TEMA 2: LA FE QUE SE VIVE EN LA CARIDAD VER: La peregrinación por el infierno, el purgatorio y el paraíso que Dante Alighieri relata en la Divina Comedia no pasa de ser un inocente poema alegórico si lo comparamos con lo que ocurre hoy a los migrantes. En el tortuoso viaje de Dante y Virgilio por los nueve círculos del averno aparecen Minotauro, los suicidas, glotones, avaros, usureros y toda una escolta demoníaca. Pero los caminantes (nacionales o extranjeros) que transitan por México, en su terco afán de alcanzar el sueño americano, podrían fácilmente engrosar la lista maléfica del genio florentino: cobro por derecho de paso en el río en la frontera sur, extorsiones sobre La Bestia de asaltantes (“bajadores”), garroteros y bandas que amenazan con la disyuntiva “paga o muere”, mujeres mancilladas, apañe de policías de corporaciones de todo tipo, recepción de un salario miserable cuando llegan a acceder a una oportunidad laboral, engaños del traficante de personas, secuestros para exigir rescate a familiares, reclutamiento del crimen organizado so pena de una muerte segura en caso de rehusar el “trabajo”. ¿Botones de muestra? Masacre de 72 migrantes en San Fernando, Tamaulipas, el 23 de agosto de 2010. En abril de 2011, 121 cuerpos más fueron encontrados para un total de 173 personas migrantes sepultadas en 47 fosas clandestinas en Tamaulipas. El 13 de mayo de 2012, 49 cuerpos (seis mujeres) fueron encontrados decapitados en la entrada al poblado San Juan, municipio de Cadereyta, Nuevo León. Otro círculo infernal asecha al migrante allende la frontera norte. Dieciocho asfixiados en el contenedor de un trailer en Victoria, Texas, la madrugada del 14 de mayo de 2003. El polémico sheriff del condado de Maricopa, Arizona (que abarca el área metropolitana de Phoenix), anunció el 15 de junio de 2010 que lanzará una redada contra inmigrantes indocumentados “inmediatamente” después de que entre en vigor la Ley SB 1070 en su estado. Con la aprobación de esta legislación, será delito en Arizona el ser inmigrante indocumentado y las policías locales podrán detener e interrogar a cualquier persona que consideren sospechosa de serlo. Ejemplos, entre miles, de un escenario de barbarie y confrontación sangrienta que arroja serias preguntas: ¿cuántas especies de personas en movilidad laboral existen? Más específicamente, ¿qué significa ser centroamericano en México, o mexicano en Estados Unidos? ¿Por qué el país enfrenta una ruptura del estado de derecho, en la que ningún migrante extranjero se encuentra a salvo de una violencia cada vez más cruenta y confusa, a causa de la indefensión de la víctima y la impunidad de que goza el agresor? ¿Cuánto habrán de esperar los centroamericanos en tránsito al país del Norte para ver garantizado el respeto a sus derechos fundamentales que el discurso oficial exige para nuestros paisanos allá? El trágico calvario que significa la ruta del migrante hacia Estados Unidos, la inacción, interesada o no, de parte de las autoridades para garantizar un trato digno a las personas en tránsito por su territorio; y al norte del Río Bravo: la persecución, las deportaciones masivas, el estigma xenofóbico, la doble moral tipo Samuel P. Huntington, quien alerta sobre una nueva amenaza (la anterior era el Islam) para Estados Unidos: la inmigración mexicana, dejan serias dudas a un lado y otro de la frontera. Uno se pregunta por las motivaciones ocultas, los intereses encubiertos, de forma que el citado desdén frente a la vulnerabilidad y el sufrimiento de los migrantes podría estar funcionando en realidad como “ideología”, esto es como construcción teórica destinada a legitimar intereses políticos muy concretos. JUZGAR: Citemos un texto del Levítico: Cuando un forastero viva junto a ti, en tu tierra, no lo molestes. Al forastero que viva con ustedes lo mirarán como a uno de ustedes y lo amarás como a ti mismo, pues ustedes también fueron forasteros en Egipto. Yo soy Yavé, tu Dios (Lev. 19, 33-34). En el antiguo Israel prevalecía la memoria del tiempo aciago de la esclavitud en Egipto (Ex. 22,20; 23,9). Este recuerdo no consistía sólo en evocar el dolor del pasado, sino en practicar la hospitalidad con los extranjeros; más aún, en amarlos como a sí mismo, pues Dios vela por el extranjero (Dt. 10.18), como extiende su protección por el pobre, fijando en ellas y ellos una mirada igual, pues todas y todos son sus hijos. Jesús, por su parte, profundiza la exigencia legal ante la condición precaria de las y los extranjeros. Ejemplos en su vida pública en los que muestra su compasión hacia los no judíos sobran: cuando exalta la fe del centurión romano (Mt. 8, 5-13), la de la sirofenicia (Mc. 7, 24-30); exaltando la conducta de un samaritano como ejemplo de compasión, contrario a la actitud indiferente de los servidores del templo (Lc. 10, 25-37). La conciencia de la condición humana provisoria queda clara en Pablo cuando advierte de que el cristiano no tiene morada permanente (2Cor. 5, 1s.); somos pues, extranjeros en la tierra no sólo porque ésta pertenece sólo a Dios, sino también porque nuestra ciudadanía definitiva está en la presencia del Señor. Nuestra condición es entonces la de peregrinos, por lo que los forasteros, mujeres y hombres, son plenamente nuestros hermanos en una errancia que tendrá su destino último en otra Patria. El Concilio no fue ajeno al problema de la movilidad humana, y al trato respetuoso y digno que merecen lo que dejan su tierra, su patria y su familia para conseguir mejores condiciones de vida. Citemos dos textos del Vaticano II. “…La justicia y la equidad exigen también que la movilidad, la cual es necesaria en una economía progresiva, se ordene de manera que se eviten la inseguridad y la estrechez de vida del individuo y de su familia. Con respecto a los trabajadores que, procedentes de otros países o de otras regiones, cooperan en el crecimiento económico de una nación o de una provincia, se ha de evitar con sumo cuidado toda discriminación en materia de remuneración o de condiciones de trabajo. Además, la sociedad entera, en particular los poderes públicos, deben considerarlos como personas, no simplemente como meros instrumentos de producción; deben ayudarlos para que traigan junto a sí a sus familiares, se procuren un alojamiento decente, y a favorecer su incorporación a la vida social del país o de la región que los acoge. Sin embargo, en cuanto sea posible, deben crearse fuentes de trabajo en las propias regiones”. (Constitución Pastoral Gaudium et Spes, n. 66) “Tengan una preocupación especial por los fieles que, por su condición de vida, no pueden disfrutar convenientemente del cuidado pastoral ordinario de los párrocos o carecen totalmente de él, como son muchísimos emigrantes, desterrados y prófugos, marineros y aviadores, nómadas, etc. Promuevan métodos pastorales convenientes para ayudar la vida espiritual de los que temporalmente se trasladan a otras tierras para pasar las vacaciones...” (Decreto Christus Dominus 18) Por medio del motu proprio Porta Fidei, La Puerta de la Fe, el papa Benedicto XVI convoca a la Iglesia a vivir el Año de la Fe. La ocasión es conmemorar los 50 años de apertura del Concilio Vaticano II y 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica. Va un texto sobre la relación fe-caridad. “El Año de la fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad. San Pablo nos recuerda: «Ahora subsisten la fe, la esperanza y la caridad, estas tres. Pero la mayor de ellas es la caridad» (1 Co 13, 13). Con palabras aún más fuertes —que siempre atañen a los cristianos—, el apóstol Santiago dice: «¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de vosotros les dice: “Id en paz, abrigaos y saciaos”, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así es también la fe: si no se tienen obras, está muerta por dentro. Pero alguno dirá: “Tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las obras, y yo con mis obras te mostraré la fe”» (St 2, 14-18). La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería un sentimiento constantemente a merced de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente, de modo que una permite a la otra seguir su camino. En efecto, muchos cristianos dedican sus vidas con amor a quien está solo, marginado o excluido, como el primero a quien hay que atender y el más importante que socorrer, porque precisamente en él se refleja el rostro mismo de Cristo. Gracias a la fe podemos reconocer en quienes piden nuestro amor el rostro del Señor resucitado. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40): estas palabras suyas son una advertencia que no se ha de olvidar, y una invitación perenne a devolver ese amor con el que él cuida de nosotros. Es la fe la que nos permite reconocer a Cristo, y es su mismo amor el que impulsa a socorrerlo cada vez que se hace nuestro prójimo en el camino de la vida. Sostenidos por la fe, miramos con esperanza a nuestro compromiso en el mundo, aguardando «unos cielos nuevos y una tierra nueva en los que habite la justicia» (2 P 3, 13; cf. Ap 21, 1)”. (Carta Apostólica Porta Fidei n. 14). ACTUAR: ¿Qué tanto sentimos a nuestra Iglesia de Monterrey preparada para acoger a las personas migrantes? ¿Sabías tú que la Pastoral de la Movilidad Humana en México ha promovido más de 60 albergues en el territorio nacional para dar atención digna y segura a las y los migrantes? ¿Cómo puedes colaborar con estos albergues? ¿Cómo podemos solidarizarnos, más allá de desprendernos de lo material, con las iniciativas que ya se tienen para responder pastoralmente al fenómeno migratorio, y así unir la fe y la vida?.