El estado de la cuestión en torno a Claramonte y El burlador de

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EL ESTADO DE LA CUESTIÓN EN TORNO A CLARAMONTE
Y EL BURLADOR DE SEVILLA
POR
ALFREDO RODRÍGUEZ LÓPEZ-VÁZQUEZ
El problema clásico de la autoría de la primera obra que desarrolla el mito
de Don Juan tiene una triple vertiente crítica: la dilucidación de la personalidad
del escritor, la cuestión de la prioridad de una versión sobre otra, y por último,
la fijación textual de ambas versiones. En realidad, de las hipótesis o planteamientos teóricos de cada una de estas tres partes del problema depende, en
mayor o menor medida, una cuarta: la consideración global de las relaciones
entre Tan largo me lo fiáis y El burlador de Sevilla.
Como la problemática es bastante compleja, y afecta de manera muy clara al
problema general de la transmisión de textos teatrales en el Siglo de Oro, cualquier avance en el campo de la crítica textual o de la teoría literaria de esa época
sirve para iluminar aspectos del debate concreto y, a su vez, cualquier avance en
este debate condiciona, directa o indirectamente, nuestra visión del teatro aurisecular, materia en la que, en no pocas ocasiones, hablar de una obra implica
referirse a media docena de autores distintos.
En el caso del Burlador/Tan largo las polémicas de los años ochenta han producido un material teórico y documental que permite ya un establecimiento provisional de orientaciones críticas y de enfoques teóricos que presumiblemente
aportarán novedades de interés en el próximo decenio. Voy a referirme en este
trabajo a las novedades editoriales del año 89 y la primera mitad del 90, en los
casos en que implican alguna modificación de interés para alguno de los tres puntos evocados al comienzo de este artículo.
El problema de la autoría de El burlador forma parte de un problema más
general, que es ya añejo, y puede resumirse así: a partir de la aparición de los
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volúmenes facticios de fraudulentas Partes de Lope de Vega, algunos impresores
y editores, muy especialmente en Sevilla, Valencia y Zaragoza (1) se dedican a
la difusión de obras de autores poco conocidos "a nombre de los que han escrito
más" (2). En este capítulo de "los que han escrito más" se sitúan Lope de Vega,
Tirso de Molina y, en los años 30, Calderón, a cuyos nombres se edita una buena
parte de comedias que obviamente no proceden de sus plumas. En el caso
de Lope y en el de Calderón, las obras incriminadas en los problemas de atribución dudosa no representan un peso sustancial dentro de la obra completa. De
hecho Calderón se curó en salud supervisando él mismo varios volúmenes, y precisando en ocasiones las obras que no eran suyas. El caso de Tirso es muy distinto. A partir de la publicación de la primera parte de sus comedias, en Sevilla,
a cargo de Manuel de Sande, en 1627, la notoriedad de su obra hace que varios
avispados editores publiquen fraudulentamente comedias ajenas como suyas (3).
La aparición de la Segunda y la Tercera parte de obras de Tirso deben entenderse dentro de esta situación; así, con mayor o menor fortuna, y con mayor o
menor seguridad de atribución, sabemos que en la Segunda parte hay cuatro
obras de Tirso, y que en la Tercera parte hay al menos algunas que presentan
problemas de autenticidad. El ejemplo más llamativo es La venganza de Tamar,
obra especialmente polémica, de la que conocemos los siguientes datos: a) en
1628, el director Almella tiene una obra con ese título entre las de Andrés de
Claramonte, b) una copia anónima fechada en 1632, con el nombre La fuerza de
(1) Se explica muy bien esta especialización geográfica en ediciones fraudulentas: a través de
Sevilla se envían a América, a través de Valencia, al mercado italiano, y a través de Zaragoza, y
las conexiones del Reino de Aragón, al mercado europeo. Recuérdese que, en lo que concierne a
Tirso, a la Primera parte de sus obras editada por Francisco de Lyra y Manuel de Sande en Sevilla,
le corresponde dos años más tarde una Primera parte fraudulenta en Valencia, en 1629. De hecho,
como ha observado María Grazia Profeti en estudio La Collezione «Diferentes Autores» los volúmenes de Partes fraudulentas de Lope suelen estar compuestos de desglosadas y desglosables, listas
para recomponerse en distintos volúmenes facticios. Desde la Parte 21. editada hacia 1626, facticia
(de acuerdo con la hipótesis muy probable de M. G. Profeti, ya que falta el frontispicio) nos encontramos ya con un ejemplar de este tipo. En él aparece editado El Tao de San Antón a nombre de
Guillen de Castro, cuando disponemos de un manuscrito completo que da a Claramonte como autor.
La autoría de Claramonte se refuerza por dos vías: el propio Guillen de Castro no incluyó esta obra
en sus dos Partes, y los estudiosos del valenciano confirman que está fuera de su estilo. En la Parte
22, editada por Verges y Ginobart en Zaragoza, aparece La verdad sospechosa atribuida a Lope
impunemente; Ruiz de Alarcón pudo deshacer el fraude al publicar él mismo sus comedias, reclamando su paternidad. En la Parte 23, tan espúrea como las dos anteriores, editada en Valencia por
Sorolla y Velasco, 1929, aparece, a nombre de Lope, La estrella de Sevilla, de autoría muy discutida,
y también a nombre de Lope, El honrado con su sangre, que tiene otra edición más fiable dando
a Claramonte por autor. Amén de otras comedias que se sabe no son de Lope. En la parte 24, también en Zaragoza, por Ginobart, están Dineros son calidad y otras de autoría muy discutida, y en
la 25, Pedro Esquer, Zaragoza, 1632, empieza a aparecer ya Calderón con El astrólogo fingido. En
la parte 27, emisión A, Barcelona, 1633, junto a varias realmente de Lope, le aparece atribuida El
sastre del Campillo, de la que se conoce el autógrafo manuscrito fechado en 1624, con su autor, Luis
de Belmonte. En esta misma Parte 27 está, atribuida a Lope, El Infanzón de Illescas, de la que hay
dos manuscritos coincidentes en el nombre del autor: Andrés de Claramonte. Y así sucesivamente...
(2) Véase el texto íntegro de Francisco de Rojas Zorrilla en el prólogo al segundo tomo de sus
Comedias, 1645.
(3) Las ediciones hechas por Francisco Lucas de Avila son harto sospechosas porque, como ya
señalaba Mesonero en el siglo pasado, este personaje editaba a nombre de Lope comedias, o tomos
de comedias, en donde a veces ni una sola era del Fénix.
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Tamar no precisa nombre de autor, c) hacia 1634, un supuesto sobrino de Tirso
edita una comedia llamada La venganza de Tamar en la Parte tercera, sin que
conste supervisión del mercedario, d) en el siglo XVII se publica La venganza
de Tamar dando como autor a Felipe Godínez, en una edición cuya tercera jornada ha sufrido gran cantidad de cortes, e) el tercer acto de La venganza de
Tamar reaparece con escasas variantes, como segundo acto de la obra maestra
de Calderón Los caballos de Absalón. Como se ve, aquí hay, además de Tirso,
otros tres autores en liza, y hay un problema textual clásico en las mutilaciones
habituales del tercer acto.
En cuanto a la Segunda parte es e! propio Tirso el que advierte sobre el
hecho de que sólo cuatro de las doce comedias son suyas. Entre las que se
encuentran con más problemas de atribución están El condenado por desconfiado y Los amantes de Teruel, que tiene muy poco que ver con el estilo del fraile
mercedario; como complemento de esto tenemos el hecho de que de alguna
comedia atribuida a Tirso en esta parte, se conoce manuscrito hológrafo de autor
diferente, como es Mira de Amescua.
De acuerdo con estas observaciones, y de acuerdo con todo lo que se conoce
sobre los volúmenes editados entre 1625 y 1640, parece que la cuestión de las
atribuciones en lo que atañe a Tirso, puede concretarse en dos puntos: tras la
edición de la Primera parte, en 1627, durante unos cuantos años aparecen editadas a nombre de Tirso (del mismo modo que se editan también a nombre de
Lope, Guillen de Castro o Calderón) algunas comedias en distintos volúmenes
colecticios, facticios, y por último en la Parte tercera, impresa en Tortosa en
1634, antes de que apareciera la Parte segunda en Madrid, 1635, en la que Tirso
advierte que sólo cuatro de las doce comedias le son atribuíbles, sin especificar
cuáles. En 1635 y 1636 aparecen las Partes cuarta y quinta, absolutamente fiables. El segundo punto es más espinoso, ya que plantea un problema capital: las
obras incriminadas en problemas de atribución son El burlador de Sevilla, El
condenado por desconfiado, La ninfa del Cielo, Los amantes de Teruel y La venganza de Tamar, además de El rey don Pedro en Madrid, que nunca fue editada
a nombre de Tirso, pero a partir del siglo XIX le viene siendo atribuida debido
a una tergiversación crítica cometida por Hartzenbusch (4). Como puede verse,
se trata de las obras sobre las que se cimenta la fama de Tirso en la Historia de
la Literatura.
(4) Ver a este respecto mi artículo «Claramonte, el Rey Don Pedro, y la mixtificación de Hartzenbusch», en Homenaje a Alberto Porqueras, Ed. Reichenberger, Kassel, 1989. No se entienda el
término «mixtificación» en sentido peyorativo, o como un juicio de valor sobre Hartzenbusch. Tal
como ha demostrado Carol B. Kirby, a cuyo trabajo me remito, don Juan Eugenio proyectó una sospecha crítica (que comparto plenamente) sobre la identidad entre el autor del Burlador y el autor
del Rey don Pedro, y «produjo un mixto» textual entre la edición a nombre de Calderón y el manuscrito a nombre de Claramonte; una vez mixtificados ambos textos en uno nuevo, ideado por Hartzenbusch mismo, lo editó a nombre de Tirso.
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Todo el problema consiste en determinar qué argumentos han sido presentados para atribuir a Tirso todas esas obras, y proceder a su evaluación crítica de
acuerdo con el estado actual de los estudios sobre teoría e historia de la literatura; una vez establecido esto, se trata de cotejar esos argumentos con los argumentos en favor de otra u otras autorías posibles para el conjunto de obras. Para
proceder a esta tarea conviene ordenar este conjunto de obras en función de la
mayor o menor consistencia de la autoría de Tirso respecto a su alternativa. No
parece que haya problemas para postular cuál es la atribución en donde hay
mayor desequilibrio argumental: se trata de E¡ rey Don Pedro en Madrid, también conocida como El infanzón de Illescas. En este caso, la atribución a Tirso
no se basa en ningún documento, sino en una conjetura crítica desprovista de
base documental. Carol B. Kirby (5), que ha estudiado el problema de dicha
atribución, ha mostrado cómo operó Hartzenbusch: a partir del manuscrito de
1626, que atribuye la obra de Claramonte, y de la edición de 1677, que la atribuye a Calderón, Hartzenbusch crea un texto contaminado para oponer al texto
editado por Simón Faxardo a nombre de Lope. Fiado en el notable parentesco
de estilo entre El rey Don Pedro y El burlador de Sevilla (parentesco observado
ya por Menéndez y Pelayo y confirmado por la propia Carol Kirby (6), que proponen la autoría de Lope) el ilustre comediógrafo y erudito deduce la identidad
de autor y propone a Tirso, terminando por editar la obra a su nombre. Como
se ve, no hay la menor prueba documental para sostener la autoría de Tirso, aunque sí hay una coincidencia crítica para identificar el estilo del autor de esta obra
y el del Burlador. La autoría de Claramonte para El rey Don Pedro sí tiene base
documental sóHda: está confirmada por la atribución en el manuscrito más antiguo y más completo, el de 1626, y corroborada por un segundo manuscrito, con
letra del siglo XVH, que también la atribuye a Claramonte. El texto de este
segundo manuscrito, ya muy recortado, es básicamente el mismo que sirve para
la edición de 1633 a nombre de Lope de Vega. Llama la atención el hecho de
que sea Simón Faxardo el autor de esta edición, pues Simón Faxardo es también
el editor que atribuye Tan largo me lo fiáis a Calderón, y el que edita el volumen
facticio Doze comedias de Lope de Vega y otros autores, con la falsa portada
de Gerónimo Margarit, en donde se encuentra El burlador de Sevilla atribuido
a Tirso. La base documental de atribución de El Rey Don Pedro a Claramonte
ha sido reforzada por dos tipos de análisis: la verificación temática y estilística
de que los elementos de composición de esta obra están ya en comedias anteriores de Andrés de Claramonte (7), y el análisis detallado de las microestruc(5) CAROL B . KIRBY: «La verdadera edición crítica de comedias», en Incipit, 1986, Buenos
Aires.
(6) No he podido consultar, ni sé si ha salido ya realmente, la edición prometida de El Rey Don
Pedro en Madrid por la profesora Kirby, a nombre de Lxjpe de Vega. Sí, a cambio, he visto el trabajo
de F. Cantalapiedra, que refuerza las bases de atribución a Claramonte.
(7) Ver mi estudio «Observaciones críticas sobre la autoría del Rey Don Pedro en Madrid», en
Rilce, in, 2, 1987, Universidad de Navarra.
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turas semióticas coincidentes en El Rey Don Pedro y en las comedias de Claramonte (8). En este caso dos tipos de análisis diferentes concuerdan con la documentación más fiable y más antigua.
La siguiente obra de atribución muy dudosa a Tirso, en orden de problemática argumenta!, es El condenado por desconfiado, impresa en la Segunda parte
de 1635, que incluye doce comedias. De éstas, el propio Tirso advierte en el prólogo, que tan sólo cuatro son suyas. Dos de ellas confirman en el texto dicha
autoría: Amor y celos hacen discretos y Por el sótano y el torno. Una tercera,
Esto sí que es negociar, es versión, más o menos retocada, de El melancólico.
Por lo tanto sólo una de las nueve restantes es obra de Tirso. Ya Griswold Morley había tratado este problema, analizando el uso de estrofas y la tipología
métrica, y había concluido que El Condenado no se ajustaba a las normas tirsianas, como tampoco El Rey Don Pedro en Madrid. La cuestión fue muy debatida, y el problema de la Segunda parte ocupó durante varios años buena parte
del debate tirsista. Cuatro de las comedias incluidas en este volumen parecen
haber encontrado una autoría clara: La Reina de los Reyes, atribuida a Hipólito
de Vergara a partir de una amplia argumentación, y discutida ya desde antiguo
(9); en cuanto a Cautela contra cautela, la falta de un ajuste completo al modelo
métrico de Tirso se ve reforzada por la existencia de un manuscrito en donde se
atribuye a Mira de Amescua. A este mismo autor le han sido atribuidas las dos
obras sobre Don Alvaro de Luna, la Próspera y la Adversa fortuna, en un trabajo publicado en 1943, y corroborado por diferentes observaciones criticas de
los años setenta y ochenta (10). El último estudio detallado sobre este problema
es la tesis doctoral de María Torre Temprano (Universidad de Navarra, 1976),
desgraciadamente inédita, que, aplicando módulos de análisis métrico a sesenta
y dos comedidas de Tirso, y cotejando con las doce de la segunda parte como
un subconjunto con características propias, concluye lo siguiente: "En el debatido problema de si El condenado por desconfiado es de Téllez o no, la versificación nos induce a decir que no lo es. Y lo mismo ocurre con las otras ocho
que le acompañan en el segundo grupo" (11). Dentro de estas ocho está también
Los amantes de Teruel. Torre Temprano se limita a constatar esta discordancia,
sin proponer una autoría alternativa. En principio, la única autoría alternativa a
Tirso hasta la fecha en que escribe Torre Temprano es la de Mira de Amescua,
con cuya obra El esclavo del demonio, guarda ciertas semejanzas El condenado
(8) Ver F. CANTALAPIEDRA: El infanzón de Illescas y las comedias de Claramonte, Ed. Reichenberger, Kassel, 1990.
(9) En un artículo del erudito Santiago Montoto, publicado en la revista Hispalense, 1943, se
apuntaba ya esto, posteriormente desarrollando por L. ISELA en su estudio de 1975, Madrid, CSIC.
(10) Véase, sobre los problemas de atribuciones dudosas de Mira de Amescua, «The versification of Antonio Mira de Amescua's comedias and of some attributed to him», por Vern G. Williamsen, en Studies in Honor of Ruth Lee Kennedy. Hispanófila, Chapell-Hill, 1977.
(11) Agradezco a la profesora Torre Temprano su amabilidad al ofrecerme fotocopias de su
tesis, de la que no se ha publicado ningún extracto.
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por desconfiado (12). A la vista de otras importantes semejanzas, y de algunos
aspectos de rima y de métrica, ha sido propuesta también la autoría alternativa
de Andrés de Claramonte (13). Conviene hacer notar que con El condenado se
ha producido una distorsión crítica muy particular: la atribución a Tirso ha
fomentado los estudios de tipo teológico (que no han llegado a ninguna conclusión), y la visión teológica ha tendido a reforzar la precaria atribución. Es importante señalar que otro de los candidatos alternativos, Mira de Amescua, es tan
hombre de iglesia como Tirso, y que tanto Vélez de Guevara como Claramonte
desarrollan en otras comedias cuestiones de índole teológica, por lo que el presunto carácter teológico de El condenado no representa apoyo alguno a la hipotética autoría de Tirso. Documentalmente no hay base suficiente para dicha atribución; los estudios que se han ocupado de este problema tienden a descartar
al mercedario por razones de carácter teórico, fundamentalmente en la crítica
literaria. Un cotejo de rasgos de estilo entre Tirso y Claramonte confirma que
es más probable la autoría de Claramonte, pero, como yo mismo he señalado,
este cotejo debería ampliarse a Mira de Amescua y, en su caso, a Vélez de Guevara, sin descartar a otros autores como Belmonte, Hipólito de Vergara o Villaizán, autores que, por no haber publicado volúmenes de comedias, se han visto
probablemente perjudicados en la atribución de sus obras a "otros autores que
han escrito más".
Pasemos ahora al caso de El burlador de Sevilla, cuya atribución a Tirso se
había dado por buena en función de los estudios de Blanca de los Ríos, después
de un largo período de dudas y sospechas sobre la relación entre esta obra y el
fraile mercedario. Como se sabe, una parte esencial de la problemática de esta
obra está en determinar la prioridad o posterioridad del Tan largo me lo fiáis,
atribuido a Calderón, frente a la versión llamada El burlador de Sevilla, atribuida a Tirso, ambas en ediciones impresas en Sevilla hacia 1630-35, como ha podido demostrar D. W. Cruickshank por medio de estudios tipográficos muy detallados (14). El trabajo de Cruickshank ha servido para descartar el principal
supuesto crítico sobre el que descansaba la hipótesis de la posterioridad del Tan
largo: la conjetura de Cotarelo sobre la fecha 1650-60 para la edición del Tan largo, en función del tipo de papel y la tipografía utilizada para la edición. Si la
(12) La hipótesis fue lanzada por M. Zeitlin en 1948, en un artículo de difícil acceso, y fue desechada sin ser rebatida.
(13) Ver mi artículo «Andrés de Claramonte y la autoría del Condenado por desconfiado», en
Cauce, Revista de Filología, Sevilla, 1983, n." 6. Posteriormente a esto, en la reseña sobre mi edición
de Deste agua no beberé (BBMP, 1985), Ciríaco Morón Arroyo apuntó algunos motivos coincidentes
entre esta obra y motivos del Condenado. Más recientemente Daniel Rogers ha observado el uso del
romance «Bien podéis, ojos, llorar» en Desfe agua no beberé. El condenado por desconfiado y El
médico de su honra. Tengo que añadir, sobre este punto, que Deste agua hubo de ser fuente del
Médico calderoniano, con el que comparte los nombres principales de Gutierre Alfonso y Mencía,
además de algunos motivos escénicos, como ya vio Don W. Cruickshank en su edición de esta obra.
(14) CRUICKSHANCK, Don W., «Some Notes on the Printing Plays in Seventeenth-Century Seville», The Library, 6th, series 11.3.1989.
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obra hubiera sido editada treinta años después del Burlador, la idea de una
refundición parecería admisible, pese a que las refundiciones suelen diferir de sus
fuentes de una manera mucho más rotunda que lo que nos muestra el cotejo Burlador/Tan largo. La evidencia de que ambas ediciones proceden de fechas bastante próximas, confirma que se trata de variantes producidas normalmente por
la transmisión textual, con los errores y correcciones típicos de copias al oído,
supresiones de compañías que representan la obra a lo largo de varios años, o
producidas por los editores de sueltas (como es el caso del Tan largo), para ajusfar la extensión inicial del manuscrito a las necesidades de los cuatro pliegos del
impreso. Un punto importante para determinar las variantes de transmisión es
la propuesta argumentada de un texto del Tan largo que trate de recuperar los
fragmentos suprimidos por el editor Simón Faxardo (15). En este momento se
dispone, pues, de un conjunto de materiales críticos, de hipótesis convergentes
o divergentes, y de documentos, que deberían permitir avanzar en el terreno de
la crítica textual y de la teoría literaria para aclarar los puntos más difíciles de
este debate. El estado de la cuestión en lo que atañe a estas tres obras de atribución discutida a Tirso, es el siguiente:
a) Sobre El Rey Don Pedro: Carol B. Kirby ha postulado la posible
atribución a Lope, tras poner en evidencia la edición de esta obra
a nombre de Tirso como una mera hipótesis de Hartzenbusch, y
apuntar la prioridad textual del manuscrito de 1626. Alfredo
Rodríguez López-Vázquez ha defendido la atribución a Claramonte, de acuerdo con los dos manuscritos y con una serie de coincidencias y concordancias de temática y estilo con otras obras del
mismo autor. F. Cantalapiedra ha verificado esas concordancias
por medio de análisis de tipo semiótico.
b) Sobre El condenado: el conjunto de atribuciones alternativas de
varias obras de la Segunda parte de Tirso a otros autores, y los
estudios críticos sobre El condenado parecen descartar que esta
obra sea de Tirso. Autores alternativos posibles son Mira de
Amescua y Andrés de Claramonte, sin descartar otras posibilidades.
c) Sobre El burlador: de acuerdo con la datación tipográfica, parece
muy reforzada la hipótesis de que Tan largo y El burlador proceden de un mismo texto, transmitido de manera distinta. Es seguro
que en la parte final del tercr acto del Tan largo se han producido
cortes editoriales; no es probable que haya habido más modificaciones del manuscrito inicial, salvo, tal vez, la supresión de algunas réplicas aisladas de tono escatológico, o las habituales erratas
y omisiones de toda edición de una suelta.
(15) En mi edición del Tan largo me lo fiáis a nombre de Andrés de Claramonte, Kassel, Edition Reichenberger, 1990.
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Pasemos ahora, aunque sea brevemente, a comentar algunos aspectos del
debate sobre la atribución de la obra a Tirso o a Claramonte. Creo que el estado
actual de la cuestión ha sido resumido muy atinadamente por el estudioso mercedario Fray Luis Vázquez, en su reciente edición anotada y comentada. Sigo sus
observaciones, respetando la adjetivación del autor:
Respecto a la autoría de Tirso, las dudas partieron de un par de constataciones simples: texto imperfecto y descubrimiento en la comedia
postuma de Claramonte, Deste agua no beberé, de una redondilla casi
igual y de la utilización del nombre de tres personajes (Diego Tenorio,
Tisbea, y Juana Tenorio). Desde Menéndez Pelayo, Cotarelo y Blanca
de los Ríos hasta nuestros días, los críticos han ido haciendo suposiciones -siempre sin base documental— sobre las posibles relaciones
entre Tirso de Molina y Andrés de Claramonte. Como Claramonte fue
ante todo un "autor" de teatro —director de compañía, empresario—,
que no publicó en vida comedias, tenía fama común de "plagiario", no
es alabado por ningún poeta contemporáneo, y las pocas piezas suyas
que nos han llegado, son mediocres, estas coincidencias de la redondilla y los personajes se explicaban fácilmente: Claramonte tomó de
Tirso verso y nombres. Pero las hipótesis fueron sucediéndose, complicándose, y la imaginación construyó su entramado, aunque la consistencia fuese apenas de telaraña: ¡Las relaciones entre TL y B dieron
lugar a hipótesis peregrinas, y los defensores de la prioridad de TL llevaron las hipótesis a la misma orilla del absurdo! Veamos el proceso
final.
2.3.L "Parece probable que ésta sea la historia de TL y B: en 1612,
o después, Tirso escribió TL. Vendió el manuscrito, que ahora no existe, a Claramonte, quien había expresado su admiración por Tirso en
su Letanía moral, publicada en 1613, pero escrita, quizá, en 1611. Claramonte refundió la comedia dejándola, quizás, en la versión de B que
ahora tenemos, acentuando,, y en varias partes alargando los trozos
que más interesaron al público. Claramonte representó B, quizá varias
veces, aunque no hay pruebas de estas representaciones a pesar de la
aserción de Farinelli al efecto. Claramonte escribió Desfe agua en una
fecha todavía ignorada, usando los nombres de Tisbea y Tenorio para
llamar la atención con su notoriedad. Murió en 1626, y antes de su
muerte, vendió B al empresario Roque de Figueroa. Entre la fecha de
la venta, y 1630, la fecha de las Doze comedias, B había sido impreso,
por lo menos una vez, en un volumen que contenía también Desta
agua» (Wade). Note el lector la serie ininterrumpida de suposiciones
en el vacío".
2.3.2. "Teniendo en cuenta que el texto del Tan largo perfecciona y
completa en muchos pasajes el texto de El burlador, nos es lícito conjeturar y concluir que el autor del Tan largo se sirvió, para la redacción de su texto, de una copia mejor conservada del mismo manuscrito
pirateado por el memorión. Un mismo manuscrito en dos copias: la
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primera, borrosa o ilegible en algunos lugares, que fue la seguida en
El burlador; la segunda, mejor conservada, la utilizada por el autor del
Tan largo" (Xavier A. Fernández). Nótese cómo -partiendo de la
prioridad de B sobre T L - se "conjetura" que el manuscrito utilizado
por el autor de TL estaba en mejor estado.
2.3.3. "Nuestra contrateoría sostiene que Andrés de Claramente es ya
el autor del texto inicial, el Tan largo, y que él mismo, a lo largo de
los años en que representó la obra, fue ajustando algunos pasajes y afinando el carácter de los personajes... Quizás el auténtico texto reelaborado haya que buscarlo haciendo la edición del Tan largo corregido
según El Burlador. Sin embargo, la tarea previa y absolutamente obligada es tratar de establecer cuánto hay en El burlador que pertenezca
a su autor original, y qué partes son debidas a distintos interpoladores"
(Alfredo Rodríguez).
2.3.4. En esta contrateoría el autor de ambos textos (TL y B) sería
Claramonte. Y los errores de transmisión y defectos de copias, habrá
que ir eliminándolos con el entrecruzamiento de textos. De la hipótesis
de Wade y de la conjetura de Fernández se pasa a una contrateoría
que elimina - d e un plumazo, sin más— a Tirso de Molina como autor
de El burlador para convertir a Claramonte inicialmente relacionado
con la obra como hipotético representante, y superhipotético refundidor de un Tan largo tirsiano (Wade) en el único autor de un TL y B.
Lo admirable de todo esto es que nadie ha demostrado nada, pero
cada uno se basa en las suposiciones del anterior. Nadie ha documentado ninguna relación (ni siquiera como representante) de Claramonte
con El burlador de Sevilla y convidado de piedra, publicado siempre
(hasta 1987) a nombre de El Maestro Tirso de Molina, tanto en su forma larga —la original— como en las abreviadas. Nadie ha visto nunca
un manuscrito a nombre de Claramonte con el título de El burlador,
ni una crónica teatral de época que aluda a ello. Sin documento alguno, sin base objetiva alguna, se llega a editar B a nombre de Claramonte. ¿Es esto serio? ¿Es esto críticamente ético? ¿No se trata de
una auténtica usurpación literaria? Como la base en que se sustenta
esta contrateoría es tan endeble, como hacer depender B de TL, y afirmar que es uno mismo el autor de ambos textos, creo que el lector de
mi edición... caerá en la cuenta de que toda esta contrateoría se desmorona como un castillo de naipes. El autor de TL está -psicológica,
literaria y dramáticamente— tan alejado del de B, que sólo un ciego
podría confundirlos (16).
En términos generales entiendo que el análisis que propone Vázquez de la
evolución de la crítica sobre el doble problema, autoría y prioridad de TL, es
correcta. Por un lado, la necesidad de recurrir a TL para enmendar los errores o
(16) Ver TIRSO DE MOLINA, El burlador de Sevilla. Ed. Fray Luis Vázquez, Revista
Madrid. 1989.
Estudios.
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ALFREDO RODRÍGURZ LÓPEZ-VÁZQUEZ
problemas de B, lleva a proponer un paso intermedio entre el texto original y
la edición B. Gerald E. Wade, que estudió en profundidad todo este problema,
observó en su momento la notable semejanza léxica entre El burlador y Deste
agua no beberé, y a partir de la evidencia del parentesco léxico, medido cuantitativamente, añadido al hecho de la repetición de los nombres Tisbea, Diego
Tenorio y Juana Tenorio, más la coincidencia de la redondilla inicial del tercer
acto, propuso la hipótesis de que el texto original TL, escrito por Tirso, había
sido refundido por Claramonte. Wade no utiliza, como dice Vázquez, los argumentos de la redondilla coincidente y los nombres de Tenorio y Tisbea; primero
somete a análisis estadístico el léxico de Deste agua y lo coteja con el del Burlador. Vista la semejanza, que no puede deberse a casualidad, engarza este
hecho crítico, el argumento sobre el léxico, con las observaciones precedentes
sobre onomatología y coincidencia textual. Que se sepa, Wade no amplió su análisis a otras obras de Claramonte, para comprobar un punto de su hipótesis: si
en obras fechables tempranamente, Claramonte presentaba ya ese mismo perfil
léxico, o bien si en esas obras había más coincidencias onomatológicas o textuales. A partir de aquí, la alternativa marcada por Wade presupone lo siguiente:
o bien lo que Wade observa en Deste agua es, efectivamente, casual, y entonces
hay que admitir la hipótesis de la refundición; o bien los rasgos de estilo de Deste agua son comunes a toda la obra de Claramonte, y entonces conviene revisar
el punto central de la hipótesis: la base de argumentación para la autoría de Tirso. Esto es lo que he hecho yo en mis trabajos posteriores, y lo que sostiene la
contrateoría. Por supuesto, entendida siempre como contrateoría que tiene como
alternativa la hipótesis de que Claramonte sea el refundidor del texto inicial, que
no hay que confundir con la edición de TL. Se trata de fechar esa edición y proponer argumentalmente el tipo de cortes u omisiones que pueden haberse dado
en la suelta. Ya he señalado anteriormente que el análisis tipográfico hecho por
Cruickshank apunta a los años 1634-35 para TL, frente a los años 1629-30 para
B, como fechas más probables (17). Hay muy poco margen temporal para sostener la idea de una refundición tardía. Esas fechas están más de acuerdo con
las variantes clásicas de transmisión textual. Ahora bien, como en la edición TL
no consta que hubiese sido representada por ninguna compañía, y en la edición
B, sí consta que el texto procede de Roque de Figueroa, todo apunta a que B
incorpora en su edición toda una tipología conocida de errores de copia, morcillas de compañía típicas del papel de gracioso, lagunas derivadas de cambio de
elenco en distintas compañías, etc. La idea de las distintas compañías está probada documentalmente, ya que sabemos que en 1625 El convidado de piedra fue
representado por Pedro Ossorio en Ñapóles, y en el 26 por Francisco Hernández
(17) En cuanto a la fecha 1629-30, puesto que el volumen facticio, editado por Faxardo a base
de desglosables anteriores, se fecha en 1630, y la Primera parte de Tirso es de 1627, el margen probable es ése. Pero como Roque de Figueroa representó al menos dos veces en Sevilla en 1629, parece
muy probable esa última fecha, sin descartar los primeros meses de 1630.
E L ESTADO DE LA CUESTIÓN EN TORNO A CLARAMONTE
15
Galindo, también en Ñapóles. Sabemos también que en 1629 Figueroa representó en Sevilla, y que el propio Figueroa en 1624 no tenía esta obra en su repertorio. Esto hace que, para dirimir las variantes textuales entre B y TL, haya que
tener bien presente el problema de la transmisión accidentada del texto del Burlador. Esto hace también, que para aludir al problema de la autoría sea conveniente contar con una precaución crítica obligada: tener en cuenta tan sólo los
pasajes en donde ambos textos, TL y B, coinciden.
Esta precaución es necesaria, entre otras cosas, porque afecta a la hipótesis
inicial de Wade: si se analizan los pasajes en donde B difiere de TL, y se toma
como prueba de autoría, esta autoría afecta tan sólo a la hipótesis del refundidor.
Uno de los problemas metodológicos de la propuesta que Luis Vázquez intenta con su edición del Burlador es precisamente su convicción absoluta de la prioridad del Burlador frente al Tan largo, lo que le lleva a considerar que "sobran
todas las hipótesis más sofisticadas, y el descuidado editor, acaso frente a un
manuscrito algo deteriorado, es causa suficiente para el resultado objetivo de la
princeps de El burlador. Las imaginarias incorrecciones, las sustituciones por textos paralelos de TL, las falsas interpretaciones, etc., forman parte de esa "ganga"
que han ido acumulando críticos y editores modernos, en estos últimos tiempos,
contaminando gravemente el texto inicial de B. Estas deformaciones son peores
que las del editor primero" (18). Sin duda, Luis Vázquez ha planteado hasta sus
últimas consecuencias el problema de encontrar respuesta a la edición del Burlador, y su arduo trabajo merece una contestación más amplia de lo que un artículo puede permitir. En cualquier caso su visión del texto no afecta al problema
central de la prioridad de TL y de la autoría. Comentaré, de todas maneras,
algunos de los aspectos más discutibles teórica y metodológicamente de sus puntos de vista.
El primer punto es de carácter general y afecta a la perspectiva crítica utilizada por el autor del trabajo. Hasta el año 1989, los que hemos trabajado en
torno al problema del Burlador/Tan largo, habíamos empleado nociones críticas
como "propuesta, lectura, hipótesis, teoría, error, conjetura, variante, opción
alternativa, e t c . " , en consonancia con los usos habituales en la crítica literaria
y en cualquier producto del análisis literario o científico. Para exponer su hipótesis, Fray Luis Vázquez procede de la manera siguiente: "entramado de meras
elucubraciones sin fundamento objetivo, las bases de la edición de Alfredo
Rodríguez... lanzando al vuelo la fantasía acerca de la "problemática de la transmisión textual" (pág. 47) "Rodríguez se devana los sesos para buscar acepciones
del verbo "lardar", que significará a la vez "pringar con aceite hirviendo" y "acuchillar, trinchar". ¡Lo que resulta cómico no es el contexto —como afirma A.R.sino la interpretación suya! (pág. 48). "Convencido de su hazaña interpretativa.
(18)
Ver nota 16.
16
ALFREDO RODRÍGUEZ LÓPEZ-VÁZQUEZ
traspasa esas variantes al texto de B..." (pág. 48) "las demás disquisiciones de
Alfredo R. (págs. 16-21) me parecen pura fantasía, y sin fundamento real" (pág.
52) y, finalmente, antes de pasar a su conclusión, "aunque —a mi juicio, y al de
casi todos- no hace falta demostrar que Tirso sea el autor de El burlador de
Sevilla y convidado de piedra... manifestaré unos contraargumentos".
Hasta este punto, los argumentos en favor de tesis contrarias, eran elucubraciones y fantasías que proceden de devanarse los sesos, lo que produce interpretaciones cómicas, disquisiciones y lo que Fray Luis Vázquez califica irónicamente
como hazañas interpretativas. A partir de aquí, la propuesta alternativa se resume en cinco falacias clamorosas... y estas falacias clamorosas pulverizan la credibilidad residual de su edición crítica. Son cinco mentiras como los dedos de una
mano" (págs. 77-78).
Creo que es la primera vez que se edita un libro con pretensiones de crítica
literaria en donde se desvirtúa de manera tan poco elegante lo que debe ser un
debate crítico, basado en la verificación de indicios o pruebas, en la elaboración
de hipótesis y su cotejo con teorías particulares o generales, y en la propuesta
de alternativas metodológicas o teóricas para obviar las lagunas o puntos discutibles de cada propuesta. La tentación del crítico, a la vista de este tipo de posturas, es la de no contestar, por no descender a planos que, entiendo, están fuera
de lugar. No obstante, y dado que hay propuestas de Fray Luis Vázquez que son
admisibles en lo que atañe al texto de la princeps, y que algunas observaciones
críticas -despojadas de la objetivación aneja- son acertadas, incluso cuando
pone de manifiesto algún error de mi edición, será menester aludir a algunos de
los aspectos que Luis Vázquez señala en su texto.
Las cinco falacias clamorosas que pulverizan la credibilidad residual de mi
edición crítica están resumidas en dos apartados distintos: cuatro observaciones
sobre presencia o ausencia de una coma, alternancia cumplas/cumples y alternancia del verso verso, zagales, fuego/fuego, fuego, zagales, y una observación crítica sobre el seseo, observación que posteriormente reaparece en varios pasajes
de las notas a pie de página de la edición, lo que hace suponer que Fray Luis
Vázquez deduce que no he consultado la edición princeps: «Alfredo copió, una
vez más a Guenoun, que no reproduce fielmente la princeps, y acaso por errata
escribe «cumplas»... Y Alfredo debiera haber consultado directamente la edición
princeps antes de lanzarse a la aventura de su edición claramontiana de El burlador. ¡Qué menos!» (págs. 78-79).
Esta imputación es algo apresurada. Una cosa es que, efectivamente, yo haya
utilizado la edición Guenoun (cosa que digo en el texto) como base de cotejo
para la princeps, entre otras cosas por razón de su mayor accesibilidad, y otra
muy distinta que no haya consultado el ejemplar de la B.N. que lleva el número
R-23.136, en donde se encuentran tanto El burlador de Sevilla como Deste agua
E L KSTADO DE I,A CUESTIÓN EN TORNO A CLARAMONTE
17
no beberé, editada dos años antes por quien esto firma. Creo que dispongo de
una prueba contundente, al menos, de que sí he consultado ese ejemplar. Veamos. Para editar Deste agua no beberé hay varias posibilidades: acudir al texto
de la BAE, volumen 43, a cargo de Mesonero Romanos; al texto editado por
Alva V. Ebersole en Diez comedias; al texto ofrecido por María del Carmen
Valcárcel en su edición Comedias de Andrés de Claramonte (Murcia, 1983), o
bien, cotejar esas tres ediciones con las sueltas del siglo XVII y con la princeps
incluida en el volumen R-23136 de la B.N. María del Carmen Valcárcel ha cotejado las ediciones de Mesonero y Ebersole, y ha consultado la edición princeps
y también las sueltas, seguramente en reproducción microfilmada. Está claro que
ha consultado todo esto porque ofrece variantes en algunos versos en donde aparece clara dicha consulta. Sin embargo, tanto en su edición como en las de Mesonero, Ebersole y sueltas, los versos 297-309 vienen así:
Fuego con agua templado
me traéis, que, aunque encendido,
en vuestras manos asido,
viene así disimulado;
300
pero si parece helado
el fuego que en ella hallé,
si bebo, más sed tendré;
que el licor que el vidrio fragua
305
es fuego vestido de agua,
y ansí fuego beberé.
Los dulces, sin ocasión
vienen, mi señora, acá;
los dulces, ¿para qué son?
Pese a que la editora no ha puesto nota a pie de página indicando que en el
verso 304 no pone vidrio, sino exactamente vidro, está claro, por otras razones,
que ha consultado el volumen. Pues bien, pese a tener delante de los ojos el texto, se ha saltado el verso 308: que donde essa boca está. Mesonero y Ebersole
no lo editan porque Ebersole sigue a Mesonero, y Mesonero no ha visto el ejemplar R-23136, sino la suelta, en donde este verso no viene. El texto completo
donde comienza esa décima está en el ejemplar Doze comedias y también en mi
edición, dos años anterior a la del Burlador:
Los dulces, sin ocasión
vienen, mi señora, acá
que donde esa boca está,
los dulces, ¿para qué son?
Como se ve, la ausencia de un verso puede alterar sustancialmente un pasaje.
En cualquier caso, queda claro que sí he consultado ese ejemplar, ya que si no,
no podría haber hecho esa enmienda, editando de acuerdo con la princeps donde
todos los demás editores habían omitido el verso. Y supongo que nadie, ni Fray
Luis Vázquez, sostendrá que he visto el ejemplar para Deste agua no beberé y
18
ALFREDO RODRÍGUEZ LÓPEZ-VÁZQUEZ
no lo he visto para El burlador, cuando se trata del mismo volumen, y la edición
de Deste agua es anterior. Otra cosa es que pueda haber cometido algún error
en la consulta, error que, como se ve, por el ejemplo mostrado, es frecuente en
la práctica. Nos sucede a quienes no vivimos en Madrid ni vestimos el hábito
mercedario, y tenemos que consultar los documentos con menos sosiego del que
desearíamos. La imputación de Fray Luis Vázquez está muy fuera de lugar, y
revela poco hábito crítico. Da la impresión de que su objetivo no es el de discutir
los problemas textuales, sino el de desacreditar a quienes sostienen otras opiniones, y quienes creemos que donde Vázquez ve "falsos problemas", hay realmente
cuestiones complejas. Pasaré al segundo punto que completa las cinco falacias
clamorosas. Sigo textualmente a Luis Vázquez en su exposición, a partir de mi
cita:
10.4. Anotación al verso 1637: «Rima con seseo: dice/avise. Se equivocan Wade y Hesse cuando señalan que, además de ésta, hay otra
rima más con seseo en El burlador. Esta es la única, y es típica de Claramonte. Me sorprende también que Wade y Hesse señalen que la
rima con seseo "no es rara en Tirso" (pág. 217).
Wade y Hesse, en este caso, están en lo cierto. Quien se equivoca
es Alfredo Rodríguez, que debe enmendar su propia plana: En los versos 1718-1719 de la princeps vuelve a aparecer otra rima con seseo: "y
Don Alonso el Onceno, / con su Corte, que en Gaseno".
No debe de ser Alfredo R. gran lector de Tirso cuando se "sorprende" de que se afirme que "no es rara en Tirso" la rima con seseo.
¡Lo sorprendente es su sorpresa! Desde la Santa Juana 1 (sé/merced,
lUescas/ensoberbezcas, conozcas/toscas), pasando por La dama del
Olivar (tosco/conozco). El celoso prudente (parentesco/merezco), hasta Esto sí que es negociar, y La celosa de sí misma (merezco/parentesco), etc., rara será la comedia en que no aparezca alguna de estas
rimas, según dejé ya señalado anteriormente. (19)
Más adelante, en nota a los versos correspondientes. Fray Luis Vázquez
amplía sus consideraciones: "Rima en seseo, a lo andaluz, corriente en Tirso:"
que después acá que sé / ser hija vuestra, la estimo. / No ha escogido mal arrimo.—Y haceisla mucha merced. (La Santa Juana, 1,1,3). Hago notar que en el
ms. original, conservado en la BN, aparecen incluso las formas "ensoberbescas"
y "conoscas". En la princeps quedan sólo con funcionalidad fonética... Parece
mentira que Alfredo Rodríguez siga insistiendo en que es característica de Claramonte. Y más mentira parece la integridad de su nota al verso 1637 [a continuación Fray Luis Vázquez repite íntegra la nota que abre esta sección]. Oue
no es rara en Tirso acabo de demostrarlo con las cifras arriba señaladas. Es tan
extraño todo el tinglado "claramontiano" de Alfredo Rodríguez, que ya no me
sorprende siquiera su sorprendente sorpresa..." (20).
(19)
(20)
Ibídem.
Ibídem.
El. ESTADO DE I.A CUESTIÓN EN TORNO A C L A R A M O N T E
19
No ha lugar a tanta sorpresa. Basta con acudir a cualquier manual de Métrica
española, como por ejemplo. Navarro Tomás, pág. 40, o a un texto de EGB, en
donde se explica en qué consiste la rima consonante: en la coincidencia de todos
los sonidos, a partir de la última vocal acentuada, pero no antes. De este modo,
efectivamente, en la rima Onzeno/Gaseno no hay rima con seseo porque la
variante z/s está antes de la última vocal acentuada. En dice/avise, sí hay rima
con seseo porque estamos después de la vocal acentuada. Esta es la única rima
con seseo en El burlador y para saben que es así basta con conocer las reglas de
versificación castellana, cosa que podría haber hecho Fray Luis Vázquez antes de
hablar de clamorosa falacia. Máxime teniendo en cuenta que ya Xavier A. Fernández había aludido a este principio para criticar la nota de Gerald E. Wade.
En cuanto a las rimas del tipo ensoberbescas/Illescas, aquí estamos, efectivamente en posición posterior a la última vocal acentuada, pero los usos métricos del
siglo XVII permiten este tipo de rima consonante que aparece, efectivamente,
en Tirso, y otros autores de la época, como yo ya he señalado en su momento,
sin que esta licencia implique seseo. Probablemente la explicación de que la
licencia se permitiera está en que fonéticamente, en el plano articulatorio hay
proximidad en el punto de articulación, lo que en posición implosiva de sílaba
lleva a neutralizar, y en el plano acústico tan sólo existe la diferencia estridente/
mate: ello se completa con las variantes gráficas s/z/9, comunes a todos los autores de época. Sea como sea, la variante s/z en posición final de sílaba, previa a
una oclusiva, se permite como rima consonante. Lo que no se permite como rima
consonante es la alternancia s/z en posición inicial de sílaba, después de la última
vocal acentuada. El único ejemplo que aduce Fray Luis Vázquez, fuera de estas
variantes, es sé/merced, en donde Vázquez vuelve a evidenciar su desconocimiento de las reglas de la rima: la última vocal acentuada es la e, y la variante
s/c es anterior, por lo tanto está fuera de la rima. En El burlador hay una rima
con seseo, y sólo una; la rima con seseo es típica de Claramonte, y en Tirso ni
yo, ni tampoco Fray Luis Vázquez hemos podido encontrar ningún ejemplo. De
donde se determina que las cinco clamorosas falacias consisten en una imputación errónea de Fray Luis Vázquez, a partir de la constatación de cuatro errores
mínimos en el cotejo entre el texto de la princeps y la fotocopia de la edición
Guenoun que utilicé para ese cotejo, más un error grave del propio Luis Vázquez, que aplica principios inexistentes en materia de métrica, y a partir de esta
equivocación, critica en los demás estudiosos lo que él mismo desconoce.
No creo que valga la pena detenerse en otros aspectos del estudio de Luis
Vázquez, en donde propone variantes basadas en su "intuición poética" -como
él mismo afirma sin ambages- frente a los quebraderos de cabeza de un número
muy amplio de críticos que, descartando la intuición poética como método ecdótico, hemos tratado de proponer enmiendas basadas en algunos principios de crítica textual. Sí, en cambio, voy a aludir a cuestiones de tipo metodológico que
me parece necesario apuntar para comentar la aportación de la edición mencio-
20
ALFREDO RODRÍGUEZ LÓPEZ-VÁZOUEZ
nada, en la parte en que realmente interesa dentro de este debate.
Si no me equivoco, el conjunto de problemas sobre los que la crítica viene
trabajando desde hace ya varios decenios, en lo que atañe al primer Don Juan,
puede resumirse en dos grandes temas, y un conjunto de motivos de mayor o
menor importancia relacionados con estos temas. Los temas son:
1. La determinación de si hay o no un texto común al Burlador y al Tan
largo, y de qué tipo de texto se trata.
2. La cuestión de la autoría y de la posible refundición. Hay, al menos dos
autores, Tirso y Claramonte, y una hipótesis mixta, que implica a ambos,
entendiendo al segundo como refundidor de un texto del primero.
De estas dos cuestiones, se derivan una serie de motivos que afectan a una,
otra o ambas posibilidades. Por ejemplo:
a) la fecha de composición de la versión original.
b) la determinación de cuál sería la refundición a partir de qué texto
primero.
c) la identidad del autor del Tan largo.
d) la identidad del autor del texto divergente entre B y TL.
e) el juicio estético sobre el estilo de cada texto.
f) la evaluación crítica de las pruebas documentales a favor de la autoría de
Tirso.
g) la evaluación crítica de las conjeturas que implican la hipótesis de que
Claramonte haya refundido el texto inicial.
h) la evaluación crítica de los argumentos en torno a la autoría de Claramonte.
Sin descartar, obviamente, otros motivos suplementarios.
En cuanto a los dos primeros problemas, que a cualquier investigador le parecen centrales. Fray Luis Vázquez se sitúa en una nueva perspectiva: "a mi juicio
se trata de "falsos problemas, por eso no tienen solución" (pág. 47). Como se
ve, el discurso de Fray Luis Vázquez es ajeno a Descartes por completo. El
método es innecesario, puesto que Vázquez, al determinar que se trata de falsos
problemas, parte de la perspectiva de la verdad única, lo que le permite aludir
a las propuestas, hipótesis y teorías que no concuerdan con esa verdad única,
como "clamorosas falacias, fantasía, elucubraciones, falsas interpretaciones, imaginarias incorrecciones, disquisiciones, delirios" y otras calificaciones similares. A
la inversa de Polonio, el chambelán de Dinamarca, Vázquez, una vez diagnosticada la locura, no atiende al método.
Y sin embargo, un mínimo de respeto por las reglas del método, me parece
muy necesario para aceptar el discurso, y tratar de establecer qué decimos cuando decimos "verdad" y cuando decimos "falacia".
El, ESTADO DE LA CUESTIÓN EN TORNO A C L A R A M O N T E
21
La diferencia entre el método y la aserción apodíctica consiste en que en el
primer caso cada una de las proposiciones de que consta un discurso ha de
demostrarla una fase de criba racional. Este proceso es más engorroso que la
mera práctica de la verdad revelada, ya que exige el planteamiento de las proposiciones como hipótesis, y de las hipótesis como partes de una teoría que tienen mayor o menor validez en función de su adecuación a esa teoría (general o
particular) y en función de la consistencia racional de la misma teoría. La aserción apodíctica ahorra mucho trabajo, sin duda, al prescindir de todo este pesado
bajage de discusiones, dudas y verificaciones, y tiene a su favor la estadística: el
50% de posibilidades de acertar. En el caso que nos ocupa, Luis Vázquez ha
tomado como punto de partida un modelo apodíctico para resolver los dos temas
centrales: se trata de un falso problema. A partir de esta consideración, sus propuestas parecen ser de carácter axiomático: se establece el axioma inicial de que
Tirso es el autor de la obra, y a partir de este axioma se deducen sus consecuencias. No se puede discutir la coherencia crítica de Fray Luis Vázquez, una vez
precisados estos puntos. Veamos un ejemplo de esta coherencia, en uno de los
puntos que han sido presentados como prueba de autoría.
En su estudio sobre Tirso, Blanca de los Ríos observó, entre otras cosas, que
en El burlador había varias referencias mitológicas, y que esas referencias reaparecían en obras de Tirso. Como en aquel entonces no había ningún autor alternativo, el argumento se dio por bueno. Una vez que apareció Claramonte como
autor alternativo, yo tuve que verificar si también en la obra de Claramonte
había las mismas referencias. El resultado, desde mi punto de vista, elimina la
observación de Blanca de los Ríos como prueba, ya que todos los ejemplos aparecen también en obras de Claramonte. Es más, al hacer el cómputo advertí también que en El burlador existía la mención de Tifis, que no aparece en obras de
Tirso, y sí en varias obras, fechadas desde 1604, de Claramonte. El método crítico implica que la observación correcta de Blanca de los Ríos, sobre coincidencias de citas mitológicas, ha de ser refrendada por medio del cotejo. Es decir,
si se propone un autor alternativo, ese autor tiene que cumplir con la condición
observada en el autor inicial; en caso de cumplir esa condición, la observación
no puede tomarse como prueba. Sucede que en el caso de Claramonte, la observación permitió una ampliación: hay al menos una cita del Burlador que Tirso
no cumple (a pesar de haberse rastreado más de cincuenta comedias), y que sí
aparece cumplida por Claramonte, y además varias veces, pese a que el número
computado de comedias no llega a la docena. En este caso tenemos una prueba,
más restringida, al tratarse sólo de una, pero que parece tener alguna validez en
el cotejo. La formulación teórica, si no me equivoco, es esta: de las doce referencias buscadas, Tirso cumple once, y Claramonte cumple las doce. Esto puede
tener algún valor, mucho o poco, pero en el peor de los casos, un mínimo de
aplicación metodológica debe admitir que la aseveración antedicha no puede
tomarse como prueba de la autoría de Tirso, que es el autor que menos cumple
22
ALFREDO RODRÍGUEZ LÓPEZ-VÁZQUEZ
la condición. Bien, pues Fray Luis Vázquez, después de haber publicado yo esto,
ofrece como prueba de autoría de Tirso la constatación de que hay once referencias mitológicas del Burlador que reaparecen en obras del mercedario. Como
el método crítico adoptado por Vázquez es de tipo apodíctico-axiomático, el
cotejo y la evaluación de pruebas son innecesarios. La lectura de las páginas 1790 de su edición confirma que este modelo es general.
No seré yo quien critique esta manera de enfocar las cosas. De hecho, los
resultados a los que se llega (considerar El burlador como texto único no interpolado, y Tan largo como refundición posterior a partir de la edición), representan un punto de partida muy favorable para dilucidar los problemas de autoría.
Si descartamos las complicaciones de la hipótesis alternativa, a partir del Tan largo, y trabajamos sólo sobre el texto del Burlador, la determinación de la autoría
por medio de pruebas resulta mucho más fácil. Sucede tan sólo que en ese caso
se favorece excesivamente la autoría de Claramonte, ya que el texto del Burlador
es muy próximo en léxico, estilo, métrica y temática a muchas comedias de Claramonte. Como además Luis Vázquez y yo coincidimos en la apreciación de que
El burlador tiene que haber sido escrito en el período 1613-1616, y Vázquez
pone como ejemplo de parentesco estilístico las obras La Dama del Olivar y la
trilogía de la Santa Juana, esto permite un cotejo entre esas cuatro obras de Tirso, que corresponden a la época de redacción de El burlador, y La católica princesa Leopolda, El nuevo rey Gallinato, El secreto en la -mujer y El ataúd para
el vivo y el tálamo para el muerto, todas ellas manuscritas y sin problemas de
atribución, fechables documentalmente entre 1604 y 1613. Es lo que me propongo mostrar en un próximo artículo, como ampliación de los trabajos anteriores
y como vía de estudio para dirimir las cuestiones críticas que he expuesto en este
breve artículo.
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