¿ES LA FINALIDAD CAPAZ DE DEFINIR AL MEJOR? ROGELIO SALAZAR La remota pretensión de que el nombre encierre, congregue y acumule todo lo que distingue y define a lo nombrado es, tal vez, tan vieja como puede serlo la búsqueda de un lenguaje perfecto, la búsqueda de una clave en la que cada signo sea pleno e inequívoco. El más famoso y eminente de los aprendices de la Academia Platónica se llamó Aristóteles, lo que en sí mismo no es ningún secreto; lo notable es que este nombre calza sobre quien lo ostentó de forma, podría decirse, casi perfecta. Si algún rasgo distingue a la Filosofía Griega, es el constituir un comienzo, no sólo para la filosofía misma, sino también, para lo que hoy podría denominarse como ciencia y que, durante aquel lejano momento clásico simplemente, se mostraba como el espíritu del saber, como germen de la intelectualidad; es posible pensar, después de tan largo período, que aquel momento auroral conserva su vitalidad, aún hoy, precisamente por ser un innegable inicio. Aquello que hoy conocemos como la Filosofía Griega abarca un período de un poco más de cinco siglos, aproximadamente, lo cual, en sí mismo y en proporción a duración de la vida humana, parece ser, bastante largo, un período de tiempo de esta dimensión es capaz de contener muchas generaciones de hombres; frente a este hecho que, de algún modo, marca la imposición de un devenir y por lo tanto la sujeción al cambio, al ser y al dejar de ser (como la misma especulación griega pudo verlo); se confía en que todos estos personajes que, durante el tiempo que duró, integraron la honorable lista de los Filósofos 54 ¿ES LA FINALIDAD CAPAZ DE DEFINIR AL MEJOR? Griegos, tienen algo en común, guardan un parentesco en función de algo que comparten. Este rasgo común a todos los pensadores griegos no es otro que la misma preocupación que le ha dado origen al propio pensamiento; este asunto originario y fundacional parece ser visible, como un hilo guía, por toda la ruta recorrida por el Espíritu Griego; seguramente este carácter ha hecho de la Filosofía Griega algo tan iniciático y angular como se la considera hoy. Aristóteles, a pesar de ser un gran innovador, conserva, como el ingrediente más típico de su pensamiento, este viejo problema, el asunto referente al Ser es central para él; sin embargo, al indicar que es un innovador, se impone decir: en primer lugar por qué lo es, y en segundo lugar si esta innovación toca, en alguna medida, al tratamiento que hace de la vieja indagación por el Ser. No sólo en este trabajo, sino, como es sabido también en la cronología real, el antecedente directo de Aristóteles es Platón, su maestro; por ello, de forma innegable, el vínculo entre uno y otro es evidente. Aunque la finalidad de esta búsqueda no sea aclarar esta relación, considerar los rasgos innovadores de Aristóteles es algo que se obtiene de mejor manera partiendo de un esfuerzo comparativo con relación a Platón. Quizá lo que ha quedado enunciado al introducir esta parte del trabajo, respecto al sentido de la palabra Aristóteles, aluda, de algún modo, al destino de quien ha cumplido con su trabajo, aceptado como una tarea, al dar continuidad a un espíritu compartido desde una generación a la otra; de tal modo el rasgo innovador de Aristóteles no habrá de considerarse como un rompimiento rebelde o como una desorientada fractura, sino más bien, como todo lo contrario. El tono y las dimensiones de la metafísica las recibe Aristóteles directamente de su maestro, el fundador y director de la Academia, quien a su vez, había logrado una síntesis del pensa55 ROGELIO SALAZAR miento anterior en su expresión presocrática y socrática; de cualquier modo, lo que ahora interesa es la relación entre Platón y Aristóteles. Si la metafísica, desde un inicio, había sido el examen de la posibilidad del paso de lo uno a lo diverso, o sea, el asunto de cómo hacer posible la concepción de la realidad entendida como una unidad; para el pensamiento ateniense del siglo IV antes de Cristo, este carácter, si bien no dejó de existir, se modificó para convertirse en algo más intelectual, inmaterial y conjetural, al girar en torno a la forma pura, al eidos, a la idea; de alguna forma se cobró conciencia de que la tremenda carga de diversidad que lo real impone, halla su sentido en la potestad humana de abstraer; siendo éste, tal vez, el descubrimiento y proclamación más representativos y memorables del pensamiento platónico. Por todos es sabido que Platón es una suerte de padre para el idealismo; tal fue, como es bien conocido, el pensamiento que, en alguna medida, formó a Aristóteles —se dice— en alguna medida, por razones que más adelante se aclararán. Pues bien, conviene, desde un inicio, establecer que el desarrollo del trabajo aristotélico en ningún momento fue o llegó a ser independiente o separado de los postulados y problemas platónicos; incluso, podría decirse que el pensamiento de Aristóteles, en un intento por buscar una ubicación, postura o posición en relación al pensamiento de su maestro; quizá del mismo modo, o al menos con la misma intensidad con que, de acuerdo a lo que se ha visto, Sócrates impresionó, influyó y marcó al propio Platón. Para Platón lo importante parece haber sido el paso de lo determinado a lo indeterminado, es decir, el paso de loentitativo o mundano a lo puramente lógico o inmaterial, todo ello, en tanto lo que no puede ser resuelto atendiendo a las contingencias y menguanzas del mundo es, de hecho, superado en la perfección y permanencia de la idea. 56 ¿ES LA FINALIDAD CAPAZ DE DEFINIR AL MEJOR? Aristóteles, según parece, aceptó la solución platónica, aunque nunca, según parece también, se sintió del todo cómodo en ella; por eso, su proyecto sigue confiando en los mismos sitios y lugares, pero ubicados en una posición diferente; de acuerdo a ello, lo importante para Aristóteles, parece haber sido el paso de indeterminado a lo determinado, el paso, para decirlo en griego, de la energeia a la dynamis; el paso, para decirlo en latín, de la potentia al actum. Bien entendida la relación entre ambas figuras, parece haber un acuerdo entre ellos en cuanto a la precariedad del mundo, como también en cuanto a la perfección de la idea; sin embargo, dicho sea de una forma irresponsable y ligera, la postura del maestro parece pretender la conducción del mundo hacia la idea; mientras la postura del discípulo parece pretender la conducción de la idea hacia el mundo; quizá en apoyo de estas insinuaciones, sea posible concebir que, mientras en Aristóteles el paso de lo indeterminado (potencia) a lo determinado (acto) conocido como entelequia, en Platón, este paso es un artificio de la memoria que como anamnesis, se remonta desde la vida en el mundo hacia el remoto paraíso de la formas puras, es decir desde lo determinado hacia lo indeterminado, siendo entonces, el mismo camino, pero recorrido en sentido inverso. Reflexionar e intentar poner por escrito algo de la fecunda relación dada entre Platón y Aristóteles puede equivaler, en cierta medida, a asumir en gran parte la historia intelectual de occidente; alguien, alguna vez parece haber dicho que la historia del pensamiento de occidente era una larga y continuada plática entre Platón y Aristóteles. Tal vez la relación entre ambos, si es que ciertamente puede contarse como algo tan prolongado, sea porque haya comenzado en un momento clave en vida de cada uno de ellos; Platón, el maestro, debe haber tenido alrededor de sesenta años, debe haber estado muy cerca de finalizar o de haber finalizado 57 ROGELIO SALAZAR ese texto central y neurálgico que es la República, por ello mismo, debe haber estado cumpliendo con sus afanes finalmente frustrados frente a Dionisio el joven de Siracusa, incluso algunos historiadores de la filosofía conjeturan acerca de que Platón no estaba presente en Atenas y en la Academia a la llegada de Aristóteles, por hallarse de viaje en Siracusa65. Por su parte, Aristóteles, el discípulo, contaba con diecisiete años, era pues, casi un niño que por primera vez se alejaba de su casa y de su tierra, para ir a vivir a un lugar lejano en el que permaneció por más de veinte años, que además no era cualquier lugar, sino acaso, la ciudad más famosa del mundo mediterráneo por aquella época, y tampoco iba a cualquier lugar de aquella ciudad, sino a una escuela de altos estudios y de élite; la Academia Platónica solamente por haber sido, quien de hecho, fue su fundador y maestro, debe haber contado con un altísimo nivel y debe haber sido, también, pensada para la formación de los jóvenes aristócratas (como lo había sido el propio Platón) destinados a ocupar el gobierno de la ciudad de Atenas. Además, de acuerdo a la historia, estos deben haber sido lo años en que Atenas, finalmente, conseguía un acomodo ante su derrota en la Guerra del Peloponeso, en parte porque algunos frutos había obtenido en el afán por purificar su democracia, y en parte también porque por aquellos años se daba el desgaste y la caída de Esparta frente a Tebas, la vieja aliada de la derrotada Atenas. Pero sobre todo, lo más importante para este trabajo ha de ser, tal como ha sido tematizada en el punto anterior, la relación entre ambos filósofos; ésta debió de ser la época en que Platón comenzó a envejecer, la época en que Sócrates dejo de ser la figura protagónica de sus trabajos, la época en que Platón empezó a realizar sus trabajos de vejez, es decir, en suma, la 65 Reale Giovanni, Introducción a Aristóteles (Barcelona: Herder, 1992) p. 14. 58 ¿ES LA FINALIDAD CAPAZ DE DEFINIR AL MEJOR? época en que Platón comenzó la ruta de su crisis con su propio idealismo previo, con su propia teoría de las ideas; de todo ello se ha hablado concretamente, como ya se apuntaba, en la anterior parte de este trabajo; por lo tanto, lo importante para este propósito, ahora, es simplemente indicar que, quizá no es que Aristóteles sea un critico a Platón por sí mismo, sino que Aristóteles fiel al espíritu de quien lo educó, es decir, fiel al espíritu de un Platón auto-crítico y en conflicto consigo mismo, lo que hace es dar continuidad, con la fuerza y el afán de un hombre joven al inconmensurable propósito del viejo Platón. De la convicción anterior se desprenden, necesariamente, algunas conclusiones, de las cuales la más importante parece ser la diversidad de matices que componen la relación entre Platón y Aristóteles; por un lado, cabría decir, existe entre ambos un acuerdo; y por el otro cabría decir lo contrario, que lo que se da es un desacuerdo; la razón para que estas dos posturas subsistan y no se contradigan encuentra su causa primordial en la relación que mientras vivieron y se conocieron, ellos sostuvieron, dadas las condiciones de vida de cada uno por aquellos años. Algo sobre las diferencias que los separan ya ha sido dicho cuando se refería, a propósito de cada uno de ellos, la anamnesis y la entelequia; sin embargo el tema de sus semejanzas y divergencias reclama con ser, nuevamente, retomado. El último Platón se vio conducido, de forma sorprendente y por rutas muy sinuosas, a un desmenuzamiento del producto más ilustre, valioso y encumbrado de su idealismo; de hecho en el Parménides, para referir sólo un caso, quizá el más intrincado, Platón agota su vieja idea al llevarla a su propio límite; todo ello parece, finalmente, verse desembocado a un región que debió, incluso para el propio Platón, haber sido algo sorpresivo e inédito; es decir, a una visión del todo que no se resolviese de la forma acostumbrada y con su correspondiente pureza y perfección, en la limpieza ascética de la idea; sino en una región que fuese el 59 ROGELIO SALAZAR paso, o más bien, la posibilidad del paso que va de la realidad concreta a la realidad abstracta, la posibilidad del paso de la realidad como existencia a la realidad como esencia. Para cumplir este cometido y así darle algún emplazamiento al mundo concreto y a la existencia, el viejo Platón escribe un texto, acaso, en clave de mito; habrá que pensar que este también ha sido uno de los tonos y matices preferidos por su trabajo, desde siempre. Ciertamente, por tales rutas, cabría explicarse ese texto platónico tan importante para la Edad Media, llamado el Timeo y su idea de Demiurgo u organizador divino. Aristóteles, según puede suponerse, debió de haber acudido y presenciado, de primera mano, a los azares y vaivenes de su maestro, y por lo mismo debió de haber conocido los propósitos y afanes de Platón al redactar el Timeo, así como lo que parece ser lo más importante, las motivaciones que lo habían llevado hasta ese punto. De cualquier manera, estos afanes del viejo Platón, habrán de ser no sólo el principal afán aristotélico, sino también el ingrediente más importante para el contenido de su obra; seguramente la obra de Aristóteles no se entendería sin el deseo, por un lado, de ser fiel a la confianza en la idea y su perfección, y por el otro, el deseo de también ser leal al mundo como escenario concreto con todas sus contingencias, parcialidades y ambiguos movimientos; en tal virtud podría afirmarse, aun a riesgo de ser criticado, que así como Aristóteles y su obra continúan la ruta comenzada por un Platón viejo y agotado, así también el último Platón es el iniciador de la ruta seguida por el pensamiento aristotélico. Algunos problemas cruciales del pensamiento moderno parecen anunciarse con el advenimiento del trabajo de Aristóteles; por lo que, aparte de todo, bien puede ser considerado como un puente que conduce hacia atrás, a su tradición, hacia donde, por la vía de Platón, según se ha pretendido indicar, se 60 ¿ES LA FINALIDAD CAPAZ DE DEFINIR AL MEJOR? encuentra irrenunciablemente unido; y hacia delante, también, según se ha insinuado en algunas fundamentales convicciones modernas. Aristóteles, indudablemente, ha sido el primer filósofo en buscar y, acaso, en obtener un canon para la filosofía, una suerte de molde para ella; la prosa argumentativa, dicho sea con el riesgo que la expresión encierra, parece, de algún modo, ser invención suya; antes de su trabajo la filosofía había sido, más bien, un asunto de estilo personal, o bien, el diálogo, o la palabra hablada, o el poema, o el aforismo habían sido sus rostros; después de él la sistematicidad, el respeto a los límites, la obediencia a alguna forma de estructura, el formalismo de la argumentación; todos estos ingredientes combinados de diversos modos, a veces más y a veces menos, llegaron a ser la forma de la filosofía. La referencia anterior, respecto a la novedad y a la influencia del trabajo de Aristóteles, interesa a este trabajo, en tanto, para él la ética deja de ser, en alguna medida, aquello que ha sido para el pensamiento socrático-platónico, para convertirse en algo diferente; deja de ser una búsqueda que tendía hacia la virtud y que se agotaba en las dificultades para definirla, así su propósito hacia la ética toma el rumbo de considerarla y de concebirla como una ciencia práctica. Quizá aquí, de nuevo, valga la pena volver sobre algo que ya ha sido dicho hace una pocas líneas, cuando se intentaba explicar el camino que tomó la autocrítica emprendida por el viejo Platón, se decía a propósito de ello, que tal debe ser el modo y el contexto en que debe entenderse ese diálogo llamado el Timeo, del cual, si se toman en cuenta todas sus magias parciales y sus mitos implícitos, se verá la dificultad platónica para llegar a una ciencia práctica. La ruta Aristotélica es muy diferente, él, acudiendo a un temperamento a una concepción muy diferentes, frente a las mismas dudas e indagaciones, construye algo que podría ser nombrado como el saber del concepto, esto, como saber no es 61 ROGELIO SALAZAR nuevo, sin embargo, como respuesta a las dudas del viejo Platón sí es algo nuevo; el concepto, en sí mismo, es una construcción intelectual e inmaterial faccionada a propósito y a partir de lo concreto, por ello, es una respuesta lícita a las dudas heredadas al abarcar los dos aspectos de lo real (lo abstracto y lo concreto), a los que la naturaleza humana tiene acceso, y que a su vez, habían sido los polos entre los cuales había oscilado el último Platón. Todo ello, en lo que concierne a Aristóteles, no se queda allí, este saber del concepto no es, sino, tan sólo, el comienzo de un camino que, finalmente, deviene en la sistematización del logos que conducido, guiado e incluso pastoreado por Aristóteles desemboca en ese saber descriptivo-formal denominado como la lógica. Frente a tal factura aristotélica resulta inevitable preguntarse ¿si esta construcción suya es una lícita respuesta a los aquejamientos del viejo maestro?, ¿si esta traducción instrumental del logos transita por una senda ininterrumpida o interrumpida, en relación al comienzo iniciado por el anciano Platón?. La respuesta a estas indagaciones pasa por asuntos cruciales para el devenir intelectual de Ocidente, a pesar de ello, los últimos movimientos del curso intelectual parecen haberse orientado hacia la valoración de lo instrumental, lo cual, tampoco ha sido suficiente como para hacer olvidar al origen y a sus inevitables espejismos. La separación aristotélica de Platón, según se ve, no es entonces sólo separación; el pensar de Aristóteles es, más bien, un pensar a partir de aquel Platón que él conoció. Referir algunas cosas, parvulariamente, puede ayudar en algún sentido, de tal modo, la relación entre Platón y Aristóteles quizá pueda ser referida afirmado que, el segundo de ellos, marca el paso de la conciencia filosófica de lo invisible a lo visible. Estas palabras realmente tan burdas, acaso, sea posible trasladarlas a otros términos, como lo intuitivo y lo evidente; la indicada 62 ¿ES LA FINALIDAD CAPAZ DE DEFINIR AL MEJOR? sistematización del logos, en tanto lógica, deviene en una apuesta por la evidencia o lo visible, sobre lo intuitivo y lo invisible; así, Aristóteles al domesticar el logos mediante su trabajo sistemático, convierte, de forma definitiva, la vieja filosofía en algo nuevo; pero, también, inicia la ruta del saber hacia la ciencia, inicia la ruta de lo que fue el saber por sí mismo hacia la ciencia para algo fuera de sí, se inaugura con Aristóteles el camino de la ciencia práctica, de un tipo de saber nuevo, distinto y revolucionario, en relación al saber teórico. Como se ve a partir de esto, la racionalidad moderna guarda una deuda inconmensurable con el nuevo saber sistematizado de Aristóteles; de hecho la idea de racionalidad moderna hubiese sido imposible sin el necesario antecedente y origen aristotélico. La diferencia y el cambio en la orientación de la racionalidad pudo haber sido el posible contraste entre la relación de la forma entendida como eidos, y el alma entendida como psique; con el planteamiento aristotélico para quien la racionalidad pudo haber sido la relación entre la sustancia entendida como ousia, y la finalidad entendida como telos. No es que Aristóteles no se haya ocupado del alma, es que para él, el alma estaba en el mundo y por lo mismo tendía y se proponía la felicidad como fin mundano. Más allá de lo que estas simples diferencias entre Aristóteles y sus antecesores muestran, se piensa que esto fue posible, que esto pudo darse, sólo en tanto y en cuanto, la ruta recorrida para que ello pudiese surgir transita por la referida sistematización del logos; si Aristóteles no hubiese realizado este serio trabajo analítico, si no hubiese logrado pasar del descubrimiento de la idea al saber del concepto, no habría podido fundamentar la búsqueda de un saber práctico y por lo mismo el asunto del planteamiento de la finalidad; a este respecto es muy citado y bien conocido el planteamiento inicial de la Ética a Nicómaco66, 66 Aristóteles, Obras (Madrid: Aguilar, 1977), p. 1105. 63 ROGELIO SALAZAR en donde, desde un inicio se identifica la indagación de la ética con la indagación por los fines, es decir, que en este texto aristotélico, para llegar a la felicidad, primero se ha pasado por la discusión sobre el fin de la vida; parece ser como si la identificación del fin, que logra Aristóteles, hubiese logrado desembarazarse del abstracto y heliocéntrico Bien platónico, para a su vez, acercarse al mundano y evidente concepto de felicidad; de la verdad dada en la contemplación, Aristóteles logra pasar a la verdad dada en la aspiración, o sea, en el mundo. En otros términos, quizá, capaces de convertir estos asuntos en más accesibles, cabría decir que con Aristóteles nace la diferencia tan conocida y cotidiana en estos días, entre teoría y práctica; según parece, por la rutas sugeridas del pensamiento aristotélico comienza a separarse la Bios Theoretikos de la Bios Practicus; dos formas de vida que, de algún modo, se hallan reunidas en la misma vida; es el hombre quien, al estar situado ante la irrenunciable alternativa, se inclina por un lado o por otro de sus posibilidades. De cualquier manera, para intentar un mayor apego a los postulados y rigores aristotélicos, que explique el nacimiento de esta diferencia entre la teoría y la práctica, habrá que entender y admitir que, mediante su trabajo de sistematización del saber, él descubre una nueva forma de sabiduría. Hasta entonces el saber había sido el ejercicio de la vieja sofia desempeñada como un esfuerzo especulativo y conjetural en torno a la construcción de entidades abstractas e inmateriales; el saber que, de forma directa, deviene de estas inquietudes intelectuales es, de hecho, lo que, con un lenguaje actual, podría denominarse teoría; con el trabajo aristotélico surge una nueva forma de saber que llega a ser entendido como el resultado que se obtiene después de una búsqueda de la verdad en el campo de la ética y la política; la virtud deja de ser algo que deba ser buscado en ámbitos inmateriales, para verse trasladada a regiones concretas; esta fue la sabiduría que Aristóteles llamó prudencia, o para decirlo con la 64 ¿ES LA FINALIDAD CAPAZ DE DEFINIR AL MEJOR? expresión original, que llamó phronesis; la nueva versión de la sabiduría despejada por Aristóteles es, entonces, una sabiduría de la vida, una sabiduría adecuada a la región de la realidad que es movimiento, una sabiduría que se desprende lo unitario para aproximarse a lo diverso. Si nuevamente se retoma la guía que ha conducido hasta aquí, es decir, si se atiende a la relación del viejo Platón con el joven Aristóteles que, de algún modo, equivale a indagar por el origen y los aportes del alumno en relación a lo recibido del maestro, podrá apreciarse, según parece, que tanta fuerza tiene aquello que los une, como aquello que los separa; dicho en otras palabras, que la magnitud de lo aprendido es análoga a la magnitud de la originalidad y de las nuevas postulaciones; seguramente afirmar que el espíritu y el pensamiento aristotélicos son tan dependientes como originales suene, en sí mismo, como algo contradictorio y sin sentido ¿de qué extraña forma habrá de ser algo que sea, a la vez, obediente y rebelde, dócil e indómito, sujeto y suelto? La única respuesta posible para esta cuestión parece ser la dimensión de la paradoja, de la ambigüedad, de aquello que escapa a un intento por ser nombrado con precisión y exactitud; cabría decir que, a la luz de ejemplos como éste, resulta improbable e incluso imposible indicar que la línea que ha ido marcando la ruta del saber sea una línea que corra en una sola vía, en un solo sentido, unidireccional, como lo muestra la misma relación entre aquellos quienes, de forma casi unánime, merecen el galardón de padres intelectuales de occidente. A pesar de todo, el camino para Aristóteles no debió de haber sido tan fácil, en primer lugar porque el asunto planteado por la vejez de Platón fue, ciertamente, de dimensiones inconmensurables, y en segundo lugar porque los requerimientos y los límites que, a sí mismo, se dio fueron muy ambiciosos; la solución aristotélica a las últimas dudas platónicas, es decir, la medida de su distancia y de su acercamiento a Platón, acaso, pueda medirse en acuerdo y armonía al inicio de su trabajo analítico 65 ROGELIO SALAZAR que, de forma tangencial, fue referido anteriormente al hablar del saber del concepto; este punto de partida para la ciencia formal, para la ciencia cuyo único contenido es la forma muestra, en sí mismo, un apego a la idea, lo que podría significar y representar su herencia recibida, así como también muestra su propia vocación hacia lo concreto. El concepto es, dicho de una forma inusual, una suerte de perfección ausente del mundo, que Aristóteles incorpora a las herramientas humanas con fines determinados y claros; cabría decir, del algún modo, que el concepto es un patrimonio del bios theoretikos que Aristóteles traslada al bios practikos, de una forma deliberada. Según parece, la mediación recorrida para lograr este paso es aquella que transita por el Principio de Identidad, por la convicción según la cual ― todo, necesariamente, es igual a sí mismo ‖; el hecho de que este sea el enunciado que informa e inspira el surgimiento del concepto claramente debe verse, en primer lugar a través de la situación y circunstancia real de que, en el mundo, nada nunca permanece ni ha permanecido igual a sí mismo; por lo cual seguidamente debe considerarse al concepto como el escenario en donde esta identidad consigo mismo, en efecto, es posible; el concepto es, entonces, por vía de la abstracción, el artificio que introduce, según Aristóteles, el equilibrio entre lo inmaterial y lo mundano, entre lo intelectual y lo concreto, para fundamentar la nueva forma del saber. Parece ser, en virtud de lo anterior, que Aristóteles, en alguna medida, sigue confiando y sosteniendo la vieja convicción de la metafísica, según la cual todo anida y deriva de la esencia; al mismo tiempo que intenta nuevas rutas hacia nuevas formas de sabiduría más acordes al concreto escenario mundano; quizá el camino escogido en este trabajo, de acuerdo al cual esta convicción y este intento de verse, ante todo, en la lógica no sea el único, ni tampoco el más accesible, tal vez, de igual o incluso de mejor forma, pueda verse en otros ámbitos de la investigación aristotélica; concretamente en la metafísica, al recuperar esta 66 ¿ES LA FINALIDAD CAPAZ DE DEFINIR AL MEJOR? parte del trabajo aristotélico, seguramente, se hace visible, de nuevo, esta pretensión de equilibrio; de hecho el paso de la energeia a la dynamis, o como, según se decía en palabras actualmente más familiares, el paso de la potencia al acto tiene como pretensión el equilibrio que resulta del posicionamiento de cada cosa en su sitio, y por lo tanto, la pretensión de renuncia hacia el despótico dominio de un lado sobre el otro, ni el escenario intelectual ni el escenario concreto deben ser situados, de forma privilegiada, uno por encima del otro. Esta ley, que aquí ha sido nombrada como la pretensión de equilibrio es, según se ve, la que gobierna las relaciones de sistematicidad dadas entre las partes del trabajo aristotélico; esta sistematicidad entendida como búsqueda de estabilidad, quizá, sea el secreto y el aporte más acentuado e intenso del trabajo de Aristóteles; es, por lo tanto, esta especie de dispositivo secreto el que, de forma laboriosa, enigmática y confidencial une el viejo ámbito de la metafísica con el nuevo ámbito de la ética, en el renovador y ventilado trabajo aristotélico; lo cual, en suma, quizá pueda ser entendido como el camino de múltiples sentidos por el que Aristóteles busca y obtiene alguna separación de Platón, pero a la vez, es el camino que de nuevo lo devuelve, de forma incesante, hacia las postulaciones del viejo que alguna vez fundó la Academia de Atenas. Rogelio Salazar Universidad de San Carlos [email protected] 67