, el Abanderado, creyendo romper el mito que estaba produciendo el Tigre
Marinero, se fue de pesca con el grupo más experimentado de la Compañía. Mar
afuera, donde Castañeda aún podía pescar sin accesorios, bajó en las mismas
condiciones acompañado por dos soldados con equipo completo de buceo. El
Abanderado se caracterizaba tanto por su aptitud militar como por su tino de civil;
pero ésta vez, acaso la fatalidad le urgió a cometer la primera falta que resultó ser la
última. El oxígeno de sus pulmones, sólo le alcanzó para bajar.
Nada habría pasado si hubiera salido a tiempo y en oblicuo como siempre indicaba a
los aprendices; pero el estampar sus huellas en el fondo del mar en esas condiciones,
lo pagó demasiado caro. No tuvo tiempo para más y de repente, pretendió alcanzar la
superficie. La alcanzó, pero con los pulmones reventados echando sangre por boca,
nariz y oídos. Quiso decir algo, pero no pudo articular palabra y aferrándose a sus
compañeros, expiró.
Un domingo, muy temprano, el sargento de guardia entró sorpresivamente a la
cuadra y ordenó.
-¡Allende Villar, cámbiese que tiene visita!-.
Naldo pensó un instante. Sabía que nadie le visitaría, por tanto, descartó la
posibilidad. Creyó que la visita era para uno de sus promociones que por coincidencia
tenía sus apellidos invertidos.
-No es para mí, sino para Villar Allende, mi sargento- dijo
-¡Firmes!- corrigió el sargento-¡Villar Allende, cámbiese, que tiene visita!-.
Acostumbrado, Villar Allende se puso apresurado ropa de visita, pero luego regresó
desilusionado.
-¡Allende Villar, cámbiese que tiene visita!- repitió el sargento.
Naldo se cambió intrigado. En realidad, tenía visita. Su profesora lloró cuando lo vio.
-¡Estás hecho un hombre- le dijo entregándole unas cartas de Rosa.
Después le dio los pastelitos preparados por Amalia y un sobrecito transparente con
un pétalo disecado del último gladiolo que le dio.
Aurora Del Valle, delgada y de buenos modales, se comportó como madre y no como
maestra. Había tenido que trasnochar viajado, sólo para llevar los encargos. Naldo le
agradeció de veras.
Hechos ya a la nueva vida, algunos soldados ascendieron y se hicieron de cargos
de confianza. Naldo, que había hecho amistad con el teniente Leoncio Rivas Moreno,
propuesto por él, obtuvo la proveeduría, lo que le sirvió para hacer buenas relaciones.
Cumplió su misión a cabalidad, de modo que el resto de la oficialidad quedó
satisfecha con sus servicios.
-<Allende, si pasa por Pariñas, se acerca a amortizar la cuentita de mi mujer>- le
pedían los oficiales, hasta hacer conocida la frase.
Los excedentes de la sobrealimentación que por ley correspondía a la Compañía, más
el ingreso de la pesca, aseguraba buen alimento y buena economía para todos.
Naldo se había acostumbrado a salir todos los fines de semana. A veces, salía
desde el viernes por la noche y volvía los lunes de madrugada. Salía siempre con
oficiales, así las cosas eran más fáciles y amenas. Un sábado, después de haber
bebido más de lo debido, decidieron visitar el “barrio rojo”de la ciudad. El teniente
Leoncio Rivas Moreno, apuesto, de buen porte y correcto en lo militar como en lo
civil, pidió a los demás que esperaran un poco mientras el hacía un “pase”.
-Señorita- se le escuchó decir a una meretriz-¿Puede aceptar usted mi compañía?-Claro, caballero, ¿cómo no?- accedió la meretriz entusiasmada por lo singular del
trato
-Bien- dijo el teniente y cuadrándose ordenó:
-¡Compañía!, ¡¡Atención!!-.
Seis meses más tarde, llegaron los nuevos reclutas.
-¡Soldado, vaya usted a la cantina, me trae una cola y un paquete de galletas, y no se
olvide de mi vuelto!- dijo Naldo a uno de ellos.
-¡Comprendido mi cabo!- correspondió el recluta que pronto vino con el encargo.
Naldo tuvo un sentimiento de culpa. Consideró necesario salir de lo común, los
reclutas nada tenían que ver con lo que le habían hecho los antiguos.
-Soldado, diga al cantinero que se ha equivocado y que le ha dado vuelto de más- y le
devolvió el valor del pedido.
-Comprendido... mi cabo- correspondió agradecido el recluta.
Un año después, Naldo se iba de baja. Tuvo tiempo para hablar con el teniente Rivas
Moreno, de asuntos más serios que los personales y los militares, de cuestiones
políticas y de ideales.
-Un día, tendremos la oportunidad de coordinar a otro nivel- terminó diciéndole el
teniente.
Y seguros de que esa oportunidad llegaría, se despidieron.
No sería fácil hacerse de nuevo a la vida civil. Naldo no había pensado en el
futuro, sólo había vivido el presente. No estaba de acuerdo que al petróleo crudo lo
llevaran a Estados Unidos, para que lo traigan refinado veinte veces más caro. No
estaba de acuerdo con el enorme gasto innecesario del Ejército. No estaba de acuerdo
con más cosas.
<Si las balas fueran lapiceros, los fusiles libros, las pistolas cuadernos, los oficiales
profesores y los cuarteles escuelas… sería otra cosa> pensaba. Sabía que las armas
creaban un sentimiento de fuerza y poder, sabía que no había servido a la patria sino
al sistema que la asfixia. Mas, se sentía fuerte y capaz de todo. Creía estar preparado
para afrontar el futuro como viniera y con ese sentimiento, se dispuso regresar.
***********
-Volveré- dijo a sus amistades.
Su deseo era sincero y lo creía necesario, pero con el tiempo perdió el camino de
regreso en los vericuetos de las necesidades, nunca volvería. Hizo escala en cada
ciudad, después de unos días, partía a la próxima, hasta que llegó a la provincia.
Por fin, a varios kilómetros divisaba los pinos de Guadalupito, sintió alegría y
preocupación a la vez. ¿A dónde iría?. Ya no era el niño al que Amalia adoptó sin
documentos, al huerto seguramente ya no lo vería con los mismos ojos, y el cuarto
del pesebre quedaría pequeño o estaría ya ocupado. Amalia se alegró de verlo y le
atendió como antes. Después visitó a sus amigos y todos le ofrecieron cobijo y
comida.
Rafael Fiestas, El Chato, ya estaba radicado y había traído las malas costumbres de la
ciudad, se había hecho mala fama. Naldo le increpó por su comportamiento. Chato le
prometió cambiar, lo que lograría a medias.
Rosa, más linda que siempre, le estaba esperando. Le había sido fiel hasta en el
pensamiento, mientras que él había andado por detrás de las mujeres los fines de
semana. La negativa de su familia no pudo con su determinación y se pegaba a Naldo
sin importarle los comentarios. Para ella estaba claro, era el hombre con quien quería
compartir el resto de su vida; mas para Naldo, Rosa era como una flor más que
manosea el jardinero.
-Mañana iré a la capital del departamento- dijo por sorpresa esa mañana luminosa de
enero.
-Entonces, te vas hoy a ver a tu madre- escuchó de Amalia a quien la consideraba
como tal.
Después de diez años, Naldo partió a Infiernillo.
Infiernillo había cambiado para mal, sus pampas estaban cercadas y cercado
estaba su arroyo. Los árboles tiernos que habían aparecido, no alcanzaban a la mitad
de los viejos que habían desaparecido. No obstante, los que sembró a orillas del
arroyo habían crecido y estaban allí. Allí estaban el guabo, el guayabo y el ciruelo, el
algarrobo, el sauce y el piñón. Allí estaba la grama que había brotado y rebrotando, y
unas cuantas flores resistieron aferrándose a sus retoños. Uno que otro pájaro
revolaban alborotados inseguros de reconocerlo.
Allí estaba Consuelo, su madre. Luego de refrescar el medio día con la frialdad del
encuentro, almorzaron sin saborear. Naldo hizo un reconocimiento de la casa y su
rededor, la hinea y la cañabrava, habían hecho espacio al adobe y a la calamina. Todo
a medio construir.
Se dirigió a casa de Margarita, a quien le había ido peor que a sus demás hermanas.
Ninguno de los tres hijos que tuvo con su esposo, pudo pasar de los dos años y los
tres logrados que fueron de diferentes aventuras, abusaban de su enfermedad y
desatino, así como de la buena voluntad e ignorancia de Sergio Pesantes. Por andar
caminos resbalosos, saltándose el tiempo entre caída y levantada, se le pegó un mal
que ni los doctores ni los brujos pudieron sanar ni determinar lo que era. Su marido
gastó todo su dinero, vendió sus toros, su parcela y todo lo que tuvo; mas no obtuvo
los resultados que esperaba, Margarita sólo empeoraba.
Cuando vio a Naldo, gastó su última energía y le contó todo respecto a Camelia:
Gabriel Allende, abusaba de ella sexualmente hasta que salió embarazada y como no
pudo arreglar el aborto, no tuvo otra salida que pegarse un tiro. Margarita hizo todo lo
que pudo y todo le salió mal, creyendo que no podría con su problema ni con el de su
hermana, dejó que Consuelo se la llevara cuando ya nada se podía hacer por ella; sólo
esperar el momento en que su corazón se resista a cargar con el peso de sus huesos.
Camelia había muerto de soledad, de incomprensión, de pena y de dolor; el mismo
que mata en vida a toda niña maltratada.
Después de narrar la tragedia de Camelia, Margarita se quedó sin voz, Naldo creyó
que se había esforzado mucho, pero que luego la recuperaría, eso también creyó
Margarita y todos, se equivocaron; desde entonces, jamás recuperaría el habla y sólo
se movería en una silla de ruedas.
A Naldo se le ocurrió volver a su madre. Su padrastro y sus cuatro hermanos
menores estaban en la sala y Consuelo en la cocina atizando el fogón. Luego de
saludarla, sin preámbulos ni explicaciones, le preguntó:
-¿Es cierto lo de Camelia?Consuelo le acertó un tizonazo en el pecho también sin preámbulos ni explicaciones.
Naldo le quitó el tizón con violencia, lo rompió, y con rabia empozada veinte años le
dijo:
-¡Si me apaleas otra vez, te estrangulo!... ¡Hazlo que yo también lo haré!...!Apaléame
como antes! ¡¡Hazlo!!- empezó a gritarle.
Silvestre y sus hijos entraron a la cocina pero sólo se limitaron a mirar.
-¡Eres malo como tu padre!- replicó Consuelo
-¡Tú me haz hecho malo!... ¡Debiste matarme cuando pudiste!... ¡Tú me haz hecho
malo!...- le encaró antes de marcharse.
Naldo habría sido capaz de estrangular a su madre. Habría sido capaz de matar a su
padrastro y a sus hermanos, no porque hasta para eso había sido preparado en el
ejército; sino porque así, a golpes, se le había concentrado la rabia que sólo una vez
estaría a punto de explotar.
Se marchó, quizá derrotado, acaso aliviado; sólo veinticinco años después, volvería
para el mutuo perdón y redimidos de culpas, despedirse del todo y emprender viaje
talvez a otras formas de existencia.
De vuelta en Guadalupito, se alistó porque al siguiente día partiría. Se despidió de
todos, menos de Rosa, a quien le jugó la última fechoría: Le pidió que la esperara en
el huerto porque entonces se irían juntos; quizá lo quiso así, pero cambió de idea en el
último momento. Mientras la ingenua Rosa esperaba, Naldo emprendía viaje a la
capital del departamento. Rosa, que en la sentida carta que dejó sobre la mesa del
comedor se despedía de sus padres y de sus hermanos, esperó y esperó hasta que
caída la noche, la encontraron hundida en un charco de lágrimas.
Naldo, nunca volvería a ser el mismo. Aquella partida significaba un giro total en su
vida. Había tenido su segunda oportunidad, la posibilidad de vivir, de querer y ser
querido; pero fue arrastrado por esa fuerza que se lleva a algunos hombres hasta más
allá de lo desconocido, por esa fuerza que parece merodear en los que escoge desde
antes de sus nacimientos. Nada hizo para superarlo y se dejó llevar como hoja que
desprendida del árbol, se arrastra a voluntad del viento.
UN MUNDO MEJOR
La capital del departamento, flanqueada por dos montañas, enclavada junto al
mar y al río entre las ruinas de Chan Chan y la Huacas del Sol y la Luna, era una
ciudad grande y acogedora. Sus alrededores habían crecido desproporcionadamente
en el tiempo del general Valdivieso; sin embargo, era dinámica, ordenada y de clima
agradable. Tenía todo lo de una urbe y era la más grande y avanzada en el norte del
país.
Naldo se radicó en el centro, a unas cuadras de la plaza mayor, junto a la plazuela
más conocida. En el tercer piso de un edificio, había encontrado un pequeño cuarto
de dos por dos sin ducha ni baño, donde bien ordenados, entraba una cama, una mesa
pequeña y una silla que había que cambiar de lugar para moverse. En la plazuela
habían seis grandes ficus, donde acudían las cuculas a anidar y los gorriones a dar
conciertos todo el día. A eso de las seis de cada mañana y de cada tarde, se
aglomeraban para arrullarse o despertarse.
Naldo empezó a estudiar Periodismo en un instituto superior, Antropología en la
universidad y aprendió Alemán por si fuera necesario. Sus necesidades no daban
margen a sus ideales y al comienzo, sólo se limitaba a enterarse de los
acontecimientos.
El país, como siempre, sufría los delirios de grandeza de los politiqueros. Los
profesores se reponían de la huelga que a muchos les costó la expulsión. La Shell
perforaba la selva en busca de petróleo, la última insurrección armada empezaba a
ejecutar lo tramado desde hacía tiempo y Estados Unidos enviaba al ex presidente
Valverde para ser de nuevo presidente.
Todo estaba arreglado por la CIA. Para evitar que el Partido Alternativista de centroizquierda, ganara las elecciones, azuzaron a los cubanos descontentos a invadir la
embajada en La Habana. Aquel comienzo de abril en plena Pascua, más de diez mil
cubanos, entre niños adultos y ancianos, la mayoría jóvenes de dudoso vivir, se
abarrotaron exigiendo asilo político. Dos semanas después, llegaban por cientos a la
capital y no contentos con lo que el gobierno les daba, muchos empezaron su
actividad en la delincuencia. Cuando Valverde fue de nuevo presidente, pasadas las
elecciones, unos se perdieron en la enorme capital y otros partieron a América Norte.
Pero Estados Unidos no se desembarazó fácil del problema, ya que luego, unos ciento
veinticinco mil, organizaban las “flotillas de la libertad” y partían de Mariel hacia
Miami. Las primeras balsas tuvieron todas las atenciones de la prensa y el gobierno
estadounidense para desacreditar al cubano, las intermedias fueron abandonadas a su
suerte y las últimas, en vez de alcanzar las costas de Florida y disfrutar en “el
maravilloso país”, alcanzaron el fondo del mar ahogándose en el infierno de las
aguas.
América Central era removida por grupos populares y tomando el poder en
Nicaragua avanzaban a la misma meta en El Salvador. Estados Unidos reforzaba sus
posiciones en la zona y con el financiamiento del tráfico de cocaína que producía en
Suramérica para vender en los barrios negros de Norteamérica, reunía una partida
inicial de veinte millones de dólares. Para evitarse complicaciones como la de Cuba,
usó a Honduras para sabotear a Nicaragua y El Salvador. Honduras, nunca se
restablecería de las bandas de mercenarios que se afincaron dentro de sus fronteras y
que sin más financiamiento, se quedarían para sitiar las ciudades y organizar la
delincuencia.
Estados Unidos castigaba a Nicaragua embargando sus actividades comerciales y
minando sus puertos. Nicaragua lo denunció ante la Corte Internacional de La Haya y
le ganó el juicio; pero como siempre, el condenado desconociendo el ridiculizó a la
corte fallo.
Mientras Khomeini proclamaba la República Islámica, quinientos estudiantes eran
instruidos por su ejército para incursionar en la embajada estadounidense y tomar
como rehenes a sus funcionarios. Que Estados Unidos declarara la guerra a Irán no
era procedente, habían otras opciones: Irak entraría en escena y quien mejor que el
joven y ambicioso Hussein para ayudarle en sus pretensiones. La guerra estaba
arreglada. Según sus cálculos, el botín estaba asegurado. Mientras les sirvió, Hussein
obtuvo todas las facilidades de Occidente; pero cuando quiso hacer de sí una leyenda
e hizo caso omiso a sus imposiciones, lo dejaron caer desde donde lo habían subido.
Unión Soviética, después de haber firmado un tratado de limitación de armas con
Estados Unidos, había incursionado con treinta mil soldados en Afganistán para
luego ocuparlo con más de doscientos mil. El hecho marcaría episodios sin
precedentes, que traerían consecuencias funestas a toda escala y nivel. Para
contrarrestar la invasión, Estados Unidos permitió el ingreso de musulmanes en su
territorio, quienes empezaron a fundar mezquitas y a coordinar acciones con las
existentes en Europa, Asia y Oriente Medio. Con la benevolencia de Pakistán, se
formaba el grupo Talibán, radicales islámicos que adiestrados por los Marines y la
CIA echarían a los soviéticos; pero que después, se convertirían en la pesadilla de
Estados Unidos y de todo Occidente.
En la península ibérica, las cosas iban peor que nunca. Más que apartada por los
Pirineos de la Europa moderna, estaba apartada por la mentalidad de sus habitantes y
el banal liderazgo de sus gobernantes. Mientras Portugal aún no se reponía del
misterioso accidente aéreo que acabó con Sá Carneiro y Adelino Amaro, España
encerrada en sus plazas de toros, abortaba el último golpe de estado en el que
Antonio Tejero y sus doscientos guardias, asaltaron el edificio de las cortes y
tomaron a trescientos cincuenta rehenes entre ministros y parlamentarios.
El país era removido por los subversivos y Latinoamérica era removida por
Estados Unidos. Los gobiernos le consultaban sus acciones y le dejaban los caminos
abiertos para que echara a andar su demoledor espionaje fulminando a los que no
acataran sus imposiciones. Así, golpeaba camuflado pero contundente: En mayo, por
creerlo peligroso para sus planes respecto al Canal Interoceánico, derribaba la nave
del presidente de Panamá, Omar Torrijos. En junio, por ser un obstáculo para el
gobierno de Belaunde, derribaba la nave del Comandante General del Ejército de
Perú, Rafael Hoyos. En julio, para detener el avance de la Concentración de las
Fuerzas Populares, derribaba la nave del presidente de Ecuador, Jaime Roldós.
Estados Unidos, desde su Guantánamo alemán -porque se quedó en Alemania
desde la segunda guerra como se quedó en Cuba desde la guerra de la independenciahabía presionado a Bruselas para minar Europa con proyectiles Crucero. En Holanda
como en Alemania, así como en otros países europeos, la ciudadanía no estuvo de
acuerdo y cientos de miles de manifestantes se concentraron para impedirlo; pero
como ninguna protesta mengua las imposiciones estadounidenses, las armas se
instalaron de todos modos con el pretexto de repeler un supuesto ataque de Unión
Soviética.
La Union Carbide Corporation, probaba en India la efectividad de sus insecticidas,
al fumigar Bhopal con Mic, gas letal que perforaba las membranas de los pulmones.
Aquella media noche unas tres mil personas morían en el acto, otras treinta mil
quedaban de por vida gravemente lesionadas, mientras unas trescientas mil perdían
sus viviendas y otras tres millones huían como moscas desesperadas. La zona quedó
desvastada y la tragedia guardada en el silencio porque para la medicina, la prensa y
la política, los ciudadanos de India no valían igual a los de Estados Unidos y pusieron
más interés en la enfermedad de Rock Hudson, quien padecía una enfermedad
desconocida en los blancos pero que en los negros, había atacado desde hacía mucho
tiempo. Acaso tuvieron razón, porque el Sida, azotaría sin distingos de raza ni edad y
se convertiría en un azote para la humanidad.
Desde Brezhnev hasta Gorbachev, pasando por Andropov y Chernenko, el poderío
de Unión Soviética se quebrantó tanto en corto tiempo, que no pudo soportar la
presión internacional y empezó a hacer concesiones. En el enorme país se trazarían
nuevas fronteras y el Pacto de Varsovia se rompía irreparable. El trabajo coordinado
entre Estados Unidos y Unión Europea, dio mejor resultado del esperado. El poderío
de Unión Soviética, correspondía ya al pasado, dejando libre el camino para que
Estados Unidos, sin que algún otro país se le opusiera, se apodere del mundo.
************
Noemí, la compañera de Naldo salió embarazada y él, procurando convencerla
para que aceptara el aborto, le explicó sus razones; pero ella no le hizo caso y se
aferró a lo que a diario crecía en su vientre. Más tarde, Marco Reinaldo, que parecía
haber heredado alguna gracia de su tío Fausto Patricio, llegaba al mundo tan tranquilo
como él lo había hecho.
Al año, Noemí salió de nuevo embarazada, Naldo la convenció esta vez; mas la
situación económica no permitía abortos. Así nació Consuelo Amalia. Entonces lo
tuvo claro, los problemas del país se podían solucionar, pero él ya no estaba para ser
parte de la solución. Comprendió que si un hombre no podía resolver los problemas
que otros habían creado, tendría al menos que resolver los suyos propios y eso se
propuso.
Pero no pudo abstenerse y empezó a contactarse con los líderes universitarios y con
los profesores que los asesoraban. Era muy joven para meterse en cuestiones de
adultos, tenía la conciencia aún limpia para mancharla con la política. Nada tenía para
meterse contra los que lo tenían todo; pero después, no pudo evitar involucrarse y
participaría en el Congreso Universitario de Izquierda.
Para relajarse, antes del evento, un domingo llevó a sus hijos al circo ruso que
cada año llegaba a la ciudad. La función empezó con expectativa. Todo se
desarrollaba con normalidad, hasta que los animales empezaron a inquietarse. Los
tigres se negaron a actuar y por medidas de seguridad, los encargados del circo
prescindieron de ellos. Luego de los payasos, tocó el turno a los elefantes. Cuatro
enormes animales salían mal humorados al ruedo. Todo hubiera discurrido sin
inconvenientes, si como para llenar el vacío de los tigres, al domador no se le hubiese
ocurrido un número extra: Dar una vuelta gratis a los voluntarios sobre los lomos de
los paquidermos.
Invadidos por la furia, los elefantes hicieron volar como pájaros a los que estaban
sobre sus lomos y destruyeron andamios y butacas y echaron abajo las carpas,
mientras los espectadores huían asustados. Por fortuna, Naldo, que se había ubicado
cerca a una de las puertas, tomó a sus hijos uno en cada brazo y a distancia, se paró
para observar el desenlace. Los elefantes salieron despavoridos destrozando a
trompazos lo que encontraban a su paso. Las autoridades hallaron una buena
oportunidad para ganar votos y ordenaron que el ejército entrara en acción. Luego,
dos vehículos con armamento pesado salían al encuentro.
Las autoridades y los jefes militares celebrando la victoria, se fotografiaron y posaron
ante las cámaras junto a los sangrantes elefantes que después de todo el montaje,
fueron conducidos a la fábrica de embutidos. Aunque el deterioro fue grande, sólo
hubieron heridos, los elefantes no contaban. La primicia en los diarios decía:
“Elefantes asesinos fueron eliminados por el Ejército, gracias a la atinada decisión de
las autoridades”.
Al tercer día de congreso, en el debate sobre la realidad del país, Naldo reconoció
en el ponente al primer amigo que tuvo en su niñez.
-...Querer solucionar los problemas de los marginados con el sólo uso de la razón, es
como querer salvar de la extinción a los elefantes llevándolos a otro planeta- dijo -Ya
que el país ha tenido más de ciento cincuenta años de opresión y olvido; sólo cabe
una solución, tomar el gobierno por la fuerza- concluyó.
Mientras un murmullo de voces se apoderó del enorme salón y los líderes
procuraban ponerse de acuerdo, Naldo recordaba todo en un instante. Era Gregorio,
que poco había crecido y que mucho había cambiado, pero que conservaba las
facciones de la niñez. Sintió ansia de hablarle, mas mantuvo la calma seguro de
lograrlo en la primera oportunidad. Por la noche, creyó necesario averiguar sobre él.
En cuanto Naldo subió al podio para tomar la palabra, se produjo un disimulado
desplazamiento. Gregorio lo reconoció pronto ubicándose a unos metros de él.
Después de recibir las indicaciones que todo estaba en orden, Naldo hizo su
exposición dejando clara su posición moderada y ganando adeptos sin habérselo
propuesto. Gregorio se le acercó luego y como si se hubiese quedado colgado en el
tiempo le dijo:
-Te esperé tantos días y no llegaste, llamé tantas veces a Peluche y no contestó;
entonces supe que algo había pasado y que no acudirías. Pero estuve seguro de que
un día nos encontraríamos- hizo una pausa y con la misma voz de antes no resistió
seguir –Teníamos proyectos, ¿los recuerdas?… ¿recuerdas la carta?... todavía la
tengo- y la enseñó un curioso paquetito atado a una cuerda que llevaba colgado al
cuello.
Naldo entendió que Gregorio había cambiado en lo exterior y que en lo interior,
seguía siendo el niño de diez años atrás.
Gregorio, conocido como Camarada Goyo, estudiaba Ingeniería Física, pero dedicaba
más tiempo a la política que al estudio. Su obsesión por querer cambiar el sistema, le
había hecho caer en el fanatismo y por consecuencia, convertirse en el líder de los
extremistas. Después que terminó el congreso, hablaron del pasado. Ambos habían
tenido la suerte a su favor, pero mientras uno orientaba sus ideales con la razón, otro
lo hacía con la fuerza.
************
En esos tiempos, Naldo conoció a Merel, una joven que vivía en Damlandia.
También mantuvo contacto con europeos progresistas que no estaban de acuerdo con
el orden mundial y todos le invitaron a sus respectivos países. Eran los tiempos en los
que el ímpetu de la juventud, creía poder lograrlo todo.
Un sábado, cuando andaba en la plaza mayor, un hombre alto, rubio y barbado le
preguntó por una dirección, Naldo reconoció en él a un alemán. Después de darle las
indicaciones, le preguntó:
-¿Viene usted de Alemania?-¿Cómo lo sabes?-Uno de mis profesores se parecía a usted-¡Ah!, aprendiste Alemán-Un pocoY como Hanz Ropeter era misionero, sostuvieron una conversación en Alemán sobre
Teología.
Para entonces, Naldo creía prescindir de Dios y refutaba al misionero en la mayoría
de sus argumentos. El punto central de la discrepancia era que Hanz, concebía a Dios
como el Ser Divino Todopoderoso, que había escogido a los humanos para
demostrarles su grandeza y en la otra vida, separaría para siempre a los buenos y a los
malos en el cielo y en el infierno respectivamente. Naldo, lo concebía como la
Suprema Energía Inteligente que animaba la totalidad y la mantenía en equilibrio, que
sin distinción alguna se manifestaba hasta en lo aparentemente inerte. Que el cieloinfierno y las leyes divinas, eran sólo invención humana. Que ante Dios, los humanos
nada tenían de especial que no tuvieran los demás seres vivos.
Esa media noche, en calma, la voz de Hanz llegaba a sus oídos y con nitidez le decía:
-Hermano Naldo, no sabes cuanto te ama Dios, a pesar de que tú hasta lo insultas. El
te mira y tú no lo ves, él te llama y tú no acudes, él toca tu puerta y tú no abres. Te
permite andar por su camino, te protegió desde tu primer día, y te protegerá hasta tu
último. Mas tú te comportas con él, como un niño caprichoso, que reprocha a su
padre el amor y la inteligencia. El dolor de hombre anhelante, te lo aliviará cuando
estés del todo preparado; entonces sabrás cuánto te ama. Hasta mañana mi hermano
Naldo-.
-¿Escuchaste?- preguntó muy despacio a Noemí.
-No- respondió ella soñolienta.
-Alguien me ha hablado-Son otra vez tus delirios -No, es más que eso...-Duerme, que así se disiparán-.
Naldo se quedó dormido con la intriga. Al siguiente día, llegaba al barco donde Hanz
lo estaba esperando, en cuanto lo vio, le preguntó:
-Hanz, ¿qué estaba haciendo usted la media noche pasada?
Hanz lloró de gozo abrazándole.
-¡Oré a Dios por ti hermano Naldo, y tú me escuchaste!. ¿No es esto una maravilla
divina?.
************
Las circunstancias hicieron que Naldo abandonara los estudios, pero se mantuvo
enterado de lo que sucedía en la universidad. En ese tiempo revuelto, muchos jóvenes
desengañados estaban dispuestos a alistarse al lado izquierdo de los progresistas para
empuñar las armas y lanzarse a las guerrillas. Sus hijos fueron la razón para mantener
la calma, para pensar de nuevo en Dios, para no marcharse. Pero esa noche, el
Ejército asesinaba a Salvador Paz y la policía capturaba a Gregorio. Naldo se enteró
por los diarios y en todos se daba la noticia: “Célula terrorista que se proponía alzar
en armas contra el gobierno democrático, es prácticamente fulminada con la
detención de Gregorio Buenaventura, alias “Camarada Goyo”, miembro del bando
militar, y eliminado Salvador Paz, alias “Camarada Salva”, uno de sus cabecillas.
Dentro de poco se esperan nuevas detenciones, y en especial la de Emmanuel Farfán,
jefe de la organización”.
Naldo se preocupó sobremanera, el asesinato de Salvador Paz, colmaba su
posición de moderado y le obligaba a dar otro uso a su razón. Salvador Paz
significaba mucho para él, y lo habían matado de la forma que imaginaba. Estaba
seguro que no merecía esa muerte y eso no estaba dispuesto a tolerar.
Aquel día precisamente, tenía varias cosas por hacer, pero lo único que hizo fue
llevar a su inquieta Consuelo Amalia al control médico. Al final de la cola para
ingresar al hospital, había una mujer metida en su esqueleto que se aferraba a su niño
muy enfermo y procurando amamantarlo, probaba calentarlo con sus huesos. Cuando
salieron, más o menos a la hora, la cola se había reducido y la mujer con el cadáver
de su hijo en sus brazos sollozaba a un costado. Naldo la miró en silencio, la sostuvo
por el hombro, y pasando sus dedos por las mejillas frías del párvulo, le dio los
últimos soles que tenía.
-Papá- le dijo la curiosa Consuelo Amalia en el camino -¿El niño estaba muerto?-Sí- asintió Naldo
-¿No pudiste evitarlo?-Quizá, si hubiese sabido que estaba grave-Lo hubieses llevado a él en mi lugar, yo no estaba enferma-Sí, si lo hubiese sabido...-Papá, ¿porqué los niños sanos entran al hospital antes que los enfermos?-.
La pregunta caló hondo en Naldo que respondió a medias:
-Hay varias razones, hija, pero las más importantes son el interés y la economía de los
padres-¿Interés es amor?-Sí-¿Economía es dinero?-Sí, hija-Nosotros vivimos en un cuartito, entonces, ¿tu economía es mala?-Tenemos suficiente para vivir; pero antes de que tú seas de mi edad, tendrás una casa
amplia-
-Cuando sea grande voy a ser doctora, para curar a los niños pobres y no dejaré que
se mueran-.
Después de guardar un rato de silencio, Consuelo Amalia volvió a preguntar con otro
tono:
-Papá... ¿me quieres?-Sí, claro, hija-¿Cuánto?-Mucho, hija, mucho-Yo también te quiero, papá-¿Y cuánto?-Más allá del Cielo-.
En el cuarto, Noemí ya esperaba con Marco Reinaldo. Inmediatamente al llegar,
Consuelo Amalia narró lo sucedido en el hospital.
-¡Cuando yo sea grande, no dejaré que los niños pobres mueran!- aseguró Marco
Reinaldo.
Naldo, estaba silencioso y Noemí lo notó.
-¿Pasa algo?- le preguntó
-Sí, después hablamos- le respondió entre dientes.
A la sombra de la noche, entre gritos de uno que otro pájaro que despertaban de sus
pesadillas, Naldo exponía a Noemí lo que haría. Seguro de que sus hijos tendrían el
amparo de terceros y el cuidado permanente de su madre, había tomado la decisión.
Pronto, partiría a una misión difícil acaso imposible, imponiendo su ideal a su
necesidad.
Temprano por la mañana, desayunaron juntos.
-Hijos, ¿qué pensarían de mí, si desde mañana ya no me vieran?- preguntó Naldo
ocultando su preocupación en un risueño semblante.
-¡Que te vas a pelear por los pobres!- respondió Marco Reinaldo alzando la mano
como si estuviera en la escuela.
-Yo también lo pensé- asintió Consuelo Amalia confirmando con movimientos de
cabeza.
Naldo se sorprendió por la reacción de sus hijos, le pareció que confundían lo difícil
y cruel de la guarra con lo fácil y sano del juego; pero para evitar complicaciones, les
dijo:
-Pelear es malo, aunque lo haría si así pudiera ayudar a los necesitados. Me voy
porque así podré hacer construir una casa para ustedes-.
-Está bien, papá, porque el cuarto es tan chiquito y no tenemos ducha ni baño- dijo
resuelta Consuelo Amalia.
-Yo también estoy de acuerdo- Marco Reinaldo avaló a su hermana
-Entonces, papá se irá por un tiempo y ustedes, se portarán mejor que siempre-Sí, y oraremos todas las noches pidiendo a Dios que te cuide- le dijo Consuelo
Amalia con inocencia mientras Marco Reinaldo la alentaba en silencio.
-Yo cuidaré a mi mamá y a mi hermana- le aseguró su hijo todo un hombrecito.
-Papá- siguió risueña Consuelo Amalia- no olvides que cuando sea grande, seré
doctora para no dejar que los niños se mueran, y mi hermano será empresario para
que dé trabajo a los necesitados. Te lo prometemos, ¡eh Marco!-¡Buena idea!, ¡buena idea!. Eso haremos, papá- celebró Marco Reinaldo.
Mas que por el ímpetu y la convicción, Naldo fue empujado por el abuso del poder
y el abandono del pueblo. En verdad, habría querido en primera instancia concienciar
a la gente e indicarle el camino de la izquierda; pero la “democracia” no permitiría tal
cosa, porque el país era demasiado rico para que los políticos renunciaran a la
corrupción. Convencido de eso consideraba en segunda instancia, la organización de
un Comando de Aniquilamiento Selectivo, que para escarmiento de los políticos
corruptos se encargara de acabar con ellos. Creía que era posible aplicarlo en toda
América Latina, porque en todos los países se daba el mismo fenómeno. Pero tuvo
que decidir por la tercera instancia, combatir abiertamente y en desventaja.
Después de encargar sus hijos a la gente de confianza que no estaba comprometida
con su causa, regresó para despedirse de ellos entre juegos y bromas. En cuanto cayó
el Sol, se reunieron para dirigirse a las montañas.
Por razones estratégicas o porque la coincidencia así lo quiso, Naldo y la veintena de
jóvenes, se fueron por la misma ruta que casi medio siglo atrás, su abuelo Arturo
Villar y los suyos, vinieron a quedarse para siempre. En Pasadena, un pequeño
pueblo incrustado ya en las montañas que se hacían de lado para dejar pasar al río
Agualtepeque, tomaron un descanso a petición de Rocío, la única mujer en el grupo.
Baja de estatura y de rasgos andinos, Rocío, parecía una japonesa chamuscada por
el calor de la costa o quemada por el frío de la sierra. Anduvo siempre junto a
Gregorio, quien la había tratado como a una subalterna. Tenían la misma estatura y
las mismas facciones, pero los caracteres diferentes: Gregorio era frío y duro como
hielo, Rocío suave y tierna como flor, y siempre alegre repartía sonrisas como china,
mientras que Gregorio tenía el semblante más serio que un turco.
Rocío nunca habló de su familia ni de sus amigos, parecía que con su silencio
pretendía enterrar su pasado, talvez porque no era digno de recordar; pero tenía el
semblante alegre y positivo el ánimo. Desde que conoció a Gregorio, Rocío se unió a
él como paloma que hasta vuela junto a su palomo. Nunca hablaron de cosas íntimas.
Gregorio orientaba la conversación por senderos de los ideales sin dejar espacio para
otros menesteres y cuando le abrumaba el desaliento o le acosaba la pena, Rocío
estaba con él y con él cuando le golpeaba la ira, con él cuando le dolía el cansancio.
Estaba con él horas y días hasta que se reponía, después ella se iba a su cuarto a llorar
por él a solas.
Pero Rocío se sintió muy pequeña junto a Gregorio desde que un día hablaron:
-Dime qué es lo que buscas, que yo te ayudaré a encontrarlo- le dijo Rocío
-No te esfuerces, porque lo que busco no existe- replicó Gregorio
-Lo que no existe hay que crearlo-Talvez, pero en este caso no es posible-Si no puedes, pídele a Dios que te ayude-Dios tampoco existe-Sí, si tienes el valor de encontrarlo-.
-No, es imposible encontrar lo que no existe-Entonces aférrate a lo que existe, los recuerdos de una madre siempre sirven de
consuelo-.
Gregorio la miró con impotencia y como con rabia le dijo:
-Nunca vuelvas a hablarme de esto-Así lo haré, y tú nunca olvides que yo te acompañaré siempre; y siempre, es para mí
hasta la muerte-.
Como nunca, Gregorio le correspondió aquella vez con la mirada.
************
Rocío habló a solas con Naldo.
-Quiero tu permiso para ir a rescatar a Gregorio- le dijo
-¿Y cómo pretendes hacerlo?
-A mi manera y sola-Estas cosas son serias y tienen que estar bien coordinadas-Todo está arreglado- le dijo ella tajante
-Confío en ti y te entiendo, pero hay muchas cosas en juego. Aunque su situación es
difícil, ya hay gente ocupándose de él, con algo de suerte, es cuestión de tiempo–No quiero vivir si no es al lado de Gregorio- y se explayó en pormenores.
Luego de explicar su plan, Rocío se cortó el pelo, se maquilló, se puso una peluca
postiza y regresó a la capital del departamento. Al llegar, vio que los policías
torturaban a un camarada; pero fija en su proposición, se dirigió a la sección de
investigaciones. Habló directamente con el oficial encargado de la vigilancia de
Gregorio. Por esas cosas que suceden sin tener explicaciones, el oficial permitió la
visita de Rocío a pesar de que él mismo había ordenado estrictamente su total
incomunicación.
Al siguiente día por la mañana, el oficial llegó tarde y preocupado, cuando entró a
la celda para hacer una inspección apriori al interrogatorio, tuvo la mayor sorpresa de
su vida.
-¡Así que ayer fuiste hombre y hoy eres mujer! ¡Te jodiste puta de mierda! ¡Mejor te
hubiera sido no haber nacido, ya verás como vas a morir!. ¡Te voy a hacer picadillo,
por algo me llaman El Carnicero!- vociferó rabioso el oficial y entre gritos preguntó:
-¡Dime quién te envió!Rocío sintió temor y desesperada respondió temblando:
-¡Dios, señor! ¡Dios!-¡¿Cómo te atreves perra de mierda?! ¡¿Cómo te atreves a insultar a Dios?!Rocío había perdido la razón, su juicio le había abandonado; pero su boca seguía
articulando palabras que no sonaban a disparates.
-¡Dios, señor, Dios me envió; así como envió a su ángel con el codero para que
Abraham lo sacrificara en vez de Isaac!. Yo soy el cordero, y por amor moriré para
que siga viviendo su hijo. Sí, el suyo, señor. ¡Porque Dios le ha perdonado!¡Dios le
ha perdonado!- Rocío se mojó en llanto.
En ese preciso instante sonó el teléfono, era una llamada urgente para el oficial y sin
haber tocado a Rocío salió de inmediato. Una hora después, volvía a la celda con otro
semblante.
-Tienes razón, cordero de Dios, y ya que él me perdonó, perdóname tú también y
márchate en paz- y devolviéndole el paquetito con la carta de Gregorio continuó –La
leí, fue inspirada por Dios-.
El único hijo del oficial, había sido desahuciado varias veces y ya en coma, todos
creían que ese día moriría, pero para asombro de todos, el niño recobró la razón y la
vitalidad. Se levantó de la cama en la que yació varios meses y empezó de nuevo a
caminar.
Los galenos y todo el cuerpo médico calificaron el caso como un fenómeno
inexplicable para la ciencia, el oficial y los suyos lo tomaron como una señal divina.
Al siguiente día, el oficial presentó su carta de renuncia irrevocable y por considerar
dinero mal venido, producto de coimas y del dolor ajeno, vació sus cuentas bancarias
y mandó construir un templo. Desde entonces, se convirtió en un asiduo predicador
del Evangelio.
En menos de veinticuatro horas Rocío había logrado lo imposible. Aseguró que
sin la ayuda de Dios no lo habría logrado. Gregorio ni le agradeció en cambio Naldo,
la calificó como una mujer digna de ejemplo.
************
Rafael fiestas como la mayoría, también se enroló casi a ciegas impulsado por el
descontento. En diferentes vehículos, con hambre de cocodrilo con sed de camello y
oliendo a humano, llegaron a San Pedro de la Concepción. Para hacer un
reconocimiento de la ciudad y no llamar la atención, se dividieron en varios grupos.
Entre los edificios sobresalía el Jardín de Niños “Flor de la Peña”, no por ser el más
alto; sino por ser el mejor cuidado y estar rodeado de un impresionante jardín repleto
de flores, en el que entre el vaivén de las abejas y mariposas, los niños jugaban
incansables.
Aquella noche de luna, cuando partieron para unirse al contingente del jefe
Emmanuel Farfán, Rocío llevaba fresco en la memoria la brutal tortura al camarada.
A veces sentía miedo y pensaba:
-Si eso hacía la policía con el detenido, ¿qué hará el ejército con nosotros que
queremos hacerle la guerra?-.
Cuando miraba su sombra y la de sus compañeros, creía ver a los soldados que bien
pertrechados, les seguían los pasos esperando el mejor momento para emboscarlos.
Entonces, Rocío hasta podía escuchar que les decían:
-Avancen nomás, que solos van a caer en nuestras manos-.
Muchos años después, sin saberlo, Naldo andaba el mismo sendero que Arturo
Villar andó. Tuvo un presentimiento, pero por creer que la superstición le carcomía la
razón, procuraba concentrarse en otros pensamientos; mas, era una fantástica realidad
que había empezado ya hacía tiempo. Reconoció el paisaje aún a oscuras, todo le
parecía familiar, pero no recordaba porqué.
-Dicen que por este camino, andan las almas de don Arturo Villar y de doña Angélica
Vergara, y que se aparecen a los caminantes para decirles que se irán del todo,
cuando su nieto venga a recoger sus pasos- comentaron los jóvenes lugareños que les
acompañaban.
-Naldo, Arturo Villar era también el nombre de tu abuelo- le dijo muy quedo
Gregorio
-Sí, y Angélica Vergara, el de mi abuelaEn cuanto llegaron a La Villa se presentaron al Jefe, quien se dirigió apresurado y
directamente a Naldo para preguntarle:
-¿Sabes tú, quién eres?-Reinaldo Del Carmen Allende Villar, señor- le contestó
-Allende Villar... un cruce que sólo pudo darse por ironía del destino- dijo Emmanuel
Farfán, y luego de quitarse la boina continuó -Por el padre de tu padre te arrancaría la
cabeza, por el padre de tu madre te pondría una corona- se humedeció la garganta con
un trago de agua y prosiguió -Y por tu maestro, te daría el honor al mérito-.
Naldo quiso decir que no estaba allí ni por el padre de su padre ni por el padre de su
madre, porque ellos nada habían tenido que ver en ese asunto; pero si por su maestro
y por su propia decisión. Valoró la sabiduría de su abuelo al no haberle dado mayores
detalles sobre La Villa.
************
Muchos años atrás, Emmanuel Farfán ayudaba a su padre Pascual Farfán, hasta
que aquel lejano crepúsculo sangriento le lavó la creencia en Dios. Fue el único
sobreviviente de la matanza, pero lo perdió todo y nunca logró recuperar ni la
esperanza de encontrarse a sí mismo. Se hundió en las cuestiones sociales, como
clavo que mientras más se le golpea, más se hunde en la madera. De Arturo Villar
guardó el mejor recuerdo, pero no pudo tomarlo como ejemplo, porque no podía dar a
la gente lo que él les dio; por tanto, se marchó a Cuba para andar junto a Che
Guevara. Terminada la revolución, volvió al país y procurando rehacer su vida,
estudió Derecho y Educación en la capital, allí conoció a Salvador Paz
El mismo día, Emmanuel Farfán proclamó el inicio de la insurrección y eludiendo el
apellido Allende, presentó al joven número dos del Movimiento: Reinaldo Villar. La
centena de muchachos dieron vivas al flamante jefe y a la victoria por adelantado.
Los moradores de la zona se presentaron voluntarios a la causa y se desperdigaron
por las aldeas llevando el rumor: “El nieto de Arturo Villar ha vuelto para hacer
resucitar La Villa y declarar la guerra a los opresores”.
Medio siglo de olvido, La Villa había sido habitada sólo por la vegetación, porque
ningún hombre ni animal se atrevió a pisar allí. Tres ancianos descontentos con las
vidas que les había tocado vivir, se presentaron para servir en lo que fuera. Eran los
tres jóvenes que entonces, por encargo del padre Ascensión Sedano, salieron para
pedir ayuda antes de la matanza. Clemente Huarca mantenía aún el ánimo pero le
había abandonado la fuerza, en cuanto se acercó a Reinaldo Villar se postró de
rodillas y le pidió perdón por haber matado a su abuelo.
-Perdonar es don divino- le dijo Naldo -Ha de saber buen hombre, que yo no le culpo
de eso, que sólo considero mi abuelo al mismo que usted aún respeta y hasta admira,
y que a ese hombre acaso lo vi morir; mas si perdón necesita por el que usted mató,
Dios le ha de perdonar si es que tubo un porqué- concluyó ayudándole a levantarse.
Esa misma noche apareció gente por todos los lados y desfilaba por la choza de
Reinaldo Villar. Unos le traían huevos, gallinas, chanchos y chivos para su alimento;
otros, burros. Mulos, llamas y caballos para su transporte. Algunos padres le traían
sus hijas para que mejorara la raza, mientras los jóvenes se presentaban voluntarios
para engrosar sus filas. La ingenuidad, la inocencia y la superstición de los andinos,
hizo que Naldo fuera visto algo así como un redentor. A través del tiempo, a Arturo
Villar lo habían convertido en un mito; pues si cuando vivo mereció el respeto de
muchos, cuando muerto tuvo la admiración de todos. Los que lo conocieron
guardaron su recuerdo por más de tres décadas y por casi dos, los caminantes que le
conocieron o no, aseguraban haberlo visto acompañado de su mujer e incluso haber
hablado con él.
Tarde por la noche, los andinos se acomodaron rodeando la choza donde Reinaldo
Villar descansaba resguardado por Rafael Fiestas. Soñó, más que un sueño fue una
pesadilla: Todo estaba en blanco. Cuando escuchó que tocaban a la puerta, abrió y
reconoció a su abuela Angélica Vergara, acompañada por un hombre que se tapaba la
cara.
Reinaldo Villar era entonces el niño de los tiempos en que vivió con Arturo Villar,
mas su abuela no era la misma de otros sueños.
-¡Mira!- le dijo inquieta
-Primero quiero ver la cara del hombre que te acompaña-Es tu abuelo, que no quiere mirar lo que va a pasar-Yo tampoco, si no lo veo primero a él-Mírale, Arturo, míraleArturo Villar se quitó la mano de la cara y en silencio abrazó a su nieto como cuando
vivo.
-Llevémosle, Arturo, llevémosle, será muy duro para élArturo Villar meneó la cabeza en desacuerdo, pero no resistió decir:
-Todo a su tiempo- y pasándole la mano sobre su cabeza como la primera vez, siguió
-Escucha, hijo, tu abuela quiso que vinieras aquí, pero mira lo que va a pasar. Mira-.
Reinaldo Villar, vio que de las montañas, bajaba el Ejército acorralando a los
villajinos. Quemaba sus chozas, derrumbaba los muros, mataba a todos y empedraba
La Villa con las montañas.
-¡Chino!, ¡Chino!, ¡despierta!- lo movió Rafael Fiestas.
Naldo despertó asustado
-¿Todo en orden?- le preguntó Rafael
-Sí, tuve un mal sueño-En este cuarto penan, yo no pude dormir, tuve la sensación que habían espíritus
dispuestos a llevarte. No estoy loco ni borracho, puedo jurar que querían llevarte-.
Esa noche, mientras Naldo había estado con sus abuelos, muchos andinos habían
llegado para radicarse en La Villa y durante el día siguieron llegando. En poco
tiempo, con trabajo comunitario, levantaron de nuevo la capilla, la posta médica y la
escuela, limpiaron el campo deportivo y a todos les pusieron sus nombres originales.
La Villa parecía un hormiguero, donde los guerrilleros se confundían con los obreros,
los jefes con los subalternos y todos eran como uno y uno como todos. En sólo unos
días, La Villa creció abrupta pero ordenadamente y no paraba de crecer.
Pero al centro mismo de la Sierra, también llegaron los servicios secretos y el ejército
en coordinación con la policía, empezó a infiltrarse. Al mismo tiempo, el Movimiento
Popular determinaba crear otras zonas libres; por lo que Naldo iría a la Selva y
Emanuel Farfán se quedaría en La Villa. Todo estuvo bien organizado, sólo que no
tuvieron en cuenta que el vertiginoso crecimiento de la Villa, sería la mira donde el
ojo del ejército pondría las balas.
La última noche que Naldo pernoctó en La Villa, se encontró de nuevo en su
sueño con sus abuelos, seguían tristes y quizá porque algunos muertos aún se
preocupan por los vivos, se fueron a dar un paseo con él. Todo en aspecto siberiano
invernal. Por momentos era La Villa de ayer, desde que su bisabuelo la fundó hasta
poco después de que su abuelo partió. Por momentos era La Villa de hoy, desde que
él llegó hasta que partió. Por momentos era La Villa de mañana, totalmente desolada,
en la que ningún vivo se atrevía a pisar.
Naldo partió sin saber que nunca volvería. Se fue con los mismos hombres que vino y
con unos más que se le unieron en La Villa y que estaban dispuestos a poner el pecho
por él. Talvez porque no habían cruzado ni un tiro, se fueron alegres, como si
marcharan a un campamento de aventuras.
El paisaje era hermoso. Del volar de un colibrí, del desperezarse de una anaconda, del
jugar de un jaguar, se podían haber escrito tantas páginas y más, del concierto
interminable de los pájaros, del sonido del pulmón de la Tierra en las noches, y de los
mágicos panoramas en los días. Seguramente a la Evolución le costó tanto ingenio, o
Dios debió estar muy inspirado al hacer la Amazonía.
************
Aquella noche, profundamente dormido, Naldo lo vio todo: <Medio millar de
soldados perforaban a balazos todo lo que se movía. Peinaban los campos, trepaban
las montañas y cercaban La Villa con armamento pesado. Esperaron que amaneciera
porque la orden no daba margen a error, “No debían quedar testigos”. El Sol aparecía
rojizo y de mala gana como detenido por los picos. Los pájaros huyeron en cuanto
despertaron y los perros, que se habían quejado toda la noche, empezaron a aullar
rodando la alarma sin que alguien la entendiera.
Cuando las montañas soltaron al Sol y ya habían caído varios villajinos, el ejército
demoledor avanzaba lento pero contundente arrasando hasta con los perros.
Emmanuel Farfán, tuvo tiempo para recordar la primera matanza y creyó que el
destino además de hacerle trampa se ensañaba con él. Tanto tiempo había creído
haber podido escapar a su suerte. Mejor le hubiera sido haber caído también aquella
vez; así, acaso su alma hubiese sido redimida por estar aún limpia de pecados, porque
había cometido dos imperdonables: Haber amado a Dios cuando niño y a los andinos
cuando hombre. No tuvo tiempo para organizar la resistencia y además, era imposible
detener la artillería pesada con sólo unas pistolas de décima mano.
Sabiendo que Dios, esta vez no le dio ni una campana, corrió al centro de la
explanada con la intención de entregarse y aceptar que lo mataran, pero que
perdonaran la vida a los que le acompañaban; mas como las balas no entienden de
explicaciones, antes que dijera lo que tenía en mente lo acribillaron ante todos.
Sin darles tiempo a llorarle y sin bando ni advertencia, les hicieron destruir las chozas
y amontonar el eucalipto y el ichu en la parte más baja. Como hormigas cargaban sus
casas a pedazos, como queriendo llevárselas a la Eternidad. Pasado el medio día, les
hicieron amontonarse sobre el eucalipto y el ichu y los ametrallaron. Los mataron a
todos, rociaron sus cadáveres con gasolina y les prendieron fuego. Avanzada la tarde,
cuando los cuerpos aún ardían, las máquinas empezaron a aplanar el lugar, luego
dinamitaron los cerros más cercanos y los vaciaron hechos rocas lapidando sus
tumbas>.
Naldo lo había visto, no había soñado, pero tampoco lo comentó. Después de unos
días, llegaba el diario con un titular que abarcaba media carátula: “Ocho periodistas
fueron asesinados por el Movimiento Popular” y con letras menores se leía <Cuando
procuraban cubrir información sobre el rumor de la masacre de un pueblo llamado La
Villa en el interior de Los Andes>. Naldo se quedó mudo y en cuanto recobró el
habla, envió personal a la ciudad más cercana para comprar otros periódicos mientras
pegaba las orejas al radio que confirmaba y repetía tantas veces lo leído.
Los periódicos que llegaron, decían lo mismo. Se leía todo sobre los ocho
periodistas y casi nada sobre los ochocientos andinos, acaso porque era más fácil
contar hasta ocho que hasta ochocientos, o quizá porque un periodista de la capital
valía más que cien campesinos de La Villa. La conmoción caló hondo. La cuestión
era más seria de lo que se podía imaginar. El jefe había muerto y la base había sido
destruida.
Pero para Naldo, el caso era más grave. Creyó ser el causante de la masacre, porque
por él creció La Villa desmesuradamente; porque si los que llegaron en desbandada,
se hubiesen quedado en sus lugares, vivirían todavía. Rafael, Gregorio y Rocío lo
consolaron y procuraron demostrarle que no era así. Al siguiente día, todos los
noticieros mascaban la matanza de los periodistas y confirmaban la desaparición de
La Villa.
Después de que el Ejército eliminó todo testigo, el gobierno formó una comisión
investigadora presidida por un novelador que respondía al nombre de Mariano
Venegas Loza, propenso a conversaciones en las catedrales y luminaria delirante que
pretendía alcanzar la inmortalidad. Todo quedaba arreglado. En pleno toque de queda
en la capital, Venegas Loza había atropellado con su coche a toda una familia; como
era obvio, sólo circulaban vehículos de los militares y de las “personalidades”, por lo
que el caso quedó entre ellos y entre ellos lo arreglaron. La comisión sabía lo que
tenía que hacer, avaló la versión oficial y no demoró en dar a conocer sus
conclusiones: “El Movimiento Popular mató a los pobladores de la Villa, y los
pobladores de otra aldea mataron a los ocho periodistas al creer que eran miembros
del Movimiento Popular”.
Ante la presión de la mayoría del pueblo y de instituciones nacionales y extranjeras,
se formó una comisión independiente, en la que participaron expertos de diferentes
países. Descubrieron pruebas irrefutables que sindicaban a los militares como
artífices de la matanza de los ochocientos andinos y de la masacre de los ocho
periodistas. La conclusión fue entonces corregida: <El Ejército mató a los pobladores
de La Villa y los pobladores de otra aldea mataron a los periodistas azuzados por el
Ejército>. El presidente Valverde, dijo públicamente que en nombre de la democracia
y de la libertad de expresión, el resultado de la segunda comisión iría directamente a
la basura.
Así terminaba una página más de la historia del país, donde los gobernantes no
sólo decidían el destino de los gobernados; sino que decidían también la forma de sus
muertes. La democracia ganaba otra vez y se vanagloriaba de la efectividad de su
ejército, que se ensañaba con la misma etnia ganándole todos los combates; pero que
con otros ejércitos había perdido todas las guerras, perdiendo también parte del
territorio. En el país de perdedores, ganaba la democracia encaramada en la cúpula
que siempre lo había dirigido.
Para los villajinos ya nada importaba, habían cruzado la muerte y sólo sus almas
volverían, porque allí donde dos veces existió La Villa, no se atrevió a crecer ni la
hierba y los pájaros que por desgracia se acercaban caían fulminados. Contaron
tiempo después, que la noche de un treintiuno de octubre, vinieron todos los muertos
para amontonar los cerros sobre el lugar; así, sería inaccesible para todo vivo y desde
entonces, sólo ellos tendrían un lugar de recreo en Los Andes.
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Vendrá la guerra, amor
y en el combate,
te seguiré queriendo
como a nadie he querido
y cuando mis manos,
se mutilen en las bayonetas,
te seguirá escribiendo
mi sangre en la hierba.
Vendrá la guerra, amor
y en el combate,
te seguiré queriendo
como no es permitido
y cuando mi voz se pierda
al estruendo de fusiles,
te hablaré en silencio
cada vez que me recuerdes.
Vendrá la guerra, amor
y en el combate,
te seguiré queriendo
más de lo debido
y cuando las balas
entren en mi pecho, a buscarte,
te llevaré en mi alma, para quererte
más allá de lo desconocido.
Acompañada por una orquesta de pájaros cantó Rocío, con sentimiento de poetiza y
voz de trovadora. Cuando se percató de que Naldo la escuchaba, se sonrojó y quiso
evadir. No fueron necesarias explicaciones, estaba claro para quién eran los versos;
sólo que Gregorio, por estar hundido en las cosas de la guerra, no se fijaba en su amor
casi delirante. Liberada del rubor, mostró a Naldo un librito lleno de canciones,
cuentos y poesías.
-Algún día entenderá cuánto lo amas- le dijo Naldo y como para consolarla prosiguió:
-Yo escribo una historia sin fin, donde también hay cuentos y poesías, pues estoy
convencido que: <Más tarde, cuando los hombres avancen, a romper, el último
eslabón del sentimiento; resbalarán, en la hermosura de los versos, y caerán, en el
encanto de los cuentos>.
Repuestos de la masacre de La Villa, empezaron a ahuyentar a los traficantes que
robaban niños para sacarles los órganos y la sangre para comerciarlos en las ciudades.
En esos días, el presidente Valverde, llegaría a la zona para inspeccionar la
construcción de una central hidroeléctrica. Naldo y Gregorio, acordaron empezar
acciones y qué mejor, eliminando al presidente de la república. No obstante, había un
inconveniente; quien lo ejecutara, tenía mínimas posibilidades de conservar la vida.
Rocío se ofreció voluntaria. Consideró que por ser mujer, la guardia, la policía y el
ejército no repararían tanto en ella y podría acercarse más al objetivo. Naldo intentó
persuadirla para que desista, en cambio Gregorio la animó con elogios de fanático
más que de enamorado.
Todo salió conforme a lo planeado, sólo que el presidente para impresionar al
país, cargó con una niña aborigen. Precisamente, la llevaba a en el brazo izquierdo, el
lado que Rocío estaba emplazada y para matarlo, tenía que matar primero a la niña.
Esperó que regresara, creyó que la pequeña quedaría al otro lado, así tendría la
posibilidad de sobrevivir. Pero al regreso, el presidente la puso en su brazo derecho,
de modo que volvió a quedar de por medio.
Cuando el presidente se acercó al punto preciso y Rocío empezó a apuntar, la niña
cubría con su cabeza la del presidente, no obstante Rocío se disponía a disparar; pero
en el preciso instante en que su dedo iba a presionar el gatillo, la pequeña la miraba
batiéndole la mano. Rocío desistió y cuando quiso disparar de todos modos, el
presidente ya no estaba a su alcance y se perdió a su vista confundido entre los
guardaespaldas y la comitiva.
Al llegar Rocío a la base, Naldo aún estaba pescando en el río, por lo que se reportó
ante Gregorio quien sin contemplación ni juicio, ordenó incomunicarla y atarla a un
árbol. Alguien corrió a dar la noticia a Naldo. El pelotón de fusilamiento ya estaba
emplazado frente a la inmóvil y demacrada Rocío en el momento en que Naldo llegó
para cubrirla con aguileña velocidad. Sacó su cuchillo, cortó las cuerdas y lo plantó
en el árbol.
-¡Atrévete conmigo miserable!- gritó a Gregorio mientras todos, desconcertados,
ponían sus manos en las armas.
-¡Dispara contra mí!- volvió a gritarle sacando su pistola.
-En tiempos de guerra la primera falta debe ser la última- descargó Gregorio
-¡Si los combatientes son como tú, esto es una mierda y no una guerra!
-Los combatientes tienen el deber de guiarse por su conciencia revolucionaria-¡Tú no eres combatiente, ni tienes conciencia!-.
Gregorio entendió que Naldo estaba dispuesto a todo y con asombrosa tranquilidad le
dijo:
-Esto lo arreglamos entre tú y yo- y después de pedir a los demás que se retiraran, le
hizo señas para entrar a la cabaña.
Naldo estuvo en todo momento alerta, Gregorio en cambio, se sentó en la cama y
empezó:
-Tienes razón, no soy combatiente ni tengo conciencia. Lo cierto es que nunca la
tuve, por eso sobreviví. Antes de conocerte, había decidido suicidarme para morir
libre de pecados y poder encontrarme con mi madre; pero un día antes peleamos
como escarbajos. Algo me detuvo y después, con tu amistad tuve la esperanza de
tener a alguien, me sentía infinitamente solo. Cuando tuve ganas de vivir, escribí una
carta a mi madre, porque en mis rezos le había prometido que dentro de poco la vería;
pero me diste la fuerza que necesitaba para no morir, por eso te pedí que me ayudaras
y tú lo hiciste, te arriesgaste por mí, robaste por ayudarme a enviar la carta para el
cielo. No lo logramos, éramos muy chicos… muy chicos.
Hicimos planes, ¿lo recuerdas?, íbamos a llevar a los elefantes a otro planeta, íbamos
a construir con los niños un mundo mejor, pero desapareciste de repente. Te esperé
tantas veces y tú no llegaste, fui a buscarte otras tantas y llamé a Peluche tantas otras,
pero tampoco acudió; entonces, supe que no vendrías, pero estaba seguro que un día
te encontraría. Oré por ti, para que nada malo te hubiera pasado. Te extrañé, te
extrañé terriblemente. Tuve dos oportunidades y perdí las dos. Eres la única persona a
quien he querido y aún quiero... Tú lo sabes, quise querer a mi madre, pero la vida me
negó ese derecho y ni siquiera la conocí. ¿Qué hice yo para recibir este castigo?,
¿dónde estaba Dios que no escuchaba mi rezos ni mis llantos?; todo fue una farsa,
una burda mentira.
Toma- le dio el paquetito -ya que tú sí llegarás al Cielo, le entregas si la vieras- Calló
de pronto y empezando a temblar le pidió:
-¡Abrázame! ¡abrázame que voy a morir de pena y desconsuelo!-.
En el momento que Naldo lo abrazó, Gregorio empezó a llorar.
-¡Me ganaste!- le decía -¡me ganaste!. ¿Recuerdas?, peleamos y el que lloraba
perdía... Los grandes nos hacían pelear y ahora nos hacen matarnos. No pelees más,
pero defiende a los chicos, para que tengan derecho a una madre, y haz que respeten a
la flor, al pájaro, al árbol. Por eso lloro, por los chicos y por ti, para que tú no llores.
¡Que no te ganen los grandes!. ¡Que no te ganen los grandes!- Gregorio se ahogaba
en lágrimas.
Naldo trató de consolarlo, quiso devolverle el paquetito, pero Gregorio se lo puso
al pecho.
-Te lo encargo- le dijo, y siguió llorando
-La guerra ha terminado para nosotros, hoy descansaremos y mañana regresaremos
cada quien a los nuestros– procuraba Naldo animarle
-Tienes razón, todo empezará de nuevo desde mañana… Desde mañana todo será
mejor… Todos esperamos un mañana…-Arreglaré para irnos a Francia o Alemania, allí tengo buenos contactos-Sí, pero esta noche, permíteme dormir con Rocío- pidió Gregorio para asombro de
Naldo.
Con la noche de manto, pertrechadita como solía andar, Rocío acudió a Gregorio
sin objeciones. Todos escucharon cuchicheos y murmullos, a intervalos unas risas.
Parecía que todo estaba bien, por lo que hasta la guardia se puso a descansar. Naldo
comentaba el caso con Rafael Fiestas, sin hacer caso a los pájaros nocturnos que
querían prevenirle de lo que sucedería, pero en vano se esforzaron en llamarle la
atención. A media madrugada, se detuvo en el umbral del sueño y vio que Gregorio y
Rocío tenían sus cañones pegados a sus sienes. No tuvo tiempo para impedirlo
porque el estruendo le ganó la llegada.
El resto de la noche velaron los cadáveres hasta el medio día. Por la tarde, los
enterraron juntos en ataúdes de cuchillos y pistolas, y al retumbar los explosivos
terminaron la guerra sin haberla comenzado. Rocío se fue con Gregorio para siempre
y Gregorio llevó la carta en su pecho acaso a donde. Antes de que cayera de nuevo la
noche, emprendieron todos camino de regreso. Habían perdido compañeros y amigos,
habían perdido ocho periodistas que honraron con el silencio eterno a su profesión,
habían perdido ochocientos hombres y mujeres todos inocentes. Habían perdido la
esperanza de alcanzar un mundo mejor.
-Procuren ser gente de bien y por ninguna razón vuelvan a empuñar arma alguna, y
que esta experiencia sirva incluso a los hijos de sus hijos- dijo Naldo en la despedida.
Naldo sólo llevó consigo en un morralito, los primeros borradores arrugados de su
historia sin fin y junto a los demás, se perdió en la espesura de la selva a la sombra de
la noche.
************
La tristemente famosa comisión, impulsó a Mariano Venegas Loza a poner el grito
en el cielo por los cambios financieros que hizo el nuevo gobierno, y alarmó a los
dioses de la derecha quienes cerraron filas y lo lanzaron a la caza de la presidencia de
la república; pero por pretender subir muy alto fuerte fue su caída, un emigrante
japonés le ganó el puesto sin hacer tanta propaganda. Venegas Loza pudo haber
ganado si hubiera sido sencillo en vez de arrogante. En vano puso en riesgo su
reputación de hombre de letras y por jugar mal a ganador, cayó en la trampa de la
democracia. Más tarde, inmediatamente después de su derrota, cuando le preguntaron
porqué perdió siendo él una eminencia, respondió: <Porque los ciudadanos son unos
cacasenos>. Y despotricando del país, con el pretexto de que sería perseguido y
creyendo que el paraíso estaba en la otra esquina, se fue a nacionalizarse en España
para hacer de Odiseo.
El nuevo gobierno, con plumas de paloma y garras de gavilán, para parar la inflación,
una medianoche de julio elevaba los precios hasta en un tres mil por ciento, la
moneda de un día para otro no tenía valor. Pero el paquetazo no fue del todo malo, y
es que por la proporción no era para menos, la inflación se detendría y la moneda se
estabilizaría.
Alentado por el acierto de su política económica, el gobierno alquilaba la asesoría de
un experto militar retirado y matrero en las andanzas de la coima y los negocios
turbios. Pronto, allanaron los obstáculos con el ejército, disolverían el congreso y
modificarían la Constitución. Esta estrategia también dio resultado, en poco tiempo
tendrían a las fuerzas armadas a su favor, eliminarían la subversión y obtendrían
abrumadora mayoría en el electorado. El triunfo en la primera elección fue merecido,
en la segunda también; pero en la tercera, salieron a la luz las razones y las formas
del éxito. El gobierno se desmoronaría, el asesor terminaría en la cárcel y el
presidente en el exilio.
Naldo dejaría el país. Arregló con calma sus cosas y habló bien claro con sus
hijos. Consuelo Amalia asistía al primer grado de primaria, Marco Reinaldo al tercero
y esta vez, corroboraron lo que le prometieron cuando partió a la guerra abortada:
Ella sería doctora y él empresario porque así lo habían decido. Con tranquilidad
empezó a arreglar su viaje. No estaba derrotado ni fugaba de la realidad, tenía
posibilidades suficientes para rehacer su vida; era otra cosa, acaso tenía que seguir el
curso que debía. Aquella partida significaba el último tramo en su peregrinación,
porque volvería sólo para ajustar las cuentas que determinaron su vivir.
Después que Berlín sorprendía al mundo derribando su muro y remeciendo el pilar
del poderío de Unión Soviética, cuando tuvo todo arreglado, Naldo salió sin
inconvenientes un martes veintidós por la tarde en el vuelo quinientos cuarenticinco
de Aeroflot e hizo escala en Cuba. Su destino no fue Francia ni Alemania como era
de suponer; sino la pequeña y plana Damlandia, de donde vino casi treinta años atrás,
Peter Van den Ende, el hombre que llegó vivo a los muertos.
UNA ALFOMBRA VERDE
Nevaba la noche más larga del año cuando Naldo llegó a Damlandia. El frío de
invierno del hemisferio norte no era como el del trópico, por lo que no salió hasta el
siguiente día. Nunca imaginó tanta desolación. Los árboles en orfandad de hojas y de
aves, la ausencia de flores, la hierba como pintada de blanco, el sol que no se dejaba
ver y las nubes oscuras que presurosas parecían haber perdido el rumbo; creaban un
ambiente tétrico sólo comparado con los lugares que había recorrido en sueños. A
veces, tenía la impresión que había llegado al lugar equivocado.
Dos días después, fue al sur a pasar la Navidad con los familiares de Merel, su
compañera. A media hora de viaje ya estaban en la frontera. La familia resultó
amable y moderada. Todo el tiempo, se limitaron a tomar té o café con pastelitos y
galletas para después pasar la Nochebuena en la iglesia. Luego regresaron y como si
hubiese sido un día cualquiera, se fueron a dormir.
Por la mañana de nuevo a la misa y al regreso, el almuerzo fue una sopa de arvejas y
pan, después, otra vez y otras, el té o el café. La merienda constó de unas rodajitas de
harina amasada fritas al sartén que para que tuviera sabor, había que rociar un poco
de miel. La mayoría del tiempo hablaron de moda, de autos y de vacaciones.
Hablaron también respecto a los extranjeros. A Naldo le bastaron unos días de
permanencia, haber visitado unas ciudades y pueblos y haber leído las estadísticas,
para determinar su opinión. Damlandia, al igual que sus vecinos, a mediano o largo
plazo, si no se limitaba la exagerada migración, no sólo corría el riesgo de perder su
identidad; sino además de perderse en la promiscuidad étnica.
-Todo está controlado- dijo el padre de Merel -Los damlandeses siempre estaremos
en la dirección y en los cargos estratégicos, ellos son necesarios para el trabajo duro o
sucio-.
Naldo, que no compartió el juicio, explicó:
-Todo estaría controlado, si las reglas fueran claras y se obrara con respeto recíproco.
Pero éste no es el caso. El gobierno y las empresas, sólo ven el aspecto económico y
no el social y dejan que el sistema vestido de democracia, inyecte constantemente al
pueblo una fuerte dosis de mecanicismo y vanidad, lo que es para los inmigrantes
como la miel para las moscas-.
Sabiendo que no llegarían a concordar, dejaron la conversación.
La nieve cubría hasta las calles, aquel enero cuando Merel y Naldo fueron a la
oficina de la policía de migraciones. El, se había esforzado recolectando la
documentación que creyó necesaria y tuvo que pagar una considerable suma para
lograrlo; pero cuando quiso presentarla, le dijeron que no era necesaria, que era
suficiente con la carta de garantía que había firmado ella. Ninguna pregunta respecto
a su pasado ni a sus intenciones en Damlandia, por último, a él no le dirigían la
palabra ni la mirada sino a Merel; lo único que le pidieron fue que firmara otro
documento a parte, en el que constaba que de separase de ella, él sería expulsado del
país.
-Podría haber sido yo un delincuente- hizo después la observación
-Así es la ley-.
La réplica tan concreta como tajante, no dio margen a explayar el tema y es que
asuntos como éste, por ser tan comunes, no tenían importancia.
La nieve y el hielo distrajeron el frío y la desolación, pero determinaron acaso la
frialdad en la relación que desde el comienzo empezó a manquear. La diferencia de
costumbres incitaba a la colisión de culturas y los días de verano pasados, en nada se
parecían a las semanas de invierno presentes. Con el transcurrir de los días, la
relación iba deteriorándose sin que ambos hicieran algo por salvarla.
En febrero Naldo ya trabajaba. El primer día empezó a las siete de la mañana y
terminó a las once de la noche, el segundo entró a las siete de la mañana y salió a las
nueve de la noche, y el tercero trabajó de siete a siete. Valió la pena el esfuerzo, a la
semana, el caporal le ofreció trabajo estable.
La relación entre Merel y Naldo no funcionó y una tarde cuando él regresó del
trabajo, encontró un papel sobre la mesa en el que le pedía que abandonara la casa al
siguiente día. Merel tuvo razón y fue ella quien cargó con la parte más liviana de la
culpa porque él, cargaría con la más pesada.
En el trabajo, Naldo comentó su caso, sus compañeros y el caporal lo apoyaron.
-Lo que tienes que saber, es si quieres quedarte en Damlandia o volver a tu país- le
dijo el caporal
-En esta situación es difícil decidir- alegó Naldo
-Lo entiendo, pero el tiempo apremia, analiza bien tu situación y procura traer
mañana una respuesta, porque si decides quedarte habrá que buscar un abogado y si
decides regresar, tienes que ir preparando tus cosas-Sí, mañana de todos modos lo habré decidido-.
Aquella noche, Naldo cruzó el insomnio arreglando las pocas cosas que tenía y
meditando su caso. Por la mañana, temprano, tenía que partir de la casa; pero eso ya
lo sabía, lo que no sabía era si se quedaba en Damlandia o regresaba a su país. En
ambos casos su situación era insegura, pero peor sería regresar, por lo que decidió
quedarse. Todas sus pertenencias le cabían en el hombro y en las manos, y más
temprano que de costumbre, salió a esperar el vehículo que lo llevaría al trabajo.
Cuando llegó, el caporal lo estaba esperando.
-¿Todo en orden?- le preguntó
-Sí-¿Te quedas o te vas?-Me quedo-Entonces, hay que ver un abogado-.
El caporal, después de hacer unas llamadas, había arreglado una pensión donde podía
radicar y un hombre de ley para que se hiciera cargo del caso y le indicó lo que debía
hacer.
Después de hacer las diligencias, Naldo se dirigió a la oficina de migraciones donde
cambió su pasaporte por un papel sellado.
Así empezaron una serie de juicios que se prolongarían quince años. Probaría todos
los procedimientos y los perdería todos.
*************
Antes de que marzo se fuera, las aves migratorias volvían del trópico y los pájaros
cantaban prolongadas mañanitas, las flores se despertaban del largo sueño de invierno
y las hojas de los árboles aparecían en capullos. La primavera llegaba entre pichones
de aves y tiernos cuadrúpedos que alegraban el campo.
Damlandia amurallada por diques, era aún una alfombra verde bordada de tulipanes,
adornada de molinos de viento, salpicada de vacas blanquinegras y limpia de piedras
donde tropezar. Así como incontables aves acudían a sus campos para aprovechar su
humedad, incontables inmigrantes acudían a sus ciudades atraídos por su economía y
demás maravillas. Unos atraídos por sus libertades que a veces degeneraban en
vicios, otros por la facilidad y la tolerancia de su gobierno y de su gente.
Ciudadanos de todas las nacionalidades parecían haberse dado cita en sus ciudades
más importantes y todos se arrogaban el derecho a conservar sus lenguas y culturas.
En el pequeño país de apenas decena y media de millones de habitantes, algunos
grupos étnicos legalmente establecidos superaban el millón y los que vivían al
margen de la ley, alcanzaban las mismas cifras. Se podía escuchar los idiomas más
jóvenes y los más antiguos, y se podía ver que las vestimentas exóticas descubrían los
órganos vitales o cubrían todo el cuerpo incluidos los ojos. Habían tantos extranjeros,
que habrían podido poblar de sobra las cuatro ciudades más grandes y representativas
del país. Para estar de vacaciones o de zángano del estado, seguro era interesante;
pero para desarrollarse como persona pensante, acaso no había suficiente espacio en
la sociedad.
Damlandia estaba gobernada, dirigida y encuadrada por un sistema que amparado
en la democracia del poder, envolvía al pueblo en el consumismo. La monárquica
democracia empresarial era dueña de sus leyes y de la voluntad de los ciudadanos y
les hacía creer que libertad, era sinónimo de estrés individualismo y promiscuidad.
Los grupos sociales estaban bien marcados pero bien entreverados a la vez, porque
cada uno tenía sus problemas y sus soluciones. Los que trabajaban y los que no
trabajaban, los empresarios y los asalariados, los niños y los jóvenes, los adultos y los
ancianos, los extranjeros y los autóctonos, los legales y los ilegales, los creyentes y
los ateos, los cristianos y los musulmanes, los extremistas y los moderados.
La producción sin tregua, creaba productos y necesidades, medicinas y enfermedades,
trabajos improductivos y ocios productivos. Las empresas intermediaban unas entre
otras para zarandear a todos sin distinción. Los políticos creaban reglas y leyes y
leyes y reglas, y las volvían a recrear. A cualquier precio, todo estaba orientado a
hacer crecer la economía y todo era posible si se disponía de un permiso.
La industria del ocio hacía del país un paraíso y de sus habitantes un producto de
consumo. Bastaba escuchar las palabras: Nuevo, fantástico, perfecto, único, desafío,
interesante, aventura, sorpresa, maravilla, moda, estrella, astro, ídolo, héroe; entre
otras, para que la gente atropellara a comprar los productos sin saber porqué ni para
qué.
*************
Los extranjeros abarrotados en Damlandia, tenían cada quien una historia
distinta que al final se parecían todas y todas tenían el mismo objetivo; legalizarse y
quedarse en Damlandia, que era como ganar una lotería porque sus ingresos
económicos estaban asegurados trabajaran o no y al volver a sus países, llamarían la
atención de sus coterráneos y tendrían la boca llena de tanta maravilla que contar.
Las historias de los extranjeros no occidentales eran más que fabulosas, las de los
latinos eran al menos divertidas. En sus países de origen, narraban sus placenteras
vacaciones en las playas de Suiza, en las montañas de Holanda, en las selvas de
Bélgica, en los desiertos de Dinamarca, y los éxitos logrados en Roma, Londres,
Berlín, Moscú, París, Madrid y otras grandes ciudades. Pero no sólo contaban en sus
países sus singulares experiencias en Europa; sino que en Europa también difundían
las fabulosas experiencias y sus altas posiciones y alcurnias. Algunos aseguraban ser
descendientes directos del inca Atahualpa, guerrilleros más heroicos que Che
Guevara, íntimos amigos de Neruda, dueños de gran parte de La Amazonía,
propietarios de minas de oro en Los Andes, conocedores del secreto de El Dorado;
tomaban tan a pecho sus delirios que daban por ciertas sus mentiras.
Habían muchos asilados y fugitivos que nada sabían de política y que no huyeron del
terror de las dictaduras, sino de la dificultad económica. Pero hubieron también, unos
que tuvieron que pagar caro por mantener sus ideales y salvaron sus vidas por este
medio, que de no haberlo logrado, no habrían sobrevivido a la profesional brutalidad
de las dictaduras como las del sur de Suramérica, que en el caso de Chile, el campo
de fútbol del Estadio Nacional de Santiago, sirvió de campo de concentración donde
los amantes de la justicia y la igualdad condenados a morir, escucharon por última
vez la voz de Víctor Jara. Y en Argentina, en los cuarteles del horror, los que no
aceptaron la dictadura, escucharon las vivas del pueblo a la selección nacional de
fútbol que por arreglo de antemano ganó el campeonato mundial; la mayor parte del
pueblo gritó de banal euforia ante las radios y las cámaras, mientras la menor parte
acalló sus gritos de dolor en la tortura y la muerte.
Pinochet y Videla, seguramente inspirados por las matanzas de La Pacificación de la
Araucanía y La Campaña del Desierto, masacrando a sus pueblos, cumplieron
fielmente los encargos de Nixon y Ford, que los protegerían de por vida y que se
encargarían de mantener los casos en el silencio y el olvido; porque al final de eso se
trataba, de castigar y acallar a los que se oponían y de premiar y avivar a los que se
sometían a la dictadura del poder.
*************
A consecuencia de la invasión rusa a Afganistán, Estados Unidos se había adueñado
del Golfo Pérsico en los años ochenta sembrando desde entonces discordia en la
zona. Cientos de hombres entre jóvenes y adultos, reclutados en Occidente y Oriente,
se habían presentado para combatir por fe o por dinero dispuestos a ser adiestrados en
territorio paquistaní cerca a la frontera. Los talibanes obtendrían el gobierno afgano
como recompensa y Pakistán, armas nucleares como premio. Pero por no cumplir del
todo sus promesas, Estados Unidos cosecharía el odio musulmán y los radicales
ejecutarían los deseos de los moderados. Desde entonces, los talibanes empezarían a
mirar el mapa norteamericano y aplicando las lecciones que de ellos aprendieron, se
trazarían otro objetivo: Atacarlo por los puntos que más daño le harían.
Todo estaba servido y ni los expertos en espionaje y contraespionaje sospecharon lo
que sus aliados del pasado y sus enemigos del futuro tenían en mente. Con el permiso
de Estados Unidos, talibanes y paquistaníes, empezaban a viajar por Occidente; unos
para arreglar sus ataques a Nueva York y otros para completar las recetas de sus
armas atómicas.
Estados Unidos, volvió a enturbiar el panorama internacional incitando a Naciones
Unidas a legalizar la guerra que había estado preparando con una década de
anticipación: Irak y Hussein, que no le habían dado los resultados esperados en la
guerra contra Irán, pagarían un precio extremo por no haber obedecido sus órdenes.
Los acontecimientos tendrían graves consecuencias. No sólo era una cuestión por
dinero ni por petróleo, sino también política; en suma, era una cuestión de poder.
Esos acontecimientos tendrían repercusiones a grandes escalas, pues los musulmanes,
que en Europa y en Estados Unidos, se contaban por millones y por millones los que
no se contaban, en abrumadora mayoría estaban de acuerdo con las acciones de los
extremistas. Los radicales lo reconocerían en público, los moderados de acuerdo a la
circunstancia y sólo unos cuantos se opondrían.
Estados Unidos y todo Occidente estaban de este modo minados y acaso, no tenían
las fórmulas para resolver el problema. La avaricia y la arrogancia, les habían llevado
a donde nunca debieron meterse; pero en vez de aprender de sus faltas, incurrían en
las mismas como tercos aventureros que irrumpen en tierra ajena con la bandera de la
democracia en una mano y con el fusil de la dictadura en la otra.
*************
Desmembrado el poderío soviético, Gorbachov cambió la unidad del enorme país
por el Premio Nóbel de la Paz y con la frente manchada de vergüenza, hacía espacio a
Yeltsin que navegaba en alcohol. Las flamantes repúblicas trazaban nuevas fronteras
en los mapas de Europa y de Asia.
También Yugoslavia se desfederaba en esos tiempos por el apetito voraz de
liderazgos que desangrarían de nuevo a Los Balcanes. La zona, remecida de tiempo
en tiempo por fuertes terremotos religiosos y sociales desde que los turcos la
invadieron, veía repetirse el horror de antes de la Primera Guerra Mundial, cuando
condados, gobiernos y pueblos se unieron para echar a los invasores que lograron
dejar salpicada su religión y mantener un pedazo de Europa.
Paradójicamente, después de la Segunda Guerra Mundial, Tito lograba reunir
Yugoslavia para quedarse tres décadas en el poder. Acaso el país fue entonces
respetado, pero por sus coqueteos políticos con los dos bloques, a la muerte de Tito,
volvería a entrar en guerra para terminar despedazándose. El conflicto se tornaría más
cruento entre servios y bosnios que hacían explotar su odio alimentando más de ocho
décadas. De nuevo, el capital tenía el mercado propicio para su oferta de armas.
Cuando parecía que la guerra era de no acabar porque los intereses lo tenían todo
arreglado, un grupo de periodistas y camarógrafos noruegos sorprendía a la opinión
pública mundial mostrando con un video, quien echaba leña al fuego para
enriquecerse con las cenizas de los pueblos; el mismo avión estadounidense, repartía
armas a los combatientes de ambos bandos.
Al siguiente día, quizá como estrategia acaso como magia, terminaba la guerra y
mientras las tropas de Estados Unidos y de Naciones Unidas, se alistaban para entrar
en Pristina, las rusas se adelantaban a todas y entraban entre vivas y hurras de civiles
y militares servios.
*************
Las noticias machacaban los sucesos en Ruanda, que después del derribo del avión
que transportaba a su presidente junto al de Burundi, servía de pretexto a una de las
peores masacres de los últimos tiempos. Tutsis y hutus se enredaban en el odio que
habían propiciado sus líderes. Norteamérica y Europa Occidental, miraban en sus
pantallas las escenas sin que les interesara, sus empresarios nada tenían que sacar de
allí y ni el negocio de las armas era productivo porque se descabellaban a palo,
cuchillo, lanza y machete.
Ante la gravedad de la situación y la imparable barbarie, Naciones Unidas, tuvo que
ir a la zona con soldados de segunda porque los de primera estaban ocupados en
países de mayor valía. Más de un millón de cadáveres quedaron esparcidos en la
tierra de nadie, más de un millón de mutilados y todo el país traumatizado.
Occidente “civilizado” ya no estaba para sufrir estas matanzas, tampoco para
dirigirlas; pero sí para mirarlas de lejos y lamentar que no habían posibilidades de
sacar provecho de la tragedia. Debería haberse avergonzado de compartir el mundo
con grupos de gente que desahogaban sus frustraciones con acciones de este nivel;
pero lejos de meditar los sucesos, se dormía en sus nubes provocando a los
miserables a que vinieran a invadirlo.
En esos tiempos en Damlandia, la corrupción bien camuflada, traspasaba las
cortinas que pretendían cubrirlas. Miles de millones de florines desaparecidos de las
arcas del estado como por arte de magia, obligaron al parlamento a formar una
comisión investigadora que debería haber prendido a los magos; pero cuando el
presidente de la comisión había descubierto que la malversación era más grande de lo
que parecía y se apresuraba a esclarecer el caso, sufrió también como por arte de
magia un accidente de tráfico en el que murió llevándose la verdad a la tumba.
Después de los pésames y las condolencias, los sospechosos claves aferrándose a su
derecho al silencio, guardaban los secretos fieles a sus jefes. No hubieron condenados
y todos resultaron inocentes; por tanto, culpable era el pueblo que eligió a los
gobernantes para que hicieran desaparecer las millonadas. Entonces, el pueblo tenía
que pagar los gastos extras de la comisión, las indemnizaciones de los funcionarios
en cuestión, incluidos sus “daños y perjuicios”, y por supuesto el desfalco. Con vivas
a la democracia, el gobierno subía los impuestos del diecisiete y medio al diecinueve
por ciento.
*************
Los eslabones de la filuda y espinosa cadena que Estados Unidos había formado
con los talibanes, habían empezado a romperse por las discrepancias respecto a la
política aplicada a algunas administraciones islámicas. La guerra contra Irak, rompió
el último eslabón.
Los Talibanes estaban comandados por un miembro de una de las seis familias
dueñas de Arabia Saudita, el país más islamista de todos, donde democracia ni
siquiera era un concepto y la mayoría de las mujeres no tenían derechos humanos;
pero que por el hecho de ser el principal abastecedor de petróleo de Occidente, nadie
cuestionaba sus políticas. Con el apoyo de fanáticos musulmanes reclutados en
Medio Oriente, Europa Occidental y América Norte, Osama Bin Laden se preparaban
para golpear a Estados Unidos como nadie antes lo había hecho.
Una mañana, temprano, sin que la enorme maquinaria de espionaje y de guerra y sin
que las alarmas funcionaran, un avión reventaba una torre del Centro Mundial de
Comercio y luego otro hacía lo mismo con la otra. Poco después, un avión
colisionaba en el Pentágono y uno no alcanzó su objetivo cayendo en un bosque en
lugar de haber caído en la Casa Blanca. Por haber hecho tanto desarreglo y abusado
del poder, Estados Unidos sintió el primer ataque al pulmón y al corazón.
El mundo quedó sorprendido con el espectáculo que parecía ser una fantástica escena
de violencia de las películas que Hollywood producía al por mayor para incitar la
brutalidad en los espectadores. Pero esta vez no era ficción sino realidad. Mientras
muchos, carcomidos por la descomunal propaganda unilateral condenaban los
hechos; unos, enterados de las causas y convencidos que una vez sucedería, los daban
por bien merecidos. De cualquier modo, todos los ojos miraban a Nueva York, sin
que vieran a ninguno de los “superhéroes todopoderosos” que en las películas
elevaban la nación a un nivel estelar.
Pero los miles de muertos en Estados Unidos, valían más que los millones en las
naciones por donde pasaba su ejército; por lo que el presidente, tomando como
pretexto el hecho, sin explicar que el grupo talibán era un producto estadounidense
hecho en Pakistán, arremetió contra ellos y arrastró a sus aliados por su tras. La
armisonante maquinaria militar, no encontró mayor resistencia, pero su jefe de
ningún modo sería prendido, porque no sería conveniente para negocios mayores.
La guerra no dio los resultados esperados y tampoco el opio, porque los
propietarios no lo compartieron; por lo que los campos de la planta de la alegría, se
convirtieron en campos de combate, donde la leche del universo se entreveró con la
sangre de los combatientes. Europa Occidental fue obligada a pagar los gastos
económicos de la guerra y los políticos que se opusieron, fueron obligados a dejar sus
funciones, condenados a desaparecer del quehacer público y observados en la vida
común.
*************
Estados Unidos, que tomando como pretexto las víctimas de Nueva York, ya había
amenazado con atacar Irak, exigía a Naciones Unidas, la formación de una comisión
investigadora que culpara al régimen Iraquí de estar preparándose para producir
armas nucleares. Esto sólo era permitido a los que se sometían a la democracia y eran
amigos de Occidente; pero de ningún modo a los considerados dictaduras y menos a
desobedientes como Hussein.
El presidente de la comisión, demostró que Irak no poseía ni estaba en condiciones de
producir armas nucleares. La declaración le costó el puesto y fue reemplazado por el
vicepresidente, quien avaló los pretextos bélicos estadounidenses y como recompensa
obtendría el Premio Nóbel de la Paz. Pronto, desconociendo y ridiculizando otra vez
a Naciones Unidas, Estados Unidos atacaba Irak contra la voluntad del mundo.
En esos tiempos, se pusieron en moda y a diario y cada rato, los medios de
comunicación, narraban las aventuras de un cazador estadounidense, que montado en
su caballo inglés y seguido de su perro español, sembraba el terror en Mesopotamia
masacrando iraqueses. Que llevó en su morral toda la indumentaria de guerra para
apoderarse de la zona y plantar la bandera blanca de la paz, sobre la que pintaba su
bandera de cincuenta estrellas. Que consolidada su dictadura y en medio de la guerra,
hacía trampa en el jugo de la democracia.
De un parlador inglés que con sonrisa a diente batido y vestido de terno elegante,
había engatusado a los laboristas para venderlos a los conservadores y sediento de
aventuras, se embarcaba en el carro de la guerra.
De un español delirante y vanidoso que cual alumno predilecto del cinismo y de la
sátira, se arrogaba la propiedad de la verdad y que al imitar a su colega narcisista
italiano, se convirtió en su caricatura. Que por llamar la atención, se arreglaba
primero para posar ante las cámaras y lograr la atención de los poderosos ubicándose
a sus costados. Que se sacaba y se ponía los lentes y se los sacaba y se los volvía a
poner, para con su bigote de turco y su camuflaje de gringo, con su operación
plusultra, arrastrar a su pueblo a la guerra y que por su culpa desangrarían Madrid.
*************
Mientras en Damlandia y Europa el consumo traspasaba toda frontera,
engatusando a los ciudadanos con propagandas peores que los cantos de sirenas a los
antiguos griegos, las compañías farmacéuticas, los hospitales y los colegios médicos,
se ponían de acuerdo para crear nuevas enfermedades que ofrecerían con rebajas a los
clientes. La industria del ocio los obligaba a refugiarse en la vanidad creando
estrellas, ídolos y héroes a quienes pintaban de todas las formas para presentarlos
como muñecos anzuelo con los que pescarían a las masas ávidas de atención.
Las formas de disfrute rompían los límites de lo razonable y viajaban a diferentes
puntos del mundo en busca de espiritualidad y placer. Era sólo cuestión de subir al
avión que por sí solo conduciría a los destinos preparados por el sistema dueño de las
voluntades que les hacía creer que si no salían del país a respirar otros aires, sus
pulmones no resistirían la presión y seguramente reventarían.
Millones de damlandeses y demás europeos dejaban los pueblos vacíos por creer
estas historias y se agolpaban en las agencias de viaje. Todo era disfrute, disfrute y
disfrute. Del extranjero, los hombres traían mujeres y hombres las mujeres, a quienes
después de usar un tiempo tras el que disminuía la euforia, los abandonaban a su
suerte o los denunciaban a la policía para que les hiciera volver a sus países
respectivos.
Además de las costas de España, de Grecia y de Turquía, uno de los lugares de
moda por sus playas, sus lugares espirituales y el temperamento de su gente, eran las
costas del Golfo de Bengala y de preferencia India y Tailandia. En India, creían
encontrar entre otros espiritualidad y en Tailandia por sobre todo placer, donde las
niñas menudas y tiernas, tenían que encamarse con grasosos hombres que les
doblaban la talla y les triplicaban la edad. En estos lugares, la pornografía infantil
producía atractivas ganancias sin mayores riesgos, por lo que se convirtió en el
paraíso del placer y lugar preferido de los gallinazos del amor.
Un diciembre, cuando el mundo cristiano celebraba Navidad, la zona se vio
sorprendida por un maremoto que incitó al mar lavar la Tierra. Los pájaros, los perros
y los demás animales antes de escapar, avisaron de lo que sucedería pero ningún
humano entendió el aviso. Miles de turistas y decenas de miles de lugareños, fueron
sorprendidos sin poder refugiarse.
El mar arrasó con todo en su incursión sin hacer distingo de razas, religiones,
posiciones ni condiciones. Algunas cámaras grabaron la tragedia sólo para mostrar al
mundo que no es posible dominar la Naturaleza y que las pretensiones humanas de
vencerla, son puro delirio en el que sucumbiremos por el empecinamiento terco de
tanto intentar.
Acaso la humanidad, comandada por Europa occidental y América Norte, se arrogaba
el derecho de entrar en recintos prohibidos. No era de cavilar mucho para llegar a la
conclusión que el sistema, había logrado acuñar en ellos su marca y los hacía
deambular por el mundo huérfanos de espíritu y mendigos de placer.
EL ENCANTO DE MININA
A comienzos de diciembre, cuando ya el frío azotaba, Naldo se sintió traspasado por
una mirada y se dejó envolver por la ilusión. Antes de cruzar palabra alguna, él le
ofreció una flor la que ella aceptó al parecer agradecida. Desde entonces, se sumergió
en el océano de sus ojos, se envolvió en la nube se su figura y se tendió en el jardín
de su hermosura. No hubo forma de apartarla de su mente, por los días la encontraba
siempre en su pensamiento y por las noches a veces en su sueño.
-Sabes- le dijo ella un sábado a mediodía -Si hubiera vida después de la vida, quisiera
ser una gata-¿Porqué?- le preguntó él sorprendido
-Porque creo que la vida de una gata debe ser muy interesante-
-Yo quisiera ser un pájaro- sonrió él
-¿Porqué?-Porque volaría libre al viento, cubriría con plumas mis heridas y mitigaría mi dolor
con el cantar-Entonces, no te preocupes, que no te devoraré- bromeó ella.
Al sábado siguiente se encontraron a orillas del río.
-¿Dijiste en serio que quisieras ser un pájaro?- le preguntó
-Sí, ése fue mi deseo cuando niño-Y ¿tu deseo cuando hombre?El hizo una pausa, pasó ligeramente sus ojos por los de ella y los esparció en las hojas
de los árboles que se movían al viento en el otro lado del río.
-Quisiera ser un árbol- suspiró
-Entonces, yo seré agua para regarte siempre-.
Naldo se sorprendió. Las mujeres que conoció le habían hecho la misma pregunta y le
habían dado la misma respuesta. Unas hubiesen querido ser monas para estar siempre
abrazadas a sus ramas, otras aves para anidar siempre en ellas; pero ésta había dado
otra respuesta, la que él había esperado.
-¿Cuál es tu nombre?- le preguntó ella después.
-Naldo-Es un nombre fácil de recordar, y eso haré- sonrió acariciándose el pelo.
-Y ¿cuál es el tuyo?- le preguntó él luego de un corto silencio
-Minina, me llaman Minina- explicó dibujando una sonrisa:
-¿Minina?, ¿M-i-n-i-n-a?-Sí, Minina-<Minina>, en Español significa gata-Tienes razón, desde que de niña amaba al gato Vondel y de joven quería al gato
Gato, hasta que leí la historia de Minina; así es como me llaman y eso es lo que
quizá debí haber sido-.
Le explicó con detalles su sentimiento gatuno y le narró el cuento “El Sueño de
Minina”:
<Fue una mañana de primavera, cuando entre el bosque y la pradera, se quitó el
calzado para refrescar sus pies con el rocío. Había vuelto después de mucho tiempo,
pero todo en el campo era para él aún reconocible. Estaba solo y en paz, confundido
en la Naturaleza. Las flores le sonreían en silencio, la hierba le miraba insinuante, los
árboles le saludaban al viento. No tardaron los pájaros en acudir a él intrigados por
sus aventuras. Hablaron de todo y por todo lo que no habían hablado en tanto tiempo;
mas cuando trataban temas recónditos, se escuchó un tierno maullido en una mata.
Con felina agilidad y sin atender el asombro de los pájaros se internó en las matas. Al
salir, sostenía en sus manos a una graciosa gatita que le cautivó con su ternura y le
hechizó con su mirada. Los pájaros se espantaron y volaron a lo alto de los árboles.
-No teman. Que no les devorará- les dijo y sin despedirse se marchó con la micha.
En su morada, se aplicó en aprender su lenguaje y le enseñó a convivir con las aves.
Luego le explicó lo que haría para ella: Ampliaría las ventanas para que hubiera más
luz en la casa y apreciara mejor su belleza, ampliaría la terraza y el balcón para que
tomara el sol donde quisiera, ampliaría las gradas pera que al correr no tropezara.
“Minina”, la llamó y se enamoró de ella. Minina aprendió pronto a bailar
graciosamente al canto de los pájaros.
-Te amo- le dijo él un día.
Aunque Minina lo entendió bien, contrario a lo que él esperó:
-Si me amas, tienes que dejarme libre- escuchó de ella.
-Te esperaré hasta que vuelvas- pudo decirle en su ofuscación y la dejó partir en
seguida.
Sin mirar atrás, Minina se marchó despacio al crepúsculo de la tarde.
Atravesó la noche en vela y ya se preparaba por si a la mañana ella volviera de
repente; pero pasó la mañana y pasaron las mañanas y Minina no volvía. Y pasó la
primavera y volvió la primavera y se volvió a ir la primavera y Minina no volvía.
Pasaron tantas primaveras mas él seguía esperando como si el tiempo se hubiera
detenido; pero pasaba más rápido que puntual y le sorprendió nublándole los ojos,
raleándole el cabello, arrugándole la piel y encerrándole en su último anhelo.
-Cuando vuelva- pensaba –emprenderemos viaje a la tierra del sol, allá construiré
para ella una casa junto al mar y al río, cerca al bosque y a la montaña, en medio de
un verde campo abierto que linde con los horizontes.
Los pájaros dejaron volar el rumor: “El último occidental que entiende nuestro
lenguaje ha perdido la razón y apenas nos reconoce”. Con las aves migratorias, la
alarma traspasó los continentes y aves de todo tipo y tamaño emprendieron viaje en
bandadas o en solitario.
Para unas los océanos resultaron demasiado largos de cruzar y cayeron en el intento,
para otras el hambre y la fatiga pudieron más que la euforia y sucumbieron a la
inclemencia; mas para las que a ultranza superaron las adversidades valió la pena el
esfuerzo. Estaban al lado del hombre del que habían oído tantas historias, del hombre
que había hecho delirar a sus padres y a los padres de sus padres. Estaban al lado del
hombre que había hecho suspirar a los árboles, reír a las flores y cantar a la hierba.
Estaban al lado del hombre que todo tenía de humano pero el alma de pájaro.
No habló de sus aventuras de niño sino de su pasión de hombre por Minina.
-Ustedes supieron de mis fracasos con Flor, con Esmeralda, con Soledad, con
Estrella; la primera era frágil y efímera, la segunda insensible y dura, la tercera
incomprensible y difícil, la cuarta desconocida y lejana. No bastó mi amor ni mi
anhelo por lograrlas; mas finalmente, Minina me habla, me entiende y me
acompaña…-.
-Nosotros te llevaremos hasta ella- le ofrecieron entendiendo su delirio aunque sabían
que hasta el intento mismo era imposible. Lo rodearon para ahuyentar su soledad y
defenderlo de la muerte. Y determinaron acompañarle hasta su último día, porque sin
dolor pero irremediable, empezaba morir de a pocos. Hasta que una tarde se escuchó
un maullido. Era Minina que asomaba deslizándose suavemente por la ventana. Pudo
verla venir, esbelta y serena como entonces, pero con los ojos tristes acaso por haber
visto de más. Posó en su regazo, lo miró como la primera vez y ronroneando se
acurrucó. El ya había cerrado los ojos para no abrirlos más. Minina creyó que tenía
tanto por contarle y cansado de la larga espera se había rendido al sueño.
-Yo también tengo tanto por contarle- pensó, y extenuada se durmió envuelta en su
último calor.
Temprano por la mañana, al despertar Minina de frío, él seguía tendido.
-En cuanto despierte- se preparaba –empezaré contándole que me hicieron tanta falta
sus palabras y terminaré diciéndole que iré con él a donde vaya y me quedaré con él
donde esté-.
Adormecida por el frío y debilitada por el hambre, sin entender que él no más
despertaría, mirándole como sólo ella lo miraba, se quedó otra vez dormida.
Los pájaros se amontonaron a sus costados intentando protegerles del frío, pero
cansados, cayeron en sueño también. Cuando Minina despertó, vio que él yacía
imperturbable y que ambos estaban arropados de pájaros dormidos. Se sintió feliz.
-Pronto confirmaré lo que le dije en el tiempo del amor- se preparaba –bailaré para él
al canto de los pájaros, aliviaré sus penas y haré realidad su fantasía…- y por última
vez se durmió y soñó:
Estaba en el mismo lugar que él había ideado para ella, donde alumbraba y calentaba
el sol y no quemaba, donde rocío y brisa se hacía la lluvia y no mojaba, donde no
había tristeza ni soledad ni desengaño. Y redimidos de nostalgias, sin fiambre ni
equipaje, emprendían viaje y llegaban más atrás del Sol, más allá de las estrellas y se
perdían en el Infinito.
Minina lo sabía, estaba soñando, si no despertaba, de aquél viaje, ya no retornaría;
mas era demasiado lindo para despertar, y después del último ronroneo, decidió
seguir viajando para siempre con él>.
Cuando Minina terminó de narrar el cuento tenía los ojos húmedos, y su mirada
procuraba esconder los misterios que la encarcelaban. Quizá por lo fugaz y lo intenso
de los encuentros, acaso porque ella nunca había hablado de esas cosas, talvez porque
el no quería contrariarla; lo seguro era que Naldo empezaba a enamorarse de Minina
como nunca antes se había enamorado. Su conocimiento y su experiencia fueron
anulados por su sentimiento y todos sus planes y proyectos los hizo girar alrededor de
ella. No pensó en otras cosas más que en el amor por ella, no tuvo en cuenta lo
frágiles y volubles que pueden ser las mujeres a esa edad, no tuvo en cuenta que las
grandes ilusiones se transforman en más grandes desengaños; ni siquiera tuvo en
cuenta que un perro le salvó la vida para que se enamorara de una gata.
**************
Al día siguiente, superando el cansancio, el sueño y el frío, Naldo decidió relajarse
en la playa; sin embargo, al mirar el azul transparente de las aguas, creyó ver los
profundos ojos de Minina y sintió que le embriagaban su sentir.
Mientras las gaviotas pincelaban el espacio y las olas rumoraban lenguajes
desconocidos, allá donde el cielo se encorva para unirse al mar, parecía que algo
ondulaba en el horizonte. Le pareció que una mujer ensayaba angelicales bailes o que
una sirena se movía llamando a solas y en silencio. Se sentó en la arena con la mirada
fija en el espectro, luego se echó de costado y entre el bramido sordo del mar y el
gritar de las gaviotas tuvo un leve sueño.
Soñó que una mujer de impresionantes ojos negros, se le acercaba para decirle:
-Mis ojos son negros como la noche oscura, profundos y tranquilos para que los
disfrutes plenamente mientras los demás duermen. En ellos encontrarás la calma que
siempre has buscado y escribirás cuentos y poesías, hasta quedarte dormido durante
el día y después, cuando tengas que descansar del todo, dormirás en ellos para
siempre...Naldo supo sobrellevar su sueño y restó interés a los dones de la mujer que pronto se
esfumó. Pero luego apareció otra que de repente le decía:
-Mis ojos son verdes como el campo abierto, donde flores, mariposas y pájaros
mantienen armonioso equilibrio. Donde anduviste cuando niño y dejaste colgada tu
infancia para recogerla de hombre. Donde guardaste tus deseos, tus temores, tus
anhelos y empezaste a sentir lo que sentirías para siempre compartiéndolo
conmigo...Por esas cosas de los sueños, la mujer se evaporó al desinterés de Naldo; mas pronto
apareció otra que procurando convencerle le dijo:
-Mis ojos son azules como el cielo infinito. Donde podrás para siempre jugar como
un niño con las incontables estrellas. Donde ya existías antes de tu nacimiento y a
donde volverás después de tu muerte. Donde no existe el tiempo ni la soledad ni la
pena. Donde estarás en paz con Dios y a mi lado, se harán realidad todos tus
sueños...Una joven cuya gracia angelical y fulgurante belleza no parecían ser terrenas, se
acercó en silencio con ternura de niña y encanto de mujer anulando las palabras de la
anterior. Se movía callada, precisamente como la figura del espectro. Al mirarla,
Naldo creyó ver los profundos ojos de Minina y se dejó traspasar por su mirada.
-¿Qué puedes decir de tus ojos?- se atrevió él a preguntar al verla vacilante y callada
-Mis ojos... mis ojos son... mis ojos son sólo para tus ojos- le respondió a intervalos
con voz hecha melodía.
En los ojos de la joven se concentraban todos los colores y a su mirada, todo
mejoraba de forma. Naldo creyó encontrar en ella el descanso a su cansancio, el
consuelo a su pena, la compañía a su soledad. Sintió que le devolvía todo lo perdido,
que le encendía la luz de la esperanza y hasta creyó que no había vivido hasta
conocerla.
La tarde había avanzado y el sol se apresuraba a ponerse, cuando ella le dijo que tenía
que marcharse. El le pidió que se quedara.
-Imposible- le dijo -soy la gota de agua sin la que el mar no estaría completo. Vine
porque te vi infinitamente solo, pero ahora tengo que regresar antes de que me
evapore; aunque quisiera viajar en una nube, no quiero que la tormenta me sorprenda
y me lleve por doquier hasta volver al mar- le explicó internándose en la aguas.
-Entonces voy contigo- quiso seguirla.
Naldo lo había decidido, pero cuando se disponía a internarse en el mar por detrás de
ella, las gaviotas lo despertaron a picotazos espantándole el sueño.
A la última luz del Sol, en una barca de papel y con una pluma de remo, empezó a
escribir navegando en su recuerdo:
Estoy aquí, sin ti, hablando con el Mar
y entre la bruma y la brisa te siento
y te veo junto a mí.
Jugueteas con la arena
y la acaricias despacio, despacio,
como acaricia mi ensueño
suavemente tu encanto.
El timbre de tu voz se abre paso,
en el bullicio rumoroso de las olas
y me habla de algún gato compañero,
de alguna niña bailarina,
¡ay! niña que de mujer,
baila en mi memoria
y me enseña nuevos pasos.
¿Porqué no la miras?,
me pregunta el Mar, me pide, me exige
y yo, clavo los ojos en la arena
y a mi izquierda te miro
y tus ojos me dicen que sientes frío
y me levanto y me cambio de sitio
y a mi derecha también te miro
y tus ojos me dicen que aún te acosa el frío;
mas, te quedas temblando,
te quedas a ultranza, conmigo.
Como me aferro al volar de las gaviotas
para pedirles tu voz que me arrebatan,
para pedirles que te traigan a mí
o que me lleven a ti en raudo vuelo
y como ansío, ser pescador y que tú fueras pez,
para pescarte con el anzuelo de mis versos.
Carcajeo en silencio la alegría de tenerte
en el último rincón de mi memoria,
porque sé que esperarás por mí aquí,
en mi nostalgia;
pues sin ti, me ahogaría en el mar de soledad
como un gato que se ahoga en las olas de tu ausencia.
No me cansaré de narrarte cuentos noche a noche,
no apartaré de ti mi escuálida mirada,
no te dejaré ni un instante sola,
no olvidaré, jamás, las seis letras de tu nombre
y esperaré por ti al cruzar las madrugadas del insomnio
y esperaré por ti al cruzar la somnolencia de las tardes.
Estoy aquí, sin ti, hablando con el Mar
y entre la bruma y la brisa te siento
y te veo junto a mí... conmigo.
Naldo pudo haberse repuesto del hechizo, pero se dejó envolver por el encanto de
Minina y empezaron un intenso contacto que pudo haber roto otros de vital
importancia para ambos.
“Sólo pienso en ti”. “Espero que duermas bien que yo soñaré contigo”. “Quiero que
seas feliz”. “Espero que entiendas mis sentimientos”. “No hay palabras para decirte
lo que siento”. “Te deseo todo lo mejor”. “Tus palabras están situadas en mi
corazón”. “Pensaré en ti al canto de los pájaros”. “Quiero que me escribas hasta la
eternidad”. “Todo lo que te digo es verdad”… Ella lo llenó de frases y de dichos que
si los hubiese ordenado, habría compuesto el cuento más lindo que jamás se hubiera
escrito.
Al cumplir Minina veintiún años, Naldo le escribía veintiún versos y no la
comparaba con una gata sino con una rosa:
En esta noche de junio el mar calla sus rumores,
las campanas del viento repican en silencio
y yo, sentado en la arena, en la brisa, en la Luna,
con tu recuerdo a mi lado, en soledad, en ti pienso:
Una espina más... ya tienes veinte y una.
¡Ay! espinas de seda que a distancia me acarician.
Quizá tu no me sientas, mas yo estoy contigo;
quizá tu no me veas, mas te veo yo conmigo.
Que te sonría la hierba, el crepúsculo, la estrella
y que las aves te canten es el anhelo mío,
que no habrá invierno ni verano ni tormenta,
ni polvo del tiempo que de mí se lleve tu rocío.
¡Oh! tierna rosa, única flor del retoño
en el incruzable desierto entristecido,
brotaste entre la cizaña, la roca, la hiel,
para unir con tu espina mi corazón partido.
Mi corazón que antes de ti no ha latido,
mi corazón que antes de ti no ha sentido,
mi corazón que antes de ti no ha querido,
mi corazón que antes de ti vagó perdido,
mi corazón que sólo a ti... se ha rendido.
**************
Pero un día, el menos esperado y sin mayores explicaciones, Minina le hizo saber
que todo era sólo ilusión, pura utopía. Le pidió que no la llamara más, que no le
escribiera más, que no la buscara más. En vano le dijo que sin ella él era como un
niño a quien le hacía infinita falta una caricia, en vano le dijo que sin ella para él las
flores se quedarían sin color y perderían su belleza, en vano le dijo que pediría a los
pájaros que cantaran para ella, en vano llenó su nombre de poesías y de cuentos su
memoria. Todo fue en vano y ni siquiera le permitió despedirse de ella.
Su recuerdo fue todo cuanto le dejó: Su pelo largo y ondulado que se batía
suavemente al viento, sus ojos más profundos que el mar e infinitos como el cielo,
sus mejillas de pétalos de rosa, sus labios de flor abierta, el timbre de su voz que se
hacía en melodías. Su mirada todavía le atravesaba el sentimiento y sus palabras aún
le cincelaban la razón.
No logró entender que ella ya no estaba y que no la volvería a ver. No pudo
olvidarla, creía verla en cada mujer y que todas tenían su nombre, creía que sus ojos
le seguían por los días y le perseguían por las noches, creía que la vería de pronto en
alguna calle o en alguna esquina.
Ni su conocimiento ni su experiencia lograron impedir que su sentimiento le llevara
por el camino opuesto, ella había escogido el racional, jamás llegarían a unirse.
Aunque parecía que para él todo discurría con normalidad, restó interés a sus demás
compromisos para abandonarse a la obsesión. Aún sabiendo que ella nunca las
recibiría, le escribía cartas cada día y entre cartas cuentos y poesías. Tantas veces
midió su nombre, lo rimó y lo escribió de mil formas. Escribió tanto, que después de
llenar el escritorio y los armarios, empapeló las paredes con prosa y verso para ella.
Pero todo resultó vano, ella no le perdonó el haberla amado tanto.
EL CANCER DE LA HUMANIDAD
En un rincón de la estación central, por donde Naldo pasaba cerca cuando iba al
trabajo, había un hombre impecablemente vestido. Tenía la misma postura de
Salvador Paz, pero era más despercudido. Graduado de doctor en Economía,
Filosofía y Derecho, fue profesor en varias universidades y dictó cátedra en cinco
idiomas en los cinco continentes. Pero como entendió más de lo que el sistema
permitía, lo declararon loco y no lo eliminaron, porque prominentes personalidades
evitaron el complot.
El Profesor, le llamaban todos, conservaba el aspecto gracias al interés de personas
que acudían a él con sus dilemas, siempre tenía una respuesta para cada pregunta.
Políticos, profesionales, estudiantes y demás personas, lo visitaban para cambiarle
prendas, alimento y bonos por la solución a sus problemas.
Lo cierto era que El Profesor no estaba desquiciado, sino por el contrario, tenía el
juicio más desarrollado que cualquier intelectual. Su entendimiento lo condujo al
choque frontal con los adulones de los sistemas y los órdenes mundiales a los que
calificó de corruptos y abusivos. Sostuvo que los líderes a través de los tiempos, con
la sicosis del poder, con el cáncer del dinero y con la droga de la religión, arrastraban
a la humanidad hacia el suicidio.
Denunció que el poder se había organizado para apoderarse de la voluntad de los
individuos. Que disfrazado de gobiernos, empresas o instituciones, devoraba las
conciencias sin medida ni compasión. Advirtió que si no se llegaba a buen consenso,
todos serían presa del hambre voraz e insaciable del capital, que por haber crecido
tanto ya no tenía fronteras ni nombres y se apoderaba de todo lo que había en la
Tierra.
Instó a todos los que le escuchaban a respetar el equilibrio natural y explicó que por
más que la ciencia avanzara, no lograría alterar el orden establecido que guardaba el
secreto de la existencia y que acaso llegarían a saberlo, cuando hubieran nivelado del
todo sus diferencias y desterrado sus malicias.
Comparó a los científicos que pretenden cambiar lo natural por lo artificial, con niños
caprichosos y necios que ante la ausencia de sus padres, destruyen los enseres para
ver de qué están hechos; pero que no contentos con la travesura, prenden fuego a la
casa, sin tener en cuenta el esfuerzo que costó construirla a sus progenitores, ni que
ellos mismos perecerán a la intemperie.
Cuestionó la vanidad de los humanos de creerse superiores a los demás animales y
más a los vegetales. Los comparó de nuevo con niños tercos, necios y caprichosos,
que aseguran que los que hablan otros idiomas son tontos porque no entienden lo que
ellos hablan.
Sus posiciones sobre las religiones fueron las más controvertidas. Según él, éstas en
vez de ser la solución, son el problema. Que el poder con las armas del dinero en una
mano y con las leyes de la religión en otra, se lanzó y sigue lanzándose a avasallar a
las sociedades.
***************
El Profesor culpaba directamente a los líderes de toda clase y de todo tiempo, de
haber traicionado sus dones naturales y la sana voluntad de las masas humanas
desviándolas por caminos equivocados.
-Así como han sido capaces de crear el sistema basado en la dictadura del dinero que
hace a unos ricos y a otros pobres- decía -tendrán que ser capaces de crear otro
basado en el intercambio que garantice el equilibrio y la justicia de modo que no
hayan pobres ni ricos; de lo contrario, la desbocada carrera por el dinero romperá en
los humanos todo instinto, intelecto y conciencia.
Es cierto que los humanos para sobrevivir, tuvimos que desarrollar nuestra capacidad
descubridora- decía -El uso de esta capacidad es bueno pero es malo el abuso y tanto,
que si no empezamos a limitarlo, nos conducirá infrenable y directamente a la
extinción.
Muchos creen que Dios ha dado a los humanos más que a los demás animales, creen
también que los humanos tienen derecho a manosear a su capricho la Naturaleza y a
erradicar vegetales y animales, desviar ríos y desecar mares; todo para hacer crecer la
economía, porque el aspecto económico pesa más que todos los demás aspectos
juntos. Hombres y mujeres de todas las edades, religiones y razas son obligados a
correr tras el dinero para depositarlo en las arcas de los que se arrogan el derecho a
conservarlo: Las multinacionales, los bancos, las empresas que juegan a la bolsa.
Sí- siguió –Los dueños del mundo dicen que estoy loco, que mi principio es sólo
un delirio, una utopía, y dicen que soy un peligro para la “democracia”. ¿Cómo puedo
ser un peligro para lo que no existe?. La democracia ha sido montada en las ancas del
poder y violada por el dinero a través de los tiempos. Los seudo demócratas acuden al
pueblo sólo para exigirles sus votos y enriquecerse sobre su buena voluntad. El poder
impone sus candidatos y los mantiene durante el tiempo que le sirven, cubriendo su
dictadura con la dura caparazón de la democracia. La única forma de demostrar que
el sistema respeta la democracia y no abusa de ella, sería que en cada país y en todos,
sin manipular el proceso y con toda claridad, se haga un referéndum para consultar a
la población de todo el planeta, si se sigue con el orden actual o se cambia por otro
más justo en el que se elimina el dinero y el poder. Está de más decirlo, que si se
respeta la democracia, hay que aceptar lo que la mayoría decida; por tanto, el nuevo
orden mundial basado en la eliminación del dinero, sería un hecho.
Si no hay malicia en los gobernantes ni en las empresas y ya que tanto lanzan vivas
por la democracia, ésta sería la solución. Con buena voluntad, todo seguiría
funcionando con normalidad. De esta forma, se respetaría de veras la Naturaleza y no
se la depredaría como se la depreda, los problemas sociales se solucionarían, los
conflictos y las guerras desaparecerían y por ende los ejércitos; pues ningún ejército
es necesario si se cambian las mentalidades de las sociedades.
Seguramente los economistas, los políticos, los empresarios dirán que no es posible,
que sería un caos y que la humanidad no avanzaría: ¿A dónde quieren avanzar?. La
humanidad no ha avanzado, ha corrido desbocada hasta unos siglos atrás y desde
hace poco, empieza a dar saltos y a rebotar hasta que una vez, por elevarse tanto y
con tanta violencia, se estrellará en la Tierra o se perderá en el espacio.
***************
¡Ay de ti!, estadista, que con la medida económica separas al mundo en primero,
en segundo, en tercero y que separas a la gente de primera, de segunda, de tercera.
Que premias a la de primera con riqueza y castigas a la de tercera con pobreza.
¡Necio, ciego e ignorante!, te enseñaron a parlar cual papagayo y a aplaudir cual
chimpancé. No hay primer ni segundo ni tercer mundo, ni gente de primera ni de
segunda ni de tercera: Hay sólo un mundo para entre todos cuidarlo y sólo gente que
aunque diferente es igual.
¡Ay de ti!, gobernante, que amasas fortuna y la arremasas. Que tus mujeres se
prostituyen por dinero, que tus niños mendigan por dinero, que tus hermanos se
traicionan por dinero. Que tus famosos se pierden por dinero, que tus pobres se
mueren por dinero, que tus creyentes venden a Dios por dinero, que tus hombres
cambian su pensar por dinero. ¡Recapacita al menos por tu muerte, que si algo te
llevarás contigo, será sólo el peso de tu egoísmo!.
¡Ay de ti!, rico, que al costado de las chozas de los pobres, con el dinero que no les
pagaste, construyes tu casa de vidrio y la adornas con lujo. No lograrás engañarles
todo el tiempo y cuando se den cuenta, romperán tu casa para llevarse todo y matarán
a tus hijos y a tu mujer y tú, acabarás en la intemperie o te matarán también. ¡No seas
avaro! y comparte con ellos al menos lo que te sobra, que así cuidarán tu casa y te
servirán con entusiasmo.
¡Ay de ti!, usurero, que te apoderas del pan de los hambrientos y lo desmenuzas para
venderlo en migajas, que al tragar sus alimentos te engordas como cerdo y los dejas
con el cuero al hueso. ¡Dales de comer!, que si mueren de hambre, no habrá quien
cultive el trigo ni quien prepare el pan para que tú te lo comas.
¡Ay de ti!, industrial, que por plantar tu empresa destruyes la Naturaleza. Que talas
los árboles, perforas la tierra, envenenas los ríos y contaminas el aire. Que asfaltas los
campos, trasladas montañas y encierras el mar. ¡Necio e ignorante!, respétala y no la
provoques, que mañana el terremoto pondrá las montañas en tu empresa y a tu casa se
mudará el mar, y antes de que perezcas, entenderás que nada fue tuyo porque hasta la
vida que te tocó vivir te fue prestada.
¡Ay de ti!, explorador espacial, que no conoces ni encuentras paz en la Tierra y
pretendes invadir otros planetas, que al hostigar a la Luna enfadarás al Sol y su ira te
quemará hasta después de consumirte. ¡Se cuerdo! y no juegues con fuego como niño
caprichoso y terco en su casa inflamable. Conoce primero tu mundo para que puedas
intentar conocer otros si es que fuera necesario, y haz la paz con los tuyos antes de
encontrarte con extraños.
¡Ay de ti!, mujer, que por querer gozar la vida al extremo, abandonas a su suerte a tu
hijo pequeño. No tendrás perdón y en tu vejez, caerás en el vacío de la soledad y el
olvido, y te ahogarán sus lágrimas tanto tiempo empozadas. Entonces nadie acudirá a
ti porque a nadie le interesarás. ¡Aférrate a tu hijo pequeño, mujer! y no lo dejes por
nada ni por nadie, que más tarde; aunque pobre, enfermo o criminal, abrigarás la
esperanza que vendrá a verte.
¡Ay de ti!, vanidoso, que te dejas enredar en la trampa que te tiende la fama y el
dinero, que quisieras andar en el aire para no ensuciarte los zapatos y vivir en las
nubes para que te miren hacia arriba y te comparen con una estrella; eres tan tonto
que no entiendes que mientras más alto estés, más larga y fuerte será tu caída.
¡Mantén tus pies firmes sobre la tierra! y guarda la sencillez del comienzo que así, los
bajos te mirarán de frente y los altos, tendrán que arrodillarse si quieren estar contigo
frente a frente.
¡Ay de ti!, abusivo, que martirizas a tu mujer y la minimizas al medir tu fuerza con su
fuerza, que la maltratas la prostituyes y la violas para vivir de ella como zángano, que
no aprecias su ternura su bondad ni su belleza y la condenas a una vida inmerecida,
que te ensañas con ella pero que con los hombres escondes tu rabo entre tus piernas y
huyes encogido como un perro cobarde. ¡Recapacita!, devuélvele la dignidad y el
derecho, que ella representa a tu hija, a tu hermana y a tu madre, y en los tiempos más
duros y tristes, te mostrará su seda y su ternura.
¡Ay de ti!, sádico, que destruyes la vida de un niño y malogras la de los suyos, que no
tienes en cuenta lo malvado que eres. Para ti, ningún argumento vale, no te cabe el
perdón. Quien aboga por ti es perverso como tú y te defenderá siempre de la ley pero
jamás de la culpa. Tu falta es tan grave, que no hay pena que la purgue y sólo el
arrepentimiento pedirá a la muerte que te cargue en vida porque hasta la muerte
debería despreciarte.
¡Ay de ti!, narcisa mujer, que padeces la enfermedad de la belleza, que procuras
resaltar lo que no tienes y te pintas para parecer hermosa. Que sólo cuidas tu cuerpo y
descuidas tu alma. Que quisieras que todo hombre te mire para que te imagine
penetrándote. Que sólo esperas escuchar halagos aunque sean falsos. ¡La belleza es
efímera, incauta! y puede ser traicionera, no vaya a ser que más tarde sufras sus
consecuencias y te estrelles en el desengaño por creerte hermosa si haberlo sido.
¡Ay de ti!, Rey, que para entronizarte compartes el lujo con los poderosos y te
amoldas a los tiempos y circunstancias pretendiendo que el pueblo te sirva de por
vida. No lograrás engañarle mucho tiempo, porque ya se da cuenta que no eres más
que un ciudadano común y corriente que nada tienes de especial. Reconoce, sé
honesto y acepta que vives y te sostienen suspendido en el pasado, renuncia antes de
que te echen porque no eres de este tiempo y tienes los años contados.
¡Ay de ti!, falso predicador, que insultas a Dios con diabólicas acciones. Que te
rompes el pecho o entierras la frente en la iglesia, en la sinagoga, en la mezquita o en
cualquier templo. Que creas leyendas y mitos para vender la fe al mejor precio. Que
te amparas en tus leyes para minar la paz y la justicia. Que vives del verdadero
creyente y lo embaucas con mentiras distorsionando a Dios. ¡Corrígete que aún estás
a tiempo!, Dios no se esconde en los templos sino que está en todo lugar, y no quiere
que le ensalzes ni que le rindas culto, ni te premiará con el cielo porque conviertes la
vida de los fieles en infierno, Dios sólo quiere que vivas en paz y en armonía con
propios y extraños y que respetes y conserves el mundo en que te permite vivir.
***************
¡Ay militar!, que a nombre de la paz haces la guerra. ¡Ay político!, que a nombre
de la democracia implantas la dictadura. ¡Ay religioso!, que en nombre de Dios sirves
al diablo. ¡Ay juez!, que por dinero al culpable eximes y al inocente condenas. ¡Ay
padre!, que para corregir a tu hijo no le castigas sino le atormentas. ¡Ay marido!, que
no acaricias a tu mujer sino la golpeas. ¡Ay hombre y mujer!, que por abusar del sexo
y la promiscuidad, en vez de procrear la vida procrean la muerte.
Pero ¡ay de ti!, Europa, que conquistaste el mundo para que el mundo te invada. Que
te ufanaste de tu blancura y de tu riqueza de papel. Que agrediste a todos y a ti nadie
te agredió, y que hoy, pretendes defender a todos y a ti nadie te defiende. Que todas
las etnias vendrán a mestizarte hasta hacer desaparecer a tu gente y de ti sólo
quedarán los mitos que luego se perderán en el tiempo. Piensa en tus ascendentes que
se esforzaron por construirte, ¿qué heredarán tus descendientes?. Si te resignas a que
ya no los tendrás, sigue como estás; pero si quieres que en ti sobrevivan todavía.
¡Recapacita!, quizá aún estás a tiempo.
Y, ¡ay de ti imperio todopoderoso!, que te apoderas de todo incluso de nombres y que
te ufanas de defender la Tierra mientras la destruyes. Que haces creer a la gente que
la maldad y la agresión son sus males naturales y los arrastras a las guerras para
someterlos a tus a tus caprichos. ¿Hasta cuándo aterrarás a los inermes con sus
armas?, ¿hasta cuándo cubrirás la verdad con la mentira?, ¿hasta cuando cambiarás la
justicia por la injusticia?. Hasta cuando pondrás en vilo a las naciones con tus
maliciosas acciones?. Te haz hecho enemigos por todos lados y por todos lados te
atacarán como escuálidas hormigas dispuestas a devorar a un obeso león. Tus
contrarios, ya se preparan dentro y fuera de tu casa; como hormigas que ya hacen
nido en la cueva del león y no pararán hasta devorarlo.
¡Ay de ti humano!, que te arrogas de inteligente y desprecias a las demás especies,
que te empeñas en mejorarlo todo y en tu capricho lo dañas todo, que no conoces el
mundo ni lo entiendes ni lo respetas. Se cuerdo, que de esto depende tu subsistencia y
no rompas la última hebra que te sostiene a la Tierra: ¡No la provoques, que no eres
más sobre ella que un ácaro sobre ti y cuando se sacuda, tus ácaros se desprenderán
de ti para aferrarse a ella, porque tú caerás sin remedio al vacío. ¡Tu intelecto ni
siquiera superará el instinto de tus ácaros!.
No desprecies humano, el ejemplo de las hormigas, que de ellas aprendiste a
organizarte. Aprende del comportamiento del predador, que después de haber cazado
una presa la come y el resto lo deja a los carroñeros. Aprende de los pájaros, que
cantan aunque estén solos, tristes o heridos. Aprende de la hierba, que no obstante ser
pisada y arrancada, brota y rebrota sin quejas. Aprende de la entera fidelidad del
perro, que no te abandonará por ser pobre ni minusválido, ni te adulará por ser rico ni
poderoso. Aprende de la flor, que de su inigualable belleza, no se arroga ni se ufana.
Aprende del Sol que te alumbra y te permite conocerte en el espejo de la claridad.
Pero aprende en especial del árbol, grande y fuerte, coloso estático que desde su
emplazamiento todo lo ve y lo siente. Que permite a la hierba vivir entre sus raíces y
a las aves posar y anidar en sus ramas sin distingo. Que aunque tenga espinas, a nadie
hiere, sino que se hieren en sus espinas. Y que no protesta cuando lo condenas a
muerte ni cuando lo ejecutas, sino que en silencio te perdona.
***************
El Profesor alcanzó a asegurar que el dinero es el cáncer de la humanidad y a
revelar que a largo plazo, las multinacionales, en pleno acuerdo entre si, recibirían de
los gobiernos el visto bueno, la luz verde y todos los permisos para ejecutar sus
colosales proyectos. En efecto, las grandes empresas, haciendo uso de la moderna
democracia y avivados por los amantes de las novedades, para batir todos los récords
y contar sus ganancias en millares de millares, harían conocer sus descomunales
planes:
Para poder trabajar y divertirse a plenitud, la procreación se haría en incubadoras,
porque la gestación natural en el vientre serían cosas del pasado.
Con la basura de la industria entre Europa Occidental y América Norte, construirían
cadenas de montañas tan largas como Los Andes, tan altas como Los Himalayas y tan
concurridas como Los Alpes.
Porque el azul del Mar sería ya un color pasado de moda, lo pintarían de rojo, luego
de negro y después lo evaporarían para aprovechar toda su riqueza.
Por considerarlos un obstáculo para el avance de la humanidad, talarían todos los
árboles de las Amazonía para poder explotar mejor la enorme zona.
Porque ocupan el espacio donde deberían radicarse las industrias, eliminarían todos
los animales improductivos y los disecarían para colocarlos en museos donde se
podrían exponer con facilidad y sin riesgo.
Porque todo es nuevo menos el agua dulce y tenía insípido sabor, envenenarían los
ríos para producir líquido artificial de todos los colores y sabores.
Para que las máquinas llegaran a todas partes, asfaltarían los campos y elaborarían
alimentos concentrados para evitar el trabajo de comer.
Preparándose para los viajes en masa al espacio, contaminarían la atmósfera de modo
que todo humano usaría una máscara de oxígeno.
Por mientras, harían monumentos a la Naturaleza y empezarían a construir naves y
estaciones espaciales al por mayor, porque al final, para brindar el espectáculo más
grande de toda la existencia terrena, harían explotar el planeta-.
De repente, la estación se llenó de viajeros que dejaron partir vacíos los trenes
para escuchar las prédicas de El Profesor.
-Es necesario- decía –cambiar los órdenes mundiales: Cambiar el sistema monetario
por el del intercambio y eliminar la producción innecesaria. Erradicar todo tipo de
poder y eliminar fronteras, ejércitos y religiones. Entender que el planeta es un ser
vivo y sensible, frenar su depredación y procurar cuidarlo por sobre todo. Es
necesario que los ricos empiecen con los cambios por medio de la razón, antes de que
los pobres lo hagan por medio de la fuerza-.
-Los ricos- dijo –desde tiempos inmemoriales se han hecho ricos con el trabajo de los
pobres, siempre han vivido a costa de los pobres, siempre se han repartido entre ellos
el poder; pero los ricos no pueden vivir sin los pobres, mientras que los pobres sin los
ricos, sí. El cambio, entonces, tendrá que venir esta vez y en definitiva de los pobres.
Si todos los pobres del mundo, incluidos los asalariados, dejaran de trabajar un día
demostrarían a los ricos que es tiempo ya de cambiar el sistema, si dejaran de trabajar
dos días les harían meditar el caso, si dejaran de trabajar tres los cambios empezarían.
Mas para lograrlo, no son necesarios ni un millón ni diez millones ni cien millones;
sino todos los trabajadores del mundo…Pero cuando siguieron llegando para escuchar los procesos, los métodos y las
estrategias para cambiar el sistema en todos sus aspectos, llegó también la policía y
rodeándolo, lo esposaron y lo condujeron a su vehículo.
-¡Todos somos culpables!- alcanzó a decir –ustedes por no haber podido escuchar, yo
por no haber podido hablar, y el poder por acallarme!.
Desde entonces, El Profesor no apareció más en la estación, tampoco en otros puntos
de la ciudad y en ningún lugar se le vería. Había cometido pecado mortal, al haber
querido desenmascarar a la santísima democracia todopoderosa.
SOÑANDO PARA SIEMPRE
Las aves migratorias se preparaban para el viaje de retorno y fueron sorprendidas
por el invierno, cuando Naldo se daba prisa por terminar su historia sin fin. Le faltaba
poco, era cuestión de tiempo, de paciencia y de escribir sin tregua.
Pero esa tarde de diciembre, al regresar del trabajo, la encargada de la pensión le
pidió que se marchara ese mismo día y mejor, ese mismo instante.
-La policía vino a buscarte y estuvo esperándote- le dijo.
Naldo dejó escapar un suspiro. La mujer lo entendió.
-Toma- le dio un papel con una dirección –diles que vas de mi parte-.
Juntos, cogieron las cosas indispensables, las metieron en dos bolsas de basura y las
unieron por sus bocas a modo de alforjas. Naldo metió todo lo escrito en una bolsa
plástica y para mayor seguridad, la tomó en su mano derecha cuando se dispuso
partir.
-Es en el sur- le indicó la mujer- al otro lado del río-Gracias, lo tendré siempre en cuenta, espero corresponderle alguna vez-No es para tanto, hombre, que te vaya bien- y acompañándole unos pasos agregó -En
esta estepa incierta, los pastores acogen a los lobos y ahuyentan a las ovejas-.
Había empezado a llover, el cielo se negreció poniendo la noche en la tarde y el
viento arreciaba con insólita fuerza cuando cruzaba el río. En medio del puente, una
ráfaga lo tiró a las barandas arrancándole la bolsa plástica. En la oscuridad, pudo ver
blanquear las hojas de su historia sin fin que en caótica desbandada, se batían como
haciéndole adiós. Recostado, se quedó incrédulo empapado sin percatarse que podía
caer también al río.
Todas las hojas ya habían desaparecido, pero a él le parecía que aún seguían
suspendidas en la tormenta. En esas hojas incompletas le cabía completa la vida. En
su historia sin fin, no sólo había escrito el sin fin de su existencia; sino la historia que
todo leyente podía haber leído. Sin embargo, abrigó la esperanza que algún
desconsolado encontrara una página para que le sirviera de consuelo.
El cuarto era pequeño y olía aún a los años sesenta. Una de las ventanas daba a un
jardincillo donde un gorrión jugaba al pato en el lodo. Por la noche, a la luz débil del
foco, miró la fotografía de sus hijos de quince años atrás. Así los había dejado
entonces, así los había soñado todo ese tiempo; así, no más los volvería a ver. La
última vez que lo visitaron, habían crecido y cambiado considerablemente, su hija se
había quedado un tanto más baja que él, pero su hijo le llevaba una cabeza y en ideas,
sólo concordaban en algunas.
El sueño no logró rendirle y se pasó la noche contemplando la nada hincado de rato
en rato por un extraño presentimiento. Se duchó, comió un pedazo de pan con queso
y tomó el vehículo a su trabajo. En el trayecto, sintió el cansancio y dormitó un poco.
Ese veinte de diciembre, la noche aún cubría la mañana cuando unos minutos
antes de que empezara la faena, entraron a la cantina dos hombres desconocidos y se
dirigieron directamente a él. En ese momento, el reloj se apresuraba a marcar las siete
cuando los trabajadores se levantaron y salieron ordenadamente.
-¿Reinaldo del Carmen Allende Villar?- le preguntó uno de ellos.
-Sí- respondió Naldo que supo a lo que venían.
-Coge tus cosas y acompáñanos- le ordenó.
Entonces entró el caporal y después de pedirles que se identificaran les dijo:
-Señores, ésta es mi jurisdicción y de aquí, ustedes a nadie se llevan-No dificulte la acción, caporal, que por encubrimiento, a usted le puede costar su
puesto y a su empresa, una multa más abultada que el salario anual de un trabajador;
este sujeto es ilegal y no tiene derechos-.
El caporal se quedó sin saber qué decir, pero al reponerse, mirando a Naldo le dijo:
-Me comunicaré con tu abogado... disculpa, no es cosa mía-.
-Tampoco es la nuestra, caporal- le aclaró el policía -nosotros sólo cumplimos
nuestro trabajo y nuestro trabajo es hacer que se cumpla la ley- luego se perdieron los
tres en la oscuridad.
En las oficinas de la policía de migraciones, Naldo pidió que se le permitiera ir a su
habitación para recoger y arreglar algunas cosas.
-Haz tenido quince años para recoger y arreglarlo todo; vas a ir, pero a una habitación
más segura en el aeropuerto- le dijeron sin contemplaciones con cierto sarcasmo.
En el vehículo de lunas polarizadas, Naldo estaría sentado una hora, después,
habría llegado al aeropuerto. Fue reportado en las oficinas de deportaciones y luego
conducido a una celda pequeña pero bien conservada, que no obstante haber sido
pintada y repintada, se podía leer:
<Enrollen su país y métanselo al culo>.
La frase le sonaba entre cómica, grosera y seria; pero como su situación nada tenía de
cómica ni de grosera y todo de seria, le restó atención. Aunque mantuvo la calma, no
pudo evadir la preocupación. No sentía miedo sino vergüenza por regresar al país de
esa manera. El cansancio le evitó complicaciones, se tendió en la cama y sordo al
rugir de los aviones, se quedó dormido.
La puerta se abrió y un guardián le trajo comida, su serenidad le atrajo la
curiosidad:
-¿Tienes abogado?- le preguntó
-Sí-
-Pide comunicarte con él-Ya no tiene caso, la última vez que estuve en su oficina me dijo que esto sucedería-Pídelo de todos modos e inicia un nuevo juicio-Ya los inicié, los terminé y los perdí todos-¿Cuánto tiempo vives en Damlandia?-Quince años-¡Quince años!, ¿y trabajaste algún tiempo?-Siempre, desde que vine, hasta hoy que me detuvo la policía-Y el trabajo, ¿era legal?-Sí, también fijo-Si es así y lo puedes demostrar, tienes derecho a quedarte, hay una ley que concede
permanencia permanente a los ilegales que hayan trabajado seis años legal e
ininterrumpidosNaldo se quedó mirándole y en muestra de agradecimiento, le tendió la mano y le
dijo:
-Gracias de todos modos. No soy ilegal, pero siento que mi tiempo en Damlandia ha
terminado. Acaso tuve el abogado equivocado, acaso vine al país equivocado, acaso
estuve todo este tiempo equivocado; lo seguro es que ya no quiero seguir equivocado,
que todo quede como está-.
Era como el guardián había dicho, si pedía un abogado tenía la ley a su favor; pero
Naldo se quedó en el centro de detención sin reaccionar.
En el local, habían detenidos por diferentes motivos y de diferentes
nacionalidades: Traficantes de drogas, tratantes de mujeres, contrabandistas de
asilados y delincuentes comunes; todos ilegales prontos a ser expulsados. Sólo pocos
guardaban compostura, la mayoría se iba en insultos a los guardianes y golpes a los
mobiliarios, y en la sala de estar lo cubrían todo de humo.
Al siguiente día, el guardia le preguntó:
-¿Porqué no llamas a tu familia para que te traigan una muda?-Porque no tengo aquí familia-A alguno de tus amigos, entonces-Estarán ocupados con sus cosas-.
El guardián le proporcionó un pantalón y una camisa y le dijo que según sus cálculos,
regresaría a su país después de Año Nuevo. Pero no sería así, partiría al siguiente día.
El calendario marcaba el veintidós, cuando recibió su pasaporte y antes de que
empezara la noche más larga del año, exactamente quince años después, en un avión
de KLM, Naldo partía de Damlandia para no volver.
****************
El viaje fue largo aunque no agotador. En diecisiete horas de vuelo, habría tenido
suficiente tiempo para coordinar sus acciones y empezar de nuevo; pero no lo hizo y
embromó en cosas sin importancia. Pensó en la gente que quedaba atrás, de la que no
pudo despedirse y a la que no vería más, se consoló con la idea que de algún modo
estaban bien y eso le bastó.
Los parlantes avisaron que se disponían a aterrizar. Un escalofrío le sacudió el
cuerpo, miró por la ventana y vio las luces de la millonaria capital. Se le escapó un
suspiro quizá de aliento acaso de preocupación y se masajeó el rostro con ambas
manos. La nave se detuvo. Una azafata le indicó que esperara, luego subieron dos
hombres y le escoltaron por las escalinatas.
En las oficias de migraciones lo registraron. Se notó ajetreo en el personal. Luego
llegaron dos policías uniformados y se plantaron en la puerta, mientras un oficial de
civil se le acercó para decirle:
-Estamos viendo su caso, luego todo estará en su lugar-.
Naldo asintió con la cabeza. A pesar de saber que podría ir directamente a la cárcel y
que quizá de allí no más saldría, no le preocupaba su situación. Se quedó hasta el
siguiente día en la carceleta respondiendo a una serie de preguntas, hasta que después
de muchas llamadas telefónicas y tantas diligencias, el oficial volvió para
preguntarle:
-¿Quién fue su maestro?-Salvador Paz- contestó casi al unísono.
El oficial regresó esta vez con mucha cortesía.
-Señor Allende- le dijo -tenga usted la bondad de esperar un poco, pronto vendrán a
recogerlo-. Después de darle todo lo necesario, de haberle pedido que se aseara
incluso de haberle brindado ropas nuevas, seguían atendiéndole mejor que en un
hotel. Ya no lo trataban como a sospechoso peligroso sino como a huésped de honor.
-Póngase cómodo, que ahora le traen un café- le dijeron los policías y se quedaron no
para resguardarlo sino para hacerle compañía.
Naldo no se alarmó y en todo momento mantuvo serenidad. Era ya oscuro y todos
se preparaban para la Nochebuena cuando llegaron dos hombres con pinta de
guardaespaldas, le saludaron y cortésmente le pidieron que les acompañara.
-Señor Allende- dijo el oficial que estuvo a cargo de la interrogación –soy el capitán
Buenavista, por si me necesite- y tendiéndole la mano, lo siguió con la mirada hasta
que subió al vehículo.
-Se nota que usted es amigo del general- empezó la conversación uno de los dos.
Naldo aplicó las estrategias militares y siguió el hilo sin saber de quién se trataba.
-¿Ya es general?- preguntó
-Jefe de la Policía Nacional y miembro del Comando Conjunto- le informó
-¡Como pasa el tiempo!. En Damlandia se va tan rápido, que uno ya no sabe si fueron
veinticinco años o fueron quince- dijo Naldo que no sabía si se trataba de alguien que
dejó de ver cuando llegó a la capital del departamento o cuando llegó a Damlandia.
-El general logró a los veinte, lo que otros logran a los treinta-.
Y se fueron de conversación.
Llegaron a un barrio amurallado, al que antes de entrar, había que comunicarse
por radio dando números y palabras como clave. Todas eran mansiones protegidas
con muchas medidas de seguridad. El vehículo se detuvo ante un portón que luego se
abrió mecánicamente. Al bajar, Naldo vio una ermita en la que había una estatua
exactamente igual a la Santa Rosa de Lima que estaba en el parque del distrito detrás
de la escuela. Le tocó las manos con un leve recuerdo a las monedas que en aquel
tiempo le quitaba; luego siguió por el pasadizo de mármol que se extendía cruzando
el gras importado.
Un perro pastor alemán se acercó y empezó a ladrar sin signos de agresión. La puerta
de madera finísima y talladura impecable se abrió y a la luz de las lámparas, aparecía
una figura que no había visto hacía exactamente veinticinco años. Era Javier, Javier
Mendoza Barrionuevo.
El momento fue el más emotivo que ambos habían tenido en todo ese tiempo,
Naldo olvidó su limitación de expulsado y Javier su condición de general, se
abrazaron con el mismo calor de entonces y estaban en la misma situación de
entonces: Javier todo lo tenía y Naldo nada poseía.
-¡Gringos de mierda!, ¡no saben con quien se meten!. ¡Pero se van a joder!, ¡se van a
joder!- vociferó el general Mendoza Barrionuevo indignado y prosiguió –Cuando
América Latina despierte, tendrán que ajustarse las tripas y reciclar toda su basura o
aceptar las condiciones que nosotros pongamos-.
Luego presentó a su esposa y a sus dos hijas y después de compartir palabras un rato,
le preguntó:
-¿Te parece bien si vamos de compras en seguida?, te hacen falta unas mudas y ropa
de gala porque iremos a pasar la Nochebuena al Casino Militar-.
Naldo quiso disimular su rubor y antes de articular su negativa, poniéndole la mano
sobre el hombro, le adelantó el general:
-En la fiesta de promoción, por no aceptar mi contribución, fuiste el único con ropas
usadas y sin corbata; entonces, era la euforia de la juventud, ahora es la exigencia de
la adultez. Yo tengo una cita, pero si prefieres quedarte en casa, lo entiendo, debes
estar cansado. Lo que tienes que saber, es que como antes, ésta es tu casa y como
antes, cuando estabas de visita, íbamos juntos a todas partes. Si prefieres, pasamos la
Nochebuena aquí y si vamos al casino, tenemos que darnos prisa-.
Naldo aceptó con la única condición que no usaría corbata, y luego ordenó el general:
-¡Edecán!, llame a la tienda y diga que iremos allí de compras-Mi general, son casi las nueve, ya deben haber cerrado-Por eso mismo, avise para que esperen-De inmediato, mi general, de inmediato-.
El vehículo ya esperaba a la puerta cuando Javier y Naldo salieron. Antes de las doce,
salían de nuevo esta vez con la familia rumbo al Casino Militar.
-Para poder llegar a tiempo, ¿puedo encender la sirena, mi general?- preguntó el
chofer
-No es necesario, nosotros somos de fondo, ¡eh, Naldo!- bromeó el general.
Cuando entraron, ya todos estaban ubicados, sólo una mesa estaba libre donde se
leía: <Reservado - General Javier Mendoza Barrionuevo>. Habían llegado con
quince minutos de retrazo. Antes de que Javier fuera a saludar a su superior, se hizo
el silencio en la enorme sala, porque el Jefe del Comando Conjunto de las Fuerzas
Armadas, se dirigió a su mesa.
-Permiso ni general...- quiso saludar Javier poniéndose de pié
-Firmes, general, firmes- tranquilizó el jefe militar y se dirigió a Naldo:
-Allende Villar- le dijo quedo- <Si pasa por Pariña, se acerca a pagar la cuentita de
mi mujer>-.
Ante el asombro de Javier, Naldo lo reconoció: Era el entonces teniente de ingeniería
anfibia Leoncio Rivas Moreno, en el cuartel su jefe y compañero de elite y en la
calle, su yunta y compinche de parranda.
-Comprendido, mi general, pero habrá que ir después, a buscar quien acepte nuestra
compañía- correspondió Naldo a la broma.
Después de que se unieron en un abrazo que ni uno ni otro esperó, el Jefe del
Comando Conjunto, pidió poner una mesa con tres sillas y una botella de champán en
la oficina del director del casino y se fueron los tres a brindar por el encuentro.
Seguro de la ausencia de micrófonos y videos, el general Rivas Moreno tomó la
palabra:
-¿Recuerdas a lo que nos comprometimos cuando dejaste el ejército?- se dirigió a
Naldo- Ibamos a coordinar a otro nivel-Cierto- asintió Naldo
-General Mendoza- prosiguió el jefe militar –el hecho de que usted haya venido con
Allende, significa que puedo confiarle cuestiones no sólo castrenses- y expuso breve
y concreto- Esto es más que un secreto de estado. El país necesita de gobernantes que
sepan lo que hacen y no de teatreros ni payasos que adoptan posturas forzadas,
tampoco de muñecos con los que pueden jugar los gringos. El país necesita de
hombres que de veras representen y defiendan al pueblo. Si damos un Golpe, el
mundo se nos vendrá encima por no usar la marca de la democracia. Todo es cuestión
de ponernos de acuerdo y prepararnos para jugar a las elecciones, lo único que nos
falta, es ubicar a alguien clave en la prensa y que Reinaldo del Carmen Allende Villar
empiece la campaña en los alrededores de Los Andes Centrales porque por allí,
todavía esperan a un Villar que los redima de la maldición y haga brotar La Villa por
tercera vez- y dirigiéndose a Naldo continuó -En esa zona eres el tercer eslabón del
mito que empezó con tu bisabuelo. Y lo que tienes que saber es que ahora, el ejército
no está en tu contra sino a tu favor-¿Cómo sabes lo de La Villa?- le preguntó Naldo
-<Para un alfa nada es imposible>. Es más, saliste un martes veintidos de diciembre
por la tarde en el vuelo quinientos cuarenticinco de Aeroflot y llevaste un encargo a
La Habana. Somos una elite, Allende y entre nosotros, no cabe la traición; te dejé
partir en vez de detenerte. Yo participé en el operativo contra el Movimiento Popular;
pero nada tuve que ver en el caso de La Villa ni en el de Salvador Paz… lo siento-.
Después de narrarle los pormenores, finalizaron el acuerdo con un apretón de manos.
Luego salieron a compartir con los demás. Pernoctaron en el casino y al final de la
mañana, fueron al balneario donde en un yate, con otros altos oficiales y ciudadanos
claves, acordaron reunirse al mediar la primera semana de enero.
Los generales Rivas Moreno y Mendoza Barrionuevo, creyeron que la pasividad
de Naldo se debía a la presión de la expulsión de Damlandia y al cansancio del viaje.
Creían que habría estado en desacuerdo con el gobierno, porque sabían que él nunca
tomó a bien las imposiciones de Estados Unidos a Europa Occidental.
En unos días, la cúpula militar contactó con intelectuales, periodistas, empresarios y
políticos progresistas, y mantuvieron varias reuniones para exponer posibilidades
concretas al futuro presidente de la república. Estaban seguros de que al fin lograrían
un gobierno de consenso. Parecía que todo saldría bien, que todo estaba a favor, ya
no era sólo una cuestión de firme amistad, sino de elevado ideal. Leoncio Rivas
Moreno y Javier Mendoza Barrionuevo nada necesitaban, lo tenían todo, ponían en
juego sus altos cargos y sus elevadas reputaciones por atender a sus conciencias de
hombres cabales. Acaso, sólo eso les faltaba para haberse realizado plenamente.
****************
El mismo día en que Naldo viajó al norte, la Oficina Nacional de Migraciones
recibía un sobre, cuyo remitente era el Ministerio de Relaciones Exteriores de
Damlandia. En el documento, se hacía constar oficialmente la rectificación a nombre
de la reina, que Reinaldo del Carmen Allende Villar, tenía derecho a la ciudadanía
damlandesa, por lo que podía volver en cuanto creyera conveniente y pidiendo
excusas, le felicitaban y le deseaban buen retorno.
La empresa para la que Naldo trabajó, había logrado que el abogado arreglara todo
más rápido de lo imaginado. La buena voluntad y la fidelidad, se habían colado esta
vez por las rendijas de las leyes; pero no por el torrente de la suerte que arrasando con
todo, no lo permitiría.
Los generales Rivas Moreno y Mendoza Barrionuevo se felicitaron por la misiva,
creyeron tener un documento que acreditaba la credibilidad del candidato a la
presidencia de la república, que prefería trabajar por el país en vías de desarrollo, en
vez de vivir cómodamente en otro por demás desarrollado. Los jefes militares
también se equivocaron, Naldo no volvería a Damlandia, pero tampoco a la capital y
ellos sólo volverían a verlo cadáver.
En el viaje de ocho horas al norte, no se ocupó del compromiso ni pensó en otras
cosas, se dejó llevar por la circunstancia como hoja que al desprenderse del árbol,
desciende entre las demás hojas aún sujetas, se desliza entre las ramas y el tronco, cae
sobre las raíces y se arrastra por doquier a voluntad del viento.
Llegó primero a Amalia, quien lo recibió entre alegría y preocupación. Las canas
tuvieron que amoldarse a sus rizos y las arrugas no lograron bordear su semblante.
Con alegría triste, preparó el almuerzo como antes y como antes, Naldo le ayudó a
pelar las papas, a escoger el arroz, a cortar la carne; pero esta vez, quizá porque antes
nunca se habían demostrado el afecto mutuo, andaban abrazados como monos y
contándose sus cosas como papagayos.
Marco Reinaldo y Consuelo Amalia, llegaron un tanto después y le trasmitieron su
preocupación respecto a su abuela: Ese viernes a la una de la madrugada, Consuelo
Villar había sido internada en el hospital. En el mismo momento en Damlandia eran
las siete, hora en que le policía había prendido a Naldo. Le pusieron al tanto que
desde que fue internada habían ido a verla varias veces y le advirtieron que acaso no
se recuperaría, que no caminaba ni hablaba ni comía y que lo único que alcanzó a
pedir fue verlo.
Después del almuerzo se despidieron. Consuelo Amalia y Marco Reinaldo lo dejaron
partir con racional sentimiento; pero Amalia, que siempre había logrado esconder su
llanto en su risa, esta vez no pudo y dejó correr sus lágrimas, pero urgido por ella
misma partió de inmediato. Naldo sentía que el llanto de Amalia quería romper los
diques de sus párpados, sentía un vacío insondable, sentía que la impotencia le
inundaba también el alma.
Infiernillo ya no existía, había sido revuelto por los buscadores de tesoros que se
llevaron las reliquias de los pacatnamús y el oro de los conquistadores disidentes.
Había sido invadido por forasteros que trajeron malas costumbres. Había sido
repartido por los comerciantes que lo habían comprado, lo habían vendido y lo habían
vuelto a comprar. Había cambiado y crecido tanto y tenía otro nombre: <Pueblo
Nuevo de Santa María> lo llamaban, porque el primer cura que lo visitó, lo primero
que hizo fue reprender a los pobladores por vivir en un pueblo con nombre blasfemo
y les puso como penitencia, entregarle el diezmo por el lapso de diez años; de lo
contrario, sus almas se quemarían perpetuamente en el infierno. Todos cumplieron,
algunos doblaron el tiempo y los más temerosos estaban por triplicarlo. El cura hizo
un pingüe negocio en nombre de Dios, se compró un auto, una casa y pagó
alimentación a sus hijos y a sus mujeres.
Naldo pudo fijarse que la casa estaba exactamente como hacía veinticinco años
atrás, todo a medio construir, como si allí el tiempo se hubiera detenido. Estaba llena
de gente. Estaban todos sus hermanos, los hijos de sus hermanos y los hijos de los
hijos de sus hermanos. Habían también familiares cercanos y lejanos y mezclados,
conocidos y desconocidos.
Todos le esperaban y creyeron que había venido por las tantas cartas, mensajes y
llamadas que le hicieron. Y es que era verdad que lo último que Consuelo Villar
alcanzó a pedir antes de perder el habla, la facultad de moverse y razonar fue que lo
hicieran venir. Todos sabían que nunca había preguntado por él ni menos le había
hecho llamar, creyeron que era un achaque de la edad; pero cuando los médicos
determinaron su estado de coma, cundió la alarma y entendiendo la gravedad del caso
procuraron comunicarse con él. Desde ese día, por coincidencia, Naldo perdió la
facultad de intuición y aunque la hubiese conservado, no habría podido adelantar su
viaje por haber estado detenido. Sin darle tiempo a saludar, lo condujeron
directamente a la cama donde yacía Consuelo y los dejaron solos.
Allí estaba su madre con los ojos cerrados, tranquila, como nunca la había visto.
Naldo no supo qué hacer ni qué decir. Por primera vez se sintió inseguro y no sentía
sus pies sobre el suelo. Consuelo abrió sus ojos despacio y miró a su hijo de la misma
forma como él la miró cuando nació; en silencio y reflejando incredulidad. En aquel
instante retrocedieron cuarenticinco años y urgidos por el final se miraron por
segunda vez.
-Perdóname- pudo susurrar Consuelo
-No me pidas perdón, que de nada te culpo- descargó Naldo
-Perdóname-¿Porqué tengo que perdonarte?Consuelo hizo su último esfuerzo y aunque no pudo decirle porqué, logró articular:
-…Per-do-na-me...-Te perdono- concluyó Naldo al ver que los ojos de su madre se paralizaban para
siempre.
Consuelo no alcanzó a revelarle lo que escondió más de media vida. Tanto esfuerzo
perdido, tanto sentimiento perdido, tanta esperanza perdida por creer en la maldición
de las flores y por el temor a la fatalidad. Sus lágrimas corrieron incontenibles y
siguieron corriendo hasta después de que había muerto y se desbordaron a las mejillas
de Naldo, quien sintió que en sus ojos convergía el dolor de todos los huérfanos y
desamparados del mundo. Así perdía la definitiva batalla contra el llanto.
Se sintió como un niño recién nacido, vulnerable a todo y que sólo quiso volver al
vientre de su madre porque sin ella, no tendría opción de sobrevivir.
Durante el sepelio, se comportó como un párvulo que la llamaba sin darse cuenta que
ya estaba muerta. Que de repente iba a besarla, a acariciarla y a pedirle que fueran a
jugar, que se hacía el difícil para comer y que a intervalos lloraba desconsoladamente.
****************
Después del entierro, sus hijos lo bañaron, lo afeitaron y le pusieron ropas nuevas.
Naldo vio donde su hija puso la navaja y creyendo que se iría con esa tarde, la cogió
y salió de la casa despacio y en silencio, había decidido cortarse las venas a media
puesta de sol.
Sus hijos, que ya empezaban a preocuparse por su estado y que estaban pendientes de
todas sus acciones, se percataron que algo no concordaba y lo siguieron.
-¿A dónde vas, papá?- le preguntó Consuelo Amalia
-A ver la puesta de sol- contestó
-¡Qué lindo!, nunca hemos visto juntos una puesta de sol, ¡voy contigo!-¡Y yo también!- se adherió Marco Reinaldo.
Y fueron a colocarse a sus costados. Cuando el Sol se puso del todo, se le escapó un
largo suspiro.
-¿Qué pasa papá?- le preguntó Consuelo Amalia
-Nunca hemos visto juntos una puesta de sol- contestó dejando caer la navaja en la
arena.
Esa noche Naldo no durmió, como no había dormido varias noches. Sus hijos se
turnaron para acompañarle en su insomnio, en los que les contó las conversaciones
con Peluche, las narraciones de los pájaros, el paseo con los luminicios, las
experiencias con Arturo villar, la fidelidad de Gregorio, La amistad con Javier, el
encanto de Minina, los pasajes de su historia sin fin, sus tratos con Salvador Paz, a
quien casi treinta años después le daba la razón; porque aún con toda la experiencia y
el conocimiento, los hombres seguían padeciendo a la sombra de la luz.
Les asombró la fantasía de su padre narrada con tanta realidad que a la vez era
realidad fantástica, porque fechas y sucesos concordaban con los últimos libros que
habían leído. Pero consideraron que su estado no se ubicaba en lo normal e hicieron
una cita con un sicólogo y otra con un siquiatra.
Sus hijos le hablaron también de sus proposiciones. Marco Reinaldo terminaba sus
estudios de Administración y organizaría una empresa de asesoría que dedicaría un
día a la semana, a atender gratuitamente las urgencias de los necesitados y Consuelo
Amalia, cursaba estudios de Medicina para especializarse en Pediatría y dirigir una
clínica en la que los niños de escasa economía, podían ser atendidos y recibir
medicamentos gratuitamente.
Un gesto de satisfacción se dibujó en su semblante, al entender que sus hijos no
habían olvidado lo que le dijeron antes de que partiera a la farsa de la guerra y que le
confirmaron antes de partir a la lejana Damlandia. Tanto había anhelado hacer algo
para los necesitados, tanto había leído y se había preparado, tanto tiempo perdido en
los vericuetos de las necesidades. Quizá sus hijos no nacieron con la vida hipotecada,
quizá sus hijos se adaptaron mejor al tiempo, quizá sus hijos tuvieron más espacio.
Acaso ellos tuvieron mejor suerte, de cualquier modo, para ellos era permitido lo que
para él fue prohibido.
En cuanto amaneció, les pidió tinta y papel y les escribió cuarenticinco cartas para
que las abrieran hasta que cumplieran veinticinco años respectivamente: Veinticinco
para casos de emergencia y de acuerdo a la circunstancia. Dieciocho para cada Día de
la Madre, cumpleaños y Navidad. Y dos de despedida porque a partir de entonces,
tendrían que ser capaces de afrontar solos sus vidas.
Talvez porque cuando el enfermo grave muestra mejoría es porque va a morir; no
sólo recuperó sus facultades, sino que además, mostró increíbles dotes de sabiduría.
Por la tarde, les pidió que no fueran con él, porque iba a conversar en lenguajes que
no entenderían. La petición fue tan contundente, que ninguno de los dos objetó y lo
vieron perderse entre los últimos árboles a pié desnudo con un sombrero a la cabeza.
Por el tronco de un algarrobo, una colonia de hormigas bajaba a prisa su alimento
para guardarlo debajo de la tierra. Al notar su extraña prisa, Naldo les preguntó:
-¿Porqué se apuran, si mañana es otro día?-Porque no sabemos si mañana seguirá en pié este algarrobo, ni cuando ni a qué hora,
los hombres talarán todos los árboles- respondieron las hormigas deteniéndose.
-Háganles entender que sin árboles, serán ellos los más perjudicados, porque ustedes
podrían sobrevivir pero ellos no-De nosotros aprendieron a organizarse y a trabajar, pero ahora ya ni nos miran y si lo
hacen, es para considerarnos una plaga y nos echan sus venenos; pero ¡ay!, sólo se
intoxicarán a sí mismos hasta extinguirse todos-Procuren hacerles entrar en razón-Quizá ya no es posible, porque no pararán hasta hacer la Tierra inhabitable para
ellos-.
Sintiendo que el tiempo le apremiaba, siguió sin despedirse.
Los pájaros, que por sus antecesores sabían de él muchas cosas, estaban
esperándole inquietos reunidos en añoso sauce. Después de hablar un rato, Naldo
empezó con sus observaciones:
-Ustedes ya no vuelan como antes- les dijo
-Tú has volado en descomunales aves de hierro, por eso ya no aprecias nuestro vuelo
como antes- sostuvieron los pájaros
-Creo que están perdiendo la alegría y el color-Tú has tenido tantas tristezas y has visto cosas horribles, por eso ya no nos aprecias
como antes-Me parece que ya no cantan como antes-Tú has escuchado ruidos que distorsionaron tus oídos, por eso no oyes nuestro canto
como antes-Espero que no dejen de cantar- les manifestó al ver que un costado del cielo se
cambiaba de celeste azul a anaranjado rojizo, mientras que el otro se escondía en la
oscuridad.
-Que dejaremos de cantar es seguro un día, como es seguro que hemos cantado antes
de la aparición del primer hombre y seguiremos cantando después de la desaparición
del último hombre-.
Naldo dejó la conversación truncada y emprendió el regreso al ver que el crepúsculo
pintarrajeaba de negro el horizonte. En el camino al vaivén del aire, desde la hierba y
las flores hasta las matas y los árboles se batían despidiéndose en silencio; pero él ya
no lo tuvo en cuenta y siguió de largo. No entendió que esa sencilla despedida era el
adiós definitivo porque para él, se había puesto el Sol para siempre.
Ya oscuro, antes de llegar a la casa, un grupo de perros vino a recibirle moviendo
la cola no de alegría sino de pena. Naldo se detuvo.
-¿Porqué están tan tristes?- les preguntó
-Porque nuestra relación con los humanos está a punto de romperse- le respondieron
los caninos
-¿Es cuestión de los humanos?-Sí, han perdido su camino y desbocados, avanzan directamente a su extinción-Ayúdenles, no los abandonen-Hemos hecho para ellos todo lo que pudimos, pero ahora están empeñados en
romper el equilibrio natural y no quieren parar hasta lograrlo; lo que no ha de permitir
la Tierra y los echará de su faz-.
Naldo no entró en detalles, mas cuando se dispuso a seguir, los perros empezaron a
aullar.
-¿Porqué lloran ahora?-Porque el último occidental que entiende nuestro lenguaje, va a morir esta noche- le
respondieron con insondable tristeza.
Al llegar a la casa, una que otra ave revolaban inquietas entre el guabo y el
ciruelo. Naldo Se tendió debajo de ambos, en el mismo lugar donde Peluche encontró
la muerte, donde la hierba se había extendido para unirse a los retoños de las flores
que sembró muchos años atrás. En nadie pensó, ni en sus compromisos inconclusos
de humano.
Como en el prólogo de su nacimiento, al descanso de los pájaros, el crepúsculo se
hizo en silenciosas notas que se grabaron en las pentagramas de la oscuridad y se
ordenaron en la partitura de la calma, el agua se narraba incansable historias a sí
misma y al vaivén de las hojas a son de viento comenzó el réquiem.
Los grillos y chicharras acompasaban sus sonidos con los croares de los sapos y las
ranas y de cuando en cuando, un pájaro despertaba para unirse al tiritar de los perros.
La Luna blanca y llena, resplandecía en medio de las estrellas que parecían
luciérnagas suspendidas en su brillo, mientras un quejumbroso shushuque parecía
arrepentirse de sus agüeros. Antes de la medianoche, una bandada de rasantes
huarequeques, avizoraba que había terminado un día; quizá como los que se fueron,
acaso como los que vendrán, pero seguramente un día irrepetible. Era la última noche
de diciembre, cuando el tropical verano evapora el rocío en aquel lugar.
Mientras todos se preparaban para despedir la Noche Vieja y recibir el Año
Nuevo, arrullado por el recital, Naldo se quedó dormido y soñó:
Estaba en un innarrable concierto, en el que de una orquesta acompañada por un
numeroso coro de niños, los suyos eran los protagonistas. Amalia era la directriz,
Marco Reinaldo el concertista y Consuelo Amalia la cantante. Entonaban una
sublime melodía en la que cada uno y todos los hombres, se comprometían a vivir
con amor en paz y en armonía. Vio a todos los humanos de todas las edades y razas
celebrando el acontecimiento porque a partir de entonces, nadie sería más ni menos y
juntos, alcanzaban la Gracia Suprema que les daba la segunda oportunidad de existir
sobre la Tierra.
Naldo se sintió orbicularmente feliz y quiso que ese instante fuera eterno.
Desbordado de alegría, supo que estaba del todo preparado con media vida de
anticipación.
-¡Oh Dios!- pidió -Si en verdad existes, perdóname y de este sueño no me hagas
despertar-.
Y se quedó dormido soñando para siempre.
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