f/<ho Arxiu ds la Msrrsèrks Pepyla?1 LA ROCA DEL VALLÈS ^..4.^..^ ENTRADA información para antonio martinez juarez la vida "Toda persona que haya sobrevivido a su infancia, posee información suficiente sobre la vida hasta el fin de sus días." FLANNERY O'CONNOR (citado por Dan Millman en "Living on Purpose") "Trato de ser feliz, lloro en mi mano, recuerdo, escribo y remacho una lágrima en mi pómulo." CÉSAR VALLEJO A mis padres, de donde parto "Las cosas no son como las vivimos, sino como las recordamos." RAMON DEL VALLE-INCLAN Soy un hombre joven, /ya viejo, casi un niño. /Nacíen el extrarradio /déla Historia, al sur, / entre la vida y la muerte / de un miércoles veinte /de Agosto, en un pueblo / de los de antes, y sobre todo /después de una guerra. / A mi infancia la atraviesa un tren /de humo y estruendo que llevó y trajo / a mi padre sin trabajo, /a mi madre trabajada / y a mí casi sin años, / de la luz y el hambre /a la penumbra con pan / de calles llenas / de juegos en otro idioma. /Desde entonces nunca / volví a viajar, a salir / de este interior /de mujeres airosas / y hombres madrugadores, / De niños que saben -ay- / fíngir la muerte de forma alarmante. / Crecí en un suspiro, / me enamoré muy pronto / y no supe / (mi primera novia / no fue Mercedes, / ni Alicia, como se cree, / sino la Venus de Milo / estampada en una manta). / Ya no creo, es verdad, / pero conservo intacta / mi vieja y dulce / amistad con el Galileo. / No tuve hermanos, /pero eso es una ventaja/para teneros a todos. / Si escribo versos / es por garabatear los días / sin vestigio y encontraros /- realquilados bajo ¡as estrellas- /ala vuelta de un poema. Cuando le pregunté a mi padre, Padre, cuantos años tendré yo en el año 2000, y él, mirando hacia arriba, apretando los labios, haciendo Hummm, me respondió Cincuentitres, tú no habías nacido aún en tu alpino pais lleno de flores e invernaderos y yo simplemente tenía curiosidad de saber a qué edad habría de llegar a esa fecha mítica en que transcurrían las películas del futuro (aún no se había acuñado el término ciencia fícción entre los chavales), y a mí, con seis años, me pareció que los cincuentitres eran imposibles de cumplir: mi abuelo Antonio había muerto a los cincuentidós y yo creía que a esa edad se moría la gente de vieja. Si bien lamenté no poder llegar a vivir en la intrincada arquitectura de aquellas urbes fantásticas enfundado en un traje sin botones de un material ignífugo plateado y brillante con zapatos a juego, me consolaba pensar que así me ahorraba perecer de mala forma en la guerra con otros mundos o en el choque con un meteorito de las dimensiones del estado de Utah. Una sencilla muerte en la cama y tosiendo como el abuelo era preferible a ser víctima de una invasión marciana o inútil testigo de un apocalíptico fin del mundo. Yo entonces pensaba mucho en la muerte, cerraba los ojos e intentaba imaginar qué sería no ser ya nuncanuncanunca... y me daba un vértigo como cuando miraba desde el terrado del Treinüuno. Estar muerto debía de ser como tener las dos piernas cortadas, y los dos brazos, ser mudo y ciego y no respirar embutido en la estrechez de una caja en el hondo de un hoyo cegado con mil paletadas de tierra, pero consciente (como mi padre, el pobre, muchos años después, agonizando en el hospital, diciéndome Dile al sepulturero que cierre bien el nicho, porque entraba luz por debajo de la puerta de la habitación), y para hacerme una idea,cerraba los ojos, contenía la respiración y me metía bajo las sábanas..., de las que salía, ¡dios!, aterrorizado, boqueando como un medio ahogado de debajo del agua, tan pequeño y pensando en aquellas cosas, soñando aquellos sueños en que me sentía asaeteado como los gatos que perseguíamos con arcos y flechas hechos con varilla de paraguas, o aquellos otros de pasmo en que me despertaba el dolor por la tirantez del sexo después de soñarme en brazos de mi señorita de párvulos, rubia como Sigrid, ojoazulada, en sus labios húmedos y carnales la ofrenda de un beso que sólo en sueños podía imaginar, te lo juro, los dos en bañador dentro de una piscina de aguas turquesas como en las que nadaba Esther Williams, tan pequeño y ya dándole vueltas al amor y la muerte. Aunque miedo parecía tener entonces casi todo el mundo, hasta las coplas que madre cantaba mientras cosía o apaleaba la ropa en el lavadero eran declaración y conjuro de su miedo, tengo mieedooo, miedooo de quereeerte... Y es que aunque todo parecía haber pasado, el odio y el dolor restaban intactos, fermentando un temor que ulceraba la vida de los mayores. Quien más quien menos tenía entonces un muerto que llorar o una herida abierta y la gente callaba mucho o hablaban abonico como si estuvieran afónicos. Los pobres, decididos y fieros, habían recibido el correctivo de una guerra larga y al fin perdida que prolongaba inmisericorde su castigo sumarísimo de sangre. El hambre habría las bocas y el miedo las cerraba, en una coral inmensa y muda a la que llegué a formar parte el año en que Evita Perón vino de visita a España y en el mes en que Manolete fue ensartado en linares por el toro Islero, en un rincón del sudeste de la península: Caravaca de la Cruz, pueblo que según un historiador local más amigo de las leyendas que de la investigación académica fue fundado en tiempos inmediatamente posteriores al Diluvio bíblico por un bisnieto de Noé que la bautizó con el nombre de Canaca en honor de Cam, el segundo hijo del Patriarca. Por aquel lugar bendecido por las aguas de un nacimiento perpetuo (hasta hace nada propiedad de un marqués) pasaron todos los pueblos que fueron conformando la Península: fenicios, griegos, romanos, visigodos, musulmanes. Allí dicen nació el filósofo y poeta islámico Abu'l Hassan al Qarawaqí. Pero aquello que más caracteriza a Caravaca, y por lo que quizá la hayas oído nombrar, es un relicario en forma de cruz de doble brazo que dícese perteneció al patriarca Roberto de Jerusalén, primer obispo de la ciudad después de la conquista en la primera cruzada, y que guarda en su interior un "lignum crucis" o trozo de madera perteneciente al leño en donde fue crucificado Cristo. Este tótem local se conserva desde los tiempos de Fernando ni el Santo, rey de Castilla y León y de Jaime I de Aragón, cuando Caravaca era frontera con el Islam y el reino taifa de Murcia estaba regido por el legendario Ibn-Hud, que se rebeló contra los almohades y dominó gran parte del Al-andalus, y se venera en el Santuario de la Vera Cruz, dentro de las murallas del Castillo, fortaleza de origen islámico erigida sobre una colina en cuya falda se arracima el pueblo. El primer redactado de la leyenda de la aparición de la Cruz data de la primera mitad del siglo XV y se debe a Garci López de Cárdenas, comendador de la Orden de Santiago en Caravaca: "Como en el tiempo del rey Ceyt-Abuceyt, siendo a la sazón poderoso rey de Caravaca, tenía cautivo un clérigo de misa (...) le preguntó el rey que le dijese qué cosa era clérigo o por qué decía misa y él dijo: Señor, debéis saber que todo clérigo que es ordenado de misa, después que es vestido con aquellas vestiduras sagradas y dice aquellas santas palabras que Jesucristo dijo el jueves de la Cena, que de aquella hostia que alza se hace carne y del vino (...) pura sangre y así hace el clérigo, cuerpo de Dios puro y verdadero; y el rey dijo que no lo creía, que lo hiciese ver, y el clérigo dijo: Si haces traer todos los ornamentos que son menester para decir misa, yo te haré ver; y el rey mandó que lo pusiese todo por receta y el clérigo lo izó así, menos la cruz que se le olvidó. Y el rey envió a su mandadero y trajo todos los ornamentos, salvo la cruz; al otro día por la mañana el clérigo se levantó y rezó sus horas y se puso con el rey en una torre, y el clérigo se revistió e llegó al altar para adorar la Cruz y no halló ninguna, se puso triste y volvió su cara hacia el rey y dijo: Señor, una de las cosas mejores para decir misa mengua, y dijo el rey: Qué cosa es; y dijo el clérigo: Señor, la Cruz, es hecha de manera, y con sus dedos fíguró la Cruz, y entonces el rey miró hacia el altar y vio la Santa Vera Cruz y dijo: ¿Es ésta que está en el altar? Y entonces el clérigo miró hacia el altar y tomó la Cruz y comprendió que esto era un gran milagro que venía de Dios y adoró la Cruz con gran devoción y empezó a decir misa y cuando alzó la hostia, el rey se quedó ñjo y vio en manos del clérigo una criatura muy blanca y hermosa y el clérigo acabó su misa y en aquella hora el rey Ceyt vio que era cosa Santa la ley de los cristianos y se volvió cristiano, él y sus vasallos que quisieron hacerlo y dio todas sus tierras a los cristianos y al rey le dieron la torre de Abuceity allí está enterrado." Eso redactó el comendador. Luego, la tradición popular revistió el escueto relato, adecuado en su simplicidad para el recitado de memoria por limosneros y ciegos, con la carne de otros pormenores, como la fecha exacta de la milagrosa aparición (3 de mayo de 1232, justo once años antes de la capitulación musulmana de toda la zona murciana a manos de Castilla) o el nombre del clérigo (Ginés Pérez de Chirinos), así como una mayor teatralidad del argumento y sobre todo el efecto de la aparición de la Cruz, transportada aquí por dos ángeles que a través de la ventana la depositaron en el altar entre el pasmo de los infieles, que al instante, y quién no, se convirtieron. Desde el balconcillo de la casa de la calle de las Cápelas donde nací se ve el Castillo, imponente y algo amenazador cuando la tarde recorta su perfil sombrío sobre la sangría del ocaso. Seguramente ese fue el primer paisaje que contemplaron mis ojos antes y después de ser ojos: la sombra de un ogro enseñando los dientes, pues dice mi madre haberme oído llorar en su vientre una tarde de junio cosiendo junto al balcón frente al Castillo, un grito burbujeante en el líquido amniótico y el silencio de una hora imprecisa de luces agónicas, que la bisabuela dijo Eso es signo de gracia, hija. Pero donde fui consciente del miedo, de su oscura viscosidad, de su olor de pútrido sedimento, del luctuoso lamento de su Coral de los Niños Muertos, fue en aquella maldita escalera llena de espectros de ultratumba donde fuimos a vivir realquilados al venirnos del pueblo. La concusión de la guerra había provocado la emigración de los jóvenes hacia las grandes capitales del norte a la busca de trabajo y futuro. Mi padre lo hizo a Barcelona justo cuando empezaba la década de los cincuenta. El único oficio que conocía era el de alpargatero, que consistía en trenzar el cáñamo para hacer las suelas de las alpargatas. Entonces casi todo el mundo hacía pares en el pueblo, los hombres sentados a horcajadas en bancos de madera que incorporaban un ancho tablero en semicírculo, domando la soga del cáñamo con u n punzón, vuelta y vuelta y estirando con fuerza dándole la forma de la planta de los pies. Había quien lo hacía solitario en la puerta de su casa, como mi abuelo Antonio, idealista y visionario, honrado y solidario hasta el punto de entregar los ahorros en forma de duros de plata que la bisabuela guardaba en el colchón cuando el gobierno pidió en plena contienda se cambiase el metal noble por papel moneda, que acabó, como todo aquello en lo que él creía, sin valor alguno al perderse la guerra. (En el jardín de los pájaros muertos / hallareis el monumento / a los héroes de humilde condición: / los de la forja y el deseo, / los del mar y el misterio, / del aire y la mansedumbre, /yla tierra, y el carbón... / Una pátina de óxido olvido / cubre sueños y escalofríos, / generosidad y empeño, / gracia y sabiduría, / y esperanza, y valor.... / Sólo pájaros muertos / agradecen las sombras de lo que fue / -frugífero corazón- / sobre el hondo pedestal de la desmemoria.) Mi padre, que también la perdió, era lo suficientemente joven como para que el porvenir tuviera un contrapeso de esperanza que al abuelo le faltó, y gustaba de trabajar agrupado en plazas y lugares estratégicos de sombra bienaventurada, riéndose y diciéndoles cosas a las zagalas, hasta que el trabajo se acabó y desaparecieron los alpargateros. En Barcelona vino a parar al textil, de peón de almacén, ¿Qué es eso, padre? Na, hijo, burro de carga. ., A mí me hubiera gustado que mi padre tupiera un oficio, que fuera mecánico, o electricista, o hiciera termómetros como el padre del Llorens, pero aquello que sabía hacer con destreza se lo dejó en el pueblo, con su mujer y su hijo esperando noticias suyas, que al fin llegaron un día junto a una fotografía donde se le veía algo serio, con barba de tres días, bajo las enormes zarpas de los leones de Colón. Nos decía que ya podíamos ir, aunque lo que de verdad él quería era volver... con la frente marchita, las nieves del tiempo platearon mi siennn... (mi padre lloraba oyendo a Gardel), los vecinos: ¿Cuándo te vas, Antoñico?, y yo, casi sin años: El día de la "Purisimina", plantado en el alféizar de la ventana, las piemecicas colgando entre las rejas, junto al geranio, ¿Cuándo? (padre lejos, en la fotografía, triste pero valiente entre las oscuras zarpas del león) El día de la "Purisimina", y todos riéndose y de luto, Qué zagal. Recuerda mi madre que llovía cuando nos fuimos, trie y trac, trie y trac, en aquel tren de humo y estruendo que tantas veces imaginé llegando como una fiera mitológica entre resoplos e histerismos de metal a vaciar el pueblo de hombres, de mujeres y niños, dejando a los viejos solos apoyados en sus gayas y a las viejas enlutadas sentadas en sillas de anea sacando con destreza, clac-clac, de sus vainas las bolitas de los guisantes mientras dictaban "Espero que al recibo de ésta os encontréis bien de salud, nosotros quedamos bien A.D.G.", a algún nieto superviviente del saqueo de aquel tren que, atravesando sombras de montañas oscuras por agujeros como bocas de ogros, huertas inmensas de naranjales que embalsamaban la noche y un río ancho y caudaloso que después dibujaría muy azul en el mapa de los "Ríos Principales de España" rotulando dentro de sus aguas difuminadas con colores Goya: "RÍO SEGURA", habría de llevarnos hasta los brazos de hierro dulce de mi padre, pero también a aquella maldita escalera habitada por espectros de ultratumba que me perseguían sin descanso hasta que madre me abría la puerta o salía, pies para qué os quiero, a la húmeda penumbra de aquellas otras calles sin blancura ni geranios llenas de niños jugando en otro idioma Setsejutjesmenjenfetjedunpenjat ¡Murcianu!, ¿Cuándo te vas, Antoñico?, y el tren tríe y trac, trie y trac, la gente comiendo el pan a repizcos, callada en un silencio grave como lleno de malos recuerdos y peores presagios, cabeceando o mirando triste por la ventanilla cosas que estaban más allá de un paisaje hilvanado por los cables del tendido eléctrico, cruz a cruz, tricytrac, cruz a cruz, tricytrac, raudo como si tuviera piernas y corriera hacia atrás, las mujeres de luto, los hombres con una cinta negra cosida a la manga de la chaqueta o un botón forrado de oscuro en la solapa, y yo, todo cabeza y ojos mirando sin dolor el sol naciente que pintaba naranjitas en tus lágrimas, madre, El día de la "Purisimina", ¡Qué zagal!, las piemecicas colgando entre las rejas de la ventana, junto al geranio, desde donde se veía el Castillo allá en lo alto, imponente y algo amenazador. -¿Y dices que llovía? -Sí... Camino de dios sabía, y tú tan pequeño, cómo no iba a llorar. Y después de una eternidad de sombras huidizas, de transbordos en estaciones siniestras, bajo relojes como lunas cifradas, el tren entrando en una basílica de arcos metálicos, mi padre abrazándonos, besándonos, pinchándome con sus mejillas de púas y su bigote oscuro, Antonio, hijo, que mi padre siempre me llamó como si fuera mayor, mi cara entre sus manos anchas y fuertes oliendo a tabaco, ¡Angeles!, ¡Pedro!, los tres hechos un ovillo bajo aquel fuliginoso, inmenso tinglado férreo de pilares y arcos remachados, entre el rebufar de las máquinas y los anuncios sonoros, indescifrables de entradas y salidas de trenes, los gritos de la gente que se despedía o recibía con lágrimas y pañuelos agitándolos de una punta como palomas cogidas de una pata, temblando, abrazados, como si todo hubiera acabado, aunque todo estuviera por suceder, las luces de una noche de inmenso trazado en el pasmo de mis ojos, el mar oscuro domado por los diques del puerto, mi padre Aquello es Correos, yo ¡Los leones, los leones, madre!, tanta gente, los edificios, el parpadeo de los anuncios luminosos, los tranvías con su penacho eléctrico, la sonrisa mojada por las lágrimas de mi madre, mi padre besándole los cabellos, el taxi cruzando entre el gentío y las luces avenidas tan anchas como siete calles mayores, bordeando plazas como plazas de toros con figuras de piedra que echaban chorros de agua por su bocas abiertas, dejando raudo las claras anchuras de un trazado recto bordeado de altos edificios en favor de otro intrincado y angosto, hasta dejarnos en el lugar más oscuro del mundo, de donde partía aquella escalera que ascendía, luctuosa y fantasmal, hasta el piso donde íbamos a vivir realquilados junto a una viuda con tres hijos mayores medio familia de mi padre establecida en la barriada de Sans desde hacía ya algunos años, siete personas en menos de cincuenta metros cuadrados y una terracita donde crecía un pavo que nos comíamos en Nochebuena después de que todos se negaran a matarlo y fuera la viuda, menuda y dulce, quien lo ejecutase con una frialdad aterradora, retorciéndole el cuello al bicho que aún vivo sufría la sangría que con un cuchillo de cocina le practicaba la mujer aserrándole el cráneo y sangrándolo gota a gota entre espasmos y aleteo, una sangre oscura y espesa que luego, ya coagulada, mi madre freiría y todos comeríamos con delectación, los mayores acompañándola con un vino tan oscuro como la sangre del pavo y tan áspero (yo lo probaba) que parecía arrancarte las glándulas, todos alrededor de la mesa con brasero llena de las viandas -mantecaos (mucho más buenos que los que hacían mi madre y la viuda conmigo de pinche amasando la harina que luego compactada estirábamos para seccionarla con unos moldes que dibujaban medialunas y estrellitas que espolvoreábamos con azúcar y canela y que llevábamos en una tartera de hojalata a cocer al horno de la panadería que parecía la puerta del infierno, el panadero con aquella pala enorme de mango larguísimo), yemas, alfajor, embutidos y una miel tan espesa que podías masticarla- que los abuelos nos mandaban en un paquete muy atado todas las Navidades, contando cosas de aquel pueblo que a mí se me iba olvidando, ¿No te acuerdas, Antoñico? El día de la Purísimina, de la guerra, de la puta guerra que decía mi padre y que yo entonces imaginaba como una mujer horrible, greñuda, de cara tiznada y pecho cruzado por cartucheras con un pistolón en cada mano como en las películas de mexicanos, que llenaba los cementerios de cruces y los hospitales de jóvenes con muletas, heridos con la frente vendada y brazos en cabestrillo, hay que joderse, decía, yo un crío con diecisiete años amorrao a una ametralladora con trípode y hacía tacatacatacatá, disparando a nadie con los dientes prietos y los ojos cerrados, tacatactacatcatá, muerto de miedo y no como en las películas, (sí, padre,mascando chicle,la cinta de sujeción del casco colgando, "Pida refuerzos, soldado." "¡Sí, señor!", y un fondo de música como de circo, sí), no, temblando, llorando, muerto de miedo, decía, y yo entonces lo quería aún más, porque también de mí decían que era un cobarde, un desertor, un michanena, y nos veía a los dos -"Carguen"- frente al pelotón, padre -"Apunten"- hermano, compañero -¡Fuego!- de fusilamiento y después muertos, uno al lado del otro, un poco cómicos, como Alberto Sordi y Victorio Gasman en "La Gran Guerra", y al final resucitados y sonrientes sobre el ondear de la bandera, mascando chicle, la cinta de sujeción del casco colgando y una música como de circo, FIN, Hay que joderse lo embusteros que son esos americanos, decía, la viuda removiendo con destreza con una palita de hierro las ascuas del brasero, los hombres bebiendo coñá de una botella envuelta con una malla dorada, las mujeres una copita de licor-café (donde mi madre me dejaba mojar los mantecaos), mi padre contando ocurrencias, como aquella que le gastamos al infeliz del tío Cerezo, que le dio por creerse con poder de hipnotizar, y yo en mitad de la plaza de abastos en bote en bote de gente: Tío Cerezo, a que no me hipnotiza usted? Y él: ¿Que no? Mira, dándome en la frente con los dedos, Ya estás hipnotizao. Y yo cerrando los ojos, tambaleándome quieto, como dormido de pie. Y él: Quítate la chaqueta, y yo quitándome la chaqueta. Y él: Quítate la camisa, y yo quitándome la camisa, como un sonámbulo. Quítate los pantalones, la gente miándose de risa, yo quitándome los pantalones. Y él: Quítatelos calzoncillos, y los amigos: ¡No, tío Cerezo, los calzoncillos no, por Dios, pare usted, despiértelo que lo pierde, que lo meten en presidio! Y él: No joderme que lo dejo encueros vivos en mitad de la plaza..., yo atragantándome con el mantecao, mi madre dándome golpes en la espalda, riéndose también, Qué burro que es tu padre, y el mayor de los hijos de la viuda (que yo no sabía entonces que andaba en silencio enamorado de mi madre): Cuenta la que le hicisteis al Rizao, Pedro, cuando se quedó dormido jugando al truque y apagasteis la luz e hicisteis como si no y seguisteis jugando mientras lo despertabais, y él oyéndoos jugar, asustao, gritando IPijo que no veo, que me he quedao ciego!, que ya la había contado él, y a mí me dolía la barriga de reírme, hasta que mi padre se arrancaba a bailar imitando a Lola Flores, " ...pena peniiita peeena, peeeena..." zapateando como embutido en un imaginario vestido de cola, que me daba por llorar avergonzado por él, y mi madre, hermosa con las mejillas encendidas por el licor-café, en los ojos la humedad y el brillo de la alegría, Tonto, si no es nada, hipando, tu padre, que ha bebido de más, me acostaba no sin recordarme que rezase un Padrenuestro por el alma del abuelo. Yo dormía cama con cama en la habitación de mis padres, ellos en la grande de cabezal y pies recamados de fiorituras talladas por un tío mío, hermano de mi madre, que era ebanista, bajo un Cristo crucificado de metal sobre un fondo que era el perfil de un féretro, yo en un catre junto al armario de luna. A los pies de mi cama, junto a la pared, estaba la banqueta en la que una noche se me apareció el abuelo muerto vestido de soldado como en la fotografía que guardaba mi madre junto con otras de familiares y amigos y ella misma con mi padre, irreconocibles por jóvenes, en una bolsa de tela roja con forma y tamaño de sobre de carta grande, que a mí me gustaba repasar con ella de guía por aquellos rostros y lugares de su nostalgia de donde procedía, ¿No te acuerdas, Antoñico?, el abuelo allí sentado, sonriéndome dulce y tristemente. Dice mi madre que la llamé más sorprendido que asustado, que le dije Madre, madre, ahora mismo estaba ahí el abuelo Antonio, y que ella, sí asustada, no volvió a decirme que rezara un Padrenuestro por su alma cada noche antes de dormirme y soñar aquellos sueños de amor y de muerte que conformaban mis noches. -Yo recuerdo la muerte del abuelo. -Cómo vas a acordarte, tan pequeño. -Pues lo habré soñado: bajándome de una cama altísima, deslizándome cogido a las sábanas hasta las baldosas del suelo, gateando hasta la estancia donde velabais al abuelo metido en su ataúd vestido de domingo, llegando al borde del féretro, empinándome hasta su rostro serio y como la cera de los cirios que lo enmarcaban , besándolo como cuando él me lo pedía, Qué zagal, tú cojiéndome, elevándome por encima de su inmovilidad sin zapatos con las manos juntas sobre el pecho, aquellas manos agrietadas por los tirones de la guita que tensaba el esparto y que le curabas con un bálsamo de tu invención hecho a base de limón y aceite, en mitad de vuestros llantos, sin comprender por qué aquellos hombres lo tapaban con la otra mitad de la caja que padre y los tíos sacaron a hombros entre ayes y noes, tus ojos licuándose en mis labios, y el tren tricytrac, tricytrac, el hombre comiendo tocino que cortaba sobre la corteza de el pan con una navaja enorme, ofreciéndonos un cacho, y tú No, gracias, seria, no fuera a figurarse, y él A lo mejor el zagal sí quiere, yo diciéndote, suplicándote que sí con la mirada, y tú Bueno, anda, cógelo, y yo cogiéndolo con cuidado de la misma hoja de la navaja, ¿Qué se dice? Gracias, y después aquellos guardias con capote Haber, documentación, y el hombre pálido como el abuelo, mirándote los solecitos de los ojos como al último amanecer de su vida, Acompáñenos, empujándolo y tú abrazándome, como si temieras que también a mí pudieran llevárseme, la gente de luto y callada en un silencio grave, como lleno de malos recuerdos y peores presagios, el día de la Purisirnina, tricytrac, tricytrac, hasta aquel lugar de niños jugando en un idioma del que lo primero que oí fue mi procedencia, ¡Murcianu! como si fuera un insulto y del que no recuerdo cuando aprendí, Setsejutgesmengenfetjedunpenjat, con estratégica perfección camaleónica, aunque imagino no fue mucho después de la primera bofetada, Madre, no digas aymi murcianico bonico delante de todos. Padre, ese acento te delata, me delata, nos delata, (!Plaf¡) ¡Murciano! No: Setseju tgesmengenfetjedunpenjat ¿Qué dices? Los espectros de la escalera no hablaban lengua alguna, me tiraban del pelo, inmovilizaban mis piernas, me ahogaban el grito, los espectros de la escalera jugaban a helarme la sangre hasta que alcanzaba la puerta de casa o salía a las calle, que cuando llegamos era de una tierra oscura que cuando llovía se convertía en un barrizal que nos enfangaba hasta los ojos y dificultaba el paso de los caballos, ¡Aaaarriiiii...fillde puta ¡ que pasaban arrastrando carros que los levantaban del suelo, fatigados y tristes, con orejeras y un saco atado al cuello del que comían unas algarrobas dulces que les robábamos. También se utilizaban entonces caballos en los entierros, con penachos de plumas negras sobre sus cabezas, tirando de unos carros barrocos cargados con el muerto tras los que iba el cortejo precedido por curas y monaguillos que balanceaban un incensario plateado. Caballo también el que tiraba del carro del trapero que pasaba tañendo una campanilla mientras gritaba ¡Drapaaaaaire!, como lo cantó Serrat, y el del repartidor del hielo que se llamaba Pedrín, como el camarada de Roberto Alcázar, también rubio y no mucho más mayor que el más mayor de nosotros. El Pedrín se echaba encima un saco descosido por uno de sus lados a modo de chubasquero que le deba un aspecto de hombre feroz y primitivo y se cargaba al hombro el hielo en forma de grandes barras cuadrangulares que dejaba en la Bodegueta y que después nosotros compraríamos a trozos de a peseta que mi padre picaba con un cuchillo dentro de un barreño de zinc donde metíamos la fruta y el agua y alguna cerveza, que entonces nadie tenía nevera en casa, ni lavadora, mi madre restregando la ropa en la pica del lavadero, apaleándola con una pala de madera, retorciéndola para escurrirla como la viuda el cuello del pavo, mientras cantaba Mieedo, tengo mieedo, mieedo de quereerte..., y que luego, después de tenderlas en la terraza., planchaba con aquellas planchas de carbón con chimenea. Las cocinas también eran de carbón y había que aventar las ascuas con el soplillo, Dale, Antoñico, dale, que era como una palita de pinpón pero de esparto trenzado. Tampoco nadie tenía teléfono, que ni puñetera falta que hacía, las vecinas hablándose a gritos de ventana a ventana de una punta a otra de la calle, que se hubiesen oído igual si la una aquí y la otra en Lugo. Lo que sí había ya en casi todas las casas era la radio, un invento. La radio nos convocaba alrededor de su pantaUita iluminada y escrita con docenas de nombres de lugares ignotos como N. Luzón, Horby o Dixon U.S.A. y míticos como París, Delhi o El Cairo, y unos números encabezados con las letras Mts y MHz. y las palabras normal y corta, como dos ojos una ruedecita a cada lado, girando la de la derecha se Üuminaba la pantalla y subías o bajabas el volumen de las voces, Baja eso, Antoñico, la de la izquierda hacía moverse una aguja roja a lo largo de las ciudades y los números mientras el aparato emitía un sinfín de ruidos y fragmentos rasgados de sinfonías y voces hasta que encontrabas lo que buscabas. Mi padre se volvía loco, la oreja pegada al altavoz, intentando sintonizar Radio Pirinaica, de la que a veces y a duras penas se oían palabras como proletarios, dictador o imperialista, pero se tenía que conformar con las noticias de Radio Nacional que entonces las llamaban "el parte", como si la guerra no hubiese terminado, y que concluía con un toque de corneta que hacía Tararííífí-tí-tí, Tararíííí -tí-tí y una voz de comandante en jefe que decía "¡Gloriosos caídos por Dios y por España ( y yo sobre la voz, .Pres...)...entes (ganándome un calvóte o colleja). Viva Franco. Arrrriba EspañaA, pero a mí me gustaba Diego Valor que tenía una novia que se llamaba Beatriz y se trasladaba por el aire con su silla voladora y luchaba contra el malvado Mekón de los Viganes que era de raza verde, que la enciclopedia de primer grado decía que sólo habían cuatro: blanca, negra, amarilla y cobriza, o Taxi Key que era un sagaz detective que tenía un amigo cagón como yo llamado Gloso. También la Campaña Benéfica, Qjieriiidos niños y niñas, amados de corazoooón, señor Dalmau, señor Viñaaas, ya comienza la emisioooón, porque el señor Dalmau hablaba un castellano trufado de palabras catalanas y contaba chistes que empezaban siempre "Arresulta ser..." El señor Viñas también radiaba partidos de fútbol, pero sin garra, sin la emoción, ¡Gol, gool, gooooool!, de Miguel Ángel Valdivieso que era la voz de Jerry Lewis en el cine. El señor Viñas en vez de gritar gooool decía marca, así: ...chuta y marca, sin más, como si no fuera con él, como si Gainza no hubiera rematado como un león tirándose en plancha. Además era muy redicho, que al portero lo llamaba cancerbero y a la pelota esférico y a las botas les decía borceguís, que hicieron una película que se llamaba "Once pares de botas" y no Once pares de borceguís. A mi padre le gustaba también la Crónica Taurina de Julio Gallego Alonso, un crítico de toros que leía con énfasis de rapsoda a lo Alejandro Ulloa y con cadencia y gravedad de paseíllo unos textos con aire de LeónQuintero y Quiroga que empezaban siempre "Crónica taurina de la corrida celebrada esta tarde en la Monumental (o Las Arenas) de Barcelona y que lleva por título... y decía "Tarde de grana y oro para un diestro sin fortuna", y cosas así, y hablaba de Bernadó, que era un torero catalán, y de Chamaco o el Litri. Mi padre era chamaquista. Pero el que nos gustaba a todos era Pepe Iglesias "El Zorro", " ...zorrito, para mayores y pequeñitos..." que era un humorista argentino que hacía las voces de infinidad de personajes que habitaban un hotel llamado La Sola Cama y silbaba como un ruiseñor. Ah, la radio. Tendrías que haber visto a los hombres oyendo el fútbol, sentados, acodados en la mesa, ligeramente inclinados sobre el aparato, el otro brazo sobre las rodillas, fumando, atentos a la voz de Valdivieso, "... y como siempre al inicio de nuestra retransmisión saludamos a los simpáticos componentes de la Organización Nacional de Ciegos...", (que eran unos hombres con gafas oscuras que plantados en lugares estratégicos de gente como la puerta del mercado o la estación del metro gritaban ¡Cien iguales para hoy! ¡La suerte para hoy! balanceando la cabeza levantada como buscando pájaros o estrellas, en la mano unas tiras cifradas cogidas al abrigo con un imperdible), Valdivieso, "...en el centro teórico del medio volante, avanza, sigue avanzando... (los hombres levantando ligeramente el culo de la silla) centra... cabecea Gainza... (levantados del todo, los puños cerrados) y... ¡Fuiiiira! (los dientes apretados, la cabeza hacia atrás, diciendo ¡ayyyy! como si les pusieran una inyección y a veces ¡Goooool!, como posesos, levantando los brazos, olvidados de la copa de coñá, derramándolo, abrazándose sin quitarse el cigarro de la boca, llenándose de ceniza, quemándose la camisa, mi madre Estáis locos, yo abrazado a las piernas de mi padre, contento de verlo tan contento.) Éramos del Atlètic de Bilbao y yo me sabía la alineación: CarmeloOrueGarayCanito, MauriMaguregui... , que de la delantera sólo me acuerdo que acababa ...y Gainza. A las mujeres no les gustaba el fútbol, Estáis locos, a las mujeres les gustaba el Consultorio de Doña Elena Francis, Querida amiga, y las radionovelas, todas de amor y huérfanos, "Ama Rosa", " Lo que nunca muere", y la voz de Pedro Pablo Ayuso que era el galán de aquellas historias que las hacían llorar mientras cosían. La radio también servía, "¿Qué pasó?" para, proteger las conversaciones de los mayores, "Que Parsi lo apagó", conjurados alrededor de la mesa con brasero, mi padre contando de la puta guerra , aquel tiempo remoto anterior a mi nacimiento, ...cuando estalló la revolución (sacando un cigarrillo de un paquete azul donde ponía "Ideales") los de las Juventudes Libertarias en un camión y con escopetas nos fuimos a Almadies y cuando llegamos y nos dijeron que en la Puebla de Don Fabrique estaba la Guardia Civil pegando tiros (picando con el extremo del cigarro en la mesa para compactar el tabaco), el Tuertopatata y yo nos volvimos cágaos de miedo,(yo también, padre, un cobarde, un desertor, un michanena) esa fue mi primera batalla, diecisiete años, luego nos movilizó el gobierno de la República, nos llevaron a Murcia y nos destinaron tú a tal sitio, tú a tal otro (la llama del mechero prendiendo el extremo del pitillo, el humo espeso y abundante de la primera bocanada, que a veces se le metía en los ojos haciéndolo guiñar) a mí me tocó a la provincia de Albacete, a la Catorce Internacional, con las Brigadas, todos extranjeros, mayores que nosotros, que nos enseñaron el manejo de las armas (tacatacatacatactacá), tres meses y luego a la 68 Brigada de Duran, a la toma de Teruel, octubre del 38 o por ahí, tan jóvenes, en trincheras encharcadas, muchos llorando como crios, donde a mí me dieron unas fíebres malísimas, me despertaba ardiendo y me llevaron pa tras al puesto de socorro donde estaban Duran y el Campesino y Lister hablando y Lister dijo Y a éste qué le pasa, No sé, que ha venido con fíebre, Haber, que le pongan el termómetro, y el termómetro marcando treintisiete, y el Campesino Mandarlo al frente que si lo veo por aquí lo fusilo, ( ¡Pelotón...!) Y entonces arrié p'arriba al frente, a tomar Teruel, que la tomamos, pero ná, un misto, a penas dos horas, que los fascistas volvieron y nos echaron berreando, muchos cargados con montones de billetes de los bancos sin nadie, las calles llenas de perras (sacándose de entre los dientes una hebra de tabaco), y así de un lado a otro, Castellón, Vinaroz, Tortosa Extremadura, (con la palita las ascuas, el cigarro en la boca, el humo cerrándole un ojo). En Extremadura me pilló el final de la guerra, aquel fue un año de mucha lluvia y nosotros metidos en las trincheras con el agua hasta los ojos y sin poder salir, que en cuanto te asomabas te freían (dándole golpecitos con el índice al cigarrq. cogido entre el medio y el pulgar para que soltase la ceniza sobre el cenicero rojo de ^inzano) Un día, empezaron a castigarnos con los cañones y tuvimos que salir de las trincheras que aquello parecía el fin del mundo, gritos, muertos, despedazados, en la huida más de quince nos escondimos en una cueva, temblando hasta que llegaron los moros y empezaron a sacar de allí a la gente y a degollarla, (Parece increíble, decía Esperanza por la radio) tuve suerte de haber entrado de los primeros, porque antes de llegarme el turno apareció un oficial de Franco y empezó a darles palos a los moros y a amenazarlos con la pistola disparando al aire hasta que pararon la sangría,(Pero es verdad, contestaba Estanis). Preso, en un descuido me escapé con otros cuatro o cinco, no se cuántos días por esos montes y campos hasta Caravaca de noche por detrás del cementerio viejo hasta la calle de la Cruz estrecha, y por la carretera de Moratalla hasta el Hoyo, menos mal que la puerta de mi casa nunca se cerraba y pude entrar y acostarme sin que nadie más que mi hermana Antonia se enterara, Ay, Perico, si se entera el papa que te has escapao, y yo Si no me he escapo, si es que se ha acabao la guerra (apurando el cigarro hasta sus últimas consecuencias, cerrando el ojo izquierdo, abrasándose los labios, intentando inútilmente otra calada, el pitillo en nada, pura llamita entre sus dedos, dejándolo al cabo morir en la fosa del cenicero, entre estertores de humo azul...), mi madre Tú, Antoñico, ni pío de lo que dice tu padre, que lo meterían en la cárcel., la radio "...marcador simultáneo Dardo primera división: Tery 1, Colchón Flex, 1; Gallina Blanca, 2, Licor 43 0...", y él Luego Bilbao, la mili con Franco, dos años y medio y aquel comandante reprochando al sargento lo de Haber, a formar los rojos, Que aquí ya no hay rojos, sargento, que aquí somos todos solamente españoles, que el sargento siempre Haber, a formar los rojos, como aquel día en las prácticas de tiro a la vista de tanto fallo preguntándonos Pero bueno, dónde cono hicisteis vosotros la guerra, tú„ y aquel En Intendencia, mi sargento, Y tú?, y el otro En el Cuerpo Tren, mi sargento, Y tú?, En Sanidad, mi sargento, mintiendo todos lugares sin responsabilidad directa en el cruce de fuego en los frentes, el sargento sonriendo burlón por debajo del bigote, empujándonos a mentir por miedo, sabiendo que nosotros sabíamos que el sabía que teníamos miedo, Haber, tú, a mí, ¿Tú también eras camillero?, y yo, inchao de tanta humillación, pensando ¡Qué pijo!, contestando En la 68 Brigada de Duran, con Lister y el Campesino, con una ametralladora, mi sargento, volviéndome hacia el blanco, disparando tres veces y haciendo tres dianas, que tener miedo es una cosa y ser un cobarde otra, y el sargento Vaya, vaya, yo despidiéndome de este mundo, arrepentido de la chulería, el sargento abriéndose la camisa, En Teruel, eh? y con una ametralladora, entonces esto, mostrando el pecho salpicado de cicatrices, Esto puede que me lo hicieras tú, porque yo también estuve en Teruel, y yo No... no... no lo se, mi sargento, cerraba los ojos al disparar, y el sargento sonriendo No lo estropees, hombre, que me ha gustado tus cojones, y todo bajo las voces de la radio, ¿Lo toma o lo deja?... Cuando estaba en casa, mi madre se hacía cruces al verme aparecer justo cuando empezaba el cuento de Cascabel que daban en Radio España a las ocho, -Parecía que tuvieras un reloj en la tripa que te avisaba en mitad de los juegos, subiendo como una flecha aquella maldita escalera que ignoraba el invento de la electricidad, el corazón el la boca, perseguido por un ejército de muertos vivientes, perdiendo los cromos y las canicas que llenaban el silencio como de una lluvia de gotitas de cristal, y todo por oír aquellos cuentos donde se penaba la curiosidad y la avaricia, la mentira y la ambición, castigado yo también con los tres carquiñohs y la pina seca, recibiendo de todos y cada uno de los chavales tres golpes medianamente fuertes y otro fortísimo con los nudillos en la cabeza por el abandono del juego, ley tácita de la calle de la que sólo te eximía la llamada de tus padres, aquella calle de tierra oscura que cuando llovía nos enfangaba hasta los ojos y de las que viví su transformación en el duro impermeable del adoquinado, que habría de transformar también muchos de nuestros juegos, como el roce del tacón o la fuerza del tiro de la baldufa, los botes del balón y los rebotes de las canicas... Sí, yo viví el adoquinado de aquellas calles, Pomar, Burgos, San Baltasar, no te imaginas: una fiesta los camiones descargando arena húmeda de playa, elevando sus cajas como por arte de magia, inclinándolas hasta que caía su carga dejando un olor de mar como en las calles de la Barceloneta, una fiesta aquellos hombres en camiseta espor y pañuelos en la frente como mañicos o jugadores de fútbol, que hablaban más o menos como mi padre, y que uno por uno iban colocando los adoquines sobre un lecho de arena picándolos después con grandes mazas de madera, nivelando el piso a la altura que marcaban de acera a acera con un cordel tensado entre grandes clavos, una fiesta oírlos cantar "Dame vino amargo, que amargue, que amargueeeee..." oír las cosas que decían a las mujeres ¡Guapa! una fiesta verlos comer sobre las dunas de arena y los montones de adoquines patatas y garbanzos en un caldo espeso y colorado y beber vino de unas botellas grandes con tapón de plástico o de botas que levantaban apretándolas a la distancia que daban sus brazos dirigiendo con tino el fino hilo tinto sobre sus bocas torcidas en un gesto de destreza un poco chulo, E abstemio no tiene premio. ¡Guapa! Tú no eres de aquí, verdad chaval? Setsejutgesmenjenfetgedunpenjat. Tú eres de allí, mi madre poniendo el dedo en la llaga del mapa ¿No te acuerdas, Antoñico? nombrándome lugares donde jugué y gentes que me quisieron ¿No te acuerdas? No, madre (que todo me lo llevé / en las retinas de leche /que como los dientes se caen), una fiesta ver extenderse aquella alfombra gris, dura y fría por Pomar, Burgos, San Baltasar, haciendo olor de mar y yo grumete entre aquellos piratas en camiseta espor, Hay que joderse... Aquella alfombra donde ya no podríamos cavar el bolo de las cani caá y donde los últimos caballos de carga resbalarían sacando chispas por las, ¡Aaarriiiii.J, herraduras, mi madre Tú eres de allí, (plaf, ¡Murcianu!), Calla, madre, no digas... ¿Sabes padre, que entonces, / cuando eras joven, yo te veía / viejo y hoy, que ya no lloras / cuando Gardel canta, me pareces / un crío merendando en el ocaso? // (Regresado al ñn, victorioso / en tu deseo de volver, te miro / mirar los montes y campos de tu pueblo / y siento / no estar de cualquier lugar enamorado,) // Me gustas de viejo, tierno / ablandado por el mallo de los años, / cansado, a merced de mi paso / tu paso en largos paseos recordando / lo poco bueno de aquel tiempo de miedo / en que todo -juegos y niñas- lo dejaba / cuando tú llegabas -la boina ladeada / y en el bolsillo de atrás Marcial / Lafuente Estefanía- para echarme en tus brazos / de hierro dulce y besar tus mejillas de púas, / orgulloso de tu pura ferocidad. Me gustaba / tu preocupada seriedad sacudiendo el termómetro / cuando tenía fiebre, tu voz de ogro bueno / contándome el cuento de "Iras y no volverás"... / Y más que nada oírte confesar el miedo / que sentiste en las trincheras / de una guerra, ay, también perdida. // (Regresado al fin, victorioso / en tu deseo de volver, te miro / mirar el cielo luzangelado de tu pueblo /y siento / no tener como tú tienes / donde volver de viejo. ) Hay que joderse, Mi padre decía esas cosas, Hay que joderse, y Válgame la orden, y se cagaba en la Puta Guerra y en la Pastora Imperio, y si lo enfadabas decía No me jodas el parque. Mi padre sabía infinidad de maneras de llamarle a uno tonto, de las que recuerdo siete: tonto, tostasco, zuro, zurrusco, zurete, zurritonto y tontarrillón, y nunca decía que una cosa estaba bien, que cuando algo era muy bueno exclamaba Oye, sabes que eso está medio regular... Mi padre era un tipo singular, esencialmente bueno, y si como dijo el poeta todo es metáfora de todo, de una generosidad desbordante, que los médicos le dijeron que tenía el corazón más grande que la caja. No era alto, pero a mí entonces me lo parecía, un hombretón de manos grandes y fuertes como tenazas, moreno y con bigote a la manera de Cark Gable, la barba tan cerrada y tenaz que al poco de afeitarse ya volvía a sombrearle las mejillas. El hombre, de los cuatro o cinco papeles principales que venimos a interpretar en la vida (hijo, hermano, amigo, marido, padre, abuelo...), el que mejor representó fue el de padre, y el peor el de marido. Quiso mucho a mi madre, pero mal, con la torpeza y la timidez de quien no siéndolo cree que debe parecer duro y superior. Sin embargo conmigo, libre de esa carga, sabía ser tierno y cariñoso, y aunque absolutamente irresponsable en cuanto a mi orientación práctica en la vida, supo en cambio quererme como nadie, tanto que yo le perdonaba su abandono los domingos por la mañana en la escalinata de la iglesia, recordando las palabras Padre, padre, ¿por qué me has abandonado? de mi amigo el Galileo, mientras desaparecía calle abajo hacia la carretera de Sans, camino del ancho mundo del centro, donde decían pasaban todos los prodigios y donde un día me llevó, la ida en tranvía, en una jardinera, que era verano y en verano sacaban aquellos tranvías tan desnudos, sin ventanas, sólo una barra como apoyabrazos, que parecía que volaras como Diego Valor, el cobrador paseándose de pana color tabaco con su gorra y su macuto al hombro y su carpeta metálica llena de paquetitos de billetes, que entonces te cobraban según a donde ibas, mi padre Al Molino, el cobrador diciendo ¡Váaaaamonos!, tirando de un cordel a la altura del techo que movía -tilín-tilín- una campanita sobre el conductor, también de pana y con gorra, dándole con la zurda a una manivela, hacia la derecha aceleraba, hacia la izquierda reducía, y para frenar giraba una rueda que tenía a la diestra como un timón pequeño atada a una cadena sujeta al freno sobre las ruedas, produciendo un chirrido que daba tiricia. En algún lugar había un cartel que rezaba "Prohibida la flasfemia y la palabra soez", que yo desde entonces, cuando me cabreaba decía ¡Soez!, como si fuera algo malo de lo que después debía confesarme, Padre, también he dicho soez... Y el cura ¿Cómo? El tranvía dejándonos frente al Molino con aquellos carteles de mujeres emplumadas y pintadísimas y el nombre en grande de Escamülo, que íbamos al bar donde se reunían los amigos de mi padre, todos del pueblo, una tasca pringosa y fosca de Vilá Vilá, el suelo lleno de escupitajos y cascaras de cacahuete y huesos de oliva y palillos con la punta manchada de sangre y servilletitas de papel, todos Hola, chaval, esturrufándome el pelo, Estás hecho un hombre, bebiendo barrechas, Ponle una limonada al crío, hablando y riéndose muy fuerte de cosas del pueblo, siempre del pueblo, amí ¿Tú ya no te acuerdas de tó aquello, eh? Tú ya eres catahno. Sí, Setzejutgesmengenfetgedunpenjat. ¿Qué dices?, que otro papel que mi padre interpretó de maravilla fue el de amigo,no había otro, siempre organizando juergas, contando ocurrencias, haciendo reír, que tener su aprecio, estar bajo la égida de su estima, gozar de su afecto y de su gracia, fue una experiencia inolvidable para todos aquellos que fueron sus amigos, tal era su influjo, que más de uno tuvo sus más y sus menos con su mujer por el abandono ocasional a que el seguimiento de mi padre lo abocaba. Al volver lo hicimos en metro, mi padre y yo bajando a los infiernos, aquel olor a túnel, el metro apareciendo con estruendo, el ruido de las puertas al abrissssssssse, y dentro aquel hombre de azul oscuro junto a la puerta, apretando los botones de un panel como el del Treintiuno, y las puertas haciendo sssssssss, abriéndosssssse y cerrándosssssse, los carteles publicitarios, aquel de aquel abrigo con sombrero y unos ojos de pasmo, que parecía el Hombre Invisible, mirándose un roto presumiblemente producido por la polilla, y aquel por la polilla, y aquel otro de una niña sacando de un bote un arcoiris de cintas que era de Tintes Iberia, y el del Netol un hombre de chaleco rayado con los carrillos muy hinchados, como enjuagándose, que fue un día fantástico, mi padre y yo de su mano. (Dios cómo te quería, padre, desnudos los dos, mi cara en la fronda de tu pecho, tu olor tan cítrico y distinto al de madre, siempre tan dulce a Visnú y colorete, tus manos jugando con mi pelo, contándome el cuento de "Irás y no Volverás" o hablándome de cuando tenias mi edad, que a mí me parecía otro cuento más fantástico aún, pues todos los niños saben que los padres nunca fueron chicos, que nacieron ya así de grandes y fuertes, la boina ladeada y en el bolsillo de atrás cualquier novela del oeste, como las madres, que nacieron también así de bonitas y enseñadas a coser y a llorar por cosas que los hombres ignoramos, tus dedos llegando al hueso de mi cabeza, traspasándola indoloros hasta el mismo centro de un gustito que borraba al Jesús crucificado, la banqueta y el armario de luna como el borrador las multiplicaciones en la pizarra de la escuela, dejándome suspendido en una noche lujosa de estrellas donde tu voz me curaba de todo mal, "...con tu edad y ya echando enclavaos, que es lo que hacíamos los aprendices de alpargatero, rematando el trabajo de los hombres, a perra gorda la ocena, con la que luego pagaba a don Miguel "El Migas", que era un hombre con algo de cultura general que daba lección en su casa a los zagales del Hoyo. (Mal fin tuvo el hombre, había sido concejal en el ayuntamiento y cuando se acabó la guerra, con setenta y ocho años, fue condenado a muerte junto con otros treinta paisanos, don Miguel con su bastón, rezagado, alguien Animo don Miguel, paso a paso hasta la tapia del cementerio, Pijo, que hasta pa morir metéis prisa, tosiendo, encorvado, apenas sosteniéndose de pie, esperando el ¡Pelotón. Carguen. Apunten. Fuego!.) Malos tiempos aquellos, hijo. Mi padre, tu abuelo, era un hombre de campo, analfabeto, que para alimentarnos se iba a las minas de azufre de Calasparra, iba y venía y se volvía a ir, hasta que un día, harto, se decidió a comprar y vender fruta en los mércaos y amí me cargaba en pleno invierno con un saquico que pesaría lo menos diez o doce kilos y él otro con una será, y por la calle Larga cogíamos la Torrentera p'arriba atajando pa Moratalla con un frío que sajaba a vender la fruta que había comprado en Almadies y yo le decía Papa tengo hambre y nos metíamos en cualquier taberna junto al brasero y nos comíamos unas sardinas que me sabían a gloria, que no sabes tú lo que es toda la noche andando desde las tres o las cuatro de la madruga para llegar a las nueve al mercao, que íbamos desmayaos, y to pa que no faltase un piazo de pan a los más pequeños, que hasta siete le vivimos de los nueve hijos que engendró tu abuela, todos amontonaos en aquella casa que no se cerraba nunca y de la que salíamos a dormir a la calle por que las chinches nos comían..., y yo imaginándote inútilmente niño, que me salías ridículo con bigote y pantalón corto amorrado a la ametralladora, tacatacatac, abrazándote fuerte, rozando tus tetillas con mis labios, oliéndote embriagado, sintiendo no ser la niña que madre decía que esperabas que yo fuese, ¡Qué zagal! Vooolveeeer, con la freeente marchita, las nieves del tiempo platearooon mi sieeeeen... (mi padre lloraba oyendo a Gardel) Volver, hijo, aunque sea pa morirme, decía. Y volvió, una vida después. No es que estuviera enfermo, era un viejo sano y tieso de consevado pelo cano y mejillas afeitadísimas y enérgicamente abofeteadas con Floid que no conoció la decrepitud. Y a los tres años de su vuelta, tiempo que consideró suficiente para recuperar su pueblo, para pasearlo (los pueblos se pasean, hijo, las ciudades se patean) por todas sus calles y caminos y subir al Cerrogrande y a la Peñarubia, de coger hinojo y moras y tomar el fresco bajo los álamos de Las Fuentes y el sol en la plaza Nueva, absorbiendo sus luces, sintiendo sus calores y sus fríos, bebiéndose los últimos vinos (Caravaca la bravia, con cincuentamil tabernas y una sola librería), con amigos y enemigos, todos ya viejos y aún enterrando a alguno, recordando de aquellos tiempos más las risas que los lamentos, y aún de los lamentos lo que tenían de graciosos, cumplidos ya los ochenta, un día, y después de fumarse un cigarrillo ante la sorpresa de mi madre (llevaba más de veinte años sin probarlo), le dijo Angeles, vamos al médico que no me encuentro muy bien. Lo ingresaron en el hospital. Llegué a tiempo de verlo vivo, plenamente consciente me dijo con dificultad Esto s'acabao, hijo, y a la mañana del tercer día se murió cogido de mi mano, diciéndome Dile al sepulturero que cierre bien el nicho, porque entraba luz por debajo de la puerta. Lo enterramos donde había escogido, en un nicho orientado a poniente, frente a los montes Peñarrubia, Cerrogordo- que tanto amaba, cumbres nada borrascosas donde me contó una noche de infancia que una vez, allá en la cima del Peñarrubia, se sintió como sin cuerpo, el aire y la luz pasando a su través, él también aire y luz, tan cerca de conocer lo incognoscible que asustado hubo de abrir los brazos y gritar, gritar hasta sentir que retornaba, pies arriba, el dibujo de su cuerpo y la consciència tranquilizadora de la ignorancia. Mi primo José, el hijo que yo se que a él le hubiese gustado que yo hubiera sido, fuerte, decidido, sencillo, abnegado y amante del puepueblo y sus tradiciones, llevó una cásete y puso Adiosmuchaaaachos compaüeeeeros demivüihda... Ya no podía llorar, pero lo hicimos totodos por él. Se ahogó el grumete. / El más chico, y rubio, y bueno. / Naufragó en medio / de un mar enfebrecido / sin tener un solo amigo / en ¡a calle de los muertos. // (¿Con quién jugará mañana / tras la tapia del cementerio?) // Se murió sin saber / y sin miedo. / Se fue sin zompo ni color, / sin tacón ni cromos ni baraja. / Se fue como un gorrión: / con un ligero batir de alas. / El más chico, y rubio y bueno... // (¿Con quién jugará mañana / tras la tapia del cementerio?). El primero de nosotros en morir fue el Miquelet, de tosferina. Su madre nos lo enseñó en la caja vestido de marinerito de primera comunión, entre las manos sobre el pecho el misal de tapas nacaradas y un rosario de cuentas blancas, la mujer, enlutada y rubia, lloraba con dolorida dulzura besando el pálido rostro del Miquelet muerto, parecía mentira, el Pere -Quina sort, saber elqueés la mort. -A mi em fa por la mort, plena de tauds i esquelets. -També tu ho series de esquelet, burro. -Encare em fa més de por. -El murciano no té sentit de l'aventura, es un cagat. (como tú padre, un cobarde, un michanena, tacatacatactacá) Después se murió el Umberto, pero un día resucitó cojo de mala manera y con unos hierros en las piernas, paralís dijeron. El Umberto era el que mejor contava las aventis haciendo voces y sonidos que nos introducía en la acción mejor que en una peli, engolaba la voz y parecía la del Ramón, el taxista, Hablad en cristiano, cabrones, la de la radio de policía, con las manos juntas haciendo cazoleta sobre la boca, Atención todas las unidades, los coches derrapando, ¡Hiiiiiüggg!, los puñetazos, ¡Tufp!, los disparos, ¡Pic-ñau! En algunas de aquellas historias medio verdad medio inventadas en las que todos formábamos parte del reparto, el Umberto, que me apreciaba, hacía que yo besara a la Mercedes como Burt Lancaster a Ava Gardner en Foragidos, en habitaciones de penumbra herida por la intermitencia del neón donde el motel guiñaba su existencia segundos antes de acabar la nuestra bajo la cruceta centelleante y el tableteo de las metralletas, Tacatacatactactacá, el Umberto aferrado a las patitas de la ametralladora, en el rostro esa mueca estreñida que provoca las detonaciones, yo sorprendido besando a una Mercedes entrevista, maquillada segundo sí, segundo no, por las luces del neón, el Umberto una sombra con sombrero enmarcada en el quicio de la puerta, vomitando fuego a la altura del vientre, Tacatacatacatactá, la Mercedes y yo dos títeres movidos por los dedos de un epiléptico, cayendo ensangrentados en la oscuridad herida por la intermitencia del neón, llorados por las notas de un saxo lejano... La Mercedes era la más bonita y valiente de las niñas del barrio, Jean Peters en La Mujer Pirata, no le importaba jugar con los chavales y a mí me gustaba verla encendida por el cansancio, húmeda y brillante por el sudor que le pegaba el pelo a las sienes, tanto me gustaba que un día lamí su mejilla como un perro, ella me miró con profundidad de mujer, decidiendo si ofenderse o y al fin sonriéndome mientras se pasaba la mano por la cara, no se yo si para limpiarse o agradecerme la caricia. La Mercedes vivía escalera por escalera de la mía y por la ventana del patio interior la espiaba bañándose desnuda en el lavadero, no tenía tetas ni pelos en el vientre como las mujeres de aquellas fotografías que nos enseñaban los grandes, pero yo se las veía y sentía el sexo tirante como cuando soñaba con mi señorita en la piscina de aguas turquesas como en la que nadaba Esther Williams, aquellas fotografías en que todos iban con máscara como la del Guerrero del Antifaz, la señora enjoyada, la criada con delantal y cofia un señor con esmoquin, el cochero, y donde foto a foto iban desnudándose, ellas unas tetas como las de mi madre, ellos unos trastos como los de los caballos, triángulos oscuros bajo el vientre y al final todos haciendo la pila del greix, la boca llena de carne ajena, Un seixantanou, imbécil, no veus que ell l'hi está llepant i ella se la xupa?, Ella sabía que yo la espiaba y se demoraba enjabonándose con parsimonia mientras mordía su labio inferior con malicia de estarlet, mi madre Qué haces tanto tiempo en la ventana? el sexo tirante, pálido como el Miquelet, sabiendo también qué era la muerte, ah!, entonces yo hubiera abrevado entre sus muslos como los hombres de aquellas fotografías que nos enseñaban los grandes... Los grandes eran los amos de la calle, los jefes de la banda, los generales de los ejércitos, para ser grande debías estar a punto de ir a trabajar, doce o trece años, tener pelo en el pubis y salirte, perdona, leche del sexo cuando te la pelabas. Los grandes mandaban, te decían lo que tenias o no tenías que hacer, Tú no jugues, desgraciat. Tú de porter i a callar. Ser grande era la máxima aspiración de los pequeños, que desesperábamos porque llegara el día en que fuéramos temidos y respetados por los imbéciles que no tenían media hostia porque ya estaríamos a punto de ir a trabajar, tendríamos pelos en los huevos y podíamos dejar embarazada a cualquier chávala que se nos pusiera a tiro. Y así, nos explorábamos con atenta minuciosidad buscando el más pequeño brote en los contornos del sexo, la más débil señal espermática, no tanto por placer como porque no fuera que se hubiera producido el cambio y estuviéramos haciendo el chicharelo como humillada clase de tropa en vez de mandar Tú no jugues, desgraciat, Tú de porter i a callar. > I > I ' 1 A veces la verificación la hacíamos colectiva en el Treintayuno,que era la escalera del vicio donde jugábamos a la baraja y a médicos con las chávalas, todos con la chorra fuera y fótali manel, los grandes chulos con toda la mano, los pequeños con el índice y el pulgar, que aquello no daba para más, todos riéndonos al principio un poco avergonzados, poco a poco ganados por una seriedad que el deseo imponía con su orden de urgencia a la mano en el movimiento de sacudirnos la picha, todos mirando la foto de una Yvonne de Cario vestida de mora bailando la danza de los siete velos enseñando el ombligo y un muslo morenísimo entre la gasa del vestido, pálidos, desencajados, ahogando los gemidos para que no nos oyeran los vecinos y al final la espesa señal de los grandes, ¡Mire-ho, mire-ho.J. y el seco desencanto de los pequeños. Los grandes dictaban las leyes y las hacían cumplir bajo amenaza de castigos terribles como los tres carquiñolis y la piñaseca, meterte el sexo en la boca o encerrarte en la escalera donde decían una mujer se había envenenado con salfumán después de ahogar a sus dos hijos pequeños, y el peor de todos: prohibiendo que nadie te dirigiera la palabra, ordenando que te ignoraran, como si fueras invisible, como si no existieras, olvidado, muerto como el Miquelet... Pero no todos los grandes eran igual, el Férmin, que así le decíamos acentuando la e, era grande, pero no nos despreciaba, alto, pelirrojo y lleno de pecas, el Férmin era noble y bueno y siempre intercedía por cualquiera de nosotros, y a los pequeños nos gustaba luchar con él de mentiras porque no sudaba, olía a colonia y se dejaba ganar. Yo al Férmin lo apreciaba tanto como al Quique. El Quique no era bien bien de los grandes, pero tampoco de los pequeños, tenía esa edad intermedia que le hacía poder estar con unos y con otros con total naturalidad, además tenía una extraña facilidad para pasar de Jekyll a Hyde que, como decía el otro, te hacía andar sin sombra. Delante del Quique nadie se atrevía a decirme murciano, quizá porque también él era, aunque calladamente, despreciado, porque su padre era un borracho que cruzaba las calles como un niño que recién aprendió a andar, mascullando canciones llenas de barricadas e hijos del pueblo y barbotando blasfemias y meándose allí donde le daba. El Quique vivía en la esquina de Burgos/Pomar, en una planta baja amplia y oscura a la entrada de la cual intentamos violar a la Susi cuando volvía de la vaquería saltando ahora sobre un pié ahora sobre el otro balanceando la lechera con el petricón y medio, el Chino, que le decíamos Chino porque la piel de los párpados le escondían las pestañas dándole un aire oriental como los chinos falsos de las películas americanas, Està bonissima, el Ros, que le decíamos Ros porque era rubio, Te pits, què no veieu como se l'hi marca els sostenidors? ¡Tots amb la xorra fora, es una ordre!, dijo el Largo, que no era largo, sino bizco y llevaba unas gafas con el vidrio izquierdo ahumado que parecía un pirata, cuando la Susi pasó delante de la puerta y alguien la cogió por el brazo y la metió dentro junto a su grito, -¡Tapeu-li la boca! la lechera por los aires, la leche bañándonos, ella pateando, -¡Agafeu-li les carnes!, desgarrándole el vestido, rompiéndole las bragas, los pequeños asusasustados como si fuésemos la Susi, la Susi una fiera ¡Filis de puta, el meu pare os matará, deixeu-me, el Ros encima, magreando, Te pits... Y de pronto la luz y en la luz el padre del Quique como un niño que recién aprendió andar, ahogando una blasfemia, nosotros quietos como escarabajos sorprendidos por la claridad, la Susi hecha un cristo, levantándose, corriendo aprovechan do la sorpresa, Filis de puta, y yo S'ha deixat la Hetera con la lechera en la mano y todos mirándome sin comprender, ¿Què diu aquest imbècil?, saliendo zumbando en desbandada... La casa del Quique tenía un patio de tierra descuidado y sucio lleno de cajas y aparejos de labrar oxidados, una gábia con conejos y un perro de mirada y orejas tristes atado a una higuera enorme que colgaba sus ramas sobre la calle y levantaba con sus raíces las losetas del comedor del Lolo, que vivía junto a aquel patio desventurado. El Lolo, que le decíamos Lolo porque se llamaba Manolo, era un chulipia que se peinaba con un tupé muy alto encartonado con fijador. El Lolo se las daba de ser el mejor espadachín y el pistolero más rápido a este lado del Misisipí, pero no era más que un poses que presumía de todo, hasta de tener un hermano en el Tercio que volvió negro de moreno con una chávala en bañador tatuada en el brazo, y de una hermana muy gorda, peinadora, porque le tocó la lotería. Lo mejor del Lolo era sin embargo aquello de lo que se avergonzaba: la Nuri. La Nuri era fea como ella sola, es cierto, alta y desgarbada y con los dientes salidos como la Mary Sempere, pero un amor. La Nuri hacía de enfermera en las guerras y a nadie le decía nunca que no cuando jugábamos a mequieres, las niñas en una acera y nosotros en la otra, escogiendo a quién decirle, que yo, después de cargar con las calabazas de la Mercedes y la Susi (que eran las que estaban más buenas), me decidía siempre por ¿Mequieres, Nuri? y la Nuri Sí, triste por que nunca se lo preguntaba el chulo del Lolo, salvándome de quedar desaparejado y haber de pasar por el tubo de todos dándote de palos. Pero a pesar de que entonces bebía los vientos por aquel perdonavidas que la rehuía burlón, la Nuri terminó casada con el Jabato, caudillo de los ejércitos enemigos de la calle Andalucía que se enfrentaban con nosotros en la Montañeta, miserable promontorio junto a las vías del metro y el tren (donde un día a un chaval de Juegos Florales le seccionó un pie a la altura de la espinilla, que todos pudimos ver allí solo metido en su chiruca de la que sobresalía el hueso cortado. Después, aquel zagal jugaba de portero en los partidos de la calle, echado en el suelo, arrastrándose de mala manera, que daba una pena...) en la Montañeta cazábamos aviones (libélulas) y sargrantanes y cogíamos llufas el día de los Inocentes para enrredar el pelo de las chávalas y hacíamos las guerras (tacatacatacatacatá), mascando chicle, la cinta de sujeción del casco colgando, Pida refuerzos, soldado. ¡Sí, señor!, y donde el Llórens, también así, con acento en la o, cayó un día herido a mi lado de una pedrada en la frente, y yo No si val, parau, pareu, a pecho descubierto, gritando Heu matat el Llórens, heu matat el Llórens, con el Llórens en los brazos, no un cobarde, padre, no un desertor, no un michanena, el general condecorándome, yo firmes con el brazo en ángulo, la mano extendida con los dedos juntos tocando la sien, Gracias, señor, y una música como de circo y el ondear de la bandera, (Hay que joderse, lo embusteros que son...) y todos parando la guerra, llevando al Llórens desangrándose, dejando un reguero de gotitas de sangre desde la trinchera hasta las baldosas de la farmacia, el farmacéutico Què em porteu aquí?, las mujeres chillando, Porteu-lo al Dispensari, al Dispensari... qué drama, el Llórens pálido como el Miquelet, pero vivo, soportando el dolor de los puntos como un hombre, y luego con la frente vendada, su madre ¡Verge del Carme!, asustada, abrazándolo, Què t'ha passat, llorançet, fill meu?, la Milady Guau, guau, y él por fin llorando... El Llórens vivía debajo mío, era un muchacho asustadizo que se arrancaba los rizos de su cabeza y se los comía como si fueran pegadolça. Del padre del Llórens, que era moreno y alto, un gigantón bromista que se tiraba unos pedos sonoros y se reía muy fuerte, como los ogros de los cuentos de Cascabel, decían que de joven había ganado la Travesía del Puerto. Ahora hacía termómetros en su casa, en una habitación habilitada como taller, y nos dejaba jugar con el mercurio. El padre del Llórens murió de repente mientras dormía, su mujer fue a despertarlo y ya estaba muerto, tan sano siempre y aquel color como de volver de vacaciones, que ni un constipado había sufrido nunca y la pobre mujer durmiendo con el muerto, válgame Dios, que dijo mi madre. Al Llórens y a su hermana ( que era tan pequeña que se me olvidaba que la tenía), aún después de morir su padre, los Reyes siguieron trayéndoles los juguetes más chanis, y cuando digo que les traían quiero decir que lo hacían de verdad, los tres con las coronas torcidas sobre sus largas melenas, el negro pintado como Al Jonhson en El cantor de Jazz, los tres cargados con paquetes envueltos en papeles brillantes de los que sobresalían el mango de un florete, las ruedas de un camión o los dedos regordetes de una muñeca, dando traspiés, riendo, pisándose los mantos, a unas horas demasiado tempranas para el reparto de juguetes, que habría tenido que sospechar, viéndolos cargados, dejándole al Llórens despierto todo cuanto les había pedido en la carta y no como al resto de nosotros, que nos echaban lo que querían y cuando ya estábamos durmiendo, el Pito Aquest paio es burro, que el Reis son els pares, desgraciat. y yo No, que els meus pares no son reis, que som pobres. Como cuando un día alguien me dijo Fill de puta y todos Trenca-li la cara, Trenca-li la cara, y yo Per què, si la meva mare no es puta, que es modista, y el Quique Voleu deixar el nano en pau o què. Desde que se murió el padre del Llórens el rei Melchor era más bajito y no hacía tanta coña, y el Llórens estaba siempre como ausente, retortijándose más que nunca los rizos y arrancándoselos para comérselos como si fueran pegadolça, pero nosotros pensábamos que aún sin padre el Llórens tenía suerte, porque veía a los Reyes y recibía todo cuanto les pedía, porque tenía a la Milady, Guau, guau, que hacía todo lo que le mandaba y porque todos los lunes de Pascua su padrino, que decían que era rico porque tenía una droguería en Hostafrancs, le traía una mona así de grande que compartía con los de la escalera, el Pito, el Lito, la hermana del Lito i yo. Un año fue la monda, resulta que el tío del Llórens compró en todas las pastelerías de la carretera de Sans el mismo número de la rifa de las enormes y artísticas monas -la Sagrada Familia de galleta de caramelo, el Camp del Barca de chocolate; el monumento de Colón también de chocolate con sus leones y todo sobre una base redonda de pà de pesie y un Tibidabo con su avioncito y todo que giraba de verdad y su talaya oscilante con su cesta llena de minúsculos muñequitos de plástico, que exponían en sus escaparates, y no te lo vas a creer, ¡le tocó!, el vecindario entero con los morros llenos de nata y chocolate, picando de allí de allá en un banquete improvisado en mitad de la calle como en la Fiesta Mayor, yo ofreciéndole un pedazo de tribuna a Alicia, ¿Vols, Alicia? Sí. Alicia era la hermana melliza del Miquelet, nos hicimos novios bailando La Niña de Puertorico una Fiesta Mayor en que la calle ganó el tercer premio (el primero siempre lo ganaba la calle Canalejas) conun motivo de pueblo tropical, toda plantada de palmeras de cartón y cocoteros con monos de trapo colgando, bailábamos tan arrambados que las viejas murmuraban Guaita, guaita, tan menuts. Después, y mientras proyectaban "Mariona Rebull" en una pantalla plantada en mitad de la calle, la gente a un lado y otro viendo la misma película pero al revés, Alicia y yo jugamos a besarnos en el Treintiuno con la boca llena de sidral que hacía una espuma dulce. La Fiesta Mayor era un tiempo fuera del tiempo, todo cambiaba, el cielo desaparecía más allá de las cintas de papel que a la altura de los primeros balcones se cogían de parte a parte de la calle engalanada cada año con motivos diferentes, éste de un pueblo tropical, el pasado de un castillo medieval con sus almenas y su puente levadizo, el próximo de un fondo marino con toda clase de peces de colores, tiburones enormes con las fauces abiertas y pulpos gigantes como los de "Veintemil leguas de viaje submarino", en mitad de San Baltasar se plantaba un tablado sobre grandes caballetes de madera donde tocaban las orquestas y vocalistas chupados de tez pálida y chaqueta blanca cantaban Bajo el palio de la luz crepusculaaaaar y Cabareteeraaa, nosotros bajo el tablado, viendo a los músicos llevar el ritmo con los pies, que hacían crujir el piso levantando un polvillo que nos hacía toser. Un día hacían cine en mitad de la calle con un viejo proyector que se estropeaba cada dos por tres interrumpiendo la proyección de la película entre las protestas de los vecinos y en cuyo haz de luz metíamos las manos llenando de sombras espúreas la pantalla, otro una sesión de boxeo con unos púgiles de coña, escuálidos y cobardicas que se pasaban los asaltos abrazados como novios provocando el abucheo general, las tardes eran para nosotros: carreras de saco, trencar l'olla, chocolatadas (con grandes baberos, los ojos bendados dándonos a ciegas unos a otros el milindro mojado en chocolate poniéndonos perdidos, las madres riéndose, haciendo ¡Uuuuuh!), compitiendo haber quién cogía el melón de un enorme barreño lleno de agua y fruta (nosotros a unos quince metros, corriendo de uno a uno hacia el barreño del que con una mano y sin pararte cogías lo que podías, a veces nada, agua...), jugando a coger sin manos con la boca una peseta rubia que nos ponían en la frente, sentados, la cabeza hacia atrás, haciendo muecas, arrugando y tensando la piel del rostro llevando la peseta hacia el puerto de los labios, que no era fácil, y a toda hora música que salía por unos altavoces enormes repartidos por toda la calle, Para Alicia, de quien ya sabe, "Ansiedad", o "Madrecita", para la señora Ángeles, de su hijo con cariño, como en los discos dedicados de la radio. En la Fiesta Mayor, las noches no acababan nunca, todo iluminanado, los vecinos a la fresca, las mujeres con abanicos que manipulalaban con destreza, los hombres fumando en mangas de camisa, vendedores de chufas y altramuces, de globos de colores, de gafas con bigote y pirulís de la Habana, y nosotros entre los caballetes del tablado viendo por debajo a la orquesta y el vocalista con agujeros en los zapatos imitando a Machín, Jorge Sepúlveda o Lorenzo González, La niña de Puertorico, por quién suspiraaaa... y yo ¿Balles, Alicia?, arrambados, Guaita, guaita, tan menuts, y después las bocas juntas en el Treintiuno llenas de espuma dulce de sidral... Pero al final, Alicia terminó dejándome por el Pito, estaba cantado, que tenía los ojos azules y jugaba al bàsquet. El Pito, que ya dije que vivía en mi escalera, tenía la mano rota de atizarme, yo no lo entendía: se me quedaba mirando fijamente, mirando... y soltaba la mano, plaf, ¡Murcianu!, más de una vez se las tubo con el Quique, ¿A tú quèfa que casqui aquest xarnego?, los dos rodando por el suelo, golpeándose, sangrando por la nariz, Com tornis a tocar el Nene et mato, fill de puta, el señor Ramón, el taxista, Hablad en cristiano, cabrones. A parte el taxi del señor Ramón, nadie tenía coche entonces, quita do el Biscuter de un joven del fondo de San Baltasar que vestía traje, y la gente sacaba las sillas a la calle en verano a tomar el fresco y hacerla petar. Mi padre lo hacía en camiseta espor y yo iba a darle un beso en su mejilla de púas, orgulloso de su aspecto feroz y aquella cicatriz de cuando la guerra, tacatacatacatacatá, hay que joderse. Mi padre casi siempre se sentaba solo, como el abuelo en el pueblo haciendo pares, a leer una novela de Zene Grey o Marcial Lafuente Estefanía. Entonces sí que nadie se atrevía a decirme ni pío. A veces lo hacía al lado de un hombre que hablaba como él y que tenía las manos blanquinosas de yeso pero que no manchaban, Hola chaval. Cómo crecen los crios, en, Perico? Dentro de ná tenéis otro sueldo. Y tú qué quieres ser cuando seas mayor? (Cuando sea mayor / quiero ser rebautizado / en la pila gentil / de una mujer morena, / y después, qué se yo, / chispa del deseo, / ebanista de nubes, / fresador de ideas, / comodín de una baraja, / hombre anuncio / de cualquier buena nueva, / artesano de latidos, / explorador del llanto, / óptico de evidencias, / indicador de encrucijadas, / joyero de noches preciosas, /cantor de tangos y rancheras, / fabricante de astrolabios, / pintor de sonrisas / en las caras más serias, / sastre de sombras, / pescador de mentiras, / libertador de letra im-presa, / delineante de ternura, / químico de amor, / vidriero de lunas nuevas, / anestesista de insomnes, / cirujano del alma, / fundidor de nieves perpetuas, / buzo del beso, / aguador de dunas, / fumigador de estridencias, / minero de oídos sordos, / soldador de solitarios, / albañil de fiestas, /piloto de autodechoques, /jinete de tiovivo, / cazador de patos / en barracas de feria, / lazarillo de videntes, / inventor de historias, / contable de estrellas, / recolector de sueños, / ganadero de perdidos, / poeta... ¡sí, poeta!, / que cuando sea grande / seré, seguro, / todo un poema.) Yo quería ser valiente, no temer a los espectros de la escalera, que muchas veces se metían en mis sueños amargándome la noche, valiente y con los ojos azules y jugar al bàsquet, Alicia... I I I I I I 1 , Se equivocó lo justo para ser humana. / Hoy sufre el castigo de vivir y no olvidar / que fue hermosa (¿quién no la quiso?) / Yo la conocí en el secreto del alma, / cimbreado por los temores de su corazón, / oyéndole el revés de la voz, el eco sordo / de los pensamientos, envuelto en sus deseos, / creciendo fatalmente hacia el adiós / de los extraños que al ñn un día / la luz y el aire, su grito y el mío / -hermanos de sangre- / nos convertirían. / Qué lastima, dice -la vida en medio- / frente a su retrato de bodas. / Qué lástima. Mira... / Y miro sus ojos y recuerdo sus ojos / hoy inclinados a cerrarse y temo / que el tiempo -ladrón de tersura /y esperanza- quiere hurtarme / hasta la dulce sombra de su sonrisa... Frente a unas últimas fotografías de mi madre, mi madre dice -Ya no soy yo. Y yo: -¿Cuándo eras tú, madre? Y ella: -Allí, señalando la ampliación de la foto coloreada de su boda, en la que está preciosa junto a mi padre, desconocidos los dos por jovencísimos, como si la vida fuera despojándonos con los años de la identidad de la imagen con que escogemos reconocernos -Ya no soy yo. Lentamente, en un suspiro, vamos dejando de ser, después de haber ido haciéndonos, niñez arriba, o abajo, hasta ese instante en que el alma coincide con nuestra imagen en el espejo, desdibujándose después hasta que la muerte termina por borrarnos definitivamente, dedejando en aquellos que nos miran por última vez esa consumida figura que como un síndrome de Dawm luctuoso asemeja a todos los difuntos. -Ya no soy yo, tan arrugada y dolorida y calva, sólo mirada adentro, muy al fondo, en el nacimiento de las lágrimas me reconozco, no en las cejas despobladas ni en los labios marchitos, no en estos dedos retorcidos ni en estos pies hinchados, no, sino allí, junto a tu padre... (con el vestido blanquísimo y largo, el velo de gasa sujeto a la mata de pelo oscuro coronada de flores que enmarcan un rostro redondo, hermoso y confiado de frente ancha y cejas apenas sugeridas que ceden protagonismo a unos ojos no muy grandes de mirada vivida y unas mejillas lustrosas que sostienen la barquita de una sonrisa de labios encendidos) El corazón como un tambor en fiestas, hijo, oliendo como el campo en la mañana, (el fotógrafo colocándole el velo sobre el hombro derecho, Haber, levanta un poco más el ramo... No tanto... Aaaaasí.) tu padre junto a mí, guapo, nervioso, con su traje oscuro (camisa blanca de cuello cerradísimo, corbata a rayas, la franja del pañuelo condecorándele el pecho, la sonrisa menos franca, sombrea- da por el bigote, el brazo izquierdo estirado sobre su lado, la mano mano bien cerrada, el fotógrafo Haber...Quietos... ¡Ya!) En aquella muchacha, en ese instante, se produjo la identificación del alma con la imagen con que escogemos reconocernos -Allí, junto a tu padre. y que a partir de ese momento se iría difuminando hasta llegar a este desconocimiento de ella misma, -Ya no soy yo, hijo, frente a sus últimas fotografías. Mi madre no bajaba nunca la silla a la calle a tomar el fresco y hacerla petar, siempre con la Singer, atareada en costuras e hilvanes, dobladillos y hombreras y patrones que marcaba con jaboncillo azulverdoso después de venir de coser en casas de ricos más ricos que el tío del Llórens, de alto copete que ella decía y que vivían no en Hostafranchs, sino en Muntaner o Balmes o Infanta Carlota. A Infanta Carlota iba mi madre a coser en casa de la hija de Ramón de Setmenat, galán de cine de los años treinta y cuarenta que formaba pareja artística con Lina Yedros, un hombre ya mayor entonces, pero guapísimo y muy alto que vivía con su mujer en una torre en Esplugas guardada por unos perros que daban miedo de grandes y fieros. Al hombre le gustaba regar el jardín y lo hacía envuelto en una toalla de cintura para abajo, un tipazo. Tema un hijo muy mujeriego que metía a las novias por la ventana para que no se enterasen sus padres y que murió en un accidente de coche, el pobre, y una hija casada con un banquero muy importante, que eran los que vivían en Infanta Carlota. Un día te llevé no se por qué y dio la casualidad que celebraban.el cumpleaños de un nieto, hijo de la hija y el banquero , y tú te pusiste a jugar con todos los crios convidados. Yo estaba planchando, y noté a las chicas, las criadas, un poco raras y muy serias dando vueltas a mi alrededor, no sabiendo como decirme, diciéndome Ángeles, que dice la madre de la señora que tenga, dándome una bolsa de peladillas envueltas en celofán, que le dé ésto a su hijo y que lo saque de la sala de juegos. Mira, que no sabes lo que sentí que me puse a gritar para que me oyera la tía: ¡Claro que lo saco, pero para que no le pegue a ella sarna de su niño!... ¡Ah, y las peladillas que se las meta la vieja donde le quepan, que le caben, éstas y los kilos que ha comprado sin pagarlos! (que su marido no le daba dinero y a las chicas ya no les fíaban). Y te cogí y nos fuimos, dando yo un portazo que no se como no se cayó la puerta... -Sí, me acuerdo, tú llorando y yo ¿Por qué lloras, madre? y tú Por nada, hijo, que he quemado un vestido planchando y me han reñido. -Sí, tú tan pequeño, qué querías que te dijera. I I I I 1 1 Dickens puro, amor, que además, de aquellos niños de aquellas casas lleva yo las ropas que desechaban y que mi madre me arreglaba que parecían luego hechas a medida, las vecinas Señora Ángeles, hay que ver como lleva usted a su hijo, y leía sus lujosos tebeos de Superman y el Capitán Marvel -¡Sazám!- y cuentos magníficamente ilustrados de los Grim, Andersen y Perrault. Mi madre vistió de novia a medio barrio, las jóvenes probándose en nuestro dormitorio frente al armario de luna, yo colándome como distraído, ellas Aaaaaah, tapándose pudorosas, mi madre No pasa nada, es un crío, para verlas en bragas y sujetador y explicarlo luego a los otros un poco chulo. Entonces las bodas de la calle se hacían en la Bodegueta, una tasca que tenía un futbolín de dos defensas con el extremo izquierda baldado, entre toneles de vino y cajas de sifones y cervezas bajo un cielo emparrado de uvitas colgando, ¡Visca els nuvis! donde el lito -mandil blanco a la cintura y servilleta al hombroterminó de camarero. El Lito era mi mejor amigo, un hermano, el que nunca tuve, y el más listo de nosotros, serio, reservado y ágil como Burt Lancaster, y aunque sus padres hablaban en castellano nadie se metía. Estudiaba en los curas, iba para abogado, pero su padre, sargento chusquero, hombre violento y agrio, arrendó el bar y lo puso de camarero, Una pena, que dijo mi madre. El Lito y yo íbamos juntos al cine Manelic, que no se llamaba Mane lie, sino Albéniz tallado en piedra en arco sobre la entrada, pero, dicen que un día una compañía de teatro representó Terra Baixa con tanto éxito que se quedó para siempre con el nombre del protagonista,- ¡Manelic, Manelic...!- Al Lito y a mí nos arrebataban las películas, los espacios abiertos de las pelis del oeste, que también decíamos de indios o de americanos, las de piratas, con aquellos barcos llenos de escaleras de cuerda e hileras de cañones con el velamen hinchado por el viento y cuyo mascarón de proa era una sirena tallada en el tajamar que abría las aguas verdeazuladas de los mares del sur, Contramaestre, a toda vela. Sí, señor. ¡Atodaveeelaaaaa...!, del paisaje sinuoso y agostado del desierto de Tres lanceros bengalies, de la India de Kim y la selva descolorida de Tarzán, de las sombras que endurecían el rostro de Sterling Hayden o la luz que angelicaba el rostro de Dorothy Malone, el cine era la hostia que nos redimía de la miseria de aquel blancoynegro desventurado de nuestras calles (donde por cierto se rodó una película titulada "Herencia de sangre", de la que se existe alguna copia por ahí) y donde ninguna chávala hablaba como Jean Simons con la voz de Carmen Lombarte, ni de lejos el más valiente de nosotros como cualquier héroe con la de Juan Manuel Soriano (al que hace unos años mandé un librito de poemas dedicado y tuvo la delicadeza de llamarme para agradecérmelo, que no sabéis lo que sentí al oir mi nombre en su voz, que fue como Kirk Douglas y Rock Hudson o Glend Ford, diciendo An tonio Martínez, por favor.) ah, el cine era lo más grande del mundo, más grande que los cuentos y los tebeos, más grande que los sueños y las aventis del Umberto, más grande que la vida, que el Lito y yo salíamos que nos costaba hahablar y andábamos un rato en silencio porque en nuestra retina no se había sobreimpresionado aún la palabra FIN. Tanto nos gustaba el cine, que los domingos por al tarde, mientras nuestros padres se quedaban inclinados sobre la radio oyendo el futbol y haciendo ¡ayyy!, el Lito y yo nos íbamos a la catequesis para ver películas mudas de Charlot y de Pamplinas, que era BusterKeaton, y del Gordo y el Flaco y de Gafitas, que era Harold Lloid, y que pasaban directamente sobre la pared con un proyector que se estropeaba tan a menudo como el de la Fiesta Mayor y que metía un ruido que casi te impedía oír aquella voz que decía YJaimito enamorado la coje de la mano, después de que unos jóvenes pulidos y bien peinados que hablaban un castellano neutro lleno de pausas nos contaran de la Vida, Pasión Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, así como de los Hechos de los Apóstoles y nos dieran de merendar pan con chocolate y el premio de una estampa en relieve del Sagrado Corazón si al final respondías correctamente a las preguntas Dónde nació Jesús, Dónde fue crucificado, Qué se conoce por Cruzada Española, colaban, Nombre y apellidos del Caudillo, tacatacatacatacá, hay que joderse, y todo por el cine, que nos enloquecía al Lito y a mí. Pero la verdad es que a mí me gustaba la historia de aquel muchacho también pobre, capaz de andar sobre las aguas como el mascarón de proa en el tajamar de una goleta y provocar aquel arrobo de las santas en las estampas, aunque no entendía por qué con todos sus poderes se dejaba clavar en una cruz y aún decía Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen y al final exclamaba ( como yo en las escaleras de la iglesia) Padre, padre, por qué me has abandonado, que lo sentía entonces como un amigo mejor que el Lito, tan bueno y allí colgado, coronado de oprobio y espinas que le salpicaban la frente de gotitas de sangre provocando la vergüenza del sol y la ira de los vientos que para eso, dicen, era el hijo de Dios, que por qué, por qué lo había abandonado oliendo a nardo, con su cabeza nimbada y sus prodigios de mago, el rostro fulgente, las rodillas de nácar, él que miraba hondo y sin daño y hablaba con dulzura en un idioma hecho de luz y sombras de cine, que andaba como sin tocar el suelo y con el corazón flamante en la mano, tan hermoso que hasta el más hombre de nosotros se hubiese dejado besar por él como discípulo amado, tan listo y sin chulería, que hay que ver que palabras decía, que de historias contaba, Dios, por qué lo abandonaste a la suerte de los cambistas y los mercaderes, de los charlatanes y los fanáticos y los que no entendieron, cargando sobre su memoria el peso insoportable de mentiras y templos erigidos a un dios que sin su rostro espantaría a los niños y a los hombres y mujeres de buena voluntad... La escuela era más o menos como la catequesis, pero sin Pamplinas ni pan con chocolate, aunque a veces te daban un queso color butano y un vaso que decían era leche pero era agua con unos polvos que decían era leche en polvo, todo americano, con mapas que pintábamos con colores Goya y mucha caligrafía copiando de la pizarra La ociosidad es la madre de todos los vicios, que yo me preguntaba quién sería esa señora cargada de hijos que gastaban sus noches fumando, aferrados a un abanico de cartas impasible el ademán o haciendo la pila del greix con la señora enjoyada, el chofer y la criada en un despelotado revoltijo de identidades indescifrables, que ya era mala suerte, caligrafía y más caligrafía, que te salía un callo en el dedo medio de la mano derecha, que pobre de ti que fueras zurdo como el Ricardo Gandul, que a hostias te rectificaban diestro, y problemas de obreros que ganaban 4,50 pesetas por hora y trabajaban 10 días a razón de 5 horas diarias y aún ahorraban 75 pesetas, que cuánto habían gastado por día (mi padre y los tres hermanos hijos de la viuda discutiendo su resolución, haciendo números con una mano cogiéndose el mentón, llegando a resultados diversos, que no se por qué les pedía ayuda si acababan confundiéndome más y terminaban por discutir sobre cómo cono el obrero podía ahorrar de aquella cantidad tal y como estaba la vida, hay que joderse). A la escuela íbamos todos uniformados con unas batas grises con rayitas oscuras y cinturón y al entrar y al salir cantábamos brazo en alto, la mano extendida como en las películas de romanos, Caralsol corúa camisanueeeva.... mientras subían o bajaban la misma bandera que hacía de fondo en la fotografía a un Generalísimo soberbio con chaquetón que colgaba sobre la pizarra junto a la de un joven peinado como un cantante de tangos, uno a cada lado de un Cristo crucuficado, padre, padre..., que ha diferencia de la catequesis aquí los maestros te pegaban con la regla en la punta de los dedos puestos como cuando los mayores decían de bote en bote o con la mano con ganas en las mejillas y humillándote de mil maneras llamándote burro a gritos o poniéndote de cara a la pared sin moverte un pelo. Los había como Don Pablo que parecía disfrutar convirtiendo la clase en un infierno, implantando el terror de la violencia física con una frialdad de médico de Treblinka, te ponía la mano sobre el hombro mientras iba dándote un discursito justificativo del castigo que muy a su pesar debía infligirte A mino me gusta tener que pegarte... la voz suave, paternal A mí me gustaría que no te hubieses equivocado, que ese siete fuera un nueve... la mano dándote golpecitos en el hombro Que prestaseis mirando al tendido más atención, pero me obligáis a ser malo, tu tragando saliva, apretando los dientes el temible Don Pablo. Y todo por qué. pausa ¡Por qué! cambiando el tono, fuerte, imperativo ¡¡Decídmelo, coüoü entonces aquella mano amigable que había ido dándote golpecitos en el hombro devenía de piedra lisa contra la cara y sentías un fuego en la mejilla y un nudo en la garganta, impasible, que pobre de ti que lloraras, todos mirándote, unos compadeciéndote, otros sonriendo cabrones, pero todos cagados... La escuela era una mierda llena de triángulos equiláteros, de áreas y hectolitros, de mártires y reconquista, "Diego, machuca, machuca como esforzado, no nos quede moro vivo, todos mueran a tu mano." A la escuela sólo la redimía el tiempo de patio y las chávalas con sus trenzas y su olor a día festivo cerca del mar que iban a clases separa das de nosotros, y a veces la lectura de la Historia Sagrada con aquellos relatos fantásticos, terribles y apocalípticas del Antiguo Testamento y el de mi amigo el Galileo con sus prodigios y bondades en el Nuevo que tanto me gustaba aunque terminase mal por más que intentaran arreglarlo con su resurrección, que más miedo me daba un muerto levantado de su fosa, y todo ilustrado con dibujos a la manera de Durero, mucho mejor que los tebeos del Jabato o el Capitán Trueno y aún de Supermán, que no es nada la historia de Isaac que significa risa y que me daba de todo menos risa bajo el cuchillo de un Abraham decidido a cumplir el mandato de Yavé Toma a Isaac, tu único hijo, a quien tato amas, y ve a la tierra de Moría y ofrécemelo allí en holocausto, porque sí, porque Él se lo mandaba y sanseacabó, que decía mi padre, y todo por poner a prueba la obediencia ciega del patriarca, que menos mal que un ángel detuvo la escena en el último segundo satisfecho Dios de que por obedecerle no perdonaba ni a su único hijo, que mi padre no hubiese nunca acatado mandato tal con lo que me quería, que tendrías que haberle visto la preocupación sacudiendo el termómetro cuando la fiebre me salvaba de Herr Pablo por no recordar mica, cuarzo y feldespato y le decía a mi madre Treinta y ocho y medio, Ángeles, hay que llamar al médico, y me arropaba con mimo echándome la manta estampada con la Venus de Milo manca y las tetas al aire y me daba un beso en la frente demorándose en el contacto con mi calentura, Me cago en la Pastora Imperio. Definitivamente mi padre jamás sería padre de un gran pueblo ni en él serían benditas todas las generaciones, sólo de mí y por mí bendito, aunque me abandonase en la puerta de la iglesia o fuese motivo de las lágrimas ahogadas de mi madre sola en la cama grande bajo el Jesús crucificado tantos sábados por la noche, ¿Por qué lloras, madre? Porque he quemado un vestido planchando, y padre allá lejos, entre las zarpas oscuras de los enormes leones de Colón, deciéndonos venid, venid, aunque lo que de verdad quería era voiveeeeer... Y un día, hacia finales de los cincuenta, mi padre dijo como una bomba Nos vamos, y nos vamos significaba dejar así sin más y sin remedio el único lugar al que había pertenecido de veras, que uno no es tanto de donde nace como de donde juega, crece y aprende y hace amigos y pierde novia y es consciente del miedo. Otra vez ¿Cuándo te vas, Antoñico? Otra vez Tricytrac, tricytrac... Nos íbamos, Alicia, Lito, Llorens, Guau, guau, Milady, adiós Quique, Nuri, Fermín... Perdía sin remisión aquella patria de penumbra y adoquín, calles que amaba como a madre y temía como a Dios, que el diablo, decían, era como nosotros, pobres, raídas y mágicas alfombras abiertas al indulto escolar de cada tarde, Bagdad y Sherwood, Dunquerque y O.K. Corral, liceos al raso donde aprendí con corrección nativa su idioma de jotas impronunciables, Setzejutjesmenjenfetgedunpenjat la historia de las armas, el nombre de los reyes del balón y el triángulo sin teorema de las chávalas, adiós monas de pascua, mazas y carracas, baldufas y canicas, cromos y chapas, adiós Manelic, Liceo, Garralle y Galileo, catequesis y Montañeta, adiós Fiesta Mayor, Treintiuno, chufas y altramuces y pirulís de la Habana, organilleros y afiladores, futbolistas y locutores, cómicos, púgiles y vocalistas que amenizaron aquel tiempo de miedo en que todos fuimos murcianos realquilados bajo la noche estrellada, adiós, Mercedes desnuda en el lavadero, Qué haces tanto rato en la ventana. Nos vamos, nos íbamos, ostras, Pedrín... La noche antes de mi partida me quedé el último en el poyo de la puerta del Lolo, invadido seguramente por el mismo sentimiento que a mi padre años antes al venirse del pueblo, (ahora yo también lloraría al oír a Gardel, Caminito que el tiempo a borrado...), viendo pasar al padre del Quique dando traspiés, mascullando canciones de cadenas y barricadas en mitad de la noche apenas sostenida por el único farol sano de Pomar, mirando el cielo orillado por las azoteas que parecía un río lleno de pececitos de estrellas, la luna como un delfín de plata entrando y saliendo de las nubes y yo en aquel silencio húmedo y sin amigo, olvidado del miedo, más triste que otra cosa, que subí las escaleras sin importarme los espectros, que apiadados de mi aflicción cantaron unidos a la Coral de los Niños Muertos "La niña de Puerto Rico, por quién suspiraaa... ", en homenaje. Mi padre ¿Qué te pasa?, viéndome tan serio, sorbiéndome los mocos, Nada, que quemé un vestido planchando... Y nos fuimos, así sin más y sin remedio, aunque no en tren, sino en una pequeña camioneta cargada con las camas y el Cristo crucificado, el armario de luna y la banqueta donde el abuelo, la Singer y la ropa (tan bien doblada por mi madre) y los cuatro cacharros de cocina, yo cargado con mis cuentos y tebeos (que terminaría vendiendo por cuatro perras expuestos sobre la acera con piedrecitas encima para que no se los llevase el viento). La camioneta una carraca asmática dando botes ciudad arriba con nosotros dentro junto a los muebles y los cacharros, mi madre ¡Huuuuu!, mi padre al chofer, Ten cuidao, muchaaaacho, sonriéndome tranquilizador, esturrufándome el pelo, comprobando la sujeción de los muebles, que al arrancar se había venido abajo una caja que entre otras cosas contenía un orinal de loza que salió despedido haciéndose trizas contra el adoquinado entre el cachondeo general, qué vergüenza. Fuimos a Horta, más allá del Turó de la Peira, en un bloque del Paseo Universal esquina con Doctor Letamendi, junto a la montaña donde había un hospital para leprosos donde subíamos en grupo a verlos la cara carcomida por el mal, que era un espanto, como el Vicent Price en Los crímenes del museo de cera, ellos haciéndonos ¡Uuuuuuh! y nosotros zumbando montaña abajo, que sólo me faltaba eso, que los espectros habían venido todos conmigo y aunque la voz me traicionara ora con repentina gravedad ora con agudos de zagala y el bozo me acarbonara su sombra sobre los labio, el miedo no aflojaba las mórbidas ügaduras con las que me sujetaba el ánimo. En Horta me hice mayor manchando un cromo de Sarita Montiel en El último cuplé, pero allí ser grande, perra suerte, no era ya requisito para nada, casi todos lo eran, y el que no, era hermano de alguno, por lo que me quedé sin poder mandar Tu no jugues, imbècil Tu de porter i a callar, porque además nadie allí hablaba catalán, todos de Extremadura y por ahí, que uno de Feliu y Codina sí y se llevaba todas las hostias, como yo en Sans , que la vida es una cosaPara paliar mi añoranza me inventé el subterfugio de buscar en los nuevos a mis viejos compañeros de calle y decía este es el Quique, este el Fermín, aquella la Nuri, o Mercedes (Alicia no, que a Alicia no quise compararla con nadie), y así terminé encontrando al Lito en el Diego, el pelo más corto y claro, la mirada menos honda, pero igual de serio y ágil y valiente y bueno (como luego a José Luis en La Torrasa, alto y rubio y también más bueno que el pan, que terminó entre naturales y chicuelinas ,capotazos y desplantes de novillero con el nombre de Joselito de Almería), que yo no sabría muchas de esas cosas que te suben al podio de los chavales, pero inspirar aprecio y protección del mejor de nosotros sí sabía (aunque años después, ya un hombre, me equivocara con Boy, la única vez,), que era un superdotado emocional como se dice ahora, y el Diego me adoptó, como yo a él, también un hermano, el que nunca tuve, los dos siempre juntos, que más de una vez llegué tarde a la escuela por esperarlo, los dos por aquellas cuestas, atravesando las casas baratas hasta el Ramiro de Maeztu, que era el último curso y de pantalón corto, mi padre ¿Qué quieres ser? y yo, pensándolo, mirando hacia arriba, haciendo hunimmmm, Mecánico, que no se yo por qué la mayoría de nosotros queríamos ser mecánicos, y mi padre ¿Mecánico?... Mecánico no, que los mecánicos pasan frío en invierno y calor en verano y llegan muy sucios a casa. Déjame que lo piense. Y un día llegó con los papeles de ingreso en la Escuela Industrial, que estaba y está en la calle Urgel, y me dijo Serás delineante, y yo ¿Qué es eso? Algo que tiene que ver con el dibujo, y tú dibujas muy bien, (que fue la única vez que dijo muy bien y no medio regular) los delineantes están en la ofícina, calentitos en inviernos y fresquitos en verano, y no te faltará el trabajo, que en eso se equivocó, el pobre, que hoy, ya con la edad en que murió el abuelo, después de sufrir también la tos y el sanatorio, de conocer el amor y su reverso, el pavor de la paternidad, la ilusión y el desencanto, pero también el gozo de la amistad y la comprensión de tanto, y todo con la misma vieja ropa ( que nada de traje ignífugo plateado y brillante con zapatos a juego), soy un cadáver laboral en la fosa común del desempleo, mientras el mundo anda metido en un apocalipsis que no cesa, el Diego y yo contentos, cogidos por los hombros camino del último curso y el inicio de todo, que ya te contaré.... ...Hasta hoy, sabiendo ya lo que me esperaba cuando le pregunté a mi padre, Padre cuántos años tendré yo en el año 2000, que cómo iba a imaginar que tú. FIN A Marie-Odile, que me esperaba en el umbral del 2000.