la iglesia ante las migraciones

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LA IGLESIA ANTE LAS MIGRACIONES
“Los gozos y esperanza, las tristezas y angustias de los hombres de la época actual, sobre
todo de los pobres y afligidos de toda clase, son también los gozos y esperanzas, las
tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay auténticamente humano que no
halle eco en su corazón.” (GS 1)
“Hay que reconocer más y más la fundamental igualdad de todos los hombres... La
idéntica dignidad de todas las personas exige que se llegue a una situación de vida más
humana y más justa.
Porque las excesivas desigualdades económicas y sociales entre los miembros o pueblos
de una misma familia humana dan motivo de escándalo y contradicen la justicia social, la
equidad, la dignidad de la persona humana y hasta la paz social e internacional.” (GS 40)
DESDE LEÓN XIII HASTA EL CONCILIO VATICANO II
Durante esta primera etapa, la Doctrina Social de la Iglesia respondía a una emigración de
finales del siglo XIX y principios del XX y también a la emigración de «entreguerras». Esta
emigración se caracterizaba por el desplazamiento de familias y hasta pueblos enteros de
los países europeos sobre todo a América y, después, a los países que se recuperaban
de la II Guerra Mundial o más desarrollados.
Desde el comienzo de los movimientos migratorios del mundo contemporáneo, la Iglesia
ha acompañado esta realidad. “A la movilidad humana le ha de corresponder la
movilidad de la Iglesia”, decía Pío XII. En este tiempo, la Iglesia se hace emigrante con los
emigrantes, en tantos sacerdotes, religiosos/as que acompañaron a los emigrantes
aventura migratoria, en congregaciones religiosas que fueron fundadas con la demanda
de la Santa Sede de poder atenderlos y acompañarlos. Así, las diócesis de origen y las de
destino se ponen en marcha para organizar la atención pastoral y asistencial a estos
millones de personas que se desplazan buscando una vida mejor.
León XIII en su Encíclica Quam Aerumnosa percibe la necesidad de una asistencia
específica a los inmigrantes en el orden pastoral y asistencial y autoriza la constitución de
numerosas parroquias nacionales, sociedades y patronatos a favor de los inmigrantes
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Pío X, Benedicto XV y Pío XI continúan la línea de su predecesor de instituir obras católicas
específicas para emigrantes. El primero subraya el papel y compromiso de las diócesis de
origen. Los dos siguientes inciden en el compromiso de las iglesias de acogida.
Tras la Segunda Guerra Mundial, desde la realidad de los refugiados, desplazados y
emigrantes que se han producido a causa del conflicto, Pío XII promulga la Constitución
Apostólica “Exul Familia”, considerado el primer documento específico sobre migraciones
del Magisterio eclesial.
A nivel doctrinal afirma el derecho natural y fundamental de cada hombre de usar los
bienes materiales de la tierra, pues son creados por Dios para todos los hombres (destino
universal de los bienes).
Y, así, dice: “Todos los hombres tienen derecho a un espacio vital familiar en su lugar de
origen; en caso de aquel se frustre, tienen derecho a emigrar y ser acogidos en cualquiera
otra nación que tenga espacios libres”
Con Juan XXIII comienza un análisis más global y estructural de la violencia y la injusticia en el
mundo moderno. Los cambios tras la Segunda Guerra Mundial (por ejemplo, la guerra fría, la
descolonización, el inicio de la llamada explosión demográfica, el extraordinario desarrollo
científico... la brecha en aumento que separa a los países ricos y pobres... la mundialización
de los fenómenos… supone un cambio de escenario mundial.
Reafirma el derecho a emigrar, con igual fundamento en la dignidad de la persona y el
consiguiente derecho a usar de los bienes de la creación y de la historia: "entre los derechos
de la persona humana debe contarse también el de que pueda lícitamente cualquiera
emigrar a la nación donde espere que podrá atender mejor a sí mismo y a su familia. Por lo
cual es un deber de las autoridades públicas admitir a los extranjeros que llegan y, en cuanto
lo permita el verdadero bien de su comunidad, favorecer los propósitos de quienes
pretenden incorporarse a ella como nuevos miembros”.
Pero, entrando en los mecanismos que provocan las migraciones y conociendo los
desgarros que producen en los hombres emigrantes, los pueblos deben "establecer
relaciones de mutua colaboración, facilitando entre ellos la circulación de capitales, de bienes
y de hombres". Y especifica …“Creemos oportuno observar que, siempre que sea posible,
parece que deba ser el capital quien busque el trabajo y no viceversa”.
Juan XXIII insiste en la necesidad de integración del inmigrante, que también a él mismo le
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supondrá un esfuerzo el superar la tentación del aislamiento. A nivel pastoral, el Papa
insinúa que la asistencia específica a los emigrantes debe constituir una fase transitoria en
vistas a "la integración del nuevo llegado en la comunidad parroquial".
DESDE EL CONCILIO VATICANO II A NUESTROS DÍAS
El Concilio Vaticano II en la Constitución Dogmática sobre la Iglesia en el mundo actual,
Gaudium et Spes, hace múltiples referencias a la realidad de la migración (GS 6, 63, 65).
Ya en la introducción advierte "que no debe subestimarse el que tantos hombres,
obligados a emigrar por varios motivos, cambien su manera de vida".
Uno de los números más significativos es GS 66 en el que el Concilio pide “que la
movilidad, necesaria para el progreso en los asuntos económicos, se ordene de manera
que no se torne incierta y precaria la vida de los individuos y de sus familias”
Y también señala que “en lo que atañe a los obreros que, oriundos de otra nación o
región, colaboran con su trabajo al progreso económico de un pueblo o de una región,
• se ha de evitar diligentemente cualquier tipo de discriminación en las condiciones de
remuneración y de trabajo.
• Más aún, todos y en primer lugar los poderes públicos, deben estimarlos no sólo como
meros instrumentos de producción sino como personas
• Y les deben ayudar para que puedan llamar consigo a sus familias, para que puedan
proveerse de una habitación decente y fomentar su inserción en la vida social del
pueblo o región que les ha recibido.
• Sin embargo, en la medida en que sea posible, créense fuentes de trabajo en las
propias regiones.”
Otro número que merece ser tenido en cuenta es GS 27, que proclama el respeto hacia
todo ser humano y su dignidad inviolable “de tal manera que todos sin excepción
consideren a su prójimo como a un “otro yo”, y se preocupen primeramente de su vida y
de los medios necesarios para llevarla dignamente, no sea que imiten a aquel rico, que
no se cuidó en lo más mínimo del pobre Lázaro”, citando específicamente a los
inmigrantes, desplazados, deportados, mujeres víctimas del tráfico para explotación
sexual.
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Después del Concilio, ve la luz un nuevo documento eclesial específico sobre migraciones
que ilumina esta realidad a la luz de la doctrina conciliar. Es el Motu Proprio De pastorali
migratorum cura, promulgado por Pablo VI en 1969.
Las migraciones aparecen como una llamada urgente a las iglesias locales a redescubrir
su condición de Pueblo de Dios que supera todo particularismo de raza y nacionalidad, de
manera que nadie puede, en él, aparecer extranjero. La inmigración es parte integrante
de las mismas y no una iglesia paralela, convertida en cuerpo extraño.
Pablo VI apunta a la promoción integral del hombre migrante y a la tutela de sus
derechos humanos, espirituales y materiales. Es presupuesto de la evangelización,
entonces, la promoción y defensa de los derechos de la persona, lo que obliga a la Iglesia
"a elevar su voz profética cuando estos derechos quedan conculcados y a obrar con
constancia y mirada de largo alcance en orden a la elevación humana".
A continuación recoge de nuevo los derechos que asisten a la persona migrante:
• Derecho a emigrar.
• Derecho a convivir con la propia familia.
• Derecho a conservar y desarrollar el propio patrimonio étnico, cultural y lingüístico.
• Derechos a profesar públicamente la propia religión.
El magisterio social de Juan Pablo II contiene numerosas y útiles orientaciones para la
Pastoral de la Movilidad Humana. Especialmente importante es su insistencia en la
denuncia del atropello de los derechos humanos y la existencia de mecanismo que, al
generar desigualdad económica, mantienen a la mayoría de la población mundial en la
miseria, situación gravísima y duradera que le permite hablar de “estructuras de pecado”.
“Es necesario denunciar la existencia de unos mecanismos económicos, financieros y
sociales, los cuales, aunque manejados por la voluntad de los hombres, funcionan de
modo casi automático, haciendo más rígida las situaciones de riqueza de los unos y de
pobreza de los otros. Estos mecanismos, maniobrados por los países más desarrollados
de modo directo o indirecto, favorecen a causa de su mismo funcionamiento los intereses
de los que los maniobran, aunque terminan por sofocar o condicionar las economías de
los países menos desarrollados. Es necesario someter en el futuro estos mecanismos a un
análisis atento bajo el aspecto ético-moral.”1
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JUAN PABLO II, Sollicitudo Rei Socialis nº 16
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Sus mensajes anuales en la Jornada Mundial de las Migraciones también son una
referencia para el análisis, la toma de postura y la acción de la comunidad eclesial ante el
fenómeno migratorio y ante las personas inmigrantes.
El primer principio que recoge Juan Pablo II es la no discriminación del trabajador
extranjero:
"La emigración por motivos de trabajo no puede convertirse de ninguna manera en
ocasión de explotación económica o social. En lo referente, a la relación del trabajo con el
trabajador inmigrado, deben valer los mismos criterios que sirven para cualquier
trabajador de aquella sociedad. El valor del trabajo debe medirse con el mismo metro y no
en relación con las diversas nacionalidades, religión o raza. Con mayor razón, no puede
ser explotada una situación de coacción en la que se encuentra el emigrado".
En segundo lugar, ha de garantizarse el derecho del inmigrante a vivir en familia: "Es
positivo el hecho de que en la mayor parte de los países se reconozca el derecho del
emigrante a convivir con su familia.”
Un tercer aspecto en el que incide es el reconocimiento de derechos sociales, culturales,
etc. que propicien una auténtica integración con respeto a la propia identidad del
emigrante: “No se puede hablar de derechos del emigrante como tampoco de los de los
países que los reciben, sin hablar de sus deberes recíprocos".
Por último, también es constante la llamada a la responsabilidad y solidaridad de los
países ricos para que no se instrumentalice económicamente al emigrante y se suscite el
desarrollo en los países de emigración, y también para que combatan todo brote de
xenofobia, racismo y marginalización.
Es sólo entonces cuando la emigración se puede convertir en una ocasión de
enriquecimiento humano y espiritual, en una oportunidad de apertura y acogida y de
renovación recíproca.
En síntesis, las LINEAS MAESTRAS de la DSI a lo largo de estos años son:
• La defensa de la dignidad del ser humano y el reconocimiento del destino universal de
los bienes.
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• La denuncia de las estructuras y mecanismos internacionales que originan los grandes
desequilibrios mundiales con las consiguiente apelación a los pueblos y sus
gobernantes para que busquen soluciones a los mismos, dando prevalencia al trabajo
sobre el capital.
• La persona inmigrante ha de ser tratada con justicia y fraternidad socio-económicas, lo
que exige el reconocimiento de sus derechos humanos (civiles, económicos, sociales) al
igual que se le exige su aportación productiva y su adaptación.
• Apertura de la sociedad receptora en la acogida y reconocimiento del otro, con su
propia cultura, que conduzca a la auténtica integración y no a la simple asimilación
LOS ÚLTIMOS DOCUMENTOS MAGISTERIALES
En el año 2004, el Pontificio Consejo para la Pastoral de Emigrantes e Itinerantes publicaba
el documento “ERGA MIGRANTES CARITAS CHRISTI” (La caridad de Cristo hacia los
emigrantes), con el deseo de actualizar la palabra eclesial sobre las migraciones en el
mundo actual, en el que el fenómeno migratorio se había transformado
considerablemente.
La perspectiva que se asume es la de fundar la acción de la Iglesia por los migrantes en el
amor de Cristo a toda persona y en la identificación del mismo Cristo con todo ser humano
en necesidad.
1. La caridad de Cristo hacia los emigrantes nos estimula (cfr. 2Cor 5,14) a afrontar
nuevamente sus problemas, que ahora ya conciernen al mundo entero.
12. La Iglesia ha contemplado siempre en los emigrantes la imagen de Cristo que dijo: "era
forastero, y me hospedasteis" (Mt 25,35). Para ella sus vicisitudes son interpelación a la fe y
al amor de los creyentes.
14. Por tanto, podemos considerar el actual fenómeno migratorio como un "signo de los
tiempos" muy importante, un desafío a descubrir y valorizar en la construcción de una
humanidad renovada y en el anuncio del Evangelio de la paz.
En su XC Asamblea Plenaria de la CEE de Noviembre 2007, la Conferencia Episcopal
Española aprobó el documento LA IGLESIA EN ESPAÑA Y LOS INMIGRANTES para adaptar el
del Consejo Pontificio a la realidad española. Seleccionamos también algún párrafo:
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La Iglesia, enviada a todos los inmigrantes en virtud de la Caridad de Cristo
Destacamos, en primer lugar, el título, marcado por la expresión “caritas Christi”, ‘amor de
Cristo’. Ante la actual pluralidad y variedad de los emigrantes, no cabe plantearse una
pastoral en sentido estricto, como si se tratara solamente de la atención pastoral a
católicos, ni siquiera en sentido ecuménico, dirigida a cristianos de las diversas tradiciones
o ritos. La nueva emigración la componen personas católicas de diversos ritos, cristianos
de las diversas tradiciones, creyentes en otras religiones y no creyentes, de las más
diversas culturas y procedencias.
La Iglesia se siente enviada a todos ellos, y la categoría que puede abarcar a todos no es
otra que «el amor de Cristo». Este tomará, en la práctica, diversas formas y expresiones,
según la condición de los destinatarios de la acción de la Iglesia.”
La emigración no es un mal.
“La emigración en sí misma no es un mal, es un fenómeno humano complejo y tan
antiguo como la misma humanidad... El mal de la emigración suele estar en las causas
que la originan, generalmente situaciones de injusticia, de violencia y de carencia de lo
más mínimo para el digno desarrollo de las personas y de sus familias. Otras veces, el
mal está en el camino, en las acciones delictivas de intermediarios y traficantes. Otras, en
el destino por el abuso de personas sin conciencia o el establecimiento de leyes injustas
que no respetan la dignidad y los derechos fundamentales de las personas.”
Anticipar el plan de Dios de reunir en una sola familia a todos los pueblos.
“Del trabajo en los próximos años depende la convivencia de las futuras generaciones en
España. La Iglesia tiene una palabra y una tarea propia. Al mismo tiempo, fiel al deseo y al
mandamiento de su Señor de reunir en una sola familia a todos los pueblos y desde una
correcta lectura de los signos de los tiempos tiene la oportunidad de constituirse en signo
que anticipe el futuro y en modelo de referencia para la sociedad futura, que ya se está
percibiendo más fraterna en la unidad de los pueblos diversos”
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