texto Cornejo - El Colegio de Sonora

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El hecho de que aquí y ahora, se esté bautizando a una biblioteca con el nombre de un bibliófilo,
de un creador de libros, y de un adicto enamorado de la lectura, evidencia la sensibilidad y la
tradición humanista y científica de esta noble comunidad académica de El Colegio de Sonora. Lo
que hoy se me concede, es una honrosa distinción que aspiro a merecer y para la cual no me va a
alcanzar toda la gratitud de mi vida.
Por eso me causa tanta alegría la presencia de tantos amigos, compañeros, funcionarios, como el
señor gobernador Eduardo Bours, Ernesto Gándara, mis queridos exrectores, Jorge Luis, Ignacio
Almada y Catalina, próxima ex rectora, e invitados especiales que nos distinguen como el doctor
Juan Manuel Durán, el doctor Rafael Diego Fernández y todos mis queridos cómplices en mis
aventuras culturales.
Reitero muy especialmente mi más entrañable agradecimiento a tres de los Padres Fundadores:
Víctor Urquidi (que ya no está entre nosotros) el doctor Samuel Ocaña (que afortunadamente sí lo
está) y el licenciado Eduardo Estrella que cambió su vuelo desde México para estar en este evento
y Don Armando Hopkins quien donó su biblioteca personal entera a El Colegio de Sonora. A todos
mis más emocionadas y jubilosas gracias porque, les confieso, que disfruto esta distinción como si
la mereciera.
Por eso quisiera repasar, a vuelo de colibrí, la mini crónica de tres milagros que lograron que el
hombre saliera para siempre de la oscuridad ágrafa y analfabeta: la invención de la escritura, el
alumbramiento del libro y el nacimiento de la biblioteca.
Y eso me remonta 6200 años atrás cuando en la baja Mesopotamia, considerada la primera
civilización de la historia; la civilización cultivadora de cereales y de cultura: la sumeria, concibió
los primeros signos pictográficos e ideográficos que certifican “el comienzo de la historia” en el
famoso nivel IV del Yacimiento de Uruk. Más tarde, ordenaron y grabaron aquellos signos
cuneiformes en tablillas de arcilla y hacia el año 3500 a. c., se escribió en éstas la primera gran
obra literaria: la Epopeya de Guilgamesh:
SE HABÍA INVENTADO LA ESCRITURA.
Pero todo lo disolvió el aire, lo que prueba una vez más el dicho sumerio de que “haga lo que
haga, el hombre no es otra cosa que viento”.
Vinieron luego los egipcios con sus papiros, su escritura jeroglífica y su gran contribución al
avance de la palabra escrita. Y tuvieron que pasar mil años para que los griegos inventaran las
vocales, creando así el alfabeto y la foniké grámmata o gramática. Paralelamente se desarrollaba
la escritura signográfica de China y la pictográfica y figurativa de la Cultura Madre Olmeca y de su
heredera, la Maya.
Y pasamos a: EL ALUMBRAMIENTO DEL LIBRO.
El papiro griego en forma de rollo, data del siglo VII a. c. y se importaba de Egipto. Los griegos
llamaban a la hoja de papiro en blanco chartes y a la hoja escrita biblión. Al rollo lo llamaban
kilindrón y la palabra griega de tomós se aplicó al rollo compuesto por varios documentos pegados
entre si. En la más antigua Grecia, el verbo nemein tenía el sentido de “leer en voz alta” para
beneficio del público. Al mismo tiempo que inventaban la anagnósis o sea la lectura en silencio. El
paso del rollo al códice se da cuando el pergamino se une en un cuaderno de tablillas llamado
dipychun. Al principio del imperio romano esta forma unida al pergamino dio lugar al códex que
llegó hasta nuestros días.
Durante siglos, en China, Corea y en Japón, los textos fueron impresos en planchas o xilografías.
En Birmania, en esos tiempos, existieron textos plegables, con imágenes estampadas llamados
parabik. Se atribuye a T’Sai Lun, ministro del emperador Wa Di, la invención de papel hacia el año
105 d. c. Allí se estamparon los primeros empastados en forma de volumen:
SE HABÍA INVENTADO EL LIBRO.
Ahora solo imaginen, cuantas inteligencias y cuantas manos intervienen en el alumbramiento de
un libro: autor-editor-impresor-obrero… lector.
Llegamos así AL NACIMIENTO DE LAS BIBLIOTECAS:
Con los reyes egipcios Ptolomeo I y II, en Alejandría se construyó la biblioteca más famosa de
todos los tiempos en la que se acumularon millones de libros (entre ellos La Iliada y la Odisea que
conocemos gracias a esa maravillosa biblioteca). Se cuenta que ése tesoro de la humanidad fue
destruido durante el ataque de Julio César a Alejandría para acabar con los remanentes de la flota
naval de Cleopatra y que cuando sus subalternos le fueron a avisar, alarmados, que la biblioteca
estaba en llamas, el bárbaro generalote respondió algo así como “dejen que se consuma, al fin
que son puras ideas que, además, pueden ser peligrosas”. Afortunadamente acaba de ser
reconstruida después de dos mil años.
El comercio de los libros en Roma fue floreciente. Era el librero o bibliópata el que hacía transcribir
los libros a sus esclavos (servi literari o libran) Nació así la biblioteca pública por excelencia. En
Bizancio, entre el siglo VI y VIII, se construyeron bibliotecas enteras y se preservaron miles de
libros. Los árabes crearon la famosa biblioteca de Bagdad que atraía lectores de todo el medio
oriente.
En el siglo VI los monjes benedictinos crean una cadena de bibliotecas en Europa y los
monasterios irlandeses se convierten en el refugio más importante de la cultura clásica. En el siglo
IX el sabio Alcuino y sus seguidores, mantuvieron en la Aquisgrán de Carlo Magno una portentosa
biblioteca. A lo largo del siglo XIV la encuadernación en piel sustituyó a la de papel y los libros
tuvieron que ser encadenados a los pupitres para evitar su desaparición.
El nombre de Johan Gutenberg estará siempre unido al libro desde que él inventó la imprenta y
revolucionó el mundo libresco.
Los libros del México antiguo, llamados códices mexicas, con escritura pictográfica, ideográfica y
figurativa que fueron redactados por los tlacuilos y atesorados.
Y finalmente los libros de ficción llegaron a América de contrabando debido a su prohibición en las
colonias españolas por parte de la iglesia y el estado. Y no fue sino hasta el siglo XIX que la
industria editorial comenzó a desarrollarse y se tomó todo el XX para llegar al prodigioso poder de
producción de libros, de distribución nacional de ese patrimonio de la humanidad y de confección
de la infinita variedad creadora de esos objetos de lectura.
Pero… ¡Ay de nosotros!... Porque vivimos en:
UN PAIS DE ESCASOS LECTORES.
Desafortunadamente, el nuestro sigue siendo un país que no lee. No necesito decirles que en un
país de 105 millones de habitantes las ediciones de autores nacionalmente reconocidos son de 3
mil ejemplares; que en un país de esta magnitud sus habitantes leen un promedio de dos libros al
año; que en toda ésta enormidad territorial hay menos librerías que en una sola ciudad europea;
que el número de bibliotecas por habitante es de los más bajos del mundo; que…que tuvimos un
presideignorante apellidado Fox que confesó haber leído, en toda su oscura vida solo manuales
administrativos (seguramente de la Coca Cola) y que confundía Afganistán con Apatzingán y que
aconsejó a un grupo de campesinos que no leyeran para que fueran más felices; un gobernador
del estado más culto del país (Jalisco) Alberto Cárdenas que declaró en una rueda de prensa que
no había leído un solo libro en 7 años; un exgobernador de Guanajuato apellidado Medina
Plascencia que no había leído nada desde que se había cambiado a la capital porque sus libros
estaban todavía empacados y cuando se le preguntó cuanto hacía de eso dijo: “solo cuatro años”.
Y… ¿y para qué le sigo si eso nos lleva derecho a los territorios del desconsuelo?
Lo que si puedo decirles a esos (y a todos los no lectores) es que no saben de lo que se están
perdiendo porque los que no leen viven solo el lado oscuro de la vida: que los que no leen tienen
ojos, pero son ciegos. Recordarles que, según don Edmundo Valadés “las hojas muertas no son las
que caen de los árboles en otoño sino las que yacen en los libros no leídos”. “Si no puedo leer,
dice Otto Minera, si no puedo escribir, ¿qué puedo decir a todo aquel cuyo oído no está al alcance
de mi voz?. Y, repite Valadés, “el libro no leído es el peor tiempo perdido… porque leer es ya no
volver a estar nunca solo”. Porque…porque resulta que la ignorancia derivada del no leer, “es la
noche de la mente” según Lao Tse, “pero una noche sin luna y sin estrellas”.
Pero… para nuestra fortuna, también hay quienes disfrutan de:
LA ADICCIÓN LUMINOSA DE LA LECTURA,
como aquel amantísimo padre que al despedirse de su
hijo, en su lecho de muerte, le dice “cuando yo ya no esté contigo, trata de que un libro sea tu
mejor amigo”. Y aquel viejo maestro sufi que aconsejaba a su discípulo: “Si tu vecino quieres
conocer, averigua los libros que suele leer… y si algún día te abandonan los amigos, compra
libros: ellos te acompañarán, te instruirán, nada te pedirán y, y nunca se te irán”.
“Leer, es como amar”, dice Gabriel Zaid, “es solamente una de las formas de felicidad”; “Leer es
pasar los ojos, la voz, las orejas y el entendimiento por la escritura de alguien con mejores luces
que las nuestras” dice Ricardo Garibay, “por eso el pueblo que no lee, no sabe oír, ni ver, menos
aún pensar”. “Yo creo que el hecho literario se completa con la lectura”, agrega Juan Villoro,
“solamente cuando se lee un libro, se está auténticamente vivo”. Soy el resultado de los libros que
leí cuando niño – dice don Andrés Henestrosa, - de las canciones, de los refranes, de las coplas
que me sé de memoria; de los poemas que aprendí a través de los libros…”. García Márquez dice
que el que no lee, no puede entender el placer que hay en la lectura mucho menos saber de lo
que se está perdiendo. Y creo que fue Borges quien dijo que “hay cuatro cosas en la vida, que se
saborean en la boca: la comida, el vino, los besos y las palabras”. Y… todavía reitera la reina
japonesa Sarachi na Nikki, “el ser emperatriz no significa nada, en comparación con el goce de
leer”. Y, finalmente agrego yo que “debe ser muy triste morirse, sin haber leído suficiente.
Así es que, estar cultivando una biblioteca significa nada menos que estar construyendo el
pensamiento, estimulando la creación, la inventiva, la fantasía y la imaginación infinita del ser
humano.
*Texto leído en la ceremonia de nombramiento de la Biblioteca Gerardo Cornejo de El Colegio de
Sonora. Marzo 13 de 2008.
**Rector fundador y escritor de El Colegio de Sonora, [email protected]
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