María Julia Gutiérrez

Anuncio
UNIVERSIDAD NACIONAL
CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA EN EDUCACIÓN
DIVISIÓN DE EDUCACIÓN RURAL
BIOGRAFÍAS DE EDUCADORES Y EDUCADORAS DE COSTA RICA
(I FASE)
Estudiantes
Arce Rodríguez Gloria
Castro Molina Michael
Domínguez Lacayo María del Carmen
Esquivel Miranda Paola
Fajardo Hernández Eliécer
González Salazar Noemy María
Granados Campos Herlin
Mora Villegas Nancy Lucia
Muñoz Segura Amalia
Salazar Solanos José Mauricio
Valerio Porras Jorge Gerardo
Mejía Marín Noemy. Profesora Participante
Vidal Castillo Marisol. Responsable del Proyecto.
2007-2008
María Julia Gutiérrez
Nací en San Francisco de Heredia. En este lugar hice mi escuela primaria. Por
razones económicas no pude estudiar más. No fue si no a la edad de 18 años que
ingresé al Liceo Nocturno de Heredia, ya entonces vivía en el barrio Fátima de Heredia.
En mis estudios a “Dios Gracias” resulté muy buena y a los 25 años me gradué como
maestra en la escuela Normal de Costa Rica.
En el año 1962 fui a trabajar a Puerto Viejo de Sarapiquí, con un sueldo de de ¢
550 al mes; recuerdo que pagaba ¢150 al mes por comida.
Atendía dos grupos de niños de primer grado. En la mañana en toda la escuela,
se daban lecciones a los niños de lejos, estos niños caminaban por entre fincas, a
veces a más de una hora, o si no por el río abajo. Los de cerca asistían por la tarde.
Los alumnos en su mayoría eran muy pobres, muy sencillos, pero respetuosos y
cariñosos.
En la escuela no había libros y ningún material didáctico. La mayoría de los
padres de familia no sabían leer ni escribir, de esto conservo una dato curioso: nos tocó
hacer el Censo Nacional y en una familia me entregaron la Fe de Bautismo y yo,
leyendo las edades de cada uno, resulta que ese día una viejita estaba cumpliendo 100
años, y la familia lo más que calculaba eran noventa años … bueno empezaron a
preparar la fiesta.
Yo empleaba el método global, silábico y hasta fonético, la cuestión era que
aprendieran a leer. La escritura costaba bastante, porque los niños no ejercitaban la
motora fina, pero sí chapeaban, paleaban
A mí también me gustaba trabajar al aire libre, para contar, sumar y restar;
primero con hojas y piedras, luego se afirmaba en la clase. También hacíamos
pequeñas excursiones para dibujar el río, los árboles, etc, creo que sabiendo utilizar
estos recursos el aprendizaje es menos tedioso.
En mis ratos libres, yo ayudaba al personal de la Unidad Sanitaria, que daban
consulta una vez por mes; etiquetaba frascos, contaba pastillas y ayudaba en la
curación de enfermedades de la piel, por esta razón, en dos ocasiones los acompañe
río abajo, la gira duraba cuatro días, daba remedios contra los parásitos, vacunas y lo
que me pidieran; yo tenía permiso del Supervisor para asistir.
Algunos datos importantes de la comunidad son: no había agua ni luz, el agua
se sacaba de pozos, en invierno estaban al ras del suelo, y en el verano que por cierto
no era en los mismos meses que aquí, bajaba el balde hasta 5 metros y a veces salía
puro barro. Morían personas picadas de culebra, ¡A eso sí que le tenía pavor!
Se sembraba frijoles, maíz, verduras, pastos, pero la siembra de arroz era la
más importante, sin embargo afectaba mucho en el desarrollo escolar, pues los niños
faltaban a clases, resulta que cuando se recogía el arroz, la cosechadora no cortaba las
espigas quebradas o volcadas y había que ver los arrozales llenos de familia
recogiéndolas, se las regalaban, entonces tenían el arroz para el gasto y hasta lo
vendían en sacos, para ese tiempo se hacían los turnos escolares, pues, era la época
de dinero.
Como ya había escrito, algunos niños venían de lejos, el río Sarapiquí a veces
se crecía, en una de esas venía una señora con cinco niños en un bote de canalete,
este se volcó, ella pudo salvar a cuatro, mi alumno se ahogó.
Otro dato curioso es que la mitad de la población era nicaragüense, por el río se
transitaba sin ningún problema, iban y venían sin ninguna dificultad. Resulta que su
presidente se llamaba Anastasio Somoza y vieran qué cantidad de niños de llamaban
Anastasio o Anastasia y cuando visitábamos sus hogares, lo primero que veíamos era
el retrato de “mi general” decían ellos, tenían el retrato de Anastasio Somoza en la sala
de la casa.
Los maestros aprendemos con la práctica y cometemos muchos errores al
principio, fallamos en las preguntas, recuerdo, una vez que pregunté a un niño que
había dibujado a su papá ¿porqué le hizo tres piernas? Y me contestó, no es que esta
orinando, ese es el chorro.
Después de tres años allá, me trasladé a la ciudad.
La educación rural y la urbana no se pueden comparar, aunque no conozco la
dinámica empleada actualmente, en aquellos tiempos los programas eran iguales en
todo el país y en la zona rural ni radio había pues no tenían corriente eléctrica. La
educación rural antes era diferente no sé si más fácil o difícil, pero sí más divertida
porque se aprovechaba todo recurso natural o material pero estos últimos eran pocos.
Espero que este trabajito sirva para comparar y comprender las dificultades
apuntadas.
Me causa pesar cuando las noticias a fin de año mencionan la promoción de
escuelas privadas por ejemplo el 90% y las públicas 60% de promoción, y en ellas van
incluidas las pobres escuelitas rurales, ¿Cuándo se tomaron en cuenta las dificultades a
las que se enfrentan?.
Docente rural: el valor de enseñar
Eran solamente dos horas de trayecto, pero gracias a las lluvias la carretera del
Zurquí estaba cerrada, así que mi primer viaje a Siquirres duró casi cuatro horas por la
ruta de Turrialba.
Al llegar al lugar hacía un bochorno alucinante que nunca antes había sentido,
quizá por la sencilla razón de que era mi primera vez en las tierras del Caribe.
Sofocada y cansada del viaje pregunté por el Carmen de Siquirres, en mi mente
era un lugar cercano al centro de Siquirres y al mar, pero para mi desilusión, aún me
faltaban 17 kilómetros por un camino de piedra, con mal servicio de transporte y muy
lejos del mar.
ESTRELLA
Mi nombre es Estrella, oriunda de San José, comencé mi carrera docente en las
escuelas de la capital, fueron seis meses de angustia cubriendo incapacidades de corta
duración de una escuela a otra, así escuché el comentario de un compañero de
Universidad acerca de que en un Colegio de Siquirres necesitaban un profesor de
francés con un nombramiento de un año completo y 30 lecciones. Me sonó muy linda la
oferta así que con 24 años y un niño de tres años me encaminé a la aventura de mi vida
“educar en un ámbito rural”
Con un gran maletín al hombro y un pequeñín de la mano me senté a esperar
casi hora y media a que saliera el autobús que me llevaría a mi nuevo hogar.
A las
once de la mañana inició mi recorrido desde el centro de Siquirres hasta el Carmen, el
autobús iba saturado de personas llenas de bolsas y cajas con comestibles, aquella
aglomeración de gente hacía que el interior del medio de transporte, en cuestión de
minutos, se convirtiera en un verdadero sauna tambaleante por las piedras del camino
y
Mauricio (mi hijo) y yo mirábamos el paisaje por la ventana, transeúntes en
bicicleta invadían las calles, todos con ropas frescas, como pantalones cortos y camisas
de tirantes, luego verde y exuberante vegetación que cubría los dos costados de la
carretera y más adelante un hermoso y caudaloso río, El Reventazón, todo era perfecto
y lindo, pensé:
“la playa no está cerca pero este paisaje es relajante y exótico…. Me gusta. ¿Te gusta
Mau?”. Le pregunté al niño mientras le besaba sus rojos cachetes bañados de sudor.
“Sí má, pero tengo mucho calor, ¡vamos al río!”
Le expliqué que en ese momento no era posible ya que mamá debía trabajar,
pero que un día cercano iríamos al río.
El paisaje seguía normal, hasta que después de un pequeño pueblito de escasas
casas, apareció una inmensa plantación bananera.
“ ¡Que hermoso!”, pensé, “Esta es la fuente de trabajo de los padres de mis futuros
alumnos.”
En medio de la bananera apareció una pequeña especie de urbanización con
calles de piedra y casitas diminutas, todas de color verde, donde vivían los obreros y un
poco más adelante una especie de club campestre, que desde el autobús no pude
distinguir muy bien.
El trayecto seguía normal, mi única pregunta era ¿cuánto tiempo más tardaría en
llegar a mi destino? Ya el viaje me parecía interminable, y el calor cada vez era más
fuerte, además ya Mau se había dormido, el pobre tenía hambre.
En mi mente pensaba muchas cosas cómo donde viviría, quién cuidaría al niño,
y otras más, pero lo más importante era donde dormiría esa noche, necesitaba un
restaurante para comprar algo de comer. Mi cabello estaba apelmazado de tanto polvo,
sentía el rostro y el cuerpo pegajoso por el sudor y polvo, ocupaba darme un baño con
urgencia. Embriagada en mis pensamientos, el autobús se detuvo y vi como una
estructura metálica descendía lentamente impidiendo el paso, eran como unos rieles a
una altura de dos metros aproximadamente.
“¿Qué es eso?”, le pregunté al señor que estaba sentado detrás de mí,
“es por donde los carrerros llevan el banano a la planta”, me respondió.
Los carrerros, un término nuevo para mí, inmediatamente me imaginé un motorcito que
jalaba los racimos de banano, pero para mi sorpresa lo que observé me traumatizó,
hombres sin camisa jalando un mecate que unía unos seis o más racimos de banano,
¡era espantoso!, cual trabajo de esclavos, mis ojos lo veían y no lo creían, en pleno siglo
veinte, y con tanta tecnología a la mano, ¿porqué los hombres deben realizar ese tipo
de trabajo tan fuerte y rudimentario?, no lo entendí entonces y aún sigo sin
comprenderlo, pero aquella imagen tan grotesca me puso los pies en la tierra, estaba en
una zona rural y aislada, sin teléfonos, sin señal de celular, sin agua potable y con
escasa señal de radio y televisión, donde pensar en Internet era una verdadera utopía.
Después de diez minutos llegué al Colegio Académico de Marylam, rodeado por
la bananera y con tres casas al frente, de escasas aulas polvorientas y en peligro de
inundación por los fuertes aguaceros de la Zona Atlántica, sin ningún restaurante ni
pulperías cercanas…
Con un enorme suspiro, me bajé del autobús con la maleta al hombro y el niño
en brazos, caminé lentamente y casi deshidratada a causa del calor, hasta la dirección
del centro educativo.
“Buenas tardes, señorita, busco al Director”
“Don Miguel, lo busca una muchacha”, dijo bastante fuerte la joven secretaria,
enseguida salió un señor de rostro amable que me preguntó en qué me podía servir. Me
puse a las órdenes del director como docente de lengua extranjera y él quedó
satisfecho con mi oferta así que me hizo una carta para que al día siguiente fuera a
Limón por mi nombramiento.
“Don Miguel, pero tengo un problema, necesito conseguir un alquiler, y comida
para hoy ¿Qué hago?” le pregunté al director.
“!Yo pensé que usted tenía familia aquí!, bueno a tres kilómetros de aquí hay un
bunker donde los maestros son hospedados por BANDECO y también existe una
pulpería. Vamos yo la llevo y hablamos con el encargado para que se acomode.”
Este fue uno de los momentos más desesperantes de mi inicio como docente
rural, el encargado del búnker no quiso recibirme, y no por falta de espacio, la razón era
tener un niño pequeño que según él molestaría a los demás maestros. Don Miguel, el
director, me llevó dentro del club que mencioné antes para hablar con otro encargado,
dentro del club habían casas lindas y amplias para los gerentes de la compañía, los
maestros y profesores del colegio privado, así como un lindo lugar para los estudiantes
y también un restaurante, así que aproveché para comprar algo de comer para el niño,
yo tenía el estómago cerrado por causa de la preocupación.
Con mucha diplomacia el otro encargado me hizo comprender que aquellas
casas eran exclusivas para los empleados de alto rango de la bananera, y que para los
empleados públicos la empresa colaboraba con el búnker, por tanto, yo como empleada
pública no me podía alojar dentro del club, y por ser madre tampoco podía hacerlo en el
búnker, pero que me deseaba mucho éxito y suerte en encontrar alojamiento.
Realmente quería llorar, no sabía qué hacer, pero el director muy amable y
humano me ofreció vivir en la casa que él habitaba con otro profesor, era una pequeña
casita que estaba dentro del colegio, a más no haber, estuve profundamente
agradecida, gracias al cielo esa misma tarde hablé con una de las señoras de las casas
que estaban frente al colegio quien accedió a cuidar a Mau mientras yo trabajaba.
Durante los siguientes días me acoplé rápidamente al cambio, era extraño para
mí no hablar con mi mamá durante toda la semana, levantarme e inmediatamente estar
en el lugar de trabajo, terminar mi jornada y seguir allí… ver a Mau corriendo por los
pasillos todo el día, ya que la señora que lo cuidaba, también limpiaba la casa y nos
cocinaba, así que Mau, pasaba visitando las aulas de los colegas y jugando con el
profesor de Educación Física. Ese era mi nuevo hogar y me gustaba… pero a la vez
me sentía aislada del mundo, sin televisor, ni radio ni un periódico para saber que
sucedía afuera, y lo más triste era la situación que vivían mis alumnos: muchachos y
muchachas, sin recursos para estudiar, nosotros como docentes formábamos una
comisión para salir un día la semana al centro de Siquirres a recolectar víveres, útiles y
ropa, para ayudarlos.
Había estallado la crisis bananera, la mayoría de los empleados fueron
liquidados y recontratados por salarios más bajos, salarios de hambre, pero no dejaban
su trabajo porque no tenían donde vivir, eran familias con un gran número de hijos,
viviendo hacinados en aquellas pequeñas casas de color verde, hijos con hambre, sin
vestido digno ni suficiente, y para colmo de males muchos padres sin conciencia, que
malgastaban su quincena en alcohol, olvidando las necesidades básicas de la familia.
Este era un panorama triste pero real, lo pude constatar una tarde cuando
fuimos al único bar a tres kilómetros del colegio, para celebrar el cumpleaños de una
compañera, estaban allí varios padres de familia, uno de ellos pidió que sirvieran a
todos una invitación de parte él, ya que estaba muy agradecido con nosotros por ser los
docentes de sus hijos, el director muy sabiamente, rechazó aquella invitación,
diciéndole que no hacía falta que mejor él lo invitaba, pero aquel señor ofendido dijo
unas palabras que calaron fuertemente en mi cabeza y en la de mis compañeros:
“EN MI CASA PUEDE FALTAR EL PAN, PERO AQUÍ PAGO YO!!!”
Angustiante pero verídico, un pensamiento colectivo en los hombres de la zona,
familias mendigantes de pan, mujeres desesperadas, hijos abandonados y padres
ausentes.
Esa era mi comunidad rural, pero había más, como si no fuera suficiente, tanta
miseria parecía que la naturaleza también se ensañaba con las pobres familias, durante
ese año las fuertes lluvias inundaron varias veces las casas y el colegio, más de una
vez los habitantes de la zona Mau y yo nos quedamos incomunicados a causa de los
desbordes del río, pasé varios fines de semana sin poder volver a San José a ver a mi
familia ya que no se podía salir a Siquirres. Cuando esto sucedía la comida escaseaba,
Mau y yo supimos lo que era almorzar y cenar solo banano verde sancochado, por
varios días, pero todo esto era soportable en la medida que madre e hijo estábamos
juntos. Mau mi machito adorado era mi aliciente, mi compañía y hasta mi protector, junto
a él poco me importaba el hambre, el calor, o la inclemencia de la naturaleza, éramos
un equipo, mientras yo facilitaba el conocimiento a mis hijos adoptivos (alumnos), él
corría por los pasillos y las zonas verde del colegio sin cansancio hasta las cuatro y
treinta que yo terminaba mi jornada. Pero, como docente rural me faltaba vivir algo
más, lo más duro y difícil de toda mi vida hasta el momento.
Después de cuatro meses de estar en la zona, Mau mostró unas extrañas
ronchitas en la piel, algo parecido a la varicela pero no era eso, lo llevé a un médico en
Siquirres, quien me dijo que era alergia, comencé a darle antihistamínicos para
controlarla pero no surtía efecto y cada vez era mayor, producida por el agua del lugar,
que no se podía beber debido a que los químicos que arrojaban las avionetas en las
plantaciones, se depositaban diariamente por las mañanas y las tardes y como el agua
era almacenada en tanques esos químicos la contaminaban, así que nosotros
comprábamos agua para cocinar y beber, sin embargo nos bañábamos con agua
contaminada, lo que le producía la alergia a Mau, aunque me salía muy caro bañar a
Mau con agua comprada lo seguí haciendo, pero el niño no mejoraba, por esta razón en
vacaciones de quince días lo llevé a un dermatólogo en San José, el cual me dijo que si
me seguía llevando Mau a la bananera, iba a empeorar y que lo más recomendable era
darle el tratamiento y dejarlo en la ciudad.
Faltaba medio año, y sin Mau mi vida fue un infierno, fueron los seis meses mas
largos de mi vida, ansiaba los fines de semana para verlo y abrazarlo, trataba de salir al
centro de Siquirres con frecuencia para poder llamarlo por teléfono, las noches se
volvieron más oscuras e interminables, y hasta el colegio se puso sombrío con la
ausencia de aquellos pequeños piecitos que corrían por los pasillos.
Pero aún en medio de mi soledad pude sobrevivir aquellos seis meses, ya que
el amor a mi carrera y a mis hijos adoptivos eran mi fuerza, ellos me necesitaban, ellos
eran mi responsabilidad, ver sus caritas cada mañana, deseosos de aprender y salir de
su miseria para ayudar a sus pobres familias era mi consuelo, sabía de corazón que el
sacrificio de estar lejos de mi hijo por un tiempo para ayudar, enseñar y motivar a
aquellas criaturas sedientas de amor valía la pena, y estoy segura de que cada uno de
esos alumnos se llevó un pedacito de mí en su corazón, al igual que yo tengo el mío
lleno de recuerdos de sus sonrisas y hermosas miradas.
Por eso, al día de hoy guardo mucho respeto y admiración al docente rural,
aquellos hombres y mujeres que deben dejar a sus familias para servir a la Patria en la
educación de las futuras generaciones es algo admirable e invaluable, y lo que más me
llena de orgullo aún es saber que como docente he sido parte de ello.
María del Rocío Monge Bolaños
Nací en Turrialba, La Margot, Provincia de Cartago, el 19 de octubre de 1960,
cuenta mi madre que vine a este mundo a las 2:30 de la madrugada atendida por una
partera cercana a la familia y que atendía a todas las señoras del Barrio La Margot.
Yo soy la número tres y después de mí hay cuatro hermanos, en total somos
siete y así me quedé, aún todos vivimos, mi papá y mi mamá también.
Cuando tuve tres meses mis padres decidieron venirse para la zona de
Guápiles, hace cuarenta y cinco años para comprar una finquita y dedicarse a la
agricultura y al ganado, a la vez mi padre trabajaba con la Compañía Estándar Fruit
Companny, de la cual salió pensionado a los 30 años de laborar y mi mamá se dedicó al
hogar.
Cuando yo me criaba no se daban lecciones de Kinder en la escuela San Rafael,
entonces solo fui a la escuela que fue muy maravillosa para mí, me quedaba muy cerca
de la casa a 800 metros, aún recuerdo que viajaba con mis hermanos mayores y otros
niños vecinos.
Tuve una maestra en primero y a ella le debo la excelente letra que hoy tengo
porque se preocupaba mucho porque se recibiera una educación de calidad.
Terminé la primaria e ingresé al Colegio de día pero por cosas del destino mi
papá me sacó del colegio porque me encontró una carta de un muchachillo y me decía
que yo le gustaba y otras cosas más aún todavía infantiles y me dijo usted no vuelve
más al colegio.
Yo empecé a sufrir mucho, me puso a estudiar a distancia y no soporté. Al año
siguiente ingresé a octavo año en el Colegio Nocturno de Pococí, ahí me gradué y
saqué el bachillerato.
Ingresé a estudiar a la UNED y saqué el profesorado, luego me pasé a la
Universidad Latina, obtuve el Bachillerato en I y II ciclos, luego la Licenciatura en
Administración Educativa, infinidad de cursos de capacitación y otros.
¿Por qué me hice maestra?
Yo terminé la secundaria con una compañera y amiga de siempre de nombre
Marita Carvajal y las dos estudiábamos en la UNED y un día ella me dice:
Rocío vieras que en la Dirección Regional van a hacer un examen para contratar
maestros y al que lo gana lo nombran, entonces ese día yo fui y resulta que lo gané con
un 88.8 y teníamos que sacar nota mayor a 80, me presenté y me nombraron en la
Escuela Roxana, trabajando con dos grupos de primer grado, fue terrible, qué
experiencia más difícil y dura, no sabía qué hacer, sin embargo seguí en educación y
bendito sea Dios, ha sido maravilloso. Después trabajé en escuela unidocente por dos
años, como docente de I y II ciclos, como directora,
orientadora, asistente de
supervisión y adquirí mi propiedad, como directora dos, después de seis años de
trabajar interina. Pasé siete años como Directora de Recursos Humanos en la Dirección
Regional de Enseñanza de Guápiles.
En el mes de julio del 2004 regresé como directora tres a la Escuela de Atención
Prioritaria Los Diamantes y con solo un reto a mis espaldas: cambiar en todo sentido
este centro educativo, en especial mejorar la parte académica.
Resulta que cuando empecé a realizar el diagnóstico en esta escuela conocí a
grandes hombres forjadores de un pueblo que lucharon hace 41 años por construir la
escuela, me llamó mucho la atención “DON CHUMICO” , José Luis Rivera, quien
inclusive es uno de los invitados especiales para celebrar el Adulto Mayor en la escuela.
Las relaciones escuela-comunidad representan un reto; cuestan mucho por ser
una escuela urbano marginal, pero como dice mi mamá, para una persona luchadora
no hay nada imposible y yo soy así, me gustan los retos, la lucha incansable porque
todo lo que verdaderamente cuesta tiene más valor.
Este pueblo me ha respondido en un 95% porque he comprendido lo duro que
viven las familias, la miseria a veces compartida con lo poquito que puedan dar, me he
bajado al nivel de los casos, he luchado y enfrentado problemas comunales y es por ello
que sé que me quieren porque he comprendido que todos en la vida somos iguales,
nadie es más que nadie.
Los problemas encontrados son desintegración familiar, drogas, padres y
madres en la cárcel, alcoholismo, prostitución y otros.
Lo que yo he hecho es estar más unida a estos problemas, apoyar los casos,
darles seguimiento con becas estudiantiles y atendidos por el equipo Interdisciplinario
de la escuela, además tenemos un comité que da apoyo a estos casos con visitas a los
hogares y el compartir en familia.
Hay niños que necesitan más que otros, aquí aparece una foto de un niño que el
año pasado tenía a su papá en la cárcel y su mamá con un cáncer, el niño se llama
“CALETH” de segundo grado, este año se ha superado porque con amor, voluntad, fe y
esperanza todo se puede. Los padres de familia siempre me bendicen y esto significa
mucho para mí, también apoyo a otros niños con estos mismos problemas.
Otro logro inolvidable es haber sido clasificados en deporte en fútbol sala
femenino en el 2006 a nivel nacional, pude compartir con las alumnas y ser madre por
una semana de todas las 12 niñas que participaron, ahí me di cuenta la confianza
depositada en mí por los padres de familia, era mucha responsabilidad, sin embargo,
siempre he tratado de dar lo mejor de mí, valorar a los niños, el esfuerzo, la constancia
de buscar siempre lo mejor para la vida, gracias a Dios hoy sé que en muchos rincones
de esta comunidad muchas personas dicen cosas buenas que hacen que siempre
busque lo mejor, en bien de una calidad de educación. Aquí los niños participan en
deporte masculino y femenino tomando los fondos económicos del reciclaje, un
proyecto que ha brincado todos los obstáculos y barreras para llegar al triunfo y aún hoy
día que ya estamos clasificados a Nivel Regional en masculino y femenino.
Algo que tiene mucho significado para mí es haber recibido en el año 2006 el
Máximo Galardón en Bandera Azul Tres Estrellas, acto que se llevó a cabo en marzo
del 2007 recientemente. Esto ha marcado en la historia de la comunidad porque ha sido
un trabajo intenso con, docentes, alumnos, organizaciones comunales, comités de
padres y otras personas que se identificaron con el proyecto.
Un día llegué a esta escuela, tenía dos opciones quedarme o irme, esto era un
desastre: basura por todos lados, el comedor totalmente asqueroso con ratas,
cucarachas y hasta gusanos en las mesas de madera donde comían los niños,
basureros sucios y contaminados con toda clase de basura revuelta, los drenajes se
salían por los patios, los servicios peor que los de la Reforma, paredes sucias, peligros
con materiales en el camino que atentaban contra la seguridad de los niños y un sin fin
de contaminantes que dañaban la salud, así como padres de familia irrespetando sin
límites a los docentes.
La vida interna demasiado oscura y la parte pedagógica gris, porque había y hay
excelente personal pero estaban desmotivados.
De pronto todo va cambiando; se inicia el gran reto, empezar a trabajar en
equipo, motivando, valorando el personal, tomando en cuenta las habilidades de cada
uno y poco a poco se ha salido con el apoyo de un grupo de profesionales que
engrandecieron la parte académica y de infraestructura en conjunto con la comunidad
accionando continuamente.
Reflexión sobre la educación en general.
Defino la educación rural como la más difícil de todas, pero la más satisfactoria y
gratificante.
Hoy, mañana y siempre nos vamos a ver bombardeados por más cosas
negativas que positivas en el quehacer educativo, sin embargo, cuando dos o más
personas se unen y colaboran mutuamente para conseguir un bien común vale la pena
trabajar y luchar por mejorar la educación.
Para finalizar, la educación rural puede aportar grandes experiencias y valores a
la Educación Costarricense, porque los logros son significativos, verdaderos y
constantes.
Termino diciendo… “Llegar juntos es el principio, mantenerse juntos es el
progreso; trabajar juntos es el éxito de toda empresa.”
Flor María Ramírez Núñez
Nací en el año 1969, soy la tercera hija de 5 hijos que tuvo mi madre. Nací el 30
de septiembre y a pesar de que mis padres son de origen Turrialbeño, nací en una
ciudad de Limón. Mi hermano mayor no es hijo de mi papá y algo curioso es, que es de
raza negra, nadie creería que es mi hermano. Sin embargo nunca tuvimos en lo más
mínimo ningún signo de rasismo y nunca lo hicimos a un lado.
Descripción de la vida.
Mi infancia la dejé en el Barrio Pueblo Nuevo de Limón. Tengo dos hermanos
varones mayores que yo, una hermana a la cual le llevo 5 años y mi hermano menor.
Mi mamá cosía ajeno y mi papá era mecánico de una empresa.
Asistí a la escuela Margarita Rojas Zúñiga, que es la del barrio, tengo excelentes
recuerdos de mis maestras, aprendí muchísimo de ellas. Considero que fui buena
estudiante, a pesar de que éramos muy pobres, ya que mi papá tomaba mucho.
Muchas veces salía de la escuela a vender tamal asado en el barrio. A mí me tocaba la
venta de los tamales y a mi hermano la de empanadas.
Me casé a los 16 años con un hombre que se convirtió en mi agresor. Abandoné
el colegio por casarme. Después de 10 años en un matrimonio donde sufrí todo tipo de
agresión, decidí terminar la secundaria por madurez. Mi ex - esposo, siempre el día de
la prueba me deshojaba los cuadernos y me quemaba todo la materia, sin embargo
aplicaba los exámenes y los ganaba. Finalmente después de una agresión que casi me
cuesta la vida, me divorcié. A pesar de quedar sola, con mis cuatro hijas, sin saber
cómo iba a pagarla, pude entrar a la universidad. Para ese tiempo manejaba taxi en la
provincia de Limón y por ese medio pude salir adelante.
Datos relevantes de la vida profesional.
Cuando entré a la universidad, ya a los 29 años, me pregunté: ¿Y qué voy a
estudiar? ¿Para qué seré buena? Desde que era muy joven soñaba con ser una
secretaria bilingüe, por que siempre soñé con hablar inglés. Decidí entonces matricular
Enseñanza del Ingles, cuando andaba con el taxi conocí a una Directora de Escuela,
quien me preguntó cómo me iba con el taxi, yo le comenté que bien, pero que eso era
pasajero, que ya estaba estudiando para ser profesora de inglés. Ella sorprendida me
dijo que dentro de unos meses una profesora de inglés se iba a incapacitar, que ella me
llamaba. Estoy en mi taxi trabajando un día normal, hasta se me había olvidado, cuando
escucho a la operadora llamándome, Flor, la solicita la Directora de la Escuela de
Colina, que vaya a la escuela lo antes posible. Con ansiedad me dirigí a la escuela y
ella me dice: ya tengo la incapacidad es de cuatro meses y medio por embarazo, ya
hable con el Director Regional, él la esta esperando. Algo cómico fue el hecho de que
cuando llegué y le dije: -Don Gerardo me envía la Directora de Colina, ella me dijo que
ya había hablado con usted; él me dice – ¿usted no es la taxista? – así es señor, le dije.
-¿Está estudiando? – claro que sí señor, aquí tengo un certificado de mis notas y me
dijo algo que nunca se me olvida, -no le voy a dar la oportunidad; usted se la va a dar,
depende de usted si continúa trabajando con el MEP. Trabajé hasta noviembre y la
docente retornó, la directora fue donde don Gerardo, y le solicitó que por favor me
colocara en algún centro, que yo había hecho un trabajo excelente. De verdad, el año
siguiente me envió a trabajar a la escuela de Benito Sur, donde trabajé por 2 años. Ya
estaba terminando el bachillerato cuando se abrió el colegio académico y el director me
propuso que me cambiara, por cuestiones de salario y ganar experiencia hice el cambio.
Trabajé 5 años, gané mi propiedad en ese mismo colegio y el año siguiente solicité el
traslado de mi propiedad a Guápiles, tengo mi propiedad en el Colegio Técnico de
Guápiles.
Descripción de experiencias en la escuela y la comunidad rural.
Tengo grandes recuerdos de mis estudiantes de Limón, buenos y malos. Lo más
gratificante para mí, es que en cada una de la generaciones de quinto año, a pesar de
ser un grupo por año; al menos 4 alumnos están estudiando para ser profesor de
inglés. Eso me llena tanto, por que amo lo que hago y realmente me deleita dar mis
clases. Pero nunca imaginé el impacto y la motivación que eso provocó en mis
estudiantes.
Lo más triste que tengo como recuerdo, fue un grupo guía que tuve de quinto
año quienes eran terribles. Me hicieron llorar muchas veces, y hoy en día muchos de
ellos me llaman, creo que por fin maduraron.
Recuerdos perdurables de la escuela rural.
Este año me dan un acenso como directora en una zona rural. El colegio es en
un rancho. Se nota en los jóvenes los deseos de estudiar. No hay servicio eléctrico, no
hay agua potable, solo de pozo, no hay transporte de bus convencional. La Junta de
Padres y Madres; humildes, agricultores de la zona. Detalles interesantes: cuando hago
el recorrido en el colegio, están esperando en la humilde oficina a la nueva directora
que deseaban conocer. Y con una ilusión en los ojos me preguntan: “Directora, ¿Ya vio
el lugar, siempre se va a quedar?”- claro que sí les contesté y se pusieron tan alegres.
Son tan humildes y tan trabajadores, que como iba yo a decirles que no. Para mí,
trabajar en este colegio es un reto y lo veo como la mejor oportunidad que tengo para
aportar algo a una comunidad que realmente lo necesita.
Reflexiones como educadora rural.
Es una experiencia inolvidable, de verdad que uno percibe la diferencia de
trabajar en una zona rural y la urbana. Por supuesto que quiero a todos los estudiantes,
pero no sé porqué a los de la zona rural les tengo un aprecio especial. Cada año que
pasan y que se gradúan, esa satisfacción no podría describirla.
Yolanda Amalia Hernández Garita
Nací un 22 de mayo de 1951, en San Rafael de Heredia, mis padres se llaman
Jaime Hernández Sánchez y Deifilia Garita Villalobos, quienes se casaron muy jóvenes.
En este humilde hogar se procrearon doce hijos de los cuales hay once vivos. El único
ingreso que había era el de mi padre que trabajaba como jornalero y ganaba cuarenta
colones a la semana.
Pero la pobreza nos hizo luchar para salir adelante, mi papá después de venir
del trabajo del campo, arreglaba sombrillas y hacía puños de cuchillo, aún hoy lo hace.
Mi mamá bordaba fundas y delantales que íbamos a vender a las casas.
Asistí a la escuela Pedro María Badilla quedaba muy cerca de mi hogar. Con
mis hermanos, en los recreos, iba donde mi abuela donde nos regalaba tortillas con
agua dulce. En primer grado tuve una maestra muy joven que se llama Teresita
Arguedas y nos enseñó poesías que aún recuerdo. Al terminar la primaria, mi mamá se
preocupó porque fuera al colegio, a pesar de que mi abuelo decía que las mujeres no
tenían que estudiar porque eso era para los hombres.
Luego del colegio, ingresé a la Escuela Normal de Costa Rica; donde me gradué
como maestra, con apenas diecinueve años. Me hice maestra porque era una carrera
de corto tiempo donde se podía trabajar al terminar, ya que en mi casa necesitábamos
ingresos para ayudar a mis hermanos. Creo que mi formación como maestra fue
bastante buena, ya que la Escuela Normal formaba muy buenos docentes, con muy
buenas metodologías y las prácticas que se hacían en las escuelas, lo iban
encaminando muy bien.
Después de graduarme trabajé siete años en forma interina en diferentes lugares
urbanos como Desamparados, Coronado, Alajuelita, Santa Ana, Heredia centro y otros.
Después de siete años de trabajo interina, ya casada y con mi hijo Isaac, que tenía
siete años y embarazada, de mi hijo Harold, me fui a trabajar a Limoncito (Limón),
donde conocí en realidad lo que era una comunidad rural y es en este lugar donde se
aprende a vivir con los niños todas su necesidades.
Al trabajar en una escuela rural, se conoce niños y personas adultas que uno
siempre recuerda, entre ellos, conocí a un niño llamado Miguel, que siempre llegaba
tarde, un día le dije que si lo volvía a hacer no lo iba a dejar entrar. A la semana
siguiente eran las siete y cinco minutos y no había llegado, me paré en la puerta del
aula y lo vi donde venía corriendo, entonces al llegar me dijo: Ni me diga niña, porque
vengo escuechado. Recuerdo también a mi compañera Yolanda con la que
compartíamos una casa. Ella tenía tres niños y en las mañanas dejaba el almuerzo
listo para cuando regresaba de la escuela y esos niños se lo comían todo, y las ollas las
encontraba en el patio.
La relación entre la escuela y la comunidad eran sumamente estrechas, ya que
en realidad todos los padres se identificaban muy bien con la escuela para poner un
ejemplo cuando habían los mencionados turnos, eran los padres los que trabajaban
para bien de la escuela.
Hay en estos lugares una gran problemática sobre todo en el aspecto
económico, donde hay niños viviendo en galerones, descalzos y sin alimento. Ante
estos problemas era muy difícil actuar, ya que lo único que se podía hacer era buscar
ropa, zapatos para aliviar un poco las necesidades de estos niños. También en la
escuela faltaban mobiliarios y libros, pero con la ayuda de los padres se lograba.
Hay alumnos inolvidables por ejemplo, aquellos que lo veían a uno con cariño,
amor y honestidad y siempre estaban a la mira de ayudar en todo lo que estaba a su
alcance. Recuerdo una tarde que empezó a llover, siguió toda la noche y a la mañana
siguiente todo estaba lleno de agua y no pudimos salir a nada. De pronto apareció un
señor con una lancha, que iba para la pulpería y se encargaba de comprar comida para
la gente que no podía salir.
Le quedan a uno muchos recuerdos como una tarde que llovió torrencialmente y
se inundó la escuela, no podíamos salir y llegó una ambulancia, para sacar a las
maestras, duramos cuatro días sin poder asistir al trabajo.
Entre algunos aprendizajes que quedan es el saber … que trabajar con niños
es sumamente delicado, ya que uno puede hacer de los niños personas importantes o
pasearse en ellos en un momento, donde hay que pedir sabiduría día con día para
iniciar el trabajo con ellos, entregarles amor, cariño, honestidad y recalcar todos los
valores que siempre perduran en ellos para toda la vida.
El trabajar en una escuela rural es muy importante, se aprende a hacerlo con
las uñas, dentro de grandes pobrezas, y a querer a los niños con todas sus
necesidades. En realidad, allí se aprende a trabajar en educación, en una escuela en la
cual su infraestructura es pobre y su mobiliario ni hablemos, así se valora la profesión.
El educador rural, si trabaja a conciencia, valora al campesino, y lucha para que
el niño no deje sus estudios, para bien de él y de su familia. La educación rural, es
para el maestro una dura experiencia, donde en realidad hay que luchar con una serie
de problemas para salir adelante. En ella, puede aportar grandes valores a la educación
costarricense, valorar, luchar por superarse, conocer al campesino tal y como es; y
todos los valores que en realidad se han perdido, pero que creo que en estos lugares,
sí, todavía existen.
Badri Teresa Baltodano Barrios
Nací el 24 de Junio del año 1969, en la ciudad de San José. Mi nacimiento fue
en la Maternidad Carit, cuando tenía 8 meses de gestación. Mi mamá salía como dos
meses antes, desde la comunidad de Suretka, esto lo hacía porque era muy difícil salir y
para no tener ningún contratiempo era necesario realizar el viaje con anticipación. Mi
nombre es de origen persa, Badri Teresa Baltodano Barrios, ya que pertenezco a la
religión Baha'í. Badrizath significa luna llena.
Soy la mayor de 7 hijos, mi infancia la pasé en la comunidad de Suretka. Mi
papá que era de origen nicaragüense se dedicaba a la agricultura, teníamos ganado,
cerdos, gallinas entre otros. Todo lo que consumíamos mi papá y mi mamá lo
sembraban, solo comprábamos el azúcar, la sal y la manteca. Mi casa era toda de
madera, tenía muchos cuartos, sala, cocina y el corredor.
Inicié mi escuela a los cinco años, pues desde los 4 años aprendí a leer con
unos libros que mi mamá tenía. Ella fue la que me enseñó a leer y a escribir. Un día
llegó el supervisor don Guido Barrientos y yo estaba leyendo un cuento en el libro
Escuela para Todos, él le preguntó a mi papá ¿Don Baltodano esa chiquita está leyendo
o está inventando?- Mi papá le contestó no, don Guido ella sabe leer, él me dio el
periódico de la Nación y yo le leí un pedacito; entonces al siguiente año, entré a estudiar
en 1975, a la escuela de Suretka de la cual soy egresada, en ese tiempo estaban
abriendo la escuela y la ubicaron en uno de los potreros de la finca de mi papá. Mi
primer maestro se llamó Gonzalo Villalobos.
Terminé la escuela en el año 1980, con el maestro Hernaldo Kauffman Suárez.
Realicé mis estudios secundarios en el Colegio Técnico Profesional Agropecuario de
Talamanca; para poder estudiar en este lugar debía viajar 17 kilómetros en un carro de
cajón, que cuando llovía nos mojábamos toditos. Mi mamá me echaba en un tarrito un
gallito para que comiera, el cual estaba muy frío a la hora del almuerzo; en este colegio
siempre me destaqué como estudiante de primer promedio. Cuando estaba en tercer
año conocí a mi esposo: Jorge Luis Guzmán Salas, el cual vino como trabajador de
RECOPE; nos casamos cuando estaba en cuarto año, en 1985. Me egresé 1986. En
1987 nació mi primera hija: Marcela. En 1988 entre a estudiar a la UNED, con la ayuda
de mi papá y de mi esposo.
Mi antiguo maestro de sexto era el supervisor y fue con la ayuda de él que entré
al Ministerio de Educación. Cuando inicié mis estudios en la UNED, mi meta era
estudiar Enfermería; pero debido a que mi esposo había perdido el trabajo, opté por
trabajar de maestra, pues era el mejor trabajo en ese tiempo.
Inicié mi trabajo de maestra en la escuela de Katuir, un 13 de Marzo de 1989, esta
escuela está ubicada como a 5 kilómetros del centro de Bribri. En ese tiempo el acceso
era una trocha, la tierra era colorada y cuando llovía se convertía en un gran barreal;
todo el camino eran puras lomas. Empecé mis clases con 36 estudiantes, yo era la
maestra y la directora, o sea era unidocente.
La escuela era de madera, los
padres eran muy trabajadores y me ayudaron mucho.
Cuando inicie mi trabajo me sentía extraña pues no sabía como empezar; pero
al poco tiempo con ayuda y asesoramiento de mi jefe, don Hernaldo Kauffman
Suárez, logré realizar todo lo que se me solicitaba, en ese tiempo los programas eran
pequeñitos y de color amarillo. En 1990 me nombraron en la escuela de Yorkín, la cual
también era unidocente, para ir a esa escuela viajaba en un bote el cual me cobraba
ocho mil colones por mes por ir a dejarme los lunes en la madrugada y por irme a
buscar los viernes, el recorrido era por el río Yorkín, el cual es muy peligroso.
A finales de ese mismo año, me matriculé con la Universidad Nacional, pues
había un convenio para estudiar con el Ministerio de Educación, el cual consistía en
que la Universidad vendría los viernes y sábados a Bribrí; la sede se ubicó en la actual
escuela Líder Bribrí.
Al siguiente año, en 1991 me nombraron en Mojoncito, para llegar a esta
escuela debía viajar 4 horas a caballo desde Suretka y cruzar el río Telire, los primeros
días me quedé en la casa de Don Rosendo Jackson, un anciano muy respetado de la
comunidad, pero debido a que los padres me hicieron un ranchito me pasé a vivir en él.
Debido al terremoto hice una permuta con René Rocha y me fui para la escuela
Bernardo Drüg. En ese mismo año inicie la formación de maestra en el grado de
diplomado. Me gradué en julio de 1993; debido a los destinos de Dios, mi papá no pudo
ver mi graduación pues falleció el 3 de Marzo de ese mismo año; este mismo año nació
mi otra hija Ariana.
Concursé para propiedad en ese mismo año y adquirí la propiedad en el año de
1994, como maestra en la escuela de Volio, ahí estuve durante 3 años. A finales del año
1994 tuve a Luis mi tercer y último hijo. Luego me trasladé para Suretka
en 1997 y
1998. Me gradué de Bachiller en Educación con énfasis en Indigenismo en el año 1997.
En 1999 me trasladé para Bribrí y ahí estuve hasta el año 2000.
Posteriormente llegué a la comunidad de Chase en el 2001, escuela en la que
permanezco actualmente, aquí me desempeño como directora y docente. Obtuve mi
licenciatura en el año 2005. Todos mis estudios superiores los he realizado con la
Universidad Nacional.
En especial de mi experiencia como docente de escuelas rurales, recuerdo a los
padres de la comunidad de Buena Vista de la escuela de Katuir, por emprendedores y
luchadores. A Don Rosendo Jackson, cuando trabajé en Mojoncito; él me hablaba solo
en Bribrí para que yo aprendiera el idioma.
A Hernaldo Kauffman quien aparte de haber sido mi primer maestro también fue
mi primer jefe.
Las relaciones escuela-comunidad fueron buenas en todos los lugares en los
cuales he trabajado y trabajo, siempre he tratado de darle mucha importancia al trabajo
de los padres y madres de familia, es lógico que siempre hay problemas los cuales
siempre los he solucionado conversando y tomando en cuenta su forma de pensar.
Cuando llegué a la escuela de Yorkín, los niños y niñas no podían ingerir pollo o carne
muy seguido porque no había un congelador y menos luz eléctrica para poder
mantenerlas; entonces les propuse a los padres que realizáramos varias rifas y ventas
de cachivaches entre otros, gracias al esfuerzo realizado logramos comprar un
congelador de canfín y así los niños mejoraron su alimentación.
De los estudiantes que más recuerdo y que hoy día son profesionales, están:
Daniel Bustos Espinoza que sacó el sexto grado en 1989, hoy día es ingeniero en
Sistemas de Computación. A Moisés Chávez Vega de la escuela de Volio, quien
actualmente estudia Medicina En Cuba. A Norma Brown de la escuela de BribrÍ, que fue
mi primera estudiante especial.
Una de las situaciones más duras que he tenido que enfrentar es la confesión
sobre una violación de una niña en la escuela donde actualmente trabajo; creo que en
todo mi trabajo esto ha sido lo más difícil, pues se necesita mucho valor para enfrentar
esta circunstancia, pero lo hice valientemente a pesar de las amenazas hasta de
muerte, que me hizo el autor de este hecho abominable con tan solo una niña de 10
añitos. Esto me ocurrió en el año 2004; bueno ese año fue especial pues también casi
pierdo a mi esposo, ya que debido a una enfermedad hereditaria le extirparon todo el
intestino grueso.
También quiero compartir con los lectores mi gran triunfo: la construcción del
actual centro educativo donde laboro, el cual tuvo que ser trasladado porque se
encuentra en una zona vulnerable a inundaciones, esto ha sido posible gracias a la
ayuda de la Cruz Roja.
Dentro de los recuerdos más perdurables que tengo están el viaje a caballo
desde la Comunidad de Suretka hasta la escuela de Mojoncito, esto lo hacía todos los
domingos. Otro recuerdo muy importante para mí fueron las casitas donde me tuve que
vivir mientras daba clases, siempre fueron de paja, muy lindas, las personas fueron
especiales conmigo, pues siempre me traían pejibayes, leche, queso, plátanos entre
otros.
Los aprendizajes más importantes que tuve fueron: en la escuela de Mojoncito
en donde tuve que buscar un alumno traductor para poder dar las clases, pues todos
hablaban en Bribrí y yo no entendía nada, gracias a esto hoy día entiendo gran parte
de la lengua Bribrí. Otro aprendizaje, fue la experiencia que adquirí en la parte
administrativa, gracias a Rugeli Morales, que en ese tiempo era mi supervisor; él me dio
la oportunidad de visitar otras escuelas para que le ayudara a revisar la papelería. De
esta forma aprendí muchas cosas que hoy día me sirven de mucho, por ejemplo el
manejo de un archivo, manejo de organizaciones como la Junta de Educación entre
otras.
Una escuela rural es aquella en donde debemos bañarnos en un río, en donde a
veces no hay luz eléctrica y nos alumbramos con candelas; a veces nos encontramos
escuelas rurales en donde hay esos servicios; pero aún así sigue siendo rural, pues en
realidad la esencia de una escuela rural está en la población, la cual se caracteriza por
ser sencilla, humilde, generosa y muy trabajadora. En este tipo de escuelas el docente
es “Zoila” pues es conserje, doctor, secretario, enfermero, consejero matrimonial,
cocinero entre otras. El o la docente de escuelas rurales es especial pues debe
combinar todo lo anterior con la parte pedagógica, planeamientos, técnicas y métodos;
debe ser muy creativo, dinámico y líder. Es el ejemplo de la comunidad.
El trabajo de aula en una escuela rural es muy interesante, pues el o la docente
debe ingeniársela para atender todos los grupos y sacar de ellos el mejor provecho; una
de las técnicas que más utilizo, son los niños y niñas líderes, los cuales me ayudan a
atender a los demás y coordinan el trabajo de aula, guiándose con una minuta que se
prepara previamente. Otra técnica son los rincones por asignatura en donde el o la
docente deja materiales para que los niños y niñas trabajen. El o la docente rural se
caracteriza por jugar con sus alumnos y por ir a cultivar el campo.
La educación es para personas con vocación, pues es una profesión que implica
dejar a la familia, irse lejos, comer lo que haya a donde vayamos, esperar por el pago
hasta seis meses y a veces hasta un año. Es trabajar las 24 horas y esperar pago solo
por 8 horas, es trabajar un sábado o un domingo en actividades de la escuela, es luchar
con personas negativas y jefes intransigentes que muchas veces les da titulitis aguditis.
El ser educador es un honor, es llorar con sus estudiantes los triunfos y los
fracasos, es resolver pequeños y grandes problemas pacíficamente, es involucrarse en
comités de la comunidad y hacer crecer a las personas de la comunidad a través de los
mismos niños y niñas.
Mi mayor alegría como docente es ver leyendo a un niño o niña, es ver avanzar
una comunidad, es ver graduado de una universidad un estudiante, es que un antiguo
estudiante te diga “maestra fuiste la mejor, siempre te llevo en el corazón”(Marquitos de
la escuela Volio, estudiante de la UCR actualmente).
La educación rural la defino como un reto, es una realidad muy diferente de las
grandes escuelas, es ir más allá de las metas propuestas, es compartir un almuerzo
humilde, en una vivienda humilde, es contextualizar los planes, es adaptarse a las
costumbres de un pueblo e involucrarse en los problemas de la comunidad.
Como educadora rural pienso que la educación rural hace un gran y valioso
aporte a la educación costarricense, pues es aquí donde verdaderamente se forman los
docentes por vocación, es ver la realidad de un pueblo donde la gente es pobre.
Un aporte que considero uno de los más valiosos es el ejemplo y el trabajo que
realizan los padres de familia en las comunidades rurales, también nos aporta
aprendizajes más significativos desde todos los puntos de vista ( pedagógico, formal e
informal) en los estudiantes. La visión y la misión son dos aportes fundamentales que
hace la educación rural a la educación costarricense, pues estas son diferentes de las
que hay o existen en la educación costarricense en general. Creo que el aporte más
valioso que aporta la educación rural a la educación costarricense son las metodologías
con las que se desenvuelve un docente rural, tanto en la parte pedagógica, como en la
parte comunal.
Badri Teresa Baltodano Barrios. Agosto,2007.
Édgar Alvarado Barrantes
Nací un 30 de Mayo del año 1969 en el Hospital Calderón Guardia, en la ciudad
de San José y le debo mi nombre a mi abuela materna.
En realidad soy josefino de nacimiento solamente, ya que mi familia es oriunda
de Tilarán, Guanacaste, y mi papá hacía el esfuerzo de llevar a mi madre (qdDg), hasta
San José para que fuera mejor atendida en sus partos.
Mi familia estaba compuesta por cinco miembros, mi papá Arnoldo Alvarado
Herrera, mi mamá María Edith Barrantes Rodríguez, mi hermana Maritza, mi hermano
Arnoldo y yo.
Toda mi infancia la viví en la ciudad de Tilarán, en la provincia de Guanacaste.
Tilarán era un pueblo rural, en donde casi todas las personas nos conocíamos y no
existían muchas formas de entretenimiento como hoy en día, lo cual no impedía el
disfrute y travesuras de niños que se suelen cometer.
Tanto mi educación preescolar, primaria y secundaria la desarrollé en este
pueblo tan tranquilo.
Mi padre fue maestro rural toda su vida y dedicó 30 años a la educación. Aún
recuerdo verlo salir en las madrugadas hacia el trabajo, ya fuera en motocicleta o en
carro y ver a mi madre levantada desde muy temprano haciéndole su desayuno. Luego,
verlo llegar en las tardes y buscarnos donde estuviéramos para saludarnos y hablar o
jugar un rato con mis hermanos y conmigo. Mi madre siempre fue ama de casa y puedo
decir con orgullo que durante el tiempo que Dios me la prestó, tuve la mejor madre del
mundo; excelente madre, excelente cocinera, chineadota pero firme, y una excelente
amiga. Mis hermanos fueron mis compañeros de juegos y como yo soy el menor,
siempre me cuidaron de cualquier peligro. Puedo decir que mi infancia transcurrió muy
normal.
Luego de terminar mis estudios secundarios, decidí ingresar al Plan de
Emergencia, creado por el MEP como una forma de formar educadores debido al
faltante de profesionales en educación. Puedo decir que me incliné por la educación
debido a mi padre y mis abuelos paternos Maurilio Alvarado Vargas y Elsa Herrera
Argüello, los cuales fueron educadores muy destacados en Tilarán. Mis abuelos eran
oriundos de Heredia y fueron de los primeros pobladores de esta zona. Luego de ser
maestros en la escuela de Tilarán, mi abuelo fue el primer Director del Colegio de
Tilarán, que hoy lleva su nombre: Liceo Maurilio Alvarado Vargas, en honor a su
dedicación en beneficio de la educación de Tilarán.
Por esto que puedo afirmar que mi inclinación por la educación se debe a las
enseñanzas que tuve de niño y a la dedicación que mi padre y mis abuelos pusieron en
el desempeño de su trabajo, lo cual me hizo sentir orgulloso de ellos.
Mis primeros años de estudio los cursé en la UNED, que se encontraba en
Cañas, empezando a trabajar al año siguiente de mi graduación de secundaria en Julio
de 1987, en una escuelita unidocente llamada Río Chiquito, ubicada a dieciocho
kilómetros de Tilarán. Para llegar a esta escuela, viajaba en una pequeña motocicleta,
la cual me regaló mi padre ya que se había pensionado el año anterior y decidió
obsequiarme la moto con la cual había viajado durante muchos años. En Río Chiquito
trabajé año y medio y puedo decir que fue maravilloso iniciar en una zona rural, ya que
esto me formó mejor como educador, además de los sabios consejos de mi padre quien
siempre me apoyó.
Luego de terminar mi Profesorado (PT3) con la UNED, continué mis estudios en
la Sede Regional de la UCR en Puntarenas, durante dos años y medio, en donde
obtuve mi bachillerato y continué mis estudios en la Universidad Latina y la Florencio del
Castillo en donde obtuve mi Licenciatura.
Ya para ese tiempo estuve trabajando en otras escuelas: San Buenaventura, en
Colorado de Abangares, San Juan de Cañas y en Tilarán en los centros educativos;
Los Ángeles, Paraíso, Linda Vista, Viejo Arenal,
Cerro San José y Líbano, San
Rafael de Guatuso en Alajuela. Trabajé un año como Asesor Regional de Escuelas
Unidocentes en la Dirección Regional de Cañas y luego llegué a la Escuela El Silencio
en el año de 1999.
Considero que la experiencia de trabajar en una escuela rural, modela al
docente y lo forma como un ser integral, lo cual le permite desempeñar diferentes
funciones sin ningún problema. El o la docente que realiza sus primeros pasos como
docente de escuela rural, fortalece sus aprendizajes y le permite poner en práctica sus
conocimientos de una forma tan innovadora que le permitirá adquirir experiencia
invaluable en el desempeño de su labor educativa.
La experiencia de ser maestro rural le permitirá al y a la docente aspirar a
cualquier puesto en educación (y lo digo sin ningún temor) ya que su formación y las
vivencias adquiridas hacen del maestro rural un visionario de nuevas técnicas de
estudios en donde se propicia el desarrollo de un currículo atractivo para los educandos.
Además la experiencia administrativa (que no se paga) es muy enriquecedora ya que se
está al frente de una escuela, en donde se entregan por igual los mismos documentos
administrativos que en una escuela técnica.
Otro aspecto importante es la cercanía que se tiene con la comunidad en
general, en donde el docente se convertirá (aunque no lo quiera) en un líder comunal y
será tomado en cuenta para muchas decisiones que se tomen en beneficio del
desarrollo de la comunidad donde trabaje. En este proceso, el y la docente formará
parte de alguna asociación o grupo organizado de la comunidad; le corresponderá ser
maestro de ceremonias de muchas actividades, ser consejero de alumnos y padres de
familia, encargado de recibir delegaciones que visitan el pueblo, redactar cartas para
organizaciones comunales o elaborar proyectos en conjunto con las Asociaciones de
Desarrollo.
Para poder mantener una buena relación entre la escuela y la comunidad se
necesita ser humilde pero firme en su trabajo, demostrar el nivel de profesionalismo y
tener el discernimiento para actuar correctamente en situaciones difíciles.
En el transcurso de los años he conocido gente importante en cada comunidad a
donde he ido, desde el peón de finca que se gana su sueldo bajo el sol calcinante o los
días de lluvia y frío, hasta el ganadero que aporta desinteresadamente en beneficio de
la comunidad.
Tengo bien claro a don Olman en Paraíso de Tilarán, quien con su colaboración
logró mantener en ocasiones el comedor de la escuela, a don Fermín Villalobos en
Viejo Arenal, quien con sus ideas y proyectos logró impulsar la construcción de la casa
del maestro; a Olver, Abdón y sus esposas, personas preocupadas por el desarrollo de
la comunidad de Cerro San José, a padres y madres de familia de El Silencio, cuyos
aportes en la realización de obras de teatro para las fiestas es enorme y a doña
Yolanda Peraza, quien fue la gestora de la apertura de la primera escuela en esta
comunidad y aún hoy, sigue colaborando con la escuela y la comunidad en general. En
realidad debo decir que debo mi admiración a todas las personas que he conocido en
estos años de docente, ya que el esfuerzo que realizan para enviar a sus hijos e hijas a
la escuela y el deseo de que ellos se superen y logren ser personas de bien, a pesar de
las limitantes que puedan tener, es digno de reconocer por ese esfuerzo que realizan.
He podido apreciar en los lugares donde he estado, la falta de motivación que
tienen los muchachos de zona rural por seguir estudiando y preparándose para ser
profesionales, y creo que aquí es donde debemos trabajar muy fuerte para motivar a
esos niños y niñas y lograr que no abandonen sus estudios. No nos debemos de sentir
satisfechos con lograr hacer una graduación de sexto, sino también debemos de darles
seguimiento a esos alumnos para que continúen con su preparación.
La motivación de los logros obtenidos por un educando, repercute positivamente
en la comunidad en general y es la base fundamental para lograr que muchas personas
busquen su propia superación.
En las comunidades rurales, debemos enfrentar diariamente las necesidades de
familias que tratan de sobrevivir con los pocos insumos que pueden obtener, aquí es
donde se aplica ese dicho que reza “Coyol quebrado, coyol comido”; ya que en
ocasiones nos llegan a las aulas alumnos y alumnas con deficiencias alimentarías,
problemas graves de autoestima, agresiones físicas y psicológicas y desintegración
familiar. Es aquí donde debemos sacar al verdadero educador e iniciar una labor ardua
en busca de la formación integral de estos seres a los que nos debemos, buscando
nuevas técnicas de enseñanza y dedicando a ellos nuestro tiempo de calidad para
hacerlos sentirse queridos y protegidos dentro de un ambiente agradable que les haga
olvidar su precaria situación.
En ocasiones es difícil realizar esta labor (y hasta puede parecer titánica), pero
debemos hacerlo si queremos lograr una verdadera formación de nuestros y nuestras
estudiantes. Los problemas no pueden estar ajenos ante nuestra intervención en
situaciones familiares.
Recuerdo una familia a la que traté de ayudar en la educación de su hijo, pero lo
que recibí a cambio fueron insultos y hasta la amenaza de una demanda. Después de
un tiempo de trabajar con el niño, logré que sus padres se acercaran al aula y
compartieran con ese niño todo el proceso de aprendizaje que el estaba llevando.
Vinieron las visitas al hogar (muy importantes para conocer el ambiente en que vive el
niño) y las conversaciones con sus padres dieron sus frutos al aceptar la importancia de
la educación como una herramienta para lograr un mejor futuro.
El convencimiento es fundamental y debemos ser nosotros los primeros
convencidos en que cada uno de nuestros educandos es un ser muy particular y
especial que necesita nuestro apoyo, pero sobre todo necesita que creamos en ellos.
La escuela rural se caracteriza por ser única debido a una serie de
características. Podemos citar entre algunas:
 El tipo de población que maneja. Los niños y niñas de una comunidad
rural son, generalmente, más arraigados a los principios familiares que
los de zona urbana, en donde la mayoría de actividades se realizan en
familia o en comunidad.
 Las características de infraestructura. Cada escuela rural cuenta hoy en
día con cierto tipo de infraestructura que permite lograr un ambiente
agradable a la población que recibe diariamente. A pesar de que la planta
física se encuentre en precarias condiciones, es deber de todo educador
y toda educadora lograr que ese espacio destinado a recibir lecciones y a
intercambiar experiencias sea agradable a la vista aunque tenga piso de
tierra, que se convierta en el lugar donde todos quieren pasar varias
horas estudiando y aprendiendo diferentes temas de interés.
 Los espacios brindados para explotar en cada uno de los alumnos y las
alumnas sus habilidades en diferentes áreas. Tanto el Círculo Creativo
como el Círculo de la Armonía, permiten observar en los niños y las
niñas,
diferentes aptitudes hacia diferentes formas creativas de
expresión (música, pintura, deporte, canto, redacción de cuentos y otras)
que le permitirán expresarse y de esta forma manifestar atributos con los
que se puede lograr su propia superación a la hora de desarrollar los
planes de estudio, haciendo adecuaciones de acuerdo con sus intereses.
La Educación Costarricense está en un proceso de cambio en busca de un
dinamismo carente durante muchos años, que permita hacer más atractivo para
niños, niñas y jóvenes la permanencia por varias horas al día, en un salón de
clases. Los cambios se deben dar concienzudamente, ya que la deserción anual
que se detecta en los centros educativos y que alarma a las autoridades
educativas, representa la apatía de los educandos por permanecer en las aulas,
en donde las metodologías de enseñanza se vuelven poco aceptables. La
educación debe evolucionar y ser cambiante de acuerdo con los cambios que se
presentan en nuestro mundo.
La incorporación de la tecnología en el desarrollo de los programas de
estudios es una herramienta muy útil y de actualidad entre los y las jóvenes de
hoy y es posible que en las zonas rurales se puedan desarrollar programas de
Informática en conjunto con la Fundación Omar Dengo.
Otras formas de lograr un mayor dinamismo, es la implementación de
técnicas activas que permitan que los educandos expresen sus propias
opiniones con respecto a los temas vistos en el aula, así como la facilidad de
expresar los aprendizajes obtenidos con sus propias ideas o estrategias, sin
poner limitantes a la creatividad.
Es muy importante resaltar la labor de las Directivas Escolares o
Gobiernos Estudiantiles. En ellas cada uno de sus integrantes tiene la posibilidad
de expresar sus ideas y ser escuchados por los demás miembros, además este grupo
puede proponer proyectos que permitan colaborar con la esuela, haciéndolos sentirse
útiles a los demás. Las elecciones se deben realizar sin importar la poca matrícula que
podamos tener en nuestras aulas y las debemos hacer con participación de toda la
población escolar.
En la medida que los educandos sean partícipes de su propia educación, esta se
volverá más atractiva para ellos y se involucrarán más en este proceso educativo.
La educación rural es la mejor forma de poner en práctica los conocimientos
adquiridos en la Universidad, ya que nos exige de tal forma que nos convierte en seres
creativos, innovadores, pero sobre todo en seres humanos con deseo de servir a los
demás a pesar de las diferencias entre las personas y concientes de una realidad que
existe en nuestro país, la realidad de limitaciones de las zonas rurales.
Los educandos de zona rural serán, si sabemos encauzarlos, verdaderos
artífices de su propio conocimiento y se convertirán en verdaderos líderes comunales
deseosos de ver su comunidad cada día mejor, sin importar el lugar donde se
encuentren o la profesión a la que se dediquen.
La educación rural está dando de que hablar hoy en día y creo que las
autoridades educativas deben volver la vista hacia las zonas rurales de nuestro país
debido al potencial humano que existe en esta zonas. Es en estas comunidades donde
las personas aprenden a ser gestores de las soluciones que aquejan su pueblo, sin
esperar que la ayuda llegue sola. Con este perfil, podemos deducir que nuestros
educandos crecerán siendo seres humanos capaces de enfrentar retos sin rendirse ante
el primer obstáculo, sino que lucharán por conseguir lo que deseen.
En realidad lo que necesitan los niños y niñas de las comunidades rurales es que
creamos en ellos, que creamos en sus capacidades de poder tomar sus propias
decisiones y resolver sus problemas. Que los enseñemos a valorar lo que tienen y les
demos ese impulso necesario para que realicen sus propios sueños.
Es ahora que el educador y la educadora costarricense debe hacer sus primeras
armas en las escuelas rurales como una medida de formación integral, la cual nos
permita ser mejores formadores de jóvenes deseosos de ser tomados en cuenta en su
propia educación.
El y la docente que haya realizado sus primeras armas en zona rural, estará
capacitado y capacitada para desempeñarse en cualquier campo educativo, ya que
asumimos roles no solo de educadores sino también de directores, somos líderes
comunales, psicólogos, consejeros matrimoniales, doctores y otros tipos de trabajo que
nos exija nuestro diario quehacer en este tipo de comunidades.
Es por esto además que creo que es en estas escuelas en donde deben estar
las personas con mayor preparación para enfrentar los retos a los que diariamente nos
enfrentamos. No dejemos que un título nos haga creer mejores que los demás y aspirar
solamente a puestos administrativos, los invito, al igual que este servidor, a enamorarse
de la labor del maestro y maestra rural y todas las vivencias que nos acompañan
diariamente.
Concluyo felicitando a las personas que se están preparando en esta ardua y a
veces incomprendida labor de ser educador y educadora. Sigan adelante con sus
aspiraciones y los invito a que dejemos huellas por donde pasemos.
María Norma López González
Nací en San José centro en el año 1934, en un hogar formado por mi abuelita y
mi abuelito, soy hija natural negada por el padre, mi mamá tenía que trabajar, viví
rodeada de diez tíos y mis abuelos me criaron como hija.
Mi infancia la viví en Heredia centro, a cien metros de la famosa cantina de
“Mulo”, estudié en la escuela Rafael Moya, era la escuela de mujeres, con buenas
maestras, en primero y segundo doña Ester Brenes y de tercero a sexto la niña
Esperanza Solís. Lo que aprendí en la escuela son los conocimientos que tengo
actualmente. Después estudié en el Liceo de Heredia, saqué el bachillerato, cuando yo
salí como maestra ya era Escuela Normal, para el año 1955.
Después crearon la Universidad Nacional, antes manejaba la Regional los
nombramientos al mandó de don Rafael Arguedas, a quien le solicite plaza en tres
lugares San José de la Montaña, Mercedes y Barrial.
En 1956 me nombraron en la escuela Arturo Morales durante nueve años, el
director era Danilo Fonseca, habían maestras “viejas” Clara y Cecilia Cascante, la niña
Kela Cambronero, la de música Flory Villalobos, la de Vida en Familia Marielos Segura
y comenzamos Allan A., Marielos Bolaños, Marta Corrales con varios directores.
En 1964 empecé a gestionar la apertura de la escuela en San Miguel, logramos
hacer un censo y abrirla. La condición era que hubiera dos kilómetros de distancia de
la escuela de San José de la Montaña y de la de Paso Llano, y después lograr el
terreno, que lo donó Chepito Cordero y con ayuda del pueblo y con dos obreros que
envió el Departamento de Construcciones del Ministerio se construyó la escuela, los
obreros necesitaban quedarse en el pueblo, entonces se quedaron en mi casa. Ahí me
nombraron directora, trabajé veintiún años consecutivos e ininterrumpidos. Empecé
trabajando sola, a los dos meses nombraron otro docente. Siempre me encantaron las
matemáticas y hasta hoy todavía doy clases de kinder y primero.
Mi esposo era lechero, pasaba a dejar la leche a la escuela y le caí mal, pero se
casó conmigo.
Inicialmente yo quería ser azafata pero la situación económica no lo permitió, fui
a la Universidad a estudiar matemáticas pero me dio varicela y no volví, después fui al
Centro Cultural y no pude, porque mi esposo era muy dominante y no volví. A pesar de
que en la Escuela Normal había muy buenos profesores en Pedagogía, lo que le
enseñaban a uno era muy diferente a lo que se vive en la escuela.
Aquí en San Miguel los personajes importantes eran Don Votto Stenford quien
introdujo el ciprés en Costa Rica, Rubén Hernández, Otoniel Sanchéz, Miguel Angel
Vargas, Carlos Vargas, Don Chepito quien donó el terreno para la escuela, ellos fueron
bastiones de este pueblo.
La relación entre la escuela y la comunidad era muy poca, había muy poco
apoyo porque creían que todo era obligación del maestro, trabajar en el mismo pueblo
es lo peor, todos los ojos del pueblo estaban sobre mí, la maestra; en la enseñanza,
los turnos, lunadas, rifas, bingos, entre otras actividades.
Los problemas que había eran la pobreza, problemas económicos, de salud: se
morían los niños de sarampión y parásitos.
Además de la poca cooperación por parte de los padres de familia, pues en
algunos casos pasaban los seis años y no se les veía, hasta el día del recibimiento del
diploma.
Recuerdos
En San José de la Montaña tuve un grupo inolvidable y excelente de primer
grado, estaban Adrián Ruíz, Virginia Hernández, Héctor, fue un primero requete bueno,
muchos de mis alumnos llegaron a ser profesionales.
Los niños en el recreo se perdían, iban a la plaza y los más terribles no
aparecían se iban para la poza Víquez, como a 700 metros de la escuela, una vez se
fueron y a los días llega el Sacristán, se habían pasado por el cielorraso y se tomaron
el vino.
Algunos estudiantes como Virginia Hernández y Rafael Espinoza, me dieron una
charla en un curso, una siente satisfacción de que logren desenvolverse, también
recuerdo que tuve un director que llegaba ver el grupo y revisar el diario.
Recuerdo a Don Aquiles el dueño de la “asadora” el nos daba los pasajes por
mes 40 colones, que ahora no son nada.
El maestro rural debe ser paciente, tolerante, realzar los valores, apreciar el
cariño que le proporcionan los niños, antes los niños llegaban como una bolita de barro
que uno tenía que amoldar, el esfuerzo era de una, la maestra, los padres no sabían
leer ni escribir.
El país depende del educador, la escuela es el primer templo y lo que uno logra
dentro de las aulas es realmente significativo; algunos estudiantes hasta la llegan a ver
a una como una madre, recuerdo a Eliécer Sánchez que siempre me ha dicho mamá,
en el bus o donde va caminando, donde sea. Lo importantes es lograr respeto y no
miedo.
Reflexión
La educación está por los suelos, debe ser modificada desde arriba, lo que falla
es el sistema, nombramientos, desfachateces, tiene que haber mano dura.
La educación rural es muy difícil porque los niños no tienen apoyo del hogar, la
infraestructura, y la poca relación del hogar con la escuela. Los niños son espejos de lo
que viven en el hogar.
Nidia Rivera
Nací en la ciudad de San Carlos, Alajuela un 23 de Setiembre de 1958. Soy la
menor de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres. Mis padres son obreros, mi
padre un afilador de aserraderos y mi madre una costurera, se vinieron de ese lugar en
el año 60, luego de una estadía de cinco años, entre los que nací. De ahí es poco lo que
recuerdo, si sé que éramos muy pobres, en nuestra partida de ese lugar, nos colocaron
a todos en un camión, con las pocas cosas y solo recuerdo venir viendo el cielo, muy
estrellado y luego un sueño…y nos trasladamos a La Florida de Siquirres, un lugar muy
exótico en medio trópico húmedo, en donde estoy segura surgió mi amor por la
naturaleza. Este lugar era una hacienda, un pueblo y mi padre era el afilador de la
Hacienda la Florida.
El trópico húmedo
El sol empezaba a adornar con sus rayos, el gran cañón que recorría el
Reventazón. El río tronaba, rugía, era fuerte y caudaloso, su color ámbar adornaba los
islotes de bambú. El río bajaba fúrico de la cordillera hasta el valle y en su trayecto recogía
robles, saínos y casitas sin pintar. Todo rodaba y chocaba contra las piedras, parecía una
competencia por el primer lugar, hasta llegar al Codo del Diablo, lugar de descanso de esa
gran turbulencia. Aunque su nombre no revela descanso ni sosiego, en verdad su nombre
le hace honor a un paraje azaroso y temerario, a quien solo el gigante de metal, el tren, lo
solía acompañar. Tuvo otros acompañantes este Codo del Diablo que hicieron torturas
vergonzosas durante la Guerra Civil del 48.
El río transitaba a través de montañas con llanto, ¿Qué pena guardarían?. Cuando
llovía recio, parecía que la montaña se iba a derrumbar, la tierra retumbaba pero luego… el
ruido del tren alegraba ese paraje estoico y sombrío y cruzaba fiero, caluroso y festivo,
haciéndose por momentos dueño de esos destinos.
En la época lluviosa que era casi constante, se apostaban nubes negras sobre el
cañón montañoso, eran amenazantes y se desplomaban como un árbol viejo, vencido por
el tiempo. Los días con sol y despejados eran pocos y poco se veían las estrellas, parecía
que la humedad las castigaba y les impedía alumbrar el juego de los niños por las noches.
Los árboles con barbas de viejo albergaban alguna osa perezosa con su cría, su
bondad nos invitaba a acercarnos y lo hacíamos con inusual cuidado para no alterar su
mundo, la observábamos, en sus maromas, por largas horas con un placer inmenso.
También había hojas anchas… muy anchas para recoger tanta lluvia que caía, algunas
plantas se retorcían alrededor de los árboles y no se sabía si los amaban o los torturaban,
los dos buscaban la luz en una lucha constante y diáfana.
El arroyo que formaba el río era un descanso con aguas cristalinas… como un cielo
de verano. Habían estructuras geológicas diversas, piedrecitas multicolores que se
confundían con pececillos, ranitas o lagartijas y piedras enormes que de seguro habían
rodado de la cima de la gran montaña o quizás la bravura de la tierra las desenterró. En el
arroyo se podía jugar, tal parecía que el río abrió sus brazos para formar una ensenada,
para el juego de cualquier domingo de Semana Santa o de algún otro día festivo. Se
encontraban aquí profundidades diversas y era fácil flotar hacia el fondo para ver
camaroncitos anidando y cangrejos amenazando.
Cuando venía la copiosa lluvia que luego podía ser torrencial, este pueblo del cañón
parecía triste y creía que el señor de la montaña se enojaba y enviaba rayos y truenos,
para recordar su poderío. Pasaban muchos días y la lluvia seguía ahí, persistente, a veces
tenue, fuerte o como un temporal…la montaña seguía llorando, a veces pasaba mi mano
sobre el musgo de la montaña, talvez pensando en consolarla un poco. El agua recia se
llevaba todo… cosechas de esperanzas y sueños plantados, y los campesinos sembraban
de nuevo.
Aún están ahí el Río Reventazón y la copiosa lluvia también, el pueblo ya no
está…desapareció en un mes de marzo de 1965, se lo llevó la lluvia, a nosotros no nos
llevó, porque mi padre, el afilador del Aserradero La Florida, nos alejó de esa tierra brusca
y peligrosa, pero llena de aventuras para un niño. Partimos para siempre, atrás quedó el
cañón, el río y la copiosa lluvia del trópico húmedo…y la montaña siguió llorando y aún no
sé porqué… tal vez por las torturas. Yo sí comprendí el motivo de mi llanto cuando partí de
ese paraíso.
Mis estudios
De ese trópico húmedo mi padre nos trasladó a un barrio pobre de San José:
Sagrada Familia, ahí cursé la primaria en la Escuela Carolina Dent y mi secundaria en el
Liceo Ricardo Fernández Guardia.
Uno de los personajes que más recuerdo de ese barrio, era doña Luz la del bajo,
jugábamos mucho con sus hijos y por las tardes nos daba café con pan en medio de su
pobreza y luego le ayudábamos a separar una mezcla de granos: arroz con frijoles, yo me
preguntaba porqué hacía eso, al tiempo comprendí que esa es la mezcla de pobreza más
grande que viví y me seguía preguntando de donde podía sacar amor y paciencia para
atendernos.
Haber vivido en un barrio urbano marginal me hizo crear conciencia y desear que
esas personas buenas que conocí, pudieran salir de la pobreza. Aunque yo no era tan
pobre, ahí vi tantos, que lo sentí mucho en mi corazón. Tal vez éramos pobres pero tuve
una madre que nunca nos lo mostró así y eso nos hizo mucho bien. Mi madre no estuvo en
la secundaria, pero sentía que mi hogar era diferente, había libros, todos estudiábamos y
mi madre era una excelente lectora. Aquí logré interpretar que la educación podía destruir
la pobreza. Me fui de ese barrio cuando mis padres hicieron una casa muy bonita en San
Sebastián.
Llegó mi ingreso a la enseñanza universitaria, gané el ingreso a la Universidad de
Costa Rica y estudié Agronomía, luego de obtener algunos trabajos en investigación, me
fui a trabajar a un colegio agropecuario, yo creo que hacía mucho había descubierto que
me gustaba enseñar, transmitir el conocimiento y esto se reafirmó más con el nacimiento
de mis hijos, siempre me gustaba explicarles los fenómenos naturales. Dando clases en el
colegio agropecuario pensé en estudiar ciencias naturales y lo hice.
A Paquera
Obtuve la posibilidad de una plaza en propiedad, en Enseñanza de las Ciencias, fui
nombrada en el Colegio Técnico de Paquera, me trasladé a vivir a Paquera con mis hijos.
Era la primera vez que realizaba la travesía por el Golfo de Nicoya y aquí me conducía
este nombramiento en propiedad. Para el viaje utilice el único medio público que había
desde Puntarenas: “La Paquereña”, era una lanchita de madera que hacía el trayecto unas
tres veces al día, cruzando el Golfo.
El día de la partida para conocer el lugar, inició el viaje en la terminal de
Puntarenas, mi padre me acompañó, como buen padre que es y que ha sido, él deseaba
conocer el lugar donde me enviaban y como me establecería. Pasamos la noche en el
Puerto, para tomar La Paquereña muy temprano, mi padre, hombre precavido ya había
averiguado el horario de la lanchita.
Llegamos al pueblo de Paquera que me pareció bonito desde el principio y sentí
que iban a suceder solo cosas buenas. Este Pueblo en ese momento, eran dos calles: una
hacia el norte y otra hacia el este, estaba el Banco de Costa Rica, la escuela, el colegio, la
plaza y la iglesia, como en todo pueblo.
Al llegar preguntamos en las inmediaciones del colegio por una casa de alquiler y
pronto encontramos al dueño de varias casitas y cerramos el trato: con depósito y mes
cancelado. Era una casita de madera muy sencilla y un patio enorme, nunca he vivido en
una casa con un patio de esas dimensiones, con muchos árboles de mango y de marañón,
alrededor todo eran repastos, había mucho ganado.
Cuando volví al pueblo, un sábado de febrero con el pequeño menaje, junto a mi
padre lo descargamos y al día siguiente llegó mi madre con mis tres hijos. Mis padres nos
acompañaron una semana, hasta celebrar el cumpleaños de mi hija Sofía, que cumplía tres
años, llegó el domingo en el que mis padres partieron y nos quedamos solos mis hijos y yo.
Ellos, mis padres, se fueron con el corazón partido y así quedamos nosotros cuatro... Se
iban mis padres, los abuelitos y los cuatro nos quedábamos en un pueblo que no
conocíamos, pero que ahora puedo decir que nos trató con inmenso cariño y ahí se inició
una de las experiencias de educadora más bellas que he tenido.
Inició el curso lectivo, observé estudiantes humildes, curiosos y educados, tenía
todos los niveles a cargo, ya que en estos colegios de zonas rurales, generalmente hay un
solo profesor de cada materia. Debía impartir Ciencias Naturales y Biología. Me ayudaba
estudiando con mi biblioteca y de suerte el colegio tenía una buena bibliografía en
Ciencias. En estos lugares lo que sobra es el tiempo, así que podía dedicar muchas horas
al estudio.
El curso había iniciado recientemente, pero yo tenía una gran preocupación, los
ahorros se agotaban y sucedía lo común, un atraso en el pago. Pronto resolví, un
compañero me ofreció crédito en un bazar, para los “útiles” escolares y yo tomé ánimo para
pedir una cuenta a plazo en la única pulpería del pueblo, donde obtuve un sÍ de respuesta,
con el apoyo de compañeros y de la gente del pueblo todo se iba solucionando.
Ahí uno es definitivamente un profesor de pizarra y clase magistral, ya que no había
siquiera donde sacar una fotocopia, ni ningún medio audiovisual, cuando el calor era
insoportable sacábamos los pupitres al patio a la sombra de los mangos y los estudiantes y
nosotros disfrutábamos mucho y la clase se hacía amena en medio de ese bosque de
montano bajo.
Los días de efemérides se trataban de celebrar con mucho colorido, ya que en
estos lugares esas fechas son muy apoyadas por el pueblo, es a la vez una forma de
celebrar con la familia cualquier actividad cultural. La gente sencilla llegaba con sus ropitas
bien prendiditas a disfrutar del turno, el bingo o de las fechas patrias y así la comunidad y
la institución se confundían para buscar mejoras, me convencí que este es un pueblo activo
y luchador, con una organización comunal muy fuerte.
Entre mis compromisos mas importantes estaban la preparación de los dieciocho
estudiantes que presentarían Biología, asistíamos a repasos los días sábados, todos con
un compromiso muy formal y con entusiasmo. Cada día que pasaba estaba más cerca la
presentación de bachillerato, una semana antes de las pruebas les sugerí a mis
estudiantes que se hicieran unos mensajitos y los fijaran en la pared del aula que sería la
sede de las pruebas nacionales, los requisitos eran solo dos: todos se harían mensajes
entre sí y todas las palabras serían positivas. Iniciaron las pruebas y esa pared cada día se
inundaba mas de mensajes hechos por ellos mismos, ahí no hay un”mall” ni “hallmark”,
donde adquirir algo superficial, pero lo cierto es que una vez más me convencí del poder de
la palabra. Al terminar las pruebas cada uno recogió sus mensajes con mucho cariño.
Llegó el momento de recibir los resultados de bachillerato, la directora nos reunió en
una aula a estudiantes y profesores, dio unas palabras y procedió a entregar los sobres,
uno de los estudiantes, Aarón me pidió que abriera su sobre, tenía mucho miedo, cerró
sus ojos y le dije: ganó todas…pueden imaginarse, ahí todos nos abrazábamos y
llorábamos, solo perdieron dos estudiantes, y también lloramos por ellos. Esa promoción ha
sido una de las mejores, además el trabajo cuando hay tanta limitación y esfuerzo es más
perdurable y sentido.
La graduación llegó y las lagrimas también, el salón de actos fue un aula del
colegio, a la que se le corrió una pared móvil, para alcanzar así el aula siguiente y ahí
alumnos, padres y profesores lloramos de alegría. La mayoría gente humilde, en apariencia
y en verdad campesinos, obreros, amas de casa todos se sentían muy orgullosos de sus
hijos y nosotros también. El salón fue adornado por los compañeros del Departamento
Agropecuario del Colegio, lo adornaron de una forma muy exótica: partían tallos de matas
de plátanos y en esos segmentos colocaban flores, ramas, helechos y más, todo lo que su
corazón les decía, son los arreglos florales más amorosos que he visto, abundaban en
todas las esquinas y rincones del salón.
Durante todo el acto hubo un orden perfecto y así fue el acto de graduación más
sencillo y emotivo de todos a los que he asistido. Ahí no hay paseos a hoteles cinco
estrellas ni paquetes de graduación que se salen del presupuesto de los padres, pero ahí
se siente el triunfo más que en otras partes quizás porque hay que reunirlo con más fuerza.
Mis hijos recuerdan la estadía con mucho cariño, entre las actividades cotidianas
había sesiones de ordeño en el colegio, actividad que los atrapaba, ya que podían tocar las
vacas, los terneros, y pronto fueron parte de la sesión. Se volvieron los visitantes asiduos y
permanentes, casi se convirtieron en asistentes formales de dicho trabajo. Por las tardes
nos íbamos al arroyo a refrescarnos y esperar que llegara una espátula rosada que creo
que se hizo nuestra amiga, también veíamos el ganado pastando y los monos saltando.
Algunas veces subíamos a realizar la tertulia nocturna donde Yami, ahí llegaba León, Julio
el profesor de mate y su esposa y nos daba la noche para luego regresar a la casa y
dormir. Cuando regresamos a la casa de la tertulia, mirábamos el firmamento, es el lugar
donde he visto más estrellas fugaces y el “camino” de la Vía Láctea, es algo majestuoso y
precioso que solo puede apreciarse en un cielo muy despejado y limpio de contaminación,
puedo decir que en Paquera observé cosas simples y preciosas que quizás ya nunca veré,
pero las guardo para siempre en mi corazón.
El trayecto por el Golfo me dio ilusiones, aventuras y más, algunas veces iba a
Puntarenas en compañía de mis hijos otras lo hacía sola. En uno de esos viajes, un día
sábado fui a Puntarenas a retirar dinero; en Paquera no había banco, ni cajero, el lugar
más cercano para hacer retiros de dinero era Puntarenas y ni pensar en pagar con tarjeta.
Llegué al puerto realicé mis trámites y me disponía a regresar, como no era un bus el que
debía tomar, ni se trataba de un corto trayecto, las diligencias se realizaban rápidamente,
podía ocurrir cualquier cosa, menos perder la Paquereña. De pronto me encontré a mi
compañero de trabajo, Etnio, con una apariencias muy desolada, el cajero se dejó su
tarjeta, y adivinen, solo traía el dinero para llegar…iba ser difícil nadar el Golfo. Me explicó,
nos reímos mucho y terminamos en el mercado de Puntarenas, Yo lo invité a un “casado”,
le pagué los pasajes y le presté algo de dinero y nos regresamos juntos en el segundo
viaje de la Paquereña, nunca lo olvidamos.
El salto mortal tuve que darlo en una oportunidad cuando ya estaba dando servicio
El Ferry, llegué al muelle de salida a una hora muy ajustada, justo cuando este partía. El
operario del ferry me animó a saltar y les cuento que es de verdad el salto más peligroso
que he dado, pero eso representaba llegar a ver a mis hijos. A veces los educadores en
lugares inhóspitos debemos dar más de un salto mortal.
La travesía por el Golfo, en la Paquereña, era tranquilo y agradable, pero fue difícil
acostumbrarse a un solo medio de transporte por agua y en caso de retraso podía
representar tener que quedarse en un hotel y pensar que no podía ir a ver a mis hijos. Solo
me sucedió una vez que me dejará el ferry, por suerte mi padre estaba con mis hijos y una
maestra amiga me ofreció posada, fue demasiado especial su atención, me ofreció una
cama muy limpia, su vivienda muy humilde y puso su reloj despertador para no perder el
ferry nuevamente, es uno de esos muchos ángeles que se encuentra uno en estas
travesías.
El curso lectivo finalizó, llegó el momento de partir hacia San José. Había
observado y conocí durante el año a Aarón, el alumno que me pidió que abriera su sobre
de exámenes, decidí apoyarlo, ofreciéndole mi casa en San José para que se hospedara y
que considerara la posibilidad de seguir los estudios universitarios y se decidió y vino a San
José, le ayudamos a obtener un trabajo y estuvo viviendo con nosotros, puedo asegurar
que valoró nuestro apoyo y confianza.
Cuando me despedí de Yami, la amiga de tertulias fue algo demasiado triste, Ella
salió a recibirnos, tenía lágrimas, volvió a entrar y me dio una cuchara fina de metal, que
aún conservo…lloramos mucho. Ella es otro de esos ángeles, esos personajes anónimos,
que uno se encuentra cuando es un maestro rural.
Esa, mi primera plaza en propiedad, me dio grandes satisfacciones, mis hijos
recuerdan esa estadía con mucho cariño. Aarón, luego partió de mi casa, ingresó a la
Universidad de Costa Rica, en Occidente, estudio Enseñanza de los Estudios Sociales. Lo
dejé de ver algún tiempo, pero hace poco lo encontramos de nuevo y está terminando una
Maestría en Medio Ambiente, me contó que quiso estudiar Ciencias pero no pudo, quizás
hubo alguna influencia de algún profesor de Ciencias… recordé cuando me pidió que
abriera el sobre, creo que ese día me depositó su confianza y yo la acepté, y si pude hacer
algo por él, estoy orgullosa porque hoy es un adulto responsable con familia y un hijo.
Todo fue bueno en ese pueblo, si me preguntan porqué no me quedé, es lo único
triste: mi madre me lo pidió, tome su consejo, pensando que hacía bien, partí de ahí un
diciembre de 1997 y mi madre murió el mes siguiente.
Solo puedo terminar agradeciendo a todas esas personas anónimas que aún
apoyan la labor del educador y que son capaces de darnos su amor, amistad y de
desprenderse de un objeto querido para que los recordemos…Yo los recordaré siempre.
Sobre la educación secundaria creo que tiene una crisis de valores, curriculum y
reglamentos. Entre las cosas graves creo que al educador se le ha despojado de
autoridad, los estudiantes están muy solos de padres y trabajamos con leyes de los años
setenta.
Creo que en la educación rural hace falta más esfuerzo por valorar lo que tiene y
mejorarlo, con el gran apoyo de la comunidad, ya que esta se integra más a las actividades
y los estudiantes están más al amparo de padres, abuelos u otros personajes que les
brindan compañía y cariño. La vida es más sencilla y más sana
La frase de nuestra Constitución de una educación gratuita, obligatoria y costeada
por el Estado cada vez es mas tenue, falta invertir en educación y en las zonas rurales falta
apoyo, para que se integren a estudiar la totalidad de los jóvenes, a muchos de ellos los
obliga la pobreza a trabajar.
Aún soy educadora, estoy orgullosa de mi profesión, me gustan las experiencias
que he tenido y la formación que brinda toda esta experiencia que es tan importante.
Entre mis actividades cada vez más sentida, está la poesía y este es un poema que
ha salido del alma, de mi estadía en ese trópico.
EL TREN
Te escuché pasar día a día
con un pito sonoro
y así distraías mi sueño
y mis juegos
con un placer infinito.
Siempre existía tiempo para verte pasar,
toneladas de metal inanimadas
que hicieron tan feliz
mi infancia.
Tren de la mañana
que repartías anhelos y esperanzas.
Su ruido invadía hasta mi pequeño corazón
y por las noches acompañabas mis
temores de niño.
Tren de la tarde
que regresabas
a mis seres amados, después
de un largo viaje.
Bocanadas de humo negro
que expresaban su fuerza
y amor a lo vivo y a lo no vivo.
Fiero, atravesabas cordilleras y túneles
ríos y puentes para llegar a tu destino…
Eras el visitante perfecto:
caluroso y permanente
y todos los pueblos de este
tramo de la cordillera
éramos tus anfitriones
idólatras.
Todas las emociones
confluían cuando estabas presente
y luego partías, alejándote
de nuestro embeleso…
La espera era larga para volverte
a ver...
Te tengo en el ayer,
como una imagen perfecta
que a veces alivia
mi presente.
Tren del Atlántico
que ibas y volvías
trayendo y dejándolo todo
…siempre eras nuestro tren.
Esperanza Vargas Arias
Nací en Alajuela el 25 de Diciembre de 1927.
Me inicié como educadora en 1949 y me pensioné en 1979. Viví mi infancia y
parte de mi juventud con mi abuela materna y mis tíos, en una finca de la que guardo
gratos recuerdos: los juegos, la abundancia de frutas, las comidas sencillas pero sanas;
a falta de electricidad las carnes se conservaban al calor de la cocina de leña, los
cultivos se almacenaban en una “hoja”, las diversiones o pasatiempos eran: remendar
medias, escoger frijoles, hacer sopita para las muñecas, colaborar con los oficios
domésticos. Por las tardes hacer oración, escuchar historias y a orinar y acostarse.
Cuando terminé la enseñanza primaria, una maestra reconoció que tenía capacidad
para seguir estudiando, como en esa época era muy difícil viajar al colegio, ella me
ofreció hospedarme en su casa. Siempre guardo especial cariño por ella y su familia.
Los fines de semana que iba a mi casa, la mayoría de las veces lo hice a pie por dos
razones: económicas y deficiente servicio de transporte.
Obtuve el Bachillerato en el Instituto de Alajuela, ingresé luego a la Escuela de
Pedagogía que tenía por Decana a la Sra. Emma Gamboa. Desde pequeña definí mi
profesión, me gustaba dirigir y tomar decisiones.
Trabajé treinta anos en la misma escuela rural pequeña, formada por dos
docentes, primero con dos grados y la dirección, al crecer el plantel y el personal mi
cargo fue de Directora, primero con grado y luego como directora técnica. El trabajar
treinta años en esa escuela rural, hizo que se creara con la comunidad muy buenas
relaciones con padres hijos y nietos, todavía me invitan a bodas cumpleaños y
funerales.
Como docente tuve grandes experiencias, narro una de ellas: al integrar la Junta
de Educación pude valorar a personas muy dispuestas a colaborar, con mucha iniciativa
pero con escolaridad incompleta, los invité a la escuela, les ofrecí prepararlos para
obtener el certificado de Conclusión de Estudios Primarios. Fue un éxito, lo tomaron con
mucha seriedad e ilusión. Al finalizar el curso recibieron el título, algunos de ellos en
compañía de sus hijos.
Siempre recuerdo un alumno que se distinguía en el grupo pero era muy
inquieto, resolvía con gran rapidez sus trabajos, por lo que tenía que llevarle trabajos
extra, para ello utilicé muchas veces rompecabezas geográficos, que aparecían en una
revista, esto a la vez que lo enriquecía en conocimientos, evitaba que distrajera al
grupo.
Un día por semana se preparaba sopa ¡y qué sopa! con verduras frescas,
cocinada con leña y buena carne, lo difícil era a la hora de servirla, algunos niños
reclamaban la verdura que traían, no me dieron el elote, no me dieron el ayotito, etc.
Hubo necesidad de enseñarles a compartir y a algunos docentes también.
El Ministerio de Salud realizaba desparasitación en las escuelas, allí mismo se
realizaban los exámenes de heces, siempre recuerdo que el microbiólogo le decía al
asistente: los tres panchos y él repetía, un día pregunté por esa clave y la respuesta
fue: en todos los exámenes aparecen lombrices, tricocéfalos y anquilostomas.
Tenía necesidad de motivar mucho a los padres de familia para que enviaran a
sus hijos a la escuela, porque consideraban que si sabían leer y escribir ya era
suficiente y que debían ayudar a los trabajos de sus padres. En algunas ocasiones hubo
necesidad de pedir colaboración al policía y crearse algunos problemitas, pero luego
reconocían y agradecían.
Al trabajar en un ambiente rural, en la época en que me inicié, el maestro era
persona respetada a la que se le pedía consejo en problemas de diferente índole, se
gratificaba obsequiándole ayotes, gallinas frutas y en ocasiones con la famosa
“Nigüenta”.
Realizábamos un turno anual cuyo beneficio económico en un inicio fue de
aproximadamente ¢300. Cuando traté de fiscalizar la cocina me encontré que toda la
familia de la jefa de cocina comía gratis en el turno, y no eran poquitos, me dio tal coraje
que abandoné la actividad y me fui llorando.
Como ya lo expresé era muy difícil el traslado al centro educativo, no había
servicio de bus que nos favoreciera con el horario, por lo que teníamos que caminar o
pedir a carros que pasaban que nos llevaran y muchas veces viajamos en las
vagonetas que transportaban material para la carretera, como debíamos hacerlo en el
cajón recuerdo que una compañera decía: montémonos es mejor despeinada en
Alajuela que peinada aquí.
Como educadora rural mi reflexión es la siguiente: se trabaja con recursos muy
limitados, tanto en planta física como materiales, en algunas ocasiones los alumnos
llegan sin lo más elemental, cuaderno y lápiz. En muchos casos la relación maestrohogar no es regular.
Al no contar con maestros especiales salvo en algunas excepciones, los niños
no desarrollan sus habilidades ampliamente, la enseñaza preescolar no está
establecida en todas las escuelas rurales.
Yo pienso que las autoridades educativas tienen que devolver a los pobres la
confianza en las escuelas públicas, estudiar cuáles son las razones que han creado esa
brecha y buscar las soluciones.
Gilbert Alvarado Herrera
Se me ha invitado a confeccionar una narración en la que exponga las
experiencias más significativas que señalaron mi participación como maestro rural.
Me siento muy halagado por esta invitación que se me giró para que participe en
el programa: Biografías de educadores y educadoras en Costa Rica. Sobre todo porque
esta llega cuando me encuentro en el ocaso de mi vida; lo cual la hace aún más valiosa
y significativa para mí.
Considerando que el término “Biografía”, significa “La exposición de la historia de
la vida de una persona”, me apresto ahora a redactarla.
Deseo indicar que para limitarme en la extensión de este documento, me
acogeré a la “Ley Lingüística de la Economía Expresiva “; la cual permite incluir a las
mujeres dentro del género gramatical masculino.
Mi número de cédula es el 5-094-954. Nací en Tilarán, el 28 de abril de 1941.
Hijo de los educadores, Maurilio Alvarado Vargas y Elsa Herrera Argüello. Hermano de
cinco educadores ya jubilados. Me casé con Flor María Rodríguez Suárez. Mis hijos:
Gustavo A., Ileana, Gílbert E. y Marianela Alvarado Rodríguez.
Profesor de Enseñanza Primaria, Profesor de Artes Industriales en Tercer Ciclo,
Profesor de Español en Cuarto Ciclo, Profesor de Música en la Universidad Florencio del
Castillo, con sede en Katira, Director de Enseñanza Primaria, Director de Colegio
Académico, Director de Colegio Técnico Profesional, Asesor Supervisor de Educación,
Ad-honoren durante cuatro meses.
De los cargos mencionados, solo las materias señaladas como impartidas en
tercero y cuarto ciclo, corresponden a la zona urbana. En el año 2002, encabecé la terna
de la Dirección Regional de Educación de Cañas, para la elección del colegiado
distinguido. También soy autor de un compendio sin fines de lucro titulado:
“Observaciones Gramaticales”, en el que se expone y desarrolla cada uno de los temas
gramaticales que se estudian en esa área, para la prueba de bachillerato.
He recibido reconocimientos de las siguientes entidades: Profesores a su cargo,
Asociaciones de Padres de Familia, Juntas Administrativas, Asesores Supervisores,
Direcciones Regionales, otras escuelas y colegios, Asociaciones a nivel Nacional como:
Ande. APSE, APAI, COLYPRO, CINDE, de las Municipalidades de Tilarán, Guatuso y
Upala, del Ministro de Educación, del Presidente de la República
Fui seleccionado cuatro veces por diversas Direcciones Regionales; como
pre-candidato al Premio Nacional Mauro Fernández y en dos de ellas, como candidato
nacional, quedé entre los veinte mejores educadores del país.
He participado en veinte concursos para la confección de himnos de escuelas,
colegios y cantones. Diez para seleccionar la letra y diez para elegir la música de la letra
ganadora. Las veinte veces él he resultado ganador. Ocho de estos himnos debieran
estar debidamente inscritos en el libro que para ese fin existe en el Departamento de
Educación Musical del Ministerio de Educación Pública, porque los dos últimos fueron
presentados desde hace más de siete meses y todavía no ha llegado la nota de
inscripción. En la Asociación Costarricenses de Autores Musicales, del cual soy
miembro, se encuentran inscritos los diez himnos señalados; cuatro de estos himnos
corresponden a colegios, cuatro a escuelas, y dos a cantones.
En el 2006, obtuve el segundo lugar compartido en el concurso a nivel
nacional por la letra del himno de la Caja de Ande.
¿Por qué me hice maestro?
El hecho de ser hijo de un educador tan connotado, que fue alumno de Omar
Dengo y de una educadora tan querida y eficiente, que sobresalieron en todo momento
por sus valores y sus virtudes y haber tenido la oportunidad de observarlos: preparando
el material didáctico, aplicando con certeza la psicología del niño o del adolescente,
para ayudarles en el enriquecimiento de la enseñanza, preocupándose por los
problemas de los educandos y ante los cuales mostraban gran interés por ayudarlos.
El hecho de estar desde niño rodeado de conceptos pedagógicos y psicológicos, influyó
notoriamente en mi decisión de abrazar el apostolado de la enseñanza.
¿Cómo me formé para ser maestro?
Al obtener el título de Bachiller en Ciencias y Letras, en el Liceo de Tilarán, hoy
Liceo Maurilio Alvarado Vargas, en el año mil novecientos cincuenta y nueve, ya había
decidido ser educador.
Para lograr mi objetivo, tenía dos opciones
La primera era ingresar al Instituto de Formación Profesional del Magisterio
Nacional: Noble institución que cumplió una excelente labor en la formación de
educadores; y que tuvo la virtud de desaparecer una vez cumplida la misión de la
profesionalización del Magisterio Nacional. Los maestros, generalmente bachilleres,
trabajaban como educadores, a la vez que estudiaban por correspondencia para
obtener el título. Al finalizar el curso lectivo, se concentraban en San José donde
seguían estudiando con profesores de esa institución. Al cabo de varios veranos,
obtenían el título como educadores.
Los docentes, estudiáramos o no en ese centro de estudios, siempre lo
recordaremos con cariño y admiración.
La otra opción era ingresar en la Escuela Normal de Costa Rica, Omar Dengo.
Con la ayuda económica de dos hermanos ya educadores, de mis padres, de
unos familiares en Heredia y de una beca de setenta y cinco colones mensuales de la
Municipalidad de Tilarán, inicié mis estudios para obtener el título de Profesor de
Enseñanza Primaria en esa prestigiosa Institución. El resto de mis estudios los realicé
en la Universidad Nacional de Heredia.
¿Dónde y cuándo laboré como maestro rural?
Trabajé en educación rural durante veintitrés años.
1959:
1962:
1963:
1964:
Escuela El Dos de Abangares
Escuela Arenal de Tilarán
Escuela La Florida de Tilarán
Escuela Arenal de Tilarán
1965.
1966:
1967:
1968:
1969:
1970:
1971:
1972:
1973:
1984:
Escuela Arenal de Tilarán
Escuela Arenal de Tilarán
Escuela Arenal de Tilarán
Director 1 Escuela Arenal de Tilarán
Escuela Arenal de Tilarán
Escuela Arenal de Tilarán
Escuela Arenal de Tilarán
Escuela Arenal de Tilarán
Escuela Arenal de Tilarán
Escuela de Guatuso de Alajuela.
También trabajé en Educación Rural
1985:
1986:
1997:
1998:
1998:
1999:
2000:
2000:
Director del Colegio Técnico Profesional de Guatuso – Alajuela
Director del Colegio Técnico Profesional de Guatuso – Alajuela
Director del Colegio Académico Katira – Guatuso
Director del Colegio Académico Katira – Guatuso
Profesor de música Universidad Florencio del Castillo Sede en Katira
Profesor de música Universidad Florencio del Castillo Sede en Katira
Profesor de música Universidad Florencio del Castillo Sede en Katira
Director del Colegio Académico Katira – Guatuso
Laboré durante treinta y tres años. Los diez años faltantes los trabajo en zona urbana.
Personajes interesantes que conocí
En casi todas las comunidades rurales, existían en aquellos tiempos personajes
dignos de mencionar. En mi caso particular, hablaré de doña Josefina, don Lucas y don
Pablo.
A. Don Pablo era un experto sobador. Los domingos por las tardes o lunes por las
mañanas, este señor tenía mucho trabajo. Los jugadores de fútbol lo visitaban
para que les indicara si el golpe recibido mejoraría con una sobada o si debería
ir al médico porque se trataba de una fractura. Llegaban también los montadores
de toros y personas que habían sufrido algún accidente Era muy acertado; y si
se trataba de una fractura por nada del mundo él la trataba.
Si una vaca o un perro, sufrían algún accidente, llamaban a Pablo para que
la curara; pero si él decía que había que sacrificarlos, esta orden se cumplía
porque el animal no iba a mejorar.
B. Don Lucas era el dueño de la única pulpería que había en el pueblo. También
era el dueño de varias casas de alquiler, de los mejores cafetales, del beneficio
del café, de las bestias de alquiler, Presidente de la Junta de Educación y
Síndico de la Municipalidad del Cantón. Además, alquilaba dinero a un interés un
poco alto. De una u otra manera, él influía en el nombramiento de los
educadores de las escuelas cercanas. Cuando se acercaba el inicio de las
lecciones, su casa era visitada por las noches, por maestros y maestras que aún
no habían sido nombrados en ninguna escuela.
C. Doña Josefina era “partera”. Casi todos los chiquillos del pueblito, habían sido
traídos a este mundo con la ayuda de esta señora. Ella no cobraba. En algunos
casos le regalaban una gallina, un cerdito o ropa usada pero en buen estado,
así como otras cosas. Ella decía: Yo no cobro, pero cuando puedan, lleven una
limosna al cura para que él la utilice en alguna necesidad que tenga la Iglesia.
Algunas veces la llegaban a buscar de noche, bajo un fuerte aguacero, con un
caballo de más, para que a esa hora se transportara en él hasta una finca o a un
lugar lejano para que atendiera un parto.
Relaciones Escuela-Comunidad
Las relaciones entre la escuela y la comunidad, deben ser muy estrechas, sobre
todo en la escuela rural. El educador debe participar en casi todas las actividades que
programe la comunidad, que conlleven al progreso del pueblo: Acompañarlos en las
giras que realicen; ya sea a la Municipalidad o al comercio para solicitar ayuda para el
arreglo de los caminos, mejoras en puentes, cañerías, o a un centro de salud para
gestionar la visita periódica de un médico, un dentista, participar activamente en los
turnos que se programen. Convertirse en espectador o en forma activa en los famosos
partidos de fútbol que todavía hoy se programan en la zona rural.
Para poder involucrarse en las actividades que acostumbra programar la
comunidad, es conveniente que el maestro viva en el pueblo donde trabaja. Quizá
algunas noches necesitan de su presencia para resolver situaciones previstas o
imprevistas.
Cuando el educador participa así en la comunidad, puede estar seguro que
cuando convoque a una reunión, la mayor parte de los padres acudirán a la escuela. Si
decide hacer un turno para la escuela, todos colaborarán; porque la colaboración se
torna recíproca.
Son muy importantes las visitas a los hogares. Estas deben realizarse a todos
los hogares, no solo a la de los alumnos que presentan alguna dificultad en el
aprendizaje, un problema de ausentismo o de disciplina u otro similar. Las visitas
pueden hacerse también para felicitar a los padres por la buena marcha de sus hijos en
la escuela, para conocer el ambiente en que vive el niño, para conocer el resto de la
familia, para que el resto de la familia lo conozcan a él, para conocer y quizá ayudarles
a resolver algún problema que presente el hogar etc. Así será considerado un elemento
más de la comunidad.
En el campo las personas tienen la virtud de ser muy sinceros y agradecidos. Si
usted ayuda a la comunidad, la comunidad lo ayudará a usted como educador y como
persona. En estos lugares reina la colaboración y la sinceridad de la gente.
Problemas importantes y soluciones que encontré
Al notar la ausencia de dos días de varios niños a la escuela, decidí visitar sus
hogares para cerciorarme del motivo. Solo visité una casa, porque ahí conocí el
problema. Le indiqué al padre de familia, que invitara a los demás padres que vivían
por esa calle, para que se presentaran a la escuela el domingo a las 12 m.d. después
de la misa.
El motivo era el siguiente:
Los niños habían visto cerca de un puente, por el cual tenían que pasar camino
a la escuela, una enorme culebra. Según las características que señalaban, se trataba
de un terciopelo. Los padres, preocupados, habían iniciado las gestiones para trasladar
a sus hijos a otra escuela que distaba como tres kilómetros, pero por un camino más
seguro. Yo tenía conocimiento que un toro había aparecido muerto cerca del río y que
tres días después el dueño del animal lo había enterrado.
Cuando iba a visitar a los padres de los niños ausentes, observé algo, que
después de escuchar la narración, se tornó clave para mí. Entonces en la reunión del
domingo les dije: No cabe duda que este animal ha muerto víctima de una mordedura
de serpiente; porque ni los zopilotes se han atrevido a comérselo. Los vecinos,
conocedores de este detalle, asintieron con un movimiento de cabeza. Entonces les
dije: Creo saber dónde está. Les pedí que se organizaran para que unos trajeran
pisones, otros machetes y otros varillas flexibles. El día señalado llegaron nueve padres
de familia. Tres con machete, tres con pisones y tres con varillas. Los organicé en tres
grupos y les dije: Cuando el ganado baja a tomar agua, pasan cerca de ese paredón, en
el cual se observan varios huecos, ahí vive la culebra. La bulla que hace el ganado al
caminar, alerta a la culebra, esta saca la cabeza y muerde a un animal. Ustedes van a
empezar a caminar, golpeando el suelo con el pisón, simulando los pasos del ganado,
irán tres. Uno llevará el pisón, otro un machete y el otro una varilla. Llevaban más de la
mitad del trayecto recorrido cuando uno gritó: ¡Aquí está! La quebraron con las varillas
y la mataron con el machete.
Con la colaboración de los padres de familia, solucioné dos problemas
importantes: La eliminación del peligro para los niños y la comunidad y el posible cierre
definitivo de la escuela, porque en ese tiempo, había un mínimo en la matrícula escolar,
para que una escuela pudiera funcionar. Si una escuela se quedaba con menos de
veintiún alumnos se cerraba y el código se perdía porque era utilizado para abrir otra
escuela en otro lugar y costaba mucho abrirla nuevamente.
La matrícula de mi escuela era de veintitrés alumnos, si los padres trasladaban a
los cinco niños que vivían por la ruta donde estaba la culebra, me quedarían sólo diez y
ocho alumnos y la escuela se cerraba.
Alumnos inolvidables (Un chasco).
Recién graduado de la Escuela Normal de Costa Rica “Omar Dengo”, llegué a
una escuela rural, muy alejada, donde la matrícula comprendía únicamente alumnos de
primer ciclo. Entre ellos había uno, que contando con diez años, cursaba por cuarta vez
el primer grado. La edad cronológica de este niño no coincidía con su edad mental.
En la narración que a continuación expongo, utilizaré dos términos que están
aceptados por la Real Academia Española, aunque suenen un poco desaplacibles al
oído; pero que representan la base de mi narración. (Visibles en el diccionario Mi
Pequeño Larousse Ilustrado por Ramón García-Palayo y Gross; páginas 668 y 177
respectivamente. También visibles en el C.D. del diccionario de la Enciclopedia
Encarta).
El niño mencionado necesitaba ir con frecuencia al servicio. Cada vez que sentía
necesidad, me decía: Maestro, voy a ir a “mear”. Yo lo llamaba, hablaba con él, él
repetía la palabra “orinar” y me aseguraba que lo seguiría utilizando. Pero al día
siguiente volvía a utilizar el mismo término.
Un día tuvimos la visita del señor supervisor. Mientras él amarraba la bestia en
un árbol de naranjo, llamé al niño y le dije: Ese señor que está afuera, es amigo de los
niños y de los maestros. Él viene a conversar con ustedes y conmigo. Es muy bueno y
viene a ayudarnos. Usted y yo vamos a jugar de la siguiente manera: Para que el señor
no oiga la palabra que usted dice cuando tiene ganas de ir a orinar, cuando sienta
ganas de ir al servicio, me dice: Maestro, me levanta la mano y sale. Yo sé que usted va
a ir a orinar. Cada vez que usted haga eso, yo le regalo un cromo. Él se contentó mucho
con el juego y aceptó encantado.
Media hora después, cuando el supervisor, después de charlar con ellos, revisaba mis
documentos: diarios de clase, registros de actividades, unidades de trabajo, tarjetas de
vacunas, tarjetas acumulativas y otras, el niño dijo: Maestro... y levantó la mano. Yo
sentí gran alivio por haber salido todo bien; y le dije: Claro que sí, vaya. Empezaba
apenas a reponerme de la tensión, cuando desde la puerta me grita: Maestro, tal vez
“cago” también. El supervisor no quitó los ojos de mis documentos; pero pude observar
cómo su cuerpo se movía rápidamente producto de un ataque de risa silenciosa.
Cuando mis alumnos salieron a recreo, él se rió sonoramente; al extremo que las
lágrimas brotaban de sus ojos.
Al final del curso lectivo, en una reunión de circuito, ante ciento veinticinco
educadores, me pidió que tomara el micrófono, y le contara a los compañeros la
anécdota o chasco. Fue necesario dar una pausa de veinte minutos para que volviera la
calma.
Mis alumnos inolvidables
Corría el año mil novecientos cincuenta y cuatro y cursaba yo el primer año en el
Colegio de Tilarán. En esa oportunidad, aprovechando el verano de la época, llegó en
un carro de doble tracción, el señor Ministro de Educación don Uladislao Gámez, amigo
y compañeros de estudios de mi padre Maurilio Alvarado Vargas, quien en ese tiempo
fungía como Director del Colegio de Tilarán.
Al dirigirse a nosotros, el señor Ministro dijo algo que nos causó risa: Veo aquí
reunidos a futuros abogados, doctores, ingenieros, educadores y toda clase de
profesionales. Ante esas aseveraciones, nosotros sonreímos y pensamos: ¡Qué Ministro
más ocurrente! ¿Quién va a poder viajar hasta San José a estudiar?, si los padres no
cuentan con los recursos económicos para sufragar los gastos que ocasiona el estudio
fuera de su pueblo. Si algún día sacamos el bachillerato, muchos volverán a las fincas a
trabajar la tierra que es lo que saben hacer; y otros como en mi caso seguiremos en los
pequeños talleres que mi padre tenía en la casa para todos sus hijos: zapatería,
ebanistería, fotografía.
Pocos años después, admirábamos la visión de este gran educador y ministro.
Gran cantidad de egresados se trasladaron al Valle Central a ampliar el caudal de
conocimientos y empezaron a salir grandes profesionales en diferentes áreas que
destacaban en el desempeño de sus funciones; lo cual llenaba de orgullo a las familias
tilaranenses.
Siendo ya un educador, repetía a mis alumnos de educación primaria las
palabras del señor Ministro don Lalo Gámez, porque considero que representan un gran
estímulo para los educandos.
Mis alumnos inolvidables lo conforman aquellos que además de haber
sobresalido en los estudios primarios y secundarios, han alcanzado una profesión que
desempeñan con éxito tanto dentro como fuera del país; poniendo muy en alto a las
Universidades Nacionales y al país en general. Pero sobre todo, aquellos que a pesar
de sus estudios, en vez de olvidarlos han acrecentado y ponen de manifiesto en cada
uno de sus actos los valores morales, espirituales, sociales, religiosos, culturales, etc.
que adquirieron en la educación permanente, reforzaron y ampliaron en la educación
primaria y secundaria.
Un chasco:
En un escrito mío, es probable que no se encuentren faltas de ortografía; porque
cuando tengo una duda, acudo de inmediato al diccionario, o sustituyo esa palabra con
un sinónimo. Quizá en un dictado sí cometa alguna falta. Tengo también buena
caligrafía.
Tuve la visita de una señora, mayor de ochenta años, que deseaba escribirle a
su hijo que trabajaba en la zona bananera. Me pidió que escribiera lo que ella me iba a
dictar. Ella me dictaba, yo lo redactaba y luego se lo leía para su aprobación. Cuando
terminó, le dije: Señora, voy a leerle toda la carta, para que la escuche, y me indique si
debo agregarle algo. Una vez que la escuchó toda, me dijo: Creo que así está bien.
Sólo le falta que escriba al final, perdone la mala letra y las faltas de ortografía. Y yo
obediente, también le escribí eso.
Recuerdos perdurables de la escuela rural.
Soy jubilado por la ley N ° 2248; con base en el artículo N° 2 inciso “C “, la cual
permite al educador volver a trabajar una vez que se haya jubilado, previo
levantamiento de su pensión.
Después de laborar muchos años en comunidades rurales, volví a trabajar en
una comunidad urbana. Un rotundo cambio desfavorable experimentó mi mente. La
gran cantidad de actitudes buenas, antes observables en los alumnos, profesores y en
la comunidad en general, habían desaparecido casi por completo.
¡Cómo añoraba volver a la comunidad rural!. Al final, después de varios años lo pude
lograr; y sólo volví a trabajar en la ciudad, para jubilarme por tercera vez, trabajando en
Artes Industriales, asignatura en la que poseo buen grupo profesional y en la que
ganaba valor agregado; con lo cual, mi salario de pensionado mejoró.
Los buenos recuerdos de la escuela rural perduran en mi mente.
Sólo ahí puede uno encontrar un calor humano cargado de sinceridad y una humildad
muy grande en toda la población. Ahí perduran vivos y casi puros todos los tipos de
valores que se han desvanecido en las ciudades.
En el Colegio uno notaba, sin que nadie se lo dijera, si un alumno procedía de
una escuela rural o de una urbana, con sólo verlos, conversar, actuar en clase o en los
recreos. etc.
Lógicamente el educador era parte de la comunidad rural y tenía que adaptarse
a ese modelo de vida. Participar activamente en todas las actividades que ahí se
realizaban. El educador que se mostraba indiferente a la vida cotidiana de la comunidad
no duraba mucho en ese pueblo. Pronto se daba cuenta que lo que esa escuela
necesitaba era un maestro rural.
El Ministerio de Educación Pública desde hace varios años realiza una continua
campaña, con el afán de recuperar hasta donde sean posibles los valores que se han
esfumado.
Dios quiera que las comunidades rurales nunca pierdan esa noble manera de
actuar, de educar a sus hijos desde muy temprana edad, predicando con el ejemplo,
para que se conserven los valores y ojalá se fortalezcan por el bien de la comunidad y
por ende del pueblo de Costa Rica. Este es el mayor recuerdo agradable que llevo en
mi vida y que va a perdurar en mi mente y en mi corazón por el resto de mis días.
Algunos aprendizajes importantes obtenidos en el trabajo de maestro.
Cuando los padres de José llegaron a la escuela a matricularlo en primer grado,
me solicitaron que lo colocara junto a su primo. Así se hizo. José tenía un problema:
hablaba muy enredado, ceceaba mucho y algunas palabras no se le entendían. Como
el primo le entendía perfectamente, se colocaron en mesitas, una a la par de la otra.
Rápidamente los compañeros empezaron a llamar al primo, con cierto grado de
jovialidad, “El intérprete “; porque cuando José hablaba algo, en clases o en recreo, al
no entender lo que quería expresar, el primo lo explicaba con claridad.
Esta situación trajo a mi mente, algo que había aprendido como maestro y que
resultó ser una experiencia muy valiosa. Ese año llegué a trabajar a una escuela
unidocente. Un niño no lograba asimilar el procedimiento requerido para la realización
de una división por dos sílabas. A pesar de haber puesto en práctica algunas
recomendaciones pedagógicas para la enseñanza y comprensión de las operaciones
fundamentales, no lograba que el niño comprendiera. Los demás niños ya lo habían
asimilado, pero ese niño no. Había utilizado carteles diferentes, diversos ejemplos, la
utilización del ábaco, el niño aún no comprendía. Inclusive busqué en su tarjeta
acumulativa para averiguar se este alumno había sufrido alguna enfermedad que
estuviera influyendo negativamente en el aprendizaje. Como último recurso, llamé a seis
niños al frente y los ubiqué a un lado. Luego llamé a dos niños más y los coloqué uno a
cada lado de la pizarra. Empecé a repartir a los seis niños entre los otros dos de
manera que a cada uno de ellos le quedaran tres compañeros. Tampoco comprendió.
A las diez de la mañana, empezaron a llegar los alumnos de tercer grado que
entraban a clases a las diez y media. Entre ellos llegó un hermano del niño. Lo llamé y
le dije: Su hermanito no ha podido comprender la forma en que se realiza la división por
dos sílabas. Deseo que usted me ayude. Quiero que entre al aula y le explique la forma
en que se hace la división por dos sílabas, entró, corrió la mesa hacia una esquina del
aula, llevó al niño al mismo sitio, sacó de la bolsa del pantalón unas bolitas de vidrio y
de la otra bolsa unos “chumicos“, así le decían a una semilla negra, redonda, con cierto
lustre, que los niños utilizaban para el juego de las bolitas, por abundar en el campo,
con estos dos materiales el hermano empezó a explicarle, el niño, al observar el tipo de
material hasta que le brillaban los ojos. Al poco rato, el hermanito menor ya había
comprendido.
El niño de tercer grado me había dado una gran lección. Me refrescó la memoria;
porque también ese tipo de situaciones nos habían comentado en la escuela formadora
de maestros, cuando nos explicaron sobre la importancia de utilizar como material de
enseñanza aquellos objetos con los que el niño está familiarizado, que despierten
interés en ellos, que tengan significado para ellos. Que se debe tomar muy en cuenta el
ambiente que los rodea, sus recreaciones, sus hábitos, sus limitaciones, el tipo de
materiales que utilizan para jugar, para trabajar etc. Que el educador debe ubicarse en
el mismo nivel del niño para comprenderlo mejor y para darse a comprender.
Siempre agradeceré a ese niño de tercer grado la gran lección que sin darse
cuenta me dio y que después de ese día puse en práctica muchas veces.
Más adelante, el hermano mayor me contó que su hermanito padecía
periódicamente de una enfermedad nerviosa y que su mente se bloqueaba, al extremo
de pasar hasta una semana sin capacidad para analizar algunas situaciones con
normalidad. Años más tarde superó el problema cuando lo pusieron en tratamiento con
un especialista.
Una escuela rural
Inicié mis labores como maestro rural en 1959. Asistí a la Escuela Normal de
Costa Rica “Omar Dengo”, durante los años 1960 y 1961 y obtuve el titulo de Profesor
de Enseñanza Primaria. Me dediqué de lleno a la Educación a partir del año 1962.
La vida en la zona rural es muy diferente a la vida urbana. Los vecinos de una
comunidad rural, ante la posibilidad de contar con una escuelita, ofrecían donar el
terreno para que la construyeran. Algunas veces el supervisor podía darse el lujo de
estudiar dos o más ofertas para sugerir a su inmediato superior, la que consideraba la
mejor opción. Mostraban los vecinos esta misma actitud para la construcción de una
ermita o una plaza de deportes.
La infraestructura de una escuela rural era muy sencilla, por lo general contaban
con una sola aula o a veces dos. Construida en madera, en basas de madera y a veces
techo de zinc.
Dentro de ella había un estante donde se colocaba el libro de texto (silabario,
Porfirio Brenes, Paco y Loca, Leer y Hacer, Nuestro País, América Central y algunas
veces libros de quinto y sexto grado). En toda escuela se encontraba “El Álbum Escolar
Costarricense”, eran dos tomos gruesos; uno más que el otro. En ellos se señalaban
todos y cada una de las fechas que debían celebrarse y de las cuales se adjuntaban
poesías y prosas alusivas. Ahí se especificaba qué día se había que izar la Bandera
Nacional y en cuál fecha el Pabellón Nacional. Se especificaba además que la bandera
o el pabellón, no debían pasar la noche izada, sino que debían izarse a las 6:00 a.m. y
arriarse con todo respeto a las 6:00 p.m. Ahora usan este símbolo, hasta para bloquear
las calles.
El Himno Nacional debe cantarse con todo respeto y escucharse en posición de firmes y
nunca debía aplaudirse al finalizar, se cantaba sólo en eventos especiales. El hecho
que Estado Unidos aplauda su himno, no quiere decir que esté bien. Los Símbolos
Nacionales se respetan, no se aplauden.
Se guardaba también en ese estante material didáctico: cartulinas, cajas con
tizas, lápices, cuadernos y materiales de apresto que enviaba el Ministerio de Educación
o que preparaba el educador. Además las tarjetas acumulativas, tarjetas de vacunas y
por su puesto el amigo inseparable del educador: El Diccionario y a veces, un puntero
para conducir la mirada de los niños hacia el material de enseñanza de una lectura
global en un cartel en la pizarra, etc.
En el aula había mucho material didáctico preparado por el educador,
correspondiente a cada una de las materias fundamentales, el que correspondía al tema
en estudio se colocaba en la pared que quedaba frente a los niños. Al introducir otro
tema, el material ya estudiado se ubicaba en cualquiera de las otras paredes. Algunos
objetos móviles confeccionados por los niños conducidos por el educador, colgaban del
techo. Los cuerpos geométricos, confeccionados en cartulina, los cuales contaban con
las tres dimensiones: largo, ancho y profundidad o altura eran movidos suavemente por
la brisa.
El educador preparaba mucho material. En las instituciones formadoras de
maestros había una asignatura que se llamaba “material didáctico”, porque estaba
comprobado que cerca del 70% del aprendizaje lo adquiere el niño a través del sentido
de la vista.
Por lo general cerca de la escuela había un río, una quebrada o un pozo y en
algunas de ellas un tubo con agua potable. El servicio sanitario era de pozo negro, a la
entrada había una tablita con chapitas de refrescos clavadas hacia arriba o un cuchillo
viejo clavado en dos estacas con el filo hacia abajo. Estos instrumentos eran para
quitarse el barro acumulado en la suela de los zapatos.
Durante los primeros días de la semana, se estudiaba un trozo para dictado y al
final de la misma se hacía el dictado. Se cumplía con los siguientes pasos:
1.
2.
3.
4.
5.
6.
Presentar el texto en la pizarra.
Lectura global del mismo.
Comentarios de ideas principales y secundarias.
Seleccionar palabras de difícil significado y buscarlas en el diccionario.
Formar nuevas oraciones utilizando las palabras en estudio.
Señalar palabras de difícil ortografía, las sílabas acentuadas y el número de
sílabas.
7. Clasificarlas por su acento y por el número de sílabas.
8. Formar nuevas oraciones con esas palabras.
9. Al final de la semana se hacía el dictado.
Reflexiones sobre la educación en general.
La educación en Costa Rica, marcha a la vanguardia de la educación
centroamericana. El ejemplo que han recibido los educandos de sus educadores y los
hijos de sus padres. La eficiencia de los centro de enseñanza formadora de maestros, la
disolución del ejército, la libertad y democracia que se siente en el ambiente de esta
nación, han hecho que este país avance cada vez más en la conservación de sus metas
sin tener el tropiezo que generan las guerras.
En los años sesenta, el Estado de California solicitaba a los educadores
costarricenses que se trasladaran a esas tierras a ejercer su profesión para los miles de
latinos que residían en ella. Les daba la seguridad de contratarlos y se encargaban de
ayudarles a conseguir la residencia, porque ya nuestro país era reconocido por la sólida
preparación de sus educadores.
Esa condición privilegiada de los educadores costarricenses se mantuvo durante
más de cuarenta años: pero en los últimos años ha ido decayendo.
En mi condición de educador rural, he observado últimamente que existe un
problema que esta afectando a la educación: se trata de las universidades privadas.
Los educadores egresados de este tipo de universidades, demuestran deficiencia en
áreas como: confección de material didáctico, psicología del niño y del adolescente,
conceptos metodológicos, pocas visitas a escuelas para la realización de prácticas
acompañadas de un profesor para observar y corregir deficiencias y la ausencia de la
muy necesaria práctica de graduación.
Por supuesto, este es un problema que tiene solución y estoy seguro que esta
situación muy pronto se va a corregir.
¿Cómo defino la educación rural?
Ser maestro rural lo convierte a uno en una persona muy importante; capaz de
involucrarse en las actividades que esa comunidad programe. El maestro rural, debe ser
un ejemplo digno de imitar. Debe predicar con el ejemplo.
En cierta ocasión llegó a trabajar como maestro un joven dueño de una serie de
hábitos que no debe portar ningún educador. Notó rápidamente que en el pueblo no lo
trataban igual que a los demás maestros. Nuestra escuela estaba ubicada en el campo
pero contaba con cuatro maestros.
Una vez me preguntó ¿Por qué será que ahora en los pueblos no se respeta
como antes a los maestros? Yo le respondí; no es que no lo respetan; es que usted no
se da a respetar. Debe saber que la gente más respetuosa y educada está en el campo,
ellos saben que el educador es la persona indicada para inculcar o reforzar en sus hijos
los valores. Que el educador sabrá conducir a sus hijos por los senderos del bien, la
verdad y la justicia y que por lo tanto, el maestro debe ser digno de imitar, porque debe
predicar con el ejemplo para sus alumnos y para la comunidad en general.
Eso fue suficiente, para que el educador empezara a cambiar favorablemente,
gracias a Dios. Años más tarde fue considerado como un gran maestro.
La educación es algo indispensable en el campo, gran cantidad de profesionales
de saco y corbata, estudiaron en escuelitas rurales. Alternaban la educación con la pala,
el machete, las vacas, el cultivo de la tierra, etc, y aunque ahora trabajan en grandes
centros de población, la mayor parte de ellos no olvidan sus raíces y hablan con orgullo
de ellas.
En la educación rural se refuerzan los valores: las personas se saludan, se
ayudan unos a otros. El pueblo participa en las necesidades de la escuela; pican leña,
limpian el solar, arreglan las cercas, ayudan en las tareas y en las rifas, pintan la
escuela, etc. Toda actividad que realizan, la hacen con mucha voluntad y gratuitamente.
Considero que la educación rural es fundamental, porque la serie de valores que
asimilan tanto en la educación permanente como en la educación formal, representan
sólidos pilares en los cuales se afianzarán para hacerles frente con éxito a los retos que
les presenta la vida en su afán por conseguir la superación
¿Qué aporta la educación rural a la educación costarricense?
La educación rural aporta a la educación costarricense muchas fortalezas. En
ella se conserva y se cuida con recelo los valores más importantes de la educación
costarricense.
El educador rural debe encauzar la educación hacia la expansión y el
robustecimiento de esas fortalezas, para que estos alumnos sigan distinguiéndose
favorablemente y que al asistir a la educación urbana, sean portadores de buenos
ejemplos en su comportamiento y puedan influir, aunque sea en una pequeña escala en
los alumnos de las escuelas urbanas.
Los hábitos de urbanidad se mantienen fuertemente en la educación rural
Desde los niños hasta los mayores, son portadores de buenos modales; saludan, dan
los buenos días, buenas tardes, buenas noches, dicen adiós, con permiso, se disculpan,
ayudan a los ancianos, demuestran cortesía en todos sus actos, etc. Este es otro valor
que la educación rural puede aportar a la educación costarricense.
Por supuesto, esta distinción que todavía hoy ponen de manifiesto los alumnos
de escuelas rurales, se debe sobre todo a la educación permanente que los padres
infunden en sus hijos desde que están muy pequeños y que ellos, los padres, recibieron
de sus progenitores antes de ingresar a la escuela.
Desempeñan un papel muy importante los educadores
capaces de tomar estos buenos hábitos y fortalecerlos aún más.
rurales, que son
Una entrevista previa a los candidatos aspirantes en la educación, de parte de
funcionarios autorizados del Ministerio de Educación Pública, sería muy saludable, para
conocer sus virtudes, sus aspiraciones, sus defectos, antes de contratarlos. Estos
aspirantes deberán ajustarse a las directrices enmarcadas de antemano, que debe
poseer un educador para ser aceptado.
En resumen, la educación costarricense recibe de la educación rural una serie
de virtudes, dignas de imitar; y por lo tanto, son ejemplos en el nivel nacional. Los
hábitos de urbanidad, el vocabulario no vulgar, el respeto a los símbolos nacionales, la
sonrisa sincera, la que perdura en la boca; y no aquella que aparece
momentáneamente y desaparece de inmediato demostrando con ella poca sinceridad y
mucha hipocresía.
Creo sinceramente en la educación costarricense; estoy seguro que los
encargados de la educación en nuestro país, cuentan con la capacidad, el entusiasmo y
las fortalezas para resolver favorablemente esta situación.
María Catalina Hurtado Aragón
Yo Maria Hurtado Aragón, nací en Calle Blancos, Goicoechea, San José, el de
diciembre del 1958. Durante mi infancia tuve la dicha de compartir con tres hermanos
de 9, 10 y 11 años de edad que vivían en un pueblito humilde conocido como “San
Bosco” a 4 Km. del cantón de Pococí. Ahí mis padres compraron una finca de la que
solo se podía salir a caballo la cual era un bate bate para los pobres animales y
personas; mi madre, que en paz descanse, tenía como trabajo criar hijas e hijos y
cuidar cerdos y gallinas, ordeñar vacas. Papá sembraba maíz, frijoles...
Asistí a la escuela San Bosco construida de madera, bambúes, balsa, guarumo,
tabla brocha sin cepillar, dos docentes: mi maestro se llama Don Pedro y la maestra Flor
Murillo que actualmente está jubilada. Había una matrícula de 40 alumnos, todos de
escasos recursos. En la misma escuela realicé mi primera comunión. Luego me
trasladaron a la escuela La Rita para que viajara con tres hermanos mayores,
caminábamos tres Kilómetros.
Recuerdo que en primer grado no sabía leer y el maestro me dejó arrestada
hasta la 1:00 p.m., cuando llegué a la casa mi mamá me iba a pegar, pero mi abuelita
no dejó, ella me enseñó a leer en el libro Porfirio Brenes que me trae muchos recuerdos.
Me dediqué a la Educación porque en mi casa se hospedaron tres maestros,
siempre andaban bien presentados, muy educados. Yo decía que quería ser como
ellos, mi papá siempre decía que él deseaba que fuera maestra, que tenía cualidades
para desempeñarme como educadora.
Para llegar a ser maestra tuve que hacer un examen de admisión en la
Universidad Nacional y una entrevista. Cuando logré el objetivo ingresé a los cursos de
verano e invierno. Luego con grandes tragedias tenía que viajar de diferentes partes del
país a la Universidad Nacional en lancha, bus, carro, jugando con el barro.
Por ejemplo: desde guatuso de San Carlos zona Norte; viajaba por la carretera
de Turrialba, después de Carolina-Cariari. Obtuve mi titulo de Bachillerado con
excelentes profesoras y profesores, que aún los recuerdo. Aprendí y compartí
experiencias valiosas que me ayudaron para transmitirlas a mis estudiantes pasados y
actuales, lo que se aprende en el pasado no se olvida.
He trabajado como maestra durante 25 años en las zonas rurales, desde 1983
en la Escuela Cocorí de La Rita – Guápiles, en San Juan de San Carlos, Cartagena de
la Rita-Guápiles, Carolina-Cariari, hasta la fecha 2007.
Una de las experiencias importantes fue cuando laboré, como unidocente, en
san Juan de Guatuso. Compartí con una familia muy linda y especial, una noche hubo
luna llena y se inundó toda la finca, la casa y los potreros eran un mar, todos los
animales se ahogaron, quedamos incomunicados.
También aprendí mucho de las niñas y niños de esa comunidad. En las
diferentes comunidades que laboré, gracias a Dios todas las personas han sido
excelentes.
Los personajes más interesantes que conocí durante mi trayectoria como
docente fueron: La familia Jirón en la Escuela San Juan, la familia Mena Meza de
Cartagena, en Carolina, la familia Campos Sojo, Luís Vargas, Sergio Víquez Chacón,
Blas Juárez, muchos de ellos no viven.
Relación entre la escuela- comunidad siempre ha sido pasiva, he tenido la
capacidad, la humildad de mantener el diálogo entre padres de familia, estudiantes y
docentes. Con mi persona nunca he tenido problemas y los que se han presentando
con los docentes no han sido difíciles de resolver. La Junta de Educación y el Patronato
Escolar, ambos son órganos de apoyo excelentes.
Los problemas más importantes y sus respectivas soluciones que he encontrado
en las instituciones son: su infraestructura, se ha mejorado la construcción de aulas,
todo lo que son las instalaciones, mobiliario, prestación de la misma. Para solucionarlos
se solicita ayuda al MOPT y comunal, de la Municipalidad del cantón, de las Juntas de
Educación y otras.
Mi mayor frustración ha sido cuando he tenido que irme de la institución, me da
tristeza por el cariño que siembro en los estudiantes.
Los logros cada vez que doy primero y sexto año; en primero escuchar a un
niño o niña leer y observarlo escribir su nombre antes del tiempo establecido. Niños que
han repetido hasta cuatro años el mismo nivel, y he logrado que aprendan a leer y a
escribir.
Uno de los chasco fue cuando unos niños de sexto año se fueron a jugar a un
árbol tirándose de las ramas, en ese momento se aplicaba prueba de sexto de pronto
nos gritaron que se había muerto, llegaron a verlo rápido, se llamó a la ambulancia y se
llevó al hospital. Susto total.
Cuando recibí el primer cheque de 30 000 colones según recuerdo y los
compartí con mi mamá. Al salir por primera vez de mi hogar, empezar a independizarme
por mis propios medios.
Un recuerdo perdurable de la escuela rural fue cuando llegué a laborar en la
Escuela Carolina, una familia me invitó a dormir en su casa, resulta que otro día llego a
la escuela y el director me dijo que la señora tenía problemas mentales inmediatamente
recogí todas las cosas y me trasladé a los baches de la finca un lugar donde conviví con
muchos trabajadores. Una vez me estaba bañando como a las 6:00 pm. y de pronto
escuché un sonido y era alguien que se trepó para verme, yo gritaba de miedo. Al
sucederme esto solicité ayuda, luego me trasladé a una casa de la finca, en compañía
de otros maestros, era más segura.
Otra experiencia fue cuando laboraba en Escuela Cocorí de la Rita me tocó
caminar 7 Kilómetros por las inundaciones y los zapatos me hicieron bombas, no sabía
qué hacer, resulta que cuando llegué al río estaban otras personas pasando en bote, yo
gritaba, lloré al saber que tenía que pasar, quisiera o no.
¡Bueno que alegría cuando estaba del otro lado tocando tierra!
Algunos aprendizajes importantes:
Emplear diferentes métodos para I grado.
Enseñar a leer y a escribir a los niños.
Enseñar a leer, escribir a adultos y adolescentes.
Intercambiar experiencias entre docentes y comunidad.
Trabajar en equipo con las Juntas de Educación, Patronato Escolar y docentes.
Describir una escuela rural, desde mi vivencia, es donde laboran dos o tres
docentes, con dos o tres grupos o un docente con todos los grupos.
Se respira un aire fresco, los padres de familia se relacionan con el docente a
través del diálogo, son respetuosos, el rendimiento académico es bajo ya que no hay
acceso a material didáctico ni bibliotecas para las investigaciones, al uso de las
computadoras, tampoco maestro de inglés, profesor de educación física, guardas,
conserjes, porque no reúne la cantidad de estudiantes que representan los requisitos
solicitados por el Ministerio de Educación Publica. Son menos horas de trabajo, en
comparación al trabajo en una escuela técnica.
La escuela donde laboro actualmente es rural, mantiene una infraestructura
regular tanto interna como externa. Es importante conocer que los niños muestran
preocupaciones por aprender y poco ausentismo.
Se relacionan más con los animales domésticos, los niños, las madres, los
padres de familia son humildes. La mayoría de las fincas están en manos de gente rica,
explotando al humilde campesino, mal pagados y no les gusta colaborar con la
institución, son egoístas.
La educación en general se puede equilibrar si se les brinda a los estudiantes las
necesidades básicas como becas, bonos, asignaturas especiales. Hay una gran
preocupación por parte del docente por aquellos padres de familia que no saben leer ni
escribir y entonces no pueden ayudar a sus hijos.
Brindarle la oportunidad a las personas adultas, para que puedan mejorar en el
aspecto social, económico, salud y vivienda, esto con el fin de ser parte de un país
donde seamos útiles para avanzar al lado del desarrollo tecnológico y científicos de
nuestra patria, dándole una calidad de vida digna a nuestra familia, desempeñando
actividades, ya sea en las diferentes empresas u otros trabajos.
Otra es la inestabilidad de los padres de familia, la falta de trabajo, vivienda,
estos inmigran a la ciudad en busca de mejores fuentes de trabajo ya que en las zonas
urbanas hay facilidad de comercio, más empresas, con mejores salarios gracias a la
competitividad de los mercados.
La desintegración familiar, es uno de los problemas que agobia a todo el país,
afectando a los niños en su enseñanza-aprendizaje.
La matrícula baja y sube. Por ser peones de finca bananera no hay estabilidad,
esto perjudica a los docentes.
Una ventaja es que los niños disfrutan del medio, flora y fauna la cual es más
agradable y menos contaminada al no haber tanto tránsito ni fábricas, las poblaciones
son pequeñas. Es importante conocer que los jóvenes tienen espacio para divertirse en
el fútbol, por ejemplo.
Los jóvenes, por su falta de preparación, conocimiento, valores, falta de
preparación y conocimiento; caen en la problemática de las drogas, alcoholismo,
delincuencia, violencia y otros. Estos problemas se dan más en las zonas urbanas y
zonas marginales por la cantidad de población, situación psicológica, laboral,
económica y los medios de comunicación que afectan en la parte educativa en un
100%, ya que los adolescentes imitan lo que sucede en los programas que observan,
como la violencia, pornografía y otros y esto perjudica a las zonas urbanas y también a
las rurales.
Le corresponde al docente instruir poniendo en práctica los valores ante los
grupos de niños y los jóvenes para que el aprender sea atractivo para ellos, inculcando
el respeto y con todo esto, ayudaremos a nuestro país a fortalecer la Democracia,
formando ciudadanos ejemplares, ya que tenemos la dicha de tener una educación
donde tenemos la libertad de escoger su vocación.
La definición de educación rural es donde se trabaja con limitaciones de todo
tipo, las ayudas del gobierno son muy pocas, no hay acceso a la comunicación
telefónica, transporte, casa del maestro, alimentación inadecuada, el dinero no les
alcanza, muchas veces el docentes tiene que ingeniárselas como conserje, psicólogo y
consejero. A pesar de todas estas dificultades, los jóvenes van al colegio y son activos,
dinámicos y creativos, con grandes valores, los padres son comunicativos, se trabaja
con menos estudiantes.
Por parte del Ministerio de Educación Pública hay indiferencias que van en
contra del docente, no se estudian las necesidades de los docentes cuando se le hace
un nombramiento en una escuela rural, si tiene que trasladarse en bicicleta o en bote se
hace con un mismo salario y el rendimiento tiene que ser igual al de las escuelas
rurales.
Claro que sí existen aportes de la educación rural a la educación costarricense
porque los mismos docentes de las escuelas rurales se trasladan a escuelas técnicas,
siendo conocedores de la misma metodología y la capacidad para trasmitir los
conocimientos tanto en zonas rurales como urbanas. Se toma en cuenta el nivel
académico del docente y el deseo por enseñar.
Yo estudié en la Universidad Nacional y la metodología aplicada por los
profesores fue la misma para los estudiantes, siempre buscando e investigando para
inyectar ideas excelentes, hoy día los títulos se logran con facilidad por la competencia.
La Universidad Nacional para mí es un ejemplo.
Rafael Campos Vindas
Yo nací un 10 de febrero del año 1926, en San Pablo de Heredia. Hice el primer
y segundo año escolar, en el Centro Educativo de San Pablo, luego nos fuimos a vivir a
San Francisco de San Isidro de Heredia, por lo que mi papá me mandó a la escuela del
lugar, pero a mí no me gustaba y le pedí a mi papá que lo mejor era ir a la escuela de
San Pablo, a pesar de que tenía que caminar a pie unos cinco kilómetros, es decir diez
kilómetros ida y regreso, así fue como concluí la escuela primaria.
Por la distancia y la pobreza no pude entrar a la Escuela Normal, lo que era para
mí, mi más grande anhelo.
Como en ese tiempo las vacaciones de tres meses se iniciaban el último sábado
de noviembre, me fui a coger café (las famosas tareas) a la finca de un señor francés
conocido como don Andre Challe. Cuando finalizaron las cogidas, el mandador de la
finca me invitó para que me quedara como un peón más, a lo que accedí. Mi labor fue
de mantenimiento como: pintar los portones de hierro, las carretas, los yugos, techos,
galerones entre otras cosas, así me mantuve por unos siete u ocho años. Un día de
tantos , recibo un telegrama del profesor don Rafael Arguedas Murillo, Director Regional
Escolar de Heredia, quien me invitaba a que el sábado o domingo me presentara a su
casa de habitación, pues necesitaba conversar conmigo algo urgente.
El profesor Arguedas Murillo, era el esposo de mi única maestra en la escuela de
San Pablo, según parece el móvil del mencionado telegrama, que enviara el profesor
Arguedas Murillo, era que en la escuela de San Miguel Norte de Santo Domingo de
Heredia, había un grupo de segundo y otro de tercero que tenía una semana sin
maestra, pues la que les daba clases a ambos grupos, renunció por lo difícil que era
llegar a esa escuela, por lo malo de los caminos y ningún maestro quería ir a ese lugar
por este problema.
Según parece al conversar el profesor don Rafael Arguedas con su esposa doña
Delia, ella le sugirió que me llamara para que yo cogiera esa plaza de aspirante interino.
Cuando llegué a la casa del señor Director Regional de Escuelas, de inmediato
llamó a su esposa y le dijo: “Aquí está el futuro maestro interino”, muy gentilmente me
ofreció el trabajo y toda la ayuda de parte de él y de doña Delia para lo que necesitara.
Al día siguiente el 1 de julio de 1950, me dieron el nombramiento y me inicié
como maestro aspirante e interino en la Escuela Mixta de San Miguel Norte de Heredia,
con grado alterno: un segundo y un tercero.
Para tal caso, lo primero que hice fue comprarle un caballo a un amigo y así nos
desplazábamos tres maestros de esa escuela y la única maestra que había vivía en el
pueblo donde una tía. En esa escuela permanecí dos años.
En 1952 pasé a la escuela de Porrosatí de San José de la Montaña, como
maestro único, en ella trabajé seis años. Como ya estudiaba en el Instituto de
Formación Profesional del Magisterio, creado por don José Figueres y don Lalo Gamez
y cursaba los grados superiores con buenas notas, el profesor Arguedas Murillo me
ofreció la dirección de la escuela Luis Demetrio Tinoco de San Miguel de Sarapiquí en
donde trabajé de 1957 hasta 1962.
Posteriormente, solicité una plaza más cercana, en Concepción de San Rafael
de Heredia, aquí trabajé dos años; 1963 y 1964, luego me dieron la dirección de la
escuela de Santiago de San Rafael de Heredia de 1965 a 1969, aquí como director con
grado, lo que llamaban director dos, en Concepción laboré como maestro de grado.
Cuando me presenté a la Escuela Mixta de Santiago de San Rafael, me di
cuenta de que no había edificio escolar, se daban lecciones en un mugriento salón que
prestaba la iglesia del lugar. El mencionado salón o galerón lo habían confeccionado
para los turnos y era de reglas y zing viejo, allí dormían por las noches los alcohólicos y
mal vivientes.
Cuando me reuní por primera vez, un domingo, con la Junta de Educación y el
Patronato Escolar, les pedí que lo primero que teníamos que comprar era un lote de
terreno para construir la escuela. Hizo la suerte que al conversar con el Lic Enrique
Azofeifa Víquez que en esa época era diputado por Heredia, me asignó una partida
específica de 30 mil colones, con este dinero se compró el lote de terreno en 17 500
colones al señor Pánfilo Ocampo y con el resto del dinero iniciamos la construcción de
las dos primeras aulas. Cuando yo me preparaba para estrenar la primera aula con mi
grupo de sexto grado, se presentó el profesor Oscar Campos Orozco, Supervisor del
circuito III, al que pertenecía mi escuela, para ofrecerme el cambio a la Escuela Arturo
Morales de San José de Montaña en Barba de Heredia, como director técnico.
Acepté el ofrecimiento para mejorar el salario y trabajaba solamente con la dirección, ya
no tenía que atender ningún grupo de niños como sí lo hacía en Santiago de San
Rafael.
Cuando llegué a esa escuela, lo primero que me dijeron los compañeros
maestros era que el edificio escolar se estaba cayendo, había que hacerlo nuevo.
Gracias a Dios a los tres años ya teníamos un elegante y cómodo edificio escolar en
San José de la Montaña de Barba de Heredia.
Así finalizó mi labor como maestro rural, el primero de diciembre de 1981, con un
promedio salarial de 5 124 colones y mis prestaciones por 30 años y 5 meses de
servicio fue de 40 992 colones, orden N° 536 del 17 de julio de 1981 firmado por don
Rodrigo Carazo, Presidente y doña María Eugenia Dengo Obregón, Ministra de
Educación. Como se observa, mi salario a partir del 1° de enero de 1982 es de 5124
colones menos los rebajos de ley, con el cual me era imposible que mis dos hijas
menores pudieran estudiar.
La Cámara de Industria y Comercio de Heredia, me llamó para que trabajara
unos días como Director Ejecutivo de esa institución, días que se extendieron en 20
años y fue así como mis dos hijas menores estudiaron. Una secretariado bilingüe y la
otra odontología.
Las experiencias que nosotros los maestros rurales adquirimos son muchas,
por ejemplo la lealtad de los padres de familia hacia los maestros, la confianza que en él
depositan, pues hasta de médico tiene uno que servir. La verdad es que entre más rural
sea la escuela, el maestro es más importante para el pueblo.
Recuerdo que en San Miguel de Sarapiquí, una noche me llevaron un caballo
para que fuera a bautizar una niñita que estaba a punto de morir.
Siempre recuerdo a don Juan Boza que vivía en la Colonia Carvajal y como
tenía mucha familia, en tiempo lectivo construía una colcha de zing en una orilla de la
calle, cerca de la escuela y allí vivía una de las hijas mayores con los hermanos que
asistían a la escuela. ¡Esto si es un verdadero sacrificio para un padre de familia!
Entre los alumnos que siempre recuerdo está el caso de Oscar Vargas, alumno
que andaba una hora a caballo para poder asistir a la escuela, salía a las seis de la
mañana de Corazón de Jesús para estar a las siete en la escuela de San Miguel de
Sarapiquí, atento, de un aseo impecable y amigo de hacer el “cinco” como decía su
mamá, pues siempre traía algo para venderle a sus compañeritos en los recreos.
En las escuelas rurales nunca termina uno de aprender, pues todos los días se
le presenta al maestro algo distinto: aconsejar alumnos hasta curar animales
domésticos.
Una de las escuelas que más trabajo me ocasionó fue la Luis Demetrio Tinoco
de San Miguel de Sarapiquí:
tenía tres aulas y una cocina pequeña, hubo que
construir un salón para dormitorio de los maestros y el problema más grande eran los
servicios sanitarios que eran de los que llaman de “hueco”, los cuales en invierno se
llenaban de agua que corría por los alrededores de las aulas, causando malestar por su
fuerte olor.
Logré gracias a Dios, convertirlos en inodoros, ya que el señor Ministro de Obras
Públicas de ese entonces iba para Puerto Viejo, donde tenía una finquita y necesitaba
hacer uso de los servicios sanitarios y al ver aquello tan espantoso, de inmediato,
mandó una cuadrilla de trabajadores para que convirtieran aquellos horribles servicios
en elegantes servicios de los conocidos como inodoros. Este cambio motivó mucho a
mis compañeros a trabajar con más interés y dinamismo.
Como una reflexión muy personal, es que los Programas de Educación deben
ser distintos para la escuela rural y estar de acuerdo con las vivencias del campo que
son muy distintas a las de la ciudad. Por esto defino la educación rural como que no
está acorde con la realidad existente entre lo rural y lo urbano, no obstante, la
educación rural le aporta mucho a la educación costarricense, sobre todo en la parte
económica, ya que gran parte de estos muchachos son de muy buenas costumbres,
trabajadores y dedicados a las labores que se les encomienda.
Todo esto debido a que de verdad saben lo que a ellos y a sus padres les han costado
sus estudios o la profesión que han adquirido, ya sea en un colegio, universidad o en un
instituto como en el caso mío.
Diego Ortiz Ruiz
Nací en Pizotillo, un pueblo humilde del cantón de Upala de la provincia de
Alajuela, en el año 1966, de un hogar formado por Leonardo Ortiz González y Laura
Elena Ruiz Barrio, crecí a la par de tres hermanos y seis hermanas más, de esta familia
soy el quinto hijo.
En la escuela de Santa Clara inicié la enseñanza primaria y para llegar tenía
que caminar una hora en camino de tierra, situación que se ponía difícil en época de
invierno, por la que terminé en Pizotillo.
La educación secundaria la realicé en el Colegio Técnico Profesional de Upala
graduándome como bachiller.
La situación económica de la familia, no me permitió continuar con mis estudios
superiores en la universidad, razón por lo que tuve que esperar una oportunidad que se
adaptara a mi situación. Posteriormente ingresé a la Universidad Latina con sede en
Upala, matriculando la carrera de Educación con énfasis en I y II ciclo.
Trabajando entre semana y asistiendo a clases los viernes y sábados, hubo
momentos en que no tenía el dinero para pagar, y con algún préstamo seguía adelante.
En 1998, obtuve el titulo de Bachiller en Educación I y II ciclo. Siempre mi
aspiración fue tratar en la formación de niños y de jóvenes. La profesión de Educación
llenaba mi ambición, es por esta razón que soy educador y me siento feliz con mi
trabajo.
Durante toda mi trayectoria como profesional, he trabajado en dos tipos de
escuelas, las que para mí, han sido una motivación para seguir adelante.
Fue en 1997, en la Escuela Bella Vista del circuito 07 de Brasilito de Upala,
donde inicié mi trabajo como unidocente, en una comunidad rural, que para llegar debía
caminar dos horas en camino de tierra. Posteriormente en 1998, me trasladé en
propiedad a la Escuela de Pejibaye, del circuito 13 de la Dirección Regional de San
Carlos.
Soy una persona que siempre trato de que la comunidad tenga una buena
relación con la escuela, ya que es el centro donde tenemos lo más preciado de nuestra
vida; sus hijos, por lo tanto, motivo a la gente a luchar por el centro educativo, para que
esté siempre mejor en estética, mobiliario y equipo. Se trata de una comunidad donde
todos cooperan de distintas formas para mejorar el centro educativo.
En 1998, llegué como docente a la Escuela de Pejibaye, el edificio de la escuela
era de madera, tenía como 30 años de construido, un aula prefabricada, con un piso
deteriorado y carente de pintura. No había dinero para realizar una nueva construcción
del la escuela, en ese momento. Se tramitó una partida con el Consejo de Distrito del
Cantón y así, obtuvimos una pequeña cantidad de dinero; con eso fue suficiente para
comprar material y dar inicio al proyecto de la construcción, con mano de obra voluntaria
de la comunidad y un jefe de construcción. La comunidad se comprometió a trabajar
mediante un diario; por ejemplo: los lunes le correspondía a cuatro personas, el martes
a otras cuatro, así, sucesivamente todas las semanas. Es algo digno de reconocer en la
comunidad, ya que el día que una persona no podía, mandaba un peón y le pagaba con
su dinero.
Hoy lucimos un edificio, en perfecto estado para trabajar, para alojar la
matricula actual y con una proyección al doble de la población que tenemos en este
momento.
Son muchas las limitaciones en una escuela rural, pero, también hay fortalezas,
ya que estamos en pleno contacto con la naturaleza y los recursos que ella nos da,
para desarrollar nuestros trabajos en el aula y con la comunidad, como formadores que
somos en la enseñanza de los niños.
Una de mis principales frustraciones o desánimos, sucede cuando el tiempo se
satura con tanta cosa que hay que hacer en un centro educativo unidocente y rural; hay
que correr para poder cumplir con los trabajos. Uno tiene que manejar asuntos de la
dirección, informes, administración, y pedagógicos, de la Junta de Educación,
Patronato Escolar, todo a la vez; es muy cansado, hay que tomar del tiempo de
descanso y de la familia para realizar trabajos de la escuela. De eso, solo nos queda el
gusto del deber cumplido.
Como educador pienso, reflexiono, que el trabajo y la responsabilidad es mucha
y las herramientas que tenemos son pocas, los materiales del mercado son mejores
que los legalmente autorizados y en las comunidades rurales hay mucha población de
escasos recursos económicos, que no pueden adquirir materiales para mantener a sus
hijos en los centros educativos. Se hacen los planes de trabajo y en algunos casos hay
discrepancia en ellos porque no concuerdan con el tipo de contexto y los diferentes
estilos de aprendizaje de los niños y niñas, mucho más en el tipo de actividad que se
estipula.
Para mí es un reto emparejar las diferencias que existen en la escuela rural y la
urbana.
Siempre lucho en comunidad, por mejorar equipos, mobiliario, biblioteca y
mantener todo en orden en la escuela. Estos campos con olor a bosque, al ganado, con
canto de las ranas y pájaros, los culleos y el chispear de las luciérnagas; son donde se
forman jóvenes con plena conciencia del valor del trabajo, la lucha constante , el
respeto y la obediencia, ya que estamos menos contaminados de los diferentes
problemas sociales.
En el campo cantamos con orgullo la frase de nuestro Himno Nacional “…viva
siempre el trabajo y la paz”, aunque los recursos económicos y las fuentes de trabajo
sean limitadas.
Tengo suerte de trabajar en una escuela rural donde la gente siempre está
dispuesta a apoyar en lo necesario, para mantener la infraestructura, la estabilidad de
los niños, el orden y el aseo.
La dinámica pedagógica de una escuela rural unidocente, es diferente a la que
se plasma en documentos y proyectos de horarios ampliados y otros, ya que hay
muchas situaciones que no se adaptan a la realidad. Una escuela rural unidocente
trabaja en unión con el hogar, orientado mediante talleres a los padres y madres de
familia, para que se realice la incorporación de la familia al proceso de enseñaza
aprendizaje de los niños.
En lo personal, la vida de trabajo es tranquila, siempre coordinada en armonía
con la comunidad.
Siento que la educación rural puede aportar mucho a la educación costarricense,
ya que se da una educación muy integral, abarcando la espiritual, académico, moral,
social y familiar. No es lo mismo un profesional académicamente preparado, cuando en
lo personal, espiritual y lo social hay un gran vació. En el campo se conservan más los
valores, el respeto y la unión entre vecinos de la comunidad.
Yo soy del campo, tuve grandes dificultades para llegar a un colegio, y hoy me
siento exitoso por tener esta profesión y trabajar en ella. Soy una persona que formó su
familia, padre de tres niños y una preciosa niñita.
Pejibaye, 27 de junio del ,2007.
Édgar Guadamuz Comes
Profesor de Enseñanza de los Estudios Sociales.
Yo nací un siete de octubre del año 1979, por cierto un domingo, en la capital.
Soy el último de cinco hermanos. Por aquellos años Centroamérica estaba pasando
conflictos políticos y militares. Por ejemplo: en Nicaragua con la revolución Sandinista.
El presidente del país era Rodrigo Carazo y para esa época la crisis económica
costarricense se empezaba a reflejar.
Los primeros nueve años de mi infancia los viví en san José. Posteriormente,
cuando mis padres se separaron, todos nos fuimos para Santa Cruz de Guanacaste y
cuando digo todos hablo de mi mama y mis hermanos.
Recuerdo que los primeros años en Guanacaste fueron difíciles por asuntos
económicos… pero después la situación mejoró. La Educación Primaria la realicé en la
escuela Josefina López Bonilla, en la que, para ser sincero tuve maestras que me
enseñaron a odiar la educación…eran muy torpes para enseñar, la palabra pedagogo
era demasiado grande para ellas. La Educación Secundaria la realicé en el liceo Santa
Cruz, Clímaco A. Pérez, donde el profesor de Estudios Sociales, don Orlando me
demostró lo interesante de esta materia.
En esos años creo que fui un niño y adolescente normal, pues me gustaba hacer
lo que la mayoría de mis compañeros realizaban: jugar fútbol, buscar novias, ir al río y
cumplir con los deberes de la educación, pues tenia un compromiso grande con doña
Flor Gómez Gutiérrez (mi madre) quien la verdad la pulseó para mantener a la familia.
Me hice profesor por que creo en la educación y en la formación de personas
con actitudes y aptitudes dedicadas a buscar el bienestar y al desarrollo del país. Pero
el Sistema en ocasiones opaca el proceso de enseñanza y aprendizaje.
Estudié en la Universidad Nacional de Costa Rica en la sede de Nicoya, donde
obtuve el título de Bachiller y posteriormente obtuve la Licenciatura en la Universidad
Latina de Costa Rica, con sede en Santa Cruz.
Durante el bachillerato tuve que luchar con situaciones económicas difíciles,
pero la verdad, no me quitaron la voluntad de seguir, es más aumentó el espíritu de
lucha y de buscar las metas con esfuerzo.
La primera experiencia como profesor fue en los Ángeles de la Fortuna, en San
Carlos en el 2003. El centro educativo funcionaba en el salón comunal del lugar, el inicio
del curso lectivo fue complicado por que durante un mes, el MEP, había nombrado tres
profesores, el conserje y la secretaria de la institución.
Recuerdo que los padres de familia estaban muy molestos por la situación y
todos los días presionaban en el lugar incorrecto. Durante ese mes un solo profesor
atendía a tres grupos al mismo tiempo. Posteriormente todo lo anterior se solucionó y el
curso lectivo de ese año fue un éxito. Actualmente el colegio de los Ángeles es bilingüe,
forma parte del programa PROMECE y cuenta con una buena infraestructura.
Actualmente tengo propiedad en la sección nocturna del Colegio Técnico
Profesional de Batán.
Entre 2005 y 2006, trabajé en el Liceo Nicolás Aguilar Murillo, de Monterrey de
San Carlos. Durante ese periodo conocí a don Hernán Carrillo, que es un maestro
pensionado originario de Nicoya, pero trabajó como docente en Monterrey. Él fue el
líder que inició los procesos de la fundación del CINDEA y del diurno de ese lugar; don
Hernán Carrillo, personaje importante porque fomentó el desarrollo educativo en esa
región.
Tuve la oportunidad de trabajar en los Ángeles y Monterrey de San Carlos, en
ambas comunidades, la población siempre trabajó para el desarrollo de la institución.
Cabe destacar que los padres de familia realizaban actividades para recaudar recursos
para el colegio.
El mayor conflicto que encontré durante mi periodo de profesor en San Carlos,
fue un estudiante con problemas de drogas y familiares, me tomó mucha confianza y
por general le daba consejos, que de alguna u otra forma le ayudaron. Actualmente
sigue estudiando con tranquilidad, se ha recuperado de la adicción
y vive
independiente de su familia.
Es difícil mencionar alumnos importantes o significativos porque la verdad no se
puede tener preferencias, pero puedo mencionar algunos como por ejemplo: Adrián
Meoño y Xiomara Madrigal. A Adrián lo considero un amigo, a pesar de que tenía
muchos problemas salió adelante y siempre confió en mi palabra. En el caso de
Xiomara, ella es significativa ya que me enseñó a ser paciente con los alumnos.
Durante estos cinco años de ser educador he aprendido que cada día se
conocen nuevas variables en los procesos de enseñaza y aprendizaje. No importa el
colegio o lugar siempre se debe tener claro que somos formadores de seres humanos.
He conocido diferentes lugares, personas que viven la cotidianeidad muy a la tiquicia, el
ser costarricense se refleja en todos los rincones de este bello país.
Recuerdo que en el año 2005, participé en el Proyecto de Innovaciones
Educativas con Mayela Hidalgo, profesora de Español. En esa oportunidad expusimos
cómo la poesía se puede aplicar a la enseñanza de los valores en Educación Cívica.
La Educación Costarricense pasa por un proceso en el cual se ha perdido el
interés real de la enseñanza. El sistema tiene muchas necesidades, relación con la
infraestructura, recursos didácticos y económicos. En muchas instituciones el personal
no es calificado y LOS que son calificados están afuera, esto se debe a los favores
políticos.
La educación rural posee diferencias por no haber un control real del trabajo
realizado en las diferentes instituciones: falta de profesores, pérdida de días lectivos,
ambiente laboral hostil, la infraestructura es inadecuada, los alumnos demuestran poco
interés, muchos profesores trabajan sin espíritu de enseñar.
Lo bonito de la educación rural es cuando en la comunidad se establecen aires
de cambio para el bienestar común.
La educación rural puede aportar muchos profesionales al país. Esos
profesionales intentarán lograr el desarrollo de Costa Rica.
Hilda Solís
Maestra rural.
Me hice maestra por invitación de dos amigas que fueron las que me motivaron a iniciar
esta carrera.
Empecé a estudiar en la Universidad de Costa Rica, ahí obtuve mi primer titulo,
luego seguí estudiando en la Universidad Nacional.
Trabajé en diez escuelas rurales. Obtuve mi primer nombramiento en la escuela
de Quebradas de Alajuela en el año 1976. Mi labor en esa institución fue muy
gratificante, éramos cuatro maestros, incluyendo al director que también tenía un grupo
a cargo. La comunidad se identificaba totalmente con el centro educativo.
Dentro de los personajes interesantes está el director, era un hombre joven,
que compartía muchas actividades con los alumnos, durante el lapso entre el término de
una jornada e inicio de la otra jugaba con los niños en el patio de la escuela.
Los padres se organizaron realizando ventas de productos agrícolas y
recogieron pequeñas contribuciones, construyeron un pequeño baño para que se
bañaran después de jugar.
En los centros de enseñanza que laboré siempre observé una estrecha relación
entre escuela y comunidad. Los padres se ocupaban de limpiar la maleza de los
alrededores y pintar la escuela cuando era necesario. Generalmente no había cocinera
ni conserje, entonces las mamás establecían horarios para limpiar y preparar los
alimentos de los alumnos.
Las escuelas rurales enfrentan grandes problemas de carencia de material
didáctico, mobiliario y muchas otras cosas. A veces estas situaciones mejoraban un
poco con la venta de cachivaches que aportaban las mismas educadoras, también con
pequeñas rifas y turnos.
Como alumnos inolvidables están los hermanitos que no tenían papás. Vivían
con dos abuelitos ancianos que ellos mantenían, se levantaban a las cuatro de la
mañana a cortar tomates, por las tardes repartían pan; como carecían de todo y les
gustaba mucho leer, durante los recreos se quedaban leyendo los pocos libros que
habían. Siempre comentaban que ellos iban a llegar a ser profesionales para ayudar a
sus viejecitos.
El aprendizaje para cualquier maestro que labore en estas escuelas es que
desarrolla una gran sensibilidad por las personas, especialmente por los niños, aprende
a sacar el mejor provecho a los escasos recursos a su alcance.
Se da una dinámica pedagógica muy activa ya que el educador debe
implementar múltiples estrategias de enseñanza debido a la heterogeneidad de los
grupos a su cargo.
Considero que la educación en general enfrenta numerosos problemas, esto
debido a la ingerencia de la política.
La educación rural es muy importante en el desarrollo del país ya que esta
proporciona las herramientas necesarias a las personas para sacarlas de la ignorancia
en que viven.
Rita Calivá Esquivel.
Maestra de educación rural. Nací en Heredia en el año 1950. Crecí en una
familia formada por dos hermanos mayores, uno menor y mis padres.
Asistí a la escuela Braulio Morales y como es común en los heredianos hice mi
secundaria en el Liceo de Heredia. Con las pocas oportunidades que habían en esa
época de continuar estudios superiores ingresé a la Escuela Normal de Costa Rica,
durante dos años, obteniendo así el titulo de educadora y cumpliendo mi sueño de
compartir mi vida con niños.
Durante dos años de los treinta que trabajé, fueron en escuelas rurales. Mi
primer año de trabajo fue en la Escuela Rural San Cristóbal Sur de Desamparados; el
personal docente estaba conformado por tres maestros cada uno con dos grupos a
cargo y uno con el recargo de la dirección.
Se me asignó un primer grado en la mañana y un cuarto grado en la tarde. Esta
experiencia significó para mí un gran reto en varios aspectos: en lo personal tuve que
trasladarme a vivir a dicho lugar, lo cual me generó muchos temores, pues nunca había
dejado las comodidades de las zonas urbanas, ni la de mi familia. En la parte
profesional me asustaba enfrentarme por primera vez a grupos de estudiantes a mi
entera responsabilidad y aplicar la teoría a la práctica.
Me encontré con una comunidad humilde, amigable y solidaria, por niños que en
su mayoría usaban zapatos solo para estar en la escuela, se presentaban con un
uniforme completo y limpio.
Al ser una comunidad rural y agrícola, la prioridad de las familias eran las
labores del campo, para esa época no habrá prohibición en cuanto al trabajo infantil, así
que al llegar octubre algunos faltaban a clases por ir a recolectar café.
Por la ubicación de la zona era frustrante no contar con recursos didácticos para
el desarrollo de los objetivos, pues no existían librerías cerca, así que todo había que
llevarlo listo. Pese a estas limitaciones logré que, con el trabajo diario y aprovechando
los recursos del entorno, mis estudiantes aprendieran lo básico de los objetivos
propuestos al iniciar el curso lectivo, así como conocimientos nuevos.
En primer grado trabajamos con un poco de todos los métodos para la
enseñanza de le lecto-escritura de acuerdo con la capacidad de cada niño, realicé
trabajos en grupos de acuerdo con sus intereses: elaboración de fichas que
imprimíamos en un polígrafo de rodillo manual, al igual los trabajos de apresto y las
evaluaciones, lo cual era un tanto complicado.
La escuela nos brindaba un dormitorio y una cocina con baño y un servicio
sanitario que hacía posible vivir más cómodamente.
Conjuntamente con mis compañeros al finalizar las lecciones una vez por semana
participábamos en las reuniones del Patronato Escolar, algunas de las cosas que
gestionamos fue el proceso de la pavimentación de la carretera principal, siendo este
un gran logro para la comunidad educativa y la comunidad en general.
Al finalizar el curso lectivo regresé sin tener plaza en propiedad por lo que los
siguientes años trabajé interina en diferentes escuelas algunas de ellas América Central
en Guadalupe, Sagrada Familia, Juan Rudín, Maiquetía, Omar Dengo, entre otras.
Concursé y adquirí plaza en propiedad.
En esa ocasión volví a zona rural, esta vez a un pintoresco lugar muy cerca de
San Cristóbal Sur y con más madurez y experiencia. Logré sacar adelante los grupos
asignados utilizando los pocos recursos con que contaba.
Conjuntamente con el Patronato Escolar, la Municipalidad y la comunidad
conseguimos herramientas agrícolas, mejorar caminos, comprar más libros para la
biblioteca escolar.
En la actualidad estoy disfrutando de mi merecida pensión con la satisfacción del
deber cumplido. Con base en mi experiencia pienso que todos los educadores deberían
trabajar en zonas rurales ya que es un territorio fértil para adquirir experiencias y ayudar
al desarrollo de la comunidad. Pienso que la educación costarricense debe mejorar en
muchos aspectos sobre todo, dar más oportunidad para desarrollarse en la parte
artística y deportiva.
Defino la educación rural como el proceso por el cual una persona desarrolla su
capacidad para enfrentarse positivamente a su medio. Creo que la educación rural
puede aportar mucho a la educación costarricense desde el punto de vista agrícola,
artesanal, económico y sostenibilidad.
Nury Flor Herrera Vargas
Pinceladas de mi vida como maestra rural
Historia de una educadora rural
Nací en el año 1940, en Sabanilla de Alajuela, hija de maestra, que
precisamente ese año laboraba en esa comunidad. Soy la mayor de ocho hijos, y por
la diversidad de lugares donde debía laborar mi madre, todos nacimos en diferentes
comunidades. Mi padre siempre ha sido un hombre sencillo que se desempeñaba
como agricultor y apicultor, incluso trabajó como orero en las Minas del Aguacate
cuando mi madre se desempeñaba como maestra en San Mateo de Alajuela.
Entre las tantas anécdotas que vivimos, recuerdo que en cierta ocasión en que
mi madre trabajaba como maestra unidocente, en una comunidad que se llamaba la
Colonia de Toro Amarillo, a mi padre se le ocurrió poner propaganda, al frente de la
casa (que nos prestaba el gobierno), esto levantó roncha entre los partidarios de
oposición, los cuales, por la noche le cortaron la cola a nuestro caballo y nos dejaron
amenazas de lincharnos. Por la situación que se presentó, sentimos mucho temor y a
la noche siguiente salimos de la casa con lo mínimo de maletas, cruzando por caminos
intransitables, caminando muchos kilómetros para llegar a tomar la “cazadora”,
(autobús) y así evitar posibles agresiones. Fue un viaje de muchas horas en
condiciones muy difíciles.
Así podría contarles innumerables historias que pasamos durante los años de
mi niñez, los cuales de alguna manera me hicieron apreciar el trabajo sacrificado de mi
madre y valorar la profesión de educador rural.
Por la misma situación de trabajo de mi madre, hice la primaria en diferentes
escuelas. Con muchas limitaciones económicas inicié los estudios secundarios y gracias
a una beca que me fue otorgada por la Municipalidad de San Carlos pude continuar
estudiando.
No había terminado la secundaria, cuando se me presentó la oportunidad de ir a
laborar a la comunidad de la Trinidad de Dota, como educadora unidocente,
sustituyendo a una maestra que en ese momento estaba incapacitada.
Recuerdo
claramente, como si fuera ahora, al segundo día de laborar en esa escuelita, un
alumno que al iniciar la mañana vomitó… pero lo más impresionante fue la gran
cantidad de lombrices estomacales que fueron expulsadas. Como se vivía en extrema
pobreza, en realidad la escuelita era un pequeño rancho en medio de la montaña,
donde no había ni lo más elemental para trabajar. Yo por supuesto, no sabía qué
hacer… no había medicamentos a mano, lo único que hice fue darle de tomar agua y
permitirle irse para su casa acompañado de un compañero. Al día siguiente el niño
regresó a lecciones como si nada, ya que era común esa clase de situaciones.
Al siguiente año me nombran interina en San Lorenzo de Tarrazú. Aquí,
aunque seguía siendo una comunidad rural, las condiciones del centro educativo
delataban un nivel económico mucho mejor… había más personal docente, cocinera,
director, conserje, incluso me alojé en la casa del señor director y su familia durante el
tiempo lectivo.
Posteriormente, recibí un nombramiento en el lugar conocido como La Cuesta
de León Cortés, debía realizar labores tanto de docente como de Directora, esto
implicaba impartir lecciones de primero a sexto grado en todas las materias y además
Educación Física, Agricultura, Religión y otras como;
nombrar a la Junta de
Educación y Patronato Escolar, organizar los turnos, Hacer labores de conserje y
cocinera, para lo cual con la colaboración de los alumnos jalaba agua de una quebrada
para cubrir varias necesidades de la escuela y también para preparar los alimentos que
consistían la mayoría de las veces en leche y queso proveniente de un convenio de
nuestro país con los Estados Unidos.
Una de las anécdotas que recuerdo en ese sitio fue la ocasión en que tenía que
trasladar a los estudiantes a otra escuela con el fin de la realización de un partido de
fútbol entre los niños de ambas escuelas, con tan mala suerte que un alumno se metió
una espina en la pierna, la situación se complicó tanto, que hasta se tuvo que trasladar
al hospital… imagínense el susto mío.
La siguiente escuela en la que laboraré por dos años fue la Joya de Aserrí.
Aquí tenía funciones de directora e impartía lecciones junto con una auxiliar a cargo. De
esta comunidad, recuerdo que hacíamos veladas artísticas, ya que se acostumbraban
hacer lo que se conoce comúnmente como turnos.
En especial recuerdo la ocasión en que se programó una de estas veladas,
primero, había que contactar con una emisora de radio para que a la hora convenida
pusieran una determinada pieza musical que formaba parte del número artístico que se
presentaba, para ello, se debía llevar a cabo una estricta programación para que a la
hora convenida, cuando se escuchaba por las ondas de la radio “Atención a la maestra
que nos solicitó esta canción, aquí le va…” y en ese preciso instante debía comenzar el
cuadro o dramatización que se había organizado y que incluía la pieza musical…. Todo
esto se complementaba con la venta de comidas, rifas, etc. Estos dineros iban
exclusivamente para los fondos del Patronato Escolar.
Este tipo actividades era todo un evento en la comunidad ya que en ese
entonces no había muchas oportunidades de recreación. Los vecinos participaban
hasta altas horas de la noche… no se querían retirar…solicitaban “ que se repita…”
“otra…”.
Fue sin duda un periodo en el que aprendí mucho sobre la profesión, la gente y
la vida…
Y así me correspondió trabajar en otros lugares como El tigre de Aserrí, Bajos de
Jorco de Acosta, La Trinidad de Aserrí, Tranquerillas de Aserrí, La Legua de los
Naranjos, los cuales tenían en común la sociedad rural de la Costa Rica de los años
sesenta, pobre, de difícil acceso, pero llenos de la calidez, sencillez y amor por el
trabajo.
Al igual que yo, había muchos otras personas que ejercían la docencia con
mística y vocación, pero sin los estudios necesarios. Para ese entonces y dada la
urgencia de preparar y formar docentes se abrió el Instituto de Formación Profesional
del Magisterio (IFPM).
Durante el periodo lectivo del año escolar los cursos se
realizaban por correspondencia y durante las vacaciones de tres meses se recibían en
forma presencial.
Gracias a esa oportunidad, muchos en mi misma condición nos graduamos. En
mi caso particular, con muchísimos sacrificios obtuve el título de posgrado, después de
estudiar cinco años, el cual me permitía obtener un mejor salario y optar por una plaza
en propiedad, la cual logré algunos años después.
Una vez graduada trabajé en San Pablo de León Cortes, San Gabriel de
Aserrí, donde obtuve la plaza en propiedad y por último en San Antonio de Escazú,
en la que me pensioné.
Analizando en retrospectiva, creo que fui maestra por vocación, siento que lo di
todo. El éxito de mis alumnos era mi mayor satisfacción. Además de la labor a nivel
social que se hacía, el docente debía ser el protagonista y el líder de los cambios que
se dieran en el ámbito comunal, como por ejemplo, promoviendo la construcción de
caminos, puentes, plazas de deportes, mejoras de la planta física de la institución
educativa, realizar los censos nacionales, hacer visitas de carácter obligatorio a los
hogares, para detectar problemas de diversa índole que iban desde la salud hasta los
de tipo social, siempre buscando el bienestar del educando. Toda esta labor implicaba
grandes sacrificios económicos y de tiempo del docente. Pero a la par de esto, el
maestro gozaba de un gran prestigio social, era un trabajador admirado. La labor y el
esfuerzo de los maestros de esa época, son elementos que, a mi criterio, llevaron a
Costa Rica a ser líder a nivel latinoamericano en el campo social y económico, durante
muchos años.
Gracias a Dios superé todas las dificultades que se me presentaron y puedo
estar muy orgullosa y satisfecha de que con esta profesión logré realizarme como
persona y profesional y a la vez sacar adelante a mis cuatro hijos, los cuales son
profesionales y muy trabajadores.
Deseo dejar claro que aquí estoy contando solamente un retazo de lo que fue mi
vida en el campo de la enseñanza rural de nuestro país.
Solamente me falta agregar que fue un gran reto que logré a base de mucho
esfuerzo, valentía y la sabiduría que El Todopoderoso me regaló.
Francisco Antonio Villalobos Hernández
Nací en San Rafael de Heredia, el 26 de enero de 1953, allí viví mi infancia.
Estudié en la Escuela Pedro María Badilla, durante mi época escolar fui descalzo.
Mi maestra fue la misma durante los seis años de escolaridad, pero a medio año
del último año, es decir cuando estaba en sexto, cambiaron y vino otra maestra, que no
fue muy aceptada, porque mi persona ya se había encariñado mucho con la anterior.
Mi padre era campesino y trabajaba en los cafetales de mi abuelo, tenía una
carreta con bueyes donde trasladaba café y leña. A nosotros después de que
terminaba el curso lectivo nos mandaban a coger café y con el dinero que ganábamos
nos ayudábamos a comprar los uniformes, éramos doce hermanos, siete mujeres y
cinco hombres. Mi mamá se dedicaba aparte de los oficios domésticos, a ser la
enfermera del pueblo, porque curaba empachos, ponía inyecciones, curaba niños
quebrantados, además tejía a un agujón y hacía queques, todo para ayudar a papá.
En el año 1975 partí de mi casa a la zona de Sarapiquí a un lugar llamado la
Virgen, donde empecé la función como educador, fue tan impresionante porque llegué
sin tener experiencia, me tocó impartir lecciones a un primer grado, en ese entonces
me relacioné muy bien tanto con el personal docente como con los educandos. Lo
primero que observé fue la sencillez y humildad de ellos, por la forma de actuar y vivir.
Era un lugar donde llovía mucho y me enamoré tanto de esa zona que visitaba a
mi familia cada mes, en ese entonces estaba soltero.
Ayudé tanto al centro educativo que, los comedores escolares tenían que ir a
traer los alimentos hasta Venecia de San Carlos, tuve el agrado de ir con la persona
que trasladaba los alimentos y me encargaba de transportarlos a cada lugar ya que
esta escuela era la sede donde cada docente o director llegaba a retirar los alimentos.
Mi alegría más grande fue cuando los niños empezaron a leer y escribir a pesar
del trabajo tan duro, porque los niños no recibían Kinder y uno tenía que darles todo.
Como yo llegué en forma interina y por un año me tocaba que ir a trabajar a donde me
mandaban y yo seguía pensando a cuál lugar tendría que ir a trabajar el año siguiente.
Yo tenía mucho contacto con la señora que trabajaba en el correo y me contaba
que ella trabajaba con la municipalidad y que ellos tuvieron la oportunidad de llegar a
realizar una sesión municipal en un lugar incómodo en la margen izquierda del río
Sarapiquí y cual fue la sorpresa que al siguiente año me tocó ir a trabajar en ese lugar
llamado Colonia La Gata de la Virgen de Sarapiquí.
Sin conocer ese lugar me embarqué en un bote con un recorrido de una hora y
media hasta los Arbolitos y después caminar sobre montaña otra hora hasta la Colonia
La Gata.
Tuve la oportunidad de ser el primer educador de ese lugar, era muy incómodo
pero logré dar clases durante tres años, pero cada día que pasaba estaba más seguro
de que mi labor daba frutos. A pesar de las penurias que pasaban los estudiantes, se
llegó a construir el comedor escolar y los alimentos se trasladaban de Puerto Viejo
hasta este lugar en bote y luego a caballo ya que era el único medio de transporte.
Cuando empezaba a caminar me invocaba a Dios porque el lugar era muy
peligroso: pasaban serpientes y otros animales, uno se tenía que poner botas de hule y
hundirse en el barro porque el lugar era muy húmedo.
Los niños de ese entonces eran muy educados y respetuosos, y todos los
obstáculos uno los tenía que vencer, tuve mucho éxito a pesar de que era una escuela
unidocente y con treinta alumnos.
Al transcurrir del tiempo, me iba encariñando tanto hasta que me llevaban a
visitar sus hogares y me daban algunos bocadillos que preparaban con amor.
Me gustaba tanto mi labor como educador que fui muy responsable, cuando
salía a visitar a mi familia regresaba el domingo, a las tres o cuatro de la tarde estaba
en el lugar, pero un día tuve que salir y al regreso me tocó la sorpresa que el río que
tenía que pasar estaba crecido y casi me ahogo. Por temor al supervisor que hacía
presencia el día siguiente y tenía que poner al día el registro y yo decía ¡que destino
el mío, donde vine a dar! Y por Gracia de Dios estoy contando el cuento.
Al año siguiente me tocó ir a la zona Sur en Altamira de Pavones de Golfito, otro
lugar bastante incómodo y como unidocente otra vez, pero cada día adquiría más
conocimientos y experiencia, el trato con los niños era mejor, como no tenían o no
recibían kinder tenía que dar bastante apresto principalmente con los de primer grado.
Sin tener experiencia en adecuaciones curriculares iba notando las deficiencias y
dificultades para aprender en algunos alumnos.
Las actividades se realizaban en grupo para recoger fondos para los diferentes
centros educativos y después se dividían según el número de ellos.
El otro año me tocó en Armenia del Valle La Estrella, otro lugar donde se
trabaja como unidocente. Con el pasar del tiempo me preparé en la Universidad de
Heredia y asistía cada mes en cursos de verano y hasta que me gradué, fue una labor
muy difícil ya que asistía viernes en la noche y el sábado.
A esta escuela tuve la oportunidad de llegar en propiedad y estuve seis años,
hasta que me trasladé a San José de la Montaña en Barva de Heredia, donde me tocó
trabajar con un grado a cargo, era un centro eucativo de dirección cuatro y los alumnos
tenían más comodidades y más acceso a la provincia de Heredia, los padres de familia
eran más preparados algunos hasta profesionales. En cuanto a las leyes de los niños
casi se las sabían, entonces había que cuidarse, porque ellos no aguantaban nada,
pero siempre existía la relación padre-educador-alumno con ciertas normativas o reglas
a seguir; no fui muy meloso con los alumnos para guardar esa distancia y respeto
entre ellos.
En este lugar duré ocho años donde tuve la oportunidad de dar todos los niveles
con una disciplina muy difícil.
En todos los lugares trabajé con horario alterno y por motivos especiales tuve
que trasladarme a San Roque de Barva de Heredia, donde solo trabajé tres años, la
disciplina era muy difícil, aquí se aplicaban las adecuaciones curriculares con el fin de
que la educación fuera más efectiva y eficaz, se pudo lograr el objetivo deseado.
Tuve la oportunidad de trabajar con aula de recurso para poder ganarme el
alterno, donde adquirí más experiencia. A pesar de ciertos problemas con la disciplina
de los alumnos seguí adelante hasta que me trasladé a otro lugar, San Pablo de
Heredia en la escuela José Ezequiel González, también se presentaban problemas de
disciplina pero se podían solucionar, con boletas de informe al hogar y visitas al mismo,
pero por motivo de que no podía tener horario alterno, me vi en la necesidad de ir a
trabajar con unas lecciones de Alfabetización en el Programa Maestro en Casa, por lo
cual solo duré dos años.
Luego me trasladé de nuevo a la zona rural en La Platanera, Horquetas de
Sarapiquí donde volví a trabajar como unidocente y fue muy bonito porque era el
último año para pensionarme.
La labor como unidocente lo lleva a experimentar a uno porque tiene que
trabajar con todos los niveles y ponerlos a trabajar de manera que los más grandes
den oportunidad de enseñar a los que se encuentran en niveles más bajos, es decir, de
primer ciclo. Se pudo concluir el año y graduar cuatro alumnos que dos de ellos están
en el colegio.
Creo que la labor más satisfactoria la pasé en la zona rural a pesar de todas las
dificultades que se presentaron durante los años de docencia, ser educador es muy
difícil, solo el que trabaja con amor logra el objetivo y llega a concluir su labor con paz,
tranquilidad y con satisfacción de que trabaja bien por la niñez de Costa Rica.
En la Universidad logré el Bachillerato en Ciencias de la Educación con énfasis
en Administración.
Luís Alvarado.
Maestro rural de Tujankir 1. Guatuso.
Nací en la capital en el hospital San Juan de Dios, el día 7 de abril de 1966.
Mi familia es de San Carlos por lo tanto viví mi infancia en esa bella ciudad,
Que, cuando yo crecía era menos desarrollada de como lo es ahora, pero sí habían
muchas comodidades. Asistí a la escuela de Juan Chávez, mi vida fue muy normal, era
un chico obediente con mis padres.
La razón por la cual me hice maestro fue por que tenía necesidad de trabajar
aparte que me gusta la docencia, en realidad me gusta compartir con los niños.
Inicie mis estudios universitarios en la Universidad Nacional, luego en la UNED,
concluyendo mi Licenciatura en la Universidad Central por comodidad.
He trabajado en escuelas ubicadas en las zonas de San Carlos centro, Pital,
Aguas Zarcas, Santa Rosa. Desde hace casi diez años, trabajo en Guatuso, en el
centro educativo de Tujankir.
En cuanto a personas interesantes que he conocido en mi experiencia como
educador no recuerdo muchos, ya que tengo una memoria demasiado mala para
recordar cosas pasadas.
De esta la comunidad voy a mencionar a don Wárner Rodríguez, lo considero
interesante por que de él se puede aprender mucho, es una persona muy trabajadora,
siempre está interesado por las necesidades de la comunidad y de la institución.
La relación que existe entre la escuela y la comunidad de Tujankir es muy mala,
cada Junta persigue sus propios intereses, cada quien se preocupa por lo suyo,
descuidan la unión entre estas Con la Junta de Educación tratamos de solventar
nuestras necesidades básicas, por que a veces es difícil pensar en grande, actualmente
se esta remodelando el techo de la escuela con ayuda de algunos padres de familia.
La mayoría de los problemas con los que me he encontrado son más que todo
administrativos, de indisciplina, estudiantes que no realizan sus tareas, ausencia de
una rápida respuesta a los asuntos meramente importantes, pequeñas diferencias entre
compañeros, pero nada grave.
Dificultades que noto en el ámbito nivel comunal y de padres es la falta de
motivación a sus hijos, para que asistan a las clases y el esfuerzo por la superación.
El momento que se aprovecha para buscar soluciones es en las reuniones de
padres de familia, cuando se habla de la importancia de motivar a sus hijos, para que
no pierdan el interés para prepararse profesionalmente para un futuro mejor.
Solo recuerdo el nombre de una joven llamada Carmen Elena, era una
estudiante de la comunidad de la Unión, fue mi estudiante por varios años y siempre
decía que ella quería ser profesional, era de una familia muy pobre y logró sus
objetivos, ahora es Profesora de Informática en Alajuela.
La frustración más grande que puede pasar un docente es cuando los
estudiantes no alcanzan los objetivos y el Director le pide cuentas, no se sabe qué
hacer, desea uno ser mago.
Yo describo una escuela rural como una institución con muchas carencias de
material didáctico, infraestructura y una falta enorme de lo tecnológico, que no se
puede esperar que la educación sea igual a la de las zonas urbanas. La dinámica de
clase es muy buena, nos respetamos, nos escuchamos, la pasamos bien, siempre
trabajo con dos grupos, a veces debo trabajar con folletos, copias, práctica dirigida
porque es difícil estar con ellos todo el tiempo.
El concepto de educación rural que aporto es una formación de estudiantes con
conocimientos básicos con mucha carencia de material tecnológico.
Lo que puede aportar la educación rural a la educación costarricense son
muchos ejemplos de estudiantes que han luchado por la superación de cada uno y
bienestar familiar, carencias de servicios que obstaculizan una educación de calidad,
que sirva a sí mismo para que las entidades en las zonas urbanas brinden apoyo a
estas zonas.
Allan Espinoza Ramírez
Agradecimiento
A la docente Tania Hernández Rubí, de la Escuela El Palmar, quien me apoyó e
impulsó en la recolección de la información y la construcción de mi historia como
educador rural.
Datos biográficos
Escribir sobre uno mismo no es tarea fácil. Requiere de reflexión profunda,
trasciende la propia vida, es necesario revivir hechos y traer a nuestro presente el
espíritu de una época y un proceso vivido que marca y rige nuestra vida actual.
Mi nombre es Allan Espinoza Ramírez. Nací un domingo 14 de noviembre de
1965 a las 2:00 pm, en el Hospital San Vicente de Paúl en la ciudad de Heredia.
Viví mi infancia en el Barrio El Carmen de Heredia, conocido también como
Barrio Chino, al lado de mi abuelo Gabriel Espinoza Esquivel, mi padre Walter Espinoza
Segura, mi madre María Eugenia Ramírez Badilla y mis dos hermanas Cinthya y
Sandra. Mi abuelo era carnicero, mi padre se dedicaba al comercio y mi madre era ama
de casa.
Mis primeros estudios los realicé en el kínder de la Puebla y en la Escuela
República Argentina donde sólo se atendía a niños varones. Antes de finalizar el
período escolar nos trasladamos a vivir a la comunidad de Santa Lucía de Barva de
Heredia, allí concluí mis estudios primarios en la escuela del lugar, Domingo González
Pérez. Durante el tiempo de vacaciones, ayudaba a mi familia, repartiendo el periódico
en una de las zonas importantes de Heredia. Así crecí, entre ambas comunidades.
Cursé la secundaria en el Liceo de Heredia, durante los años comprendidos
entre 1979 y 1983.
Durante este proceso de niñez y adolescencia siempre tuve el deseo de luchar,
de estudiar, de ser un profesional y desempeñarme en la sociedad como un ciudadano
digno, esto me llevó más adelante a proyectarme mediante el trabajo comunitario,
buscando contribuir con el progreso de mi país.
Ingresé a la Universidad Nacional en el año 1985. Allí realicé estudios iniciales
en Artes Plásticas, para luego pasar a la División de Educación Rural del Centro de
Investigación y Docencia en Educación (CIDE). En el año 1991 obtuve el título de
Diplomado en I y II Ciclo de la Educación General Básica y en 1994 me gradué como
Bachiller en Educación General Básica.
En 1996, ingresé a la escuela de la División de la Educación para el Trabajo
donde obtuve el Bachillerato en Administración Educativa. En 1999, también en esa
División, obtuve la Licenciatura en Administración Educativa. Actualmente estoy
terminando los estudios de Maestría en Administración Educativa en la misma
institución.
Desde la secundaria sentí predilección por las artes y la participación comunal.
En mi comunidad he tenido una amplia trayectoria, en puestos como Presidente
de la Asociación de Desarrollo Integral de Santa Lucía y Regidor Municipal en el cantón
de Barva como representante de la Comunidad de Santa Lucía. También me dediqué
al atletismo a nivel nacional.
Datos relevantes de la vida profesional.
Cuando hablamos de un maestro, muchas veces pensamos solamente en un
profesional, que al igual que otros cumple día a día con su trabajo. Pero un maestro no
es solo eso, es más que un profesional, es un ejemplo de vida que tiene el deber de
contribuir de la mejor forma y con la mayor responsabilidad a la formación de niños y
niñas, para enseñarlos a enfrentar sus propios retos, a superar sus debilidades, a
confiar en sus cualidades, a esforzarse por aprender para que puedan llegar a la
escuela y después al colegio confiados y seguros de que pueden lograr las metas que
se propongan.
De nosotros, los maestros, va a depender cuánto avanza y cuánto aprende cada niño
en todas las etapas de su desarrollo físico, intelectual y socioemocional. Y es allí donde
está la nobleza y la diferencia de esta profesión que para mí es mucho más que un
trabajo, es una vocación, un estilo de vida.
Me hice maestro porque siempre me gustó la formación del ser humano para
que pueda integrarse a su comunidad y ser útil en ella, pues es ahí donde se convive
diariamente con muchos tipos de personas, las cuales luchan diariamente por alcanzar
mejores oportunidades. He sentido siempre la necesidad de poder colaborar con algo
para cambiar el mundo y qué mejor forma que trabajando con los niños, seres ansiosos
por aprender, abiertos a sentir y vivir cada día con toda la energía que da la vida misma.
En ellos hay pasión, ilusión, amor, honestidad, apertura e inocencia.
Soy un humanista y me gusta dar desinteresadamente, por eso tenía que
escoger trabajar con gente y forjar el carácter de la misma. Por eso elegí una carrera de
servicio. Creo firmemente que para ser maestro hace falta saber; saber hacer, saber
querer y saber ser. Dar todo por los demás, independientemente de su condición
socioeconómica o de su herencia familiar. Ser ejemplo vivo para los seres humanos que
estoy formando. No es solo una forma de ganarse la vida; es, sobre todo, una forma de
ganar la vida de los otros. Contribuir con la gran obra de Dios.
Inicié mi trabajo como docente siendo tan solo bachiller de colegio, en el año
1988.
Cuando se conoce la realidad escolar mediante la lectura, la praxis pedagógica
y la reflexión, se aprende a ser verdadero maestro; pero sobre todo, con la vivencia
directa de la realidad de cada ser humano que pasa por nuestras manos.
La más importante acción para alcanzar la meta es la motivación , la cual se
lleva dentro y nos impulsa a luchar por lo que se desea, a buscar la excelencia, a estar
continuamente al día y querer darlo todo por el estudiante.
Posteriormente me formé como educador en el Plan de Estudios de la División
de Educación Rural del centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE),
proceso que inicie en 1990 para lo cual debí realizar dos tipos de examen: uno de
aptitud y otro de conocimiento, en ambos obtuve la aprobación para continuar los
estudios en Educación e iniciar entonces el Bachillerato y Licenciatura. La modalidad
era presencial y a distancia; es decir, viajaba a estudiar los fines de semana.
Este programa era un convenio entre el Ministerio de Educación y la Universidad
Nacional. El MEP se comprometía a nombrar a los profesores que estaban estudiando.
Prepararse, tanto pedagógica como académicamente, es necesario para
desempeñar con propiedad la enseñanza. Pero el maestro no se puede limitar solo a los
conocimientos que su preparación específica le dé, sino que a la par de lo académico,
irá unido el espíritu de superación que lo lleve a cultivarse para conocer y comprender
los adelantos, no solo en su propia disciplina, sino en la cultura general.
Empecé mi trabajo en el Cantón de Sarapiquí, provincia de Heredia en el año
1988. Antiguamente, una ciudad tranquila y rodeada de plantaciones agrícolas y
esplendorosos bosques. Localizada en la región noroeste del país, límite con
Nicaragua. Mi trayectoria por este cantón se desarrolló en los siguientes centros
educativos:
En 1988 en la Escuela Lindo Sol (unidocente)
En 1989 en la Escuela La Aldea (unidocente)
En 1990 en la Escuela Lindo Sol (unidocente)- (En este año inicié estudios en
Educación).
En 1991 en la Escuela Alfredo González Flores (unidocente)
En 1992 en la Escuela La Tigra y en la Escuela La Rambla (Ambas Dirección 1)
Descripción de experiencias en la escuela y la comunidad rural
1988. Iniciar un nuevo camino en la vida conlleva muchas expectativas y está lleno de
dudas, siempre es muy duro. Así empecé mi labor docente. Me dirigí a Sarapiquí,
primero con el temor que conlleva enfrentar algo desconocido y segundo, la ausencia
de mi familia. No conocía a nadie, ni imaginaba cómo era el lugar, fue un reto que mi
madre me impulsó a tomar. Así que me trasladé al Cantón de Sarapiquí, lleno de
preguntas sin respuestas y de incertidumbre.
No fue difícil enamorarme de allí, con su paisaje natural, precioso, lleno de
colorido y vida. Las montañas, los ríos, la naturaleza entera hablaba por sí misma. En
ese paisaje, a las orillas de un puente en el Río Sucio; estaba la puerta que separaba
todas mis experiencias hasta ahí vividas y aquellas que fortalecerían a futuro mi
formación como docente y como persona.
Después de un rato de espera, a la distancia, apareció Don Ángel, un campesino
de la comunidad, hombre agradable y trabajador, que venía entre una manada de
ganado, guiada por él y otro campesino, para llevarme hasta el lugar destinado: La
escuela Lindo Sol, en la comunidad de Las Marías.
Don Ángel no sabía leer ni escribir, manifestaba que no le gustaba el estudio,
pero poseía un respeto ejemplar hacia el maestro, valorando su trabajo y dándole la
importancia que este representaba para la comunidad. El educador conservaba aquí su
autoridad, se consideraba una persona respetada y muy querida. Don Ángel era peón
de Don Eduardo Rodríguez, un hacendado del lugar. Tuve que realizar ese viaje hasta
la escuela en una yegua llamada Ambulancia, cuyo nombre describía la labor que ella
realizaba, llevar y traer enfermos y mujeres embarazadas desde las montañas hasta el
cantón de Sarapiquí. Luego de tres horas, entre caminos embarrialados, el sonido de
los congos y un fuerte sol, llegamos.
El lugar describía un pueblito compuesto por una pulpería grande, un redondel,
la placita, un corral de ganado, un puente, la antigua escuela (ahora la casa del
maestro) y la nueva escuela; todo rodeado por la espesa montaña que se miraba al
fondo.
La escuela era nueva, dos aulas y una población estudiantil compuesta por
aproximadamente 30 niños. Me tocó inaugurar esas instalaciones.
Los niños venían de la montaña. Entre el silencio y el espesor de la naturaleza,
se oían sus voces, las cuales formaban sonidos y ecos que marcaban su recorrido
hasta el centro del pueblo. Eran grandes distancias, algunos viajaban hasta dos horas a
pie, descalzos, con sus cuadernos en bolsas y su uniforme incompleto.
Llegó el primer día y conocer a los niños fue una gran experiencia; eran callados,
tímidos, generosos y muy trabajadores. Entre los estudiantes, había un niño llamado
Pedro. Era pequeño, “bandido” y muy moreno, me recordaba al personaje de Cocorí,
traía las vacas y las ordeñaba antes de venir a la escuela. Me llamaba mucho la
atención ese esfuerzo.
Así, la vivencia diaria, me hizo comprender que la vida misma de esos niños y
aquel pueblito oculto, eran los primeros aprendizajes más importantes que podría
obtener como maestro. Conocer cómo vivían, qué hacían, cuáles eran sus sueños, sus
ideas, fue la preparación más significativa y eso me dio las pautas que debía seguir en
mi labor docente.
Fue una época de muchas experiencias, aciertos y errores, aprendizajes y
pruebas.
Recuerdo una vez, camino a la escuela, me persiguió una vaca recién parida y
del susto no me di ni cuenta cómo me brinqué la cerca. No sabía que no debe
arrimarse a una vaca con su cría.
Otro día, de regreso al pueblo de Las Marías, después de una reunión de
directores, monté a Ambulancia (la yegua) y al llegar a un puente de madera, ella no
quería pasar. Después de intentar todo para que obedeciera, desesperado decidí
bajarme y buscar un palo del otro lado del puente para arrearla y cruzar a pie; me
siguió; entonces comprendí que la pobre tenía miedo.
En otro momento, la yegua se asustó tanto al ver cruzar una serpiente en medio
del camino, que me tiró hacia arriba; caí, increíblemente, de nuevo sobre ella.
Una noche, de regreso al pueblo, escuché un gran estruendo, fue un enorme
susto, ese día volví a nacer. Los campesinos me explicaron al llegar que era el sonido
que daban los árboles al quemarse por dentro.
Una vez fuimos a jugar fútbol a la Colonia San José; el camino era de barro y el
caballo se quedó pegado en el lodo. Los niños ayudaron a liberarlo. Ese día fue
inolvidable.
Otro hecho importante fue el desfile de faroles; entre el barro y la oscuridad, en
medio de la montaña. Cada acontecimiento me hacía ganar experiencia.
Un día, Pedro, por iniciativa suya, me invitó a recorrer todos los lugares
aledaños; conocí un jocotal, pasé un río y zonas de ganado entre otros.
Así, entre vivencia y vivencia me conmovió el amor de los niños, la esperanza, la
humildad de la población, su espíritu de colaboración, su espíritu de servicio. Esto me
inspiró a ayudarlos. Fue un desafió que logré sobrellevar.
En una comunidad rural, el docente trabaja con las manos; por lo tanto debe ser
original, creativo, y sobre todo, solidario. El maestro debe cumplir muchas funciones.
Elaboré el horario: primero, quinto y sexto grado irían por la mañana; segundo,
tercero y cuarto por la tarde. Es importante destacar que los primeros asistían con los
mayores porque así había mayor facilidad para atenderlos y dedicarles más tiempo.
Dentro del aula, se subdividía a los grupos; utilizábamos libros Hacia la Luz y
Rocca. También se utilizaba las fichas que enviaba el MEP, las cuales realmente no
correspondían con la realidad. En fin, la literatura no ayudaba al maestro. Los
programas de estudio eran los mismos en San José y en Sarapiquí. No había claridad
en la práctica docente y la técnica. Entonces, el docente era quien debía decidir qué
hacer. Entendí que los niños me guiarían para atender sus necesidades.
En el proceso de enseñanza-aprendizaje comprendí muchas cosas y
empíricamente, inicié el aprendizaje como en un laboratorio; entre ensayo y error,
empecé a enseñar. Las metodologías se aplicaban sobre la marcha y en la marcha se
forma el docente. Utilizaba mucho las unidades integradas. Había momentos durante
los cuales se podía unir a todos los niños para escuchar el tema y luego realizar las
prácticas de acuerdo con el nivel. Al no haber material ni condiciones apropiadas, el
docente va construyendo el aprendizaje con los niños.
Mi escolaridad era el bachillerato del Colegio, pero dentro de mí guardaba una
gran experiencia, aquella que la vida, indirecta e inconscientemente me dio. Como
persona quería superarme y ayudar a los niños a hacer lo mismo; por eso, el contacto
con ellos fue muy importante; esperaban mi ayuda y cuanto hiciera o dijera, era
importante para ellos.
En estas escuelas unidocentes, por la lejanía de la zona, difícilmente se podía
aspirar a que un docente graduado quisiera ingresar y quedarse ahí. Así que se recurría
a personas como yo; bachilleres-aspirantes, para lograr que la educación llegara a cada
rincón y a todos. El fin es noble, pero la tarea no era fácil; la teoría llevada a la práctica y
vivida en la realidad, en vivo, en el propio lugar, es otra cosa.
Todo ahí se volvía sacrificio, hasta el pago, esperar un salario (que recibí hasta 6
meses después mediante un giro). Para cuando llegaba, ya lo debía todo. La entrada y
salida del lugar, el traslado de materiales que se llevaban o compraban, la visita de la
familia, y otros. A veces el camino estaba muy bueno y la gente aprovechaba para salir
a comprar; sin embargo, al volver, por la lluvia solo se ingresaba a caballo y todo se
dificultaba más.
Se perdían muchos días lectivos, ya que el docente cumplía una función doble:
director y maestro, por lo que debía ir en muchas ocasiones a reuniones. Me retiraba de
la población y regresaba hasta el otro día ya que el viaje era difícil.
Transcurría el año y junto a los niños seguía aprendiendo, me enseñaron a
pescar, a comer alimentos de la zona (como pejibayes, fruta de pan, otros) y los fines de
semana, visitaba sus viviendas, las cuales alumbraban con candelas.
Recuerdo las grandes fiestas en las Marías, muy coloridas y tradicionales,
llegaba mucha gente de los alrededores al lugar. Había carreras de cintas, toros,
competencias; todo era alegría y todos se integraban; comunidad y escuela trabajaban
juntas.
La educación traía en cierta forma esperanza, pues muchos ambicionaban que
sus hijos se superaran para dejar aquel lugar y salir a la ciudad; por lo tanto era
necesario acondicionar la finca o terreno y venderlo para disponer de medios. Ponían
todo su empeño para que sus hijos aprendieran a leer y escribir para defenderse
mejor.
Me fui de las Marías, satisfecho de haber superado todos mis temores y
cumplido todas mis aspiraciones y objetivos como educador.
1989. Comienza una nueva etapa de mi vida, me voy a Sarapiquí, conozco gente nueva
y muy agradable y hoy reconozco que haber estado ahí, fue una buena elección,
trascendental en mi vida.
Llegué a la escuela La Aldea, última escuela en Sarapiquí. Para llegar a ella fue
necesario vivir una verdadera odisea. Por Puerto Viejo se viajaba en caballo, unas 6 o
7 horas. Por Guápiles era necesario tomar varios buses por largas horas, cruzando por
las bananeras, hasta llegar a la última parada; allí, un camión me trasladaba por
caminos difíciles y al final un niño esperaba con un caballo para tomar el rumbo final a la
Aldea, distante aproximadamente dos horas. Recuerdo que mientras esperaba observé
que había una pulpería llamada La Pajarera; allí los señores que se reunían, siempre
comentaban sobre el tigre que rondaba en la montaña y al cual debían atrapar. Eso
me ponía muy nervioso.
Avanzaba entre caminos estrechos, montañosos y llenos de sorpresas
(recuerdo la de los congos que en muchas oportunidades tiraban palos y nos seguían
por la arboleda), nos adentrábamos cada vez más en la montaña tupida y silenciosa,
parecía no haber vida humana. Aire, clima y naturaleza eran la única compañía. En ese
lugar se respiraba frescura, pureza, y se sentía en la piel la sensación que da la
montaña y eso te hace sentir muy bien; pero al mismo tiempo, nostalgia por la familia
lejana.
Al acercarme al lugar me sorprendí, los claros que se empezaban a divisar
dejaban entrever a lo lejos, en una loma, una linda escuela de madera, con dos aulas. Y
a la par, una casa para el maestro, muy pintada, llamativa y bien dispuesta; tenía un
pozo y un caballo siempre a disposición del docente. Al lado de esta, una plaza. El
educador era valioso y se reconocía su esfuerzo.
Sin embargo, no había casas, ni gente. ¿De dónde venían los niños? No había
un centro de población.
Iniciado el primer día de clases, venían niños por todos lados de la montaña,
aparecían a pie y descalzos, otros a caballo, sin uniforme, con algunos cuadernos en
bolsas. Me sorprendió ver a dos de ellos muy bien vestidos y con zapatos. Pertenecían
a una familia más pudiente.
Al igual que en Lindo Sol, aquí los niños eran muy tímidos, callados, hablaban
muy poco, no participaban y alguno que otro solía contar lo que le sucedía a sus
padres, historias muy interesantes de sus vidas con lo que se rompía el silencio y la
monotonía en la sala de clase. Ese día me tuve que quedar en la casa del maestro muy
solitario; la noche era tinieblas, había muchos zancudos que causaban muchas
molestias por lo que había que cubrirse con un toldo.
En la escuela de la Aldea había un armario con algunos libros de la Serie Hacia
la Luz, pero no alcanzaban para todos los niños, entonces debían trabajar de dos en
dos. Esto y la ausencia de muchos materiales más, así como el poco acceso a revistas,
libros y lugares donde comprar material, hacían sumamente difícil la labor docente. En
algunas de mis salidas los fines de semana, buscaba mapas, libros u otro material que
me facilitara el trabajo, también solicitaba donaciones al Departamento de Suministros
Escolares del MEP y así salía adelante. Pero todo mi esfuerzo se enfocaba para
adecuar todo el material que tuviera en mi mano a la realidad del lugar.
Era imprescindible utilizar los medios y recursos naturales para que de una u otra
manera se pudiera pasar el conocimiento. Entonces, ese espacio se convertía en la
mejor aula para el aprendizaje. Paisajes, desechos, plantas, animales, clima y
vegetación; todos estos elementos enriquecían mis lecciones. Era la metodología
adaptada al medio.
En esta realidad, también luchaba contra la carencia de alfabetización de los
padres y hermanos de estos niños, era el diario vivir en estas comunidades. Sin
embargo aquí se enaltecían y se vivían valores como la humildad, la cooperación, la
perseverancia y por sobre todos, el respeto.
El intercambio entre escuelas, aunque lejanas, era fundamental. La convivencia
entre ellas fortalecía las experiencias.
Recuerdo otro personaje, Don José; era un doctor empírico de esa zona, un
hombre de gran corazón que servía a la comunidad. En la época que Edén Pastora
luchaba en las montañas, él cuidaba de los enfermos. Siempre contaba las anécdotas
de cómo el “Comandante Cero”, utilizaba sus artimañas para lograr sus objetivos. Él le
colaboraba a este hombre curando a heridos y enfermos entre la montaña.
Varias veces me invitó a caminar entre la montaña, me enseñaba las huellas
que dejaba el tigre y el oso caballo, me explicaba qué tan peligrosos eran y cómo
hacían pasar malos ratos a los cazadores.
De estos días, todavía recuerdo cómo en las noches se escuchaban grandes
estruendos que venían de Nicaragua, cuando un avión no identificado se acercaba a la
frontera. Una mañana en la escuela, los niños me esperaban con una gran sorpresa, al
acercarme miré que tenían entre sus manos una culebra venenosa, esto me dejó
perplejo, me dijeron que estaba muerta. Para la hora del recreo ya se había ido. Me
causó terror; ellos no se sorprendían, era su mundo.
Esta escuela rural (La Aldea), fue construida con maderas de la misma montaña
que la albergaba. Como medida de precaución, se construyó en una loma por parte del
MEP y con la ayuda de los vecinos, quienes daban con gusto muchas horas de su
trabajo para colaborar con la escuela; todos eran muy comprometidos a pesar de que
toda gestión que se hiciera implicaba sacrificado y era difícil de alcanzar.
Hago referencia también al hecho de que algunas personas manifestaban quejas
sobre maestros que dejaban malos recuerdos y sinsabores.
El colorido, la vida, la topografía, el clima, las costumbres, la naturaleza toda y el
espíritu de estos pueblos con sus alegrías y sus dramas, me impresionaron
profundamente. Aprendí a sobrevivir, me fortalecí con cada día que ahí pasé, crecí y me
formé un poco más como docente junto a los habitantes de esta comunidad.
Dejé La Aldea con la satisfacción de haber dado el mejor esfuerzo por cumplir
con mi deber.
1991. Me nombraron en la escuela Alfredo González Flores, ubicada muy cerca de
Guápiles de recién construcción; era un viejo galerón con unas cuantas bancas. Un
grupo de precaristas había logrado obtener un código para la escuela y luego
entablaron una lucha por obtener las tierras que habitaban. Era una escuela aprobada
por el MEP, pero no había tiza, ni pizarra, ni material alguno para iniciar las lecciones.
Sin embargo, se atendía a los niños en dos horarios. Una realidad totalmente adversa a
las anteriores. En ella logré identificar mucha droga, prostitución, abuso infantil, y sobre
todo gran indiferencia a la educación, no les importaba la preparación de sus hijos. El
interés primordial no era fortalecer la institución, sino pelear las tierras que ahí
ocupaban. La mayoría de los vecinos vendía droga a escondidas y muchas familias
tenían varias casas, solo estaban en el precario para que les asignaran otra casa. Un
mundo diferente. Era una lucha diaria día con día, por sobrevivir.
Una vez no pude entrar a la Comunidad porque el río Chirripó se había
desbordado por todo el pueblo.
Era una comunidad abatida desde todo punto de vista, por la naturaleza, por la
pobreza, por la descomposición social. Algo que no olvidaré jamás de esta institución,
es que llegué el ultimo día de clases y ya no había escuela, habían negociado las tierras
y desaparecido todo. Tuve que regresar a la Supervisión con los títulos de los niños de
sexto grado. Un gran impacto. Me di cuenta que la vida vale mucho y que en un
segundo se puede ir todo, que nada es fácil, que hay que valorar lo que se tiene y lo
que se es. Uno se pregunta por qué estoy aquí, para qué y qué se quiere de la vida.
Todos tenemos un camino que seguir y si no lo hacemos, bien te pierdes o te quedas
estancado, pues solo tienes una vida y hay que disfrutarla al máximo, estando
concientes de la realidad.
Mi paso por la escuela rural me dejo grandes enseñanzas: a ser independiente,
a hacer las cosas por mí mismo, solo, sin mis padres, a valorar mi casa, a convivir con
gente diferente y aprender sus costumbres y su realidad, a competir cada día con
entusiasmo y siempre adelante aunque hubiera derrotas y obstáculos por vencer.
Cuando comparo los inicios de mi carrera y el momento actual, veo la diferencia.
Me doy cuenta de lo que era, lo que fui logrando y lo que ahora soy. Sigo,
actualizándome, trabajando con responsabilidad, aprovechando todos los recursos con
los que cuento, manteniendo informados a los padres de los problemas y avances de la
educación de sus hijos, luchando por la comunidad y lo más importante, educando con
amor, comprensión y entusiasmo.
Es bueno tener otras visiones, se tiene un criterio más amplio; yo crecí
interiormente. Y ahora, años después, puedo definir con propiedad y desde mi vivencia,
una escuela rural como un espacio pedagógico al aire libre, única en la comunidad y en
donde se aplican diversas formas de escolarización específica de esa zona, que tienen
una relación muy cercana a las actividades productivas y socioculturales de la
comunidad. En ella la socialización escolar se complementa y enriquece de manera
directa y práctica, a la par de los procesos de socialización de la vida de esa
comunidad, en relación con el entorno natural y social. En la escuela rural se educa a
un grupo de alumnos con edades y niveles diferentes, con un solo profesor, dentro de
una misma aula; todos forman parte de una dinámica de trabajo y de un proceso de
comunicación, orientado hacia la consecución de objetivos definidos y contenidos
curriculares, adecuados a la realidad social donde está inmersa la escuela.
La zona rural fue el mejor lugar para mí, la mejor escuela abierta de pedagogía.
Reflexiones como educador rural.
Hoy, pasados los años en la práctica docente, puedo afirmar que aprendemos lo
que es realmente ser educador con experiencias vividas día a día, a lo largo de esos
años. Y este proceso implica tiempo, paciencia, sacrificio y dedicación; a la vez que
exige de nosotros habilidades y valores para lograr imprimir en la práctica real y
personal, la verdadera esencia de un maestro. ´
Puedo asegurar que educar es una profesión noble y enriquecedora para quien
la ama verdaderamente, pero puede llegar a ser frustrante y tortuosa para quien se
acerca a ella por error, o porque constituye la última salida profesional con un sueldo
más o menos seguro. Un buen educador no tiene que ser una persona excepcional,
pero sí debe poseer una cualidad esencial que genera toda su acción docente: amar la
docencia de forma sincera y convencida, consciente de que todas sus actuaciones
públicas y hasta privadas pueden afectar, para bien o para mal, a muchas personas y
marcarlas para siempre. Entonces, la palabra vocación se convierte en una
característica indispensable, porque representa el motor que debe motivar la acción
docente.
Se dice que el concepto de educador abarca a toda persona que ejerce la
función de educar transmitiendo conocimientos, valores, costumbres y formas de actuar
y que estos están presentes en todas nuestras acciones, sentimientos y actitudes. Pero
educar, implica más que cumplir una función, es querer ser, porque si se escoge la
docencia es porque en verdad se tiene seguridad sobre la vocación; ya que no es una
profesión lucrativa como otras; en ella media la vocación más que los intereses
materiales.
Por lo tanto, ser modelo es una tarea continua en el educador y es ineludible. El
docente se proyecta sobre los alumnos, influye en ellos con su ejemplo.
Si como educadores creemos que al educar ponemos en práctica una “filosofía”
de vida, entonces tendremos que aceptar que la educación es una preparación para la
vida, porque cuando enseñamos, no solo estamos transmitiendo conceptos
académicos, sino principalmente y de manera indirecta nuestros valores, nuestra visión
de la vida y nuestras creencias.
Todos los conocimientos que se brinden, los hábitos y actitudes que se
favorezcan a través del proceso educativo, los valores que se ayuden a clarificar en el
alumno y la alumna, no pueden quedar limitados al paso por las instalaciones escolares,
sino que deben ser aplicados en su vida diaria. Por lo tanto, un maestro esté donde
esté, no debe olvidar que su ejemplo será imitado de una u otra forma por sus alumnos.
La educación no solo sirve para capacitar a las persona para que algún día
pueda conseguir un empleo; la educación es algo que debe ayudarlas a prepararse
para la vida. Nuestros estudiantes podrán convertirse en oficinistas, médicos, científicos
u otros profesionales, pero eso no es la totalidad de la vida. Hay otras circunstancias en
la vida y que como complemento se manifiestan en goces, placeres, dolores, meditación
y búsqueda de la felicidad. La vida es todo eso y un verdadero maestro debe preparar
para ello también, debe saber esclarecer sabiamente sus mentes y la de sus alumnos.
Por lo tanto, la educación es algo más que el solo aprendizaje de diversos hechos y la
aprobación de exámenes. Tiene valor en sí misma, porque es la que nos permite
transformar, cambiar y mejorar la realidad que nos rodea, al mismo tiempo que
cambiamos, nos transformamos y nos mejoramos a nosotros mismos y a nuestros
semejantes.
En cierta forma, quien se dedica a la educación también debe tener valor, pero
sobre todo coraje, pasión, entusiasmo, fe, optimismo, alegría y perseverancia, ya que
esta profesión conlleva numerosas dificultades. Educar es creer en la perfección
humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber qué la anima. La
verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar, sino también en aprender a
pensar sobre lo que se piensa. Es decir fomentar en los alumnos la capacidad para
participar fructíferamente en una controversia o discusión razonada. Entonces educar
implica, ayudar a aprenderlo todo a lo largo de toda la vida, incluso cuando ya no
estemos al lado del alumno para guiarlo. Es desarrollar las capacidades, las que cada
uno tenga; formar una escala de valores, abrir ventanas al futuro, educar para ser, no
solo para saber; educar para la creación, para ser críticos e independientes, para la
felicidad, la igualdad, para el corazón, no solo para la mente; educar para saber vivir los
sentimientos, la afectividad, la autodisciplina y autocontrol; para aprender lo profundo y
auténtico, para apreciar y practicar la tolerancia, el esfuerzo y el verdadero valor de las
cosas, para buscar una sana ambición, para saber perder y saber ganar; educar con la
imaginación para la creatividad, los sueños y la ilusión para vivir con dignidad la vida
que a cada quien le toca vivir.
Podríamos pensar entonces: ¿cómo llevar todo esto a la práctica cuando no
tenemos las herramientas y materiales para hacerlo, como sucede muchas veces en el
medio rural y en la educación en general? La respuesta la da la actitud del docente
cuando asigna a los valores la importancia que tienen y lucha convencido de que está
en lo correcto, con el fin de interpretarlos desde una concepción moderna, creando un
vínculo entre lo real y lo posible de alcanzar.
La educación rural en Costa Rica ha llegado hasta los últimos rincones del país,
pero no es suficiente, por cuanto se debe fortalecer desde la infraestructura hasta la
preparación profesional. Es un buen inicio, no deja de ser una esperanza para todos los
niños en la búsqueda de ser cada día mejores personas, pero la educación rural debe
tener las mismas oportunidades que poseen las áreas urbanas, además de un trato
“especial”; ya que se deben tener en cuenta las condiciones en las cuales se trabaja
puesto que son evidentes las desventajas con las que se deben afrontar los procesos
educativos en estas zonas marginales. Estas instituciones se encuentran ubicadas en
zonas campesinas, donde por lo general hay pobreza, abandono por parte de las
autoridades y exclusión social, que a nivel del campesino se acrecienta por su
incapacidad de adaptarse e integrarse aceleradamente a la corriente globalizadora que
impulsa los cambios mundiales, situación que repercute de manera especial en su
diario vivir.
No hay duda que la educación rural es el fiel reflejo de la idiosincrasia
costarricense, donde vive el verdadero costarricense, con sus costumbres y tradiciones,
luchando por lograr el desarrollo. Debe tomar un rumbo acorde a las necesidades del
país, donde los niños encuentren una solución a su realidad y un verdadero sentido a
sus necesidades, útil en su medio. Por eso, la educación en Costa Rica debe sufrir un
cambio metodológico y estructural, es imperativa la búsqueda de una reforma educativa
que venga a favorecer la educación rural y esté más acorde con el acontecer nacional y
mundial. Debe llegar a entenderse como aquella en que todas las personas puedan
tener condiciones iguales de acceso, cobertura y calidad, en todos sus niveles, desde la
preescolar hasta la universitaria, procurando formas para hacer que la brecha dentro del
sistema educativo oficial, entre la educación rural y la urbana desaparezca o al menos
se reduzca, en procura de una mayor integración social, promoviendo necesidades
propias de la condición humana, como son los vínculos de la solidaridad y el
compromiso entre las personas, compromiso con la humanidad, con la preservación de
la naturaleza y con una propuesta integral ante la vida y se promueva la reconstrucción
de nuestra historia social y cultural. Para ello hay que redescubrir esa propuesta a
través de la reflexión personal y colectiva, e implementarla en el contexto de la
educación rural.
Así, la educación podrá responder a las necesidades y superar las dificultades
de su propio entorno, ello implica que sea durable y contribuya al desarrollo sostenible,
logrando en la educación costarricense, plasmar permanentemente una huella, que
contribuya a minimizar el analfabetismo de la población, incorporarla en la realidad
sociocultural y económica del país, humanizarla promoviendo la igualdad de derechos,
para que pueda brindar una oportunidad real para todos y contribuya a rescatar los
valores autóctonos de cada zona.
Miguel Ángel Salas Loría
Me llamo Miguel Ángel Salas Loría, nací el 25 marzo de 1959 en el viejo hospital
San Rafael de Puntarenas, un Viernes Santo (según me cuenta mi mamá)
Mi infancia trascurrió en dos hermosos lugares de Guanacaste: La Unión Ferrer
de la Fortuna de Bagaces y el Turno del mismo cantón, así que crecí con el panorama
del majestuoso volcán Miravalles y refrescándome en las transparentes y tranquilas
aguas de la quebrada La Paloma.
En mis años de escolaridad tuve la dicha de ser alumno de dos excelentes
maestros unidocentes: La Niña Zeneida Barahona Zeledón; quien me enseñó a leer y
escribir; con ella estuve hasta el tercer grado. Luego, don Domingo Viales Hernández,
fue quien me educó hasta obtener el Diploma de Sexto Grado; a ambos mi sincero y
eterno agradecimiento pues ellos, con su entrega y carisma sembraron las bases puras
mi vocación.
Fui criado por mi abuela Doña Cata, que en paz descanse, y aunque ella no
sabía leer, se preocupó por mí y se aseguró de que obtuviera mi diploma de primaria.
Debido a la situación económica no pude ir a la secundaria, pues debía trabajar
para ayudar a mi vieja abuela para criar a más nietos. Ya de joven (18 años) me
trasladé a vivir a San José y trabajaba y estudiaba Bachillerato por Madurez en el
Instituto Jiménez, en el Paseo de los Estudiantes y en el año de 1977, obtuve mi título
de Bachillerado en Letras.
Dos años después, en 1989 recibí mi primer nombramiento como PP2 (maestro
unidocente) en la escuela Miramar, código 33000 del circuito 03 en el valle de la
Estrella.
Recuerdo que era una escuela con 16 alumnos, quedaba muy pero muy lejos, para
llegar a ella solo se podía a pie o a caballo y por unos cerros tan parados que cuando
salía los fines de semanas y llovía, en vez de caminar, en algunas partes bailaba
sentado.
Este primer año laboral como docente fue una experiencia enriquecedora, pues
descubrí que mucho de lo que con había en el aula era producto del esmero y esfuerzo,
pues era un lugar con mucha pobreza.
Era la vía principal del trafico de marihuana en el Valle y algunos alumnos vivían
esta realidad en sus propios hogares. Mi primera reacción fue de asombro y de miedo;
en ocasiones llegué a pensar en dejar todo y buscar otro trabajo, pero mi esposa me
dijo que yo tenía la capacidad de lidiar con eso y más, que pensara en el futuro de esos
pequeños que esperaban lo mejor de mí. Ese año trabajé arduamente y aunque no
logré erradicar el tráfico de drogas, si desperté alguna conciencia y crear un ambiente
escolar muy seguro y agradable.
Los siguientes tres años, de 1990 a 1992, los laboré en la escuela de mis
amores, la escuela Vesta, del circuito 03 del Valle de la Estrella. Era una escuela de
materiales de construcción mixtos, piso de cemento, paredes de madera y malla, tenia
dos aulas, un hermoso corredor, un comedor pequeño, dos servicios sanitarios y dos
casas para maestros. Su construcción era muy vieja, pero, muy linda, sobre todo el
trato que los padres de los alumnos me daban.
Como al mes de estar laborando en Vesta, comencé a observar que muchos
niños indígenas (en edad escolar) pasaban frente a la escuela, pero no asistían a
clases, me interesé y averigüé y es que hasta ese momento los indígenas no
acostumbraban a enviar a sus hijos a la escuela, entonces visité los hogares de esos
niños y los padres me dieron que sí, que estuviera tranquilo que el próximo lunes me
enviarían “los güilas” a la escuela. Llegó el lunes y no se arrimó ni uno de los niños
indígenas; nuevamente visité los hogares, pero esta vez les dije que si no me enviaban
los niños a la escuela les iba a llegar con la policía. Recuerdo que no me hicieron
buena cara, pero al siguiente lunes se me llenó la escuela de alumnos para primer
grado. Era increíble la cantidad de niños, a tal punto que no me alcanzaban los pupitres
y tuve que acudir a una bananera para que me regalaran unas bancas viejas que
tenían guardadas.
Fue muy difícil trabajar con esos niños indígenas, pero me sentí muy contento y
útil de poder enseñar.
La comunidad de Vesta era muy tranquila (en el sentido de que no pasaba
nada que no fuera considerado dentro de lo normal), pero el 21 de abril de1991 de
repente, cuando todo estaba en una calma si se quiere hasta misteriosa; sucedió algo
que nadie nunca podrá olvidar.
Normalmente la hora de salida era a las 3:20 p.m., pero ese día era, un lunes,
yo estaba trabajando con un grupo de primer grado de 19 alumnos y se me hizo tarde,
estábamos haciendo el aseo del aula, por lo tanto los pupitres estaban desordenados y
hubo un fuerte sismo: los niños gritaban, lloraban, trataban de llegar hacia donde yo
estaba.
El sonido era horrible, pues la tierra rugía, el techo sonaba como si estuviera
destrozando las paredes, se movían como esas fábulas de la televisión en donde las
casas y los árboles se despegaban y se vuelven a meter en sus lugares una y otra
vez (y es que no era para menos, pues Vesta está en línea recta, a pocos kilómetros
del epicentro)
Solo Dios me pudo ayudar a sacar a aquellos niños y llevarlos rápidamente a la
plaza del lugar en donde los reuní con el maestro y su esposa, pues él ya había enviado
a sus alumnos a sus respectivos hogares. En la calle que había que cruzar para llegar
a la plaza, los cables eléctricos se habían caído, todavía tenían electricidad pues la
corriente era de una planta local y no se desconectaron con el sismo, en fin puse los
niños a salvo y me apresuré a buscar a mi esposa.
Vivíamos de pared por medio con la escuela y mientras atendía a mis alumnos
escuchaba cosas caer y romperse en mi casita, me imaginaba que Jeannette, mi
esposa, estaba debajo de los escombros, los cuales trataba de levantar, la llamaba y
más tarde después de levantar cosas buscándola, no me di cuenta de que su voz
llegaba de la calle, pues ella, en el momento del sismo estaba en la pulpería que
quedaba muy cerca de la plaza.
Al poco rato, casi toda la comunidad estaba reunida y seguía temblando,
primero se escuchaba un rugir de la tierra y al poco tiempo se sentía el meneón, era
como si se despeinara la plaza pues la tierra se apelotaba y se hacían levantamientos
abultamientos.
Fue una experiencia impactante nadie se lo esperaba, se hizo un ambiente de
temor, el rió dejó de moverse por algunos minutos, se cayeron cosas, la escuela se
falseó de un lado y una esquina quedó mas baja que las otra, pero gracias a Dios no
hubo perdidas humanas, al menos en Vesta.
Esa noche nadie pudo dormir, se dio una unión entre las personas que nunca se
había visto, recuerdo que doña Ángela y doña Manuela se habían jalado las greñas
pero esa noche se abrazaron y se pidieron perdón
Al día siguiente y los días que siguieron fueron de mucha incertidumbre, pues
no se sabía que había sucedido en el resto del país y todos queríamos saber del resto
de los familiares, en fin, fueron días en que había que tomar decisiones rápidamente.
No existía un Comité de Seguridad en la comunidad, el único era el de deportes pues
había un equipo al que le llamaban los “Masarica”, porque todo el mundo les daba. De
forma tal que se hacían necesario organizar la comunidad.
Entre mi esposa, el compañero maestro y yo, invitamos a las personas a
reunirnos para analizar los últimos acontecimientos, lo primero que hicimos fue levantar
un censo de la población por sexo y edades, luego realizamos un inventario de los
daños materiales, hicimos un inventario de alimentos disponibles en las dos pulperías,
de medicinas y los enfermos crónicos y nombramos una comitiva para salir a buscar
ayuda, Nos contactamos con la Comisión Nacional de Emergencia y efectivamente llegó
a pie el Señor Víctor J; quien nos orientó los pasos por seguir.
Recuerdo mi constante preocupación, pues todos y para todo acudían a mí y en
poco tiempo me habían convertido en el líder y como tal tenía que hacer algo, aunque
estaba tan asustado como los demás. Como resultado de esa experiencia la
comunidad de Vesta aprendió a organizarse para estar preparada para hacerse frente a
posibles emergencias y lo hicimos tan bien que la CNE nos capacitó en diferentes
áreas. Se obtuvo la colaboración de tres diferentes equipos médicos para atender las
enfermedades que vinieron después del terremoto, sobre todo en el aspecto preventivo,
se reparó la escuela y se coordinaron las ayudas logísticas para los habitantes de la
zona, pues la finca bananera fue destrozada por las consiguientes llenas y avalanchas
que, como consecuencia del terremoto, se dieron durante el siguiente año y medio.
Con los años de Universidad, me preparé para trabajar como educador, no
recibí tanta formación como la que gracias a Dios obtuve con esa enriquecedora
experiencia, la escuela Vesta, el alumnado y los miembros de la comunidad de esa
época, siempre ocuparán un lugar muy importante en mi corazón.
Para 1993, fui nombrado en la escuela la Guaria del mismo circuito, en la
escuela Vesta se nombró una persona en propiedad y hasta ese momento yo era
interino. En el centro educativo La Guaria, tuve otra bonita experiencia pues era una
escuela en ruinas por el terremoto y tuve el privilegio de hacer las gestiones para que se
construyera un pabellón de tres aulas nuevas, un comedor escolar, una casa para
maestro y un espacio para la parte administrativa.
En 1994 se me otorgó propiedad, con un Diplomado en Educación, en la escuela
de Maria Luisa del circuito 02, de la Dirección Regional de Enseñanza de Limón. En
esta institución laboré durante cinco años, los cuales fueron muy difíciles pues un
miembro de la Junta de Educación creía que su puesto era para beneficio propio, y que
podía quitar y poner maestros a su antojo.
En ese lugar tuve experiencias que no se las deseo a nadie, pues fui amenazado de
muerte, amenazaron con violar a mi esposa si no me iba y como consideré que ser
educador significa no solo dar lecciones, sino levantar consecuencias, buscar el
desarrollo social tanto de los educador como de la comunidad educativa, decidí darme
mi lugar y a todo maestro. Ese grupo de personas allegadas al señor en cuestión la
emprendieron contra mí, enviando cartas al Ministerio de Educación Pública, en las que
entre otras cosas se me acusaba de “fomentar la cultura del guaro”, dentro de la
institución, expulsar alumnos y otras acusaciones. Como consecuencia el MEP hizo las
investigaciones que consideró pertinentes y archivaron el asunto.
Entonces decidí limpiar mi imagen y acudí a los Tribunales de Justicia y al final, los
jueces los condenaron por injurias, calumnias, y dilación y con una indemnización de 51
0000 colones (en el año 1998) lo que sigo lamentando es que como educador no tuve
un apoyo legal por parte del patrono (MEP) y me siento muy orgulloso de haber sentado
un precedente al respecto.
Una vez que gané esa demanda en los tribunales llevé copia a mi expediente
personal y repartí copia entre las madres y los padres de familia y ciertamente muchas
cosas cambiaron la comunidad con los siguientes maestros.
Pero no todo fue problema, recuerdo que una vez organizamos un reinado
infantil, se eligió al rey y la reina de la escuela, se hizo por elección entre los alumnos y
como reina fue elegida la niña Carolina Solís López, lo interesante de esta elección es
que esta niñita poseía serios problemas de minusvalía y se hicieron patentes los
sentimientos, de amor, protección, y solidaridad; por gran mayoría la eligieron y esto le
levantó el autoestima de gran manera y contribuyó a más unión entre los estudiantes.
Llegó el momento en que sentí que había desempeñado una buena labor y que
había logrado que se me respetaran, entonces, me trasladé a otra escuela que se llama
Aguas Zarcas en la que trabajé los años 1999 y 2000.
Recuerdo que a principios de diciembre de 1999, estábamos en la escuela la
compañera Liosa y mi persona, cuando al frente de la escuela en un ranchito muy
pobre, empezó a desarrollarse una situación difícil, era que Melisa iba a dar luz a su
tercer hijo y para complicar la situación una llena se había llevado parte del camino y no
era posible que pudiera salir ningún vehículo.
Lo cierto del caso es que esta señora iba a tener su bebé y nadie en el lugar4 se
animaba a ayudarla. Eran gritos desesperados los que daba Melissa todos estábamos
muy nerviosos, había llegado el momento de poner en práctica eso que los seres
humanos tenemos y nos lleva a meternos en situaciones difíciles.
Convencí a doña Victoria, una señora de mucho valor y empatía y nos fuimos al
ranchito, era deprimente el escenario pues Melissa se encontraba en un camón de
madera con mucha sangre en la ropa y su bebé como de año y resto se encontraba
llorando junto a ella. Inmediatamente puse agua a hervir y manos a la obra, le dábamos
aliento, le infundimos valor y pujábamos con ella; al principio me impresionó mucho
pues le salían unos coágulos de sangre ennegrecidos y me mareé mucho, pero me
repuse. Entonces la tomé de los hombros y la levanté a la a la altura de mi pecho y
mientras doña Victoria hacía el resto, recuerdo que Melissa pujaba y yo pujaba más
fuerte; hasta que nació la bebecita. Doña Victoria le cortó el ombligo, pero el problema
estuvo en que cuando lo estaba cortando, el resto se le estaba metiendo, entonces la
agarré y la sostuve con mi mano mientras atendían la agarré y la sostuve con mi mano
mientras atendían a la nueva habitante de Agua Zarcas.
Una vez que terminó lectivo del 2001 y ya como Bachiller en Educación me
trasladé a una escuela unidocente, la escuela Asunción del mismo circuito. Quedaba
muy largo pero tenia interés de laborar nuevamente como unidocente. tuve la
experiencia de que en ese curso lectivo, el entonces Ministro de Educación Don
Guillermo Vargas Salazar, inauguraba una nueva edificación de la escuelita y la
experiencia se enriqueció pues había que cruzar el río y Aguas Zarcas y ese día se
llenó.
Recuerdo que el Ministro se mojó, pero insistió en llegar hasta la escuela, en ese
momento había un tractor, y todos cruzamos el río crecido. Lo cierto de esto es que ese
día nos comimos el arroz con pollo con mucha agua.
Debido a problemas de salud tuve que regresar nuevamente a Aguas Zarcas y
en ella laboré 2003, 2004 y 2005, fueron años muy tranquilos en los que laboré con
excelente compañeros, como en el caso de Yamil Álvarez Cabalceta, mi buen amigo
guanacasteco.
En la actualidad, 2006 y 2007, laboro en una linda escuela del circuito 03 de la
Direccion Regional de Guápiles. Se trata de una comunidad muy organizada. M me
siento muy contento de haber llegado a esta institución y creo que estaré hasta que
llegue el momento de pensionarme.
Dentro de todos los problemas que se le achacan a la educación nacional actual,
pienso que lo peor es que el educador costarricense haya perdido aquel papel de
maestro apóstol que tenían mis queridos maestros, doña Zeneida y don Domingo,
también creo que debe haber más conexión entre la teoría que tan bien nos enseñan
los centros educativos que cuentan con más facilidades de acceso tanto físicas como
tecnológicas.
Pienso que sería necesario que las universidades preparen ofertas académicas
acordes con la realidad rural e implementen prácticas pedagógicas de mayor duración y
con un mejor sistema de supervisión, lo hay no es que esté mal, pero se debe actualizar
y mejorar.
No quiero terminar este resumen de recuerdos, sin antes agradecer a Dios
primero y luego a mi esposa Jeannette Bolaños, quien en mis inicios trabajó duramente
para ayudarme a financiar mis estudios y ha estado a mi lado en los momentos de
alegría y triunfos pero también ha soportado tantos momentos difíciles de mi vida de
maestro, gracias mi vida, eres mi razón de vivir.
Marjorie Segura Rodríguez
Maestra rural. ¨ La hija de las minas¨
¡Qué susto! Me nombraron en San Rafael de Guatuso. La empleada de mi
hermana siempre me había dicho que ahí los indígenas echaban ¨macúa¨ y yo no sabía
que era eso, mas me imaginaba un polvillo blanco que me lanzaban y yo seguiría atrás
como perito faldero.
Esto ocurrió hace veintiocho años y unos meses, acababa de salir de la
Universidad Nacional, con mi Bachillerato en la especialidad de Español.
Nací un 6 de diciembre de 1956, en un pueblito minero de las Juntas de
Abangares. Soy la cuarta hija del humilde hogar de Segura Rodríguez, a Dios gracias mi
madre no se fijó en el santoral, porque ese era el Día de San Nicolás así me nombraron
Marjorie.
Realicé mi primaria en la escuela Delia Oviedo de Acuña de mi cantón, aunque
muy tímida, me destaqué por mis notas, del quinto al sexto grado recuerdo a la niña
Alba Jiménez, quien despertó en mí el gusto por la poesía y la literatura.
Mi secundaria la cursé en el C.T.P.A. de Abangares, siempre en mi terruño; de
nuevo mi timidez cortó mi la participación en clases; en mi casa en cambio, era
desinhibida y con mi amiga de siempre, Margarita, estudiábamos subidas en los jícaros
o íbamos a robar guayabas o limones al potrero vecino.
Luego ella se ganó el Bachillerato con Honor y yo, que tenia buena memoria fui
de los que realizamos el bachillerato en mi colegio ese año de 1973 la mejor, aunque
me parecía mentira haber ganado Matemáticas puesto que los senos y cosenos se me
hacían un colocho, por esta razón había optado por estudiar Español, motivada
también por mi profesor de la materia, Miguel Arce, que me decía: “Marjorie, usted en
buenilla en español”.
Y así con una beca de ¢125 de la Municipalidad y la ayuda de mi padre
repartiendo leche en el comedor escolar y mi madre planchando ajeno, pude ingresar a
mis estudios superiores, después de cinco años cuando me fui a reclutar solo quería
plaza en mi tierra guanacasteca o en san Carlos centro, como nada más había opciones
para Guatuso, Villa Nelly Cuidad Cortés, guardé las Ofertas de Servicio en la mesita del
cuarto donde vivía en Heredia y me vine a las Juntas de Abangares.
Mi hermano Gilberto las encontró, llenó los papeles y ahora me habían
nombrado: profesora de 22 años asustadiza y tímida; muchacha abangareña con poca
experiencia, tanto en lo educativo como amoroso, pues a esa edad no había tenido
novio, solo amores idealizados que se esfumaban con el tiempo.
Después de un mes lleno de pesadillas con sueños fantasmales de indígenas
detrás de mí, para echarme un macuá, llegó el día de viajar a Guatuso, este viaje duro
4 horas, para mí un martirio, era un camino en mal estado, lleno de piedras, huecos,
hubo que cruzar dos ríos porque no habían puentes, el viejo camioncillo que nos
transportaba traqueaba sin cesar, al fin pasamos un puente que ya casi se caía y
aunque la bella laguna del Arenal bordeó gran trecho de nuestro trayecto todo era
oscuro.
Al fin llegamos, yo traía una carta de recomendación para Celsa Rodríguez y ahí
nos encaminamos mi madre y yo, al llegar me llamó la atención la limpieza del lugar y
las paredes de la cocina llena de ollas relucientes, al igual que el alma de doña Celsa,
ella me miró con cariño y me acogió en el regazo de su hogar. Ese domingo 6 de marzo
de 1979 me sentí abandonada, pues mi madre se marchó, me sentí triste, nostálgica, en
un sitio sin electricidad lleno de barro, lluvia y más lluvia, un lugar que no ofrecía
expectativas. Sin embargo desde el primer momento doña Celsa me dio un trato
preferencial en su corazón. Tenia que compartir el cuarto con su hija Jeannette la cual
tenía fama de autoritaria y pesada, pero conmigo fue dulzura, hermana y compañera
durante los años que pasé en ese lugar.
El jefe de esa familia Manuel Espinoza, también me llenó de afecto al igual que
los otros hijos del hogar: Fabio, Abel y Nico, los cuales pasaron a ser mis hermanos
adoptivos.
El primer día de clases llegué nerviosa, no había aulas, solo un inmenso y frió
salón de baile, que luego sería dividido para impartir las diferentes materias, ahí el
inolvidable director Oscar Murillo: bajo, gordito con voz suave nos dio la bienvenida y
nos asignó un grupo de alumnos; sólo impartíamos primero y segundo años, porque el
colegio había iniciado como tal hacia solamente un año, por esa razón, me asombré de
que muchos de esos alumnos se acercaban a mi edad y eran ya hombres y mujeres
guatuseños que cifraban en sus estudios un mejor porvenir. Algunos recorrían
distancias de una o dos horas para llegar al centro de enseñanza.
La tercera noche en Guatuso la pasé acomodando mis emociones; el asunto no
parecía tan mal, el lugar estaba poblado en su mayoría por nicaragüenses o hijos de
ellos, había solo cinco o siete indígenas que se veían tranquilos, amistosos. Yo ya
estaba ahí y había que abrir camino, era una profesora sin experiencia, pero con
deseos de poner en práctica mi amor por mi materia, tenía en mi mente complejas
construcciones arbóreas, elevados conceptos sociolingüísticos, la práctica realizada en
un acomodado colegio herediano distaba mucho a la realidad a la cual me enfrentaba.
Esa primera semana me sentí entonces como una exploradora, descubrí para un
nuevo mundo, pasé de la ciudad de Heredia a un pueblito indígena del cual tenía como
único indicio de mi tercer grado, las llanuras de Guatuso, por tanto ahora me tocaba
explorar y asimilar ese mundo que iba resultando cada vez interesante, la familia, los
compañeros, los alumnos y así me fui disolviendo en el paisaje.
Como no contábamos con material didáctico, teníamos que hacer uso de la
pizarra, de algunas hojitas poligrafiazas y alguna que otra grabación que pescábamos
cuando salíamos a nuestros pueblos, o bien podíamos imprimir ahí.
Los alumnos eran serviciales, en su mayoría responsables y por ser de esa zona
me llevaban naranjas, pejibayes o guabas, la mayoría pertenecía a familias de escasos
recursos económicos con la ventaja que se les pedía poco material y que en esa época
había poco consumismo.
Los profesores aislados de la otra parte de nuestra geografía, hacían carnes
asadas y así pude asistir a algunas de ellas al otro lado del puente en la casa de Henry
Rodríguez y su dulce esposa. Nos alegrábamos un rato, al son de la guitarra
degustando chicharrones o carne. Algunas veces ellos se divertían en mejengas con los
alumnos.
Para poder sufragar los gastos de hojas y otros materiales planeábamos bingos,
rifas y turnos, muchas veces con el agua hasta los tobillos. En esos periodos
quedábamos incomunicados porque los buses y carros de doble tracción no pasaban el
rió.
La rutina seguía, el salón de baile dejaba de serlo para convertirse de lunes a
viernes en nuestro colegio, ya las desgastadas tablas de plywood no tenían lugar para
los clavos y las voces de unos y otros profesores se entremezclaban cada vez más, no
obstante seguíamos adelante, el entusiasmo de esos jóvenes los hacia renacer y pese
a los zancudos, a los interminables temporales seguíamos ahí, era un personal solidario
que acuerpábamos nuestra soledad en la sonrisa de una mano amiga que luchaba con
el mismo afán.
Los profesores académicos nos salvábamos, pero los de campo tenían que
luchar en la agreste finca del colegio contra el barro y las grandes serpientes
venenosas, aunque tenían a su lado alumnos de trabajo y valentía en sus corazones.
Pasaron dos años, durante el año de Rodrigo Carazo se fundó el plantel del
C.T.P.A de Guatuso, teníamos buenas aulas, era un lugar pequeño pero gozábamos de
más comodidades y aunque no contábamos con biblioteca, la Junta de Educación nos
ayudó a comprar libros, ya había carretera por San Carlos y de vez en cuando
podíamos ir a los asesoramientos; en el quinto año nos correspondía dar los cinco
niveles, pero el panorama era más halagador.
Ya me había casado con el Profesor de Agricultura, Víctor Murillo Morales quien
desde que me conoció trató de enamorarme al zumbido de los zancudos y con
grabaciones de Camilo Cesto.
Por tanto nos sentíamos más arraigados, alquilamos una casita y al año
siguiente tuve a mi primer hijo. Por esa razón, mi madre quería que yo me trasladara a
las Juntas, se me ofreció la oportunidad y cuando quise despedirme de mis alumnos y
compañeros las lágrimas ahogaron mis palabras, dejaba tras de mí un lugar de gente
buena que siempre me brindó su humildad afecto y camaradería.
Ya en mi pueblo Abangares, llegué a mi viejo colegio del cual había egresado
hacía diez años. Ahora volvía como profesora, me dieron tercero y sexto año y aún que
me sentía cohibida en un colegio más grande, pude salir avante con la ayuda de doña
Sandra del Departamento de Español. También aquí tuve que luchar con la escasez de
material didáctico, pero con rifas, bingos y ferias agostinas o bien vendiendo tamales en
los barrios, pudimos suplir nuestras necesidades. En 1990 reabrieron el Bachillerato en
los colegios, los profesores estábamos temerosos, no había temario, hacíamos tragar a
nuestros estudiantes toda la materia, impartíamos centros, más tanto ellos como
nosotros tomábamos en serio nuestra misión.
Muchas veces mi gran amiga Margarita, la orientadora del Colegio y yo fuimos
hasta San José a sacar fotocopias de las lecturas obligatorias por que ahí en los
alrededores de la Universidad de Costa Rica eran más baratas y nos garantizábamos
que la mayoría de los alumnos las pudieran leer, los dedos se nos querían trozar por las
manillas de las bolsas y apurábamos el paso para llegar al autobús, otras veces
podíamos llevar las obras de teatro en estudio para ampliar el panorama y cuando no,
los alumnos dramatizaban fragmentos de estas. Sin embargo, cabe mencionar que en
las zonas rurales estamos en desventaja porque solo contamos con el entusiasmo, mas
nos falta el apoyo de muchos medios y recursos que sí posee en las ciudades.
En 1998
una asesora observó mis lecciones y me hizo críticas que
desestimularon mi labor, no obstante con la frente en alto traté de dar los seis años que
me quedaban antes del retiro, con toda la entrega posible. Me di cuenta que no se
termina de aprender, que había que motivar más al alumnado; ya había sacrificado mi
salud física y mental, ya había robado el tiempo de mis hijos revisando exámenes,
dictados, redacciones en mi casa , pero debía dar más y me di a la tarea de jugar con la
gramática, de hacer vivir con la literatura, de expresar emociones con la poesía, de
hacer amar la materia.
Ya había tirado mi timidez y participaba de todas las asambleas con mis obras
de teatro, ensayo de poesías coreadas, ahora me entregaba más y más a mi colegio y
sus diversas actividades; lo único que no me ayudaba era mi carácter de profesora
regañona, más tengo la certeza de que cuando llegué a ser grosera fue con el objetivo
de hacer reaccionar al alumno ante una actitud de desinterés o indisciplina.
De ese caminar al lado de los estudiantes viene a mi mente muchas anécdotas
de las cuales rescataré algunas de ellas: Estando ya casada, en Guatuso un alumno
muy sencillo me dedicó una canción en un festival, lo molestaron tanto que al fin de año,
nos llevóo un saco de naranjas porque le habían dicho que mi esposo profesor de
agricultura lo iba a reprobar en la materia. Cuando contaba con dieciocho años de
trabajar, me encontré con un alumno con mis apellidos y expresé: ¡Oh, usted puede ser
mi hermano! Y el entre dientes contestó; mi hermana no, mi abuela es que puede ser…
y la más acongojante fue cuando quise limar asperezas con un alumno que acababa de
regañar, perdí la noción del tiempo y espacio y le dije; su mamá trabajó en mi casa,
bueno en casa de mi madre. Por la tarde la señora me llamó muy alterada, aduciendo
que ella era secretaria bilingüe y que el chiquito estaba atacado, yo deseaba que me
tragara la tierra.
En el año 2001 fui profesora guía de un grupo de octavo; eran fogosos, llenos de
energía, fuimos el fin de año al Parque Nacional de Diversiones, después de haber
disfrutado todo el día, el complaciente chofer nos paró en el Real Cariari, eso sí nos
advirtió que era solo por media hora, yo ayude diciendo él que no está se queda, nos
dispusimos todos a ver y comprar, pero me quedé rezagada, pues les tengo miedo a las
escaleras eléctricas, en un abrir y un cerrar de ojos no vi nada, me sentí perdida,
después casi llorando llegué al bus, fui la última, casi me dejan. Creo
que
estas
vivencias suceden porque en el campo hay mucha interrelación con los jóvenes, para
nosotros son personas no números.
Ahora recluida en mi hogar entre mis escritos y mis recuerdos queda la
satisfacción de haber amado con pasión y entrega mi materia, de haber compartido y
aprendido con tantos jóvenes estudiantes. Sé que cometí muchos errores, que herí
susceptibilidades pero estoy segura de que quise dejar huellas positivas al son de las
palabras y sentimientos expresados salidos de mi alma, de mis entrañas y de mi amor
por las letras.
GUIDO ÁLVAREZ NAVARRO
Mis padres Solón Álvarez Brenes y Bertha Luisa Navarro Rodríguez (QDDG)
me trajeron al mundo un 25 de enero del año 1944, en donde me crié rodeado de mis
once hermanos, siete hombres y cinco mujeres.
No teníamos casa propia, sino que a mi papá le prestaban una covacha amplia y
con piso de tierra, la que resultaba muy incómoda para acomodarnos todos, sin
embargo así fue pasando nuestra infancia. Rodeados de cañales,
gallinas, cerdos,
vacas, caballos, perros y algunas avecillas que mi papá y algunos de mis hermanos
acostumbraban tener en sus jaulas, fueron transcurriendo nuestros primeros años de
vida.
Aunque la situación económica siempre muy difícil, mis padres lucharon para
darnos el alimento, el vestido y las medicinas que siempre fuimos necesitando y así iban
cubriendo otras necesidades.
Casi fuimos naciendo con un año, o a lo máximo dos de diferencia, por lo que
siempre podíamos jugar y estudiar juntos.
A pesar de la situación económica, el ambiente era muy agradable, el río
Rosales con sus aguas puras y cristalinas, nos permitió a todos aprender a nadar y a
disfrutar de sus pozas, muchas veces animada por el bullicio de las chachalacas que no
se cansaban de gritar, posiblemente asustadas por la presencia de nosotros y de
algunos zaguates que siempre nos acompañaban.
Recuerdo con mucha nostalgia los grandes árboles de Guapinol, que no solo
nos servían como alimento, sino que sus altas y fuertes ramas eran el sostén para las
hamacas que solíamos instalar para mecernos a grandes alturas. ¡Qué domingos más
lindos pasábamos en ese lugar! Comíamos naranjas, caña de azúcar, hijos de piñuela,
nos bañábamos y nos mecíamos en el árbol de Guapinol.
Recuerdo que para el 1948, las fuerzas del gobierno andaban reclutando gente
con el fin de hacerle frente a un contingente extranjero que provenía de Nicaragua y que
se encontraba ya cerca de San Carlos.
Mi padre, junto con otros vecinos se escondía entre los cañales y en varias
ocasiones, con solo cuatro años de edad, tuve que llevarles alimentos por intrincados
caminos y veredas, donde ellos se escondían, pues no podían salir de su escondrijo.
Dos soldados, armados con grandes rifles, me siguieron en una ocasión,
preguntándome que donde estaba mi padre, a lo que yo les dije que me siguieran y en
eso me di cuenta que no podía decirles, por lo que pasé recto de donde estaba la
entrada para llegar a ellos, más de un kilómetro y les señalé una montañilla que se veía
a los lejos y entonces desistieron en seguirme.
No recuerdo en qué año fue, pero me tocó vivir junto a mi madre, el terremoto de
Cartago. Mamá le tenía pavor, gritaba, corría, se agarraba de los árboles, intentaba
entrar a la casa para buscar a los más pequeños. Aquella fue una experiencia muy
desagradable, no podía hacer nada por ayudar a mi madre, sin embargo, al momento,
ya estábamos todos en casa, sanitos y coleando, aunque seguía temblando.
A los siete años ingresé al primer grado en la escuela Puente de Piedra, que me
quedaba como a dos kilómetros de distancia. Era una escuelita pequeña, de dos
maestras.
Me parecía una gran escuela, era mi primera experiencia y me gustaron mucho,
principalmente las canciones de los pollitos y los patitos.
El segundo grado lo hice en la escuela Simón Bolívar, que aunque me quedaba
más largo, unos tres kilómetros, tenía que hacerlo, pues debía entregar cuatro o cinco
botellas de leche todos los días.
Mamá se levantaba desde las tres de la mañana a preparar los almuerzos de
mis hermanos mayores y de mi papá, alistar a los que íbamos para la escuela y ordeñar
tres o cuatro vacas para vender la leche.
Ahí todos debíamos trabajar. Las hermanas mayores ayudaban a los más
pequeños, mientras que los hermanos mayores eran los encargados de recoger la leña,
así como ir al cerco a recoger yuca, plátanos, guineos, chayotes y camotes que eran
necesarios para hacer las viandas de comida que se necesitan en una familia tan
grande. Cuando no había carne, mamá siempre echaba mano a alguna gallina que
había dejado de poner días antes, o a la más bulliciosa, pero la verdura de todos los
días debía ir acompañada de algún pedazo de carne.
Los conejos, armadillos, tepezcuintle, algún pizote y hasta algunas aves, eran
parte de nuestra dieta alimenticia diaria y a mi papá nunca le faltaban los buenos perros
de cacería y su rifle “bala u”.
Desde los seis años ya me llevaban a recolectar café. Recuerdo que hacía
mucho frío y me ponían a juntar las calles de café, pero lo más triste era cuando llovía
por aquellas mojadas que uno se daba y así había que jalar el café para llevarlo a
medir.
En esos años empezó mi fiebre por el fútbol, debía jugar descalzo y para eso
usábamos pelotas de trapo, hule, naranjas, toronjas o las que hacíamos nosotros
mismos de papel, bien amarrado o con ligas, para que nos durara más.
Todavía tengo recuerdos en los pies, de las veces que me arrancaba las uñas,
dándole al suelo, en vez de golpear aquellas pelotas.
Para una Semana Santa, mamá, que era la que más nos llevaba a oír la Misa,
tuve la oportunidad de escuchar a unos misioneros españoles, encargados de dar los
sermones.
Estos sacerdotes me impresionaron tanto, que ahí mismo decidí seguir la
carrera de sacerdote, lo que puso muy contenta a mi mamá, sin embargo, pocos años
más adelante se me quitó esa idea.
El Diploma lo obtuve en la escuela Simón Bolívar. Fue la primera vez que me
puse zapatos, por lo que más parecía un pato con zancos en un corredor de cerámica. El
problema de no usar zapatos no era tanto por lo económico, sino porque tenía los pies
encorvados hacia adentro y todo zapato me molestaba mucho.
Cuando en la casa decidimos que entrara al colegio, fue necesario operarme del
pie izquierdo para tratar de enderezarlo un poco, mientras que el pie derecho me lo
sometieron a un tratamiento especial durante un mes. Solo así pude ponerme zapatos.
El ingreso a la secundaria era incierto por la situación económica. Ninguno de
mis hermanos mayores había podido ir al colegio y nunca creí que lo pudiera hacer. Sin
embargo, mis hermanos se comprometieron a ayudarme y de esa manera pude llegar a
obtener el Bachillerato en el Liceo León Cortés en el año 1962.
No quiero omitir en esta reseña, que ya en el colegio, mi afición por el fútbol era
mayor y en ocasiones podía jugar con zapatos tenis, lo que era un alivio para mis
empobrecidos pies, todos maltrechos, con las uñas desgastadas y los dedos medio
torcidos. Mi recompensa llegó en cuarto año, cuando fui llamado a formar parte de la
selección del colegio, ocupamos el segundo lugar en el nivel nacional y como premio, el
Profesor de Ciencias, con Carlos Luis Soto, (apodado Pindurria) organizó una gira por
Centroamérica y nos llevó a jugar a Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. El
último partido fue a las 2:00 p.m., en el estadio Mateo Flores de Guatemala, jugamos
contra un equipo de estudiantes de ese país y nosotros hicimos el preliminar entre el
Municipal de Guatemala y el O Cruceiro de Brasil, ante unos 15 mil espectadores.
Aquello fue grandioso para nosotros.
BECAS.
Otra de mis experiencias fue la lucha que realicé para conseguir becas e irme a
estudiar al exterior y en las dos fracasé por golpes de estado.
Estando en Guatemala en el año 1961, con la selección del liceo León Cortés, el
presidente de ese país, Lic. Idígoras Fuentes, nos ofreció una beca para estudiar en la
Escuela Nacional de Agricultura. Debíamos venir un año a Costa Rica para obtener el
Bachillerato, pues era un requisito.
Los otros dos becados eran los compañeros Gerardo Castro y Adrián Monge, sin
embargo, un golpe de estado derrocó a Fuentes, en Guatemala se llevaba a cabo una
lucha armada, el país estaba revuelto y aunque las becas nos las mantuvieron, nuestros
padres no nos dejaron ir, por el peligro que había.
En otra oportunidad, siendo ya educador en la escuela Urbano Oviedo en Santa
Gertrudis Norte de Grecia, nos ofrecieron una beca para estudiar Evaluación Educativa
en Chile. Nos faltaba un mes para trasladarnos a ese país, cuando se le dio un golpe de
estado al Presidente Salvador Allende por parte de Augusto Pinochet, el país entró en
problemas militares, la situación estaba muy difícil y las becas fueron suspendidas.
Siempre he creído que el Señor hace bien las cosas y por ese motivo nunca me
preocupé por haber perdido esas dos oportunidades, de realizar estudios superiores.
Educación
A pesar de que mis compañeros de bachillerato optaron rápidamente por buscar
una plaza para maestro y continuar sus estudios, en mi caso no quería eso. Quería una
carrera de Contabilidad y por ese motivo ingresé a la escuela Castro Carazo en San
José para seguir la carrera de Teneduría de Libros, pensando siempre en continuar con
Contabilidad y seguir con Auditoría.
Al estar terminando la carrera de Teneduría, salí una tarde de la escuela y al
pasar frente al Ministerio de Educación, ubicado en ese entonces a solo 50 metros, me
acerqué al observar que había una feria de libros.
En ese momento, un señor, sentado tras un escritorio, que después supe era
don Bienvenido Ramírez (QDDG), me llamó y me preguntó si era Bachiller, al
contestarle que sí, me dijo que si quería irme a dar clases.
Pensé en mi novia, quien es ahora mi esposa, pensé en mi familia, qué iba a
pensar mamá por dejar los estudios botados, recordé tantos problemas económicos
que tenía en esos momentos. El problema más grande era que debía decidir de una
vez, porque si aceptaba, debía salir otro día para la zona sur.
Acepté irme a trabajar a la escuela Boquete, en el maíz de Boruca, ubicada a cuatro
horas del poblado Boruca o a cuatro horas y media de Palmar Norte. Pedí un día más
para alistar materiales, ropa, diarios de clase y posiblemente arreglar muchas otras
cosas que tenía en ese momento.
En mi casa casi todos lloramos. No tenía la menor idea para donde iba. Mi mamá y mis
hermanas me alistaban camisas de manga larga, con mancuernillas doradas, medias
blancas, glostora para el pelo, varios peines y todo lo que se les ocurría que yo podía
necesitar allá.
Al final no me pude llevar muchas cosas, no las aguantaba. Lo más difícil era no tener
ni la menor idea de lo que en realidad podía necesitar en una montaña, como a la que
me tocó llegar. Fueron condiciones muy difíciles, no había escuela, no había agua y
mucho menos corriente eléctrica. Ahora cuarenta años después, todavía no existen
esas comodidades. Para que sea más real, la única comunicación que tenía con el
mundo exterior, era cuando veía u oía pasar los aviones.
Aquellas camisas de manga larga, tan bonitas que me había llevado, solo
servían para dormir, pues el lugar era bastante frío, principalmente por las noches y
además se me dificultaba mucho para aplancharlas.
Fue toda una experiencia, pasar de la ciudad, con muchas comodidades a un
lugar inhóspito, incomunicado, en donde la bestia era el único medio de locomoción.
Solo podía salir dos o tres veces al año, en las vacaciones de quince días y de
tres meses y allá de vez en cuando para Semana Santa o las fiestas patronales de mi
pueblo.
Las experiencias vividas en la comunidad de Boquete fueron muchas.
Rápidamente me incorporé a un equipo de inditos, en donde solo dos maestros éramos
blancos, el otro era mi compañero Stanley (Chino) Polonio.
De inmediato ingresé al Instituto de Formación Profesional del Magisterio
(IFPM). Era un requisito para que lo siguieran nombrando, sin embargo, era muy difícil,
pues durante el año enviaban las materias, uno contestaba cuestionarios y en las
vacaciones de 15 días y tres meses, se las pasaba uno en las aulas. Fueron tiempos
muy duros, porque era bonito venir a disfrutar las vacaciones, pero así no se podía, todo
momento era para estudiar.
De esta manera obtuve el Posgrado en Educación Primaria y posteriormente la
Universidad de Costa Rica, con sede en Tacares, abrió cursos con énfasis en
Educación y así logré obtener el Bachillerato en Educación.
Estando en aquel lugar, viajábamos a diferentes pueblos. Generalmente todos
íbamos a caballo. Trece o catorce jugadores, todos en fila india, a veces más callados y
tristes que un yigüirro en una jaula, pero a veces a alguien se le ocurría alguna canción
y todos lo seguíamos.
Uno de los viajes que más recuerdo, fue el que hicimos un día a la comunidad
de China Kichá. Salimos a las 7:00 a.m. de Maíz Boruca y llegamos a ese poblado,
poco antes de las 4 p.m., cansados, con hambre, con sed, el cuerpo magullado por las
horas de andar a caballo y hasta con sueño.
Al llegar se nos informó que el partido sería otro día a las ocho de la mañana,
con el fin de que nos pudiéramos regresar temprano, antes de anochecer. Sin embargo,
decidimos hacer la mejenga esa misma tarde, porque debíamos salir el otro día a eso
de las 6: a.m. para llegar a tiempo a nuestras casas.
Ese mismo día jugamos, pasamos la noche bailando, comiendo y tomándonos
unos tragos. A las 5:00 am, me despertó Marcelino Morales, era el portero y era un
cholito (indígena) que trataba de levantarme. Le dije que tenía que bañarme, desayunar
e ir a recoger la bestia. Ya la bestia está ensillada me dijo, ya todos estamos listos
para regresar, ya desayunamos, pero necesitamos un trago para componernos. No me
quedó más remedio que levantarme y con toda la pereza y el sueño, prepararme para
hacer el camino de regreso. ¡Qué jornada más dura, fue esa!.
Me olvidaba contar que al llegar a Boquete, no había escuela. El Supervisor me
dijo que él solo había firmado la petición para la apertura de la escuela, porque le
habían presentado una lista de alumnos, pero ni siquiera tenía una idea de dónde
estaba ese lugar.
Eran solo cuatro casas, 17 alumnos y durante 22 días tuve que trabajar bajo la
sombra de un árbol. En realidad los vecinos ya no esperaban al maestro y no estaban
preparados para recibirlo, por eso no estaba lista la escuela, ni había ningún tipo de
material.
Sin ninguna experiencia para dar lecciones, sin materiales, con niños que no
sabían lo que era un lápiz y menos un cuaderno. Algunos de ellos con el pelo paradito,
por su raza indígena y otros blanquitos, pero todos bella gente, muy cariñosos,
descalcitos y como con miedo al maestro.
Un maestro vecino me regaló unos cuadernos, lápices y me dio las primeras
técnicas de trabajo. Mientras trabajaba con aquellos niños, dos señores montaron un
tabanco y con una sierra de mano empezaron a sacar las tablas necesarias para cerrar
un cuarto, que iba a ser mi primera escuela, hasta una cocina me construyeron, sin
embargo, una de las primeras luchas fue para que me construyeran un servicio sanitario
de pozo negro. En el lugar nadie estaba acostumbrado a usar esos servicios, por lo que
les exigí que en cada casa debían construir uno igual o parecido.
La pulpería más cercana estaba a dos horas y media de la escuela, pero era
muy poco lo que se podía comprar. Era sólo una ventana de metro y medio con solo
algunas cosillas, pero era muy útil. Por primera vez anduve a caballo. Tuve que
aprender a ensillarlos y a domesticarlos, pues compré uno y me salió muy rebelde, sin
embargo terminamos siendo muy amigos y hasta en pelo lo montaba. Después corría
hasta cintas y visitábamos pueblos para participar en sus fiestas.
Experiencia
En una oportunidad se había programado un partido de fútbol en Maíz de los
Uva (Colinas) para un domingo. El sábado por la tarde llegué hasta Maíz de los
Borucas, con el fin de pasar ahí la noche y salir el domingo por la mañana.
Al llegar me di cuenta que todos los jugadores se habían quedado ese sábado
para aprovechar un baile por la noche, por lo que sentí pereza de quedarme solo por
ahí. A las 5:00 p.m cogí el caballo y me encaminé para Colinas. Lamentablemente no
pensé en que el camino iba bordeando el río Maíz y que había que pasarlo 20 veces
para llegar a la otra comunidad. La lluvia amenazaba con caer. El cielo se puso oscuro y
no tomé en cuenta que en la montaña la noche cae mucho más rápido. Ya no me podía
devolver. La oscuridad me cubrió todo. No veía los vados (pasos por el río). El caballo
que andaba era muy fuerte. De un momento a otro el río creció mucho, arrastraba palos
y piedras y yo creía que bufaba, por el ruido que producía. Quedé varado en medio río.
Estaba empapado y con mucho frío. El agua cubría hasta arriba de la albarda. Tomé un
camino equivocado y el caballo colocó sus manos en una gran piedra y de ahí no quiso
moverse, por más que le insistía. Sentí pánico. En verdad creí que ese era mi último
día. No había manera de avanzar, ni para atrás ni para adelante y menos para uno de
los lados, la fuerza del río era muy grande y solo aquel potente animal podía sostenerse
conmigo encima.
Aunque el río no era muy ancho, unos seis o siete metros, estaba a la mitad de
él.
Empecé a pegar gritos como un desesperado, pensando en que alguien pudiera
escucharme y llegar en mi auxilio, sin embargo, sabía que por aquel lugar no habían
casas.
La situación era cada vez más crítica. Empecé a sentir cómo que el caballo
temblaba igual que yo, posiblemente por el frío que sentía en aquellos momentos.
Me encomendé a todos los santos, pensé en todo lo bueno y lo malo que había
sido. Sabía que no tenía escapatoria y que pronto la bestia no iba a soportar más y se
derrumbaría al agua junto conmigo, que no sabía nadar, aunque pensé que en ese caso
ni un buen nadador podría salir airoso. La corriente era cada vez más fuerte, porque
posiblemente en la parte alta, donde nace este río había llovido también mucho.
Pasé por los menos unos 20 minutos en aquella situación tan difícil. ¡Oh! de
pronto observé una luz de foco. Alguien se acercaba. Mis gritos eran todavía más
fuertes. En aquel estruendo me pareció escuchar la voz de un hombre que preguntaba
que quién era.
Soy el maestro de Boquete. Ah, ¿Don Guido? Si, le dije con toda mi fuerza. Al
acercarse a la orilla, este Salvador pudo observar la situación en que me hallaba y
entonces me tiró un mecate para que lo amarrara al caballo. Me dijo que me agarrara
bien fuerte de las coyundas y que me hiciera por el lado contrario a la corriente para que
le ayudara a la bestia y no le hiciera contrapeso, no entendí nada, pero le hice caso.
Poco a poco empezó a tirar del caballo, este cedió, dio un pequeño paso, otro y de
pronto estábamos ya en la orilla.
¡Qué bárbaro más tonto, fue lo primero que me dijo aquel hombre! ¡Cómo se
atrevió a venirse por este camino y a esta hora, solo un loco lo hace! Ni le prestaba
atención, solo pensaba cómo me había salvado de aquella situación.
Cuando llegamos al pueblo de Colinas a eso de las 8.00p.m. y contamos lo que
me había pasado, en verdad que casi no me creían. Un señor, que escuchaba aquella
aventura manifestó; Lo perdonó el río.
En aquel momento no le entendí, hasta
después.
Los días iban pasando en aquellos lugares, hay muchas anécdotas, pero será
para otro día que pueda contarlas.
Una de las cosas que más aprendí a valorar en ese tiempo, era el valor que
tenía el maestro. Era la máxima autoridad, el juez, el escribano, el consejero y se hacía
todo lo que él decía. Era un verdadero galán. Mejor no cuento más. Todo eso se
perdió al poco tiempo. Me parece que la actitud de algunos maestros y la capacitación
de la gente que ya iba a los colegios, hizo que se perdiera mucha de la credibilidad que
había antes hacia los educadores.
Fue una experiencia muy valiosa, pues aprendí lo que es sobrevivir en la
montaña, conocer bastante de lo que es la cacería en el monte y aprender a orientarme
en la montaña.
Fueron dos años de labor, sin embargo, la primera vez que llegó un supervisor a
visitarme, me dijo que no era posible permanecer por más de un año en lugar tan difícil,
por lo que me trasladó a la escuela de Coronado, en Ciudad Cortés. Este era un lugar
con más comunicación. Se viajaba en autobús, motocicleta y hasta en bicicleta, había
negocios cercanos y hasta una plaza en la escuela. Llegué un jueves por la tarde,
empecé a realizar la matrícula y a darme a conocer en la comunidad. Me llamó la
atención que visité seis casas solicitando que me vendieran la comida y todos se
opusieron. Solo una señora me ofreció la alimentación, mientras ella misma me
ayudaba a conseguir quien me diera el servicio. Ese domingo jugué con el equipo del
pueblo, anoté los dos goles con que ganamos el partido 2 X 1 y como dos horas
después del partido, ya tenía seis familias que me ofrecían la comida. Así es el deporte
en esos lugares.
Durante ese mismo partido dos jovencitas se enojaron, se tiraron de los cabellos y
hasta al final me di cuenta que era por mí: una era barra del equipo visitante y la otra
del pueblo y se peleaban porque una decía que yo no podía jugar, porque no era del
pueblo y la otra me defendía, pues afirmaba que yo era el maestro del lugar.
¡Tonterías!.
Este era un lugar en las márgenes del río Térraba y mi vida de montaña cambió
totalmente a la vida de mar. Ya no había caballos, sino botes, ya no se comía carne de
tepezcuintles, sino pescado, jaibas, pianguas y camarones.
En esta comunidad encontré más servicios, Ciudad Cortés estaba cerca y era
más fácil salir a la capital. Me entretenía practicando el fútbol, visitando lugares de la
zona sur y disfrutando de las bellezas del mar en estos lugares.
Una úlcera duodenal provocó que solicitara traslado al Valle Central y así fue
como fui nombrado en Rosario de Naranjo, donde estuve un año, posteriormente
trabajé como director en la escuela Urbano Oviedo Alfaro en Santa Gertrudis Norte de
Grecia.
En este lugar me encontré una comunidad muy apacible, con pocos intereses
por desarrollarse. Era un diamante a explotar, pues en solo cinco años de labor al
frente de la institución logré desarrollar cinco proyectos comunales que cambiaron
mucho la vida del lugar.
Lo primero fue construir el campo de deportes, una de las mejores plazas para
fútbol que tiene el cantón de Grecia en estos momentos, posteriormente se trabajó para
pavimentar la calle principal, se reconstruyó la cañería y se dotó de agua potable a la
comunidad. El tercer proyecto fue crear una Asociación de Desarrollo Integral que llegó
a convertirse en una de las mejores del cantón y por último se bautizó la escuela. Aquí
lo más importante fue poner a trabajar a todo un pueblo. Aún tengo en mi retina aquel
sábado que la comunidad se reunió para enzacatar la plaza. Se había comprado un
potrero en San Rafael de Poás, a unos 12 kilómetros de distancia. Nos organizamos de
tal manera que unas quince personas irían a arrancar el zacate, otras diez lo iban a
trasladar en sus propios chapulines y el resto, principalmente los hombres de más edad,
serían los encargados de sembrar el zacate.
Pero lo que más me impresionó fue ver a las mujeres de la comunidad instalando
fogones en piedras para hacer café, tortillas, pan y otras comidas para aquellos
trabajadores, aunque debo reconocer que no faltaba alguien que llegara con algún trago
de licor, para darle más ánimo a aquellos valientes vecinos.
Como el trabajo se terminó de noche, los vecinos colocaron sus vehículos
alumbrando hacia la plaza, para que nadie parara hasta no quedar terminado el trabajo.
De ahí pasé a una escuela de Dirección 2 en La Argentina de Grecia, hasta que
el Ministerio de Educación me concedió la pensión a los 41 años de edad.
Aunque al principio no quería seguir la carrera de educador, la verdad es que el
trabajo con los niños me gustó muchísimo. Principalmente el primer grado y casi no hay
nada que se compare con la experiencia tan agradable para un maestro, que
ver a un niño de primer grado tomar cualquier libro y ponerse a leer.
Siendo director en la escuela Ramón Herrero Vitoria, se me otorgó un premio
como la mejor huerta del país y el Ministerio de Trabajo donó una gran cantidad de
herramientas agrícolas, que fueron muy valiosas para el trabajo en el campo.
Creo que posiblemente no era la mejor huerta escolar del país, pero si era la que
aparecía diariamente en las páginas del periódico La Nación, pues durante 22 años fui
corresponsal y fotógrafo de ese periódico y lógicamente que todo lo que se producía
ahí, salía publicado.
Mi labor en el periódico me dio a conocer y eso me ayudó a ser Munícipe de
Grecia, y a que en el año 1977 se me nombrara como Educador Distinguido de Grecia y
a que en el año 1984, la Dirección Regional de Educación de Alajuela, me nombró
como Mejor Educador de Alajuela en Primaria.
La ANDE me concedió una medalla y otros premios, mientras que el presidente
Luis Alberto Monge me otorgó un pergamino; todo esto fue en Casa Presidencial.
Desde hace 30 años pertenezco a la agrupación de Alcohólicos Anónimos y
gracias a ese Ser Superior, que nos protege, tengo esos años sin saber lo que es una
gota de alcohol.
No quisiera terminar esta pequeña biografía, sin manifestar que he realizado
diferentes publicaciones en revistas : Los 100 años del templo Parroquial de Grecia,
Los 40 años de Cooperativa Victoria, Labor Municipal de Grecia, Creación del Banco
Popular en Grecia, Puntarenas Turístico, Turrialba Turístico, Sarchí: Artesanía y
Turismo y El Turismo llega a CATUMALI (Cámara de Turismo de Mata de Limón).
En la actualidad sigo trabajando en el ámbito de la educación, pero ahora con
una pequeña empresa familiar de librería, fotocopias y trabajos de levantado de texto.
Los docentes me llevan sus trabajos y exámenes escritos a mano. Los transcribo
en al computadora, hago las fotocopias y les entrego el trabajo ya listo para presentarlo
a los niños.
Durante unos 35 años he sido dirigente de un equipo de fútbol, el cual aún
conservo y soy miembro aunque no muy activo, pues a mis 63 años de edad, no puedo
rendir igual que aquellos tiempos.
Sin embargo, todos los lunes juego durante una hora fútbol sala y eso me ayuda
a mantener un buen estado de salud y una regular condición física.
En la actualidad soy el Presidente del Grupo de Seguridad Comunitaria en mi
barrio, donde desarrollamos algunas labores en beneficio de nuestros vecinos.
Soy padre de dos hijos y una linda nieta que nos roba el corazón a todos.
Otras actividades
Precandidato a Diputado para el período presidencial 1982 – 1986.
Asociado de Ande desde el año 1965.
Carné 13 115
Presidente de la Filial Regional de Alajuela
Presidente de la Filial Regional Grecia, Atenas y Valverde Vega
Presidente de la Filial de Educadores de Grecia por muchos años
Presidente de la Filial de Educadores Pensionados de Grecia
Delegado al Congreso de Ande por más de 15 veces
Gestioné el terreno y financié la construcción de la Casa de Ande en Grecia.
Guía turístico
Secretario Comité Cantonal de Deportes de Grecia
Financié la construcción de las graderías de Plaza Pinos en Grecia
Fui asociado del Colegio de Fotógrafos Profesionales de Costa Rica
Corresponsal de La Nación en Grecia
Presidente del Club Social Centro de Obreros en Grecia
Autobiografía anónima.
Corría el año de 1967 y allá, en medio de las montañas de la zona sur, en un
rancho rodeado de sol y de aire fresco, nací… una boca más que alimentar en un hogar
campesino ya formado por cinco -aún faltaban dos para completar una familia de ocho-;
una niña; en realidad, poca ayuda para un padre campesino, dedicado al cultivo de la
tierra.
Los primeros años de mi niñez los pasé corriendo al aire libre, jugando con
perros, terneros y persiguiendo conejos, trepando a los árboles con mis hermanos,
ayudando a ordeñar vacas y arrear terneros, y pensando que el mundo era bonito, a
pesar de las limitaciones –ahora lo veo- que se impone a los campesinos la pobreza y el
aislamiento de trabajar la tierra para subsistir en montañas, en tierra virgen, y de la
cacería con perros o, lo que ellos llaman “montear”, aparte de correr, “aporrear” y
desgranar maíz se convertían también en juego, en un lugar donde había que
“recogerse” temprano -5:00 de la tarde-porque a esa hora ya oscurecía, y levantarse
con los primeros rayos del sol.
Bañarse en la quebrada más próxima era toda una aventura, así como verse reflejada
en las aguas cristalinas que caracterizaban los riachuelos de aquellos tiempos y
lugares.
Pero pocos años después, por la visión extraordinaria de unos padres
campesinos abandonamos nuestro rancho querido y una vida feliz al aire libre, para
cercarnos más a la “civilización” de manera que “estos güilas puedan estudiar porque es
la única herencia que les puedo dejar”, como solía decir mi padre…Así, un día llegamos
a San Ramón, un pueblito pequeño, con gente amable y… una escuela, lugar donde
pasé mis primeros seis años de estudio… Dicen que ingresé de oyente y, como era muy
“listilla” me pasaron de una vez a primero…Desde que tengo memoria, me ha gustado
estudiar.
A la Escuela San Ramón fuimos todos mis hermanos y un montón más del
pueblo. Jugábamos mucho bola, suiza, garrocha –el maestro Miguel Carvajal era un
experto en esta disciplina- y los maestros Fernando Acosta y mi hermana me inculcaron
el amor por la lectura. Increíblemente, en aquellos tiempos y en aquellas precarias
condiciones lo que más recuerdo de mi escuela es a mis maestros, nuestros partidos de
bola descalzos –nuestro único calzado- y la biblioteca. El director, don Ramón, con su
famoso bigote, tenía una colección personal de cuentos, historias, leyendas en lo que
llamábamos biblioteca y siempre nos prestaba lo que quisiéramos, incluso para
llevarlos a casa – ahí se me despertó el gusto por la lectura: mi hermana Isabel - la
mayor- y yo, nos convertimos en “ratas de la biblioteca”. Pasar de Caperucita Roja a El
Rey Carlomagno era cuestión de minutos y las horas pasaban volando. Los libros me
transportaban a mundos imaginarios que no conocía y me hacían soñar con verlos
algún día. Y así, seis años de mi vida, se esfumaron rápidamente.
Recuerdo que la decisión de estudiar en el colegio no fue negociable. Nuestro
padre constantemente nos repetía la historia del estudio como única herencia y, aunque
no confiaba mucho en la participación de las mujeres en la educación, al fin y al cabo,
nos permitió, a mis hermanas y a mí poder ingresar a secundaria. Eso sí, no podíamos
traerle notas rojas ni en los exámenes y ¡ay! de nosotros si había una queja por parte
de los profesores. Fue una hazaña la compra de uniformes escolares y útiles para
cuatro chiquillos. Pero entrar al colegio era lo que más quería… el primer día de
clases, me levante a las cuatro y media de la mañana, cuando mi madre me vio siempre se levantó temprano para preparar desayunos para varios niños y un padre
trabajador.- casi se muere del susto, pero por más que me mandó a acostar, me quedé
sentada a su lado, esperando a que fuera la hora de bañarse y salir para el colegio.
Para llegar a éste teníamos que recorrer todos los días 2 kilómetros de ida y dos
kilómetros de vuelta, con lluvia, sol, lo que hubiere… era más grande nuestro deseo de
estudiar que cualquier contratiempo. A esa edad, en una tierra agreste todavía, era una
delicia caminar bajo la lluvia y más si se unían algunos compañeros.
Ya en secundaria, me marcaron positivamente algunos profesores. Recuerdo la
habilidad de doña Elizabeth –mi profesora de matemáticas- para hacernos jugar con los
números y, de don Pedro, quien me hizo ver los Estudios Sociales bajo la hipnosis de
sus dibujos en la pizarra, y con muchos colores, que me seguían transportando a otros
lugares, desconocidos por mí. Finalmente, el toque magistral lo puso la Orientadora
que llegó en el último año del cole: parecía todo menos Orientadora: fiestera,
dicharachera, muy alegre y desinhibida; sin embargo, fue la que le puso alas a mi
imaginación y a mi deseo de aventurarme un poco más, porque en aquel tiempo, salir
de la zona sur, de un ambiente pequeño y casi cerrado a otro muy amplio y
desconocido, era toda una aventura.
Por eso cuando llegó la época de la Universidad, con un montón de sueños y
esperanzas bajo el brazo, con más temor que valor, llegué a Heredia, a la Universidad
Nacional, en 1985, y no quise irme de ahí nunca. Sin embargo como lo dijo el
Todopoderoso “mis planes no son tus planes” y luego de diez años, de un título en
Educación y otro en Administración, de un trabajo en el sector privado, vine a dar con
mis huesos y maletas a Guácimo, porque mi madre estaba un poco enferma, y decidí
quedarme para estar más cerca de ella y, en realidad, prácticamente de toda la familia,
porque por una u otra razón, los demás se habían instalado en la zona atlántica.
Ciertamente no pude evitar las comparaciones y llegue a pensar que en este
nuevo pueblo no había muchas opciones de trabajo. No obstante, decidí reclutarme en
el Ministerio de Educación. Así a partir de 1996 ingresé al sistema, como profesorado
IV Ciclo en la especialidad de Secretariado; trabajo que desempeñe durante seis años.
Todo un cambio, toda una experiencia.
Trabajar con jóvenes empezó a gustarme por que, como siempre se los dije, me
hacían sentir siempre joven y alerta, por su dinamismo, su creatividad, su capacidad
para cambiar constantemente y por que pude comprobar que están ávidos de sueños.
De aprender de volar… quizá me recordaban aquellos tiempos lejanos cuando yo
soñaba con comerme al mundo a pesar de mis inseguridades. Para conocer y aprender
más sobre educación, ya que la vida me había colocado en tal posición y situación, me
matricule en la UNED, donde obtuve la licenciatura en docencia, y posteriormente otra
licenciatura en Administración Educativa, por aquello de que me aburriera de dar
clases, dado que lo mío, -creía yo- era la administración.
Mientras trabaje como docente aprendí mucho de los jóvenes. Al trabajar con
mitades de grupo -por que en los colegios técnicos se trabaja de esta manera- tenía la
oportunidad de interactuar y conocer más a los jóvenes; aparte de ello, en lugar de
lecciones, trabajaba por horas. A veces, hasta un día completo con un mismo grupo.
Siempre trabaje con jóvenes de IV ciclo y tuve la oportunidad de empezar grupos en
décimo y acompañarlos hasta sexto. La mayor satisfacción era tener una promoción
casi del 100%, y no precisamente por razones cuantitativas, sino por la satisfacción del
deber cumplido al comprobar que los jóvenes, en su práctica supervisada, tenían la
capacidad de desenvolverse satisfactoriamente y se sentían orgullosos de ello.
Por mis “manos” pasaron toda clase de “personajes”, unos que se quedan en la
memoria más que otros, justamente por su misma personalidad o porque, como dice mi
abuela, “me sacaron canas verdes”. Celebramos cumpleaños con pastel y refrescos
gaseosos, con piñata incluida. Otras veces, con platillos preparados por las madres de
los mismos chicos o por ellos mismos. En ocasiones, cuando el cansancio de todo el
díada trabajo era evidente, una mejenga de fútbol “ a pata pelada” no caía mal. No
faltaban aquellos que llegan a pedir “100 pesillos” para comprarse una empanada y el
consabido “después se lo pago profe”. Todos mis alumnos fueron inolvidables: juntos
reímos y alguna vez, también lloramos. Juntos vivimos muchas alegrías y también
alguna que otra tristeza, principalmente por la muerte de algún ser querido. Pero, al
final también juntos terminamos “la tarea” sonrientes. Siempre recuerdo a “Melanie”,
una estudiante especial - en tiempos en que todavía no estaban tan de moda las
adecuaciones curriculares- una chica insegura, nerviosa, con una situación económica
aún más especial que los demás, con problemas de disgrafía, entre otros. En sexto
año, no pudo aprobar todas las materias de bachillerato, pero nunca olvidaré su carita
de alegría cuando supo que la prueba comprensiva técnica la había ganado es “Isa”, la
chica que vivía sola con su padre y éste no quería que estudiara. Solitaria, triste, con
muchísimas dificultades. “Isa” estudiaba en casa, por las noches, en lo que era una
letrina, a unos metros de distancia de la casa, a la luz de una candela. Pero Isa, al final,
si bien es cierto, no aprobó de una buena vez todas las asignaturas de Bachillerato, se
le llenó el alma de alegría cuando supo que su Técnico Medio si lo había ganado.
Tampoco olvido a “Toto”, el tremendo “Toto”, un chico huraño, de los comúnmente
llamamos “rebelde sin causa”, siempre a la defensiva, siempre retador. Y al final,
pudimos descubrir a uno de los chicos más dulces que haya conocido.
Trabajar con grupos pequeños hace que uno se involucre más no solo con los
jóvenes; a la larga, uno termina conociendo al padre, a la madre, y hasta el perro y el
gato. También puede profundizar un poco más en el entorno de los jóvenes, en cómo
viven y sienten en sus hogares, en sus comunidades, por lo general, con muchas
limitaciones, con pocas opciones de crecimiento y esparcimiento; chicos que sólo tienen
al colegio con su único refugio o como único lugar para sentirse felices y hacer amigos.
Eso lo puede comprobar directamente, al compartir un poco más de lo usual con ellos.
Jóvenes, a veces, sueños. No cuentan con las mejores comodidades en sus hogares,
ni con las mejores condiciones de infraestructura, materiales didácticos, entre otros, en
sus instituciones, pero con una imaginación tan fértil, a la espera a veces, de que
alguien más les diga que hay vida y esperanza más allá de las cuatro paredes de su
casa y de su entorno, que sus sueños pueden hacerse realidad….como lo hizo conmigo
alguna vez mi Orientadora.
Dejé de ser propiamente docente al término de 2001 por cuanto, a inicios del
2002, me inauguré como directora en el Colegio Nocturno, pero estoy convencida, por
experiencia propia, que el educador, entre todos los niveles del magisterio, es quien
hace la diferencia porque es el formador y transformador de mentes, pero para ello, se
requiere mística, vocación y una muy alta de humanidad. La educación es el mejor
medio de movilidad social, y los niños y jóvenes de nuestro país se merecen calidad
educativa en toda su extensión. La educación rural no debe ser diferente a la urbana,
a pesar de las diferencias abismales que a veces se dan entre ambas, en lo que
respecta a tecnología, infraestructura, medios, porque, al fin y al cabo, la figura más
importante, por encima de estos aspectos, es el educador. Los niños y jóvenes de las
zonas rurales a pesar de que carecen de algunos medios, son también privilegiados, si
se compara su situación con los que viven y estudian en zonas marginales. No se debe
hablar de educación en contextos rurales o urbanos, porque si bien es cierto, se deben
considerar las diferencias socioculturales y ambientales, debe existir únicamente una
sola educación, en esencia, igual para todos, simplemente adecuada a los contextos en
los que viven, crecen y se desenvuelven los niños y jóvenes.
Xenia Gómez Céspedes
En los primeros años esta institución fue alberge para niñas de todo el país con
problemas de adicción, y por ende la escuela recibió el nombre de Escuela Casa Hogar,
tiene siete años de fundada, y en el año 2001 pasó a Unidad Pedagógica, ubicada en
Punta Riel de Roxana, en el cantón de Pococí, en la provincia de Limón.
Este centro de enseñanza fue creado, a raíz de los bajos recursos de la
comunidad, para brindarles una mejor educación. Los estudiantes son provenientes de
los barrios cercanos.
Se cuenta con una matricula de 298 estudiantes, trabajan alrededor de 26
personas para el 2007. Tiene una infraestructura normal: una oficina para la dirección,
un comedor escolar, once aulas, salón de actos, jardines, una plaza, Existe una
población escolar extranjera e indocumentada.
Las familias son muy grandes y los salarios son muy bajos y por lo general
Se cuenta con personal calificado y muy colaborador, también con junta
administrativa muy comprometida.
Como todo centro educativo tenemos diferentes problemas pero también,
muchas virtudes.
Luis Sequeira Díaz
Nací un 11 de octubre del año 1947; en un lugar llamado Santa Rita
Nandayure de la provincia de Guanacaste.
de
Hasta los nueve años de edad viví en ese bonito lugar. Inicié mis estudios
primarios en la Escuela Morote, hasta segundo grado.
Por motivo de trabajo y mejores oportunidades, mis padres y hermanos se
trasladaron a vivir a la Zona Sur, una vez allí, nos instalamos en un lugar llamado la
Ollacero; con pésimas vías de comunicación, ausencia de escuelas y muy incómodo
para vivir, porque llovía casi todo el año.
La mayor preocupación de mi padre, era la ausencia de centro educativo, ya que él
siempre quiso que estudiáramos.
En ese pueblo, mi padre decide que unos deberían trabajar con la empresa
United Fruit Company, y otros en la finca que producía para el consumo en el hogar y la
venta, con el propósito de equilibrar la economía de la familia.
Recuerdo que mi hermano mayor, Antonio, fue unos de los primeros en luchar
para lograr que se nombrara un docente en el pueblo y mi tío, Robustiano, decidió,
donar el terreno, para construir un rancho, donde se impartirían las clases a los niños
del lugar.
Ingreso a la Escuela repitiendo primero, hasta concluir mis estudios de primaria,
en ese lugar. Luego inicio y concluyo mis estudios secundarios en el Instituto
Agropecuario de Osa, donde me destaqué como un excelente estudiante (puntual,
educado, participativo y con excelentes notas) esto hizo que mis padres se sintieran
orgulloso de mí. Durante esa época, supe lo que fue caminar y viajar en bicicleta
largas horas, andar en bus en mal estado; se varaba cada rato, por los malos caminos o
por fallos mecánicos. Pero logré graduarme exitosamente.
Inicié mi primer trabajo en el año 1971, en la Escuela Santa Eduviges, llamada
así en honor al señor que donó el terreno para construir la escuela. Mientras trabajaba
en este lugar, continué mis estudios universitarios en la Escuela Normal Superior de
Heredia. En esa época, para ayudar a los estudiantes se daban cursos de verano
(diciembre a febrero).
En el año 1972 laboré en la escuela la Julia de Sierpe como unidocente. El siguiente
año no tuve la dicha de que me nombraran, tuve que trabajar los seis primeros mese en
el Más por Menos de Guadalupe y San Rafael de Escazú, de julio a noviembre en
Aquiares de Turrialba.
Finalmente, en el año 1974, me nombraron como interino, en la Escuela de
Pejibaye de San Rafael de Guatuso y un año después me dieron la propiedad, donde
terminé mi labor como docente, hasta pensionarme..
En ese lugar conocí a mí esposa, la señora Melba Blanco Peraza, contraje
matrimonio y de esa unió, nacen mis tres hijos: Luis Enrique, Jeannette y Jorge Luis.
Mis años de docente abarcan más de 30 años de trabajo, sueños y luchas
constantes, en las que destacan varias facetas; entre ellas: la comunal, como
educador, deportiva y artística, que tuvieron sus dificultades, pero formaron parte de mi
experiencia como educador rural.
En 1986, se me presentó una oportunidad de viajar a los Estados Unidos,
mediante una beca, que tenía como objetivo primordial, la observación del trabajo y
planeamiento de las escuelas unidocentes del ese país, para reforzar las nuestras.
Recuerdo que era un grupo de veinte docentes de Limón, Guanacaste, San Carlos,
Guatuso y Sarapiquí. Por mi amplia y comprometida labor en el campo gremial y como
representante ante la Directiva Central del ANDE, de los educadores de la filial de
Guatuso y Alajuela, fui dichosamente elegido para este viaje, que formó parte de mi
experiencia laboral y personal.
Estudiantes inolvidables.
Siempre, mis estudiantes han sido inolvidables, de todos tengo gratos recuerdos.
Una gran mayoría han triunfado en la vida. Para un educador es el mayor estimulo que
puede recibir.
Recuerdo con cariño un niño que conocí en Turrialba (tenia problemas en su
hogar), un día lo castigue, por agredir dos veces a una niña. Se molestó mucho, pero
con el tiempo me lo agradeció y se convirtió en uno de mis grandes amigos.
La escuela rural, ha sido el lugar que me ha formado como educador, me ha
hecho sentir a gusto, con la convicción de que se está tratando con seres sedientos de
nuevos aprendizajes. Se vive como ciudadanos; tranquilos, en un ambiente sano, donde
se desarrolla la calidad de vida y el desarrollo humano.
Educación rural.
La educación rural, es para mí, la orientación hacia el aprendizaje de
conocimientos, que le permiten al educando y al educador adaptarse a los cambios de
la sociedad, sin perder de vista sus conocimientos en el entorno rural. Se vive la
verdadera calidad de vida que un ser humano debería tener, para ser un verdadero
ciudadano.
La escuela rural, desde mi vivencia, es un lugar de paz, de compañerismo, de
adquisición de conocimientos en formas placenteras. Por necesidad de estar la mayor
parte del tiempo en ella, se aprende de los estudiantes, de la gran cantidad de
materiales naturales que hay en el entorno. Si te sientes bien, no te importa las
necesidades, la infraestructura en mal estado, tienes la capacidad para salir adelante y
luchar contra los obstáculos que se presentan.
Inicialmente, me hice maestro, porque necesitaba ganar dinero para terminar mis
estudios universitarios, busqué asesorías de cómo trabajar con niños y adolescentes.
Leí todo la información que podía utilizar, mi hermano mayor me la suministró, porque él
estudiaba en el Colegio José Martín de Puntarenas. Pero, con el tiempo me di cuenta
de que mi vocación estaba en la educación.
Experiencias en la escuela.
Mi mayor experiencia, fue conocer y aprender del entorno del niño, es
sumamente importante para desempeñarse como docente responsable. Esto permite
orientar y aplicar métodos didácticos que destacan efectos positivos, tanto, en el
educando como en el educador. Además la comunidad rural presenta características
que favorecen el trabajo del educador. El padre o madre de familia, tienen plena
seguridad en la labor del docente, apoyan y trabajan en comunión para mejorar la
misma escuela y la comunidad.
Personajes que recuerdo.
Recuerdo con cariño y admiración; al profesor Róger Gerardo Monge, educador
cartaginés, que con paciencia y mucha sabiduría, me enseñó los primeros pasos
(importantísimo) en la educación.
Relación escuela-Comunidad.
La relación de la escuela–comunidad, depende básicamente, de cómo el
educador concientice a los habitantes, sobre sus deberes y derechos para con la
escuela y su comunidad. Se debe tener sinceridad y prudencia al hablar, sin ningún tipo
de comentario que lastime, inquiete o hiera a las personas. Se debe trabajar en
comunión, respetando la opinión de los demás.
Problemas importantes.
Lideres nocivos, para la comunidad: Recuerdo que durante algunos momentos,
se presentaban problemas, principalmente económicos o algunos desacuerdos, entre
grupos representantes de la comunidad. Pero se continuaba siempre luchando para
obtener resultados positivos, que beneficiaran a todos por igual. Se tenía que convencer
uno mismo de que la lucha siempre hay que darla, para seguir adelante.
Alicia Díaz Alvarado
Soy educadora
Soy persona...soy educadora,
Soy mujer…. soy educadora,
Soy madre....soy educadora,
Soy profesional…. soy educadora.
En las diversas facetas que tiene mi vida, me doy cuenta que hay un común
denominador que es mi papel de educadora… Nunca se termina de ser educador, esta
es una tarea permanente, inherente a mi condición de persona, de mujer, de madre y de
profesional… y posiblemente también de otros papeles que cumplo en mi vida.
De dónde nace que yo sea educadora? Recuerdo ligeramente que cuando era
pequeña acostumbraba jugar de maestra. Escribía en las paredes con los tallos de las
plantas de china que había por todas partes. Estos tallos son muy húmedos, de ahí que
se prestaban perfectamente para esta función.
Además, siempre he pensado que la posición que ocupo en mi familia tuvo que
ver en esta decisión. Soy la segunda de diez hermanos y este ha sido un factor
determinante en mi manera de ver el mundo y en mi manera de relacionarme con los
demás. Creo que fui educadora desde que nací, en el año 1954, porque ejercí una
influencia de hermana mayor sobre mis hermanos menores, y en esos tiempos “ser
mayor” significaba más que ahora y esa condición me otorgaba la potestad de ser
educadora para con mis hermanos menores. Tengo ocho hermanos menores que yo,
éramos diez en la casa y solamente uno de ellos era mayor que yo.
Mis recuerdos me llevan a multiplicidad de situaciones en que tuve que mostrar a
mis hermanos y hermanas cómo hacer algo, o bien, tuve que corregirlos, o tuve que
protegerlos, situaciones todas muy ligadas a la profesión de educadora, aunque fuera
en un sentido muy tradicional.
Estoy conciente de que en mis juegos, elecciones, tareas y hasta en mis gustos
hubo mucho de los estereotipos predominantes sobre lo que debía ser una mujer, papel
que se acopla perfectamente con la elección de ser educadora. En esa época era
común escuchar a “los mayores” -fueran padres, madres, abuelas, abuelos, tíos, tías o
gente de la vecindad- sugerir a las mujeres que se hicieran maestras, que este era un
buen trabajo para ellas, que les permitía casarse y tener hijos sin mayores problemas,
es decir, atender la casa y la familia y simultáneamente trabajar afuera, pues sólo se
laboraba en la escuela durante medio día.
En mi caso hubo, además, otras razones, como el gusto por los niños, la
facilidad para escribir y para memorizar los contenidos escolares, lo que provocaba que
otras estudiantes me pidieran ayuda para realizar las tareas escolares, y mi buena
disposición para hacerlo, lo cual algunas veces exigía estar anuente a dar repetidas
explicaciones sobre un determinado tema o trabajo, a grupos de estudiantes.
Mi vida familiar.
Nos criamos en Zapote, distrito del Cantón Central de San José, lugar que
pareciera urbano por estar cerca de San José, sin embargo, en esos tiempos era
bastante rural, pues cumplía con las características que se han atribuido a los
ambientes rurales: el centro de la comunidad tenía iglesia, escuela, plaza de futbol,
unidad sanitaria, pulpería y cantina, había cafetales y áreas abiertas con pasto, con
siembros y con árboles, las casas estaban esparcidas por el pueblo, con suficiente
espacio entre sí, con amplios patios, a los que se llamaba también “cafetales” porque
casi todas las casas contaban con una plantación de café en los terrenos en los que se
ubicaba la casa, la población era escasa y toda la gente se conocía entre sí –además
casi todos éramos familia, por un lado o por el otro-, y por supuesto, las relaciones que
manteníamos entre los miembros de la comunidad eran muy cercanas .
Yo siempre cogía café en los cafetales de mis familiares (hasta la fecha) y
“arriaba” las vacas junto con algunas primas. Como había un gallinero en cada casa,
acostumbrábamos recoger los huevos y alimentar las gallinas. También alimentábamos
los conejos, gansos, patos, carracos, pericos, palomas, pues siempre hubo este tipo de
animales en mi casa, con sus respectivos críos. Además del café, en los cafetales
había guineos, limones dulces y limones ácidos, naranjas, toronjas, guabas, guayabas,
cases, mandarinas, zapotes, bananos, mangos, guapinoles y otras frutas más, y según
la época, nos correspondía ayudar a recoger y a veces a procesar las frutas, pues con
ellas se preparaban frescos, jaleas, helados, o se consumían directamente en las
comidas diarias.
Mi madrina tenía varios árboles de achiote, de manera que también
preparábamos achiote y cuando esto sucedía todo se manchaba para siempre.
En este ambiente físico-natural mi vida fue muy rural. Pero también lo fue en
términos más familiares, pues éramos diez hijos. Una familia de doce personas no es
muy común en un entorno urbano, por eso, mi ambiente sociofamiliar también era rural.
Crecí en una propiedad grande que perteneció a mi abuelo y que él dividió entre
sus trece hijos. Todos vivíamos en la misma calle: tíos, tías, primos, primas, hermanos
y hermanas, y por supuesto el abuelo y la abuela. Esta condición hizo que nuestras
relaciones fueran aún más cercanas y que no tuviéramos la característica frialdad de un
ambiente urbano. Crecí llevando “bocadillos” de lo que se cocinaba en mi casa para la
casa de mis primos y trayendo a mi casa lo que mis tías enviaban de su propia cocina.
Crecí esperando, cada tarde, a mi tío de al lado porque él traía confites o galletas para
sus hijos y para nosotros, sus sobrinos, que también estaríamos ahí cuando él llegara.
Este compartir permanente me llena de orgullo, pues me parece que es una de las
experiencias que más me llenan y de las que más han marcado mi manera de ser.
Nuestra vida se organizaba junto a la de los otros primos, quienes también
vivían en esta propiedad grande que ante mis ojos no tenía divisiones, pues se podía
transitar por entre los patios de las casas, sin sentir que se era extraño o que podía
molestar a los tíos y tías que habitaban en las casas circundantes.
Mi mamá, una mujer muy inteligente, siempre fue muy exigente y presionaba
para que hiciéramos los trabajos asignados de la mejor manera. Mi papá, un hombre
también muy inteligente, fue más apacible y combinaba su exigencia con una gran
comprensión. Creo que todas estas presiones, que fueron bastante duras, nos
obligaron a desarrollar resistencia, a ser fuertes ante las penalidades, a luchar y a seguir
luchando cuando se presenta la adversidad.
Mi vida escolar.
Cursé la primaria en la Escuela Napoleón Quesada, en Zapote. La escuela
estaba relativamente lejos de mi casa, casi a un kilómetro. Este kilómetro se recorre
fácil a las siete de la mañana, y es mucho más difícil al mediodía y siempre había que
caminarlo al mediodía.
Había dos turnos en la escuela, unos docentes trabajaban de siete a doce y
otros de doce y treinta a cinco y treinta aproximadamente. Los alumnos nos
alternábamos en estos horarios.
Siempre escuché que era muy buena alumna y me gustó la escuela: las
maestras, las compañeras (no había compañeros en ese tiempo, pues ellos asistían en
el otro horario), los recreos, las conversaciones, los dibujos, los trabajos de
matemáticas, los trabajos de ciencias y español, … en realidad todo me gustaba.
Mi tía era la subdirectora de la escuela, por lo tanto, mi comportamiento y mi
trabajo, y el de mis hermanos y hermanas, eran cuidadosamente vigilados por ella y
hasta nuestras maestras, sentían la presión de semejante vigilancia.
Cuando yo hacía las famosas redacciones sobre las vacaciones, o sobre la visita
al museo, o cualquier otro tema, mi maestra mostraba orgullosa lo que yo escribía y mi
tía, más orgullosa todavía, comentaba con toda persona que se encontraba de lo bien
que hacía yo las redacciones. Recuerdo ver pasar, de mano en mano, aquella hoja de
papel. Doy gracias a mi tía Lilia por ayudarme a ser exitosa, ordenada y a construir
autoestima a partir de estos trabajos escolares.
Mientras yo cursaba la primaria construyeron el colegio en el terreno vecino.
Sabíamos todos que ahí asistiríamos a la secundaria y nos daba cierto temor saber que
pronto tendríamos que dejar nuestra escuela para trasladarnos a este otro lugar que se
veía tan diferente. ¡Qué incertidumbre! Desde la escuela veíamos a la profesora de
Educación Física dar sus lecciones, fuerte, enérgica, con autoridad, sin titubear, y eso
nos daba más miedo aún. Se trataba de la Profesora Clemencia Conejo, quien
posteriormente llegó a ser todo un personaje en la vida nacional, de reconocido
prestigio por su seriedad, su compromiso y su trabajo tenaz y asertivo.
Salí de sexto grado con buenas notas, sin embargo, en esos tiempos se dudaba
si una mujer debía ir al colegio o no, “de por sí cuando se casara no necesitaba trabajar
y si había estudiado, pues todo este estudio se desperdiciaba”. Tal era la idea que se
manejaba al respecto. No obstante, en mis tiempos la reciente apertura del colegio y el
cambio de ideas que ya se estaba gestando, facilitó las cosas para todas aquellas
mujeres que por alguna razón teníamos problemas para estudiar.
Yo tenía un cierto grado de problema, no porque en mi familia no quisieran que
estudiara, o porque creyeran que las mujeres no necesitaban estudiar, sino porque en
una familia tan grande había mucho trabajo y se necesitaba de mi colaboración. El
colegio me quitaría todo ese tiempo que yo podría invertir en la casa. En aquel
entonces había una extraña idea acerca de que el trabajo doméstico era más
importante que todo lo demás: la limpieza, la cocinada, la lavada, el cuido de niños…
todo esto se pensaba primero (para las mujeres, claro está) y luego lo demás: el
estudio, la recreación, las amistades, la religión.
Hice toda la educación secundaria en el colegio de la comunidad: el Liceo
Rodrigo Facio. Muchos compañeros y compañeras quedaron en camino. Muchas
veces he pensado en ellos, especialmente cuando se comenzó a dar gran importancia a
la “dislexia, los problemas de aprendizaje, el déficit atencional” y demás
denominaciones que han acompañado las dificultades de los estudiantes por alcanzar
los estándares esperados en la escuela. Si estos conceptos hubieran existido, con la
ayuda adecuada muchos de ellos y ellas hubieran culminado sus estudios.
Marta Royo, Carmen Parra, Elieth Obando, Adita Mesén, Manuel Trigueros y
Joyce Anglin son algunos de los nombres que aún recuerdo, profesores muy queridos,
y a los que estoy agradecida por sus enseñanzas, por su trato humano, por su
comprensión hacia nuestras “chiquilladas”, por su paciencia y su confianza, y por todo lo
que esto generó en mí, conformando mi personalidad, mis valores, mi profesionalismo,
mi sentido común y mi compromiso ciudadano.
Mi vida universitaria.
Aunque parezca muy superfluo, lo primero que se viene a mi mente cuando
pienso en mis primeros años de vida universitaria fue la vestimenta. Las mujeres
siempre usábamos vestidos o enaguas, era impensable vestirse con pantalones y
menos para asistir a lecciones, situación que era bastante formal. ¡Cómo ha cambiado
esto!
Me encantó la universidad.
A pesar de que escaseaban los recursos
económicos para pagar autobuses, comer algo durante las horas que pasaba en la
universidad, o para comprar libros y materiales, logré salir adelante con estas
limitaciones.
Asistí a la Universidad de Costa Rica, la única en ese entones. Como yo vivía
en Zapote, no era tan lejos y muchas veces iba caminando, lo cual tomaba casi una
hora, a veces bajo el sol, a veces bajo la lluvia, y otras veces bajo las tinieblas de la
noche. Dichosamente no había los peligros que hay ahora en la zona. Me acostumbré
a leer libros en la biblioteca, horas y horas en la biblioteca, pues no los podía comprar.
Salía de la biblioteca cuando la cerraban, sólo así lograba avanzar y terminar a tiempo
con las lecturas y trabajos.
Por suerte, me habían pagado un curso de mecanografía cuando salí del
colegio. Eso me ayudó en la realización de asignaciones, recordemos que no había
computadoras en esa época.
Casi todos los cursos que tomaba eran nocturnos, por eso fui acercándome a
carreras que ofrecían esos horarios. Pensé mucho en estudiar Psicología, Sociología,
Educación y también otras carreras, finalmente me decidí por estas tres, las cuales
llevaba simultáneamente hasta que esto no fue posible y tuve que decidirme por
terminar una de ellas primero. Terminé Psicología e hice las materias correspondientes
a la parte de Educación, para impartir lecciones de Psicología contratada por el
Ministerio de Educación, lo cual no hice nunca.
Fui estudiante universitaria en la década de los 70 y esto significa mucho.
Significa haber vivido la fuerza de los movimientos universitarios de la época, en un
contexto de corrientes políticas polarizadas, con un clima de guerra fría que todo lo
invadía. Estudiábamos mucho, pero también hacíamos actividades para desarrollar
nuestra conciencia social y política, había denuncia pública, protesta por el orden
establecido, huelgas, luchas sociales, análisis, discusiones, entre otros. La fuerza de la
juventud, con sus características de innovación, aventura, justicia e idealismo, unida a la
fuerza universitaria internacional. Una excelente combinación para el logro de una
generación de profesionales luchadores, estudiosos, pensantes, críticos, valientes y
beligerantes.
Con este trasfondo tan enriquecedor, obtuve un Bachillerato en Psicología,
posteriormente la Licenciatura respectiva, y años después, una Maestría en Estudios
Interdisciplinarios en Psicología y Educación, esta última como parte de una beca que
recibí para realizar estudios en la Universidad Estatal de California en Chico.
Este último título fue toda una odisea: aprender otro idioma, pensar y vivir en
ese idioma e interiorizar su lógica, trasladarse a un país extraño, asumir su cultura –con
ventajas y desventajas-, montar una casa en esa cultura, atender tres hijos, asumir
funciones de madre ante las situaciones escolares que mis hijos debían enfrentar,
abandonar –físicamente- la familia extensa tan querida, sufrir, en otro país, los
problemas familiares que estaban ocurriendo en el país propio (enfermedades, muertes
y accidentes de seres queridos), reiniciar una vida de estudiante después de unos ocho
años de no serlo, aprender a convivir con las computadoras y servirse de ellas, sentirse
mal cuando no se logra o no se comprende algo a pesar de múltiples intentos, leer lo
asignado y tardar tres horas en una página, escribir textos creyendo que están bien
escritos y recibir miles de correcciones y muchas preguntas sobre lo que se quiso decir
en diferentes partes del texto, permanecer en la biblioteca hasta altas horas de la noche
sabiendo que los hijos necesitan la compañía que no se les puede dar, buscar un tutor
para la tesis a sabiendas que no habrá voluntarios por lo complejo que es esto en el
caso de estudiantes extranjeros…. y muchas situaciones más, las cuales, aunque
fueron duras y posiblemente me afectaron en el momento, me ayudaron enormemente a
crecer y forjaron cambios importantes en mi personalidad, en mi visión de mundo y en
mi perspectiva profesional.
Esperé unos años y nuevamente volví a estudiar, esta vez con la meta de tener
un Doctorado en Educación con mención en Mediación Pedagógica, mi cuarto título
profesional. Esta fue una experiencia de estudio completamente diferente a las
anteriores. La edad, la madurez psicológica y profesional, la experiencia laboral, la
estabilidad económica y familiar y el ímpetu de la superación constante, marcan esa
diferencia. El Doctorado me cambió por completo. Los nuevos conocimientos
iluminaron una perspectiva de la vida, de la naturaleza, del ser humano y de la
educación que yo no había conocido antes. Me llevaron a valorar la vida en todas sus
expresiones, “no matar” cobró un nuevo significado, pensar la vida es también pensar lo
inanimado y lo inerte; la concepción de ser humano se amplió para ser visualizado en
interrelación con todo lo demás que existe, la naturaleza tomó otro sentido y se
conceptualizó como algo vivo por sí mismo, la ciencia incorpora el saber popular y se
integra en saberes en los que las disciplinas, por separado, dejan de ser tan
importantes. Estos y muchos otros conceptos novedosos me han hecho pensar y
comportarme diferente ante la vida, ante Dios, ante las plantas, los ríos, las piedras, los
animales, los fenómenos naturales y culturales, por eso, pienso que ahora soy una
persona nueva, pues encontré una forma de pensar que armoniza muy bien con mis
sentimientos más profundos.
Mi vida laboral.
A los veintiún años de edad comencé en serio mi vida laboral. Conseguir trabajo
era difícil, parece que esta es una constante en todas las generaciones. Un compañero
de universidad me recomendó venir con él a la Universidad Nacional, recién creada y
desconocida por mi parte, para hacer una oferta de trabajo. No recuerdo el nombre de
este compañero, pero siempre le he estado agradecida por haberme orientado en este
camino. Cuando entrábamos en las instalaciones de la Universidad, nos encontramos a
una persona que nos dijo que había espacio para impartir cursos en zonas rurales, de
manera que nos recomendaba postular para zonas como Limón, Turrialba, Pérez
Zeledón, entre otras. Yo escogí esta última y unos días después me estaban llamando
para indicarme que me contratarían para impartir cursos en el Centro Regional de dicho
lugar. Gracias, Don Manuel Vargas, por esta recomendación que me abrió las puertas
en esta institución tan querida y en un campo que me ha deparado tantos aprendizajes
y tanta sensibilidad social.
Aquí inició mi trayectoria como docente rural. Esto ocurrió en diciembre de 1976
y desde entonces he realizado este tipo de trabajo en diversas modalidades, salvo
algunos períodos en que desempeñé otros cargos universitarios. Entre las modalidades
a que me refiero se encuentran: cursos en centros regionales, cursos en Heredia para
estudiantes de zonas rurales, cursos en comunidades rurales para estudiantes que
laboran es esas comunidades, asesoría a los estudiantes (docentes rurales) en sus
lugares de trabajo (escuelas rurales), tutoría de tesis sobre temáticas en educación
rural, proyectos de investigación y de extensión en comunidades rurales y cursos en los
que se combina la virtualidad con la presencialidad para formar educadores rurales para
las áreas rurales centroamericanas.
Se aprecia que en mi caso, la experiencia ha sido vasta, lo que conlleva
innumerables aprendizajes, el desarrollo de la sensibilidad hacia la condición de
educador rural y el recuerdo de muchos alumnos que han estado en mis aulas.
Para mí es importante saber que he contribuido con el hecho de que nuestras
escuelas rurales tienen maestros con una formación universitaria. También es valioso
saber que estas personas tuvieron que hacer grandes sacrificios y enormes esfuerzos
para forjarse una formación universitaria: traer sus hijos a las clases, recorrer largas
distancias para llegar a la universidad, solicitar dinero prestado para poder costear
gastos de viáticos y materiales, exponerse a ciertos peligros, luchar por permisos
laborales para estudiar, superar las dificultades que generan contenidos de alta
complejidad, entre otros.
Quizás lo más duro que experimenté en mi trayectoria docente fue la muerte de
un estudiante que estaba a unas semanas de graduarse y que había mostrado una gran
tenacidad por lograr esta meta. Cada semana, para trasladarse desde su casa hasta la
escuela donde laboraba debía cruzar un río en un bote. Un día, cuando regresaba a
casa, el río estaba crecido, el bote volcó y él no pudo salir. Mi reconocimiento a
Antonio Bennet, cuya muerte representa cómo los maestros rurales arriesgan sus vidas
en algunas de las situaciones que tienen que enfrentar.
Muchas son las experiencias positivas que puedo señalar en este trabajo. Como
soy optimista y me agrada la docencia, creo que casi todo fue positivo. Sin embargo,
dentro de este todo hay algo que a mí me gustó sobremanera: las tutorías de tesis.
Una tutoría de tesis es un trabajo que se hace junto a uno o dos estudiantes, hombro a
hombro, por un período considerable de tiempo. Implica compenetrarse en un tema y
en un grupo de trabajo, clarificar situaciones poco a poco, e ir paso a paso
construyendo un proceso investigativo.
La interacción es de tal naturaleza que se conocen los pormenores de la vida de
cada estudiante, lo positivo y lo negativo: los problemas familiares, las carencias en
cuanto a conocimientos previos, la falta de bases sobre investigación, las relaciones
entre las personas involucradas en las tesis, las situaciones que causan atrasos en el
trabajo, los gastos en que se incurre en el proceso y el sacrificio económico, y tantas
cosas más, no solo académicas sino también sociales, familiares y de otra naturaleza.
La sensación de ver el producto terminado y la felicidad en la cara del estudiante
graduado constituye una gratificación inmensa y le da sentido al esfuerzo realizado.
Durante mi desempeño en uno de los proyectos en los que laboré, muchas
veces me pregunté si estaríamos haciendo el bien para estos hombres y mujeres
jóvenes (en algunos casos menores de edad) que estábamos formando para ser
educadores rurales. A estos los tomamos saliendo de secundaria y ellos aceptaron ser
parte de este proyecto UNA-MEP que los pondría a trabajar en escuelas rurales y
simultáneamente los prepararía para esta profesión, por un período de tres años. Mis
dudas obedecían a sus sufrimientos, a las penalidades que los vi pasar en esos tres
años, en los cuales debieron enfrentar las condiciones de escuelas ubicadas en
comunidades muy alejadas, en las cuales no contaban con ciertos servicios básicos y
menos con recursos y materiales para desempeñar su trabajo. Además, hubo soledad,
frustración, privaciones, inseguridad y en muchos casos temor. Algunos cedieron ante
estas condiciones, otros se mantuvieron y las superaron. No podemos culpar a los que
se retiraron, quizás fue más duro para ellos y no por falta de esfuerzo, sino porque en
algunas comunidades las condiciones eran peores que en otras. Pero sí debemos
felicitar a los que se quedaron, a los que siguieron luchando por superarse, pese a las
limitaciones, a los que hicieron lo imposible por adaptarse, a los que salieron airosos en
este desafío.
Hoy, veinte años después, mi duda ha quedado resuelta:
los jóvenes que
formamos se han convertido en profesionales exitosos, una parte de ellos ha ocupado
posiciones importantes en el sistema educativo, tienen estabilidad económica y se han
consolidado como docentes rurales que saben hacer su trabajo e incluso asesoran a
otros docentes rurales. Conocer sobre el desempeño individual de estos estudiantes
me hace pensar en el impacto que han tenido en cientos de niños y niñas, en otros
docentes y en sus comunidades, durantes estos veinte años. Estoy satisfecha con la
labor realizada. Creo que ha sido para bien, no solo para las personas, sino también
para los alumnos, para las comunidades, para el Ministerio de Educación y para el
desarrollo de la Educación como disciplina.
Aprendizajes relevantes y reflexiones finales.
Son muchos los aprendizajes que se pueden señalar, por eso, para efectos de
esta narración voy a seleccionar algunos de ellos.
Un ejemplo de lo aprendido es tomar conciencia de la poca importancia que se
da a la Educación Rural, no sólo en Costa Rica, sino en general en el pensamiento
social. Si de por sí la Educación tiene un rango social inferior a otras ciencias, con
mucho más razón la Educación Rural, doblemente en desventaja: por ser Educación y
por ser rural
Además, llama la atención la gran cantidad de personas que no creen en la
Educación Rural, que consideran que la Educación debe ser la misma para zonas
urbanas y rurales y por lo tanto, que los docentes deben ser formados de manera
idéntica. Nuestro punto de vista no avala esta posición pues, aunque reconocemos que
existen coincidencias, también sabemos que existen diferencias que deben atenderse.
Si afirmamos que la Educación debe responder a las necesidades de las comunidades
y de sus habitantes y si afirmamos que las zonas rurales son diferentes de las zonas
urbanas, entonces estamos afirmando que la Educación en estas zonas debe ser
diferente, y por ende la formación de los educadores que la conducirán.
En la División de Educación Rural nos hemos preocupado por la Educación
Rural en el nivel primario, es decir, primero y segundo ciclos. La indiferencia de la
División (del CIDE y de la Universidad) ante la ausencia de diferenciación para los
demás niveles del sistema educativo, resulta un poco contradictoria, es como una
“traición a los propios principios”.
En la actualidad se requieren nuevos aprendizajes para ser educador rural, pues
el contexto ha cambiado tanto que los “viejos” conocimientos, las habilidades y las
destrezas educativas del pasado ya no se ajustan a las condiciones de la ruralidad, ni a
los intereses y necesidades de los habitantes de las zonas rurales. Se deben tomar en
cuenta la globalización y sus efectos en los sistemas productivos y en las relaciones
sociales, los avances informáticos y su inserción en los ambientes rurales, los
aprendizajes en línea como una nueva forma de aprender y de tener acceso a estudios
universitarios, sin trasladarse largas distancias, las nuevas concepciones integradoras
para enfocar apropiadamente el género de las personas en las situaciones de
aprendizaje, la sociedad de la información y su influencia en la forma de aprender y de
accesar conocimiento, y el fenómeno internacional y las migraciones que han dado
lugar a concepciones más interétnicas y pluriculturales en Educación. Es decir, hay
muchas cosas nuevas que no puede desconocer un educador rural.
Como cualquier otro ámbito de estudio, la educación rural debe visualizarse en el
contexto actual, con las características que tiene la realidad de hoy, tanto la realidad
rural como la urbana. Sólo así podrá este objeto de estudio lograr, cada vez, mayores
niveles de pertinencia, conforme desarrolle saberes actualizados sobre la situación
cambiante en las zonas rurales, en sus habitantes, en las interacciones de las personas
y en su cultura. Estos saberes solo se logran, se desarrollan y se interiorizan con
investigación y divulgación. Como en cualquier otra ciencia, la investigación debe nutrir
el quehacer científico, en este caso el quehacer educativo rural, situación que muchas
veces obviamos. Todo cambia constantemente y los conocimientos del pasado no
necesariamente son pertinentes y aplicables el día de hoy, por eso la investigación debe
estar presente, para ayudarnos a contestar todas las preguntas, para señalar qué debe
permanecer y qué debe cambiarse y cómo afrontar las tendencias actuales.
Deberíamos tener varios proyectos piloto probando una y otra cosa en diferentes
contextos culturales y educativos, deberíamos realizar estudios sobre los contenidos,
sobre los y las docentes, sobre los métodos y materiales, sobre las situaciones que
involucran padres y madres de familia, sobre las herramientas disponibles, sobre los
efectos de las carencias, y muchas cosas más. Es decir, la investigación debe ser
integral, comprehensiva y exhaustiva, de manera que brinde información amplia, que
permita reorientar apropiadamente los procesos educativos en la ruralidad. Algo de
esto se está haciendo, pero creo que debemos hacerlo todavía más.
Otro elemento importante es la participación real de los padres y madres de
familia, y en general de la comunidad, en el proceso educativo, lo cual debería ocurrir
en todos los contextos, tanto rurales como urbanos.
La participación genera
pertinencia, atención a las necesidades particulares, y a la vez promueve coincidencia
entre los esfuerzos que se realizan en la escuela y los que se realizan en el hogar. Es
posible que en las zonas rurales sea más difícil conseguir esta participación que en las
zonas rurales (motivado quizás por un menor índice educativo en la población y el
desuso de las destrezas de participación), sin embargo esto no debe desestimular al
docente, sino más bien reafirmarle el hecho de que ambos tipos de educación son
diferentes y requieren procesos diversos. Si la educación es el medio por el cual la
sociedad asegura que las nuevas generaciones se “socialicen”, es decir, asuman,
reproduzcan y desarrollen la cultura, entonces, es de esperar que la sociedad dicte
cómo debe ser la educación. Esto sólo es posible dando participación real a los
miembros de la comunidad en la toma de decisiones sobre su propia Educación, de
manera que la escuela forme al ciudadano que la comunidad necesita, con los valores,
actitudes, comportamientos, destrezas y aprendizajes que esta comunidad necesita. Si
sólo los educadores participan en esta decisión, el resultado es parcializado e
insuficiente.
En las zonas rurales, las condiciones en que se desarrolla la labor educativa son,
por lo general, muy insuficientes. En casi todos los casos el equipo y el material
didáctico es muy poco, es obsoleto y está muy deteriorado, y esto cuando existe, pues
en muchos casos no existe. Por ello, para mejorar la educación rural hay que pensar en
una inversión significativa en infraestructura, mobiliario, materiales y equipo, con lo cual
se impacta la motivación y el rendimiento, tanto en el estudiantado como en el
profesorado, y posiblemente también en la comunidad.
Por último, cabe mencionar que en todos estos procesos no puede descuidarse
el docente rural. Es importante brindar especial atención a los encargados de
desarrollar estos procesos educativos, por la gran responsabilidad que descansa en
ellos. Esto implica atender desde su selección hasta su formación continua, incluyendo
su motivación, convencimiento y satisfacción con el trabajo. Igualmente deben
atenderse sus condiciones laborales, para asegurar un buen desempeño. La selección
de los educadores rurales debe ser rigurosa y exigente, e igualmente debe serlo la
selección de los asesores supervisores que brinden apoyo en las zonas rurales. Las
capacitaciones deben asegurar que los educadores y educadoras tengan iniciativa,
creatividad, sensibilidad, amor por su trabajo, compromiso, conocimientos sólidos y
valores firmes, con lo cual se generarán cambios que poco a poco van a mejorar la
educación rural y la educación en general.
En las reflexiones anteriores se plantean algunos elementos en los que se debe
intervenir para mejorar la educación rural. Es de esperar que las acciones que se
realicen en estos aspectos generen, en el mediano plazo, las modificaciones que se
requieren en campos como la política educativa, la normativa vigente a nivel del
sistema, el currículum escolar, la formación docente, los incentivos laborales, y otros
componentes del sistema que tienen relación con la calidad final de la educación rural.
Ahora que he hecho este recuento autobiográfico, quedo convencida de lo
apropiado que fue este trabajo para mí. Además de que la vida me ha demandado
ejercer interacciones sociales como las que le demanda a una educadora, lo mismo que
orientar a otros en sus procesos de aprendizaje, también puedo decir que siempre he
tenido un gusto enorme por la naturaleza, las plantas, los cultivos, las montañas, y por
actividades como caminar y observar de cerca las curiosidades que hay en la flora y la
fauna, en los paisajes, en lo grande y en lo pequeño, y además, me agrada la vida
sencilla, lo más natural posible. Creo que todo esto conforma un grupo de condiciones
que han favorecido mi desempeño como docente rural.
Luissiana Naranjo Abarca
El bosque suena retador y en medio, una escuelita como tomada de un libro de
cuentos, rodeada de bromelias y pinos. Los insectos, los colibríes, los monos cara
blanca, los perros de todas las razas y la neblina me reciben como los primeros curiosos
del pueblo. Los seguiría contemplando día a día por varios años.
Inspirada en mi abuela María Luisa, maestra rural de principios del siglo pasado,
aún viva con sus 94 años y orgullosa por esa vena sanguínea de los Monge (Juan
Monge Guillén y Joaquín García Monge) emprendí mi aventura docente hacia
Monteverde, pueblito de cuáqueros y nativos mezclados con un frenesí de campesinos
e inmigrantes.
Ya había experimentado como misionera y alfabetizadora la vida rural tanto en la
zona de los Santos y Garabito como en las zonas más despobladas de Nicaragua.
Pero siempre al tomar la decisión de aceptar mi puesto como maestra rural, apareció la
duda, el miedo por lo nuevo, la nostalgia de lo seguro, el desapego inicial de dejar tu
familia, la territorialidad acostumbrada que a veces nos deja lo que llamamos hogar,
ciudad, amigos. Pero después, cuando arrancas con paso firme y tu decisión a mano, la
experiencia se vuelve tan espléndida que ya después volver a ser maestra de ciudad te
deja un desacierto.
Explico: A veces el espacio de un aula es lo que llamamos escuela, y escuela
se vuelve un término tan ancho que el bosque y cada camino que le llega se vuelve
escuela hasta el pedacito de aire que se respira. Tomar lista es preguntar si Toño anda
todavía ordeñando, si Pepe dejó las botas a medio camino para jugar en el arroyo y si el
agua estaba tan fría que Helena llegó con el buzo de dormir.
Ahora sí, la clase… los cuadernos no tienen lado porque la garúa juega a escribir.- Y
porque mi hermanita lo dejó caer en la taza donde se hace queso.- Niña, la tarea me la sé de memoria porque anoche la candela no era más que un
trozo sin mecha y papá no pudo ir a comprar el sábado al pueblo hasta que le paguen la
leche.
Eso sí, la merienda es compartida porque en el campo sobran las guayabas, las
tortillitas caseras y ganas muchas ganas…mi mesita siempre era prueba dulce de la
sencillez por compartirlo todo.
Programar la clase es graduar tu iniciativa, una espontánea idea por integrar un
currículo de primero con tercero, de segundo con quinto, de todos con todos cuando la
temática es humanidad.
Llega la hora de correr en la plaza, de ser el lobo feroz en un rincón espeso de
arboleda, la lección sigue y sigue con mucha risa, juegos, preguntas curiosas…no
importa la inexistencia de libros, pupitres, zapatos y baños modernos.
Los padres y madres son tus compañeros de lucha, dispuestos a todo, a levantar
paredes, a organizar encuentros… Eres un centro de motivación, un dirigente con
responsabilidad comunal. Existes para todos y por todos.
Ser maestro rural es un camino de retribuciones. Recibes tanto que no sabes si eres tan
digno de adoptarlas. Buceas tan dentro de ti para ser creativo, para llegar al corazón de
un niño y dejar una palabra, un dibujo, un gesto impregnado en su memoria, que hace
de un abrazo de un pequeño, la razón más importante de ser maestro.
Digo, no fue fácil, viajaba cada quince días a San José, pensaba con ansias que
extrañaría un poco el cine, la agenda cultural y el ruido citadino pero estaba luego allí y
ya de vuelta extrañaba mi escuelita, el silencio de las 6 de la tarde y mi taza de
chocolate caliente por el frío rutinario del bosque. Los besos de mis chacalines
diciéndome elogios de los nuevos aretes que compré y de cómo estaban los últimos
informes del estado de salud de mi abuelita. Llegan a ser parte de ti y dejas algo allí
cuando tienes que irte.
Es difícil adaptarse luego a la ciudad, a lo urbano…una complejidad con tejido
social y de trabas estatales, pero qué queda, siempre serás maestro a donde estés y
con quien estés.
Mis “chiquillos” me siguen llamando, ya no son tan chiquillos, algunos me
cuentan sus hazañas amorosas, sus triunfos empresariales, sus aventurazas
académicas, cómo heredaron la finca, cómo me siguen recordando en medio de ese
pasaje hermoso de mi vida como maestra rural.
Óscar Valverde Acuña
¡Llegó el maestro!
Las clases empezarían el lunes, pero llegué desde el sábado por la mañana.
¡Qué salvada, maestro! - me dijeron los del Patronato Escolar - Así nos ayuda con el
turno; lo hemos organizado para recaudar fondos y hacerle frente a los gastos de la
escuela.
Luego de ponerme a las órdenes de la Comisión Organizadora, me
encomendaron que les ayudara en lo de las carreras de cintas a caballo. Busqué, entre
mi viejo maletín, un lapicero azul partido a la mitad, unido con cinta adhesiva e,
inmediatamente, procedí a levantar la lista de los participantes.
Ese fin de semana me dieron dormida en la casa, frente de la escuela, pero me
advirtieron sus dueños que era una excepción y que el lunes buscara otro lugar.
- Don, ¿usted va a ser el maestro mío? - me preguntó un niño como de nueve
años.
-Sí-, le contesté amablemente, pues yo sabía que la escuela era unidocente y,
por lo tanto, impartiría desde primero hasta sexto año.
- Baile usted con mi hermana - volvió de nuevo el niño aquel.
-Este es mi maestro: -baile con él, le decía a su hermana, presentándonos entre
tanto bullicio y música que hacía el conjunto musical que amenizaba el baile.
Como nunca he sido nada bueno para asuntos de bailes, esperaba que hubiera
una pieza romántica, pues era lo único que medio bailaba y, de esta forma, complacía al
hermano de aquella linda muchacha.
- ¡No se meta maestro!, ¡no se meta!. Me decía una señora acongojada y casi
llorando. Era la mamá de la muchacha y, en un abrir y cerrar de ojos, se había armado
un bochinche tremendo. Sillas y mesas por los aires, gente tratando de sostener al
hombre de pelo largo y camisa negra. Los señores del Patronato Escolar, entendiendo
la situación, se apresuraron a ubicarme en el sector de la cantina, junto al cajero y me
explicaron que el escándalo lo originaba el novio de la hermana de mi alumno.
¡Tremenda embarcada!
En el momento del recuento, el novio aludido, volvió a querer alzar problemas
conmigo. Sin embargo, no fue necesario mucho tiempo para que él comprendiera que
yo no tenía intenciones de complicarme y mucho menos por mujeres. Era mi primer año
como maestro, apenas contaba con dieciocho años de edad e iniciaba mis estudios
universitarios a distancia en los Planes de Seguimiento que ofrecía la Universidad
Nacional. Me correspondió estudiar en el Plan Trece, bajo el convenio MEP-UNA.
Pasé una semana sin encontrar quién me vendiera la comida y tampoco dónde
dormir. Las razones que más recuerdo fueron: "si no viviéramos tan lejos de la escuela,
maestro"; o bien, "si no fuéramos tan pobres"; pero la principal razón fue: "es que los
maestros amarran el perro". ¡Por dicha!, en el lote de la escuela había un árbol de
naranjas; allí engañaba mi estómago mientras completaba la dieta en la casa de algún
alumno donde me invitaran a pasear. Con zacate estrella y un saco, hice un colchón y
dormía en una choza que era bodega de la escuela.
En todo lugar hay gente inteligente y servicial que nota cuando alguien tiene
buenas intenciones. Después de la segunda semana de clases no me faltó comida; eso
sí, pagaba puntual aunque tuviera que pedir prestado a don Eugenio, vecino de allá por
donde me crié, pues el pago de gobierno me llegó algunos meses después. Corría el
año 1982 y el primer salario fue de 4645 colones por mes.
La matrícula escolar subió, entonces el Ministerio nombró un maestro auxiliar,
persona que venía de la Meseta Central. Era un hombre bastante dormilón y lo hacía
más de día que de noche, parecía que su misión era desintoxicarse un poco de los
vicios capitalinos y ganarse algunos colones. Este maestro recién llegado no
correspondía responsablemente con su trabajo: hubo semanas enteras que no llegó a
atender a sus alumnos.
Cuando tuvimos que asistir a una reunión de educadores del núcleo de Pilas de Buenos
Aires, intervine para conseguirle un caballo bien aperado. Allá vendió la montura y por
poco lo hace también con el caballo. Cuando llegamos al pueblo lo escuché decir que el
río lo arrastró con todo y caballo, logrando, con dificultad, salvar el animal. ¡Casi se me
cae la cara de asombro y vergüenza!
Confieso que participé en la matanza del gallo de Mayela. Era un hermoso
champulón que frecuentaba el lote escolar. Mi compañero Montiel había hecho amistad
con algunos jóvenes traviesos del lugar que planeaban matar, disimuladamente, aquel
gallo. Mi participación consistía en irme de paseo donde alguna familia vecina y no
acusar a los robagallinas.
Fueron honrados en dejarme el muslo y un pesar en la conciencia que aún cargo, pues
resuena, como silbidos del viento en el ciprés, la voz de Mayela preguntándome por
aquel gallo colorado.
El día de pago
Pagaban con giros de gobierno. Eran cartoncitos llenos de orificios con el
nombre de uno y la cantidad de dinero que correspondía. El pagador llegaba mes a mes
y había que hacer fila desde la madrugada, si se quería ser de los primeros en cobrar.
Tío Rafa y don Gerardo Zúñiga se peleaban, por ser los primeros en la fila, cada día de
pago.
Los educadores de Pérez Zeledón hacían fila en la Escuela 12 de Marzo o en la
Casa de ANDE. A los que laborábamos en Buenos Aires nos correspondía recoger el
giro en la Escuela Rogelio Fernández Güel. Ese día se debía recoger aquel cartoncito
perforado porque, de lo contrario, había que esperar una semana, mientras el pagador
en gira cumplía su ruta que terminaba en Pagaduría Nacional.
Recuerdo gran cantidad de anécdotas, pero quiero compartir la de Manolo. Era
tiempo de invierno y los ríos crecieron demasiado. Manolo no pudo salir de los Bajos de
Saveegre, a recoger su giro, antes del medio día. Le recomendaron que fuera a Buenos
Aires, talvez, el pagador aún estuviera allí. Por último - nos contó – “al día siguiente
recogí el pago en Ciudad Neilly; casi me toca ir a San José por la plata que a poco ni
me alcanza para pagar los gastos en el viaje de persecución”.
Para evitar esos contratiempos idearon entregar los giros en el Banco. Con esta
forma de pagarnos tenía uno un mes para recoger el giro. Este recurso tampoco
funcionó por la deficiente administración. Ahí en el Banco había que hacer dos filas: una
para retirar el giro y otra para el cambio por el dinero en efectivo. El aglutinamiento de
maestros, el poco espacio en la sucursal del Banco y la angustia, desgaste físico y
mental, todo sumado a la pérdida del tiempo, hizo que al MEP se le ocurriera una
alianza estratégica con el Banco Nacional, tal que, cada maestro abría una cuenta y le
depositaban el dinero correspondiente a su salario.
Nos resistíamos a ese cambio, pues era un gusto extraño ver el cartoncito con el
monto y dialogar mientras se hacían las filas. Ahora vemos lo práctico que resulta este
sistema y casi ni nos acordamos de aquellos tiempos de los cartoncitos perforados y de
tantas anécdotas sucedidas allí en las filas.
A Quiro Viales jamás se le olvidará cuando en una huelga del Magisterio, los
participantes enfurecidos, lo acorralaron en la esquina de la Oficina Regional del
Ministerio de Educación cantándole en protesta por el atraso del pago: "¿Quién tiene el
giro?" - decían unos -"El giro lo tiene Quiro" - contestaba el coro del resto de
huelguistas.
En esa misma huelga a don Rafael Quijano le sucedió una anécdota bastante
recordada: Como director de escuela no quiso ir a la huelga y repudió a sus
compañeros que lo hicieron. Al término del siguiente mes a ningún educador le pagaron
el salario, indistintamente que hubiera asistido a la huelga o no, pero cuando arreglaron
el asunto del pago, a todos les llegó el dinero menos a don Rafael. Ironías de la vida...
aciertos del destino...Después de aquella experiencia no faltó a las huelgas e, incluso,
dicen que hizo una huelga él sólo, la ganó y nunca más le atrasaron su pago.
Trino
Trino asistía a primer grado. Venía desde El Bajo de Antolín. Era un niño
aplicado y puntual, pero aquel día llegó tarde. Le pedí el cuaderno de tareas y, con
mucha parsimonia lo sacó del bulto de cabuya; al igual que los demás cuadernos,
estaba mojado. Mostré el cuaderno a sus compañeros para hacerlo sentir mal. Ellos se
sorprendieron al ver un cuaderno tan feo. Trino soltó el llanto y sus mocos aparecieron
también. Me di cuenta del error que había cometido como maestro y me puse de
cuclillas junto a él. Tímidamente me extendió su mano y al abrirla observé las frutitas
que aprisionaba con cariño. Me dijo con sollozos que venían desde el fondo del
corazón:
-Estos nances son para usté maestro. Cuando los estaba lavando en la quebrada, el
bulto se me mojó.
Caliche
Caliche nunca fue bueno para el estudio, tampoco daba muestras de interés por
el asunto. Lo que más disfrutaba, con todo gusto, era el momento del recreo. Sin
embargo, le fascinaba colaborar en labores que requerían fuerza, como desaterrar los
desagües, limpiar canoas o echar el agua desde la naciente ya que, cuando se
taponaba la manguera, él iba rapidito a solucionar el problema.
Por casualidad un domingo me fui a jugar fútbol con el equipo de la comunidad. Allí
estaba Caliche, jovial y despierto. Como no llegó el árbitro, Caliche lo hizo por este y lo
hizo muy bien. Al día siguiente, en la escuela, este niño era el mismo: tímido,
desganado, hasta que llegara recreo.
En ese tiempo no se trabajaban adecuaciones curriculares, como ahora se hace en
aplicación de la ley. No obstante, a Caliche le llevé revistas de afición y luego
comentábamos su contenido.
Este niño creció en autoestima y me solicitaba las revistas y periódicos para compartir
en casa con sus hermanos, luego venía explicándome el significado de las notas
redactadas. Por su grado de mot-vación mejoró la comprensión lectora. Luego ganó con
éxito las Pruebas de Conclusión de Segundo Ciclo que aplicó el Ministerio de
Educación.
Potencialidades
Mi alumno Pancho... Nada bueno para el estudio, tampoco para jugar bola. Yo
estaba seguro que si encontraba algo que hiciera bien podría motivarlo a que superara
en las otras áreas.
Los maestros han de tener cuidado de no lastimar a los alumnos. En cambio, procurar
que afiancen su autoestima. Me atrevo a afirmar que si no asimilan conocimientos, pero
desarrollan actitud mental positiva, pueden proyectarse para ser personas de éxito en la
vida.
Por dicha que a Pancho no le jalé las orejas ni lo ridiculicé. De haberlo hecho me
hubiera metido en problemas años después; porque en un importante sitio de diversión
se destacaba como cantante estrella de uno de los mejores conjuntos musicales del
país. ¡Imagínense el ridículo!, si me hubiera pedido que cantara una melodía.
Después de la teoría de las inteligencias múltiples sabemos que existen más de
siete de ellas. Si no podemos descubrirlas en nuestros alumnos, por lo menos no les
hagamos sentir mal cuando no se desempeñan bien en alguna de esas inteligencias.
Linillo
Para trabajar como maestro en Las Cruces de Chánguena en el año 1983 se
necesitaba, además de valentía, aperarse bien con implementos como botas de hule,
foco y un buen caballo reras de cinta. El único problema es que no era de buena medra.
Su raza corriente no le daba dotes de sangre azul, pero destacaba mi Linillo por su
inteligencia equina.
Escuela sencilla, de madera por fuera y con alma por dentro. Allá la casa de
Monchito; la de Roldán detrás de la arboleda. Arriba, después de la loma, vivían don
Agustín y don Leovigildo. Los niños aparecían por entre los bosques que bordeaban el
río y el camino a la Pata de Gallo.
- Maestro: le mandó saludes mi hermana.
Pasaba el segundo año de trabajar como educador y no me había hecho de
novia. ¿Sería respeto al trabajo? ¿Serían complejos arrastrados o miedo a las
mujeres?...
- Maestro, por qué no se queda en mi casa, ahí, aunque sea pobremente, está
más en familia. - me decía un buen vecino.
Yo prefería quedarme en aquel aposento pegado a la escuela, compartiendo
con las purrujas y los zancudos durante la noche. Escuchaba música, leía, escribía,
tarareaba algunas canciones, hacía signos musicales con la guitarra y... era feliz... muy
feliz.
Chorosco
Pilón significaba una ciudad, comparada con la densidad de población
de los lugares donde había trabajado años atrás. Ahora contemplo ese pueblito de
gente humilde y trabajadora incrustado allá en la parte alta de la zona de Chánguena y
añoro la vida, la naturaleza y la gente buena que allí sabe vivir
Vendí a Linillo y me compré la motocicleta Suzuki que apenas me sirvió
tres meses. Con barro en el invierno se me hizo imposible usarla y tuve que caminar
desde Paso Real hasta Pilón (16 Km.). Esa fue la razón por la cual compré a Chorosco,
un caballo viejo, lento y feo; pero manso. Chorosco me ayudó a trasladarme, ya fuera
para tomar el bus en Paso Real o ir los domingos a los lugares circunvecinos a jugar el
campeonato de fútbol.
A veces tenía que viajar en el vehículo que hacía el servicio desde
Paso Real hasta La Bonga. Cayetano, el chofer, manejaba aquel carro de doble tracción
que roncaba entre los pegaderos. Al bajarnos nos quitábamos el barro de los ojos,
sacudíamos la camisa y los pantalones. Luego seguíamos caminando.
Boquete
Boquete es el nombre de una escuela que pertenece al distrito de Colinas. Si se
entra por Boruca, la distancia es de 24 kilómetros. Por Palmar Norte el trecho es menor,
pero el camino bastante escabroso donde abundan laderas y peñascos peligrosos
donde, los más duchos, se atrevían a pasarlo a caballo.
Al llegar a La Montura, me encomendaba a Dios y pasaba de cuatro patas. Cada paso
que daba desprendía un poco de tierra y piedras que llegaban hasta el fondo del
precipicio.
La semana que hubo temporal salí por Caña Blancal. Fue por milagro de Dios y Junta
de Angeles que no me ahogué cruzando el río. Al llegar a la Carretera Interamericana la
motocicleta, que había guardado donde un vecino de ese lugar, tenía una llanta
desinflada. En Palmar Norte me la arreglaron, pero a pocos kilómetros de allí la cadena,
que impulsa los piñones de la moto, se reventó. Con púas de alambre la fui añadiendo
hasta llegar a mi casa, mojado y temblando de frío.
Los Herrera
Siempre fueron amigables. Tenían guitarras y cantaban al anochecer, mientras
saboreamos aguadulce o café con tortillas calentadas en fogón. Con tan sobresaliente
camaradería, mi espíritu joven me hacía sentir en la mejor comunidad que pudiese
haber.
Toño
Delegado de la Palabra, celebraba los rituales religiosos todos los domingos a
las tres. Siempre había que estar, por devoción y por ver a la hija de Leonardo, ¡tan
guapa!... Nunca supo que la admiré tanto...
En la casita del maestro (choza de madera con piso de tierra) estaba
acostumbrado a dormir sólo. Aprendí a matar serpientes y a vivir en paz. Había espacio
para meditar, conversar con Dios y soñar.
En la cantina
Después de haber pasado algunos meses del curso lectivo en la escuela donde
obtuve propiedad como maestro, me acerqué a la cantina porque llegué a saber que su
dueño, padre de familia de unos de mis alumnos, no me quería, debido a que yo
pregonaba en contra del licor. Quizá por eso a las personas de Pueblo Nuevo de Pilas
les extrañó que el maestro, quien tanto criticaba a los que tomaban guaro, estuviera en
la cantina.
Estando en aquella circunstancia recordé la frase que mi padre decía: "nada es malo,
nada… hasta que se convierta en vicio". Los humildes señores, entre babas y
cabezazos, hablaron de todo y también me preguntaron por el estudio de sus hijos. Allí
mismo me di cuenta de aquellos padres de familia que no asistían a las reuniones de la
escuela.
- Don, usted ha sido el mejor maestro que han tenido mis hijos, me dijeron
algunos señores. En forma prudente me retiré de la cantina y volví a casa, pero en el
pueblo se dijo de la borrachera del maestro. No culpo a tanta gente que hace caso a los
chismes de la tía Mirta.
El turno
Había que hacer varias reuniones para organizar el turno. Se hacían las
comisiones. A la primera que se conformaba le correspondía conseguir los permisos: en
La Municipalidad, La Gobernación, el Ministerio de Salud, etc. Casi siempre era la
misma comisión de la propaganda: cuñas por la radio, y carteles que se pegaban en las
pulperías de los pueblos vecinos.
Otros vecinos se encargaban de contratar el conjunto musical y coordinar el traslado...
¡Qué el carro se pegó! ¡Qué lleven yuntas de bueyes!...
Nombrar cajeros, cocineras, comprar, matar y arreglar los animales (chanchos y vacas),
preparar el menú, montar el rol de cocineras y jefas de cocina le correspondía a la
comisión de la cocina. La que había que tener cuidado en constituir era la de la cantina:
conseguir el licor, montar el rol de cantineros y cajeros.
Había otras comisiones de gran utilidad como la de refresquería, compuesta por
vendedores y cajeros, además, la comisión de rifas que debía velar por conseguir
premios, series y vendedores.
Pánfilo nunca se escapaba de formar parte de lo que tuviera que ver con deportes:
realizar los retos a los equipos y la premiación, también los árbitros y hacer las llaves de
juegos.
Nevilio Barrantes tenía experiencia en carreras de cinta: buscar premios, realizar la
inscripción, preparar la cuerda con las argollas y otras responsabilidades.
El asunto de reventar las bombas casi siempre lo hacía Rafael Borbón, quien sabía
utilizar el mortero y madrugaba a las 5:00 a.m., para mandar los primeros bombetazos,
cual estornudos al cielo; los otros estallidos los hacía a las doce medio día.
Una vez hechas las comisiones se nombraba el cajero general.
Organizar un turno no sería tan difícil si la gente no fuera tan quisquillosa. Si fulano
trabaja en la cantina, yo no trabajo - decía alguno - Si Ruperto vuelve a ser el cajero
general, yo no me arrimo, decía otro.
El lunes se hacía el recuento. Sumar entradas, rebajar salidas y apuntar los fiados.
Todo el año nos pasábamos enviando notas a los que habían comprado fiado.
No sólo la tía Mirta, yo también lo comprobé: El lunes siguiente al turno, Ruperto, el
cajero general, salía con su familia a comprar ropa nueva.
El río arrastró la moto
Con Alfredo Barrantes me dirigí a Colinas. El río, en el Bajo de El Maíz,
estaba muy crecido. Nos aventuramos a cruzarlo pero el agua nos arrebató la moto, la
cual se atascó en una enramada. Con gran esfuerzo y la ayuda de un caballo la
sacamos y la guardamos donde don Isaías García. Caminando llegamos hasta Colinas.
Al día siguiente, de regreso, volcamos la moto llantas para arriba y le sacamos el agua.
Una vez resuelto el problema del transporte y pringados hasta los ojos por el barro,
llegamos a Buenos Aires a realizar el resumen del Congreso Pedagógico que organizó
el Magisterio Unido.
Moto sin frenos
Andar sin luz en la moto fue común. En verdad que el asunto consistía
en convenirse y viajar de noche lo menos posible, si acaso cuando había luna llena. Al
quedarse la moto sin frenos, la situación era más complicada. Bajando San Antonio de
Térraba me aconsejaron que le desinflara la llanta trasera y así la moto perdería
impulso. Así lo hice y funcionó.
Al llegar a la Interamericana se me olvidó el desperfecto y, adelantando urbanas en la
recta de Palmares, me topé de frente con un furgón. Me quité para la derecha y al ver
gente subiendo y bajando del autobús, en fracción de segundos, opté por lanzarme al
zacatal a un costado de la Gran Hotelera. Cuando tomé estabilidad, entrando
nuevamente a la carretera, escuché o imaginé que me decían: ¡Qué brutooo!
No obstante esta y otras experiencias, como cuando quedé ensartado en las patas de
un caballo, se dieron y ahora forman parte de los recuerdos.
Andar con el vehículo en perfecto estado era casi imposible. Todo por ¿descuido? ¿falta
de dinero? ¿negligencia?
Los faroles
Los desfiles de faroles han sido una actividad muy lucida y propicia
para la interacción de la comunidad con la labor escolar; sin embargo, a algunos
maestros y profesores no gusta celebrar esta efeméride, aduciendo que no es
obligatoria.
Importante recordar el significado de los faroles y de la Independencia Centroamericana
en general, aunque en un desfile de estos nunca faltan los traviesos que tiran piedras a
los faroles, a la escuela y a la gente que va en el desfile, es bueno seguir con esta
tradición.
Al maestro Juan Lizano se le ocurrió hacer el desfile de faroles a las diez de la mañana.
Entre sus justificaciones indicó que es mejor asegurarse de realizarlo que correr el
riesgo de la lluvia y de los traviesos tirapiedras. El maestro Lizano no dejó de premiar el
farol más original, el más grande y el más vistoso.
Al peso del sol, todos los faroles se veían como llamarones ardiendo tenaz. Sus
compañeros lo molestaron diciéndole que eso lo hacía para no dejar sola a su linda
mujer, en la noche de faroles.
Sin complicaciones
Siendo yo Director de una escuelita rural, vi como un compañero
impartía sus clases desde el camastro en la casa del maestro, situada a un costado de
la escuela. Allí llegaban sus alumnos a preguntarle:
-¿Qué más hacemos maestro?
Y él, con descarada naturalidad, les decía:
-Copien la página que sigue, copien la página que sigue... y si terminan sigan copiando
hasta que terminen el libro, y si terminan el libro cogen otro y continúen copiando.
Un alumno aburrido de tanto copiar le indicó:
-Maestro, es que lo que sigue es un dibujo.
Entonces el docente, sin mirar al niño, dijo:
-Está bien, hágalo o cálquelo.
Dichosamente, actitudes como estas son esporádicas, destacándose, más bien,
la vocación y el deseo por realizar el mejor trabajo por parte de la mayoría de.
Linillo, mi bestia, era más que un caballo. Sabía acomodarse para que el jinete abriera
y cerrara los portillos sin tener que bajarse de la cabalgadura.
María Lucila Hernández Carvajal
Nací en San José de la Montaña en aquellos tiempos en que este pueblo era
una aldea pequeña y aislada, asilada de Barva, pues, no había carretera ni autobús, a
principios de un mes de diciembre en 1935, en un hogar de gente sencilla, mi papá era
un poco comerciante, agricultor y jornalero y mamá hacia el oficio de la casa. Soy la
segunda de siete hermanos de los cuales solo mi hermano y yo estudiamos.
Tuve una infancia de lujo en libertad de acequias, pozas, frutas silvestres,
amigos y amigas que jugábamos, desde que empezaba el día hasta que se acababa,
hasta en el tiempo escolar éramos felices.
Hice la escuela primaria en una escuelita de dos maestros, con corredores
alrededor, toda de madera, que lavaban de cuando en cuando, por lo que no había
limitaciones. Mis maestros fueron esos pioneros que venían de Barva, caminando todos
los días, en las buenas y en las malas; a veces los maestros se establecían en la
comunidad y eran el elemento más importante, llevaban a bautizar y a casar a todo el
mundo.
Eran aquellos tiempos en que maestro le podía pegar al alumno y si no le daba
el maestro le daba el papá, pero casi nunca sucedía esto.
Nunca me visualicé siendo maestra, más bien quería ser enfermera, pero lo que
había en Heredia era para Maestro Normalista, con un bachillerato con grado de
maestro, obtuve solamente el bachillerato y de ahí pasé a la Escuela Normal, que era
donde se formaban los maestros, en las aulas de la Escuela Normal enseñaban
profesionales que habían sido maestros, era aquella famosa Escuela Normal, semillero
de grandes maestros, entre ellos Don Marco Tulio Salazar y otros que también fueron
excelentes, todos con alma de maestro.
De ahí salíamos las legiones de docentes, que nos poníamos a buscar trabajo y no
había porque éramos muchos. Como ahora había influencia política en el Ministerio de
Educación, era el mismo desorden que hoy.
Me inicie como educador en un pueblito al Sur de Desamparados que se
llamaba Guadarama. Ahí me dejó mi papá en una tarde llena de neblina y me sentía
en medio de la nada, esa tarde me hospedé en la casa de los maestros y cené
aguadulce con pan; luego hice otro permiso en El Alumbre de Cartago, donde conviví
con otra maestra que no tenía esposo pero sí tres hijos, y me encontré de pronto con la
realidad de los maestros que viven en zonas alejadas y que pasan muchas
necesidades.
Mi tercera escuelita se llamaba La Pacaya, era unidocente, en ella trabaje siete
años, me casé y viví muy feliz.
Luego me trasladé en 1973, a la escuela de mi tierra, mi pueblo, que ya era de
dos pabellones, varios maestros, con su director y puñado de niños, más de doscientos
que ya no conocía, de este lugar salí pensionada en 1990.
En las escuelitas de Desamparados conocí a esos personajes importantes de
la Municipalidad, el Ministerio y otras instituciones, que llegan a las escuelas a hacer
trabajos de observación, llegan y se van, con excepción de don Guido Barrientos
Zamora, que era un papá, un amigo, un hermano y también un profesional. También
conocí a hombres y mujeres de gran valor espiritual, respetuosos, cariñosos, que me
enseñaron lo que es realmente la vida y acabaron de forjar en mí, un espíritu fuerte y
sencillo.
Con ellos aprendí a vivir de lo que uno tiene, con alegría, trabajando en el día y por la
noche contando historias y oyendo la guitarra. Al inicio, esto me extrañaba y hasta me
chocaba porque no era mi costumbre pero después las organizaba. En esas escuelas
conocí verdaderos amigos que también me enseñaron lo que vale un maestro.
Aquí en la escuela de mi tierra, también en términos generales, no tuve problemas, la
relación con los padres es más impersonal, pero yo siempre me interesé, gracias a
Dios, por conocer los hogares de mis alumnos y asomarme un poco a sus problemas y
carencias.
En las escuelas alejadas los problemas son múltiples, comenzando por los
caminos, cuando estaba en La Pacaya venía al Ministerio de Salud a llevar medicinas
y al Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes a levar libros sobre todo para los adultos.
En las escuelas rurales recibíamos los libros de Alianza para el Progreso, que
eran textos con defectos, claro, pero en general eran buenos libros. Los libros de lectura
que daba el Ministerio de Educación o que compraban las escuelas eran realmente
bellos, llenos de poemas con ilustraciones sencillas, pero unos textos muy hermosos.
También enviaban a las escuelas leche y cereales entre otras cosas, que los
niños comían encantados.
Aquí en San José de la Montaña, me encontré con que los problemas los
resolvía la Junta de Educación y el Patronato; la influencia del maestro era menor.
En la escuela en que trabajé los logros eran muchos, los maestros sentíamos
que los niños aprendían. Había docentes con capacidades especiales para lidiar con
esos niños que aprendían de ninguna manera y que ahora llaman especiales. Me
parece que la escuela tenía más satisfacciones que la de ahora.
Tuve dos experiencias desagradables, una vez en La Pacaya, se me atragantó
un niño con la sopa porque había un huesillo, nunca se me olvida que el papá me dijo:
“yo mando a mi hijo a la escuela a aprender y no a comer, comida tiene en la casa”,
por dicha nada le pasó al chiquillo.
Mi otro mal recuerdo: para una Asamblea de la Semana de la Alimentación, me
tocaba el motivo y yo no había preparado
Floribeth León
Nací en 1953 en Santo Domingo de Heredia, soy la tercera hija del hogar de
Rafael León y María Elí Barquero. Papá fue chofer por 30 años, con eso nos mantuvo,
a pesar de ser siete hermanos, siempre tengo buenos recuerdos.
Para la Primera Comunión, siempre tuvimos ropita nueva y bonita, nuestra
infancia fue muy linda y feliz.
Papá no quería que las mujeres estudiaran y mamá siempre nos apoyó, somos
cinco mujeres y dos hombres. Cuando terminé el bachillerato, entré a la Escuela Normal
por dos años, para formarme como educadora, fue una escuela con muy buenas bases
pedagógicas y éticas. En 1972 estuve en la Universidad Nacional de donde salí con un
PT3.
Empecé como maestra por una vecina, que me dijo que había escasez, entré
por dos años, que me ubicaron y sentí que sí me gustaba la profesión.
Siempre fui educadora rural.
En el año 1974 me nombraron en Cascajal de Orotina en una escuela de tres
maestros, durante un año estuve viajando cada ocho días en tren; ahí me acordé de
algo que decía un profesor de la universidad, “la que se va para una zona rural
encuentra novio, además cuando vienen, llegan hablando igual a las personas del
lugar.”
En 1975 fui a concursar para propiedad y recuerdo que estando en el Ministerio
de Educación, una compañera de estudio y de circuito, me dijo que concursara por la
plaza de Quebrada de Ganado, porque la escuela quedaba al frente de la calle principal
por donde pasaba el bus y me vine a trabajar hasta que me pensioné.
Desde que llegué a este lugar me sentí realizada, nunca añore trabajar en la ciudad.
Aunque el bus pasaba por frente de la escuela no era fácil el transporte, a las
siete salía el tren, llegaba a las doce mediodía a Orotina, a las doce abordábamos una
barca para pasar por el río Tárcoles, porque no había puente, después un bus nos
trasladaba de Orotina a Quebrada de Ganado, pasando por carretera rastreada, donde
la gente venía con las compras, con calor y el bus lleno. Sin embargo me adapte. La
primera vez vine a conocer con una tía, siempre me agrado; el mar, las personas
humildes, amables y así empecé a trabajar en la escuela de tres maestros. El director
era don Fernando Sancho y la esposa Maritza Rodríguez era maestra y yo.
No había kinder, entonces, no había preparación y los padres en su mayoría no sabían
leer ni escribir, entonces los niños se quedaban lo que lograban estudiar en la escuela,
había muy poco apoyo de los padres en cuanto al estudio. Después de vacaciones de
15 días era como volver a empezar, tomaban al revés el lápiz y el cuaderno, a no ser de
los niños aplicados y responsables que siempre hay.
Siempre había esos que dan la talla, tanto que actualmente hay ingenieros, maestros,
agentes de banco, los que trabajan en construcción son los que les costaba mucho el
estudio.
Entre los tres maestros había un acuerdo de ayudar, aplicando lo que hoy son
adecuaciones curriculares, ayudaba a que pasaran con poco conocimiento, para que no
se quedaran estancados. A veces hay maestros injustos que encasillan a estudiantes y
no les permiten salir adelante, por ejemplo hay cosas pequeñas, pero significativas, yo
no utilizaba la X de color rojo, sino que colocaba un punto para que el estudiante
revisara y corrigiera su error, después lo revisaba y lo felicitaba, con solo eso los niños
se ponen felices.
Si cometí errores; una vez me di cuenta que un alumno estaba haciendo el
examen y ayudándole a otro y le anulé el examen, el niño decía que él iba a salir bien,
pero que por ayudar salió mal.
Otro día recuerdo, que un señor muy machista, llegó a la hora de almuerzo a
caballo y con machete en mano, a reclamar por una llamada de atención que le había
hecho al hijo, pero yo supe controlar la situación, explicándole de buena manera.
En otra ocasión, una madre me hizo llorar por tratarme mal, pero yo no tenía la
experiencia que dan los años de trabajo.
En esta comunidad hay muchas personas colaboradoras, tengo en alta estima a
don Oscar Alpízar, este señor era de solvencia económica buena, adinerado, él no
tenía estudio, sin embargo habla de toda su experiencia de vida con gran positivismo,
siempre dispuesto a ayudar en la escuela y la comunidad, todos sus hijos estuvieron en
esta escuela, tenían buenas bases espirituales y mucho espíritu de cooperación, lo que
les ocasionaba problemas con los demás compañeros, por serviciales.
Don Guillermo Tapia, abuelo de mi esposo y doña Guillermina, fueron los
fundadores de este lugar y lucharon mucho por construir una escuela, pues lo que había
era una galera, trabajaron en turnos con lo que construyeron la primera aula y
siguieron, construyeron otra aula más cómoda y de madera, además donaron el terreno
de la escuela, la iglesia y el cementerio.
José María Sandí, conocido como “Pipo”, casi todos los años estuvo en el
Patronato o la Junta de Educación, muy colaborador. Organizaba dos turnos por año.
Los educadores trabajábamos en la cocina, en ese entonces nos teníamos que
involucrar desde el principio hasta el fin. Eran actividades bonitas, diferentes, a veces
tuve que trabajar en la cantina y siempre hay hombres machistas que se mostraban
ofensivos decían “cantinera” y se reían.
Entre los problemas con los que me encontré, estaban las falta de espacio en
las aulas por el crecimiento de la matricula, entonces, se construyeron dos aulas con
ayuda de Municipalidad, la Junta y los turnos se soluciono el problema, otra cosa eran
los niños que no tenían uniforme, entre los mismos de la escuela se le ayudaba.
Otra dificultad era el poco apoyo de los padres, lo que hacía de las tareas una
labor difícil, para los padres la educación era poco importante y un trabajo solo de los
maestros, en aquellos momentos no se exigía el uniforme porque no había conciencia
en los padres, poco a poco se fue concientizando y se lograron acostumbrar.
Teníamos a cargo la preparación para la Primera Comunión con el catecismo y
se les ayudaba con la ropa. Con algunos padres le comprábamos la tela y la costurera
les regalaba la costura.
Son muchos los alumnos inolvidables entre ellos Rónald Delgado tenía
impedimento mental y todo lo rompía, una vez se llevó todas las notas, milagrosamente
esa vez no le había hecho nada, a pesar de esto logramos que leyera y escribiera, era
de educación especial, ya murió a la edad de 25 años, siempre tenía el silabario,
siempre estando enfermo, lo fui a ver y tenía el silabario.
Frustraciones no tuve, no me enojaba, el director me decía qué como hacía para
no enojarme con los padres de familia.
Entre los recuerdos más significativos recuerdo a dos niños que tenían edad
para estar en tercero, sin embargo, estaban en primero, pues no habían aprendido a
leer ni escribir, tenían estrabismo, un problema visual. A la escuela llegaba un dentista
y hablamos con él, la esposa del chofer que lo llevaba trabajaba en el Hospital de
Niños, entre ella y yo gestionamos que los atendieran allá, claro primero hubo que
convencer a la mamá, después hacer rifas para sacar la plata para los pases, lograron
que los operaran, aunque no siguieron estudiando algo logramos.
En mi trabajo como docente aprendí que el maestro es padre, madre, doctor
porque teníamos que aplicar los líquidos que nos daban en el Ministerio de Salud para
los piojos y aplicar el flúor en los dientes para evitar las caries, además somos
confidentes en los problemas familiares, alcoholismo y otros.
Se aprende a trabajar con pocos recursos no había biblioteca, lo único era los
libros de ROCAP y los silabarios que compraba el Patronato Escolar, recuerdo que
algunas veces hablaba con padres que si podían para que compraran pupitres o libros.
En ningún momento he añorado ser maestra urbana, ser maestra rural ayuda a
ser más humano, solidario y colaborador a mi siempre me buscan, para redactar cartas
de recomendación, solicitudes de operaciones para no tener más hijos, para solicitar
pensiones y para que les ayude en tareas de la escuela y el colegio.
La educación actual recarga al alumno con actividades para la casa que son los padres
de familia los que terminan haciéndolas, las materias especiales recalcan y no se esta
logrando nada, lo podemos ver con el bachillerato, no sirve, yo siento que el Sistema
Educativo debe dar un giro, los que hacen los exámenes de bachillerato son
educadores de oficina, no saben de necesidades económicas de los niños y jóvenes
que se ven frustrados y hasta ahí llegan por una materia, casi siempre matemáticas.
Se debe concienciar la educación para que muchos muchachos no se queden sin
bachillerato.
Las principales limitaciones que se enfrentan en las escuelas rurales es que no
hay mobiliario, tecnología y biblioteca para realizar tareas.
“El alumno que quiere estudiar, estudia en cualquier condición, mantiene el interés y
alcanza metas”.
Manuel Rojas Vílchez
Nací en la provincia de Heredia, en el año de 1944, a seiscientos metros del
parque central, en el barrio Corazón de Jesús, conocido antes como la “India”.
Soy hijo de José Joaquín Rojas Castro y Teresa Vílchez Loaiza, el tercero de ocho
hermanos. En el año de 1952 ingresé a la educación primaria en la escuela Cleto
González Víquez.
Mi primer año escolar marca una pauta muy significativa de vida, pues su
maestra, cuyo nombre no recuerda, nunca entendió que estaba frente a un niño
hiperactivo, con marcadas manifestaciones de inseguridad, no dándole la atención
profesional que correspondía, aspecto que causo en aquel niño un repudio hacia al
estudio, razón que pesó en el rendimiento escolar. No obstante recuerdo con mucho
cariño el afecto y el profesionalismo de dos educadores: Marina de Dallanesse y su hija
Edelvais Dallanesse quienes me imparten lecciones hasta el cuarto año y se constituyen
en las docentes posibilitan en lo sucesivo el camino al éxito laboral y profesional.
Posteriormente mi padre vende la propiedad donde vivíamos y se trasladan a un
lugar cercano, los Ángeles de Santo Domingo de Heredia, allí en la escuela Cristóbal
Colón, bajo la guía del educador Miguel Valerio, obtuve el Certificado de Conclusión de
Estudios Primarios.
En 1964 ingresé al Liceo Nocturno Alfredo Gónzalez Flores, donde obtuve el
Bachillerato en Ciencias y Letras en 1970.
Mi anhelo desde niño era convertirme en aviador, deseo que se truncó por
razones económicas, y me vi obligado a incorporarme al mundo laboral en la rama de la
construcción. Tiempo después, conociendo que algunos amigos, con su bachillerato
optaban por una plaza en el campo educativo toma la decisión de dedicarme también a
la docencia nacional.
Ser educador se convertiría en mi gran pasión. Obbuve el título de docente en la
Universidad Nacional, a través de un convenio suscrito con el Ministerio de Educación
para bachilleres en servicio de la docencia.
Inicié mis labores educativas en las escuelas
Remolinito de Sarapiquí
Arbolitos de Sarapiquí
Trinidad de Sarapiquí
Los Ángeles de Sarapiquí
1970-1971
1972
1973
1974
PP2
PP2
PP2
PP2
Por razones especiales me veo obligado a buscar plaza en otra zona y es así
como llegó al cantón de Talamanca de Limón, y laboré en las escuelas
Bambú de Talamanca
Shiroles de Talamanca
1975
1976
PP2
D1
Bribrí de Talamanca
Volio de Talamanca
Aquiares de Turrialba
San Luis Gonzaga
Puente Salas, Heredia
Braulio Morales
1977
D1
1978-79
PP2 y 1980 D1
1981-84
D1
1985-86
D2
1987-93
D2 y D3
1994-95
D5
Nota:
1. PP2 significa maestro único con los seis niveles o grados y la población
estudiantil puede ser de veinte a cuarenta niños.
2. La D1 significa dos maestros o más y el recargo de la dirección, la población
estudiantil de 41 a 175 alumnos.
3. D2-D3-D4 y D5 es director administrativo y técnico docente.
Como educador rural mantuve una linda relación de trabajo social con
diferentes entidades estatales como: los encargados de las enfermedades como la
malaria, Salud Rural, Guardia Rural, trabajadores de MOPT, la jerarquía del MEP y
otros. Por lo general los maestros se convierten en líderes comunales y los
encargados de sobresalir en la Junta de Educación, Patronato Escolar, Comités de
Deportes, la Asociación de Desarrollo y otras organizaciones.
Estos grupos organizados, por lo general se identifican mucho con la escuela
de la comunidad ya que esta se convierte en su centro, el educador por ende es el
agente multiplicador, orientador, es guía, en muchas ocasiones es el secretario de los
grupos organizados, estos líderes comunales son personas con muy buena expresión
oral, pero con el uso de la expresión escrita sí tienen problemas ya que en algunos
casos encontramos líderes analfabetos.
La problemática más importante que encontré fue en la mayor parte de
infraestructura
y mobiliario, en algunos casos no existía el aula, en otros casos,
no había donde viviera el educador o los educadores y en casos existía carencia de
ambas circunstancias.
Se buscaban diferentes alternativas para darles soluciones:
Se organiza las fuerzas vivas y las donaciones de materiales de comunidad
madera, mano de obra y otros materiales.
Aporte estatal de aulas prefabricadas, mediante las actividades deportivas y
culturales se recaudaban algunos dineros, para sufragar gastos, o aporte de
mano de obra no calificada en construcción de un aula. De igual manera se les
hace la invitación a los padres de familia y voluntarios para la limpieza del
terreno escolar y el campo de deportes.
La frustración más grande fue cuando llegué a Remolinito con
esperanza de encontrar una estructura de centro educativo y lo que
encontré fueron arbustos y un pastizal altísimo, entonces trabajaba en la sala de una
pequeña casa con muchas incomodidades, en ese mismo lugar dormía y me
alimentaba.
Laborando en la zona indígena, en Bambú, los educandos de primero me hablaban
en Bribri, lengua que yo no conocía, acudía a los niños de otros grados para poder
responder, por lo que logré aprender un poco de ese lenguaje, compartí con ellos
las actividades como la Chichada, la junta familiar, etc.
El chasco más feo fue compartir la chicha, un recipiente grande donde estaba la
chicha y un guacal, tomaban la chicha e introducían el mismo guacal en el
recipiente para extraer más, sin lavar el guacal y pasaba de boca en boca y lo peor
es que en esas actividades participaban los alumnos más grandes.
El éxito esta en ver algunos de aquellos estudiantes como educadores indígenas
y en puestos superiores gubernamentales.
Los mejores recuerdos y satisfacciones que tengo son varios:
Luché fuertemente porque el alumno recibiera la mejor educación.
Procuré que el educando se sintiera agradado, que se sintiera parte de la
educación.
Traté de que el educando, la escuela y la comunidad se encontraran unidas.
Motivé al alumno para que surgiera en el campo educativo.
En la infraestructura como me costaba estar saliendo a San José, aprovechaba
las vacaciones para gestar la donación de aulas y en otros casos para legalizar los
terrenos ya que algunos de ellos fueron dados de boca sin documentos legales.
En 1978 adquiero puesto en propiedad en el centro educativo Volio, institución
con una característica especial, pues
en ella participaban culturas diferentes:
afrocaribe, indígena y la de emigrantes del Valle Central y parte de cultura
guanacasteca.
Siendo la licenciada María Eugenia Dengo, Ministra de Educación, se implanta
un proyecto o un plan piloto “Adecuación Curricular a la Instancia Local”, el cual era
coordinado por la UNESCO, tomando una institución por cada región en que se
encuentra dividido el país, por ejemplo: Región Huetar, Región Norte, Región Oriental,
Región Occidental, otras. Cada región consta de varias comunidades con iguales
características.
La escuela Volio representó a la provincia de Limón en ese proyecto, que para
mí concepto era un proyecto revolucionario, con gran madurez en la comunidad y la
integración escuela-comunidad y el desarrollo-comunidad- escuela.
¿Cuál era el objetivo de este proyecto? Participar toda la comunidad en forma
grupal organizada, jóvenes,
alumnos, padres de familia e instituciones
gubernamentales que existieran en la comunidad.
Revolucionario: era el despertar de la comunidad, el tomar sus necesidades y
problemas y llegar a la escuela para formar una adecuación curricular en búsqueda de
objetivos y metas de aprendizaje con una evaluación y retroalimentación de los
mismos.
Un logro de este proyecto, se obtuvo con por medio del señor Isaac Cascante,
quien dona una hectárea de terreno, el señor Athman Ortiz, alto funcionario
gubernamental, aporta dos aulas, la comunidad aporta mano de obra no calificada, el
gobierno local aporta material para la casa del maestro, se llevó agua entubada a la
escuela desde una naciente.
La educación como tal ha tenido relevancia internacionalmente. Costa Rica es
un país que se dice tener el menor índice de analfabetismo, lo cual si nos adentramos
en el sistema educativo lo veremos con algunos tropiezos:
La formación pedagógica de hoy ha variado a la de épocas anteriores
La mística del educador ha variado en gran escala
Muchos educadores han tomado el sistema educativo como puente económico para
buscar otra profesión.
La política ha llegado a meter las manos en la educación, lo que lleva a cada
ministro a poner un parche más o eliminar lo que el anterior gobierno llevaba a cabo sin
evaluar si era bueno o malo.
Los muchos parches que se adhieren al sistema educativo: cambio del aprendizaje
a los documentos
Las altas autoridades se han encargado de manatiar al docente con el prestigio, el
libertinaje en el estudiante
La educación rural siempre ha sido marginada en todos los aspectos, a pesar que
se habla de una educación de igualdad de derechos y deberes, por otra parte esta
educación tiene que adaptarse a una estructura verticalista y un sistema de pirámide,
uno piensa y el resto actúan.
La educación rural puede aportar mucho a la educación costarricense cambiando
las amarras: las pruebas de sexto y noveno año, esto no es un indicativo de que la
educación mejora, es lo contrario se preparan educandos para una prueba; cuando a la
educación rural se le brinden las mismas herramientas que la urbana, cuando la
planificación escolar se dé desde el escritorio de la escuela y no desde el escritorio del
jerarca.
Nota:
Soy amante de la educación sin ataduras y sin parches.
Soy amante de la educación con libertad pedagógica.
Soy amante de la educación que individualiza y no de una educación
como fábrica de queques con el mismo sabor, el mismo peso, menos del mismo
color.
Soy amante de la educación cuando hay participación de la comunidad-escuela,
escuela-comunidad, con una enseñanza exitosa, donde el reloj, la campana o el
bus no eran tan importantes como el aprendizaje del educando.
Pobre entré a la educación, pobre salí de la educación, pero enamorado de ella.
Consejo al educador en formación:
“Si vas en busca de capitalizar, cambie de profesión, pero si vas por vocación,
adelante que los niños te esperan”
Flor María López Solís
Nací en el año 1944, en Heredia centro. Tenía cuatro años cuando se dio la
guerra del cuarenta y ocho, en este entonces mi papá fue apresado por un “Viva
Pepe Figueres”. Me contó mi madre que fue una época muy cruel, ella tuvo que irse
a casa de sus suegros para poder sobrevivir ya que tenía cuatro niños y el rancho
ardiendo –dijo Petra. Ahí también fue difícil, pues el suegro tuvo que huir hacia la
montaña para no ser capturado, a la vez de que los costarricenses bandoleros
llegaban amenazándolas y atemorizaban a los niños, registraban todo, se comían lo
que encontraban, se burlaban de mi abuelita que era ya una viejita, entre muchas
cosas más.
Yo crecí entre trece hermanos; seis hombres y siete mujeres. Éramos una
familia acomodada, vivíamos del café, mi papá administraba las fincas de mi abuelo
Dolores López y de mi tío Manuel López; cogíamos café durante la época de cosecha,
también realizábamos otros trabajos de cafetal.
Pasaron muchos años, en cada uno yo anhelaba estudiar para maestra, también
era el sueño de mi madre que sus ocho hijas fueran educadoras.
Cuando terminé los estudios de primaria luché para que mi papá me dejara ir al
colegio, él decía que la mujer no necesitaba estudiar, pues luego se casaba y el marido
tenía que mantenerla, opinaba, que él no iba a poner altar para que otro diera la misa.
A pesar de todo logré ir al colegio, por cierto al Liceo Alfredo González Flores de
Heredia, inicié de día y terminé en el nocturno a causa de la mala racha que pasábamos
cuando mi papá hipoteco la pequeña finca con nuestra casa, de la cual debíamos salir.
Haciendo esfuerzos desperados, papá logró conseguir un arreglo con un hacendado,
para que le pagara la cuenta a cambio de las cosechas enteras de café hasta que le
pagara la deuda por completo, fue este el principal motivo por el que siendo yo una
joven tímida y nerviosa, me marchara a trabajar como maestra en la zona de Quepos,
pero me sentía orgullosa de poder ayudar a mi familia a salir adelante y más aún, de
lograr la meta que me había propuesto, como lo era ser una maestra.
Llegué a la Supervisión, siendo una estudiante de quinto año porque no había
obtenido el bachillerato porque debía tres materias, era una situación bastante incierta
para mí. El señor supervisor me preguntó si tenía experiencia, qué conocimientos y
herramientas traía, mi respuesta fue –no traigo nada, solo el deseo de trabajar-. Fue
entonces que el supervisor me explicó cómo trabajar, me dio material y me envió al
lugar donde iba a laborar. Este lugar se llama Finca Llorona, de la que tengo los
mejores recuerdos y las más gratas experiencias.
Finca Llorona es un pueblito que se constituía por un cuadrante con unas 50
viviendas hechas por la compañía bananera Standard Fruit Company de Costa Rica,
un comisariato donde se conseguía lo básico para subsistir, una plaza grande y la
escuelita con tres aulas, mitad madera y la otra de malla, techo de zinc, el personal
estaba integrado por el director y dos docentes. El cultivo predominante era la Palma
Africana, ahí había una planta procesadora del fruto de la palma, los trabajadores de la
planta eran holandeses. Se hace importante destacar la ayuda que ellos ofrecían a los
niños con donaciones de alimentos, útiles escolares, entre otros.
Sostuve muy buenas relaciones con los holandeses y sus familias, ya que sus
hijos fueron mis alumnos. Los niños de esta comunidad eran lindos en su forma de ser,
igual a sus papás, con ellos viví momentos muy felices, los visitaba y aún los recuerdo
con cariño. En ocasiones deseo volver a vivir estos momentos en esa linda comunidad
a pesar de que trabajé en muchos lugares o comunidades buenas, sin embargo, la que
me dejó grandes recuerdos es la comunidad de Finca Llorona en Quepos. En este lugar
se dieron mis primeras experiencias como educadora, en muchas oportunidades lloré
porque me daba pena que me corrigieran, por ejemplo, las notas de los niños no se
entregaban hasta que las revisara el supervisor por si había algún error y esto me
sucedió en una ocasión, porque en ese entonces no se calificaba con números sino con
letras, por ejemplo, Bueno (B), Muy bueno (MB) y Excelente (Exc), entonces yo escribía
(mub), como solo se utilizaba la letra cursiva se veía como muz y el supervisor me los
corregía.
En realidad, esta fue la mejor experiencia que me pudo haber sucedido en mi vida
profesional, así fue como aprendí y me formé, porque todas las semanas me visitaba el
supervisor, revisaba documentos como el diario de clase, me evaluaba a través del
grupo, dejaba su hoja de visita con la calificación, con las apreciaciones
y
observaciones correspondientes para mejorar el rendimiento académico.
Cuando había que confeccionar material, hacer carteles, entre otras cosas, tenía
que cumplirse a la par de su metodología y experiencia, sufría tratando de hacer lo
mejor posible, me sacrificaba, algunas veces recibía críticas de los compañeros, pero
todo eso me sirvió luego cuando llegué a la Universidad Nacional a los cursos de
verano, ahí valoré todos los aprendizajes que había adquirido en el ejercicio de mi labor
como educadora y por eso no me fueron difíciles los tres años de carrera y salí
adelante, pues sabía mucho de metodología, de planeamiento, también poseía mis
propias estrategias de para poderlas aplicar en la enseñanza.
La educación rural era un tanto difícil en áreas como la información, comunicación
y medios para conseguir materiales de apoyos didácticos, etc., pero en cuanto al
espacio, entorno para desarrollar las lecciones, no lo cambio por las comodidades de la
zona urbana, el trato, la sencillez, humildad, cariño y respeto de los niños, padres,
madres y la comunidad en general hacia el maestro es muy especial.
Los niños jugaban al aire libre, respiraban aire puro, no se encontraban
encerrados como en la mayoría de la escuelas urbanas que tienen que jugar, correr,
gritar en los corredores dentro de la institución.
En aquel entonces, los padres no valoraban la educación como el derecho que
todo costarricense tiene, algunos niños se veían privados de este derecho tan
importante para sus vidas.
Algunas personas hacen distinción entre la educación que se imparte en la zona
rural y en la zona urbana, sin embargo es la misma solo que, con mayores esfuerzos,
por las condiciones en las que se trabaja, las grandes distancias de los hogares a la
escuela, por el trabajo, los fenómenos de la naturaleza se convierten en tremendos
obstáculos porque se crecen las quebradas y los ríos.
La educación rural al igual que la urbana forma personas sanas, concientes de
sus deberes y derechos, además, esta educación es un ejemplo porque se realiza a
puro esfuerzo, luchando contra muchos obstáculos, pues no todo está al alcance de las
manos, aquí se forjan valores de entrega, unión, esfuerzo, amor y de mucho interés por
estudiar.
Una de las anécdotas que vienen a mi memoria, se lleva a cabo en una escuelita
a orillas del río Sarapiquí: Una mañana llegó una colega para ir a matricularnos a la
UNA, era el último día de matrícula, por lo que despedí a los estudiantes y corrimos,
no era día de bote y debíamos pasar al otro lado del río y caminar hasta Puerto Viejo
para alcanzar el bus para San José. De pronto llegaron dos niños con una panga y
nos hicieron el favor de pasarnos al otro lado del río, cuando íbamos caminando se
escuchaba un motor que venía, y mi compañera se devolvió a pedir que nos llevaran,
yo corrí detrás de ella y resbalé desde la ladera hasta tocar el agua, lo que me salvó
de caer al agua fue el yate que nos estaba esperando, todos gozaron y me
preguntaron que esa era la forma en que yo saludaba, me apené mucho y subí al
yate con el rostro enrojecido porque tenía en el trasero una torta de barro, me
pusieron un periódico para sentarme con mayor tranquilidad.
Otra anécdota, sucedió en Pocares de Parrita, cuando me disponía a limpiar la
pizarra observé que el borrador se movió cuando lo iba a coger, muy asustada llamé al
director, él lo alzó y para sorpresa de todos encontramos a una culebra amarilla bien
arrolladita, eso me impactó tanto que jamás lo olvidaré.
Entre algunos de mis recuerdos sombríos, se encuentra la última escuela en la
que laboré por 13 años, tuve varios problemas con un persona de la Asociación de
Desarrollo Integral de la Comunidad, se entrometía en los manejos de la institución,
desviaba donaciones que recibía la escuela, entre otras cosas, gracias a Dios pude
solucionar los problemas y salir adelante.
El recuerdo más triste de esta escuelita me llena de dolor, es el fallecimiento de
un alumno de sexto grado, que terminando el curso lectivo, le ayudaba a su papá a
repartir leche, iba a caballo , cuando llegó a su destino, trató de bajarse del animal, sin
embargo este se asustó antes de que el niño pudiera toca tierra y se desbocó corriendo
con el niño colgado de un pie sobre la carretera de piedra suelta, nadie pudo detenerlo,
hasta que se detuvo de cansancio con el muchachito casi muerto e irreconocible no le
había quedado ni un poquito de su piel en buen estado, daba compasión verlo, a causa
de sus lesiones permaneció pocas horas vivo, todavía siento un dolor profundo como el
de aquel día. En una de las fotos que adjunto a esta biografía está el niño en la clase de
agricultura, es el que tiene un rastrillo.
En otro momento, en la supervisión me sentí acosada sexualmente, cuando se
me propuso una cita amorosa a cambio del nuevo nombramiento para el próximo curso
lectivo, lo que no acepté, preferí perder mi trabajo a sabiendas que era necesario
permanecer empleada, hubo un fuerte diálogo y logré mi nombramiento sin dañar mis
valores.
Recuerdos inolvidables
Cuando tuve que partir por primera vez a Quepos, lo hice en avioneta, era muy
lindo, pero a la vez me daba horror porque esas avionetas se caían constantemente, a
pesar del temor debía hacerlo durante el tiempo que trabajara en ese lugar, el cual se
prolongó por cinco años, a Dios gracias nada me ocurrió, no obstante, presencié varios
accidentes: la esposa de un holandés, madre de uno de mis estudiantes sufrió un
accidente, la avioneta en que venía se cayó en un charral, salió ilesa... y así vi otras
caer con gente fallecida.
El aporte que la educación rural da a la educación costarricense es la esencia
misma de la educación, es ejemplar por los valores que aporta a los niños y a la
comunidad en general.
Viviana Solano Torres
Maestra rural Las Letras. Alajuela
Nací en el hospital de Naranjo en el año 1977, soy la tercera de cinco hermanos
y viví mi infancia en la comunidad de Candelaria de Naranjo. Asistí a la escuela de
Naranjo centro.
Mi vida es muy tranquila y humilde, tengo a mis dos padres vivos, no fui tan loca
en la adolescencia, actualmente estoy casada y soy madre de dos hijos. Agrego que me
fui con mi esposo para la zona de Guatuso.
Estoy trabajando como maestra por cuestiones meramente de suerte, estudié
para Profesora de Educación para el Hogar, pero al quedar un espacio como maestra lo
solicité y me dieron el trabajo de interina en la comunidad de Río Celeste del cantón de
Guatuso.
Empecé a estudiar en el instituto profesional femenino Maria Pacheco, ubicado
en Alajuela centro, como quería especializarme en manualidades era el único lugar más
cercano e interesante para especializarme, ahí saqué mi primer titulo, luego dejé de
estudiar por el embarazo de mi primer hijo.
He trabajado en varias escuelas rurales en esta zona de Alajuela, algunas de
ellas son: Colonia naranjera, Río Celeste, Katira, Tujankir, Las Letras y el Valle.
Actualmente trabajo en la comunidad de Las Letras.
Realmente el trabajo en estas comunidades no es tan significante para mí ya
que los vecinos me conocen, por lo menos en las zonas en las que he trabajado más
tiempo, entonces no hay mucho respeto de parte de ellos, solo por el simple hecho que
me conocen dejan pasar las responsabilidades de sus hijos y que luego hablan
conmigo, me dan excusas y todo esta arreglado, entonces mi labor no la veo tan
importante para ellos, es decir para toda la población.
En esta comunidad, laboramos tres docentes, incluyendo al director que tiene
un grupo a cargo. Los vecinos se preocupan por las necesidades del centro educativo,
se nota el interés por apoyar en ferias y en los materiales de los estudiantes, la
comunidad se identifica totalmente con el centro educativo.
Dentro de los personajes interesantes que me sirvan de modelo por seguir o
aprender de ellos no conozco, talvez sea por la situación que vivo como educadora;
solo estoy interina en estas comunidades y no tengo la posibilidad de relacionarme
mucho con ellos.
En el centro de enseñanza que estoy laborando se observa una estrecha
relación entre escuela y comunidad. Los padres se ocupan de organizar bailes y
actividades deportivas, limpia de las zonas verdes de la institución y otras actividades.
Las escuelas rurales enfrentan grandes problemas de carencia de material
didáctico, mobiliario y muchas otras cosas que hace que se dé un desinterés en los
educadores en estas zonas.
En la parte de alumnos inolvidables está experiencia que viví con Carlos un
estudiante de cuarto año de la escuela de Katira de Guatuso, este niño padecía de
epilepsia, una tarde en el pasillo de la escuela de dio un ataque, se desmayó y lo
extraño que al vomitarse le quedó el vomito en la lengua y se estaba ahogando, corrí a
socorrerlo y dije que había que sacarle el vómito de la boca, las compañeras de trabajo
gritaron no Viviana, no, métale una paleta, el lápiz, pero pensé, qué les pasa a estas, es
un ser humano, no lo pensé más y le metí el dedo y le saqué el vómito, al rato de darle
aire y moverlo volvió en sí, después del susto me dijeron que qué hubiera pasado si
cierra la boca, te corta el dedo, dije no lo pensé, fue el instinto de madre, creí que era lo
correcto.
Otra situación que no he podido olvidar fue la de un chiquillo travieso de la
escuela Colonia Naranjeña, llamado Luís, siempre en los recreos se iba a jugar a un
árbol de marañón, yo siempre lo regañaba, él siempre me decía cosas, tengo derecho
de estar aquí jugando. Le mandé a decir en varias ocasiones a la madre y me
respondía, déjelo, él tiene derecho, para mí era peligroso lo que hacía en ese árbol, dije
bueno, si le pasa algo no respondo. Para mala suerte de él y apuros míos un día se le
quebró la rama del árbol de marañón, se vino desde arriba y se enganchó su brazo en
un pico, por el lado de la axila, se hizo un gran raspón que le colgaba un pellejo grande
y dije hay que llevarlo al hospital a coserlo, mandé a llamar a su mamá y respondió que
para que lo llevaba, que lo mandara para la casa, yo me molesté mucho, me lo llevé en
el carro para su casa y le dije a su madre, vea debemos llevarlo, ella dijo; si usted lo
lleva, esta bien, nos fuimos, al llegar al hospital era yo quien llevaba de aquí para allá al
chiquillo, y ella tranquila, esperando. Para mí era increíble esa situación que estaba
viviendo.
El aprendizaje para cualquier maestro que labore en estas escuelas es que
desarrolla una gran sensibilidad por las personas, especialmente por los niños, aprende
de todas las situaciones difíciles que vive en estas comunidades, desde la carencia de
material didáctico, problemas con padres de familia y aprecios por sus estudiantes.
Considero que la forma pedagógica de cada educador está en la creatividad de
cada uno, ya que de esta depende que sea interesante el desarrollo de la clase y por
ende el interés en sus estudiantes.
La definición que aporto de educación rural es, formación de estudiantes en las
instituciones rurales en lo cognitivo, personal, para que enfrente una sociedad de retos
en el presente y el futuro.
Algunos de los aportes que puede dar la educación rural a la educación
costarricense son los ejemplos de esfuerzo que hacen los estudiantes por la superación
para el bienestar mismo y de sus familias.
Mayela Cruz
Educadora rural de Limón.
Fui la segunda hija de una familia de seis hermanos. Como la mayor era mujer
no fue una buena noticia que yo también lo fuese, sin embargo poco a poco me convertí
en la niña preferida de la casa.
Por cuestiones de trabajo de mi mamá; era docente y no tenía propiedad por ser
graduada del Instituto de Formación Profesional, un ente gubernamental creado en
aquel entonces para cubrir el faltante de docentes rurales; nos trasladamos a la
provincia de Limón.
Asistí a la primaria a una escuela de religiosas capuchinas y aprendí a convivir
con la gran diversidad cultural de la zona.
Aprendí acerca de sus valores culturales, los que en aquel entonces eran mucho
más arraigados en la gente de lo que son actualmente.
Corrían los años cincuenta y me enamoré de este pueblo y sus matices
negroides y asiáticos.
Mi hermana mayor había tenido serios problemas de conducta por lo que fue
necesario enviarla a un internado religioso en San José. Por esta razón al llegar mi
adolescencia debí partir al mismo lugar de estudio. En un par de años las monjas
creyeron que ya estaba preparada para unírmeles, pero la rigidez de horario y estricto
orden de vida de las religiosas me hicieron difícil la adaptación.
Mi espíritu libre y de tendencia a las costumbres limonenses era más fuerte.
Al llegar a la universidad la tradición familiar era que las mujeres fuesen
educadoras, secretarias o enfermeras.
Otras carreras no se consideraban propias para una mujer profesional, si
escogías estudiar Ingeniería o Medicina les estabas quitando el trabajo a los hombres y
debías enfrentar la oposición social. ¡Recuerdo, yo era una niña mimada!
En la Universidad de Costa Rica se impartía el Bachillerato Universitario en
Educación Primaria, mientras que la Universidad Nacional tenía escasos tres años de
haberse transformado de Escuela Normal a Universidad. Solamente la antigua Normal
Superior estaba consolidada.
En 1974 me gradué de bachiller universitario, era una PT-5, en esa época no
llegábamos a 50 PT-5 en el país.
Sin embargo, a pesar de poder elegir la escuela y el puesto que deseara (así era
el asunto en aquel entonces), preferí ser maestra rural.
Las historias de mi madre en su época de maestra rural interina, en situaciones
difíciles me seducían.
Así fue como a la edad de 19 años y sin experiencia de ningún tipo, acompañada
con una señora vecina, con siete hijos y sin trabajo me fui a Cariari de Guápiles. Ella
como conserje y yo como educadora.
Debimos tomar el tren llamado “el pachuco”. Este tren era el único medio para
llegar a Guápiles, no existía la carretera. El tren salía de San José a las 9:00 a.m. y
llegaba a Guápiles a las 7:00 p.m., ya que se trataba de un tren de carga y
mercado. Por esto paraba en todos los pueblitos de la zona, especialmente los que se
ubicaban luego de las Juntas.
África, Liverpool, entre otros; eran los nombres elegidos por los lugareños.
Nombres que les recordaban sus orígenes.
Una vez en el centro de Guápiles un bus nos esperaba para llevarnos a Cariari,
a un pueblito bananero, sin servicio de agua ni electricidad.
Una señora que conocimos en el bus nos brindó algo de comer y dormida,
gracias a las caras que teníamos en ese momento.
Al día siguiente muy temprano fuimos a buscar la casa del director para
presentarnos y a buscar donde hospedarnos esa noche y todas las demás.
La escuelita tenía una casita pequeña de madera utilizada como bodega de
alimentos y otras cosas nos fueron facilitadas para acomodarnos.
La casita estaba inundada de ratas, sin pintura, sin servicio sanitario y una zona
cementada con paredes de latas que consideraríamos como el baño.
El agua debía sacarse de un pozo de agua abandonado y contaminado, que
debía ser usado también por los niños de la escuela.
Para iluminarnos usábamos candelas que se acababan rápidamente y
cocinábamos en una cocinilla de gas que luego cambiamos por una plantilla con el
primer sueldillo que nos pagaron.
Un vecino de la comunidad limpió pronto el pozo de agua, pues los niños no
tenían de donde tomarla.
En la comunidad no había electricidad, y con una partida que un diputado
consiguió para las muchísimas necesidades de la escuelita, el director se compró un
equipo de sonido, con micrófono buenos parlantes y demás. Eso se llama….
En la época lluviosa, más o menos 300 días al año, el río se salía e inundaba
gran parte de camino para llegar al pueblo, pero mis niños no faltaban a clases y podías
verlos con el agua a la cintura y los brazos arriba con su único cuaderno y bolsa de
plástico para cubrirse.
Llegaban a clases con la ropa empapada, los pies embarrialados y las
chancletas en la mano.
Muy pocos tenían uniforme, sus padres empleados bananeros no tenían o no
podían comprarles lo necesario, fue así como en una salida de vacaciones les compré
libros de cuentos y bultos plásticos, para todos.
Ese fue el inicio de una época de mayor comprensión y cariño con alumnos y
padres, porque todo lo que hacia por ellos era por aprecio y mucho amor.
Las madres me invitaban a sus ranchos a los cuales se llegaba viajando por los
rieles que sirven para transportar los racimos de bananos. Una especie de cánopi de
metro y medio de alto.
Cada mes nos reuníamos por los llamados círculos de maestros, en esas
reuniones los maestros de las escuelas del alrededor realizábamos el planeamiento de
las unidades e intercambiábamos ideas para desarrollarlos con los niños, eran
reuniones muy acrecentadoras. Una especie de innovaciones, o de mutua capacitación
sin muchos espavientos.
Los maestros de las escuelas más cercanas, solíamos visitarnos los fines de
semana por supuesto que viajábamos en riel. Esos días conversábamos de lo bueno y
malo ocurrido esa semana, experiencias con los padres, educandos, con las
actividades, entre otras cosas.
Los días de pago no había lecciones, ya que el pagador llegaba a Guápiles
proveniente de Siquirres y cada uno de los diferentes pueblitos debíamos estar allí.
Para salir a Guápiles debíamos tomar el único bus que salía a las 7:00 a.m. y
regresaba a las 7:00 p.m, eso nos obligaba a viajar el día anterior, ya que no se sabía a
que hora llegaba el pagador, a veces llegaba al día siguiente por lo que debíamos
dormir en algún hotelito de la zona y los niños no tenían lecciones otro día más.
La alimentación era pobre en variedad, básicamente: arroz, frijoles, plátano,
fideos con mantequilla ya que no había refri y las verduras se descomponían por el
intenso calor de la zona.
Aprendimos a fumar, era necesario para ahuyentar los mosquitos en las tardes,
cuando nos sentábamos en el resquicio de la puerta a conversar.
Este ritmo de vida y mala alimentación me afectó seriamente la salud. Al
regresar a mi casa a fin de curso, parecía salida de un hospital: pálida y flaca.
Por salud y solamente por salud no regresé el año siguiente. Pero toda mi vida
recordaré con especial cariño esa época y aunque Cariari es actualmente un pueblo
más avanzado económicamente en mi recuerdo vivirá aquel pueblito sin luz y sin agua
con caminos de tierra y rodeados de bananales.
María Ester Aguilar Mora
Nací en San José, un primero de mayo, Día del trabajo, creo que eso ha
impulsado mi actitud hacia el trabajo, pues algo hay en mí que me ha hecho sentirme
comprometida con haber nacido ese día.
Mis primeros seis años, los viví trasladándome con mis padres de un lugar a
otro, pues ellos, como maestros rurales, requerían trasladarse de una comunidad a otra,
buscando mejores opciones de trabajo personales y profesionales. Por eso siempre
digo que en mis primeros seis años soy de varios lugares y de ninguno en particular.
Desde que nací, viví al lado de una escuela rural y con unos padres que dieron
alma, vida y corazón por hacer de la escuela un lugar con una fuerte proyección a la
comunidad y donde muchos niños pasaran sus horas felices. Por lo anterior, desde que
nací, pasé al lado de niños escolares, en un entorno rural.
La casa en la cual vivíamos, quedaba al lado de la escuela, de manera que
cuando di mis primeros pasos, empecé a jugar en los recreos, con los llatillos. Me
cuenta mamá que por cariño, papá le decía a los alumnos ñatillos, y yo tratando de
repetir la palabra, los llamaba llatillos, pues el ña, me resultaba difícil de pronunciar.
En ese período preescolar pasé mi vida entre el juego, aulas, cuadernos, lápices
y libros, compartiendo mi vida con cuatro hermanos menores y con el corre corre de mi
papá y mi mamá que empezaban su trabajo a las seis de la mañana y no se sabía a
qué hora de la noche concluirían.
Los recreos los compartía con los escolares, aprendí a recitar, cantar y bordar
para compartir con los alumnos asambleas escolares y exposiciones de trabajos.
Conservo todavía hoy, uno de los pañuelitos que le hice a mi papá cuando tenía año y
medio. Él lo conservó y me lo entregó pocos años antes de morir.
Me gustaba algunas veces, escuchar las lecciones, hacer fila con los alumnos
para que me dieran el pedacito de queso o me pusieran las vacunas y regalarle a los
alumnos melcochas y confites.
Me contaban mis papás que
sobre todo en la etapa preescolar, fui
extremadamente inquieta y para hacer esos regalos hice cuentas en la pulpería del
pueblo. Esto trajo consecuencias, mis papás tuvieron problemas con el pulpero, por no
atender la petición de que no me vendiera lo que le pedía.
En una comunidad eso los obligó a un traslado de escuela. Cuando esto ocurrió,
yo tenía dos años de edad, no tenía idea, de las consecuencias de mi travesura.
Cuento estas vivencias, porque ese período me marcó. Respiré mucho el
esfuerzo que hacían mis padres en el trabajo escolar. La escuela era el centro de
atracción de la comunidad y en algunas ocasiones, con una proyección que trascendió
a otros pueblos cercanos. Estas experiencias me permitieron compartir con muchas
personas, además de mi familia.
A los seis años y medio, ingresé como alumna de un escuela rural. Ya esta no
quedaba tan cerca de la casa, tenía que tomar bus o caminar dos kilómetros. En ese
período asistía a clases, pero compartía menos con el alumnado de la escuela, dada la
distancia que había entre la escuela y la casa.
Cuando ingresé a cuarto grado, me trasladaron a una escuela de monjas, en
plena ciudad. Fue un proceso difícil de acomodo, que algunas veces representó
sufrimiento porque mientras conocía el ambiente me mantuve un poco distante de los
grupos de amigas, además de que algunas costumbres diferían de las mías. Con la
ayuda de Dios pude salir bien librada de la experiencia.
Entré a la secundaria y la disfruté mucho, me encantaba leer. Sufrí un poco con
Estudios Sociales porque nunca he sido rápida para escribir y desde que empezaba la
clase hasta que terminaba, tenía que tomar apuntes sin parar y gastaba mucho tiempo
pasando los apuntes en limpio. Por supuesto que a veces no lograba salir en el tiempo
disponible.
Al concluir la secundaria, tomé la opción de trabajar y estudiar, al principio esto
me parecía imposible de realizar, sin embargo la experiencia me dejó muchas
enseñanzas que me sirvieron mucho posteriormente.
Cuando me correspondió elegir carrera, al principio no aceptaba que quería ser
maestra, pues con la vivencia de mis papás sentía que el trabajo era muy sacrificado y
que no tenía el reconocimiento justo, pues entre otras cosas, se pagaba muy mal. Sin
embargo, pasado un período, acepté que para estudiar, me gustaban varias carreras
pero que para ejercer una profesión, la realización la tendría siendo maestra.
Dichosamente así fue.
Los estudios pedagógicos, los realicé en la Universidad de Costa Rica. Sin
quitarles mérito a excelentes profesores que tuve en la Facultad de Educación, siempre
he reconocido que quien me hizo maestra, fue mi mamá. Sus experiencias y su
vocación fueron luz en el camino.
Desde que inicié mis estudios universitarios, compartimos como amigas en
conversaciones de sobremesa y en sesiones de trabajo. Las vivencias de cada día,
unidas a mis recuerdos de niña, me ayudaron a valorar mi ejercicio profesional, cada
lectura, cada trabajo, cada nuevo reto, más allá de la nota que pudiera obtener.
Al graduarme como maestra, opté por vivir la experiencia de ser maestra rural y
concursé para una de las escuelas en la que en mi niñez, habían laborado mis papás.
Fue un reto muy hermoso, pues muchos de mis alumnos, eran hijos de personas
que habían sido alumnos de mi papá y de mi mamá.
Trabajé en la escuela de San Juan Sur de Cartago (hoy no es tan rural) dando
primer grado. En ese mismo año, mamá también tuvo a su cargo primer grado. Creo
que hicimos un buen equipo de trabajo, nos esforzamos mucho y los alumnos fueron los
beneficiados.
La dinámica de trabajo fue muy absorbente, sobre todo el primer año, pues de
lunes a viernes permanecía en la comunidad, el sábado viajaba a la casa y dedicaba el
resto del día y parte de la noche a planear el trabajo y preparar los materiales de la
semana, los domingos regresaba de nuevo a la comunidad.
Como era una comunidad pobre, de mi bolsillo tenía que financiar todos los
materiales, sin embargo siempre lo hice con mucho cariño y mi satisfacción era ver el
progreso de los alumnos.
En esa comunidad me ocupé de visitar cada hogar, estas visitas permitieron que
los padres de familia se acercaran a la escuela y participaran en experiencias de
aprendizaje de sus hijos.
Al año siguiente, con esos alumnos, trabajé el segundo grado. Los padres de
familia estaban muy integrados al trabajo de la escuela y dentro de sus limitaciones,
decidieron aportar para colaborar con los materiales. Ese esfuerzo de los padres de
familia, la confianza que ellos depositaban en el trabajo así como los avances de los
alumnos, me comprometía mucho más, en la calidad del trabajo que debía hacer.
Posteriormente me trasladé a la escuela Manuel Ortuño y tuve a cargo un grupo
de alumnos de primero a tercer grado. Ese período de trabajo de tres años con el
mismo grupo, fue muy valioso porque me permitió percibir el progreso de los alumnos
en cuanto al desarrollo de la autonomía, las condiciones para el trabajo en equipo, el
desarrollo de habilidades comunicativas, entre otros logros.
De estas dos experiencias quedé con la convicción de que los niños en edades
tempranas, saben valorar el trabajo del maestro, pues los educadores que los
atendieron posteriormente, se vieron obligados a escuchar sus planteamientos y a
revisar su trabajo. En algún momento me preocupé por estas situaciones, pero recuperé
la tranquilidad cuado participé con ellos en las graduaciones de sexto grado y los
maestros expresaron valoraciones muy positivas en torno al reto que representó para
ellos, trabajar con esos estudiantes,
Luego trabajé en la Escuela Laboratorio de la Universidad de Costa Rica; una
experiencia que valoro mucho porque me permitió el intercambio de experiencias con
los colegas, así como experimentar estrategias metodológicas que se compartían y se
sistematizaban para mejorar la práctica pedagógica cada día. Era un trabajo muy
intenso pero también muy enriquecedor para la maduración como maestra. Pues desde
mi experiencia, creo que el proceso de maduración profesional, se va dando con la
práctica y la actualización permanente.
Omitía comentar que paralelamente a mi trabajo como maestra, trabajé varios
años en la Universidad Nacional, en los Planes de Seguimiento, impartiendo cursos de
Lectura y Escritura y Español Básico entro otros. Esta experiencia me permitió mucho
contacto con los maestros rurales de diferentes zonas del país, pues la mayoría de los
estudiantes que asistían a estos planes, procedía de zonas muy alejadas. Las
necesidades que expresaban así como las visitas a las comunidades donde laboraban,
hacían evidente la necesidad de una oferta académica particular que llenara las
expectativas de los maestros de las zonas rurales.
Tratando de dar una respuesta a esas necesidades se creó el proyecto PER en
el cual me correspondió trabajar. Se buscó con este proyecto elaborar una oferta
particular para formar maestros rurales. Aunque solo trabajé un año, la experiencia
vivida, unida con todas las anteriores, amplió mi visión sobre la educación rural.
En el año l988, a partir de las experiencias realizadas con educadores rurales se
estableció en el CIDE, la División de Educación Rural, en ella trabajé desde su
fundación hasta el 2003 que me jubilé y sigo colaborando en el presente. Me
correspondió ejercer en esta unidad académica como profesora, extensionista e
investigadora, también como coordinadora académica, coordinadora de carrera y
directora. Tuve la oportunidad de participar en la propuesta y desarrollo de proyectos y
de planes de estudio que de acuerdo con la misión de la División de Educación Rural
han buscado aportar en la construcción de la educación rural desde la teoría y su
confrontación con la práctica, proceso que me permitió vivir con muchos compañeros
retos importantes.
Hoy tengo muchos recuerdos desde la escuela hasta la universidad. Recuerdo
aquellos niños y aquellos padres de familia que creían en mi trabajo, las luchas por
abrir un espacio de respeto y de credibilidad a la educación rural.
Quedan muchas cosas en el tintero, pero creo necesario no extenderme
demasiado. No pensé ocuparme de escribir estas líneas hasta que me lo solicitaron. Al
escribir este pequeño resumen de mi vida, he evocado muchos recuerdos. Agradezco
la oportunidad que me brindan de escribir estas líneas.
Manuel Antonio Calderón Campos
Educador rural de Heredia.
Gracias a Dios, por primera vez vi la luz del mundo el día 18 de Mayo de 1946,
en San José de la Montaña, del Cantón de Barva de la provincia de Heredia.
Crecí feliz a la par de mis cinco hermanos y de mis queridos padres en este bello
pueblito.
Asistí a la escuela Arturo Morales Gutiérrez, aquí en mi pueblo, San José de la
Montaña, obtuve el Certificado de Sexto Grado.
Por ser una comunidad completamente rural, el servicio de bus hacia Heredia
era casi imposible y solo en el centro de la provincia había colegio para ese entonces;
por esa razón me dediqué a trabajar en el campo, ayudando a mis padres en sus
labores.
En el año 1966 ingresé al Liceo Nocturno Alfredo Gonzáles Flores, siendo
director del mismo don Rogelio Chacón Bolaños.
En el año 1973 comencé a trabajar en una granja avícola de Roble Alto, cuando
eso ya contaba con el tercer año de colegio. En el año 1970 fui ascendido a Jefe de
Personal de dicha granja. En 1971 me casé con Gladis Montero Hernández, en ese
mismo año obtuve el Titulo de Bachiller en Ciencias y Letras con don Manuel Arguello
como director del Liceo.
No podría explicar por qué me hice maestro, en septiembre fui nombrado como
DEGB1, H2C en la escuela Sagrada Familia de Guápiles de Limón en condición de
aspirante, ya que solo contaba con bachillerato; no sé si fue un acierto o error renunciar
a mi trabajo anterior y regresar al Magisterio.
En el año 1974 trabajé en la escuela la Fortuna en Finca dos en el Valle de la
Estrella, en 1975 hasta 1977 en la escuela unidocente de Mata de Limón, esto queda
por Sixaola en Limón.
En el año 1977 ingresé a la Universidad Nacional a llevar los cursos de verano
para formación de maestros en servicio, esta modalidad consistía en que cada quince
días salíamos a recibir lecciones a la Sede Central en Heredia, los viernes de 6:00 p.m
a las 10:00 p.m. y los sábados de 8:00 a.m. a 12: 00 m.d., se nos facilitaba la materia
para estudio y prácticas que debíamos entregar en la próxima sesión.
En 1978 fui nombrado en la escuela El Aguacate en Guácimo de Limón, en 1979
en Bajo Cerdas en Puriscal en una escuela unidocente; al final de este año obtuve el
Título de profesor PT3 y para 1980 gané por concurso público el puesto de DEGB1,
H2C en la escuela de Cartagena en Guácimo de Limón.
En 1981 me trasladé a la escuela Pedro Pérez Zeledón en Copey de Dota, en
1982 volví a trasladarme esta vez a la escuela de Cedral, en el Cedral de León Cortes,
donde estuve hasta el año 1988 y por último me trasladé a la escuela de San Miguel de
San José de la Montaña en Heredia donde para el año 2001 me pensioné.
En las escuelas rurales calificadas como zonas insalubres, porque no cuentan
como servicios básicos como el agua potable y electricidad, puesto de salud entre otros
servicios, son situaciones muy difíciles que vive el docente.
Por ejemplo en la escuela Mata en Limón, ubicada en Sixaola, Talamanca para llegar
más rápido, tomaba el avión en el aeropuerto Juan Santamaría en Alajuela hacia
Limón, de allí al campo de aterrizaje de Sixaola en avioneta y aún cuatro horas a pie
por caminos fangosos para llegar a esta comunidad remota.
En esta comunidad estuve tres años donde conocí personas interesantes entre
ellas Jerónimo Matute Hernández, Primer Presidente de la Junta de Desarrollo
Comunal, tuve además la dicha de tener jefes con una gran calidad humana y
profesional como don Guido Barrantes Zamora, Félix Barrantes Ureña, la señora Giselle
Céspedes, Franklin Ramos Benavides, entre muchos más.
En mi quehacer como educador siempre traté de proyectar la escuela con la
comunidad, por eso abrí el primer comedor escolar, auspiciado por el Programa de
Asignaciones Familiares. Fundé la primera asociación de desarrollo comunal, asesorado
por el señor Roy Barttón quien era el promotor en esa zona por parte del DINADECO
(Dirección de Desarrollo Comunal) esto para buscar algunas soluciones a problemáticas
de la comunidad como la falta de transporte y servicios básicos como agua y
electricidad entre otros.
Los recuerdos que guardo de mis estudiantes inolvidables son muchos, muchos
son profesionales, y con sus familias, parece que fue ayer, pero han crecido, veo a
muchos y no lo creo.
Como maestro rural sobre todo en la provincia de Limón aprendí a conocerme a
mí mismo, a ser más humano, más solidario con el que sufre, en estas zonas aprendí a
sufrir con el que sufre, a llorar con el que llora, a reír con el que ríe, a comer y a beber lo
que los vecinos comen y beben.
Si hablamos de infraestructura escolar en estas comunidades se dan lecciones
en ranchos o escuelitas si se puede llamar así, son hechas por los mismos padres de
familia para que sus hijos estén bajo techo.
La dinámica pedagógica de cada docente es muy variada, en lo personal
considero que depende de la creatividad e iniciativa de cada educador en la zona que
esté.
Considero que la educación en general no ha avanzado mucho, debido al
cambio de cada cuatro años del Ministro de Educación y muchas veces por egoísmo
porque el Ministro entrante no le da seguimiento a los proyectos del antecesor.
No comprendo porqué los programas son estandarizados, son hechos para
escuelas en la zona urbana y las rurales; cómo es posible que los temarios sean los
mismos para la escuela Moya en el centro de Heredia, y que cuenta con recursos
técnicos de avanzada tecnología, uso de laboratorios, biblioteca, donde sus padres son
abogados, médicos, casi todos profesionales, como para una escuela unidocente como
Mata en Limón, que no cuenta con grandes profesionales, donde todos son
campesinos y de bajos recursos económicos y no cuentan con tecnología, no entiendo
cómo se trabaja con los mismos objetivos.
La educación rural se puede considerar como la base que le permite al Estado
sacar avante, con el esfuerzo y la entrega del educador y del mismo gobierno el índice
de analfabetismo nacional, dando oportunidades a los ciudadanos de estas zonas a
integrarse y promover el desarrollo social, económico, político y cultural, de esta
manera darle a la educación costarricense en general un cúmulo de testimonios y
ejemplos de esfuerzo, entrega, solidaridad
y organización de los organismos
comunales como: la Asociación de Desarrollo Comunal, Junta de Educación, y
Patronato Escolar que son fruto de la educación en estas zonas y desarrollo de las
regiones y por ende del país.
Liliam Hernández Acuña
Nací el 1 de agosto de 1941 en Barrio La Suiza, en San Rafael de Heredia; un
barrio que en el que, todo era muy distinto del actual, ya que principalmente estaba
conformado por fincas, potreros, una calle sin asfaltar como todas las demás en esa
época, donde habían pocas casas, pero todos nos conocíamos, sabíamos el nombre
del vecino, su esposa, toda su familia y el de los chiquillos y las chiquillas de la
barriada.
En ese entonces se podía jugar libremente en la calle, o en las fincas del lugar,
no había tanto peligro como lo hay ahora con tanto carro que pasa por ahí, incluso en
frente a la escuela hay un semáforo, cosa que en aquella época cuando mucho se veía
en San José, si acaso.
Mis padres fueron Roberto Hernández Hernández y Ester Acuña Garita, él
agricultor y ella una señora dedicada al hogar y la crianza de sus hijos. En cuanto a los
hijos de ese matrimonio fuimos en total nueve; de los cuales cuatro escogimos la
carrera de educación: tres hermanas y un hermano. Debo agregar, este camino ha sido
escogido también por al menos cinco de nuestros hijos.
En relación con mi padre y mi madre ya no están con nosotros desde hace
bastante tiempo y cuatro de mis hermanos ya les hacen compañía en el cielo.
Escogí la profesión de docentes porque desde pequeña me llamó la atención la
enseñanza, estudié en la Escuela Pedro María Badilla y aún recuerdo vívidamente a
mis maestras: la de primer grado fue la niña Nidia Lobo Calderón, Idette Lizano de
Rosabal, Ethel Fuentes, Iris León (en sexto). Debo agregar que en esos años los grupos
no eran mixtos, sino había en cada grado un grupo de hombres y otro de mujeres.
Mi formación como educadora debió ser financiada, al igual que mucha gente de
mi época, mediante la recolección del grano de oro, así es, mis hermanos y yo tuvimos
que coger café para poder pagar nuestros estudios de colegio y en la Escuela Normal,
que era en ese entonces la principal Casa de formación de educadores.
En cuanto a mi experiencia como maestra puedo contarles que empecé a
trabajar en 1962, en Cimarrones en Siquirres de Limón, lugar donde la única vía de
acceso era por tren, y solo se podía salir una vez al mes ya que la plata no alcanzaba
para más; aún así la principal dificultad en el plano laboral estaba relacionada con el
dialecto que se hablaba en la zona, pues dificultaba el poder entenderse, trabajé en
Cimarrones hasta 1964.
Mi segunda experiencia laboral fue también en Limón, propiamente en El Molino,
en Pococí, durante un año. Posteriormente me trasladé a Santa Cruz de León Cortés en
la Escuela Camilo Gamboa, también por un año. Después de ahí me fui a trabajar a San
Cristóbal Sur, pueblo cercano a la famosa Finca la Lucha, carretera a San Isidro del
General, en donde permanecí por cinco años.
Posterior a mi estancia en la zona sur, me trasladé a la Escuela José Cubero
Muñoz, en el Carmen de Guadalupe, donde laboré por dos años y me vine en 1972 a la
escuela El Palmar, en San Miguel de San Rafael de Heredia. Dicho sea de paso ese fue
el año de inauguración de este centro educativo y para diciembre tuve mis primeros
hijos, una pareja de gemelos (mismos que también estudiaron educación, una es
profesora de Estudios Sociales y el otro es orientador). En esta escuela permanecí por
doce años.
Finalmente me trasladé en 1984 a la escuela Pedro María Badilla, en donde me
pensioné en 1987.
Las experiencias más bonitas que puedo recordar son: el gran respeto y aprecio
de parte de padres y madres, así como de los alumnos hacia el educador y la
colaboración de muchas de esas personas hacia la escuela. Así mismo es muy bonito
andar por la calle y que de repente uno se encuentre con hombres y mujeres que
incluso ya andan con sus hijos y de pronto me saludan muy respetuosamente, el
quedarse hablando con estas personas y revivir gratos recuerdos de aquellos años es
una experiencia muy gratificante y satisfactoria en lo personal.
Otra de las experiencias a rememorar fue la colaboración en la realización de
“turnos” para recaudar fondos a beneficio de la escuela, generalmente se hacían en
fechas de fiestas patronales; también con los famosos bingos que se llevaban a cabo en
el mismo fin.
En una ocasión, allá en el Palmar, la policía andaba buscando a un ladrón en la
comunidad
y no lo pudo ubicar a pesar de varias horas de trabajo, resulta que
muchacho estaba escondido en uno de los servicios sanitarios de la escuela. También
en una ocasión varios vecinos de la comunidad se molestaron mucho con un director
porque supuestamente había mandado a envenenar perros, ya que entraban a molestar
a la escuela.
Otro recuerdo es de los primeros años, ya que tenía que vivir en la misma
comunidad donde trabajaba, la mayoría de las veces con situaciones un poco adversas
como el hecho de que no había fluido eléctrico, las condiciones de las casa no eran las
mejores, en algunas ocasiones no había camas, el traslado a la capital era solo por tren
una vez al día y otras de las que prefiero no acordarme.
En lo que respecta a la dinámica pedagógica se presentaba la siguiente
situación: aunque el docente contara con buena preparación a nivel pedagógico no la
podía poner en práctica debido a la escasez, y en no pocas ocasiones ausencia
absoluta de material didáctico.
Como reflexión sobre la educación en la escuela rural, me dejó muchísimas
enseñanzas y muchas satisfacciones, cosas que siempre recordaré con mucho cariño.
Elsie Sánchez Hernández
Nací el 12 de agosto de 1942, en la casa de mis padres ubicada en San Rafael
de Heredia; como era la costumbre en esos tiempos mi parto fue atendido por una
partera, doña Graciela.
Durante mi infancia me dedicaba a jugar con mis hermanos, hermanas y
vecinos, a la rayuela, casita, escondido, paleta y mirón-mirón. Papá era un hombre
dedicado a las labores de la agricultura y mamá era una dedicada ama de casa,
siempre al cuidado de cada uno de sus hijos.
Asistí a la escuela Pedro María Badilla en el centro de San Rafael, junto a
veinticinco compañeros más del pueblo donde tuve el privilegio de iniciar mi formación
académica con valiosas maestras como Elsa María Rodríguez (q.d.D.g.).
Al terminar la escuela, mis padres me enviaron a completar mis estudios
secundarios en le Liceo de Heredia, ya que para la fecha no existía colegio en San
Rafael, viajaba al colegio algunas veces a pie y otras en bus; el cual hacia recorridos
cada hora con un costo de veinticinco céntimos.
Al finalizar los estudios en secundaria decidí asistir a la Escuela Normal y
formarme como maestra debido a mi interés de siempre, en relación con cercanía con
los niños y mis deseos de lograr desarrollar las habilidades de los pequeños. En la
Escuela Normal completé dos años de estudio y me convertí en maestra; ejerciendo
inicialmente en la escuela del poblado de Concepción de San Rafael de Heredia, en el
año 1967, en Corralillo de Cartago en el año 1968, en el Roble de Alajuela en 1969 y en
la escuela de El Palmar en San Rafael de Heredia donde trabajé por catorce años
continuos desde el año 1972 y donde acumulé una enorme cantidad de vivencias como
educadora de una zona por aquella época completamente rural.
Durante los años al servicio de la educación rural tuve el agrado de conocer a
muchas personas dignas de mencionar, recuerdo a Zacarías Picado un señor vecino de
Corralillo de Cartago, quien sacrificaba cerdos para brindar unos magníficos cortes de
carne; al señor Edwin Romero, propietario del único comercio de la mencionada
comunidad y quien era poseedor de un dínamo el cual se utilizaba para brindar energía
eléctrica únicamente a la escuela y que se apagaba a eso de las ocho de la noche;
después de lo cual la iluminación del pueblo quedaba reducida a la tenue luz brindada
por candelas. Conocí al señor Víctor Acuña quién cedió la propiedad donde se
encuentra la escuela El Palmar y el señor Miguel Aguilar, el primer director de dicha
escuela; un educador comprometido con su labor y el desarrollo de la pequeña y nueva
escuela; siendo imposible de olvidar las imágenes de don Miguel pintando la escuela,
colocando vidrios en las ventanas y guardando agua en recipientes todos los días ya
que la escuela en sus inicios carecía de cañería.
Dentro de las comunidades pequeñas y rurales existen también personajes
curiosos y es donde nombro a Aracelly comúnmente conocida como “Celos” y su
esposo Ramón; los niños de la escuela como travesura, pasaban diciendo algunas
cosas por fuera del hogar de esta pareja y siempre en horas de la tarde se acercaban
por la escuela para dar las quejas a don Miguel.
En sus inicios la escuela carecía de áreas verdes o cualquier zona de recreo,
además de que los niños debían de ir a lecciones los días sábados, tomábamos una
hora para visitar un potrero cercano, ahí los niños liberaban toda la energía acumulada;
los chicos jugando fútbol y las niñas “quedó”, para luego realizar una merienda
compartida y regresar a la escuelas a terminar las lecciones.
Al inaugurarse la escuela, su infraestructura quedaba sobre el nivel de la calle
de lastre y no existían gradas para subir a ella; por lo que había que ingeniárselas por
una pequeña trocha y apoyados unos con otros, este difícil acceso provocó caídas en
prácticamente todo el personal incluyéndome, razón por la cual don Miguel decidió
tomar una pala y construir unas pequeñas graditas de acceso.
La planta física de la escuela contaba con tres aulas y tres servicios sanitarios,
no existía una oficina de dirección ni un comedor escolar. Los domingos los maestros
realizábamos ventas de cachivaches y comidas con lo que se ganaba algún dinero que
se invertía en mobiliario ya que la escuela fue entregada sin escritorios ni pupitres,
únicamente con las tres pizarras. Las actividades para recaudar dinero fueron en
aumento y se organizaron pequeñas ferias o turnos, logrando inicialmente con el
dinero, construir un comedor y una bodega donde guardar los alimentos brindados por
Asignaciones Familiares y luego construir el acceso adecuado a la escuela, un aula
más y la oficina de la dirección.
Los niños llegaban a pie a la escuela, en su mayoría descalzos y en ropa
particular debido al limitado recurso económico que tenían sus padres; lo cual les
impedía la compra de uniformes. Antes de la construcción del comedor, se instaló el
mismo en forma provisional en el salón de la iglesia para así darles desayuno en el
salón de la iglesia y almuerzo a los pequeños que llegaban a clases sin haberse
alimentado en sus casas.
Los cuadernos, lápices y otros útiles se conseguían algunos a través del
Gobierno por medio del Almacén Escolar Nacional y otros con el dinero recogido por el
Patronato Escolar para luego repartirlos entre los pequeños y pequeñas más pobres.
En una ocasión la esposa del Expresidente Daniel Oduber llegó personalmente
con una delegación a donar una pequeña biblioteca para nuestra escuela, ese día los
niños se agregaron lo más que podían y fueron corriendo a recibir desde varios metros
antes de la escuela, a la Primera Dama de la República.
Sin lugar a dudas, el problema que más resaltó en el ambiente rural donde
trabajé, es la condición de pobreza y limitación de recursos, niños que no habían
comido antes de ingresar a lecciones, descalzos, sin ropa, una escuela pequeña con
problemas de infraestructura, sin mobiliario y que en sus inicios. con la lluvia se
inundaba y se llenaba de lodo, la calle para ingresar a la escuela era lastre que se
trasformaba en barro en el invierno, así que todos los alumnos llegaban con sus ropas
sucias por el viaje.
En sus inicios la pequeña escuela sufrió actos de vandalismo lamentablemente
por algunos vecinos, robaban y destrozaban los archivos y en una ocasión, el libro de
la historia de la escuela apareció por calles de Onorio Esquivel y Onofre Sanchez.
Inclusive don Miguel en una oportunidad tuvo que desalojar a muchos vecinos que hoy
son inclusive abuelos, ya que se encontraban jugando gallos en el comedor.
De los alumnos destacados recuerdo el hijo de nuestro director quien hoy se
desempeña como periodista, a las hijas de doña Aracelly, Flora y Ana quienes debido a
su ambiente de desarrollo sufrieron serios problemas de aprendizaje.
Una pequeña a quien le apliqué atención individual, ya que era su tercer año en primer
grado, y que con alegría pude enseñarle a leer y escribir. Tuve a mi cargo un niño de
habilidades intelectuales sorprendentes, el cual se facilitó en estudio en otro centro
educativo por distinción académica y hoy funge como Ingeniero Mecánico en una
empresa de su propia familia.
Además en mi paso por la escuela Cleto González Víquez, fui maestra del Dr.
Olma Segura Bonilla, actual Rector de la Universidad Nacional y quien personalmente
me entregó una tarjeta de felicitaciones (que guardo como recuerdo) el día de mi boda.
La escuela pasó varios años sin aulas de preescolar por lo cual y ante los
limitados recursos disponibles, ingenié muchos recursos como educadora de primer y
segundo grado para alcanzar el desarrollo del lenguaje y las habilidades motoras finas y
gruesas esperadas para la edad de los pequeños.
Recuerdo en una ocasión que me enteré de la desafortunada situación
económica que pasaba la familia de una de mis alumnas, lo que les impedía realizar la
alimentación adecuada, le mandé a comprar pan para que desayunara en la escuela y
al dárselo la niña lloró, preguntándome si lo que yo estaba haciendo era una broma, hoy
esta niña es una mujer casada, con una familia formada que al encontrármela en forma
ocasional, siempre me saluda con enorme aprecio.
En el año de 1986 se abrió el Jardín de Niños y fui elegida como la primera
maestra para desarrollar este puesto. Me di a la tarea de conseguir materiales
necesarios para el trabajo con los más pequeños y gracias a la ayuda de algunos
vecinos y de otras personas pude adquirir plasticina, crayones, papel de colores,
pinturas y algunos juegos y juguetes en buen estado que utilizaría en mi aula. Mi
experiencia en educación preescolar era muy poca sin embargo mi hermana Fulvia
(q.d.D.g.) educadora pensionada con amplia trayectoria en este campo, me ofreció de
inmediato su ayuda, colaborando en la realización de planeamientos e inclusive se
trasladaba a pie hasta mi aula, con un bolso lleno de títeres, para montar funciones que
eran del agrado de todos los pequeños. Ese año de escuela gradúo sus primeros
veintiséis egresados de educación preescolar.
Como maestra desarrollo alrededor de doscientos pequeños carteles de
palabras bisílabas y trisílabas con los cuales los niños aprendían rápidamente a leer y
escribir. Luego con el dominio de estos carteles realizaba dictados de estas palabras
para evaluar el avance de los menores. Iba a una imprenta a Heredia a poligrafiar (ya
que no existían computadoras) hojas con sílabas para que los pequeños y pequeñas
hicieran de práctica, dibujaba una flor en la pizarra, donde en el centro le escribía una
sílaba y luego le dibujaba los pétalos con otras sílabas diferentes de tal forma que los
alumnos podían combinarlas y formar así diferentes palabras.
Para mí la experiencia vivida como educadora rural brinda matices
completamente diferentes a los vividos en los centros urbanos, el maestro tiene que,
con iniciativa, curiosidad e inquietud adaptarse a los aspectos socioeconómicos de la
región y con ingenio solventar los inconvenientes que ello genera para así crecer, él
como docente y sus niños como alumnos. En el ambiente rural donde me tocó trabajar,
los padres siempre estaban anuentes a colaborar en lo que se les pidiera e
involucrarse en la educación de sus pequeños a pesar de sus dificultades, lo que
fortalecía y enriquecía a relación padre-docente. El reducido número de compañeros
(cocinera, conserjes, director y resto del personal docente) permitía trabajar en una
forma armónica en medio de un entorno que podría definir prácticamente como familiar,
cada uno como un hermano y conocer en forma conjunta las vivencias de la comunidad,
brindada por cada uno de los miembros del personal, situación que considero muy
distante a las vividas en las grandes escuelas urbanas, donde existe un gran número de
docentes, administrativos y misceláneos.
La educación en el país es un asunto primordial, siendo Costa Rica un país
pequeño con una extensa distribución de escuelas, lo cual permite que tenga un acervo
cultural importante debido a la extensión del sistema educativo, fuera de las principales
ciudades, dentro de esto, la educación rural se convierte en una bella experiencia de
compartir con familias muy humildes y niños con escasos recursos materiales que
unidos a las limitaciones del centro educativo llevan, la necesidad de desarrollar al
máximo la creatividad del docente de tal forma que esos obstáculos se vean
solventados.
La educación rural dentro de su contexto y vivencia brinda la oportunidad de
alcanzar un nivel sociocultural adecuado en las regiones más alejadas del país, además
de aportar estudiantes concientes de sus limitaciones y del esfuerzo hecho por su
comunidad y padres de familia, por lo que los convierte en personas más concientes,
abnegadas y esforzadas con enormes deseos de superarse y devolver a sus familias lo
que le fue dado.
Para el educador la experiencia es gratificante, ya que le permite crecer en el
centro del núcleo, desarrollando sus habilidades comunicativas y apreciativas, sobre las
situaciones vividas en las comunidades rurales, a la vez que permanece rodeado del
acogedor ambiente rural.
Gladis Solano Poltronieri
Las huellas del inmigrante
Maestra rural costarricense.
He recorrido 83 largos años, que han transcurrido entre mi familia, el trabajo y mi
comunidad. Mis raíces se confunden entre lo típico y lo italiano, por ello titulo este relato
“Las huellas del inmigrante”, pues fue él, mi abuelo Antonio Poltronieri, un inmigrante
con un sueño de prosperidad y aventura el responsable de nuestra descendencia. Este
manovano creyó que en América su destino podría cambiar favorablemente, pero el
amor lo hizo sucumbir ante su deseo de regresar a su amada Italia y junto a mi abuela
Ricardo Quirós procreó nuestra familia.
Debo hacer énfasis en él, pues fue como un padre para mí y mi única hermana, Beatriz,
a quien de cariño llamábamos Betty, ella también es educadora.
Nací en Paraíso de Cartago, el 30 de julio de 1924, mi madre Atilia Poltonieri, y
mi padre Federico Araya; un joven matrimonio que se vio marcado por la tragedia, mi
madre estaba embarazada y yo contaba con escasos diez meses de edad, cuando
papá tuvo un accidente, cayó de un caballo y como consecuencia falleció.
Mi infancia la viví con mis abuelos, mis tías, mi hermana y mi madre.
Comprenderán entonces la importancia que tuvo el Nono Antonio en mi vida, de él
aprendí el amor al trabajo, el tesón, la fuerza y la disciplina, que por cierto era muy
rígida, y quizá una de las enseñanzas más importantes fue el valor, esa maravillosa
cualidad que lo hizo un hombre admirable para mí, y que a través de los años me ha
mantenido en esta tierra a pesar de la adversidad.
De mi abuela heredé el don de servicio hacia los más necesitados, esa virtud
que nos hace desprendernos de lo propio para sustentar a otros. Era frecuente verla a
escondidas de mi abuelo llenar su delantal de chayotes, naranjas o carne para repartir a
quienes así lo requerían.
Asistí a la escuela Liendo y Goicoechea, en Paraíso terminé en sexto grado con
la maestra Virginia Jiménez. Durante esta época, mi mamá atendía comensales en la
casa, entre ellos había educadores, algunos dormían en mi casa; creo que esto influyó
un poco en mi futuro profesional. Escogí la profesión educativa quizá por herencia de mi
abuela, mi mamá y mis tías; ellas también fueron educadoras; María y Margarita
Poltronieri Quirós.
Me formé como maestra en el Instituto de Formación Profesional del Magisterio,
así obtuve mi título y empecé a trabajar a los 16 años, imagínense, me prestaron dos
años para cumplir con el requisito de edad. En el Instituto conocí grandes profesores
que habían sido también maestros o directores de escuela, nos enseñaban las materias
básicas como Agricultura, Religión, Pedagogía y Metodología. El Edificio Metálico de
San José fue como nuestra Universidad. Por cierto, recuerdo que en un examen me
preguntaron cómo se llamaba el mamífero marino más grande, y hasta que había salido
del aula me acordé “¡la ballena!”, ya era tarde y por eso me quedé en Ciencias, tuve que
presentar de nuevo el examen.
Aquí empezó mi aventura rural, el reto de llevar el conocimiento a los niños
costarricenses a pesar de las condiciones tan difíciles de transporte y ubicación agreste
de las comunidades, me hace gracia oír a los jóvenes maestros cuando se quejan del
servicio de buses u otros, nosotros entonces nos hubiéramos quejado del servicio de los
caballos, del tren, los trillos y la oscuridad y hoy en día habría un mayor índice de
analfabetismo si nos hubiéramos comportado como unos cobardes ante aquel reto.
Mi primer trabajo fue en La Flor de Santiago en los años 40, el Presidente de la
Junta era el señor Juan B. Sojo, de ahí a Sabanillas de Tucurrique, a Murcia, Tucurrique
y Cachí, para culminar mi labor en la escuela Goicoechea en Paraíso Centro.
Para viajar a las escuelas habían varias alternativas: a pie, en caballo o carreta.
Nos montábamos en las “árguenas” que eran canastas en las que los caballos cargaban
el dulce, conocí el aparejo que les ponían a las bestias para viajar, a veces cruzábamos
el río subidas en un caballo, o bien llegábamos llenas de lodo por las largas caminatas.
¡Y corra para que no lo deje el tren!
No había luz, por lo que debíamos alumbrarnos con cantineras y candelas, bañarnos en
los ríos Quebrada Honda, Naranjo y otros. Aprendí a lavar la ropa con las mujeres de la
comunidad en grandes piedras a la orilla del río y cargar agua que necesitaba para otro
día. Conocí varios animales que nunca había visto como: serpientes, alacranes y
tortugas terrestres.
En mi trabajo de maestra aprendí a ser humilde, a comprender la forma de vida
de los costarricenses más desposeídos, a conformarme con comer frijoles con un
pedazo de plátano, un chayote o pejibayes con agua dulce sentada en el quicio de un
rancho.
Tuve la suerte de convivir con unos indígenas muy altos, de apellido Girola en
Sabanillas de Tucurrique, una escuela en medio de un cañaveral donde tuve mi primer
encuentro con los alacranes. Pude combatir el miedo a la oscuridad y a dormir con el
arrullo de las chicharras y demás animalillos del bosque.
Para mí era una gran aventura, montar a caballo en aparejo o a veces a pelo;
conocí de cerca la pobreza de una nación que apenas despuntaba el progreso,
pedagógicamente era poco y mucho lo que se podía hacer por los niños, eran
desnutridos, en Tucurrique su bebida favorita era la chicha hecha de pejibaye. Nuestra
misión no se limitó a las letras y los números pues debimos de hacer de expertos en
salud y exterminio de plagas, los piojos eran un mal que perjudicaba la salud de los
niños, nosotros debíamos “despulgarlos” cortarles el pelo, curarlos, ni que se diga de las
niguas, los pies llenos de estos bichos, era terrible cuando se les hacían las “posolas”
que eran las camaditas de huevo que luego reventaban en más niguas, los pobres
chiquitos a veces no podían ni caminar.
Necesitaban muchos recursos para subsistir, el trabajo del docente rural se
convirtió también en parte en el puente entre las montañas y la ciudad y así poder llevar
un poco de progreso. Debíamos ayudar por ejemplo en construir una escuelita, llevar
agua potable, conseguir el alumbrado con lámparas de carburo, construir letrinas, abrir
caminos, tantas y tantas cosas que permitieron, poco a poco a los costarricenses de
esas áreas, mejorar su calidad de vida. Los niños eran tristes, pues por su pobreza
extrema carecían de zapatos, cama y comida. En su carita se reflejaba la violencia
doméstica, la “vinilla” que se extraía de la caña era la bebida alcohólica que se
fabricaba en casas era parte de su forma de vida.
Una vez al recibir a los niños que venían del Bajo del Reventazón les noté unas
manchas rojas en su carita, brazos y piernas, y pensé ¿qué enfermedad era aquella?
Luego supe que eran picadas de purrujas. Me llamó la atención y un día que todos los
chiquitos llegaron con una varillita, les pregunté para qué era, y ellos me dijeron, “para
espantar las rodajas” no tenía idea de que eran esas rodajas, pero al llegar a la escuela
descubrí el misterio “las benditas rodajas” eran nada más y nada menos que serpientes
enroscadas que tomaban el sol en el corredor de la escuela”.
Las escuelas eran ranchos pajizos, sin piso ni ventanas. Llegué a conocer en
Tucurrique una escuela de madera bien improvisada, con aulas y pupitres. Di gracias a
Dios cuando me nombraron en ese lugar.
La relación entre las escuelas rurales y la comunidad era muy diferente a la de
ahora. El maestro era respetado, el personaje importante y querido, admirado por sus
alumnos.
Aprendí a ser valiente, humilde, generosa, a nadar en los ríos a pesar de mi
corta edad. A no tener miedo y dormir sola en una escuela en mal estado, sentada en
un pupitre, teniendo como único compañero un murciélago y el ruido lejano de algunos
congos.
Esta época de mi vida no quedó capturada en fotografías, ni videos, y la verdad
no preciso bien las fechas, tan solo quedan mis recuerdos, que de vez en cuando salen
a jugar conmigo y me alejan de mis tristezas.
Aquella gente que marcó mi vida como los españoles Tortós que conocí en
Murcia y Sabanillas, los chinos León en Tucurrique, los Murria y los Lindo en Cachí.
Aún chasquea en mi memoria el brincoteo de los peces del Reventazón a altas
horas de la noche donde los lugareños los atrapaban. La incomodidad de dormir en
esteras en casitas impregnadas de humo y pobreza.
En este ir y venir, conocí al que fue mi esposo, maestro también, con él procreé
ocho hijos, dos de mis hijas hoy son maestras. Vivimos en Cachí durante varios años,
allí nacieron nuestros primeros tres hijos. Luego nos instalamos en Paraíso, cerca del
parque y gracias a Dios muy cerca de la escuela donde terminé mi labor docente.
Yo no tuve que cruzar el Atlántico como mi abuelo para emprender su gran
aventura, pero debí cruzar ríos, puentes colgantes y maltrechos, trillos, cafetales y
cañales, no viajé en barco sino a pie, en tren, a caballo o en mula.
Dejé mis huellas en caminos polvorientos y olvidados, reflejé mi rostro en pozas
y quebradas, refresqué mi sed en ríos cantarinos y hoy miro con orgullo y satisfacción el
camino por el que he transitado.
“Hice camino al andar”, conseguí que se construyera una escuelita de madera y
piso en La Flor de Santiago, ayudé a construir letrinas y explicarle a la gente su uso,
logré realizar huertas caseras y jardines. Regué semillas de conocimiento en lugares
lejanos, casi imperceptibles por la sociedad, en pueblos ocultos, deseosos de surgir.
Más adelante pude concretar mi labor social como Regidora en la Municipalidad de
Paraíso durante los años de 1982 a 1990. Mis últimos días laborales fueron en la
escuela Liendo y Goicoechea de Paraíso, allí me pensioné después de más de 30 años
de labor.
Creo que la educación ha mejorado en muchos aspectos, hay un mayor acceso
hacia el conocimiento, mi nieto Federico sabe manejar ya una computadora, dice
palabras en inglés y es feliz en su clase de Educación Física.
Pero se han perdido en las zonas urbanas el respeto al maestro, valores morales,
culturales, alimenticios y religiosos. La educación rural es un aliciente para aquellas
comunidades donde el progreso cuesta que llegue, el educador es multifuncional, debe
saber de primeros auxilios, refresca valores, es más humanitario, se da a la comunidad,
respeta a los niños y conoce sus preocupaciones y procura mejorar sus condiciones
escolares y familiares. Es común ver a los educadores unidocentes o rurales ir a
“pelear” a la Municipalidad, a la Asamblea Legislativa o al Ministerio para que les den
una partida para su escuelita, haciendo rifas, ferias, bingos, turnos, reinados, todo esto
para poder solventar necesidades básicas de sus escuelas, donde por lo general las
personas son humildes y no tienen la capacidad para sufragar ellos mismos los gastos
de mantenimiento de la escuela o compra de material entre otras necesidades.
La educación rural es un paso más firme en la enseñanza en general, porque el
alumno tiene más conocimientos de las cosas naturales. Los niños aprenden con los
recursos que tienen a su alcance, no con los libros o computadora o Internet.
Los alumnos no esperan el bus o el carro de papá para ir a su escuela, algunos
deben arriesgarse cruzando ríos, a caballo o en largas caminatas para llegar a su
escuelita. Esto da un valor agregado a su educación, ahí sí estudia quien tenga ganas
de superarse y surgir en la vida.
La educación es el motor de los pueblos, el combustible que lo hace funcionar, el
principio de los sueños, y la herramienta para alcanzarlos, ser educadora rural fue un
premio que Dios me dio, me enorgullece formar parte de la historia de mi país, de la
gente más humilde y de aquellos pioneros que nos adentramos en la espesura
costarricense para abrir camino hacia el desarrollo de nuestro noble país.
Tan solo seguí tus huellas, querido y amado abuelo Antonio
JUAN IGNACIO QUIRÓS ARROYO
AGRADECIMIENTOS
Al Prof. José Palma Esquivel (Q.d.D.g.) por su incondicional ayuda en
momentos realmente difíciles. Fue un ángel del Señor que cambió la ruta que
seguiría en mi vida. En su memoria siempre he apoyado a quienes vienen a
mí por ayuda en Nombre de Dios.
A Sofía Villalobos González (Q.d.D.g.), una segunda madre que con sus
escasos recursos se sacrificó para que pudiera terminar mi Bachillerato de
Secundaria. Me brindó techo, comida y apoyo moral, en momentos de
soledad, angustia e incertidumbre. Siempre la llevaré en mi corazón, pues la
obra de las personas buenas no mueren y este es uno de tantos casos que
suceden, por ello para mí no ha muerto.
A todos los miembros de la familia de don Rafael Alfaro ( Q.d.D.g.) y de doña
Carmen Campos, quienes fueron mi apoyo material, moral y espiritual,
cuando daba mis primeros pasos en la docencia. Y después, mis grandes
amigos y familiares adoptivos. Para todos ellos, una bendición que sale de lo
más profundo de mi espíritu.
Finalmente, a todas aquellas personas, que de una u otra forma, han
contribuido con sus aportes a mi crecimiento moral, espiritual y humano.
“Es de bien nacidos, ser agradecidos”
DEDICATORIA
A mi madre, Carmen Arroyo Soto (Q.d.D.g.), de quien heredé el sentido de
perseverancia y de lucha. Fue una fuente de motivación por la cual luché
durante muchos años. Gracias madre por vivir los últimos cuarenta años de
tu vida para volver a disfrutar de tu hijo.
A mi esposa, María Isabel Ulate Castillo, por darme tanto amor, este valor
sin el cual, los seres humanos no estamos completos. Ello me ha
rejuvenecido y me ha hecho volver a creer en mí mismo y en la humanidad
entera. Ella es la estrella que en el presente alumbra mi sendero.
A mis hijas Maribelle, Marisol y Maricruz Quirós Jara y a mi hijo Juan Ignacio
Quirós Müller. Sin excepción, mi amor y mi comprensión de siempre. Ellos
siempre fueron el motivo fundamental de todos mis sueños y luchas.
En memoria, para mis fallecidos amigos, Dr. Joaquín Acevedo Sobrado y el
señor Francisco Obregón Espinoza.
Presentación
La lectura anticipada a la publicación de este ensayo ha sido para mí todo un
privilegio que agradezco profundamente al autor. Este trabajo está escrito en lenguaje
sencillo, directo y con cierto sentido melancólico, y aunque Juan Ignacio no lo
menciona, parece que lo ha escrito pensando en que las personas que aún viven y le
conocemos lo leamos y nos sintamos parte de esta historia. Pero, es también un
exquisito y sentido homenaje póstumo para aquellos y aquellas que han significado
mucho para este extraordinario maestro rural y hombre de bien. Lo de extraordinario
maestro lo digo con certeza absoluta, pues tuve el privilegio de ser su alumno durante
dos años. De él aprendí el gusto por el conocimiento de los grandes temas universales
y por la importancia que revisten los valores del respeto, la puntualidad, la honradez, la
justicia y la decencia para la sana y necesaria convivencia entre los seres humanos y
para mostrar que es un hombre de bien, lo único que hay que hacer es leer esta
memoria.
Luego de las formalidades necesarias, y para entrar en el tema que le interesa a
Juan Ignacio, escribo el siguiente proverbio “Es de bien nacido, ser agradecido”. Esto se
lo he escuchado muchas veces, por ejemplo, cuando nos impartía lecciones allá en los
Ángeles de Gamalotillo de Puriscal a inicios de la década del sesenta del siglo pasado.
Pero este proverbio se complementa con el pensamiento del filósofo argentino José
Ingenieros quien afirmó que “el hombre que no vive para servir, no sirve para vivir” y es
que Juan Ignacio en su labor de maestro no se dedicó sólo a impartir lecciones, fue, lo
que hoy en lenguaje universitario se llama un docente completo: hizo docencia,
investigación y acción social mucho antes de que se pusiera de moda en las
universidades de este país. Su vida la ha dedicado al trabajo, a la superación y hacer y
promover el bienestar para el mayor número. Yo diría a la búsqueda de la felicidad
como posibilidad de realización del ser humano, es decir ha vivido y vive para servir.
Hermoso final tiene esta memoria, pues en nombre de un personaje de esos que ya
casi no quedan en la sociedad costarricense, Juan Ignacio le da “gracias a la vida”.
Para finalizar esta breve presentación, debo decir que no he querido profundizar
en el contenido del ensayo adrede, más bien hago la invitación de su lectura. En lo
personal, creo que es un excelente aporte para la reconstrucción histórica de lo que los
maestros rurales han dado a este país en todo de lo que valioso tiene. Para la
Universidad Nacional mi reconocimiento por esta iniciativa.
Lic. Mario Alfaro Campos
San Francisco de Dos Ríos
Julio de 2007
* Nota del autor: Mario Alfaro Campos es Profesor de La Universidad de Costa Rica y
del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Es Licenciado en Filosofía e imparte la cátedra
de Ética. Además, es un Conferencista Nacional e Internacional muy respetado.
UNIVERSIDAD NACIONAL
DIVISIÓN DE EDUCACIÓN RURAL
MEMORIAS DE EDUCADORES RURALES
NOMBRE: JUAN IGNACIO QUIRÓS ARROYO
ESTA ES MI HISTORIA
Transcurría el mes de febrero del año mil novecientos sesenta y dos y estaba
próximo a cumplir diecinueve años. En el mes de diciembre anterior, había obtenido mi
título de Bachiller en Ciencias y Letras en el Liceo de Costa Rica Nocturno.
Yo vivía en Barrio Cuba al sur de San José y estudiaba de noche porque
durante el día trabajaba extrayendo arena y piedra que se transportaba con bueyes y
carreta del río Tiribí en Alajuelita y San Sebastián. Además, desempeñaba labores
como cogedor de café, peón de construcción, chapeador de potreros, vendedor de
periódicos y de lotería, y otros oficios de los cuales siempre me he sentido muy
honrado, y que forjaron mi carácter para lo que vendría posteriormente.
Un día de ese mes de febrero visité a mi ex profesor de Zoología de mi Primer
Año de colegio, el honorabilísimo señor don José Palma Esquivel (Q.d.D.g), vecino de
Santo Domingo de Heredia. Durante mi visita me indicó que su hijo no quería irse a
laborar como maestro a una escuela situada en un pueblo del sur de Puriscal y que si
yo estaba dispuesto a aceptar ese puesto, su hijo me llevaría en su motocicleta a
Puriscal a conversar con don Antonio Muñoz -a la postre Supervisor de Escuelas de la
zona- para que con su recomendación me nombrara como maestro en su circuito. Dicho
y hecho, cuando volvimos de Puriscal ya venía con el nombramiento obtenido.
Solamente debía formar mi expediente en el Ministerio de Educación y comunicárselo a
don Antonio. Pero…, no tenía los veinte colones para el examen médico y para otros
requisitos por cumplir. Don José, tan generoso como siempre, me regaló los veinte
colones que necesitaba y así se formó el expediente Nº 10124 del Ministerio de
Educación. No tuve que volver a Puriscal a buscar a don Antonio, pues me lo encontré
en el Ministerio, anotó mi número de expediente en la acción de personal.
De la noche a la mañana, y por la gracia de Dios, el boyero se convirtió en
educador. Como pude, me las había ingeniado trabajando duro para ganarme
veinticinco colones: veinte para pagar el tiquete de la avioneta que me llevaría a
Gamalotillo de Puriscal y cinco colones que me quedaron para lo demás, cuando llegara
a Los Ángeles de Gamalotillo (hoy de Chires), Fue cerca del hangar de donde
despacharían el vuelo, donde conocí a don Miguel Carmona Jiménez, encargado de
distribuir los alimentos de CARE1 a todas las escuelas de los pueblos cubiertos por
ALPA (Aerolíneas del Pacífico). Actualmente, don Miguel es el presidente de la Cruz
Roja de Costa Rica. Ya en Gamalotillo, pregunté a don Alvaro Cascante, despachador
de las avionetas, por Germán Murillo Solano, quien era el maestro de la escuela local,
quien una vez localizado, muy amablemente, me acompañó hasta Los Ángeles, pueblo
situado a dos horas de camino por entre la montaña y empinados senderos. De camino,
el hambre empezó a hacerse sentir, pues yo no había desayunado. Para mi ventura,
1
CARE fue parte del programa de ayuda de los Estados Unidos de Norteamérica que consistió
en ayuda a los estudiantes de Escuelas con la finalidad de mejorar el nivel de salud de la
población. El proyecto de alimentación estaba inscrito el programa de Alianza Para el Progreso
que funcionó durante la década del sesenta en casi toda América Latina.
Germán me señaló una casa al final de una colina. Según me dijo, allí vivía don Rafael
Alfaro, el policía del pueblo cuya familia era ejemplar y que pasáramos a saludarlos. No
solo fue un saludo, su generosidad calmó mi hambre fisiológica y despertó en mí la
admiración por esa gente muchas veces olvidada e ignorada por los citadinos.
Un estruendo y unos gritos que provenían de la montaña nos alertaron a todos
especialmente a los miembros de la familia Alfaro Campos, pues don Rafael, y sus hijos
Edwin (Vincho) y Rigo, estaban cortando unos árboles. Para dicha de todos, pronto
aparecieron sanos y salvos y se dieron las presentaciones y los parabienes del caso.
Un rato después, continuamos nuestro camino por entre la montaña, bajo el
ardiente sol de aquel verano. Cuando llegamos a la explanada de Los Ángeles le di
gracias a Dios nuevamente. Don Germán me llevó a la casa de don Severo (Beto)
Alfaro, quien en ese tiempo fungía como Presidente de la Junta de Educación del
pueblo. Después de las presentaciones de rigor, don Beto y doña Eustolia (Tolia) su
esposa, nos ofrecieron café y tortillas con queso.
Posteriormente me llevó a la escuela y me hizo entrega de la misma. Una vez
dejados mis “chunches” en la escuela me llevó a hablar con “Melo” Berrocal para
arreglar con él y con su esposa lo de la comida. Con mucha dificultad don Melo aceptó,
máxime que don Beto le explicó que a los maestros nuevos les atrasaban hasta tres
meses el pago de su salario, pero, que cualquier cosa se entendiera con él. Don Melo y
su familia eran gente buena, muy pobre y no tenían capacidad económica como don
Beto. Una semana duró la prestación del servicio y entonces don Beto habló con su
esposa doña Eustolia (Tolia) y ella continuó vendiéndome la comida por ciento
cincuenta colones al mes. Sin embargo, no todo sería un lecho de rosas, pues a
propósito de lecho, en la escuela, aunque había un cuarto para el maestro, el mismo
no contaba ni con un camón de madera para que durmiera o descansara. Mi antecesorr
se había llevado todo, y esa primera noche, debí dormir en el piso, sin colchón, ni
almohada, ni cobija. Por suerte era época de verano y no hizo frío excepto por la
madrugada, y también, por suerte no apareció ningún alacrán de los que abundaban en
la región.
El primer mes lavé mi ropa en la quebrada cuando iba a bañarme y como no
tenía plancha de leña imagínense el “arruguero”. Pero esto último se resolvió después,
cuando Doris Alfaro aceptó lavar y aplanchar la ropa por una módica suma mensual.
Posteriormente, la familia Alfaro Campos se convirtió en mi tabla de salvación para todo.
Ellos se comportaron mejor que mi familia, y con mucho orgullo, hoy manifiesto que
sigue siendo mi familia muy querida y respetada.
En uno de los primeros días, bajé a desayunar y a bañarme a la casa de don
Beto que quedaba como a seiscientos metros de la escuela por entre un cañal de su
propiedad. Eran las seis de la mañana cuando llegué al trapiche, donde se encontraban
muchos pobladores que se dirigían a sus trabajos. Allí, don Beto me presentó y espetó:
“Estos maestritos de la ciudad no saben nada sobre las labores del campo”. Mi
respuesta no se hizo esperar. Le contesté: “Don Beto, veo que va a enyugar los bueyes
para mover la caña de la carreta. ¿Me permite enyugarlos y pegarle el yugo a la
carreta?”. Asombrado asintió y esperó el resultado de mi desafío. Yo venía de enyugar
bueyes y de pegar el timón de la carreta durante cuatro largos años. Enyugué a los
bueyes y luego pegué la carreta al yugo por medio del timón. Cuando concluí, volví a
ver hacia atrás y vi un poco de rostros asombrados. Don Beto, no queriendo reconocer
mi acierto me criticó: “Está bien, pero en lugar de lazo aquí hacemos un nudo al finalizar
la pegada”. Yo le contesté: “Don Beto, qué pasaría si la carreta se va a un barranco y
arrastra con su carga a los bueyes”. Respondió: “Pues sacó el cuchillo y corto el
barzón”. Y le respondí: “¿No es más fácil halar el lazo y que la carreta se vaya al
barranco y los bueyes salgan hacia adelante sin problema? Me dio la razón y con una
sonrisa socarrona me dijo que me podía bañar en la quebrada y volver para tomar jugo
de caña y luego pasar a desayunar donde doña Tolia. Bajé a la quebrada donde un
improvisado baño tenía como ducha una canoa formada por la mitad de una caña de
bambú traía el agua fresca desde una roca. Cuando regresé al trapiche ya los
pueblerinos se habían marchado y don Beto me invitó a tomar el fresco y dulce jugo de
caña que salía de las muelas de su trapiche. Luego, con un hambre del demonio, me
tomé el aguadulce y las tortillas que me sirvieron como desayuno.
Ya en la escuela de nuevo, observé que ya estaba funcionando la piladora2 de
arroz propiedad de don Beto. El centro del pueblo lo conformaban la pulpería, la
piladora, la escuela y la plaza de tierra de tierra donde jugaban fútbol. Fue en la piladora
de arroz donde conocí al mecánico Jesús Herrera, más conocido como “Pichuza”, todo
un personaje al cual me referiré más adelante.
Algunos señores que llegaban a la pulpería me ayudaron a hacer un plano de los
principales senderos para llegar a las distantes viviendas donde vivían los niños que
debía censar. Por la tarde, todo el pueblo sabía lo del incidente del trapiche por la
mañana. ¡Y cómo me ayudó este hecho en mi exitosa trayectoria dentro de esa
comunidad! Cuando recogían los manteados de asolear arroz, pedí que me prestaran
uno para utilizar en mi cuarto y con la promesa de devolverlo por la mañana. Lo sacudí
y lo limpié, para usarlo en la noche como sobrecama, almohada y eventual cobija para
la madrugada. En la pulpería compré por veinticinco céntimos, unas candelas y una caja
de fósforos, para alumbrarme durante la noche. Así pasaría tres largos meses.
Durante la siguiente semana me dedicaría a hacer el censo. Muchos padres no
querían enviar a sus hijos a la escuela porque, según ellos el maestro anterior era un
vagabundo y no les enseñaba nada. Los convencí a unos y presioné a otros con aplicar
la ley si no enviaban sus hijos a estudiar.
De veinticinco niños que terminaron el curso anterior según estadísticas que encontré
en un cajón lleno de polvo, logré enrolar a cuarenta niños en los tres grados que debía
impartir como maestro único. El lunes de la siguiente semana, recibí la noticia de don
Alvaro Cascante de que habían llegado los útiles del Almacén Nacional Escolar suplidor del estado- y la leche, el queso y los famosos “timoles” (laxantes), junto con
vitaminas para dar a los niños después de desparasitados, todo proveniente de CARE.
Por medio de don Beto, esos recursos llegaron hasta la escuela. Cuando los niños y las
niñas volvieron, ya tenía materiales y algo para darles de comer al promediar la jornada.
Eso sí, debía atender en una misma aula y con una sola pizarra destartalada, a los
estudiantes de primero, segundo y tercer grado por la mañana, y, por la tarde, a los de
cuarto, quinto y sexto grado.
Me acostaba rendido, aunque antes debía repasar la Unidades de Estudio que me
enviaban del Instituto de Formación Profesional del Magisterio con sus respectivas
evaluaciones, las cuales, debía devolver completadas por correo. Y también, debía
planear mi trabajo en el Diario, cuaderno que revisaría mi Supervisor cuando me
visitara. Los sábados no se impartían lecciones, lo que aprovechaba para estudiar por
las mañanas y visitar a los padres de familia por las tardes. Algunas veces, me invitaban
a quedarme y a pasar la noche con ellos. Pero, mis favoritos para visitar eran los Alfaro
Campos, familia con la cual desarrollé una entrañable amistad que ha perdurado hasta
la fecha actual en que escribo esta memoria.
2
También se les denomina máquinas para descascarar arroz, funcionaban con diesel. Hoy
prácticamente han desaparecido hasta convertirse en piezas de museo.
En aquellos tiempos, el maestro rural era un “todólogo”, pues además de
desarrollar su labor docente, debía llevar a cabo un fuerte trabajo comunal, hacer de
médico, de consejero, de enfermero y muchas relaciones humanas. Cuando el Cura
llegaba al pueblo era objeto de múltiples atenciones, aunque se llevara una buena
cantidad de dinero (casi mi salario de un mes) por dar la misa, confesar a los feligreses
y rezar el rosario.
El desarrollo humano, social, educacional y el cuidado médico de la comunidad
eran responsabilidad del maestro. Después de tres meses, y habiendo recibido mi
pago y saldado mis cuentas, pude volver a la ciudad en donde me sentía extraño.
Aproveché para hacer algunas gestiones personales y para visitar el Almacén Nacional
Escolar situado detrás del INVU, para pedir más útiles escolares que necesitaba. Los
obtuve, pero pagando de mi propio bolsillo el costo del transporte tanto terrestre como
aéreo. Al regreso, pude conversar con Miguel Carmona (en la actualidad, Presidente de
la Cruz Roja), quien me indicó que muchos directores no habían retirado los alimentos
ni los medicamentos asignados, y que si yo aceptaba, él me mandaría más leche y más
queso, además de medicinas para prevenir infecciones, incluidas algunas ampollas del
suero antiofídico para aplicar a personas mordidas por alguna serpiente. Don Beto, de
nuevo me ayudó a transportar en su carreta, los alimentos y los útiles escolares del
campo de aterrizaje de Gamalotillo a la escuela de Los Ángeles.
Aunque tenía muchos alimentos para los niños, debía resolver el faltante de
aulas y de pupitres y también el de diversificar la alimentación de los niños,
especialmente de los más pobres y de los que venían a la escuela después de caminar
hasta dos horas para llegar. Fue así como hablé con don Beto y otros miembros de la
Junta de Educación, quienes viendo mi entusiasmo se motivaron y juntos decidimos
realizar un turno para recolectar fondos. Eso sí, no debía interferir con el que hacía la
Junta Edificadora de la Iglesia. Fue así como programamos un turno para finales de
junio aprovechando el veranillo (de San Juan) que se daba en esos días. Logré que un
ganadero regalara un torete el cual fue rifado. El turno resultó todo un éxito pues
recolectamos un poco más de cuarenta y siete mil colones que en aquella fecha era un
dineral. Fue así como, a mi regreso de vacaciones de quince días, pude llevar avena,
siropes y otros alimentos.
Entonces empecé a fungir como cocinero, mientras se buscaba a alguna señora que
llegara a la escuela a cocinar los alimentos en un rancho, que estaba al lado de la
escuela. Dejaba a los niños haciendo algún ejercicio mientras iba al fogón a cocinar.
Las niñas y los niños que vivían más cerca ayudaban con el lavado de los platos y
cucharas, los que debían estar limpios para la tanda de la tarde. El agua se traía de una
quebrada que pasaba como a cien metros de la escuela. Poco a poco, se fue
despertando un sentimiento de solidaridad de los vecinos para conmigo, el cual trajo
como beneficio que muchos padres de familia se incorporaran a trabajos especiales en
pro de la escuela y de la comunidad, y, que permitieran a sus hijos llegar algunos
sábados a colaborar con la chapia del lote de la escuela. Nunca me sentí solo pues
siempre creí que Dios estaba conmigo y fue a partir de ese momento en que Dios
empezó a tomar forma humana en cada uno de los alumnos y alumnas, sus padres y
otros jóvenes de la comunidad que se acercaron a colaborar. El pueblo entero me
apoyaba, y por lo tanto, había que redoblar esfuerzos, pues no podía defraudar las
esperanzas que en esos momentos la gente empezaba a tener gracias a mi intromisión
en los sentimientos de esas personas que estaban tan olvidadas de los políticos, de los
religiosos, y hasta de ellos mismos.
Pude entender esos sentimientos, cada vez que los visitaba en sus casitas o ranchos
por invitación de ellos mismos, aunque tuviera que dormir sobre una amplia tabla o en el
piso, después de rezar un trisagio.
Fue así como inicié una profunda amistad con la familia Alfaro Campos, con los
Agüero, con los Badilla, con los Jiménez, con los Berrocal, con los Montero, con los
Barboza y con otras familias que deseaban tenerme los fines de semana con ellos. Y
así fue también, como me hice compadre de Amado Jiménez y de doña Ofelia su
recordada esposa: una dama a carta cabal. Estas personas no tenían academia alguna,
pero eran respetuosos de sus maestros y poseedores de valores que hoy han
desaparecido de nuestra sociedad. Eran muy educados a pesar de tener alguna o
ninguna escolaridad. Me gané su confianza y su respeto, y hasta un puesto en la
formación titular del equipo de “la primera” del pueblo, pues también le hacía algo al
fútbol.
Olvidaba contar que don Antonio -mi Supervisor- me visitó después del medio
año y me felicitó por los logros alcanzados y por lo que le habían manifestado los
miembros de la Junta con quienes se reunió. Durante ese año, no volvió, pues el fuerte
invierno inutilizó los caminos y era muy difícil el acceso a Los Ángeles. Solo se podía
llegar a pié, a caballo o en mula y muy poco en carreta tirada por bueyes. Me había
prometido el nombramiento de otro maestro para el curso lectivo siguiente, pues mi
carga de trabajo era muy pesada. Esto me alegró, porque además de tener garantizado
mi nombramiento interino por otro año, tendría el apoyo y la ayuda de otro docente.
Cuando ya concluía mi primer año y a principios de noviembre, un grupo de
padres de familia y de jóvenes de la comunidad, se me acercaron para plantearme su
deseo de matricularse en la escuela y sacar su diploma de sexto grado aunque fuera en
dos años y por las noches. Por supuesto que les dije que si me nombraban otra vez en
esa escuela contaran con mi apoyo total para su iniciativa. Esta vez, el censo escolar lo
hice por adelantado y sin ningún problema, e incluí a los adultos en esa lista, para un
total censado de setenta y cinco alumnos. Con pena y nostalgia clausuré mi primer año
lectivo como docente con dirección y horario alterno. Los niños y niñas que llegaron sin
saber leer ni escribir ni hacer pequeñas operaciones aritméticas, ya leían bien, hacían
pequeñas operaciones, pero lo más importante en todos, era que llevaban inculcados
en sus mentes los principios básicos que hacen que el hombre sepa conducirse en
sociedad, que se respete mucho y sea digno de sí mismo así como de lo que su Patria
le ofrece.
Al salir de regreso a mi casa en San José, sentí la incertidumbre del que no sabe si
regresará y la nostalgia del que ha dejado su corazón enterrado en la montaña que lo
vio llegar solo con la protección de Dios y de sus principios. Iba con la frente muy en
alto, pues no había defraudado a los que en mí creyeron, ni a mí mismo. ¡Bendito sea el
Señor!
Mis primeras vacaciones transcurrieron entre asistir a clases al Instituto de
Formación Profesional de Magisterio (IFPM), a los cursos de verano de la Universidad
de Costa Rica por las tardes y por las noches a un Programa Especial de Formación de
Profesores para Enseñanza Media. Gracias a mi esfuerzo aprobé todos los cursos y ya
en febrero de 1963, me alistaba para regresar a Los Ángeles, esta vez con una mejor
capacitación para realizar mi trabajo con mejor suceso.
Fue a finales de febrero, durante una reunión de circuito en Cerbatana de Puriscal, en la
cual don Antonio me presentó con honores a los demás colegas del circuito, además,
me indicó que mi salario sería mejorado y que tendría mayor estabilidad en el puesto,
por haber aprobado los cursos de primer año del IFPM para la carrera de Maestro
Normalista. Hasta ese momento le mencioné mi participación en los cursos de la UCR.
Luego me presentaría a quien fuera mi compañero en la escuela durante ese año: al
señor Hugo Fallas Quesada, un joven de mi edad proveniente de Ciudad Colón (Villa
Colón en aquellos días). Hugo me resultó un extraordinario aliado y un gran compañero:
fuimos como dos buenos hermanos.
Durante el regreso a Gamalotillo, aproveché para hablar con Miguel Carmona,
quien me dijo que todos los materiales estaban listos para ser enviados. Antes, había
visitado el Almacén Nacional Escolar y verifiqué que la cantidad de útiles escolares era
mayor, conforme con la matrícula reportada.
Ya en Gamalotillo, el ambiente era muy diferente al del año anterior. Presenté a
Hugo, nos tomamos un refresco en la pulpería, y a empezar el recorrido cuesta arriba
hacia Los Ángeles, bajo aquel tremendo calor de los primeros días de marzo. Por dicha
para ambos, a medio camino estaba la casa de los Alfaro, donde con su magnanimidad
de siempre, nos refrescaron la garganta y nos dieron un delicioso almuerzo. Cuando el
sol comenzó a declinar y por tanto a refrescar la tarde, continuamos nuestro viaje hacia
la escuela, con la compañía de Vincho y de Rigo, pues iban a darse una vuelta por el
alto de Los Ángeles. Nosotros debíamos pasar a la casa de don Beto a recoger las
llaves y aproveché para presentarles el nuevo maestro. Allí doña Tolia nos indicó que
no podría vendernos la comida a ambos, que solo por la primera semana mientras
arreglábamos la situación.
Ya en la escuela, acomodé al compañero en el “segundo piso” del camarote que había
construido durante al año anterior, con su respectiva colchoneta y sábanas. Luego
aproveché para presentar a Hugo Fallas a los visitantes de la pulpería y a los
“mejengueros”. Por supuesto, tanto Hugo como yo, participamos de una buena mejenga
hasta que cayó la noche. Después, compramos unos atunes y unas galletas en la
pulpería, para cenar y discutir algunos asuntos de nuestro trabajo futuro. Convocamos a
los adultos interesados en recibir clases por las noches y definimos el horario junto con
otros detalles. La matrícula aumentó pues en Gamalotillo no impartían cuarto grado y
así fue como Carlos Retana Fernández y Mario Alfaro Campos se matricularon en Los
Ángeles pues el proyecto era ofrecer hasta el sexto grado gestionando la construcción
de una escuela ante las autoridades competentes. Mientras tanto, se construyó un aula
más, aunque fuera con el piso de tierra y con pupitres multipersonales.
Para facilitarnos el trabajo de noche, hasta la nueve, decidimos mandar a
comprar a Parrita (seis horas a caballo) una lámpara de canfín marca Coleman y
también, decidimos cocinar nuestros alimentos, utilizando el fogón del rancho y los
utensilios de la escuela. La leña y el entusiasmo eran abundantes.
Así comenzó un año lectivo repleto de éxitos y de muchos logros tanto para la
comunidad como para la satisfacción de maestros y alumnos. Hugo impartía primero y
segundo grados y yo me haría cargo de tercero y cuarto grados, con recargo de la
Dirección.
Por la noche nos repartíamos las materias que recibían los adultos. A veces, se
me arrugaba el alma viéndolos partir a las nueve de la noche bajo furibundos
aguaceros. Por dicha, eso sí, iban con la barriga llena pues la comida era abundante, ya
fuera porque cocinábamos para ellos, o porque les diéramos queso y leche de CARE, o
porque la generosidad de las familias era tanta que nos mandaban muy frecuentemente
y en abundancia, platillos con alimentos hechos con productos de la época, cuando no,
una buena sopa de gallina o unos deliciosos chicharrones. ¡Qué diferencia! ¡Gracias a
Ti Padre!.
Durante este segundo, año la comunidad recobró aun más la confianza en sus
maestros, en su escuela. Teníamos todo un equipo de trabajo coordinado por los
maestros y los adultos. Brindamos: servicio de comedor con una cocinera,
desparasitamos a todos niños y adultos, les dábamos medicamentos para distintas
enfermedades, curábamos a mordidos por serpiente; estábamos de lleno en el deporte
y colaborando con la Junta Edificadora de la Iglesia, hicimos gestiones para la
construcción de una nueva escuela, hacíamos más visitas a las casas de los alumnos
por lejanas de estuvieran.
En los ratos libres estudiábamos las unidades didácticas del IFPM y contestábamos los
cuestionarios que luego regresaríamos por el correo normal.
Debo en esto mencionar la ayuda que siempre me brindó Claudio “Cuyo”
Berrocal pues me prestaba su yegua para esos y otros menesteres, no necesariamente
relacionados con mis deberes escolares. Como en el año anterior, hicimos otro turno
con resultados económicos muy satisfactorios. Ya Omer Retana y Eliécer Peraza
poseían la piladora y la pulpería, y dona Nena - la esposa de Omer- nos invitaba
algunas veces a su casa, construida recientemente a cincuenta metros de la escuela.
Eso sí, y lastimosamente, la montaña empezó a ceder su paso a la siembra de arroz
como paso previo a los potreros para ganado. Me comencé a involucrar en lo que sería
el proyecto de construcción de la carretera Puriscal-Parrita, la cual se perfilaba como la
gran esperanza para la zona.
Gracias a la labor de todos los maestros que nos involucramos en el desarrollo
de esas comunidades, como labor aparte del quehacer escolar, fue que la zona “hirvió”
en desarrollo.
Germán Murillo en Gamalotillo, Erick Quirós en La Gloria y nosotros en Los
Ángeles, conformamos un trípode que alentó a otros colegas a elevar su telescopio
para mejorar su visión de la realidad presente. Ese año se nos pensionó don Antonio y
su lugar lo ocupó don Rafael Angel Rojas por el resto del curso lectivo. Con más glorias
llegó a su fin este segundo año en Los Ángeles de Gamalotillo (cambiado luego a de
Chires), sabíamos que regresaríamos y que dado el aumento en la matrícula y a que
impartiríamos quinto grado a los niños el año siguiente, tendríamos a otro maestro para
coadyuvar en nuestras labores docentes y comunales.
La semilla había caído en terreno fértil y la cosecha debería ser recogida en el
próximo curso lectivo.
Volvimos a nuestras casas en la ciudad y con ello cada uno iría a los cursos del
IFPM, pero en mi caso, seguiría con los cursos de la UCR., en donde me enteré de una
eventual Reforma a Planes y Programas de la Enseñanza Media, que incluía
posibilidades de capacitación en la enseñanza de la Matemática, para aquellos que
fuéramos maestros graduados con algunos estudios en la UCR.
Hugo hizo su primer año y yo el segundo año, por lo que al final me gradué como
Maestro Normal de Educación Primaria. Me esperaba para el año siguiente el Curso de
Postgraduados, el cual sería más riguroso.
Al igual que en el año anterior, esta vez visité también el Almacén Nacional
Escolar e hice arreglos para recibir mayor cantidad de alimentos y de medicinas para
distribuirlos a través de la escuela.
En la última semana de febrero de 1964, fui convocado a una reunión general
del circuito en Santiago de Puriscal y allí don Rafael Angel me informó del
nombramiento de un nuevo maestro para mi escuela, y que habían trasladado a
Germán Murillo de Gamalotillo para Los Ángeles.
Fui el primero en llegar a la escuela y así preparé todo para el inicio del curso
lectivo. Cuando llegaron los otros compañeros, Germán se instaló en un improvisado
cuarto del rancho. Como había otro maestro yo me concentré más en la labor comunal y
en la dirección, pues solo debía impartir quinto grado. Por esta misma razón me
involucré más en el proyecto de construcción de la carretera Puriscal-Parrita, yendo a
las casas o a los sitios donde estaban trabajando los dueños de las fincas por donde
pasaría la carretera, para que firmaran la respectiva donación de las fajas de terreno.
Con mucho esfuerzo, logré ese cometido. También logré, en una de mis salidas a la
capital, que el MOPT y el MEP acordaran la construcción de una nueva escuela de
cemento con cuatro aulas para el pueblo de Los Ángeles. Ese año nos cambiaron al
Supervisor y fue nombrado don Guido Barrientos, un hombre visionario que al conocer
de mis avances me impulsó y me ayudó mucho para que pudiera llevar a cabo mis
afanes de crecimiento personal.
Antes de concluir el año, me enfermé de lo que creí paludismo y estuve durante
una semana en casa de la familia Alfaro Campos sufriendo de fiebre y de otros
malestares. La vi fea, pero gracias a doña Carmen Campos que me cuidó como a uno
de sus hijos, aquí estoy contando la historia. En mi casi inconciencia recuerdo que un
día le dijo a una de sus hijas: “Agarrame la gallina de patas amarillas para hacerle un
caldo al maestro a ver si se le baja la calentura”. Debo confesar que ese caldo me
ayudó mucho para recuperarme y días después estaba de nuevo en la escuela
trabajando en lo que sería la primera graduación de sexto grado.
El acto de graduación fue pomposo pero sencillo, con una enorme satisfacción para
todos, pero especialmente para Hugo y para mí.
Con mucho cariño nos despedimos de la gente del pueblo y regresamos a
nuestras casas para continuar nuestros estudios. Pero, Dios nos tenía previsto otro
destino para el siguiente año y no volveríamos a Los Ángeles, al menos Hugo y yo.
Fuimos a estudiar al IFPM en donde obtuve el Postgrado y Hugo su título de Maestro
Normal.
En mi caso no pude asistir a la UCR porque me llamaron del MEP para que empezara a
participar en la capacitación en Matemática para la Reforma de los Programas de esa
materia dentro de la Enseñanza Media.
Además, a don Guido lo trasladaron de circuito y quería que Erick, Hugo y yo, nos
fuéramos a trabajar con él, máxime que todos estábamos graduados y con fama de
trabajadores. Fue así como para el curso lectivo de l965 estaba como Director de la
Escuela de Ojo de Agua de León Cortés, con Hugo Fallas y Carlos Ballestero como
docentes académicos y con Betty Castro como maestra de religión.
A Erick, lo había nombrado en Llano Bonito de León Cortes, como a una hora y media
subiendo y bajando el cerro hacia el sur de La Legua de Aserrí. Nosotros quedamos a
veinte minutos de ese pueblo por camino lastreado, accesible para vehículos y con
posibilidades de viajar a San José, pues todos los días salía un bus por la mañana de la
Legua y regresaba por la tarde.
La escuela tenía tres aulas separadas pero cómodas y en el pueblo el cultivo del
café era la principal actividad. Todos nos ubicamos en distintas casas donde no tuvimos
problema para conseguir lo mecesario para estar tranquilos y dedicados a nuestro
trabajo. La familia de don Narciso Valverde- Presidente de la Junta, nos ayudó a todos a
posicionarnos con comodidad.
Este era un pueblo con mejor nivel económico que el de Los Ángeles.
Como la labor docente se tornó sumamente fácil de realizar entonces me
dediqué a atender otros asuntos comunales y a colaborar con el Supervisor.
Así,
colaborando con don Guido, tuve oportunidad de visitar Llano Bonito, San Francisco y
Santo Rosa, al otro lado de la cordillera. Por este lado visité San Andrés, Frailes, La
Angostura y San Cristóbal Norte, lugar al que fue trasladado Erick.
Mis pasos me llevaron a La Lucha, donde conocí personalmente al líder político
don José Figueres Ferrer. Este hecho cambió mucho mi vida, pues fueron muchas las
enseñanzas que recibí de Don Pepe.
En una de esas travesías pude observar que por tramos y sobre la orilla, se
encontraban apiladas cantidades grandes de tubos para cañería cuyo grosor no
recuerdo. Pregunté a los vecinos y me dijeron que durante la campaña política pasada
habían ofrecido instalar la cañería para el pueblo, pero que trajeron los tubos y nada
más. Posteriormente hablé del asunto con don Pepe y él me refirió con el Lic. Fernando
Volio Jiménez para que le tratara del asunto. Localicé a este señor y le expuse el caso.
Él me contactó con gente de Acueductos y Alcantarillados. Para no hacer largo el
cuento, me propusieron que el pueblo construyera el tanque en la naciente de agua
prevista y que dieran colaboración para los trabajadores, dándoles comida y un lugar
donde dormir mientras se ejecutaba la obra. Con un estruendoso turno y otras
colaboraciones en efectivo, obtuvimos los doscientos cincuenta mil colones necesarios y
suficientes para culminar la obra. Mientras esta se ejecutaba, me dediqué a colaborar
con los pobladores de Santa Rosa, para que con la participación de don Guido y de don
Fernando les nombraran un maestro, y que ellos se comprometían a construir la escuela
y darle facilidades de hospedaje y comida al maestro que nombraran.
Al concluir ese año, cada casa del pueblo tenía instalada su cañería, la cual se
extendió a los poblados vecinos posteriormente y mediante acuerdo con los vecinos de
Ojo de Agua. También, se logró el nombramiento de un maestro para Santa Rosa y a mí
me tocó verificar el cumplimiento de los compromisos por parte de los pobladores de
ese pueblo.
Y así, nos despedimos de los pobladores creyendo que íbamos a volver, pero no
fue así: solo Carlos Ballestero volvió como director, pues yo renuncié al puesto ante una
propuesta de la entonces Directora Administrativa del Ministerio de Educación, para que
fuera a Liberia a impartir lecciones de Matemática y otras materias, pues había inopia
total de profesores.
Después de concluir mis lecciones de Matemática para la reforma y de continuar
en la UCR, me llamó el Asesor Supervisor de Matemática del MEP, Lic. Manuel Enrique
Castellón, para decirme que ya no iba para Liberia, porque el padre Arguedas del
Colegio Santa María de Guadalupe de Santo Domingo de Heredia, le solicitó un
profesor de Matemática y que él me había recomendado. Además, que me iban a dar
ocho lecciones de Matemática en el Liceo Nocturno Miguel Obregón de Alajuela en
forma interina, y que conforme se presentara la oportunidad me completarían un horario
de treinta lecciones con el MEP.
Esa promesa fue cumplida y así comencé una nueva aventura, que me llevó a
graduarme como profesor de Matemática y a obtener el título universitario de Bachiller
en Ciencias de la Educación. Por una operación de mi vista, no pude concluir los
estudios de Licenciatura.
En el año 1977 ingresé como Agente del Instituto Nacional de Seguros (INS)
donde me especialicé en seguros y recibí mucha capacitación en esa materia, lo que
me llevó a ser nombrado Instructor y Supervisor de Agentes y a egresarme en ventas
de Wilson Learning Corp., y de American Management Association, ambas de los
Estados Unidos de América.
Mi carrera en el INS fue más que exitosa y me pensioné en el año 1991.
Posteriormente estudié Inglés Conversacional en el Instituto Tecnológico de
Costa Rica (ITCR) donde me gradué, después de un año intensivo de estudios.
Viví durante seis meses en Estados Unidos donde reafirmé mi aprendizaje del
inglés, estudiando en el South Seattle Community College el curso Inglés Como
Segunda Lengua.
Hace apenas tres años me gradué en Mercadeo y Ventas en la Escuela de
Administración de Empresas de la UCR y hace un año aprobé los cursos de Liderazgo y
Motivación, del programa Especialista en Liderazgo y Motivación, de la Escuela de
Administración de Negocios del ITCR.
Actualmente me desempeño como Asesor y Consultor en Seguros tanto en el
ámbito nacional como internacional. En adición, durante los últimos diez años me he
desempeñado como Dirigente Comunal, pasando por todo el escalafón de ese
movimiento en forma exitosa.
Una apostilla necesaria para un personaje inolvidable en esta memoria.
Unas páginas atrás me referí a don Jesús Herrera Agüero más popularmente
conocido como “Pichuza”. Era un hombre de mediana estatura, de contextura delgada,
pelo crespo, labios pronunciados y actuación sencilla pero vistosa.
Era un buen mecánico y carpintero que se ganaba la vida arreglando los motores de las
piladoras de arroz (quitaban la cáscara o granza del grano) y haciendo múltiples
arreglos en las casas o construyendo algún mueble rústico. “Pichuza” era un hombre
muy inteligente, quien llevaba una vida solitaria pues no se le conoció esposa o
compañera alguna, le encantaba el guaro y cuando no había de la fábrica, entonces
recurría al “chirrite” o guaro de contrabando. También tocaba la guitarra y le gustaba
cantar. Ya bajo los efectos del alcohol, se transformaba y se volvía un poco agresivo y
le gustaba pelear, actuaciones en las que no le iba muy bien.
Por las noches era fácil saber dónde estaba, pues era cuestión de esperar un rato y
afinar el oído para escuchar el ruido del tapón de la botella cuando lo sacaba para
beber.
En algo siempre destacó “Pichuza”: en su gran espíritu de servicio para con quien fuera.
Bajo fuertes aguaceros iba a cualquier lugar con tal de llevar alimento, medicinas o de
arreglar algo urgente. “Pichuza” fue un personaje que me enseñó el arte de servir y
amar a los demás, aunque esa persona le hubiera causado un daño o un perjuicio. Ese
era DON JESÚS HERRERA AGÜERO (así con mayúsculas) un hombre bueno, sencillo,
justo, respetuoso de la fe cristiana y amante de servir a sus prójimos. Una loa final para
“Pichuza”.
Parodiando a Violeta Parra cantaría: Gracias a la vida, que me ha dado tanto,
me ha dado un lucero (siempre he visto con un ojo) que cuando lo abro, perfecto
distingo lo negro del blanco, y en cada persona al Dios que yo amo.
Sí, Gracias a la Vida, que me mostró la noche oscura del alma y la luz radiante
de la mañana del Espíritu Santo de la Vida. Gracias a la Vida, porque sigo siendo aquel
pequeño, al que se enseñó a amar como si hubiera de vivir por siempre y a vivir como si
hubiera de morir mañana.
Gustavo Alvarado Rodríguez
Algunos rasgos de mi vida.
Nací en San José en 1964, parte de mi infancia la viví con mis padres (Gilbeth y
Flor) y hermanos (Iliana, Gilbeth y Marianela) en Tilarán de Guanacaste. Hijo mayor de
la familia de un educador.
Luego nos trasladamos a vivir a Arenal Viejo, hoy parte de la represa del Arenal.
Los primeros tres años de escuela los realicé en el Centro Educativo de Arenal,
pues hay trabajaba mi padre. El cuarto grado de escuela, lo inicié en la comunidad de
Bagaces de Liberia, pero no lo terminé en ese centro educativo; por circunstancias
familiares nos trasladamos a vivir a Tilarán donde culmimé la primaria en el centro
educativo de Tilarán. El traslado de la casa a la escuela no fue difícil, pues la cercanía
lo favorecía, además viajaba con su padre que laboraba en dichos centros educativos.
Ingresé a la secundaria en el colegio de Tilarán, un centro educativo que
contaba con una matrícula aproximada de 340 alumnos “recuerdo que en mi grupo de
sétimo, éramos como 23 y por cierto tan unidos, que en la actualidad, en ocasiones nos
reunimos”
Durante esa época, tuve la oportunidad de formar parte de la Rondalla (grupos
de música) y en un grupo musical suramericano llamado Necaztle (oreja humana),
donde aprendí a tocar instrumentos musicales como guitarra, trompeta, flauta,
charango, cuatro, entre otros. “Fueron tiempo de gloria para el colegio de Tilarán”,
ganador en dos ocasiones del segundo lugar en el nivel nacional. Terminé la secundaria
exitosamente en el colegio de Tilarán.
En 1982 ingresé a laborar a la Municipalidad de Tilarán, en el departamento de
ingeniería, trabajé ahí durante ocho años y mediante un convenio entre el IFAM-UCRINA, estudié Dibujo Arquitectónico en San José. Trabajaba lunes y martes en la
Municipalidad y de miércoles a sábado viajaba a San José para recibir clases. “era un
poco duro, en la municipalidad ganaba ¢8500 y con eso me ayudaba para el estudio”
Terminé la carrera y trabajé con un arquitecto de Liberia, realizando planos en
lugares cercanos. “tuve suerte, por que cuando eso no habían casi arquitectos por esos
lados”.
En 1986, contraje matrimonio con
nuestro primer hijo, Joseph.
Sonia Murillo Paniagua, del cual nació
¿Por qué me hice educador y cómo me formé en la profesión?
En 1990, me separé de mi esposa y me fui a vivir a San Rafael de Guatuso. Allí
la búsqueda de trabajo fue difícil, pues el empleo para la arquitectura no era factible.
Cada familia construía su propia casa.
Fue, en esa misma época cuando algunos alumnos iban a su casa, para que los
preparara para los exámenes de bachillerato en Español y Ciencias, y así me di cuenta
de que tenía una gran facilidad para enseñar.
En 1996, por recomendación de mi padre, ingresé a la Universidad Florencia del
Castillo a estudiar educación, cuando me integré a la universidad me convencí de que la
enseñanza era lo mió, lo que quería realmente, pues me gustaba. Formo parte de un
grupo pequeño de 16 alumnos. “considero que la universidad era buena teóricamente,
pero le faltaba un poco de fuentes bibliográficas (biblioteca para información) y sobre
todo concretar la práctica, para enfrentar la realidad que se vive en las aulas
Su primer trabajo fue en el Colegio de Katira, lugar que funcionaba además
como salón comunal, ya que no había recursos económicos para construir un edificio
para el colegio de la localidad. Laboraba en el colegio durante el día y durante la noche
en el CINDEA, en el cantón de Guatuso.
Era Profesor de Español en el CINDEA, en el centro del cantón, San Rafael,
Río Celeste y la Cabanga; viajaba a algunos lugares en bus y a otros en bicicleta (10 a
15 Km.).
En el Colegio de Katira impartía clases de Español, a décimo y undécimo, y de
Ciencias a sétimo octavo y noveno año, me gustaba la biología, siempre quise ser
biólogo marino
Además impartí lecciones de Música a todos los niveles durante un año.
Recuerdo que cuando se realizaban las fiestas de la comunidad, el viernes por la
tarde después de clase, se corrían las paredes del edificio para convertirlo en una sola
sala y realizar los bailes y las actividades que se preparaban y para el lunes antes de
las siete de la mañana debía de estar todo preparado para que los educandos
recibieran clases. Recuerdo que en una ocasión, el conserje del colegio se quedó
dormido en el baño, estaba tan cansado luego de terminar de colocar las paredes, el
cansancio lo doblego y no pudo regresar a su casa, se durmió en el baño del salón.
En 2002 concursé para Educación Primaria y fui nombrado como interinamente
en la Escuela de la Rivera, una escuela con dos maestros. Impartía clases a segundo,
tercer y quinto año. La directora era Doña Marielos Arias. Era una escuelita de tablones
de madera, muy separados entre si, las sillas y los bancos eran hechos de costillones
de madera que lullía los pantalones y las enagua de los educandos rápidamente.
En 2003, llegó mi nombramiento para seguir trabajando en la escuela La Rivera,
pero por situaciones de la vida revocaron ese nombramiento, se lo dieron a una
educadora, por motivos de enfermedad. Pasé muchas penurias, pues había formado
una nueva familia y era padre de dos hijos pequeños, por los que debía velar. Envié
cartas al MEP y nunca tuve respuesta alguna.
El 31 de Marzo del mismo año recibí un mensaje del
Supervisor del circuito
(Warner Froilán) donde me solicitó presentarme a hablar con él, para que trabajara
como maestro, a partir del día siguiente en la escuela de Quebradón porque habían
nombrado una maestra de Guanacaste, que no se había presentado.
Así se realizaron los trámites para nombrarme como el nuevo maestro de esa
comunidad (Quebradón de Guatuso), un pueblo a 20 km del centro del cantón de San
Rafael de Guatuso, con carretera de lastre y caminos en mal estado, hasta la fecha
permanezco en esa institución.
Durante todo ese tiempo me traslado en motocicleta hasta el centro educativo
Descripción del centro educativo
Es una escuela pequeña con una matrícula inestable, por la cantidad de
familias que migran y emigran al lugar. Actualmente cuenta con seis alumnos (dos en
primero, tres en segundo y una en tercero), que provienen de familias de bajos recursos
económicos y constante inestabilidad social y económica.
La escuela cuenta con una buena infraestructura, sin luz eléctrica, una solo aula, un
baño, una pequeña bodega y un comedor. El comedor funciona con lo que da el
Gobierno y el “ajuste” (lo que se ponga después del arroz y los frijoles) lo ponen los
padres de familia y el patronato.
Personajes interesantes en la comunidad
En la comunidad son pocos las personas que colaboran, por ser un pueblo
sumamente pequeño con lo mucho diez familias.
Recuerdo con mucho aprecio a Don Pablo Matarrita, un señor solo, sin hijos, ni esposa;
siempre está pendiente de la escuela, siempre colabora con el alimento de los niños.
Es un pueblo donde, tanto los niños y padres de familia consideran al docente
como líder. En ocasiones se propasan y lo quieren involucrar en situaciones de pareja y
problemas entre vecinos.
La alfabetización y el nivel académico de los padres y las madres no
contribuyen al aprendizaje de los hijos. El docente es responsable y es el que debe
guiar a los niños en el proceso de enseñanza, ya que, no puede contar con el apoyo de
los padres, por su bajo nivel académico.
Entre los problemas más visibles que enfrenta el centro educativo se pueden
citar: falta de luz eléctrica, falta de integración de los padres y madres de familia al
proceso de enseñanza de sus hijos, inestabilidad familiar y económica, nivel académico
de los padres y las madres, niños con algunos problemas de aprendizaje.
Recuerdo de un niño o niña
Recuerdo a un niño y una niña en su primer año de trabajo, se identificaron
mucho con él, lo consideraban su padre. En sus clases permitía el desarrollo de la
creatividad y el talento en los alumnos. Ese alumno le regaló un dibujo extraño,
realizado por él, con tinta transparente que se lograba ver solo con la luz de un foco,
era un niño que tenía un don para el dibujo, en algunas ocasiones, representó al cantón
de Guatuso con sus obras.
La educación rural
Siempre trato de ser un maestro dinámico y concreto en las explicaciones para
que los niños me entiendan mejor y para que la clase no sea tan tediosa y aburrida.
Pongo mucho énfasis en lo afectivo, la relación alumno-maestro, respeto a mis alumnos;
ellos son mis amigos y yo soy su amigo además de su maestro.
En cuanto a la educación rural, hay que saber aprovecharla, sin dejar que los
educandos desaprovechen y desconozcan la importancia de los nuevos medios
tecnológicos, que por ende favorecen el proceso educativo, o sea no se debe
encasillar a los alumnos en una educación mediocre, con excusas de que no se puede
porque es una escuela rural, que carece de muchas comodidades para impartir las
clases adecuadas.
La diferencia está en el educador, la hace el educador.
Actualmente, laboro en la misma escuela (Quebradón), ya tengo cinco años y
deseo continuar. Con el tiempo he aprendido a querer a la comunidad, la escuela y a los
educandos. Al principio pensé que no me iba a acostumbrar y hoy no me quiero ir, es
parte de mi vida diaria.
Rocío Cubero
“Una historia sin culminar…”
Nací en San José en 1973, hija mayor de Octavio y Yadira, con dos hermanos
menores (Verny y Brainer).
Crecí en la comunidad de Cañas, en el barrio Limbo, de Guanacaste.
Inicié la educación primaria en la escuela Monseñor Luis Leipold de Cañas.
Tenía una maestra muy estricta, que me enseñó lo que soy hoy. Fui integrante del
equipo de baloncesto del centro educativo.
Realicé la educación secundaria, hasta cuarto año, en el Colegio Miguel Araya
Venegas, de Cañas. Por mis excelentes notas tuve la oportunidad de estudiar en un
Colegio Científico, pero rechacé la oferta. Durante esa época continué formando parte
del equipo de baloncesto y participé en Juegos Nacionales de Baloncesto, tuve la dicha
de representar al colegio en este deporte.
En 1987, por problemas familiares y económicos mis padres decidieron
trasladarse a vivir a La Cabanga con mis dos hermanos, estos de dos y tres años.
Con el afán de terminar mis estudios, me quedé con mis abuelos en Cañas un
año más, pero no terminé y me fui a vivir con mis padres a La Cabanga. Ahí, conocí a
mi esposo, (German Porras). Con el apoyo de él y mediante un proyecto que realizaba
la UNED, logré terminar mis estudios de Bachillerato en Secundaria por madurez. Es
ese entonces, tuve mi primer hijo Geiner.
Nos trasladmos a vivir a Quebradón de Guatuso, a una finca de mi esposo.
Ingreso a la UNED de Upala, a estudiar educación. Siempre, deseé estudiar dos
carreras: Educación y Leyes, pero por circunstancias personales escogí Educación.
Viajaba 50 km en moto, con mi esposo, embarazada de mi segunda hija, por
caminos y puentes en mal estado. En una ocasión el río Frío estaba muy lleno y no
había paso, tuvimos que dar una gran vuelta, yo, con mi hija Dayana recién nacida, así
viajaba a la Universidad”
El señor, Mario González era el maestro de la escuela de Quebradón, pueblo
donde vivía, lo visitaba en ocasiones para ayudarle con los niños, y los planeamientos.
Siempre colaboré con el centro educativo, pues la distancia le favorecía. Mi casa se
encontraba a 200 mts. de la escuela.
Como inicié su experiencia en la educación.
Realicé una incapacidad en la escuela de Pejibaye por 15 días, y otros 15 días
en la escuela de Quebradón, En el mismo año, don Mario, el maestro de la escuela de
Quebradón, fue operado y requirió ser incapacitado por cuatro meses, por petición del
maestro, fui llamada para suplir la incapacidad en este centro educativo.
Para el año entrante, el MEP me nombró en forma interina en una escuela de
una comunidad llamada Cuatro Bocas, pero, por situaciones familiares, no me fue
posible efectuar este traslado al centro educativo (con hijos pequeños y terminando el
Bachillerato en Educación). En el mismo año al maestro (Mario) de la escuela de su
pueblo (Quebradón) lo trasladaron a una escuela en Upala.
Con un poco de ayuda y por prórroga me nombraron en la escuela. Antes del
nombramiento, recuerdo que viajé a la UNED de Upala para retirar mis exámenes y así
presentarlos para recibir mi titulo, pero por desgracia me los extraviaron, y nadie me
daba respuesta de ellos, era tanto el estrés, que me ataqué a llorar y mi esposo fue el
que terminó haciendo las vueltas, tuvimos que ir hasta San José a buscarlos.
Trabajé durante cinco años en la escuela de Quebradón. Gracias a mi labor y al
apoyo de la comunidad, en ese centro educativo se logró construir el edificio que posee
hoy. Luché siempre para que la comunidad se integrara a la escuela y se aprovecharan
al máximo todos los recursos que provenían de otras instituciones.
En el año 2003, me nombraron con propiedad en la escuela Líder de San Rafael
de Guatuso, en el centro del Cantón, donde aún laboro, debido a esto me traslado a
vivir al pueblo de Pejibaye (5 Km. más afuera ).
Inicié impartiendo clases a primer y cuarto grado, gracias a Dios ya tenía
suficiente experiencia, pues los años de trabajo le van dando a uno la facilidad para
trabajar.
Era un grupo de primero que tenía algunas características especiales:
difícil pues había mucho niños repitientes y algunos con problemas de aprendizaje. No
obstante, logré sacar adelante este grupo.
Proyectos y logros
Para el año 2005, llevé como tutora, dos grupos de la escuela a la Feria
Científica y obtuvieron el segundo lugar en el nivel regional.
Actualmente, dirijo una banda musical integrada por niños y niñas de la escuela,
proyecto que inicié en el año 2006, con el fin de brindarles una forma de recreación
sana. Además, tengo a cargo un grupo de baile folclórico con niños de preescolar y
primer grado. Este grupo fue ganador de un premio en el Fstival General de la
Creatividad.
Recuerdos
Tuve un grupo especial, donde la diversidad de los alumnos era increíble, tenia
alumnos inquietos, enamorados, sumisos, llorones y recuerdo con gran aprecio, a uno
de ellos que provenía de una familia muy pobre, pero era muy inteligente y aplicado.
Educación rural
Creo que la educación rural no existe, el lugar o la ubicación de una escuela no
debe hacer la diferencia en el proceso educativo, el docente es quien hace las
diferencias, si se tiene el don y la capacidad para la enseñanza, se deben romper las
barreras y no estancarse o limitarse a los obstáculos que se aproximan constantemente.
Cuando se trabaja en una escuela de una zona rural, no debemos limitarnos a lo
que nos llega, sino abrirnos en busca de nuevas caminos y nuevas rutas para mejorar
el proceso educativo.
La ubicación es diferente, pero el proceso educativo no tiene porqué ser
diferente, el docente debe encargarse de hacerlo igual.
Adriana Rojas Cruz
Nací en 1981, en San Carlos. Mis padres fueron Luis y Clara. Soy la hija
mayor de cuatro hermanos Yendry, Mauricio y Jean Carlos.
Mis primeros dos años de vida, los viví con mis padres en Las Delicias de
Monterrey, cerca de mis abuelos. Luego mi padre compró una finca en la Tigra de San
Carlos y nos trasladamos a vivir a esa comunidad, que por cierto no recuerdo mucho.
Cuando tenía tres años y mi hermana Yendry dos, nos fuimos a otra finca en El
Cruce de Mónico, porque mi papá tuvo que vender la que tenía en La Tigra, ya que los
precaristas se le metieron.
En el año 1989, ingresé junto con mi hermana a la escuela de Tiales. Mi padre
decidió enviarme hasta el año entrante, con mi hermana, para que no viajara sola,
porque era muy largo (3 Km. y medio).
Cuando cursaba mi primer grado de escuela, nació mi hermano Mauricio y en
segundo año mi hermano menor Jean Carlos. Terminé la primaria y me gradué en la
escuela de Tiales, junto con mi hermana.
En el año 1996, ingresamos al Colegio Técnico Profesional de Guatuso, los dos
primeros años fueron muy difíciles, porque teníamos que caminar una hora para abordar
el bus que nos llevaba al colegio. Fue peor el tercer año, porque nos quitaron el
transporte y durante unos meses caminamos 12 km de la casa para salir a la pista y
abordar un bus hasta el centro de San Rafael, donde se encontraba el colegio. Nos
levantábamos todos los días a las tres de la mañana y de regreso llegábamos a las 8:30
p.m. o a las 9:00 p.m., era muy cansado. Por esta situación mi padre decidió hablar con
los padres de una compañera, para que nos diera hospedaje en su casa, mientras se
solucionaba la situación del transporte. Ese año terminó y nunca se arregló lo del
transporte, hasta el año próximo.
Para los exámenes de bachillerato, teníamos que asistir a centro de repaso por
las noches, como se nos hacía muy difícil viajar de nuestra casa, nos quedábamos, los
fines de semana, donde una compañera que vivía en Pejibaye, o si no en el centro
entre semana.
En el 2000, me gradué de Bachiller en Secundaria, pero no tenía ni idea qué
quería estudiar, ese año no hice ningún examen para ingresar a una Universidad.
Decidí junto con otros compañeros del colegio sacar Técnico Medio en Secretariado
Profesional, especialidad que llevamos desde cuarto año del “cole”. Hoy me doy cuenta
que ese fue un año perdido, pues me la pasé de vaga con una compañera, del Colegio
al centro. Realizamos la Práctica Supervisada en la Supervisión Escolar de Guatuso,
fue una experiencia maravillosa que me ayudó a tomar decisiones importantes en mi
vida.
Cuando llegaron las pruebas finales, por supuesto las perdí, junto con mi compañera,
los demás compañeros y mi hermana sí las ganaron.
En el 2002, ingresé a estudiar Educación en I y II ciclos, en la Universidad
Florencio del Castillo, yo quería Administración Educativa, pero siendo esta carrera tan
cercana, me matriculé en ella, con el propósito de que algún día podría complementarla.
Para 2003, trabajé en una incapacidad por 15 días, en la escuela de Las Letras,
una escuela pequeña, unidocente. Fue una experiencia inolvidable, la maestra no dejó
nada al día y tuve que iniciar de cero, no tenía la suficiente experiencia para enfrentar
esa situación y fue donde me di cuenta que la educación que estaba recibiendo en la
Universidad no era del todo buena.
Nos enseñan la teoría, pero no nos muestran la realidad que hay en las aulas de las
escuelas.
Luego de esa experiencia, fue hasta el año entrante en el 2004, que me llamaron
para realizar otra incapacidad en la escuela de San Juan por 22 días, Luego en el
mismo año realicé otro permiso, junto con mi hermana, en la escuela de El Palenque
Margarita también por 22 días, una comunidad donde habitan uno de los grupos de
indígenas de nuestro país, los Malekus.
En el 2006 debía realizar una incapacidad en la Escuela Líder de San Rafael
de Guatuso, por 15 días, pero la maestra sufrió un accidente y se incapacitó por todo el
año, entonces laboré durante todo ese año.
Para 2007, la maestra que tenía propiedad se marchó a Estados Unidos y por
prórroga me nombraron de nuevo en la escuela, hasta la fecha.
Actualmente imparto clases a dos grupos de quinto año, de 45 alumnos cada
uno. Aunque tengo poca experiencia me siento bien, y con el tiempo me gusta lo que
hago.
Descripción de la escuela
Es una escuela grande, con una buena infraestructura, cuenta con una
matrícula actual de más de 400 alumnos, con siete maestros de primaria para las
materias básicas y seis maestros para las materias especiales, contando preescolar y
materno.
Se imparten clases de computación, ingles, taller y entre otras.
Personajes interesantes
Para no viajar desde mi casa, vivo en la casa de una señora que le llaman
“China”, esta señora se ha convertido en mi mano derecha, me apoya en las diferentes
actividades que se realizan en la escuela, además de ser un miembro de la comunidad,
es la madre de uno de mis alumnos, es una de esas madres que vela por la educación
de sus hijos.
Problemas
Entre los problemas que logro visualizar en la comunidad y que por ende
perjudican el desarrollo de una educación de calidad, se pueden citar: problemas de
aprendizaje en muchos niños, por ejemplo, actualmente tengo un alumno que no sabe
leer ni escribir, proviene de una familia indígena con muchos problemas de salud, su
madre enferma mental, sin padre, por lo que el niño vive con su abuela que es un
anciana.
Otro problema es la poca integración de los padres de familia en el proceso
educativo.
Educación rural
La educación rural, no debe limitar un proceso educativo de calidad. En un
ambiente rural se desarrolla una excelente calidad de vida, donde los recursos naturales
son nuestros aliados para realizar un cambio en la enseñanza de los niños.
Pienso que el problema de la educación actual, son la infinidad de leyes que se
han establecido actualmente, entre el alumno y el maestro que, con el tiempo han
desvalorizado la enseñanza y las tradiciones; el respeto y la tolerancia se han
convertido en simples palabras. La educación ha viajado a grandes pasos en los medios
tecnológicos, pero ha retrocedido en los verdaderos valores de la educación que son
“la formación de individuos que conserven los valores para actuar correctamente en la
sociedad”.
Claudio Antonio Vargas Fallas
Nací en San Marcos de Tarrazú en 1965. Soy el décimo de once hijos que
tuvieron mis padres: Lucía Fallas y Rodrigo Vargas. Vivíamos en San Guillermo, en
una finca que papá llamaba “Fidelina Hermosa” o “La Chayotera” que, en parte, mi
padre había heredado de mis abuelos. No teníamos electricidad ni agua en la casa. Se
cocinaba con leña y nos alumbrábamos con canfineras y candelas. Papá tenía una
yegua que se llamaba More que nos servía como medio de transporte. También
teníamos una carreta que se usaba para llevar el café al Bajo del Río donde estaba el
beneficio de la Cooperativa.
Era una vida muy dura, pues se trabajaba mucho para poder tener lo básico.
Como la mayoría de las familias campesinas de la zona, se vivía de las ganancias que
producía el café. En esa época el café no valía mucho y el rendimiento por manzana era
muy poco, así que se procuraba sacar el máximo provecho de la tierra.
Teníamos bananos, guineos, una huerta, caña de azúcar de la cual se producía
el dulce, también vacas, gallinas y chanchos. Era una economía de sobrevivencia que
garantizaba cierta autonomía en el consumo. No había lujos, pero se tenía lo necesario
para vivir. Ahora, obsesionados por las ganancias del café, muchos campesinos no
tienen espacio ni tiempo para dedicarse a otros cultivos y deben comprar en el mercado,
lo que antes producían. Esto es una lástima, porque ha significado la transformación de
un estilo de producción y de vida basado en conocimientos heredados, generación tras
generación, por otro más dependiente del mercado, dentro de una concepción de
desarrollo
“occidentalizada”.
Mis hermanos mayores ayudaban a mi papá en el campo y mis hermanas a
mamá en la casa. Los más pequeños aprendíamos los oficios del campo desde
temprano. Era fundamental que aprendiéramos desde pequeños a ser “hombrecitos” o
“mujercitas” según la tradición patriarcal. Perder el tiempo, no saber hacer alguna labor
o no querer hacerla, era algo inadmisible porque era un descrédito para la familia y una
actitud que podría representar en el futuro, ser un irresponsable con la familia que fuera
a formar. Cuando le decían que era “muy valiente” uno se sentía muy orgulloso,
porque era una forma de decirle que, aunque apenas era un niño, pronto sería tan buen
trabajador como los mayores. Nunca fuimos explotados laboralmente por nuestros
padres, porque el involucrarnos desde muy pequeños en el trabajo, fue una forma de
prepararnos como personas responsables, solidarias y esforzadas.
El trabajo y la honradez han sido dos de los principales valores que nos
inculcaron nuestros padres.
En el campo se aprenden muchas cosas que no se aprenden en la escuela o en
los libros y que son necesarias para vivir no solo en este contexto. Algunos quizá no
las valoren porque las ven desde sus ámbitos urbanos y por eso tienden a pensar que el
campesino es ignorante y que hay que alfabetizarlo por medio de una cultura
sistematizada, pensada desde una realidad diferente a la que se vive en el campo.
En la zona rural los sentidos se desarrollan para conocer el mundo. Se aprende
a percibir la proximidad de la lluvia, a distinguir las aves por su canto, a reconocer las
plantas medicinas o las hierbas venenosas, la alarma de las gallinas ante la presencia
de un gavilán, el bramido de una vaca antes de parir y a distinguir algunos signos que
muestran los animales cuando va a temblar. Se desarrollan estrategias para la vida. La
luna no solo es un astro que alumbra el camino durante las madrugadas, es también el
indicador de cuándo sembrar, hacer la poda o esperar el nacimiento del becerro, se
aprende a calcular la hora con solo ver la posición del sol. Esto se ejercita en las
vivencias cotidianas, sin mucho discurso, a través del contacto directo con el medio.
La diversión estaba ligada a las oportunidades que ofrecía el medio. Ir al río a
nadar o buscar cangrejos debajo de las piedras, subirse a los árboles a comer naranjas,
jocotes, murtas y guayabas. Los juguetes eran hechos por nosotros mismos: una varilla
se convertía en espada, un tronco con un clavo era un carro, el paredón era un laberinto
de carreteras, el patio era la plaza o la rayuela y el cafetal, el lugar para jugar
escondido. El tiempo libre también se ocupaba en recibir visitas o ir a pasear a donde
los familiares o vecinos, visitar a un enfermo o participar en las actividades religiosas
del pueblo: desde la misa, hasta funerales, bautizos y matrimonios.
También y, desgraciadamente, el licor clandestino y la cantina formaban como
aún, el centro de interés de muchos hombres adultos y jóvenes.
Los domingos eran los días más esperados de la semana porque bajábamos a
San Marcos para participar en la misa. Más que un acto religioso, era una oportunidad
para socializar. Todo el mundo se encontraba en la iglesia; familiares, vecinos y amigos
aprovechaban para conversar, hacer negocios, invitarse mutuamente a las casas, pero
lo que más nos emocionaba a los más chiquitillos, era disfrutar de una golosina en la
pulpería. Este día no se trabajaba, así que teníamos tiempo para jugar, ir a la casa de
los primos, o simplemente quedarse en la casa conversando.
La actividad diaria comenzaba muy temprano. De madrugada me despertaba
por el ruido de las mujeres en la cocina: palmeaban las tortillas, atizaban el fuego,
chorreaban el café y preparaban los almuerzos entre conversaciones, canciones
rancheras que salían del radio, cucharas que caían al suelo, risas y conversaciones
animadas. En la noche, después de rezar, mamá nos hacía un atol o una aguadulce y
nos poníamos a escuchar a “Chona y Tranquilino”, “El jajá del aire” o “Escuela para
todos”. A las siete ya todos dormíamos. Pero, lo que personalmente disfrutaba más, era
la visita de mi abuelo Juan, que era todo un cuenta cuentos. Todavía recuerdo los
gestos que hacía en la cama, mientras nosotros embelesados, viajábamos al mundo de
las brujas y los espantos, la mano peluda, el cadejos o la tule vieja y que luego no me
dejaban dormir.
Aunque el estudio no era una tradición en mi familia, pues mi padre había
llegado hasta quinto y mi madre hasta segundo grado, existía la conciencia de que se
debía estudiar para no quedarse “burro”, y “quien quita”, para sacar una profesión.
Como a dos kilómetros de la casa estaba la escuela. Para llegar a ella había que cruzar
unos cafetales, atravesar un río y luego seguir por la calle del pueblo hasta una larga
tira de gradas que subían por una pendiente. La escuela era vieja, olía a ratones y a
murciélago pero era bonita, tenía un corredor de mosaico muy claro, grandes ventanas
a los lados y un escenario al fondo. Era una escuela unidocente. Mi primer día de
clases lo recuerdo muy bien; mamá nos alistó a todos en la mañana. Me fui con mis
hermanos Hugo y Bernardita. El maestro nos recibió en la entrada y me preguntó la
edad, luego entramos. Me regaló el Silabario Castellano de Porfirio Brenes. Era nuevo,
con dibujos a colores lindísimos, un borrador, una regla, lápices de colores y dos
cuadernos, uno de ellos para dibujo.
Allí estudié hasta abril del año siguiente, porque en 1973, nos fuimos a vivir a
San José.
No sé exactamente por qué razón, pero papá vendió todo y nos fuimos a vivir a
Mozotal, en Guadalupe.
Este fue un cambio muy duro para todos, pero especialmente para mis padres y
los hermanos mayores. Significó dejar a sus amigos y parientes, entrar en contacto con
otra cultura muy diferente a la que conocíamos. La ciudad nos ofrecía nuevas
posibilidades en la vida: trabajos mejor pagados aunque no propios, posibilidades de
estudiar, acceso a servicios como la luz y el agua, el comercio, los hospitales,
transporte, en fin, la ciudad representaba para nosotros una vida menos dura y más
cómoda. Sin embargo hubo un choque cultural porque éramos los polos que se
acostaban temprano, teníamos un acento extraño y además cocinábamos con leña y
olíamos a humo.
Comenzó un periodo de adaptación que al fin nos transformó en un híbrido entre
campesino y citadino. Porque, aunque nuestra vida cambió, los principios que nos
orientaron mis padres se mantuvieron: el valor de trabajo, el arraigo a la tierra y a la
naturaleza en general, el respeto por lo rural, la solidaridad, la cordialidad al recibir las
visitas, en fin, son elementos de una identidad que siempre hemos mantenido como
familia.
Quizá lo que más extrañábamos de San Marcos era la identificación con el
pueblo, el sentido de pertenencia a un lugar donde quedó nuestro ombligo, donde
vivieron nuestros abuelos y donde se tejieron tantos recuerdos.
A pesar de que llevamos muchos años en Mozotal, nunca hemos podido
sentirnos parte de él, porque los vecinos, aunque son buenas personas, no tienen esa
historia común que forja la identidad de un pueblo rural.
Papá y mamá siempre han procurado conservar elementos de su vida rural. Por
ejemplo, la cocina de leña, el rezo del niño, la huerta. Incluso papá aun siembra maíz,
café, bananos y guineos. Y aunque el espacio se ha ido reduciendo para dar paso a las
casas de mis hermanos y hermanas, todavía hay gallinas, porque como dice papá, “es
como estar en el campo.”
En la época en que llegamos, Mozotal era muy rural, por eso les gustó a mis
papás. Así fueron pasando los años, fuimos creciendo e integrándonos a esa nueva
cultura, pero siempre sabiéndonos Marqueños.
Recuerdo que nos matricularon en la escuela de Los Ángeles en Ipís. Mi
hermana Bernardita me llevó a la escuela, me dejó en el portón y yo me quedé solo,
estupefacto. Nunca había visto una escuela tan grande y con tantos niños. Mi maestra
Licy, me llevó al aula, me presentó y de inmediato me puso a trabajar pero yo estaba
muy atrasado. A los días me pasó con los estudiantes que les costaba más el estudio.
Fue hasta cuarto grado que me pude poner al nivel de la mayoría de los compañeros,
gracias a mi maestra Grace Soto.
Fui al Colegio de Coronado, por cierto, bastante rural en aquel entonces. Allí
tuve muy buenos profesores, pero una profesora que marcó mi vida fue Edna Blanco.
Ella me dio español durante los cinco años que estuve en el colegio. Me enseñó a
apreciar la lectura, a desmenuzar las palabras en su significado, a extraer de cada texto
una enseñanza para la vida. Conocí a Machado, García Lorca, Jorge Debravo. Me
sensibilizó ante la realidad latinoamericana, a creer en lo nuestro, a valorar más mi
identidad rural. Cada lección suya era un ejercicio reflexivo que nos llevaba a sentir y
vivir un compromiso para cambiar el “status quo”. Sus mensajes siempre eran profundos
y lo llenaban a uno de inquietudes: qué puedo hacer yo para mejorar el mundo. Me hizo
ser un joven idealista y a tener una visión esperanzadora del ser humano, a ser un
soñador. Ahora, ya entrado en la madurez, vuelvo a ver atrás y me pregunto, cuántas
de mis acciones han estado influidas por esta mujer.
Su ejemplo sembró en mí, mis primeras inquietudes hacia la educación. Un día
llegó a la clase y nos invitó a integrar un grupo de alfabetización para adultos en
Coronado. Sin pensarlo mucho, me apunté. Había que vivir el compromiso. Esta
experiencia en definitiva me empujó a optar por ser educador de primaria. Si el mundo
andaba patas arriba porque a la gente le faltaba conciencia, la Educación tendría que
ser la herramienta para despertarla y construir un mundo nuevo.
Era un grupo de siete personas, entre adultos y jóvenes. Trabajábamos con la
cartilla “Adelante” del ICER. Nos veíamos dos veces por semana. Fue un proceso muy
lento, pero me permitió conocer cómo la pobreza, producto de la explotación laboral y a
veces los docentes, habían sido la causa de que estas personas fueran analfabetas.
Conocí lo duro de sus trabajos, la esperanza que tenían de mejorar sus vidas
por medio de la educación. Aprender a leer y escribir era un paso fundamental para
salir de la marginalidad. Estas ideas me hicieron mantenerme en el proyecto por dos
años. Era muy cansado realizar esta tarea porque, ya había entrado a la Universidad y
además trabajaba como mensajero. Con mucho dolor tuve que comunicarles que no
seguiría con las clases. No todos aprendieron a leer. Recuerdo a un señor muy mayor
que, cuando le dije que ya no volvería más, me respondió muy triste: “Y yo qué, me
quedo enjuagado”.
En 1984 entré a la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica para
estudiar Educación Primaria. Mis padres apoyaron mi decisión y se pusieron muy
contentos. Hubo quienes, me dijeron cosas como “nunca va a salir de pobre” “estudie
otra cosa, usted es muy joven - me dijo una maestra- uno nunca tiene descanso”. Una
vez, me encontré a una compañera del colegio y me dijo: “por qué se hizo maestro, si
usted era muy inteligente” A veces me daba cólera, pero ante frases como esas, era
mejor quedarse callado.
En 1992 me gradúe como Licenciado en Educación Primaria con énfasis en
Estudios Sociales. La formación en esta universidad fue muy buena, aunque siempre
me quejé de los malos cursos que mantenían una visión alejada de la realidad, con
poco contenido político o social que me diera las herramientas para ser un maestro
transformador. Ese ideal no lo podía olvidar. Era una formación academicista, muy
centrada en una formación general, con buenas bases en Metodología y en Didáctica,
pero sin el contenido social que buscaba.
Esa base política y social la encontré al involucrarme en el movimiento
estudiantil con un grupo de izquierda. Junto al análisis político, las canciones de Silvio
Rodríguez, Pablo Milanés, Violeta Parra, Víctor Jara o Mercedes Sosa, iba creciendo en
m interior un anhelo de justicia y compromiso social. Esta fue una experiencia muy
intensa, tanto que me atrasé en los estudios, pero no lo lamento, pues aprendí mucho
sobre política, organización y liderazgo que luego apliqué en mi trabajo como docente,
particularmente en la escuela rural.
La década de los ochenta fue muy convulsa por los movimientos revolucionarios
en Centroamérica. El Salvador y Guatemala vivían la represión de gobiernos militares.
Nicaragua estaba en guerra civil. Honduras y Costa Rica jugaban un papel
contrainsurgente por presión de los Estados Unidos. En la universidad se organizaban
marchas, mítines, debates en apoyo a los procesos revolucionarios centroamericanos.
Así que, en el verano de 1985, me fui para Nicaragua a colaborar con la
Revolución Sandinista en los cortes de café. Estaba convencido de que, como joven
revolucionario, debía ser solidario con aquellos que luchaban para construir una
sociedad más justa y humana. Fue una experiencia muy dura porque me fui sin la
aprobación de mis padres. Con justa razón, les preocupaba mucho lo que me pudiera
pasarme. Esta experiencia me ayudó a madurar como persona y a la postre como
profesional. Conocí la pobreza de un pueblo en guerra, sentí el miedo a la muerte, la
tristeza de muchos jóvenes que habían participado en combates. Pero también viví la
esperanza de un pueblo que había acabado con una dictadura, que se lanzaba a
alfabetizar, a construir escuelas, hospitales, que repartía la tierra, que hacía poesía,
música, pintura, que luchaba con tenacidad por construir al hombre nuevo. También
aprendí a valorar más a mi familia y las cosas buenas del país donde había nacido.
La guerra no es buena, porque destruye al ser humano, por dentro y por fuera.
Lo vuelve triste, violento, lo mutila. Pero la pobreza, la marginalidad, la exclusión por
cualquier motivo, son también violentas. Por eso, cualquier persona sensible, y sobre
todo un educador que lidia, cotidianamente con estas realidades en su aula, deben
tener las herramientas para entenderlas y combatirlas.
La experiencia en Nicaragua fortaleció mis ideales políticos. Freire, Carmen
Lyra, Omar Dengo, Luisa González, Manuel Mora, Francisco Gutiérrez, Joaquín
Gutiérrez, Makarenko, entraron a mi vida como el agua fresca que se toma con ansias
transformadoras.
En 1987, siendo presidente de la Asociación de Estudiantes, la Juventud del
Pueblo Costarricense, organización en la que militaba, me envía por seis meses a la
Unión Soviética, a la escuela de cuadros del KOMSOMOL, organización juvenil del
Partido Comunista de la Unión Soviética. Por primera y única vez, cruzaba el Atlántico
hacia lo que consideraba “el paraíso del socialismo”, del que había leído y escuchado
tanto. Allí nos enseñaron cuestiones que tenían que ver con la historia del Movimiento
Obrero Mundial, la historia del PCUS, economía política, filosofía, comunismo científico.
Teníamos encuentros con jóvenes de diversos países, sobre todo latinoamericanos.
Ellos contaban de las situaciones que vivían, de sus luchas, de la represión que sufrían,
de la marginalidad en que vivían sus pueblos, compartíamos nuestros sueños de
construir un mundo socialista, solidario y unido.
Cuatro años después ya no existía el socialismo, solo la injusticia de siempre.
Tuve poco tiempo para conocer lo que realmente pasaba ahí, y aún hoy en día, me
cuesta mucho comprender lo que pasó. Me impresionó que, a pesar de la profunda
huella que dejó el nazismo en este gran país, con un saldo de 20 millones de muertos,
un día me encontrara una cruz esvástica dibujada en una pared. Caído el socialismo, el
movimiento de izquierda se debilitó en el país y con ello, dejé mi militancia en la
organización.
En 1988 empecé a trabajar como maestro en la escuela Roberto Cantillano
Vindas en la Mora, Ipís. Esta es una escuela urbano marginal. En aquellos años, cientos
de precaristas tomaron las tierras que rodeaban la escuela y construyeron sus
ranchos. La pobreza era la constante entre los alumnos. Provenían de distintos lugares
del país. Era una población muy heterogénea. Inmigrantes centroamericanos
desplazados por la guerra, campesinos que abandonaron sus pueblos, citadinos,
madres solteras, que se mezclaban con los vecinos residentes de la zona y que tenían
mejores condiciones de vida. Sin embargo, la mayoría eran estudiantes esforzados,
con padres que se preocupaban por la educación de sus hijos. Claro, había sus casos
difíciles. Algunas veces me tocó ir la casa de ellos para hablar con sus padres. Salía
uno con el corazón desecho después de conocer las condiciones de vida que llevaban,
las limitaciones que tenían para dar a sus hijos lo que necesitaban. Y como siempre, se
quedaba uno con la incógnita ¿qué hago ahora? Estas situaciones y otras en la vida
como maestro, me han llevado a pensar que, si bien, el docente no puede resolver los
problemas estructurales de la sociedad, puede contribuir a que los niños se sientan
seguros, protegidos, respetados y felices en las aulas. Se debe despertar en ellos el
sentido de superación, pero no enmarcado en individualismo que genera competencia,
sino dentro de la solidaridad y la cooperación. Se debe despertar en ellos, la conciencia
social, para que se conciban a si mismos como luchadores capaces de generar mejores
condiciones de vida. Sin olvidar que necesitan alimento, ropa, cuidado médico entre
otras cosas, el docente debe procurar hacer que las clases representen una oportunidad
para que los estudiantes disfruten, que pinten, canten, jueguen, exploren sus
capacidades, vean en cada contenido un medio para conocerse y conocer a los demás.
Esas clases, donde debe aprenderse a sumar cosas abstractas o a leer textos que no
les dicen nada, solo se agregan al mundo de violencia que viven y que no es justo que
encuentre continuidad en las aulas.
Fue mi primer fogueo como docente y allí compañeras como Bernardita,
Magdalena y Patricia, se constituyeron en mis maestras, corrigiendo mis novatadas y
dándome apoyo cuando no sabía como actuar.
En 1992 me trasladé a trabajar a la escuela La Trinidad de Moravia, donde
conocí a otras tres excelentes educadoras: Marisol Vidal, Gabriela Chinchilla y Sara
Guzmán. Allí trabajé por espacio de tres años. Esta era una comunidad diferente.
Aunque era urbana, aún tenía rasgos de zona rural, la mayoría de los estudiantes eran
descendientes de pobladores que habían nacido y vivido allí. Era muy común tener en
la clase estudiantes que eran parientes, las mamás y los papás se conocían por lo que
los lazos sociales eran más fuertes en esta comunidad. Había menos estudiantes que
en la Cantillano lo que facilitaba que se diera una relación más familiar entre todos.
Fueron años apacibles. Recuerdo que tenía un estudiante con ciertas
restricciones para participar en actividades escolares por razones religiosas. Me
preocupaba mucho porque veía su cara triste a la hora de formar la directiva. Se lo
comenté a su madre y ella me justificó desde su punto de vista religioso el por qué de
tales impedimentos. Al ver tal convencimiento en ella, opté por respetar sus principios y
abrirle otros espacios de participación. Experiencias como estas le enseñan a uno a ser
tolerante ante las diferencias.
Por esos años, la profesora Yadira Cerdas me ofreció un curso en la División de
Educación Rural, pues ante la falta de docentes en el país, se habían abierto Planes de
Emergencia para la Formación de Educadores. Así comenzó para mí una nueva
dimensión profesional a nivel universitario y específicamente ligada con la educación
rural. Trabajé en San Carlos, Cañas y Heredia con educadores que ya estaban en
servicio. Cada curso que daba, no me da vergüenza decirlo, era un aprendizaje para
mí, pues aprendía una perspectiva diferente de la educación, pues se trataba de un
enfoque pedagógico orientado hacia lo rural. Esto me interesaba mucho, porque me
acercaba nuevamente a mis orígenes campesinos. Algo que estaba ahí, pero que
percibía como un dulce recuerdo y como una realidad lejana.
En 1994, apareció la posibilidad de comprar un terreno en San Cristóbal de
Desamparados, al lado de la carretera interamericana sur. Lo rural me jalaba de nuevo
a mis raíces. Un amigo Oscar Zamora, me propuso que nos pusiéramos un restaurante
en ese lugar. La idea del proyecto me tentó por las posibilidades económicas que podía
generar, pero además me parecía interesante trasladarme a trabajar a una escuela
rural de la zona. Dicho y hecho, hice un préstamo y pedí traslado a la escuela
Unidocente Manuel Ortuño en Canón de El Guarco. Mi familia me alentó a hacerlo,
sobre todo mis papás que aferrados a su vida rural, imaginaban la posibilidad de
sembrar, criar animales y revivir aquella forma de vida que llevábamos en Tarrazú. El
negocio del restaurante no fue exitoso, hubo que cerrarlo al cabo de un año. Pero la
experiencia como docente rural, impactó mi vida para siempre.
Llegué a la escuela con la seguridad que me daba la experiencia docente, la
formación recibida en la Universidad, mi infancia rural, en fin, con mucho ánimo para
trabajar. Jamás me imaginé lo difícil que resultaría hacerle frente a tantas
responsabilidades juntas. Pronto me di cuenta que lo que sabía me ayudaba poco en el
trabajo, tenía que partir casi de cero. Pero lo más difícil fue desaprender para ubicarme
en esta nueva realidad, porque pretendí seguir trabajando con el esquema urbano de la
formación recibida. Cómo trabajar con varios niveles a la vez, cómo administrar una
institución rural, cómo lidiar con las limitaciones de recursos, de infraestructura, con la
burocracia del MEP, cómo manejar la soledad, la frustración, el desánimo y la
impotencia. A pesar de tener orígenes rurales y de sentirme muy identificado con la
comunidad, esta era diferente a la de Tarrazú, porque como lo he ido comprendiendo en
el camino, lo rural en si, también es muy diverso, desde la ubicación que puede ser la
montaña, la costa, o el valle, hasta la cultura indígena, mestiza, afro costarricense.
Tampoco es lo mismo una comunidad rural donde la mayoría son dueños de la tierra o
aquella donde se es peón o inmigrante. Mucho me ayudó la experiencia que iba
adquiriendo como decente de la División de Educación.
Cañón está ubicado a 2600 m.s.n.m. y es atravesado por la Carretera
Interamericana Sur. Estas dos circunstancias influyen en la actividad económica de los
pobladores y en las relaciones sociales y culturales que tejen entre sí y con Cartago, el
centro urbano más cercano. Aunque la mayoría de la tierra está en manos de personas
ajenas a la comunidad, los pobladores son en su mayoría dueños de pequeñas
parcelas que dedican a la agricultura y a la ganadería de leche. La papa, la mora y las
hortalizas, entre otros productos, son vendidas en las Ferias del Agricultor. Esto ha
permitido cierta estabilidad económica en algunos casos, sin embargo, encontramos
niveles de pobreza muy preocupantes. Los niños desde pequeños participan en estas
actividades económicas sembrando, cuidando el ganado o acompañando a los padres
en las ferias. Muchos de los estudiantes de la escuela llegan a clases después de una
intensa jornada de trabajo o luego de clases, se incorporan al trabajo ayudando a sus
padres. El único descanso que tienen algunos de ellos es el tiempo que pasan en la
escuela, por lo que representa una oportunidad ideal para jugar y divertirse como
corresponde a los niños y las niñas.
En otros aspectos, la vida social gira en torno a lo religioso. Igual que en
Tarrazú, los eventos religiosos reúnen a la mayoría de los pobladores, ya sea un
funeral, un matrimonio o la misa de los domingos. Lamentablemente existen problemas
de alcoholismo, drogadicción, violencia doméstica, delincuencia, desempleo, machismo
y pobreza. Todas estas circunstancias y otras no descritas influyen en el quehacer de la
escuela y exigen que el docente las tome en cuenta su interés es desarrollar procesos
educativos pertinentes en su entorno.
La escuela, y recientemente la Telesecundaria, son las posibilidades educativas
con que se cuenta en Cañón. Poco a poco, más y más egresados de la escuela
continúan sus estudios en secundaria, en La Lucha, Dota o Cañón, sin embargo, las
fuentes de trabajo para los graduados se encuentran lejos de la comunidad y se les
dificulta mucho encontrar trabajo en la comunidad. Otros jóvenes se incorporan,
después de sexto grado, al trabajo familiar. Algunos de ellos se casan muy jóvenes por
lo que siguen ligados económicamente a sus padres o emigran a la ciudad para realizar
labores en la industria, el comercio, la construcción o los servicios. Lamentablemente,
la escuela aún no ha llegado a tener la madurez necesaria para responder a las
necesidades de los pobladores, sobre todo, de los más jóvenes. Hay muchos
problemas que uno como docente quisiera resolver, pero a veces, hay limitaciones en
cuanto a saber qué hacer o cómo actuar.
La infinidad de responsabilidades burocráticas y no burocráticas que tiene
que asumir el docente rural y sobre todo el unidocente o el que trabaja en una dirección
uno, representan obstáculos que lo alejan a uno de lo realmente trascendental. En las
universidades le dicen a uno que tiene que ser un “líder transformador en la comunidad”
pero le dan pocas herramientas para hacerlo. Como decía alguien, “es mucho lo que se
le exige a un docente rural, pero poco lo que se la apoya”. Mucho de lo que se logra
hacer en una escuela o comunidad rural se hace por intuición, sentido común o
recurriendo a la experiencia aprendida en el camino, lo que es muy desgastante física y
emocionalmente, porque se llega al extremo de sacrificar la vida personal y familiar. A
veces uno no comprende por qué los padres no colaboran lo suficiente con la escuela,
por qué el MEP no ayuda más a los docentes o por qué los niños no aprenden lo
suficiente. Es aquí donde uno siente los vacíos que no puede llenar una formación
universitaria generalista y que igual que el MEP, le dan poca importancia a la
especificidad de lo rural.
Las experiencias vividas durante once años en la escuela Manuel Ortuño son
muchas. Cómo contarlas de manera que demuestren lo significativo que fueron para mí
como persona y docente. Quizá reflexionar en términos generales acorte la longitud de
esta ya extensa biografía.
Los niños siempre fueron extraordinarios, como todos los que conocí en San
José. Sin idealizarlos, podría decir que eran maravillosos. Destacaban por su
amabilidad y respeto. Eran alegres, entusiastas y abiertos a cualquier actividad que se
realizara en la escuela. Disfrutaban mucho de las clases al aire libre. Por suerte, en la
escuela hay una montañita que nos servía para recolectar “especímenes”, escribir un
cuento, estudiar geografía o aplicar las fórmulas de área o volumen. Cerca de la escuela
hay un tajo que era una maravilla. Allí subíamos para ver las montañas de Dota y
Tarrazú, las de la Cordillera Volcánica Central y para recoger arcilla. Claro, los maestros
teníamos que gritar “no se suba en esa roca”, “sálgase de ese charco, ya” "no tire barro
a Ana” “cuidado con...” en fin, todos regresábamos a la escuela, cansados pero muy
contentos. Nos lavábamos y luego nos íbamos al comedor, donde doña Marta, la
cocinera, nos esperaba en la puerta, muy atenta a que no entráramos con los zapatos
sucios.
La escuela, por razones de matrícula pasó a ser Dirección Uno. Yo asumí la
dirección y tres grupos. Luego se fueron incorporando otros servicios: preescolar,
servicio itinerante de Educación Especial e Inglés. Esto hizo más complejo el trabajo
administrativo pero alivianó para mí la docencia. Se contaba con un equipo de docentes
que aportaban nuevas ideas y trabajo, es decir, me sentía más acompañado.
Con ayuda del MEP y de la comunidad, la vieja escuela fue demolida y
construida una nueva que mejoró sustancialmente las condiciones de estudio. Las TICs
fueron introducidas con un par de computadoras usadas que significaron una ampliación
de las posibilidades de aprendizaje de los estudiantes
De los estudiantes hay muchas anécdotas. Pero recuerdo a Beto, Alejandro y
Luis quienes se graduaron de sexto en 1995. Uno es campesino como su papá, el otro
es Fraile Franciscano y el otro administra la fábrica de pulpas de su familia. Ahora me
pregunto, cuánto de lo que aprendieron en la escuela les habrá servido en las vidas que
llevan. También recuerdo a tres alumnos nicaragüenses que llegaron a la escuela en
1997. Eran los primeros extranjeros que llegaban. Ese año celebramos la
independencia izando la bandera de Nicaragua junto a la de Costa Rica, como gesto de
hermandad en un momento histórico en que debemos combatir la xenofobia. Una
directriz del MEP, prohibió explícitamente incluir a los extranjeros pobres del derecho de
recibir el bono escolar, una ayuda económica para estudiar. Fue entonces cuando,
junto con el abogado Jashin Castrillo, pusimos un Recurso de Inconstitucionalidad que
eliminó esa lamentable discriminación al ser aceptado por la Sala Constitucional (Sala
IV).
El trabajo con los padres de familia fue muy intenso. Al principio, me tocaba
hasta rajar la leña para el comedor escolar. Poco a poco, logramos involucrarlos más y
más en las actividades escolares.
Algunos académicos universitarios critican a los maestros porque ven a los
padres como fuente para reunir ingresos económicos para las instituciones o como
mano de obra, sin embargo, las necesidades que tienen las escuelas y que, por
múltiples factores que hacen al MEP, desatender muchas de ellas, las escuelas se ven
obligadas a realizar grandes esfuerzos para atenderlas. Estas actividades no solo son
importantes por el dinero que se recauda, sino también porque representan las pocas
posibilidades de recreación que puede disfrutar la comunidad mientras se vinculan con
la solución de las necesidades comunales. En ellas se pone a prueba la capacidad
organizativa de la escuela y la comunidad, se desarrollan valores de solidaridad,
cooperación, se fortalece el sentido de comunidad y el arraigo por la institución. Los
estudiantes participan en obras de teatro, competencias deportivas, muestran sus
habilidades, en fin, son oportunidades riquísimas para fortalecer aspectos culturales de
la comunidad.
La escuela también participaba en las actividades comunales, por ejemplo,
asistíamos al desfile del día de San Isidro Labrador, participábamos en las reuniones
para construir el acueducto o hacer la casetilla del guardia.
En los últimos años, organizamos una banda escolar motivados por un tambor
que nos regalara mi papá. El primer año hicimos un desfile por la comunidad con varios
tambores, abanderados y porristas. Todos estábamos muy emocionados, sin embargo,
la comunidad no participó. Conforme los años fueron pasando, el interés creció hasta
convertirse en un evento casi tan importante como los que organiza la Iglesia.
En los últimos años, por la conciencia que iba adquiriendo como docente de la
UNA, los padres se fueron incorporando un poco más en el desarrollo de las clases
como “educadores no formales”, pero este y otros procesos, los interrumpí cuando dejé
la escuela para dedicarme a la docencia en la Facultad de Educación.
Wilfredo Gonzaga me dio la noticia de que había interés en fortalecer la
Educación Rural en esta Facultad y que me habían considerado por mi experiencia
como docente rural. Claro, si aceptaba, debía pasar por un período de prueba, en el
cual aún me encuentro y además se me pidió que estudiara una Maestría en Educación
Rural Centroamericana impartida por la División de Educación Rural de la UNA. Esto
implicaba dejar la escuela en la que había trabajado tantos años y por la que sentía y
sigo sintiendo un gran apego, significaba dejar a mis compañeros docentes que se
habían constituido en mis amigos, significaba volver al mundo urbano del cual me sentía
nuevamente ajeno, además asumir nuevas responsabilidades económicas pues los
estudios debía costearlos yo mismo, lo que era complicado por mi situación económica
muy raquítica, por las deudas acarreadas por el fracaso del restaurante. Pero también
representaba una nueva oportunidad laboral que me ofrecía crecimiento intelectual, la
posibilidad de aprender y compartir mi experiencia como docente rural con estudiantes
de educación y dedicarme a tiempo completo a algo con lo que había soñado desde mis
años de estudiante universitario.
Así que retorné de nuevo a San José donde vivo cinco días y regreso a mi casa
los fines de semana. La maestría me llevó a conocer diferentes contextos
centroamericanos que han marcado una profunda huella en mi conciencia como ser
humano que se dedica a la educación. En Honduras aprendí los avances que ha hecho
este país en Educación No Formal y Educación para el Trabajo. En Guatemala,
descubrí la riqueza de diversidad cultural y los esfuerzos que se realizan para fortalecer
la Educación Intercultural. En Nicaragua, pude valorar el trabajo que realizan los
educadores y las comunidades como equipo para atender las necesidades educativas e
incidir en el desarrollo de los pobladores.
Pero, a través de la convivencia con los compañeros de la maestría y las
vivencias compartidas con los pobladores de estos países, pude reafirmar mis
convicciones sociales, entender que Centroamérica es un pueblo hermano, con más
semejanzas que diferencias, que Costa Rica tiene mucho que aportar a la región, pero
sobre todo, mucho que aprender de las experiencias educativas que se desarrollan en
estos países.
Ahora, transito en las aulas universitarias, teniendo siempre en mente a los niños
rurales y urbanos, ticos y nicas, y de otros países centroamericanos que llegan a las
escuelas con la esperanza de aprender para la vida mientras son felices en las aulas.
Tengo presentes a los padres de familia que confían en los docentes, que cifran sus
esperanzas en la educación como un medio para mejorar sus condiciones de vida.
Tengo presentes a los compañeros docentes y demás funcionarios del MEP, que desde
sus trincheras, en el campo y en la ciudad, se levantan temprano y asumen responsable
y orgullosamente sus labores, pese a todas las limitaciones, barreras y obstáculos que
encuentran cotidianamente.
Cada futura maestra o maestro que estudia en las aulas universitarias,
representa para mÍ la esperanza en un mundo mejor. He tratado de fortalecer en ellos,
su interés vocacional, su sentido de responsabilidad y compromiso acercándolos en la
medida de lo posible a la realidad, específicamente, al mundo rural.
Para mí es muy importante que quien pretenda ser docente aprenda primero a
descubrir si realmente está interesado en serlo, porque si no es así, su labor será
mediocre y un peligro para los estudiantes.
Soy conciente de que se requiere que las universidades aterricen sus planes de
estudio según la realidad que es diversa y cambiante. Necesitan planes que le permitan
a los estudiantes tener una aproximación temprana a las diferentes realidades que
pueden enfrentar, pero también necesitan desarrollar sensibilidad para querer entender
esas realidades, necesitan tener herramientas cognoscitivas que les permitan entender
los fenómenos sociales que pasan en las comunidades donde van a laborar, necesitan
conocer sobre el desarrollo psicológico y físico de los niños desde una propuesta que se
ajuste a lo local, requieren ser investigadores capaces de detectar problemas para
incidir en ellos desde lo educativo, necesitan desarrollar su creatividad para generar
procesos participativos y democráticos para proponer y desarrollar propuestas
pedagógicas pertinentes para cada contexto con la participación de los estudiantes y las
comunidades.
Me alienta, el esfuerzo que ha realizado la DER y los cambios curriculares que
se están produciendo en la UCR y la UNED. Veo, en este sentido, un futuro prometedor
para la formación de docentes en el país.
Quiero terminar esta biografía diciendo que sigo creyendo en aquellos ideales
juveniles que me convencieron de que un mundo mejor es posible, que la educación es
una herramienta fundamental para lograrlo y que lo rural existe, no solo como una
realidad marginal sino como contexto donde viven hombres y mujeres que construyen
mejores días con esperanza y esfuerzo tesonero
Rolando Cruz Castro
Corría el año de 1971, un 06 de enero, en plena apertura de las fronteras que se
colonizaron en la zona Atlántica. Soy el quinto de seis hermanos, las tres mayores son
mujeres y los tres menores varones, entre ellos soy el de en medio.
Mi infancia la viví en la zona bananera, aunque mis padres son oriundos de San
Ramón de Alajuela.
Mis estudios escolares los realicé en distintas escuelas: el primer y segundo
grado los cursé en la escuela Banamola (una pequeña escuelita que aún existe y la cual
fue creada por transnacionales “Bandeco” en una finca bananera así llamada). El tercer
año lo cursé en la escuela Juan XX en San Antonio de Escazú, el cuarto año en la
escuela Astúa Pirie y el quinto y sexto año nuevamente en Banamola.
De ahí nos pasamos a vivir a Cariari, en la comunidad de Astúa Pirie (fundada
por franceses, de ahí el nombre del lugar)
En el transcurso de dos años de haber obtenido el Diploma mi padre me llevó a
trabajar con él a la finca bananera ”Agrícola Ganadera Cariari”, no niego que trabajar en
bananales es difícil, pero moldeó mi carácter y me ayudó a saber lo que cuesta la vida,
nadie me va a venir a decir a mí lo que es el trabajo fuerte (algunos pendejos en este
país creen que ellos sí trabajan; si supieran)
De esa compañía bananera saqué mis estudios superiores en todo el sentido de
la palabra, desde el Bachillerato hasta parte de la Universidad.
Mis padres no pudieron darme el estudio, tampoco a mis hermanos, pero me
enseñaron y enseñan con el ejemplo. Trabajando fuerte se pueden alcanzar muchas
cosas buenas en la vida. Me dieron lo más valioso que un padre puede dar a sus hijos:
AMOR.
En mi familia solo mi persona y el hermano menor pudimos prepararnos. Ambos
somos profesores en Educación Media, el resto de mis hermanos no tuvieron la
oportunidad. Mi hermano y yo trabajamos en el día y estudiamos de noche ¡Gracias
Colegio Nocturno de Pococí! ¡Gracias a mis profesores!
¡Gracias Universidad Latina, por impartir cursos de noche! Las Universidades Públicas
son para los ricos, ahí no tenemos oportunidad quienes nos tocó trabajar de día y
estudiar de noche.
Me hice educador por pura casualidad, el sistema reinante en el MEP me dio la
oportunidad de trabajar mientras estudiaba, escogí educación porque fue la única
manera de salir de las bananeras. Al llegar a esta y estar en las aulas me sentí útil y me
esforcé por prepararme más y más, no podía defraudar a mis estudiantes.
Mis estudios universitarios comenzaron en el UNED en el año 97, ahí llevé las
Generales o Humanidades y algunos cursos más, mas no fue posible continuar ahí por
cuando no impartían la carrera que yo quería “ Enseñanza en los Estudios Sociales”
matriculé entonces en la Universidad Nacional donde llevé Talleres Introductorios y
luego otra materia con Dora Cerdas, clasifiqué a la carrera pero el horario jamás me
hubiera permitido continuar ahí (solo tenía un día de permiso por semana en el trabajo)
fue entonces cuando abrieron la carrera en la Universidad Latina en Guápiles , y de
noche ¡Así sí! Me cambié de carrera por cuanto me dieron trabajo en el MEP como
Profesor en Español y luego saqué una Licenciatura en Docencia, actualmente termino
una maestría en Administración Educativa.
He trabajado como profesor en el IPEC- CINDEA de Cariari (4 años), Liceo
Ambientalista de Llano Bonito (1 año en propiedad), Liceo Académico de Cariari (2
años, traslado por excepción) y actualmente dos años como Director de Colegio uno, en
el Colegio Académico Cuatro Esquinas. Además en colegios privados (cuando se
trabaja en un CINDEA queda a veces horario libre en el día) Colegio Bilingüe San
Francisco de Asís y Colegio Bilingüe Green Valley. También cuatro años en la
Academia de Bachillerato Jiménez y dos años en la Universidad de San José, en todos
ellos como Profesor en la Enseñanza del Español.
Personas que recordar han sido muchas, Doña Argentina (Tina) quien estudiaba
a sus 50 años y cursaba el quinto año, a la par de su hijo Francisco, en el CINDEA de
Cariari de noche.
Doña Elsira Medina, toda una ladrona, sinvergüenza y demás adjetivos, siempre
supo hacer de las suyas y en el MEP nunca le hicieron nada.
Las relaciones entre la escuela y la comunidad siempre han sido buenas donde
he estado, excepto los dos últimos años en el CINDEA (con Elsira). Nunca he sabido de
quejas hacia mí, por lo general me involucro positivamente.
Los problemas más difíciles siempre han sido por escasos recursos y problemas
interfamiliares. Se han solucionado gestionando ayudad entre compañeros, con
personas lideres de la comunidad, orientadores, entre otros,
Tannia Valverde quien murió 15 días antes de comenzar las pruebas de
bachillerado, en un accidente automovilístico.
Priscila Lizano, quien logró ganar dos veces consecutivas la Final Distrital,
Regional y Provincial en Oratoria. Llegó dos veces consecutivas a la Final Nacional,
aunque no era lícito le hice los discursos (siempre le alcahueteé no hacerlos ella).
No quererle dar un dinero a una directora (entre una compañera y yo decidimos
comprar un equipo de sonido) después de vacaciones de fin de año, al volver al nuevo
curso ya no estaba el equipo de sonido; siempre se lo robaron.
En el Liceo Llano Bonito formamos un equipo muy heterogéneo en el cual todos
éramos de lugares distintos, de Atenas, Cartago, Puriscal, Guanacaste , Guácimo,
Turrubares, Cariari, Guápiles, y sin embargo levantamos el rendimiento académico, el
cual estaba en un 30% hasta llevarlo a un 85%. El director de ese entones Sr. William
Vega, cuenta todavía que, como ese grupo no le ha llegado otro.
Como mayor aprendizaje es darme cuenta por mí mismo de dónde provienen los
estudiantes de mi institución, no se puede exigir eficiencia sino se sabe las condiciones
en la que viven (humanismo).
Por lo general en esta zona rural (Atlántica) los colegios se abren donde sea, las
condiciones van desde pésimas hasta paupérrimas: galerones, salones comunales,
toriles, redondeles y más... Es infrahumano y aun así hay que salir adelante. El agua es
amarilla, los servicios son letrinas, no hay comedor escolar, no hay transporte, el calor
es excesivo. No le pidan peras al olmo, sino es por coraje ni docente ni estudiantes
estarían o aguantarían semejante situación (la pobreza tiene cara de perro).
La educación rural no es igual jamás a la educación urbana. Hay más
necesidades, menos tecnología, menos accesibilidad a los servicios básicos, transporte,
agua potable, becas, etc. No obstante, los valores son más fuertes, las familias más
fuertes, más unidas, menos pornografía, en fin hay una vida mas sana, pobre pero
sana.
Con un ejemplo: jamás cambiaría un estudiante rural por uno urbano.
Hay excepciones, pero en masa son mejores los rurales, por lo menos son más
honestos.
Descargar