ENREJADOS

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ENREJADOS No es fácil, trasmitir la experiencia, y menos cuando ésta tiene que ver con un ámbito tabú, desconocido, lleno de prejuicios y recelos. Yo cada vez lo digo con más naturalidad: trabajo en la cárcel. Y me causa simpatía la reacción que se produce en las personas, especialmente, las que llevan tiempo sin verte ni saber de ti. Es una mezcla entre asombro y destellos de miedo. Luego, me toca sonreír, y decir con cierta guasa: que por el momento me deja entrar y salir. Y es difícil comprender, si no se tiene la vivencia. A mí me pasaba igual. Pero bueno, si es que es totalmente racional y lógico. ¿Qué se podría pensar de un lugar donde se concentran delincuentes de toda índole?. Pues que es un lugar indeseable. Que allí no se nos ha perdido nada. Que no habrá lugares donde buscar un trabajo. Que habrá que ir con pies de plomo y mil ojos. Y bueno, pues todo lo que queremos seguir pensando. Pero lo curioso cuando me he sentado a escribir, es que tenía una cosa clara. No voy a hablar de nada obvio. No voy a exponer teorías o rebatirlas. Solo quiero teclear palabras, llenas de esperanza, de personas, de sentimientos, de errores, de hambres, de dolor, de amor y de oportunidad. En estos siete meses y un poco más que llevo visitando el centro penitenciario de Albolote y el centro de inserción social Matilde Cantos de Granada, ante todo y sobre tengo que decir que he tenido la experiencia de conocer personas grandes en su debilidad. No soy nadie para juzgar y condenar, porque no sé más que la apariencia de todo. Y con esto no quiero decir que haya nada justificable. Lo que se ha juzgado, sentenciado y condenado han sido comportamientos y no personas. Y esta es de las más grandes lecciones que la cárcel me está enseñando. Las personas nos podemos equivocar, y hacer mucho daño en el error, pero nunca dejamos de ser personas. La prisión me está mostrando el otro lado de una realidad engañosa. No son peores los que están dentro, solo son caídos. Tropezaron en un tramo del camino de la vida y terminaron en un lugar, que quizás nunca esperaron. Y es paradójico, porque también en la cárcel puede renacer la vida. Y sigo hablando desde el testimonio de quienes han querido compartir sus baches. La privación de libertad ha sido un antes y un después en la vida de muchos presos. Han podido recuperar su matrimonio, conseguir cercanía de su familia, evitar un infarto por el ritmo de vida, o…encontrarse con Dios. Y es que no son abstractas las palabras del Evangelio: “porque estuve en la cárcel y vinisteis a verme”( Mt25,36). Y está allí, para los que están y para los que vamos. Y se siente, y se palpa y se toca. No se piensa ni se razona, solo se ve lo esencial invisible a los ojos. Solo se ve bien con el corazón. Esta es la clave de todo, y solo desde ella, atravesar puertas, pasar controles, y acceder a otro mundo, puede llegar a seducir. Lo feo, se embellece cuando se contempla la vida entre rejas como una oportunidad, como una esperanza, como un don. Es el milagro que el Señor hace con cada interno, cada día, y nos permite contemplarlo a quienes nos acercamos a ellos. La huella de las vidas que tocas y te tocan imprime un signo imborrable. Yo no soy la misma que pise por primera vez “Albolote”. Ahora soy más de ellos, y más de Quien me abrió las rejas de unas vidas veladas, condenadas y olvidadas en el vacío social de este mundo. Y termino, como empecé, que difícil es trasmitir la experiencia, porque al final termina atrapándote la emoción, e impidiéndote que puedas seguir escribiendo algo más. Mª Victoria Romero Hidalgo (29 de octubre 2014) 
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