XI Louis-Philippe n le 10/09/1753, comte (d`Empire 23/05/08) d

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ISSN: 1699-4949
nº 3, abril de 2007
Monografía
La anécdota en el siglo XVIII
Las anécdotas en las Memorias del conde de Ségur *
Mª del Carmen Marrero Marrero
Universidad de La Laguna
[email protected]
Résumé
Le récit des anecdotes dans le cadre
des Mémoires nous montre une vision
détaillée de la personnalité de l’auteur,
projetant dans l’écriture les traits de
vraisemblance et d’individualité, ces
traits-ci, présents dans l’œuvre du comte
Louis Philippe de Ségur Ségur Mémoires
ou souvenirs et anecdotes.
Les anecdotes littéraires constituent
des sources remarquables d’information
sur l’auteur qui les raconte ou sur le
thème évoqué. A travers la lecture
attentive des ses Mémoires j’ai pu
apprécier la finesse de son style littéraire
dans lequel on reflète sa capacité
évocatrice des événements. Dans l’analyse
de cette oeuvre j’ai distingué deux clases
d’anecdotes celles du type intime ou
personnel et les anecdotes historiques,
culturelles et sociales ces dernières ayant
eu une répercussion dans des domaines
différents. Grâce à ce travail j’ai pu con-
Abstract
The account of anecdotes in memoirs
gives an insight into the writer’s personality
at the same time that it unfolds their
verisimilitude and individuality, two features which are present in Count Louis
Philippe de Ségur’s Mémoires ou souvenirs et
anecdotes.
Within the genre of memoirs, literary
anecdotes are a useful source of information
about the author who evokes them and the
topic he writes about. After careful reading
of his memoirs, I have been able to value
his subtle literary style, which reveals his
enormous skill to evoke events and to give
an objective view about them. In this work,
I have distinguished two types of anecdotes:
those which are of a more personal kind
and those which are historical, social and
cultural, having the latter an important
influence on these fields.
Thanks to this work, I have been able
to get to know more deeply Count Segur’s
Artículo recibido el 9/10/2006, aceptado el 07/02/2007.
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naître, plus en profondeur, la vie du
comte de Ségur, qui, a essayé, en tout
moment, d’apporter sa vision objective de
la réalité pour équilibrer les critiques
étrangères négatives sur la politique
française prérrevolutionnaire.
Mª Carmen Marrero Marrero
life, who always tried to give an objective
view of reality to counteract the negative
foreign criticisms against French politics in
the pre-revolutionary period.
Key words: Anecdote, memoirs, Ségur.
Mots clé: Anecdote, mémoires, Ségur.
0. Introducción
Escribir sobre anécdotas no es tarea sencilla porque a medida que las damos a
conocer se desvela la intimidad del yo escritor o de alguien o algo que el escritor
quiere que conozcamos mejor. En este querer hay intencionalidad, premeditación,
como argumenta René Godenne (2001: 55) en un artículo sobre el género Memorias
en el cual explica que en este tipo de obras autobiográficas “un hombre realiza un
monólogo con el que echa una mirada atrás, hacia su pasado, porque es un monólogo
que destina a la posteridad y un arte de contar puesto al servicio de una visión
sintética de los acontecimientos”. Así pues, esta escritura que puede parecer banal no
lo es en tanto que muestra los entresijos que conforman la personalidad del que
escribe o de otra persona que se da a conocer en la obra. Tratándose de anécdotas en
el seno de unas “Memorias” debemos pensar en un tipo de escritura que en literatura
se presenta o se conoce como el relato de lo verdadero. A este rasgo se asocia el
carácter individual o particular que conllevan las “Memorias” y que el género hace
suyo desde el siglo XVII ayudando a constituir, de manera principal, los escritos de
alguien que desea hablar sobre él mismo en primera persona, o sobre hechos
históricos en los que se vio inmerso ya sea como actor o testigo. El interés de las
memorias de tipo histórico reside, según Godenne, en las observaciones de tipo
personal, el autor cuenta su verdad, por ello el término “Confesiones” también se le
puede asociar.
1. Apuntes sobre su vida
El que será undécimo conde de Ségur y par de Francia, Louis Philippe de
Ségur (1753-1830), fue el autor de la obra que he analizado en este artículo,
Mémoires ou souvenirs et anecdotes, la cual presenta un cuadro vivo y un testimonio
ameno de la historia tanto francesa como europea del último tercio del siglo XVIII.
Su padre, Philippe-Henri de Ségur (1724-1801), fue el décimo marqués de dicha
familia. Ministro de guerra bajo el reinado de Luis XVI, acumuló los siguientes
títulos: brigadier, mariscal de campo, lugarteniente general y mariscal de Francia. En
1749, contrae matrimonio con Louise de Vernon, unión de la que nacieron dos hijos:
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Louis Philippe, XI conde de Ségur d'Auguesseau, y Joseph-Alexandre-Pierre (17561805), vizconde de Ségur, brigadier en 1781 y mariscal de campo en 1788. Su
hermano le dedicó unas líneas en las memorias 1 , refiriéndose al París de la
Revolución:
Aussi mon frère, le vicomte de Ségur, l’un des plus aimables hommes de son
temps, met dont l’esprit, ennemi de tout travail pénible, ne voulait prendre
de chaque objet que sa fleur, disait assez plaisamment: «Je ne puis souffrir
cette révolution, elle m’a gâté mon Paris; et, tandis qu’elle se vante d’une
philosophie chimérique, d’un grand amour du bien public, d’une
abnégation absolue de tout intérêt privé, elle ne fait qu’étendre à tous
l’ambition de quelques-uns: on pourrait la peindre en deux mots: Ote-toi de
là, que je m’y mette» (t. I, p. 591).
Louis Philippe de Ségur d'Auguesseau obtuvo los cargos de conde del Imperio
(en 23/05/08), par de Francia (durante estos años 04/06/1814, 02/06/1815,
01/08/1815 revocado y el 19/11/19 restablecido). Fue, asimismo, mariscal de campo
y miembro de la Academia francesa (ocupando el sillón 22). Antoinette hija de JeanBaptiste d’Aguesseau, conde de Maligny, fue su mujer desde 1777. Los tres hijos
habidos en el matrimonio fueron: Louise-Antoinette-Pauline-Laure, Octave, vizconde
de Ségur y Philippe Paul de Ségur (1780-1873), conde del Imperio en 1809, además
de par de Francia, general de brigada, lugarteniente general y miembro de la
Academia francesa (sillón 6).
2. Las Memorias. Las anécdotas
No es mi objetivo en este apartado extenderme sobre el género de las
Memorias sobre el que existen bastantes estudios rigurosos. El propio Ségur ofrece
una definición de «Memorias» en su obra intentando excusar sus posibles errores o
descuidos literarios:
Ce qui fait le charme des Memoires écrits même avec le plus de négligence,
c'est que ceux qui les ont composés s'y montrent en acteurs plus qu'en
auteurs. Cependant, s'ils ont le mérite du naturel, l'art leur manque trop
souvent, ainsi que l'impartialité; ils ne vous montrent qu'un coin du tableau
et dénué d'ornemens, tandis que, de tous les genres d'eloquence, l'histoire et
la politique sont ceux où il est le plus nécessaire d'offrir le mélange
indispensable d’élégance, de simplicité, de variété, de profondeur, de
pratique des hommes et d'habitude des affaires (t. I, p. 171).
El autor es quizá consciente de que su verdad, lo que cuenta como vivencias,
es parcial. Ahora bien, ello no impide que, en esta obra, y dejando al margen las
posibles opiniones en contra, Ségur haya sabido percatarse del sentido real y profundo
1
Cito siempre por la edición de 1824 que se referencia al final de este trabajo.
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de algunos acontecimientos que presenció. No obstante, él desea dejar constancia de
cuál es el objetivo que persigue al escribir sus Memorias:
En lisant ces fragmens de Mémoires ou plutôt ces Souvenirs et Anecdotes,
on verra que mon but a été non de faire un tableau historique, mais de tracer
une esquisse morale du temps où j’ai vécu (t. I, p 2).
En cuanto a la «anécdota», seré un poco más extensa en mis comentarios pues
con este artículo pretendo conocer mejor y adentrarme en los pormenores de este tipo
de escritura que ha sido definida por varios autores de entre los cuales citaré a
Voltaire y a De Féletz. La siguiente cita es de Voltaire quien definió las anécdotas así:
«Les anecdotes sont sur champ reserré où l’on glane après la vaste moisson de
l’histoire, ce sont de petits détails longtemps cachés» 2 .
A finales del siglo XVIII, la voz «anécdota» aparecía en los diccionarios de
Richelet, Furetière y en l’Encyclopédie como sustantivo femenino en plural y en la 4ª y
5ª edición del diccionario de la Academia como sustantivo femenino pero en
singular. En su origen, el término aparece relacionado con la historia, pero un tipo de
historia marginal o particular con respecto a la denominada «otra gran historia». Se le
adjudica el adjetivo «secreto, oculto» y ello puede dar lugar a interpretación positiva,
negativa o neutra, es decir, puede presentar un hecho significativo o revelador, o, por
el contrario algo que no lo es y que resulta secundario, o, por último, algo que es
extraño o curioso. En cualquier caso, Dany Hadjadj ha realizado un estudio
semántico de la evolución del término bastante completo del que solo retendré las
acepciones de la palabra «anécdota» con los sentidos de «petit fait curieux» y «récit
bref d’un petit fait curieux» 3 . Estos sentidos me parecieron los más acordes con las
acepciones del término encontradas en las Memorias de Ségur.
Hice alusión anteriormente a otro autor que definió, asimismo, la «anécdota»
era el abad de Féletz. En 1801, emprende una carrera como crítico literario que
durará 30 años en el "journal des Débats", publicación que, con el tiempo, se
convertirá en el «journal de l'Empire». Algunos de sus artículos se publicaron con el
título Mélange de philosophie, d'histoire et de littérature. De las reglas principales para
contar anécdotas que debía poseer un escritor, Féletz distinguía las de ligereza, verdad
y rapidez en el relato 4 . Con ellas procedí a destacar las anécdotas dentro de estas
memorias.
Al comenzar el análisis de las mismas seguí los postulados de varios estudiosos
sobre el tema. Uno de ellos es el que señala Richard Maber porque las anécdotas
literarias constituyen, muchas veces, fuentes únicas de información no sólo sobre el
2
Cf. Dany Hadjadj: «L’anecdote au péril des dictionnaires», en Montandon (1990: 16).
3
Ibidem, p. 8.
4
Ibidem, p. 16.
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autor que las cuenta sino también sobre el tema que se cuenta: «Car l’anecdote
devient un jeu de miroirs à double reflet, qui révèle presque autant sur celui qui
raconte l’histoire que sur le sujet de l’histoire même» 5 .
Otra definición que he tenido en cuenta para estudiar las anécdotas en el
género de las Memorias y, en este sentido se corresponde con lo que he podido
analizar, es la de Jean-Claude Delclos: «Petit fait curieux dont le récit peut éclairer le
dessous des choses, la psychologie des hommes». «Ce type d’anecdote s’accorde
parfaitement avec le souci d’éclairer la personnalité des princes, leur politique, leurs
relations, la nature de leurs peuples» 6 .
3. Anécdotas en la obra
La obra examinada Mémoires ou souvenirs et anecdotes, está compuesta de tres
volúmenes, editados por A. Eymery, en París, en 1825. El autor intercala a lo largo de
los mismos las anécdotas que van configurando el entramado de la obra junto a sus
recuerdos y comentarios históricos. Mi objetivo es ir dando a conocer este entramado
o estructura para llegar a descubrir un mundo que Ségur presenta como apasionante y
que desemboca en un conocimiento más completo no sólo de la personalidad del
autor, sino también de otros hombres y mujeres, que siendo contemporáneos suyos,
dejaron su estela como figuras relevantes en la sociedad y en la política europea de ese
entonces.
Para analizar las anécdotas de la obra he procedido de la siguiente manera. He
distinguido dos tipos en el total de las mismas. Las primeras serán de carácter
personal o más íntimo, es decir las que me parecieron más jugosas por lo pícaras o
enternecedoras. A través de las líneas con las que Ségur iba dando a conocer las
anécdotas se caía el velo que cubría a los diversos personajes que conoció. A medida
que leía me parecía tener delante a esos hombres o mujeres a los que se refería el
autor, descubriendo, paulatinamente, en las anécdotas aspectos de su personalidad,
hasta ese momento, ignotos, pues si rastreamos la historia yendo tras la huella de estos
personajes, nos damos cuenta de que ese rastro, en muchas ocasiones, está desprovisto
de calor humano o de esa pizca de sal que se desprende del relato de la anécdota.
Las segundas serán de carácter más bien histórico, social o cultural y las
constato por haber tenido una repercusión, ya sea amplia o sencilla, en dichos
ámbitos; tanto las unas como las otras aportan datos enriquecedores sobre los
personajes tratados o los sucesos vividos por Ségur.
Sin separarlas, no siendo ese mi principal objetivo, quise dar cuenta de ellas
sucesivamente, según las fui encontrando a lo largo de la lectura de las memorias.
5
Cf. Richard Maber: «L’anecdote littéraire aux XVII et XVIII siècles: les ana», en Montadon (1990:
102).
6
Cf. Jean-Claude Delclos: «Du fait divers à l’œuvre littéraire», en Montadon (1990: 186).
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En el primer volumen, Ségur pone en antecedentes al lector de quién fue su
padre, distinguido militar durante la guerra de los Siete Años y ministro de guerra
bajo el reinado de Luis XVI. De talante activo, firme y conciliador influyó mucho en
la vida del autor de estas memorias a la hora de seguir sus consejos o tomar decisiones
importantes. La primera anécdota a la que se refiere Ségur tiene que ver con su
infancia y los actores de la misma son él, su padre y el rey Luis XV. Es una historia
que da una idea de la rígida etiqueta que se mantenía ante el rey y de lo que me
parece aún más interesante, del carácter generoso de este monarca para con él, pero
no para con la tropa. Se trata de una visita que el rey Luis XV realizó a su padre,
estando éste último de maniobras con el ejército en Compiègne (1767). Ségur la
cuenta con estas palabras:
Après les revues et les manoeuvres, le roi fit à mon père l'honneur de venir
souper chez lui. Suivant l'usage, celui qui recevait à sa table le monarque,
devait se placer derrière son fauteuil et le servir. Mon père se disposait à
suivre cette étiquette; mais Louis XV lui dit: «Vous m'avez assez long-temps
servi à la guerre pour vous reposer pendant la paix: Asseyez-vous près de
moi, votre fils me servira.» (...) ce prince m'envoya le lendemain deux jolis
chevaux de ses écuries et certes c'était le présent le plus agréable qu'à mon
âge on pût recevoir (...) La table était servie sous une immense tente; elle
était à peu près de cent couverts. Des grenadiers portaient les plats. L'odeur
que répandaient ces soldats, dans un lieu étroit et échauffé, blessa la
délicatesse des organes du prince. «Ces braves gens, dit-il un peu trop haut,
sentent diablement le chausson.» «C'est répondit brusquement un grenadier,
parce que nous n'en avons pas.» Un profond silence suivit cette réponse (t. I,
p. 31).
En este mismo campamento ocurrió un suceso del que el autor se hace eco
mediante otra anécdota. Un desertor del ejército fue llevado a consejo de guerra. La
madre de Ségur suplicó al rey para salvarlo y lo consiguió; dicho asunto tuvo una
cierta repercusión social, pues a raíz del mismo, el músico Sedaine compuso, como
libretista, la ópera Le Déserteur. Ségur conoció las obras del músico en los «salons»
que frecuentaba en su juventud, «salons» o reuniones de algunas aristócratas famosas,
donde se daban cita los sabios y hombres de letras más relevantes del momento y
donde se practicaba «el culto de la cultura» 7 . Ségur cita en sus memorias el de Mme
Geoffrin, de Mme du Deffand, la duquesa de Choiseul, de Grammont, d'Anville,
Mme de Montesson, la mariscala de Luxembourg, etc. (t. I, p. 62).
La siguiente anécdota es la que alude a un duelo que tuvo lugar en Lille, entre
él y el lugarteniente de cazadores M. de La Villeneuve por haber ocupado un asiento
vacío en el teatro, en una fila en la que estaba prohibido ocuparlos porque se los
7
José Vidal-Beneyto (2006): « Salones de París. El culto de la cultura», El País. (2/09/2006).
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disputaban oficiales de diferentes grados del ejército. Para resolver el problema, el
lugarteniente del rey, allí destacado, había prohibido que fuesen ocupados durante el
primer acto de las representaciones. Los oficiales protestaron contra esta medida, pero
Ségur, de paso en la ciudad y sin conocer este acuerdo, ocupó uno de los asientos
vacíos en el teatro, asunto por el que tuvo que batirse en duelo y que provocó la
anulación de la prohibición. El tiempo transcurrirá y cinco años después, Ségur se
encontró con este oficial, quien, en esta ocasión, chocó su copa con él y no su espada,
puesto que ambos acabaron, recordando la anécdota, siendo amigos (t. I, p. 80 y ss.).
En la época en que todo en Francia se ponía en tela de juicio y las disputas se
alzaban de todas partes y se relacionaban con la filosofía, la religión, el poder, la
libertad y la táctica; en la misma en que se combatían tanto las innovaciones más
leves como las más importantes con una increíble actividad de pensamiento, el autor
menciona una anécdota que alude al castigo «des coups de plat de sabre» en el
ejército. Tal y como se desprende de los meandros de estas memorias, opino que este
tipo de anécdotas sociales da fe, en cierta medida, de la realidad histórica que se vivía.
Esta pena se infligía a los militares que no hubiesen cumplido con su deber u
obligación según un decreto de M. de Saint-Germain:
(...) la cour, la ville et l'armée disputaient avec acharnement pour et contre
cette innovation: les uns la vantaient, les autres la blâmaient avec
emportement; le bourgeois, le militaire, les abbés, les femmes mêmes,
chacun dissertait et controversait sur cet objet (...) Enfin on dissertait
gravement pour savoir jusqu'à quel point cette punition physique pouvait
agir sur les sens du soldat, pour le forcer par la douleur à se corriger de ses
vices, de sa paresse ou de son insubordination (t. I, p. 145).
Hasta tal punto el debate sobre este castigo fue exacerbado que un amigo de
Ségur le ruega que pruebe este castigo con él con el fin de saber si es conveniente o
soportable para un hombre fuerte, valiente y bien formado, sin que merme su forma
física. Este amigo pretende después probarlo con Ségur quien se toma jocosamente el
asunto y cuenta así el obstinado empeño de su amigo:
Éclatant de rire à ce propos, je fis l'impossible pour le détourner de ce
bizarre dessein (...) il insista (...) enfin j'y consentis, résolu, pour le punir de
sa fantaisie, d'y aller bon jeu, bon argent. Je me mis dons à l'oeuvre; (...) de
sorte que ce ne fut qu'après m'avoir laissé répéter une vingtaine de fois cette
épreuve, qu'il me dit:”Ami, c'es assez; je suis content, et je comprends à
présent que, pour vaincre beaucoup de défauts, ce remède doit être
efficace.”(...) Un instant de grâce tout n'est pas achevé; il est bon aussi que
tu fasses cette épreuve à ton tour. J l'assurai que je n'en avais nulle envie,
qu'elle en changerait rien à mon opinion, qui était absolument contraire à
une innovation si peu française. (...) Vaincu par ses prières (...) après le
premier coup qu'il m'eût donné, loin d'imiter sa constance obstinée, je me
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hâtai de m'écrier que c'était assez, et que je me tenais pour suffisamment
éclairé sur cette grave question (t. I, p. 143 y ss.).
Ségur y sus amigos se sentían paladines de las nuevas doctrinas y fervientes
discípulos de aquellos que las profesaban. Pero, asimismo, se consideraban adversarios
de quienes predicaban aún que los tiempos pasados fueron mejores con sus prejuicios,
pedanterías y arcaicas costumbres que, en ese momento, parecían ya ridículas.
De entre las nuevas tendencias o modas que se introducían en Francia a
finales de siglo, el autor destaca el gusto por lo inglés y el deseo de acercamiento de la
juventud francesa a las costumbres y a las leyes inglesas. En cierta manera (incluía a
los monarcas), se admiraba, la dignidad, la independencia y la existencia útil de un
par inglés. Una de estas costumbres y de las que la reina Marie-Antoinette era
entusiasta admiradora fue las carreras de caballos. En otra anécdota de este primer
volumen se cuenta cómo la corte en pleno acudía tranquilamente a ellas; era tal el
interés que suscitaban las carreras y las apuestas que allí se sucedían, que se hacía la
vista gorda ante la desobediencia de algún que otro personaje público que, como el
conde de Lauraguais, (conocido también como duque de Brancasy exiliado a causa de
la audaz originalidad y atrevimiento de sus escritos) tenía prohibido estar allí (t. I,
p.154) y, sin embargo, asistía. Sobre el conde de Lauraguais observé que Ségur se
extiende en alguna que otra aventura y comentario sobre su proceder, quizá porque lo
admiraba por su intrepidez en los combates, o por las libertades de que hacía gala en
sus escritos caracterizados por la paradoja o la ironía. Entre todo lo que Ségur narra
sobre este personaje, al que conoció y con el que departió en algunos momentos de su
vida, he entresacado la siguiente anécdota que me parece interesante: «Ce fut M. le
comte de Lauraguais qui, le premier, fit voir aux Parisiens, dans la plaine des Sablons,
une course avec des chevaux et des jockeys anglais» (t. I, p. 159).
El revuelo que causó el regreso del Voltaire octogenario a París fue extremo y
Ségur deja constancia de ello en sus memorias. La sociedad lo aclamaba como a un
dios pero el entorno de la corte y, en particular Luis XVI, eran aún reticentes a su
llegada, negándose a recibir a un escritor cuyos dardos habían herido de muerte las
antiguas creencias y doctrinas veneradas por todos. El encuentro con Voltaire tuvo
lugar en París, en casa de sus padres. Allí acudió el filósofo, dos o tres veces, para
visitar a la madre de Ségur enferma y la impresión que le causó al conde fue la
siguiente:
Sa maigreur me retraçait ses longs travaux; son costume antique et singulier
me rappelait le dernier témoin du siècle de Louis XIV, l’historien de ce siècle
et le peintre immortel de Henri IV. Son oeil perçant étincelait de génie et de
malice; on y voyait à la fois le poète tragique l’auteur d’Oedipe et de
Mahomet, le philosophe profond, le conteur malin et ingénieux, l’esprit
observateur et satirique du genre humain; son corps mince et voûté n’était
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plus qu’une enveloppe légère, presque transparente, et au travers de laquelle
il semblait qu’on vit apparaître son âme et son génie (t. I, p. 191).
Cuando Ségur pudo mantener, finalmente, una pequeña conversación con
Voltaire fue al final de la segunda visita que realizó a su madre. A lo largo de la
misma, el filósofo le da unos consejos y alaba su gusto por la poesía dando muestras
de la pasión que sentía el escritor por ella:
Quoi qu’il en soit, Voltaire charma mon amour propre, en me parlant avec
grâce et finesse de ma passion pour les lettres et de mes premiers essais; (…)
“D’après ce qu’on m’a dit, et dans votre position, vous êtes destiné à de plus
graves occupations. Vous avez bien fait de commencer à vous exercer en
écrivant des vers; car il est bien difficile que celui qui ne les a point aimés, et
qui n’en connaît ni l’art ni le charme, puisse jamais parfaitement écrire en
prose. Allez, jeune home, recevez les voeux d’un vieillard qui vous prédit
d’heureux destins; mais souvenez-vous que la poésie, toute divine qu’elle est,
est une sirène” (t. I, p. 199).
En la misma época en que Francia parecía destacar en el exterior por las
guerras de independencia americana, en sus numerosas conquistas en las Antillas, en
Senegal, etc., en el interior, la opinión pública se irritaba cada vez más por los errores
de la administración y la ineficacia de sus ministros. Un combate entre el poder y la
libertad era palpable en el seno de la sociedad. Ségur cuenta la siguiente anécdota que
tiene que ver con la dureza de la censura inquisitorial en España:
Le bailli Durollet, auteur de l’opéra d’Iphigénie, reçut au foyer de la comédie,
des affronts sanglans, pour avoir parlé avec mépris du ministre disgracié.
(…) un membre de l’académie française, un de nos meilleurs historiens,
l’abbé Millot, vit son Histoire condamnée en Espagne par l’Inquisition; le
célèbre Olavidès 8 qui venait de défricher et de civiliser la Sierra Morena, fut
jeté dans les prisons de ce farouche tribunal, parce qu’il avait traduit en
espagnol l’ouvrage de l’abbé Raynal. Je me souviens de lui avoir entendu
dire, lorsqu’il se fut échappé de son cachot, qu’un des chagrins les plus
insupportables de sa captivité avait été de se voir condamné, pour pénitence,
à lire matin et soir les oeuvres de frère Louis de Grenada et celles d’un autre
moine aussi stupide:Eh bien, lui répondis-je, voilà le supplice des anciens
renouvelé; vous avez été damnatus ad bestias (t. I, p. 294 y ss.).
Durante los siete años que duró la vida ministerial de su padre, el conde de
Ségur cuenta una de sus anécdotas más ruidosas de cara a la opinión pública. Se
8
Olavide, escritor peruano, expulsado de Perú hacia 1760, desplegó en España sus dotes de
administrador, pero lo vuelven a expulsar años después por causa de su liberalismo ilustrado y se
refugia en Francia. Se cuenta que era amigo de Diderot, de Voltaire, de Marmontel y de Raynal, etc., y
uno de los grandes lectores del Inca Garcilaso.
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trataba de un decreto atribuido a su padre por el que todo el mundo en Francia creía
que este ministro había excluido al Tercer Estado del servicio militar, exigiéndoles
pruebas de nobleza verificadas por el genealogista de la corte M. Chérin en caso de
que quisiesen obtenerlas. Sin embargo, después de este decreto, el Tercer Estado tuvo
más facilidad que en el pasado para seguir la carrera militar (t. I, p. 311 y ss.). Ségur
añade que a su padre se deben muchas reformas en el seno del ejército como el asunto
de que se acostasen dos soldados, en lugar de tres, en un mismo lugar, o que los
hospitales militares albergasen enfermos mejor cuidados. Fue también el primero en
concebir la idea de crear el cuerpo de la artillería ligera y el del estado mayor.
La impresión que le causó la vista de las Canarias en su travesía hacia América
es digna de mención. Las líneas en las que narra brevemente y como hecho curioso o
anecdótico, lo que vio, a bordo de la fragata La Gloire, en la cual partió de Brest en
1782, constituyen una anécdota llena de connotaciones épicas. Como joven oficial
deseoso de méritos y de encontrar en tierras americanas el germen de la
independencia, «partiendo a la guerra en nombre de la filantropía», como él mismo
explica, su visión de las Azores y de Canarias le recuerda la leyenda de la Atlántida.
En particular, la ruta mercante por Canarias se ve favorecida, según cuenta, por los
vientos alisios:
L’archipel des Açores appartient aux Portugais (…) nous trouvant près de
Tercère, la principale île des Açores, et dont Angra est la capitale, nous y
allâmes, comptant pouvoir y mouiller. (…) A l’aspect de ces îles, ainsi qu’à
celui des îles du Cap Vert et des Canaries, à la vue de ces groupes
d’amphithéâtres et de montagnes qui s’élèvent isolées au-dessus de la surface
du vaste Océan, il ne semble pas possible de douter de l’existence antique
d’un continent submergé par une des grandes révolutions de notre globe.
Indépendamment de toutes les observations nouvelles faites à cet égard par
nos savans, un coup d’œil suffit pour démontrer que ces archipels sont les
sommets de quelque chaîne de montagnes de cet ancien continent englouti,
depuis depuis plusieurs milliers d’années par les eaux. (…) Il est difficile de
croire qu’autrefois les Atlantes aient conquis une partie de l’Europe et de
l’Afrique et que le peuple d’une seule ville, telle qu’Athènes, ait battu, chassé
et détruit ces fiers conquérans; mais, cette exagération à part, on ne peut
avoir vu les Açores, et douter de l’existence et de la submersion de
l’Atlantide. (…) le vaisseau marchand qu’il abandonna, ayant poursuivi sa
route jusqu’aux Canaries où il trouva les vents alizés, arriva, favorisé par eux,
le même jour que nous à l’embouchure de la Delaware (t. I, p. 331 y ss.).
Reflexiones, hechos y anécdotas se diseminan por toda la obra haciendo de
ella un cuadro descriptivo no sólo de los personajes célebres del momento sino
también de las situaciones que se encuentra a medida que, en su largo recorrido americano, va conociendo por vez primera la historia y costumbres de los lugares que
atraviesa.
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Si pensamos en las civilizaciones perdidas en nombre del progreso la siguiente
frase puede considerarse como un pensamiento vigente, aún hoy en día, y causaría
cierta tristeza a algún filántropo: “Partout où les hommes civilisés se montrent, las
hommes sauvages disparaissent” (t. I, p. 428). El autor se refería aquí a la casi total
desaparición de la tribu india de los Naraganset pobladores, en otro tiempo, del valle
donde se ubica la actual ciudad americana de Provedence.
En su andadura por tierras americanas tuvo ocasión de encontrarse con M.
Prudon, lugarteniente de la ciudad de Vittoria, en donde Ségur asistió a una corrida
de toros cuyo espíritu desdeñaba en favor de las reuniones de salon que él conocía y
prefería:
Nous eûmes dans cette ville l’amusement de voir sur la grande place un
combat de taureaux, jeu triste cruel et propre à maintenir la barbarie des
mœurs. Nous jouîmes chez le gouverneur d’un passe-temps plus doux, celui
d’une soirée où se trouvaient réunis les hommes les mieux élevés et les plus
jolies femmes de la ville (t. I, p. 490).
El gobernador de Caracas Fernand González le cuenta cómo la América
española se había librado de un azote llamado “lepra de Cartagena” refiriéndole la
anécdota de una mujer anciana de Guatemala, quien habiendo contraído el mal, fue
curada por unos indígenas comiendo trozos de lagarto crudo que el propio Ségur
tuvo ocasión de probar. De vuelta a Francia, comunicó el hecho a algunos médicos
que reaccionaron con indiferencia (t. I, p. 502):
Une vieille négresse, chassée inhumainement d’une habitation parce qu’elle
était atteinte de la lèpre, ayant été rencontrée par une tribu sauvage, dans le
bois où elle errait, elle avait vu avec surprise ces hommes s’approcher d’elle
sans crainte et l’emmener avec eux. Arrivés dans leurs cavanes, ils la
traitèrent, la guérirent, mais ils la retinrent en servitude, pour qu’elle
n’apprît point aux Européens le secret de sa guérison (…) la pauvre négresse
s’étant échappée (…) elle apprit à ses maîtres que les sauvages l’avaient
guérie en lui faisant avaler chaque jour, pendant trois semaines un lézard cru
et coupé en morceaux (…) le gouverneur me fit voir deux de ces lézards, j’en
mangeai même quelques morceaux (t. I, p. 500 y ss.).
Sobre el oficial del estado mayor M. Linch y amigo suyo embarcado hacia la
América española, cuenta la siguiente anécdota que pone de manifiesto la singular
intrepidez del inglés:
Linch, après avoir fait la guerre dans l’Inde, servit, avant d’être employé à
l’armée de Rochambeau, sous les ordres du comte d’Estaing; il se distingua
particulièrement au siège trop mémorable de Savannah. M. d’Estaing, dans
le moment le plus critique de cette singulière affaire, étant à la tête de la
colonne droite, charge Linch de porter un ordre très urgent à la troisième
colonne, celle de gauche. Les colonnes se trouvaient alors à portée de
mitraille des retranchemens ennemis; de part et d’autre on faisait un feu
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terrible. Linch, au lieu de passer par le centre ou par la queue des colonnes,
s’avance froidement au milieu de cette grêle de balles, de boulets, de
mitraille que les Français et les Anglais se lançaient mutuellement. En vain
M. d’Estaing et ceux qui l’entouraient crient à Linch de prendre une autre
direction; il continue sa marche, exécuté son ordre, et revient par le même
chemin, c’est-à-dire sous une voûte de feu, où l’on croyait à tous momens
qui’il allait tomber en pièces: «Morbleu! lui dit le général en le voyant arriver
sain et sauf, il faut que vous ayez le diable au corps; eh! pourquoi donc avezvous pris ce chemin où vous deviez mille fois périr?» «Parce que c’était le
plus court,» répondit Linch (t. I, p. 512).
Su impresión sobre América Central (por ejemplo de la isla de Santo
Domingo) es la de una tierra inculta, bárbara y salvaje; con una naturaleza
maravillosa y siendo unas tierras muy ricas, estaban controladas por una
administración ignorante, ávida de riqueza, arbitraria e intolerante. Esta parte de
América permanecía aún, tal y como hace constar Ségur en sus memorias, en el
mismo estado en el que la encontró Cristóbal Colón a su llegada al continente americano.
El 30 de abril de 1783, el conde de Ségur inicia su vuelta a Francia, viaje que duró
algo más de mes y medio. Nada más llegar a suelo francés se entera de que su padre es
nombrado mariscal de Francia y de que sigue siendo aún ministro, hecho que le
sorprende dado lo efímero de estos cargos.
El relato de las anécdotas contenidas en el II volumen de Memorias, comieza
ofreciéndonos la visión de su país al regreso de su viaje por América:
Je trouvai à mon retour la tour et la société de Paris plus brillantes que
jamais, la France fière de ses victoires, satisfaite de la paix, et le royaume avec
un aspect si florissant, qu’à moins d’être doué du triste don de la prophétie,
il était impossible d’entrevoir l’abîme prochain vers lequel un courant rapide
nous entraînait. (…) Nous étions fiers d’être Français et plus encore d’être
Français du dix-huitième siècle, que nous regardions comme l’âge d’or
ramené sur la terre par la nouvelle philosophie (t. II, p. 28).
La sociedad que retrata el conde de Ségur bajo el joven rey Luis XVI es una
sociedad que imitaba a la envidiaba Inglaterra, con el deseo de instaurar en el suelo
francés las instituciones y la libertad existentes en aquel país. Para distinguir esta
sociedad de la de épocas pasadas, hemos entresacado estas reflexiones del conde:
Nous commençâmes aussi à avoir des clubs les hommes s’y réunissaient, non
encore pour discuter, mais pour dîner, jouer au disk et lire tous les ouvrages
nouveaux. (…) Dans le commencement son premier résultat fut de séparer
les hommes des femmes, et d’apporter ainsi un notable changement dans
nos moeurs: elles devinrent moins frivoles, mais moins polies; plus fortes,
mais moins aimable: la politique y gagna, la société y perdit. (…) Notre
jeune roi, par l’exemple de sa vie privée, avait ressuscité chez nous la
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décence. On ne peut bannir la galanterie de France; c’est, je crois, son sol
natal. Mais au moins alors elle se couvrait d’un voile (t. II, p. 33).
Con estas citas se puede entender mejor el cambio de moralidad acaecido en
Francia a finales de siglo. La anécdota sobre una nueva costumbre de la reina Marie
Antoinette puede añadirse a la perspectiva anterior de los nuevos cambios sociales
narrados por el autor:
Marie-Antoinette fut la première reine de France qui admit chez elle des
hommes à sa table. L’étiquette se relâchait de sa sévérité, en même temps
que la morale du monde devenait plus rigide. (…) les femmes, se montrant
zélés disciples de Jean-Jacques Rousseau faisaient de leurs devoirs de mère
leurs plus doux plaisirs (t. II, p. 37).
A propósito de la condecoración de la asociación americana de Cincinnatus
que le envió el ilustre general Washington, Ségur cuenta cómo fue considerada en
Francia por los ociosos, a quienes la mínima novedad atrae, como una orden de
caballería. Se confundió así una institución democrática con una distinción
aristocrática. Cuando Ségur fue nombrado, además, comendador de San Lázaro y
caballero de San Luis, refiere la anécdota de un distinguido coronel y buen oficial,
pero de poca cultura y con frecuentes faltas cómicas en el lenguaje, quien se dirigió a
él de este modo:
«Te voilà, mon ami, riche en saints, car tu en as trois: saint Louis, Saint
Lazare et saint Cinnatus. Mais, pour ce dernier saint, je me donne au diable
si je sais où nos amis de l’Amérique ont été le déterrer.» Or notez que luimême avait été en Amérique et venait de recevoir cette décoration (t. II, p.
46).
El conde de Aranda, embajador de España en Francia utilizaba casi siempre al
hablar la coletilla «entendez-vous?» «comprenez-vous?», a él acude Ségur en busca de
sus útiles consejos ante la carrera político-diplomática que va a emprender en Rusia.
Aranda le explica cuál es el fin de la política en unas páginas en las que, como si
tratara de un breve curso, se pone de manifiesto que, por parte de todos los países, el
fin de la misma es el interés (t. II, p. 97).
Las anécdotas que se cuentan sobre el rey de Prusia, Frédéric II, reflejan un
rey sarcástico y pícaro al que le gustaba poner a sus interlocutores en situaciones
embarazosas pero que, al mismo tiempo, no se irritaba por ser la diana de una
respuesta pícara o maliciosa sino que al contrario, el autor de la misma era para él
digno de estima:
Un jour, voyant venir son médecin, il lui dit : «Parlons franchement,
docteur; combien avez-vous tué d’hommes pendant votre vie?» «Sire,
répondit le médecin, à peu près trois cent mille de moins que votre majesté.»
La première fois qu’il vit le marquis de Luchesini, italien très spirituel, qui
fut depuis admis dans son intimité et devint plus tard ministre de son
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successeur, il lui dit : «Voit-on encore, monsieur, beaucoup de marquis
italiens voyager partout et faire dans toutes les cours le métier d’espions?»
«Sire, répondit M. de Luchesini, on en verra peut-être tant qu’il se trouvera
des princes allemands assez plats pour décorer de leurs ordres des hommes
qu’ils chargent d’un rôle si vil.» Par là, le marquis faisait allusion à un espion
italien, auquel un empereur d’Allemagne avait accordé la décoration de la
Toison d’Or (t. II, p. 123).
Au moment de paraître à un cercle, un jour de gala, on vint l’avertir que
deux dames se disputaient le pas près d’une porte avec une vivacité et une
opiniâtreté scandaleuse. «Apprenez-leur, dit le roi, que celle dont le mari
occupe le plus haut emploi doit passer la première.» Elles le savent, répond le
chambellan, mais leurs maris ont le même grade. «Eh bien, la préséance est
pour le plus ancien.» «Alors, reprend le monarque impatienté, dites-leur de
ma part que la plus sotte passe la première» (t. II, p. 124).
Otra anécdota o «trait» del rey Frédéric II que Ségur destaca es la que hace
referencia a la impresión que tenía de los franceses y a su pretendida ligereza:
Un jour, à l’un de ces diners où le roi, pour rendre la conversation plus libre,
permettait une entière familiarité, Frédéric s’amusa à demander à ses
convives ce que chacun d’eux ferait s’il était à sa place. Les uns répondirent
qu’ils feraient telles ou telles conquêtes; les autres, telles ou telles réformes,
telles ou telles institutions. «Et vous, marquis d’Argens?» dit le roi. «Moi,
sire? répondit le marquis; ma foi, je vendrais mon royaume, et j’achèterais
une bonne terre en France, pour en manger les revenus à Paris.» «En vérité,
reprit Frédéric, voilà un propos bien français! (t. II, p. 130).
Este rey también cuenta a Ségur, antes de partir de Berlín, varias anécdotas
sobre la salud, la corte y los favoritos de Catalina de Rusia.
Sobre la dureza de los gobernadores rusos en el trato con sus siervos, Ségur
relata la anécdota de un cocinero francés que viene a quejarse de haber recibido cien
latigazos sin saber por qué. Conocido el hecho le promete indagar en el asunto para
buscar una explicación de un trato así infligido a uno de sus compatriotas. Una vez
desvelada la incógnita suscitada con esta anécdota se supo que el cocinero francés se
había presentado al puesto libre dejado por el ruso, el cual había desertado de su
trabajo por robo. El gobernador y conde de Bruce ordenó que buscasen al ladrón. Al
presentarse en el despacho del gobernador el cocinero francés para reemplazar al ruso
huido, el gobernador, de espaldas, no vio de qué cocinero se trataba y lo mandó
castigar. Ello explica que el francés recibiera los latigazos destinados al ruso. Esta es
una crítica solapada que Ségur realiza más de una vez en sus memorias (t. II, p. 246 y
ss.), del poder arbitrario de los amos en Rusia sobre sus siervos o, a veces, de los casos
en que la voluntad u órdenes de los príncipes son irreflexivas o precipitadas. Tal es el
asunto de otra anécdota o «fait» que, en realidad, es una pequeña historia que cuenta
un malentendido. En esas líneas se relata cómo la emperatriz Catalina ordenó al jefe
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de su policía “empailler” a un banquero de nombre Suderland (t. II p. 253). Este jefe
siguió sus órdenes receloso, sin saber por qué la princesa quería infligir ese suplicio a
uno de sus banqueros favoritos. La emperatriz exigió que cumpliera la orden en
seguida, no entendiendo por qué este jefe de su policía dudaba y pensando que creía
tal comisión por debajo de su dignidad. Suderland suplicó que antes de morir le
dejasen escribir a la emperatriz para esclarecer el asunto, el jefe de policía lleva el
escrito a Catalina quien, rápidamente, libra a este hombre de la pena. El
malentendido residía en que habían confundido la persona del banquero Suderland
con un perro muy querido por la emperatriz y con el mismo nombre del banquero.
El perro, que acababa de morir, fue regalado a Catalina por un inglés y ella había
ordenado a Reliew, el jefe policial, que lo disecaran.
La anécdota que inició la relación entre el príncipe Potemkin y Catalina le fue
contada a Ségur por el propio príncipe. Éste tenía 18 años cuando se enamoró de la
emperatriz, la cual había destronado a Pedro III. Siendo uno de sus oficiales y en una
ocasión en que Catalina quería una espada, Potemkin le ofreció la suya que ella
aceptó. Cuando el oficial quiso alejarse en su caballo, lo ocurrido fue según Ségur lo
que sigue:
Un heureux hasard fixa sur lui l’attention: Catherine, tenant à la main une
épée, voulait avoir une dragonne; Potemkin s’approche et lui offre la sienne;
elle l’accepte, il veut respectueusement s’éloigner; mais son cheval
accoutumé à l’escadron, s’obstine à rester près du cheval de l’impératrice.
Cette opiniatreté la fait sourire; elle examine avec plus d’intérêt le jeune
guerrier, qui malgré lui, se serre si près d’elle; elle lui parle. Sa figure son
maintien, son ardeur, son entretien lui plaisent également; elle s’informe de
sa famille, l’élève au grade d’officier, et bientôt lui donne une place de
gentilhomme de la chambre dans son palais. Ainsi ce fut l’entêtement d’un
cheval rétif qui le jeta dans la carrière des honneurs, de la richesse et du
pouvoir (t. II, p. 262).
La primera anécdota que transcribo del tercer volumen de memorias es la que
se refiere al príncipe Repnin, embajador ruso en Polonia. En dicha anécdota o “trait”
el embajador es descrito como un personaje que se caracteriza por sus muestras de
altivez y de orgullo:
Un jour à Varsovie, le roi Stanislas, assistait à la représentation d’une pièce
de théâtre; le premier acte était déjà joué lorsque l’ambassadeur russe arriva
dans sa loge: choqué de voir qu’on ne l’avait pas attendu, il fait baisser la
toile, et ordonne de recommencer la pièce (t. III, p. 17).
La anécdota en la que se describe a M. Mercier de La Rivière, autor de la obra
De l’Ordre natural et essentiel des sociétés politiques, e invitado de la emperatriz
Catalina en Rusia para conocer sus postulados sobre economía política, es otro
ejemplo de altivez y orgullo descrito por Ségur pero, esta vez, en otro personaje. Fue
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la propia Catalina quien relató a Ségur el hecho y en el relato de la anécdota este
hombre aparece como alguien vanidoso y pretencioso. Sin embargo, a pesar de los
sueños de primer ministro que Mercier de la Rivière albergaba al llegar a Rusia, y de
los que le desengañó la emperatriz, ambos conservaron una buena amistad (t. III, pp.
39-40).
Diderot quiso que Catalina de Rusia conociese a M. de la Rivière y fue,
asimismo, este filósofo y su relación con la emperatriz el objeto de otra anécdota,
descrita en las memorias, sobre uno de los filósofos más importantes del siglo XVIII
francés y europeo. Catalina había comprado la biblioteca a Diderot por 150.000
francos que luego le dejó, así como una casa en París, mientras que, paradójicamente,
Diderot fue perseguido y encarcelado en Francia:
(Catalina) Si je l’avais cru, tout aurait été bouleversé dans mon empire;
législation, administration, politique, finances, j’aurais tout renversé pour y
substituer d’impraticables théories. (…) Alors lui parlant franchement, je lui
dis: Monsieur Diderot, j’ai entendu avec le plus grand plaisir tout ce que
votre brillant esprit vous a inspiré; mais avec tous vos grands principes, que
je comprends très bien, on ferait de beaux livres, et de mauvaise besogne.
Vous oubliez dans tous vos plans de réforme la différence de nos deux
positions: vous, vous ne travaillez que sur le papier, qui souffre tout; il est
tout uni, souple, et n’oppose d’obstacles ni à votre imagination ni à votre
plume; tandis que moi, pauvre impératrice, je travaille sur la peau humaine,
qui est bien autrement irritable et chatouilleuse. (…) Dès ce moment il ne
me parla plus que de littérature et la politique disparut de nos entretien» (t.
III, p. 43).
Durante el viaje en el que acompañaron a la emperatriz a Crimea, Ségur y el
príncipe de Ligne sintieron curiosidad por ver sin velo a tres mujeres mahometanas y
se ocultaron para verlas mejor. La anécdota es explicada por Ségur y pone de
manifiesto la ironía del príncipe de Ligne:
Nous nous glissâmes derrière les arbres, en évitant de faire le bruit le plus
léger, et nous arrivâmes heureusement en face d’elles et masqués par un
buisson. Comme les voiles de ces femmes étaient à terre près d’elles, nous
pûmes les regarder tout à notre aise. Mais, Hélas! quel désappointement!
aucune n’était ni jolie, ni jeune, ni même passable. «Ma foi, s’écria
inconsidérément mon compagnon, Mahomet n’a pas tant de tort en voulant
qu’elles se cachent» (t. III, p. 191).
En otra anécdota se aborda el asunto del regalo que el príncipe Potemkin
quiere hacer al conde de Ségur, ello es una joven circasiana que el conde ve y cuyo
parecido físico con su mujer le resulta sorprendente. He aquí el asunto tal y como lo
cuenta el autor:
«La ressemblance est-elle donc si parfaite? » me dit-il. «Complète et
incroyable,» lui répliquai-je. «Eh bien! batushka (moj petit père) reprit-il en
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riant, cette jeune Circassienne appartient à un homme qui m’en laisserait
disposer; et, dès que vous serez à Pétesbourg Je vous en ferai présent.» «Je
vous remercie dis-je à mon tour; je ne l’accepte point et je crois qu’une telle
preuve de sentiment paraîtrait fort étrange à Madame de Ségur» (t. III, p.
204).
Este tipo de anécdotas sirve para dar a conocer mejor las costumbres del
pueblo ruso en la época de la Ilustración. En estas líneas se pone de manifiesto el
valor concedido a una mujer perteneciente a un pueblo subyugado por un relevante
militar ruso, contemporáneo de Ségur, como fue el príncipe Potemkin. Ante el rechazo de Ségur a aceptar este regalo, Potemkin decide entonces regalarle un niño kalmouk, del que el conde se ocupó durante algún tiempo.
El 11 de octubre de 1789, Ségur partió de Petersburgo a Francia después de
haber pasado 5 años en suelo ruso (t. III, p. 531). Había salido de Francia con
destino a Rusia en diciembre de 1784. En su viaje de regreso pasó por Viena donde
tuvo ocasión de visitar en audiencia al emperador Joseph II, por ese entonces bastante
enfermo. Asimismo, tuvo ocasión de visitar al ministro y príncipe de Kaunitz,
acompañado del embajador de Francia en Viena, el marqués de Noailles. La anécdota
en que se refiere este encuentro, marcado por la ironía en las respuestas de ambos
diplomáticos, pone de manifiesto que Ségur también sabía mostrarse irónico si la
situación lo requería:
A la fin du diner, adressant la parole, d’une voix haute, au marquis de
Noailles, il lui dit: «J’ai reçu, monsieur l’ambassadeur, des nouvelles de
France: on y pille, on y égorge plus que jamais: toutes les têtes y sont
renversées; c’est un pays attaqué de démence et de frénésie.» Je croyais que
l’ambassadeur allait répondre; mais il garda le silence, croyant sans doute,
que ce silence était une improbation assez marquée d’une sortie si
inconvenante. Moi, plus jeune, assez impatient, et ne pouvant alors me
contenir, je dis très haut : «Il est vrai, mon prince, que la France, dans ce
moment, est attaquée d’une fièvre très ardente; on prétend même que cette
maladie est contagieuse, et qu’elle nous est venue de Bruxelles» (t. III, p.
560).
El estado de ánimo del conde de Ségur ante los acontecimientos tan
dramáticos que le tocó vivir era de entusiasmo pero al mismo tiempo de temor. Su
descripción de los «salons» parisinos de la época revolucionaria resulta interesante y
merece la pena transcribirla por sus variados aspectos desde el punto de vista
anecdótico y social:
J’employais mes soirées à parcourir les différens cercles de la capitale, à revoir
ces sociétés qui avaient fait le charme de ma jeunesse. Je les retrouvai plus
vives, plus spirituelles, plus animées que jamais, (…) Cependant elles
semblaient avoir perdu pour moi leur plus aimable attrait; on n’y voyait plus
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cette douceur, cet atticisme, cette urbanité, qui en avaient fait si long-temps
la véritable école du goût et de la grâce.
Les passions politiques, en s’introduisant dans nos salons, les avaient presque
metamorphosés en arènes, où les opinions les plus opposées se choquaient et
se heurtaient sans cesse. On ne discutait plus, on disputait; le seul et éternel
sujet de conversation était cette politique, qui ne permettait que bien
rarement aux arts, aux muses, à la galanterie, de varier les entretiens. (…) Les
femmes perdaient beaucoup à ce grand changement. Rien ne leur sied plus
mal que les passions politiques. (…) Cependant plusieurs d’entr’elles
brillaient, dans ces entretiens philosophiques, (…) je n’en citerai qu’une
seule, madame de Staël (t. III, p. 590 y ss.).
4. Conclusiones
Realizado el análisis de las anécdotas más interesantes de la obra desde mi
punto de vista, debo señalar dos aspectos que han salido a la luz a medida que leía.
Por un lado, he intentado valorar la anécdota real con respecto al hecho histórico, por
otro, he intentado establecer una diferencia entre la anécdota histórica, la real y la
personal. De esta última manera, me he percatado que si Ségur la señala o la
almacena es porque esa anécdota le ha dejado huella de alguna manera. Tal es el caso
de aquélla en que cuenta cómo conoció al rey Louis XV.
En algunas ocasiones, la tarea de captar la anécdota en el entramado de las
memorias me pareció laboriosa porque Ségur oscila entre la anécdota y el recuerdo.
Otras veces me ha parecido estar leyendo un cúmulo de recuerdos utilizados para
dejar constancia de algún momento, especialmente subjetivizado por el autor. Un
ejemplo es el estremecedor y conmovedor relato de los acontecimientos que la reina
Maria Antonieta le cuenta sobre los días previos a la toma de la Bastilla (final del
tercer volumen de memorias).
En algún momento pude comprender al autor, quien, como partidario de una
alianza entre España, Francia, Rusia y Austria para hacer frente a Inglaterra y Prusia,
vio frustradas sus meticulosas y laboriosas tareas como embajador en Rusia. Sus
esperanzas en aras de regular la política europea de entonces, no se cumplieron pues
nunca se firmó ese acuerdo a pesar de sus insistentes trámites con Versailles para que
se llevara a cabo. En varios momentos confiesa cuán penosa y delicada se volvió su
misión en Rusia, una vez que el rey le comunicó a través de sus ministros que la firma
de esta alianza se dilataba, (t. III, p. 426, p. 473 y ss.).
Ségur, fue, además, un valiente acusador que tomó partido, definiendo su
posición, contra el cardenal Dubois, arquetipo de oprobio para su orden y para la
nación francesa (t. I, p. 149).
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Demostró, asimismo, ser un sagaz y agudo observador al definir la época de su
juventud como una época llena de contrastes, en la que nada hacía presagiar el odio o
la discordia que más tarde imperó con el estallido de la Revolución:
Jamais on en vit plus de contraste dans les opinions, dans les goûts, et dans
les moeurs: au sein des académies, on applaudissait les maximes de la
philanthropie, les diatribes contre la vaine gloire, les voeux pour la paix
perpétuelle; mais en sortant, on s'agitait, on intriguait, on déclamait, pour
entraîner, le gouvernement à la guerre. Chacun s'efforçait d'éclipser les
autres par son luxe, à l'instant même où l'on parlait en républicain et où l'on
prêchait l'égalité. Jamais il n'y eut à la cour plus de magnificence, de vanité,
et moins de pouvoir. On frondait les puissances de Versailles, et on faisait sa
cour à celles de l'Encyclopédie. (...) Enfin on parlait d'indépendance dans les
camps, de démocratie chez les Nobles, de philosophie dans les bals, de
morale dans les boudoirs. (...) Au reste, (...) au milieu de ce conflit entre des
opinions, des systèmes, des goûts et des voeux si opposés une douceur, une
tolérance dans la société, qui en faisaient le charme (t. I, p. 164 y ss).
La opinión que le merecía el rey Luis XVI, en la época de la insurgencia
americana contra los ingleses, era la del hombre más honesto y moral de su tiempo (t.
I, p. 173). Lo respetaba por esas cualidades y a lo largo de las memorias no se
desprendió, en ningún momento, que tomase partido en su contra.
El conde de Ségur fue un hombre siempre prudente a la hora de lanzarse a
aventuras individuales (t. I, p. 177).
Su cultura y amplia visión de la sociedad americana se pone de manifiesto en
el detallado cuadro que ofrece sobre la variedad de cultos y costumbres, en los
diferentes estados americanos, introducidos por las naciones europeas llegadas a
América. Resulta bastante completo como para no mencionarlo y con ello pretendo
dar una idea de la profunda y rica perspectiva histórica del autor, quien dejó
constancia, en sus memorias, de cómo se temía en América, en un primer momento,
que los recién llegados europeos no pudieran convivir en paz:
Tels furent les motifs qui decidèrent un grand nombre de Hollandais à
porter dans la Nouvelle Angleterre, à New York, leur activité commerciale,
des Suédois à venir labourer les champs de New-Jersey et de la Delaware; les
presbytériens de la Grande-Bretagne cherchèrent à Boston un abri contre les
persécutions religieuses; les anabaptistes allemands, les catholiques irlandais,
dépouillés de leurs biens coururent demander du repos et un abri en
Pensylvanie; enfin un grand nombre de Français protestans se refugièrent
dans les Carolines. Pour tant d’opprimés la liberté était non seulement un
besoin, mais une passion. (…) De plus, la multiplicité des cultes rendit
parmi eux la tolérance indispensable (t. I, p. 439).
Los innumerables retratos de los personajes que conoció y que le dejaron
huella, merecen ser objeto de estudio aparte. Citaré, de entre muchos, el del general
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Washington, el del vicegobernador de Caracas, coronel don Pedro de Nava, el de M.
de Vergennes, el de M. de Calonne, el del duque de Lauzun compañero de armas, del
que cuenta una anécdota sobre su intrepidez en la guerra americana cerca de
Yorktown salvando a uno de sus soldados en retirada.
El de don Félix, capitán de milicias y lugarteniente del rey en Maracay,
personaje que le da cuentas de la desastrosa administración española en las colonias,
objeto y causa de las revueltas indígenas como la del cacique inca Tupac-Amarou.
Los del rey Frédéric II de Prusia, de la emperatriz Catalina de Rusia, del
príncipe Potemkin, quien se creía por encima de las leyes, del príncipe de Ligne son
otros tantos ejemplos.
En sus descripciones del pueblo turco e inglés, sin llegar a mencionarse como
anécdotas, habría bastantes aspectos que comentar, sin embargo, no forman parte del
objetivo de este artículo. Algunas veces se diría que se deja llevar por las impresiones
de conocidos para describir al imperio otomano, el cual no deja muy bien el informe
que le remitió el ingeniero Lafite enviado a Constantinopla por su padre (t. II, p.
321), en donde se mencionan sus rasgos de imbecilidad, así como la ignorancia y
testarudez del pacha. Podemos comprender la mala opinión con respecto al mismo
pueblo que tenían el príncipe Potemkin y Catalina por la política de entonces y los
afanes de conquista de dos mandatarios en lucha constante contra la expansión del
imperio otomano. El primero dijo en una ocasión que «l’existence des musulmans est
un véritable fléau pour l’humanité» (t. II, p. 350). Sobre lo que apuntó la emperatriz
Catalina podemos ofrecer unas breves líneas:
Elle se plaisait beaucoup à nous parler souvent de la barbarie, de la mollesse,
de l’ignorance des musulmans, et de la stupide existence de leurs sultans,
dont l’horizon ne s’étendait pas plus loin que les murs de leur harem. « Ces
despotes imbéciles, disait-elle exténués par les voluptés du sérail, dominés
par leurs ulémas, et captifs de leurs janissaires, ne savent ni penser, ni parler,
ni administrer, ni combattre; leur enfance est éternelle» (t. III, p. 14).
«Oui, me disait-elle parfois en riant, vous ne voulez-pas que je chasse de
mon voisinage vos enfans les Turcs: vous avez là, en vérité, de jolis élèves;
(…) Si vous aviez des pareils voisins en Piémont ou en Espagne, qui vous
portassent annuellement la peste, la famine, et s’ils vous tuaient ou vous
enlevaient tous les ans une vingtaine de mille hommes, trouveriez-vous bon
que je les prise sous ma protection? Je crois que c’est bien alors que vous me
traiteriez de Barbare » (t. III, p. 24).
En otro ejemplo narra pormenorizadamente las costumbres de las tribus del
Cáucaso, de las que tuvo conocimiento por sus viajes, o a través de las notas o lecturas
con las que se deleitó sobre estos pueblos (t. II, p. 390). No cabe duda que el conde
de Ségur se mostró ávido de cultura y ello se plasmó en las páginas de sus memorias.
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Puedo añadir una penúltima reflexión, pues soy consciente de que siempre
existirá otra desde el momento en que otro lector aborde el estudio de estas
Memorias. Con ella cerraré estas conclusiones. El quehacer diplomático de Ségur hizo
que pronto se diese cuenta de cómo otros reyes europeos, coetáneos suyos, acogían a
los mismos filósofos que, en su país, eran perseguidos. Creo que jamás albergó en su
pensamiento la idea de menospreciar a su patria cuando escribía. Por ello, cuando
explica esta actitud benevolente y protectora de monarcas, como Catalina de Rusia o
Frédéric de Prusia, para con los filósofos es para ensalzar la insaciable vanidad de estos
reyes, ansiosos de los elogios de Voltaire, Rousseau, Raynal, d’Alembert o Diderot (t.
III, p. 45). La metáfora que utiliza es la de que estos reyes eran como los dioses del
Olimpo a quienes gustaba embriagarse de incienso, con ella fue capaz, por
momentos, de desviar la malévola opinión extranjera o las malas críticas sobre la
actitud política francesa de su época.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
GODENNE, René: «Mémoires» en Dictionnaire International des Termes Littéraires [Consulta
en línea: <http://www.ditl.info/arttest/art7997.php>].
MONTANDON, Alain (1990): Actes du Colloque de Clermont-Ferrand présentés par A.
Montandon, Association des Publications de la Faculté des Lettres et Sciences
Humaines de Clermont-Ferrand.
SÉGUR, Louis (1824): Mémoires ou Souvenirs et anecdotes, Bruselas, A. Eymery. [Consulta en
línea: <http://gallica.bnf.fr>].
http://webpages.ull.es/users/cedille/tres/marrero.pdf
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