La Masacre de Corrientes 31/01/06 Por Alberto Morlachetti (APE).- Los días y las noches convierten las calles en un árbol seco y desnudo del cual cuelgan unos frutos de brillo sombrío, duales, contradictorios, que han de ser probados si se quiere sentir los pulsos rápidos de la vida. Y el fruto gemelo que contiene los puñales de la muerte. Niños y jóvenes son apenas sobrevivientes, condenados -definitivamente- a perder el cielo en la tierra, encontrándose sus almitas en “pecado” reiterado porque nacieron pa ra morir. No importa que sean pueblo que huele a miel recién derramada. El racismo, la discriminación, la exclusión son retoños particularmente agudos y exacerbados, una especificación necesaria y monstruosa de las sociedades neoliberales. Castoriadis man ifiesta que se trata de la aparente incapacidad de constituirse uno mismo sin excluir al otro y de la aparente incapacidad de excluir al otro, sin desvalorizarlo y, finalmente, sin odiarlo. El jueves 12 de enero de este año son detenidos Matías Martínez de 16 años y Daniel Romero de 22 por la policía de Corrientes -hija de armas de la derecha genética - por “averiguación de antecedentes” y puestos en una celda junto con Ricardo Edgar Pared de 17 y con Hugo Escobar de 25 años en la Comisaría Séptima de la ci udad de Corrientes. Donde sufrieron vejaciones, palizas, torturas. Los policías sedientos cedían al impulso como escribe Walsh- de machacar la sustancia humana. El incendio -provocado- despertó el sábado 14 de enero a las 3.30 horas y se llevó la vida de Matías, Daniel y Ricardo. Los vecinos entraron a salvar a los pibes mientras los policías disparaban la muerte con rosas encendidas en el exacto corazón del pecho. Esos rostros plenos de belleza ya llevan las marcas del olvido que “los mete en un saco y l os devuelve a la eternidad”. El entusiasmo militante de las fuerzas de seguridad en las Masacres de Quilmes, Avellaneda, Santa Fe o Corrientes no indican un exceso ni un extravío de los policías. El mal absoluto no nace de los fracasos, sino de los logros de un sistema que excluye a la mayorías. No comprenderán nada de esto ciertas gusaneras de mozos arribistas de América decía Vallejos, que buscan sustituir las viejas exclusiones de herejes y locos por la captura del extranjero o el marginado que les garantiza la ternura del Estado Mayor del sistema: El orden garantiza la inocencia. Fuente de datos: Agencia de Comunicación Rodolfo Walsh 20-01-06 y Diario Clarín 27-01-06 Volver Lástima 27/01/06 Por Sandra Russo (APE).- Los vecinos del barrio Alejandro Heredia, de la ciudad de Tucumán, son creyentes. Y cuando llueve, miran al cielo y ruegan. ¿Qué le piden a Dios los vecinos del barrio Alejandro Heredia? “Que nos tenga lástima”, dicen. Esos vecinos también le ruegan al Gobierno, pero no que les dé colchones nuevos para reponer los que les pudre el agua. Piden bolsas de arena para proteger las zona s más vulnerables de esas cuadras. No hace falta una tormenta para hacer temblar a esa gente. Apenas escuchan lluvia, salen corriendo. Buscan un lugar seguro para llevar a sus hijos. Buscan parar el agua que se estanca. Es que viven encallados entre dos gigantescos pozos que con cada lluvia desbordan y el barrio, humilde, ya tiene un barro perenne y un tremendo olor a humedad. “Puse sobre ladrillos las camas y los roperos para que no les llegue tanto el agua, pero no podemos subirlos más que unos cuantos centímetros, así que igual terminan mojados. Además, el agua empieza a chorrear por las paredes como a baldazos, y el techo aguanta...”, describe Zulema Salinas, una de las vecinas, con una resignación esculpida a fuerza de vivir una y otra vez el mismo drama. La casa de Zulema queda en la manzana 6 del lote 27 del barrio Heredia, cercano al Mercofrut. El cronista de La Gaceta relata que a simple vista se puede corroborar la angustia de esa vida cotidiana: hay una marca negra a medio metro del zócalo. Hast a ahí sube el agua. “Entra directamente por la puerta, llena de basura y escombros. Antes de que se largue la lluvia llevamos a los chicos a la casa de mi abuelo y, después de envolver la ropa, nos encerramos los ocho en este cuartito y rezamos para que de je de llover”, abunda, y es posible imaginarse cuánta angustia late en el pecho de Fabiana Toscano, otra vecina, cuando un trueno adelanta el espanto que viene. Hace poco, agrega Fabiana, pasaron toda una noche parados, “como gallinas”, porque se mojaron los colchones y llovió todo el día. La ropa en la casa de Zulema permanece en el ropero, que a su vez descansa sobre los ladrillos fuera del alcance de la familia. Los chicos andan desnudos. No son dueños ni siquiera de lo poco que tienen. Los pozos que l es arruinan la vida a estas once familias del barrio Heredia no son naturales. Hace unos diez años, para hacer obras en otra parte, sacaron arena de allí y crearon esos pozos. El barrio no puede rellenarlos. La bolsa de una tonelada de arena cuesta cinco pesos. Está fuera del alcance de esos vecinos la tarea de rellenar los pozos. ¿Deberían ser ellos los que se hagan cargo? Mientras las asistentes sociales del gobierno tucumano visitan cada tanto el barrio y prometen ayuda pero después no vuelven, cada vez que llueve ellos le piden a Dios, por lo menos, lástima. Fuentes de datos: Diario La Gaceta - Tucumán 13-01-06