La destrucción de la democracia del Frente Amplio y el Decálogo de Lenin ____________ Hoy en día las políticas de gobierno y, en general, las corrientes políticas no deberían dividirse ya en izquierda y derecha, conceptos que en el mundo de hoy –volcado abiertamente a las sociedades de mercado- resultan obsoletos. La justa medida de lo que realmente está en juego dentro de ese sistema (que parafraseando a Winston Churchill, debe de ser el peor excepto por todos los demás) debe entenderse en el marco de una puja entre las corrientes políticas que son verdaderamente demócratas y republicanas y las que no lo son. La caída del muro de Berlín en 1989 significó no solo la posterior disolución de la Unión Soviética, sino también la derrota ideológica de las izquierdas a nivel mundial. En algunos países, los partidos de izquierda se han reinventado, desechando el viejo discurso colectivista, anti-imperialista y anti “democracia burguesa” por lo que hoy se conoce como la agenda social: el aborto, el matrimonio igualitario, la legalización de la marihuana, el medio ambiente, la no discriminación y otras causas que la vieja izquierda consideraba “inmoralidades” propias del capitalismo. En América Latina, sin embargo, y más concretamente en Uruguay, la derrota ideológica tras la caída del muro de Berlín sobrevino cuando el Frente Amplio ya había logrado una victoria cultural. Esto es, que había instalado ya en los jóvenes y en buena parte de la clase media el germen de la desconfianza en los partidos de tradición democrática, incluso el repudio a estos, a sus líderes y a sus principales referentes, y más peligrosamente aun el odio de clases. Acá habrá caído el muro de Berlín y todos nos enteramos; pero el muro de yerba y odio levantado a pulso todos los días y durante años en los comité de base, alrededor de miles de jóvenes incautos y adoctrinados, ha demorado más de dos décadas en empezar a desmoronarse. Esa victoria cultural le ha permitido al Frente Amplio llegar al poder mediante el voto popular pero ir socavando poco a poco las instituciones democráticas y republicanas, los valores democráticos otrora muy arraigados en el imaginario nacional- y hasta las fechas patrias que nos hablan de esa tradición como país. Se ve a menudo en las amenazas al Poder Judicial, en el olímpico desconocimiento por parte del Gobierno de dos plebiscitos populares, en el accionar del gabinete presidencial, en la ley de medios que se pretende imponer y hasta en boca del propio presidente cuando asegura que “lo político está por encima de lo jurídico”. Y es que el Frente Amplio -tanto en su concepción como en su ADN político- no es en rigor un partido demócrata. Respetará los tiempos electorales; pero la democracia no es solo votar. Y su comportamiento no es democrático hacia afuera y muchos menos hacia adentro, con una estructura partidaria condicionada a los úcases de su poderoso Plenario Nacional, un órgano a la vieja usanza soviética, carente de representación pero que, sin embargo, gira instrucciones a los legisladores (estos sí elegidos por el pueblo) sobre lo que tienen que votar o no. Algo inconcebible para cualquier democracia republicana que se precie. Esta es más bien la democracia de los ‘apparatchik’ del Partido; y de los sindicatos, que siempre han pertenecido al Frente Amplio y que, a través de esa inveterada mancomunión, hoy hacen valer sus intereses corporativos por encima del interés general. Incluso, en lo estrictamente político, tienen carta blanca y gozan de la protección de mayorías parlamentarias para cometer sus actos de corrupción y sus abusos, como también se constata a menudo. Así pues, el Frente Amplio se ha valido de la democracia para llegar al poder, y ahora que lo ocupa intenta fagocitarse ese sistema lo más posible. Lo cual no se aparta gran cosa de los viejos manuales marxistas del siglo XX y de los postulados e instrucciones de Lenin o Gramsci para que los partidos de izquierda accedieran al poder en sistemas democráticos y luego se perpetuaran en estados totalitarios. Al respecto, existe un documento que convendría que los jóvenes estudiaran en el liceo, para entender hasta dónde llegan en efecto esos lineamientos. Se trata del conocido ‘Decálogo de Lenin’, seguramente apócrifo. El líder soviético escribió otro decálogo, auténtico, que también se las trae. Sin embargo es este decálogo, aparentemente falso, el que por décadas ha circulado entre las juventudes comunistas y entre los cuadros de la izquierda mundial. Y del que han tomado rigurosa nota. Revisemos los diez puntos uno por uno y tratemos de identificar cuál de ellos no ha cumplido el Frente Amplio, ya sea cuando era oposición o ahora en el gobierno. Podría decirse con certeza que a excepción del primero y de partes del sexto, todos los demás han sido exitosamente cubiertos. 1. Corrompa a la juventud y dele libertad sexual. 2. Infiltre y después controle todos los medios de comunicación de masas. 3. Divida a la población en grupos antagónicos, incitando las discusiones sobre asuntos sociales. 4. Destruya la confianza del pueblo en sus líderes. 5. Hable siempre sobre Democracia y Estado de Derecho, pero, en cuanto se presente la oportunidad, asuma el Poder sin ningún escrúpulo. 6. Colabore con el vaciamiento de los dineros públicos; desacredite la imagen del País, especialmente en el exterior, y provoque el pánico y el desasosiego en la población por medio de la inflación. 7. Promueva huelgas, aunque sean ilegales, en las industrias vitales del País. 8. Promueva disturbios y contribuya para que las autoridades constituidas no las repriman. 9. Contribuya a destruir los valores morales, la honestidad y la creencia en las promesas de los gobernantes. Nuestros parlamentarios infiltrados en los partidos democráticos deben acusar a los no comunistas, obligándolos, so pena de exponerlos al ridículo, a votar solamente lo que sea de interés de la causa socialista. 10. Registre a todos aquellos que posean armas de fuego, para que sean confiscadas en el momento oportuno, haciendo imposible cualquier resistencia a la causa.