Rev. Med. Univ. Navarra X; 129, 1966 CONFERENCIAS Medio de de cabecera Jesús Sardaña Aunque las lecciones que se publican en esta Sección de la Revista se suelen modificar antes de su publicación para adaptarlas a la forma escrita, la conferencia del Dr. Sardaña que hoy nos complacemos en reproducir en nuestras páginas posee un sello tan personal que hemos preferido darla a la luz tal como él la pronunció, sin atrevernos a alterar nada en la transcripción de la misma. Cuando recibimos la i:witación del profesor Ortiz de Lanzáruzi para dar una conferencia e::J. la Facultad de Medicina de la Universidad de Navarra, nos quedamos un poco sorprendidos, pues nunpensar que nuestra oscura pudiera ser alguna vez motivo de ate;ición para nadie. Nos resistimos un poco a aceptarla considera:::J.do que el encargo era excesivo para nuestras escasas fuerzas; pero alentarados por la benevolencia del Profesor Ortiz de y por la amistad del nos decidimos al fin y nos elegir un tema. La verdad es que no dudamos mucho. Era ::iatural pensar que, si se nos invitaba para ocupar la atención de Vds. dura:ite unos minutos, no era para tra- tar de cuestiones sobre las cuales pueden oir o leer con más comodidad y más fruto, sino para traerles algo en lo que estuviéramos especialmente preparados; y esto no podía ser otra cosa que nuestra práctica en esa especial faceta de la actividad profesional que es la Medicina de cabecera. Lo que vamos a comentar es la expresión sincera del sentir y pensar de u"l pequeño grupo de médicos de cabecera, que tenemos la "debilidad" de reunirnos todos los sábados, si nos dejan, que casi nunca nos deja:-i, para hablar de Medicina. Son los Drs. Albalad, Domínguez, Galbe Pueyo (José M." y Ramón), Rivas y mi hermano José, que ha querido Hcompañarme para disfrutar 130 JESUS SARDAÑA Vol. X conmigo de la cordial acogida que nos dispensan. Pasemos ahora al tema. nen, a excepción de los niños que en las ciudades corren a cargo del pediatra. Pocas modificaciones se produieron ea la práctica de la vieja Medicina de cabecera hasta comenzar el siglo XX, y las de mayor trascendencia surgieron cuando ya estaba yo en pleno ejercicio profesional. Pero ni lo de cabecera, ni lo de familia, dicen bien de la condició::i peculiar que tiene este tipo de ejercicio. Porque el médico de cobecera no debe confundirs·e con el que hace visita domiciliaria a determi:iado número de familias. Para que pueda hablarse de Medicma de cabecera hace falta que existan entre el médico y las familias vínculos afectivos consecuencia de una prolo::igada relación profesional, con completa entrega del médico, y fidelidad de las familias. De::itro de poco hará 40 años que lo inicié por riscos del Maestrazgo y desde entonces ese ejercicio ha sido i:1interrumpido, aunque haya variado bastante el ambiente de su práctica. Para poder hablar como testigo presencial del medio siglo me faltan 10 años: pero la Medicina de cabecera, dentro de la que me formé e inicié mi práctica, era la misma que a principios de Siglo, y en definitiva puedo hablar de esa deque me falta como si la hubiese vivido. Para centrar:-ios en el tema, creo que no estará de más perfilar bien lo que debe entenderse, o al menos yo entiendo, como Medici1a de oabecera. En sentido literal, Medicina de cabecera es la que practica el médico junto al enfermo que guarda cama. En este se:-itido todos los médicos pueden ser, en algu:1a ocasión, médicos de cabecera. Pero el uso, la costumbre, tienen muchas veces poco respeto con los sentidos literales y así, cuando se habla de médico de cabecera, todo el mundo entiende que es aquél que la practica con continuidad, habitualmente, y co:i enfermos particulares, es decir, ante pocos ; y ::io se llama así al que actúa frente a enfermos encamados en el Hospital, porque su trabajo se realiza con frecuencia a la vista de muchos. Médico de cabecera es sinónimo de médico de familia y es con esta de::iominación con la que se expresa otra de sus especiales cualidades, pues casi siempre asume la responsabilidad del cuidado de todos los i:-idividuos que la compo- Esa trabazón, esa compenetración afectiva tan característica de la especial modalidad de ejercicio que comentamos, la considero indispensable para que el cuidado del enfermo en tra:1ce de enfermedad grave pueda realizarse de acuerdo con las ideas actuales sobre el humano sufrimiento, y necesaria también para el médico de cabecera, pues sólo en ella encuentra el necesario estímulo pma llevar adelante su compleja labor y el paliativo de sus muchas incomodidades. LA AFECTIVIDAD De los dos elementos, técnica y afectividad, que todo médico puede y debe poner en juego a la cabecera del hombre enfermo, es hoy, cuando se cuenta con tantas medicaciones y procederes efic·aces contra la enfermedad, la técnica, el primero; pues el médico meramente compasivo y bondadoso no actúa sino sobre la fracción psíquica del problema que la enfermedad pla::itea, y su incapacidad para la lucha en el terreno de lo somático, puede s·er origen de graves daños para el paciente. Pero el hombre enfermo, mientras está consciente, siente con frecuencia, a la vez que las molestias debidas a los trastornos orgánicos, miedo y angustia : y estos se:itimientos hacen que con frecuencia Junio 1966 MEDIO SIGLO DE MEDICINA DE CABEC'ER.A retroceda psíquicamente a edades pretéritas y adopte un comportamiento infantil en no pocos oasos. En esta situación clínica, el médico ha de tener en cuenta que no todo en el paciente es orga;iicidad, que el hombre sufre en su unidad cuerpo-alma y por tanto, para cumplir con su misión de tratarl·e y curarle acertadamente, debe atender también a los componentes anímicos para que su labor sea completa en la totalidad del hombre-enfermo. Nad·a mejor puede hacer entonces que acompañar lo,s cuidados téc;1icos de un comportamiento tal, que dé a aquél hombre la impresión de que quien le cuida y lucha a su lado contra la enfermed·ad es no sólo un técnico i:iteresado, sino un buen padre o un fraternal amigo, pues así el médico es a la vez medicame:ito que calma la angustia del e;ifermo y exalta su actitud combatí va; y ya sabemos cuanto importancia tiene esa disposición de ánimo en el curso de los procesos y sobre todo en su desenlace. Pero esa manera de atender a los enfermos no puede S·er una norma más de la práctica, porque la compenetración afectiva e:-itre eafermo y médico no se for}a en un momento. Hace falta que haya sido preparada, y lo está siempre en Medicina de cabecera, porque surge y crece como consecuencia de la prolongada relación del médico con las familias en un clima de cordialidad. En cambio, no es fácil provooarla, ni es necesario tampoco, e;i las múltiples situacio:-ies en las que los contactos entre enfermo y médico son breves y esporádicos. Dedúcese de todo esto, que si de los valores afectivos pueden prescindir con frecuencia los demás, no puede hacerlo nunca el médico de cabecera, pues su labor ha de realizarla en casa del enfermo, en el seno de las familias y dura::ite mucho tiempo, y no son soportables rela- Bl ciones interhuma:ias de ningún tipo -y menos de la condición de la que comentamos, y en régimen de plena libertad- si :;io están bajo el signo de la simpatía y el afecto recíprocos. Es por tanto preceptivo en Medicina de cabecera, que el médico ame a les familias que componen su clie::itela. Si al médico de cabecera no le es posible muchas veces querer a sus enfermos, debe al menos obrar como si los quisiera, pues en el afecto que por su conducta suscite en ellos e:icontrará la mejor colaboración e;i su trabajo. Obrando de otro modo, no podrá crear con su clie:-itela la conexión afectiva conveniente, encontrará mil obstáculos para L:Jda la labor que hoy le incumbe y acabará huyendo de esta modalidad de ejercicio para refugiarse en cualquiera de las especialidades en las que los contactos con los enfermos pueden ser, por fugaces, meramente técnicos. Esa compenetración afectiva entre médico y familias, tan peculiar en Medici:-ia de cabecera, y que alcanza en algunos casos una solidez y hondura sorprendentes, no se co::isigue, como hemos dicho, de buenas a primeras; tiene -como :todo -su proceso de gestación, su historia. Para alcanzarla es preciso que pasen años, que médico y familias hayan vivido juntos peligrosas situaciones y se hayan conve:icido aquéllas del afecto, del interés, del espíritu de sacrificio y de la competencia del médico, y éste, de la confiaaza y fidelidad de las familias. Así, y sólo así, por el libre juego de fuerzas que regulan las relaciones del médico de cabecera y las gentes, alcanz.a ese profesional una situación estimable y aún envidiada por algunos, pues sus enfermos so;i seres que le quieren, que confían en él ciegame:itc, y le entregan como a nadie y sin reserva algu:i·3 sus más íntimos sentí- 132 JESUS mientos, porque muchos le conocieron ya siendo niños y lo han te::iido :t su lado en los momentos má;; dramáticos d.e su vida, cuando la cáscara de los convencionalismos sociales salta como un fino cristal al golpe de un martillo. En síntesis : médico de cabecera es aquel que quisiéramos estuviera a nuestro lado en momento apurado de e;ifermedad. Aquel que -como ver W endell-·- ":10 es el artista al que se paga para que asista al enfermo, sino el amigo que, con desinterés, se afana por proporcionarle con su visita la mejor medicación cada mañana." Y esa Medicina que practica ese médico es la que yo entiendo como auténtica Medicina de cabecera. Esta modalidad profesional o mejor dicho, especial comportamiento o postura del médico ante el paciente y su atmósfera familiar, ha sufrido profundos cambios en iel curso del último medio siglo. Veámoslo. Lo QUE FUE Comencé a vivir la profesión cuando se iniciaba tímidamente la transformació;1 de la Medicina práctica en clientela; pero pu.edo hablarles de lo que fue el médico de cabecera en años anteriores, pues está en mí muy vivo el recuerdo de sus típicos repres·entantes. El pequeño grupo de compañeros que nos reunimos los sábados desde hace años hemos bautizado nuestra tertulia con el nombre de Peña Rivas en memoria de aquel gran médico de cabecera de Zaragoza. A los que, como él, día a día, salían de su casa con una larga lista de visitas domiciliarias también se les llamaba médicos generales. Su clientela era extensa y selecta. Al correr de muchos años se le recibía en las casas con el respeto, el afecto y la ciega confianza en sus diagnósticos y cuidados, que ha- SARDAÑ A Ve!. X bía merecido con su preparac10n técnica, su inquietud constante por los enfermos, su seriedad afectuosa y su acertado juicio clínico. Por entonces -principios de siglo- todos los médicos lo era:J de cabecera. Hasta el profesor de mayor prestigio de Patología Médica tenía su clientela. Las diferencias entre unos y otros médicos, entre el que hacía la visita en coche y enlevitado y el que había de recorrer a pie los barros extremos o las zonas en que se acumulabaa f;•milía::, modestas, sólo venían dadas por la condición social de los e:1fermos y. a igualdad de ·esa condición, por h distinta longitud de sus listas diarias de visitas, longitud direct·amente proporcional al favor con que co-ataban en el ambiente en que se movían. La visita del médico era en cada casa momento importante. Toda actividad se interrumpía dura21te ella. Se visitaba con solemnidad. El médico era como un sacerdote que oficiaba y se observaban sus gestos con angustia por si traducian preocupación. Se le escuchaba con peto, no se discut'-an sus prescripciones y consejos. No se daban ni pedían explicaciones cieatíficas. Lo que importaba era el pronóstico tras cada visita. Las gentes confiaban en el profesional porque tenía "estudios" y nadie dudaba de que aquel hombre que hahia n:isado por la Facultad y había cadáveres sabía más del organismo humarw que ningún profano. El paciente y sus familiares te:iía:i resignación ante la enfermed'ld, que aceptaban, lo mismo que la m:.renc, como acontecimiento normal en 1.1 vida humana y rara vez se celebraban consu:tas a no ser cuando el enfermo pcrte:Jecía a un estrato social elevado. La competencia profesional se hacía dentro de unas normas que la Deo:i.tología señalaba y las clientelas eran tan fieles que muchas veces, tras la muerte EQUILIBRADA FORMULA ANTIANOREXICA Y ANTIFIMICA GOTAS PEDIA TRICAS ISONIACIDA 2000 mg. ASCORBA TO SODICO 1000 • VITAMINA B, SODICA 25 • VITAMINA B 6 50 • VITAMINA 6 12 500 gammas NICOTINAMIDA 10 mg. PANTOTENATO CALCICO 10 ' EXCIPIENTE AZUCARADO Y AROMATIZADO C. S. P. 20 c. c. GRAGEAS ENTERICAS ISONIACIDA 50 mg. VITAMINA 6 1 15 VITAMINA B, • 1 • o VITAMINA 6 6 10 » 3' o. VITAMINA B 1 , 5 » fil PANTOTENATO CALC. 1 » o E Excipiente c. s. p una grog. entér. e Ultralan acierta siempre cuando la piel está en juego si rnon plus ultra» de las pomadas corticoides única con mecanismo de acción en 2 fases iubos de 10 y 30 g, Junio 1966 133 MEDIO SIGLO DE MEDICINA DE de su médico, seguían apiñadas hasta que se hacía cargo de ellas el sucesor. Los conocimientos no eran muchos, las publicaciones escasas, los avances de interés, esporádicos, y nada, o casi nada, del quehacer médico trascendía a las gentes quedando recoletamente recluido en el ámbito profesional. Aquel médico habf.a de hacerlo todo. Diagnosticaba poniendo en juego los aparentemente sencillos medios disponibles -que hoy siguen constituy2ndo la base fundamental del arte clínico- y sus afinadas dotes de observación. Trataba a sus enfermos con ,aquellas fórmulas que se conocen todavía con el calificativo de "magistrales" y con prácticas desechadas como ineficaces o peligrosas, que hoy producen risas a los jóvene;;, sin tener en cuenta que lo actual las provocarán mañana. El médico en aquella época era, como siempre, portador de una técnica, si se quiere primitiva, contra la enfermedad, pero por ello portador también de una esperanza. Era además en su trato con los enfermos extrnordinariamente humano, y esa corriente afectiva que se establece siempre entre el enfermo y sus familiares y el médico que asiste a aquél en trance grave, la dejaba fluir el profesional libremente y hasta la estimul,aba para, consciente o inconscientemente, compensar la escasa eficacia de las armas terapeúticas con que contaba; y por ello, ya que curaba poco, acompanaba mucho, haciendo al enfermo frecuentes visitas. El estudiante, al abandonar la Facultad, ya licenciado, no sabría gran cosa, pero tampoco se sabía mucho. Y como sus profe;;ores eran prácticos en lo mismo que él tenía que hacer, habían matizado sus lecciones dando más importancia a aquello con lo que el jóven médico habría de encontrar, así que comenzase su actividad en la ciudad o en el campo, que a cuestiones y procesos menos frecuentes. Tenía unos modelos en sus pro- fesores que, al menos en parte de su día, trabajaban como médicos prácticos. Se comenzaba por los pueblos, a veces míseros, o por los arrabales, o por las buhardillas. Y poco a poco, el joven médico -si ponía en dlo interés- se iba puliendo como un canto rodado, a fuerza de choques y tropiezos, y de los pueblos perdidos en la dura geografía nacional iba pasando a otros mejores, hasta llegar 'ª la ciudad. Y los qu2 por arrabales o buhardillas comenzaban iban acercándose al centro o bajando a los principales. El médico entonces vivía feliz, o al menos así aparecía ante mis ojos, pues a poco que se esmerase en su labor, gozaba de gran consideración social y era objeto de cariñoso respeto. Se le otorgaba una discreción y un conocimiento de la vida superior al de los demás hombres, y por ello se le consultaba hasta en asuntos familiares. En aquellos años -no muy lejanosser simplemente médico era ser algo. LA MEDICINA DE MOMENTO ACTUAL CABECERA EN EL No quisiera ;;er yo quien la en¡rnc1ara ante el temor de que se me tilde de viejo anclado en épocas pas,adas que mira con nostalgia; pero he de hacerlo. Y pueden creerme que cuanto les diga ha sido bien meditado y que he de procurar ser muy objetivo en el juicio. Si algo se desliza que no fuera así, tiempo nos quedará en el diálogo final para Hclararlo o rectificarlo. Del robusto y único tronco que constituía la práctica de la medicina interna a principios de siglo han brotado tres ramas, que son como otras tantas modalidades de su ejercicio, personalizadas por el llamado internistu, por el médico de cabecera en clientela del seguro y por el médico de cabecera en clientela libre, respectivamente. 134 Vol. X El internista, tal como se entiende entre nosotros, es un profesional -casi siempre Profesor de la Facultad o Jefe de sala en el Hospital- de gran prestigio y cuya práctica con los e:ifermos privados se limita a la labor realizada ea su consultorio particular y a las consultas con los médicos de cabecera. Nada significa que todavía existan en éstas casos aislados, como resto;; de una especie en trance de desaparecer, pues en general les falta sus dos principales compo:-iente;;, técnica y afectividad, ya que la Medicina de cabecera que practica:i no pa;;a de ser un mero sucedáneo, Una preparación esmerada y continua es para este profesional imprescindible:; y si a ello se une el tiempo que le exige su trabajo como Profesor o Jefe de Servicio en un Hospital, le resulta muy difícil dedicarse a la también labor de Médico de cabecera. Si ahora volvemos la cabeza y miramos lo que ocurría hace poco más de 25 años, otra pregunta surge: Para los breves y espaciados contactos coa el enfermo le bastn su gran cultura y su buen hacer clínico, ;:ues con ellos puede en el camuo del diagnóstico decidir si el proce:>o es o no orgánico, y qué órgano o sistema de órgJnos están afectados y por qué. En su actuación predomina con mucho Ja técnioa. Por ello, pese a su de:10rn1:iaci6:i, considero que el internista lo es menos que el médico de cabecera pues se "interna" menos que éste en Ja dad del enfermo y en las características de su ambiente. Esta modalidad de la prácti,:a, aun siendo interesantísima, ':lo entra en el tema, pues el llamado internista no practica --sino excepcionalmente- la Medicina de cabecera. Y ya en este momento podríamos ha- cernos esta pregunta: ¿Existe hoy una auténtica medicina de cabecera en Espaiia? Si exceptuamos el medio rural, do:ide al médico le es forzoso mantener características de cordialidad en el trato con sus enfermos por su forzada convivencia con ellos, y consideramos la cuestión tan sólo en el .ambiente de las ciudades, he de contestar con una rotunda :iegativa. ¿Cómo y por qué se ha producido en tan poco tiempo un cambio tan notable? A mi juicio, los motivos son claros: ha sido consecuencia de la evolución de los conocimientos científicos y de la im .. plantación de la seguridad social en España. El progreso de las distintas disciplinas cuyos conocimientos confluyen en la medicina ha sido arrollador e::i estos últimos años, y ha desbordado la capacidad de •:iquel médico de cabecera que sabía todo lo de su tiempo, y practicaba todas las técnicas entonces conocidas. Comenzaron a surgir, tímidamente al principio, y profusamente después, las especialidades. De los avances se i::iformó por diversos medios al gran público y el médico de cabecera, que a principios de siglo era para la ientes casi un semidiós, fue despojado por ellas de sus atributos de saber y poder. Cada especialista, en su específica actividad, sabfa más y podía más que el médico de cabecera o médico ge:leral. No era necesario que el especialista lo fuera de verdad; bastaba con que él mismo se titulase así. No era preciso que supiera más de una fracción del organismo; b1staba sólo e::i que supiera, y a veces poco, de una sola. El especialista era el dictador, y ante sus dictámenes y con;;ejos el médico de cabecera te:-iía que rendirse. Poco a poco aquella confianza ciega que antes se otorgaba al médico de cabecera Junio 1966 MEDIO SIGLO DE MEDICINA DE CABECERA fue sustituida por la duda, pues siempre existía quien supiese más que él de la enfermedad que afectaba al paciente, o al menos alguien que lo pareciera. Por otra parte, las gentes retribuían al especiillista con altos honorarios que a él le regateaban. Y los profesionales huyeron de esa modalidad de ejercicio para formar en las filas de los especializados, en donde encontraban un ejercicio más cómodo, una retribución mejor y una mayor consideración social. Y la medicina de cabecera fue caywdo poco a poco en descrédito hasta el punto de que hoy, pertenecer a ella, es ocupar uno de los últimos peldaños del escalafón profesional. Por otra parte, el coste de lii enfermedad aumentó mucho, no como consecuencia de que el médico de cabecera cobrase mucho más, sino por el uso que éste había de hacer de exploraciones complementarias (radiología y laboratorio), el alto precio de las nuevas medicaciones y la desenfrenada carr,era de honorarios de cirujanos y especialistas, motivada en muchos casos tan sólo por el deseo vanidoso de cobrar más que los demás. Llegó un momento en que sólo tenían acceso il una asistencia sanitaria de acuerdo con los tiempos, las clases privilegiadas y las gentes que tuvieron que protegerse. En auxilio de los económicamente débiles surgieron las mutualidades y sociedades de seguro libre, y en ayuda d-e los más modestos el Estado instituyó el Seguro Obligatorio de Enfermedad. 135 ses- se ha dado en los pasados años a la Medicina d-e cabecera, ha hecho que todas las medidas de Seguridad Social se hayan tomado en nuestra Patria sin contar con ella. No tiene nada de particular, por tanto, que en ninguna de las modalidades del Seguro existan las condiciones que precisa para subsistir, y por ello vamos a hacer ta;-i sólo unos breves comentarios sobre la Medicina de cabecera entre asegurados. El Seguro libre está integrado por un gran número de sociedades regidas, casi siempre, por gentes ajenas a nuestra profesión, que hacen de su explotación un negocio y no una funció;i social. Sus reglamentos son muy diversos y la forma de prestación de servicios por los médicos también dispares, de suerte que es muy difícil hacer un estudio de conjunto. Además, en virtud de recientes disposiciones, serán absorbidas por el Estado, que ha de introducir e;1 fecha próxima cambios en su funcionamiento de cuyas consecuencias sobre la Medicina de cabecera s-ería prematuro hablar. En el Seguro Obligatorio de Enfermedad, ,aunque la buena disposición de algunos profesionales permite que entre ellos y los asegurados de su zona se establezca:-i corrientes de recíproca simpatía, que evocan la Medicina de cabecera en medio rural, no puede existir tampoco en toda su plenitud, pues falt-a libertad de elección y existe la forzosa y periódica desconexión reglamentaria entre el enfermo y el médico r-esponsable de su cuidado a domicilio. Una gran masa de población fue absorbida por los seguros y los médicos de cabecera que iban quedando sin clientela se vieron forzados a formar en sus filas, bajo unas condiciones de trabajo en las que la técnica se embota y fo afectividad desaparece. Además, en los dos tipos de seguro, en general, los profesionales ;-io están bien retribuidos, y los ingresos no les compensan la mucha labor que han de realizar. Entre asegurados. La escasa importancia que en España --como en otros paí- Como consecuencia, los contactos médicos y enfermos son apresurados y 136 JESUS SARDAÑ A por tanto insatisfactorios para ambas partes. En ese ambiente el agrado :' simpatía de que ta:1to precisa la relación méjicoenfermo son sustituidos en bastant::'S casos por una hostilidad recíproca, y en otros por una indiferencia tal, que ni el médico ;;abe nada de la personatdad del paciente, ni éste conoce del nédico ni el nombre de pila. Si le pregu;ltan quién es su médico contestará despectivamente: "El del Seguro", "el que me toca." Nada de esto creo tenga p&recido alguno con la auténtica Medicm:i de cabecera. Pero no quisiera terminar este 2partado sin hacer unas consideraciones sobre· los gravísimo;; daños que ha produc:ido el a c t u a 1 sistema de seguro en las filas de los médicos de cabecera y secundariame;ite en el nivel medio de Ja Medicina en España. Los médicos que trabajan asegurados, entre apremios de tiempo y de dinero, sufren más o me;ios pronto una deformación en su manera de practicar la medici:rn, pues han de hacerla deprisa. Y ya se sabe que hacerla así es la mejor fórmula para hacerla mal. Ese habitual descuido, por muy excusable que sea, no deja de producir su<; per;iiciosos efectos, y el profesional se encuentra un día con que no puede hacerla bien ni en las ocasiones e:J. que quisiera hacerlo. Vol. X de muy pOC:)S años, pasarán a engrosar esa gran masa de médicos escépticos y deformados por el diario mal-hacer entre los cuales figura:::i tantos y tantos veteranos de la Medicina de cabecera. Muchos de ellos son ya irrecuperables, hágase lo que se haga, pues perdieron las cualidades que caracterizan al buen profesional, y para adquirirlas de nuevo habrían de hacer un ·esfuerzo sobrehumano. Son esa legión que se opone a cualquier medida que pueda modificar la estructura del Seguro, pues saben que no podrían ya vivir en régimen de libre competencia. Nadie debe censurarlos; porque no ron así, ni querrían ser así, pero el biente en que se vieron obligados a bajar les quitó todo estímulo, y ese biente no lo crearon ellos. fueamtraam- Entre enfermos no asegurados. El médico que actúa en el Seguro considera que el ejercicio libre de la profesió;i es un verdadero paraíso al que desea ascender, sin tener ea cuenta que ese paraíso al que aspira es terrenal y por tanto ... con serpiente. Cierto es que en 1esta modalidad de ejercicio se conservan todavía vivas muchas de las características de la Medicina de cabecera, o quizás todas, pero en el curso de estos últimos 50 años han cambiado mucho las cosas, y ya no es, ;ii puede ser, el médico de cabecera, como era su predecesor de principio de siglo, ni su vida se desliza co:1 la misma placidez que la de él. No cabe aquello de tener dos batas : una descuidada pma los asegurados y otra limpia para los e;-ifermos particulares. Aquel a quien no le importa llevar una bata sucia dos horas llegará poco a poco a no llevarla limpia nunca. El actual, rara vez puede vivir con cierta holgurn con sólo los ingresos del ejercicio profesional y ha de simultanear los cuidado;; del 1enfermo privado con otras actividades de horario fijo, rígido. Pueden acaso salvarse los que simultanean su trabajo en el Seguro con el de un Hospital regido por severos principios, pero todos los demás, al cabo Veamos en "corto-metraje" un día cualquiera de uno de estos médicos que es además ayudante de una cátedra o de un servicio de Hospital : Junio 1966 MEDIO SIGLO DE MEDICINA DE CABECERA Sale de su casa por la mañana coa una más o meao;; larga relación de visitas de las que sólo algunas podrá hacer, porque le esperan a hora fija en la Facultad, en el Hospital o donde sea. Va en su coche, impaciente pues ha tenido dos llamadas de cierta urgencia, y además anda preocupado por un enfermo que está bastante mal y quisiera ver pronto. Los semáforos le detieaen; mira una y otra vez el reloj; los mi:mtos corren. No puede aparcar en la puerta del enfermo y ha de hacerlo lejos.Vuelve, sube, llama y entra en la casa. Le anuncian. Sale un familiar para decirle que tenga un poco de paciencia, pues están arreglando la habitación o aseando al enfermo. La impaciencia coasume al médico que ha de soportar que ese familiar le cuente y pregunte cuanto se le antoje. El colega está en brasas pero es igual; ha de estar amable y dar la impresión de que no tiene otra cosa que hacer en toda la mañana sino cuidar ese enfermo. Al fi:i se ve junto a él con los :iervíos de punta. Ha de serenarse para realiz<H con calma su cometido, mostrar por el enfermo comprensión y encontrar siempre unas afectuosas palabras de áni1ro. Cuando cree haber acabado su misión en aquella casa y se sie-ate, de momento, liberado, el familiar o los fo:niliares vuelven a la carga, interceptando su salida; le rodean pidiéndole explicaciones sobre la motivación de 1a enfermedad, le ponen dificultades pera la práctica de una u otra terapeútici. fundada en lo que han oído o leído, o t;n sólo por el ambiente dengoso de h casu. Quisiera callarlos a todos, porque nada de lo que está ocurrie;1do tiene importancia para su mi;;ión fundamennl, y le esperan, pero ... no se puede ser bruscc. En el ejercicio libre no se toleran :-ii el gesto hosco ni la respuesta desahrid::t. 137 Con paciencia infinita ha de abrir con suavidad u-a espacio en la malla que le retiene y ¡al fin! . . . sale. Comprueba la hora. No tiene tiempo para má;;. En esa casa se le fue el que precisaba para ver algún otro e:-ifermo grave. Y con el disgusto que produce no cumplir como él quisiera llega a la Facultad o al Hospital. ¡Qué bien se está trabajando entre sus camas ! El diálogo con el enfermo es escueto, sencillo, técnicamente correcto, fácilme-ate afectuoso y má;; eficaz. P-ero tampoco aquí le dejan trabajar con sosiego. Le interrumpen co:J llamadas telefónicas de aquellos enfermos que debió ver a primera hora y no pudo, por lo que los familiares de nuevo le acucian para que vaya pro:i.to. Acaba apresuradamente la tarea hospitalaria y ¡allá va! de nuevo a continuar su recorrido de enfermos eacamados. Es recibido con quejas más discretas por haber tardado escena primera se repite en sas, llega un momento en pira hondo, pues cree haber su mañana. o me:1os tanto. La otras caque resterminado Llega a casa con la esperanza de un rato sus nervio;; eil tensió:1, per:) para esto es pronto todavía. Le dinín que ha de llamar por teléfono a dos r) tres sitios, o quizá no le permitan ni dejar su cartera de trabajo porque antes de sentarse a la mesa ha de algu· na visita urgente que le obliga a saEr de nuevo. Cu,::tndo regresa es u:i. poco tar,le par:;. comer. Sus hijos &e fueron al colegirJ. Los enfermos que ya comieron y creen su médico lo hiz.J también, co1que mienzan a moverse; y a veces con el bocado en la boca ha de con testar a nuevas consultas telefómcas sobre una de tantas iacidencias. dudas ,1 inconv,enientes que rugen en el seno de una familia que cuida a un enfonn.1 rn;'.is o 138 JESUS SARDAÑA menos grave. En su abierto consultorio le esperan ya enfermos cuando este médico toma todavía su café a grandes sorbos; y no les gusta esperar. Tampoco allí le dejan realizar su labor con calma, ni le permiten concentrarse. En la intimidad de su casa salta una y otra vez el repiqueteo terebrante del teléfono, que le alerta siempre, pues no sabe -ha;;ta que ha escuchado con calma- si una llamada es debida a la angustia de un neurótico, al capricho de una señora aburrida, o es consecue::i.cia de la aparición de síntomas de importante signifioación 1en alguno de sus enfermos. Terminada la consulta sale de nuevo a visitar a los enfermos graves que precisan vigilancia estrecha o a los que llamaro:a por primera vez a últimas horas de la tarde. Cuando regresa, muchas veces, sus hijos ya duermen. Pasó el día sin verlos. ¡Tantos no los verá! No ha terminado aún. Nueva relación de teléfonos le espera como a mediodía antes de con su esposa, en la que, "ex cordis", vierte el sedimento amargo de la jornada: la desconsideración de una familia, la indiscreción de algún compañero o la angustia que le produce el porvenir incierto de un enfermo de compromiso. Y llega... ¡por fin! la hora XXV, esa hora que el reloj del médico privado ha de tener más que el de las otras gentes. Pero esa hora no significa, cerno parece indicar el con.tenido de la revist::i que la popularizó entre nosotros, que haya de emplearse en un agradable esparcimiento literario; no, esa hora ha de invertirse en redactar planes terapeúticos para los enfermos vistos en el consultorio, rebu;;car detalles sobre determinados procesos, o dar una ojeaJa por lo menos a las revistas profesio:-tales y poder así mantenerse un poco "en forma". Vol. X Tras esta jornada fatigosa, qu1za sea despertado en pleno sueño, y haya de salir de casa reclamado con urgencia, pues el médico de cabecera no tiene, no puede tener, médico de guardia que le sustituya. ¿Cómo quedaría la trama afectiva entre médico y familia si este profesional se negase a asistir al enfermo en los momentos de mayor apuro? No hay, pues, en este tipo de ejercicio, una desconexión con la clientela, como ocurre en el seguro. El profesional sigue siempre unido a ella. Las relaciones entre el médico privado y sus enfermos -co;i los que llegó al acuerdo tácito de asistirles cuando preciso fuera- no se rigen por reglamento alguno, sino ror la costumbre. Y esta costumbre, mis queridos amigo;;, sie;ite muy poco respeto por el reposo profesional. Bien quisiera este médico organizarse, regularizar su vida y disciplinar un poco a su clientela en cuanto a horas y motivos de consultas. Pero ha de hacerlo todo personalme;-ite, y no pueJe contestar con palabras duras a quie:1 interrumpió su estudio, su espardmienta e su reposo por una nimiedad, pues sabe que con ello se romperían los l::izo:> afectivos que le ligan con sus enfermos y se produciría una baja en su clienteia amenazada por competencias ::i.o siempre correcta;;, y por facilidades que hr:y se conceden pam la asistencia médica a las gentes sin distinción de clases sociales. Mas no es todo eso lo mcís penoso, lo más desagradable en la vida de este profesional. La carga no p'.lrectcra tan pesada si de cu.mdo en cuff1do no surgieran en su vida dos imoort:mtcs motivos de desarzón y de · Uno de ellos es el cuidado de los deshauciados por cirujanos y especialistas. La Medicina de cabecera es para muchos profesionales el vertedero de la Clínica. Todo lo que no puede ser rno- Junio 1966 139 MEDIO SIGLO DE MEDICINA DE CABECERA tivo de éxito o de beneficios económicos se dice a la gente que es "cosa de su médico". Y ese "su médico" e;; siempre el d,e cabecera, que reprimiendo sus justificadas y huma.:ias reacciones, ha de quedarse frente 'ª frente --quizá durante meses- con ese enfermo condenado a muerte en el que cada día surge un trastorno que exige tratamiento, y en el seno de una familia "quirurgizada" o "cobaltizada" a la que no puede pedir má;; sacrificios pues los hicieron todos, realizando su labor co.:isoladora y esperanzadora, sin elementos auxiliares, sin colaboraciones, y sin más compensación, casi siempre, que la que Dios quiera darle en el más allá. Pero aun siendo e;;to malo no es lo peor. Lo peor, lo que constituye la verdadera serpiente del supuesto paraíso del médico de oabecera en clie:ltela libre es su actuación en el seno de familias psiconeuróticas. En general, se soportan bastante bie·:i en la práctica las incomodidade;; y preocupaciones que proporciona el enfermo. Pero no so::1 tan soportables las que motivan sus familiares y amigos, muchas veces con sus reacciones de angustia desproporcionada, celo excesivo, defensa torpe de la comodidad del paciente y frecuentes indiscreciones. Estos factores de perturbación alcanzan el máximo de intensidad e.:i el seno de familias psiconeuróticas, que abundan mucho en clientela privada, pues por su misma angustia no fían en la asistencia rutinaria, y procuran ser cuidadas para una mayor garantía particularme:ite. Cualquier situación es motivo de ansiedad en esas familias, que se traduce en incensantes llamadas telefónica;;, en momentos muchas veces inoportunos, y casi siempre son carácter urgente. Pero si llega a situacio:ies graves en algún familiar, entonces es la total absorción del médico; se transforman en verdaderos devoradores del profesional, que mientras dura la tormenta no puede dedicar tiempo para otra cosa que no sea atenderles. En tales circunstancias se ve el médico de cabecera zara:ideado por un juego de transferencias y contratransfere10cias, de violencia t,al en algunos casos, que se perturba su ánimo, su serenidad se en turbia y se embota su energía rectora, Actuar entonces en el seno de esas familias es pe:iosísimo. El enfermo no se ve como es en realidad, sino a través de una capa que lo rdracta y dr:forma envuelto en esa atmósfera de famiifares exigentes y amigos indiscretos, que con sus quejas continuas sobre la marcha del proceso y su desconfianza enraizada en lo más profundo de su vitalidad, btroducen en la labor del médico de cabecera motivos constantes de confusión, y provocan en él en ocasiones, y por mucha paciencia que tenga, reacciones un tanto violentas, que complica;i aún más su situación en esas casas. Constituyen la cruz más pesada de cuantas tiene que soportar el médico de cabecera y son causa de que más de una vez piense en la conveniencia de dm otra orientación a su actividad. Lo QUE NECESITA SABER EL MEDICO DE CABECERA ACTUAL Por ser el médico de cabecera el primero e;i llegar junto al enfermo, debe t,ener, imprescindiblemente, una sólida información en Patología y Terapeútica de urgencia, no sólo en Medicina, sino en Cirugía y Especialidades, para poder prestarle los primeros auxilios, a veces decisivos, en espera de la llegada del compañero al que haya de entregar el paciente, si el proceso no e:ltrase en la órbita de su actividad. Es esto tan claro que no me explic0 cómo se puede seguir en las Facultades 142 JESUS SARDAÑA mos aceptabies, sin que el decoro del profesional sufrn grave daño. En otros ambientes, no es raro que al gesto huraño siga la frase despectiva y aun insultante. Le será muy útil también para desencon mayor comodidad e,:n los variados ambientes que quizás haya de frecuentar durante semanas, saber hablar de acuerdo con su distinta condición. No puede hablarse lo mismo con un aristócrata que con un modesto menestral, con un profesor de Filosofía que con un tosco labriego, ni con una tímida religiosa igual que con u;ia chula de rompe y rasga. Hacerlo de otro modo dificulta la creación de la sintonía que el médico <J.ecesita para poder realizar toda su labor con un mínimo de inconvenientes. Y asimismo interesa a este profesional que al informar sobre la condición y pronóstico del proceso que sufre el enfermo lo haga co.a cuidado, y de acuerdo con la particular manera de reaccionar de los familiares, para no provocar en el ambiente reacciones de excesiva ansiedad, que han de motivar no pocas molestias para él y perturbaciones en su labor. Con estos que vamos a llamar "saberes" y una completa entrega, puede un profesiomil hacer u;rn labor muy útil en Medicina de cabecera, ahora como antes. Pero con todo ello, ese médico de cambecera no estará a la altura de su tiempo; ni podrá realizar totalmente la importantísima misión que le bcumbe hoy sobre todos los demás profesionales. Desd·e que comenzó a hacerse una Medicina humana, desde que el objeto del trabajo del médico no fue ya u:-i animal llamado hombre y se tomaron en cuenta sus superiores potencias que condicionan su especial manera de ser y de estar en el mundo, todos los médicos Vol. X prácticos hemos visto complicada nuestra labor; pues, hoy, es anticientífico actuar desconociendo, o aparenta.ado desconocer, la existencia de factores anímicos en el humano sufrir. No es bastante ya -aun siendo mucho- con que el médico diga que el enfermo sufre de este o aquel órgano o aparato, y tratarlo de acuerdo con esta escueta conclusión, pues esto le es cornú:i a la Medicina humana y a la Veterinaria. La Medicina actual --queramos o no, nos guste o no nos guste-· exige a los profesionales que sepan no sólo de qué enfermedad se trata, sino además quién es el hombre que la sufre, y cómo la sufre, para adecuarle sus cuidados personalmente, en su totalidad, es decir atendiendo a la vez a lo somático y a lo psíquico. Si los co:10cirnientos actuales en Patología somátioa son muchos más que los de principio de siglo, y obligan al médico de cabecera moderno a tener en Somatología una mayor preparación que su antecesor, la exigencia en el campo de lo psicológico no admite comparació:i. alguna. Ya no basta con que el médico de cabecera actual practique en sus enfermos la psicoterapia intuitiva de aquél. Ahora se le pide, o se le puede pedir, que tenga de los factores psíquicos el mismo conocimiento que de los somáticos, y su psicoterapia ha de estar regida por normas científicas a las que debe someter su actuación. Porque, antes, al psiconeurótico se le despreciaba por no ,considerarlo :materia suficie.:J.te importante de trabajo, o se le daba valeriana, y al psicótico se le internaba e:-i el frenocornio. Hoy, las psiconeurosis merecen todos nuestros respetos y las psicosis, con los psicofármacos modernos, se tratan en muchos casos a domicilio. Y tanto unos corno otros enfermos pesan sobre el médico de cabecera aunque esté:i. bajo el control superior del psiquiatra o psicólogo. Junio 1966 MEDIO SIGLO DE MEDICINA DE CABECERA Ha de entenderse ademá¡; que al hablar de la fracció:1 psicológica en los cuidados del ser humano, y que competen al médico de cabecera en gran parte por la gran masa de gentes que cuida, y por actuar en el seno de las familias, no aludimos tan solo a la psicoterapia de apoyo, ni a la búsqueda de conflictos vitales como causa de procesos de aparie:icia o condición orgánica, sino a la labor profiláctica, preveativa, correctora de comportamientos, saneadora del ambiente psíquico del enfermo y su familia, de consejo en sus relaciones con los demás en su trabajo, con sus amistades, etc. Porque hacerla incumbe al médico de cabecera sin esperar a que se la pidan; como no espera a realizar la prevención, la profilaxi.s, ea eafermedades infecciosas a que las gentes la soliciten. Hoy, el médico de cabecera, para actuar de acuerdo con las consignas de su tiempo, no es suficiente que luche contra las enfermedades orgánicas coa la terapéutica y co:isejos higiénicos apropiados, sino que tiene también que combatir las malas conductas, que son fuente de positivos daños para el interesado y para los que le rodean, no solo de condición neuro-psíquica, sino tam bié::i orgánico-visceral, sustituyendo al pediatra de cabecera que ha debido de atender a estos mismos deberes hasta la pubertad. Ardua y compleja misióa es, por tanto, la que el médico d-e cabecera actual ha de cumpl1r según yo estimo; tan alta y tan penosa, en su completa e;itrega, que más parece propia de santos que de hombres. Quizás, más que un deber sea mia meta a fa que todo profesional que acepta servir a la Medicina de cabecera haya de aspirar mientras viva, sin alcanzarla nunca. ECONOMIA DEL MÉDICO DE CABECERA Parece lógico que en compe:isación de la 143 posibilidad de disponer de él que tienen sus enfermos en todo momento, de los muchos conocimientos que exige la práctica moderna de la Medicina, del continuo vivir bajo el signo de la inoportunidad e i:lcomodidad, el médico de cabecera actual debía de ganar mucho dinero. Esto no es así, ni aun en el caso de que tenga una clientela muy selecta. El esfuerzo y el sacrificio de este profesional no están compensados económicamente. No e:1tra en la psicología de este hombre la avidez por lo material, pero aunque esa avidez existiera, de ninguna manera podría satisfacerla, pues tiene, como freno poderoso, su mi;;ma clientela, de la que es natural haya de vivir, pero con la que tiene también que convivir. Un cirujano o un especialista puede al final de su trabajo pasar una cuenta excesiva. No volverá a ver a ese enfermo ni habrá de tener en el futuro más relación con aquella familia; y sobre todo, no habrá de entrar en la intimidad de su casa. Pero si lo hiciere el médico de cabecera, ¿cómo podrá presentarse sin rubor ante esas gentes que lo tenían por amigo? La moderación en los honorarios es por tanto una de las características de este profesional. · En contrapartida, los gastos se elevan desproporcionadamente a medida que su prestigio aumenta, pues su clientela pertenece a grupos cada vez más poderosos, y ha de contactar soci<alme::ite con ellos. Hacerlo, aunque sólo sea esporádicamente con un poco de decoro, será a costa de sacrificios económicos. Por otra parte, al gozar cada día de mayor crédito verá, como todos los demás profesionales, aumentar también el número de pacientes a lo¡; que por una u otra razón no cobra honorarios. Pero siendo fa Medicina general una actividad tan "socorrida" es en ese médico de 144 JESUS SARDAÑA cabecera, o de familia, sobre todo si ejerce en la población en que nació, en el que esto se acentúa, hasta el punto d,e zJ:::anzar muy cerca del 50 rk, si no lo alcanza, el trabajo que no le produce ingreso alguno. Esto produce u:i error a la hora de valorar este profesional, pues la gente, que paga, deduce que los in-. gresos han de ser proporcionales al ajetreo de su vida, y quedan ... en la mitad de la mitad. Después de escuchar todo esto -pum realidad en Medicina de cabecera- no resulte extraño lo ocurrido en el mundo en los últimos años : La enorme desproporció:1 entre los muchos deberes de ese médico y la escasa compensación económica a su trabajo, acompafoada de la todavía menor consideración social que merece, han provocado en todos los paises la casi total desaparición de estos profesionales. DEFENSA DE LA MEDICINA DE CABECERA EN LA ACTUALIDAD Pero el médico de cabecera, dotado de u:ia buena formación antropológica y moral, es un factor demasiado importante en la aplicación práctica de la Medicina moderna para que pueda verse su desap:nición con indiferencia. Si la fracción somática del humano padecer puede ser atendida por profesioexpertos que hagan visita domiciliaria, y cuyas relaciones con e::ifermos y familiares estén regidas por rígidos reglamentos, no ocurre lo mismo con la fracción psíquica que las enfermedades or?ánicas conllevan, y menos aun con todas las que u:-t denso contenido psicológico. Estas, las enfermedades específicamente humanas, las psiconeurosis y las pequeñas psicosis, si han de ser di,1gnosticadas y tratadas por el médico a domicilio, exigen que ese profesional :·euna todas las condiciones y la prepa: ación uel médico de cabecera actual. Vol. X Las wfermedad.es específicamente huma:1as, aquellas que :io tienen comunidad etiológica con las de los demá!) animales, no pueden ser atendidas ni resueltas por los mismos sistemas que se emplean en Patología organicista. En e!)as enformedades, el cuerpo no es sino un órgano de expresión de los co:iflictos anímicos; y el cuerpo no puede hablar otro lenguaje que el suyo, que es el lenguaje de la organicidad. Ante un caso de estos es muy difícil saber si la etiología de aquello que se expresa como orgánico es tambié:i de esta condición, o es de causalidad psíquica; sobre todo para el médico que ve al enfermo por primera vez, y por tanto no le conoce, ni sabe nada de las condiciones de su ambiente vital. Si no comparto la opinión de Dupaty que dice "es mucho más importante saber qué clase de paciente tiene u:ia enfermedad, que qué clase de enfermedad tiene un paciente", sí que estoy entre los prácticos que han dudado y dudan muchas veces por no saber "si un hombre está trist,e porque está enfermo, o si está enfermo porque está triste". Decidir en esta alternativa, hoy por cierto frecuente, no puede hacerlo ni el mejor clínico en el breve contacto que mantiene con el enfermo en el consultorio, o cuando es llamado en consulta. Y m,ucho menos se consigue en esas modernas insta],aciones que tanto se parecen a grandes complejos industriales o comerciales, que tmbajan en serie·, y en las que el enfermo va de especialista en especialista, de uno a otro laboratorio o dep::ntamento de radiología, para acabar, después de tanta técnica, quizás empeorado en su proc,eso por las muchas cosas que ha oído, o le han dicho, rendido y casi siempre indiagnosticado por incomprendido. ¡Cuanto tiempo podría ganarse y cuantas incomodidades y gastos podrían ser ahorrados si hubiese suficientes médicos Junio 1966 dc-: cabecera con lógica! MEDIO SIGJ.0 DT:: MEDICJl\1_1\ DE CABEC'ERA formación antropo- Por otra parte, tampoco hay ni puede haber suficientes especie.listas para atender al gran número de psiconeuróticos y psicóticos leves o importantes tratados en los frenocomios, cuando recuperan su libertad. Todos estos enfermos no pueden ser cuidados convenientemente sino por los médicos de cabecera, únicos con íos que mantie::len indispensable sintonía. Piensen si es momento oportuno para que la Medicina de oabecera desaparezca. Aparte de estas razones que defienden su existencia en el momento actual, hay otra que hace que el médico de cabecera tenga vigencia siempre. Es la intimidad de los hogares. Esa btimidad que el hombre vela pudorosamente a las miradas de los extraños y sólo abre a contadas personas con las que está unido por lazos de afecto y confianza. Creo que no valoramos bien los médicos lo que supone en los demás esa entrega de la intimidad familiar que nos hace:1 día a día al visitar al enfermo. No se debe irrumpir en ella, en casa del paciente, con despreocupación, sino con la corrección y delicadeza y simpatía necesarias para que también día por día nos sea perdonada esa forzosa violoci-On de lo íntimo. Pues bien : A esa i:1timidad, sin traba alguna, con continuidad y sin que las familias se sientan molestas, no tiene acceso cualquier médico. Esa intimidad está abierta de par en par en todo m:::imento al médico de cabecera, e;i cuya honorabilidad se cree, y en cuya discreció'.1 se confía, porque ha sabido hacerse digno de ella en el curso de los años. Pero no muestran igual agrado ante la visita de médicos no elegidos libremente, 145 que ao conocen, co.n los que por los frecuentes cambios no pueden e;itablar relacio:les de amistad, y que irrumpen en la respetable intimidad hogareña con la habitual despreocupación profesional. Algunos argumentos más podría emplear para defender la necesidad de la Medicina de cabecera en la actualidad. Pero no hace;i falta. Esa Medicina es como el oxígeno, que no se e.precia hasta que escasea. Y a¡;í está ocurriendo en este mundo, en el que las gentes, cansadas de tanta técnica fría, y de esa manera tan impersonal con que son tratadas, añoran la vieja figura del médico de cabecera, del médico que les conocía y a quien conoc:an, y dema;idan imperiosamente la formación profesional de su misma condición, aunque adaptada a los actuales tiempos, que permita a cada familia tener su médico. Pero para tenerlos hay que formarlos antes, y esto compete a las Facultades. MEDICINA DE CABECERA Y FACULTAD No fuere correcto por mi parte eludir en esta excepcional conyu;itura la cuestión de la formación de médicos de cabecera ante el t·emor de herir susceptibilidades del profesorado. Sabemos que las Facultades de Medici::1a no pueden formar hoy médicos de cabecera. Y es natural que así ocurra por dos razones fundamentales : la condición del profesorado y la imposibilidad de que los alum;ios practiquen en ambiente adecuado. Los pro ··.::sores, consciente o inconscienterr:rnk, tienden a formar a los discípulos a su imagen y semejanza. En otros tiempos, el profesorado de Clínica rnédioa simultaneaba la labor docente con la práctica de la Medicina de cabecera -como dijimos antes- y por ello matizaba sus e;-iseñanzas y servía a los alumnos de modelo. 146 JESUS SARDAÑA En la actualidad -salvo posibles excepciones confirmadoras de la regla- salta desde la biblioteca y el ho!)pital clínico en que se formó, a la cátedra y a las salas dependientes de ella, sin haber hecho nunca Medicina de cabecera. No pueden formar, por tanto, a sus alumnos en lo que no tienen experiencia alguna. Por otra parte, la práctica que pueden hacer los estudiantes durante su estancia en la Facultad con enfermos encamados se realizan sobre enfermos "en cautividad'', reprimidos en sus reacciones por el reglamento que aceptaron a su ingreso (que no pueden conculcar sin riesgo de un alta fulminante) y separado;; de sus familiares y amigos. La conducta, el comportamiento de e!)tos enfermos, pertenecientes además a una monótona capa social, no se parece;J. en nada a los de los pacientes con los que el alumno tendrá que tratar como médico de cabecera, una vez que salga de la Facultad y comience su ejercicio. Pero si de las Facultades no puede;J. salir médicos de cabecera, sí que pueden contribuir a que los haya, preparando los alum.:10s P'ªra la práctica, pues de los médicos prácticos se nutre la Medicina de cabecera. Y esto no es sólo una posibilidad de las Facultades de Medicina, sino un deber, por ser la formación de buenos profesionales la misión más importante que tiene la Universidad. Sin embargo tampoco es fácil. Para conseguirlo habría que modificar muchas cosas: Programas, orientacio::J.es en la enseñanza ... todo lo que hizo el Prof. Jiménez Díaz en la Clínica de la Concepción y que no sé si perdura. E:sa honda transformación quizás sea labor ardua y difícil en exceso y acaso con algunas medidas más sencillas pudiera corregirse la situación actual. Haría falta, claro está, que las Facultade!), re:mnciando a otras aspiraciones Vol. X más elevadas, tomasen con e::J.tusiasmo la misión de preparar médicos prácticos. Pero para evitar que esa consigna pudiera ser interpretada por los profesores de muy diversas manera!) y no dieran sus enseñanzas de acuerdo con ese fin, habría antes que acabar con el régimen feudal de las cátedras. No puede dejarse a la libre decisió::i del profesor la selecció::J. de los temas, ;;u j,erarquización, ni la forma en que han de ser explicados, pues cada uno tiene sus personales aficiones y opiniones. La Medicina es Ciencia y Arte a la vez y todos los médico!), cualquiera que sea nuestra actividad, necesitamos de ambas cosas. Pero la proporción en que cada u;10 de esos componentes haya de figurar en la enseñanza, mientras nos formamos, habrá de ser di;;tinta, según el fin propuesto. Dar a quienes han de tener como misión la aplicación práctica de los conocimientos una formación cie;:itífica y discursiva, con menoscabo u olvido de la clínica, no es la mejor manera de facilitar su marcha en el áspero camino que les espera. Los profesores son hoy como estupendos solistas que interpretan a la perfección la parte que les corresponde; pero por actuar sin director, hacen que la orquesta a que perte;:iecen convierta la magnífica partitura de la formación del médico práctico en un conjunto de sonidos desacordes. Por esto que considero de importancia suma que en toda!) las Facultades de Medicina haya, como propugna el Profesor Balcells con insistencia, un Director de estudios, con autoridad para cohartar el libérrimo hacer actual de los catedráticos, y para forzarles -si preciso fuere- a que en sus enseñanzas se acomoden a un plan conjunto que pueda ser acordado particularmente por cada Facultad, o por el Estado, después de un bien meditado estudio. Con esto quizás mejorase un poco la Junio 1966 MEDIO SIGLO DE MEDICINA DE CABECERA formación de médicos prácticos por las Facu1tades. Ahora bien, para qu<: estos médicos pudieran recibir alguna enseñanza especialmente orientada hacia la Medicina de ;:abeoera, hace falta algo más, y en esto también entran las Facultades de Medicina. En la reunión que en diciembre de 1962 celebró en Ginebra el Comité de Expertos de la O. M. S. en Enseñanza profesional y técnica del personal médico y auxiliar, se llegó entre otras conclusiones a la de que los futuros licenciados habían de hacer prácticas con los médicos de cabecera a fin de conocer esa especial modalidad profesional. Con todos bs respetos que me merece tan alto organismo he de decir que tal medida me parece teóricamente impecable, pero prácticame:it.e -al menos en Españainaplicable. En primer lugar, ¿en qué medios y con qué maestros habría de trabajar el ·alumno? Por imposición, acaso pudiera hacerlo con los médicos de 147 Beneficencia o del Seguro Obligatorio de Enf·ermedad. Pero, ¿qué vería allí? ¿Aceptarían los médicos de cabecera la fiscalización de su conducta por los estudiantes que no tienen u:i pelo de tontos? ¿En quedaría la intimidad de los hogares, si el médico de cabecera entrase con ellos en las casas? ¿Y cómo andan las relaciones entre profesores y médicos prácticos para que éstos se presten a esa colaboración? Preguntas son estas que Vds. se co;itestmán y no creo que sus respuestas vayan en contra de la afirmación que las motivó. Pero siempre cabe hacer algo para resolver los problemas y creo que unas conferencias dadas por médicos de cabecera a los alumnos, que les ocupasen tan sólo el tiempo que dedican a asignaturas que ellos llaman co:i gracejo "las tres Marías", podrían ser de gran utílidad para iniciar el acabado de los médicos prácticos, que la Facultad formase en esa peculiar actividad.