Bilopayoo Funk Bilopayoo Funk novela Ricardo Cartas PRIMERA EDICIÓN, OCTUBRE DE 2012 D.R. © RICARDO CARTAS Twitter: @ricardocartas www.ricardocartas.com D.R. © EDUCACIÓN Y CULTURA. ASESORÍA Y PROMOCIÓN, S.C Campeche No. 351–101 Col. Hipódromo C.P. 06100, MÉXICO, D.F. Tel. (55) 1518 1116 [email protected] edicioneseyc.com Miembro de la Alianza de Editoriales Mexicanas Independientes. D.R. © GOBIERNO DEL ESTADO DE PUEBLA Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla Dirección de Literatura y Ediciones 3 Oriente 209, Centro Histórico 72000, Puebla, Pue. ISBN: 978-607-8022-80-9 Revisión de texto: Jaime Mesa y Andrea Huerta Dibujo de portada: Carmen Irene Gutiérrez Romero Retícula y diagramación: Abraham Z ajid Che Impreso y hecho en México Printed and bounded in Mexico If the children don’t grow up Our bodies get bigger But our hearts get torn up We’re just a million little gods Causin’ rain storms Arcade Fire a Indira por sus ojos I E n la mayoría de las escuelas te mueres de aburrimiento y en las excepciones, donde hay algo interesante, resulta que eres peligroso. Frank Loveland fue el tutor de mi proyecto. Era un tipo de unos sesenta años. Había estudiado en las mejores universidades de Estados Unidos y trabajaba en Montaña Siete, según él, por sus increíbles condiciones de trabajo: podía ir vestido de cualquier forma, decir groserías y escoger a sus alumnos. Cuando el Dr. Hell leyó su currículum me imaginé a un viejito acartonado pocas pulgas, con corbata de moño y cara de estar oliendo pedos todo el día. Afortunadamente Frank era todo lo contrario, llegó al laboratorio de cristal silbando, distraído como turista, haciendo que su cabellera se meneara de aquí para allá. Mi proyecto no era nada del otro mundo. Una estación de radio por Internet se le podía ocu11 Bilopayoo Funk rrir a cualquiera. Supongo que existen miles de muchachos transmitiendo desde sus casas, pero a Frank le había llamado la atención que dentro de tanto subgénero rocanrolero hubiera incluido la radio novela El Big Brother también llora. La historia del Big Brother en Perla es un asunto delicado. Hace unos años el autoritarismo en la ciudad había llegado a los niveles más altos. Todo estaba vigilado. En verdad no había callejón, casa, línea telefónica, red que se escapara del ojo vigilante. Afortunadamente, su poder estaba desapareciendo. Desde el año pasado no hubo ningún arresto por “Malidicencia”, término que se implementó al delito de hablar “negativamente” de Big Brother, nombre que se le dio al anciano que nos gobernaba y que muy pocos podían presumir de haberlo visto. Ese año sin arrestos políticos, llevó a pensar a la mayoría de la gente, sobre todo a Frank, Hell y Armando que el Big estaba en sus últimos días, tan debilitado que hasta un adolescente se atrevería a burlarse de él. —Tu proyecto es casi perfecto. Te llevas las palmas con esa radio novela, sólo que tanto rock se me hace exagerado: el pop no es el demonio que destroza los cerebros de los jóvenes. Yo soy 12 Ricardo Cartas fan de Shakira y no pasa nada —dijo Frank sonriendo. Aunque estaba seguro de que era una broma, no pude ocultar mi enojo. —¿No pasa nada? —le pregunté indignado—. ¡Están acabando con las neuronas de mi generación! —Deja el drama, muchacho. Aquí cada quien se sirve lo que se come. Hay algo que puede ser mejor —me dijo al estar ojeando mi proyecto—. No sólo vamos a incluir la radio novela. ¿Qué te parece si metemos unas grabaciones reales de estos tipos? Por ahí tengo algunas que nos pueden servir. —¿Grabaciones del viejo Big? —le pregunté tan sorprendido como si estuviera afirmando que tenía grabaciones que probarían la existencia de Dios Padre. Si poca gente había tenido la suerte de verlo, tener grabaciones de él y pasarlas por mi estación de radio era noticia tremenda. Sabía que me iba a meter en problemas, pero la idea que tenía de un “problema” era muy reducida con todo lo que venía en el futuro. Lo imaginaba como un monstruo de cinco ojos, cuatro brazos, escurriendo baba y con una torpeza de 13 Bilopayoo Funk antología. El problema real simplemente no tenía cara y en cualquier momento podría estar junto a mí, esperando el momento ideal para hacerme guacamole. Sin embargo, mi preocupación real en ese momento no eran los monstruos sino que Frank me dejara leer mi versión del Aullido de Ginsberg al inicio de la transmisión. A Frank le pareció un detalle anacrónico, aunque no pudo decir nada cuando le recordé de quién era el proyecto. Después de varios meses de investigación, ensayos y la recopilación de los materiales “secretos” (según Frank), estábamos listos para salir al aire. El próximo paso era mostrarle todos los avances al Dr. Hell para que nos diera el visto bueno. Salimos del laboratorio de cristal, de la punta de la montaña rumbo a la oficina de Hell. Frank me advirtió, mientras me enseñaba un par de discos, que nuestro proyecto era muy peligroso. Algo me sucedía cuando no entendía del todo una palabra. ¿Peligroso? Entonces cerré los ojos, busqué la primera imagen. ¿Mamá? La única que tenía en mi memoria era mi madre recitando todo lo que no debía hacer. El procedimiento era sencillo. Ignora, con eso basta —me decía. 14 Ricardo Cartas —¿En verdad crees que sea tan peligroso? — le pregunté a Frank con la intención de aclarar cualquier significado extra. No contestó. Hell abrió la puerta de su oficina y Frank le entregó los discos. Estuvimos un par de horas escuchando el material sin que nadie dijera una sola palabra. Después, el Dr. me pidió que saliera. No tuve de otra. Esperé en el jardín. No sé muy bien cuánto tiempo pasó, pero yo seguía pensando en la imagen. ¿Cómo era posible que relacionara la imagen de mi madre con el peligro? Claro, era regañona como casi todas las mamás en el mundo, pero de ahí a que fuera peligrosa… Después llegó Beneth preguntándome por Frank. Le dije que estaba con Hell en su oficina. Ella era de las clásicas chicas nerviosas que no podían estar sin hacer nada. —¿Tardarán mucho? ¿Llevaba la información? ¿Crees que acepte? —Tranquila —le dije interrumpiendo su ataque de preguntas—. Desde luego que lo van a aceptar. —¿Por qué estás tan seguro? —me preguntó mientras sacaba su teléfono—. Parece que me necesitan… 15 Bilopayoo Funk —¿Quién? —Hell, me está buscando. Voy a su oficina. —Oye, antes de que te vayas, ¿cuál es la primera imagen que te llega con la palabra peligro? —le pregunté con ánimo de acrecentar su desesperación. —Frank. Ese hombre es un peligro. Sonreí, aunque no debí de hacerlo. Al poco tiempo salieron los tres muy serios. Hell se fue con Beneth y Frank fue hacia mí. —Ya es tarde. Voy a dejarte a tu casa. Tienes que descansar porque mañana mismo empezamos la transmisión. —¿Mañana? Eso es imposible. ¿Dónde dejas el plan de marketing? Los anuncios que habíamos planeado… —No hará falta. Eso déjaselo a los productos que necesitan ayuda. En este momento muchos están esperando el primer segundo de transmisión. No sé cómo se enteraron de las grabaciones, pero necesitamos aprovechar el momento. Mañana a las siete de la mañana iniciamos. Salté de felicidad y abracé a Frank. Quizá tenía la mano destruida y mis sueños de ser guitarrista se habían ido al hoyo, pero ¡ya tenía mi 16 Ricardo Cartas estación de radio! (por internet, claro). Frank me advirtió que a Hell le había parecido muy peligroso. Otra vez esa palabra. —¿Entonces? —le pregunté. —Pues le dije que de eso se trataba, de correr riesgos. —¿Qué es lo peor que nos puede pasar? —Pasar a la historia. —¿Eso es lo peor? —Lo peor ya pasó. No dejes que te roben otro sueño más. Entonces entendí el sentido de la palabra peligro. Perder un sueño es convertirse en el peor de los cobardes. Llegué al laboratorio de cristal una hora antes. Después llegó Beneth muy nerviosa como siempre. Prendió las computadoras mientras checaba que todo estuviera listo para iniciar. Beneth era hermosa pero tanta perfección abruma. Frank llegó fumando. Saludó con un apretón medio cachondo a Beneth que la hizo enrojecer de inmediato. —¿Listo? —me preguntó como si fuéramos a iniciar un partido de fut. —Cuando tú digas, Frank —le dije muy serio. 17 Bilopayoo Funk Entonces todo inició. Frank me dio el micrófono y como lo habíamos planeado inicié con el Aullido: He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por el pop y las aburridas escuelas… No me dio tiempo de terminar. Frank y yo vimos a un grupo de policías rodeando el edificio de los laboratorios. Por primera vez había visto preocupación en el rostro de Frank. De inmediato checó su teléfono. Leyó un mensaje en el Twitter. —¿Qué pasa? —le pregunté, mientras él buscaba los cables de la corriente eléctrica que de inmediato desconectó para interrumpir la transmisión. Los policías comenzaron a forzar las puertas de cristal que terminaron siendo destruidas con un par de disparos. Frank y yo agarramos ritmo de cacos de mercado, nos pelamos a todo motor. Tomé la mano a Beneth para que huyera con nosotros; sin embargo, ver a los policías desenfundar sus armas provocó en ella una parálisis que me obligó a dejarla ahí; por más jalones que le daba no podía moverse. 18 Ricardo Cartas —¡Por atrás, por atrás! —gritó Frank. De inmediato nos topamos con el letrero: “Precaución: Zona de Experimento Vivíparo”. Sí, algunos muchachos en sus ratos libres intentaban hacer volar a unos guajolotes. Hell les dio permiso para que tomaran una parte del jardín en donde instalaron el corral-laboratorio. Hasta la fecha no habían conseguido que volaran, pero lograron hacerlos crecer como avestruces. ¿Se pueden imaginar eso? “Son los azarosos caminos de la ciencia”, siempre repetía Frank, “lo que buscas nunca lo encuentras, pero en el camino siempre hallas algo”. Díganmelo a mí. Yo lo único que quería era tocar con mi banda, pero por obra de no sé quién, ahora estaba siendo perseguido por sacarle unos cuantos trapitos al Big Brother de Ciudad Perla. Frank se detuvo a respirar un poco. Volteó a ver a los policías que estaban a punto de entrar al corral. —Si salimos de esto con vida, recuérdame que retomemos la clase de educación física. A pesar de que los guajolotes son de temperamento fuerte y cualquier cosa les molesta, pudimos entrar a su territorio sin problema; los señores 19 Bilopayoo Funk justicia la pensaron dos veces. Miraban a los tremendos animales con miedo. Los conocíamos muy bien, y sus dueños les habían enseñado a no picotearnos. Cuando los polis vieron que a nosotros no nos hacían nada, se dieron valor. Apenas pusieron el primer paso, los guajolotes los recibieron con sus picos enormes. Tremenda corretiza. Ahí los veías meneando el moco mientras los policías intentaban darles con las macanas. Frank y yo nos moríamos de la risa al ver sus caras hasta que llegaron los refuerzos, éstos sí bien armados, empezaron a disparar contra los guajolotes gigantes. Las cosas iban en serio. Frank ya no daba una y me dijo que huyera mientras él los distraía un poco. Corrí y corrí hasta que me encontré al guardia albóndiga cacarizo que me recibió con un golpe en la cabeza, después comenzó a arrastrarme. Peligro. Estaba a punto de entender la dichosa palabra. 20 II M etallica tenía a Cliff Burton, Mayhem a Euronymous, Nirvana a Kurt y Sex Pistols a Sid Vicious. Ahora el San Bayú Sound Machín tiene a Filisberto Ruiz Chiquito, conocido como el Chuk por su parecido (todo un güero de rancho) a Chuck Norris. No dominaba todas las artes marciales, pero sí todos los instrumentos con los que la banda contaba. Su papá también era músico y medio música. Nos contaba que se había ido a Estados Unidos porque aquí nadie le hizo caso. Siempre le mandaba postales a Chuk desde los lugares en donde se supone que estaba tocando Plain Finch, ése era su nombre artístico, aunque nuestro amigo siempre lo nombraba en español: El jilguerillo del llano. —Se oye espantoso —le dijo la Gaba. —¿Qué tiene? —nos reclamó Chuk. En Perú hay una cantante que se llama la Tigresa del Oriente y tiene un éxito increíble, ¿la han visto en You 21 Bilopayoo Funk Tube? Mi papá es un poeta. Un día les voy a dar un disco para que vean lo que es bueno. Nunca escuchamos ninguna grabación de su padre. Es más, no había ni una sola referencia en la red, lo que nos hacía pensar que había algo de mentira pero nunca le dijimos nada. Chuk, cuando hablaba de su “padre” se llenaba de luz, sus ojos expresaban un orgullo indescriptible. Cuando nos contó su plan, de inmediato le dijimos que un suicidio en una banda de rock no provocaría nada en la gente, ese tipo de actos ya no tenían nada de subversivo o quizá lo era tanto como sacarse un moco en medio de una reunión de señoras encopetadas. Casi diario un chico de nuestra edad se colgaba de su regadera y a la gente no parecía importarle. Menos al Big, cada chico caído era una preocupación menos para él y para muchos de los mayores que se aterrorizaron con los primeros casos, pero ahora todos se mostraban indiferentes. Chuk sería uno más en la lista. Además, no éramos una banda de Black Metal, ni siquiera nuestras letras eran subversivas, teníamos buenas calificaciones, eso sí muy freaks y toda la cosa, vegetarianos y teníamos cara de niños que no rompían ni un plato. 22 Ricardo Cartas Sin embargo, Chuk estaba decidido. Imagínense. Ya muerto, se publicarían en el Facebook las fotos de algún suicida con un tiro en la cabeza. ¡Santo Chuk adorado por las adolescentes rockers de todo el mundo! Mientras tanto, ahorraría dinero para producir el disco. Según él, en un par de años estaría de regreso y éxito seguro. Claro, antes teníamos que inventar una buena historia para que nos creyeran que Chuk no había muerto sino sólo estaba desaparecido. Situación poco probable; para él toda esta historia era un plan maestro. —¿Y si alguien te reconoce en Gringolandia? —le preguntó el Nawal. —Eso es lo mejor que nos podría pasar. Ya estaría en los niveles de Elvis o Pedrito Infante, que siempre los andan viendo por todos lados. —Tu plan es una porquería, Chuk —le comentó el Gato—. Nos vas a convertir en farsantes, después de eso nadie nos tomará en serio y adiós, futuro. —¿Y tú crees que en la escuela lo hay? Si lo que quieres es pasarte media vida aburriéndote en una escuela y después aspirar a un trabajo de doce aburridas horas, adelante, vas por buen camino. ¿Eso es lo que quieres? 23 Bilopayoo Funk —Nadie quiere ser un burócrata, pero tampoco un farsante que aprovecha la nota roja para hacerse publicidad —respondió el Gato. —¿No te das cuenta? Aquí todo es disciplina, pórtate bien, no contestes, ¿para qué?, para no provocar problemas. ¿Formas?, claro, ellos ven todo cuadrado. ¿A quién le importan las ideas? Todo lo contrario. Aquí todo lo que sea diferente, apesta. Atrévete a causar molestias en sus planes, los que no piensen como ellos terminarán hechos polvo. Chuk respiraba como un búfalo, mientras los demás guardábamos silencio. Se fue del café bastante enojado y sin despedirse. Sólo nos dijo que tenía poco tiempo. Su papá ya había pagado al pollero que lo contactaría en Tamaulipas y de ahí lo pasaría dentro de un contenedor hasta el otro lado. Chuk estaba convencido de que ésa era la mejor opción. Así que cuando la Big Sister nos dijo que nuestro amigo Filisberto había muerto, nadie se la creyó. El apodo fue obra de Lupita que era “callada y cabroncita”, así la había catalogado el profe de Literatura: “de esas hay que cuidarse”. Todos en la escuela la pensaban dos veces antes de hacerle 24 Ricardo Cartas cualquier jugada. El profe Rebobo nos hizo leer 1984 de George Orwell. Como siempre, muy pocos lo leyeron pero con ellos bastó para que se desatara una discusión tremenda. Las críticas al viejo Big fueron muy duras, algo imposible de imaginar hace unos años, pero hoy es de lo más común, se había convertido en deporte nacional. Sin embargo, Lupita se fue para otro lado. Aclaró que el viejo Big ya estaba a punto de morir. Ahora había que cuidarse de los pequeños, como nuestra directora. En ese momento el profesor se puso colorado, nervioso. Seguramente, una voz del más allá le decía: “métele el borrador en la boca, para todo esto antes de que te corran, perderás el aguinaldo, las vacaciones a Cancún, primas vacacionales, el auto y todo por culpa de esta pinche chamaca revoltosa”, pero el profe prefirió escuchar detenidamente las palabras de Lupita mientras caminaba lento por todo el salón. —Siempre anda vigilándonos. No puede ver a nadie reunido por los pasillos porque de inmediato se va a dar sus vueltas o de plano manda algunos intendentes a parar la oreja. La escuela está llena de cámaras. Es más, no dudo que en este momento ya esté enterada de lo que estoy diciendo. 25 Bilopayoo Funk Nos quedamos fríos cuando Lupita expuso los paralelismos entre el Big y la Big. Entre más avanzaba Lupita en su intervención, los colores que iba experimentando el profe delataban su terror porque también él era vigilado. El tiempo de exposición había terminado y el profesor no dudó en interrumpirla: “Muy bien, Lupita, excelente intervención, ¿alguien tiene alguna pregunta?” Lupita se le quedó viendo muy seria, y le pidió que la dejara terminar, que se le hacía una falta de respeto que no pudiera concluir. El profe no tuvo de otra más que aguantarse. El sobrenombre le quedó como anillo al dedo y todos en la escuela leyeron la novela de principio a fin. Entendieron de dónde había salido el apodo del que nos vigilaba. Los chicos hicieron una página en donde ponían todos los puntos en común entre los Bigs. Yo aproveché para hacer mi mejor rola: “I Hate School”. 26 III —S u compañero Filisberto ha muerto —dijo la Big. Jamás se me va a olvidar esa frase y los ojos de nuestra directora moviéndose como periscopios en busca de cualquier expresión sospechosa. Big Sister, que todo lo ve y todo lo sabe, nos llevó a su oficina en donde nos esperaba la mamá de Chuk. A pesar de que llevábamos más de un año tocando juntos, nunca nos la había presentado. La señora aparentaba unos cuarenta años y si no fuera por ese lunar que tenía entre ceja y ceja, sí me aventaba a ser el papá de Chuk. ¡La señora estaba buenísima! El Nawal y el Gato me mandaron las señales para que checara la mercancía, para ese momento ya estaba escaneada y bien guardada en mi memoria. Ahora entiendo por qué nunca nos la presentó, sabía que por lo menos una buena morboseada le iba a tocar. 27 Bilopayoo Funk No nos importó que la señora estuviera sollozando, así era el plan del Chuk y dentro de unos meses todo sería felicidad. Lo que no me gustó mucho fue la presencia de los policías con gafas oscuras. Nunca me ha gustado la gente que se cubre los ojos, ¿qué esconden?, y lo peor que te puede pasar es platicar con ellos de frente; sin mirada es como si estuvieras hablando con alguien sin rostro, sin personalidad, aunque se tratara de una causa justa, como lo es cubrir una espeluznante resaca. La Big Sister fue la primera en soltar la estocada. Alzó la voz diciéndonos: —¡Están enfermos! ¿Cómo es posible que alumnos como ustedes sean capaces de hacer tantas atrocidades? En general, éramos buenos alumnos. No éramos genios pero al menos no teníamos materias reprobadas. —¡Con esa idea de la banda de rock se echaron a perder, han llegado al límite! —gritó la Big. De inmediato la Gaba se soltó a reír. Uno de los policías abrió su libreta para iniciar las notas sobre el desvío mental de nuestra amiga. —¿Y todavía te ríes? —le preguntó la Big tan desesperada que comenzaba a llevarse las ma28 Ricardo Cartas nos a la cabeza. Situación extraordinaria porque atentaba contra el inmaculado peinado estilo quesillo de Oaxaca que por generaciones se había conservado intacto. La mamá entre gemidos y lloriqueos buscaba con la mirada a los policías para que hicieran algo. Uno de ellos, nada menso, fue de inmediato a consolar a la madre en pena con un abrazo apretadito y cachondón. —Esto se me sale de las manos, muchachos, tendrán que acompañar a los policías para que los interroguen —nos dijo la Big en tono regañón y ya con el peinado manoseado—. Pero antes tenemos que llamar a sus padres para que los acompañen. El Gato, con su risita burlona, dijo que él no iba a moverse si no lo acompañaba su abogado. Los policías cruzaron la mirada, mientras la mamá soltó un berrido que a todos nos sorprendió. —¿Se dan cuenta de lo que están haciendo? Poco falta para que uno de ustedes se meta con una metralleta a la escuela y nos mate a todos, ¿eso es lo que quieren? —insistía la Big hasta que uno de los policías puso orden. Se quitó los lentes, dejando ver el rojo intenso de sus venas oculares. Hizo un esfuerzo por limpiar su garganta de gargajos. 29 Bilopayoo Funk —¡A ver, cabrones! ¡Ya déjense de chingaderas! Ustedes publicaron en su feisbú que su amigo Chuk iba a morir en estos días. —Facebook —le corrigió la Gaba. —Eso fue lo que dije —contestó el poli muy quitado de la pena—. ¿No tienen nada qué decir? Canten de una vez antes de que mi amigo se enoje y nadie lo pueda controlar. Seguro que alguien de ustedes iba manejando ese camión. En la academia de policía nos han enseñado muy bien la personalidad de lacras como ustedes. Hemos llegado a la conclusión de que un accidente no se anuncia ¿verdad? “Brillante reflexión, señor justicia”, pensé. Después, todos en coro soltamos la carcajada: “¿Atropellado por un camión?” —Eso sí que no lo esperábamos —dijo el Nawal. Chuk nunca nos dijo cómo es que iba a “morir”. Pensábamos que iba a buscar algo más romántico. Tirarse de un puente, tiro de escopeta. ¿Cómo iba a salir retratado un rockstar atropellado por un colectivo destartalado? Los policías permanecían inmóviles, escuchando nuestras palabras. 30 Ricardo Cartas El que aún tenía puestas sus gafas aflojó su corbata dejando libre los kilos de papada ennegrecida. Alzó unas de las cejas que apenas se alcanzó a percibir por encima del marco dorado de sus gafas. —Muy bien, ustedes quisieron este final. Llame a los papás de estos mugrosos —ordenó el policía a la Big. Big Sister tomó el teléfono y le pidió a su secretaria que se comunicara con nuestros padres. —No es para tanto —dijo la Gaba—. Está bien, vamos a confesar. Sólo se trataba de un juego. Chuk simuló su muerte. Su plan era irse con su papá al otro lado a tocar. Es más, hasta nos dijo que su jefe ya le había pagado al pollero para que lo pasara al otro lado. La mamá dejó de llorar por un momento. —¿Eso fue lo que les dijo? ¡No puede ser!, ¡no puede ser! —repetía—. Filis nunca pudo aceptarlo. Toda esa historia de su papá músico y que se la pasaba en giras fue invento de él. —¿El jilguerillo del llano no existe? —preguntó el Gato. —¿ Jilguerillo del qué? Es la primera vez que escucho ese nombre… —contestó la mamá, intentando asomar una sonrisa. 31 Bilopayoo Funk —Pero tenía cartas, postales y fotos de su papá. Siempre nos las presumía. —dijo el Gato. —Sí, siempre fue muy hábil para crear sus historias… —Mire, aquí tengo una foto que nos dio el otro día —dijo Lupita, mientras abría uno de sus cuadernos. La mamá se quedó sorprendida y extendió la mano para recibir la fotografía del papá imaginario de Chuk. —No puede ser, pero si éste es Johnny Cash… Nadie de nosotros había escuchado ese nombre nunca. —¿Quién es? —le preguntó el Gato. —Fue un cantante de country que siempre escuchábamos en la casa. —Siempre nos dijo que era un buen músico y que se la pasaba rolando en toda Gringolandia. El policía interrumpió: —Pues será Pedrito Infante, pero su juego se les salió de las manos y ahora nos van a tener que acompañar al mp, ahí terminarán de contar su historia. Aunque el final siempre es el mismo… La única forma de acabar con las cucarachas es aplastándolas… 32 Ricardo Cartas —Miren —les dijo el Nawal aún no convencido de la muerte de Chuk—. Sólo hay una forma de saber si está muerto o no. Revisemos el face en este momento. Si Chuk subió algún cuerpo ensangrentado y su cara pegada con Photoshop es que todos caímos en su juego. Si no hay nada, entonces sí colgó los tenis. El Nawal estaba seguro de que Chuk vivía, por eso se atrevió a hacer el comentario. Al notar el silencio de todos, el Nawal revisó su teléfono para buscar la página; sin embargo, el policía lo interceptó: —¿De qué fotos estás hablando? —Si no hay fotos no sirve la publicidad, un poco de amarillismo no le hace daño a nadie — contestó el Nawal. El policía se paró y fue a la computadora de Big Sister. Tecleó el link y para nuestra sorpresa no había ni una sola foto de Chuk ensangrentado, sólo el anuncio de su muerte. —¡Ah chingá! —dijo el Nawal, mientras la Gaba se ponía blanca y el Gato y yo nos vimos para preguntarnos qué es lo que estaba pasando, aunque todo estaba clarísimo. Lupita comenzó a llorar junto con la mamá. 33 Bilopayoo Funk —Es cosa de tiempo, Chuk siempre se tarda en todo —comentó el Nawal. —¿Qué te parece si mientras tu amigo resucita les enseñamos unas fotos que quizá les interesen para subir un poco su rating —dijo el policía, mientras presumía su diente de oro. Después prendió un cigarro. La Big de inmediato recitó el reglamento en donde se prohibía fumar en todas las escuelas. El policía le echó el humo encima, mientras le recomendó que llamara a la policía. No tuvo de otra que improvisar una taza para que echara la ceniza. De su saco extrajo un montón de fotos que mostraban el cuerpo de nuestro amigo. No había duda de que era Chuk. Su cadáver estaba partido a la mitad y llevaba los Converse que él mismo había pintado con la caricatura de todos los integrantes de la banda. —¿Ustedes qué dicen? ¿Una lana y les pasamos las fotos para que las suban a su página? ¿Quieren más admiradores, no? —dijo el policía mientras sonreía. No sé porqué, pero la primera imagen que me llegó de Chuk fue ver su tronco encima de una 34 Ricardo Cartas avalancha, tomando vuelo con los brazos, intentando escapar de los largos pasillos de la escuela entre las piernas de todos los compañeros. La imagen fue horrible y jamás pude borrarla de mi memoria. Escapar de las patadas ajenas sería nuestro destino. 35 IV L os policías nos tomaron del cabello al Nawal y a mí, como si fuéramos monigotes de trapo. No sirvió de nada gritar y soltar manotazos. Los tipos eran de experiencia. La señora Chuk, la Big y nuestros amigos intentaron impedir que nos subieran a la camioneta blanca. No era un mito. ¡Existía! Siempre se hablaba que si alguna vez caías en la camioneta blanca jamás dejarías de ser un sospechoso. El más grande de los policías, al ver todo el dengue de las señoras, nos metió a la camioneta y después a los que faltaban; miró a las señoras, se tronó los dedos de la mano y de inmediato soltó un puñetazo a la mamá de Chuk. La Big se quedó fría, sin entender nada de lo que estaba pasando. Dentro de la camioneta, había más policías, pero éstos ya no portaban traje. Sus cuerpos eran atléticos, vestían uniformes negros y pasamontañas. 37 Bilopayoo Funk La Big comenzó a gritar que les avisaría a nuestros padres. Yo la observaba desde la ventanilla con su peinado en ruinas, intentando hablar por celular. Big fue hacia donde estaba la mamá de Chuk. Le preguntó si estaba bien. Las dos comenzaron a llorar. Vi de lejos cómo la Big alzaba las manos y dirigía su mirada al cielo. Después salió corriendo hacia la escuela. La perdí de vista por un par de minutos hasta que vi su auto siguiéndonos. ¿Estaría preocupada por nosotros o es que ni siquiera en esos momentos podía dejar de vigilarnos? El Gato, como siempre de imprudente, empezó a sacarle plática a uno de los encapuchados que de inmediato le respondió con un cachetadón: “Y da gracias a que eres menor de edad, chamaco pendejo”. Con tal dulzura nos dimos cuenta de que no se trataba de ningún juego. Cuando llegamos al mp, nos llevaron con el comandante Juárez, muy parecido a Juárez sólo que sin la raya en medio. Nos pidió que tomáramos asiento. Miró detenidamente a la Gaba. —¿Cuántos años tienes? —le preguntó Juárez sin dejarla de observar un segundo. —Quince —le respondió la Gaba, que por primera vez agachaba la cabeza. 38 Ricardo Cartas —¡Me lleva el carajo! A ver tráiganme a ese par de borrachines —le ordenó el comandante a uno de los policías que nos custodiaban. Los entacuchados llegaron inmediatamente con cara de espantados. —¿Qué les he dicho acerca de los menores de edad? Si ustedes no rebuznan porque Dios es grande y benevolente. ¿Qué se supone que hicieron estos críos? —Tenemos reportes, señor, de que uno de sus amigos se suicidó, un tal Filisberto Ruiz Chiquito. —Suicidio… muy bien —repitió el comandante mientras escribía con mayúsculas la palabra en un block de hojas amarillas—. Eso me queda claro. ¿Y estos chamacos, qué pitos tocan en el asunto? —Son sus amigos… —¡Putísima madre! ¿No me digan que los quieren poner presos por tener un amigo suicida? —No, señor, sólo pensamos que podrían aportar información para investigar. Estos muchachos son unos vagos, tienen una banda de rock y sus letras son subversivas… —No me digan, entonces ¿ustedes piensan?, ¿desde cuándo? 39 Bilopayoo Funk La Gaba en ese momento soltó una carcajada que fue imposible ocultar. —Suéltenlos inmediatamente. Y ustedes se quedan, nos vamos a comer un pollito —dijo el comandante Juárez mientras se acomodaba el pantalón. Cuando salimos, nuestros padres ya nos estaban esperando junto con la Big y la mamá de Chuk. Gaba se molestó al ver a su mamá. Era una abogada con muchos contactos y nunca tenía tiempo para estar con ella. Aunque era consciente de que ella podía hacer más que su papá, hubiera preferido verlo a él; bueno, lo ideal es que estuvieran los dos, pero desde que se divorciaron jamás han vuelto a estar juntos, ni siquiera para asuntos importantes de la vida de Gaba. Todas las familias de mis amigos eran disfuncionales, con padres divorciados, mamás solteras, menos la mía, situación que me hacía sentir en un estado desventajoso y verdaderamente disfuncional. Después de los lloriqueos y los abrazos, el comandante Juárez salió de la oficina para ofrecer disculpas a nuestros padres. En ese momento llegó la Big y la mamá de Chuk. Fue evidente que 40 Ricardo Cartas a Juárez le había encantado la mamá de nuestro amigo. —Yo a usted la conozco —le dijo de inmediato, sin pena. La ceremonia fue interrumpida por la mamá de la Gaba, que se dirigió al comandante para advertirle que se iba a inconformar ante los derechos humanos, que nosotros éramos menores de edad y que habían atropellado nuestros derechos. —Pues mire, señora, si usted quiere, puede ir hasta con el Santo Papa, está en su derecho. Estos muchachos ya están libres, no deben nada y cuiden a sus hijos, no vaya a ser que el día de mañana caigan otra vez por aquí. ¿Usted es la mamá del muchacho? —le preguntó Juárez a la señora Chiquito que aún sollozaba—. Resignación, señora —le dijo, mientras la abrazaba apartándola del grupo—. Afortunadamente, tenemos un grupo de psicólogos para ayudar a personas como usted. —¡Esto no puede ser! —gritó la mamá de la Gaba—. Golpearon a nuestros hijos y ahora usted intenta seducir a esta pobre señora. Juárez respiró profundo. La mamá de Chuk regresó a los lamentos. 41 Bilopayoo Funk —A ver, muchachos, escolten a estos ciudadanos hasta la puerta —les ordenó a los entacuchados—. Y si usted quiere proceder legalmente, como ya le dije, está en su derecho pero no interrumpa nuestro trabajo, ¿qué no ve que esta mujer está sufriendo? Los policías nos indicaron el camino hacia la salida con una delicadeza digna de aristocracia europea. Al momento de salir, el más panzón me advirtió: —Tuviste suerte, muchacho, el jefe andaba de buenas, pero nos volveremos a ver, grábate eso en la cabeza. Mi papá me tomó del brazo y el poli se despidió con una sonrisa. Estábamos marcados; ahora era cuestión de tiempo. ¿Atropellado? ¡Atropellados! Chuk no había sido el único y lo peor de todo es que ni siquiera había fotografías para subirlas al face. ¡Malditos policías voyeristas! Salimos del mp sin despedirnos, cada quien con sus padres. Los míos no me dirigieron la palabra en todo el camino. Mamá no me dio de cenar y me fui a mi cuarto sin poder creer que mi amigo había muerto. 42 Ricardo Cartas Eran apenas las diez de la noche y desde luego no pude dormir. En otra situación, hubiera tocado la guitarra a pesar de los gritos de mis padres para que le bajara al ampli, pero si ahora lo hacía seguro me cortarían la cabeza. ¿Serían capaces de pensar que tuve algo que ver con la muerte de Chuk? No era la primera vez que caía en los separos, pero por cosas mucho menores, una miadita en la calle, broncas afuera del Oxxo, pero afortunadamente los polis se portaban buena onda y me dejaban ir a cambio de mi reloj o el celular, pero ser sospechoso de la muerte de mi amigo era de ligas mayores. Y todo por la brillante idea de Chuk. En ese momento, recibí un mensaje de la Gaba para que revisara el Facebook. Dudé en hacerlo, pero al final lo hice gracias a mi morbosidad ilimitada. Sorpresa. Gaba había subido hace unos minutos la noticia de la muerte de nuestro amigo, el número de comentarios se había multiplicado y entre los mensajes había una invitación para que fuéramos a tocar al Clandestino, el hoyo funk más famoso por ser el semillero de las mejores bandas a nivel nacional. Vaya que sí tenía razón Chuk, si no hubiera sido por su muerte ni quién nos 43 Bilopayoo Funk pelara. El tipo que firmaba era un tal Armando. De inmediato le contesté que sí podíamos ir a tocar, sólo que esperara unos días, seguramente la banda quería guardar el luto; aunque en realidad lo que necesitábamos era tiempo para ensayar y cubrir el lugar de Chuk. Afortunadamente, la banda rolaba los instrumentos en cada canción y sabíamos tocar todos los instrumentos. Regresé a la cama con un revoltijo de sensaciones. Chuk, desde donde estaba, nos cumplía. 44 V N adie de nosotros se atrevió a ir al velorio. Seguramente la familia nos odiaba. Además, nos llegó el rumor de que el papá venía de regreso para cobrar las facturas. Esa noche soñé que El jilguerillo del llano nos perseguía con una metralleta que guardaba en su estuche de guitarra como en la película de Robert Rodríguez. En la escuela, nadie nos dirigió la palabra. Estábamos acostumbrados a ser los bichos raros: bicicleteros, mugrosos y estrafalarios en tiempos de All you need is pop. Nos encantaba dejar sorprendidos a los demás con nuestros trapos, pero ahora nos tenían miedo y nadie se nos acercaba. La situación se puso peor cuando quisimos entrar a nuestros salones. Los profesores nos comentaron que antes teníamos que pasar a la dirección con la Big Sister. Eso sí que me ponía nervioso. De nuevo nos reunió en la dirección. Y para acabarla de amolar, estaba acompañada de la 45 Bilopayoo Funk presidenta de la Sociedad de Padres de Familia, la famosa señora Caridad. Una tipa que se la pasaba todo el día en la escuela, sola y aplastada en las jardineras en espera de su hijo, un grandulón torpe que tenía que coordinar sus dos neuronas para dar un paso, piedrísima para todas las materias y que se mantenía en la escuela gracias a la barba que la mamá le hacía a la Big. La señora Caridad pedía nuestras cabezas. —Pues ya estarán contentos —nos dijo Big—. Si nuestra escuela se había salvado de los escándalos, gracias a ustedes estamos en las estadísticas. ¿A dónde quieren llegar con esas garras y ese grupito? Ni crean que no me he enterado de esa canción que le hicieron a la escuela. ¿“I Hate School”? ¿De qué se trata? Pero no nos vamos a quedar con los brazos cruzados, en este momento se me largan, ustedes no pueden estar en esta escuela y contaminar a los demás con sus malas mañas. La señora Caridad se regocijaba ante la decisión de la Big. Quise explicarle a la directora que la canción no tenía una dedicatoria en especial sino que se dirigía todas las escuelas, pero la gorda Big Sister 46 Ricardo Cartas de inmediato abrió la puerta de la dirección para que nos fuéramos en ese momento. La señora Caridad nos dijo que nos encomendáramos a Diosito para que recuperáramos el camino. —Pobres ovejas descarriadas —dijo, cuando estábamos saliendo de la dirección. En ese momento sentí que toda la sangre se me iba a la cabeza, pero la que no se pudo quedar callada fue Lupita. —Mire usted, señora, ojalá algún día se dé cuenta de que está cometiendo una injusticia. Nosotros éramos amigos de Chuk y nadie más que nosotros siente su muerte. Le recomiendo que no meta a Dios en estas cosas porque usted sólo está hablando desde su moral envejecida que tiene a su hijo hecho un idiota, pero no se preocupe, algún día su hijo va a despertar y créame que no le va a gustar mucho el resultado. Y por cierto, métase su caridad por donde más le quepa. La señora Caridad se persignaba y la Big se puso de todos colores. Antes de salir el Nawal les pintó un dedulce: “Ahí se lo reparten entre las dos”, les dijo. 47 VI E stábamos a la mitad del segundo de preparatoria. Eso significaba perder el año y ser parte del selecto grupo de ninis juveniles. Hay que aclarar la denominación porque también hay ninis rucos (nininis: ni estudian, ni trabajan, ni son jóvenes). —Tarde o temprano seríamos parte de las estadísticas —dijo la Gaba en forma de broma. Nos montamos en las bicicletas y fuimos al “Café”, el cual había quebrado hace unos meses y mientras tanto, Donatello (por su parecido a una de las Tortugas Ninja), que en ese momento era novio de la hermana del Nawal nos lo prestaba. Ahí teníamos todo lo necesario para crear. No necesitábamos mucho, un espacio, atmósfera mugrosa y nadie que nos estuviera vigilando. Gaba prendió los amplificadores y comenzó a rasguear “I Hate School”. Cada quien tomó su instrumento. Sabíamos que lo único que nos 49 Bilopayoo Funk podía hacer sentir bien era tocar y reventar con el sonido. Tocamos cada una de nuestras rolas y en verdad sentí que éramos lo máximo. Después de todo, era lo único que teníamos. Intempestiva, Gaba dejó la guitarra y se encerró en el baño. Todos paramos, el Nawal soltó las baquetas y fue tras ella pero le fue imposible alcanzarla. Sabíamos muy bien lo que Gaba estaba sintiendo. Estar fuera de la escuela era un problema, significaba estar fuera de todo, no ser nada. No había nada peor que quedarse en la banca, como el ninguneado del equipo, al que nunca le dieron la oportunidad de saltar a la cancha para probar su talento, mirando cómo los demás construyen su vida. La televisión no paraba de soltar estadísticas sobre la cantidad de jóvenes que andaba sin hacer nada, sin mostrar la más mínima preocupación por el futuro. Ése no era nuestro caso, nosotros estábamos muy preocupados; sin embargo, tendríamos que esperar el próximo año para ver si alguna escuela nos aceptaba, aunque sabíamos que era una falsa esperanza. Una vez expulsado de una, nadie nos abriría la puerta. La Big se comunicaría con todos los directivos para dar los pormenores de nuestro comportamiento. Nadie 50 Ricardo Cartas se arriesgaría. Y faltaba lo peor, el encuentro con nuestros padres. Después de un rato la Gaba salió del baño sin ninguna muestra de haber derramado lágrimas. Apareció tranquila. Caminó hacia donde estábamos sentados y nos propuso seguir con la banda. —Hay que ser coherentes, si tenemos una banda, hay que vivir así, salirnos de nuestras casas y vivir tocando. El hecho de que nos hayan corrido de la escuela es lo mejor que nos pudo haber pasado. No tenemos de otra —dijo la Gaba muy convencida. —Es más, podemos vivir aquí. Hay varias bandas que han hecho lo mismo, haremos una granja, grabaremos discos, toquemos y vivamos al día —le hizo segunda el Nawal. —¿Quieren hacer eso en verdad? —preguntó el Gato. Todos respondimos que sí. Salimos del café sin ningún destino. Avanzamos unas cuadras hasta que el Gato encontró una peluquería. —Nuestro pacto inicia aquí. Ellos nos expulsaron de la escuela para prevenir que contagiemos a los demás. Nos consideran como enfermos 51 Bilopayoo Funk mentales. Pues ahora lo vamos a parecer, vamos a pelarnos a coco y, de paso, las cejas. Si antes nos veían como bichos raros, ahora les vamos a provocar asco —dijo el Gato, mientras estacionaba su bici. Nadie se echó para atrás. Nos sentamos de dos en dos en los sillones del peluquero y de tajo nos iban quitando todo el cabello. El peluquero estaba muerto de la risa: ¡ah, esta juventud, oh, divino tesoro! Pero el acto aún no estaba completo. En ese momento, nos sentíamos los chicos más honestos del mundo. Así que el Gato nos convenció de que la ropa no nos hacía falta: —Somos seres límpidos. Nuestra desnudez es el símbolo de nuestra banda y de nuestra nueva vida —dijo el Gato con aire de guía espiritual. ¡Lo increíble es que nos convenció! Hasta Lupita y Gaba se quitaron la ropa y se subieron a sus bicis muy quitadas de la pena. La gente nos aplaudía como si estuviéramos desfilando en algún carnaval. Afortunadamente no se cruzó ningún policía en nuestro camino. Todos encuerados, fuimos cantando hasta que llegamos a la escuela. En el camino habíamos recogido algunas flores con las que Lupita y Gaba hicieron unos collares. 52 Ricardo Cartas Los guardias de inmediato fueron hacia nosotros. Fue Gaba quien les puso el collar. Nos tomamos de las manos un rato hasta que apareció la Big Sister gritando a todo pulmón que nos largáramos. —¡Voy a llamar a la policía para que se los lleven por exhibicionistas! —No se preocupe, señora, ya la hemos perdonado. Regresamos a nuestras casas en completa calma. Obviamente, vestidos y pelones, con nuestras caras de aquí no pasó nada. Y ya se imaginarán la que se armó cuando nuestros padres nos vieron. Al Gato le pegó su mamá con una escoba y estuvo a punto de correrlo de la casa. La familia del Nawal no pasó del comentario de su papá: “¡pinche loco!, ¿y ahora qué vas a hacer?” El papá de Gaba fue el último en enterarse y muy civilizado, antes de soltar el regaño, fue a la escuela para que le explicara Big Sister por qué había expulsado a su hija. Al ver la facha rocanrolera del papá ni siquiera lo atendió. Les mandó a decir con su secretaria que la Gaba había sido expulsada por su conducta indeseable. El papá se puso furioso pero nadie le hizo caso. Lu53 Bilopayoo Funk pita les explicó detalladamente todo lo que había sucedido y al parecer a sus papás no les importó mucho, salvo que iba a perder el año. Yo preferí no comentar nada sobre mi expulsión. Por el pelo no dijeron mucho, creo que otra locura más ya nadie la notaba. Al otro día mi madre recibió la llamada de la Big. Esa noche volaron chanclas, escobas y platos. Ninguno de sus proyectiles me alcanzó, pero me aplicaron la ley del hielo y el castigo siberiano. Sabía que tarde o temprano se les iba pasar. 54 VII E l Facebook estaba lleno de comentarios sobre la muerte de Chuk y la próxima tocada en el Clandestino. Era increíble cómo de un día para otro El San Bayú Sound Machín dejaba el anonimato para convertirse en el tema más comentado de la ciudad. Todos los chicos marginados, de los que nadie quería dejaban comentarios en nuestro muro del Facebook: ¡Vamos a destruir el sistema! ¡En el Clandestino inicia la historia! ¡Reventemos los oídos! ¡Incendiemos Perla! Desde luego, la mayoría no nos habían escuchado, pero con el escándalo bastaba. No nos costó trabajo acomodarnos. Lo que sí se nos complicó fue lograr que nuestros padres comprendieran que el San Bayú era lo único que nos quedaba. Los primeros días teníamos que esperar a que se durmieran para poder ir a ensayar al café. Tocábamos toda la noche hasta las cinco de la mañana, antes de que amaneciera para que 55 Bilopayoo Funk nos sorprendiera la luz en nuestras camas como si nada hubiera pasado. Lupita tuvo la brillante idea de colgar una foto de la Big frente a nosotros, detalle que nos empujó a tocar con toda la rabia. Mis padres se dieron cuenta a la tercera noche de que su querido hijo no estaba durmiendo en su cama. Mi madre en su desesperación les habló a las mamás de todos mis amigos. Esa noche recibimos la visita de nuestros padres en el café. Desde que escuchamos los porrazos que le daban al portón supimos que eran ellos. —Tranquilos, no pasa nada —nos dijo el Nawal intentando calmar los ánimos—. Escuchemos todo lo que nos tengan que decir y después déjenmelos, ya tengo todo preparado para que nos dejen seguir en el grupo. El Gato y yo abrimos la puerta del café. La imagen fue espeluznante; nuestros padres tenían cierto parecido a las momias de Guanajuato con sus ojeras y sus pijamas fodongas. Mi madre era la peor, parecía alma en pena con su bata blanca y sus pelos de novia de Frankenstein. Cuando me vio, echó unos gritos tremendos que provocaron el terror de los demás padres. 56 Ricardo Cartas —¡Pinche chamaco cabrón! —gritó mi madre intentando agarrarme pero la mamá de la Gaba la detuvo. El Gato les dijo que pasaran. Los padres, muy civilizados, lo obedecieron. El Nawal en su papel de árbitro, dejó en claro las reglas: —Sabemos que esto no está nada bien pero es nuestra pasión. La música es lo único que tenemos y la verdad es que no somos tan malos. Qué más quisiéramos nosotros que ser buenos abogados, químicos, no sé, hasta profesores, pero esto es lo que nos gusta. Mi mamá ya iba a soltar el primer grito, pero una vez más la mamá de la Gaba interrumpió. —Pues entonces queremos escucharlos —dijo la abogada. Sin decir una palabra, cada quien tomó su instrumento. El Nawal marcó los tiempos e iniciamos el primer concierto ante nuestros padres. Sólo fueron diez canciones, pero con eso bastó para que nuestros padres en la penumbra de un café abandonado escucharan el alma de sus hijos. Con resignación, los permisos llegaron sin ningún problema. Día y noche nos dedicamos a preparar nuestro concierto en el Clandestino. 57 Bilopayoo Funk El día llegó. Nunca había pisado el Clandestino, pero sus referencias eran suficientes. Las mejores bandas habían tocado ahí en sus inicios y si pasabas esa prueba, tenías todas las de ganar. Fuimos la tercera banda. La gente estaba prendida y nosotros en el nervio total. Iniciamos con “Sácale los ojos a la Big”, después “I Hate School”. Fue increíble, parte de la banda cantó de principio a fin todas las rolas. Éramos todo un éxito. La voz de Gaba era un lamento que todos sentían como suyo. Jamás se me olvidaría esa sensación. Todos esos chicos cantando y sintiendo lo mismo que nosotros. Cuando terminamos, lo primero que hice fue ir a la barra para tomarme un refresco. Los punks del Clandestino no tenían nada que ver con lo que yo pensaba. Eran tranquilos y podríamos decir que hasta amables. Todo el lugar estaba lleno de chicas y chicos rarísimos. Todos me sonreían y me daban la mano para felicitarme. Me atendió un señor calvo y con una barba de sabio que de inmediato me llamó. —¿Tú eres el que hace las rolas? —me preguntó. 58 Ricardo Cartas —Las letras solamente. —Son geniales, bróder, tenemos que hacer algo más, tu banda solamente estará unos meses de moda y todos te olvidarán. ¿Qué es lo que piensas estudiar? —¿Estudiar? Por el momento no creo, me acaban de correr de la escuela por ser mala influencia para mis compañeros, ni siquiera les interesa lo que pienso. Sólo te marcan como raro y ya todo está perdido. —¿Ser raro es estar perdido? —Para la Big Sister sí. —¿Entonces existe? —En todos lados hay una Big Sister que te intenta joder la vida. —Creo que entendiste mal mi pregunta. Jamás quise saber si te ibas a matricular en una escuela; sólo te pregunté qué es lo que vas a estudiar. Las escuelas no son necesarias, por lo menos en el sentido tradicional que conocemos. Soy Armando. Me da mucho gusto conocerte. ¡Vaya que sí se hicieron famosos de un día para otro! Pero no tenían que llegar a tanto. —¿Te refieres a Chuk? Fue casualidad, nosotros no estábamos de acuerdo con su plan, pero 59 Bilopayoo Funk al tipo se le cruzó un camión… No te rías, en verdad que no tuvimos nada que ver. —Me río por lo del camión y tienes razón, el destino siempre termina imponiéndose; pero ¿no crees que siempre hay forma de hacer lo que uno quiere? La Big es sólo una especie de prueba… —¿Lo que uno quiere? —me pregunté. Y de inmediato el viejo barbón me hizo la pregunta: —Supongo que ahora estás muy bien, tienes lo que quieres ¿no? No le respondí. Otros chicos llegaron a la barra, saludaron y se dirigieron a él para pedirle una cerveza. Había de todo en ese lugar, no sólo punks, sino eskatos, darketos, raperos, metaleros, sobrevivientes hippies, rastas, de todo. Todo era buena onda en ese lugar. —¿Oye, y ya tienes escuela? —me preguntó Armando mientras se enredaba el índice con su barba. —Pensé que no las considerabas necesarias — le respondí molesto. No tiene caso, es imposible conseguir escuela en estos momentos, estamos a la mitad del curso, ¿quién podría recibirnos a estas alturas? Además ya tengo antecedentes, no creo que nadie se interese en un tipo como yo. 60 Ricardo Cartas —Yo sé de una que te puede gustar. Los focos rojos se encendieron. Sin duda, la actitud de ese tipo me estaba pareciendo muy sospechosa. ¿Yo sé de una que te puede gustar? Sí, es la clásica invitación de algún tratante de menores de edad para prostituirlos o ya de plano para ponerme en las esquinas a limpiar parabrisas. Así que le dije que no estaba interesado en estudiar por el momento, que la banda era mi único proyecto. No me despedí y fui con unos eskatos que había conocido en otra tocada y que hoy también debutarían. Comencé a sentirme nervioso, Armando no me quitaba la mirada de encima. Otro grupo de punk comenzó a tocar. La banda era buena y todos estaban saltando. De lejos vi que a la Gaba la abordaron unos tipos mayores, como de unos veinticinco años y con corte de militares. Iban vestidos muy decentes y hasta llevaban la camisa metida en el pantalón, ¿ustedes pueden imaginar eso? A leguas se veía que sólo estaban ahí para causar problemas. Ella intentó buscar a alguien para pedir ayuda. Corrí hacia ella, pero cuando pude acercarme uno de los tipos me recibió con un codazo en el pecho que me dejó sin aliento. Como pude, me 61 Bilopayoo Funk paré y fui hacia ellos de nuevo con ánimo de venganza. Con la Gaba nadie se podía meter, que por cierto ya estaba gritando mientras un tipo la abrazaba. Lo peor de todo fue que no encontraba al Gato y al Nawal por ningún lado. Los tipos estaban hiper musculosos y arremetieron a golpes y patadas con sus botas de casquillo todo mi cuerpo. Perdí el sentido. No escuchaba nada. Fue como un sueño. Yo estaba tirado en el piso, podía ver sus botas sobre mi pecho, sus dientes exhibiéndose como marca de chacales. La imagen de las luces del techo y sus caras demoniacas divirtiéndose con cada golpe que me daban. Después vino lo peor. Uno de los tipos reventó una botella de cerveza, haciéndola añicos, en mi mano derecha. Se había impuesto el destino. El silencio continuaba a pesar de que gritaba con todo el aliento que me quedaba. Los chicos observaban cómo mis manos sangraban, mientras los tipos se preparaban para terminar el acto. Uno de ellos sacó un cuchillo. Sonrió y con todo su odio lo clavó en mi mano. El silencio, por fin, se rompió. Grité hasta desgarrarme la garganta. 62 Ricardo Cartas Armando salió de la barra con una varilla. Los tipos huyeron. En la puerta los esperaba una camioneta blanca; parecida a la que nos treparon ese par de policías. Estaban cobrando las cuentas pendientes. La Gaba lloraba y yo me quedé tirado, mirando las luces del techo, sin poder voltear a ver mi mano deshecha; no sólo ella, sino toda mi vida. 63 VIII N o recuerdo más de esa noche. Cuando abrí los ojos ya estaba en mi recámara. Mi mamá entró sin poder ocultar su cara de preocupación. De inmediato me vi la mano derecha enyesada y con unos fierros saliendo de mis nudillos al estilo Pinhead de Hellraiser. —Alguien quiere hablar contigo —dijo mamá. En ese momento entró Armando. —¿Qué hace usted aquí? ¿Anda en busca de más talentos? —le pregunté. —Ya tenía rato que no llegaban; esto no es normal, ¿de casualidad no has tenido algún problema con policías? —Yo no tengo problemas con nadie, pero al parecer ellos tienen uno muy grande conmigo. Es una historia muy larga, pero espero que con esto ya quede saldada la cuenta. 65 Bilopayoo Funk —Sinceramente no creo, pero ya habrá tiempo para que me platiques. ¿Qué les digo a tus amigos? Están allá afuera desde hace un rato… Abrió la puerta y uno a uno fueron entrando con sus caras de palo. —¿Ya subieron la noticia en la página? —les pregunté. —No digas tonterías, esto se está convirtiendo en un circo —respondió la Gaba—. Vamos a terminar con este cuento de la banda, hasta aquí llegamos… —¿Están locos? ¿No recuerdan el juramento que hicimos? Yo voy a reponerme y seguiremos tocando, por lo mientras pueden conseguir a alguien para que termine las tocadas que tenemos programadas. Mandar al diablo a la banda es una exageración. Es nuestro sueño, lo único que tenemos y nadie nos dijo que iba a ser fácil conservarlo. No los pude convencer. Salieron de mi recámara con la idea de terminar todo y convertirse en chicos buenos, comunes y muy obedientes. Un par de horas después apareció en el Facebook la cancelación de todas las tocadas del San Bayú Sound Machín por la agresión de la cual fue 66 Ricardo Cartas víctima uno de sus integrantes en el Clandestino. Los comentarios llegaron de inmediato, pero no tuve valor para leerlos. Ese mismo día Armando me mandó un mail sobre una escuela que estaba a las afueras de la ciudad: Montaña Siete. Me explicó que era una de las mejores que había y estaban dispuestos a platicar conmigo la próxima semana. La propuesta sonaba bien. Armando especificó que en Montaña Siete no había asistencias, ni clases tradicionales. “¿Una de las mejores de la ciudad?”, me pregunté. Eso sí me sonaba un poco raro, ¿por qué no le dio esa oportunidad a mis demás compañeros? Para ser realistas, ni siquiera tenía en claro qué es lo que quería hacer de mi vida; salvo no regresar a la escuela. Creo que no tenía de otra, por ahora la escuela es algo irremediable. —No creas que es tan mala, siempre hay excepciones —me dijo Armando, por teléfono. Recibí la visita del médico y me dijo que por lo menos en un año no podría tocar la guitarra. Mi mamá se puso a llorar, pero yo brinqué de alegría. Un año no era nada; las palabras del médico habían sido esperanzadoras, el dolor que sentí 67 Bilopayoo Funk cuando esos tipos me hicieron polvo la mano me hizo pensar que nunca en mi vida podría regresar a tocar. Hablé con Armando para decirle que aceptaba entrar a su escuela con la condición de que convenciera a mis amigos para continuar con la banda. Armando me dijo que lo diera por hecho, que sería muy sencillo. Pero había que esperar unas semanas para que pudiera recuperarme un poco. 68 IX P asar tres semanas encerrado con mi familia fue una gran prueba. El tema recurrente: la escuela. Mi madre pasó por varias licenciaturas probando suerte. Nada le convencía hasta que encontró a una señora que sabía leer las cartas españolas. Ella dice que todo en la vida son señales, así que cuando conoció a esa señora no dudó que por ahí estaba su camino. Cuatro semestres de medicina, dos de diseño gráfico y uno de leyes dio como resultado una mamá medio bruja. Le iba muy bien, gracias a sus dones místicos-mágicos pudo hacer una casa en forma de castillito europeo. Sus clientes eran desde políticos en desgracia hasta amantes en terapia intensiva. A mi papá nunca le cayó el veinte que mi mamá se hiciera cargo de la casa. Era su trauma. Había estudiado psicología y tenía un consultorio en donde no se paraban ni las moscas. Mi mamá 69 Bilopayoo Funk se lo instaló en una zona muy mona de la ciudad para que tuviera en qué entretenerse, pero todos en la casa sabíamos que mi papá era una especie de mantenido de clóset, porque hasta eso, mi mamá siempre nos quiso dar la imagen de que papá era el que salvaguardaba a la familia. Inclusive, ella nunca desembolsaba ni un peso, siempre nos mandaba con papá que repartía sin muecas a mi hermana y a mí. Papá era una especie de francotirador. Se la pasaba escribiendo cartas a los diarios y hablando a todas las estaciones de radio para dar su punto de vista sobre cualquier tema. Durante su juventud publicó un libro en donde ponía a la familia como el centro de la degeneración social: La familia, el yo y el abismo, que llegó hasta la quinta edición. Dice mi mamá que durante ese tiempo mi papá era la promesa de la psicología en el país. Las universidades lo llamaba para que dictara conferencias, pero con el tiempo todo se enfrió, mi mamá salió embarazada, se casaron con fiesta y toda la cosa y mi papá dejó de escribir. Cuando los lectores del Dr. Martinoli se enteraron que iba a formar una familia, tiraron sus libros y lo tacharon de farsante. Eso le pro70 Ricardo Cartas vocó una depresión tremenda y se encerró en su consultorio en donde apenas le llegaba una que otra pareja en plena ruptura. Desde luego que era una situación frustrante para mi papá. Tratar a una pareja en separación era como si el médico más preparado se la pasara curando catarros. Sin embargo, yo admiraba muchísimo a mi papá, siempre estaba al pendiente de mí, porque mi mamá agarró a mi hermana de su second para todo. No nos quitaba el sueño que mi papá fuera un mantenido porque en realidad era muy buena onda. Siempre platicaba con nosotros y nos traía de aquí para allá, mientras mi mamá se la pasaba descubriendo el futuro a sus clientes. ¿Qué puedo decir de mi hermana? No sé, quizá ella era completamente distinta a mí. Mientras yo me quedaba las horas en el estudio de mi papá, ella siempre estaba con sus amigas buscando galanes. El Dr. Martinoli me inscribió a cualquier cantidad de cursos y talleres, pero lo que más me gustaba era ir a mis cursos de música, a los cuales asistía desde los seis años. Chelo, violín, viola, el contrabajo, de todo, aunque la reina era la guitarra. Él estaba contentísimo de que su hijo fuera 71 Bilopayoo Funk un virtuoso. Soñaba con que estudiara música y que me vistiera de frac para dar conciertos en la sinfónica. En esa época también era mi sueño, hasta que mi primo Ángel me habló por teléfono para que lo acompañara al Vive Latino. Desde luego que sabía de qué se trataba, pero nunca me imaginé que me fuera a cambiar la vida. Cuando les pedí permiso a mis papás para ir con mi primo a un concierto, les tuve que decir que se trataba de uno de la sinfónica de la unam; la verdad no creyeron que Ángel tuviera idea de la existencia de una sinfónica o de la unam. Fue mi hermana la que metió su cuchara y dijo: —De seguro van a ir al Vive, es el mismo día y además ¿dime qué concierto sinfónico dura tanto? Mi mamá puso el grito en el cielo como siempre. Me dijo que apenas era un chamaco de secundaria, que me esperara a que estuviera en la prepa. Tenía ganas de decirle que era una señal en mi vida, así como las que les inventa a sus clientes. Insistió que no era muy bueno que fuera a ese tipo de lugares, que había visto en la tele que las chicas que asistían a esos conciertos hasta se levantaban las blusas para enseñar las chichis. ¡Vaya que 72 Ricardo Cartas si estaba informada mi madre! Eso ni yo lo sabía, pero el Dr. Martinoli entró luego para suavizar el encuentro. Sólo dijo que ya era hora de conocer el lado salvaje de la vida. No sé qué es lo que quiso decir con eso, pero a mi papá nadie le rebatía nada. Así que abrió su cartera y me dio un buen billete para que me fuera con mi primo al Vive Latino. Con la advertencia de que me cuidara, sobre todo de mi primo, que entre la familia tenía fama de malandrín profesional. Cuando llegué a su casa me abrió mi tía con su mandil de cuadritos rosas y me agarró a besos. Me dijo que ya estaba muy grandote y que había llegado en el mejor momento para que probara sus carnitas. Yo le contesté muy normal que no comía carne, que desde hacía dos años era vegetariano. Y para qué. Quizá eso era lo peor que le pude haber dicho. Me dijo que con razón estaba tan ñengo, pero que iba a preparar una ensalada para que pudiera comer algo. Subí a la recámara de Ángel y sufrí un shock. Todo estaba oscuro y apestaba tremendo a cigarro. Cuando mi primo me vio, de inmediato se fue a los abrazos y me dio una chela que sacó de su frigobar que tenía como buró. 73 Bilopayoo Funk —¿Te dejan chupar en tu recámara? —le pregunté verdaderamente asombrado. —Más bien hacen como que no se dan cuenta, pero mi papá hace lo mismo; bueno, no tiene un refri porque la chela le hace daño, pero siempre tiene una botella de whisky en la recámara. No pregunté más. Creo que este es el mundo salvaje al que se refería mi padre. En cuanto tuve la chela, me la empiné. No era la primera vez que lo hacía, la verdad es que ya llevaba una buena trayectoria de bebedor de clóset, con mis compañeros del curso de guitarra. Sólo nos echamos un par porque la tía nos llamó para desayunar las carnitas. Bueno, a mí me preparó unos nopales con lechuga y un agua de jamaica. Mi primo al ver el cerro de vegetales me preguntó: —¿Eres puto, güey? La tía soltó la carcajada y yo me acordé de las palabras de mi padre: “mundo salvaje.” Al terminar de desayunar, mi primo me dijo que nos subiéramos a su recámara de nuevo, que tenía que hacer unos cambios en mi look. Nadie en su sano juicio iba a ir al Vive con playerita polo y zapatos de vestir. Me prestó unos Converse y 74 Ricardo Cartas una playera negra de una banda que en mi vida había escuchado. Así que para no hacerle publicidad a un grupo que ni conocía, decidí volteármela aunque se vieran las costuras. —Perfecto —dijo mi primo, así la usan algunos punketos que odian la publicidad. Mar de gente. Por donde quiera que voltearas había raza de todo tipo. Miles y miles desde las diez de la mañana haciendo cola para ver a las mejores bandas del país. Lo mejor de todo eran las chicas que andaban con sus minis, enseñando la pierna y dejando su estela de feromonas que me aspiraba enteritas. Tan sólo en la cola de la entrada me había enamorado unas diez veces. —Tranquilo, Nerón —me decía mi primo—, ahora que entremos vemos a quién nos conectamos. Miré mi reloj y conté las horas que tenía para buscar alguna nena rockerona y salvaje. Vimos bandas a lo bestia. De aquí para allá cada media hora. Panteón Rococó, Las Víctimas del Dr. Cerebro echando su desmadre de siempre, Molotov, Nortec, Charly Montana con su barriga como si fuera a tener perritos, Tex-Tex, Ely Guerra. De todo. 75 Bilopayoo Funk Sí, era tanto que ya comenzaba a tener un dolor de cabeza que me hacía odiar a los miles de personas que había en el foro. Le dije a mi primo que necesitaba respirar y echarme una chela. Ángel se me quedó viendo como que si fuera el peor bicho, de inmediato me abrazó y me dijo: —Mira, primo, puedo entender que seas vegetariano maricón, pero ¿cómo es posible que quieras perderte el mejor concierto? ¿Sabes quién va a tocar en unos minutos? Desde luego, no tenía la más mínima idea y le contesté con mi cara de imbécil que no sabía. Se llevó las manos a la cabeza y me dijo que lo olvidara. Sacó fuego por la nariz y yo me largué lo más pronto posible del escenario más grande del Foro Sol. Lo primero que hice fue ir por una chela pero la cola era inmensa. Todos tenían prisa porque estaba a punto de iniciar el concierto. Era cosa de minutos para que se vaciara. Y cómo fue. Hasta parecía que estuviera contando el tiempo: tres, dos, uno, ¡pum!, todos se habían ido, excepto ella, la Gaba, sí, la misma que en unos meses me iba a encontrar en la preparatoria. Nunca había conocido a una mujer tan hermosa y tan inteligente, 76 Ricardo Cartas pero bueno, eso fue efecto secundario, lo primero que le vi fueron sus increíbles piernas. La mirada fue tan descarada que de inmediato se dio cuenta. Ella se acercó de inmediato: —¿No piensas ir al concierto? —No, me duele la cabeza con tanto ruido, sí me gusta esta onda, pero creo que es mucho —le contesté casi temblando. —Eres un poco raro, aquí a todos les gusta el ruido. —Quizá; es la primera vez que vengo. ¿Quieres una cerveza? —le pregunté. —Sí —contestó ella. Fui a la caja y pagué dos. No sabía muy bien lo que tenía que hacer con ella, pero tenía todas las ganas de subirle su microfalda y hacer las cochinadas que ese cuerpo se merece. —Yo voy al escenario verde, es el más chico y con menos gente. —¡Vamos! —le dije de inmediato sin saber lo que me esperaba. Lo único que quería en ese momento era librarme de la gente. Atravesamos todo el Foro. Ni siquiera sabía el nombre de esa chica pero platicábamos como si fuéramos amigos de años. Resulta que ella tam77 Bilopayoo Funk bién estudiaba música desde que era niña, sólo que le había metido al piano, aunque en realidad lo que más la llamaba era cantar. —¿Quieres entrar a mi banda? —me preguntó mientras yo le daba un trago a mi cerveza. Eso nunca lo había pensado. Bueno, lo que importaba en ese momento era quedar bien con ella y sobre todo, buscar el pretexto para saber su nombre. —¿Entonces? —me preguntó. —Claro, siempre ha sido mi sueño tener una banda, pero no entiendo por qué yo. Me imagino que has de conocer a mucha gente. —Eso déjamelo a mí, por cierto, ¿cómo te llamas? —Eusebio ¿y tú? —Gabriela, pero todos me dicen Gaba. Sonrió y continuamos caminando hacia el escenario verde que parecía un desierto. Apenas había unas cien personas dispersas en la explanada. En el escenario había un tipo ya medio viejo, vestido de negro, tocando con su guitarra. Al parecer era la primera rola que se echaba. Gaba se puso como loca y corrió para estar frente al escenario. No tuve de otra que seguirla, sin en78 Ricardo Cartas tender qué de extraordinario podía tener el tipo de la guitarra. Gaba no fue la única. La poca gente que había se aglutinó para tener el mejor lugar y entonces empezó. Nunca había escuchado una voz tan enrarecida. Quizá mala pero provocadora, singular, enferma, deformadora de las reglas. Y toda la banda empezó a cantar. A pesar de que sus rolas parecían una especie de trabalenguas indescifrable, todos se las sabían de inicio a fin. Era imposible preguntarle a Gaba quién era el tipo que cantaba. La banda, sin duda, llegó a tener verdaderos orgasmos en ese concierto. Yo quedé impresionado, nunca había visto a un músico con tanta pasión. Al terminar la tocada, Gaba me preguntó si me había gustado. No quise demostrar mi asombro, así que le respondí que había sido bueno, así, a secas, pero le dejé en claro que si estaba pensando en hacer música de ese estilo no íbamos a tener mucho éxito que digamos. —¿Éxito? —cuestionó la Gaba con una cara como si estuviera oliendo caca—. ¿De qué estás hablando? 79 Bilopayoo Funk —Sí, no puedes dar un concierto con ciento veinte personas, hasta en las luchas hay más gente. —¿Crees que Jaime López es un fracasado? Vaya, por fin supe quién era el tipo que tocó. —No sé, supongo que no es lo mejor para un músico ya entrado en años ¿no? —Creo que me equivoqué… —¿De qué hablas? —Nada, pensé que sí sabías de música, pero ahora me sales con que la neta es el éxito. Si en eso estás pensando, deberías de irte a tocar chun-tata. Bueno, el chun-tata es la neta, pero está vacío, no dice nada. Ninguno de los pinches roqueritos está interesado en decir nada. Sólo se visten raro, se cuelgan aretes por todos lados, tatuajes por todos lados, mucho desmadre, muchas viejas y viejos, muchas drogas pero en el fondo no hay nada. ¿No te das cuenta que todos son iguales? Pura pose y nada de sustancia. Pero al parecer eres igual a ellos. La cagas. Me sentí peor que cuando mis padres me regañaban. Gaba me había dicho lo necesario para hacerme sentir mal el resto de mi vida. Lo peor de todo es que sí estaba de acuerdo con ella, pero mi jodida soberbia no me dejaba aceptar que Jai80 Ricardo Cartas me López me había parecido lo más increíble que había escuchado en mi vida. Gaba se fue y yo me quedé parado como todo un imbécil en medio de la explanada. Intenté encontrar a mi primo pero entre tanta gente fue imposible. Me quedé sentado en las gradas del escenario principal mientras veía cómo los miles de chavos gritaban, bailaban y uno que otro salía volando. Cuando todo terminó, me fui caminando a la salida. Ahí volví a ver a Gaba, que se estaba subiendo a una camioneta negra. Una de las ventanillas se bajó y vi el rostro de Jaime López despidiéndose de toda la banda. Gaba no me vio. En ese momento sentí que la presión me subía. ¡Pinche Jaime! Quizá no tenía más de cien personas en sus conciertos, pero el desgraciado ruco se estaba llevando a la mujer de la cual estaba completamente enamorado. ¡Pinche Gaba grupi!, pero bueno, sólo los macizos como él podían darse esos lujos y los idiotas como yo estaban condenados a estar solos. Ésa fue mi conclusión. Así fue como conocí a Gaba. Después iba a saber la verdad sobre su relación con Jaime López. 81 Bilopayoo Funk En medio de la espesa noche, miles de jóvenes que salían del foro se adueñaban de la calle. Éramos tantos, que era prácticamente imposible encontrar un espacio libre; éramos tantos que a nadie le importábamos. El metro estaba abierto hasta las once de la noche. Apenas teníamos unos minutos para llegar a la estación e intentar abordar el vagón. Desde que salí del foro, la atmósfera estaba enrarecida, cubierta con una especie de resaca emocional que nos había dejado a todos en somnolencia. Después de un clímax colectivo sólo queda descender hasta que algo te detiene. Pero no todos tienen esa suerte. A unos metros de llegar a la estación, unos policías comenzaron a desviarnos. Nos impidieron la entrada sin ninguna explicación. Sin embargo, todos nos dimos cuenta de que algo muy fuerte había pasado adentro. Las rejillas de la entrada nos dejaban ver algunos chicos que salían cubiertos de sangre. Entre ellos se ayudaban a tranquilizar a los demás porque ninguna ambulancia había llegado hasta ese momento, sólo la policía pero ellos estaba ocupados impidiendo que pasáramos. 82 Ricardo Cartas Observé que una chica pudo salir de la estación. Era evidente que estaba en shock; dio un par de pasos y se desmayó. A pesar de haberse desvanecido a unos pasos de la policía, ni siquiera la voltearon a ver. Fui hacia ella. De inmediato recuperó el conocimiento. No hubo necesidad de preguntarle qué pasó dentro de la estación. Ella sola, con la necesidad de vomitar todo lo que había visto, comenzó a contarme de manera desordenada todo lo que había pasado. Un grupo de chicos había saltado a las vías justo en el momento en que llegaba el tren… Llegué a mi casa al amanecer. Fue imposible conseguir un taxi para regresar, así que caminé mientras pensaba en todos esos chicos que se habían suicidado, en las piernas de la Gaba. El Dr. Martinoli y mi mamá estaban súper preocupados porque habían visto en la televisión todo sobre los suicidas y llegaron a pensar que, en una de ésas, yo podía estar en la lista. Nunca se había visto en Perla una tragedia como esta. Desde el año pasado los suicidios habían ocupado las primeras planas de la nota roja. “Hechos aislados”, decían algunos rumiantes del Big Brother. Pero cada una de esas islas lo fueron cubriendo todo, escuela, familia. 83 Bilopayoo Funk Mis padres pasaron la noche en vela, viendo las escenas que la televisión transmitía. Las cámaras de seguridad habían grabado cada uno de los movimientos de los chicos hasta el momento en que se lanzaban a las vías. Fue impactante verlos. Mis padres, mi hermana y yo nos quedamos en silencio, viendo la escena una y otra vez. Todos los canales repetían las imágenes sin parar. Del shock pasamos al aburrimiento y de ahí a la burla. Siempre sucedía lo mismo en la ciudad. Era el ciclo de nuestra tragicomedia. 84 X C onocí al Nawal y al Gato en la secundaria. Íbamos en el mismo grado pero en distintos salones. Juntos desde la primaria pero nunca nos habíamos hablado porque nos considerábamos rivales en los partidos de futbol. Coincidimos en la banca del castigo. Cuando el Pitufo te sorprendía en algo, tenías que irte a la banca mientras esperabas a tus papás. Ahí llegaban todos los desmadrosos de la escuela. Era un punto de encuentro increíble, servía para conocer a los mismos de tu calaña. De inmediato nos hicimos amigos y nos propusimos hacer una banda de punk. El Nawal en la bataca, el Gato en la lira y yo en el bajo. La primera canción que hicimos fue un himno para la escuela: “La muerte del enano”, danzón dedicado para el director chaparro que le hace la vida imposible a todos los chicos de esta escuela. El Nawal consiguió que pudiéramos tocar en el concurso de fonomímicas de la secundaria. Tenía 85 Bilopayoo Funk una especial capacidad para relacionarse con todo tipo de chavos y chavas. No le importaba si fulanita era fresa o si aquel era hijo de no sé quién, el tipo siempre estaba metido en todo. Así que cuando el comité de estudiantes abrió la convocatoria, nosotros ya estábamos ensayando para nuestro debut. En el cartel se anunciaba nuestro nombre para cerrar el magno evento: “San Bayú Sound Machín”, ése fue el primer nombre que se nos ocurrió ya que los tres vivíamos en la misma colonia: San Baltazar Campeche. A las chicas fresas organizadoras les pareció medio naco, pero pegajoso. Sólo teníamos un mes más o menos para sacar por lo menos tres rolas, eso sí, nos propusimos que no fueran cóvers, sino originales. Yo era el responsable de escribirlas, me las daba de compositor profesional, pero la verdad es que se me complicó bastante. Teníamos poco tiempo. Mi padre se dio cuenta de mi estrés. —¿Qué te pasa? Tienes cara de estar sosteniendo al mundo… —Pues casi, necesito componer por lo menos tres canciones para esta semana. Ya tengo la música pero de las letras nada. 86 Ricardo Cartas Mi papá se quedó pensando en silencio. —Tengo algo que posiblemente te sirva. Salió corriendo al estudio y cuando regresó me entregó una libreta que parecía el manuscrito original del Quijote. —¿Y esto qué es? Papá, estás viendo que apenas tengo el tiempo para hacer las rolas y tú me traes esto. Mi papá sonriendo me dijo: —Son mis poemas. Te apuesto lo que quieras a que te van servir. Agoté todas las posibilidades, pero al final tuve que echarme un clavado. Hubo dos que quedaron justos a la música que había hecho, sólo le cambié un par de palabras y listo, estábamos armados para convertirnos en los héroes de la secundaria. El Nawal organizó todo el show, compró varios paquetes de papel higiénico y los repartió entre los más allegados para que los aventaran cuando cantáramos “La muerte del Susano”: así fue la clave para que no se enteraran los jefes sobre la temática de la rola. La pasamos de mano en mano a todos los estudiantes para que se la aprendieran. Pero ustedes ya saben, los rajones nunca faltan. El 87 Bilopayoo Funk enano mandó a llamar a las organizadoras para interrogarlas sobre una supuesta canción que se había preparado en su contra. Las chicas se hicieron como que la virgen les hablaba y argumentaron demencia. De inmediato nos dieron el pitazo. Nunca nos dijeron que suspendiéramos la tocada o que nos brincáramos la rola, pero decidimos pararle al desmadre. Coincidimos que no era muy buena idea soltar la rola frente al director, pero la máquina ya estaba echada a andar; no estaba en nuestras manos. Los imitadores pasaron: Madonna, Guns N’ Roses, Alejandro Fernández, y muchas chicas enseñando pierna. El momento había llegado. Fue el mismo director el que nos anunció. Desde luego, no faltó el choro sobre la apertura que tenía la escuela en relación con las nuevas expresiones artísticas y la libertad de expresión. Según él, estaba convencido de que la educación tradicional había llegado a su fin, que los jóvenes por naturaleza debían de ser críticos y rebeldes, con ustedes “San Bayú Sound Machín”. Todos empezaron a aplaudirnos y gritar el nombre de nuestra banda. Yo me quedé helado, nunca había sentido esa sensación. El Nawal estaba blanco y el Gato me miraba fijamente: 88 Ricardo Cartas —¿Será neta lo que dice el enano? —me preguntó. —Es puro choro, no deja de ser un ruco mentiroso —le respondí muy convencido. —Pues ya se chingó, tomémosle la palabra, vamos a cantar “La muerte del enano” aunque nos corran —dijo el Nawal. —¿Te cae? —preguntó el Gato—, ¿tú qué dices? —me preguntó, después de todo, yo era el compositor y dueño de la rola. No respondí. Agarré el bajo y salí al escenario. Atrás salieron ellos sin decir una sola palabra. Cuando estuvimos los tres ahí parados, la raza se puso como loca e iniciamos con una de las rolas que hablaba sobre unos vampiros urbanos que se alimentaban de colegialas vírgenes y que al tercer día se murieron de inanición por falta de pureza. La cara del enano mostraba un tremendo enojo. El respetable comenzó a desesperarse. Estábamos a punto de abandonar el escenario cuando un grito anónimo pidió “La muerte del enano”. En ese momento alguien soltó el primer rollo de papel que para colmo cayó en la cabeza del chaparrito. No hubo tiempo de disculpas, así que el 89 Bilopayoo Funk Gato inició el guitarreo que todo el mundo estaba esperando. Los tres al mismo tiempo empezamos a cantar: “Ya estoy harto que me digan lo que tengo que hacer/ Ya estoy harto que me digan lo que tengo que pensar/ Ya estoy harto que me digan lo que tengo que soñar/ Por eso reclamamos”. Y el coro fue monumental: “La muerte del enano”. En ese momento todos los rollos de papel se veían en el espacio volando de un lugar a otro. Todos se subieron a las butacas y comenzaron a saltar como locos. Las chicas se subieron al escenario y el reventón ya estaba armado. Una chica que nunca había visto en mi vida subió al escenario y se aventó al público. Todos estábamos tremendamente emocionados y dispuestos a rocanrolear. Fue como un sueño, tan breve y fugaz como todos los sueños. Con el último guitarrazo vino el bajón. Nadie de los que estábamos en el auditorio podíamos creer lo que había pasado. Intentaba buscar al director pero por ningún lado lo hallaba. Los chicos salieron cantando la canción y nosotros nos fuimos al camerino en silencio, pensando en la factura que tendríamos que pagar mañana por la mañana. 90 Ricardo Cartas Aún era temprano y decidimos ir por unas chelas para celebrar nuestro… ¿Cómo le podríamos llamar? Supongo que, irreverente debut. La chica que se había aventado al público nos estaba esperando en la salida. De inmediato se presentó como Lupita y tenía una cara de no romper un solo plato. —¡Estuvo orgásmica su tocada, muchachos! —nos dijo, mientras nosotros la observábamos de pies a cabeza—. Pero les hace falta algo. —¿Cómo qué? —le preguntó el Gato. —Una mujer. —¿Sabes tocar algún instrumento? —le preguntó el Nawal, mientras Lupita sonreía. —Desde luego, puedo con la otra guitarra si es que quieren o el violín, es cosa de que platiquemos. Esa tarde nos acompañó a las cervezas y bebió al parejo de nosotros. Ya estaba lista para iniciar su aventura con el San Bayú Sound Machín. Como era de esperarse, el Pitufo nos citó en la dirección. Cuando entramos, nos invitó, muy educado, a sentarnos mientras ponía una canción en su computadora. —¿Cómo están, muchachos? ¿Cómo los ha tratado la fama? 91 Bilopayoo Funk No respondimos nada. Sabíamos muy bien que el enano tenía juego. —Bueno, creo que ya saben que están en mis manos, pero no se pongan nerviosos, no voy a expulsarlos. Aunque no lo crean soy un convencido de la libre expresión y de la crítica. Al ver nuestras caras, tuvo que ir al grano. —Está bien, con ustedes no se puede. Lo único que les voy a pedir es que en cuanto acaben la secundaria no hagan el intento por quedarse en la prepa de esta escuela. Hay muchas preparatorias mucho más liberales, quizá alguien pueda aguantar que les compongan canciones, ¿no creen? —Trato hecho —contestó el Nawal sin pensarlo mucho. —Pero hay otra cosa, necesito hacer algo con ustedes. Voy a llamar a sus papás y los voy a condicionar el tiempo que les resta. Si ustedes hacen otra de sus malandrinadas, los expulso, ¿qué les parece? En ese momento nos entregó los citatorios para que nuestros padres fueran a la escuela al otro día. —Tómense el día, sigan celebrando su inicio en el rock and roll, para que no digan que soy un viejo represor. 92 Ricardo Cartas Como anillo al dedo. Ahora teníamos el pretexto perfecto para huir de esa escuela. Nos comunicamos con Lupita para avisarle que habría ensayo por la tarde. Llegó con un amigo que le decían el Chuk y también quería entrar a tocar con nosotros. Al principio se me hizo demasiado: un integrante más y pareceríamos la Sonora Matancera, pero el chico nos explicó que él podía tocar cualquier instrumento, que su papá era un músico country en Gringolandia y quizá podía conectar unas tocadas por allá. Ensayamos toda la tarde, Lupita y Chuk se habían acoplado de maravilla. Pasamos una buena tarde platicando sobre música, libros y de la escuela. —¿Se dan cuenta? Estamos repitiendo las mismas chingaderas desde la primaria, en inglés no pasamos del verbo to be, ¿así para qué carajos vamos a la escuela? —dijo Lupita enrabiada. Al llegar a mi casa, mis papás y mi hermana me estaban esperando para cenar. Sabía que algo malo estaba sucediendo, pero los saludé como si nada, con beso a cada uno. —Voy a lavarme las manos —les dije, pero mi papá de inmediato me ordenó que me sentara. 93 Bilopayoo Funk Presentí que el desgraciado Pitufo, les había contado a mis papás sobre todo lo que habíamos hecho ayer en la fonomímica. Así que me senté resignado a recibir una buena terapeada por parte de mi padre. Mi mamá tenía los ojos rojos, como si hubiera llorado por horas y mi hermana estaba peor, toda blanca y sin hablar, situación completamente extraordinaria. —¿Qué pasa? —les pregunté. —¿Sabías que tu hermana andaba con el profesor de educación física? —¿Con el Conan? —le pregunté a mi hermana. —Sí —respondió ella con su voz de niña. —¡Wow! Eso sí que es un notición, no pensé que alguien pudiera aventarse un tiro de esos. ¡Con el Conan! Oye, pero ese tipo es casado, con hijos y toda la cosa, además dicen que tiene todas las enfermedad venéreas habidas y por haber. Mi papá dio un manotazo en la mesa. Nunca lo había visto tan enojado. —¿Sabías que andaba con tu hermana? —insistió. Afortunadamente, sabía muy poco de la vida sexual de mi hermana. 94 Ricardo Cartas —No, cómo crees, sabía que andaba con varios, pero nunca escuché nada del Conan. —Pues tu hermana está embarazada de ese tipo. Vaya, vaya. Mi hermana la fresa revolcándose con el profesor de educación física. Era algo increíble… Mi papá se levantó de la mesa. Me sentí aliviado, por lo menos el Pitufo no había roto el pacto que teníamos. Al otro día en la escuela de mi hermana tuvimos la suerte de encontrarnos con el Conan de frente. Mi papá no se aguantó y se fue a los golpes contra el profesor que iba cargando una bolsa enorme de balones, los cuales salieron volando por todo el pasillo, haciendo de esa pelea todo un show divertidísimo. Cada vez que se querían incorporar para tomar posición de boxeador los balones hacían de las suyas y ¡suelo! Lástima que no podía soltar la carcajada por respeto a mi mamá que estaba en plena lágrima al igual que mi hermana. Nadie podía separarlos. Y fue en ese momento, en medio del desastre que vi otra vez a la Gaba muy mona con su uniforme escolar. Nunca me hubiera imaginado que Gaba fuera compañera 95 Bilopayoo Funk de mi hermana, aunque estuvieran en distintos cursos. Desde luego que estaba espantada por todo el relajo, pero de inmediato fui hacia ella. —¿Quién es ese tipo? —preguntó la Gaba. —Mi papá. —No puede ser, ¿de verdad? ¿Y qué es lo que pretende? —preguntó, mientras los balonazos le rozaban. —Es una historia muy larga, pero digamos que está vengando el honor de la familia. Pero escucha bien lo que te digo, te espero hoy en el café Necedades, ¿sabes dónde está? Sí, es el que está abandonado. —¿Para qué? —¿Te acuerdas de la banda que querías hacer? Pues ya la tenemos armada, pero te necesitamos. Bueno, en realidad el único que la necesitaba era yo. —¿Crees que sea un proyecto exitoso? —preguntó ella, haciendo lujo de su memoria. —No lo sé, apenas estamos empezando, pero no te preocupes, ya entendí cuál es el verdadero éxito… —¿A qué hora es la cita? 96 Ricardo Cartas —Estaremos ahí desde las cinco de la tarde, no vayas a faltar, en verdad te necesitamos. Mi papá terminó su acto dándole un balonazo de basquet en la cara al Conan. No hablamos con ninguna autoridad, el Dr. Martinoli había descargado toda su furia contenida y de inmediato empezó a planear la vida de su nieto. —Qué bueno que ya estás más tranquilo, papá. —¿Por qué? ¿Y ahora qué hiciste? —No embaracé a nadie, pero el Pitufo quiere hablar contigo, creo que me quiere condicionar por el resto de mis días. Mi papá tomó camino a la dirección de la escuela. Por un momento pensé que también se iba a surtir al chaparro. La plática fue muy civilizada, el Pitufo dijo que era un excelente estudiante pero que era muy rebelde y contestatario como muchos jóvenes de mi edad. Mi papá aceptó todo el argumento y recibió mi carta de condicionamiento para el resto del año. —Yo le recomendaría que fuera buscando otra escuela para su hijo, aquí siempre tendría problemas por su conducta, hay que buscarle algo donde se sienta mejor, más libre, usted me entiende. 97 Bilopayoo Funk Ahí estaba la estocada. Mi papá lo entendió a la perfección. En la tarde llegó la Gaba al ensayo. No pudo tocar porque todos los instrumentos estaban ocupados pero de inmediato tomó el micrófono. Su voz era ideal para nuestra banda que por fin ya estaba armada. Al dar las nueve de la noche, dijo que se tenía que ir porque su papá la estaba esperando. Al Nawal y al Gato de inmediato se les prendieron sus antenitas de vinil, pero me adelanté. —¿Te acompaño? —Sí, como quieras. Fuimos a un café del centro en donde dijo que su papá iba a trabajar esa noche. No quise preguntarle a qué se dedicaba, en ese momento pensé que era mesero o acomodador de autos, era lo de menos, yo estaba hipnotizado al ver el cuerpo de la Gaba, su estilo de vestir, sus piernas, su conocimiento sobre un chorro de bandas que en mi vida había escuchado. Su papá ya la estaba esperando. Sí, ni más ni menos que Jaime López. —Mira, papá, él es Eusebio y tenemos una banda de lujo. 98 Ricardo Cartas Jaime me sonrió y me preguntó si quería quedarme al concierto. Frío. Completamente frío. ¿ Jaime López era el papá de la Gaba? Por Dios, estaba que me cagaba de sentimientos encontrados. De inmediato le respondí que sí, que me quedaba hasta el amanecer si era necesario. Saqué mi celular y le hablé a mi papá para decirle que iba a llegar muy tarde. —¿Qué te pasa? Te oyes alterado —Estoy con Jaime López, jefe, y resulta que hasta vamos a ser familia. —¿De qué hablas? —Conocí a la hija de Jaime. Estoy con él, ¿no te parece maravilloso? Mi papá como que no agarraba mucho la onda. Pero me pidió la dirección del café donde estaba, iría por mí en ese momento. Fingí que no escuchaba nada y le colgué. —¿Todo bien? —me preguntó Jaime. —Sí, ya sabes cómo son los jefes. —Le hubieras dicho que te pasaba a dejar cuando acabe la tocada. Se los juro que ni media hora había pasado cuando mi papá ya estaba asomándose por las 99 Bilopayoo Funk ventanas del café. La tocada estaba a punto de iniciar. Le hice señas a mi papá para que entrara. Se sentó, pidió una cerveza y pasamos casi tres horas cantando las canciones de Jaime. —Pensé que estabas enojado —le pregunté. —Estaba muy enojado. —Estás de acuerdo que no podía dejar pasar la ocasión. —Claro, pero lo malo es que siempre piensas en ti. No voy a entrar en detalles sobre la borrachera que se aventaron el Dr. Martinoli y Jaime. Los dos hicieron clic de inmediato, resulta que mi papá se sabía un buen de historias de Jaime y éste había leído el único libro de mi papá. Terminaron por sacarnos del café. Cada quien agarró su rumbo, pero antes la Gaba me dio un beso. Mi papá vio toda la escena pero se hizo güey sin el menor esfuerzo. Me quedé mudo, sólo ella me recordó que mañana nos veíamos en el ensayo. ¡Qué noche! Mi papá era la onda. Regresamos a la casa cantando canciones de los Doors y una que otra de José Alfredo Jiménez. 100 Ricardo Cartas Al entrar a la casa mi mamá nos empezó a sermonear pero ninguno de los dos le hicimos caso. Cada quien se fue a su recámara. Las pocas horas de sueño se las dediqué a la Gaba, sí, completamente desnuda, tirada en un pastizal mirando caer las hojas de un árbol. 101 XI M e encantaba escuchar cómo el silencio poco a poco se iba llenando con el sonido de nuestros instrumentos. Era como si cada uno fuera plasmando colores en el espacio hasta dejarlo como un cuadro de Jackson Pollock. Ver a mis amigos expulsar toda su furia mientras tocaban era lo mejor que había vivido. Y de pensar que tenía que pasar seis largos meses para poder tocar de nuevo. La banda sonaba mejor que nunca. Tan bien les iba que tenían agendados todos los fines de semana por lo que restaba del año. Hasta un mánager se les acercó; la banda estaba oliendo a billetes. Desde luego, él se llevaría un buen porcentaje de las ganancias. Situación que no les agradaba en lo más mínimo, pero eran las formas de este negocio. Además, todavía no acababan de entender que ya estaban rumbo a las grandes ligas. Yo también tenía que entender que por el momento estaba fuera de la jugada. 103 Bilopayoo Funk Dejé de ir a los ensayos para reunirme con Armando que estaba arreglando todo para que pudieran aceptarme en la escuela que me había ofrecido. En algo tenía que ocupar el tiempo. Me citó afuera del Clandestino. Él estaba en su auto esperándome. —¿Ya te conté que yo también estudié en esa preparatoria? —dijo Armando. —Entonces no es tan buena —le dije en broma. Armando se acomodó los lentes y peinó un poco su larga barba. —No te preocupes, ya ha mejorado un poco. —Si estudiaste en la escuela para genios, tienes que ser un ñoño. —Creo que estás un poco mal en tus percepciones, muchacho. Además, ¿quién te dijo que era una escuela para genios? La verdad es una escuela para inadaptados, así como tú y yo. De inmediato puse mi cara de palo, provocando las carcajadas de Armando que en ese momento apretó el botón para que el auto se hiciera descapotable y de manera automática empezó a sonar “Sick Boy” de gbh. —Banda legendaria… —comenté al aire, mientras me imaginaba los pelos de pico del cantante. 104 Ricardo Cartas —¿Los conoces? —me preguntó extrañado. —Un poco, toqué esta rola con mi banda cuando empezábamos —le dije con tono de hombre de experiencia. —¿Le dabas al punk? Nada que ver con el happy, ¿verdad? —preguntó Armando luciendo su sonrisa que ya me estaba empezando a fastidiar. —Nada, no lo digas ni en broma —le contesté muy seguro. —Yo fui al concierto de gbh —dijo Armando, presumiendo como siempre. —¿En serio? ¿Y cómo fue que saliste vivo? —le pregunté incrédulo, porque hasta la fecha es memorable todo el relajo que se desató. —Pues fue cosa de suerte, mano. Todo empezó con un portazo que hicieron unos chavos que no tenían dinero para entrar, desde ahí empezó a valer todo. Había muy poca seguridad y los punks aprovecharon eso. Sacaron las cadenas y las caguamas. El cartel era buenísimo: Rebel’d Punk, Desviados, las mejores bandas les abrieron a los gbh, estás de acuerdo que no podía ser de otra forma. Nunca había ido a una tocada tan intensa. Y cuando salió gbh la raza ya estaba calientísima. Sólo aguantaron la primera rola, todos intenta105 Bilopayoo Funk ban subirse al escenario y los güeros no aguantaron. Suspendieron la tocada y ahí empezó la pesadilla. El lugar quedó completamente destruido. La policía intentó meterse, pero ya sabes que eso es imposible, bueno, ahora sí lo harían, pero en esa época los policías eran decentes. —Pero no me dijiste cómo fue que saliste vivo. —Ahí no corres peligro, los punks no hacen nada, sólo son pesados en su desmadre, pero no agreden a nadie. —No te creo, dime ¿cómo le hiciste? —Está bien, pero tienes que guardar el secreto. ¿Tú crees que algún punk podría agredir a un gordo calvo, con barba hasta la barriga y con una túnica? —¿Te disfrazaste de padre? Armando cambió el tema: —Ya llegamos —mientras prendía las intermitentes para entrar al estacionamiento de la escuela. En ese momento sentí que iba a cruzar el umbral. Me dirigía hacia algo completamente desconocido que iba a cambiar mi vida. 106 Ricardo Cartas Bajamos del auto y lo primero que vi fue a unos darketos muy finos sentados en una jardinera leyendo. Armando los saludó de inmediato y me presentó como un nuevo compañero. Los darketos con sus caras tristes me dieron la bienvenida de lo más amable. —¿Quieres uno? —me preguntó una chica, mientras sacaba una cigarrera color plata. —¿Se puede fumar en la escuela? —les pregunté asombrado. —¿Aún sigues pensando que ésta es una escuela de ñoños? —me preguntó Armando, mientras sonreía—. Quédate con ellos un rato, voy a avisarle al director que ya andas por aquí. No acepté el cigarro y en cambio les solté un chorito en contra de los fumadores. —El tabaco es malísimo —les dije, mientras ellos me veían como un bicho raro. —No te confundas. Estos cigarros están libres de todo tipo de químicos, alquitrán, talio y todas esas porquerías que le meten las tabacaleras. El tabaco usado racionalmente puede inspirar las mejores ideas. 107 Bilopayoo Funk —¿Ustedes creen eso en verdad? —Desde luego, pero a las tabacaleras no les importa mucho. Prendieron su cigarro, mientras los observaba detenidamente. —¿Y de dónde sacan ustedes ese tabaco? —Fue parte del proyecto de un compañero que estuvo aquí hace un año. Y lo cosechamos en el huerto que está atrás del auditorio. Es muy poca la producción pero alcanza para los que fuman. La muchachita darketa insistió en que tomara un cigarro pero me negué. —¿Cuál es tu proyecto? —me preguntó el más flaco. —¿Proyecto de qué? —Pues aquí todo el mundo entra con un proyecto. No sé, de lo que quieras, pero es indispensable. —Pues es que realmente no sé nada de esta escuela. Los chicos se atacaron de la risa, lo cual sí fue toda una revelación. ¿Darketos riéndose? En ese momento llegó Armando. —Vamos, el director ya te está esperando. 108 Ricardo Cartas Llegaron los nervios. Siempre me pasa cuando escucho la palabra “director”. —Tranquilo, muchacho, tienes que aprender a liberarte, esta escuela está libre de estrés. Puedes hacer todo lo que quieras, bueno, casi todo. Pero eso luego te lo explico. Cruzamos toda la escuela. En verdad que era una zona de tipos extraños. Pero todos me sonreían y una que otra chica me saludó cachondonamente. —Oye, Armando, esto me está comenzando a gustar. —No has visto nada, muchacho… No me sorprendería en lo absoluto encontrar al director vestido de piel negra y con lentes obscuros al estilo Bob Dylan, o quizá con unas rastas que llegaran hasta el suelo. Todo podía pasar. Pero la verdad, me sorprendió más la sencillez de su atuendo. El director era un tipo como de cuarenta años, con el pelo muy corto, un arete en la oreja, playera, bermudas y unas chanclas de pata de gallo. Su nombre era lo de menos, Armando me lo presentó como el Dr. Hell. —Bienvenido, señor, es un gusto conocerte. ¿Ya estás listo para empezar? 109 Bilopayoo Funk No tuve de otra que afirmar. ¿Quién podía negarse a este tipo de ofertas? —Me imagino que estás un poco confundido, eso habla muy bien de ti, la seguridad en uno mismo se me hace una patraña, es un discurso de vendedores de lavadoras, ¿no crees? ¿Ya te platicó algo Armando? —No mucho, pero investigué un poco de la historia en Internet y bueno, que Armando estudió aquí. —Eso no dice mucho. ¿Qué te parece si le damos una vuelta a la escuela en lo que te platico el proyecto de la escuela? La oficina era completamente blanca. Todo era blanco excepto los tres cuadros que adornaban la pared. Eran tres hombres barbones que nunca en mi vida había visto. Era evidente que esos hombres eran una especie de sabios-santos para el Dr. Hell. Lo curioso es que visiblemente estaban intervenidos por algún caricaturista. El barbón de en medio tenía cuernos y una cola de diablo, el del lado derecho aparecía con un globo de caricatura con signos como si estuviera mentando madres y el del lado izquierdo le habían pintado un diente de negro para que pareciera estar chimuelo. No 110 Ricardo Cartas pregunté quiénes eran por temor a parecer ignorante. Ya habría tiempo de platicar con Armando para que me explicara la biografía de cada uno de ellos. Justo cuando estábamos saliendo de la oficina del director, una chica hermosa, sí, realmente hermosa se acercó a nosotros. —¿Qué es lo que pasa? —le preguntó el director. —No sé, ¿usted no me mandó a llamar? — preguntó la chica mientras desviaba su mirada por instantes, cuestionando mi presencia—. Y él, ¿quién es? —finalmente preguntó, sin ningún miedo. —Él es Eusebio y está viendo si le convence entrar a la escuela. Armando me cerró el ojo, en señal para seguirle la corriente. —¿Tienes otras ofertas? —me preguntó el Dr. Hell. —Sí, desde luego —le contesté con una mentira enorme y sin poder creer que no estuviera enterado de mis múltiples problemas en las escuelas donde había estado. —Ya lo creo. Mira, no es por nada, pero esto es lo mejor que hay en este país. 111 Bilopayoo Funk —Y esperemos que por mucho tiempo —intervino Armando. —Esto va a durar lo que tenga que durar, no hay de otra, de hecho este proyecto ya duró más de lo que se pensó. —No entiendo, ¿por qué tanta incertidumbre?, ¿qué es lo que pasa? —les pregunté. —Bueno, pues creo que tenemos que empezar. Mira, Montaña Siete, fue producto de un mal viaje de algunos intelectuales, seguramente no lo conoces, un tipo loquísimo que se llamó Tudos Stravenhajen. Él fue uno de los que iniciaron este proyecto, y lo presentó al gobierno para que tuviera un poco de presupuesto. El planteamiento de Tudos fue excelente, convenció al Big Brother que las escuelas tradicionales de uniforme y ceremonias a la bandera estaban muy bien para lucirlos en los desfiles, pero que hacía falta otro tipo de escuelas con muchachos especiales, sin disciplina marcial, sin afanes castrantes. ¿Para qué? Fácil, si bien para cualquier Estado lo principal es el control de sus ciudadanos, también debe permitir la creación de espacios para las nuevas ideas, para crear, para intentar hacer cambios, en pocas palabras: crear conocimientos. Y así se matan dos 112 Ricardo Cartas pájaros de un tiro. De entrada, no contaminas a tus alumnos disciplinados con tipos extraños y creas un espacio en donde vas a crear beneficios sin que te den molestias en las calles. La única condición que impuso el Big Brother es que no hubiera ni una sola crítica al sistema. —¿Es una escuela para raros? —le pregunté al director. —Para los que somos un poco diferentes, no tienes por qué usar esa palabra, no somos monstruos. —Así como lo pintas, esto es una escuela para aislarnos de todo lo que está allá afuera. —Tal vez, pero sólo es un tiempo… —¿Quieres ser periodista? —me preguntó la chica, quien hasta ese momento había permanecido callada mientras el director hablaba. Sonreí, ¿periodista? Nunca se me había ocurrido esa posibilidad. Continuamos caminando por los jardines hasta llegar a un edificio de cristal. —Mira —dijo el Dr. Hell—, aquí era donde se tomaban las clases hasta hace algunos años. Ahora está medio abandonado porque ya nadie quiere usarlos, la mayoría de las sesiones se to113 Bilopayoo Funk man en los jardines o en las cafeterías. Las aulas para nosotros son cosa de los antepasados, espacios de castración mental. Además te voy a decir algo: son insoportables, ni a los maestros nos gustan, pero bueno, ahí están para cualquier cosa. El otro edificio que se ve allá son los gimnasios; últimamente muchos estudiantes se la pasan ahí, juegan y platican con sus profes o sólo entre ellos. En el camino nos íbamos encontrando a uno que otro muchacho, el que más me llamó la atención fue un pelirrojo, medio gordo que platicaba con su perro. Su nombre era Elvis, pero su apodo, porque aquí todos tenían apodos, era el Church, dice Armando que por su parecido a Winston Churchill. —¿Y qué hace con ese perro? —le pregunté. —Eso no te lo puedo decir ahora, aún no eres alumno. Dr. Hell se sentó en el piso sin decir nada. La chica y Armando hicieron lo mismo. —Toma asiento, muchacho, tengo que platicarte de qué se trata esto. Mira, vamos a ahorrarnos todos los rollos. Armando es el contacto que te recomendó para que entraras a esta escue114 Ricardo Cartas la, él es uno de los mejores egresados y tiene un ojo genial para traer talentos. Aquí no hay horarios, asistencias, grados, ni tiempos para acabar la preparatoria, bueno, en realidad esto no es una preparatoria, sólo es el nombre oficial para seguir vivos. Lo único que necesitas es traernos una buena idea, ni siquiera una idea genial, sólo algo que te gustaría hacer por el resto de tu vida; no importa lo absurdo que sea, aquí todo tiene importancia, ¿entendido? —Pues la verdad, no mucho —Bueno, te voy a dar un ejemplo, sólo espero que sepas guardar secretos. ¿Viste a Church, verdad? Bueno, pues ese muchacho estuvo a punto de que lo encerraran en una clínica mental porque se la pasaba hablando con su perro desde los seis años. Afortunadamente, Armando lo conoció y de inmediato lo rescatamos. Resulta que ese muchacho en verdad podía tener una comunicación con su perro. Nada nuevo, ya lo sé, pero lo que se descubrió es que tenía cierta habilidad extra para comunicarse con los animales. Además, se la pasaba jugando con su frisbee. Ahí fue donde nació la idea. Es decir, hay dos elementos. Uno, el muchacho estaba idiotizado con el perro. Dos, 115 Bilopayoo Funk como alternativa, tenemos el juego con el frisbee. Cuando le preguntamos cuál era su idea para entrar, simplemente respondió que quería pasar la vida con su perro y divertirse con el platillo, pero le agregó que quería ser millonario haciendo eso. Un caso difícil, sin duda alguna. Iniciamos el aterrizaje de la idea y resultó ser uno de los proyectos más importantes de nuestra escuela, ¿por qué? Porque a nadie se le había ocurrido eso. Church ya lleva dos años aquí y está a punto de hacerse millonario. Church tuvo que aprender física, ingeniería en materiales, todo sobre perros, colores, biología, medicina y mercadotecnia. ¿Una idea sencilla, no? Pero ése es tan sólo un caso. La verdad es que hemos tenido de todo, y ahora te toca a ti. No tenía otra alternativa. Y eso de no tener horarios, ni asistencias se me hacía lo más increíble. —¿Para cuándo tengo que entregar la idea? — le pregunté al Dr. Hell. —¿Eso puedo tomarlo como una contestación afirmativa? —¿Quién puede negarse a eso? —Pues manos a la obra, se me hace que de esa cabecita pueden salir serpientes excelentes. Tienes 116 Ricardo Cartas quince días para traer la idea. Puedes contar con Armando para todo lo que quieras. ¿Entendido? —Todo en orden, Dr. Hell. Ya no terminamos de recorrer la escuela. —¿Qué te pareció la escuela, estás convencido o falta algo? —preguntó Armando. —No lo puedo creer… —Es un poco difícil, pero ahora que ya estés inscrito te vas a dar cuenta de muchas cosas que son maravillosas y que te costará mucho entender que existen. —Oye, y me juras que no se trata de una escuela pato, de esas que nomás te pintan todo muy bonito pero al final capirucho tres vueltas, ¿verdad? Armando comenzó a carcajearse. —¿Qué necesitas para creer en todo esto? —No sé, supongo que la confianza se gana. ¿Qué te parece si iniciamos con los papeles de la escuela? Con eso me conformo, pero es que la verdad ¿quién puede creer todo eso? ¿Y por qué yo? ¿Qué tengo de especial para entrar a esa escuela? Si es cierto todo lo que dijo el Dr. Hell, déjame decirte que está poca madre pero yo sólo quiero tocar en mi banda, eso era lo que quería antes 117 Bilopayoo Funk de que esos cabrones me destrozaran las manos: comprarme una chamarra de piel y vagar de aquí para allá. ¿Me entiendes? —Tienes el talento necesario, no eres un genio pero tienes valor como para llevar a los límites tu idea y eso no lo hace cualquiera. Esta es una escuela para chicos necios que darán todo por llevar su idea. Si yo te contara todos los que han pasado por aquí, gente con niveles bajísimos de coeficiente intelectual y de pronto ¡bum!, sale algo dentro de su cabeza y no lo dejan en ningún momento. Tienes el suficiente valor para hacer lo que quieras. Ojalá pudieras hacer algo por esa música que hoy está en manos de yonquis perfumados. Piénsalo bien, ésta es la oportunidad de tu vida, tú sabrás que hacer. 118 XII M i mamá se quedó esperando la lista de útiles y el uniforme. Le preocupó que no hubieran llamado a los papás a la clásica reunión para dar el sermón de inicio de clases. Y para sermones, el de mi madre: “Mira, hijo, si no estudias en verdad que no va a pasar nada, bueno, no falta el cábula que te diga pinche burro, pero tampoco creas que a los que estudian les va muy bien, uno o dos son los que la llegan a armar pero los demás ahí andan de taxistas, claro, ser abogado taxista, contador taxista, psicólogo taxista, sí te sube de nivel, puedes hablar con los clientes de cosas profundas y ya ahí les cobras una lana más, pero en general no es tan malo quedarse sin estudiar”. Ya estaba a punto de cerrar los ojos del sueño que me provocaba el choro de mi madre hasta que mi papá me preguntó si podía ir a la escuela a dejarme un día de éstos. 119 Bilopayoo Funk Le respondí que sí, que no había ningún problema, sólo que tenía que tomar en cuenta que no se trataba de una escuela común y corriente, que había mucho loco y que posiblemente se iba a sacar de onda. Mi papá contestó que mañana iría a dejarme. A las siete de la mañana, mi padre ya estaba tocando la puerta de mi recámara para que nos fuéramos. Papá estaba advertido, así que no se podía quejar. A pesar de que sabía muy bien que era un tipo tranquilo e inofensivo, realmente no sabía cómo iba a reaccionar cuando viera a todos los ejemplares que estaban inscritos en la escuela y de los profesores qué puedo decir. Entramos a la escuela caminando. Me encontré a la banda de los oscuros en la jardinera de siempre. Les presenté a mi papá. Uno de ellos se puso blanco al enterarse que el famoso Dr. Martinoli aún estaba con vida. —Dr., leí su libro. —¿Ah, sí? Pensé que ya me habían borrado de la historia. Pero estás muy joven, ¿cuántos años tienes? —Dieciséis, pero descubrimos sus libros aquí en la escuela. 120 Ricardo Cartas La plática continuó por unos minutos. Los darketos sonreían de todas las payasadas que les contaba mi papá. Les prometió que regresaría pronto para seguir platicando. —Luce usted muy bien, lleno de vida —le dijo uno de ellos. La autoestima de mi padre subió y subió. De ahí nos fuimos a la oficina del Dr. Hell que estaba acostado en su hamaca leyendo un libro. Mi padre y yo cruzamos las miradas para intentar respondernos lo que estábamos presenciando. —Hola, Dr., ¿cómo está? —Ya te dije que no me hables de usted. Hasta ese momento, el Dr. ni siquiera se había tomado la molestia de voltear a vernos. —Oye, Hell, mi papá te quiere conocer. —Pues dile que me busque en Wikipedia y que no esté molestando. En ese momento se volteó y lo vio. De inmediato supo que había metido las cuatro patas y yo no paraba de reírme. —Déjame aquí a tu papá, ya sé a qué viene. Ve a los laboratorios de cristal, ya te está esperando el tutor para iniciar. Debes de ponerte abusado, el 121 Bilopayoo Funk asesor que te conseguimos es uno de los mejores para ese tipo de cosas. Lo único que pude ver es que Hell le preguntó por su nombre y escuché que se abrió una gaveta, seguro que le iba a preguntar qué era lo que quería tomar para iniciar la plática. Para llegar a los famosos laboratorios de cristal, tuve que cruzar toda la escuela, algunos campitos y llegar a una zona en donde un guardia nada simpático me pidió la identificación. La pasó por un lector y después me hizo pasar por un detector. —En verdad que no traigo armas ni nada por el estilo, señor —le comenté un poco molesto. —No, jefe, no es nada de eso, estamos haciendo un escaneado de toda su estructura ósea, sólo se hace la primera vez que entran a estos laboratorios, antes no se hacía, pero luego los políticos quieren entrar a convencer para que votes por ellos, no se me ponga erizo, ya sabemos que usted es cuate, pero la seguridad es la seguridad, ¿o no? Después de cada palabra el tipo se reía, situación que en lugar de hacerme sentir tranquilo, sembró desconfianza. 122 Ricardo Cartas Jamás me volvieron a pedir ningún tipo de identificación. Aunque tampoco le comenté a Hell sobre mis dudas acerca del guardia. Caminé lentamente pensando en lo que me iba a esperar una vez entrando a ese lugar. El laboratorio no resultó ser la gran cosa. Un cuarto enorme con paredes de cristal, con cubículos y mesas de lo mismo. Había por lo menos unos diez y uno de ellos tenía mi nombre. En el laboratorio no había ni un alma. Revisé el reloj y vi que faltaban algunos minutos para que llegara la hora de la cita. No puedo negar que sentía unos nervios terribles, estaba ansioso de conocer al loco que me iba a dirigir en mi proyecto. La panza era siempre la que se llevaba la peor parte. Así que me fui directo al baño. 123 XIII –V einticuatro horas sin hablar con nadie, sólo piensa en tu proyecto como un arma —me ordenó Frank. ¿Contra qué? Bueno, eso era parte del encargo—. Te recomiendo que camines y no voltees a ver las mujeres, eso te puede distraer. Recuerda que esto no es un juego, hay mucho de por medio en tu proyecto —continuó Frank muy serio. Salí de la escuela directo al café Necedades en donde se supone que estarían ensayando mis amigos, pero nada, sólo estaba el galán de la hermana del Nawal y dueño del café. El tipo había soñado con ser músico pero al final se dedicó a la contaduría. No le iba nada mal. Tenía todo el equipo montado y le daba cierta satisfacción que unos muchachos locos como nosotros pudieran aprovecharlo. Es más, de vez en cuando le caía a los ensayos y rockeaba un rato con nosotros. A pesar de su espantosa apariencia de empleado 125 Bilopayoo Funk de banco, la verdad era un tipo alivianado y rocker. Siempre traía debajo de su camisa alguna playera negra con alguna banda de sus tiempos: Metallica, Megadeth, Slayer, grupos de ésos. Y ya cuando entraba en calor, se quitaba la corbata y daba guitarrazos de lo lindo como todo un adolescente. Cuando llegué al café, Donatello estaba con su playera de Pantera y con una botella a medias. —¡Qué bueno que llegaste! Estaba a punto de acabarme esta botella solo —me dijo como si hubiera visto tierra firme. —¿Y ahora a qué se debe todo esto? —le pregunté sin pensar que fuera algo tan importante. Donatello sólo me pasó la botella para que lo acompañara. —Se murió. —¿De quién hablas? —Johnny Cash. Le iba a preguntar si se trataba de algún familiar, pero la verdad no me sonaba en lo más mínimo. En ese momento pensé que se trataba de algún poeta o escritor. —¿Es un novelista? De inmediato soltó una carcajada. 126 Ricardo Cartas —¿No sabes de quién estoy hablando, verdad? —No tengo ni la más mínima idea. Se levantó y fue hacia donde estaban las guitarras. Checó que estuviera afinada y comenzó a tocar la canción más fuerte que había escuchado en mi vida. Nunca había vibrado tanto y sin necesidad de nada más que una guitarra y exquisita letra. Cuando terminó de cantar tomé un trago de la botella. —Ya sé quién es. Sí, es el papá del Chuk. ¿Cuándo murió? —¿Papá del Chuk? —Nada, discúlpame, es que Chuk nos engañó diciéndonos que su papá era un cantante llegonsísimo de country y el muy cabrón nos enseñaba las fotos de este señor. ¿Pero cuándo murió? —¿Chuk inventó que su papá era Johnny Cash? —Sí, el tipo nos hizo creer que era su papá perdido. ¿Cuándo murió? Hoy mismo dieron la noticia. ¿En verdad no sabías nada de él? —Nada. Bueno, sólo la versión del Chuk. ¿Oye, y cómo murió? —No tengo la más mínima idea. 127 Bilopayoo Funk —Quizá se enteró que su hijo mexicano había muerto. —No digas tonterías. Donatello siguió cantando hasta que anocheció. No sé cuántas canciones tocó, pero al final me dejó unos discos que en cuanto se fue, los puse. Johnny Cash era un arma mortal. Y de inmediato me imaginé la figura de Frank advirtiéndome que el proyecto de la radio no era cosa de juego. Si Johnny pudo lograr que sus herramientas, la guitarra y su voz fueran letales, yo también tendría que lograrlo con la estación de radio. Comenzaban a salir las respuestas. Lo bueno fue que todos los miembros de la banda no llegaron a ensayar, así que tenía toda la soledad posible para escuchar a Johnny y pensar. En eso andaba cuando el portón del café se abrió. Lo primero que pensé fue que Donatello había regresado a terminarse la botella o quizá los hijos de la mal parida que me habían destrozado las manos estaban llegando para acabar conmigo. Para mi sorpresa, quien estaba abriendo el portón era la Gaba. Pensé en la recomendación de Frank acerca de las mujeres, pero la Gaba era un tema distinto. 128 Ricardo Cartas De inmediato fui hacia ella. No se veía nada bien. —¿Qué te pasó? —le pregunté, mientras miraba el reloj que marcaba cerca de media noche. —Broncas con mi jefa y mi papá no está en la ciudad. —Nada del otro mundo, las jefas son histéricas por naturaleza. Si te contara de la mía. —Ya lo sé, pero no la soporto, así que me salí de mi casa. —No tarda en hablarte, verás que todo se solucionará. Le empezamos a dar mate a la botella mientras escuchábamos a Johnny Cash. Nunca nos había pasado por la mente que estábamos solos y en condiciones de hacer de las nuestras hasta que se acercó y sacó de la bolsa de su pantalón un luchador, sí, de ésos que venden en los mercados. —¿Y eso qué? —le pregunté, medio sacado de onda. No es por nada, pero la situación ya se estaba poniendo medio cachonda. —Ahora verás —me dijo, casi como una amenaza. Y comenzó la historia. Jamás me imaginé que un corriente luchador de identidad desconocida 129 Bilopayoo Funk ¿Místico? ¿Santo? podría ser el fetiche que más recordaría en mi vida. La Gaba comenzó a tararear el tema de la Pantera Rosa. Dirigió la rígida mano del místico-santo hacia el cierre de mi pantalón. Poco a poco y con la ayuda de la Gaba fue bajando. Era completamente normal que para ese instante su servidor estaba como olla exprés. Como pude y a una sola mano, le quité la blusa y el sostén. La mano del luchador recorrió cada poro, estacionándose por un tiempo en sus pequeños pezones, simulaba una lucha contra ellos, a ras de lona, como se hace un encuentro serio. Pero después voló, cayendo en el vientre, siguió la apenas perceptible línea que lo llevaba hasta el ombligo. Gaba se estremecía. Sabíamos que el momento de fundar una nueva vida, la vida de los cuerpos, había llegado. Cuando el luchador estuvo a punto de tocar el sexo de Gaba, tomé el relevo, la tercera caída. No recuerdo las proporciones, ni el tiempo, sólo que tengo clavado en la memoria el increíble olor de su piel, su mirada en éxtasis, el momento en que conocí el rostro verdadero del amor. El día de la muerte de Johnny Cash se había convertido en el inicio de mi vida junto a la Gaba. 130 Ricardo Cartas Permanecimos desnudos, tirados en la alfombra del café Necedades. Y desde luego el místico-santo encima del vientre de la Gaba. No llegué a dormir a mi casa esa noche. Tuve la brillante idea de apagar mi celular para prevenir cualquier reclamo familiar. Al amanecer, abrí la puerta del café y miré al cielo. En ese momento no tenía la respuesta para Frank, pero algo me decía que ya me estaba acercando. Gaba y yo caminamos tomados de la mano hasta su casa. Al llegar a la mía ya se imaginarán el tango. Mi mamá me recibió con lloriqueos y las preguntas clásicas de madre preocupada: ¿dónde te metiste? ¿Con qué vieja te quedaste? ¿Vienes drogado? ¿Te secuestraron los Zetas? Mi papá en contra de todos los pronósticos, calmó a mi mamá diciéndole que era normal que los muchachos de mi edad hicieran esas cosas, pero que para la otra por lo menos avisara. Después mi madre se fue a la cocina y me quedé con mi papá, quien de inmediato se acercó y me dijo que saliéramos a la calle. Lo primero que pensé fue que si aún estuviera en la escuela de la Big nunca hubiera tenido la oportunidad de mirar esta mañana con toda la 131 Bilopayoo Funk gente afuera, gritando, corriendo ¿cómo intentan que en la escuela se aprenda si estás encerrado? —Debes de entenderla un poco, siente que todo se le está saliendo de las manos, tu hermana embarazada y tú convertido en un… extraño, sí, así lo podemos dejar, pero ya aquí entre cuates, ¿dónde pasaste la noche? —En el café donde ensayamos, conocí la música de Johnny Cash, ¿lo conoces? —Escuché un par de canciones, ¿pero qué tiene de especial? —Eso es lo que yo me pregunto, pero es increíble. Donatello me dejó unos discos y no pude dejar de escucharlos. Oye, papá, para ti ¿qué es lo más importante en la vida? —¿Es en serio? —Debes de tener algo como lo más importante, no sé, ¿las mujeres, el dinero, la música, mi mamá? —No sé, nunca me lo había preguntado, pues creo que ustedes, tu mamá, tu hermana, tú. —Sí, eso todo el mundo lo sabe, pero en cuestión de conceptos, algo que respetes y que sepas que nunca podrías traicionar. —Me la pones más difícil. 132 Ricardo Cartas —Debes de tener algo adentro. Como nunca, vi a mi padre ponerse súper serio. Y se ve que la pregunta le hizo irse hasta el fondo, a sus lugares donde hacía ya tiempo que no entraba. —Hay algo que quizá pueda acercarse. Lo único que te puedo decir que sea realmente importante es la honestidad, una especie de pacto contigo mismo. —No entiendo, ¿a qué te refieres? —Uno siempre parte de sueños, pero en el camino se van quedando, tú mismo los vas convirtiendo en basura y te dedicas a las cosas que nunca te imaginaste, a lo que más odiabas. —¿Odias lo que haces? —Si no lo odio, por lo menos sé muy bien que no es lo que me imaginaba ser. —No te pongas dramático, no te ha ido nada mal. —Cuando platiqué con Hell, entendí muy bien de qué se trataba todo esto de la escuela en la que estás y te voy a decir algo. —¿Crees que sea una farsa? —No lo sé, pero eso no es lo importante; creo que tienes una gran oportunidad para cumplir 133 Bilopayoo Funk con uno de tus sueños. Y eso es lo que más atesoro en la vida, el valor para llevarlos a cabo, eso es precisamente lo más importante. Llevar la vida como un sueño. No volvimos a tocar el tema, pero fue suficiente para entender la vida de mi padre. En la segunda semana de sesiones con Frank ya teníamos todo para iniciar las transmisiones. Y las cosas en mi casa ya estaban mucho mejor, mi papá convenció a mi mamá para que me dejara tener un poco más de libertad. Desde luego mi madre lo hizo responsable: “Sólo te digo que si algo le pasa a nuestro hijo, tú y sólo tú me tendrás que entregar cuentas”. Papá tragó saliva, pero aceptó el reto. 134 XIV ¡Y vaya que sí tenía que rendir cuentas mi papá! Cuando recuperé la razón, después del golpe tremendo del guardia cacarizo y la tremenda corretiza de los policías, me vi dentro de una camioneta. Mi cabeza iba dando tumbos contra la ventanilla. De inmediato escuché un coro de carcajadas. Abrí los ojos. Me acompañaban seis mujeres extrañas vestidas de tehuanas. Pero eso no era lo extraordinario, sino que yo también venía vestido así, con uñas pintadas, aretes, cadenas y pulseras de oro; alrededor de la cabeza llevaba una especie de encaje enorme en la cabeza que de inmediato me quité. —Ni gracias, Felina, mira nada más ese resplandor que le pusiste al Bilopayoo —le reclamó la más cachetona de ellas. —Mística, Mística, si hasta te hierve la boca. Si no te gustó, lo hubieras vestido tú. Además, con 135 Bilopayoo Funk estas prisas y con la policía molestando no se puede hacer mucho. —Chamacas, tranquilas, ¿qué va a pensar de nosotros el xuncu huini? —les reclamó Amaranta en forma de broma. Cerré los ojos para ver si era una de esas pesadillas clásicas de las que no podía despertar. Lo hice, pero cuando los abrí, las mujeres ésas aún estaban observándome como si fuera una especie en peligro de extinción. —No entiendo lo que está pasando. De lo último que me acuerdo es que venía corriendo, los policías estaban matando a los guajolotes gigantes y de pronto el guardia cacarizo me dio un golpe en la cabeza. —¡Nana vida! ¿Frank nunca te dijo de las consecuencias de tu proyecto? ¿Por Dios que no te dijo nada? —preguntó Mística moviendo esos inmensos cachetones. —¿Ustedes conocen a Frank? —¿Frank Loveland? ¿Panchito Campo Amor? Desde luego que lo conocemos. Es amiguísimo de Chico Beto. Así como tú llegaste a la escuela rara, él también lo hizo hace tiempo. Sólo que le falta cantidá para acabar su proyecto. 136 Ricardo Cartas —Sigo sin entender, ¿y por qué estoy aquí? Debería de estar en la cárcel… —Mira, mira, tampoco seas trágico, estás aquí con nosotras porque Frank ya había hecho un plan B, una forma de escapar en caso de que el Big Brother se molestara por los resultados de tu proyecto. —A ver, a ver, ¿entonces aquí también existe el Big Brother? Las fulanas se me quedaron viendo como si hubiera hecho la pregunta más estúpida de toda mi vida. —Mijo, Big Brother, Big Sister, tú mejor que nadie sabes que están en todos lados… —contestó Amaranta—. Y ese gordo cara de empedrado fue el que te salvó de la policía. Estuviste en su casa hasta que nosotras llegamos por ti. Afortunadamente todo salió bien y ya estás en camino al sur. —Eso no puede ser, ¿o sí? —rectifiqué. Y como no tenía en claro nada, acudí a lo inevitable: ¡pero tengo que avisarles a mis papás, les prometí que nunca más faltaría a dormir a la casa! —Tierno el xuncu —dijo Felina, mientras me daba un tremendo abrazo que en lugar de tranquilizarme, hizo que la circulación de mi sangre 137 Bilopayoo Funk se colapsara por un instante—. Tus papás ya sabían que podía pasar esto. Hell, Frank y Armando hablaron con ellos y tuvieron que aceptar las condiciones. Por ahora no vas a poder hablar con ellos por seguridad tuya y de tu familia. —¿No me digan? Ustedes no conocen a mi madre. Felina de inmediato sacó de un portafolio el documento donde mis padres daban la autorización de aplicar cualquier plan con el objetivo de salvarme la vida. —No puede ser. ¿Y por qué ustedes? ¿Dónde está Hell, Armando y Frank? —Mira, nosotras como muxe’s hemos sufrido persecuciones que no te imaginas, sabemos salir de esos problemas, por eso Frank nos confió su plan. Y sobre ellos, qué te puedo decir, no tardarán en aparecer, están acostumbrados a vivir a salto de mata. —¿Muxe’s? ¿Ustedes son hombres? —No somos hombres, somos muxe’s, ésa es la gran diferencia. ¿Cuesta trabajo entenderlo? —No, para nada, yo respeto… —Pues más te vale, xuncu; ni te imaginas lo que hace un muxe por defender su identidad. 138 Ricardo Cartas —Mística, Mística, por Dios, Bilopayoo no es de esos. No deberías de ser tan violenta, el pobre muchacho apenas está despertando. —¿Bilopayoo? —pregunté. —Nadie te ha dicho que eres igualito a esos animales. ¿Bilopayoo? ¡Vaya! Hasta con apodo había salido. No volvimos a tocar el tema. Los muxe’s se la pasaron cantando en zapoteco sin parar. Su canto era dulce pero no podía entender nada. Mística dijo que no me preocupara, que en unos días el zapoteco me iba a ser familiar. —Allá en Binizaa casi no se habla español, y por lo tanto tendrás que aprenderlo en el menor tiempo posible. Y más cuando entres en contacto con Chico Beto. —¿Quién es ese? —le pregunté. Mística bajó el volumen del estéreo. —¿Qué estás diciendo, muchacho? ¿En verdad Frank nunca te platicó nada? —Bueno, me dijo muchas cosas, pero nunca mencionó nada de ustedes ni del tal Chico Beto. —Bueno, pues qué se le puede hacer, ya no hay tiempo ni para que te arrepientas. Lo bueno es que no te han dicho nada bueno ni malo, por lo menos 139 Bilopayoo Funk no vas a tener la crisis de turista. Porque les cuentan cada cosa, algunas sí son ciertas, pero también en el pueblo hay cosas de vergüenza. Aquí todo es una tremenda contradicción. Pero nunca es tarde para presentarnos. Mira, esa pelirroja gracias a su buen tinte es Felina, muxe de toda la vida. Estudió hasta la secundaria y se creó su apodo desde niñita, estaba traumada con los Thundercats. Su primer experimento como estilista fue pintarse de rubio el cabello y después tuvo la brillante idea de hacerse unos puntos negros como Cheetara. Todo esto para lucir como nadie en su graduación. Ni te cuento del éxito, al rato todas las paisanas la estaban buscando para que les hicieran puntos, rayos y no faltó la que quería parecer tigre albino. Su nombre de pila es Roberto. Desde los seis años asumió su homosexualidad. A sus papás no les sorprendió mucho. Su mamá lo supo desde la primera vez que lo vio caminar. “Ese caminar es de mampo”, dijo, y ya desde ahí lo dio por hecho. Al papá le costó un poco de trabajo, pero al final terminó por aceptarlo, tanto que después del éxito con los modelos Thundercats hasta le puso su estética. Como buen muxe, le regresó el dinero a sus papás y ahora los cuida como su tesoro. 140 Ricardo Cartas Esta otra es Amaranta. ¿Has leído Cien años de soledad? Pues desde que la leyó, decidió cambiarse el nombre, ser un poco como la Buendía. Su nombre real es Jorge, ya casi nadie se acuerda, pero yo sí. Nunca quiso servir en la casa como nosotras; cuida a su mamá, pero a su modo. Siempre anda en boca de la gente, cuando no anda organizando marchas contra la homofobia, anda dando taller para prevenir el vih, siempre ha sido muy movida. Y yo soy Mística, estudié hasta el tercer año de primaria, soy cantante y diseñadora de trajes de tehuana. También cuido de mi mamá. Mi papá ya murió, el pobre. Y todas juntas somos: ¡Las Auténticas, Intrépidas, Buscadoras de Peligro! Me quedé helado. Maldije a los tipos que me habían destruido la mano en el Clandestino. Gracias a ellos estoy fuera de mi banda, de todos mis sueños y a cambio estaba aquí, en el lugar más extraño del mundo, con los tipos más extraños del universo. Pensé en el Nawal, el Gato, Lupita y la Gaba. Ellos estaban en gira y yo aquí escondido en el sur. —Acelera, Mística, manejas como abuelita, ni pareces una Buscadora de Peligro. 141 Bilopayoo Funk La camioneta empezó a levantar poco a poco hasta llegar a los límites. No puedo negar que andaba medio nervioso, pero nada del otro mundo, las Auténticas me comenzaban a caer bien. Felina no dejaba de verme, esperando una reacción negativa por la velocidad a la que íbamos, pero al contrario, le sonreí. —Después de todo no somos tan distintos. Seguro que tú también eres un buscador de peligro —me dijo Felina, mientras me cerraba el ojo. El comentario no me convenció del todo en ese momento, pero poco faltaba para que lo comprendiera. Pasaron seis horas de camino y yo aún no sabía a dónde nos dirigíamos, sólo empecé a sentir un calor insoportable. —¿Cuánto falta? —les pregunté. —Ya estamos llegando, mira la montaña — contestó Mística. —Sí, ya estamos aquí, hasta mi cara siente el bochorno —dijo Felina. Ella comenzó a describir la entrada como si fuera el lugar más hermoso del mundo. Mujeres que cuando caminan van meneando sus naguas como si llevaran el ritmo del mar, trenzas enlis142 Ricardo Cartas tonadas, canastas de fruta, flores de guie’chaachi cayendo, todo en armonía. —¿Por dónde vas a entrar? —preguntó Amaranta. —El crucero está cerrado —respondió Felina. —Nada nuevo y ahora qué están peleando — preguntó Mística. —Mira, gordita, motivos para protestar siempre sobran —respondió Felina. —Tenemos que entrar por la Séptima, no hay de otra —advirtió Mística. —¿Estás segura? ¿A qué hora son? —preguntó Amaranta mientras veía el reloj. —Aún no amanece —respondió Felina. —Ya es buena hora —aseguró Mística. —Pues San Vicente dirá. La Mística aceleró. Yo sonreía por la ingenuidad de estos muxe’s. Seguramente sufrían atracos de vez en cuando, nada que ver con Perla en donde las cosas sí estaban fuertes. ¿Qué podría pasar? ¿Muxe’s ingenuos? Sí, cómo no. El único ingenuo era yo. Cuando escuchamos la primera ráfaga de balas, Mística detuvo la camioneta y gritó que nos agacháramos. Me quedé inmóvil al ver 143 Bilopayoo Funk una horda de adolescentes corriendo y disparando sus cuernos de chivo. En ese momento la Mística me obligó a que bajara la cabeza, mientras las balas se estrellaban contra los cristales. —¿Qué pasa? —les pregunté. —Te dije que no era buena idea entrar por la Séptima —dijo Amaranta. —¿Qué pasa? ¿Dónde estamos? —volví a preguntar. —Son las Ratas Picudas. Han de estar recibiendo a la policía. Y para colmo, estamos en medio de la fiesta —contestó Felina. La balacera duró unos minutos hasta que se oyó la voz de una mujer que suplicaba a todo pulmón una tregua. Cuando escuché la voz de la señora, de inmediato alcé la cabeza para ver la escena. Las Auténticas gritaron que me agachara, pero no pude hacerlo. La señora era una gorda de trenzas que sostenía un cuerno de chivo en una mano y con la otra un pañuelo blanco. Inmediatamente se hizo el silencio, los policías decidieron parar el fuego. ¿Por qué las Ratas Picudas? Muchos de los padres de estos chicos fueron activistas bravísimos, campesinos, pescadores, estudiantes que 144 Ricardo Cartas creyeron en el nuevo proyecto del pueblo. Los papás de las Buscadoras fueron parte de esto, la única diferencia es que ellos no acabaron solos, los padres sobrevivieron, pero las Ratas no tuvieron esa suerte. Crecieron solos y además marginados. Aunque sus padres fueron, prácticamente héroes, el líder, un tal Héctor Sandoval vendió el movimiento a la primera oferta. El zócalo estaba ardiendo después de las elecciones. Los del otro bando se habían robado una buena cantidad de urnas. Desde luego, la gente del movimiento, después de un tiempo de haber dejado las armas, las retomaron sin dudar un instante que iban a conseguir que se hiciera justicia aunque les costara la vida. Héctor Sandoval y el gobernador presenciaban el enfrentamiento de sus fuerzas desde el balcón del edificio central, tranquilamente, como si se tratara de una obra de teatro: Único Acto Personajes: Héctor Sandoval Gobernador 145 Bilopayoo Funk Cocinera Los dos hombres con prominentes panzas se encuentran sentados cada uno en las cabeceras de una mesa elegante. Pasan unos minutos sin hablar, hasta que el primero rompe el silencio. Héctor Sandoval: (Mira fijamente a su acompañante) Esto ya no es como antes. Gobernador: (Sonríe) Estos enfrentamientos son cosa de niños. H. S.: (Se levanta y va hacia la ventana para mirar el paisaje) Amo este lugar por su clima. G.: Si tuviera un poco de nieve una vez al año, sería perfecto. Por lo menos para usar los abrigos que nos han regalado los camaradas, pero con este calor, ¿cuándo? H. S.: Ésta es una tierra pródiga. (En ese momento una señora sale a escena para avisarles que la cena estaba puesta: tasajo, tlayuda, mezcal y anís. Ninguno de los hombres habló mucho. Estaban concentrados en la comilona. Un provecho, un salud, fue lo único que pronunciaron por una hora. Afuera se comenzaron a escuchar gritos, disparos y la sangre.) G.: Esto se está poniendo caliente. H.S.: Es lo normal, aunque no se compara con nuestras batallas. Nosotros sí que teníamos voca146 Ricardo Cartas ción de sangre. (Los dos fijaron la mirada, reconociéndose como héroes, con amorosa admiración. Después el gobernador sacó el portafolio. El líder no movió una pestaña hasta que lo vio completamente abierto.) G.: (Alza el salero y después se agacha para inspeccionar bajo la mesa) No me estás grabando, ¿verdad? H.S.: ¿Qué pasó? Sería incapaz de acabar con la vida política de un hombre como tú. G.: Eso espero. (Tomó el portafolio y lo acercó a su acompañante) ¿Quieres contarlo? H.S.: Para nada, confío en usted, señor gobernador. G.: Pues entonces ya es hora de interrumpir la función. H.S.: Ya sabes que no se puede parar de golpe. En unas ocho horas estará limpia la plaza, por eso no te preocupes. G.: ¿Ocho horas? ¿Cuántos muertos vamos a dejar? Supongo que tienes mucha gente ahí metida. H.S.: Mucha. Este negocio es de sangre. Ellos quieren ser héroes, les estamos dando esa oportunidad para hacer algo de sus vidas. G.: (Sonriendo) Eres un cabrón. 147 Bilopayoo Funk H.S.: Muchas gracias, señor. (El gobernador salió de la sala y el líder muy orgulloso por el cumplido del Gobernador aprovechó el tiempo para contar cada uno de sus billetes. Desde luego que no confiaba. Armaba sus paquetes mientras chiflaba. Tiempo había de sobra.) FIN Después la ciudad cayó en un estado de violencia indescriptible. No había quién pusiera orden. Las ocho horas que había pronosticado el líder se habían convertido en costumbre. El ejército entró a los pocos días pero la cantidad de muertos fue una cicatriz imborrable. Todos los que murieron o los que fueron encarcelados, eran los padres de las Ratas Picudas. Los padres se fueron, pero dejaron las armas y el resentimiento. 148 XV N o vimos el final de la historia porque Mística aprovechó el silencio para arrancar la camioneta y salir volados. Todo el trayecto lo hicimos callados hasta llegar a nuestro destino. Una casa de dos pisos cuidada hasta el detalle, con una terraza llena de plantas, sillas de playa y hamacas. —¡Nana!, pensé que nunca íbamos a llegar —dijo Felina mientras dejaba caer su cuerpo al asiento de manera relajada—. Lleva al xuncu a su recámara para que descanse. Aún estaba nervioso. No tenía ni la más mínima idea de dónde estaba. —Tranquilo, muchacho, aquí estás a salvo. Cuando despiertes ya estará aquí Chico para que te saque de todas tus dudas. Por lo mientras, descansa. De inmediato saqué mi celular para marcarle a mis padres, pero Mística me interrumpió. 149 Bilopayoo Funk —Hay lugares donde al progreso le cuesta trabajo llegar. Aquí se instalaron las antenas para los teléfonos, pero al poco rato vino el norte y se las llevó. El norte ha cargado con todo. —¿Y el teléfono normal? Sólo necesito avisarles que estoy bien. —Ese falla menos pero tendremos que ir a uno público y fuera del pueblo, no podemos arriesgarnos, no puedes olvidar que el Big nos anda persiguiendo. No pude descansar mucho. Me negaba a creer que Frank fuera un mentiroso. Si sabía que corríamos peligro, lo mínimo que pudo haber hecho era informarme sobre su plan. ¿De eso habrán hablado mi padre y Hell? ¿Ellos también habían mentido? Comenzaba a desconfiar hasta de mí. Las Intrépidas me llevaron a una recámara. Intenté dormir un rato pero el calor no me dejaba. Eran cerca de las diez de la mañana. Se oían muchas voces y carcajadas afuera, como si hubiera una fiesta. Salí y de inmediato se dieron cuenta. —¡Bendito, ya se despertó el hombre! —gritó Mística. —Nana, ya está tu desayuno, muchacho —le siguió Felina. 150 Ricardo Cartas De inmediato distinguí quién era Chico Beto: no estaba vestido de mujer aunque su sonrisa era completamente femenina. —Con que usted es Bilopayoo, pues bienvenido a la cintura del mundo. —¿Tú eres Chico Beto? —le pregunté, mientras observaba su vestimenta. Era una especie de túnica africana al estilo de Nelson Mandela. —Para servirte, pero siéntate, muchacho, mira todo lo que te prepararon las muchachas para que desayunes. Seguramente tienes muchas preguntas, pero antes come, no puedes dejar que se enfríe este manjar. Miré la mesa y no supe por dónde empezar. Lo único que pude distinguir fueron los tamales. —Mira, te explico. Esto es una paloma. Lo normal es que los hombres de la casa las atrapen, pero como aquí no hay hombre, la tuvimos que comprar en el mercado. Esto otro es iguana en salsa roja, ¿conoces la iguana, no? Es como un pariente tuyo pero en salvaje, ¡cómo me gustan las cosas salvajes! Y bueno, esto otro ya ni te digo porque seguramente ni te lo comerás. Aquí hay un poco de cocodrilo —dijo Chico Beto muy orgulloso. 151 Bilopayoo Funk No sé de qué color me puse que de inmediato hizo que me sentara y me sirvió un poco de agua. Le entré con toda la reserva del mundo. Llevaba tiempo sin probar un solo bocado de carne. Al final no tuve de otra que comer con fe. Todo estaba buenísimo; creo que se me notó porque todas las Intrépidas no dejaban de sonreír al ver los tremendos bocados que me echaba. Agarré color después de comer. Bueno, eso es un decir, porque lo transparente no se me quitaba; no en balde tengo el apodo que tengo. Todas las Auténticas se fueron a sus trabajos, me dejaron solo con Chico Beto que me esperó hasta que terminara de desayunar. —Me imagino que has de tener muchas dudas, muchacho. Respiré profundo, como si buscara el inicio de todo. —Sólo quiero que me expliquen qué hago acá. Entiendo que me salvaron la vida y que es muy peligroso que hable con mis padres, pero tengo que hacerlo, ¿quién me dice que ahora no los están persiguiendo a ellos? —Tu mamá y tu papá ya estaban enterados de todo antes de que huyeras. Para entrar a esa 152 Ricardo Cartas escuela, tuvieron que haber firmado las responsivas. —Sí, ya lo sé, pero necesito saber si ellos están bien, escucharlos. —No te preocupes, al rato podrás hablar con ellos, pero si no hemos recibido noticias es que todo está bien. Después inició toda su explicación sobre cómo se había relacionado con Frank y la escuela. —Lo primero que me encantó de la idea de ir a una escuela como ésa; porque así como tú, yo también fui invitado por un profesor para ser parte… Sí, te decía que lo que más me gustaba era la idea de no estar en una escuela en donde sólo haces como que estudias, tus profes hacen como que enseñan y los dueños de la escuela o el gobierno hacen como que les pagan. Y además, el poder liberarme de la apariencia, de los supuestos que están en todas partes, me llenó de esperanzas. Yo vengo de un pueblo en donde realmente se necesitaban muchos cambios, alguien que tuviera el suficiente valor para poder llevarlos a cabo y no sólo el bla, bla, bla de siempre. Me quedé frío al escuchar todo el discurso de Chico Beto porque en ese momento recordé las 153 Bilopayoo Funk palabras de la Felina: “Realmente no somos tan distintos”. Y tenía toda la razón del mundo. Al igual que Chico Beto y Felina, estaba convencido de que las escuelas además de aburridas, poco tienen que hacer con los problemas que hay en la realidad. —Y al ver todo de lo que hablaban Frank y el Dr. Hell, preparé mi proyecto, la verdad es que sólo para prepararlo me tardé casi medio año. Ellos me insistían que debería de optar por un proyecto menos ambicioso. Cuando lo entregué, pensé que el Dr. Hell se iba a desmayar. Se puso todo blanco, rojo, morado, ya sabes, de todos colores. Chico Beto hizo una breve pausa. Intentó recobrar el aliento y le pregunté: —¿Quieres cambiar el mundo? —Ay, nana —me dijo—, ¿pero cómo el mundo? Yo lo único que quiero es cambiar un poco a Binizaa. Sonreí al ver cómo hablaba de cada uno de sus objetivos. La pasión era evidente, aunque me confesó que había conseguido muy poco, pero ése no era motivo para bajar la guardia. Recogimos los platos y me invitó a conocer su estudio. En154 Ricardo Cartas tramos a una biblioteca enorme. Al ver mi cara de sorpresa, lo único que argumentó es que hace tiempo tenía un poco más, pero cuando logró abrir la Casa de la Cultura, la mayoría de sus libros tuvieron que irse para allá. —¿Y todos estos libros de dónde los sacaste? —Algunos me los dejaron mis padres. Ellos eran profesores en la única primaria de Binizaa, pero en su mayoría los he adquirido yo, sobre todo desde que inicié el proyecto. —Pues tuviste suerte de tener unos padres que por lo menos tenían algunos libros en casa. —La verdadera suerte fue que ellos me hayan encontrado a mí. ¿Te imaginas si no hubiera conocido a Frank o a Hell? —No sé, quizá serías alguien importante, un abogado, líder de algún partido o algo así. —Es igual, quizá estaría vendiendo queso como mis demás compañeras, pero cualquiera que haya sido nuestro trabajo, ninguno de nosotros tenía la conciencia de todo lo que podíamos hacer. Muchos políticos piensan que están trabajando para lograr cambios, pero en realidad están creando una continuidad, alargan un camino hacia el abismo. Los otros, pueden ser muy 155 Bilopayoo Funk buenos, pero sólo piensan en ellos, en su familia. Nada más. —¿Y cuánto tiempo llevas con todo esto? —Ay, mijo, ni me preguntes porque me regreso. La verdad ya hasta perdí la cuenta. —¿Y nunca has pensado en renunciar? —Desde luego; sin embargo, poco a poco te vas dando cuenta de que esto es tu vida. En el momento en que das un paso atrás, el escenario cambia y siempre vas adelante. Pero en el camino siempre van saliendo cosas que nunca consideraste en tu primer proyecto, situaciones importantes que no puedes pasar por alto. Ay Bilopayoo, cómo explicarte el desmadre que había. Afortunadamente todo fue dándose. Y ahora nos salieron esos adolescentes que nunca imaginamos tener en el pueblo. —¿Las Ratas Picudas? —Increíble, algo que nadie puede creer, ¿de dónde salieron? Pero cuando nos dimos cuenta, todo Binizaa estaba aterrorizado por ellos. ¿Te los puedes imaginar cuando tengan dieciocho, veinte años? Si así son de lo más salvaje. —Pueden trabajar en películas de Tarantino o de Robert Rodríguez. 156 Ricardo Cartas —Créeme que no es motivo de broma. —Lo entiendo. Lo que no me queda claro es por qué las autoridades no hacen nada, ¿qué hace la policía?, ¿el gobierno? —Ellos piensan que con más policía o más armas esto se va a acabar. Es lo único que su cerebro puede proponer, pero el problema es mucho más que un asunto de violencia. El fondo es que estamos jodidos, muy jodidos en muchos aspectos que al Estado no le importan. Pero no nos pongamos tan ceremoniosos. Inmediatamente me enseñó algunos libros que había comprado desde el primer día en que inició su proyecto. —Pero también hay noticias excelentes. Esta chica, Amaranta, está causando revolución en todo el pueblo. Yo no sé de dónde es que salió tan prendida, pero un día llegó aquí, recién se había hecho los análisis del vih, salió limpia y ahora quería hacer algo, no tenía bien en claro qué. Y ahí fue donde todo esto resurgió. —Me contaba Mística que será candidata... —Así es. No sé si sea bueno o malo, pero hay movimiento, estamos vivos, Bilopayoo, y eso es lo que cuenta. Y para iniciar bien tu estancia en 157 Bilopayoo Funk Binizaa, no tienes de otra que ir a una buena fiesta. Una fiesta en cualquier parte del mundo es un acontecimiento en donde si uno está enfermo, de plano cruzando el umbral de la muerte, puede tener la posibilidad de faltar sin que nadie se moleste. En Binizaa eso es imposible. Una fiesta es ante todo un compromiso de vida o muerte. A mí se me ocurrió decirle a Chico Beto que no tenía muchas ganas de asistir pero él de inmediato me explicó la situación de las costumbres y sobre todo, para un desconocido como yo, sospechoso de que en cualquier momento pudiese alterar el orden del pueblo; y aunque las Intrépidas estaban muy bien aceptadas socialmente, nunca han dejado de representar una especie de interrogante para los demás. Chico Beto me ordenó que fuera a descansar un poco para poder dar el ancho en la fiesta. Regresé a la recámara. Me dejó en claro que en la cama era imposible dormir por el calor. Y vaya que si hacía calor, tanto que hasta la vista se me nublaba de vez en cuando. No sé si fue una alucinación o mero debraye, pero vi a uno de esos animales que me había de158 Ricardo Cartas sayunado pasearse por el techo. No me resultaba repugnante desde lejos, pero no me iba a arriesgar a que una de esas cosas se paseara sobre mi cuerpo mientras descansaba. Me metí a la hamaca. La iguana corría de un lugar a otro como si estuviera calando mi atención. Recordé lo que había dicho Chico Beto acerca de mi parentesco con ese tipo de animales. Según él, yo era un Bilopayoo que resulta ser un primo de estos animales. Así que alguna forma de comunicarnos debíamos de compartir. Probé, al fin y al cabo no perdía nada. Me concentré y le pedí que se fuera hacia la ventana que para colmo estaba cerrada; por increíble que parezca, el animal obedeció. Buen momento para hacer las paces. Me concentré y le dije que no iba a molestarla en todo mi estancia en Binizaa si ella me dejaba dormir tranquilo un par de horas antes de irme a la fiesta. No sé cómo confié en el pacto, pero de inmediato me quedé dormido sin que la iguana me despertara. Quizá hasta jugó una cáscara de fut en mi espalda y el cansancio no me dejó sentir su escamoso cuerpo. Dormí a pierna suelta. Chico Beto tuvo que despertarme para que me fuera a dar un baño. Cuando puso la ropa 159 Bilopayoo Funk que debería llevar a la fiesta se dio cuenta de la presencia de la iguana: —Ya vi que tienes compañía, ¿eh? —Es un bicho que estaba desde que llegué. —No le digas tan feo. ¡Y cámbiate, pariente, que no tardan en llegar las chamacas! Todo el mundo había oído de las fiestas de Binizaa. Las mujeres robustas con sus trajes de tehuanas tirando pachanga a todo lo que da, mientras los hombres empinaban el codo con furia. Chela tras chela. No era algo que me causara emoción, pero faltar a la fiesta era impensable. Me puse la guayabera, pantalón negro y no tuve de otra que acompañarlo con mis Converse verdes que ya no daban una. Las muchachas llegaron. No era nada difícil distinguirlas. Habían llegado con el ruido de sus risas y el clásico desmadre que hacía un efecto como de zanates llegando a su árbol. Estaban todas con sus mejores trajes, muy pintadas, esperando mi llegada. Y cuando hablo de “los mejores trajes” no hay que dudarlo un instante. Pero lo que me extrañó muchísimo es que éstas se pasaban por el arco del triunfo las reglas de etiqueta, que por lo que tengo entendido se tenían que respetar al pie de la letra. La mejor de 160 Ricardo Cartas todas era la Felina que se aprovechó de sus dotes como peluquera para hacerse un peinado exotiquísimo, conceptual, en homenaje a todos los muxe’s caídos en batalla. Quisiera explicarles algo sobre ese peinado, pero me resulta imposible. Estaba que echaba tiros con el copete raro y su traje que había mandado a bordar con la Mística, en donde aparecía un hombre muy parecido a Dalí comiéndose una iguana. El traje de Mística era mucho más tradicional, sólo había cambiado las flores normales por unas hojas de mariguana. Las demás habían aumentado el escote, otras se hicieron más corta la nahua, pero todas sin excepción cambiaron las zapatillas por tenis. Eso me pareció increíble porque de ninguna manera iba a desentonar con mis Converse verdes. Cada una llevaba un cartón de cerveza. Chico Beto me explicó que era una tradición de aquí. Todos los hombres tenían que llevar uno en cada fiesta, como una forma de ayudar a los organizadores. —Y aunque nos veas todos así, no hemos dejado de ser hombres —dijo Chico Beto. Por eso las fiestas de muxe’s son fiestas intensas, no hay quien falte a esa tradición. 161 Bilopayoo Funk Caminamos unas cuadras. Chico Beto se regresó a la casa. Desde lejos vimos cómo venía acariciando la iguana que había boicoteado mi sueño. —Se te estaba olvidando tu prima —me dijo, mientras me la acomodaba en el hombro—. Ahí déjatela, se te ve muy bien. Pasamos por unas cinco fiestas. Vela de los pescadores, Vela de maestros, Vela de beisbolistas, Vela de no sé qué más. Todos tenían sus Velas ese mismo día. Al ver mi cara de sorpresa, Chico Beto me dijo que eso no era nada, que en mayo todo el pueblo se convertía en una fiesta, “pero eso sí”, me dijo, “ninguna como la de nosotras”. Y lo decía con todo el orgullo del mundo porque él era el mayordomo y la reina, Amaranta. “Ya lo verás cuando llegue el momento.” Su tono era como si faltaran años para que eso sucediera. Las fiestas se hacían en cualquier lado. Por eso no había problema. Bastaba un espacio para que se instalaran las enramadas, unas cuantas mesas dependiendo del número de invitados, mucha cerveza, botana que la gente llevaba y música. El ambiente lo ponían todos los invitados. 162 Ricardo Cartas Lo increíble es que se podían hacer en cualquier día de la semana y a cualquier hora. En Binizaa se vive para las fiestas. Y las Auténticas no se perdían una. Hasta tenían que administrar muy bien su tiempo para no fallar a ninguna invitación. Con decirles que hasta llevaban una libreta en donde iban anotando todo lo que les parecía rescatable de cada una de las fiestas. Si les gustaba un guiso lo tomaban en cuenta para aplicarlo, la selección de música, el color de las flores. Nunca había visto tanta dedicación para organizar una pachanga. Y también eran unas criticonas temibles. Barrían con todo lo que estuviera a su vista. La mayoría de las fiestas siempre acababan en pleito de borrachos. Eso era lo que les molestaba muchísimo a las Auténticas. Pero tampoco eran nada del otro mundo. Lo preocupante eran las Ratas que de pronto llegaban a las fiestas y todo acababa muy mal. Todos conocían a alguien que había sido víctima de esos muchachos. Esa misma noche, después de la Vela, Chico Beto me llevó un teléfono celular para que pudiera hablar con mis padres. Le comenté si no era más conveniente hablar de un público, pero me 163 Bilopayoo Funk advirtió que ninguno en Binizaa servía. Marqué el número y de inmediato contestó mi padre. —¿Estás bien? —me preguntó. —¿Tú sabías de todo esto? —le contesté con esa pregunta. Mi padre seguía preguntándome si estaba bien, pero al parecer él no me podía oír. En ese momento, Chico me arrebató el teléfono y lo tiró al piso para después pisarlo hasta destruirlo. —No te preocupes. Lo intentaremos después, pero no podemos dejar ni un rastro. Así me la pasé por un tiempo, no sé, quizá meses. Nunca pude entablar una conversación de más de un minuto con mis padres, pero por lo menos sabían que estaba vivo. Los días en Binizaa transcurrían de fiesta en fiesta, de Vela en Vela. La verdad es que me la pasaba muy bien, siempre en compañía de mi iguana. Las Auténticas tenían un especial cuidado conmigo. Hasta me llevaron con un doctor medio brujo para que me curara los tendones que me habían destruido los gandallas del Clandestino. —Vas a ver que en unos meses quedarás mejor que Jimmy Hendrix —me decía Chico Beto, para darme ánimos. 164 Ricardo Cartas Eso era lo que me encantaba de las Auténticas. A pesar de estar alejadas del mundo, su cultura era increíble, escuchaban a las bandas de rock más sofisticadas, entendían las letras en inglés, leían como locas y sabían divertirse; pero lo mejor de todo es que no negaban su origen. No tenían complejos de nada. Yo les sugerí que a su fiesta trajeran buenas bandas de rock. A Felina le encantó la idea. Dijo que nadie se había atrevido y que a los invitados no les molestaría en lo absoluto. Les di unos nombres al azar y ellas anotaban en su libreta. Estaban a contratiempo, faltaba poco para su Vela. 165 XVI E l día había llegado. Después del nerviosismo y las horas de trabajo propias de la organización de una Vela alternativa, llegamos al lugar que habían escogido como escenario. Era una privada oscura que desembocaba en el río de los perros. El lugar estaba de lujo. La enramada llevaba algunas palmas pero en realidad toda la sombra estaba hecha de flores, de muchos tipos de flores que creaban una atmósfera increíble. El olor que despedían las flores y la tierra mojada era algo que nunca había experimentado. Cuando dieron las dos de la tarde, la enramada ya estaba llena. Muxe’s de aquí, de todas partes, las familias, los círculos cerveceros. La Vela era todo un éxito. Inició con Sonido 5, las Auténticas no dudaron en irse a la pista de baile con los demás. El grupo era el más tradicional, tocaba en todas las fiestas; no era malo, pero todos estaban 167 Bilopayoo Funk esperando las sorpresas que tanto nos habían prometido las Intrépidas. El maestro de ceremonias llamó por micrófono a la reina Amaranta I en compañía de su séquito. Todas las Intrépidas desfilaban alrededor de la pista de baile muy orgullosas de su posición social. Sonó la marcha y Chico Beto le hizo una señal al maestro para que no se le olvidara mencionarme. —¡Cómo no! Por aquí me están pidiendo que pase Chevo Bilopayoo en compañía de su iguana a recibir a la reina. ¡Un aplauso para el rey feo! Ustedes han de tener una idea de todo lo que pasó después. Pero después de mi aparición ante la sociedad de Binizaa todos en la enramada me saludaban muy afectuosos. No faltó el que me sacó a bailar y pues yo quién era para decir que no. La banda que tocaba era ni más ni menos que la Princesa Donají, la más antigua, y eso no me lo podía perder. Bailaba y bailaba hasta que la cerveza empezó a hacer de las suyas. Fui al baño y en el camino me encontré a una chica que llevaba una minifalda que de inmediato me enganchó. Algo tenían esas prendas que me cautivaban a la primera. Era morena, delgada y con unos chinos que para qué les platico. Ella de 168 Ricardo Cartas inmediato se dio cuenta. Hizo un recorrido por toda la enramada. La iguana y yo la seguimos con toda discreción. Los saludos me distraían; intentaba corresponderles con toda educación, mi estado de Romeo no me dejaba ser el señor Relaciones Públicas. Le perdí la pista por un tiempo. Aún tocaba la banda Donají. En ese momento pensé que me había hecho falta recomendarle a Felina a la mejor banda que había en el país, San Bayú Sound Machín, claro, ese hubiera sido un excelente pretexto para ver a mis amigos en Binizaa. ¡Cómo deseaba tener una libreta igual a la de las Auténticas para que no se me fuera a olvidar para el próximo año! ¿Próximo año? ¿Ya estaba resignado a quedarme aquí? Quién sabe, por lo menos hasta que el Big Brother deje de perseguirme. Chico Beto me interceptó diciéndome que me estaba buscando desde hace horas para presentarme a un diseñador de modas súper denso y experimental. —Lo siento —le respondí muy serio—, pero tengo que ir a buscar a una persona. Chico Beto cambió la sonrisa por unos ojos que se fueron al cielo en señal de preocupación. 169 Bilopayoo Funk —Ya sé a quién andas buscando. —¿Eres adivino? —le pregunté intentando hacerlo a un lado para ver si pasaba la muchachita. Me detuvo muy serio. —Creo que tienes que saber algo… Chico Beto se aventó todo un choro sobre la Frida en minifalda. Así era conocida por las tremendas cejas que tenía, pero más que la biografía de ella, se centró en la advertencia sobre su madre, una tal Ciudadana Eustolia de Jesús Cortés, que después de andar matando a muchos pretendientes, novios y amantes, había decidido asociarse con Concha Tiburón, una ruca deschavetada que en sus años mozos regenteaba la cantina más grande del lugar; ahora estaba viviendo su jubilación trepada en una moto, viajando por todos lados con Eustolia y Frida. Pero lo que más le preocupaba a Chico Beto es que la Ciudadana era enemiga a muerte de Amaranta y de todas las Intrépidas. Y pues cómo no, si ella iba a ser la candidata. Todas las mujeres del mercado junto con el Sindicato Único de Vendedoras de Iguanas, Reptiles y Anexas la habían hecho su candidata. Claro, hasta que llegó Amaranta y con su gracia y sus ideas vino a regarle todo el tepache 170 Ricardo Cartas a la Ciudadana. Según Chico Beto, había riesgos de que esta mujer viera la forma de vengarse de todos los muxe’s, en especial de las Auténticas. Pero nada de eso me interesaba tanto como encontrar a mi Frida. Después de la advertencia, Chico Beto se despidió convencido de que había perdido su tiempo. Busqué en cada espacio, esquina, hasta debajo de las mesas. Chico Beto me vigilaba mientras platicaba con sus invitados. Comenzaba a sentir desconfianza, ¿Chico Beto quiere tronarme mis huesitos? ¿Por qué le molesta tanto que me fije en esa muchacha? Pues en eso andaba cuando por fin la encontré, sentada en una jardinera, bajo un árbol de guie’chaachi, cruzando sus delgadas piernas, mirando hacia todos los que estaban en la enramada. Parecía una estatua, sosteniendo su cigarro y con un par de pericos rondándole. Aún así, me parecía hermosa. Espanté a los pajarracos y le pregunté dónde se había metido. No me contestó a la primera, sólo tiró el cigarro y me dijo que saliéramos de ahí lo más pronto posible. En ese momento, la música cambió por completo. Ese sonido lo había escuchado por algún lado. Tomé de la mano 171 Bilopayoo Funk a la chica y fuimos hacia el escenario. Lo sabía. ¡Chico Beto era realmente increíble! Sólo él era capaz de haber juntado al ims (Instituto Mexicano del Sonido), Nortec (Bostich y Fussible) con la legendaria Princesa Donají. Chico Beto estaba ahí junto con algunos franceses que bailaban despavoridos. —¿Cómo hiciste esto? ¿Cómo los convenciste? —le pregunté casi excitado mientras los beats comenzaban a enloquecer a todos los invitados. —Nada, lo difícil fue convencer a los rucos de la Donají, pero mira, bien que se adaptaron. Camilo y los Nortec entendieron que no todo es el norte. Les pareció la idea y mira… —contestó emocionado. Bailamos. Las flores iban cayendo del techo de la enramada. Camilo Lara, vocalista del IMS, no dejó que hubiera un solo instante sin movimiento. El rostro de todos era el mejor diagnóstico. Estábamos en éxtasis de pachanga. Todo estaba genial menos Frida. Estaba muy nerviosa y me pidió que la acompañara afuera. No habló en el camino. Afortunadamente no nos encontramos a Chico Beto y salimos sin ningún problema. —¿Qué te pasa? —le pregunté extrañado. 172 Ricardo Cartas —No quiero ser cómplice de esto —me respondió casi soltando las lágrimas. —¿De qué estás hablando? —le pregunté, sin dejar de ver a lo lejos el bailongo que provocaba Nortec. —La Ciudadana Eustolia va a hacer de las suyas. No sé bien qué es lo que trama pero escuché que iba a cobrar facturas en la fiesta. Ya no soporto estar metida en esto. —Algo así me había dicho Chico Beto pero, ¿qué puede hacer? —No lo sé. Si supiera, por lo menos ya estaríamos preparados. —Pues no entiendo nada. —No te preocupes, esta ciudad siempre ha sido violenta y en estas fiestas siempre cae alguien. Es lo normal. El alcohol transforma a los paisanos. ¿Normal? Dónde había escuchado esto. Me concentré para pensar en todo lo que había pasado desde que entré a esa escuela rara y para ellos todo era “normal”. —Oye, y no se supone que tú eres hija de Eustolia, ¿cómo es que no estás con ellas preparando la venganza? —le pregunté con toda la confianza como si fuéramos amigos de toda la vida. 173 Bilopayoo Funk —¡No! ¿Quién te dijo eso? —me respondió, traumada. —Chico Beto me dijo que tú eras hija de la Ciudadana. —Para nada, ella me recogió, casi es mi madre, pero lo que se dice madre, madre, para nada. Las palabras de Frida estaban llenas de resentimiento. Supe de inmediato que Frida estaba con la Ciudadana por necesidad. En ese momento, unos borrachos comenzaron a quejarse de la música pero un grupo de señoras les hicieron frente. —Ya está haciendo efecto la cerveza —me dijo. Hice el intento por guardar la calma. Hasta dejé de mover el pie. Sin embargo, la situación se puso fuerte cuando vimos que poco a poco se iban metiendo algunos chicos que pertenecían a las Ratas Picudas. Ella se puso blanca y no supo qué decirme. Sin darnos cuenta ya estábamos rodeados, no había ni una sola posibilidad para escapar. Chico Beto ordenó que la música se parara. ¿En qué estaba metido? Justo cuando Chico iba a hablar por micrófono, uno de ellos comenzó a disparar con su 174 Ricardo Cartas ak-47 al cielo. Levantaron a Amaranta. Los muxe’s intentaron impedirlo pero un balazo certero en la cabeza de uno les quitó las buenas intenciones. Cuando vieron que Amaranta ya estaba asegurada, inició la carnicería. Frida, la iguana y yo nos escondimos atrás de un árbol hasta que se hizo el silencio. La fiesta se había convertido en un campo de batalla. Frida comenzó a llorar. —Te dije que era una cabrona pero nunca me imaginé que fuera capaz de esto. De inmediato pensé en Chico Beto. Frida y yo estábamos seguros que la responsable de esta carnicería era la Ciudadana Eustolia. Aunque Frida no podía creer que hubiera llegado a tanto. En verdad que era una escena tremenda. Hace un par de horas la enramada era el templo de la felicidad; ahora estaba hecho un pantano de sangre. —Eustolia es incapaz de matar a alguien con sus propias manos. Sí, ya sé que mucha gente dice que ha matado a sus amantes, pero nunca le han comprobado nada. Ellos terminan suicidándose o tirándose al río por no sé qué razón, pero con sus 175 Bilopayoo Funk manos nunca. Le advertí que no podía confiar en ellos. Recordé que el primer día que había estado en Binizaa había sido recibido por las lindas y amables Ratas Picudas. —Pero qué tenía que estar haciendo Eustolia con las Ratas, esa relación no me cuadra. —Por Dios, hablas igual que mi abuela. Las Ratas no conocen la amistad, ellos hacen tratos y siempre los rompen, no son de fiar. Son un grupo de chamacos en busca de sangre, son como animales, así han crecido, no pueden ser de otra forma. —Bueno, bueno, pero qué tratos pudo tener Eustolia con ellos. Estás de acuerdo que para dialogar con ellos necesitas estar a su nivel. —Ella está a nivel de cualquiera, por algo tiene su fama. Sí, así como lo oyes. Pero yo se lo advertí. Meterse con las Ratas era meterse con el diablo. —No creo que sea para tanto, son casi unos adolescentes como tú o como yo… En medio del tumulto apareció la iguana metiche. Se quedó un rato frente a nosotros y fue corriendo hacia el centro de la enramada. Me 176 Ricardo Cartas acordé de las palabras de Chico Beto y le dije a Frida que la siguiéramos. Saltamos los cuerpos como si fueran charcos hasta que la iguana se estacionó en el cuerpo de Chico Beto que afortunadamente estaba vivito y coleando, sólo tenía un buen chichón en la cabeza. —Esto no se puede quedar así… —dijo Frida, mientras el sonido de la moto de Concha Tiburón se hacía presente. La anciana se estacionó y le dio las gafas oscuras a Frida. —¿Esto lo hicieron esos chamacos nalgas miadas? —le preguntó Concha a Chico Beto. —¿Dónde está Eustolia? —le preguntó Frida. —Se la llevaron las Ratas. —Se lo advertí, pero también se llevaron a Amaranta… —No reflexiones tanto, Frida. Créeme que ya se pasó el tiempo para eso. Ahora vamos a resolverlo —le respondió Concha. Chico Beto se puso blanco al escuchar la advertencia. Sabía de sobra de lo que era capaz Concha. Ella podía levantar una revuelta en cuestión de horas con todos los malvivientes que conoció en su cantina en todos estos años. 177 Bilopayoo Funk —Necesito saber si todos los invitados están con vida —nos dijo Chico Beto. —Eso lo tendrás que dejar para después — contestó Concha—. Cada minuto que perdamos les servirá a las Ratas para reorganizarse. —Pero no los puedo dejar así, nos podemos meter en un problema. —Piensa como ellos. Ellos ya tienen lo que andaban buscando. —¿Pensar como ellos? Eso es precisamente lo que te pido ¿tú crees que ellos se fijan a quién le disparan? Esos muchachos lo único que buscan es sangre. No continuó el diálogo. Prendió de nuevo la moto y le dijo a Frida que la esperaba en una hora en el kiosco del zócalo. Chico Beto me pidió que buscáramos a las demás Auténticas para que se encargaran de cuidar a los invitados. Afortunadamente, muchas aparecieron caminando como muertos vivientes, intentando recuperarse. Les pedimos que siguieran buscando para saber cuántos desaparecidos y muertos habían dejado las Ratas Picudas. Algo tuvo que haber pasado. Las Ratas nunca habían hecho un acto tan sangriento. ¿Cuál fue el 178 Ricardo Cartas ofrecimiento de la Ciudadana Eustolia que hasta ella había sido secuestrada? Nos fuimos corriendo al kiosco. Felina y Mística no aparecían por ningún lado. Estábamos resignados. La guerra iniciaría en cualquier momento. 179 XVII A l llegar, Chico Beto y Frida estaban nerviosísimos. Hasta mi iguanita lo estaba. Sabíamos que las Ratas Picudas podrían atacarnos en cualquier momento. Minutos después, llegaron Mística y Felina cambiadas y hasta oliendo bonito. —¡Están vivas! —gritó Chico Beto. A mí lo que me sorprendió es que estuvieran tan frescas como si fueran a otra fiesta. —¿Dónde estaban? No me digan que les dio tiempo de bañarse —les preguntó Chico, sin poder creer que en estos momentos fueran incapaces de perder el estilo. —Tranquilo, muchacho —le contestó Mística—. Yo estaba llena de sangre, ¿cómo crees que iba a andar así con ese olor que atrae a los chacales? Para estas cosas hay que venir preparada —remató el muxe, enseñándole una pistola. 181 Bilopayoo Funk —Vamos a rescatar a nuestra amiga. No importa cómo, pero ella va a regresar con nosotros —afirmó Felina. —¿Y ésta qué hace aquí? —preguntó la Mística, señalando a Frida. —A mí no me vean. Yo se lo advertí desde antes que pasara todo esto, pero como todos los hombres, nomás ven carne ahí andan como chuchos —contestó Chico. —Ven para acá —me dijo Mística, haciendo a un lado a los demás—. ¿No te das cuenta que es la hija de la enemiga de Amaranta? Por su culpa se armó todo este desmadre y tú ahí pegado, ya ni la chingas. —Oye, pero no es su hija —le contesté—. Además ella está hasta la madre de todo esto. Ella me comentó que la Ciudadana Eustolia convino con las Ratas darles un sustito. Y aunque estaba resignada a perder contra Amaranta, no se quiso quedar con las ganas de acabar con la fiesta, pero nada más. Las Ratas jugaron chueco y fue Spleenter, el que los convenció a todos de que ya era hora de tomar la sartén por el mango: “Ya está bueno de andar matando gente así por así. Es imposible que el poder lo 182 Ricardo Cartas tenga más rápido un muxe o una mujer antes que nosotros”. A pesar de que algunos estuvieron en contra, la mayoría apoyó la idea de traicionar a la Ciudadana. —Así fue. Ella no tiene nada que ver en esto. Las Intrépidas rezongaban pero no dijeron nada directamente. Concha Tiburón llegó en su motocicleta y le sorprendió que nadie hubiera llegado a la cita. Era normal. Ninguno de sus amigos rudos se arriesgaría a un soponcio al enfrentarse contra adolescentes siniestros llenos de energía y odio. —No tenemos de otra. Tendremos que enfrentarlos nosotros —dijo Concha. Observé detenidamente a nuestro comando: una anciana en motocicleta, dos reinas recién bañadas, Chico Beto con un chichón enorme, Frida y yo. Combinación perfecta para llegar a la muerte vía rápida. Estábamos esperando a los refuerzos cuando nos dimos cuenta de que los únicos que iban llegando eran las pequeñas Ratas con todo y su uniforme de guerra: chanclas, shorts y sus lindas ak-47 colgando del hombro. En unos minutos, las 183 Bilopayoo Funk azoteas que bordeaban la plaza estaban llenas de esos muchachos. De inmediato se me vinieron a la mente las voces de Hell y Frank: “el rock es muy aburrido, tú estás para algo más intenso”. ¡Carajo! De pensar que mis amigos en este momento están de gira por todo el país, recibiendo aplausos y cariños de las grupis… —San Jerónimo doctor… —dijo Chico Beto, implorando ayuda, pero los demás lo tomamos como la señal, como si anunciara el principio del fin. Comenzó la lluvia de balas. 184 XVIII A l escuchar los primeros disparos corrimos hacia el interior del kiosco del Galáctico, el único lugar en donde se podían conseguir discos de los músicos de Binizaa, libros, pinturas. El lugar estaba cubierto con un mural de Toledo que el Galáctico le ganó en un volado. Así como lo oyen, un día Toledo regresó a Binizaa y el Galáctico le reclamó que no hubiera una obra pública en el pueblo donde nació. Toledo apenas y le hacía caso hasta que Galáctico lanzó el reto. Era sencillo, si el Galáctico ganaba, Toledo le tendría que hacer el mural; si perdía, lo dejaría de molestar durante toda su estancia en Binizaa. Para suerte del Galáctico, Toledo perdió y no tuvo de otra que cumplirle. En una semana estuvo el mural dentro del kiosco. Después de eso, el Galáctico se convirtió en celebridad. No había turista que no visitara su kiosco y que no comprara algo. 185 Bilopayoo Funk Cuando nos vio entrar como chivos campaneros, de inmediato fue a la puerta para cerrarla y poner la tranca. Las Ratas Picudas habían dejado de disparar. Todo estaba en silencio, sólo se escucharon los pasos de uno de ellos acercándose. El Galáctico nos hizo la señal para que guardáramos silencio. Estábamos boca abajo mientras nos entregaba un juego de llaves. Dentro del kiosco había una pequeña puerta que nos señaló. Todos la vimos como la entrada a una dimensión desconocida, la única opción para salvar el pellejo. El emisario de las Ratas intentó dialogar con nosotros, pero ya estábamos entrando al túnel. Al ver que nadie le contestaba, la rata golpeó la puerta, después soltó un par de tiros para intentar romper la chapa y entrar. Afortunadamente, la tranca no lo dejó pasar. Sin embargo, desde afuera la rata comenzó a disparar hasta dejar seco el cuerno de chivo. Cuando abrí los ojos, todos permanecían pecho tierra en la entrada del túnel, con las manos en la cabeza suplicando para que ninguna de esas balas llegara a nuestros cuerpos. 186 Ricardo Cartas La suerte nos había fallado. Una de ellas alcanzó la pierna del Galáctico. Intentaba ocultar su dolor. Nos señalaba la dirección del camino para que partiéramos sin él. Gateamos no sé cuánto tiempo hasta que poco a poco el túnel se fue haciendo más grande, lidiando contra el polvo y las sanguijuelas. Si yo estaba jodido, imaginen a la pobre Concha Tiburón, la señora apenas y podía con su alma. Por un momento pensé que se nos iba a quedar ahí, pero quién sabe de dónde sacó tanta fuerza que aguantó hasta el final. Nunca supimos qué había sucedido con el Galáctico, pero no es difícil suponer que alguno de las Ratas lo hubiera rematado. Lo único que no comprendí es por qué las Ratas no nos siguieron por el túnel, quizá supusieron que era un camino del cual difícilmente saldríamos vivos o preferían esperarnos por la única salida sin ensuciarse. —¿Por dónde vamos a salir? —preguntó Felina, limpiándose la cara. —No te fijes en eso. Confórmate con que salgas viva —le contestó Mística. Seguimos caminando, y fue Chico Beto el que reconoció el camino. 187 Bilopayoo Funk —Pensé que no existían —dijo en voz alta. —¿A qué te refieres? —le pregunté. —Estos túneles. Siempre había escuchado de ellos. Son los que hicieron la resistencia desde hace cien años. —Un poco más —respondió Concha—, pero no te creas que así han estado siempre. Hace unos diez se reconstruyeron cuando fue el conflicto de los campesinos. Gracias a este túnel muchos se pudieron salvar. —Es increíble, pasan los años y siempre hay que huir. No ha cambiado mucho. —dijo Chico Beto. Continuamos caminando por horas hasta que vimos la luz. Había amanecido. El fin del túnel nos llevó a una barranca que daba al río de los perros. Y no había ninguno de los Ratas esperándonos. La iguana fue la primera en salir como si estuviera dando la vuelta de reconocimiento. Tardaron en descifrar en dónde estábamos. Nadie dudaba de que fuera el río, pero es uno de los más grandes del país. Frida llegó a pensar que ni siquiera estábamos en Binizaa. No podía aceptar que hubiera una parte del río tan contaminada. Fue Concha Tiburón la que dijo que no nos hiciéramos guajes, que sólo habíamos caminado 188 Ricardo Cartas un par de horas en el túnel, “¿qué tanto podríamos haber avanzado?”, preguntó al aire. —Pues digas lo que digas, yo nunca había estado en este lugar —respondió Chico Beto. —Yo sí —dijo Mística, que por primera vez se mostraba seria y hasta pálida. —¿Dónde estamos? —les pregunté para que ya se dejaran de misterios. —Pues si mi memoria no me falla, estamos en la playita de la Séptima —dijo Mística. —¿Cómo crees?, la Séptima no tiene ninguna playa, ni gracia contigo y eso que tú naciste… —le contestó Felina. —¡Carajo! ¿Cómo es posible que no te acuerdes?, tú también naciste aquí. Mira, ahí está San Jerónimo y por allá está la entrada, ¿te das cuenta? —le contestó Mística ya con su clásico color rojizo en los cachetes. Felina miró los puntos, incrédula. La zona estaba irreconocible. Prácticamente estaba convertida en un basurero. No podía aceptar que el color turquesa del río hubiera desaparecido por completo. —Es increíble —dijo Chico Beto—. Nos hemos pasado años intentando tapar un hoyo y siempre aparecen más. 189 Bilopayoo Funk —Y eso no es lo peor —nos advirtió Mística—. Ahora sólo tenemos dos formas de salir de esto. La primera es seguir la orilla de este basurero hasta encontrar una salida. Y la otra es entrar a la Séptima. —Sí, cómo no, mejor nos hubiéramos quedado en el zócalo para que nos fundieran las Ratas Picudas de una vez. No hay de otra, hay que ir sobre la orilla —dijo Frida, resignada. Caminamos por la orilla que estaba repleta de basura, residuos tóxicos, animales muertos apilados unos sobre otros. La imagen era como una portada de Cannibal Corpse, había desde perros, gallinas, vacas y no dudaría que hubiera uno que otro cristiano. Y no es broma. Después de estar caminando un rato, nos encontramos con la zona más empinada de la barranca, donde había cerros enormes de basura y restos de animales. El olor ya se lo podrán imaginar. No pude aguantarlo, de inmediato sentí un mareo que me hizo imaginar la cabeza de mi amigo Chuk diciéndome: “¿Qué haces aquí? Regresa, regresa a la banda, no en balde sacrifiqué mi vida por ustedes”. Y así, todo mal viajado, llamé a Mística. Le señalé el lugar en donde supuestamente estaba la cabeza 190 Ricardo Cartas de mi amigo. Ella soltó la carcajada, me hizo ver que sólo se trataba de una lata de chiles La Morena manchada de sangre y con algo parecido a una peluca. —Te está empezando a fallar la cabeza, mijito —me dijo Mística, intentando contener la risa provocada no por la escena, sino por los nervios que a todos nos comenzaban a traicionar. —No me está fallando nada —le contesté—. Te juro que vi la cabeza de mi amigo diciéndome que regresara con la banda. El olor era tan intenso que hasta mi iguana se puso más verde de lo normal. —Magnífico. Deberías de preguntarle cómo salir de aquí sin que nos topemos con las Ratas para que regreses con tus amiguitos rockers. Eso sí que sería de mucha ayuda —respondió Felina. Habíamos llegado al límite. Frida comenzó a llorar. Nadie podía cubrir la preocupación. Miré de nuevo la lata de chiles. La mujer morena que lucía llena de sangre me cerró el ojo. En ese momento me desmayé. Creo que la iguana también lo hizo. 191 XIX C uando desperté, lo primero que vi fueron las caras de las Auténticas, Chico Beto, Frida, Concha Tiburón y mi iguana. Me miraban como si fuera el bicho más raro de Binizaa. Y eso ya es decir bastante. No sé cuánto tiempo estuve dormido pero de inmediato me levanté, preocupado por saber si estábamos a salvo. Cuando pensé que ya estaba en el reino de la razón, me quedé frío al ver cómo una vaca flotaba sobre unos lirios a la mitad de río. Ahí fue donde pensé que en este lugar nunca se podría estar seguro de nada. Mística fue la que hizo toda una fiesta, como si se tratara de una aparición milagrosa. —¡Nana vida! Despertó el xuncu. —Puedo sentir que estamos cerca —dijo Felina. —Pero ¿cerca de qué? —preguntó Frida—. ¿De la muerte? 193 Bilopayoo Funk —No seas pesimista, de la entrada a Binizaa —remató Mística, llena de esperanza. En ese momento, unos cuetes comenzaron a estallar en el cielo. Mística y Felina cruzaron las miradas. —¿Qué día es hoy? —preguntó Concha. —6 de febrero —le respondí como si fuera cualquier día. —No puede ser. Tenemos una jodida suerte de perro bailarín —dijo Chabela. Yo fui el único que no bajé la cabeza. —¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué tanta preocupación por el día? —Hay Vela —dijo Felina. —Bueno, eso no es nada del otro mundo, aquí diario hay una —le contesté. —Fíjate bien en esos cuetes. Son rojos, ¿no te da una señal? —preguntó Felina. —Hoy es la Vela de las Bestias —dijo Chico Beto. —¿Las Ratas? —Así es. —¡No, otra fiesta ya no! No puedo aguantar una más —le dije, implorando piedad. 194 Ricardo Cartas —Además, no estamos presentables, con tanto polvo me niego a ir a una Vela —nos aclaró Felina. —No digas babosadas. Ésta puede ser nuestra oportunidad para salir de aquí. En lo que celebran, podemos escapar —nos dijo Mística, como si hubiera descubierto el hilo negro. —Oigan, ¿no se les está olvidando algo? —nos preguntó Frida. Pasamos lista mental, pero además de salir vivos de esto, no había otra cosa más importante. —Debemos de ir por Amaranta y Eustolia. —Pues entonces tenemos que esperar a que termine la fiesta. —¿De qué estás hablando? Esta fiesta por lo menos durará tres días. Estos chamacos están acostumbrados a la intensidad total. Es imposible sobrevivir en este basurero. —Busquemos una forma de regresar a Binizaa y después ya veremos. Eso fue una magnífica idea. Pero nunca pudimos encontrar una vereda que nos llevara. Seguimos caminando. La tarde estaba bajando con su color rojizo. Nos cuidábamos de los animales, de 195 Bilopayoo Funk las moscas y del hambre. Recordé las palabras de Felina cuando veníamos en la camioneta: “Después de todo no somos tan distintos”. Intentamos matar el tiempo echando algunas mentiras. Son una especie de cuentos que se van pasando de boca en boca y cada quien le va poniendo de su cosecha. Concha era la que se sabía una cantidad impresionante. —Era un hombre que vivía allá por la Tequita. Un hombre que durante su juventud fue guapo y cumplidor con las mujeres. Yo lo conocí en mi cantina, cuando todavía la tenía. Pero el tipo era tan dulce que todo el mundo quería tomar con él. Sí, hombre, mejor carácter no se podía tener. Y ustedes saben que cuando uno crece como que nos amargamos, pero él todo lo contrario, cada día era más dulce. Pero un día llegó todo triste porque había ido al médico y le había diagnosticado diabetes. Fueron unos pocos días de tristeza, pero ya entre todas lo consolamos y hasta más lo quisimos. Y era todo un show cuando el hombre ese iba a orinar. Nos llamaba a todos los que estuviéramos en la cantina para que viéramos cómo se llenaba todo de hormigas y abejas. Era el hombre más dulce del mundo. 196 Ricardo Cartas Chico Beto contó un par más y después poco a poco fuimos cayendo de sueño. Después de haber caminado casi todo el día lograr el sueño no fue difícil. La fiesta se escuchaba hasta donde estábamos y los cuetes explotaban en el cielo. Me la pasé soñando todos los lugares que el San Bayú Sound Machín estaba recorriendo. Había pasado semanas sin saber nada de ellos, ni de mi familia. Veía a la Gaba, tremenda, cantando con toda la rabia, mientras el Nawal, el Gato y Lupita tocaban con toda la energía. Desperté. Siempre me pasaba lo mismo. Y fue en ese momento cuando escuché, claramente, la voz de la Gaba cantando a lo lejos. Cerré los ojos. Sabía que sólo se trataba de una prolongación de mi sueño, pero no, el San Bayú Sound Machín estaba tocando en la Vela de las Ratas Picudas. Todos estaban durmiendo. Moví a Frida que de inmediato pegó un brinco. —¿Qué pasa? ¿Están aquí? —preguntó aún medio dormida. —¿Estás escuchando? Esa es mi banda, yo hice esa canción —le dije emocionado a Frida. Ella volvió a recostarse y cerró los ojos con toda la intención de ignorarme. 197 Bilopayoo Funk —Es verdad, esa rola yo se la hice a mi director de la secundaria, y sabes qué, en este momento voy a ir a verlos. —¿Vas a ir a la Séptima? —Sí, necesito encontrarme con ellos y regresar. Deberías de ir conmigo y quizá podamos ver a Eustolia, ¿no crees? —Nos van a matar en cuanto nos vean. —Si nos descubren. Pero bueno, yo ya me voy. Tú dices si quieres seguirme. Comencé a caminar unos minutos, intentando meterle a la maleza. Frida llegó corriendo. —Bueno, ya es hora de vencer los miedos — dijo ella muy decidida. —Así me gusta, Frida —le dije sonriendo. La iguana se bajó de mi hombro y comenzó a buscar un camino para seguir. Frida me convenció de que no teníamos que perder, quizá el instinto de la iguana sería más afortunado. Caminamos un par de horas hasta que encontramos una especie de entrada donde sólo tuvimos que brincar algunas mallas y unos diques, además de las plantas espinosas. Me quedé pensando en el miedo que siempre nos persigue, que nos hace chiquitos. Hoy lo habíamos derrotado, gracias a mi iguana, desde luego. 198 Ricardo Cartas La oscuridad era total. La música del San Bayú era lo único que nos guiaba. Por cierto, las iba cantando, recordando los momentos en los que las escribí. Se comenzó a escuchar “I Hate School”. Gaba hizo una pausa mientras el Gato la seguía con los armónicos. —Esta canción, se la queremos dedicar a uno de nuestros amigos más entrañables y además, autor de esta rola. Eusebio, esto es para ti. Sabemos que estás por aquí cerca, te estamos esperando para que regreses con nosotros. Ya tenemos todo preparado. —¿Escuchaste eso? —le comenté a Frida. —¿Crees que podamos presentarnos en la Séptima sin ningún problema? —No tenemos de otra más que entrar, sólo así lo sabremos. 199 XX L as primeras calles de la Séptima que recorrimos lucían vacías. Sólo nos encontrábamos unos cuantos muchachos borrachos en proceso de convertirse en zombies, buscando alguna cama para dormir la mona y recuperarse para la segunda parte de la fiesta. Por el tiempo no se preocupaban. La Vela de las Ratas podía extenderse por los días que el mayordomo decidiera. Conforme nos íbamos acercando, la familia de zombies crecía. Algunos intentaban bailar, otros caían al piso y ahí se quedaban por un rato hasta que el cuerpo les respondiera. Se entretenían agrediéndonos, aunque en realidad no se les entendía nada, mensajes etílicos que sólo ellos podían entender. Supongo que los entendían porque después de cada participación siempre venía la risa. Ya era la última rola de San Bayú. Esa canción yo no la había compuesto y estaba dedicada al 201 Bilopayoo Funk Chuk. Comenzamos a correr en busca del lugar en donde estaban tocando. El sonido era intenso y las luces nos anunciaban la dirección que teníamos que seguir. No me preocupaba mucho que las Ratas nos recibieran con su ráfaga de balas. Valía la pena arriesgarnos, lo único que me interesaba era verlos y regresar, aunque no pudiera tocar en toda mi vida, eso no me importaba. Lo que yo quería era besar a la Gaba, dormir con ella en la alfombra del café Necedades. Al fin llegamos. El lugar estaba a reventar. Había cientos de chicos y chicas que bailaban y coreaban a todo pulmón las rolas del San Bayú. Ahora resulta que mi banda eran los ídolos de las Ratas. Cuando terminaron de tocar, de inmediato todo el personal inició el coro para que continuaran tocando. Nos fuimos metiendo entre todos. Echábamos desmadre con cara de drogados para que no sospecharan de nosotros. No sé cómo lo hicimos, pero en un par de minutos ya estábamos en primera fila, frente a la banda, haciéndole señas a la Gaba. Creo que le costó un poco de trabajo reconocerme. No sé qué tanto había cambiado en estos meses, que cuando por fin me reconoció 202 Ricardo Cartas la pobre hasta se espantó. Después comentó algo con el Nawal y el Gato. Lupita de inmediato me sonrió. A la mitad de la rola, Gaba pidió que Eusebio, el compositor de la mayoría de las rolas del San Bayú subiera al escenario. Las luces nos buscaron hasta que dieron justo donde estábamos. El aplauso de las Ratas no esperó. ¡Wow! ¡Verdaderos grupies! ¡Ja! ¡Lo que siempre había soñado! Y de pensar que hace unas horas todos estos chicos querían despacharnos a la mala. Estaban en pleno éxtasis cuando un escuadrón armado se interpuso para que subiéramos al escenario. De inmediato, las Ratas comenzaron a protestar y empezaron a volar un par de botellas de cerveza. Ahí fue donde apareció, por fin, Spleenter, flaco, con un bigote apenas perceptible, nariz de gancho y mirada de maniático. Hizo una seña para que nos dejaran subir, pero su sonrisa final me hizo pensar que mis días se estaban agotando. Cuando vi a la Gaba de frente no lo pude creer, estaba más hermosa que nunca. Ella fue hacia mí, me abrazó, sentí su cuerpo, llevó la mano hacia el cielo, mostrándolo a las Ratas que estaban en pleno orgasmo. 203 Bilopayoo Funk Cantamos “Big Sister”. Ese fue el momento cumbre de la tocada. Las Ratas bailaron slam con tanta energía que hasta se me antojó. Nunca había visto nada igual. Creo que tampoco éramos tan distintos a las Ratas, compartíamos los márgenes, habían sido víctimas de la violencia de su pasado. No pudieron romper con ese lastre que ahora se los estaba engullendo poco a poco. Terminamos de cantar. Los chicos armados ya nos estaban esperando, custodiando todas las salidas. El Gato y el Nawal pidieron hablar con Spleenter. No hubo necesidad de llamarlo. Él estaba ahí, detrás de una torre de bocinas. —No se preocupen, van a estar bien, sólo queremos que nos acompañen un rato y después todos libres, cada quien se irá a donde tenga que ir. Otra vez, arriba de la camioneta. Nos subieron con la instrucción de mirar al piso y con las manos sobre nuestras piernas. —¿Esto ya lo habíamos vivido en otro momento? —preguntó el Gato, en forma de broma. —Cuando no son policías, son los gatilleros, pero nosotros siempre arriba de una troca —dijo el Nawal. 204 Ricardo Cartas Bajamos en un jardín de la casa donde ya nos estaba esperando Spleenter. —Pasen, ¿quieren tomar algo? —preguntó el líder, sin que nadie le respondiera. La seguridad de Spleenter era prácticamente nula. Sólo había un par de chicos en la puerta principal perdiendo el tiempo en una plática. —No me hagan sentir mal. En verdad quiero que se vayan de Binizaa con la mejor impresión, pa que no anden diciendo por allá que se les trató mal. Ya saben cómo es la gente de aquí, en su casa les podrá faltar todo, pero a los invitados se les debe de tratar como reyes. Gaba miró su reloj. —Mira, no creas que somos mala onda, pero mañana tenemos que tocar en otro lado. Aún tenemos que viajar. —Por eso ni te preocupes, ya tomé medidas para la situación. Spleenter se paró y llamó a sus hombres. Les dio la señal. Las Ratas salieron. Tardaron un par de minutos. Traían arrastrando a un hombre que de lejos no podía reconocer. —Aquí el señor pudo cancelar las próximas tres fechas. Desde luego, vamos a pagarles los días. Te205 Bilopayoo Funk níamos que asegurar que la mejor banda estuviera en nuestra Vela el tiempo que fuera necesario. Cuando el mánager alzó la cara me di cuenta que era Donatello, el excuñado del Nawal y dueño del excafé Necedades. —¿Y éste qué hace aquí? —le pregunté al Nawal. —El primer mánager que tuvimos era una rata, ya nos había malbaratado para los próximos diez años. Le platicamos a Don y nos dijo que si le dábamos chance de manejarnos. Nos dijo que era lo más cerca de cumplir su sueño de rock star. El Nawal se aventó un chorote hasta que Lupita lo interrumpió. —¿Le puedo hacer una pregunta? —le dijo Lupita muy tranquila a Spleenter. Todos prendimos nuestras luces rojas. Lupita tenía tacto de elefante a la hora de hablar. —No me hables de usted, prácticamente somos de la misma edad. —Muy bien, eso me hace sentir mejor. —¿Cuál es tu pregunta? —¿Por qué un grupo de rock como nosotros y no un grupo de cumbias? No entiendo qué hacemos en un baile popular… 206 Ricardo Cartas Frida y yo cruzamos las miradas. —Oye, éste no es ningún baile popular. A la mayoría de las Ratas no les gusta la cumbia, ni la banda, ni nada de eso porque representa la música de los que nos joden. La música de ustedes es de la gente nueva, de los que destruirán el pasado, la mierda que siempre nos ha aplastado. Por eso están aquí. Ustedes serán grandes. Nosotros en cualquier momento moriremos. ¡Miren cómo todos se saben sus canciones!, cuando ni siquiera han grabado un disco. —Estamos de acuerdo en que nuestra música puede representar los nuevos tiempos, siempre hay nuevos tiempos, pero jamás nos hemos propuesto destruir el pasado. Eso es lo que todos quisieran. Olvidar el pasado es una trampa. Y si realmente apreciaran nuestra música lo primero que harían es deshacerse de esas armas. Eso sí que tendrían que olvidarlo… Spleenter guardó silencio. Las palabras de Lupita le habían calado. —Puede que tengas razón. Pero ahora brindemos. —Necesito que liberes a Eustolia y Amaranta —le dije a Spleenter a quemarropa. Y también a nuestro mánager. 207 Bilopayoo Funk Donatello recuperó el aliento apenas para dejar que apareciera una breve sonrisa. —¿Es una orden? —preguntó el líder, mientras meneaba la copa. —Nos las vamos a llevar fuera de Binizaa y no las volverás a ver. Puedes nombrarte Virrey si es lo que deseas… —Ésa es una buena propuesta pero no creo que sea el momento de exiliarlas y la aristocracia es muy aburrida. —¿Qué es lo que quieres? —le preguntó Frida desesperada. Spleenter destapó otra cerveza. —Somos los hombres de los nuevos tiempos. Eustolia representa el pasado lleno de sangre, donde murieron nuestros padres. Y Amaranta nos estorba… —¿Pasado lleno de sangre? No me digas que estás haciendo algo para evitarla con tantas armas y manteniendo a todos en el terror —le respondió Lupita, indignada. —Escúchame bien, Spleenter, te juro que si nos las entregas, nunca más las volverás a ver y todo ese futuro que buscas será tuyo y de nadie más. 208 Ricardo Cartas —Puedo considerar su propuesta si se dignan a tomarse una cervecita conmigo. Después de todo soy su anfitrión —amenazó el jefe de las Ratas que no mostraba ni un rasgo de nerviosismo. El Nawal fue hacia donde estaban las cervezas y las repartió. —¡Pues brindemos! —gritó el Nawal. Sólo nos tomamos un par a regañadientes, pero Spleenter estaba feliz, contándonos las anécdotas sobre la formación de las Ratas y de cómo se había hecho el líder más sanguinario, teniendo que aniquilar a los otros líderes que había en la Séptima. Hablaba como si fuera un hombre de cuarenta años con toda la experiencia, pero Spleenter, al igual que casi todas las Ratas, apenas llegaba a los quince años. —¿Y cómo fue que se enteró de nosotros? —le preguntó la Gaba. —En verdad me siento mal cuando me hablan de usted, pero bueno. La verdad no me acuerdo quién fue el que me habló de ustedes. Sólo un día entré a su MySpace y ahí los conocí. —A ver… no estoy entendiendo. ¿Hay Internet aquí? —le pregunté al líder. 209 Bilopayoo Funk —¡Claro! Aunque la verdad sólo las Ratas tenemos acceso. —Chico Beto me había dicho que era prácticamente imposible encontrar señal por aquí. —¿Chico Beto? Por cierto, ¿qué ha sido de él? ¿Aún estará en la orilla del río peleándose con las moscas? 210 XXI S pleenter esperó a que termináramos nuestras cervezas para después decirnos que ya era tarde y que necesitábamos ir a descansar. Antes ordenó que liberaran a Donatello como muestra de su buena voluntad. —Vayan. Dense un baño para que puedan dormir con tranquilidad. Aquí están seguros. Si no estuviera seguro de que Spleenter fuera un asesino consagrado, creería en sus palabras de papá protector; sin embargo, nadie se opuso a su recomendación. En fila india caminamos hacia la habitación en donde había algunas camas. Bastó un instante de silencio para que Lupita tomara la palabra: —¿Dónde dejaste a los demás, a qué se refería Spleenter con eso de las moscas? —preguntó Lupita—. Recuerda que ellos te salvaron la vida, ¿cómo es posible que hagas eso? 211 Bilopayoo Funk —A ver, creo que no me has entendido. No los dejé por mala onda. Ellos no iban a arriesgarse a venir hasta aquí. Si no nos hubiéramos separado, no estaríamos aquí hablando tú y yo —le respondí. —¿De dónde sacaste ese animal que traes colgando? —me preguntó extrañada. —Es mi iguana, se me pegó desde el primer día que llegué aquí. —¿Un ángel guardián? —Eso espero. Me ha salvado de varias… —Pero tú no sabes salvar a tus amigos ¡So-lida-ri-dad! ¿Te suena a algo? —Pero lo hice por estar aquí con ustedes y con la intención de encontrar a Eustolia y Amaranta, ¿no es solidaridad estar aquí encerrado con ustedes en este momento? —Creo que no tienes de otra, mano —contestó el Gato, que ya iniciaba su labor amorosa con Frida. Más claro ni el agua. Desde el primer instante hicieron clic. El Gato compartía mis gustos por las minifaldas y bueno, al principio sentí un poco de celos pero al ver a la Gaba, mi amor por ella borraba todo pensamiento jodido de mi mente. 212 Ricardo Cartas Era la mujer de mi vida y ahora estaba con ella y con toda la banda. —En verdad que no lo puedo creer —insistía Lupita. —Sigues con lo mismo… —Es que se me complica creerlo. —No te preocupes, en un par de horas ellos estarán aquí. No tardarán en agarrarlos para que ya estemos todos juntos. —No entiendo qué es lo que pretende. ¿Encerrar a todos los que se le crucen? Amaranta, Eustolia, a todo el San Bayú Sound, Frida y en cuanto hallen a las Auténticas con Chico Beto y Concha también los van a encerrar, ¿eso es su nuevo tiempo? Ese pobre es un imbécil que no sabe lo que dice —sentenció Lupita. Cambié el tema para hacer un poco más suave la escena. —¿Has visto a mis papás? ¿Saben algo de ellos? —Parece que todo está bien, aunque nosotros sólo hemos regresado un par de veces a la ciudad, pero no hemos sabido nada. —Ellos están bien. La policía los molestó por unas semanas, después de haberse metido a Montaña Siete, pero algo está pasando en la ciudad 213 Bilopayoo Funk que el poder del Big comienza por fin a debilitarse —intervino Donatello, con un visible dolor que le habían dejado los golpes que había recibido por parte de las Ratas. —¿Cuándo los viste? —No tiene mucho, quizá un par de semanas. —¿Y de mi hermana? —¿Estuvo embarazada, verdad? —preguntó el Gato. —Sí, en eso me quedé. ¿Sabes algo de ella? —El otro día la vi con un tipo mucho mayor que ella. —El Conan, su maestro de educación física y papá de su hijo. —Wow, eso sí que es noticia. Pero se veía muy contenta. —Pues me alegro, después de lo que le hizo mi papá, pensé que no se arriesgaría a buscar a mi hermana. Es increíble lo que puedes hacer por conseguir la felicidad. —Y lo peor es que se puede convertir en un monstruo. ¿Monstruo? Sí, precisamente, nuestro presente es un maldito monstruo indomable. Pero yo no fui el único que llegó a esa conclusión. 214 Ricardo Cartas —Tanto trabajo, tanto pinche sueño y mira qué infelices —dijo el Nawal. —No exageres. Parece que estoy escuchando a mi mamá, sólo estamos pasando por un mal momento y prefiero esto a seguir metido en la escuela “aprendiendo”… bueno, si es que a eso se le puede llamar aprender. —¿Qué aprendemos? —A decir: sí, señor; no, señor. —¡Los extraño! —les dije casi soltando las lágrimas de cocodrilo—. ¡Y tienen razón, prefiero morir aquí que soplarme el discurso de siéntate bien, no comas, no tomes, no hables, no sueñes, camina derecho, trabaja, no seas puto, esfuérzate, sonríe, produce!, ¿estudiar?, ¿ser licenciado?, ¿quedarte atrás de una computadora y trabajar para un banco que le roba a los más jodidos?, ¿vender seguros?, ¿andar con corbata todo el día? Cuando me di cuenta, todos me estaban viendo y afortunadamente el Gato me estaba grabando con un micro gadget digital. —Eusebio tiene razón —interrumpió Donatello con ojos de zombie—. No hay nada peor que trabajar en un banco, contar dinero que no es 215 Bilopayoo Funk tuyo, mirar a la gente enajenada por tener más y más, por otro lado el dolor del que lo pierde todo… —Ése es un buen tema para hacer una rola —dijo la Gaba, mientras sus ojos se llenaban de luz. Y de inmediato, con silbidos, con nuestras suelas golpeando el piso, aplaudiendo, compusimos una de nuestras mejores rolas. Las Ratas que nos vigilaban escuchaban nuestros gritos desde afuera y nos seguían con una especie de coros que improvisaban en el momento. Cuando estábamos más prendidos, cantando y haciendo todo el ruido posible junto con nuestros cancerberos, apareció Spleenter aplaudiendo de una forma que rompió con el ritmo que traíamos. —Ustedes no pierden el tiempo. Me parece muy bien, pero tienen que dejar sentado que esta rola la hicieron gracias al apoyo de las Ratas Picudas de Binizaa. Bueno, pero no se pongan tristes, aquí hay unos viejos amigos que los quieren ver. Lo esperado. Las Auténticas Buscadoras de Peligro, con Chico Beto y Concha Tiburón aparecieron. 216 Ricardo Cartas —Ya ves, aunque hagas lo imposible para separarte de tus amigochas —dijo Spleenter con su sonrisa de siempre. A pesar de que sólo hubo unas cuantas horas de diferencia, las Auténticas parecían que habían estado un mes en Irak. Estaban hechas trizas, al igual que Chico y Concha. Cuando les pregunté qué fue lo que había pasado, nadie me respondió. Ni siquiera Mística tuvo la molestia de mirarme. —¡Sólo eso me faltaba! Que me hagan sentir culpable por haberlos dejado unas horas en el río —dije al aire, para que me oyeran todos en Binizaa. —Te dije que era mala idea irnos tú y yo así como así, sin decirles nada —contestó Frida. —Te vas a morir como un perro, es cosa de tiempo —me dijo Chico, todo enardecido. —¿Cómo dices eso? —Rompiste el código de solidaridad. ¿No recuerdas que las Auténticas tuvieron que ir por ti a Perla cuando estaban a punto de matarte? Imagínate si ellas hubieran pensado como tú. Claro, ahora serías un recuerdo, una buena intención más entre las millones que hay. 217 Bilopayoo Funk ¿Solidaridad? ¿En qué escuela se aprende de eso? Al contrario. En la escuela lo único que se aprende es a perseguir la zanahoria y hacer caca a todo lo que esté junto a ti. Yo mismo lo hice con las Auténticas. —Pero mira, al final siempre acabamos juntos —dijo Chico más relajado. —En las buenas y en las malas —le dije, intentando acercarme. —Será en las malas porque en buenas no he estado desde hace mucho. Y cuando estemos, lo primero que harás es largarte y olvidar —continuó Chico con el tono de cualquier protagonista de telenovela mexicana. —Tampoco seas dramas. Entiendo que la cagué y feo, pero ya entendí y ahora se las debo, no hay de otra. —Pues a ver cómo nos pagas todo lo que hemos hecho por ti —dijo Mística con mejor ánimo. Ahora sólo faltaba encontrar a Eustolia y Amaranta. Dos nombres que para ese momento se habían convertido en fantasmas. ¿Qué intenciones tenía Spleenter al encerrarnos a todos en un lugar tan cómodo? Creo que ahora las ratas somos nosotros, blanquitas como 218 Ricardo Cartas de laboratorio mientras el líder nos escucha, siente, observa detenidamente cada uno de nuestros movimientos con el ojo enorme, como el de Big Brother. 219 XXII E fectivamente, Spleenter nos observaba por medio de unas cámaras de seguridad que descubrimos inmediatamente. No hubo la más mínima intención de esconderlas, eso me quedaba claro. ¡Eran enormes y ruidosas! Hacían el mismo sonido que cuando Robocop movía cualquiera de sus extremidades. Podías caminar de extremo a extremo y el sonido de las cámaras se prolongaba. El Nawal fue el primero es sacarle provecho al movimiento de los aparatejos por los cuales nos observaba Spleenter. —Mira, nos puede servir de instrumento. Es cosa de que le busquemos —dijo el Nawal, mientras bailaba como Michael Jackson intentando desquiciar a las cámaras. Hasta una rueda le hicimos al Nawal. Le comenté a Chico que eso estaba muy raro. Era imposible pensar que Spleenter estuviera atrás de las cámaras, manipulándolas en todo momento. 221 Bilopayoo Funk Chico Beto me explicó que seguramente estaban programadas para seguir cualquier movimiento, nada del otro mundo, me dijo, todo se queda grabado en una compu y seguramente verá todo el show mientras desayuna. —Estamos entonces ante un voyeurista, ¿y tendrá tiempo para ver las veinticuatro horas de las Auténticas Buscadoras de Peligro v.s. Los San Bayú Sound Machín? —Nada nuevo, existen muchos canales de televisión que se dedican sólo a eso. Fisgonear es un buen negocio. —Pero tú lo has dicho, es la televisión… El ambiente en la habitación fue bueno en los primeros días. Los San Bayú hicieron buena química con las Auténticas. Lupita y Gaba estaban encantadas con Felina y Mística que se la pasaban platicando sus vidas. Y por otro lado estábamos Chico, Concha, Frida y yo, preguntándonos cuánto tiempo íbamos a estar aquí. El Nawal y el Gato se la pasaban de aquí para allá. Todo hasta ese momento era un juego, no había ningún síntoma de preocupación. Estábamos en una jaula de oro y la pasábamos bien. 222 Ricardo Cartas Después empezaron a suceder algunas cosas que no nos ayudaron a mantener la tranquilidad. Los guardias que antes nos ayudaban a cantar “la música de los nuevos tiempos” desaparecieron. En su lugar, llegaron unas Ratas caras duras y más crecidas. De sobra está decir que nunca aplaudieron nuestros ritmos. Sus caras parecían monolitos prehispánicos que ni el viento ni nada las hacían expresar un guiño. Pero ellos también desaparecieron. Al parecer, nos habían olvidado. —¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Mística, preocupada porque sabía que la ausencia de vigilantes significaba no comer. Apenas llevábamos unas horas sin señal de las Ratas. —Recordemos que somos unas ratas de laboratorio y que él está viendo nuestras reacciones. Nos está orillando —les dije. —Pero, ¿a qué? —preguntó Frida, ya con la cara de perrito apaleado. —Lo más probable es que nos den de comer por unos días hasta que salga la peor parte de nosotros, sí, después de dos días sin comida es posible que nos transformemos en caníbales o nos 223 Bilopayoo Funk azotemos en las paredes hasta que nos tenga lamiéndole los pies. —Tienes razón —contestó la Gaba. —No creo que sea una broma. Las cámaras están activadas, aún se mueven. Eso quiere decir que alguien anda por ahí —dijo Chico Beto. —Pues es hora de hacerles ver de qué estamos hechos —advirtió el Nawal, quien pidió ayuda al Gato y a Chico para que lo subieran a la altura en donde estaba una de las cámaras. —¡No lo hagas! —grito Gaba—. Ese tipo es un desquiciado. Es capaz de venir y soltarnos de balazos. —Pues aquí lo estaremos esperando —le dije, ya cansado de todo este jueguito. Felina y Concha se metieron al baño, mientras todos veíamos al Nawal encaramarse en Chico y el Gato para lograr arrancar la cámara. Desde luego que lo logró. El Nawal la tomó como si fuera la copa del mundo. Y la verdad es que todos festejamos como tal. Después arrancaron otra, y después otra y otra, hasta que escuchamos un grito que provenía del baño. Felina salió como loca, intentando decirnos algo sobre Concha. 224 Ricardo Cartas El Gato y Frida salieron corriendo al baño. Frida también gritó al ver el cuerpo de Concha tirado. —¡Está muerta! —gritó, mientras terminaba de comprobarlo. —¿Qué pasó? —preguntó Donatello. —No lo sé. Ella estaba bien, pero cuando empezó a escuchar los ruidos de cuando estaban quitando las cámaras le empezó a faltar el aire hasta quedarse tiesa. Nuestra primera baja en la aventura de Binizaa. Bien dicen que después de la tempestad viene la calma, la resaca después del festejo. Cuando el silencio nos sorprendió, sospechamos que las Ratas nos habían abandonado. Destruimos las cámaras, Concha se había muerto y ninguno de ellos se asomaba en nuestra habitación. —No tardan en llegar con sus cuernos de chivo, ya verán —dijo el Gato muy seguro. Esperamos, pero nada. Frida fue hacia la puerta, puso su oído pegado a la madera intentando escuchar algo. —Creo que estamos solos. No se escucha nada. —Eso es una tontería ¿cómo nos van a dejar solos? —les pregunté, pero ellos no opinaban lo mismo. 225 Bilopayoo Funk —Tenemos que arriesgarnos. Hay que salir ahora mismo de aquí —dijo la Gaba en forma de súplica. El Nawal y el Gato comenzaron a golpear la puerta hasta tirarla. Los demás esperaban desde las esquinas de nuestra cárcel la reacción de las Ratas. Pero lo único que llegó fue el silencio. —A ver. Creo que no estoy entendiendo esta parte. ¿Hemos estado aquí metidos por puro gusto? —reclamó, Felina roja del coraje—. Es imposible que nadie esté vigilándonos. —Es nuestro miedo el que nos tuvo encerrados —dijo Frida, viéndome fijamente. —Pues salgamos de aquí antes de que encuentren la llave y nos la hagan efectiva. —¿Y Concha? No podemos dejarla así —dijo Frida. —Tampoco podemos huir con el cuerpo de una anciana —le dijo el Nawal muy serio. Sin embargo, el Gato como andaba quedando bien con la muchacha, hizo una propuesta que a casi todos nos dejó con el ojo cuadrado: —¡La hacemos taquito! Unos comenzaron a reírse y otros nos pusimos pálidos. 226 Ricardo Cartas —Eres un imbécil, ¿si quieres nos la llevamos en partes, no? —le respondió Frida. —No me has entendido. La podemos hacer un taco con las colchas de una cama, así la vamos arrastrando hasta encontrar dónde dejarla. Continuamos con el ojo cuadrado. Sabíamos que el Gato era un poco extraño, pero al ver cómo envolvía a la muerta, nos pudimos dar cuenta que no era la primera vez que lo hacía; era un especialista en hacer tacos de muerto. Fuimos poco a poco explorando los corredores que nos íbamos encontrando. La casa estaba vacía, abandonada. Todas las Ratas se habían ido. Nos encontramos con el cuarto en donde estaban instalados los monitores. Había algunas sillas, ceniceros llenos de colillas, hasta un par de armas que nadie se atrevió a tocar. Caminamos hasta encontrar la salida. El taco lo arrastraba el Gato, sabiendo que iba a ser un punto a su favor para terminarse de ligar a Frida. Algo sospechaba. No nos iba a gustar mucho lo que estuviera al otro lado. La escena fue increíble. Un auténtico desierto poblado por apenas autos del ejército llenos de bolsas negras que avanzaban sin detenerse. 227 Bilopayoo Funk —Esto ya se lo llevó el diablo —dijo Chico como si fuera un fantasma. La aventura en Binizaa había terminado. Caminamos sin hablar. Nadie quiso comentar ni una sola palabra. Las Auténticas comenzaron a llorar. Sabía que su dolor era el de la derrota. —Se nos fue de las manos. Ahora ellos van a tomar el control de todo Binizaa… Justo estaba terminando de hablar cuando uno de los vehículos del ejército se paró junto a nosotros. Los soldados nos apuntaron hasta que bajó el superior. —¿Ustedes son los de Perla? Nadie quiso contestar. Detalle que arrancó una breve sonrisa al superior. —Muy bien, muchachos. Creo que es hora de irnos. El superior le dio instrucciones a uno de sus soldados, nos señaló detenidamente a todos los del San Bayú Sound y a Frida, que seguramente confundió. —Ya sabes qué hacer con los demás. —¿Y esto? —preguntó el soldado, refiriéndose al cuerpo de Concha. —Es un muerto… 228 Ricardo Cartas —Llévalo a su lugar. En ese momento, levantó el taco y lo echó a la camioneta junto con las bolsas negras. No hubo tiempo para despedirnos. De inmediato separaron a Chico, Concha y las Auténticas. La mirada de Chico era extraña, desilusionada, llena de rabia. Estaba entendiendo que el esfuerzo de años se había ido al diablo. Una vez más nos subimos a la camioneta. Fuimos al centro de Binizaa donde estaban todos los soldados. Le pregunté a uno de ellos sobre el futuro de las Intrépidas, pero el tipo no me contestó. Poco a poco nos íbamos alejando. Binizaa estaba desierta y el San Bayú Sound rodando sin saber nada sobre su futuro. 229 XXIII N adie habló en el camino de regreso. Nos entreteníamos escuchando los sollozos de Frida, que no pararon durante las ocho horas de camino. El Gato intentaba consolarla, pero nada podía mitigar su dolor. A pesar de que deseaba con todas las ganas regresar a Perla, estaba tan bajoneado que no me provocaba mucha alegría reencontrarme con la ciudad y menos estar al resguardo de un soldado. Mi futuro en Perla era una enorme interrogación y algo me decía que no me iba a ir muy bien. La primera parada que hicimos fue en un complejo de edificios que nunca había visto. —Parecía imposible pero llegamos sin un rasguño —dijo el soldado, mostrando por fin una sonrisa. Nos indicó por dónde caminar. El oficial nos guió hasta dejarnos en un recibidor elegante. Las secretarias eran guapísimas y amables. Una de 231 Bilopayoo Funk ellas nos preguntó si queríamos algo de tomar. Nadie pidió nada. Reacción que no le gustó mucho a la secre linda. —Pues entonces, espérense. Frida nos preguntó en voz alta con ánimo evidente de joder: —¿Cuál era el significado de la palabra solidaridad? El Gato sonrió, pero nadie le contestó. Como buena adolescente, y como nos lo había enseñado la escuela, en caso de no tener una respuesta habría que ir con los mayores a resolver la duda. Frida se dirigió a las secres: —¿Ustedes saben qué es la solidaridad? Y nada, sólo fruncieron la boca y de inmediato entró un guardia que le ordenó a Frida que se fuera a sentar. A nosotros nos ordenó que pusiéramos las manos sobre las piernas. En lugar de que nos sintiéramos regañados, Gaba no pudo contener la carcajada y como efecto dominó todos comenzamos a reír. Desde luego, al guardia no le causó mucha gracia, pero tampoco hizo comentario alguno. Sólo se quedó junto a nosotros, vigilándonos. El Nawal después propuso el juego. 232 Ricardo Cartas —A ver, muchachos, manos en las piernas y no parpadeen. El primero que los cierre se regresa con el soldado. Estuve a punto de perder, pero afortunadamente Lupita fue la primera. —Ahora yo pongo las reglas —dijo Lupita en forma de venganza. Mano derecha en pierna izquierda, mano izquierda tocando la oreja derecha y sin respirar. Nos hicimos un poco de bolas, pero al final ahí estábamos todos, haciendo las payasadas que nos había ordenado, ¿quién perdió?, ¿alguien se está poniendo morado? —Ya te vi, Gatito, estás respirando —le dijo Lupita. —Bueno, pues ahora me toca. Venga. Las dos manos en la cabeza y el primero que entre por esa puerta nos mantendrá en esclavitud por una semana. El Gato estaba medio loco. Todos nos miramos en busca de quién sería el atrevido. Y él nos invitaba con las manos mientras el guardia nos observaba detenidamente. La Gaba se paró con las manos en la cabeza de forma muy tranquila. No dio ni un solo paso. Después fue el Nawal y 233 Bilopayoo Funk Gaba. El guardia sacó su radio y llamó a más guardias. Ya me iba a parar cuando la secretaria nos dijo que pasáramos a la oficina. No sé por qué todos entramos con las manos en la cabeza hasta que nos dimos cuenta de que éramos unos ridículos. La oficina era sobria, todo en negro haciendo resaltar el brillo de la pantalla en blanco que ocupaba la mayor parte de la oficina. Sin embargo, no había nadie. —¿Hay alguien por ahí? —preguntó Gaba, muy quitada de la pena. —Sí —dijo una voz detrás de una puerta—. En un minuto estoy con ustedes. Después se escuchó el sonido del wáter, el rechinido de las llaves y por último el corte de las toallas de papel. Vaya, por lo menos el tipo tiene la costumbre de lavarse las manos. Abrió la puerta y el hombre entacuchado salió sonriente, secándose las manos. —¿Cómo les fue en el camino? ¿Ninguna queja, verdad? Vi el rostro del señor. Desde luego que era él. —¿Armando? —dirigiéndome al tipo que ya no estaba en el papel de regenteador de hoyos 234 Ricardo Cartas marginales y nada que ver con la imagen de sacerdote salvador de ovejas perdidas. —¿Sí? ¿Cuál es el problema? ¿Tardaste en reconocerme? Bueno, hay quienes sólo me dicen que conocen a un tipo igualito, claro sin la barba. Gaba se le fue a los brazos y todos se relajaron, menos yo. —¿Y qué haces aquí? Perdón, pero ya no entiendo nada. —Bueno, creo que es una historia muy larga, pero salgamos de aquí, sus padres los están esperando. Salimos de la oficina y Lupita le sacó la lengua a la secretaria-linda. Armando fue a dejar a cada uno. Al final, nos quedamos Frida y yo; con el malestar del Gato y la Gaba. La suerte fue que Armando les explicó que había hablado con mis papás para que Frida se quedara un tiempo en mi casa. —No creo que haya problema. ¿Cuándo piensas explicarme qué es lo que pasó con Montaña Siete y todo ese rollo de la estación de radio? —le pregunté directo y con ánimo de tirarlo en la lona. 235 Bilopayoo Funk —Vamos. Ten un poco de paciencia. Después de que hables con tus papás te explico todo lo que tú quieras. —¿Y qué pasó con las Auténticas? ¿Dónde quedaron todos? —Las Auténticas están bien. Chico igual. Vas a ver que en unos días vas a saber de ellos. —¿Y Eustolia? —preguntó Frida, rompiendo su silencio. Armando tardó en contestar, pero Frida le robó la palabra. —Ya no respondas, ya sé lo que pasó con ella. —Las hemos buscado por todas partes y aún están al pendiente de ellas, pero hasta el momento están desaparecidas. —Estaría bien que las encontraran, pero las Ratas no dejaban vivo a nadie. —Hay que esperar, Frida. Ten un poco de confianza. Llegamos. Mi mamá abrió la puerta y ya se imaginarán la escena. Abrazos y cientos de besos. Muchas lágrimas, tantas que hasta a Frida le tocó su buena porción. Después mi padre, mi hermana y hasta el nuevo cuñado Conan en versión señor panza. Mi hermana me tomó de la mano y 236 Ricardo Cartas me llevó hacia la cuna en donde estaba mi sobrino. Ahí me di cuenta de todo el tiempo que había pasado desde que había salido de Perla. Casi un año y todo lo que había pasado. En ese momento me vi sentado en el salón de clases escuchando al Pitufo. ¡Qué horror! —¿Cómo se llama? —le pregunté a mi hermana. —Eusebio. —¿Como yo? —No te creas que eres tan importante, pero mamá pensó que ya no ibas a regresar y estábamos buscando sustituto. En verdad, diario echaba las cartas y nunca aparecías. Dr. Hell estaba sentado en la sala con sus bermudas de siempre, observándome. —Vaya, por lo menos no andas entacuchado como otros —le dije en forma de broma mientras le daba un abrazo. El Dr. sonrió y después llamó a Armando. —Tenemos que platicar. Oye, ¿y qué es eso que traes en el hombro? —Mi iguana. ¿Ustedes no tienen la suya? —les dije con forma de broma—. Y desde luego que tenemos que hacerlo. En este momento me sien237 Bilopayoo Funk to como perro en el periférico y necesito que me expliquen qué sucedió aquí. ¿Todo cambió en tan poco tiempo? 238 XXIV S alimos al jardín mientras todos estaban al pendiente de la crónica de Frida. Mis papás tienen un especial encanto para que las personas les cuenten sus tragedias. Ni hablar, para eso nacieron. Me hubiera gustado tener un poco de su paciencia. Apenas habíamos llegado al jardín cuando disparé los primeros reclamos. Ellos intentaban meterse a la plática, alzaban la mano y nada; me tenían que escuchar. —¿Nos vas a dejar hablar? —por fin, pudo intervenir el Dr. Hell. Respiré profundo. —Venga. Soy todo oídos. Por cierto, debería de estar aquí Frank. Él fue testigo de todo esto. Él es el contacto con las redes y también tiene que explicarme mucho. Desde que vi sus caras de palos, supe que Frank se había convertido en héroe de batalla. 239 Bilopayoo Funk —¿Cuándo fue? —les pregunté. —Esa noche. Cuando empezamos la transmisión y la policía se metió a la escuela. Mientras el guardia te estaba rescatando, los polis le dieron con todo a Frank, y ahí mismo murió. —Y todo para nada. Ni siquiera pudimos transmitir. —¿Estás seguro? —preguntó Armando. —¿Qué intentas decir? —le pregunté extrañado. —La señal no se ha interrumpido desde que inició. Y esa noche, créeme, que mucha gente escuchó la voz del Big diciendo cosas muy malas que a nadie le gustaron. —¿Radio Funk está viva? ¿Lo logramos? —Vivísima. Muchos chicos de la escuela se metieron a fondo en el proyecto. —Estoy sorprendido pero ¿qué reacciones hubo?, ¿cómo fue que salieron vivos de esto?, ¿por qué yo no sabía nada de esto? Nadie de mis amigos me platicó nada. —Bueno, en realidad no sabíamos muy bien cómo estaba la estrategia de Frank. Cuando nos reunimos para evaluar el proyecto, Frank no nos dio nada. Sólo nos suplicó que le tuviéramos confianza, que por nada del mundo iba a echar a per240 Ricardo Cartas der tu proyecto. Y le creímos ciegamente. En este negocio a veces hay que creer y entregarse a las manos de otro. —¿Y cómo fue que logró la continuidad de la señal? Porque yo mismo apagué la computadora antes de salir corriendo. Y Frank salió antes que yo. —Hasta la fecha no lo sé muy bien, pero es Internet, ya sabes que ahí todo se puede. Frank sabía con quién se estaba metiendo. Big Brother no iba a estar muy contento con todo lo que estábamos planeando. Al parecer hizo varios sitios espejo, es como la bolsa de valores, ¿te imaginas cuántos tipos no intentan meterse a su red? Pues algo así. En el momento en que uno es apagado o detectado, inmediatamente el espejo inicia. Frank hizo bastantes sitios para ahorrarse la frustración. Algo muy extraño que nuestro querido Frank y Beneth diseñaron especialmente para tu proyecto. —Y después, ¿qué pasó? No me digan que el Big se quedó con los brazos cruzados. —No, para nada. Nos persiguieron por meses, pero al mismo tiempo más gente escuchaba la estación. Entonces, fue ahí donde inició la radio novela. 241 Bilopayoo Funk —Vete más despacio, ¿radio novela? —Ésa fue tu propuesta en el proyecto. Recreamos la historia con todo lo que estaba sucediendo en la ciudad. Sí, por ejemplo, si salía que tal jefe hacía algo malo, en la noche transmitíamos un capítulo donde se le encarcelaba, le dábamos el final que para nosotros era el justo. Y si había aumento en la gasolina o en cualquier otra cosa, en la radio novela hacíamos que toda la gente saliera a la calle a protestar hasta que se resolvían los problemas. La gente estaba más que encantada con la historia, pero lo más interesante es que la gente comenzó a despertar, se organizaron manifestaciones inmensas, la gente estaba convencida de que podían verse finales distintos, la esperanza crecía por todos lados. Estábamos en la cúspide de nuestra audiencia cuando decidimos pedirle la renuncia al Big. —¿Y qué pasó? —Pues qué te puedo decir. El tipo no volvió a dar la cara. No renunció, pero por lo menos nos deshicimos de él. Suerte que ya estaban próximas las elecciones y muchas de las redes se organizaron para sacar un candidato… —¿Y quién es? ¿De dónde lo sacaron? 242 Ricardo Cartas —Eso no tiene mucha importancia. Es un tipo confiable, un ciudadano común y corriente. Lo que menos se quería es que fuera un ídolo, un líder hambriento de poder. Y al parecer funciona. —Ahora me explico todo, seguramente ahí estás metido —le dije a Armando de forma desdeñosa. —Nos pidieron un colaborador que se encargara de ciertas tareas, ya sabes, cosas que siempre hacemos. —¿Embaucar a los adolescentes para que salgan de sus casas? —Algo así. Creo que Armando es la persona ideal para hacer muchos cambios, y bueno, desde luego que nosotros lo vamos a ayudar. —Discúlpenme, pero todo esto se me hace imposible. No puedo comprender que el Big se haya ido así, sin haber reaccionado como siempre lo ha hecho… —Las cosas no van a cambiar de un día para otro, pero ya estamos empezando. Por lo mientras, mucha gente va a regresar, tú eres la mejor muestra, ya estás aquí con tu familia y con tus amigos. Y de que va a responder, desde luego, aquí lo estaremos esperando. 243 Bilopayoo Funk Nos sorprendió la noche platicando. Les conté a detalle todo lo que había pasado en Binizaa y de todo lo que había aprendido con las Auténticas. —¿Crees que valió la pena? —me preguntó el Dr., como si estuviéramos en un examen final. ¿Cómo se atrevían a preguntarme eso? Pero supongo que el Dr. no deja de ser un profesor en busca de resultados. —Sólo les voy a decir algo. Creo que he cambiado tanto que por el momento me siento perdido, fuera de órbita. Pero supongo que contribuí en algo para que la ciudad cambiara. —Felicidades por estar perdido. No cualquiera acepta estarlo, pero creo que te subestimas. Tú fuiste el detonador y no cualquiera tiene el valor para asumir las consecuencias. Nadie estaba seguro de que te encontraríamos con vida… —¿Y mi papá aceptó esto, verdad? ¿Él ya sabía las posibles consecuencias? —Después de un rato aceptó, sólo nos dijo que tenías que probar la vida salvaje. Yo no estuve de acuerdo con ese concepto, pero al final nos dio la autorización. ¡Ay mi padre! Con razón mi mamá le advirtió que él sería el responsable de todo lo que me pa244 Ricardo Cartas sara. Por fortuna, todo había salido bien; por lo menos aquí estoy para contarla. Todos se habían ido a dormir. El Dr. y Armando se despidieron, advirtiéndome que pasarían por mí al medio día para que fuéramos a visitar la Montaña Siete. Créanme que lo menos necesitaba era ir a ver el origen de esta historia, pero les dije que me moría de ganas por regresar. Sus caras delataron que habían entendido mi mentira. Fui a mi recámara y lo primero que hice fue prender la computadora. ¿Cuántos meses habían pasado sin que tocara una? Me metí a la página de la estación. Era verdad, ahí estaba viva pero con una música media extraña. Algo se tiene que hacer con esa programación, pensé. En el face estaba Gaba que de inmediato me llamó por el chat. —Mañana ensayamos a las diez, no puedes faltar… —¿Donde siempre? —Sí, hay que poner las nuevas rolas, ya es hora de que hagamos nuestro primer disco y no puedes quedarte en tu casa a rascarte la panza. ¿Regresar a la banda? ¡Carajo, ya estaba en casa! ¡Regresando a mis sueños! 245 Bilopayoo Funk —Les caigo, ahí estaré… Seguí escuchando la estación. Definitivamente había que hacer algo con la música. Soñé una cabina de radio en donde estábamos Frida y yo, escogiendo música cuando de pronto llegaban unos policías. Sólo de eso me acuerdo. Revisé el reloj y eran las ocho de la mañana. La maquinaria hogareña estaba echada a andar. —Eusebio, baja a desayunar —gritó mi madre. Bajé y Frida estaba sentada desayunando muy contenta, mientras estaba plática y plática con mi mamá. No hablé mucho. Ellas, desde ayer estaban en diálogo imparable. Cuando mi madre se dio cuenta de que estaba ahí se me fue a los besos, pero no supo de qué hablar conmigo. Algo se había roto entre mi familia y yo, además del cariño, no creo que tuviéramos nada en común. Ella se dio cuenta de nuestra falta de tema. Hubo silencio y cuando intentó acercarse, preguntándome si había descansado, le dije que como nunca, después miré el reloj; casi eran las diez. —Me tengo que ir. —¿A dónde vas? 246 Ricardo Cartas —Voy con mis amigos al café, vamos a poner las nuevas canciones. —¿Ya no te duelen las manos? —Nada, eso ya es prueba superada. —Creo que Armando y Hell querían verte hoy, no les vayas a fallar, recuerda que por ellos estás aquí. —Madre, eso nunca se olvida, ellos me metieron, ellos me sacaron… Me dirigí a Frida. —¿Quieres ir? —No, me quedo con tu mamá. Les di un beso a cada una. Tenía apenas unos minutos para llegar al ensayo. 247 XXV L legué tan puntual como un inglés. Aún estaba cerrado. Esperé, mientras recordaba los ritmos que habíamos creado mientras estábamos encerrados con las cámaras vigilando. Sin duda, esas rolas nos habían ayudado un poco a sobrevivir. No sé qué hubiera sido de nosotros sin esos cantos que aunque suene muy ridículo y cursi, nos llenaron de esperanza; sin embargo, hoy al recordarlos me parecen tan extraños, alejados de todo lo habíamos hecho antes. Lupita llegó unos minutos después. Ella se dio cuenta que algo me estaba pasando. Abrió el portón y me invitó a pasar como si fuera un extraño. —Por aquí todo sigue igual —le dije mientras reconocía cada rincón. —En realidad hemos estado poco tiempo, nos la hemos pasado viajando. Desde que te fuiste no hemos parado. —¿Tú sabías que la estación nunca se detuvo? 249 Bilopayoo Funk —Claro, todo el mundo la escuchaba, bueno, hasta nosotros estábamos programados; fue de los pocos medios que programaron nuestra música. —¿Y es cierto que provocó la desaparición del Big? —Sí, eso fue tremendo. Nosotros ya no estábamos, pero nos enteramos de todo el relajo, fue gruesísimo, ¿no sabías nada? —Creo que estaba muy entretenido en sobrevivir, las Ratas nos traían a raya, pero ¿por qué no me dijeron nada? —No lo sé; pensé que alguien te había dicho algo. No es posible que en tanto tiempo nadie se haya dado la molestia. Además estábamos medio desconectados, nos enteramos por la red que el Big había desaparecido. Los demás llegaron en bola con una felicidad que daba envidia. Me abrazaron. —Bienvenido, carnal, ahora sí ya estamos completos, como en los viejos tiempos —dijo el Gato. —¿Y yo qué? Donatello también había llegado, aún con los golpes que le habían acomodado las Ratas. —Wow, pensé que por fin nos habíamos deshecho de ti. 250 Ricardo Cartas —Bueno, por lo menos no han perdido el sentido del humor. Vean, aquí tengo las nuevas fechas, mañana mismo salimos a la carretera. —Estás loco —dijo la Gaba—. Tenemos nuevas rolas y vamos a ponerlas; necesitamos un mes por lo menos. Nuestro mánager se quedó blanco. —Oigan, no me pueden dejar así. Ya firmé todos los contratos. Aún tenemos fechas pendientes de la gira anterior que no se pudieron cumplir por culpa de las Ratas. —Tú te arreglaste con ellos. Y no te corrimos nada más porque gracias a ti pudimos hacer la banda y te debemos que nos hayas juntado con Eusebio. —Está bien; ustedes ganan. Tendré que cancelarles a los del Vive Latino. El San Bayú Sound Machín en ese momento se quedó helado. —¿Estamos incluidos en el cartel? —le pregunté impresionado. —¡Claro! Ellos nos buscaron. —Bueno, así ya cambian las cosas, ¿cuántas fechas tenemos programadas? —Por lo menos tres o cuatro a la semana y estamos hablando de cuatro o cinco meses de gira. 251 Bilopayoo Funk Ahí está incluido el Vive. Ésta es la mejor temporada de conciertos, después se pueden encerrar varios meses para las nuevas rolas. Además la gente anda prendidísima con eso de que el Big desapareció. No la pensamos mucho. Yo fui el que tomó la iniciativa. —La comodidad no deja nada bueno. Vámonos a la gira y en el camino vamos ensayando. Las mejores rolas han salido en las peores situaciones. —No sabes lo que dices. Estar en gira es lo más cansado que te puedes imaginar, no te queda aliento para nada —contestó la Gaba. —Claro, si lo que buscas es confort, puedes trabajar en una oficina, cajero de banco, en una escuela, ¡esto es rock and roll! Magia, retos, cansancio, sudor…aquí nos jugamos la vida y si salimos vivos se lo contaremos a la banda en nuestras canciones —le respondí, sin pensar en las consecuencias. —Bueno, eso es cosa de ustedes. Preparen sus chivas y mañana a primera hora partimos. Descansen todo lo que puedan… —nos advirtió Donatello, mientras salía del café muy contento. 252 Ricardo Cartas —No podemos dejar que nos trate como reces. Nosotros somos los artistas —dijo Gaba muy enojada. —Pues votemos, esta banda es democrática — dijo el Nawal. —Por favor, no podemos echar a perder nuestro primer día. Si no quieren ir al Vive, pues nos quedamos. Realmente no pasa nada. Pongamos las canciones y ya, pasemos la página —dijo Lupita de manera fría como si el Vive fuera cualquier tocada. —¿Qué les parece si tocamos y olvidamos todo lo demás? Al rato decidimos —les dije, harto y muriéndome de ganas de sentir las vibraciones de los amplificadores. El Gato puso la grabación de todo lo que pudimos crear en Binizaa. Entramos en una especie de trance. Cada uno imaginó los arreglos que podían entrar. —¿Puedes ponerla otra vez? —preguntó el Nawal. Cada grabación la escuchamos hasta el hartazgo. Después nos interrumpió el sonido del celular de la Gaba que después de contestar me lo pasó. —Es para ti, creo que es Armando. 253 Bilopayoo Funk Con señas le dije que me negara, que inventara que me había ido desde hace un rato. Gaba le explicó, pero al parecer su versión no fue muy convincente. No tuve de otra que contestar al teléfono y escuchar sus reclamos. Lo peor fue que me advirtió que no creyera que había terminado el proyecto. Tenía que verme para explicarme esa parte. Ahora sí estaba indignado. Resulta que la pesadilla todavía no acababa. —Armando, te voy a decir algo y espero que no me lo tomes a mal: ¡Eres un maldito enfermo! ¿Qué ganas con joderme la vida? Tardó en contestarme. Seguramente pensó que era incapaz de responderle de esa manera. Y arremetí. —Entiende que ya no quiero saber nada de ustedes. Mañana mismo salgo de gira con la banda y en verdad, olvida todo lo que tenga que ver conmigo. —¿Estás seguro? —Desde luego. Aquí acabó todo. —Entiendo que estés harto; si ya lo decidiste, lo respeto. Ojalá que cuando regreses podamos platicar. —Gracias, pero la verdad no creo que haga falta. 254 Ricardo Cartas Y después colgué. —¡Un aplauso! —gritó el Nawal. Por un momento pensé que te ibas a ir con ellos. No sé qué tienen, pero siempre terminan por convencerte. —¿Siempre? Fue una sola vez y eso porque ya no tenía de otra, con los ligamentos destrozados ya no podía seguir en la banda. Por lo menos tenía que estar en la única escuela donde me aceptaron. —Una o dos, pero siempre ganan. No sé, ellos son tan fríos, todo lo tienen calculado, mueven todo como si fueran piezas de ajedrez. —No creo que tengan de otra, pero tampoco pienses que son unos robots. Tienen que entender que no pueden obligarme a continuar con todo esto… —¿Los defiendes? —¿Cómo no los voy a defender? En verdad son buenos tipos, realmente están preocupados por el mundo, sí, aunque se oiga muy farol. Pero todo tiene un límite. Ellos deben entender que puedo cambiar de opinión y respetarla; por ahora sólo quiero tocar con ustedes. —Pues venga, vamos a darle —concluyó el Nawal, sonriendo. Esas horas fueron las más felices. El estado ideal del ser humano: ¡crear! 255 Bilopayoo Funk Sólo pudimos poner una rola y repasar todas las que ya teníamos. A pesar de haber dejado de tocar hace más de un año, no me costó nada de trabajo agarrar el ritmo. Tenía toda la pila llena, pero Lupita fue la que decidió parar ahí el ensayo. —Tengo que poner mi maleta y avisarle a mis papás. Ya me imagino la cara que van a poner cuando les diga que salgo de gira otra vez. Casi todos teníamos ese problema. Sólo tenía un día en la ciudad y otro viaje me estaba esperando. —Por mí no hay problema —dijo la Gaba. Mi papá sabe muy bien de esto. —Claro, pero nuestros papás no son Jaime López —contestó el Gato. —Pues yo a veces como que sí extraño a mi mamá —dijo el Nawal con cara de chamaco haciendo pucheros de chamaco. —¿Estás diciendo la verdad? —le pregunté, mientras lo examinaba para ver si no me lo habían cambiado por otro. —¿Tiene algo de malo? —¿Y entonces qué hacemos? 256 XXVI O tra vez iba en la camioneta, con la cabeza rebotando en la ventanilla mientras hacía el intento por contar las líneas de la carretera. Mi mamá me preguntó qué me pasaba. No sé por qué siempre preguntaba lo mismo, sabiendo que la respuesta era un “nada”. Me imagino que era un frase hecha que todas las mamás tienen que hacerle a cada rato a sus hijos cuando los ven pensativos. Mi papá le siguió el juego. —Oye, de haber sabido que ibas a regresar todo traumado, no hubiera firmado ese permiso. Mi papá siempre se lucía con ese tipo de bromas. Y aunque resulte difícil de creerlo, eso era una de las características que más me gustaban de él. —Es lo malo de haber llegado tarde a la repartición de jefes —le contesté, retándolo para que subiera el tono de su respuesta. 257 Bilopayoo Funk Pero ya no lo hizo. Frida soltó la carcajada, mientras mi mamá cambió el tema de inmediato. No fuimos a la gira. Al final coincidimos que nos hacía falta pasar una temporada con nuestras castrantes familias; al fin y al cabo era lo único que teníamos. Creo que la Gaba tuvo razón. No era bueno que un mánager hiciera lo que quisiera con nuestro tiempo, aunque se tratara del cuñado del Nawal, a pesar de que él nos había dado prácticamente todo para armar la banda. Era difícil entenderlo. Tener alguien encargado de conseguir fechas en las mejores plazas es el sueño de cualquier banda, pero el costo era muy alto, prácticamente éramos tratados como animales de circo. Y no es que Donatello nos estuviera explotando, simplemente así es este negocio. Pero bueno, por lo mientras habíamos perdido la oportunidad de ir al Vive Latino. Había que esperar la próxima. Y eso era lo que más me molestaba. Nunca había compartido esa idea de “esperar el momento”. Siempre había considerado que era una forma de auto sabotaje, de buscar la manera para no cumplir tus objetivos. Todo el mundo está esperando “su momento”, con la intención de nunca encontrarlo. 258 Ricardo Cartas Fue buena idea de mi padre irnos a la playa unos días. Sin embargo, yo era el único que a simple vista se sentía incómodo. Me costaba trabajo pensar que había momentos para relajarse. Todo el año que había pasado en Binizaa me había creado un ritmo de vida intenso, como si a cada instante tuviera que estar saltando de lugar en lugar, de idea en idea, en constante movimiento. Lo único bueno fue que me llevé la guitarra y junto con Frida intentaba componer algunas canciones. —¿No extrañas estar allá? —le pregunté a Frida. —Por ahora no. La verdad es que estaba cansada de tantos problemas. Aquí estoy más tranquila. Tus papás me tratan muy bien, no me puedo quejar. —¿Y el Gato? —le pregunté con toda la malicia del mundo. Antes de contestar se puso roja, como nunca la había visto. —Ya somos novios, pero no digas nada, ya sabes cómo es —dijo apenada. —No te preocupes, el Gato no pierde mucho el tiempo. 259 Bilopayoo Funk Los días que estuvimos en la playa se reducían a comer, asolearnos, leer y tocar la guitarra. En las noches mis papás nos llevaban a bailar y después a dormir. En el último día, Armando volvió a hablar por teléfono. Fue al celular de mi mamá que de inmediato me comunicó. —¿Cómo van tus vacaciones? —Parece que todo bien, aunque estoy un poco aburrido. —Lo sabía ¿por qué te niegas a entenderlo? Tú ya estás infectado de acción Eusebio, eres como nosotros… —A ver, no nos confundamos. Sólo estoy aburrido, porque en lugar de estar viendo gordas en bikini debería de estar de gira. —A eso me refiero. Ya estás acostumbrado al movimiento y tienes que hacer algo. Pero por el momento descansa, cuando regreses va a iniciar otra historia. Pero no te hablaba para eso. En realidad te andaba buscando para decirte la fecha de tu graduación. —¿Graduación? ¿Y qué, tengo que conseguir a los padrinos? —No te preocupes por eso. Creo que ya tienes unos muy buenos y no te burles, no creo que mu260 Ricardo Cartas chos puedan presumir de haber podido graduarse de nuestra escuela. —Supongo que me debo de sentir orgulloso. —No lo sé. Si sigues pensando que no lograste mucho, eso quiere decir que falta camino por recorrer; creo que ese es tu caso. Oye, y por cierto, me llegaron unos boletos para el Vive, estaría bien que fueras con todos tus amigos. —¿En verdad? —Sí, y para los tres días. ¿Es un buen regalo de graduación, no crees? No cabe duda que Armando tenía siempre el as bajo la manga para convencer a cualquiera. Se me quitó la cara de papá endeudado y les propuse a mis papás y a Frida que hiciéramos una lunada. Les cayó de sorpresa pero me tomaron la palabra. Organicé todo a detalle. Quería que esa noche fuera especial. Los cuatro estábamos frente a la fogata cuando les platiqué que Armando me había hablado para ver lo de la graduación. Mis papás se pusieron súper contentos. Quizá para otros, una graduación de preparatoria sólo era mero trámite, un pasito más en la carrera de caballos escolar, pero sabían muy bien que se trataba de un verdadero logro, 261 Bilopayoo Funk de un reto que quisimos enfrentar juntos y que nos había costado muy caro a todos. —Nos sentimos muy orgullosos de ti, Eusebio. Corriste el riesgo y lo enfrentaste con mucho valor. Sabemos que esa experiencia es valiosa para ti —dijo mi madre, a punto de soltar la lágrima. Al principio créeme que no entendía mucho de qué se trataba esto. Fue tu padre el que me convenció… El sentimiento le ganó y ya no pudo continuar. —Es el miedo, hijo. Lo único que quería era quitarte el miedo. —Y vaya que si funcionó —intervino Frida. —¿Y la vida salvaje? —le pregunté. —Bueno, esa está por todos lados. —Los quiero mucho. Creo que nunca se los había dicho. Y era lo único que les quería decir en ese momento. Los abracé con todas mis fuerzas. Pasamos la noche cantando hasta ver el amanecer. Ese nuevo día había curado todo. Estaba seguro de lo que tenía que hacer a partir de ese instante. Mis boletos para el Vive me llenaron de buenas vibras. Cuando llegué a la ciudad, lo primero que hice fue marcarle a la Gaba para decirle que tenía los 262 Ricardo Cartas boletos para el Vive Latino. Ella me contestó que su papá iba a tocar otra vez, pero que ir juntos se le hacía una magnífica idea. El papá de la Gaba nos ofreció que fuéramos en su camioneta, pero todos coincidimos en que lo íbamos a gozar como lo vive cualquier chico de nuestra edad. Desde la calle. Nos quedamos de ver en el metro. Yo tuve que caminar cerca de una hora para llegar. Eso no importaba. En el camino coincidimos muchos que íbamos al mismo lugar. La estación estaba repleta de muchachos con los pelos parados, playeras con los logos de las bandas, pantalones de colores. El panorama era genial, todas las formas rockanroleras avanzaban hacia la entrada de la estación. Los policías estaban al pendiente. El año pasado las estaciones del metro habían sido los escenarios recurrentes para las réplicas nacionales del Club de los Suicidas, pero ahora todo lucía diferente. ¡Los policías nos estaban cuidando! Es más, el metro por esta ocasión era gratis. ¡Todo un sueño! Cuando llegué, mis amigos ya estaban esperándome, la emoción se les notaba desde lejos. 263 Bilopayoo Funk —¡Eusebio! —me gritaban, mientras el vagón se estacionaba para abrir sus puertas. Corrí para subir a tiempo. El vagón se llenó en segundos con todos los chicos que iban al festival. Armonía total. Precisamente en esta estación fue donde una decena de chavos había decidido aventarse a las vías en símbolo de protesta. La mayoría pasó de largo, aún cantando. Nada de eso pasaría en esta ocasión. El Big afortunadamente, había desaparecido. Corrimos hacia la entrada del Foro. Faltaban unos minutos para que la primera ronda de conciertos iniciara. 264 XXVII M iramos el escenario principal desde la entrada. Sé que no fui el único en imaginar al San Bayú Sound Machín tocando. A pesar de que el frente estaba lleno, el Nawal y el Gato insistieron en ir, pero les aclaré que no tenía mucho caso en este momento pues aún tocaban los teloneros. No saben la cara que pusieron todos, como si les hubiera acomodado la peor de las patadas en donde ya saben, ¿teloneros? ¡Claro!, nosotros seguramente estaríamos ahí, padeciendo a los gandallas como tú, gritándonos de todo. Algunos sí se lo merecían, pero era parte de este negocio. Lo que no les cuadraba es que un músico se expresara con desdén de los que iniciaban, sí, tal y como yo lo había hecho. Pedí disculpas y en unos minutos ya estábamos como si nada. Los tiempos han cambiado. Por lo menos ahora ya era raro que les aventaran botellazos, pero 265 Bilopayoo Funk antes, en los tiempos de los hoyos funkies un buen rocker por lo menos perdía un diente o le dejaban una cicatriz de recuerdo. Ahora se les trata bien. Lo peor que les podía pasar era que nadie les hiciera caso y cambiar de escenario. Los chavos poco a poco poblaron la cancha. Como era la tradición desprendieron los protectores del pasto, una especie de alfombra gruesa y negra en donde subían a la chica linda de la banda para hacerla volar. El festival se prendió cuando tocó las Víctimas del Dr. Cerebro. Ésa era una de las bandas consentidas. Cada año estaban presentes. Sólo habían podido sacar un buen disco en toda su historia, pero no había otra banda igual en todo el país. Su manejo del escenario simplemente es orgásmico. Eran capaces de transmitir a miles de jóvenes su energía, sobre todo el Ranas, un tipo súper musculoso que se la pasaba saltando, colgándose de las estructuras del escenario como si fuera chango en jaula de Chapultepec. Remataba aventándose al público hasta llegar a la torre de controles. No sé cuántos metros tenía, pero el tipo se trepaba y desde ahí se las refrescaba a todos. 266 Ricardo Cartas Nos cambiamos de escenario. Jaime estaba a punto de iniciar. Si tú le preguntas a cualquier rocker no farol, siempre mencionará a Jaime como una de sus principales influencias, pero Jaime ha tenido mala suerte. Pero eso estaba prohibido decirlo y menos en presencia de la Gaba; era un tema duro que siempre acababa en pleito. No había mucha gente. Quizá era el mismo número del año pasado. El concierto empezó y nosotros cantamos con todo el aliento disponible. Después de su concierto, Jaime nos alcanzó. Caminamos y observábamos asombrados el mundo de gente que iba y venía, la organización era perfecta, entrevistas, firmas de discos. Teníamos poco tiempo. El concierto que todo el mundo esperaba estaba a punto de iniciar. Tanta era la expectativa que los demás escenarios cerraron, nadie estaba dispuesto a perdérselo y menos nosotros. Seguíamos a los demás hasta que Jaime se detuvo. —¿Están seguros de que quieren ir? —nos preguntó mientras tratábamos de entender su pregunta. Su propia hija hizo una cara de fastidio. —¿Y ahora con qué vas a salir, papá? 267 Bilopayoo Funk —¿Tienes una mejor propuesta? —Lo que más odio es dar consejos; no soporto a los que andan de aquí para allá repartiéndolos… —¿Sermones? —¿Ustedes quieren ser una banda de rock o perseguidores de chuletas? La pregunta fue un zape que sacudió las pocas neuronas que me quedaban. El Nawal, el Gato, Lupita y la Gaba continuaron en su camino y yo me quedé con Jaime sin pronunciar una sola palabra. Después Gaba se detuvo, sabía que no podía dejar a su padre con un tipo como yo. —¡Papá! ¿Por qué siempre te comportas así? No puedes dejar de hacerte el raro y disfrutar un concierto como la gente normal. En ese momento había entendido la lógica de Jaime. El tipo no tenía mala suerte; sino que se resistía al camino por el que andan los demás, como todo un salmón. —Hija, yo sólo estoy haciéndoles una pregunta; es más, ni siquiera me deben de responder, sólo piensen un poco. Después Jaime caminó hacia el estacionamiento mientras que nosotros nos quedamos en 268 Ricardo Cartas el conflicto de seguir el camino hacia al concierto o irnos por otro lado. Fue Lupita, como siempre, la que propuso que sólo escucháramos el concierto desde el lugar más extraño y por separado. Gaba escogió el baño, el Nawal decidió irse donde estaban los policías, Lupita desde un puesto de discos, el Gato fue al skate y yo les dije que me iba a sentar en el escenario vacío en donde había tocado Jaime. Sincronizamos nuestros relojes y pusimos hora y lugar para reencontrarnos. El concierto ya estaba iniciando y cada quien tomó su rumbo. Desde donde estaba el concierto me pareció bueno, pero nada del otro mundo. Era increíble cómo un espacio podía determinar tu percepción acerca de algo. En el vacío, fuera de las emociones ajenas, la música era una experiencia indescriptible, resistir fue extraordinario. Había conseguido la verdadera esencia del rock, ir a contracorriente. Supongo que algo así habían entendido mis amigos ese día, porque después del Vive, llenos de energía comenzamos el armado del disco con las nuevas rolas. Teníamos varias ofertas de disqueras, pero ninguna nos convenció. Eran los tipos más gandallas que había conocido en mi vida. A 269 Bilopayoo Funk pesar de que ya teníamos nuestra fama, querían que grabáramos lo más pronto posible en Los Ángeles con todo pagado. Sin embargo, los directivos nos advirtieron que habían conocido a muchas bandas como nosotros, bueno, en realidad dijo “banditas” que según iban a ocupar el lugar de los Beatles, pero que se quedaban siempre en el camino. Estaba entendiendo el mensaje. Lo que estaban poniendo en claro es que prácticamente nos hacían un favor en grabar el disco. Donde sí nos sacamos de onda tremendo fue cuando el tipo nos dijo que el cinco por ciento de las ventas iban a ser para nosotros. ¡Cinco por ciento! ¿Y los otros noventa y cinco? —Bueno, muchacho, debes entender que son una banda nueva ¿quién invierte en ustedes? La empresa corre sus riesgos… —Eso lo entiendo ¿pero cuánto cuesta un disco? —No sé, unos doscientos pesos. —¿Por cada disco que se venda nos tocarán diez pesos? —Más o menos, menos impuestos, desde luego. Este hombre estaba completamente loco. Nadie estuvo de acuerdo en firmar el contrato con 270 Ricardo Cartas ese bandido. Sé que es el sueño de muchas bandas, pero no podíamos entrarle con esas reglas. Nadie nos había prometido que nos haríamos millonarios teniendo una banda de rock; en realidad ni siquiera lo queríamos. Pero era completamente indigno el pago que nos pretendían dar. —Es fácil —dijo Lupita—. Vamos a hacerle como Radiohead. Sí, a ellos tampoco les gustó el plan de la disquera y armaron sus estrategias. Vamos a subir nuestras rolas a una página de Internet y que la gente pague lo que quiera por las canciones. Eso sí, tengan por seguro que vamos a recibir más de diez pesos por disco. Y hagamos unos cuantos discos nosotros para que los vendamos en los conciertos. No sonaba mal. No era nada nuevo y al parecer funcionaba. Esa misma tarde comenzamos la grabación del disco desde el café de siempre. Al tenerlo hecho, subimos las canciones. Entendimos que ahí estaba nuestro camino. No necesitábamos disquera. Tocábamos cuando había una buena plaza que nos esperaba. Vivíamos como rockers; sin ningún asomo de enajenación, como Jaime nos había enseñado. 271 XXVIII A rmando insistió mucho en la graduación. —Tienes que entender que no es muy fácil ver a un egresado de Montaña. Es muy raro y entenderás que la escuela quiere celebrarlo. —¿No crees que se vea ridículo? —Yo creo que es lo más normal. Tus papás están súper emocionados, andan invitando a medio mundo. —No me lo tienes que decir. Los conozco. —Será algo muy sencillo, no te preocupes. Continuamos con los conciertos de vez en cuando. Sólo cuando nos sentíamos con la necesidad de hacerlo. Quizá comenzaba a entender la lógica de Jaime López y de los enojos de la Gaba cuando le mencionaba que su papá tenía mala suerte. La idea de éxito, no sólo en la música sino en cualquier trabajo, era un arma muy peligrosa que 273 Bilopayoo Funk terminaba doblándole las manos a cualquiera. Siempre sucedía lo mismo. Habíamos decidido no participar en el circo y nos sentíamos felices. En mi casa no había otro tema que la graduación. Mi madre borroneaba la lista de invitados, pasaba lista mientras mi papá la escuchaba detenidamente y me preguntaban si no tenía algún otro amigo por invitar. Estaban tan emocionados como si me estuviera graduando de un doctorado en Harvard. Y el día llegó. Complací a mi madre. Me puse un traje, pero sin corbata. No le pareció mucho, pero en eso no había negociación. La corbata era la horca. La ceremonia iba a ser en la escuela. En los laboratorios de cristal en donde había iniciado la transmisión de radio funk. Desde ese día no había vuelto a poner un pie ahí. El lugar lucía muy bien y todo el mundo iba de lujo; claro, todos menos Hell que no pudo dejar sus bermudas y su camisa al estilo Miami Vice. Había mucha gente que nunca había visto, pero todos me felicitaban. Armando me iba presentando uno a uno hasta llegar donde estaban mis padrinos. 274 Ricardo Cartas ¡Increíble! Ahí estaban Chico Beto, Mística y Felina luciendo unos estrambóticos trajes de tehuanas que seguramente habían diseñado para esta ocasión. Los tres venían con sus Converse de rigor. Los abracé. —¡Bilopayoo! —gritó Mística—. Pero qué te ha pasado, estás tan flaco… —Déjalo; ni gracia contigo. No ves que estamos celebrando. Ni en estos momentos paras tu boca —la regañó Felina. —Te hace falta un caldo de iguana para que tomes color otra vez. —¿Cómo van? ¿En qué acabó todo? —les pregunté. —Aún no acaban —respondió Chico—. Seguimos trabajando, pero las cosas han mejorado mucho. —¿Mataron a todas las Ratas? —Nada de rencores. No se ha derramado ni una sola gota de sangre, afortunadamente… No hubo tiempo para que me siguieran explicando. Armando nos interrumpió. —Eusebio, acompáñame… Y ustedes vengan, los padrinos tienen que acompañarnos. 275 Bilopayoo Funk Caminé hacia la mesa principal. Desde ahí observé a todas las personas. Mis padres, mi hermana, los amigos. Hell hablaba por micrófono pero no lograba entender lo que decía. El espacio me hacía recordar la noche en que los policías entraron, el rostro de Frank, los gritos de emoción de Chuk cuando estábamos ensayando. El Dr. tuvo que tocarme el hombro para avisarme que era mi turno al micrófono. Había hecho muchas cosas en mi corta vida, pero nunca me había sentido tan nervioso. Tomé el micrófono y miré a la gente. Sobre las paredes de cristal distinguí un par de luces muy delgadas buscando el blanco. ¡Nunca imaginé que estuvieran buscando mi cabeza! Su reflejo estaba justo en mi frente. Algo desvió el primer tiro. Armando me tiró al piso; después iniciaron los disparos. Mientras escuchaba el quebrar de los cristales y los gritos de la gente, lo único en lo que podía pensar era la sombra del Big Brother renaciendo. —¿Qué pasa? —le pregunté a Armando que estaba junto a mí, temblando de miedo, abajo de la mesa. 276 Ricardo Cartas Él no me contestó. Sólo me hizo una seña para que guardara silencio. A mi derecha estaban las Auténticas pecho tierra. Una pausa del fuego me hizo intentar pararme, pero Armando me detuvo. —Vienen por nosotros —dijo Armando. —¿Quién? —El Big Brother andaba desaparecido pero nunca te dije que hubiera muerto. El que vigila siempre revive, cualquiera puede ser el nuevo Big… —¡Tenemos que salir de aquí! —les dije a todos. No hubo necesidad de explicar cuál era el plan. Después de haber pasado todo un año huyendo sabíamos qué hacer. Felina tomó la decisión de ser la primera. Se paró y corrió. Las balas la siguieron. Nos dimos cuenta de que no eran muchos, había posibilidad de salir vivos. Armando me ordenó que fuéramos hacia el otro lado, buscando la misma salida por donde había huido con Frank. La gente, al ver el movimiento, se paró intentando escapar. Los sicarios disparaban al azar. Otra vez la adrenalina estaba presente. Al final encontramos la puerta. 277 Bilopayoo Funk —Por allá —me gritaba, mientras sentía que las balas me rozaban. Armando y yo llegamos al jardín. De las Auténticas no sabíamos nada. Pensé en mis padres, en mi hermana, en Hell. La noche se había puesto y al fondo la luna roja, herida. Tomé fuerzas para iniciar el camino. Miré las estrellas destellando en la oscuridad. —¿Te das cuenta? —le pregunté a Armando, mientras tomaba un poco de aire. —Entre tanta oscuridad, apenas y se ven. —¿Y los demás? —Ya los encontraremos en el camino. Aún se oían las balas a lo lejos y el recuerdo de las palabras de Armando: “Tú ya estás infectado…” Miramos a los hombres caminar hacia nosotros. Armando sonrió, al parecer le emocionaba la idea de poder iniciar otra historia. Yo también sonreí. Me imaginé montando a un guajolote gigante con mi iguana en el hombro. Lo increíble era que me sentía feliz, deseoso de más, maldita infección. 278 Bilopayoo Funk Ricardo Cartas de 2012 Juan Pablos, S.A., con domicilio en 2a Cerrada de Belisario Domínguez 19, colonia del Carmen, D el. Coyoacán, México 04100, D.F. <[email protected]> El tiraje consta de 1000 ejemplares. se terminó de imprimir en noviembre de en los talleres de Imprenta de