Los Borbones - ares enyalius

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Los Borbones
REVISTA DE HISTORIA Y ACTUALIDAD MILITAR
Jesús Flores Thies
L
os Borbones no suelen tener buena
«prensa histórica», en algunos casos, por
razones políticas partidistas o sectarias.
Creemos, sin embargo, que se comete una injusticia al calificar el período borbónico como totalmente desastroso para la historia de España, y hablamos, por
obvias razones, sólo hasta el
reinado de Alfonso XIII.
Es indudable que la llegada
a España de esa dinastía francesa nos ató a los cada vez más
poderosos vecinos y, de forma
implacable, al carro de su política durante distintas épocas,
pero también es indudable que
el final de la dinastía de los
Habsburgo no pudo ser más
dramático, rozando además los
límites del esperpento.
En aquel final dinástico, España estaba al borde del desastre. El ejército era una sombra
de lo que había sido en épocas
anteriores; la marina casi
inexistente, habiendo llegado a
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Alfonso XIII
tal decadencia, que guardiamarinas españoles,
como Blas de Lezo, se hicieron en navíos franceses; y para poder enlazar con la España americana, fue necesario utilizar, en bastantes casos,
barcos franceses.
España resurgió de forma
asombrosa después de la guerra de Sucesión, habiendo
sido el país terriblemente devastado por este conflicto que,
no lo olvidemos, también fue
europeo.
Casi de la nada había surgido un nuevo ejército y una
renovada marina, circunstancia que llegó a asombrar al
mismo Montesquieu, a quien
ese resurgir le parecía extraordinario cuando, pocos años
después del final de la guerra
de Sucesión, España ponía las
peras al cuarto a los austríacos
en Italia. Los años de paz del
mediocre Fernando VI fueron
beneficiosos para una España
desangrada durante décadas.
LOS BORBONES
Fernando VI, Principe de Asturias
Y en cuando a Carlos III, con sus aciertos y errores, nadie puede negarle que fue un gran rey. Con
él se amplió por última vez la América Hispana
gracias a la conquista de California por el leridano Gaspar de Portolá, y su evangelización por
el menorquín Fray Junípero Serra. La España de
Carlos III tenía un prestigio internacional. Colonos alemanes repoblaron zonas españolas, mientras que irlandeses, italianos, suizos y valones
venían a España a servir a la sombra de la Corona. Guardiamarinas rusos vinieron a estudiar
en las escuelas navales españolas y nuestra Armada puso firmes a los navíos daneses,
escandinavos o hanseáticos que trataban de comerciar con los piratas
berberiscos del norte de África. Se
le achaca la ayuda a la independencia de los Estados Unidos
porque repercutirá en nuestra
contra al servir de ejemplo a la
independencia de la América
Hispana. En nuestra opinión,
aun sin esa ayuda, el resultado
habría sido el mismo. Y es aquí
y ahora cuando aparece la pareja de Borbones más miserable
que la imaginación calenturienta
de un fabulador hubiera sido capaz de inventar: Carlos IV y Fernando VII.
Carlos III
jes…) pero si nos acogemos a la documentación
histórica, especialmente a la correspondencia que
mantuvieron con Napoleón, podemos calibrar la
capacidad de miseria moral, de cobardía y de
vileza de tales personajes.
Napoleón no fue nunca un enemigo de esta
pareja de Borbones, sino un duro árbitro para los
rifirrafes domésticos de padre e hijo, un despectivo consejero y, finalmente, gracias a ellos, «rey
in péctore» de España durante el tiempo en que
José Bonaparte, después de haber renunciado
«Luciano» a la Corona de España, la aceptara.
El Príncipe de Asturias conspira contra su padre (sus padres) en un auténtico golpe de Estado en el que estaba
incluido, en el mismo «paquete», el
asesinato de sus progenitores. Fracasa el golpe, pide perdón «…al
Rey, Señor papá mío, a la Reina,
Señora mamá mía…», denuncia a
sus amigos conspiradores, y a esperar la segunda oportunidad, que
llegará cinco meses después (17-18
de marzo de 1808) en el conocido
como «Motín de Aranjuez». Aquí no
hay intento de asesinato, pero el odio
del pueblo a Godoy favorece los proyectos de Fernando, con el estrambote final
de la cesión de los trastos del Trono del
Montesquieu
A esta pareja de reyes, completada con
padre al hijo, hecho que, por cierto, a Napola figura de Godoy, se les trata hoy de reileón no le hace gracia alguna, como vamos
vindicar, bien que sólo sea en parte (Fera ver más adelante. Godoy, el odiado, y con
nando VII fue el creador del Museo del Prado o
el pretexto del nuevo golpe de Estado, es encede la Orden de San Fernando, la prestigiosa
rrado en el castillo de Villaviciosa de Odón,
«Laureada», y a Carlos IV le gustaban los relodonde en la actualidad se encuentra el «Archivo
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león algo que reiterará
hasta el aburrimiento: «¿y
habría medio más proporcionado que rogar a V.M.I.
que me concediera por esposa una princesa de su
augusta familia (…) Imploro, pues, con la mayor
confianza la protección paternal de V.M.I. a fin de que
no sólo se digne concederme
el honor de darme por esposa a una princesa de su
familia, sino allanar todas
las dificultades y disipar todos los obstáculos que pueden oponerse en este único
objeto de mis deseos…»
La familia de Carlos IV
Histórico del Ejército del Aire» conviviendo con
la sombra histórica del valido.
La relación de Carlos y Fernando con Napoleón
viene de lejos. Y siempre en un sentido de ruin
sumisión al Emperador de Francia. Esta es la
carta que, obligado Carlos IV a ceder la Corona a
su hijo Fernando, escribe a Napoleón: «Señor, mi
hermano…, V.M. sabrá, sin duda con pena, los
sucesos de Aranjuez y sus resultas, y no verá con
indiferencia a un Rey, que forzado a renunciar a la
Corona, acude a ponerse en los brazos de un gran
Monarca, aliado
suyo, subordinándose totalmente a
la disposición del
único que puede
darle felicidad (…)
me entrego y enteramente confío en
el corazón y amistad de V.M…»
El amor, respeto y sumisión
de Fernando hacia
Napoleón no era
menor que los de
su padre. Poco antes del «Motín de
Aranjuez», el todavía Príncipe de
Asturias había solicitado de Napo-
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Carlos IV
Esto de conseguir una
esposa de la familia de Napoleón se convierte en una
obsesión, nos imaginamos
que la misma que tendría
Napoleón para no hacerle
caso. Ya retirado en su cómodo retiro de Valençay,
cuando todavía en España sus antiguos súbditos
se matan en su nombre, escribe a Napoleón: «...
me atrevo a decir que esta unión (con una princesa
napoleónica), y la publicidad de mi dicha que haré
conocer a Europa, si V.M. me lo permite, podrá
ejercer saludable sobre el destino de las Españas, y
quitará a un pueblo ciego y furioso el pretexto de
continuar cubriendo de sangre a su patria en nombre de un príncipe (¡ojo! ¡el príncipe es él!), el
primogénito de su antigua dinastía que se habrá
convertido por un tratado solemne, por su propia
elección y por la más gloriosa de todas las adopcio-
Fernando VII
LOS BORBONES
nes, en Príncipe francés y
en hijo de V.M. Imperial y
Real».Y más adelante insiste en esta miserable
sumisión a Napoleón:
«mi casamiento con otra
persona, sea la que fuere,
sin el consentimiento y
aprobación positiva de
V.M.I., de quien yo espero
únicamente la elección de
esposa para mí».
videmos que este hermano,
don Carlos, será el futuro
«rey carlista»… ) y mi tío,
como en el mío propio, testimoniar a V.M. la parte que
hemos tomado de Vuestra
instalación en el trono de
España, rogando que Vuestra Majestad Católica se
digne aceptar el juramento
que yo le debo como Rey de
España…»
Es decir, que este personaje, felizmente instalado en Valençay, y a
quien nadie obligaba a
estas muestras de vil sumisión, sueña con hacerse francés.
Pero sigamos una cronología menos confusa y
regresemos a la época del
«motín de Aranjuez»,
para seguir los pasos de
estos Borbones y observar que ni fueron a Francia engañados ni en realidad fueron unos sufridos
prisioneros.
Para completar este
capítulo sobre la «novia»
y la sumisión de Fer- Napoleón cruzando los Alpes
nando, transcribimos lo
que escribiera Napoleón
en su «Diario» cuando estaba ya confinado en
Santa Elena: «No cesaba Fernando en pedirme una
esposa de mi elección, entre los miembros de mi
familia; me escribía espontáneamente (sic) para
felicitarme y cumplimentarme, siempre que yo
obtenía alguna victoria, expidió proclamas a los
españoles para que se sometiesen y reconociesen a
José».
Nada extraordinario dice Napoleón porque
Fernando había escrito, el 22 de junio de 1808, al
nuevo rey de España, José I, y sin que le hubieran
puesto ninguna pistola en el pecho: «Señor, permitidme, tanto en nombre de mi hermano (no ol-
El rey destronado buscaba la protección de Napoleón y la venganza contra el hijo «destronador»
pero, conocidos después los sucesos de España,
no tenía Carlos IV la menor intención de regresar,
ni como rey ni como ex-rey; mientras que el hijo
viajaba a Bayona buscando el reconocimiento
como rey y así, como de paso, meterse en la familia Bonaparte casándose con una sobrina del
Emperador. Nunca fueron engañados en su peregrinación a Bayona.
Napoleón nunca aceptó a Fernando como rey
de España. En la fachada de un gran edificio de
Bayona hay una lápida en la que se dice que allí
fueron recibidos en 1808 los soberanos de España
Carlos IV y María Luisa. A
Fernando, ni se le cita.
Napoleón trata a ambos
personajes casi como súbditos y lo demuestra en la
carta que había escrito con
anterioridad a Fernando, ya
rey, de esta guisa: «Como
soberano vecino debo enterarme de lo ocurrido antes de
reconocer esta abdicación, lo
Motín de Aranjuez
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tección al príncipe de Asturias, que si se le
toca por poco que sea, o si se acusa a mi
embajador, declararé la guerra a España y
me pondré a la cabeza de mi ejército para
invadirla».
Godoy, retrato pintado por Goya
digo a V.A. Real, lo digo a los españoles, al universo
entero: si la abdicación del rey Carlos es espontánea
y no ha sido forzado a ella por la insurrección y
motín sucedido en Aranjuez, yo no tengo inconveniente en reconocer a V.A. Real como rey de España…» y luego añade esta coletilla: «deseo pues
conferenciar con V.A. Real sobre este particular». Y
como superior, ordena a su inferior que vaya a
informarle a Bayona, a donde ya viaja su defenestrado padre en busca de la protección del francés.
Todo un sainete.
Las cartas de Napoleón no tienen desperdicio
y muestran la superioridad intelectual, y hasta
moral, del francés con respecto a esta pareja. En
determinado momento le dice a Fernando: «es
muy peligroso para sus reyes acostumbrar a sus
pueblos a derramar sangre, haciéndose justicia por sí mismos…» No le cae bien Godoy,
pese a los servicios prestados a
Francia, pero trata de protegerlo
y escribe: «que el Príncipe de la
Paz sea exiliado de España y yo le
ofrezco un asilo en Francia». Antes le había dicho lo siguiente:
«Esta causa contra (Godoy) fomentaría el odio y las pasiones
sediciosas».
Sorprendido por esta abdicación provocada después de un
motín, teme Napoleón que se vea
involucrada Francia en aquella
conspiración, y escribe a Masserano, su embajador en España:
«escribid inmediatamente a vuestra corte que jamás el Príncipe de
Asturias me ha escrito, que mi
embajador no entró en ningún
tipo de intriga; decidles que desde
este momento tomo bajo mi pro-
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Godoy
Y en otro momento escribe Napoleón
a su «protegido», recién autocoronado rey
de España y de las Indias: «Cuando el rey
Carlos me participó los sucesos del mes de
octubre próximo pasado me causaron el
mayor sentimiento y me lisonjeo de haber
contribuido con mis instancias al buen
éxito del asunto del El Escorial (el del primer golpe «fernandino» contra sus padres). V.A. no está exento de faltas; basta
para prueba la carta que me escribió y que
siempre he querido olvidar…» Y luego le
dice nada menos que esto, toda una lección para
un bellaco: «Siendo rey sabrá cuan sagrados son
los derechos del trono; cualquier paso de un
príncipe heredero cerca de un soberano extranjero es criminal»(subrayado nuestro). Ahí queda
eso.
En una larga carta en el que le hablará sobre
el defenestrado favorito Godoy, acaba con este
párrafo: «No sería conforme al interés de España
que se persiguiese a un príncipe que se ha casado
con una princesa de la familia real y que tanto
tiempo ha gobernado el reino (…) Ya no tiene amigos, V.M. no los tendrá tampoco si algún día llega
a ser desgraciado…los pueblos se vengan gustosos
de los respetos que nos tributan». Indudablemente,
en esa fecha (16 de abril de 1808), no había considerado Napoleón la posibilidad de la
entrega del trono de España a su hermano José.
Antes de seguir, vamos a dar un
rápido repaso a la Historia.
Fernando, ya séptimo en la lista de
reyes de España por propia decisión,
es recibido con entusiasmo en Madrid, mientras que poco después lo
hace Murat al frente de una importante facción del Ejército francés,
aliado de una España sin rumbo, y
que ha de recibir una sonora pitada
que, nos imaginamos, le cargaría de
ganas de encontrar el momento para
una dura represalia.
Ya han marchado a Bayona padre
e hijo para buscar el arbitraje de Napoleón, a quien la actitud despreciable de la pareja le va a facilitar las
cosas para quitárselos de encima y
poner un rey en el trono de España
LOS BORBONES
que mejore la calidad del personal cesante. Y si además es de su
familia, mejor todavía.
Hemos encontrado en el Museo Naval las memorias de un
guardiamarina (Esquivel) que
relata los sucesos de aquellos
terribles días del mes de mayo
de 1808, ya que le había tocado
el servicio de guardia en el palacio del «Generalísimo» (Godoy).
Describe muy bien el recibimiento del pueblo madrileño a
Fernando y la rechifla a Murat.
Después, desde su limitadísimo
observatorio (el cuerpo de guardia) se entera el 2 de mayo de los
graves sucesos de la Plaza de
Oriente o de la Puerta del Sol,
pero ignora todo lo sucedido en
el Parque de Monteleón, del que
no dice una palabra porque su Duque de Berg
limitado observatorio no le permite enterarse de aquel suceso. Y es que, siguiendo órdenes de las autoridades políticas y
militares, «respetuosas con la legalidad vigente»,
ha de permanecer acuartelado mientras por las
calles de Madrid el pueblo mata y muere. Recibe
órdenes para relevar a los franceses en la vigilancia de un palacio asaltado. Porque los regimientos
españoles están bajo las órdenes del representante oficial del rey en Madrid, el duque de Berg,
el mariscal Murat. Por si alguien tiene dudas sobre este mando, pasadas las luchas y acabados los
fusilamientos, Murat pasa revista en el Prado a
todos los regimientos españoles acantonados en
Madrid, según el guardia marina, con la intención
de sacarlos de la capital para distribuirlos por el
territorio español. Es entonces cuando el autor
de esta memoria decide escapar a Cádiz,
cosa que consigue después de una pequeña odisea.
Dos días antes de que los madrileños se alzaran contra los franceses, Napoleón reunía en el
castillo de Marrac, en Bayona, a
la familia real. Durante unos
días Fernando y sus padres le
organizaban al protector Napoleón unas escenas tan indignas,
que en determinado momento el
Emperador francés los deja solos
por no poder aguantarlos. El destronado Carlos amenaza con un
bastón a su hijo, mientras su madre,
María Luisa, lo hace con algo menos letal:
su abanico. Peor que el abanico es su lengua,
pues le pide a su marido que mate al hijo.
Napoleón exige la renuncia
de Fernando al trono para
devolvérselo a su padre, pero
Fernando insinúa que quizá
debería hacerse ante las Cortes, a lo que su padre no está
dispuesto y exige que se haga
inmediatamente. Napoleón
quiere un documento escrito
y lo consigue de Fernando,
que escribe: «Mi venerado Padre y Señor. Para dar a V.M.
una prueba de mi amor, de mi
obediencia y de mi sumisión y
para acceder a los deseos que
V.M. manifestados reiteradas
veces, renuncio a mi corona a
favor de V.M (….) Señor, a los
reales pies de V.M. su más humilde hijo Fernando…» Y el
padre, rey por unos minutos,
no pierde ni uno más en entregársela a Napoleón con
estas palabras: «S.M. el rey
don Carlos, que no ha tenido en toda su vida otra
mira que la felicidad de sus vasallos (…) ha resuelto ceder por la presente todos sus derechos al
Trono de España y de las Indias a S.M. el Emperador Napoleón…» Y el Emperador Napoleón, que
con toda seguridad pensaba que nos acababa de
hacer un inmenso favor a los españoles quitándonos de encima a tal pareja, decide hacer las cosas
bien, y se trae poco después a una cohorte de
nobles de sonoros apellidos y resplandecientes
blasones, y hasta a algún obispo, y el día 28 de
mayo forma con ellos una temblorosa Asamblea
de Notables o «Junta Nacional» con carácter
constituyente, que redactan la Constitución de
Bayona donde queda refrendado el nombramiento de José como rey de España.
Luis Napoleón
Es sorprendente, y casi desconocida para el «gran público», lo que
se estipula sobre la descendencia de José I: «En defecto de
nuestra descendencia natural
muy caro y legítima, la corona
de España y de las Indias volverá a nuestro y amado hermano Napoleón (…) y a sus
herederos y descendientes (…)
En defecto de la descendencia
masculina (de Napoleón) (…)
pasará la Corona a los descendientes (…) del Príncipe Luis
Napoleón, rey de Holanda…» Pero
todavía quedaba el rey de Wesfalia,
Jerónimo Napoleón, que culminaría
como rey de España en caso de que lo
anterior fallara.
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LA
U
CO
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terra, y meter en el trono a uno de sus hermanos, eligiendo en el último momento a José.
España, gracias a estos Borbones y al todopoderoso Godoy, ya era aliada sumisa de Francia,
y a ésta le habría venido mejor la continuación
de esa alianza, en vez de echarse a España encima como enemiga. La entrevista histriónica
en Bayona quizá le convenció de que en aquella
tropa borbónica poco podría confiar, pues su
categoría humana era deleznable e imprevisible.
Y hasta pudo pensar, y no es broma, que España
se merecía mejores reyes.
Y siguiendo con la lectura de las cartas, de las
que sólo hemos extraído algunos párrafos, se
observa que estos Borbones fueron, en el caso
peor, presos agradecidos y muy voluntarios; y
en el caso mejor, simples huéspedes de su
amado Napoleón. Y no olvidemos los escritos
desde Valençay, pidiendo emparentar con el
Emperador, o felicitándole por sus victorias.
Gran parte de lo que aquí se ha escrito se ha
basado en el libro de Vallejo Nájera Nájera «YO
EL REY», y en unas reflexiones sobre estos
monarcas escritas por el profesor Sigfredo Hillers. Porque si algo sabemos de este o de otros
temas, es porque leemos...
Francisco José de Austria
Una vez hechas las adhesiones emocionadas al
nuevo soberano de España José I, ni el padre ni
el hijo descoronados tienen la menor intención
de regresar a España «con lo que está cayendo»,
así que Napoleón decide alojarlos en Francia, en
el castillo de Valençay, cosa que aceptan complacidos. Las recomendaciones en la carta que Napoleón escribe al príncipe de Benevent, son tan
sabrosas para la Historia como todas las suyas:
«procurad que tengan adecuada ropa de cama, y
mesa, batería de cocina… Tendrán ocho o diez
personas de servicio de honor, y el doble de domésticos… Deseo que los príncipes sean bien recibidos,
sin demasiado aparato (…) y que hagáis todo lo
posible para entretenerlos (…) Podéis llevar a Madame Tayllerand con cuatro o cinco damas. Si el
príncipe de Asturias (Napoleón ya le ha bajado de
categoría) se vincula con alguna joven hermosa,
no habrá inconveniente, sobre todo si se juega sobre seguro». Como se ve, lo de cherchez la femme,
en el caso de Fernando VII, tenía una especial
interpretación.
Después de la lectura de estas cartas y estudiando la situación de España en aquel principio
de siglo, da la impresión (hablamos de nuestras
personales opiniones) de que a Napoleón no le
hacía ninguna falta quitar el trono a los reyes de
España, no importa si al padre o al hijo, para que
se cumplieran sus planes contra Portugal e Ingla-
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Napoleón
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