Él Árbol Que Quería Ser Feliz

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Él Árbol Que Quería Ser Feliz
El árbol sólo quería ser feliz, pero el viento azotaba con sus gélidas manos las pocas
hojas que el otoño le había dejado… Pronto el invierno llegaría envolviéndolo de
pequeños copos de nieve. Pero mientras éste no llegase habría tiempo y esperanza para
disfrutar del sol antes de guarecerse en su interior. Entonces, el árbol miró hacia la
montaña y suspiró triste porque no veía a los niños que todas las tardes salían a jugar con
sus ramas. Con ellos se daba cuenta que su cometido en este mundo no solo era dar
cobijo a tantos niños que guardaban el invierno para jugar con la nieve debajo de él, y
para los enamorados que paseaban por el bosque, ellos ilusionados hacían un corazón
donde ponían te quiero, para toda la vida esos enamorados también echaban de menos
que no llegara la primavera, pues a su árbol querían volver donde se prometieron amor
eterno.
Un día, Árbol levantó la mirada, y vio a lo lejos unos pequeños rayos que parecían
provenir de entre las nubes, ¿será el Dios Sol que está asomando para llenar de calor
todas mis ramas?, y entre el fulgor vio la sombra de un pajarillo que se le acercaba feliz
en su vuelo ligero y rápido llamándole: "¡Árbol! ¡Amigo!” De repente las hojas verdes
destellaban mágicamente, una especie de luz brillante envolvía majestuosamente todo el
entorno, con esa energía que solo el árbol quería regalarnos… Los pequeños rayos,
atraídos por el fulgor verde, decidieron consciente y maliciosamente acercarse a
investigar un pequeño capazo que alguien había abandonado al pie de su tronco en cuyo
interior se hallaba una criatura durmiendo plácidamente. Sobre su regazo había una nota
que decía:
"Ruego al Señor de los Árboles que cuide a esta criatura con el afecto y la ternura que yo
no pude darle."
Los rayos se quedaron maravillados con la belleza de aquel pequeño angelito, pero se
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preguntaban ¿cómo un árbol podrá hacerse cargo de esta pequeña criaturita? Además ya
no le quedan apenas hojas para darle cobijo. ¿Qué será de el en este duro invierno? A lo
que el Árbol contestó:
- Sé que sólo soy un simple Árbol, que estoy viejo y que apenas me quedan hojas, pero le
daré todo el calor que él necesite, todo el amor que le haga falta, se hará un hombre
fuerte y bueno, que junto a los niños que aguardaban el invierno, harían que de ese árbol
nacieran muchos arbolitos y convertirlos en un gran bosque.
Entonces habló el Sol, Y dijo: Árbol, para ti siempre será primavera. Por tu amor te has
ganado que mis rayos siempre te reciban.
Pero una gran nube tapó al Sol y silenció su voz.
El Árbol se quedó desconcertado, preguntándose qué le pasaría al Sol.
El niño se movía agitado en su cuna, se despertaba agitadamente de una pesadilla; pero
al abrir los ojos pudo constatar que ni una gran nube tapaba el Sol, ni que el árbol estaba
desconcertado, pues le sonreía paternalmente.
El bebé sentía miedo, pero dio la casualidad que los enamorados regresaban a ver su
árbol gravado de amor eterno. Asombrados vieron como aquel lloraba; quizás por
hambre, pensaban. Para ello acordaron en llevárselo a su casa. Al frente vivía una vecina
llamada Anita que había perdido la inspiración. Pensaron que al ver al bebé la vecina Anita- le llegaría la inspiración. De repente se puso manos a la obra. Con su buen hacer y
sus manos dispusieron para el pequeño de canastilla y demás útiles para el bebé.
Mientras le daban de comer pensaban en el nombre del bebé. Como el árbol era un
abeto, llegaron a la determinación de que el mejor nombre sería el de “Abel”.
-Sí, se llamará Abel, "Aquel que es hijo”, le presentaremos el niño a Anita, se alegrará de
la visita. Árbol, no te preocupes, te lo traeremos de vuelta antes que anochezca.
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Anita era una anciana brujita, olvidada hace ya mucho tiempo por los humanos, como así
estos habían olvidado su magia.
La magia había sido olvidada por los humanos porque se habían perdido en el camino del
espejismo, en el camino de creer en cosas banales. Anita estaba convencida de que con
su buena magia, la ayuda de los enamorados y el Abeto, podrían hacer de Abel una
persona de grandes cualidades y sentimientos.
Y así fue cómo Anita, preñada de sabiduría y visiones de un futuro benévolo, decidió el
futuro de Abel y de toda la Tierra del Este: con el tiempo, Abel aprendería sus artes y
volvería a traer el don de la magia a los hombres. Dando un saltito desde su cueva, se
acercó al capazo y con su barita mágica dijo:
"Tuyo será el poder de que todos los seres humanos sean felices y vivan en armonía con
el resto del universo pero para eso tendrás que pasar una gran prueba"
Abel estaba, pues, destinado a convertirse en luz entre tinieblas.
Tenía que descubrir cuál era esa prueba, lo que no sabía es que en esta debería
demostrar humildad y nobleza de corazón para ganarse el don. Fue entonces cuando
apareció el hada de la oscuridad, envuelta en aquella capa que no tenía fin, cuyos reflejos
plateados imitaban las pocas estrellas de la noche .Susurraba aquella canción que dice
así:
"Del país de las Hadas vengo, ése que no encontró Mecano, lalalililolilo"
Así cantaba el hada Minerva, con el manto infinito plagado de reflejos plateado.
A lo lejos, una chica de mirada melancólica paseaba mirando hacia la nada. Sonreía
levemente, como si estuviese evocando el recuerdo de un amor al que esperaba
reencontrar. La mirada azul de Carla se reflejaba en el lago, mientras el viento jugaba,
caprichosamente, con su pelo. Levantó la vista y vio al Hada Minerva... quizá ella sabría
donde estaba su bebé... El hada le dijo que el bebé lo cuidaba el abeto más antiguo del
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bosque, que en realidad era un príncipe convertido en árbol por el encantamiento de una
bruja celosa de el.
La muchacha buscó al abeto y vio cómo su hijo retozaba junto a él plácidamente, no se
necesitaron palabras, ella rozó el tronco escarpado del árbol, se sentó y quedo dormida
mientras el abeto intuía que, siendo ella su madre, no habría duda que mejor que ella
nadie lo cuidaría mejor.
El árbol tapó a la bella dama con sus hojas para paliar el frío, viendo esta al despertar que
era una hermosa manta bordada en hilo de oro y plata, sorprendida pensó:
Esta preciosa manta la reconozco. ¿Estoy soñando? se preguntó... No, la he visto en... un
beso en su mejilla interrumpió sus cavilaciones...., tímidamente se giró y allí estaba el
príncipe que venía con su bebé en brazos a devolvérselo a la linda muchacha...
De repente, salió el sol, el abeto tenía sus ramas más fuertes que nunca, los pajarillos
revoloteaban alrededor del Príncipe y la muchacha, y el Hada Minerva sonreía desde la
rama más alta del abeto, orgullosa mientras observaba la felicidad del príncipe, la bella
muchacha que había cambiado su mirada melancólica por lágrimas de alegría al haber
recuperado su bebé y encontrado el amor.
Y como todos los cuentos... vivieron felices enamorados para siempre... aunque sin
casarse ni comer perdices.
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