1 GOBERNAR LA GLOBALIZACIÓN: LA

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GOBERNAR LA GLOBALIZACIÓN: LA COSMOPOLÍTICA PARA LA
GOBERNABILIDAD DEMOCRÁTICA
Jorge Nieto Montesinos
Coordinador del Proyecto Demos de UNESCO.
Director de la Unidad sobre Democracia con sede
en UNESCO México.
En América Latina está ocurriendo una revolución cautelosa. Ella viene envuelta en
las sombras de la crueldad y del dolor humanos. Tiene una forma sigilosa. Ambas cosas, a
veces, nos impiden verla. Pero ella ocurre. A las perplejidades que produjeron las múltiples
crisis asociadas a los cambios en la región y en el mundo, le ha seguido un proceso inédito
de madurez intelectual. Se ha producido un aprendizaje colectivo que aísla cada vez más el
pensamiento maniqueo, cualquiera sea el signo político o la capacidad publicitaria que
tenga. La apropiación social de la complejidad y de sus variados matices suscitan ante las
formulaciones simples, por muy elegantes que puedan parecer, el sentimiento de estar
frente a cosa arcaica. La erosión de los diversos actores colectivos está dando lugar a un
progresivo retorno de las sociedades a la actividad pública, a través de múltiples formas que
convergen en la paulatina creación de una ciudadanía cada vez más participativa, con
crecientes demandas de información. El promedio de la reflexividad social ha aumentado y
se ha convertido en una razón adicional que ha puesto en crisis los liderazgos
convencionales. La nueva conciencia económica -privada y pública- que quiere asociar el
crecimiento a la igualdad y a la justicia social, empieza a demandar un modelo de
desarrollo que haga del mercado mundial una fuente de posibilidades para todos.
Estas tendencias concurren junto a otras de signo inverso. Al lado de las señales
constructivas, existe también la realidad terrible de esa muerte lenta que es la pobreza
perpétua o la muerte de la vida cívica que es la corrupción, especialmente aquella ligada al
narcotráfico. Sólo la voluntad y la imaginación políticas, sumadas a la intransigencia ética,
pueden impedir que este haz de condiciones se convierta en otra oportunidad histórica
desperdiciada, y hacer que impere una ética de la vida. Nunca como en este fin de siglo el
futuro de los hombres y de las mujeres de América Latina y del Caribe dependió tanto de su
propia acción. Acostumbrada por la herencia colonial a pensarse a sí misma como víctima o
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realización de fuerzas externas, siempre incontrolables, hoy la región empieza a vivir, en
medio de estos signos contradictorios, las condiciones para el despliegue de un nuevo ciclo
histórico. Si la política latinoamericana afirma sus raíces en los mejores momentos de su
historia, aquéllos en que otros como nosotros supieron suscitar y dirigir las voluntades y las
energías individuales y colectivas hacia la conquista de metas compartidas, estaremos en
los albores de un nuevo comienzo.
El fin de la bipolaridad entre el Este y el Oeste trajo consigo, primero, la crisis del
dogma totalitario, y ahora, la rápida absolencia del autodenominado pensamiento único. Se
está abriendo así la posibilidad de pensar la gestión pública de los problemas de nuestros
países sin la dicotomía simplificadora de la época de la guerra fría. Las precariedades de la
hora y la insensible soberbia de quienes más poder tienen para decidir el rumbo de la
modernidad, obligan a la región a ir en busca de sí misma, de su integración. Todo vínculo
cooperativo es necesario y debe ser buscado y preservado en un marco de reciprocidad,
pero ninguno más importante que el propio y mancomunado esfuerzo. Cualquier camino
está destinado al fracaso. Insistir en la creencia de que subordinaciones privilegiadas o
filantropías repentinas le abrirán a los pueblos del continente un espacio en el mundo es, a
la luz de los resultados, un error grave.
FUERZA MORAL PARA OTRA MODERNIDAD
Consolidar la fuerza moral necesaria para asumir sostenidamente la responsabilidad
y el riesgo de decisiones autónomas es obligación ineludible en un mundo globalizado. Sin
esa fuerza moral, el futuro será un shock. Con ella, la multicolor diversidad nacional y
regional que ha compuesto el mixtión de nuestro mestizaje puede afirmarse en intercambio
con el mundo. Ir hacia uno mismo para aprender del otro, buscar al otro para encontrarse:
ambos movimientos residen en la voluntad de ser. Son la incertidumbre necesaria para
inventar otra modernidad, una en la que nuestros diversos tiempos históricos dejen de ser
paralelos y se puedan reconocer, junto a la tradición fundadora de Occidente, la intimidad
de nuestras racionalidades primigenias quéchuas, mayas, aymaras, nahuas o guaraníes, la
reformulación ultramarina de la herencia lusohispanoárabe, y la dignidad bullente de
nuestra verdad oscura, la afroamericana.
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Si el futuro ha ser, como se ha dicho, un choque de civilizaciones, en nuestra región
está el secreto de evitarlo. Quinientos años nos han enseñado que el contacto civilizatorio
puede convertirse en diálogo respetuoso de las diferencias, en coexistencia pacífica y
creadora de pluralidades étnicas que enriquecen nuestro modo de vida, a veces resueltas por
el amor en esa perpleja síntesis que es el mestizaje, condición común de nuestros pueblos.
Para ofrecérsela al mundo, nuestra América debe terminar de consolidarlo, respondiendo al
llamado ancestral de sus pobladores originarios y cancelando el callado dolor de una parte
de nosotros mismos.
Nada lo impide, salvo la cárcel de larga duración de nuestros prejuicios, ideologías,
intereses y rivalidades de otra época, caducos pero aún resistentes. Las sociedades y los
Estados han dado pasos significativos en la dirección correcta. Cuestiones que hasta hace
unos pocos años parecían naturales, ahora se han transformado en problemas, con su carga
de dificultad, pero también con su reto para la acción pública. La segregación étnica, la
pobreza y la desigualdad, la discriminación de la mujer y de los jóvenes, la violación
sistemática de los derechos humanos, la destrucción del medio ambiente, las guerras
fratricidas entre pueblos que deberían ser una sola nación y el armamentismo subsecuente,
aunque aún no sean la parte central de las agendas estatales, son conquistas culturales de las
sociedades y motivan la creación programática e impulsan la acción de nuestros
intelectuales y políticos.
LÍDERES PARA EL CAMBIO DE RESPONSABILIDAD COMPARTIDA
Precisamente porque el presente se ha vuelto un problema y porque la necesidad
aprieta, son imprescindibles políticas renovadas. Aunque muchas veces la desesperanza y el
pesimismo nos nublan la vista, ellas ya están ocurriendo ante nuestros ojos. Desde diversos
espacios -gobiernos, municipios, organizaciones no gubernamentales, agencias de
cooperación internacional, corporaciones sociales-, adelantados líderes de voluntad
innovadora vienen anunciando, con acciones que construyen nuevos consensos básicos, los
primeros frutos de una búsqueda compartida. Su ejemplo nos dice que en las actuales
circunstancias lo único realista es pensar el cambio, restituirle a la acción pública su sentido
moral, construir las condiciones prácticas de realización de utopías razonables. Como para
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los hombres y mujeres sencillos que habitan nuestros países, también para los estadistas y
los líderes que piensan en ellos, las dificultades del mundo le dan a cada día su afán.
Innovar las prácticas de la política es renovar a sus actores, es propiciar cambios en sus
prácticas que en el largo plazo sedimentarán como una nueva cultura, una cultura del
diálogo, una cultura democrática, una cultura de la paz.
En América Latina está ocurriendo una revolución cautelosa. Consolidarla en todas
la áreas y en todos los niveles de la vida social requiere liderazgos para el cambio de
responsabilidad compartida, ésta es condición necesaria para lograr, en el nuevo siglo, la
promesa de la vida latinoamericana. Ella se adelanta en el tránsito universal de una
civilización de la guerra a una civilización de la paz. Promover los principios democráticos
y universales de la justicia, la libertad, la igualdad y la solidaridad, es compartir un
programa de emancipación humana que gobierne la globalización y la ponga al servicio de
la gente.
EL VÉRTIGO DE LO IMPENSABLE
A fines del siglo veinte, la humanidad parece tener la íntima convicción de que algo
muy grande ha cambiado en la historia mundial. Más allá de una difusa conciencia
milenarista, en las elaboraciones intelectuales o en las percepciones del sentido común, la
realidad se nos presenta bajo la forma de una novedad radical. Todo es nuevo, neo o pos. El
uso de los prefijos revelan esa conciencia del cambio, pero también, a poco que se mire, las
dificultades para entenderlo. Usualmente las definiciones de los cambios remiten a aquéllo
que se supone ha cambiado: posindustrial, posmoderno, neoliberal, neocomunitarismo. El
resultado es una gran sensación de vértigo y una enorme dificultad para orientarse en el
mundo. En la percepción extrema de algunos publicistas de la escena contemporánea, el
futuro aparece como un shock y la novedad del mundo como una fuga. Imprevisible en el
grado de lo absoluto, el mañana sería ingobernable. Así se ingresaría al nuevo siglo sin ruta
trazada ni cartografía orientadora.
CAMBIO Y SABER
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Acaso lo realmente novedoso sea que ha surgido un tipo nuevo de incertidumbre.
Ésta está asociada ya no solamente al vértigo de la modernidad, acelerado en el período
reciente, sino que se deriva de la acción del hombre sobre la naturaleza. La incertidumbre
parece cada vez menos el resultado de una naturaleza indomeñada, y se asocia cada vez
más con la acción humana sobre su entorno. Aún en los países pobres hay la extendida
convicción de que la mayoría de las llamadas catástrofes naturales son, en sentido estricto,
una carencia en la previsión humana. El teorema ilustrado según el cual un mayor
conocimiento debería expresarse como una mayor seguridad para la vida humana, se ve
cuestionado por esta realidad.
Los desastres nucleares o ecológicos, los cambios climáticos de la tierra, las nuevas
plagas, se derivan del esfuerzo de dominio del hombre sobre la naturaleza. El resultado ha
sido una progresiva desconfianza en el cambio social orientado por el conocimiento
humano. Algunos han renunciado al cambio, refugiándose en seguridades tradicionales de
diverso tipo. Éste es el origen de un curioso fenómeno moderno, el fundamentalismo, la
defensa beligerante de las tradiciones. Otros han renunciado al saber crítico, abandonando
el curso de la historia a la aparente espontaneidad de las transacciones mercantiles o
declarando su final. Este es el origen contemporáneo de un fenómeno ancestral, el
dogmatismo. Entre ambos están los esfuerzos plurales por hacer que el conocimiento
humano conduzca el cambio, y que el desarrollo de la conciencia ética y moral, que en la
vida pública es política, decida la utilización de los avances científicos.
MODERNIDAD Y CAMBIO
Aunque hay quien piensa que la sensación de que todo lo sólido se disuelve en el
aire es una de las características que constituyen a la vida moderna, la incertidumbre
característica de este momento parece tener que ver con la acumulación en cantidad y
calidad, y con la velocidad de los cambios. Las innovaciones tecnológicas en las
comunicaciones parecen multiplicar la cantidad de los cambios con la experiencia de su
simultaneidad. En tiempo real, cualquiera puede vivir acontecimientos que ocurren en el
otro lado del mundo. A su vez, territorios inexplorados para acción humana -piénsese en las
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investigaciones genéticas o en las modificaciones que ocurren en el concepto tradicional de
familia- propician la percepción de que los cambios son verdaderas mutaciones.
Finalmente, la aceleración de la innovación científica, pero también cultural y social,
refuerza y amplifica la experiencia fundadora de la vida moderna. El resultado de todo ésto
es la creación de nuevos contextos culturales para la vida personal, local y nacional. Ya no
es sólo que el mundo se haya convertido en una aldea, como fue definido en un primer
momento por el concepto de la aldea-global. El despliegue de ese proceso ha dado un paso
adelante: ha convertido, cuando menos en ese sentido, a las aldeas en parte del mundo.
UNIVERSALIZACIÓN Y MUNDIALIZACIÓN
Los cambios han operado una modificación significativa de nuestras percepciones
de espacio y de tiempo. La democratización relativa de los transportes, producto del
abaratamiento objetivo de los mismos -entre 1930 y 1990 el precio medio facturado de cada
milla de transporte aéreo ha descendido de 0.68 a 0.11 de dólar- ha impulsado esa gran
experiencia mundial de multitudes de hombres y mujeres que es la migración; con ella,
pese a todas las dificultades y políticas fronterizas, el mundo se ha convertido en un espacio
posible, especialmente cuando el acicate es la búsqueda de un porvenir mejor. También la
revolución de las comunicaciones ha inducido una modificación de nuestro sentido
temporal. Desde cualquier pequeña ciudad es posible la comunicación con el mundo. Por
ello las expectativas, especialmente de los más jóvenes, se construyen en un orden de
preferencias que dependen cada vez menos de los entornos tradicionales.
Dada la situación de pobreza y exclusión, si bien esta irreversible interdependencia
espontánea de espacio y tiempo puede ser fuente de sufrimiento y emulación descontrolada,
también da lugar a un impulso de democratización sin precedentes. La universalización de
esa modificación espacial y temporal de la experiencia humana: antes que nada es un
fenómeno cultural. Su resultado es la mundialización de la vida, aún la vida de los más
pobres y en algunos aspectos, especialmente la de ellos. Si su resultado es el
enriquecimiento de nuestra diversidad creativa o la gris extensión de un solo modo de vida,
ello dependerá del modo institucional en que se canalice ese proceso. Es equívoco
confundir el proceso de la universalización y sus efectos contradictorios con sus aspectos
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económicos, la llamada globalización. Revela una concepción del hombre bastante simple,
aquélla que lo reduce a homo economicus, ante cuya plenitud es únicamente el cálculo
racional del costo y beneficio.
GLOBALIZACIÓN E IDEOLOGÍA DE LA GLOBALIZACIÓN
La globalización es la parte económica del proceso de universalización y
mundialización de la vida. Como tal, cambia el contexto del desarrollo económico y crea
exigencias que no es posible ignorar. El peso creciente de los intercambios transfronterizos
de bienes y servicios, el desarrollo y la difusión de nuevas tecnologías que han alterado
significativamente flujos y beneficiarios del comercio internacional, y la movilidad
internacional del capital -1.4 billones de dólares circulando cada día en el mercado
internacional, 90% de los cuales lo hace en transacciones de menos de una semana- han
creado una situación nueva.
Pero una cosa es este proceso histórico objetivo, y otra muy diferente la ideología
creada alrededor de él. Como se ha dicho, constatar el aumento de los intercambios
mundiales, el papel de las nuevas tecnologías y la multipolarización del sistema de
producción es una cosa; decir que constituye un sistema mundial autorregulado y, por tanto,
que la economía escapa y debe escapar a los controles políticos, es otra muy distinta. Se
sustituye una descripción exacta por una interpretación errónea. Distinguir entre
globalización e ideología de la globalización es fundamental para propiciar el desarrollo, la
democracia y la equidad, especialmente desde los países del Sur. Cualquier política que no
tome en cuenta el proceso de globalización, tenderá a convertirse en una retórica de la
impotencia; pero toda adaptación pasiva a los dictados de la globalización condena a la
exclusión a la mayoría de la población de nuestros países e impide su desarrollo.
PROBLEMAS GLOBALES Y GOBERNABILIDAD
Una de las consecuencias positivas de la mundialización de la vida es la progresiva
toma de conciencia universal acerca de la dimensión global de determinados problemas.
Las urgencias planetarias por la crisis ambiental, el incontrolado incremento demográfico,
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el malestar y el sufrimiento causado por las migraciones masivas, la crisis espiritual de las
democracias, la pobreza y exclusión crecientes, la barbarie de las guerras, son los
principales temas de una agenda mundial para la gobernabilidad global. Como lo ha
señalado el informe Nuestra Aldea global, sólo la existencia de valores globales pueden ser
la base de una acción concertada. Derechos comunes y responsabilidades compartidas
configuran una ética de la vida desde la cual es posible observar el callejón sin salida de la
civilización bélica, una civilización que está dispuesta a gastar en un año 815 billones de
dólares en erogaciones militares totales, y sólo menos del 0.23% de esa cifra en operaciones
de paz. Una civilización bélica en la que los países en desarrollo siguen siendo, pese a la
pobreza de sus mayorías, los principales compradores de armas, y los miembros
permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sus principales
proveedores.
Según dan cuenta la mayoría de los estudios sobre los distintos problemas globales,
todos ellos convergen en la necesidad de crear nuevos límites, límites humanos, a la ética
productivista y de crecimiento y consumo descontrolados que subyace al actual modelo de
desarrollo y al estilo de vida que le es afín. El mayor reto para la gobernabilidad
democrática a escala mundial y nacional es un proceso de globalización conducido desde
las sombras por los poderes fácticos, siempre en una lógica de poder excluyente e
insensible a la vida de la gente. Gobernar la globalización es regular democráticamente los
diversos flujos mundiales en los distintos ámbitos, empezando por el financiero. Gobernar
la globalización es concertar límites humanos -éticos, ecológicos, sociales- al imperio del
mercado que, sin tales límites, sucumbe ante el totalitarismo finisecular de los monopolios.
Sin el dominio de la humanidad sobre los artificios que ha creado para preservar la vida, la
globalización, que puede ser fuente de oportunidades, se convierte en el principal factor de
ingobernabilidad y de deshumanización del mundo.
DESARROLLO Y NUEVO ORDEN ECONÓMICO
Uno de los grandes problemas globales sobre el que es preciso llamar la atención es
el del desarrollo. En su momento tema central, paulatinamente se ha ido diluyendo como
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preocupación internacional y aún nacional. En sus formulaciones iniciales la falta de
desarrollo era asociada al señalamiento de fallas estructurales en el funcionamiento de los
mercados, la estrategia para lograrlo consistía en una enérgica y múltiple acción del Estado,
como agente central para corregir las condiciones adversas. Hoy el subdesarrollo es
interpretado como un subproducto de estrategias de desarrollo que trabaron el dinamismo
de los mercados, la solución consiste en remover las fallas artificiales introducidas por los
gobiernos, creando rigideces y cargas políticas sobre estructuras productivas aún
incipientes. La experiencia de estos años ha enseñado que el desarrollo es resultado de una
combinación entre la acción del Estado y el mercado, entre protección y librecambio,
resuelta casuísticamente. Indiferente a la simplicidad de teorías estatistas o privatizadoras,
el mundo real del desarrollo está plagado de complejidad.
América Latina ha impulsado en los últimos años, a un costo social muchas veces
excesivo e inequitativamente distribuído, sus obligaciones macroestructurales con el
desarrollo. No puede decirse lo mismo de los países más ricos. Aún la promesa, bastante
pobre, de destinar el 0.7% de su producto interno bruto a la cooperación internacional para
el desarrollo; ha sido descuidada. Cada año desciende el porcentaje real dedicado a ese fin.
En 1996 apenas alcanzó el 0.2%. Por ello hay quien piensa que los grandes planes de ayuda
internacional eran, en realidad, sólo una arma más de la parafernalia de la guerra fría.
También en este aspecto es preciso salir de un razonamiento de guerra. La cooperación
internacional debe incluir un incremento en cantidad de la solidaridad internacional, pero
también una mejora en calidad: las economías en desarrollo necesitan sobre todo reglas
equitativas para el comercio de sus productos, que eliminen prácticas proteccionistas
discriminatorias. Si no es así, los países del Norte desarrollado no deben extrañarse si los
pobres del sur infiltran indeteniblemente la cortina de oro en busca de trabajo.
AJUSTE ESTRUCTURAL Y DESARROLLO
Buena parte del crecimiento económico de América Latina se produjo durante el
modelo de desarrollo sustitutivo de importaciones, el crecimiento con base en un mercado
protegido y en una actividad central del Estado. Pero el éxito del modelo quiso ser
sostenido más allá de sus propias condiciones de posibilidad, recurriéndose al
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endeudamiento externo. Se retrasaron así, trágicamente, los cambios necesarios de
estrategia económica. El tiempo, un bien político escaso, fue dilapidado. Con él, la
posibilidad de ajustes menos traumáticos y más equitativos. Los desequilibrios fiscales y
monetarios, la inflación creciente, la merma de la productividad industrial, el persistente
declinar de la agricultura, terminaron llevando finalmente al ajuste, pero impulsado en el
contexto de una fuerte presión externa. Lo que empezó siendo un movimiento
autocorrectivo indispensable que trataba de mantener los precarios equilibrios del
desarrollo, aún si inducido, terminó por ser una reacción adaptativa y sin rumbo a las
presiones internacionales. Los ulteriores actores principales del ajuste determinaron su
forma: en casi todos los países éste ocurrió sin ningún consenso social previo, por fuera de
las formas representativas, como decisión de técnica económica y no de política y de
desarrollo.
Hoy la región vive la fase cultural del posajuste. Si bien no todos los países de la
región lo han llevado adelante y los programas de ajuste están inscritos aún en el horizonte
histórico de algunos de ellos, todos se miran ahora en la experiencia de aquellos otros que
lo llevaron adelante. Aunque en su dispositivo inicial se propusiera un modelo que trataba,
por igual, a economías complejas de países de desarrollo medio y a países de desarrollo
incipiente y economías primarias, en realidad no ha habido una sola política de ajuste. Pese
a la insistencia uniformizadora, cada contexto nacional con su carga singular de herencia
cultural, instituciones políticas y voluntad, fueron imprimiéndole a los programas de ajuste
sus historias singulares. Por ello mismo los resultados fueron también distintos. Colocados
en el espacio de las reformas económicas, no todas las economías de la región pueden decir
que hayan logrado los propósitos que motivaron los programas de ajuste. Algunas parecen
haber sido condenadas a vivir de manera permanente lo que fue concebido originalmente
como transitorio.
EQUILIBRIO, TIEMPO Y VOLUNTAD
Con todo, la experiencia reciente parece indicar, allí donde el ajuste ha cosechado
éxitos logrando los equilibrios macroeconómicos y la modernización necesaria para el
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desarrollo, que se vuelven imprescindibles correcciones mayores en la estrategia
económica: es que en el mercado no se venden, ni siquiera como mercancías caras, la
equidad social o la estabilidad política. Y si la estabilidad macroeconómica no se expresa
en bonanza microeconómica en la vida de la gente, todos los sacrificios sociales realizados
para la reforma económica serán inútiles. Es preciso aprender de la experiencia y evitar la
pérdida de un tiempo precioso, como ocurrió con el modelo de sustitución de
importaciones, y producir las correcciones necesarias de los desequilibrios e inequidades
sociales, conservando logros de la reforma económica tales como el incremento de las
exportaciones, la reducción significativa de la inflación o la mejora de las cuentas públicas.
Reformar la estrategia de desarrollo supone aprender a encontrar un equilibrio adecuado
entre diferentes tipos de política, con el objetivo de lograr economías en crecimiento y
sociedades sin exclusión. Para ello, la voluntad y la imaginación de líderes innovadores es
esencial.
SOCIEDAD Y MERCADO
Tiende a asociarse con demasiada facilidad el concepto del mercado al de
competencia. Es una percepción no por extendida menos falsa, aquella que cree que la sola
existencia del mercado "libre", es decir, no regulado, garantiza la competitividad. Por el
contrario, la experiencia enseña que lo que es verdaderamente necesario para incrementar la
productividad es la existencia de mercados competitivos, es decir, regulados. Si es verdad
que el sueño de todo buen empresario es construir su monopolio, el deber de toda buena
regulación es impedírselo. Mantener la tensión entre la libertad económica y la solidaridad
social es el desafío contemporáneo. El buen funcionamiento económico requiere de la
competitividad para la innovación tecnológica o el correcto intercambio entre sectores
productivos o regiones. La regulación, y en su caso la desregulación, que son ambas una
construcción institucional, son la vía para que el mercado la provea. Sin esa intervención
consciente desde lo público, el mercado “libre” es, en verdad, monopolio sin competencia
y, a la larga, monopolio incompetente. Lo mismo da que sea del Estado o sea privado. Si,
como sabíamos, no todo lo público se reduce al Estado, tampoco todo lo social se reduce al
mercado, ni éste segrega, por automatismo espontáneo, competitividad.
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MERCADO Y ESTADO
El anterior período del desarrollo latinoamericano enseñó que el Estado no puede ni
debe suplir al mercado. El curso de las reformas económicas de los últimos años nos
enseñan que el mercado no es omnipotente. De ser el actor central del crecimiento, del
desarrollo y de la modernización, el Estado fue convertido en un actor marginal de esos
procesos. La que hemos llamado ideología de la globalización desarrolló una confianza
injustificada y excesiva en las capacidades del mercado, sólo superada por una alta y
despectiva desconsideración respecto a la construcción institucional en general, y a la
institución del Estado en particular. El resultado ha sido la coexistencia de unidades
económicas en esfuerzo de modernización, junto a Estados más bien abandonados. Y el
desarrollo sólo es posible si el impulso al crecimiento que desata la economía de mercado,
es sostenido y corregido por la acción de un Estado modernizado, que genere
concientemente los equilibrios sociales, medio ambientales o interregionales necesarios
para ello.
ESTADO, CRECIMIENTO Y DESARROLLO
Si la ideología de la globalización descuidó el tema del Estado y si el mercado
requiere de la acción pública para desplegar sus bondades, la reconstrucción institucional
del Estado, reformado y modernizado, es uno de los correctivos que se necesitan. Gobernar
la globalización y desarrollar una política de la inclusión obliga a esa reconstrucción.
Constatar la nueva demanda de Estado que surge del propio curso de las reformas
económicas no debe ser motivo para resuscitar la utopía estatista. No se trata de recuperar o
mantener funciones empresariales del Estado al margen de criterios de eficiencia
económica, según vicios del pasado que dieron origen al proceso de reformas económicas.
Pero tampoco es correcto sostener, al margen de toda evidencia, el peligroso debilitamiento
del poder del Estado, tanto en su capacidad reguladora de la vida económica y social, como
en su función correctora de los resultados negativos del mercado, protegiendo a los más
desvalidos y manteniendo sus funciones de promoción de la igualdad de oportunidades en
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educación, justicia, salud y empleo. Gobernar la globalización en el difícil contexto actual
requiere de un Estado vigoroso, capaz de innovación, adaptabilidad y aprendizaje, con
atribuciones renovadas en la conducción de la vida social -derivadas del consenso público-,
que integre criterios políticos y técnicos en la toma de decisiones. El desarrollo y el
crecimiento son obra de plazos largos, no ocurren de la noche a la mañana. Acabar con la
deslegitimación del Estado es indispensable para aprovechar las oportunidades de un
mundo global. Sólo así se logrará un desarrollo simultáneo, desde dentro y hacia afuera,
que resuelva los desequilibrios internos, tanto como los externos, en un paulatino esfuerzo
nacional y regional de integración social, económica y territorial, ligado a las oportunidades
tecnológicas y comerciales del mercado mundial.
CIUDADANÍA Y DESPRIVATIZACIÓN DE LO PÚBLICO
La reconstrucción institucional del Estado debe conducir a una reconstrucción de los
lazos que lo unen a sus respectivas sociedades. La reforma y modernización del Estado
tiene un componente administrativo que tiene que ver con la mejora organizacional para el
diseño, la gestión y la evaluación de las políticas públicas. Pero ambas deben converger en
un esfuerzo sinérgico por la ciudadanización de la vida pública de nuestras sociedades. El
Estado reformado y modernizado es sólo un instrumento necesario para construir una
ciudadanía fuerte, afirmada en capacidad de ser portadora de derechos y en las obligaciones
que de ello se derivan. Tanto el Estado como la vida pública en la región han tendido, con
excepciones notables, a privatizarse. Construir el espacio imaginario de la igualdad, es
decir, hacer posible el ejercicio cotidiano de la ciudadanía y de la vida cívica para toda la
población, es, al mismo tiempo, construir la autonomía necesaria del Estado, universal
frente a los intereses particulares.
A diferencia de la modernización, proceso de reorganización de las cosas, la
modernidad tiene que ver con la cultura y el alma de la gente. En este aspecto es preciso
insistir en que el protagonista de la democracia no es el Estado, como no es el mercado el
protagonista de la libertad. El gran protagonista de la democracia es el ciudadano,
expresión pública de la persona vinculada a su comunidad. Estado y mercado son solo
artificios que están al servicio de su bienestar.
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POBREZA, DESIGUALDAD Y CIUDADANÍA
Pobreza y desigualdad, se sabe, son distintas. Pueden haber sociedades pobres con
poco grado de desigualdad; a la inversa, sociedad opulentas pueden cobijar amplios
márgenes de desigualdad. Pero en nuestro continente casi siempre la pobreza se deriva de la
desigualdad. La lucha contra la pobreza en América Latina es sólo una parte de la lucha
contra la desigualdad. Durante todo el siglo América Latina fue la región del mundo que
mayor promedio de crecimiento económico logró: 4% en promedio, contra el 3.2% para el
Asia y el 3% para los países de la OCDE. También, en el mismo periodo, fue la región del
mundo con la mayor desigualdad social: hoy el 20% más rico de su población recibe 19
veces lo que el 20% más pobre, una diferencia mayor que cualquier otra parte del mundo. Y
esa vergüenza se hace mayor cuando observamos que en las vastas zonas de población
indígena o negra, la desigualdad y la pobreza se incrementan aún más, y más todavía si se
es joven y mujer. Así, no es la falta de crecimiento económico o la baja productividad lo
que explica la desigualdad social de la región.
Diferencias en la distribución del ingreso, en la calidad de vida, en el acceso a las
oportunidades, en el acceso a una educación de igual calidad y en la protección de los
abusos del poder propician la desigualdad y hacen más agobiante la experiencia de la
pobreza.
CULTURA DE LA DESIGUALDAD
Las consecuencias sociales de los programas de ajuste de los últimos años sólo han
agudizado un problema que ya era una constante de la historia regional. Por éso se ha
hablado de la existencia de una cultura de la desigualdad, de una mentalidad social
inculcada desde los poderes sociales que piensa la desigualdad como si se tratara de un
fenómeno natural: éste es el primer obstáculo a remover para lograr los mejores niveles de
equidad y de igualdad de oportunidades. Como todo problema de cultura política, su
resolución empieza como transformación de las prioridades en las prácticas políticas, que
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luego pasan a formar parte de las costumbres, de la cultura de la sociedad. El combate a la
desigualdad y a la pobreza debe ser el verdadero meollo de las políticas de nuestros países,
un correctivo de la organización social, no sólo por razones éticas, sino fueran suficientes,
sino por conveniencia del desarrollo económico y de la estabilidad política. Se ha calculado
que la desigualdad de acceso a las oportunidades del mercado, del trabajo y del crédito
ocasionan pérdidas para los países en desarrollo equivalentes a 500,000 millones de dólares
anuales, diez veces lo que reciben por concepto de ayuda externa, 20% del trabajo
acumulado de 4,000 millones de seres humanos. Por otra parte, el despliegue del círculo
vicioso que permita salir del atraso necesita señales de certidumbre social.
Sin una reducción significativa de la desigualdad y de la pobreza, la afirmación de
una ciudadanía capacitada y con recursos para intervenir en lo público seguirá siendo la
reproducción de un privilegio. Ocurre lo mismo con la superación de las otras causas de la
desigualdad, las diferencias étnicas, las diferencias de género, las diferencias de edad, las
diferencias de región. Todas ellas constituyen brechas de desigualdad que impiden la
constitución plena de una ciudadanía participativa y con poder.
POBREZA Y ÉLITES SOCIALES
El combate a la pobreza en América Latina ocurre en un contexto internacional
adverso. Como se ha informado recientemente, el 86% del ingreso mundial está en manos
del 20% de la población, mientras que el 20% más pobre del mundo sólo dispone del 1.1%,
menos que el 2.3% que recibía en 1960. Pese a los progresos en el acceso al agua potable, a
la escolaridad, en el abatimiento de la mortalidad infantil y la desnutrición y en la elevación
de la esperanza de vida, aún quedan 1,200 millones de seres humanos sin agua potable,
1,000 millones de analfabetos y 800 millones que padecen hambre.
Aunque el sufrimiento humano causado por la pobreza es siempre el mismo, la
pobreza no es siempre igual. Conocerla en su especifidad es empezar a combatirla. En las
experiencias pasadas por superarla, tres parecen ser las constantes históricas que han
llevado a hacerlo. La coexistencia de un incremento de la acción social de los pobres a
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través de formas diversas que van desde la criminalidad hasta las revueltas sociales, la
eficacia solo parcial del orden para contener esa acción, y la conciencia en las élites en que
su bienestar y el de los pobres era interdependiente. Si ello es cierto, el radicar la pobreza,
lo mismo que abatir la desigualdad, es una cuestión política, antes que económica. Sin duda
el crecimiento es condición necesaria para ello, pero no es condición suficiente. La propia
definición de la pobreza no se reduce únicamente a sus indicadores económicos. Debe
también considerarse la disposición de bienes culturales, el acceso al tiempo libre, el
reconocimiento social y el acceso a los derechos políticos efectivos, esto es, a una
ciudadanía participativa. Ello permite relacionar pobreza e inequidad.
Pero las élites sociales tienen que ser persuadidas de la importancia real, y no sólo
declarativa, del problema. Propiciar liderazgos comprometidos con el cambio de
responsabilidad compartida es dejar atrás la docilidad de lo que se han llamado las élites
funcionales, pero es también incorporar a los pobres como los sujetos del desarrollo social,
dejando atrás una cultura peticionaria o mendicante. Por éso el cambio es de
responsabilidad compartida. Con ese cambio de estrategia podrá abatirse la pobreza y la
desigualdad, como se ha señalado, en las dos primeras décadas del próximo siglo.
DEMOCRACIA Y CIUDADANÍA
La generalización de las instituciones democráticas y la mayor atención a la
protección de los derechos humanos fueron el gran logro de los países latinoamericanos en
la década de los ochenta. Las adversas condiciones en que fueron logradas, en el contexto
de la crisis de desarrollo económico más grande de la región y con los resultados de un
proceso de urbanización joven, hacen aún más admirable la experiencia. Los
latinoamericanos debemos saber apreciar esa conquista. No obstante, la permanente
postergación de los beneficios económicos que la reforma económica prometía, su
concentración en pocas manos, y la cada vez más grande autonomía de las decisiones
políticas, económicas y comunicacionales respecto de sus sociedades, han empezado a
volver problemática la perdurabilidad de las democracias latinoamericanas. Se empieza a
generalizar la conciencia de que, si no exhiben logros tangibles, lo que algunos han llamado
democracias delegativas tendrán una vida azarosa o breve.
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Ante el peligroso vaciamiento de las formas políticas democráticas, resultado de la
imposición de decisiones y modelos, sobre todo económicos, que no resultan de la libre
deliberación ciudadana, sino de un cerrado contexto internacional de presiones e intereses
de todo tipo, es preciso recuperar en el ejercicio cotidiano de las decisiones colectivas, tanto
a nivel nacional como a nivel internacional, el sentido profundo de la democracia: recuperar
para los ciudadanos de cada país su derecho de decisión sobre sus asuntos públicos, y
recuperar para cada Estado nacional su imperio soberano en un contexto de
interdependencia.
Las dificultades para resolver constitucionalmente los conflictos en algunos de
nuestros países están indicando un vacío legal, pero sobre todo las dificultades políticas y
socioculturales para generar espacios de participación a una ciudadanía en formación. Para
fortalecer nuestras democracias se hacen indispensables políticas democráticas que
promuevan ciudadanías de alta densidad, participativas, con poder. La democracia se
aprende en su ejercicio. Sólo la participación permite que la ciudadanía sea una realidad.
Sin ella, no existe. Con ella se produce una lenta apropiación de las nociones de derecho y
de deber, se forja una conciencia clara de las posibilidades y de los límites del poder.
LA CULTURA COMO FACTOR POLÍTICO
Como la ciencia, la democracia es el resultado de un largo aprendizaje. No es
solamente la acumulación o el hallazgo de determinadas formas institucionales que pueden
luego ser transplantadas. Es también la apropiación de procedimientos, lenguajes y
aptitudes. La democracia es una forma de entender el mundo y una forma de vida, una
manera de percibirse a sí mismo y a los otros. La democracia es una cultura es decir, una
manera de comportamiento cotidiano que me aproxima a la comprensión del otro, aún en
sus errores. De allí que consolidar las democracias latinoamericanas supongan una reforma
de las costumbres y una modificación de las prácticas, que empiezan en la virtud civil de la
responsabilidad: esa rara capacidad de hacerse cargo de las consecuencias sociales de las
propias decisiones. Este es el origen de la accountability, esa palabra sajona que, sin
traducción castellana, puede ser entendida como la rendición de cuentas. Como la cultura y
las costumbres se modifican en períodos de larga duración, es sobre la transformación de
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las prácticas que podemos actuar: construir instituciones sociales y propiciar actitudes
individuales que fortalezcan las democracias como expresión de culturas reformadas. Esto
es particularmente importante en países como la mayoría de la región, donde existen
sociedades multiétnicas y pluriculturales. Si la democracia es la percepción respetuosa del
otro debe empezar por el respeto de otras formas de democracia.
DEMOCRACIAS Y PRINCIPIOS DEMOCRÁTICOS
Si la pauta cultural y las prácticas cotidianas en las que ella se expresa definen el
sentido de las instituciones políticas, es ingenuamente antidemocrática la pretensión de
imponer un solo modelo de democracia a todo el mundo. Como se sabe, además, ese
modelo se impone a discreción de unos intereses que poco tienen que ver con la
democracia. Aún con las mismas instituciones políticas, democráticas o no, es la cultura y
el comportamiento de la gente lo que le da sentido y define esas instituciones. De manera
que una suerte de cruzada moderna por un tipo de democracia muchas veces es, además de
inútil, una peligrosa manera de imponer condiciones a los países más débiles.
En vez de imponer modelos, resulta adecuado reformular nuestro acercamiento a la
democracia -y por extensión a la paz y al desarrollo- buscando inculcar y compartir ideales.
Si se toman como base ciertos principios democráticos y ellos orientan las acciones
cotidianas de la gente, estaremos democratizando las instituciones democráticas, allí donde
ya existen. También, evitar reducir al concepto de democracia a una de sus formas posibles,
permite incorporar la pluralidad de formas institucionales que se han dado las diversas
culturas para procesar el poder pueden ser incorporadas para lograr la expresión libre de la
voluntad de la gente, que es, al fin, uno de los grandes propósitos de la democracia. En su
contraste, las virtudes del modelo de democracia imperante podrán lograr su expansión
universal, allí donde sean necesarias, en complemento con las culturas y costumbres
locales.
Como se desprende de ellos mismos, el reconocimiento de la pluralidad de formas
democráticas que se derivan del ejercicio de esos principios democráticos no puede ser
usado para justificar formas autoritarias o dictatoriales, con el pretexto de la excepción
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cultural. Aunque puedan reconocerse varios modelos de democracia, éstos serán, siempre,
variados modelos de la libertad.
PRINCIPIOS DEMOCRATICOS Y CRISIS ÉTICA
Como reacción frente a las amenazas y los riesgos colectivos que la propia
humanidad ha creado contra sí misma, por primera vez en la historia se ha creado un
amplio consenso en torno a algunos valores universales, valores compartidos por todos,
más allá de credos religiosos o pluralismos culturales. Si en el pasado el pluralismo de
valores parecía opuesto a todo tipo de valor positivo por la vía del relativismo, hoy ello no
ocurre. Aunque a través de la que se ha llamado heurística del miedo, valores universales y
pluralismo aparecen reconciliados. Esos valores reclaman una ética de responsabilidad
individual y colectiva, capaz de superar las divisiones de intereses. Esa ética de la
responsabilidad es distinta de una ética del deber. La responsabilidad implica una
explicación y una comprensión de motivos, su impulso proviene de la propia convicción,
no del poder imperativo de la fe. Por ello, sobre esos valores se configura hoy una ética
laica, un humanismo moderno fundado en compromisos razonados adquiridos en libertad.
Esos valores, enunciados como principios fundadores en ese manifiesto contra la
deshumanización de la guerra que es la Constitución de la UNESCO, son los de la
igualdad, la libertad, la justicia y la solidaridad. Como tales, constituyen una respuesta a la
crisis ética del mundo moderno, una respuesta a la medida de los hombres y de las mujeres,
ajena a todo fundamentalismo. Con base en ellos es posible distinguir aquéllo que es
aceptable de aquéllo que no lo es. Son los principios con los cuales fundar una respuesta
moral y política a la encrucijadas de la civilización bélica.
GOBERNABILIDAD, PRINCIPIOS DEMOCRÁTICOS Y DEMOCRACIA
La gobernabilidad es un problema práctico de naturaleza multidimensional.
Simultáneamente es un fenómeno político, económico y social. Es un proceso de
conducción de los asuntos públicos hacia determinados objetivos, en un tiempo dado,
tomando en cuenta a los diversos grupos en relación de su poder real. La democracia, en
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cambio, requiere la representación de los intereses con referencia al número de adherentes
expresados en votos. La lógica de la gobernabilidad es la del poder efectivo. La lógica de la
democracia es la de la igualdad política.
Las tensiones entre gobernabilidad y democracia pueden ser creativas, si es que en
la resolución de sus dilemas se ejercitan los principios democráticos, como expresión
histórica de los criterios morales de una sociedad dada. El buen gobierno, que funda su
acción en los principios democráticos, debe lograr una buena manera de tomar las
decisiones y una mejor calidad de las mismas: decidir entre las personas sobre la
administración de las cosas.
Aplicar los principios democráticos es valorar el tiempo. Valorar el tiempo es la
tarea de los liderazgos, ellos deben hacerlo para lograr gobernabilidad y democracia.
Deben, de tiempo en tiempo, dudar del orden o de la opinión mayoritaria: a veces deben
tomar partido por el orden, para que la política sea docencia de la sociedad; a veces deben
ser intransigentes partidarios de la demanda democrática, para que la política sea
constructora de órdenes políticos más justos e incluyentes. El resultado de ese trabajo es la
legitimidad. Ella integra en la decisión política tanto la dimensión técnica -de conocimiento
objetivo de la realidad-, como el mundo de los intereses y de los recursos. Los principios
democráticos permiten fundar la responsabilidad individual de decidir en una dimensión
ética -de elección entre valores. Sobre esa base es posible dialogar y negociar, comunicar y
convencer, organizar y sumar.
GOBERNABILIDAD PARA EL DESARROLLO COMPARTIDO
A fines de los años sesenta los países del Sur formularon el objetivo de un nuevo
orden económico internacional. El cómo realizarlo fue su lado más débil. A fines de los
años ochenta se anunció desde el Norte la consolidación de un nuevo orden internacional.
El final de la guerra fría trajo consigo un optimismo que el tiempo ha venido revelando
problemático. Si las causas reales de los problemas pueden ser ubicadas sin atender a
presiones ideológicas, también es cierto que una negligencia en la acción preventiva sobre
ellas puede traer, y ya lo ha hecho en algunas partes, una multiplicación de las explosiones
sociales y de los conflictos. Hoy el Norte y el Sur requieren enfrentar el hecho de que
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habitamos el mismo planeta. Urge definir los componentes económicos, ecológicos,
jurídicos y políticos de un orden mundial compartido. Sobre esa base deben revisarse, como
ya se está haciendo bajo la presión de la realidad, las diversas instituciones internacionales
y regionales, tanto políticas, como económicas, financieras y militares. La variada gama de
grupos de países que se reúnen entre sí para acordar políticas comunes son un indicador de
que se requiere una gran reforma del sistema internacional. La impunidad de los poderes
fácticos es casi una denuncia de esa necesidad. El concepto del desarrollo mundial y de
seguridad económica deben ser puestos en el centro de esa reforma dando un paso adelante
en el tránsito de una civilización bélica a una civilización de paz.
GOBERNABILIDAD PARA LA COMUNIDAD LATINOAMERICANA
DE NACIONES
Se ha señalado la enorme disparidad que existe entre los diversos países de América
Latina. A poco que se observe se verá, sin embargo, que es mayor la diversidad de lenguas
y culturas, o la historia de enfrentamientos militares de los países que hoy componen, por
ejemplo, la Comunidad Europea. Por otro lado, la conformación de espacios regionales en
el mundo es un aliciente más para la integración regional latinoamericana. Sin duda, desde
los años sesenta han habido avances sustanciales. Existe la idea de que los diversos grupos
subregionales vienen constituyendo espontáneamente una integración regional modular.
Pero todos esos avances son insuficientes frente a los retos de la globalización. Para
América Latina empezar a gobernar la globalización es integrarse. La integración ocurrirá
en las diversas esferas de la economía, pero no será posible sin un impulso de voluntad
alrededor de un proyecto político de alcance global.
Una Comunidad Latinoamericana de Naciones, compatible y complementaria con
otros espacios, debe ser un paso de una estrategia que replantee las relaciones económicas
internacionales y aumentar, por esa vía, el margen de maniobra de nuestros Estados
nacionales. Si queremos hacer viable el siglo XXI para nuestros países, son indispensables,
la recuperación de una Agenda Latinoamericana, que afronte desde nuestra perspectiva los
problemas globales, y el inicio de la estructuración de poderes supranacionales
latinoamericanos, a través de la elección de un parlamento latinoamericano de elección
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directa, con funciones de congreso constituyente. Acaso podría empezarse con la
declaratoria de una ciudadanía latinomericana plena. Entre la indiferencia y la soberbia, la
promesa de una vida latinoamericana convoca a la construcción de nuestro futuro
compartido.
EL DERECHO AL FUTURO
La globalización no gobernada condena a la mayoría de nuestras poblaciones,
especialmente a sus sectores más pobres, a cancelar toda posibilidad de imaginarse un
futuro mejor en su propio entorno. El destino que les ofrece es el de ser perdedores
cotidianos y espectadores pasivos de la felicidad televisada. De allí el poderoso movimiento
migratorio en busca del mañana que ha llevado a que los del Sur, tengamos en el Norte, una
inmensa patria peregrina. Por ello debemos reivindicar el derecho al futuro, que es el
derecho de los que hoy viven a imaginarse a sí mismos en un mundo mejor, a preservar y
mejorar su vida y la de los suyos, a evadir la condena de la pobreza perpetua que divide a
las personas en perdedoras y ganadoras, y a las naciones en prescindibles e imprescindibles.
El derecho a imaginar un futuro es la diferencia entre la muerte lenta, que es la pobreza
permanente, y una ética de la vida fundada en el gozo y en la perplejidad de la existencia.
El derecho humano al futuro es la antesala del derecho de las generaciones futuras y
es el complemento del derecho humano a la paz. Desarrollar una política de la inclusión,
practicar los principios democráticos que democraticen la democracia, impulsar el cambio
de responsabilidad compartida, es defender la centralidad de la vida humana en el mundo y
gobernar en su servicio. Gobernar la globalización es restituirle a nuestros pueblos y a los
otros pueblos del mundo el derecho humano al futuro, garantizarles la posibilidad de
proyectarse hacia el infinito.
LÍDERES PARA GOBERNAR LA GLOBALIZACIÓN
Sin liderazgos capaces de reflexividad y voluntad, el cambio de responsabilidad
compartida es imposible. El cambio está ocurriendo de manera molecular y difusa, casi
imperceptible, en el esfuerzo cotidiano de millones de ciudadanos que están estrenando y
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entrenando, en el mercado y en el Estado, las virtudes de la vida cívica. No es un proceso
diáfano, pero existe. El descrédito que la actividad política tiene en las sociedades, si no es
un fenómeno nuevo, sí es hoy más alarmante que nunca. Recuperar el sentido ético de la
política es dotarla de su capacidad para imaginar el sentido último de la vida común, de
proponer objetivos sociales y de tomar decisiones en función del bienestar de las personas.
El cambio de responsabilidad compartida necesita las iniciativas audaces y valerosas de
quienes tienen la oportunidad de conducir, como líderes, la vida política, la vida intelectual,
el mundo empresarial, militar o espiritual. El cambio de responsabilidad compartida viene
de abajo, pero debe encontrar respuesta arriba. La política de la inclusión requiere de
liderazgos capaces de atreverse a salir de las rutinas cómodas en las que a veces se instalan.
No es posible gobernar la globalización sin líderes portadores de principios democráticos.
La Cumbre Regional para el Desarrollo Político y los Principios Democráticos debe ser
llamada enérgica e ilusionada en esa dirección.
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