LEYENDAS Y TRADICIONES DE LA ESCUELA (DESDE EL RINCIÓN DEL FLACO CANALES) Prof. Edgardo Canales Rebolledo Departamento de Ingeniería Química, Facultad de Ingeniería, Universidad de Concepción, Casilla 160-C, Correo 3, Concepción. Correo electrónico: [email protected] He aquí algunos recuerdos de mi vida estudiantil y académica que deseo compartir con los lectores de esta revista, colegas, compañeros y amigos de mis días. Son incompletos, fragmentarios, y hasta posiblemente equivocados en sus versiones. Con estos resguardos, y con la invitación a mis colegas ingenieros químicos de aportar más antecedentes (mis excusas si no los menciono a todos, sería imposible), paso a narrar sólo unos pocos (habrá más): 1. El himno de la Escuela. Cuando ingresé a la Escuela en 1958, entre alrededor de 100 mechones y remechones, a la segunda semana y al final de una clase, un miembro del centro de alumnos nos copió el himno en la pizarra. Socarrones nos dijimos: esto es mechoneo. Pero era cierto y al final nos enseñó a cantarlo, y quedamos así tempranamente incorporados a la familia de los “químicos”. El himno dice así: Himno de Ingeniería Química Somos los que en el mañánico haremos el mundo grándico… liray… liray conviertiendo las basúricas en productos industrálicos… liray… liray con maquináricas muy modernísticas y con procésicos electrolíticos… liray… liray Nuestra cuna fue la química de los tiempos Salvadóricos… liray… liray con pipetas y tubíticos y retortas muy vitriólicas… liray… liray Como buenos ingeniéricos dominamos la mecánica… liray… liray conocemos los motóricos de potencia electrolítica… liray… liray Somos pues los ingeniéricos lo mejor de lo mejórico… liray… liray no queremos anatómicos ni tampoco pedagógicos… liray… liray menos dentísticos ni ¡LEGULÉYICOS! sino INGENIÉRICOS recontra químicos… liray… liray Grito Final: Alereque, Alereque, Alereque, ay! tumbaití ay! tumbaitá Alereque (bis), ¡Ingeniería! rá, rá, rá ¿Desde cuándo se cantó este himno? ¿Quiénes lo compusieron? Misterio que se hunde en el pasado. De los primeros dos versos de la primera estrofa se advierte que nació muy temprano –años 30 ó 40 – cuando los egresados se contaban con los dedos de una o dos manos, pues declaran objetivos entonces modestos. De los siguientes dos versos, un exDecano de la Facultad (Sergio Villafañe R., q. e. p. d.) afirmaba que éste fue el primer himno ecológico conocido. Los tiempos salvadóricos se refieren a la época en que don Salvador Galvez R. (q. e. p. d.), ante la pobreza franciscana de la Escuela, traía los tubos de vidrio vacíos de las aspirinas para demostrar reacciones químicas en clases. Y la rivalidad permanente con Leyes: ¡esclavos del símbolo! nos gritaban, ¡esclavos del código! le replicábamos. Y al final del himno el grito: “Alereque” podría derivar de aquelarre, reunión de brujos, con lo que se manifestaría nuestra formación en ciencias ocultas. Este himno estuvo vigente hasta los años 60, en que ya se habían creado las carreras de Ingeniería Mecánica e Ingeniería Metalúrgica. Hubo una votación estudiantil para reemplazar el “recontraquímicos” por “recontratómicos” o “recontrachóricos”. Ninguna de las mociones prosperó. La última vez que se cantó este himno fue 3 ó 4 años atrás en la vibrante voz de tenor lírico de nuestro colega y amigo Rolendio Pacheco (q. e. p. d.), en una celebración del 10 de julio. En esos años 60 un grupo de estudiantes liderados por Richard Trevilcock (q. e. p. d.) y otros como Pedro Holz C. y María Lamonica M., compusieron el Himno Americano: Un trago de coñac de buena calidad debemos de tomarnos diariamente Llenemos un matraz chupemos hasta el final y luego tomaremos aguardiente Chupar, chupar, chupar será nuestro ideal chupar, chupar, chupar eternamente Fuerza en la garganta fuerza pa’ chupar y luego tendremos otra farra que contar Analítica y descriptiva geometría la vectorial vos creís que pasar es chancaca con los ramos que hay pa’sonar Analítica y descriptiva geometría la vectorial Cálculo integral y diferencial son los ramos que botamos pa’ tomar coñac son los ramos que sonamos por chupar coñac Grito Final Ingenierííí… í Ingenierááá… á Ingeniería, Escuela de Ingeniería………. Los versos en negrita se solían omitir en las interpretaciones, pero forman parte de la composición original. Se advierte que estos compositores eran de cursos inferiores, pues las materias citadas son sólo de matemáticas. Estuvo vigente hasta los años 80 y fue adoptado por todos la especialidades. En el grito los estudiantes agregaban la carrera de su pertenencia. No ha habido más himnos, es un desafío para las venideras generaciones. En lo personal sigo abrazado al viejo himno del liray-liray, que aprendí a cantar como mechón recién ingresado a la Escuela. 2. El 10 de Julio, día de la Escuela de Ingeniería Química. ¿Porqué ese día? Tal vez porque el plan de estudios era anual, anterior a 1952, y los exámenes de fin de año se veían aún lejanos. ¿Desde cuándo? Tengo la versión de Pedro Schiavi B., que la recibió de su padre don Pedro Schiavi L., que esta fecha ya se celebraba antes de su ingreso en 1931. Los hechos habrían ocurrido así: allá por los años 20 en una tarde soleada de invierno, los alumnos de un curso superior hicieron la “chancha” (la cimarra) y se fueros a festejar unas cazuelas. Al regreso a la Escuela fueron reprendidos severamente por el Director Sr. Galvez y conminados a dar explicaciones. Sólo atinaron a decir: “celebrábamos el día de la Escuela”. Fueron suspendidos por un tiempo. Al año siguiente se recordó el acontecimiento en una comida, con invitación a laborantes y a algunos profesores que asistieron, y de ahí en adelante se instituyó como día de la Escuela, con el Sr. Rector y el Sr. Director a la cabeza. Se le han agregado algunos “flecos” a esta versión, como que “requisaron” un chancho de la vecindad, lo faenaron y lo consumieron. Es así entonces que el 10 de Julio lo establecieron los estudiantes. Si de las autoridades universitarias hubiera nacido la idea, habrían elegido tal vez el 17 de marzo, día en que don S. Galvez dictó la primera clase de Química Industrial a la primera promoción de los “químicos”. O el 14 de Mayo, día del año 1920 en que se decretó la creación oficial de la Universidad de Concepción. El 10 de Julio se ha ido desdibujando con el actual régimen semestral de estudios, en que la fecha nos encuentra atareados en certámenes finales, repetes, actas de notas, y vacaciones de alumnos. Sin embargo, la Facultad lo conserva como el día de la ceremonia de titulación de todas las especialidades de ingeniería. 3. La insignia y el logo de Ingeniería Química. Una Q cruzada por el símbolo integral extendido, se lee como Ingeniería Química. También su creación y sus creadores se ahondan en el pretérito. El logo rodeado por el escudo de la U se transforma en la insignia que se conserva hasta hoy. La Federación Colombiana de Ingeniería Química, inspirada en nuestra Escuela, adoptó el mismo logo pero rodeado de un anillo bencénico. La Escuela de Ingeniería Química de la P.U.C. de Valparaíso remplazó la Q por una rueda dentada. Ante estas situaciones ya se ha gestionado la inscripción y registro oficial del logo y de la insignia al Instituto Nacional de Propiedad Intelectual. 4. Los viejos maestros laborantes. Ellos eran Raúl Moreira (Patas de Oso, q. e. p. d.) y Víctor Muñoz (Muñeco, hoy jubilado). Ellos eran los artífices del Laboratorio de Operaciones Unitarias. Armaban equipos, reparaban otros, instalaban redes de cañerías, a las que hacían roscas Withworth con “galletas”, soldaban al arco y con estaño, etc. y todo bajo la escrutadora mirada de don Alfredo Searle W. (q. e. p. d.). Habían aprendido de él la habilidad de reconocer la horizontabilidad y la verticalidad en las instalaciones, sin instrumentos, sólo el buen ojo. En su larga trayectoria en la Escuela, Raúl Moreira conocía cientos de historias, de profesores, ex-alumnos, alumnos, secretarias, laborantes y auxiliares, y era de cuidado entreverase con él. Un alumno lo bautizó como el Obispo de la Catedral del Güe… Pero también tuvo famosos chascarros, como aquel en que confundió un vaso de precipitado lleno con CCl4 teñido con yodo (color violáceo) por vino tinto, y lo bebió de una vez. Resultado: lavado de estómago en el Hospital Regional. O cuando para el día de la Secretaria fue sorprendido por los jardineros cortando flores del barrio universitario como regalos a las homenajeadas. Resultado: le quitaron los obsequios y lo retaron hasta las mismas puertas del Tecnológico Químico. Y tal vez la más destacada: cuando fue a las ramadas del Químico en Ferbio, en compañía de la recién contratada empleada sureña, que su esposa, de viaje al Sur, le había encargado encarecidamente. El viejo se durmió en la mesa, y al despertar la muchacha ya no estaba. Preocupado fue a pedir ayuda a Richard Vargas (Chupilca), a cargo de la ramada, para encontrarla pero veladamente. Y el muy ladino del Chupilca detuvo la música, cogió el micrófono y gritó el aviso a todo el público presente: Resultado: la esposa de Moreira, con esa intuición de mujer, regresó al otro día, pero la sureña apareció “sana y buena” a los dos días acompañada de unos marinos. Las consecuencias no las supimos pero las intuimos. Víctor Muñoz era más tranquilo, reposado, más prolijo en sus tareas. Para cada enfermedad tenía una yerbita y una agüita. En los escuelazos preparaba un suculento curanto en un gran fondo, con un caldo espeso, muy sabroso y recomponedor, que el profesor Alfredo Gordon exageraba diciendo que tenía viscosidad 1000. Este verano de 2009 cumplí un anhelo largamente postergado. Para aliviar mi conciencia visité a Víctor junto a su familia. Estaba delgado, ya de 85 años. Charlamos de los días de la Escuela, de sus sucesos y anécdotas, que recordaba razonablemente. Rememoré con él mis años juveniles, mi formación como docente bajo la guía de mis extintos profesores de Operaciones Unitarias Oscar Salas S. y Alfredo Searle W.; y mi formación como instructor del Laboratorio con la ayuda de los “viejos” Moreira y Muñoz. Le regalé la caja de Navidad que cada año nos obsequia la Universidad, y me retribuyó con unas exquisitas ciruelas de su huerto. Todas las despedidas son dolorosas, pero ésta fue angustiosa, al decir adiós a este viejo querido a quien ya no vea más….. 5. El Cordero. Hasta los años 70 las memorias de título tenían objetivos terminales definidos, y eran mayoritariamente experimentales. Se debía instalar, y aún diseñar, el equipo, con escasos instrumentos, y no había límite de tiempo para terminar el trabajo, así podían durar 1 año como 3. En estas faenas tenían gran participación los técnicos, los laborantes y los analistas. Como manera de agradecer el esfuerzo de este personal paradocente, cada titulado “debía” sufragar un cordero para el paseo de fin de año de todo el personal de la Escuela. Quienes así no lo hacían quedaban marcados para siempre en la prodigiosa memoria de Raúl Moreira, que se preocupaba de comunicar la calidad de “incumplidores” de estos egresados a la comunidad ingenieril regional. En 1972 se introdujo una reforma en las memorias de título convirtiéndolas en Habilitaciones Profesionales semestrales. Como había gran número de egresados no titulados que encontraban trabajo rápido en las industrias, se procedió a entregar el título a aquellos que certificaran un desempeño profesional de 1 año o más. Se titularon así más de 200 de una vez. Y les cobramos el “cordero”, que llegó en abundancia como tal, o su equivalente en especies comestibles o bebestibles, o en efectivo. Ese año el paseo fue grandioso, gratis, para toda la Facultad y, modestamente, organizado por el autor de estas líneas. Esta tradición también se diluyó con el tiempo ante el aumento de las especialidades, del número de alumnos, y de nuevos profesores, que carecían de la cultura tradicional de la vieja Escuela. 6. La presencia femenina. Last but not least. Desde sus inicios Ingeniería Química fue considerada una carrera exclusiva de varones. Las mismas mujeres la evitaban ante la inseguridad de un trabajo. Fue sólo en 1941 que se recibió la primera ingeniera química de la Escuela, y tal vez la primera en Chile y Latinoamérica: Irma Esckuche. Habían de pasar 15 años hasta que en 1956 se recibiera Orieta Pantoja (de larga trayectoria en Física). Y en 1957, Pascuala García, que vistió los hábitos de monja. En 1959, Eliana Vera, a quien conocí; Eliana era alegre, buena compañera de todos, profundamente religiosa y, como Pascuala, se hizo monja. En 1960, Isabel Pérez, que se desempeñó en CORFO; y en 1963 mi compañera de curso y Premio Universidad María Lamonica. Le siguió Ana María Coro en 1965. Y no citaré más nombres sino números: en 1969, 3 ingenieras egresadas, en 1971, 4; en 1972, 2; en 1973, 5, entre ellas nuestra colega Estrella Aspé; en 1974, 4; ya en 1976 el número asciende a 8 ingenieras, un tercio del curso (nuestra colega Marlene Roeckel se encuentra en el grupo); en 1977, sólo una, en 1978, 6; en 1979, 5. Y basta de números, pues la cantidad de alumnas ha ido en aumento hasta alcanzar casi el 50% actual. La presencia femenina fue algo incómoda en las primeras épocas, pues los varones debíamos controlar nuestro lenguaje procaz, impropio de las damas de esos años. Tuve conocimiento que esta situación fue exasperante en un curso antiguo, al extremo que en una ceremonia con aires de solemnidad declararon “hombre” a su única compañera, para así proferir improperios sin cuidado. Pero destacan grupos de alumnas que dejaron huella. Es el caso de Mariette Argelery, Angélica Cortés, Eliana McEvoy y Mirza Muñiz, que en el año 71 ó 72 ocuparon silenciosamente un lugar aislado del Laboratorio de Operaciones como lugar de estudio. Fueron las primeras en hacer uso del laboratorio para tales fines. Cuando pasé, las ví calladas, con la vista baja y pegada a los libros, temerosas de mirarme. No las reprendí, sino me hice el desentendido (al Laboratorio sólo se ingresaba con autorización y en compañía del instructor, salvo los memoristas). A partir de entonces más y más estudiantes fueron invadiendo el laboratorio como sala de estudio. Hasta cierto punto me siento confortado de haber sido cómplice de la situación que hoy vive el laboratorio, rebosante de estudiantes. Otro grupo reconocido fueron “Las 3 chicas malas” (Agustina León, Patricia Espinoza y Mirna Pino), apodadas así por lo revoltosas. Otro equipo de alumnas fueron “Las niñas buenas para jugar al cacho”: Verena Casanova, Claudia Goza (eximia brisquera), Carolina Zapata, Julieta Vásquez, Antonia Merino; expertas con los dados, jugaban tardes enteras al fondo del laboratorio. Y últimamente “Las Minchas”: la locuaz Marcela Fernández, la líder Priscila Donoso (la Pili), Patricia Cabalá (nieta de don Luciano), Alejandra Barros, Milenka Gasic, y Melissa Pereira. Ellas aceptaron y adoptaron el mote con buen humor y de buen grado, crearon su propia página web. Continúan su gran amistad, se reúnen según la ocasión lo permite, nos visitan, y han llegado a ser nuestras amigas. No me referiré a las buenas alumnas ni a las alumnas hermosas, pues es un tema sensible, menos aún a las que me han sido atractivas. La industria nacional ha abierto las puertas a nuestras ingenieras, pues reconoce en la ingeniería química penquista calidad y seriedad formativas. Y de los varones sólo mencionaré a uno: Carlos Vergara Saint Jean, un joven generoso, de gran entrega a su prójimo, solidario, católico ferviente, que falleciera accidentalmente prestando servicios en un campamento de scouts, a pocos meses de titularse (Noviembre de 2002). Un ángel de Dios que pasó por la Escuela, y que en su momento no lo reconocimos… Hasta aquí dejaré estos recuerdos. Aún quedan relatos: las revistas, los carros alegóricos, la fiesta general de la Escuela, los mechoneos y el machitún, y varios otros que irán saliendo. Ahora que nos hemos reencontrado la comunicación será más fluida. Invito a mis colegas recontra químicos a entregar sus aportes, sugerencias, aclaraciones; a visitar la Escuela y la próxima página web, el directorio de ex-alumnos. Espero que estas líneas hayan sido de su agrado. A breves años de abandonar mis labores académicas intentaré vaciar mi memoria para dejar un testimonio que, aunque parcial, sea lo más auténtico y veraz posible. Hasta pronto!!!.