UNIVERSIDAD NACIONAL CENTRO DE INVESTIGACIÓN Y DOCENCIA EN EDUCACIÓN DIVISIÓN DE EDUCACIÓN RURAL BIOGRAFÍAS DE EDUCADORES Y EDUCADORAS DE COSTA RICA (I FASE) Estudiantes Arce Rodríguez Gloria Castro Molina Michael Domínguez Lacayo María del Carmen Esquivel Miranda Paola Fajardo Hernández Eliécer González Salazar Noemy María Granados Campos Herlin Mora Villegas Nancy Lucia Muñoz Segura Amalia Salazar Solanos José Mauricio Valerio Porras Jorge Gerardo Mejía Marín Noemy. Profesora Participante Vidal Castillo Marisol. Responsable del Proyecto. 2007-2008 María Julia Gutiérrez Nací en San Francisco de Heredia. En este lugar hice mi escuela primaria. Por razones económicas no pude estudiar más. No fue si no a la edad de 18 años que ingresé al Liceo Nocturno de Heredia, ya entonces vivía en el barrio Fátima de Heredia. En mis estudios a “Dios Gracias” resulté muy buena y a los 25 años me gradué como maestra en la escuela Normal de Costa Rica. En el año 1962 fui a trabajar a Puerto Viejo de Sarapiquí, con un sueldo de de ¢ 550 al mes; recuerdo que pagaba ¢150 al mes por comida. Atendía dos grupos de niños de primer grado. En la mañana en toda la escuela, se daban lecciones a los niños de lejos, estos niños caminaban por entre fincas, a veces a más de una hora, o si no por el río abajo. Los de cerca asistían por la tarde. Los alumnos en su mayoría eran muy pobres, muy sencillos, pero respetuosos y cariñosos. En la escuela no había libros y ningún material didáctico. La mayoría de los padres de familia no sabían leer ni escribir, de esto conservo una dato curioso: nos tocó hacer el Censo Nacional y en una familia me entregaron la Fe de Bautismo y yo, leyendo las edades de cada uno, resulta que ese día una viejita estaba cumpliendo 100 años, y la familia lo más que calculaba eran noventa años … bueno empezaron a preparar la fiesta. Yo empleaba el método global, silábico y hasta fonético, la cuestión era que aprendieran a leer. La escritura costaba bastante, porque los niños no ejercitaban la motora fina, pero sí chapeaban, paleaban A mí también me gustaba trabajar al aire libre, para contar, sumar y restar; primero con hojas y piedras, luego se afirmaba en la clase. También hacíamos pequeñas excursiones para dibujar el río, los árboles, etc, creo que sabiendo utilizar estos recursos el aprendizaje es menos tedioso. En mis ratos libres, yo ayudaba al personal de la Unidad Sanitaria, que daban consulta una vez por mes; etiquetaba frascos, contaba pastillas y ayudaba en la curación de enfermedades de la piel, por esta razón, en dos ocasiones los acompañe río abajo, la gira duraba cuatro días, daba remedios contra los parásitos, vacunas y lo que me pidieran; yo tenía permiso del Supervisor para asistir. Algunos datos importantes de la comunidad son: no había agua ni luz, el agua se sacaba de pozos, en invierno estaban al ras del suelo, y en el verano que por cierto no era en los mismos meses que aquí, bajaba el balde hasta 5 metros y a veces salía puro barro. Morían personas picadas de culebra, ¡A eso sí que le tenía pavor! Se sembraba frijoles, maíz, verduras, pastos, pero la siembra de arroz era la más importante, sin embargo afectaba mucho en el desarrollo escolar, pues los niños faltaban a clases, resulta que cuando se recogía el arroz, la cosechadora no cortaba las espigas quebradas o volcadas y había que ver los arrozales llenos de familia recogiéndolas, se las regalaban, entonces tenían el arroz para el gasto y hasta lo vendían en sacos, para ese tiempo se hacían los turnos escolares, pues, era la época de dinero. Como ya había escrito, algunos niños venían de lejos, el río Sarapiquí a veces se crecía, en una de esas venía una señora con cinco niños en un bote de canalete, este se volcó, ella pudo salvar a cuatro, mi alumno se ahogó. Otro dato curioso es que la mitad de la población era nicaragüense, por el río se transitaba sin ningún problema, iban y venían sin ninguna dificultad. Resulta que su presidente se llamaba Anastasio Somoza y vieran qué cantidad de niños de llamaban Anastasio o Anastasia y cuando visitábamos sus hogares, lo primero que veíamos era el retrato de “mi general” decían ellos, tenían el retrato de Anastasio Somoza en la sala de la casa. Los maestros aprendemos con la práctica y cometemos muchos errores al principio, fallamos en las preguntas, recuerdo, una vez que pregunté a un niño que había dibujado a su papá ¿porqué le hizo tres piernas? Y me contestó, no es que esta orinando, ese es el chorro. Después de tres años allá, me trasladé a la ciudad. La educación rural y la urbana no se pueden comparar, aunque no conozco la dinámica empleada actualmente, en aquellos tiempos los programas eran iguales en todo el país y en la zona rural ni radio había pues no tenían corriente eléctrica. La educación rural antes era diferente no sé si más fácil o difícil, pero sí más divertida porque se aprovechaba todo recurso natural o material pero estos últimos eran pocos. Espero que este trabajito sirva para comparar y comprender las dificultades apuntadas. Me causa pesar cuando las noticias a fin de año mencionan la promoción de escuelas privadas por ejemplo el 90% y las públicas 60% de promoción, y en ellas van incluidas las pobres escuelitas rurales, ¿Cuándo se tomaron en cuenta las dificultades a las que se enfrentan?. Docente rural: el valor de enseñar Eran solamente dos horas de trayecto, pero gracias a las lluvias la carretera del Zurquí estaba cerrada, así que mi primer viaje a Siquirres duró casi cuatro horas por la ruta de Turrialba. Al llegar al lugar hacía un bochorno alucinante que nunca antes había sentido, quizá por la sencilla razón de que era mi primera vez en las tierras del Caribe. Sofocada y cansada del viaje pregunté por el Carmen de Siquirres, en mi mente era un lugar cercano al centro de Siquirres y al mar, pero para mi desilusión, aún me faltaban 17 kilómetros por un camino de piedra, con mal servicio de transporte y muy lejos del mar. ESTRELLA Mi nombre es Estrella, oriunda de San José, comencé mi carrera docente en las escuelas de la capital, fueron seis meses de angustia cubriendo incapacidades de corta duración de una escuela a otra, así escuché el comentario de un compañero de Universidad acerca de que en un Colegio de Siquirres necesitaban un profesor de francés con un nombramiento de un año completo y 30 lecciones. Me sonó muy linda la oferta así que con 24 años y un niño de tres años me encaminé a la aventura de mi vida “educar en un ámbito rural” Con un gran maletín al hombro y un pequeñín de la mano me senté a esperar casi hora y media a que saliera el autobús que me llevaría a mi nuevo hogar. A las once de la mañana inició mi recorrido desde el centro de Siquirres hasta el Carmen, el autobús iba saturado de personas llenas de bolsas y cajas con comestibles, aquella aglomeración de gente hacía que el interior del medio de transporte, en cuestión de minutos, se convirtiera en un verdadero sauna tambaleante por las piedras del camino y Mauricio (mi hijo) y yo mirábamos el paisaje por la ventana, transeúntes en bicicleta invadían las calles, todos con ropas frescas, como pantalones cortos y camisas de tirantes, luego verde y exuberante vegetación que cubría los dos costados de la carretera y más adelante un hermoso y caudaloso río, El Reventazón, todo era perfecto y lindo, pensé: “la playa no está cerca pero este paisaje es relajante y exótico…. Me gusta. ¿Te gusta Mau?”. Le pregunté al niño mientras le besaba sus rojos cachetes bañados de sudor. “Sí má, pero tengo mucho calor, ¡vamos al río!” Le expliqué que en ese momento no era posible ya que mamá debía trabajar, pero que un día cercano iríamos al río. El paisaje seguía normal, hasta que después de un pequeño pueblito de escasas casas, apareció una inmensa plantación bananera. “ ¡Que hermoso!”, pensé, “Esta es la fuente de trabajo de los padres de mis futuros alumnos.” En medio de la bananera apareció una pequeña especie de urbanización con calles de piedra y casitas diminutas, todas de color verde, donde vivían los obreros y un poco más adelante una especie de club campestre, que desde el autobús no pude distinguir muy bien. El trayecto seguía normal, mi única pregunta era ¿cuánto tiempo más tardaría en llegar a mi destino? Ya el viaje me parecía interminable, y el calor cada vez era más fuerte, además ya Mau se había dormido, el pobre tenía hambre. En mi mente pensaba muchas cosas cómo donde viviría, quién cuidaría al niño, y otras más, pero lo más importante era donde dormiría esa noche, necesitaba un restaurante para comprar algo de comer. Mi cabello estaba apelmazado de tanto polvo, sentía el rostro y el cuerpo pegajoso por el sudor y polvo, ocupaba darme un baño con urgencia. Embriagada en mis pensamientos, el autobús se detuvo y vi como una estructura metálica descendía lentamente impidiendo el paso, eran como unos rieles a una altura de dos metros aproximadamente. “¿Qué es eso?”, le pregunté al señor que estaba sentado detrás de mí, “es por donde los carrerros llevan el banano a la planta”, me respondió. Los carrerros, un término nuevo para mí, inmediatamente me imaginé un motorcito que jalaba los racimos de banano, pero para mi sorpresa lo que observé me traumatizó, hombres sin camisa jalando un mecate que unía unos seis o más racimos de banano, ¡era espantoso!, cual trabajo de esclavos, mis ojos lo veían y no lo creían, en pleno siglo veinte, y con tanta tecnología a la mano, ¿porqué los hombres deben realizar ese tipo de trabajo tan fuerte y rudimentario?, no lo entendí entonces y aún sigo sin comprenderlo, pero aquella imagen tan grotesca me puso los pies en la tierra, estaba en una zona rural y aislada, sin teléfonos, sin señal de celular, sin agua potable y con escasa señal de radio y televisión, donde pensar en Internet era una verdadera utopía. Después de diez minutos llegué al Colegio Académico de Marylam, rodeado por la bananera y con tres casas al frente, de escasas aulas polvorientas y en peligro de inundación por los fuertes aguaceros de la Zona Atlántica, sin ningún restaurante ni pulperías cercanas… Con un enorme suspiro, me bajé del autobús con la maleta al hombro y el niño en brazos, caminé lentamente y casi deshidratada a causa del calor, hasta la dirección del centro educativo. “Buenas tardes, señorita, busco al Director” “Don Miguel, lo busca una muchacha”, dijo bastante fuerte la joven secretaria, enseguida salió un señor de rostro amable que me preguntó en qué me podía servir. Me puse a las órdenes del director como docente de lengua extranjera y él quedó satisfecho con mi oferta así que me hizo una carta para que al día siguiente fuera a Limón por mi nombramiento. “Don Miguel, pero tengo un problema, necesito conseguir un alquiler, y comida para hoy ¿Qué hago?” le pregunté al director. “!Yo pensé que usted tenía familia aquí!, bueno a tres kilómetros de aquí hay un bunker donde los maestros son hospedados por BANDECO y también existe una pulpería. Vamos yo la llevo y hablamos con el encargado para que se acomode.” Este fue uno de los momentos más desesperantes de mi inicio como docente rural, el encargado del búnker no quiso recibirme, y no por falta de espacio, la razón era tener un niño pequeño que según él molestaría a los demás maestros. Don Miguel, el director, me llevó dentro del club que mencioné antes para hablar con otro encargado, dentro del club habían casas lindas y amplias para los gerentes de la compañía, los maestros y profesores del colegio privado, así como un lindo lugar para los estudiantes y también un restaurante, así que aproveché para comprar algo de comer para el niño, yo tenía el estómago cerrado por causa de la preocupación. Con mucha diplomacia el otro encargado me hizo comprender que aquellas casas eran exclusivas para los empleados de alto rango de la bananera, y que para los empleados públicos la empresa colaboraba con el búnker, por tanto, yo como empleada pública no me podía alojar dentro del club, y por ser madre tampoco podía hacerlo en el búnker, pero que me deseaba mucho éxito y suerte en encontrar alojamiento. Realmente quería llorar, no sabía qué hacer, pero el director muy amable y humano me ofreció vivir en la casa que él habitaba con otro profesor, era una pequeña casita que estaba dentro del colegio, a más no haber, estuve profundamente agradecida, gracias al cielo esa misma tarde hablé con una de las señoras de las casas que estaban frente al colegio quien accedió a cuidar a Mau mientras yo trabajaba. Durante los siguientes días me acoplé rápidamente al cambio, era extraño para mí no hablar con mi mamá durante toda la semana, levantarme e inmediatamente estar en el lugar de trabajo, terminar mi jornada y seguir allí… ver a Mau corriendo por los pasillos todo el día, ya que la señora que lo cuidaba, también limpiaba la casa y nos cocinaba, así que Mau, pasaba visitando las aulas de los colegas y jugando con el profesor de Educación Física. Ese era mi nuevo hogar y me gustaba… pero a la vez me sentía aislada del mundo, sin televisor, ni radio ni un periódico para saber que sucedía afuera, y lo más triste era la situación que vivían mis alumnos: muchachos y muchachas, sin recursos para estudiar, nosotros como docentes formábamos una comisión para salir un día la semana al centro de Siquirres a recolectar víveres, útiles y ropa, para ayudarlos. Había estallado la crisis bananera, la mayoría de los empleados fueron liquidados y recontratados por salarios más bajos, salarios de hambre, pero no dejaban su trabajo porque no tenían donde vivir, eran familias con un gran número de hijos, viviendo hacinados en aquellas pequeñas casas de color verde, hijos con hambre, sin vestido digno ni suficiente, y para colmo de males muchos padres sin conciencia, que malgastaban su quincena en alcohol, olvidando las necesidades básicas de la familia. Este era un panorama triste pero real, lo pude constatar una tarde cuando fuimos al único bar a tres kilómetros del colegio, para celebrar el cumpleaños de una compañera, estaban allí varios padres de familia, uno de ellos pidió que sirvieran a todos una invitación de parte él, ya que estaba muy agradecido con nosotros por ser los docentes de sus hijos, el director muy sabiamente, rechazó aquella invitación, diciéndole que no hacía falta que mejor él lo invitaba, pero aquel señor ofendido dijo unas palabras que calaron fuertemente en mi cabeza y en la de mis compañeros: “EN MI CASA PUEDE FALTAR EL PAN, PERO AQUÍ PAGO YO!!!” Angustiante pero verídico, un pensamiento colectivo en los hombres de la zona, familias mendigantes de pan, mujeres desesperadas, hijos abandonados y padres ausentes. Esa era mi comunidad rural, pero había más, como si no fuera suficiente, tanta miseria parecía que la naturaleza también se ensañaba con las pobres familias, durante ese año las fuertes lluvias inundaron varias veces las casas y el colegio, más de una vez los habitantes de la zona Mau y yo nos quedamos incomunicados a causa de los desbordes del río, pasé varios fines de semana sin poder volver a San José a ver a mi familia ya que no se podía salir a Siquirres. Cuando esto sucedía la comida escaseaba, Mau y yo supimos lo que era almorzar y cenar solo banano verde sancochado, por varios días, pero todo esto era soportable en la medida que madre e hijo estábamos juntos. Mau mi machito adorado era mi aliciente, mi compañía y hasta mi protector, junto a él poco me importaba el hambre, el calor, o la inclemencia de la naturaleza, éramos un equipo, mientras yo facilitaba el conocimiento a mis hijos adoptivos (alumnos), él corría por los pasillos y las zonas verde del colegio sin cansancio hasta las cuatro y treinta que yo terminaba mi jornada. Pero, como docente rural me faltaba vivir algo más, lo más duro y difícil de toda mi vida hasta el momento. Después de cuatro meses de estar en la zona, Mau mostró unas extrañas ronchitas en la piel, algo parecido a la varicela pero no era eso, lo llevé a un médico en Siquirres, quien me dijo que era alergia, comencé a darle antihistamínicos para controlarla pero no surtía efecto y cada vez era mayor, producida por el agua del lugar, que no se podía beber debido a que los químicos que arrojaban las avionetas en las plantaciones, se depositaban diariamente por las mañanas y las tardes y como el agua era almacenada en tanques esos químicos la contaminaban, así que nosotros comprábamos agua para cocinar y beber, sin embargo nos bañábamos con agua contaminada, lo que le producía la alergia a Mau, aunque me salía muy caro bañar a Mau con agua comprada lo seguí haciendo, pero el niño no mejoraba, por esta razón en vacaciones de quince días lo llevé a un dermatólogo en San José, el cual me dijo que si me seguía llevando Mau a la bananera, iba a empeorar y que lo más recomendable era darle el tratamiento y dejarlo en la ciudad. Faltaba medio año, y sin Mau mi vida fue un infierno, fueron los seis meses mas largos de mi vida, ansiaba los fines de semana para verlo y abrazarlo, trataba de salir al centro de Siquirres con frecuencia para poder llamarlo por teléfono, las noches se volvieron más oscuras e interminables, y hasta el colegio se puso sombrío con la ausencia de aquellos pequeños piecitos que corrían por los pasillos. Pero aún en medio de mi soledad pude sobrevivir aquellos seis meses, ya que el amor a mi carrera y a mis hijos adoptivos eran mi fuerza, ellos me necesitaban, ellos eran mi responsabilidad, ver sus caritas cada mañana, deseosos de aprender y salir de su miseria para ayudar a sus pobres familias era mi consuelo, sabía de corazón que el sacrificio de estar lejos de mi hijo por un tiempo para ayudar, enseñar y motivar a aquellas criaturas sedientas de amor valía la pena, y estoy segura de que cada uno de esos alumnos se llevó un pedacito de mí en su corazón, al igual que yo tengo el mío lleno de recuerdos de sus sonrisas y hermosas miradas. Por eso, al día de hoy guardo mucho respeto y admiración al docente rural, aquellos hombres y mujeres que deben dejar a sus familias para servir a la Patria en la educación de las futuras generaciones es algo admirable e invaluable, y lo que más me llena de orgullo aún es saber que como docente he sido parte de ello. María del Rocío Monge Bolaños Nací en Turrialba, La Margot, Provincia de Cartago, el 19 de octubre de 1960, cuenta mi madre que vine a este mundo a las 2:30 de la madrugada atendida por una partera cercana a la familia y que atendía a todas las señoras del Barrio La Margot. Yo soy la número tres y después de mí hay cuatro hermanos, en total somos siete y así me quedé, aún todos vivimos, mi papá y mi mamá también. Cuando tuve tres meses mis padres decidieron venirse para la zona de Guápiles, hace cuarenta y cinco años para comprar una finquita y dedicarse a la agricultura y al ganado, a la vez mi padre trabajaba con la Compañía Estándar Fruit Companny, de la cual salió pensionado a los 30 años de laborar y mi mamá se dedicó al hogar. Cuando yo me criaba no se daban lecciones de Kinder en la escuela San Rafael, entonces solo fui a la escuela que fue muy maravillosa para mí, me quedaba muy cerca de la casa a 800 metros, aún recuerdo que viajaba con mis hermanos mayores y otros niños vecinos. Tuve una maestra en primero y a ella le debo la excelente letra que hoy tengo porque se preocupaba mucho porque se recibiera una educación de calidad. Terminé la primaria e ingresé al Colegio de día pero por cosas del destino mi papá me sacó del colegio porque me encontró una carta de un muchachillo y me decía que yo le gustaba y otras cosas más aún todavía infantiles y me dijo usted no vuelve más al colegio. Yo empecé a sufrir mucho, me puso a estudiar a distancia y no soporté. Al año siguiente ingresé a octavo año en el Colegio Nocturno de Pococí, ahí me gradué y saqué el bachillerato. Ingresé a estudiar a la UNED y saqué el profesorado, luego me pasé a la Universidad Latina, obtuve el Bachillerato en I y II ciclos, luego la Licenciatura en Administración Educativa, infinidad de cursos de capacitación y otros. ¿Por qué me hice maestra? Yo terminé la secundaria con una compañera y amiga de siempre de nombre Marita Carvajal y las dos estudiábamos en la UNED y un día ella me dice: Rocío vieras que en la Dirección Regional van a hacer un examen para contratar maestros y al que lo gana lo nombran, entonces ese día yo fui y resulta que lo gané con un 88.8 y teníamos que sacar nota mayor a 80, me presenté y me nombraron en la Escuela Roxana, trabajando con dos grupos de primer grado, fue terrible, qué experiencia más difícil y dura, no sabía qué hacer, sin embargo seguí en educación y bendito sea Dios, ha sido maravilloso. Después trabajé en escuela unidocente por dos años, como docente de I y II ciclos, como directora, orientadora, asistente de supervisión y adquirí mi propiedad, como directora dos, después de seis años de trabajar interina. Pasé siete años como Directora de Recursos Humanos en la Dirección Regional de Enseñanza de Guápiles. En el mes de julio del 2004 regresé como directora tres a la Escuela de Atención Prioritaria Los Diamantes y con solo un reto a mis espaldas: cambiar en todo sentido este centro educativo, en especial mejorar la parte académica. Resulta que cuando empecé a realizar el diagnóstico en esta escuela conocí a grandes hombres forjadores de un pueblo que lucharon hace 41 años por construir la escuela, me llamó mucho la atención “DON CHUMICO” , José Luis Rivera, quien inclusive es uno de los invitados especiales para celebrar el Adulto Mayor en la escuela. Las relaciones escuela-comunidad representan un reto; cuestan mucho por ser una escuela urbano marginal, pero como dice mi mamá, para una persona luchadora no hay nada imposible y yo soy así, me gustan los retos, la lucha incansable porque todo lo que verdaderamente cuesta tiene más valor. Este pueblo me ha respondido en un 95% porque he comprendido lo duro que viven las familias, la miseria a veces compartida con lo poquito que puedan dar, me he bajado al nivel de los casos, he luchado y enfrentado problemas comunales y es por ello que sé que me quieren porque he comprendido que todos en la vida somos iguales, nadie es más que nadie. Los problemas encontrados son desintegración familiar, drogas, padres y madres en la cárcel, alcoholismo, prostitución y otros. Lo que yo he hecho es estar más unida a estos problemas, apoyar los casos, darles seguimiento con becas estudiantiles y atendidos por el equipo Interdisciplinario de la escuela, además tenemos un comité que da apoyo a estos casos con visitas a los hogares y el compartir en familia. Hay niños que necesitan más que otros, aquí aparece una foto de un niño que el año pasado tenía a su papá en la cárcel y su mamá con un cáncer, el niño se llama “CALETH” de segundo grado, este año se ha superado porque con amor, voluntad, fe y esperanza todo se puede. Los padres de familia siempre me bendicen y esto significa mucho para mí, también apoyo a otros niños con estos mismos problemas. Otro logro inolvidable es haber sido clasificados en deporte en fútbol sala femenino en el 2006 a nivel nacional, pude compartir con las alumnas y ser madre por una semana de todas las 12 niñas que participaron, ahí me di cuenta la confianza depositada en mí por los padres de familia, era mucha responsabilidad, sin embargo, siempre he tratado de dar lo mejor de mí, valorar a los niños, el esfuerzo, la constancia de buscar siempre lo mejor para la vida, gracias a Dios hoy sé que en muchos rincones de esta comunidad muchas personas dicen cosas buenas que hacen que siempre busque lo mejor, en bien de una calidad de educación. Aquí los niños participan en deporte masculino y femenino tomando los fondos económicos del reciclaje, un proyecto que ha brincado todos los obstáculos y barreras para llegar al triunfo y aún hoy día que ya estamos clasificados a Nivel Regional en masculino y femenino. Algo que tiene mucho significado para mí es haber recibido en el año 2006 el Máximo Galardón en Bandera Azul Tres Estrellas, acto que se llevó a cabo en marzo del 2007 recientemente. Esto ha marcado en la historia de la comunidad porque ha sido un trabajo intenso con, docentes, alumnos, organizaciones comunales, comités de padres y otras personas que se identificaron con el proyecto. Un día llegué a esta escuela, tenía dos opciones quedarme o irme, esto era un desastre: basura por todos lados, el comedor totalmente asqueroso con ratas, cucarachas y hasta gusanos en las mesas de madera donde comían los niños, basureros sucios y contaminados con toda clase de basura revuelta, los drenajes se salían por los patios, los servicios peor que los de la Reforma, paredes sucias, peligros con materiales en el camino que atentaban contra la seguridad de los niños y un sin fin de contaminantes que dañaban la salud, así como padres de familia irrespetando sin límites a los docentes. La vida interna demasiado oscura y la parte pedagógica gris, porque había y hay excelente personal pero estaban desmotivados. De pronto todo va cambiando; se inicia el gran reto, empezar a trabajar en equipo, motivando, valorando el personal, tomando en cuenta las habilidades de cada uno y poco a poco se ha salido con el apoyo de un grupo de profesionales que engrandecieron la parte académica y de infraestructura en conjunto con la comunidad accionando continuamente. Reflexión sobre la educación en general. Defino la educación rural como la más difícil de todas, pero la más satisfactoria y gratificante. Hoy, mañana y siempre nos vamos a ver bombardeados por más cosas negativas que positivas en el quehacer educativo, sin embargo, cuando dos o más personas se unen y colaboran mutuamente para conseguir un bien común vale la pena trabajar y luchar por mejorar la educación. Para finalizar, la educación rural puede aportar grandes experiencias y valores a la Educación Costarricense, porque los logros son significativos, verdaderos y constantes. Termino diciendo… “Llegar juntos es el principio, mantenerse juntos es el progreso; trabajar juntos es el éxito de toda empresa.” Flor María Ramírez Núñez Nací en el año 1969, soy la tercera hija de 5 hijos que tuvo mi madre. Nací el 30 de septiembre y a pesar de que mis padres son de origen Turrialbeño, nací en una ciudad de Limón. Mi hermano mayor no es hijo de mi papá y algo curioso es, que es de raza negra, nadie creería que es mi hermano. Sin embargo nunca tuvimos en lo más mínimo ningún signo de rasismo y nunca lo hicimos a un lado. Descripción de la vida. Mi infancia la dejé en el Barrio Pueblo Nuevo de Limón. Tengo dos hermanos varones mayores que yo, una hermana a la cual le llevo 5 años y mi hermano menor. Mi mamá cosía ajeno y mi papá era mecánico de una empresa. Asistí a la escuela Margarita Rojas Zúñiga, que es la del barrio, tengo excelentes recuerdos de mis maestras, aprendí muchísimo de ellas. Considero que fui buena estudiante, a pesar de que éramos muy pobres, ya que mi papá tomaba mucho. Muchas veces salía de la escuela a vender tamal asado en el barrio. A mí me tocaba la venta de los tamales y a mi hermano la de empanadas. Me casé a los 16 años con un hombre que se convirtió en mi agresor. Abandoné el colegio por casarme. Después de 10 años en un matrimonio donde sufrí todo tipo de agresión, decidí terminar la secundaria por madurez. Mi ex - esposo, siempre el día de la prueba me deshojaba los cuadernos y me quemaba todo la materia, sin embargo aplicaba los exámenes y los ganaba. Finalmente después de una agresión que casi me cuesta la vida, me divorcié. A pesar de quedar sola, con mis cuatro hijas, sin saber cómo iba a pagarla, pude entrar a la universidad. Para ese tiempo manejaba taxi en la provincia de Limón y por ese medio pude salir adelante. Datos relevantes de la vida profesional. Cuando entré a la universidad, ya a los 29 años, me pregunté: ¿Y qué voy a estudiar? ¿Para qué seré buena? Desde que era muy joven soñaba con ser una secretaria bilingüe, por que siempre soñé con hablar inglés. Decidí entonces matricular Enseñanza del Ingles, cuando andaba con el taxi conocí a una Directora de Escuela, quien me preguntó cómo me iba con el taxi, yo le comenté que bien, pero que eso era pasajero, que ya estaba estudiando para ser profesora de inglés. Ella sorprendida me dijo que dentro de unos meses una profesora de inglés se iba a incapacitar, que ella me llamaba. Estoy en mi taxi trabajando un día normal, hasta se me había olvidado, cuando escucho a la operadora llamándome, Flor, la solicita la Directora de la Escuela de Colina, que vaya a la escuela lo antes posible. Con ansiedad me dirigí a la escuela y ella me dice: ya tengo la incapacidad es de cuatro meses y medio por embarazo, ya hable con el Director Regional, él la esta esperando. Algo cómico fue el hecho de que cuando llegué y le dije: -Don Gerardo me envía la Directora de Colina, ella me dijo que ya había hablado con usted; él me dice – ¿usted no es la taxista? – así es señor, le dije. -¿Está estudiando? – claro que sí señor, aquí tengo un certificado de mis notas y me dijo algo que nunca se me olvida, -no le voy a dar la oportunidad; usted se la va a dar, depende de usted si continúa trabajando con el MEP. Trabajé hasta noviembre y la docente retornó, la directora fue donde don Gerardo, y le solicitó que por favor me colocara en algún centro, que yo había hecho un trabajo excelente. De verdad, el año siguiente me envió a trabajar a la escuela de Benito Sur, donde trabajé por 2 años. Ya estaba terminando el bachillerato cuando se abrió el colegio académico y el director me propuso que me cambiara, por cuestiones de salario y ganar experiencia hice el cambio. Trabajé 5 años, gané mi propiedad en ese mismo colegio y el año siguiente solicité el traslado de mi propiedad a Guápiles, tengo mi propiedad en el Colegio Técnico de Guápiles. Descripción de experiencias en la escuela y la comunidad rural. Tengo grandes recuerdos de mis estudiantes de Limón, buenos y malos. Lo más gratificante para mí, es que en cada una de la generaciones de quinto año, a pesar de ser un grupo por año; al menos 4 alumnos están estudiando para ser profesor de inglés. Eso me llena tanto, por que amo lo que hago y realmente me deleita dar mis clases. Pero nunca imaginé el impacto y la motivación que eso provocó en mis estudiantes. Lo más triste que tengo como recuerdo, fue un grupo guía que tuve de quinto año quienes eran terribles. Me hicieron llorar muchas veces, y hoy en día muchos de ellos me llaman, creo que por fin maduraron. Recuerdos perdurables de la escuela rural. Este año me dan un acenso como directora en una zona rural. El colegio es en un rancho. Se nota en los jóvenes los deseos de estudiar. No hay servicio eléctrico, no hay agua potable, solo de pozo, no hay transporte de bus convencional. La Junta de Padres y Madres; humildes, agricultores de la zona. Detalles interesantes: cuando hago el recorrido en el colegio, están esperando en la humilde oficina a la nueva directora que deseaban conocer. Y con una ilusión en los ojos me preguntan: “Directora, ¿Ya vio el lugar, siempre se va a quedar?”- claro que sí les contesté y se pusieron tan alegres. Son tan humildes y tan trabajadores, que como iba yo a decirles que no. Para mí, trabajar en este colegio es un reto y lo veo como la mejor oportunidad que tengo para aportar algo a una comunidad que realmente lo necesita. Reflexiones como educadora rural. Es una experiencia inolvidable, de verdad que uno percibe la diferencia de trabajar en una zona rural y la urbana. Por supuesto que quiero a todos los estudiantes, pero no sé porqué a los de la zona rural les tengo un aprecio especial. Cada año que pasan y que se gradúan, esa satisfacción no podría describirla. Yolanda Amalia Hernández Garita Nací un 22 de mayo de 1951, en San Rafael de Heredia, mis padres se llaman Jaime Hernández Sánchez y Deifilia Garita Villalobos, quienes se casaron muy jóvenes. En este humilde hogar se procrearon doce hijos de los cuales hay once vivos. El único ingreso que había era el de mi padre que trabajaba como jornalero y ganaba cuarenta colones a la semana. Pero la pobreza nos hizo luchar para salir adelante, mi papá después de venir del trabajo del campo, arreglaba sombrillas y hacía puños de cuchillo, aún hoy lo hace. Mi mamá bordaba fundas y delantales que íbamos a vender a las casas. Asistí a la escuela Pedro María Badilla quedaba muy cerca de mi hogar. Con mis hermanos, en los recreos, iba donde mi abuela donde nos regalaba tortillas con agua dulce. En primer grado tuve una maestra muy joven que se llama Teresita Arguedas y nos enseñó poesías que aún recuerdo. Al terminar la primaria, mi mamá se preocupó porque fuera al colegio, a pesar de que mi abuelo decía que las mujeres no tenían que estudiar porque eso era para los hombres. Luego del colegio, ingresé a la Escuela Normal de Costa Rica; donde me gradué como maestra, con apenas diecinueve años. Me hice maestra porque era una carrera de corto tiempo donde se podía trabajar al terminar, ya que en mi casa necesitábamos ingresos para ayudar a mis hermanos. Creo que mi formación como maestra fue bastante buena, ya que la Escuela Normal formaba muy buenos docentes, con muy buenas metodologías y las prácticas que se hacían en las escuelas, lo iban encaminando muy bien. Después de graduarme trabajé siete años en forma interina en diferentes lugares urbanos como Desamparados, Coronado, Alajuelita, Santa Ana, Heredia centro y otros. Después de siete años de trabajo interina, ya casada y con mi hijo Isaac, que tenía siete años y embarazada, de mi hijo Harold, me fui a trabajar a Limoncito (Limón), donde conocí en realidad lo que era una comunidad rural y es en este lugar donde se aprende a vivir con los niños todas su necesidades. Al trabajar en una escuela rural, se conoce niños y personas adultas que uno siempre recuerda, entre ellos, conocí a un niño llamado Miguel, que siempre llegaba tarde, un día le dije que si lo volvía a hacer no lo iba a dejar entrar. A la semana siguiente eran las siete y cinco minutos y no había llegado, me paré en la puerta del aula y lo vi donde venía corriendo, entonces al llegar me dijo: Ni me diga niña, porque vengo escuechado. Recuerdo también a mi compañera Yolanda con la que compartíamos una casa. Ella tenía tres niños y en las mañanas dejaba el almuerzo listo para cuando regresaba de la escuela y esos niños se lo comían todo, y las ollas las encontraba en el patio. La relación entre la escuela y la comunidad eran sumamente estrechas, ya que en realidad todos los padres se identificaban muy bien con la escuela para poner un ejemplo cuando habían los mencionados turnos, eran los padres los que trabajaban para bien de la escuela. Hay en estos lugares una gran problemática sobre todo en el aspecto económico, donde hay niños viviendo en galerones, descalzos y sin alimento. Ante estos problemas era muy difícil actuar, ya que lo único que se podía hacer era buscar ropa, zapatos para aliviar un poco las necesidades de estos niños. También en la escuela faltaban mobiliarios y libros, pero con la ayuda de los padres se lograba. Hay alumnos inolvidables por ejemplo, aquellos que lo veían a uno con cariño, amor y honestidad y siempre estaban a la mira de ayudar en todo lo que estaba a su alcance. Recuerdo una tarde que empezó a llover, siguió toda la noche y a la mañana siguiente todo estaba lleno de agua y no pudimos salir a nada. De pronto apareció un señor con una lancha, que iba para la pulpería y se encargaba de comprar comida para la gente que no podía salir. Le quedan a uno muchos recuerdos como una tarde que llovió torrencialmente y se inundó la escuela, no podíamos salir y llegó una ambulancia, para sacar a las maestras, duramos cuatro días sin poder asistir al trabajo. Entre algunos aprendizajes que quedan es el saber … que trabajar con niños es sumamente delicado, ya que uno puede hacer de los niños personas importantes o pasearse en ellos en un momento, donde hay que pedir sabiduría día con día para iniciar el trabajo con ellos, entregarles amor, cariño, honestidad y recalcar todos los valores que siempre perduran en ellos para toda la vida. El trabajar en una escuela rural es muy importante, se aprende a hacerlo con las uñas, dentro de grandes pobrezas, y a querer a los niños con todas sus necesidades. En realidad, allí se aprende a trabajar en educación, en una escuela en la cual su infraestructura es pobre y su mobiliario ni hablemos, así se valora la profesión. El educador rural, si trabaja a conciencia, valora al campesino, y lucha para que el niño no deje sus estudios, para bien de él y de su familia. La educación rural, es para el maestro una dura experiencia, donde en realidad hay que luchar con una serie de problemas para salir adelante. En ella, puede aportar grandes valores a la educación costarricense, valorar, luchar por superarse, conocer al campesino tal y como es; y todos los valores que en realidad se han perdido, pero que creo que en estos lugares, sí, todavía existen. Badri Teresa Baltodano Barrios Nací el 24 de Junio del año 1969, en la ciudad de San José. Mi nacimiento fue en la Maternidad Carit, cuando tenía 8 meses de gestación. Mi mamá salía como dos meses antes, desde la comunidad de Suretka, esto lo hacía porque era muy difícil salir y para no tener ningún contratiempo era necesario realizar el viaje con anticipación. Mi nombre es de origen persa, Badri Teresa Baltodano Barrios, ya que pertenezco a la religión Baha'í. Badrizath significa luna llena. Soy la mayor de 7 hijos, mi infancia la pasé en la comunidad de Suretka. Mi papá que era de origen nicaragüense se dedicaba a la agricultura, teníamos ganado, cerdos, gallinas entre otros. Todo lo que consumíamos mi papá y mi mamá lo sembraban, solo comprábamos el azúcar, la sal y la manteca. Mi casa era toda de madera, tenía muchos cuartos, sala, cocina y el corredor. Inicié mi escuela a los cinco años, pues desde los 4 años aprendí a leer con unos libros que mi mamá tenía. Ella fue la que me enseñó a leer y a escribir. Un día llegó el supervisor don Guido Barrientos y yo estaba leyendo un cuento en el libro Escuela para Todos, él le preguntó a mi papá ¿Don Baltodano esa chiquita está leyendo o está inventando?- Mi papá le contestó no, don Guido ella sabe leer, él me dio el periódico de la Nación y yo le leí un pedacito; entonces al siguiente año, entré a estudiar en 1975, a la escuela de Suretka de la cual soy egresada, en ese tiempo estaban abriendo la escuela y la ubicaron en uno de los potreros de la finca de mi papá. Mi primer maestro se llamó Gonzalo Villalobos. Terminé la escuela en el año 1980, con el maestro Hernaldo Kauffman Suárez. Realicé mis estudios secundarios en el Colegio Técnico Profesional Agropecuario de Talamanca; para poder estudiar en este lugar debía viajar 17 kilómetros en un carro de cajón, que cuando llovía nos mojábamos toditos. Mi mamá me echaba en un tarrito un gallito para que comiera, el cual estaba muy frío a la hora del almuerzo; en este colegio siempre me destaqué como estudiante de primer promedio. Cuando estaba en tercer año conocí a mi esposo: Jorge Luis Guzmán Salas, el cual vino como trabajador de RECOPE; nos casamos cuando estaba en cuarto año, en 1985. Me egresé 1986. En 1987 nació mi primera hija: Marcela. En 1988 entre a estudiar a la UNED, con la ayuda de mi papá y de mi esposo. Mi antiguo maestro de sexto era el supervisor y fue con la ayuda de él que entré al Ministerio de Educación. Cuando inicié mis estudios en la UNED, mi meta era estudiar Enfermería; pero debido a que mi esposo había perdido el trabajo, opté por trabajar de maestra, pues era el mejor trabajo en ese tiempo. Inicié mi trabajo de maestra en la escuela de Katuir, un 13 de Marzo de 1989, esta escuela está ubicada como a 5 kilómetros del centro de Bribri. En ese tiempo el acceso era una trocha, la tierra era colorada y cuando llovía se convertía en un gran barreal; todo el camino eran puras lomas. Empecé mis clases con 36 estudiantes, yo era la maestra y la directora, o sea era unidocente. La escuela era de madera, los padres eran muy trabajadores y me ayudaron mucho. Cuando inicie mi trabajo me sentía extraña pues no sabía como empezar; pero al poco tiempo con ayuda y asesoramiento de mi jefe, don Hernaldo Kauffman Suárez, logré realizar todo lo que se me solicitaba, en ese tiempo los programas eran pequeñitos y de color amarillo. En 1990 me nombraron en la escuela de Yorkín, la cual también era unidocente, para ir a esa escuela viajaba en un bote el cual me cobraba ocho mil colones por mes por ir a dejarme los lunes en la madrugada y por irme a buscar los viernes, el recorrido era por el río Yorkín, el cual es muy peligroso. A finales de ese mismo año, me matriculé con la Universidad Nacional, pues había un convenio para estudiar con el Ministerio de Educación, el cual consistía en que la Universidad vendría los viernes y sábados a Bribrí; la sede se ubicó en la actual escuela Líder Bribrí. Al siguiente año, en 1991 me nombraron en Mojoncito, para llegar a esta escuela debía viajar 4 horas a caballo desde Suretka y cruzar el río Telire, los primeros días me quedé en la casa de Don Rosendo Jackson, un anciano muy respetado de la comunidad, pero debido a que los padres me hicieron un ranchito me pasé a vivir en él. Debido al terremoto hice una permuta con René Rocha y me fui para la escuela Bernardo Drüg. En ese mismo año inicie la formación de maestra en el grado de diplomado. Me gradué en julio de 1993; debido a los destinos de Dios, mi papá no pudo ver mi graduación pues falleció el 3 de Marzo de ese mismo año; este mismo año nació mi otra hija Ariana. Concursé para propiedad en ese mismo año y adquirí la propiedad en el año de 1994, como maestra en la escuela de Volio, ahí estuve durante 3 años. A finales del año 1994 tuve a Luis mi tercer y último hijo. Luego me trasladé para Suretka en 1997 y 1998. Me gradué de Bachiller en Educación con énfasis en Indigenismo en el año 1997. En 1999 me trasladé para Bribrí y ahí estuve hasta el año 2000. Posteriormente llegué a la comunidad de Chase en el 2001, escuela en la que permanezco actualmente, aquí me desempeño como directora y docente. Obtuve mi licenciatura en el año 2005. Todos mis estudios superiores los he realizado con la Universidad Nacional. En especial de mi experiencia como docente de escuelas rurales, recuerdo a los padres de la comunidad de Buena Vista de la escuela de Katuir, por emprendedores y luchadores. A Don Rosendo Jackson, cuando trabajé en Mojoncito; él me hablaba solo en Bribrí para que yo aprendiera el idioma. A Hernaldo Kauffman quien aparte de haber sido mi primer maestro también fue mi primer jefe. Las relaciones escuela-comunidad fueron buenas en todos los lugares en los cuales he trabajado y trabajo, siempre he tratado de darle mucha importancia al trabajo de los padres y madres de familia, es lógico que siempre hay problemas los cuales siempre los he solucionado conversando y tomando en cuenta su forma de pensar. Cuando llegué a la escuela de Yorkín, los niños y niñas no podían ingerir pollo o carne muy seguido porque no había un congelador y menos luz eléctrica para poder mantenerlas; entonces les propuse a los padres que realizáramos varias rifas y ventas de cachivaches entre otros, gracias al esfuerzo realizado logramos comprar un congelador de canfín y así los niños mejoraron su alimentación. De los estudiantes que más recuerdo y que hoy día son profesionales, están: Daniel Bustos Espinoza que sacó el sexto grado en 1989, hoy día es ingeniero en Sistemas de Computación. A Moisés Chávez Vega de la escuela de Volio, quien actualmente estudia Medicina En Cuba. A Norma Brown de la escuela de BribrÍ, que fue mi primera estudiante especial. Una de las situaciones más duras que he tenido que enfrentar es la confesión sobre una violación de una niña en la escuela donde actualmente trabajo; creo que en todo mi trabajo esto ha sido lo más difícil, pues se necesita mucho valor para enfrentar esta circunstancia, pero lo hice valientemente a pesar de las amenazas hasta de muerte, que me hizo el autor de este hecho abominable con tan solo una niña de 10 añitos. Esto me ocurrió en el año 2004; bueno ese año fue especial pues también casi pierdo a mi esposo, ya que debido a una enfermedad hereditaria le extirparon todo el intestino grueso. También quiero compartir con los lectores mi gran triunfo: la construcción del actual centro educativo donde laboro, el cual tuvo que ser trasladado porque se encuentra en una zona vulnerable a inundaciones, esto ha sido posible gracias a la ayuda de la Cruz Roja. Dentro de los recuerdos más perdurables que tengo están el viaje a caballo desde la Comunidad de Suretka hasta la escuela de Mojoncito, esto lo hacía todos los domingos. Otro recuerdo muy importante para mí fueron las casitas donde me tuve que vivir mientras daba clases, siempre fueron de paja, muy lindas, las personas fueron especiales conmigo, pues siempre me traían pejibayes, leche, queso, plátanos entre otros. Los aprendizajes más importantes que tuve fueron: en la escuela de Mojoncito en donde tuve que buscar un alumno traductor para poder dar las clases, pues todos hablaban en Bribrí y yo no entendía nada, gracias a esto hoy día entiendo gran parte de la lengua Bribrí. Otro aprendizaje, fue la experiencia que adquirí en la parte administrativa, gracias a Rugeli Morales, que en ese tiempo era mi supervisor; él me dio la oportunidad de visitar otras escuelas para que le ayudara a revisar la papelería. De esta forma aprendí muchas cosas que hoy día me sirven de mucho, por ejemplo el manejo de un archivo, manejo de organizaciones como la Junta de Educación entre otras. Una escuela rural es aquella en donde debemos bañarnos en un río, en donde a veces no hay luz eléctrica y nos alumbramos con candelas; a veces nos encontramos escuelas rurales en donde hay esos servicios; pero aún así sigue siendo rural, pues en realidad la esencia de una escuela rural está en la población, la cual se caracteriza por ser sencilla, humilde, generosa y muy trabajadora. En este tipo de escuelas el docente es “Zoila” pues es conserje, doctor, secretario, enfermero, consejero matrimonial, cocinero entre otras. El o la docente de escuelas rurales es especial pues debe combinar todo lo anterior con la parte pedagógica, planeamientos, técnicas y métodos; debe ser muy creativo, dinámico y líder. Es el ejemplo de la comunidad. El trabajo de aula en una escuela rural es muy interesante, pues el o la docente debe ingeniársela para atender todos los grupos y sacar de ellos el mejor provecho; una de las técnicas que más utilizo, son los niños y niñas líderes, los cuales me ayudan a atender a los demás y coordinan el trabajo de aula, guiándose con una minuta que se prepara previamente. Otra técnica son los rincones por asignatura en donde el o la docente deja materiales para que los niños y niñas trabajen. El o la docente rural se caracteriza por jugar con sus alumnos y por ir a cultivar el campo. La educación es para personas con vocación, pues es una profesión que implica dejar a la familia, irse lejos, comer lo que haya a donde vayamos, esperar por el pago hasta seis meses y a veces hasta un año. Es trabajar las 24 horas y esperar pago solo por 8 horas, es trabajar un sábado o un domingo en actividades de la escuela, es luchar con personas negativas y jefes intransigentes que muchas veces les da titulitis aguditis. El ser educador es un honor, es llorar con sus estudiantes los triunfos y los fracasos, es resolver pequeños y grandes problemas pacíficamente, es involucrarse en comités de la comunidad y hacer crecer a las personas de la comunidad a través de los mismos niños y niñas. Mi mayor alegría como docente es ver leyendo a un niño o niña, es ver avanzar una comunidad, es ver graduado de una universidad un estudiante, es que un antiguo estudiante te diga “maestra fuiste la mejor, siempre te llevo en el corazón”(Marquitos de la escuela Volio, estudiante de la UCR actualmente). La educación rural la defino como un reto, es una realidad muy diferente de las grandes escuelas, es ir más allá de las metas propuestas, es compartir un almuerzo humilde, en una vivienda humilde, es contextualizar los planes, es adaptarse a las costumbres de un pueblo e involucrarse en los problemas de la comunidad. Como educadora rural pienso que la educación rural hace un gran y valioso aporte a la educación costarricense, pues es aquí donde verdaderamente se forman los docentes por vocación, es ver la realidad de un pueblo donde la gente es pobre. Un aporte que considero uno de los más valiosos es el ejemplo y el trabajo que realizan los padres de familia en las comunidades rurales, también nos aporta aprendizajes más significativos desde todos los puntos de vista ( pedagógico, formal e informal) en los estudiantes. La visión y la misión son dos aportes fundamentales que hace la educación rural a la educación costarricense, pues estas son diferentes de las que hay o existen en la educación costarricense en general. Creo que el aporte más valioso que aporta la educación rural a la educación costarricense son las metodologías con las que se desenvuelve un docente rural, tanto en la parte pedagógica, como en la parte comunal. Badri Teresa Baltodano Barrios. Agosto,2007. Édgar Alvarado Barrantes Nací un 30 de Mayo del año 1969 en el Hospital Calderón Guardia, en la ciudad de San José y le debo mi nombre a mi abuela materna. En realidad soy josefino de nacimiento solamente, ya que mi familia es oriunda de Tilarán, Guanacaste, y mi papá hacía el esfuerzo de llevar a mi madre (qdDg), hasta San José para que fuera mejor atendida en sus partos. Mi familia estaba compuesta por cinco miembros, mi papá Arnoldo Alvarado Herrera, mi mamá María Edith Barrantes Rodríguez, mi hermana Maritza, mi hermano Arnoldo y yo. Toda mi infancia la viví en la ciudad de Tilarán, en la provincia de Guanacaste. Tilarán era un pueblo rural, en donde casi todas las personas nos conocíamos y no existían muchas formas de entretenimiento como hoy en día, lo cual no impedía el disfrute y travesuras de niños que se suelen cometer. Tanto mi educación preescolar, primaria y secundaria la desarrollé en este pueblo tan tranquilo. Mi padre fue maestro rural toda su vida y dedicó 30 años a la educación. Aún recuerdo verlo salir en las madrugadas hacia el trabajo, ya fuera en motocicleta o en carro y ver a mi madre levantada desde muy temprano haciéndole su desayuno. Luego, verlo llegar en las tardes y buscarnos donde estuviéramos para saludarnos y hablar o jugar un rato con mis hermanos y conmigo. Mi madre siempre fue ama de casa y puedo decir con orgullo que durante el tiempo que Dios me la prestó, tuve la mejor madre del mundo; excelente madre, excelente cocinera, chineadota pero firme, y una excelente amiga. Mis hermanos fueron mis compañeros de juegos y como yo soy el menor, siempre me cuidaron de cualquier peligro. Puedo decir que mi infancia transcurrió muy normal. Luego de terminar mis estudios secundarios, decidí ingresar al Plan de Emergencia, creado por el MEP como una forma de formar educadores debido al faltante de profesionales en educación. Puedo decir que me incliné por la educación debido a mi padre y mis abuelos paternos Maurilio Alvarado Vargas y Elsa Herrera Argüello, los cuales fueron educadores muy destacados en Tilarán. Mis abuelos eran oriundos de Heredia y fueron de los primeros pobladores de esta zona. Luego de ser maestros en la escuela de Tilarán, mi abuelo fue el primer Director del Colegio de Tilarán, que hoy lleva su nombre: Liceo Maurilio Alvarado Vargas, en honor a su dedicación en beneficio de la educación de Tilarán. Por esto que puedo afirmar que mi inclinación por la educación se debe a las enseñanzas que tuve de niño y a la dedicación que mi padre y mis abuelos pusieron en el desempeño de su trabajo, lo cual me hizo sentir orgulloso de ellos. Mis primeros años de estudio los cursé en la UNED, que se encontraba en Cañas, empezando a trabajar al año siguiente de mi graduación de secundaria en Julio de 1987, en una escuelita unidocente llamada Río Chiquito, ubicada a dieciocho kilómetros de Tilarán. Para llegar a esta escuela, viajaba en una pequeña motocicleta, la cual me regaló mi padre ya que se había pensionado el año anterior y decidió obsequiarme la moto con la cual había viajado durante muchos años. En Río Chiquito trabajé año y medio y puedo decir que fue maravilloso iniciar en una zona rural, ya que esto me formó mejor como educador, además de los sabios consejos de mi padre quien siempre me apoyó. Luego de terminar mi Profesorado (PT3) con la UNED, continué mis estudios en la Sede Regional de la UCR en Puntarenas, durante dos años y medio, en donde obtuve mi bachillerato y continué mis estudios en la Universidad Latina y la Florencio del Castillo en donde obtuve mi Licenciatura. Ya para ese tiempo estuve trabajando en otras escuelas: San Buenaventura, en Colorado de Abangares, San Juan de Cañas y en Tilarán en los centros educativos; Los Ángeles, Paraíso, Linda Vista, Viejo Arenal, Cerro San José y Líbano, San Rafael de Guatuso en Alajuela. Trabajé un año como Asesor Regional de Escuelas Unidocentes en la Dirección Regional de Cañas y luego llegué a la Escuela El Silencio en el año de 1999. Considero que la experiencia de trabajar en una escuela rural, modela al docente y lo forma como un ser integral, lo cual le permite desempeñar diferentes funciones sin ningún problema. El o la docente que realiza sus primeros pasos como docente de escuela rural, fortalece sus aprendizajes y le permite poner en práctica sus conocimientos de una forma tan innovadora que le permitirá adquirir experiencia invaluable en el desempeño de su labor educativa. La experiencia de ser maestro rural le permitirá al y a la docente aspirar a cualquier puesto en educación (y lo digo sin ningún temor) ya que su formación y las vivencias adquiridas hacen del maestro rural un visionario de nuevas técnicas de estudios en donde se propicia el desarrollo de un currículo atractivo para los educandos. Además la experiencia administrativa (que no se paga) es muy enriquecedora ya que se está al frente de una escuela, en donde se entregan por igual los mismos documentos administrativos que en una escuela técnica. Otro aspecto importante es la cercanía que se tiene con la comunidad en general, en donde el docente se convertirá (aunque no lo quiera) en un líder comunal y será tomado en cuenta para muchas decisiones que se tomen en beneficio del desarrollo de la comunidad donde trabaje. En este proceso, el y la docente formará parte de alguna asociación o grupo organizado de la comunidad; le corresponderá ser maestro de ceremonias de muchas actividades, ser consejero de alumnos y padres de familia, encargado de recibir delegaciones que visitan el pueblo, redactar cartas para organizaciones comunales o elaborar proyectos en conjunto con las Asociaciones de Desarrollo. Para poder mantener una buena relación entre la escuela y la comunidad se necesita ser humilde pero firme en su trabajo, demostrar el nivel de profesionalismo y tener el discernimiento para actuar correctamente en situaciones difíciles. En el transcurso de los años he conocido gente importante en cada comunidad a donde he ido, desde el peón de finca que se gana su sueldo bajo el sol calcinante o los días de lluvia y frío, hasta el ganadero que aporta desinteresadamente en beneficio de la comunidad. Tengo bien claro a don Olman en Paraíso de Tilarán, quien con su colaboración logró mantener en ocasiones el comedor de la escuela, a don Fermín Villalobos en Viejo Arenal, quien con sus ideas y proyectos logró impulsar la construcción de la casa del maestro; a Olver, Abdón y sus esposas, personas preocupadas por el desarrollo de la comunidad de Cerro San José, a padres y madres de familia de El Silencio, cuyos aportes en la realización de obras de teatro para las fiestas es enorme y a doña Yolanda Peraza, quien fue la gestora de la apertura de la primera escuela en esta comunidad y aún hoy, sigue colaborando con la escuela y la comunidad en general. En realidad debo decir que debo mi admiración a todas las personas que he conocido en estos años de docente, ya que el esfuerzo que realizan para enviar a sus hijos e hijas a la escuela y el deseo de que ellos se superen y logren ser personas de bien, a pesar de las limitantes que puedan tener, es digno de reconocer por ese esfuerzo que realizan. He podido apreciar en los lugares donde he estado, la falta de motivación que tienen los muchachos de zona rural por seguir estudiando y preparándose para ser profesionales, y creo que aquí es donde debemos trabajar muy fuerte para motivar a esos niños y niñas y lograr que no abandonen sus estudios. No nos debemos de sentir satisfechos con lograr hacer una graduación de sexto, sino también debemos de darles seguimiento a esos alumnos para que continúen con su preparación. La motivación de los logros obtenidos por un educando, repercute positivamente en la comunidad en general y es la base fundamental para lograr que muchas personas busquen su propia superación. En las comunidades rurales, debemos enfrentar diariamente las necesidades de familias que tratan de sobrevivir con los pocos insumos que pueden obtener, aquí es donde se aplica ese dicho que reza “Coyol quebrado, coyol comido”; ya que en ocasiones nos llegan a las aulas alumnos y alumnas con deficiencias alimentarías, problemas graves de autoestima, agresiones físicas y psicológicas y desintegración familiar. Es aquí donde debemos sacar al verdadero educador e iniciar una labor ardua en busca de la formación integral de estos seres a los que nos debemos, buscando nuevas técnicas de enseñanza y dedicando a ellos nuestro tiempo de calidad para hacerlos sentirse queridos y protegidos dentro de un ambiente agradable que les haga olvidar su precaria situación. En ocasiones es difícil realizar esta labor (y hasta puede parecer titánica), pero debemos hacerlo si queremos lograr una verdadera formación de nuestros y nuestras estudiantes. Los problemas no pueden estar ajenos ante nuestra intervención en situaciones familiares. Recuerdo una familia a la que traté de ayudar en la educación de su hijo, pero lo que recibí a cambio fueron insultos y hasta la amenaza de una demanda. Después de un tiempo de trabajar con el niño, logré que sus padres se acercaran al aula y compartieran con ese niño todo el proceso de aprendizaje que el estaba llevando. Vinieron las visitas al hogar (muy importantes para conocer el ambiente en que vive el niño) y las conversaciones con sus padres dieron sus frutos al aceptar la importancia de la educación como una herramienta para lograr un mejor futuro. El convencimiento es fundamental y debemos ser nosotros los primeros convencidos en que cada uno de nuestros educandos es un ser muy particular y especial que necesita nuestro apoyo, pero sobre todo necesita que creamos en ellos. La escuela rural se caracteriza por ser única debido a una serie de características. Podemos citar entre algunas: El tipo de población que maneja. Los niños y niñas de una comunidad rural son, generalmente, más arraigados a los principios familiares que los de zona urbana, en donde la mayoría de actividades se realizan en familia o en comunidad. Las características de infraestructura. Cada escuela rural cuenta hoy en día con cierto tipo de infraestructura que permite lograr un ambiente agradable a la población que recibe diariamente. A pesar de que la planta física se encuentre en precarias condiciones, es deber de todo educador y toda educadora lograr que ese espacio destinado a recibir lecciones y a intercambiar experiencias sea agradable a la vista aunque tenga piso de tierra, que se convierta en el lugar donde todos quieren pasar varias horas estudiando y aprendiendo diferentes temas de interés. Los espacios brindados para explotar en cada uno de los alumnos y las alumnas sus habilidades en diferentes áreas. Tanto el Círculo Creativo como el Círculo de la Armonía, permiten observar en los niños y las niñas, diferentes aptitudes hacia diferentes formas creativas de expresión (música, pintura, deporte, canto, redacción de cuentos y otras) que le permitirán expresarse y de esta forma manifestar atributos con los que se puede lograr su propia superación a la hora de desarrollar los planes de estudio, haciendo adecuaciones de acuerdo con sus intereses. La Educación Costarricense está en un proceso de cambio en busca de un dinamismo carente durante muchos años, que permita hacer más atractivo para niños, niñas y jóvenes la permanencia por varias horas al día, en un salón de clases. Los cambios se deben dar concienzudamente, ya que la deserción anual que se detecta en los centros educativos y que alarma a las autoridades educativas, representa la apatía de los educandos por permanecer en las aulas, en donde las metodologías de enseñanza se vuelven poco aceptables. La educación debe evolucionar y ser cambiante de acuerdo con los cambios que se presentan en nuestro mundo. La incorporación de la tecnología en el desarrollo de los programas de estudios es una herramienta muy útil y de actualidad entre los y las jóvenes de hoy y es posible que en las zonas rurales se puedan desarrollar programas de Informática en conjunto con la Fundación Omar Dengo. Otras formas de lograr un mayor dinamismo, es la implementación de técnicas activas que permitan que los educandos expresen sus propias opiniones con respecto a los temas vistos en el aula, así como la facilidad de expresar los aprendizajes obtenidos con sus propias ideas o estrategias, sin poner limitantes a la creatividad. Es muy importante resaltar la labor de las Directivas Escolares o Gobiernos Estudiantiles. En ellas cada uno de sus integrantes tiene la posibilidad de expresar sus ideas y ser escuchados por los demás miembros, además este grupo puede proponer proyectos que permitan colaborar con la esuela, haciéndolos sentirse útiles a los demás. Las elecciones se deben realizar sin importar la poca matrícula que podamos tener en nuestras aulas y las debemos hacer con participación de toda la población escolar. En la medida que los educandos sean partícipes de su propia educación, esta se volverá más atractiva para ellos y se involucrarán más en este proceso educativo. La educación rural es la mejor forma de poner en práctica los conocimientos adquiridos en la Universidad, ya que nos exige de tal forma que nos convierte en seres creativos, innovadores, pero sobre todo en seres humanos con deseo de servir a los demás a pesar de las diferencias entre las personas y concientes de una realidad que existe en nuestro país, la realidad de limitaciones de las zonas rurales. Los educandos de zona rural serán, si sabemos encauzarlos, verdaderos artífices de su propio conocimiento y se convertirán en verdaderos líderes comunales deseosos de ver su comunidad cada día mejor, sin importar el lugar donde se encuentren o la profesión a la que se dediquen. La educación rural está dando de que hablar hoy en día y creo que las autoridades educativas deben volver la vista hacia las zonas rurales de nuestro país debido al potencial humano que existe en esta zonas. Es en estas comunidades donde las personas aprenden a ser gestores de las soluciones que aquejan su pueblo, sin esperar que la ayuda llegue sola. Con este perfil, podemos deducir que nuestros educandos crecerán siendo seres humanos capaces de enfrentar retos sin rendirse ante el primer obstáculo, sino que lucharán por conseguir lo que deseen. En realidad lo que necesitan los niños y niñas de las comunidades rurales es que creamos en ellos, que creamos en sus capacidades de poder tomar sus propias decisiones y resolver sus problemas. Que los enseñemos a valorar lo que tienen y les demos ese impulso necesario para que realicen sus propios sueños. Es ahora que el educador y la educadora costarricense debe hacer sus primeras armas en las escuelas rurales como una medida de formación integral, la cual nos permita ser mejores formadores de jóvenes deseosos de ser tomados en cuenta en su propia educación. El y la docente que haya realizado sus primeras armas en zona rural, estará capacitado y capacitada para desempeñarse en cualquier campo educativo, ya que asumimos roles no solo de educadores sino también de directores, somos líderes comunales, psicólogos, consejeros matrimoniales, doctores y otros tipos de trabajo que nos exija nuestro diario quehacer en este tipo de comunidades. Es por esto además que creo que es en estas escuelas en donde deben estar las personas con mayor preparación para enfrentar los retos a los que diariamente nos enfrentamos. No dejemos que un título nos haga creer mejores que los demás y aspirar solamente a puestos administrativos, los invito, al igual que este servidor, a enamorarse de la labor del maestro y maestra rural y todas las vivencias que nos acompañan diariamente. Concluyo felicitando a las personas que se están preparando en esta ardua y a veces incomprendida labor de ser educador y educadora. Sigan adelante con sus aspiraciones y los invito a que dejemos huellas por donde pasemos. María Norma López González Nací en San José centro en el año 1934, en un hogar formado por mi abuelita y mi abuelito, soy hija natural negada por el padre, mi mamá tenía que trabajar, viví rodeada de diez tíos y mis abuelos me criaron como hija. Mi infancia la viví en Heredia centro, a cien metros de la famosa cantina de “Mulo”, estudié en la escuela Rafael Moya, era la escuela de mujeres, con buenas maestras, en primero y segundo doña Ester Brenes y de tercero a sexto la niña Esperanza Solís. Lo que aprendí en la escuela son los conocimientos que tengo actualmente. Después estudié en el Liceo de Heredia, saqué el bachillerato, cuando yo salí como maestra ya era Escuela Normal, para el año 1955. Después crearon la Universidad Nacional, antes manejaba la Regional los nombramientos al mandó de don Rafael Arguedas, a quien le solicite plaza en tres lugares San José de la Montaña, Mercedes y Barrial. En 1956 me nombraron en la escuela Arturo Morales durante nueve años, el director era Danilo Fonseca, habían maestras “viejas” Clara y Cecilia Cascante, la niña Kela Cambronero, la de música Flory Villalobos, la de Vida en Familia Marielos Segura y comenzamos Allan A., Marielos Bolaños, Marta Corrales con varios directores. En 1964 empecé a gestionar la apertura de la escuela en San Miguel, logramos hacer un censo y abrirla. La condición era que hubiera dos kilómetros de distancia de la escuela de San José de la Montaña y de la de Paso Llano, y después lograr el terreno, que lo donó Chepito Cordero y con ayuda del pueblo y con dos obreros que envió el Departamento de Construcciones del Ministerio se construyó la escuela, los obreros necesitaban quedarse en el pueblo, entonces se quedaron en mi casa. Ahí me nombraron directora, trabajé veintiún años consecutivos e ininterrumpidos. Empecé trabajando sola, a los dos meses nombraron otro docente. Siempre me encantaron las matemáticas y hasta hoy todavía doy clases de kinder y primero. Mi esposo era lechero, pasaba a dejar la leche a la escuela y le caí mal, pero se casó conmigo. Inicialmente yo quería ser azafata pero la situación económica no lo permitió, fui a la Universidad a estudiar matemáticas pero me dio varicela y no volví, después fui al Centro Cultural y no pude, porque mi esposo era muy dominante y no volví. A pesar de que en la Escuela Normal había muy buenos profesores en Pedagogía, lo que le enseñaban a uno era muy diferente a lo que se vive en la escuela. Aquí en San Miguel los personajes importantes eran Don Votto Stenford quien introdujo el ciprés en Costa Rica, Rubén Hernández, Otoniel Sanchéz, Miguel Angel Vargas, Carlos Vargas, Don Chepito quien donó el terreno para la escuela, ellos fueron bastiones de este pueblo. La relación entre la escuela y la comunidad era muy poca, había muy poco apoyo porque creían que todo era obligación del maestro, trabajar en el mismo pueblo es lo peor, todos los ojos del pueblo estaban sobre mí, la maestra; en la enseñanza, los turnos, lunadas, rifas, bingos, entre otras actividades. Los problemas que había eran la pobreza, problemas económicos, de salud: se morían los niños de sarampión y parásitos. Además de la poca cooperación por parte de los padres de familia, pues en algunos casos pasaban los seis años y no se les veía, hasta el día del recibimiento del diploma. Recuerdos En San José de la Montaña tuve un grupo inolvidable y excelente de primer grado, estaban Adrián Ruíz, Virginia Hernández, Héctor, fue un primero requete bueno, muchos de mis alumnos llegaron a ser profesionales. Los niños en el recreo se perdían, iban a la plaza y los más terribles no aparecían se iban para la poza Víquez, como a 700 metros de la escuela, una vez se fueron y a los días llega el Sacristán, se habían pasado por el cielorraso y se tomaron el vino. Algunos estudiantes como Virginia Hernández y Rafael Espinoza, me dieron una charla en un curso, una siente satisfacción de que logren desenvolverse, también recuerdo que tuve un director que llegaba ver el grupo y revisar el diario. Recuerdo a Don Aquiles el dueño de la “asadora” el nos daba los pasajes por mes 40 colones, que ahora no son nada. El maestro rural debe ser paciente, tolerante, realzar los valores, apreciar el cariño que le proporcionan los niños, antes los niños llegaban como una bolita de barro que uno tenía que amoldar, el esfuerzo era de una, la maestra, los padres no sabían leer ni escribir. El país depende del educador, la escuela es el primer templo y lo que uno logra dentro de las aulas es realmente significativo; algunos estudiantes hasta la llegan a ver a una como una madre, recuerdo a Eliécer Sánchez que siempre me ha dicho mamá, en el bus o donde va caminando, donde sea. Lo importantes es lograr respeto y no miedo. Reflexión La educación está por los suelos, debe ser modificada desde arriba, lo que falla es el sistema, nombramientos, desfachateces, tiene que haber mano dura. La educación rural es muy difícil porque los niños no tienen apoyo del hogar, la infraestructura, y la poca relación del hogar con la escuela. Los niños son espejos de lo que viven en el hogar. Nidia Rivera Nací en la ciudad de San Carlos, Alajuela un 23 de Setiembre de 1958. Soy la menor de seis hermanos, tres hombres y tres mujeres. Mis padres son obreros, mi padre un afilador de aserraderos y mi madre una costurera, se vinieron de ese lugar en el año 60, luego de una estadía de cinco años, entre los que nací. De ahí es poco lo que recuerdo, si sé que éramos muy pobres, en nuestra partida de ese lugar, nos colocaron a todos en un camión, con las pocas cosas y solo recuerdo venir viendo el cielo, muy estrellado y luego un sueño…y nos trasladamos a La Florida de Siquirres, un lugar muy exótico en medio trópico húmedo, en donde estoy segura surgió mi amor por la naturaleza. Este lugar era una hacienda, un pueblo y mi padre era el afilador de la Hacienda la Florida. El trópico húmedo El sol empezaba a adornar con sus rayos, el gran cañón que recorría el Reventazón. El río tronaba, rugía, era fuerte y caudaloso, su color ámbar adornaba los islotes de bambú. El río bajaba fúrico de la cordillera hasta el valle y en su trayecto recogía robles, saínos y casitas sin pintar. Todo rodaba y chocaba contra las piedras, parecía una competencia por el primer lugar, hasta llegar al Codo del Diablo, lugar de descanso de esa gran turbulencia. Aunque su nombre no revela descanso ni sosiego, en verdad su nombre le hace honor a un paraje azaroso y temerario, a quien solo el gigante de metal, el tren, lo solía acompañar. Tuvo otros acompañantes este Codo del Diablo que hicieron torturas vergonzosas durante la Guerra Civil del 48. El río transitaba a través de montañas con llanto, ¿Qué pena guardarían?. Cuando llovía recio, parecía que la montaña se iba a derrumbar, la tierra retumbaba pero luego… el ruido del tren alegraba ese paraje estoico y sombrío y cruzaba fiero, caluroso y festivo, haciéndose por momentos dueño de esos destinos. En la época lluviosa que era casi constante, se apostaban nubes negras sobre el cañón montañoso, eran amenazantes y se desplomaban como un árbol viejo, vencido por el tiempo. Los días con sol y despejados eran pocos y poco se veían las estrellas, parecía que la humedad las castigaba y les impedía alumbrar el juego de los niños por las noches. Los árboles con barbas de viejo albergaban alguna osa perezosa con su cría, su bondad nos invitaba a acercarnos y lo hacíamos con inusual cuidado para no alterar su mundo, la observábamos, en sus maromas, por largas horas con un placer inmenso. También había hojas anchas… muy anchas para recoger tanta lluvia que caía, algunas plantas se retorcían alrededor de los árboles y no se sabía si los amaban o los torturaban, los dos buscaban la luz en una lucha constante y diáfana. El arroyo que formaba el río era un descanso con aguas cristalinas… como un cielo de verano. Habían estructuras geológicas diversas, piedrecitas multicolores que se confundían con pececillos, ranitas o lagartijas y piedras enormes que de seguro habían rodado de la cima de la gran montaña o quizás la bravura de la tierra las desenterró. En el arroyo se podía jugar, tal parecía que el río abrió sus brazos para formar una ensenada, para el juego de cualquier domingo de Semana Santa o de algún otro día festivo. Se encontraban aquí profundidades diversas y era fácil flotar hacia el fondo para ver camaroncitos anidando y cangrejos amenazando. Cuando venía la copiosa lluvia que luego podía ser torrencial, este pueblo del cañón parecía triste y creía que el señor de la montaña se enojaba y enviaba rayos y truenos, para recordar su poderío. Pasaban muchos días y la lluvia seguía ahí, persistente, a veces tenue, fuerte o como un temporal…la montaña seguía llorando, a veces pasaba mi mano sobre el musgo de la montaña, talvez pensando en consolarla un poco. El agua recia se llevaba todo… cosechas de esperanzas y sueños plantados, y los campesinos sembraban de nuevo. Aún están ahí el Río Reventazón y la copiosa lluvia también, el pueblo ya no está…desapareció en un mes de marzo de 1965, se lo llevó la lluvia, a nosotros no nos llevó, porque mi padre, el afilador del Aserradero La Florida, nos alejó de esa tierra brusca y peligrosa, pero llena de aventuras para un niño. Partimos para siempre, atrás quedó el cañón, el río y la copiosa lluvia del trópico húmedo…y la montaña siguió llorando y aún no sé porqué… tal vez por las torturas. Yo sí comprendí el motivo de mi llanto cuando partí de ese paraíso. Mis estudios De ese trópico húmedo mi padre nos trasladó a un barrio pobre de San José: Sagrada Familia, ahí cursé la primaria en la Escuela Carolina Dent y mi secundaria en el Liceo Ricardo Fernández Guardia. Uno de los personajes que más recuerdo de ese barrio, era doña Luz la del bajo, jugábamos mucho con sus hijos y por las tardes nos daba café con pan en medio de su pobreza y luego le ayudábamos a separar una mezcla de granos: arroz con frijoles, yo me preguntaba porqué hacía eso, al tiempo comprendí que esa es la mezcla de pobreza más grande que viví y me seguía preguntando de donde podía sacar amor y paciencia para atendernos. Haber vivido en un barrio urbano marginal me hizo crear conciencia y desear que esas personas buenas que conocí, pudieran salir de la pobreza. Aunque yo no era tan pobre, ahí vi tantos, que lo sentí mucho en mi corazón. Tal vez éramos pobres pero tuve una madre que nunca nos lo mostró así y eso nos hizo mucho bien. Mi madre no estuvo en la secundaria, pero sentía que mi hogar era diferente, había libros, todos estudiábamos y mi madre era una excelente lectora. Aquí logré interpretar que la educación podía destruir la pobreza. Me fui de ese barrio cuando mis padres hicieron una casa muy bonita en San Sebastián. Llegó mi ingreso a la enseñanza universitaria, gané el ingreso a la Universidad de Costa Rica y estudié Agronomía, luego de obtener algunos trabajos en investigación, me fui a trabajar a un colegio agropecuario, yo creo que hacía mucho había descubierto que me gustaba enseñar, transmitir el conocimiento y esto se reafirmó más con el nacimiento de mis hijos, siempre me gustaba explicarles los fenómenos naturales. Dando clases en el colegio agropecuario pensé en estudiar ciencias naturales y lo hice. A Paquera Obtuve la posibilidad de una plaza en propiedad, en Enseñanza de las Ciencias, fui nombrada en el Colegio Técnico de Paquera, me trasladé a vivir a Paquera con mis hijos. Era la primera vez que realizaba la travesía por el Golfo de Nicoya y aquí me conducía este nombramiento en propiedad. Para el viaje utilice el único medio público que había desde Puntarenas: “La Paquereña”, era una lanchita de madera que hacía el trayecto unas tres veces al día, cruzando el Golfo. El día de la partida para conocer el lugar, inició el viaje en la terminal de Puntarenas, mi padre me acompañó, como buen padre que es y que ha sido, él deseaba conocer el lugar donde me enviaban y como me establecería. Pasamos la noche en el Puerto, para tomar La Paquereña muy temprano, mi padre, hombre precavido ya había averiguado el horario de la lanchita. Llegamos al pueblo de Paquera que me pareció bonito desde el principio y sentí que iban a suceder solo cosas buenas. Este Pueblo en ese momento, eran dos calles: una hacia el norte y otra hacia el este, estaba el Banco de Costa Rica, la escuela, el colegio, la plaza y la iglesia, como en todo pueblo. Al llegar preguntamos en las inmediaciones del colegio por una casa de alquiler y pronto encontramos al dueño de varias casitas y cerramos el trato: con depósito y mes cancelado. Era una casita de madera muy sencilla y un patio enorme, nunca he vivido en una casa con un patio de esas dimensiones, con muchos árboles de mango y de marañón, alrededor todo eran repastos, había mucho ganado. Cuando volví al pueblo, un sábado de febrero con el pequeño menaje, junto a mi padre lo descargamos y al día siguiente llegó mi madre con mis tres hijos. Mis padres nos acompañaron una semana, hasta celebrar el cumpleaños de mi hija Sofía, que cumplía tres años, llegó el domingo en el que mis padres partieron y nos quedamos solos mis hijos y yo. Ellos, mis padres, se fueron con el corazón partido y así quedamos nosotros cuatro... Se iban mis padres, los abuelitos y los cuatro nos quedábamos en un pueblo que no conocíamos, pero que ahora puedo decir que nos trató con inmenso cariño y ahí se inició una de las experiencias de educadora más bellas que he tenido. Inició el curso lectivo, observé estudiantes humildes, curiosos y educados, tenía todos los niveles a cargo, ya que en estos colegios de zonas rurales, generalmente hay un solo profesor de cada materia. Debía impartir Ciencias Naturales y Biología. Me ayudaba estudiando con mi biblioteca y de suerte el colegio tenía una buena bibliografía en Ciencias. En estos lugares lo que sobra es el tiempo, así que podía dedicar muchas horas al estudio. El curso había iniciado recientemente, pero yo tenía una gran preocupación, los ahorros se agotaban y sucedía lo común, un atraso en el pago. Pronto resolví, un compañero me ofreció crédito en un bazar, para los “útiles” escolares y yo tomé ánimo para pedir una cuenta a plazo en la única pulpería del pueblo, donde obtuve un sÍ de respuesta, con el apoyo de compañeros y de la gente del pueblo todo se iba solucionando. Ahí uno es definitivamente un profesor de pizarra y clase magistral, ya que no había siquiera donde sacar una fotocopia, ni ningún medio audiovisual, cuando el calor era insoportable sacábamos los pupitres al patio a la sombra de los mangos y los estudiantes y nosotros disfrutábamos mucho y la clase se hacía amena en medio de ese bosque de montano bajo. Los días de efemérides se trataban de celebrar con mucho colorido, ya que en estos lugares esas fechas son muy apoyadas por el pueblo, es a la vez una forma de celebrar con la familia cualquier actividad cultural. La gente sencilla llegaba con sus ropitas bien prendiditas a disfrutar del turno, el bingo o de las fechas patrias y así la comunidad y la institución se confundían para buscar mejoras, me convencí que este es un pueblo activo y luchador, con una organización comunal muy fuerte. Entre mis compromisos mas importantes estaban la preparación de los dieciocho estudiantes que presentarían Biología, asistíamos a repasos los días sábados, todos con un compromiso muy formal y con entusiasmo. Cada día que pasaba estaba más cerca la presentación de bachillerato, una semana antes de las pruebas les sugerí a mis estudiantes que se hicieran unos mensajitos y los fijaran en la pared del aula que sería la sede de las pruebas nacionales, los requisitos eran solo dos: todos se harían mensajes entre sí y todas las palabras serían positivas. Iniciaron las pruebas y esa pared cada día se inundaba mas de mensajes hechos por ellos mismos, ahí no hay un”mall” ni “hallmark”, donde adquirir algo superficial, pero lo cierto es que una vez más me convencí del poder de la palabra. Al terminar las pruebas cada uno recogió sus mensajes con mucho cariño. Llegó el momento de recibir los resultados de bachillerato, la directora nos reunió en una aula a estudiantes y profesores, dio unas palabras y procedió a entregar los sobres, uno de los estudiantes, Aarón me pidió que abriera su sobre, tenía mucho miedo, cerró sus ojos y le dije: ganó todas…pueden imaginarse, ahí todos nos abrazábamos y llorábamos, solo perdieron dos estudiantes, y también lloramos por ellos. Esa promoción ha sido una de las mejores, además el trabajo cuando hay tanta limitación y esfuerzo es más perdurable y sentido. La graduación llegó y las lagrimas también, el salón de actos fue un aula del colegio, a la que se le corrió una pared móvil, para alcanzar así el aula siguiente y ahí alumnos, padres y profesores lloramos de alegría. La mayoría gente humilde, en apariencia y en verdad campesinos, obreros, amas de casa todos se sentían muy orgullosos de sus hijos y nosotros también. El salón fue adornado por los compañeros del Departamento Agropecuario del Colegio, lo adornaron de una forma muy exótica: partían tallos de matas de plátanos y en esos segmentos colocaban flores, ramas, helechos y más, todo lo que su corazón les decía, son los arreglos florales más amorosos que he visto, abundaban en todas las esquinas y rincones del salón. Durante todo el acto hubo un orden perfecto y así fue el acto de graduación más sencillo y emotivo de todos a los que he asistido. Ahí no hay paseos a hoteles cinco estrellas ni paquetes de graduación que se salen del presupuesto de los padres, pero ahí se siente el triunfo más que en otras partes quizás porque hay que reunirlo con más fuerza. Mis hijos recuerdan la estadía con mucho cariño, entre las actividades cotidianas había sesiones de ordeño en el colegio, actividad que los atrapaba, ya que podían tocar las vacas, los terneros, y pronto fueron parte de la sesión. Se volvieron los visitantes asiduos y permanentes, casi se convirtieron en asistentes formales de dicho trabajo. Por las tardes nos íbamos al arroyo a refrescarnos y esperar que llegara una espátula rosada que creo que se hizo nuestra amiga, también veíamos el ganado pastando y los monos saltando. Algunas veces subíamos a realizar la tertulia nocturna donde Yami, ahí llegaba León, Julio el profesor de mate y su esposa y nos daba la noche para luego regresar a la casa y dormir. Cuando regresamos a la casa de la tertulia, mirábamos el firmamento, es el lugar donde he visto más estrellas fugaces y el “camino” de la Vía Láctea, es algo majestuoso y precioso que solo puede apreciarse en un cielo muy despejado y limpio de contaminación, puedo decir que en Paquera observé cosas simples y preciosas que quizás ya nunca veré, pero las guardo para siempre en mi corazón. El trayecto por el Golfo me dio ilusiones, aventuras y más, algunas veces iba a Puntarenas en compañía de mis hijos otras lo hacía sola. En uno de esos viajes, un día sábado fui a Puntarenas a retirar dinero; en Paquera no había banco, ni cajero, el lugar más cercano para hacer retiros de dinero era Puntarenas y ni pensar en pagar con tarjeta. Llegué al puerto realicé mis trámites y me disponía a regresar, como no era un bus el que debía tomar, ni se trataba de un corto trayecto, las diligencias se realizaban rápidamente, podía ocurrir cualquier cosa, menos perder la Paquereña. De pronto me encontré a mi compañero de trabajo, Etnio, con una apariencias muy desolada, el cajero se dejó su tarjeta, y adivinen, solo traía el dinero para llegar…iba ser difícil nadar el Golfo. Me explicó, nos reímos mucho y terminamos en el mercado de Puntarenas, Yo lo invité a un “casado”, le pagué los pasajes y le presté algo de dinero y nos regresamos juntos en el segundo viaje de la Paquereña, nunca lo olvidamos. El salto mortal tuve que darlo en una oportunidad cuando ya estaba dando servicio El Ferry, llegué al muelle de salida a una hora muy ajustada, justo cuando este partía. El operario del ferry me animó a saltar y les cuento que es de verdad el salto más peligroso que he dado, pero eso representaba llegar a ver a mis hijos. A veces los educadores en lugares inhóspitos debemos dar más de un salto mortal. La travesía por el Golfo, en la Paquereña, era tranquilo y agradable, pero fue difícil acostumbrarse a un solo medio de transporte por agua y en caso de retraso podía representar tener que quedarse en un hotel y pensar que no podía ir a ver a mis hijos. Solo me sucedió una vez que me dejará el ferry, por suerte mi padre estaba con mis hijos y una maestra amiga me ofreció posada, fue demasiado especial su atención, me ofreció una cama muy limpia, su vivienda muy humilde y puso su reloj despertador para no perder el ferry nuevamente, es uno de esos muchos ángeles que se encuentra uno en estas travesías. El curso lectivo finalizó, llegó el momento de partir hacia San José. Había observado y conocí durante el año a Aarón, el alumno que me pidió que abriera su sobre de exámenes, decidí apoyarlo, ofreciéndole mi casa en San José para que se hospedara y que considerara la posibilidad de seguir los estudios universitarios y se decidió y vino a San José, le ayudamos a obtener un trabajo y estuvo viviendo con nosotros, puedo asegurar que valoró nuestro apoyo y confianza. Cuando me despedí de Yami, la amiga de tertulias fue algo demasiado triste, Ella salió a recibirnos, tenía lágrimas, volvió a entrar y me dio una cuchara fina de metal, que aún conservo…lloramos mucho. Ella es otro de esos ángeles, esos personajes anónimos, que uno se encuentra cuando es un maestro rural. Esa, mi primera plaza en propiedad, me dio grandes satisfacciones, mis hijos recuerdan esa estadía con mucho cariño. Aarón, luego partió de mi casa, ingresó a la Universidad de Costa Rica, en Occidente, estudio Enseñanza de los Estudios Sociales. Lo dejé de ver algún tiempo, pero hace poco lo encontramos de nuevo y está terminando una Maestría en Medio Ambiente, me contó que quiso estudiar Ciencias pero no pudo, quizás hubo alguna influencia de algún profesor de Ciencias… recordé cuando me pidió que abriera el sobre, creo que ese día me depositó su confianza y yo la acepté, y si pude hacer algo por él, estoy orgullosa porque hoy es un adulto responsable con familia y un hijo. Todo fue bueno en ese pueblo, si me preguntan porqué no me quedé, es lo único triste: mi madre me lo pidió, tome su consejo, pensando que hacía bien, partí de ahí un diciembre de 1997 y mi madre murió el mes siguiente. Solo puedo terminar agradeciendo a todas esas personas anónimas que aún apoyan la labor del educador y que son capaces de darnos su amor, amistad y de desprenderse de un objeto querido para que los recordemos…Yo los recordaré siempre. Sobre la educación secundaria creo que tiene una crisis de valores, curriculum y reglamentos. Entre las cosas graves creo que al educador se le ha despojado de autoridad, los estudiantes están muy solos de padres y trabajamos con leyes de los años setenta. Creo que en la educación rural hace falta más esfuerzo por valorar lo que tiene y mejorarlo, con el gran apoyo de la comunidad, ya que esta se integra más a las actividades y los estudiantes están más al amparo de padres, abuelos u otros personajes que les brindan compañía y cariño. La vida es más sencilla y más sana La frase de nuestra Constitución de una educación gratuita, obligatoria y costeada por el Estado cada vez es mas tenue, falta invertir en educación y en las zonas rurales falta apoyo, para que se integren a estudiar la totalidad de los jóvenes, a muchos de ellos los obliga la pobreza a trabajar. Aún soy educadora, estoy orgullosa de mi profesión, me gustan las experiencias que he tenido y la formación que brinda toda esta experiencia que es tan importante. Entre mis actividades cada vez más sentida, está la poesía y este es un poema que ha salido del alma, de mi estadía en ese trópico. EL TREN Te escuché pasar día a día con un pito sonoro y así distraías mi sueño y mis juegos con un placer infinito. Siempre existía tiempo para verte pasar, toneladas de metal inanimadas que hicieron tan feliz mi infancia. Tren de la mañana que repartías anhelos y esperanzas. Su ruido invadía hasta mi pequeño corazón y por las noches acompañabas mis temores de niño. Tren de la tarde que regresabas a mis seres amados, después de un largo viaje. Bocanadas de humo negro que expresaban su fuerza y amor a lo vivo y a lo no vivo. Fiero, atravesabas cordilleras y túneles ríos y puentes para llegar a tu destino… Eras el visitante perfecto: caluroso y permanente y todos los pueblos de este tramo de la cordillera éramos tus anfitriones idólatras. Todas las emociones confluían cuando estabas presente y luego partías, alejándote de nuestro embeleso… La espera era larga para volverte a ver... Te tengo en el ayer, como una imagen perfecta que a veces alivia mi presente. Tren del Atlántico que ibas y volvías trayendo y dejándolo todo …siempre eras nuestro tren. Esperanza Vargas Arias Nací en Alajuela el 25 de Diciembre de 1927. Me inicié como educadora en 1949 y me pensioné en 1979. Viví mi infancia y parte de mi juventud con mi abuela materna y mis tíos, en una finca de la que guardo gratos recuerdos: los juegos, la abundancia de frutas, las comidas sencillas pero sanas; a falta de electricidad las carnes se conservaban al calor de la cocina de leña, los cultivos se almacenaban en una “hoja”, las diversiones o pasatiempos eran: remendar medias, escoger frijoles, hacer sopita para las muñecas, colaborar con los oficios domésticos. Por las tardes hacer oración, escuchar historias y a orinar y acostarse. Cuando terminé la enseñanza primaria, una maestra reconoció que tenía capacidad para seguir estudiando, como en esa época era muy difícil viajar al colegio, ella me ofreció hospedarme en su casa. Siempre guardo especial cariño por ella y su familia. Los fines de semana que iba a mi casa, la mayoría de las veces lo hice a pie por dos razones: económicas y deficiente servicio de transporte. Obtuve el Bachillerato en el Instituto de Alajuela, ingresé luego a la Escuela de Pedagogía que tenía por Decana a la Sra. Emma Gamboa. Desde pequeña definí mi profesión, me gustaba dirigir y tomar decisiones. Trabajé treinta anos en la misma escuela rural pequeña, formada por dos docentes, primero con dos grados y la dirección, al crecer el plantel y el personal mi cargo fue de Directora, primero con grado y luego como directora técnica. El trabajar treinta años en esa escuela rural, hizo que se creara con la comunidad muy buenas relaciones con padres hijos y nietos, todavía me invitan a bodas cumpleaños y funerales. Como docente tuve grandes experiencias, narro una de ellas: al integrar la Junta de Educación pude valorar a personas muy dispuestas a colaborar, con mucha iniciativa pero con escolaridad incompleta, los invité a la escuela, les ofrecí prepararlos para obtener el certificado de Conclusión de Estudios Primarios. Fue un éxito, lo tomaron con mucha seriedad e ilusión. Al finalizar el curso recibieron el título, algunos de ellos en compañía de sus hijos. Siempre recuerdo un alumno que se distinguía en el grupo pero era muy inquieto, resolvía con gran rapidez sus trabajos, por lo que tenía que llevarle trabajos extra, para ello utilicé muchas veces rompecabezas geográficos, que aparecían en una revista, esto a la vez que lo enriquecía en conocimientos, evitaba que distrajera al grupo. Un día por semana se preparaba sopa ¡y qué sopa! con verduras frescas, cocinada con leña y buena carne, lo difícil era a la hora de servirla, algunos niños reclamaban la verdura que traían, no me dieron el elote, no me dieron el ayotito, etc. Hubo necesidad de enseñarles a compartir y a algunos docentes también. El Ministerio de Salud realizaba desparasitación en las escuelas, allí mismo se realizaban los exámenes de heces, siempre recuerdo que el microbiólogo le decía al asistente: los tres panchos y él repetía, un día pregunté por esa clave y la respuesta fue: en todos los exámenes aparecen lombrices, tricocéfalos y anquilostomas. Tenía necesidad de motivar mucho a los padres de familia para que enviaran a sus hijos a la escuela, porque consideraban que si sabían leer y escribir ya era suficiente y que debían ayudar a los trabajos de sus padres. En algunas ocasiones hubo necesidad de pedir colaboración al policía y crearse algunos problemitas, pero luego reconocían y agradecían. Al trabajar en un ambiente rural, en la época en que me inicié, el maestro era persona respetada a la que se le pedía consejo en problemas de diferente índole, se gratificaba obsequiándole ayotes, gallinas frutas y en ocasiones con la famosa “Nigüenta”. Realizábamos un turno anual cuyo beneficio económico en un inicio fue de aproximadamente ¢300. Cuando traté de fiscalizar la cocina me encontré que toda la familia de la jefa de cocina comía gratis en el turno, y no eran poquitos, me dio tal coraje que abandoné la actividad y me fui llorando. Como ya lo expresé era muy difícil el traslado al centro educativo, no había servicio de bus que nos favoreciera con el horario, por lo que teníamos que caminar o pedir a carros que pasaban que nos llevaran y muchas veces viajamos en las vagonetas que transportaban material para la carretera, como debíamos hacerlo en el cajón recuerdo que una compañera decía: montémonos es mejor despeinada en Alajuela que peinada aquí. Como educadora rural mi reflexión es la siguiente: se trabaja con recursos muy limitados, tanto en planta física como materiales, en algunas ocasiones los alumnos llegan sin lo más elemental, cuaderno y lápiz. En muchos casos la relación maestrohogar no es regular. Al no contar con maestros especiales salvo en algunas excepciones, los niños no desarrollan sus habilidades ampliamente, la enseñaza preescolar no está establecida en todas las escuelas rurales. Yo pienso que las autoridades educativas tienen que devolver a los pobres la confianza en las escuelas públicas, estudiar cuáles son las razones que han creado esa brecha y buscar las soluciones. Gilbert Alvarado Herrera Se me ha invitado a confeccionar una narración en la que exponga las experiencias más significativas que señalaron mi participación como maestro rural. Me siento muy halagado por esta invitación que se me giró para que participe en el programa: Biografías de educadores y educadoras en Costa Rica. Sobre todo porque esta llega cuando me encuentro en el ocaso de mi vida; lo cual la hace aún más valiosa y significativa para mí. Considerando que el término “Biografía”, significa “La exposición de la historia de la vida de una persona”, me apresto ahora a redactarla. Deseo indicar que para limitarme en la extensión de este documento, me acogeré a la “Ley Lingüística de la Economía Expresiva “; la cual permite incluir a las mujeres dentro del género gramatical masculino. Mi número de cédula es el 5-094-954. Nací en Tilarán, el 28 de abril de 1941. Hijo de los educadores, Maurilio Alvarado Vargas y Elsa Herrera Argüello. Hermano de cinco educadores ya jubilados. Me casé con Flor María Rodríguez Suárez. Mis hijos: Gustavo A., Ileana, Gílbert E. y Marianela Alvarado Rodríguez. Profesor de Enseñanza Primaria, Profesor de Artes Industriales en Tercer Ciclo, Profesor de Español en Cuarto Ciclo, Profesor de Música en la Universidad Florencio del Castillo, con sede en Katira, Director de Enseñanza Primaria, Director de Colegio Académico, Director de Colegio Técnico Profesional, Asesor Supervisor de Educación, Ad-honoren durante cuatro meses. De los cargos mencionados, solo las materias señaladas como impartidas en tercero y cuarto ciclo, corresponden a la zona urbana. En el año 2002, encabecé la terna de la Dirección Regional de Educación de Cañas, para la elección del colegiado distinguido. También soy autor de un compendio sin fines de lucro titulado: “Observaciones Gramaticales”, en el que se expone y desarrolla cada uno de los temas gramaticales que se estudian en esa área, para la prueba de bachillerato. He recibido reconocimientos de las siguientes entidades: Profesores a su cargo, Asociaciones de Padres de Familia, Juntas Administrativas, Asesores Supervisores, Direcciones Regionales, otras escuelas y colegios, Asociaciones a nivel Nacional como: Ande. APSE, APAI, COLYPRO, CINDE, de las Municipalidades de Tilarán, Guatuso y Upala, del Ministro de Educación, del Presidente de la República Fui seleccionado cuatro veces por diversas Direcciones Regionales; como pre-candidato al Premio Nacional Mauro Fernández y en dos de ellas, como candidato nacional, quedé entre los veinte mejores educadores del país. He participado en veinte concursos para la confección de himnos de escuelas, colegios y cantones. Diez para seleccionar la letra y diez para elegir la música de la letra ganadora. Las veinte veces él he resultado ganador. Ocho de estos himnos debieran estar debidamente inscritos en el libro que para ese fin existe en el Departamento de Educación Musical del Ministerio de Educación Pública, porque los dos últimos fueron presentados desde hace más de siete meses y todavía no ha llegado la nota de inscripción. En la Asociación Costarricenses de Autores Musicales, del cual soy miembro, se encuentran inscritos los diez himnos señalados; cuatro de estos himnos corresponden a colegios, cuatro a escuelas, y dos a cantones. En el 2006, obtuve el segundo lugar compartido en el concurso a nivel nacional por la letra del himno de la Caja de Ande. ¿Por qué me hice maestro? El hecho de ser hijo de un educador tan connotado, que fue alumno de Omar Dengo y de una educadora tan querida y eficiente, que sobresalieron en todo momento por sus valores y sus virtudes y haber tenido la oportunidad de observarlos: preparando el material didáctico, aplicando con certeza la psicología del niño o del adolescente, para ayudarles en el enriquecimiento de la enseñanza, preocupándose por los problemas de los educandos y ante los cuales mostraban gran interés por ayudarlos. El hecho de estar desde niño rodeado de conceptos pedagógicos y psicológicos, influyó notoriamente en mi decisión de abrazar el apostolado de la enseñanza. ¿Cómo me formé para ser maestro? Al obtener el título de Bachiller en Ciencias y Letras, en el Liceo de Tilarán, hoy Liceo Maurilio Alvarado Vargas, en el año mil novecientos cincuenta y nueve, ya había decidido ser educador. Para lograr mi objetivo, tenía dos opciones La primera era ingresar al Instituto de Formación Profesional del Magisterio Nacional: Noble institución que cumplió una excelente labor en la formación de educadores; y que tuvo la virtud de desaparecer una vez cumplida la misión de la profesionalización del Magisterio Nacional. Los maestros, generalmente bachilleres, trabajaban como educadores, a la vez que estudiaban por correspondencia para obtener el título. Al finalizar el curso lectivo, se concentraban en San José donde seguían estudiando con profesores de esa institución. Al cabo de varios veranos, obtenían el título como educadores. Los docentes, estudiáramos o no en ese centro de estudios, siempre lo recordaremos con cariño y admiración. La otra opción era ingresar en la Escuela Normal de Costa Rica, Omar Dengo. Con la ayuda económica de dos hermanos ya educadores, de mis padres, de unos familiares en Heredia y de una beca de setenta y cinco colones mensuales de la Municipalidad de Tilarán, inicié mis estudios para obtener el título de Profesor de Enseñanza Primaria en esa prestigiosa Institución. El resto de mis estudios los realicé en la Universidad Nacional de Heredia. ¿Dónde y cuándo laboré como maestro rural? Trabajé en educación rural durante veintitrés años. 1959: 1962: 1963: 1964: Escuela El Dos de Abangares Escuela Arenal de Tilarán Escuela La Florida de Tilarán Escuela Arenal de Tilarán 1965. 1966: 1967: 1968: 1969: 1970: 1971: 1972: 1973: 1984: Escuela Arenal de Tilarán Escuela Arenal de Tilarán Escuela Arenal de Tilarán Director 1 Escuela Arenal de Tilarán Escuela Arenal de Tilarán Escuela Arenal de Tilarán Escuela Arenal de Tilarán Escuela Arenal de Tilarán Escuela Arenal de Tilarán Escuela de Guatuso de Alajuela. También trabajé en Educación Rural 1985: 1986: 1997: 1998: 1998: 1999: 2000: 2000: Director del Colegio Técnico Profesional de Guatuso – Alajuela Director del Colegio Técnico Profesional de Guatuso – Alajuela Director del Colegio Académico Katira – Guatuso Director del Colegio Académico Katira – Guatuso Profesor de música Universidad Florencio del Castillo Sede en Katira Profesor de música Universidad Florencio del Castillo Sede en Katira Profesor de música Universidad Florencio del Castillo Sede en Katira Director del Colegio Académico Katira – Guatuso Laboré durante treinta y tres años. Los diez años faltantes los trabajo en zona urbana. Personajes interesantes que conocí En casi todas las comunidades rurales, existían en aquellos tiempos personajes dignos de mencionar. En mi caso particular, hablaré de doña Josefina, don Lucas y don Pablo. A. Don Pablo era un experto sobador. Los domingos por las tardes o lunes por las mañanas, este señor tenía mucho trabajo. Los jugadores de fútbol lo visitaban para que les indicara si el golpe recibido mejoraría con una sobada o si debería ir al médico porque se trataba de una fractura. Llegaban también los montadores de toros y personas que habían sufrido algún accidente Era muy acertado; y si se trataba de una fractura por nada del mundo él la trataba. Si una vaca o un perro, sufrían algún accidente, llamaban a Pablo para que la curara; pero si él decía que había que sacrificarlos, esta orden se cumplía porque el animal no iba a mejorar. B. Don Lucas era el dueño de la única pulpería que había en el pueblo. También era el dueño de varias casas de alquiler, de los mejores cafetales, del beneficio del café, de las bestias de alquiler, Presidente de la Junta de Educación y Síndico de la Municipalidad del Cantón. Además, alquilaba dinero a un interés un poco alto. De una u otra manera, él influía en el nombramiento de los educadores de las escuelas cercanas. Cuando se acercaba el inicio de las lecciones, su casa era visitada por las noches, por maestros y maestras que aún no habían sido nombrados en ninguna escuela. C. Doña Josefina era “partera”. Casi todos los chiquillos del pueblito, habían sido traídos a este mundo con la ayuda de esta señora. Ella no cobraba. En algunos casos le regalaban una gallina, un cerdito o ropa usada pero en buen estado, así como otras cosas. Ella decía: Yo no cobro, pero cuando puedan, lleven una limosna al cura para que él la utilice en alguna necesidad que tenga la Iglesia. Algunas veces la llegaban a buscar de noche, bajo un fuerte aguacero, con un caballo de más, para que a esa hora se transportara en él hasta una finca o a un lugar lejano para que atendiera un parto. Relaciones Escuela-Comunidad Las relaciones entre la escuela y la comunidad, deben ser muy estrechas, sobre todo en la escuela rural. El educador debe participar en casi todas las actividades que programe la comunidad, que conlleven al progreso del pueblo: Acompañarlos en las giras que realicen; ya sea a la Municipalidad o al comercio para solicitar ayuda para el arreglo de los caminos, mejoras en puentes, cañerías, o a un centro de salud para gestionar la visita periódica de un médico, un dentista, participar activamente en los turnos que se programen. Convertirse en espectador o en forma activa en los famosos partidos de fútbol que todavía hoy se programan en la zona rural. Para poder involucrarse en las actividades que acostumbra programar la comunidad, es conveniente que el maestro viva en el pueblo donde trabaja. Quizá algunas noches necesitan de su presencia para resolver situaciones previstas o imprevistas. Cuando el educador participa así en la comunidad, puede estar seguro que cuando convoque a una reunión, la mayor parte de los padres acudirán a la escuela. Si decide hacer un turno para la escuela, todos colaborarán; porque la colaboración se torna recíproca. Son muy importantes las visitas a los hogares. Estas deben realizarse a todos los hogares, no solo a la de los alumnos que presentan alguna dificultad en el aprendizaje, un problema de ausentismo o de disciplina u otro similar. Las visitas pueden hacerse también para felicitar a los padres por la buena marcha de sus hijos en la escuela, para conocer el ambiente en que vive el niño, para conocer el resto de la familia, para que el resto de la familia lo conozcan a él, para conocer y quizá ayudarles a resolver algún problema que presente el hogar etc. Así será considerado un elemento más de la comunidad. En el campo las personas tienen la virtud de ser muy sinceros y agradecidos. Si usted ayuda a la comunidad, la comunidad lo ayudará a usted como educador y como persona. En estos lugares reina la colaboración y la sinceridad de la gente. Problemas importantes y soluciones que encontré Al notar la ausencia de dos días de varios niños a la escuela, decidí visitar sus hogares para cerciorarme del motivo. Solo visité una casa, porque ahí conocí el problema. Le indiqué al padre de familia, que invitara a los demás padres que vivían por esa calle, para que se presentaran a la escuela el domingo a las 12 m.d. después de la misa. El motivo era el siguiente: Los niños habían visto cerca de un puente, por el cual tenían que pasar camino a la escuela, una enorme culebra. Según las características que señalaban, se trataba de un terciopelo. Los padres, preocupados, habían iniciado las gestiones para trasladar a sus hijos a otra escuela que distaba como tres kilómetros, pero por un camino más seguro. Yo tenía conocimiento que un toro había aparecido muerto cerca del río y que tres días después el dueño del animal lo había enterrado. Cuando iba a visitar a los padres de los niños ausentes, observé algo, que después de escuchar la narración, se tornó clave para mí. Entonces en la reunión del domingo les dije: No cabe duda que este animal ha muerto víctima de una mordedura de serpiente; porque ni los zopilotes se han atrevido a comérselo. Los vecinos, conocedores de este detalle, asintieron con un movimiento de cabeza. Entonces les dije: Creo saber dónde está. Les pedí que se organizaran para que unos trajeran pisones, otros machetes y otros varillas flexibles. El día señalado llegaron nueve padres de familia. Tres con machete, tres con pisones y tres con varillas. Los organicé en tres grupos y les dije: Cuando el ganado baja a tomar agua, pasan cerca de ese paredón, en el cual se observan varios huecos, ahí vive la culebra. La bulla que hace el ganado al caminar, alerta a la culebra, esta saca la cabeza y muerde a un animal. Ustedes van a empezar a caminar, golpeando el suelo con el pisón, simulando los pasos del ganado, irán tres. Uno llevará el pisón, otro un machete y el otro una varilla. Llevaban más de la mitad del trayecto recorrido cuando uno gritó: ¡Aquí está! La quebraron con las varillas y la mataron con el machete. Con la colaboración de los padres de familia, solucioné dos problemas importantes: La eliminación del peligro para los niños y la comunidad y el posible cierre definitivo de la escuela, porque en ese tiempo, había un mínimo en la matrícula escolar, para que una escuela pudiera funcionar. Si una escuela se quedaba con menos de veintiún alumnos se cerraba y el código se perdía porque era utilizado para abrir otra escuela en otro lugar y costaba mucho abrirla nuevamente. La matrícula de mi escuela era de veintitrés alumnos, si los padres trasladaban a los cinco niños que vivían por la ruta donde estaba la culebra, me quedarían sólo diez y ocho alumnos y la escuela se cerraba. Alumnos inolvidables (Un chasco). Recién graduado de la Escuela Normal de Costa Rica “Omar Dengo”, llegué a una escuela rural, muy alejada, donde la matrícula comprendía únicamente alumnos de primer ciclo. Entre ellos había uno, que contando con diez años, cursaba por cuarta vez el primer grado. La edad cronológica de este niño no coincidía con su edad mental. En la narración que a continuación expongo, utilizaré dos términos que están aceptados por la Real Academia Española, aunque suenen un poco desaplacibles al oído; pero que representan la base de mi narración. (Visibles en el diccionario Mi Pequeño Larousse Ilustrado por Ramón García-Palayo y Gross; páginas 668 y 177 respectivamente. También visibles en el C.D. del diccionario de la Enciclopedia Encarta). El niño mencionado necesitaba ir con frecuencia al servicio. Cada vez que sentía necesidad, me decía: Maestro, voy a ir a “mear”. Yo lo llamaba, hablaba con él, él repetía la palabra “orinar” y me aseguraba que lo seguiría utilizando. Pero al día siguiente volvía a utilizar el mismo término. Un día tuvimos la visita del señor supervisor. Mientras él amarraba la bestia en un árbol de naranjo, llamé al niño y le dije: Ese señor que está afuera, es amigo de los niños y de los maestros. Él viene a conversar con ustedes y conmigo. Es muy bueno y viene a ayudarnos. Usted y yo vamos a jugar de la siguiente manera: Para que el señor no oiga la palabra que usted dice cuando tiene ganas de ir a orinar, cuando sienta ganas de ir al servicio, me dice: Maestro, me levanta la mano y sale. Yo sé que usted va a ir a orinar. Cada vez que usted haga eso, yo le regalo un cromo. Él se contentó mucho con el juego y aceptó encantado. Media hora después, cuando el supervisor, después de charlar con ellos, revisaba mis documentos: diarios de clase, registros de actividades, unidades de trabajo, tarjetas de vacunas, tarjetas acumulativas y otras, el niño dijo: Maestro... y levantó la mano. Yo sentí gran alivio por haber salido todo bien; y le dije: Claro que sí, vaya. Empezaba apenas a reponerme de la tensión, cuando desde la puerta me grita: Maestro, tal vez “cago” también. El supervisor no quitó los ojos de mis documentos; pero pude observar cómo su cuerpo se movía rápidamente producto de un ataque de risa silenciosa. Cuando mis alumnos salieron a recreo, él se rió sonoramente; al extremo que las lágrimas brotaban de sus ojos. Al final del curso lectivo, en una reunión de circuito, ante ciento veinticinco educadores, me pidió que tomara el micrófono, y le contara a los compañeros la anécdota o chasco. Fue necesario dar una pausa de veinte minutos para que volviera la calma. Mis alumnos inolvidables Corría el año mil novecientos cincuenta y cuatro y cursaba yo el primer año en el Colegio de Tilarán. En esa oportunidad, aprovechando el verano de la época, llegó en un carro de doble tracción, el señor Ministro de Educación don Uladislao Gámez, amigo y compañeros de estudios de mi padre Maurilio Alvarado Vargas, quien en ese tiempo fungía como Director del Colegio de Tilarán. Al dirigirse a nosotros, el señor Ministro dijo algo que nos causó risa: Veo aquí reunidos a futuros abogados, doctores, ingenieros, educadores y toda clase de profesionales. Ante esas aseveraciones, nosotros sonreímos y pensamos: ¡Qué Ministro más ocurrente! ¿Quién va a poder viajar hasta San José a estudiar?, si los padres no cuentan con los recursos económicos para sufragar los gastos que ocasiona el estudio fuera de su pueblo. Si algún día sacamos el bachillerato, muchos volverán a las fincas a trabajar la tierra que es lo que saben hacer; y otros como en mi caso seguiremos en los pequeños talleres que mi padre tenía en la casa para todos sus hijos: zapatería, ebanistería, fotografía. Pocos años después, admirábamos la visión de este gran educador y ministro. Gran cantidad de egresados se trasladaron al Valle Central a ampliar el caudal de conocimientos y empezaron a salir grandes profesionales en diferentes áreas que destacaban en el desempeño de sus funciones; lo cual llenaba de orgullo a las familias tilaranenses. Siendo ya un educador, repetía a mis alumnos de educación primaria las palabras del señor Ministro don Lalo Gámez, porque considero que representan un gran estímulo para los educandos. Mis alumnos inolvidables lo conforman aquellos que además de haber sobresalido en los estudios primarios y secundarios, han alcanzado una profesión que desempeñan con éxito tanto dentro como fuera del país; poniendo muy en alto a las Universidades Nacionales y al país en general. Pero sobre todo, aquellos que a pesar de sus estudios, en vez de olvidarlos han acrecentado y ponen de manifiesto en cada uno de sus actos los valores morales, espirituales, sociales, religiosos, culturales, etc. que adquirieron en la educación permanente, reforzaron y ampliaron en la educación primaria y secundaria. Un chasco: En un escrito mío, es probable que no se encuentren faltas de ortografía; porque cuando tengo una duda, acudo de inmediato al diccionario, o sustituyo esa palabra con un sinónimo. Quizá en un dictado sí cometa alguna falta. Tengo también buena caligrafía. Tuve la visita de una señora, mayor de ochenta años, que deseaba escribirle a su hijo que trabajaba en la zona bananera. Me pidió que escribiera lo que ella me iba a dictar. Ella me dictaba, yo lo redactaba y luego se lo leía para su aprobación. Cuando terminó, le dije: Señora, voy a leerle toda la carta, para que la escuche, y me indique si debo agregarle algo. Una vez que la escuchó toda, me dijo: Creo que así está bien. Sólo le falta que escriba al final, perdone la mala letra y las faltas de ortografía. Y yo obediente, también le escribí eso. Recuerdos perdurables de la escuela rural. Soy jubilado por la ley N ° 2248; con base en el artículo N° 2 inciso “C “, la cual permite al educador volver a trabajar una vez que se haya jubilado, previo levantamiento de su pensión. Después de laborar muchos años en comunidades rurales, volví a trabajar en una comunidad urbana. Un rotundo cambio desfavorable experimentó mi mente. La gran cantidad de actitudes buenas, antes observables en los alumnos, profesores y en la comunidad en general, habían desaparecido casi por completo. ¡Cómo añoraba volver a la comunidad rural!. Al final, después de varios años lo pude lograr; y sólo volví a trabajar en la ciudad, para jubilarme por tercera vez, trabajando en Artes Industriales, asignatura en la que poseo buen grupo profesional y en la que ganaba valor agregado; con lo cual, mi salario de pensionado mejoró. Los buenos recuerdos de la escuela rural perduran en mi mente. Sólo ahí puede uno encontrar un calor humano cargado de sinceridad y una humildad muy grande en toda la población. Ahí perduran vivos y casi puros todos los tipos de valores que se han desvanecido en las ciudades. En el Colegio uno notaba, sin que nadie se lo dijera, si un alumno procedía de una escuela rural o de una urbana, con sólo verlos, conversar, actuar en clase o en los recreos. etc. Lógicamente el educador era parte de la comunidad rural y tenía que adaptarse a ese modelo de vida. Participar activamente en todas las actividades que ahí se realizaban. El educador que se mostraba indiferente a la vida cotidiana de la comunidad no duraba mucho en ese pueblo. Pronto se daba cuenta que lo que esa escuela necesitaba era un maestro rural. El Ministerio de Educación Pública desde hace varios años realiza una continua campaña, con el afán de recuperar hasta donde sean posibles los valores que se han esfumado. Dios quiera que las comunidades rurales nunca pierdan esa noble manera de actuar, de educar a sus hijos desde muy temprana edad, predicando con el ejemplo, para que se conserven los valores y ojalá se fortalezcan por el bien de la comunidad y por ende del pueblo de Costa Rica. Este es el mayor recuerdo agradable que llevo en mi vida y que va a perdurar en mi mente y en mi corazón por el resto de mis días. Algunos aprendizajes importantes obtenidos en el trabajo de maestro. Cuando los padres de José llegaron a la escuela a matricularlo en primer grado, me solicitaron que lo colocara junto a su primo. Así se hizo. José tenía un problema: hablaba muy enredado, ceceaba mucho y algunas palabras no se le entendían. Como el primo le entendía perfectamente, se colocaron en mesitas, una a la par de la otra. Rápidamente los compañeros empezaron a llamar al primo, con cierto grado de jovialidad, “El intérprete “; porque cuando José hablaba algo, en clases o en recreo, al no entender lo que quería expresar, el primo lo explicaba con claridad. Esta situación trajo a mi mente, algo que había aprendido como maestro y que resultó ser una experiencia muy valiosa. Ese año llegué a trabajar a una escuela unidocente. Un niño no lograba asimilar el procedimiento requerido para la realización de una división por dos sílabas. A pesar de haber puesto en práctica algunas recomendaciones pedagógicas para la enseñanza y comprensión de las operaciones fundamentales, no lograba que el niño comprendiera. Los demás niños ya lo habían asimilado, pero ese niño no. Había utilizado carteles diferentes, diversos ejemplos, la utilización del ábaco, el niño aún no comprendía. Inclusive busqué en su tarjeta acumulativa para averiguar se este alumno había sufrido alguna enfermedad que estuviera influyendo negativamente en el aprendizaje. Como último recurso, llamé a seis niños al frente y los ubiqué a un lado. Luego llamé a dos niños más y los coloqué uno a cada lado de la pizarra. Empecé a repartir a los seis niños entre los otros dos de manera que a cada uno de ellos le quedaran tres compañeros. Tampoco comprendió. A las diez de la mañana, empezaron a llegar los alumnos de tercer grado que entraban a clases a las diez y media. Entre ellos llegó un hermano del niño. Lo llamé y le dije: Su hermanito no ha podido comprender la forma en que se realiza la división por dos sílabas. Deseo que usted me ayude. Quiero que entre al aula y le explique la forma en que se hace la división por dos sílabas, entró, corrió la mesa hacia una esquina del aula, llevó al niño al mismo sitio, sacó de la bolsa del pantalón unas bolitas de vidrio y de la otra bolsa unos “chumicos“, así le decían a una semilla negra, redonda, con cierto lustre, que los niños utilizaban para el juego de las bolitas, por abundar en el campo, con estos dos materiales el hermano empezó a explicarle, el niño, al observar el tipo de material hasta que le brillaban los ojos. Al poco rato, el hermanito menor ya había comprendido. El niño de tercer grado me había dado una gran lección. Me refrescó la memoria; porque también ese tipo de situaciones nos habían comentado en la escuela formadora de maestros, cuando nos explicaron sobre la importancia de utilizar como material de enseñanza aquellos objetos con los que el niño está familiarizado, que despierten interés en ellos, que tengan significado para ellos. Que se debe tomar muy en cuenta el ambiente que los rodea, sus recreaciones, sus hábitos, sus limitaciones, el tipo de materiales que utilizan para jugar, para trabajar etc. Que el educador debe ubicarse en el mismo nivel del niño para comprenderlo mejor y para darse a comprender. Siempre agradeceré a ese niño de tercer grado la gran lección que sin darse cuenta me dio y que después de ese día puse en práctica muchas veces. Más adelante, el hermano mayor me contó que su hermanito padecía periódicamente de una enfermedad nerviosa y que su mente se bloqueaba, al extremo de pasar hasta una semana sin capacidad para analizar algunas situaciones con normalidad. Años más tarde superó el problema cuando lo pusieron en tratamiento con un especialista. Una escuela rural Inicié mis labores como maestro rural en 1959. Asistí a la Escuela Normal de Costa Rica “Omar Dengo”, durante los años 1960 y 1961 y obtuve el titulo de Profesor de Enseñanza Primaria. Me dediqué de lleno a la Educación a partir del año 1962. La vida en la zona rural es muy diferente a la vida urbana. Los vecinos de una comunidad rural, ante la posibilidad de contar con una escuelita, ofrecían donar el terreno para que la construyeran. Algunas veces el supervisor podía darse el lujo de estudiar dos o más ofertas para sugerir a su inmediato superior, la que consideraba la mejor opción. Mostraban los vecinos esta misma actitud para la construcción de una ermita o una plaza de deportes. La infraestructura de una escuela rural era muy sencilla, por lo general contaban con una sola aula o a veces dos. Construida en madera, en basas de madera y a veces techo de zinc. Dentro de ella había un estante donde se colocaba el libro de texto (silabario, Porfirio Brenes, Paco y Loca, Leer y Hacer, Nuestro País, América Central y algunas veces libros de quinto y sexto grado). En toda escuela se encontraba “El Álbum Escolar Costarricense”, eran dos tomos gruesos; uno más que el otro. En ellos se señalaban todos y cada una de las fechas que debían celebrarse y de las cuales se adjuntaban poesías y prosas alusivas. Ahí se especificaba qué día se había que izar la Bandera Nacional y en cuál fecha el Pabellón Nacional. Se especificaba además que la bandera o el pabellón, no debían pasar la noche izada, sino que debían izarse a las 6:00 a.m. y arriarse con todo respeto a las 6:00 p.m. Ahora usan este símbolo, hasta para bloquear las calles. El Himno Nacional debe cantarse con todo respeto y escucharse en posición de firmes y nunca debía aplaudirse al finalizar, se cantaba sólo en eventos especiales. El hecho que Estado Unidos aplauda su himno, no quiere decir que esté bien. Los Símbolos Nacionales se respetan, no se aplauden. Se guardaba también en ese estante material didáctico: cartulinas, cajas con tizas, lápices, cuadernos y materiales de apresto que enviaba el Ministerio de Educación o que preparaba el educador. Además las tarjetas acumulativas, tarjetas de vacunas y por su puesto el amigo inseparable del educador: El Diccionario y a veces, un puntero para conducir la mirada de los niños hacia el material de enseñanza de una lectura global en un cartel en la pizarra, etc. En el aula había mucho material didáctico preparado por el educador, correspondiente a cada una de las materias fundamentales, el que correspondía al tema en estudio se colocaba en la pared que quedaba frente a los niños. Al introducir otro tema, el material ya estudiado se ubicaba en cualquiera de las otras paredes. Algunos objetos móviles confeccionados por los niños conducidos por el educador, colgaban del techo. Los cuerpos geométricos, confeccionados en cartulina, los cuales contaban con las tres dimensiones: largo, ancho y profundidad o altura eran movidos suavemente por la brisa. El educador preparaba mucho material. En las instituciones formadoras de maestros había una asignatura que se llamaba “material didáctico”, porque estaba comprobado que cerca del 70% del aprendizaje lo adquiere el niño a través del sentido de la vista. Por lo general cerca de la escuela había un río, una quebrada o un pozo y en algunas de ellas un tubo con agua potable. El servicio sanitario era de pozo negro, a la entrada había una tablita con chapitas de refrescos clavadas hacia arriba o un cuchillo viejo clavado en dos estacas con el filo hacia abajo. Estos instrumentos eran para quitarse el barro acumulado en la suela de los zapatos. Durante los primeros días de la semana, se estudiaba un trozo para dictado y al final de la misma se hacía el dictado. Se cumplía con los siguientes pasos: 1. 2. 3. 4. 5. 6. Presentar el texto en la pizarra. Lectura global del mismo. Comentarios de ideas principales y secundarias. Seleccionar palabras de difícil significado y buscarlas en el diccionario. Formar nuevas oraciones utilizando las palabras en estudio. Señalar palabras de difícil ortografía, las sílabas acentuadas y el número de sílabas. 7. Clasificarlas por su acento y por el número de sílabas. 8. Formar nuevas oraciones con esas palabras. 9. Al final de la semana se hacía el dictado. Reflexiones sobre la educación en general. La educación en Costa Rica, marcha a la vanguardia de la educación centroamericana. El ejemplo que han recibido los educandos de sus educadores y los hijos de sus padres. La eficiencia de los centro de enseñanza formadora de maestros, la disolución del ejército, la libertad y democracia que se siente en el ambiente de esta nación, han hecho que este país avance cada vez más en la conservación de sus metas sin tener el tropiezo que generan las guerras. En los años sesenta, el Estado de California solicitaba a los educadores costarricenses que se trasladaran a esas tierras a ejercer su profesión para los miles de latinos que residían en ella. Les daba la seguridad de contratarlos y se encargaban de ayudarles a conseguir la residencia, porque ya nuestro país era reconocido por la sólida preparación de sus educadores. Esa condición privilegiada de los educadores costarricenses se mantuvo durante más de cuarenta años: pero en los últimos años ha ido decayendo. En mi condición de educador rural, he observado últimamente que existe un problema que esta afectando a la educación: se trata de las universidades privadas. Los educadores egresados de este tipo de universidades, demuestran deficiencia en áreas como: confección de material didáctico, psicología del niño y del adolescente, conceptos metodológicos, pocas visitas a escuelas para la realización de prácticas acompañadas de un profesor para observar y corregir deficiencias y la ausencia de la muy necesaria práctica de graduación. Por supuesto, este es un problema que tiene solución y estoy seguro que esta situación muy pronto se va a corregir. ¿Cómo defino la educación rural? Ser maestro rural lo convierte a uno en una persona muy importante; capaz de involucrarse en las actividades que esa comunidad programe. El maestro rural, debe ser un ejemplo digno de imitar. Debe predicar con el ejemplo. En cierta ocasión llegó a trabajar como maestro un joven dueño de una serie de hábitos que no debe portar ningún educador. Notó rápidamente que en el pueblo no lo trataban igual que a los demás maestros. Nuestra escuela estaba ubicada en el campo pero contaba con cuatro maestros. Una vez me preguntó ¿Por qué será que ahora en los pueblos no se respeta como antes a los maestros? Yo le respondí; no es que no lo respetan; es que usted no se da a respetar. Debe saber que la gente más respetuosa y educada está en el campo, ellos saben que el educador es la persona indicada para inculcar o reforzar en sus hijos los valores. Que el educador sabrá conducir a sus hijos por los senderos del bien, la verdad y la justicia y que por lo tanto, el maestro debe ser digno de imitar, porque debe predicar con el ejemplo para sus alumnos y para la comunidad en general. Eso fue suficiente, para que el educador empezara a cambiar favorablemente, gracias a Dios. Años más tarde fue considerado como un gran maestro. La educación es algo indispensable en el campo, gran cantidad de profesionales de saco y corbata, estudiaron en escuelitas rurales. Alternaban la educación con la pala, el machete, las vacas, el cultivo de la tierra, etc, y aunque ahora trabajan en grandes centros de población, la mayor parte de ellos no olvidan sus raíces y hablan con orgullo de ellas. En la educación rural se refuerzan los valores: las personas se saludan, se ayudan unos a otros. El pueblo participa en las necesidades de la escuela; pican leña, limpian el solar, arreglan las cercas, ayudan en las tareas y en las rifas, pintan la escuela, etc. Toda actividad que realizan, la hacen con mucha voluntad y gratuitamente. Considero que la educación rural es fundamental, porque la serie de valores que asimilan tanto en la educación permanente como en la educación formal, representan sólidos pilares en los cuales se afianzarán para hacerles frente con éxito a los retos que les presenta la vida en su afán por conseguir la superación ¿Qué aporta la educación rural a la educación costarricense? La educación rural aporta a la educación costarricense muchas fortalezas. En ella se conserva y se cuida con recelo los valores más importantes de la educación costarricense. El educador rural debe encauzar la educación hacia la expansión y el robustecimiento de esas fortalezas, para que estos alumnos sigan distinguiéndose favorablemente y que al asistir a la educación urbana, sean portadores de buenos ejemplos en su comportamiento y puedan influir, aunque sea en una pequeña escala en los alumnos de las escuelas urbanas. Los hábitos de urbanidad se mantienen fuertemente en la educación rural Desde los niños hasta los mayores, son portadores de buenos modales; saludan, dan los buenos días, buenas tardes, buenas noches, dicen adiós, con permiso, se disculpan, ayudan a los ancianos, demuestran cortesía en todos sus actos, etc. Este es otro valor que la educación rural puede aportar a la educación costarricense. Por supuesto, esta distinción que todavía hoy ponen de manifiesto los alumnos de escuelas rurales, se debe sobre todo a la educación permanente que los padres infunden en sus hijos desde que están muy pequeños y que ellos, los padres, recibieron de sus progenitores antes de ingresar a la escuela. Desempeñan un papel muy importante los educadores capaces de tomar estos buenos hábitos y fortalecerlos aún más. rurales, que son Una entrevista previa a los candidatos aspirantes en la educación, de parte de funcionarios autorizados del Ministerio de Educación Pública, sería muy saludable, para conocer sus virtudes, sus aspiraciones, sus defectos, antes de contratarlos. Estos aspirantes deberán ajustarse a las directrices enmarcadas de antemano, que debe poseer un educador para ser aceptado. En resumen, la educación costarricense recibe de la educación rural una serie de virtudes, dignas de imitar; y por lo tanto, son ejemplos en el nivel nacional. Los hábitos de urbanidad, el vocabulario no vulgar, el respeto a los símbolos nacionales, la sonrisa sincera, la que perdura en la boca; y no aquella que aparece momentáneamente y desaparece de inmediato demostrando con ella poca sinceridad y mucha hipocresía. Creo sinceramente en la educación costarricense; estoy seguro que los encargados de la educación en nuestro país, cuentan con la capacidad, el entusiasmo y las fortalezas para resolver favorablemente esta situación. María Catalina Hurtado Aragón Yo Maria Hurtado Aragón, nací en Calle Blancos, Goicoechea, San José, el de diciembre del 1958. Durante mi infancia tuve la dicha de compartir con tres hermanos de 9, 10 y 11 años de edad que vivían en un pueblito humilde conocido como “San Bosco” a 4 Km. del cantón de Pococí. Ahí mis padres compraron una finca de la que solo se podía salir a caballo la cual era un bate bate para los pobres animales y personas; mi madre, que en paz descanse, tenía como trabajo criar hijas e hijos y cuidar cerdos y gallinas, ordeñar vacas. Papá sembraba maíz, frijoles... Asistí a la escuela San Bosco construida de madera, bambúes, balsa, guarumo, tabla brocha sin cepillar, dos docentes: mi maestro se llama Don Pedro y la maestra Flor Murillo que actualmente está jubilada. Había una matrícula de 40 alumnos, todos de escasos recursos. En la misma escuela realicé mi primera comunión. Luego me trasladaron a la escuela La Rita para que viajara con tres hermanos mayores, caminábamos tres Kilómetros. Recuerdo que en primer grado no sabía leer y el maestro me dejó arrestada hasta la 1:00 p.m., cuando llegué a la casa mi mamá me iba a pegar, pero mi abuelita no dejó, ella me enseñó a leer en el libro Porfirio Brenes que me trae muchos recuerdos. Me dediqué a la Educación porque en mi casa se hospedaron tres maestros, siempre andaban bien presentados, muy educados. Yo decía que quería ser como ellos, mi papá siempre decía que él deseaba que fuera maestra, que tenía cualidades para desempeñarme como educadora. Para llegar a ser maestra tuve que hacer un examen de admisión en la Universidad Nacional y una entrevista. Cuando logré el objetivo ingresé a los cursos de verano e invierno. Luego con grandes tragedias tenía que viajar de diferentes partes del país a la Universidad Nacional en lancha, bus, carro, jugando con el barro. Por ejemplo: desde guatuso de San Carlos zona Norte; viajaba por la carretera de Turrialba, después de Carolina-Cariari. Obtuve mi titulo de Bachillerado con excelentes profesoras y profesores, que aún los recuerdo. Aprendí y compartí experiencias valiosas que me ayudaron para transmitirlas a mis estudiantes pasados y actuales, lo que se aprende en el pasado no se olvida. He trabajado como maestra durante 25 años en las zonas rurales, desde 1983 en la Escuela Cocorí de La Rita – Guápiles, en San Juan de San Carlos, Cartagena de la Rita-Guápiles, Carolina-Cariari, hasta la fecha 2007. Una de las experiencias importantes fue cuando laboré, como unidocente, en san Juan de Guatuso. Compartí con una familia muy linda y especial, una noche hubo luna llena y se inundó toda la finca, la casa y los potreros eran un mar, todos los animales se ahogaron, quedamos incomunicados. También aprendí mucho de las niñas y niños de esa comunidad. En las diferentes comunidades que laboré, gracias a Dios todas las personas han sido excelentes. Los personajes más interesantes que conocí durante mi trayectoria como docente fueron: La familia Jirón en la Escuela San Juan, la familia Mena Meza de Cartagena, en Carolina, la familia Campos Sojo, Luís Vargas, Sergio Víquez Chacón, Blas Juárez, muchos de ellos no viven. Relación entre la escuela- comunidad siempre ha sido pasiva, he tenido la capacidad, la humildad de mantener el diálogo entre padres de familia, estudiantes y docentes. Con mi persona nunca he tenido problemas y los que se han presentando con los docentes no han sido difíciles de resolver. La Junta de Educación y el Patronato Escolar, ambos son órganos de apoyo excelentes. Los problemas más importantes y sus respectivas soluciones que he encontrado en las instituciones son: su infraestructura, se ha mejorado la construcción de aulas, todo lo que son las instalaciones, mobiliario, prestación de la misma. Para solucionarlos se solicita ayuda al MOPT y comunal, de la Municipalidad del cantón, de las Juntas de Educación y otras. Mi mayor frustración ha sido cuando he tenido que irme de la institución, me da tristeza por el cariño que siembro en los estudiantes. Los logros cada vez que doy primero y sexto año; en primero escuchar a un niño o niña leer y observarlo escribir su nombre antes del tiempo establecido. Niños que han repetido hasta cuatro años el mismo nivel, y he logrado que aprendan a leer y a escribir. Uno de los chasco fue cuando unos niños de sexto año se fueron a jugar a un árbol tirándose de las ramas, en ese momento se aplicaba prueba de sexto de pronto nos gritaron que se había muerto, llegaron a verlo rápido, se llamó a la ambulancia y se llevó al hospital. Susto total. Cuando recibí el primer cheque de 30 000 colones según recuerdo y los compartí con mi mamá. Al salir por primera vez de mi hogar, empezar a independizarme por mis propios medios. Un recuerdo perdurable de la escuela rural fue cuando llegué a laborar en la Escuela Carolina, una familia me invitó a dormir en su casa, resulta que otro día llego a la escuela y el director me dijo que la señora tenía problemas mentales inmediatamente recogí todas las cosas y me trasladé a los baches de la finca un lugar donde conviví con muchos trabajadores. Una vez me estaba bañando como a las 6:00 pm. y de pronto escuché un sonido y era alguien que se trepó para verme, yo gritaba de miedo. Al sucederme esto solicité ayuda, luego me trasladé a una casa de la finca, en compañía de otros maestros, era más segura. Otra experiencia fue cuando laboraba en Escuela Cocorí de la Rita me tocó caminar 7 Kilómetros por las inundaciones y los zapatos me hicieron bombas, no sabía qué hacer, resulta que cuando llegué al río estaban otras personas pasando en bote, yo gritaba, lloré al saber que tenía que pasar, quisiera o no. ¡Bueno que alegría cuando estaba del otro lado tocando tierra! Algunos aprendizajes importantes: Emplear diferentes métodos para I grado. Enseñar a leer y a escribir a los niños. Enseñar a leer, escribir a adultos y adolescentes. Intercambiar experiencias entre docentes y comunidad. Trabajar en equipo con las Juntas de Educación, Patronato Escolar y docentes. Describir una escuela rural, desde mi vivencia, es donde laboran dos o tres docentes, con dos o tres grupos o un docente con todos los grupos. Se respira un aire fresco, los padres de familia se relacionan con el docente a través del diálogo, son respetuosos, el rendimiento académico es bajo ya que no hay acceso a material didáctico ni bibliotecas para las investigaciones, al uso de las computadoras, tampoco maestro de inglés, profesor de educación física, guardas, conserjes, porque no reúne la cantidad de estudiantes que representan los requisitos solicitados por el Ministerio de Educación Publica. Son menos horas de trabajo, en comparación al trabajo en una escuela técnica. La escuela donde laboro actualmente es rural, mantiene una infraestructura regular tanto interna como externa. Es importante conocer que los niños muestran preocupaciones por aprender y poco ausentismo. Se relacionan más con los animales domésticos, los niños, las madres, los padres de familia son humildes. La mayoría de las fincas están en manos de gente rica, explotando al humilde campesino, mal pagados y no les gusta colaborar con la institución, son egoístas. La educación en general se puede equilibrar si se les brinda a los estudiantes las necesidades básicas como becas, bonos, asignaturas especiales. Hay una gran preocupación por parte del docente por aquellos padres de familia que no saben leer ni escribir y entonces no pueden ayudar a sus hijos. Brindarle la oportunidad a las personas adultas, para que puedan mejorar en el aspecto social, económico, salud y vivienda, esto con el fin de ser parte de un país donde seamos útiles para avanzar al lado del desarrollo tecnológico y científicos de nuestra patria, dándole una calidad de vida digna a nuestra familia, desempeñando actividades, ya sea en las diferentes empresas u otros trabajos. Otra es la inestabilidad de los padres de familia, la falta de trabajo, vivienda, estos inmigran a la ciudad en busca de mejores fuentes de trabajo ya que en las zonas urbanas hay facilidad de comercio, más empresas, con mejores salarios gracias a la competitividad de los mercados. La desintegración familiar, es uno de los problemas que agobia a todo el país, afectando a los niños en su enseñanza-aprendizaje. La matrícula baja y sube. Por ser peones de finca bananera no hay estabilidad, esto perjudica a los docentes. Una ventaja es que los niños disfrutan del medio, flora y fauna la cual es más agradable y menos contaminada al no haber tanto tránsito ni fábricas, las poblaciones son pequeñas. Es importante conocer que los jóvenes tienen espacio para divertirse en el fútbol, por ejemplo. Los jóvenes, por su falta de preparación, conocimiento, valores, falta de preparación y conocimiento; caen en la problemática de las drogas, alcoholismo, delincuencia, violencia y otros. Estos problemas se dan más en las zonas urbanas y zonas marginales por la cantidad de población, situación psicológica, laboral, económica y los medios de comunicación que afectan en la parte educativa en un 100%, ya que los adolescentes imitan lo que sucede en los programas que observan, como la violencia, pornografía y otros y esto perjudica a las zonas urbanas y también a las rurales. Le corresponde al docente instruir poniendo en práctica los valores ante los grupos de niños y los jóvenes para que el aprender sea atractivo para ellos, inculcando el respeto y con todo esto, ayudaremos a nuestro país a fortalecer la Democracia, formando ciudadanos ejemplares, ya que tenemos la dicha de tener una educación donde tenemos la libertad de escoger su vocación. La definición de educación rural es donde se trabaja con limitaciones de todo tipo, las ayudas del gobierno son muy pocas, no hay acceso a la comunicación telefónica, transporte, casa del maestro, alimentación inadecuada, el dinero no les alcanza, muchas veces el docentes tiene que ingeniárselas como conserje, psicólogo y consejero. A pesar de todas estas dificultades, los jóvenes van al colegio y son activos, dinámicos y creativos, con grandes valores, los padres son comunicativos, se trabaja con menos estudiantes. Por parte del Ministerio de Educación Pública hay indiferencias que van en contra del docente, no se estudian las necesidades de los docentes cuando se le hace un nombramiento en una escuela rural, si tiene que trasladarse en bicicleta o en bote se hace con un mismo salario y el rendimiento tiene que ser igual al de las escuelas rurales. Claro que sí existen aportes de la educación rural a la educación costarricense porque los mismos docentes de las escuelas rurales se trasladan a escuelas técnicas, siendo conocedores de la misma metodología y la capacidad para trasmitir los conocimientos tanto en zonas rurales como urbanas. Se toma en cuenta el nivel académico del docente y el deseo por enseñar. Yo estudié en la Universidad Nacional y la metodología aplicada por los profesores fue la misma para los estudiantes, siempre buscando e investigando para inyectar ideas excelentes, hoy día los títulos se logran con facilidad por la competencia. La Universidad Nacional para mí es un ejemplo. Rafael Campos Vindas Yo nací un 10 de febrero del año 1926, en San Pablo de Heredia. Hice el primer y segundo año escolar, en el Centro Educativo de San Pablo, luego nos fuimos a vivir a San Francisco de San Isidro de Heredia, por lo que mi papá me mandó a la escuela del lugar, pero a mí no me gustaba y le pedí a mi papá que lo mejor era ir a la escuela de San Pablo, a pesar de que tenía que caminar a pie unos cinco kilómetros, es decir diez kilómetros ida y regreso, así fue como concluí la escuela primaria. Por la distancia y la pobreza no pude entrar a la Escuela Normal, lo que era para mí, mi más grande anhelo. Como en ese tiempo las vacaciones de tres meses se iniciaban el último sábado de noviembre, me fui a coger café (las famosas tareas) a la finca de un señor francés conocido como don Andre Challe. Cuando finalizaron las cogidas, el mandador de la finca me invitó para que me quedara como un peón más, a lo que accedí. Mi labor fue de mantenimiento como: pintar los portones de hierro, las carretas, los yugos, techos, galerones entre otras cosas, así me mantuve por unos siete u ocho años. Un día de tantos , recibo un telegrama del profesor don Rafael Arguedas Murillo, Director Regional Escolar de Heredia, quien me invitaba a que el sábado o domingo me presentara a su casa de habitación, pues necesitaba conversar conmigo algo urgente. El profesor Arguedas Murillo, era el esposo de mi única maestra en la escuela de San Pablo, según parece el móvil del mencionado telegrama, que enviara el profesor Arguedas Murillo, era que en la escuela de San Miguel Norte de Santo Domingo de Heredia, había un grupo de segundo y otro de tercero que tenía una semana sin maestra, pues la que les daba clases a ambos grupos, renunció por lo difícil que era llegar a esa escuela, por lo malo de los caminos y ningún maestro quería ir a ese lugar por este problema. Según parece al conversar el profesor don Rafael Arguedas con su esposa doña Delia, ella le sugirió que me llamara para que yo cogiera esa plaza de aspirante interino. Cuando llegué a la casa del señor Director Regional de Escuelas, de inmediato llamó a su esposa y le dijo: “Aquí está el futuro maestro interino”, muy gentilmente me ofreció el trabajo y toda la ayuda de parte de él y de doña Delia para lo que necesitara. Al día siguiente el 1 de julio de 1950, me dieron el nombramiento y me inicié como maestro aspirante e interino en la Escuela Mixta de San Miguel Norte de Heredia, con grado alterno: un segundo y un tercero. Para tal caso, lo primero que hice fue comprarle un caballo a un amigo y así nos desplazábamos tres maestros de esa escuela y la única maestra que había vivía en el pueblo donde una tía. En esa escuela permanecí dos años. En 1952 pasé a la escuela de Porrosatí de San José de la Montaña, como maestro único, en ella trabajé seis años. Como ya estudiaba en el Instituto de Formación Profesional del Magisterio, creado por don José Figueres y don Lalo Gamez y cursaba los grados superiores con buenas notas, el profesor Arguedas Murillo me ofreció la dirección de la escuela Luis Demetrio Tinoco de San Miguel de Sarapiquí en donde trabajé de 1957 hasta 1962. Posteriormente, solicité una plaza más cercana, en Concepción de San Rafael de Heredia, aquí trabajé dos años; 1963 y 1964, luego me dieron la dirección de la escuela de Santiago de San Rafael de Heredia de 1965 a 1969, aquí como director con grado, lo que llamaban director dos, en Concepción laboré como maestro de grado. Cuando me presenté a la Escuela Mixta de Santiago de San Rafael, me di cuenta de que no había edificio escolar, se daban lecciones en un mugriento salón que prestaba la iglesia del lugar. El mencionado salón o galerón lo habían confeccionado para los turnos y era de reglas y zing viejo, allí dormían por las noches los alcohólicos y mal vivientes. Cuando me reuní por primera vez, un domingo, con la Junta de Educación y el Patronato Escolar, les pedí que lo primero que teníamos que comprar era un lote de terreno para construir la escuela. Hizo la suerte que al conversar con el Lic Enrique Azofeifa Víquez que en esa época era diputado por Heredia, me asignó una partida específica de 30 mil colones, con este dinero se compró el lote de terreno en 17 500 colones al señor Pánfilo Ocampo y con el resto del dinero iniciamos la construcción de las dos primeras aulas. Cuando yo me preparaba para estrenar la primera aula con mi grupo de sexto grado, se presentó el profesor Oscar Campos Orozco, Supervisor del circuito III, al que pertenecía mi escuela, para ofrecerme el cambio a la Escuela Arturo Morales de San José de Montaña en Barba de Heredia, como director técnico. Acepté el ofrecimiento para mejorar el salario y trabajaba solamente con la dirección, ya no tenía que atender ningún grupo de niños como sí lo hacía en Santiago de San Rafael. Cuando llegué a esa escuela, lo primero que me dijeron los compañeros maestros era que el edificio escolar se estaba cayendo, había que hacerlo nuevo. Gracias a Dios a los tres años ya teníamos un elegante y cómodo edificio escolar en San José de la Montaña de Barba de Heredia. Así finalizó mi labor como maestro rural, el primero de diciembre de 1981, con un promedio salarial de 5 124 colones y mis prestaciones por 30 años y 5 meses de servicio fue de 40 992 colones, orden N° 536 del 17 de julio de 1981 firmado por don Rodrigo Carazo, Presidente y doña María Eugenia Dengo Obregón, Ministra de Educación. Como se observa, mi salario a partir del 1° de enero de 1982 es de 5124 colones menos los rebajos de ley, con el cual me era imposible que mis dos hijas menores pudieran estudiar. La Cámara de Industria y Comercio de Heredia, me llamó para que trabajara unos días como Director Ejecutivo de esa institución, días que se extendieron en 20 años y fue así como mis dos hijas menores estudiaron. Una secretariado bilingüe y la otra odontología. Las experiencias que nosotros los maestros rurales adquirimos son muchas, por ejemplo la lealtad de los padres de familia hacia los maestros, la confianza que en él depositan, pues hasta de médico tiene uno que servir. La verdad es que entre más rural sea la escuela, el maestro es más importante para el pueblo. Recuerdo que en San Miguel de Sarapiquí, una noche me llevaron un caballo para que fuera a bautizar una niñita que estaba a punto de morir. Siempre recuerdo a don Juan Boza que vivía en la Colonia Carvajal y como tenía mucha familia, en tiempo lectivo construía una colcha de zing en una orilla de la calle, cerca de la escuela y allí vivía una de las hijas mayores con los hermanos que asistían a la escuela. ¡Esto si es un verdadero sacrificio para un padre de familia! Entre los alumnos que siempre recuerdo está el caso de Oscar Vargas, alumno que andaba una hora a caballo para poder asistir a la escuela, salía a las seis de la mañana de Corazón de Jesús para estar a las siete en la escuela de San Miguel de Sarapiquí, atento, de un aseo impecable y amigo de hacer el “cinco” como decía su mamá, pues siempre traía algo para venderle a sus compañeritos en los recreos. En las escuelas rurales nunca termina uno de aprender, pues todos los días se le presenta al maestro algo distinto: aconsejar alumnos hasta curar animales domésticos. Una de las escuelas que más trabajo me ocasionó fue la Luis Demetrio Tinoco de San Miguel de Sarapiquí: tenía tres aulas y una cocina pequeña, hubo que construir un salón para dormitorio de los maestros y el problema más grande eran los servicios sanitarios que eran de los que llaman de “hueco”, los cuales en invierno se llenaban de agua que corría por los alrededores de las aulas, causando malestar por su fuerte olor. Logré gracias a Dios, convertirlos en inodoros, ya que el señor Ministro de Obras Públicas de ese entonces iba para Puerto Viejo, donde tenía una finquita y necesitaba hacer uso de los servicios sanitarios y al ver aquello tan espantoso, de inmediato, mandó una cuadrilla de trabajadores para que convirtieran aquellos horribles servicios en elegantes servicios de los conocidos como inodoros. Este cambio motivó mucho a mis compañeros a trabajar con más interés y dinamismo. Como una reflexión muy personal, es que los Programas de Educación deben ser distintos para la escuela rural y estar de acuerdo con las vivencias del campo que son muy distintas a las de la ciudad. Por esto defino la educación rural como que no está acorde con la realidad existente entre lo rural y lo urbano, no obstante, la educación rural le aporta mucho a la educación costarricense, sobre todo en la parte económica, ya que gran parte de estos muchachos son de muy buenas costumbres, trabajadores y dedicados a las labores que se les encomienda. Todo esto debido a que de verdad saben lo que a ellos y a sus padres les han costado sus estudios o la profesión que han adquirido, ya sea en un colegio, universidad o en un instituto como en el caso mío. Diego Ortiz Ruiz Nací en Pizotillo, un pueblo humilde del cantón de Upala de la provincia de Alajuela, en el año 1966, de un hogar formado por Leonardo Ortiz González y Laura Elena Ruiz Barrio, crecí a la par de tres hermanos y seis hermanas más, de esta familia soy el quinto hijo. En la escuela de Santa Clara inicié la enseñanza primaria y para llegar tenía que caminar una hora en camino de tierra, situación que se ponía difícil en época de invierno, por la que terminé en Pizotillo. La educación secundaria la realicé en el Colegio Técnico Profesional de Upala graduándome como bachiller. La situación económica de la familia, no me permitió continuar con mis estudios superiores en la universidad, razón por lo que tuve que esperar una oportunidad que se adaptara a mi situación. Posteriormente ingresé a la Universidad Latina con sede en Upala, matriculando la carrera de Educación con énfasis en I y II ciclo. Trabajando entre semana y asistiendo a clases los viernes y sábados, hubo momentos en que no tenía el dinero para pagar, y con algún préstamo seguía adelante. En 1998, obtuve el titulo de Bachiller en Educación I y II ciclo. Siempre mi aspiración fue tratar en la formación de niños y de jóvenes. La profesión de Educación llenaba mi ambición, es por esta razón que soy educador y me siento feliz con mi trabajo. Durante toda mi trayectoria como profesional, he trabajado en dos tipos de escuelas, las que para mí, han sido una motivación para seguir adelante. Fue en 1997, en la Escuela Bella Vista del circuito 07 de Brasilito de Upala, donde inicié mi trabajo como unidocente, en una comunidad rural, que para llegar debía caminar dos horas en camino de tierra. Posteriormente en 1998, me trasladé en propiedad a la Escuela de Pejibaye, del circuito 13 de la Dirección Regional de San Carlos. Soy una persona que siempre trato de que la comunidad tenga una buena relación con la escuela, ya que es el centro donde tenemos lo más preciado de nuestra vida; sus hijos, por lo tanto, motivo a la gente a luchar por el centro educativo, para que esté siempre mejor en estética, mobiliario y equipo. Se trata de una comunidad donde todos cooperan de distintas formas para mejorar el centro educativo. En 1998, llegué como docente a la Escuela de Pejibaye, el edificio de la escuela era de madera, tenía como 30 años de construido, un aula prefabricada, con un piso deteriorado y carente de pintura. No había dinero para realizar una nueva construcción del la escuela, en ese momento. Se tramitó una partida con el Consejo de Distrito del Cantón y así, obtuvimos una pequeña cantidad de dinero; con eso fue suficiente para comprar material y dar inicio al proyecto de la construcción, con mano de obra voluntaria de la comunidad y un jefe de construcción. La comunidad se comprometió a trabajar mediante un diario; por ejemplo: los lunes le correspondía a cuatro personas, el martes a otras cuatro, así, sucesivamente todas las semanas. Es algo digno de reconocer en la comunidad, ya que el día que una persona no podía, mandaba un peón y le pagaba con su dinero. Hoy lucimos un edificio, en perfecto estado para trabajar, para alojar la matricula actual y con una proyección al doble de la población que tenemos en este momento. Son muchas las limitaciones en una escuela rural, pero, también hay fortalezas, ya que estamos en pleno contacto con la naturaleza y los recursos que ella nos da, para desarrollar nuestros trabajos en el aula y con la comunidad, como formadores que somos en la enseñanza de los niños. Una de mis principales frustraciones o desánimos, sucede cuando el tiempo se satura con tanta cosa que hay que hacer en un centro educativo unidocente y rural; hay que correr para poder cumplir con los trabajos. Uno tiene que manejar asuntos de la dirección, informes, administración, y pedagógicos, de la Junta de Educación, Patronato Escolar, todo a la vez; es muy cansado, hay que tomar del tiempo de descanso y de la familia para realizar trabajos de la escuela. De eso, solo nos queda el gusto del deber cumplido. Como educador pienso, reflexiono, que el trabajo y la responsabilidad es mucha y las herramientas que tenemos son pocas, los materiales del mercado son mejores que los legalmente autorizados y en las comunidades rurales hay mucha población de escasos recursos económicos, que no pueden adquirir materiales para mantener a sus hijos en los centros educativos. Se hacen los planes de trabajo y en algunos casos hay discrepancia en ellos porque no concuerdan con el tipo de contexto y los diferentes estilos de aprendizaje de los niños y niñas, mucho más en el tipo de actividad que se estipula. Para mí es un reto emparejar las diferencias que existen en la escuela rural y la urbana. Siempre lucho en comunidad, por mejorar equipos, mobiliario, biblioteca y mantener todo en orden en la escuela. Estos campos con olor a bosque, al ganado, con canto de las ranas y pájaros, los culleos y el chispear de las luciérnagas; son donde se forman jóvenes con plena conciencia del valor del trabajo, la lucha constante , el respeto y la obediencia, ya que estamos menos contaminados de los diferentes problemas sociales. En el campo cantamos con orgullo la frase de nuestro Himno Nacional “…viva siempre el trabajo y la paz”, aunque los recursos económicos y las fuentes de trabajo sean limitadas. Tengo suerte de trabajar en una escuela rural donde la gente siempre está dispuesta a apoyar en lo necesario, para mantener la infraestructura, la estabilidad de los niños, el orden y el aseo. La dinámica pedagógica de una escuela rural unidocente, es diferente a la que se plasma en documentos y proyectos de horarios ampliados y otros, ya que hay muchas situaciones que no se adaptan a la realidad. Una escuela rural unidocente trabaja en unión con el hogar, orientado mediante talleres a los padres y madres de familia, para que se realice la incorporación de la familia al proceso de enseñaza aprendizaje de los niños. En lo personal, la vida de trabajo es tranquila, siempre coordinada en armonía con la comunidad. Siento que la educación rural puede aportar mucho a la educación costarricense, ya que se da una educación muy integral, abarcando la espiritual, académico, moral, social y familiar. No es lo mismo un profesional académicamente preparado, cuando en lo personal, espiritual y lo social hay un gran vació. En el campo se conservan más los valores, el respeto y la unión entre vecinos de la comunidad. Yo soy del campo, tuve grandes dificultades para llegar a un colegio, y hoy me siento exitoso por tener esta profesión y trabajar en ella. Soy una persona que formó su familia, padre de tres niños y una preciosa niñita. Pejibaye, 27 de junio del ,2007. Édgar Guadamuz Comes Profesor de Enseñanza de los Estudios Sociales. Yo nací un siete de octubre del año 1979, por cierto un domingo, en la capital. Soy el último de cinco hermanos. Por aquellos años Centroamérica estaba pasando conflictos políticos y militares. Por ejemplo: en Nicaragua con la revolución Sandinista. El presidente del país era Rodrigo Carazo y para esa época la crisis económica costarricense se empezaba a reflejar. Los primeros nueve años de mi infancia los viví en san José. Posteriormente, cuando mis padres se separaron, todos nos fuimos para Santa Cruz de Guanacaste y cuando digo todos hablo de mi mama y mis hermanos. Recuerdo que los primeros años en Guanacaste fueron difíciles por asuntos económicos… pero después la situación mejoró. La Educación Primaria la realicé en la escuela Josefina López Bonilla, en la que, para ser sincero tuve maestras que me enseñaron a odiar la educación…eran muy torpes para enseñar, la palabra pedagogo era demasiado grande para ellas. La Educación Secundaria la realicé en el liceo Santa Cruz, Clímaco A. Pérez, donde el profesor de Estudios Sociales, don Orlando me demostró lo interesante de esta materia. En esos años creo que fui un niño y adolescente normal, pues me gustaba hacer lo que la mayoría de mis compañeros realizaban: jugar fútbol, buscar novias, ir al río y cumplir con los deberes de la educación, pues tenia un compromiso grande con doña Flor Gómez Gutiérrez (mi madre) quien la verdad la pulseó para mantener a la familia. Me hice profesor por que creo en la educación y en la formación de personas con actitudes y aptitudes dedicadas a buscar el bienestar y al desarrollo del país. Pero el Sistema en ocasiones opaca el proceso de enseñanza y aprendizaje. Estudié en la Universidad Nacional de Costa Rica en la sede de Nicoya, donde obtuve el título de Bachiller y posteriormente obtuve la Licenciatura en la Universidad Latina de Costa Rica, con sede en Santa Cruz. Durante el bachillerato tuve que luchar con situaciones económicas difíciles, pero la verdad, no me quitaron la voluntad de seguir, es más aumentó el espíritu de lucha y de buscar las metas con esfuerzo. La primera experiencia como profesor fue en los Ángeles de la Fortuna, en San Carlos en el 2003. El centro educativo funcionaba en el salón comunal del lugar, el inicio del curso lectivo fue complicado por que durante un mes, el MEP, había nombrado tres profesores, el conserje y la secretaria de la institución. Recuerdo que los padres de familia estaban muy molestos por la situación y todos los días presionaban en el lugar incorrecto. Durante ese mes un solo profesor atendía a tres grupos al mismo tiempo. Posteriormente todo lo anterior se solucionó y el curso lectivo de ese año fue un éxito. Actualmente el colegio de los Ángeles es bilingüe, forma parte del programa PROMECE y cuenta con una buena infraestructura. Actualmente tengo propiedad en la sección nocturna del Colegio Técnico Profesional de Batán. Entre 2005 y 2006, trabajé en el Liceo Nicolás Aguilar Murillo, de Monterrey de San Carlos. Durante ese periodo conocí a don Hernán Carrillo, que es un maestro pensionado originario de Nicoya, pero trabajó como docente en Monterrey. Él fue el líder que inició los procesos de la fundación del CINDEA y del diurno de ese lugar; don Hernán Carrillo, personaje importante porque fomentó el desarrollo educativo en esa región. Tuve la oportunidad de trabajar en los Ángeles y Monterrey de San Carlos, en ambas comunidades, la población siempre trabajó para el desarrollo de la institución. Cabe destacar que los padres de familia realizaban actividades para recaudar recursos para el colegio. El mayor conflicto que encontré durante mi periodo de profesor en San Carlos, fue un estudiante con problemas de drogas y familiares, me tomó mucha confianza y por general le daba consejos, que de alguna u otra forma le ayudaron. Actualmente sigue estudiando con tranquilidad, se ha recuperado de la adicción y vive independiente de su familia. Es difícil mencionar alumnos importantes o significativos porque la verdad no se puede tener preferencias, pero puedo mencionar algunos como por ejemplo: Adrián Meoño y Xiomara Madrigal. A Adrián lo considero un amigo, a pesar de que tenía muchos problemas salió adelante y siempre confió en mi palabra. En el caso de Xiomara, ella es significativa ya que me enseñó a ser paciente con los alumnos. Durante estos cinco años de ser educador he aprendido que cada día se conocen nuevas variables en los procesos de enseñaza y aprendizaje. No importa el colegio o lugar siempre se debe tener claro que somos formadores de seres humanos. He conocido diferentes lugares, personas que viven la cotidianeidad muy a la tiquicia, el ser costarricense se refleja en todos los rincones de este bello país. Recuerdo que en el año 2005, participé en el Proyecto de Innovaciones Educativas con Mayela Hidalgo, profesora de Español. En esa oportunidad expusimos cómo la poesía se puede aplicar a la enseñanza de los valores en Educación Cívica. La Educación Costarricense pasa por un proceso en el cual se ha perdido el interés real de la enseñanza. El sistema tiene muchas necesidades, relación con la infraestructura, recursos didácticos y económicos. En muchas instituciones el personal no es calificado y LOS que son calificados están afuera, esto se debe a los favores políticos. La educación rural posee diferencias por no haber un control real del trabajo realizado en las diferentes instituciones: falta de profesores, pérdida de días lectivos, ambiente laboral hostil, la infraestructura es inadecuada, los alumnos demuestran poco interés, muchos profesores trabajan sin espíritu de enseñar. Lo bonito de la educación rural es cuando en la comunidad se establecen aires de cambio para el bienestar común. La educación rural puede aportar muchos profesionales al país. Esos profesionales intentarán lograr el desarrollo de Costa Rica. Hilda Solís Maestra rural. Me hice maestra por invitación de dos amigas que fueron las que me motivaron a iniciar esta carrera. Empecé a estudiar en la Universidad de Costa Rica, ahí obtuve mi primer titulo, luego seguí estudiando en la Universidad Nacional. Trabajé en diez escuelas rurales. Obtuve mi primer nombramiento en la escuela de Quebradas de Alajuela en el año 1976. Mi labor en esa institución fue muy gratificante, éramos cuatro maestros, incluyendo al director que también tenía un grupo a cargo. La comunidad se identificaba totalmente con el centro educativo. Dentro de los personajes interesantes está el director, era un hombre joven, que compartía muchas actividades con los alumnos, durante el lapso entre el término de una jornada e inicio de la otra jugaba con los niños en el patio de la escuela. Los padres se organizaron realizando ventas de productos agrícolas y recogieron pequeñas contribuciones, construyeron un pequeño baño para que se bañaran después de jugar. En los centros de enseñanza que laboré siempre observé una estrecha relación entre escuela y comunidad. Los padres se ocupaban de limpiar la maleza de los alrededores y pintar la escuela cuando era necesario. Generalmente no había cocinera ni conserje, entonces las mamás establecían horarios para limpiar y preparar los alimentos de los alumnos. Las escuelas rurales enfrentan grandes problemas de carencia de material didáctico, mobiliario y muchas otras cosas. A veces estas situaciones mejoraban un poco con la venta de cachivaches que aportaban las mismas educadoras, también con pequeñas rifas y turnos. Como alumnos inolvidables están los hermanitos que no tenían papás. Vivían con dos abuelitos ancianos que ellos mantenían, se levantaban a las cuatro de la mañana a cortar tomates, por las tardes repartían pan; como carecían de todo y les gustaba mucho leer, durante los recreos se quedaban leyendo los pocos libros que habían. Siempre comentaban que ellos iban a llegar a ser profesionales para ayudar a sus viejecitos. El aprendizaje para cualquier maestro que labore en estas escuelas es que desarrolla una gran sensibilidad por las personas, especialmente por los niños, aprende a sacar el mejor provecho a los escasos recursos a su alcance. Se da una dinámica pedagógica muy activa ya que el educador debe implementar múltiples estrategias de enseñanza debido a la heterogeneidad de los grupos a su cargo. Considero que la educación en general enfrenta numerosos problemas, esto debido a la ingerencia de la política. La educación rural es muy importante en el desarrollo del país ya que esta proporciona las herramientas necesarias a las personas para sacarlas de la ignorancia en que viven. Rita Calivá Esquivel. Maestra de educación rural. Nací en Heredia en el año 1950. Crecí en una familia formada por dos hermanos mayores, uno menor y mis padres. Asistí a la escuela Braulio Morales y como es común en los heredianos hice mi secundaria en el Liceo de Heredia. Con las pocas oportunidades que habían en esa época de continuar estudios superiores ingresé a la Escuela Normal de Costa Rica, durante dos años, obteniendo así el titulo de educadora y cumpliendo mi sueño de compartir mi vida con niños. Durante dos años de los treinta que trabajé, fueron en escuelas rurales. Mi primer año de trabajo fue en la Escuela Rural San Cristóbal Sur de Desamparados; el personal docente estaba conformado por tres maestros cada uno con dos grupos a cargo y uno con el recargo de la dirección. Se me asignó un primer grado en la mañana y un cuarto grado en la tarde. Esta experiencia significó para mí un gran reto en varios aspectos: en lo personal tuve que trasladarme a vivir a dicho lugar, lo cual me generó muchos temores, pues nunca había dejado las comodidades de las zonas urbanas, ni la de mi familia. En la parte profesional me asustaba enfrentarme por primera vez a grupos de estudiantes a mi entera responsabilidad y aplicar la teoría a la práctica. Me encontré con una comunidad humilde, amigable y solidaria, por niños que en su mayoría usaban zapatos solo para estar en la escuela, se presentaban con un uniforme completo y limpio. Al ser una comunidad rural y agrícola, la prioridad de las familias eran las labores del campo, para esa época no habrá prohibición en cuanto al trabajo infantil, así que al llegar octubre algunos faltaban a clases por ir a recolectar café. Por la ubicación de la zona era frustrante no contar con recursos didácticos para el desarrollo de los objetivos, pues no existían librerías cerca, así que todo había que llevarlo listo. Pese a estas limitaciones logré que, con el trabajo diario y aprovechando los recursos del entorno, mis estudiantes aprendieran lo básico de los objetivos propuestos al iniciar el curso lectivo, así como conocimientos nuevos. En primer grado trabajamos con un poco de todos los métodos para la enseñanza de le lecto-escritura de acuerdo con la capacidad de cada niño, realicé trabajos en grupos de acuerdo con sus intereses: elaboración de fichas que imprimíamos en un polígrafo de rodillo manual, al igual los trabajos de apresto y las evaluaciones, lo cual era un tanto complicado. La escuela nos brindaba un dormitorio y una cocina con baño y un servicio sanitario que hacía posible vivir más cómodamente. Conjuntamente con mis compañeros al finalizar las lecciones una vez por semana participábamos en las reuniones del Patronato Escolar, algunas de las cosas que gestionamos fue el proceso de la pavimentación de la carretera principal, siendo este un gran logro para la comunidad educativa y la comunidad en general. Al finalizar el curso lectivo regresé sin tener plaza en propiedad por lo que los siguientes años trabajé interina en diferentes escuelas algunas de ellas América Central en Guadalupe, Sagrada Familia, Juan Rudín, Maiquetía, Omar Dengo, entre otras. Concursé y adquirí plaza en propiedad. En esa ocasión volví a zona rural, esta vez a un pintoresco lugar muy cerca de San Cristóbal Sur y con más madurez y experiencia. Logré sacar adelante los grupos asignados utilizando los pocos recursos con que contaba. Conjuntamente con el Patronato Escolar, la Municipalidad y la comunidad conseguimos herramientas agrícolas, mejorar caminos, comprar más libros para la biblioteca escolar. En la actualidad estoy disfrutando de mi merecida pensión con la satisfacción del deber cumplido. Con base en mi experiencia pienso que todos los educadores deberían trabajar en zonas rurales ya que es un territorio fértil para adquirir experiencias y ayudar al desarrollo de la comunidad. Pienso que la educación costarricense debe mejorar en muchos aspectos sobre todo, dar más oportunidad para desarrollarse en la parte artística y deportiva. Defino la educación rural como el proceso por el cual una persona desarrolla su capacidad para enfrentarse positivamente a su medio. Creo que la educación rural puede aportar mucho a la educación costarricense desde el punto de vista agrícola, artesanal, económico y sostenibilidad. Nury Flor Herrera Vargas Pinceladas de mi vida como maestra rural Historia de una educadora rural Nací en el año 1940, en Sabanilla de Alajuela, hija de maestra, que precisamente ese año laboraba en esa comunidad. Soy la mayor de ocho hijos, y por la diversidad de lugares donde debía laborar mi madre, todos nacimos en diferentes comunidades. Mi padre siempre ha sido un hombre sencillo que se desempeñaba como agricultor y apicultor, incluso trabajó como orero en las Minas del Aguacate cuando mi madre se desempeñaba como maestra en San Mateo de Alajuela. Entre las tantas anécdotas que vivimos, recuerdo que en cierta ocasión en que mi madre trabajaba como maestra unidocente, en una comunidad que se llamaba la Colonia de Toro Amarillo, a mi padre se le ocurrió poner propaganda, al frente de la casa (que nos prestaba el gobierno), esto levantó roncha entre los partidarios de oposición, los cuales, por la noche le cortaron la cola a nuestro caballo y nos dejaron amenazas de lincharnos. Por la situación que se presentó, sentimos mucho temor y a la noche siguiente salimos de la casa con lo mínimo de maletas, cruzando por caminos intransitables, caminando muchos kilómetros para llegar a tomar la “cazadora”, (autobús) y así evitar posibles agresiones. Fue un viaje de muchas horas en condiciones muy difíciles. Así podría contarles innumerables historias que pasamos durante los años de mi niñez, los cuales de alguna manera me hicieron apreciar el trabajo sacrificado de mi madre y valorar la profesión de educador rural. Por la misma situación de trabajo de mi madre, hice la primaria en diferentes escuelas. Con muchas limitaciones económicas inicié los estudios secundarios y gracias a una beca que me fue otorgada por la Municipalidad de San Carlos pude continuar estudiando. No había terminado la secundaria, cuando se me presentó la oportunidad de ir a laborar a la comunidad de la Trinidad de Dota, como educadora unidocente, sustituyendo a una maestra que en ese momento estaba incapacitada. Recuerdo claramente, como si fuera ahora, al segundo día de laborar en esa escuelita, un alumno que al iniciar la mañana vomitó… pero lo más impresionante fue la gran cantidad de lombrices estomacales que fueron expulsadas. Como se vivía en extrema pobreza, en realidad la escuelita era un pequeño rancho en medio de la montaña, donde no había ni lo más elemental para trabajar. Yo por supuesto, no sabía qué hacer… no había medicamentos a mano, lo único que hice fue darle de tomar agua y permitirle irse para su casa acompañado de un compañero. Al día siguiente el niño regresó a lecciones como si nada, ya que era común esa clase de situaciones. Al siguiente año me nombran interina en San Lorenzo de Tarrazú. Aquí, aunque seguía siendo una comunidad rural, las condiciones del centro educativo delataban un nivel económico mucho mejor… había más personal docente, cocinera, director, conserje, incluso me alojé en la casa del señor director y su familia durante el tiempo lectivo. Posteriormente, recibí un nombramiento en el lugar conocido como La Cuesta de León Cortés, debía realizar labores tanto de docente como de Directora, esto implicaba impartir lecciones de primero a sexto grado en todas las materias y además Educación Física, Agricultura, Religión y otras como; nombrar a la Junta de Educación y Patronato Escolar, organizar los turnos, Hacer labores de conserje y cocinera, para lo cual con la colaboración de los alumnos jalaba agua de una quebrada para cubrir varias necesidades de la escuela y también para preparar los alimentos que consistían la mayoría de las veces en leche y queso proveniente de un convenio de nuestro país con los Estados Unidos. Una de las anécdotas que recuerdo en ese sitio fue la ocasión en que tenía que trasladar a los estudiantes a otra escuela con el fin de la realización de un partido de fútbol entre los niños de ambas escuelas, con tan mala suerte que un alumno se metió una espina en la pierna, la situación se complicó tanto, que hasta se tuvo que trasladar al hospital… imagínense el susto mío. La siguiente escuela en la que laboraré por dos años fue la Joya de Aserrí. Aquí tenía funciones de directora e impartía lecciones junto con una auxiliar a cargo. De esta comunidad, recuerdo que hacíamos veladas artísticas, ya que se acostumbraban hacer lo que se conoce comúnmente como turnos. En especial recuerdo la ocasión en que se programó una de estas veladas, primero, había que contactar con una emisora de radio para que a la hora convenida pusieran una determinada pieza musical que formaba parte del número artístico que se presentaba, para ello, se debía llevar a cabo una estricta programación para que a la hora convenida, cuando se escuchaba por las ondas de la radio “Atención a la maestra que nos solicitó esta canción, aquí le va…” y en ese preciso instante debía comenzar el cuadro o dramatización que se había organizado y que incluía la pieza musical…. Todo esto se complementaba con la venta de comidas, rifas, etc. Estos dineros iban exclusivamente para los fondos del Patronato Escolar. Este tipo actividades era todo un evento en la comunidad ya que en ese entonces no había muchas oportunidades de recreación. Los vecinos participaban hasta altas horas de la noche… no se querían retirar…solicitaban “ que se repita…” “otra…”. Fue sin duda un periodo en el que aprendí mucho sobre la profesión, la gente y la vida… Y así me correspondió trabajar en otros lugares como El tigre de Aserrí, Bajos de Jorco de Acosta, La Trinidad de Aserrí, Tranquerillas de Aserrí, La Legua de los Naranjos, los cuales tenían en común la sociedad rural de la Costa Rica de los años sesenta, pobre, de difícil acceso, pero llenos de la calidez, sencillez y amor por el trabajo. Al igual que yo, había muchos otras personas que ejercían la docencia con mística y vocación, pero sin los estudios necesarios. Para ese entonces y dada la urgencia de preparar y formar docentes se abrió el Instituto de Formación Profesional del Magisterio (IFPM). Durante el periodo lectivo del año escolar los cursos se realizaban por correspondencia y durante las vacaciones de tres meses se recibían en forma presencial. Gracias a esa oportunidad, muchos en mi misma condición nos graduamos. En mi caso particular, con muchísimos sacrificios obtuve el título de posgrado, después de estudiar cinco años, el cual me permitía obtener un mejor salario y optar por una plaza en propiedad, la cual logré algunos años después. Una vez graduada trabajé en San Pablo de León Cortes, San Gabriel de Aserrí, donde obtuve la plaza en propiedad y por último en San Antonio de Escazú, en la que me pensioné. Analizando en retrospectiva, creo que fui maestra por vocación, siento que lo di todo. El éxito de mis alumnos era mi mayor satisfacción. Además de la labor a nivel social que se hacía, el docente debía ser el protagonista y el líder de los cambios que se dieran en el ámbito comunal, como por ejemplo, promoviendo la construcción de caminos, puentes, plazas de deportes, mejoras de la planta física de la institución educativa, realizar los censos nacionales, hacer visitas de carácter obligatorio a los hogares, para detectar problemas de diversa índole que iban desde la salud hasta los de tipo social, siempre buscando el bienestar del educando. Toda esta labor implicaba grandes sacrificios económicos y de tiempo del docente. Pero a la par de esto, el maestro gozaba de un gran prestigio social, era un trabajador admirado. La labor y el esfuerzo de los maestros de esa época, son elementos que, a mi criterio, llevaron a Costa Rica a ser líder a nivel latinoamericano en el campo social y económico, durante muchos años. Gracias a Dios superé todas las dificultades que se me presentaron y puedo estar muy orgullosa y satisfecha de que con esta profesión logré realizarme como persona y profesional y a la vez sacar adelante a mis cuatro hijos, los cuales son profesionales y muy trabajadores. Deseo dejar claro que aquí estoy contando solamente un retazo de lo que fue mi vida en el campo de la enseñanza rural de nuestro país. Solamente me falta agregar que fue un gran reto que logré a base de mucho esfuerzo, valentía y la sabiduría que El Todopoderoso me regaló. Francisco Antonio Villalobos Hernández Nací en San Rafael de Heredia, el 26 de enero de 1953, allí viví mi infancia. Estudié en la Escuela Pedro María Badilla, durante mi época escolar fui descalzo. Mi maestra fue la misma durante los seis años de escolaridad, pero a medio año del último año, es decir cuando estaba en sexto, cambiaron y vino otra maestra, que no fue muy aceptada, porque mi persona ya se había encariñado mucho con la anterior. Mi padre era campesino y trabajaba en los cafetales de mi abuelo, tenía una carreta con bueyes donde trasladaba café y leña. A nosotros después de que terminaba el curso lectivo nos mandaban a coger café y con el dinero que ganábamos nos ayudábamos a comprar los uniformes, éramos doce hermanos, siete mujeres y cinco hombres. Mi mamá se dedicaba aparte de los oficios domésticos, a ser la enfermera del pueblo, porque curaba empachos, ponía inyecciones, curaba niños quebrantados, además tejía a un agujón y hacía queques, todo para ayudar a papá. En el año 1975 partí de mi casa a la zona de Sarapiquí a un lugar llamado la Virgen, donde empecé la función como educador, fue tan impresionante porque llegué sin tener experiencia, me tocó impartir lecciones a un primer grado, en ese entonces me relacioné muy bien tanto con el personal docente como con los educandos. Lo primero que observé fue la sencillez y humildad de ellos, por la forma de actuar y vivir. Era un lugar donde llovía mucho y me enamoré tanto de esa zona que visitaba a mi familia cada mes, en ese entonces estaba soltero. Ayudé tanto al centro educativo que, los comedores escolares tenían que ir a traer los alimentos hasta Venecia de San Carlos, tuve el agrado de ir con la persona que trasladaba los alimentos y me encargaba de transportarlos a cada lugar ya que esta escuela era la sede donde cada docente o director llegaba a retirar los alimentos. Mi alegría más grande fue cuando los niños empezaron a leer y escribir a pesar del trabajo tan duro, porque los niños no recibían Kinder y uno tenía que darles todo. Como yo llegué en forma interina y por un año me tocaba que ir a trabajar a donde me mandaban y yo seguía pensando a cuál lugar tendría que ir a trabajar el año siguiente. Yo tenía mucho contacto con la señora que trabajaba en el correo y me contaba que ella trabajaba con la municipalidad y que ellos tuvieron la oportunidad de llegar a realizar una sesión municipal en un lugar incómodo en la margen izquierda del río Sarapiquí y cual fue la sorpresa que al siguiente año me tocó ir a trabajar en ese lugar llamado Colonia La Gata de la Virgen de Sarapiquí. Sin conocer ese lugar me embarqué en un bote con un recorrido de una hora y media hasta los Arbolitos y después caminar sobre montaña otra hora hasta la Colonia La Gata. Tuve la oportunidad de ser el primer educador de ese lugar, era muy incómodo pero logré dar clases durante tres años, pero cada día que pasaba estaba más seguro de que mi labor daba frutos. A pesar de las penurias que pasaban los estudiantes, se llegó a construir el comedor escolar y los alimentos se trasladaban de Puerto Viejo hasta este lugar en bote y luego a caballo ya que era el único medio de transporte. Cuando empezaba a caminar me invocaba a Dios porque el lugar era muy peligroso: pasaban serpientes y otros animales, uno se tenía que poner botas de hule y hundirse en el barro porque el lugar era muy húmedo. Los niños de ese entonces eran muy educados y respetuosos, y todos los obstáculos uno los tenía que vencer, tuve mucho éxito a pesar de que era una escuela unidocente y con treinta alumnos. Al transcurrir del tiempo, me iba encariñando tanto hasta que me llevaban a visitar sus hogares y me daban algunos bocadillos que preparaban con amor. Me gustaba tanto mi labor como educador que fui muy responsable, cuando salía a visitar a mi familia regresaba el domingo, a las tres o cuatro de la tarde estaba en el lugar, pero un día tuve que salir y al regreso me tocó la sorpresa que el río que tenía que pasar estaba crecido y casi me ahogo. Por temor al supervisor que hacía presencia el día siguiente y tenía que poner al día el registro y yo decía ¡que destino el mío, donde vine a dar! Y por Gracia de Dios estoy contando el cuento. Al año siguiente me tocó ir a la zona Sur en Altamira de Pavones de Golfito, otro lugar bastante incómodo y como unidocente otra vez, pero cada día adquiría más conocimientos y experiencia, el trato con los niños era mejor, como no tenían o no recibían kinder tenía que dar bastante apresto principalmente con los de primer grado. Sin tener experiencia en adecuaciones curriculares iba notando las deficiencias y dificultades para aprender en algunos alumnos. Las actividades se realizaban en grupo para recoger fondos para los diferentes centros educativos y después se dividían según el número de ellos. El otro año me tocó en Armenia del Valle La Estrella, otro lugar donde se trabaja como unidocente. Con el pasar del tiempo me preparé en la Universidad de Heredia y asistía cada mes en cursos de verano y hasta que me gradué, fue una labor muy difícil ya que asistía viernes en la noche y el sábado. A esta escuela tuve la oportunidad de llegar en propiedad y estuve seis años, hasta que me trasladé a San José de la Montaña en Barva de Heredia, donde me tocó trabajar con un grado a cargo, era un centro eucativo de dirección cuatro y los alumnos tenían más comodidades y más acceso a la provincia de Heredia, los padres de familia eran más preparados algunos hasta profesionales. En cuanto a las leyes de los niños casi se las sabían, entonces había que cuidarse, porque ellos no aguantaban nada, pero siempre existía la relación padre-educador-alumno con ciertas normativas o reglas a seguir; no fui muy meloso con los alumnos para guardar esa distancia y respeto entre ellos. En este lugar duré ocho años donde tuve la oportunidad de dar todos los niveles con una disciplina muy difícil. En todos los lugares trabajé con horario alterno y por motivos especiales tuve que trasladarme a San Roque de Barva de Heredia, donde solo trabajé tres años, la disciplina era muy difícil, aquí se aplicaban las adecuaciones curriculares con el fin de que la educación fuera más efectiva y eficaz, se pudo lograr el objetivo deseado. Tuve la oportunidad de trabajar con aula de recurso para poder ganarme el alterno, donde adquirí más experiencia. A pesar de ciertos problemas con la disciplina de los alumnos seguí adelante hasta que me trasladé a otro lugar, San Pablo de Heredia en la escuela José Ezequiel González, también se presentaban problemas de disciplina pero se podían solucionar, con boletas de informe al hogar y visitas al mismo, pero por motivo de que no podía tener horario alterno, me vi en la necesidad de ir a trabajar con unas lecciones de Alfabetización en el Programa Maestro en Casa, por lo cual solo duré dos años. Luego me trasladé de nuevo a la zona rural en La Platanera, Horquetas de Sarapiquí donde volví a trabajar como unidocente y fue muy bonito porque era el último año para pensionarme. La labor como unidocente lo lleva a experimentar a uno porque tiene que trabajar con todos los niveles y ponerlos a trabajar de manera que los más grandes den oportunidad de enseñar a los que se encuentran en niveles más bajos, es decir, de primer ciclo. Se pudo concluir el año y graduar cuatro alumnos que dos de ellos están en el colegio. Creo que la labor más satisfactoria la pasé en la zona rural a pesar de todas las dificultades que se presentaron durante los años de docencia, ser educador es muy difícil, solo el que trabaja con amor logra el objetivo y llega a concluir su labor con paz, tranquilidad y con satisfacción de que trabaja bien por la niñez de Costa Rica. En la Universidad logré el Bachillerato en Ciencias de la Educación con énfasis en Administración. Luís Alvarado. Maestro rural de Tujankir 1. Guatuso. Nací en la capital en el hospital San Juan de Dios, el día 7 de abril de 1966. Mi familia es de San Carlos por lo tanto viví mi infancia en esa bella ciudad, Que, cuando yo crecía era menos desarrollada de como lo es ahora, pero sí habían muchas comodidades. Asistí a la escuela de Juan Chávez, mi vida fue muy normal, era un chico obediente con mis padres. La razón por la cual me hice maestro fue por que tenía necesidad de trabajar aparte que me gusta la docencia, en realidad me gusta compartir con los niños. Inicie mis estudios universitarios en la Universidad Nacional, luego en la UNED, concluyendo mi Licenciatura en la Universidad Central por comodidad. He trabajado en escuelas ubicadas en las zonas de San Carlos centro, Pital, Aguas Zarcas, Santa Rosa. Desde hace casi diez años, trabajo en Guatuso, en el centro educativo de Tujankir. En cuanto a personas interesantes que he conocido en mi experiencia como educador no recuerdo muchos, ya que tengo una memoria demasiado mala para recordar cosas pasadas. De esta la comunidad voy a mencionar a don Wárner Rodríguez, lo considero interesante por que de él se puede aprender mucho, es una persona muy trabajadora, siempre está interesado por las necesidades de la comunidad y de la institución. La relación que existe entre la escuela y la comunidad de Tujankir es muy mala, cada Junta persigue sus propios intereses, cada quien se preocupa por lo suyo, descuidan la unión entre estas Con la Junta de Educación tratamos de solventar nuestras necesidades básicas, por que a veces es difícil pensar en grande, actualmente se esta remodelando el techo de la escuela con ayuda de algunos padres de familia. La mayoría de los problemas con los que me he encontrado son más que todo administrativos, de indisciplina, estudiantes que no realizan sus tareas, ausencia de una rápida respuesta a los asuntos meramente importantes, pequeñas diferencias entre compañeros, pero nada grave. Dificultades que noto en el ámbito nivel comunal y de padres es la falta de motivación a sus hijos, para que asistan a las clases y el esfuerzo por la superación. El momento que se aprovecha para buscar soluciones es en las reuniones de padres de familia, cuando se habla de la importancia de motivar a sus hijos, para que no pierdan el interés para prepararse profesionalmente para un futuro mejor. Solo recuerdo el nombre de una joven llamada Carmen Elena, era una estudiante de la comunidad de la Unión, fue mi estudiante por varios años y siempre decía que ella quería ser profesional, era de una familia muy pobre y logró sus objetivos, ahora es Profesora de Informática en Alajuela. La frustración más grande que puede pasar un docente es cuando los estudiantes no alcanzan los objetivos y el Director le pide cuentas, no se sabe qué hacer, desea uno ser mago. Yo describo una escuela rural como una institución con muchas carencias de material didáctico, infraestructura y una falta enorme de lo tecnológico, que no se puede esperar que la educación sea igual a la de las zonas urbanas. La dinámica de clase es muy buena, nos respetamos, nos escuchamos, la pasamos bien, siempre trabajo con dos grupos, a veces debo trabajar con folletos, copias, práctica dirigida porque es difícil estar con ellos todo el tiempo. El concepto de educación rural que aporto es una formación de estudiantes con conocimientos básicos con mucha carencia de material tecnológico. Lo que puede aportar la educación rural a la educación costarricense son muchos ejemplos de estudiantes que han luchado por la superación de cada uno y bienestar familiar, carencias de servicios que obstaculizan una educación de calidad, que sirva a sí mismo para que las entidades en las zonas urbanas brinden apoyo a estas zonas. Allan Espinoza Ramírez Agradecimiento A la docente Tania Hernández Rubí, de la Escuela El Palmar, quien me apoyó e impulsó en la recolección de la información y la construcción de mi historia como educador rural. Datos biográficos Escribir sobre uno mismo no es tarea fácil. Requiere de reflexión profunda, trasciende la propia vida, es necesario revivir hechos y traer a nuestro presente el espíritu de una época y un proceso vivido que marca y rige nuestra vida actual. Mi nombre es Allan Espinoza Ramírez. Nací un domingo 14 de noviembre de 1965 a las 2:00 pm, en el Hospital San Vicente de Paúl en la ciudad de Heredia. Viví mi infancia en el Barrio El Carmen de Heredia, conocido también como Barrio Chino, al lado de mi abuelo Gabriel Espinoza Esquivel, mi padre Walter Espinoza Segura, mi madre María Eugenia Ramírez Badilla y mis dos hermanas Cinthya y Sandra. Mi abuelo era carnicero, mi padre se dedicaba al comercio y mi madre era ama de casa. Mis primeros estudios los realicé en el kínder de la Puebla y en la Escuela República Argentina donde sólo se atendía a niños varones. Antes de finalizar el período escolar nos trasladamos a vivir a la comunidad de Santa Lucía de Barva de Heredia, allí concluí mis estudios primarios en la escuela del lugar, Domingo González Pérez. Durante el tiempo de vacaciones, ayudaba a mi familia, repartiendo el periódico en una de las zonas importantes de Heredia. Así crecí, entre ambas comunidades. Cursé la secundaria en el Liceo de Heredia, durante los años comprendidos entre 1979 y 1983. Durante este proceso de niñez y adolescencia siempre tuve el deseo de luchar, de estudiar, de ser un profesional y desempeñarme en la sociedad como un ciudadano digno, esto me llevó más adelante a proyectarme mediante el trabajo comunitario, buscando contribuir con el progreso de mi país. Ingresé a la Universidad Nacional en el año 1985. Allí realicé estudios iniciales en Artes Plásticas, para luego pasar a la División de Educación Rural del Centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE). En el año 1991 obtuve el título de Diplomado en I y II Ciclo de la Educación General Básica y en 1994 me gradué como Bachiller en Educación General Básica. En 1996, ingresé a la escuela de la División de la Educación para el Trabajo donde obtuve el Bachillerato en Administración Educativa. En 1999, también en esa División, obtuve la Licenciatura en Administración Educativa. Actualmente estoy terminando los estudios de Maestría en Administración Educativa en la misma institución. Desde la secundaria sentí predilección por las artes y la participación comunal. En mi comunidad he tenido una amplia trayectoria, en puestos como Presidente de la Asociación de Desarrollo Integral de Santa Lucía y Regidor Municipal en el cantón de Barva como representante de la Comunidad de Santa Lucía. También me dediqué al atletismo a nivel nacional. Datos relevantes de la vida profesional. Cuando hablamos de un maestro, muchas veces pensamos solamente en un profesional, que al igual que otros cumple día a día con su trabajo. Pero un maestro no es solo eso, es más que un profesional, es un ejemplo de vida que tiene el deber de contribuir de la mejor forma y con la mayor responsabilidad a la formación de niños y niñas, para enseñarlos a enfrentar sus propios retos, a superar sus debilidades, a confiar en sus cualidades, a esforzarse por aprender para que puedan llegar a la escuela y después al colegio confiados y seguros de que pueden lograr las metas que se propongan. De nosotros, los maestros, va a depender cuánto avanza y cuánto aprende cada niño en todas las etapas de su desarrollo físico, intelectual y socioemocional. Y es allí donde está la nobleza y la diferencia de esta profesión que para mí es mucho más que un trabajo, es una vocación, un estilo de vida. Me hice maestro porque siempre me gustó la formación del ser humano para que pueda integrarse a su comunidad y ser útil en ella, pues es ahí donde se convive diariamente con muchos tipos de personas, las cuales luchan diariamente por alcanzar mejores oportunidades. He sentido siempre la necesidad de poder colaborar con algo para cambiar el mundo y qué mejor forma que trabajando con los niños, seres ansiosos por aprender, abiertos a sentir y vivir cada día con toda la energía que da la vida misma. En ellos hay pasión, ilusión, amor, honestidad, apertura e inocencia. Soy un humanista y me gusta dar desinteresadamente, por eso tenía que escoger trabajar con gente y forjar el carácter de la misma. Por eso elegí una carrera de servicio. Creo firmemente que para ser maestro hace falta saber; saber hacer, saber querer y saber ser. Dar todo por los demás, independientemente de su condición socioeconómica o de su herencia familiar. Ser ejemplo vivo para los seres humanos que estoy formando. No es solo una forma de ganarse la vida; es, sobre todo, una forma de ganar la vida de los otros. Contribuir con la gran obra de Dios. Inicié mi trabajo como docente siendo tan solo bachiller de colegio, en el año 1988. Cuando se conoce la realidad escolar mediante la lectura, la praxis pedagógica y la reflexión, se aprende a ser verdadero maestro; pero sobre todo, con la vivencia directa de la realidad de cada ser humano que pasa por nuestras manos. La más importante acción para alcanzar la meta es la motivación , la cual se lleva dentro y nos impulsa a luchar por lo que se desea, a buscar la excelencia, a estar continuamente al día y querer darlo todo por el estudiante. Posteriormente me formé como educador en el Plan de Estudios de la División de Educación Rural del centro de Investigación y Docencia en Educación (CIDE), proceso que inicie en 1990 para lo cual debí realizar dos tipos de examen: uno de aptitud y otro de conocimiento, en ambos obtuve la aprobación para continuar los estudios en Educación e iniciar entonces el Bachillerato y Licenciatura. La modalidad era presencial y a distancia; es decir, viajaba a estudiar los fines de semana. Este programa era un convenio entre el Ministerio de Educación y la Universidad Nacional. El MEP se comprometía a nombrar a los profesores que estaban estudiando. Prepararse, tanto pedagógica como académicamente, es necesario para desempeñar con propiedad la enseñanza. Pero el maestro no se puede limitar solo a los conocimientos que su preparación específica le dé, sino que a la par de lo académico, irá unido el espíritu de superación que lo lleve a cultivarse para conocer y comprender los adelantos, no solo en su propia disciplina, sino en la cultura general. Empecé mi trabajo en el Cantón de Sarapiquí, provincia de Heredia en el año 1988. Antiguamente, una ciudad tranquila y rodeada de plantaciones agrícolas y esplendorosos bosques. Localizada en la región noroeste del país, límite con Nicaragua. Mi trayectoria por este cantón se desarrolló en los siguientes centros educativos: En 1988 en la Escuela Lindo Sol (unidocente) En 1989 en la Escuela La Aldea (unidocente) En 1990 en la Escuela Lindo Sol (unidocente)- (En este año inicié estudios en Educación). En 1991 en la Escuela Alfredo González Flores (unidocente) En 1992 en la Escuela La Tigra y en la Escuela La Rambla (Ambas Dirección 1) Descripción de experiencias en la escuela y la comunidad rural 1988. Iniciar un nuevo camino en la vida conlleva muchas expectativas y está lleno de dudas, siempre es muy duro. Así empecé mi labor docente. Me dirigí a Sarapiquí, primero con el temor que conlleva enfrentar algo desconocido y segundo, la ausencia de mi familia. No conocía a nadie, ni imaginaba cómo era el lugar, fue un reto que mi madre me impulsó a tomar. Así que me trasladé al Cantón de Sarapiquí, lleno de preguntas sin respuestas y de incertidumbre. No fue difícil enamorarme de allí, con su paisaje natural, precioso, lleno de colorido y vida. Las montañas, los ríos, la naturaleza entera hablaba por sí misma. En ese paisaje, a las orillas de un puente en el Río Sucio; estaba la puerta que separaba todas mis experiencias hasta ahí vividas y aquellas que fortalecerían a futuro mi formación como docente y como persona. Después de un rato de espera, a la distancia, apareció Don Ángel, un campesino de la comunidad, hombre agradable y trabajador, que venía entre una manada de ganado, guiada por él y otro campesino, para llevarme hasta el lugar destinado: La escuela Lindo Sol, en la comunidad de Las Marías. Don Ángel no sabía leer ni escribir, manifestaba que no le gustaba el estudio, pero poseía un respeto ejemplar hacia el maestro, valorando su trabajo y dándole la importancia que este representaba para la comunidad. El educador conservaba aquí su autoridad, se consideraba una persona respetada y muy querida. Don Ángel era peón de Don Eduardo Rodríguez, un hacendado del lugar. Tuve que realizar ese viaje hasta la escuela en una yegua llamada Ambulancia, cuyo nombre describía la labor que ella realizaba, llevar y traer enfermos y mujeres embarazadas desde las montañas hasta el cantón de Sarapiquí. Luego de tres horas, entre caminos embarrialados, el sonido de los congos y un fuerte sol, llegamos. El lugar describía un pueblito compuesto por una pulpería grande, un redondel, la placita, un corral de ganado, un puente, la antigua escuela (ahora la casa del maestro) y la nueva escuela; todo rodeado por la espesa montaña que se miraba al fondo. La escuela era nueva, dos aulas y una población estudiantil compuesta por aproximadamente 30 niños. Me tocó inaugurar esas instalaciones. Los niños venían de la montaña. Entre el silencio y el espesor de la naturaleza, se oían sus voces, las cuales formaban sonidos y ecos que marcaban su recorrido hasta el centro del pueblo. Eran grandes distancias, algunos viajaban hasta dos horas a pie, descalzos, con sus cuadernos en bolsas y su uniforme incompleto. Llegó el primer día y conocer a los niños fue una gran experiencia; eran callados, tímidos, generosos y muy trabajadores. Entre los estudiantes, había un niño llamado Pedro. Era pequeño, “bandido” y muy moreno, me recordaba al personaje de Cocorí, traía las vacas y las ordeñaba antes de venir a la escuela. Me llamaba mucho la atención ese esfuerzo. Así, la vivencia diaria, me hizo comprender que la vida misma de esos niños y aquel pueblito oculto, eran los primeros aprendizajes más importantes que podría obtener como maestro. Conocer cómo vivían, qué hacían, cuáles eran sus sueños, sus ideas, fue la preparación más significativa y eso me dio las pautas que debía seguir en mi labor docente. Fue una época de muchas experiencias, aciertos y errores, aprendizajes y pruebas. Recuerdo una vez, camino a la escuela, me persiguió una vaca recién parida y del susto no me di ni cuenta cómo me brinqué la cerca. No sabía que no debe arrimarse a una vaca con su cría. Otro día, de regreso al pueblo de Las Marías, después de una reunión de directores, monté a Ambulancia (la yegua) y al llegar a un puente de madera, ella no quería pasar. Después de intentar todo para que obedeciera, desesperado decidí bajarme y buscar un palo del otro lado del puente para arrearla y cruzar a pie; me siguió; entonces comprendí que la pobre tenía miedo. En otro momento, la yegua se asustó tanto al ver cruzar una serpiente en medio del camino, que me tiró hacia arriba; caí, increíblemente, de nuevo sobre ella. Una noche, de regreso al pueblo, escuché un gran estruendo, fue un enorme susto, ese día volví a nacer. Los campesinos me explicaron al llegar que era el sonido que daban los árboles al quemarse por dentro. Una vez fuimos a jugar fútbol a la Colonia San José; el camino era de barro y el caballo se quedó pegado en el lodo. Los niños ayudaron a liberarlo. Ese día fue inolvidable. Otro hecho importante fue el desfile de faroles; entre el barro y la oscuridad, en medio de la montaña. Cada acontecimiento me hacía ganar experiencia. Un día, Pedro, por iniciativa suya, me invitó a recorrer todos los lugares aledaños; conocí un jocotal, pasé un río y zonas de ganado entre otros. Así, entre vivencia y vivencia me conmovió el amor de los niños, la esperanza, la humildad de la población, su espíritu de colaboración, su espíritu de servicio. Esto me inspiró a ayudarlos. Fue un desafió que logré sobrellevar. En una comunidad rural, el docente trabaja con las manos; por lo tanto debe ser original, creativo, y sobre todo, solidario. El maestro debe cumplir muchas funciones. Elaboré el horario: primero, quinto y sexto grado irían por la mañana; segundo, tercero y cuarto por la tarde. Es importante destacar que los primeros asistían con los mayores porque así había mayor facilidad para atenderlos y dedicarles más tiempo. Dentro del aula, se subdividía a los grupos; utilizábamos libros Hacia la Luz y Rocca. También se utilizaba las fichas que enviaba el MEP, las cuales realmente no correspondían con la realidad. En fin, la literatura no ayudaba al maestro. Los programas de estudio eran los mismos en San José y en Sarapiquí. No había claridad en la práctica docente y la técnica. Entonces, el docente era quien debía decidir qué hacer. Entendí que los niños me guiarían para atender sus necesidades. En el proceso de enseñanza-aprendizaje comprendí muchas cosas y empíricamente, inicié el aprendizaje como en un laboratorio; entre ensayo y error, empecé a enseñar. Las metodologías se aplicaban sobre la marcha y en la marcha se forma el docente. Utilizaba mucho las unidades integradas. Había momentos durante los cuales se podía unir a todos los niños para escuchar el tema y luego realizar las prácticas de acuerdo con el nivel. Al no haber material ni condiciones apropiadas, el docente va construyendo el aprendizaje con los niños. Mi escolaridad era el bachillerato del Colegio, pero dentro de mí guardaba una gran experiencia, aquella que la vida, indirecta e inconscientemente me dio. Como persona quería superarme y ayudar a los niños a hacer lo mismo; por eso, el contacto con ellos fue muy importante; esperaban mi ayuda y cuanto hiciera o dijera, era importante para ellos. En estas escuelas unidocentes, por la lejanía de la zona, difícilmente se podía aspirar a que un docente graduado quisiera ingresar y quedarse ahí. Así que se recurría a personas como yo; bachilleres-aspirantes, para lograr que la educación llegara a cada rincón y a todos. El fin es noble, pero la tarea no era fácil; la teoría llevada a la práctica y vivida en la realidad, en vivo, en el propio lugar, es otra cosa. Todo ahí se volvía sacrificio, hasta el pago, esperar un salario (que recibí hasta 6 meses después mediante un giro). Para cuando llegaba, ya lo debía todo. La entrada y salida del lugar, el traslado de materiales que se llevaban o compraban, la visita de la familia, y otros. A veces el camino estaba muy bueno y la gente aprovechaba para salir a comprar; sin embargo, al volver, por la lluvia solo se ingresaba a caballo y todo se dificultaba más. Se perdían muchos días lectivos, ya que el docente cumplía una función doble: director y maestro, por lo que debía ir en muchas ocasiones a reuniones. Me retiraba de la población y regresaba hasta el otro día ya que el viaje era difícil. Transcurría el año y junto a los niños seguía aprendiendo, me enseñaron a pescar, a comer alimentos de la zona (como pejibayes, fruta de pan, otros) y los fines de semana, visitaba sus viviendas, las cuales alumbraban con candelas. Recuerdo las grandes fiestas en las Marías, muy coloridas y tradicionales, llegaba mucha gente de los alrededores al lugar. Había carreras de cintas, toros, competencias; todo era alegría y todos se integraban; comunidad y escuela trabajaban juntas. La educación traía en cierta forma esperanza, pues muchos ambicionaban que sus hijos se superaran para dejar aquel lugar y salir a la ciudad; por lo tanto era necesario acondicionar la finca o terreno y venderlo para disponer de medios. Ponían todo su empeño para que sus hijos aprendieran a leer y escribir para defenderse mejor. Me fui de las Marías, satisfecho de haber superado todos mis temores y cumplido todas mis aspiraciones y objetivos como educador. 1989. Comienza una nueva etapa de mi vida, me voy a Sarapiquí, conozco gente nueva y muy agradable y hoy reconozco que haber estado ahí, fue una buena elección, trascendental en mi vida. Llegué a la escuela La Aldea, última escuela en Sarapiquí. Para llegar a ella fue necesario vivir una verdadera odisea. Por Puerto Viejo se viajaba en caballo, unas 6 o 7 horas. Por Guápiles era necesario tomar varios buses por largas horas, cruzando por las bananeras, hasta llegar a la última parada; allí, un camión me trasladaba por caminos difíciles y al final un niño esperaba con un caballo para tomar el rumbo final a la Aldea, distante aproximadamente dos horas. Recuerdo que mientras esperaba observé que había una pulpería llamada La Pajarera; allí los señores que se reunían, siempre comentaban sobre el tigre que rondaba en la montaña y al cual debían atrapar. Eso me ponía muy nervioso. Avanzaba entre caminos estrechos, montañosos y llenos de sorpresas (recuerdo la de los congos que en muchas oportunidades tiraban palos y nos seguían por la arboleda), nos adentrábamos cada vez más en la montaña tupida y silenciosa, parecía no haber vida humana. Aire, clima y naturaleza eran la única compañía. En ese lugar se respiraba frescura, pureza, y se sentía en la piel la sensación que da la montaña y eso te hace sentir muy bien; pero al mismo tiempo, nostalgia por la familia lejana. Al acercarme al lugar me sorprendí, los claros que se empezaban a divisar dejaban entrever a lo lejos, en una loma, una linda escuela de madera, con dos aulas. Y a la par, una casa para el maestro, muy pintada, llamativa y bien dispuesta; tenía un pozo y un caballo siempre a disposición del docente. Al lado de esta, una plaza. El educador era valioso y se reconocía su esfuerzo. Sin embargo, no había casas, ni gente. ¿De dónde venían los niños? No había un centro de población. Iniciado el primer día de clases, venían niños por todos lados de la montaña, aparecían a pie y descalzos, otros a caballo, sin uniforme, con algunos cuadernos en bolsas. Me sorprendió ver a dos de ellos muy bien vestidos y con zapatos. Pertenecían a una familia más pudiente. Al igual que en Lindo Sol, aquí los niños eran muy tímidos, callados, hablaban muy poco, no participaban y alguno que otro solía contar lo que le sucedía a sus padres, historias muy interesantes de sus vidas con lo que se rompía el silencio y la monotonía en la sala de clase. Ese día me tuve que quedar en la casa del maestro muy solitario; la noche era tinieblas, había muchos zancudos que causaban muchas molestias por lo que había que cubrirse con un toldo. En la escuela de la Aldea había un armario con algunos libros de la Serie Hacia la Luz, pero no alcanzaban para todos los niños, entonces debían trabajar de dos en dos. Esto y la ausencia de muchos materiales más, así como el poco acceso a revistas, libros y lugares donde comprar material, hacían sumamente difícil la labor docente. En algunas de mis salidas los fines de semana, buscaba mapas, libros u otro material que me facilitara el trabajo, también solicitaba donaciones al Departamento de Suministros Escolares del MEP y así salía adelante. Pero todo mi esfuerzo se enfocaba para adecuar todo el material que tuviera en mi mano a la realidad del lugar. Era imprescindible utilizar los medios y recursos naturales para que de una u otra manera se pudiera pasar el conocimiento. Entonces, ese espacio se convertía en la mejor aula para el aprendizaje. Paisajes, desechos, plantas, animales, clima y vegetación; todos estos elementos enriquecían mis lecciones. Era la metodología adaptada al medio. En esta realidad, también luchaba contra la carencia de alfabetización de los padres y hermanos de estos niños, era el diario vivir en estas comunidades. Sin embargo aquí se enaltecían y se vivían valores como la humildad, la cooperación, la perseverancia y por sobre todos, el respeto. El intercambio entre escuelas, aunque lejanas, era fundamental. La convivencia entre ellas fortalecía las experiencias. Recuerdo otro personaje, Don José; era un doctor empírico de esa zona, un hombre de gran corazón que servía a la comunidad. En la época que Edén Pastora luchaba en las montañas, él cuidaba de los enfermos. Siempre contaba las anécdotas de cómo el “Comandante Cero”, utilizaba sus artimañas para lograr sus objetivos. Él le colaboraba a este hombre curando a heridos y enfermos entre la montaña. Varias veces me invitó a caminar entre la montaña, me enseñaba las huellas que dejaba el tigre y el oso caballo, me explicaba qué tan peligrosos eran y cómo hacían pasar malos ratos a los cazadores. De estos días, todavía recuerdo cómo en las noches se escuchaban grandes estruendos que venían de Nicaragua, cuando un avión no identificado se acercaba a la frontera. Una mañana en la escuela, los niños me esperaban con una gran sorpresa, al acercarme miré que tenían entre sus manos una culebra venenosa, esto me dejó perplejo, me dijeron que estaba muerta. Para la hora del recreo ya se había ido. Me causó terror; ellos no se sorprendían, era su mundo. Esta escuela rural (La Aldea), fue construida con maderas de la misma montaña que la albergaba. Como medida de precaución, se construyó en una loma por parte del MEP y con la ayuda de los vecinos, quienes daban con gusto muchas horas de su trabajo para colaborar con la escuela; todos eran muy comprometidos a pesar de que toda gestión que se hiciera implicaba sacrificado y era difícil de alcanzar. Hago referencia también al hecho de que algunas personas manifestaban quejas sobre maestros que dejaban malos recuerdos y sinsabores. El colorido, la vida, la topografía, el clima, las costumbres, la naturaleza toda y el espíritu de estos pueblos con sus alegrías y sus dramas, me impresionaron profundamente. Aprendí a sobrevivir, me fortalecí con cada día que ahí pasé, crecí y me formé un poco más como docente junto a los habitantes de esta comunidad. Dejé La Aldea con la satisfacción de haber dado el mejor esfuerzo por cumplir con mi deber. 1991. Me nombraron en la escuela Alfredo González Flores, ubicada muy cerca de Guápiles de recién construcción; era un viejo galerón con unas cuantas bancas. Un grupo de precaristas había logrado obtener un código para la escuela y luego entablaron una lucha por obtener las tierras que habitaban. Era una escuela aprobada por el MEP, pero no había tiza, ni pizarra, ni material alguno para iniciar las lecciones. Sin embargo, se atendía a los niños en dos horarios. Una realidad totalmente adversa a las anteriores. En ella logré identificar mucha droga, prostitución, abuso infantil, y sobre todo gran indiferencia a la educación, no les importaba la preparación de sus hijos. El interés primordial no era fortalecer la institución, sino pelear las tierras que ahí ocupaban. La mayoría de los vecinos vendía droga a escondidas y muchas familias tenían varias casas, solo estaban en el precario para que les asignaran otra casa. Un mundo diferente. Era una lucha diaria día con día, por sobrevivir. Una vez no pude entrar a la Comunidad porque el río Chirripó se había desbordado por todo el pueblo. Era una comunidad abatida desde todo punto de vista, por la naturaleza, por la pobreza, por la descomposición social. Algo que no olvidaré jamás de esta institución, es que llegué el ultimo día de clases y ya no había escuela, habían negociado las tierras y desaparecido todo. Tuve que regresar a la Supervisión con los títulos de los niños de sexto grado. Un gran impacto. Me di cuenta que la vida vale mucho y que en un segundo se puede ir todo, que nada es fácil, que hay que valorar lo que se tiene y lo que se es. Uno se pregunta por qué estoy aquí, para qué y qué se quiere de la vida. Todos tenemos un camino que seguir y si no lo hacemos, bien te pierdes o te quedas estancado, pues solo tienes una vida y hay que disfrutarla al máximo, estando concientes de la realidad. Mi paso por la escuela rural me dejo grandes enseñanzas: a ser independiente, a hacer las cosas por mí mismo, solo, sin mis padres, a valorar mi casa, a convivir con gente diferente y aprender sus costumbres y su realidad, a competir cada día con entusiasmo y siempre adelante aunque hubiera derrotas y obstáculos por vencer. Cuando comparo los inicios de mi carrera y el momento actual, veo la diferencia. Me doy cuenta de lo que era, lo que fui logrando y lo que ahora soy. Sigo, actualizándome, trabajando con responsabilidad, aprovechando todos los recursos con los que cuento, manteniendo informados a los padres de los problemas y avances de la educación de sus hijos, luchando por la comunidad y lo más importante, educando con amor, comprensión y entusiasmo. Es bueno tener otras visiones, se tiene un criterio más amplio; yo crecí interiormente. Y ahora, años después, puedo definir con propiedad y desde mi vivencia, una escuela rural como un espacio pedagógico al aire libre, única en la comunidad y en donde se aplican diversas formas de escolarización específica de esa zona, que tienen una relación muy cercana a las actividades productivas y socioculturales de la comunidad. En ella la socialización escolar se complementa y enriquece de manera directa y práctica, a la par de los procesos de socialización de la vida de esa comunidad, en relación con el entorno natural y social. En la escuela rural se educa a un grupo de alumnos con edades y niveles diferentes, con un solo profesor, dentro de una misma aula; todos forman parte de una dinámica de trabajo y de un proceso de comunicación, orientado hacia la consecución de objetivos definidos y contenidos curriculares, adecuados a la realidad social donde está inmersa la escuela. La zona rural fue el mejor lugar para mí, la mejor escuela abierta de pedagogía. Reflexiones como educador rural. Hoy, pasados los años en la práctica docente, puedo afirmar que aprendemos lo que es realmente ser educador con experiencias vividas día a día, a lo largo de esos años. Y este proceso implica tiempo, paciencia, sacrificio y dedicación; a la vez que exige de nosotros habilidades y valores para lograr imprimir en la práctica real y personal, la verdadera esencia de un maestro. ´ Puedo asegurar que educar es una profesión noble y enriquecedora para quien la ama verdaderamente, pero puede llegar a ser frustrante y tortuosa para quien se acerca a ella por error, o porque constituye la última salida profesional con un sueldo más o menos seguro. Un buen educador no tiene que ser una persona excepcional, pero sí debe poseer una cualidad esencial que genera toda su acción docente: amar la docencia de forma sincera y convencida, consciente de que todas sus actuaciones públicas y hasta privadas pueden afectar, para bien o para mal, a muchas personas y marcarlas para siempre. Entonces, la palabra vocación se convierte en una característica indispensable, porque representa el motor que debe motivar la acción docente. Se dice que el concepto de educador abarca a toda persona que ejerce la función de educar transmitiendo conocimientos, valores, costumbres y formas de actuar y que estos están presentes en todas nuestras acciones, sentimientos y actitudes. Pero educar, implica más que cumplir una función, es querer ser, porque si se escoge la docencia es porque en verdad se tiene seguridad sobre la vocación; ya que no es una profesión lucrativa como otras; en ella media la vocación más que los intereses materiales. Por lo tanto, ser modelo es una tarea continua en el educador y es ineludible. El docente se proyecta sobre los alumnos, influye en ellos con su ejemplo. Si como educadores creemos que al educar ponemos en práctica una “filosofía” de vida, entonces tendremos que aceptar que la educación es una preparación para la vida, porque cuando enseñamos, no solo estamos transmitiendo conceptos académicos, sino principalmente y de manera indirecta nuestros valores, nuestra visión de la vida y nuestras creencias. Todos los conocimientos que se brinden, los hábitos y actitudes que se favorezcan a través del proceso educativo, los valores que se ayuden a clarificar en el alumno y la alumna, no pueden quedar limitados al paso por las instalaciones escolares, sino que deben ser aplicados en su vida diaria. Por lo tanto, un maestro esté donde esté, no debe olvidar que su ejemplo será imitado de una u otra forma por sus alumnos. La educación no solo sirve para capacitar a las persona para que algún día pueda conseguir un empleo; la educación es algo que debe ayudarlas a prepararse para la vida. Nuestros estudiantes podrán convertirse en oficinistas, médicos, científicos u otros profesionales, pero eso no es la totalidad de la vida. Hay otras circunstancias en la vida y que como complemento se manifiestan en goces, placeres, dolores, meditación y búsqueda de la felicidad. La vida es todo eso y un verdadero maestro debe preparar para ello también, debe saber esclarecer sabiamente sus mentes y la de sus alumnos. Por lo tanto, la educación es algo más que el solo aprendizaje de diversos hechos y la aprobación de exámenes. Tiene valor en sí misma, porque es la que nos permite transformar, cambiar y mejorar la realidad que nos rodea, al mismo tiempo que cambiamos, nos transformamos y nos mejoramos a nosotros mismos y a nuestros semejantes. En cierta forma, quien se dedica a la educación también debe tener valor, pero sobre todo coraje, pasión, entusiasmo, fe, optimismo, alegría y perseverancia, ya que esta profesión conlleva numerosas dificultades. Educar es creer en la perfección humana, en la capacidad innata de aprender y en el deseo de saber qué la anima. La verdadera educación no sólo consiste en enseñar a pensar, sino también en aprender a pensar sobre lo que se piensa. Es decir fomentar en los alumnos la capacidad para participar fructíferamente en una controversia o discusión razonada. Entonces educar implica, ayudar a aprenderlo todo a lo largo de toda la vida, incluso cuando ya no estemos al lado del alumno para guiarlo. Es desarrollar las capacidades, las que cada uno tenga; formar una escala de valores, abrir ventanas al futuro, educar para ser, no solo para saber; educar para la creación, para ser críticos e independientes, para la felicidad, la igualdad, para el corazón, no solo para la mente; educar para saber vivir los sentimientos, la afectividad, la autodisciplina y autocontrol; para aprender lo profundo y auténtico, para apreciar y practicar la tolerancia, el esfuerzo y el verdadero valor de las cosas, para buscar una sana ambición, para saber perder y saber ganar; educar con la imaginación para la creatividad, los sueños y la ilusión para vivir con dignidad la vida que a cada quien le toca vivir. Podríamos pensar entonces: ¿cómo llevar todo esto a la práctica cuando no tenemos las herramientas y materiales para hacerlo, como sucede muchas veces en el medio rural y en la educación en general? La respuesta la da la actitud del docente cuando asigna a los valores la importancia que tienen y lucha convencido de que está en lo correcto, con el fin de interpretarlos desde una concepción moderna, creando un vínculo entre lo real y lo posible de alcanzar. La educación rural en Costa Rica ha llegado hasta los últimos rincones del país, pero no es suficiente, por cuanto se debe fortalecer desde la infraestructura hasta la preparación profesional. Es un buen inicio, no deja de ser una esperanza para todos los niños en la búsqueda de ser cada día mejores personas, pero la educación rural debe tener las mismas oportunidades que poseen las áreas urbanas, además de un trato “especial”; ya que se deben tener en cuenta las condiciones en las cuales se trabaja puesto que son evidentes las desventajas con las que se deben afrontar los procesos educativos en estas zonas marginales. Estas instituciones se encuentran ubicadas en zonas campesinas, donde por lo general hay pobreza, abandono por parte de las autoridades y exclusión social, que a nivel del campesino se acrecienta por su incapacidad de adaptarse e integrarse aceleradamente a la corriente globalizadora que impulsa los cambios mundiales, situación que repercute de manera especial en su diario vivir. No hay duda que la educación rural es el fiel reflejo de la idiosincrasia costarricense, donde vive el verdadero costarricense, con sus costumbres y tradiciones, luchando por lograr el desarrollo. Debe tomar un rumbo acorde a las necesidades del país, donde los niños encuentren una solución a su realidad y un verdadero sentido a sus necesidades, útil en su medio. Por eso, la educación en Costa Rica debe sufrir un cambio metodológico y estructural, es imperativa la búsqueda de una reforma educativa que venga a favorecer la educación rural y esté más acorde con el acontecer nacional y mundial. Debe llegar a entenderse como aquella en que todas las personas puedan tener condiciones iguales de acceso, cobertura y calidad, en todos sus niveles, desde la preescolar hasta la universitaria, procurando formas para hacer que la brecha dentro del sistema educativo oficial, entre la educación rural y la urbana desaparezca o al menos se reduzca, en procura de una mayor integración social, promoviendo necesidades propias de la condición humana, como son los vínculos de la solidaridad y el compromiso entre las personas, compromiso con la humanidad, con la preservación de la naturaleza y con una propuesta integral ante la vida y se promueva la reconstrucción de nuestra historia social y cultural. Para ello hay que redescubrir esa propuesta a través de la reflexión personal y colectiva, e implementarla en el contexto de la educación rural. Así, la educación podrá responder a las necesidades y superar las dificultades de su propio entorno, ello implica que sea durable y contribuya al desarrollo sostenible, logrando en la educación costarricense, plasmar permanentemente una huella, que contribuya a minimizar el analfabetismo de la población, incorporarla en la realidad sociocultural y económica del país, humanizarla promoviendo la igualdad de derechos, para que pueda brindar una oportunidad real para todos y contribuya a rescatar los valores autóctonos de cada zona. Miguel Ángel Salas Loría Me llamo Miguel Ángel Salas Loría, nací el 25 marzo de 1959 en el viejo hospital San Rafael de Puntarenas, un Viernes Santo (según me cuenta mi mamá) Mi infancia trascurrió en dos hermosos lugares de Guanacaste: La Unión Ferrer de la Fortuna de Bagaces y el Turno del mismo cantón, así que crecí con el panorama del majestuoso volcán Miravalles y refrescándome en las transparentes y tranquilas aguas de la quebrada La Paloma. En mis años de escolaridad tuve la dicha de ser alumno de dos excelentes maestros unidocentes: La Niña Zeneida Barahona Zeledón; quien me enseñó a leer y escribir; con ella estuve hasta el tercer grado. Luego, don Domingo Viales Hernández, fue quien me educó hasta obtener el Diploma de Sexto Grado; a ambos mi sincero y eterno agradecimiento pues ellos, con su entrega y carisma sembraron las bases puras mi vocación. Fui criado por mi abuela Doña Cata, que en paz descanse, y aunque ella no sabía leer, se preocupó por mí y se aseguró de que obtuviera mi diploma de primaria. Debido a la situación económica no pude ir a la secundaria, pues debía trabajar para ayudar a mi vieja abuela para criar a más nietos. Ya de joven (18 años) me trasladé a vivir a San José y trabajaba y estudiaba Bachillerato por Madurez en el Instituto Jiménez, en el Paseo de los Estudiantes y en el año de 1977, obtuve mi título de Bachillerado en Letras. Dos años después, en 1989 recibí mi primer nombramiento como PP2 (maestro unidocente) en la escuela Miramar, código 33000 del circuito 03 en el valle de la Estrella. Recuerdo que era una escuela con 16 alumnos, quedaba muy pero muy lejos, para llegar a ella solo se podía a pie o a caballo y por unos cerros tan parados que cuando salía los fines de semanas y llovía, en vez de caminar, en algunas partes bailaba sentado. Este primer año laboral como docente fue una experiencia enriquecedora, pues descubrí que mucho de lo que con había en el aula era producto del esmero y esfuerzo, pues era un lugar con mucha pobreza. Era la vía principal del trafico de marihuana en el Valle y algunos alumnos vivían esta realidad en sus propios hogares. Mi primera reacción fue de asombro y de miedo; en ocasiones llegué a pensar en dejar todo y buscar otro trabajo, pero mi esposa me dijo que yo tenía la capacidad de lidiar con eso y más, que pensara en el futuro de esos pequeños que esperaban lo mejor de mí. Ese año trabajé arduamente y aunque no logré erradicar el tráfico de drogas, si desperté alguna conciencia y crear un ambiente escolar muy seguro y agradable. Los siguientes tres años, de 1990 a 1992, los laboré en la escuela de mis amores, la escuela Vesta, del circuito 03 del Valle de la Estrella. Era una escuela de materiales de construcción mixtos, piso de cemento, paredes de madera y malla, tenia dos aulas, un hermoso corredor, un comedor pequeño, dos servicios sanitarios y dos casas para maestros. Su construcción era muy vieja, pero, muy linda, sobre todo el trato que los padres de los alumnos me daban. Como al mes de estar laborando en Vesta, comencé a observar que muchos niños indígenas (en edad escolar) pasaban frente a la escuela, pero no asistían a clases, me interesé y averigüé y es que hasta ese momento los indígenas no acostumbraban a enviar a sus hijos a la escuela, entonces visité los hogares de esos niños y los padres me dieron que sí, que estuviera tranquilo que el próximo lunes me enviarían “los güilas” a la escuela. Llegó el lunes y no se arrimó ni uno de los niños indígenas; nuevamente visité los hogares, pero esta vez les dije que si no me enviaban los niños a la escuela les iba a llegar con la policía. Recuerdo que no me hicieron buena cara, pero al siguiente lunes se me llenó la escuela de alumnos para primer grado. Era increíble la cantidad de niños, a tal punto que no me alcanzaban los pupitres y tuve que acudir a una bananera para que me regalaran unas bancas viejas que tenían guardadas. Fue muy difícil trabajar con esos niños indígenas, pero me sentí muy contento y útil de poder enseñar. La comunidad de Vesta era muy tranquila (en el sentido de que no pasaba nada que no fuera considerado dentro de lo normal), pero el 21 de abril de1991 de repente, cuando todo estaba en una calma si se quiere hasta misteriosa; sucedió algo que nadie nunca podrá olvidar. Normalmente la hora de salida era a las 3:20 p.m., pero ese día era, un lunes, yo estaba trabajando con un grupo de primer grado de 19 alumnos y se me hizo tarde, estábamos haciendo el aseo del aula, por lo tanto los pupitres estaban desordenados y hubo un fuerte sismo: los niños gritaban, lloraban, trataban de llegar hacia donde yo estaba. El sonido era horrible, pues la tierra rugía, el techo sonaba como si estuviera destrozando las paredes, se movían como esas fábulas de la televisión en donde las casas y los árboles se despegaban y se vuelven a meter en sus lugares una y otra vez (y es que no era para menos, pues Vesta está en línea recta, a pocos kilómetros del epicentro) Solo Dios me pudo ayudar a sacar a aquellos niños y llevarlos rápidamente a la plaza del lugar en donde los reuní con el maestro y su esposa, pues él ya había enviado a sus alumnos a sus respectivos hogares. En la calle que había que cruzar para llegar a la plaza, los cables eléctricos se habían caído, todavía tenían electricidad pues la corriente era de una planta local y no se desconectaron con el sismo, en fin puse los niños a salvo y me apresuré a buscar a mi esposa. Vivíamos de pared por medio con la escuela y mientras atendía a mis alumnos escuchaba cosas caer y romperse en mi casita, me imaginaba que Jeannette, mi esposa, estaba debajo de los escombros, los cuales trataba de levantar, la llamaba y más tarde después de levantar cosas buscándola, no me di cuenta de que su voz llegaba de la calle, pues ella, en el momento del sismo estaba en la pulpería que quedaba muy cerca de la plaza. Al poco rato, casi toda la comunidad estaba reunida y seguía temblando, primero se escuchaba un rugir de la tierra y al poco tiempo se sentía el meneón, era como si se despeinara la plaza pues la tierra se apelotaba y se hacían levantamientos abultamientos. Fue una experiencia impactante nadie se lo esperaba, se hizo un ambiente de temor, el rió dejó de moverse por algunos minutos, se cayeron cosas, la escuela se falseó de un lado y una esquina quedó mas baja que las otra, pero gracias a Dios no hubo perdidas humanas, al menos en Vesta. Esa noche nadie pudo dormir, se dio una unión entre las personas que nunca se había visto, recuerdo que doña Ángela y doña Manuela se habían jalado las greñas pero esa noche se abrazaron y se pidieron perdón Al día siguiente y los días que siguieron fueron de mucha incertidumbre, pues no se sabía que había sucedido en el resto del país y todos queríamos saber del resto de los familiares, en fin, fueron días en que había que tomar decisiones rápidamente. No existía un Comité de Seguridad en la comunidad, el único era el de deportes pues había un equipo al que le llamaban los “Masarica”, porque todo el mundo les daba. De forma tal que se hacían necesario organizar la comunidad. Entre mi esposa, el compañero maestro y yo, invitamos a las personas a reunirnos para analizar los últimos acontecimientos, lo primero que hicimos fue levantar un censo de la población por sexo y edades, luego realizamos un inventario de los daños materiales, hicimos un inventario de alimentos disponibles en las dos pulperías, de medicinas y los enfermos crónicos y nombramos una comitiva para salir a buscar ayuda, Nos contactamos con la Comisión Nacional de Emergencia y efectivamente llegó a pie el Señor Víctor J; quien nos orientó los pasos por seguir. Recuerdo mi constante preocupación, pues todos y para todo acudían a mí y en poco tiempo me habían convertido en el líder y como tal tenía que hacer algo, aunque estaba tan asustado como los demás. Como resultado de esa experiencia la comunidad de Vesta aprendió a organizarse para estar preparada para hacerse frente a posibles emergencias y lo hicimos tan bien que la CNE nos capacitó en diferentes áreas. Se obtuvo la colaboración de tres diferentes equipos médicos para atender las enfermedades que vinieron después del terremoto, sobre todo en el aspecto preventivo, se reparó la escuela y se coordinaron las ayudas logísticas para los habitantes de la zona, pues la finca bananera fue destrozada por las consiguientes llenas y avalanchas que, como consecuencia del terremoto, se dieron durante el siguiente año y medio. Con los años de Universidad, me preparé para trabajar como educador, no recibí tanta formación como la que gracias a Dios obtuve con esa enriquecedora experiencia, la escuela Vesta, el alumnado y los miembros de la comunidad de esa época, siempre ocuparán un lugar muy importante en mi corazón. Para 1993, fui nombrado en la escuela la Guaria del mismo circuito, en la escuela Vesta se nombró una persona en propiedad y hasta ese momento yo era interino. En el centro educativo La Guaria, tuve otra bonita experiencia pues era una escuela en ruinas por el terremoto y tuve el privilegio de hacer las gestiones para que se construyera un pabellón de tres aulas nuevas, un comedor escolar, una casa para maestro y un espacio para la parte administrativa. En 1994 se me otorgó propiedad, con un Diplomado en Educación, en la escuela de Maria Luisa del circuito 02, de la Dirección Regional de Enseñanza de Limón. En esta institución laboré durante cinco años, los cuales fueron muy difíciles pues un miembro de la Junta de Educación creía que su puesto era para beneficio propio, y que podía quitar y poner maestros a su antojo. En ese lugar tuve experiencias que no se las deseo a nadie, pues fui amenazado de muerte, amenazaron con violar a mi esposa si no me iba y como consideré que ser educador significa no solo dar lecciones, sino levantar consecuencias, buscar el desarrollo social tanto de los educador como de la comunidad educativa, decidí darme mi lugar y a todo maestro. Ese grupo de personas allegadas al señor en cuestión la emprendieron contra mí, enviando cartas al Ministerio de Educación Pública, en las que entre otras cosas se me acusaba de “fomentar la cultura del guaro”, dentro de la institución, expulsar alumnos y otras acusaciones. Como consecuencia el MEP hizo las investigaciones que consideró pertinentes y archivaron el asunto. Entonces decidí limpiar mi imagen y acudí a los Tribunales de Justicia y al final, los jueces los condenaron por injurias, calumnias, y dilación y con una indemnización de 51 0000 colones (en el año 1998) lo que sigo lamentando es que como educador no tuve un apoyo legal por parte del patrono (MEP) y me siento muy orgulloso de haber sentado un precedente al respecto. Una vez que gané esa demanda en los tribunales llevé copia a mi expediente personal y repartí copia entre las madres y los padres de familia y ciertamente muchas cosas cambiaron la comunidad con los siguientes maestros. Pero no todo fue problema, recuerdo que una vez organizamos un reinado infantil, se eligió al rey y la reina de la escuela, se hizo por elección entre los alumnos y como reina fue elegida la niña Carolina Solís López, lo interesante de esta elección es que esta niñita poseía serios problemas de minusvalía y se hicieron patentes los sentimientos, de amor, protección, y solidaridad; por gran mayoría la eligieron y esto le levantó el autoestima de gran manera y contribuyó a más unión entre los estudiantes. Llegó el momento en que sentí que había desempeñado una buena labor y que había logrado que se me respetaran, entonces, me trasladé a otra escuela que se llama Aguas Zarcas en la que trabajé los años 1999 y 2000. Recuerdo que a principios de diciembre de 1999, estábamos en la escuela la compañera Liosa y mi persona, cuando al frente de la escuela en un ranchito muy pobre, empezó a desarrollarse una situación difícil, era que Melisa iba a dar luz a su tercer hijo y para complicar la situación una llena se había llevado parte del camino y no era posible que pudiera salir ningún vehículo. Lo cierto del caso es que esta señora iba a tener su bebé y nadie en el lugar4 se animaba a ayudarla. Eran gritos desesperados los que daba Melissa todos estábamos muy nerviosos, había llegado el momento de poner en práctica eso que los seres humanos tenemos y nos lleva a meternos en situaciones difíciles. Convencí a doña Victoria, una señora de mucho valor y empatía y nos fuimos al ranchito, era deprimente el escenario pues Melissa se encontraba en un camón de madera con mucha sangre en la ropa y su bebé como de año y resto se encontraba llorando junto a ella. Inmediatamente puse agua a hervir y manos a la obra, le dábamos aliento, le infundimos valor y pujábamos con ella; al principio me impresionó mucho pues le salían unos coágulos de sangre ennegrecidos y me mareé mucho, pero me repuse. Entonces la tomé de los hombros y la levanté a la a la altura de mi pecho y mientras doña Victoria hacía el resto, recuerdo que Melissa pujaba y yo pujaba más fuerte; hasta que nació la bebecita. Doña Victoria le cortó el ombligo, pero el problema estuvo en que cuando lo estaba cortando, el resto se le estaba metiendo, entonces la agarré y la sostuve con mi mano mientras atendían la agarré y la sostuve con mi mano mientras atendían a la nueva habitante de Agua Zarcas. Una vez que terminó lectivo del 2001 y ya como Bachiller en Educación me trasladé a una escuela unidocente, la escuela Asunción del mismo circuito. Quedaba muy largo pero tenia interés de laborar nuevamente como unidocente. tuve la experiencia de que en ese curso lectivo, el entonces Ministro de Educación Don Guillermo Vargas Salazar, inauguraba una nueva edificación de la escuelita y la experiencia se enriqueció pues había que cruzar el río y Aguas Zarcas y ese día se llenó. Recuerdo que el Ministro se mojó, pero insistió en llegar hasta la escuela, en ese momento había un tractor, y todos cruzamos el río crecido. Lo cierto de esto es que ese día nos comimos el arroz con pollo con mucha agua. Debido a problemas de salud tuve que regresar nuevamente a Aguas Zarcas y en ella laboré 2003, 2004 y 2005, fueron años muy tranquilos en los que laboré con excelente compañeros, como en el caso de Yamil Álvarez Cabalceta, mi buen amigo guanacasteco. En la actualidad, 2006 y 2007, laboro en una linda escuela del circuito 03 de la Direccion Regional de Guápiles. Se trata de una comunidad muy organizada. M me siento muy contento de haber llegado a esta institución y creo que estaré hasta que llegue el momento de pensionarme. Dentro de todos los problemas que se le achacan a la educación nacional actual, pienso que lo peor es que el educador costarricense haya perdido aquel papel de maestro apóstol que tenían mis queridos maestros, doña Zeneida y don Domingo, también creo que debe haber más conexión entre la teoría que tan bien nos enseñan los centros educativos que cuentan con más facilidades de acceso tanto físicas como tecnológicas. Pienso que sería necesario que las universidades preparen ofertas académicas acordes con la realidad rural e implementen prácticas pedagógicas de mayor duración y con un mejor sistema de supervisión, lo hay no es que esté mal, pero se debe actualizar y mejorar. No quiero terminar este resumen de recuerdos, sin antes agradecer a Dios primero y luego a mi esposa Jeannette Bolaños, quien en mis inicios trabajó duramente para ayudarme a financiar mis estudios y ha estado a mi lado en los momentos de alegría y triunfos pero también ha soportado tantos momentos difíciles de mi vida de maestro, gracias mi vida, eres mi razón de vivir. Marjorie Segura Rodríguez Maestra rural. ¨ La hija de las minas¨ ¡Qué susto! Me nombraron en San Rafael de Guatuso. La empleada de mi hermana siempre me había dicho que ahí los indígenas echaban ¨macúa¨ y yo no sabía que era eso, mas me imaginaba un polvillo blanco que me lanzaban y yo seguiría atrás como perito faldero. Esto ocurrió hace veintiocho años y unos meses, acababa de salir de la Universidad Nacional, con mi Bachillerato en la especialidad de Español. Nací un 6 de diciembre de 1956, en un pueblito minero de las Juntas de Abangares. Soy la cuarta hija del humilde hogar de Segura Rodríguez, a Dios gracias mi madre no se fijó en el santoral, porque ese era el Día de San Nicolás así me nombraron Marjorie. Realicé mi primaria en la escuela Delia Oviedo de Acuña de mi cantón, aunque muy tímida, me destaqué por mis notas, del quinto al sexto grado recuerdo a la niña Alba Jiménez, quien despertó en mí el gusto por la poesía y la literatura. Mi secundaria la cursé en el C.T.P.A. de Abangares, siempre en mi terruño; de nuevo mi timidez cortó mi la participación en clases; en mi casa en cambio, era desinhibida y con mi amiga de siempre, Margarita, estudiábamos subidas en los jícaros o íbamos a robar guayabas o limones al potrero vecino. Luego ella se ganó el Bachillerato con Honor y yo, que tenia buena memoria fui de los que realizamos el bachillerato en mi colegio ese año de 1973 la mejor, aunque me parecía mentira haber ganado Matemáticas puesto que los senos y cosenos se me hacían un colocho, por esta razón había optado por estudiar Español, motivada también por mi profesor de la materia, Miguel Arce, que me decía: “Marjorie, usted en buenilla en español”. Y así con una beca de ¢125 de la Municipalidad y la ayuda de mi padre repartiendo leche en el comedor escolar y mi madre planchando ajeno, pude ingresar a mis estudios superiores, después de cinco años cuando me fui a reclutar solo quería plaza en mi tierra guanacasteca o en san Carlos centro, como nada más había opciones para Guatuso, Villa Nelly Cuidad Cortés, guardé las Ofertas de Servicio en la mesita del cuarto donde vivía en Heredia y me vine a las Juntas de Abangares. Mi hermano Gilberto las encontró, llenó los papeles y ahora me habían nombrado: profesora de 22 años asustadiza y tímida; muchacha abangareña con poca experiencia, tanto en lo educativo como amoroso, pues a esa edad no había tenido novio, solo amores idealizados que se esfumaban con el tiempo. Después de un mes lleno de pesadillas con sueños fantasmales de indígenas detrás de mí, para echarme un macuá, llegó el día de viajar a Guatuso, este viaje duro 4 horas, para mí un martirio, era un camino en mal estado, lleno de piedras, huecos, hubo que cruzar dos ríos porque no habían puentes, el viejo camioncillo que nos transportaba traqueaba sin cesar, al fin pasamos un puente que ya casi se caía y aunque la bella laguna del Arenal bordeó gran trecho de nuestro trayecto todo era oscuro. Al fin llegamos, yo traía una carta de recomendación para Celsa Rodríguez y ahí nos encaminamos mi madre y yo, al llegar me llamó la atención la limpieza del lugar y las paredes de la cocina llena de ollas relucientes, al igual que el alma de doña Celsa, ella me miró con cariño y me acogió en el regazo de su hogar. Ese domingo 6 de marzo de 1979 me sentí abandonada, pues mi madre se marchó, me sentí triste, nostálgica, en un sitio sin electricidad lleno de barro, lluvia y más lluvia, un lugar que no ofrecía expectativas. Sin embargo desde el primer momento doña Celsa me dio un trato preferencial en su corazón. Tenia que compartir el cuarto con su hija Jeannette la cual tenía fama de autoritaria y pesada, pero conmigo fue dulzura, hermana y compañera durante los años que pasé en ese lugar. El jefe de esa familia Manuel Espinoza, también me llenó de afecto al igual que los otros hijos del hogar: Fabio, Abel y Nico, los cuales pasaron a ser mis hermanos adoptivos. El primer día de clases llegué nerviosa, no había aulas, solo un inmenso y frió salón de baile, que luego sería dividido para impartir las diferentes materias, ahí el inolvidable director Oscar Murillo: bajo, gordito con voz suave nos dio la bienvenida y nos asignó un grupo de alumnos; sólo impartíamos primero y segundo años, porque el colegio había iniciado como tal hacia solamente un año, por esa razón, me asombré de que muchos de esos alumnos se acercaban a mi edad y eran ya hombres y mujeres guatuseños que cifraban en sus estudios un mejor porvenir. Algunos recorrían distancias de una o dos horas para llegar al centro de enseñanza. La tercera noche en Guatuso la pasé acomodando mis emociones; el asunto no parecía tan mal, el lugar estaba poblado en su mayoría por nicaragüenses o hijos de ellos, había solo cinco o siete indígenas que se veían tranquilos, amistosos. Yo ya estaba ahí y había que abrir camino, era una profesora sin experiencia, pero con deseos de poner en práctica mi amor por mi materia, tenía en mi mente complejas construcciones arbóreas, elevados conceptos sociolingüísticos, la práctica realizada en un acomodado colegio herediano distaba mucho a la realidad a la cual me enfrentaba. Esa primera semana me sentí entonces como una exploradora, descubrí para un nuevo mundo, pasé de la ciudad de Heredia a un pueblito indígena del cual tenía como único indicio de mi tercer grado, las llanuras de Guatuso, por tanto ahora me tocaba explorar y asimilar ese mundo que iba resultando cada vez interesante, la familia, los compañeros, los alumnos y así me fui disolviendo en el paisaje. Como no contábamos con material didáctico, teníamos que hacer uso de la pizarra, de algunas hojitas poligrafiazas y alguna que otra grabación que pescábamos cuando salíamos a nuestros pueblos, o bien podíamos imprimir ahí. Los alumnos eran serviciales, en su mayoría responsables y por ser de esa zona me llevaban naranjas, pejibayes o guabas, la mayoría pertenecía a familias de escasos recursos económicos con la ventaja que se les pedía poco material y que en esa época había poco consumismo. Los profesores aislados de la otra parte de nuestra geografía, hacían carnes asadas y así pude asistir a algunas de ellas al otro lado del puente en la casa de Henry Rodríguez y su dulce esposa. Nos alegrábamos un rato, al son de la guitarra degustando chicharrones o carne. Algunas veces ellos se divertían en mejengas con los alumnos. Para poder sufragar los gastos de hojas y otros materiales planeábamos bingos, rifas y turnos, muchas veces con el agua hasta los tobillos. En esos periodos quedábamos incomunicados porque los buses y carros de doble tracción no pasaban el rió. La rutina seguía, el salón de baile dejaba de serlo para convertirse de lunes a viernes en nuestro colegio, ya las desgastadas tablas de plywood no tenían lugar para los clavos y las voces de unos y otros profesores se entremezclaban cada vez más, no obstante seguíamos adelante, el entusiasmo de esos jóvenes los hacia renacer y pese a los zancudos, a los interminables temporales seguíamos ahí, era un personal solidario que acuerpábamos nuestra soledad en la sonrisa de una mano amiga que luchaba con el mismo afán. Los profesores académicos nos salvábamos, pero los de campo tenían que luchar en la agreste finca del colegio contra el barro y las grandes serpientes venenosas, aunque tenían a su lado alumnos de trabajo y valentía en sus corazones. Pasaron dos años, durante el año de Rodrigo Carazo se fundó el plantel del C.T.P.A de Guatuso, teníamos buenas aulas, era un lugar pequeño pero gozábamos de más comodidades y aunque no contábamos con biblioteca, la Junta de Educación nos ayudó a comprar libros, ya había carretera por San Carlos y de vez en cuando podíamos ir a los asesoramientos; en el quinto año nos correspondía dar los cinco niveles, pero el panorama era más halagador. Ya me había casado con el Profesor de Agricultura, Víctor Murillo Morales quien desde que me conoció trató de enamorarme al zumbido de los zancudos y con grabaciones de Camilo Cesto. Por tanto nos sentíamos más arraigados, alquilamos una casita y al año siguiente tuve a mi primer hijo. Por esa razón, mi madre quería que yo me trasladara a las Juntas, se me ofreció la oportunidad y cuando quise despedirme de mis alumnos y compañeros las lágrimas ahogaron mis palabras, dejaba tras de mí un lugar de gente buena que siempre me brindó su humildad afecto y camaradería. Ya en mi pueblo Abangares, llegué a mi viejo colegio del cual había egresado hacía diez años. Ahora volvía como profesora, me dieron tercero y sexto año y aún que me sentía cohibida en un colegio más grande, pude salir avante con la ayuda de doña Sandra del Departamento de Español. También aquí tuve que luchar con la escasez de material didáctico, pero con rifas, bingos y ferias agostinas o bien vendiendo tamales en los barrios, pudimos suplir nuestras necesidades. En 1990 reabrieron el Bachillerato en los colegios, los profesores estábamos temerosos, no había temario, hacíamos tragar a nuestros estudiantes toda la materia, impartíamos centros, más tanto ellos como nosotros tomábamos en serio nuestra misión. Muchas veces mi gran amiga Margarita, la orientadora del Colegio y yo fuimos hasta San José a sacar fotocopias de las lecturas obligatorias por que ahí en los alrededores de la Universidad de Costa Rica eran más baratas y nos garantizábamos que la mayoría de los alumnos las pudieran leer, los dedos se nos querían trozar por las manillas de las bolsas y apurábamos el paso para llegar al autobús, otras veces podíamos llevar las obras de teatro en estudio para ampliar el panorama y cuando no, los alumnos dramatizaban fragmentos de estas. Sin embargo, cabe mencionar que en las zonas rurales estamos en desventaja porque solo contamos con el entusiasmo, mas nos falta el apoyo de muchos medios y recursos que sí posee en las ciudades. En 1998 una asesora observó mis lecciones y me hizo críticas que desestimularon mi labor, no obstante con la frente en alto traté de dar los seis años que me quedaban antes del retiro, con toda la entrega posible. Me di cuenta que no se termina de aprender, que había que motivar más al alumnado; ya había sacrificado mi salud física y mental, ya había robado el tiempo de mis hijos revisando exámenes, dictados, redacciones en mi casa , pero debía dar más y me di a la tarea de jugar con la gramática, de hacer vivir con la literatura, de expresar emociones con la poesía, de hacer amar la materia. Ya había tirado mi timidez y participaba de todas las asambleas con mis obras de teatro, ensayo de poesías coreadas, ahora me entregaba más y más a mi colegio y sus diversas actividades; lo único que no me ayudaba era mi carácter de profesora regañona, más tengo la certeza de que cuando llegué a ser grosera fue con el objetivo de hacer reaccionar al alumno ante una actitud de desinterés o indisciplina. De ese caminar al lado de los estudiantes viene a mi mente muchas anécdotas de las cuales rescataré algunas de ellas: Estando ya casada, en Guatuso un alumno muy sencillo me dedicó una canción en un festival, lo molestaron tanto que al fin de año, nos llevóo un saco de naranjas porque le habían dicho que mi esposo profesor de agricultura lo iba a reprobar en la materia. Cuando contaba con dieciocho años de trabajar, me encontré con un alumno con mis apellidos y expresé: ¡Oh, usted puede ser mi hermano! Y el entre dientes contestó; mi hermana no, mi abuela es que puede ser… y la más acongojante fue cuando quise limar asperezas con un alumno que acababa de regañar, perdí la noción del tiempo y espacio y le dije; su mamá trabajó en mi casa, bueno en casa de mi madre. Por la tarde la señora me llamó muy alterada, aduciendo que ella era secretaria bilingüe y que el chiquito estaba atacado, yo deseaba que me tragara la tierra. En el año 2001 fui profesora guía de un grupo de octavo; eran fogosos, llenos de energía, fuimos el fin de año al Parque Nacional de Diversiones, después de haber disfrutado todo el día, el complaciente chofer nos paró en el Real Cariari, eso sí nos advirtió que era solo por media hora, yo ayude diciendo él que no está se queda, nos dispusimos todos a ver y comprar, pero me quedé rezagada, pues les tengo miedo a las escaleras eléctricas, en un abrir y un cerrar de ojos no vi nada, me sentí perdida, después casi llorando llegué al bus, fui la última, casi me dejan. Creo que estas vivencias suceden porque en el campo hay mucha interrelación con los jóvenes, para nosotros son personas no números. Ahora recluida en mi hogar entre mis escritos y mis recuerdos queda la satisfacción de haber amado con pasión y entrega mi materia, de haber compartido y aprendido con tantos jóvenes estudiantes. Sé que cometí muchos errores, que herí susceptibilidades pero estoy segura de que quise dejar huellas positivas al son de las palabras y sentimientos expresados salidos de mi alma, de mis entrañas y de mi amor por las letras. GUIDO ÁLVAREZ NAVARRO Mis padres Solón Álvarez Brenes y Bertha Luisa Navarro Rodríguez (QDDG) me trajeron al mundo un 25 de enero del año 1944, en donde me crié rodeado de mis once hermanos, siete hombres y cinco mujeres. No teníamos casa propia, sino que a mi papá le prestaban una covacha amplia y con piso de tierra, la que resultaba muy incómoda para acomodarnos todos, sin embargo así fue pasando nuestra infancia. Rodeados de cañales, gallinas, cerdos, vacas, caballos, perros y algunas avecillas que mi papá y algunos de mis hermanos acostumbraban tener en sus jaulas, fueron transcurriendo nuestros primeros años de vida. Aunque la situación económica siempre muy difícil, mis padres lucharon para darnos el alimento, el vestido y las medicinas que siempre fuimos necesitando y así iban cubriendo otras necesidades. Casi fuimos naciendo con un año, o a lo máximo dos de diferencia, por lo que siempre podíamos jugar y estudiar juntos. A pesar de la situación económica, el ambiente era muy agradable, el río Rosales con sus aguas puras y cristalinas, nos permitió a todos aprender a nadar y a disfrutar de sus pozas, muchas veces animada por el bullicio de las chachalacas que no se cansaban de gritar, posiblemente asustadas por la presencia de nosotros y de algunos zaguates que siempre nos acompañaban. Recuerdo con mucha nostalgia los grandes árboles de Guapinol, que no solo nos servían como alimento, sino que sus altas y fuertes ramas eran el sostén para las hamacas que solíamos instalar para mecernos a grandes alturas. ¡Qué domingos más lindos pasábamos en ese lugar! Comíamos naranjas, caña de azúcar, hijos de piñuela, nos bañábamos y nos mecíamos en el árbol de Guapinol. Recuerdo que para el 1948, las fuerzas del gobierno andaban reclutando gente con el fin de hacerle frente a un contingente extranjero que provenía de Nicaragua y que se encontraba ya cerca de San Carlos. Mi padre, junto con otros vecinos se escondía entre los cañales y en varias ocasiones, con solo cuatro años de edad, tuve que llevarles alimentos por intrincados caminos y veredas, donde ellos se escondían, pues no podían salir de su escondrijo. Dos soldados, armados con grandes rifles, me siguieron en una ocasión, preguntándome que donde estaba mi padre, a lo que yo les dije que me siguieran y en eso me di cuenta que no podía decirles, por lo que pasé recto de donde estaba la entrada para llegar a ellos, más de un kilómetro y les señalé una montañilla que se veía a los lejos y entonces desistieron en seguirme. No recuerdo en qué año fue, pero me tocó vivir junto a mi madre, el terremoto de Cartago. Mamá le tenía pavor, gritaba, corría, se agarraba de los árboles, intentaba entrar a la casa para buscar a los más pequeños. Aquella fue una experiencia muy desagradable, no podía hacer nada por ayudar a mi madre, sin embargo, al momento, ya estábamos todos en casa, sanitos y coleando, aunque seguía temblando. A los siete años ingresé al primer grado en la escuela Puente de Piedra, que me quedaba como a dos kilómetros de distancia. Era una escuelita pequeña, de dos maestras. Me parecía una gran escuela, era mi primera experiencia y me gustaron mucho, principalmente las canciones de los pollitos y los patitos. El segundo grado lo hice en la escuela Simón Bolívar, que aunque me quedaba más largo, unos tres kilómetros, tenía que hacerlo, pues debía entregar cuatro o cinco botellas de leche todos los días. Mamá se levantaba desde las tres de la mañana a preparar los almuerzos de mis hermanos mayores y de mi papá, alistar a los que íbamos para la escuela y ordeñar tres o cuatro vacas para vender la leche. Ahí todos debíamos trabajar. Las hermanas mayores ayudaban a los más pequeños, mientras que los hermanos mayores eran los encargados de recoger la leña, así como ir al cerco a recoger yuca, plátanos, guineos, chayotes y camotes que eran necesarios para hacer las viandas de comida que se necesitan en una familia tan grande. Cuando no había carne, mamá siempre echaba mano a alguna gallina que había dejado de poner días antes, o a la más bulliciosa, pero la verdura de todos los días debía ir acompañada de algún pedazo de carne. Los conejos, armadillos, tepezcuintle, algún pizote y hasta algunas aves, eran parte de nuestra dieta alimenticia diaria y a mi papá nunca le faltaban los buenos perros de cacería y su rifle “bala u”. Desde los seis años ya me llevaban a recolectar café. Recuerdo que hacía mucho frío y me ponían a juntar las calles de café, pero lo más triste era cuando llovía por aquellas mojadas que uno se daba y así había que jalar el café para llevarlo a medir. En esos años empezó mi fiebre por el fútbol, debía jugar descalzo y para eso usábamos pelotas de trapo, hule, naranjas, toronjas o las que hacíamos nosotros mismos de papel, bien amarrado o con ligas, para que nos durara más. Todavía tengo recuerdos en los pies, de las veces que me arrancaba las uñas, dándole al suelo, en vez de golpear aquellas pelotas. Para una Semana Santa, mamá, que era la que más nos llevaba a oír la Misa, tuve la oportunidad de escuchar a unos misioneros españoles, encargados de dar los sermones. Estos sacerdotes me impresionaron tanto, que ahí mismo decidí seguir la carrera de sacerdote, lo que puso muy contenta a mi mamá, sin embargo, pocos años más adelante se me quitó esa idea. El Diploma lo obtuve en la escuela Simón Bolívar. Fue la primera vez que me puse zapatos, por lo que más parecía un pato con zancos en un corredor de cerámica. El problema de no usar zapatos no era tanto por lo económico, sino porque tenía los pies encorvados hacia adentro y todo zapato me molestaba mucho. Cuando en la casa decidimos que entrara al colegio, fue necesario operarme del pie izquierdo para tratar de enderezarlo un poco, mientras que el pie derecho me lo sometieron a un tratamiento especial durante un mes. Solo así pude ponerme zapatos. El ingreso a la secundaria era incierto por la situación económica. Ninguno de mis hermanos mayores había podido ir al colegio y nunca creí que lo pudiera hacer. Sin embargo, mis hermanos se comprometieron a ayudarme y de esa manera pude llegar a obtener el Bachillerato en el Liceo León Cortés en el año 1962. No quiero omitir en esta reseña, que ya en el colegio, mi afición por el fútbol era mayor y en ocasiones podía jugar con zapatos tenis, lo que era un alivio para mis empobrecidos pies, todos maltrechos, con las uñas desgastadas y los dedos medio torcidos. Mi recompensa llegó en cuarto año, cuando fui llamado a formar parte de la selección del colegio, ocupamos el segundo lugar en el nivel nacional y como premio, el Profesor de Ciencias, con Carlos Luis Soto, (apodado Pindurria) organizó una gira por Centroamérica y nos llevó a jugar a Nicaragua, Honduras, El Salvador y Guatemala. El último partido fue a las 2:00 p.m., en el estadio Mateo Flores de Guatemala, jugamos contra un equipo de estudiantes de ese país y nosotros hicimos el preliminar entre el Municipal de Guatemala y el O Cruceiro de Brasil, ante unos 15 mil espectadores. Aquello fue grandioso para nosotros. BECAS. Otra de mis experiencias fue la lucha que realicé para conseguir becas e irme a estudiar al exterior y en las dos fracasé por golpes de estado. Estando en Guatemala en el año 1961, con la selección del liceo León Cortés, el presidente de ese país, Lic. Idígoras Fuentes, nos ofreció una beca para estudiar en la Escuela Nacional de Agricultura. Debíamos venir un año a Costa Rica para obtener el Bachillerato, pues era un requisito. Los otros dos becados eran los compañeros Gerardo Castro y Adrián Monge, sin embargo, un golpe de estado derrocó a Fuentes, en Guatemala se llevaba a cabo una lucha armada, el país estaba revuelto y aunque las becas nos las mantuvieron, nuestros padres no nos dejaron ir, por el peligro que había. En otra oportunidad, siendo ya educador en la escuela Urbano Oviedo en Santa Gertrudis Norte de Grecia, nos ofrecieron una beca para estudiar Evaluación Educativa en Chile. Nos faltaba un mes para trasladarnos a ese país, cuando se le dio un golpe de estado al Presidente Salvador Allende por parte de Augusto Pinochet, el país entró en problemas militares, la situación estaba muy difícil y las becas fueron suspendidas. Siempre he creído que el Señor hace bien las cosas y por ese motivo nunca me preocupé por haber perdido esas dos oportunidades, de realizar estudios superiores. Educación A pesar de que mis compañeros de bachillerato optaron rápidamente por buscar una plaza para maestro y continuar sus estudios, en mi caso no quería eso. Quería una carrera de Contabilidad y por ese motivo ingresé a la escuela Castro Carazo en San José para seguir la carrera de Teneduría de Libros, pensando siempre en continuar con Contabilidad y seguir con Auditoría. Al estar terminando la carrera de Teneduría, salí una tarde de la escuela y al pasar frente al Ministerio de Educación, ubicado en ese entonces a solo 50 metros, me acerqué al observar que había una feria de libros. En ese momento, un señor, sentado tras un escritorio, que después supe era don Bienvenido Ramírez (QDDG), me llamó y me preguntó si era Bachiller, al contestarle que sí, me dijo que si quería irme a dar clases. Pensé en mi novia, quien es ahora mi esposa, pensé en mi familia, qué iba a pensar mamá por dejar los estudios botados, recordé tantos problemas económicos que tenía en esos momentos. El problema más grande era que debía decidir de una vez, porque si aceptaba, debía salir otro día para la zona sur. Acepté irme a trabajar a la escuela Boquete, en el maíz de Boruca, ubicada a cuatro horas del poblado Boruca o a cuatro horas y media de Palmar Norte. Pedí un día más para alistar materiales, ropa, diarios de clase y posiblemente arreglar muchas otras cosas que tenía en ese momento. En mi casa casi todos lloramos. No tenía la menor idea para donde iba. Mi mamá y mis hermanas me alistaban camisas de manga larga, con mancuernillas doradas, medias blancas, glostora para el pelo, varios peines y todo lo que se les ocurría que yo podía necesitar allá. Al final no me pude llevar muchas cosas, no las aguantaba. Lo más difícil era no tener ni la menor idea de lo que en realidad podía necesitar en una montaña, como a la que me tocó llegar. Fueron condiciones muy difíciles, no había escuela, no había agua y mucho menos corriente eléctrica. Ahora cuarenta años después, todavía no existen esas comodidades. Para que sea más real, la única comunicación que tenía con el mundo exterior, era cuando veía u oía pasar los aviones. Aquellas camisas de manga larga, tan bonitas que me había llevado, solo servían para dormir, pues el lugar era bastante frío, principalmente por las noches y además se me dificultaba mucho para aplancharlas. Fue toda una experiencia, pasar de la ciudad, con muchas comodidades a un lugar inhóspito, incomunicado, en donde la bestia era el único medio de locomoción. Solo podía salir dos o tres veces al año, en las vacaciones de quince días y de tres meses y allá de vez en cuando para Semana Santa o las fiestas patronales de mi pueblo. Las experiencias vividas en la comunidad de Boquete fueron muchas. Rápidamente me incorporé a un equipo de inditos, en donde solo dos maestros éramos blancos, el otro era mi compañero Stanley (Chino) Polonio. De inmediato ingresé al Instituto de Formación Profesional del Magisterio (IFPM). Era un requisito para que lo siguieran nombrando, sin embargo, era muy difícil, pues durante el año enviaban las materias, uno contestaba cuestionarios y en las vacaciones de 15 días y tres meses, se las pasaba uno en las aulas. Fueron tiempos muy duros, porque era bonito venir a disfrutar las vacaciones, pero así no se podía, todo momento era para estudiar. De esta manera obtuve el Posgrado en Educación Primaria y posteriormente la Universidad de Costa Rica, con sede en Tacares, abrió cursos con énfasis en Educación y así logré obtener el Bachillerato en Educación. Estando en aquel lugar, viajábamos a diferentes pueblos. Generalmente todos íbamos a caballo. Trece o catorce jugadores, todos en fila india, a veces más callados y tristes que un yigüirro en una jaula, pero a veces a alguien se le ocurría alguna canción y todos lo seguíamos. Uno de los viajes que más recuerdo, fue el que hicimos un día a la comunidad de China Kichá. Salimos a las 7:00 a.m. de Maíz Boruca y llegamos a ese poblado, poco antes de las 4 p.m., cansados, con hambre, con sed, el cuerpo magullado por las horas de andar a caballo y hasta con sueño. Al llegar se nos informó que el partido sería otro día a las ocho de la mañana, con el fin de que nos pudiéramos regresar temprano, antes de anochecer. Sin embargo, decidimos hacer la mejenga esa misma tarde, porque debíamos salir el otro día a eso de las 6: a.m. para llegar a tiempo a nuestras casas. Ese mismo día jugamos, pasamos la noche bailando, comiendo y tomándonos unos tragos. A las 5:00 am, me despertó Marcelino Morales, era el portero y era un cholito (indígena) que trataba de levantarme. Le dije que tenía que bañarme, desayunar e ir a recoger la bestia. Ya la bestia está ensillada me dijo, ya todos estamos listos para regresar, ya desayunamos, pero necesitamos un trago para componernos. No me quedó más remedio que levantarme y con toda la pereza y el sueño, prepararme para hacer el camino de regreso. ¡Qué jornada más dura, fue esa!. Me olvidaba contar que al llegar a Boquete, no había escuela. El Supervisor me dijo que él solo había firmado la petición para la apertura de la escuela, porque le habían presentado una lista de alumnos, pero ni siquiera tenía una idea de dónde estaba ese lugar. Eran solo cuatro casas, 17 alumnos y durante 22 días tuve que trabajar bajo la sombra de un árbol. En realidad los vecinos ya no esperaban al maestro y no estaban preparados para recibirlo, por eso no estaba lista la escuela, ni había ningún tipo de material. Sin ninguna experiencia para dar lecciones, sin materiales, con niños que no sabían lo que era un lápiz y menos un cuaderno. Algunos de ellos con el pelo paradito, por su raza indígena y otros blanquitos, pero todos bella gente, muy cariñosos, descalcitos y como con miedo al maestro. Un maestro vecino me regaló unos cuadernos, lápices y me dio las primeras técnicas de trabajo. Mientras trabajaba con aquellos niños, dos señores montaron un tabanco y con una sierra de mano empezaron a sacar las tablas necesarias para cerrar un cuarto, que iba a ser mi primera escuela, hasta una cocina me construyeron, sin embargo, una de las primeras luchas fue para que me construyeran un servicio sanitario de pozo negro. En el lugar nadie estaba acostumbrado a usar esos servicios, por lo que les exigí que en cada casa debían construir uno igual o parecido. La pulpería más cercana estaba a dos horas y media de la escuela, pero era muy poco lo que se podía comprar. Era sólo una ventana de metro y medio con solo algunas cosillas, pero era muy útil. Por primera vez anduve a caballo. Tuve que aprender a ensillarlos y a domesticarlos, pues compré uno y me salió muy rebelde, sin embargo terminamos siendo muy amigos y hasta en pelo lo montaba. Después corría hasta cintas y visitábamos pueblos para participar en sus fiestas. Experiencia En una oportunidad se había programado un partido de fútbol en Maíz de los Uva (Colinas) para un domingo. El sábado por la tarde llegué hasta Maíz de los Borucas, con el fin de pasar ahí la noche y salir el domingo por la mañana. Al llegar me di cuenta que todos los jugadores se habían quedado ese sábado para aprovechar un baile por la noche, por lo que sentí pereza de quedarme solo por ahí. A las 5:00 p.m cogí el caballo y me encaminé para Colinas. Lamentablemente no pensé en que el camino iba bordeando el río Maíz y que había que pasarlo 20 veces para llegar a la otra comunidad. La lluvia amenazaba con caer. El cielo se puso oscuro y no tomé en cuenta que en la montaña la noche cae mucho más rápido. Ya no me podía devolver. La oscuridad me cubrió todo. No veía los vados (pasos por el río). El caballo que andaba era muy fuerte. De un momento a otro el río creció mucho, arrastraba palos y piedras y yo creía que bufaba, por el ruido que producía. Quedé varado en medio río. Estaba empapado y con mucho frío. El agua cubría hasta arriba de la albarda. Tomé un camino equivocado y el caballo colocó sus manos en una gran piedra y de ahí no quiso moverse, por más que le insistía. Sentí pánico. En verdad creí que ese era mi último día. No había manera de avanzar, ni para atrás ni para adelante y menos para uno de los lados, la fuerza del río era muy grande y solo aquel potente animal podía sostenerse conmigo encima. Aunque el río no era muy ancho, unos seis o siete metros, estaba a la mitad de él. Empecé a pegar gritos como un desesperado, pensando en que alguien pudiera escucharme y llegar en mi auxilio, sin embargo, sabía que por aquel lugar no habían casas. La situación era cada vez más crítica. Empecé a sentir cómo que el caballo temblaba igual que yo, posiblemente por el frío que sentía en aquellos momentos. Me encomendé a todos los santos, pensé en todo lo bueno y lo malo que había sido. Sabía que no tenía escapatoria y que pronto la bestia no iba a soportar más y se derrumbaría al agua junto conmigo, que no sabía nadar, aunque pensé que en ese caso ni un buen nadador podría salir airoso. La corriente era cada vez más fuerte, porque posiblemente en la parte alta, donde nace este río había llovido también mucho. Pasé por los menos unos 20 minutos en aquella situación tan difícil. ¡Oh! de pronto observé una luz de foco. Alguien se acercaba. Mis gritos eran todavía más fuertes. En aquel estruendo me pareció escuchar la voz de un hombre que preguntaba que quién era. Soy el maestro de Boquete. Ah, ¿Don Guido? Si, le dije con toda mi fuerza. Al acercarse a la orilla, este Salvador pudo observar la situación en que me hallaba y entonces me tiró un mecate para que lo amarrara al caballo. Me dijo que me agarrara bien fuerte de las coyundas y que me hiciera por el lado contrario a la corriente para que le ayudara a la bestia y no le hiciera contrapeso, no entendí nada, pero le hice caso. Poco a poco empezó a tirar del caballo, este cedió, dio un pequeño paso, otro y de pronto estábamos ya en la orilla. ¡Qué bárbaro más tonto, fue lo primero que me dijo aquel hombre! ¡Cómo se atrevió a venirse por este camino y a esta hora, solo un loco lo hace! Ni le prestaba atención, solo pensaba cómo me había salvado de aquella situación. Cuando llegamos al pueblo de Colinas a eso de las 8.00p.m. y contamos lo que me había pasado, en verdad que casi no me creían. Un señor, que escuchaba aquella aventura manifestó; Lo perdonó el río. En aquel momento no le entendí, hasta después. Los días iban pasando en aquellos lugares, hay muchas anécdotas, pero será para otro día que pueda contarlas. Una de las cosas que más aprendí a valorar en ese tiempo, era el valor que tenía el maestro. Era la máxima autoridad, el juez, el escribano, el consejero y se hacía todo lo que él decía. Era un verdadero galán. Mejor no cuento más. Todo eso se perdió al poco tiempo. Me parece que la actitud de algunos maestros y la capacitación de la gente que ya iba a los colegios, hizo que se perdiera mucha de la credibilidad que había antes hacia los educadores. Fue una experiencia muy valiosa, pues aprendí lo que es sobrevivir en la montaña, conocer bastante de lo que es la cacería en el monte y aprender a orientarme en la montaña. Fueron dos años de labor, sin embargo, la primera vez que llegó un supervisor a visitarme, me dijo que no era posible permanecer por más de un año en lugar tan difícil, por lo que me trasladó a la escuela de Coronado, en Ciudad Cortés. Este era un lugar con más comunicación. Se viajaba en autobús, motocicleta y hasta en bicicleta, había negocios cercanos y hasta una plaza en la escuela. Llegué un jueves por la tarde, empecé a realizar la matrícula y a darme a conocer en la comunidad. Me llamó la atención que visité seis casas solicitando que me vendieran la comida y todos se opusieron. Solo una señora me ofreció la alimentación, mientras ella misma me ayudaba a conseguir quien me diera el servicio. Ese domingo jugué con el equipo del pueblo, anoté los dos goles con que ganamos el partido 2 X 1 y como dos horas después del partido, ya tenía seis familias que me ofrecían la comida. Así es el deporte en esos lugares. Durante ese mismo partido dos jovencitas se enojaron, se tiraron de los cabellos y hasta al final me di cuenta que era por mí: una era barra del equipo visitante y la otra del pueblo y se peleaban porque una decía que yo no podía jugar, porque no era del pueblo y la otra me defendía, pues afirmaba que yo era el maestro del lugar. ¡Tonterías!. Este era un lugar en las márgenes del río Térraba y mi vida de montaña cambió totalmente a la vida de mar. Ya no había caballos, sino botes, ya no se comía carne de tepezcuintles, sino pescado, jaibas, pianguas y camarones. En esta comunidad encontré más servicios, Ciudad Cortés estaba cerca y era más fácil salir a la capital. Me entretenía practicando el fútbol, visitando lugares de la zona sur y disfrutando de las bellezas del mar en estos lugares. Una úlcera duodenal provocó que solicitara traslado al Valle Central y así fue como fui nombrado en Rosario de Naranjo, donde estuve un año, posteriormente trabajé como director en la escuela Urbano Oviedo Alfaro en Santa Gertrudis Norte de Grecia. En este lugar me encontré una comunidad muy apacible, con pocos intereses por desarrollarse. Era un diamante a explotar, pues en solo cinco años de labor al frente de la institución logré desarrollar cinco proyectos comunales que cambiaron mucho la vida del lugar. Lo primero fue construir el campo de deportes, una de las mejores plazas para fútbol que tiene el cantón de Grecia en estos momentos, posteriormente se trabajó para pavimentar la calle principal, se reconstruyó la cañería y se dotó de agua potable a la comunidad. El tercer proyecto fue crear una Asociación de Desarrollo Integral que llegó a convertirse en una de las mejores del cantón y por último se bautizó la escuela. Aquí lo más importante fue poner a trabajar a todo un pueblo. Aún tengo en mi retina aquel sábado que la comunidad se reunió para enzacatar la plaza. Se había comprado un potrero en San Rafael de Poás, a unos 12 kilómetros de distancia. Nos organizamos de tal manera que unas quince personas irían a arrancar el zacate, otras diez lo iban a trasladar en sus propios chapulines y el resto, principalmente los hombres de más edad, serían los encargados de sembrar el zacate. Pero lo que más me impresionó fue ver a las mujeres de la comunidad instalando fogones en piedras para hacer café, tortillas, pan y otras comidas para aquellos trabajadores, aunque debo reconocer que no faltaba alguien que llegara con algún trago de licor, para darle más ánimo a aquellos valientes vecinos. Como el trabajo se terminó de noche, los vecinos colocaron sus vehículos alumbrando hacia la plaza, para que nadie parara hasta no quedar terminado el trabajo. De ahí pasé a una escuela de Dirección 2 en La Argentina de Grecia, hasta que el Ministerio de Educación me concedió la pensión a los 41 años de edad. Aunque al principio no quería seguir la carrera de educador, la verdad es que el trabajo con los niños me gustó muchísimo. Principalmente el primer grado y casi no hay nada que se compare con la experiencia tan agradable para un maestro, que ver a un niño de primer grado tomar cualquier libro y ponerse a leer. Siendo director en la escuela Ramón Herrero Vitoria, se me otorgó un premio como la mejor huerta del país y el Ministerio de Trabajo donó una gran cantidad de herramientas agrícolas, que fueron muy valiosas para el trabajo en el campo. Creo que posiblemente no era la mejor huerta escolar del país, pero si era la que aparecía diariamente en las páginas del periódico La Nación, pues durante 22 años fui corresponsal y fotógrafo de ese periódico y lógicamente que todo lo que se producía ahí, salía publicado. Mi labor en el periódico me dio a conocer y eso me ayudó a ser Munícipe de Grecia, y a que en el año 1977 se me nombrara como Educador Distinguido de Grecia y a que en el año 1984, la Dirección Regional de Educación de Alajuela, me nombró como Mejor Educador de Alajuela en Primaria. La ANDE me concedió una medalla y otros premios, mientras que el presidente Luis Alberto Monge me otorgó un pergamino; todo esto fue en Casa Presidencial. Desde hace 30 años pertenezco a la agrupación de Alcohólicos Anónimos y gracias a ese Ser Superior, que nos protege, tengo esos años sin saber lo que es una gota de alcohol. No quisiera terminar esta pequeña biografía, sin manifestar que he realizado diferentes publicaciones en revistas : Los 100 años del templo Parroquial de Grecia, Los 40 años de Cooperativa Victoria, Labor Municipal de Grecia, Creación del Banco Popular en Grecia, Puntarenas Turístico, Turrialba Turístico, Sarchí: Artesanía y Turismo y El Turismo llega a CATUMALI (Cámara de Turismo de Mata de Limón). En la actualidad sigo trabajando en el ámbito de la educación, pero ahora con una pequeña empresa familiar de librería, fotocopias y trabajos de levantado de texto. Los docentes me llevan sus trabajos y exámenes escritos a mano. Los transcribo en al computadora, hago las fotocopias y les entrego el trabajo ya listo para presentarlo a los niños. Durante unos 35 años he sido dirigente de un equipo de fútbol, el cual aún conservo y soy miembro aunque no muy activo, pues a mis 63 años de edad, no puedo rendir igual que aquellos tiempos. Sin embargo, todos los lunes juego durante una hora fútbol sala y eso me ayuda a mantener un buen estado de salud y una regular condición física. En la actualidad soy el Presidente del Grupo de Seguridad Comunitaria en mi barrio, donde desarrollamos algunas labores en beneficio de nuestros vecinos. Soy padre de dos hijos y una linda nieta que nos roba el corazón a todos. Otras actividades Precandidato a Diputado para el período presidencial 1982 – 1986. Asociado de Ande desde el año 1965. Carné 13 115 Presidente de la Filial Regional de Alajuela Presidente de la Filial Regional Grecia, Atenas y Valverde Vega Presidente de la Filial de Educadores de Grecia por muchos años Presidente de la Filial de Educadores Pensionados de Grecia Delegado al Congreso de Ande por más de 15 veces Gestioné el terreno y financié la construcción de la Casa de Ande en Grecia. Guía turístico Secretario Comité Cantonal de Deportes de Grecia Financié la construcción de las graderías de Plaza Pinos en Grecia Fui asociado del Colegio de Fotógrafos Profesionales de Costa Rica Corresponsal de La Nación en Grecia Presidente del Club Social Centro de Obreros en Grecia Autobiografía anónima. Corría el año de 1967 y allá, en medio de las montañas de la zona sur, en un rancho rodeado de sol y de aire fresco, nací… una boca más que alimentar en un hogar campesino ya formado por cinco -aún faltaban dos para completar una familia de ocho-; una niña; en realidad, poca ayuda para un padre campesino, dedicado al cultivo de la tierra. Los primeros años de mi niñez los pasé corriendo al aire libre, jugando con perros, terneros y persiguiendo conejos, trepando a los árboles con mis hermanos, ayudando a ordeñar vacas y arrear terneros, y pensando que el mundo era bonito, a pesar de las limitaciones –ahora lo veo- que se impone a los campesinos la pobreza y el aislamiento de trabajar la tierra para subsistir en montañas, en tierra virgen, y de la cacería con perros o, lo que ellos llaman “montear”, aparte de correr, “aporrear” y desgranar maíz se convertían también en juego, en un lugar donde había que “recogerse” temprano -5:00 de la tarde-porque a esa hora ya oscurecía, y levantarse con los primeros rayos del sol. Bañarse en la quebrada más próxima era toda una aventura, así como verse reflejada en las aguas cristalinas que caracterizaban los riachuelos de aquellos tiempos y lugares. Pero pocos años después, por la visión extraordinaria de unos padres campesinos abandonamos nuestro rancho querido y una vida feliz al aire libre, para cercarnos más a la “civilización” de manera que “estos güilas puedan estudiar porque es la única herencia que les puedo dejar”, como solía decir mi padre…Así, un día llegamos a San Ramón, un pueblito pequeño, con gente amable y… una escuela, lugar donde pasé mis primeros seis años de estudio… Dicen que ingresé de oyente y, como era muy “listilla” me pasaron de una vez a primero…Desde que tengo memoria, me ha gustado estudiar. A la Escuela San Ramón fuimos todos mis hermanos y un montón más del pueblo. Jugábamos mucho bola, suiza, garrocha –el maestro Miguel Carvajal era un experto en esta disciplina- y los maestros Fernando Acosta y mi hermana me inculcaron el amor por la lectura. Increíblemente, en aquellos tiempos y en aquellas precarias condiciones lo que más recuerdo de mi escuela es a mis maestros, nuestros partidos de bola descalzos –nuestro único calzado- y la biblioteca. El director, don Ramón, con su famoso bigote, tenía una colección personal de cuentos, historias, leyendas en lo que llamábamos biblioteca y siempre nos prestaba lo que quisiéramos, incluso para llevarlos a casa – ahí se me despertó el gusto por la lectura: mi hermana Isabel - la mayor- y yo, nos convertimos en “ratas de la biblioteca”. Pasar de Caperucita Roja a El Rey Carlomagno era cuestión de minutos y las horas pasaban volando. Los libros me transportaban a mundos imaginarios que no conocía y me hacían soñar con verlos algún día. Y así, seis años de mi vida, se esfumaron rápidamente. Recuerdo que la decisión de estudiar en el colegio no fue negociable. Nuestro padre constantemente nos repetía la historia del estudio como única herencia y, aunque no confiaba mucho en la participación de las mujeres en la educación, al fin y al cabo, nos permitió, a mis hermanas y a mí poder ingresar a secundaria. Eso sí, no podíamos traerle notas rojas ni en los exámenes y ¡ay! de nosotros si había una queja por parte de los profesores. Fue una hazaña la compra de uniformes escolares y útiles para cuatro chiquillos. Pero entrar al colegio era lo que más quería… el primer día de clases, me levante a las cuatro y media de la mañana, cuando mi madre me vio siempre se levantó temprano para preparar desayunos para varios niños y un padre trabajador.- casi se muere del susto, pero por más que me mandó a acostar, me quedé sentada a su lado, esperando a que fuera la hora de bañarse y salir para el colegio. Para llegar a éste teníamos que recorrer todos los días 2 kilómetros de ida y dos kilómetros de vuelta, con lluvia, sol, lo que hubiere… era más grande nuestro deseo de estudiar que cualquier contratiempo. A esa edad, en una tierra agreste todavía, era una delicia caminar bajo la lluvia y más si se unían algunos compañeros. Ya en secundaria, me marcaron positivamente algunos profesores. Recuerdo la habilidad de doña Elizabeth –mi profesora de matemáticas- para hacernos jugar con los números y, de don Pedro, quien me hizo ver los Estudios Sociales bajo la hipnosis de sus dibujos en la pizarra, y con muchos colores, que me seguían transportando a otros lugares, desconocidos por mí. Finalmente, el toque magistral lo puso la Orientadora que llegó en el último año del cole: parecía todo menos Orientadora: fiestera, dicharachera, muy alegre y desinhibida; sin embargo, fue la que le puso alas a mi imaginación y a mi deseo de aventurarme un poco más, porque en aquel tiempo, salir de la zona sur, de un ambiente pequeño y casi cerrado a otro muy amplio y desconocido, era toda una aventura. Por eso cuando llegó la época de la Universidad, con un montón de sueños y esperanzas bajo el brazo, con más temor que valor, llegué a Heredia, a la Universidad Nacional, en 1985, y no quise irme de ahí nunca. Sin embargo como lo dijo el Todopoderoso “mis planes no son tus planes” y luego de diez años, de un título en Educación y otro en Administración, de un trabajo en el sector privado, vine a dar con mis huesos y maletas a Guácimo, porque mi madre estaba un poco enferma, y decidí quedarme para estar más cerca de ella y, en realidad, prácticamente de toda la familia, porque por una u otra razón, los demás se habían instalado en la zona atlántica. Ciertamente no pude evitar las comparaciones y llegue a pensar que en este nuevo pueblo no había muchas opciones de trabajo. No obstante, decidí reclutarme en el Ministerio de Educación. Así a partir de 1996 ingresé al sistema, como profesorado IV Ciclo en la especialidad de Secretariado; trabajo que desempeñe durante seis años. Todo un cambio, toda una experiencia. Trabajar con jóvenes empezó a gustarme por que, como siempre se los dije, me hacían sentir siempre joven y alerta, por su dinamismo, su creatividad, su capacidad para cambiar constantemente y por que pude comprobar que están ávidos de sueños. De aprender de volar… quizá me recordaban aquellos tiempos lejanos cuando yo soñaba con comerme al mundo a pesar de mis inseguridades. Para conocer y aprender más sobre educación, ya que la vida me había colocado en tal posición y situación, me matricule en la UNED, donde obtuve la licenciatura en docencia, y posteriormente otra licenciatura en Administración Educativa, por aquello de que me aburriera de dar clases, dado que lo mío, -creía yo- era la administración. Mientras trabaje como docente aprendí mucho de los jóvenes. Al trabajar con mitades de grupo -por que en los colegios técnicos se trabaja de esta manera- tenía la oportunidad de interactuar y conocer más a los jóvenes; aparte de ello, en lugar de lecciones, trabajaba por horas. A veces, hasta un día completo con un mismo grupo. Siempre trabaje con jóvenes de IV ciclo y tuve la oportunidad de empezar grupos en décimo y acompañarlos hasta sexto. La mayor satisfacción era tener una promoción casi del 100%, y no precisamente por razones cuantitativas, sino por la satisfacción del deber cumplido al comprobar que los jóvenes, en su práctica supervisada, tenían la capacidad de desenvolverse satisfactoriamente y se sentían orgullosos de ello. Por mis “manos” pasaron toda clase de “personajes”, unos que se quedan en la memoria más que otros, justamente por su misma personalidad o porque, como dice mi abuela, “me sacaron canas verdes”. Celebramos cumpleaños con pastel y refrescos gaseosos, con piñata incluida. Otras veces, con platillos preparados por las madres de los mismos chicos o por ellos mismos. En ocasiones, cuando el cansancio de todo el díada trabajo era evidente, una mejenga de fútbol “ a pata pelada” no caía mal. No faltaban aquellos que llegan a pedir “100 pesillos” para comprarse una empanada y el consabido “después se lo pago profe”. Todos mis alumnos fueron inolvidables: juntos reímos y alguna vez, también lloramos. Juntos vivimos muchas alegrías y también alguna que otra tristeza, principalmente por la muerte de algún ser querido. Pero, al final también juntos terminamos “la tarea” sonrientes. Siempre recuerdo a “Melanie”, una estudiante especial - en tiempos en que todavía no estaban tan de moda las adecuaciones curriculares- una chica insegura, nerviosa, con una situación económica aún más especial que los demás, con problemas de disgrafía, entre otros. En sexto año, no pudo aprobar todas las materias de bachillerato, pero nunca olvidaré su carita de alegría cuando supo que la prueba comprensiva técnica la había ganado es “Isa”, la chica que vivía sola con su padre y éste no quería que estudiara. Solitaria, triste, con muchísimas dificultades. “Isa” estudiaba en casa, por las noches, en lo que era una letrina, a unos metros de distancia de la casa, a la luz de una candela. Pero Isa, al final, si bien es cierto, no aprobó de una buena vez todas las asignaturas de Bachillerato, se le llenó el alma de alegría cuando supo que su Técnico Medio si lo había ganado. Tampoco olvido a “Toto”, el tremendo “Toto”, un chico huraño, de los comúnmente llamamos “rebelde sin causa”, siempre a la defensiva, siempre retador. Y al final, pudimos descubrir a uno de los chicos más dulces que haya conocido. Trabajar con grupos pequeños hace que uno se involucre más no solo con los jóvenes; a la larga, uno termina conociendo al padre, a la madre, y hasta el perro y el gato. También puede profundizar un poco más en el entorno de los jóvenes, en cómo viven y sienten en sus hogares, en sus comunidades, por lo general, con muchas limitaciones, con pocas opciones de crecimiento y esparcimiento; chicos que sólo tienen al colegio con su único refugio o como único lugar para sentirse felices y hacer amigos. Eso lo puede comprobar directamente, al compartir un poco más de lo usual con ellos. Jóvenes, a veces, sueños. No cuentan con las mejores comodidades en sus hogares, ni con las mejores condiciones de infraestructura, materiales didácticos, entre otros, en sus instituciones, pero con una imaginación tan fértil, a la espera a veces, de que alguien más les diga que hay vida y esperanza más allá de las cuatro paredes de su casa y de su entorno, que sus sueños pueden hacerse realidad….como lo hizo conmigo alguna vez mi Orientadora. Dejé de ser propiamente docente al término de 2001 por cuanto, a inicios del 2002, me inauguré como directora en el Colegio Nocturno, pero estoy convencida, por experiencia propia, que el educador, entre todos los niveles del magisterio, es quien hace la diferencia porque es el formador y transformador de mentes, pero para ello, se requiere mística, vocación y una muy alta de humanidad. La educación es el mejor medio de movilidad social, y los niños y jóvenes de nuestro país se merecen calidad educativa en toda su extensión. La educación rural no debe ser diferente a la urbana, a pesar de las diferencias abismales que a veces se dan entre ambas, en lo que respecta a tecnología, infraestructura, medios, porque, al fin y al cabo, la figura más importante, por encima de estos aspectos, es el educador. Los niños y jóvenes de las zonas rurales a pesar de que carecen de algunos medios, son también privilegiados, si se compara su situación con los que viven y estudian en zonas marginales. No se debe hablar de educación en contextos rurales o urbanos, porque si bien es cierto, se deben considerar las diferencias socioculturales y ambientales, debe existir únicamente una sola educación, en esencia, igual para todos, simplemente adecuada a los contextos en los que viven, crecen y se desenvuelven los niños y jóvenes. Xenia Gómez Céspedes En los primeros años esta institución fue alberge para niñas de todo el país con problemas de adicción, y por ende la escuela recibió el nombre de Escuela Casa Hogar, tiene siete años de fundada, y en el año 2001 pasó a Unidad Pedagógica, ubicada en Punta Riel de Roxana, en el cantón de Pococí, en la provincia de Limón. Este centro de enseñanza fue creado, a raíz de los bajos recursos de la comunidad, para brindarles una mejor educación. Los estudiantes son provenientes de los barrios cercanos. Se cuenta con una matricula de 298 estudiantes, trabajan alrededor de 26 personas para el 2007. Tiene una infraestructura normal: una oficina para la dirección, un comedor escolar, once aulas, salón de actos, jardines, una plaza, Existe una población escolar extranjera e indocumentada. Las familias son muy grandes y los salarios son muy bajos y por lo general Se cuenta con personal calificado y muy colaborador, también con junta administrativa muy comprometida. Como todo centro educativo tenemos diferentes problemas pero también, muchas virtudes. Luis Sequeira Díaz Nací un 11 de octubre del año 1947; en un lugar llamado Santa Rita Nandayure de la provincia de Guanacaste. de Hasta los nueve años de edad viví en ese bonito lugar. Inicié mis estudios primarios en la Escuela Morote, hasta segundo grado. Por motivo de trabajo y mejores oportunidades, mis padres y hermanos se trasladaron a vivir a la Zona Sur, una vez allí, nos instalamos en un lugar llamado la Ollacero; con pésimas vías de comunicación, ausencia de escuelas y muy incómodo para vivir, porque llovía casi todo el año. La mayor preocupación de mi padre, era la ausencia de centro educativo, ya que él siempre quiso que estudiáramos. En ese pueblo, mi padre decide que unos deberían trabajar con la empresa United Fruit Company, y otros en la finca que producía para el consumo en el hogar y la venta, con el propósito de equilibrar la economía de la familia. Recuerdo que mi hermano mayor, Antonio, fue unos de los primeros en luchar para lograr que se nombrara un docente en el pueblo y mi tío, Robustiano, decidió, donar el terreno, para construir un rancho, donde se impartirían las clases a los niños del lugar. Ingreso a la Escuela repitiendo primero, hasta concluir mis estudios de primaria, en ese lugar. Luego inicio y concluyo mis estudios secundarios en el Instituto Agropecuario de Osa, donde me destaqué como un excelente estudiante (puntual, educado, participativo y con excelentes notas) esto hizo que mis padres se sintieran orgulloso de mí. Durante esa época, supe lo que fue caminar y viajar en bicicleta largas horas, andar en bus en mal estado; se varaba cada rato, por los malos caminos o por fallos mecánicos. Pero logré graduarme exitosamente. Inicié mi primer trabajo en el año 1971, en la Escuela Santa Eduviges, llamada así en honor al señor que donó el terreno para construir la escuela. Mientras trabajaba en este lugar, continué mis estudios universitarios en la Escuela Normal Superior de Heredia. En esa época, para ayudar a los estudiantes se daban cursos de verano (diciembre a febrero). En el año 1972 laboré en la escuela la Julia de Sierpe como unidocente. El siguiente año no tuve la dicha de que me nombraran, tuve que trabajar los seis primeros mese en el Más por Menos de Guadalupe y San Rafael de Escazú, de julio a noviembre en Aquiares de Turrialba. Finalmente, en el año 1974, me nombraron como interino, en la Escuela de Pejibaye de San Rafael de Guatuso y un año después me dieron la propiedad, donde terminé mi labor como docente, hasta pensionarme.. En ese lugar conocí a mí esposa, la señora Melba Blanco Peraza, contraje matrimonio y de esa unió, nacen mis tres hijos: Luis Enrique, Jeannette y Jorge Luis. Mis años de docente abarcan más de 30 años de trabajo, sueños y luchas constantes, en las que destacan varias facetas; entre ellas: la comunal, como educador, deportiva y artística, que tuvieron sus dificultades, pero formaron parte de mi experiencia como educador rural. En 1986, se me presentó una oportunidad de viajar a los Estados Unidos, mediante una beca, que tenía como objetivo primordial, la observación del trabajo y planeamiento de las escuelas unidocentes del ese país, para reforzar las nuestras. Recuerdo que era un grupo de veinte docentes de Limón, Guanacaste, San Carlos, Guatuso y Sarapiquí. Por mi amplia y comprometida labor en el campo gremial y como representante ante la Directiva Central del ANDE, de los educadores de la filial de Guatuso y Alajuela, fui dichosamente elegido para este viaje, que formó parte de mi experiencia laboral y personal. Estudiantes inolvidables. Siempre, mis estudiantes han sido inolvidables, de todos tengo gratos recuerdos. Una gran mayoría han triunfado en la vida. Para un educador es el mayor estimulo que puede recibir. Recuerdo con cariño un niño que conocí en Turrialba (tenia problemas en su hogar), un día lo castigue, por agredir dos veces a una niña. Se molestó mucho, pero con el tiempo me lo agradeció y se convirtió en uno de mis grandes amigos. La escuela rural, ha sido el lugar que me ha formado como educador, me ha hecho sentir a gusto, con la convicción de que se está tratando con seres sedientos de nuevos aprendizajes. Se vive como ciudadanos; tranquilos, en un ambiente sano, donde se desarrolla la calidad de vida y el desarrollo humano. Educación rural. La educación rural, es para mí, la orientación hacia el aprendizaje de conocimientos, que le permiten al educando y al educador adaptarse a los cambios de la sociedad, sin perder de vista sus conocimientos en el entorno rural. Se vive la verdadera calidad de vida que un ser humano debería tener, para ser un verdadero ciudadano. La escuela rural, desde mi vivencia, es un lugar de paz, de compañerismo, de adquisición de conocimientos en formas placenteras. Por necesidad de estar la mayor parte del tiempo en ella, se aprende de los estudiantes, de la gran cantidad de materiales naturales que hay en el entorno. Si te sientes bien, no te importa las necesidades, la infraestructura en mal estado, tienes la capacidad para salir adelante y luchar contra los obstáculos que se presentan. Inicialmente, me hice maestro, porque necesitaba ganar dinero para terminar mis estudios universitarios, busqué asesorías de cómo trabajar con niños y adolescentes. Leí todo la información que podía utilizar, mi hermano mayor me la suministró, porque él estudiaba en el Colegio José Martín de Puntarenas. Pero, con el tiempo me di cuenta de que mi vocación estaba en la educación. Experiencias en la escuela. Mi mayor experiencia, fue conocer y aprender del entorno del niño, es sumamente importante para desempeñarse como docente responsable. Esto permite orientar y aplicar métodos didácticos que destacan efectos positivos, tanto, en el educando como en el educador. Además la comunidad rural presenta características que favorecen el trabajo del educador. El padre o madre de familia, tienen plena seguridad en la labor del docente, apoyan y trabajan en comunión para mejorar la misma escuela y la comunidad. Personajes que recuerdo. Recuerdo con cariño y admiración; al profesor Róger Gerardo Monge, educador cartaginés, que con paciencia y mucha sabiduría, me enseñó los primeros pasos (importantísimo) en la educación. Relación escuela-Comunidad. La relación de la escuela–comunidad, depende básicamente, de cómo el educador concientice a los habitantes, sobre sus deberes y derechos para con la escuela y su comunidad. Se debe tener sinceridad y prudencia al hablar, sin ningún tipo de comentario que lastime, inquiete o hiera a las personas. Se debe trabajar en comunión, respetando la opinión de los demás. Problemas importantes. Lideres nocivos, para la comunidad: Recuerdo que durante algunos momentos, se presentaban problemas, principalmente económicos o algunos desacuerdos, entre grupos representantes de la comunidad. Pero se continuaba siempre luchando para obtener resultados positivos, que beneficiaran a todos por igual. Se tenía que convencer uno mismo de que la lucha siempre hay que darla, para seguir adelante. Alicia Díaz Alvarado Soy educadora Soy persona...soy educadora, Soy mujer…. soy educadora, Soy madre....soy educadora, Soy profesional…. soy educadora. En las diversas facetas que tiene mi vida, me doy cuenta que hay un común denominador que es mi papel de educadora… Nunca se termina de ser educador, esta es una tarea permanente, inherente a mi condición de persona, de mujer, de madre y de profesional… y posiblemente también de otros papeles que cumplo en mi vida. De dónde nace que yo sea educadora? Recuerdo ligeramente que cuando era pequeña acostumbraba jugar de maestra. Escribía en las paredes con los tallos de las plantas de china que había por todas partes. Estos tallos son muy húmedos, de ahí que se prestaban perfectamente para esta función. Además, siempre he pensado que la posición que ocupo en mi familia tuvo que ver en esta decisión. Soy la segunda de diez hermanos y este ha sido un factor determinante en mi manera de ver el mundo y en mi manera de relacionarme con los demás. Creo que fui educadora desde que nací, en el año 1954, porque ejercí una influencia de hermana mayor sobre mis hermanos menores, y en esos tiempos “ser mayor” significaba más que ahora y esa condición me otorgaba la potestad de ser educadora para con mis hermanos menores. Tengo ocho hermanos menores que yo, éramos diez en la casa y solamente uno de ellos era mayor que yo. Mis recuerdos me llevan a multiplicidad de situaciones en que tuve que mostrar a mis hermanos y hermanas cómo hacer algo, o bien, tuve que corregirlos, o tuve que protegerlos, situaciones todas muy ligadas a la profesión de educadora, aunque fuera en un sentido muy tradicional. Estoy conciente de que en mis juegos, elecciones, tareas y hasta en mis gustos hubo mucho de los estereotipos predominantes sobre lo que debía ser una mujer, papel que se acopla perfectamente con la elección de ser educadora. En esa época era común escuchar a “los mayores” -fueran padres, madres, abuelas, abuelos, tíos, tías o gente de la vecindad- sugerir a las mujeres que se hicieran maestras, que este era un buen trabajo para ellas, que les permitía casarse y tener hijos sin mayores problemas, es decir, atender la casa y la familia y simultáneamente trabajar afuera, pues sólo se laboraba en la escuela durante medio día. En mi caso hubo, además, otras razones, como el gusto por los niños, la facilidad para escribir y para memorizar los contenidos escolares, lo que provocaba que otras estudiantes me pidieran ayuda para realizar las tareas escolares, y mi buena disposición para hacerlo, lo cual algunas veces exigía estar anuente a dar repetidas explicaciones sobre un determinado tema o trabajo, a grupos de estudiantes. Mi vida familiar. Nos criamos en Zapote, distrito del Cantón Central de San José, lugar que pareciera urbano por estar cerca de San José, sin embargo, en esos tiempos era bastante rural, pues cumplía con las características que se han atribuido a los ambientes rurales: el centro de la comunidad tenía iglesia, escuela, plaza de futbol, unidad sanitaria, pulpería y cantina, había cafetales y áreas abiertas con pasto, con siembros y con árboles, las casas estaban esparcidas por el pueblo, con suficiente espacio entre sí, con amplios patios, a los que se llamaba también “cafetales” porque casi todas las casas contaban con una plantación de café en los terrenos en los que se ubicaba la casa, la población era escasa y toda la gente se conocía entre sí –además casi todos éramos familia, por un lado o por el otro-, y por supuesto, las relaciones que manteníamos entre los miembros de la comunidad eran muy cercanas . Yo siempre cogía café en los cafetales de mis familiares (hasta la fecha) y “arriaba” las vacas junto con algunas primas. Como había un gallinero en cada casa, acostumbrábamos recoger los huevos y alimentar las gallinas. También alimentábamos los conejos, gansos, patos, carracos, pericos, palomas, pues siempre hubo este tipo de animales en mi casa, con sus respectivos críos. Además del café, en los cafetales había guineos, limones dulces y limones ácidos, naranjas, toronjas, guabas, guayabas, cases, mandarinas, zapotes, bananos, mangos, guapinoles y otras frutas más, y según la época, nos correspondía ayudar a recoger y a veces a procesar las frutas, pues con ellas se preparaban frescos, jaleas, helados, o se consumían directamente en las comidas diarias. Mi madrina tenía varios árboles de achiote, de manera que también preparábamos achiote y cuando esto sucedía todo se manchaba para siempre. En este ambiente físico-natural mi vida fue muy rural. Pero también lo fue en términos más familiares, pues éramos diez hijos. Una familia de doce personas no es muy común en un entorno urbano, por eso, mi ambiente sociofamiliar también era rural. Crecí en una propiedad grande que perteneció a mi abuelo y que él dividió entre sus trece hijos. Todos vivíamos en la misma calle: tíos, tías, primos, primas, hermanos y hermanas, y por supuesto el abuelo y la abuela. Esta condición hizo que nuestras relaciones fueran aún más cercanas y que no tuviéramos la característica frialdad de un ambiente urbano. Crecí llevando “bocadillos” de lo que se cocinaba en mi casa para la casa de mis primos y trayendo a mi casa lo que mis tías enviaban de su propia cocina. Crecí esperando, cada tarde, a mi tío de al lado porque él traía confites o galletas para sus hijos y para nosotros, sus sobrinos, que también estaríamos ahí cuando él llegara. Este compartir permanente me llena de orgullo, pues me parece que es una de las experiencias que más me llenan y de las que más han marcado mi manera de ser. Nuestra vida se organizaba junto a la de los otros primos, quienes también vivían en esta propiedad grande que ante mis ojos no tenía divisiones, pues se podía transitar por entre los patios de las casas, sin sentir que se era extraño o que podía molestar a los tíos y tías que habitaban en las casas circundantes. Mi mamá, una mujer muy inteligente, siempre fue muy exigente y presionaba para que hiciéramos los trabajos asignados de la mejor manera. Mi papá, un hombre también muy inteligente, fue más apacible y combinaba su exigencia con una gran comprensión. Creo que todas estas presiones, que fueron bastante duras, nos obligaron a desarrollar resistencia, a ser fuertes ante las penalidades, a luchar y a seguir luchando cuando se presenta la adversidad. Mi vida escolar. Cursé la primaria en la Escuela Napoleón Quesada, en Zapote. La escuela estaba relativamente lejos de mi casa, casi a un kilómetro. Este kilómetro se recorre fácil a las siete de la mañana, y es mucho más difícil al mediodía y siempre había que caminarlo al mediodía. Había dos turnos en la escuela, unos docentes trabajaban de siete a doce y otros de doce y treinta a cinco y treinta aproximadamente. Los alumnos nos alternábamos en estos horarios. Siempre escuché que era muy buena alumna y me gustó la escuela: las maestras, las compañeras (no había compañeros en ese tiempo, pues ellos asistían en el otro horario), los recreos, las conversaciones, los dibujos, los trabajos de matemáticas, los trabajos de ciencias y español, … en realidad todo me gustaba. Mi tía era la subdirectora de la escuela, por lo tanto, mi comportamiento y mi trabajo, y el de mis hermanos y hermanas, eran cuidadosamente vigilados por ella y hasta nuestras maestras, sentían la presión de semejante vigilancia. Cuando yo hacía las famosas redacciones sobre las vacaciones, o sobre la visita al museo, o cualquier otro tema, mi maestra mostraba orgullosa lo que yo escribía y mi tía, más orgullosa todavía, comentaba con toda persona que se encontraba de lo bien que hacía yo las redacciones. Recuerdo ver pasar, de mano en mano, aquella hoja de papel. Doy gracias a mi tía Lilia por ayudarme a ser exitosa, ordenada y a construir autoestima a partir de estos trabajos escolares. Mientras yo cursaba la primaria construyeron el colegio en el terreno vecino. Sabíamos todos que ahí asistiríamos a la secundaria y nos daba cierto temor saber que pronto tendríamos que dejar nuestra escuela para trasladarnos a este otro lugar que se veía tan diferente. ¡Qué incertidumbre! Desde la escuela veíamos a la profesora de Educación Física dar sus lecciones, fuerte, enérgica, con autoridad, sin titubear, y eso nos daba más miedo aún. Se trataba de la Profesora Clemencia Conejo, quien posteriormente llegó a ser todo un personaje en la vida nacional, de reconocido prestigio por su seriedad, su compromiso y su trabajo tenaz y asertivo. Salí de sexto grado con buenas notas, sin embargo, en esos tiempos se dudaba si una mujer debía ir al colegio o no, “de por sí cuando se casara no necesitaba trabajar y si había estudiado, pues todo este estudio se desperdiciaba”. Tal era la idea que se manejaba al respecto. No obstante, en mis tiempos la reciente apertura del colegio y el cambio de ideas que ya se estaba gestando, facilitó las cosas para todas aquellas mujeres que por alguna razón teníamos problemas para estudiar. Yo tenía un cierto grado de problema, no porque en mi familia no quisieran que estudiara, o porque creyeran que las mujeres no necesitaban estudiar, sino porque en una familia tan grande había mucho trabajo y se necesitaba de mi colaboración. El colegio me quitaría todo ese tiempo que yo podría invertir en la casa. En aquel entonces había una extraña idea acerca de que el trabajo doméstico era más importante que todo lo demás: la limpieza, la cocinada, la lavada, el cuido de niños… todo esto se pensaba primero (para las mujeres, claro está) y luego lo demás: el estudio, la recreación, las amistades, la religión. Hice toda la educación secundaria en el colegio de la comunidad: el Liceo Rodrigo Facio. Muchos compañeros y compañeras quedaron en camino. Muchas veces he pensado en ellos, especialmente cuando se comenzó a dar gran importancia a la “dislexia, los problemas de aprendizaje, el déficit atencional” y demás denominaciones que han acompañado las dificultades de los estudiantes por alcanzar los estándares esperados en la escuela. Si estos conceptos hubieran existido, con la ayuda adecuada muchos de ellos y ellas hubieran culminado sus estudios. Marta Royo, Carmen Parra, Elieth Obando, Adita Mesén, Manuel Trigueros y Joyce Anglin son algunos de los nombres que aún recuerdo, profesores muy queridos, y a los que estoy agradecida por sus enseñanzas, por su trato humano, por su comprensión hacia nuestras “chiquilladas”, por su paciencia y su confianza, y por todo lo que esto generó en mí, conformando mi personalidad, mis valores, mi profesionalismo, mi sentido común y mi compromiso ciudadano. Mi vida universitaria. Aunque parezca muy superfluo, lo primero que se viene a mi mente cuando pienso en mis primeros años de vida universitaria fue la vestimenta. Las mujeres siempre usábamos vestidos o enaguas, era impensable vestirse con pantalones y menos para asistir a lecciones, situación que era bastante formal. ¡Cómo ha cambiado esto! Me encantó la universidad. A pesar de que escaseaban los recursos económicos para pagar autobuses, comer algo durante las horas que pasaba en la universidad, o para comprar libros y materiales, logré salir adelante con estas limitaciones. Asistí a la Universidad de Costa Rica, la única en ese entones. Como yo vivía en Zapote, no era tan lejos y muchas veces iba caminando, lo cual tomaba casi una hora, a veces bajo el sol, a veces bajo la lluvia, y otras veces bajo las tinieblas de la noche. Dichosamente no había los peligros que hay ahora en la zona. Me acostumbré a leer libros en la biblioteca, horas y horas en la biblioteca, pues no los podía comprar. Salía de la biblioteca cuando la cerraban, sólo así lograba avanzar y terminar a tiempo con las lecturas y trabajos. Por suerte, me habían pagado un curso de mecanografía cuando salí del colegio. Eso me ayudó en la realización de asignaciones, recordemos que no había computadoras en esa época. Casi todos los cursos que tomaba eran nocturnos, por eso fui acercándome a carreras que ofrecían esos horarios. Pensé mucho en estudiar Psicología, Sociología, Educación y también otras carreras, finalmente me decidí por estas tres, las cuales llevaba simultáneamente hasta que esto no fue posible y tuve que decidirme por terminar una de ellas primero. Terminé Psicología e hice las materias correspondientes a la parte de Educación, para impartir lecciones de Psicología contratada por el Ministerio de Educación, lo cual no hice nunca. Fui estudiante universitaria en la década de los 70 y esto significa mucho. Significa haber vivido la fuerza de los movimientos universitarios de la época, en un contexto de corrientes políticas polarizadas, con un clima de guerra fría que todo lo invadía. Estudiábamos mucho, pero también hacíamos actividades para desarrollar nuestra conciencia social y política, había denuncia pública, protesta por el orden establecido, huelgas, luchas sociales, análisis, discusiones, entre otros. La fuerza de la juventud, con sus características de innovación, aventura, justicia e idealismo, unida a la fuerza universitaria internacional. Una excelente combinación para el logro de una generación de profesionales luchadores, estudiosos, pensantes, críticos, valientes y beligerantes. Con este trasfondo tan enriquecedor, obtuve un Bachillerato en Psicología, posteriormente la Licenciatura respectiva, y años después, una Maestría en Estudios Interdisciplinarios en Psicología y Educación, esta última como parte de una beca que recibí para realizar estudios en la Universidad Estatal de California en Chico. Este último título fue toda una odisea: aprender otro idioma, pensar y vivir en ese idioma e interiorizar su lógica, trasladarse a un país extraño, asumir su cultura –con ventajas y desventajas-, montar una casa en esa cultura, atender tres hijos, asumir funciones de madre ante las situaciones escolares que mis hijos debían enfrentar, abandonar –físicamente- la familia extensa tan querida, sufrir, en otro país, los problemas familiares que estaban ocurriendo en el país propio (enfermedades, muertes y accidentes de seres queridos), reiniciar una vida de estudiante después de unos ocho años de no serlo, aprender a convivir con las computadoras y servirse de ellas, sentirse mal cuando no se logra o no se comprende algo a pesar de múltiples intentos, leer lo asignado y tardar tres horas en una página, escribir textos creyendo que están bien escritos y recibir miles de correcciones y muchas preguntas sobre lo que se quiso decir en diferentes partes del texto, permanecer en la biblioteca hasta altas horas de la noche sabiendo que los hijos necesitan la compañía que no se les puede dar, buscar un tutor para la tesis a sabiendas que no habrá voluntarios por lo complejo que es esto en el caso de estudiantes extranjeros…. y muchas situaciones más, las cuales, aunque fueron duras y posiblemente me afectaron en el momento, me ayudaron enormemente a crecer y forjaron cambios importantes en mi personalidad, en mi visión de mundo y en mi perspectiva profesional. Esperé unos años y nuevamente volví a estudiar, esta vez con la meta de tener un Doctorado en Educación con mención en Mediación Pedagógica, mi cuarto título profesional. Esta fue una experiencia de estudio completamente diferente a las anteriores. La edad, la madurez psicológica y profesional, la experiencia laboral, la estabilidad económica y familiar y el ímpetu de la superación constante, marcan esa diferencia. El Doctorado me cambió por completo. Los nuevos conocimientos iluminaron una perspectiva de la vida, de la naturaleza, del ser humano y de la educación que yo no había conocido antes. Me llevaron a valorar la vida en todas sus expresiones, “no matar” cobró un nuevo significado, pensar la vida es también pensar lo inanimado y lo inerte; la concepción de ser humano se amplió para ser visualizado en interrelación con todo lo demás que existe, la naturaleza tomó otro sentido y se conceptualizó como algo vivo por sí mismo, la ciencia incorpora el saber popular y se integra en saberes en los que las disciplinas, por separado, dejan de ser tan importantes. Estos y muchos otros conceptos novedosos me han hecho pensar y comportarme diferente ante la vida, ante Dios, ante las plantas, los ríos, las piedras, los animales, los fenómenos naturales y culturales, por eso, pienso que ahora soy una persona nueva, pues encontré una forma de pensar que armoniza muy bien con mis sentimientos más profundos. Mi vida laboral. A los veintiún años de edad comencé en serio mi vida laboral. Conseguir trabajo era difícil, parece que esta es una constante en todas las generaciones. Un compañero de universidad me recomendó venir con él a la Universidad Nacional, recién creada y desconocida por mi parte, para hacer una oferta de trabajo. No recuerdo el nombre de este compañero, pero siempre le he estado agradecida por haberme orientado en este camino. Cuando entrábamos en las instalaciones de la Universidad, nos encontramos a una persona que nos dijo que había espacio para impartir cursos en zonas rurales, de manera que nos recomendaba postular para zonas como Limón, Turrialba, Pérez Zeledón, entre otras. Yo escogí esta última y unos días después me estaban llamando para indicarme que me contratarían para impartir cursos en el Centro Regional de dicho lugar. Gracias, Don Manuel Vargas, por esta recomendación que me abrió las puertas en esta institución tan querida y en un campo que me ha deparado tantos aprendizajes y tanta sensibilidad social. Aquí inició mi trayectoria como docente rural. Esto ocurrió en diciembre de 1976 y desde entonces he realizado este tipo de trabajo en diversas modalidades, salvo algunos períodos en que desempeñé otros cargos universitarios. Entre las modalidades a que me refiero se encuentran: cursos en centros regionales, cursos en Heredia para estudiantes de zonas rurales, cursos en comunidades rurales para estudiantes que laboran es esas comunidades, asesoría a los estudiantes (docentes rurales) en sus lugares de trabajo (escuelas rurales), tutoría de tesis sobre temáticas en educación rural, proyectos de investigación y de extensión en comunidades rurales y cursos en los que se combina la virtualidad con la presencialidad para formar educadores rurales para las áreas rurales centroamericanas. Se aprecia que en mi caso, la experiencia ha sido vasta, lo que conlleva innumerables aprendizajes, el desarrollo de la sensibilidad hacia la condición de educador rural y el recuerdo de muchos alumnos que han estado en mis aulas. Para mí es importante saber que he contribuido con el hecho de que nuestras escuelas rurales tienen maestros con una formación universitaria. También es valioso saber que estas personas tuvieron que hacer grandes sacrificios y enormes esfuerzos para forjarse una formación universitaria: traer sus hijos a las clases, recorrer largas distancias para llegar a la universidad, solicitar dinero prestado para poder costear gastos de viáticos y materiales, exponerse a ciertos peligros, luchar por permisos laborales para estudiar, superar las dificultades que generan contenidos de alta complejidad, entre otros. Quizás lo más duro que experimenté en mi trayectoria docente fue la muerte de un estudiante que estaba a unas semanas de graduarse y que había mostrado una gran tenacidad por lograr esta meta. Cada semana, para trasladarse desde su casa hasta la escuela donde laboraba debía cruzar un río en un bote. Un día, cuando regresaba a casa, el río estaba crecido, el bote volcó y él no pudo salir. Mi reconocimiento a Antonio Bennet, cuya muerte representa cómo los maestros rurales arriesgan sus vidas en algunas de las situaciones que tienen que enfrentar. Muchas son las experiencias positivas que puedo señalar en este trabajo. Como soy optimista y me agrada la docencia, creo que casi todo fue positivo. Sin embargo, dentro de este todo hay algo que a mí me gustó sobremanera: las tutorías de tesis. Una tutoría de tesis es un trabajo que se hace junto a uno o dos estudiantes, hombro a hombro, por un período considerable de tiempo. Implica compenetrarse en un tema y en un grupo de trabajo, clarificar situaciones poco a poco, e ir paso a paso construyendo un proceso investigativo. La interacción es de tal naturaleza que se conocen los pormenores de la vida de cada estudiante, lo positivo y lo negativo: los problemas familiares, las carencias en cuanto a conocimientos previos, la falta de bases sobre investigación, las relaciones entre las personas involucradas en las tesis, las situaciones que causan atrasos en el trabajo, los gastos en que se incurre en el proceso y el sacrificio económico, y tantas cosas más, no solo académicas sino también sociales, familiares y de otra naturaleza. La sensación de ver el producto terminado y la felicidad en la cara del estudiante graduado constituye una gratificación inmensa y le da sentido al esfuerzo realizado. Durante mi desempeño en uno de los proyectos en los que laboré, muchas veces me pregunté si estaríamos haciendo el bien para estos hombres y mujeres jóvenes (en algunos casos menores de edad) que estábamos formando para ser educadores rurales. A estos los tomamos saliendo de secundaria y ellos aceptaron ser parte de este proyecto UNA-MEP que los pondría a trabajar en escuelas rurales y simultáneamente los prepararía para esta profesión, por un período de tres años. Mis dudas obedecían a sus sufrimientos, a las penalidades que los vi pasar en esos tres años, en los cuales debieron enfrentar las condiciones de escuelas ubicadas en comunidades muy alejadas, en las cuales no contaban con ciertos servicios básicos y menos con recursos y materiales para desempeñar su trabajo. Además, hubo soledad, frustración, privaciones, inseguridad y en muchos casos temor. Algunos cedieron ante estas condiciones, otros se mantuvieron y las superaron. No podemos culpar a los que se retiraron, quizás fue más duro para ellos y no por falta de esfuerzo, sino porque en algunas comunidades las condiciones eran peores que en otras. Pero sí debemos felicitar a los que se quedaron, a los que siguieron luchando por superarse, pese a las limitaciones, a los que hicieron lo imposible por adaptarse, a los que salieron airosos en este desafío. Hoy, veinte años después, mi duda ha quedado resuelta: los jóvenes que formamos se han convertido en profesionales exitosos, una parte de ellos ha ocupado posiciones importantes en el sistema educativo, tienen estabilidad económica y se han consolidado como docentes rurales que saben hacer su trabajo e incluso asesoran a otros docentes rurales. Conocer sobre el desempeño individual de estos estudiantes me hace pensar en el impacto que han tenido en cientos de niños y niñas, en otros docentes y en sus comunidades, durantes estos veinte años. Estoy satisfecha con la labor realizada. Creo que ha sido para bien, no solo para las personas, sino también para los alumnos, para las comunidades, para el Ministerio de Educación y para el desarrollo de la Educación como disciplina. Aprendizajes relevantes y reflexiones finales. Son muchos los aprendizajes que se pueden señalar, por eso, para efectos de esta narración voy a seleccionar algunos de ellos. Un ejemplo de lo aprendido es tomar conciencia de la poca importancia que se da a la Educación Rural, no sólo en Costa Rica, sino en general en el pensamiento social. Si de por sí la Educación tiene un rango social inferior a otras ciencias, con mucho más razón la Educación Rural, doblemente en desventaja: por ser Educación y por ser rural Además, llama la atención la gran cantidad de personas que no creen en la Educación Rural, que consideran que la Educación debe ser la misma para zonas urbanas y rurales y por lo tanto, que los docentes deben ser formados de manera idéntica. Nuestro punto de vista no avala esta posición pues, aunque reconocemos que existen coincidencias, también sabemos que existen diferencias que deben atenderse. Si afirmamos que la Educación debe responder a las necesidades de las comunidades y de sus habitantes y si afirmamos que las zonas rurales son diferentes de las zonas urbanas, entonces estamos afirmando que la Educación en estas zonas debe ser diferente, y por ende la formación de los educadores que la conducirán. En la División de Educación Rural nos hemos preocupado por la Educación Rural en el nivel primario, es decir, primero y segundo ciclos. La indiferencia de la División (del CIDE y de la Universidad) ante la ausencia de diferenciación para los demás niveles del sistema educativo, resulta un poco contradictoria, es como una “traición a los propios principios”. En la actualidad se requieren nuevos aprendizajes para ser educador rural, pues el contexto ha cambiado tanto que los “viejos” conocimientos, las habilidades y las destrezas educativas del pasado ya no se ajustan a las condiciones de la ruralidad, ni a los intereses y necesidades de los habitantes de las zonas rurales. Se deben tomar en cuenta la globalización y sus efectos en los sistemas productivos y en las relaciones sociales, los avances informáticos y su inserción en los ambientes rurales, los aprendizajes en línea como una nueva forma de aprender y de tener acceso a estudios universitarios, sin trasladarse largas distancias, las nuevas concepciones integradoras para enfocar apropiadamente el género de las personas en las situaciones de aprendizaje, la sociedad de la información y su influencia en la forma de aprender y de accesar conocimiento, y el fenómeno internacional y las migraciones que han dado lugar a concepciones más interétnicas y pluriculturales en Educación. Es decir, hay muchas cosas nuevas que no puede desconocer un educador rural. Como cualquier otro ámbito de estudio, la educación rural debe visualizarse en el contexto actual, con las características que tiene la realidad de hoy, tanto la realidad rural como la urbana. Sólo así podrá este objeto de estudio lograr, cada vez, mayores niveles de pertinencia, conforme desarrolle saberes actualizados sobre la situación cambiante en las zonas rurales, en sus habitantes, en las interacciones de las personas y en su cultura. Estos saberes solo se logran, se desarrollan y se interiorizan con investigación y divulgación. Como en cualquier otra ciencia, la investigación debe nutrir el quehacer científico, en este caso el quehacer educativo rural, situación que muchas veces obviamos. Todo cambia constantemente y los conocimientos del pasado no necesariamente son pertinentes y aplicables el día de hoy, por eso la investigación debe estar presente, para ayudarnos a contestar todas las preguntas, para señalar qué debe permanecer y qué debe cambiarse y cómo afrontar las tendencias actuales. Deberíamos tener varios proyectos piloto probando una y otra cosa en diferentes contextos culturales y educativos, deberíamos realizar estudios sobre los contenidos, sobre los y las docentes, sobre los métodos y materiales, sobre las situaciones que involucran padres y madres de familia, sobre las herramientas disponibles, sobre los efectos de las carencias, y muchas cosas más. Es decir, la investigación debe ser integral, comprehensiva y exhaustiva, de manera que brinde información amplia, que permita reorientar apropiadamente los procesos educativos en la ruralidad. Algo de esto se está haciendo, pero creo que debemos hacerlo todavía más. Otro elemento importante es la participación real de los padres y madres de familia, y en general de la comunidad, en el proceso educativo, lo cual debería ocurrir en todos los contextos, tanto rurales como urbanos. La participación genera pertinencia, atención a las necesidades particulares, y a la vez promueve coincidencia entre los esfuerzos que se realizan en la escuela y los que se realizan en el hogar. Es posible que en las zonas rurales sea más difícil conseguir esta participación que en las zonas rurales (motivado quizás por un menor índice educativo en la población y el desuso de las destrezas de participación), sin embargo esto no debe desestimular al docente, sino más bien reafirmarle el hecho de que ambos tipos de educación son diferentes y requieren procesos diversos. Si la educación es el medio por el cual la sociedad asegura que las nuevas generaciones se “socialicen”, es decir, asuman, reproduzcan y desarrollen la cultura, entonces, es de esperar que la sociedad dicte cómo debe ser la educación. Esto sólo es posible dando participación real a los miembros de la comunidad en la toma de decisiones sobre su propia Educación, de manera que la escuela forme al ciudadano que la comunidad necesita, con los valores, actitudes, comportamientos, destrezas y aprendizajes que esta comunidad necesita. Si sólo los educadores participan en esta decisión, el resultado es parcializado e insuficiente. En las zonas rurales, las condiciones en que se desarrolla la labor educativa son, por lo general, muy insuficientes. En casi todos los casos el equipo y el material didáctico es muy poco, es obsoleto y está muy deteriorado, y esto cuando existe, pues en muchos casos no existe. Por ello, para mejorar la educación rural hay que pensar en una inversión significativa en infraestructura, mobiliario, materiales y equipo, con lo cual se impacta la motivación y el rendimiento, tanto en el estudiantado como en el profesorado, y posiblemente también en la comunidad. Por último, cabe mencionar que en todos estos procesos no puede descuidarse el docente rural. Es importante brindar especial atención a los encargados de desarrollar estos procesos educativos, por la gran responsabilidad que descansa en ellos. Esto implica atender desde su selección hasta su formación continua, incluyendo su motivación, convencimiento y satisfacción con el trabajo. Igualmente deben atenderse sus condiciones laborales, para asegurar un buen desempeño. La selección de los educadores rurales debe ser rigurosa y exigente, e igualmente debe serlo la selección de los asesores supervisores que brinden apoyo en las zonas rurales. Las capacitaciones deben asegurar que los educadores y educadoras tengan iniciativa, creatividad, sensibilidad, amor por su trabajo, compromiso, conocimientos sólidos y valores firmes, con lo cual se generarán cambios que poco a poco van a mejorar la educación rural y la educación en general. En las reflexiones anteriores se plantean algunos elementos en los que se debe intervenir para mejorar la educación rural. Es de esperar que las acciones que se realicen en estos aspectos generen, en el mediano plazo, las modificaciones que se requieren en campos como la política educativa, la normativa vigente a nivel del sistema, el currículum escolar, la formación docente, los incentivos laborales, y otros componentes del sistema que tienen relación con la calidad final de la educación rural. Ahora que he hecho este recuento autobiográfico, quedo convencida de lo apropiado que fue este trabajo para mí. Además de que la vida me ha demandado ejercer interacciones sociales como las que le demanda a una educadora, lo mismo que orientar a otros en sus procesos de aprendizaje, también puedo decir que siempre he tenido un gusto enorme por la naturaleza, las plantas, los cultivos, las montañas, y por actividades como caminar y observar de cerca las curiosidades que hay en la flora y la fauna, en los paisajes, en lo grande y en lo pequeño, y además, me agrada la vida sencilla, lo más natural posible. Creo que todo esto conforma un grupo de condiciones que han favorecido mi desempeño como docente rural. Luissiana Naranjo Abarca El bosque suena retador y en medio, una escuelita como tomada de un libro de cuentos, rodeada de bromelias y pinos. Los insectos, los colibríes, los monos cara blanca, los perros de todas las razas y la neblina me reciben como los primeros curiosos del pueblo. Los seguiría contemplando día a día por varios años. Inspirada en mi abuela María Luisa, maestra rural de principios del siglo pasado, aún viva con sus 94 años y orgullosa por esa vena sanguínea de los Monge (Juan Monge Guillén y Joaquín García Monge) emprendí mi aventura docente hacia Monteverde, pueblito de cuáqueros y nativos mezclados con un frenesí de campesinos e inmigrantes. Ya había experimentado como misionera y alfabetizadora la vida rural tanto en la zona de los Santos y Garabito como en las zonas más despobladas de Nicaragua. Pero siempre al tomar la decisión de aceptar mi puesto como maestra rural, apareció la duda, el miedo por lo nuevo, la nostalgia de lo seguro, el desapego inicial de dejar tu familia, la territorialidad acostumbrada que a veces nos deja lo que llamamos hogar, ciudad, amigos. Pero después, cuando arrancas con paso firme y tu decisión a mano, la experiencia se vuelve tan espléndida que ya después volver a ser maestra de ciudad te deja un desacierto. Explico: A veces el espacio de un aula es lo que llamamos escuela, y escuela se vuelve un término tan ancho que el bosque y cada camino que le llega se vuelve escuela hasta el pedacito de aire que se respira. Tomar lista es preguntar si Toño anda todavía ordeñando, si Pepe dejó las botas a medio camino para jugar en el arroyo y si el agua estaba tan fría que Helena llegó con el buzo de dormir. Ahora sí, la clase… los cuadernos no tienen lado porque la garúa juega a escribir.- Y porque mi hermanita lo dejó caer en la taza donde se hace queso.- Niña, la tarea me la sé de memoria porque anoche la candela no era más que un trozo sin mecha y papá no pudo ir a comprar el sábado al pueblo hasta que le paguen la leche. Eso sí, la merienda es compartida porque en el campo sobran las guayabas, las tortillitas caseras y ganas muchas ganas…mi mesita siempre era prueba dulce de la sencillez por compartirlo todo. Programar la clase es graduar tu iniciativa, una espontánea idea por integrar un currículo de primero con tercero, de segundo con quinto, de todos con todos cuando la temática es humanidad. Llega la hora de correr en la plaza, de ser el lobo feroz en un rincón espeso de arboleda, la lección sigue y sigue con mucha risa, juegos, preguntas curiosas…no importa la inexistencia de libros, pupitres, zapatos y baños modernos. Los padres y madres son tus compañeros de lucha, dispuestos a todo, a levantar paredes, a organizar encuentros… Eres un centro de motivación, un dirigente con responsabilidad comunal. Existes para todos y por todos. Ser maestro rural es un camino de retribuciones. Recibes tanto que no sabes si eres tan digno de adoptarlas. Buceas tan dentro de ti para ser creativo, para llegar al corazón de un niño y dejar una palabra, un dibujo, un gesto impregnado en su memoria, que hace de un abrazo de un pequeño, la razón más importante de ser maestro. Digo, no fue fácil, viajaba cada quince días a San José, pensaba con ansias que extrañaría un poco el cine, la agenda cultural y el ruido citadino pero estaba luego allí y ya de vuelta extrañaba mi escuelita, el silencio de las 6 de la tarde y mi taza de chocolate caliente por el frío rutinario del bosque. Los besos de mis chacalines diciéndome elogios de los nuevos aretes que compré y de cómo estaban los últimos informes del estado de salud de mi abuelita. Llegan a ser parte de ti y dejas algo allí cuando tienes que irte. Es difícil adaptarse luego a la ciudad, a lo urbano…una complejidad con tejido social y de trabas estatales, pero qué queda, siempre serás maestro a donde estés y con quien estés. Mis “chiquillos” me siguen llamando, ya no son tan chiquillos, algunos me cuentan sus hazañas amorosas, sus triunfos empresariales, sus aventurazas académicas, cómo heredaron la finca, cómo me siguen recordando en medio de ese pasaje hermoso de mi vida como maestra rural. Óscar Valverde Acuña ¡Llegó el maestro! Las clases empezarían el lunes, pero llegué desde el sábado por la mañana. ¡Qué salvada, maestro! - me dijeron los del Patronato Escolar - Así nos ayuda con el turno; lo hemos organizado para recaudar fondos y hacerle frente a los gastos de la escuela. Luego de ponerme a las órdenes de la Comisión Organizadora, me encomendaron que les ayudara en lo de las carreras de cintas a caballo. Busqué, entre mi viejo maletín, un lapicero azul partido a la mitad, unido con cinta adhesiva e, inmediatamente, procedí a levantar la lista de los participantes. Ese fin de semana me dieron dormida en la casa, frente de la escuela, pero me advirtieron sus dueños que era una excepción y que el lunes buscara otro lugar. - Don, ¿usted va a ser el maestro mío? - me preguntó un niño como de nueve años. -Sí-, le contesté amablemente, pues yo sabía que la escuela era unidocente y, por lo tanto, impartiría desde primero hasta sexto año. - Baile usted con mi hermana - volvió de nuevo el niño aquel. -Este es mi maestro: -baile con él, le decía a su hermana, presentándonos entre tanto bullicio y música que hacía el conjunto musical que amenizaba el baile. Como nunca he sido nada bueno para asuntos de bailes, esperaba que hubiera una pieza romántica, pues era lo único que medio bailaba y, de esta forma, complacía al hermano de aquella linda muchacha. - ¡No se meta maestro!, ¡no se meta!. Me decía una señora acongojada y casi llorando. Era la mamá de la muchacha y, en un abrir y cerrar de ojos, se había armado un bochinche tremendo. Sillas y mesas por los aires, gente tratando de sostener al hombre de pelo largo y camisa negra. Los señores del Patronato Escolar, entendiendo la situación, se apresuraron a ubicarme en el sector de la cantina, junto al cajero y me explicaron que el escándalo lo originaba el novio de la hermana de mi alumno. ¡Tremenda embarcada! En el momento del recuento, el novio aludido, volvió a querer alzar problemas conmigo. Sin embargo, no fue necesario mucho tiempo para que él comprendiera que yo no tenía intenciones de complicarme y mucho menos por mujeres. Era mi primer año como maestro, apenas contaba con dieciocho años de edad e iniciaba mis estudios universitarios a distancia en los Planes de Seguimiento que ofrecía la Universidad Nacional. Me correspondió estudiar en el Plan Trece, bajo el convenio MEP-UNA. Pasé una semana sin encontrar quién me vendiera la comida y tampoco dónde dormir. Las razones que más recuerdo fueron: "si no viviéramos tan lejos de la escuela, maestro"; o bien, "si no fuéramos tan pobres"; pero la principal razón fue: "es que los maestros amarran el perro". ¡Por dicha!, en el lote de la escuela había un árbol de naranjas; allí engañaba mi estómago mientras completaba la dieta en la casa de algún alumno donde me invitaran a pasear. Con zacate estrella y un saco, hice un colchón y dormía en una choza que era bodega de la escuela. En todo lugar hay gente inteligente y servicial que nota cuando alguien tiene buenas intenciones. Después de la segunda semana de clases no me faltó comida; eso sí, pagaba puntual aunque tuviera que pedir prestado a don Eugenio, vecino de allá por donde me crié, pues el pago de gobierno me llegó algunos meses después. Corría el año 1982 y el primer salario fue de 4645 colones por mes. La matrícula escolar subió, entonces el Ministerio nombró un maestro auxiliar, persona que venía de la Meseta Central. Era un hombre bastante dormilón y lo hacía más de día que de noche, parecía que su misión era desintoxicarse un poco de los vicios capitalinos y ganarse algunos colones. Este maestro recién llegado no correspondía responsablemente con su trabajo: hubo semanas enteras que no llegó a atender a sus alumnos. Cuando tuvimos que asistir a una reunión de educadores del núcleo de Pilas de Buenos Aires, intervine para conseguirle un caballo bien aperado. Allá vendió la montura y por poco lo hace también con el caballo. Cuando llegamos al pueblo lo escuché decir que el río lo arrastró con todo y caballo, logrando, con dificultad, salvar el animal. ¡Casi se me cae la cara de asombro y vergüenza! Confieso que participé en la matanza del gallo de Mayela. Era un hermoso champulón que frecuentaba el lote escolar. Mi compañero Montiel había hecho amistad con algunos jóvenes traviesos del lugar que planeaban matar, disimuladamente, aquel gallo. Mi participación consistía en irme de paseo donde alguna familia vecina y no acusar a los robagallinas. Fueron honrados en dejarme el muslo y un pesar en la conciencia que aún cargo, pues resuena, como silbidos del viento en el ciprés, la voz de Mayela preguntándome por aquel gallo colorado. El día de pago Pagaban con giros de gobierno. Eran cartoncitos llenos de orificios con el nombre de uno y la cantidad de dinero que correspondía. El pagador llegaba mes a mes y había que hacer fila desde la madrugada, si se quería ser de los primeros en cobrar. Tío Rafa y don Gerardo Zúñiga se peleaban, por ser los primeros en la fila, cada día de pago. Los educadores de Pérez Zeledón hacían fila en la Escuela 12 de Marzo o en la Casa de ANDE. A los que laborábamos en Buenos Aires nos correspondía recoger el giro en la Escuela Rogelio Fernández Güel. Ese día se debía recoger aquel cartoncito perforado porque, de lo contrario, había que esperar una semana, mientras el pagador en gira cumplía su ruta que terminaba en Pagaduría Nacional. Recuerdo gran cantidad de anécdotas, pero quiero compartir la de Manolo. Era tiempo de invierno y los ríos crecieron demasiado. Manolo no pudo salir de los Bajos de Saveegre, a recoger su giro, antes del medio día. Le recomendaron que fuera a Buenos Aires, talvez, el pagador aún estuviera allí. Por último - nos contó – “al día siguiente recogí el pago en Ciudad Neilly; casi me toca ir a San José por la plata que a poco ni me alcanza para pagar los gastos en el viaje de persecución”. Para evitar esos contratiempos idearon entregar los giros en el Banco. Con esta forma de pagarnos tenía uno un mes para recoger el giro. Este recurso tampoco funcionó por la deficiente administración. Ahí en el Banco había que hacer dos filas: una para retirar el giro y otra para el cambio por el dinero en efectivo. El aglutinamiento de maestros, el poco espacio en la sucursal del Banco y la angustia, desgaste físico y mental, todo sumado a la pérdida del tiempo, hizo que al MEP se le ocurriera una alianza estratégica con el Banco Nacional, tal que, cada maestro abría una cuenta y le depositaban el dinero correspondiente a su salario. Nos resistíamos a ese cambio, pues era un gusto extraño ver el cartoncito con el monto y dialogar mientras se hacían las filas. Ahora vemos lo práctico que resulta este sistema y casi ni nos acordamos de aquellos tiempos de los cartoncitos perforados y de tantas anécdotas sucedidas allí en las filas. A Quiro Viales jamás se le olvidará cuando en una huelga del Magisterio, los participantes enfurecidos, lo acorralaron en la esquina de la Oficina Regional del Ministerio de Educación cantándole en protesta por el atraso del pago: "¿Quién tiene el giro?" - decían unos -"El giro lo tiene Quiro" - contestaba el coro del resto de huelguistas. En esa misma huelga a don Rafael Quijano le sucedió una anécdota bastante recordada: Como director de escuela no quiso ir a la huelga y repudió a sus compañeros que lo hicieron. Al término del siguiente mes a ningún educador le pagaron el salario, indistintamente que hubiera asistido a la huelga o no, pero cuando arreglaron el asunto del pago, a todos les llegó el dinero menos a don Rafael. Ironías de la vida... aciertos del destino...Después de aquella experiencia no faltó a las huelgas e, incluso, dicen que hizo una huelga él sólo, la ganó y nunca más le atrasaron su pago. Trino Trino asistía a primer grado. Venía desde El Bajo de Antolín. Era un niño aplicado y puntual, pero aquel día llegó tarde. Le pedí el cuaderno de tareas y, con mucha parsimonia lo sacó del bulto de cabuya; al igual que los demás cuadernos, estaba mojado. Mostré el cuaderno a sus compañeros para hacerlo sentir mal. Ellos se sorprendieron al ver un cuaderno tan feo. Trino soltó el llanto y sus mocos aparecieron también. Me di cuenta del error que había cometido como maestro y me puse de cuclillas junto a él. Tímidamente me extendió su mano y al abrirla observé las frutitas que aprisionaba con cariño. Me dijo con sollozos que venían desde el fondo del corazón: -Estos nances son para usté maestro. Cuando los estaba lavando en la quebrada, el bulto se me mojó. Caliche Caliche nunca fue bueno para el estudio, tampoco daba muestras de interés por el asunto. Lo que más disfrutaba, con todo gusto, era el momento del recreo. Sin embargo, le fascinaba colaborar en labores que requerían fuerza, como desaterrar los desagües, limpiar canoas o echar el agua desde la naciente ya que, cuando se taponaba la manguera, él iba rapidito a solucionar el problema. Por casualidad un domingo me fui a jugar fútbol con el equipo de la comunidad. Allí estaba Caliche, jovial y despierto. Como no llegó el árbitro, Caliche lo hizo por este y lo hizo muy bien. Al día siguiente, en la escuela, este niño era el mismo: tímido, desganado, hasta que llegara recreo. En ese tiempo no se trabajaban adecuaciones curriculares, como ahora se hace en aplicación de la ley. No obstante, a Caliche le llevé revistas de afición y luego comentábamos su contenido. Este niño creció en autoestima y me solicitaba las revistas y periódicos para compartir en casa con sus hermanos, luego venía explicándome el significado de las notas redactadas. Por su grado de mot-vación mejoró la comprensión lectora. Luego ganó con éxito las Pruebas de Conclusión de Segundo Ciclo que aplicó el Ministerio de Educación. Potencialidades Mi alumno Pancho... Nada bueno para el estudio, tampoco para jugar bola. Yo estaba seguro que si encontraba algo que hiciera bien podría motivarlo a que superara en las otras áreas. Los maestros han de tener cuidado de no lastimar a los alumnos. En cambio, procurar que afiancen su autoestima. Me atrevo a afirmar que si no asimilan conocimientos, pero desarrollan actitud mental positiva, pueden proyectarse para ser personas de éxito en la vida. Por dicha que a Pancho no le jalé las orejas ni lo ridiculicé. De haberlo hecho me hubiera metido en problemas años después; porque en un importante sitio de diversión se destacaba como cantante estrella de uno de los mejores conjuntos musicales del país. ¡Imagínense el ridículo!, si me hubiera pedido que cantara una melodía. Después de la teoría de las inteligencias múltiples sabemos que existen más de siete de ellas. Si no podemos descubrirlas en nuestros alumnos, por lo menos no les hagamos sentir mal cuando no se desempeñan bien en alguna de esas inteligencias. Linillo Para trabajar como maestro en Las Cruces de Chánguena en el año 1983 se necesitaba, además de valentía, aperarse bien con implementos como botas de hule, foco y un buen caballo reras de cinta. El único problema es que no era de buena medra. Su raza corriente no le daba dotes de sangre azul, pero destacaba mi Linillo por su inteligencia equina. Escuela sencilla, de madera por fuera y con alma por dentro. Allá la casa de Monchito; la de Roldán detrás de la arboleda. Arriba, después de la loma, vivían don Agustín y don Leovigildo. Los niños aparecían por entre los bosques que bordeaban el río y el camino a la Pata de Gallo. - Maestro: le mandó saludes mi hermana. Pasaba el segundo año de trabajar como educador y no me había hecho de novia. ¿Sería respeto al trabajo? ¿Serían complejos arrastrados o miedo a las mujeres?... - Maestro, por qué no se queda en mi casa, ahí, aunque sea pobremente, está más en familia. - me decía un buen vecino. Yo prefería quedarme en aquel aposento pegado a la escuela, compartiendo con las purrujas y los zancudos durante la noche. Escuchaba música, leía, escribía, tarareaba algunas canciones, hacía signos musicales con la guitarra y... era feliz... muy feliz. Chorosco Pilón significaba una ciudad, comparada con la densidad de población de los lugares donde había trabajado años atrás. Ahora contemplo ese pueblito de gente humilde y trabajadora incrustado allá en la parte alta de la zona de Chánguena y añoro la vida, la naturaleza y la gente buena que allí sabe vivir Vendí a Linillo y me compré la motocicleta Suzuki que apenas me sirvió tres meses. Con barro en el invierno se me hizo imposible usarla y tuve que caminar desde Paso Real hasta Pilón (16 Km.). Esa fue la razón por la cual compré a Chorosco, un caballo viejo, lento y feo; pero manso. Chorosco me ayudó a trasladarme, ya fuera para tomar el bus en Paso Real o ir los domingos a los lugares circunvecinos a jugar el campeonato de fútbol. A veces tenía que viajar en el vehículo que hacía el servicio desde Paso Real hasta La Bonga. Cayetano, el chofer, manejaba aquel carro de doble tracción que roncaba entre los pegaderos. Al bajarnos nos quitábamos el barro de los ojos, sacudíamos la camisa y los pantalones. Luego seguíamos caminando. Boquete Boquete es el nombre de una escuela que pertenece al distrito de Colinas. Si se entra por Boruca, la distancia es de 24 kilómetros. Por Palmar Norte el trecho es menor, pero el camino bastante escabroso donde abundan laderas y peñascos peligrosos donde, los más duchos, se atrevían a pasarlo a caballo. Al llegar a La Montura, me encomendaba a Dios y pasaba de cuatro patas. Cada paso que daba desprendía un poco de tierra y piedras que llegaban hasta el fondo del precipicio. La semana que hubo temporal salí por Caña Blancal. Fue por milagro de Dios y Junta de Angeles que no me ahogué cruzando el río. Al llegar a la Carretera Interamericana la motocicleta, que había guardado donde un vecino de ese lugar, tenía una llanta desinflada. En Palmar Norte me la arreglaron, pero a pocos kilómetros de allí la cadena, que impulsa los piñones de la moto, se reventó. Con púas de alambre la fui añadiendo hasta llegar a mi casa, mojado y temblando de frío. Los Herrera Siempre fueron amigables. Tenían guitarras y cantaban al anochecer, mientras saboreamos aguadulce o café con tortillas calentadas en fogón. Con tan sobresaliente camaradería, mi espíritu joven me hacía sentir en la mejor comunidad que pudiese haber. Toño Delegado de la Palabra, celebraba los rituales religiosos todos los domingos a las tres. Siempre había que estar, por devoción y por ver a la hija de Leonardo, ¡tan guapa!... Nunca supo que la admiré tanto... En la casita del maestro (choza de madera con piso de tierra) estaba acostumbrado a dormir sólo. Aprendí a matar serpientes y a vivir en paz. Había espacio para meditar, conversar con Dios y soñar. En la cantina Después de haber pasado algunos meses del curso lectivo en la escuela donde obtuve propiedad como maestro, me acerqué a la cantina porque llegué a saber que su dueño, padre de familia de unos de mis alumnos, no me quería, debido a que yo pregonaba en contra del licor. Quizá por eso a las personas de Pueblo Nuevo de Pilas les extrañó que el maestro, quien tanto criticaba a los que tomaban guaro, estuviera en la cantina. Estando en aquella circunstancia recordé la frase que mi padre decía: "nada es malo, nada… hasta que se convierta en vicio". Los humildes señores, entre babas y cabezazos, hablaron de todo y también me preguntaron por el estudio de sus hijos. Allí mismo me di cuenta de aquellos padres de familia que no asistían a las reuniones de la escuela. - Don, usted ha sido el mejor maestro que han tenido mis hijos, me dijeron algunos señores. En forma prudente me retiré de la cantina y volví a casa, pero en el pueblo se dijo de la borrachera del maestro. No culpo a tanta gente que hace caso a los chismes de la tía Mirta. El turno Había que hacer varias reuniones para organizar el turno. Se hacían las comisiones. A la primera que se conformaba le correspondía conseguir los permisos: en La Municipalidad, La Gobernación, el Ministerio de Salud, etc. Casi siempre era la misma comisión de la propaganda: cuñas por la radio, y carteles que se pegaban en las pulperías de los pueblos vecinos. Otros vecinos se encargaban de contratar el conjunto musical y coordinar el traslado... ¡Qué el carro se pegó! ¡Qué lleven yuntas de bueyes!... Nombrar cajeros, cocineras, comprar, matar y arreglar los animales (chanchos y vacas), preparar el menú, montar el rol de cocineras y jefas de cocina le correspondía a la comisión de la cocina. La que había que tener cuidado en constituir era la de la cantina: conseguir el licor, montar el rol de cantineros y cajeros. Había otras comisiones de gran utilidad como la de refresquería, compuesta por vendedores y cajeros, además, la comisión de rifas que debía velar por conseguir premios, series y vendedores. Pánfilo nunca se escapaba de formar parte de lo que tuviera que ver con deportes: realizar los retos a los equipos y la premiación, también los árbitros y hacer las llaves de juegos. Nevilio Barrantes tenía experiencia en carreras de cinta: buscar premios, realizar la inscripción, preparar la cuerda con las argollas y otras responsabilidades. El asunto de reventar las bombas casi siempre lo hacía Rafael Borbón, quien sabía utilizar el mortero y madrugaba a las 5:00 a.m., para mandar los primeros bombetazos, cual estornudos al cielo; los otros estallidos los hacía a las doce medio día. Una vez hechas las comisiones se nombraba el cajero general. Organizar un turno no sería tan difícil si la gente no fuera tan quisquillosa. Si fulano trabaja en la cantina, yo no trabajo - decía alguno - Si Ruperto vuelve a ser el cajero general, yo no me arrimo, decía otro. El lunes se hacía el recuento. Sumar entradas, rebajar salidas y apuntar los fiados. Todo el año nos pasábamos enviando notas a los que habían comprado fiado. No sólo la tía Mirta, yo también lo comprobé: El lunes siguiente al turno, Ruperto, el cajero general, salía con su familia a comprar ropa nueva. El río arrastró la moto Con Alfredo Barrantes me dirigí a Colinas. El río, en el Bajo de El Maíz, estaba muy crecido. Nos aventuramos a cruzarlo pero el agua nos arrebató la moto, la cual se atascó en una enramada. Con gran esfuerzo y la ayuda de un caballo la sacamos y la guardamos donde don Isaías García. Caminando llegamos hasta Colinas. Al día siguiente, de regreso, volcamos la moto llantas para arriba y le sacamos el agua. Una vez resuelto el problema del transporte y pringados hasta los ojos por el barro, llegamos a Buenos Aires a realizar el resumen del Congreso Pedagógico que organizó el Magisterio Unido. Moto sin frenos Andar sin luz en la moto fue común. En verdad que el asunto consistía en convenirse y viajar de noche lo menos posible, si acaso cuando había luna llena. Al quedarse la moto sin frenos, la situación era más complicada. Bajando San Antonio de Térraba me aconsejaron que le desinflara la llanta trasera y así la moto perdería impulso. Así lo hice y funcionó. Al llegar a la Interamericana se me olvidó el desperfecto y, adelantando urbanas en la recta de Palmares, me topé de frente con un furgón. Me quité para la derecha y al ver gente subiendo y bajando del autobús, en fracción de segundos, opté por lanzarme al zacatal a un costado de la Gran Hotelera. Cuando tomé estabilidad, entrando nuevamente a la carretera, escuché o imaginé que me decían: ¡Qué brutooo! No obstante esta y otras experiencias, como cuando quedé ensartado en las patas de un caballo, se dieron y ahora forman parte de los recuerdos. Andar con el vehículo en perfecto estado era casi imposible. Todo por ¿descuido? ¿falta de dinero? ¿negligencia? Los faroles Los desfiles de faroles han sido una actividad muy lucida y propicia para la interacción de la comunidad con la labor escolar; sin embargo, a algunos maestros y profesores no gusta celebrar esta efeméride, aduciendo que no es obligatoria. Importante recordar el significado de los faroles y de la Independencia Centroamericana en general, aunque en un desfile de estos nunca faltan los traviesos que tiran piedras a los faroles, a la escuela y a la gente que va en el desfile, es bueno seguir con esta tradición. Al maestro Juan Lizano se le ocurrió hacer el desfile de faroles a las diez de la mañana. Entre sus justificaciones indicó que es mejor asegurarse de realizarlo que correr el riesgo de la lluvia y de los traviesos tirapiedras. El maestro Lizano no dejó de premiar el farol más original, el más grande y el más vistoso. Al peso del sol, todos los faroles se veían como llamarones ardiendo tenaz. Sus compañeros lo molestaron diciéndole que eso lo hacía para no dejar sola a su linda mujer, en la noche de faroles. Sin complicaciones Siendo yo Director de una escuelita rural, vi como un compañero impartía sus clases desde el camastro en la casa del maestro, situada a un costado de la escuela. Allí llegaban sus alumnos a preguntarle: -¿Qué más hacemos maestro? Y él, con descarada naturalidad, les decía: -Copien la página que sigue, copien la página que sigue... y si terminan sigan copiando hasta que terminen el libro, y si terminan el libro cogen otro y continúen copiando. Un alumno aburrido de tanto copiar le indicó: -Maestro, es que lo que sigue es un dibujo. Entonces el docente, sin mirar al niño, dijo: -Está bien, hágalo o cálquelo. Dichosamente, actitudes como estas son esporádicas, destacándose, más bien, la vocación y el deseo por realizar el mejor trabajo por parte de la mayoría de. Linillo, mi bestia, era más que un caballo. Sabía acomodarse para que el jinete abriera y cerrara los portillos sin tener que bajarse de la cabalgadura. María Lucila Hernández Carvajal Nací en San José de la Montaña en aquellos tiempos en que este pueblo era una aldea pequeña y aislada, asilada de Barva, pues, no había carretera ni autobús, a principios de un mes de diciembre en 1935, en un hogar de gente sencilla, mi papá era un poco comerciante, agricultor y jornalero y mamá hacia el oficio de la casa. Soy la segunda de siete hermanos de los cuales solo mi hermano y yo estudiamos. Tuve una infancia de lujo en libertad de acequias, pozas, frutas silvestres, amigos y amigas que jugábamos, desde que empezaba el día hasta que se acababa, hasta en el tiempo escolar éramos felices. Hice la escuela primaria en una escuelita de dos maestros, con corredores alrededor, toda de madera, que lavaban de cuando en cuando, por lo que no había limitaciones. Mis maestros fueron esos pioneros que venían de Barva, caminando todos los días, en las buenas y en las malas; a veces los maestros se establecían en la comunidad y eran el elemento más importante, llevaban a bautizar y a casar a todo el mundo. Eran aquellos tiempos en que maestro le podía pegar al alumno y si no le daba el maestro le daba el papá, pero casi nunca sucedía esto. Nunca me visualicé siendo maestra, más bien quería ser enfermera, pero lo que había en Heredia era para Maestro Normalista, con un bachillerato con grado de maestro, obtuve solamente el bachillerato y de ahí pasé a la Escuela Normal, que era donde se formaban los maestros, en las aulas de la Escuela Normal enseñaban profesionales que habían sido maestros, era aquella famosa Escuela Normal, semillero de grandes maestros, entre ellos Don Marco Tulio Salazar y otros que también fueron excelentes, todos con alma de maestro. De ahí salíamos las legiones de docentes, que nos poníamos a buscar trabajo y no había porque éramos muchos. Como ahora había influencia política en el Ministerio de Educación, era el mismo desorden que hoy. Me inicie como educador en un pueblito al Sur de Desamparados que se llamaba Guadarama. Ahí me dejó mi papá en una tarde llena de neblina y me sentía en medio de la nada, esa tarde me hospedé en la casa de los maestros y cené aguadulce con pan; luego hice otro permiso en El Alumbre de Cartago, donde conviví con otra maestra que no tenía esposo pero sí tres hijos, y me encontré de pronto con la realidad de los maestros que viven en zonas alejadas y que pasan muchas necesidades. Mi tercera escuelita se llamaba La Pacaya, era unidocente, en ella trabaje siete años, me casé y viví muy feliz. Luego me trasladé en 1973, a la escuela de mi tierra, mi pueblo, que ya era de dos pabellones, varios maestros, con su director y puñado de niños, más de doscientos que ya no conocía, de este lugar salí pensionada en 1990. En las escuelitas de Desamparados conocí a esos personajes importantes de la Municipalidad, el Ministerio y otras instituciones, que llegan a las escuelas a hacer trabajos de observación, llegan y se van, con excepción de don Guido Barrientos Zamora, que era un papá, un amigo, un hermano y también un profesional. También conocí a hombres y mujeres de gran valor espiritual, respetuosos, cariñosos, que me enseñaron lo que es realmente la vida y acabaron de forjar en mí, un espíritu fuerte y sencillo. Con ellos aprendí a vivir de lo que uno tiene, con alegría, trabajando en el día y por la noche contando historias y oyendo la guitarra. Al inicio, esto me extrañaba y hasta me chocaba porque no era mi costumbre pero después las organizaba. En esas escuelas conocí verdaderos amigos que también me enseñaron lo que vale un maestro. Aquí en la escuela de mi tierra, también en términos generales, no tuve problemas, la relación con los padres es más impersonal, pero yo siempre me interesé, gracias a Dios, por conocer los hogares de mis alumnos y asomarme un poco a sus problemas y carencias. En las escuelas alejadas los problemas son múltiples, comenzando por los caminos, cuando estaba en La Pacaya venía al Ministerio de Salud a llevar medicinas y al Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes a levar libros sobre todo para los adultos. En las escuelas rurales recibíamos los libros de Alianza para el Progreso, que eran textos con defectos, claro, pero en general eran buenos libros. Los libros de lectura que daba el Ministerio de Educación o que compraban las escuelas eran realmente bellos, llenos de poemas con ilustraciones sencillas, pero unos textos muy hermosos. También enviaban a las escuelas leche y cereales entre otras cosas, que los niños comían encantados. Aquí en San José de la Montaña, me encontré con que los problemas los resolvía la Junta de Educación y el Patronato; la influencia del maestro era menor. En la escuela en que trabajé los logros eran muchos, los maestros sentíamos que los niños aprendían. Había docentes con capacidades especiales para lidiar con esos niños que aprendían de ninguna manera y que ahora llaman especiales. Me parece que la escuela tenía más satisfacciones que la de ahora. Tuve dos experiencias desagradables, una vez en La Pacaya, se me atragantó un niño con la sopa porque había un huesillo, nunca se me olvida que el papá me dijo: “yo mando a mi hijo a la escuela a aprender y no a comer, comida tiene en la casa”, por dicha nada le pasó al chiquillo. Mi otro mal recuerdo: para una Asamblea de la Semana de la Alimentación, me tocaba el motivo y yo no había preparado Floribeth León Nací en 1953 en Santo Domingo de Heredia, soy la tercera hija del hogar de Rafael León y María Elí Barquero. Papá fue chofer por 30 años, con eso nos mantuvo, a pesar de ser siete hermanos, siempre tengo buenos recuerdos. Para la Primera Comunión, siempre tuvimos ropita nueva y bonita, nuestra infancia fue muy linda y feliz. Papá no quería que las mujeres estudiaran y mamá siempre nos apoyó, somos cinco mujeres y dos hombres. Cuando terminé el bachillerato, entré a la Escuela Normal por dos años, para formarme como educadora, fue una escuela con muy buenas bases pedagógicas y éticas. En 1972 estuve en la Universidad Nacional de donde salí con un PT3. Empecé como maestra por una vecina, que me dijo que había escasez, entré por dos años, que me ubicaron y sentí que sí me gustaba la profesión. Siempre fui educadora rural. En el año 1974 me nombraron en Cascajal de Orotina en una escuela de tres maestros, durante un año estuve viajando cada ocho días en tren; ahí me acordé de algo que decía un profesor de la universidad, “la que se va para una zona rural encuentra novio, además cuando vienen, llegan hablando igual a las personas del lugar.” En 1975 fui a concursar para propiedad y recuerdo que estando en el Ministerio de Educación, una compañera de estudio y de circuito, me dijo que concursara por la plaza de Quebrada de Ganado, porque la escuela quedaba al frente de la calle principal por donde pasaba el bus y me vine a trabajar hasta que me pensioné. Desde que llegué a este lugar me sentí realizada, nunca añore trabajar en la ciudad. Aunque el bus pasaba por frente de la escuela no era fácil el transporte, a las siete salía el tren, llegaba a las doce mediodía a Orotina, a las doce abordábamos una barca para pasar por el río Tárcoles, porque no había puente, después un bus nos trasladaba de Orotina a Quebrada de Ganado, pasando por carretera rastreada, donde la gente venía con las compras, con calor y el bus lleno. Sin embargo me adapte. La primera vez vine a conocer con una tía, siempre me agrado; el mar, las personas humildes, amables y así empecé a trabajar en la escuela de tres maestros. El director era don Fernando Sancho y la esposa Maritza Rodríguez era maestra y yo. No había kinder, entonces, no había preparación y los padres en su mayoría no sabían leer ni escribir, entonces los niños se quedaban lo que lograban estudiar en la escuela, había muy poco apoyo de los padres en cuanto al estudio. Después de vacaciones de 15 días era como volver a empezar, tomaban al revés el lápiz y el cuaderno, a no ser de los niños aplicados y responsables que siempre hay. Siempre había esos que dan la talla, tanto que actualmente hay ingenieros, maestros, agentes de banco, los que trabajan en construcción son los que les costaba mucho el estudio. Entre los tres maestros había un acuerdo de ayudar, aplicando lo que hoy son adecuaciones curriculares, ayudaba a que pasaran con poco conocimiento, para que no se quedaran estancados. A veces hay maestros injustos que encasillan a estudiantes y no les permiten salir adelante, por ejemplo hay cosas pequeñas, pero significativas, yo no utilizaba la X de color rojo, sino que colocaba un punto para que el estudiante revisara y corrigiera su error, después lo revisaba y lo felicitaba, con solo eso los niños se ponen felices. Si cometí errores; una vez me di cuenta que un alumno estaba haciendo el examen y ayudándole a otro y le anulé el examen, el niño decía que él iba a salir bien, pero que por ayudar salió mal. Otro día recuerdo, que un señor muy machista, llegó a la hora de almuerzo a caballo y con machete en mano, a reclamar por una llamada de atención que le había hecho al hijo, pero yo supe controlar la situación, explicándole de buena manera. En otra ocasión, una madre me hizo llorar por tratarme mal, pero yo no tenía la experiencia que dan los años de trabajo. En esta comunidad hay muchas personas colaboradoras, tengo en alta estima a don Oscar Alpízar, este señor era de solvencia económica buena, adinerado, él no tenía estudio, sin embargo habla de toda su experiencia de vida con gran positivismo, siempre dispuesto a ayudar en la escuela y la comunidad, todos sus hijos estuvieron en esta escuela, tenían buenas bases espirituales y mucho espíritu de cooperación, lo que les ocasionaba problemas con los demás compañeros, por serviciales. Don Guillermo Tapia, abuelo de mi esposo y doña Guillermina, fueron los fundadores de este lugar y lucharon mucho por construir una escuela, pues lo que había era una galera, trabajaron en turnos con lo que construyeron la primera aula y siguieron, construyeron otra aula más cómoda y de madera, además donaron el terreno de la escuela, la iglesia y el cementerio. José María Sandí, conocido como “Pipo”, casi todos los años estuvo en el Patronato o la Junta de Educación, muy colaborador. Organizaba dos turnos por año. Los educadores trabajábamos en la cocina, en ese entonces nos teníamos que involucrar desde el principio hasta el fin. Eran actividades bonitas, diferentes, a veces tuve que trabajar en la cantina y siempre hay hombres machistas que se mostraban ofensivos decían “cantinera” y se reían. Entre los problemas con los que me encontré, estaban las falta de espacio en las aulas por el crecimiento de la matricula, entonces, se construyeron dos aulas con ayuda de Municipalidad, la Junta y los turnos se soluciono el problema, otra cosa eran los niños que no tenían uniforme, entre los mismos de la escuela se le ayudaba. Otra dificultad era el poco apoyo de los padres, lo que hacía de las tareas una labor difícil, para los padres la educación era poco importante y un trabajo solo de los maestros, en aquellos momentos no se exigía el uniforme porque no había conciencia en los padres, poco a poco se fue concientizando y se lograron acostumbrar. Teníamos a cargo la preparación para la Primera Comunión con el catecismo y se les ayudaba con la ropa. Con algunos padres le comprábamos la tela y la costurera les regalaba la costura. Son muchos los alumnos inolvidables entre ellos Rónald Delgado tenía impedimento mental y todo lo rompía, una vez se llevó todas las notas, milagrosamente esa vez no le había hecho nada, a pesar de esto logramos que leyera y escribiera, era de educación especial, ya murió a la edad de 25 años, siempre tenía el silabario, siempre estando enfermo, lo fui a ver y tenía el silabario. Frustraciones no tuve, no me enojaba, el director me decía qué como hacía para no enojarme con los padres de familia. Entre los recuerdos más significativos recuerdo a dos niños que tenían edad para estar en tercero, sin embargo, estaban en primero, pues no habían aprendido a leer ni escribir, tenían estrabismo, un problema visual. A la escuela llegaba un dentista y hablamos con él, la esposa del chofer que lo llevaba trabajaba en el Hospital de Niños, entre ella y yo gestionamos que los atendieran allá, claro primero hubo que convencer a la mamá, después hacer rifas para sacar la plata para los pases, lograron que los operaran, aunque no siguieron estudiando algo logramos. En mi trabajo como docente aprendí que el maestro es padre, madre, doctor porque teníamos que aplicar los líquidos que nos daban en el Ministerio de Salud para los piojos y aplicar el flúor en los dientes para evitar las caries, además somos confidentes en los problemas familiares, alcoholismo y otros. Se aprende a trabajar con pocos recursos no había biblioteca, lo único era los libros de ROCAP y los silabarios que compraba el Patronato Escolar, recuerdo que algunas veces hablaba con padres que si podían para que compraran pupitres o libros. En ningún momento he añorado ser maestra urbana, ser maestra rural ayuda a ser más humano, solidario y colaborador a mi siempre me buscan, para redactar cartas de recomendación, solicitudes de operaciones para no tener más hijos, para solicitar pensiones y para que les ayude en tareas de la escuela y el colegio. La educación actual recarga al alumno con actividades para la casa que son los padres de familia los que terminan haciéndolas, las materias especiales recalcan y no se esta logrando nada, lo podemos ver con el bachillerato, no sirve, yo siento que el Sistema Educativo debe dar un giro, los que hacen los exámenes de bachillerato son educadores de oficina, no saben de necesidades económicas de los niños y jóvenes que se ven frustrados y hasta ahí llegan por una materia, casi siempre matemáticas. Se debe concienciar la educación para que muchos muchachos no se queden sin bachillerato. Las principales limitaciones que se enfrentan en las escuelas rurales es que no hay mobiliario, tecnología y biblioteca para realizar tareas. “El alumno que quiere estudiar, estudia en cualquier condición, mantiene el interés y alcanza metas”. Manuel Rojas Vílchez Nací en la provincia de Heredia, en el año de 1944, a seiscientos metros del parque central, en el barrio Corazón de Jesús, conocido antes como la “India”. Soy hijo de José Joaquín Rojas Castro y Teresa Vílchez Loaiza, el tercero de ocho hermanos. En el año de 1952 ingresé a la educación primaria en la escuela Cleto González Víquez. Mi primer año escolar marca una pauta muy significativa de vida, pues su maestra, cuyo nombre no recuerda, nunca entendió que estaba frente a un niño hiperactivo, con marcadas manifestaciones de inseguridad, no dándole la atención profesional que correspondía, aspecto que causo en aquel niño un repudio hacia al estudio, razón que pesó en el rendimiento escolar. No obstante recuerdo con mucho cariño el afecto y el profesionalismo de dos educadores: Marina de Dallanesse y su hija Edelvais Dallanesse quienes me imparten lecciones hasta el cuarto año y se constituyen en las docentes posibilitan en lo sucesivo el camino al éxito laboral y profesional. Posteriormente mi padre vende la propiedad donde vivíamos y se trasladan a un lugar cercano, los Ángeles de Santo Domingo de Heredia, allí en la escuela Cristóbal Colón, bajo la guía del educador Miguel Valerio, obtuve el Certificado de Conclusión de Estudios Primarios. En 1964 ingresé al Liceo Nocturno Alfredo Gónzalez Flores, donde obtuve el Bachillerato en Ciencias y Letras en 1970. Mi anhelo desde niño era convertirme en aviador, deseo que se truncó por razones económicas, y me vi obligado a incorporarme al mundo laboral en la rama de la construcción. Tiempo después, conociendo que algunos amigos, con su bachillerato optaban por una plaza en el campo educativo toma la decisión de dedicarme también a la docencia nacional. Ser educador se convertiría en mi gran pasión. Obbuve el título de docente en la Universidad Nacional, a través de un convenio suscrito con el Ministerio de Educación para bachilleres en servicio de la docencia. Inicié mis labores educativas en las escuelas Remolinito de Sarapiquí Arbolitos de Sarapiquí Trinidad de Sarapiquí Los Ángeles de Sarapiquí 1970-1971 1972 1973 1974 PP2 PP2 PP2 PP2 Por razones especiales me veo obligado a buscar plaza en otra zona y es así como llegó al cantón de Talamanca de Limón, y laboré en las escuelas Bambú de Talamanca Shiroles de Talamanca 1975 1976 PP2 D1 Bribrí de Talamanca Volio de Talamanca Aquiares de Turrialba San Luis Gonzaga Puente Salas, Heredia Braulio Morales 1977 D1 1978-79 PP2 y 1980 D1 1981-84 D1 1985-86 D2 1987-93 D2 y D3 1994-95 D5 Nota: 1. PP2 significa maestro único con los seis niveles o grados y la población estudiantil puede ser de veinte a cuarenta niños. 2. La D1 significa dos maestros o más y el recargo de la dirección, la población estudiantil de 41 a 175 alumnos. 3. D2-D3-D4 y D5 es director administrativo y técnico docente. Como educador rural mantuve una linda relación de trabajo social con diferentes entidades estatales como: los encargados de las enfermedades como la malaria, Salud Rural, Guardia Rural, trabajadores de MOPT, la jerarquía del MEP y otros. Por lo general los maestros se convierten en líderes comunales y los encargados de sobresalir en la Junta de Educación, Patronato Escolar, Comités de Deportes, la Asociación de Desarrollo y otras organizaciones. Estos grupos organizados, por lo general se identifican mucho con la escuela de la comunidad ya que esta se convierte en su centro, el educador por ende es el agente multiplicador, orientador, es guía, en muchas ocasiones es el secretario de los grupos organizados, estos líderes comunales son personas con muy buena expresión oral, pero con el uso de la expresión escrita sí tienen problemas ya que en algunos casos encontramos líderes analfabetos. La problemática más importante que encontré fue en la mayor parte de infraestructura y mobiliario, en algunos casos no existía el aula, en otros casos, no había donde viviera el educador o los educadores y en casos existía carencia de ambas circunstancias. Se buscaban diferentes alternativas para darles soluciones: Se organiza las fuerzas vivas y las donaciones de materiales de comunidad madera, mano de obra y otros materiales. Aporte estatal de aulas prefabricadas, mediante las actividades deportivas y culturales se recaudaban algunos dineros, para sufragar gastos, o aporte de mano de obra no calificada en construcción de un aula. De igual manera se les hace la invitación a los padres de familia y voluntarios para la limpieza del terreno escolar y el campo de deportes. La frustración más grande fue cuando llegué a Remolinito con esperanza de encontrar una estructura de centro educativo y lo que encontré fueron arbustos y un pastizal altísimo, entonces trabajaba en la sala de una pequeña casa con muchas incomodidades, en ese mismo lugar dormía y me alimentaba. Laborando en la zona indígena, en Bambú, los educandos de primero me hablaban en Bribri, lengua que yo no conocía, acudía a los niños de otros grados para poder responder, por lo que logré aprender un poco de ese lenguaje, compartí con ellos las actividades como la Chichada, la junta familiar, etc. El chasco más feo fue compartir la chicha, un recipiente grande donde estaba la chicha y un guacal, tomaban la chicha e introducían el mismo guacal en el recipiente para extraer más, sin lavar el guacal y pasaba de boca en boca y lo peor es que en esas actividades participaban los alumnos más grandes. El éxito esta en ver algunos de aquellos estudiantes como educadores indígenas y en puestos superiores gubernamentales. Los mejores recuerdos y satisfacciones que tengo son varios: Luché fuertemente porque el alumno recibiera la mejor educación. Procuré que el educando se sintiera agradado, que se sintiera parte de la educación. Traté de que el educando, la escuela y la comunidad se encontraran unidas. Motivé al alumno para que surgiera en el campo educativo. En la infraestructura como me costaba estar saliendo a San José, aprovechaba las vacaciones para gestar la donación de aulas y en otros casos para legalizar los terrenos ya que algunos de ellos fueron dados de boca sin documentos legales. En 1978 adquiero puesto en propiedad en el centro educativo Volio, institución con una característica especial, pues en ella participaban culturas diferentes: afrocaribe, indígena y la de emigrantes del Valle Central y parte de cultura guanacasteca. Siendo la licenciada María Eugenia Dengo, Ministra de Educación, se implanta un proyecto o un plan piloto “Adecuación Curricular a la Instancia Local”, el cual era coordinado por la UNESCO, tomando una institución por cada región en que se encuentra dividido el país, por ejemplo: Región Huetar, Región Norte, Región Oriental, Región Occidental, otras. Cada región consta de varias comunidades con iguales características. La escuela Volio representó a la provincia de Limón en ese proyecto, que para mí concepto era un proyecto revolucionario, con gran madurez en la comunidad y la integración escuela-comunidad y el desarrollo-comunidad- escuela. ¿Cuál era el objetivo de este proyecto? Participar toda la comunidad en forma grupal organizada, jóvenes, alumnos, padres de familia e instituciones gubernamentales que existieran en la comunidad. Revolucionario: era el despertar de la comunidad, el tomar sus necesidades y problemas y llegar a la escuela para formar una adecuación curricular en búsqueda de objetivos y metas de aprendizaje con una evaluación y retroalimentación de los mismos. Un logro de este proyecto, se obtuvo con por medio del señor Isaac Cascante, quien dona una hectárea de terreno, el señor Athman Ortiz, alto funcionario gubernamental, aporta dos aulas, la comunidad aporta mano de obra no calificada, el gobierno local aporta material para la casa del maestro, se llevó agua entubada a la escuela desde una naciente. La educación como tal ha tenido relevancia internacionalmente. Costa Rica es un país que se dice tener el menor índice de analfabetismo, lo cual si nos adentramos en el sistema educativo lo veremos con algunos tropiezos: La formación pedagógica de hoy ha variado a la de épocas anteriores La mística del educador ha variado en gran escala Muchos educadores han tomado el sistema educativo como puente económico para buscar otra profesión. La política ha llegado a meter las manos en la educación, lo que lleva a cada ministro a poner un parche más o eliminar lo que el anterior gobierno llevaba a cabo sin evaluar si era bueno o malo. Los muchos parches que se adhieren al sistema educativo: cambio del aprendizaje a los documentos Las altas autoridades se han encargado de manatiar al docente con el prestigio, el libertinaje en el estudiante La educación rural siempre ha sido marginada en todos los aspectos, a pesar que se habla de una educación de igualdad de derechos y deberes, por otra parte esta educación tiene que adaptarse a una estructura verticalista y un sistema de pirámide, uno piensa y el resto actúan. La educación rural puede aportar mucho a la educación costarricense cambiando las amarras: las pruebas de sexto y noveno año, esto no es un indicativo de que la educación mejora, es lo contrario se preparan educandos para una prueba; cuando a la educación rural se le brinden las mismas herramientas que la urbana, cuando la planificación escolar se dé desde el escritorio de la escuela y no desde el escritorio del jerarca. Nota: Soy amante de la educación sin ataduras y sin parches. Soy amante de la educación con libertad pedagógica. Soy amante de la educación que individualiza y no de una educación como fábrica de queques con el mismo sabor, el mismo peso, menos del mismo color. Soy amante de la educación cuando hay participación de la comunidad-escuela, escuela-comunidad, con una enseñanza exitosa, donde el reloj, la campana o el bus no eran tan importantes como el aprendizaje del educando. Pobre entré a la educación, pobre salí de la educación, pero enamorado de ella. Consejo al educador en formación: “Si vas en busca de capitalizar, cambie de profesión, pero si vas por vocación, adelante que los niños te esperan” Flor María López Solís Nací en el año 1944, en Heredia centro. Tenía cuatro años cuando se dio la guerra del cuarenta y ocho, en este entonces mi papá fue apresado por un “Viva Pepe Figueres”. Me contó mi madre que fue una época muy cruel, ella tuvo que irse a casa de sus suegros para poder sobrevivir ya que tenía cuatro niños y el rancho ardiendo –dijo Petra. Ahí también fue difícil, pues el suegro tuvo que huir hacia la montaña para no ser capturado, a la vez de que los costarricenses bandoleros llegaban amenazándolas y atemorizaban a los niños, registraban todo, se comían lo que encontraban, se burlaban de mi abuelita que era ya una viejita, entre muchas cosas más. Yo crecí entre trece hermanos; seis hombres y siete mujeres. Éramos una familia acomodada, vivíamos del café, mi papá administraba las fincas de mi abuelo Dolores López y de mi tío Manuel López; cogíamos café durante la época de cosecha, también realizábamos otros trabajos de cafetal. Pasaron muchos años, en cada uno yo anhelaba estudiar para maestra, también era el sueño de mi madre que sus ocho hijas fueran educadoras. Cuando terminé los estudios de primaria luché para que mi papá me dejara ir al colegio, él decía que la mujer no necesitaba estudiar, pues luego se casaba y el marido tenía que mantenerla, opinaba, que él no iba a poner altar para que otro diera la misa. A pesar de todo logré ir al colegio, por cierto al Liceo Alfredo González Flores de Heredia, inicié de día y terminé en el nocturno a causa de la mala racha que pasábamos cuando mi papá hipoteco la pequeña finca con nuestra casa, de la cual debíamos salir. Haciendo esfuerzos desperados, papá logró conseguir un arreglo con un hacendado, para que le pagara la cuenta a cambio de las cosechas enteras de café hasta que le pagara la deuda por completo, fue este el principal motivo por el que siendo yo una joven tímida y nerviosa, me marchara a trabajar como maestra en la zona de Quepos, pero me sentía orgullosa de poder ayudar a mi familia a salir adelante y más aún, de lograr la meta que me había propuesto, como lo era ser una maestra. Llegué a la Supervisión, siendo una estudiante de quinto año porque no había obtenido el bachillerato porque debía tres materias, era una situación bastante incierta para mí. El señor supervisor me preguntó si tenía experiencia, qué conocimientos y herramientas traía, mi respuesta fue –no traigo nada, solo el deseo de trabajar-. Fue entonces que el supervisor me explicó cómo trabajar, me dio material y me envió al lugar donde iba a laborar. Este lugar se llama Finca Llorona, de la que tengo los mejores recuerdos y las más gratas experiencias. Finca Llorona es un pueblito que se constituía por un cuadrante con unas 50 viviendas hechas por la compañía bananera Standard Fruit Company de Costa Rica, un comisariato donde se conseguía lo básico para subsistir, una plaza grande y la escuelita con tres aulas, mitad madera y la otra de malla, techo de zinc, el personal estaba integrado por el director y dos docentes. El cultivo predominante era la Palma Africana, ahí había una planta procesadora del fruto de la palma, los trabajadores de la planta eran holandeses. Se hace importante destacar la ayuda que ellos ofrecían a los niños con donaciones de alimentos, útiles escolares, entre otros. Sostuve muy buenas relaciones con los holandeses y sus familias, ya que sus hijos fueron mis alumnos. Los niños de esta comunidad eran lindos en su forma de ser, igual a sus papás, con ellos viví momentos muy felices, los visitaba y aún los recuerdo con cariño. En ocasiones deseo volver a vivir estos momentos en esa linda comunidad a pesar de que trabajé en muchos lugares o comunidades buenas, sin embargo, la que me dejó grandes recuerdos es la comunidad de Finca Llorona en Quepos. En este lugar se dieron mis primeras experiencias como educadora, en muchas oportunidades lloré porque me daba pena que me corrigieran, por ejemplo, las notas de los niños no se entregaban hasta que las revisara el supervisor por si había algún error y esto me sucedió en una ocasión, porque en ese entonces no se calificaba con números sino con letras, por ejemplo, Bueno (B), Muy bueno (MB) y Excelente (Exc), entonces yo escribía (mub), como solo se utilizaba la letra cursiva se veía como muz y el supervisor me los corregía. En realidad, esta fue la mejor experiencia que me pudo haber sucedido en mi vida profesional, así fue como aprendí y me formé, porque todas las semanas me visitaba el supervisor, revisaba documentos como el diario de clase, me evaluaba a través del grupo, dejaba su hoja de visita con la calificación, con las apreciaciones y observaciones correspondientes para mejorar el rendimiento académico. Cuando había que confeccionar material, hacer carteles, entre otras cosas, tenía que cumplirse a la par de su metodología y experiencia, sufría tratando de hacer lo mejor posible, me sacrificaba, algunas veces recibía críticas de los compañeros, pero todo eso me sirvió luego cuando llegué a la Universidad Nacional a los cursos de verano, ahí valoré todos los aprendizajes que había adquirido en el ejercicio de mi labor como educadora y por eso no me fueron difíciles los tres años de carrera y salí adelante, pues sabía mucho de metodología, de planeamiento, también poseía mis propias estrategias de para poderlas aplicar en la enseñanza. La educación rural era un tanto difícil en áreas como la información, comunicación y medios para conseguir materiales de apoyos didácticos, etc., pero en cuanto al espacio, entorno para desarrollar las lecciones, no lo cambio por las comodidades de la zona urbana, el trato, la sencillez, humildad, cariño y respeto de los niños, padres, madres y la comunidad en general hacia el maestro es muy especial. Los niños jugaban al aire libre, respiraban aire puro, no se encontraban encerrados como en la mayoría de la escuelas urbanas que tienen que jugar, correr, gritar en los corredores dentro de la institución. En aquel entonces, los padres no valoraban la educación como el derecho que todo costarricense tiene, algunos niños se veían privados de este derecho tan importante para sus vidas. Algunas personas hacen distinción entre la educación que se imparte en la zona rural y en la zona urbana, sin embargo es la misma solo que, con mayores esfuerzos, por las condiciones en las que se trabaja, las grandes distancias de los hogares a la escuela, por el trabajo, los fenómenos de la naturaleza se convierten en tremendos obstáculos porque se crecen las quebradas y los ríos. La educación rural al igual que la urbana forma personas sanas, concientes de sus deberes y derechos, además, esta educación es un ejemplo porque se realiza a puro esfuerzo, luchando contra muchos obstáculos, pues no todo está al alcance de las manos, aquí se forjan valores de entrega, unión, esfuerzo, amor y de mucho interés por estudiar. Una de las anécdotas que vienen a mi memoria, se lleva a cabo en una escuelita a orillas del río Sarapiquí: Una mañana llegó una colega para ir a matricularnos a la UNA, era el último día de matrícula, por lo que despedí a los estudiantes y corrimos, no era día de bote y debíamos pasar al otro lado del río y caminar hasta Puerto Viejo para alcanzar el bus para San José. De pronto llegaron dos niños con una panga y nos hicieron el favor de pasarnos al otro lado del río, cuando íbamos caminando se escuchaba un motor que venía, y mi compañera se devolvió a pedir que nos llevaran, yo corrí detrás de ella y resbalé desde la ladera hasta tocar el agua, lo que me salvó de caer al agua fue el yate que nos estaba esperando, todos gozaron y me preguntaron que esa era la forma en que yo saludaba, me apené mucho y subí al yate con el rostro enrojecido porque tenía en el trasero una torta de barro, me pusieron un periódico para sentarme con mayor tranquilidad. Otra anécdota, sucedió en Pocares de Parrita, cuando me disponía a limpiar la pizarra observé que el borrador se movió cuando lo iba a coger, muy asustada llamé al director, él lo alzó y para sorpresa de todos encontramos a una culebra amarilla bien arrolladita, eso me impactó tanto que jamás lo olvidaré. Entre algunos de mis recuerdos sombríos, se encuentra la última escuela en la que laboré por 13 años, tuve varios problemas con un persona de la Asociación de Desarrollo Integral de la Comunidad, se entrometía en los manejos de la institución, desviaba donaciones que recibía la escuela, entre otras cosas, gracias a Dios pude solucionar los problemas y salir adelante. El recuerdo más triste de esta escuelita me llena de dolor, es el fallecimiento de un alumno de sexto grado, que terminando el curso lectivo, le ayudaba a su papá a repartir leche, iba a caballo , cuando llegó a su destino, trató de bajarse del animal, sin embargo este se asustó antes de que el niño pudiera toca tierra y se desbocó corriendo con el niño colgado de un pie sobre la carretera de piedra suelta, nadie pudo detenerlo, hasta que se detuvo de cansancio con el muchachito casi muerto e irreconocible no le había quedado ni un poquito de su piel en buen estado, daba compasión verlo, a causa de sus lesiones permaneció pocas horas vivo, todavía siento un dolor profundo como el de aquel día. En una de las fotos que adjunto a esta biografía está el niño en la clase de agricultura, es el que tiene un rastrillo. En otro momento, en la supervisión me sentí acosada sexualmente, cuando se me propuso una cita amorosa a cambio del nuevo nombramiento para el próximo curso lectivo, lo que no acepté, preferí perder mi trabajo a sabiendas que era necesario permanecer empleada, hubo un fuerte diálogo y logré mi nombramiento sin dañar mis valores. Recuerdos inolvidables Cuando tuve que partir por primera vez a Quepos, lo hice en avioneta, era muy lindo, pero a la vez me daba horror porque esas avionetas se caían constantemente, a pesar del temor debía hacerlo durante el tiempo que trabajara en ese lugar, el cual se prolongó por cinco años, a Dios gracias nada me ocurrió, no obstante, presencié varios accidentes: la esposa de un holandés, madre de uno de mis estudiantes sufrió un accidente, la avioneta en que venía se cayó en un charral, salió ilesa... y así vi otras caer con gente fallecida. El aporte que la educación rural da a la educación costarricense es la esencia misma de la educación, es ejemplar por los valores que aporta a los niños y a la comunidad en general. Viviana Solano Torres Maestra rural Las Letras. Alajuela Nací en el hospital de Naranjo en el año 1977, soy la tercera de cinco hermanos y viví mi infancia en la comunidad de Candelaria de Naranjo. Asistí a la escuela de Naranjo centro. Mi vida es muy tranquila y humilde, tengo a mis dos padres vivos, no fui tan loca en la adolescencia, actualmente estoy casada y soy madre de dos hijos. Agrego que me fui con mi esposo para la zona de Guatuso. Estoy trabajando como maestra por cuestiones meramente de suerte, estudié para Profesora de Educación para el Hogar, pero al quedar un espacio como maestra lo solicité y me dieron el trabajo de interina en la comunidad de Río Celeste del cantón de Guatuso. Empecé a estudiar en el instituto profesional femenino Maria Pacheco, ubicado en Alajuela centro, como quería especializarme en manualidades era el único lugar más cercano e interesante para especializarme, ahí saqué mi primer titulo, luego dejé de estudiar por el embarazo de mi primer hijo. He trabajado en varias escuelas rurales en esta zona de Alajuela, algunas de ellas son: Colonia naranjera, Río Celeste, Katira, Tujankir, Las Letras y el Valle. Actualmente trabajo en la comunidad de Las Letras. Realmente el trabajo en estas comunidades no es tan significante para mí ya que los vecinos me conocen, por lo menos en las zonas en las que he trabajado más tiempo, entonces no hay mucho respeto de parte de ellos, solo por el simple hecho que me conocen dejan pasar las responsabilidades de sus hijos y que luego hablan conmigo, me dan excusas y todo esta arreglado, entonces mi labor no la veo tan importante para ellos, es decir para toda la población. En esta comunidad, laboramos tres docentes, incluyendo al director que tiene un grupo a cargo. Los vecinos se preocupan por las necesidades del centro educativo, se nota el interés por apoyar en ferias y en los materiales de los estudiantes, la comunidad se identifica totalmente con el centro educativo. Dentro de los personajes interesantes que me sirvan de modelo por seguir o aprender de ellos no conozco, talvez sea por la situación que vivo como educadora; solo estoy interina en estas comunidades y no tengo la posibilidad de relacionarme mucho con ellos. En el centro de enseñanza que estoy laborando se observa una estrecha relación entre escuela y comunidad. Los padres se ocupan de organizar bailes y actividades deportivas, limpia de las zonas verdes de la institución y otras actividades. Las escuelas rurales enfrentan grandes problemas de carencia de material didáctico, mobiliario y muchas otras cosas que hace que se dé un desinterés en los educadores en estas zonas. En la parte de alumnos inolvidables está experiencia que viví con Carlos un estudiante de cuarto año de la escuela de Katira de Guatuso, este niño padecía de epilepsia, una tarde en el pasillo de la escuela de dio un ataque, se desmayó y lo extraño que al vomitarse le quedó el vomito en la lengua y se estaba ahogando, corrí a socorrerlo y dije que había que sacarle el vómito de la boca, las compañeras de trabajo gritaron no Viviana, no, métale una paleta, el lápiz, pero pensé, qué les pasa a estas, es un ser humano, no lo pensé más y le metí el dedo y le saqué el vómito, al rato de darle aire y moverlo volvió en sí, después del susto me dijeron que qué hubiera pasado si cierra la boca, te corta el dedo, dije no lo pensé, fue el instinto de madre, creí que era lo correcto. Otra situación que no he podido olvidar fue la de un chiquillo travieso de la escuela Colonia Naranjeña, llamado Luís, siempre en los recreos se iba a jugar a un árbol de marañón, yo siempre lo regañaba, él siempre me decía cosas, tengo derecho de estar aquí jugando. Le mandé a decir en varias ocasiones a la madre y me respondía, déjelo, él tiene derecho, para mí era peligroso lo que hacía en ese árbol, dije bueno, si le pasa algo no respondo. Para mala suerte de él y apuros míos un día se le quebró la rama del árbol de marañón, se vino desde arriba y se enganchó su brazo en un pico, por el lado de la axila, se hizo un gran raspón que le colgaba un pellejo grande y dije hay que llevarlo al hospital a coserlo, mandé a llamar a su mamá y respondió que para que lo llevaba, que lo mandara para la casa, yo me molesté mucho, me lo llevé en el carro para su casa y le dije a su madre, vea debemos llevarlo, ella dijo; si usted lo lleva, esta bien, nos fuimos, al llegar al hospital era yo quien llevaba de aquí para allá al chiquillo, y ella tranquila, esperando. Para mí era increíble esa situación que estaba viviendo. El aprendizaje para cualquier maestro que labore en estas escuelas es que desarrolla una gran sensibilidad por las personas, especialmente por los niños, aprende de todas las situaciones difíciles que vive en estas comunidades, desde la carencia de material didáctico, problemas con padres de familia y aprecios por sus estudiantes. Considero que la forma pedagógica de cada educador está en la creatividad de cada uno, ya que de esta depende que sea interesante el desarrollo de la clase y por ende el interés en sus estudiantes. La definición que aporto de educación rural es, formación de estudiantes en las instituciones rurales en lo cognitivo, personal, para que enfrente una sociedad de retos en el presente y el futuro. Algunos de los aportes que puede dar la educación rural a la educación costarricense son los ejemplos de esfuerzo que hacen los estudiantes por la superación para el bienestar mismo y de sus familias. Mayela Cruz Educadora rural de Limón. Fui la segunda hija de una familia de seis hermanos. Como la mayor era mujer no fue una buena noticia que yo también lo fuese, sin embargo poco a poco me convertí en la niña preferida de la casa. Por cuestiones de trabajo de mi mamá; era docente y no tenía propiedad por ser graduada del Instituto de Formación Profesional, un ente gubernamental creado en aquel entonces para cubrir el faltante de docentes rurales; nos trasladamos a la provincia de Limón. Asistí a la primaria a una escuela de religiosas capuchinas y aprendí a convivir con la gran diversidad cultural de la zona. Aprendí acerca de sus valores culturales, los que en aquel entonces eran mucho más arraigados en la gente de lo que son actualmente. Corrían los años cincuenta y me enamoré de este pueblo y sus matices negroides y asiáticos. Mi hermana mayor había tenido serios problemas de conducta por lo que fue necesario enviarla a un internado religioso en San José. Por esta razón al llegar mi adolescencia debí partir al mismo lugar de estudio. En un par de años las monjas creyeron que ya estaba preparada para unírmeles, pero la rigidez de horario y estricto orden de vida de las religiosas me hicieron difícil la adaptación. Mi espíritu libre y de tendencia a las costumbres limonenses era más fuerte. Al llegar a la universidad la tradición familiar era que las mujeres fuesen educadoras, secretarias o enfermeras. Otras carreras no se consideraban propias para una mujer profesional, si escogías estudiar Ingeniería o Medicina les estabas quitando el trabajo a los hombres y debías enfrentar la oposición social. ¡Recuerdo, yo era una niña mimada! En la Universidad de Costa Rica se impartía el Bachillerato Universitario en Educación Primaria, mientras que la Universidad Nacional tenía escasos tres años de haberse transformado de Escuela Normal a Universidad. Solamente la antigua Normal Superior estaba consolidada. En 1974 me gradué de bachiller universitario, era una PT-5, en esa época no llegábamos a 50 PT-5 en el país. Sin embargo, a pesar de poder elegir la escuela y el puesto que deseara (así era el asunto en aquel entonces), preferí ser maestra rural. Las historias de mi madre en su época de maestra rural interina, en situaciones difíciles me seducían. Así fue como a la edad de 19 años y sin experiencia de ningún tipo, acompañada con una señora vecina, con siete hijos y sin trabajo me fui a Cariari de Guápiles. Ella como conserje y yo como educadora. Debimos tomar el tren llamado “el pachuco”. Este tren era el único medio para llegar a Guápiles, no existía la carretera. El tren salía de San José a las 9:00 a.m. y llegaba a Guápiles a las 7:00 p.m., ya que se trataba de un tren de carga y mercado. Por esto paraba en todos los pueblitos de la zona, especialmente los que se ubicaban luego de las Juntas. África, Liverpool, entre otros; eran los nombres elegidos por los lugareños. Nombres que les recordaban sus orígenes. Una vez en el centro de Guápiles un bus nos esperaba para llevarnos a Cariari, a un pueblito bananero, sin servicio de agua ni electricidad. Una señora que conocimos en el bus nos brindó algo de comer y dormida, gracias a las caras que teníamos en ese momento. Al día siguiente muy temprano fuimos a buscar la casa del director para presentarnos y a buscar donde hospedarnos esa noche y todas las demás. La escuelita tenía una casita pequeña de madera utilizada como bodega de alimentos y otras cosas nos fueron facilitadas para acomodarnos. La casita estaba inundada de ratas, sin pintura, sin servicio sanitario y una zona cementada con paredes de latas que consideraríamos como el baño. El agua debía sacarse de un pozo de agua abandonado y contaminado, que debía ser usado también por los niños de la escuela. Para iluminarnos usábamos candelas que se acababan rápidamente y cocinábamos en una cocinilla de gas que luego cambiamos por una plantilla con el primer sueldillo que nos pagaron. Un vecino de la comunidad limpió pronto el pozo de agua, pues los niños no tenían de donde tomarla. En la comunidad no había electricidad, y con una partida que un diputado consiguió para las muchísimas necesidades de la escuelita, el director se compró un equipo de sonido, con micrófono buenos parlantes y demás. Eso se llama…. En la época lluviosa, más o menos 300 días al año, el río se salía e inundaba gran parte de camino para llegar al pueblo, pero mis niños no faltaban a clases y podías verlos con el agua a la cintura y los brazos arriba con su único cuaderno y bolsa de plástico para cubrirse. Llegaban a clases con la ropa empapada, los pies embarrialados y las chancletas en la mano. Muy pocos tenían uniforme, sus padres empleados bananeros no tenían o no podían comprarles lo necesario, fue así como en una salida de vacaciones les compré libros de cuentos y bultos plásticos, para todos. Ese fue el inicio de una época de mayor comprensión y cariño con alumnos y padres, porque todo lo que hacia por ellos era por aprecio y mucho amor. Las madres me invitaban a sus ranchos a los cuales se llegaba viajando por los rieles que sirven para transportar los racimos de bananos. Una especie de cánopi de metro y medio de alto. Cada mes nos reuníamos por los llamados círculos de maestros, en esas reuniones los maestros de las escuelas del alrededor realizábamos el planeamiento de las unidades e intercambiábamos ideas para desarrollarlos con los niños, eran reuniones muy acrecentadoras. Una especie de innovaciones, o de mutua capacitación sin muchos espavientos. Los maestros de las escuelas más cercanas, solíamos visitarnos los fines de semana por supuesto que viajábamos en riel. Esos días conversábamos de lo bueno y malo ocurrido esa semana, experiencias con los padres, educandos, con las actividades, entre otras cosas. Los días de pago no había lecciones, ya que el pagador llegaba a Guápiles proveniente de Siquirres y cada uno de los diferentes pueblitos debíamos estar allí. Para salir a Guápiles debíamos tomar el único bus que salía a las 7:00 a.m. y regresaba a las 7:00 p.m, eso nos obligaba a viajar el día anterior, ya que no se sabía a que hora llegaba el pagador, a veces llegaba al día siguiente por lo que debíamos dormir en algún hotelito de la zona y los niños no tenían lecciones otro día más. La alimentación era pobre en variedad, básicamente: arroz, frijoles, plátano, fideos con mantequilla ya que no había refri y las verduras se descomponían por el intenso calor de la zona. Aprendimos a fumar, era necesario para ahuyentar los mosquitos en las tardes, cuando nos sentábamos en el resquicio de la puerta a conversar. Este ritmo de vida y mala alimentación me afectó seriamente la salud. Al regresar a mi casa a fin de curso, parecía salida de un hospital: pálida y flaca. Por salud y solamente por salud no regresé el año siguiente. Pero toda mi vida recordaré con especial cariño esa época y aunque Cariari es actualmente un pueblo más avanzado económicamente en mi recuerdo vivirá aquel pueblito sin luz y sin agua con caminos de tierra y rodeados de bananales. María Ester Aguilar Mora Nací en San José, un primero de mayo, Día del trabajo, creo que eso ha impulsado mi actitud hacia el trabajo, pues algo hay en mí que me ha hecho sentirme comprometida con haber nacido ese día. Mis primeros seis años, los viví trasladándome con mis padres de un lugar a otro, pues ellos, como maestros rurales, requerían trasladarse de una comunidad a otra, buscando mejores opciones de trabajo personales y profesionales. Por eso siempre digo que en mis primeros seis años soy de varios lugares y de ninguno en particular. Desde que nací, viví al lado de una escuela rural y con unos padres que dieron alma, vida y corazón por hacer de la escuela un lugar con una fuerte proyección a la comunidad y donde muchos niños pasaran sus horas felices. Por lo anterior, desde que nací, pasé al lado de niños escolares, en un entorno rural. La casa en la cual vivíamos, quedaba al lado de la escuela, de manera que cuando di mis primeros pasos, empecé a jugar en los recreos, con los llatillos. Me cuenta mamá que por cariño, papá le decía a los alumnos ñatillos, y yo tratando de repetir la palabra, los llamaba llatillos, pues el ña, me resultaba difícil de pronunciar. En ese período preescolar pasé mi vida entre el juego, aulas, cuadernos, lápices y libros, compartiendo mi vida con cuatro hermanos menores y con el corre corre de mi papá y mi mamá que empezaban su trabajo a las seis de la mañana y no se sabía a qué hora de la noche concluirían. Los recreos los compartía con los escolares, aprendí a recitar, cantar y bordar para compartir con los alumnos asambleas escolares y exposiciones de trabajos. Conservo todavía hoy, uno de los pañuelitos que le hice a mi papá cuando tenía año y medio. Él lo conservó y me lo entregó pocos años antes de morir. Me gustaba algunas veces, escuchar las lecciones, hacer fila con los alumnos para que me dieran el pedacito de queso o me pusieran las vacunas y regalarle a los alumnos melcochas y confites. Me contaban mis papás que sobre todo en la etapa preescolar, fui extremadamente inquieta y para hacer esos regalos hice cuentas en la pulpería del pueblo. Esto trajo consecuencias, mis papás tuvieron problemas con el pulpero, por no atender la petición de que no me vendiera lo que le pedía. En una comunidad eso los obligó a un traslado de escuela. Cuando esto ocurrió, yo tenía dos años de edad, no tenía idea, de las consecuencias de mi travesura. Cuento estas vivencias, porque ese período me marcó. Respiré mucho el esfuerzo que hacían mis padres en el trabajo escolar. La escuela era el centro de atracción de la comunidad y en algunas ocasiones, con una proyección que trascendió a otros pueblos cercanos. Estas experiencias me permitieron compartir con muchas personas, además de mi familia. A los seis años y medio, ingresé como alumna de un escuela rural. Ya esta no quedaba tan cerca de la casa, tenía que tomar bus o caminar dos kilómetros. En ese período asistía a clases, pero compartía menos con el alumnado de la escuela, dada la distancia que había entre la escuela y la casa. Cuando ingresé a cuarto grado, me trasladaron a una escuela de monjas, en plena ciudad. Fue un proceso difícil de acomodo, que algunas veces representó sufrimiento porque mientras conocía el ambiente me mantuve un poco distante de los grupos de amigas, además de que algunas costumbres diferían de las mías. Con la ayuda de Dios pude salir bien librada de la experiencia. Entré a la secundaria y la disfruté mucho, me encantaba leer. Sufrí un poco con Estudios Sociales porque nunca he sido rápida para escribir y desde que empezaba la clase hasta que terminaba, tenía que tomar apuntes sin parar y gastaba mucho tiempo pasando los apuntes en limpio. Por supuesto que a veces no lograba salir en el tiempo disponible. Al concluir la secundaria, tomé la opción de trabajar y estudiar, al principio esto me parecía imposible de realizar, sin embargo la experiencia me dejó muchas enseñanzas que me sirvieron mucho posteriormente. Cuando me correspondió elegir carrera, al principio no aceptaba que quería ser maestra, pues con la vivencia de mis papás sentía que el trabajo era muy sacrificado y que no tenía el reconocimiento justo, pues entre otras cosas, se pagaba muy mal. Sin embargo, pasado un período, acepté que para estudiar, me gustaban varias carreras pero que para ejercer una profesión, la realización la tendría siendo maestra. Dichosamente así fue. Los estudios pedagógicos, los realicé en la Universidad de Costa Rica. Sin quitarles mérito a excelentes profesores que tuve en la Facultad de Educación, siempre he reconocido que quien me hizo maestra, fue mi mamá. Sus experiencias y su vocación fueron luz en el camino. Desde que inicié mis estudios universitarios, compartimos como amigas en conversaciones de sobremesa y en sesiones de trabajo. Las vivencias de cada día, unidas a mis recuerdos de niña, me ayudaron a valorar mi ejercicio profesional, cada lectura, cada trabajo, cada nuevo reto, más allá de la nota que pudiera obtener. Al graduarme como maestra, opté por vivir la experiencia de ser maestra rural y concursé para una de las escuelas en la que en mi niñez, habían laborado mis papás. Fue un reto muy hermoso, pues muchos de mis alumnos, eran hijos de personas que habían sido alumnos de mi papá y de mi mamá. Trabajé en la escuela de San Juan Sur de Cartago (hoy no es tan rural) dando primer grado. En ese mismo año, mamá también tuvo a su cargo primer grado. Creo que hicimos un buen equipo de trabajo, nos esforzamos mucho y los alumnos fueron los beneficiados. La dinámica de trabajo fue muy absorbente, sobre todo el primer año, pues de lunes a viernes permanecía en la comunidad, el sábado viajaba a la casa y dedicaba el resto del día y parte de la noche a planear el trabajo y preparar los materiales de la semana, los domingos regresaba de nuevo a la comunidad. Como era una comunidad pobre, de mi bolsillo tenía que financiar todos los materiales, sin embargo siempre lo hice con mucho cariño y mi satisfacción era ver el progreso de los alumnos. En esa comunidad me ocupé de visitar cada hogar, estas visitas permitieron que los padres de familia se acercaran a la escuela y participaran en experiencias de aprendizaje de sus hijos. Al año siguiente, con esos alumnos, trabajé el segundo grado. Los padres de familia estaban muy integrados al trabajo de la escuela y dentro de sus limitaciones, decidieron aportar para colaborar con los materiales. Ese esfuerzo de los padres de familia, la confianza que ellos depositaban en el trabajo así como los avances de los alumnos, me comprometía mucho más, en la calidad del trabajo que debía hacer. Posteriormente me trasladé a la escuela Manuel Ortuño y tuve a cargo un grupo de alumnos de primero a tercer grado. Ese período de trabajo de tres años con el mismo grupo, fue muy valioso porque me permitió percibir el progreso de los alumnos en cuanto al desarrollo de la autonomía, las condiciones para el trabajo en equipo, el desarrollo de habilidades comunicativas, entre otros logros. De estas dos experiencias quedé con la convicción de que los niños en edades tempranas, saben valorar el trabajo del maestro, pues los educadores que los atendieron posteriormente, se vieron obligados a escuchar sus planteamientos y a revisar su trabajo. En algún momento me preocupé por estas situaciones, pero recuperé la tranquilidad cuado participé con ellos en las graduaciones de sexto grado y los maestros expresaron valoraciones muy positivas en torno al reto que representó para ellos, trabajar con esos estudiantes, Luego trabajé en la Escuela Laboratorio de la Universidad de Costa Rica; una experiencia que valoro mucho porque me permitió el intercambio de experiencias con los colegas, así como experimentar estrategias metodológicas que se compartían y se sistematizaban para mejorar la práctica pedagógica cada día. Era un trabajo muy intenso pero también muy enriquecedor para la maduración como maestra. Pues desde mi experiencia, creo que el proceso de maduración profesional, se va dando con la práctica y la actualización permanente. Omitía comentar que paralelamente a mi trabajo como maestra, trabajé varios años en la Universidad Nacional, en los Planes de Seguimiento, impartiendo cursos de Lectura y Escritura y Español Básico entro otros. Esta experiencia me permitió mucho contacto con los maestros rurales de diferentes zonas del país, pues la mayoría de los estudiantes que asistían a estos planes, procedía de zonas muy alejadas. Las necesidades que expresaban así como las visitas a las comunidades donde laboraban, hacían evidente la necesidad de una oferta académica particular que llenara las expectativas de los maestros de las zonas rurales. Tratando de dar una respuesta a esas necesidades se creó el proyecto PER en el cual me correspondió trabajar. Se buscó con este proyecto elaborar una oferta particular para formar maestros rurales. Aunque solo trabajé un año, la experiencia vivida, unida con todas las anteriores, amplió mi visión sobre la educación rural. En el año l988, a partir de las experiencias realizadas con educadores rurales se estableció en el CIDE, la División de Educación Rural, en ella trabajé desde su fundación hasta el 2003 que me jubilé y sigo colaborando en el presente. Me correspondió ejercer en esta unidad académica como profesora, extensionista e investigadora, también como coordinadora académica, coordinadora de carrera y directora. Tuve la oportunidad de participar en la propuesta y desarrollo de proyectos y de planes de estudio que de acuerdo con la misión de la División de Educación Rural han buscado aportar en la construcción de la educación rural desde la teoría y su confrontación con la práctica, proceso que me permitió vivir con muchos compañeros retos importantes. Hoy tengo muchos recuerdos desde la escuela hasta la universidad. Recuerdo aquellos niños y aquellos padres de familia que creían en mi trabajo, las luchas por abrir un espacio de respeto y de credibilidad a la educación rural. Quedan muchas cosas en el tintero, pero creo necesario no extenderme demasiado. No pensé ocuparme de escribir estas líneas hasta que me lo solicitaron. Al escribir este pequeño resumen de mi vida, he evocado muchos recuerdos. Agradezco la oportunidad que me brindan de escribir estas líneas. Manuel Antonio Calderón Campos Educador rural de Heredia. Gracias a Dios, por primera vez vi la luz del mundo el día 18 de Mayo de 1946, en San José de la Montaña, del Cantón de Barva de la provincia de Heredia. Crecí feliz a la par de mis cinco hermanos y de mis queridos padres en este bello pueblito. Asistí a la escuela Arturo Morales Gutiérrez, aquí en mi pueblo, San José de la Montaña, obtuve el Certificado de Sexto Grado. Por ser una comunidad completamente rural, el servicio de bus hacia Heredia era casi imposible y solo en el centro de la provincia había colegio para ese entonces; por esa razón me dediqué a trabajar en el campo, ayudando a mis padres en sus labores. En el año 1966 ingresé al Liceo Nocturno Alfredo Gonzáles Flores, siendo director del mismo don Rogelio Chacón Bolaños. En el año 1973 comencé a trabajar en una granja avícola de Roble Alto, cuando eso ya contaba con el tercer año de colegio. En el año 1970 fui ascendido a Jefe de Personal de dicha granja. En 1971 me casé con Gladis Montero Hernández, en ese mismo año obtuve el Titulo de Bachiller en Ciencias y Letras con don Manuel Arguello como director del Liceo. No podría explicar por qué me hice maestro, en septiembre fui nombrado como DEGB1, H2C en la escuela Sagrada Familia de Guápiles de Limón en condición de aspirante, ya que solo contaba con bachillerato; no sé si fue un acierto o error renunciar a mi trabajo anterior y regresar al Magisterio. En el año 1974 trabajé en la escuela la Fortuna en Finca dos en el Valle de la Estrella, en 1975 hasta 1977 en la escuela unidocente de Mata de Limón, esto queda por Sixaola en Limón. En el año 1977 ingresé a la Universidad Nacional a llevar los cursos de verano para formación de maestros en servicio, esta modalidad consistía en que cada quince días salíamos a recibir lecciones a la Sede Central en Heredia, los viernes de 6:00 p.m a las 10:00 p.m. y los sábados de 8:00 a.m. a 12: 00 m.d., se nos facilitaba la materia para estudio y prácticas que debíamos entregar en la próxima sesión. En 1978 fui nombrado en la escuela El Aguacate en Guácimo de Limón, en 1979 en Bajo Cerdas en Puriscal en una escuela unidocente; al final de este año obtuve el Título de profesor PT3 y para 1980 gané por concurso público el puesto de DEGB1, H2C en la escuela de Cartagena en Guácimo de Limón. En 1981 me trasladé a la escuela Pedro Pérez Zeledón en Copey de Dota, en 1982 volví a trasladarme esta vez a la escuela de Cedral, en el Cedral de León Cortes, donde estuve hasta el año 1988 y por último me trasladé a la escuela de San Miguel de San José de la Montaña en Heredia donde para el año 2001 me pensioné. En las escuelas rurales calificadas como zonas insalubres, porque no cuentan como servicios básicos como el agua potable y electricidad, puesto de salud entre otros servicios, son situaciones muy difíciles que vive el docente. Por ejemplo en la escuela Mata en Limón, ubicada en Sixaola, Talamanca para llegar más rápido, tomaba el avión en el aeropuerto Juan Santamaría en Alajuela hacia Limón, de allí al campo de aterrizaje de Sixaola en avioneta y aún cuatro horas a pie por caminos fangosos para llegar a esta comunidad remota. En esta comunidad estuve tres años donde conocí personas interesantes entre ellas Jerónimo Matute Hernández, Primer Presidente de la Junta de Desarrollo Comunal, tuve además la dicha de tener jefes con una gran calidad humana y profesional como don Guido Barrantes Zamora, Félix Barrantes Ureña, la señora Giselle Céspedes, Franklin Ramos Benavides, entre muchos más. En mi quehacer como educador siempre traté de proyectar la escuela con la comunidad, por eso abrí el primer comedor escolar, auspiciado por el Programa de Asignaciones Familiares. Fundé la primera asociación de desarrollo comunal, asesorado por el señor Roy Barttón quien era el promotor en esa zona por parte del DINADECO (Dirección de Desarrollo Comunal) esto para buscar algunas soluciones a problemáticas de la comunidad como la falta de transporte y servicios básicos como agua y electricidad entre otros. Los recuerdos que guardo de mis estudiantes inolvidables son muchos, muchos son profesionales, y con sus familias, parece que fue ayer, pero han crecido, veo a muchos y no lo creo. Como maestro rural sobre todo en la provincia de Limón aprendí a conocerme a mí mismo, a ser más humano, más solidario con el que sufre, en estas zonas aprendí a sufrir con el que sufre, a llorar con el que llora, a reír con el que ríe, a comer y a beber lo que los vecinos comen y beben. Si hablamos de infraestructura escolar en estas comunidades se dan lecciones en ranchos o escuelitas si se puede llamar así, son hechas por los mismos padres de familia para que sus hijos estén bajo techo. La dinámica pedagógica de cada docente es muy variada, en lo personal considero que depende de la creatividad e iniciativa de cada educador en la zona que esté. Considero que la educación en general no ha avanzado mucho, debido al cambio de cada cuatro años del Ministro de Educación y muchas veces por egoísmo porque el Ministro entrante no le da seguimiento a los proyectos del antecesor. No comprendo porqué los programas son estandarizados, son hechos para escuelas en la zona urbana y las rurales; cómo es posible que los temarios sean los mismos para la escuela Moya en el centro de Heredia, y que cuenta con recursos técnicos de avanzada tecnología, uso de laboratorios, biblioteca, donde sus padres son abogados, médicos, casi todos profesionales, como para una escuela unidocente como Mata en Limón, que no cuenta con grandes profesionales, donde todos son campesinos y de bajos recursos económicos y no cuentan con tecnología, no entiendo cómo se trabaja con los mismos objetivos. La educación rural se puede considerar como la base que le permite al Estado sacar avante, con el esfuerzo y la entrega del educador y del mismo gobierno el índice de analfabetismo nacional, dando oportunidades a los ciudadanos de estas zonas a integrarse y promover el desarrollo social, económico, político y cultural, de esta manera darle a la educación costarricense en general un cúmulo de testimonios y ejemplos de esfuerzo, entrega, solidaridad y organización de los organismos comunales como: la Asociación de Desarrollo Comunal, Junta de Educación, y Patronato Escolar que son fruto de la educación en estas zonas y desarrollo de las regiones y por ende del país. Liliam Hernández Acuña Nací el 1 de agosto de 1941 en Barrio La Suiza, en San Rafael de Heredia; un barrio que en el que, todo era muy distinto del actual, ya que principalmente estaba conformado por fincas, potreros, una calle sin asfaltar como todas las demás en esa época, donde habían pocas casas, pero todos nos conocíamos, sabíamos el nombre del vecino, su esposa, toda su familia y el de los chiquillos y las chiquillas de la barriada. En ese entonces se podía jugar libremente en la calle, o en las fincas del lugar, no había tanto peligro como lo hay ahora con tanto carro que pasa por ahí, incluso en frente a la escuela hay un semáforo, cosa que en aquella época cuando mucho se veía en San José, si acaso. Mis padres fueron Roberto Hernández Hernández y Ester Acuña Garita, él agricultor y ella una señora dedicada al hogar y la crianza de sus hijos. En cuanto a los hijos de ese matrimonio fuimos en total nueve; de los cuales cuatro escogimos la carrera de educación: tres hermanas y un hermano. Debo agregar, este camino ha sido escogido también por al menos cinco de nuestros hijos. En relación con mi padre y mi madre ya no están con nosotros desde hace bastante tiempo y cuatro de mis hermanos ya les hacen compañía en el cielo. Escogí la profesión de docentes porque desde pequeña me llamó la atención la enseñanza, estudié en la Escuela Pedro María Badilla y aún recuerdo vívidamente a mis maestras: la de primer grado fue la niña Nidia Lobo Calderón, Idette Lizano de Rosabal, Ethel Fuentes, Iris León (en sexto). Debo agregar que en esos años los grupos no eran mixtos, sino había en cada grado un grupo de hombres y otro de mujeres. Mi formación como educadora debió ser financiada, al igual que mucha gente de mi época, mediante la recolección del grano de oro, así es, mis hermanos y yo tuvimos que coger café para poder pagar nuestros estudios de colegio y en la Escuela Normal, que era en ese entonces la principal Casa de formación de educadores. En cuanto a mi experiencia como maestra puedo contarles que empecé a trabajar en 1962, en Cimarrones en Siquirres de Limón, lugar donde la única vía de acceso era por tren, y solo se podía salir una vez al mes ya que la plata no alcanzaba para más; aún así la principal dificultad en el plano laboral estaba relacionada con el dialecto que se hablaba en la zona, pues dificultaba el poder entenderse, trabajé en Cimarrones hasta 1964. Mi segunda experiencia laboral fue también en Limón, propiamente en El Molino, en Pococí, durante un año. Posteriormente me trasladé a Santa Cruz de León Cortés en la Escuela Camilo Gamboa, también por un año. Después de ahí me fui a trabajar a San Cristóbal Sur, pueblo cercano a la famosa Finca la Lucha, carretera a San Isidro del General, en donde permanecí por cinco años. Posterior a mi estancia en la zona sur, me trasladé a la Escuela José Cubero Muñoz, en el Carmen de Guadalupe, donde laboré por dos años y me vine en 1972 a la escuela El Palmar, en San Miguel de San Rafael de Heredia. Dicho sea de paso ese fue el año de inauguración de este centro educativo y para diciembre tuve mis primeros hijos, una pareja de gemelos (mismos que también estudiaron educación, una es profesora de Estudios Sociales y el otro es orientador). En esta escuela permanecí por doce años. Finalmente me trasladé en 1984 a la escuela Pedro María Badilla, en donde me pensioné en 1987. Las experiencias más bonitas que puedo recordar son: el gran respeto y aprecio de parte de padres y madres, así como de los alumnos hacia el educador y la colaboración de muchas de esas personas hacia la escuela. Así mismo es muy bonito andar por la calle y que de repente uno se encuentre con hombres y mujeres que incluso ya andan con sus hijos y de pronto me saludan muy respetuosamente, el quedarse hablando con estas personas y revivir gratos recuerdos de aquellos años es una experiencia muy gratificante y satisfactoria en lo personal. Otra de las experiencias a rememorar fue la colaboración en la realización de “turnos” para recaudar fondos a beneficio de la escuela, generalmente se hacían en fechas de fiestas patronales; también con los famosos bingos que se llevaban a cabo en el mismo fin. En una ocasión, allá en el Palmar, la policía andaba buscando a un ladrón en la comunidad y no lo pudo ubicar a pesar de varias horas de trabajo, resulta que muchacho estaba escondido en uno de los servicios sanitarios de la escuela. También en una ocasión varios vecinos de la comunidad se molestaron mucho con un director porque supuestamente había mandado a envenenar perros, ya que entraban a molestar a la escuela. Otro recuerdo es de los primeros años, ya que tenía que vivir en la misma comunidad donde trabajaba, la mayoría de las veces con situaciones un poco adversas como el hecho de que no había fluido eléctrico, las condiciones de las casa no eran las mejores, en algunas ocasiones no había camas, el traslado a la capital era solo por tren una vez al día y otras de las que prefiero no acordarme. En lo que respecta a la dinámica pedagógica se presentaba la siguiente situación: aunque el docente contara con buena preparación a nivel pedagógico no la podía poner en práctica debido a la escasez, y en no pocas ocasiones ausencia absoluta de material didáctico. Como reflexión sobre la educación en la escuela rural, me dejó muchísimas enseñanzas y muchas satisfacciones, cosas que siempre recordaré con mucho cariño. Elsie Sánchez Hernández Nací el 12 de agosto de 1942, en la casa de mis padres ubicada en San Rafael de Heredia; como era la costumbre en esos tiempos mi parto fue atendido por una partera, doña Graciela. Durante mi infancia me dedicaba a jugar con mis hermanos, hermanas y vecinos, a la rayuela, casita, escondido, paleta y mirón-mirón. Papá era un hombre dedicado a las labores de la agricultura y mamá era una dedicada ama de casa, siempre al cuidado de cada uno de sus hijos. Asistí a la escuela Pedro María Badilla en el centro de San Rafael, junto a veinticinco compañeros más del pueblo donde tuve el privilegio de iniciar mi formación académica con valiosas maestras como Elsa María Rodríguez (q.d.D.g.). Al terminar la escuela, mis padres me enviaron a completar mis estudios secundarios en le Liceo de Heredia, ya que para la fecha no existía colegio en San Rafael, viajaba al colegio algunas veces a pie y otras en bus; el cual hacia recorridos cada hora con un costo de veinticinco céntimos. Al finalizar los estudios en secundaria decidí asistir a la Escuela Normal y formarme como maestra debido a mi interés de siempre, en relación con cercanía con los niños y mis deseos de lograr desarrollar las habilidades de los pequeños. En la Escuela Normal completé dos años de estudio y me convertí en maestra; ejerciendo inicialmente en la escuela del poblado de Concepción de San Rafael de Heredia, en el año 1967, en Corralillo de Cartago en el año 1968, en el Roble de Alajuela en 1969 y en la escuela de El Palmar en San Rafael de Heredia donde trabajé por catorce años continuos desde el año 1972 y donde acumulé una enorme cantidad de vivencias como educadora de una zona por aquella época completamente rural. Durante los años al servicio de la educación rural tuve el agrado de conocer a muchas personas dignas de mencionar, recuerdo a Zacarías Picado un señor vecino de Corralillo de Cartago, quien sacrificaba cerdos para brindar unos magníficos cortes de carne; al señor Edwin Romero, propietario del único comercio de la mencionada comunidad y quien era poseedor de un dínamo el cual se utilizaba para brindar energía eléctrica únicamente a la escuela y que se apagaba a eso de las ocho de la noche; después de lo cual la iluminación del pueblo quedaba reducida a la tenue luz brindada por candelas. Conocí al señor Víctor Acuña quién cedió la propiedad donde se encuentra la escuela El Palmar y el señor Miguel Aguilar, el primer director de dicha escuela; un educador comprometido con su labor y el desarrollo de la pequeña y nueva escuela; siendo imposible de olvidar las imágenes de don Miguel pintando la escuela, colocando vidrios en las ventanas y guardando agua en recipientes todos los días ya que la escuela en sus inicios carecía de cañería. Dentro de las comunidades pequeñas y rurales existen también personajes curiosos y es donde nombro a Aracelly comúnmente conocida como “Celos” y su esposo Ramón; los niños de la escuela como travesura, pasaban diciendo algunas cosas por fuera del hogar de esta pareja y siempre en horas de la tarde se acercaban por la escuela para dar las quejas a don Miguel. En sus inicios la escuela carecía de áreas verdes o cualquier zona de recreo, además de que los niños debían de ir a lecciones los días sábados, tomábamos una hora para visitar un potrero cercano, ahí los niños liberaban toda la energía acumulada; los chicos jugando fútbol y las niñas “quedó”, para luego realizar una merienda compartida y regresar a la escuelas a terminar las lecciones. Al inaugurarse la escuela, su infraestructura quedaba sobre el nivel de la calle de lastre y no existían gradas para subir a ella; por lo que había que ingeniárselas por una pequeña trocha y apoyados unos con otros, este difícil acceso provocó caídas en prácticamente todo el personal incluyéndome, razón por la cual don Miguel decidió tomar una pala y construir unas pequeñas graditas de acceso. La planta física de la escuela contaba con tres aulas y tres servicios sanitarios, no existía una oficina de dirección ni un comedor escolar. Los domingos los maestros realizábamos ventas de cachivaches y comidas con lo que se ganaba algún dinero que se invertía en mobiliario ya que la escuela fue entregada sin escritorios ni pupitres, únicamente con las tres pizarras. Las actividades para recaudar dinero fueron en aumento y se organizaron pequeñas ferias o turnos, logrando inicialmente con el dinero, construir un comedor y una bodega donde guardar los alimentos brindados por Asignaciones Familiares y luego construir el acceso adecuado a la escuela, un aula más y la oficina de la dirección. Los niños llegaban a pie a la escuela, en su mayoría descalzos y en ropa particular debido al limitado recurso económico que tenían sus padres; lo cual les impedía la compra de uniformes. Antes de la construcción del comedor, se instaló el mismo en forma provisional en el salón de la iglesia para así darles desayuno en el salón de la iglesia y almuerzo a los pequeños que llegaban a clases sin haberse alimentado en sus casas. Los cuadernos, lápices y otros útiles se conseguían algunos a través del Gobierno por medio del Almacén Escolar Nacional y otros con el dinero recogido por el Patronato Escolar para luego repartirlos entre los pequeños y pequeñas más pobres. En una ocasión la esposa del Expresidente Daniel Oduber llegó personalmente con una delegación a donar una pequeña biblioteca para nuestra escuela, ese día los niños se agregaron lo más que podían y fueron corriendo a recibir desde varios metros antes de la escuela, a la Primera Dama de la República. Sin lugar a dudas, el problema que más resaltó en el ambiente rural donde trabajé, es la condición de pobreza y limitación de recursos, niños que no habían comido antes de ingresar a lecciones, descalzos, sin ropa, una escuela pequeña con problemas de infraestructura, sin mobiliario y que en sus inicios. con la lluvia se inundaba y se llenaba de lodo, la calle para ingresar a la escuela era lastre que se trasformaba en barro en el invierno, así que todos los alumnos llegaban con sus ropas sucias por el viaje. En sus inicios la pequeña escuela sufrió actos de vandalismo lamentablemente por algunos vecinos, robaban y destrozaban los archivos y en una ocasión, el libro de la historia de la escuela apareció por calles de Onorio Esquivel y Onofre Sanchez. Inclusive don Miguel en una oportunidad tuvo que desalojar a muchos vecinos que hoy son inclusive abuelos, ya que se encontraban jugando gallos en el comedor. De los alumnos destacados recuerdo el hijo de nuestro director quien hoy se desempeña como periodista, a las hijas de doña Aracelly, Flora y Ana quienes debido a su ambiente de desarrollo sufrieron serios problemas de aprendizaje. Una pequeña a quien le apliqué atención individual, ya que era su tercer año en primer grado, y que con alegría pude enseñarle a leer y escribir. Tuve a mi cargo un niño de habilidades intelectuales sorprendentes, el cual se facilitó en estudio en otro centro educativo por distinción académica y hoy funge como Ingeniero Mecánico en una empresa de su propia familia. Además en mi paso por la escuela Cleto González Víquez, fui maestra del Dr. Olma Segura Bonilla, actual Rector de la Universidad Nacional y quien personalmente me entregó una tarjeta de felicitaciones (que guardo como recuerdo) el día de mi boda. La escuela pasó varios años sin aulas de preescolar por lo cual y ante los limitados recursos disponibles, ingenié muchos recursos como educadora de primer y segundo grado para alcanzar el desarrollo del lenguaje y las habilidades motoras finas y gruesas esperadas para la edad de los pequeños. Recuerdo en una ocasión que me enteré de la desafortunada situación económica que pasaba la familia de una de mis alumnas, lo que les impedía realizar la alimentación adecuada, le mandé a comprar pan para que desayunara en la escuela y al dárselo la niña lloró, preguntándome si lo que yo estaba haciendo era una broma, hoy esta niña es una mujer casada, con una familia formada que al encontrármela en forma ocasional, siempre me saluda con enorme aprecio. En el año de 1986 se abrió el Jardín de Niños y fui elegida como la primera maestra para desarrollar este puesto. Me di a la tarea de conseguir materiales necesarios para el trabajo con los más pequeños y gracias a la ayuda de algunos vecinos y de otras personas pude adquirir plasticina, crayones, papel de colores, pinturas y algunos juegos y juguetes en buen estado que utilizaría en mi aula. Mi experiencia en educación preescolar era muy poca sin embargo mi hermana Fulvia (q.d.D.g.) educadora pensionada con amplia trayectoria en este campo, me ofreció de inmediato su ayuda, colaborando en la realización de planeamientos e inclusive se trasladaba a pie hasta mi aula, con un bolso lleno de títeres, para montar funciones que eran del agrado de todos los pequeños. Ese año de escuela gradúo sus primeros veintiséis egresados de educación preescolar. Como maestra desarrollo alrededor de doscientos pequeños carteles de palabras bisílabas y trisílabas con los cuales los niños aprendían rápidamente a leer y escribir. Luego con el dominio de estos carteles realizaba dictados de estas palabras para evaluar el avance de los menores. Iba a una imprenta a Heredia a poligrafiar (ya que no existían computadoras) hojas con sílabas para que los pequeños y pequeñas hicieran de práctica, dibujaba una flor en la pizarra, donde en el centro le escribía una sílaba y luego le dibujaba los pétalos con otras sílabas diferentes de tal forma que los alumnos podían combinarlas y formar así diferentes palabras. Para mí la experiencia vivida como educadora rural brinda matices completamente diferentes a los vividos en los centros urbanos, el maestro tiene que, con iniciativa, curiosidad e inquietud adaptarse a los aspectos socioeconómicos de la región y con ingenio solventar los inconvenientes que ello genera para así crecer, él como docente y sus niños como alumnos. En el ambiente rural donde me tocó trabajar, los padres siempre estaban anuentes a colaborar en lo que se les pidiera e involucrarse en la educación de sus pequeños a pesar de sus dificultades, lo que fortalecía y enriquecía a relación padre-docente. El reducido número de compañeros (cocinera, conserjes, director y resto del personal docente) permitía trabajar en una forma armónica en medio de un entorno que podría definir prácticamente como familiar, cada uno como un hermano y conocer en forma conjunta las vivencias de la comunidad, brindada por cada uno de los miembros del personal, situación que considero muy distante a las vividas en las grandes escuelas urbanas, donde existe un gran número de docentes, administrativos y misceláneos. La educación en el país es un asunto primordial, siendo Costa Rica un país pequeño con una extensa distribución de escuelas, lo cual permite que tenga un acervo cultural importante debido a la extensión del sistema educativo, fuera de las principales ciudades, dentro de esto, la educación rural se convierte en una bella experiencia de compartir con familias muy humildes y niños con escasos recursos materiales que unidos a las limitaciones del centro educativo llevan, la necesidad de desarrollar al máximo la creatividad del docente de tal forma que esos obstáculos se vean solventados. La educación rural dentro de su contexto y vivencia brinda la oportunidad de alcanzar un nivel sociocultural adecuado en las regiones más alejadas del país, además de aportar estudiantes concientes de sus limitaciones y del esfuerzo hecho por su comunidad y padres de familia, por lo que los convierte en personas más concientes, abnegadas y esforzadas con enormes deseos de superarse y devolver a sus familias lo que le fue dado. Para el educador la experiencia es gratificante, ya que le permite crecer en el centro del núcleo, desarrollando sus habilidades comunicativas y apreciativas, sobre las situaciones vividas en las comunidades rurales, a la vez que permanece rodeado del acogedor ambiente rural. Gladis Solano Poltronieri Las huellas del inmigrante Maestra rural costarricense. He recorrido 83 largos años, que han transcurrido entre mi familia, el trabajo y mi comunidad. Mis raíces se confunden entre lo típico y lo italiano, por ello titulo este relato “Las huellas del inmigrante”, pues fue él, mi abuelo Antonio Poltronieri, un inmigrante con un sueño de prosperidad y aventura el responsable de nuestra descendencia. Este manovano creyó que en América su destino podría cambiar favorablemente, pero el amor lo hizo sucumbir ante su deseo de regresar a su amada Italia y junto a mi abuela Ricardo Quirós procreó nuestra familia. Debo hacer énfasis en él, pues fue como un padre para mí y mi única hermana, Beatriz, a quien de cariño llamábamos Betty, ella también es educadora. Nací en Paraíso de Cartago, el 30 de julio de 1924, mi madre Atilia Poltonieri, y mi padre Federico Araya; un joven matrimonio que se vio marcado por la tragedia, mi madre estaba embarazada y yo contaba con escasos diez meses de edad, cuando papá tuvo un accidente, cayó de un caballo y como consecuencia falleció. Mi infancia la viví con mis abuelos, mis tías, mi hermana y mi madre. Comprenderán entonces la importancia que tuvo el Nono Antonio en mi vida, de él aprendí el amor al trabajo, el tesón, la fuerza y la disciplina, que por cierto era muy rígida, y quizá una de las enseñanzas más importantes fue el valor, esa maravillosa cualidad que lo hizo un hombre admirable para mí, y que a través de los años me ha mantenido en esta tierra a pesar de la adversidad. De mi abuela heredé el don de servicio hacia los más necesitados, esa virtud que nos hace desprendernos de lo propio para sustentar a otros. Era frecuente verla a escondidas de mi abuelo llenar su delantal de chayotes, naranjas o carne para repartir a quienes así lo requerían. Asistí a la escuela Liendo y Goicoechea, en Paraíso terminé en sexto grado con la maestra Virginia Jiménez. Durante esta época, mi mamá atendía comensales en la casa, entre ellos había educadores, algunos dormían en mi casa; creo que esto influyó un poco en mi futuro profesional. Escogí la profesión educativa quizá por herencia de mi abuela, mi mamá y mis tías; ellas también fueron educadoras; María y Margarita Poltronieri Quirós. Me formé como maestra en el Instituto de Formación Profesional del Magisterio, así obtuve mi título y empecé a trabajar a los 16 años, imagínense, me prestaron dos años para cumplir con el requisito de edad. En el Instituto conocí grandes profesores que habían sido también maestros o directores de escuela, nos enseñaban las materias básicas como Agricultura, Religión, Pedagogía y Metodología. El Edificio Metálico de San José fue como nuestra Universidad. Por cierto, recuerdo que en un examen me preguntaron cómo se llamaba el mamífero marino más grande, y hasta que había salido del aula me acordé “¡la ballena!”, ya era tarde y por eso me quedé en Ciencias, tuve que presentar de nuevo el examen. Aquí empezó mi aventura rural, el reto de llevar el conocimiento a los niños costarricenses a pesar de las condiciones tan difíciles de transporte y ubicación agreste de las comunidades, me hace gracia oír a los jóvenes maestros cuando se quejan del servicio de buses u otros, nosotros entonces nos hubiéramos quejado del servicio de los caballos, del tren, los trillos y la oscuridad y hoy en día habría un mayor índice de analfabetismo si nos hubiéramos comportado como unos cobardes ante aquel reto. Mi primer trabajo fue en La Flor de Santiago en los años 40, el Presidente de la Junta era el señor Juan B. Sojo, de ahí a Sabanillas de Tucurrique, a Murcia, Tucurrique y Cachí, para culminar mi labor en la escuela Goicoechea en Paraíso Centro. Para viajar a las escuelas habían varias alternativas: a pie, en caballo o carreta. Nos montábamos en las “árguenas” que eran canastas en las que los caballos cargaban el dulce, conocí el aparejo que les ponían a las bestias para viajar, a veces cruzábamos el río subidas en un caballo, o bien llegábamos llenas de lodo por las largas caminatas. ¡Y corra para que no lo deje el tren! No había luz, por lo que debíamos alumbrarnos con cantineras y candelas, bañarnos en los ríos Quebrada Honda, Naranjo y otros. Aprendí a lavar la ropa con las mujeres de la comunidad en grandes piedras a la orilla del río y cargar agua que necesitaba para otro día. Conocí varios animales que nunca había visto como: serpientes, alacranes y tortugas terrestres. En mi trabajo de maestra aprendí a ser humilde, a comprender la forma de vida de los costarricenses más desposeídos, a conformarme con comer frijoles con un pedazo de plátano, un chayote o pejibayes con agua dulce sentada en el quicio de un rancho. Tuve la suerte de convivir con unos indígenas muy altos, de apellido Girola en Sabanillas de Tucurrique, una escuela en medio de un cañaveral donde tuve mi primer encuentro con los alacranes. Pude combatir el miedo a la oscuridad y a dormir con el arrullo de las chicharras y demás animalillos del bosque. Para mí era una gran aventura, montar a caballo en aparejo o a veces a pelo; conocí de cerca la pobreza de una nación que apenas despuntaba el progreso, pedagógicamente era poco y mucho lo que se podía hacer por los niños, eran desnutridos, en Tucurrique su bebida favorita era la chicha hecha de pejibaye. Nuestra misión no se limitó a las letras y los números pues debimos de hacer de expertos en salud y exterminio de plagas, los piojos eran un mal que perjudicaba la salud de los niños, nosotros debíamos “despulgarlos” cortarles el pelo, curarlos, ni que se diga de las niguas, los pies llenos de estos bichos, era terrible cuando se les hacían las “posolas” que eran las camaditas de huevo que luego reventaban en más niguas, los pobres chiquitos a veces no podían ni caminar. Necesitaban muchos recursos para subsistir, el trabajo del docente rural se convirtió también en parte en el puente entre las montañas y la ciudad y así poder llevar un poco de progreso. Debíamos ayudar por ejemplo en construir una escuelita, llevar agua potable, conseguir el alumbrado con lámparas de carburo, construir letrinas, abrir caminos, tantas y tantas cosas que permitieron, poco a poco a los costarricenses de esas áreas, mejorar su calidad de vida. Los niños eran tristes, pues por su pobreza extrema carecían de zapatos, cama y comida. En su carita se reflejaba la violencia doméstica, la “vinilla” que se extraía de la caña era la bebida alcohólica que se fabricaba en casas era parte de su forma de vida. Una vez al recibir a los niños que venían del Bajo del Reventazón les noté unas manchas rojas en su carita, brazos y piernas, y pensé ¿qué enfermedad era aquella? Luego supe que eran picadas de purrujas. Me llamó la atención y un día que todos los chiquitos llegaron con una varillita, les pregunté para qué era, y ellos me dijeron, “para espantar las rodajas” no tenía idea de que eran esas rodajas, pero al llegar a la escuela descubrí el misterio “las benditas rodajas” eran nada más y nada menos que serpientes enroscadas que tomaban el sol en el corredor de la escuela”. Las escuelas eran ranchos pajizos, sin piso ni ventanas. Llegué a conocer en Tucurrique una escuela de madera bien improvisada, con aulas y pupitres. Di gracias a Dios cuando me nombraron en ese lugar. La relación entre las escuelas rurales y la comunidad era muy diferente a la de ahora. El maestro era respetado, el personaje importante y querido, admirado por sus alumnos. Aprendí a ser valiente, humilde, generosa, a nadar en los ríos a pesar de mi corta edad. A no tener miedo y dormir sola en una escuela en mal estado, sentada en un pupitre, teniendo como único compañero un murciélago y el ruido lejano de algunos congos. Esta época de mi vida no quedó capturada en fotografías, ni videos, y la verdad no preciso bien las fechas, tan solo quedan mis recuerdos, que de vez en cuando salen a jugar conmigo y me alejan de mis tristezas. Aquella gente que marcó mi vida como los españoles Tortós que conocí en Murcia y Sabanillas, los chinos León en Tucurrique, los Murria y los Lindo en Cachí. Aún chasquea en mi memoria el brincoteo de los peces del Reventazón a altas horas de la noche donde los lugareños los atrapaban. La incomodidad de dormir en esteras en casitas impregnadas de humo y pobreza. En este ir y venir, conocí al que fue mi esposo, maestro también, con él procreé ocho hijos, dos de mis hijas hoy son maestras. Vivimos en Cachí durante varios años, allí nacieron nuestros primeros tres hijos. Luego nos instalamos en Paraíso, cerca del parque y gracias a Dios muy cerca de la escuela donde terminé mi labor docente. Yo no tuve que cruzar el Atlántico como mi abuelo para emprender su gran aventura, pero debí cruzar ríos, puentes colgantes y maltrechos, trillos, cafetales y cañales, no viajé en barco sino a pie, en tren, a caballo o en mula. Dejé mis huellas en caminos polvorientos y olvidados, reflejé mi rostro en pozas y quebradas, refresqué mi sed en ríos cantarinos y hoy miro con orgullo y satisfacción el camino por el que he transitado. “Hice camino al andar”, conseguí que se construyera una escuelita de madera y piso en La Flor de Santiago, ayudé a construir letrinas y explicarle a la gente su uso, logré realizar huertas caseras y jardines. Regué semillas de conocimiento en lugares lejanos, casi imperceptibles por la sociedad, en pueblos ocultos, deseosos de surgir. Más adelante pude concretar mi labor social como Regidora en la Municipalidad de Paraíso durante los años de 1982 a 1990. Mis últimos días laborales fueron en la escuela Liendo y Goicoechea de Paraíso, allí me pensioné después de más de 30 años de labor. Creo que la educación ha mejorado en muchos aspectos, hay un mayor acceso hacia el conocimiento, mi nieto Federico sabe manejar ya una computadora, dice palabras en inglés y es feliz en su clase de Educación Física. Pero se han perdido en las zonas urbanas el respeto al maestro, valores morales, culturales, alimenticios y religiosos. La educación rural es un aliciente para aquellas comunidades donde el progreso cuesta que llegue, el educador es multifuncional, debe saber de primeros auxilios, refresca valores, es más humanitario, se da a la comunidad, respeta a los niños y conoce sus preocupaciones y procura mejorar sus condiciones escolares y familiares. Es común ver a los educadores unidocentes o rurales ir a “pelear” a la Municipalidad, a la Asamblea Legislativa o al Ministerio para que les den una partida para su escuelita, haciendo rifas, ferias, bingos, turnos, reinados, todo esto para poder solventar necesidades básicas de sus escuelas, donde por lo general las personas son humildes y no tienen la capacidad para sufragar ellos mismos los gastos de mantenimiento de la escuela o compra de material entre otras necesidades. La educación rural es un paso más firme en la enseñanza en general, porque el alumno tiene más conocimientos de las cosas naturales. Los niños aprenden con los recursos que tienen a su alcance, no con los libros o computadora o Internet. Los alumnos no esperan el bus o el carro de papá para ir a su escuela, algunos deben arriesgarse cruzando ríos, a caballo o en largas caminatas para llegar a su escuelita. Esto da un valor agregado a su educación, ahí sí estudia quien tenga ganas de superarse y surgir en la vida. La educación es el motor de los pueblos, el combustible que lo hace funcionar, el principio de los sueños, y la herramienta para alcanzarlos, ser educadora rural fue un premio que Dios me dio, me enorgullece formar parte de la historia de mi país, de la gente más humilde y de aquellos pioneros que nos adentramos en la espesura costarricense para abrir camino hacia el desarrollo de nuestro noble país. Tan solo seguí tus huellas, querido y amado abuelo Antonio JUAN IGNACIO QUIRÓS ARROYO AGRADECIMIENTOS Al Prof. José Palma Esquivel (Q.d.D.g.) por su incondicional ayuda en momentos realmente difíciles. Fue un ángel del Señor que cambió la ruta que seguiría en mi vida. En su memoria siempre he apoyado a quienes vienen a mí por ayuda en Nombre de Dios. A Sofía Villalobos González (Q.d.D.g.), una segunda madre que con sus escasos recursos se sacrificó para que pudiera terminar mi Bachillerato de Secundaria. Me brindó techo, comida y apoyo moral, en momentos de soledad, angustia e incertidumbre. Siempre la llevaré en mi corazón, pues la obra de las personas buenas no mueren y este es uno de tantos casos que suceden, por ello para mí no ha muerto. A todos los miembros de la familia de don Rafael Alfaro ( Q.d.D.g.) y de doña Carmen Campos, quienes fueron mi apoyo material, moral y espiritual, cuando daba mis primeros pasos en la docencia. Y después, mis grandes amigos y familiares adoptivos. Para todos ellos, una bendición que sale de lo más profundo de mi espíritu. Finalmente, a todas aquellas personas, que de una u otra forma, han contribuido con sus aportes a mi crecimiento moral, espiritual y humano. “Es de bien nacidos, ser agradecidos” DEDICATORIA A mi madre, Carmen Arroyo Soto (Q.d.D.g.), de quien heredé el sentido de perseverancia y de lucha. Fue una fuente de motivación por la cual luché durante muchos años. Gracias madre por vivir los últimos cuarenta años de tu vida para volver a disfrutar de tu hijo. A mi esposa, María Isabel Ulate Castillo, por darme tanto amor, este valor sin el cual, los seres humanos no estamos completos. Ello me ha rejuvenecido y me ha hecho volver a creer en mí mismo y en la humanidad entera. Ella es la estrella que en el presente alumbra mi sendero. A mis hijas Maribelle, Marisol y Maricruz Quirós Jara y a mi hijo Juan Ignacio Quirós Müller. Sin excepción, mi amor y mi comprensión de siempre. Ellos siempre fueron el motivo fundamental de todos mis sueños y luchas. En memoria, para mis fallecidos amigos, Dr. Joaquín Acevedo Sobrado y el señor Francisco Obregón Espinoza. Presentación La lectura anticipada a la publicación de este ensayo ha sido para mí todo un privilegio que agradezco profundamente al autor. Este trabajo está escrito en lenguaje sencillo, directo y con cierto sentido melancólico, y aunque Juan Ignacio no lo menciona, parece que lo ha escrito pensando en que las personas que aún viven y le conocemos lo leamos y nos sintamos parte de esta historia. Pero, es también un exquisito y sentido homenaje póstumo para aquellos y aquellas que han significado mucho para este extraordinario maestro rural y hombre de bien. Lo de extraordinario maestro lo digo con certeza absoluta, pues tuve el privilegio de ser su alumno durante dos años. De él aprendí el gusto por el conocimiento de los grandes temas universales y por la importancia que revisten los valores del respeto, la puntualidad, la honradez, la justicia y la decencia para la sana y necesaria convivencia entre los seres humanos y para mostrar que es un hombre de bien, lo único que hay que hacer es leer esta memoria. Luego de las formalidades necesarias, y para entrar en el tema que le interesa a Juan Ignacio, escribo el siguiente proverbio “Es de bien nacido, ser agradecido”. Esto se lo he escuchado muchas veces, por ejemplo, cuando nos impartía lecciones allá en los Ángeles de Gamalotillo de Puriscal a inicios de la década del sesenta del siglo pasado. Pero este proverbio se complementa con el pensamiento del filósofo argentino José Ingenieros quien afirmó que “el hombre que no vive para servir, no sirve para vivir” y es que Juan Ignacio en su labor de maestro no se dedicó sólo a impartir lecciones, fue, lo que hoy en lenguaje universitario se llama un docente completo: hizo docencia, investigación y acción social mucho antes de que se pusiera de moda en las universidades de este país. Su vida la ha dedicado al trabajo, a la superación y hacer y promover el bienestar para el mayor número. Yo diría a la búsqueda de la felicidad como posibilidad de realización del ser humano, es decir ha vivido y vive para servir. Hermoso final tiene esta memoria, pues en nombre de un personaje de esos que ya casi no quedan en la sociedad costarricense, Juan Ignacio le da “gracias a la vida”. Para finalizar esta breve presentación, debo decir que no he querido profundizar en el contenido del ensayo adrede, más bien hago la invitación de su lectura. En lo personal, creo que es un excelente aporte para la reconstrucción histórica de lo que los maestros rurales han dado a este país en todo de lo que valioso tiene. Para la Universidad Nacional mi reconocimiento por esta iniciativa. Lic. Mario Alfaro Campos San Francisco de Dos Ríos Julio de 2007 * Nota del autor: Mario Alfaro Campos es Profesor de La Universidad de Costa Rica y del Instituto Tecnológico de Costa Rica. Es Licenciado en Filosofía e imparte la cátedra de Ética. Además, es un Conferencista Nacional e Internacional muy respetado. UNIVERSIDAD NACIONAL DIVISIÓN DE EDUCACIÓN RURAL MEMORIAS DE EDUCADORES RURALES NOMBRE: JUAN IGNACIO QUIRÓS ARROYO ESTA ES MI HISTORIA Transcurría el mes de febrero del año mil novecientos sesenta y dos y estaba próximo a cumplir diecinueve años. En el mes de diciembre anterior, había obtenido mi título de Bachiller en Ciencias y Letras en el Liceo de Costa Rica Nocturno. Yo vivía en Barrio Cuba al sur de San José y estudiaba de noche porque durante el día trabajaba extrayendo arena y piedra que se transportaba con bueyes y carreta del río Tiribí en Alajuelita y San Sebastián. Además, desempeñaba labores como cogedor de café, peón de construcción, chapeador de potreros, vendedor de periódicos y de lotería, y otros oficios de los cuales siempre me he sentido muy honrado, y que forjaron mi carácter para lo que vendría posteriormente. Un día de ese mes de febrero visité a mi ex profesor de Zoología de mi Primer Año de colegio, el honorabilísimo señor don José Palma Esquivel (Q.d.D.g), vecino de Santo Domingo de Heredia. Durante mi visita me indicó que su hijo no quería irse a laborar como maestro a una escuela situada en un pueblo del sur de Puriscal y que si yo estaba dispuesto a aceptar ese puesto, su hijo me llevaría en su motocicleta a Puriscal a conversar con don Antonio Muñoz -a la postre Supervisor de Escuelas de la zona- para que con su recomendación me nombrara como maestro en su circuito. Dicho y hecho, cuando volvimos de Puriscal ya venía con el nombramiento obtenido. Solamente debía formar mi expediente en el Ministerio de Educación y comunicárselo a don Antonio. Pero…, no tenía los veinte colones para el examen médico y para otros requisitos por cumplir. Don José, tan generoso como siempre, me regaló los veinte colones que necesitaba y así se formó el expediente Nº 10124 del Ministerio de Educación. No tuve que volver a Puriscal a buscar a don Antonio, pues me lo encontré en el Ministerio, anotó mi número de expediente en la acción de personal. De la noche a la mañana, y por la gracia de Dios, el boyero se convirtió en educador. Como pude, me las había ingeniado trabajando duro para ganarme veinticinco colones: veinte para pagar el tiquete de la avioneta que me llevaría a Gamalotillo de Puriscal y cinco colones que me quedaron para lo demás, cuando llegara a Los Ángeles de Gamalotillo (hoy de Chires), Fue cerca del hangar de donde despacharían el vuelo, donde conocí a don Miguel Carmona Jiménez, encargado de distribuir los alimentos de CARE1 a todas las escuelas de los pueblos cubiertos por ALPA (Aerolíneas del Pacífico). Actualmente, don Miguel es el presidente de la Cruz Roja de Costa Rica. Ya en Gamalotillo, pregunté a don Alvaro Cascante, despachador de las avionetas, por Germán Murillo Solano, quien era el maestro de la escuela local, quien una vez localizado, muy amablemente, me acompañó hasta Los Ángeles, pueblo situado a dos horas de camino por entre la montaña y empinados senderos. De camino, el hambre empezó a hacerse sentir, pues yo no había desayunado. Para mi ventura, 1 CARE fue parte del programa de ayuda de los Estados Unidos de Norteamérica que consistió en ayuda a los estudiantes de Escuelas con la finalidad de mejorar el nivel de salud de la población. El proyecto de alimentación estaba inscrito el programa de Alianza Para el Progreso que funcionó durante la década del sesenta en casi toda América Latina. Germán me señaló una casa al final de una colina. Según me dijo, allí vivía don Rafael Alfaro, el policía del pueblo cuya familia era ejemplar y que pasáramos a saludarlos. No solo fue un saludo, su generosidad calmó mi hambre fisiológica y despertó en mí la admiración por esa gente muchas veces olvidada e ignorada por los citadinos. Un estruendo y unos gritos que provenían de la montaña nos alertaron a todos especialmente a los miembros de la familia Alfaro Campos, pues don Rafael, y sus hijos Edwin (Vincho) y Rigo, estaban cortando unos árboles. Para dicha de todos, pronto aparecieron sanos y salvos y se dieron las presentaciones y los parabienes del caso. Un rato después, continuamos nuestro camino por entre la montaña, bajo el ardiente sol de aquel verano. Cuando llegamos a la explanada de Los Ángeles le di gracias a Dios nuevamente. Don Germán me llevó a la casa de don Severo (Beto) Alfaro, quien en ese tiempo fungía como Presidente de la Junta de Educación del pueblo. Después de las presentaciones de rigor, don Beto y doña Eustolia (Tolia) su esposa, nos ofrecieron café y tortillas con queso. Posteriormente me llevó a la escuela y me hizo entrega de la misma. Una vez dejados mis “chunches” en la escuela me llevó a hablar con “Melo” Berrocal para arreglar con él y con su esposa lo de la comida. Con mucha dificultad don Melo aceptó, máxime que don Beto le explicó que a los maestros nuevos les atrasaban hasta tres meses el pago de su salario, pero, que cualquier cosa se entendiera con él. Don Melo y su familia eran gente buena, muy pobre y no tenían capacidad económica como don Beto. Una semana duró la prestación del servicio y entonces don Beto habló con su esposa doña Eustolia (Tolia) y ella continuó vendiéndome la comida por ciento cincuenta colones al mes. Sin embargo, no todo sería un lecho de rosas, pues a propósito de lecho, en la escuela, aunque había un cuarto para el maestro, el mismo no contaba ni con un camón de madera para que durmiera o descansara. Mi antecesorr se había llevado todo, y esa primera noche, debí dormir en el piso, sin colchón, ni almohada, ni cobija. Por suerte era época de verano y no hizo frío excepto por la madrugada, y también, por suerte no apareció ningún alacrán de los que abundaban en la región. El primer mes lavé mi ropa en la quebrada cuando iba a bañarme y como no tenía plancha de leña imagínense el “arruguero”. Pero esto último se resolvió después, cuando Doris Alfaro aceptó lavar y aplanchar la ropa por una módica suma mensual. Posteriormente, la familia Alfaro Campos se convirtió en mi tabla de salvación para todo. Ellos se comportaron mejor que mi familia, y con mucho orgullo, hoy manifiesto que sigue siendo mi familia muy querida y respetada. En uno de los primeros días, bajé a desayunar y a bañarme a la casa de don Beto que quedaba como a seiscientos metros de la escuela por entre un cañal de su propiedad. Eran las seis de la mañana cuando llegué al trapiche, donde se encontraban muchos pobladores que se dirigían a sus trabajos. Allí, don Beto me presentó y espetó: “Estos maestritos de la ciudad no saben nada sobre las labores del campo”. Mi respuesta no se hizo esperar. Le contesté: “Don Beto, veo que va a enyugar los bueyes para mover la caña de la carreta. ¿Me permite enyugarlos y pegarle el yugo a la carreta?”. Asombrado asintió y esperó el resultado de mi desafío. Yo venía de enyugar bueyes y de pegar el timón de la carreta durante cuatro largos años. Enyugué a los bueyes y luego pegué la carreta al yugo por medio del timón. Cuando concluí, volví a ver hacia atrás y vi un poco de rostros asombrados. Don Beto, no queriendo reconocer mi acierto me criticó: “Está bien, pero en lugar de lazo aquí hacemos un nudo al finalizar la pegada”. Yo le contesté: “Don Beto, qué pasaría si la carreta se va a un barranco y arrastra con su carga a los bueyes”. Respondió: “Pues sacó el cuchillo y corto el barzón”. Y le respondí: “¿No es más fácil halar el lazo y que la carreta se vaya al barranco y los bueyes salgan hacia adelante sin problema? Me dio la razón y con una sonrisa socarrona me dijo que me podía bañar en la quebrada y volver para tomar jugo de caña y luego pasar a desayunar donde doña Tolia. Bajé a la quebrada donde un improvisado baño tenía como ducha una canoa formada por la mitad de una caña de bambú traía el agua fresca desde una roca. Cuando regresé al trapiche ya los pueblerinos se habían marchado y don Beto me invitó a tomar el fresco y dulce jugo de caña que salía de las muelas de su trapiche. Luego, con un hambre del demonio, me tomé el aguadulce y las tortillas que me sirvieron como desayuno. Ya en la escuela de nuevo, observé que ya estaba funcionando la piladora2 de arroz propiedad de don Beto. El centro del pueblo lo conformaban la pulpería, la piladora, la escuela y la plaza de tierra de tierra donde jugaban fútbol. Fue en la piladora de arroz donde conocí al mecánico Jesús Herrera, más conocido como “Pichuza”, todo un personaje al cual me referiré más adelante. Algunos señores que llegaban a la pulpería me ayudaron a hacer un plano de los principales senderos para llegar a las distantes viviendas donde vivían los niños que debía censar. Por la tarde, todo el pueblo sabía lo del incidente del trapiche por la mañana. ¡Y cómo me ayudó este hecho en mi exitosa trayectoria dentro de esa comunidad! Cuando recogían los manteados de asolear arroz, pedí que me prestaran uno para utilizar en mi cuarto y con la promesa de devolverlo por la mañana. Lo sacudí y lo limpié, para usarlo en la noche como sobrecama, almohada y eventual cobija para la madrugada. En la pulpería compré por veinticinco céntimos, unas candelas y una caja de fósforos, para alumbrarme durante la noche. Así pasaría tres largos meses. Durante la siguiente semana me dedicaría a hacer el censo. Muchos padres no querían enviar a sus hijos a la escuela porque, según ellos el maestro anterior era un vagabundo y no les enseñaba nada. Los convencí a unos y presioné a otros con aplicar la ley si no enviaban sus hijos a estudiar. De veinticinco niños que terminaron el curso anterior según estadísticas que encontré en un cajón lleno de polvo, logré enrolar a cuarenta niños en los tres grados que debía impartir como maestro único. El lunes de la siguiente semana, recibí la noticia de don Alvaro Cascante de que habían llegado los útiles del Almacén Nacional Escolar suplidor del estado- y la leche, el queso y los famosos “timoles” (laxantes), junto con vitaminas para dar a los niños después de desparasitados, todo proveniente de CARE. Por medio de don Beto, esos recursos llegaron hasta la escuela. Cuando los niños y las niñas volvieron, ya tenía materiales y algo para darles de comer al promediar la jornada. Eso sí, debía atender en una misma aula y con una sola pizarra destartalada, a los estudiantes de primero, segundo y tercer grado por la mañana, y, por la tarde, a los de cuarto, quinto y sexto grado. Me acostaba rendido, aunque antes debía repasar la Unidades de Estudio que me enviaban del Instituto de Formación Profesional del Magisterio con sus respectivas evaluaciones, las cuales, debía devolver completadas por correo. Y también, debía planear mi trabajo en el Diario, cuaderno que revisaría mi Supervisor cuando me visitara. Los sábados no se impartían lecciones, lo que aprovechaba para estudiar por las mañanas y visitar a los padres de familia por las tardes. Algunas veces, me invitaban a quedarme y a pasar la noche con ellos. Pero, mis favoritos para visitar eran los Alfaro Campos, familia con la cual desarrollé una entrañable amistad que ha perdurado hasta la fecha actual en que escribo esta memoria. 2 También se les denomina máquinas para descascarar arroz, funcionaban con diesel. Hoy prácticamente han desaparecido hasta convertirse en piezas de museo. En aquellos tiempos, el maestro rural era un “todólogo”, pues además de desarrollar su labor docente, debía llevar a cabo un fuerte trabajo comunal, hacer de médico, de consejero, de enfermero y muchas relaciones humanas. Cuando el Cura llegaba al pueblo era objeto de múltiples atenciones, aunque se llevara una buena cantidad de dinero (casi mi salario de un mes) por dar la misa, confesar a los feligreses y rezar el rosario. El desarrollo humano, social, educacional y el cuidado médico de la comunidad eran responsabilidad del maestro. Después de tres meses, y habiendo recibido mi pago y saldado mis cuentas, pude volver a la ciudad en donde me sentía extraño. Aproveché para hacer algunas gestiones personales y para visitar el Almacén Nacional Escolar situado detrás del INVU, para pedir más útiles escolares que necesitaba. Los obtuve, pero pagando de mi propio bolsillo el costo del transporte tanto terrestre como aéreo. Al regreso, pude conversar con Miguel Carmona (en la actualidad, Presidente de la Cruz Roja), quien me indicó que muchos directores no habían retirado los alimentos ni los medicamentos asignados, y que si yo aceptaba, él me mandaría más leche y más queso, además de medicinas para prevenir infecciones, incluidas algunas ampollas del suero antiofídico para aplicar a personas mordidas por alguna serpiente. Don Beto, de nuevo me ayudó a transportar en su carreta, los alimentos y los útiles escolares del campo de aterrizaje de Gamalotillo a la escuela de Los Ángeles. Aunque tenía muchos alimentos para los niños, debía resolver el faltante de aulas y de pupitres y también el de diversificar la alimentación de los niños, especialmente de los más pobres y de los que venían a la escuela después de caminar hasta dos horas para llegar. Fue así como hablé con don Beto y otros miembros de la Junta de Educación, quienes viendo mi entusiasmo se motivaron y juntos decidimos realizar un turno para recolectar fondos. Eso sí, no debía interferir con el que hacía la Junta Edificadora de la Iglesia. Fue así como programamos un turno para finales de junio aprovechando el veranillo (de San Juan) que se daba en esos días. Logré que un ganadero regalara un torete el cual fue rifado. El turno resultó todo un éxito pues recolectamos un poco más de cuarenta y siete mil colones que en aquella fecha era un dineral. Fue así como, a mi regreso de vacaciones de quince días, pude llevar avena, siropes y otros alimentos. Entonces empecé a fungir como cocinero, mientras se buscaba a alguna señora que llegara a la escuela a cocinar los alimentos en un rancho, que estaba al lado de la escuela. Dejaba a los niños haciendo algún ejercicio mientras iba al fogón a cocinar. Las niñas y los niños que vivían más cerca ayudaban con el lavado de los platos y cucharas, los que debían estar limpios para la tanda de la tarde. El agua se traía de una quebrada que pasaba como a cien metros de la escuela. Poco a poco, se fue despertando un sentimiento de solidaridad de los vecinos para conmigo, el cual trajo como beneficio que muchos padres de familia se incorporaran a trabajos especiales en pro de la escuela y de la comunidad, y, que permitieran a sus hijos llegar algunos sábados a colaborar con la chapia del lote de la escuela. Nunca me sentí solo pues siempre creí que Dios estaba conmigo y fue a partir de ese momento en que Dios empezó a tomar forma humana en cada uno de los alumnos y alumnas, sus padres y otros jóvenes de la comunidad que se acercaron a colaborar. El pueblo entero me apoyaba, y por lo tanto, había que redoblar esfuerzos, pues no podía defraudar las esperanzas que en esos momentos la gente empezaba a tener gracias a mi intromisión en los sentimientos de esas personas que estaban tan olvidadas de los políticos, de los religiosos, y hasta de ellos mismos. Pude entender esos sentimientos, cada vez que los visitaba en sus casitas o ranchos por invitación de ellos mismos, aunque tuviera que dormir sobre una amplia tabla o en el piso, después de rezar un trisagio. Fue así como inicié una profunda amistad con la familia Alfaro Campos, con los Agüero, con los Badilla, con los Jiménez, con los Berrocal, con los Montero, con los Barboza y con otras familias que deseaban tenerme los fines de semana con ellos. Y así fue también, como me hice compadre de Amado Jiménez y de doña Ofelia su recordada esposa: una dama a carta cabal. Estas personas no tenían academia alguna, pero eran respetuosos de sus maestros y poseedores de valores que hoy han desaparecido de nuestra sociedad. Eran muy educados a pesar de tener alguna o ninguna escolaridad. Me gané su confianza y su respeto, y hasta un puesto en la formación titular del equipo de “la primera” del pueblo, pues también le hacía algo al fútbol. Olvidaba contar que don Antonio -mi Supervisor- me visitó después del medio año y me felicitó por los logros alcanzados y por lo que le habían manifestado los miembros de la Junta con quienes se reunió. Durante ese año, no volvió, pues el fuerte invierno inutilizó los caminos y era muy difícil el acceso a Los Ángeles. Solo se podía llegar a pié, a caballo o en mula y muy poco en carreta tirada por bueyes. Me había prometido el nombramiento de otro maestro para el curso lectivo siguiente, pues mi carga de trabajo era muy pesada. Esto me alegró, porque además de tener garantizado mi nombramiento interino por otro año, tendría el apoyo y la ayuda de otro docente. Cuando ya concluía mi primer año y a principios de noviembre, un grupo de padres de familia y de jóvenes de la comunidad, se me acercaron para plantearme su deseo de matricularse en la escuela y sacar su diploma de sexto grado aunque fuera en dos años y por las noches. Por supuesto que les dije que si me nombraban otra vez en esa escuela contaran con mi apoyo total para su iniciativa. Esta vez, el censo escolar lo hice por adelantado y sin ningún problema, e incluí a los adultos en esa lista, para un total censado de setenta y cinco alumnos. Con pena y nostalgia clausuré mi primer año lectivo como docente con dirección y horario alterno. Los niños y niñas que llegaron sin saber leer ni escribir ni hacer pequeñas operaciones aritméticas, ya leían bien, hacían pequeñas operaciones, pero lo más importante en todos, era que llevaban inculcados en sus mentes los principios básicos que hacen que el hombre sepa conducirse en sociedad, que se respete mucho y sea digno de sí mismo así como de lo que su Patria le ofrece. Al salir de regreso a mi casa en San José, sentí la incertidumbre del que no sabe si regresará y la nostalgia del que ha dejado su corazón enterrado en la montaña que lo vio llegar solo con la protección de Dios y de sus principios. Iba con la frente muy en alto, pues no había defraudado a los que en mí creyeron, ni a mí mismo. ¡Bendito sea el Señor! Mis primeras vacaciones transcurrieron entre asistir a clases al Instituto de Formación Profesional de Magisterio (IFPM), a los cursos de verano de la Universidad de Costa Rica por las tardes y por las noches a un Programa Especial de Formación de Profesores para Enseñanza Media. Gracias a mi esfuerzo aprobé todos los cursos y ya en febrero de 1963, me alistaba para regresar a Los Ángeles, esta vez con una mejor capacitación para realizar mi trabajo con mejor suceso. Fue a finales de febrero, durante una reunión de circuito en Cerbatana de Puriscal, en la cual don Antonio me presentó con honores a los demás colegas del circuito, además, me indicó que mi salario sería mejorado y que tendría mayor estabilidad en el puesto, por haber aprobado los cursos de primer año del IFPM para la carrera de Maestro Normalista. Hasta ese momento le mencioné mi participación en los cursos de la UCR. Luego me presentaría a quien fuera mi compañero en la escuela durante ese año: al señor Hugo Fallas Quesada, un joven de mi edad proveniente de Ciudad Colón (Villa Colón en aquellos días). Hugo me resultó un extraordinario aliado y un gran compañero: fuimos como dos buenos hermanos. Durante el regreso a Gamalotillo, aproveché para hablar con Miguel Carmona, quien me dijo que todos los materiales estaban listos para ser enviados. Antes, había visitado el Almacén Nacional Escolar y verifiqué que la cantidad de útiles escolares era mayor, conforme con la matrícula reportada. Ya en Gamalotillo, el ambiente era muy diferente al del año anterior. Presenté a Hugo, nos tomamos un refresco en la pulpería, y a empezar el recorrido cuesta arriba hacia Los Ángeles, bajo aquel tremendo calor de los primeros días de marzo. Por dicha para ambos, a medio camino estaba la casa de los Alfaro, donde con su magnanimidad de siempre, nos refrescaron la garganta y nos dieron un delicioso almuerzo. Cuando el sol comenzó a declinar y por tanto a refrescar la tarde, continuamos nuestro viaje hacia la escuela, con la compañía de Vincho y de Rigo, pues iban a darse una vuelta por el alto de Los Ángeles. Nosotros debíamos pasar a la casa de don Beto a recoger las llaves y aproveché para presentarles el nuevo maestro. Allí doña Tolia nos indicó que no podría vendernos la comida a ambos, que solo por la primera semana mientras arreglábamos la situación. Ya en la escuela, acomodé al compañero en el “segundo piso” del camarote que había construido durante al año anterior, con su respectiva colchoneta y sábanas. Luego aproveché para presentar a Hugo Fallas a los visitantes de la pulpería y a los “mejengueros”. Por supuesto, tanto Hugo como yo, participamos de una buena mejenga hasta que cayó la noche. Después, compramos unos atunes y unas galletas en la pulpería, para cenar y discutir algunos asuntos de nuestro trabajo futuro. Convocamos a los adultos interesados en recibir clases por las noches y definimos el horario junto con otros detalles. La matrícula aumentó pues en Gamalotillo no impartían cuarto grado y así fue como Carlos Retana Fernández y Mario Alfaro Campos se matricularon en Los Ángeles pues el proyecto era ofrecer hasta el sexto grado gestionando la construcción de una escuela ante las autoridades competentes. Mientras tanto, se construyó un aula más, aunque fuera con el piso de tierra y con pupitres multipersonales. Para facilitarnos el trabajo de noche, hasta la nueve, decidimos mandar a comprar a Parrita (seis horas a caballo) una lámpara de canfín marca Coleman y también, decidimos cocinar nuestros alimentos, utilizando el fogón del rancho y los utensilios de la escuela. La leña y el entusiasmo eran abundantes. Así comenzó un año lectivo repleto de éxitos y de muchos logros tanto para la comunidad como para la satisfacción de maestros y alumnos. Hugo impartía primero y segundo grados y yo me haría cargo de tercero y cuarto grados, con recargo de la Dirección. Por la noche nos repartíamos las materias que recibían los adultos. A veces, se me arrugaba el alma viéndolos partir a las nueve de la noche bajo furibundos aguaceros. Por dicha, eso sí, iban con la barriga llena pues la comida era abundante, ya fuera porque cocinábamos para ellos, o porque les diéramos queso y leche de CARE, o porque la generosidad de las familias era tanta que nos mandaban muy frecuentemente y en abundancia, platillos con alimentos hechos con productos de la época, cuando no, una buena sopa de gallina o unos deliciosos chicharrones. ¡Qué diferencia! ¡Gracias a Ti Padre!. Durante este segundo, año la comunidad recobró aun más la confianza en sus maestros, en su escuela. Teníamos todo un equipo de trabajo coordinado por los maestros y los adultos. Brindamos: servicio de comedor con una cocinera, desparasitamos a todos niños y adultos, les dábamos medicamentos para distintas enfermedades, curábamos a mordidos por serpiente; estábamos de lleno en el deporte y colaborando con la Junta Edificadora de la Iglesia, hicimos gestiones para la construcción de una nueva escuela, hacíamos más visitas a las casas de los alumnos por lejanas de estuvieran. En los ratos libres estudiábamos las unidades didácticas del IFPM y contestábamos los cuestionarios que luego regresaríamos por el correo normal. Debo en esto mencionar la ayuda que siempre me brindó Claudio “Cuyo” Berrocal pues me prestaba su yegua para esos y otros menesteres, no necesariamente relacionados con mis deberes escolares. Como en el año anterior, hicimos otro turno con resultados económicos muy satisfactorios. Ya Omer Retana y Eliécer Peraza poseían la piladora y la pulpería, y dona Nena - la esposa de Omer- nos invitaba algunas veces a su casa, construida recientemente a cincuenta metros de la escuela. Eso sí, y lastimosamente, la montaña empezó a ceder su paso a la siembra de arroz como paso previo a los potreros para ganado. Me comencé a involucrar en lo que sería el proyecto de construcción de la carretera Puriscal-Parrita, la cual se perfilaba como la gran esperanza para la zona. Gracias a la labor de todos los maestros que nos involucramos en el desarrollo de esas comunidades, como labor aparte del quehacer escolar, fue que la zona “hirvió” en desarrollo. Germán Murillo en Gamalotillo, Erick Quirós en La Gloria y nosotros en Los Ángeles, conformamos un trípode que alentó a otros colegas a elevar su telescopio para mejorar su visión de la realidad presente. Ese año se nos pensionó don Antonio y su lugar lo ocupó don Rafael Angel Rojas por el resto del curso lectivo. Con más glorias llegó a su fin este segundo año en Los Ángeles de Gamalotillo (cambiado luego a de Chires), sabíamos que regresaríamos y que dado el aumento en la matrícula y a que impartiríamos quinto grado a los niños el año siguiente, tendríamos a otro maestro para coadyuvar en nuestras labores docentes y comunales. La semilla había caído en terreno fértil y la cosecha debería ser recogida en el próximo curso lectivo. Volvimos a nuestras casas en la ciudad y con ello cada uno iría a los cursos del IFPM, pero en mi caso, seguiría con los cursos de la UCR., en donde me enteré de una eventual Reforma a Planes y Programas de la Enseñanza Media, que incluía posibilidades de capacitación en la enseñanza de la Matemática, para aquellos que fuéramos maestros graduados con algunos estudios en la UCR. Hugo hizo su primer año y yo el segundo año, por lo que al final me gradué como Maestro Normal de Educación Primaria. Me esperaba para el año siguiente el Curso de Postgraduados, el cual sería más riguroso. Al igual que en el año anterior, esta vez visité también el Almacén Nacional Escolar e hice arreglos para recibir mayor cantidad de alimentos y de medicinas para distribuirlos a través de la escuela. En la última semana de febrero de 1964, fui convocado a una reunión general del circuito en Santiago de Puriscal y allí don Rafael Angel me informó del nombramiento de un nuevo maestro para mi escuela, y que habían trasladado a Germán Murillo de Gamalotillo para Los Ángeles. Fui el primero en llegar a la escuela y así preparé todo para el inicio del curso lectivo. Cuando llegaron los otros compañeros, Germán se instaló en un improvisado cuarto del rancho. Como había otro maestro yo me concentré más en la labor comunal y en la dirección, pues solo debía impartir quinto grado. Por esta misma razón me involucré más en el proyecto de construcción de la carretera Puriscal-Parrita, yendo a las casas o a los sitios donde estaban trabajando los dueños de las fincas por donde pasaría la carretera, para que firmaran la respectiva donación de las fajas de terreno. Con mucho esfuerzo, logré ese cometido. También logré, en una de mis salidas a la capital, que el MOPT y el MEP acordaran la construcción de una nueva escuela de cemento con cuatro aulas para el pueblo de Los Ángeles. Ese año nos cambiaron al Supervisor y fue nombrado don Guido Barrientos, un hombre visionario que al conocer de mis avances me impulsó y me ayudó mucho para que pudiera llevar a cabo mis afanes de crecimiento personal. Antes de concluir el año, me enfermé de lo que creí paludismo y estuve durante una semana en casa de la familia Alfaro Campos sufriendo de fiebre y de otros malestares. La vi fea, pero gracias a doña Carmen Campos que me cuidó como a uno de sus hijos, aquí estoy contando la historia. En mi casi inconciencia recuerdo que un día le dijo a una de sus hijas: “Agarrame la gallina de patas amarillas para hacerle un caldo al maestro a ver si se le baja la calentura”. Debo confesar que ese caldo me ayudó mucho para recuperarme y días después estaba de nuevo en la escuela trabajando en lo que sería la primera graduación de sexto grado. El acto de graduación fue pomposo pero sencillo, con una enorme satisfacción para todos, pero especialmente para Hugo y para mí. Con mucho cariño nos despedimos de la gente del pueblo y regresamos a nuestras casas para continuar nuestros estudios. Pero, Dios nos tenía previsto otro destino para el siguiente año y no volveríamos a Los Ángeles, al menos Hugo y yo. Fuimos a estudiar al IFPM en donde obtuve el Postgrado y Hugo su título de Maestro Normal. En mi caso no pude asistir a la UCR porque me llamaron del MEP para que empezara a participar en la capacitación en Matemática para la Reforma de los Programas de esa materia dentro de la Enseñanza Media. Además, a don Guido lo trasladaron de circuito y quería que Erick, Hugo y yo, nos fuéramos a trabajar con él, máxime que todos estábamos graduados y con fama de trabajadores. Fue así como para el curso lectivo de l965 estaba como Director de la Escuela de Ojo de Agua de León Cortés, con Hugo Fallas y Carlos Ballestero como docentes académicos y con Betty Castro como maestra de religión. A Erick, lo había nombrado en Llano Bonito de León Cortes, como a una hora y media subiendo y bajando el cerro hacia el sur de La Legua de Aserrí. Nosotros quedamos a veinte minutos de ese pueblo por camino lastreado, accesible para vehículos y con posibilidades de viajar a San José, pues todos los días salía un bus por la mañana de la Legua y regresaba por la tarde. La escuela tenía tres aulas separadas pero cómodas y en el pueblo el cultivo del café era la principal actividad. Todos nos ubicamos en distintas casas donde no tuvimos problema para conseguir lo mecesario para estar tranquilos y dedicados a nuestro trabajo. La familia de don Narciso Valverde- Presidente de la Junta, nos ayudó a todos a posicionarnos con comodidad. Este era un pueblo con mejor nivel económico que el de Los Ángeles. Como la labor docente se tornó sumamente fácil de realizar entonces me dediqué a atender otros asuntos comunales y a colaborar con el Supervisor. Así, colaborando con don Guido, tuve oportunidad de visitar Llano Bonito, San Francisco y Santo Rosa, al otro lado de la cordillera. Por este lado visité San Andrés, Frailes, La Angostura y San Cristóbal Norte, lugar al que fue trasladado Erick. Mis pasos me llevaron a La Lucha, donde conocí personalmente al líder político don José Figueres Ferrer. Este hecho cambió mucho mi vida, pues fueron muchas las enseñanzas que recibí de Don Pepe. En una de esas travesías pude observar que por tramos y sobre la orilla, se encontraban apiladas cantidades grandes de tubos para cañería cuyo grosor no recuerdo. Pregunté a los vecinos y me dijeron que durante la campaña política pasada habían ofrecido instalar la cañería para el pueblo, pero que trajeron los tubos y nada más. Posteriormente hablé del asunto con don Pepe y él me refirió con el Lic. Fernando Volio Jiménez para que le tratara del asunto. Localicé a este señor y le expuse el caso. Él me contactó con gente de Acueductos y Alcantarillados. Para no hacer largo el cuento, me propusieron que el pueblo construyera el tanque en la naciente de agua prevista y que dieran colaboración para los trabajadores, dándoles comida y un lugar donde dormir mientras se ejecutaba la obra. Con un estruendoso turno y otras colaboraciones en efectivo, obtuvimos los doscientos cincuenta mil colones necesarios y suficientes para culminar la obra. Mientras esta se ejecutaba, me dediqué a colaborar con los pobladores de Santa Rosa, para que con la participación de don Guido y de don Fernando les nombraran un maestro, y que ellos se comprometían a construir la escuela y darle facilidades de hospedaje y comida al maestro que nombraran. Al concluir ese año, cada casa del pueblo tenía instalada su cañería, la cual se extendió a los poblados vecinos posteriormente y mediante acuerdo con los vecinos de Ojo de Agua. También, se logró el nombramiento de un maestro para Santa Rosa y a mí me tocó verificar el cumplimiento de los compromisos por parte de los pobladores de ese pueblo. Y así, nos despedimos de los pobladores creyendo que íbamos a volver, pero no fue así: solo Carlos Ballestero volvió como director, pues yo renuncié al puesto ante una propuesta de la entonces Directora Administrativa del Ministerio de Educación, para que fuera a Liberia a impartir lecciones de Matemática y otras materias, pues había inopia total de profesores. Después de concluir mis lecciones de Matemática para la reforma y de continuar en la UCR, me llamó el Asesor Supervisor de Matemática del MEP, Lic. Manuel Enrique Castellón, para decirme que ya no iba para Liberia, porque el padre Arguedas del Colegio Santa María de Guadalupe de Santo Domingo de Heredia, le solicitó un profesor de Matemática y que él me había recomendado. Además, que me iban a dar ocho lecciones de Matemática en el Liceo Nocturno Miguel Obregón de Alajuela en forma interina, y que conforme se presentara la oportunidad me completarían un horario de treinta lecciones con el MEP. Esa promesa fue cumplida y así comencé una nueva aventura, que me llevó a graduarme como profesor de Matemática y a obtener el título universitario de Bachiller en Ciencias de la Educación. Por una operación de mi vista, no pude concluir los estudios de Licenciatura. En el año 1977 ingresé como Agente del Instituto Nacional de Seguros (INS) donde me especialicé en seguros y recibí mucha capacitación en esa materia, lo que me llevó a ser nombrado Instructor y Supervisor de Agentes y a egresarme en ventas de Wilson Learning Corp., y de American Management Association, ambas de los Estados Unidos de América. Mi carrera en el INS fue más que exitosa y me pensioné en el año 1991. Posteriormente estudié Inglés Conversacional en el Instituto Tecnológico de Costa Rica (ITCR) donde me gradué, después de un año intensivo de estudios. Viví durante seis meses en Estados Unidos donde reafirmé mi aprendizaje del inglés, estudiando en el South Seattle Community College el curso Inglés Como Segunda Lengua. Hace apenas tres años me gradué en Mercadeo y Ventas en la Escuela de Administración de Empresas de la UCR y hace un año aprobé los cursos de Liderazgo y Motivación, del programa Especialista en Liderazgo y Motivación, de la Escuela de Administración de Negocios del ITCR. Actualmente me desempeño como Asesor y Consultor en Seguros tanto en el ámbito nacional como internacional. En adición, durante los últimos diez años me he desempeñado como Dirigente Comunal, pasando por todo el escalafón de ese movimiento en forma exitosa. Una apostilla necesaria para un personaje inolvidable en esta memoria. Unas páginas atrás me referí a don Jesús Herrera Agüero más popularmente conocido como “Pichuza”. Era un hombre de mediana estatura, de contextura delgada, pelo crespo, labios pronunciados y actuación sencilla pero vistosa. Era un buen mecánico y carpintero que se ganaba la vida arreglando los motores de las piladoras de arroz (quitaban la cáscara o granza del grano) y haciendo múltiples arreglos en las casas o construyendo algún mueble rústico. “Pichuza” era un hombre muy inteligente, quien llevaba una vida solitaria pues no se le conoció esposa o compañera alguna, le encantaba el guaro y cuando no había de la fábrica, entonces recurría al “chirrite” o guaro de contrabando. También tocaba la guitarra y le gustaba cantar. Ya bajo los efectos del alcohol, se transformaba y se volvía un poco agresivo y le gustaba pelear, actuaciones en las que no le iba muy bien. Por las noches era fácil saber dónde estaba, pues era cuestión de esperar un rato y afinar el oído para escuchar el ruido del tapón de la botella cuando lo sacaba para beber. En algo siempre destacó “Pichuza”: en su gran espíritu de servicio para con quien fuera. Bajo fuertes aguaceros iba a cualquier lugar con tal de llevar alimento, medicinas o de arreglar algo urgente. “Pichuza” fue un personaje que me enseñó el arte de servir y amar a los demás, aunque esa persona le hubiera causado un daño o un perjuicio. Ese era DON JESÚS HERRERA AGÜERO (así con mayúsculas) un hombre bueno, sencillo, justo, respetuoso de la fe cristiana y amante de servir a sus prójimos. Una loa final para “Pichuza”. Parodiando a Violeta Parra cantaría: Gracias a la vida, que me ha dado tanto, me ha dado un lucero (siempre he visto con un ojo) que cuando lo abro, perfecto distingo lo negro del blanco, y en cada persona al Dios que yo amo. Sí, Gracias a la Vida, que me mostró la noche oscura del alma y la luz radiante de la mañana del Espíritu Santo de la Vida. Gracias a la Vida, porque sigo siendo aquel pequeño, al que se enseñó a amar como si hubiera de vivir por siempre y a vivir como si hubiera de morir mañana. Gustavo Alvarado Rodríguez Algunos rasgos de mi vida. Nací en San José en 1964, parte de mi infancia la viví con mis padres (Gilbeth y Flor) y hermanos (Iliana, Gilbeth y Marianela) en Tilarán de Guanacaste. Hijo mayor de la familia de un educador. Luego nos trasladamos a vivir a Arenal Viejo, hoy parte de la represa del Arenal. Los primeros tres años de escuela los realicé en el Centro Educativo de Arenal, pues hay trabajaba mi padre. El cuarto grado de escuela, lo inicié en la comunidad de Bagaces de Liberia, pero no lo terminé en ese centro educativo; por circunstancias familiares nos trasladamos a vivir a Tilarán donde culmimé la primaria en el centro educativo de Tilarán. El traslado de la casa a la escuela no fue difícil, pues la cercanía lo favorecía, además viajaba con su padre que laboraba en dichos centros educativos. Ingresé a la secundaria en el colegio de Tilarán, un centro educativo que contaba con una matrícula aproximada de 340 alumnos “recuerdo que en mi grupo de sétimo, éramos como 23 y por cierto tan unidos, que en la actualidad, en ocasiones nos reunimos” Durante esa época, tuve la oportunidad de formar parte de la Rondalla (grupos de música) y en un grupo musical suramericano llamado Necaztle (oreja humana), donde aprendí a tocar instrumentos musicales como guitarra, trompeta, flauta, charango, cuatro, entre otros. “Fueron tiempo de gloria para el colegio de Tilarán”, ganador en dos ocasiones del segundo lugar en el nivel nacional. Terminé la secundaria exitosamente en el colegio de Tilarán. En 1982 ingresé a laborar a la Municipalidad de Tilarán, en el departamento de ingeniería, trabajé ahí durante ocho años y mediante un convenio entre el IFAM-UCRINA, estudié Dibujo Arquitectónico en San José. Trabajaba lunes y martes en la Municipalidad y de miércoles a sábado viajaba a San José para recibir clases. “era un poco duro, en la municipalidad ganaba ¢8500 y con eso me ayudaba para el estudio” Terminé la carrera y trabajé con un arquitecto de Liberia, realizando planos en lugares cercanos. “tuve suerte, por que cuando eso no habían casi arquitectos por esos lados”. En 1986, contraje matrimonio con nuestro primer hijo, Joseph. Sonia Murillo Paniagua, del cual nació ¿Por qué me hice educador y cómo me formé en la profesión? En 1990, me separé de mi esposa y me fui a vivir a San Rafael de Guatuso. Allí la búsqueda de trabajo fue difícil, pues el empleo para la arquitectura no era factible. Cada familia construía su propia casa. Fue, en esa misma época cuando algunos alumnos iban a su casa, para que los preparara para los exámenes de bachillerato en Español y Ciencias, y así me di cuenta de que tenía una gran facilidad para enseñar. En 1996, por recomendación de mi padre, ingresé a la Universidad Florencia del Castillo a estudiar educación, cuando me integré a la universidad me convencí de que la enseñanza era lo mió, lo que quería realmente, pues me gustaba. Formo parte de un grupo pequeño de 16 alumnos. “considero que la universidad era buena teóricamente, pero le faltaba un poco de fuentes bibliográficas (biblioteca para información) y sobre todo concretar la práctica, para enfrentar la realidad que se vive en las aulas Su primer trabajo fue en el Colegio de Katira, lugar que funcionaba además como salón comunal, ya que no había recursos económicos para construir un edificio para el colegio de la localidad. Laboraba en el colegio durante el día y durante la noche en el CINDEA, en el cantón de Guatuso. Era Profesor de Español en el CINDEA, en el centro del cantón, San Rafael, Río Celeste y la Cabanga; viajaba a algunos lugares en bus y a otros en bicicleta (10 a 15 Km.). En el Colegio de Katira impartía clases de Español, a décimo y undécimo, y de Ciencias a sétimo octavo y noveno año, me gustaba la biología, siempre quise ser biólogo marino Además impartí lecciones de Música a todos los niveles durante un año. Recuerdo que cuando se realizaban las fiestas de la comunidad, el viernes por la tarde después de clase, se corrían las paredes del edificio para convertirlo en una sola sala y realizar los bailes y las actividades que se preparaban y para el lunes antes de las siete de la mañana debía de estar todo preparado para que los educandos recibieran clases. Recuerdo que en una ocasión, el conserje del colegio se quedó dormido en el baño, estaba tan cansado luego de terminar de colocar las paredes, el cansancio lo doblego y no pudo regresar a su casa, se durmió en el baño del salón. En 2002 concursé para Educación Primaria y fui nombrado como interinamente en la Escuela de la Rivera, una escuela con dos maestros. Impartía clases a segundo, tercer y quinto año. La directora era Doña Marielos Arias. Era una escuelita de tablones de madera, muy separados entre si, las sillas y los bancos eran hechos de costillones de madera que lullía los pantalones y las enagua de los educandos rápidamente. En 2003, llegó mi nombramiento para seguir trabajando en la escuela La Rivera, pero por situaciones de la vida revocaron ese nombramiento, se lo dieron a una educadora, por motivos de enfermedad. Pasé muchas penurias, pues había formado una nueva familia y era padre de dos hijos pequeños, por los que debía velar. Envié cartas al MEP y nunca tuve respuesta alguna. El 31 de Marzo del mismo año recibí un mensaje del Supervisor del circuito (Warner Froilán) donde me solicitó presentarme a hablar con él, para que trabajara como maestro, a partir del día siguiente en la escuela de Quebradón porque habían nombrado una maestra de Guanacaste, que no se había presentado. Así se realizaron los trámites para nombrarme como el nuevo maestro de esa comunidad (Quebradón de Guatuso), un pueblo a 20 km del centro del cantón de San Rafael de Guatuso, con carretera de lastre y caminos en mal estado, hasta la fecha permanezco en esa institución. Durante todo ese tiempo me traslado en motocicleta hasta el centro educativo Descripción del centro educativo Es una escuela pequeña con una matrícula inestable, por la cantidad de familias que migran y emigran al lugar. Actualmente cuenta con seis alumnos (dos en primero, tres en segundo y una en tercero), que provienen de familias de bajos recursos económicos y constante inestabilidad social y económica. La escuela cuenta con una buena infraestructura, sin luz eléctrica, una solo aula, un baño, una pequeña bodega y un comedor. El comedor funciona con lo que da el Gobierno y el “ajuste” (lo que se ponga después del arroz y los frijoles) lo ponen los padres de familia y el patronato. Personajes interesantes en la comunidad En la comunidad son pocos las personas que colaboran, por ser un pueblo sumamente pequeño con lo mucho diez familias. Recuerdo con mucho aprecio a Don Pablo Matarrita, un señor solo, sin hijos, ni esposa; siempre está pendiente de la escuela, siempre colabora con el alimento de los niños. Es un pueblo donde, tanto los niños y padres de familia consideran al docente como líder. En ocasiones se propasan y lo quieren involucrar en situaciones de pareja y problemas entre vecinos. La alfabetización y el nivel académico de los padres y las madres no contribuyen al aprendizaje de los hijos. El docente es responsable y es el que debe guiar a los niños en el proceso de enseñanza, ya que, no puede contar con el apoyo de los padres, por su bajo nivel académico. Entre los problemas más visibles que enfrenta el centro educativo se pueden citar: falta de luz eléctrica, falta de integración de los padres y madres de familia al proceso de enseñanza de sus hijos, inestabilidad familiar y económica, nivel académico de los padres y las madres, niños con algunos problemas de aprendizaje. Recuerdo de un niño o niña Recuerdo a un niño y una niña en su primer año de trabajo, se identificaron mucho con él, lo consideraban su padre. En sus clases permitía el desarrollo de la creatividad y el talento en los alumnos. Ese alumno le regaló un dibujo extraño, realizado por él, con tinta transparente que se lograba ver solo con la luz de un foco, era un niño que tenía un don para el dibujo, en algunas ocasiones, representó al cantón de Guatuso con sus obras. La educación rural Siempre trato de ser un maestro dinámico y concreto en las explicaciones para que los niños me entiendan mejor y para que la clase no sea tan tediosa y aburrida. Pongo mucho énfasis en lo afectivo, la relación alumno-maestro, respeto a mis alumnos; ellos son mis amigos y yo soy su amigo además de su maestro. En cuanto a la educación rural, hay que saber aprovecharla, sin dejar que los educandos desaprovechen y desconozcan la importancia de los nuevos medios tecnológicos, que por ende favorecen el proceso educativo, o sea no se debe encasillar a los alumnos en una educación mediocre, con excusas de que no se puede porque es una escuela rural, que carece de muchas comodidades para impartir las clases adecuadas. La diferencia está en el educador, la hace el educador. Actualmente, laboro en la misma escuela (Quebradón), ya tengo cinco años y deseo continuar. Con el tiempo he aprendido a querer a la comunidad, la escuela y a los educandos. Al principio pensé que no me iba a acostumbrar y hoy no me quiero ir, es parte de mi vida diaria. Rocío Cubero “Una historia sin culminar…” Nací en San José en 1973, hija mayor de Octavio y Yadira, con dos hermanos menores (Verny y Brainer). Crecí en la comunidad de Cañas, en el barrio Limbo, de Guanacaste. Inicié la educación primaria en la escuela Monseñor Luis Leipold de Cañas. Tenía una maestra muy estricta, que me enseñó lo que soy hoy. Fui integrante del equipo de baloncesto del centro educativo. Realicé la educación secundaria, hasta cuarto año, en el Colegio Miguel Araya Venegas, de Cañas. Por mis excelentes notas tuve la oportunidad de estudiar en un Colegio Científico, pero rechacé la oferta. Durante esa época continué formando parte del equipo de baloncesto y participé en Juegos Nacionales de Baloncesto, tuve la dicha de representar al colegio en este deporte. En 1987, por problemas familiares y económicos mis padres decidieron trasladarse a vivir a La Cabanga con mis dos hermanos, estos de dos y tres años. Con el afán de terminar mis estudios, me quedé con mis abuelos en Cañas un año más, pero no terminé y me fui a vivir con mis padres a La Cabanga. Ahí, conocí a mi esposo, (German Porras). Con el apoyo de él y mediante un proyecto que realizaba la UNED, logré terminar mis estudios de Bachillerato en Secundaria por madurez. Es ese entonces, tuve mi primer hijo Geiner. Nos trasladmos a vivir a Quebradón de Guatuso, a una finca de mi esposo. Ingreso a la UNED de Upala, a estudiar educación. Siempre, deseé estudiar dos carreras: Educación y Leyes, pero por circunstancias personales escogí Educación. Viajaba 50 km en moto, con mi esposo, embarazada de mi segunda hija, por caminos y puentes en mal estado. En una ocasión el río Frío estaba muy lleno y no había paso, tuvimos que dar una gran vuelta, yo, con mi hija Dayana recién nacida, así viajaba a la Universidad” El señor, Mario González era el maestro de la escuela de Quebradón, pueblo donde vivía, lo visitaba en ocasiones para ayudarle con los niños, y los planeamientos. Siempre colaboré con el centro educativo, pues la distancia le favorecía. Mi casa se encontraba a 200 mts. de la escuela. Como inicié su experiencia en la educación. Realicé una incapacidad en la escuela de Pejibaye por 15 días, y otros 15 días en la escuela de Quebradón, En el mismo año, don Mario, el maestro de la escuela de Quebradón, fue operado y requirió ser incapacitado por cuatro meses, por petición del maestro, fui llamada para suplir la incapacidad en este centro educativo. Para el año entrante, el MEP me nombró en forma interina en una escuela de una comunidad llamada Cuatro Bocas, pero, por situaciones familiares, no me fue posible efectuar este traslado al centro educativo (con hijos pequeños y terminando el Bachillerato en Educación). En el mismo año al maestro (Mario) de la escuela de su pueblo (Quebradón) lo trasladaron a una escuela en Upala. Con un poco de ayuda y por prórroga me nombraron en la escuela. Antes del nombramiento, recuerdo que viajé a la UNED de Upala para retirar mis exámenes y así presentarlos para recibir mi titulo, pero por desgracia me los extraviaron, y nadie me daba respuesta de ellos, era tanto el estrés, que me ataqué a llorar y mi esposo fue el que terminó haciendo las vueltas, tuvimos que ir hasta San José a buscarlos. Trabajé durante cinco años en la escuela de Quebradón. Gracias a mi labor y al apoyo de la comunidad, en ese centro educativo se logró construir el edificio que posee hoy. Luché siempre para que la comunidad se integrara a la escuela y se aprovecharan al máximo todos los recursos que provenían de otras instituciones. En el año 2003, me nombraron con propiedad en la escuela Líder de San Rafael de Guatuso, en el centro del Cantón, donde aún laboro, debido a esto me traslado a vivir al pueblo de Pejibaye (5 Km. más afuera ). Inicié impartiendo clases a primer y cuarto grado, gracias a Dios ya tenía suficiente experiencia, pues los años de trabajo le van dando a uno la facilidad para trabajar. Era un grupo de primero que tenía algunas características especiales: difícil pues había mucho niños repitientes y algunos con problemas de aprendizaje. No obstante, logré sacar adelante este grupo. Proyectos y logros Para el año 2005, llevé como tutora, dos grupos de la escuela a la Feria Científica y obtuvieron el segundo lugar en el nivel regional. Actualmente, dirijo una banda musical integrada por niños y niñas de la escuela, proyecto que inicié en el año 2006, con el fin de brindarles una forma de recreación sana. Además, tengo a cargo un grupo de baile folclórico con niños de preescolar y primer grado. Este grupo fue ganador de un premio en el Fstival General de la Creatividad. Recuerdos Tuve un grupo especial, donde la diversidad de los alumnos era increíble, tenia alumnos inquietos, enamorados, sumisos, llorones y recuerdo con gran aprecio, a uno de ellos que provenía de una familia muy pobre, pero era muy inteligente y aplicado. Educación rural Creo que la educación rural no existe, el lugar o la ubicación de una escuela no debe hacer la diferencia en el proceso educativo, el docente es quien hace las diferencias, si se tiene el don y la capacidad para la enseñanza, se deben romper las barreras y no estancarse o limitarse a los obstáculos que se aproximan constantemente. Cuando se trabaja en una escuela de una zona rural, no debemos limitarnos a lo que nos llega, sino abrirnos en busca de nuevas caminos y nuevas rutas para mejorar el proceso educativo. La ubicación es diferente, pero el proceso educativo no tiene porqué ser diferente, el docente debe encargarse de hacerlo igual. Adriana Rojas Cruz Nací en 1981, en San Carlos. Mis padres fueron Luis y Clara. Soy la hija mayor de cuatro hermanos Yendry, Mauricio y Jean Carlos. Mis primeros dos años de vida, los viví con mis padres en Las Delicias de Monterrey, cerca de mis abuelos. Luego mi padre compró una finca en la Tigra de San Carlos y nos trasladamos a vivir a esa comunidad, que por cierto no recuerdo mucho. Cuando tenía tres años y mi hermana Yendry dos, nos fuimos a otra finca en El Cruce de Mónico, porque mi papá tuvo que vender la que tenía en La Tigra, ya que los precaristas se le metieron. En el año 1989, ingresé junto con mi hermana a la escuela de Tiales. Mi padre decidió enviarme hasta el año entrante, con mi hermana, para que no viajara sola, porque era muy largo (3 Km. y medio). Cuando cursaba mi primer grado de escuela, nació mi hermano Mauricio y en segundo año mi hermano menor Jean Carlos. Terminé la primaria y me gradué en la escuela de Tiales, junto con mi hermana. En el año 1996, ingresamos al Colegio Técnico Profesional de Guatuso, los dos primeros años fueron muy difíciles, porque teníamos que caminar una hora para abordar el bus que nos llevaba al colegio. Fue peor el tercer año, porque nos quitaron el transporte y durante unos meses caminamos 12 km de la casa para salir a la pista y abordar un bus hasta el centro de San Rafael, donde se encontraba el colegio. Nos levantábamos todos los días a las tres de la mañana y de regreso llegábamos a las 8:30 p.m. o a las 9:00 p.m., era muy cansado. Por esta situación mi padre decidió hablar con los padres de una compañera, para que nos diera hospedaje en su casa, mientras se solucionaba la situación del transporte. Ese año terminó y nunca se arregló lo del transporte, hasta el año próximo. Para los exámenes de bachillerato, teníamos que asistir a centro de repaso por las noches, como se nos hacía muy difícil viajar de nuestra casa, nos quedábamos, los fines de semana, donde una compañera que vivía en Pejibaye, o si no en el centro entre semana. En el 2000, me gradué de Bachiller en Secundaria, pero no tenía ni idea qué quería estudiar, ese año no hice ningún examen para ingresar a una Universidad. Decidí junto con otros compañeros del colegio sacar Técnico Medio en Secretariado Profesional, especialidad que llevamos desde cuarto año del “cole”. Hoy me doy cuenta que ese fue un año perdido, pues me la pasé de vaga con una compañera, del Colegio al centro. Realizamos la Práctica Supervisada en la Supervisión Escolar de Guatuso, fue una experiencia maravillosa que me ayudó a tomar decisiones importantes en mi vida. Cuando llegaron las pruebas finales, por supuesto las perdí, junto con mi compañera, los demás compañeros y mi hermana sí las ganaron. En el 2002, ingresé a estudiar Educación en I y II ciclos, en la Universidad Florencio del Castillo, yo quería Administración Educativa, pero siendo esta carrera tan cercana, me matriculé en ella, con el propósito de que algún día podría complementarla. Para 2003, trabajé en una incapacidad por 15 días, en la escuela de Las Letras, una escuela pequeña, unidocente. Fue una experiencia inolvidable, la maestra no dejó nada al día y tuve que iniciar de cero, no tenía la suficiente experiencia para enfrentar esa situación y fue donde me di cuenta que la educación que estaba recibiendo en la Universidad no era del todo buena. Nos enseñan la teoría, pero no nos muestran la realidad que hay en las aulas de las escuelas. Luego de esa experiencia, fue hasta el año entrante en el 2004, que me llamaron para realizar otra incapacidad en la escuela de San Juan por 22 días, Luego en el mismo año realicé otro permiso, junto con mi hermana, en la escuela de El Palenque Margarita también por 22 días, una comunidad donde habitan uno de los grupos de indígenas de nuestro país, los Malekus. En el 2006 debía realizar una incapacidad en la Escuela Líder de San Rafael de Guatuso, por 15 días, pero la maestra sufrió un accidente y se incapacitó por todo el año, entonces laboré durante todo ese año. Para 2007, la maestra que tenía propiedad se marchó a Estados Unidos y por prórroga me nombraron de nuevo en la escuela, hasta la fecha. Actualmente imparto clases a dos grupos de quinto año, de 45 alumnos cada uno. Aunque tengo poca experiencia me siento bien, y con el tiempo me gusta lo que hago. Descripción de la escuela Es una escuela grande, con una buena infraestructura, cuenta con una matrícula actual de más de 400 alumnos, con siete maestros de primaria para las materias básicas y seis maestros para las materias especiales, contando preescolar y materno. Se imparten clases de computación, ingles, taller y entre otras. Personajes interesantes Para no viajar desde mi casa, vivo en la casa de una señora que le llaman “China”, esta señora se ha convertido en mi mano derecha, me apoya en las diferentes actividades que se realizan en la escuela, además de ser un miembro de la comunidad, es la madre de uno de mis alumnos, es una de esas madres que vela por la educación de sus hijos. Problemas Entre los problemas que logro visualizar en la comunidad y que por ende perjudican el desarrollo de una educación de calidad, se pueden citar: problemas de aprendizaje en muchos niños, por ejemplo, actualmente tengo un alumno que no sabe leer ni escribir, proviene de una familia indígena con muchos problemas de salud, su madre enferma mental, sin padre, por lo que el niño vive con su abuela que es un anciana. Otro problema es la poca integración de los padres de familia en el proceso educativo. Educación rural La educación rural, no debe limitar un proceso educativo de calidad. En un ambiente rural se desarrolla una excelente calidad de vida, donde los recursos naturales son nuestros aliados para realizar un cambio en la enseñanza de los niños. Pienso que el problema de la educación actual, son la infinidad de leyes que se han establecido actualmente, entre el alumno y el maestro que, con el tiempo han desvalorizado la enseñanza y las tradiciones; el respeto y la tolerancia se han convertido en simples palabras. La educación ha viajado a grandes pasos en los medios tecnológicos, pero ha retrocedido en los verdaderos valores de la educación que son “la formación de individuos que conserven los valores para actuar correctamente en la sociedad”. Claudio Antonio Vargas Fallas Nací en San Marcos de Tarrazú en 1965. Soy el décimo de once hijos que tuvieron mis padres: Lucía Fallas y Rodrigo Vargas. Vivíamos en San Guillermo, en una finca que papá llamaba “Fidelina Hermosa” o “La Chayotera” que, en parte, mi padre había heredado de mis abuelos. No teníamos electricidad ni agua en la casa. Se cocinaba con leña y nos alumbrábamos con canfineras y candelas. Papá tenía una yegua que se llamaba More que nos servía como medio de transporte. También teníamos una carreta que se usaba para llevar el café al Bajo del Río donde estaba el beneficio de la Cooperativa. Era una vida muy dura, pues se trabajaba mucho para poder tener lo básico. Como la mayoría de las familias campesinas de la zona, se vivía de las ganancias que producía el café. En esa época el café no valía mucho y el rendimiento por manzana era muy poco, así que se procuraba sacar el máximo provecho de la tierra. Teníamos bananos, guineos, una huerta, caña de azúcar de la cual se producía el dulce, también vacas, gallinas y chanchos. Era una economía de sobrevivencia que garantizaba cierta autonomía en el consumo. No había lujos, pero se tenía lo necesario para vivir. Ahora, obsesionados por las ganancias del café, muchos campesinos no tienen espacio ni tiempo para dedicarse a otros cultivos y deben comprar en el mercado, lo que antes producían. Esto es una lástima, porque ha significado la transformación de un estilo de producción y de vida basado en conocimientos heredados, generación tras generación, por otro más dependiente del mercado, dentro de una concepción de desarrollo “occidentalizada”. Mis hermanos mayores ayudaban a mi papá en el campo y mis hermanas a mamá en la casa. Los más pequeños aprendíamos los oficios del campo desde temprano. Era fundamental que aprendiéramos desde pequeños a ser “hombrecitos” o “mujercitas” según la tradición patriarcal. Perder el tiempo, no saber hacer alguna labor o no querer hacerla, era algo inadmisible porque era un descrédito para la familia y una actitud que podría representar en el futuro, ser un irresponsable con la familia que fuera a formar. Cuando le decían que era “muy valiente” uno se sentía muy orgulloso, porque era una forma de decirle que, aunque apenas era un niño, pronto sería tan buen trabajador como los mayores. Nunca fuimos explotados laboralmente por nuestros padres, porque el involucrarnos desde muy pequeños en el trabajo, fue una forma de prepararnos como personas responsables, solidarias y esforzadas. El trabajo y la honradez han sido dos de los principales valores que nos inculcaron nuestros padres. En el campo se aprenden muchas cosas que no se aprenden en la escuela o en los libros y que son necesarias para vivir no solo en este contexto. Algunos quizá no las valoren porque las ven desde sus ámbitos urbanos y por eso tienden a pensar que el campesino es ignorante y que hay que alfabetizarlo por medio de una cultura sistematizada, pensada desde una realidad diferente a la que se vive en el campo. En la zona rural los sentidos se desarrollan para conocer el mundo. Se aprende a percibir la proximidad de la lluvia, a distinguir las aves por su canto, a reconocer las plantas medicinas o las hierbas venenosas, la alarma de las gallinas ante la presencia de un gavilán, el bramido de una vaca antes de parir y a distinguir algunos signos que muestran los animales cuando va a temblar. Se desarrollan estrategias para la vida. La luna no solo es un astro que alumbra el camino durante las madrugadas, es también el indicador de cuándo sembrar, hacer la poda o esperar el nacimiento del becerro, se aprende a calcular la hora con solo ver la posición del sol. Esto se ejercita en las vivencias cotidianas, sin mucho discurso, a través del contacto directo con el medio. La diversión estaba ligada a las oportunidades que ofrecía el medio. Ir al río a nadar o buscar cangrejos debajo de las piedras, subirse a los árboles a comer naranjas, jocotes, murtas y guayabas. Los juguetes eran hechos por nosotros mismos: una varilla se convertía en espada, un tronco con un clavo era un carro, el paredón era un laberinto de carreteras, el patio era la plaza o la rayuela y el cafetal, el lugar para jugar escondido. El tiempo libre también se ocupaba en recibir visitas o ir a pasear a donde los familiares o vecinos, visitar a un enfermo o participar en las actividades religiosas del pueblo: desde la misa, hasta funerales, bautizos y matrimonios. También y, desgraciadamente, el licor clandestino y la cantina formaban como aún, el centro de interés de muchos hombres adultos y jóvenes. Los domingos eran los días más esperados de la semana porque bajábamos a San Marcos para participar en la misa. Más que un acto religioso, era una oportunidad para socializar. Todo el mundo se encontraba en la iglesia; familiares, vecinos y amigos aprovechaban para conversar, hacer negocios, invitarse mutuamente a las casas, pero lo que más nos emocionaba a los más chiquitillos, era disfrutar de una golosina en la pulpería. Este día no se trabajaba, así que teníamos tiempo para jugar, ir a la casa de los primos, o simplemente quedarse en la casa conversando. La actividad diaria comenzaba muy temprano. De madrugada me despertaba por el ruido de las mujeres en la cocina: palmeaban las tortillas, atizaban el fuego, chorreaban el café y preparaban los almuerzos entre conversaciones, canciones rancheras que salían del radio, cucharas que caían al suelo, risas y conversaciones animadas. En la noche, después de rezar, mamá nos hacía un atol o una aguadulce y nos poníamos a escuchar a “Chona y Tranquilino”, “El jajá del aire” o “Escuela para todos”. A las siete ya todos dormíamos. Pero, lo que personalmente disfrutaba más, era la visita de mi abuelo Juan, que era todo un cuenta cuentos. Todavía recuerdo los gestos que hacía en la cama, mientras nosotros embelesados, viajábamos al mundo de las brujas y los espantos, la mano peluda, el cadejos o la tule vieja y que luego no me dejaban dormir. Aunque el estudio no era una tradición en mi familia, pues mi padre había llegado hasta quinto y mi madre hasta segundo grado, existía la conciencia de que se debía estudiar para no quedarse “burro”, y “quien quita”, para sacar una profesión. Como a dos kilómetros de la casa estaba la escuela. Para llegar a ella había que cruzar unos cafetales, atravesar un río y luego seguir por la calle del pueblo hasta una larga tira de gradas que subían por una pendiente. La escuela era vieja, olía a ratones y a murciélago pero era bonita, tenía un corredor de mosaico muy claro, grandes ventanas a los lados y un escenario al fondo. Era una escuela unidocente. Mi primer día de clases lo recuerdo muy bien; mamá nos alistó a todos en la mañana. Me fui con mis hermanos Hugo y Bernardita. El maestro nos recibió en la entrada y me preguntó la edad, luego entramos. Me regaló el Silabario Castellano de Porfirio Brenes. Era nuevo, con dibujos a colores lindísimos, un borrador, una regla, lápices de colores y dos cuadernos, uno de ellos para dibujo. Allí estudié hasta abril del año siguiente, porque en 1973, nos fuimos a vivir a San José. No sé exactamente por qué razón, pero papá vendió todo y nos fuimos a vivir a Mozotal, en Guadalupe. Este fue un cambio muy duro para todos, pero especialmente para mis padres y los hermanos mayores. Significó dejar a sus amigos y parientes, entrar en contacto con otra cultura muy diferente a la que conocíamos. La ciudad nos ofrecía nuevas posibilidades en la vida: trabajos mejor pagados aunque no propios, posibilidades de estudiar, acceso a servicios como la luz y el agua, el comercio, los hospitales, transporte, en fin, la ciudad representaba para nosotros una vida menos dura y más cómoda. Sin embargo hubo un choque cultural porque éramos los polos que se acostaban temprano, teníamos un acento extraño y además cocinábamos con leña y olíamos a humo. Comenzó un periodo de adaptación que al fin nos transformó en un híbrido entre campesino y citadino. Porque, aunque nuestra vida cambió, los principios que nos orientaron mis padres se mantuvieron: el valor de trabajo, el arraigo a la tierra y a la naturaleza en general, el respeto por lo rural, la solidaridad, la cordialidad al recibir las visitas, en fin, son elementos de una identidad que siempre hemos mantenido como familia. Quizá lo que más extrañábamos de San Marcos era la identificación con el pueblo, el sentido de pertenencia a un lugar donde quedó nuestro ombligo, donde vivieron nuestros abuelos y donde se tejieron tantos recuerdos. A pesar de que llevamos muchos años en Mozotal, nunca hemos podido sentirnos parte de él, porque los vecinos, aunque son buenas personas, no tienen esa historia común que forja la identidad de un pueblo rural. Papá y mamá siempre han procurado conservar elementos de su vida rural. Por ejemplo, la cocina de leña, el rezo del niño, la huerta. Incluso papá aun siembra maíz, café, bananos y guineos. Y aunque el espacio se ha ido reduciendo para dar paso a las casas de mis hermanos y hermanas, todavía hay gallinas, porque como dice papá, “es como estar en el campo.” En la época en que llegamos, Mozotal era muy rural, por eso les gustó a mis papás. Así fueron pasando los años, fuimos creciendo e integrándonos a esa nueva cultura, pero siempre sabiéndonos Marqueños. Recuerdo que nos matricularon en la escuela de Los Ángeles en Ipís. Mi hermana Bernardita me llevó a la escuela, me dejó en el portón y yo me quedé solo, estupefacto. Nunca había visto una escuela tan grande y con tantos niños. Mi maestra Licy, me llevó al aula, me presentó y de inmediato me puso a trabajar pero yo estaba muy atrasado. A los días me pasó con los estudiantes que les costaba más el estudio. Fue hasta cuarto grado que me pude poner al nivel de la mayoría de los compañeros, gracias a mi maestra Grace Soto. Fui al Colegio de Coronado, por cierto, bastante rural en aquel entonces. Allí tuve muy buenos profesores, pero una profesora que marcó mi vida fue Edna Blanco. Ella me dio español durante los cinco años que estuve en el colegio. Me enseñó a apreciar la lectura, a desmenuzar las palabras en su significado, a extraer de cada texto una enseñanza para la vida. Conocí a Machado, García Lorca, Jorge Debravo. Me sensibilizó ante la realidad latinoamericana, a creer en lo nuestro, a valorar más mi identidad rural. Cada lección suya era un ejercicio reflexivo que nos llevaba a sentir y vivir un compromiso para cambiar el “status quo”. Sus mensajes siempre eran profundos y lo llenaban a uno de inquietudes: qué puedo hacer yo para mejorar el mundo. Me hizo ser un joven idealista y a tener una visión esperanzadora del ser humano, a ser un soñador. Ahora, ya entrado en la madurez, vuelvo a ver atrás y me pregunto, cuántas de mis acciones han estado influidas por esta mujer. Su ejemplo sembró en mí, mis primeras inquietudes hacia la educación. Un día llegó a la clase y nos invitó a integrar un grupo de alfabetización para adultos en Coronado. Sin pensarlo mucho, me apunté. Había que vivir el compromiso. Esta experiencia en definitiva me empujó a optar por ser educador de primaria. Si el mundo andaba patas arriba porque a la gente le faltaba conciencia, la Educación tendría que ser la herramienta para despertarla y construir un mundo nuevo. Era un grupo de siete personas, entre adultos y jóvenes. Trabajábamos con la cartilla “Adelante” del ICER. Nos veíamos dos veces por semana. Fue un proceso muy lento, pero me permitió conocer cómo la pobreza, producto de la explotación laboral y a veces los docentes, habían sido la causa de que estas personas fueran analfabetas. Conocí lo duro de sus trabajos, la esperanza que tenían de mejorar sus vidas por medio de la educación. Aprender a leer y escribir era un paso fundamental para salir de la marginalidad. Estas ideas me hicieron mantenerme en el proyecto por dos años. Era muy cansado realizar esta tarea porque, ya había entrado a la Universidad y además trabajaba como mensajero. Con mucho dolor tuve que comunicarles que no seguiría con las clases. No todos aprendieron a leer. Recuerdo a un señor muy mayor que, cuando le dije que ya no volvería más, me respondió muy triste: “Y yo qué, me quedo enjuagado”. En 1984 entré a la Facultad de Educación de la Universidad de Costa Rica para estudiar Educación Primaria. Mis padres apoyaron mi decisión y se pusieron muy contentos. Hubo quienes, me dijeron cosas como “nunca va a salir de pobre” “estudie otra cosa, usted es muy joven - me dijo una maestra- uno nunca tiene descanso”. Una vez, me encontré a una compañera del colegio y me dijo: “por qué se hizo maestro, si usted era muy inteligente” A veces me daba cólera, pero ante frases como esas, era mejor quedarse callado. En 1992 me gradúe como Licenciado en Educación Primaria con énfasis en Estudios Sociales. La formación en esta universidad fue muy buena, aunque siempre me quejé de los malos cursos que mantenían una visión alejada de la realidad, con poco contenido político o social que me diera las herramientas para ser un maestro transformador. Ese ideal no lo podía olvidar. Era una formación academicista, muy centrada en una formación general, con buenas bases en Metodología y en Didáctica, pero sin el contenido social que buscaba. Esa base política y social la encontré al involucrarme en el movimiento estudiantil con un grupo de izquierda. Junto al análisis político, las canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Violeta Parra, Víctor Jara o Mercedes Sosa, iba creciendo en m interior un anhelo de justicia y compromiso social. Esta fue una experiencia muy intensa, tanto que me atrasé en los estudios, pero no lo lamento, pues aprendí mucho sobre política, organización y liderazgo que luego apliqué en mi trabajo como docente, particularmente en la escuela rural. La década de los ochenta fue muy convulsa por los movimientos revolucionarios en Centroamérica. El Salvador y Guatemala vivían la represión de gobiernos militares. Nicaragua estaba en guerra civil. Honduras y Costa Rica jugaban un papel contrainsurgente por presión de los Estados Unidos. En la universidad se organizaban marchas, mítines, debates en apoyo a los procesos revolucionarios centroamericanos. Así que, en el verano de 1985, me fui para Nicaragua a colaborar con la Revolución Sandinista en los cortes de café. Estaba convencido de que, como joven revolucionario, debía ser solidario con aquellos que luchaban para construir una sociedad más justa y humana. Fue una experiencia muy dura porque me fui sin la aprobación de mis padres. Con justa razón, les preocupaba mucho lo que me pudiera pasarme. Esta experiencia me ayudó a madurar como persona y a la postre como profesional. Conocí la pobreza de un pueblo en guerra, sentí el miedo a la muerte, la tristeza de muchos jóvenes que habían participado en combates. Pero también viví la esperanza de un pueblo que había acabado con una dictadura, que se lanzaba a alfabetizar, a construir escuelas, hospitales, que repartía la tierra, que hacía poesía, música, pintura, que luchaba con tenacidad por construir al hombre nuevo. También aprendí a valorar más a mi familia y las cosas buenas del país donde había nacido. La guerra no es buena, porque destruye al ser humano, por dentro y por fuera. Lo vuelve triste, violento, lo mutila. Pero la pobreza, la marginalidad, la exclusión por cualquier motivo, son también violentas. Por eso, cualquier persona sensible, y sobre todo un educador que lidia, cotidianamente con estas realidades en su aula, deben tener las herramientas para entenderlas y combatirlas. La experiencia en Nicaragua fortaleció mis ideales políticos. Freire, Carmen Lyra, Omar Dengo, Luisa González, Manuel Mora, Francisco Gutiérrez, Joaquín Gutiérrez, Makarenko, entraron a mi vida como el agua fresca que se toma con ansias transformadoras. En 1987, siendo presidente de la Asociación de Estudiantes, la Juventud del Pueblo Costarricense, organización en la que militaba, me envía por seis meses a la Unión Soviética, a la escuela de cuadros del KOMSOMOL, organización juvenil del Partido Comunista de la Unión Soviética. Por primera y única vez, cruzaba el Atlántico hacia lo que consideraba “el paraíso del socialismo”, del que había leído y escuchado tanto. Allí nos enseñaron cuestiones que tenían que ver con la historia del Movimiento Obrero Mundial, la historia del PCUS, economía política, filosofía, comunismo científico. Teníamos encuentros con jóvenes de diversos países, sobre todo latinoamericanos. Ellos contaban de las situaciones que vivían, de sus luchas, de la represión que sufrían, de la marginalidad en que vivían sus pueblos, compartíamos nuestros sueños de construir un mundo socialista, solidario y unido. Cuatro años después ya no existía el socialismo, solo la injusticia de siempre. Tuve poco tiempo para conocer lo que realmente pasaba ahí, y aún hoy en día, me cuesta mucho comprender lo que pasó. Me impresionó que, a pesar de la profunda huella que dejó el nazismo en este gran país, con un saldo de 20 millones de muertos, un día me encontrara una cruz esvástica dibujada en una pared. Caído el socialismo, el movimiento de izquierda se debilitó en el país y con ello, dejé mi militancia en la organización. En 1988 empecé a trabajar como maestro en la escuela Roberto Cantillano Vindas en la Mora, Ipís. Esta es una escuela urbano marginal. En aquellos años, cientos de precaristas tomaron las tierras que rodeaban la escuela y construyeron sus ranchos. La pobreza era la constante entre los alumnos. Provenían de distintos lugares del país. Era una población muy heterogénea. Inmigrantes centroamericanos desplazados por la guerra, campesinos que abandonaron sus pueblos, citadinos, madres solteras, que se mezclaban con los vecinos residentes de la zona y que tenían mejores condiciones de vida. Sin embargo, la mayoría eran estudiantes esforzados, con padres que se preocupaban por la educación de sus hijos. Claro, había sus casos difíciles. Algunas veces me tocó ir la casa de ellos para hablar con sus padres. Salía uno con el corazón desecho después de conocer las condiciones de vida que llevaban, las limitaciones que tenían para dar a sus hijos lo que necesitaban. Y como siempre, se quedaba uno con la incógnita ¿qué hago ahora? Estas situaciones y otras en la vida como maestro, me han llevado a pensar que, si bien, el docente no puede resolver los problemas estructurales de la sociedad, puede contribuir a que los niños se sientan seguros, protegidos, respetados y felices en las aulas. Se debe despertar en ellos el sentido de superación, pero no enmarcado en individualismo que genera competencia, sino dentro de la solidaridad y la cooperación. Se debe despertar en ellos, la conciencia social, para que se conciban a si mismos como luchadores capaces de generar mejores condiciones de vida. Sin olvidar que necesitan alimento, ropa, cuidado médico entre otras cosas, el docente debe procurar hacer que las clases representen una oportunidad para que los estudiantes disfruten, que pinten, canten, jueguen, exploren sus capacidades, vean en cada contenido un medio para conocerse y conocer a los demás. Esas clases, donde debe aprenderse a sumar cosas abstractas o a leer textos que no les dicen nada, solo se agregan al mundo de violencia que viven y que no es justo que encuentre continuidad en las aulas. Fue mi primer fogueo como docente y allí compañeras como Bernardita, Magdalena y Patricia, se constituyeron en mis maestras, corrigiendo mis novatadas y dándome apoyo cuando no sabía como actuar. En 1992 me trasladé a trabajar a la escuela La Trinidad de Moravia, donde conocí a otras tres excelentes educadoras: Marisol Vidal, Gabriela Chinchilla y Sara Guzmán. Allí trabajé por espacio de tres años. Esta era una comunidad diferente. Aunque era urbana, aún tenía rasgos de zona rural, la mayoría de los estudiantes eran descendientes de pobladores que habían nacido y vivido allí. Era muy común tener en la clase estudiantes que eran parientes, las mamás y los papás se conocían por lo que los lazos sociales eran más fuertes en esta comunidad. Había menos estudiantes que en la Cantillano lo que facilitaba que se diera una relación más familiar entre todos. Fueron años apacibles. Recuerdo que tenía un estudiante con ciertas restricciones para participar en actividades escolares por razones religiosas. Me preocupaba mucho porque veía su cara triste a la hora de formar la directiva. Se lo comenté a su madre y ella me justificó desde su punto de vista religioso el por qué de tales impedimentos. Al ver tal convencimiento en ella, opté por respetar sus principios y abrirle otros espacios de participación. Experiencias como estas le enseñan a uno a ser tolerante ante las diferencias. Por esos años, la profesora Yadira Cerdas me ofreció un curso en la División de Educación Rural, pues ante la falta de docentes en el país, se habían abierto Planes de Emergencia para la Formación de Educadores. Así comenzó para mí una nueva dimensión profesional a nivel universitario y específicamente ligada con la educación rural. Trabajé en San Carlos, Cañas y Heredia con educadores que ya estaban en servicio. Cada curso que daba, no me da vergüenza decirlo, era un aprendizaje para mí, pues aprendía una perspectiva diferente de la educación, pues se trataba de un enfoque pedagógico orientado hacia lo rural. Esto me interesaba mucho, porque me acercaba nuevamente a mis orígenes campesinos. Algo que estaba ahí, pero que percibía como un dulce recuerdo y como una realidad lejana. En 1994, apareció la posibilidad de comprar un terreno en San Cristóbal de Desamparados, al lado de la carretera interamericana sur. Lo rural me jalaba de nuevo a mis raíces. Un amigo Oscar Zamora, me propuso que nos pusiéramos un restaurante en ese lugar. La idea del proyecto me tentó por las posibilidades económicas que podía generar, pero además me parecía interesante trasladarme a trabajar a una escuela rural de la zona. Dicho y hecho, hice un préstamo y pedí traslado a la escuela Unidocente Manuel Ortuño en Canón de El Guarco. Mi familia me alentó a hacerlo, sobre todo mis papás que aferrados a su vida rural, imaginaban la posibilidad de sembrar, criar animales y revivir aquella forma de vida que llevábamos en Tarrazú. El negocio del restaurante no fue exitoso, hubo que cerrarlo al cabo de un año. Pero la experiencia como docente rural, impactó mi vida para siempre. Llegué a la escuela con la seguridad que me daba la experiencia docente, la formación recibida en la Universidad, mi infancia rural, en fin, con mucho ánimo para trabajar. Jamás me imaginé lo difícil que resultaría hacerle frente a tantas responsabilidades juntas. Pronto me di cuenta que lo que sabía me ayudaba poco en el trabajo, tenía que partir casi de cero. Pero lo más difícil fue desaprender para ubicarme en esta nueva realidad, porque pretendí seguir trabajando con el esquema urbano de la formación recibida. Cómo trabajar con varios niveles a la vez, cómo administrar una institución rural, cómo lidiar con las limitaciones de recursos, de infraestructura, con la burocracia del MEP, cómo manejar la soledad, la frustración, el desánimo y la impotencia. A pesar de tener orígenes rurales y de sentirme muy identificado con la comunidad, esta era diferente a la de Tarrazú, porque como lo he ido comprendiendo en el camino, lo rural en si, también es muy diverso, desde la ubicación que puede ser la montaña, la costa, o el valle, hasta la cultura indígena, mestiza, afro costarricense. Tampoco es lo mismo una comunidad rural donde la mayoría son dueños de la tierra o aquella donde se es peón o inmigrante. Mucho me ayudó la experiencia que iba adquiriendo como decente de la División de Educación. Cañón está ubicado a 2600 m.s.n.m. y es atravesado por la Carretera Interamericana Sur. Estas dos circunstancias influyen en la actividad económica de los pobladores y en las relaciones sociales y culturales que tejen entre sí y con Cartago, el centro urbano más cercano. Aunque la mayoría de la tierra está en manos de personas ajenas a la comunidad, los pobladores son en su mayoría dueños de pequeñas parcelas que dedican a la agricultura y a la ganadería de leche. La papa, la mora y las hortalizas, entre otros productos, son vendidas en las Ferias del Agricultor. Esto ha permitido cierta estabilidad económica en algunos casos, sin embargo, encontramos niveles de pobreza muy preocupantes. Los niños desde pequeños participan en estas actividades económicas sembrando, cuidando el ganado o acompañando a los padres en las ferias. Muchos de los estudiantes de la escuela llegan a clases después de una intensa jornada de trabajo o luego de clases, se incorporan al trabajo ayudando a sus padres. El único descanso que tienen algunos de ellos es el tiempo que pasan en la escuela, por lo que representa una oportunidad ideal para jugar y divertirse como corresponde a los niños y las niñas. En otros aspectos, la vida social gira en torno a lo religioso. Igual que en Tarrazú, los eventos religiosos reúnen a la mayoría de los pobladores, ya sea un funeral, un matrimonio o la misa de los domingos. Lamentablemente existen problemas de alcoholismo, drogadicción, violencia doméstica, delincuencia, desempleo, machismo y pobreza. Todas estas circunstancias y otras no descritas influyen en el quehacer de la escuela y exigen que el docente las tome en cuenta su interés es desarrollar procesos educativos pertinentes en su entorno. La escuela, y recientemente la Telesecundaria, son las posibilidades educativas con que se cuenta en Cañón. Poco a poco, más y más egresados de la escuela continúan sus estudios en secundaria, en La Lucha, Dota o Cañón, sin embargo, las fuentes de trabajo para los graduados se encuentran lejos de la comunidad y se les dificulta mucho encontrar trabajo en la comunidad. Otros jóvenes se incorporan, después de sexto grado, al trabajo familiar. Algunos de ellos se casan muy jóvenes por lo que siguen ligados económicamente a sus padres o emigran a la ciudad para realizar labores en la industria, el comercio, la construcción o los servicios. Lamentablemente, la escuela aún no ha llegado a tener la madurez necesaria para responder a las necesidades de los pobladores, sobre todo, de los más jóvenes. Hay muchos problemas que uno como docente quisiera resolver, pero a veces, hay limitaciones en cuanto a saber qué hacer o cómo actuar. La infinidad de responsabilidades burocráticas y no burocráticas que tiene que asumir el docente rural y sobre todo el unidocente o el que trabaja en una dirección uno, representan obstáculos que lo alejan a uno de lo realmente trascendental. En las universidades le dicen a uno que tiene que ser un “líder transformador en la comunidad” pero le dan pocas herramientas para hacerlo. Como decía alguien, “es mucho lo que se le exige a un docente rural, pero poco lo que se la apoya”. Mucho de lo que se logra hacer en una escuela o comunidad rural se hace por intuición, sentido común o recurriendo a la experiencia aprendida en el camino, lo que es muy desgastante física y emocionalmente, porque se llega al extremo de sacrificar la vida personal y familiar. A veces uno no comprende por qué los padres no colaboran lo suficiente con la escuela, por qué el MEP no ayuda más a los docentes o por qué los niños no aprenden lo suficiente. Es aquí donde uno siente los vacíos que no puede llenar una formación universitaria generalista y que igual que el MEP, le dan poca importancia a la especificidad de lo rural. Las experiencias vividas durante once años en la escuela Manuel Ortuño son muchas. Cómo contarlas de manera que demuestren lo significativo que fueron para mí como persona y docente. Quizá reflexionar en términos generales acorte la longitud de esta ya extensa biografía. Los niños siempre fueron extraordinarios, como todos los que conocí en San José. Sin idealizarlos, podría decir que eran maravillosos. Destacaban por su amabilidad y respeto. Eran alegres, entusiastas y abiertos a cualquier actividad que se realizara en la escuela. Disfrutaban mucho de las clases al aire libre. Por suerte, en la escuela hay una montañita que nos servía para recolectar “especímenes”, escribir un cuento, estudiar geografía o aplicar las fórmulas de área o volumen. Cerca de la escuela hay un tajo que era una maravilla. Allí subíamos para ver las montañas de Dota y Tarrazú, las de la Cordillera Volcánica Central y para recoger arcilla. Claro, los maestros teníamos que gritar “no se suba en esa roca”, “sálgase de ese charco, ya” "no tire barro a Ana” “cuidado con...” en fin, todos regresábamos a la escuela, cansados pero muy contentos. Nos lavábamos y luego nos íbamos al comedor, donde doña Marta, la cocinera, nos esperaba en la puerta, muy atenta a que no entráramos con los zapatos sucios. La escuela, por razones de matrícula pasó a ser Dirección Uno. Yo asumí la dirección y tres grupos. Luego se fueron incorporando otros servicios: preescolar, servicio itinerante de Educación Especial e Inglés. Esto hizo más complejo el trabajo administrativo pero alivianó para mí la docencia. Se contaba con un equipo de docentes que aportaban nuevas ideas y trabajo, es decir, me sentía más acompañado. Con ayuda del MEP y de la comunidad, la vieja escuela fue demolida y construida una nueva que mejoró sustancialmente las condiciones de estudio. Las TICs fueron introducidas con un par de computadoras usadas que significaron una ampliación de las posibilidades de aprendizaje de los estudiantes De los estudiantes hay muchas anécdotas. Pero recuerdo a Beto, Alejandro y Luis quienes se graduaron de sexto en 1995. Uno es campesino como su papá, el otro es Fraile Franciscano y el otro administra la fábrica de pulpas de su familia. Ahora me pregunto, cuánto de lo que aprendieron en la escuela les habrá servido en las vidas que llevan. También recuerdo a tres alumnos nicaragüenses que llegaron a la escuela en 1997. Eran los primeros extranjeros que llegaban. Ese año celebramos la independencia izando la bandera de Nicaragua junto a la de Costa Rica, como gesto de hermandad en un momento histórico en que debemos combatir la xenofobia. Una directriz del MEP, prohibió explícitamente incluir a los extranjeros pobres del derecho de recibir el bono escolar, una ayuda económica para estudiar. Fue entonces cuando, junto con el abogado Jashin Castrillo, pusimos un Recurso de Inconstitucionalidad que eliminó esa lamentable discriminación al ser aceptado por la Sala Constitucional (Sala IV). El trabajo con los padres de familia fue muy intenso. Al principio, me tocaba hasta rajar la leña para el comedor escolar. Poco a poco, logramos involucrarlos más y más en las actividades escolares. Algunos académicos universitarios critican a los maestros porque ven a los padres como fuente para reunir ingresos económicos para las instituciones o como mano de obra, sin embargo, las necesidades que tienen las escuelas y que, por múltiples factores que hacen al MEP, desatender muchas de ellas, las escuelas se ven obligadas a realizar grandes esfuerzos para atenderlas. Estas actividades no solo son importantes por el dinero que se recauda, sino también porque representan las pocas posibilidades de recreación que puede disfrutar la comunidad mientras se vinculan con la solución de las necesidades comunales. En ellas se pone a prueba la capacidad organizativa de la escuela y la comunidad, se desarrollan valores de solidaridad, cooperación, se fortalece el sentido de comunidad y el arraigo por la institución. Los estudiantes participan en obras de teatro, competencias deportivas, muestran sus habilidades, en fin, son oportunidades riquísimas para fortalecer aspectos culturales de la comunidad. La escuela también participaba en las actividades comunales, por ejemplo, asistíamos al desfile del día de San Isidro Labrador, participábamos en las reuniones para construir el acueducto o hacer la casetilla del guardia. En los últimos años, organizamos una banda escolar motivados por un tambor que nos regalara mi papá. El primer año hicimos un desfile por la comunidad con varios tambores, abanderados y porristas. Todos estábamos muy emocionados, sin embargo, la comunidad no participó. Conforme los años fueron pasando, el interés creció hasta convertirse en un evento casi tan importante como los que organiza la Iglesia. En los últimos años, por la conciencia que iba adquiriendo como docente de la UNA, los padres se fueron incorporando un poco más en el desarrollo de las clases como “educadores no formales”, pero este y otros procesos, los interrumpí cuando dejé la escuela para dedicarme a la docencia en la Facultad de Educación. Wilfredo Gonzaga me dio la noticia de que había interés en fortalecer la Educación Rural en esta Facultad y que me habían considerado por mi experiencia como docente rural. Claro, si aceptaba, debía pasar por un período de prueba, en el cual aún me encuentro y además se me pidió que estudiara una Maestría en Educación Rural Centroamericana impartida por la División de Educación Rural de la UNA. Esto implicaba dejar la escuela en la que había trabajado tantos años y por la que sentía y sigo sintiendo un gran apego, significaba dejar a mis compañeros docentes que se habían constituido en mis amigos, significaba volver al mundo urbano del cual me sentía nuevamente ajeno, además asumir nuevas responsabilidades económicas pues los estudios debía costearlos yo mismo, lo que era complicado por mi situación económica muy raquítica, por las deudas acarreadas por el fracaso del restaurante. Pero también representaba una nueva oportunidad laboral que me ofrecía crecimiento intelectual, la posibilidad de aprender y compartir mi experiencia como docente rural con estudiantes de educación y dedicarme a tiempo completo a algo con lo que había soñado desde mis años de estudiante universitario. Así que retorné de nuevo a San José donde vivo cinco días y regreso a mi casa los fines de semana. La maestría me llevó a conocer diferentes contextos centroamericanos que han marcado una profunda huella en mi conciencia como ser humano que se dedica a la educación. En Honduras aprendí los avances que ha hecho este país en Educación No Formal y Educación para el Trabajo. En Guatemala, descubrí la riqueza de diversidad cultural y los esfuerzos que se realizan para fortalecer la Educación Intercultural. En Nicaragua, pude valorar el trabajo que realizan los educadores y las comunidades como equipo para atender las necesidades educativas e incidir en el desarrollo de los pobladores. Pero, a través de la convivencia con los compañeros de la maestría y las vivencias compartidas con los pobladores de estos países, pude reafirmar mis convicciones sociales, entender que Centroamérica es un pueblo hermano, con más semejanzas que diferencias, que Costa Rica tiene mucho que aportar a la región, pero sobre todo, mucho que aprender de las experiencias educativas que se desarrollan en estos países. Ahora, transito en las aulas universitarias, teniendo siempre en mente a los niños rurales y urbanos, ticos y nicas, y de otros países centroamericanos que llegan a las escuelas con la esperanza de aprender para la vida mientras son felices en las aulas. Tengo presentes a los padres de familia que confían en los docentes, que cifran sus esperanzas en la educación como un medio para mejorar sus condiciones de vida. Tengo presentes a los compañeros docentes y demás funcionarios del MEP, que desde sus trincheras, en el campo y en la ciudad, se levantan temprano y asumen responsable y orgullosamente sus labores, pese a todas las limitaciones, barreras y obstáculos que encuentran cotidianamente. Cada futura maestra o maestro que estudia en las aulas universitarias, representa para mÍ la esperanza en un mundo mejor. He tratado de fortalecer en ellos, su interés vocacional, su sentido de responsabilidad y compromiso acercándolos en la medida de lo posible a la realidad, específicamente, al mundo rural. Para mí es muy importante que quien pretenda ser docente aprenda primero a descubrir si realmente está interesado en serlo, porque si no es así, su labor será mediocre y un peligro para los estudiantes. Soy conciente de que se requiere que las universidades aterricen sus planes de estudio según la realidad que es diversa y cambiante. Necesitan planes que le permitan a los estudiantes tener una aproximación temprana a las diferentes realidades que pueden enfrentar, pero también necesitan desarrollar sensibilidad para querer entender esas realidades, necesitan tener herramientas cognoscitivas que les permitan entender los fenómenos sociales que pasan en las comunidades donde van a laborar, necesitan conocer sobre el desarrollo psicológico y físico de los niños desde una propuesta que se ajuste a lo local, requieren ser investigadores capaces de detectar problemas para incidir en ellos desde lo educativo, necesitan desarrollar su creatividad para generar procesos participativos y democráticos para proponer y desarrollar propuestas pedagógicas pertinentes para cada contexto con la participación de los estudiantes y las comunidades. Me alienta, el esfuerzo que ha realizado la DER y los cambios curriculares que se están produciendo en la UCR y la UNED. Veo, en este sentido, un futuro prometedor para la formación de docentes en el país. Quiero terminar esta biografía diciendo que sigo creyendo en aquellos ideales juveniles que me convencieron de que un mundo mejor es posible, que la educación es una herramienta fundamental para lograrlo y que lo rural existe, no solo como una realidad marginal sino como contexto donde viven hombres y mujeres que construyen mejores días con esperanza y esfuerzo tesonero Rolando Cruz Castro Corría el año de 1971, un 06 de enero, en plena apertura de las fronteras que se colonizaron en la zona Atlántica. Soy el quinto de seis hermanos, las tres mayores son mujeres y los tres menores varones, entre ellos soy el de en medio. Mi infancia la viví en la zona bananera, aunque mis padres son oriundos de San Ramón de Alajuela. Mis estudios escolares los realicé en distintas escuelas: el primer y segundo grado los cursé en la escuela Banamola (una pequeña escuelita que aún existe y la cual fue creada por transnacionales “Bandeco” en una finca bananera así llamada). El tercer año lo cursé en la escuela Juan XX en San Antonio de Escazú, el cuarto año en la escuela Astúa Pirie y el quinto y sexto año nuevamente en Banamola. De ahí nos pasamos a vivir a Cariari, en la comunidad de Astúa Pirie (fundada por franceses, de ahí el nombre del lugar) En el transcurso de dos años de haber obtenido el Diploma mi padre me llevó a trabajar con él a la finca bananera ”Agrícola Ganadera Cariari”, no niego que trabajar en bananales es difícil, pero moldeó mi carácter y me ayudó a saber lo que cuesta la vida, nadie me va a venir a decir a mí lo que es el trabajo fuerte (algunos pendejos en este país creen que ellos sí trabajan; si supieran) De esa compañía bananera saqué mis estudios superiores en todo el sentido de la palabra, desde el Bachillerato hasta parte de la Universidad. Mis padres no pudieron darme el estudio, tampoco a mis hermanos, pero me enseñaron y enseñan con el ejemplo. Trabajando fuerte se pueden alcanzar muchas cosas buenas en la vida. Me dieron lo más valioso que un padre puede dar a sus hijos: AMOR. En mi familia solo mi persona y el hermano menor pudimos prepararnos. Ambos somos profesores en Educación Media, el resto de mis hermanos no tuvieron la oportunidad. Mi hermano y yo trabajamos en el día y estudiamos de noche ¡Gracias Colegio Nocturno de Pococí! ¡Gracias a mis profesores! ¡Gracias Universidad Latina, por impartir cursos de noche! Las Universidades Públicas son para los ricos, ahí no tenemos oportunidad quienes nos tocó trabajar de día y estudiar de noche. Me hice educador por pura casualidad, el sistema reinante en el MEP me dio la oportunidad de trabajar mientras estudiaba, escogí educación porque fue la única manera de salir de las bananeras. Al llegar a esta y estar en las aulas me sentí útil y me esforcé por prepararme más y más, no podía defraudar a mis estudiantes. Mis estudios universitarios comenzaron en el UNED en el año 97, ahí llevé las Generales o Humanidades y algunos cursos más, mas no fue posible continuar ahí por cuando no impartían la carrera que yo quería “ Enseñanza en los Estudios Sociales” matriculé entonces en la Universidad Nacional donde llevé Talleres Introductorios y luego otra materia con Dora Cerdas, clasifiqué a la carrera pero el horario jamás me hubiera permitido continuar ahí (solo tenía un día de permiso por semana en el trabajo) fue entonces cuando abrieron la carrera en la Universidad Latina en Guápiles , y de noche ¡Así sí! Me cambié de carrera por cuanto me dieron trabajo en el MEP como Profesor en Español y luego saqué una Licenciatura en Docencia, actualmente termino una maestría en Administración Educativa. He trabajado como profesor en el IPEC- CINDEA de Cariari (4 años), Liceo Ambientalista de Llano Bonito (1 año en propiedad), Liceo Académico de Cariari (2 años, traslado por excepción) y actualmente dos años como Director de Colegio uno, en el Colegio Académico Cuatro Esquinas. Además en colegios privados (cuando se trabaja en un CINDEA queda a veces horario libre en el día) Colegio Bilingüe San Francisco de Asís y Colegio Bilingüe Green Valley. También cuatro años en la Academia de Bachillerato Jiménez y dos años en la Universidad de San José, en todos ellos como Profesor en la Enseñanza del Español. Personas que recordar han sido muchas, Doña Argentina (Tina) quien estudiaba a sus 50 años y cursaba el quinto año, a la par de su hijo Francisco, en el CINDEA de Cariari de noche. Doña Elsira Medina, toda una ladrona, sinvergüenza y demás adjetivos, siempre supo hacer de las suyas y en el MEP nunca le hicieron nada. Las relaciones entre la escuela y la comunidad siempre han sido buenas donde he estado, excepto los dos últimos años en el CINDEA (con Elsira). Nunca he sabido de quejas hacia mí, por lo general me involucro positivamente. Los problemas más difíciles siempre han sido por escasos recursos y problemas interfamiliares. Se han solucionado gestionando ayudad entre compañeros, con personas lideres de la comunidad, orientadores, entre otros, Tannia Valverde quien murió 15 días antes de comenzar las pruebas de bachillerado, en un accidente automovilístico. Priscila Lizano, quien logró ganar dos veces consecutivas la Final Distrital, Regional y Provincial en Oratoria. Llegó dos veces consecutivas a la Final Nacional, aunque no era lícito le hice los discursos (siempre le alcahueteé no hacerlos ella). No quererle dar un dinero a una directora (entre una compañera y yo decidimos comprar un equipo de sonido) después de vacaciones de fin de año, al volver al nuevo curso ya no estaba el equipo de sonido; siempre se lo robaron. En el Liceo Llano Bonito formamos un equipo muy heterogéneo en el cual todos éramos de lugares distintos, de Atenas, Cartago, Puriscal, Guanacaste , Guácimo, Turrubares, Cariari, Guápiles, y sin embargo levantamos el rendimiento académico, el cual estaba en un 30% hasta llevarlo a un 85%. El director de ese entones Sr. William Vega, cuenta todavía que, como ese grupo no le ha llegado otro. Como mayor aprendizaje es darme cuenta por mí mismo de dónde provienen los estudiantes de mi institución, no se puede exigir eficiencia sino se sabe las condiciones en la que viven (humanismo). Por lo general en esta zona rural (Atlántica) los colegios se abren donde sea, las condiciones van desde pésimas hasta paupérrimas: galerones, salones comunales, toriles, redondeles y más... Es infrahumano y aun así hay que salir adelante. El agua es amarilla, los servicios son letrinas, no hay comedor escolar, no hay transporte, el calor es excesivo. No le pidan peras al olmo, sino es por coraje ni docente ni estudiantes estarían o aguantarían semejante situación (la pobreza tiene cara de perro). La educación rural no es igual jamás a la educación urbana. Hay más necesidades, menos tecnología, menos accesibilidad a los servicios básicos, transporte, agua potable, becas, etc. No obstante, los valores son más fuertes, las familias más fuertes, más unidas, menos pornografía, en fin hay una vida mas sana, pobre pero sana. Con un ejemplo: jamás cambiaría un estudiante rural por uno urbano. Hay excepciones, pero en masa son mejores los rurales, por lo menos son más honestos.