EL ARBOL DE LOS MILAGROS

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EL ARBOL DE LOS
MILAGROS
(MILAGROS DEL CRISTO DE LA QUEBRADA)
(Año 1995)
JUAN MIGUEL BUSTOS
OSCAR DI SISTO
LUIS HECTOR PAREDES
ALBERTO RODRIGUEZ SAA
Agradecemos la colaboración de:
Saúl F. Bustos
Joaquín Lucero
Marcelo Guillermo Crespo
Teté Rodríguez Saá
Carlos Fernández
Padre José Antonio Medina
INDICE
PROLOGO......................................................................................... 2
EL MILAGROSO DESCUBRIMIENTO ............................................. 4
EL LIBRO DE LOS MILAGROS..................................................... 6
LAS PLACAS ................................................................................. 6
LOS NOMBRES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO ............... 7
¡GRACIAS POR EL MILAGRO CONCEDIDO!.............................. 8
PEREGRINOS DEL MUNDO ......................................................... 9
LA INJUSTICIA ............................................................................ 10
EL GRAN PREMIO DE TURISMO CARRETERA........................ 12
EL MILAGRO MAS GRANDE DEL MUNDO ................................. 14
ENTRE MILAGROS Y LEYENDAS ................................................ 17
SOBRE UN POEMA DE ARSENIO CAVILLA SINCLAIR ........... 17
LA MAJADA DEL CRISTO .......................................................... 20
LA FLOR COLORADA................................................................. 20
LAS LEÑAS DEL REFUGIO ........................................................ 21
«UN CRISTO FUERZA DE DIOS Y SABIDURÍA DE DIOS»......... 23
REFLEXIONES DEL PADRE LUIS HECTOR PAREDES ........... 23
LA CRUZ ARBOL DE LA VIDA................................................ 23
LOS FRUTOS DEL ARBOL DE LA CRUZ .............................. 25
EL ARBOL DE LA CRUZ Y NUESTRA VIDA.......................... 27
PROLOGO
Buscamos, sencillamente, escribir sobre los milagros realizados por el Cristo
de la Quebrada.
No podemos dejar de lado la otra cara del milagro que es la promesa, ese
sacrificio personal que el beneficiario está dispuesto a brindar para demostrar su fe,
para expresarle a Dios el júbilo y el agradecimiento por la Gracia concedida. No es
tarea fácil.
Hemos buscado bibliografía, folletos, notas y lo único que pudimos encontrar
es el relato de la tradición oral. Por cierto que no existe un registro de los milagros.
Es imposible suponer en alguna forma de publicidad de los mismos, porque
obviamente es un fenómeno que generalmente sólo conoce el beneficiario o un
círculo muy pequeño de personas, y que trasciende a la comunidad en la medida que
los promesantes deseen hacerlo conocer.
El milagro, por otra parte, se produce sólo ante los ojos y el conocimiento de
una persona desamparada y solamente ésta sabe que ha ocurrido un fenómeno
sobrenatural de origen divino y que es la Gracia concedida por el Señor de la
Quebrada.
La Real Academia Española en su diccionario versión 1992, define al milagro
como: «Hecho no explicable por las leyes naturales y que se atribuye a intervención
sobrenatural de origen divino».
Un científico exigiría hacer, en cada caso, un estudio para determinar si se
trata o no de un milagro, nos pediría que la persona relate el supuesto milagro y los
antecedentes, para así, y a la luz del conocimiento científico, determinar si estamos
ante un hecho que sobre pasa la razón científica o si es explicable por las leyes
naturales.
Esto es imposible.
Cuando una madre desesperada por la salud de un hijo, escucha del médico
un diagnóstico tremendista, en la soledad de su congoja busca la protección del Señor
de la Quebrada, sencillamente le pide el milagro de devolverle la salud y le hace una
promesa para demostrar su amor por el Santo y por el hijo. El hijo recupera la salud
y qué duda puede existir en la razón y el corazón de esa madre si cuando la ciencia,
personificada en el médico, le dijo no, el Cristo le dijo sí, no hay duda que está frente
a un milagro.
La ciencia dirá siempre que es un razonamiento incompleto, pero entendamos
que a la madre ni se le ocurre pensar, y por otra parte nadie se lo pide, en someter a
su hijo a estudios posteriores para determinar si estamos o no frente a un milagro, si
se hizo un buen diagnóstico o no, si el tratamiento era el correcto, etc, etc.
Para esa madre existió un diagnóstico de muerte, una invocación a Cristo,
una promesa y el hecho objetivo de que le fue devuelta en plenitud la salud de su hijo.
Lo que no pudo la ciencia, lo pudo el Señor de la Quebrada.
Este fenómeno individual que presentamos como un ejemplo se presenta en
cientos de formas y expresiones, al Cristo se le pide trabajo, amor, salud, paz,
reconciliación, ayuda, serenidad, templanza, prudencia, y todo cuanto pueda
significar recuperar la armonía individual o de los seres queridos.
Y el Cristo concede, cumple.
Por eso el amor y fervor popular que despierta.
Y si el Cristo cumple hay que cumplir las promesas que se le realizan. Muchas
placas colocadas en la Villa dicen: «Señor de la Quebrada me cumpliste, yo te
cumplo».
Todos los años para las celebraciones del Cristo de la Quebrada, miles de
promesantes acuden a la Villa de la Quebrada a postrarse ante El para cumplir sus
íntimas promesas, esas promesas que sólo conoce el Señor y el promesante, ésas que
se forjaron en la intimidad de la desesperación, del dolor y el desamparo.
El diálogo entre el creyente y el Cristo es directo y sin rodeos, simplemente se
le pide el milagro o la gracia y el Cristo nada pregunta, es tanta la bondad que no
interesa si uno se ha portado muy bien o no tanto, basta pedirle y El cumple.
Por eso también existe el convencimiento popular que aquél que no cumple
con su promesa al Cristo, recibe un ejemplarizado tirón de orejas, como en los
ejemplos del Antiguo Testamento.
En estas páginas no volcaremos un alegato científico para convencer a los
doctores del saber, tampoco expresamos la palabra de la Iglesia porque no tenemos
autoridad alguna para hacerlo, no queremos molestar ni a unos, ni a otros,
queremos, sencillamente, escribir sobre algunos milagros que la gente nos ha contado
si con estas páginas logramos establecer un antecedente para un estudio profundo de
este extraordinario fenómeno de religiosidad popular, que se expresa en el fervor,
admiración, respeto y amor al Santo de la Quebrada, será el homenaje que nosotros
le realizamos a El y a los promesantes. Así estaremos por demás satisfechos.
EL MILAGROSO DESCUBRIMIENTO
Jorge Ignacio Maldonado realizó la primera investigación sobre el
milagroso descubrimiento, su obra «El Santo de la Quebrada», pionera y
excepcional es motivo de consulta obligada.
El primer libro de la Colección ICCED fue precisamente «El Cristo de la
Quebrada», escrito con generosidad y talento por el Dr. Ricardo A. Gutiérrez y
el Profesor Hugo Aurelio Moreno, en esta obra que hoy también resulta ser de
consulta obligada, se narra no sólo la historia del descubrimiento, sino las
leyendas, y testimonios relativos al mismo.
La tradición oral nos trae dos versiones sobre el descubrimiento,
resultando interesante destacar que las mismas no son contradictorias, más
bien resultan un enriquecimiento del hecho milagroso.
El Dr. Ricardo Gutiérrez investigó sobre la historia del descubrimiento,
dando su versión prudente y lo más cercana posible al rigor que exige la
ciencia que investiga el pasado.
El Profesor Hugo Moreno deja correr por sus venas al escritor y nos
presenta la versión popular escrita en forma novelada, convirtiendo en una
delicia la lectura del milagroso encuentro.
Coincide la crónica histórica y los testimonios de la tradición oral en que
el descubrimiento del Cristo de la Quebrada fue realizado por Don Tomás de
Alcaraz, ciudadano residente en las proximidades del lugar, en el siglo pasado,
calculándose como fecha aproximada entre los años 1850 a 1860.
Don Tomás Alcaraz era entonces propietario de una importante fracción
de campo de aproximadamente 1600 hectáreas aptas para la crianza de
ganado, con un importante bosque en especial rico en quebrachos.
Hombre de campo, era considerado diestro en todos los menesteres
agrarios, también sin duda lo era en el uso del hacha.
Relata el Profesor Moreno en la obra citada (pág. 51 y s.s.), que Don
Juan Tomás Alcaraz había quedado ciego a los nueve años de edad como
consecuencia de un golpe producido por haber rodado el caballo que montaba,
ocasionándole una ceguera total.
Cuando tenía aproximadamente veintiún años, era acompañado por una
joven vecina y amiga desde la niñez, llamada María Manuela Gómez, hasta un
monte de quebrachos, donde la chica lo dejaba y Alcaraz pasaba el día
hachando los fuertes árboles. Le bastaba tocar el árbol y su destreza en el
manejo del hacha lograba derribarlo.
Estando en plena actividad de pronto escucha un profundo quejido, un
lamento desesperado como de alguien que se encuentra «…herido y
aprisionado, víctima de gran sufrimiento y desesperación», la agudeza de sus
sentidos le indican que el gemido proviene desde uno de los troncos cercanos,
cuando tiene la certeza del lugar de donde proceden, se siente en la necesidad
de abrir el tronco de un importante algarrobo, así lo hace, utilizando con
maestría el hacha; la sabia del algarrobo salta a sus ojos y se produce el
milagro de recuperar la vista.
Dentro del tronco, aprisionada en las entrañas del árbol, encuentra la
imagen de Cristo esculpida en cerámica y en un crucifijo de madera, de un
tamaño de unos quince centímetros.
Cuenta la tradición oral que producido el milagro, Alcaraz se casa con
Manuela Gómez, con quien dedica su vida a difundir el prodigioso hallazgo.
Otras versiones, siempre según los relatos de la tradición oral, dicen que
Alcaraz no era ciego, pero coinciden en que escuchando los gemidos de una
persona y viendo sangrar el algarrobo, produce el corte del tronco y se
encuentra con la imagen de Nuestro Señor.
También existe coincidencias en el sentido que durante mucho tiempo y
siempre antes del hallazgo, se escuchaban en la zona los lamentos de una
persona que se encontraba aprisionada y sufriendo.
Y las versiones son contestes en afirmar que el Cristo se encontraba
verdaderamente aprisionado dentro del árbol, posiblemente porque alguien
mucho o muchísimo tiempo atrás, tal vez para salvaguardar tan divino tesoro,
lo escondió dentro del algarrobo, que con el tiempo terminó aprisionando la
imagen.
De todas formas existen grandes coincidencias, se produjo un hecho
que la ciencia no podría explicar, como es el que una imagen aprisionada
dentro de un árbol establezca una forma de comunicación para que en
definitiva Alcaraz pueda encontrarla.
Coincide la tradición en que fue Juan Tómas Alcaraz el afortunado que
encontró la imagen.
Que el Cristo se encontraba adentro de un árbol, sin que se lo pudiera
ver desde el exterior.
Que se escuchaban gemidos, desde tiempo antes del hallazgo.
Que se escucharon lamentos que guiaron a Alcaraz, hasta el crucifijo.
Y la familia Alcaraz se encargó de difundir el poder milagroso del Señor
de la Quebrada.
Con mucho fervor y convicción el Profesor Moreno saca sus
conclusiones en la página 49 de la obra citada, textualmente dice:
« ¿Puede alguien creer que por sólo encontrar un crucifijo, en alguna
parte un tanto insólita, ya se puede salir a convencer a la gente de que debe
venerarlo?».
«Lo primero, para acometer tan gigantesca empresa, es el estar
convenido de lo que uno intenta propagar y para tener tal convencimiento –la
medida arrolladora, cuasi fanática, que tuvo el hacendado Alcaraz- hace falta,
incuestionablemente que algo muy profundo y decisivo para su vida le haya
sucedido con relación a lo que se puso a difundir, con tanto fuego».
«Y ese algo no podía ser otra cosa –para Juan Tómas Alcaraz- que el
haber recuperado la vista –por tal acción milagrosa- y permitiéndole así realizar
su vida, en plenitud, cuando la ceguera ya habíale quitado toda posibilidad de
felicidad con su unión matrimonial a una mujer a quien amar. Colóquese el
lector en su lugar y piense…»
EL LIBRO DE LOS MILAGROS
A partir del descubrimiento de la imagen del Cristo de la Quebrada, la
veneración popular determinó que ese lugar, que era un despoblado total, se
fuera convirtiendo en una próspera villa, como lo es ahora.
La Villa de la Quebrada, se encuentra a unos treinta y ocho kilómetros
del centro de la Ciudad de San Luis, se recuesta sobre la falda oeste de las
Sierras de San Luis, y es un lugar de una impresionante belleza.
Los sacrificados peregrinos acceden por miles, preferentemente por el
llamado Camino del Alto, que es precisamente el camino más hermoso para
llegar a la Villa.
Una vez en el centro del pueblo, en el lugar en que el propio Cristo
determinó estar, se encuentra la Capilla donde se guarda celosamente el
milagroso hallazgo.
Mirando de frente la iglesia, a la derecha y a unos treinta y cinco metros
se encuentra una angosta callecita, adonde se ha construido un muro de unos
veintidós metros de largo por unos dos metros –aproximadamente- de alto, en
donde los promesantes han colocado placas de variadísimo tamaño y formas
que resultan un verdadero «Libro de los Milagros», dado que cualquier
observador sacará sin duda riquísimas conclusiones.
Cada placa es un diálogo entre quien la colocó y el Cristo. Es como un
certificado extendido en donde se acredita la existencia de un milagro y la
promesa cumplida.
Cada placa es como leer el júbilo de poder expresar la fe.
Es precisamente como querer dejar escrito en un libro abierto, el milagro
que íntimamente sabe que se produjo.
El muro es también un mensajero que, preservando la intimidad, lleva al
Santo las cartas que sus creyentes le escriben.
Nos paramos frente al muro para leer los públicos mensajes, sin
embargo queremos destacar que no escribiremos ningún nombre, porque
precisamente queremos preservar la intimidad de quienes tan humildemente
expresan su amor al Cristo.
LAS PLACAS
El muro tiene una leve dirección al este, de manera que a la hora de la
siesta parece un gigantesco espejo que emite miles de destellos, que
magnifican el homenaje de los peregrinos.
Intentamos contar el número de placas y nos llevó bastante tiempo, al fin
pudimos establecer que existen más de dos mil doscientas placas enclavadas
en el muro, sin perjuicio de ello, en el piso o encajadas entre otras placas se
encuentra casi un centenar más. Entendemos que algunas por distintas
circunstancias se despegan, pero todos y cualquiera que se arrima al muro las
ubica de manera que, aun en el piso, se recuestan sobre la pared, y
pertenecen al Libro escrito por los beneficiarios de las bendiciones.
Destacamos que las placas que ahí se encuentran parecería que sólo
pertenecen a los últimos cincuenta o sesenta años, ya que la fecha más lejana
existente es la de 1941 (al menos es la que nosotros vimos), ignoramos si
existen otras placas o la costumbre de homenajear al Santo de esta manera
recién comenzó a expresarse un siglo después de su descubrimiento.
El mayor número de placas tiene una dimensión aproximada entre los
15 y los 10 centímetros, formando las mismas un rectángulo perfecto.
Las hay por supuesto más grande y también más chicas.
Llaman sí la atención las con forma de corazón, otras son circulares, las
hay cuadradas y también algunas muy chiquitas con formas que expresan
dibujos alegóricos –seguramente- simbolizando la Gracia concedida.
La gran mayoría, casi diría todas, han sido realizadas por artesanos del
género por encargo de los promesantes, sin embargo se encuentran como
excepción otras que sin duda han sido realizadas por el propio agradecido.
LOS NOMBRES DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
Cuando el pueblo se manifiesta, su imaginación y sentimiento rebasan
generalmente cualquier modelo preestablecido.
De ahí que resulta realmente llamativo leer los nombres con que el
pueblo se dirige a Nuestro Señor Jesucristo.
De más está decir que la imagen venerada del Señor de la Quebrada, es
una pequeña imagen de unos quince centímetros, que se encuentra clavada en
un crucifijo de madera de un tamaño un poco mayor, y es por cierto la imagen
de Nuestro Señor Jesucristo, realizada siguiendo la escuela de escultura de
tipo colonial, sobre cerámica o yeso, de colores ocre, blanco, negro y rojo,
sobre el madero verde y dorado. Pienso, sin embargo, que siendo la imagen de
Nuestro Señor Jesucristo, no existe otra que se designe con tan numeroso
nombres surgidos como fruto de la veneración de su pueblo.
El nombre más difundido para designar al Cristo Milagroso que se
encuentra en la Villa, es Señor de la Quebrada y también Nuestro Señor de la
Quebrada.
También se lo designa como Cristo de la Quebrada.
Un nombre también muy popular para llamarlo es Santo de la Quebrada,
designación que la Iglesia reserva para aquéllos que han sido oficialmente
designados tales, pero no para Nuestro Señor que es Hijo de Dios hecho
hombre. Sin embargo es tan respetuosa la designación popular y se
pronuncian con tanto amor, que a nadie se le puede ocurrir molestarse por ello.
Más cariñoso y humilde suena la de Santito de la Quebrada, forma como
se lo llama en muchas placas.
Leemos, por supuesto Jesús y también Nuestro Señor.
También pueden encontrarse la designación de Nuestro Cristo. Una
combinación exultante Santo Cristo de la Quebrada. Leemos designaciones
familiares como Padre Mío. Señor Milagroso es otra de las formas de
convocarlo.
La señora María Funes, vecina del lugar y citada en la obra de Gutiérrez
y Moreno, dice: «Por todas partes cunde la fama de sus milagros y como éstos
más que nada se refieren a la cura de los enfermos se le llama también, el
Cristo de la Salud».
Agrega la señora Funes: «Y lo más notable es la aureola del Santo
Alegre, amigo de la diversión, del contento y el optimismo, que los mismos
feligreses le han ido haciendo con el tiempo, a partir de los rasgos que sus
primeros dueños le dieron entre el vecindario, al hacerlo partícipe infaltable de
sus festejos o de sus novenas y mingas, donde nunca faltaban las canciones y
los bailes, acompañados por acordeón y guitarras especialmente».
¡Cuántas formas tiene la devoción popular para designar a Nuestro
Señor Jesucristo, el Redentor!
¡GRACIAS POR EL MILAGRO CONCEDIDO!
Es una lectura apasionante la de las frases y conceptos expresados en
las placas. El agradecimiento de cada promesante, es de una ternura
indiscutible. Es un diálogo íntimo. Es el agradecimiento que nace desde el
fondo del corazón.
Los conceptos más sobrios –por así llamarlos- expresan un profundo y
sencillo «Agradecido», otros «Muy agradecido». Leemos varias: «Muy
agradecido por el favor concedido», «Siempre agradecidos».
Existen numerosísimas que hacen referencia a la gracia concedida.
Existe una que resulta una síntesis perfecta de la relación popular con el
Cristo de la Quebrada dice: «Me cumpliste, yo te cumplo». En todos los relatos
y testimonios se hace referencia a ese contacto del desamparado con el Cristo
tan directo e informal, donde la Fe en El es que siempre concede la Gracia,
siempre se produce el milagro, siempre el Cristo escucha, siempre protege,
siempre ampara, siempre cumple, claro que por otra parte al Cristo hay que
cumplirle. Está escrito el reconocimiento a los milagros con mensajes tales
como «Muy agradecido por el milagro concedido», «Recuerdo por un milagro»,
«Gracias por este milagro», «Gracias por tu milagro», «Gracias por el milagro
hecho», «Gracias por el milagro concedido«, “Gracias por los milagros».
El amor de los padres y la invocación al Señor en los momentos del
drama por las enfermedades se reconoce cuando vemos «Gracias por la
salud», un emocionante «Señor de la Quebrada salvaste a mi hijo», otro
«Señor de la Quebrada fuiste el milagro que devolvió la salud a nuestro hijo».
Una asociación popular que se comenta es con el Cristo de Renca,
imagen milagrosa que se descubre en forma parecida (un ciego que recupera
la vista), de ahí que no nos extraña leer una placa que dice: «Divino Señor de
Renca, gracias por el milagro».
La religiosidad popular admite que al Santo se le puede pedir no sólo por
la salud de familiares sino cualquier bien que ayude espiritualmente a la gente,
así leemos otra placa que reza: «En agradecimiento por salvar al equino
Glorilla».
Es Cristo que ayuda a los trabajadores, a los desocupados, a los que
creen que «hay que ganarse el pan con el sudor de la frente», a los
marginados, a los que no tienen voz, así leemos: «Muy agradecidos, contratista
de Arizu», otra dice simplemente «Trabajadores de Vialidad».
Un milagro que lleva fecha concreta: «Cristo de la Quebrada por le
Milagro del 4 de mayo de 1966».
Los que recibieron la bendición de encontrar el amor se expresan con
placas en forma de corazón.
Los que padecen los males modernos del estrés o depresión, o
cualquier desaliento, o simplemente haber perdido el rumbo de la vida, son
escuchados por el Cristo, veamos: «Gracias por cambiarme la vida», los que se
sienten solos: «Gracias por el amor que me brindaste», otra: «Gracias Señor
porque abriste las puertas que me separaban del mundo, en él vuelvo a vivir
feliz, gracias Señor, muchas gracias».
Otra breve, pero lo que dice todo: «Gracias por tener la casa».
Cuántos dramas que fueron resueltos, cuánta fe, cuánto amor, cuánto
reconocimiento en un muro que se ha convertido en el Libro de los Milagros.
PEREGRINOS DEL MUNDO
Las noticias y comunicaciones hoy nos asombran, porque recorren el
mundo en instantes, hasta podemos ver las crueldades de las guerras «en
vivo» por la televisión, son el fenómeno de los tiempos.
Sin embargo parece que la religiosidad popular, sin micrófonos, sin
cámaras, sin alardes, tiene un poder inmenso para difundir las buenas noticias.
Vemos en el libro, peregrinos y promesantes de los lugares más
remotos.
De toda la Provincia de San Luis.
De San Luis protegido por los brazos inmensos del Señor de la
Quebrada. De San Luis que le canta con todas sus guitarras, que camina
desde todos los pueblos, que lo invoca desde Merlo, Los Cajones y Santa
Rosa, hasta Arizona, Fortín El Patria y Buena Esperanza.
Que lo recuerda en la explosiva «fiesta» del 3 de Mayo.
Peregrinos y promesantes de toda Mendoza, leemos mensajes que
vienen de San Rafael, Alvear, San Martín, Bowen, San Carlos, La Paz,
Tunuyán, Maipú, entre las numerosas localidades de la provincia cuyana.
Placas grabadas en Los Jagüeles, Cañada Verde, Río Cuarto, de
Córdoba.
Otras de Junín, Rawson, Los Olmos, de la provincia de Buenos Aires.
De las provincia de Santa Fe, Neuquén, Río Negro.
Hay una escrita en entendible carioca que viene de san Pablo, Brasil.
Otra de Madrid, España.
Una villa de un centenar de habitantes se convierte en un santuario del
mundo, sin propagandas, sin televisión, sólo por la Fe enorme de un pueblo, el
pueblo del Cristo de la Quebrada.
LA INJUSTICIA
Cuenta la tradición oral: “En la década del treinta, aproximadamente en
el año 1934, en una de tantas estancias de la Provincia de Buenos Aires, vivía
un estanciero de edad madura, quien realizaba personalmente todas las tareas
del campo, su única compañía era un capataz que la mayoría de las veces
hacía más de mayordomo que de trabajador de campo, eran dos hombres que
se tenían gran respeto y mutua confianza.
Los unía el amor al campo, la soledad y el respeto que se habían
ganado demostrándose seriedad, humanidad y el simple hecho de haber
pasado juntos momentos difíciles y también de alegría.
La estancia era poco visitada, salvo por algunos parientes de ésos a los
que les gusta poco el campo y mucho el dinero y las comodidades que éste
produce.
Los vecinos se llegaban muy de vez en cuando y con aviso previo, por
los temibles perros del estanciero, perros demasiados celosos.
Una mañana como cualquiera el mayordomo golpea a la puerta de la
pieza, para despertar a su patrón con un mate caliente, y no hay repuesta.
Insiste y nada, así hasta que se decide a entrar, lo hace y se enfrenta con un
cuadro escalofriante. Su jefe yacía bañado en sangre en la cama.
Evidentemente, durante la noche –apenas unas horas antes- alguien lo
había matado a puñaladas, tantas como para asegurarse muy bien que nuca
más transitara el mundo de los vivos.
La policía se hace cargo de la situación, resultando el único sospechoso
el propio capataz.
Las pruebas se acumulan en su contra de manera abrumadora. ¿Cómo
no ladraron los perros? ¿Quién era el único que podía entrar a la casa sin
sospechas, ni ruidos? ¿Quién conocía las costumbres del patrón? ¿Quién tenía
cierta destreza en el manejo del cuchillo?
Los móviles podían ser muchos, hasta un enojo o una discusión podían
ser argumentos.
De nada valieron las una y mil explicaciones y juramentos de inocencia,
lo cierto que la justicia condenó al trabajador a cadena perpetua, declarándolo
culpable de homicidio calificado, realizado con alevosía y traición.
Ya en la cárcel, tal vez porque otro preso lo dijo, tal vez un carcelero que
tuvo compasión de este hombre, o porque en esas noches de silencio y de
mates en algún diálogo con su malogrado patrón, este mismo se lo contara, lo
cierto que nuestro infortunado mayordomo invoca al Cristo de la Quebrada de
San Luis.
Le hace una promesa para que se lo reivindique, y también para que se
haga justicia con el verdadero asesino, así su amigo descansaría en paz.
Lleno de fe y de esperanza, pide hablar con su abogado, fueron horas
las que necesitó para persuadirlo de su inocencia, rogó, imploró y hasta lloró,
para que el especialista se tomara el trabajo de retomar el caso que, aun si
fuera inocente, era un caso perdido.
El abogado volvió una y mil veces al lugar del crimen, dialogó con los
vecinos, visitó el pueblo cercano, tejió conjeturas que iban desde un imposible
suicidio hasta comenzar a sospechar de otras personas, revisó con espíritu
crítico el expediente, y al final, sobre unas huellas de sangre que estaban sobre
el picaporte en la puerta de la pieza del crimen y sobre las que nunca se
hicieron pericias, por considerarlo innecesario, comenzó a ver una luz. La
pericia incluso se realizó y las huellas no coincidían con las del condenado, las
sospechas recayeron sobre un sobrino del estanciero que era uno de los
beneficiados por la herencia.
Detienen al sobrino y éste después de interrogatorios, donde cae en
serias contradicciones, termina confesando el crimen.
El sobrino infiel había llegado en auto hasta muy cerca de la estancia,
caminó hasta la casa, que conocía de memoria, le llevó carne a los perros
sobre los que tenía algún manejo, con sigilo llegó hasta la habitación y apuñaló
al dueño de la fortuna que él ambicionaba.
El abogado logró la revisión del juicio, el sobrino fue condenado y el
capataz logró la libertad.
Salió de la cárcel y se vino, sin esperar un minuto a San Luis, cuentan
que se dirigió a la Policía de la Provincia, cuya central quedaba en ese
entonces en las calles 25 de Mayo y Rivadavia, y pidió que le colocaran, con
habilidad policial, unos grillos que él mismo traía para encadenarse los pies.
Con los grillos puestos, para mostrar –con orgullo- de la condición
miserable que había emergido, comenzó a cumplir su promesa al Señor de la
Quebrada.
Por el Camino del Alto, que por momentos era una huella, caminó los
más de treinta kilómetros hasta la Villa de la Quebrada.
Relata la tradición oral que la gente, enterada de semejante milagro y
tamaña promesa, acudía al lugar a alentar al caminante.
Cuentan que tardó cerca de una semana en llegar, muchos le pidieron,
durante el trayecto, que diera por cumplida la promesa, dolidos tal vez por los
miembros ensangrentados que por efecto de los grillos tenía el promesante.
Con cordialidad y dulzura dijo una docena de veces que no.
Así llegó hasta el Cristo de la Quebrada a agradecer el milagro y cumplir
su promesa”.
De esto se habló durante años en San Luis. Aún hoy se lo recuerda.
Nosotros rescatamos este testimonio de la tradición oral, no sabemos
los nombres de los protagonistas, ni las fechas con certeza, tampoco
conocemos el lugar a donde se produjo el crimen.
Tal vez porque San Luis sólo vio un rostro feliz por saber que se había
hecho justicia, sólo vio un caminante engrillado y con los pies ensangrentados,
con el paso lento dirigido al Santo de la Quebrada.
Sólo eso.
EL GRAN PREMIO DE TURISMO CARRETERA
El automovilismo fue un deporte que adquirió un auge extraordinario,
allá por las décadas del cuarenta y el cincuenta.
La fiesta mayor, la competencia de mayor prestigio y jerarquía era el
Gran Premio de Turismo Carretera, que unía el país con la destreza, pericia y
velocidad de grandes ídolos del automovilismo.
A principios de la década del 50 el nombre de Juan Manuel Fangio tenía
resonancia universal.
En Argentina los hermanos Juan y Oscar Gálvez, Froilán González,
Menditeguy Alzaga, los Hnos. Emiliozzi, Marcos Ciani, ocuparon las páginas de
los diarios de todo el país durante la década.
La Argentina para ese entonces era muy respetada en el mundo
deportivo por los triunfos que alcanzaba en numerosos deportes,
especialmente en automovilismo a través del quíntuple campeón mundial Juan
Manuel Fangio.
Los corredores conocían todas las innovaciones y adelantos de lo más
avanzado del mundo.
Esto también sucedía en el Turismo Carretera, que si bien era un gran
premio de corredores argentinos, era el trampolín a la gloria, el peldaño
obligado para llegar a la Fórmula Internacional.
En el Gran Premio de 1952, el gran candidato de la prensa porteña era
Juan Gálvez, el famoso corredor estaba pasando por unos de los mejores
momentos de su espectacular carrera deportiva, además sus vinculaciones con
el mundo le permitían contar con el auto mejor preparado de la Argentina, ni
qué decir de los «sponsors» y del apoyo del periodismo deportivo.
Juan Gálvez era además un ídolo popular que atraía multitudes que sólo
querían verlo pasar a la velocidad del viento, aunque fuera un segundo, eso
daba motivos a conversaciones, en que muchas veces se exageraba, sobre la
vivencia que había tenido el dueño del relato.
Ese año 1952 estaba hecho para Juan Gálvez.
El automovilista puntano Rosendo Hernández, sin duda un brillante
corredor, estaba lejos de tener en ese momento la gloria, el apoyo y el prestigio
de Juan Gálvez.
De ahí que su participación en el Gran Premio de Turismo Carretera
versión 1952, era esperada con la resignación de estar entre los primeros.
Todos pensaban así menos el propio Rosendo Hernández.
Aunque Gálvez era el favorito, Rosendo desbordaba fe y optimismo.
No tenía los grandes «sponsors» para materializar sus sueños, pero
tenía a sus amigos y a Don Víctor Endeiza para ayudarlo.
No tenía los vínculos internacionales para producir las innovaciones de
avanzada, pero conocía las rutas como el mejor, para saber cómo aguantaría
el auto.
No contaba con la vidriera de la prensa nacional, pero le bastaba con el
cariño que recibía de los puntanos que lo habían convertido en ídolo local.
Todo San Luis estaba pendiente de Rosendo.
El Gran Premio tenía tres etapas, Buenos Aires-Mendoza, MendozaCatamarca, y finalmente Catamarca-Buenos Aires, la llegada era en el
autódromo de Buenos Aires.
Unos dos días antes cada corredor hacía una largada simbólica desde
su ciudad para marchar a Buenos Aires.
Esta largada simbólica concentró en San Luis a todos los aficionados a
este deporte, que se reunieron en la plaza Pringles para desearle suerte al gran
corredor local.
Rosendo llegó a la plaza y entre innumerables muestras de afecto hizo
una promesa gigante, esa tarde de sol dijo: «Si gano el Gran Premio le llevaré
el auto ganador al Cristo de la Quebrada».
Todos los presentes fueron testigos, más de uno habrá sumado sus
ruegos al Milagroso Señor de la Quebrada.
La carrera fue una de las más espectaculares que se recuerde, San Luis
la vivió como propia, hora a hora, era el comentario obligado de toda reunión
donde hubiera más de uno.
En la primera etapa Rosendo sale segundo, detrás de Petrini, en la
segunda etapa Juan Gálvez hace valer sus títulos y la gana de punta a punta,
en Catamarca, antes de largar la tercera etapa, primero Gálvez, a dos minutos
cuarenta y ocho segundos de Rosendo Hernández.
En la tercera y última largan primero Gálvez y a los dos minutos
Rosendo, como a la mitad de la etapa Hernández alcanza la punta, lo que le da
la convicción de haber descontado ya sin duda dos minutos al puntero. Estaba
a 48 segundos del sueño imposible.
Rosendo llega puntero al autódromo «17 de Octubre» de la ciudad de
Buenos Aires, el público lo recibe con aclamación y respeto, pero todos
esperan que llegue Gálvez en forma inmediata y se quede con el título, Juan
Gálvez llega un minuto diecinueve segundos dos quintos después, sumados a
los dos minutos que había descontado Rosendo, el ganador era el puntano por
31 segundos 2/5.
Rosendo Hernández había alcanzado la gloria, logró el título
automovilístico más importante para San Luis en toda su historia, la fama y
Hernández eran una sola cosa.
Fue una leyenda la entrada gloriosa de Rosendo Hernández a San Luis.
¡Cuántas veces durante esas tres jornadas, Hernández invocó al Cristo!
¡Cuántas cosas le salieron demasiado bien, y cuántas cosas no le
sucedieron para lograr el título!
Sólo el gran corredor lo sabía.
Rosendo siempre reconoció que el Gran Premio fue logrado con la
«ayuda» del Santo de la Quebrada.
También en vida reconoció muchas veces, como gran error de su vida,
no haberle llevado el auto prometido al Cristo de la Quebrada.
Después de la gloria, jamás pudo largar otra carrera.
EL MILAGRO MAS GRANDE DEL MUNDO
A unos treinta y ocho kilómetros de la ciudad de San Luis, camino a
Nogolí, a su vera y en los valles donde se asientan sus serranías, se levanta la
población de la Quebrada, lugar donde se encuentra el Cristo, donde comienza
la leyenda y el misterio de una fiesta tradicional que como se sabe comienza el
1º de mayo y culmina el día 3.
Se da inicio a las celebraciones con una procesión a pie desde la ciudad
de San Luis, cubriendo esos treinta y ocho kilómetros, donde los caminantes
dan fe de las gracias y milagros recibidos del Señor de la Quebrada. Basta
mirar la devoción con que los peregrinos se mueven en la noche, sin tener en
cuenta lo agresivo del camino y las bajas temperaturas que hacen que la
promesa a cumplir se vuelva realmente un sacrificio, para vivenciar en toda su
magnitud la fe y el agradecimiento de estos promesantes que cumplen en
silencio. Un silencio alegre, que se interrumpe con los sonidos de las emisoras
locales que acompañan, dando fuerza a lo largo de la noche, en pos del
encuentro con la imagen, para dejar saldada esa deuda del espíritu por la
gracia recibida del Señor de la Quebrada; más querido aún, porque sufrió la
terrible afrenta de «haber estado preso, tal como dicen algunos lugareños,
cuando ocurrieron ciertos diferendos casi contemporáneos, que culminaron con
un todavía no olvidado proceso».
«A veces la Villa apenas puede dar cabida a tantos seres en busca del
amor divino y la comprensión infinita del Señor de la Quebrada, erigido en juez
de la dicha, el amor, la salud y la riqueza en cada uno de los que llegan a El».
Muchos son los testimonios de las gracias acordadas, pero no es tarea
fácil entrar en la intimidad del promesante para develar, a través del relato, lo
que lleva dentro de su corazón como su más codiciado tesoro.
Estos relatos de trasmisión oral, surgen a través de la investigación para
hallar testimonios de aquéllos que, de una forma u otra, recibieron la gracia del
Señor de la Quebrada.
Doña Blanca nos decía que su cuñada Rita había sido agraciada por el
Cristo con un milagro ocurrido en Mendoza. La noche clara y calurosa se
prestaba para el diálogo y esto fue lo que oímos:
«Rita esa mañana se había despertado a las 6, como era su costumbre.
Con desgano había dejado la cama, no tenía ganas de hacer nada, su pequeña
finca, desde que murió Julio, su marido, había quedado reducida a las pocas
viñas, que para mayor desgracia ya llevaban dos años atacadas por la
peronóspera. Eso significaba no poder vender las uvas, lo cual traería otro año
más de pobreza. La tristeza la invadía, los niños que ya se habían despertado
la trajeron a la realidad, había que mandarlos a la escuela y si la cosa no
mejoraba éste sería el último año que podría cumplir con su educación.
Después del ritual del desayuno, mate cocido y pan, despacho los niños y
volvió a quedar sola. No sabía qué hacer, comenzó a caminar entre las viñas, a
esa hora el sol era abrasador y el viento caliente colaboraba para que el calor
se hiciera insoportable. Las palabras de don Jacinto sonaban todavía en los
oídos de Rita:
-«Mire Doña, usted sabrá disculpar, pero así las uvas son imposibles de
comprar, no sirven para nada».
Rita miró de reojo las viñas y vio que los gusanos parecían más gordos y
grandes que nunca, se tapó la cara y comenzó a llorar, pero a la vez pensó que
no podía desesperarse, suspiró, tomó fuerza y emprendió el regreso a su casa,
fue en ese momento que recordó el sueño que había tenido la noche anterior.
El hombre había aparecido frente a ella y lo tenía tan claro como si lo estuviera
viendo, recordó que la había tomado de la mano y con una voz muy dulce le
dijo:
-«Cruzando la franja lo encontrarás».
Cosa rara la de los sueños, buscó la bolsa y las pocas monedas que le
quedaban y partió a comprar las cosas para el almuerzo. El ruido de los
camiones y los autos, la asustaron. «Lo único que falta es que me pise un
camión», pensó.
Cuando se disponía a cruzar la ruta, algo que brillaba la distrajo, se
adelantó rápidamente y recogió lo que resultó ser una placa en cuya inscripción
se leía: «Gracias Señor por los favores recibidos». Cuando volvió a su casa,
buscó un clavo y fijó la placa en la puerta de su casa, alguien la había perdido y
ella no la iba a tirar. Rita esa noche se durmió con el mismo pensamiento, sus
hijos y las uvas.
Se despertó sobresaltada, eran las 9 de la mañana, nunca había
dormido tanto. Saltó de la cama, tenía que mandar los niños a la escuela, al
abrir la puerta del patio no podía creer lo que estaba viendo, la sorpresa la
paralizó. El piso estaba sembrado de gusanos muertos y la brisa tibia del
verano mendocino movía las uvas, limpias de peronóspera, libres de gusanos.
Rita mandó a llamar a Don Jacinto que entre incrédulo y sonriente,
mirando la placa clavada en la puerta le dijo: «-Y bueno Doña va a tener que ir
a San Luis y agradecerle al Cristo de la Quebrada, sólo un milagro puede
producir esto».
Hoy en la Villa hay dos placas, una dice: «Gracias Señor, por los favores
recibidos» y otra más abajo «Gracias por salvar mis uvas. Rita. Mendoza
1961».
No es sólo el milagro lo que acerca a la gente a la Villa de la Quebrada
sino también la búsqueda de la paz del espíritu. Eso fue lo que descubrí,
caminando por sus calles y hablando con su gente. Sentado en la plaza, frente
a la iglesia, encontré personas con una gran fe que no eran promesantes,
simplemente los atraía esa paz, que únicamente allí se puede encontrar.
Tras largos silencios de meditación fue que Jorge me contó esta
historia… nunca pude saber si no había sido él su protagonista.
«Acá solían venir dos hermanos –me dijo- no eran de San Luis, eran de
Buenos Aires. El más chico estaba enfermo de cáncer y, fíjese qué ironía, era
el más alegre de los dos. Ellos tenían mucho dinero y habían recurrido a los
mejores especialistas del país, las respuestas eran coincidentes: «Muy poco
tiempo de vida». Después de eso comenzaron las promesas y así llegaron a la
Villa. Parece –me dijo- que cuando la ciencia no alcanza nos acordamos de
Dios. A veces los veía, otras no, siempre caminando, reían, el que estaba
enfermo era el más alegre –repitió-, entraban a la iglesia, rezaban y después se
iban».
El silencio se hizo presente y lo respeté, Jorge miraba hacia la iglesia y a
veces se sonreía, mi curiosidad pudo más y antes de darme cuenta mi
pregunta apareció de golpe.
« ¿Qué pasó?»
«Lo previsto –susurró- ese joven alegre murió. Al otro hermano lo
encontré al tiempo, era un día gris, nublado, venía caminando por el medio de
la calle, muy serio y callado, lo dejé pasar porque ni siquiera me vió, pero lo
llamé, no sabía si me iba a reconocer, se dio vuelta, sonrió, apuró el paso hacia
mí y me abrazó».
«Me contó que su hermano ya había muerto, simplemente eso me dijo,
no le pregunté nada, tenía temor que me hablara mal del Cristo. Caminamos
largo rato, casi sin hablarnos, cuando quisimos ver nos encontramos los dos en
la iglesia, rezando, él por lo bajo me comentó que nunca dejaría de venir
porque si bien su hermano había muerto, lo había echo sonriente y sin ningún
dolor. La gracia de Dios había sido que este Cristo lo había ayudado a pasar el
umbral de la muerte».
«Lo miré y las lágrimas de sus ojos no me hablaron de dolor, sino de
resignación cristiana ante la voluntad de Dios».
La presencia de Dios es permanente en este paraje, y más aún si uno
camina por su Vía Crucis y ve la devoción con que los peregrinos se entregan a
los rezos.
La creencia popular, a través de sus relatos, también me habla de que
«si uno no cumple, el Cristo lo castiga».
Bajando el Vía Crucis un promesante me decía que no podía entender
porqué había gente tan dura y entre enojado y sorprendido me comentó que «A
Juan, un amigo de la cuidad de San Luis, se le enfermó el hijo de gravedad.
¿Sabe qué le pasó?, se le perforó el esófago. Los médicos le dieron muy pocos
días de vida, acá y en Buenos Aires también, entonces yo agarré y le hice una
promesa al Cristo de traerlo a pie al Juan, porque él no es muy creyente, el hijo
se salvó, después de siete meses volvió a comer por la boca, él no ha venido,
no está muy convencido y eso que en Buenos Aires los médicos le dijeron que
sólo un milagro podía salvarlo. Pero este año no se me escapa y lo traigo».
Pensé en Juan, sin conocerlo, y me reproché a mí mismo, qué raros
somos los humanos y cómo actuamos frente a situaciones límites y cuando
salimos de ellas, nos olvidamos no sólo de las promesas sino también de los
errores cometidos, aquello que juramos no cometer nunca más.
Había logrado sentarme en una de las pocas mesas desocupadas del
“comedor”, mirando atentamente todo lo que pasaba a mi alrededor, el mozo
me sorprendió, poniendo delante mío una cazuela humeante, hacía tanto
tiempo que no saboreaba este plato típico que me apresuré a comer. Fue en
ese instante que recordé las palabras del poeta Antonio Esteban Agüero al
decir de la mazamorra «Cuando la comes sientes que el pueblo te acompaña»,
y yo sentí esa sensación, porque comprendí que no sólo era lo religioso lo que
envolvía este lugar, sino también sus creencias populares, sus comidas típicas
y sus cantos regionales.
Luego de un largo rato de estar sentado, logré que el mozo accediera a
mi pedido y me contara, rápidamente, algo que a él lo admirara:
«Acá pasan cosas todo el año no sólo para la fiesta, el caso del hombre
del ramo blanco, es un señor –sabe- que todos los meses se baja del colectivo
con un gran ramo de flores blancas, las deja en el altar, reza y se vuelve en el
mismo colectivo, pero no hay que averiguar más, hay que creer no más».
Me había quedado una sensación de estar indagando la intimidad de los
promesantes y eso no me hacía sentir bien, pero lo que más grabado me
quedo de aquella noche fue lo que me dijo un parroquiano que se había
acercado a la mesa invitado por el mozo para «tomar un vino», como él decía:
«Usted y yo somos distintos», me dijo, a lo que pregunté sorprendido: «
¿En qué nos diferenciamos?».
«En la forma de ver la Villa». A la Villa no hay que mirarla, amigo, hay
que sentirla, cuando usted sea abuelo quizás les cuente a sus nietos que
estuvo aquí y comió esta cazuela, pero habrá olvidado su sabor, yo no.
Así es la Villa de la Quebrada, con ese halo de misterio que la cubre,
donde se mezcla el milagro de Tomás Alcaraz y la leyenda misma.
Basta con recorrer sus calles, su Vía Crucis, su iglesia, con leer las
placas que se multiplican en el agradecimiento, para sentir que la paz lo
envuelve y es posible el encuentro con uno mismo.
Si usted se para en lo alto y mira hacía el valle, donde se confunden en
el horizonte el rosa con el celeste del cielo, sentirá que un silencio inmenso lo
invade, pero… preste atención… y percibirá un rumor de rezos, voces,
canciones, llantos y risas, sonidos que salen de la tierra misma y se
transforman en un murmullo agradable que crece junto al sonido del viento,
dando respuestas a tantos miles de peregrinos que han pasado por el lugar.
Porque esta imagen Milagrosa del Cristo de la Quebrada que atrae a
tantos fieles lo transforma en sí mismo en el único milagro, el de ser uno de los
milagros más grandes del mundo.
ENTRE MILAGROS Y LEYENDAS
SOBRE UN POEMA DE ARSENIO CAVILLA SINCLAIR
En nuestro trabajo de investigación, y con la intención de recoger de la
voz popular noticias sobre los milagros del Cristo de la Quebrada, hemos
hallado un hilo que conduce a confundir, por su similitud, en cuanto a la
identidad del milagro, aunque con diversos protagonistas ubicados en tiempos
y lugares separados, historias que tienen un común denominador y que, aun
existiendo un desenlace en apariencia distinto, en lo medular desemboca en
una entrega que, aunque cruenta, raya en lo sublime y al mismo tiempo los
iguala. El denominador común de estas historias a que hacemos referencia es
la figura del hijo enfermo, padeciendo desde simples dolencias en general
sobredimensionadas por el amor filial, hasta verdaderas y dramáticas
afecciones que van desde la ceguera, parálisis u otras de igual y dolorosa
importancia. En cuanto al desenlace, hemos escuchado y visto hechos y
actitudes que nos reafirman en la creencia de que el hombre en los momentos
de gran dificultad, encuentra, por medio de la fe, el camino más directo para ir a
buscar en la fuente verdadera la única justicia y están dispuestos, a cambio, a
llegar hasta el límite casi irracionales.
Hemos presenciado, decíamos, el arribo a la Villa de peregrinos con los
pies descalzos y llagados, hemos visto trepar la escarpa del calvario a hombres
y mujeres andando sobre sus rodillas y dejando tras de sí la huella de su
sangre, los hemos vistos arrastrándose en una actitud de entrega y sumisión,
los hemos visto en fin, «pagar promesas» en las formas más insólitas, pero
todos, inmersos en un estado de honda y dramática religiosidad que emociona
y conmueve hasta los espíritus más fuertes.
No sabemos decir, porque no existe documentación escrita ni
referencias claras, si la obra del poeta Sinclair se apoya en un hecho
determinado y concreto, o si en base a dichos y relatos por él recogidos, de
protagonistas o terceros, en esa intrincada pero a la vez sutil y libre transmisión
oral del suceso religioso, de unos o de varios elaboró en forma de poema lo
que vamos a transcribir.
Antes queremos resaltar y señalar tres cosas que creemos importantes:
el hecho de que un poeta nacido lejos de nuestro contexto geográfico, porque
no es puntano, se haya interesado por el Cristo de la Quebrada. Esto nos
certifica que aunque regional, el suceso religioso tiene alcances universales.
Segundo, que el poema transcriba con casi total claridad las instancias totales
que van desde el pedido de gracia, la promesa, el milagro concedido y el
cumplimiento del pacto, todo esto en el marco de una poética profunda y plena
de imágenes intensas y conmovedoras, y, por último, el contenido de los
versos, que seguramente merecen la realización de un trabajo de mucha más
profundidad que el que aquí podemos efectuar:
«Y a juersa ‘e mirar siempre pa’ abajo
no creiba en más poder que el de mis manos».
...la instancia crucial; absoluta, medular, total, a la que el hombre es
empujado para que contemple su finitud, su pequeñez, su fragilidad.
PO’ EL BOTIJA
Señor de la Quebrada, Santo Padre,
por tu poder bendito, te lo pide una madre
que está viendo boquiar a su angelito
y te ofrece pa’ que le deis vida
hacer estas tres leguas de rodiya
trayendo hasta tu imagen a su hijito.
-¡Oh, Ruperto!, también con esa cara
qué demontre ‘e coraje vas a darme,
si hasta veo la rastriyada de una lágrima
que lo mesmito que si juera un sable
te va marcando un rumbo en la quijada…
¡Paráte! ¡Se movió! ¡Abrió los ojos!
¿Será cierto o estoy alucinada?
¡No! ¡Si me mira! ¡Si nos mira, viejo!
¡Arrodiyáte!, por favor, Ruperto,
y promesale al Cristo ‘e la Quebrada!
Yo soy crudo, Señor,
como las piedras ‘e los cerros puntanos,
y a juersa ‘e mirar siempre p’ abajo
no he créido en más poder qu’ el de mis manos
Pero si Vos me hacés este milagro
de salvarme al botija, yo te ofresco,
a mi ves, la majadita de veinte cabras blancas,
mi saino bragao, también la mula,
y hasta tengo demás la mano surda
si mi pobre jortuna no te alcansa.
Y el muchacho sanó,
mas la serrana,
después de la promesa realisada,
ya no volvió a incorporarse nunca,
y por los altiplanos de la puna
vaga el rebaño de las cabras blancas
junto al saino bragao
y a la baqueana,
y como rara flor de la montaña
extraña a los cardones y a las tunas,
los cinco dedos de una mano surda
quedaron junto al Cristo ‘e la Quebrada…
LA MAJADA DEL CRISTO
No importa el nombre. Ya no me acuerdo si conocí a uno o más. Sí sé
que son muchos los que siguen pagando promesa y que están desparramados
por distintos parajes a lo ancho y a lo largo de los campos del Señor.
Del que guardo más memoria, aunque no recuerde el nombre, vivía del
Zampal adentro, casi en el linde con las salinas que llegan hasta La Rioja. El
Cristo le había sanado, hacía ya mucho tiempo, a un hermano. Se cayó del
caballo y como por tres años no pudo caminar. Una mañana, en un desplayado
que estaba pasando unos bañados medios peligrosos por lo tupido y a veces
habitados por jabalíes, cuando iba para el explote, hacha en mano, se le
ocurrió cortar de un par de golpes unas varillas de «lata». Las puso en el suelo
en forma de cruz y le pidió por su hermano al Cristo de la Quebrada. También
le dijo que lo disculpara porque se lo pedía ahí, en ese lugar, en vez de llegarse
hasta el calvario, pero él tenía que hachar todos los días para dar de comer a
su mujer y sus hijos y el tiempo se le quedaba corto.
Además, él sabía, que a los pobres los escuchaba en cualquier lugar.
No sé en qué tiempo, pero el hombre se sanó. Desde entonces, cada
tres de mayo, dejan en el mismo lugar donde puso la cruz de «lata», a eso de
la oración, un macho cabrío y una hembra.
Dicen que después de la fiesta del santo, cuando termina la novena, un
ángel pasa y se los lleva para aumentar la majada del Señor. También se
cuenta que en las épocas de sequía, cuando el pasto escasea y las cabras se
diezman, de esa majada, el Señor reparte y sin que nadie se dé cuenta,
aumenta la majada de los pobres.
LA FLOR COLORADA
No se puede precisar el lugar porque la información llega a través de
relatos de por lo menos tercera generación. El nombre más antiguo que
tenemos es el de Doña Baudilia Bustos, que supo vivir hasta más o menos la
década del ’50, en la calle Constitución entre Belgrano y Ayacucho. Ella relató y
tampoco sabemos si fue testigo presencial o, recogió a su vez la información
de terceros, sobre el milagro de la flor colorada.
Hemos tratado de reconstruir y rescatar, apelando a la memoria de
quienes la conocieron, estos datos: …Aparentemente, en un paraje que estaría
ubicado entre La Puerta y Paso del Rey, por el camino que sale, dirigiéndose
más o menos hacia el oeste, al río Cañada Honda. En ese lugar, llamado
presumiblemente La Invernadita, vivía Salustiano Almirón o Albirón, en
compañía de su mujer y sus hijos. La casa, como casi todas las casas de la
zona, era de pirca, adobes y techo de pajas. Una majada, unas mulas, algunos
caballos y otras tantas vacas componían todo el capital de la familia.
Regularmente, y sobre todo en época de invierno, a medida que la pastura de
los lugares cercanos se iba reduciendo, el hombre debía alejarse un poco más
en el seguimiento de la majada y las vacas que andaban en busca de «algo ‘e
pasto». Un día, después de un repecho, tras cruzar el arrollo del tigre, a la
vuelta de la senda divisó en un pencal algo insólito: a pesar de ser julio, pleno
invierno, había una penca florecida y «a más» en lugar de blanca era colorada.
La miró, se quedó medio «almirao» pero después siguió de largo porque tenía
que dar una «güelta a los animales». A la noche cuando volvió, se encontró
con que unos de los niños estaba tiritando de fiebre y con «los ojos dao güelta
pa’ tras». La Luisa le había «dao unos teses», «lo había africao con infundia» y
lo estaba cuidando al lado de la cama. Se quedó con ella hasta que amaneció,
pero el niño seguía igual. Médico no había, ni tampoco era de llevarlo a otro
lado porque el frío y la distancia podrían matarlo.
No quedaba nada más que esperar. Una vecina les dijo lo del Santo de
la Quebrada.
«Había sanao a varios que le prometieron ir después a rezarle». La
Luisa prendió una vela, rezó y le pidió al Santo por su hijo. Como a la tardecita,
cuando casi no quedaba luz, la fiebre comenzó a bajar, los ojos se le
enderezaron y ya respiraba más tranquilo. Al otro día estaba sano.
Los días fueron pasando y el olvido se fue ganando un lugar en la
memoria de la Luisa y el Salustiano. Hasta que a mitad de la primavera volvió a
pasar a la güelta del repecho y en el pencal había otra vez una flor colorada.
Se volvió pa’ las casas de un galope y la Luisa asustada, le mostró al que
había estado enfermo, sin fiebre, pero con una mancha colorada que le tapaba
casi todo el cachete. Y no era ni picadura ni golpe. Era una mancha, nomás,
que no se le quitaba con nada.
Apenas amaneció, el Salustiano ensilló la mula, metió en la alforja unos
charquis y una torta y se largó pal lao de la Cañada Honda, torció con rumbo a
Carolina, bajó por San Francisco y rumbeando pal lao del sur llegó hasta la
Quebrada. Como tres días fueron «a puro tranco ‘e mula». Se llegó hasta el
calvario, se hincó frente al Santo y se quedó callao y llorando porque no sabía
rezar. Después, cabizbajo y avergonzado, se «golvió pa’ las casas». Otros tres
días de mula por las sierras.
Cuando llegó, el niño ya estaba bueno otra vez. Se tomó unos mates,
volvió a montar y se fue para el lado del arroyo. Remontó el repecho y apenas
dio vuelta por la senda, vio el pencal totalmente florecido pero nada más que
de flores blancas. De la flor colorada… ni rastros.
LAS LEÑAS DEL REFUGIO
Por toda la vecindad se corría la voz de que andaba un «lión cebáo». El
tendal de animales muertos por los alrededores así lo demostraba. No había
mañana en que no apareciera en algún corral, al lado de un cerco o debajo de
un monte, un animal degollado y con muestras claras de que había sido «el
lión».
Las trampas no daban resultado, ni las recorridas con los perros o los
cebos con veneno. Del «lión» se conocía nada más que los rastros que dejaba.
Ni siquiera lo habían visto. Ni una sola vez.
El Ramón sospechaba que allá arriba, en unas cuevas que vio cuando
era un niño, andando con su padre, el «lión» tenía su madriguera. El lo iba a
buscar. El sabía cómo llegar hasta arriba.
Como a la media tarde, se echó la escopeta del 16 al hombro, cuatro
cartuchos en el bolsillo, dejó la tabaquera sobre la mesa, no fuera que se le
diera por fumar y el «lión» lo husmeara de lejos y se fue por la cañada del
molle, buscó arroyo arriba hasta las pircas viejas y empezó a trepar despacio.
Desde el sur se venía una nubazón blanca y espesa. Pinta de nevada tenía. En
el refugio de los pastores se paró como para tomar un resuello, se ajustó de
nuevo la faja, aseguró la vaina y el cuchillo y con la escopeta terciada en la
espalda siguió subiendo. Esta vez buscaba el lado del naciente del cerro. Es un
poco más largo, pero más seguro. Por ahí iba a volver si lo agarraba la noche.
Ya sobre la cima se arrimó a la cueva pero el «lión» no estaba. Rastros
sí. Seguro que andaba cerca. Decidió esperarlo. Se acomodó del lado en que
la sierra caía a pique, como para que no lo sorprendiera por atrás y se quedó
quieto.
Entrada la noche, sobre una piedra grande, medio como salida para un
costado, vio la figura del «lión» recortada sobre el fondo blanquecino de las
nubes. Casi como que se apuró demasiado. Apretó el gatillo. Sintió como un
bramido, manotió el cuchillo pa’ clavarlo cuando entendió que se le venía y en
el mismo momento en que sintió que lo chocaba se fue pa’ tras sierra abajo.
Cuando se despertó, estaba como colgado en algo así como un
espinillo, que seguro había salido en una grieta de la piedra. Quiso moverse,
pero el dolor que sentía en todo el cuerpo hizo que se desmayara de nuevo.
Volvió a despertar y ya no estaba en el mismo lugar. Sentía el calor de un
fuego y creyó darse cuenta de que se hallaba tirado en el piso del refugio.
Volvió a dormirse y sabe que se despertó más veces pero que no vio a nadie al
lado de él.
Después, sintió el ladrido de unos perros y unas voces que se
acercaban. Eran unos pastores que andaban buscando una majada perdida. Lo
ayudaron a bajar. Había restos de nieve.
Cuando llegó a la casa, se enteró por su mujer que había faltado por tres
días. Que después que salió esa tarde, a la noche empezó a nevar y que nadie
pudo ir a buscarlo porque la nevada fue brava y era imposible subir.
Ella le había rezado al Cristo de la Quebrada pidiéndole que lo
protegiera.
Unos días después, ya en plena primavera, volvió a subir. Se asomó por
el lado del corte y vio como a cincuenta metros abajo, el espinillo que lo había
sujetado. Más allá, en el fondo, divisó los restos del «lión» comido por los
caranchos. Cómo salió o quién lo sacó de ese lugar, nunca lo supo. Él, su
mujer y los lugareños se lo atribuyen al Cristo de la Quebrada.
Lo cierto es que todos los tres de mayo van a rezarle en agradecimiento
y que desde entonces en todos los refugios que hay en las sierras del lugar,
siempre hay un montón de leña apilada.
Dicen que los pastores la juntan para que, si hace falta, el Señor prenda
fuego y proteja a quien lo necesita.
«UN CRISTO FUERZA DE DIOS Y SABIDURÍA DE DIOS»
SAN PABLO
REFLEXIONES DEL PADRE LUIS HECTOR PAREDES
«En la Cruz, Dios ha extendido sus brazos para abarcar
todo el orbe de la Tierra»
«Arbol fiel, ningún bosque produjo otro igual en
ramas, flores y frutos»
«Dulces clavos! Dulce árbol donde la vida empieza!
LA CRUZ ARBOL DE LA VIDA
La Sagrada Escritura nos habla del «árbol de la vida» plantado en medio
del Paraíso terrenal del cual fluían ríos de aguas vivas hacia los cuatro puntos
cardinales:
«Dios hizo brotar del suelo toda clase de árbol deleitosos a la vista
y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol
de la ciencia del bien y del mal.» (Gn 2:9)
Los frutos del «árbol de la vida» tenían la virtud de alejar
indefinidamente la muerte y por voluntad de Dios el primer hombre debía comer
de los frutos de este árbol para poseer la vida sin fin y así participar de la vida
del mismo Dios. Pero el hombre, seducido por el Príncipe de la desobediencia
y del amor propio, prefirió comer del fruto prohibido:
«De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la
ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él,
morirás sin remedio». (Gn 2:16- 17)
Y el hombre pasó del reino de la vida al imperio de la muerte y del
pecado:
«Por un solo hombre entró en pecado el mundo» (Rom 6,23),
«salario del pecado es la muerte». (Rom 5,12)
A causa de ello no pudo en adelante extender su mano hacía el árbol de
la vida: «Que no extienda la mano y tome también del árbol de la vida, y
coma él y viva eternamente» (Gen 3,22) y «habiendo expulsado al hombre,
puso delante del jardín de Edén querubines, y la llama de espada vibrante,
para guardar el camino del árbol de la vida». (Gn 3:24)
El hombre buscó en vano por otros camino el árbol de la vida y cuando
más buscó la vida con los medios del poder terreno, tanto más se cernía la
muerte y tanto más profundo se iba haciendo el abismo entre la vida de Dios y
el hombre herido de muerte.
Sólo Dios podía dejar libre el camino hacía el árbol de la vida; sólo El.
Pero antes se debía dar la satisfacción por el pecado. Envía a su Hijo en
«carne semejante a pecado» (Rom 8,3), es decir, en la condición de hombre
mortal, de hombre desterrado del Paraíso.
Y el hombre dio satisfacción por el pecado mediante el Hijo Unico de
Dios, la Justicia de Dios quedó satisfecha; el Hijo de Dios murió por nosotros.
Pero en el camino que lleva al árbol de la vida se levantó otro árbol: el
árbol de la Cruz.
Este árbol es todo vida lo mismo que su predecesor del Paraíso. Por
eso «no habrá ya maldición alguna» (Apoc. 22). Para aquél que entra en
camino de la Cruz, cesa la maldición; para él no hay más que bendición.
El que busca confianza ciega este árbol, con obediencia y entrega,
consigue llegar al país de la vida verdadera, de la del Dios vivo y verdadero,
vida divina, eterna e imperecedera.
El árbol de la Cruz se encuentra ahora como árbol de la vida, que
florece y da frutos y frutos de vida eterna y «al vencedor le daré a comer del
árbol de la vida, que está en el Paraíso de Dios». (Ap 2:7)
LOS FRUTOS DEL ARBOL DE LA CRUZ
Nosotros podemos comer de los frutos del verdadero árbol de la vida;
el mismo Cristo nos los ofrece desde su Cruz:
«De su costado manaron sangre y agua» (Jn 19, 34). «La sangre y el
agua que brotaron del costado traspasado de Jesús crucificado son figuras del
Bautismo y de la Eucaristía, sacramentos de la vida nueva» (CATIC: 1225)
En el momento de gustar el fruto de la regeneración, es decir, de renacer
a la vida de la gracia, fuimos signados con «la impronta de Cristo», fuimos
marcados con la Cruz. Se quería significar que la gracia de la redención, la
gracia de la salvación, Cristo la había adquirido por su cruz. (CATIC 1235)
Y cuando fuimos Bautizados nos preguntaron: ¿Qué pedís a la Iglesia
de Dios?, respondimos: la Vida eterna. Y así volvimos a nacer, comenzamos a
participar de la vida del Dios vivo y verdadero, empezamos a gustar del fruto
del árbol de la vida, del árbol de la Cruz.
Entonces todo nuestro ser recibió la Cruz: la frente lleva la Cruz, para
que sea pura y lúcida delante de Dios; despojada de todo egoísmo.
Sobre nuestra frente debe brillar solamente la Cruz, es decir, debemos
reconocer la primacía de Dios, postergando nuestra persona y todo lo que
pudiera halagarla.
La boca también lleva la Cruz: para no dar rienda suelta a su propia
sabiduría y enorgullecerse de su propia fuerza, para no mentir y disimular, para
poder decir palabras de vida, es decir, palabras y pensamientos que antes ha
dicho Dios al alma y ahora se expresan para gloria de Dios y salvación de los
hombres.
El pecho, sede del corazón, lleva la Cruz: siempre que el corazón, con
toda el alma y toda la fuerza, se entregue a la fe y a la confianza en Dios; así
se convierta en ciudad de Dios.
Dice San Ambrosio: «Considera de dónde eres bautizado, de dónde
viene el Bautismo: de la cruz de Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo
el misterio: El padeció por ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (Cfr.
CATIC 1225)
Y Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado,
instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar
por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz (Cfr.: 1323)
De este modo Cristo es inmolado diariamente en nuestros altares por
nosotros, «para que comamos en el pan lo que estuvo suspendido en la Cruz, y
bebamos el Cáliz lo que manó del costado de Cristo» (Pascasio Radberto,
Epístola de Corpore et Sanguine Christi)
Del árbol de la cruz cuelga el fruto del perdón y la misericordia del
Padre, dice San Irineo: «Por el madero nos hicimos deudores de Dios, ahora
alcancemos por el madero el perdón de nuestras deudas», el perdón de
nuestros pecados.
El pecado es, ante todo, ofensa a Dios, ruptura de la comunión con El; la
conversión implica el perdón de Dios, que es lo que realiza el sacramento de
la Penitencia y de la Reconciliación. (CATIC 1440).
«Cristo instituyó el sacramento de la Penitencia en favor de todos los
miembros pecadores de su Iglesia, ante todo para los que, después del
Bautismo, hayan caído en el pecado grave y así hayan perdido la gracia
bautismal». (CATIC 1446)
Este sacramento es como «la segunda tabla» (de salvación) después del
naufragio que es la pérdida de la gracia, la primera es el Bautismo por el que
volvemos a la vida.
EL ARBOL DE LA CRUZ Y NUESTRA VIDA
Así como el árbol de la vida del Paraíso, así el árbol de la Cruz se
levanta en medio de la Tierra; podemos verla, tomarla sobre nuestras espaldas
todos los días.
Se trata de abrazar todos los días la Cruz; la desobediencia de nuestros
pecados, la vencemos cuando llevamos la cruz todos los días, pero no la cruz
por la cruz, sino por la Cruz de Cristo, por la Cruz que llevamos con Cristo. Por
medio de esta Cruz vencemos la muerte que nos viene por el árbol del Paraíso.
El árbol de la Cruz tiene dos caras: una que mira a este mundo: un palo
seco y sombrío que espanta a muchos y por eso huyen de la Cruz de Cristo:
prefieren arrojarse a los brazos de este mundo. La otra cara de la Cruz es toda
Luz, es la cara que mira a Dios: «Al vencedor le daré a comer del árbol de la
vida, que está en el Paraíso de Dios». (Ap 2:7)
«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su Cruz
de cada día y sígame» (Mt 16, 24). Nos lo dice Cristo otra vez a nosotros, como
al oído, íntimamente: La Cruz de cada día». (José María Escrivá de Balaguer,
Es Cristo que Pasa).
«María, Madre de misericordia, cuida de todos para que no se haga inútil
la cruz de Cristo, para que el hombre no pierda el camino del bien, no pierda la
conciencia del pecado y crezca en la esperanza en Dios, «rico en misericordia»
(Ef. 2,4), para que haga libremente las buenas obras que El les asignó (Cf. Ef.
10) y, de esta manera, toda su vida sea «un himno a su gloria» (Ef. 1,12). (Juan
Pablo II, Encíclica Splendor Veritatis, 120).
Santo Cristo de la Quebrada
¡Ten piedad de nosotros!
*** FIN ***
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