Página 11 - Periódico del Servicio Extremeño de Salud

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PERIÓDICO MENSUAL DEL SERVICIO EXTREMEÑO DE SALUD,
DIRIGIDO A TODOS LOS PROFESIONALES DEL SISTEMA SANITARIO PÚBLICO DE EXTREMADURA
Director: Tomás Pulido Cordero. Redacción: Ana García Ortiz y María José Rebollo Ceballos. Consejo de
Redacción: Gloria González Conde, Juan Carlos Escudero Mayoral y Miguel Simón Expósito. Secretaría:
Avda. de Cristóbal Colón, s/n. Mérida 06800 (Badajoz). Teléfono: 924-382505. Correo electrónico:
[email protected] Delegados de Área de Salud: Ismael Rodríguez Hernández (Área de
Coria), Juan Monge Martín (Área de Plasencia), Francisco Javier Mendo Vidal (Área de Navalmoral de la
Mata), José Antonio González Barra y Montaña Vivas Jiménez (Área de Cáceres), Ricardo García Vinuesa Palo
(Área de Badajoz), Eulogio González González (Área de Mérida), Juan Cruz González (Área de Don BenitoVillanueva) y Miguel Sánchez Ortega (Área de Llerena-Zafra).
EL MIRADOR
Edición: SERVICIO EXTREMEÑO DE SALUD
JUNTA DE EXTREMADURA
Consejería de Sanidad y Consumo
Diseño y distribucción: EDITORIAL EXTREMADURA, S. A.
Impresión: SERVICIO DE IMPRESIÓN DEL OESTE, S. L.
Quedan reservados todos los derechos. Depósito Legal: CC-270/2002
LA GUINDA
Lisboa,
siglo XXI
José Luis Mañas Núñez
Médico
T
ras 17 años el
turista llega de
nuevo a Lisboa.
Antes de nada, desde
el pedestal de paz que
sostiene a Cristo Rei,
intenta conjurar los
artificios de la memoria, pero una primera
mirada para actualizar el recuerdo es
inútil: la impronta que le dejó la ciudad persiste tal cual. Desde la altura
semiceleste de este cristo sin cruz
todo parece igual e inmóvil. Lisboa
dormita en los pétalos que le tiende
la primavera de su Puente de Abril:
aquélla, -revolucionaria, roja y sonora-, nombra al nacido en el invierno.
Cristo Rei aventa, desde la
altura donde lo elevó el bieldo
de la fe, un aliento de seguridad: Lisboa se recoge en el
gesto amoroso del hormigón
armado, el turista se entrega al
cuerpo añejo de Lisboa y el
neuma del ámbito invade profundamente al turista hasta,
podría decirse, su arcano proteico. El turista gusta de las
atalayas para ubicarse hasta
donde la vista alcanza y para
poseer con una inspiración
profunda la naturaleza del
ambiente. Pero en las alturas
se ha de estar lo justo...
En la Baixa Pombalina el
turista ha apreciado un no sé
qué. Es día festivo. Las tiendas están cerradas. Tranvías
aerodinámicos y profusamente aerografiados se cruzan sin
más con otros recios y angulosos como armarios desempotrados; mendigos, algunos de
ellos ancianos, parecen mascarones tallados en las esquinas; algún borracho zigzaguea
con agilidad sobre el empedrado;
vagabundos errantes deambulan
mirando al suelo; extranjeros devotos hacen de sus ropajes una continuidad ostentosa de su fe; inmigrantes venidos de los cuatro puntos cardinales aguardan con caras aburridas
esas maravillas occidentales que han
animado sus travesías; un drogadicto
se rebusca una vena en el brazo que
tiene atrapado tras una pierna mientras, su colega, espera con avidez la
jeringuilla que parece estar en las
últimas; bajo unas escaleras, tres
negros, uno de ellos recostado sobre
una muleta, calientan en un camping-gas un cazo; viajeros se fotografían bajo vuelos de palomas; un
señor mayor que se arropa con un
abrigo costroso detiene al turista con
una sonrisa desdentada, alarga la
mano derecha entre las ropas, saca
una pila de barquitos de papel, están
muy plegados y algo reblandecidos
por la saudade, uno encaja dentro de
otro como enfundados entre sí, despega dos de un extremo, los ahueca y
entrega uno a cada hijo del turista y,
sin mediar palabra, se va.
El turista, desde luego, ha apreciado un no sé qué y no es sólo que es
El turista... tiene la
sensación de que la
piedra extenuada de la
Baixa claudica ante el
tirón vanguardista de
la Lisboa novísima
Lo peor de estos sitios
es que estimulan la
creatividad terrorista
de los que aún creen
en la fuerza bélica de la
idea exclusiva
día festivo y las tiendas están cerradas. Tiene la sensación de que la piedra extenuada de la Baixa claudica
ante el tirón vanguardista de la Lisboa novísima. El turista se para en el
centro de la Praça de Pedro IV y
mastica la revenida hogaza de mixtura donde se encuentra. Decide que
luego irá a ver esa Lisboa nueva, de
exposición y centrífuga, que vacía la
Ángel Paz Rincón
Historia
H
vieja ciudad un día de fiesta. Antes
debe comprar en una farmacia un
medicamento homeopático. Cerca
hay una. Al salir de ella cree ver una
sombra apresurada que cruza la rua
dos Douradores. Bien podría ser Pessoa. La sigue.
En la terraza del café A Brasileira
hay una estatua metálica de Pessoa.
A su lado una silla también metálica
invita a sentarse al turista. Pessoa
posa con la mano derecha colocada
en gesto jondo. No convence. El
turista no se sienta al lado del poeta
ni tampoco soba el metal. Entra en el
café a olfatear el ambiente. Le pide a
un camarero con pinta de quinqui
dos cafés, un dulce y dos vasos de
agua. El camarero le perdona la vida
al volver a pedirle dos vasos de agua
para los niños: quiebra la cara y lanza los pómulos afilados contra
el turista. Este aparta la mirada
y siente vértigo ante el vacío
que deja el enojo en las mejillas de ese hombre con rostro
de asesino. Más tarde, ya en la
calle, la sombra Pessoana
vuelve a cruzarse con la familia turista. Esta vez baja por las
cuestas del Chiado, aguardientosa -da algún que otro traspiés- y humeante -un paquete
de cigarrillos para cada heterónimo- hasta perderse tras una
esquina.
El turista entra en la iglesia
italiana de Nuestra Señora de
Loreto. Al fondo, a la derecha
del altar, han instalado un nacimiento. Como es atravesado
por un hilo de agua de verdad,
las hordas viajeras arrojan
monedas para pedir un deseo.
Algunos gamberros hacen diana en las figuritas y más de
siete yacen sobre la arena. En
el pasillo central de la iglesia
un sujeto con los pelos aglutinados a la moda chupiwomad,
gesticula y habla con modos maníacos. Su mirada se ha cruzado fugazmente con la del turista. El turista
sale de la capilla. El maníaco le persigue unos segundos pero es esquivado tras cruzar un paso de peatones.
Al día siguiente el turista visita la
Lisboa ultramoderna: la tecnología
arquitectónica de nuestros días erige
templos al ocio de masas, entendido
este como despilfarro compulsivo
del dinero. Lo peor de estos sitios es
que estimulan la creatividad terrorista de los que aún creen en la fuerza
bélica de la idea exclusiva.
El turista ha consumido sus vacaciones. Ha intentado liberarse del
poso que le dejó el anterior viaje
para comprender la actual Lisboa.
Dentro de otros 17 años, una vez se
le enrancie la Lisboa del siglo XXI
en el sentimiento, regresará.
istoria es recuerdo.
Todos tenemos la
experiencia de que
podemos recordar. Recordamos que recordamos y
estos recuerdos nos producen nostalgia y melancolía.
Nos ponemos en contacto
con aquello que ocurrió. Su
ser que fue, nos hace sentir
el vacío de su existencia.
Al recordar provocamos el
olvido.
Recordar es interpretar,
es construir nuestro ayer
después de que haya pasado por el corazón (re-cordis). Nos convertimos en
una especie de retro-profetas: construimos nuestra
narración de lo acabado
que de esta forma sigue
siendo inconcluso y nos
proyecta. El retrovisor se
convierte en faro de una
operación
arriesgada.
Malabarismo que atrapa el
sentido de nuestra historia
personal, de nuestras historias de sujetos sociales. El
tiempo queda interpretado
y aquello que no controlamos nos sujeta justo a
medio camino entre dos
puntos inexistentes: el presente y el futuro. Realidad
virtual no es más que una
expresión, oximorón sin
sentido.
Narrar lo que ha ocurrido
es la pasión histórica del
pensador comprometido.
No hay un sentido, ajeno a
los sujetos históricos, que
debamos descubrir, una
especie de teleonomía que
conforme al ser humano.
Tampoco un vacío: los
hechos han ocurrido de una
determinada manera, fruto
de opciones racionales e
irracionales, de intereses
bastardos y elecciones
ingenuas. Coherencia construida en un entorno paradigmático ajeno en el tiempo de los hechos interpretados. Así, la historia es
memoria doliente, materialización de vértigos que
nos levitan. Narrar es escribir sobre una superf icie
plana, reducir a dos dimensiones lo múltiple, el carácter esférico de la realidad.
La lectura produce muchas
interpretaciones, permite
que cada intérprete se coloque, se balanceé en uno de
los inf initos diámetros. El
libro de arena de Borges.
Somos sujetos, sujetados/impulsados por la historia, cuyo efímero presente reprime la insolencia
determinista del materialismo consumista que es…
otra historia.
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