LA BARRERA EL FúTBOL

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Luis Scafati, Sello postal
Relatos / Poesías
LA
BARRERA
Un paso más atrás. Dos más atrás. Tres. Ahí está bien. Ya está la barrera formada. Una baldosa más acá. Un momento.
Ante todo, sacar las cosas del arco. Hay botellas debajo de la pileta. Ya la otra vez cagó una. Y dos sifones. El blindado no es
nada, pero el otro puede reventar, y los sifones revientan y los pedacitos de vidrio saltan y se meten en los ojos de uno. Bien
juntas las macetas de la barrera. El arquero muy nervioso. Miguel Tornino frente al balón. Atención. El rubio Miguel Tornino
frente al balón. Una mano en la cintura. La otra también. La mano sacándose el pelo de la frente. La transpiración de la
frente. De los ojos. Hay silencio en el estadio. Es la siesta. Hasta el Negro se ha quedado quieto. Resignado a ser simple
espectador de ese tiro libre de carácter directo que ya tiene como seguro ejecutor a Miguel Tornino, que estudia con los ojos
entrecerrados el ángulo de tiro, el hueco que le deja la barrera, la luz que atisba entre la pierna
derecha del recio mediovolante de la visita y la pata de portland de la maceta grandota del
culantrillo. Un solo grito en el estadio: Miguel, Miguel. El público de pie ante ésta, la última
oportunidad del Racing Club cuando sólo faltan dos minutos para que finalice el match. Habrá que
apurarse antes de que vuelva a adelantarse la barrera o el Negro insista en morder la pelota y
hacerla cagar como el otro día que la pinchó el muy boludo. Sonó el silbato. Habrá que pegarle de
chanfle interno. La cara interna del pie diestro de Miguel Tornino, el pibe de las inferiores debutante
hoy le dará al balón casi de costado, tal vez de abajo, con no mucha fuerza pero sí con satánica
precisión para que ese fulbo describa una rara comba sobre la cabeza de los asombrados defensores,
sobre el despeinado pirincho del helecho de la segunda maceta y se cuele entre el travesaño, el
poste, el postrer manotazo de la lata de aceite Cocinero que se ha lucido hasta el momento. ¡Tiró
Tornino...! y... se hizo mimbre en el aire el arquero ante el latigazo insólito de curva inesperada y
con la punta de los dos dedos allá voló la lata a la mierda, carajo que ladra el Negro, sí mamá... sí la
guardo... está bien... pero mirá vos cómo la viene a sacar este guacho.
Roberto Fontanarrosa: Puro fútbol, Edic. de la Flor, Bs. As., 2004
EL FúTBOL
La historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber. A medida que el deporte se ha hecho industria, ha ido
desterrando la belleza que nace de la alegría de jugar porque sí.
En este mundo del fin del siglo, el fútbol profesional condena lo que es inútil, y es inútil lo que no es rentable. A nadie
da de ganar esa locura que hace que el hombre sea niño por un rato, jugando como juega el niño con el globo
y como juega el gato con el ovillo de lana: bailarín que danza con una pelota leve como el globo
que se va al aire y el ovillo que rueda, jugando sin saber que juega, sin motivo y sin reloj y sin
juez.
El juego se ha convertido en espectáculo, con pocos protagonistas y muchos espectadores,
fútbol para mirar, y el espectáculo se ha convertido en uno de los negocios mas lucrativos del
mundo, que no se organiza para jugar sino para impedir que se juegue. La tecnocracia del
deporte profesional ha ido imponiendo un fútbol de pura velocidad y mucha fuerza, que
renuncia a la alegría, atrofia la fantasía y prohíbe la osadía.
Por suerte todavía aparece en las canchas, aunque sea muy de vez en cuando, algún descarado
carasucia que se sale del libreto y comete el disparate de gambetear a todo el equipo rival, y al
juez, y al público de las tribunas, por el puro goce del cuerpo que se lanza a la prohibida
aventura de la libertad.
Eduardo Galeano: El fútbol a sol y sombra, Catálogos, Sgo. de Chile, 1995.
La tela de la araña - UTN - 19
Relatos / Poesías
EL FúTBOL
(FRAGMENTO)
que en avance
con un pique
le dice que se le achique
la guarda
que en el zapato
del otro que ni la ven
se da vuelta
y no la tiene
está saltando
en el aire
le dice con la cabeza
que va el otro
que la deja
que la espera en otro pie
Roberto Jorge Santoro, en Literatura
de la pelota, Edic. Lea, Bs. As., 2007.
André Lhote, Jugadores de fútbol, 1918
bailarín
con un pie mareador
silbador
quien lo ve
toca de a poco
en caricia
le pone al cuerpo ballet
levanta el balón
lo empuja
lo resbala
lo mima con una gana
lo enrolla con otro pie
le da una vuelta
en el aire
de taco
que ni se ve
la vuelve
le cae al pecho
que para
cae
resbala
su pierna
de forma rara
la hace morir en el pie
que la pisa
si dormida por el suelo
la toca
y levanta vuelo
la pelota y el ballet
FÚTBOL
el baldío
Se puebla de gritos
un eterno rodar
estremece las piernas
asombrados
los ojos
roban la pelota
Vicente Zito Lema, en Tiempo de niñez,
Ed. Cero, Bs. As., 1964.
INSTRUCCIONES PARA ELEGIR EN UN PICADO
Cuando un grupo de amigos no enrolados en ningún equipo se disponen a establecer quiénes integraran los dos bandos.
Generalmente dos jugadores se enfrentan en un sorteo o pisada y luego cada uno de ellos elige alternativamente a sus
futuros compañeros. Se supone que los más diestros son elegidos en los primeros turnos, quedando para el final los troncos.
Pocos han reparado en el contenido dramático de estos lances. El hombre que está esperando ser elegido vive una situación
que rara vez se da en la vida. Sabrá de un modo brutal y exacto en qué medida lo aceptan o lo
rechazan. Sin eufemismos, conocerá su verdadera posición en el grupo. A lo largo de los años,
muchos futbolistas advertirán su decadencia, conforme su elección sea cada vez más demorada.
Manuel Mandeb, que casi siempre oficiaba de elector, observó que las decisiones no siempre
recaían sobre los más hábiles. En un principio se creyó poseedor de vaya a saber qué sutilezas de
orden técnico, que le hacían preferir compañeros que reunían ciertas cualidades.
Pero un día comprendió que lo que en verdad deseaba, era jugar con sus amigos más queridos.
Por eso elegía a los que estaban más cerca de su corazón, aunque no fueran tan capaces.
El criterio de Mandeb parece apenas sentimental, pero es también estratégico. Uno juega mejor
con sus amigos. Ellos serán generosos, lo ayudarán, lo comprenderán, lo alentarán y lo perdonarán.
Un equipo de hombres que se respetan y se quieren es invencible. Y si no lo es, más vale compartir
la derrota con los amigos, que la victoria con los extraños o los indeseables.
Alejandro Dolina: Crónicas del Ángel Gris, Booket, Bs. As., 2007.
20 - UTN - La tela de la araña
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