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El epistolario martiano constituye un valioso testimonio
Reflexiones sobre la carta de José Martí a su hermana Amelia.
MSc. Silvia Rodríguez Arvelo.
Resumen
José Martí como primogénito sentía una alta responsabilidad con su familia, pero su deber patrio lo limitaba. Su madre le reclama este deber por la lejanía y la vejez de su padre. La correspondencia con su
hermana Amelia demuestra ternura, la forma de aconsejarla y educarla ante las diversas situaciones que se le pueden presentar. Este diálogo se embellece con su verbo. Estos consejos mantienen su vigencia para los jóvenes como parte de su formación de valores.
El epistolario martiano constituye un valioso testimonio. Con su lectura se dibuja la espiritualidad de un hombre único e íntegro. Si dentro de él se incursiona en sus cartas familiares se descubre el buen hijo y
hermano. Su deber patrio limitó sus deberes como primogénito, lo que no le resta a sus desvelos. Predomina la correspondencia con su madre y como reclamo de ella, Martí le escribe una hermosa y valiosa
carta a su hermana Amelia. Demostrar su amor y su deber como hermano mayor a pesar de la distancia es el propósito de estas reflexiones.
Rita Amelia, es una de las siete hermanas de José Martí y nació el 10 de enero de 1964. Fue la última de la familia en morir, a los 82 años.
Al escribirle a su hermano (1882, 82) le comunica:
“…sabes que tus cartas para mí son un tesoro que guardo y cuido para no perderlo nunca.
“… no sabes los deseos que tengo de verte, mándame tu retrato para consolarme con verlo; cuando me contestes esta háblame bastante de ti y recibe en un beso el cariño de tu hermana”.
Como se aprecia la relación que existía entre ellos era mucho más que un hermano y una hermana. Veneraba a su Martí. Sus sabias palabras eran lo más preciado. Ansía saber sobre él. Se aprecia ternura y
respeto en su comunicación.
En un fragmento de su carta el hermano (1882, 286) le dice:
“… He visto mucho en lo hondo de los demás y mucho en lo hondo de mí mismo. Aprovecha mis lecciones…”.
La previene para que asimile sus lecciones y aprecie su perspectiva masculina.
Su madre, educada en las costumbres de la época, le reclama en varias oportunidades su deber familiar. En una de ellas (1882,88) le plantea:
“… ya el apoyo de su padre es muy débil y necesitan alguno…
… Las muchachas esperan tu respuesta, exígele a Amelia que te diga algo de su prometido, y los abrazas a ellas la bendición de tu padre y la mía hasta otra”.
Esta solicitud se corresponde con sus necesidades afectivas y materiales. El apoyo de los hombres en aquella época era fundamental por el respeto de las relaciones sociales.
Martí le responde en enero de 1882. Es una revelación de sentimientos y consejos. Con un estilo artístico impresionante desde principio a fin expresa el amor hacia su hermana. Se presenta como un padre.
Le sugiere que aquellos que se sientan atraídos, que simpaticen deben darse tiempo para tratarse, conocerse.
La mujer debe distinguir entre ese sentimiento que aparenta ser el amor y el amor verdadero y grandioso, además, discernir si la otra persona es merecedora de ser amada verdaderamente; porque la relación ha
de durar toda la vida.
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El epistolario martiano constituye un valioso testimonio
Lo considera esencial para alcanzar la felicidad y lo llama “código de ventura”.
Martí ofrece en esta carta una bellísima definición del amor, compara su surgimiento con un árbol y el proceso natural que sigue hasta llegar a la obtención del fruto y precisa (1882,286):
“… El amor, como el árbol, ha de pasar de semilla a arbolito, a flor y a fruto”.
Le pide que le confíe sus sentimientos y le habla de aquellos que se acerquen a ella sin buenas intenciones; que se apoye en él para ser feliz, aunque él no pueda serlo; porque se dedica a hacer felices a los
demás.
Menciona a su padre, expresando su profundo amor hacia él y le pide que lo haga feliz. Martí sintió una gran admiración y respeto por su padre y siempre que pudo aprovechó la oportunidad para expresar su
cariño por él, aún cuando no comprendieran sus ideales. En un fragmento de su carta le aconseja (1882, 286-287):
“… Tú no sabes, Amelia mía toda la veneración y respeto ternísimo que merece nuestro padre (…)
Ese anciano es una magnífica figura. Endúlcenle la vida. Sonrían de sus vejeces. Él nunca ha sido viejo para amar”.
Por último solicita a su hermana que le escriba frecuentemente y le exprese sus sentimientos con ternura y cariño que según él “es la más correcta y elocuente de todas las gramáticas”. Al leer la carta se percibe el lenguaje hermoso y delicado que ha utilizado el Apóstol, embellecido
en: “… dime de todos los lobos que pasen por tu puerta; y de todos los vientos que anden en busca de tu perfume…”
por
el
empleo
de
recursos
expresivos,
por
ejemplo
(1882,
286)
Trabaja la figura masculina a través de los lobos y el viento para alertarla sobre las intenciones pasajeras que debe reconocer y no aceptar.
Esta es una de las cartas que se analiza en el Seminario Martiano en Práctica Integral del Español, en primer año de la carrera. Su lectura debe promover la reflexión en los alumnos y contribuir a su formación de valores culturales y éticos.
Reflexiones:
El valor de la carta para los jóvenes de hoy está dirigido a:
- Fomentar el amor a la familia.
- Delimitar entre el amor verdadero a la pareja y los pretendientes pasajeros.
- Desarrollar valores en las personas para que reconozcan la buena y la mala literatura.
- Cultivar sentimientos en el ser humano.
- La forma de relacionarse con su padre durante la vejez como reconocimiento y respeto.
- La importancia de la relación franca y tierna entre los hermanos.
- La necesidad de la comunicación espiritual como sustento familiar en la distancia.
Conclusiones.
Esta carta, escrita por Martí a una de sus hermanas más queridas, está llena de ternura y de sanos consejos acerca de la conducta que debían seguir, tanto ella como sus hermana en relación con el amor y con
el padre, a quien el carácter naturalmente rudo se le habría agriado más con los años y las penas.
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El epistolario martiano constituye un valioso testimonio
Este texto constituye una verdadera joya literaria, donde los jóvenes de hoy pueden encontrar respuestas a sus inquietudes amorosas, pues los consejos que da el Apóstol a su querida hermana reflejan la
profundidad de su pensamiento y aborda aspectos y sentimientos que son eternos en el ser humano. Estos consejos mantienen su vigencia.
Bibliografía.
MARTÍ, AMELIA. Carta a su hermano el 23 de diciembre de 1881—83p -- En: Destinatario José Martí-- Casa Editora Abril, 1999.
MARTÍ, JOSÉ. Carta a su hermana Amelia de enero de 1882—285-28p7-- En: Obras escogidas. T1--CEM: Editora Política, 1978.
PÉREZ, LEONOR. Carta a José Martí-- 87-88 p-- En: Destinatario José Martí.
Casa Editora Abril, 1999.
ZACHARIE DE BARALlT BLANCHE. El Martí que yo conocí. --Editorial Pueblo y
Educación, 1990.-- 103 pp.
Anexos
Anexo 1. Carta de su hermana Amelia.
La Habana, 23 de diciembre de 1881.
Pepe.
El no haberte escrito en tanto tiempo, ha sido porque la vez que lo hice no recibí contestación, y pensando sería por tus ocupaciones no porque no lo desearas no quise molestarte más porque sin ello sabría de ti
y tú de mí aunque no con tanto gusto como si me hubieses escrito; porque “…sabes que tus cartas para mí son un tesoro que guardo y cuido para no perderlo nunca”.
Leí el verso que nos mandaste, no olvidaré lo que él nos quiere decir, está bonito y fácil de comprender, ya me lo sé de memoria. Estoy muy contenta porque pronto vamos a ver a Pepito, debe estar precioso lo
besaré mucho y al despedirlo, besos te envío de él, no sabes los deseo que tengo de verte mándame tu retrato para consolarme con verlo; cuando me contestes esta háblame bastante de ti y recibe en un beso
el cariño de tu hermana.
Amelia.
Anexo 2. Carta a Amelia.
Nueva York, enero 1882.
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El epistolario martiano constituye un valioso testimonio
Para Amelia:
Tengo delante de mí, hermosa Amelia, como una joya rara, y de luz blanda y pura, tu cariñosa carta. Ahí está tu alma serena, sin mancha, sin locas impaciencias. Ahí está tu espíritu tierno, que rebosa de ti,
como la esencia de las primeras flores de mayo. Por eso quiero yo que te guardes de vientos violentos y traidores, y te escondas en ti al verlos pasar: que como las aves de rapiña por los aires, andan los vientos
por la tierra en busca de la esencia de las flores. Toda la felicidad de la vida, Amelia está en no confundir el ansia del amor que se siente a tus años con ese amor soberano, hondo y dominador que no florece en
el alma hasta después de un largo examen; detenidísimo conocimiento, y fiel y prolongada compañía de la criatura en quien el amar ha de ponerse. Hay en nuestra tierra una desastrosa costumbre de confundir
la simpatía amorosa con el cariño decisivo e incambiable que lleva a un matrimonio que no se rompe, ni en las tierras donde esto se puede, sino rompiendo el corazón de los amantes desunidos. Y en vez de
ponerse el hombre y la mujer que se sienten acercados por una simpatía agradable, nacida a veces de la prisa que tiene el alma en flor por darse al viento, y no de otro nos inspire amor, sino el deseo que
tenemos de sentirlo; en vez de ponerse doncel y doncella como a prueba, confesándose su mutua simpatía y distinguiéndola del amor que ha de ser cosa distinta, y viene luego, y a veces no nace, ni tiene
ocasión de nacer, sino después del matrimonio, se obligan las dos criaturas desconocidas a un afecto que no puede haber brotado sino de conocerse íntimamente. Empiezan las relaciones de amor en nuestra
tierra por donde debieran terminar. Una mujer de alma severa e inteligencia justa debe distinguir el placer íntimo y vivo, que semeja el amor sin serlo, sentido al ver a un hombre que en apariencia es digno de ser
estimado, y ese otro amor definitivo y grandioso, que, como es el apegamiento inefable de un espíritu a otro, no puede nacer sino de la seguridad del espíritu al que el nuestro se une tiene derecho, por su
fidelidad, por su hermosura, por su delicadeza, a esta consagración tierna y valerosa que a de durar toda la vida Ve que yo soy un excelente médico de almas, y te juro, por la cabecita de mi hijo, que eso que te
digo es un código de ventura, y que quien olvide mi código no será venturoso. He visto mucho en lo hondo de los demás, y mucho en lo hondo de mí mismo. Aprovecha mis lecciones. No creas, mi hermosa
Amelia, en que los cariños que pintan en las novelas vulgares, y apenas hay novela que no lo sea por escritores que escriben novelas porque no son capaces de escribir cosas más altas —copian realmente la
vida, ni son ley de ella. Una mujer joven, que ve escrito que el amor de todas las heroínas de sus libros, o el de sus amigas que las han leído como ella, empieza a modo de relámpago, con un poder devastador y
eléctrico, supone, cuando siente la primera dulce simpatía amorosa que le tocó a su vez en el juego humano, y que su afecto ha de tener las mismas formas, rapidez e intensidad de esos afectillos de librejos,
escritos, créemelo Amelia, por gentes incapaces de poner remedio a las tremendas amarguras que origina a su modo convencional e irreflexivo de escribir pasiones que no existen, o existen de una manera
diferente de aquella con que las escriben. ¿Tú ves un árbol? ¿Tú ves cuánto tarda cuanto tarda en colgarla naranja dorada o la granada roja, de la rama gruesa? Pues ahondando en la vida, se ve que todo sigue
el mismo proceso. El amor como el árbol, ha de pasar de semilla, a arbolillo, a flor, a fruto. Y en Cuba se empieza siempre por el fruto. file:///C|/xampp/htdocs/Revista1520/Numeros/Vol%2005%20No%203/silvia.htm[05/10/2013 3:30:45]
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