SANTOS PASTORES PARA UNA IGLESIA EN CLAVE MISIONERA Presentación en el Jubileo Extraordinario de la Misericordia en el Continente Americano, Bogotá, 28 de agosto 2016 Quisiera iniciar esta reflexión destacando la preposición ‘para’ que determina y orienta la santidad de todo bautizado, como también la del Pastor, de acuerdo como se expresa en el título: Santos Pastores para una Iglesia en clave misionera. En la obra Introducción al cristianismo, el cardenal Ratzinger afirma que “La palabra ‘para’ es la verdadera ley fundamental de la existencia cristiana”1. Ese ‘para’ responde a un doble movimiento en la experiencia cristiana: hacia la persona viviente de Jesucristo, en el encuentro personal con Él; y hacia el prójimo, para compartir con él la vida nueva de Jesucristo y el fervor de la misión. Ese ‘para’, que indica la orientación fundamental del creyente, se expresó en Aparecida mediante la fórmula “discípulo misionero”, como un movimiento único y simultáneo del discípulo hacia su Maestro y por Él, con Él y en Él –para utilizar la amorosa locución eucarística– hacia la comunidad y la misión. La santidad es la unión con Cristo, vivida en la Iglesia y abierta la misión. Aparecida presenta esa unión con Cristo mediante la experiencia del discipulado misionero, que se expresa en las vocaciones específicas de los diversos estados de vida y ministerio. En ese contexto encontramos a los pastores, discípulos misioneros de Jesús Buen Pastor. La expresión “discípulo misionero” se emparenta con el significado del término santo, porque ambas expresiones definen a una persona que vive orientada totalmente hacia y “para otro”. Por su parte, sabemos que la etimología del término “santo” señala a alguien segregado, separado, dedicado, consagrado, es decir, para otro, como lo vemos maravillosa y ejemplarmente encarnado en la vida y obra de santos pastores, cuya vida se comprenden únicamente en cuanto son y hacen para otros. Aparecida: un apremiante llamado a la santidad y a la misión La Asamblea de Aparecida fue concebida como preparación y proyección hacia la misión continental, de allí que el eje sobre el que giró todo su movimiento fue el binomio: discípulo misionero. Obviamente, discípulo de Jesucristo y misionero suyo, “para que nuestros pueblos en Él tengan vida”. En el apartado dedicado específicamente a “La Vocación de los Discípulos Misioneros a la Santidad”, encontramos las notas principales que caracterizan la santidad de discípulo misionero, que vemos encarnadas en el testimonio valiente de los santos y santas de nuestro continente. 1 RATZINGER J., Introducción al cristianismo, p. 210; citado en el libro Para que nuestra América viva, del P. Joaquín Alliende Luco. 1 La primera nota de santidad es el llamado al seguimiento de Jesucristo. Jesús invita a encontrarnos con Él y a que nos vinculemos estrechamente a Él. Ésta es la primera y fundamental nota del camino hacia la santidad. Esta necesidad de encontrarse con la persona viva de Jesús –presencia de Jesucristo resucitado–, o de reencontrarse con Él, es la que subyace en la propuesta que se formuló con la feliz expresión ‘discípulos misioneros’. Evangelii Gaudium: una Iglesia en clave de santidad misionera El papa Francisco, en su carta programática Evangelii Gaudium, asumiendo la opción misionera de Aparecida, es categórico cuando afirma que “la salida misionera es el paradigma de toda la obra de la Iglesia (…) y que ya no podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos y que hace falta pasar de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera”2. Por eso, él mismo dice que entre otros temas, decidió detenerse largamente sobre “la reforma de la Iglesia en salida misionera”, como la primera cuestión a ser abordada3. En consecuencia, el primer capítulo de la mencionada Exhortación trata sobre la transformación misionera de la Iglesia, que deberá llegar a todos sin excepciones, sin olvidar que los pobres son los destinatarios privilegiados del Evangelio4. En toda América hay testimonios elocuentes de esa santidad misionera, que se encuentran a lo largo de todo el proceso evangelizador del continente, y sobre los cuales el portal del CELAM fue ofreciendo unas breves biografías como anticipo y preparación para este congreso. Menciono rápidamente sólo algunos: recordemos, por ejemplo, a la gran contemplativa Rosa de Lima; a Francisca Javier Cabrini, madre de los emigrantes; Laura Montoya, primera santa colombiana, un testimonio conmovedor de misericordia; Paulina, la primera santa del Brasil, otro ángel de misericordia especialmente para los más pobres y desamparados; Alberto Hurtado, chileno, misionero de la misericordia entre los pobres, los trabajadores y los jóvenes; Pedro de San José Betancur, santo guatemalteco; el dichoso Juan Diego, indio bueno y cristiano; el obispo mártir Oscar Arnulfo Romero, quien con corazón de padre se preocupó de las mayorías pobres; Damián de Molokai, el leproso voluntario, que atendió misericordiosamente a sus hermanos volviéndose leproso como ellos; Catalina Tekakwitha, la primera santa piel roja; y, para concluir, dos grandes santos canadienses, a quienes canonizó el papa Francisco: a María de la Encarnación, Madre de la Iglesia Católica en Canadá, y al Obispo de Quebéc, Francisco de Montmorency-Laval, gran misionero del siglo XIV en América del Norte. Dios quiera que, motivados por estos luminosos ejemplos, un viento impetuoso de santidad recorra el Jubileo Extraordinario de la Misericordia en todas las Américas. A continuación, me voy a detener en una breve semblanza de tres grandes y santos pastores, que dejaron una huella profunda de ejemplaridad discipular y misionera. De los tres se puede decir que fueron testimonio de aquel pastor, que “según Jesús tiene el corazón libre para dejar sus cosas, no vive haciendo cuentas de lo que tiene y de las horas de servicio: no es un contable del espíritu, sino un buen Samaritano en busca de quien tiene necesidad. Es un pastor (…) obstinado en el bien, ungido por la divina obstinación de que 2 Evangelii Gaudium, 15. Cf. EG, 17. 4 Cf. EG, 48. 3 2 nadie se extravíe. Por eso, no sólo tiene la puerta abierta, sino que sale en busca de quien no quiere entrar por ella. (…) El epicentro de su corazón está fuera de él: es un descentrado de sí mismo, centrado sólo en Jesús. No es atraído por su yo, sino por el tú de Dios y por el nosotros de los hombres”5. Me refiero a Santo Toribio de Mogrovejo, a San Rafael Guízar de Valencia, y al que será canonizado el próximo 16 de octubre, el beato José Gabriel del Rosario Brochero. 5 FRANCISCO, Homilía, 3 de junio de 2016. 3 SANTO TORIBIO ALFONSO DE MOGROVEJO6 Hijo de una familia noble, nació en septiembre de 1538 en un pueblo de Mayora, León, España. Estudia Humanidades y Derecho, cuando le llega el nombramiento real de inquisidor de Granada, por su alto ejemplo de virtud como estudiante y por sus acendradas virtudes cristianas. Fue un hombre de intensa vida interior en medio de una tarea que para nada resultaba fácil. En todas sus intervenciones, así en el tribunal reunido como en las visitas a los pueblos de la zona, cuyas actas se conservan, puede verse la independencia de juicio, el amor a la verdad, el respeto a las personas, el pago a la justicia, etc., que distinguían a este inquisidor singular, cuyo prestigio crecía a los ojos tanto de sus superiores como del propio pueblo llano. Aquellos mismos a quienes tuvo que corregir reconocieron que su actividad era justa y humana. Cuando el rey lo propone como arzobispo de Lima para suceder al eminente dominico Jerónimo de Loaysa, primer arzobispo de Lima, le hizo ver su escasa preparación: no tenía más que la tonsura, no había pensado nunca en ascender a las órdenes sagradas y no se encontraba apto para tal cargo. Pero esa resistencia de Toribio no hizo sino confirmar al rey que había elegido bien, pues desconfiaba de quienes ansiaban las dignidades eclesiásticas y en cambio se fiaba de los prelados humildes y desinteresados. Ya nombrado arzobispo y habiendo recibido la consagración, todos comprobaron que el nombramiento no le había quitado su sencillez y austeridad, pues no parecía un arzobispo, sino un clérigo modesto. El 11 de mayo de 1581 desembarcaba en la ciudad de Lima. Hombre profundamente evangélico y eclesial La santidad de Toribio, desprendido de todo interés terreno, pobre, austero, devotísimo, pastor celosísimo, sacrificado, prudente, inaccesible al rencor o cualquier actitud menos evangélica, resultó evidente a su diócesis y a su clero. Era un hombre de asidua oración, de estudio continuo, de gran recogimiento y modestia, sin aspiraciones a ninguna dignidad, sino solamente deseoso de servir al Señor. A decir de su más importante biógrafo7, Toribio supera todo humano elogio, y desde luego no es conocido lo que debiera serlo, pues difícilmente hay en la historia figuras pastorales de su talla. Toribio venía con ideas muy claras: la Iglesia de Lima tenía que regirse por los principios teológicos y pastorales de Trento y tenía que ser esencialmente una Iglesia en estado de misión. Hay que tener en cuenta que la metrópoli de Lima abarcaba gran parte de Sudamérica, cuyas diócesis sufragáneas se regían por lo que en Lima se hacía. Se distinguió como predicador infatigable de la palabra divina, administrador asiduo y fiel de los santos sacramentos, y gobernante prudente y celoso de la comunidad a él confiada. Para ordenar la diócesis y abrirla a la misión, celebró diez sínodos a lo largo de sus veinticinco años de episcopado, en los cuales conformó, restauró y adaptó la legislación 6 NUEVO AÑO CRISTIANO, José A. Martínez Puche (Director); 23 de marzo, Santo Toribio de Mogrovejo, José Luis Repetto Bettes. 7 CROISSET J., Año Cristiano. 4 diocesana a los propósitos de la tarea misional y la tarea pastoral, encareciendo mucho la responsabilidad del clero, singularmente de los párrocos, y ocupándose con muy concretas orientaciones de la transmisión del Evangelio a los nativos en las llamadas doctrinas y otros medios. Llegó a celebrar tres concilios provinciales. Con notabilísimo trabajo, venciendo grandes dificultades, logró aunar las voluntades de los obispos diocesanos asistentes, para que, depuestos los intereses particulares, con las leyes y normas promulgadas se velase sobre todo por los intereses del Evangelio y de la Iglesia, y se atendiese el bien del pueblo de Dios, muy en primer plano de los humildes y sencillos. Para predicar el Evangelio y para administrar los santos sacramentos, Toribio vio con claridad que el arzobispo no podía limitarse a ser un administrador de su vasta diócesis desde la distancia y la comodidad de su palacio arzobispal. Era preciso la visita pastoral personal. En la primera empleó seis años, en la que predicó infatigablemente, confirmó a más de ochocientas mil personas, promovió la aplicación de las orientaciones pastorales y canónicas a cada parroquia, cada comunidad, a cada sacerdote, a cada agente de la pastoral. De sus veinticinco años de pastor de la diócesis limeña pasó diecisiete en visitas pastorales, recorrió 40.000 kilómetros, 13.000 de ellos a pie. Y puso gran interés en aprender los idiomas indígenas para dirigirse a los indios en sus propias lenguas y aparecer así cercano a todos. No consideró imprescindible volver a Lima para la celebración de los sínodos diocesanos. Los convocaba en alguna población en la que se encontrara de paso en su itinerario de la visita pastoral. En esos sínodos revisaba la vida diocesana y volvía a plantear al clero la exigencia de una vida ejemplar y apostólica. Sintonizaba plenamente con Trento en que la situación espiritual de los pueblos sería la de sus pastores, y que ninguna ocupación era tan urgente como la de la formación de los candidatos al sacerdocio. Para ello creó el primer seminario diocesano del Nuevo Mundo. Pruebas y padecimientos en su tarea apostólica A su llegada a Lima, encontró una ciudad en grave decadencia espiritual. Los conquistadores cometían muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos para excusarse del mal que estaban haciendo, decían que esa era la costumbre. El arzobispo les respondió que Cristo es verdad y no costumbre. Y empezó a atacar fuertemente todos los vicios y escándalos. Las medidas enérgicas que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchas persecuciones y atroces calumnias; el callaba y ofrecía todo por amor a Dios. Fue defensor acérrimo de la justicia en las relaciones humanas. Los indios, los negros, los mestizos, la gente de color, en una palabra, tuvieron siempre un defensor en Toribio. No puede extrañar que chocara con quienes habían ido a las Indias con ansias de enriquecerse y pasar por encima de los verdaderos intereses del pueblo y del Evangelio. Las denuncias se acumularon en la mesa de Felipe II, quien le escribe con dureza a Toribio. Este defendió su causa haciéndole ver que la acusación era siniestra y mal intencionada. Pareciéndole 5 imprescindible que el pastor siguiera en su puesto, mandó a España a su vicario general, pero él siguió en su trabajo constante en el tajo de la misión. Catequista y predicador infatigable La catequesis fue la niña de sus ojos, para cuya instauración por toda la diócesis hizo los máximos esfuerzos. Para ello mandó la publicación de un catecismo en tres lenguas: castellano, quechua y aimara, y en dos niveles, mayor y menor, que serviría de pauta durante siglos para la catequesis parroquial. Impulsó la fundación de monasterios de clausura, pareciéndole muy importante la oración y el testimonio de las monjas, y asimismo requirió la presencia y la colaboración de los religiosos en sus diferentes órdenes para el fomento de la vida espiritual de los fieles y una más abundante predicación de la palabra de Dios. Murió como vivió: entregado a la misión El Jueves Santo del 23 de marzo de 1606, por la tarde, mientras le cantaban el salmo In te, Domine, speravi, expiró en una capillita donde estaba predicando y confirmando a los indígenas. Fue beatificado en 1679 por el papa Inocencio XI y canonizado en 1726 por Benedicto XIII. Juan Pablo II lo proclamó patrono del episcopado latinoamericano en 1983. 6 RAFAEL GUÍZAR Y VALENCIA Rafael Guízar y Valencia8 nació en Cotija, en la Diócesis de Zamora el 26 de abril de 1878, y falleció en la ciudad de México el 6 de junio de 1938 a la edad de 60 años. La vida y misión de este extraordinario y santo Pastor hay que ubicarla histórica y geográficamente en el México de la revolución, durante las primeras décadas del siglo pasado, marcado por las persecuciones a la Iglesia y a sus ministros. En las respectivas homilías de beatificación y canonización, los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, destacaron los principales rasgos que distinguieron la santidad de este ejemplar Pastor de la Iglesia en México: su pasión por Cristo y su Iglesia; su devoción a la Eucaristía y su amor a la Virgen María; el imparable espíritu misionero que lo impulsaba, aún en circunstancias adversas y llenas de peligros; su vida pobre y austera, y su caridad con los pobres y preocupación por los alejados. Hombre centrado en Dios Su vida y ministerio se destacó por su fidelidad incondicional y una gran pasión por Cristo y su Iglesia. A su muerte, el pueblo consideró que un santo pastor había entregado su alma a Dios. Imitando a Cristo pobre se desprendió de sus bienes y nunca aceptó regalos de los poderosos, o bien los daba enseguida. Su caridad vivida en grado heroico hizo que le llamaran el "Obispo de los pobres"9. Se sabe que, en medio de las fatigosas jornadas, no descuidó jamás el cultivo de su vida espiritual, su oración, su diaria y ferviente celebración eucarística, imprescindibles para hacer frente a lo que encontró y a lo que sobrevendría más adelante. Su espiritualidad estaba basada en la devoción eucarística y en el amor a la Virgen María. El fomento de las vocaciones sacerdotales, la administración de los sacramentos, particularmente la penitencia y el matrimonio, regularizando así muchas uniones de hecho; la predicación de la Palabra de Dios, además de una dedicación asidua a la oración, hicieron también de él un hombre de fe y de acción, preocupado por la salvación de las almas. Como signo de su amor a Cristo y a la Iglesia, y de su total entrega al ministerio, se venera el corazón incorrupto de este santo pastor de la Iglesia latinoamericana, el primer obispo santo del continente inscrito en el catálogo de los Santos10. Probado en la contrariedad Todavía joven sacerdote, se reveló como uno de los más peligrosos enemigos de la revolución que pretendía borrar todo signo de vida cristiana del suelo patrio. Consecuencia de ello, el P. Rafael fue desterrado de México. Y el buen sacerdote no tuvo más remedio que abandonar su patria y buscar asilo en otros países. 8 Cf. NUEVO AÑO CRISTIANO, Ed. San Pablo, n. 6; Homilías de Juan Pablo II y de Benedicto XVI en la beatificación y canonización respectivamente. 9 BENEDICTO XVI, Homilía. 10 Ibídem. 7 Luego de siete años de episcopado, es expulsado otra vez del país. Fueron dos años de destierro y de intenso sufrimiento, sabiendo que su querido pueblo seguía atormentado por la persecución, sin el apoyo del pastor que solo desde lejos podía ayudarlo con su oración y con su amor. De regreso a su diócesis, y luego de solo dos años, fue nuevamente desterrado. Imposibilitado a regresar por razón de la persecución religiosa, permaneció en la Capital, dedicándose particularmente a la asistencia de heridos y moribundos a los cuales faltaba la asistencia sacerdotal. Incansable misionero El joven sacerdote Rafael descubre su vocación de misionero acompañando al Obispo coadjutor, quien no se limitaba en sus visitas pastorales, a urgir el cumplimiento de las leyes eclesiásticas y a inspeccionar los archivos, sino que además entraba en contacto directo con el pueblo dando misiones con el fin de catequizarlo y acercarlo a los sacramentos. Ahí descubrí –confiesa él mismo– mi vocación de misionero y aún el método que posteriormente emplearía en las misiones que di a lo largo de treinta y siete años. Misionero, la clave de toda mi vida, dirá luego de sí mismo. Monseñor Guízar inició su ministerio episcopal misionando entre los damnificados recorriendo a pie o a lomo de mula los pueblos afectados por el sismo. Les llevó el auxilio de los sacramentos, de la Palabra y ayuda material11. Su apostolado como sacerdote y luego como obispo estuvo marcado por la persecución o por situaciones peligrosas. Por muchos años no tuvo domicilio fijo, sin que las dificultades le impidieran desempeñar su acción misionera, repitiendo “Yo daría mi vida por la salvación de las almas”, al estilo del Buen Pastor12. Quienes lo conocieron, pudieron afirmar que no había fuerza o contrariedad que debilitase su afán evangelizador. La enseñanza del catecismo y las misiones populares fueron los polos sobre los que centró su actividad. En sus años de destierro continúa con las misiones populares en Cuba, en el sur de los Estados Unidos, Colombia y Guatemala13. También en sus visitas pastorales fomentó con mucho entusiasmo las misiones populares como una experiencia beneficiosa para la renovación espiritual de las comunidades. Se destacó, además, en poner gran atención en la catequesis y el cuidado de los más débiles y enfermos. Como Obispo se interesó de la situación de las 56 parroquias de la Diócesis, esparcidas sobre la vasta superficie de 46.000 km2, frecuentemente en zonas inaccesibles. El Santo las visitó a cada una al menos tres veces, siempre aprovechando la visita pastoral para dar misiones al pueblo. Compuso un sencillo catecismo mediante el cual enseñaba la doctrina cristiana. El amor a Dios y la presencia de N.S. Jesucristo en la Eucaristía, así como la devoción a la Santísima Virgen María, eran las notas distintivas de sus misiones. 11 Ibídem. Ib. JUAN PABLO II, Homilía. 13 SOTO CÓRDOBA, Elías R., Pbro., Conferencia; México, septiembre de 2006. 12 8 San Rafael Guízar y Valencia es un llamado para los hermanos obispos y sacerdotes a colocar toda la pastoral en clave misionera y espíritu de pobreza, privilegiando a los más pobres y alejados; fomentar las vocaciones sacerdotales y religiosas, y su formación según el corazón de Cristo14. El Seminario: “la pupila de sus ojos” Para el reclutamiento y la formación del clero, dedicó especiales cuidados al seminario, logrando mantenerlo abierto (a veces en forma clandestina) aún en los momentos más trágicos de la revolución. Mons. Guízar consideraba al Seminario como “la pupila de sus ojos” (…) Construyó al mismo tiempo escuelas para la formación de la juventud. Se dedicó a la reorganización de la enseñanza catequética y de la asistencia a los pobres15. Siendo director espiritual del Seminario de Zamora, escribía: “Insistí en que los jóvenes intensificaran la oración y la comunión frecuente. Oía confesiones por la mañana y por la tarde, daba pláticas espirituales con la mayor frecuencia, hablaba personalmente con cada uno de los seminaristas preocupado de sus problemas, deseoso de infundir en ellos en espíritu apostólico y misionero. Reinaba en el seminario un ambiente de intensa piedad”. Concluyo, repitiendo la frase que el Santo Obispo de Veracruz ocupaba al firmar sus cartas: ¡Que el Señor los colme de sus bendiciones y los llene de su santo amor! 14 15 Ib. JUAN PABLO II, Homilías. Ibídem. 9 JOSÉ GABRIEL DEL ROSARIO BROCHERO ¿Quién es el “Cura Brochero”? Un sacerdote nacido en la República Argentina, que vivió entre los años 1840-1914 en la Provincia de Córdoba, y desempeñó la mayor parte de su ministerio en una región que se denomina Traslasierra, en el oeste de esa provincia. Declarado venerable por san Juan Pablo II el año 2013, en la pequeña localidad cordobesa de Villa Cura Brochero. El próximo 16 de octubre, será elevado a los altares como santo por el papa Francisco. Con ocasión de su beatificación, la Conferencia episcopal argentina, en un mensaje que emite a los sacerdotes, describe así los rasgos que distinguen la figura evangélica y sacerdotal de Brochero: su vida radicada en Dios, su amor a Jesucristo, a la Palabra y a la Eucaristía; su celo apostólico, especialmente por los más alejados y necesitados; la fortaleza y creatividad de un sacerdote que vivía intensamente su vocación de párroco; la originalidad con que unió evangelización y promoción humana; su tierna devoción a la Purísima; el testimonio elocuente de su vida pobre y entregada; su capacidad de amistad con grandes y pequeños; su configuración con Cristo paciente, sobre todo al final de sus días. Un hombre entregado a Dios y amante de Jesucristo Todos los testimonios coinciden en señalar que el Cura Brochero fue un hombre de Dios. Su principal motivación apostólica fue conducir a su gente hacia el encuentro con Jesucristo, para que, transformados por ese encuentro, dejen atrás su vida de pecado y vivan en el amor a Dios y en el servicio al prójimo. Su figura responde totalmente al llamado a la santidad: orientación claramente centrada en la persona viva de Jesucristo. Con aquella amorosa expresión eucarística, podríamos decir que todas las dimensiones de su vida aparecen movidas “por él, con él y en él”, vividas con sencillez y naturalidad, sin afectaciones espiritualistas ni pastoralismos excéntricos, que atrajeran la atención sobre su persona. Cuando al vice postulador16 de la causa le preguntaron sobre el éxito apostólico del Cura Brochero, calificado como un logro verdaderamente extraordinario por la profunda conversión que alcanzó con un pueblo muy difícil, su respuesta fue sencilla y clara: eso se debe a que Brochero propició, con todas sus energías y su vida, el encuentro de esa gente con Jesucristo resucitado. Pero aquí debemos apuntar aquello que leemos en Aparecida sobre los párrocos, animadores de una comunidad de discípulos misioneros: “La renovación de la parroquia exige actitudes nuevas en los párrocos y en los sacerdotes que están al servicio de ella. La primera exigencia es que el párroco sea un auténtico discípulo de Jesucristo, porque solo un sacerdote enamorado del Señor puede renovar una parroquia” (n. 201). En ese sentido, con motivo del reciente Jubileo de los Sacerdotes, el papa Francisco señaló que “El corazón de pastor de Cristo conoce sólo dos direcciones: el Señor y la gente. El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el amor del Señor; por eso no se mira 16 MEREDIZ, Julio sj: Brochero, un hombre de Dios para su pueblo, conferencia, en www.curabrochero.org.ar 10 a sí mismo —no debería mirarse a sí mismo— sino que está dirigido a Dios y a los hermanos”. Preclaro testimonio de esas dos direcciones es la vida de Brochero, de sus tiempos prolongados de oración delante de la Eucaristía, del rezo del santo rosario y su especialísima devoción a la Santísima Virgen, a quien familiar y cariñosamente llamaba “La Purísima”. Esta práctica de oración constante, silenciosa y prolongada es la que luego hace fecunda su predicación y toda su tarea apostólica. Apasionado por su pueblo Además de su ingente labor pastoral, el Cura Brochero fue un extraordinario y eficacísimo promotor del progreso material, social y cultural de la extensa región que abarcaba su parroquia. Entre las numerosas obras se cuentan la construcción y reconstrucción de templos, escuelas, caminos, diques, acequias, correos y telégrafos, ramales de ferrocarril, bancos y la Casa de Ejercicios, por la cual pasaron más de 40.000 ejercitantes durante su tiempo, porque estaba convencido de que habría un país más justo y fraterno si se renovaban los corazones de los hombres. Sin embargo, no fue un hombre que se identificara con el ideal de un constructor y promotor social. Su corazón sacerdotal se volcó siempre en el servicio hacia los más necesitados. Por esta razón, estuvo dispuesto a golpear todas las puertas y a buscar a todos aquellos que puedan darle una mano a fin de conseguir los medios temporales necesarios para que sus feligreses alcanzaran una vida más digna y cristiana17. Fue precisamente su corazón sacerdotal el que lo llevó a ponerse al servicio de las necesidades de su gente, pero no por eso dejó de vivir plenamente su identidad de pastor apasionado y sensible al hombre sediento de perdón y de paz: “Yo me felicitaría si Dios me saca de este planeta sentado confesando y predicando el Evangelio”18. Entre las numerosas anécdotas sobre su vida apostólica se cuenta que una vez lo llamaron para visitar un enfermo. Para llegar a ese rancho se encuentra con el río crecido. Cualquiera se hubiera echado atrás, pero el Cura Brochero manda la mula adelante y prendido de la cola de su mula cruza el río diciendo: "¡Guay de que el diablo me lleve un alma!" Un sacerdote sobre una mula no es nada, pero si lo impulsa la fuerza del amor, puede hacer verdaderos milagros de cariño en sus fieles. Brochero decía: "El sacerdote que no tiene mucha lástima de los pecadores es medio sacerdote. Estos trapos benditos que llevo encima no son los que me hacen sacerdote; si no llevo en mi pecho la caridad, ni a cristiano llego"3. Madurado en el martirio Me refiero a esta maduración como la constante, fiel y heroica entrega de la persona en el sufrimiento por amor a Jesucristo, a la Iglesia y a la gente. El Cura Brochero fue un testimonio extraordinario de paciencia y ofrenda que le impuso la enfermedad en sus últimos años de vida. Identificado con la pascua de Cristo, él mismo escribe a un 17 18 Carta pastoral, Obispos Región Centro de la Conferencia Episcopal Argentina, 2013. Ibídem. 11 condiscípulo suyo confesando que “es un grandísimo favor el que me ha hecho Dios Nuestro Señor en desocuparme por completo de la vida activa y dejarme con la vida pasiva, quiero decir que Dios me da la ocupación de buscar mi último fin y de orar por los hombres pasados, por los presentes y por los que han de venir hasta el fin del mundo”19. La señal inconfundible, que indica la santidad de una vida, es la entrega generosa a compartir los sufrimientos que se han de padecer por causa del Evangelio. Prueba de ello, además del último período ya mencionado de la existencia del Cura Brochero, son los innumerables episodios de incomprensiones que soportó con entereza y serenidad evangélicas. Cuando se celebró el cincuentenario de su muerte, se dijo de él lo que se espera oír de todo sacerdote, a quien se confía el cuidado pastoral de una comunidad: “Amó a su parroquia hasta el fin Dios quiso que se inmolara en el más doloroso sacrificio, contrayendo la más penosa de las enfermedades: la lepra, en el decurso de las tareas apostólicas. Pero ni esta enfermedad ni la pérdida de la vista que la siguiera, fueron obstáculo para que el Cura Brochero fuera ‘cura hasta el final’, edificando su parroquia hasta el último día de su vida, con su oración, su Misa, su ejemplo, su caridad”20. Y con motivo de su beatificación, el papa Francisco, en el mensaje que envió a la Conferencia Episcopal Argentina, escribió: “Brochero era un hombre normal, frágil, como cualquiera de nosotros, pero conoció el amor de Jesús, se dejó trabajar el corazón por la misericordia de Dios. Supo salir de la cueva del «yo-me-mi-conmigo-para mí» del egoísmo mezquino que todos tenemos, venciéndose a sí mismo, superando con la ayuda de Dios esas fuerzas interiores de las que el demonio se vale para encadenarnos a la comodidad, a buscar pasarla bien en el momento, a sacarle el cuerpo al trabajo. Brochero escuchó el llamado de Dios y eligió el sacrificio de trabajar por su Reino, por el bien común que la enorme dignidad de cada persona se merece como hijo de Dios, y fue fiel hasta el final: continuaba rezando y celebrando la misa incluso ciego y leproso”21. En ese mensaje, el Santo Padre exhortó a que “Dejemos que el Cura Brochero entre hoy, con mula y todo, en la casa de nuestro corazón y nos invite a la oración, al encuentro con Jesús, que nos libera de ataduras para salir a la calle a buscar al hermano, a tocar la carne de Cristo en el que sufre y necesita el amor de Dios. Solo así gustaremos la alegría que experimentó el Cura Brochero, anticipo de la felicidad de la que goza ahora como beato en el cielo”22. 19 Carta al Obispo de Santiago del Estero, Mons. Dr. Yañiz Martín; 28 de octubre de 2013. Carta del Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, Card. Antonio Caggiano, adhiriendo al Cincuentenario de la muerte del Cura Brochero; en www.curabrochero.org.ar, Vida y obra. 21 FRANCISCO, Carta al Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, 14 de septiembre de 2013. 22 Ibídem. 20 12