Microrrelatos presentados al concurso Día del Libro

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CONCURSO DE MICRORRELATOS “DÍA DEL LIBRO 2014”
MICRORRELATOS GANADORES
LA COSA
Y la biblioteca desapareció conmigo dentro. Cuando recuperé la consciencia
estaba todo oscuro y en silencio. No había nadie. Cogí la linterna del suelo y me
dirigí hacia el pasillo más cercano cuando de repente escuché un grito
desgarrador. Fui al lugar donde provenía aquel chillido y encontré al culpable de
todo esto: una sombra. Esta criatura era la responsable del desvanecimiento del
edificio. Quería devorar los libros. No podía dejar que esto sucediera. Corrí hacia
la sala de estudio y me tropecé con un libro. Rápidamente lo cogí y me escondí
debajo de una mesa. Cuando lo abrí me di cuenta que estaba en blanco. De allí
había salido el ser. Era su libro y debía hacerlo regresar. Fui hacia donde estaba
la sombra y lo abrí de par en par. Ésta se volvió rugiendo y fue absorbida
lentamente. Lo cerré y suspiré: la pesadilla había terminado.
CAROLINA CABALLERO GARCÍA (16 AÑOS)
YA NO PUEDO LEER MÁS
Ya no puedo leer más… es lo que pensé antes de romper la carta. No aguanté
más reproches, ser la mala y la temida. Además, de la injusta o la que viene
demasiado pronto. Y lo peor de todo, es de quien recibí la carta. De ella, la
deseada, nadie ha pensado que también tiene sus defectos. Acaso no hay quien
nace príncipe y mendigo en la misma milésima. Quien nace rico en el paraíso o
pobre en un vertedero. Y qué me dicen de quién nace ciego ¿Qué alguien me
diga por qué yo soy la injusta? Parece que ella, la vida, todo lo hace bien; pero
se le terminó el protagonismo porque acabo de hacer lo que mejor sé. Yo, la
muerte, he dado fin a la vida. Lo peor de todo es que ahora me siento vacío,
parece que me falta algo.
ANTONIO ABRAHAM MORA REAL
SE VEÍAN EN LA BIBLIOTECA
Se veían en la biblioteca... aquel edificio ruinoso que había en el parque, mi
abuelo dice que se llamaban libros y que antes los usaban todos.
-Pero abuelo ¿Para que sirven?
-Para contar cosas Ana, me decía.
Nunca entendí el cariño que sentía por aquellos montones de papel. Se pasaba
horas mirándolos fijamente, descifrando aquel lenguaje escrito que ya pocos
entendían.
- Pero abuelo conéctate, ya verás, no te hará falta leer.
- Ya lo se Ana, pero me gusta leer
CARLOS BOLLO SÁENZ
Biblioteca Pública del Estado en Santa Cruz de Tenerife.
C/ Comodoro Rolín nº 1 38007 Santa Cruz de Tenerife
TEL. 922 479 309 / FAX 922 479 338 www.bibliotecaspublicas.es/tenerife
EL RESTO DE MICRORRELATOS PRESENTADOS
LOS LIBROS QUE RECOMENDABAN PERSONAS
Se veían en la biblioteca. Sin preparación, solo se encontraban. Nunca cruzaron
palabra, bastaba con una mirada certera y una sonrisa que hablara por los dos.
Se veían jueves, viernes y fines de semana. Nunca supieron qué hacía el otro el
resto de días. Nunca hizo falta. Simplemente se caían bien. Se gustaban. Se
amaban.
Vivían una relación muda entre recomendaciones literarias: Estratégicamente
colocado sobre la mesa, Peter Pan contra los miedos, El juego de Ender para
viajes intergalácticos. El primer ‘te quiero’, Cyrano; la primera discusión, un
Austen poco apreciado.
Memorizó su letra gracias a las glosas al margen de Joyce. Por eso, aquella
mañana supo reconocer que era de ella la dirección y la copia del billete de
avión.
Hoy, jueves, 365 días después, ha seguido su última recomendación. Sentado en
esta nueva y lejana biblioteca sabe que el Neruda que tiene enfrente exclama:
“Te esperaba”.
ANDREA PADRÓN VILLALBA
SITUACIÓN DE ESPERA
Ya no pudo leer más… El niño rebotaba sus piececitos contra las baldosas del
salón.
La madre iba detrás. Iban y venían. Le corría y le pinchaba con un dedito. El niño
sentía el contacto y se contorsionaba locamente. Gritaba su felicidad incapaz de
lenguaje. La madre sonreía satisfecha… Intentó retomar la lectura… Pero
simplemente no podía dejar de mirar esa escena.
Inocente. Fresca. Fresca como un día de playa. Mirando el agua ir y venir… Como
el nene y su madre… Como si nene y madre fuesen una sustancia amorfa y
líquida que en su ir y venir sonríen empapados de felicidad... Como si dos
trocitos de plastilina que uno amasa para luego poder dibujar la propia cara
feliz… Un nuevo grito lo sacó de su fantasía. Extendió con asombroso disimulo
una pierna. El niño tropezó y lloró. La madre lo calmó y calló. Retomó su lectura.
Sonreía. Satisfecho.
NICOLÁS BRAGGIO NOVOA
VOLVER
Ya no pudo leer más… la letra era imposible. Sacudió la cabeza. Puso la carta en
el montón de la derecha. Agarró otra. Ésta estaba un poco mejor. Un muñeco de
acción con la espada y el tigre que es amigo y hace grrrr cuando aparecen los
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malos. Muy bien. Puso la carta en el montón de la izquierda. Había desarrollado
un sistema. Las cartas que le costaba leer las apilaba a la derecha para hacer un
nuevo intento más tarde. Y así hasta que lograba descifrar todas y cada una.
Afuera, la nieve era un frío susurro. El hogar chispeaba y el olor a madera
colmaba el aire con su suave presencia. Un invierno antiguo confundía el día con
la noche. Leyó otra carta. La letra era clara. Una escritura madura. Una mano
firme empuñando una pluma temblorosa. Una frase. Leyó otra vez: Quiero volver
a creer en vos.
NICOLÁS BRAGGIO NOVOA
CAOS
Ya no pudo leer más… la historia que estaba pasando por delante de sus ojos,
aquella que podía leer con perfecta claridad, la estaba destruyendo por dentro,
su mundo estaba siendo llevado a los límites del caos. Su propia corrupción
estaba siendo sentenciada. Las páginas del capítulo que se esforzó en escribir
eran arrancadas lentamente ante ella. Pasado, presente y futuro fueron carroña.
Las personas que conformaban su mundo se acercaron, pero ella puso un confín.
Los secretos se apoderaban de su universo. Las personas empezaban a
desaparecer lentamente conforme la oscuridad de los secretos iba conociéndose.
Así, ella advirtió que la vida que estaba escribiendo no eran más que palabras
de oscuridad. Las entes arremolinadas a su alrededor empezaron a devorar la
carroña. No todas chupaban energía de los restos… Unas pocas permanecían al
lado de ella, porque sabían que el caos tiene fin. Y los secretos un motivo.
BORJA IBRAHIM RODRÍGUEZ SÁNCHEZ
ESTANTERÍAS MENTALES
Ya no pudo leer más: le fastidiaba muchísimo empezar un libro y encontrarse
una historia vacía y un autor con ideas nada originales. Esto le ocurría cuando
elegía obras recomendadas en revistas especializadas, ya que no confiaba en la
opinión de amigos y conocidos: pero se había convencido que solo los críticos y
analistas podían aconsejar desde la posición que les daba haber comenzado sus
carreras como escritores. Sabía cómo se llamaban la mayoría de premios
literarios y manejaba mucha información sobre la fórmula del bestseller, la obra
perfecta para el gran público. Pero desconocía el malditismo de los poetas
franceses, el snobismo de algunas novelas inglesas, ... El día que, por error, se
llevó El lobo estepario de la biblioteca se dio a sí mismo una oportunidad. Luego
llegarían La caida, Las flores del mal, ... y ya nada volvió a ser igual en sus
estanterías mentales.
YURENA GONZÁLEZ HERRERA
GRANDES ESPERANZAS
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Y la Biblioteca desapareció: los recortes y demás políticas económicas del
Gobierno en cultura dieron sus tristes frutos. Todos los lectores ávidos y fieles
perdieron el hogar de sus horas de ocio, donde iban cada día, donde ya les
saludaban por su nombre y leían entre líneas cuando compartían sus vivencias.
Tanto conocimiento perdido y tantas experiencias, actividades, talleres, ciclos y
conferencias encerrados en aquellas paredes que pronto desaparecerían. Cuando
el dinero escasea y la cultura no interesa, unir fuerzas es la única opción:
recoger firmas no fue suficiente, manifestarse frente a las instituciones tampoco;
anunciarlo en redes era ya la única opción. El día en que el edificio sería
definitivamente derruido, la ciudad entera asistió a la llamada... y la cultura
volvió a casa y todos recuperaron su hogar.
YURENA GONZÁLEZ HERRERA
APRENDIZAJE VITAL
Se veían en la Biblioteca cada fin de semana: como becarios, se encontraban con
usuarios conocidos cuyas preferencias ya conocían y que centraban sus
conversaciones: best-sellers, biografías, reservas pendientes que no llegan, etc...
Era para aquellos estudiantes su tercera casa, (tras la propia y la facultad) donde
podían leer novelas rusas y consultar en busca de antiguas noticias sobre poetas
asesinados. Solían reunirse a veces tras la jornada laboral para compartir
experiencias y apoyarse mutuamente ante las carencias del sistema y los
recursos, para comentar las anécdotas del día y las excentricidades de algún que
otro usuario: era su pequeño ritual de supervivencia para llegar al lunes con las
pilas cargadas. En ocasiones se encontraban con personas con carencias que los
libros no podían llenar: un abrazo fue la más extraña de las peticiones que
recibieron. Comprensión fue lo único que pudieron prestar aquel día.
YURENA GONZÁLEZ HERRERA
Ya no pudo leer más. Le costaba hasta la tinta, si era la que dibujaba mi
historia. Un café nos bastó, solo dos nos separan y tres nos suplican. Nunca
había existido una combinación tan débil como sus manos y mi historia, que
juntas daban vida, la mía. El enredo de pelo, moca y palabras no era bueno si se
trataba de tiempo, del que no disponíamos. ¿Cuántos desayunos siguen
esperándonos? ¿Cuánta verdad le arrebataría de las manos al silencio? No existe
otro remedio que seguir escribiéndome. Continuar por los cientos de lecturas que
buscarían responsables. Con tan solo dos culpables, sus manos y mi historia. La
luz debe leer esas verdades que más que meras palabras son gritos de socorro,
de aviso. Letras escritas en la oscuridad de un país donde con apenas nueve
primaveras, me llevó al altar un hombre que para nada era un príncipe azul.
IVORY SAMOS ACOSTA
BIBLIÓFAGO
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Ya no pudo leer más. No había peor castigo para alguien que se ganaba la vida
editando escogidas obras literarias, para un lector compulsivo al margen de la
obligación. En el hospital proyectó sobre la pantalla negra de sus ojos imágenes
de lo ocurrido: conducía su coche por una carretera comarcal que atravesaba un
paisaje idílico, de aquellos que la gente llama “de postal”, y un gato asilvestrado
se le cruzó por delante, trató de salvarlo, pero no fue lo suficiente rápido o hábil,
estruendo, granizada de cristales, hierros retorcidos, pedazos de plástico, un
penetrante olor a gasoil y la oscuridad de la que ya no salió, Irreversible, le
diagnosticó el especialista, Sin vuelta de hoja, aceptó él en un regüeldo de
humor agrio... Hasta que unos fotogramas intrusos desplazaron los volitivos...
Aterrado, se percató de que eran más antiguos..., de que eran las imágenes
cronológicas de toda su vida.
JOSÉ EMILIO SANTISTEBAN
APOKALYPSIS
Y la Biblioteca desapareció… La mujer y la niña, de su mano, se detuvieron ante
la pavorosa cavidad. Parecía el cráter de un volcán. Se diría que hasta la tierra
que pisaban en aquel momento guardaba calor de lava incandescente. Pero, no,
no era la naturaleza, sino la estúpida maldad humana la que desencadenó el
desastre. Ni rastro del lugar donde la mujer había trabajado tantos años.
Después de un silencio que duró un tiempo que no pudo medir, recalcó: Y la
Biblioteca desapareció… Con un brusco tirón, la niña se desprendió de su mano y
corrió hacia una piedra. Escarbó un poco y extrajo un montón de papel
chamuscado. La mujer, entre incontrolables sollozos, logró leer: “...la segunda
muerte…”, “...el libro sellado con siete sellos...”, “...la llave del pozo del
abismo...”, “...el número de la bestia es el número del hombre...”, “...el humo
del tormento sube para siempre jamás...”.
JOSÉ EMILIO SANTISTEBAN
FURTIVOS
Se veían en la biblioteca. Siempre alrededor de las doce. Ambos, ella y él,
envueltos en un aire subrepticio. Escogían, felices, la mesa más discreta. Se
sentaban cada uno ante un volumen, dos ejemplares de la misma obra, que
abrían por igual página y cerraban, una vez completada la jornada de lectura,
por otra idéntica. Devotos como si asistieran a una ceremonia religiosa.
Entregados como en una comunión. Sin un descanso, sin rozarse, mudos, si
bien, no se privaban de intercambiar sutiles miradas de complicidad, sonrisas
placenteras o muecas de desaprobación ante los distintos pasajes. Miradas,
sonrisas y muecas que, asombrosamente, coincidían. Se separaban alrededor de
la una: ¿Mañana? Comenzaremos los Cuentos de Chéjov. Y se dirigían a sus
domicilios en pisos sin libros y aguardaban el regreso de sus respectivos
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cónyuges: ¿Qué tal? Nada nuevo, respondían, pero en su interior alborotaba
fogosa Madame Bovary, que habían terminado de leer.
JOSÉ EMILIO SANTISTEBAN
Se veían en la biblioteca. Ambos sumidos en la cotidianeidad de sus vidas,
jamás repararon el uno en el otro. Nadie podía culparles, pues un enorme
abismo de sesenta años de vida les separaba. ¿Cómo podrían entenderse dos
seres tan dispares? ¿Cómo podría el joven caminar sobre los pasos del otro y
comprender las lecciones que sólo el tiempo sabe dar? ¿Cómo aprender de cada
surco en su tez, de cada cana, de sus manos temblorosas? ¿Cómo podría el
anciano volver la mente atrás, a sus años de juventud, y recordar cómo late el
corazón cuando aún se tiene tanto por aprender y conocer? ¿Cómo verse
reflejado en aquellos ojos inexpertos, en su vitalidad e ingenuidad?
Lo comprendieron cuando sus manos se rozaron un breve instante al coger el
mismo libro. No eran tan distintos al fin y al cabo.
JENNIFER MARTÍN CÓRDOBA
Y la biblioteca desapareció. Así terminaban siempre los relatos de la
bisabuela. Muchos creían que estaba loca, otros simplemente lo atribuían a la
edad. Después de todo, aquello sólo era un viejo cuento, una fantasía demente
creada por una anciana solitaria. ¿Cómo podría existir un lugar semejante, un
edificio entero lleno de libros?
Pero ella repetía la misma historia una y otra vez, glorificando aquel paraíso
perdido, aquellas cuatro paredes que albergaban toda la sabiduría del mundo.
Extrañaba compartir relatos y poesía. Añoraba los momentos de silencio y
concentración, la sensación de aprender, de progresar. Ahora el único sitio hacia
el que avanzaba era aquel del que nunca se regresa, y el pitido constante del
soporte vital le impedía disfrutar del silencio.
El corazón le decía que su bisabuela no mentía, pero aquello era una completa
locura. Al fin y al cabo, ¿quién necesitaba leer?
JENNIFER MARTÍN CÓRDOBA
Ya no pudo leer más. Las últimas páginas del diario se convirtieron en cenizas
entre sus temblorosas manos. El incendio había desolado la ciudad y el único
superviviente había sido el diario de aquella joven enamoradiza y amante de la
poesía. No la conocía y ya jamás tendría la oportunidad de ver su rostro o
conversar con ella. A pesar de ello, sabía hasta el último de sus secretos.
Ella, por el contrario, nunca había sido gran amante de la literatura. Sin
embargo, se dio cuenta de que, ahora que aquella joven no estaba, su diario
permanecería como un recuerdo inmortal. Porque, aunque pasaran años, alguien
conservaría ese diario en algún rincón y ella seguiría viva en la mente de alguien.
Tan pronto como llegó a casa comenzó a escribir:
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Querido diario…
JENNIFER MARTÍN CÓRDOBA
Ya no puedo leer más… es lo que pensé antes de romper la carta. No aguanté
más reproches, ser la mala y la temida. Además, de la injusta o la que viene
demasiado pronto. Y lo peor de todo, es de quien recibí la carta. De ella, la
deseada, nadie ha pensado que también tiene sus defectos. Acaso no hay quien
nace príncipe y mendigo en la misma milésima. Quien nace rico en el paraíso o
pobre en un vertedero. Y qué me dicen de quién nace ciego ¿Qué alguien me
diga por qué yo soy la injusta? Parce que ella, la vida, todo lo hace bien; pero se
le terminó el protagonismo porque acabo de hacer lo que mejor sé. Yo, la
muerte, he dado fin a la vida. Lo peor de todo es que ahora me siento vacio,
parece que me falta algo.
ANTONIO ABRAHAM MORA REAL
Se veían en la biblioteca… desde el día de su inauguración. Aquel día era
melancólico pero ese detalle no fue importante. Los primeros entusiastas
ocuparon sus asientos y el destino los situó a uno cerca del otro. Él se prendó de
su milimétrico bordado y del susurro que emanaba con el discurrir de su
armónico cuerpo. A ella le pareció un héroe capaz de dar la vida por amor.
Surgió la pasión entre la poesía y el aventurero. Anhelaban los dedos que le
acariciaban y maldecían las manos que los alejaban contra su voluntad.
Envejecieron y sus cuerpos perdieron brillo. Lo que podría ser una tragedia se
convirtió en un hermoso premio. Los libros viejos de la biblioteca terminaron en
un mercadillo. Fue el día más feliz de su vida cuando un coleccionista los compró
y los ubicó uno junto al otro en su estantería.
ANTONIO ABRAHAM MORA REAL
Y la biblioteca desapareció... Como lo está oyendo. Fui a devolver el libro y
no estaba, en su lugar un hoyo por donde caí durante horas hasta que llegué a
esta nube. No dice nada, usted debe de haberse caído por el mismo precipicio
¿Es mudo acaso? Ay que joderse. Todo por la mierda de libro este que casi
quemo cuando me dejé dormir fumando ¿Qué hace? Estese quieto.
Y la biblioteca desapareció, como lo está oyendo. Caí por un precipicio hasta
que llegué a una nube, allí un tío con gafas de culo botella me tiró y ahora estoy
en esta nube con usted señorita.
ANTONIO ABRAHAM MORA REAL
Ya no pudo leer mas….
sus ojos se cerraban,
su voluntad la abandonaba,
sus manos no aguantaban,
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luchaba con todas sus fuerzas por resistir,
pero el precipicio esperaba.
Sus dedos ya casi no le tocaban,
el hilo invisible que los unía se rompía.
Ella lloraba y él caía,
sólo el silencio y la oscuridad cabían.
Amanece y con la primera luz llega el alba,
su mano palpa sin abrir los ojos,
y a su lado siente sus hojas rebujadas.
Es su libro, su amigo,
el confidente que espera paciente a que ella despierte.
MARÍA JOSÉ HENRÍQUEZ SANTANA
EL ANSIA
Y la Biblioteca desapareció, la había dejado varias calles atrás, pero también
durante casi un mes no volvería a pisarla, cada vez que iba era tanta su ansia,
que pedía títulos y títulos, se ponía en espera para conseguir leer lo último, lo
que le habían recomendado, la última novela de su autor preferido. Pero le podía
la avaricia, cogía demasiados, leía rápido, saboreando cada relato, deleitándose
en cada palabra, en cada idea, pero ¿cuatro libros para tres semanas? era una
pasada, no los devolvía a tiempo y la sancionaban. Luego se desconsolaba
pensando el tiempo que tendría que pasar sin su querida biblioteca, sin sus
preciados tesoros, era justo, pero al entregar los últimos libros y escuchar no
puedes sacar ninguno hasta…… se iba cabizbaja, reprochándose caer siempre en
lo mismo, no compensaba, y se convenció que esa sería la última vez que le
volvería a pasar.
MARÍA DEL CARMEN GONZÁLEZ MENÉNDEZ
EVASIÓN
Ya no pudo leer más, se negaba a terminarlo, solo quedaban dos páginas, se
había metido tanto en la historia. Caminaba por las calles con Miguel y Ana,
sentía en su carne el amor que se profesaban, se preocupaba con sus problemas,
sobretodo cuando quiso interponerse Elena entre ellos. Qué iba a hacer ahora,
cerró el libro suavemente y meditó, estaba tumbada en el sofá, el libro
descansaba sobre su pecho, de vez en cuando lo tocaba, lo acariciaba, se negaba
a que terminase, qué momentos mas felices, qué vida más plena, no podía
permitirlo lo alargaría, acariciaría sus tapas varios días, tenía que retener las
sensaciones, esos momentos de felicidad ajena que la hacían sentir y recordar
que esa felicidad existía, evadirse, no pensar y perderse en otras vidas, y siguió
en el sofá tumbada negándose a volver a su realidad, a su vacío, a su hastío.
MARIA DEL CARMEN GONZÁLEZ MENÉNDEZ
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ARREPENTIMIENTO
Se veían en la Biblioteca, él la evitaba, pero a distancia notaba sus ojos
perforándole, hubiera preferido no tener que ir, pero los exámenes eran lo
primero, estaba acostumbrado a estudiar allí, iba por el silencio, el espacio, la
motivación de ver gente estudiando. Pero la paz que se respiraba y que siempre
sentía, ahora se veía perturbada por la presencia de ella. Le costaba
concentrarse con Ana allí. Era historia pasada, Pero aún percibía en sus ojos
lágrimas cuando le miraba ¿por qué? ella lo quiso así. El amor era otra cosa,
pensó, se demostraba. No había vuelta atrás, ni amor, ni confianza, sólo una
brecha enorme entre ellos, insalvable.
Y deseó vivir en una ciudad grande, con muchas bibliotecas, para no
encontrársela, pero allí solo había una, cogió los apuntes y empezó a leer, de vez
en cuando se sacudía y notaba como se desprendían sus miradas.
MARIA DEL CARMEN GONZÁLEZ MENÉNDEZ
Se veían en la Biblioteca, en aquella la cual lo conoció. En la cual le dijo su
primera palabra, su primer beso, su primera lágrima y su alegría mas intensa
que llenaron sus ojos completamente de esperanzas. Pero no era más que un
cuento, que al llegar a las doscientas páginas su final se decía: " Hasta aquí
hemos llegado, pero aquí también nos volveremos a encontrar, posdata Te Amo".
YASMANY PASÍN GUERRA
Ya no puedo leer más, era tan intensa aquella historia. Dos chicos caminando
que no sabían a donde iban, sino que solo pensaban en el momento, en su
momento, en aquel momento. Pero no, ellos no se amaban. Solo eran dos
adolescentes que iban en busca de un tiempo lejano, y que no tenían más
remedio que refugiarse en un libro cuyo título le dio su autor: " Leer por el
camino perdido, con la voz de tu silencio".
YASMANY PASÍN GUERRA
Y la Biblioteca desapareció, y con ella aquellos chicos y chicas que habían
dejado su mano durante miles de años, en escribir sus historias mas célebres. La
escritura se acab’o y aquellas tantas palabras también. Estamos en el siglos de la
tecnología, ya la expresión verbal del corazón no importa. Sólo nos queda la
escritura de nuestro sentimiento más profundo, el de evadirnos en nuestra
propia letra.
YASMANY PASÍN GUERRA
Ya no pudo leer más desde que tras bajar del barco se le habían caído sus
gafas al agua. Hasta que Efrén la conoció a ella. Tenía una voz agradable,
aterciopelada, decir que era cercana a los ángeles caía en lo cotidiano a la hora
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de elogiar una voz, pero en éste caso también en un acierto. En éste caso, ella le
había encontrado a él, la crisis que azotaba la región la había llevado a buscar un
trabajo, y él solo iba a estar de paso, así que ya compraría una nueva montura
una vez volviera. Ella le leía multitud de libros en inglés traídos de la biblioteca.
Ambos defendían que la biblioteca era un bien común; las letras no tienen precio.
Finalmente, un amor cedió a otro, y el amor que sentía por las letras pasó a ser
el que sentía por ella, pero eso ya es otra historia...
AITOR RAMOS
Y la biblioteca desapareció, no era de extrañar, la educación obligatoria que
solo daba lugar a analfabetos funcionales que sabían leer y escribir, pero que no
leían ni escribían, había acabado por dar sus frutos. Grandes obras clásicas
tomaban polvo y sombra mientras obras comerciales echas para el público
juvenil eran desempolvadas a cada rato como si representaran una exquisitez
cultural simplemente por tener una edición física y muchas letras escritas sin ton
ni son.
La muerte de la biblioteca era un amargo recuerdo para los amantes de la
lectura, que no veían espacio ni capital suficiente para captar nuevas
obras. Como decía la leyenda, quizás cuando el dinero deslocalizado por
corruptos en paraísos fiscales volviera, se plantearan reabrir una nueva.
AITOR RAMOS
FATÍDICO FINAL
Ya no pudo leer más versos de Borges, palabras oníricas de Neruda y sobretodo
esas metáforas eróticas de Allende. La realidad de su vida nada tenía que ver
con sentimientos desmesuradamente idealizados, fantásticos e
insoportablemente irreales. La vida, descubrió, no estaba ni cerca de sus
expectativas, al contrario, era una caja de verdades grotescas que vale más
ignorar. No es ninguna novedad pero para ella, poseedora de una increíble
facilidad para volar a la altura de las nubes y con la mirada clavada en una luna
imaginaria, la perspectiva de sucesos sin ningún tipo de censura era una
primicia, dolorosa e insufrible. Sin otras soluciones viables, se dejó caer al
abismo del que nadie tiene conjeturas sólidas y fue así como soltó su último
aliento desprovisto de la diáfana nobleza de antaño.
BRIGGITH BAUTISTA GONZÁLEZ
EL MISTERIO DE LA BIBLIOTECA
Se veían en la biblioteca luces siniestras cada noche. Lucas, que vivía al otro lado
de la calle, siempre las observaba y de vez en cuando escuchaba algún que otro
ruido. Una fría mañana de otoño, lleno de curiosidad, decidió ir a visitarla. La
biblioteca estaba vacía, solo había un par de libros desperdigados por el suelo.
Intrigado, cogió el primero que vio y comenzó a leerlo. Las horas pasaron
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volando y pronto anocheció. De repente las luces del edificio empezaron a
parpadear como el chico había visto desde su casa. Cuando decidió salir de la
biblioteca, giró el pomo de la puerta y una fuerte corriente lo arrastró de nuevo
hacia el interior, haciendo que ésta se cerrase. Lucas, asustado, imaginó decenas
de fantasmas danzando en la oscuridad, pero de pronto escuchó unas risas y se
volvió para ver a su amigo Pedro. ¡Todo había sido una broma!
HUGO DE SOUSA SANTANA
PERSPECTIVAS
Ya no pudo leer más. El diagnóstico fue claro: ceguera permanente. El mundo
era un gran libro, o eso creía él. Pensar que tras ese escaparate opaco en el que
se habían convertido sus ojos se escondía una gran historia que él nunca podría
terminar... Se le hacía insoportable. El tiempo pasaba, y no normalmente, sino
por encima de él, al menos desde su paradójico punto de vista. Pero un día
sucedió: un sabor, un sonido, una textura, un olor. Secretos sutiles que pocos se
atreven a descubrir. Fue como si renaciera, como volver a ver la luz. Aprendió a
leer sin los ojos, descubrió como ver más allá, con los sentimientos, con el alma,
y una vez libre de todos esos prejuicios que el aspecto físico suele implicar, pudo
seguir leyendo. Y su perspectiva fue diferente. Diferente y preciosa.
REBECA DE SOUSA SANTANA
EL METRO
Ya no pudo leer más, el estruendo que salía del túnel le anunciaba la llegada del
metro, aquel lugar estaba atestado y no quería llegar tarde a la consulta, entre
empellones se hizo hueco en el vagón, sacó la tablet y la miró, no estaba segura
de seguir leyendo, desde que supo la noticia, buscaba ávidamente información
sobre la enfermedad y en ella, el consuelo, pero hoy no, hoy en algún lugar, en
alguna mesa, quizás en un sobre, ya estaba escrito su destino e imaginaba que
el señor de bata blanca, le daría, ahora sí, mucha información, pero ¿ Dónde
encontrará ahora el consuelo?
NIEVES DAIDA BETHENCOURT GARCÍA
POLVO
Y la biblioteca desapareció, y un peso intangible cayó sobre mí, al ver aquella
habitación en penumbra, vacía, sin alma, una luz tenue y burlona me mostraba
como todos los libros que antes la poblaran, los textos que se apilaban y sus
ideas e ingenios, sus historias, sus personajes, sus verdades y sus fantasías, los
ideales, el amor, los héroes y las victorias, la esencia y la vida, todo había
desaparecido, en los estantes solo quedaba polvo, polvo como en el fin, el polvo
y nada.
NIEVES DAIDA BETHENCOURT GARCÍA
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ATRAGANTAMIENTO LITERAL
Ya no pudo leer más, aquel párrafo lo había atragantado. Pocos saben que la
palabra escrita puede ser mortal, aquel que descubre esta característica suele
dejar de respirar en pocos segundos. Tosía violentamente, aterrado miraba a su
alrededor, sus ojos imploraban auxilio. Su empeño en inspirar empujaba al fondo
de su tráquea aquellas palabras emponzoñadas. Dejó de respirar.
Sintió un abrazo, una extraña ingravidez, unos puños presionaron su diafragma,
salieron disparadas de su boca aquellas palabras malditas. Volvió a respirar, a
bocanadas, el aire rebosó en sus pulmones. Atiborrado de oxígeno dio las
gracias, su salvador se puso los auriculares y siguió corriendo por el parque
restando así importancia a lo ocurrido. Recogió el libro, lo abrió despacito, con
miedo, temía que algo saltara de su interior. Allí estaba aquel párrafo, húmedo,
sanguinolento, desordenado, escupido de vuelta sobre el papel. Decidió
denunciar al libro por homicidio en grado de tentativa.
RUBÉN VERA KOSTER
EL LIBRO DE MIS SUEÑOS
Y la biblioteca desapareció sin dejar rastro. Apenas me lo podía creer. Avancé en
mitad de la noche sin hacer ruido dejando atrás el lugar. Subí las escaleras de mi
casa y me encerré en mi cuarto. Me dirigí hacia la estantería y cogí aquel
misterioso cuaderno. Allí estaba todo, incluido lo de la biblioteca. Esto no podía
estar pasando, no podía dar ninguna explicación de lo que acaba de ocurrir.
Simplemente era magia. Entonces comprendí lo que podía hacer con este libro.
Escribiera lo que escribiese, se cumpliría. Cerré los ojos y sonreí. Ya no tendría
miedo a nadie. Ya no ocurriría nada malo en el mundo. Todo sería perfecto. Todo
sucedería como yo quisiese. Las guerras, el hambre, los desastres naturales, las
crisis… todo desaparecería con solo un deseo y tinta.
CAROLINA CABALLERO GARCÍA
UN DULCE FINAL
Ya no pudo leer más. Las palabras se le atragantaban. Se le veía triste. Cogí
aquel libro y leí las últimas líneas. Las lágrimas empezaron a descender. Sentí
que me rompía en mil pedazos. Miré a mi hermano. Estaba observando
distraídamente el horizonte. Le cogí la mano. Faltaban apenas un par de horas
para el desastre. No había vuelta atrás. No había solución. La gente más rica
había conseguido salir del país mientras el resto se quedaba atrapado. El reactor
nuclear explotará en cualquier momento y yo solo quería pasar mis últimos
minutos con la persona que más quería. Este libro era nuestro favorito, pues
tenía un final feliz. Sin embargo, ya da igual, ya no importa nada. Ahora solo
queda esperar y ver el sol descender.
CAROLINA CABALLERO GARCÍA
Biblioteca Pública del Estado en Santa Cruz de Tenerife.
C/ Comodoro Rolín nº 1 38007 Santa Cruz de Tenerife
TEL. 922 479 309 / FAX 922 479 338 www.bibliotecaspublicas.es/tenerife
VALOR
Ya no pudo leer más. Unas lágrimas silenciosas se deslizaban por sus mejillas
empañando su vista como si de una cortina de humo se tratase. Para ella fue
como un alivio. Había estado en tensión desde la primera página y ya no
aguantaba más.
Aquella novela era tan real y, a la vez, contada de una manera tan extraña… En
cualquier momento podían ocurrir hasta los sucesos más insospechados. A las
anteriores, se sumaron dos goterones que cayeron sobre la almohada, pero estos
con un mensaje diferente: VALOR. Decidió ser fuerte. Cogió aire y retomó el
libro. Para entonces, la niebla se había disipado de sus ojos.
LARA NIEBLA CAÑETE
EL AMOR NO EXISTE
Ya no pudo leer más… Las gafas se le empañaron y las letras emborronadas de la
carta se difuminaron de forma tan fulminante como su esperanza. No había
existido. Su amor por él había sido únicamente cosa de su imaginación delirante.
Por un momento no supo qué hacer con aquel folio. Pensó que si al menos
hubiese estado escrito a mano, con una caligrafía artesanal y delicada, habría
valido la pena conservarlo. No era el caso. Se levantó de la mesa de la Biblioteca
donde garabateaba apuntes sin sentido y fue directo a la papelera con la carta
arrugada como su corazón. Antes de tirarla, un impulso le llevó hasta una
estantería. Sacó un libro al azar: Arthur Rimbaud: ‘Una temporada en el
Infierno’, decía. Lo abrió por una página cualquiera y abandonó la carta a su
suerte, por si a alguien le servía de algo.
RAQUEL MARTÍN CARABALLO
MÁS ALLÁ DEL FUEGO
Y la Biblioteca desapareció… Antes de que César pudiera dirigir sus tropas hacia
el Puerto, las llamas se extendieron como dioses inclementes sobre una
Alejandría reducida a cenizas ante sus ojos. Se sintió más poderoso que nunca.
Una certeza vertical se elevó sobre la columna de humo negro a sus espaldas:
ahora, sin duda, la memoria de los hombres le pertenecía.
RAQUEL MARTÍN CARABALLO
ENTRE LÍNEAS
Se veían en la Biblioteca… Cada jueves, a la misma hora, él dejaba sobre su
puesto el último libro que acababa de leer, sabiendo que ella se lo devolvería
puntual a la semana siguiente, siempre en jueves, con sus notas escritas a lápiz
en los márgenes. Así fue como él le prestó los versos de Pessoa, las novelas de
Baricco, los cuentos de Monterroso, los diálogos de Platón … El primer jueves que
ella faltó a la cita él había elegido un préstamo especial. Pensaba confesarle que
se había acostumbrado a aquellos intercambios de una forma casi enfermiza. Y
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para ello había seleccionado El túnel, de Ernesto Sábato. Ella debió intuir el
tamaño de aquel amor. Nunca más nadie la vio por allí.
RAQUEL MARTÍN CARABALLO
LEER DE NOCHE
Ya no pudo leer más. Hacía rato que las palabras bailaban ante sus ojos. Con una
mano apagó la lámpara de la mesilla y con la otra dejó caer el libro al suelo.
Estaba sentada en una cafetería muy elegante, con níveas mesas de mármol y
una taza de té impaciente. A través de la cortina de encaje veía caer la lluvia En
ese instante, alguien empujó discreto la puerta del local. Clavó su mirada en ella.
El recuerdo de sus ojos y de los ansiosos labios le hizo perder por un segundo la
compostura. Marlowe, sintió algo parecido. Se hundió, sin remedio, en aquellos
profundos pozos negros. Llegó a la mesa, la saludó con un firme apretón de
manos y quitándose el sombrero y los guantes, le preguntó cortante: aquí estoy
señora Cavendish ¿qué es eso tan urgente que tiene que contarme?
BELÉN VALIENTE
NO REGRESÓ
Ya no pudo leer más, así que salió a comprar folios para escribir. Absorta con la
música que brotaba de su iPod, subió las escaleras de aquel pequeño centro
comercial hasta llegar a la papelería.
Necesito folios, le dijo a la dependienta.
Voy a llamar a la policía, respondió ella.
Extrañada, salió fuera a ver por qué iba a llamar y miró al lado izquierdo del
pasillo. Había muchos cadáveres colgados por cuerdas y un hueco en el techo del
que sobresalían todo tipo de miembros. Corrió lo más rápido que pudo a su casa
para contarle todo a su madre. Su madre le contestó: tu hermano no regresó a
casa anoche.
LAURA CABRERA DE LA ROSA
YO SOLO SÉ QUE NO SÉ NADA
Y la Biblioteca desapareció con cada mirada de complicidad que se echaban.
Cada vez que levantaban la cabeza de los libros que estaban leyendo, solo
recordaban los ojos del otro. Por más que trataban de comprender su lectura,
no podían, llegando a la conclusión de que yo solo sé que no sé nada, salvo que
se enterrarían en las profundidades de las pupilas del uno y del otro.
LAURA CABRERA DE LA ROSA
VIDA DE BIBLIOTECA
Se veían en la Biblioteca, entre las estanterías más recónditas y escondidas. Se
veían y siempre estaban cuerpo a cuerpo, lomo a lomo, respirando el mismo
aire, el mismo oxígeno. Se veían en el mismo lugar de la Biblioteca, pero cuando
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se separaban y estaban al menos unos quince días sin verse, se echaban mucho
de menos. Cuando uno vive en el mismo lugar durante años, con la misma
atmósfera a su alrededor, si algo de ésta desaparece, por momentos se siente un
vacío. Es lo que tiene convivir con otros libros en la misma estantería de
siempre.
LAURA CABRERA DE LA ROSA
SIEMPRE
Se veían en la Biblioteca. Todos los días a las cinco de la tarde era la cita. Ella
se sentaba al fondo y él a tan sólo dos mesas de distancia. Miradas tímidas que,
entre línea y línea, recruzaban, labios que no eran capaces de disimular sonrisas
y manos nerviosas que constantemente pasaban las páginas aún cuando todavía
no se habían leído.
Él no aguantó más la saludó por primera vez y se sentó a su lado. Estudiaban,
leían libros, consultaban revistas, ojeaban periódicos… día a día, juntos. Se
consagró entre ellos una unión que jamás había sido escrita. Te quiero –le dijo
ella al fin- y él la besó.
Al día siguiente en las escaleras, una vez más, él la esperaba. No apareció.
Durante una semana la esperó y nunca apareció. Entonces, con dolor, lo
entendió todo. Jamás volvería. No entendía por qué. Era injusto. Lloró. ¿Y si
vuelve algún día? Por si vuelve, él aún sigue esperando.
GUÁRDAME
Ya no pudo leer más, cerró el libro y lo tiró contra la pared. Estaba enfadado
con el mundo, con la vida y con Dios. Era incapaz de ojearlo, de mirarlo colocado
en la estantería o de incluso tocarlo. Lo repugnaban. Sus letras, una a una, eran
reproducidas en su mente con el sonido de aquella voz. Una voz dulce y tenue,
con una calidez que te invitaba a soñar, con un ritmo tan melódico que acaricia
constantemente la audición. Era la voz de su abuela.
La echaba mucho de menos y no soportaba tener cerca nada que la recordara.
Ella le leía todas las noches. Ella le enseñó a imaginar, a inventarse nuevos
mundos, a evadirse y a tener esperanza de que existe algo más. De pronto, miró
el libro tirado en el suelo. Se arrepintió. Corrió hacia él llorando y lo abrazó. Era
lo único que tenía de ella. Era lo único que le permitía seguir con vida. Jamás se
apartó de él.
RECUERDOS OLVIDADOS
Y la Biblioteca desapareció. El último vestigio del pasado del ser humano se
convirtió en una inmensa nube de polvo que anegó el aire y cegó a los
asistentes. Paradójica imagen e hija fiel de la época que me ha tocado vivir: una
sociedad en la que sólo tiene valor lo presente, una en la que no es necesario
girarse para vislumbrar lo pasado, las miles de historias que han fenecido a lo
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largo de nuestro paso por el mundo y que no son más que sombras en el
camino. En este proceso, incluso los grandes héroes griegos han sucumbido, ya
no son más que nombres en un cielo cada vez más oscuro.
SATURNINO EXPÓSITO REYES
VIDAS PARALELAS
Se veían en la Biblioteca todos los días, siempre a la misma hora. Uno frente al
otro, inmersos en sus papeles y pensamientos. Dos vidas paralelas que jamás se
llegarán a rozar.
SATURNINO EXPÓSITO REYES
SURGIÓ EL AMOR
Se veían en la Biblioteca. Ella es hija de un noble escritor francés. Él de los
barrios medios de Tours. Sinceramente, no les relacionaba nada, lo único que les
gustaba era investigar. Se conocieron cuando leían el caso Burdeos, pero él la vio
por primera vez cuando era periodista de su ciudad. A través de los libros,
ambos han estado en varios países, han sido detectives, periodistas… Ahora
analizaban el mismo caso y fueron a tomar copas a una tasca de la ciudad y
empezaron a hablar. Ese día sólo le importaba ella. Quiere vivir a su lado, no va
a morir solo, la quiere. No quiere olvidar su pasado, pero quiere que forme parte
de él, de su presente y de su futuro. No piensa en tonterías. Y sumergidos en la
misma historia del caso Burdeos, surgió su historia de amor.
TOMÁS JORGE GONZÁLEZ CONTRERAS
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