"^1 y c ¿ , juMjio CAoC^^ LJIUA\^'UC^^ Qkmm AÑO V . — N Ú M . 166 4c MADRID, VIERNES 3 DE ENERO DE 1902 ^ 30 CÉNTIMOS lia semana —«Mi Tciioi'iü—decía Zcn-rilhi ciumclo le liiibUi'iiin de iúgíin mozo refiidur y tiurtaclur de doncellas—siyue liiiciciido víctimas».-. V otru t a n t o podrían decir Allankardee si Icvíintasela destofiiillada cabeza, y F l a m i n a . iüii si dejase de m i r a r al cielo para ver los estragos que siis teorías e-iiiiritislas eonti.iiian liacieiidn por este bajo m u n d o . Los esiiiritisla.s, en yeiieral, y lo-; espiriii.stas casados, especialm e n t e , son di-'licio-füs. líllns p:)r n a d a se a r r e d r a n . Se t r a t a , V(;rl)ií^^rücia, de invocar la s o m b r a de Víctor Hw^a para q u e expliiine eslo ó aquello por intercesión ib'i mo.diuTn; si éste escribe, nadie pueiie d u d a r de q.ie es el mismisinin Viwxu quien bs m u e v e la m a n o ; si no lo inice es que el erí]n'ritu del <j'ran b(jmbre a n d a distraído en otra ])arte, ó tic.ie sneñ.)... o no le d a la i,'ana d e venir; m á s no ptu' eUo se f\iin jjor vencidos ni ponen en tela de jniíu» la posibilidad de ((ue los csjn'ritu-; hablen eon nosotros, l í a lo.s úb.imns días del año ijue acaba de m o r i r , b n b o c.i un aristocrático lioLelitü d e ííenlly u n a aparieiiín u l l r a m n n d a n a e s h i p e a d a . iM. I)., bolsista, liaiiía .salido de su casa con el s a n t o propósito do c o m p r a r en el Loavre, |)ara sus cliiqnillos. u n ceslo de j u g u e t e s ; y en c u a n t o el esposo (i¡iii', co:ni) verá el malieiuso lector (jnc siya leyemio, es u n benilito), t r a s p u s o la e s quimí, su Cünyui>'e salió al jai'dín del lioiel [¡ara recibir a su a m a n t e de comr, á .su bibelot; u,i baroucito a r r u i n a d o m u y j o v e n , m u y eleirunt,;, m u y r e l a m i d o , q u e lleva la m o d a en los lunes del t e a t r o F r a n c é s . —Mi bien, m i vida. ¿Y tu esposo? —(Jamíiio de Parí-;, bui'cando á través de la niebla. T e n e m o s m á s de c u a t r o lioras. —;Oli!.., ¡Dame t u s labios! ¡üonito j)rÍaeipio de año!.., V e n t r a r o n en el g.abinete: un g a b i n e t e mo.lcrno, con suelos alfombrados, rincon e r a s eai'gadas d e hibclots y lar.^O'* es,jejos eon m ireos nl'elpados, Kn u n án:í"ulo, bajo un |ial)cllón de c o r t i n a s b l a n c a s , h a b í a u n a a r m a d u r a eom[)leta que evoealia los tra'iajo.s y Iiazañas de un vit^j i héroe desconocido; con s u e a s e o eoi-onado do [ilumas, cabida la celada, los bra/.os rígidos á lo largo del b r i l l a n l c pet i. inmóvil sobre sus jiieraas de acero. Los do.s a m a n t e s , s e n t a d o s en u n diván, b a b b i b a u del ¡las a d o , ti-istemen(e. r e c o r d a n d o his g l o r i a s d e los b u e n o s siglos uieilíoevalcs. —;Oh,aque!li)S lionibi-e-S eran extra:)rdÍmir¡o.s! Lo-S g.ilancs de a h o r a no son t a n l'nerles... L u e g o t u v o el eapricbo de i|ue A l b e r t o , s u a m a n t e de cce»r, su j u g u e t e , el relamido pisave/dc del teairo T r a n c e s , se metiese d e n t r o de la a r m a d u r a . —.Vnda, tienes tiempo de c o m p l a c e r m e ; así p:¡dré fingirme la ilii>iüu de que .soy u n a d a m a castellana á quien un caballero, que vuelve del t o r n e o , viene á robar. A l h e i t o d e s c o m p u s o la a r m a d u r a y entre g r a n d e s risa.s pi'ocedió i'i bi difícil t a r e a d e vestírsela. De p r o n t o , en el m o m e n t o m á s i'rítieo, la doncella e n t r ó en el g a b i nete anuticiandi) con g r a n d e s aspavientos la l l e g a d a de M. D . —¿Qué hago, qué bago?—repetía id g a l á n . — S ú b e t e a q u í — m u r m u r ó J o a q u i n a a y u d a n d o á su a m a n t e á s u b i r sobre el p e destal en que l:i a r m a d u r a cstuv-t colocada;—súbete y no te m u e v a s . M . l í . \ e ; n a m u y im])res¡onado de u n a r e u n i ó n espiritista, iMi doinle los c.s,nritns e r r a b u n d o s do Nelson y Kléber estuvieron h a b l a n d o con él de i m a l á igual, reliriéndole ba/.añas terribles. L'i conversación del m a t r i m o n i o fué larga; .-Vlberto, c a n s a d o , hizo un p e q u e ñ o m o v i m i e n t o y D., q u e lo a d v i r t i ó , lanzó u n g r i t o . —[Mira... n.ira!—repetía. .Io:n[_uiua so liabía ¡luesto en pie; M. D. y ella, reculando fueron á colocarse tra.s u n diván. Había llegado el m o m e n t o d e errar ó q u i t a r el l)anco. Alberto así lo c o m p r e n d i ó , y apeándose l e n t a m e n t e do su pedestal, á laivas zancadas lleua.s de majestad, atravesó el salón... ILUSTRACIONES DE KARIKATO - L. DH M JNTEMAR ÁLBUM DR ESCRITORES Y ARTISTAS ESPAiÑOLES LA DECLARACIÓN 3 i ¿ 3 M'-i —Ci'isanto. piensa bien que dentro de poeo vas á estar en Lrpresencia de Dios. —¡No rae lo liará usté bueno! —No te lo hago bueno, es verdad, porque no estás haciendo buena confesión. —í,Por qué ra'iee usté eso? El cura.—Porque yo sé tiue t ú fuiste el que me robó los dos jamones que tenía colgados á la ventana. —¿Quién r a dicho"? —Yo lo sé, O lo conüesas ó no te doy la absolución. {La tía Jacinta, desde la cocina.)—¡Miá que vas á ir al infienvo, }" con el tiempo que hace vas á sudar mostillo! —Déjeme usté á mí, madre, que díquiá que me muera, todavía no m'lii niucrto; lo qu'cs que on esto pueblo lo dan á uno la unción en cuanto lo salen sabañones. —Kl médico ha dicho que estás muy malieo. —Pior está él, que paice un'argucUao y no hace más que tojer, y no sabe curase. M cura.—Vaya, yo me voy; ahí te quedas. La tía Jacinta.—¿Y se va á morir como un perro? —¿Pues no ve usté que no confiesa de buena tV? —¡Tenga usted cuidao con lo que dice! —Te digo que yo sé de seguro que tu llevaste los dosjamone.í, que convidaste á tus amigos y os reisteis de mí. Yo no he dich'j nada y lo ho perdonado, pero á la hora de la muerte hay que eouFcsarlo todo, y tú te aguantas. La lia Jacinta.—¡Bien chan-ao! El cura.—Con([ue... ahi le dejo entregado á tus remordimientos. ' —Aguarde usté un poco. (El cura vuelve desde la puerta^)—¿Qué quieres? —¿No vale mentir? —No vale mentir. —Bueno, pues yo fui. ¿Vun tengo unns piacicos del último jamiín; ¿los quiusté? —No, muchas gracias. I>o que quiero y te mando es otra cosa. -¿Que? —Que si te pones bueno, has de ri- el primer domingo que salgas, á la iglesia, y desde el pulpito le has de decir al pueblo: «Yo fui el ijuc le robé los jamones al señor cura; lo digo para que no pierda nadie.» —¿liso quiusté'í —Si. — P u e s lio U\y niivs que luvblar. E c h ó m e usted la 1>CIII1ÍCLÜ;I, p o r q i o tc.ig:) UROS revoltillos en la t r i p a q u e paieí! que m' lii tragan nii i'aivlaüho. (Crií<anto COIÍ/ÍCVÍT, ni día siíjiüenfe la dan el Viático y á loR ocho días cafa bueno.) Kl c u r a vieiu: á voi-li; c u a m l o ioiUivía UD lia salido á la callu. — H o l a , Gi'isauto. —Siüú, don Miimiül. —¿('uáiido luí (luího ul médico quii podrás salir á la calU'? —Kl djuiliigo ¡M>r la iiiiifiauíi si liiien su!, p o r q u e si osiá n u b l o como lioy, un ñ.il:jo. — B u e n o , iJUes ya s a b e í lo que me t i e n e s p r o m e t i d o . —Sí, siñor, sí, pero eso no se hace can d e n g ú n c r i s t i a u o , avergonzálo d e l a n t e e la g e u t e . — P u e s no hay m á s remedio, p o r q u e el h o m b r o que no t i e n e palabra es u n h o m b r e despreciable. —¿De m o d o q u e no h a y m á s remedio? — T ú verás. —Vaya usted deseansáo, q u e desde el p u l p i t o d i r é la . verdad. —Uios te lo p a g u e . Llega el d o m i n g o . C r i i a u t o se lava y se p e i n a y se viste da l i a i p i o . Son las once de la ui^iñana y t o d o el pueblo está en la iglesia. Crisantü sube al p u l p i t o , j c u a n d o el c a r a ac;iba de decir Orate frates, g r i t a : —¡Vecinos! (Grande asombro en la concurrencia. El cura le contempla sonriendo bonachón amenté, satisfecho dd triunfo que alcanza .lobre el pobre Crisanto.) —;VecÍnos de este puublii! Uir lo ¡pu! sus voy á icir, q ic á todos u? c o n v i e n e . 'Me ha d i c h o el señor c u r a que sabe de q u é color son todos lo-í refajos d j las mujer.!s del pueblol El c u r a , volviéndose furioso: —¡ilentira! —¡Y m e h a dicho q u e tons los h o m b r e s casaos d e este p u e b l o se puéii lidiar en la plaza e Zaragoza! — ¡ E m b u s t e r o ! ¡Calumniador! ¡N'o le b a g á i s caso! Crisanto se Ijaja corriendo m i e n t r a s los vecinos la e m p r e n d e n á p.ilos con el c u r a , y g r i t a desde la » puerta: —¿Pues q u é t ' h a b í a s ligurao, m o r r o s de uva, que iba á p r e d i c a r en prejuicio luío? ¡Toma diclaracionesl EuSEDio BLASCO ILUSTRACIONES DE REGIDOR ;DE DÓNDE SALDRÁN LAS MISAS? LETRILLA Cuando veo á una criarla qu« pobrement-e vestidn, Upg:ó & Madrid hace poco de la Alcarria, ó de ííalicia, i r el domingo i paseo luciendo airofa y aUiva g r a n mn-Titón, lujosa falda, buena bota, media fina, guantes, que SU3 manos puercas más que tapan, patentizan, y un lujo, en fin, que el salario que g a n a , no justifica; de La fírnnvía, zarzuela, recordai.do el Pobre chica, ¿de drtnde saldrán?, me digo: ¿de dónde saldrán las minasf Sin que posea otros biones que u n a mujer que ea muy linda, J u a n , quü cuatro mil pesetas g a n a al año en la oficina, p a g a al mes ciento de casa, más de ciento de modista, viste bien, tiene g r a n mesa y los teatros visita. Aunque su esposa, quo ea hábil, los ingresos administra con tal arte, que parece que diestra los centuplica, la vecindad que estos gastos ve con asombro y envidia, ¿de dónde saldrán?, pregunta: ¿'le dónde saldrán, lasviisaaf De la noche A la m a ñ a n a J u l i a , quo ayer no tenia sobre quó caerse muerta, á pesar de sor muy viva; hoy tiene carruaje propio y luce juyas magnificas. Como J u l i a no h a heredado, pues son toda su familia, la tía que la acompaña y el tío que la visita, tío, que h a s t a hace muy poco no conoció tal sobrina, m u r m u r a n d o maliciosos los vecinos y vecinas (ide don lo saldrán? p r e g u n t a n : ¿de dónde saldrán lasvthay? Antonio, que ayer cósante era un T r a n s w a a l , sin sus minas, por los millares de ingleoea que airados lo combatían; hoy, empleado en Hacienda, paga deudas, compra íiaeas y goza, segúri las gentes, u n a posición magnífica. Nadie m u d a n z a t a n s ú b i l a á aatiafaccióa so explica; pero como es indudable pues salta y e3iá á la vista, cuantos conocen á Antonio, guiñándose con malicia ¿do dónde? entre sí se dicen: ¿de dónde saldrán las misas? Alberto, que os un buen mozo, g u a p o , elegante y de cltiypa, ipo tiene bienes, ni rentas, ni ocupación, ni familia. El, no obstante, vive y bebe sin hacer en todo el dia más que jugar, pasearse y v i s i t a r á una amiga. A u n q u e la amiga que es vieja es, segón cuentan, muy rica y del elegante j o v e n pasa anto el mundo por prima, como tíáto los locoa gastos de Alberto no justifica, ¿de dónde? dicen las gentes: ¿de dónde saldrán las luisa»? Finalmente, pues y a es tiempo de t e r m i n a r mi letrilla; el personaje político que habilidoso edifica hoteles con sus ahorros y no al país con su vida; l a moza quo luco trenes y sin rentas conocidas ostentando eu h e r m o s u r a g a s t a y triunfa, bnlle y brilla; el buon mozo, el empleado, la casada, la v i u d i t a que gastan más que sus medios permiten y justifican, ¿do dónde? para sus gastos: ¿de dónde saldrán las misas? MAUIANO VALLEJO UN CUENTO RARO Yo (Ui'rj^ía, por ¡uiucUii fticha, un piiriüilk-ü lUiírio de ^íi'iiii (.•ir</iil;iri(íii. Kv.i iiii;i madrugad a du KIRTO: me liaUaba cu nú diispachu, csL'riliiiindo á viuda pluma la última hora: lo.s Huidus (,'stiibiui altumbrados. los uorlitiajcs dt: las viiulaiKU LTüi-i-idus; en el, hogar ardía un liUBu l'uegií de lut;ro V luiLMiui; id quinqué eoii pantalla verde pueslo son-e mi mesa ili; Iraiiajo, proyectaba á su alrudcdor un cono liiiniíioso; las Huiiieeillns di- nn graví' reloj de bronce colocado cu la eliiincu-a, bajo un alnianaijnc ile pared, marcaban las tfC-S (le la madrugada. La puerta del despacho abrióse lentamente j entro un ordenanza aunnciandü la Ue^^ada de un caballero <iiu! deseaba hablar eO!imi;j'o. —¿(Jiiiéii es?—proguntá. —No sé; no ha querido decir su nombre. Asej^ur.i que necesita, v e r l e á usted para un a-iunto urgentísimo y de muelia importancia. .. —Está bien; que pase. Permanecí inmóvil, mirando impaciente á la puerta, irritándome contra el desciinocido importuno (pie venía á interrumpir mi trabajo. Luego mi mal humor ce-íó, troLiándosir ou un sentimiento do cnrio-iidad que había do ir cu aumento. El recién lle,,'ado er.i un hombre alto, extraordinariamente delgado, envuelto en un gabán azul. Representaba cuarenta años: tenía la frent.; graade, el rostro enjuto, la barba canosa y mal ciüilada. la nar¡/, aguileña, los labios desr encantados y tino-;; sus ojos miraban con esa expresión penetrante y fría de los marinos viejos acostumbrados á interrogar el horizonte... Saludóme con una leve inclinación de cab.:za y ríiii más ambajes s j acercó prese litándome una docena de cuartillas. —Tome uHted—dijo,—;!S un cuento, acaso una historia, que acabo de escribir. —i_U" (aviento!—-repetí admirado de que viniesen á ofrecerme á tales horas nu retazo de amena Utoratura. —Sí—añadió mi interlocutor sin inmut'irse,—un cuento precioso, origiualísimo, que debe publicarse en el número de mañana. —¡Usted está locí!—ccelamá riendo, más sirprendido que irritado de aquella exigencia;—á h o r a t a n avanzada de la noche los periódicos diarios sólo pueden admitir telegramas y noticias de gran actualidad é interés general. —Es que mi cuento tiene actualidad... —Eu ese caso... ,\liu'giic líi mano y cofj;i las cuartillas que el dosconoeido ciml-iiiiiaba oírccióiidonic. Le di ;ir[uella ciuitestación ¡mibigiia que xi nada mo. comprO!m;t¡íi, para que se fuese y queilai-me traiuiuilo. Kl atíí lo comprendió, ¡lorque repuso: —¿.CiinipUrá usted su palabra?.., y me miraba, rej^iRtráudomecon los ojos td pcusamiculo. .Yo, ereyeiido realmente habérmelas con un loco, cpiitesti': —Sí. —;.Lo JLira usted poi" su l'e de caballero? —Lo juro... sicm|)re i[iie el ai-tícido .sea hiieiio. —Kiitouces me voy ti'aiiquilo; el articulo es bueno; se publicará... Dio algunos pasos para marcbarsc, pero de pronto se detuvo dándose una palmaila en la freide, como recordando al^j^o muy importanti?:—Mi cuento—dijo,—no está concluido; pero no importa... voy á terminarlo dentro de un uiomento; falta sólo una cuartilla, la última... Cuartilla que traerán, caso d(i que yo no pudiese volver, antes de media liora... Y sin darme tiempo á contestar, saludó y salió del despacho como una sombra, sin ruido. —Decididamente—¡lensd yo,—em liombre está loco. No obstante, cop'i su artículo y empecé á leer. Era un cuento autobiuiírálicii muy raro, escrito con estilo (uiér^íco y fácil, salpicado de ineonirruencias deslumbrantes, que esclavL7.al>an la atención del lector. Lo leí rájjidamente. de un lirón. 8e tratalia de un viejo libertino que la noidie del último día de Diciembre había querido epiloí^ar la larí^a historia de sus azarosos amores' y nnnper detinitivamente eotí todo su pasado, l^ara ello colocó sobre la mesa de sn despacho el ijaulito en ipie desde Inicia muchos años venía guardando los trofeos que de' sus diferentes mujeres ilia conquistando: retratos, pelo, {J^uantes. cintas, pañuelos impre;.'"iuidos de viejos perfumes, ñores marchitas, restos melancólicos de primaveras remolas, zapatitus de seda que recordaban aljrún baile de máscaras... líl deseufrañado burlador quería conservar cuanto perteneció á la amada muerta, á la inolvidable, y-romper el rosto. De pronto, su mano febril tropezó con la arquilla, ésta cayó al suelo y los recuerdos de totlos a(tuellos viejos amores quedaron confundidos y revuelto-; en ¡lalimatías iniixtricable. ¿I'omo descubrir entre los numerosos rizos de diferentes cabelleras nnrenasy ruliias, los que pertenecieron á la muy amada? ;,Cómo ^ruardar el pelo de una mujer q.ue no quiso? ¿('ómo tirar al arroyo los cabellos de la r[uc am'<'>?... Y.el burlador sentía la desesperación trágica, desgarradora como un zar])azo, del fanático que ve caer á sus pies y saltar en pedazos una imagen bendita. «Desde hace tnís días—añadía el aulor del cuento—vivo en una incertidnmbre crnelisima que trastorna el concierto do mis ideas. ^.Dónde estarán los cabellos de la muerta?... La silueta macabra did suicidio bailoti^a ante mis ojos y sonríe, mcsírándonie sobre su semblante de ébano unos dientes muy Illancos, unos labios muy rojos, t^ue convidan con el último beso...» Mo pude Seguir; el regente de la impronta había entrado en mi defi[)acho pidleiulo original. —¿Cuántas columnas ¡altan para completar el número? —pregunté. •. , " —Tres. —Toma ese cuento y que vayan componiéndolo; falta umi cuartilla que irá en seguida... l'tM'manecí solo, cim el ceño fruncido biijo !a impresión podiu'Osa de aquellas cuartilla-; extrañas." recordando el • semillante lívido y enjuto de su autor, y sus ojos inmiiviles que parecían inspeccionar las ¡MSUS lejanas... l)es[iués volví á la realidad, ab¡-;máiulome en el examen prosaico ('e los telegramas que iban llegando. Lran las cuatro de la madrugada, l'asó otra media hora. Kl ri^giMito reapareció iiidiendo la última cuartilla del cuento... Me qiiedé perplejo, no sabiendo qué hacer; el desconocido no había vuelto; la tirada del periódico iba á retrasarse por una tontería... Kn aquel momento llegó td repórter que venía del Juzgado de guardia con las últimas noticias. —¿(¿ué hay?—pregunté. —Poca cosa; un iiu!cndio en la calle de... y el suicidio de un caballero. —¿Un hombre de cuarenta años, alto, delgado, vestido con uu gabán azul?... —Sí; ¿como sabe usted?... Entonces lo comprendí todo; yo mismo redacté la noticia; aquella cuartilla era la que faltaba. El hombre raro no me había engañado; su cuento estaba hecho. ILUSTRACIONES DE MEDrNA VERA EDUARDO Z A M A C O I S LOS VALIENTES —Vengo mala, sofncíL: yo me piro de Madrid. Ese hombre viene detrá... y a yega... ¡adió! —¿Qué, te va? Tiene grasia. iVeii aqull —Te pío por tu salú que no me detenga ¡Qaital Voy á escóndeme. —Oye, tú; manque v e n g a eee Mambrú te vas ú. está quietesita. —Mu buena noche, zeñore. ¿Qnó jase aquí la pastora? —He perdió lo colore. —Pero, Loliya, no yore, que no hay quien te farte ahora. —¿Qnó dieeos(6? Yo no tengo na que haaé y tengo entrañas de fiera; yo camelo & esta mujo, y Gn queriéndola ofend(S me destripo con euarqtiiera. —To eso es conversasión, y ostó es u n mandria. -dYo? —;Ostó! —Sarga pa fuera, pendón, que le parto el corasón lo mesmo que soy José. —[•A mí er coraFÓn? ¡Salpro! Pí'ro óigame oslé, mostramo .. —Yo soy JnFé or PasliJero. —iTrnsÍo,b!ancotG,embU8tero! —Vamo á, la calle, —¡Vamo! * —¿Y va ostó armao, zpfió? —l\r II bien; vamo hacia el P r a o . —A ctiarqnier silio es mejó, qne en er P i a o base caló. —Pues no vamo ó. of.ro lao. —A un sitio que esté mu yano pa poenos deEendé. ••í";^ÍÍ'---'í';,rY-;;;;-í>-Vív:'>"^ ^iM0i¿m^^íi^^!i^ —Pues mire os'é aquí un sobrino de don Kilvestre Herrallo, er der armasen de vino, primo hermano do Gabino er domador de cabayo, — Por muchos aíios, ¡compare —Me 3'amo Paco er Maleta, S<pfj\«n:i y vine aquí con mi mare por motivo quo mi pare lia perdió la chaveta. —Habla ostó mu bien, paisano. — |Ea! No se aflija ostó y éntrese aquí.—¡Maresita! —¿Pero es ostó seviyanoV —¿Quó quiere ostó, don Jo9ó? —Pues claro; ¿no l o h e de sé? —Bebenos u n a c a ñ i t a Seviya es mi paraero, si DO estorbamo. poro tuve u n a custión —¿Por qué? — ¡Vaya un par que peleando con Peluquín, or barbero, han puesto er mingo en Sevij-a! y le p a r t í er tragaero —¡Y pensará la Loliya con este lirahiixóii. que nos estamo matando! —f.Y no se h a sabio ni.? — ¡Anda y que la den morsiya! —íbamos solos los dos ALFONSO TOBA'ft y a r sortarle la moja, ILUSTRACIÓN DE MEDINA VERA miré á tos laos 3'... ¡quiál no me víó ni er mesmo Dio. V lp(j qOE OE BUEN*) G^N^I qUERRilH OERIP^ LOS OUE HACEN EL PERIÓDICO EUSEBIO BLASCO PEDHO BAUnANTES WAUIANO VALL1':J0 JOAQUÍN DICKNTA HÍANuEL CiUURTH.RO MEDINA VERA I'EDltO U ü J A S VICENTE TUR CAULOS C U Í E S TEODORO (¡ASCON FÉLIX LIMESDOUX LUIS FALCATO JOAQUÍN SEOUIIA MANUEL fíuUIANO ASESSIO MAS PÉllKZ ZÚSIGA RAFAEL n U I Z LOl'IÍZ TOSÍAS LUCEN J JUAN ROCA COSAS DE ELLAS Con asombro se snpo la noticift de que cerco, del pueblo, en los jarales u u hombre mistrífioso oculto entre la sombra y el ramaje, Bortirendiendo il u u a muza que pasaba por aquellos lugares, Á esa hora misteriosa en que las sombras su crespón esparcen, y los pá,jaros vuelan '&. escouiierae en la copa de los árboles, apoderóse de la i n c a u t a moza, que é. Dios clamaba en l a n amargo trance, y veloz como el r a j n huyó con ella sin atender sus qni'jas ni MIS aves, perdiéndose después é n t r e l a s sombras & travos da loe montes y los valles..Al saberse en el pueblo la ootir.ia, llenos de indignación y de coraje, los hombres más ri'sueltos lanzáronse á buscar por todas partes haí^ta h a l l a r A la mnza secuestrada y rescatarla del r a p t o r infame, au'ique t u v i e r a n todos que p a g a r con la v i d a su rescafe. Y armado cada cual con lo que pudo, decididos y andaces, afrontando peligros, y dispuestos k derramar su generosa sangre, recorrieron el monte, cruaaroQ los espesos m a t o r r a l e s , v a d e á r o n l o s ríos, sin que el riesgo j a m i s les nrredrase, escalaron la sierra á, cuya cima sólo llegan las ¿(juilas caudales.... pero [tiempo perdido! porque todo fué i n ú t i l , ¡todo en baldel Y abatidos y mustios, muertos de sed y de h a m b r e , regresaron al pueblo aquoUog b r a v o s tjiu e n c o n t r a r ó. n a d i e . Cuatro diaB después de a q u e l suceso de quo>e habló pu aldeas y ciudades y puso en movimiento á, la J u s t i c i a que obró, como hace siempre, m a l y tarde, se presentó eu el pueblo la muchacha vlcí ima de aquel crimtjn execrable, t r i s t e , Uoroaa, pálida, abatida. con el t e r r o r pintado eu el semblante, explicando el suceso con todos sus detalles... Y desde el día aquel, todas I t s noches muy cerquita del pueblo, en los jarales, n u n c a falta u n a moza que ronde por aquellas soledades, esperando que venga el bombrí» misterioso y que la rople y se p i t r d a con ella e n t r e las sombras 6. travos de los montes y los valles... MANUEL SOBIANO CÓMO NACIÓ «VIDA GALANTE» • VIDA GALANTE nació por a n a casualidad, milagrosampnte, como viven los niños tras uno de esos alumbramiontos terribles en que los módicos annnRian 6, la familia de la parturjeiiia que, de cien probabilidades, h a y noventa y cinco agoreras de u n depenlaco fatal. Eduardo ZamaRois acababa de llegar á Barcelona con muy poco dinero y sin otro equipaje, arpón de las camisas y d e m á s prendas interiores do rúb r i c a , q u e l a s quin?enta8 y pico de cuartillas de u n a novela que tenia vpndída al editor M.Bouret, de París. Zamacoia peuaaba permanecer en Barcelona algunos días, mientras allegaba recursos con que reanudar su viaje, y en t a n t o ponía en juego sus relaciones para el logro folis; de tales propósitos, escribió casualmente, sin la menor esperanza de obtener resultados útiles, como quien, por distraerse, arroja u n a piedra al mar, u n a carta & cierto modestísimo editor do Villanueva y Gelirú, llamado Ramón Sopeña, para quien habla escrito algunos cuentos desdo Madrid, y al que Polo conocía de nombre. A la carta de Zamaoois, ¡Sopona rt-spondió en ol acto con t i siguiente telegrama; •Voy. H a s t a mañana.» A la m a ñ a n a siguiente, en efecto, Zamacois y Ramón Sopeña se conocieron. Sopona es joven, aleo, fuerte, con los hombros anchos, el mentón pronunciado, la mirada franca y el verbo conciso y claro de los hombres de acción—Yo he leído Pii)it,o-Nef/ro — <\\Ío,—y todo cuanto usted escribe me g u s t a mucho. P o r eso quiero que fundemos juntos un periódico; para ello cuanto ton u n a i m p r o n t i t a y algunos miles de pesetas. . muy pocos, Zamacois, que h a b í a visto nacer y morir muchas publicaciones, aaPguró que con tan raquíticos elementos «uo se iba 4 n i n g u n a parte.» Sopona insistió: era preciso abrirse camino, l u c h a r á puñetazos con el Destino y vencerlo. E n último caso, el periódico po- dría vivir cinco meses, seis... y medio año de vida, es vida. Zamacois se dejó convencer: asi nació VIDA GALANIK; los primaros números se v e n d í a n d quince céntimos y constaban de doce p á g i n a s . '" ¿Cómo compendiar en pocos renglones las vicisitudes y tropezónos de la nueva publicación? El periódico, por aquella fecha, se imprimía en ViU a n u B v a y Gtíltrú: el papel era malo, los grabadore.s estaban en Barcelona, y lodo ello dificuliaba enormemente la confección de los números. Así era ioiposible seguir: ó se hacía u n a d i a b l u r a muy g r a n d e ó ol periódico pasaba & mpjor vida. —¿Vamonos á líarcelonar*—preguntó Zamacois, Sopona vaciló un momento, como el náufrago que, antes de arrojarse ni mar, consulta el vigor d e s ú s brazos, y repuso:—Vamonos... y se fueron; se fueron c o n t r a la voluntad de todo el pueblo, que a u g u r a b a á los arri.seados luchadores un fin desastroso, Y en Barcelona continuó la lucha, el combate diario infatigable, con los dibujantes que no sabon pintar, con los fotógrafos que no cuniplen, con los corresponsales que no pagaban. El periódico era u n a galera, u n a horrible galera do dos remos, en la cual dos forzadi.s bogaban, bogaban, cual si hubiesen emprendido un viaje sin término. Más t a m e , tras azares sin número, VIDA GALANTE, ya más robusta, levantó el vuelo y so trasladó á Madrid, y aquí estamos y con nosotros muchos queridos compañeros de bien iTobada valía. VIDA GALANTK, que ha hecho b a s t a n t e , prometo hacer mucho más, porque ol público que h a s t a aquí vino sostenióndonos y empujándonos, todo bo lo merece. Y ya saben nuestros queridos lectores cómo este periódico vino al mundo. De todos aquellos combates, de aquellas noches pasadas en la redacción a n t e las i n g r a t a s c u a r t i l l a s , de aquellas fiestas í n t i m a s con que amenizábamos nuestras horas de mal humor, sólo nos queda un recuerdo; eso recuerdo dulcemente melancólico que deja en el alma todo lo quo ha pasado. ¡Recuerdos agridulces!.... ¿Puede exigirsele otra cosa á la vida?... ILUSTRACIONES DE KARIKATO ^^^^ PESADILLA HORRIBLE, , ::4t J. Después t m p t i f i il sufrir, no inbitndo díinde colocnr íiquclla obra maeiira del pincil i . Aquella noche, m i c n i r a i se ieinudaba, conlcmplaba tu i d cjuisiciún con arrobo. 7. Luego, ya dormido, le parecífl que la muier te desprendía del cuadro silenciosamcnlc . POR ROJA&ÍS^ 4, A l f i n resolvió f o n c r l a cn i U c u n i l ^ , sujcla i la pared con cuatro alfileres. o. H y.t cnirc sabanas, conlinurt mirando, mirando... siempre en C>Llasis, H. Hasm que despercó'dando grlios, preía de una alucínacíún horrible. Tf^^v-^-r DOM ÚRSULA LA AUSTERA ILUSTRADO POU LA SUTA. MATILÜK FIIANCO Y KL SU. TONHASO {TKATÜO Cl'lMirO) La ex;i;,''or:iiia rigidc;/, do costumbres (le doña Úrsula turbabii en más de una ocasión la dicha de los esiioDoña I rHLilii había coiiReutidü ú rc.^-afiadieiitiis qiK! su hija Laura (üiiitrajesc uiati'iuuiuiu con el joven iíudosiudo, modelo d^; fidelidad conj'ugal y uno de los hombres uiás vehenicntcs del plaueta. Para Ruflesiudo no había más afanes ii¡ más dist.racciüiief eu este inundo (jue el amor de su esposa. A la liora de comer, á la de almoi-zar, á la do acostarse, liudeiindo se entregaba con iruicióu á la dicha inmensa de acai'iciar á su Laurita. —\'Íila mía, ¿me ijuieres? Auyel do mi existencia, ¿piensas en mí? ¿Me olvidarás, Laurita do mi corazón? Estas y otraH preguntas constituían la obsesión del esposo amante; y doña Úrsula, dechado de virtud, espejo de viudas inconsolables y modelo de continencia, íruncía el ceño y exclamaba con acento do amarga reconvención: —¡Por lliüJ, Uudesindo! ¡Que estoy yu delante! Debes comprender que hay cosas que no deben decirse en ¡iresoncia do la servidumbre. Cada vex que pronuncias lina de esas ])a!abr.i8 melosas !a doncella se rubori/a. —No lo pucd{> remediar, mamá—contostaba el esposo apasionado, clavando los ojos en los do su mujer. —-Mi marido, que de Dios goce, no era así—seguía diciendo doña Úrsula.—Verdad es que aunque lo fuese, yo no le hubiera consentido ciertos excesos. El matrimonio no lo ha instituido la Santa Aladre Iglesia para el amor exclusivamente. No, liudcsindo: hay ijiie pensar en cosas más elevadas... ¡Ay! Mi esposo nunca se atrevió á estrecharme el talle sin obtener antes mi permiso. Durante toda la Cuaresma, lo más que hacía i'ra pasarme la mano por la caray apretarme ol antebrazo con eñisión. Ante las reiteradas anioneslaciones do ia mamá, la misma Laura llegó á decir á su esposo: —líudosindo, yo (e quiero mucho; pero llego á creer (jue abusamos del amor. ¿Será ¡locado que me hagas tantas caricias? La situación del esposo iba haciéndose insoportable, y en su dose:) de rehuir las miradas siempre severas de doña Úrsula, decidió irse de i)asoo con Laurita por las afueras de Madriil. Allá, lejos de la inspc(fctón tiránica de la suegra, podía acariciar libremente á su mujer, —Ahora que no nos oye tu madre, repíteme que me quieres muclio—la decía estrecliando su brazo contra el suyo y abrasándola con el fuego de sus ojos. —Sí, liudosinitín, te quiero muchísimo, auni[ue conozco que tiene razón mamá; Dios no jniedo ver con buenos ojos uueslra vehemencia amorosa. Es necesario refrenar las pasiones. Ya lias oído á mamá: la Iglesia manda que los matrimonios piensen en cosas más elevadas. . . • -. —Jesucristo ha ensalzado el amor. -Corriente, pero hay quo am:it^« con método; eso lo dicen lodas las , personan sensatas. —¿Quién es capaz de poner puer- ^ tus ai campo ni ciuicn osaría limitar el número de besos que se dan los , tíon-ioiies? Jlira, Lanra de mi corazón, mira cómo gorjean los jilgueros. ¿Sabes lo que se dicen? 1 u.s dicen qne se adoran; ^^^^^J^^'f^^^ desean lelo ha hecho Dio.^ pai-a el placer } quu ner muchos jilgiKTill'J^—¡Picaniclol ;(iilano! 7£:::::;':ó,.iuí. por p6„eMo.<^o.. Manco _ ü i , a lo que quiova mama, yo . m i^^ cuando nic acariciad, y i-ceonoMO la la/.on V .n hija fuo»o do . u mi.ma » P - ° J ^ ^ ^ ^ ' . o , , „ , riendo las iudieacione» de su > " !^° tiguo amigo de la t-"^^^'^=^' ' ' .^ ^1 consejero áulico cha frecuencia y era. puedo dccir.i-, ei j " • '^^ ^'' '^^'''^'- , „ ,1 m-ilrimouio volvía del teatro ., Cierta noche en .lue el "^^^l;^ ^^^ líudesindo donde tiene su trono la - ^ ^ ^ f ^ J ^ ^ H , , ^ , política recibió con júbilo '-"^^:;;..f; si parte, se dirigió se hallaba indispuesta. Lauía, por i corriendo á la alcoba de la mama. Al quedarse solo Rudesindo, - P " - ; ^^ ^ " , , , , .-No. noHU-álaProvid..c^ U^^^^^ , Úrsula... Su indisposición ^" ; ; ^ ^ , : ; Í ^ , i ' U la llevara mismo que me harní un {iran ooi ^ ^^^^ Dios, vivirá muchos años P=:;-;;'';[; ;;;^^ , „ , , ; , , „ ; r . r d o todavía, cou.e como nn buitre, 'l^> '^^ ,^,^ ,.,,,, y no recuerdo que h a y a t e n u l o c n j ^ l - ^^^ ^^,^,, dolor de cabc7.a... Si, si, vo> a tener su .. Laura no volvía. ,^_,„,,„tábase R u d e s i n d o . —¿Qué habrá pasado?—pri-^'^^»'^'^ "í":T»:-ao,,aHodedo.a.r.u.M^^^ .a.edelosueedl,.o™u,do^a^-.l.^-^_^^_ bral de la puerta.—¿Que. ha\ ? - p i e „ u "^:t:::t:HS::^oi:¿..u,a„aiando,o.oio. -!íí;r^,::í::rRude.iudo Ualaudo de . a b e . ,0 que pasaba. HP^nudarse silenciosamente, pero era tal su La jover. espo.a comeu.o l^'^^^^^^^,,^ ai la verdad: ¿qué ocurre? pudo menos de preguntar otia ve/.. ^; - P u e s ocurre...-contestó Lanra bajando lo. ojos. -¿Qué? —Que mamá... ha dado a lu-^ a g i t a c i ó n , (|iii; líiuiesintiü n o L U I S T.V30ADA ^^^ ^^^^^^ LA GITANA Elln fué u n a t a r d e de la P r i m a v e r a cuando el sol espléndido é. la madre t i e r r a m a n d a dulces rayos... y el a l m a se aleja mirando la vida, que es triste en invierno, aleiíre y risueña. Basüaudo reposo salí il las aCuerad, lejos del ambiente que el alma envenena, buscando paisajes que el alma recrean, buscando el reposo que n u n c a en la Corte las almas encuentran. Santóme rendido en la fresca hierba y dejó que, locds, cual librea abejas, todos mis pesares del pecho s a l i e r a a , y que descansasen un poco á lo menos mis tristes ideasEl silencio a u g u s t o que en los campos r e i n a t u r b a n un i n s t a n t e , y una voz tan fresca como a g u a que corro por las b r a v a s peñas, oí que c a n t a b a con voz armoniosa de dulce cadencia: Vente al campo, covipañero, que en la ciudad no te quieren lo viisvto que 1/0 le quiero. Era una gitana de c a r a morena, de talle flexible como u n a palmera, y con unos dientes más blancos que perlas, la majer que amorosa c a n t a b a la coplilla aquella, me leyó en la mano mi fortuna a Iversa , con voz dulce y t r i s t e me dijo mis penas, y al ver de u n a r a y a la profunda huella, 'Ldslima—me dijo—que siendo laii hiieiio... que naide te quiera.' 11 Se alejó cantando por la carreteril, y lan^tando alegre de su boca fresca cantos fiue expresaban BU alegría inmensa, se alejó c a n t a n d o como c a u t a el ave que libre en ol ílrbol l a n z a sus endechas. Libre de cuidados, libre do las penas que el alma del hombre p u n z a n y envenenan, Be alejó c a n t a n d o por la carretera á, p a r t i r gozosa con todos los suyos mis pobres monedas... Yo la vi marcharse con r a b i a y con p e n a , ¡ayl me parecía que Be i b a n con ella todoB los encantos de la P r i m a v e r a cuando el sol alegro sus ra^ os e n v í a gozoso ¿ l a t i e r r a . Triste y abatido emprendo la vuelta; la ciudad me l l a m a y ansiosa me espera .. líi. a g o t a r m i s dichas! |íi rendir mis fuerzas! ¡A c a n s a r mis nervios con sus mil locums la v i d a modernal Aute-i de m a r c h a r m e volví la cabeza, vi de la g i t a n a la gentil silueta, y e-scuclié muy t r i s t e la coplilla aquella; Vente al r.onipo, compañero, jiie en la ciudad no te quieren lo misvio queifo te quiero. Acaso la nifia dft mi no ne acuerda; por valles y prados alegre y r e s u e l t a irá. dando al aire la coplilla aquella que en el alma la tengo g r a b a d a y que viene A alojar t a n t a s penas... Linda gitanilla, ¡ayl si yo pudiera cuan pronto, resuelto, las duras cadenas que me a t a n al mundo gozoso rompiera ipara irme & v i v i r á los campos donde dices que se ama de veras!... LDIS BaUN ILUSTRACIÓN DE RECIDOR LOS QUE VENDEN «VIDA GALANTE» Desde haco tiempo vienen ayudándonos A conquistar el favo^ del público Gregorio Pneyo y Antonio Bes, s u b a d m . ^ . " t r a d o r y capataz, respectivamente, del periódico, que h a n [U luchado á nuestro lado como buenos, y muchos vendedores, al •'unos de los cuales aparecen retratados en esta pagina. Los vendedores constituyen u n elemento importantisimo dentro del periodismo contemporáneo, donde lüs publicaciones Fólo viven algunas horas, y de su fe y entusiasmo h a dependido el buen éxito de muchas obras. Loa vendedores son el lazo precioso de unión entre los autores y el público; aquéllos conocen mejor que éstos lo que más sagrada á la muchedumbre, y r a r a s voces sus predicciones quedan desmentidas. Esta experiencia la adquirieron correteando por el arroyo, consultando un día y otro la masa inagotable y eiompre n u e v a da los transeúntes anónimospitaciones de la inteligenEn el fondo, por lo quo al conocimiento de la opinión y cia de los puebloa, muchas del público concierne, loa vendedores son t a n periodistas obras que lian tenido encomo nosotros, y como el autor vidiable y justísimo éxito lleva el éxito de u n a publicaliubierau permanecido igción en la p u n t a de la pluma, noradas. Ellos ae encuenaquéllos lo llevan en la gart r a n en todas partes eumganta. pliondo la misión á que Sin los vendedores que lleparecen haber venido á l11 pareeen i „ ;iol itiP-enio vi n a n laa calles con esos gritos t i o r r . ; la de ofrecer l o , sabroso» ' " ' - j ^^.f^^/J alegres, que son como las paldel talento h u m a n o s . Y con frió J con ^^^ , las callea siempre animosos y valientes, d f a n d t e n d o la l i t e r a t u r a y l^s artes, entre dicharachos picarescos y sonrisas agradables. P a r a todo en el mundo se necesita tener carácter adecuado, poro para esta profesión casi bohemia se necesita tenor mas nue p a r a n i n g u n a . El vendedor de periódicos os en todos los pueblos, 1 ipico, un ser realmente original, y la vida de la generalidad de ellos es un problema curiosísimo. Un aplauso, pues, entusiasta p a r a loa que a y u d a n al t r i a n fo y vulgarización de lo que se escribe. FOT. CALVET BODA IMPROVISADA, En op.asirtn que Cíiinoveva y Eleutcrio, chicos du buena BORÍGda'l, cninaban una acera en sentido opuesto, A u n a ilomt^st.icH se le f ut! do las manoa u n a amplia alfombra que sacudía en el balcón de un piso principal... POR GASCÓN Y que envolvió á los jóvenes en un viareviagniim terrible. La'( familias de los chicos tuvieron uotii.'ia del suceso y acudieron presurosos al lugar d é l a catástrofe. Y en vista de la gravedad del percance, todos ellos, personas timoraias y de recito juicio, aoordaroQ Tiiiániínemente llevar á los muchachos desdo allí a l a Vicaria. PRECA-UCIÓIsr OFORTUJSr-A—¿Conque has vuelto á meterte á cocinera? (Vreguntó ¡1 la Remedios, alcafreña gentil, que en casa estuvo m¿9 de un año sirviendo y después, dedicada á. las labores de su adorable sexo, tomó u n cuarto interior, donde h a vivido cerca de mes y medio). —Si, señor—contestóme la muchaclia, á. la cocina he vuelto, es decir, me he quedado para todo en casa de un letrero. —¿Cómo? —Si, de un señor que gira letras y es algo del comercio. —¿T no estabas meior indHpendieute que sometida á un dueño? —No, señor; el vivir cose que cose sólita y en silencio, me daba por eí día pesadumbre y por la noche miedo. —No me extraña, en verdad—dije & la chica, pues hace mucho tiempo conozco tu carácter pusilánime, Es más, yo no comprendo cómo siendo tan g u a p a y tan graciosa, y teniendo ese cuerpo. cuyas curvas hermosas snn capaces de volver loco a! Verbo, pudiste dormir POla t a n t a s noches, sin temer un asedio n i a d o p t a r precaución que to fcuvier.i libre do todo rieyg'). —Señorito, eso no; desprevenida no estuve ni uu momento. Un revólver cargado tuve siempre por si acaso en mi leclici. —¿Tú, en la cama un re\ ólver? No lo digas, porque uo te lo creo. — Le juro á usté que tuve que tenerle d u r a n t e uu mes entero. —Pues .sigue pareciúndome imposible, conocido tu genio cobarde y apocado, que durmieras cou un a r m a de fue^o. —Es que estaba el revólver en ."ju funda (prosiguió la Eemedios). — ¿Conquo estaba en su funda? ¿Y qu6?—la dije, ¿La funda inf und ! alientos? —Es que la funda se encontraba u n i d a á un cinturón do cuero... ly unido al cinturón dormía el g u a r d i a número mil quinientos! JUAN P É R E Z ZÚÑIGA. RÁPIDA Kn la o.qunKi de m i calle vive u n a frutera m u y jovoii. m u v jruiípa.quc vende ciilaba/.iis y muir/.auas. Tieni; el pelo eastaño, los nin.-; 'rraudes y pardos, tic ininir' uifíenun y t r i u n i n i 1„ lii lux':i frtisea-, dii sus laliios i-uiü.s, como de u n m a n a n t i a l inajíulable de alegría, brota la risa: su s e n o a l t i ) y redundo y sus bra/.o.í desiuidiís, despun--] t a n la iiii:«fíe^n t e n t a d o r a de coníesl6.nuy¡li..retanKMUe,su.enta' ^ " ^ í l s t e d y y o - d i j o - B ü podemos quereriio;-í. Z i S í q ^ s t é d es un caballo.^ prin. i p d v l n s a m o . e s ,i.ve la c a s u a U d a d u e vicio ícjen e n t r e los l.mubres nc( . U^ n i a j e r c ; p">'n!s no tieiieu n u n c a Uoacs lu (Icsmilace. i —;Bali, iiuiéii saliel .>!. . Y me ina\'cl.é sin a t r e v e r m e n m s tir. Otra ve/, volví ú p r e n d a r la n '-i can ella sn p r e t e x t o de comi-'-ar t .. - ; Q u é t i e n e usted a q u i í - p r c ^ n i n U —Ya lo ve u s t e d — r , í p u s o ; — . m n a p u e s t o , b a s t a n t e pobr.;, súln h;iy n n u i •Aiiuas y calabazas... ... Y, en i'f^ctn, no había otra eo^^a: allí e.staban las calaba/, is, con' sus panyas r u g u s a s y ásperas, de uu color verde suelo; V las nnin/.anas sonrosadas, eoun) mejillas v i r r e i n a l e s . . . Las nuur/.ainis simljiílizaban el pecado, el dulce p e c a do, hiu'uiano de la ninertií. q u e cerro a Adán las p n e r t a s del paraíso p r o m e t i do; las cidabazas reeordaban el m e n o s precio, la in^'ratitud. el olvulo de las m u j e r e s volubles q u e no Iniccn j a m a s entreoía de su a l m a . La linda fr .itera, uilivinando mis pens a m i e n t o s , t a r a r e a b a á m e d i a vo/. el celebre eantiir: <'Teiiíío u n a s ealabaxas p u e s t a s al h u m o ; al p r i m e r o ([ue pase • se laí emplumo.-> —¿l")Lce usted verdad?—dije. —Sí. , „ —;No m e q n e r n í usted n u n c a í — N u n c a , por^iuc n u n c a seremos i'íuali's... Alo fui, me l'uí con miedo de que m a s adelante la linda fnitera mv, paf^ase en ealaba/.as la m a n z a n a q u e liubieseniü.s podido comer j a u t o ? . Aquellas cestas d e c a l a b a / a s y de nian/.amis c o m p e n d i a b a n hi l i i s t o n a de todos los a m o r e s . . . D. ,J^^^ EL ALMA DE WERTHER Werther no es una ficción ile Gcetlie; Wcrtlier luí üxt-stido. Cuandü el diSfifAiciíado amanIc de Carlota buscó en L'I cafuíii de una pistola remedio á sns dolores , su atina inconsolablí; subió al ciclo yendo á ijrostei-narse iinte el trono de Dios. Este le dijo: •—No puedes vivir entre nosütros, Wertlier, porque tu espíritu conserva el anhelo impuro de los deseos no satisfeclios, la comezón lujuriante de los beso.i no recibidos. Yo te permito volver al mundo, líusea á la más perfecta de la-í vír^^enes, á la más abnegada, excelente y rleseable de las mujeres, y si la hallas quiérela, ([uiéi-e!a espiritiuilnieiite, conu) pueden hacerlo las almas de los muertos, porque sólo esa mujer, separada de ti ]ior caprichos del destino, luibiese merecido el alto honor de ser esposa tuya. No vaciles; tú, aunque pecador co]no Mag'dnlena, te salvarás por haber amado mucho. Y Werther, cumpliendo las órdenesdelAltísimo, regresó al inundo. ¡Pobre Mercedes!... tíu historia, ciertamente, no era más triste que la de otras mujeres abandonadas: pero la palidez iiiaMerable (le sus mejillas que las lágrimas escaldaron, y la ri.'siguacion con que iba recorriendo el duro calvario de su vida, parecían magnificar su ñgura, aumentando laelocuento quietud de sus ojos inmóviles, dando un ritmo triste y ])ausado á sus movimientos, vertiendo sobre su cabeza una luz blanca co'uo un nimbo glorioso de -santidad. Mercedes había abandonado á sus padres ]ior huir con un hombre, que dos años después la dojaba por otra mujer; y la iiiL'liz burlada sintió que el líestino la tiraba el mundo á la i-abeza, trocando el día de su dicha en noche sin amanecer, dejándola de un solo golpe sin hogar, sin lamilla y sin amores, Mercedes, viendo que la miseria se entraba do rondón ])or las puertas de su buhardilla, empezó á trabajar. Pasaba las tardes inclinada sobre su bastidor, delante de la ventana, á través de cuyos cristales el padre Sol íiltraba un benéfico rayo de luz. La joven bordaba, sin cantar, v eu el silencio de la habiticion sóio resonaba el ruido seco de la aguja traspa- -^•í gando la tela. Mercedes bordaba deprisa; bajo sus dedos aelgados y anémicos iban surgiendo liojas de un enfermizo verde pálido, y guirnaldas de flores, llores tristes, en las que predominaba el color violeta. Entretanto su pensamiento no sabía a])artarse de Federico, el gran líberlino que la perdió. DuriLute los ])riineros meses la abandonada sentía hacia su enemigo un odio infinito: hubiese deseado vrrlu como á Job, echado en un estercolero y eubierlo de lepra, ú liajo las ruedas de un tren, ó cosido á ]inñalaílas, eiilre cuatro blandones y con los ojos abiertos, por no haber tenido en el último trance una mano ])iadosa que le cerrase los párpados... Después aquel rencor mortal fué declinando: Eederieo no era re-iponsable de haberla queriilo ni de haberse cansado de ella; la i}asión i'S ciega; al gus!o como á la fe debía pintársele con los ojos vendados. Probablemente en aquellos momentos el burlador estaba sufriendo tanto como ella misma : Mercedes puso en Federico muchas esperanzas, muclias ilusiones; ¿acaso él no habría cifrado en ella of.ras (antas?..._ Allí, seguramente, se había cumplido la pena del Talión: alma por alma. En estas tragedias del cariño, e! verdugo suele sufrir tanto como el ajusticiado... Desde entonces Mercedes dejó de sentir el odio, los impulsos criminales de venganza, los celos: jiocii á poco su espíritu linrilieado por el dolor, llego á la subiimidad del perdón, y l''ederico fué para ella un desdichado, un pobre muerto... Mercedes vivía sola: por las tardes, en cuanto el sol la negalia su ayuda, dejaba el basti<lor y salía á entregar el trabajo hecho durante la jornada. Los vecinos de la calle ya conocían su sihief a de tmujer inconsolable; alta, rígida, vestida de negro, con rasgados ojos soñadores que el círculo violáceo de las ojeras y la palidez del ro.stro agrandaban. Mercedes caminaba despacio, mirando á todas partes, con la esperanza de ver á Federico; era una ilusión que, aunque desvanecida mil veces, retoñaba siempre... Una noche le vio acompañando á una mujer elegante como una actriz francesa, y el vehículo echó á rodar, pasando junto á los faroles que proyectaban indecisos reflejos sóbrelas aceras Inimedas. Aquella noche Mer':edcs lloro mucho, pero sus lá-grimas, lejos de i'xaspcrarla, derramaron en su cuitado espíritu suave consolación. Plisaron diez años; durante ellos Mercedes vio á Fcder;co niuchas veces V siempre con amigos de gorja y ianina, pero ya no experimentó él acerbo dolor de la primera vez. Esto llenó á la joven de cristiano orgullo, y en sus larcas oraciones pudía áDios fuerzas para sobreponerse á toda terriiual pasión: vivía reliz, con el apaj-'ado contenió de los qne no sienten, sin placeres sin amores, sin pensar siquiera, con íleleitc suicida, en que la hora de la lilienicion y di-1 descanso rtetinilivos iban acercándose, sin otro aúllelo qne el de llegar completamente pura al seno de Dios... Kólo necesitaba una prueba, una prueba concluveiite para convencerse (le hairur obtenido aque grado de subidísima be;ititnd, y al tin a([nella prueba, terrible como todo lo delinitivo, llegó. Una noche, cuando volvía de entregar sus labores, entró en una iglesia. Delante del alfar mayor halúa un grupo de personas; era una boda; los novios estaban de rodillas; él vestía de negro; ella de blanco; bajo su largo velo de desposada los cabellos rubios brillaban con los alegres reüejos del oro viejo. Mercedes se acerco mas, más... hasta ver. —¡Ks Federico quien se casa.— murmuró. Y arrodillándose junto a un confesonario, rexó por la felicidad de los nuevos esposos; y rezo sin esfuerzo, poniendo su alma entera en ai[uel deseo. Cuando se levanto sus grandes ojos brillaban como los de una ilnminada. —¡Gracias, Dios mío!—dijo,— ¡ya soy digna de ti!... Y salió de la iglesia... Al atravesar el pórtico -se le acercó un hombre desconocido. —Señorita—dijo,—estoy enamorado de usted; es usted muy buena. ¿Acepta usted mi amorV... _ Mercedes levanto la cabeza mirando á su interlocutor sorprendida. —¿Y por quién sabe usted—repuso,—que yo soy buena?... —I'or mí mismo. Yo poseo el don sobrenatural de violar el misterio de las conciencias. Los ojos de la joven volvieron a fijarse ¿n el desconocido. Kra un hombre como de treinta años, alto y delgado, con abundantes cabellos rubios {[ue encuadraban nn rostro blanco muy trisle; la nariz ora hebraica, larga y tina; los labios delgados; soore'la -sien derecha apariifía una cicatriz, rastro imborrable de una ant gua herida; sus pies se deslizaban sin m i do por el suelo, su voz resonaba débilmente, como eco de otra voz lejana; de su persona purecía desprenderse algo etéreo que puso respeto y pavor en el ánimo de Mercedes. Continuaron caminando á lo largo de las calles solitarias; ella por el ándito de la acera, él á sn lado y un poco detrás: era la primera vez, en diez años de abandono, que un hombre se acercaba á Mercedes para hablarla de amor: y no obstante, ella no podía sublevarse contra aquel descortés abordaje, que en otra ocasión cualquiera la hubiese indignado. La elocuencia del desconocido superaba á la de todos los hombres, sus mayores atrevimientos no histimaban el puditr, en sus labios el cantar de los cantm'es tenía una voluptuo^jidad nueva... —Í.Pero en suma, qué quiere usted-de mí?—preguntj Mercedes. —Que acepte usted mi pasión. Nos amaremos eternamente, pero de un modo es]>irituai y platónico, como se aman los muertos. Se habían d.!tenido en la acera, ante la casa de Mercedes. —¿Puedo subir?—preguntó él. Ella, tras un instante de vacilación, repuso: —Suba usted... Y'a arriba, Mercedes encendió el quinqué y exclamó volviéndose hacia su interlocutor: —Bueno, ¿y quién es usted? —Werther. —¿El a n a n t e de Carlota? — rií. El dolor ha purificado nuestras almas, nos merecemos, por eso estoy aquí; el hombre que soñaste, era yo; la mujer que yo adoré en Carlota, eras tii... Cuando después de muerto llegué al cielo, Dios me dijo: cTe permito volver al mundo; busca á la más perfecta de las vírgenes, á la más abnegada y deseable de las mujeres, y si la encuentras ámala mucho, porque sólo esa mujer hubiese merecido el alto honor de ser esposa tuya...» Y agregó: —¿Me permites pasar la noche aquí? —Sí—repuso Mercedes; — ¿por qué no?... Mi casa es tuya. —Gracias, gracias— murmuró ^Ve^•tller conmovido;—yo me h a bía impuesto la obligación de no pernoctar bajo tediado hasta no conocer la amante milagrosa que ambicioné. La busqué ardientemente por todas partes, en los palacios, en las cabanas... —¿Y la hallaste? —No. Casi todas eran inconstantes, perjuras; las menos malas sentían hacia el hombre que las burló un odio salvaje que envilecía su amor. —Por eso—ngregó quitándose el gabán y sentándose junto al brasero,—¡he dormido al raso tantas veces!... PUNTO-NEGRO ILUSTRACIONES DE M A R I N AVENTURAS DEL TIEMPO VIEJO, POB BAQUES