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En 1928, con España en uno de los momentos “dulces” de la dictadura militar de Primo de Rivera, como lo iban a demostrar los fastos
de Sevilla y Barcelona de 1929, en un país que daba la impresión de
haber superado muchas de las tensiones existentes, en un Pamplona
que estaba empezando a experimentar un cambio cualitativo importante, iniciado en 1920 con las obras del “nuevo ensanche”, y que en los
próximos años había de vivir las reformas destinadas a hacer del núcleo
de la plaza del Castillo y el comienzo de la avenida de Carlos III poco
más o menos lo que es en la actualidad, la vida de don Victoriano iba
a encarar un bienio marcado por el progresivo reconocimiento de su
personalidad dentro del ambiente médico del país. También en el ámbito cultural, terminando por convertirle en uno de los referentes de la
medicina española de su tiempo, siguiendo la proyección iniciada con
la oposición a la cátedra de patología quirúrgica de la Facultad de Medicina de la Universidad Central y, sobre todo, por la aparición de su
Manual Español de Cirugía, amén de lo prolijo de sus actividades públicas en los años siguientes, posiblemente algo a lo que estaba abocado ya desde sus años universitarios y de formación postgrado, amén de
los de su ejercicio en Irún. Una proyección, a los datos habrá que atenerse, que terminaría cristalizando de una manera definitiva en 1930.
A comienzos de 1928, el Colegio de Médicos de Navarra iba a encargarle el estudio y la presentación del proyecto y los planos de las futuras casas de médicos; sin duda una clara demostración de la relevancia que para entonces había alcanzado ya don Victoriano dentro del
colectivo médico de la provincia. Esta de las casas de médicos era una
idea que empezaba a preocupar en los ambientes profesionales del país,
pero que a diferencia de lo que sucedería a nivel nacional –donde pronto quedaría relegada al mundo de los sueños utópicos–, tanto llegaría a
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tentarle y atraerle personalmente que no desistiría de su consecución.
Finalmente, la llevaría a la práctica en sus primeros años como presidente del Colegio de Médicos de Navarra, apoyado por la Junta Directiva del Colegio, y por el colectivo médico de la provincia, la Diputación Provincial de Navarra, que decidiría imbricarse en el proyecto y la
Caja de Ahorros Provincial, encargada de darle el espaldarazo económico necesario.
Poco después, en febrero, sería nombrado Académico Honorario
de la Academia Médico-Quirúrgica de Guipúzcoa tras una brillante exposición del tema El cáncer profesional, desarrollado dentro del ciclo
Campaña contra el cáncer organizado por la entidad y en el que intervinieron junto a él los doctores Jeanenney, de la Facultad de Medicina de
la Universidad de Burdeos, Blanco-Soler, del Hospital de San José y
Santa Adela de Madrid y Pardo Urdapilleta, del Hospital Provincial de
Visita a la Policlínica de San Miguel, Barcelona, en 1929. (De pie el doctor Moraleda, Víctor Juaristi, el
doctor Ales y Enrique Juaristi. Don Victoriano sentado a la derecha).
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Madrid1. Pero no terminaría aquí el capítulo de sus nombramientos, y
unos meses más tarde, sería el Instituto de Medicina Práctica de Barcelona el que le nombrase socio de honor, después de la repetición en él
del tema expuesto en San Sebastián2. Su presencia en la capital catalana no se iba a limitar a este acto, ya que un par de días más tarde leería
en el Hospital de la Cruz Roja su trabajo magistral Cirugía y psicología
de la mano. Ambas conferencias despertarían un eco tan importante en
el ambiente médico de la ciudad –la prensa diaria catalana se encargaría de reseñarlas ampliamente, quedando constancia de ello en las colecciones de La Vanguardia, El Noticiero Universal, La Noche y El Diluvios 3–, que incluso llegaría a comentarse la renuncia a una tercera
conferencia que quiso organizar Martínez Vargas en su cátedra de pediatría de la Facultad de Medicina, por falta material de tiempo.
La renuncia estuvo motivada por la necesidad de don Victoriano de
emprender viaje a Valencia, donde una semana después presidiría la
sección de Cirugía del Congreso Nacional de Pediatría. A ello habrá
que añadir, ya en 1929, su brillante participación en las “Jornadas Médicas de Tuberculosis” de San Sebastián, organizadas por su gran amigo el doctor Emiliano Eizaguirre, en las que llegaría a convertirse en el
verdadero animador de las actividades fuera del programa científico,
llevando a los participantes a una bonita excursión por la cuenca del
Bidasoa, pasando incluso por Itzea, la casa de los Baroja, donde serían
recibidos con los brazos abiertos –don Pío se uniría a la comitiva– y
luego a Irún, donde les agasajaría su alcalde, el también médico doctor
Eceizabarrena. Aún continuarían a Hondarribia, donde haría lo mismo
el siempre bien dispuesto Francisco Sagarzazu, por entonces alcalde de
la ciudad, tirando la casa por la ventana en honor de los visitantes e invitándolos a comer en el hotel Concha. Las jornadas terminarían con
una cena de clausura en el restaurante del Gran Casino de San Sebastián, a cuyos postres y tras las obligadas palabras de despedida del doctor Eizaguirre, intervendrían don Victoriano y don Pío.
1
“Campaña contra el cáncer”, El Hogar del Médico, San Sebastián, febrero de 1928. El
nombramiento de académico Honorario está firmado el 28 de febrero del mismo año.
2
“El cáncer profesional”, La Vanguardia, Barcelona, 16 de mayo de 1928.
3
De todos ellos guarda recortes la familia.
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Ni que decirse tiene que toda esta actividad profesional iba a ir
acompañada de un importante capítulo de publicaciones, aparecidas
principalmente en Archivos Españoles de Pediatría, El Hogar del Médico,
Guipúzcoa Médica, Los Progresos de la Clínica, Revista Clínica de Bilbao,
donde aparecería Cirugía del nervio aurículo-temporal, resumen de una
lección magistral dada en la Academia Médico-Quirúrgica de Vizcaya
ese mismo año4 y en la Revista Navarra de Medicina y Cirugía, al que
habían de acompañar, ya en 1929, las conferencias Cirugía de la tuberculosis pulmonar, organizada por la Academia de Ciencias Sanitarias de
Navarra y dada en las escuelas de San Francisco, de Pamplona y Los antojos, leída en la Academia Médico-Quirúrgica de Guipúzcoa. Extraña
conferencia esta última, que comenzaba con la descripción de un caso
de lepra importado aparecido en Navarra y terminaba entrando en un
tema tan fabulado tradicionalmente y del que entonces tampoco se sabía demasiado, como el que daba título a la misma.
Habrá que seguir insistiendo en que
nos estamos refiriendo a un médico que
seguía haciendo, de su ejercicio profesional y del estudio, lo esencial. Pese a ello,
este bienio 1928-1929 terminaría por significarse como el tiempo en el que, desde
su llegada a Pamplona, lo no profesional
tomara, “per se”, valor de protagonismo.
No podía ser de otra manera, considerando que después de algunas colaboraciones
en El Bidasoa, de entre las que es obligado
recordar, por lo que traduce de su culto a
la amistad, el artículo en memoria de sus
amigos Juan J. Lersundi y el músico José
Larrouquert, su maestro en la academia
municipal de Música de Irún, el verano
de 1928 iba a publicar Costa de Plata en
Portada de “Costa de Plata”, realizada
su forma definitiva.
por Antequera Azpiri en 1928.
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Conversaciones con Carlos Juaristi.
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La novela había aparecido originalmente en fascículos en La Voz de
Guipúzcoa el verano anterior, bajo el seudónimo de “Víctor Iván”5, seudónimo que conservaría en su nuevo
formato de volumen unitario, con
una estupenda portada de Antequera Azpiri y profusamente ilustrado
por el propio don
Victoriano y su
amigo el arquitecto
Lagarde. Una noveLa bahía de la Concha. Ilustración de don Victoriano para “Costa de
la realista, con un
Plata”.
remoto sabor barojiano, de final feliz, que la crítica de la época acogió con cariño, pese a sus
largos monólogos de pensador, llena de elementos autobiográficos. La historia contada en
ella se desarrolla en
el tiempo presente
recortada sobre la
amable geografía
guipuzcoana y de
la vecina Francia;
San Sebastián, Lasarte, Guetaria, Zarauz, Hondarribia,
Hendaya, Biarritz,
San Juan de Luz,
Sokoa... en la que Hondarribia. Ilustración para “Costa de Plata”.
la natural bondad
del autor quedaba de manifiesto, lo mismo que muchas de sus preocupaciones y concepciones médicas, sociales, éticas y hasta culturales.
5
Hay varias cartas acreditativas en el archivo de la familia Juaristi.
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J. Díaz-Fernández iba a dedicarle en El Sol, de Madrid, un largo comentario que se iniciaba con estas palabras: “No conocemos al autor de
este libro, ni siquiera sabemos cuál es su nombre propio. Porque ‘Víctor Iván’ es, sin duda alguna, un seudónimo que oculta a un escritor y
a un hombre mundano. Costa de plata acusa la presencia de una pluma
experta y feliz y de un espíritu cultivado e inquieto. Es lástima que el
autor no haya firmado la obra, porque sus lectores hubiéramos querido saludarle en persona, sin topar con la sombra del seudónimo. Este
es bueno para el profesional o para el que no está seguro de su empeño.
Pero ‘Víctor Iván’ debe estarlo cuando ha construido una obra fina y
amena, una verdadera novela”6.
Poco tiempo después vería la luz, en esta ocasión con la firma de
Adriana de Juaristi, su esposa, otro de sus libros importantes. Esa auténtica joya de la bibliografía culinaria titulada Cocina, cuyo interés
demuestran sus varias reediciones por Espasa-Calpe7, a partir de la primera de Caro-Raggio. Su éxito radicaría en dos cosas; por un lado, en
ser un tratado general de todo lo que tiene que ver con el buen yantar;
desde la bolsa de la compra, los alimentos, la cocina y sus dependencias, el comedor, con su mobiliario y la vajilla y, por supuesto, la técnica culinaria. Por el otro, el de añadir a ello el ser un libro eminentemente práctico a la vez que didáctico. Don Victoriano comenzaba
diciendo en el prólogo: “Si el hogar es un santuario, la mesa es el altar.
No es que todo se reduzca, en la vida, a engullir; pero la mesa congrega, deleita y reconforta. Una mesa bien servida disipa el mal humor y
estimula el buen amor. No hay que fiarse demasiado de lo de ‘contigo,
pan y cebolla’. Una sobremesa grata retiene al marido en casa y le desarraiga del club. En una comida, el ama de casa demuestra sus habilidades y talentos, su interés, su discreción, su economía o su liberalidad”.
Es obligado aclarar, precisamente en un libro que versa sobre él,
que aunque la obra aparece firmada con el nombre de su esposa, lo
cierto es que su verdadero autor, no solo su alma, es don Victoriano8.
6
J. DÍAZ-FERNÁNDEZ, “Revista de libros”, El Sol. Madrid, 10 de septiembre de 1928.
A. DE JUARISTI, Cocina, Espasa-Calpe, Madrid, 1947 (4ª edición).
8
El dato proviene de Carlos Juaristi, quien siempre defendió la autoría de su padre.
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Bastaría, si no fuera suficiente con los testimonios de su hijo Carlos y
de su nieto Julio, con echar una ojeada a su índice, a su estructuración,
a sus maneras y hasta a sus ilustraciones para comprobarlo. Ello por no
citar de entrada capítulos tan concretos como los dedicados a regímenes para diversas patologías, así como a los accidentes en la cocina y en
el comedor, que no dejan lugar alguno a la duda.
Su esposa, por lo que refería su hijo Carlos Juaristi, aportó al empeño una imprescindible y voluminosa colección de recetas. Doña Adriana, que inicialmente aprendió a cocinar junto a la madre de don Victoriano, llegaría a convertirse en una afamada cocinera, acudiendo para
ello a clases incluso en la vecina Francia, amén de relacionarse con muchos de los mejores cocineros guipuzcoanos de aquel tiempo por lo que
cuenta su nieto Julio, que vivió gran parte de su infancia y adolescencia junto a ella, en San Sebastián, a consecuencia de las prisiones de su
padre tras la Guerra Civil.
Todavía, encarando el final del año, publicaría con el título de
Txindor en El Pueblo Vasco, de San Sebastián, una crítica escrita en vascuence a la poesía del vate guipuzcoano Arrese, cuyo mayor interés radica en ser una clara demostración de la preocupación que sentía por
su lengua nativa, a la vez que de su conocimiento y dominio9. Se hace
obligado añadir –dada la polvareda que iba a levantar a raíz de la polémica suscitada entre él y un tonsurado que ocultaba su nombre bajo la
firma “Un sacerdote navarro”–, la aparición a finales de diciembre de
un comentario en Diario de Navarra titulado Por el nuevo Seminario,
solicitando abiertamente el apoyo de todos los navarros a la empresa
promovida por el nuevo Obispo de la Diócesis, Monseñor Tomás Muniz de Pablos. Por la carta remitida por el sacerdote a La Voz de Navarra10, queda claro que lo que le molestó al anónimo corresponsal de las
palabras de don Victoriano es la frase: “Un seminario nuevo; y anejo a
él un Museo Diocesano, para recoger en él todo lo precioso que el arte
cristiano ha producido; cuando ya no sea útil, directamente, al culto;
piedras labradas, joyas, antipendios, pinturas, tallas, esmaltes, manus9
V. JUARISTI, “Txindor”, El Pueblo Vasco, nota 161.
“Un sacerdote navarro. Para el doctor Juaristi”, La Voz de Navarra, Pamplona, 29 de diciembre de 1928.
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critos, miniados... si aún quedan en Navarra. En los pocos años que llevo en la provincia, he visto, con dolor, partir no pocos tesoros mal estimados, en lo que ha tenido la culpa cierta sancta simplicitas de los custodiadores, que satisfechos con un socorro de muy pocas pesetas, han
dado prendas que pocos días después han sido revendidas por diez, o
cien veces lo pagado...”. Desgraciadamente, conociendo algo de lo sucedido con una buena parte del patrimonio de la Iglesia española durante el pasado siglo, sobra todo tipo de comentarios.
Desde luego, aquel fue un bienio de intensa actividad publicista.
Pero también lo sería en cuanto a su actividad como conferenciante. Y
Conferencia de don Victoriano sobre “El aprendizaje”, en 1928. (De izquierda a derecha José María
Huarte, don Victoriano, el Alcalde de Pamplona Genaro Larrache, Daniel Arraiza, Eladio García y los
señores Erroz y Zozaya).
sabemos de su participación en un ciclo de conferencias promovido
por el Ayuntamiento de Pamplona en la Escuela de Artes y Oficios, en
el que habló sobre El aprendizaje, meditando sobre la necesidad de reformar el método de enseñanza seguido en estas escuelas. Sería en su
presentación donde Eladio García, inspector de primera enseñanza, recordase el paso del conferenciante por la Escuela de Artes y Oficios de
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San Sebastián11. Lo mismo que de su intervención en el festival organizado por el Ayuntamiento de Pamplona en el Teatro Gayarre, a beneficio de las víctimas del terrible incendio del Cine Novedades, de Madrid y de la explosión, no menos dramática, del polvorín de Cabrerizas
Bajas, de Melilla, acto en el que leyó unas cuartillas llenas de humor tituladas: Novísima Guía de Pamplona, que pese a su contenido agridulce –se han reproducido ya algunos de sus párrafos–, encandilaron tanto
a los asistentes como para que un par de días después terminara publicándolas La Voz de Navarra, haciéndose eco del sentir de sus lectores.
Pero es posible que la conferencia más importante que diese en
aquel bienio fuera la titulada: Estampas románticas, organizada en el
Gran Casino de San Sebastián por el Ateneo Guipuzcoano como cierre
de la Exposición de Recuerdos Históricos de Guipúzcoa, a la que incluso arropó con un importante acompañamiento musical. De ella,
dada su calidad literaria, es de destacar el párrafo que sigue: “hay que
pasar entre las redes y cordelajes y entre las tablas combadas de los toneleros. Huele a tanino y a galipota; un estrecho portillo, su centinela
y un paseo angosto y solitario que bruscamente se abre ante el cromo
de la Concha, que acaba con todas las melancolías. Otra cosa sería si
hubiésemos subido por entre las ‘Santas Marta y Teresa’ y nos hubiéramos detenido frente a la inmensidad del mar, al pie de las sepulturas de
los ingleses. Anita piensa que alguien estará todavía, bajo las rocas, tendido y con la cruz de su espada sobre la roja casaca de los ejércitos de
Su Majestad británica, y Anita quisiera ser la novia, desconsolada; y
que alguien la comprendiera y la consolara, y la acompañara a su casa
para volver ante el piano las páginas tristes de la balada de Chopin”12.
Aún daría una última charla importante en el Centro Mariano de
Pamplona; Barcelona 1929 motivada por la Semana de Navarra en el
Pueblo Español de la Exposición Internacional de Barcelona. Personalísima interpretación de la capital catalana en un momento histórico
tan concreto como aquel, con su positivo y su negativo, en la que lo
11
“Con la conferencia del doctor Juaristi, terminó ayer el ciclo organizado por el Ayuntamiento”, Diario de Navarra, Pamplona, 10 de marzo de1928.
12
Estampas románticas. “Unas bellas evocaciones leídas por el doctor Juaristi”, El Pueblo
Vasco, San Sebastián, 21 de abril de 1929.
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mismo se asomaba a su maravilloso barrio gótico y a la nueva y armoniosa Barcelona que respira a su alrededor, que al “distrito quinto”, sobre el
que dice: “... el famoso ‘distrito quinto’ con toda su literatura enfermiza y casi siempre arbitraria, abre sus lacras, sus inquietantes atractivos,
sus cuadros de horror, de miseria, de podre, a los ojos del que quiera
conocer Barcelona. Ni Londres es la City, ni París la Plaza de la Concordia, ni Madrid la Castellana, ni Barcelona el Paseo de Gracia o la
Avenida de Alfonso XIII”13. Cuenta la prensa que, a petición del público, la conferencia sería repetida en el mismo lugar al día siguiente y,
posteriormente, en la parroquia de San Lorenzo, la suya, y de la que era
coadjutor el capellán de la Clínica de San Miguel, don Fidel Sola.
Pese a todo lo dicho, lo cierto es que este bienio y más puntualmente 1929, iba a tener nombre propio dentro de la vida y la obra de
don Victoriano, el de San Miguel de Aralar. Un nombre que después
del preludio marcado por una excursión al santuario del Aralar, guiada
por él mismo, tras otra de sus conferencias en el Ateneo Guipuzcoano;
Allá lejos, publicada por El Pueblo Vasco 14, iba a continuarse por la aparición de la obra El Santuario de San Miguel de Excelsis (Navarra) y su
retablo esmaltado, de la que fue coautor junto al gran prócer navarro
Serapio Huici. (Uno de los casos de injustificado olvido por parte de
toda la sociedad de Navarra para con uno de sus hijos más preclaros en
los albores del siglo XX, dado todo lo que don Serapio hizo por ella15).
Estudió en profundidad el retablo de San Miguel de Aralar en comparación –como dice en la portada del libro–, con “los más importantes
que existen en España y en el extranjero”. Obra todavía esencial en la
13
“Viendo Barcelona”, La Voz de Navarra, Pamplona, 1929.
“Una visita al Santuario de San Miguel”, en Aralar. El Pueblo Vasco, San Sebastián,
1929. Con posterioridad, también en 1929, se hizo eco de la charla la revista bonaerense Baskonia.
15
Desconocemos si la imagen y personalidad de este gran hombre de Navarra ha sido estudiada con la profundidad que se merece. La de un ingeniero de caminos cuya capacidad de
empresa fue capaz de movilizar grandes sectores de la economía navarra; banca, red de ferrocarriles, recursos hidráulicos, industria maderera, forestal, papelera, editorial... a lo que asociaba una preocupación cultural y artística tan fuera de lo común, como para dejar tras de sí varias publicaciones llenas de interés. Aunque la Diputación Foral de Navarra reconoció sus
méritos nombrándole Hijo Predilecto en 1953, con motivo de su fallecimiento, solo conocemos en recuerdo de su persona la calle de su pueblo natal, Villava, que lleva su nombre.
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bibliografía sobre el retablo, como lo demuestra el que siga siendo cita
obligada en cualquier estudio serio sobre él. Importante en todos los
sentidos, incluso en sus discrepancias con obras anteriores y posteriores que hablan del mismo. La obra de Juaristi con sus errores y aciertos,
terminaría siendo una especie de llamada de atención para propios y
extraños sobre el retablo, su valor, su posible origen, sus significados y
su extraordinaria belleza. Cuando se toma el libro entre las manos y se
ve el detalle y el mimo con el que fue hecho, la calidad de sus reproducciones, sus apéndices en alemán, francés e inglés, no llega a sorprender la noticia de que fue premiado por la Cámara Oficial del Libro
como “Libro mejor editado en España durante el año durante 1929”.
Habría de ser el tiempo el que se encargara de contarnos la trascendencia de esta obra en la vida de don Victoriano, puerta de entrada a la
Academia de Bellas Artes en opinión de Pedro Muguruza16, pero sobre
todo a un mundo, el de los esmaltes, que tantas satisfacciones habría de
darle hasta el final de su vida y en la que incluso se nos descubre su
gran afición e interés por la fotografía; lo que inicialmente asoció a
Huici con Juaristi, como cuenta don Serapio en las Advertencias Previas: “Cuando yo buscaba al fotógrafo y al artista, surgió de modo impensado mi amigo el doctor Juaristi, eminente cirujano, en quien se reúnen, además de las dos cualidades expresadas, otras muy estimables
para colaborar en un trabajo de esta naturaleza, por la amplitud de su
cultura y su gran devoción al arte”17.
Inevitable recordar cómo dada su manera de ser, con sus inmensos
deseos de saber y de actuar, para comprender mejor el mundo del esmalte, y sobre todo sus secretos, don Victoriano se metería tan de lleno dentro de él, que llegaría a construirse un pequeño taller, con mufla incluida, en la entreplanta del chalet en el que vivía, junto a la
clínica. José María Jimeno Jurío lo contaba así en su día: “... el enamorado de los esmaltes que por conocerlos mejor se metió a esmaltador”18.
Y hasta llegaría a establecer relación con varios de los mejores esmaltis16
P. MUGURUZA, Prólogo del libro de don Victoriano Las fuentes de España.
S. HUICI y V. JUARISTI, El Santuario de San Miguel de Excelsis (Navarra) y su retablo esmaltado, Espasa Calpe, 1929.
18
J. M. JIMENO JURIO, San Miguel de Aralar, 1983, p. 29.
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tas españoles del tiempo, como los hermanos Hernández, de Vigo, a
los que incluso dedicó un importante artículo; “Osmundo y Eloy”, publicado en El Pueblo Gallego 19, y Miguel Soldevilla, director de las Escuelas Massana, de Barcelona, al que también dedicaría otro artículo
en Diario de Navarra 20. Relación de auténtica amistad con los tres que
iba a durar toda la vida, como se encargan de contar algunas cartas y
postales cruzadas con los mismos21.
Según cuenta Rosa María Ceballos en su libro, don Victoriano se
trajo a Pamplona a una joven esmaltista francesa durante unos Sanfermines, para poder aprender junto a ella algunas técnicas concretas relacionadas con los esmaltes limusinos. Claro que la joven, muy en su
edad y en las fechas en que vino a la ciudad, debió de dedicarse a otros
menesteres más lúdicos y festivos que los esmaltes, ante el consiguiente
enfado de su anfitrión22. Pese a ello, lo cierto es que don Victoriano llegó a dominar bien la técnica y a conocer muchos de sus secretos profundos, tanto como para poder llegar a realizar trabajos de gran calidad, dignos incluso de ser expuestos al público en exposiciones de artes
industriales y hasta de ser premiados en algún concurso23.
De aquel aprendizaje ha quedado un rosario de pequeñas obras repartidas por Barcelona, Bilbao, Guipúzcoa, Madrid y Vizcaya, amen de Pamplona, como es lógico suponer, de entre las que, sin duda, la más meritoria e importante es el llamado Apostolario del Monasterio de La Oliva,
realizado en torno a 193224 para el monasterio por encargo del Consejo
de Cultura de Navarra, dentro del marco de sus obras de rehabilitación25
19
V. JUARISTI, Osmundo y Eloy.
V. JUARISTI, Soldevilla.
21
Cartas en archivo familiar.
22
R. M. CEBALLOS, Vida y obra del Doctor Victoriano Juaristi, 1992, p. 52.
23
Fue premiado con un Diploma de Honor en el primer Concurso Provincial de Artesanía de Guipúzcoa en 1943. Diploma que se conserva en el archivo familiar de los Juaristi.
24
Según su hijo Carlos, el Apostolario fue realizado en torno a 1932 junto a algunas otras
piezas, entre ellas una píxide copia de la de Esparza de Galar, por encargo del Consejo de Cultura de Navarra dentro del marco de la rehabilitación del Monasterio.
25
Parece ser, al menos así lo recordaba su hijo Carlos, que inicialmente estuvieron dispuestos en torno a la mesa del altar mayor, cuya restauración definitiva terminó en 1932.
Quedan en el monasterio algunos otros esmaltes suyos de entre los que destaca una píxide, copia de la de Esparza de Galar y una torre eucarística.
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(Anexo 3). Se trata de un conjunto de veinte placas de esmalte de 20 x
50 cm, inspirado en los esmaltes románicos del retablo de Aralar, en
cada una de las cuales se ha representado a los profetas: Amós, Ezequiel, Ageo, Jeremías, David, Isaías, Daniel, Osías, y los apóstoles Andrés, Matías, Simón, Mateo, Tomás, Jacobo, Pedro, Juan, Tadeo, Felipe,
Bartolomé y Santiago26. Desgraciadamente, una gran parte del Apostolario fue expoliada durante el verano del año 200527.
Píxide del Monasterio de La Oliva, copia de la de Esparza de Galar y torre eucarística.
El ingreso en las reales academias de Bellas Artes de San Fernando
y de Medicina
Ciertamente, no puede decirse que el debut de los años 30 fuera a
significarse como el de un tiempo feliz en la vida de don Victoriano.
De hecho, iba a ser en torno a esas fechas cuando se produjera la sepa26
27
Catálogo de Bienes Muebles del Monasterio de la Oliva. Ficha nº 193.
Información comunicada por el propio monasterio en el otoño del año 2006.
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ración entre él y su esposa; que “por Pamplona solo aparecía cuando necesitaba dinero” según Terica Juaristi28. Aunque cuando se lee el sucinto
retrato que, sobre aquella ciudad dominada por el aburrimiento, dejó
Somerset Maugham en su obra “Don Fernando” –el escritor y médico
inglés visitó Pamplona en 1931–, sabiendo que era una mujer acostumbrada a una vida tan diferente y cosmopolita como la de San Sebastián,
Irún y Hondarribia, se la puede, cuando menos, comprender:
Pamplona es una pequeña ciudad provinciana, que ofrece pocos atractivos al visitante. La Plaza de la Constitución, que ahora se llama de la República, está rodeada de cafés, bajo cuyos toldos se pasan los ciudadanos el día
delante de un vaso vacío. Las estrechas y serpenteantes calles de la ciudad medieval, han sido ensanchadas y alargadas y hay escaparates en las tiendas. Las
casas tienen miradores, en los cuales las mujeres se sientan contemplando la
calle hora tras hora, mientras cosen y cotillean. Por encima de las cabezas se
extiende una verdadera telaraña de hilos telegráficos, líneas telefónicas y cables de luz eléctrica. Ya hace tiempo que los artesanos no viven en sus peculiares barrios, pero en las murallas tras de la Catedral, pueden verse todavía a
los cordeleros que fabrican las cuerdas como lo han venido haciendo durante
siglos, engrasando sus lanzaderas con el aceite contenido en un cuerno de
vaca, mientras que los alpargateros cosen, tan dichosos en apariencia como
probablemente lo son 29.
Desde luego, no puede negarse que la ciudad podía ofrecer pocas
cosas a doña Adriana, máxime si se tiene en cuenta la profesión y las
múltiples actividades de su marido, que además, solamente salía del recinto de la clínica San Miguel cuando tenía un motivo fundado para
hacerlo, ya que hasta gran parte de sus trabajos extraprofesionales los
realizaba en su domicilio, cuyo sótano y alguna de las dependencias del
piso llano había convertido en un verdadero taller de artista, capaz de
sorprender a cualquiera, incluso con un piano en la sala que era el que
utilizaba, tocándolo con un par de dedos, según relata su nieta Terica,
cuando componía alguna canción o trabajaba sobre alguna zarzuela.
28
Conversaciones con Terica Juaristi en el otoño y el invierno del año 2005 y la primavera del 2006.
29
J. M. IRIBARREN, Hemingway y los Sanfermines, Gómez, 1970, pp. 115-116.
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No hay una fecha puntual de la separación, ya que, sobre todo, fue
una especie de alejamiento amistoso y de común acuerdo, no mediando en ella “papeles” ni abogados. Don Victoriano era de los que decía:
“Más vale un mal acuerdo que un buen pleito”. Al menos así lo contaban su hijo Carlos y su nieta Terica. Pero, pese a que doña Adriana seguiría viniendo en Pamplona a su voluntad, lo mismo que acompañando a su marido en algún acto protocolario concreto en San Sebastián,
lo cierto es que fue una separación real que el tiempo se encargaría de
ir acrecentando. Doña Adriana se afincaría definitivamente en San Sebastián con los dos hijos pequeños, Víctor y Enrique, que estudiaban
allí. La primogénita, Reshu, para entonces había casado con Antonio
San Juan Cañete, un joven militar, preocupado por la geografía, que
dejó una importante colección de obra escrita sobre los Pirineos Occidentales, firmada con el seudónimo de “Capitán d’Orhy”30. Incluso ya
había nacido el único hijo del matrimonio, Julio, por aquellos años el
ojito derecho de su abuelo, que le consentía todo, hasta tocar sus esculturas y llevaba a mal traer al personal de la clínica con sus travesuras,
que se persignaban echándose a temblar según le veían aparecer por la
puerta en verano. El mayor de los varones, Carlos, quedaría en Pamplona con su padre. Con él había de vivir hasta su muerte, salvo un
corto período de tiempo en los años de recién casado. Puede decirse,
sin falsear la realidad, que sería su eterno acompañante, lo mismo que
su mejor amigo y en ocasiones hasta sus manos, cuando la radiodermitis empezó a incapacitarle para determinados trabajos31. También vendrían a vivir con él, dejando San Sebastián, la abuela Bernarda y la tía
Mari –su padre había muerto en 1926–, que desde entonces vivirían ya
siempre a su lado.
Encima, Pamplona había encarado el año sufriendo una epidemia
de difteria, enfermedad que si ya para aquel tiempo estaba prácticamente controlada gracias a la vacuna y al suero antidiftérico, a él le traía
30
Antonio San Juan Cañete fue, además de militar, geógrafo y montañero. Publicó: Alpinismo navarro, Guía del montañero, Montes, picos y collados, Sesenta excursiones por el Pirineo,
El Pirineo navarro y sus geógrafos y La frontera de los Pirineos occidentales.
31
Quizá por eso, el deseo de don Carlos de que apareciera su nombre, junto al de su padre, en la calle que lleva su nombre.
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demasiados recuerdos trágicos de las epidemias con las que había tenido que enfrentarse en el Irún de principios de siglo32 como para no
alarmarse con su presencia. Sobre aquella epidemia escribiría un par de
artículos en Diario de Navarra: Se ha marchado el asesino y Sobre la difteria; el segundo, como contestación a una inicial polémica con el doctor Eugenio Jimeno, Inspector Provincial de Sanidad, originada por
una frase del primer artículo de don Victoriano carente de segundas intenciones, pero que hirió en su susceptibilidad al doctor Jimeno. “No
sé, ni acaso pueda saberse con los datos oficiales, la extensión e importancia que ha tenido la recién extinguida epidemia, pero no me parece
que haya sido mucha”33.
Y sin embargo, por esas extrañas coincidencias que se dan en la
vida de los seres humanos, 1930
llegaría a ser en su vida uno de los
años con estrella, como vendrían a
demostrarlo toda una serie de acontecimientos que iban a sucederse a
lo largo del mismo. Para empezar, a
principios de año sería nombrado
miembro del Consejo de Redacción de Archivos Españoles de Pediatría, una de las revistas más prestigiosas de la pediatría española del
tiempo, ocupando la vacante dejada por el fallecimiento del doctor
Manuel Ferrer. De la misma manera, no mucho tiempo después, la
Don Victoriano por Flores Kaperochipi en tor- Diputación de Guipúzcoa le conno a 1930.
cedería el Premio de la Fundación
Sagastume-Larreta por el trabajo “Zoonosis en el país vasco y muy especialmente en Navarra”. Aunque se trataba de un importante premio
32
V. JUARISTI, “La difteria en Irún”, Boletín del Colegio Oficial de Médicos de Guipúzcoa,
San Sebastián, 5 de julio de 1905.
33
V. JUARISTI, “Sobre la difteria”, Diario de Navarra, 11 de enero de 1930.
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de ámbito regional que se fallaba cada cinco años, apenas sabemos más
de este premio que lo referido en la entrevista del “Doctor Ignotus” de
El Hogar del Médico, dándose la circunstancia de que la actual Diputación de Guipúzcoa no dispone de información alguna sobre él ni sobre
la Fundación Sagastume-Larreta34.
Pero la primera noticia verdaderamente estelar del año no llegaría
hasta el 13 de mayo, que es cuando la Real Academia de Bellas Artes de
San Fernando le nombra académico corresponsal. Como es fácil de
imaginar, la noticia del nombramiento iba a extenderse como una mancha de aceite, despertando un importante eco en la prensa local y en la
de Guipúzcoa, que siempre le vio como un hijo coyunturalmente alejado, pero no por eso menos querido. Bastaría con leer el comienzo de
la nota necrológica de Iñigo de Andía en El Diario Vasco para saber hasta qué punto esto es cierto: “Ha muerto el doctor don Victoriano Juaristi. Esta es la noticia dolorosa que, como donostiarras nos afecta. Porque era un donostiarra ilustre de verdad, no de pacotilla, de los que
honran al pueblo que los vio nacer”35.
Como consecuencia de su ingreso en la Academia, en junio debería
incorporarse a la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de
Navarra36, a la que pertenecería hasta su desaparición en 193637. Por
aquellos días escribiría en La Voz de Navarra un curioso artículo; La
“Cámara de Comptos” y la Radio, que desde luego poco, tenía que ver
con la radiodifusión más allá del título, en el que comentaba entre bromas y veras la primera reunión de la Comisión de Monumentos a la
que acudió, celebrada en la “Cámara de Comptos”38 y en la que según
se iba pasando revista a los temas que figuraban en la orden del día: los
arcos rotos del acueducto de Noain; un sepulcro borgoñón de la Cate34
Información verbal agenciada por la misma en noviembre de 2005.
I. DE ANDÍA, “Adiós a don Victoriano Juaristi”, El Diario Vasco, San Sebastián, 5 de
mayo de 1949.
36
Aunque en el Boletín de la Institución no aparece fecha concreta, sabemos por un artículo suyo, “La Cámara de Comptos y la Radio”, publicado por La Voz de Navarra, el 14 de
junio de 1930, que su incorporación tuvo que tener lugar pocas fechas antes de la publicación.
37
Boletín de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra. 1934-1936.
38
De aquella primera reunión a la que asiste, hay una fotografía publicada por la prensa
de Pamplona; la que aparece en la página siguiente.
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dral que está en grave situación; “la Oliva” y siguientes, ante su sorpresa, el secretario sólo abriría la boca para decir lacónicamente en cada
punto: “¡No hay consignación... ¡uuum!... no hay consignación!”. Lo
que le llevaría a una serie de consideraciones elucubrando sobre el
ejemplo de la Abadía de Wetsminster.
Recepción de don Victoriano en la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Navarra en
1931 (José María Huarte, desconocido, don Victoriano, Onofre Larumbe, José Esteban Uranga).
Pero habiendo aparecido la palabra radiodifusión, es de obligado
comentario un inciso, dado lo poco conocido del tema. Don Victoriano fue uno de los grandes apoyos con que contó la radio desde su instauración en Navarra39, de la que incluso llegaría a hacer uso en varias
ocasiones; como en la conferencia de Marañón con motivo del homenaje a Juan Huarte de San Juan, algunos actos del Ateneo y, sobre
todo, alguna de sus conferencias, con lo que de nuevo volvería a ade39
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Ver “La voz Radio Pamplona”, en la Gran Enciclopedia Navarra, Tomo IX, p. 388.
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lantarse al porvenir40, retransmitidos por Radio Navarra a toda la provincia. Sobre ella, como elemento difusor de cultura y de información
absolutamente necesario en geografías tan dispersas como la de aquella
Navarra, escribía en 1931 el comentario “La Radio Navarra”, donde
incluso hablaba de un premio económico con que el Consejo de Cultura había querido distinguir a la emisora por su labor41.
Todavía habría de conmocionar Pamplona un segundo acontecimiento en línea con el anterior. La elección de don Victoriano el 15 de
diciembre como Académico correspondiente de la Real Academia de
Medicina. Elección que iba a producirse al ganar el concurso sobre Valoración de la resistencia del individuo en las operaciones quirúrgicas convocado por la institución, al que había concurrido con un trabajo presentado bajo el lema “Servet”42. El nombramiento no habría de ser
efectivo hasta la primera sesión de la Academia a finales de enero del
año siguiente.
Aunque pueda sorprender, lo cierto es que los papeles y notas personales de don Victoriano no van a aportar demasiadas noticias, fuera
de las citadas, sobre un año tan significado en su vida como este, si
bien a través de la prensa es posible llegar a conocer algunos hechos
puntuales acaecidos a lo largo de él. Como sucede con la invitación a
los actos inaugurales de la Casa de Salud de Valdecilla, en Santander43;
con su presencia en la Academia Médico-Quirúrgica de Guipúzcoa, en
un acto de hermanamiento con el resto de las academias vascas a cargo
de los médicos navarros, en el que expondría la conferencia Patología
del servicio doméstico 44; con la aparición de alguna colaboración, más o
menos literaria, en Diario de Navarra, donde publicaría Adiós a la feria,
de la que tampoco es gratuito transcribir algunas pocas líneas al ser la
primera que se le conoce sobre un tema en el que recalará en varias oca40
Ver Crónicas. Cultura Navarra, Pamplona, julio de 1933. “Conferencia radiofónica del
doctor Juaristi”.
41
V. JUARISTI, “La Radio Navarra”, Diario de Navarra, 1931?
42
El concurso llevaba como premio una cantidad en metálico, una medalla de oro y el
nombramiento como académico corresponsal de la Academia Nacional de Medicina.
43
V. JUARISTI, “Valdecilla, Diario de Navarra. Pamplona, 29 de marzo de 1932.
44
V. JUARISTI, “Actualidades Médicas”, Diario de Navarra, Pamplona, 8 de noviembre de
1930.
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siones, el de los días post-sanfermineros de Pamplona y el aire de desencanto que a partir de ellos va a ir ganando a la ciudad y a sus habitantes: “Aquí un gran vacío; se fueron los opulentos mercaderes de piedras preciosas llevándose los cofres llenos de collares y pulseras, de
zafiros, de rubíes, de amatistas, de topacios y de perlas; tantas perlas
que ya no debe quedar una para la boda de una sirena en el fondo del
océano”45. Lo mismo con la de varios originales en la prensa profesional; Archivos de Pediatría, Revista de Higiene y Tuberculosis y Revista Navarra de Medicina y Cirugía.
En esta última, publica La tuberculosis orquiepididimaria, artículo
que sería causa de controversia al servir de base para el trabajo Notas sobre la orquiepididimitis tuberculosa, que según una certificación de la
Real Academia de Medicina fechada en 1943, fue premiado por la Academia con su nombramiento como Académico correspondiente de la
misma el 15 de diciembre de 193146. Lo que desde luego no se ajusta
con otra documentación de la Academia, que marca como fecha de su
elección el 15 de diciembre de 1930, ni tampoco con las notas de prensa del momento de su nombramiento, con las cartas de felicitación que
se guardan en el archivo familiar, en las que figura como fecha de su
nombramiento definitivo el 31 de enero de 1931; ni por supuesto, con
la causa de su elección, como ya se ha visto.
De todas las maneras, sería la varias veces citada entrevista del
“Doctor Ignotus” la verdadera fuente de información de aquel año, entrevista en la que, para más abundar, aparecía el delicioso retrato a carboncillo (aparece en la p. 112) realizado por el pintor Flores Kaperochipi; con un don Victoriano joven, con las gafas sobre la frente, pose
en él habitual y una mirada ensimismada, quizá algo triste, que parece
querer ver el futuro desde lo más profundo de sí mismo47. En esta entrevista, en la que, además, se daba un amplio repaso a su vida y se pormenorizaban algunas de sus publicaciones y méritos, es donde el entrevistador iba a acuñar la denominación de “el hombre de la eterna
45
V. JUARISTI, “Adiós a la feria”, Diario de Navarra, julio de 1930?
Documento en el archivo familiar firmado por Nicasio García del Bello, Secretario perpetuo de la Real Academia Nacional de Medicina, el 13 de octubre de 1943.
47
El original se conserva en casa de la familia Juaristi, en Pamplona.
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melancolía”, de la que tanto uso llegó a hacerse, reflejando con claridad
un cierto tono depresivo: “Construí una clínica quirúrgica privada en
Irún, y una casa, y una sepultura. ¡Ya solo me queda esta!”, muy posiblemente ligado al momento por el que estaba pasando con motivo de
su situación matrimonial y el alejamiento de sus hijos pequeños, Víctor y Enrique, que ya hemos visto quedaron con su madre en San Sebastián, y también de su única hija, Reshu, a la que idolatraba.
Un tono que también es
posible ventear en su segunda
novela; El Anatómico (Anexo
2), de la que oportunamente
daba razón la entrevista como
no podía ser menos, subtitulándola El alma del cirujano y
añadiendo que acababa de
publicarse48. Sin duda que
una obra menor en cuanto al
número de páginas, 76, posiblemente borrador de un empeño más importante que no
terminó de materializarse49,
construida de nuevo sobre un
patrón con ciertas notas autobiográficas y perfilada como
una crítica severa a la sociedad española, sobre todo a la
madrileña, de los años 20 y
en la que refiriéndose a los
médicos llegaba a escribir párrafos, por lo demás tan actuales, como: “Pero cada cual Don Victoriano en 1931.
48
Publicada en fascículos por Mundo Médico (del número 48 de la revista al 82).
El ejemplar conservado en el archivo familiar está lleno de notas y correcciones que así
hace entreverlo.
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trabaja en empequeñecer el mérito de sus compañeros. El paciente se
cree siempre explotado, y su agradecimiento solo dura hasta que le presentan la cuenta” o “Cuando un médico llega a alcanzar un cargo público o se olvida de que hay médicos o se convierte en un azote para la
clase”. Una novela que no dejaba de ser en el fondo un alegato contra
la sociedad “importante” del país, de la que si no se salvaban los médicos, tampoco lo harían los periodistas, los artistas o los intelectuales, no
digamos ya los políticos que, como hoy, solamente parecían dispuestos
a ponerse de acuerdo en cosas tan bastardas como la defensa de sus
sueldos, prebendas y parcelas de poder.
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