401 RESENAS su unidad o coherencia representativa, y las frases parodiadas aparecen en Colibri a manera de residuos o sobras de una tradici6n literalmente desechada: <Regresaron derrotados al claro, cuando se los trag6 la selva>> (p. 48). Colibri es una pagina en prestamo de la novela de la tierra, pero escrita al rev6s. La <<guerra de escrituras>> proclamada en Colibri no es tanto una batalla frontal, sino un por vencido>. Sarduy ondea la bandera blanca de la pagina para rendirse al texto enemigo -el realismo y el costumbrismo- en el intento de que ese otro escrito invada al vacio, al hueco representativo. En Colibri, la parodia es una capitulaci6n o, lo que es lo mismo, un simulacro. Ejemplo de este mecanismo es el espejo simulador con que se trata el paisaje americano. La exuberancia de la selva transmitida en La vordgine y en Doia Bdrbara la convierte Colibri en la estatica fijeza de una descripci6n figurada, en efecto analogo a La jungla, de Wilfredo Lam. De hecho, Colibri describe una <«naturaleza muerta>, hecha de metaforas y escenarios verbales, que se coloca en lugar del referente la madre naturaleza ideada por Rivera, Gallegos y Carpentier. La sustituci6n pict6rica esta en estricto acuerdo con la l6gica del trompe-l'oeil elaborada en La simulacidn (Caracas: Monte Avila, 1982, p. 42). Totalmente descontextualizado, un cuadro de invierno adorna las paredes del lupanar tropical, cambiando de contenido conforme las del relato. De igual manera, la selva simulada crea la impresi6n de un tr6pico tel6n-de-fondo. Si la violencia de la novelistica de la tierra rebota en los combates sidico-er6ticos de Colibri, de igual manera es palpable el espesor y la humedad de una vegetaci6n desbordada en la textura de las palabras, en la tupida figuraci6n de la frase. Pero en contraste con La vordgine o Doia Bdrbara, se ha perdido la creencia en la imagen pict6rica/ verbal del paisaje: <«,C6mo ha podido creer que ese decorado vacio, sin espesor ni soporte, era la realidad?>> (p. 112). Colibri es el pijaro que vuela fijo; el simbolo de una escritura estatica que s6lo pretende agarrar vuelo. El final de Colibri testimonia ese momento de ingravidez en una iltima lucha. LQuien triunfa? ZQuien gana o pierde? ,El Colibri-pajaro, el perseguido, o el Colibri-macho, el domador de la selva? La (nica respuesta es un eufemismo y una tautologia: acab6 todo lo que corrompe y debilita>> (p. 177), frase acab6 lo que se daba.>> La tautologia, el texto que esconde el cubanismo: circular de Colibri, que <<corrompe y debilita>> los cada vez mds frigiles sustentos de la representaci6n. <<darse <<vivo>>, <<escenas>> <<Se <<Se ADRIANA M1NDEZ RODENAS Universidad Autdnoma de Puebla, Mexico. ISABEL ALLENDE: La casa de los espiritus. Barcelona: Plaza y Janes, 1982. A primera vista, La casa de los espiritus (1982), de la chilena Isabel Allende, muestra algunos puntos de contacto con Cien afios de soledad (1967), del colombiano Gabriel Garcia Marquez. Parece compartir ciertos elementos expresivos y simb6licos con la saga de los Buendia. Aunque la historia se traslada geogrdficamente desde un ambiente rural -la estancia de Las Tres Marias- a uno urbano -la capital de un pais cuyo nombre nunca se nombra, pero que no es dificil identificar con el natal de la autora-, en un constante vaiven a lo largo de sus cerca de cuatrocientas piginas, su eje gira tambien en torno a una familia, los Trueba. Vemos desfilar en la novela las peripecias de Esteban Trueba, un longevo senador 402 RESENAS latifundista, y las de su suegra, Nivea, su mujer, Clara; su hija Blanca y su nieta Alba. Algunos personajes revelan peculiaridades ins6litas, como los habitantes de Macondo. Rosa, la bella, hermana mayor de Clara, perturba a los hombres con una fascinaci6n tan misteriosa como la de Remedios la bella. Alba examina la escritura de los cuadernos de su abuela con el mismo 6xtasis mistico con que varios de los Buendia tratan de descrifrar los pergaminos del gitano Melqufades'. Las lacras sociales y politicas de America Latina son denunciadas con la misma vehemencia que en Cien aios de soledad: por ejemplo, los procesos electorales viciosos (p. 67), la presencia neocolonial de los ferrocarriles extranjeros, antes de origen norteamericano, y aqui ingleses (69; tambi6n 79), etc. A los seis afios, Alba <habia descubierto los libros magicos de los bailes encantados de su legendario tio bisabuelo Marcos>> (239), con una curiosidad comparable a la de los Buendia respecto a las pertenencias de Melquiades. Algunos Trueba parecen heredar el instinto de trotamundos de algunos Buendia, como Nicolas, hermano de Blanca, que <pas6 un afio como pordiosero, recorriendo a pie los caminos de los yogas, a pie por el Himalaya, a pie por Katmand, a pie por el Ganges y a pie por Benars>> (241; vease aqui, ademis, como rasgo estilistico, el empleo tipicamente borgiano de la anifora). habia convertido en una mujer sin edad, que conserLa Nana de los Trueba vaba intacta la fortaleza de su juventud>> (78), mediante una especie de vitalidad sobrenatural semejante a la de Ursula Iguaran y Pilar Ternera. Esta longevidad extraordinaria, que tambien llega a disfrutar el patriarca de la familia Trueba, no estd tampoco lejos de la interminable vejez del protagonista de El otoio del patriarca (1975), de Garcia Marquez. Como el patriarca, el padre de Clara, la primera figura patriarcal que aparece en La casa de los espiritus, tambien padece de hernia (74). A diferencia de Cien ahos de soledad, en la que la t6cnica del mon6logo interior se asoma muy rara vez, El otoio del patriarcadespliega una rica gama de voces, en la que predomina la del protagonista. Como el dictador de Garcia Marquez, Esteban Trueba interrumpe el discurso en tercera persona para dirigirse a su madre («... habia sollozado, madre, por mi , 81). Para reforzar la imagen de autoridad con que Ferula Trueba consigue que se cumplan sus 6rdenes, el punto de vista salta de la primera a la tercera persona sin soluci6n de continuidad, como acontece con la descripci6n de la docilidad con que se satisfacen los deseos del p6ngame esto aqui, se lo ponian; cambien las flores de los patriarca: jarrones, las cambiaban...> (93). Si el patriarca se asombraba de que un indio como Ruben Dario pudiera escribir tan mel6dicos versos, Esteban Trueba se pregunta c6mo un comunista como Neruda puede ser tan buen poeta (342). El empleo de diversos puntos de vista, en ambas novelas, contribuye a intensificar tanto la dialectica social como la ironia del discurso, especialmnente cuando hablan el patriarca o Trueba de ideas tan evidentemente opuestas a las del autor (la primera tenia entonces alredeintervenci6n de Trueba se produce ya en la pagina 25: dor de veinticinco aios... ). Si en El otoio del patriarca aparece una voz colectiva, especialmente al final, que asume el punto de vista de los oprimidos, esa voz esta representada en La casa de los espiritus por el discurso en primera persona de Alba, que se expresa ya en la segunda oraci6n de la novela (9). A pesar de estas semejanzas superficiales, que forman parte de la estrategia de La casa de los espiritus2, confundir a Isabel Allende con Garcia <<se <<exigiendo, <<Yo <<reprobatoria 1 Isabel Allende, La casa de los espiritus (Barcelona: Plaza y Janes, 1984; 12.a ed.), p. 9. La primera edicion es de octubre de 1982. Las demas referencias a este libro se indicaran con el nsmero de la pagina entre parentesis en el texto. (Mexico: Katdn, 1983), 2 Cf. Juan Manuel Marcos, Roa Bastos, precursor del <<post-boom>> RESENAS 403 Marquez consistiria en incurrir en el mismo error que considerar a Cervantes un continuador de las novelas de caballeria. Don Quijote no es una imitaci6n del Amadis, sino su sepulturero par6dico 3. La experiencia hist6rica y la perspectiva generacional de la novelista chilena difieren visiblemente de las del colombiano. Isabel Allende, catorce afios mis joven que Garcia Marquez, tambien ha escrito su novela en el exilio, pero bajo unas condiciones mucho mes desgarradoras. Su obra integra esa riquisima parte del post-boom, producto del desesperado 6xodo conosurefio, al lado de los relatos de su compatriota Antonio Skarmeta, los argentinos Mempo Giardinelli, Osvaldo Soriano y Luisa Valenzuela y el uruguayo Saul Ibargoyen, por citar s61o a unos pocos '. Uno de los mis destacados motivos de Garcia Marquez que Isabel Allende somete a una profunda revisi6n critica y dialectica es la condici6n de la mujer en la sociedad latinoamericana. El colombiano eleva el papel explotado y tradicionalista que ha padecido la mujer latinoamericana a lo largo de un calvario hist6rico agobiado de machismo, discriminaci6n laboral y juridica, hijos ilegitimos y abusos sexuales, poco menos que a la categoria de una apologia de unas supuestas virtudes metafisicas de las amas de casa, como piedras angulares y complacientes del hogar. En La casa de los espiritus, novela dedicada explicitamente a la madre otras extraordinarias mujeres de esta y la abuela de la autora, asi como a historia>>, a Fdrula Trueba le hubiera gustado <<nacer hombre>> (47), para no tener que soportar la sanci6n social de unas costumbres que le impiden, <<por su condici6n de mujer>>, hasta la manifestaci6n de su propio cardcter (45). La campesina Pancha Garcia, violada por el propietario de Las Tres Marias, sufre «la costumbre ancestral de todas las mujeres de su estirpe de bajar la cabeza ante el macho>> (57), en virtud de la cual tambien madre, y antes que su madre su abuela, habian sufrido el mismo destino de perra> (58). Los personajes femeninos de La casea de los espiritus se resignan, a veces, a la tristeza y el silencio, como Clara, pero tambidn se atreven a abortar, como Amanda (214-215), a buscar la felicidad en brazos de compajieros revolucionarios de una inferior clase social, como Blanca con Pedro Tercero y Alba con Miguel, o a lanzarse a la prostituci6n, como Trdnsito Soto. Entre todas ellas, Alba, la mas joven, es la que padece las pruebas mas duras, pero, aunque ignora si el hijo que espera ha sido engendrado por su novio o por uno de los torturadores de la Junta Militar (380), esta destinada a una vida realmente plena, elegida conscientemente por ella misma. Alba lleva por nombre el apellido de la madre de Adela, en La casa de Bernarda Alba, de Garcia Lorca, y como Adela, como la Severina de Ibargoyen, la Aurora de Giardinelli, la Vicky de Skarmeta o la Chiquita de Valenzuela, puede ser interpretada como una heroina, no tanto feminista como antifascista sin ms . La imagen que presenta Isa- <<las <<su <<Yo pp. 63-88, y el Supremo como 'reprobaci6n' del discurso histrico>, en Plural, vol. XII-IV, ndm. 136 (enero 1983), pp. 15-23, para el concepto de <<estrategia reprobatoria>>. 3 Cf. Mikhail M. Bakhtin, The Dialogic Imagination (Austin: University of Texas Press, 1981), pp. 165, 383-386. 4 Cf. Juan Manuel Marcos, <<Garcia Marquez y el arte del reportaje: de Lukacs al postboom> (por aparecer en Inti); <Ibargoyen: escritura en el linde>, en Plural, vol. XII-VIII, num. 140; «Nueva narrativa latinoamericana: una escritura post-borgiana>> (por aparecer en Chasqui); «New Latin-American Fiction (Zepeda, Ibargoyen, Giardinelli) and the Strategy of Popular Voices>, en Studies in the Humanities, vol. 11, ndm. 1 (junio de 1984), y <<Luisa Valenzuela mis ally de la araila de la esquina rosada>>, en Prismal/Cabral, nim. 11 (Otoiio 1983). Tambibn la resefia de Luis Villar sobre La insurreccidn de Skarmeta en Discurso literario, vol. I, nsm. 2 (Otofio 1983), pp. 413-317. 5 Cf. Juan Manulel Marcos, Mitos y sociedad en el teatro de Garcia Lorca: una antropologia podtica (Asunci6n: Universidad Cat6lica, 1982), pp. 131-134, para el concepto de Adela 404 RESENAS bel Allende supera felizmente el estereotipo. Sus mujeres evolucionan de manera natural, sin desligarse psicol6gicamente de su contexto hist6rico. Transito Soto no encuentra otro camino que la prostituci6n al comprender que las mujeres son muy brutas... Necesitan a un hombre para sentirse seguras y no se dan cuenta que lo (inico que hay que temer es a los mismos hombres>> (108). Pero el desarrollo de los conflictos sociales y de las fuerzas gremiales y democraticas permite no s610o a Blanca y a Alba, sino a mujeres mis humildes, como su compafiera de Facultad y de prisi6n, Ana Diaz, a elevarse hacia una mayor lucidez. Esta estudiante, que, como el amigo de Alba, llevaba la insignia del puiio alzado>> (288), ostenta el mismo nombre de uno de los personajes mas significativamente par6dicos de Yo el Supremo (1974), de Augusto Roa Bastos, la novela fundadora del postboom. Aun el tono denunciatorio de las desigualdades sociales, en La casa de los espiritus, no impide a Isabel Allende recordar la situaci6n todavia mas injusta de la mujer, con un dnfasis y una precisi6n ausentes en Garcia Marquez; asi, por ejemplo, se informa que las campesinas de Las Tres Marias carecian de la bonificaci6n de Navidad y de las Fiestas Patrias, que recibian los hombres, aunque trabajaran como ellos igual a igual>> (60). Pero la lucidez critica respecto a la condici6n social de la mujer latinoamericana no es la (inica virtud que distingue a Isabel Allende de su <inspirador> Garcia Marquez. Numerosos simbolos propios del universo narrativo del colombiano aparecen dialecticamente transfigurados. Como el diluvio de Cien ahos de soledad, el terremoto de La casa de los espiritus sacude la prosa de la autora con hiperboles cataclismicas: <<Clara despert6 poco antes con una pesadilla apocaliptica de caballos reventados, vacas arrebatadas por el mar, gente reptando debajo de las piedras...>> (143); sin embargo, esta visi6n de destrucci6n biblica esta dialecticamente complementada con la imagen realista del colegio ingles de la capital, donde diez mil muertos pasaron sin pena ni gloria, mientras ellos seguian cantando en ingl6s y jugado al cricket>> (150). Si los autores del boom mostraban la tendencia de sacralizar ciertos mitos de extracci6n popular no para dotarlos de contenido revolucionario -como habia hecho, por ejemplo, Roa Bastos, con el simbolo del tren en Hijo de hombre (1960)-, sino para integrarlos en su propio discurso culto y elaborado conforme a las pautas del narcisismo pequejioburguds, los autores del postboom se disponen una tarea de remitificaci6n democratica de algunos de esos simbolos, con el objeto de recuperar el referente y emplearlo como parte de un proyecto de practica imaginativa. Asi, el tren fantasmal de Cien aios de soledad, repleto de los cadiveres nocturnos de los obreros asesinados, se transfigura en La casa de los espiritus en el tren alquilado para su campafia electoral por el <nuevo candidato del Partido Socialista, un doctor miope y carismhtico> (296), que no es dificil identificar con Salvador Allende. A diferencia de las obras de Garcia Mar- <<... <<Miguel, <<de <<los como simbolo posindividualista, no-liberal, de la libertad. Adela, como las heroinas del postboom, es una figura lirica, no 6pica. Resulta sugestiva, por ejemplo, la eleccidn del epigrafe para La casa de los espiritus, sacado no del 6pico Canto general (1950) de Neruda, sino de Estravagario (1958), uno de sus poemarios mas liricos y coloquiales. En el poema <<Y cuanto vive?>>, el poeta aparece bebiendo vino y brindando por la fornicaci6n y la vida... con unos enterradores. Como un oximoron visual, digno de Velazquez mas que de Quevedo, el discurso dial6gico del poema subvierte las garantias logocentricas propias de la 6pica culta y las reemplaza -como lo hace La casa de los espiritus- por la desconfianza irracionalista y popular ante lo establecido: el carnaval se re de la realidad no para evadirse de ella, sino para vivirla con menos solemnidad; el texto par6dico del post-boom, fiel a la lecci6n cervantista, no niega la realidad, sino la lectura que las instituciones basadas en la alienaci6n y la represi6n hacen de ella con un objetivo hegem6nico. RESENAS 405 quez, en que las referencias hist6ricas adquieren un espesor vago y abstracto o bien, como en Crdnica de una muerte anunciada (1981), no sefialan sino hechos sensacionalistas e intrascendentes, por La casa de los espiritus, como en Yo el Supremo, desfilan y conviven personajes y situaciones miticas y alucinantes junto con aquellos rigurosamente reales, como Pablo Neruda (209, 250, 284), Allende (309), la disciplinada manifestaci6n popular en apoyo del nuevo gobierno socialista (302), el debate ideol6gico interno dentro de la Unidad Popular (319), la Reforma Agraria y la expropiaci6n de fundos (315), la protesta <de las cacerolas por el desabastecimiento (320), el golpe militar del 11 de septiembre de 1973 y el bombardeo del Palacio de la Moneda (325), el toque de queda (328), la persecuci6n militar de los hombres con barba y pelo largo y las mujeres con pantalones (329), el dictador Pinochet en una capa de emperador..., sus augustos bigotes temblando de vanidad (332), el refugio masivo de asilados en las embajadas, despues del la golpe (334), el surgimiento de una casta militar (336) que relaciona al pais misma categoria de otras tiranias regionales con los intereses neocoloniales (338), etc6tera. El mensaje final de Allende es transcrito textualmente (325), y el entierro de Neruda, descrito con la misma fidelidad con que <los camar6grafos de la televisi6n sueca filmaban para enviar al helado pais de Nobel la visi6n pavorosa de las ametralladoras apostadas a ambos lados de la calle (341). No se debe inferir de esta comparaci6n que Garcia Marquez es un autor reaccionario, incapaz de documentar la realidad latinoamericana con nombres propios; el novelista colombiano lo ha hecho incesantemente a travis de su obra periodistica y en su reciente gui6n cinematogrifico, El secuestro (1984). Algunos de sus personajes, como el inolvidable coronel Aureliano Buendia, poseen mds fuerza poetica y apelaciones altruistas que los de sagas mucho mis realistas como La guerra del fin del mundo (1981), de Mario Vargas Llosa, en que la historia no aparece escamoteada, sino simplemente falsificada desde la perspectiva de un liberalismo vulgar. Lo novedoso en los autores del post-boom, como Isabel Allende, consiste en que los personajes-simbolo y el contexto real latinoamericano se interpenetran dialicticamente, con una permeabilidad mucho mis licida que en el caso de los del boom, siguiendo el ejemplo de pasajes como los de Hijo de hombre, en que el personaje-simbolo Crist6bal Jara sacrifica su vida en el marco real de la guerra del Chaco. Isabel Allende no se limita a tejer en su trama novelistica referentes hist6ricos puros, como la quiebra de las salitreras en las provincias del Norte (122), ni a denunciar hechos como la depredaci6n del patrimonio arqueol6gico latinoamericano (227) a trav6s de la acci6n de un personaje imaginario como Jean de Satigny. La autora chilena aspira a enriquecer su discurso narrativo con las ventajas y el compromiso de la claridad, como su personaje Clara, que, a diferencia de los Buendia, <no era partidaria de repetir los nombres en la familia, porque eso siembra confusi6n en los cuadernos de anotar la vida>> (233). La casa de los espiritus va todavia mas alld. Los mitos y los referentes hist6ricos coexisten, se nutren unos a otros, de manera que los primeros no queden flotando en una nebulosa plat6nica, y los segundos, huerfanos de la apelaci6n emotiva y humanistica de la mejor tradici6n estetica moderna. Asi, JTaime, un m6dico reformista, hermano de Blanca, juega al ajedrez con Allende (319) y lo acompafia con dignidad hasta el umbral de su muerte (325), en la que no tardara en sucederlo (327); Blanca y Pedro Tercero se refugian en la Nunciatura (346) y marchan exiliados al Canada (351), como parte del exodo real de tantos chilenos, incluida la propia autora; Alba es apresada y torturada como tantas mujeres chilenas (352-363; 373-376), mientras su novio, Miguel, no encuentra otra salida que sumarse a la resistencia armada (348). La lucidez de Isabel Allende no se confina <<envuelto <<en 406 RESENAS en la descripci6n de personajes positivos. El viejo oligarca Esteban Trueba, que profesa unos sentimientos antisemitas (245) con la misma pasi6n con que consideraba que la nica funci6n de la mujer es la maternidad (65), y que los latinoamericanos no merecian las instituciones democrticas europeas, sino el garrote (63), sufre la humillaci6n del vejamen a que lo someten los nuevos amos y de arrastrarse hasta Trdnsito Soto para pedirle la libertad de su nieta. El bastardo Esteban Garcia (253-254; 290-291), convertido en carabinero y torturador, tiene oportunidad de saciar en Alba sus resentimientos de clase y hacerle comprender, al final, que es mas revolucionaria la indulgencia que el odio (379-380). El discurso ideol6gico de Isabel Allende se nutre de este modo de la tradici6n humanistica revolucionaria en America Latina, no ajena a los ideales cristianos mas elevados, en la huella de un Marti, un Barrett, un Mariategui, un Roa Bastos o un Camilo Torres. Desde un punto de vista mis semi6tico, se advierte en La casa de los espiritus un afan consciente de degradar par6dicamente los valores que connotan dominaci6n autoritaria o prestigio burgues. Si en Yo el Supremo, los dudosos huesos del dictador van a parar a una caja de fideos, en La casa de los espiritus Ferula Trueba guarda el crineo de Nivea, la fundadora materna de la estirpe, en una sombrerera (114), y la hija de 6sta, Clara, extravia los brillantes que su marido le ha regalado por su boda en una inhallable caja de zapatos (89). El humor adquiere asi la potencia ir6nica y popular del carnaval, no el ademan individualista y cerebral del chiste narcisista borgiano. Una nueva promoci6n de narradores esta demostrando al lector latinoamericano y a la critica internacional que la fidelidad dialectica al referente no empobrece, sino profundiza y enaltece el discurso imaginativo. Con su primera novela, Isabel Allende se ha puesto a la vanguardia de esta comn resurrecci6n dial6gica. JUAN MANUEL MARCOS Oklahoma State University. ERACLIO ZEPEDA: Andando el tiempo. M6xico: Martin Casillas Editores, 1982. Eraclio Zepeda, nacido en Tuxtla Gutierrez, Chiapas, en 1937, es el mejor cuentista mexicano del post-boom. Andando el tiempo, una recopilaci6n de diez cuentos, constituye hasta ahora su testimonio mis maduro y representativo. El lujoso libro (Mexico: Martin Casillas Editores, 1982; 132 paginas), producido bajo el cuidado de Elva Macias y Silvia Molina, con ilustraciones de Antonio Martorell, ha alcanzado un fulminante 6xito de critica y ptblico. Ha obtenido el premio Xavier Villaurrutia 1982, y su primera edici6n se ha agotado en pocos meses. Entre los multiples rasgos que distinguen a la escritura posborgiana en Am&rica Latina -antinarcisismo del compilador, diseminado en las voces colectivas de su comunidad; parodia de la ret6rica oficial o la subliteratura; espontaneidad humoristica; carnavalizaci6n de lo establecido; vertigo barojiano de la prosa; ticnica metonimica de 6ptica cinematografica; desd6n por la orfebreria verbal y la arquitectura neobarroca; texto como espacio ut6pico; restauraci6n del referente, etc.-, Zepeda es el gran maestro de dos aspectos especificos: la recreaci6n de la tradici6n oral, en la huella de su compatriota Juan Rulfo, y el despliegue Iidico e hibrido del lenguaje como campo fronterizo de encuentro y fermentaci6n de substratos lingiifsticos y culturales en conflicto, en la direcci6n de sus dos precursores mayores, Jose Maria