de la sociedad oftalmológica hispano-americana

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ARCHIVOS
DE LA SOCIEDAD OFTALMOLÓGICA
HISPANO-AMERICANA
1915 – Enero
Técnica detallada de la operación de Motais con modificaciones originales
Márquez1
Procedimiento operatorio del ectropión del párpado inferior
Rodolfo del Castillo Ruiz12
Sueroterapia paraespecífica
Ribas Valero13
ARCHIVOS DE OFTALMOLOGIA
HISPANO-AMERICANOS
1. — TRABAJOS ORIGINALES
T É C N IC A
DETALLADA
CON
DE
LA
O P E R A C IÓ N
M O D IF IC A C IO N E S
DE
M O T A IS
O R IG IN A L E S
por el P r o f . M á r q u e z
El primer caso clínico de ptosis del párpado superior que se pu­
blica en España, operado por el procedimiento de M otáis, es el
que motiva este trabajo. Dicho caso fué presentado por su autor
a la Academia M édico-Q uirúrgica Española en la sesión de 25 de
Mayo de 1914, y allí se expuso someramente su historia. Vale la
pena de hacer ahora una descripción, que pueda ser útil para el
que la lea; mas esto ha de s e ra condición de comprender los múl­
tiples detalles (algunos de contribución personal) que en los divervos tiempos de la operación se van sucediendo, con el fin de que
el que la ejecute por primera
vez no se vea sorprendido, como
ocurre cuando fía sólo en las concisas descripciones de los T ra­
tados.
El caso es el de la joven M. M. L., de veintidós años, natural de
Puerto de Béjar (S alam anca), que desde su nacimiento padece
de una ptosis casi completa del párpado superior izquierdo. El ojo se
halla casi totalmente cubierto por el párpado, excepto en una pe­
queña extensión de la parte inferior de la córnea (figs. 1 y 2),
pero sin que la pupila quede descubierta, lo cual impide a la enferma
ver con dicho ojo, a no ser que levante el párpado caído con la mano
o que incline la cabeza muy fuertemente hacia atrás. En estas con-
diciones acude a nuestra consulta de la Facultad de Medicina y es
admitida eu la Clínica para ser operada.
Es de advertir que, exceptuando la ptosis, ningún otro trastorno
muscular aquejaba la enferma, teniendo intactos todos los movi­
mientos del globo. Precisamente esta circunstancia es la que me
Fig. 1. — Ptosis del párpado superior izquierdo, antes de operarla ( mirada horizontal)
Fig. 2. — Ptosis del párpado superior
izquierdo, antes de operada (mirada
hacia a rrib a )
hizo pensar en la operación de M otáis, consistente, como es sabido,
en utilizar, para suprimir la acción del elevador del párpado, la del
recto superior. Es esta,
en efecto, una operación realizada por
primera Vez por el profesor M otáis (de Angers), el cual tuvo la
genial idea de utilizar el segundo de dichos músculos, cuya situa­
ción, inmediatamente por debajo del elevador y paralelo a éste, con
el sinèrgico e inervado por el mismo nervio (el III par), hacían de
él un órgano capaz de realizar admirablemente dicha suplencia fun­
cional.
En lo fundamental, dicha operación consiste en desinsertar par­
cialmente el tendón del músculo recto superior, dejando inserto el
resto sobre el globo ocular para que siga obrando sobre éste,
llevando la lengüeta desinsertada a ser introducida en el párpado
superior, a fin de que, contrayendo adherencias con éste, sirva para
moverle, realizando así el recto superior, además de su función pro­
pia, la de levantar el párpado superior en la mirada hacia arriba.
Dicha operación es de las más delicadas en la Cirugía, y aun me
atrevo a decir la más, pues desde luego en su técnica lo es mucho
más que la operación de catarata, siquiera ésta, además de ser
más vistosa y elegante, sea de mucha mayor transcendencia funcio­
nal. Desde la primera comunicación que el profesor M otáis hizo
en 1897 a la Sociedad Francesa de Oftalm ología, han sido publica­
dos unos veintitantos casos ', muchos de ellos en L'Ophta/moIo-
gie provincia/e (órgano del malogrado Profesor), siendo este mío,
según antes se dijo, el primero que en España se publica
Veamos, pues, ya, en qué dicha operación consiste. Voy a des­
cribir, 110 la técnica primitiva de M otáis, sino las últimas modifica­
ciones adoptadas por este autor mismo y aun las pequeñas que yo
me he permitido introducir en la manera de ejecutar la operación,
después de haber hecho ésta, numerosas veces en el cadáver, hasta
lograr el dominio completo de su técnica. No dejaré de consignar
aquí que el papel de los ayudantes en esta operación es im portantí­
simo, porque se necesita que secunden hábilmente todos los actos
de la misma, y que yo he sido siempre eficazmente ayudado por el
Sr. Soria, Profesor ayudante, y por su esposa la Sra. Pérez Rama
de Soria, alumna interna oficial de la Clínica.
Vamos, pues, a describir lo que hicimos en nuestra enferma en
2 de Mayo de 1914.
Anestesia clorofórmica. Eversión del párpado superior izquier­
do, el cual se mantiene en esta posición durante todo el acto opera-
1 Véase la nota bibliográfica del final üe este artículo.
2 Precisamente al corregir estas pruebas llega a nuestras manos el folleto que acaba de
publicar un distinguido colega, referente a su estadística de 50,000 enfermos, sin que se men­
cione en ella un solo caso de operación de Alotais.
torio por un ayudante, el cual se sirve de una pequeña erina, que se
coloca en la conjuntiva palpebral cerca del borde libre. Por medio
de otra pequeña erina, colocada en la esclerótica al nivel del meri­
diano vertical del ojo, a unos 5 milímetros del punto más saliente
hacia arriba del borde corneal, se tira del globo fuertemente hacia
abajo, con el fin de hacer desaparecer por
completo el fondo de saco conjuntiva! su­
perior, haciendo que
la conjuntiva del
globo se continúe directamente y en el
mismo plano con la del párparo evertido.
Incisión horizontal de la conjuntiva, de la
que se coge previamente un pellizco con
una fina pinza a unos 2 o 3 milímetros de
la erina, o sea a unos 7 u 8 milímetros
del limbo corneal. Después de dicha in­
cisión, que es de unos 10 o 12 milímetros
en sentido transversal, se practica otra
vertical en la parte media, que se prolonga
hasta el borde superior del cartílago tarso,
Fig. 3. — Operación de Motáis.
Técnica de ins incisiones
al nivel del cual se hace aún otra transversal,
de manera que en conjunto for­
men una J l (fig. 5). Entonces, y una vez
disecados los labios de la incisión y seccionada con cuidado la
prolongación que la cápsula de Tenon envía al tendón del músculo
recto superior, pueden observarse las fibras de éste muy pálidas
y tenues (pues no hay que olvidar que es el más delgado de los
tendones de los músculos rectos) y que cuesta cierto trabajo ver,
enmascaradas como están también por la pequeña cantidad de' san­
gre que, a pesar de las instilaciones repetidas de clorhidrato de adre­
nalina al 1 por 1000 (las cuales siempre deben hacerse), ensucia el
campo operatorio.
Se pasa entonces por debajo del tendón un gancho de estrabis­
mo. En nuestro caso lo hicimos de fuera a dentro. Entonces se des­
liza varias veces de delante a atrás para separarle bien de la super­
ficie del globo, en la longitud como de un centímetro, con lo cual se
verá ya el comienzo de las fibras musculares, pues el tendón del
recto superior tiene unos 8 milímetros de largo
A sí se facilita para
después el aislamiento de la lengüeta que queremos desinsertar. Una
vez pasado el gancho por debajo de tocio et tendón, es inútil la peque­
ña erina que tira del globo hacia abajo, pues esto puede hacerse
fácilm ente por medio del gancho, quitando, por lo tanto, dicha erina.
Al llegar a este punto hay que distinguir entre la técnica prime­
ra de M otáis y la adoptada por éste últimamente. La primera es más
difícil, pues consistía en el aislamiento de una lengüeta mediana en
el tendón por medio de dos incisiones longitudinales paralelas a los
bordes del tendón, dejando éste inserto por otras dos lengüetas late­
rales. La segunda, que deja inserta la mitad del tendón, desinsertando
la otra mitad, realiza el mismo objeto que la anterior y es menos d ifí­
cil de practicar, razón por lo cual debe ser preferida y es la única
que vamos a describir por ser además la que hemos practicado en
nuestra enferma (aunque la técnica del aislamiento de la lengüeta
mediana es la que hemos practicado en casi todas las operaciones en
el cadáver).
Continuemos, pues, la descripción. Una vez sostenido el tendón,
como hemos dicho, por el gancho de estrabismo, hay que aislar la
lengüeta lateral que hemos de utilizar. Para ello nos servimos de unpequeño instrumento puntiagudo y algo curvo, acanalado en su con­
cavidad, pero puede servir perfectamente para el mismo objeto un
gancho de estrabismo puntiagudo y aun unas tijeras finas, ligera­
mente curvas, también puntiagudas, y que se emplean cerradas, para
ejecutar con cualquiera de dichos instrumentos la siguiente manio­
bra: suponiendo que vamos a desinsertar la mitad interna del tendón,
dejando inserta la mitad externa y que hemos pasado el primer gan­
cho de estrabismo por debajo del tendón desde el borde externo al
interno, pasamos ahora el segundo gancho (fig. 4) o bien el pequeño
instrumento que yo uso o las tijeras curvas cerradas desde e l borde
interno por detrás hasta llegar a la mitad de la anchura del tendón
1 Como medio mnemotécnico hacemos notar que el tendón del recto superior se inserta
de 7 a 8 milímetros del limbo corneal; tiene una longitud de 8 a 9 milímetros y una anchura de
9 a 10 milímetros.
y entonces con la punta del instrumento, que procuramos divida exac­
tamente en dos mitades laterales el tendón, perforamos éste de atrás
a adelante, lo cual es sumamente fácil, dada la disposición longitudi­
nal de las fibras tendinosas, cuyos intersticios de separación son
también longitudinales, dejándose las fibras separar fácilmente en
este sentido. Deslizando ahora el instrumento hacia atrás y hacia
adelante, aislamos fácilm ente la mitad interna del tendón, con la
parte de músculo que con ella se continúa, de la mitad externa. Los
diversos autores que describen la operación, sin excluir al propio
M otáis, aconsejan que se desinserte primevo la lengüeta (sea media
o lateral), seccionándola con las tijeras al ras de la esclerótica,
cogiendo después el extremo con unas pinzas de fijación de extremos
anchos para tener extendida dicha lengüeta, y por último, que se
pase el asa de hilo enhebrado con las dos agujas del modo que ahora
se dirá. Estoy convencido de que es mucho mejor y más seguro pasar
los hilos antes de desinsertar la lengüeta: 1.°, porque de este modo
se evita el que ésta, que es finísima, se enrrolle sobre sí misma, con­
virtiéndose en una especie de cordón retorcido, lo cual hace suma­
mente difícil el pasarles hilos, mientras que, como nosotros lo hace­
mos, conservándose perfectamente las dimensiones transversales de
la lengüeta se facilita considerablemente dicha maniobra, y 2.°, por­
que pasando los hilos antes de cortar la inserción de la lengüeta no
hay peligro de que ésta se retraiga, haciéndose a veces difícil el
hallazgo.
Hay, pues, que pasar los hilos en primer término y después
seccionar la inserción de la lengüeta tendinosa. Para ello, dispo­
niendo de un hilo de unos 15 o 20 centímetros de largo, enhebrado
de una aguja ligeramente curva en cada extremo, se toma una de
éstas con un portaagujas (el de G alezow ski, por ejemplo). C o nti­
nuando siempre con el primer gancho de estrabismo pasado por
debajo del tendón, tirando hacia abajo, y con el segundo, pasado sólo
por debajo de la lengüeta interna, colocado unos milímetros más atrás
del anterior y procurando, además, separar lo posible dicha lengüeta
del globo ocular, para no herir éste, se pasa a un milímetro o mi­
límetro y medio del borde interno y de adelante a atrás la aguja que
previamente teníamos cogida con el portaagujas (fig. 4). Se hace
después lo mismo con la otra aguja respecto al otro borde de la len­
güeta, teniendo cuidado ahora, al salir en el instersticio que separa
el borde externo de la lengüeta del borde interno de la otra mitad
del tendón que ha de quedar inserta, de evitar atravesar ésta. T i­
rando entonces de los extre­
mos del hilo, queda la len­
güeta atravesada por un asa,
en cada uno de cuyos extremos hay una aguja.
En
el
caso
L,
g
H
nuestro, y
para mayor seguridad,
pues
temíamos que el hilo rasgase
longitudinalmente la lengüeta
y el asa se soltase de ésta,
dejándola libre, hicimos una
pequeña ligadura transversal
de la extremidad de la lengüe­
ta, un poco por encima de la
inserción, cortando ésta inme­
diatamente después al ras de
la esclerótica.
Con
la
idea
Fjg. 4. — Operación de Motáis con las modificaciones de técnica introducidas porel Dr. Márquez
de que fuera reabsorbible, la
hicimos con catgut extrafino; mas creemos que tal precaución es in­
útil, y nos proponemos no tenerla en cuenta en lo sucesivo. Una vez
seccionada la lengüeta y libre en toda su longitud, de un centímetro
aproximadamente, se introducen unas tijeras rectas o ligeramente cur­
vas, cerradas, por la incisión transversal superior que se hizo al prin­
cipio al nivel del borde superior del cartílago tarso, deslizándolas entre
la cara anterior del cartílago tarso y la piel, despegando ésta casi hasta
el borde libre, con el fin de crear una cavidad en donde Venga después
a alojarse la lengüeta. Por último, se pasan sucesivamente cada una
de las agujas desde dicha incisión transversal de la conjuntiva, entre
el cartílago tarso y la piel, hasta venir a salir en la piel (y no en la
conjuntiva, como en el procedimiento primitivo, lo cual era causa
de úlceras corneales producidas por el nudo de hilo), muy cerca del
borde libre. Tírase entonces de los dos extremos del hilo, con lo cual
la lengüeta se introduce en el ojal y en la cavidad ya citados, en donde
ha de contraer adherencias, y llegará a constituir un tendón suplente
de el del elevador del párpado. Mas antes de anudar los hilos se
puede, si se cree conveniente (en nuestra enferma no lo hicimos), dar
uno o dos puntos de sutura con catgut muy fino, que unan los labios
de la incisión conjuntiva! para que el neotendón resulte protegido.
Entonces se invierte el párpado de modo que recobre su posición
natural, y es ocasión de anudar los hilos más o menos, sobre un
pequeño rollo de gasa o sobre un trozo de tubo de desagüe, según el
efecto que deseamos obtener, observando la situación que toma
el borde libre del párpado superior con relación a la córnea. Hay
todavía entonces algunos pequeños detalles que interesa tener en
cuenta.
Uno de ellos es el de no cortar los hilos sino a cuatro o cinco cen­
tímetros por encima del nudo, para en el caso en que fuese necesario
deshacer éste en los días sucesivos, con el fin de apretar o aflojar,
obteniendo así un mayor o menor efecto sobre ia situación del borde
libre. Se puede, de este m odo,m antener el efecto elevatorio, haciendo
que dichos hilos, como en el procedimiento de Panas para el entropión, se fijen en la frente por medio de una tira de esparadrapo
aglutinante. Mas como entonces quedaría la córnea al descubierto,
es preciso elevar el párpado inferior por medio de un asa de hilo que
atraviesa la piel, o bien dejar el ojo en hueco por medio de unas tiras
de gasa situadas en el contorno de la órbita, haciendo relieve, en
las que puede apoyarse un vidrio de reloj, sobre el que se pone gasa
y después el apósito. También debe cubrirse en los primeros días el
otro ojo, para evitar movimientos oculares y palpebrales intempes­
tivos, y de este modo lograr que la lengüeta contraiga adherencias
con el párpado, éste se halle en la posición más favorable, esto es,
en elevación.
En nuestra enferma ocurrió que una ligera inflamación del pár­
pado hizo que pareciera, en los primeros días, que la operación apenas
había tenido éxito, pero en los tres o cuatro días siguientes desapa-
recio dicha tumefacción y fué viéndose cada vez más elevarse el
párpado hasta quedar en su posición definitiva. (Véanse las figuras
5 y 6 .) En nuestra enferma, ésta ha sido muy poco diferente de la
del otro ojo en la mirada horizontal y absolutamente imperceptible
en las posiciones extremas de la elevación y descenso del párpado.
Fig. 5. — Caso de ptosis del párpado
superior izquierdo, después de operada ( mirada horizon tal)
Fig. G. — Caso de ptosis del párpado
superior izquierdo, después de opera­
da (mirada hacia arriba)
Esto último se explica porque moviéndose el globo hacia atrás y arriba
por la acción del recto superior y de la lengüeta que quedó inserta,
arrastra ésta a la lengüeta palpebral y de este modo el párpado supe­
rior es atraído y elevado, ocultándose su porción móvil por debajo
del surco orbitario. Del mismo modo, cuando se ocluye la abertura
palpebral, como esto no tiene nada que ver con el elevador, sino que
se debe a la contracción del orbicular de los párpados y éste se halla
intacto en ambos lados, se explica así la igualdad de contracción
y, por tanto, de cierre de la hendidura palpebral. Tan sólo en
alguna de las observaciones descritas se dice que el ojo 110 podía
cerrarse en los primeros días, pero que después la acción tónica del
orbicular lo iba logrando.
Señálase a veces también la existencia de una ligera diplopia,
que en alguna ocasión lia tardado cinco o seis meses en desaparecer,
no habiendo observado en nuestra enferma nada semejante. Y si se
nos dice que en ello puede haber influido la disminución, bastante
apreciable, de la agudeza visual del ojo correspondiente al ptosis,
toda vez que sin corrección era V = '/ « , y después de corregida
la fracción con + 3 cil. 140° y + 1 esf. V = 7< (e l oftalm óm etro
de Javal daba — 50° + 140° 5 D iopt. de astigmia corneal), respon­
deré a esto que con el forómetro de Maddox se observaba una perfecta
ortoforia, tanto en el sentido horizontal como en el vertical, lo cual
demuestra que el trozo de tendón del recto interno 110 desinsertado
se basta perfectamente y servía para el desempeño normal de la
función del músculo.
Como detalle final bástame añadir que el hilo fué quitado un
poco tardíamente, entre los quince y veinte días después de operada,
pero que hubiera podido fácilmente quitarse antes sin inconveniente
alguno.
El resultado, desde el punto de vista estético funcional, ha sido
excelente, y como yo creo que ésta es la más perfecta de las opera­
ciones de ptosis (salvo en el caso de parálisis simultánea del recto
superior, en que, como es natural, 110 puede haber suplencia por
parte de éste), me he creído en el caso de exponer lo que antecede,
aun con detalles que a algunos tal vez parecerán nimios, pero que
yo creo indispensables, pues tengo la evidencia de que sólo por las
concisas descripciones de los pocos Tratados que hablan de la ope­
ración de M otáis, se habría de ver muy embarazado el práctico que
la hiciera por primera vez sin haberla practicado previamente en
el cadáver. Es operación, en efecto, toda ella, cuyo éxito está pre­
cisamente en los detalles
y acaso por esto es por lo que los
operadores no se deciden a intervenir con ella, extrañando cómo
1 Actualmente ensayamos en el cadáver nuevas modificaciones que creemos han de ase­
gurar más aún el éxito de la operación y que reservamos todavía para otro trabajo.
desde 1897 apenas si se han publicado poco más de una veintena de
casos (véase la nota final); pues aun siendo muy frecuentes los casos
de ptosis congénito, son desde luego mucho más abundantes que los
publicados acerca de esta curiosa operación.
De todos modos, y cualesquiera que sean las modificaciones que
se la hagan sufrir en lo sucesivo, el principio fundamental de la
suplencia del elevador por el recto superior, quedará siempre intacto,
y habremos de considerar como una preciosa y definitiva adquisición,
en el terreno de la Cirugía ocular, la de esta delicadísima operación
que, en justicia, deberá llevar siempre el nombre de operación de
Motáis.
NOTA B IB L IO G R Á F IC A
Los trabajos respecto la operación de Motáis, cuya publicación he
podido encontrar citados, son los siguientes:
1. M otáis : Opération du ptosis par la greffe tarsienne d’une languette
du tendon du muscle droit supérieur. Ann. d’Ocit/islique. Juillet, 1S97.
2. M o táis: O pération du ptosis. Soc. d’Ophtalmologie de Paris,
8 Novembre, 1898.
3. Morax : Opération de M otáis. Soc. d’Ophtalmologie. 8 O cto­
bre, 1901.
4. Laurent (de Rennes): Le traitement du ptosis par la méthode de
M otáis. Ann. d ’Oculistique, 1901
5.
Cosse (de T o u rs ): Un caso. A r c h i v o s d e O f t a l m o l o g í a H i s ­
p a n o -A m e r i c a n o s , 1902.
6 . Geosetti y Vincentiis: Cuatro casos. AnnalidiOttalmologia, 1903.
7. Legé: Un cas de l’opération de M otáis. Til. de París, 1903.
8 . Sydney Stephenson : Un caso. Trans. o f the Ophtalmological
Society o f the United Kingson, 1903.
9. Trantas (de Constantinopla) : Un caso de ptosis paralítico con
estrabismo convergente. L’Opthalmologie provinciale, 1905.
10. Darracq (de P au ): Un caso de ptosis paralítico. A r c h i v o s d e
O f t a l m o l o g í a H i s p a n o - A m e r i c a n o s , 1909.
11. L. D or (de L yón ): Un caso. L’Ophtalmologie provinciale. Ju il­
let, 1909.
12. Truc (de M ontpellier): Un caso de ptosis traumático. L’Ophtal­
mologie provinciale, 1909.
13. H. Fromaget (de Burdeos) : Un caso. L'Ophtalmologie provin­
ciale, 1912.
14. C. From aget (de Burdeos): Dos casos. L’Ophtalmologie pro­
vinciale, 1914.
P R O C E D IM IE N T O
O P E R A T O R IO
DEL PÁ RP A D O
por el D r . R o d o l f o
DEL
E C T R O P IÓ N
IN F E R IO R
del
C a s t il l o R u iz
Profesor de Oftalm ología del Instituto M édicoquirúrgico de la Encarnación
Señores: Tengo el honor de exponer a la consideración de tan
docta Asamblea, un procedimiento operatorio que venimos utilizando
en nuestra clínica, desde hace varios años, con éxito satisfactorio, y
cuya técnica 110 hemos encontrado en ninguna obra ni revista por
nosotros consultadas,
He aquí el modas faciendi: Se hace presa con dos ganchos agu­
dos en el párpado inferior, cerca de las dos comisuras, para forzar
la eversión del párpado, siendo las dos erinas confiadas a un ayu­
dante; con una pinza de fijar de Graeffe se coge 1111 pliegue de la
conjuntiva evertida, que es excindida con una tijera curva, dejando
una pérdida de substancia de forma elipsoidal más o menos amplia
según la extensión y tamaño del ectropión, procediéndose inmediata­
mente a la sutura de los bordes de la herida con tres o cinco puntos
de catgut.
El resultado por nosotros obtenido ha sido excelente, por lo que
se refiere a la estética, como puede verse por las adjuntas fo to ­
grafías.
NOTAS CLÍNICAS
13
Claro está que esta técnica está solamente indicada en los casos
de ectropion no cicatricial, pues los ocasionados por cicatrices son
tributarios de procedimientos más complejos en la que el operador
se ha de circunscribir a cada caso concreto, que pondrá a prueba el
ingenio y la pericia de cada operador.
II. — NOTAS CLÍNICAS
SU ERO TERAPIA
PARAESPECÍFIC A
por el D r . R ib a s V a l e r o (S evilla)
Como caso típico, ideal si se quiere, de los beneficios que nos
puede prestar la sueroterapia paraespecífica citaremos la observa­
ción siguiente:
Se nos presenta a nuestra consulta Jesús G, de treinta y cinco
años de edad, el que nos dice que se encuentra molesto de su ojo
derecho desde el día anterior. Como antecedente digno de impor­
tancia sólo nos da el haber adquirido la sífilis hace unos años, y de
que algunas veces se le ponen los ojos inyectados. El examen de los
órganos de la visión revela, aparte de la ligera blefaritis escamosa
antigua, una mediana inyección conjuntiva! en el ojo derecho y escasa
en el izquierdo. La secreción 110 es muy grande. No existe fotofobia
o no es intensa. El diagnóstico que hice fué dé conjuntivitis subaguda.
Receté un colirio de azul de metileno, y le dije que 110 tenía impor­
tancia su afección y que volviera a los tres o cuatro días. Sin embar­
go a las veinticuatro horas me llaman por encontrarse peor de la
vista y guardar cama. Se había purgado aquella mañana por tener
la lengua sucia, habiendo tenido por la noche una ligera fiebre. Al
examinar el ojo derecho, me encuentro con que la inyeción subconjuntival era mayor, y que existía un absceso corneal, redondeado,
grueso (parenquimatoso y capas anteriores), del tamaño de una
pequeña lenteja y situado inmediatamente por debajo del diámetro
horizontal de la córnea y en su diámetro vertical. La secreción había
aumentado bastante, sin ser exagerada. Existía fotofobia, aunque no
muy pronunciada, y dolores. Dada la rapidez de su presentación sos­
peché la intervención del gonococo. El enfermo me niega haber
tenido blenorragia, ni contactos sospechosos. Le dispuse argirol al
5 7o, un par de gotas cada media hora, día y noche, mientras persis­
tiera la supuración. En el ojo izquierdo cada tres horas. Al interior
estafilasa Doyen, una cucharada grande cada tres horas. Fomentos
calientes y aspirina para combatir los dolores. Le hablé de la conve­
niencia del examen microscópico de la sectección y de la posible
necesidad de recurrir a la seroterapia. Al día siguiente el absceso
había aumentado visiblemente. Teniéndome que ausentar aquella
tarde encargo a su médico de cabecera que le inyectase 20 c. c. de
suero antidiftérico, lo más pronto posible, lo que se hizo a las cin­
cuenta y dos horas de ver al enfermo por vez primera y ventrftcho de
observar el absceso. Receté, para que alternaran con el argirol, una
pomada de xeroformo (1 X 5). Al Verle al día siguiente, (a las setenta
y dos horas), me encuentro con la grata sorpresa de que había des­
aparecido toda la infiltración purulenta, quedando en su lugar una
ulceración superficial. La secreción era menor y la inyección subconjunti Val también menos pronunciada. A las noventa horas se le inyecta
por precaución 10 c. c. más de suero antidiftérico. La ulceración
apenas visible.
Pocos días después el ojo se pone más inyectado y le instilo una
solución de atropina. Se dilata medianamente la pupila y se presenta
un par de días más tarde una sinequia. Se recurre al tratamiento
general antisifilítico (inyecciones de biyoduro de H g). La curación
no se hizo esperar muchos días. Al mes, persiste una ligera depresión
corneal, poco visible, una faceta, en el sitio que ocupaba el absceso,
aunque algo menor que éste. Se le dispuso, cuando ya el estado
agudo había desaparecido, la pomada Cusi (óxido am arillo) y algu­
nos días unas gotas de una solución de dionina.
Lo importante de esta observación, que sentimos no sea com­
pleta por faltar el análisis microbiològico, es la rapidez con que evo­
lucionó el absceso, lo mismo al presentarse que al desaparecer
influenciado por la inyección. Creo que la curación se debió a ésta,
principalmente al menos, porque en veinticuatro horas de observación
el absceso había aumentado visiblemente, lo mismo que los síntomas
subjetivos- Se le puso la inyección y antes de las veinticuatro horas
el cambio fué completo.
Según confesión, que hizo posteriormente a su médico de cabe­
cera, un par de días antes de enfermar había tenido contactos manua­
les con una mujer de vida airada que acababa de tener la menstrua­
ción.
El suero antidiftérico empleado fué del Instituto seroterápico
y vacunal suizo, de Berna.
111.— P R E N S A
O F T A L M O L Ó G IC A
Archiv. für Ophthalmologie
Tomo L X X X V I. Año 1913
Análisis por el D
r
. L. D o r . Traducción de A. M e n a c h o
( C O N C L U S IÓ N )
In v e stig a c io n e s e x p e rim e n ta le s s ob re la m e tá s ta s is h e m a tóg e n a en el ojo,
con o b se rv a c io n e s sobre la
h is to lo g ía de la o ft a lm ía
m e ta s tà tic a ex­
p e rim e n ta l. — D r . R a p o s .
En un trabajo de cuarenta y cuatro páginas, con una lámina conte­
niendo cinco figuras expone el resultado de investigaciones experimenta­
les sobre la metástasis hematógena en el ojo, con observaciones sobre la
histología metastàtica experimental. En una primera seriede experiencias,
el autor hizo a conejos y a gatos inyecciones intravenosas o intraperitoneales de cultivos puros de bacilo piociánico y puncionando después la
córnea varias veces, aparecía el bacilo en el humor acuoso a la segunda o
tercera punción. Según Rados, la punción obraba como agente de irrita­
ción, favoreciendo el establecimiento de la metástasis ocular provocando
una dilatación de los vasos del cuerpo ciliar. En una segunda seriede
experiencias parecidas con la agregación de sección unilateral del nervio
sim pático, el autor ha observado qué el bacilo podría aparecer en el
humor acuoso desde la primera punción y que por consiguiente, la sección
del simpático favorecía la metástasis ocular.
El examen histológico de los ojos de los animales en observación, ha
mostrado que, en la oftalm ía metastàtica experimental, las lesiones prin­
cipales e iniciales residen en las venas pequeñas. Son trom bosis con
inflam ación de la pared Vascular y perivasculita. Las hemorragias que
rodean a menudo los vasos y las endarteritis obliterantes, son secunda­
rias. Las lesiones venosas parecen tener su origen en un trastorno de
nutrición del endotelio. Las lesiones pueden estar localizadas en las
regiones más diversas del ojo: la coroides, el iris y aun el tronco del
nervio óptico, sin que del examen anatóm ico puedan deducirse las razo­
nes de estas diversas localizaciones.
C o n trib u c ió n al e s tu d io de la p re s ió n iu t r a o c u la r y del g la u c o m a
D r . R ubfcn
Publica un estudio de cuarenta y cinco páginas, con tres gráficas en
el texto, sobre la presión intraocular y el glaucoma. En la primera parte,
el autor expone los resultados obtenidos haciendo actuar las soluciones
ácidas ya sea en las diversas partes aisladas del ojo, ya sobre el ojo ais­
lado, ya sobre el vivo, por medio de inyecciones subconjuntivales. Ha
podido com probar hinchazón con aum ento de peso y dism inución de
extensión, limitada a la esclerocórnea sin interesar los demás tejidos del
ojo, como creía Fischer. Observa también un aumento considerable de la
tensión intraocular que alcanza su máximum, lo mismo que las otras m o­
dificaciones, sobre el ojo aislado con una solución de H C L al 1 por 110
y sobre el vivo con soluciones de 1/3 a Vio, traspasando 210 milímetros
de Hg. en el primer caso y 134 m ilím etros en el segundo. S obre el vivo
la hipertensión puede ser duradera y entonces ya no depende de la tu­
mefacción esclerocorneal que ha desaparecido con la causa que la engen­
dró, sino de lesiones consecutivas a esta tumefacción de la cáscara ocular.
Las soluciones salinas tienen una acción contraria a las soluciones ácidas
y restablecen las cosas a su estado solamente en los casos previamente
sometidos a la acción de estas últimas, pero no acentúan sobre la tensión
del ojo norm al. Estudia, después, el autor el papel que puede desempeñar
la tumefacción en la génesis del glaucoma, y, contra la opinión de Fischer,
cree que este papel está lejos de ser constante, y lo que lo demuestra es,
que las inyecciones salinas en el glaucoma raramente producen efecto
hipotensor.
Este papel no puede concebirse más que en los casos de hiper­
tensión aguda, y la tumefacción que se traduce en los casos en que
entra en juego por un trastorno, un edema de la córnea, según Fuchs,
se debería, como con frecuencia se ha pretendido, al exceso de ten­
sión, sino a una alteración de los líquidos oculares, alteración de­
bida a un trastorno circulatorio con acumulación de ácido láctico en la
sangre.
En la segunda parte, estudia el autor la acción (frecuentem ente
comprobada en estos últim os tiempos desde que ha sido llamada la aten­
ción hacia este punto y desde la generalización del empleo del tonóm e­
tro de S ch io tz) sobre la tensión intraocular de las quemaduras y de las
cauterizaciones químicas. Expone tres casos y algunas experiencias per­
sonales. La explicación de la hipertensión no es muy sencilla. Se trata
ora de hinchazón, ora de retracción cicatricial de la esclerocórnea, ora,
en fin, de la acción sim ultánea y en proporciones variables de estas
diversas causas.
En la tercera parte el autor estudia la influencia, puesta en evidencia
por Botazzi y Sturchio, de la osmosis sobre la tensión ocular. Ha podido
com probar experimentalmente que las soluciones salinas (N a C l) o azu­
caradas (glico sa) de diversas concentraciones, inyectadas en la cámara
anterior o en el cuerpo vitreo, bajan la tensión si son hipotónicas y la
elevan si son hipertónicas, mientras que las soluciones isotónicas no
producen efecto alguno.
Así, pues, la tensión ocular puede ser modificada a lo menos experi­
mentalmente por un proceso que no es ni hinchazón de tejido, ni un
trastorno vascular irritativo, sino un proceso puramente físicoquím ico;
la osmosis, que tiene su asiento principal en el tejido vascular de la cara
anterior del iris. Es muy posible que la osmosis pueda representar un
papel importante en ciertos estados patológicos del ojo, pero hasta el
presente faltan observaciones confirmativas.
P or últim o, en la cuarta parte, el autor aborda la cuestión de la
reducción de la cámara anterior, de la contracción escleral y de su sig­
nificación desde el punto de vista de la patogenia del glaucoma. Ha com ­
probado un aplanam iento de la cámara anterior en ojos ti'atados por
soluciones ácidas o por inyecciones neutras en el cuerpo vitreo, pero
este aplanam iento no es inmediato; sobreviene al cabo de cinco horas
en el primer caso y de diez y seis horas en el segundo caso. Es, según el
autor, el resultado de un proceso complejo y depende de dos factores:
1.°, modificaciones producidas por la hipertensión, del aflujo y de la
salida de los líquidos oculares; 2 .°, facilidad de paso de los líquidos del
cuerpo vitreo a la cámara anterior y viceversa. El autor se muestra favo­
rable a la opinión de Priestley Sm ith, quien considera la reducción de la
cámara anterior en la hipertensión como un proceso compensador de un
aumento de volumen del contenido ocular o lo que viene a ser lo mismo,
una dism inución de capacidad de la cápsula esclerocorneal, La obstruc­
ción del ángulo de filtración por adherencia iriana no interviene más que
para mantener una hipertensión ya constituida. E n el glaucoma agudo,
la hipertensión tiene que cargarse en la cuenta de una trasudación
anorm al de los vasos dilatados con posible intervención de edema es­
clerocorneal y del proceso osm ótico. La patogenia del glaucoma sim­
ple es todavía más obscura. No es adm isible el aumento de volumen del
vitreo.
La hipótesis de la dism inución de la capacidad ocular por contrac­
ción de la cápsula bulbar, sería más verosímil estando a favor de esta
hipótesis las diversas investigaciones sobre las dimensiones del ojo o
el estado anatóm ico de la esclerótica en el glaucoma simple. S in em­
bargo, el autor es de opinión de que no es todavía posible sacar conclu­
siones definitivas.
Sobre los valores extrem os del poder de apreciación de las distancias,
en el exam en con el e stereoscoptó m etro de Pfalz. — D r . S c h w e i t z e r
Publica en un trabajo de treinta y cinco páginas, con veintisiete figu­
ras en el texto, el resultado de sus investigaciones de determinación, con
el auxilio del estereoscoptómetro de Pfalz, ele los valores extremos de
poder de apreciación de las distancias, y term ina con las conclusiones
siguientes:
C om o el número de las declaraciones justas, según las reglas de la
verosimilitud, aumenta, en general, progresivamente, a medida que uno se
acerca a la diferencia de distancia que el sujeto examinado tiene siempre
la posibilidad de reconocer, es inadmisible declarar, como límite de poder
de apreciación de las distancias de un sujeto, una diferencia de distancia
para la cual haya dado una o dos veces una respuesta precisa; siendo
preferible, para evitar magnos errores, tom ar un valor límite, la dife­
rencia de distancia para la cual todas o más d é la mitad de las declara­
ciones del observador hayan coincidido.
i
El sujeto con Visión normal binocular se distingue perfectamente de
los demás grupos, aunque no hasta el punto de que, en ciertas circuns­
tancias, los valores límites no pueden llegar hasta el contacto de los de
la Visión binocular y hasta excederlos.
Los grupos particularmente im portantes de los tuertos recientes
y de ios tuertos antiguos, no muestran diferencia alguna característica
en el examen con el aparato de Pfalz.
Cuando un observador tuerto indica un Valor límite bajo al primer
examen con el aparato de Pfalz (principalm ente cuando han sido permi­
tidos los movimientos de la cabeza), esto no demuestra en manera alguna
que el sujeto haya empleado anteriorm ente este ojo solo o de un modo
preponderante en el acto Visual, y so b re to d o en la apreciación d é la s
distancias.
De la obstrucción de la vena central de la retina. Resumen del examen
aua tom op aíológ ieo de treinta y se is c a s o s . — D r . C o a t s
Publica un estudio de cincuenta y dos páginas, con dos láminas con­
teniendo veintiocho figuras, sobre la obstrucción de la vena central de
la retina, estudio basado por los datos proporcionados por el examen
anatom opatológico de treinta y seis casos de esta afección. La obstruc­
ción de la vena central de la retina, es debida, generalmente, a una trom ­
bosis consecutiva a un retardo de la circulación por el hecho de escle­
rosis vascidar, sobre todo de endarteritis de la arteria central, o también
de inflam ación primitiva de la pared vascular de naturaleza sifilítica,
gripal, etc. Hay que indicar también la tuberculosis caquéctica, o por in to­
xicación, sobre el endotelio. La obstrucción residesiempre al nivel o cerca
de la lámina cribosa, y, por lo general, la circulación se restablece ya sea
por colaterales, ya por canalización del tapón, sobre todo cuando la
arteria central está sana. Las lesiones primitivas o secundarias obser­
vadas al nivel de los vasos retinianos son, por orden de frecuencia, la
trombosis, la proliferación fibrosa, la degeneración hialina, estadio más
avanzado del proceso precedente. La proliferación del endotelio por
acción de toxina sobre el mismo, la infiltración inflam atoria de la pared
vascular, la telangiectasia, esta últim a ocasionada por diferencias de
presión en los diversos segmentos del sistema circulatorio.
Se comprueba una gran independencia en cuanto a la naturaleza y a
la im portancia de las lesiones entre los vasos retinianos y los vasos
centrales por una parte, entre las venas y las arterias por otra, corno
también en los vasos centrales y los vasos ciliares, en razón de las con­
diciones diversas de presión, de compensación, de predisposición m or­
bosa. La importancia de la hemorragia retiniana, frecuente en la obstruc­
ción de la vena central, está en razón directa del estado de integridad de
la arteria central, no acarreando obstáculo al curso de la sangre. E l glau­
coma, tan frecuente también y que se presenta algunas semanas después
de la obstrucción, no tiene ninguno de los caracteres del glaucoma pri­
mitivo. Es un glaucoma secundario a la obstrucción del ángulo de filtra ­
ción y esta obstrucción es el resultado de una inflam ación de esta región
y de toda la cara anterior del iris. Esta inflamación, que en particular en
la cara anterior del iris, conduce a la form ación de una membrana Vas­
cular, después fibrosa con retracción cicatricial (ectropión de la úvea),
está producida por una toxina procedente de la sangre extravasada que
no es expulsada, como ocurre en los casos de hemorragia retiniana ordi­
naria por razón de la obstrucción venosa. Esta es, por lo demás, la
opinión de Incuye.
In v e s tig a c io n e s
sobre las
re lac io n e s
n a tu r a le s
y a r tific ia le s
de t e m p e r a tu r a en el ojo p o r m e d io de la te rm o p e n e tra c ió n
D octores
K r ü c k jia n n y T e l e m a n n
Han practicado sobre el ojo varias series de experiencias de termopenetración, según procedim ientos detalladamente descritos con doce
gráficas y nueve figuras en el texto y una plancha conteniendo una figura.
Para elevar la temperatura del ojo, los autores han utilizado las corrien­
tes de alta frecuencia que solamente producen efectos térmicos y no
tienen acción electrolítica. Para la evaluación de la temperatura han
hecho uso de agujas termoeléctricas en conexión con un galvanómetro
de espejo. Las primeras experiencias mostraron que mientras la tempe­
ratura de la esclerocórnea se elevaba en algunos minutos de 60 a 80 gra­
dos, la del vitreo no aumentaba más que de 3 a 4 grados. Estas diferen­
cias de term openetración había que ponerlas en la cuenta de diferencias
de resistencia eléctrica, y nuevas experiencias permitieron com probar
que la resistencia eléctrica de la cáscara ocular es a su contenido como
tres es a uno. Para conseguir una elevación notable de la temperatura
del vitreo, evitando las elevaciones considerables de temperatura, y en
consecuencia, las quemaduras de la córnea, de la esclerótica, de la con­
juntiva, imaginaron los autores, en primer lugar, disminuir considerable­
mente la fuerza de las corrientes de alta frecuencia (de 1 a 0 ’2 amperios),
después la hicieron pasar a través de un electrodo form ado por una
am polla de vidrio llena de un líquido conductor y aplicable sobre la có r­
nea o la esclerótica.
Reemplazando en un momento dado el líquido de la ampolla por un
líquido más frío, se bajaba la tem peratura, demasiado elevada, de la có r­
nea hasta al nivel de la tem peratura del vitreo. Entonces se trataba de
buscar el modo de utilizar estos datos experimentales con un fin tera­
péutico, particularmente para el tratam iento de las enfermedades infec­
ciosas de la córnea producidas por bacterias termolábiles. Pero no había
que soñar en utilizar el term óm etro de mercurio ni la aguja termoeléc­
trica para com probar la tem peratura de la córnea en su espesor. Los
autores han vencido la dificultad llenando la am polla de una solución
de igual resistencia eléctrica, y, por consiguiente, calentándose en las
mismas proporciones que la córnea. Bastaba entonces, para hacerse
cargo de las variaciones de temperatura de la córnea, anotar las de la
solución, cuya fórm ula encontrada por tanteos, era para el conejo de
12’5 partes de solución de sal fisio lógica por 100 partes de agua desti­
lada.
Tales son los hechos físicos y fisiológicos interesantes que los
autores han considerado dignos de mención y que demuestran especial­
mente la protección extraordinariam ente eficaz para los medios del ojo
contra las influencias térmicas y eléctricas, resultantes del estado de
mala condición de la cáscara ocular, lo mismo para el calor que para la
electricidad. Hasta el presente, Kriickm ann y Telemann no han aplicado
a la terapéutica sus procedim ientos experimentales. É sta es la razón que
les impide form ular conclusiones sobre este punto.
Resultado del exam en anatómico en un caso de retinitis exudativa de
Coats. — D r . V. H l p p e l
Describe las lesiones observadas en el examen anatomopatológico
de un ojo atacado de retinitis exudativa (tip o C o ats), enucleado a una
mujer de cuarenta y nueve años, después de dos años de enfermedad. La
descripción va acom pañada de una figura en el texto y de una lámina
conteniendo diez figuras.
Según el autor, trátase en este caso de una afección realmente
inflam atoria, de una coriorretinitis exudativa de etiología descono­
cida, pero no de las consecuencias de hemorragias primitivas de la
retina y del espacio subretiniano. No tiene V. Hippel la pretensión de
afirm ar que convenga la misma interpretación a los casos descritos por
Coats.
A fección
h e re d ita ria
de
la
r e tin a
p re se n tán d o se
b ajo
la
fo rm a
de un
d e s p re n d im ie n to de la r e t i n a . — D r . P a g e n s t e c h e r
Publica observaciones de desprendimiento de la retina transm itido
hereditariamente en varios miembros de una fam ilia. El sujeto de más
edad es un hombre de cincuenta y cinco años que presenta un desprendi­
miento de retina, estrabismo convergente, nistagmus e hiperopia. Este
hombre tuvo.cinco hijas, indemnes de toda m alform ación ocular; cuatro
de las cuales dieron nacimiento a diez y nueve hijos. Uno de éstos, de
seis años de edad, que tiene dos hermanos normales, es un niño que pre­
senta desprendimiento de la retina e hiperopia. O tro niño de dos años,
que tiene dos hermanos normales y dos hermanas, una de ellas anormal,
está atacado de desprendimiento de retina, de estrabismo convergente, de
nistagmus y de fuerte hiperopia. La hermana de este niño, que presenta
anomalías oculares, está atacada solamente de estrabismo convergente y
de fuerte hiperopia. El autor indica previamente que la transm isión here­
ditaria del desprendimiento afecta solamente a los individuos varones, y
después la coexistencia de este desprendimiento con hiperopia. Examina
después las diversas hipótesis susceptibles de explicar los hechos: el plegatniento retiniano congènito de Seefelder, una anomalía de desarrollo
congènito del cuerpo vitreo, una afección degenerativa hereditaria de la
retina, una retinitis proliferante. Sin pronunciarse de un modo categórico,
cree el autor que debe elim inar la últim a hipótesis de la retinitis pro­
liferante cuyas lesiones características faltan en los casos considerados.
Sobre las m anchas pigmentarias adquiridas de la pared posterior de la
córnea. — D r . G r a a f
M ediante el examen anatóm ico de dos ojos con sinequia anterior,
trata de dilucidar la cuestión de la form ación en este caso y de la exis­
tencia de las manchas pigmentarias en la cara posterior de la córnea.
De este examen deduce que estas manchas se producen: a consecuencia
de la adhesión de la cara anterior del iris a la membrana de Descetnet
y de la liberación consecutiva de las adherencias; por el abandono de
crom atóforos en capa delgada sobre la córnea, a consecuencia de la re­
tracción del exudado; por la proliferación activa de los crom atóforos en
la superficie de la membrana de Descemet; por la proliferación activa
del pigmento retiniano del iris sobre la membrana de Descemet; por la
absorción de pigmento por parte de las células endoteliales de la mem­
brana de Descemet, y, por últim o, en el espesor de la córnea, por la
absorción de pigmento por parte de los corpúsculos de la córnea en las
capas corneales situadas inm ediatamente delante de la membrana de Des­
cemet. Naturalm ente, estos diversos modos de pigmentación pueden
combinarse de una manera Variable. La publicación va acom pañada de
una lám ina con dos figuras.
De la fisiología y la patologia del reflejo luminoso de la pupila
D r . B ehr
Publica un estudio sobre la fisiología y la patología del reflejo lum i­
noso de la pupila, cuyo estudio consta de cuarenta y cinco páginas, con
siete figuras en el texto y una lám ina con siete figuras. Consecutivamente
a investigaciones sobre casos de am aurosis pupilar unilateral refleja o
total, el autor ha podido afirm ar que una excitación luminosa de la mitad
temporal de la retina produce una contracción d é la pupila del ojo opuesto,
y que una excitación de la mitad nasal produce una contracción del mismo
lado. Existe, pues, una paresia hem ilaleral, una hemiaquinesia, que explica
la anisocoria variable que se observa en ciertos casos. Estos hechos de­
muestran que las vías centrípetas del arco reflejo pupilar, que proceden
de la mitad temporal de la retina, van a parar al nodulo pupilar del lado
opuesto, mientras las que proceden de la mitad nasal van a parar al
nòdulo del mismo lado y siguen, como las primeras, un trayecto directo
en las bandeletas ópticas, mientras las segundas se entrecruzan al nivel
del quiasma; es preciso adm itir que estas vias se entrecruzan en los cen­
tros antes de llegar a los nodulos pupilares. Esta hipótesis explica per­
fectamente lo que se observa en la hemianopsia resultante de una lesión
de la bandeleta óptica. Sin embargo, es necesario admitir en lo concer­
niente a la región macular, que las Vías centrípetas que parten de esta
región terminan en los dos nodulos pupilares, derecho e izquierdo. No
pueden explicarse de otro modo los hechos observados.
En la paresia pupilar refleja con miosis, se observa una modificación
del dibujo del iris en el sentido de una simplificación con ligera atrofia
y heterocromía cuando se trata de paresia refleja unilateral, debido todo
esto a la distensión mecánica crónica producida por la miosis que resulta
de una excitación procedente del foco m órbido o de defecto de acción de
las vías inhibitorias de la enervación del esfínter pupilar.
La paresia pupilar refleja o total, no se desarrolla por igual en todos
los puntos del esfínter. Localizada al principio en uno o varios puntos
de este esfínter, se extiende con mayor o menor rapidez a toda la circun­
ferencia. Por excepción la paresia pupilar refleja típica es una anomalía
congènita o resultado de una afección cerebral de la infancia. En este
caso no hay que dar a este síntoma, ordinariam ente tan alarm ante una
significación pronostica más seria.
Contribución al estudio clínico de la degeneración circinada de la retina
(r etinitis circinada de Fuclis), desde el punto de vista particular de
las formas atípicas de la afección. — D o c t o r e s H e i n r i c v y H a s m r .
C om o tercera com unicación de sus trabajos sobre el sistema circu­
latorio sanguíneo y el ojo, Heinricy y Harins publican un estudio sobre
la retinitis circinada ( la degeneración circinada d e ia r e tin a , según su-
expresión), un estudio ilustrado con dos láminas conteniendo cuatro figu­
ras y con tres figuras en el texto, basado en el examen de los casos ya
publicados y en siete casos personales. Los autores dividen estos casos
en unilaterales típicos, unilaterales atípicos, bilaterales típicos y atípicos,
y estudian estas diversas categorías de casos sitbdivididos a su vez en
subgrupos, estudiando también las lesiones accesorias del fondo del ojo,
el estado del segundo ojo en los casos unilaterales, el principio y el
curso de la afección, term inando con una exposición de los resultados
proporcionados por el examen del estado general en 5 2 casos (so bre los
80 publicados) en los cuales estos resultados lian sido anotados. Las afec­
ciones del corazón, de los Vasos, de los riñones, las afecciones que origi­
nan lesiones vasculares, como la diabetes, la gota, la sífilis, están seña­
ladas en 39 casos, o sea el 75 por 100; las afecciones de la sangre, leucemia,
anemia, en 4 casos, o sea 7 por 100, y en 9 casos, o sea el 17’3 por 100, no
se lia observado alteración vascular alguna. Los autores deducen, en con­
clusión, que las lesiones de los vasos representan el principal papel en la
génesis de la enfermedad, pero que la falta de comprobaciones anatóm i­
cas en un caso auténtico de esta afección no deja lugar más que a pre­
sunciones en cuanto al papel de estas lesiones vasculares. Según opinión
generalmente adm itida, parece tratarse de una afección local de los
vasos pequeños y de los capilares que rodean en corona la región macu­
lar y se distribuyen por las capas más profundas de la retina; de ahí la
forma circular típica de las lesiones, la marcha insidiosa de la enferme­
dad y las hemorragias retinianas que acompañan con frecuencia a estas
lesiones.
La publicación comprende una im portante bibliografía.
De las modificaciones y lesion es de los ojos producidas por los rayos
lum inosos no directaraeute visibles. — D r . S c h a n z
En un trabajo ilustrado con dos láminas, conteniendo seis figuras,
y con dos figuras en el texto, estudia Schanz las alteraciones producidas
en el ojo por los rayos ultravioletas. Estos rayos luminosos invisibles,
cuya longitud de onda es corta y no excede de 400 pies existen en la luz
de cualquier procedencia, natural o artificial, pero abundan particular­
mente en la luz solar de los países tropicales de las altas latitudes, de
las regiones polares, en la luz eléctrica, sobre todo en las lámparas
de arco, en la que procede de los focos que sirven para la fusión del
vidrio y de los metales. C ualquiera que sea la utilidad de estos rayos de
corta longitud de onda en general o en particular para ei ojo, desde el
punto de vista de su nutrición, pueden, sin embargo, lesionarlo cuando
están en demasiada abundancia y hasta en cantidad moderada; no son
inofensivos. P or esta razón, el autor atribuye la catarata senil ordinaria
a la acción persistente, aunque en condiciones normales, de estos rayos
sobre el cristalino durante toda la Vida. La absorción o la transformación
de estos rayos por los tejidos es la causa de estas lesiones. Los rayos
que, como los rayos lum inosos visibles, atraviesan los tejidos sin absor­
ción, no producen lesiones. P or otra parte, la localización de las lesio­
nes varían con la longitud de onda de los rayos que penetran en el ojo.
Schanz lia podido comprobar, después de experiencias con auxilio del
cuarzespectrógrafo, que la córnea absorbe en totalidad los rayos de una
longitud de onda menor de 360 pies. Las luces que contienen en abundan­
cia esta especie de rayos, como son la luz solar de las altas latitudes o de
las regiones polares, al igual que la luz eléctrica, podrán, pues, producir,
según la abundancia de los rayos y la persistencia de su acción, tras­
tornos oculares, desde la simple irritación o catarro hasta la llamada
oftalm ía eléctrica. Los demás medios del ojo absorben y transforman
igualmente los rayos ultravioletas. Schanz ha podido comprobar expe­
rimentalmente que el cristalino de un individuo de sesenta años absorbe
todos los rayos de longitud de onda menor de 400 pies es decir, todos los
rayos ultravioletas. En realidad, sobre todo en la edad juvenil, estos
rayos no son absorbidos; cierta parte llega hasta la retina, otra porción,
a la que se unen rayos del azul y del violeta, se transforman en rayos de
mayor longitud de onda y dan lugar a la producción de la luz fluorescente.
M uestra el autor por cuáles dispositivos se puede poner en evidencia
esta luz fluorescente, que él com para al resplandor de la luciérnaga
y que da a la pupila un aspecto gris am arillento, e indica de qué modo, en
circunstancias determinadas, esta luz fluorescente influye, por deslum­
bramiento, en la Visión. Los rayos absorbidos por el cristalino, producen
lesiones del epitelio cristalino que consisten en destrucción y regenera­
ción celulares, que pueden extenderse a la región ecuatorial y a las fibras
cristalinas y producir, a la larga, trastornos cristalinos. El autor atri­
buye la frecuencia de la catarata entre los insuffadores de vidrio y los
habitantes de los trópicos, a la abundancia de los rayos ultravioletas pro­
cedentes del vidrio en fusión, o de la luz solar tropical. La luz fluores­
cente producida en los medios oculares, llega hasta la retina y se difunde
sobre toda la extensión de esta membrana, que en sí misma transforma,
en luz fluorescente una parte de los rayos que la alcanzan directamente.
Es ésta la luz fluorescente que, en ciertas circunstancias, produce des­
lum bram iento, obnubilación, trastornos más d menos permanentes de
la visión. Pero los rayos ultravioletas que llegan hasta la retina, cuando
son demasiado abundantes son los que, principalmente, producen las
lesiones de esta membrana descritas por Birch H irsehfeld: disolución
de la crom atina de las células ganglionares, producción de vacuolas en
el plasma, destrucción de la crom atina de los granos de la capa interna,
de coloración y m odificación de form a de los granos de la capa externa.
Estas lesiones se traducen funcionalm ente por una disminución de la
sensibilidad retiniana y un descenso de la facultad de adaptación a la som ­
bra de la retina (hem eralo pia). Se concibe que estos trastornos ocurri­
rán con particular frecuencia en los operados de catarata cuyo cristalino
no existe allí para oponer una barrera a la penetración o abundancia de
los rayos ultravioletas basta la retina. Desde el punto de vista profi­
láctico general, conviene saber que la luz reflejada (y esto, tanto más
cuanto las reflexiones sean más numerosas), es menos rica en rayos
ultravioletas que la luz directa y también que el ojo puede, a la larga,
sin trastornos ni sin perjuicio, adaptarse a la acción de estos rayos. Sin
embargo, bueno será preservarlo de ellos, cuando menos en el caso en
que está expuesto a su acción intensa y prolongada. El autor preconiza
a este fin el uso de los cristales euphos, que interceptan la totalidad de
los rayos ultravioletas, mientras que los cristales azules que habitual­
mente se emplean, los dejan pasar todos y tienen, por otra parte, la des­
ventaja de dism inuir la visión, interceptando más o menos los rayos
visibles.
F ototerapia en las afeccio nes de los o j o s . — D. S c h a n z
Estando adm itida la acción sobre las células de los rayos luminosos
ultravioletas absorbidos o transform ados, acción tanto mayor cuanto más
corta sea la longitud de onda, acción excitante de los procesos vitales
hasta cierto grado, acción nociva pasando de este grado, Schanz publica,
como continuación de un trabajo anterior (Arch. f. Ophth. pág. 549, 1913),
un estudio, ilustrado con un lámina conteniendo dos figuras, sobre el
posible empleo de los rayos ultravioletas para un fin de terapéutica
ocular. Para obrar sobre la córnea, deben emplearse rayos luminosos de
una longitud menor de 360 pies, que se encuentran en la luz solar y en la
de los m anantiales lum inosos intensos que lia atravesado un vidrio ordi­
nario. La acción perjudicial de los rayos ultravioletas sobre la retina,
particularmente sobre la región macular, se evita mediante una ilum ina­
ción lateral de las regiones anteriores del ojo. En cuanto al cristalino,
aunque el autor opina que algunas sesiones de iluminaciones no pueden
producir en este órgano más que ligeras lesiones que rápidamente pueden
repararse, es fácil interceptar los rayos que pudieran perjudicarle, con
el auxilio del filtro de W o o d , el cual, debajo de un espesor de 1 centí­
metro y al título de '/-’o-ooo, sólo permite pasar los rayos ultravioletas
más extremos, precisamente los que obran sobre la córnea. Utilizando
una lám para de cuarzo de corriente alterna, para concentrar la luz sobre
el ojo enfermo, el autor lia obtenido curaciones rápidas de úlceras
extensas de la córnea, de infiltraciones densas de esta membrana y éxitos
en la queratitis parenquim atosa y en el eczema de los párpados. La
fluorescencia aumenta la acción de la luz. P or razón de la muy conocida
acción de los rayos ultravioletas sobre las bacterias, Schanz se ha ser­
vido de ellos para el tratam iento del úlcus serpens producido, como se
sabe, por el neumococo; pero en este caso emplea un filtro de cuarzo que
permite pasar mayor cantidad de los extremos ultravioletas hacia 250 de
longitud de onda o, en caso de necesidad, suprime el filtro, utilizando
solamente la lámpara de arco, cuya intensidad puede regularse inodifi-
cando la distancia de la lám para o la fuerza de la corriente. Los resul­
tados obtenidos por el autor en el úlcus serpens, aunque favorables, son
pocos en número para ser concluyentes. Respecto a la cuestión de los
anteojos conservadores, Sclianz utiliza los anteojos de cristales azules
y los de cristales euphos cuyas indicaciones son diferentes. El cristal
euphos conviene en el caso del ojo sano expuesto a una luz intensa que
contenga numerosos rayos de corta longitud de onda, lo mismo que en
el caso de afección catarral del ojo. El cristal azul, que deja pasar los
rayos ultravioletas, conviene en las inflamaciones corneales y a los ope­
rados, después de levantado el apósito. Estos enfermos, provistos de
cristales azul obscuro, deberán permanecer en habitaciones claras, so ­
leadas, o, a falta de sol, se someterán de tiempo en tiempo a la acción
de manantiales lum inosos artificiales, intensos, con interposición del
filtro W o o d .
IV. — ÍNDICE Y ANÁLISIS BIBLIOGRÁFICOS
Tuberculosis of the e y e . — D r . S . S t e p h e n s o n
El autor resume de un modo muy sugestivo nuestros conocimientos
sobre la importancia del papel que desempeña la tuberculosis en las
enfermedades oculares. C ita los descubrimientos de V illem in, que
en 1865 pudo inocular la tuberculosis a los conejos, y los de Langhans,
que demostró que la conjuntiva de estos mismos animales podía ser
infectada por la tuberculosis.
Manckenzie, en 1830, consideraba a la escrófula como una causa
etiológica de la queratitis parenquim atosa; pero Hutchinson, en 1863
colocó la escrófula en últim o térm ino. Stephenson mismo dem ostró,
en 1908, que de los 100 casos de queratitis intersticial, 9'9 eran de origen
tuberculoso. Estados patológicos que hoy día consideramos como tuber­
culosis del iris, fueron descritos por Lawrence en 1833 y por Mackenzie
en 1854. En 1890 von Michel afirm ó que la iritis tuberculosa es casi tan
frecuente como la debida a la sífilis. Stock, en 1907, por inyección en la
vena auricular del conejo, provoca inflamaciones dél iris y cuerpo ciliar.
Estas infecciones no responden siempre, clínicamente ni anatomopatológicamente, al cuadro característico de las tuberculosis; no obstante,
en ellas podía encontrarse el bacilo de Koch.
En una autopsia hecha en 1837 por Guineau de Mussy, se probó que
podían hallarse tubérculos en la coroides. De Jeager los describe al
examen oftalm oscópico en 1855, y M anz los estudió al microscopio
en 1858.
En 1896, Steplienson describe tubérculos crónicos de la coroides
y algunos años más tarde describió, en colaboración con G. Carpenter,
lo que llama obsolescent tubercnles (tubérculos extinguidos); admite
además que los tubérculos miliares pueden ser vistos en un 50 n/o de las
meningitis tuberculosas. M arple afirma encontrarlos en un 100 % de los
casos.
La esclerótica tam bién puede sufrir tuberculosis secundaria, a pesar
de que C alderaro dice que todos estos casos son de naturaleza exógena.
En resumen: todos los tejidos oculares pueden sufrir la tuberculosis,
excepción hecha del cristalino. Es, pues, de la mayor importancia, esta­
blecer un diagnóstico lo más seguro y precoz posible. El procedimiento
más seguro es, sin duda, la reacción a la tuberculina, reacción general
y local. Stephenson termina rindiendo homenaje a los trabajos de
von Hippel, que desde 1904 ha establecido la importancia del tratam iento
por las tuberculinas. — (The Lancet, Noviembre de 1915.)
Die Anaphylaxie in der Angenheilkuude ( La anafila.via en Oftalmología)
D r . A u r e l v . S z i l y , prefacio d e l Prof. T h . A x e n f e l d
En un volumen de 318 páginas, con 13 láminas aparte y 4 figuras en
el texto, recién editado por la casa J. Etike, de Stuttgart, ha publicado
v. S zily un trabajo cuya parte principal la constituye el informe que
sobre el mismo tema presentó al Congreso internacional de Medicina
(Londres, 1913), am pliado con las publicaciones que se lian ido suce­
diendo desde entonces. En su trabajo dilucida la parte que realmente
corresponde a la anafilaxia entre las afecciones conocidas, m ostrándose
reservado en cuanto a aplicar a la patología humana los conocim ientos
adquiridos en los animales en el estudio de la oftalm ía anafiláctica expe­
rimental.
Estudia los fundam entos de la anafilaxia; la técnica de los experi­
mentos, especialmente en cuanto se relaciona con el ojo; la parte que
toma el ojo en las manifestaciones generales de la anafilaxia.
Y a en el camino de las aplicaciones prácticas, considera el autor la
oftalmía sim pática como una w oeitis anafiláctica, y la queratitis parenquimatosa como manifestación anafiláctica de la tuberculosis del ojo, pero
son hipótesis más o menos bien comentadas, pero hipótesis al fin, que
estudios más prolijos perm itirán fundamentar sobre más sólidas bases.
D e momento, el que quiera iniciarse en este orden de conocimientos
que están a la orden del día, hallará en la obra de v. S zily abundantes
datos para form ar concepto cabal sobre los mismos. — M.
La etiología genital en las inflamaciones oculares. — D r . T. B l a n c o
En el acto de su recepción, en la Real Academia de M edicina de
Valencia, desarrolló en su discurso este interesantísimo tema, dividién­
dolo en cuatro capítulos, en relación con la menstruación, la preñez, el
puerperio y la lactancia, circunscribiendo a esto su trabajo y eliminando
por consiguiente los trastornos funcionales y circulatorios del mismo
origen.
La influencia de la menstruación en las inflamaciones oculares: queratoconjuntlvltis, orguelos, clariocistitis (de la que presenta un ejem­
p la r), iritis e iridocoroiditis. Después de exponer varias teorías, entre
ellas las de Despeguet y Trousseau, que fueron los primeros que habla­
ron de endoinfección, se alista entre sus partidarios, pues cree que la
retención de toxinas (cuando no bailan libre paso por el riñón y otros
eniunctorios) son la causa de dichas inflamaciones.
La preñez influye tam bién en cierto orden de afecciones: iritis ( Galzo w sk i). coroiditis central (B la n c o ); pero principalmente en las de la
retina y nervio óptico, aceptando el autor su filiación nefrítica-gravídicatóxica, a pesar de los casos de Reicli y G roenow de neuritis óptica por
autointoxicación gravídica sin nefritis, que considera excepcional. Reco­
mienda el tratam iento causal, auxiliado por los diaforéticos (baños de
vapor y pilocarpina).
En el puerperio se observa la co roiditis metastásica, cuya term ina­
ción suele ser fatal.
Durante la lactancia se suele observar la neuritis óptica, sea por
reabsorción de toxoalbúm inas en la glándula mamaria ( H einzel), o por in­
vasión microbiana de origen genital ( Berger). — M.
Delirio después de la extracción de la catarata; relación de once casos
Di?. P a r k e r
Después de un resumen histórico expone el autor teorías sobre la
etiología del delirio postoperatorio. La mayor parte de autores atribu­
yen un im portante papel a la herencia; pero no hay verdadera relación
entre el carácter de la operación y los trastornos mentales, los cuales
presentan muchos tipos característicos. El autor aporta once casos
y hace las siguientes notas:
1.a El delirio sobreviene en 0’29 por 100 de los casos operados;
2.a Ningún caso presentó signos marcados de trastorno mental
mientras estuvo en observación;
3.a En un caso había infección consecutiva a una antigua cistitis;
4.a La orina era norm al en nueve casos, y no se había examinado
en los otros dos;
5.a Se adm inistró la codeína en dos casos;
6 .a Debe eliminarse la intoxicación por la cocaína.
Del D r. E douard Jackson (D e u w e r) cita un caso de delirio grave, el
cual se refiere a una enferma de W ills H ospital, la cual se echó por una
ventana del segundo piso y se fracturó el fémur. La causa del delirio le
parece que tal vez pueda ser debida a la adm inistración prolongada de
dosis (aunque muy m oderadas) de atropina. C ree que puede Influir la
oclusión del ojo sano, cuando conserva su poder visual, el reposo y
la obscuridad del cuarto, produciendo un cambio en las impresiones sen­
soriales y que, por consiguiente, debe procurarse el menor cambio posi­
ble en las ocupaciones norm ales del individuo.
El Dr. Alien G reenw od (B o sto n ) cree que este estado puede ser
asimilado a una form a de schok m ental; ha observado dos casos graves
en su servicio de hospital. El primero, que era una mujer de setenta
y siete años, se encontraba después de la operación en un estado de
demencia y no recobró más su equilibrio mental. El otro paciente tuvo el
delirio a las cuarenta y ocho horas. Lo que rodea al enfermo juega un
gran papel en la génesis de los trastornos psíquicos, los cuales son más
frecuentes en el hospital; es mejor, siempre que es posible, operar al
enfermo a do m icilio: se obtienen los mejores resultados con buenas
precauciones de asepsia y.un enfermero inteligente.
El D r W esscott (C h ic a g o ) ha observado una muerte por delirio,
como la descrita por el D r. Parker. El delirio se presentó a las cuarenta
y ocho horas de una extracción perfecta, en un paciente de setenta y ocho
años, afecto de arterioesclerosis adelantada. Se quitó el vendaje y se
abrió la herida, pero colocado bajo la constante vigilancia de un guarda,
después de haberle adm inistrado sedantes, se cerró la herida y curó el
ojo, pareciendo restablecido el enfermo al décimo día. Aquella misma
noche se tiró por el ojo de la escalera, recogiéndole sin conocim iento
y muriendo a los diez m inutos; ¿se trata aquí de un mal sueño o de deli­
rio senil? A este propósito, dice que su padre tuvo un ataque de delirio
senil yendo en el tren un día caluroso y que si hubiese llevado una venda
ante los ojos también la habría querido arrancar.
El D r. M elville Black (D euW er) dice que lo esencial es obtener un
reposo mental com pleto antes de la operación, lo cual han procurado
mucho buenos operadores por medio de la sugestión. M elville Black se
ha determinado dar a sus pacientes esta calma completa adm inistrándo­
les un centigramo de m orfina inedia hora antes de la operación y otra
dosis igual seis horas después. Conviene confortar al paciente, decirle
que la operación es muy sencilla y que no dudamos de obtener un resul­
tado perfecto; explicar a los otros miembros de la fam ilia los peligros
posibles, pero haciendo ver al paciente que es imposible el que ocurra
accidente alguno. Es im portante fijar la duración de la permanencia en
cama. O pera, de ordinario, de tres a cinco de la tarde, y si quieren, pue­
den levantarse los enfermos al día siguiente.
El D r. W illiam Zentmayer (P h ilad e lp h ia) cita dos casos en los cuales
el alejamiento de los enfermos de su dom icilio no es la única causa del
delirio. O bservó el primero, al empezar la carrera, en la clientela
del Dr. Posey. Un hombre de cierta edad, había sido operado a do m i­
cilio, al cual vió dos días después d é la operación, por enfermedad del
D r. Posey. D urante la segunda noche, sobrevino un delirio violento
del cual curó bajo la influencia de la hyoscinamina y del aceite de
croton. El segundo caso se refiere a una señora de edad. La operación,
30
NOTAS T E R A P E U T IC A S
con éxito de momento, fué seguida de una iritis grave que obligó a la
enferma a permanecer tres semanas en el hospital. Algunos días después
de haber regresado a su casa le sobrevino un delirio nocturno, que duró
toda la noche, recobrando su estado normal por la mañana.
El Dr. Bisler (P h ilad e lp h ia) ha visto casos de delirio postoperatorio
la mayoría de los cuales han curado. Un hombre se levantó de la cama
y se tiró por la Ventana de un segundo piso y se m ató. Uno de los enfer­
mos del Dr. M orris, en los com ienzos de su carrera, se quitó el vendaje
de los ojos y se echó por la ventana, cayendo de doce pies de altura sin
m orir; el Dr. Bisler tiene la seguridad de que no se le había puesto en
una habitación obscura. No aprueba la adm inistración de morfina antes
de la operación, porque puede ocultar los síntomas y alterar la nutrición
del enfermo, lo cual tiene sus inconvenientes en los ancianos. En vez de
la m orfina adm inistra la hyosciam ina o la hyoscina a dosis débiles y al
cabo de dos o tres días da medicamentos estimulantes, como la tintura
de nuez Vómica o los com puestos de genciana con los cuales ha visto
desaparecer el delirio en algunos casos.
El D r. Parker dice que para el tratam iento de las psicosis postope­
ratorias, está del todo de acuerdo con el parecer del Dr. Bisler. En todos
los casos ha quitado el Vendaje del ojo desde la aparición del delirio
y el estado mental mejoró. Se ha dado la hyoscinamina, la m orfina y los
brom uros con buen efecto en la m ayoría de los casos. En seguida, des­
pués de la operación, pone a los operados en una pequeña habitación
con tres camas y un guardia especial, después los traslada a la sala
común y si son tranquilos permite les visite una sola persona. ( The
Ophtalrnie Record, O ctubre 1913).
V. — NOTA S TERAPÉUTICAS
De la tuberculosis en terapéutica ocular. — D r . P imes (Bielstok)
Con la tuberculina W o lff Eisner ha tratado el autor seis tuberculosis
del segmento anterior y una del fondo del ojo, las que ha seguido 1-4 me­
ses. En los seis casos las masas tuberculosas se reabsorbieron y se
aclaró más la córnea. Las dosis empleadas, muy débiles al principio se au­
mentaron progresivamente. El diagnóstico se había hecho clínicamente,
considerando el autor peligrosa la reacción diagnóstica con la antigua
tuberculina.
En estos últimos tiempos Lotin ha tratado diez y seis casos de quera­
titis parenquimatosa con la tuberculina, estando satisfecho de los resul­
tados obtenidos. Braunstein ha obtenido también buenos resultados y
considera muy útil a la reacción diagnóstica. Natlianson ha quedado muy
satisfecho de las aplicaciones locales de guayacol en las tuberculosis cor­
neales. Lazaret ha quedado también satisfecho de una pomada de guayacol
al 5 por 100 y de inyecciones subconjuntivales al 1 por 100. Tychirkowsky
en un caso de neuritis retrobulbar bilateral cuyo diagnóstico se había
hecho con la tuberculina, obtuvo la curación con este agente. Frank-Kamenetzki cita un caso en que se había perdido el primer ojo por escleritis
y s e curó el segundo por la tuberculina. — (Sociedad de Oftalmología
de Moscou, 29 de Diciembre de 1913.)
T r a ta m ie n to
de
la s r e tin itis
y de las
c o r o id itis tu b e rc u lo s a s
p o r Hg y
t u b e r c u lin a B. E. — D r . W ie g m a n n
El autor ha hecho notar que la tuberculosis del segmento posterior
del ojo responde peor que las de la córnea e iris al tratamiento con la
tuberculina. En una serie de casos de coroiditis diseminada, hubo a veces
disminución de visión y producción de nuevas lesiones, obteniéndose más
éxito cuando se añadía a la tuberculina un tratamiento mercurial.
W erth ha observado muchos casos de ese género y la combinación de
mercurio con B. E. la cree muy recomendable. — ( Sociedad de los Ocu­
listas Sajones, Diciembre de 1913.)
El sue ro
de
N ico lle y B la z io t en
la
c o n ju n tiv itis
g o n o c ó c ic a
del
recién
n a c id o . — D r . R o c h e
El autor ha utilizado la vacuna de Nicolle y Blaziot en cuatro casos
de oftalmía de los recién nacidos, y su eficacia no le ha parecido dudosa.
La secreción se modifica desde el día siguiente a la primera inyección,
y quedó suprimida al cuarto día en dos de los casos. De todos modos, no
hay que pedir demasiado a este tratamiento; hay asociaciones microbianas
que explican los fracasos y por eso no debe descuidarse el tratamiento
lo c a l.— (;) Iarseille Médica!, pág. 224, 1913.)
Sobre
la
c u e s tió n
del t r a ta m ie n to
lo c a l de la q u e r a titis
in te r s tic ia l con
in s tila c io n e s de n e o s a lv a r s á u .— D r . C o h n
Instilaciones de O’l de neosalvarsán en 5 gramos y de aceite de atro­
pina, no pudieron preservar de la aparición de la queratitis intersticial,
ni influir favorablemente en la evolución de la enfermedad del ojo. —
( Wochens. f. Ther. et Hyg. des Auges, núm. 20, 1913.)
VI. — V A R I A
De qué dependen los éxitos y los fra ca sos en la operación de la catarata
D r, M . M á rq u e z 1 .
Damos por sentado, como punto de partida de lo que se va a decir,
que hasta hoy no hay más tratam iento de la catarata que el quirúrgico y,
dentro de éste, que la extracción del cristalino opacificado es el único
procedimiento recomendable para la catarata senil u ordinaria, única que
va a ocuparnos en este artículo.
Empecemos por decir que entre el vulgo y aun entre los médicos
existen erróneas creencias respecto a la catarata y a su tratam iento.
Q uien cree, por ejemplo, que la edad avanzada es un motivo para abste­
nerse de operar, cuando precisamente siendo afección que se observa
por lo común de los cincuenta o sesenta años en adelante si hubiéramos
de no operar a los individuos viejos quedarían sin tratar la gran mayoría
de los cataratosos. N o: la edad por sí sola no es una contraindicación,
y todos hemos operado enfermos de setenta, ochenta y más años con el
más excelente resultado.
Créese por otros que es operación dolorosa y además difícil, sin que
tenga nada de lo uno ni de lo otro, de lo cual hablaremos después, bas­
tándonos por ahora saber que en la catarata senil ordinaria, sin com pli­
cación alguna, siempre que se observe escrupulosamente la asepsia y que
se haga la operación con cuidado, salvo muy excepcionales circunstan­
cias, que después también hemos de indicar, el éxito es lo habitual en
cuanto a la visión del enfermo se refiere.
Se obtiene el éxito, y por ende se evitan los fracasos, observando
fielm ente las reglas operatorias y muy en especial ciertos pequeños
detalles. Precisamente, el ejercicio acertado de la especialidad oftalm o­
lógica consiste en eso: en sujetarse el práctico, tanto en la exploración
como en el tratam iento, a detalles finos, en los que un práctico vulgar y
tosco no para mientes y que son, en realidad, el secreto del éxito cuando
se cumplen con rigor. En cambio, su inobservancia conduce casi siempre
al fracaso, y digo casi siempre, porque, aunque parezca mentira, a veces
se obtiene el éxito a pesar de la infracción de las reglas más elementales
del arte, como en otras, afortunadam ente excepcionalísimas, sobreviene
el fracaso a pesar de la operación más esmeradamente practicada.
Son muchas las circunstancias que coadyuvan al buen resultado o
que a él se oponen, por lo que, y a fin de establecer algún orden en la
exposición, las dividirem os en los siguientes grupos:
I.
Las que dependen del operador.
II.
Las que dependen del enferm o.
1 De la Revista de Medicina j» C irugía prácticas.
[II. Las que dependen del acto operatorio y aun de la conducta
postoperatoria.
IV. Y, por fin, las que son puramente fortuitas o accidentales.
En realidad podrían reducirse a dos grupos: uno, constituido por e I
grupo IV, de circunstancias fortuitas, inevitables, por tanto, e im posibles
de prever, y otro, form ado por los tres primeros grupos, que a su vez
podrían encajar todos en las que dependen del operador, toda vez que
éste puede preverlas o evitarlas. Mas, en realidad, es preferible la divi­
sión más detallada arriba expuesta, que, aunque algo artificiosa, hace
más cómoda la exposición.
I.
En las circunstancias que dependen del operador, incluiremos
tan sólo aquellas que dependen exclusivamente de las condiciones per­
sonales del mismo o ya de ciertas circunstancias accidentales que sobre
él influyan.
Lo que se refiere a las condiciones personales del mismo apenas
tiene interés, pues ya se supone desde luego que el que se dedica a una
especialidad ha hecho previamente un examen de sí mismo, y sólo si se
cree con aptitudes para la misma la ha seguido. No se va a dedicar a la
O ftalm ología, por ejemplo, quien tenga él mismo la vista defectuosa o
el pulso tem blón, etc., y en cuanto al punto concreto de la aptitud para
operar la catarata, es sabido que no sólo los oculistas, sino que hasta
ciertos cirujanos generales las operan hábilmente.
Q uiere esto decir que no se necesitan condiciones especiales, ni
mucho menos excepcionales, para ejecutar este acto operatorio, que,
si bien es delicado, no lo es más (aparte su transcendencia), que otras
varias maniobras que en la misma especialidad se practican, como, por
ejemplo, la extracción de dim inutos cuerpos extraños de la córnea o que
otras m anipulaciones, tales como las de la técnica histológica, etc. Por
mi parte, he visto a muchos especialistas de España y del extranjero
operar cataratas, y confieso 110 haber encontrado diferencias apreciables
en el acto manual, propiamente dicho, lo cual se explica porque se trata
de una operación que, salvo casos excepcionales, está perfectamente
reglada en sus diversos tiempos, y cuando se ha perdido el miedo del
aprendizaje (lo cual se logra después de haber operado siquiera una
treintena, y todos los médicos encargados de servicios públicos hospita­
larios han operado Varios centenares), todos operan sensiblemente igual,
en cuanto a lo que hacen las manos, porque ya lie dicho en otra ocasión
que las operaciones se hacen con la cabeza, siendo sólo las manos y los
instrumentos los auxiliares indispensables. Aquí, realmente, es donde
puede establecerse una fundam ental distinción entre los operadores
puramente mecánicos o autom áticos y los operadores conscientes del
acto que realizan, y en este sentido, ¡cuántas operaciones perfectamente
hechas con las manos carecían en absoluto de justificada indicación!
Mas si en la mayoría de los casos las condiciones personales del
operador influyen poco, no así ciertas circunstancias accidentales que
en un caso dado pueden darse, y me refiero principalmente al estado de
excitación o de nerviosidad (variable, como es natural, según los carac­
teres) en que en ciertos m omentos pueda encontrarse un operador, que
en condiciones normales suele ser dueño de sí mismo. Recuerdo a este
propósito haber visto a un oculista habilísim o, que había practicado
miles de operaciones siempre con absoluto dom inio del acto operatorio,
con ocasión de un Congreso internacional, que hallándose operando al
recibir la visita de unos médicos extranjeros, le temblaba tan violenta­
mente el pulso al coger el iris con las pinzas cuando practicaba la iridectom ía, que más que un maestro consumado parecía el más tím ido de los
principiantes. No estaría de más, pues, sacar aquí la consecuencia de
que, tratándose de la catarata, hay que evitar en lo posible dar aspecto
teatral al acto operatorio, que debe desenvolverse siempre dentro de
la mayor sencillez, como s is e tratase del más vulgar caso de hospital.
II.
Pasemos ya a las circunstancias referentes al operado. Refiérense unas al estado local del aparato de la visión, y otras al estado
general del sujeto.
A ) En lo que al estado local respecta, hay que considerar a su vez
el estado del ojo mismo y el de sus anejos.
1.
Empecemos por el estado de estos últim os, o sea por el de los
anejos del globo ocular. Las vías lagrimales y la conjuntiva deben estar
exentas de todo padecimiento para que una catarata sea operable. Es
singularmente desastrosa la dacrioblenorrea, pues la infección es casi
segura. En estos casos, nosotros practicamos inyecciones lagrimales de
hermofenil al 5 por 100, que nos han dado excelente resultado para
suprim ir el proceso supurativo del saco, y cuando esto no basta hace­
mos la destrucción de éste por el nitrato ácido de mercurio, o bien la
extirpación, a pesar de lo cual tomamos aún toda clase de precauciones
al operar, como un lavado previo de las vías lagrimales, instilación del
azul de metileno al terminar la operación, inyección intravenosa de cia­
nuro de mercurio y a veces sutura de la córnea '. Y con todas estas
precauciones, si no hemos suprim ido en absoluto la infección, hemos
rebajado su cifra considerablem ente, y buen número de casos se han
salvado, estamos de ello absolutam ente seguros, gracias a estas precau­
ciones, pues antes era casi fatal la infección y la curación excepcional,
mientras que ahora la curación es casi la regla y la sepsis la excepción.
El estado de la conjuntiva es también digno de tenerse en cuenta. Las
afecciones crónicas de la misma contraindican la operación, pues cuando
ésta se practica, la infección, más o menos grave, suele ocurrir. Iguales
precauciones que en el caso anterior (excepto la destrucción del saco)
y el empleo prolongado de los astringentes, han hecho que los casos de
infección disminuyan también de un modo apreciable. En rigor, en tales
casos, tanto los de infección de las vías lagrimales como los de la con1 Véase mi trabajo La sutura de la córnea en la operación de la catarata, publicado
en esta Revista en 14 de Junio de 1913.
juntiva, debieran ser en absoluto rechazados y no operarles; mas en la
práctica hospitalaria, sobre todo, es difícil substraerse a los ruegos insis­
tentes de los enfermos o de sus allegados; además, al pensar que tales
casos están ya de hecho perdidos para la visión es lo que nos impulsa,
advirtiéndoles antes el peligro a que se exponen, a practicar la operación ;
y, por otra parte, nos inclinam os cada Vez más a intervenir, pues tomando
las precauciones antes dichas, el número de casos que se salvan ha
aumentado ostensiblemente.
2.
En lo que se refiere al globo ocular, hay que tratar de los carac­
teres de la catarata misma y del estado de las otras partes del ojo.
a)
En lo que atañe a la catarata, la variedad de ésta influye algo,
aunque no mucho. Así, en general, las duras tienen más probabilidades de
éxito que las blandas, dado que las primeras pueden ser extraídas en
totalidad, dejando un campo pupilar perfectamente negro (s i no hay a la
vez opacidad capsular), mientras que en las segundas la toilette no se
hace tan bien, y a veces quedan retenidas masas, que no se ven en el
momento de la operación, o bien porque sea peligroso el insistir en la
extracción, lo cual, si no tiene im portancia casi nunca, pues suelen ser
reabsorbidas en los días sucesivos, en otros casos pueden predisponer
a la producción de fenóm enos inflam atorios o tensivos al aumentar de
volumen y com prim ir los órganos próximos, especialmente el iris, la
región ciliar y el ángulo irídeocorneano.
En lo que se refiere a la madurez de la catarata, lo mejor, según ya
de antiguo es sabido, es que dicha madurez sea completa, puesto que las
pactes opacificadas se desprenden fácilmente de la cápsula, mientras que
las aún transparentes se adhieren a dicha membrana y al epitelio ante­
rior, y salen difícilm ente en el acto operatorio, durante el cual, por otra
parte, no son vistas a causa de su transparencia. Por esto, en las cata­
ratas incompletas, si bien el campo pupilar se presenta negro inmedia­
tamente después de la operación y el operado cuenta los dedos, no es
raro ver en los días siguientes el orificio de la pupila lleno de masas
opacas que dificultan la visión, las cuales si bien en la generalidad de los
casos desaparecen por reabsorción, quedan en otros constituyendo una
variedad de cataratas secundarias que exige después nueva intervención.
La hipermadurez puede conducir a dos resultados totalm ente opues­
tos, sin que sepamos el porqué de esta diferencia. O bien al final de la
evolución en las cataratas abandonadas a sí mismas durante mucho
tiempo toma parte la.cápsula y se opacifica ( lo cual no quiere decir que
110 haya opacidades capsulares simultáneas con la opacidad de la subs­
tancia cristaliniana y aun otras en que la opacidad capsular preceda a la
de la lente, y hasta que exista sola, sin la de esta últim a), o bien la cáp­
sula no participa jam ás del proceso de opacificación, y las masas perifé­
ricas del cristalino se desagregan cada vez más, constituyendo una espe­
cie de líquido emulsivo, en el cual el núcleo del cristalino sumergido en
dicho líquido y movible dentro de él persiste opacificado, constituyén-
dose la catarata llamada morganiana. Pues bien, en las primeras es de
rigor hacer la quistectomíci, o sea la extracción de un trozo de la cápsula
(y no la simple quistotom ía), si queremos evitar la catarata secundaria
capsular, lo cual se hace por medio de las pinzas quistectomos; mientras
que en las segundas el resultado es excelente, dado que el campo pupilar queda completam ente negro, y al no dejar masas que puedan opacificarse, estamos al abrigo de la catarata secundaria. Otras variedades de
cataratas caen ya dentro de las llamadas patológicas, es decir, de las
que coinciden con lesiones de otras partes del ojo. Veamos, pues, cuáles
pueden ser éstas.
b)
El estado de las otras partes del ojo tiene una importancia
extraordinaria para el porvenir visual de los operados. Hay cataratas
consecutivas a ciertos procesos oculares y las hay simplemente coinci­
dentes con otros; mas en cualesquiera de ambos casos la operación más
feliz, desde el punto de vista operatorio, puede ir seguida del fracaso
desde el punto de vista funcional, todo por no haber hecho antes la
exploración oportuna de la percepción y proyección luminosa, que
hubiera evitado una operación totalm ente innecesaria e inútil
Las cata­
ratas glaucomatosas, las que suceden al desprendimiento de la retina, las
que coinciden con extensas placas de coriorretinitis atròfica, iniópicas
o de otro origen, son circunstancias que conducen al fracaso, aunque la
operación haya sido perfectamente ejecutada. No hay, pues, que con­
fundir el éxito puramente operatorio con el terapéutico o funciona!,
y una vez más repetiremos que no se opera sólo con las manos, sino con
éstas dirigidas por ta cabeza.
B ) El estado general del sujeto es también motivo de éxito o de
fracaso, según ¡as circunstancias. — Una buena salud general con
resistencias orgánicas adecuadas y lo que vulgarmente se llama «buena
encarnadura», conducen casi seguramente al éxito. Los estados genera­
les de debilidad orgánica, infecciosos, tóxicos o de otra índole, colocan
al sujeto en condiciones desfavorables, siendo de temer la aparición de
complicaciones, casi siempre sépticas, dependientes de la insuficiencia
de las defensas orgánicas locales o bien del retardo en la cicatrización
de la herida, que favorece la entrada en el interior del ojo de los gérm e­
nes más o menos patógenos que siempre existen en la cavidad co n ju n ti­
va!, o bien, en fin, de que, creado en el ojo un locus minoris resistenticc,
pueda localizarse en él, por intermedio de la sangre, una infección
situada a distancia. En tal concepto, las infecciones gastrointestinales,
por ejemplo, son un peligro, y más de una infección ocular postoperato­
ria que no sabemos a qué atribuir tiene indudablem ente en ellas su
origen.
Merece mención especial en este grupo de estados generales ta dia1 Véase mi trabajo: Dos cuestiones relacionadas con la operación ile la catarata,
comunicación ai II Congreso Español de C irugía. Madrid, Alavo de 190S.
beles sacarina. Aparte de que en esta afección puede presentarse la
catarata senil coincidente, no cabe duda ya hoy de que existe una cata­
rata propiamente diabética que, por lo general, es blanda o semiblanda
y recae en sujetos de no muy avanzada edad relativamente. En tales
c a s o s disminuyen algo las probabilidades de éxito por varios motivos:
1.°, por ser, por lo común, blanda la catarata, aunque ésto sea lo menos
importante; 2 ,°, por la menor facilidad de cicatrización de las heridas en
deneral de los diabéticos; 3.°, porque alguna Vez se presentan iritis o iridociclitis; y por fin, 4.°, porque pueden existir lesiones concomitantes
en el fondo del ojo, de retinitis diabética, que disminuyen las probabili­
dades de éxito. A pesar de todo esto, tomando las precauciones asép­
ticas convenientes y aprovechando la circunstancia de que el enfermo
esté mejor por haberse som etido a un régimen riguroso que haya hecho
descender la cifra de azúcar urinario, se puede hacer la operación, que
casi siempre va seguida de favorable resultado.
Aparte de los procesos patológicos generales que acabamos de seña­
lar como influyentes en el resultado de la operación, existen también
ciertas condiciones referentes al modo de ser orgánico del sujeto, que
influyen, a veces considerablemente, en el resultado. Hay buenos y malos
sujetos para ser operados. Los hay dóciles, que obedecen inteligente­
mente al operador y coadyuvan al buen resultado, y los hay, por el con­
trario, torpes o bien excesivamente nerviosos, impresionables, que no
obedecen y hasta en ocasiones hacen todo lo contrario de lo que se les
dice, o que ejecutan contracciones bruscas e intempestivas de los mús­
culos oculares, e tc .; así es que en ocasiones hay que prescindir en ellos
de ciertos detalles operatorios de perfeccionamiento, que más adelante
indicaremos, tales como la reposición del iris en su sitio con la espátula
para evitar los enclavamientos del iris, etc., ante el temor de que ocurran
mayores males, como la salida del vitreo, la inversión del colgajo cor­
neal, etc.
A este propósito, recuerdo que uno de los operados del pasado año
no cesó, durante toda la operación, de respirar de un modo ruidoso,
teniendo la boca fuertemente cerrada y los ojos dirigidos hacia arriba,
a pesar de todas las recomendaciones que se le hicieron, haciendo además
contracciones intensas con el orbicular de los párpados, lo que originó
que se perdiese algo de vitreo y que fuese laboriosa y accidentada una
extracción que no debiera haberlo sido por las condiciones del ojo.
Cuando, terminada la operación, le reprochamos su indocilidad como
enfermo, nos dijo que un compañero de sala le había aconsejado que
para salir bien era preciso ¡aguantar el resuello todo lo posible! El tal
sujeto tuvo una iritis seguida de atresia pnpilar, que necesitó después
para ver, una segunda intervención, la cual se hubiera ahorrado de ser
un individuo dócil e inteligente. T ipos de esta clase no dejan de ser fre­
cuentes en la clientela pobre, lo que, unido a otras circunstancias ya
dichas, como existencia de afecciones crónicas de la conjuntiva o de las
vías lagrimales, etc,, y a otras que se dirán más adelante, hace que la
estadística hospitalaria acuse una proporción menor de éxitos que en
la clientela particular, en la cual el tanto por ciento de resultados nulos
o incompletos es en realidad reducidísimo.
III.
Toca ahora ya ocuparnos en las circunstancias referentes a la
operación misma. El exacto cum plim iento de todos los preceptos,
o la falta de algunos de ellos en cada uno de los diversos tiempos, pue­
den conducir al éxito o al fracaso. Sería, pues, tarea larga ir enumerando
aquí detalladam ente cada uno de los diversos tiempos del acto operato­
rio, que en cualquier tratado de la especialidad pueden encontrarse. Así
es que me voy a lim itar a insistir sobre algunas de las circunstancias
más importantes que pueden influir en el resultado del acto operatorio.
Inútil es decir que la asepsia más rigurosa debe reinar antes, en
y después del acto operatorio. Me permitiré insistir tan sólo en una cir­
cunstancia, a la que yo concedo interés considerable, y es a la de que en
ningún momento tos líquidos de fuera deben penetrar en el interior del
ojo, razón por lo cual es conveniente de cuando en cuando absorber
utilizando la capilaridad, por medio de pequeñas torundas de algodón
(m ojadas primero y exprimidas después) los líquidos que se acumulan
en el fondo de saco conjuntival.
La hemostasia, que podría hacerse instilando previamente una solu­
ción de adrenalina al 1 por 1,0 0 0, es muy rara vez necesaria, pues casi
siempre se hace colgajo corneal, y, en tal caso, la operación se debe
Verificar sin que aparezca una sola gota de sangre; pero hay otros en
que conviene hacer colgajo conjuntival, lo cual, se tiene la ventaja de que
los bordes de la herida se peguen antes (haciendo por esto menos pro­
bable la infección), tiene a veces el inconveniente de que la sangre entre
en la cámara anterior, en donde casi siempre se reabsorbe, pero que
puede excepcionalmente organizarse, siendo un obstáculo para la Visión,
constituyendo por sí sola, o bien mezclada con masas cristalinianas,
variedades de cataratas secundarias.
Este mismo inconveniente, aparte de las ventajas que luego se dirán,
tiene el operar con iridectomía. En general, la sección del iris no da
sangre; pero otras veces, sobre todo en iris degenerados, las boquillas
vasculares no se retraen y se produce una hemorragia que ocupa toda la
cámara anterior. C om o la iridectomía, cuando se hace, se suele practicar
antes de la quistitom ía y de la salida del cristalino, la presión hecha
a través de la córnea (siendo aveces preciso tam bién separar con la
espátula los labios de la herida que tienden a pegarse) logra desalojar
de sangre la cám ara anterior, siendo lo curioso ver cesar casi siempre
la hemorragia en el momento en que la lente es expulsada fuera del ojo.
D e todos modos dicha sangre se reabsorbe, por lo común, rápidam ente;
pero en ocasiones puede, com o antes hemos dicho, organizarse en el
campo pupilar, siendo el origen de una catarata secundaria.
La anestesia es también una condición indispensable para el éxito.
Por lo general, la anestesia local con la cocaína (o con cualquier otro
d e sús sucedáneos) es suficiente, y el enfermo no siente absolutamente
nada; pero se debe hacer una anestesia suficiente, sobre todo si se opera
con iridectomía, para evitar el pequefio dolor instantáneo que experimen­
tarían los enfermos en el momento de la sección del iris si la anestesia
fuese incompleta. En ocasiones es conveniente instilar también el anes­
tésico en el ojo no operado, para evitar contracciones asociadas intem­
pestivas. Casos hay, en fin, de sujetos tan indóciles (sobre todo niños),
en que la anestesia general se hace precisa; pero esto no ocurre nunca,
tratándose de la catarata senil ordinaria. Evítese el tocar con los instru­
mentos (espátulas, pinzas, cucharillas, etc.) los bordes Ubres de los
párpados, pues como éstos no suelen estar ya anestesiados, las impre­
siones de ellos partidas pueden producir reflejos intempestivos. Evítese
igualmente dejar caer líquidos fríos para el lavado ocular, así como el
hacerlo bruscamente o desde una gran altura, todo ello con el mismo
objeto de evitar dichas contracciones, que pueden ser causa de la pérdida
de vitreo, inversión del colgajo corneal, etc.
Antes de entrar en los detalles de cada tiempo operatorio, hay que
examinar una cuestión batallona, que es siempre el eterno problema para
los operadores. ¿Se debe operar sin o con iridectomía? Es decir, ¿con
cuál de am bos procedim ientos se obtiene más éxitos o fracasos? D iré en
primer término que hay que huir de las opiniones exclusivas, sistemáticas.
No olvidemos nunca la frase del gran clínico Peter, que decía que, «en
Medicina, todo sistemático está muy cerca de ser un crim inal», pues
nadie ha producido más perjuicios a los enfermos que los sistemas y sis­
temáticos. Para evitar caer del lado de la exageración sistemática, lo
mejor será en este caso examinar las ventajas y los inconvenientes de
cada procedimiento.
Indudablem ente que el operar sin iridectomía, dejando una pupila
redonda, ¡a extracción simple, realiza el ideal estético, y cuando los
enfermos quedan bien, siendo afortunadam ente muchos los casos, el
resultado no puede ser más satisfactorio. Ahora bien; tiene algunos
inconvenientes, siendo de los más importantes la dificultad de extracción
de las masas cristalinianas en las cataratas blandas o semiblandas,
y sobre todo, el punto negro del procedimiento es el enclava miento o la
hernia del iris entre los labios de la herida. La extracción de las masas
es cierto que es algo más difícil, y hay que reconocer que con la iridec­
tomía dicha extracción es mucho más fácil.
En igualdad de las restantes circunstancias será, pues, preferible
la extracción com binada, o sea con iridectom ía en las cataratas blandas
o semiblandas y la extracción simple en las duras. En cuanto al enclavamiento del iris, es cierto que la extracción simple predispone más; pero
la combinada no está al abrigo de dicha com plicación, y todos hemos
visto casos, propios y ajenos, operados con iridectomía, en los cuales,
sin embargo, existía enclavamiento de los bordes del colobom a opera­
torio entre los labios de la herida. En tal sentido puede decirse que hay
ojos que tienen verdadera predisposición a que el fenómeno ocurra,
habiendo, en cambio, otros en los cuales 110 sucede nada de esto. R e ­
cuerdo a este propósito uno de mis primeros operados, unos doce o trece
años ha, aldeano de un pueblo de la provincia de Segovia, que operado
por mí de extracción simple,-estuvo toda la noche vom itando, y cuando
levanté al día siguiente el apósito, con el miedo que es de suponer, me
e n co n tróla herida perfectamente cicatrizada y la pupila completamente
normal. C laro que esto no es negar que los vóm itos, la tos, los estor­
nudos y, en general, cualquier esfuerzo puedan separar los labios de la
herida y facilitar la hernia; mas es decir que lo principal es la predispo­
sición del ojo, y que cuando ésta 110 existe y 110 concurren, además, tales
circunstancias, se puede asegurar que el enclavamiento o la hernia del
iris no sobrevendrá. Y o, que me confieso partidario de preferencia
del método de extracción simple (defendido por maestros tan ilustres
como de W ecker, Panas, etc.), le empleo siempre que puedo (m ás ade­
lante diré en qué casos me veo obligado al empleo de la extracción com ­
binada), y para ello ordeno al enfermo, después de haber tallado el
colgajo y antes de la quistitom ía, que haga movimientos oculares en
diversos sentidos, que tosa, etc., y cuando me convenzo de que el iris
no sale, a pesar de todo esto, y si no hay algún otro motivo de indicación
de resecar el iris, dejo éste intacto, siendo en realidad escasísimo el
número de enclavamientos que observamos. P or el contrario, si el iris
tiene tendencia a salir, es inútil que te introduzcamos de nuevo con la
espátula, pues volverá a salir al menor movimiento y se producirá el
enclavamiento. Para evitar éste será, pues, necesaria la iridectomía.
Veamos ahora cuáles son las ventajas y los inconvenientes de operar
la catarata con iridectomía.
Direm os ante todo que ésta puede ser previa al acto quirúrgico
y simultánea con éste, siendo a esta últim a, en realidad, a la que nos
referimos ahora, aunque la primera tenga también ciertas indicaciones,
de las que después hablaremos.
La iridectom ía tiene, según hemos dicho, sus ventajas, las cuales son
principalmente la mayor facilidad de la extracción de las masas, las me­
nores probabilidades de hernias del iris (aunque ya hemos visto que esto
últim o no es ab soluto), así com o por tratarse de un agujero mayor que
el de la pupila norm al, la menor probabilidad de que se obstruya del
todo en caso de exudados. Son, en cambio, desventajas, el mayor trau ­
matismo que supone, lo cual tiene interés, sobre todo, cuando sea de
temer la infección, la hemorragia, con los inconvenientes más atrás cita­
dos, que a veces se producen y el enclavamiento de la cápsula 1 que
produce a veces fenóm enos glaucomatosos y hasta en ocasiones la pér1 Véase mi trabajo «Sobre algunas complicaciones raras postoperatorias en las cataratas>'. Sociedad Oftalmológica Hispano-Americana, !912.
elida del ojo (inconveniente, en cambio, que no existe en la extracción
simple). Por todos estos motivos, la operación con iridectomía, cuando
ésta se practica, es un procedimiento obligado, pues nadie reseca el iris
por gusto. Es preferible, como antes se dijo, en las cataratas blandas
o semiblandas, así com o cuando el iris tenga tendencia a salir y en las
cataratas adlierentes, en la cuales el cristalino no sale, a pesar de haber
hecho una gran incisión corneal y una qulstitom ía adecuada, siendo en
estos casos indispensable la resección del iris.
La iridectomía previa tiene las mismas ventajas que la combinada,
repartiéndose el traumatism o en dos tiempos, lo que aleja las probabili­
dades de infección, lo cual, en cambio, es para otros un inconveniente,
dado que son dos veces las que el operado se expone al peligro, aparte
el argumento de hacer dos operaciones en vez de una, que no deja de
ofrecer inconvenientes morales (te m or del enfermo, etc.), económi­
cos, etc., aunque esto últim o sea ajeno por completo a motivos exclusi­
vamente científicos.
Sin embargo, en aquellos casos en que se quiere tomar toda clase de
precauciones (p o r ejemplo, en un enfermo que perdió anteriormente el
otro ojo), es el procedimiento que, según recomendaba mi ilustre maestro
el Dr. A lbitos, creo más aceptable.
Todavía tiene la iridectomía previa otra indicación, y es la de facilitar
la maduración artificial d é la catarata, en ciertos casos de lentitud deses­
perante, tal como en la catarata de los miopes y aun de los no miopes,
en casos, también, de evolución muy lenta. Entonces, una iridectomía
previa, seguida bien de amasamiento a través del párpado y de la córnea
(m étodo de F orster), o bien introduciendo una espátula roma y haciendo
suaves presiones sobre la cara anterior del cristalino (m étodo de Rinaldo), acelera rápidamente la form ación de la catarata, y en un plazo
variable entre quince o veinte días, o un mes (n o habiendo inconve­
niente, si se quiere, en esperar m ás), se puede hacer ya la extracción del
cristalino, totalm ente opacificado. Este últim o procedim iento ha sido dé
preferencia el que hemos empleado, estando completamente satisfechos
de su empleo.
Resum iendo ahora: operamos la catarata sin iridectomía en un buen
número de casos (aproxim adam ente la m itad), y operamos con iridec­
tomía combinada en los restantes, así como algunas Veces, en número
escaso, lo hacemos con iridectomía previa. Para cada caso razonamos
las Ventajas e inconvenientes de cada procedimiento, adoptando aquel
que más ventajas y menos inconvenientes tenga en el caso particular
de que se trate. Así, por ejemplo, si nos empeñásemos en operar sin irideclomia en un caso en el que el iris tenga tendencia a salir, o con
iridectomía en otro, por ejemplo, de conjuntiva sospechosa, tendríamos
las mayores probabilidades para el mal resultado.
Dejemos este punto interesante, nunca agotado, y pasemos ya a los
motivos de fracaso que en cada uno de los tiempos de la operación
pueden darse, insistiendo tan sólo muy brevemente sobre algunos deta­
lles importantes.
1.“ Talla del colgajo. — La extensión de éste debe ser proporcio­
nal al tamaño de la catarata. O scila en general desde unos
a
de la
circunferencia de la córnea. Pequeño en las cataratas blandas y grande
en las duras, debe en los casos de duda ser grande, a fin de evitar el
tener que hacer después presiones fuertes para la salida del cristalino,
que ocasionan a veces la pérdida de vitreo. Recuerdo que una vez veía
yo practicar una extracción y el operador hizo un colgajo insuficiente.
Una Vez practicada la quistitom ía, tuvo necesidad de hacer presiones
violentas, saliendo al fin la catarata penosamente y a la vez cierta canti­
dad de humor vitreo, exclamando el operador: ha salido vitreo a pesar
de haber hecho el colgajo pequeño, ¿que hubiera pasado si le llego
a hacer grande? A lo cual yo pensé: si el colgajo hubiese sido mayor no
pasa nada. ¡Si precisamente la salida del vitreo es por ser el colgajo
pe qu eño!
2.“ Quistitoniía. — La abertura de la cápsula debe hacerse con un
quistitonio que corte bien (aunque esto parezca una perogrullada), evi­
tando que con un quistitom o malo se luje el cristalino. Los que dicen
que hacen una incisión en cruz, en círculo, en triángulo, etc., no tienen
noción de lo que es la realidad. Los experimentos de Gayat y Becker 1
han dem ostrado que, la herida que un instrumento cortante produce
sobre la cristaloides anterior, es una hendidura «que se ensancha por la
retracción de la cápsula y se agranda por el paso del cristalino», lim i­
tándose la acción del poder elástico de la cápsula a esta simple retrac­
ción, que produce el efecto de plegar las partes de la cristaloides inme­
diatas a la herida y de agrandar ésta. Este plegatniento d é la cristaloides
es causa de que, cuando se quiere hacer otra herida en cruz con la pri­
mera, la falta de resistencia haga que sólo se logre agrandar la herida
primitiva. Lo que hay es que, a veces, la resistencia de la cápsula no es
igual en todos sus puntos, y por esto, se rompe la membraua por el sitio
o los sitios de menor resistencia, quedando la herida irregular (dentro
de la dirección general, alargada en el sentido en que se hizo la incisión
prim era), por lo que quedan pequeños pingajos irregulares que casi
siempre se retraen dejando libre el espacio pupilar, pero que a veces
interceptan éste, siendo un motivo de cataratas secundarias que entorpe­
cen la visión más tarde.
No se trata entonces, com o tienden a creer ciertos espíritus ligeros
(so bro todo si se trata de casos ajenos), de una falta operatoria, no. El
operador es en absoluto irresponsable de esto, y todos los operadores
del mundo tienen casos análogos, que todos hemos visto y podemos ver
a cada momento, y que, por otra parte, se resuelven después bien,
1 Citado por de Wecker, Traite complot crOpJi/atrnologic, tomo II, págs'. 803 y 8!)4.
París, 183'i,
haciendo ora la discisión con una o con dos agujas si la cápsula es del­
gada, o bien la extracción si ésta es muy espesa. Es de advertir que
tales casos serían en realidad más frecuentes si sobreviniese la opacidad
secundaria de la cápsula, lo cual no ocurre, por fortuna, más que en un
pequeño número de casos. Dichos colgajos irregulares quedan muchas
veces sin que perturben la visión, por ser la cápsula completamente
transparente, haciéndose sólo visibles, bien cuando previamente la cáp­
sula sea primitivamente opaca, o bien cuando ésta se opacifica secunda­
riamente. En los casos de catarata cápsulolenticular, la quistitomía debe,
pues, ser substituida por la quistectomia, hecha con cualquiera de los
varios modelos existentes de pinzas quistectomos, para lo cual se arranca
delicadamente, y sin hacer presión fuerte sobre la cara anterior del cris­
talino para evitar la lujación de éste, 1111 trozo de dicha cápsula.
3 .° Pasemos ya a la extracción, propiamente dicha. En la inmensa
mayoría de los casos, la catarata sale fácilmente merced a suaves pre­
siones hechas sobre la parte inferior de la córnea, o simultáneamente
también sobre el labio esclerotical de la herida; son los casos corrien­
tes, sobre los cuales no insisto. M ás excepcional es que salga espontá­
neamente o bajo la acción de una contracción intempestiva del enfermo,
y más aún, que 110 salga. E n este últim o caso, cuando haciendo presiones
moderadas la catarata no sale, hay que pensar en una de estas tres posi­
bilidades: o se trata de un colgajo pequeño, o de una quistitom ía insufi­
ciente, o bien de una catarata adherente. L o primero que se debe pensar,
por ser también lo más fácil de corregir, es si se trata de una quistitom ía
incompleta. Se vuelve a introducir el quistitomo y después se hacen de
nuevo presiones, lo que suele dar resultado, saliendo la catarata. S i el
colgajo parece insuficiente, se podrá agrandar con las tijeras o con un
cuchillo rom o, aunque esto no se practica con tanta facilidad como se
afirma. S i se sospecha una catarata adherente, se hará ahora la iridectomía (si es que no la habíamos hecho antes de la quistitom ía), y se insis­
tirá de nuevo en las presiones, siempre suaves. Si a pesar de todo no
sale, habrá que introducir la cucharilla para buscarla y extraerla rápida­
mente, lo cual se logra casi siempre sin pérdida de vitreo. Casos hay, en
fin, excepcionalísimos, en que el cristalino total o parcialmente no sale
y se luja en el interior del globo. En dos ocasiones me ha ocurrido esto
en toda mi práctica. Una de ellas fué en un caso que presenté a la Acade­
mia Médico-Quirúrgica en 1902, y lo publiqué para enseñanza: el crista­
lino desapareció del campo pupilar al hacer el enfermo un movimiento
brusco, sin que pudiéramos saber en qué dirección (es de suponer que
hacia ab ajo), quedando la pupila completamente negra y el enfermo des­
pués con buena visión (V = '/■
>, escala de W ecker). El otro lo ha sido
más recientemente, tratándose en él de una catarata hipermadura a la
Vez que adherente, en la que después de salir numerosas masas blandas,
el núcleo se lujó hacia arriba, siendo infructuosos todos los esfuerzos
prudentes que hice por extraerle, y 110 queriendo insistir por 110 trnu-
matizar demasiado, luibe de dejarle, habiéndose producido una inflam a­
ción moderada con atresia y exudados pupilares. Es de advertir que el
enfermo ha sido operado después del otro ojo, también con catarata adherente, con buen resultado.
4." Vienen después una serie de pequeños detalles interesantes,
que son: 1." La extracción de tas masas y la limpieza del campo papi­
lar. Las primeras deben extraerse en lo posible con suaves presiones,
aunque sin traum atizar demasiado. Si cuesta mucho trabajo expulsar
pequeñas masas, deben dejarse, pues se reabsorberán después; 2.° Hoy
parece que se tiende a volver al lavado de la cámara anterior, que,
hecho con líquido aséptico, tem plado e isotónico, no tiene inconvenien­
tes y es Utilísimo. Y o lo hago a veces, empleando la jeringuilla especial
de W ecker con cánula de oro ; 3." Hay que reponer los bordes del iris
en su sitio, por medio de una espátula fina, para evitar el pellizcamiento
con sus desagradables consecuencias y el retardo de cicatrización de la
herida; 4.° La extracción de algún pequeño coágulo que dificulte
la adherencia de los bordes; 5.° La reposición de la conjuntiva en su
sitio, si se hizo colgajo conjuntival, para evitar que éste se invierta entre
los labios, impidiendo que éstos se adhieran; y 6 .° Por fin, un lavado
exterior de!globo con solución boricada, seguido o no de la instilación
de una gota de colirio de azul de metileno, si se teme la infección, o de
atropina, si se teme iritis. En cuanto a la eserina, que algunos instilan
con el fin de evitar el enclavamiento, yo no la uso sino muy excepcional­
mente. S i se ha operado con sutura de la córnea, cuyas indicaciones
parecen extenderse más cada Vez ', se habrá anudado el hilo antes de
este últim o tiempo. El lavado de la cámara anterior se puede hacer des­
pués de anudar la sutura, y entonces puede practicarse con absoluta
seguridad, la cual no es tanta cuando se hace el lavado, por decirlo así,
a ojo abierto.
5.° Se pone, por últim o, el apósito, que debe ser puramente con­
tentivo, procurando que no esté apretado, por ser éste un motivo de
desasosiego de los enfermos, que les lleva en ocasiones a aflojarle, in tro­
duciendo los dedos, y que a veces ha dado lugar a cualquiera de las com ­
plicaciones que, desde la hernia del iris a la infección más grave, pueden
presentarse durante el período postoperatorio.
En lo que a este curso postoperatorio hace referencia, no he de
exponer aquí los numerosos detalles que en los T ratados se consignan,
porque es mi objeto sólo llam ar la atención sobre los más salientes, que
pueden influir en el éxito o en el fracaso.
Reposo, silencio y obscuridad siguen siendo, como desde Guy de
Chauliac, las condiciones más convenientes para la buena marcha de la
cicatrización, aunque huyendo de las exageraciones de antaño de exigir
a los enfermos la quietud absoluta durante varios días, pues esto es des* Véase mi trabajo chatio sobre la Suturo (fe lo córnea en In calórala.
conocer la naturaleza humana. Basta, en efecto, que a un enfermo se te
ordene un reposo absoluto y riguroso para que le entren ganas de
moverse. Autorícesele, en cambio, para hacer tal cual movimiento suave,
diciéndole que es conveniente el reposo, así como el evitar los movi­
mientos de masticación (detalle im portantísim o), para que estos m o­
vimientos no se comuniquen al vendaje y al ojo y no se entreabra la
herida, y entonces el enfermo se estará quieto por convicción y no hará
uso ni siquiera de la autorización para los pequeños movimientos, que se
le dió. La práctica me ha dem ostrado muchas veces la ventaja de este
modo diplomático, por decirlo así, de tratar enfermos y enfermedades.
Levantada la primera cura a las veinticuatro o cuarenta y ocho horas,
según los casos, o antes, si hubiera algún motivo de alarma, tal como
dolor creciente (es sabido que en las primeras horas se observa un ligero
dolor, que decrece gradualm ente), se instila, por lo general, atropina,
si los bordes, como casi siempre ocurre, están ya adheridos, con el fin
de evitar iritis y soldaduras de la cápsula al iris. Por lo común, al tercer
día se descubre el ojo no operado, y a los tres, cuatro o cinco puede el
enfermo levantarse. De los cuatro a los seis días se deja totalmente sin
apósito el ojo operado, protegiéndole sólo con una pantalla, y pocos
días después con unos cristales ahumados. Generalmente, a los ocho
o diez días puede salir a la calle el operado. C laro es que todas estas
cifras son térm inos medios, pues a veces hay que esperar algo más, y,
en cambio, yo recuerdo casos, sobre todo de hospital, de levantarse al
día siguiente o a los dos días, y ser dados de alta, sin peligro alguno,
al cuarto o quinto día.
Aun después de bien operado y con resultado excelente, puede, sin
embargo, 110 ver bien el enfermo, por falta de una buena corrección
óptica, como ya en otros trabajos tengo dicho '. Es preciso corregir
la afaquia y et astigmatismo postoperatorio, casi siempre importante,
y como éste varía mucho al principio, es preciso esperar a que pasen al
menos dos o tres meses para hacer una corrección óptica aceptable. Por
110 preocuparse de esto ciertos operadores mecánicos, resultan, al pare­
cer, deslucidas operaciones que en realidad están bien ejecutadas, pero
en las cuales sus autores no han acertado a hacer después una buena
corrección óptica. Es inútil insistir más sobre verdades tan evidentes.
IV.
Vamos ya a examinar et último grupo de circunstancias, o sean
las puramente fortuitas o accidentales. Son, por lo tanto, inesperadas,
sorprendiendo siempre, aun a los operadores más expertos, pudiendo
desbaratar el resultado feliz de la operación más brillantemente prac­
ticada. Un estornudo violento, golpes de tos, vómitos y otras muchas
circunstancias imposibles de prever, entran en esta clase; mas voy tan
sólo a fijarme en dos: una que ocurre durante la operación, y otra, que
puede ocurrir durante o después de la misma, aunque siempre en un
* Dos cuestiones relacionadas con la operación de la catarata , ya citado.
plazo muy próximo a ella. Son estas dos circunstancias: la salida deI
cuerpo vitreo y la hemorragia expulsiva.
A) La salida del vitreo es a veces posible de prever (y entonces
claro está que no entra en este grupo), como, por ejemplo, en los casos de
cámara anterior profunda con tem blor del iris o en los de catarata lujada,
casos en los que es casi segura dicha com plicación y en los que yo creo
indicada la sutura de la córnea con el fin de evitarla. M as aquí nos referi­
mos ahora a la salida inesperada y, al parecer, injustificada de vitreo,
cuando en un ojo en buenas condiciones aparentes y sin movimiento
alguno intempestivo por parte del enfermo, ni -falta operatoria por parte
del cirujano, el vitreo sale al exterior. Puede hacerlo antes de que salga
la catarata y aun antes de hacer la quistitom ía, siendo éste el caso más
de temer, pues indica que las fibras de la zónula están rotas en alguna
parte y en tal caso hay que apresurarse a hacer la extracción con la
cucharilla, procurando que la pérdida de dicho humor sea la menor posi­
ble. O tras veces el vitreo sale después del cristalino, y entonces una de
dos: l . 0 O se hizo sutura previa de la córnea o no. En el primer caso
(com o ocurrió en uno de los de mi citado trab ajo ) basta apretar el hilo
para que se unan los bordes y el vitreo cesa inmediatamente de salir,
siendo éste precisamente uno de los motivos por los que recomienda
Kalt la sutura de la córnea en todos tos casos, dado que no se sabe
cuándo va a ocurrir la com plicación que estamos estudiando; y 2.11 En
otros, que son la inmensa mayoría, la sutura no se hizo y entonces hay
que limitarse a coger el borde libre del párpado superior por las pestañas
y llevarle abajo y adelante para impedir la inversión del colgajo corneal,
uniendo así ambos párpados y poniendo en seguida un vendaje modera­
damente compresivo. Soy en absoluto opuesto a los paños de agua fría,
que algunos recomiendan, porque esto no puede hacer más que provocar
contracciones musculares que aumenten la salida de dicho humor. De
todos modos, las consecuencias que sobrevienen en un ojo operado, en
el que se perdió Vitreo, son variables, desde no ocurrir nada casi nunca,
y son los casos más felices, hasta retardo de la cicatrización de la herida,
o bien desviación de la pupila o deform idad de la misma por inversión del
iris hacia atrás; y por fin, en los casos más desgraciados, la atrofia
del globo, term inación, a decir verdad, muy excepcional, porque para
esto es preciso que la pérdida del citado humor haya sido considerable,
y casi nunca lo es. Inútil es decir también que cuando ocurre tal com pli­
cación hay que prescindir de ciertos detalles operatorios de perfeccio­
namiento, tales como la reposición del iris con la espátula, la extracción
de las masas que queden, maniobras entonces que serían excesivamente
peligrosas porque favorecerían la salida de más cantidad de vitreo. Así,
no es de extrañar que los resultados sean menos felices, a lo que hay que
añadir que esto ocurre también por otro motivo, y es por el enorme
astigmatismo postoperatorio que suele producirse.
B ) El segundo accidente, el más terrible de lodos cuan/os pueden
presentarse en un operado de catarata, es la llamada hemorragia
expulsiva. Yo lie observado tres casos ' en unos 1,200 operados
(no tengo estadísticas del número exacto de enfermos vistos en mis
primeros años de práctica), lo cual da la proporción aproximada de
1 por 400. El hecho consiste en lo siguiente, que se puede observar
durante o después de la operación:
1.° Durante la operación. — T odo ha sucedido normalmente 3? de
pronto comienza a salir vitreo y el enfermo siente dolor y se pone pálido
con tendencias al vóm ito, cosas que no ocurren en la vulgar salida del
vitreo. En el primer caso que yo observé, ocurrió operando delante de
los alumnos del curso oficial de O ftalm ología. Yo, que 110 conocía el
hecho más que por las descripciones de los libros, al ver salir el vitreo y
abombarse considerablemente el párpado superior, aun después de
cerrada la hendidura palpebral por aproximación de ambos bordes libres
(sin que hubiese ocurrido ningún otro accidente, pues la salida de la
catarata había sido completamente norm al), diagnostiqué el caso de
hemorragia expulsiva. Y en efecto, pusimos el vendaje y seguimos ope­
rando otros enfermos, y cuando al terminar la sesión vimos de nuevo
a la enferma, tenía ésta ya el vendaje manchado de sangre. La hemorra­
gia siguió abundante, a pesar de la ergotina que se le administró inme­
diatamente; un enorme coágulo se puso entre los labios de la herida...
y el ojo se perdió por atrofia, como ocurre siempre en estos casos.
2." Después de la operación, todo marcha también perfectamente,
y de pronto aparecen dolores violentos, vómitos, tendencia al síncope
y el vendaje se mancha de sangre poco después, y ¿a qué repetir la
misma historia?
En todos estos casos se trata de sujetos de edad avanzada, de vasos
frágiles, y en los que, sin duda por la disminución de presión que se
produce en el ojo por la extracción del cristalino, se produce la liemorrogia e.v vacuo, por rotura de los vasos del fondo del ojo, arrastrando
delante de sí la sangre, el vitreo, la retina, etc., y produciéndose la
desorganización y la atrofia del globo. Tales accidentes son en absoluto
imposibles de prever y contra ellos estamos totalmente desarmados.
D e W e c k e r cita en su Tratado varios casos (u no de ellos el de un
sacerdote español operado en B ia rritz) en los que ocurrió lo propio.
O tros autores citan casos semejantes.
R e s u l t a d o s o p e r a t o r i o s . — Véase, pues, qué serie de motivos,
afortunadam ente muy excepcionales, son causa de fracasos totales o par­
ciales en la operación de la catarata. Añádase a esto que en la operación
más feliz puede resultar más o menos tardíamente la opacificación sécun1 En mi trabajo, ya citado, «Com plicaciones raras postoperatorias en la extracción
de la catarata», menciono cuatro casos de hemorragia postoperatoria, de los cuales tres sola­
mente son, en realidad, de hemorragia expulsiva, pues en el cuarto se trataba de una hemo­
rragia intraocular, sobrevenida tardíamente y después de la cicatrización de la herida, que
se terminó por la curación.
daria de la cápsula, que al principio quedó perfectamente transparente
(aparte de que puedan sobrevenir otros trastornos, tales como placas
atróficas coriorretinianas, opacidades del vitreo, etc., totalm ente inde­
pendientes de la catarata y del acto operatorio), y se comprenderá que
el feliz resultado depende de muchos factores, de los cuales es sólo
uno de ellos el operador, y que atribuir a éste el fracaso es, en los profa­
nos, completamente pueril, pero en los técnicos tal afirmación sólo puede
acusar ignorancia o mala fe. Nadie puede ufanarse de poseer el secreto
del éxito, razón por la cual no se debe jamás pronosticar con seguri­
dad absoluta el buen resultado en la operación de la catarata. S ólo
los charlatanes se pueden permitir este lujo, claro es que sin perjuicio
de no cum plir siempre lo prometido.
Es preciso hacer saber a los enfermos o a sus deudos que en un
pequeño tanto por ciento (del 2 al 5), fracasos parciales o totales, indepen­
dientes, la mayor parte de las veces, del operador, vienen a emborronar
la brillante estadística de este transcendental acto quirúrgico. ¡Tan
transcendental, que al hacer que se alce otra vez «el telón bajado sobre
el mágico teatro de la vida» (C a ja l) *, permite al individuo volver
a estar de nuevo en condiciones de gozar del espectáculo del mundo
visible (ahora más m aravilloso que nunca, después de la forzada privación
a que la inoportuna enfermedad le condenara), gracias a haberse restable­
cido, con ayuda del Arte, la integridad funcional del órgano-instrumento
del más delicado y sutil de los sentidos corporales.
Necrología. — Ha fallecido en C ád iz el Dr. D. Cayetano del Toro,
médico y cirujano ilustre, a la vez que oftalm ólogo eminente; autor de
numerosos artículos y trabajos en Revistas por él fundadas y dirigidas;
organizador de Congresos científicos nacionales y regionales; autor de
un excelente Tratado de enfermedades de los ojos, del que se hicieron
tres ediciones; profesor libre de la especialidad y maestro de numerosos
discípulos disem inados por España y especialmente por Andalucía; p rác ­
tico educado en las delicadezas de la exploración clínica oftalm ológica
general, así como en las operaciones, que ejecutó con extraordinaria
maestría durante más de cincuenta años, a la vez que hombre de inagota­
ble actividad en el campo de la política y en el de las relaciones sociales;
alcalde de C ád iz en varias ocasiones y diputado provincial, cargos en
los que sus brillantes iniciativas le conquistaron el respeto general...
Todo esto y mucho más que no cabe en los estrechos límites de una
sencilla noticia, lo fué este hombre sabio y bueno, cuya muerte llora hoy
su amante ciudad de C ád iz, así com o la O ftalm o lo gía española, de la que
fué uno de los más ilustres cultivadores.
A su atribulada fam ilia y muy especialmente a su hijo, el doctor don
Enrique del T oro, envían los A r c h i v o s d e O f t a l m o l o g í a H i s p a n o ­
a m e r i c a n o s su más sentido pésame.
1 Introducción a su libro Fotografía de los colores. Madrid, 1012.
Sociedad Anónima L a N k o t i p i a . — Rambla de Cataluña, 11(1, Teléfono 7í)0S. — Barcelona
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