Retiro de Adviento Liga de Familias Pozuelo, 28 noviembre 2015 CAMINO DE BELÉN BUSCANDO LA MISERICORDIA Hna. María Montserrat Osés El Adviento es la puerta por la que Dios ha querido que entremos al Año Santo de la Misericordia. Cruzamos ese umbral y nos adentramos en un tiempo de conversión, en un “camino”, no físico sino espiritual, hacia Belén, es decir, hacia el encuentro con el Redentor, que es Dios hecho hombre. La Iglesia nos regala 4 semanas para que el corazón se ponga en camino y busque acortar la distancia que a veces tanto nos separa de Dios. Y Dios también se pone en “camino”, El mismo sale a nuestro encuentro, se adelante, busca mil modos de llegar hasta nosotros, y el modo definitivo es su encarnación: Dios abandona su tierra, el cielo, y viene a poner su tienda entre los hombres, entre nosotros, en nuestro propio corazón. “El amor misericordioso del Padre lo movió a El a hacer descender al Hijo a la tierra (…) ¿Por qué todo esto? El es el Dios de la infinita donación de su bondad y de la infinita misericordia.”1 En el Niño del pesebre, se nos muestra el “rostro visible del Padre invisible, nos revela a Dios, quien muestra su omnipotencia sobre todo en el perdón y en la misericordia”2 Con la convocatoria de este Año Santo, el Papa Francisco nos llama a centrar nuestra mirada en el rostro de Cristo. Para que a través de él descubramos la esencia fundamental de Dios: su Amor que es Misericordia. Por eso, esta Navidad, cuando contemplemos a Jesús niño, en el nacimiento de nuestra casa, en el Santuario, contemplaremos detrás de este misterio el rostro misericordioso del Padre que nos ama tanto que nos regaló a su propio Hijo. Navidad es sin duda el tiempo de la Misericordia. En esta charla quiero dar algunas pistas que nos pueden ayudar a hacer este camino hasta Belén buscando la Misericordia. No son pistas que se me han ocurrido a mí sino que provienen de la genialidad educadora del P. Kentenich y es que tenemos un Fundador que experimentó profundamente en su vida, en su persona, la Misericordia de Dios y por eso, siguiendo a Cristo, pudo mostrar también el rostro misericordioso de Dios Padre, 1 2 J. Kentenich, 25.12.1965 Oración del Jubileo de la Misericordia 1 transformándose él mismo en un Padre, portador de Misericordia para todos los que le fueron confiados. Él mismo dijo que nuestra Alianza de Amor con María no es otra cosa que “el desposorio entre la misericordia divina y la miseria personal” (J.K., 18.01.1957) Reconocemos en el P. Kentenich un maestro de la Misericordia. Primera pista para encontrar la Misericordia: 1. RASTREAR LAS MISERICORDIAS DE DIOS EN NUESTRA VIDA ¿Qué significa esto? ¿De qué se trata? Así lo explica el P. Kentenich: “Sería bueno que, con una cierta unilateralidad, tratemos de descubrir los caminos que la misericordia de Dios ha ido trazando en nuestra vida. Recordemos que somos sus hijos y que él nos ama porque es Padre. Esta labor de discernir las sendas de la misericordia divina es una tarea importantísima. Por eso, planteémonos sin cesar la pregunta: ¿Cuándo y dónde Dios, en su Divina Providencia, se nos ha manifestado como Padre bondadoso?”3 Qué gran importancia tiene esto: cada día por la noche, deberíamos hacer una letanía de gratitud por todos los regalos que Dios nos ha hecho, por todas sus muestras de amor, y si no nos da para letanía, al menos sí para responder a una pregunta simple pero a la vez vital: ‘¿Dónde, cómo o a través de quién me mostró hoy Dios su Amor?’ Y seguramente nos daremos cuenta que fue un amor totalmente gratuito, pues si tuviera que hacer la pregunta al revés: ‘¿Dónde, cómo o a través de quién le mostré hoy a Dios mi amor?’ Seguramente habría más de un día que diríamos ‘en ningún momento pues he vivido el día absolutamente centrado en mí’. Y aún así, Dios no se cansa, el Padre no deja de amarnos. Cada día podemos repetir con convicción las palabras de San Pablo: “Dilexit me”, me amó. Pero el P. Kentenich va más allá y nos invita a profundizar y ser capaces de reconocer ese mismo amor incondicional del Padre Dios también en la cruz y el dolor: “¿Cuál será, en este campo, la jugada maestra? Desarrollar la fe en que la cruz y el dolor son siempre expresión del amor paternal de Dios. Cuando llegue la hora en la que el Padre del Cielo de alguna manera me infrinja un dolor, en ese mismo momento tendré presente la siguiente imagen: “Él es como un médico que opera a su hijo”.4 Esto quiere decir que para sanarlo debe primero hacerle doler, debe cortar con el bisturí, hace sangrar… porque todo ello es necesario para sanar al hijo. Seguramente nosotros alguna vez también hemos tenido que hacer daño a nuestro hijo cuando éste, por ejemplo, se ha hecho una herida y para curarlo le hemos puesto un algodón con alcohol que pica y duele pero que desinfecta y cura. Así actúa también Dios con 3 4 P. J. Kentenich 16.3.1938 P. J. Kentenich 16.3.1938 2 nosotros… ¡Cuántas veces nos ha causado algún dolor algo que no entendimos en un momento determinado pero que, luego, hemos podido descubrir que realmente fue para mi bien! Una enfermedad, una decepción, un cambio drástico en mi plan de vida… etc. ¡Esa es la gran “jugada maestra”, CREER EN LA MISERICORDIA DE DIOS EN ESOS MOMENTOS DE DOLOR! Pensemos en María y José en su camino a Belén. No fue fácil, no estuvo exento de dolor, de incomprensión, de sufrimiento. ¡Cuántas puertas se les cerraron en aquel que era su pueblo de origen, en las casas de sus propios familiares… no hay sitio para vosotros…! Y María a punto de dar a luz. Pero la mirada fue de fe, ellos comprendieron que a pesar de todas esas puertas cerradas, una gran Puerta sí permanecía abierta, la puerta de la Misericordia del Padre que se preocuparía de ellos y que si permitía aquello es porque tenía preparado algo mucho mejor. Para llegar a esa fe hay que hacer un camino interior, se dice en el Evangelio que María conservaba todas esas cosas que le iban pasando durante el día y las meditaba en su corazón. Y es que para poder realizar esta “jugada magistral” necesitamos darnos tiempo y cultivar el silencio y la oración, porque necesitamos que la gracia nos ilumine pues humanamente no es fácil. Cuando nos detenemos a pensar en nuestra historia, en un día de retiro como el de hoy, volvemos a mirar nuestra vida y nos damos cuenta que la mano de Dios ha estado sosteniéndome en muchas ocasiones sin darme cuenta, entonces descubrimos que el amor misericordioso de Dios ha estado siempre, también detrás de aquello que en un principio me dolió mucho y que no comprendí pero que después con el paso del tiempo, al mirarlo a la luz de la fe me doy cuenta que ahí también estaba la misericordia de Dios, que Dios que es Padre, me hizo sufrir porque quería educarme en algo para sacar lo mejor de mí. “El Padre poda la vid para que dé más fruto” dice Jesús (Jn 15,2). Los santos son aquellos que creen y confían en el amor de Dios en todo momento y circunstancia de la vida y por eso son capaces de dar el Sí a la cruz porque descubren en ella el mayor signo de misericordia y son capaces de dar una respuesta de amor. Por eso, cuando logremos creer de verdad que “Dios es Padre, Dios es Bueno y bueno es todo lo que él hace” entonces habremos alcanzado la cumbre de la santidad porque sólo cuando somos capaces de mirar nuestra vida desde la fe, tratando de discernir el mensaje de Dios detrás de aquello que nos sucedió podremos realmente descubrir su misericordia y en su misericordia podremos darle un Sí y aceptarlo de corazón. Y en esta experiencia de misericordia nos hacemos capaces para ser misericordiosos y compasivos con otros. 3 2. RECONOCER NUESTRA CULPA Y NUESTROS PECADOS En segundo lugar, para descubrir la misericordia de Dios es necesario tener dos actitudes básicas: LA VERDAD Y LA HUMILDAD. Ser humilde y veraz con uno mismo y reconocer nuestro pecado y nuestras debilidades. En la parábola del hijo pródigo o del Padre de la Misericordia vemos claramente este primer paso: ¿Cuándo se da el cambio de actitud del hijo pródigo? Cuando es capaz de detenerse y pensar “qué estoy haciendo”… y su reconocimiento: “me he equivocado“, “he sido muy injusto con mi padre”…, y después toma la resolución de volver y de abrirse al encuentro con el Padre: “Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros. Y levantándose partió hacia su padre”. (Lc 15, 18-20). El hijo pródigo comienza su camino de retorno al corazón del Padre, con un acto de humildad, reconociendo su miseria, su pecado. Reconoce que “no merece ser llamado hijo” porque no se ha portado como tal. ¡Cuánto nos cuesta a nosotros mu este reconocimiento! Vemos fácilmente la miseria ajena pero nos cuesta mucho ver la nuestra. El Papa Francisco decía que en el mundo actual en que hemos querido apartar a Dios de nuestra vida, existe un gran peligro en este sentido porque “cuando el reino de Dios disminuye, uno de los signos es que se pierde el sentido del pecado. Cada día, al rezar el ‘Padrenuestro’, nosotros le pedimos a Dios ‘Venga a nosotros tu Reino…’, lo que quiere decir ‘crezca Tu Reino’. Cuando se pierde el sentido del pecado, se pierde también ‘el sentido del Reino de Dios’ y en su lugar emerge ‘una visión antropológica súper potente’, la del ‘yo lo puedo todo’: ¡La potencia del hombre en lugar de la gloria de Dios!”5 Nosotros no estamos exentos de ese peligro, y por eso, tenemos que rezar mucho al Espíritu Santo para que nos dé luz para reconocer nuestra VERDAD, que no es otra de que somos hijos miserables y pecadores. Esto es la primera gracia que hay que implorar. Por ejemplo, tengo problemas de relaciones con algunas personas. Yo lo atribuyo a que no saben entenderme y alego que no me valoran, que me excluyen… etc. pero no soy capaz de plantearme si en realidad el problema soy yo. Dice el P. Kentenich: “¡No ahoguemos jamás la conciencia de culpa, menos aún si ese sentimiento de culpabilidad surge en nosotros a causa de nuestras miserias! ¡Admitamos la culpa! Podrán constatar cuánta libertad interior proporciona esta actitud.”6 El P .Kentenich reconocía que al hombre moderno le cuesta mucho reconocer su culpa, siempre trata de taparla, de camuflarla, de esconderla. Y es verdad, no nos gusta mostrarnos en nuestra debilidad y nos cuesta muchísimo pedir perdón. El Padre dice que muchas veces nos ponemos “abriguitos de seda”, que son muy finitos y casi no se notan, pero que en el fondo lo que quieren es tapar nuestra miseria. Creemos que 5 6 Papa Francisco. Homilía 1.2.2014 P. J. Kentenich, Desafíos de nuestro tiempo. 4 nuestra debilidad es un impedimento para nuestro desarrollo personal y justamente es al contrario, cuanto más pequeños y débiles nos sentimos es cuando más nos abrimos a Dios, nos acercamos a Él y Él se inclina más hacia nosotros y sólo entonces nos puede regalar su gracia. En definitiva, nuestras miserias son la mayor puerta de entrada a su misericordia. “Dios no nos ama porque nosotros seamos buenos y nos hayamos portado bien, sino precisamente porque es nuestro Padre. Porque su amor misericordioso fluye con más riqueza hacia nosotros cuando aceptamos con alegría nuestros límites, nuestras debilidades y miserias, porque las consideramos como razón esencial para que su corazón se abra y nos compenetre su amor”.7 O dicho en otras palabras: “La debilidad conocida y reconocida del hijo se convierte en la omnipotencia del hijo y la impotencia del Padre”8. Es decir, Dios se “desarma” ante el reconocimiento de nuestra pequeñez e impotencia, entonces es cuando no puede resistirse a derramar su misericordia sobre sus hijos. Pero esto no quiere decir que no debamos esforzarnos por portarnos bien, un hijo siempre trata de dar alegría a su padre pero si no lo consigue sabe que su Padre igualmente le quiere y encima si reconocemos nuestro desvalimiento aún se compadece más de nosotros. Vosotros que sois padres lo podéis entender muy bien, ¿no es verdad que os nace una mayor preocupación por aquel hijo que sentís que es más débil, que está más limitado… porque sentís que os necesita más…? Así, a Dios le pasa lo mismo, cuando nos reconocemos débiles e impotentes más se inclina hacia nosotros. En resumen, a través de estos dos caminos: por un lado, el descubrir a Dios y su amor presente en toda nuestra vida y por el otro el darnos cuenta de nuestra miseria, podemos llegar a una integración de toda nuestra personalidad. De repente “todo encaja” porque siempre hay un común denominador. Me voy dando cuenta que en todas partes resplandece lo mismo: la misericordia de Dios y mi propia miseria. Una y otra vez, todo lo que va ocurriendo será una manifestación de la misericordia de Dios a través de mi miseria. Mi vida entera comienza así a vibrar en un mismo y sólo acorde, el acorde de esa experiencia fundamental que da armonía a mi vida. Veré mi vida a la luz de este único prisma y llegaré a sentirme verdaderamente cobijado en la misericordia de Dios. La misericordia de Dios será mi seguridad y mi paz y nada ni nadie logrará apartarme de ella. 7 8 P. J. Kentenich, 13.12.1965 P. J. Kentenich 5 3. HERRAMIENTAS PARA APROVECHAR NUESTRAS DEBILIDADES Y CULPAS COMO PUERTAS PARA LA MISERICORDIA DE DIOS Pero este reconocimiento de la propia miseria y ese reconocimento de la Misericordia de Dios no siempre es tan sencillo, Podemos cargar con realidades tan duras que nos parezca imposible soñar en experimentar ese amor incondicional del Padre. Sin duda, necesitamos gracias extraordinarias y no en vano la Sma. Virgen nos regala en el Santuario la gracia del cobijamiento y de la transformación interior. Ella es “especialista” en sanar corazones heridos. ¡Aprovechemos el Santuario para pedirle a María que Ella nos sane, que podamos sentirnos amados en nuestra limitación, en nuestra debilidad, en nuestra miseria! Pero además de contar con la gracia, ‘el nada sin ti, María’, el P. Kentenich también propone el ‘nada sin nosotros’. Y por eso nos regala herramientas de trabajo para llegar a ser hombres y mujeres interiormente libres de nuestras debilidades, culpas y de todas las ataduras interiores que nos impiden vivir en la misericordia de Dios. Estas herramientas son tres “Sí” que debemos dar. Es un trabajo para nuestra voluntad: yo quiero decir “Sí”. a. Dar un Sí a nuestra realidad de que somos creaturas miserables: Volverse un milagro de humildad. Se trata de una sana humildad, de lo contrario, estamos alimentando en nosotros un complejo de inferioridad. La sana humildad es aquella virtud, fundamentada en la verdad y en la justicia, por la cual yo puedo reconocerme como soy y también por medio de ella soy capaz de enfrentarme con mis debilidades sin caer en complejos de inferioridad. La sana humildad, dice el P. Kentenich, es el medio de curación más valioso para el cuerpo y el alma. Ésta despierta el anhelo de la misericordia de Dios y de experimentar la fuerza que viene del Señor: “Señor yo sólo no puedo, yo con mis propias fuerzas no puedo… tú me tienes que levantar y tirar hacia arriba”. En segundo lugar, nos da la capacidad de comprender las faltas ajenas, tentaciones y pecados, que nos despiertan una fuerte conciencia de miseria y profundizan de esa manera la humildad. La experiencia de la propia fragilidad fortalece nuestra paciencia frente a las faltas de los demás. Siendo humildes nos hacemos más comprensivos y pacientes. b. Dar un Sí al Padre misericordioso: Volverse un milagro de confianza. Confianza es una palabra que significa “fiarse de”… Yo me fío de alguien. Sin la confianza no podríamos vivir: yo confío en mi médico, en el piloto del avión en que vuelo… etc. Sin embargo, hay una confianza más elevada y que sustenta a las demás, la que se enraíza en Dios mismo. ¿Cuál es la única confianza que me puede sostener si digo que no puedo fiarme de mis propias fuerzas? Creer en la misericordia infinita del Padre Dios. Tengo confianza porque Dios es Padre y creo en su amor. Tengo experiencia de su amor. Me siento valorado e importante para él. Sé que su amor es incondicional, que no depende de si yo me he portado bien o mal… simplemente Él me quiere porque yo soy su hijo y 6 Él es mi Padre. La historia del hijo pródigo ilustra bellamente esta realidad. Cuando el hijo regresa confiesa su pecado: “Padre he pecado contra el cielo y contra ti, ya no merezco ser llamado hijo tuyo”9. El Padre ante esta confesión sólo sabe abrazarlo y ordenar que se le coloquen todos los signos de la dignidad de hijo que había perdido: el anillo, el vestido, el calzado. Pero ¿cómo se aprende a confiar? A amar se aprende amando y a confiar confiando… Dando “saltos de confianza”. ¿Habéis hecho alguna vez este ejercicio? Si he tomado una decisión poniendo toda mi confianza en el Señor, en que no me dejará y luego constato que ha sido así, más tarde, cuando esté ante otra situación parecida en que tenga que confiar lo haré con mayor seguridad y sin temor porque ya sé que Dios no me ha dejado nunca en la estacada. c. Dar un Sí a hacerse hijo ante Dios Padre: volverse un milagro de filialidad. El P. Kentenich decía que debemos aprender el arte de sacar provecho de nuestras debilidades. ¿Qué significa esto? Mi experiencia de culpa y de pecado, si la sé aprovechar bien, debe ser un trampolín para saltar a los brazos paternales de Dios. ¡Cuántas veces nos ha ocurrido que cuando nos hemos sentido culpables de algo hemos sentido la necesidad de confesar nuestra culpa, de confesarnos y si lo hemos logrado, la experiencia de sentir el perdón de Dios nos ha acercado más a Él! Esta es una verdadera experiencia de cuánto libera al alma el perdón de Dios. Por eso, nos dice el P. Kentenich, que la filialidad ante Dios es la mejor escalera para salir del pozo de mis culpas, de mis pecados, de mis depresiones. Cuando nos reconocemos hijos ante Dios Padre recuperamos toda la dignidad y nobleza que puede tener el hombre en esta tierra y Dios nos contempla con gozo pues redescubre en nosotros a Aquel que envío y que es entraña de su entraña: Jesucristo. Y por eso Jesús nos dice “si no os hacéis niños no entraréis en el Reino de Dios”10. Sólo en el amor y en la experiencia del perdón, de ser amados y contenidos en nuestra debilidad –como lo experimentan los niños – es posible aceptar y comprender que la debilidad ante Dios es una ventaja, la ventaja del hijo sobre el corazón del Padre. 4. LLAMADOS A SER PORTADORES DE MISERICORDIA La experiencia de la Misericordia de Dios en nuestra vida no nos puede dejar indiferentes, el amor misericordioso que se derrama sobre nosotros nos mueve a salir de nosotros mismos siendo portadores de misericordia para otros. Jesús nos dice: “Así como yo os he amado, amaos los unos a los otros…” 11. Pero llegar a la misma altura del amor de Dios no es fácil, necesitamos su ayuda, su gracia. Jesús nos dice que hemos de perdonar “hasta 70 veces 7”12 o sea, siempre, y sabemos 9 10 11 12 Lc.15, 21 Lc. 18, 17 Jn 15,12 Mt 18,22 7 cuánto nos cuesta perdonarnos mutuamente. En las familias se dan muchas veces situaciones difíciles de perdonar, ofensas que abren heridas dolorosas y más cuando se trata de las personas más cercanas. ¡Cuánto cuesta, por ejemplo, perdonar a un padre autoritario que en un golpe de autoridad echa al hijo de casa! Eso para el hijo será una humillación difícil de olvidar y de perdonar… pueden pasar años hasta que el hijo pueda darle un sí. ¿Tenemos nosotros heridas de este tipo? Ya sea porque he sido el ofendido y tengo que perdonar a alguien, ya sea porque yo he sido el ofensor y tengo que pedir perdón. En este Adviento sería bonito recorrer el camino del perdón para hallar esa misericordia que tanto anhelamos. ¿A quién tengo que pedir perdón y por qué? ¿A quién tengo que perdonar y por qué? si analizamos el proceso del perdón podemos descubrir algunas etapas que nos pueden ayudar a alcanzar con mayor rapidez la meta del perdón: 13 a. El primer paso es reconocer la herida: El proceso del perdón sólo puede comenzar cuando soy capaz de reconocer “porque soy como soy, reconozco que esto que me pasó y me dolió”. Necesitamos reconocer el dolor, la rabia y nuestra propia fragilidad, tenemos que reconocernos ofendidos. Hay gente que no puede reconocerse débil y trata de taparlo, de evadirse; otros la niegan tratando de vengarse, emplean toda su energía en defenderse para no ser alcanzados por la ofensa. Tenemos que aprender a aceptarnos frágiles, no somos omnipotentes y es normal que seamos sensibles y algunas situaciones nos ofendan. Tenemos que saber reconocernos ofendidos y a la vez ser bien realistas y saber detectar qué parte de mí fue ofendida, con objetividad, porque a veces engrandecemos más la ofensa por nuestra manera de interpretarla que por lo que realmente fue. Por eso, detectarlo sí y con veracidad, no en vano Jesús nos dice: “La verdad os hará libres”13. b. Compartir con otro la rabia, la pena, el dolor: Ayuda mucho el poder desahogarse de la presión de los sentimientos con alguien cercano que sepa escuchar y quiera nuestro bien. Cuando nos hemos sentido ofendidos tendemos a encerrarnos en nosotros mismos, a aislarnos y a creer que sólo nos pasan a nosotros estas cosas. La persona que recibe nuestra confidencia debe saber guardar silencio, nos debe ayudar a objetivizarnos, no debe meter más leña al fuego. Ojalá en el matrimonio nos podamos ayudar en este sentido. Que podamos confiar a nuestro cónyuge todas nuestras angustias, penas, preocupaciones, dolores. c. Decidir no vengarse: El proceso del perdón no puede progresar mientras nos consideremos víctimas y no renunciemos a devolver con la misma moneda. La venganza ocupa nuestra atención, nos centra en el pasado y nos recuerda constantemente que hemos sido heridos, alimenta el resentimiento y nos hace vivir tensos. La mejor manera de manejar nuestras fantasías de venganza, de hacer sufrir, es hacerlas conscientes, aceptarlas e ir descubriendo lo Jn. 8, 32 8 inadecuadas que son, así podremos decidir no dejarnos llevar por ellas. Si no las hacemos conscientes pueden permanecer en el inconsciente y trabajar activamente para hacerse cargo de la venganza y como lo hacemos inconscientemente no nos hacemos responsables de lo que podamos realizar con lo que digamos o hagamos. Y ¡cuán terribles son a veces las cosas que se llegan a decir o hacer movidos por un deseo de venganza! d. Perdonarse a sí mismo: Quien quiere perdonar a otro tiene que perdonarse primero a sí mismo. No es una actitud voluntarista sino haber aprendido a tener misericordia consigo mismo porque Dios es el primero que me ha perdonado. e. Nunca dejarse llevar por la ira y el rencor: La ira nos ciega y nos impide ver las cosas como realmente son. Así evitaremos cometer injusticias y ganaremos el respeto de los demás por nuestra posición ponderada y correcta delante de una situación difícil. Es bueno dejar “secar” la ira y cuando haya pasado la tempestad tratar de dialogarlo, con serenidad y sinceridad, diciendo cómo lo veo, porqué me ha dolido la actitud del otro… Muchas veces en el diálogo se entiende la postura del otro, porqué ha actuado así y sus verdaderas intenciones. En el matrimonio es importante conocerse mutuamente, conocer el lado positivo y el lado negativo del temperamento mío y el de mi cónyuge. Cuando nos conocemos podemos comprendernos mejor y ayudarnos mutuamente. Si yo sé que el otro tiene un temperamento colérico sé que seguramente reaccionará muy fuerte cuando le diga algo que no le guste, pero podré objetivizar esa reacción, no reacciona contra mí, sino que en él es algo de su fuerte temperamento. O si tengo un temperamento melancólico sé que me costará mucho más olvidar una ofensa que por ejemplo si soy más sanguíneo. Las mujeres solemos ser más sensibles y nos afectan las cosas más que a los hombres. Por eso, suele ser una ayuda el saber complementarse porque el hombre ayuda a la mujer para que no caiga en sentimentalismos y susceptibilidades, le ayuda a objetivizarse. La mujer a su vez suele ayudar al hombre a que sea más cálido en sus relaciones, más sensible… Preguntémonos en este retiro si realmente sabemos ayudarnos mutuamente, si uno y otro nos ayudamos a vencer nuestros lados débiles. Es bueno que lo conversemos y que nos digamos cómo nos podemos ayudar más. Respecto a los hijos, tenemos que enseñarles desde pequeños a pedir perdón y lo mejor es que lo hagamos con nuestro propio ejemplo, que ante ellos sepamos reconocer cuando nos hemos equivocado, cuando de repente nos hemos dejado llevar por la ira y los nervios y saberles pedir perdón. También agradecerles y demostrarles nuestro cariño cuando nos vienen a pedir perdón por algo que no han hecho bien. Que sientan que la falta nos entristeció pero no disminuyó nuestro amor, al contrario, ahora los queremos más. 9 Nosotros, como padres, tenemos gran responsabilidad ante nuestros hijos porque sabemos que con nuestro ejemplo y actitud ellos aprenderán cómo es el amor de Dios hacia nosotros. Ellos verán en nosotros el rostro misericordioso del Padre. En esta Navidad de este Año Santo, pidamos al Señor que nos muestre su misericordia, que la podamos experimentar de verdad en nuestra vida, y así podamos transmitirla a nuestro alrededor y en especial a los que el Señor nos ha confiado. Y que durante todo este Año Santo resuene mucho más en nuestros oídos como una petición del Señor: ‘Sed portadores de misericordia’, “Sed misericordiosos como vuestro Padre”14 Para la meditación personal - ¿Cuándo, dónde, a través de quién, Dios, en su Divina Providencia, se nos ha manifestado como Padre bondadoso? - ¿Puedo decir, como San Pablo, “Dilexit me”, Dios me amó? - ¿A quien tengo que pedir perdón y por qué? ¿Qué pasos puedo dar en este Adviento? - ¿A quién tengo que perdonar y por qué? ¿Qué pasos puedo dar en este Adviento? - Preguntémonos si realmente, como matrimonio, sabemos ayudarnos mutuamente, si uno y otro nos ayudamos a vencer nuestros lados débiles. Es bueno que lo conversemos y que nos digamos cómo nos podemos ayudar más. En este sentido ¿Qué le quiero decir a mi cónyuge, en qué aspecto necesito su ayuda, su complementación? 14 Lc. 6, 36 10