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Bilopayoo Funk
Bilopayoo Funk
novela
Ricardo Cartas
PRIMERA EDICIÓN, OCTUBRE DE 2012
D.R. © RICARDO CARTAS
Twitter: @ricardocartas
www.ricardocartas.com
D.R. © EDUCACIÓN Y CULTURA. ASESORÍA Y PROMOCIÓN, S.C
Campeche No. 351–101
Col. Hipódromo
C.P. 06100, MÉXICO, D.F.
Tel. (55) 1518 1116
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Miembro de la Alianza de Editoriales Mexicanas Independientes.
D.R. © GOBIERNO DEL ESTADO DE PUEBLA
Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Puebla
Dirección de Literatura y Ediciones
3 Oriente 209, Centro Histórico
72000, Puebla, Pue.
ISBN: 978-607-8022-80-9
Revisión de texto: Jaime Mesa y Andrea Huerta
Dibujo de portada: Carmen Irene Gutiérrez Romero
Retícula y diagramación: Abraham Z ajid Che
Impreso y hecho en México
Printed and bounded in Mexico
If the children don’t grow up
Our bodies get bigger
But our hearts get torn up
We’re just a million little gods
Causin’ rain storms
Arcade Fire
a Indira por sus ojos
I
E
n la mayoría de las escuelas te mueres de
aburrimiento y en las excepciones, donde hay
algo interesante, resulta que eres peligroso.
Frank Loveland fue el tutor de mi proyecto.
Era un tipo de unos sesenta años. Había estudiado en las mejores universidades de Estados Unidos y trabajaba en Montaña Siete, según él, por
sus increíbles condiciones de trabajo: podía ir vestido de cualquier forma, decir groserías y escoger
a sus alumnos.
Cuando el Dr. Hell leyó su currículum me
imaginé a un viejito acartonado pocas pulgas, con
corbata de moño y cara de estar oliendo pedos
todo el día. Afortunadamente Frank era todo lo
contrario, llegó al laboratorio de cristal silbando,
distraído como turista, haciendo que su cabellera
se meneara de aquí para allá.
Mi proyecto no era nada del otro mundo. Una
estación de radio por Internet se le podía ocu11
Bilopayoo Funk
rrir a cualquiera. Supongo que existen miles de
muchachos transmitiendo desde sus casas, pero
a Frank le había llamado la atención que dentro
de tanto subgénero rocanrolero hubiera incluido
la radio novela El Big Brother también llora. La historia del Big Brother en Perla es un asunto delicado. Hace unos años el autoritarismo en la ciudad
había llegado a los niveles más altos. Todo estaba
vigilado. En verdad no había callejón, casa, línea
telefónica, red que se escapara del ojo vigilante.
Afortunadamente, su poder estaba desapareciendo. Desde el año pasado no hubo ningún arresto
por “Malidicencia”, término que se implementó
al delito de hablar “negativamente” de Big Brother,
nombre que se le dio al anciano que nos gobernaba y que muy pocos podían presumir de haberlo
visto. Ese año sin arrestos políticos, llevó a pensar
a la mayoría de la gente, sobre todo a Frank, Hell
y Armando que el Big estaba en sus últimos días,
tan debilitado que hasta un adolescente se atrevería a burlarse de él.
—Tu proyecto es casi perfecto. Te llevas las
palmas con esa radio novela, sólo que tanto rock
se me hace exagerado: el pop no es el demonio
que destroza los cerebros de los jóvenes. Yo soy
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Ricardo Cartas
fan de Shakira y no pasa nada —dijo Frank sonriendo.
Aunque estaba seguro de que era una broma,
no pude ocultar mi enojo.
—¿No pasa nada? —le pregunté indignado—.
¡Están acabando con las neuronas de mi generación!
—Deja el drama, muchacho. Aquí cada quien
se sirve lo que se come. Hay algo que puede ser
mejor —me dijo al estar ojeando mi proyecto—.
No sólo vamos a incluir la radio novela. ¿Qué te
parece si metemos unas grabaciones reales de estos tipos? Por ahí tengo algunas que nos pueden
servir.
—¿Grabaciones del viejo Big? —le pregunté
tan sorprendido como si estuviera afirmando que
tenía grabaciones que probarían la existencia de
Dios Padre. Si poca gente había tenido la suerte
de verlo, tener grabaciones de él y pasarlas por mi
estación de radio era noticia tremenda.
Sabía que me iba a meter en problemas, pero
la idea que tenía de un “problema” era muy reducida con todo lo que venía en el futuro. Lo imaginaba como un monstruo de cinco ojos, cuatro
brazos, escurriendo baba y con una torpeza de
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Bilopayoo Funk
antología. El problema real simplemente no tenía
cara y en cualquier momento podría estar junto
a mí, esperando el momento ideal para hacerme
guacamole.
Sin embargo, mi preocupación real en ese momento no eran los monstruos sino que Frank me
dejara leer mi versión del Aullido de Ginsberg al
inicio de la transmisión. A Frank le pareció un
detalle anacrónico, aunque no pudo decir nada
cuando le recordé de quién era el proyecto.
Después de varios meses de investigación, ensayos y la recopilación de los materiales “secretos”
(según Frank), estábamos listos para salir al aire.
El próximo paso era mostrarle todos los avances
al Dr. Hell para que nos diera el visto bueno. Salimos del laboratorio de cristal, de la punta de la
montaña rumbo a la oficina de Hell. Frank me
advirtió, mientras me enseñaba un par de discos,
que nuestro proyecto era muy peligroso. Algo me
sucedía cuando no entendía del todo una palabra. ¿Peligroso? Entonces cerré los ojos, busqué la
primera imagen. ¿Mamá? La única que tenía en
mi memoria era mi madre recitando todo lo que
no debía hacer. El procedimiento era sencillo. Ignora, con eso basta —me decía.
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Ricardo Cartas
—¿En verdad crees que sea tan peligroso? —
le pregunté a Frank con la intención de aclarar
cualquier significado extra.
No contestó. Hell abrió la puerta de su oficina
y Frank le entregó los discos. Estuvimos un par
de horas escuchando el material sin que nadie dijera una sola palabra. Después, el Dr. me pidió
que saliera. No tuve de otra. Esperé en el jardín.
No sé muy bien cuánto tiempo pasó, pero yo seguía pensando en la imagen. ¿Cómo era posible
que relacionara la imagen de mi madre con el
peligro? Claro, era regañona como casi todas las
mamás en el mundo, pero de ahí a que fuera peligrosa… Después llegó Beneth preguntándome
por Frank. Le dije que estaba con Hell en su oficina. Ella era de las clásicas chicas nerviosas que
no podían estar sin hacer nada.
—¿Tardarán mucho? ¿Llevaba la información? ¿Crees que acepte?
—Tranquila —le dije interrumpiendo su ataque de preguntas—. Desde luego que lo van a
aceptar.
—¿Por qué estás tan seguro? —me preguntó
mientras sacaba su teléfono—. Parece que me necesitan…
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Bilopayoo Funk
—¿Quién?
—Hell, me está buscando. Voy a su oficina.
—Oye, antes de que te vayas, ¿cuál es la primera imagen que te llega con la palabra peligro?
—le pregunté con ánimo de acrecentar su desesperación.
—Frank. Ese hombre es un peligro.
Sonreí, aunque no debí de hacerlo.
Al poco tiempo salieron los tres muy serios.
Hell se fue con Beneth y Frank fue hacia mí.
—Ya es tarde. Voy a dejarte a tu casa. Tienes
que descansar porque mañana mismo empezamos la transmisión.
—¿Mañana? Eso es imposible. ¿Dónde dejas el
plan de marketing? Los anuncios que habíamos
planeado…
—No hará falta. Eso déjaselo a los productos
que necesitan ayuda. En este momento muchos
están esperando el primer segundo de transmisión. No sé cómo se enteraron de las grabaciones,
pero necesitamos aprovechar el momento. Mañana a las siete de la mañana iniciamos.
Salté de felicidad y abracé a Frank. Quizá tenía la mano destruida y mis sueños de ser guitarrista se habían ido al hoyo, pero ¡ya tenía mi
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Ricardo Cartas
estación de radio! (por internet, claro). Frank me
advirtió que a Hell le había parecido muy peligroso. Otra vez esa palabra.
—¿Entonces? —le pregunté.
—Pues le dije que de eso se trataba, de correr
riesgos.
—¿Qué es lo peor que nos puede pasar?
—Pasar a la historia.
—¿Eso es lo peor?
—Lo peor ya pasó. No dejes que te roben otro
sueño más.
Entonces entendí el sentido de la palabra peligro. Perder un sueño es convertirse en el peor de
los cobardes.
Llegué al laboratorio de cristal una hora antes.
Después llegó Beneth muy nerviosa como siempre. Prendió las computadoras mientras checaba
que todo estuviera listo para iniciar. Beneth era
hermosa pero tanta perfección abruma. Frank
llegó fumando. Saludó con un apretón medio cachondo a Beneth que la hizo enrojecer de inmediato.
—¿Listo? —me preguntó como si fuéramos a
iniciar un partido de fut.
—Cuando tú digas, Frank —le dije muy serio.
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Bilopayoo Funk
Entonces todo inició. Frank me dio el micrófono y como lo habíamos planeado inicié con el
Aullido:
He visto las mejores mentes de mi generación
destruidas por el pop y las aburridas escuelas…
No me dio tiempo de terminar. Frank y yo vimos a un grupo de policías rodeando el edificio
de los laboratorios. Por primera vez había visto
preocupación en el rostro de Frank. De inmediato
checó su teléfono. Leyó un mensaje en el Twitter.
—¿Qué pasa? —le pregunté, mientras él buscaba los cables de la corriente eléctrica que de
inmediato desconectó para interrumpir la transmisión.
Los policías comenzaron a forzar las puertas
de cristal que terminaron siendo destruidas con
un par de disparos. Frank y yo agarramos ritmo
de cacos de mercado, nos pelamos a todo motor.
Tomé la mano a Beneth para que huyera con nosotros; sin embargo, ver a los policías desenfundar sus armas provocó en ella una parálisis que
me obligó a dejarla ahí; por más jalones que le
daba no podía moverse.
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Ricardo Cartas
—¡Por atrás, por atrás! —gritó Frank.
De inmediato nos topamos con el letrero:
“Precaución: Zona de Experimento Vivíparo”.
Sí, algunos muchachos en sus ratos libres intentaban hacer volar a unos guajolotes. Hell les dio
permiso para que tomaran una parte del jardín
en donde instalaron el corral-laboratorio. Hasta
la fecha no habían conseguido que volaran, pero
lograron hacerlos crecer como avestruces. ¿Se
pueden imaginar eso? “Son los azarosos caminos
de la ciencia”, siempre repetía Frank, “lo que buscas nunca lo encuentras, pero en el camino siempre hallas algo”. Díganmelo a mí. Yo lo único que
quería era tocar con mi banda, pero por obra de
no sé quién, ahora estaba siendo perseguido por
sacarle unos cuantos trapitos al Big Brother de Ciudad Perla.
Frank se detuvo a respirar un poco. Volteó a
ver a los policías que estaban a punto de entrar al
corral.
—Si salimos de esto con vida, recuérdame que
retomemos la clase de educación física.
A pesar de que los guajolotes son de temperamento fuerte y cualquier cosa les molesta, pudimos entrar a su territorio sin problema; los señores
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Bilopayoo Funk
justicia la pensaron dos veces. Miraban a los tremendos animales con miedo. Los conocíamos muy
bien, y sus dueños les habían enseñado a no picotearnos. Cuando los polis vieron que a nosotros no
nos hacían nada, se dieron valor. Apenas pusieron
el primer paso, los guajolotes los recibieron con sus
picos enormes. Tremenda corretiza. Ahí los veías
meneando el moco mientras los policías intentaban darles con las macanas. Frank y yo nos moríamos de la risa al ver sus caras hasta que llegaron
los refuerzos, éstos sí bien armados, empezaron a
disparar contra los guajolotes gigantes. Las cosas
iban en serio. Frank ya no daba una y me dijo que
huyera mientras él los distraía un poco. Corrí y
corrí hasta que me encontré al guardia albóndiga
cacarizo que me recibió con un golpe en la cabeza,
después comenzó a arrastrarme.
Peligro.
Estaba a punto de entender la dichosa palabra.
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II
M
etallica tenía a Cliff Burton, Mayhem
a Euronymous, Nirvana a Kurt y Sex
Pistols a Sid Vicious. Ahora el San Bayú
Sound Machín tiene a Filisberto Ruiz Chiquito,
conocido como el Chuk por su parecido (todo un
güero de rancho) a Chuck Norris. No dominaba
todas las artes marciales, pero sí todos los instrumentos con los que la banda contaba. Su papá
también era músico y medio música. Nos contaba
que se había ido a Estados Unidos porque aquí
nadie le hizo caso. Siempre le mandaba postales
a Chuk desde los lugares en donde se supone que
estaba tocando Plain Finch, ése era su nombre
artístico, aunque nuestro amigo siempre lo nombraba en español: El jilguerillo del llano.
—Se oye espantoso —le dijo la Gaba.
—¿Qué tiene? —nos reclamó Chuk. En Perú
hay una cantante que se llama la Tigresa del Oriente
y tiene un éxito increíble, ¿la han visto en You
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Bilopayoo Funk
Tube? Mi papá es un poeta. Un día les voy a dar
un disco para que vean lo que es bueno.
Nunca escuchamos ninguna grabación de su
padre. Es más, no había ni una sola referencia en
la red, lo que nos hacía pensar que había algo de
mentira pero nunca le dijimos nada. Chuk, cuando hablaba de su “padre” se llenaba de luz, sus ojos
expresaban un orgullo indescriptible.
Cuando nos contó su plan, de inmediato le dijimos que un suicidio en una banda de rock no
provocaría nada en la gente, ese tipo de actos ya
no tenían nada de subversivo o quizá lo era tanto
como sacarse un moco en medio de una reunión
de señoras encopetadas. Casi diario un chico de
nuestra edad se colgaba de su regadera y a la
gente no parecía importarle. Menos al Big, cada
chico caído era una preocupación menos para él
y para muchos de los mayores que se aterrorizaron con los primeros casos, pero ahora todos se
mostraban indiferentes. Chuk sería uno más en
la lista. Además, no éramos una banda de Black
Metal, ni siquiera nuestras letras eran subversivas, teníamos buenas calificaciones, eso sí muy
freaks y toda la cosa, vegetarianos y teníamos
cara de niños que no rompían ni un plato.
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Ricardo Cartas
Sin embargo, Chuk estaba decidido. Imagínense. Ya muerto, se publicarían en el Facebook
las fotos de algún suicida con un tiro en la cabeza.
¡Santo Chuk adorado por las adolescentes rockers
de todo el mundo! Mientras tanto, ahorraría dinero para producir el disco. Según él, en un par de
años estaría de regreso y éxito seguro. Claro, antes teníamos que inventar una buena historia para
que nos creyeran que Chuk no había muerto sino
sólo estaba desaparecido. Situación poco probable;
para él toda esta historia era un plan maestro.
—¿Y si alguien te reconoce en Gringolandia?
—le preguntó el Nawal.
—Eso es lo mejor que nos podría pasar. Ya estaría en los niveles de Elvis o Pedrito Infante, que
siempre los andan viendo por todos lados.
—Tu plan es una porquería, Chuk —le comentó el Gato—. Nos vas a convertir en farsantes, después de eso nadie nos tomará en serio y
adiós, futuro.
—¿Y tú crees que en la escuela lo hay? Si lo
que quieres es pasarte media vida aburriéndote
en una escuela y después aspirar a un trabajo de
doce aburridas horas, adelante, vas por buen camino. ¿Eso es lo que quieres?
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Bilopayoo Funk
—Nadie quiere ser un burócrata, pero tampoco un farsante que aprovecha la nota roja para
hacerse publicidad —respondió el Gato.
—¿No te das cuenta? Aquí todo es disciplina,
pórtate bien, no contestes, ¿para qué?, para no
provocar problemas. ¿Formas?, claro, ellos ven
todo cuadrado. ¿A quién le importan las ideas?
Todo lo contrario. Aquí todo lo que sea diferente,
apesta. Atrévete a causar molestias en sus planes,
los que no piensen como ellos terminarán hechos
polvo.
Chuk respiraba como un búfalo, mientras los
demás guardábamos silencio.
Se fue del café bastante enojado y sin despedirse. Sólo nos dijo que tenía poco tiempo. Su
papá ya había pagado al pollero que lo contactaría en Tamaulipas y de ahí lo pasaría dentro
de un contenedor hasta el otro lado. Chuk estaba
convencido de que ésa era la mejor opción.
Así que cuando la Big Sister nos dijo que nuestro
amigo Filisberto había muerto, nadie se la creyó.
El apodo fue obra de Lupita que era “callada y
cabroncita”, así la había catalogado el profe de
Literatura: “de esas hay que cuidarse”. Todos en
la escuela la pensaban dos veces antes de hacerle
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Ricardo Cartas
cualquier jugada. El profe Rebobo nos hizo leer
1984 de George Orwell. Como siempre, muy pocos lo leyeron pero con ellos bastó para que se
desatara una discusión tremenda. Las críticas
al viejo Big fueron muy duras, algo imposible de
imaginar hace unos años, pero hoy es de lo más
común, se había convertido en deporte nacional.
Sin embargo, Lupita se fue para otro lado. Aclaró que el viejo Big ya estaba a punto de morir.
Ahora había que cuidarse de los pequeños, como
nuestra directora. En ese momento el profesor se
puso colorado, nervioso. Seguramente, una voz
del más allá le decía: “métele el borrador en la
boca, para todo esto antes de que te corran, perderás el aguinaldo, las vacaciones a Cancún, primas vacacionales, el auto y todo por culpa de esta
pinche chamaca revoltosa”, pero el profe prefirió
escuchar detenidamente las palabras de Lupita
mientras caminaba lento por todo el salón.
—Siempre anda vigilándonos. No puede ver a
nadie reunido por los pasillos porque de inmediato
se va a dar sus vueltas o de plano manda algunos
intendentes a parar la oreja. La escuela está llena
de cámaras. Es más, no dudo que en este momento
ya esté enterada de lo que estoy diciendo.
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Bilopayoo Funk
Nos quedamos fríos cuando Lupita expuso los
paralelismos entre el Big y la Big. Entre más avanzaba Lupita en su intervención, los colores que iba
experimentando el profe delataban su terror porque también él era vigilado. El tiempo de exposición había terminado y el profesor no dudó en
interrumpirla: “Muy bien, Lupita, excelente intervención, ¿alguien tiene alguna pregunta?” Lupita
se le quedó viendo muy seria, y le pidió que la dejara terminar, que se le hacía una falta de respeto
que no pudiera concluir. El profe no tuvo de otra
más que aguantarse.
El sobrenombre le quedó como anillo al dedo
y todos en la escuela leyeron la novela de principio a fin. Entendieron de dónde había salido el
apodo del que nos vigilaba. Los chicos hicieron
una página en donde ponían todos los puntos en
común entre los Bigs. Yo aproveché para hacer mi
mejor rola: “I Hate School”.
26
III
—S
u compañero Filisberto ha muerto —dijo la Big.
Jamás se me va a olvidar esa
frase y los ojos de nuestra directora moviéndose
como periscopios en busca de cualquier expresión
sospechosa.
Big Sister, que todo lo ve y todo lo sabe, nos
llevó a su oficina en donde nos esperaba la mamá
de Chuk. A pesar de que llevábamos más de un
año tocando juntos, nunca nos la había presentado. La señora aparentaba unos cuarenta años
y si no fuera por ese lunar que tenía entre ceja y
ceja, sí me aventaba a ser el papá de Chuk. ¡La
señora estaba buenísima! El Nawal y el Gato me
mandaron las señales para que checara la mercancía, para ese momento ya estaba escaneada y
bien guardada en mi memoria. Ahora entiendo
por qué nunca nos la presentó, sabía que por lo
menos una buena morboseada le iba a tocar.
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Bilopayoo Funk
No nos importó que la señora estuviera sollozando, así era el plan del Chuk y dentro de unos
meses todo sería felicidad. Lo que no me gustó mucho fue la presencia de los policías con gafas oscuras. Nunca me ha gustado la gente que se cubre los
ojos, ¿qué esconden?, y lo peor que te puede pasar
es platicar con ellos de frente; sin mirada es como
si estuvieras hablando con alguien sin rostro, sin
personalidad, aunque se tratara de una causa justa, como lo es cubrir una espeluznante resaca.
La Big Sister fue la primera en soltar la estocada. Alzó la voz diciéndonos:
—¡Están enfermos! ¿Cómo es posible que
alumnos como ustedes sean capaces de hacer tantas atrocidades?
En general, éramos buenos alumnos. No éramos genios pero al menos no teníamos materias
reprobadas.
—¡Con esa idea de la banda de rock se echaron a perder, han llegado al límite! —gritó la Big.
De inmediato la Gaba se soltó a reír. Uno de
los policías abrió su libreta para iniciar las notas
sobre el desvío mental de nuestra amiga.
—¿Y todavía te ríes? —le preguntó la Big tan
desesperada que comenzaba a llevarse las ma28
Ricardo Cartas
nos a la cabeza. Situación extraordinaria porque
atentaba contra el inmaculado peinado estilo
quesillo de Oaxaca que por generaciones se había
conservado intacto.
La mamá entre gemidos y lloriqueos buscaba con la mirada a los policías para que hicieran
algo. Uno de ellos, nada menso, fue de inmediato a consolar a la madre en pena con un abrazo
apretadito y cachondón.
—Esto se me sale de las manos, muchachos,
tendrán que acompañar a los policías para que los
interroguen —nos dijo la Big en tono regañón y ya
con el peinado manoseado—. Pero antes tenemos
que llamar a sus padres para que los acompañen.
El Gato, con su risita burlona, dijo que él no iba
a moverse si no lo acompañaba su abogado. Los
policías cruzaron la mirada, mientras la mamá
soltó un berrido que a todos nos sorprendió.
—¿Se dan cuenta de lo que están haciendo?
Poco falta para que uno de ustedes se meta con
una metralleta a la escuela y nos mate a todos, ¿eso
es lo que quieren? —insistía la Big hasta que uno de
los policías puso orden. Se quitó los lentes, dejando
ver el rojo intenso de sus venas oculares. Hizo un
esfuerzo por limpiar su garganta de gargajos.
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Bilopayoo Funk
—¡A ver, cabrones! ¡Ya déjense de chingaderas!
Ustedes publicaron en su feisbú que su amigo
Chuk iba a morir en estos días.
—Facebook —le corrigió la Gaba.
—Eso fue lo que dije —contestó el poli muy
quitado de la pena—. ¿No tienen nada qué
decir? Canten de una vez antes de que mi amigo
se enoje y nadie lo pueda controlar. Seguro que
alguien de ustedes iba manejando ese camión.
En la academia de policía nos han enseñado
muy bien la personalidad de lacras como
ustedes. Hemos llegado a la conclusión de que
un accidente no se anuncia ¿verdad?
“Brillante reflexión, señor justicia”, pensé.
Después, todos en coro soltamos la carcajada:
“¿Atropellado por un camión?”
—Eso sí que no lo esperábamos —dijo
el Nawal. Chuk nunca nos dijo cómo es que
iba a “morir”. Pensábamos que iba a buscar
algo más romántico. Tirarse de un puente,
tiro de escopeta. ¿Cómo iba a salir retratado
un rockstar atropellado por un colectivo
destartalado?
Los policías permanecían inmóviles, escuchando nuestras palabras.
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Ricardo Cartas
El que aún tenía puestas sus gafas aflojó su corbata dejando libre los kilos de papada ennegrecida. Alzó unas de las cejas que apenas se alcanzó a
percibir por encima del marco dorado de sus gafas.
—Muy bien, ustedes quisieron este final. Llame a los papás de estos mugrosos —ordenó el policía a la Big.
Big Sister tomó el teléfono y le pidió a su secretaria que se comunicara con nuestros padres.
—No es para tanto —dijo la Gaba—. Está
bien, vamos a confesar. Sólo se trataba de un juego. Chuk simuló su muerte. Su plan era irse con
su papá al otro lado a tocar. Es más, hasta nos
dijo que su jefe ya le había pagado al pollero para
que lo pasara al otro lado.
La mamá dejó de llorar por un momento.
—¿Eso fue lo que les dijo? ¡No puede ser!, ¡no
puede ser! —repetía—. Filis nunca pudo aceptarlo. Toda esa historia de su papá músico y que
se la pasaba en giras fue invento de él.
—¿El jilguerillo del llano no existe? —preguntó
el Gato.
—¿ Jilguerillo del qué? Es la primera vez que
escucho ese nombre… —contestó la mamá, intentando asomar una sonrisa.
31
Bilopayoo Funk
—Pero tenía cartas, postales y fotos de su
papá. Siempre nos las presumía. —dijo el Gato.
—Sí, siempre fue muy hábil para crear sus historias…
—Mire, aquí tengo una foto que nos dio el
otro día —dijo Lupita, mientras abría uno de sus
cuadernos.
La mamá se quedó sorprendida y extendió la
mano para recibir la fotografía del papá imaginario de Chuk.
—No puede ser, pero si éste es Johnny Cash…
Nadie de nosotros había escuchado ese nombre nunca.
—¿Quién es? —le preguntó el Gato.
—Fue un cantante de country que siempre escuchábamos en la casa.
—Siempre nos dijo que era un buen músico y
que se la pasaba rolando en toda Gringolandia.
El policía interrumpió:
—Pues será Pedrito Infante, pero su juego se
les salió de las manos y ahora nos van a tener que
acompañar al mp, ahí terminarán de contar su
historia. Aunque el final siempre es el mismo…
La única forma de acabar con las cucarachas es
aplastándolas…
32
Ricardo Cartas
—Miren —les dijo el Nawal aún no convencido de la muerte de Chuk—. Sólo hay una forma
de saber si está muerto o no. Revisemos el face en
este momento. Si Chuk subió algún cuerpo ensangrentado y su cara pegada con Photoshop es
que todos caímos en su juego. Si no hay nada,
entonces sí colgó los tenis.
El Nawal estaba seguro de que Chuk vivía,
por eso se atrevió a hacer el comentario. Al notar
el silencio de todos, el Nawal revisó su teléfono
para buscar la página; sin embargo, el policía lo
interceptó:
—¿De qué fotos estás hablando?
—Si no hay fotos no sirve la publicidad, un
poco de amarillismo no le hace daño a nadie —
contestó el Nawal.
El policía se paró y fue a la computadora de
Big Sister. Tecleó el link y para nuestra sorpresa
no había ni una sola foto de Chuk ensangrentado,
sólo el anuncio de su muerte.
—¡Ah chingá! —dijo el Nawal, mientras la
Gaba se ponía blanca y el Gato y yo nos vimos
para preguntarnos qué es lo que estaba pasando,
aunque todo estaba clarísimo. Lupita comenzó a
llorar junto con la mamá.
33
Bilopayoo Funk
—Es cosa de tiempo, Chuk siempre se tarda
en todo —comentó el Nawal.
—¿Qué te parece si mientras tu amigo resucita
les enseñamos unas fotos que quizá les interesen
para subir un poco su rating —dijo el policía,
mientras presumía su diente de oro. Después
prendió un cigarro.
La Big de inmediato recitó el reglamento en
donde se prohibía fumar en todas las escuelas.
El policía le echó el humo encima, mientras le
recomendó que llamara a la policía.
No tuvo de otra que improvisar una taza para
que echara la ceniza.
De su saco extrajo un montón de fotos que
mostraban el cuerpo de nuestro amigo. No había
duda de que era Chuk. Su cadáver estaba partido
a la mitad y llevaba los Converse que él mismo
había pintado con la caricatura de todos los integrantes de la banda.
—¿Ustedes qué dicen? ¿Una lana y les pasamos las fotos para que las suban a su página?
¿Quieren más admiradores, no? —dijo el policía
mientras sonreía.
No sé porqué, pero la primera imagen que me
llegó de Chuk fue ver su tronco encima de una
34
Ricardo Cartas
avalancha, tomando vuelo con los brazos, intentando escapar de los largos pasillos de la escuela
entre las piernas de todos los compañeros.
La imagen fue horrible y jamás pude borrarla
de mi memoria. Escapar de las patadas ajenas sería nuestro destino.
35
IV
L
os policías nos tomaron del cabello al Nawal
y a mí, como si fuéramos monigotes de trapo.
No sirvió de nada gritar y soltar manotazos.
Los tipos eran de experiencia.
La señora Chuk, la Big y nuestros amigos intentaron impedir que nos subieran a la camioneta blanca. No era un mito. ¡Existía! Siempre se
hablaba que si alguna vez caías en la camioneta
blanca jamás dejarías de ser un sospechoso. El más
grande de los policías, al ver todo el dengue de las
señoras, nos metió a la camioneta y después a los
que faltaban; miró a las señoras, se tronó los dedos
de la mano y de inmediato soltó un puñetazo a la
mamá de Chuk.
La Big se quedó fría, sin entender nada de lo
que estaba pasando.
Dentro de la camioneta, había más policías,
pero éstos ya no portaban traje. Sus cuerpos eran
atléticos, vestían uniformes negros y pasamontañas.
37
Bilopayoo Funk
La Big comenzó a gritar que les avisaría a nuestros
padres. Yo la observaba desde la ventanilla con su
peinado en ruinas, intentando hablar por celular.
Big fue hacia donde estaba la mamá de Chuk.
Le preguntó si estaba bien. Las dos comenzaron a
llorar. Vi de lejos cómo la Big alzaba las manos y
dirigía su mirada al cielo. Después salió corriendo
hacia la escuela. La perdí de vista por un par de
minutos hasta que vi su auto siguiéndonos. ¿Estaría preocupada por nosotros o es que ni siquiera
en esos momentos podía dejar de vigilarnos?
El Gato, como siempre de imprudente, empezó a sacarle plática a uno de los encapuchados que
de inmediato le respondió con un cachetadón: “Y
da gracias a que eres menor de edad, chamaco
pendejo”. Con tal dulzura nos dimos cuenta de
que no se trataba de ningún juego.
Cuando llegamos al mp, nos llevaron con el comandante Juárez, muy parecido a Juárez sólo que
sin la raya en medio. Nos pidió que tomáramos
asiento. Miró detenidamente a la Gaba.
—¿Cuántos años tienes? —le preguntó Juárez
sin dejarla de observar un segundo.
—Quince —le respondió la Gaba, que por
primera vez agachaba la cabeza.
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Ricardo Cartas
—¡Me lleva el carajo! A ver tráiganme a ese
par de borrachines —le ordenó el comandante a
uno de los policías que nos custodiaban.
Los entacuchados llegaron inmediatamente
con cara de espantados.
—¿Qué les he dicho acerca de los menores de
edad? Si ustedes no rebuznan porque Dios es grande y benevolente. ¿Qué se supone que hicieron estos
críos?
—Tenemos reportes, señor, de que uno de sus
amigos se suicidó, un tal Filisberto Ruiz Chiquito.
—Suicidio… muy bien —repitió el comandante mientras escribía con mayúsculas la palabra en un block de hojas amarillas—. Eso me
queda claro. ¿Y estos chamacos, qué pitos tocan
en el asunto?
—Son sus amigos…
—¡Putísima madre! ¿No me digan que los
quieren poner presos por tener un amigo suicida?
—No, señor, sólo pensamos que podrían aportar información para investigar. Estos muchachos
son unos vagos, tienen una banda de rock y sus
letras son subversivas…
—No me digan, entonces ¿ustedes piensan?,
¿desde cuándo?
39
Bilopayoo Funk
La Gaba en ese momento soltó una carcajada
que fue imposible ocultar.
—Suéltenlos inmediatamente. Y ustedes se
quedan, nos vamos a comer un pollito —dijo el
comandante Juárez mientras se acomodaba el
pantalón.
Cuando salimos, nuestros padres ya nos estaban esperando junto con la Big y la mamá de
Chuk.
Gaba se molestó al ver a su mamá. Era una
abogada con muchos contactos y nunca tenía
tiempo para estar con ella. Aunque era consciente
de que ella podía hacer más que su papá, hubiera
preferido verlo a él; bueno, lo ideal es que
estuvieran los dos, pero desde que se divorciaron
jamás han vuelto a estar juntos, ni siquiera para
asuntos importantes de la vida de Gaba. Todas
las familias de mis amigos eran disfuncionales,
con padres divorciados, mamás solteras, menos la
mía, situación que me hacía sentir en un estado
desventajoso y verdaderamente disfuncional.
Después de los lloriqueos y los abrazos, el
comandante Juárez salió de la oficina para ofrecer
disculpas a nuestros padres. En ese momento
llegó la Big y la mamá de Chuk. Fue evidente que
40
Ricardo Cartas
a Juárez le había encantado la mamá de nuestro
amigo.
—Yo a usted la conozco —le dijo de inmediato, sin pena.
La ceremonia fue interrumpida por la mamá
de la Gaba, que se dirigió al comandante para
advertirle que se iba a inconformar ante los derechos humanos, que nosotros éramos menores de
edad y que habían atropellado nuestros derechos.
—Pues mire, señora, si usted quiere, puede ir
hasta con el Santo Papa, está en su derecho. Estos muchachos ya están libres, no deben nada y
cuiden a sus hijos, no vaya a ser que el día de
mañana caigan otra vez por aquí. ¿Usted es la
mamá del muchacho? —le preguntó Juárez a la
señora Chiquito que aún sollozaba—. Resignación, señora —le dijo, mientras la abrazaba apartándola del grupo—. Afortunadamente, tenemos
un grupo de psicólogos para ayudar a personas
como usted.
—¡Esto no puede ser! —gritó la mamá de la
Gaba—. Golpearon a nuestros hijos y ahora usted intenta seducir a esta pobre señora.
Juárez respiró profundo. La mamá de Chuk
regresó a los lamentos.
41
Bilopayoo Funk
—A ver, muchachos, escolten a estos ciudadanos hasta la puerta —les ordenó a los entacuchados—. Y si usted quiere proceder legalmente,
como ya le dije, está en su derecho pero no interrumpa nuestro trabajo, ¿qué no ve que esta
mujer está sufriendo?
Los policías nos indicaron el camino hacia la
salida con una delicadeza digna de aristocracia
europea. Al momento de salir, el más panzón me
advirtió:
—Tuviste suerte, muchacho, el jefe andaba de
buenas, pero nos volveremos a ver, grábate eso en
la cabeza.
Mi papá me tomó del brazo y el poli se despidió
con una sonrisa. Estábamos marcados; ahora era
cuestión de tiempo.
¿Atropellado? ¡Atropellados! Chuk no había
sido el único y lo peor de todo es que ni siquiera
había fotografías para subirlas al face. ¡Malditos
policías voyeristas!
Salimos del mp sin despedirnos, cada quien
con sus padres. Los míos no me dirigieron la palabra en todo el camino. Mamá no me dio de cenar y me fui a mi cuarto sin poder creer que mi
amigo había muerto.
42
Ricardo Cartas
Eran apenas las diez de la noche y desde luego
no pude dormir. En otra situación, hubiera tocado la guitarra a pesar de los gritos de mis padres
para que le bajara al ampli, pero si ahora lo hacía
seguro me cortarían la cabeza. ¿Serían capaces
de pensar que tuve algo que ver con la muerte de
Chuk? No era la primera vez que caía en los separos, pero por cosas mucho menores, una miadita
en la calle, broncas afuera del Oxxo, pero afortunadamente los polis se portaban buena onda y
me dejaban ir a cambio de mi reloj o el celular,
pero ser sospechoso de la muerte de mi amigo era
de ligas mayores. Y todo por la brillante idea de
Chuk.
En ese momento, recibí un mensaje de la Gaba
para que revisara el Facebook. Dudé en hacerlo,
pero al final lo hice gracias a mi morbosidad
ilimitada. Sorpresa. Gaba había subido hace unos
minutos la noticia de la muerte de nuestro amigo,
el número de comentarios se había multiplicado y
entre los mensajes había una invitación para que
fuéramos a tocar al Clandestino, el hoyo funk más
famoso por ser el semillero de las mejores bandas
a nivel nacional. Vaya que sí tenía razón Chuk,
si no hubiera sido por su muerte ni quién nos
43
Bilopayoo Funk
pelara. El tipo que firmaba era un tal Armando.
De inmediato le contesté que sí podíamos ir a
tocar, sólo que esperara unos días, seguramente la
banda quería guardar el luto; aunque en realidad
lo que necesitábamos era tiempo para ensayar
y cubrir el lugar de Chuk. Afortunadamente, la
banda rolaba los instrumentos en cada canción y
sabíamos tocar todos los instrumentos.
Regresé a la cama con un revoltijo de sensaciones. Chuk, desde donde estaba, nos cumplía.
44
V
N
adie de nosotros se atrevió a ir al velorio. Seguramente la familia nos odiaba. Además,
nos llegó el rumor de que el papá venía de
regreso para cobrar las facturas. Esa noche soñé
que El jilguerillo del llano nos perseguía con una metralleta que guardaba en su estuche de guitarra
como en la película de Robert Rodríguez.
En la escuela, nadie nos dirigió la palabra.
Estábamos acostumbrados a ser los bichos raros:
bicicleteros, mugrosos y estrafalarios en tiempos
de All you need is pop. Nos encantaba dejar sorprendidos a los demás con nuestros trapos, pero ahora
nos tenían miedo y nadie se nos acercaba.
La situación se puso peor cuando quisimos entrar a nuestros salones. Los profesores nos comentaron que antes teníamos que pasar a la dirección
con la Big Sister. Eso sí que me ponía nervioso.
De nuevo nos reunió en la dirección. Y para
acabarla de amolar, estaba acompañada de la
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Bilopayoo Funk
presidenta de la Sociedad de Padres de Familia,
la famosa señora Caridad. Una tipa que se la pasaba todo el día en la escuela, sola y aplastada en
las jardineras en espera de su hijo, un grandulón
torpe que tenía que coordinar sus dos neuronas
para dar un paso, piedrísima para todas las materias y que se mantenía en la escuela gracias a la
barba que la mamá le hacía a la Big. La señora
Caridad pedía nuestras cabezas.
—Pues ya estarán contentos —nos dijo Big—.
Si nuestra escuela se había salvado de los escándalos, gracias a ustedes estamos en las estadísticas. ¿A dónde quieren llegar con esas garras y
ese grupito? Ni crean que no me he enterado de
esa canción que le hicieron a la escuela. ¿“I Hate
School”? ¿De qué se trata? Pero no nos vamos a
quedar con los brazos cruzados, en este momento se me largan, ustedes no pueden estar en esta
escuela y contaminar a los demás con sus malas
mañas.
La señora Caridad se regocijaba ante la decisión de la Big.
Quise explicarle a la directora que la canción
no tenía una dedicatoria en especial sino que se
dirigía todas las escuelas, pero la gorda Big Sister
46
Ricardo Cartas
de inmediato abrió la puerta de la dirección para
que nos fuéramos en ese momento.
La señora Caridad nos dijo que nos encomendáramos a Diosito para que recuperáramos el camino.
—Pobres ovejas descarriadas —dijo, cuando
estábamos saliendo de la dirección.
En ese momento sentí que toda la sangre se
me iba a la cabeza, pero la que no se pudo quedar
callada fue Lupita.
—Mire usted, señora, ojalá algún día se dé
cuenta de que está cometiendo una injusticia. Nosotros éramos amigos de Chuk y nadie más que
nosotros siente su muerte. Le recomiendo que no
meta a Dios en estas cosas porque usted sólo está
hablando desde su moral envejecida que tiene a
su hijo hecho un idiota, pero no se preocupe, algún día su hijo va a despertar y créame que no
le va a gustar mucho el resultado. Y por cierto,
métase su caridad por donde más le quepa.
La señora Caridad se persignaba y la Big se
puso de todos colores. Antes de salir el Nawal les
pintó un dedulce: “Ahí se lo reparten entre las
dos”, les dijo.
47
VI
E
stábamos a la mitad del segundo de preparatoria. Eso significaba perder el año y
ser parte del selecto grupo de ninis juveniles. Hay que aclarar la denominación porque
también hay ninis rucos (nininis: ni estudian, ni
trabajan, ni son jóvenes).
—Tarde o temprano seríamos parte de las estadísticas —dijo la Gaba en forma de broma.
Nos montamos en las bicicletas y fuimos al
“Café”, el cual había quebrado hace unos meses y
mientras tanto, Donatello (por su parecido a una
de las Tortugas Ninja), que en ese momento era
novio de la hermana del Nawal nos lo prestaba.
Ahí teníamos todo lo necesario para crear. No
necesitábamos mucho, un espacio, atmósfera mugrosa y nadie que nos estuviera vigilando.
Gaba prendió los amplificadores y comenzó
a rasguear “I Hate School”. Cada quien tomó
su instrumento. Sabíamos que lo único que nos
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Bilopayoo Funk
podía hacer sentir bien era tocar y reventar con
el sonido. Tocamos cada una de nuestras rolas y
en verdad sentí que éramos lo máximo. Después
de todo, era lo único que teníamos. Intempestiva,
Gaba dejó la guitarra y se encerró en el baño.
Todos paramos, el Nawal soltó las baquetas y fue
tras ella pero le fue imposible alcanzarla.
Sabíamos muy bien lo que Gaba estaba sintiendo. Estar fuera de la escuela era un problema, significaba estar fuera de todo, no ser nada. No había
nada peor que quedarse en la banca, como el ninguneado del equipo, al que nunca le dieron la oportunidad de saltar a la cancha para probar su talento,
mirando cómo los demás construyen su vida.
La televisión no paraba de soltar estadísticas
sobre la cantidad de jóvenes que andaba sin hacer
nada, sin mostrar la más mínima preocupación
por el futuro. Ése no era nuestro caso, nosotros
estábamos muy preocupados; sin embargo, tendríamos que esperar el próximo año para ver si
alguna escuela nos aceptaba, aunque sabíamos
que era una falsa esperanza. Una vez expulsado
de una, nadie nos abriría la puerta. La Big se comunicaría con todos los directivos para dar los
pormenores de nuestro comportamiento. Nadie
50
Ricardo Cartas
se arriesgaría. Y faltaba lo peor, el encuentro con
nuestros padres.
Después de un rato la Gaba salió del baño sin
ninguna muestra de haber derramado lágrimas.
Apareció tranquila. Caminó hacia donde estábamos sentados y nos propuso seguir con la banda.
—Hay que ser coherentes, si tenemos una banda, hay que vivir así, salirnos de nuestras casas y
vivir tocando. El hecho de que nos hayan corrido de la escuela es lo mejor que nos pudo haber
pasado. No tenemos de otra —dijo la Gaba muy
convencida.
—Es más, podemos vivir aquí. Hay varias
bandas que han hecho lo mismo, haremos una
granja, grabaremos discos, toquemos y vivamos
al día —le hizo segunda el Nawal.
—¿Quieren hacer eso en verdad? —preguntó
el Gato.
Todos respondimos que sí.
Salimos del café sin ningún destino. Avanzamos unas cuadras hasta que el Gato encontró una
peluquería.
—Nuestro pacto inicia aquí. Ellos nos expulsaron de la escuela para prevenir que contagiemos a los demás. Nos consideran como enfermos
51
Bilopayoo Funk
mentales. Pues ahora lo vamos a parecer, vamos
a pelarnos a coco y, de paso, las cejas. Si antes nos
veían como bichos raros, ahora les vamos a provocar asco —dijo el Gato, mientras estacionaba
su bici.
Nadie se echó para atrás. Nos sentamos de dos
en dos en los sillones del peluquero y de tajo nos
iban quitando todo el cabello. El peluquero estaba muerto de la risa: ¡ah, esta juventud, oh, divino tesoro! Pero el acto aún no estaba completo.
En ese momento, nos sentíamos los chicos más
honestos del mundo. Así que el Gato nos convenció de que la ropa no nos hacía falta:
—Somos seres límpidos. Nuestra desnudez es
el símbolo de nuestra banda y de nuestra nueva
vida —dijo el Gato con aire de guía espiritual.
¡Lo increíble es que nos convenció! Hasta Lupita y Gaba se quitaron la ropa y se subieron a
sus bicis muy quitadas de la pena. La gente nos
aplaudía como si estuviéramos desfilando en algún carnaval. Afortunadamente no se cruzó ningún policía en nuestro camino. Todos encuerados,
fuimos cantando hasta que llegamos a la escuela.
En el camino habíamos recogido algunas flores
con las que Lupita y Gaba hicieron unos collares.
52
Ricardo Cartas
Los guardias de inmediato fueron hacia nosotros. Fue Gaba quien les puso el collar. Nos tomamos de las manos un rato hasta que apareció
la Big Sister gritando a todo pulmón que nos largáramos.
—¡Voy a llamar a la policía para que se los
lleven por exhibicionistas!
—No se preocupe, señora, ya la hemos perdonado.
Regresamos a nuestras casas en completa calma. Obviamente, vestidos y pelones, con nuestras
caras de aquí no pasó nada.
Y ya se imaginarán la que se armó cuando
nuestros padres nos vieron. Al Gato le pegó su
mamá con una escoba y estuvo a punto de correrlo de la casa. La familia del Nawal no pasó del comentario de su papá: “¡pinche loco!, ¿y ahora qué
vas a hacer?” El papá de Gaba fue el último en
enterarse y muy civilizado, antes de soltar el regaño, fue a la escuela para que le explicara Big Sister
por qué había expulsado a su hija. Al ver la facha
rocanrolera del papá ni siquiera lo atendió. Les
mandó a decir con su secretaria que la Gaba había sido expulsada por su conducta indeseable. El
papá se puso furioso pero nadie le hizo caso. Lu53
Bilopayoo Funk
pita les explicó detalladamente todo lo que había
sucedido y al parecer a sus papás no les importó
mucho, salvo que iba a perder el año. Yo preferí
no comentar nada sobre mi expulsión. Por el pelo
no dijeron mucho, creo que otra locura más ya
nadie la notaba. Al otro día mi madre recibió la
llamada de la Big. Esa noche volaron chanclas,
escobas y platos. Ninguno de sus proyectiles me
alcanzó, pero me aplicaron la ley del hielo y el
castigo siberiano. Sabía que tarde o temprano se
les iba pasar.
54
VII
E
l Facebook estaba lleno de comentarios sobre la muerte de Chuk y la próxima tocada
en el Clandestino. Era increíble cómo de un
día para otro El San Bayú Sound Machín dejaba
el anonimato para convertirse en el tema más comentado de la ciudad. Todos los chicos marginados, de los que nadie quería dejaban comentarios
en nuestro muro del Facebook: ¡Vamos a destruir
el sistema! ¡En el Clandestino inicia la historia!
¡Reventemos los oídos! ¡Incendiemos Perla! Desde
luego, la mayoría no nos habían escuchado, pero
con el escándalo bastaba.
No nos costó trabajo acomodarnos. Lo que sí
se nos complicó fue lograr que nuestros padres
comprendieran que el San Bayú era lo único que
nos quedaba. Los primeros días teníamos que esperar a que se durmieran para poder ir a ensayar
al café. Tocábamos toda la noche hasta las cinco
de la mañana, antes de que amaneciera para que
55
Bilopayoo Funk
nos sorprendiera la luz en nuestras camas como
si nada hubiera pasado. Lupita tuvo la brillante
idea de colgar una foto de la Big frente a nosotros, detalle que nos empujó a tocar con toda la
rabia.
Mis padres se dieron cuenta a la tercera noche
de que su querido hijo no estaba durmiendo en
su cama. Mi madre en su desesperación les habló a las mamás de todos mis amigos. Esa noche
recibimos la visita de nuestros padres en el café.
Desde que escuchamos los porrazos que le daban
al portón supimos que eran ellos.
—Tranquilos, no pasa nada —nos dijo el
Nawal intentando calmar los ánimos—. Escuchemos todo lo que nos tengan que decir y después
déjenmelos, ya tengo todo preparado para que
nos dejen seguir en el grupo.
El Gato y yo abrimos la puerta del café. La
imagen fue espeluznante; nuestros padres tenían
cierto parecido a las momias de Guanajuato con
sus ojeras y sus pijamas fodongas. Mi madre era
la peor, parecía alma en pena con su bata blanca
y sus pelos de novia de Frankenstein. Cuando me
vio, echó unos gritos tremendos que provocaron
el terror de los demás padres.
56
Ricardo Cartas
—¡Pinche chamaco cabrón! —gritó mi madre
intentando agarrarme pero la mamá de la Gaba
la detuvo.
El Gato les dijo que pasaran. Los padres, muy
civilizados, lo obedecieron. El Nawal en su papel
de árbitro, dejó en claro las reglas:
—Sabemos que esto no está nada bien pero es
nuestra pasión. La música es lo único que tenemos y la verdad es que no somos tan malos. Qué
más quisiéramos nosotros que ser buenos abogados, químicos, no sé, hasta profesores, pero esto es
lo que nos gusta.
Mi mamá ya iba a soltar el primer grito, pero
una vez más la mamá de la Gaba interrumpió.
—Pues entonces queremos escucharlos —dijo
la abogada.
Sin decir una palabra, cada quien tomó su
instrumento. El Nawal marcó los tiempos e iniciamos el primer concierto ante nuestros padres.
Sólo fueron diez canciones, pero con eso bastó
para que nuestros padres en la penumbra de un
café abandonado escucharan el alma de sus hijos.
Con resignación, los permisos llegaron sin ningún problema. Día y noche nos dedicamos a preparar nuestro concierto en el Clandestino.
57
Bilopayoo Funk
El día llegó. Nunca había pisado el Clandestino, pero sus referencias eran suficientes. Las
mejores bandas habían tocado ahí en sus inicios y si pasabas esa prueba, tenías todas las de
ganar.
Fuimos la tercera banda. La gente estaba
prendida y nosotros en el nervio total. Iniciamos
con “Sácale los ojos a la Big”, después “I Hate
School”. Fue increíble, parte de la banda cantó
de principio a fin todas las rolas. Éramos todo un
éxito. La voz de Gaba era un lamento que todos
sentían como suyo. Jamás se me olvidaría esa sensación. Todos esos chicos cantando y sintiendo lo
mismo que nosotros.
Cuando terminamos, lo primero que hice fue
ir a la barra para tomarme un refresco. Los punks
del Clandestino no tenían nada que ver con lo
que yo pensaba. Eran tranquilos y podríamos decir que hasta amables. Todo el lugar estaba lleno
de chicas y chicos rarísimos. Todos me sonreían y
me daban la mano para felicitarme.
Me atendió un señor calvo y con una barba de
sabio que de inmediato me llamó.
—¿Tú eres el que hace las rolas? —me preguntó.
58
Ricardo Cartas
—Las letras solamente.
—Son geniales, bróder, tenemos que hacer algo
más, tu banda solamente estará unos meses de
moda y todos te olvidarán. ¿Qué es lo que piensas
estudiar?
—¿Estudiar? Por el momento no creo, me acaban de correr de la escuela por ser mala influencia para mis compañeros, ni siquiera les interesa
lo que pienso. Sólo te marcan como raro y ya
todo está perdido.
—¿Ser raro es estar perdido?
—Para la Big Sister sí.
—¿Entonces existe?
—En todos lados hay una Big Sister que te intenta joder la vida.
—Creo que entendiste mal mi pregunta. Jamás quise saber si te ibas a matricular en una
escuela; sólo te pregunté qué es lo que vas a estudiar. Las escuelas no son necesarias, por lo menos
en el sentido tradicional que conocemos. Soy Armando. Me da mucho gusto conocerte. ¡Vaya que
sí se hicieron famosos de un día para otro! Pero
no tenían que llegar a tanto.
—¿Te refieres a Chuk? Fue casualidad, nosotros no estábamos de acuerdo con su plan, pero
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Bilopayoo Funk
al tipo se le cruzó un camión… No te rías, en
verdad que no tuvimos nada que ver.
—Me río por lo del camión y tienes razón, el
destino siempre termina imponiéndose; pero ¿no
crees que siempre hay forma de hacer lo que uno
quiere? La Big es sólo una especie de prueba…
—¿Lo que uno quiere? —me pregunté. Y de
inmediato el viejo barbón me hizo la pregunta:
—Supongo que ahora estás muy bien, tienes lo
que quieres ¿no?
No le respondí. Otros chicos llegaron a la barra, saludaron y se dirigieron a él para pedirle
una cerveza. Había de todo en ese lugar, no sólo
punks, sino eskatos, darketos, raperos, metaleros,
sobrevivientes hippies, rastas, de todo. Todo era
buena onda en ese lugar.
—¿Oye, y ya tienes escuela? —me preguntó
Armando mientras se enredaba el índice con su
barba.
—Pensé que no las considerabas necesarias —
le respondí molesto. No tiene caso, es imposible
conseguir escuela en estos momentos, estamos
a la mitad del curso, ¿quién podría recibirnos a
estas alturas? Además ya tengo antecedentes, no
creo que nadie se interese en un tipo como yo.
60
Ricardo Cartas
—Yo sé de una que te puede gustar.
Los focos rojos se encendieron. Sin duda, la
actitud de ese tipo me estaba pareciendo muy sospechosa. ¿Yo sé de una que te puede gustar? Sí, es
la clásica invitación de algún tratante de menores
de edad para prostituirlos o ya de plano para ponerme en las esquinas a limpiar parabrisas. Así
que le dije que no estaba interesado en estudiar
por el momento, que la banda era mi único proyecto. No me despedí y fui con unos eskatos que
había conocido en otra tocada y que hoy también
debutarían. Comencé a sentirme nervioso, Armando no me quitaba la mirada de encima.
Otro grupo de punk comenzó a tocar. La banda era buena y todos estaban saltando.
De lejos vi que a la Gaba la abordaron unos
tipos mayores, como de unos veinticinco años y
con corte de militares. Iban vestidos muy decentes y hasta llevaban la camisa metida en el pantalón, ¿ustedes pueden imaginar eso? A leguas se
veía que sólo estaban ahí para causar problemas.
Ella intentó buscar a alguien para pedir ayuda.
Corrí hacia ella, pero cuando pude acercarme
uno de los tipos me recibió con un codazo en el
pecho que me dejó sin aliento. Como pude, me
61
Bilopayoo Funk
paré y fui hacia ellos de nuevo con ánimo de
venganza. Con la Gaba nadie se podía meter,
que por cierto ya estaba gritando mientras un
tipo la abrazaba. Lo peor de todo fue que no
encontraba al Gato y al Nawal por ningún lado.
Los tipos estaban hiper musculosos y arremetieron a golpes y patadas con sus botas de casquillo
todo mi cuerpo.
Perdí el sentido. No escuchaba nada. Fue como
un sueño. Yo estaba tirado en el piso, podía ver
sus botas sobre mi pecho, sus dientes exhibiéndose como marca de chacales. La imagen de las
luces del techo y sus caras demoniacas divirtiéndose con cada golpe que me daban.
Después vino lo peor. Uno de los tipos reventó una botella de cerveza, haciéndola añicos, en
mi mano derecha. Se había impuesto el destino.
El silencio continuaba a pesar de que gritaba con
todo el aliento que me quedaba.
Los chicos observaban cómo mis manos sangraban, mientras los tipos se preparaban para
terminar el acto. Uno de ellos sacó un cuchillo.
Sonrió y con todo su odio lo clavó en mi mano.
El silencio, por fin, se rompió. Grité hasta desgarrarme la garganta.
62
Ricardo Cartas
Armando salió de la barra con una varilla.
Los tipos huyeron. En la puerta los esperaba una
camioneta blanca; parecida a la que nos treparon
ese par de policías. Estaban cobrando las cuentas
pendientes.
La Gaba lloraba y yo me quedé tirado, mirando las luces del techo, sin poder voltear a ver mi
mano deshecha; no sólo ella, sino toda mi vida.
63
VIII
N
o recuerdo más de esa noche. Cuando
abrí los ojos ya estaba en mi recámara. Mi
mamá entró sin poder ocultar su cara de
preocupación. De inmediato me vi la mano derecha enyesada y con unos fierros saliendo de mis
nudillos al estilo Pinhead de Hellraiser.
—Alguien quiere hablar contigo —dijo mamá.
En ese momento entró Armando.
—¿Qué hace usted aquí? ¿Anda en busca de
más talentos? —le pregunté.
—Ya tenía rato que no llegaban; esto no es
normal, ¿de casualidad no has tenido algún problema con policías?
—Yo no tengo problemas con nadie, pero al
parecer ellos tienen uno muy grande conmigo. Es
una historia muy larga, pero espero que con esto
ya quede saldada la cuenta.
65
Bilopayoo Funk
—Sinceramente no creo, pero ya habrá tiempo para que me platiques. ¿Qué les digo a tus
amigos? Están allá afuera desde hace un rato…
Abrió la puerta y uno a uno fueron entrando
con sus caras de palo.
—¿Ya subieron la noticia en la página? —les
pregunté.
—No digas tonterías, esto se está convirtiendo en un circo —respondió la Gaba—. Vamos a
terminar con este cuento de la banda, hasta aquí
llegamos…
—¿Están locos? ¿No recuerdan el juramento
que hicimos? Yo voy a reponerme y seguiremos
tocando, por lo mientras pueden conseguir a alguien para que termine las tocadas que tenemos
programadas. Mandar al diablo a la banda es
una exageración. Es nuestro sueño, lo único que
tenemos y nadie nos dijo que iba a ser fácil conservarlo.
No los pude convencer. Salieron de mi recámara con la idea de terminar todo y convertirse
en chicos buenos, comunes y muy obedientes.
Un par de horas después apareció en el Facebook la cancelación de todas las tocadas del San
Bayú Sound Machín por la agresión de la cual fue
66
Ricardo Cartas
víctima uno de sus integrantes en el Clandestino.
Los comentarios llegaron de inmediato, pero no
tuve valor para leerlos.
Ese mismo día Armando me mandó un mail
sobre una escuela que estaba a las afueras de la
ciudad: Montaña Siete. Me explicó que era una
de las mejores que había y estaban dispuestos a
platicar conmigo la próxima semana. La propuesta sonaba bien. Armando especificó que en
Montaña Siete no había asistencias, ni clases tradicionales. “¿Una de las mejores de la ciudad?”,
me pregunté. Eso sí me sonaba un poco raro,
¿por qué no le dio esa oportunidad a mis demás
compañeros? Para ser realistas, ni siquiera tenía
en claro qué es lo que quería hacer de mi vida;
salvo no regresar a la escuela.
Creo que no tenía de otra, por ahora la escuela
es algo irremediable.
—No creas que es tan mala, siempre hay excepciones —me dijo Armando, por teléfono.
Recibí la visita del médico y me dijo que por
lo menos en un año no podría tocar la guitarra.
Mi mamá se puso a llorar, pero yo brinqué de alegría. Un año no era nada; las palabras del médico habían sido esperanzadoras, el dolor que sentí
67
Bilopayoo Funk
cuando esos tipos me hicieron polvo la mano me
hizo pensar que nunca en mi vida podría regresar a tocar.
Hablé con Armando para decirle que aceptaba entrar a su escuela con la condición de que
convenciera a mis amigos para continuar con la
banda.
Armando me dijo que lo diera por hecho, que
sería muy sencillo. Pero había que esperar unas
semanas para que pudiera recuperarme un poco.
68
IX
P
asar tres semanas encerrado con mi familia
fue una gran prueba. El tema recurrente: la
escuela.
Mi madre pasó por varias licenciaturas probando suerte. Nada le convencía hasta que encontró
a una señora que sabía leer las cartas españolas.
Ella dice que todo en la vida son señales, así que
cuando conoció a esa señora no dudó que por ahí
estaba su camino. Cuatro semestres de medicina,
dos de diseño gráfico y uno de leyes dio como resultado una mamá medio bruja. Le iba muy bien,
gracias a sus dones místicos-mágicos pudo hacer
una casa en forma de castillito europeo. Sus clientes eran desde políticos en desgracia hasta amantes
en terapia intensiva.
A mi papá nunca le cayó el veinte que mi
mamá se hiciera cargo de la casa. Era su trauma.
Había estudiado psicología y tenía un consultorio
en donde no se paraban ni las moscas. Mi mamá
69
Bilopayoo Funk
se lo instaló en una zona muy mona de la ciudad
para que tuviera en qué entretenerse, pero todos
en la casa sabíamos que mi papá era una especie de mantenido de clóset, porque hasta eso, mi
mamá siempre nos quiso dar la imagen de que
papá era el que salvaguardaba a la familia. Inclusive, ella nunca desembolsaba ni un peso, siempre
nos mandaba con papá que repartía sin muecas a
mi hermana y a mí.
Papá era una especie de francotirador. Se la
pasaba escribiendo cartas a los diarios y hablando
a todas las estaciones de radio para dar su punto
de vista sobre cualquier tema.
Durante su juventud publicó un libro en donde
ponía a la familia como el centro de la degeneración social: La familia, el yo y el abismo, que llegó
hasta la quinta edición. Dice mi mamá que durante ese tiempo mi papá era la promesa de la psicología en el país. Las universidades lo llamaba
para que dictara conferencias, pero con el tiempo
todo se enfrió, mi mamá salió embarazada, se casaron con fiesta y toda la cosa y mi papá dejó de
escribir. Cuando los lectores del Dr. Martinoli se
enteraron que iba a formar una familia, tiraron
sus libros y lo tacharon de farsante. Eso le pro70
Ricardo Cartas
vocó una depresión tremenda y se encerró en su
consultorio en donde apenas le llegaba una que
otra pareja en plena ruptura. Desde luego que era
una situación frustrante para mi papá. Tratar a
una pareja en separación era como si el médico
más preparado se la pasara curando catarros.
Sin embargo, yo admiraba muchísimo a mi
papá, siempre estaba al pendiente de mí, porque
mi mamá agarró a mi hermana de su second para
todo. No nos quitaba el sueño que mi papá fuera
un mantenido porque en realidad era muy buena
onda. Siempre platicaba con nosotros y nos traía
de aquí para allá, mientras mi mamá se la pasaba
descubriendo el futuro a sus clientes.
¿Qué puedo decir de mi hermana? No sé, quizá ella era completamente distinta a mí. Mientras
yo me quedaba las horas en el estudio de mi papá,
ella siempre estaba con sus amigas buscando galanes.
El Dr. Martinoli me inscribió a cualquier cantidad de cursos y talleres, pero lo que más me gustaba era ir a mis cursos de música, a los cuales
asistía desde los seis años. Chelo, violín, viola, el
contrabajo, de todo, aunque la reina era la guitarra. Él estaba contentísimo de que su hijo fuera
71
Bilopayoo Funk
un virtuoso. Soñaba con que estudiara música y
que me vistiera de frac para dar conciertos en la
sinfónica. En esa época también era mi sueño,
hasta que mi primo Ángel me habló por teléfono
para que lo acompañara al Vive Latino. Desde
luego que sabía de qué se trataba, pero nunca me
imaginé que me fuera a cambiar la vida.
Cuando les pedí permiso a mis papás para ir
con mi primo a un concierto, les tuve que decir
que se trataba de uno de la sinfónica de la unam;
la verdad no creyeron que Ángel tuviera idea de
la existencia de una sinfónica o de la unam. Fue
mi hermana la que metió su cuchara y dijo:
—De seguro van a ir al Vive, es el mismo día
y además ¿dime qué concierto sinfónico dura
tanto?
Mi mamá puso el grito en el cielo como siempre. Me dijo que apenas era un chamaco de secundaria, que me esperara a que estuviera en la
prepa. Tenía ganas de decirle que era una señal en
mi vida, así como las que les inventa a sus clientes.
Insistió que no era muy bueno que fuera a ese tipo
de lugares, que había visto en la tele que las chicas que asistían a esos conciertos hasta se levantaban las blusas para enseñar las chichis. ¡Vaya que
72
Ricardo Cartas
si estaba informada mi madre! Eso ni yo lo sabía,
pero el Dr. Martinoli entró luego para suavizar el
encuentro. Sólo dijo que ya era hora de conocer
el lado salvaje de la vida. No sé qué es lo que quiso decir con eso, pero a mi papá nadie le rebatía
nada. Así que abrió su cartera y me dio un buen
billete para que me fuera con mi primo al Vive Latino. Con la advertencia de que me cuidara, sobre
todo de mi primo, que entre la familia tenía fama
de malandrín profesional.
Cuando llegué a su casa me abrió mi tía con
su mandil de cuadritos rosas y me agarró a besos.
Me dijo que ya estaba muy grandote y que había
llegado en el mejor momento para que probara
sus carnitas. Yo le contesté muy normal que no
comía carne, que desde hacía dos años era vegetariano. Y para qué. Quizá eso era lo peor que le
pude haber dicho. Me dijo que con razón estaba
tan ñengo, pero que iba a preparar una ensalada
para que pudiera comer algo.
Subí a la recámara de Ángel y sufrí un shock.
Todo estaba oscuro y apestaba tremendo a cigarro. Cuando mi primo me vio, de inmediato se
fue a los abrazos y me dio una chela que sacó de
su frigobar que tenía como buró.
73
Bilopayoo Funk
—¿Te dejan chupar en tu recámara? —le pregunté verdaderamente asombrado.
—Más bien hacen como que no se dan cuenta,
pero mi papá hace lo mismo; bueno, no tiene un
refri porque la chela le hace daño, pero siempre
tiene una botella de whisky en la recámara.
No pregunté más. Creo que este es el mundo
salvaje al que se refería mi padre. En cuanto tuve
la chela, me la empiné. No era la primera vez que
lo hacía, la verdad es que ya llevaba una buena
trayectoria de bebedor de clóset, con mis compañeros del curso de guitarra.
Sólo nos echamos un par porque la tía nos llamó para desayunar las carnitas. Bueno, a mí me
preparó unos nopales con lechuga y un agua de
jamaica. Mi primo al ver el cerro de vegetales me
preguntó:
—¿Eres puto, güey?
La tía soltó la carcajada y yo me acordé de las
palabras de mi padre: “mundo salvaje.”
Al terminar de desayunar, mi primo me dijo
que nos subiéramos a su recámara de nuevo, que
tenía que hacer unos cambios en mi look. Nadie
en su sano juicio iba a ir al Vive con playerita polo
y zapatos de vestir. Me prestó unos Converse y
74
Ricardo Cartas
una playera negra de una banda que en mi vida
había escuchado. Así que para no hacerle publicidad a un grupo que ni conocía, decidí volteármela aunque se vieran las costuras.
—Perfecto —dijo mi primo, así la usan algunos punketos que odian la publicidad.
Mar de gente. Por donde quiera que voltearas
había raza de todo tipo. Miles y miles desde las
diez de la mañana haciendo cola para ver a las
mejores bandas del país. Lo mejor de todo eran
las chicas que andaban con sus minis, enseñando
la pierna y dejando su estela de feromonas que me
aspiraba enteritas. Tan sólo en la cola de la entrada me había enamorado unas diez veces.
—Tranquilo, Nerón —me decía mi primo—,
ahora que entremos vemos a quién nos conectamos.
Miré mi reloj y conté las horas que tenía para
buscar alguna nena rockerona y salvaje.
Vimos bandas a lo bestia. De aquí para allá
cada media hora. Panteón Rococó, Las Víctimas
del Dr. Cerebro echando su desmadre de siempre, Molotov, Nortec, Charly Montana con su barriga como si fuera a tener perritos, Tex-Tex, Ely
Guerra. De todo.
75
Bilopayoo Funk
Sí, era tanto que ya comenzaba a tener un dolor de cabeza que me hacía odiar a los miles de
personas que había en el foro. Le dije a mi primo
que necesitaba respirar y echarme una chela. Ángel se me quedó viendo como que si fuera el peor
bicho, de inmediato me abrazó y me dijo:
—Mira, primo, puedo entender que seas vegetariano maricón, pero ¿cómo es posible que quieras perderte el mejor concierto? ¿Sabes quién va
a tocar en unos minutos?
Desde luego, no tenía la más mínima idea y
le contesté con mi cara de imbécil que no sabía.
Se llevó las manos a la cabeza y me dijo que lo
olvidara. Sacó fuego por la nariz y yo me largué
lo más pronto posible del escenario más grande
del Foro Sol.
Lo primero que hice fue ir por una chela pero
la cola era inmensa. Todos tenían prisa porque
estaba a punto de iniciar el concierto. Era cosa de
minutos para que se vaciara. Y cómo fue. Hasta
parecía que estuviera contando el tiempo: tres,
dos, uno, ¡pum!, todos se habían ido, excepto ella,
la Gaba, sí, la misma que en unos meses me iba a
encontrar en la preparatoria. Nunca había conocido a una mujer tan hermosa y tan inteligente,
76
Ricardo Cartas
pero bueno, eso fue efecto secundario, lo primero
que le vi fueron sus increíbles piernas. La mirada
fue tan descarada que de inmediato se dio cuenta. Ella se acercó de inmediato:
—¿No piensas ir al concierto?
—No, me duele la cabeza con tanto ruido, sí
me gusta esta onda, pero creo que es mucho —le
contesté casi temblando.
—Eres un poco raro, aquí a todos les gusta el
ruido.
—Quizá; es la primera vez que vengo. ¿Quieres una cerveza? —le pregunté.
—Sí —contestó ella.
Fui a la caja y pagué dos. No sabía muy bien lo
que tenía que hacer con ella, pero tenía todas las
ganas de subirle su microfalda y hacer las cochinadas que ese cuerpo se merece.
—Yo voy al escenario verde, es el más chico y
con menos gente.
—¡Vamos! —le dije de inmediato sin saber lo
que me esperaba. Lo único que quería en ese momento era librarme de la gente.
Atravesamos todo el Foro. Ni siquiera sabía el
nombre de esa chica pero platicábamos como si
fuéramos amigos de años. Resulta que ella tam77
Bilopayoo Funk
bién estudiaba música desde que era niña, sólo
que le había metido al piano, aunque en realidad
lo que más la llamaba era cantar.
—¿Quieres entrar a mi banda? —me preguntó mientras yo le daba un trago a mi cerveza.
Eso nunca lo había pensado. Bueno, lo que
importaba en ese momento era quedar bien con
ella y sobre todo, buscar el pretexto para saber su
nombre.
—¿Entonces? —me preguntó.
—Claro, siempre ha sido mi sueño tener una
banda, pero no entiendo por qué yo. Me imagino
que has de conocer a mucha gente.
—Eso déjamelo a mí, por cierto, ¿cómo te llamas?
—Eusebio ¿y tú?
—Gabriela, pero todos me dicen Gaba.
Sonrió y continuamos caminando hacia el escenario verde que parecía un desierto. Apenas había
unas cien personas dispersas en la explanada.
En el escenario había un tipo ya medio viejo,
vestido de negro, tocando con su guitarra.
Al parecer era la primera rola que se echaba.
Gaba se puso como loca y corrió para estar frente
al escenario. No tuve de otra que seguirla, sin en78
Ricardo Cartas
tender qué de extraordinario podía tener el tipo
de la guitarra. Gaba no fue la única. La poca gente que había se aglutinó para tener el mejor lugar
y entonces empezó.
Nunca había escuchado una voz tan enrarecida. Quizá mala pero provocadora, singular,
enferma, deformadora de las reglas. Y toda la
banda empezó a cantar.
A pesar de que sus rolas parecían una especie
de trabalenguas indescifrable, todos se las sabían
de inicio a fin.
Era imposible preguntarle a Gaba quién era
el tipo que cantaba. La banda, sin duda, llegó a
tener verdaderos orgasmos en ese concierto. Yo
quedé impresionado, nunca había visto a un músico con tanta pasión.
Al terminar la tocada, Gaba me preguntó si
me había gustado. No quise demostrar mi asombro, así que le respondí que había sido bueno, así,
a secas, pero le dejé en claro que si estaba pensando en hacer música de ese estilo no íbamos a tener
mucho éxito que digamos.
—¿Éxito? —cuestionó la Gaba con una cara
como si estuviera oliendo caca—. ¿De qué estás
hablando?
79
Bilopayoo Funk
—Sí, no puedes dar un concierto con ciento
veinte personas, hasta en las luchas hay más gente.
—¿Crees que Jaime López es un fracasado?
Vaya, por fin supe quién era el tipo que tocó.
—No sé, supongo que no es lo mejor para un
músico ya entrado en años ¿no?
—Creo que me equivoqué…
—¿De qué hablas?
—Nada, pensé que sí sabías de música, pero
ahora me sales con que la neta es el éxito. Si en eso
estás pensando, deberías de irte a tocar chun-tata.
Bueno, el chun-tata es la neta, pero está vacío, no
dice nada. Ninguno de los pinches roqueritos está
interesado en decir nada. Sólo se visten raro, se
cuelgan aretes por todos lados, tatuajes por todos
lados, mucho desmadre, muchas viejas y viejos,
muchas drogas pero en el fondo no hay nada. ¿No
te das cuenta que todos son iguales? Pura pose y
nada de sustancia. Pero al parecer eres igual a
ellos. La cagas.
Me sentí peor que cuando mis padres me regañaban. Gaba me había dicho lo necesario para
hacerme sentir mal el resto de mi vida. Lo peor
de todo es que sí estaba de acuerdo con ella, pero
mi jodida soberbia no me dejaba aceptar que Jai80
Ricardo Cartas
me López me había parecido lo más increíble que
había escuchado en mi vida.
Gaba se fue y yo me quedé parado como todo
un imbécil en medio de la explanada.
Intenté encontrar a mi primo pero entre tanta
gente fue imposible. Me quedé sentado en las gradas del escenario principal mientras veía cómo
los miles de chavos gritaban, bailaban y uno que
otro salía volando.
Cuando todo terminó, me fui caminando a
la salida. Ahí volví a ver a Gaba, que se estaba subiendo a una camioneta negra. Una de las
ventanillas se bajó y vi el rostro de Jaime López
despidiéndose de toda la banda. Gaba no me
vio. En ese momento sentí que la presión me
subía. ¡Pinche Jaime! Quizá no tenía más de
cien personas en sus conciertos, pero el desgraciado ruco se estaba llevando a la mujer de la
cual estaba completamente enamorado. ¡Pinche
Gaba grupi!, pero bueno, sólo los macizos como
él podían darse esos lujos y los idiotas como yo
estaban condenados a estar solos. Ésa fue mi
conclusión.
Así fue como conocí a Gaba. Después iba a saber la verdad sobre su relación con Jaime López.
81
Bilopayoo Funk
En medio de la espesa noche, miles de jóvenes que salían del foro se adueñaban de la calle.
Éramos tantos, que era prácticamente imposible
encontrar un espacio libre; éramos tantos que a
nadie le importábamos. El metro estaba abierto
hasta las once de la noche. Apenas teníamos unos
minutos para llegar a la estación e intentar abordar el vagón.
Desde que salí del foro, la atmósfera estaba
enrarecida, cubierta con una especie de resaca
emocional que nos había dejado a todos en somnolencia. Después de un clímax colectivo sólo
queda descender hasta que algo te detiene. Pero
no todos tienen esa suerte.
A unos metros de llegar a la estación, unos policías comenzaron a desviarnos. Nos impidieron
la entrada sin ninguna explicación. Sin embargo,
todos nos dimos cuenta de que algo muy fuerte
había pasado adentro. Las rejillas de la entrada
nos dejaban ver algunos chicos que salían cubiertos de sangre. Entre ellos se ayudaban a tranquilizar a los demás porque ninguna ambulancia
había llegado hasta ese momento, sólo la policía
pero ellos estaba ocupados impidiendo que pasáramos.
82
Ricardo Cartas
Observé que una chica pudo salir de la estación. Era evidente que estaba en shock; dio un
par de pasos y se desmayó. A pesar de haberse
desvanecido a unos pasos de la policía, ni siquiera
la voltearon a ver. Fui hacia ella. De inmediato
recuperó el conocimiento. No hubo necesidad de
preguntarle qué pasó dentro de la estación. Ella
sola, con la necesidad de vomitar todo lo que había visto, comenzó a contarme de manera desordenada todo lo que había pasado. Un grupo de
chicos había saltado a las vías justo en el momento en que llegaba el tren…
Llegué a mi casa al amanecer. Fue imposible
conseguir un taxi para regresar, así que caminé
mientras pensaba en todos esos chicos que se habían suicidado, en las piernas de la Gaba.
El Dr. Martinoli y mi mamá estaban súper preocupados porque habían visto en la televisión todo
sobre los suicidas y llegaron a pensar que, en una
de ésas, yo podía estar en la lista. Nunca se había
visto en Perla una tragedia como esta. Desde el año
pasado los suicidios habían ocupado las primeras
planas de la nota roja. “Hechos aislados”, decían
algunos rumiantes del Big Brother. Pero cada una de
esas islas lo fueron cubriendo todo, escuela, familia.
83
Bilopayoo Funk
Mis padres pasaron la noche en vela, viendo
las escenas que la televisión transmitía. Las cámaras de seguridad habían grabado cada uno de
los movimientos de los chicos hasta el momento
en que se lanzaban a las vías. Fue impactante verlos. Mis padres, mi hermana y yo nos quedamos
en silencio, viendo la escena una y otra vez. Todos
los canales repetían las imágenes sin parar. Del
shock pasamos al aburrimiento y de ahí a la burla. Siempre sucedía lo mismo en la ciudad. Era el
ciclo de nuestra tragicomedia.
84
X
C
onocí al Nawal y al Gato en la secundaria. Íbamos en el mismo grado pero en
distintos salones. Juntos desde la primaria pero nunca nos habíamos hablado porque nos
considerábamos rivales en los partidos de futbol.
Coincidimos en la banca del castigo. Cuando
el Pitufo te sorprendía en algo, tenías que irte a la
banca mientras esperabas a tus papás. Ahí llegaban
todos los desmadrosos de la escuela. Era un punto de encuentro increíble, servía para conocer a los
mismos de tu calaña. De inmediato nos hicimos
amigos y nos propusimos hacer una banda de punk.
El Nawal en la bataca, el Gato en la lira y yo en el
bajo. La primera canción que hicimos fue un himno
para la escuela: “La muerte del enano”, danzón dedicado para el director chaparro que le hace la vida
imposible a todos los chicos de esta escuela.
El Nawal consiguió que pudiéramos tocar en el
concurso de fonomímicas de la secundaria. Tenía
85
Bilopayoo Funk
una especial capacidad para relacionarse con todo
tipo de chavos y chavas. No le importaba si fulanita
era fresa o si aquel era hijo de no sé quién, el tipo
siempre estaba metido en todo. Así que cuando el
comité de estudiantes abrió la convocatoria, nosotros ya estábamos ensayando para nuestro debut.
En el cartel se anunciaba nuestro nombre para cerrar el magno evento: “San Bayú Sound Machín”,
ése fue el primer nombre que se nos ocurrió ya que
los tres vivíamos en la misma colonia: San Baltazar
Campeche. A las chicas fresas organizadoras les pareció medio naco, pero pegajoso.
Sólo teníamos un mes más o menos para sacar por lo menos tres rolas, eso sí, nos propusimos
que no fueran cóvers, sino originales. Yo era el
responsable de escribirlas, me las daba de compositor profesional, pero la verdad es que se me
complicó bastante.
Teníamos poco tiempo. Mi padre se dio cuenta de mi estrés.
—¿Qué te pasa? Tienes cara de estar sosteniendo al mundo…
—Pues casi, necesito componer por lo menos
tres canciones para esta semana. Ya tengo la música pero de las letras nada.
86
Ricardo Cartas
Mi papá se quedó pensando en silencio.
—Tengo algo que posiblemente te sirva.
Salió corriendo al estudio y cuando regresó
me entregó una libreta que parecía el manuscrito
original del Quijote.
—¿Y esto qué es? Papá, estás viendo que apenas tengo el tiempo para hacer las rolas y tú me
traes esto.
Mi papá sonriendo me dijo:
—Son mis poemas. Te apuesto lo que quieras
a que te van servir.
Agoté todas las posibilidades, pero al final
tuve que echarme un clavado. Hubo dos que quedaron justos a la música que había hecho, sólo
le cambié un par de palabras y listo, estábamos
armados para convertirnos en los héroes de la secundaria.
El Nawal organizó todo el show, compró varios
paquetes de papel higiénico y los repartió entre
los más allegados para que los aventaran cuando
cantáramos “La muerte del Susano”: así fue la clave para que no se enteraran los jefes sobre la temática de la rola. La pasamos de mano en mano
a todos los estudiantes para que se la aprendieran.
Pero ustedes ya saben, los rajones nunca faltan. El
87
Bilopayoo Funk
enano mandó a llamar a las organizadoras para
interrogarlas sobre una supuesta canción que se
había preparado en su contra. Las chicas se hicieron como que la virgen les hablaba y argumentaron demencia. De inmediato nos dieron el pitazo.
Nunca nos dijeron que suspendiéramos la tocada
o que nos brincáramos la rola, pero decidimos pararle al desmadre. Coincidimos que no era muy
buena idea soltar la rola frente al director, pero la
máquina ya estaba echada a andar; no estaba en
nuestras manos.
Los imitadores pasaron: Madonna, Guns N’
Roses, Alejandro Fernández, y muchas chicas enseñando pierna. El momento había llegado. Fue el
mismo director el que nos anunció. Desde luego, no
faltó el choro sobre la apertura que tenía la escuela
en relación con las nuevas expresiones artísticas y
la libertad de expresión. Según él, estaba convencido de que la educación tradicional había llegado a
su fin, que los jóvenes por naturaleza debían de ser
críticos y rebeldes, con ustedes “San Bayú Sound
Machín”. Todos empezaron a aplaudirnos y gritar
el nombre de nuestra banda. Yo me quedé helado,
nunca había sentido esa sensación. El Nawal estaba blanco y el Gato me miraba fijamente:
88
Ricardo Cartas
—¿Será neta lo que dice el enano? —me preguntó.
—Es puro choro, no deja de ser un ruco mentiroso —le respondí muy convencido.
—Pues ya se chingó, tomémosle la palabra,
vamos a cantar “La muerte del enano” aunque
nos corran —dijo el Nawal.
—¿Te cae? —preguntó el Gato—, ¿tú qué dices? —me preguntó, después de todo, yo era el
compositor y dueño de la rola.
No respondí. Agarré el bajo y salí al escenario. Atrás salieron ellos sin decir una sola palabra. Cuando estuvimos los tres ahí parados, la
raza se puso como loca e iniciamos con una de
las rolas que hablaba sobre unos vampiros urbanos que se alimentaban de colegialas vírgenes y
que al tercer día se murieron de inanición por
falta de pureza.
La cara del enano mostraba un tremendo enojo. El respetable comenzó a desesperarse. Estábamos a punto de abandonar el escenario cuando
un grito anónimo pidió “La muerte del enano”.
En ese momento alguien soltó el primer rollo de
papel que para colmo cayó en la cabeza del chaparrito. No hubo tiempo de disculpas, así que el
89
Bilopayoo Funk
Gato inició el guitarreo que todo el mundo estaba
esperando.
Los tres al mismo tiempo empezamos a cantar: “Ya estoy harto que me digan lo que tengo
que hacer/ Ya estoy harto que me digan lo que
tengo que pensar/ Ya estoy harto que me digan
lo que tengo que soñar/ Por eso reclamamos”.
Y el coro fue monumental: “La muerte del enano”. En ese momento todos los rollos de papel se
veían en el espacio volando de un lugar a otro.
Todos se subieron a las butacas y comenzaron
a saltar como locos. Las chicas se subieron al
escenario y el reventón ya estaba armado.
Una chica que nunca había visto en mi vida
subió al escenario y se aventó al público. Todos estábamos tremendamente emocionados y dispuestos a rocanrolear. Fue como un sueño, tan breve y
fugaz como todos los sueños. Con el último guitarrazo vino el bajón. Nadie de los que estábamos en
el auditorio podíamos creer lo que había pasado.
Intentaba buscar al director pero por ningún
lado lo hallaba. Los chicos salieron cantando la
canción y nosotros nos fuimos al camerino en
silencio, pensando en la factura que tendríamos
que pagar mañana por la mañana.
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Ricardo Cartas
Aún era temprano y decidimos ir por unas
chelas para celebrar nuestro… ¿Cómo le podríamos llamar? Supongo que, irreverente debut.
La chica que se había aventado al público nos
estaba esperando en la salida. De inmediato se
presentó como Lupita y tenía una cara de no
romper un solo plato.
—¡Estuvo orgásmica su tocada, muchachos!
—nos dijo, mientras nosotros la observábamos de
pies a cabeza—. Pero les hace falta algo.
—¿Cómo qué? —le preguntó el Gato.
—Una mujer.
—¿Sabes tocar algún instrumento? —le preguntó el Nawal, mientras Lupita sonreía.
—Desde luego, puedo con la otra guitarra si es
que quieren o el violín, es cosa de que platiquemos.
Esa tarde nos acompañó a las cervezas y bebió
al parejo de nosotros. Ya estaba lista para iniciar
su aventura con el San Bayú Sound Machín.
Como era de esperarse, el Pitufo nos citó en
la dirección. Cuando entramos, nos invitó, muy
educado, a sentarnos mientras ponía una canción
en su computadora.
—¿Cómo están, muchachos? ¿Cómo los ha
tratado la fama?
91
Bilopayoo Funk
No respondimos nada. Sabíamos muy bien
que el enano tenía juego.
—Bueno, creo que ya saben que están en mis
manos, pero no se pongan nerviosos, no voy a expulsarlos. Aunque no lo crean soy un convencido
de la libre expresión y de la crítica.
Al ver nuestras caras, tuvo que ir al grano.
—Está bien, con ustedes no se puede. Lo único
que les voy a pedir es que en cuanto acaben la secundaria no hagan el intento por quedarse en la
prepa de esta escuela. Hay muchas preparatorias
mucho más liberales, quizá alguien pueda aguantar que les compongan canciones, ¿no creen?
—Trato hecho —contestó el Nawal sin pensarlo mucho.
—Pero hay otra cosa, necesito hacer algo con
ustedes. Voy a llamar a sus papás y los voy a condicionar el tiempo que les resta. Si ustedes hacen otra
de sus malandrinadas, los expulso, ¿qué les parece?
En ese momento nos entregó los citatorios
para que nuestros padres fueran a la escuela al
otro día.
—Tómense el día, sigan celebrando su inicio
en el rock and roll, para que no digan que soy un
viejo represor.
92
Ricardo Cartas
Como anillo al dedo. Ahora teníamos el pretexto perfecto para huir de esa escuela.
Nos comunicamos con Lupita para avisarle
que habría ensayo por la tarde. Llegó con un
amigo que le decían el Chuk y también quería
entrar a tocar con nosotros. Al principio se me
hizo demasiado: un integrante más y pareceríamos la Sonora Matancera, pero el chico nos explicó que él podía tocar cualquier instrumento,
que su papá era un músico country en Gringolandia y quizá podía conectar unas tocadas por
allá. Ensayamos toda la tarde, Lupita y Chuk
se habían acoplado de maravilla. Pasamos una
buena tarde platicando sobre música, libros y de
la escuela.
—¿Se dan cuenta? Estamos repitiendo las mismas chingaderas desde la primaria, en inglés no
pasamos del verbo to be, ¿así para qué carajos vamos a la escuela? —dijo Lupita enrabiada.
Al llegar a mi casa, mis papás y mi hermana
me estaban esperando para cenar. Sabía que algo
malo estaba sucediendo, pero los saludé como si
nada, con beso a cada uno.
—Voy a lavarme las manos —les dije, pero mi
papá de inmediato me ordenó que me sentara.
93
Bilopayoo Funk
Presentí que el desgraciado Pitufo, les había
contado a mis papás sobre todo lo que habíamos
hecho ayer en la fonomímica. Así que me senté resignado a recibir una buena terapeada por parte
de mi padre.
Mi mamá tenía los ojos rojos, como si hubiera
llorado por horas y mi hermana estaba peor, toda
blanca y sin hablar, situación completamente extraordinaria.
—¿Qué pasa? —les pregunté.
—¿Sabías que tu hermana andaba con el profesor de educación física?
—¿Con el Conan? —le pregunté a mi hermana.
—Sí —respondió ella con su voz de niña.
—¡Wow! Eso sí que es un notición, no pensé
que alguien pudiera aventarse un tiro de esos.
¡Con el Conan! Oye, pero ese tipo es casado, con
hijos y toda la cosa, además dicen que tiene todas
las enfermedad venéreas habidas y por haber.
Mi papá dio un manotazo en la mesa. Nunca
lo había visto tan enojado.
—¿Sabías que andaba con tu hermana? —insistió.
Afortunadamente, sabía muy poco de la vida
sexual de mi hermana.
94
Ricardo Cartas
—No, cómo crees, sabía que andaba con varios, pero nunca escuché nada del Conan.
—Pues tu hermana está embarazada de ese tipo.
Vaya, vaya. Mi hermana la fresa revolcándose
con el profesor de educación física. Era algo increíble…
Mi papá se levantó de la mesa. Me sentí aliviado, por lo menos el Pitufo no había roto el pacto
que teníamos.
Al otro día en la escuela de mi hermana tuvimos la suerte de encontrarnos con el Conan
de frente. Mi papá no se aguantó y se fue a los
golpes contra el profesor que iba cargando una
bolsa enorme de balones, los cuales salieron volando por todo el pasillo, haciendo de esa pelea
todo un show divertidísimo. Cada vez que se querían incorporar para tomar posición de boxeador
los balones hacían de las suyas y ¡suelo! Lástima
que no podía soltar la carcajada por respeto a mi
mamá que estaba en plena lágrima al igual que
mi hermana.
Nadie podía separarlos. Y fue en ese momento,
en medio del desastre que vi otra vez a la Gaba
muy mona con su uniforme escolar. Nunca me
hubiera imaginado que Gaba fuera compañera
95
Bilopayoo Funk
de mi hermana, aunque estuvieran en distintos
cursos.
Desde luego que estaba espantada por todo el
relajo, pero de inmediato fui hacia ella.
—¿Quién es ese tipo? —preguntó la Gaba.
—Mi papá.
—No puede ser, ¿de verdad? ¿Y qué es lo que
pretende? —preguntó, mientras los balonazos le
rozaban.
—Es una historia muy larga, pero digamos
que está vengando el honor de la familia. Pero
escucha bien lo que te digo, te espero hoy en el
café Necedades, ¿sabes dónde está? Sí, es el que
está abandonado.
—¿Para qué?
—¿Te acuerdas de la banda que querías hacer? Pues ya la tenemos armada, pero te necesitamos. Bueno, en realidad el único que la
necesitaba era yo.
—¿Crees que sea un proyecto exitoso? —preguntó ella, haciendo lujo de su memoria.
—No lo sé, apenas estamos empezando, pero
no te preocupes, ya entendí cuál es el verdadero
éxito…
—¿A qué hora es la cita?
96
Ricardo Cartas
—Estaremos ahí desde las cinco de la tarde,
no vayas a faltar, en verdad te necesitamos.
Mi papá terminó su acto dándole un balonazo
de basquet en la cara al Conan. No hablamos con
ninguna autoridad, el Dr. Martinoli había descargado toda su furia contenida y de inmediato
empezó a planear la vida de su nieto.
—Qué bueno que ya estás más tranquilo,
papá.
—¿Por qué? ¿Y ahora qué hiciste?
—No embaracé a nadie, pero el Pitufo quiere
hablar contigo, creo que me quiere condicionar
por el resto de mis días.
Mi papá tomó camino a la dirección de la escuela. Por un momento pensé que también se iba
a surtir al chaparro. La plática fue muy civilizada,
el Pitufo dijo que era un excelente estudiante pero
que era muy rebelde y contestatario como muchos
jóvenes de mi edad. Mi papá aceptó todo el argumento y recibió mi carta de condicionamiento
para el resto del año.
—Yo le recomendaría que fuera buscando otra
escuela para su hijo, aquí siempre tendría problemas por su conducta, hay que buscarle algo donde
se sienta mejor, más libre, usted me entiende.
97
Bilopayoo Funk
Ahí estaba la estocada. Mi papá lo entendió a
la perfección.
En la tarde llegó la Gaba al ensayo. No pudo
tocar porque todos los instrumentos estaban
ocupados pero de inmediato tomó el micrófono.
Su voz era ideal para nuestra banda que por fin
ya estaba armada. Al dar las nueve de la noche,
dijo que se tenía que ir porque su papá la estaba esperando. Al Nawal y al Gato de inmediato
se les prendieron sus antenitas de vinil, pero me
adelanté.
—¿Te acompaño?
—Sí, como quieras.
Fuimos a un café del centro en donde dijo que
su papá iba a trabajar esa noche. No quise preguntarle a qué se dedicaba, en ese momento pensé que era mesero o acomodador de autos, era lo
de menos, yo estaba hipnotizado al ver el cuerpo
de la Gaba, su estilo de vestir, sus piernas, su conocimiento sobre un chorro de bandas que en mi
vida había escuchado.
Su papá ya la estaba esperando. Sí, ni más ni
menos que Jaime López.
—Mira, papá, él es Eusebio y tenemos una
banda de lujo.
98
Ricardo Cartas
Jaime me sonrió y me preguntó si quería quedarme al concierto.
Frío. Completamente frío. ¿ Jaime López era
el papá de la Gaba? Por Dios, estaba que me
cagaba de sentimientos encontrados. De inmediato le respondí que sí, que me quedaba hasta
el amanecer si era necesario. Saqué mi celular y
le hablé a mi papá para decirle que iba a llegar
muy tarde.
—¿Qué te pasa? Te oyes alterado
—Estoy con Jaime López, jefe, y resulta que
hasta vamos a ser familia.
—¿De qué hablas?
—Conocí a la hija de Jaime. Estoy con él, ¿no
te parece maravilloso?
Mi papá como que no agarraba mucho la
onda. Pero me pidió la dirección del café donde
estaba, iría por mí en ese momento. Fingí que no
escuchaba nada y le colgué.
—¿Todo bien? —me preguntó Jaime.
—Sí, ya sabes cómo son los jefes.
—Le hubieras dicho que te pasaba a dejar
cuando acabe la tocada.
Se los juro que ni media hora había pasado
cuando mi papá ya estaba asomándose por las
99
Bilopayoo Funk
ventanas del café. La tocada estaba a punto de
iniciar. Le hice señas a mi papá para que entrara.
Se sentó, pidió una cerveza y pasamos casi tres
horas cantando las canciones de Jaime.
—Pensé que estabas enojado —le pregunté.
—Estaba muy enojado.
—Estás de acuerdo que no podía dejar pasar
la ocasión.
—Claro, pero lo malo es que siempre piensas
en ti.
No voy a entrar en detalles sobre la borrachera
que se aventaron el Dr. Martinoli y Jaime. Los dos
hicieron clic de inmediato, resulta que mi papá se
sabía un buen de historias de Jaime y éste había
leído el único libro de mi papá.
Terminaron por sacarnos del café. Cada quien
agarró su rumbo, pero antes la Gaba me dio un
beso. Mi papá vio toda la escena pero se hizo
güey sin el menor esfuerzo. Me quedé mudo, sólo
ella me recordó que mañana nos veíamos en el
ensayo. ¡Qué noche!
Mi papá era la onda. Regresamos a la casa
cantando canciones de los Doors y una que otra
de José Alfredo Jiménez.
100
Ricardo Cartas
Al entrar a la casa mi mamá nos empezó a sermonear pero ninguno de los dos le hicimos caso.
Cada quien se fue a su recámara. Las pocas horas
de sueño se las dediqué a la Gaba, sí, completamente desnuda, tirada en un pastizal mirando
caer las hojas de un árbol.
101
XI
M
e encantaba escuchar cómo el silencio
poco a poco se iba llenando con el sonido de nuestros instrumentos. Era como
si cada uno fuera plasmando colores en el espacio
hasta dejarlo como un cuadro de Jackson Pollock.
Ver a mis amigos expulsar toda su furia mientras
tocaban era lo mejor que había vivido.
Y de pensar que tenía que pasar seis largos meses para poder tocar de nuevo. La banda sonaba
mejor que nunca. Tan bien les iba que tenían agendados todos los fines de semana por lo que restaba
del año. Hasta un mánager se les acercó; la banda
estaba oliendo a billetes. Desde luego, él se llevaría
un buen porcentaje de las ganancias. Situación que
no les agradaba en lo más mínimo, pero eran las
formas de este negocio. Además, todavía no acababan de entender que ya estaban rumbo a las grandes ligas. Yo también tenía que entender que por el
momento estaba fuera de la jugada.
103
Bilopayoo Funk
Dejé de ir a los ensayos para reunirme con
Armando que estaba arreglando todo para que
pudieran aceptarme en la escuela que me había
ofrecido. En algo tenía que ocupar el tiempo.
Me citó afuera del Clandestino. Él estaba en su
auto esperándome.
—¿Ya te conté que yo también estudié en esa
preparatoria? —dijo Armando.
—Entonces no es tan buena —le dije en broma.
Armando se acomodó los lentes y peinó un
poco su larga barba.
—No te preocupes, ya ha mejorado un poco.
—Si estudiaste en la escuela para genios, tienes que ser un ñoño.
—Creo que estás un poco mal en tus percepciones, muchacho. Además, ¿quién te dijo que era
una escuela para genios? La verdad es una escuela para inadaptados, así como tú y yo.
De inmediato puse mi cara de palo, provocando las carcajadas de Armando que en ese momento apretó el botón para que el auto se hiciera
descapotable y de manera automática empezó a
sonar “Sick Boy” de gbh.
—Banda legendaria… —comenté al aire, mientras me imaginaba los pelos de pico del cantante.
104
Ricardo Cartas
—¿Los conoces? —me preguntó extrañado.
—Un poco, toqué esta rola con mi banda
cuando empezábamos —le dije con tono de hombre de experiencia.
—¿Le dabas al punk? Nada que ver con el happy, ¿verdad? —preguntó Armando luciendo su
sonrisa que ya me estaba empezando a fastidiar.
—Nada, no lo digas ni en broma —le contesté
muy seguro.
—Yo fui al concierto de gbh —dijo Armando,
presumiendo como siempre.
—¿En serio? ¿Y cómo fue que saliste vivo? —le
pregunté incrédulo, porque hasta la fecha es memorable todo el relajo que se desató.
—Pues fue cosa de suerte, mano. Todo empezó con un portazo que hicieron unos chavos que
no tenían dinero para entrar, desde ahí empezó a
valer todo. Había muy poca seguridad y los punks
aprovecharon eso. Sacaron las cadenas y las caguamas. El cartel era buenísimo: Rebel’d Punk,
Desviados, las mejores bandas les abrieron a los
gbh, estás de acuerdo que no podía ser de otra
forma. Nunca había ido a una tocada tan intensa.
Y cuando salió gbh la raza ya estaba calientísima.
Sólo aguantaron la primera rola, todos intenta105
Bilopayoo Funk
ban subirse al escenario y los güeros no aguantaron. Suspendieron la tocada y ahí empezó la
pesadilla. El lugar quedó completamente destruido. La policía intentó meterse, pero ya sabes que
eso es imposible, bueno, ahora sí lo harían, pero
en esa época los policías eran decentes.
—Pero no me dijiste cómo fue que saliste
vivo.
—Ahí no corres peligro, los punks no hacen
nada, sólo son pesados en su desmadre, pero no
agreden a nadie.
—No te creo, dime ¿cómo le hiciste?
—Está bien, pero tienes que guardar el secreto. ¿Tú crees que algún punk podría agredir a un
gordo calvo, con barba hasta la barriga y con una
túnica?
—¿Te disfrazaste de padre?
Armando cambió el tema:
—Ya llegamos —mientras prendía las intermitentes para entrar al estacionamiento de la
escuela.
En ese momento sentí que iba a cruzar el umbral. Me dirigía hacia algo completamente desconocido que iba a cambiar mi vida.
106
Ricardo Cartas
Bajamos del auto y lo primero que vi fue a
unos darketos muy finos sentados en una jardinera leyendo.
Armando los saludó de inmediato y me presentó como un nuevo compañero. Los darketos
con sus caras tristes me dieron la bienvenida de
lo más amable.
—¿Quieres uno? —me preguntó una chica,
mientras sacaba una cigarrera color plata.
—¿Se puede fumar en la escuela? —les pregunté asombrado.
—¿Aún sigues pensando que ésta es una escuela de ñoños? —me preguntó Armando, mientras
sonreía—. Quédate con ellos un rato, voy a avisarle al director que ya andas por aquí.
No acepté el cigarro y en cambio les solté un
chorito en contra de los fumadores.
—El tabaco es malísimo —les dije, mientras
ellos me veían como un bicho raro.
—No te confundas. Estos cigarros están libres
de todo tipo de químicos, alquitrán, talio y todas
esas porquerías que le meten las tabacaleras. El
tabaco usado racionalmente puede inspirar las
mejores ideas.
107
Bilopayoo Funk
—¿Ustedes creen eso en verdad?
—Desde luego, pero a las tabacaleras no les
importa mucho.
Prendieron su cigarro, mientras los observaba
detenidamente.
—¿Y de dónde sacan ustedes ese tabaco?
—Fue parte del proyecto de un compañero
que estuvo aquí hace un año. Y lo cosechamos
en el huerto que está atrás del auditorio. Es muy
poca la producción pero alcanza para los que
fuman.
La muchachita darketa insistió en que tomara
un cigarro pero me negué.
—¿Cuál es tu proyecto? —me preguntó el más
flaco.
—¿Proyecto de qué?
—Pues aquí todo el mundo entra con un proyecto. No sé, de lo que quieras, pero es indispensable.
—Pues es que realmente no sé nada de esta
escuela.
Los chicos se atacaron de la risa, lo cual sí fue
toda una revelación. ¿Darketos riéndose?
En ese momento llegó Armando.
—Vamos, el director ya te está esperando.
108
Ricardo Cartas
Llegaron los nervios. Siempre me pasa cuando
escucho la palabra “director”.
—Tranquilo, muchacho, tienes que aprender a
liberarte, esta escuela está libre de estrés. Puedes
hacer todo lo que quieras, bueno, casi todo. Pero
eso luego te lo explico.
Cruzamos toda la escuela. En verdad que era
una zona de tipos extraños. Pero todos me sonreían y una que otra chica me saludó cachondonamente.
—Oye, Armando, esto me está comenzando
a gustar.
—No has visto nada, muchacho…
No me sorprendería en lo absoluto encontrar
al director vestido de piel negra y con lentes obscuros al estilo Bob Dylan, o quizá con unas rastas que llegaran hasta el suelo. Todo podía pasar.
Pero la verdad, me sorprendió más la sencillez de
su atuendo. El director era un tipo como de cuarenta años, con el pelo muy corto, un arete en la
oreja, playera, bermudas y unas chanclas de pata
de gallo. Su nombre era lo de menos, Armando
me lo presentó como el Dr. Hell.
—Bienvenido, señor, es un gusto conocerte.
¿Ya estás listo para empezar?
109
Bilopayoo Funk
No tuve de otra que afirmar. ¿Quién podía negarse a este tipo de ofertas?
—Me imagino que estás un poco confundido, eso habla muy bien de ti, la seguridad en uno
mismo se me hace una patraña, es un discurso de
vendedores de lavadoras, ¿no crees? ¿Ya te platicó
algo Armando?
—No mucho, pero investigué un poco de la
historia en Internet y bueno, que Armando estudió aquí.
—Eso no dice mucho. ¿Qué te parece si le damos una vuelta a la escuela en lo que te platico el
proyecto de la escuela?
La oficina era completamente blanca. Todo era
blanco excepto los tres cuadros que adornaban la
pared. Eran tres hombres barbones que nunca en
mi vida había visto. Era evidente que esos hombres eran una especie de sabios-santos para el Dr.
Hell. Lo curioso es que visiblemente estaban intervenidos por algún caricaturista. El barbón de
en medio tenía cuernos y una cola de diablo, el del
lado derecho aparecía con un globo de caricatura
con signos como si estuviera mentando madres y
el del lado izquierdo le habían pintado un diente
de negro para que pareciera estar chimuelo. No
110
Ricardo Cartas
pregunté quiénes eran por temor a parecer ignorante. Ya habría tiempo de platicar con Armando
para que me explicara la biografía de cada uno de
ellos. Justo cuando estábamos saliendo de la oficina del director, una chica hermosa, sí, realmente
hermosa se acercó a nosotros.
—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó el director.
—No sé, ¿usted no me mandó a llamar? —
preguntó la chica mientras desviaba su mirada
por instantes, cuestionando mi presencia—. Y
él, ¿quién es? —finalmente preguntó, sin ningún
miedo.
—Él es Eusebio y está viendo si le convence
entrar a la escuela.
Armando me cerró el ojo, en señal para seguirle la corriente.
—¿Tienes otras ofertas? —me preguntó el Dr.
Hell.
—Sí, desde luego —le contesté con una mentira enorme y sin poder creer que no estuviera enterado de mis múltiples problemas en las escuelas
donde había estado.
—Ya lo creo. Mira, no es por nada, pero esto
es lo mejor que hay en este país.
111
Bilopayoo Funk
—Y esperemos que por mucho tiempo —intervino Armando.
—Esto va a durar lo que tenga que durar, no
hay de otra, de hecho este proyecto ya duró más
de lo que se pensó.
—No entiendo, ¿por qué tanta incertidumbre?, ¿qué es lo que pasa? —les pregunté.
—Bueno, pues creo que tenemos que empezar.
Mira, Montaña Siete, fue producto de un mal
viaje de algunos intelectuales, seguramente no lo
conoces, un tipo loquísimo que se llamó Tudos
Stravenhajen. Él fue uno de los que iniciaron este
proyecto, y lo presentó al gobierno para que tuviera un poco de presupuesto. El planteamiento
de Tudos fue excelente, convenció al Big Brother
que las escuelas tradicionales de uniforme y ceremonias a la bandera estaban muy bien para lucirlos en los desfiles, pero que hacía falta otro tipo de
escuelas con muchachos especiales, sin disciplina
marcial, sin afanes castrantes. ¿Para qué? Fácil,
si bien para cualquier Estado lo principal es el
control de sus ciudadanos, también debe permitir la creación de espacios para las nuevas ideas,
para crear, para intentar hacer cambios, en pocas
palabras: crear conocimientos. Y así se matan dos
112
Ricardo Cartas
pájaros de un tiro. De entrada, no contaminas a
tus alumnos disciplinados con tipos extraños y
creas un espacio en donde vas a crear beneficios
sin que te den molestias en las calles. La única
condición que impuso el Big Brother es que no hubiera ni una sola crítica al sistema.
—¿Es una escuela para raros? —le pregunté
al director.
—Para los que somos un poco diferentes, no
tienes por qué usar esa palabra, no somos monstruos.
—Así como lo pintas, esto es una escuela para
aislarnos de todo lo que está allá afuera.
—Tal vez, pero sólo es un tiempo…
—¿Quieres ser periodista? —me preguntó la
chica, quien hasta ese momento había permanecido callada mientras el director hablaba.
Sonreí, ¿periodista? Nunca se me había ocurrido esa posibilidad. Continuamos caminando por los jardines hasta llegar a un edificio de
cristal.
—Mira —dijo el Dr. Hell—, aquí era donde
se tomaban las clases hasta hace algunos años.
Ahora está medio abandonado porque ya nadie
quiere usarlos, la mayoría de las sesiones se to113
Bilopayoo Funk
man en los jardines o en las cafeterías. Las aulas para nosotros son cosa de los antepasados,
espacios de castración mental. Además te voy a
decir algo: son insoportables, ni a los maestros
nos gustan, pero bueno, ahí están para cualquier cosa. El otro edificio que se ve allá son los
gimnasios; últimamente muchos estudiantes se
la pasan ahí, juegan y platican con sus profes o
sólo entre ellos.
En el camino nos íbamos encontrando a uno
que otro muchacho, el que más me llamó la atención fue un pelirrojo, medio gordo que platicaba
con su perro. Su nombre era Elvis, pero su apodo,
porque aquí todos tenían apodos, era el Church,
dice Armando que por su parecido a Winston
Churchill.
—¿Y qué hace con ese perro? —le pregunté.
—Eso no te lo puedo decir ahora, aún no eres
alumno.
Dr. Hell se sentó en el piso sin decir nada. La
chica y Armando hicieron lo mismo.
—Toma asiento, muchacho, tengo que platicarte de qué se trata esto. Mira, vamos a ahorrarnos todos los rollos. Armando es el contacto
que te recomendó para que entraras a esta escue114
Ricardo Cartas
la, él es uno de los mejores egresados y tiene un
ojo genial para traer talentos. Aquí no hay horarios, asistencias, grados, ni tiempos para acabar la preparatoria, bueno, en realidad esto no es
una preparatoria, sólo es el nombre oficial para
seguir vivos. Lo único que necesitas es traernos
una buena idea, ni siquiera una idea genial, sólo
algo que te gustaría hacer por el resto de tu vida;
no importa lo absurdo que sea, aquí todo tiene
importancia, ¿entendido?
—Pues la verdad, no mucho
—Bueno, te voy a dar un ejemplo, sólo espero
que sepas guardar secretos. ¿Viste a Church, verdad? Bueno, pues ese muchacho estuvo a punto de
que lo encerraran en una clínica mental porque
se la pasaba hablando con su perro desde los seis
años. Afortunadamente, Armando lo conoció y
de inmediato lo rescatamos. Resulta que ese muchacho en verdad podía tener una comunicación
con su perro. Nada nuevo, ya lo sé, pero lo que
se descubrió es que tenía cierta habilidad extra
para comunicarse con los animales. Además, se
la pasaba jugando con su frisbee. Ahí fue donde
nació la idea. Es decir, hay dos elementos. Uno,
el muchacho estaba idiotizado con el perro. Dos,
115
Bilopayoo Funk
como alternativa, tenemos el juego con el frisbee.
Cuando le preguntamos cuál era su idea para entrar, simplemente respondió que quería pasar la
vida con su perro y divertirse con el platillo, pero
le agregó que quería ser millonario haciendo eso.
Un caso difícil, sin duda alguna. Iniciamos el aterrizaje de la idea y resultó ser uno de los proyectos más importantes de nuestra escuela, ¿por qué?
Porque a nadie se le había ocurrido eso. Church
ya lleva dos años aquí y está a punto de hacerse millonario. Church tuvo que aprender física,
ingeniería en materiales, todo sobre perros, colores, biología, medicina y mercadotecnia. ¿Una
idea sencilla, no? Pero ése es tan sólo un caso. La
verdad es que hemos tenido de todo, y ahora te
toca a ti.
No tenía otra alternativa. Y eso de no tener horarios, ni asistencias se me hacía lo más increíble.
—¿Para cuándo tengo que entregar la idea? —
le pregunté al Dr. Hell.
—¿Eso puedo tomarlo como una contestación
afirmativa?
—¿Quién puede negarse a eso?
—Pues manos a la obra, se me hace que de esa
cabecita pueden salir serpientes excelentes. Tienes
116
Ricardo Cartas
quince días para traer la idea. Puedes contar con
Armando para todo lo que quieras. ¿Entendido?
—Todo en orden, Dr. Hell.
Ya no terminamos de recorrer la escuela.
—¿Qué te pareció la escuela, estás convencido
o falta algo? —preguntó Armando.
—No lo puedo creer…
—Es un poco difícil, pero ahora que ya estés
inscrito te vas a dar cuenta de muchas cosas que
son maravillosas y que te costará mucho entender
que existen.
—Oye, y me juras que no se trata de una
escuela pato, de esas que nomás te pintan todo
muy bonito pero al final capirucho tres vueltas,
¿verdad?
Armando comenzó a carcajearse.
—¿Qué necesitas para creer en todo esto?
—No sé, supongo que la confianza se gana.
¿Qué te parece si iniciamos con los papeles de la
escuela? Con eso me conformo, pero es que la verdad ¿quién puede creer todo eso? ¿Y por qué yo?
¿Qué tengo de especial para entrar a esa escuela?
Si es cierto todo lo que dijo el Dr. Hell, déjame
decirte que está poca madre pero yo sólo quiero
tocar en mi banda, eso era lo que quería antes
117
Bilopayoo Funk
de que esos cabrones me destrozaran las manos:
comprarme una chamarra de piel y vagar de aquí
para allá. ¿Me entiendes?
—Tienes el talento necesario, no eres un genio pero tienes valor como para llevar a los límites tu idea y eso no lo hace cualquiera. Esta es
una escuela para chicos necios que darán todo
por llevar su idea. Si yo te contara todos los que
han pasado por aquí, gente con niveles bajísimos
de coeficiente intelectual y de pronto ¡bum!, sale
algo dentro de su cabeza y no lo dejan en ningún
momento. Tienes el suficiente valor para hacer lo
que quieras. Ojalá pudieras hacer algo por esa
música que hoy está en manos de yonquis perfumados. Piénsalo bien, ésta es la oportunidad de tu
vida, tú sabrás que hacer.
118
XII
M
i mamá se quedó esperando la lista de
útiles y el uniforme. Le preocupó que no
hubieran llamado a los papás a la clásica
reunión para dar el sermón de inicio de clases.
Y para sermones, el de mi madre: “Mira, hijo,
si no estudias en verdad que no va a pasar nada,
bueno, no falta el cábula que te diga pinche burro, pero tampoco creas que a los que estudian les
va muy bien, uno o dos son los que la llegan a armar pero los demás ahí andan de taxistas, claro,
ser abogado taxista, contador taxista, psicólogo
taxista, sí te sube de nivel, puedes hablar con los
clientes de cosas profundas y ya ahí les cobras una
lana más, pero en general no es tan malo quedarse sin estudiar”.
Ya estaba a punto de cerrar los ojos del sueño
que me provocaba el choro de mi madre hasta
que mi papá me preguntó si podía ir a la escuela
a dejarme un día de éstos.
119
Bilopayoo Funk
Le respondí que sí, que no había ningún problema, sólo que tenía que tomar en cuenta que no se
trataba de una escuela común y corriente, que había mucho loco y que posiblemente se iba a sacar de
onda. Mi papá contestó que mañana iría a dejarme.
A las siete de la mañana, mi padre ya estaba
tocando la puerta de mi recámara para que nos
fuéramos.
Papá estaba advertido, así que no se podía
quejar. A pesar de que sabía muy bien que era
un tipo tranquilo e inofensivo, realmente no sabía
cómo iba a reaccionar cuando viera a todos los
ejemplares que estaban inscritos en la escuela y
de los profesores qué puedo decir.
Entramos a la escuela caminando. Me encontré a la banda de los oscuros en la jardinera de
siempre. Les presenté a mi papá. Uno de ellos se
puso blanco al enterarse que el famoso Dr. Martinoli aún estaba con vida.
—Dr., leí su libro.
—¿Ah, sí? Pensé que ya me habían borrado de
la historia. Pero estás muy joven, ¿cuántos años
tienes?
—Dieciséis, pero descubrimos sus libros aquí
en la escuela.
120
Ricardo Cartas
La plática continuó por unos minutos. Los
darketos sonreían de todas las payasadas que les
contaba mi papá. Les prometió que regresaría
pronto para seguir platicando.
—Luce usted muy bien, lleno de vida —le dijo
uno de ellos.
La autoestima de mi padre subió y subió.
De ahí nos fuimos a la oficina del Dr. Hell que
estaba acostado en su hamaca leyendo un libro. Mi padre y yo cruzamos las miradas para
intentar respondernos lo que estábamos presenciando.
—Hola, Dr., ¿cómo está?
—Ya te dije que no me hables de usted.
Hasta ese momento, el Dr. ni siquiera se había
tomado la molestia de voltear a vernos.
—Oye, Hell, mi papá te quiere conocer.
—Pues dile que me busque en Wikipedia y
que no esté molestando.
En ese momento se volteó y lo vio. De inmediato supo que había metido las cuatro patas y yo
no paraba de reírme.
—Déjame aquí a tu papá, ya sé a qué viene. Ve
a los laboratorios de cristal, ya te está esperando
el tutor para iniciar. Debes de ponerte abusado, el
121
Bilopayoo Funk
asesor que te conseguimos es uno de los mejores
para ese tipo de cosas.
Lo único que pude ver es que Hell le preguntó
por su nombre y escuché que se abrió una gaveta,
seguro que le iba a preguntar qué era lo que quería tomar para iniciar la plática.
Para llegar a los famosos laboratorios de cristal, tuve que cruzar toda la escuela, algunos campitos y llegar a una zona en donde un guardia
nada simpático me pidió la identificación. La
pasó por un lector y después me hizo pasar por
un detector.
—En verdad que no traigo armas ni nada por
el estilo, señor —le comenté un poco molesto.
—No, jefe, no es nada de eso, estamos haciendo un escaneado de toda su estructura ósea,
sólo se hace la primera vez que entran a estos laboratorios, antes no se hacía, pero luego los políticos quieren entrar a convencer para que votes
por ellos, no se me ponga erizo, ya sabemos que
usted es cuate, pero la seguridad es la seguridad,
¿o no?
Después de cada palabra el tipo se reía, situación que en lugar de hacerme sentir tranquilo,
sembró desconfianza.
122
Ricardo Cartas
Jamás me volvieron a pedir ningún tipo de
identificación. Aunque tampoco le comenté a
Hell sobre mis dudas acerca del guardia.
Caminé lentamente pensando en lo que me
iba a esperar una vez entrando a ese lugar.
El laboratorio no resultó ser la gran cosa. Un
cuarto enorme con paredes de cristal, con cubículos y mesas de lo mismo. Había por lo menos
unos diez y uno de ellos tenía mi nombre. En el
laboratorio no había ni un alma. Revisé el reloj y
vi que faltaban algunos minutos para que llegara la hora de la cita. No puedo negar que sentía
unos nervios terribles, estaba ansioso de conocer
al loco que me iba a dirigir en mi proyecto. La
panza era siempre la que se llevaba la peor parte.
Así que me fui directo al baño.
123
XIII
–V
einticuatro horas sin hablar con nadie, sólo piensa en tu proyecto como
un arma —me ordenó Frank. ¿Contra qué? Bueno, eso era parte del encargo—. Te
recomiendo que camines y no voltees a ver las
mujeres, eso te puede distraer. Recuerda que esto
no es un juego, hay mucho de por medio en tu
proyecto —continuó Frank muy serio.
Salí de la escuela directo al café Necedades
en donde se supone que estarían ensayando mis
amigos, pero nada, sólo estaba el galán de la hermana del Nawal y dueño del café. El tipo había
soñado con ser músico pero al final se dedicó a
la contaduría. No le iba nada mal. Tenía todo el
equipo montado y le daba cierta satisfacción que
unos muchachos locos como nosotros pudieran
aprovecharlo. Es más, de vez en cuando le caía
a los ensayos y rockeaba un rato con nosotros. A
pesar de su espantosa apariencia de empleado
125
Bilopayoo Funk
de banco, la verdad era un tipo alivianado y rocker. Siempre traía debajo de su camisa alguna
playera negra con alguna banda de sus tiempos:
Metallica, Megadeth, Slayer, grupos de ésos. Y
ya cuando entraba en calor, se quitaba la corbata y daba guitarrazos de lo lindo como todo
un adolescente. Cuando llegué al café, Donatello estaba con su playera de Pantera y con una
botella a medias.
—¡Qué bueno que llegaste! Estaba a punto de
acabarme esta botella solo —me dijo como si hubiera visto tierra firme.
—¿Y ahora a qué se debe todo esto? —le pregunté sin pensar que fuera algo tan importante.
Donatello sólo me pasó la botella para que lo
acompañara.
—Se murió.
—¿De quién hablas?
—Johnny Cash.
Le iba a preguntar si se trataba de algún familiar, pero la verdad no me sonaba en lo más
mínimo. En ese momento pensé que se trataba de
algún poeta o escritor.
—¿Es un novelista?
De inmediato soltó una carcajada.
126
Ricardo Cartas
—¿No sabes de quién estoy hablando, verdad?
—No tengo ni la más mínima idea.
Se levantó y fue hacia donde estaban las guitarras. Checó que estuviera afinada y comenzó a
tocar la canción más fuerte que había escuchado
en mi vida. Nunca había vibrado tanto y sin necesidad de nada más que una guitarra y exquisita
letra. Cuando terminó de cantar tomé un trago
de la botella.
—Ya sé quién es. Sí, es el papá del Chuk.
¿Cuándo murió?
—¿Papá del Chuk?
—Nada, discúlpame, es que Chuk nos engañó
diciéndonos que su papá era un cantante llegonsísimo de country y el muy cabrón nos enseñaba las
fotos de este señor. ¿Pero cuándo murió?
—¿Chuk inventó que su papá era Johnny
Cash?
—Sí, el tipo nos hizo creer que era su papá
perdido. ¿Cuándo murió?
Hoy mismo dieron la noticia. ¿En verdad no
sabías nada de él?
—Nada. Bueno, sólo la versión del Chuk.
¿Oye, y cómo murió?
—No tengo la más mínima idea.
127
Bilopayoo Funk
—Quizá se enteró que su hijo mexicano había
muerto.
—No digas tonterías.
Donatello siguió cantando hasta que anocheció. No sé cuántas canciones tocó, pero al final
me dejó unos discos que en cuanto se fue, los puse.
Johnny Cash era un arma mortal. Y de inmediato me imaginé la figura de Frank advirtiéndome
que el proyecto de la radio no era cosa de juego.
Si Johnny pudo lograr que sus herramientas, la
guitarra y su voz fueran letales, yo también tendría que lograrlo con la estación de radio. Comenzaban a salir las respuestas.
Lo bueno fue que todos los miembros de la
banda no llegaron a ensayar, así que tenía toda la
soledad posible para escuchar a Johnny y pensar.
En eso andaba cuando el portón del café se
abrió. Lo primero que pensé fue que Donatello
había regresado a terminarse la botella o quizá
los hijos de la mal parida que me habían destrozado las manos estaban llegando para acabar conmigo. Para mi sorpresa, quien estaba abriendo el
portón era la Gaba. Pensé en la recomendación
de Frank acerca de las mujeres, pero la Gaba era
un tema distinto.
128
Ricardo Cartas
De inmediato fui hacia ella. No se veía nada
bien.
—¿Qué te pasó? —le pregunté, mientras miraba el reloj que marcaba cerca de media noche.
—Broncas con mi jefa y mi papá no está en la
ciudad.
—Nada del otro mundo, las jefas son histéricas
por naturaleza. Si te contara de la mía.
—Ya lo sé, pero no la soporto, así que me salí
de mi casa.
—No tarda en hablarte, verás que todo se solucionará.
Le empezamos a dar mate a la botella mientras escuchábamos a Johnny Cash. Nunca nos
había pasado por la mente que estábamos solos
y en condiciones de hacer de las nuestras hasta
que se acercó y sacó de la bolsa de su pantalón un
luchador, sí, de ésos que venden en los mercados.
—¿Y eso qué? —le pregunté, medio sacado de
onda. No es por nada, pero la situación ya se estaba poniendo medio cachonda.
—Ahora verás —me dijo, casi como una amenaza.
Y comenzó la historia. Jamás me imaginé que
un corriente luchador de identidad desconocida
129
Bilopayoo Funk
¿Místico? ¿Santo? podría ser el fetiche que más
recordaría en mi vida.
La Gaba comenzó a tararear el tema de la
Pantera Rosa. Dirigió la rígida mano del místico-santo hacia el cierre de mi pantalón. Poco a
poco y con la ayuda de la Gaba fue bajando. Era
completamente normal que para ese instante su
servidor estaba como olla exprés. Como pude y
a una sola mano, le quité la blusa y el sostén. La
mano del luchador recorrió cada poro, estacionándose por un tiempo en sus pequeños pezones,
simulaba una lucha contra ellos, a ras de lona,
como se hace un encuentro serio. Pero después
voló, cayendo en el vientre, siguió la apenas perceptible línea que lo llevaba hasta el ombligo.
Gaba se estremecía. Sabíamos que el momento
de fundar una nueva vida, la vida de los cuerpos,
había llegado. Cuando el luchador estuvo a punto
de tocar el sexo de Gaba, tomé el relevo, la tercera
caída. No recuerdo las proporciones, ni el tiempo,
sólo que tengo clavado en la memoria el increíble
olor de su piel, su mirada en éxtasis, el momento
en que conocí el rostro verdadero del amor.
El día de la muerte de Johnny Cash se había
convertido en el inicio de mi vida junto a la Gaba.
130
Ricardo Cartas
Permanecimos desnudos, tirados en la alfombra del café Necedades. Y desde luego el místico-santo encima del vientre de la Gaba.
No llegué a dormir a mi casa esa noche. Tuve
la brillante idea de apagar mi celular para prevenir cualquier reclamo familiar.
Al amanecer, abrí la puerta del café y miré
al cielo. En ese momento no tenía la respuesta
para Frank, pero algo me decía que ya me estaba acercando. Gaba y yo caminamos tomados
de la mano hasta su casa. Al llegar a la mía ya
se imaginarán el tango. Mi mamá me recibió
con lloriqueos y las preguntas clásicas de madre
preocupada: ¿dónde te metiste? ¿Con qué vieja te
quedaste? ¿Vienes drogado? ¿Te secuestraron los
Zetas? Mi papá en contra de todos los pronósticos, calmó a mi mamá diciéndole que era normal
que los muchachos de mi edad hicieran esas cosas, pero que para la otra por lo menos avisara.
Después mi madre se fue a la cocina y me quedé con mi papá, quien de inmediato se acercó y
me dijo que saliéramos a la calle.
Lo primero que pensé fue que si aún estuviera
en la escuela de la Big nunca hubiera tenido la
oportunidad de mirar esta mañana con toda la
131
Bilopayoo Funk
gente afuera, gritando, corriendo ¿cómo intentan
que en la escuela se aprenda si estás encerrado?
—Debes de entenderla un poco, siente que
todo se le está saliendo de las manos, tu hermana
embarazada y tú convertido en un… extraño, sí,
así lo podemos dejar, pero ya aquí entre cuates,
¿dónde pasaste la noche?
—En el café donde ensayamos, conocí la música de Johnny Cash, ¿lo conoces?
—Escuché un par de canciones, ¿pero qué tiene de especial?
—Eso es lo que yo me pregunto, pero es increíble. Donatello me dejó unos discos y no pude
dejar de escucharlos. Oye, papá, para ti ¿qué es lo
más importante en la vida?
—¿Es en serio?
—Debes de tener algo como lo más importante, no sé, ¿las mujeres, el dinero, la música, mi
mamá?
—No sé, nunca me lo había preguntado, pues
creo que ustedes, tu mamá, tu hermana, tú.
—Sí, eso todo el mundo lo sabe, pero en cuestión de conceptos, algo que respetes y que sepas
que nunca podrías traicionar.
—Me la pones más difícil.
132
Ricardo Cartas
—Debes de tener algo adentro.
Como nunca, vi a mi padre ponerse súper serio. Y se ve que la pregunta le hizo irse hasta el
fondo, a sus lugares donde hacía ya tiempo que
no entraba.
—Hay algo que quizá pueda acercarse. Lo
único que te puedo decir que sea realmente importante es la honestidad, una especie de pacto
contigo mismo.
—No entiendo, ¿a qué te refieres?
—Uno siempre parte de sueños, pero en el
camino se van quedando, tú mismo los vas convirtiendo en basura y te dedicas a las cosas que
nunca te imaginaste, a lo que más odiabas.
—¿Odias lo que haces?
—Si no lo odio, por lo menos sé muy bien que
no es lo que me imaginaba ser.
—No te pongas dramático, no te ha ido nada
mal.
—Cuando platiqué con Hell, entendí muy
bien de qué se trataba todo esto de la escuela en
la que estás y te voy a decir algo.
—¿Crees que sea una farsa?
—No lo sé, pero eso no es lo importante; creo
que tienes una gran oportunidad para cumplir
133
Bilopayoo Funk
con uno de tus sueños. Y eso es lo que más atesoro en la vida, el valor para llevarlos a cabo, eso es
precisamente lo más importante. Llevar la vida
como un sueño.
No volvimos a tocar el tema, pero fue suficiente para entender la vida de mi padre.
En la segunda semana de sesiones con Frank
ya teníamos todo para iniciar las transmisiones.
Y las cosas en mi casa ya estaban mucho mejor,
mi papá convenció a mi mamá para que me dejara tener un poco más de libertad. Desde luego
mi madre lo hizo responsable: “Sólo te digo que si
algo le pasa a nuestro hijo, tú y sólo tú me tendrás
que entregar cuentas”. Papá tragó saliva, pero
aceptó el reto.
134
XIV
¡Y
vaya que sí tenía que rendir cuentas mi
papá! Cuando recuperé la razón, después
del golpe tremendo del guardia cacarizo y
la tremenda corretiza de los policías, me vi dentro
de una camioneta. Mi cabeza iba dando tumbos
contra la ventanilla.
De inmediato escuché un coro de carcajadas.
Abrí los ojos. Me acompañaban seis mujeres extrañas vestidas de tehuanas. Pero eso no era lo
extraordinario, sino que yo también venía vestido
así, con uñas pintadas, aretes, cadenas y pulseras
de oro; alrededor de la cabeza llevaba una especie
de encaje enorme en la cabeza que de inmediato
me quité.
—Ni gracias, Felina, mira nada más ese resplandor que le pusiste al Bilopayoo —le reclamó
la más cachetona de ellas.
—Mística, Mística, si hasta te hierve la boca.
Si no te gustó, lo hubieras vestido tú. Además, con
135
Bilopayoo Funk
estas prisas y con la policía molestando no se puede hacer mucho.
—Chamacas, tranquilas, ¿qué va a pensar de
nosotros el xuncu huini? —les reclamó Amaranta
en forma de broma.
Cerré los ojos para ver si era una de esas pesadillas clásicas de las que no podía despertar. Lo
hice, pero cuando los abrí, las mujeres ésas aún
estaban observándome como si fuera una especie
en peligro de extinción.
—No entiendo lo que está pasando. De lo último que me acuerdo es que venía corriendo, los
policías estaban matando a los guajolotes gigantes y de pronto el guardia cacarizo me dio un golpe en la cabeza.
—¡Nana vida! ¿Frank nunca te dijo de las consecuencias de tu proyecto? ¿Por Dios que no te
dijo nada? —preguntó Mística moviendo esos inmensos cachetones.
—¿Ustedes conocen a Frank?
—¿Frank Loveland? ¿Panchito Campo Amor?
Desde luego que lo conocemos. Es amiguísimo de
Chico Beto. Así como tú llegaste a la escuela rara,
él también lo hizo hace tiempo. Sólo que le falta
cantidá para acabar su proyecto.
136
Ricardo Cartas
—Sigo sin entender, ¿y por qué estoy aquí?
Debería de estar en la cárcel…
—Mira, mira, tampoco seas trágico, estás
aquí con nosotras porque Frank ya había hecho
un plan B, una forma de escapar en caso de que
el Big Brother se molestara por los resultados de tu
proyecto.
—A ver, a ver, ¿entonces aquí también existe
el Big Brother?
Las fulanas se me quedaron viendo como si
hubiera hecho la pregunta más estúpida de toda
mi vida.
—Mijo, Big Brother, Big Sister, tú mejor que nadie
sabes que están en todos lados… —contestó Amaranta—. Y ese gordo cara de empedrado fue el que
te salvó de la policía. Estuviste en su casa hasta que
nosotras llegamos por ti. Afortunadamente todo
salió bien y ya estás en camino al sur.
—Eso no puede ser, ¿o sí? —rectifiqué.
Y como no tenía en claro nada, acudí a lo inevitable: ¡pero tengo que avisarles a mis papás, les
prometí que nunca más faltaría a dormir a la casa!
—Tierno el xuncu —dijo Felina, mientras me
daba un tremendo abrazo que en lugar de tranquilizarme, hizo que la circulación de mi sangre
137
Bilopayoo Funk
se colapsara por un instante—. Tus papás ya sabían que podía pasar esto. Hell, Frank y Armando hablaron con ellos y tuvieron que aceptar las
condiciones. Por ahora no vas a poder hablar con
ellos por seguridad tuya y de tu familia.
—¿No me digan? Ustedes no conocen a mi
madre.
Felina de inmediato sacó de un portafolio el
documento donde mis padres daban la autorización de aplicar cualquier plan con el objetivo de
salvarme la vida.
—No puede ser. ¿Y por qué ustedes? ¿Dónde
está Hell, Armando y Frank?
—Mira, nosotras como muxe’s hemos sufrido
persecuciones que no te imaginas, sabemos salir
de esos problemas, por eso Frank nos confió su
plan. Y sobre ellos, qué te puedo decir, no tardarán en aparecer, están acostumbrados a vivir a
salto de mata.
—¿Muxe’s? ¿Ustedes son hombres?
—No somos hombres, somos muxe’s, ésa es la
gran diferencia. ¿Cuesta trabajo entenderlo?
—No, para nada, yo respeto…
—Pues más te vale, xuncu; ni te imaginas lo
que hace un muxe por defender su identidad.
138
Ricardo Cartas
—Mística, Mística, por Dios, Bilopayoo no es
de esos. No deberías de ser tan violenta, el pobre
muchacho apenas está despertando.
—¿Bilopayoo? —pregunté.
—Nadie te ha dicho que eres igualito a esos
animales.
¿Bilopayoo? ¡Vaya! Hasta con apodo había salido. No volvimos a tocar el tema. Los muxe’s se
la pasaron cantando en zapoteco sin parar.
Su canto era dulce pero no podía entender
nada. Mística dijo que no me preocupara, que en
unos días el zapoteco me iba a ser familiar.
—Allá en Binizaa casi no se habla español, y
por lo tanto tendrás que aprenderlo en el menor
tiempo posible. Y más cuando entres en contacto
con Chico Beto.
—¿Quién es ese? —le pregunté.
Mística bajó el volumen del estéreo.
—¿Qué estás diciendo, muchacho? ¿En verdad Frank nunca te platicó nada?
—Bueno, me dijo muchas cosas, pero nunca
mencionó nada de ustedes ni del tal Chico Beto.
—Bueno, pues qué se le puede hacer, ya no hay
tiempo ni para que te arrepientas. Lo bueno es que
no te han dicho nada bueno ni malo, por lo menos
139
Bilopayoo Funk
no vas a tener la crisis de turista. Porque les cuentan cada cosa, algunas sí son ciertas, pero también
en el pueblo hay cosas de vergüenza. Aquí todo es
una tremenda contradicción. Pero nunca es tarde
para presentarnos. Mira, esa pelirroja gracias a su
buen tinte es Felina, muxe de toda la vida. Estudió hasta la secundaria y se creó su apodo desde
niñita, estaba traumada con los Thundercats. Su
primer experimento como estilista fue pintarse de
rubio el cabello y después tuvo la brillante idea de
hacerse unos puntos negros como Cheetara. Todo
esto para lucir como nadie en su graduación. Ni
te cuento del éxito, al rato todas las paisanas la
estaban buscando para que les hicieran puntos,
rayos y no faltó la que quería parecer tigre albino. Su nombre de pila es Roberto. Desde los seis
años asumió su homosexualidad. A sus papás no
les sorprendió mucho. Su mamá lo supo desde la
primera vez que lo vio caminar. “Ese caminar es
de mampo”, dijo, y ya desde ahí lo dio por hecho.
Al papá le costó un poco de trabajo, pero al final
terminó por aceptarlo, tanto que después del éxito
con los modelos Thundercats hasta le puso su estética. Como buen muxe, le regresó el dinero a sus
papás y ahora los cuida como su tesoro.
140
Ricardo Cartas
Esta otra es Amaranta. ¿Has leído Cien años de
soledad? Pues desde que la leyó, decidió cambiarse el nombre, ser un poco como la Buendía. Su
nombre real es Jorge, ya casi nadie se acuerda,
pero yo sí. Nunca quiso servir en la casa como
nosotras; cuida a su mamá, pero a su modo.
Siempre anda en boca de la gente, cuando no
anda organizando marchas contra la homofobia,
anda dando taller para prevenir el vih, siempre
ha sido muy movida.
Y yo soy Mística, estudié hasta el tercer año de
primaria, soy cantante y diseñadora de trajes de
tehuana. También cuido de mi mamá. Mi papá
ya murió, el pobre. Y todas juntas somos: ¡Las
Auténticas, Intrépidas, Buscadoras de Peligro!
Me quedé helado. Maldije a los tipos que me
habían destruido la mano en el Clandestino. Gracias a ellos estoy fuera de mi banda, de todos mis
sueños y a cambio estaba aquí, en el lugar más
extraño del mundo, con los tipos más extraños
del universo. Pensé en el Nawal, el Gato, Lupita
y la Gaba. Ellos estaban en gira y yo aquí escondido en el sur.
—Acelera, Mística, manejas como abuelita, ni
pareces una Buscadora de Peligro.
141
Bilopayoo Funk
La camioneta empezó a levantar poco a poco
hasta llegar a los límites. No puedo negar que andaba medio nervioso, pero nada del otro mundo,
las Auténticas me comenzaban a caer bien. Felina
no dejaba de verme, esperando una reacción negativa por la velocidad a la que íbamos, pero al
contrario, le sonreí.
—Después de todo no somos tan distintos.
Seguro que tú también eres un buscador de peligro —me dijo Felina, mientras me cerraba el
ojo.
El comentario no me convenció del todo en
ese momento, pero poco faltaba para que lo comprendiera. Pasaron seis horas de camino y yo aún
no sabía a dónde nos dirigíamos, sólo empecé a
sentir un calor insoportable.
—¿Cuánto falta? —les pregunté.
—Ya estamos llegando, mira la montaña —
contestó Mística.
—Sí, ya estamos aquí, hasta mi cara siente el
bochorno —dijo Felina.
Ella comenzó a describir la entrada como si
fuera el lugar más hermoso del mundo. Mujeres
que cuando caminan van meneando sus naguas
como si llevaran el ritmo del mar, trenzas enlis142
Ricardo Cartas
tonadas, canastas de fruta, flores de guie’chaachi
cayendo, todo en armonía.
—¿Por dónde vas a entrar? —preguntó Amaranta.
—El crucero está cerrado —respondió Felina.
—Nada nuevo y ahora qué están peleando —
preguntó Mística.
—Mira, gordita, motivos para protestar siempre sobran —respondió Felina.
—Tenemos que entrar por la Séptima, no hay
de otra —advirtió Mística.
—¿Estás segura? ¿A qué hora son? —preguntó
Amaranta mientras veía el reloj.
—Aún no amanece —respondió Felina.
—Ya es buena hora —aseguró Mística.
—Pues San Vicente dirá.
La Mística aceleró. Yo sonreía por la ingenuidad de estos muxe’s. Seguramente sufrían atracos de vez en cuando, nada que ver con Perla en
donde las cosas sí estaban fuertes. ¿Qué podría
pasar?
¿Muxe’s ingenuos? Sí, cómo no. El único ingenuo era yo. Cuando escuchamos la primera ráfaga de balas, Mística detuvo la camioneta y gritó
que nos agacháramos. Me quedé inmóvil al ver
143
Bilopayoo Funk
una horda de adolescentes corriendo y disparando sus cuernos de chivo. En ese momento la Mística me obligó a que bajara la cabeza, mientras
las balas se estrellaban contra los cristales.
—¿Qué pasa? —les pregunté.
—Te dije que no era buena idea entrar por la
Séptima —dijo Amaranta.
—¿Qué pasa? ¿Dónde estamos? —volví a preguntar.
—Son las Ratas Picudas. Han de estar recibiendo a la policía. Y para colmo, estamos en medio de la fiesta —contestó Felina.
La balacera duró unos minutos hasta que se
oyó la voz de una mujer que suplicaba a todo
pulmón una tregua. Cuando escuché la voz de la
señora, de inmediato alcé la cabeza para ver la escena. Las Auténticas gritaron que me agachara,
pero no pude hacerlo.
La señora era una gorda de trenzas que sostenía un cuerno de chivo en una mano y con la
otra un pañuelo blanco. Inmediatamente se hizo
el silencio, los policías decidieron parar el fuego.
¿Por qué las Ratas Picudas? Muchos de los
padres de estos chicos fueron activistas bravísimos, campesinos, pescadores, estudiantes que
144
Ricardo Cartas
creyeron en el nuevo proyecto del pueblo. Los
papás de las Buscadoras fueron parte de esto,
la única diferencia es que ellos no acabaron solos, los padres sobrevivieron, pero las Ratas no
tuvieron esa suerte. Crecieron solos y además
marginados. Aunque sus padres fueron, prácticamente héroes, el líder, un tal Héctor Sandoval
vendió el movimiento a la primera oferta. El zócalo estaba ardiendo después de las elecciones.
Los del otro bando se habían robado una buena
cantidad de urnas. Desde luego, la gente del movimiento, después de un tiempo de haber dejado
las armas, las retomaron sin dudar un instante que iban a conseguir que se hiciera justicia
aunque les costara la vida. Héctor Sandoval y el
gobernador presenciaban el enfrentamiento de
sus fuerzas desde el balcón del edificio central,
tranquilamente, como si se tratara de una obra
de teatro:
Único Acto
Personajes:
Héctor Sandoval
Gobernador
145
Bilopayoo Funk
Cocinera
Los dos hombres con prominentes panzas se encuentran sentados
cada uno en las cabeceras de una mesa elegante. Pasan unos
minutos sin hablar, hasta que el primero rompe el silencio.
Héctor Sandoval: (Mira fijamente a su acompañante) Esto ya no es como antes.
Gobernador: (Sonríe) Estos enfrentamientos
son cosa de niños.
H. S.: (Se levanta y va hacia la ventana para mirar el
paisaje) Amo este lugar por su clima.
G.: Si tuviera un poco de nieve una vez al año,
sería perfecto. Por lo menos para usar los abrigos
que nos han regalado los camaradas, pero con
este calor, ¿cuándo?
H. S.: Ésta es una tierra pródiga.
(En ese momento una señora sale a escena para avisarles que la cena estaba puesta: tasajo, tlayuda, mezcal
y anís. Ninguno de los hombres habló mucho. Estaban
concentrados en la comilona. Un provecho, un salud, fue
lo único que pronunciaron por una hora. Afuera se comenzaron a escuchar gritos, disparos y la sangre.)
G.: Esto se está poniendo caliente.
H.S.: Es lo normal, aunque no se compara con
nuestras batallas. Nosotros sí que teníamos voca146
Ricardo Cartas
ción de sangre.
(Los dos fijaron la mirada, reconociéndose como héroes,
con amorosa admiración. Después el gobernador sacó el
portafolio. El líder no movió una pestaña hasta que lo vio
completamente abierto.)
G.: (Alza el salero y después se agacha para inspeccionar bajo la mesa) No me estás grabando, ¿verdad?
H.S.: ¿Qué pasó? Sería incapaz de acabar con
la vida política de un hombre como tú.
G.: Eso espero. (Tomó el portafolio y lo acercó a su
acompañante) ¿Quieres contarlo?
H.S.: Para nada, confío en usted, señor gobernador.
G.: Pues entonces ya es hora de interrumpir la
función.
H.S.: Ya sabes que no se puede parar de golpe.
En unas ocho horas estará limpia la plaza, por
eso no te preocupes.
G.: ¿Ocho horas? ¿Cuántos muertos vamos a
dejar? Supongo que tienes mucha gente ahí metida.
H.S.: Mucha. Este negocio es de sangre. Ellos
quieren ser héroes, les estamos dando esa oportunidad para hacer algo de sus vidas.
G.: (Sonriendo) Eres un cabrón.
147
Bilopayoo Funk
H.S.: Muchas gracias, señor.
(El gobernador salió de la sala y el líder muy orgulloso
por el cumplido del Gobernador aprovechó el tiempo para
contar cada uno de sus billetes. Desde luego que no confiaba. Armaba sus paquetes mientras chiflaba. Tiempo
había de sobra.)
FIN
Después la ciudad cayó en un estado de violencia indescriptible. No había quién pusiera orden.
Las ocho horas que había pronosticado el líder se
habían convertido en costumbre. El ejército entró
a los pocos días pero la cantidad de muertos fue
una cicatriz imborrable.
Todos los que murieron o los que fueron encarcelados, eran los padres de las Ratas Picudas.
Los padres se fueron, pero dejaron las armas y el
resentimiento.
148
XV
N
o vimos el final de la historia porque Mística aprovechó el silencio para arrancar la
camioneta y salir volados. Todo el trayecto
lo hicimos callados hasta llegar a nuestro destino.
Una casa de dos pisos cuidada hasta el detalle,
con una terraza llena de plantas, sillas de playa
y hamacas.
—¡Nana!, pensé que nunca íbamos a llegar
—dijo Felina mientras dejaba caer su cuerpo al
asiento de manera relajada—. Lleva al xuncu a
su recámara para que descanse.
Aún estaba nervioso. No tenía ni la más mínima idea de dónde estaba.
—Tranquilo, muchacho, aquí estás a salvo.
Cuando despiertes ya estará aquí Chico para que
te saque de todas tus dudas. Por lo mientras, descansa.
De inmediato saqué mi celular para marcarle
a mis padres, pero Mística me interrumpió.
149
Bilopayoo Funk
—Hay lugares donde al progreso le cuesta trabajo llegar. Aquí se instalaron las antenas para los
teléfonos, pero al poco rato vino el norte y se las
llevó. El norte ha cargado con todo.
—¿Y el teléfono normal? Sólo necesito avisarles que estoy bien.
—Ese falla menos pero tendremos que ir a uno
público y fuera del pueblo, no podemos arriesgarnos, no puedes olvidar que el Big nos anda persiguiendo.
No pude descansar mucho. Me negaba a creer
que Frank fuera un mentiroso. Si sabía que corríamos peligro, lo mínimo que pudo haber hecho
era informarme sobre su plan. ¿De eso habrán
hablado mi padre y Hell? ¿Ellos también habían
mentido? Comenzaba a desconfiar hasta de mí.
Las Intrépidas me llevaron a una recámara.
Intenté dormir un rato pero el calor no me dejaba. Eran cerca de las diez de la mañana. Se oían
muchas voces y carcajadas afuera, como si hubiera
una fiesta. Salí y de inmediato se dieron cuenta.
—¡Bendito, ya se despertó el hombre! —gritó
Mística.
—Nana, ya está tu desayuno, muchacho —le
siguió Felina.
150
Ricardo Cartas
De inmediato distinguí quién era Chico Beto:
no estaba vestido de mujer aunque su sonrisa era
completamente femenina.
—Con que usted es Bilopayoo, pues bienvenido a la cintura del mundo.
—¿Tú eres Chico Beto? —le pregunté, mientras observaba su vestimenta. Era una especie de
túnica africana al estilo de Nelson Mandela.
—Para servirte, pero siéntate, muchacho,
mira todo lo que te prepararon las muchachas
para que desayunes. Seguramente tienes muchas
preguntas, pero antes come, no puedes dejar que
se enfríe este manjar.
Miré la mesa y no supe por dónde empezar.
Lo único que pude distinguir fueron los tamales.
—Mira, te explico. Esto es una paloma. Lo
normal es que los hombres de la casa las atrapen, pero como aquí no hay hombre, la tuvimos
que comprar en el mercado. Esto otro es iguana
en salsa roja, ¿conoces la iguana, no? Es como
un pariente tuyo pero en salvaje, ¡cómo me gustan las cosas salvajes! Y bueno, esto otro ya ni te
digo porque seguramente ni te lo comerás. Aquí
hay un poco de cocodrilo —dijo Chico Beto
muy orgulloso.
151
Bilopayoo Funk
No sé de qué color me puse que de inmediato
hizo que me sentara y me sirvió un poco de agua.
Le entré con toda la reserva del mundo. Llevaba tiempo sin probar un solo bocado de carne.
Al final no tuve de otra que comer con fe. Todo
estaba buenísimo; creo que se me notó porque todas las Intrépidas no dejaban de sonreír al ver los
tremendos bocados que me echaba. Agarré color
después de comer. Bueno, eso es un decir, porque lo transparente no se me quitaba; no en balde
tengo el apodo que tengo.
Todas las Auténticas se fueron a sus trabajos,
me dejaron solo con Chico Beto que me esperó
hasta que terminara de desayunar.
—Me imagino que has de tener muchas dudas, muchacho.
Respiré profundo, como si buscara el inicio de
todo.
—Sólo quiero que me expliquen qué hago acá.
Entiendo que me salvaron la vida y que es muy
peligroso que hable con mis padres, pero tengo
que hacerlo, ¿quién me dice que ahora no los están persiguiendo a ellos?
—Tu mamá y tu papá ya estaban enterados
de todo antes de que huyeras. Para entrar a esa
152
Ricardo Cartas
escuela, tuvieron que haber firmado las responsivas.
—Sí, ya lo sé, pero necesito saber si ellos están
bien, escucharlos.
—No te preocupes, al rato podrás hablar con
ellos, pero si no hemos recibido noticias es que
todo está bien.
Después inició toda su explicación sobre cómo
se había relacionado con Frank y la escuela.
—Lo primero que me encantó de la idea de ir
a una escuela como ésa; porque así como tú, yo
también fui invitado por un profesor para ser parte… Sí, te decía que lo que más me gustaba era
la idea de no estar en una escuela en donde sólo
haces como que estudias, tus profes hacen como
que enseñan y los dueños de la escuela o el gobierno hacen como que les pagan. Y además, el poder
liberarme de la apariencia, de los supuestos que
están en todas partes, me llenó de esperanzas. Yo
vengo de un pueblo en donde realmente se necesitaban muchos cambios, alguien que tuviera el
suficiente valor para poder llevarlos a cabo y no
sólo el bla, bla, bla de siempre.
Me quedé frío al escuchar todo el discurso de
Chico Beto porque en ese momento recordé las
153
Bilopayoo Funk
palabras de la Felina: “Realmente no somos tan
distintos”. Y tenía toda la razón del mundo. Al
igual que Chico Beto y Felina, estaba convencido de que las escuelas además de aburridas, poco
tienen que hacer con los problemas que hay en la
realidad.
—Y al ver todo de lo que hablaban Frank y el
Dr. Hell, preparé mi proyecto, la verdad es que
sólo para prepararlo me tardé casi medio año.
Ellos me insistían que debería de optar por un
proyecto menos ambicioso. Cuando lo entregué,
pensé que el Dr. Hell se iba a desmayar. Se puso
todo blanco, rojo, morado, ya sabes, de todos colores.
Chico Beto hizo una breve pausa. Intentó recobrar el aliento y le pregunté:
—¿Quieres cambiar el mundo?
—Ay, nana —me dijo—, ¿pero cómo el mundo? Yo lo único que quiero es cambiar un poco a
Binizaa.
Sonreí al ver cómo hablaba de cada uno de
sus objetivos. La pasión era evidente, aunque me
confesó que había conseguido muy poco, pero ése
no era motivo para bajar la guardia. Recogimos
los platos y me invitó a conocer su estudio. En154
Ricardo Cartas
tramos a una biblioteca enorme. Al ver mi cara
de sorpresa, lo único que argumentó es que hace
tiempo tenía un poco más, pero cuando logró
abrir la Casa de la Cultura, la mayoría de sus libros tuvieron que irse para allá.
—¿Y todos estos libros de dónde los sacaste?
—Algunos me los dejaron mis padres. Ellos
eran profesores en la única primaria de Binizaa,
pero en su mayoría los he adquirido yo, sobre
todo desde que inicié el proyecto.
—Pues tuviste suerte de tener unos padres que
por lo menos tenían algunos libros en casa.
—La verdadera suerte fue que ellos me hayan
encontrado a mí. ¿Te imaginas si no hubiera conocido a Frank o a Hell?
—No sé, quizá serías alguien importante, un
abogado, líder de algún partido o algo así.
—Es igual, quizá estaría vendiendo queso
como mis demás compañeras, pero cualquiera
que haya sido nuestro trabajo, ninguno de nosotros tenía la conciencia de todo lo que podíamos
hacer. Muchos políticos piensan que están trabajando para lograr cambios, pero en realidad
están creando una continuidad, alargan un camino hacia el abismo. Los otros, pueden ser muy
155
Bilopayoo Funk
buenos, pero sólo piensan en ellos, en su familia.
Nada más.
—¿Y cuánto tiempo llevas con todo esto?
—Ay, mijo, ni me preguntes porque me regreso. La verdad ya hasta perdí la cuenta.
—¿Y nunca has pensado en renunciar?
—Desde luego; sin embargo, poco a poco te
vas dando cuenta de que esto es tu vida. En el
momento en que das un paso atrás, el escenario
cambia y siempre vas adelante. Pero en el camino
siempre van saliendo cosas que nunca consideraste en tu primer proyecto, situaciones importantes que no puedes pasar por alto. Ay Bilopayoo,
cómo explicarte el desmadre que había. Afortunadamente todo fue dándose. Y ahora nos salieron esos adolescentes que nunca imaginamos
tener en el pueblo.
—¿Las Ratas Picudas?
—Increíble, algo que nadie puede creer, ¿de
dónde salieron? Pero cuando nos dimos cuenta,
todo Binizaa estaba aterrorizado por ellos. ¿Te los
puedes imaginar cuando tengan dieciocho, veinte
años? Si así son de lo más salvaje.
—Pueden trabajar en películas de Tarantino o
de Robert Rodríguez.
156
Ricardo Cartas
—Créeme que no es motivo de broma.
—Lo entiendo. Lo que no me queda claro es
por qué las autoridades no hacen nada, ¿qué hace
la policía?, ¿el gobierno?
—Ellos piensan que con más policía o más armas esto se va a acabar. Es lo único que su cerebro puede proponer, pero el problema es mucho
más que un asunto de violencia. El fondo es que
estamos jodidos, muy jodidos en muchos aspectos
que al Estado no le importan. Pero no nos pongamos tan ceremoniosos.
Inmediatamente me enseñó algunos libros que
había comprado desde el primer día en que inició
su proyecto.
—Pero también hay noticias excelentes. Esta
chica, Amaranta, está causando revolución en
todo el pueblo. Yo no sé de dónde es que salió tan
prendida, pero un día llegó aquí, recién se había hecho los análisis del vih, salió limpia y ahora
quería hacer algo, no tenía bien en claro qué. Y
ahí fue donde todo esto resurgió.
—Me contaba Mística que será candidata...
—Así es. No sé si sea bueno o malo, pero hay
movimiento, estamos vivos, Bilopayoo, y eso es
lo que cuenta. Y para iniciar bien tu estancia en
157
Bilopayoo Funk
Binizaa, no tienes de otra que ir a una buena
fiesta.
Una fiesta en cualquier parte del mundo es
un acontecimiento en donde si uno está enfermo,
de plano cruzando el umbral de la muerte, puede tener la posibilidad de faltar sin que nadie se
moleste. En Binizaa eso es imposible. Una fiesta
es ante todo un compromiso de vida o muerte. A
mí se me ocurrió decirle a Chico Beto que no tenía muchas ganas de asistir pero él de inmediato
me explicó la situación de las costumbres y sobre
todo, para un desconocido como yo, sospechoso
de que en cualquier momento pudiese alterar el
orden del pueblo; y aunque las Intrépidas estaban
muy bien aceptadas socialmente, nunca han dejado de representar una especie de interrogante
para los demás.
Chico Beto me ordenó que fuera a descansar
un poco para poder dar el ancho en la fiesta. Regresé a la recámara. Me dejó en claro que en la
cama era imposible dormir por el calor. Y vaya
que si hacía calor, tanto que hasta la vista se me
nublaba de vez en cuando.
No sé si fue una alucinación o mero debraye,
pero vi a uno de esos animales que me había de158
Ricardo Cartas
sayunado pasearse por el techo. No me resultaba
repugnante desde lejos, pero no me iba a arriesgar a que una de esas cosas se paseara sobre mi
cuerpo mientras descansaba. Me metí a la hamaca. La iguana corría de un lugar a otro como si
estuviera calando mi atención.
Recordé lo que había dicho Chico Beto acerca
de mi parentesco con ese tipo de animales. Según
él, yo era un Bilopayoo que resulta ser un primo
de estos animales. Así que alguna forma de comunicarnos debíamos de compartir. Probé, al fin y al
cabo no perdía nada. Me concentré y le pedí que
se fuera hacia la ventana que para colmo estaba
cerrada; por increíble que parezca, el animal obedeció. Buen momento para hacer las paces. Me
concentré y le dije que no iba a molestarla en todo
mi estancia en Binizaa si ella me dejaba dormir
tranquilo un par de horas antes de irme a la fiesta.
No sé cómo confié en el pacto, pero de inmediato
me quedé dormido sin que la iguana me despertara. Quizá hasta jugó una cáscara de fut en mi
espalda y el cansancio no me dejó sentir su escamoso cuerpo. Dormí a pierna suelta.
Chico Beto tuvo que despertarme para que
me fuera a dar un baño. Cuando puso la ropa
159
Bilopayoo Funk
que debería llevar a la fiesta se dio cuenta de la
presencia de la iguana:
—Ya vi que tienes compañía, ¿eh?
—Es un bicho que estaba desde que llegué.
—No le digas tan feo. ¡Y cámbiate, pariente,
que no tardan en llegar las chamacas!
Todo el mundo había oído de las fiestas de Binizaa. Las mujeres robustas con sus trajes de tehuanas tirando pachanga a todo lo que da, mientras
los hombres empinaban el codo con furia. Chela
tras chela. No era algo que me causara emoción,
pero faltar a la fiesta era impensable. Me puse la
guayabera, pantalón negro y no tuve de otra que
acompañarlo con mis Converse verdes que ya
no daban una. Las muchachas llegaron. No era
nada difícil distinguirlas. Habían llegado con el
ruido de sus risas y el clásico desmadre que hacía
un efecto como de zanates llegando a su árbol.
Estaban todas con sus mejores trajes, muy pintadas, esperando mi llegada. Y cuando hablo de
“los mejores trajes” no hay que dudarlo un instante. Pero lo que me extrañó muchísimo es que
éstas se pasaban por el arco del triunfo las reglas
de etiqueta, que por lo que tengo entendido se tenían que respetar al pie de la letra. La mejor de
160
Ricardo Cartas
todas era la Felina que se aprovechó de sus dotes
como peluquera para hacerse un peinado exotiquísimo, conceptual, en homenaje a todos los muxe’s caídos en batalla. Quisiera explicarles algo
sobre ese peinado, pero me resulta imposible. Estaba que echaba tiros con el copete raro y su traje
que había mandado a bordar con la Mística, en
donde aparecía un hombre muy parecido a Dalí
comiéndose una iguana. El traje de Mística era
mucho más tradicional, sólo había cambiado las
flores normales por unas hojas de mariguana. Las
demás habían aumentado el escote, otras se hicieron más corta la nahua, pero todas sin excepción cambiaron las zapatillas por tenis. Eso me
pareció increíble porque de ninguna manera iba
a desentonar con mis Converse verdes.
Cada una llevaba un cartón de cerveza. Chico
Beto me explicó que era una tradición de aquí.
Todos los hombres tenían que llevar uno en cada
fiesta, como una forma de ayudar a los organizadores.
—Y aunque nos veas todos así, no hemos dejado de ser hombres —dijo Chico Beto.
Por eso las fiestas de muxe’s son fiestas intensas, no hay quien falte a esa tradición.
161
Bilopayoo Funk
Caminamos unas cuadras. Chico Beto se regresó a la casa. Desde lejos vimos cómo venía
acariciando la iguana que había boicoteado mi
sueño.
—Se te estaba olvidando tu prima —me dijo,
mientras me la acomodaba en el hombro—. Ahí
déjatela, se te ve muy bien.
Pasamos por unas cinco fiestas. Vela de los
pescadores, Vela de maestros, Vela de beisbolistas, Vela de no sé qué más. Todos tenían sus Velas
ese mismo día. Al ver mi cara de sorpresa, Chico
Beto me dijo que eso no era nada, que en mayo
todo el pueblo se convertía en una fiesta, “pero
eso sí”, me dijo, “ninguna como la de nosotras”.
Y lo decía con todo el orgullo del mundo porque
él era el mayordomo y la reina, Amaranta. “Ya lo
verás cuando llegue el momento.”
Su tono era como si faltaran años para que
eso sucediera. Las fiestas se hacían en cualquier
lado. Por eso no había problema. Bastaba un
espacio para que se instalaran las enramadas,
unas cuantas mesas dependiendo del número de
invitados, mucha cerveza, botana que la gente
llevaba y música. El ambiente lo ponían todos los
invitados.
162
Ricardo Cartas
Lo increíble es que se podían hacer en cualquier día de la semana y a cualquier hora. En
Binizaa se vive para las fiestas. Y las Auténticas
no se perdían una. Hasta tenían que administrar
muy bien su tiempo para no fallar a ninguna invitación.
Con decirles que hasta llevaban una libreta en
donde iban anotando todo lo que les parecía rescatable de cada una de las fiestas. Si les gustaba
un guiso lo tomaban en cuenta para aplicarlo, la
selección de música, el color de las flores. Nunca
había visto tanta dedicación para organizar una
pachanga. Y también eran unas criticonas temibles. Barrían con todo lo que estuviera a su vista.
La mayoría de las fiestas siempre acababan en
pleito de borrachos. Eso era lo que les molestaba
muchísimo a las Auténticas. Pero tampoco eran
nada del otro mundo. Lo preocupante eran las
Ratas que de pronto llegaban a las fiestas y todo
acababa muy mal. Todos conocían a alguien que
había sido víctima de esos muchachos.
Esa misma noche, después de la Vela, Chico
Beto me llevó un teléfono celular para que pudiera hablar con mis padres. Le comenté si no era
más conveniente hablar de un público, pero me
163
Bilopayoo Funk
advirtió que ninguno en Binizaa servía. Marqué
el número y de inmediato contestó mi padre.
—¿Estás bien? —me preguntó.
—¿Tú sabías de todo esto? —le contesté con
esa pregunta.
Mi padre seguía preguntándome si estaba
bien, pero al parecer él no me podía oír. En ese
momento, Chico me arrebató el teléfono y lo tiró
al piso para después pisarlo hasta destruirlo.
—No te preocupes. Lo intentaremos después,
pero no podemos dejar ni un rastro.
Así me la pasé por un tiempo, no sé, quizá
meses. Nunca pude entablar una conversación
de más de un minuto con mis padres, pero por
lo menos sabían que estaba vivo. Los días en Binizaa transcurrían de fiesta en fiesta, de Vela en
Vela. La verdad es que me la pasaba muy bien,
siempre en compañía de mi iguana.
Las Auténticas tenían un especial cuidado
conmigo. Hasta me llevaron con un doctor medio
brujo para que me curara los tendones que me
habían destruido los gandallas del Clandestino.
—Vas a ver que en unos meses quedarás mejor que Jimmy Hendrix —me decía Chico Beto,
para darme ánimos.
164
Ricardo Cartas
Eso era lo que me encantaba de las Auténticas.
A pesar de estar alejadas del mundo, su cultura
era increíble, escuchaban a las bandas de rock
más sofisticadas, entendían las letras en inglés,
leían como locas y sabían divertirse; pero lo mejor
de todo es que no negaban su origen. No tenían
complejos de nada.
Yo les sugerí que a su fiesta trajeran buenas
bandas de rock. A Felina le encantó la idea. Dijo
que nadie se había atrevido y que a los invitados
no les molestaría en lo absoluto. Les di unos nombres al azar y ellas anotaban en su libreta. Estaban a contratiempo, faltaba poco para su Vela.
165
XVI
E
l día había llegado. Después del nerviosismo
y las horas de trabajo propias de la organización de una Vela alternativa, llegamos al
lugar que habían escogido como escenario.
Era una privada oscura que desembocaba en
el río de los perros. El lugar estaba de lujo. La
enramada llevaba algunas palmas pero en realidad toda la sombra estaba hecha de flores, de
muchos tipos de flores que creaban una atmósfera increíble. El olor que despedían las flores y
la tierra mojada era algo que nunca había experimentado.
Cuando dieron las dos de la tarde, la enramada ya estaba llena. Muxe’s de aquí, de todas partes, las familias, los círculos cerveceros. La Vela
era todo un éxito. Inició con Sonido 5, las Auténticas no dudaron en irse a la pista de baile con los
demás. El grupo era el más tradicional, tocaba en
todas las fiestas; no era malo, pero todos estaban
167
Bilopayoo Funk
esperando las sorpresas que tanto nos habían prometido las Intrépidas.
El maestro de ceremonias llamó por micrófono
a la reina Amaranta I en compañía de su séquito. Todas las Intrépidas desfilaban alrededor de la
pista de baile muy orgullosas de su posición social.
Sonó la marcha y Chico Beto le hizo una señal al
maestro para que no se le olvidara mencionarme.
—¡Cómo no! Por aquí me están pidiendo que
pase Chevo Bilopayoo en compañía de su iguana
a recibir a la reina. ¡Un aplauso para el rey feo!
Ustedes han de tener una idea de todo lo que
pasó después. Pero después de mi aparición ante
la sociedad de Binizaa todos en la enramada me
saludaban muy afectuosos. No faltó el que me
sacó a bailar y pues yo quién era para decir que
no. La banda que tocaba era ni más ni menos que
la Princesa Donají, la más antigua, y eso no me
lo podía perder. Bailaba y bailaba hasta que la
cerveza empezó a hacer de las suyas.
Fui al baño y en el camino me encontré a una
chica que llevaba una minifalda que de inmediato me enganchó. Algo tenían esas prendas que me
cautivaban a la primera. Era morena, delgada y
con unos chinos que para qué les platico. Ella de
168
Ricardo Cartas
inmediato se dio cuenta. Hizo un recorrido por
toda la enramada. La iguana y yo la seguimos
con toda discreción. Los saludos me distraían; intentaba corresponderles con toda educación, mi
estado de Romeo no me dejaba ser el señor Relaciones Públicas.
Le perdí la pista por un tiempo. Aún tocaba la
banda Donají. En ese momento pensé que me había hecho falta recomendarle a Felina a la mejor
banda que había en el país, San Bayú Sound Machín, claro, ese hubiera sido un excelente pretexto
para ver a mis amigos en Binizaa. ¡Cómo deseaba
tener una libreta igual a la de las Auténticas para
que no se me fuera a olvidar para el próximo año!
¿Próximo año? ¿Ya estaba resignado a quedarme
aquí? Quién sabe, por lo menos hasta que el Big
Brother deje de perseguirme.
Chico Beto me interceptó diciéndome que me
estaba buscando desde hace horas para presentarme a un diseñador de modas súper denso y
experimental.
—Lo siento —le respondí muy serio—, pero
tengo que ir a buscar a una persona.
Chico Beto cambió la sonrisa por unos ojos
que se fueron al cielo en señal de preocupación.
169
Bilopayoo Funk
—Ya sé a quién andas buscando.
—¿Eres adivino? —le pregunté intentando hacerlo a un lado para ver si pasaba la muchachita.
Me detuvo muy serio.
—Creo que tienes que saber algo…
Chico Beto se aventó todo un choro sobre
la Frida en minifalda. Así era conocida por las
tremendas cejas que tenía, pero más que la biografía de ella, se centró en la advertencia sobre
su madre, una tal Ciudadana Eustolia de Jesús
Cortés, que después de andar matando a muchos
pretendientes, novios y amantes, había decidido
asociarse con Concha Tiburón, una ruca deschavetada que en sus años mozos regenteaba la cantina más grande del lugar; ahora estaba viviendo
su jubilación trepada en una moto, viajando por
todos lados con Eustolia y Frida. Pero lo que más
le preocupaba a Chico Beto es que la Ciudadana
era enemiga a muerte de Amaranta y de todas
las Intrépidas. Y pues cómo no, si ella iba a ser la
candidata. Todas las mujeres del mercado junto
con el Sindicato Único de Vendedoras de Iguanas, Reptiles y Anexas la habían hecho su candidata. Claro, hasta que llegó Amaranta y con su
gracia y sus ideas vino a regarle todo el tepache
170
Ricardo Cartas
a la Ciudadana. Según Chico Beto, había riesgos de que esta mujer viera la forma de vengarse
de todos los muxe’s, en especial de las Auténticas.
Pero nada de eso me interesaba tanto como encontrar a mi Frida.
Después de la advertencia, Chico Beto se despidió convencido de que había perdido su tiempo.
Busqué en cada espacio, esquina, hasta debajo
de las mesas. Chico Beto me vigilaba mientras
platicaba con sus invitados. Comenzaba a sentir
desconfianza, ¿Chico Beto quiere tronarme mis
huesitos? ¿Por qué le molesta tanto que me fije en
esa muchacha? Pues en eso andaba cuando por
fin la encontré, sentada en una jardinera, bajo
un árbol de guie’chaachi, cruzando sus delgadas
piernas, mirando hacia todos los que estaban en
la enramada. Parecía una estatua, sosteniendo su
cigarro y con un par de pericos rondándole. Aún
así, me parecía hermosa.
Espanté a los pajarracos y le pregunté dónde
se había metido. No me contestó a la primera,
sólo tiró el cigarro y me dijo que saliéramos de
ahí lo más pronto posible. En ese momento, la
música cambió por completo. Ese sonido lo había escuchado por algún lado. Tomé de la mano
171
Bilopayoo Funk
a la chica y fuimos hacia el escenario. Lo sabía.
¡Chico Beto era realmente increíble! Sólo él era
capaz de haber juntado al ims (Instituto Mexicano del Sonido), Nortec (Bostich y Fussible) con
la legendaria Princesa Donají. Chico Beto estaba ahí junto con algunos franceses que bailaban
despavoridos.
—¿Cómo hiciste esto? ¿Cómo los convenciste?
—le pregunté casi excitado mientras los beats comenzaban a enloquecer a todos los invitados.
—Nada, lo difícil fue convencer a los rucos
de la Donají, pero mira, bien que se adaptaron.
Camilo y los Nortec entendieron que no todo es
el norte. Les pareció la idea y mira… —contestó
emocionado.
Bailamos. Las flores iban cayendo del techo de
la enramada. Camilo Lara, vocalista del IMS, no
dejó que hubiera un solo instante sin movimiento. El rostro de todos era el mejor diagnóstico.
Estábamos en éxtasis de pachanga. Todo estaba
genial menos Frida. Estaba muy nerviosa y me
pidió que la acompañara afuera. No habló en el
camino. Afortunadamente no nos encontramos a
Chico Beto y salimos sin ningún problema.
—¿Qué te pasa? —le pregunté extrañado.
172
Ricardo Cartas
—No quiero ser cómplice de esto —me respondió casi soltando las lágrimas.
—¿De qué estás hablando? —le pregunté, sin
dejar de ver a lo lejos el bailongo que provocaba
Nortec.
—La Ciudadana Eustolia va a hacer de las suyas. No sé bien qué es lo que trama pero escuché
que iba a cobrar facturas en la fiesta. Ya no soporto estar metida en esto.
—Algo así me había dicho Chico Beto pero,
¿qué puede hacer?
—No lo sé. Si supiera, por lo menos ya estaríamos preparados.
—Pues no entiendo nada.
—No te preocupes, esta ciudad siempre ha sido
violenta y en estas fiestas siempre cae alguien. Es
lo normal. El alcohol transforma a los paisanos.
¿Normal? Dónde había escuchado esto. Me
concentré para pensar en todo lo que había pasado desde que entré a esa escuela rara y para ellos
todo era “normal”.
—Oye, y no se supone que tú eres hija de Eustolia, ¿cómo es que no estás con ellas preparando
la venganza? —le pregunté con toda la confianza
como si fuéramos amigos de toda la vida.
173
Bilopayoo Funk
—¡No! ¿Quién te dijo eso? —me respondió,
traumada.
—Chico Beto me dijo que tú eras hija de la
Ciudadana.
—Para nada, ella me recogió, casi es mi madre, pero lo que se dice madre, madre, para nada.
Las palabras de Frida estaban llenas de resentimiento. Supe de inmediato que Frida estaba con
la Ciudadana por necesidad. En ese momento,
unos borrachos comenzaron a quejarse de la música pero un grupo de señoras les hicieron frente.
—Ya está haciendo efecto la cerveza —me
dijo.
Hice el intento por guardar la calma. Hasta
dejé de mover el pie. Sin embargo, la situación
se puso fuerte cuando vimos que poco a poco se
iban metiendo algunos chicos que pertenecían a
las Ratas Picudas.
Ella se puso blanca y no supo qué decirme. Sin
darnos cuenta ya estábamos rodeados, no había
ni una sola posibilidad para escapar. Chico Beto
ordenó que la música se parara.
¿En qué estaba metido?
Justo cuando Chico iba a hablar por micrófono, uno de ellos comenzó a disparar con su
174
Ricardo Cartas
ak-47
al cielo. Levantaron a Amaranta. Los muxe’s intentaron impedirlo pero un balazo certero
en la cabeza de uno les quitó las buenas intenciones. Cuando vieron que Amaranta ya estaba
asegurada, inició la carnicería. Frida, la iguana
y yo nos escondimos atrás de un árbol hasta que
se hizo el silencio.
La fiesta se había convertido en un campo de
batalla. Frida comenzó a llorar.
—Te dije que era una cabrona pero nunca me
imaginé que fuera capaz de esto.
De inmediato pensé en Chico Beto.
Frida y yo estábamos seguros que la responsable de esta carnicería era la Ciudadana Eustolia.
Aunque Frida no podía creer que hubiera llegado
a tanto.
En verdad que era una escena tremenda.
Hace un par de horas la enramada era el templo
de la felicidad; ahora estaba hecho un pantano
de sangre.
—Eustolia es incapaz de matar a alguien con
sus propias manos. Sí, ya sé que mucha gente dice
que ha matado a sus amantes, pero nunca le han
comprobado nada. Ellos terminan suicidándose o
tirándose al río por no sé qué razón, pero con sus
175
Bilopayoo Funk
manos nunca. Le advertí que no podía confiar
en ellos.
Recordé que el primer día que había estado en
Binizaa había sido recibido por las lindas y amables Ratas Picudas.
—Pero qué tenía que estar haciendo Eustolia
con las Ratas, esa relación no me cuadra.
—Por Dios, hablas igual que mi abuela. Las
Ratas no conocen la amistad, ellos hacen tratos y
siempre los rompen, no son de fiar. Son un grupo de chamacos en busca de sangre, son como
animales, así han crecido, no pueden ser de otra
forma.
—Bueno, bueno, pero qué tratos pudo tener
Eustolia con ellos. Estás de acuerdo que para dialogar con ellos necesitas estar a su nivel.
—Ella está a nivel de cualquiera, por algo tiene su fama. Sí, así como lo oyes. Pero yo se lo
advertí. Meterse con las Ratas era meterse con el
diablo.
—No creo que sea para tanto, son casi unos
adolescentes como tú o como yo…
En medio del tumulto apareció la iguana metiche. Se quedó un rato frente a nosotros y fue
corriendo hacia el centro de la enramada. Me
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Ricardo Cartas
acordé de las palabras de Chico Beto y le dije a
Frida que la siguiéramos. Saltamos los cuerpos
como si fueran charcos hasta que la iguana se estacionó en el cuerpo de Chico Beto que afortunadamente estaba vivito y coleando, sólo tenía un
buen chichón en la cabeza.
—Esto no se puede quedar así… —dijo Frida,
mientras el sonido de la moto de Concha Tiburón
se hacía presente.
La anciana se estacionó y le dio las gafas oscuras a Frida.
—¿Esto lo hicieron esos chamacos nalgas miadas? —le preguntó Concha a Chico Beto.
—¿Dónde está Eustolia? —le preguntó Frida.
—Se la llevaron las Ratas.
—Se lo advertí, pero también se llevaron a
Amaranta…
—No reflexiones tanto, Frida. Créeme que ya
se pasó el tiempo para eso. Ahora vamos a resolverlo —le respondió Concha.
Chico Beto se puso blanco al escuchar la advertencia. Sabía de sobra de lo que era capaz
Concha. Ella podía levantar una revuelta en
cuestión de horas con todos los malvivientes que
conoció en su cantina en todos estos años.
177
Bilopayoo Funk
—Necesito saber si todos los invitados están
con vida —nos dijo Chico Beto.
—Eso lo tendrás que dejar para después —
contestó Concha—. Cada minuto que perdamos
les servirá a las Ratas para reorganizarse.
—Pero no los puedo dejar así, nos podemos
meter en un problema.
—Piensa como ellos. Ellos ya tienen lo que andaban buscando.
—¿Pensar como ellos? Eso es precisamente lo
que te pido ¿tú crees que ellos se fijan a quién le
disparan? Esos muchachos lo único que buscan
es sangre.
No continuó el diálogo. Prendió de nuevo la
moto y le dijo a Frida que la esperaba en una hora
en el kiosco del zócalo.
Chico Beto me pidió que buscáramos a las demás Auténticas para que se encargaran de cuidar a los invitados. Afortunadamente, muchas
aparecieron caminando como muertos vivientes,
intentando recuperarse. Les pedimos que siguieran buscando para saber cuántos desaparecidos y
muertos habían dejado las Ratas Picudas.
Algo tuvo que haber pasado. Las Ratas nunca
habían hecho un acto tan sangriento. ¿Cuál fue el
178
Ricardo Cartas
ofrecimiento de la Ciudadana Eustolia que hasta
ella había sido secuestrada?
Nos fuimos corriendo al kiosco. Felina y Mística no aparecían por ningún lado.
Estábamos resignados. La guerra iniciaría en
cualquier momento.
179
XVII
A
l llegar, Chico Beto y Frida estaban nerviosísimos. Hasta mi iguanita lo estaba.
Sabíamos que las Ratas Picudas podrían atacarnos en cualquier momento. Minutos
después, llegaron Mística y Felina cambiadas y
hasta oliendo bonito.
—¡Están vivas! —gritó Chico Beto.
A mí lo que me sorprendió es que estuvieran
tan frescas como si fueran a otra fiesta.
—¿Dónde estaban? No me digan que les dio
tiempo de bañarse —les preguntó Chico, sin poder creer que en estos momentos fueran incapaces
de perder el estilo.
—Tranquilo, muchacho —le contestó Mística—. Yo estaba llena de sangre, ¿cómo crees que
iba a andar así con ese olor que atrae a los chacales? Para estas cosas hay que venir preparada
—remató el muxe, enseñándole una pistola.
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Bilopayoo Funk
—Vamos a rescatar a nuestra amiga. No importa cómo, pero ella va a regresar con nosotros
—afirmó Felina.
—¿Y ésta qué hace aquí? —preguntó la Mística, señalando a Frida.
—A mí no me vean. Yo se lo advertí desde
antes que pasara todo esto, pero como todos los
hombres, nomás ven carne ahí andan como chuchos —contestó Chico.
—Ven para acá —me dijo Mística, haciendo a
un lado a los demás—. ¿No te das cuenta que es
la hija de la enemiga de Amaranta? Por su culpa
se armó todo este desmadre y tú ahí pegado, ya
ni la chingas.
—Oye, pero no es su hija —le contesté—.
Además ella está hasta la madre de todo esto.
Ella me comentó que la Ciudadana Eustolia
convino con las Ratas darles un sustito. Y aunque estaba resignada a perder contra Amaranta, no se quiso quedar con las ganas de acabar
con la fiesta, pero nada más. Las Ratas jugaron
chueco y fue Spleenter, el que los convenció a
todos de que ya era hora de tomar la sartén por
el mango: “Ya está bueno de andar matando
gente así por así. Es imposible que el poder lo
182
Ricardo Cartas
tenga más rápido un muxe o una mujer antes
que nosotros”.
A pesar de que algunos estuvieron en contra,
la mayoría apoyó la idea de traicionar a la Ciudadana.
—Así fue. Ella no tiene nada que ver en esto.
Las Intrépidas rezongaban pero no dijeron
nada directamente.
Concha Tiburón llegó en su motocicleta y le
sorprendió que nadie hubiera llegado a la cita.
Era normal. Ninguno de sus amigos rudos se
arriesgaría a un soponcio al enfrentarse contra
adolescentes siniestros llenos de energía y odio.
—No tenemos de otra. Tendremos que enfrentarlos nosotros —dijo Concha.
Observé detenidamente a nuestro comando:
una anciana en motocicleta, dos reinas recién bañadas, Chico Beto con un chichón enorme, Frida y yo. Combinación perfecta para llegar a la
muerte vía rápida.
Estábamos esperando a los refuerzos cuando nos dimos cuenta de que los únicos que iban
llegando eran las pequeñas Ratas con todo y su
uniforme de guerra: chanclas, shorts y sus lindas
ak-47 colgando del hombro. En unos minutos, las
183
Bilopayoo Funk
azoteas que bordeaban la plaza estaban llenas de
esos muchachos. De inmediato se me vinieron a
la mente las voces de Hell y Frank: “el rock es
muy aburrido, tú estás para algo más intenso”.
¡Carajo! De pensar que mis amigos en este momento están de gira por todo el país, recibiendo
aplausos y cariños de las grupis…
—San Jerónimo doctor… —dijo Chico Beto,
implorando ayuda, pero los demás lo tomamos
como la señal, como si anunciara el principio del
fin. Comenzó la lluvia de balas.
184
XVIII
A
l escuchar los primeros disparos corrimos
hacia el interior del kiosco del Galáctico,
el único lugar en donde se podían conseguir discos de los músicos de Binizaa, libros,
pinturas. El lugar estaba cubierto con un mural
de Toledo que el Galáctico le ganó en un volado.
Así como lo oyen, un día Toledo regresó a Binizaa y el Galáctico le reclamó que no hubiera
una obra pública en el pueblo donde nació. Toledo apenas y le hacía caso hasta que Galáctico
lanzó el reto. Era sencillo, si el Galáctico ganaba,
Toledo le tendría que hacer el mural; si perdía, lo
dejaría de molestar durante toda su estancia en
Binizaa. Para suerte del Galáctico, Toledo perdió
y no tuvo de otra que cumplirle. En una semana
estuvo el mural dentro del kiosco.
Después de eso, el Galáctico se convirtió en
celebridad. No había turista que no visitara su
kiosco y que no comprara algo.
185
Bilopayoo Funk
Cuando nos vio entrar como chivos campaneros, de inmediato fue a la puerta para cerrarla y poner la tranca. Las Ratas Picudas habían
dejado de disparar. Todo estaba en silencio,
sólo se escucharon los pasos de uno de ellos
acercándose.
El Galáctico nos hizo la señal para que guardáramos silencio. Estábamos boca abajo mientras
nos entregaba un juego de llaves.
Dentro del kiosco había una pequeña puerta
que nos señaló. Todos la vimos como la entrada a
una dimensión desconocida, la única opción para
salvar el pellejo.
El emisario de las Ratas intentó dialogar con
nosotros, pero ya estábamos entrando al túnel.
Al ver que nadie le contestaba, la rata golpeó la
puerta, después soltó un par de tiros para intentar
romper la chapa y entrar. Afortunadamente, la
tranca no lo dejó pasar. Sin embargo, desde afuera la rata comenzó a disparar hasta dejar seco el
cuerno de chivo.
Cuando abrí los ojos, todos permanecían pecho tierra en la entrada del túnel, con las manos
en la cabeza suplicando para que ninguna de esas
balas llegara a nuestros cuerpos.
186
Ricardo Cartas
La suerte nos había fallado. Una de ellas alcanzó la pierna del Galáctico. Intentaba ocultar
su dolor. Nos señalaba la dirección del camino
para que partiéramos sin él.
Gateamos no sé cuánto tiempo hasta que poco
a poco el túnel se fue haciendo más grande, lidiando contra el polvo y las sanguijuelas. Si yo
estaba jodido, imaginen a la pobre Concha Tiburón, la señora apenas y podía con su alma. Por
un momento pensé que se nos iba a quedar ahí,
pero quién sabe de dónde sacó tanta fuerza que
aguantó hasta el final.
Nunca supimos qué había sucedido con el Galáctico, pero no es difícil suponer que alguno de
las Ratas lo hubiera rematado. Lo único que no
comprendí es por qué las Ratas no nos siguieron
por el túnel, quizá supusieron que era un camino
del cual difícilmente saldríamos vivos o preferían
esperarnos por la única salida sin ensuciarse.
—¿Por dónde vamos a salir? —preguntó Felina, limpiándose la cara.
—No te fijes en eso. Confórmate con que salgas viva —le contestó Mística.
Seguimos caminando, y fue Chico Beto el que
reconoció el camino.
187
Bilopayoo Funk
—Pensé que no existían —dijo en voz alta.
—¿A qué te refieres? —le pregunté.
—Estos túneles. Siempre había escuchado de
ellos. Son los que hicieron la resistencia desde
hace cien años.
—Un poco más —respondió Concha—, pero
no te creas que así han estado siempre. Hace unos
diez se reconstruyeron cuando fue el conflicto de
los campesinos. Gracias a este túnel muchos se
pudieron salvar.
—Es increíble, pasan los años y siempre hay que
huir. No ha cambiado mucho. —dijo Chico Beto.
Continuamos caminando por horas hasta que
vimos la luz. Había amanecido. El fin del túnel
nos llevó a una barranca que daba al río de los
perros. Y no había ninguno de los Ratas esperándonos. La iguana fue la primera en salir como si
estuviera dando la vuelta de reconocimiento.
Tardaron en descifrar en dónde estábamos.
Nadie dudaba de que fuera el río, pero es uno de
los más grandes del país. Frida llegó a pensar que
ni siquiera estábamos en Binizaa. No podía aceptar que hubiera una parte del río tan contaminada. Fue Concha Tiburón la que dijo que no nos
hiciéramos guajes, que sólo habíamos caminado
188
Ricardo Cartas
un par de horas en el túnel, “¿qué tanto podríamos haber avanzado?”, preguntó al aire.
—Pues digas lo que digas, yo nunca había estado en este lugar —respondió Chico Beto.
—Yo sí —dijo Mística, que por primera vez se
mostraba seria y hasta pálida.
—¿Dónde estamos? —les pregunté para que
ya se dejaran de misterios.
—Pues si mi memoria no me falla, estamos en
la playita de la Séptima —dijo Mística.
—¿Cómo crees?, la Séptima no tiene ninguna
playa, ni gracia contigo y eso que tú naciste…
—le contestó Felina.
—¡Carajo! ¿Cómo es posible que no te acuerdes?, tú también naciste aquí. Mira, ahí está San
Jerónimo y por allá está la entrada, ¿te das cuenta? —le contestó Mística ya con su clásico color
rojizo en los cachetes.
Felina miró los puntos, incrédula. La zona estaba irreconocible. Prácticamente estaba convertida
en un basurero. No podía aceptar que el color turquesa del río hubiera desaparecido por completo.
—Es increíble —dijo Chico Beto—. Nos hemos pasado años intentando tapar un hoyo y
siempre aparecen más.
189
Bilopayoo Funk
—Y eso no es lo peor —nos advirtió Mística—. Ahora sólo tenemos dos formas de salir de
esto. La primera es seguir la orilla de este basurero hasta encontrar una salida. Y la otra es entrar
a la Séptima.
—Sí, cómo no, mejor nos hubiéramos quedado en el zócalo para que nos fundieran las Ratas
Picudas de una vez. No hay de otra, hay que ir
sobre la orilla —dijo Frida, resignada.
Caminamos por la orilla que estaba repleta de
basura, residuos tóxicos, animales muertos apilados unos sobre otros. La imagen era como una
portada de Cannibal Corpse, había desde perros,
gallinas, vacas y no dudaría que hubiera uno que
otro cristiano. Y no es broma. Después de estar
caminando un rato, nos encontramos con la zona
más empinada de la barranca, donde había cerros enormes de basura y restos de animales. El
olor ya se lo podrán imaginar. No pude aguantarlo, de inmediato sentí un mareo que me hizo imaginar la cabeza de mi amigo Chuk diciéndome:
“¿Qué haces aquí? Regresa, regresa a la banda,
no en balde sacrifiqué mi vida por ustedes”. Y así,
todo mal viajado, llamé a Mística. Le señalé el
lugar en donde supuestamente estaba la cabeza
190
Ricardo Cartas
de mi amigo. Ella soltó la carcajada, me hizo ver
que sólo se trataba de una lata de chiles La Morena manchada de sangre y con algo parecido a
una peluca.
—Te está empezando a fallar la cabeza, mijito —me dijo Mística, intentando contener la risa
provocada no por la escena, sino por los nervios
que a todos nos comenzaban a traicionar.
—No me está fallando nada —le contesté—.
Te juro que vi la cabeza de mi amigo diciéndome
que regresara con la banda.
El olor era tan intenso que hasta mi iguana se
puso más verde de lo normal.
—Magnífico. Deberías de preguntarle cómo
salir de aquí sin que nos topemos con las Ratas
para que regreses con tus amiguitos rockers. Eso
sí que sería de mucha ayuda —respondió Felina.
Habíamos llegado al límite. Frida comenzó a
llorar. Nadie podía cubrir la preocupación. Miré
de nuevo la lata de chiles. La mujer morena que
lucía llena de sangre me cerró el ojo. En ese momento me desmayé. Creo que la iguana también
lo hizo.
191
XIX
C
uando desperté, lo primero que vi fueron
las caras de las Auténticas, Chico Beto,
Frida, Concha Tiburón y mi iguana. Me
miraban como si fuera el bicho más raro de Binizaa. Y eso ya es decir bastante. No sé cuánto
tiempo estuve dormido pero de inmediato me levanté, preocupado por saber si estábamos a salvo.
Cuando pensé que ya estaba en el reino de la
razón, me quedé frío al ver cómo una vaca flotaba sobre unos lirios a la mitad de río. Ahí fue
donde pensé que en este lugar nunca se podría
estar seguro de nada. Mística fue la que hizo toda
una fiesta, como si se tratara de una aparición
milagrosa.
—¡Nana vida! Despertó el xuncu.
—Puedo sentir que estamos cerca —dijo
Felina.
—Pero ¿cerca de qué? —preguntó Frida—.
¿De la muerte?
193
Bilopayoo Funk
—No seas pesimista, de la entrada a Binizaa
—remató Mística, llena de esperanza.
En ese momento, unos cuetes comenzaron a
estallar en el cielo. Mística y Felina cruzaron las
miradas.
—¿Qué día es hoy? —preguntó Concha.
—6 de febrero —le respondí como si fuera
cualquier día.
—No puede ser. Tenemos una jodida suerte de
perro bailarín —dijo Chabela.
Yo fui el único que no bajé la cabeza.
—¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué tanta preocupación por el día?
—Hay Vela —dijo Felina.
—Bueno, eso no es nada del otro mundo, aquí
diario hay una —le contesté.
—Fíjate bien en esos cuetes. Son rojos, ¿no te
da una señal? —preguntó Felina.
—Hoy es la Vela de las Bestias —dijo Chico
Beto.
—¿Las Ratas?
—Así es.
—¡No, otra fiesta ya no! No puedo aguantar
una más —le dije, implorando piedad.
194
Ricardo Cartas
—Además, no estamos presentables, con tanto polvo me niego a ir a una Vela —nos aclaró
Felina.
—No digas babosadas. Ésta puede ser nuestra
oportunidad para salir de aquí. En lo que celebran, podemos escapar —nos dijo Mística, como
si hubiera descubierto el hilo negro.
—Oigan, ¿no se les está olvidando algo? —nos
preguntó Frida.
Pasamos lista mental, pero además de salir vivos de esto, no había otra cosa más importante.
—Debemos de ir por Amaranta y Eustolia.
—Pues entonces tenemos que esperar a que
termine la fiesta.
—¿De qué estás hablando? Esta fiesta por lo
menos durará tres días. Estos chamacos están
acostumbrados a la intensidad total. Es imposible
sobrevivir en este basurero.
—Busquemos una forma de regresar a Binizaa
y después ya veremos.
Eso fue una magnífica idea. Pero nunca pudimos encontrar una vereda que nos llevara. Seguimos caminando. La tarde estaba bajando con su
color rojizo. Nos cuidábamos de los animales, de
195
Bilopayoo Funk
las moscas y del hambre. Recordé las palabras de
Felina cuando veníamos en la camioneta: “Después de todo no somos tan distintos”.
Intentamos matar el tiempo echando algunas
mentiras. Son una especie de cuentos que se van
pasando de boca en boca y cada quien le va poniendo de su cosecha. Concha era la que se sabía
una cantidad impresionante.
—Era un hombre que vivía allá por la Tequita. Un hombre que durante su juventud fue guapo
y cumplidor con las mujeres. Yo lo conocí en mi
cantina, cuando todavía la tenía. Pero el tipo era
tan dulce que todo el mundo quería tomar con
él. Sí, hombre, mejor carácter no se podía tener.
Y ustedes saben que cuando uno crece como que
nos amargamos, pero él todo lo contrario, cada
día era más dulce. Pero un día llegó todo triste
porque había ido al médico y le había diagnosticado diabetes. Fueron unos pocos días de tristeza,
pero ya entre todas lo consolamos y hasta más lo
quisimos. Y era todo un show cuando el hombre
ese iba a orinar. Nos llamaba a todos los que estuviéramos en la cantina para que viéramos cómo
se llenaba todo de hormigas y abejas. Era el hombre más dulce del mundo.
196
Ricardo Cartas
Chico Beto contó un par más y después poco a
poco fuimos cayendo de sueño. Después de haber
caminado casi todo el día lograr el sueño no fue
difícil. La fiesta se escuchaba hasta donde estábamos y los cuetes explotaban en el cielo.
Me la pasé soñando todos los lugares que el
San Bayú Sound Machín estaba recorriendo.
Había pasado semanas sin saber nada de ellos, ni
de mi familia. Veía a la Gaba, tremenda, cantando con toda la rabia, mientras el Nawal, el Gato y
Lupita tocaban con toda la energía.
Desperté. Siempre me pasaba lo mismo. Y fue
en ese momento cuando escuché, claramente, la
voz de la Gaba cantando a lo lejos. Cerré los ojos.
Sabía que sólo se trataba de una prolongación de
mi sueño, pero no, el San Bayú Sound Machín
estaba tocando en la Vela de las Ratas Picudas.
Todos estaban durmiendo. Moví a Frida que
de inmediato pegó un brinco.
—¿Qué pasa? ¿Están aquí? —preguntó aún
medio dormida.
—¿Estás escuchando? Esa es mi banda, yo
hice esa canción —le dije emocionado a Frida.
Ella volvió a recostarse y cerró los ojos con
toda la intención de ignorarme.
197
Bilopayoo Funk
—Es verdad, esa rola yo se la hice a mi director de la secundaria, y sabes qué, en este momento voy a ir a verlos.
—¿Vas a ir a la Séptima?
—Sí, necesito encontrarme con ellos y regresar. Deberías de ir conmigo y quizá podamos ver
a Eustolia, ¿no crees?
—Nos van a matar en cuanto nos vean.
—Si nos descubren. Pero bueno, yo ya me voy.
Tú dices si quieres seguirme.
Comencé a caminar unos minutos, intentando
meterle a la maleza. Frida llegó corriendo.
—Bueno, ya es hora de vencer los miedos —
dijo ella muy decidida.
—Así me gusta, Frida —le dije sonriendo.
La iguana se bajó de mi hombro y comenzó a
buscar un camino para seguir. Frida me convenció
de que no teníamos que perder, quizá el instinto
de la iguana sería más afortunado. Caminamos un
par de horas hasta que encontramos una especie
de entrada donde sólo tuvimos que brincar algunas
mallas y unos diques, además de las plantas espinosas. Me quedé pensando en el miedo que siempre
nos persigue, que nos hace chiquitos. Hoy lo habíamos derrotado, gracias a mi iguana, desde luego.
198
Ricardo Cartas
La oscuridad era total. La música del San
Bayú era lo único que nos guiaba. Por cierto, las
iba cantando, recordando los momentos en los
que las escribí. Se comenzó a escuchar “I Hate
School”. Gaba hizo una pausa mientras el Gato
la seguía con los armónicos.
—Esta canción, se la queremos dedicar a uno
de nuestros amigos más entrañables y además,
autor de esta rola. Eusebio, esto es para ti. Sabemos que estás por aquí cerca, te estamos esperando para que regreses con nosotros. Ya tenemos
todo preparado.
—¿Escuchaste eso? —le comenté a Frida.
—¿Crees que podamos presentarnos en la
Séptima sin ningún problema?
—No tenemos de otra más que entrar, sólo así
lo sabremos.
199
XX
L
as primeras calles de la Séptima que recorrimos lucían vacías. Sólo nos encontrábamos
unos cuantos muchachos borrachos en proceso de convertirse en zombies, buscando alguna
cama para dormir la mona y recuperarse para
la segunda parte de la fiesta. Por el tiempo no se
preocupaban. La Vela de las Ratas podía extenderse por los días que el mayordomo decidiera.
Conforme nos íbamos acercando, la familia
de zombies crecía. Algunos intentaban bailar,
otros caían al piso y ahí se quedaban por un rato
hasta que el cuerpo les respondiera. Se entretenían agrediéndonos, aunque en realidad no se
les entendía nada, mensajes etílicos que sólo ellos
podían entender. Supongo que los entendían porque después de cada participación siempre venía
la risa.
Ya era la última rola de San Bayú. Esa canción
yo no la había compuesto y estaba dedicada al
201
Bilopayoo Funk
Chuk. Comenzamos a correr en busca del lugar
en donde estaban tocando. El sonido era intenso
y las luces nos anunciaban la dirección que teníamos que seguir. No me preocupaba mucho que
las Ratas nos recibieran con su ráfaga de balas.
Valía la pena arriesgarnos, lo único que me interesaba era verlos y regresar, aunque no pudiera
tocar en toda mi vida, eso no me importaba. Lo
que yo quería era besar a la Gaba, dormir con
ella en la alfombra del café Necedades.
Al fin llegamos. El lugar estaba a reventar.
Había cientos de chicos y chicas que bailaban y
coreaban a todo pulmón las rolas del San Bayú.
Ahora resulta que mi banda eran los ídolos de las
Ratas. Cuando terminaron de tocar, de inmediato todo el personal inició el coro para que continuaran tocando.
Nos fuimos metiendo entre todos. Echábamos
desmadre con cara de drogados para que no sospecharan de nosotros. No sé cómo lo hicimos,
pero en un par de minutos ya estábamos en primera fila, frente a la banda, haciéndole señas a
la Gaba. Creo que le costó un poco de trabajo
reconocerme. No sé qué tanto había cambiado
en estos meses, que cuando por fin me reconoció
202
Ricardo Cartas
la pobre hasta se espantó. Después comentó algo
con el Nawal y el Gato. Lupita de inmediato me
sonrió. A la mitad de la rola, Gaba pidió que Eusebio, el compositor de la mayoría de las rolas del
San Bayú subiera al escenario.
Las luces nos buscaron hasta que dieron justo donde estábamos. El aplauso de las Ratas no
esperó. ¡Wow! ¡Verdaderos grupies! ¡Ja! ¡Lo que
siempre había soñado! Y de pensar que hace
unas horas todos estos chicos querían despacharnos a la mala. Estaban en pleno éxtasis cuando
un escuadrón armado se interpuso para que subiéramos al escenario. De inmediato, las Ratas
comenzaron a protestar y empezaron a volar un
par de botellas de cerveza. Ahí fue donde apareció, por fin, Spleenter, flaco, con un bigote apenas
perceptible, nariz de gancho y mirada de maniático. Hizo una seña para que nos dejaran subir,
pero su sonrisa final me hizo pensar que mis días
se estaban agotando.
Cuando vi a la Gaba de frente no lo pude creer,
estaba más hermosa que nunca. Ella fue hacia mí,
me abrazó, sentí su cuerpo, llevó la mano hacia
el cielo, mostrándolo a las Ratas que estaban en
pleno orgasmo.
203
Bilopayoo Funk
Cantamos “Big Sister”. Ese fue el momento
cumbre de la tocada. Las Ratas bailaron slam
con tanta energía que hasta se me antojó. Nunca
había visto nada igual. Creo que tampoco éramos tan distintos a las Ratas, compartíamos los
márgenes, habían sido víctimas de la violencia de
su pasado. No pudieron romper con ese lastre que
ahora se los estaba engullendo poco a poco.
Terminamos de cantar. Los chicos armados
ya nos estaban esperando, custodiando todas las
salidas. El Gato y el Nawal pidieron hablar con
Spleenter. No hubo necesidad de llamarlo. Él estaba ahí, detrás de una torre de bocinas.
—No se preocupen, van a estar bien, sólo
queremos que nos acompañen un rato y después
todos libres, cada quien se irá a donde tenga
que ir.
Otra vez, arriba de la camioneta. Nos subieron con la instrucción de mirar al piso y con las
manos sobre nuestras piernas.
—¿Esto ya lo habíamos vivido en otro momento? —preguntó el Gato, en forma de broma.
—Cuando no son policías, son los gatilleros,
pero nosotros siempre arriba de una troca —dijo
el Nawal.
204
Ricardo Cartas
Bajamos en un jardín de la casa donde ya nos
estaba esperando Spleenter.
—Pasen, ¿quieren tomar algo? —preguntó el
líder, sin que nadie le respondiera.
La seguridad de Spleenter era prácticamente
nula. Sólo había un par de chicos en la puerta
principal perdiendo el tiempo en una plática.
—No me hagan sentir mal. En verdad quiero
que se vayan de Binizaa con la mejor impresión,
pa que no anden diciendo por allá que se les trató
mal. Ya saben cómo es la gente de aquí, en su
casa les podrá faltar todo, pero a los invitados se
les debe de tratar como reyes.
Gaba miró su reloj.
—Mira, no creas que somos mala onda, pero
mañana tenemos que tocar en otro lado. Aún tenemos que viajar.
—Por eso ni te preocupes, ya tomé medidas
para la situación.
Spleenter se paró y llamó a sus hombres. Les
dio la señal. Las Ratas salieron. Tardaron un par
de minutos. Traían arrastrando a un hombre que
de lejos no podía reconocer.
—Aquí el señor pudo cancelar las próximas tres
fechas. Desde luego, vamos a pagarles los días. Te205
Bilopayoo Funk
níamos que asegurar que la mejor banda estuviera
en nuestra Vela el tiempo que fuera necesario.
Cuando el mánager alzó la cara me di cuenta
que era Donatello, el excuñado del Nawal y dueño del excafé Necedades.
—¿Y éste qué hace aquí? —le pregunté al
Nawal.
—El primer mánager que tuvimos era una
rata, ya nos había malbaratado para los próximos
diez años. Le platicamos a Don y nos dijo que si
le dábamos chance de manejarnos. Nos dijo que
era lo más cerca de cumplir su sueño de rock star.
El Nawal se aventó un chorote hasta que Lupita lo interrumpió.
—¿Le puedo hacer una pregunta? —le dijo
Lupita muy tranquila a Spleenter.
Todos prendimos nuestras luces rojas. Lupita
tenía tacto de elefante a la hora de hablar.
—No me hables de usted, prácticamente somos de la misma edad.
—Muy bien, eso me hace sentir mejor.
—¿Cuál es tu pregunta?
—¿Por qué un grupo de rock como nosotros y
no un grupo de cumbias? No entiendo qué hacemos en un baile popular…
206
Ricardo Cartas
Frida y yo cruzamos las miradas.
—Oye, éste no es ningún baile popular. A la mayoría de las Ratas no les gusta la cumbia, ni la banda, ni nada de eso porque representa la música de los
que nos joden. La música de ustedes es de la gente
nueva, de los que destruirán el pasado, la mierda que
siempre nos ha aplastado. Por eso están aquí. Ustedes serán grandes. Nosotros en cualquier momento
moriremos. ¡Miren cómo todos se saben sus canciones!, cuando ni siquiera han grabado un disco.
—Estamos de acuerdo en que nuestra música puede representar los nuevos tiempos, siempre hay nuevos tiempos, pero jamás nos hemos
propuesto destruir el pasado. Eso es lo que todos
quisieran. Olvidar el pasado es una trampa. Y si
realmente apreciaran nuestra música lo primero
que harían es deshacerse de esas armas. Eso sí
que tendrían que olvidarlo…
Spleenter guardó silencio. Las palabras de Lupita le habían calado.
—Puede que tengas razón. Pero ahora brindemos.
—Necesito que liberes a Eustolia y Amaranta
—le dije a Spleenter a quemarropa. Y también a
nuestro mánager.
207
Bilopayoo Funk
Donatello recuperó el aliento apenas para dejar que apareciera una breve sonrisa.
—¿Es una orden? —preguntó el líder, mientras meneaba la copa.
—Nos las vamos a llevar fuera de Binizaa y no
las volverás a ver. Puedes nombrarte Virrey si es
lo que deseas…
—Ésa es una buena propuesta pero no creo
que sea el momento de exiliarlas y la aristocracia
es muy aburrida.
—¿Qué es lo que quieres? —le preguntó Frida
desesperada.
Spleenter destapó otra cerveza.
—Somos los hombres de los nuevos tiempos.
Eustolia representa el pasado lleno de sangre,
donde murieron nuestros padres. Y Amaranta
nos estorba…
—¿Pasado lleno de sangre? No me digas que
estás haciendo algo para evitarla con tantas armas y manteniendo a todos en el terror —le respondió Lupita, indignada.
—Escúchame bien, Spleenter, te juro que si nos
las entregas, nunca más las volverás a ver y todo
ese futuro que buscas será tuyo y de nadie más.
208
Ricardo Cartas
—Puedo considerar su propuesta si se dignan
a tomarse una cervecita conmigo. Después de
todo soy su anfitrión —amenazó el jefe de las Ratas que no mostraba ni un rasgo de nerviosismo.
El Nawal fue hacia donde estaban las cervezas
y las repartió.
—¡Pues brindemos! —gritó el Nawal.
Sólo nos tomamos un par a regañadientes,
pero Spleenter estaba feliz, contándonos las anécdotas sobre la formación de las Ratas y de cómo
se había hecho el líder más sanguinario, teniendo
que aniquilar a los otros líderes que había en la
Séptima. Hablaba como si fuera un hombre de
cuarenta años con toda la experiencia, pero Spleenter, al igual que casi todas las Ratas, apenas
llegaba a los quince años.
—¿Y cómo fue que se enteró de nosotros? —le
preguntó la Gaba.
—En verdad me siento mal cuando me hablan
de usted, pero bueno. La verdad no me acuerdo
quién fue el que me habló de ustedes. Sólo un día
entré a su MySpace y ahí los conocí.
—A ver… no estoy entendiendo. ¿Hay Internet aquí? —le pregunté al líder.
209
Bilopayoo Funk
—¡Claro! Aunque la verdad sólo las Ratas tenemos acceso.
—Chico Beto me había dicho que era prácticamente imposible encontrar señal por aquí.
—¿Chico Beto? Por cierto, ¿qué ha sido de él?
¿Aún estará en la orilla del río peleándose con las
moscas?
210
XXI
S
pleenter esperó a que termináramos nuestras cervezas para después decirnos que
ya era tarde y que necesitábamos ir a descansar. Antes ordenó que liberaran a Donatello
como muestra de su buena voluntad.
—Vayan. Dense un baño para que puedan
dormir con tranquilidad. Aquí están seguros.
Si no estuviera seguro de que Spleenter fuera
un asesino consagrado, creería en sus palabras de
papá protector; sin embargo, nadie se opuso a su
recomendación. En fila india caminamos hacia la
habitación en donde había algunas camas.
Bastó un instante de silencio para que Lupita
tomara la palabra:
—¿Dónde dejaste a los demás, a qué se refería Spleenter con eso de las moscas? —preguntó
Lupita—. Recuerda que ellos te salvaron la vida,
¿cómo es posible que hagas eso?
211
Bilopayoo Funk
—A ver, creo que no me has entendido. No los
dejé por mala onda. Ellos no iban a arriesgarse
a venir hasta aquí. Si no nos hubiéramos separado, no estaríamos aquí hablando tú y yo —le
respondí.
—¿De dónde sacaste ese animal que traes colgando? —me preguntó extrañada.
—Es mi iguana, se me pegó desde el primer
día que llegué aquí.
—¿Un ángel guardián?
—Eso espero. Me ha salvado de varias…
—Pero tú no sabes salvar a tus amigos ¡So-lida-ri-dad! ¿Te suena a algo?
—Pero lo hice por estar aquí con ustedes y con
la intención de encontrar a Eustolia y Amaranta,
¿no es solidaridad estar aquí encerrado con ustedes en este momento?
—Creo que no tienes de otra, mano —contestó el Gato, que ya iniciaba su labor amorosa con
Frida.
Más claro ni el agua. Desde el primer instante
hicieron clic. El Gato compartía mis gustos por
las minifaldas y bueno, al principio sentí un poco
de celos pero al ver a la Gaba, mi amor por ella
borraba todo pensamiento jodido de mi mente.
212
Ricardo Cartas
Era la mujer de mi vida y ahora estaba con ella y
con toda la banda.
—En verdad que no lo puedo creer —insistía
Lupita.
—Sigues con lo mismo…
—Es que se me complica creerlo.
—No te preocupes, en un par de horas ellos
estarán aquí. No tardarán en agarrarlos para que
ya estemos todos juntos.
—No entiendo qué es lo que pretende. ¿Encerrar a todos los que se le crucen? Amaranta,
Eustolia, a todo el San Bayú Sound, Frida y en
cuanto hallen a las Auténticas con Chico Beto
y Concha también los van a encerrar, ¿eso es su
nuevo tiempo? Ese pobre es un imbécil que no
sabe lo que dice —sentenció Lupita.
Cambié el tema para hacer un poco más suave
la escena.
—¿Has visto a mis papás? ¿Saben algo de ellos?
—Parece que todo está bien, aunque nosotros
sólo hemos regresado un par de veces a la ciudad,
pero no hemos sabido nada.
—Ellos están bien. La policía los molestó por
unas semanas, después de haberse metido a Montaña Siete, pero algo está pasando en la ciudad
213
Bilopayoo Funk
que el poder del Big comienza por fin a debilitarse
—intervino Donatello, con un visible dolor que le
habían dejado los golpes que había recibido por
parte de las Ratas.
—¿Cuándo los viste?
—No tiene mucho, quizá un par de semanas.
—¿Y de mi hermana?
—¿Estuvo embarazada, verdad? —preguntó
el Gato.
—Sí, en eso me quedé. ¿Sabes algo de ella?
—El otro día la vi con un tipo mucho mayor
que ella.
—El Conan, su maestro de educación física y
papá de su hijo.
—Wow, eso sí que es noticia. Pero se veía muy
contenta.
—Pues me alegro, después de lo que le hizo
mi papá, pensé que no se arriesgaría a buscar a
mi hermana. Es increíble lo que puedes hacer por
conseguir la felicidad.
—Y lo peor es que se puede convertir en un
monstruo.
¿Monstruo? Sí, precisamente, nuestro presente
es un maldito monstruo indomable. Pero yo no
fui el único que llegó a esa conclusión.
214
Ricardo Cartas
—Tanto trabajo, tanto pinche sueño y mira
qué infelices —dijo el Nawal.
—No exageres. Parece que estoy escuchando
a mi mamá, sólo estamos pasando por un mal
momento y prefiero esto a seguir metido en la escuela “aprendiendo”… bueno, si es que a eso se le
puede llamar aprender.
—¿Qué aprendemos?
—A decir: sí, señor; no, señor.
—¡Los extraño! —les dije casi soltando las
lágrimas de cocodrilo—. ¡Y tienen razón, prefiero morir aquí que soplarme el discurso de
siéntate bien, no comas, no tomes, no hables, no
sueñes, camina derecho, trabaja, no seas puto,
esfuérzate, sonríe, produce!, ¿estudiar?, ¿ser licenciado?, ¿quedarte atrás de una computadora
y trabajar para un banco que le roba a los más
jodidos?, ¿vender seguros?, ¿andar con corbata
todo el día?
Cuando me di cuenta, todos me estaban viendo y afortunadamente el Gato me estaba grabando con un micro gadget digital.
—Eusebio tiene razón —interrumpió Donatello con ojos de zombie—. No hay nada peor que
trabajar en un banco, contar dinero que no es
215
Bilopayoo Funk
tuyo, mirar a la gente enajenada por tener más
y más, por otro lado el dolor del que lo pierde
todo…
—Ése es un buen tema para hacer una rola
—dijo la Gaba, mientras sus ojos se llenaban
de luz.
Y de inmediato, con silbidos, con nuestras suelas golpeando el piso, aplaudiendo, compusimos
una de nuestras mejores rolas. Las Ratas que nos
vigilaban escuchaban nuestros gritos desde afuera y nos seguían con una especie de coros que
improvisaban en el momento.
Cuando estábamos más prendidos, cantando
y haciendo todo el ruido posible junto con nuestros cancerberos, apareció Spleenter aplaudiendo de una forma que rompió con el ritmo que
traíamos.
—Ustedes no pierden el tiempo. Me parece
muy bien, pero tienen que dejar sentado que esta
rola la hicieron gracias al apoyo de las Ratas Picudas de Binizaa. Bueno, pero no se pongan tristes,
aquí hay unos viejos amigos que los quieren ver.
Lo esperado. Las Auténticas Buscadoras de
Peligro, con Chico Beto y Concha Tiburón aparecieron.
216
Ricardo Cartas
—Ya ves, aunque hagas lo imposible para separarte de tus amigochas —dijo Spleenter con su
sonrisa de siempre.
A pesar de que sólo hubo unas cuantas horas de diferencia, las Auténticas parecían que
habían estado un mes en Irak. Estaban hechas
trizas, al igual que Chico y Concha. Cuando les
pregunté qué fue lo que había pasado, nadie me
respondió. Ni siquiera Mística tuvo la molestia
de mirarme.
—¡Sólo eso me faltaba! Que me hagan sentir
culpable por haberlos dejado unas horas en el
río —dije al aire, para que me oyeran todos en
Binizaa.
—Te dije que era mala idea irnos tú y yo así
como así, sin decirles nada —contestó Frida.
—Te vas a morir como un perro, es cosa de
tiempo —me dijo Chico, todo enardecido.
—¿Cómo dices eso?
—Rompiste el código de solidaridad. ¿No recuerdas que las Auténticas tuvieron que ir por ti
a Perla cuando estaban a punto de matarte? Imagínate si ellas hubieran pensado como tú. Claro,
ahora serías un recuerdo, una buena intención
más entre las millones que hay.
217
Bilopayoo Funk
¿Solidaridad? ¿En qué escuela se aprende de
eso? Al contrario. En la escuela lo único que se
aprende es a perseguir la zanahoria y hacer caca
a todo lo que esté junto a ti. Yo mismo lo hice con
las Auténticas.
—Pero mira, al final siempre acabamos juntos
—dijo Chico más relajado.
—En las buenas y en las malas —le dije, intentando acercarme.
—Será en las malas porque en buenas no he
estado desde hace mucho. Y cuando estemos, lo
primero que harás es largarte y olvidar —continuó Chico con el tono de cualquier protagonista
de telenovela mexicana.
—Tampoco seas dramas. Entiendo que la cagué y feo, pero ya entendí y ahora se las debo, no
hay de otra.
—Pues a ver cómo nos pagas todo lo que hemos hecho por ti —dijo Mística con mejor ánimo.
Ahora sólo faltaba encontrar a Eustolia y
Amaranta. Dos nombres que para ese momento
se habían convertido en fantasmas.
¿Qué intenciones tenía Spleenter al encerrarnos a todos en un lugar tan cómodo? Creo que
ahora las ratas somos nosotros, blanquitas como
218
Ricardo Cartas
de laboratorio mientras el líder nos escucha, siente, observa detenidamente cada uno de nuestros
movimientos con el ojo enorme, como el de Big
Brother.
219
XXII
E
fectivamente, Spleenter nos observaba por
medio de unas cámaras de seguridad que
descubrimos inmediatamente. No hubo la
más mínima intención de esconderlas, eso me
quedaba claro. ¡Eran enormes y ruidosas! Hacían
el mismo sonido que cuando Robocop movía
cualquiera de sus extremidades. Podías caminar
de extremo a extremo y el sonido de las cámaras
se prolongaba. El Nawal fue el primero es sacarle
provecho al movimiento de los aparatejos por los
cuales nos observaba Spleenter.
—Mira, nos puede servir de instrumento. Es
cosa de que le busquemos —dijo el Nawal, mientras bailaba como Michael Jackson intentando
desquiciar a las cámaras.
Hasta una rueda le hicimos al Nawal. Le comenté a Chico que eso estaba muy raro. Era imposible pensar que Spleenter estuviera atrás de las
cámaras, manipulándolas en todo momento.
221
Bilopayoo Funk
Chico Beto me explicó que seguramente estaban programadas para seguir cualquier movimiento, nada del otro mundo, me dijo, todo se
queda grabado en una compu y seguramente
verá todo el show mientras desayuna.
—Estamos entonces ante un voyeurista, ¿y
tendrá tiempo para ver las veinticuatro horas de
las Auténticas Buscadoras de Peligro v.s. Los San
Bayú Sound Machín?
—Nada nuevo, existen muchos canales de televisión que se dedican sólo a eso. Fisgonear es un
buen negocio.
—Pero tú lo has dicho, es la televisión…
El ambiente en la habitación fue bueno en los
primeros días. Los San Bayú hicieron buena química con las Auténticas. Lupita y Gaba estaban
encantadas con Felina y Mística que se la pasaban platicando sus vidas. Y por otro lado estábamos Chico, Concha, Frida y yo, preguntándonos
cuánto tiempo íbamos a estar aquí. El Nawal y el
Gato se la pasaban de aquí para allá. Todo hasta
ese momento era un juego, no había ningún síntoma de preocupación. Estábamos en una jaula
de oro y la pasábamos bien.
222
Ricardo Cartas
Después empezaron a suceder algunas cosas
que no nos ayudaron a mantener la tranquilidad. Los guardias que antes nos ayudaban a
cantar “la música de los nuevos tiempos” desaparecieron. En su lugar, llegaron unas Ratas
caras duras y más crecidas. De sobra está decir que nunca aplaudieron nuestros ritmos. Sus
caras parecían monolitos prehispánicos que ni
el viento ni nada las hacían expresar un guiño.
Pero ellos también desaparecieron. Al parecer,
nos habían olvidado.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Mística, preocupada porque sabía que la ausencia de
vigilantes significaba no comer. Apenas llevábamos unas horas sin señal de las Ratas.
—Recordemos que somos unas ratas de laboratorio y que él está viendo nuestras reacciones.
Nos está orillando —les dije.
—Pero, ¿a qué? —preguntó Frida, ya con la
cara de perrito apaleado.
—Lo más probable es que nos den de comer
por unos días hasta que salga la peor parte de
nosotros, sí, después de dos días sin comida es posible que nos transformemos en caníbales o nos
223
Bilopayoo Funk
azotemos en las paredes hasta que nos tenga lamiéndole los pies.
—Tienes razón —contestó la Gaba.
—No creo que sea una broma. Las cámaras
están activadas, aún se mueven. Eso quiere decir
que alguien anda por ahí —dijo Chico Beto.
—Pues es hora de hacerles ver de qué estamos
hechos —advirtió el Nawal, quien pidió ayuda al
Gato y a Chico para que lo subieran a la altura en
donde estaba una de las cámaras.
—¡No lo hagas! —grito Gaba—. Ese tipo es
un desquiciado. Es capaz de venir y soltarnos de
balazos.
—Pues aquí lo estaremos esperando —le dije,
ya cansado de todo este jueguito.
Felina y Concha se metieron al baño, mientras
todos veíamos al Nawal encaramarse en Chico y
el Gato para lograr arrancar la cámara.
Desde luego que lo logró. El Nawal la tomó
como si fuera la copa del mundo. Y la verdad es
que todos festejamos como tal. Después arrancaron otra, y después otra y otra, hasta que escuchamos un grito que provenía del baño. Felina
salió como loca, intentando decirnos algo sobre
Concha.
224
Ricardo Cartas
El Gato y Frida salieron corriendo al baño.
Frida también gritó al ver el cuerpo de Concha
tirado.
—¡Está muerta! —gritó, mientras terminaba
de comprobarlo.
—¿Qué pasó? —preguntó Donatello.
—No lo sé. Ella estaba bien, pero cuando empezó a escuchar los ruidos de cuando estaban quitando las cámaras le empezó a faltar el aire hasta
quedarse tiesa.
Nuestra primera baja en la aventura de Binizaa.
Bien dicen que después de la tempestad viene
la calma, la resaca después del festejo. Cuando
el silencio nos sorprendió, sospechamos que las
Ratas nos habían abandonado. Destruimos las
cámaras, Concha se había muerto y ninguno de
ellos se asomaba en nuestra habitación.
—No tardan en llegar con sus cuernos de chivo, ya verán —dijo el Gato muy seguro.
Esperamos, pero nada. Frida fue hacia la
puerta, puso su oído pegado a la madera intentando escuchar algo.
—Creo que estamos solos. No se escucha nada.
—Eso es una tontería ¿cómo nos van a dejar solos? —les pregunté, pero ellos no opinaban lo mismo.
225
Bilopayoo Funk
—Tenemos que arriesgarnos. Hay que salir
ahora mismo de aquí —dijo la Gaba en forma
de súplica.
El Nawal y el Gato comenzaron a golpear la
puerta hasta tirarla. Los demás esperaban desde
las esquinas de nuestra cárcel la reacción de las
Ratas. Pero lo único que llegó fue el silencio.
—A ver. Creo que no estoy entendiendo esta
parte. ¿Hemos estado aquí metidos por puro gusto? —reclamó, Felina roja del coraje—. Es imposible que nadie esté vigilándonos.
—Es nuestro miedo el que nos tuvo encerrados —dijo Frida, viéndome fijamente.
—Pues salgamos de aquí antes de que encuentren la llave y nos la hagan efectiva.
—¿Y Concha? No podemos dejarla así —dijo
Frida.
—Tampoco podemos huir con el cuerpo de
una anciana —le dijo el Nawal muy serio.
Sin embargo, el Gato como andaba quedando
bien con la muchacha, hizo una propuesta que a
casi todos nos dejó con el ojo cuadrado:
—¡La hacemos taquito!
Unos comenzaron a reírse y otros nos pusimos
pálidos.
226
Ricardo Cartas
—Eres un imbécil, ¿si quieres nos la llevamos
en partes, no? —le respondió Frida.
—No me has entendido. La podemos hacer un
taco con las colchas de una cama, así la vamos
arrastrando hasta encontrar dónde dejarla.
Continuamos con el ojo cuadrado. Sabíamos
que el Gato era un poco extraño, pero al ver cómo
envolvía a la muerta, nos pudimos dar cuenta que
no era la primera vez que lo hacía; era un especialista en hacer tacos de muerto.
Fuimos poco a poco explorando los corredores
que nos íbamos encontrando. La casa estaba vacía, abandonada. Todas las Ratas se habían ido.
Nos encontramos con el cuarto en donde estaban
instalados los monitores. Había algunas sillas, ceniceros llenos de colillas, hasta un par de armas
que nadie se atrevió a tocar.
Caminamos hasta encontrar la salida. El taco
lo arrastraba el Gato, sabiendo que iba a ser un
punto a su favor para terminarse de ligar a Frida.
Algo sospechaba. No nos iba a gustar mucho
lo que estuviera al otro lado.
La escena fue increíble. Un auténtico desierto poblado por apenas autos del ejército llenos de
bolsas negras que avanzaban sin detenerse.
227
Bilopayoo Funk
—Esto ya se lo llevó el diablo —dijo Chico
como si fuera un fantasma.
La aventura en Binizaa había terminado. Caminamos sin hablar. Nadie quiso comentar ni
una sola palabra. Las Auténticas comenzaron a
llorar. Sabía que su dolor era el de la derrota.
—Se nos fue de las manos. Ahora ellos van a
tomar el control de todo Binizaa…
Justo estaba terminando de hablar cuando
uno de los vehículos del ejército se paró junto a
nosotros. Los soldados nos apuntaron hasta que
bajó el superior.
—¿Ustedes son los de Perla?
Nadie quiso contestar. Detalle que arrancó
una breve sonrisa al superior.
—Muy bien, muchachos. Creo que es hora de
irnos.
El superior le dio instrucciones a uno de sus
soldados, nos señaló detenidamente a todos los
del San Bayú Sound y a Frida, que seguramente
confundió.
—Ya sabes qué hacer con los demás.
—¿Y esto? —preguntó el soldado, refiriéndose
al cuerpo de Concha.
—Es un muerto…
228
Ricardo Cartas
—Llévalo a su lugar.
En ese momento, levantó el taco y lo echó a la
camioneta junto con las bolsas negras.
No hubo tiempo para despedirnos. De inmediato separaron a Chico, Concha y las Auténticas.
La mirada de Chico era extraña, desilusionada,
llena de rabia. Estaba entendiendo que el esfuerzo de años se había ido al diablo.
Una vez más nos subimos a la camioneta. Fuimos al centro de Binizaa donde estaban todos los
soldados. Le pregunté a uno de ellos sobre el futuro de las Intrépidas, pero el tipo no me contestó.
Poco a poco nos íbamos alejando. Binizaa estaba desierta y el San Bayú Sound rodando sin
saber nada sobre su futuro.
229
XXIII
N
adie habló en el camino de regreso. Nos
entreteníamos escuchando los sollozos de
Frida, que no pararon durante las ocho
horas de camino. El Gato intentaba consolarla,
pero nada podía mitigar su dolor.
A pesar de que deseaba con todas las ganas
regresar a Perla, estaba tan bajoneado que no me
provocaba mucha alegría reencontrarme con la
ciudad y menos estar al resguardo de un soldado.
Mi futuro en Perla era una enorme interrogación
y algo me decía que no me iba a ir muy bien.
La primera parada que hicimos fue en un
complejo de edificios que nunca había visto.
—Parecía imposible pero llegamos sin un rasguño —dijo el soldado, mostrando por fin una
sonrisa.
Nos indicó por dónde caminar. El oficial nos
guió hasta dejarnos en un recibidor elegante. Las
secretarias eran guapísimas y amables. Una de
231
Bilopayoo Funk
ellas nos preguntó si queríamos algo de tomar.
Nadie pidió nada. Reacción que no le gustó mucho a la secre linda.
—Pues entonces, espérense.
Frida nos preguntó en voz alta con ánimo evidente de joder:
—¿Cuál era el significado de la palabra solidaridad?
El Gato sonrió, pero nadie le contestó. Como
buena adolescente, y como nos lo había enseñado la escuela, en caso de no tener una respuesta
habría que ir con los mayores a resolver la duda.
Frida se dirigió a las secres:
—¿Ustedes saben qué es la solidaridad?
Y nada, sólo fruncieron la boca y de inmediato entró un guardia que le ordenó a Frida que se
fuera a sentar. A nosotros nos ordenó que pusiéramos las manos sobre las piernas. En lugar de
que nos sintiéramos regañados, Gaba no pudo
contener la carcajada y como efecto dominó todos comenzamos a reír. Desde luego, al guardia
no le causó mucha gracia, pero tampoco hizo
comentario alguno. Sólo se quedó junto a nosotros, vigilándonos. El Nawal después propuso el
juego.
232
Ricardo Cartas
—A ver, muchachos, manos en las piernas y
no parpadeen. El primero que los cierre se regresa con el soldado.
Estuve a punto de perder, pero afortunadamente Lupita fue la primera.
—Ahora yo pongo las reglas —dijo Lupita en
forma de venganza. Mano derecha en pierna izquierda, mano izquierda tocando la oreja derecha y sin respirar.
Nos hicimos un poco de bolas, pero al final ahí
estábamos todos, haciendo las payasadas que nos
había ordenado, ¿quién perdió?, ¿alguien se está
poniendo morado?
—Ya te vi, Gatito, estás respirando —le dijo
Lupita.
—Bueno, pues ahora me toca. Venga. Las dos
manos en la cabeza y el primero que entre por
esa puerta nos mantendrá en esclavitud por una
semana.
El Gato estaba medio loco. Todos nos miramos en busca de quién sería el atrevido. Y él nos
invitaba con las manos mientras el guardia nos
observaba detenidamente. La Gaba se paró con
las manos en la cabeza de forma muy tranquila.
No dio ni un solo paso. Después fue el Nawal y
233
Bilopayoo Funk
Gaba. El guardia sacó su radio y llamó a más
guardias. Ya me iba a parar cuando la secretaria
nos dijo que pasáramos a la oficina. No sé por
qué todos entramos con las manos en la cabeza
hasta que nos dimos cuenta de que éramos unos
ridículos.
La oficina era sobria, todo en negro haciendo
resaltar el brillo de la pantalla en blanco que ocupaba la mayor parte de la oficina. Sin embargo,
no había nadie.
—¿Hay alguien por ahí? —preguntó Gaba,
muy quitada de la pena.
—Sí —dijo una voz detrás de una puerta—.
En un minuto estoy con ustedes.
Después se escuchó el sonido del wáter, el rechinido de las llaves y por último el corte de las
toallas de papel.
Vaya, por lo menos el tipo tiene la costumbre
de lavarse las manos. Abrió la puerta y el hombre
entacuchado salió sonriente, secándose las manos.
—¿Cómo les fue en el camino? ¿Ninguna queja, verdad?
Vi el rostro del señor. Desde luego que era él.
—¿Armando? —dirigiéndome al tipo que ya
no estaba en el papel de regenteador de hoyos
234
Ricardo Cartas
marginales y nada que ver con la imagen de sacerdote salvador de ovejas perdidas.
—¿Sí? ¿Cuál es el problema? ¿Tardaste en
reconocerme? Bueno, hay quienes sólo me dicen que conocen a un tipo igualito, claro sin la
barba.
Gaba se le fue a los brazos y todos se relajaron,
menos yo.
—¿Y qué haces aquí? Perdón, pero ya no entiendo nada.
—Bueno, creo que es una historia muy larga,
pero salgamos de aquí, sus padres los están esperando.
Salimos de la oficina y Lupita le sacó la lengua
a la secretaria-linda.
Armando fue a dejar a cada uno. Al final, nos
quedamos Frida y yo; con el malestar del Gato y
la Gaba. La suerte fue que Armando les explicó
que había hablado con mis papás para que Frida
se quedara un tiempo en mi casa.
—No creo que haya problema. ¿Cuándo
piensas explicarme qué es lo que pasó con Montaña Siete y todo ese rollo de la estación de radio? —le pregunté directo y con ánimo de tirarlo
en la lona.
235
Bilopayoo Funk
—Vamos. Ten un poco de paciencia. Después
de que hables con tus papás te explico todo lo que
tú quieras.
—¿Y qué pasó con las Auténticas? ¿Dónde
quedaron todos?
—Las Auténticas están bien. Chico igual. Vas
a ver que en unos días vas a saber de ellos.
—¿Y Eustolia? —preguntó Frida, rompiendo
su silencio.
Armando tardó en contestar, pero Frida le
robó la palabra.
—Ya no respondas, ya sé lo que pasó con ella.
—Las hemos buscado por todas partes y aún
están al pendiente de ellas, pero hasta el momento están desaparecidas.
—Estaría bien que las encontraran, pero las
Ratas no dejaban vivo a nadie.
—Hay que esperar, Frida. Ten un poco de
confianza.
Llegamos. Mi mamá abrió la puerta y ya se
imaginarán la escena. Abrazos y cientos de besos. Muchas lágrimas, tantas que hasta a Frida le
tocó su buena porción. Después mi padre, mi hermana y hasta el nuevo cuñado Conan en versión
señor panza. Mi hermana me tomó de la mano y
236
Ricardo Cartas
me llevó hacia la cuna en donde estaba mi sobrino. Ahí me di cuenta de todo el tiempo que había
pasado desde que había salido de Perla. Casi un
año y todo lo que había pasado. En ese momento
me vi sentado en el salón de clases escuchando al
Pitufo. ¡Qué horror!
—¿Cómo se llama? —le pregunté a mi hermana.
—Eusebio.
—¿Como yo?
—No te creas que eres tan importante, pero
mamá pensó que ya no ibas a regresar y estábamos buscando sustituto. En verdad, diario echaba las cartas y nunca aparecías.
Dr. Hell estaba sentado en la sala con sus bermudas de siempre, observándome.
—Vaya, por lo menos no andas entacuchado
como otros —le dije en forma de broma mientras
le daba un abrazo.
El Dr. sonrió y después llamó a Armando.
—Tenemos que platicar. Oye, ¿y qué es eso
que traes en el hombro?
—Mi iguana. ¿Ustedes no tienen la suya? —les
dije con forma de broma—. Y desde luego que
tenemos que hacerlo. En este momento me sien237
Bilopayoo Funk
to como perro en el periférico y necesito que me
expliquen qué sucedió aquí. ¿Todo cambió en tan
poco tiempo?
238
XXIV
S
alimos al jardín mientras todos estaban
al pendiente de la crónica de Frida. Mis
papás tienen un especial encanto para que
las personas les cuenten sus tragedias. Ni hablar,
para eso nacieron. Me hubiera gustado tener un
poco de su paciencia.
Apenas habíamos llegado al jardín cuando
disparé los primeros reclamos. Ellos intentaban
meterse a la plática, alzaban la mano y nada; me
tenían que escuchar.
—¿Nos vas a dejar hablar? —por fin, pudo intervenir el Dr. Hell.
Respiré profundo.
—Venga. Soy todo oídos. Por cierto, debería
de estar aquí Frank. Él fue testigo de todo esto.
Él es el contacto con las redes y también tiene que
explicarme mucho.
Desde que vi sus caras de palos, supe que
Frank se había convertido en héroe de batalla.
239
Bilopayoo Funk
—¿Cuándo fue? —les pregunté.
—Esa noche. Cuando empezamos la transmisión y la policía se metió a la escuela. Mientras el
guardia te estaba rescatando, los polis le dieron
con todo a Frank, y ahí mismo murió.
—Y todo para nada. Ni siquiera pudimos
transmitir.
—¿Estás seguro? —preguntó Armando.
—¿Qué intentas decir? —le pregunté extrañado.
—La señal no se ha interrumpido desde que
inició. Y esa noche, créeme, que mucha gente escuchó la voz del Big diciendo cosas muy malas
que a nadie le gustaron.
—¿Radio Funk está viva? ¿Lo logramos?
—Vivísima. Muchos chicos de la escuela se
metieron a fondo en el proyecto.
—Estoy sorprendido pero ¿qué reacciones
hubo?, ¿cómo fue que salieron vivos de esto?, ¿por
qué yo no sabía nada de esto? Nadie de mis amigos me platicó nada.
—Bueno, en realidad no sabíamos muy bien
cómo estaba la estrategia de Frank. Cuando nos
reunimos para evaluar el proyecto, Frank no nos
dio nada. Sólo nos suplicó que le tuviéramos confianza, que por nada del mundo iba a echar a per240
Ricardo Cartas
der tu proyecto. Y le creímos ciegamente. En este
negocio a veces hay que creer y entregarse a las
manos de otro.
—¿Y cómo fue que logró la continuidad de la
señal? Porque yo mismo apagué la computadora
antes de salir corriendo. Y Frank salió antes que yo.
—Hasta la fecha no lo sé muy bien, pero es
Internet, ya sabes que ahí todo se puede. Frank
sabía con quién se estaba metiendo. Big Brother
no iba a estar muy contento con todo lo que estábamos planeando. Al parecer hizo varios sitios
espejo, es como la bolsa de valores, ¿te imaginas
cuántos tipos no intentan meterse a su red? Pues
algo así. En el momento en que uno es apagado o detectado, inmediatamente el espejo inicia.
Frank hizo bastantes sitios para ahorrarse la frustración. Algo muy extraño que nuestro querido
Frank y Beneth diseñaron especialmente para tu
proyecto.
—Y después, ¿qué pasó? No me digan que el
Big se quedó con los brazos cruzados.
—No, para nada. Nos persiguieron por meses,
pero al mismo tiempo más gente escuchaba la
estación. Entonces, fue ahí donde inició la radio
novela.
241
Bilopayoo Funk
—Vete más despacio, ¿radio novela?
—Ésa fue tu propuesta en el proyecto. Recreamos la historia con todo lo que estaba sucediendo
en la ciudad. Sí, por ejemplo, si salía que tal jefe
hacía algo malo, en la noche transmitíamos un
capítulo donde se le encarcelaba, le dábamos el
final que para nosotros era el justo. Y si había aumento en la gasolina o en cualquier otra cosa, en
la radio novela hacíamos que toda la gente saliera
a la calle a protestar hasta que se resolvían los
problemas. La gente estaba más que encantada
con la historia, pero lo más interesante es que la
gente comenzó a despertar, se organizaron manifestaciones inmensas, la gente estaba convencida
de que podían verse finales distintos, la esperanza
crecía por todos lados. Estábamos en la cúspide
de nuestra audiencia cuando decidimos pedirle la
renuncia al Big.
—¿Y qué pasó?
—Pues qué te puedo decir. El tipo no volvió a
dar la cara. No renunció, pero por lo menos nos
deshicimos de él. Suerte que ya estaban próximas
las elecciones y muchas de las redes se organizaron para sacar un candidato…
—¿Y quién es? ¿De dónde lo sacaron?
242
Ricardo Cartas
—Eso no tiene mucha importancia. Es un tipo
confiable, un ciudadano común y corriente. Lo
que menos se quería es que fuera un ídolo, un líder hambriento de poder. Y al parecer funciona.
—Ahora me explico todo, seguramente ahí
estás metido —le dije a Armando de forma desdeñosa.
—Nos pidieron un colaborador que se encargara de ciertas tareas, ya sabes, cosas que siempre
hacemos.
—¿Embaucar a los adolescentes para que salgan de sus casas?
—Algo así. Creo que Armando es la persona
ideal para hacer muchos cambios, y bueno, desde
luego que nosotros lo vamos a ayudar.
—Discúlpenme, pero todo esto se me hace imposible. No puedo comprender que el Big se haya
ido así, sin haber reaccionado como siempre lo
ha hecho…
—Las cosas no van a cambiar de un día para
otro, pero ya estamos empezando. Por lo mientras, mucha gente va a regresar, tú eres la mejor
muestra, ya estás aquí con tu familia y con tus
amigos. Y de que va a responder, desde luego,
aquí lo estaremos esperando.
243
Bilopayoo Funk
Nos sorprendió la noche platicando. Les conté
a detalle todo lo que había pasado en Binizaa y de
todo lo que había aprendido con las Auténticas.
—¿Crees que valió la pena? —me preguntó el
Dr., como si estuviéramos en un examen final.
¿Cómo se atrevían a preguntarme eso? Pero
supongo que el Dr. no deja de ser un profesor en
busca de resultados.
—Sólo les voy a decir algo. Creo que he cambiado tanto que por el momento me siento perdido, fuera de órbita. Pero supongo que contribuí
en algo para que la ciudad cambiara.
—Felicidades por estar perdido. No cualquiera acepta estarlo, pero creo que te subestimas. Tú
fuiste el detonador y no cualquiera tiene el valor
para asumir las consecuencias. Nadie estaba seguro de que te encontraríamos con vida…
—¿Y mi papá aceptó esto, verdad? ¿Él ya sabía
las posibles consecuencias?
—Después de un rato aceptó, sólo nos dijo que
tenías que probar la vida salvaje. Yo no estuve de
acuerdo con ese concepto, pero al final nos dio la
autorización.
¡Ay mi padre! Con razón mi mamá le advirtió
que él sería el responsable de todo lo que me pa244
Ricardo Cartas
sara. Por fortuna, todo había salido bien; por lo
menos aquí estoy para contarla.
Todos se habían ido a dormir. El Dr. y Armando se despidieron, advirtiéndome que pasarían
por mí al medio día para que fuéramos a visitar
la Montaña Siete. Créanme que lo menos necesitaba era ir a ver el origen de esta historia, pero les
dije que me moría de ganas por regresar. Sus caras delataron que habían entendido mi mentira.
Fui a mi recámara y lo primero que hice fue
prender la computadora. ¿Cuántos meses habían
pasado sin que tocara una? Me metí a la página
de la estación. Era verdad, ahí estaba viva pero
con una música media extraña. Algo se tiene que
hacer con esa programación, pensé. En el face
estaba Gaba que de inmediato me llamó por el
chat.
—Mañana ensayamos a las diez, no puedes
faltar…
—¿Donde siempre?
—Sí, hay que poner las nuevas rolas, ya es
hora de que hagamos nuestro primer disco y no
puedes quedarte en tu casa a rascarte la panza.
¿Regresar a la banda? ¡Carajo, ya estaba en
casa! ¡Regresando a mis sueños!
245
Bilopayoo Funk
—Les caigo, ahí estaré…
Seguí escuchando la estación. Definitivamente había que hacer algo con la música.
Soñé una cabina de radio en donde estábamos
Frida y yo, escogiendo música cuando de pronto
llegaban unos policías. Sólo de eso me acuerdo.
Revisé el reloj y eran las ocho de la mañana. La
maquinaria hogareña estaba echada a andar.
—Eusebio, baja a desayunar —gritó mi madre.
Bajé y Frida estaba sentada desayunando muy
contenta, mientras estaba plática y plática con mi
mamá.
No hablé mucho. Ellas, desde ayer estaban
en diálogo imparable. Cuando mi madre se dio
cuenta de que estaba ahí se me fue a los besos,
pero no supo de qué hablar conmigo. Algo se había roto entre mi familia y yo, además del cariño,
no creo que tuviéramos nada en común.
Ella se dio cuenta de nuestra falta de tema.
Hubo silencio y cuando intentó acercarse, preguntándome si había descansado, le dije que
como nunca, después miré el reloj; casi eran las
diez.
—Me tengo que ir.
—¿A dónde vas?
246
Ricardo Cartas
—Voy con mis amigos al café, vamos a poner
las nuevas canciones.
—¿Ya no te duelen las manos?
—Nada, eso ya es prueba superada.
—Creo que Armando y Hell querían verte
hoy, no les vayas a fallar, recuerda que por ellos
estás aquí.
—Madre, eso nunca se olvida, ellos me metieron, ellos me sacaron…
Me dirigí a Frida.
—¿Quieres ir?
—No, me quedo con tu mamá.
Les di un beso a cada una. Tenía apenas unos
minutos para llegar al ensayo.
247
XXV
L
legué tan puntual como un inglés. Aún estaba cerrado. Esperé, mientras recordaba los
ritmos que habíamos creado mientras estábamos encerrados con las cámaras vigilando. Sin
duda, esas rolas nos habían ayudado un poco a
sobrevivir. No sé qué hubiera sido de nosotros sin
esos cantos que aunque suene muy ridículo y cursi, nos llenaron de esperanza; sin embargo, hoy al
recordarlos me parecen tan extraños, alejados de
todo lo habíamos hecho antes.
Lupita llegó unos minutos después. Ella se dio
cuenta que algo me estaba pasando. Abrió el portón y me invitó a pasar como si fuera un extraño.
—Por aquí todo sigue igual —le dije mientras
reconocía cada rincón.
—En realidad hemos estado poco tiempo, nos
la hemos pasado viajando. Desde que te fuiste no
hemos parado.
—¿Tú sabías que la estación nunca se detuvo?
249
Bilopayoo Funk
—Claro, todo el mundo la escuchaba, bueno,
hasta nosotros estábamos programados; fue de los
pocos medios que programaron nuestra música.
—¿Y es cierto que provocó la desaparición del
Big?
—Sí, eso fue tremendo. Nosotros ya no estábamos, pero nos enteramos de todo el relajo, fue
gruesísimo, ¿no sabías nada?
—Creo que estaba muy entretenido en sobrevivir, las Ratas nos traían a raya, pero ¿por qué
no me dijeron nada?
—No lo sé; pensé que alguien te había dicho
algo. No es posible que en tanto tiempo nadie se
haya dado la molestia. Además estábamos medio
desconectados, nos enteramos por la red que el
Big había desaparecido.
Los demás llegaron en bola con una felicidad
que daba envidia. Me abrazaron.
—Bienvenido, carnal, ahora sí ya estamos completos, como en los viejos tiempos —dijo el Gato.
—¿Y yo qué?
Donatello también había llegado, aún con los
golpes que le habían acomodado las Ratas.
—Wow, pensé que por fin nos habíamos deshecho de ti.
250
Ricardo Cartas
—Bueno, por lo menos no han perdido el sentido del humor. Vean, aquí tengo las nuevas fechas, mañana mismo salimos a la carretera.
—Estás loco —dijo la Gaba—. Tenemos nuevas rolas y vamos a ponerlas; necesitamos un mes
por lo menos.
Nuestro mánager se quedó blanco.
—Oigan, no me pueden dejar así. Ya firmé todos los contratos. Aún tenemos fechas pendientes
de la gira anterior que no se pudieron cumplir
por culpa de las Ratas.
—Tú te arreglaste con ellos. Y no te corrimos
nada más porque gracias a ti pudimos hacer la banda y te debemos que nos hayas juntado con Eusebio.
—Está bien; ustedes ganan. Tendré que cancelarles a los del Vive Latino.
El San Bayú Sound Machín en ese momento
se quedó helado.
—¿Estamos incluidos en el cartel? —le pregunté impresionado.
—¡Claro! Ellos nos buscaron.
—Bueno, así ya cambian las cosas, ¿cuántas
fechas tenemos programadas?
—Por lo menos tres o cuatro a la semana y estamos hablando de cuatro o cinco meses de gira.
251
Bilopayoo Funk
Ahí está incluido el Vive. Ésta es la mejor temporada de conciertos, después se pueden encerrar
varios meses para las nuevas rolas. Además la
gente anda prendidísima con eso de que el Big
desapareció.
No la pensamos mucho. Yo fui el que tomó la
iniciativa.
—La comodidad no deja nada bueno. Vámonos a la gira y en el camino vamos ensayando.
Las mejores rolas han salido en las peores situaciones.
—No sabes lo que dices. Estar en gira es lo
más cansado que te puedes imaginar, no te queda
aliento para nada —contestó la Gaba.
—Claro, si lo que buscas es confort, puedes
trabajar en una oficina, cajero de banco, en una
escuela, ¡esto es rock and roll! Magia, retos, cansancio, sudor…aquí nos jugamos la vida y si salimos vivos se lo contaremos a la banda en nuestras
canciones —le respondí, sin pensar en las consecuencias.
—Bueno, eso es cosa de ustedes. Preparen sus
chivas y mañana a primera hora partimos. Descansen todo lo que puedan… —nos advirtió Donatello, mientras salía del café muy contento.
252
Ricardo Cartas
—No podemos dejar que nos trate como reces. Nosotros somos los artistas —dijo Gaba muy
enojada.
—Pues votemos, esta banda es democrática —
dijo el Nawal.
—Por favor, no podemos echar a perder nuestro primer día. Si no quieren ir al Vive, pues nos
quedamos. Realmente no pasa nada. Pongamos
las canciones y ya, pasemos la página —dijo Lupita de manera fría como si el Vive fuera cualquier tocada.
—¿Qué les parece si tocamos y olvidamos todo
lo demás? Al rato decidimos —les dije, harto y
muriéndome de ganas de sentir las vibraciones de
los amplificadores.
El Gato puso la grabación de todo lo que pudimos crear en Binizaa. Entramos en una especie
de trance. Cada uno imaginó los arreglos que podían entrar.
—¿Puedes ponerla otra vez? —preguntó el
Nawal.
Cada grabación la escuchamos hasta el hartazgo. Después nos interrumpió el sonido del celular
de la Gaba que después de contestar me lo pasó.
—Es para ti, creo que es Armando.
253
Bilopayoo Funk
Con señas le dije que me negara, que inventara que me había ido desde hace un rato. Gaba
le explicó, pero al parecer su versión no fue muy
convincente.
No tuve de otra que contestar al teléfono y escuchar sus reclamos. Lo peor fue que me advirtió
que no creyera que había terminado el proyecto.
Tenía que verme para explicarme esa parte.
Ahora sí estaba indignado. Resulta que la pesadilla todavía no acababa.
—Armando, te voy a decir algo y espero que
no me lo tomes a mal: ¡Eres un maldito enfermo!
¿Qué ganas con joderme la vida?
Tardó en contestarme. Seguramente pensó
que era incapaz de responderle de esa manera.
Y arremetí.
—Entiende que ya no quiero saber nada de ustedes. Mañana mismo salgo de gira con la banda y en
verdad, olvida todo lo que tenga que ver conmigo.
—¿Estás seguro?
—Desde luego. Aquí acabó todo.
—Entiendo que estés harto; si ya lo decidiste,
lo respeto. Ojalá que cuando regreses podamos
platicar.
—Gracias, pero la verdad no creo que haga falta.
254
Ricardo Cartas
Y después colgué.
—¡Un aplauso! —gritó el Nawal. Por un momento pensé que te ibas a ir con ellos. No sé qué
tienen, pero siempre terminan por convencerte.
—¿Siempre? Fue una sola vez y eso porque ya
no tenía de otra, con los ligamentos destrozados ya
no podía seguir en la banda. Por lo menos tenía
que estar en la única escuela donde me aceptaron.
—Una o dos, pero siempre ganan. No sé, ellos
son tan fríos, todo lo tienen calculado, mueven
todo como si fueran piezas de ajedrez.
—No creo que tengan de otra, pero tampoco
pienses que son unos robots. Tienen que entender que
no pueden obligarme a continuar con todo esto…
—¿Los defiendes?
—¿Cómo no los voy a defender? En verdad son
buenos tipos, realmente están preocupados por el
mundo, sí, aunque se oiga muy farol. Pero todo
tiene un límite. Ellos deben entender que puedo
cambiar de opinión y respetarla; por ahora sólo
quiero tocar con ustedes.
—Pues venga, vamos a darle —concluyó el
Nawal, sonriendo.
Esas horas fueron las más felices. El estado
ideal del ser humano: ¡crear!
255
Bilopayoo Funk
Sólo pudimos poner una rola y repasar todas
las que ya teníamos. A pesar de haber dejado de
tocar hace más de un año, no me costó nada de
trabajo agarrar el ritmo. Tenía toda la pila llena,
pero Lupita fue la que decidió parar ahí el ensayo.
—Tengo que poner mi maleta y avisarle a mis
papás. Ya me imagino la cara que van a poner
cuando les diga que salgo de gira otra vez.
Casi todos teníamos ese problema. Sólo tenía un día en la ciudad y otro viaje me estaba
esperando.
—Por mí no hay problema —dijo la Gaba. Mi
papá sabe muy bien de esto.
—Claro, pero nuestros papás no son Jaime
López —contestó el Gato.
—Pues yo a veces como que sí extraño a mi
mamá —dijo el Nawal con cara de chamaco haciendo pucheros de chamaco.
—¿Estás diciendo la verdad? —le pregunté,
mientras lo examinaba para ver si no me lo habían cambiado por otro.
—¿Tiene algo de malo?
—¿Y entonces qué hacemos?
256
XXVI
O
tra vez iba en la camioneta, con la cabeza rebotando en la ventanilla mientras
hacía el intento por contar las líneas de la
carretera. Mi mamá me preguntó qué me pasaba.
No sé por qué siempre preguntaba lo mismo, sabiendo que la respuesta era un “nada”. Me imagino que era un frase hecha que todas las mamás
tienen que hacerle a cada rato a sus hijos cuando
los ven pensativos. Mi papá le siguió el juego.
—Oye, de haber sabido que ibas a regresar
todo traumado, no hubiera firmado ese permiso.
Mi papá siempre se lucía con ese tipo de bromas. Y aunque resulte difícil de creerlo, eso era
una de las características que más me gustaban
de él.
—Es lo malo de haber llegado tarde a la repartición de jefes —le contesté, retándolo para
que subiera el tono de su respuesta.
257
Bilopayoo Funk
Pero ya no lo hizo. Frida soltó la carcajada,
mientras mi mamá cambió el tema de inmediato.
No fuimos a la gira. Al final coincidimos que
nos hacía falta pasar una temporada con nuestras
castrantes familias; al fin y al cabo era lo único
que teníamos. Creo que la Gaba tuvo razón. No
era bueno que un mánager hiciera lo que quisiera
con nuestro tiempo, aunque se tratara del cuñado del Nawal, a pesar de que él nos había dado
prácticamente todo para armar la banda. Era
difícil entenderlo. Tener alguien encargado de
conseguir fechas en las mejores plazas es el sueño
de cualquier banda, pero el costo era muy alto,
prácticamente éramos tratados como animales
de circo. Y no es que Donatello nos estuviera explotando, simplemente así es este negocio. Pero
bueno, por lo mientras habíamos perdido la oportunidad de ir al Vive Latino. Había que esperar
la próxima. Y eso era lo que más me molestaba.
Nunca había compartido esa idea de “esperar el
momento”. Siempre había considerado que era
una forma de auto sabotaje, de buscar la manera para no cumplir tus objetivos. Todo el mundo
está esperando “su momento”, con la intención de
nunca encontrarlo.
258
Ricardo Cartas
Fue buena idea de mi padre irnos a la playa
unos días. Sin embargo, yo era el único que a
simple vista se sentía incómodo. Me costaba trabajo pensar que había momentos para relajarse.
Todo el año que había pasado en Binizaa me había creado un ritmo de vida intenso, como si a
cada instante tuviera que estar saltando de lugar
en lugar, de idea en idea, en constante movimiento. Lo único bueno fue que me llevé la guitarra
y junto con Frida intentaba componer algunas
canciones.
—¿No extrañas estar allá? —le pregunté a
Frida.
—Por ahora no. La verdad es que estaba cansada de tantos problemas. Aquí estoy más tranquila. Tus papás me tratan muy bien, no me
puedo quejar.
—¿Y el Gato? —le pregunté con toda la malicia del mundo.
Antes de contestar se puso roja, como nunca
la había visto.
—Ya somos novios, pero no digas nada, ya sabes cómo es —dijo apenada.
—No te preocupes, el Gato no pierde mucho
el tiempo.
259
Bilopayoo Funk
Los días que estuvimos en la playa se reducían
a comer, asolearnos, leer y tocar la guitarra. En
las noches mis papás nos llevaban a bailar y después a dormir. En el último día, Armando volvió
a hablar por teléfono. Fue al celular de mi mamá
que de inmediato me comunicó.
—¿Cómo van tus vacaciones?
—Parece que todo bien, aunque estoy un poco
aburrido.
—Lo sabía ¿por qué te niegas a entenderlo?
Tú ya estás infectado de acción Eusebio, eres
como nosotros…
—A ver, no nos confundamos. Sólo estoy aburrido, porque en lugar de estar viendo gordas en
bikini debería de estar de gira.
—A eso me refiero. Ya estás acostumbrado al
movimiento y tienes que hacer algo. Pero por el
momento descansa, cuando regreses va a iniciar
otra historia. Pero no te hablaba para eso. En realidad te andaba buscando para decirte la fecha de
tu graduación.
—¿Graduación? ¿Y qué, tengo que conseguir
a los padrinos?
—No te preocupes por eso. Creo que ya tienes
unos muy buenos y no te burles, no creo que mu260
Ricardo Cartas
chos puedan presumir de haber podido graduarse de nuestra escuela.
—Supongo que me debo de sentir orgulloso.
—No lo sé. Si sigues pensando que no lograste mucho, eso quiere decir que falta camino por
recorrer; creo que ese es tu caso. Oye, y por cierto, me llegaron unos boletos para el Vive, estaría
bien que fueras con todos tus amigos.
—¿En verdad?
—Sí, y para los tres días. ¿Es un buen regalo
de graduación, no crees?
No cabe duda que Armando tenía siempre el
as bajo la manga para convencer a cualquiera.
Se me quitó la cara de papá endeudado y les
propuse a mis papás y a Frida que hiciéramos una
lunada. Les cayó de sorpresa pero me tomaron la
palabra. Organicé todo a detalle. Quería que esa
noche fuera especial.
Los cuatro estábamos frente a la fogata cuando
les platiqué que Armando me había hablado para
ver lo de la graduación. Mis papás se pusieron súper contentos. Quizá para otros, una graduación
de preparatoria sólo era mero trámite, un pasito
más en la carrera de caballos escolar, pero sabían
muy bien que se trataba de un verdadero logro,
261
Bilopayoo Funk
de un reto que quisimos enfrentar juntos y que
nos había costado muy caro a todos.
—Nos sentimos muy orgullosos de ti, Eusebio.
Corriste el riesgo y lo enfrentaste con mucho valor. Sabemos que esa experiencia es valiosa para
ti —dijo mi madre, a punto de soltar la lágrima. Al
principio créeme que no entendía mucho de qué se
trataba esto. Fue tu padre el que me convenció…
El sentimiento le ganó y ya no pudo continuar.
—Es el miedo, hijo. Lo único que quería era
quitarte el miedo.
—Y vaya que si funcionó —intervino Frida.
—¿Y la vida salvaje? —le pregunté.
—Bueno, esa está por todos lados.
—Los quiero mucho.
Creo que nunca se los había dicho. Y era lo
único que les quería decir en ese momento. Los
abracé con todas mis fuerzas.
Pasamos la noche cantando hasta ver el amanecer. Ese nuevo día había curado todo. Estaba
seguro de lo que tenía que hacer a partir de ese
instante. Mis boletos para el Vive me llenaron de
buenas vibras.
Cuando llegué a la ciudad, lo primero que hice
fue marcarle a la Gaba para decirle que tenía los
262
Ricardo Cartas
boletos para el Vive Latino. Ella me contestó que
su papá iba a tocar otra vez, pero que ir juntos se
le hacía una magnífica idea.
El papá de la Gaba nos ofreció que fuéramos
en su camioneta, pero todos coincidimos en que
lo íbamos a gozar como lo vive cualquier chico de
nuestra edad. Desde la calle.
Nos quedamos de ver en el metro. Yo tuve que
caminar cerca de una hora para llegar. Eso no
importaba. En el camino coincidimos muchos
que íbamos al mismo lugar. La estación estaba
repleta de muchachos con los pelos parados, playeras con los logos de las bandas, pantalones de
colores. El panorama era genial, todas las formas
rockanroleras avanzaban hacia la entrada de la
estación.
Los policías estaban al pendiente. El año
pasado las estaciones del metro habían sido los
escenarios recurrentes para las réplicas nacionales del Club de los Suicidas, pero ahora todo
lucía diferente. ¡Los policías nos estaban cuidando! Es más, el metro por esta ocasión era gratis.
¡Todo un sueño! Cuando llegué, mis amigos ya
estaban esperándome, la emoción se les notaba
desde lejos.
263
Bilopayoo Funk
—¡Eusebio! —me gritaban, mientras el vagón
se estacionaba para abrir sus puertas.
Corrí para subir a tiempo. El vagón se llenó en
segundos con todos los chicos que iban al festival.
Armonía total.
Precisamente en esta estación fue donde una
decena de chavos había decidido aventarse a las
vías en símbolo de protesta. La mayoría pasó
de largo, aún cantando. Nada de eso pasaría en
esta ocasión. El Big afortunadamente, había desaparecido.
Corrimos hacia la entrada del Foro. Faltaban
unos minutos para que la primera ronda de conciertos iniciara.
264
XXVII
M
iramos el escenario principal desde la entrada. Sé que no fui el único en imaginar
al San Bayú Sound Machín tocando.
A pesar de que el frente estaba lleno, el Nawal
y el Gato insistieron en ir, pero les aclaré que no
tenía mucho caso en este momento pues aún tocaban los teloneros.
No saben la cara que pusieron todos, como si
les hubiera acomodado la peor de las patadas en
donde ya saben, ¿teloneros? ¡Claro!, nosotros seguramente estaríamos ahí, padeciendo a los gandallas como tú, gritándonos de todo. Algunos sí
se lo merecían, pero era parte de este negocio.
Lo que no les cuadraba es que un músico se expresara con desdén de los que iniciaban, sí, tal y
como yo lo había hecho. Pedí disculpas y en unos
minutos ya estábamos como si nada.
Los tiempos han cambiado. Por lo menos ahora ya era raro que les aventaran botellazos, pero
265
Bilopayoo Funk
antes, en los tiempos de los hoyos funkies un buen
rocker por lo menos perdía un diente o le dejaban
una cicatriz de recuerdo.
Ahora se les trata bien. Lo peor que les podía
pasar era que nadie les hiciera caso y cambiar de
escenario.
Los chavos poco a poco poblaron la cancha.
Como era la tradición desprendieron los protectores del pasto, una especie de alfombra gruesa
y negra en donde subían a la chica linda de la
banda para hacerla volar.
El festival se prendió cuando tocó las Víctimas del Dr. Cerebro. Ésa era una de las bandas
consentidas. Cada año estaban presentes. Sólo
habían podido sacar un buen disco en toda su
historia, pero no había otra banda igual en todo
el país. Su manejo del escenario simplemente es
orgásmico. Eran capaces de transmitir a miles de
jóvenes su energía, sobre todo el Ranas, un tipo
súper musculoso que se la pasaba saltando, colgándose de las estructuras del escenario como si
fuera chango en jaula de Chapultepec. Remataba
aventándose al público hasta llegar a la torre de
controles. No sé cuántos metros tenía, pero el tipo
se trepaba y desde ahí se las refrescaba a todos.
266
Ricardo Cartas
Nos cambiamos de escenario. Jaime estaba a
punto de iniciar.
Si tú le preguntas a cualquier rocker no farol, siempre mencionará a Jaime como una de
sus principales influencias, pero Jaime ha tenido
mala suerte. Pero eso estaba prohibido decirlo y
menos en presencia de la Gaba; era un tema duro
que siempre acababa en pleito.
No había mucha gente. Quizá era el mismo
número del año pasado. El concierto empezó y
nosotros cantamos con todo el aliento disponible.
Después de su concierto, Jaime nos alcanzó. Caminamos y observábamos asombrados el
mundo de gente que iba y venía, la organización
era perfecta, entrevistas, firmas de discos.
Teníamos poco tiempo. El concierto que todo
el mundo esperaba estaba a punto de iniciar.
Tanta era la expectativa que los demás escenarios cerraron, nadie estaba dispuesto a perdérselo
y menos nosotros. Seguíamos a los demás hasta
que Jaime se detuvo.
—¿Están seguros de que quieren ir? —nos preguntó mientras tratábamos de entender su pregunta. Su propia hija hizo una cara de fastidio.
—¿Y ahora con qué vas a salir, papá?
267
Bilopayoo Funk
—¿Tienes una mejor propuesta?
—Lo que más odio es dar consejos; no soporto a los que andan de aquí para allá repartiéndolos…
—¿Sermones?
—¿Ustedes quieren ser una banda de rock o
perseguidores de chuletas?
La pregunta fue un zape que sacudió las pocas
neuronas que me quedaban. El Nawal, el Gato,
Lupita y la Gaba continuaron en su camino y yo
me quedé con Jaime sin pronunciar una sola palabra. Después Gaba se detuvo, sabía que no podía dejar a su padre con un tipo como yo.
—¡Papá! ¿Por qué siempre te comportas así?
No puedes dejar de hacerte el raro y disfrutar un
concierto como la gente normal.
En ese momento había entendido la lógica de
Jaime. El tipo no tenía mala suerte; sino que se
resistía al camino por el que andan los demás,
como todo un salmón.
—Hija, yo sólo estoy haciéndoles una pregunta; es más, ni siquiera me deben de responder,
sólo piensen un poco.
Después Jaime caminó hacia el estacionamiento mientras que nosotros nos quedamos en
268
Ricardo Cartas
el conflicto de seguir el camino hacia al concierto
o irnos por otro lado.
Fue Lupita, como siempre, la que propuso que
sólo escucháramos el concierto desde el lugar más
extraño y por separado. Gaba escogió el baño, el
Nawal decidió irse donde estaban los policías, Lupita desde un puesto de discos, el Gato fue al skate y yo les dije que me iba a sentar en el escenario
vacío en donde había tocado Jaime. Sincronizamos nuestros relojes y pusimos hora y lugar para
reencontrarnos. El concierto ya estaba iniciando
y cada quien tomó su rumbo.
Desde donde estaba el concierto me pareció
bueno, pero nada del otro mundo. Era increíble
cómo un espacio podía determinar tu percepción
acerca de algo. En el vacío, fuera de las emociones
ajenas, la música era una experiencia indescriptible, resistir fue extraordinario. Había conseguido
la verdadera esencia del rock, ir a contracorriente.
Supongo que algo así habían entendido mis
amigos ese día, porque después del Vive, llenos de
energía comenzamos el armado del disco con las
nuevas rolas. Teníamos varias ofertas de disqueras, pero ninguna nos convenció. Eran los tipos
más gandallas que había conocido en mi vida. A
269
Bilopayoo Funk
pesar de que ya teníamos nuestra fama, querían
que grabáramos lo más pronto posible en Los Ángeles con todo pagado. Sin embargo, los directivos
nos advirtieron que habían conocido a muchas
bandas como nosotros, bueno, en realidad dijo
“banditas” que según iban a ocupar el lugar de
los Beatles, pero que se quedaban siempre en el
camino. Estaba entendiendo el mensaje. Lo que
estaban poniendo en claro es que prácticamente
nos hacían un favor en grabar el disco. Donde sí
nos sacamos de onda tremendo fue cuando el tipo
nos dijo que el cinco por ciento de las ventas iban
a ser para nosotros. ¡Cinco por ciento! ¿Y los otros
noventa y cinco?
—Bueno, muchacho, debes entender que son
una banda nueva ¿quién invierte en ustedes? La
empresa corre sus riesgos…
—Eso lo entiendo ¿pero cuánto cuesta un
disco?
—No sé, unos doscientos pesos.
—¿Por cada disco que se venda nos tocarán
diez pesos?
—Más o menos, menos impuestos, desde luego.
Este hombre estaba completamente loco. Nadie estuvo de acuerdo en firmar el contrato con
270
Ricardo Cartas
ese bandido. Sé que es el sueño de muchas bandas, pero no podíamos entrarle con esas reglas.
Nadie nos había prometido que nos haríamos
millonarios teniendo una banda de rock; en realidad ni siquiera lo queríamos. Pero era completamente indigno el pago que nos pretendían dar.
—Es fácil —dijo Lupita—. Vamos a hacerle
como Radiohead. Sí, a ellos tampoco les gustó
el plan de la disquera y armaron sus estrategias.
Vamos a subir nuestras rolas a una página de Internet y que la gente pague lo que quiera por las
canciones. Eso sí, tengan por seguro que vamos
a recibir más de diez pesos por disco. Y hagamos
unos cuantos discos nosotros para que los vendamos en los conciertos.
No sonaba mal. No era nada nuevo y al parecer funcionaba.
Esa misma tarde comenzamos la grabación
del disco desde el café de siempre. Al tenerlo hecho, subimos las canciones. Entendimos que ahí
estaba nuestro camino. No necesitábamos disquera. Tocábamos cuando había una buena plaza que nos esperaba. Vivíamos como rockers; sin
ningún asomo de enajenación, como Jaime nos
había enseñado.
271
XXVIII
A
rmando insistió mucho en la graduación.
—Tienes que entender que no es muy
fácil ver a un egresado de Montaña. Es
muy raro y entenderás que la escuela quiere celebrarlo.
—¿No crees que se vea ridículo?
—Yo creo que es lo más normal. Tus papás están súper emocionados, andan invitando a medio
mundo.
—No me lo tienes que decir. Los conozco.
—Será algo muy sencillo, no te preocupes.
Continuamos con los conciertos de vez en
cuando. Sólo cuando nos sentíamos con la necesidad de hacerlo. Quizá comenzaba a entender la
lógica de Jaime López y de los enojos de la Gaba
cuando le mencionaba que su papá tenía mala
suerte.
La idea de éxito, no sólo en la música sino en
cualquier trabajo, era un arma muy peligrosa que
273
Bilopayoo Funk
terminaba doblándole las manos a cualquiera.
Siempre sucedía lo mismo. Habíamos decidido
no participar en el circo y nos sentíamos felices.
En mi casa no había otro tema que la graduación. Mi madre borroneaba la lista de invitados,
pasaba lista mientras mi papá la escuchaba detenidamente y me preguntaban si no tenía algún
otro amigo por invitar. Estaban tan emocionados
como si me estuviera graduando de un doctorado
en Harvard.
Y el día llegó. Complací a mi madre. Me puse
un traje, pero sin corbata. No le pareció mucho,
pero en eso no había negociación. La corbata era
la horca.
La ceremonia iba a ser en la escuela. En los
laboratorios de cristal en donde había iniciado la
transmisión de radio funk. Desde ese día no había vuelto a poner un pie ahí.
El lugar lucía muy bien y todo el mundo iba
de lujo; claro, todos menos Hell que no pudo dejar sus bermudas y su camisa al estilo Miami Vice.
Había mucha gente que nunca había visto, pero
todos me felicitaban. Armando me iba presentando uno a uno hasta llegar donde estaban mis
padrinos.
274
Ricardo Cartas
¡Increíble! Ahí estaban Chico Beto, Mística y
Felina luciendo unos estrambóticos trajes de tehuanas que seguramente habían diseñado para
esta ocasión. Los tres venían con sus Converse de
rigor.
Los abracé.
—¡Bilopayoo! —gritó Mística—. Pero qué te
ha pasado, estás tan flaco…
—Déjalo; ni gracia contigo. No ves que estamos celebrando. Ni en estos momentos paras tu
boca —la regañó Felina.
—Te hace falta un caldo de iguana para que
tomes color otra vez.
—¿Cómo van? ¿En qué acabó todo? —les pregunté.
—Aún no acaban —respondió Chico—. Seguimos trabajando, pero las cosas han mejorado
mucho.
—¿Mataron a todas las Ratas?
—Nada de rencores. No se ha derramado ni
una sola gota de sangre, afortunadamente…
No hubo tiempo para que me siguieran explicando. Armando nos interrumpió.
—Eusebio, acompáñame… Y ustedes vengan,
los padrinos tienen que acompañarnos.
275
Bilopayoo Funk
Caminé hacia la mesa principal. Desde ahí
observé a todas las personas. Mis padres, mi hermana, los amigos. Hell hablaba por micrófono
pero no lograba entender lo que decía. El espacio
me hacía recordar la noche en que los policías
entraron, el rostro de Frank, los gritos de emoción de Chuk cuando estábamos ensayando. El
Dr. tuvo que tocarme el hombro para avisarme
que era mi turno al micrófono.
Había hecho muchas cosas en mi corta vida,
pero nunca me había sentido tan nervioso.
Tomé el micrófono y miré a la gente. Sobre
las paredes de cristal distinguí un par de luces
muy delgadas buscando el blanco. ¡Nunca imaginé que estuvieran buscando mi cabeza! Su
reflejo estaba justo en mi frente. Algo desvió el
primer tiro.
Armando me tiró al piso; después iniciaron los
disparos.
Mientras escuchaba el quebrar de los cristales
y los gritos de la gente, lo único en lo que podía
pensar era la sombra del Big Brother renaciendo.
—¿Qué pasa? —le pregunté a Armando que
estaba junto a mí, temblando de miedo, abajo de
la mesa.
276
Ricardo Cartas
Él no me contestó. Sólo me hizo una seña para
que guardara silencio. A mi derecha estaban las
Auténticas pecho tierra.
Una pausa del fuego me hizo intentar pararme, pero Armando me detuvo.
—Vienen por nosotros —dijo Armando.
—¿Quién?
—El Big Brother andaba desaparecido pero
nunca te dije que hubiera muerto. El que vigila siempre revive, cualquiera puede ser el nuevo
Big…
—¡Tenemos que salir de aquí! —les dije a todos.
No hubo necesidad de explicar cuál era el
plan. Después de haber pasado todo un año huyendo sabíamos qué hacer.
Felina tomó la decisión de ser la primera. Se
paró y corrió. Las balas la siguieron. Nos dimos
cuenta de que no eran muchos, había posibilidad
de salir vivos. Armando me ordenó que fuéramos
hacia el otro lado, buscando la misma salida por
donde había huido con Frank.
La gente, al ver el movimiento, se paró intentando escapar. Los sicarios disparaban al azar.
Otra vez la adrenalina estaba presente. Al final
encontramos la puerta.
277
Bilopayoo Funk
—Por allá —me gritaba, mientras sentía que
las balas me rozaban.
Armando y yo llegamos al jardín. De las Auténticas no sabíamos nada. Pensé en mis padres,
en mi hermana, en Hell. La noche se había puesto y al fondo la luna roja, herida.
Tomé fuerzas para iniciar el camino. Miré las
estrellas destellando en la oscuridad.
—¿Te das cuenta? —le pregunté a Armando,
mientras tomaba un poco de aire.
—Entre tanta oscuridad, apenas y se ven.
—¿Y los demás?
—Ya los encontraremos en el camino.
Aún se oían las balas a lo lejos y el recuerdo
de las palabras de Armando: “Tú ya estás infectado…”
Miramos a los hombres caminar hacia nosotros. Armando sonrió, al parecer le emocionaba
la idea de poder iniciar otra historia. Yo también
sonreí. Me imaginé montando a un guajolote gigante con mi iguana en el hombro. Lo increíble
era que me sentía feliz, deseoso de más, maldita
infección.
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Bilopayoo Funk
Ricardo Cartas
de
2012
Juan Pablos, S.A.,
con domicilio en 2a Cerrada de Belisario Domínguez 19,
colonia del Carmen, D el. Coyoacán,
México 04100, D.F.
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El tiraje consta de 1000 ejemplares.
se terminó de imprimir en noviembre de
en los talleres de Imprenta de
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