Consumo y movimientos religiosos, rasgos de una sociedad en

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Consumo y movimientos religiosos, rasgos de una
sociedad en rápida transición
(Borrador. No citar. Sólo para comentarios).
Arturo Fontaine Talavera*
1.La sociedad chilena durante las últimas décadas ha vivido un proceso de
globalización veloz en lo económico, social y cultural.
En 1970 el comercio internacional como porcentaje del PGB era alrededor de un
38%. 1 En 1999 llegaba al 90%. La apertura de la economía ha globalizado el consumo, lo
que se percibe en el modo de vestirse y en la comida, por ejemplo. La rápida expansión de
la televisión ha jugado un papel significativo en materia de hábitos y aspiraciones. Las
seriales de televisión internacionales que en 1970 llegaban a un 10.3% de los hogares, en
1990 alcanzaban a cerca del 80% de las familias, cifra que hoy supera el 90%.
2.El impacto de cambios rápidos de este tipo –como lo atestigua ampliamente la
literatura sobre modernización- es necesariamente ambivalente. Por un lado, se mejoran las
condiciones de vida y se abren oportunidades. Por otro, se amenazan patrones de
comportamiento tradicionales. En palabras de Peter Berger, las personas sienten que, de
alguna manera, peligra su hogar. El asunto es particularmente agudo si afecta hábitos,
costumbres y normas que se vinculan a la religión y, por lo tanto, a una de las principales
fuentes de identidad colectiva.
¿Tomará Chile el camino de la modernización secularizante, al estilo europeo, o
buscará, más bien, un camino propio como ha hecho Estados Unidos, que sigue siendo una
sociedad sumamente religiosa?
En este momento, conviven en Chile, junto a las fuerzas secularizantes, poderosas
tendencias de signo opuesto, que buscan una modernidad alternativa, conservadora en lo
moral, orientada a la familia y, a la vez, abierta y competitiva en el orden económico.
¿Es esto último contradictorio? ¿Representa sólo una fase pasajera? ¿Podría llegar a
consolidarse? ¿Estamos ante fuerzas antiglobalizantes? ¿Qué importancia, si alguna, tiene
esto para la política y los partidos?
Primera parte: una consideración sobre el consumo popular y su significado.
3.Quisiera, en primer lugar, dar una idea de lo que ha significado la globalización del
consumo. Me veo obligado a dar algunas cifras sin lo cual no es posible percibir la
magnitud del fenómeno de transformación de la vida cotidiana que se ha vivido en Chile.
1
No mencionaré fuentes y referencias por tratarse de un punteo. Por cierto, a quien se interese por ello daré la
información pertinente.
1
Sabemos que Chile entre 1984 y 1998 creció a un 7% anual en promedio, que entre
1987 y 1998 el porcentaje de la población bajo el nivel de pobreza cayó del 44.4% al
22.2%, y la pobreza extrema bajó de un 16.5% a un 5.6%. Dos datos más a tener en cuenta:
la mortalidad infantil pasó de un 82.3% en 1970 a un 10.3% en 1998; y durante los últimos
años se logró dominar la inflación, que persiguió por más de cincuenta años a la población
carcomiendo el poder adquisitivo de los sueldos junto a la popularidad de los gobiernos.
(Hay que recordar que durante los años de Buchi la inflación se movía en torno al 30%). Se
trata del período de crecimiento más elevado y sostenido de la historia del país.
Por otra parte, se han mantenido las fuertes desigualdades. El quinto superior recibe
13.5 veces lo que el quinto inferior en término económicos. En Estados Unidos esta
relación es de 8.7 veces, en los países industrializados la relación es de 6.4 veces y en los
“tigres asiáticos” es de 5 veces. ¿Quién está aún peor? Brasil, por ejemplo.
La tenencia de algunos bienes durables puede ilustrar mejor el impacto de estos
niveles de crecimiento en la vida diaria. Ciertos bienes tienen un valor simbólico de status,
lo que los hace particularmente significativos desde el punto de vista de la movilidad social,
tal como es percibida. Esto mismos bienes estuvieron largamente gravados con tarifas
elevadas, lo que dio como resultado una industria nacional cuyos productos eran más caros
y de menor calidad y atractivo que los de marcas internacionales.
Así, por ejemplo, en 1970 un 7.3% tenía auto y en 1999 un 33.7%; un 17.1% tenía
lavadora de ropa el´70 y el ´99 un 78.1%; un 14.4% tenía refrigerador el ´70 y el ´99 un
77.6%; un 15.4% tenía teléfono el ´70 y el ´99 un 54.8%.
Especialmente importante ha sido la televisión. En 1970 tener televisión era estar
entre el 10% más rico. Era la época de “La manivela” y “A esta hora se improvisa”,
programas que lograban alto rating en el décimo más educado del país. Veinte años atrás,
tener un televisor era formar parte del cuarto más rico. Hoy lo tiene prácticamente cada
familia.
Los efectos de la masificación de la televisión son múltiples. Menciono sólo
algunos. Desde luego, han disminuido las diferencias de acento entre las diversas clases
sociales y regiones. Los jóvenes de hoy hablan entre sí en un tono y un lenguaje más
homogéneo que sus padres y abuelos. Las diferencias generacionales se han acentuado.
Antes eran comparativamente más notorias las distancias de clase que las de generación.
Así, programas de radio que han apelado al tono coloquial de los jóvenes han tenido
éxito masivo. La radio “Rock and Pop”, el programa del “Rumpi” o la película “Chacotero
Sentimental” de Cristián Galaz se nutren de esta jerga generacional que atraviesa las clases
sociales.
La televisión ha cambiado, por cierto, enteramente el modo de hacer política. Dos
segundos en el noticiario de televisión a la hora pic llegan a más gente que la que jamás
pudo o podría llegar a congregarse en un acto público. Las grandes movilizaciones de
masas, típicas de los sesenta y comienzos de los setenta, resultan riesgosas. Nunca se sabe
si algún grupo cometerá desmanes, si algún camarógrafo lo va a filmar para mostrarlo en
la televisión...
Por su lado, la misma estructura del partido se ha visto afectada. El partido es cada
más un conjunto de personalidades que se ven en la televisión. ¿Qué le ocurre al dirigente
poblacional si el político entra él mismo, gracias a la televisión, a todos los hogares de esa
misma población? Antes el dirigente era un mediador sin el cual el político simplemente no
podía llegar a sus votantes.
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La televisión ha puesto virtualmente al 100% de la población en contacto con
teleseries venezolanas, mejicanas o brasileras. En este rubro podría decirse que América
Latina produce emisiones de resonancia global. Las teleseries latinoamericanas hacen furor
en todas partes, incluso en países tan cultos como Israel.
Hay otras emisiones culturales de interés que han brotado de Latinoamérica: el
realismo mágico que se lee, escribe, imita y admira en todas partes; y los ritmos musicales
de Centroamérica, que baila hoy la juventud y que compite con el rock. Es la primera vez
que esto ocurre en casi todo un siglo dominado por música juvenil de origen
norteamericano.
Las teleseries, en general, se desarrollan en ambientes de clase media y, a menudo,
clase media acomodada. Los escenarios – las ropas, las casas, los autos, las oficianascorresponden a las expectativas de bienestar de sociedades capitalistas o, al menos, de los
grupos que logran dicho bienestar en las respectivas sociedades. Los personajes son
latinoamericanos, pero fuertemente influidos por modelos norteamericanos.
4.Entre 1988 y 1998 el consumo del 20% más pobre creció alrededor del 6.5% por
año. Hay rubros, como los cosméticos y jabones, donde el alza tiene un impacto mayúsculo
desde el punto de vista social. Así, entre 1987 y 1996 los dos quintos más pobres
aumentaron casi diez veces su consumo de jabón, shampú, desodorante, perfumes y
cosméticos.
Se trata de productos estrechamente ligados, desde luego, a la higiene, pero
enseguida a la presencia personal, a la imagen individual ante sí y para los demás. La
palabra “individual” aquí no es inocente. Bienes como el shampú, los perfumes y
cosméticos acompañan inevitablemente procesos de individuación. La persona se observa y
recrea buscando grupos de referencia y modelos que salen de su entorno natural y
tradicional. La persona que se reinventa en el espejo, en alguna medida, se está encontrando
con la modernidad.
Algo análogo está ocurriendo con los hábitos alimenticios. Es corriente hoy, en
sectores en los que se concentra la mayor pobreza urbana, que en el almuerzo familiar se
coma pizza, a menudo, precocinada. Las familias están saliendo a restoranes, sobretodo,
chinos. Hay alrededor de 60 restoranes de comida china en barrios populares de Santiago.
La encuentran sabrosa, barata y abundante. Esto último les gusta mucho.
Por contraste, los Mc Donald´s aparecen como mezquinos. Cada porción está
rigurosamente medida. No expresa el mensaje de festiva generosidad propio del ritual de la
cocina chilena. La comida tradicional es don y fiesta. De los 32 Mc Donald´s que hay en
Santiago sólo uno está en un barrio popular.
El punto a señalar aquí es que no cualquier cosa de Estados Unidos entra.
5.Desde el punto de vista del consumo popular uno de los fenómenos fundamentales
ha sido la autorización para importar ropa usada. Por décadas los productores nacionales
mantuvieron a las autoridades convencidas de que la ropa usada no era higiénica. Pero los
economistas que dirigían la política económica del gobierno militar permitieron la
importación de ropa usada y causaron con ello un cambio drástico en el vestuario de la
población popular. En unos tres o cuatro años el modo de vestirse era otro.
En efecto, a comienzos de los ochenta virtualmente desapareció el joven o el
hombre sin zapatos; la mujer se puso pantalones; el hombre grande, pantalones cortos; la
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parka sustituyó en los campos al poncho y las botas de goma a las ojotas. La población se
llenó de T-shirts de colores, muchas veces con leyendas americanas que no entendían; de
camisas floreadas, tropicales; de yeans Lee o Wrangler auténticos -los mismos que volvían
locos a los jóvenes ricos de los sesenta y setenta, y que sólo conseguían en el exterior-; de
pantalones sueltos, de trekking, llenos de bolsillos; de zapatillas Adidas o Nike.
Nuestros datos indican que en los primeros años de los noventa se importaban más
toneladas anuales de ropa usada que de ropa nueva equivalente. La situación después se
invierte debido, en parte, al mayor poder adquisitivo, a los precios de la ropa china y,
también, a algunas medidas administrativas que han implicado mayores costos para los
importadores de ropa usada.
6.La sociedad chilena es hoy, en términos económicos, tan desigual como hace treinta
años. Sin embargo, desde el punto de vista de la estratificación social, la situación es
vivida como más igualitaria. La masificación del consumo ha producido un efecto
igualador en cuanto a símbolos de status.
Los indicadores de status, por supuesto, siguen y seguirán siempre presentes, pues
son consustanciales a toda sociedad. Lo que quiero subrayar es, primero, que muchos
bienes simbólicos que eran inaccesibles, salvo para la minoría, en pocos años llegaron a la
mayoría o, al menos, a sectores muy vastos. Esto creó una sensación de movilidad social
que es independiente de las cifras estrictamente económicas, es decir, del ingreso per
capita. Porque, por ejemplo, en 1977 el ingreso per capita fue un 11% menor que en 1970.
No obstante, ese año se importó un volumen de televisores equivalente a cuatro veces al
total que se compró en toda la década del sesenta. Por consiguiente, la clave aquí ha sido la
apertura comercial.
El segundo punto, es que las diferencias se han vuelto menos obvias. Las diferencias
de clase son ahora menos marcadas en cuanto al lenguaje y a la ropa, por ejemplo,
especialmente entre los jóvenes. De nuevo, de lo que se trata es de un efecto integrador que
se da a pesar de que subsista el mismo nivel de desigualdad de ingresos.
La diferencia entre tener o no tener auto; entre tener o no tener refrigerador en el
lenguaje de los símbolos de status es percibida como mayor que la de tener un BMW o un
Lada o Daihatsu de segunda mano, o que la diferencia entre tener un refrigerador con o sin
ice-maker. Por lo tanto, las aspiraciones de ascenso en el nivel de bienes simbólicos han
logrado una satisfacción mayor que el que señalan las cifras de ingresos.
Por cierto, esto no significa ni tendría por qué significar, que la preocupación por
una mayor igualdad de oportunidades vaya a perder importancia. Pero es probable que se
oriente cada vez más hacia áreas como la salud y la educación, donde se gestan las
diferencias más difíciles de superar individualmente.
No cabe duda de que la presión por participar del consumo es un móvil
poderosísimo que se confunde con la aspiración al ascenso social y económico. La
población, nos guste o no, de hecho busca gobiernos que le abran posibilidades de
mejoramiento económico. La principal razón para votar que “No” en el plebiscito de 1988
fue económica. La mayoría -que recordaba la altísima cesantía de comienzos de los
ochenta- esperaba un mejoramiento económico con Aylwin. Y, efectivamente, ese
mejoramiento ocurrió.
La última encuesta del CEP indica que en diciembre la mayoría pensaba que la
Alianza tenía mejores ideas en materia de crecimiento y empleo que la Concertación.
También una mayoría espera que la Alianza llegue al poder en las próximas elecciones. Lo
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que está detrás de esto –a parte del desgaste natural del tiempo y del atractivo propio de la
candidatura de la Alianza- es el bajo crecimiento de los últimos cuatro años y el alza del
desempleo.
La derecha en diciembre obtuvo el porcentaje de votos más alto que haya obtenido
en elección parlamentaria alguna desde 1932 a la fecha. Claro que el sistema electoral
ahora es otro. Pero también es cierto que antes de la cédula única de hecho el sistema era
otro. La derecha está, en términos electorales, en su momento más fuerte en los últimos
setenta años.
Segunda parte: una consideración sobre los partidos y, en particular, los
de izquierda.
7.Estas transformaciones –paso ahora a lo político- se recortan contra un fondo
histórico marcado por el conflicto social agudo, la intensa polarización ideológica, la
movilización y la radicalización política, el proteccionismo y el capitalismo monopólico, el
cuestionamiento de la propiedad privada y las expropiaciones de hecho y de derecho, la alta
inflación, las huelgas, la aparición de focos terroristas, la deslegitimación sistemática del
orden democrático capitalista, y, posteriormente, el golpe militar, la proscripción de la
actividad política partidaria y el desmantelamiento de los partidos, profundas reformas
económicas y sociales (apertura de la economía, nueva legislación laboral, previsional, de
salud, educación...), períodos de crecimiento acelerado y bruscas caídas, alto desempleo, la
prolongada violencia de la dictadura militar, la caída del muro de Berlín, el término de la
Guerra Fría y la consiguiente globalización del modo de producción capitalista, en fin, la
entrega pacífica del poder político a través de una transición negociada, y el
restablecimiento de la democracia.
En los años sesenta y comienzos de los setenta los jóvenes de izquierda querían el
poncho, las ropas de lana cruda y tinturas naturales, la quena, las barbas del Che. El
nacionalismo, el rechazo a las dictaduras, el anti-imperialismo, el rechazo a la sociedad de
consumo (con argumentos al estilo de la escuela de Franckfurt), el marxismo-leninismo, el
“aggiorniamento” de la Iglesia Católica desde Juan XXIII y la teología la liberación, la
rebelión de Mayo de París, la lucha contra la injusticia y la miseria, la oposición a la guerra
de Vietnam y el castrismo se confundían en un amplio y contradictorio movimiento de
corte revolucionario y socialista.
El socialismo de esos años encarnaba una doble promesa: la de la modernidad (el
socialismo representaba el futuro, la vanguardia, el sentido de la evolución socioeconómica,
la industrialización a través del estado) y, al mismo tiempo, “la promesa de un nuevo
hogar” para usa la expresión de Berger. El sindicato y el partido marxista-leninista
protegen, educan, confieren o reafirman una identidad colectiva que se quiere de clase en
medio de un mundo social dividido y en conflicto, y anticipan la sociedad futura.
La crisis por la que ha atravesado el socialismo chileno es profundísima. Tal como
ha mostrado Kolakowsky, y tantos otros, el marxismo llegó a tener las características de
una iglesia universalista(el partido) con sus profetas (Marx, Engels), sus textos sagrados (El
Manifiesto, el Capital...), sus intérpretes oficiales (Lenin...), su mito que implica una
historia de redención con su pueblo escogido (el proletariado) y su paraíso terrenal (la
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sociedad sin clases), su lista de dogmas y pecados, su prédica y evangelización continua, su
exaltación del sacrificio, sus mártires (el Che), sus herejes, sus purgas, sus castigos y
perdones, su intolerancia para con quien no se somete a la autoridad. Al interior del partido
el militante asumía una misión que llenaba de sentido su vida entera. El mismo Lenin pedía
“monjes de la revolución”.
Esto se mantiene incluso después del golpe militar. Los relatos de ex militantes
como, por ejemplo, Carlos Cerda y Roberto Ampuero, muestran qué poder adquiría la
jefatura del partido en el exilio, en Alemania Oriental y en Cuba, sobre sus miembros. Así,
la decisión de irse de Alemania o de Cuba no dependía de la voluntad del militante y su
familia, sino que era resorte del partido. Incluso asuntos matrimoniales, como el divorcio,
son analizados en el partido. De alguna manera, al interior de esta visión salvífica de la
política, las personas hacen un voto de obediencia, análogo al de las órdenes religiosas.
Cada día surgen más y más testimonios del espíritu sacrificial y trascendente (aunque
intramundano) que tuvo el compromiso político del militante de la izquierda chilena. Se
podría sostener que había un tácito voto de pobreza y convenciones respecto del vestuario y
apariencia física de los dirigentes.
8.La crisis y recomposición de los partidos de la izquierda chilena ha significado, de
un modo u otro, tener que habérselas no sólo con la labor represiva militar, no sólo con el
exilio, no sólo con la experiencia casi siempre desmoralizadora de los socialismos reales,
no sólo con la frustración de la esperanza de derrocar al régimen de Pinochet, no sólo con
un nuevo sistema electoral, cambios radicales en los medios de comunicación social y en la
vida sindical, sino que, con la caída del muro del Berlín y de la Unión Soviética, es decir,
con el desmoronamiento del núcleo fundacional de la iglesia, es decir con la apostasía
instalada en el Trono de Pedro que anticipa el Apocalipsis. Lo que se derrumba, entonces,
es toda una Fe, y se viene abajo sin violencia, sin mártires. Simplemente, sus sacerdotes,
obispos y cardenales más autorizados, la abandonan.
Para la izquierda chilena esto implica, desde luego, repensar su orientación, su
enfoque, sus objetivos, su estilo. Y esta labor se lleva a cabo con indudable valentía
intelectual durante los años del régimen militar, antes de la caída del muro, muchas veces al
amparo de centros de estudio, institutos y ONGs. Por ejemplo, se abandonó el leninismo y
luego el marxismo con su visión de la historia como lucha de clases. Consecuentemente se
dejó de lado la imagen del partido como organización de clase.
Las líneas divisorias de la política chilena, como ha demostrado Arturo Valenzuela,
nunca coincidieron con las de clase. Más allá de los esfuerzos ideológicos, la verdad es que
la votación de los partidos era, de hecho, heterogénea desde el punto de vista
socioeconómico. La derecha, por ejemplo, siempre logró una votación significativa en los
estratos populares. Hoy, simplemente no hay espacio social sino para partidos muy
amplios, pluriclasistas y que canalicen las aspiraciones de ascenso socioeconómico de las
grandes mayorías.
Pero, claro, subsisten algunas sombras y diferencias. Principalmente, estas: hasta
qué punto el compromiso con la estrategia de desarrollo económico es una cuestión táctica
o, por el contrario, un punto sustantivo; hasta qué punto la Concertación busca un modelo
socialdemocrático clásico, con el estado a cargo de la salud y la educación, por ejemplo, o,
por el contrario, quiere que estas tareas sociales se lleven a cabo con una participación
creciente del sector privado. (Al estilo de Blair y del socialismo español, por ejemplo).
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Sin embargo, a mi juicio, la transformación más significativa dice relación con la
noción misma de partido político. La izquierda ya no puede pretender que el partido vuelva
a jugar un papel, en la vida de las personas, semejante al que desempeñaba. El partido ya no
es una iglesia. El compromiso con él ya no se confunde con el sentido de la vida. Si los
partidos marxistas eran para sus dirigentes un equivalente funcional de la iglesia y la orden
religiosa, -y yo creo que lo eran- lo que ha ocurrido es una rapidísima secularización del
partido de izquierda como institución y de la política como actividad.
El partido radical se apoyaba en la masonería que también era un equivalente
funcional de la orden religiosa. La masonería era una suerte de “anti-iglesia” durante el
siglo XIX y buena parte del XX. El gradual decaimiento del partido coincide con el de la
masonería.
El partido conservador y la democracia cristiana surgen como expresión de
vertientes de la Iglesia Católica. Es indudable que la desaparición del partido conservador
se vincula con la postura del clero de la época. Creo, asimismo, que los problemas actuales
de la democracia cristiana y el auge de la UDI –que es una especie de nuevo partido
conservador- también tienen que ver con el vuelco ocurrido en la Iglesia desde Juan Pablo
II en adelante.
El desafío que la izquierda está enfrentando, entonces, consiste en refundar su
cultura partidaria y organizarse desde la política y para la política en un sentido secular, sin
el recurso al estilo y espíritu de las organizaciones religiosas, y sin su respaldo tácito.
Tercera parte: una consideración acerca del movimiento evangélico y sus
efectos
9.América Latina es un continente en el que hay dos religiones, la católica y la
evangélica pentecostal. Por cierto, la Iglesia Católica es la principal a mucha distancia, pero
ya no es la única. El protestantismo pentecostal se expande rápido, en especial, en el mundo
popular.
En 1970 en Chile los evangélicos representaban un 6.18% y en 1992 llegaban al
13.6% según datos del censo. Datos de las encuestas del CEP indican que entre los pobres
la cifra sube a un 20%. En el estrato bajo hay un evangélico observante por cada católico
observante.
Nuestros estudios indican que los evangélicos crecen, sobretodo, entre los más
pobres de los pobres. Por ejemplo, en las zonas más pobres de La Pintana, como la
población Jorge Alessandri y la Gabriela Mistral, los evangélicos representan el 34%. En la
Estrecho de Magallanes llegan al 67%. En estas poblaciones, aproximadamente un 66% de
los observantes son evangélicos. Son los más pobres de los pobres si uno considera sus
casas, los bienes durables de que disponen y su nivel educacional. En el asinamiento y la
pobreza en que viven “comenzar a caminar en el Evangelio” es parte de su lucha diaria
contra el maltrato, el desempleo y el subempleo, la violencia familiar, el alcoholismo, la
droga, la prostitución y la delincuencia.
10.- El efecto más grande de la conversión es la reforma de la familia. Esto pasa por una
redefinición tanto del papel masculino como del femenino. El hombre, al dejar de tomar,
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normalmente se desprende de sus amigos. El trago en el mundo popular está vinculado
íntimamente a la idea de masculinidad. Es el nexo de la patota de amigos, abre la puerta a la
fiesta y, también, a la violencia.
El evangélico corta con todo ello y lo sustituye por la asistencia al templo en
familia, lo que implica asumir abiertamente su conyugalidad. Al interior del templo
encontrará el cariño, el apoyo y las emociones de la pertenencia que antes le daban la fiesta
con sus amigos.
En el caso de la mujer, la transformación es quizás todavía más profunda. Según
Sonia Montecino, en la tradición mariana subyacente en la sociedad latinoamericana, el
centro de la familia es la madre como protectora, como amparo y consuelo. La conversión
significa que la condición conyugal se sitúa en el centro, y la mujer adquiere un
compromiso económico más explícito. La mujer gana en dignidad, respeto y consideración.
Sale de la casa para ir al templo sola o con su marido, lee y comenta las Escrituras,
pertenece a una red social que apoya a la familia cuyo padre está cesante, y –punto
fundamental- se reúne regularmente con sus hermanas mujeres a discutir sus problemas y a
orar (las Dorcas).
La pareja evangélica se ve más unida. Viven en orden, lo que se aprecia a simple
vista observando la limpieza y cuidado de la casa, o la vestimenta de los niños.
11.- El mensaje evangélico se trasmite a través de muchas pequeñas iglesitas que surgen
como callampas en el medio popular chileno. En La Pintana hay algo de sesenta, por
ejemplo, con sus respectivos pastores. Controlan diversos programas de radio y son dueños
de la radio “Armonía”, dedicada exclusivamente al mensaje evangélico.
El movimiento es chileno, pero está conectado a redes internacionales. Así, por
ejemplo, según los estudios del CEP, el 80% de los pastores chilenos dicen haber salido del
país para hacer cursos o recibir instrucción. En La Pintana, el 44.2% de los pastores declara
estar influenciado por pastores de afuera de Chile. De modo que estamos en presencia de un
movimiento globalizado.
En materias morales tales como aborto, divorcio, relaciones sexuales
prematrimoniales y otras, los evangélicos son más conservadores que los católicos
practicantes. En general, les interesa poco la política y reparten su voto, más o menos,
como la población. Pero no esperan mucho del estado en materias económicas.
A diferencia de los católicos tienden a establecer un vínculo causal entre el
compromiso religioso y el éxito económico. Entre los observantes, un 61% cree que un
cristiano ejemplar será bendecido por Dios con bienes materiales. El 74.4% de los pastores
de La Pintana cree que la voluntad de Dios es que aquellos que creen en Jesucristo mejoren
económicamente. Un 60.1% de los observantes cree que su situación económica ha
mejorado desde su conversión.
Los evangélicos, a su vez, valoran más que los católicos la responsabilidad personal
y la iniciativa propia como causas del éxito económico de las personas. Es conocida su
honradez y disciplina laboral. Los más activos en sus respectivas iglesias frecuentemente
prefieren trabajar en forma independiente. En las investigaciones del CEP hemos
encontrado a menudo entre ellos a pequeños empresarios.
Pareciera, entonces, que el evangelismo está actuando como grúa entre los grupos
más pobres y vulnerables de la sociedad chilena. Y hay señales, recientemente, de que
algunos comienzan a integrarse a las capas medias y predicar un mensaje acorde con ello.
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Cuarta parte: el papel de los nuevos movimientos católicos conservadores
12.- En el extremo opuesto de la sociedad chilena –entre los empresarios y
profesionales- también se expande un movimiento religioso, vinculado a la familia.
Ordenes católicas, de tendencia conservadora, papista, mariana, contrarias al socialismo y a
la teología de la liberación, y pro empresa privada están jugando un papel importante en los
círculos más modernos y globalizados desde un punto de vista económico. En efecto,
empresarios que hicieron estudios de postgrado en Chicago o Harvard, que están en la
vanguardia en materias tecnológicas y financieras, sienten la necesidad de comprometerse
seriamente en movimientos religiosos tales como el Opus Dei, el Schoenstatt, o los
Legionarios de Cristo (de origen mexicano), entre varios otros.
Se trata de órdenes religiosas que le dan más importancia al laico, que tienen
colegios prestigiados y, generalmente, también universidades. Ninguna de ellas nace en
Chile. Se trata de movimientos internacionales. No puede decirse que se trate de
instituciones autóctonas y contrarias a la globalización. Representan, más bien, otra manera
de entender la globalización y de instalarse en ella. Las organizaciones conservadoras –
tanto como, por ejemplo, las ecologistas- implican una agenda y redes globales.
Su tarea se extiende a la empresa. Así, “Generación Empresarial”, institución ligada
a los Legionarios de Cristo, organiza frecuentes seminarios con líderes del mundo
empresarial acerca de temas tales como “Los siete pecados capitales”. Hace algún tiempo,
en uno de estos seminarios colgaba un lienzo con la leyenda “La ética es rentable”. Figuras
destacadas de “Generación Empresarial” tienen columnas en diarios de gran influencia.
El empresario y ejecutivo chileno es partidario de la economía de mercado y, a la
vez, tiende a ser un católico conservador en lo religioso y en materias de moral sexual.
13.- El intento por conciliar estas dos dimensiones refleja un anhelo muy hondo. Me
parece que la cuestión de la familia es aquí lo central. La familia filtra las tendencias
globales. Ciertamente, está recibiendo el impacto de la secularización y de nuevos estilos
de vida más permisivos. Las pertenencias religiosas corresponden a un intento por
mantener continuidades en medio de un mundo sometido a cambios vertiginosos.
La movilidad laboral entre una ciudad y otra, y la temprana separación y autonomía
de los niños respecto de sus padres son peligros que trae consigo la sociedad capitalista. Es
lo que sucede en Estados Unidos y aquí, en Chile eso no gusta. La proporción de padres e
hijos que viven bajo el mismo techo es tres veces mayor en Chile que en los Estados
Unidos. No es algo que la gente quiera cambiar.
La familia se siente llamada a intensificar y fortalecer el sentido de pertenencia de
sus miembros. Padres y madres, hijos e hijas, yernos y nueras, tíos y tías, sobrinos, abuelos
se siguen encontrando semana a semana, normalmente el domingo, para almorzar. Los
modernos hábitos deportivos, por ejemplo, se adoptan, pero de inmediato se incorporan a la
vida familiar. El divorcio -más allá del tema legislativo- es, en este contexto, una amenaza a
la continuidad y, por ende, a la identidad.
En una encuesta del World Values Survey, se preguntó qué era lo más importante
que debía enseñarse a un niño. Típicamente, los países como Alemania, Noruega, Suecia y
Suiza, respondían que la “perseverancia”. En la mayoría de los países latinoamericanos la
respuesta fue la “obediencia”. ¿Señal de una visión conservadora y tradicional? Sí. Pero
también de ansiedad.
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14.- La importancia de la familia es nueva, es moderna. Lo que describo no es,
simplemente, la inercia de un enfoque tradicional de la familia. En un mundo pluralista,
ningún padre, ninguna madre puede dar por descontado que sus hijos e hijas heredarán su
forma de vida. Puede ocurrir que se hagan budistas, musulmanes o New Age, que se
establezcan como una pareja homosexual, que se casen y decidan no tener hijos o que
resuelvan irse a vivir quizás a dónde.
Para alguien criado en una familia conservadora católica estas opciones son serias y
francamente problemáticas. Significan que la línea de herencia religiosa y cultural se corta.
Esto se vive como una pérdida de identidad.
Por otro lado, esto es parte de lo que entendemos por autonomía personal y libertad.
Es lo que da sentido a la idea de un orden social libre. Una vez que el “virus” de la libre
elección penetra en el organismo, ya no es posible esperar que los valores tradicionales se
reproduzcan solos y sin empeño de nadie. El “yo” pasa a ser, entonces, en buena medida un
proyecto personal.
Entonces, para trascender de una generación a otra, se vuelve imperativo un cuidado
de los hijos tal que haga probable que inventen sus vidas al interior del marco de la forma
de vida heredada, es decir, la de la comunidad. El padre aspira a que sus hijos pertenezcan a
la comunidad en la que él mismo tomó sus decisiones existenciales.
La participación en movimientos religiosos tiene mucho que ver con esto. La
religión vincula a la generación presente con la pasada y la futura, y de algún modo las
reúne en torno a la idea de una continuidad viva. Los seres humanos quieren transmitir sus
genes. Pero también su manera, casi siempre implícita, de habitar este mundo.
15.- La importancia de la religión, en términos sociológicos, se acentúa si uno considera
que la sociedad chilena y latinoamericana se caracteriza por una abierta y generalizada
desconfianza en las personas e instituciones.
Un estudio de Sociología de la UC muestra que en Chile sólo el 14% cree que se
puede confiar en las personas (en Estados Unidos es el 42%). Según el World Values
Survey, en general, los países latinoamericanos son los que menos confían en la policía, el
gobierno y los partidos políticos. En efecto, Venezuela, Argentina, Colombia, Brasil, Perú y
Chile están entre los diez países que menos confían en sus partido políticos. A la inversa,
entre los catorce países que más confían en las iglesias, siete –entre ellos Chile- son
latinoamericanos.
La tesis de Valenzuela y Cousiño es que si en Estados Unidos predomina la
“asociatividad”, basada en la responsabilidad personal de quien se compromete y firma el
contrato o se incorpora a la asociación voluntaria, en Latinoamérica predomina la
“sociabilidad”, derivada de las relaciones familiares.
La asociatividad se nutre de una alta confianza en el desconocido, el ajeno. La
sociabilidad, en cambio, surge de la reciprocidad y está ligada, como en las relaciones de
familia, al don recibido. No a un contrato explícito.
La idea de familia se toca con el concepto de amistad. A menudo ser amigo de
alguien significa ser amigo de la familia. La confianza se basa, en primerísimo lugar, en el
vínculo familiar. En general, los socios preferidos son el hermano, el primo, el tío, cuando
no directamente el padre. En Chile las empresas familiares son la regla. Incluso cuando una
empresa chilena es una sociedad anónima, se transa en la bolsa y tiene miles de accionistas,
el grupo controlador tiende a ser una familia.
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Por otra parte, la pertenencia a la iglesia y a un movimiento religioso probablemente
facilitan la superación de la desconfianza mutua. Las conexiones sociales es posible que
dependan más que en otros países de instituciones ligadas a la iglesia. La educación en
colegios católicos, y su prestigio, aumenta. Por contraste, la educación laica y
municipalizada pierde prestigio, incluso en la izquierda, que prefiere hoy, según nuestras
encuestas, educar a sus hijos en colegios privados subvencionados. Hay, con todo, algunas
excepciones notables como el Instituto Nacional, el liceo Carmela Carvajal y el Javiera
Carrera, por ejemplo.
Las sociedades latinoamericanas tienen un severo problema de legitimidad
institucional. Es, seguramente, el problema político básico de nuestro mundo.
La excepción son las instituciones religiosas. La consecuencia natural es que surjan
partidos políticos que, o se alimentan de tendencias eclesiásticas y religiosas, o se
convierten en sustitutos y equivalentes de la iglesia y sus órdenes sacerdotales. Marx vio
en la religión la principal fuente de legitimidad de una sociedad de clases. En América
Latina, por lo dicho anteriormente, legitimar las diversas instituciones sociales, directa o
indirectamente, consciente o inconscientemente, sobre la base de la religión resulta ser un
impulso especialmente poderoso.
La fuerza secularizadora en la modernidad, excepción hecha de los Estados Unidos,
ha sido avasalladora. Sus efectos se notan claramente en Francia y España, por ejemplo,
países de raigambre católica en los que la religión parece batirse en franca retirada.
Puede muy bien ser que Chile termine siguiendo ese mismo camino, que la vitalidad
de los movimientos religiosos conservadores corresponda simplemente a una fase
transitoria, a una manera de atemperar el impacto de cambios demasiado bruscos, que las
generaciones siguientes desconozcan esta ansiedad por conseguir alguna forma de
continuidad y permanencia de formas de vida amenazadas.
Las costumbres más liberales en materia de ética sexual, por ejemplo, parecen
difíciles de domeñar. El creciente apoyo a que se legisle sobre el divorcio sin ser, me
parece, un tema fundamental para los efectos de este análisis, apunta, sin embargo, en esa
dirección. Al mismo tiempo, hay que tener presente que la Iglesia Católica, a través de su
historia, ha dado pruebas de su extraordinaria capacidad de adaptación. Quizás encuentre
formas de flexibilizar, de hecho, muchas de sus posiciones actuales en vista de las nuevas
costumbres.
Con todo, lo cierto es que hoy en día tienen enorme gravitación y arraigo –por
razones que creo haber indicado- movimientos que quisieran desarrollar una manera propia
de participar en el mundo globalizado, abierta en lo económico, y tradicional en lo religioso
y lo moral. Con ello se intenta, a menudo inconscientemente, la preservación de un cierto
orden familiar y una cierta continuidad intergeneracional en la forma de vida.
En el mundo popular, por su parte, el auge del evangelismo conlleva una reforma
del papel de los géneros y la estructuración de una nueva conyugalidad. Se configura,
entonces, un orden familiar que facilita el compromiso con un proyecto de vida común
sumamente exigente, por cuanto rompe por completo con los patrones esperados en el
ambiente. Ese proyecto es, fundamentalmente, religioso y moral, pero acarrea
consecuencias para el trabajo –valoración de la honradez, de la disciplina, de la constancia,
del empeño y la iniciativa personal-. Va acompañado, además, de la esperanza de ser
bendecido por Dios con bienes materiales.
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-o-
(*) Director del Centro de Estudios Públicos. Profesor del Instituto de Filosofía de la
Universidad de Chile y del Instituto de Ciencia Política de la Universidad Católica. La
novela Cuando éramos inmortales (Alfaguara) es su último libro publicado.
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