Comentario del Evangelio

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Domingo XV - Tiempo Ordinario- C
El evangelio de la misericordia
Preparado por el P. Behitman A. Céspedes De los Ríos (Diócesis de Pereira), con el apoyo del P. Emilio
Betancur M. (Arquidiócesis de Medellín).Cf. También Servicio Bíblico Latinoamericano.
Dt 30,10-14: El mandamiento está muy cerca de ti; cúmplelo
Salmo 68: Humildes: Busquen al Señor y revivirá su corazón
Col 1,15-20: Todo fue creado por él y para él
Lc 10,25-37: Parábola del buen samaritano
«¿Quién es mi prójimo?»
E
n aquel tiempo, se presentó ante Jesús un doctor de la ley para ponerlo a
prueba, y le preguntó:
«Maestro, qué debo hacer para conseguir la vida eterna?»
Jesús le dijo: «Qué es lo que está escrito en la ley?, ¿qué lees en ella?»
El doctor de la ley contestó:«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma, con todas tus
fuerzas y con todo tu ser. Y a
tu prójimo como a ti
mismo». Jesús le dijo: «Has
contestado bien. Si haces
eso vivirás».
El doctor de la ley, para
justificarse, preguntó a
Jesús: «Y ¿quién es mi
prójimo?»
Jesús dijo:«Un hombre bajaba por el camino de Jerusalén a Jericó, cayó en manos
de unos ladrones, los cuales lo robaron, lo hirieron y lo dejaron medio muerto.
Coincidió que por el mismo camino bajaba un sacerdote, y, al verlo, dio un rodeo y
pasó de largo. Lo mismo hizo un levita que pasó por allí: lo vio y siguió adelante.
Pero un samaritano, que iba de viaje, al verlo, se compadeció de él, se le acercó,
ungió sus heridas con aceite y vino y se las vendó; luego lo puso sobre su
cabalgadura, lo llevó a un mesón y cuidó de él. Al día siguiente sacó unas
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monedas, se las dio al dueño del mesón y le dijo: “Cuida de él, y lo que gastes de
más te lo pagaré a mi regreso”.
¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que fue asaltado por
los ladrones?»
El doctor de la ley le respondió:«El que tuvo compasión de él».
Entonces Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».
Palabra del Señor
Profesionales del rodeo
Primera lectura
La época del destierro fue para Israel una situación que confrontó el modelo de
Alianza entre Dios y su pueblo, como principio de cambio y conversión. Esta
conversión incluye la vuelta personal a Dios y el cumplimiento de todos sus
mandatos, “con todo corazón” como pide Dt 6,4.
Aunque el capítulo 30 está redactado en segunda persona del singular, es de sentido
plural en la época del exilio: “cuando te sucedan estas cosas” (v. 1) ya les han
sucedido. Todo el capítulo presupone la destrucción de Judá y Jerusalén el año 587
a.C.
La buena nueva para el pueblo se centra en el capítulo 30. Se presenta mostrando
que el precepto no supera las fuerzas, ni está fuera del alcance (v. 11) aunque el
pueblo esté en el exilio. No está en el cielo, ni más allá de los mares (vv. 12-13). La
Palabra de Dios ya ha sido pronunciada y se encuentra en nuestra boca y en nuestro
corazón. Si nos llenamos de su palabra, se realizará su voluntad en nosotros (v. 14).
Tener cerca la Palabra es amar a nuestro prójimo.
Hoy necesitamos también estar abiertos a la palabra que se nos dirige en los signos
de los tiempos y los lugares, como palabra reveladora de la acción de Dios en nuestra
historia, con el compromiso de escucharla y vivirla en radicalidad y compromiso.
Segunda lectura
El himno de Colosenses presenta poéticamente la primacía de Cristo, como hijo de
Dios y como principio de toda la nueva humanidad que renace en él. Conecta la
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acción salvadora de Cristo con la obra de la creación, unidas a un mismo tronco, con
las raíces profundas de la fe.
La nueva creación que surge con Cristo, en esta visión entusiástica de Pablo, se
presenta en el modelo de nueva humanidad, por el mundo y la historia, donde hay
que trabajar por ellas para cumplir el plan salvador de Dios en su Hijo. Es una
confesión de amor, más que confesión de fe o de teología, por parte de Pablo.
Evangelio
Visión panorámica de la parábola
Solo el evangelio de Lucas nos transmite esta parábola.
La mentalidad judía del tiempo de Jesús, absorbida por el legalismo, se había
convertido en una conciencia fría, sin calor humano, a la que no le importaban las
necesidades ni los derechos del ser humano. Solo se hacía lo que permitía la
estructura legal y rechazaba lo que prohibía dicha estructura. El legalismo impuesto
por la estructura religiosa era la norma oficial de la moral del pueblo. Se había
llegado, por ejemplo, a establecer, desde la legalidad religiosa, que la ley del culto
primaba sobre cualquier ley, así fuera la ley del amor al prójimo. Esto asombraba y
preocupaba a Jesús pues no era posible que en nombre de Dios se establecieran
normas que terminaran deshumanizando al pueblo.
Este era el contexto en que nació la parábola del buen samaritano: un hombre
necesitado de ayuda, caído en el camino, más muerto que vivo, sin derechos,
violentado en su dignidad de persona, es abandonado por los cumplidores de la ley
(sacerdotes y levitas) y en cambio es socorrido por un ilegal samaritano (que no
tenían buenas relaciones con los israelitas). Jesús hizo una propuesta de verdadera
opción por los derechos de ese ser humano caído, condenado por las estructuras
sociales, políticas, económicas y religiosas que aparecen excluyentes (estructuras que
se encargan de no respetar los derechos de las personas y no les permitan vivir en
libertad y en autonomía). Jesús quiere decirnos cómo la solidaridad es un valor que
hay que anteponer no solo a la ley del culto, sino también a la misma necesidad
personal, buscando el bienestar social y comunitario, la defensa de los derechos de
tantos y tantas que viven en situaciones de falta de solidaridad y de reconocimiento
de sus derechos, nos hace pensar en la opción por continuar el camino de
compromiso y de trabajo en nuestras comunidades y organizaciones, desde el
compromiso solidario con los hermanos y hermanas que están caídos en el camino,
por el no reconocimiento de sus derechos.
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La parábola es todo menos un juego de palabras bonitas, es algo más que una pieza
literaria de la antigüedad. Es una constante interpelación para hoy.
Este texto, tan ampliamente conocido en la liturgia, se inicia con una pregunta de un
maestro de la ley, o letrado, frente lo que hay que hacer para ganar la vida eterna.
Jesús, a su vez, le devuelve la pregunta para que el letrado la busque en su
especialidad, él tiene la respuesta en la ley... El letrado, citando de memoria Dt 6,5 y
Lv 19,18, hace una apretada síntesis del sentido frente a los 613 preceptos y
obligaciones que se alcanzaban a contar en la cuenta de los rabinos, para responder
en dos que son fundamentales: Amar a Dios y al prójimo... Jesús aprueba la
respuesta.
El letrado interroga nuevamente, pues en el Levítico el prójimo es el israelita y en el
Deuteronomio se reserva el título de hermanos únicamente para los israelitas...Jesús,
en lugar de discutir y entrar en callejones sin salidas, no busca plantear nuevas teorías
e interpretaciones frente a la ley antigua y su práctica, sino que propone una parábola
como ejemplo vivo de quién es el prójimo.
Podemos contemplar en la parábola los personajes y sacar de allí las consecuencias
de enseñanza para el día de hoy: un hombre (v. 30) anónimo que es víctima de los
ladrones y cae medio muerto en el camino; un samaritano (v. 33) un medio pagano –
o tal vez un pagano completo- cuyo trato y relación con los judíos era casi un insulto a
sus tradiciones; un sacerdote (v. 31) y un levita (v. 32), la contraposición y la diferencia
entre dos rangos de poder religioso, pues el levita era un clérigo de rango inferior que
se ocupaba principalmente de los sacrificios, “testimonios” de un culto oficial y de los
rituales a seguir en la religión establecida.
La relación entre cada uno de los personajes de la parábola es distinta: el sacerdote y
el levita frente al hombre caído en el camino no se basa en el plan de la necesidad que
tiene este último, sino en el de inutilidad que presentaría ante la ley y el desempeño
del oficio, el prestarle cualquier atención al hombre caído, impediría a estos
representantes del culto oficial poder ofrecer los sacrificios agradables a Dios. El
samaritano, por el contrario, no encuentra ninguna barrera para prestar su servicio
desinteresado al desconocido que está tendido y malherido, que necesita la ayuda de
alguien que pase por ese camino. El samaritano únicamente siente compasión por la
necesidad de ese hombre anónimo y se entrega con infinito amor a defender la vida
que está amenazada y desposeída.
Prójimo, compañero, dice Jesús en esta parábola, debe ser para nosotros, en primer
lugar el compatriota, pero no sólo él, sino todo ser humano que necesita de nuestra
ayuda. El ejemplo del samaritano despreciado nos muestra que ningún ser humano
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está tan lejos de nosotros, para no estar preparados en todo tiempo y lugar, para
arriesgar la vida por el hermano o la hermana, porque son nuestro prójimo.
Somos profesionales en “rodeos” sociales
La parábola del evangelio de hoy refleja las condiciones socio-políticas de la
palestina. El camino de Jericó a Jerusalén estaba minado de ladrones y victimarios
que se escondían para asaltar a todo lo largo del Wad Kelt.
El samaritano, que no era judío, le ofreció los primeros auxilios al herido, su enemigo
judío. Curiosamente Lucas al retocar el texto de Marcos y Mateo, centrado en el
problema judío del mandamiento principal, le da un enfoque más universal al
encuentro del hombre con Dios. Donde el hombre pueda encontrar al hermano
herido, se encontrará con la vida eterna, cuya plenitud vendrá después. Así se explica
que el personaje central de la narración no sea un victimario, ni todos juntos, sino un
compasivo, Jesús como buen samaritano a quien podemos imitar y seguir todos.
Al inicio el prójimo es la persona socorrida, al final los prójimos se originan por la
compasión que no tuvieron los victimarios. “Los mandamientos que te doy, no son
superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo ni al otro
lado del mar; están muy a tu alcance, en tu boca y en tu corazón, para que puedas
cumplirlos” (primera lectura) “amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo”.
La compasión y los sentidos
La parábola también enfatiza cómo la compasión y la solidaridad tienen que ver con
los sentidos: Vendar las heridas, rociarlas de aceite, montarlo en la cabalgadura,
llevarlo a la posada y pagar por su atención hasta un próximo retorno, son
delicadezas de la compasión y el mejor perfil de una cultura de la solidaridad. La
mentalidad de samaritano implica incomodarse y servir con gratuidad, de lo contrario
nos volvemos profesionales del “rodeo”. Cuando se quiere salvar solo a los
victimarios hay que hacer muchos rodeos con las víctimas; Los rodeos sociales con las
víctimas son verdades a medias que terminan convirtiéndose en grandes mentiras
llamadas postconflicto. El mandamiento del amor y la solidaridad parten de la
iniciativa y capacidad de mirar el sufrimiento de las víctimas. Ese será el examen final
de nuestra vida y de todos los procesos integrales de paz: “Señor cuándo te vimos
hambriento, sediento, desplazado, víctima o enfermo y acudimos…” El Señor nos
dirá: “les aseguro que lo que hayan hecho a estos mis hermanos menores me lo
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hicieron a mí… y lo que no hicieron a uno de estos más pequeños no me lo hicieron a
mí” (Mt 25,31 ss.).
La dignidad de las victimas
El samaritano no necesita escoger la víctima o hacer más dramático el encuentro
buscando un buen informe periodístico o una crónica más creíble. Parece que
tampoco hubiera leído libros sobre la pobreza o participado en seminarios sobre las
víctimas o en procesos de paz. No, él estaba instruido por la compasión y formado
para la solidaridad, razón para no colonizar el espacio del herido como objeto de
publicidad o negociación posterior, incluyendo su muerte y el sufrimiento de su
familiacomo tema político. El samaritano prefirió tomarse un tiempo para que su
dinero sirviera a la solidaridad, agregando a otra persona que cuidara de él y no
simplemente anunciara su tragedia al estado de Israel para que cubriera la cuenta o lo
indemnizara.
La solidaridad es un problema ético
“La parábola respondiendo a la pregunta ¿Quién es el prójimo? cambia el concepto
tradicional sobre prójimo y el camino para alcanzar la vida eterna.
Bajo cualquier denominación lo que necesitan las víctimas y los pobres son más
prójimos porque con los victimarios no han podido contar. Ni el sacerdote y el levita
con su moral y su culto, ni el jurista con su derecho bien memorizado, acudieron a
socorrer al herido. La solidaridad es un problema más ético que moral y legalista;
siempre y cuando sea más grave la situación humana del herido que el costo material
de lo robado.
El samaritano orienta su dinero hacia el cuidado del herido para proteger lo poco que
le queda de su dignidad quebrantada y posibilidad de un futuro más humano, “Al día
siguiente sacó dos denarios, se los dio al dueño del mesón y le dijo: cuida de él y lo
que gastes de más, te lo pagaré a mi regreso”. No falta quien crea que el cuidado por
la vida y el respeto a la dignidad de las victimas pudo ser objeto de inversión
económica con mejores resultados; si el samaritano equivocadamente hubiera
gastado su dinero con los victimarios, en el texto llamados “ladrones”.
La compasión es la vida eterna
En lo que hagamos hoy por las víctimas y los pobres está el inicio y compresión de lo
que es la vida eterna; que no es eterna si empezamos hoy, pero si, en cuanto que en
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el cielo será su plenitud. El texto luego de cambiar la pregunta ¿quién es mi prójimo?
por ¿de quién soy yo prójimo?, termina haciéndonos una sentida invitación: “Vete y
haz tú lo mismo” (evangelio). Para saber quién es mi prójimo nunca puedo fiarme de
mis propias ideas o ideología; porque siempre tendré las suficientes para afirmar que
el otro no es mi prójimo; o lo que es más grave; yo no soy victimario sino victima;
cuando la pregunta es otra: “¿De quién soy yo prójimo?”. Siempre que cerramos los
ojos las manos también se cierran; pero si los abrimos, las manos también se abren.
Quizás por eso en el juicio final seremos juzgados por los ojos “Señor ¿cuándo te
vimos sufriendo? Lo que ojos no ven corazón no siente” dice el adagio.
Universalidad del amor
Benedicto XVI, Ángelus, Domingo 11 de julio de 2010
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo se abre con la pregunta que un doctor de la Ley plantea
a Jesús: «Maestro, ¿qué he de hacer para tener en herencia la vida eterna?» (Lc 10,
25). Sabiéndole experto en Sagrada Escritura, el Señor invita a aquel hombre a dar él
mismo la respuesta, que de hecho este formula perfectamente citando los dos
mandamientos principales: amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente y con
todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo. Entonces, el doctor de la Ley,
casi para justificarse, pregunta: «Y ¿quién es mi prójimo?» (Lc 10, 29).
Esta vez, Jesús responde con la célebre parábola del «buen samaritano» (cf. Lc 10, 3037), para indicar que nos corresponde a nosotros hacernos «prójimos» de cualquiera
que tenga necesidad de ayuda. El samaritano, en efecto, se hace cargo de la situación
de un desconocido a quien los salteadores habían dejado medio muerto en el camino,
mientras que un sacerdote y un levita pasaron de largo, tal vez pensando que al
contacto con la sangre, de acuerdo con un precepto, se contaminarían. La parábola,
por lo tanto, debe inducirnos a transformar nuestra mentalidad según la lógica de
Cristo, que es la lógica de la caridad: Dios es amor, y darle culto significa servir a los
hermanos con amor sincero y generoso.
Este relato del Evangelio ofrece el «criterio de medida», esto es, «la universalidad del
amor que se dirige al necesitado encontrado “casualmente” (cf. Lc 10,31),
quienquiera que sea» (Deus caritas est, 25). Junto a esta regla universal, existe
también una exigencia específicamente eclesial: que «en la Iglesia misma como
familia, ninguno de sus miembros sufra por encontrarse en necesidad». El programa
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del cristiano, aprendido de la enseñanza de Jesús, es un «corazón que ve» dónde se
necesita amor y actúa en consecuencia (cf. ib, 31).
Confiemos a la Virgen María nuestro camino de fe y, en particular, este tiempo de
vacaciones, a fin de que nuestros corazones jamás pierdan de vista la Palabra de Dios
y a los hermanos en dificultad.
Haz tú lo mismo
José Antonio Pagola
Para no salir malparado de una conversación con Jesús, un maestro de la ley
termina preguntándole: «Y ¿quién es mi prójimo?». Es la pregunta de quien solo se
preocupa de cumplir la ley. Le interesa saber a quién debe amar y a quién puede
excluir de su amor. No piensa en los sufrimientos de la gente.
Jesús, que vive aliviando el sufrimiento de quienes encuentra en su camino,
rompiendo si hace falta la ley del sábado o las normas de pureza, le responde con
un relato que denuncia de manera provocativa todo legalismo religioso que ignore
el amor al necesitado.
En el camino que baja de Jerusalén a Jericó, un hombre ha sido asaltado por unos
bandidos. Agredido y despojado de todo, queda en la cuneta medio muerto,
abandonado a su suerte. No sabemos quién es, solo que es un «hombre». Podría
ser cualquiera de nosotros. Cualquier ser humano abatido por la violencia, la
enfermedad, la desgracia o la desesperanza.
«Por casualidad» aparece por el camino un sacerdote. El texto indica que es por
azar, como si nada tuviera que ver allí un hombre dedicado al culto. Lo suyo no es
bajar hasta los heridos que están en las cunetas. Su lugar es el templo. Su
ocupación, las celebraciones sagradas. Cuando llega a la altura del herido, «lo ve,
da un rodeo y pasa de largo».
Su falta de compasión no es solo una reacción personal, pues también un levita del
templo que pasa junto al herido «hace lo mismo». Es más bien una actitud y un
peligro que acecha a quienes se dedican al mundo de lo sagrado: vivir lejos del
mundo real donde la gente lucha, trabaja y sufre.
Cuando la religión no está centrada en un Dios, Amigo de la vida y Padre de los que
sufren, el culto sagrado puede convertirse en una experiencia que distancia de la
vida profana, preserva del contacto directo con el sufrimiento de las gentes y nos
hace caminar sin reaccionar ante los heridos que vemos en las cunetas. Según
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Jesús, no son los hombres del culto los que mejor nos pueden indicar cómo hemos
de tratar a los que sufren, sino las personas que tienen corazón.
Por el camino llega un samaritano. No viene del templo. No pertenece siquiera al
pueblo elegido de Israel. Vive dedicado a algo tan poco sagrado como su pequeño
negocio de comerciante. Pero, cuando ve al herido, no se pregunta si es prójimo o
no. Se conmueve y hace por él todo lo que puede. Es a este a quien hemos de
imitar. Así dice Jesús al legista: «Vete y haz tú lo mismo.» ¿A quién imitaremos al
encontrarnos en nuestro camino con las víctimas más golpeadas por la crisis
económica de nuestros días?
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