RESIDENCIA EN LA TIERRA: EROTISMO EN LAS CENIZAS Alexis Candia Cáceres Universidad de Playa Ancha Resumen En el artículo se realiza un análisis de Residencia en la Tierra (1925-1935), obra cumbre de la poesía de Pablo Neruda, focalizando el interés en el erotismo del libro. De esta forma, la temática amorosa se aborda a la luz de los rasgos centrales del texto poético y con relación a las experiencias vitales de Neruda a finales de la década del 20 del siglo pasado. Palabras Claves: Pablo Neruda – Residencia en la Tierra – Poesía amorosa Abstract The article analyzes Residence in the Earth (1925-1935), builds summit the poetry of Pablo Neruda, focusing the interest in the eroticism this book. Of this form, the loving thematic is approached to the light of the central characteristics of the poetic text and in relation to the vital experiences of Neruda at the end of the decade of the 20 of the last century. Key words: Pablo Neruda – Residencia en la Tierra – Loving poetry Residencia en la Tierra (1925-1935) constituye, sin lugar a dudas, uno de los textos más relevantes de la producción nerudiana no sólo porque es uno de los poemarios que alcanza un mayor desarrollo de la forma y del fondo, sino porque es el libro que marca la madurez literaria de Neruda. De ahí, el entusiasmo con que el poeta comenta su nueva obra a José Santos González: “he pasado un límite literario que nunca creía capaz de sobrepasar, y en verdad mis resultados me sorprenden y me consuelan. Mi nuevo libro se llamará Residencia en la Tierra... Todo tiene igual movimiento, igual presión... como una misma clase de insistentes olas” (16). Neruda ya parece advertir el nuevo vuelo de su poesía. Aunque son numerosos los trabajos que abordan Residencia en la Tierra, tales como los ensayos de Amado Alonso, Hernán Loyola, Jaime Concha, entre otros, no existen todavía análisis que aborden la poesía erótica residenciaria y, especialmente, cómo ésta se inserta en el conjunto mayor. En ese sentido, resulta relevante analizar ese aspecto de Residencia en la Tierra. Más aun cuando la tesis que baraja este artículo es que frente a la esterilidad del fundamento que busca Neruda y de un mundo en descomposición, la verdadera residencia está en la materialidad humana y, sobre todo, en el cuerpo de la mujer. Cabe precisar, además, que este artículo aborda los dos volúmenes de Residencia en la Tierra de manera conjunta e integrada, debido a que presentan una serie de conexiones éticas y estéticas que hacen necesario trabajarlas como un todo. De este modo, cuando me refiero a Residencia en la Tierra estoy pensando en loa primera y la segunda parte. Caída en la tierra Residencia en la Tierra puede ser considerada como el resultado de la evolución que experimenta la poesía de Neruda tras la publicación de Veinte poemas de amor y una Canción desesperada, en 1924. El erotismo trágico y las formas modernistas dan paso, paulatinamente, a la angustia existencial, al subjetivismo y al empleo de técnicas vanguardistas de Tentativa del hombre infinito (1925) y El Hondero entusiasta (1933), textos que sirven de nexo entre el comienzo melancólico y la madurez de la obra nerudiana. Pablo Neruda emprende en su obra residenciaria, entonces, un intenso trabajo con los materiales de la experiencia, los signos y los sentidos que lo llevará a construir uno de los textos capitales de la primera vanguardia hispanoamericana, lugar que, por lo demás, comparte con Trilce de César Vallejo y Altazor de Vicente Huidobro. Tentativa del hombre infinito incorpora algunos de los recursos que Neruda utilizará, con todo esplendor, en Residencia en la Tierra. De esta forma, los deseos renovadores de la Tentativa se manifiestan en la utilización del verso libre, en la carencia de signos de puntuación, los primeros contactos con la poesía onírica y, especialmente, en la asimilación de recursos propios de la vanguardia, tales como la enumeración caótica, la sinestecia, las imágenes desligadas de cualquier connotación imitativa y las invenciones de palabras. Tentativa del hombre infinito presenta, en ese sentido, un cierto carácter experimental: “Su verso largo, su definitivo alejamiento de la rima, la falta de puntuación tenían una correspondencia en el fluir bastante libre del subconsciente y en las imágenes creadoras nacidas de asociaciones desapegadas de la realidad natural” (Para leer: 1). El hondero entusiasta, por su parte, es un texto poético de la década del 20’ que, sin embargo, recién fue publicado en 1933. El poemario resulta interesante en la medida que tiene como ejes fundamentales la irrupción de una subjetividad ilimitada que aborda la angustia y el amor a través de versos acumulados sin ningún orden aparente. Aunque la elevada calidad de Residencia en la Tierra responde, tal como apreciamos con antelación, al desarrollo de la palabra nerudiana, no se puede soslayar el impacto que tuvieron ciertas experiencias vitales en la poesía residenciaria y, especialmente, en su vertiente erótica. De ahí, que resulte relevante revisar algunos aspectos de la vida de Neruda durante la creación de esta obra. Cabe precisar, sin embargo, que su estadía en Oriente sólo acrecentó la renovación que estaba experimentando su poesía. Galope muerto, uno de los textos poéticos claves del libro, constituye una buena prueba al respecto, pues, tal como plantea Volodia Teiltelboim, fue publicado en Santiago: “Porque los comienzos del libro son chilenos. A mediados de 1925 se publicó en Santiago el primer poema de Residencia, ‘Galope muerto’. Nace de una crisis de crecimiento en su poesía, que ahora mira el mundo con una óptica diversa, acondicionándole los ojos a la propiedad de explorar bajo la superficie del agua, de la tierra, del aire, de los seres” (Neruda: 150). Débil del alba es, también, un poema creado antes de su viaje a Oriente. Con todo, la azarosa permanencia de Pablo Neruda como cónsul honorario en Rangún, Colombo, Batavia y Singapur resulta relevante en la medida que no sólo constituyó un marco propicio para emprender la empresa metafísica de Residencia, sino que influyó decisivamente en la poesía erótica residenciaria. El periplo nerudiano está marcado por una profunda soledad derivada, en gran medida, de los problemas de comunicación con su ambiente: “Entre los ingleses vestidos de smoking todas las noches, y los hindúes inalcanzables en su fabulosa inmensidad, yo no podía elegir sino la soledad, y de este modo aquella época ha sido la más solitaria de mi vida” (Confieso: 128). La influencia de la soledad oriental sobre su poesía es determinada por Neruda: “No creo, pues, que mi poesía de entonces haya reflejado otra cosa que la soledad de un forastero trasplantado a un mundo violento y extraño” (Confieso: 120). El destierro se ve agravado, además, por los graves problemas económicos que enfrenta en Oriente por cuanto no sólo tenía un sueldo miserable, sino que éste dependía, además, de que las transacciones consulares pudieran garantizar la cancelación de su salario. De esta forma, no fue extraño que pasara meses sin recibir un peso. Bajo esa perspectiva, se entienden los múltiples esfuerzos de Neruda por conseguir que su novia, Albertina Azocar, viaje a reunirse con él a Rangún. Son numerosas las cartas y los poemas de Residencia en la Tierra – Madrigal escrito en invierno, Lamento lento, entre otros - que atestiguan ese deseo. Sin embargo, la musa de los Veinte poemas no accede provocando, en definitiva, la ruptura de la relación con Pablo Neruda. No paso mucho tiempo, sin embargo, para que Neruda se involucrara con una de las mujeres más relevantes de su vida y que motivo, en opinión de Hernán Loyola, una serie de poemas residenciarios, tales como Tango del Viudo, La noche del soldado, Juntos nosotros y, por supuesto, Josie Bliss. La pantera birmana se enamoró del futuro Nobel hasta límites insospechados: “La dulce Josie Bliss fue reconcentrándose y apasionándose hasta enfermar de celos. De no ser por eso, tal vez yo hubiera continuado indefinidamente junto a ella (…) A veces me despertó una luz, un fantasma que se movía detrás del mosquitero. Era ella, vestida de blanco, blandiendo su largo y afilado cuchillo indígena. Era ella paseando horas enteras alrededor de mi cama sin decidirse a matarme” (Confieso: 124) Ante esa situación, el poeta optó por huir de ella a un nuevo destino diplomático en Ceilán. Cabe destacar, por último, que el aislamiento nerudiano – especialmente el de Singapur - conducirá a que el poeta caiga en estados letárgicos que, solamente, podrán ser subsanados por compañías ocasionales en su cama: “Amigas de varios colores pasaban por mi cama de campaña sin dejar más historia que el relámpago físico. Mi cuerpo era una hoguera solitaria encendida noche y día en aquella costa tropical. Mi amiga Patsy llegaba frecuentemente con algunas de sus compañeras, muchachas morenas y doradas (…) Se acostaban conmigo deportiva y desinteresadamente” (Confieso: 140). Neruda parece tratar de afirmarse en los cuerpos femeninos a una materialidad que se le escapa de las manos. Marejadas residenciarias Residencia en la Tierra es un poemario de profundos alcances metafísicos que intenta penetrar, poéticamente, en el seno mismo de la humanidad. El sujeto residenciario emprende, es ese sentido, un viaje por las fuerzas antagónicas que conforman los ciclos naturales que, en definitiva, regulan la vida de la Tierra. De esta forma, la obra nerudiana recrea el conflicto entre los movimientos de creación y destrucción que, por cierto, determinan la crisis del individuo en las ciudades modernas. La poesía residenciaria tiende a introducirse en el fundamento de la materia. Ciertamente, ese es el máximo objetivo al que aspira Pablo Neruda con Residencia en la Tierra. Bajo ese prisma, se encuentra la opinión de Jaime Concha quien sostiene que: “En Residencia en la Tierra Neruda quiere, antes que nada, reconquistar definitivamente el Fundamento” (Interpretación: 12). Hugo Montes afirma, por su parte, que esta obra es: “un esfuerzo por penetrar en la esencia misma de las cosas, por conocer lo existente y cantarlo, por aprehender y poner de manifiesto cuanto rodea al hombre” (Para leer: 6). Neruda emprende la recuperación del fundamento a través de la tríada de poemas conocidos como Tres cantos materiales, integrada por Entrada a la madera, Apogeo del apio y Estatuto del vino. En ese sentido, resulta clave el análisis que realiza Jaime Concha en Interpretación de Residencia en la Tierra de Pablo Neruda donde establece que: “Entrada a la madera poetiza el ser que nace; Apogeo del apio al ser vivo en su plenitud de existencia y Estatuto del vino, el ser que retorna al fundamento” (Interpretación: 18). La incursión en el fundamento representa, entonces, el acceso a la esencia de la vida. Cabe destacar que el fundamento es representado cromáticamente por Neruda con el color azul que: “es el resplandor interior de la Materia; lo azul es su atributo poéticamente decisivo, pues la aprehende con sin igual concreción sensible (…) significa lo que está al término de todo, el azul que habita las latitudes finales y últimas del Todo (…) alude al aspecto mismo del matiz cromático, a la pureza y plenitud de su ser” (Interpretación: 11). La noche del soldado y Josie Bliss emplean, intensamente, el azul como símbolo de trascendencia o residencia. Si del primer poema parecen relevantes los siguientes versos: “Ahora, dónde está esa curiosidad profesional, esa ternura abatida que sólo con su reposo abría brecha, esa conciencia resplandeciente cuyo destello me vestía de ultra azul?” (73); del segundo destacan éstos: “Color azul de exterminadas fotografías,/ color azul con pétalos y paseos al mar,/ nombre definitivo que cae en las semanas” (177) Ciertamente, estamos ante un azul de connotaciones metafísicas y que, además, representa la plenitud. Pese a que la conquista del fundamento representa alcanzar la esencia de la vida, lo cierto es que éste presenta una esterilidad que, paradójicamente, impide toda proyección vital sobre es espacio residenciario. Residencia en la Tierra contiene, además, una fuerza corruptiva que consume la materia e incluso al tiempo. Así, la vida se destruye para incorporarse nuevamente al fundamento: “la Unidad se constituye en virtud de un proceso de acumulación cósmica. Es el desgaste materialmente visto de las cosas por el Tiempo, es la sedimentación del tiempo mismo lo que produce la densa consistencia que subyace” (Interpretación: 18). La destrucción residenciaria deriva de la negativa experiencia del ser humano y, en consecuencia, de la decepción de hablante de la vida urbana. La ciudad se erige como centro de angustia, inercia y vacuidad, todo lo que evidencia Walking around: “Sucede que me canso de ser hombre. /Sucede que entro en las sastrerías y en los cines/ marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro/ navegando en un agua de origen y ceniza” (121). Residencia en la Tierra ve arrasada, entonces, su materialidad por una instancia corruptiva que es el sello más evidente de esta obra nerudiana. Amado Alonso considera, al respecto, que el poemario es: “la visión alucinada de la destrucción, de la desintegración y de la forma perdida, la visión omnilateral que se expresa como amontonado relampagueo recosiendo sobre cada cosa que se deforma y desintegra otras deformaciones y desintegraciones” (Poesía: 13). No hay olvido evidencia los elementos desintegradores d el poemario, aspecto que, por lo demás, despierta unánime acuerdo de la crítica literaria: “Debo hablar del suelo que oscurecen las piedras,/ del río que durando se destruye:/ no sé sino las cosas que los pájaros pierden/ el mar dejado atrás, o mi hermana llorando” (175). El escenario residenciario constituye un mundo en descomposición: “No hay un calvario soportable por la eventual resurrección, sino sólo muerte, ruinas, destrucciones” (Para leer: 4). No se puede pasar por alto, en esa línea, la opinión de Gabriela Mistral: “son las ciudades modernas en sus muecas de monstruosas criaturas; es la vida cotidiana en su grotesco o su mísero o su tierno de cosas parada o de cosa usual; son unas elegías en que la muerte, por novedosa, parece un hecho no palpado antes (…) La muerte es referencia insistente y casi obsesionante en la obra de Neruda, el cual nos descubre y nos entrega las formas más insospechadas de la ruina, la agonía y la corrupción” (Recado: 2). El espacio poético está determinado por la dialéctica luz y oscuridad que, ciertamente, responde a los parámetros metafísicos descritos con anterioridad. La noche representa – en una soberbia inversión de los códigos poéticos tradicionales - el vientre cósmico, vale decir, el lugar donde se produce la germinación de la existencia: “Tú guardabas la estela de luz, de seres rotos/ que el sol abandonado, atardeciendo, arroja a las iglesias./ Teñida con miradas, con objeto de abejas,/ tu material de inesperada llama huyendo/ precede y sigue al día y a su familia de oro” (39). El día simboliza, por el contrario, las fuerzas destructoras: “Hay tanta luz tan sombría en el espacio/ y tantas dimensiones de súbito amarillas,/ porque no cae el viento/ ni respiran las hojas” (171). El hablante tiene una vocación profética que, lejos de la condición de medium de la divinidad propuesta por Hölderin, entre muchos otros, apunta más bien al carácter vidente que platea Rimbaud en orden a ver más allá y, sobre todo, a penetrar en la esencia de la vida. En esa dirección, Federico Schopf plantea que: “La autorrepresentación del poeta residenciario (…) retiene cierto esplendor aurático que, por lo demás, reaparece intermitentemente (…) cada cierto tiempo en la escritura” (25). Lo anterior, queda de manifiesto en los siguientes versos de Arte poética: “el viento que azota mi pecho,/ las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio,/ el ruido de un día que arde con sacrificio,/ me piden lo profético que hay en mí, con melancolía,/ y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos” (66). Con todo, el hablante encuentra enormes dificultades para realizar su tarea en la medida que no sólo intenta penetrar un espacio poético en permanente digresión, sino que el mismo se ve afectado por las instancias entrópicas de Residencia en la Tierra. Bajo ese prisma, el sujeto residenciario aparece como: “un ser descentrado, carente de identificación estable, un punto de vista que pierde en cada momento la fijeza de su posición y que, de esta manera, se siente engañado por el lenguaje, sostenido artificialmente por él en un lugar del que ya ha sido arrasado y debajo del cual no había fundamento” (25). De esta forma, el hablante se convierte en un testigo mutilado de la realidad: “Así, pues, como un vigía tornado insensible y ciego,/ incrédulo y condenado a un doloroso acecho/ frente a la pared en que cada día del tiempo se une,/ mis rostros diferentes se arriman y encadenan/ como grandes flores pálidas y pesadas/ tenazmente substituidas y difuntas” (67). Cabe consignar que el hablante, también, incide sobre la materialidad disgregada, reteniendo su exterioridad y, a la postre, penetrando proféticamente en su ser. Residencia en la Tierra se caracteriza, además, por la utilización de versos libres y la ausencia de rima. Saúl Yurkievich sostiene, en esa dirección, que: “Los principios constitutivos del verso se reducen a su mínima manifestación: cortes versales y estróficos, versos y estrofa de medida fluctuante. Esta poesía en verso verdaderamente libre se aproxima a la prosa cadenciosa, orienta la dinámica versal hacia su polo opuesto, opera en la zona fronteriza entre prosa y verso e incursiona (…) en el dominio de la prosa propiamente dicha” (Residencia: 6). Asimismo, por el empleo privilegiado de la enumeración caótica y por imágenes no miméticas propias de la vanguardia histórica. La sinonimia y la antítesis son, por último, tropos utilizados por Neruda para descentrar significados y significantes. Erotismo en las cenizas La desintegración de la tierra residenciaria y la esterilidad del fundamento, ponen al hablante en una desesperante encrucijada, debido a que debe batirse entre un mundo apocalíptico y un viaje infructuoso. Pablo Neruda parece hundirse en aguas mortales. Aunque Residencia en la Tierra está marcada por un estigma trágico, Neruda abrirá las puertas para que el sujeto residenciario al menos se refugie de las marejadas hostiles y que, en fin, emprenda la verdadera residencia, aquella que descansa en su propia corporalidad y, especialmente, en el seno de lo femenino. Neruda levanta su residencia, en definitiva, en un erotismo que arde entre las cenizas de un suelo devastado. La poesía erótica residenciaria espejea – al igual que el resto del poemario - la doliente experiencia del hablante. Así, Oda como un lamento resulta paradigmática debido a que muestra la progresiva destrucción del espacio poético: “Hay mucha muerte, muchos acontecimientos funerarios/ en mis desamparadas pasiones y desolados besos,/ hay el agua que cae en mi cabeza,/ mientras crece mi pelo,/ un agua como el tiempo, un agua negra desencadenada” (137-138). La noche del soldado constituye, por su parte, una sentida confesión de la soledad de un ser que pervive en un mundo hostil y que no cuenta con vías de comunicación. De ahí, la interesante analogía que establece Neruda con un soldado, profesional cuya misión central es enfrentar escenarios de guerra: “Yo hago la noche del soldado, el tiempo del hombre sin melancolía ni exterminio, del tipo tirado lejos por el océano y una ola, y que no sabe que el agua amarga lo ha separado y que envejece, paulatinamente (…) sinceramente oscuro” (73). su A partir de esta precariedad vital, el sujeto residenciario comprenderá que subsistencia pasa, en primer término, por arraigarse en su propia materialidad, vale decir, en su cuerpo. Neruda enfoca espléndidamente esa reflexión en el poema Ritual de mis piernas cuando sostiene que: “las gentes cruzan el mundo en la actualidad/ sin apenas recordar que poseen un cuerpo y en él la vida” (88). La corporalidad se erige, entonces, como el pilar sobre el que el hablante intentará sostener una casa que se cae a pedazos. Bajo ese prisma, no podían ser sino las piernas los símbolos del sustento: “son allí la mejor parte de mi cuerpo:/ lo enteramente substancial, sin complicado contenido/ de sentidos o traqueas o intestinos o ganglios:/ nada, sino lo puro, lo dulce y espeso de mi propia vida,/ nada sino la forma y el volumen existiendo,/ guardando la vida (...) de una manera completa” (87). La pervivencia en la carne es tan imprescindible que, progresivamente, dará paso a que el hablante se sumerja cada vez más en lo visceral de la humanidad o, tal como plantea Neruda en Alturas de Macchu Picchu, en lo más genital de lo terrestre. La rememoración de Josie Bliss en Tango del Viudo se encuentra, precisamente, en ese sentido: “Daría este viento del mar gigante por tu brusca respiración (…) Y por oírte orinar, en la oscuridad, en el fondo de la casa,/ como vertiendo una miel delgada, trémula, argentina, obstinada” (94). Pese a la relevancia que tiene la corporalidad para la residencia nerudiana, no se puede desconocer que ésta descansa, fundamentalmente, en la mujer. Cabe destacar, en esa línea, que la femineidad es representada por el color azul que, tal como vimos en un apartado anterior, representa al fundamento o la esencia de la vida. Josie Bliss, poema que cierra el conjunto, establece el carácter protector de la mujer en medio de la debacle de las tierras residenciarias: “Color azul de párpados que la noche ha lamido,/ estrellas de cristal desquiciado, fragmentos/ de piel y enredaderas sollozantes,/ color que el río cava golpeándose en la arena,/ azul que ha preparado las grandes gotas ” (178-179). Cabe destacar, en ese sentido, que las grandes gotas simbolizan la condensación de la vida y, por ende, la mujer no sería sino la materia que permite la existencia. Pablo Neruda establece la permanencia en la tierra, entonces, en el cuerpo femenino y, especialmente, en su posesión. Residencia en la Tierra no se caracteriza por el erotismo trágico de los Veinte poemas de amor, sino más bien por una voluptuosidad descarnada. Juntos nosotros, Diurno doliente, La noche del soldado, El joven monarca, Caballero solo, Tango del viudo y Material nupcial son algunos de los poemas que recogen esta temática. Juntos nosotros es relevante en términos de que revela la fuerza sensual de los amantes. Pablo Neruda subraya la carnalidad de la mujer: “Qué pura eres de sol o de noche caída,/ que triunfal desmedida tu órbita de blanco,/ y tu pecho de pan; alto de clima/ tu corona de árboles negros (…) y tu nariz de animal solitario, de oveja salvaje/ que huele a sombra y precipitada fuga tiránica” (57). Asimismo, destaca el erotismo que despiertan las formas femeninas: “Hecha de ola en lingotes y tenazas blancas,/ tu salud de manzana furiosa se estira sin límite,/ el tonel temblador en que escucha tu estómago” (58). El intenso erotismo se extiende, también, hacia el sujeto residenciario, cuyo cuerpo es expuesto como signo de masculinidad: “Qué pura mi mirada de nocturna influencia (…) mi simétrica estatua de piernas gemelas (…) mis brazos de varón, mi pecho tatuado/ en que penetra el vello como ala de estaño (…) mi pelo hecho de ritos, de minerales negros” (57). El hablante está motivado no tanto por la emotividad que despierta la amada, sino más bien por un deseo que devora sus entrañas: “De pasión sobrante y sueños de ceniza/ un pálido pálio llevo, un cortejo evidente,/ un viento de metal que vive solo/ un sirviente mortal vestido de hambre (…) que tu salud de astro implanta en las flores,/ cuando a mi piel parecida al oro llega al placer,/ tú fantasma coral con pies de tigre” (62). Residencia en la Tierra está cruzada por una sensualidad despojada, que es la ruta principal del sujeto residenciario para arraigarse en el espacio poético. Al respecto, es necesario destacar que la visión nerudiana adscribe, en gran medida, a concepciones históricas tradicionales que consideran a la mujer como símbolo de la tierra, especialmente en la medida que éstas fueron las responsables de las actividades agrícolas. La posesión de la mujer parece, entonces, como un gesto simbólico de asentamiento en el suelo. Bajo ese prisma, se encuentran los numerosos pasajes en que son retratadas las uniones sexuales. Material nupcial lo aborda, por ejemplo, de la siguiente forma: “la pondré como una espalda o un espejo,/ y abriré hasta la muerte sus piernas temerosas,/ y morderé sus orejas y sus venas,/ y haré que retroceda con los ojos cerrados/ en un espeso río de semen verde” (139). La noche del soldado concuerda con esa directriz: “Yo peso con mis brazos cada nueva estatua, y bebo su remedio vivo con sed masculina y en silencio. Tendido (…) trepando por su ser desnudo hasta su sonrisa: gigantesca y triangular hacia arriba, levantada en el aire por dos senos globales, fijos ante mis ojos como dos lámparas con luz de aceite blanco y dulces energías” (74). En ese sentido, se puede contar Josie Bliss: “Qué vestido, qué primavera cruza, / qué mano sin cesar busca senos, cabezas,/ el evidente humo del tiempo cae en vano (…) el horizonte de la sangre tiembla, hay algo,/ algo sin duda agita los rosales” (177). Cabe agregar que la mujer es objeto de una serie de plegarias de salvación por parte del sujeto residenciario. Se erige el ser femenino, entonces, como una especie de ángel de la guarda que es convocado en los momentos de desesperación. Madrigal escrito en invierno, Oda con un lamento y Serenata se encuentran en esa dirección. Madrigal escrito en invierno resulta concluyente, a ese efecto, debido a que el hablante interpela directamente a un oyente femenino a fin de que lo salve de la devastación residenciaria: “Alójame en tu espalda, ay refúgiame,/ aparéceme en tu espejo, de pronto,/ sobre la hoja solitaria, nocturna,/ brotando de lo oscuro/ detrás de ti” (49). Es necesario destacar, también, la belleza de Oda con un lamento, poema en que el hablante ofrece su amor a su amada y donde, además, la conmina a regresar a su lecho: “Ven a mi alma vestida de blanco, con un ramo/ de ensangrentadas rosas y copas de cenizas,/ ven con una manzana y un caballo, porque allí hay una sala oscura y un candelabro roto,/ una sillas torcidas que esperan el invierno,/ y una paloma muerta” (138). Neruda parece realizar casi una promesa matrimonial (vestida de blanco, con un ramo) para que la amante venga con una hermosura empapada de vida y de muerte (ensangrentadas rosas y copas de cenizas) y, además, de rebosante de erotismo y fuerza (manzana y caballo) a un hogar herido, quizás, de muerte (porque allí hay una sala oscura y un candelabro roto y una paloma muerta). Residencia definitiva Residencia en la Tierra constituye – junto a Alturas de Macchu Picchu - la más alta cota estética de Pablo Neruda. La hondura metafísica del texto, el delicioso manejo del ritmo y de las figuras retóricas no tienen símil en la poesía nacional. Más aun al considerar que el conjunto de poemas tiene un sólido nivel de cohesión y unidad que, a la postre, conforman una paloma – expresión más acabada de la vida y símbolo de perfección formal para Neruda - sombríamente luminosa. De ahí que la crítica especializada sitúe a este poemario como una de las piezas claves del siglo XX, sólo comparable a la Tierra baldía de T.S. Eliot y a las Elegías del Duino de Rainer María Rilke. Pablo Neruda realiza un viaje mítico por el corazón del universo, espejeando la germinación de la materia a fin de exhibir sus resplandores azules y, a su vez, un paseo por la desintegración del individuo a manos de las fuerzas corruptivas del tiempo y la muerte. Apocalipsis poético motivado por la evolución poética de Neruda y, en menor grado, por su solitaria experiencia en Oriente. Ante ese escenario, el sujeto residenciario encontrará en su corporalidad y, sobre todo, en las profundas cavidades del cuerpo femenino el refugio para guarecerse de las lluvias ácidas que deshacen la ciudad moderna. Residencia en la Tierra es, en definitiva, el camino de un sujeto poético que se vuela por la inmensidad del cielo, se sumerge en las profundidades oceánicas y penetra en las entrañas de la tierra para, finalmente, descansar en lo más genital de la humanidad. Alex is Candia Cáceres Mag íste r e n L ite rat ur a y Pe r iodist a por la Unive rsidad de Playa Ancha. Bibliografía Alonso, Amado, Poesía y estilo de Pablo Neruda. Interpretación de una poesía hermética. Buenos Aires: Editorial Sudamericana, 1951. Concha, Jaime, Interpretación de Residencia en la Tierra de Pablo Neruda. En http://www.uchile.cl/neruda/critica/concha.html Loisel, Clary, La naturaleza cíclica de Residencia en la Tierra 1995-1931: un estudio de “Galope muerto” y “Significa sombras”. 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