I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LISTA DE RELATOS 1. Stop Motion.................................................................................. página 3 2. La visita......................................................................................... página 9 3. El ataque de los Zombies............................................................ página 11 4. El instinto.................................................................................... página 17 5. Juicio justo................................................................................... página 21 6. Testamento ................................................................................ página 26 7. Zombies en Castleville................................................................. página 30 8. El último brujo............................................................................ página 34 9. Medianoche ............................................................................... página 36 10. La huida de Bolonia 3 ................................................................. página 39 11. ¿Qué es ese olor? ....................................................................... página 43 12. El zombie .................................................................................... página 45 13. Al quinto día… ............................................................................ página 48 14. Plan B.......................................................................................... página 50 15. Necromigrantes.......................................................................... página 52 16. El estrecho camino al norte........................................................ página 55 17. Cómete mi cerebro para pensar como yo.................................. página 57 18. Feliz cumpleaños ........................................................................ página 60 19. La leyenda de Whitby................................................................. página 64 20. Yo te despierto ........................................................................... página 67 21. Mi esperada velada de terror..................................................... página 71 22. Por amor..................................................................................... página 74 23. Yo, zombie (Introspectiva en putrefacción)............................... página 77 24. Quijadas de Fort Davies.............................................................. página 79 25. Yo, zombi .................................................................................... página 86 26. Respetad la paz de los muertos ................................................. página 90 27. Los que van a morir te saludan .................................................. página 92 28. Diario de un muerto ................................................................... página 99 29. Nuevo amanecer ...................................................................... página 102 30. Error de diseño......................................................................... página 108 31. Carnada .................................................................................... página 113 32. Juego de niños.......................................................................... página 119 33. Pacto macabro en Sancti Spiritus (Cuba) ................................. página 123 34. La historia de un sobreviviente ................................................ página 126 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 35. Mundo pintado con sangre ...................................................... página 129 36. Tormento y dicha ..................................................................... página 132 37. Vida en los ojos de un muerto ................................................. página 137 38. Puedes besar a la novia............................................................ página 141 39. Hambre de líder........................................................................ página 146 40. Maternidad, planta 11.............................................................. página 150 41. El bramido de un niño .............................................................. página 154 42. Hasta que escampe .................................................................. página 157 43. Noches sin luna ........................................................................ página 159 44. Cómo filmar una buena película .............................................. página 161 45. Amor......................................................................................... página 165 46. Cartas a Itzhak .......................................................................... página 170 47. Cumpleaños mortal .................................................................. página 175 48. San Martín ................................................................................ página 178 49. Zeta........................................................................................... página 184 50. Primogénito.............................................................................. página 186 51. Monegros zombi ...................................................................... página 188 52. Telépatas .................................................................................. página 191 53. La casta de Caín ........................................................................ página 195 54. Carta al director........................................................................ página 200 55. Preservación de la especie ....................................................... página 203 56. La operación Boko.................................................................... página 207 57. El Voy‐Voy ................................................................................ página 211 58. El principio del fin..................................................................... página 215 59. Las mujeres que no amaban a los zombis................................ página 220 60. Desde una pensión ................................................................... página 224 61. Que vienen los indios ............................................................... página 229 62. Son exquisitos........................................................................... página 234 63. Medio lleno ............................................................................... página 236 64. La voz de los muertos............................................................... página 240 65. Una gran idea ........................................................................... página 245 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) STOP MOTION Después de más de catorce años sin saber nada de Roberto recibí una llamada suya el miércoles a las tres y media de la mañana diciendo: “¡Andrés, ya está, he terminado el guión!”, “¿Guión?, dije aún ronco por el sueño. Me parecía increíble, me había costado conciliar el sueño por culpa de un horrible dolor de cabeza y ahora esto. “¿Roberto? ¿Qué horas son estas de llamar?. ¡Mañana entro a las seis a trabajar!”. Tras calmar a mi mujer, que estaba al otro lado de la cama poniendo cara de “¡Quién se ha muerto!” salí de la habitación y durante cinco interminables minutos escuché tumbado en el sofá a un Roberto excitadísimo que escupía una idea tras otra como el que come pipas. “¡Te quieres callar de una puñetera vez!” logré decir al fin. En el dormitorio el niño se revolvió en su cuna y comenzó a llorar. “Qué mierda de vida” pensé mientras notaba como el dolor de cabeza regresaba. Roberto notó que vacilaba y volvió a la carga contándome no se qué historia de un pueblo de la España profunda perdido en las montañas. “Rober-robeeer-roberto, por lo que más quieras, mañana te llamo y me cuentas lo que sea, pero estas no son horas de…” Laura salió en ese momento del dormitorio con Marcos entre los brazos y por la gélida mirada que me dedicó supe que o colgaba de inmediato o me dispararía. Así que tras cinco minutos más tratando de quitarme de encima a Roberto y viendo que no desistía en su empeño de contarme el guión aquella misma noche lo convencí para quedar al día siguiente a las siete de la tarde en una cafetería a la que ambos solíamos ir cuando éramos estudiantes. Roberto apareció dando tumbos entre el tráfico veinte minutos tarde. Apostaría lo que fuera a que llevaba el mismo chándal lleno de quemaduras de cigarrillos que cuando íbamos a clase. Como en aquellos días, llevaba el pelo largo y suelto dispuesto a los caprichos del viento y la poblada barba recogida en dos trenzas rematadas en gomas de colores como las que llevan las niñas. Al entrar en la cafetería varias miradas se sintieron atraídas hacia aquel personaje. Roberto, acostumbrado a las miradas curiosas allá a donde fuere, pidió que le trajeran un café con leche y se dirigió a mi mesa con una sonrisa triunfal en los labios. ―Aquí lo tienes, Andresín, éste es mi bebé ―dijo soltando lo que me pareció un paquete de quinientos folios encuadernados sobre la mesa. El estruendo fue tal que la cerveza que me estaba tomando salió volando y desde una mesa vecina a la nuestra un grupo de señoras nos dedicó todo un catálogo de desdeñosas miradas. Roberto miró desafiante a todas las personas que había en la cafetería y una vez que todas hubieron apartado la mirada se dejó caer satisfecho en la silla más cercana a la mía y comenzó como si nada hubiera pasado: ―Lo tienes que leer, te va a encantar, a primera vista parece un ladrillo pero la mitad es paja ya verás, storyboards, estudios de personajes, estoy deseando hacerte un resumen, ¿Quieres que empiece ya? “Hay cosas que nunca cambian”, pensé y por suerte o por desgracia y pese a que todos en la cafetería nos miraban de reojo me sentí feliz como hacía mucho tiempo que no me sentía. Era como si otra vez tuviera dieciséis años, sin ataduras, sin grandes responsabilidades y sin dolores de cabeza. Como de costumbre, Roberto fue directamente al grano como si no existiera un abismo de catorce años entre nosotros dos y nos hubiéramos visto por última vez hacía tan sólo unas horas en el descanso entre tecnología y taller. No perdimos más tiempo del necesario en ponernos al día y sin muchos rodeos me enfrenté a aquel caótico montón de papeles mal encuadernados. “DESCENSO A CERRAZÓN” Rezaba el solitario título en la primera página del guión. ―El título está bien ―le hice saber, aunque en realidad no tenía ni idea de si el título estaba bien o mal―. ¿Qué es Cerrazón? ―pregunté. ―Cerrazón es un sinónimo de “tinieblas” ―dijo Roberto mientras tomaba un sorbo de su taza de café -Pero en la película se refiere a un pueblo de la España profunda, en ningún momento se deja Stop Motion 3 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) claro donde se encuentra el pueblo, sólo que es un lugar aislado entre las montañas. Ya te puedes imaginar uno de esos sitios donde los primos se acuestan con las primas cuando el frío aprieta y los niños queman a los gatos con gasolina en las fiestas del pueblo. El nombre es totalmente inventado para evitar susceptibilidades y por supuesto no existe ningún Cerrazón en España, me he asegurado completamente, lo comprobé en el Google Maps. La historia se sitúa en la actualidad -continuó Roberto.- Imagina un pueblo perdido en las montañas. Un pueblo donde todos los vecinos se conocen y todavía se lleva eso de que el cura venga a tu casa a comer los domingos después de misa. Te haces una idea, ¿no? Bien, pues en este pueblo vive Asensio Vargas, un hombre de sesenta y cinco años, enjuto, pelo desordenado aún sin encanecer, arrugas en el rostro, moreno como un tizón y cojo de una perdigonada que le metieron en la rodilla cuando servía en Melilla. Asensio vive junto a su hermano José en una cabaña en las montañas a varios kilómetros de Cerrazón. Aparentemente los hermanos sobreviven como pueden de lo que sacan de su huerta: patatas, lechugas… lo justo para tirar, pero como no sólo de patatas vive el hombre también tienen un cobertizo con cerdos. En total son unos quince gorrinicos lustrosos que los hermanos se encargan de cebar durante todo el año. Después, si consiguen sacar de ellos una buena cantidad de chorizos y salchichones, en enero bajan a Cerrazón en su tractor y venden la mercancía a los turistas. En este punto señalé que me parecía poco probable que dos hombres maduros no bajaran al pueblo al menos dos veces por semana para comprar algo en la farmacia, emborracharse o echar un polvete si no querían morirse del asco. Roberto sonrió y haciendo un gesto desdeñoso con la mano que quería decir “paciencia, a eso voy” continuó con su relato. ―Los Vargas son algo así como un par de ermitaños aunque su relación con los del pueblo es bastante cordial. Esto lo vemos en una de las primeras escenas de la película, cuando al llegar al pueblo con su tractor se desviven en sonrisas con los turistas y se toman unos vinos en la tasca mientras se ponen al día de las últimas noticias del pueblo. Lo que ya no es tan normal, es que los hermanos nunca se vuelven a su cabaña con las manos vacías. Cada año se quedan un par de días en el pueblo con la excusa de disfrutar de las fiestas y de la matanza hasta que consiguen echarle al guante a algún desprevenido. Este año han tenido suerte y el primer día obtienen su recompensa cuando se ofrecen a enseñarle los lagos que supuestamente hay en las montañas a una familia de turistas franceses. ―Un momento, ¿entonces los hermanos son un par de psicópatas? ―Algo así, pero no lo descubrimos hasta la escena número cinco de la película. Los Vargas después de embaucar a la familia de franceses salen del pueblo en convoy en dirección a las montañas, pero antes se detienen en su cabaña con la excusa de aprovisionarse para el viaje a los lagos. ¿Ves? Justo aquí en la página diecisiete. Los Vargas se ofrecen a enseñarles el cobertizo a los turistas. Los padres se muestran un poco reticentes al principio pero el crío empieza a dar saltos de alegría y se pone en plan insistente como si en vez de una pocilga llena de mierda los hermanos se hubieran ofrecido a enseñarle el castillo del ratón Mickey. Una vez dentro del cobertizo, el cabeza de familia repara en que hay muchos cerdos en el cobertizo teniendo en cuenta que es época de matanza y así se lo hace saber a los hermanos Vargas. José Vargas sin inmutarse saca una recortada de una talega que lleva colgada al hombro y encañona al padre mientras que su hermano Asensio atranca la puerta del cobertizo. El francés, muy alterado, se encara a Asensio Vargas y agarrándolo por la mugrienta camisa chapurrea en español algo así como “Hihos de puta, ni se les ocugan poner las manos encima a mi famiglia”. La cosa se vuelve bastante caótica, el niño que intuye que ya no está en Eurodisney empieza a berrear y a la madre le da por gritar como una energúmena en francés. José Vargas intenta separar al padre de su hermano pero éste se revuelve y se lanza contra José, ambos empiezan a rodar por el suelo y a forcejear. La recortada se dispara volándole la cabeza a José Vargas y desparramando sus sesos por todo el cobertizo, el pequeño gabachito y su mamá gritan, los cerdos locos por el olor de la sangre chillan como si fueran ellos los que están siendo llevados al matadero. Asensio Vargas, ciego de ira por la muerte de su hermano, saca una navaja y se la clava al padre en el cuello media docena de veces. La francesa aprovecha para hacerse con el arma y dispara a Asensio en la cabeza pero falla el tiro por un palmo y sólo consigue pulverizarle la oreja junto con media cara. Asensio le suelta tal ostia que la escopeta sale volando y la francesa cae despatarrada por el suelo, seguidamente atraviesa el cobertizo cojeando y agarra al pequeño francesito poniéndole la navaja ensangrentada en el cuello. Stop Motion 4 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) “Ahora te vas a quedar quietica, perra de los cojones” le dice a la madre “si no quieres que deje seco a este también.” La mujer llorando dice que hará lo que sea. Asensio le indica una zona del suelo y le pide que busque algo parecido a una trampilla, después señala a su marido y a su descabezado hermano y le pide que los haga pasar por la trampilla. La mujer obedece y al abrir la trampilla en el suelo aparece un pozo de oscuridad del que emergen gruñidos y gemidos que hacen ensordecer al de los mismísimos cerdos “Tíralos ahí dentro, vamos rápido, no tenemos todo el día. ¡tíralos o lo rajo!” La mujer cagada de miedo obedece y hace pasar torpemente el cuerpo sin vida de su marido por la obertura. “Vamos, ahora tira a mi hermano, rápido” dice Asensio con un hilo de voz.”Agárralo por las piernas, así, ahora tira de él, no mires ahí abajo.” Cuando la mujer se deshace del cuerpo de José Vargas, su hermano Asensio no se lo piensa dos veces y tira al puñetero niño al agujero. La madre intenta agarrar a su hijo al vuelo mientras que Asensio aprovecha la situación para lanzarle una patada en las costillas y tirarla también al hoyo donde los aullidos y gemidos ahora se reproducen como una sinfonía de horror. La escena finaliza con un plano en contrapicado donde Asensio Vargas cierra la trampilla de un golpe y sigue un fundido a negro que deja la escena en total oscuridad y silencio. ―Bueno, ¿Qué te está pareciendo hasta ahora la película? ―Roberto me miraba sonriente a sabiendas de mi afición por el género de terror. ―Psé, está bastante bien- dije sin dejar que notara todo mi interés ―¿Qué tienen ahí abajo? ―Pronto lo sabrás, pero antes de continuar con la historia me gustaría explicarte algo sobre la producción de la película. ―¿Producción? Pero… yo pensé que sólo me ibas a enseñar un guión que te disponías a vender. ―Pues te equivocabas. La película está en marcha, yo mismo la dirijo y de hecho algunas partes ya han sido rodadas. Tenemos productor, la mayoría de los actores, equipo técnico… en fin, todo lo necesario. Deja que te cuente algo- Roberto miró por encima de su hombro como si de repente pensara que había espías en la cafetería.- Esta no es una producción normal, Andrés. Ten por seguro que nunca se ha hecho nada como esto y es muy probable que en muchos países la película se censure o incluso que nunca llegue a estrenarse. ―¿Y eso? ¿Tan fuerte es? ―No se trata de lo fuerte o gore que sea la película, que lo va a ser y mucho. Hay casquería como para parar un tren pero aún hay algo más. Se trata de algo relacionado con los actores que participan en la película, pero no sé como podría explicártelo… mmm, ¿Recuerdas a Yuri Volkov? ―Claro que recuerdo a Yuri, estudió con nosotros en primer y segundo curso, creo. ―Pues bien, cuando Yuri se marchó de España con su familia y regresó a Rusia, concretamente a Groznimov, un lugar del que no tengo ni la más mínima idea de por dónde cae, pero en el que tiene que hacer un frío del carajo, seguí carteándome con él durante años. Con el tiempo, de las cartas pasamos a Internet y en una de las muchas conversaciones que tuvimos sobre cine surgió la idea de algún día hacer una película de terror con muertos vivientes. ―El problema de una cosa así -interrumpí- aparte de la distancia entre los dos sería el coste de la producción, supongo. ―Te equivocas, el dinero no supone ningún problema, el padre de Yuri es un importante cirujano y dirige un hospital en Rusia y eso allí es como ser el puto rey de Marte, ¿comprendes? ―Sí, supongo que sí. ―No, no tienes ni idea, pero pronto lo entenderás. El padre de Yuri, el doctor Mark Kozlov, a parte de ser millonario y dueño de un hospital es también un amante del cine de terror y fantástico. Pues bien, en los últimos cinco años el doctor Kozlov en su condición de magnate y miembro reputado de la sociedad rusa ha dispuesto lo necesario para que su hijo Yuri y yo podamos hacer nuestra película. Stop Motion 5 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ―Es decir, que se ha encargado de poner la pasta.- aventuré. ―Sí, la pasta es suya pero también se ha encargado de ese asunto delicado relacionado con los actores del que te hablaba antes y que sin su ayuda jamás hubiéramos podido conseguir. ―Roberto, ¿me lo vas a contar de una vez? ―A eso voy, no te pongas nervioso, sólo estoy cogiendo carrerilla. ―Roberto se acercó a mi todo lo que la mesa le permitía―. Pero primero te contaré lo que pasa con la mujer francesa. Que se llamaba Valéry, ¿Te lo había dicho? ―Creo que no. ―Pues la tal Valéry, que casi se escoña al caer desde el suelo del cobertizo, despierta en un sótano en total oscuridad. Lo primero que hace es incorporarse y llamar a su hijo, “Xavier, Xavier” grita. El francesito le responde y cuando se encuentran se abrazan en la oscuridad. “Mamá, tengo miedo, aquí abajo hay más gente” dice Xavier. “Están todos atados con cadenas a las paredes, los he oído aunque no hablan, sólo gruñen y respiran” ―Joer con el crío ¿Es un puto murciélago o qué?, yo en su lugar estaría bastante acojonado. ―Yo también, pero es una película de terror y hay que ir al turrón, ¿vale? Valéry le dice a su hijo que no se mueva de donde está y se dirige gateando hacia una de las paredes del sótano. En ese preciso momento, encima de su cabeza se abre la trampilla y Asensio Vargas aparece en el techo recortado en un cuadrado de luz. El sótano se ilumina repentinamente y Valéry se queda horroriza ante la escena que tiene delante de sus ojos. Una docena de personas están repartidas por todo el sótano, siete hombres y cinco mujeres. Algunas visten andrajos, otras están totalmente desnudas, sus cuerpos cubiertos de pústulas y suciedad exhalan enfermedad. La voz de Asensio Vargas suena como la de un Dios cruel “Sube, pero deja al niño, tenemos mucho de que hablar”. “El sótano está apenas ventilado y el hedor a podrido le golpea en mitad de la cara. Los seres, Valéry se niega a volver a pensar en esas cosas como personas, están atados mediante grilletes a las paredes del sótano. Se retuercen, se golpean, se enredan y caen al suelo mientras sus mandíbulas desencajadas claman hacia la trampilla abierta. ¿De qué se alimentan estos seres? ¿Por qué motivo están este lugar? Valéry prefiere no pensar. El horror la rodea por todas partes y el pequeño Xavier no para de llorar. Sin poder reprimirlo Valéry se lleva las manos a la boca y vomita a través de ellas. La voz de Asensio Vargas no da lugar a réplica. “Sube mujer, abandona al niño ahí abajo, tranquila, a esos pobres desgraciados no les quedan ya dientes ni uñas con los que morder ni arañar”. ―Andrés, creo que ahora ha llegado el momento de contártelo todo ―yo todavía estaba digiriendo el giro que había tomado la historia y pensando en que si la mujer francesa abandonaría a su hijo o no cuando Roberto me miró muy serio y me soltó a bocajarro-Tenemos entre manos la primera película de muertos vivientes en la que los actores que los encarnan están realmente muertos. ―¿Qué me estás contando?¿Pero eso se puede hacer? ―Poderse se puede, si te refieres a si es legal…todavía no estamos muy seguros. En Rusia no existe ninguna ley que impida a un muerto actuar en una película pero por si acaso los abogados del doctor Kozlov están trabajando en eso ahora mismo. ―¿Trabajando? Te refieres a que están llenando bolsillos con puñados de rublos, ¿no?. ―Yo de eso no sé nada. Lo que sí te puedo decir es que durante la última década el doctor Mark Kozlov se ha dedicado a obtener documentos firmados por personas por las que la medicina ya no podía hacer nada. Enfermos terminales cuya esperanza en sus últimos días de vida es saber que una vez abandonaran este mundo cruel actuarían en nuestra película. ―¿Pero estás hablando en serio? ―pregunté―. ¿Cómo es posible hacer actuar a cadáveres en una película? Stop Motion 6 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ―Mediante Stop Motion. Como en las películas de Ray Harryhausen dónde salían dinosaurios y monstruos de arcilla que eran animados fotograma a fotograma. ¿Has visto Jason y los Argonautas o Furia de Titanes? Sólo que nosotros, en vez de muñecos de arcilla usamos gente muerta. ―¿Me estás tomando el pelo? ―Para nada. Mira, primero se coloca el cadáver en una posición, se le toma una imagen, después se mueve ligeramente y se vuelve a repetir la misma acción. Así sucesivamente y una vez terminada la escena, se pasan todos los fotogramas a veinticuatro imágenes por segundo y ¡voilà! El muerto vuelve a vida delante de nuestros ojos. Como imaginarás es un proceso muy lento y costoso pero los resultados son espectaculares. Terroríficamente espectaculares. ―¿Pero todo eso no es un tanto obsceno? Usar gente muerta para hacer una película… ―¿Obsceno? Puede. ¿Rentable? Ya te digo yo que también. ¿Tienes idea de la repercusión mediática que tendrá una película como ésta? Muchos serán los que se lleven las manos a la cabeza y clamarán al cielo gritando ¡Blasfemia! Pero cuanto más alto griten, más curiosidad y más morbo generarán. ―El ser humano es morboso por definición -dije algo mareado. De repente me sentía como la mujer francesa atrapada en el sótano. Notaba el estómago muy pequeño y sentía la urgente necesidad de tomar aire fresco lo más lejos posible de aquella cafetería. Roberto debió leerme la mente porque me sujetó por el hombro justo cuando me disponía a levantarme de la mesa -Esto va a ser muy grande, Andrés, y estoy tratando de que participes. Te estoy ofreciendo una oportunidad… ―¿Oportunidad de qué?-dije indignado- ¿de escuchar tu guión? ¿De escuchar los desvaríos de alguien a quién hace catorce años que no he visto? ¿Alguien a quién ni siquiera sé si conozco? ¿Acaso te crees una especie de Doctor Muerte cinematográfico? ―Siéntate Andrés, aún queda una última cosa que debo contarte, por favor. Me senté a regañadientes. ―¿Recuerdas que te dije que el Doctor Kozlov era algo así como el puto rey de Marte? Pues no tienes ni idea de hasta dónde llega su poder. Mark Kozlov tiene contactos en los centros médicos de media Europa y la otra media llama a su puerta con la esperanza de obtener una propina del buen doctor. Periódicamente la oficina de Kozlov recibe informes médicos de todos estos lugares. ―No sigas por ahí ―dije, levantándome de la mesa. ―Escúchame, una de esas fuentes informantes es Alicia Paredes, la secretaria del doctor Burrull, tu médico. Me levanté de la mesa. ―¡Espera un momento, no te vayas! ―Roberto salió corriendo tras de mí pero yo ya había dejado un billete de diez euros sobre la barra y cruzaba la puerta de la cafetería. En la calle el aire estaba helado y cargado de humedad tal y como yo lo había imaginado. ―Te estás muriendo ―dijo un Roberto solemne que me seguía a medio metro de distanciaHace seis meses que te diagnosticaron un tumor de los que no se curan y todavía no se lo has dicho a nadie. ―¡Déjame en paz! ¡No quiero oír nada más! ―Lo siento tío, lo siento muchísimo. Yuri encontró tu nombre por casualidad en un fichero de posibles candidatos. Piénsalo bien, te estoy dando la oportunidad de ser algo más que un trozo de carne que se pudre en una caja de madera y por supuesto a tu familia no le faltará de nada el resto de sus vidas. ―¡Vete a la mierda! ―yo ya no escuchaba, sentía el viento fresco en mi cara y eso era suficiente. Al poco dejé de oír los pasos de Roberto tras de mi. Durante un momento estuve tentado de dar media vuelta, no sé si para partirle la cara o para aceptar su propuesta, pero finalmente seguí caminando a paso ligero con las manos enfundadas en los bolsillos de mi chaqueta. Sólo antes de Stop Motion 7 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) entrar en la boca del metro eché un último vistazo por encima de mi hombro y vi a Roberto mirándome a lo lejos. Nunca sabría como terminaba su película. Nunca conocería el desenlace de Descenso a Cerrazón. Valéry y Xavier permanecerían para siempre atrapados en aquel húmedo sótano en compañía de los muertos. No importaba demasiado. Al igual que la suya, mi historia también estaba a punto de terminar justo cuando había llegado a lo mejor. Laura y Marcos serían testigos de ello. Una mañana me encontrarían tieso en la cama y ni tan siquiera me acompañaría un fundido a negro ni un triste “FIN” danzando en una pantalla. Stop Motion, pensé, y me estremecí. Subí el cuello de mi chaqueta y bajé corriendo los escalones del metro al encuentro de una horda de muertos vivientes armados con maletines y auriculares. Stop Motion 8 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA VISITA Vivo solo, en una casita pequeña y nada acogedora. Mi madre diría, por ponerle un término, por calificarla de un modo brusco y riguroso, que es harto desangelada. Los techos son altos, las paredes húmedas, la cocina extensa. No hay una sola habitación donde parar a gusto. Sin embargo, desde la estrechez de la solana, desde la balaustrada de madera (innoble, todo hay que decirlo) y mi inapropiado sillón de teca, tengo unas vistas magníficas de la iglesia y sus alrededores. En esos alrededores, debo decirlo, se incluye el pequeño camposanto donde descansan buena parte de los vecinos y un estrambótico pintor haitiano que aquí vino a morir hace unas décadas. Como trabajo fuera, debo coger el coche todos los días. El pueblo es muy tranquilo, y, si no hay previsión de lluvias, dejo mi solana abierta a los campos. Me parece que, al volver, la sala se ha impregnado de ese aroma de hortensia antigua y reventona que rodea la fachada, se ha limpiado de humedades y malos espíritus. Una noche, mientras oía las noticias sin interés, me pareció escuchar un murmullo tenue por las escaleras, un quejido apagado, casi imperceptible, un estremecedor llantito de dos segundos apenas. No voy a negar que se me erizaron los cabellos. Bajé el volumen de la radio, esperé un poco, y, al no escuchar más nada, me convencí de que estaba algo sugestionado. Posiblemente un mueble que cruje, un papel que se mueve en el cubo por su propio desequilibrio, una ramita traviesa en la ventana de la buhardilla. La noche pasó como todas, fría, sin movimiento. Marisa, la vecina, que sólo viene a pasar los fines de semana, es cada vez más reacia a quedarse en invierno. Dice que se hace de noche muy temprano, que hay cortes de luz intermitentes, que llueve con descaro, que el saberse acompañada de tantos muertos la pone, al fin y al cabo, de los nervios. Yo, cordial, le sonrío, y le afirmo que son precisamente los difuntos los vecinos más recomendables, pues de nada se quejan si tienes una fiesta o una reunión familiar de esas que hacen historia. Yo, por supuesto, no las celebro, pero ¿quién quita que en un futuro no muy lejano cambie de hábitos? Algunas noches, es cierto, nadan por entre las tumbas luciérnagas salvajes. Es hermosa su luz fosforescente. Yo las imagino repasando esos nombres iguales, de familias enteras, de Castañedas y Abascales, algunos ilustres, con escudo y blasón de lambrequines. Aquí se estila la lápida de piedra y epitafio lacónico, que de poco parlanchines en vida no se deben esperar soliloquios extensos. Era 20 de febrero. Lo recuerdo bien porque teníamos en puertas un congreso que iba, por fin, a darnos cierto trabajo, y era muy de agradecer, pues mano sobre mano pasábamos los días desde el de Reyes, en que se fueron los últimos engañados por el encanto rural, tan desapacible en el fondo. Llegué a casa sobre las cuatro. Había comido con mis compañeras, un emparedado sobrio y un café caliente. Ellas tenían otros planes, en los que no me vi incluido en ningún momento, así que, con mi discreción característica, conduje despacito hasta mi casa. Abrí la puerta y ya lo percibí. En la sala de abajo solo había un gabanero antiguo y esquinero, comprado por una minucia en un anticuario que cerró posteriormente (de eso me preciaba, de ser experto en la quiebra de negocios ajenos), y un banco corrido de estilo castellano. En la pared colgaba una marina de escaso valor que heredé de una tía artista y solitaria. Por la escalera era casi insoportable. No olía a hortensias como otras veces, ni a la humedad característica de los muros de piedra: era una mezcla de triste crisantemo y perfume infantil, de sudor de ejercicio y de juegos eternos. Estaba sentada en el sillón, junto a la chimenea. Tenía frío. Como no me asusté, ella me ofreció la más desconsolada de sus sonrisas. — Tengo hambre ─dijo con voz metálica. La visita 9 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Yo pensé que los fantasmas no comían, no tenían necesidades humanas, salvo las de pasear de vez en cuando por recordarnos a los más vivos su existencia. — ¿Quieres un vaso de leche? ─le pregunté, pues lo veía adecuado para una niña de su edad. Era castaña, de ojos claros y angelicales, y le calculé unos siete años. Su rostro ceniciento y su camisón etéreo no me planteaban dudas sobre su procedencia. En un rincón del cementerio había una tumba pequeña, siempre llena de flores. En ella descansaba, o al menos eso creíamos, una niña llamada Áurea, que murió de unas extrañas fiebres del Trópico a principios de siglo. Habían elegido el mejor cobijo para la niña, pues a su lado crecía un precioso ombú, tan extraño por aquellas tierras, que la protegía de las inclemencias del tiempo. La niña me miraba. Se levantó con un gracioso salto y se dirigió a mí. No podría describir su tacto. Parecía desvanecerse, como el algodón de azúcar, como la espuma de la bañera de cuando éramos niños. Creo que iba descalza. Sus pisadas no se oían. Parecía volar, caminar en una plataforma sin ruedas ni sonido. Me indicó con un gesto que la siguiera, y me condujo de la mano a la escalera. Allí, en el descansillo, se abría una original hornacina de poca profundidad en la que se refugiaba, imperceptible, la escueta figura de una virgen con el niño. Era una imagen sedente de un gótico primitivo y sombrío, muy pequeña y desgastada, pero aún se conservaban el gesto adusto de la madre severa y la mirada fría del niño en su regazo. Cuando compré la casa intenté quitarla de allí, por una especie de mal presentimiento, por un rechazo natural a los fetiches; pero aquella estatuilla se resistió con una furia impropia de su santidad. Así que allí se quedo, amalgamada con la piedra, aferrada como las apariciones antiguas o los refugiados de una guerra que buscan a toda costa huir de una quema segura. La niña señaló la cavidad con su dedito mugriento. Parece que eso es lo que iba buscando. Yo quería explicarle que aquella figurilla había quedado para siempre unida a la pared, pero temía alguna extraña reacción, algo así como que se le iluminaran unos ojos demoníacos, se le despertaran los instintos de zombi verdadero y la emprendiera conmigo sin motivo aparente; que, si los niños no se atienden a razones, uno de aquellas características no debía ser una excepción. Sin embargo, no pronuncié palabra y me acerqué, para que ella pudiera comprobar la dificultad de concederle su deseo. La niña no llegaba a la oquedad. Por eso se empinaba y se apoyaba en el pasamano de la escalera con perseverancia y obcecación. Parecía obedecer a una especie de hechizo, pues no había desánimo en sus esfuerzos. La barandilla emitió un murmullo tenue, un quejido apagado, casi imperceptible, un estremecedor llantito de dos segundos apenas; pero esta vez sí consiguió asirse a la estatuilla, que, sin dificultad, como en los cuentos del rey Arturo, se desprendió del muro sin problemas. La niña, con sonrisa triunfante, se olvidó por completo del hambre que traía. Eso sí, educadamente, me dio las gracias por todo y se esfumó. Atolondrado, me dio tiempo a asomarme a la solana. Desde allí se veía el rincón del cementerio, con su pulcra tumba de flores y su ombú. Bajo el árbol la esperaba un estrambótico negro que recibió solemne el idolito, le pasó la mano por la cabeza y me dedicó una blanca sonrisa agradecida y maliciosa. La visita 10 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL ATAQUE DE LOS ZOMBIES Una violación con asesinato… Un chico ha recibido una paliza hasta morir… Un maestro abusó de dos de sus alumnos de diez años… En los periódicos, el las noticias, las personas siempre se han hecho daño las unas a las otras pero las atrocidades parecen aumentar cada día. Es casi medianoche y dos hermanos se encuentran en el cementerio para realizar una sesión de espiritismo. Marcos solo tiene diez años, es dos años menor que su hermano Juan que es el culpable de que en este momento se encuentre realmente aterrorizado. —Juan, no quiero estar aquí – decide decirle a su hermano al fin. —No vas a rajarte ahora ¿verdad? —Pero… —Dijiste que si y ahora te aguantas, sabes que no puedo hacerlo solo. Los dos hermanos siendo tan pequeños y ya saben lo que es la pérdida de un ser querido. Desde que murió la madre de ambos Juan se obsesionó por estas cosas, en su habitación cambió los cómics y los videojuegos por libros sobre espiritismo y sobre las diferentes teorías sobre que pasa después de la muerte. Los dos se dirigen a la tumba de su madre, antes de empezar Juan se fija en las palabras de la lapida “Aquí fallece Sonia Martín. Querida hija. Siempre estarán en el corazón de tus hijos”. Repasa algunas letras con el dedo pensando en la falta que le hace su madre. Pone el tablero encima de la tierra donde unos metros debajo esta ella. Se sienta en el suelo con las piernas cruzadas y le dice a su hermano que haga lo mismo delante de él, le coge de las manos y cierra los ojos. —Crees que es buena idea hacerlo, esto me da mucho miedo. —No seas cagueta. —Es que todo está tan oscuro y está lleno de muertos —caen lágrimas por sus redondeadas mejillas. —Marcos, quieres hablar con mamá, verdad. Esto hace que el niño diga que quiere hacerlo. —Concéntrate y no te preocupes, pronto acabaremos. Un sonido les aterrorizó, una especie de grito de queja con un sonido tétrico, que hasta daña los oídos. En una tumba cerca de donde se encuentran un cuerpo con signos ya de putrefacción lucha desesperadamente por salir de su tumba, después de este le siguen otros, no paran de salir. —Juan —susurra Marcos. Es su hermano mayor, tiene que saber que hacer. Al cabo de un rato viendo que su hermano esta petrificado de miedo con los ojos muy abiertos mirando a esos seres grita. —Juan tenemos que irnos. Mal hecho, porque al gritar llama la atención de esos seres muertos que caminan. El Ataque de los Zombies 11 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Esto no puede ser verdad. Las piernas de Juan no responden, no puede moverse, ni siquiera nota que su hermano le a cogido el brazo y le da tirones, pero es inútil, no se mueve. Los zombies se acercan cada vez más, Marcos no puede estar allí por más tiempo y empieza a correr. Corre desesperadamente sin mirar atrás, las lágrimas vuelven asomarse por sus ojos al oír los gritos de dolor de su hermano. Diez horas después. El Punt Roma de Barcelona abre sus puertas, afuera hay bastante cola, todo el mundo se queja de la crisis pero siempre hay dinero para algún capricho extra. Clara se encuentra en el probador probándose un vestido. —Qué te parece —le pregunta a su amiga Laura que la a acompañado para ayudarla a elegir y ya de paso mirar lo que hay rebajado. —Es mono, pero pruébate el negro antes de decidir. Clara y Laura han sido amigas desde que tienen memoria, se hicieron íntimas en la guardería y su amistad sigue durando con fuerza, no obstante, pasaron una mala época cuando no tuvieron otra opción que separarse, al divorciarse los padres de Clara su madre y ella fueron a vivir con su abuela en otra ciudad, sin embargo no han dejado que la distancia sea un inconveniente. Estamos en la era de la tecnología, cuando no hablan por teléfono hablan por Messenger y de vez en cuando Laura va a Madrid a pasar unos días o Clara viene a Barcelona, ahora ya han cumplido los dieciocho años cada una están más unidas que nunca, ya que van a ir juntas a la universidad. Para empezar un buen día de chicas han decidido ir de compras. —Y este qué tal —el vestido es de licra de color azul oscuro, combina muy bien con el pelo rubio y la licra se le pega al cuerpo haciendo que se vean todos sus encantos. Al cabo de buscar y rebuscar un vestido bonito y barato las dos amigas se dirigen hacia el mostrador y de repente Laura se queda quieta. —Pasa algo – le pregunta Clara. —Me ha parecido oír a alguien gritar – dice mirando fuera de la tienda, por el cristal del aparador. —Yo no oigo nada. —Tienes razón. Al cabo de unos segundos dos cuerpos sin vida atraviesan el escaparate de cristal. No puede ser pero sus ojos muestran lo contario. Zombies. Seres entre la vida y la muerte entran en el local, seres que se arrastran mientras dejan escapar una especie de gemido horrible que te taladra los oídos. Trozos de su propia piel caen y un olor putrefacto invade la estancia. Zombies sedientos de carne humana empiezan a aparecer por todas partes, solo se oye a la gente gritar y el horrible gemido de los zombies. Laura agarra con fuerza la mano de Clara, que parece que la información aun no ha llegado bien a su cerebro. —Venga muévete – le grita Laura y Clara sale de su estado. Laura rápidamente agarra todas las llaves que encuentra en su bolso y lo deja caer sin darse cuenta que se le ha caído otra cosa. El Ataque de los Zombies 12 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Corren hacia el parking para coger el coche. Laura pone ayuda a Clara a subirse al asiento del acompañante y le pone el cinturón. —Necesito que reacciones Clara. Al arrancar el coche un zombie se les hecha encima del parabrisas, las dos chicas empiezan a gritar y Laura pone en marcha el coche con brusquedad y el zombie impacta contra el parabrisas hasta rodar por encima del coche. Desde el coche miran por la calle que hay zombies por todas partes, comiéndose a la gente, los gritos de dolor son espantosos. Clara se pone a llorar delante de tal atrocidad. A Laura no se le ocurre nada para intentar ayudarla. Esta al borde de desmoronarse, pero no puede, tiene que ser fuerte, Clara necesita alguien fuerte a su lado y tiene que mantener la cabeza fría para al menos poder llegar a casa a comprobar si sus padres están bien y rezando no encontrase más sorpresas en el camino, Laura no se caracteriza por ser muy religiosa, pero en esta ocasión necesita creer para que algo las ayude a mantenerse a salvo. — A donde vamos – dice Clara con una voz débil. — A mi casa, a comprobar si mis padres están bien. Entonces Clara se da cuenta, y si sus padres también han sido atacados. —Dios mío y si… Oh dios mío. —No te preocupes, no sabemos si esto a pasado en más sitios, seguramente están bien. Clara la mira y dice: —No hace falta que me mientas – —¿Qué? ¿Por qué piensas que te estoy mintiendo? —Te conozco demasiado. La frase queda en el aire y Clara vuelve a ponerse a llorar. Cuanto más se alejan del centro menos zombies parece haber. Al cabo de diez minutos Laura para el coche en la calle donde vive hacia un pequeño callejón que va directo a su parking, antes no le gustaba pasar por ese sitio para dejar el coche, de vez en cuando se a encontrado con jóvenes haciendo botellón mientras reían a ver quien bebe más pero ahora encuentra sus motivos de queja una estupidez realmente grande, se para delante de la puerta metálica para activar el botoncito para abrirla pero tiene miedo, estos diez minutos han sido sin sobresaltos pero no puede durar tanto la suerte, y si al abrir la puerta salen zombies y las cogen antes de tener tiempo a escapar. —Laura tenemos que entrar en el parking ya – Laura mira detrás de ella y ve el motivo porque lo ha dicho su amiga. Activa el botón, al menos dentro del parking tiene una oportunidad. —Que sea lo que dios quiera – susurra Laura mientras desciende con el coche por la pequeña rampa de la entrada. Las dos chicas miran por todos lados, un suspiro de su alivio les sale del alma, no parece haber nadie ni nada a la vista. Dieron una vuelta por todo el parking con el coche por más seguridad. El sitio es frío, nada confortante y con poca luminosidad, solo funcionan tres fluorescentes de diez. El Ataque de los Zombies 13 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Al bajar del coche Laura empieza a rebuscar por todos los sitios del coche, guantera, debajo de los asientos…. —Mierda, mierda – dice Laura sin parar de buscar. —Qué pasa. —Las llaves y no las encuentro. —No estaban en tu bolso. —El bolso lo dejé en la tienda. —Te ayudaré. Al cabo de unos minutos finalmente Clara le dice: —Estas segura que has cogido las llaves. —Sí, las cogí y —al recordar ese momento se da cuenta de una cosa, con todo el ruido de su alrededor no paró cuenta en el pequeño sonido que hizo el metal al caer al suelo – se me han caído en la tienda de ropa. Madre mía y ahora que vamos a hacer, no podemos salir a fuera ya sabes como esta todo y no podemos salir de aquí y no podremos saber si mis padres están bien ni si esto pasa en todas partes y ya no se que hacer – y se desmoronó, empezó a llorar con ganas. Clara enseguida la abrazó y Laura aceptó de buen grado su consuelo. —Laura vamos a salir de esta, estamos juntas en esto – la mira a los ojos para que se parezca que realimente se cree lo que está diciendo – ¿De acuerdo? —De acuerdo. Una sombra sobresalta a Clara y empieza a gritar. Entre las sombras algo y Laura también grita asustada. No es un zombie como ellas piensan, es un hombre que ruega que se callen porque el ruido los atrae. Al escuchar esto las dos chicas callan inmediatamente, afuera se empieza a oír a los zombies dando golpes contra la gran puerta del parking para entrar, pero por suerte pesa demasiado y no pueden entrar. Al menos por ahora. —¿Quién eres? – pregunta al fin Clara mirando a ese hombre, por su frente con un poco de arrugas asomando piensa que tendrá unos cuarenta años, tiene una manta encima de sus hombros, le parece raro porque es verano y ella no siente frío. —Me llamo Roberto, me he salvado de esos monstruos como vosotras –dice cogiendo la manta para acercársela más al cuerpo. Con la mirada indica a Laura que ese hombre no es de su confianza pero Laura no le hace caso. —He perdido las llaves, no podemos salir de aquí, tu no las tendrás verdad – Hay dos llaves para dos puertas distintas, cada una conduce a unas escaleras de un edificio distinto. —No lo siento – —Hay alguien más aquí o solo estas tú. Antes de que Roberto pueda responder Clara se adelanta para preguntarle algo. —Porque no te hemos visto cuando hemos dado una vuelta con el coche por aquí dentro. —Estaba escondido, tenía miedo. —No creo que esas cosas sean lo bastante inteligentes para conducir un coche. El Ataque de los Zombies 14 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Clara –Laura le llama la atención para que no diga más tonterías. —Entonces qué hacemos Laura, esperar aquí hasta morirnos de hambre. —Pues no lo sé ¿por qué tengo que pensarlo yo? —Pues mi idea es salir con el coche a toda pastilla para matar todos los zombies posibles e irnos lejos. —Esto es un castigo de Dios – dice Roberto interrumpiendo a esas dos chicas. Clara y Laura se miran sin entender, están a punto de preguntar porque lo dice pero Roberto se adelanta. —No lo entendéis ¿verdad, estúpidas niñas? Dios está cansado de vernos luchar unos a otros en guerras absurdas, de matar porque si, de atrocidades que parece ser que el ser humano es especialista en realizar, los humanos están artos intentar convertir donde vivimos en un auténtico infierno. Dios nos a adelantado, a convertido nuestra petición en realidad. Acto seguido Roberto empieza a reír sin control. Las dos chicas, sin dejar de mirar a Roberto se acercan la una a la otra para cogerse de la mano, para sentirte un apoyo mutuo. —Ahora somos tan monstruos por fuera como por dentro. Clara se arma de valor y dice: —Porque vas tan tapado, aquí dentro hace calor. Roberto mira a Clara y vuelve a reír. —¿Por qué? ¡Por qué! Pues míralo tú misma. Se quita la manta y se ve un enorme mordisco en el brazo derecho, es tan profundo que hasta se le ve el hueso, hay sangre seca por su ropa y la zona tiene un espantoso color negro con trozos de su propia carne sueltas por la zona herida. Las dos amigas gritan de sorpresa y asco. —Siento decir que me gustaría probar esa carne rosadita vuestra. Al decir va hacia ellas cojeando un poco con los ojos inyectados en sangre yendo directamente hacia Clara con la boca abierta. Clara y Roberto caen al suelo y Laura se tira encima de Roberto pero es inútil, es demasiado fuerte, Clara grita, patalea, pero no sirve de nada, solo puede evitar por ahora, utilizando toda su fuerza, que la muerda. Laura busca desesperadamente algo con lo que darle en la cabeza del hombre entonces recuerda que el la guantera tiene una navaja de esas multiusos, su macarra ex novio se la dejó allí por error, por lo menos ese inútil a servido de algo por una vez. Con lo más rápido que le es posible y abre la guantera saca la navaja. —¡Eh, tú, capullo! – grita Laura al recordar que los sonidos fuertes los atraen. Surge efecto por Roberto gira la cabeza hacia donde escucha ruido y entonces Laura, sin ningún miramiento, le clava la afilada hoja en el ojo, no sale sangre, sale una viscosidad negra pero se desploma en el suelo y no se vuelve a levantar. Laura coge del suelo a su amiga y la abraza con fuerza, la pobre Clara está temblando mucho y rompe a llorar. Más golpes y con más fuerza se oyen a fuera. El ruido que han hecho los atrae y ahora parecen más impacientes que antes, ahora sí que podrían tirarlo abajo y entrar. El Ataque de los Zombies 15 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —No hay tiempo para desmoronarse, Clara, tenemos que salir de aquí. —Pero como, no tienes las llaves ya ahora hay muchos para salir con el coche. —No tengo llaves pero tenemos que buscar una palanca para abrir la puerta. Clara le hace caso y las dos buscan por todos los lados hasta que Laura finalmente ve una palanca, sin importarle el hecho de que está dentro de un coche arranca un pedazo de ropa de su falda para enrollársela a la mano y romper el cristal del coche. Clara al ver el espectáculo y recordar con que sangre fría eliminó a Roberto exclama. —Menos mal que no te tengo de enemiga. Las dos se ponen delante de la puerta Laura pone el borde de la palanca al estrecho de la puerta y le dice a Clara que empuje con ella pero se resiste. —No estoy segura de esto, como sabemos que no hay zombies al otro lado, será una muerte segura si la abrimos. —Será una muerte segura si nos quedamos, necesito tu ayuda, empuja conmigo. Clara finalmente accede y la puerta se abre. Las pobres chicas no podían hacer nada, una manada de zombies se abalanzó directamente hacia ellas. Tal vez es cierto que Dios nos a castigado por una vida llena de actos innombrables, que nos merecemos un infierno en la tierra. Lo último humano que se escuchó en muchos kilómetros fueron los gritos de horror y de dolor de dos íntimas amigas. El Ataque de los Zombies 16 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL INSTINTO Mei respiraba fatigosamente mientras se limpiaba con el jersey el rastro de sangre que manchaba su cara. Hacía unos segundos había estado a un pelo de morir a manos de una jauría de zombies que la habían visto mientras trataba de esconderse en un edificio. Volvió a mirar hacia atrás para asegurarse de que la puerta estaba bien cerrada. Por una vez bendijo las puertas se seguridad en los portales, tan incómodas de abrir o cerrar debido a su gran tamaño. Detrás del cristal parcialmente opaco de la puerta cubierta de resistentes hierros se vislumbraban sombras inquietas que se emprendían a golpes contra ella, resquebrajando levemente el fuerte cristal, manchándolo de algo líquido, pegajoso y oscuro… Mei se puso en pie temblando y se deslizó rápidamente por el pasillo hasta el ascensor, en su mente quería evitar las escaleras y los descansillos, pensó que el edificio estaría lleno de gente infectada… tras algunas llamadas comprendió que estaba fuera de funcionamiento y decidió subir por las grandes escaleras de mármol, no sin antes coger un extintor ubicado en la entrada. Subió sigilosamente pero rauda los amplios escalones, al llegar al primer descansillo oyó golpes y sacudidas y al asomar la cabeza vio a tres personas enzarzadas en una violenta escena, aprovechó que no miraban para sortear el descansillo y seguir subiendo mientras se ahogaba un sollozo. Lo mismo hizo planta tras planta, trayecto que se le antojó eterno. En cada planta las mismas escenas, ruidos, gritos, proyecciones de sangre, puertas golpeando por el viento, gente corriendo… A duras penas consiguió llegar hasta una de las últimas plantas, donde por fin un pasillo parecía despejado. Anduvo lo más silenciosa que pudo. De cuando en cuando suspiraba y miraba hacia atrás, vislumbró una puerta entreabierta, asustada pero alerta la fue abriendo muy lentamente mientras agarraba con fuerza el extintor… las cortinas del balcón se mecían al compás violento del aire de la 5ª planta. En la cama observó unos pies, que la hicieron retroceder rápidamente y tragar saliva mientras cerraba los ojos. Volvió a asomarse sutilmente y observó de nuevo los pies inmóviles… poco a poco fue asomándose mas mientras notaba el sudor en sus manos, temió que el extintor se le cayera al suelo… al poco ya veía las manos, llenas de llagas y de color ocre… pero no veía movimiento… corrió hacía aquel ser sentado de perfil y comenzó a golpearlo violentamente en la cabeza con el extintor hasta que notó que la cabeza perdió por completo su forma. Aquel ser no llegó a moverse… Mei entre lágrimas comprendió que aquel ser ya estaba muerto antes de que todo eso sucediera… observó en la mano que escapaba a su vista una pistola y sangre bajo la cabeza en el lado contrario que ella veía… En el suelo al otro lado de la cama yacía el cuerpo de un zombi con un tiro en la cabeza. Vestida con una bata rosa. –“Hasta que la muerte nos separe”- dijo irónicamente entre dientes Mei, mientras levantaba una ceja. Agarró a la señora por los pies y la depositó en el descansillo al igual que al señor; dejando sendos regueros de sangre y trozos de materia gris por todo el suelo. No podía evitar las arcadas mientras lo hacía. Cerró, con la llave que habían dejado puesta, la puerta, y recorrió raudamente todo el apartamento para asegurarse de que estaba sola, empujó el comodín y un armario ante la puerta. Se asomó al balcón a través de las ondulantes cortinas azules salpicadas de restos de sangre, abajo, centenares de personas deambulaban de un lado a otro mecidos por los empujones. Algunas personas trataban de huir vanamente de aquel Apocalipsis de muertos vivientes. Mei ya no podía hacer nada, bajar era una sentencia de muerte. Aquel apartamento la paraba en el tiempo a un momento feliz, de paz, decorado con fotos de muchos familiares, bordados, figuras… lloró por los suyos. Bajo la cama descubrió un maletín con otra arma y balas, las metió dentro de una mochila que encontró en el salón. Cogió una sábana del armario y carbón de una pequeña caldera. Estuvo un rato garabateando en la sábana y luego la colgó en el balcón. Desde lo lejos se leía: El instinto 17 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 1 Superviviente no infectada Ayuda El resto de la tarde aprovechó para comer, dormir y reponer fuerzas. A veces los gritos de la calle la sobresaltaban y no podía menos que temblar, pero el cansancio acababa por vencerla. Varias horas después Mei abrió los ojos, tratando de estirar sus entumecidas piernas entendió que aún se encontraba dentro del armario de la habitación y se incorporó. Abriendo suavemente la puerta del armario echó un ojo y agarró con fuerza la pistola que había recogido del cadáver, buscando una falsa sensación de seguridad. No parecía haber nadie. No se escuchaba ningún ruido. Anduvo por la casa buscando cosas que le pudieran ser de utilidad mientras mordisqueaba unas galletas rancias que encontró en la mesa de la cocina. Cuchillos, mecheros, linternas, medicamentos, latas de comida… Lo puso todo ordenadamente dentro de la mochila, el cual colocó en la mesita del salón. Su curiosidad le hizo asomarse de nuevo a balcón. Abajo la muchedumbre seguía meciéndose, algunos corrían, otros parecían montañas humanas rabiosas, entretenidas en algún proceso alimentario. El pavor la recorrió por completo, el miedo al fin, pero decidió sacudirse esas ideas de la cabeza cuanto antes. Escudriñó el panorama, los demás edificios, no veía rastro de gente sana. De pronto, al mirar hacia abajo, observó en uno de los balcones de las plantas inferiores una cabeza moverse. La observó. La cabeza se asomaba y volvía a entrar en el balcón. ─ Tssh ─susurró, tratando de ver si aquella cabeza era una persona no infectada. ─ Tsssh ─volvió a repetir, mientras lanzaba una piedrita de la maceta que tenía justo al lado. En el balcón de abajo la cabeza miró a la piedra y se giró hacia arriba. Era un chico joven y al ver a Mei sonrió aliviado levantando las manos en absoluto mutismo, Mei no se lo podía creer. Gesticulando mucho le dijo que subiera. El chico en silencio le hizo un gesto como diciendo que no. Mei hizo un esfuerzo por leer sus labios: ─ Están dentro del apartamento, he cerrado el balcón, ellos están dentro, no puedo escapar. Mei le hizo un gesto de espera con su mano. Entró en el apartamento y comenzó a hacer jirones de las sabanas y mantas que iba encontrando, y anudándolas lo más fuerte que podía, elaborando una especie de cuerda para que aquel chico pudiera ascender. Un tiempo después se asomó de nuevo a balcón y sonriendo extendió la improvisada cuerda por el balcón. Mei sujetó la cuerda a una de las columnas y aparte la sostenía con las manos. El chico se subió a la barandilla para alcanzar la improvisada cuerda y al hacerlo golpeó una gran maceta haciéndola caer al suelo, seguidamente Mei oyó un sonido estruendoso de cristales al romperse y vio en la cara del chico que nada bueno pasaba. Asustado saltó sobre la cuerda tratando de zafarse y los zombis se tiraron tras él, golpeándose con la barandilla y cayendo ambos al vacío, estampándose sobre el suelo, siendo presos de la violenta multitud de seres que vagaban por las calles sin rumbo. La dantesca estampa hizo a Mei taparse la boca con las manos y retroceder unos pasos de espanto. Al volver a asomarse el chico trepaba afanosamente por la cuerda hasta que consiguió llegar al balcón. Momento en el que recogió la cuerda de jirones y se dejó caer en el suelo. El instinto 18 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ─ ¿Te han mordido, te han mordido? ─preguntó desesperada Mei ─ No no, no lo han hecho, poco ha faltado, ¡dios! ─respondió aquel chico mirándose por todo el cuerpo ─ Dios mío ¡eso sí que ha sido emocionante! ─Dijo Mei con una sonrisa burlona. El chico respiró aliviado, y sin hacer caso de la alegría nerviosa de Mei continuó hablando. ─ Pensé que era el único a salvo en el edificio, esos locos estaban paseando cerca de la puerta de cristal y mirando con ojos perdidos, ¡pensé que era mi último día en la tierra! ─ Quizás sea el último día en la tierra, quizás ¡hoy! sea el tan afamado fin del mundo, disfrútalo –dijo Mei irónica mientras se recogía el pelo en una coleta─. Aquí hay algo de comida, pero no la suficiente para mucho tiempo… estos viejos no tenían una buena despensa. ─ Mi abuela, tengo que ir a por mi abuela, ayúdame a rescatarla. ─ ¿Estás loco, verdad? –le espetó seca Mei mirándolo inquisitiva. ─ No puedo dejarla así, no sabrá sobrevivir sola. ─ No podemos cargar con una vieja por muy familia tuya que sea, hay que pensar práctico… ─se quedó mirándole esperando que le dijera su nombre. ─ Heber, me llamo Heber ─dijo resoplando. ─ … Heber sí, es demasiado arriesgado ─le dijo mientras miraba por la ventana. ─ Lo sé, pero si llegamos allí podremos estar a salvo, tiene un refugio. ─ ¿Un refugio? ─Mei se giró hacia el chico interesada. ─ Sí –dijo esbozando una sonrisa burlona, sabía que había captado la atención de la chica – digamos que mi abuelo y ella siempre pensaron que la guerra volvería y crearon un refugio con todo lo necesario para vivir y defenderse durante años. – ─ ¿Y dónde está eso? ─le preguntó Mei sentándose en una silla y apoyando sus codos sobre los muslos e inclinándose hacia delante. ─ Bueno, está hacia el norte, pero ella tiene las llaves y vive en un edificio aquí cerca─Es arriesgado. Explícame bien todo, no me iré a la calle desconociendo los pros y los contras. Pasaron la tarde y parte de la noche organizando mapas y rutas, entre tanto la luz se había ido y el teléfono había dejado de funcionar. Finalmente se pusieron en marcha, esperaron la noche para descolgarse a través de los balcones e ir ganando terreno lentamente a ras de las callejuelas traseras de los edificios. A ratos tenían que agacharse tras los contenedores y mantener la respiración mientras se veían acorralados, por suerte aquellos seres corrían de un lado para otro sin control haciendo mucho ruido así que era relativamente fácil pasar desapercibido tras un buen escondite. Pronto alcanzaron el edificio, a Mei se le antojó viejo y marginal… Ya en ese edificio sin encalar, subió los escalones de bloque uno a uno, llegando a perder a Heber que subía los El instinto 19 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) escalones de dos en dos. Llegando a una de las plantas altas, observó un piso que no tenía puertas, estaba gris y sin pintar. La imagen en su interior era dantesca, una Sra. mayor echada en un colchón en el suelo, su piel amarillenta con llagas. Mei no llegó a entrar, solo se ubicó en el marco de la puerta. De pronto vio como el cuerpo comenzaba a convulsionar, a su alrededor muchas personas, familiares parecían tratar de ayudar… Mei sólo pudo sentir el terror en su espalda, girarse y bajar los escalones como si hubiera visto al mismísimo demonio, le costaba respirar, tras ella todo se convirtió en gritos y golpes, la señora estaba infectada. Cuando sintió que pisadas afanosas bajaban tras ella sólo se le ocurrió lanzarse sobre las líneas de tender la ropa que colgaban de un edificio a otro, arrastrándose sobre las cuerdas hacia un destino incierto mientras sentía los golpes en las cuerdas de los cuerpos cayendo tratando de alcanzarla, procuró ahogar sus gritos con gemidos para no alertar a más de aquellos seres. Los golpes sobre el suelo sonaban fuertes y secos. Y de repente se quedó inmóvil, no se movió, de reojo veía la muchedumbre peleándose, agrediéndose, bajo su cuerpo en la calle varios de ellos vagaban, se tropezaban, comenzaban a correr, en un extraño vaivén sin sentido. Cerró sus ojos y rezó, jamás había creído en Dios, pero rezó como una religiosa convencida. Sin abrir los ojos fue escurriéndose hasta llegar a la repisa de una ventana del edificio contiguo. De pronto sintió una piedrita golpear su brazo, aterrorizada levantó la vista. ─ Heber… ─musitó, esbozando la sonrisa más amplia de las que había esbozado nunca. Éste se encontraba en lo alto del edificio que ella había abandonado tiempo antes. Él mecía entre sus dedos unas llaves. ─ Estamos salvados ─leyó Mei de sus labios. El instinto 20 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) JUICIO JUSTO El coche de la Guardia Civil se abrió y la multitud comenzó a aullar como poseída. Bajó primero un agente del asiento del copiloto que se dirigió a la puerta trasera y la abrió para que saliera el hombre al que llevaban a los juzgados. Entonces la turba apiñada contra la valla de contención sí que se enfervorizó, arremetiendo contra esta con embestidas furiosas. Un gemido, bien conocido ya por todos, se abrió paso a través de las miles de gargantas podridas. Los cadáveres ansiaban comerse al hombre que salía con una cazadora en la cabeza. Pero la valla, aunque ciertamente enclenque, aguantó sin problemas. El guardia ayudó al hombre esposado y lo acompañó, procurando que no hubiera ningún tropiezo. Disimuladamente acercó su cabeza a la del hombre mientras se dirigían al edificio y el coche arrancaba y se largaba por el túnel de acceso a los juzgados. — La has hecho buena. Será mejor que no veas la que has liado ahí fuera: han venido de todos los rincones del país, machote. — ¿Cómo se enteran de estas cosas? ¡Son sólo muertos! –farfulló el hombre a través de la tela de algodón. El guardia civil levantó las cejas. — Tú has tenido más contacto con ellos. Dímelo tú. Pero el hombre no respondió. Subió las escaleras guiado por el guardia lazarillo y se preguntó para qué demonios se tapaba el rostro. Si querían venganza, y por Dios que parecía que así era, lo olerían y punto. Supo con un estremecimiento que, fuera cual fuera el resultado de aquel juicio, jamás volvería a tener un momento de paz en su vida. Las cosas habían cambiado demasiado en demasiado poco tiempo, y ya no podía afirmar quién era más idiota, si los cadáveres ambulantes que devoraban a las personas o las fuerzas vivas del Estado que se empeñaban en protegerlos. Percibió que entraban en el edificio y se arrancó por fin la cazadora de la cabeza. No debió haberlo hecho todavía. El rumorcillo que había percibido en el vestíbulo se convirtió en un salvaje cacareo cuando los reporteros y los enviados especiales de todas las cadenas (de las cuatro que aún emitían algo) se abalanzaron sobre él, cada uno exclamando su propia pregunta absurda. — ¿Qué le hizo hacer lo que hizo cuando hizo lo que hizo? — ¿Estaba usted bajo el efecto de alguna droga? — ¿Es usted un maltratador de animales? — ¿Escucha voces? — ¿Le pegaba su padre con el cinturón? El hombre con las manos esposadas volvió a echarse la cazadora sobre la coronilla. Oyó que el guardia trataba de apartar a los periodistas y notó que lo empujaba en una dirección concreta. Caminaron deprisa, se detuvieron ante unas puertas, avanzaron un par de pasos, y por fin el jaleo se amortiguó a su espalda. Le dio tiempo a escuchar la voz de una reportera que hablaba en tono neutral y modulado. -Ya lo han visto, señoras y señores. El acusado mantiene su postura y por el brillo de sus ojos asesinos podemos asegurar que un sádico demente se esconde en ese cuerpo aparentemente cívico. Su mirada heladora nos ha fulminado a todos y cada uno de los reporteros que hemos acudido hoy aquí a traerles la actualidad de… Se quitó de nuevo la cazadora y el guardia la cogió. Entonces el hombre echó un vistazo a la enorme sala. Casi toda era de madera oscura, seguramente carísima, aunque aquello ya no importara lo más mínimo. El pasillo atravesaba cuatro filas de bancos similares a los de una iglesia hasta Juicio justo 21 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) un estrado que se elevaba medio metro por encima del resto. Todos los asientos estaban ocupados, aunque no reconoció a nadie: hacía dos meses que vivía completamente solo. En el estrado, tras una larga mesa, había tres personas. La del centro era la que menos respeto imponía, a pesar de tratarse evidentemente del regidor de su destino: el juez. Tenía cara de sueño, como si lo hubieran levantado para nada en absoluto, y las ojeras caían casi hasta la papada, de donde también colgaba el labio inferior. Acumulaba la desgana de toda una vida aburriéndose. A su izquierda, una joven relativamente guapa pero de mirada dura como el hielo, y a su derecha un hombre estirado, arrogante, que se había dejado melena en la nuca en un intento vano de cubrir con ella mediante un complicado peinado la parte frontal. Todos en la sala lo miraban: el hombre tragó saliva. — Vamos –lo animó el guardia. Lo acompañó hasta situarlo ante un atril y se retiró. El hombre comenzó a sudar. Fue el juez el que abrió el proceso, tomando la palabra tras disimular un enorme bostezo. — Juan Tomás Garrido Estébanez, natural de Villaescusa y residente en Madrid, de 37 años de edad, se le convoca hoy aquí como acusado en el primer juicio por ensañamiento contra la nueva comunidad zombie, tras haber sido denunciado por varios testigos a causa de los hechos que a continuación vamos a detallar. Lo primero, ¿cómo se declara? — ¿Cómo? Pues… Inocente, señoría. Soy inocente. — Por supuesto. ¡Amanda! La mujer a su izquierda tomó la palabra, inclinándose sobre un pequeño micrófono que en realidad no funcionaba. Pero se la oía perfectamente. — El acusado fue visto el pasado martes saliendo de su domicilio a las nueve y media de la noche, a pesar de haberse establecido el toque de queda a las siete. Cruzó la calle con unas bolsas que parecían pesar bastante y las arrojó al suelo junto al contenedor, que ya rebosaba. Se sospecha que contenían miembros mutilados de una de sus carnicerías. Juan Tomás puso cara de consternación, no sólo por la mentira, sino también porque él tenía entendido que los juicios no se desarrollaban a tanta velocidad. Su estómago estaba disfrutando de su propio viaje por una montaña rusa. — ¿Carnicerías, dice? ¡No, señoría! Era basura, simplemente. Olía ya mal, eso sí, pero eran restos de comida, no miembros mut… — ¡Silencio! Escuche primero el alegato, luego se le dará la palabra. Continúe, Amanda. — Gracias. Según todos los testigos, había varios muertos caminando en las inmediaciones, y el señor Garrido procuró que todos percibiesen su presencia, seguramente con un plan preconcebido para efectuar su propia limpia. — ¡Mentira, señoría! –exclamó Juan Tomás-. Eché la basura y traté de regresar, sencillamente… — ¡Silencio! — Se paseó como un cebo exquisito –continuó la tal Amanda- para provocar a cuantos muertos fuera posible, y así poder llevar a cabo su pequeño genocidio particular a una raza que, es bien sabido, no ataca a menos que se vea amenazada. — ¿Que no ataca? ¡Pero oiga! ¡Si son ellos los que se nos abalanzan! ¿Es que no ha tenido usted que…? — ¡Último aviso, señor Garrido! Si vuelve a interrumpir hasta que se le dé la palabra celebraremos el juicio sin usted. Juicio justo 22 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) — Gracias, señoría. El acusado tenía preparada la motosierra junto a un árbol que crece en su jardín, y a ella se aferró cuando consideró que ya había reunido a suficientes muertos a su alrededor. Había en la multitud varios ciudadanos insignes de antes de la plaga. Los testigos afirman que fue a estos a los que atacó primero, seguramente como venganza por algún despecho hacia la autoridad que representaban cuando estaban vivos. Entre ellos, nuestro querido alcalde y su esposa. Los vecinos le gritaban que se pusiera a salvo en su casa y dejara de maltratar a los muertos, pero el señor Garrido, poseído por su furia vengadora, no cesó en sus embates hasta que hubo literalmente licuado a cuantos cadáveres lo rodeaban. Juan Tomás abrió la boca y la cerró al instante. — Así pues, entendemos que se han violado seis normas del nuevo Código por la Integridad Zombie: quebró el toque de queda, atacó empleando un arma que le daba una clara superioridad, arrojó basura en la calle a sabiendas de que ya no funciona el servicio de recogida, se ensañó con los cuerpos caídos, no llevaba puesta la malla anti tiburones y no trató de razonar con los muertos por resolver pacíficamente la situación. Por todo ello, solicitamos que la condena para el acusado sea la de ser arrojado al pozo de las celebridades, para que con su carne alimente los estómagos de otros miembros de la comunidad zombie, en compensación por las atrocidades que cometió con sus antiguos vecinos. Un murmullo recorrió la sala, y Juan Tomás percibió anonadado que el público daba la razón a toda aquella locura. Abrió mucho los ojos, aunque no se atrevió a hablar hasta que el juez no le diera la palabra. Él sabía que el mundo se había vuelto un infierno demente: no había más que ver cómo se paseaban los muertos por las calles de las ciudades, y cómo atacaban y devoraban a los habitantes en cuanto podían hacerlo; él mismo había visto caer a su esposa descuartizada bajo las dentelladas de aquellos salvajes. La había llorado y se había medio repuesto, pero ¿quién de todos ellos no se había visto en un trance semejante? ¿Qué era ese Código por la Integridad Zombie del que nunca había oído hablar? ¿Acaso el juez, la abogada, el público, no habían tenido que recurrir a la violencia para sobrevivir? Meneó la cabeza, pero no consiguió despejarse de la sensación de que en realidad se encontraba en un manicomio. Pensó entonces en la hipocresía, y todo aquello adquirió un matiz lógico; descabellado, pero lógico. En todas las etapas de la humanidad el gobierno, las instituciones, han creado un sistema de publicidad y defensa de las causas perdidas. Recordó que, por ejemplo, antes de la invasión zombie no podías defenderte con una escopeta de un agresor que entrara en tu casa con un cuchillo porque era un abuso de autoridad, o que un violador denunciaba a una chica que lo había rociado con gas pimienta y cobraba una indemnización, o que el maltratador salía una y otra vez de la comisaría hasta que, finalmente, conseguía acabar con su pareja… Miles de casos, la mayoría insensateces obvias para cualquiera con dos dedos de frente. Pero aquello era ya demasiado. ¿Qué se suponía que debería haber hecho? ¿Dejarse devorar? Los cadáveres lo habían rodeado, y si no hubiera tenido a mano por casualidad su sierra mecánica, hubiera muerto y ahora descansaría en pequeños pedacitos en los estómagos putrefactos de cientos de muertos vivientes. La humanidad aplicaba en su agonía los últimos coletazos de su idiocia perenne. El juez se giró hacia su derecha. — ¿Alguna alegación por parte de la defensa, Arturo? Juan Tomás expulsó el aire que sin darse cuenta había estado conteniendo: ahora podría explicarse y arreglar aquella barbaridad. — Ninguna, señoría –dijo el hombre del peinado imposible, y al señor Garrido se le escapó un jadeo de asombro. Entonces el juez, por fin, se dirigió directamente al acusado. — Ya puede usted hablar. Juan Tomás miró a su alrededor. Observó los ojos de todos los presentes y supo que no había nada que hacer. Estaba condenado, muerto. Una persona sola no podía luchar contra el sistema, no importaba cuán absurdo pudiera llegar a ser. Bajó la cabeza. Juicio justo 23 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) — No conocía la existencia de ese código, señoría. Verá, no suelo ver las noticias: me compré un DVD poco antes del brote y me he limitado a ver películas que me descargué cuando aún funcionaba Internet. No creí que pudiera estar cometiendo ningún delito cuando me defendí de aquel ataque. No sabía lo del toque de queda. No sabía lo de la basura. No sabía nada. — El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. — No se me ocurre nada. Supongo que lo único que puedo decir es que cualquiera de ustedes en mi situación hubiera hecho lo mismo. El juez meneó la cabeza, como si las palabras del acusado hubieran constituido la mentira más flagrante que hubiera escuchado jamás. — Típica mente criminal. ¡Bien, entonces! Procedo a emitir el veredicto. Otro murmullo. Anticipación. El ruido de la garganta del señor Garrido al tragar saliva. — Condeno al acusado a ser devorado por los muertos. En un ejercicio de justicia poética, no será entregado a las celebridades del pozo, que ya tienen bastante sustento, sino a los miles de individuos que han acudido esta mañana a vengar a sus compañeros cruelmente masacrados. La sentencia se ejecutará en el acto. ¡Crac! El martillo retumbó en la sala y Juan Tomás agachó la cabeza. En el exterior, varios minutos después, la misma reportera que poco antes había proclamado la locura asesina del señor Garrido mientras le daban con la puerta en las narices, se encontraba junto a los dos guardias que sujetaban al prisionero, emitiendo la noticia en directo para miles de televidentes. A escasos centímetros una increíble masa de cadáveres se apiñaba contra la valla, alargando los brazos hasta donde podían, algunos hiriéndose los dedos al tratar de alcanzar a su inminente presa. El gemido de la muerte era atronador: sabían lo que les tocaba a continuación. — Parece que por fin el condenado va a ser entregado a la comunidad zombie. Es un caso de justicia ejemplar que esperamos que sirva para que en el futuro aprendamos a respetar y a convivir con aquellos que, por circunstancias, son diferentes a nosotros. Ojalá todos los zombies del mundo estén siendo testigos de esta declaración de la humanidad: somos vuestros amigos. Podemos vivir en armonía. “Ha llegado el momento. El condenado está pálido, pero seguro que ha comprendido demasiado tarde que la salvajada que cometió no va a quedar impune. Al otro lado de la valla, los muertos, aunque feos, son nuestros bondadosos ejecutores. Entregamos, pues, a este hombre a su destino. Uno de los guardias quitó la cadena y abrió un poco la puerta, y el otro empujó al señor Garrido contra la afortunada muerta de primera fila, una vieja horriblemente mutilada que recibió a la víctima con un gañido. Entonces todo se desmadró. Los muertos, con el empuje de los varios miles que conformaban detrás, entraron en tropel en el recinto y se abalanzaron contra los guardias, contra la reportera, contra el juez y contra los abogados, contra el público y contra los bedeles. — ¡No! ¡No! ¡No lo entendéis! ¡Somos vuestros amig…! El señor Garrido tuvo tiempo, antes de perder el conocimiento desangrado entre los dientes de varios convecinos podridos, de alegrarse por comprobar que ninguno de aquellos estúpidos tenía una motosierra. Sólo el juez aguantó gracias a su martillo, pero no resistió demasiado. Los gritos se desvanecieron en la brisa de la mañana, y quedaron sólo los gemidos ocasionales de los que, frustrados, se habían quedado sin su rico bocado. Cuando la mañana dio paso a la tarde ya casi no quedaba nadie, ni fuera ni dentro de los juzgados. Un cadáver deambulaba por la misma sala en la que había sido condenado el señor Juicio justo 24 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Garrido. Meneaba la cabeza, husmeando los restos del olor de los que habían asistido al juicio, buscando algún vivo que pudiera echarse a la boca. No había nadie. Con su único ojo visualizó un pequeño montón de papeles en la mesa del juez. No sabía leer, pero se acercó tambaleándose al documento y lo llevó distraídamente a la boca, posiblemente debido a que estaba impregnado por el manoseo. Llevaba un título escrito a bolígrafo en trazos apresurados. I Código por la Integridad Zombie. — Graonnnf –murmuró, y escupió disgustado las hojas secas e insípidas. Juicio justo 25 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) TESTAMENTO Escribo estas páginas con la esperanza de que si hay supervivientes, sepan cómo empezó todo y conozcan la manera de destruir la toxina que ha exterminado a la especie humana prácticamente en su totalidad. Desde la habitación que he ocupado en esta base militar durante los últimos cinco años puedo escuchar los gritos incoherentes, irracionales y, sobretodo, inhumanos de los que fueron mis compañeros de unidad y que ahora sólo son envoltorios de carne putrefacta sin alma ni conciencia, movidos únicamente por su ansia de alimentarse. Las puertas de todas las habitaciones de la base son de cerradura magnética, y en cuanto he podido me he encerrado en mi habitación, he pasado la tarjeta por el lector y luego he inutilizado el mecanismo. No quiero que se me malinterprete. No soy un cobarde. He servido a mi patria con orgullo y valentía y en ocasiones irreflexivamente, sin dudar en arriesgar mi vida. Si me he encerrado no es para que ellos no entren, sino para que yo no pueda salir. Estoy infectado. Y antes de convertirme en un maldito zombie devorador de cerebros me pegaré un tiro con mi arma reglamentaria. La tengo aquí, sobre la mesa. A lo que vamos. La culpa de la situación en que se encuentra la humanidad recae única y exclusivamente sobre nosotros: la propia raza humana, y sobretodo sobre las cabezas pensantes del Pentágono. La guerra de Irak estaba durando ya demasiados años y no se distinguía un claro vencedor. Por cada fanático religioso que matábamos aparecían veinte más, así que a alguien de arriba se le ocurrió el arma definitiva. En vez de enviar soldados a arriesgar sus vidas para matar a un puñado de fanáticos crearían un arma biológica que lo haría en nuestro lugar. Maldita la hora en que se les ocurrió tan brillante idea. Los científicos del Pentágono diseñaron una toxina muy eficaz, al menos en apariencia. Se transmitía por el aire y no se volvía mortal hasta pasados tres días. Durante ese tiempo los órganos vitales iban fallando paulatinamente hasta que cesaba toda actividad y la víctima moría. Se probó la toxina en un condenado a muerte encerrado en una habitación hermética, y un amigo mío que trabajaba en el proyecto me contó lo que ocurrió. Introdujeron la toxina en la habitación en forma de gas y fueron tomando nota de todas las reacciones del sujeto durante esos tres días: debilidad, palidez, mareos, hemorragias nasales y auditivas abundantes, incontinencia urinaria y de esfínter, un hambre insaciable y la comida que le daban le sabía a polvo, vómitos y al final la muerte. Entonces ocurrió un imprevisto. El Imprevisto. Aunque la toxina reducía la actividad de los órganos vitales hasta detenerlos, por alguna extraña razón que no se explicaban la actividad cerebral continuaba tras la muerte del cuerpo, así que un minuto después de la muerte del sujeto este abrió los ojos y se lanzó contra el cristal que separaba la habitación en la que se encontraba de los científicos que observaban atónitos la escena del otro lado, balbuceando algo así como “hambre, cerebro”. La única forma de eliminar la toxina era someterla a una muy elevada temperatura, así que incineraron la habitación con aquel zombie dentro. Los científicos querían hacer todo tipo de pruebas con la toxina, descubrir por qué no atacaba el cerebro y por qué convertía a los infectados en muertos vivientes, pero las cabezas pensantes del Pentágono querían utilizar la toxina cuanto antes y se tomaron la transformación en cadáver viviente como un mero efecto secundario. Todo el mundo sabe que el ejército está Testamento 26 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) formado por hombres de acción, nada que ver con los pacientes burócratas que dirigen el país. Así que no se realizaron pruebas y al día siguiente se lanzó la toxina sobre un pueblo de Irak. Si hubieran permitido las pruebas ahora no estaríamos donde estamos. Habríamos sabido que los zombies transmitían la toxina a través de la piel, la saliva y la sangre. Pero cuando lo supimos ya era demasiado tarde. El plan era sencillo. Soltar la toxina, esperar a que hiciera efecto, enviar una unidad para matar a los zombies si era posible (por lo menos lesionarlos o mutilarlos para que fuera más sencillo exterminarlos) y luego dejar caer la bomba sobre el lugar para eliminar la toxina. Ni siquiera se pararon a pensar en las consecuencias que esta acción podría acarrear. Claro que si un retrasado como George W. Bush llegó a presidente, ¿de qué te sorprendes? En el Pentágono tampoco contaron con que ese día habría viento y que desplazaría la toxina, infectando los pueblos y ciudades colindantes. ¿Cómo puedes quemar algo que está al aire libre y que cada vez se hace más y más grande? Soltaron la toxina, mi unidad esperó los tres días reglamentarios y luego entramos en acción. Nos equipamos con máscaras antigás, uniforme de camuflaje y nuestros rifles de asalto, pero el trabajo no fue tan fácil como nos lo pintaron. Matamos a muchos volándoles las cabezas, como en las películas, pero a la mayoría los dejamos heridos, con piernas y brazos inutilizados, para que no supusieran una molestia a la hora de hacer desaparecer aquel pueblo con la bomba. Tuvimos bajas, pocas, y algunos acabaron salpicados con la sangre de aquellos cadáveres andantes. Muchos compañeros, cabreados por haber estado a punto de ser devorados, la emprendieron a puñetazos con los que aún estaban “vivos”, llevando así con ellos la toxina de vuelta a casa. Yo no fui uno de ellos. Soltamos la bomba y regresamos a nuestra base al día siguiente. Entonces nos percatamos de la catástrofe. En todas las cadenas informaban de la extraña epidemia que convertía a la gente en muertos vivientes. De momento se había extendido a medio continente asiático y parte de Europa. Nosotros éramos conscientes de la gravedad de la situación. Éramos soldados y nunca jamás cuestionábamos a nuestros líderes, pero sabíamos que alguien de arriba la había cagado pero bien. Al menos pensamos que no cruzaría el Océano, sin saber que había viajado con nosotros en el avión. Tres días es mucho tiempo, y la toxina no dejó de extenderse. Fue como un efecto dominó. Cada infectado tocó a veinte o treinta personas, y cada una de esas personas tocó a otras tantas. Cuando quisimos darnos cuenta la mayor parte de la base estaba infectada. Muchos de mis compañeros de unidad empezaron a encontrarse mal. Estaban débiles y mareados, además de pálidos, y acabaron llenando la enfermería aún después de que se quedaran sin camas. Y claro, al igual que Jesús se levantó al tercer día, ellos se convirtieron monstruos caníbales que atacaron a sus compañeros y amigos como auténticos salvajes. Eran irracionales, brutales y estaban famélicos. Su fuerza era sobrehumana y arrancaban brazos y piernas con asombrosa facilidad. Allí adonde mirase, había grandes charcos de sangre, vísceras y huesos rodeados aún de carne cruda. Yo y unos pocos soldados reunimos a todos los supervivientes que pudimos encontrar, nos armamos y fuimos volando cabezas hasta poder llegar al amplio laboratorio de la base. Perdimos a algunos por el camino y finalmente nos atrincheramos. Allí tratamos de busca una explicación. El pánico había cundido entre nosotros e incluso se produjeron algunas peleas. Los soldados echaban la culpa a los pocos científicos que había entre nosotros y estos acusaban a los soldados de no haber hecho correctamente su trabajo. Al final se impuso el orden y los científicos contaron todo lo que sabían sobre la toxina. Obviamente si los de la base estaban infectados y no habían respirado la toxina, eso significaba que también se transmitía por la piel. Fue como un jarro de agua fría. Algunos de nosotros habíamos estado en contacto con los zombies y otros con los soldados que regresaron del ataque. Entonces supe que estaba infectado, porque había entrechocado las manos de muchos compañeros, pero aún no había manifestado ningún síntoma. Ya habían pasado al menos dos días y debería estar echando bilis por la boca, pero me encontraba bien. Tal vez mi sistema Testamento 27 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) inmunológico era más resistente que el de mis compañeros. De pequeño había sufrido una grave enfermedad que conseguí superar en contra de todo pronóstico, y desde entonces no había vuelto a enfermar, pero sabía que mi tiempo estaba contado. Como si de un consejo de guerra se tratase se dictaminó que los infectados tenían que irse del laboratorio. Algunos aceptaron salir a ser devorados por los zombies, otros empezaron a llorar como niños y tuvieron que ser arrastrados mientras se orinaban encima, otros, ante su negativa, fueron ejecutados allí mismo sin vacilar, y otros prefirieron suicidarse a salir con aquellas cosas allí fuera. Yo no dije nada. Como aparentemente parecía sano, no les corregí de su error. Mi intención era ayudarles en todo lo posible y en cuanto manifestara algún síntoma quitarme yo mismo la vida. Tras las bajas quedamos diez personas. Estuvimos un par de días allí encerrados, escuchando a nuestros antiguos compañeros gritar como salvajes, clamando comida (sobre todo cerebros), sin saber muy bien qué hacer a continuación. Por la radio supimos que la toxina se había extendido a Estados Unidos y Canadá, y gran parte de Europa. El único sitio que aún se resistía era África. Tal vez por su clima, pensé. Demasiado calor para que la toxina prospere. No podíamos quedarnos allí para siempre, tarde o temprano los zombies echarían la puerta abajo, así que les propuse mi plan. Era posible que en África estuviéramos a salvo. – ¿Y cómo llegaremos hasta allí?–preguntó uno de los soldados. Dos pisos por encima de nosotros estaba el helipuerto, donde había un helicóptero con el espacio suficiente para cinco de nosotros. – ¿Y el resto qué?–preguntó uno de los científicos– ¿Esperaremos aquí a que nos devoren para la cena? Yo estaba convencido de que el resto no llegaría hasta el helicóptero, pero si les decía eso volvería a cundir el pánico. –En el edificio de al lado hay un avión–les dije, lo cual era cierto–Nos dividiremos en dos grupos y cada grupo irá a un sitio. Cada grupo estaba formado por tres soldados y dos científicos. Yo estaba en el del helicóptero y salimos en segundo lugar. Abrimos la puerta y el primer grupo se dirigió hacia las escaleras de la izquierda. Era extraño que no hubiera zombies en el pasillo, pero un minuto más tarde escuchamos unos disparos seguidos de unos gritos desgarradores y supimos que no lo habían conseguido. Nosotros nos miramos con el miedo dibujado en el rostro, pero mis compañeros y yo obligamos a los científicos a moverse. Corrimos hacia la derecha, donde había un ascensor que nos llevaría directamente hasta el helipuerto. No encontramos a ninguno por el pasillo, pero mientras esperábamos a que el ascensor abriera sus puertas aparecieron cuatro por donde habíamos venido. Apenas los vimos empezamos a dispararles y les destrozamos las cabezas antes de que pudieran llegar a nosotros. En cuanto las puertas del ascensor se abrieron subimos a la cabina, y treinta segundos después se detuvo en el último piso. Al abrir las puertas dos zombies agarraron a uno de los soldados y lo lanzaron hacia delante. Sin perder un instante empezaron a desmembrarlo y destriparlo entre alaridos. Mi otro compañero y yo empujamos a los dos científicos hacia el fondo del ascensor y les llenamos el cuerpo de plomo. Cuando el peligro pasó insté a mi compañero de que llevara a los científicos hasta el helicóptero, mientras yo me aseguraba de que ningún muerto viviente estuviera vagando por la zona que había tras el ascensor. Entonces escuché un grito a mi espalda. Los tres supervivientes de mi grupo se habían detenido a medio camino porque tras el helicóptero aparecieron tres zombies más. Mi compañero iba a dispararles cuando le grité que se detuviera. –Podrías darle al helicóptero. Déjame a mí. Los moví hacia la derecha y esperé con bastante sangre fría, he de reconocerlo, a que los zombies se acercaran. Cuando estuvieron a unos cuatro metros dejé caer mi rifle de asalto y saqué dos pistolas de mi espalda. Le metí a cada uno una bala entre ceja y ceja y tras comprobar que no había más pudieron subir por fin al helicóptero. Testamento 28 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) – Iros rápido –les dije, vigilando la puerta del ascensor. – ¿A qué esperas?–me dijo el otro soldado–Venga, sube. – No, no puedo–le dije con una sonrisa de suficiencia–Estoy infectado. – ¿Cómo vas a estar infectado? No tienes síntomas. Y en ese momento estornudé y salpiqué el suelo de sangre. – Creo que esto prueba lo equivocado que estás–le dije, y le guiñé un ojo. El soldado, que ya había encendido los motores, me hizo un gesto con la cabeza y yo me despedí, dando una palmada en el exterior del helicóptero. Me llevé una mano a la sien y luego retrocedí hasta la puerta del ascensor, mientras veía el helicóptero alejarse. Recogí mi fusil del suelo y bajé al primer piso. Decidí dirigirme a mi habitación y por el camino me cargué a un montón de hijoputas. Conseguí entrar y cerrar la puerta antes de que dos de ellos me echaran las manos encima. Y eso es todo. Llevo escribiendo esto desde hace cosa de una hora y aunque aún estoy en pleno uso de mis facultades he empezado a notar algunos síntomas. He vomitado dos veces y han empezado a sangrarme los oídos, y ya me tiemblan las manos. Me ha parecido oír gritos fuera, seguramente de algunos supervivientes más, pero no creo que consigan salir de esta. Esto es el fin y no hay nada más. Si encontráis esto sabréis lo que tenéis que hacer para acabar con los zombies y la toxina. En resumen, bala en la cabeza y fuego. E iros a África, no es cien por cien seguro, pero es lo que hay. Espero que mis amigos lo hayan conseguido. Y si no es así, lo más probable es que los vea en el infierno dentro de un minuto. Allí es donde acaban los suicidas, ¿no? En todo caso no creo que sea peor que esto. Hasta pronto. FIN Testamento 29 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ZOMBIES EN CASTLEVILLE Castleville era una pequeña aldea conocida por el castillo que había a las afueras del poblado, donde residía el conde Beavoir de Castleville. Mark Hereux era un muchacho que residía en dicha aldea, pero no era un chico cualquiera, era un aprendiz de mago. Su padre, un mago correcto, sin más, le inculcó el amor por la profesión, pero no pudo enseñarle mucho más, pues la peste acabó con él. Mark y tres chicos más: Ben, Legrain y Tom, llegaban a Castleville. Venían cansados y jadeantes, estaban llenos de heridas y con la ropa hecha jirones. ─ ¡Maldita sea! ¡Nos han dado una paliza! ─ se lamentaba Ben. ─ ¡Nunca podremos con los chicos de Chairspoon! ¡Son demasiados! ─lamentaba Legrain entre jadeos. ─ ¡Y qué esperabas! ¡Aquí en Castleville somos cuatro gatos, así tal cual, al pie de la letra! Nunca podremos hacerles frente en una batalla a pedradas ─ afirmaba Mark. ─ ¡Pero no podemos dejar que conquisten el prado! ¡El prado es nuestro! ─ clamaba Tom. ─ ¿Dónde iremos ahora si nos arrebatan el prado? ─preguntaba Legrain. ─ No lo sé, pero ya podemos pensar en ir a otro lugar, no podemos hacerles frente, son demasiados ─dijo Ben. ─ ¡No! ¡Me niego a claudicar! Tú, ─ Legrain señala a Mark ─ ¿no podrías hacer alguno de tus trucos de magia frente a ellos? ─ Vamos Legrain, Mark es un aprendiz, no sabe hacer magia ─dijo Tom. ─ Sí que sé hacer magia, sólo que es difícil aprender sin ayuda de nadie. Ya sabéis que no me gusta realizar conjuros sin tener la seguridad de que vayan a salir bien ─ contestó Mark. ─ ¿Y cuándo va a ser eso? ─ preguntó irónico Tom. ─ Déjalo, Tom ─le espetó Legrain, que se dirigió a Mark─. Tendrás que arriesgarte esta vez, eres nuestra única alternativa, no podemos permitir que nos arrebaten nuestro lugar. ─ Está bien, hojearé el libro mágico de mi padre, a ver que puedo hacer. Fueron a casa de Mark y ojearon el libro mágico en busca de algún hechizo que pudiera serles útil. ─ ¿Qué te parece echarles bolas de fuego? ─dijo Legrain. ─ No vamos a quemarlos, además es peligroso ─contestó Mark. ─ ¿Y si los congelamos? ─preguntó Ben. ─ Tampoco pienso congelar a nadie, además es peligroso. ─ Es peligroso, es peligroso… ─dijo Tom imitando a Mark─. ¡Para ti todo es peligroso! ─ ¡Y qué quieres que te diga! ¡Podría herir a alguien gravemente, incluso matarlo! Se trata de enfrentarse a ellos, no de acabar con ellos ─le espetó Mark gravemente. ─ ¡Hey, mirad esto! ─dijo Legrain señalando una hoja del libro─. Despertar a los muertos: cómo obtener nuestra legión de zombies. ─ Déjame ver ─dijo Mark─. Aquí explica como despertar a los muertos, dice que los cuerpos de los muertos vuelven a la vida pero sin alma, los llaman zombies o muertos vivientes, carecen de voluntad y se convertirían en esclavos de aquel que los despierta, obedeciéndole plenamente. Zombies en Castleville 30 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ─ Podríamos despertar a todos los del cementerio. ¡Con ese conjuro podríamos incluso superarles en número! ─dijo un emocionado Legrain. ─ ¿Y si algo sale mal? ¿Y si no lo hago bien? ─ Venga Mark, atrévete a realizar un conjuro en tu vida. ¿Eres mago, no? ─le espetó Tom. ─ Sí, lo soy. De acuerdo, vayamos al cementerio. Los cuatro amigos fueron al cementerio de Castleville. No era un cementerio muy grande pero había suficientes cadáveres para hacer frente a esos entrometidos de Chairspoon. Mark realizó el conjuro tal como sus conocimientos y la explicación del libro le indicaban… y salió bien. Miles de manos surgieron de las tumbas, y poco a poco empezaron a salir una horda de zombies de debajo de la tierra. ─ Chicos… ─dijo Mark dirigiéndose a sus amigos orgulloso─. Aquí tenéis nuestro ejército. Cuando los muchachos de Chairspoon fueron a enfrentarse a los de Castleville no se podían creer que aquellos ilusos les retaran, y lo que menos podían creer es que aquella vez serían ellos los que perdieran la batalla. Pero en el momento en que vieron a una multitud de zombies acercándose hacia ellos con piedras en las manos supieron que iban a perder. Los chicos de Chairspoon huían de los zombies que les lanzaban piedras, esta vez ellos eran minoría. Además, los pocos valientes que habían osado enfrentarse a aquellas criaturas del inframundo, habían comprobado que las pedradas apenas suponían una ligera molestia para los zombies. Esta vez Mark y sus amigos ganaron la batalla y reconquistaron el prado, su lugar de toda la vida. Cuando los muchachos se dirigían victoriosos al poblado una duda asaltó a Ben que le hizo parar en seco. ─ Por cierto, ¿ahora que hacemos con los zombies? Los muchachos giraron su cabeza y vieron a la multitud de zombies que les seguían, seguidamente sus miradas giraron hacia Mark. ─ Vaya… pues no lo había pensado. En el libro no salía nada de revertir el hechizo. ─ Pues entonces tendrás que llevártelos a casa ─ dijo Tom sonriendo. ─ ¿Estás de broma, no? ¡No podría meter a tantos zombies en casa! Además no creo que a mi madre le hiciera gracia la idea de adoptar zombies. ─ No me extraña, no hay más que mirarlos. ¡Son horribles! ─dijo Ben con cara de asco. ─ ¡Y huelen mal! ─apuntó Legrain. ─ Pues algo tendrás que hacer con ellos ─le dijo Tom. ─ Lo que quiero es que dejen de seguirme y me dejen en paz ─dijo Mark. ─ No van a dejar de seguirte, están a tus órdenes. Son tus esclavos ─afirmó Legrain. ─ ¿Ah, sí? Pues ya me he cansado ─ dijo Mark que a continuación se dirige a los zombies ─. ¡Zombies, escuchadme! ¡Dejad de seguirme, sois libres, podéis ir donde os de la gana! En ese instante los zombies se detuvieron como confundidos sin saber que hacer, y al cabo de un rato se dirigieron en dirección opuesta a la de los muchachos. ─ Bueno, ha funcionado. Problema resuelto ─dijo Mark satisfecho. Zombies en Castleville 31 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ─ ¿Y si nos vuelven a hacer falta? ─ preguntó Ben. ─ No te preocupes, con lo lentos que son no creo que vayan muy lejos. Llegó la noche y los muchachos se fueron cada uno a su casa. En mitad de la noche unos alaridos despertaron a Mark y a su madre. Alguien golpeaba la puerta y gritaba. La abrieron. Eran Legrain y su padre, parecían bastante alterados. ─ ¡Son los zombies! ─gritó Legrain─. Han atacado a la gente de Chairspoon y se dirigen hacia aquí. ─ ¿Zombies? ¿Pero qué es eso? ─preguntó la madre de Mark. ─ Esas criaturas se comían a la gente, y ahora se han multiplicado infectando al poblado de Chairspoon ─intervino el padre de Legrain. ─ ¡Mark, tienes que ordenarles que paren! ─exclamó Legrain. La madre de Mark miró a su hijo con extrañeza y severidad a la vez, pero Mark corrió junto a Legrain hacia los zombies. Se estaban acercando ya al poblado, venían lentamente, sin prisa pero sin pausa. ─ Debiste haber hecho lo de las bolas de fuego, como yo te dije ─dijo Legrain. ─ Lo de las bolas de fuego era peligroso, podría haber matado a alguien ─contestó Mark. ─ ¡Pues enhorabuena, porque en vez de matar a alguien, vas a matarlos a todos! ─ Les diré ahora mismo que se detengan ─dijo Mark afectado. Mark se dirige a los zombies. Les ordena que paren pero estos siguen avanzando sin hacerle caso. ─ Mark, que pasa? ¿Por qué no te hacen caso? ─ Creo que es porque les dije que eran libres…los liberé ─dijo preocupado. ─ Entonces… ¿no puedes controlarlos? ─preguntó horrorizado Legrain. ─ No, me temo que no. ─ ¡¿Y qué vamos a hacer?! Mark pensó durante unos instantes. Los zombies estaban llegando a Castleville. ─ ¡Ya está! ¡Los congelaré! ─exclamó finalmente─. No se me ocurre otra forma de pararlos, son muertos vivientes, por lo tanto no puedes herirlos. Los congelaré para siempre y de esta manera no causarán más molestias. ─ ¡Buena idea! Servirán de adorno para los jardines del conde Beavoir. Mark se concentró. Era la primera vez que iba a lanzar el hechizo de congelación, y lo iba a hacer sin el libro mágico delante. Recordó las palabras, los gestos… sintió la magia en su interior… y salió. Mark lanzó un rayo que convirtió a un zombie en una estatua de hielo. ─ ¡Alucinante! ─dijo Legrain─. ¡Ahora sí eres un verdadero mago, sigue así! Pronto el caos reinó en el pueblo, y algunos aldeanos fueron a enfrentarse directamente a los zombies y salieron malparados recibiendo mordiscos y transformándose a continuación en uno de ellos. Los zombies ya habían llegado a la aldea, la mayoría de la gente huía o se refugiaba en sus casas, otros les hacían frente. Mientras tanto, Mark trataba de congelarlos a todos lo más rápido que podía, pero era difícil, ellos eran muchos. De repente, mientras Mark fijaba su próximo objetivo, vio algo familiar en ese zombie. Empezó a mirarlo fijamente y descubrió de qué se trataba… aquel zombie era su padre. Zombies en Castleville 32 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Evidentemente podía serlo, despertó a los muertos de las tumbas del cementerio de Castleville, y allí se encontraba su padre, ni siquiera se paró a pensarlo cuando lo hizo, pero estaba tan cambiado… tan diferente… Se quedó inmóvil observándolo mientras el zombie se acercaba poco a poco hacia él. ─ ¡¿Mark, qué haces?! ─le gritó Legrain─. ¡Congélalo! Pero Mark no le escuchaba. ─ ¡Congélalo! Mark tenía los ojos llorosos. ─ No puedo hacerlo… papá… ─ ¡Ese zombie no es tu padre! ¡No es tu padre Mark! ─le gritaba Legrain─. ¿Me oyes? ¡No es tu padre! ¡Congélalo! Pero la voz de Legrain no llegaba a oídos de Mark, que como si estuviera preso de un encantamiento observaba el cuerpo putrefacto de su padre entre lágrimas. Los recuerdos de la niñez volvieron a su cabeza y el deseo de abrazar por última vez a su padre fue incontenible. Mark corrió a los brazos de su padre y el zombie lo acogió entre sus brazos… y lo mordió. Lo mordió en el cuello mientras se oía un grito de espanto procedente de la garganta de Legrain. El cuerpo de Mark empezó a tomar otro color, otra textura. Sin el mago, las esperanzas de salvarse habían desaparecido. Castleville estaba sentenciado. Zombies en Castleville 33 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL ÚLTIMO BRUJO Es allí. Miraron la pequeña choza, en medio del silencio del bosque. Se podía percibir algo siniestro en el ambiente. ─ ¿Él sabe que estamos aquí?- preguntó Castro. Era el más joven del grupo. ─ No. Necesita toda su energía. No puede desviarla de su punto de concentración ─contestó Moro, el líder. Era enorme; su cerebro tanto como sus músculos. ─ Está en meditación ─continuó─. Una meditación profundísima. Así contacta con fuerzas sobrenaturales y las dirige hacia su objetivo; los zombis. Él los controla. Controla cada uno de sus movimientos. Ya hemos eliminado a los otros brujos y han caído una gran cantidad de esos engendros. Ahora debemos eliminar a este y todo habrá terminado. El otro miembro del grupo, Marco, permanecía en silencio, como la mayor parte del tiempo. Su rostro denotaba un gran cansancio. ─ Vamos ─dijo Moro. Avanzaron en la noche, procurando hacer el menor ruido posible. A medida que se aproximaban al lugar percibían con mayor fuerza un olor a incienso. Se detuvieron a escasos metros de la choza. Caminaron despacio, hasta su entrada. Castro y Marco permanecieron en guardia; esperaban la orden de Moro. Este extrajo una navaja de su cintura, la misma que había acabado con la vida de los otros brujos. La luz lunar se reflejaba en ella. Moro los miró e hizo un movimiento con la cabeza. Los otros asintieron. Penetraron en la choza. Había incienso, muñecos de trapo y objetos que no lograron identificar. En el medio, un viejito sentado, diminuto, desnudo por completo. Moro se acercó y hundió con firmeza la navaja en el estomago. Los ojos del brujo se abrieron de golpe; en sus ojos la sorpresa se fundía con el dolor. Miró el lugar de la herida; tomó el mango de la navaja y con evidente esfuerzo la extrajo de su abdomen. La navaja cayó de su mano. La sangre manó a chorros. Marco apartó la mirada; Castro no apartaba los ojos, aunque era lo que más deseaba en el mundo. Moro contemplaba todo esto impasible. Tras un momento, le dijo a sus compañeros: ─ Ya está hecho. Morirá lentamente. Quiero ser testigo de su agonía. Si no quieren permanecer aquí, espérenme afuera; el mundo se ha salvado. Ambos lo miraron un instante, sin decidir que hacer; luego, Castro asintió, tomó a su amigo del hombro, y lo condujo al exterior. Moro se dedicó a observar el lugar. Resultaba en verdad siniestro. Había allí una magia de lo más negra, oscura como sólo algunos hombres pueden serlo. Tomó asiento en el suelo, apoyando la espalda a la pared y lanzó un suspiro. Miró al brujo con la mano en el estomago, lleno de sangre, debatiéndose en su dolor. ─ Podría matarte de una vez ─dijo─. Podría tener piedad. Pero no lo haré. Me quedaré aquí hasta que dejes de respirar. ¿Cómo podría tener piedad de alguien o algo capaz de semejante aberración? ¿Cómo? Moro había pronunciado aquellas palabras como descarga, no con el propósito de que le respondiera. El brujo con los ojos cerrados, parecía estar pronunciando una plegaria. Luego, tras un momento, habló. ─ ¿Piedad? El último brujo 34 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Su voz era un susurro. Moro se aproximó lo suficiente para no perder palabra. Los otros brujos no habían dicho nada, sólo se dedicaron a morir. ─ ¿Pi…piedad? ─repitió─. ¿Tuvieron…tienen…ustedes…piedad…respeto…de la Madre…de los demás seres? ¿Piedad…para una…civilización…sucia… podrida…? No…merecían vivir… No… merecen vivir. ─Las palabras estaban llenas de desprecio. A Moro lo consumía el odio. ─ ¿Una horda de cadáveres reanimados caníbales ayudaría a mejorar las cosas? ─ Es necesario destruir… hacer algo nuevo- balbuceó el brujo. ─ Usted me inspira asco. ─ La Madre...La Madre…No está contenta. Tarde o temprano…se extinguirán. El cuerpo del brujo comenzó a sacudirse en el piso; respiraba con creciente esfuerzo; la sangre ensuciaba todo el lugar. Tras un momento, dejó de respirar. El último brujo 35 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MEDIANOCHE La luna llena iluminaba el cementerio. El viento mecía la copa de los árboles mientras arrastraba los quejidos de los soñadores perpetuos de las tumbas antiguas. Pesadas cadenas, enlazadas con grandes candados, cerraban las puertas del camposanto, pero eso no detendría a un par de solitarias sombras: un hombre vestido con pantalones vaqueros con una playera de un concierto de Metallica, chamarra negra y converses All Star y una joven jeans a la cadera con una playera pegada al cuerpo de color azul y tenis Nike de dolor azul oscuro. Quienes los conocían les llamaban Richard Watson y Elizabeth Underwood. La pareja saltó una parte de la reja y comenzaron a avanzar hacia el centro de aquella zona muerta. Richard vestía. Ella vestía. — ¿Me puedes decir que hacemos aquí? — preguntó Elizabeth mientras recorrían las tumbas. Un escalofrió recorrió su espalda al ver pasar algo muy rápidamente entre los sepulcros, sin sospechar que era un simple murciélago. — Venimos a ver — respondió Richard con toda la tranquilidad del mundo — ¿no te excita venir aquí? A la joven no le quedaron muy claros los motivos, pero era su novio… ¡Que más daba! — Sí — dijo con pena y temor — pero no tanto. — Tú tranquila —dijo Richard en tono conciliador— vengo contigo, además, vengo preparado — de su chaqueta negra saco un reluciente revólver, ya cargado y listo para disparar. Lo levantó y apuntó hacia enfrente de ellos— ¡BANG! —dijo mientras soltaba el arma y esta rodaba por su dedo índice, haciendo que el cañón se balanceara tranquilamente, mirando hacia abajo. Richard guardó el arma en su chamarra y siguió caminando al lado de Elizabeth. Después de algunos segundos llegaron ante una tumba que había sido destrozada por un árbol y cubierta con sus grandes raíces casi en su totalidad. — Espérame — dijo él mientras se apartaba de su lado — Tengo que hacer algo. Se había marchado antes de que Elizabeth pudiera preguntar nada. La joven, con la pregunta en los labios y un miedo que se acrecentaba cada vez más, decidió sentarse bajo el árbol justo encima de la tumba. Alzó la mirada hacia la luna, no lograba recordar cuando la había visto así por última vez, así de… luminosa y grande. Se le hacía romántica y algo melancólica. De pronto, sin saber por qué, pensó en Richard. ¿Dónde se habrá metido? La luna era hermosa, pero el cementerio rompía la preciosidad. Estuvo un buen rato pensándolo. Se escuchó un disparo, después un grito, proveniente del lugar hacia donde Richard había ido. La joven se levantó y corrió hacia donde se escuchaban los gritos que arrastraba el aire, sólo esperaba que él se encontrara bien. Richard había avanzado por entre árboles y tumbas hasta un buen lugar, abrió su bragueta y empezó a mear en una tumba de un tal Murray. Era tan divertido hacer eso. Se había mojado un poco las manos y pensó en limpiarse con una hoja de algún árbol e hizo lo que le parecía lo mas lógico… limpiarse con su chamarra negra. Escuchó algo detrás de él y se volteó para ver, pero la luna no iluminaba lo suficiente y no lograba divisar qué producía aquel ruido. No le dio más importancia y sacó su arma para Medianoche 36 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) verla. Su orgullo. La había comprado en una tienda a las afueras del poblado, “es ciento por ciento confiable” había dicho el vendedor. Había comprado el arma sólo para esa noche en especial, con ella podría defenderse de los hijos de puta que merodeaban en la oscuridad. Escuchó un arrastrar detrás de él. Se volteó con un movimiento casi felino, arma en mano. En las penumbras logró ver una sombra que caminaba erráticamente hacia él, el viento le llevó el putrefacto olor de la muerte. La luz de la luna dio de lleno en el recién llegado y reveló la silueta de un hombre alto, con ropas hechas jirones. — ¡Hey! —Gritó Richard al hombre que se le acercaba muy lentamente— ¡¿Quién eres?! El hombre no parecía escuchar — o no parecía importarle. Richard apuntó a la cabeza del sujeto y volvió a gritar. — ¡¿Quién eres?! — El miedo oprimía cada vez mas el dedo de Richard, aplicando cada vez mas fuerza al gatillo — ¡Deténgase! El hombre seguía avanzando, lento pero decidido. Richard vio que detrás del sujeto había más personas, sombras, caminando hacia él. El miedo hizo que su dedo resbalara sobre el gatillo. El extraño cayó de rodillas para después desplomarse de bruces. Richard, olvidándose de los demás, se acercó al sujeto que había abatido de un balazo. Se agacho para darle la vuelta y observar la cara. El olor lo hizo caer hacia atrás, tapándose la nariz. El sujeto tenía partes del cuerpo cubiertas por gusanos y un olor fétido emanaba de los huecos que las larvas habían hecho. Fue entonces cuando gritó. Observó a los demás y se dio cuenta de que lo rodeaban. Levantó el arma y empezó a disparar a diestra y siniestra. — ¡Malditos hijos de puta! —Gritaba al tiempo que descargaba el arma— ¡No me llevarán vivo! —Empezó a recordar películas viejitas— ¡No se comerán mi cerebro! De repente un sujeto chaparro y mas hediondo que el anterior lo tomó por el hombro. Richard volteó y miró las cuencas vacías del nuevo rival, le pareció observar un destello maligno de color verde. Sintió la mordida de uno de ellos en el otro hombro, al igual que varias manos que le aprisionaban, mientras el ambiente se volvía una inmensa mezcla de olores putrefactos. Richard gritó, ya sin balas intentó apartar a los enemigos a puñetazos. El esfuerzo fue inútil, pronto multitud de manos se lanzaban contra él como una jauría hambrienta. Richard sintió cómo la mano de uno de ellos se metía por la garganta y tomaba la lengua desde la base. Después, otro tomó un brazo y con una fuerza sobrehumana logro separarlo del torso. Richard quiso gritar, pero la sangre le llenaba la garganta. Uno tomó su cabeza y de un moviendo la arrancó. El corazón del joven continuó bombeando sangre a un cerebro que ya no podía recibirla, el vital líquido brotó del cuello como una cascada carmesí. Elizabeth miró horrorizada la escena, había querido gritar pero el miedo se lo impidió. Una lágrima rodó por su mejilla, pero no lloraba, sólo emitía un leve gimoteo. Aún no se recuperaba de lo vivido cuando se dio cuenta de que aquellos seres siniestros se aproximaban a ella, arrastrando los restos de Richard, chorreantes y destrozados. Corrió hacia el otro lado, internándose más en el cementerio, saltando y evadiendo tumbas olvidadas y árboles añejos. Se detuvo de repente, no sabía a donde estaba corriendo. Observó para un lado y para el otro. ¿Para dónde quedaba mas cerca la salida de ese lugar de muerte? No había tiempo para pensar, sólo para correr y correr, sin mirar atrás. Siguió corriendo hacia donde ella pensaba que estaba la salida y llegó a la reja que delimitaba con el camino hacia el pueblo. Empezó a trepar con desesperación hasta que llegó a la cima. Saltó hacia afuera. El aterrizaje no fue lo esperado, un tobillo roto evidenciaba el error. Medianoche 37 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) La joven se sobó el miembro dañado mientras se apoyaba en los barrotes de la reja. Era doloroso pero al menos estaba a salvo. Elizabeth suspiró y se lamentó por la muerte de Richard, las lágrimas rodaban por su mejilla. Repentinamente sintió una mano que le rodeaba el cuello y la levantaba del suelo. Una multitud de garras descarnadas la tomaban y la sostenían en el aire y contra los barrotes. El brazo la estrangulaba mientras los demás la jalaban hacia adentro, el dolor era inaguantable. Gritó. Escuchó sus piernas romperse contra los barrotes de metal y sintió como los ligamentos se desgarraban por dentro de ella, separando muy lentamente sus pantorrillas del muslo. — Terminarán conmigo como lo hicieron con Richard — pensó Una mano la tomó por la nariz y empezó a jalar hacia adentro, desgarrando la piel de su cara y haciendo que brotara la sangre en chorros rojos que mojaban su playera. Ella seguía gritando por el dolor cuando una mano la tomo por la dentadura y volvió a jalar, el grito ya no podía salir de la garganta. La mano jalo más fuerte y logro meter la cabeza de la chica entre los barrotes, arrancando el cráneo del cuerpo. Las piernas se separaron del cuerpo con un horrible sonido, mientras los pantalones se pintaban de un rojo sanguinolento y el torso caía hacia atrás, lejos del alcance de los seres de aquel cementerio. Un policía que recorría el camino del pueblo al cementerio descubrió el cadáver de Elizabeth en uno de los lados del cementerio. Después de llamar al forense vio el camino de sangre que se internaba en el cementerio y lo siguió para saber más del asunto. Cuando llego al final del camino encontró una tumba de un hombre muy querido por la comunidad. Anthony S. Murray Que descanse en paz 1937-2009 Amado padre y esposo. Y sobre la tumba, pintado con sangre, había un letrero claro y conciso. “FAVOR DE NO ORINARME” Medianoche 38 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA HUIDA DE BOLONIA 3 El Diablo Los focos del Diablo son la única luz entre las calles peatonales de una urbanización de chalets de lujo. Claudia llora en el asiento del copiloto, el canario se retuerce dentro de la jaula y Mónica, su madre, mira cómo puede a través de los limpiaparabrisas, que restriegan restos de tendones, pus y una oreja del grupo de zombis que avanzaban animalmente hacia su casa. Ya son diecisiete los zombis a los que ha reventado con el Lamborghini Diablo desde que salieron de su vivienda, incluyendo al cartero y a Giorgio, su vecino tullido. El ostentoso coche circula a 90 km/h buscando la salida entre los cientos de chalets paralelos, testigos mudos y estáticos de la masacre. Un grupo de cinco zombis se comen los restos de un cachorro de perro en medio de la antepenúltima calle del laberinto elitista. Cuando escuchan el motor y ven las luces largas del Lamborghini, ya es tarde. Uno de ellos, el calvo de ojos blancos, con el hígado del cachorro explotando dentro de su boca y una oreja arrancada como la de Evander Holyfield, es el único de ellos que puede levantarse. El Diablo arrasa la escena, reduciendo los cuerpos a un impacto súbito de sangre salpicada por doquier. El tronco superior del zombi calvo se estampa contra la puerta del chalet número 23. Su cintura, cuádriceps, gemelos y rodillas son tan sólo las marcas rojas y abruptas de las llantas en el suelo, esculpidas sobre restos de zombis. “No llores cariño. Ya están muertos” dice Mónica encendiendo un cigarro. Mónica limpia tres veces el cristal, pasa las ruedas del coche repetidamente sobre los tres mellizos zombis del chalet número 15, atropella varias multitudes de cuerpos al llegar al número 10 y le dispara en la cabeza desde el coche al torpe guarda de seguridad zombi con un ojo blanco fuera de sus cuencas oculares. Al salir de la urbanización con el coche, madre e hija contemplan Bolonia desde lo alto de la colina. Los terrenos adyacentes son tan sólo inertes edificaciones, comunicadas entre sí por caminos de tierra y polvo. No hay rastro de vida alguna. Bolonia reluce levemente mientras comienza a arder e ilumina el abismo que presencian. “Quiero soltar a Satán” dice Claudia. Mientras mira llorando hacia el incendio, Claudia libera al canario, que hunde su pico en el brazo de la pequeña y se aleja volando. Una multitud de zombis sale por el portón de la lujosa urbanización envuelta en niebla, avanzando pausadamente hacia el coche. Mónica pulsa el botón rojo de un mando, una puerta de metal sube y entran marcha atrás en la sala de peleas clandestinas. El ring El Diablo está aparcado desde hace dos horas frente a la puerta de metal, dentro de la sala, en lo alto de la colina. La huida de Bolonia 3 39 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Los quejidos de los zombis y los golpes metálicos se entretejen en el aire con el aroma a muerte que comienza a desprender la sala de peleas clandestinas, una de tantas fuentes de ingreso de la familia de Mónica, “El clan Faveranni”. Mónica mezcla tabaco con marihuana, mirando fijamente desde el ring a las butacas vacías, recordando a la gente que subía por la colina dispuesta a presenciar sangre y violencia. Ahora mismo, esos estúpidos que no entienden de boxeo, son zombis golpeando la puerta de metal y esperando su ración. A lo largo del camino de anarquía de Mónica desde su casa hasta aquí, los zombis a los que ha tenido que abatir, han sido contados, observados y memorizados. De la manera exhaustiva en la que, sólo un capo de la mafia de Bolonia como Mónica Faveranni, puede mostrar en la repentina situación de ver que, el bonito chalet en el que vives, queda en uso inviable por defunción de casi toda la población. La muerte se propagó tras un fuerte estallido, pilotando un cuerpo humano como su irónico y sarcástico vehículo favorito y avanzando hacia el absoluto caos. Su cerebro iba visualizando cada zombi al que había reventado con su Lamborghini, ilustrando cada muerte en su cabeza para matar mejor al siguiente, para ser superior al siguiente. Bolonia era un nefasto sitio para morir. Mónica, como buena fetichista, siempre había querido morir en brazos de un hombre guapo y bien vestido. Lo más cercano al fetichismo que ha podido ver desde la explosión, ha sido el cuerpo muerto del cartero avanzando hacia ella, el primer zombi al que disparó. Los zombis que someten con su muerte hambrienta la totalidad de Bolonia no son precisamente rápidos y musculosos, como los de las películas modernas. Son torpes y lentos, una metáfora de la muerte con piernas. Una gran cantidad de ellos, está aporreando la puerta metálica que da acceso directo al local desde el exterior, provocando un ataque en forma de eco sonoro, directo a los destrozados nervios de Mónica. Sus pantalones de chándal, están teñidos con sangre. Nimios trozos putrefactos de entrañas se mezclan con pintura blanca de hará unas tres horas, cuando Mónica se recreó demasiado con el segundo zombi al que mató, su vecino paralítico. El callejero de Bolonia, una Magnum-44, una Beretta 92F, numerosas balas y una bolsa de hierba descansan a su lado, en el suelo del ring. La rabia de Mónica aumenta con los brutales golpes metálicos en la puerta, propagados por el eco de la sala. Enciende un canuto de marihuana y soporta del concierto que da la muerte mirando al coche. Inhala dos caladas y grita: “Claudia cariño, lo siento pero tenemos que irnos para siempre” La explosión Claudia tiene doce años. Lleva un precioso vestido azul de una pieza y unas diminutas Converse en sus pies que saltan a la comba en el jardín. Su madre, Mónica, está pintando el interior de la caseta de madera que le construyó mientras ella pega su oído a la puerta. “¿Podré ver la tele antes de comer?” “Si, pero no entres. Te puedes manchar de pintura y todavía no he terminado” La huida de Bolonia 3 40 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El cielo se tiñe de negro súbitamente y las nubes dejan de reflejarse en el cristal del Lamborghini Diablo de su madre. Las ramas del Flamboyán que da sombra a la caseta, comienzan a moverse al compás de un súbito viento helador. “Satán”, el canario de Claudia, se agazapa dentro de la jaula que sostienen sus manos. Un estallido brutal surge de las nubes grises. El reflejo del mismo, tiñe de rojo profundo los tejados de los chalets de lujo. Giorgio, el vecino de al lado, contempla desde su silla de ruedas el espectáculo sobrecogedor que desbanca con creces a su pérdida de las piernas en Afganistán: lo más parecido al fin del mundo que había visto en su vida. Un pájaro se desploma desde un árbol hasta el césped, estallando como un globo lleno de vísceras. Todos los seres vivos caen al suelo desmayados y el último segundo de paz y un rayo de la luz del sol hacen las maletas y se van para siempre, sumiendo sus cuerpos desmayados y todo lo que les rodea, en la más absoluta oscuridad. Mónica Mónica despierta en el suelo de la choza, aturdida y semiinconsciente. Todo está oscuro. Se incorpora pronunciando el nombre de su hija y encendiendo un mechero, cuya tenue luz alumbra el interior de la caseta a medio pintar. Cuando abre la puerta, la única iluminación son las farolas del jardín, repletas de mosquitos girando sobre sí mismos. “¡Claudia!” “Estoy aquí mamá. Ayúdame” dice Claudia desde el interior del Lamborghini Diablo, con la jaula del canario entre sus manos. Mónica corre hacia el coche mientras saca una Beretta 92F del bolsillo del pantalón del chándal. Su cabeza le da vueltas ante la repentina muerte de la luz. Escucha un grave gemido, vuelve la mirada mientras se dirige a la puerta y, súbitamente, se detiene con cara de póker mirando hacia el lateral de la garita. Una figura arrastra sus pies lentamente hacia ella, emitiendo un sonido asqueroso. Al llegar la silueta bajo la farola, la leve iluminación esboza la estampa del cartero, con los ojos completamente en blanco, una continua gárgara de sangre inaudita dentro de su boca y sosteniendo un gato muerto con la mano, que dibuja una débil línea de sangre en el césped. Mónica comienza a andar hacia él, levanta su brazo derecho, que desemboca en la Beretta92F y dispara cinco veces sobre su cara a bocajarro, haciendo estallar su cerebro difunto. El gato se retuerce en el suelo con las tripas salidas y otro disparo en la cara termina con su sufrimiento, provocando un falso y efímero momento de paz. Mientras enfila de nuevo el camino hacia el deportivo con su hija dentro, avista a Giorgio en su silla de ruedas, avanzando lerdamente hacia el jardín, con los ojos en blanco y segregando hemoglobina a través de su boca, llena de pústulas. Una bala de la Beretta92F revienta el hombro de Giorgio, tirándolo de la silla. Giorgio no responde, sólo emite sonidos guturales desde el suelo e intenta subir la cabeza hacia arriba, provocando una gárgara contínua de sangre. Mónica coge sus brazos como puede y lo ata a las ramas con la comba de Claudia. Pero Giorgio no es Giorgio. Tras pegarle un tiro lateral en la mandíbula para evitar ser mordida, entra en el interior de la caseta, coge el bote de pintura La huida de Bolonia 3 41 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) blanca y se pone prácticamente detrás del cuerpo lisiado de Giorgio, sin boca ni piernas. Giorgio sólo emite un sonido gutural que resuena en la oscuridad del jardín. Mónica dispara a la lata de pintura, reventándola y tiñendo a ambos de color inmaculado. “Mamá, vámonos. Grita Claudia desde el coche” Mónica coge un trozo puntiagudo de la tapa del bote y comienza a cortar el cuello del zombi tullido poco a poco, hasta rebanarle la cabeza por completo. Llena de sangre y pintura, levanta la puerta del Larborghini, mientras divisa a lo lejos a una multitud de zombis avanzando animalmente a lo largo de la calle. La sala de peleas clandestinas “Claudia, cariño, lo siento pero tenemos que irnos para siempre” El grito de Mónica se repite una y otra vez, rebotando contra las vigas de metal del bajo techo de la sala de boxeo clandestina, mezclándose con los chillidos y golpes metálicos, cada vez más crecientes. Ya debe haber un centenar de zombis ahí afuera. Baja del ring furiosa, cogiendo un arma con cada mano, y sigue gritando mientras se dirige al despacho de su padre. Una vez allí, abre un armario metálico parecido a las taquillas de los institutos de las películas norteamericanas. Coge una botella de champagne caliente y comienza a agitarla mientras sigue gritándole a su hija. El corcho impacta en el blanco: la viga de hierro que hay dos metros por encima del techo del Lamborghini. El licor gaseoso cae por los laterales de la boca de Mónica mientras se dirige de nuevo al armario, guardando la Beretta92F en su bolsillo. Coge varios rollos de cable para pescar y una lata de gasolina. Mónica sube al techo del Lamborghini negro mientras observa a su hija, en el asiento del copiloto, a la que lanza un beso aéreo con lágrimas en los ojos. Esparce la gasolina por el suelo, desde el techo del coche. Hasta que la lata se vacía del todo. Entrelaza los cables de pescar, creando una cuerda metálica que ata a la lata vacía de gasolina. Tira la lata por encima de la viga y, ata la soga que cae al tubo de escape. El cable de pescar le aprieta demasiado la garganta, sangrando levemente por ello. Mete su mano derecha en el bolsillo y saca el mando de la puerta, pulsando el botón rojo de la total destrucción. A medida que la puerta de metal sube, un equipo de futbol de niños zombis se cuela por el hueco, avanzando con los ojos en blanco y una cabeza como pelota en la mano del más feo de todos, el que lleva el brazalete de capitán. Una vieja zombi, andando con un bastón, cae al suelo aplastada por un zombi obeso y mórbido. Todo va llenándose de zombis en cuestión de segundos. Mónica da una última calada al porro, para lanzarlo después al suelo y saltar del techo, comenzando a arder el suelo y todos los zombis que van comiendo su ahorcado cuerpo agonizante envuelto en llamas. Y Claudia sigue golpeando furiosa y hambrienta la ventana del copiloto desde dentro del coche. Con los ojos en blanco y la boca repleta de sangre. La huida de Bolonia 3 42 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ¿QUÉ ÉS ESE OLOR? Oí ruidos en la calle, me asomé a la ventana pero no se veía ni un alma paseando por allí a pesar del jaleo que había oído hacía un momento. Me extrañé pero no le di importancia, a veces ya me pasa que oigo cosas y los demás no. Llegué a pensar que soy yo, que tengo el oído muy fino, quien sabe. De nuevo se volvió a oír como si estuvieran en pleno concierto justo en la puerta de mi casa, fui corriendo hacia la puerta y la abrí. Bull vino corriendo hacia mí poniéndose a mi lado ladrando como un loco. Nada más abrir la puerta me dio un bofetón de un olor que era nauseabundo, incluso me dieron arcadas y ganas de vomitar. Olía a carne putrefacta, como si hubiera estado expuesta a la intemperie al menos un mes pero también olía a alcohol, como si alguien hubiera caído en una piscina llena de whisky, instintivamente me tapé la nariz con la mano. A lo lejos en la calle se oía el barullo, miré a la derecha y vi una cantidad de gente que se aproximaba, como era habitual estaba yo sin mis gafas y de lejos no distinguía gran cosa, así que arrugué los ojos para enfocar mejor. Veía un grupo de personas caminando por la calle hacia mí. Eso no me preocupaba pero lo que sí era preocupante era el peculiar olor. Jamás había olido algo tan… asqueroso, si se me permite decirlo. El grupo de gente se iba acercando y todos caminaban de una forma muy rara, como si no pudieran caminar bien o algo por el estilo, parecía que llevaban años caminando por la pesada forma de andar que tenían. A medida que se acercaba la masa humana más intenso era el olor, no aguanté más y me metí en casa cerrando la puerta, el olor era insoportable. Me dirigí al baño y me eché un poco de agua fría por la cara y la nuca a ver si así se me pasaban un poco las nauseas, se me estaba revolviendo en el estómago la pizza cuatro quesos que me había comido hacía un rato. Me apoyé en la pica con los ojos cerrados dejando resbalar las gotas de agua por mi cara y mi pelo. Bull me miraba sin saber qué hacer, él tampoco entendía que estaba pasando. No se movía de mi lado, creo que el perro estaba más asustado que yo. Oí como golpeaban la puerta de entrada en mi casa, Bull empezó a ladrar corriendo hacia la puerta, yo estaba convencida que sería el misterioso grupo así que me hice la loca. Volvieron a golpear la puerta pero más fuerte, durante un instante me dio miedo que echaran la puerta abajo, así que fui corriendo hacia la entrada, puse el cerrojo y ajusté una silla con el pomo de la puerta para que fuera imposible abrirla. Me agaché y acaricié al perro que estaba muy nervioso. Uno de los dos tenía que mantener la calma, si me ponía a gritar como una histérica por toda la casa tampoco iba a arreglar nada. De fondo se oía un murmullo ininteligible y el olor cada vez era más fuerte. Una mezcla entre carne descompuesta y alcohol. — ¿Pero esa gente no se han lavado en años? —pensé. De nuevo más nauseas, al final tuve que ir corriendo al baño y despachar por el wáter los restos de la rica pizza que había comido antes. Me lavé los dientes para quitarme el sabor y bebí un poco de agua, Bull no se despegaba de mí ni un momento. Me encontraba fatal, como si estuviera pasando la peor resaca de mi vida. Fui al salón y me senté en el sofá, Bull saltó al sofá sentándose a mi lado. Por las ventanas veía… ¿¡Zombies!? No podía ser, seguro que me había subido la fiebre y estaba empezando a delirar. Estaba alucinando, eso era mejor que todas las setas alucinógenas del mundo juntas. ¡Veía zombies por las ventanas! Aquello me recordó la famosa canción de “Thriller” de Michael Jackson, empecé a tararear “'Cause this is thriller, thriller night”, empecé ¿Qué es ese olor? 43 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) a reír yo sola a carcajada limpia, el perro me miraba como si me hubiera vuelto loca. Todo eso era lo más surrealista que me había pasado nunca. Los zombies seguían aporreando la puerta de mi casa y estaban todos agolpados en las ventanas, en ese momento me sentí como un mono de feria, sólo faltaba que me tiraran cacahuetes. Ahí estábamos mi perro y yo, sentados en el sofá cuando un montón de zombies nos tenían acorralados, lo único que esperaba era que no rompieran un cristal y se metieran dentro porque entonces ahí seguro que me desmayaba. Cada poco me venía una ola de ese olor, mi cuerpo ya se estaba acostumbrando aunque las arcadas persistían. De nuevo volví al baño e intenté devolver pero ya no me quedaba nada en el estómago. Esa sensación es horrible, querer vomitar y no tener nada que arrojar. Hice unas gárgaras con enjuague bucal para quitar el mal sabor de boca. Volví al salón con Bull pegado a mis pies y a través de las ventanas ya no se veía nada, ni rastro de los zombies. Olisqueé y el olor ya no era tan intenso como momentos antes. Estuve un rato dudando entre salir a fuera o no, quité la silla que atrancaba la puerta y quité el cerrojo. Tardé unos minutos en abrir la puerta, como hubiera un solo zombie en la puerta esperándome me daba un ataque al corazón ahí mismo. Abrí la puerta y me asomé, el perro seguía a mi lado, creo que lo último que se esperaba el animal era tener que defenderme de muertos vivientes. Salí a la calle y ni rastro de los zombies, la peste persistía pero no se veía a nadie, vi al perro olfateando el aire y se giró a la izquierda, parecía que la comparsa había pasado de largo después de husmear a través de mis ventanas. El final de la calle era un callejón sin salida, así que no podían haber ido muy lejos. Caminé hacía la izquierda unos pasos, me giré y Bull seguía plantado en su sitio. — Vamos chico, ¿no tienes curiosidad?, ¡venga vamos! El perro corrió hacia mí y paró cuando llegó a mi lado. Lo miré, me miró y ambos nos dispusimos a caminar calle abajo para ver que había sido de los zombies. Llegamos casi al final de la calle cuando a lo lejos vi una multitud, de nuevo ese particular olor en el ambiente. ¿Una congregación de zombies? Tenía toda la pinta. Me aparté del centro de la calle e intenté pasar desapercibida bordeando las casas del lado izquierdo. No me apetecía nada que me descubrieran. Miré al perro y le hice una señal para que estuviera callado, no acostumbraba a ladrar pero solo faltaba que ahora le diera por innovar. Me colé dentro de la última casa a la izquierda, estaba deshabitada hacía años. El ruido procedía de aquí. Bordeé la casa, todas las casas de esa calle eran idénticas así que sabía exactamente donde estaba todo, la parte trasera es donde está la cocina que ésta comunica con la terraza. A medida que me aproximaba oía ¿Música? Y el olor característico. Me asomé y no pude dar crédito a lo que estaba viendo: ¡¡Un grupo de zombies haciendo una fiesta al aire libre!! Tenían música puesta y supongo que los movimientos raros que hacían era que intentaban bailar. Tenían una mesa llena de botellas, muchas de ellas medio vacías o derramadas por el suelo y en total habían muchos más zombies de los que hubiera podido imaginar en mi vida. Por lo menos había cien zombies ahí reunidos. Daba la sensación que se lo estaban pasando de miedo y nunca mejor dicho. Así que di media vuelta y me fui para casa. Mientras caminaba de vuelta, se me ocurrió pensar que los zombies no tenían muy claro en qué casa era el fiestorro y al asomarse y al verme solo a mí con mi perro pensarían que se habrían equivocado y de casa. Llegué a casa, me senté en el sofá y continué viendo la televisión como si nada hubiera pasado. ¿Qué es ese olor? 44 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL ZOMBIE — Doctor, necesito que alguien me crea. Le juro que no estoy loco, y si no hubiera visto lo que vi con mis propios ojos nada en el mundo me convencería de que esta historia es cierta. Pero tiene que creerme, porque no es ninguna broma: le juro que nunca me había pasado antes. Mi familia cree que perdí la razón o que me dedico a la bebida. El sábado pasado vi los ojos de mi mujer fijos en mí cuando me serví una copita de buen vino tinto para acompañar el asado. Tiene miedo de que me convierta en un alcohólico como su padre, un borracho perdido que veía visiones y hablaba pavadas, puros delirios. Yo no soy abstemio, no: un vaso de vino en las comidas, una cerveza cuando estoy con mis amigos, algún licor... pero sé controlarme y además le juro que nunca probé una gota de alcohol en horario de trabajo. La situación no está como para perder un buen empleo por una irresponsabilidad como esa, ¿no le parece? No, tampoco fumo, no tolero los cigarrillos, ni los comunes ni de los otros. No tengo idea de lo que es la droga, ni quiero conocerla, por supuesto: Tengo una hermosa familia, un trabajo cómodo, mi casita en la costa. ¿Para qué necesito la droga? Podría decir que soy feliz. No tengo grandes ambiciones: sólo poder alimentar a mis hijos, vivir con mi mujer a la que quiero desde que la conocí en una fiesta familiar, hace exactamente catorce años. Nos casamos al terminar el secundario. Tenemos dos hijos, una nena y un varón. Candela es la luz de mis ojos, y el muchacho, aunque travieso, es mi gran orgullo. Quiere ser jugador de fútbol, por eso lo mando a entrenar con el equipo del club del barrio, y cuando crezca veremos. Mi trabajo es sencillo y me deja mucho tiempo libre. Soy guardia de seguridad en una joyería del centro. Cubro el turno noche junto a otros dos compañeros. La firma ocupa parte del subsuelo (donde está la cámara de seguridad donde se guardan las alhajas más costosas) y dos pisos del edificio. Como soy el empleado más antiguo y confiable (hace ocho años que trabajo con ellos, ocho años sin una queja de mis jefes) mi tarea es controlar las cámaras de video y ver que mis compañeros no se duerman o dejen de hacer sus recorridos durante la noche. Mi área es el subsuelo. Allí está la habitación con los monitores de televisión donde se reciben las señales de las veinte cámaras que vigilan toda la noche los pasillos desiertos, las escaleras de mármol blanco y los salones elegantes donde las mujeres convierten en diamantes las traiciones de sus maridos. Pero yo no veo damas ricas ni ancianos millonarios: como le dije trabajo por la noche y cuando mi turno termina, a las siete de la mañana, sólo quiero regresar a casa, con mi mujer que me espera con el mate listo y los chicos preparados para ir a la escuela. Conversamos un rato y luego me acuesto a dormir hasta el almuerzo. Esas pocas horas me alcanzan: nunca fui de mucho dormir, ni siquiera cuando era adolescente. Comemos y por la tarde me dedico al jardín o ayudo a mi cuñado en la tapicería. Siempre me queda un rato para ayudar a los chicos con sus tareas o para llevar a Guille al club. En todo este tiempo no hemos tenido ningún robo. Los ladrones saben que el sistema de seguridad (las cámaras, las alarmas) es infalible. No llegarían a entrar al edificio y ya la policía estaría sobre ellos. Sólo una vez hubo un incidente con una manifestación que pasaba por la calle, alguien arrojó una piedra y la alarma empezó a sonar, pero esto me lo contaron ya que pasó a las seis de la tarde y yo entro a las once. Como verá, mi trabajo no me desagrada aunque es bastante rutinario. Nos entretenemos con la radio y conversando con los compañeros sobre las noticias del día, aunque luego cada uno tiene que hacer sus recorridos, ellos por los pisos superiores y yo por el subsuelo. El zombie 45 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Andrés y Juan respetan mi antigüedad en el trabajo y mi suerte de “jefatura”. Saben que yo controlo que realicen sus caminatas por los pasillos en las horas acordadas, que revisen el funcionamiento de los aparatos de alarma (los sensores, las centrales) y que completen la planilla donde hacemos el informe del turno. Hace cuatro años que nuestra planilla dice invariablemente: “Sin novedad”. Hace mucho tuvimos problemas con unos murciélagos que nos tenían ocupados con sus falsas alarmas. Una visita del exterminador de plagas y el asunto no volvió a molestarnos. Le cuento todo esto para que vea que mi trabajo no me produce estrés, no tengo presiones de mis jefes ni conflictos con mis compañeros. Hasta hace unas semanas todo marchaba a la perfección, pero un día (que me estremezco al recordar) todo cambió. Desde ese instante mi vida no volvió a ser la misma. Una noche como cualquier otra paseaba mi mirada por el monitor de la cámara blindada cuando vi o creí ver algo que me heló la sangre. Me pareció ver a alguien, a una persona dentro de la habitación. Fue un segundo y después desapareció. Sin embargo, la alarma no había sonado, todo estaba en perfecto orden. Revisé el monitor pero no había nada, no había señales de intrusos, que de todas formas no hubieran podido esconderse sin que las filmadoras los descubrieran. Como sea esa noche no me sentí tranquilo y al volver a casa me costó conciliar el sueño. Tres días después volvió a ocurrir. No era totalmente una presencia sino más bien “como una sombra”, diferente a aquello que podemos percibir de los vivos y de todas las cosas diurnas e inanimadas que nos rodean. Lo vi con el rabillo del ojo, una mancha que se deslizaba por el borde de la pantalla y desaparecía cruzando la zona ciega de las cámaras. Como estoy sólo en la cabina de mando, mis compañeros no vieron nada, pero por las dudas les pregunté por el handy si todo estaba en orden y sin novedad. Se extrañaron de la pregunta, fuera de lo habitual, pero me aseguraron que era una noche tan tranquila como cualquier otra. Retrocedí la película y busqué el momento en que ese ser había atravesado el cuarto: no había en la grabación nada más que una franja oscura escurriéndose, atribuible a un defecto de la cinta. Comprendí con horror que “lo que fuera” esa cosa no tenía nada de humano a pesar de cierto aspecto corpóreo, una entidad a medio camino entre este mundo y el otro, un “semivivo”, un zombie. Probablemente había estado siempre allí, fantasmal, oculto entre las sombras, pero nunca hasta ese momento había penetrado en mi conciencia. ¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? No lo sé, no puedo siquiera imaginarlo. Soy un individuo rutinario, un mediocre. Tal vez por eso el “aún no muerto” se ha acostumbrado tanto a mí, a mi vigilancia silenciosa de cada noche, que ya no se cuida tanto como antes y ahora se atreve incluso a pasearse y circular libremente por todo el edificio. Hace diez días Juan enfermó y con el otro guardia cubrimos su recorrido. Caminaba por un corredor del primer piso cuando un soplo de aire frío, pasando a mi lado, me hizo erizar la espalda y un escalofrío me recorrió de los pies a la cabeza. Me di vuelta y alcancé a ver como la sombra cubierta de harapos doblaba en el pasillo y desaparecía en una oscuridad de la que parecía formar parte. Desde ese día lo he visto tres veces, cada vez más temerario. Sin embargo, mis compañeros no lo han visto ni sentido nunca. ¿No es para volverse loco? Cuando ya no pude aguantar tanta presión, le conté todo a mi esposa. Me miró con azorada incredulidad y me rogó que ya no bromeara con ese tipo de cosas. Insistí hasta que salió de la habitación dando un portazo y diciendo que iba en camino de convertirme en borracho o un demente. El zombie 46 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Ayer pude ver su rostro semidescompuesto. Estaba sentado en la gran escalera que comunica el hall de entrada con el primer piso. Tras sus harapos y su piel que apenas cubre el esqueleto se transparentaban los escalones de mármol blanco. Pero yo vi – o más bien, “percibí”- un rostro moreno y ceñudo, la mirada impenetrable de un indígena. Hace algunos años leí que al edificar en algunos lugares de la Capital se encontraron restos de los primitivos habitantes, los querandíes. Algunos fogones, utensilios de piedra y hueso... y también los antiguos cementerios donde practicaban ceremonias y rituales de enterramientos colectivos. Creo recordar que el dueño de la joyería (fallecido hace años) decía que al construirse el edificio las máquinas habían triturado muchos esqueletos blanqueados por el tiempo. Ya veo que usted tampoco me cree. De nada sirve que me diga que me tranquilice, ni que me ofrezca estas pastillas. Le digo que todo es absolutamente cierto y que me encuentro en mis cabales. No, no deseo acompañar a estos caballeros a ningún otro sitio, por más relajante que sea. Suéltenme, suéltenme, les digo, no estoy loco, no estoy loco, no estoy loco... El zombie 47 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) AL QUINTO DÍA Es el quinto día de encierro en este galpón maloliente. Ceci lleva la mayoría de estos días con una fuerte infección urinaria. Ya no soporto ver el sufrimiento de mi esposa al orinar, apenas si puede contener las lágrimas. La infección puede llegar a mayores y ya tardé demasiado en conseguir su medicina. Es ahora. Es ahora o nunca. Los ojos de ella profieren más dolor que cualquiera de las palabras que utiliza para intentar detenerme, pero en estos momentos el dolor es lo único que reina en nuestras almas, a demás del terror. — Voy a salir —le digo. Abro la puerta cautelosamente, con el corazón palpitándome en las sienes. El temor de morir nunca se pierde y esta noche, vuelvo a sentirlo. Es casi chistoso recordar cómo creíamos ser personas serias y ejemplares al reírnos de historias de vampiros, extraterrestres y zombies. Es dolorosamente cómico abrir la puerta del sucio galpón dónde nos hemos mantenido a salvo mi familia y yo durante una semana, porque de repente los muertos, literalmente, se levantaron de sus tumbas y comenzaron a comer de nuestra carne. Es como si se tratase de una venganza, o simplemente un hecho diabólico. Yo creo que pueden ser los dos, incluso podría reírme de toda la situación, pero eso sería acariciar la locura con las manos. Una tarde mientras dormía mi siesta, me despertaron, sobresaltado, los gritos de mi hijita en la cocina, al observar como el tío que había muerto hacía siete meses atrás comía del cráneo partido del cortador de césped, quién por cierto, ni siquiera estaba del todo muerto. De ahí en adelante es poco lo que recuerdo con claridad. Y hasta el día de hoy, sueño con despertar de la espantosa pesadilla. Así comenzó todo, en una locura de gritos, llantos y sangre, en un escenario donde reinaba la muerte y el olor a descomposición. Nos mudamos los cuatro al galpón donde guardamos las herramientas y las cañas de cuando íbamos a pescar al río. No fue lo que digamos una verdadera mudanza, ya que solo llevamos lo puesto y nada más. Donde pensábamos mantenernos juntos y a salvo hasta que terminara la locura y todo volviera a la normalidad, al mundo como lo conocemos. Luna y Mateo, mis hijos, ya no están. Aterrorizados, un día, al temer por su gato que aún seguía fuera, se escaparon del galpón para salvar su vida. El gato se salvó, ellos no. Y nosotros ante nuestros hijos, uno mutilado horriblemente y el otro al borde de convertirse en uno de ellos, cerramos la puerta del galpón hasta el día de hoy: El día que no dejaré sufrir a mi esposa, o ponerla en riesgo de muerte solo por mi cobardía. Veo el árbol, la casa y a una cuadra está la farmacia. Corro, corro tan rápido como lo permiten mis piernas pero no tanto como quisiera. Al pasar por la puerta de mi casa los gritos de mi esposa intentando detenerme, ya no se oyen. Es un alivio. El corazón se me escapa del pecho y los ojos se sienten a punto de estallar. Estoy aterrado pero tan solo debo procurar que no me huelan. Los zombies utilizan el olfato, levantan el mentón y olisquean el aire, como si fueran perros de caza. Faltan solo algunos pasos, una corta carrera y listo. Estoy adentro. Sé bien donde conseguir las pastillas, Ceci viene sufriendo de infecciones urinarias desde siempre pero ninguna había llegado hasta tal punto. Las tomo entre mis manos y tengo mucha prisa porque se las tome y deje por fin de sentir dolor. Cada vez se ve más demacrada y las infecciones pueden terminar en algo mucho peor. Al quinto día 48 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Doy la vuelta pero incluso antes de hacerlo sé que algo está mirándome desde el fondo de la tienda pero no es hasta que lo veo que comienzo a correr, apretando las pastillas en mi mano, como si se trataran de un talismán. Estos zombies no son tan lentos como en las viejas películas de terror, por desgracia. El maldito monstruo huele tan mal que me revuelve el estómago. La carne putrefacta le cuelga de los huesos y no puedo reprimir una sonora arcada que por poco me saca el aliento. El hijo de perra me sigue pero sé que no me alcanzará, son solo tres zancadas más y tocaré la puerta para que Ceci la abra y esté a salvo con ella. Uno, dos. Pero no es él quién me desestabiliza y me tira al suelo, es Mateo, ese monstruo que solía ser mi hijo, que con su boca manchada de sangre humana, me arranca un trozo de nariz, así como si fuera un juego. ¿El dolor? El dolor es verlo convertido en eso. La sangre caliente baña mis mejillas. En ese momento Ceci abre la puerta del galpón y grita mi nombre. Le grito que cierre la puerta, que lo haga de una puta vez, pero no lo hace. Mi visión comienza a teñirse de rojo carmesí. El olfato se agudiza y de pronto puedo oler la carne fresca de Ceci que continúa parada en la puerta. No puedo contenerme, tengo hambre, un hambre voraz y si no como, siento que perderé la cabeza, aunque inconscientemente sé que ya lo hice. Era domingo por la mañana. Ceci había preparado el desayuno mientras Luna me ayudaba a cargar las cañas en la parte trasera de la camioneta. Ceci actuó extraña en camino al río, parecía que algo le molestaba, pero sin embargo no dejó de cantar las clásicas canciones de viaje que tanto le gustaban a Luna. En cuanto llegamos al río, Luna se despojó de su ropa y se metió al agua estrenando su adorable traje de baño de color rosa. Era su primer traje de baño, tan solo tenía tres años. En la orilla nos sentamos Ceci y yo, mirando a Luna juguetear en el agua, chapoteando, ya que era pequeña aun para nadar. A la edad de ocho años ya sería una excelente nadadora. Rodeé a Ceci con un brazo y le pregunté qué sucedía. — Es la menstruación —me dijo. — No te preocupes, querida, recuerda que solo durará algunos días —le dije. — Durará un poco más que eso —dijo con ojos brillantes— es que la menstruación no me ha venido. La miré a los ojos y los tenía teñidos de miedo. La abracé fuerte y le dije cuanto la amaba y que de la misma manera amaría a ese hijo que crecía en su vientre. Ceci me besó suavemente y lloró lágrimas de felicidad. Nueve meses más tarde nació Mateo. Pesó casi cinco quilos. Era enorme, saludable y hermoso. De pronto mi cuerpo se levanta del suelo. Veo la figura de mi esposa haciendo señas, gritándome horrorizada. Aún la amo, eso no cambia. Pero tengo hambre. El paquete con las pastillas cae de mis manos como en cámara lenta. Con lágrimas en los ojos tomo a Ceci entre mis brazos y con un movimiento rápido y seguro quiebro su cuello. No quiero que sufra. Su sangre es tibia. Mis sentimientos se van apagando de a poco. Lo único que veo es oscuridad. Lo único que tengo es hambre. Al quinto día 49 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) PLAN B —¡Clava la estaca en su pecho! ¡Hazlo ya Richard, YA!” Con una potente patada el cuerpo de la voraz bestia cayó al piso, sin titubear ni un segundo su mano, que empuñaba un afilado trozo de madera, buscó el pecho del monstruo, solo sintió un poco de resistencia antes de atravesar la hedionda piel y destrozar el negro corazón que mantenía con vida semejante engendro. La criatura comenzó a gritar de manera espantosa mientras se retorcía en el frío mármol. De sus ojos brotaba una fría maldad capaz de congelar al alma más débil, hacía tiempo que había dejado de ser un ser humano. Era el final. — ¡Regresa al infierno de donde viniste! —Exclamó Vicente, mientras rociaba el cuerpo con agua bendita. —¡El Señor está de nuestra parte! Richard se tumbó a un lado y soltó el gran crucifijo que aún mantenía en su mano izquierda, miró a sus compañeros y tomó aíre; no había sido una batalla fácil. —Lo hicimos, está muerto. —Sí, pero no te alegres, aún falta mucho por purificar, este es solo nuestro primer triunfo sobre el mal. –Fernando hojeó de nuevo el libro y mostró una expresión meditabunda en su rostro. —¿Pasa algo? ¿Qué sigue a continuación? ¿Hay alguna otra cosa que debamos hacer, algún tipo de ritual? —Comentó Vicente que parecía extrañado luego de haber visto el semblante de su amigo—. ¿Cortar su cabeza, comer sus vísceras? —No es nada, es solo que me parece algo extraño. —Este le devolvió la mirada. A su derecha Richard aún intentaba recobrar fuerzas. —Creo que es mejor que hables de una vez, no quiero tener que improvisar de nuevo. —Aún con la respiración agitada y haciendo acopio de su fuerza, el último miembro del grupo, se puso de píe—. ¿Dónde has encontrado ese libro? Creo, como todos, tener información de carácter general; He visto cientos de películas de terror y también tengo mis dudas, creo que estamos pensando lo mismo así que habla ¿Qué pasa? —Es verdad, hay algo que me preocupa pero viendo los resultados creo que mis dudas deberían estar despejadas. —Entonces, ¿qué pasa? –Dijo Vicente que parecía no entender de que iba el asunto. —¿Por qué no les afecta la luz del sol? —Respondió Fernando mientras seguía mirando páginas al azar. Los tres se miraron. Ninguno tenía una respuesta. —Lo mismo pensaba. Es algo bastante extraño. ¿Alguien notó sí por lo menos brillaba? —¿Brillar? ¿De qué coño hablas? —Fernando miró a Richard con expresión de haberse perdido en la conversación—. ¿Cómo un hada o algo por el estilo? –Dijo cuando, por sorpresa, algo lo tomó por los pies y lo hizo caer al piso. Vicente que aún no terminaba de asimilar la situación, algo innato en él, comenzó a gritar y tirar agua bendita como si estuviera poseso. Los ojos de Richard parecían querer salirse de sus órbitas. Tomó las manos de Vicente y lo haló con todas la fuerzas que le quedaban, éste no daba crédito a lo que estaba pasando; a sus pies, con una boca aún hambrienta, la criatura hacía notar su presencia. Tiró a su amigo a un lado y cogió lo mas cercano que tenía en su arsenal; un oxidado martillo de gran tamaño terriblemente pesado, que más tarde sería bautizado como “Mi Bella Lucy”, y aplastó el sucio cráneo del monstruo; una grumosa compota cerebral se esparció por el piso y salpicó las botas de todos los presentes. Está vez el cuerpo quedó inerte en el suelo. Vicente terminó de vaciar los frascos de agua bendita y con un rostro desencajado por el miedo y con lágrimas en los ojos dijo: —Se acabó el agua… ¿Qué haremos? Plan B 50 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Richard miró a Fernando que aún no salía de su asombro; levantó a “Mi Bella Lucy”, observó como escurría un espeso zumo viscoso, pateó el crucifijo que tenía ante sus pies y dijo: —Es hora de poner en marcha el Plan B. Plan B 51 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) NECROMIGRANTES Aunque faltaban más de tres años para la consecución de las elecciones, las fuerzas políticas estaban muy preocupadas por las encuestas de intención de voto y por los “gestos” que podían hacerles ganar o perder puntos. Pero todo poder tiene dos caras y muchas barajas, y con la irrupción del la necro migración, éstas se agudizaron llegando no sólo a la cruel ambigüedad habitual si no a la ineptitud más absoluta. Pero ni todo estaba perdido ni la sociedad dejaba de contar con los resortes necesarios para enfrentarse a un peligro que iba más allá de un escaño o una emisora en la TDT y que amenazaba con devorar bastante más que el estado del bienestar, de por sí ya mermado. Javier estaba radiante. Tenía motivos para estar contento, no, no había conseguido trabajo ni siquiera cobraba el subsidio mínimo, eso ya vendría si no aquel año, el siguiente. Era mucho más importante que eso, le habían aceptado como oficial de los voluntarios cívicos. Guardaba en el bolsillo de la cazadora como el mayor de los tesoros el recibo con el cual podría recoger su arma y brazalete de mando correspondiente en la sede del distrito. Eso sí, hasta el momento de la entrega, las instituciones no se harían cargo de la integridad personal de los convocados. Con la irrupción de los necro migrantes las pólizas de seguros sufrieron una revolución que no impidió la bancarrota del sector poco tiempo después. Por una vez sus estudios universitarios le fueron de utilidad. Ya sólo le quedaba hacer efectivo su mando sobre su pelotón. Una responsabilidad que estaba encantado de asumir, había llegado el momento de demostrar su valía, de reivindicarse. Se asomó, las brigadas de limpieza parecían haber cumplido con su cometido. No se veía ni una sola de aquellas “carcasas” por las calles. Puso la radio, la televisión no funcionaba, “ellos” se habían hecho fuertes en el tejado de su edificio y arrancaron las antenas y la ropa tendida. Javier se anudó un pañuelo rojo a jaez de brazalete y fue avanzando lenta y cautelosamente por calles vacías. Las indicaciones de los vecinos le guiaban a voces no sin molestarle ni aconsejarle una estupidez tras otra. La eterna sabiduría popular, nunca bien ponderada. Pero llegó. No tuvo oportunidad de poner en solfa el juego de cuchillos que le regalaron en su boda, y que usó tan poco como su fugaz matrimonio. Qué razón tenía la abuela, ahora no se aguanta nada. Empezó a degustar los privilegios del mando. Una pistola y un cinturón de munición para él, al resto de su grupo se le habían asignado carabinas del calibre 22, más que suficiente para dar un poco de luz a esos cabezas huecas sedientos de sangre. Tener un arma es subyugante y más si se trata de una 38: la capacidad de defenderte, de destruir al otro, esa absurda y reconfortante sensación de poder entre tus manos, en la que tu decisión es principio y fin. Le dieron un sobre sellado, lo debía abrir a las dos horas, y seguir al pie de la letra las instrucciones allí detalladas. Abrió un paquete de galletas de chocolate, encendió la tele y puso un Dvd de terror ochentero. Qué tiempos aquellos en los que había claridad en tantos conceptos excepto en el de la imagen personal. Siempre aprendería más con eso que viendo una de aquellas mierdas francesas que tanto gustaban a la crítica. Nervioso esperó a pies juntillas hasta apurar el plazo, lo leyó de una seguida; llamó a los números de sus compañeros y subordinados anotados en el pequeño dossier y empezó a vivir como siempre quiso, sintiéndose él mismo. Necromigrantes 52 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Antes de reunirse cada uno de ellos debía neutralizar una amenaza inminente. Así se comprobaban dos cosas: si las armas funcionaban, y el censo demográfico zombi de la zona afectada. No dudó ni por un momento de su misión. Este pequeño, inexplicable y exagerado cataclismo le había dado la oportunidad de hacer justicia, bajo la égida de mando de voluntarios cívicos. No tendría que dar cuentas ni explicaciones ante nadie. Por fin podría actuar como había querido toda su vida. Hizo rodar el tambor de su revólver con una amplia sonrisa en sus labios. Cargador lleno. Era hora de devolver el equilibrio a un mundo que hasta entonces le había negado todo orden. Lo conocía desde hace años, desde que llegaron la paz del barrio se quebró. Los robos y agresiones se sucedían. Un día se llevaban al primo, otro a la abuela, otro a aquel rubio tan delgado pero al cabo de poco volvían a estar todo el clan operativo. Sus códigos gestuales, su incompresible idioma eran prefacios de nuevas actuaciones. Tiendas y bares con escaparates y persianas reventadas. Cuando venía la policía algunos de ellos desaparecían y una calma aparente volvía al barrio para disiparse poco tiempo después, cuando la presión policial remitía. Pero de él no se había olvidado, le había robado dos veces. La primera se calló, igual que tantas otras veces como cuando fue testigo de cómo le sucedía lo mismo a otros. La segunda se encaró con él, no perdió su cartera por segunda vez, pero sí el valor al ver el brillo de la hoja de la navaja. El miedo y la conciencia de ser más corpulento que aquel indeseable le dieron fuerzas de flaqueza para empujarle y salir corriendo. Nadie le ayudó. Allí estaba, en la misma esquina en la que tantas veces había sido insultado, una sombra se asomó por el quicio del semiderruido portal, era uno de ellos. Aunque le temblaba el pulso, con un brazo sujetó formando ángulo; le descerrajó dos tiros en la cabeza. Se oyeron gruñidos estremecedores durante segundos. Uno de ellos se abalanzó sobre Javier, pero le disparó en el pecho, el hombro, la boca y la frente. Aunque desfigurados por la infección, ninguno de ellos era “él”. Los gritos continuaban, estos más agudos. Recargó su arma. Se adentró en el umbral del portal. Un cuerpo se arrastraba ensangrentando el sucio suelo de la portería, las piernas sobresalían de los peldaños de los primeros escalones. Javier se acercó. Era él. Le habían arrancado un brazo a mordiscos; chillaba con los ojos desorbitados y la cara muy pálida. “Amigo. No dispares. Yo soy como tú. Hablo, no como... Una detonación y una bala que le rompió el frontal en tres pedazos interrumpieron sus palabras. Javier respiró hondo y sonrió satisfecho. Llamó a sus compañeros de pelotón y les conminó a que trajeran gasolina. El fuego todo lo purifica. Aquel día se eliminaron muchos zombis. Y fueron muchos los que sintieron un gran alivio tras su participación en las brigadas cívicas. Los afectados por aquella pavorosa y espontánea plaga fueron todos inmigrantes o personas de otra raza que se revolvían contra los hasta ayer sus vecinos. Y aunque circularon rumores sobre la posibilidad de que no todos ellos fueran portadores de la infección, se acabaron desestimando. El peso de la voluntad popular en momentos tan difíciles venció. Lo sabía Javier que nunca dijo nada al respecto, y lo sabrían aquellos que callaron no por otorgar si no para seguir una legislatura más. Necromigrantes 53 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El paisaje de construcciones inacabadas permaneció; pero el barrió volvió a ser el lugar tranquilo que fue. Por fin. Necromigrantes 54 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL ESTRECHO CAMINO AL NORTE Hay un estrecho pero largo pasillo en el edificio de la escuela donde me formé que guarda tantos misterios como crímenes la ciudad. Conocido como "el camino al norte", pues en esa dirección cardinal se encontraba el aula de dirección, era transitado con miedo por aquellos que castigados por sus maestras debían tomar sus útiles y enfrentarse cara a cara con la directora. Testigo de llantos contenidos y lágrimas a raudales, el pasillo erigió su fama de siniestro con el correr de los años. En los recreos o bien en los juegos de los niños fuera del colegio se contaban historias que parecían inverosímiles y hasta fantásticas. Relatos sobre chicos que una vez enviados a dirección ya nunca más eran vistos, otros sobre niñas a las que invisibles manos les cortaban las trenzas mientras corrían evitando trastabillar y caer rendidas sobre los mosaicos oscuros del lúgubre recorrido. Todos habíamos oído hablar de los susurros al pasar; de las paredes que parecían acercarse unas a otras, estrechando aún más el camino; de los murciélagos que habitaban los rincones que los ojos no alcanzaban a vislumbrar; de las ráfagas heladas de viento que calaban los huesos y que parecían provenir de ninguna parte en especial. De una u otra forma, siempre alguien era castigado y aquello era quizá el miedo mayor. Todos intentábamos comportarnos, más sabiendo lo que nos esperaba en caso de incurrir en alguna travesura. Sin embargo, las maestras creían ver en todo gesto un acto de maldad hacia algún compañero; en cada abrazo, un intento de empujar al otro al suelo y en los diálogos existentes, escuchar una mala palabra nunca dicha. En nuestras charlas de niños, esas que discurrían en un sinfín de temas, saltando de uno a otro como si fuésemos chimpancés bailoteando entre las ramas de los árboles, hablábamos de ello con un terror silente. Estábamos convencidos que existía un embrujo y que las maestras estaban poseídas por ese poder oscuro que con seguridad residía en el aula de la directora. Hasta la campana que indicaba los recreos parecía sacada de una película de horror; ni siquiera el campanario de la iglesia sonaba tan lúgubre cuando anunciaba un entierro. Y eso que se hacía escuchar seguido, porque aquella era una ciudad extraña, donde la muerte era moneda corriente. Quizá por ello los adultos no creían nuestras historias y justificaban nuestros miedos amparándose en que ir a dirección no era bonito para nadie. ¿Pero cómo nos podían explicar que Carlitos faltaba a la escuela desde el día que lo enviaron a dirección por dejar caer una hoja al suelo en medio de un examen? ¿Cómo podían hacernos olvidar que Angelita asistía a clases con la boca cosida debajo de ese gran vendaje que llevaba desde la tarde en que comenzó a gritar alocadamente camino a dirección tras ser haber sido acusada por la maestra de haberle mostrado la lengua? ¿O podíamos ignorar lo que le sucedió a Juan, o a Ismael, a Florencia, Germán, Omar, Miguel, Anahí, Jazmín y a decenas de nombres que ahora se me van de la cabeza? Ir a la escuela era un infierno. Y aquel pasillo una figura fantasmal. Ninguno de nosotros tenía la certeza de regresar a casa, de volver a jugar con nuestros juguetes, de pelarnos otra vez las rodillas en la cancha de fútbol del club. De a poco el color de los juegos, de los pasatiempos, de las cosas felices, perdió su brillo y se vio opacado por el temor constante. Nuestras sonrisas se borraron y pasamos a ser niños de ojeras amplias, atentos a no cometer ningún error, a no infringir ninguna "ley", a ser estatuas vivientes. El estrecho camino al norte 55 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Nos mirábamos al espejo y ya no reconocíamos nuestras facciones, escondidas bajo capas de pesadillas nocturnas y nervios acribillados por la tensión. La piel, que de niño es suave y sana, se había convertido en una textura áspera y grisácea. Con los años vimos como muchos de esos niños sucumbieron a la locura, al suicido, al crimen. Derroteros inevitables, que prácticamente llevaban escritos en sus frentes, como una maldición o una profecía de mal gusto. Y fuimos testigos también de como muchos de nosotros escapamos de milagro de destinos similares, pero acarreando consecuencias peores, pues nosotros seguíamos en el mundo de los vivos, donde los hechos siguen sucediendo y los miedos existiendo. Hay una certeza que no se puede enterrar bajo tierra: El pasillo sigue allí, aterrorizando a otras generaciones, incluso a nuestros hijos. Cuando nos cuentan lo que ya sabemos, callamos la verdad y alegamos las mismas mentiras que nos decían de niños. Tememos. Aún hoy tememos. ¿Acaso nos creen tan valientes de poner un pie en esa escuela? Jamás. Nunca más la pisaremos. Ninguno de nosotros, ninguno que haya sobrevivido, tiene la más mínima intención de recorrer ese pasillo para enfrentar a la directora. Por eso escuchamos y miramos hacia otra parte, como corresponde. Como la humanidad ha hecho siempre para sobrevivir. Aunque hoy comprendamos que ya no somos humanos. Ese gris, esas ojeras, esas voces agarrotadas por el miedo... no, ya no somos humanos. Como nuestros padres, somos zombies. Y como nosotros, serán nuestros hijos. El pasillo así lo dictamina, esas fuerzas misteriosas así lo requieren. El sacrificio es la ciudad, son sus niños, es el futuro que ellos engendran. Y camino hacia el norte, muchas piezas se rompen, otras se pierden y muchas más jamás volverán a ser las mismas. Miramos hacia otra parte porque solo siendo zombies podemos aceptar lo que nos rodea. Que así sea. O mejor dicho, que sea lo que el pasillo (y aquello que lo habite) quiera. El estrecho camino al norte 56 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CÓMETE MI CEREBRO PARA PENSAR COMO YO ¿Sabéis una cosa? En realidad debería odiaros. Vosotros matasteis a mi hijo después de dispararle nueve veces. Yo lo vi todo, con esa lentitud que adquiere la realidad cuando pasan muchas cosas horribles al mismo tiempo. Todo sucedió en dos segundos que para mí fueron dos minutos. Mi hijo se había lanzado voraz hacia dos de vosotros. Pero vosotros estabais armados con una nueve milímetros y una escopeta de caza de cañones recortados. La pistola se disparó cinco veces. Entonces mi campo de visión se cubrió exclusivamente con la cabeza de mi hijo de nueve años. Cuatro de los disparos hicieron impacto en su cara. Un agujero en la cabeza. Luego un punto rojo en la base del ojo izquierdo. Otro impacto muy próximo hizo que el globo ocular explotara, saliéndose de la cuenca. El cuarto tiro hizo impacto en la oreja izquierda. Los cuatro tiros restantes procedieron de la escopeta de caza, que literalmente le arrancaron la cabeza a mi hijo, mi hijo de siete años. Yo lo contemplé todo sin dejar de correr hacia vosotros. Pero vosotros, malditos bastardos, huisteis de mí porque ya no os quedaba munición. Me hubiera gustado comeros. No sólo por vengar a mi hijo, ni tampoco por el hambre que siento. Cuando te comes a un hombre no sólo apaciguas el Hambre. También adquieres algo de ese hombre. Algo intangible, sutil. Algo que te hace ser parte de ese hombre. ¿Sabéis esa sensación de descubrirte a ti mismo hablando o gesticulando de la misma manera que algún conocido o una estrella de Hollywood? Es como si ese alguien te hubiera contaminado el cerebro con un infovirus. Los científicos lo llaman memes. Por eso somos más los demás que nosotros mismos. O dicho de otro modo: somos la suma de la gente que nos rodea. En el caso de un zombi, esa afirmación adquiere una trascendencia casi física. Cuando un zombi devora la carne de una persona, mastica tendones y músculos, traga coágulos de sangre, roe y tritura huesos, pero sobre todo, al menos en lo que a mí concierne, se deja inundar por genes, memes, maneras de hablar, tics en la gesticulación, pensamientos, emociones. Sí, me doy perfecta cuenta de que eso no es científicamente plausible. Pero es la única manera que se me ocurre de explicarlo a una concurrencia humana. Sólo los zombis saben a lo que me refiero, sólo los zombis sienten lo que digo; al menos los zombis que comen para algo más que para sobrevivir. Los zombis ilustrados y con cierta predilección por las delicatessen, como el que suscribe. Imagino que la única forma de entender la psicología zombi sería comerse el cerebro infiltrado de anhelo de carne y sangre de un zombi. Pero irónicamente esta capacidad de entender a los demás vía estomacal sólo se da entre los zombis, de modo que todos vosotros estáis incapacitados para alcanzar a entender el sentido profundo de mis palabras y pensamientos. Por mucho que monitoricéis día y noche mis actividades y efectuéis esos superficiales escaneos de mi corteza prefrontal a fin de escribir un relato coherente de las vicisitudes de un zombi. En resumidas cuentas, sólo sabréis lo que siente un zombi si me coméis. Sólo sabréis lo que piensa un zombi si os dejáis convertir en zombis. ¿Capicci? Tal vez podríais intentar arrugar estas hojas que ahora escribo, hacer una pelota con ellas y deglutirlas enteras, ñam ñam. Los muertos vivientes como yo somos capaces de revivir a otras personas vicarialmente. A través de nosotros. Fluyendo entre nuestras mentes. De una forma inmensamente más precisa que al leer un libro o incluso una autobiografía de la persona que pretendemos revivir. Por esa razón, y sólo por ésa, permanezco durante jornadas de dieciocho horas aquí encerrado, leyendo actas bautismales, escrituras de propiedad, certificados de impuestos, avisos de embargo, registros legales, catastros, demandas y demás papeleo burocrático relativo a William Shakespeare en la Oficina de Registro Público de Londres. Porque ¿acaso hay alguien más fascinante que Shakespeare? Sin embargo, si Shakespeare estuviera vivo, sencillamente le habría devorado medio cerebro y sabría más de Shakespeare Cómete mi cerebro para pensar como yo 57 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) que mil años de investigación sobre él. Pero, claro, ahora Shakespeare sería un zombi como nosotros, y sin duda habría dejado de escribir obras de teatro. Pero lo que quiero expresar es otra cosa. Cuando todo acabe, cuando ya no queden humanos que comer y nos debamos de alimentar de perros, gatos, ratas y otros animales, entonces el único rescoldo de la civilización anidará en nuestros cerebros; un puñado de memes digeridos en los jugos gástricos que han sido finalmente incorporados por ósmosis a nuestras meninges putrefactas. Seremos como bibliotecas muertas andantes. Y yo, os lo digo desde ya, pretendo ser la más grande biblioteca de este planeta moribundo. ¿Acaso no os apetece, pues, ser comido por mí, por este zombi ilustre y educado que se preocupará de preservar vuestro legado que entre las fauces de zombis salvajes y carneadictos? Otros comen McHombres dobles con queso. Yo os garantizo una cena de cinco tenedores con buen vino rojo sangre. Sé capaz de disfrutar de los diferentes sabores de vuestro cuerpo, de apreciar la escala cromática, el brillo, los grumos; la textura, la adhesión a los labios, la firmeza, la densidad de cada jirón que mastico; cada uno de los aromas; cada uno de los factores químicos. ¿Queréis? Que mis ojos amarillos, hundidos en sus cuencas, y mi cara trocada de pústulas no os lleven a engaño. ¿Aceptáis? Será rápido e indoloro, nada de mordiscos en órganos no vitales. La boca es uno de los lugares con mayor concentración de bacterias: sólo usaré cuchillos esterilizados. Nada de recrearse en el tejido adiposo, muy rico para nosotros aunque terriblemente lento y doloroso para vosotros. ¿Os sacrificáis? Por mí, por vosotros. Juro que no siento necesidad de vengarme por la muerte de mi hijo. Todo esto es científico, humanista, imprescindible. Confiad en mí. Por todo lo que fuimos antes de que el virus Z nos dividiera como especie. ¿Hacemos un pacto, acabamos con nuestras hostilidades, firmamos una tregua? Ambos somos supervivientes de un mismo mal. Dejad de dispararme y yo dejaré de morder y perseguiros día y noche. Vosotros armáis una Ley de Protección para los Zombis y nosotros, una Ley de Protección para el Dolor Humano. Así de sencillo. Pensando detenidamente. Los zombis no somos criaturas del horror. El verdadero horror es la propia naturaleza, las pavorosas enfermedades a las que el ser humano se ha enfrentado a lo largo de la historia. Sin ir más lejos, puedo referiros las que se cobraron más vidas durante la época isabelina en la que nació Shakespeare. Los británicos, además de estar asolados por la Peste, debían vérselas también con brotes de sarampión, tuberculosis, escorbuto, viruela, escrófula, disentería y otras diversas enfermedades de desconocida índole. Y los tratamientos para éstas y otras afecciones menores, como los cálculos renales o una herida infectada, eran casi tan peligrosos como las propias enfermedades, pudiéndote llevar rápidamente a la muerte. Es verdad, todo verdad, lo acabo de leer ahora aquí mismo, en la Oficina de Registro donde me oculto y paso mis horas, y también donde ando escribiendo esta carta a vuelapluma, un poco a retales, como a mordiscos. Así pues, frente a estos genocidios de la madre naturaleza, ¿en qué posición quedamos los zombis? Nosotros sólo matamos para comer, como vosotros hicisteis siempre con otros animales. Y si no os devoramos, lo peor que puede pasaros es que os transformáis en nosotros: pasáis de ser presas a ser cazadores. De algún modo, os convertimos en una especie superior. Sí, entiendo que la transformación pasa por un fuerte shock traumático, unas carreras campo a traviesa y unas dolorosas mordeduras infectadas, pero ¿acaso la transformación del gusano en mariposa no debe de ser igualmente dolorosa y traumática para el gusano? Los zombis somos mariposas manchadas de rosarios de sangre y supuraciones dérmicas. Bonita imagen, ¿no creéis? Sin embargo, hay un pero. Siempre hay un pero. Debéis convenir conmigo que el mundo es mucho mejor desde que dos tercios de vosotros fuisteis comidos. Reconozco que puede sonar a pitufo gruñón, al que chafa el matasuegras y la guitarra, a amargado que, como diría Collin Wilson, no es susceptible de contagiarse del entusiasmo general. Pero contemplad ahora las grandes avenidas desérticas. ¿No os parece hermoso ese descampado? ¿No os parece una imagen mucho mejor que la de miles de clones entrando y saliendo de tiendas fashion? Sin embargo, cada vez quedan menos humanos, Cómete mi cerebro para pensar como yo 58 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) menos carne. Y cuando esto suceda, sólo me quedará la opción de leer biografías de muertos como Shakespeare a la vez que me muero de hambre. ¿Qué será de nosotros? Nos quedaremos estancados. Es por ello que resulta importante que haya supervivientes. Zombis menos ilustrados que yo no entienden esto. Por esa razón yo voy a ayudaros, y mi deseo no nace ni del Hambre ni de la necesidad de vengar la muerte de mi hijo de siete años. Lo juro por Dios. Supervivientes o los que simplemente postergan la muerte, escuchadme. Debéis permanecer siendo humanos, siendo libros de carne, y yo os ayudaré a ello. Palabra. No os garantizo que consigamos evitar comeros a todos los que quedáis, claro. Alguno caerá. Porque el hambre resulta muy dolorosa, incluso más acuciante que la sed de conocimientos. Sé que no me entendéis. Para vosotros el hambre debe ser similar al apetito que cruje en el estómago cuando hace dos días que no coméis. Pero no tiene nada que ver. Para poneros en mi piel, para fingir que os habéis comido mi cerebro y que ahora sabéis lo que soy, tenéis que imaginaros que vuestras pulsaciones suben hasta las 145 por minuto. Entonces empezarán a fallaros las habilidades motoras. A 175, el proceso cognitivo empieza a hundirse. La parte frontal del cerebro se apaga y la central, la más primaria, ocupa su lugar. Entonces la visión se torna más limitada. El comportamiento es cada vez más agresivo, como el de un perro rabioso. Cuando superéis las 175 pulsaciones por minuto, entonces vuestro cuerpo considerará que el control biológico de muchas de vuestras funciones vitales no es prioritario: os haréis las necesidades encima. Es lo que suele pasar cuando alguien te dispara. Manchas tus calzoncillos. Entonces sentiréis un sabor metálico en la lengua, y luego la lengua estará tan seca que os parecerá que tenéis un trozo de corcho en la boca. Seréis como perros infectados de rabia. Y ya sabéis lo que dice el dicho: <<un perro que persigue a la presa, no se detiene para rascarse las pulgas>>. Así me sentí cuando vi morir a mi hijo. Y también me siento así cuando tengo hambre. Y también cuando simplemente estoy viviendo. Sin embargo, os seguiré cultivando y leyendo, como si en el fondo, en vez de ser una bestia sanguinaria fuese un caballero decimonónico altamente educado. Sí, me gusta pensar eso de mí mismo. De modo, que quien quiera ser salvado, quien desee recibir mi protección, deberá acudir a una cita muy importante. Edificio 1100 de la avenida Wheeler, en el barrio de Soundview, al sur de Bronx, Nueva York, Estados Unidos, la Tierra. Es una callejuela estrecha de casas de dos pisos y apartamentos. Muchos tienen la fachada decorada con ladrillos rojos y cuatro o cinco peldaños que suben hasta la entrada principal. Es un vecindario de gente humilde y trabajadora, pero ahora están todos muertos. Os espero allí. Prometo no comeros a todos. Incluso, en aras de demostrar mi disposición amistosa, también prometo reír, ser simpático, enrollado, contrayendo los músculos que sirven para levantar mis mejillas llenas de pústulas y el zigomático mayor, que sirve para alzar las comisuras de los labios. Como un monstruo simpático que en absoluto tiene hambre ni necesita vengarse de la muerte de su hijo de siete años. Palabra. Cómete mi cerebro para pensar como yo 59 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) FELIZ CUMPLEAÑOS La orina del animal comenzó a traspasarle la camisa, avivando los descoloridos lamparones de sangre seca. El liquido chorreó indiferente entre sus sucios dedos limpiando la porquería incrustada entre las uñas y los pliegues de la mano, mientras inmensos goterones caían sobre el ardiente asfalto, levantando pequeñas nubes de polvo y suciedad. El cuerpo del hombre se encontraba a tal temperatura que no apreció el chorro de meado que comenzaba a resbalar por su pecho. Sus pulmones estaban ardiendo, resoplando como fuelles cuarteados, y su costado se retorcía en punzadas de atención. Sus piernas se agitaban tan rápido que apenas se apreciaba el contacto con el suelo, haciendo que las perneras de sus pantalones rozasen entre sí con un rítmico siseo. Giró la esquina apoyando todo su peso sobre su tobillo derecho y su cuerpo se inclinó sobre la vertical, atraído por el radio de la curva. El sol apareció por el horizonte iluminando sus pasos a través de los coches desguazados que se apilaban a ambos lados de la calle, ajenos al olor a muerte que impregnaba sus carrocerías. Sabía que les sacaba mucha ventaja pero no se podía permitir el lujo de detenerse a descansar. Ahora sus articulaciones se encontraban al rojo vivo y si se le ocurriera siquiera bajar el ritmo no creía que pudiera volver a recuperarlo. El perro gimió lastimeramente y el hombre lo apretó con más fuerza contra su pecho, atenuando los fuertes temblores del animal. Bajó la vista por un instante y los ojos del animal se cruzaron con los suyos, buscando consuelo mutuo en un mundo apestado y enfermo. Sus brillantes pupilas resplandecieron al contacto con el sol de la mañana y casi parecía que el animal le agradecía todo lo que había hecho por él hasta el momento. El hombre no sabía si los perros podían sonreír, pero en ese momento el gesto del animal se asemejaba lo más cercano a una sonrisa. Levantó la vista y volvió a centrar su atención en la carretera, saltando sobre las farolas que yacían arrancadas de sus postes, esperando a que alguien las enderezase y las volviese a poner en funcionamiento. Rodeó un bloque de ladrillos que estaban esparcidos por la acera y saltó por encima de los restos de una motocicleta carbonizada con la publicidad medio quemada pero aun legible de un restaurante de comida rápida. Solo le faltaban dos calles para llegar cuando algo se arrojó sobre sus piernas. En ese instante perdió el control sobre sus extremidades y se cruzaron entre sí haciendo que su cuerpo se proyectara con violencia por encima de su sombra. Estiró los brazos para protegerse del impacto y el animal salió despedido fuera de su vista, abandonando el hogar que hasta entonces había sido su pecho. Las palmas de las manos chocaron contra el suelo y se despellejaron con la erosión de la carretera mientras la muñeca izquierda cedía ante la violencia del golpe, fracturándose con un sonoro crujido. Su cabeza golpeó el asfalto y sus piernas salieron disparadas por encima de sus hombros haciendo que su cuerpo girara sobre sí mismo en una grotesca voltereta. Cayó de espaldas como un saco de arena y cerró los ojos, rindiéndose ante meses de insomnio y vigilia. Notaba como la sangre le chorreaba por el rostro y como le ardía la frente y la nariz por el lugar donde se había raspado con el asfalto. Levantó la muñeca dolorida y la depositó lentamente sobre su pecho, sucumbiendo a los dolores que le recorrían la columna. De repente todo su cabello pesaba demasiado; todo su cuerpo pesaba una tonelada, y ya no podía sostenerlo por más tiempo. Dejó que le invadirá el sueño y pensó que el duro asfalto sobre el que descansaba no era tan duro después de todo, era el colchón más blando que había probado. La claridad de la mañana que se colaba a través de sus parpados se tornó de repente en negro, convirtiendo la agradable y anaranjada visión en una cortina negra cubierta de manchas difusas. Abrió los ojos para ver la procedencia del eclipse y el rostro de un niño comenzó a materializarse como si fuera un espejismo. El sol iluminaba su silueta como si fuera un enviado del cielo y sus orejas eran transparentes al contacto con los rayos diurnos, mostrando una enrevesada estructura de venas azules en contraste con el rojo iluminado de la carne. La vista se acostumbró al exceso de iluminación y las sombras se hicieron palpables sobre el rostro del niño. Un ojo negro y podrido descansaba en la cuenca izquierda, cubierto por una costra parduzca que aún supuraba. El otro ojo le observaba con furia, como si él tuviera la culpa de todo lo que le había ocurrido. De repente abrió la boca y una masa de saliva y sangre coagulada cayó por su mentón, chorreando sobre el pecho del hombre. Con una velocidad increíble se Feliz cumpleaños 60 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) lanzó sobre su cuello, buscando el sitio más tierno sobre el que hincar los dientes, desgarrando cartílago y venas, alimentándose de su vida. El hombre comenzó a percatarse de lo que estaba pasando y el cansancio desapareció de inmediato. La adrenalina comenzó a recorrer todo su cuerpo y de un fuerte empujón alejó a aquel horrible ser de su cuello, viendo como rodaba varios metros hasta tropezar con la agrietada acera de hormigón. Se levantó con dificultades cuidándose de no apoyar todo el peso sobre la muñeca rota y asestó un puntapié sobre la cara del niño, sintiendo como en tabique nasal cedía sobre la superficie de su puntera. Colocó la palma de su mano sobre la zona del cuello donde el niño había intentado morderse y encontró alivio al ver que no había sufrido herida alguna. Ya podía oír cómo se aproximaban los demás por la dirección que había tomado hacía solo unos pocos minutos y decidió no entretenerse más con aquella asquerosa criatura desdentada. Miró a su alrededor en busca del cachorro de perro labrador y le vio varios metros calle abajo. En otro tiempo la imagen que se desarrollaba ante sus ojos podría haber sido la cosa más graciosa que uno podía haber visto en el parque una soleada mañana de junio; pero ahora, donde los parques se abonaban con cadáveres descompuestos a las sombras de columpios oxidados, no tenía la más mínima gracia. Pero ni pizca. El perro corría gimiendo de terror, mientras una niña pequeña con una falda de flores cubierta de sangre y heces le perseguía. Sus brazos estaban estirados hacia el animal y sus piernas corrían veloces tras sus muslos traseros. El perro cojeaba debido al impacto que había sufrido con la caída, y la niña avanzaba inexorablemente hacia él, mientras ligeros hilillos de baba roja resbalaban por su costrosa barbilla. El hombre obligó a su cuerpo a ponerse en marcha, pero a las dos zancadas algo volvió a agarrarle de la pierna, arrojándolo de nuevo al suelo. Con la muñeca rota sobre el pecho, el hombre cayó de costado, golpeándose el hombro, clavándose el codo en las huesudas costillas. Giró sobre su espalda e intentó incorporarse, pero el niño desdentado subía por sus piernas hincando los dedos sobre los músculos de sus extremidades con una fuerza inhumana. Aquella figura desprovista de vida abrió la boca, mostrando una masa deforme de encías y carne levantada, mientras seguía avanzando hacia su cuello, buscando el sito más sencillo donde poder abrir una herida. El hombre intentó alejar al niño de sus piernas, pataleando sobre el asfalto, como si tuviera una rabieta, pero sus esfuerzos fueron infructuosos. Grandes sombras se proyectaron sobre las fachadas del edificio, y la marabunta de carne putrefacta comenzó a asomarse por el comienzo de la calle, corriendo hacia él como si se tratase de la pila de comida más exquisita del mundo. El hombre extendió los brazos y buscó algo a lo que asirse para escapar del parasito que ascendía por su cintura. En ese momento sus dedos tropezaron con un ladrillo agrietado por el sol y sin dudarlo un solo instante introdujo los dedos a través de los orificios de la pieza cerámica. Presionó con fuerza y levantó el brazo por encima de su cabeza, dejando caer el ladrillo con fuerza sobre el cráneo de la criatura. Se oyó un desagradable crujido y el niño cayó sobre su pecho, muerto otra vez. Se puso de rodillas y volvió a golpearlo una y otra vez hasta que los trozos de hueso no se diferenciaron de la masa carnosa que aquel ser tenía por cerebro. Los pasos se hicieron más cercanos y podía oír los jadeos ansiosos y afónicos de sus perseguidores. Levantó la vista y a apenas cien metros vio saltar a varios de ellos sobre las primeras farolas caídas sobre la calle. Se levantó y abandonó el cadáver del niño, corriendo a grandes zancadas, confiando en que sus músculos no le fallaran presas de algún tirón o rotura. Colocó la muñeca izquierda sobre su pecho y avanzó tras la niña del vestido de flores, mientras que el ladrillo sanguinolento se agitaba en su brazo derecho, salpicando gruesas gotas por todos lados, manchando ropa y rostro. El perro llegó al final de la calle y giró erróneamente hacia la derecha. El hombre tomó el camino del perro y comenzó a acortar los metros que separaban a la niña de su sangriento ladrillo. Notaba como sus pulmones empezaban de nuevo a quejarse por el esfuerzo físico pero hizo caso omiso. El animal estaba cansado y bajó el ritmo, gimiendo al apoyar de nuevo la pata fracturada. La niña aprovechó el momento de flaqueza del animal y se lanzó sobre su cola, agarrándola entre sus sucias manos. El cachorro viéndose totalmente desprovisto de esperanza, cejó en su empeño por escapar, cediendo a los deseos de aquel horrible ser. La niña se paró prácticamente en seco y con una fuerza bestial levantó al animal por el rabo como si acabara de cazar al conejo blanco del cuento. Levantó la cabeza triunfal, agitando la presa como un peluche Feliz cumpleaños 61 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) mientras su boca se abría en una grotesca sonrisa. El animal comenzó a gemir y la niña le agarró del cuello, partiéndoselo como quien rompe un palillo de madera. El gemido del cachorro se apagó al instante y su cuerpo colgó lacio de entre las manos infantiles de la chiquilla. — ¡No! —gritó el hombre acercándose a la niña a gran velocidad. —¡Hija de puta! La niña fijó la mirada en el hombre y arrugó la nariz como un gato a punto de atacar. Se acercó hacia él con el cadáver del perro aún colgando entre sus dedos, extendiendo la mano libre hacia la cara del hombre, lista para arrancar y desagarrar todo lo que encontrase a su paso. Los cuerpos se aproximaron. El hombre agarró el ladrillo con fuerza y lo descargó sobre la mandíbula de la chica, dislocándola y separándola de la piel, escupiendo al aire trozos de carne, piel y huesos. El golpe arrojó a la niña hacia un lado de la calle y el hombre se dirigió rápidamente hacia ella, subiéndose a horcajadas sobre su cuerpo. Levantó el ladrillo de nuevo sobre su cabeza y repitió la operación que había realizado sobre el niño, salpicando sangre y sesos por toda la calzada. La reconfortante brisa marina le besó en la cara y le animó a continuar. Se levantó de encima del cuerpo de la niña y se arrodilló junto al cadáver del cachorro, acariciándole las orejas y el pelaje oscuro, pasando la mano suavemente a través de los pliegues de su piel. Lo levantó con cuidado y lo colocó de nuevo pegado a su pecho. Lo acurrucó entre sus brazos y comenzó a correr calle arriba, desandando el camino que hizo tras la niña. La cabeza del perro golpeaba contra su cuerpo, girando alrededor del cuello roto, como un muñeco articulado. Al llegar de nuevo a la calle principal, donde había sido atacado por los niños, se sorprendió por la masa de gente que se arrojó sobre su figura. Los muertos habían ganado terreno y ni por asomo se hubiera imaginado que estuvieran tan cerca. Se tiraron hacia él en una gran bola de brazos y torsos desfigurados, gimiendo desesperados por probar un poco de su carne. Esquivó los despiadados abrazos de una mujer desnuda y aumentó la velocidad, alejándose de la escandalosa turba que lo perseguía. Sintió como los dedos de alguien le alcanzaban la camisa, palpando la carne que había bajo ella, para luego desaparecer entre la muchedumbre entre jadeos y gritos de rabia. Se obligó a aumentar más el paso y a pocos metros comenzó a distinguir el sonido de las olas contra el embarcadero. Giró la calle a la izquierda y, para su suerte, se la encontró despejada y libre de aquellos seres. Si hubiera seguido todo recto hubiera llegado antes al barco pero sabía que podía ganar unos cientos de metros más entre aquellas cosas y él, consiguiendo algo más de tiempo para zarpar de allí sin ningún contratiempo. Avanzó por la calle esquivando coches y edificios en ruinas y giró a la derecha, sintiendo el apremiante tímido sonido del balanceo del barco sobre las olas del mar. Observó por encima de su hombro y vio girar la esquina a los primeros cabecillas de la cacería. Casi le separaba de ellos una calle de distancia; suficiente para subir a la embarcación, soltar amarras y encender el motor de gasolina. Se deslizó por encima del capó de un coche y cayó limpiamente en el suelo, reanudando ágilmente el paso. Salió de entre las sombras de la calle y el sol le iluminó de pleno, cegándole momentáneamente. Posó los pies sobre el embarcadero y saltó al interior de la robusta barca de madera que se movió bajo su peso, agitándose sobre la superficie salada. Dejó con cuidado el cuerpo del cachorro sobre uno de los tablones de madera y recogió una afilada hacha del suelo, seccionando la soga que mantenía unida la embarcación al muelle mediante un nudo prieto y firme. Tiró del cable de arranque del motor y este se quejó con un grave ronquido, dejando la embarcación donde estaba, sin desplazarse un ápice. Los seres se encontraban a unos escasos doscientos metros y algunos habían conseguido atravesar torpemente la barricada de coches que cruzaba todo el ancho de la calle. Volvió a tirar del cable un par de veces más sin resultado y golpeó con fuerza la carcasa del motor, maldiciéndolo en voz alta. Al cuarto tirón el motor arrancó con un gruñido y el agua comenzó a burbujear sobre la superficie del agua. La barca se desplazó sobre el agua lentamente mientras el hombre orientaba el timón para salir del embarcadero lo más rápido posible. En el momento en el que la barca se alejaba unos tres metros del muelle, los repugnantes seres llegaron a la plataforma de madera del embarcadero; saltando por encima de ella para tratar de llegar a la barca. Una veintena de cuerpos se arrojaron sin éxito y cayeron sobre las frías y agitadas aguas saladas; chapoteando nerviosamente mientras que sus pulmones se llenaban de agua, arrastrando sus cuerpos a las profundidades del océano. Un chico alto y con Feliz cumpleaños 62 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) el cráneo desprovisto de cabello consiguió llegar a posar sus manos sobre el desgastado borde de la barca, golpeándose la cabeza contra el motor de gasolina y cayendo bajo él. Al momento las hélices del motor silenciaron su diligente batir y una mancha enorme de sangre comenzó a rodear la parte trasera de la embarcación, escupiendo burbujas rojas por toda la superficie de madera. La carne se desprendió de las hélices y el motor recupero su ronroneo, empujando la barca a través de la gran masa de agua azul. *** Apagó el motor y saltó a la plataforma metálica, amarrando el grueso cabo a un poste soldado a la base de la estructura. Recogió el cuerpo del perro y escapó de la noche, entrando por una gruesa puerta de acero roblonada. Las bisagras chirriaron oxidadas y el hombre penetró en la plataforma petrolífera, cerrando la pesada puerta tras de sí. Entró en una estancia iluminada por una decena de cirios blancos y una sombra se arrojó sobre él, tirándole al suelo. —¡Has tardado mucho! —la niña apoyó la cabeza contra el vientre de su padre y lloró amargamente. —¡Eres un imbécil! ¡No vuelvas a hacerlo nunca! ¡Nunca! —Lo siento. —El hombre acarició el cobrizo cabello de la chica— Feliz cumpleaños, cariño. La niña se separó del cuerpo de su padre con los ojos hinchados y las mejillas abnegadas en lágrimas gruesas y calientes. Pasó las manos por la cara eliminando cualquier rastro de mocos y abrió la boca en una amplia sonrisa. –Me has asustado ¿Sabes? —Observó como su padre se levantaba y escondía un bulto negro tras la espalda, alejándolo de su vista curiosa. —¿Qué es eso? ¿Me has traído un regalo? El hombre se agachó pesadamente de rodillas y se puso a la altura de la chiquilla, posando la mano dolorida sobre el hombro de su hija. —Cariño, he encontrado comida y agua y la he llevado a la barca. La segunda vez que he ido a por más he encontrado un perrito escondido en una tienda. Estaba asustado y… pensé que te gustaría tener uno. Era muy bonito… —¿Era? —la niña supo que el perro estaba muerto y su labio inferior tembló presa del llanto. Esta vez no trató de ocultar las lágrimas y lloró sobre el hombro de su padre fundiéndose en un torpe abrazo. Comenzó a gemir y el llanto se volvió más intenso, rebotando contra las paredes de la plataforma. Su padre la levantó y la alejó de allí, dejando al cachorro tumbado sobre el suelo chapa, como si estuviera dormido. El viento silbó a través de los perfiles metálicos de la estructura y la campana que coronaba el punto más alto de la gran balsa de hierros oxidados comenzó a tañer, lúgubre y pesadamente. La niña besó la caja de madera y el padre la depositó sobre el mar con cuidado, dibujando ondas sobre la superficie del agua. El pequeño féretro se agitó y comenzó a alejarse de la plataforma lentamente, resistiéndose al suave oleaje nocturno. La niña agarró la mano de su padre con ternura y las dos figuras se internaron dentro de la plataforma, dando la espalda a los horrores del mundo. Feliz cumpleaños 63 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA LEYENDA DE WHITBY En el cementerio de la abadía de Whitby se acumulan cientos de tumbas lapidadas con nombres y apellidos de los difuntos. Lo que nadie sabe es que el conde Drácula visitó el lugar como primera parada de su siniestra estancia en el sur del Reino Unido, concretamente en York. El vampiro escondía sus víctimas en tumbas que profanaba y componía un deposito especial de sangre para sus días de sed y los que, por así decirlo, allí descansaban no eran como se suele decir muertos sino ''no vivos''. La diferencia esencial entre los no muertos, es decir, vampiros y los no vivos, consiste en que estos últimos permanecían en estado de muerte en suspensión, y eran fuente abundante de sangre que el conde aprovechaba para los momentos de escasez. Habían pasado muchos años y las habladurías en el condado de Yorkshire se renovaban de continuo; muchos decían que durante ciertas noches del año, los zombies se paseaban por el césped carcomido del cementerio; o aprovechaban las ruinas de la otrora famosa Abadía para aceptar las visitas de los discípulos del vampiro descubridor del lugar. La abadía era una ruina que ni los esfuerzos de los conquistadores Sajones ni la vida ejemplar de la Abadesa Santa Hilda pudieron impedir, y el siglo XVIII vio como la nave central del edificio principal caía en pedazos. Los altibajos de la abadía y el cementerio se contaban entre los habitantes del norte de Umbría con horror, y en la famosa taberna "El Jabalí Sangrante", a unos 3 Kilómetros de la iglesia de Santa María, Mr. Heath contaba las alucinantes historias de los chupasangres y zombies. Los Vikingos destruyeron Whitby en 867 al invadir la zona y sin el menor respeto a los muertos, dejaron cientos de cadáveres; Un vampiro que se hallaba por la zona a la sazón aprovechó la circunstancia y se hartó de sangre muerta. La biología y la química de la muerteinmortal y la vida, ejercieron su influjo y aquel ejército vencido se transformó en la primera horda de zombies de la historia. Cuando el rey al mando de las fuerzas francesas que invadieron Inglaterra en el siglo X, mandaron reconstruir la abadía, numerosos obreros que trabajaban hasta ponerse el sol, jamás volvieron a sus hogares; la abadía, la iglesia y los aledaños fueron abandonados, y carcomidos, cayeron en ruinas después de una epidemia de la peste negra en 1349. Para entonces el conde Drácula ya era un asiduo visitante que incrementaba el círculo de sus seguidores continuamente. Muchos de ellos lo siguieron a Transilvania donde aterrorizaban a poblaciones enteras. Mr Heath conoció en su día a un hijo de Van Helsing y había oído de sus labios algunos horrores de los muchos padecidos por su padre; uno de los sucesos más horripilantes ocurrió durante la época inmediatamente posterior a la muerte de Drácula por los grupos liderados por Van Helsing. Más o menos un mes después de fallecer el jefe de los no-muertos, el jefe de los novivos organizó la cacería del hombre y en una oscura noche sin luna, docenas o puede que cientos de zombies se dirigieron a la casa de Van Helsing. Formaban una columna de uno en uno en todo el espacio entre el cementerio de Whitby y la casa de Van Helsing. Los no no-vivos carecían de fuerzas para derribar la puerta o entrar por las ventanas pues eran seres debilitados por la continua pérdida de sangre típica de los no-vivos. Al lado de la kilométrica columna de zombies se había formado una larga columna de vampiros que chupaban ávidamente, y la muchedumbre de horripilantes y fantasmales zombies empezó a dar vueltas as la casa de Van Helsing ululando maldiciones de ultratumba; la población aterrorizada había pedido ayuda a los mineros de azabache de la zona, que eran muy numerosos al estar las minas del mineral en explotación intensiva. La reina Victoria se había hecho confeccionar un collar de azabache que con su espléndida y brillante negritud realzaba el luto inconsolable de la La leyenda de Whitby 64 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) emperatriz a la muerte de su consorte Alberto de Sajonia, y los mineros, casi todos borrachos en las diversas tabernas de la zona tenían ganas de pelea, y vinieron. La batalla que siguió constituyó uno de los ejemplos más espeluznantes de la historia de la comarca. Los mineros, hartos de güisqui, ginebra y cerveza, la emprendieron a palazos con los zombies; los vampiros se echaron al cuello de los mineros, y los más avisados de estos afilaron estacas de sus herramientas de extracción del azabache y unos correctamente quitaron la no-muerte de la cara de los no-muertos y otros empalaron a muchos de ellos y ganaron la batalla. De eso hacía mucho tiempo; el Vaticano había excomulgado a los habitantes de Whitby por su provechosa explotación de las minas de azabache que había roto el monopolio de la Santa Sede en la comercialización del azabache del sur de Italia, y muchos comentaban que la excomunión era la causa de la rebelión de los zombies. La prosperidad de Whitby se debía, en parte, al azabache que era de mejor calidad que el vendido por el Vaticano, y también a la explotación de otros minerales como el carbón, y las malas lenguas pretendían condenar las actividades que traían bienestar a la comarca. Sin embargo, no era exactamente cierto; los vampiros, incluso los muertos por la estaca de madera que atravesaba sus corazones, se deshacían en cenizas y al paso de un siglo volvían a la no-muerte. Primero se reconstituían los tejidos externos, tal la pálida piel que era un exoesqueleto propio de criaturas de ultratumba; más adelante les crecía un cráneo en el que alojar los colmillos alimentadores, y finalmente un corazón compuesto de venas y arterias negras que procesaba los hematocritos de la sangre y los convertía en energía. Whitby era el paraíso de los chupasangres por su abundancia ya descrita en seres no-vivos y había transcurrido un siglo desde la gran matanza a las puertas de la casa de Van Helsing; los zombies volvían a dominar los terrenos de la iglesia de Santa María y la Abadía, también excomulgados por un Vaticano avaricioso, y el césped del cementerio rezumaba sangre y sumía los mármoles, piedras y dedicatorias en mausoleos de azabache puro y valor incalculable en un mar de sangre. Empezaba el siglo XX y los habitantes de Whitby, incrementados desde su fundación hasta los 100.000 empezaron a vivir, si así puede llamarse, el horror; nadie vivía seguro, las maldiciones flotaban en el aire, la condena de las almas parecía segura y multitud de los habitantes de la población habían perdido la vida. Unos se habían suicidado y con ello incrementado el número de no-vivos y otros vivían en postración permanente. Los zombies se habían apoderado de los alrededores de la ciudad, campaban por las riberas del río Elk sin atreverse a asaltar las embarcaciones que subían o bajaban por el fluyente al desconocer sus habilidades natatorias; Ellos lo ignoraban pero si alguno de ellos no sabía nadar, su condición de no-vivos, los protegía como si llevaran flotadores. La situación era tensa y las fronteras entre los vivos, no muertos y no vivos, habían desaparecido; los zombies deambulaban por las calles de la ciudad a partir de la puesta de sol y sus compañeros los vampiros, tanto los transilvanos como los ingleses, pululaban en las cercanías a la espera de algún cuello, preferiblemente femenino, en el cual hincar sus colmillos y saciar la sed se sangre. Las autoridades de la ciudad habían pedido refuerzos y ofrecido enormes cantidades de azabache a las tropas imperiales si los liberaban del ejercito de zombies, ya que una vez desaparecidos estos, los vampiros huirían en pos de lugares menos hostiles. El conde Drácula había conseguido rehacerse como otras veces después de un siglo de esfuerzos y transformado en un perro negro, galopaba hacia la ciudad; ¡era su oportunidad! Los zombies arrastraban algunas desgraciadas mujeres que habían hecho prisioneras fuera de sus casas; los vampiros se habían lanzado al cuello de las doncellas y reinaba el terror, la batahola era impresionante, los habitantes de la ciudad armados con cuchillos, hachas, tridentes y armas de fuego, se habían echado a la calle y cualquiera, desde cualquier ventana del pacifico villorrio asistía espantado al desmembramiento, degüello, dentelladas y disparos en las calles. La llegada de un retén del ejército británico, completó la escena y comenzó una eliminación sistemática de zombies; no era fácil, algunos supieron disfrazarse con habilidad y La leyenda de Whitby 65 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ocultos pasaban inadvertidos hasta que los descubrían las criadas, amas de casa u oficiales que instauraron una exploración milimétrica de cada cuadra, cada casa, cada parque, y cada iglesia. En las afueras, los zombies se replegaban hacia los cementerios, especialmente el de Whitby, donde retornaban a las tumbas abiertas y se zambullían en los pozos de sangre que constituían la casi totalidad de la superficie del campo no-santo. La horda de ciudadanos los perseguía sin tregua, los alcanzaban y desenterraban o sacaban de la sangre empozada, los cortaban en tiras, los quemaban y en su desesperación, veían con horror las caras de sus familiares y conocidos convertidos en zombies o vampiros. Poco a poco, la maldición del Conde Drácula desapareció de la prospera ciudad, sobre todo gracias a la acción de los monjes benedictinos de una abadía próxima que ejercieron vigilancia absoluta durante dieciocho meses con sus noches, y dieron cuenta de dos centenares de horripilantes zombies que vagaban por entre las zarzas recrecidas de los alrededores de los cementerios. Los que tenían buena vista, pudieron ver un enorme perro negro que galopaba hacia el casco semihundido de una goleta rusa que se pudría en los acantilados; algunos aseguraban haberlo visto entrar y los monjes benedictinos guardando el pecio, aseguraron que no salió antes de prenderle fuego y consumirse totalmente. Todavía en el siglo XXI, los turistas pueden visitar las ruinas de la abadía, el cementerio y la iglesia de Santa Maria: es todo lo que queda. La leyenda de Whitby 66 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) YO TE DESPIERTO Sunday era un lugar tranquilo, todos sus habitantes se conocían entre ellos y la llegada de la primavera significaba el inicio de los festejos de la ciudad. Vivir en Sunday significaba rememorar los días en esos pequeños pueblos de las películas de los westerns en donde la paz reinaba y sus habitantes podían andar pos sus calles sin temor alguno. Había una calle principal, franqueada por ambos lados por pequeñas tiendas, si de una mesa se tratase la iglesia presidía uno de sus extremos mientras que la escuela lo hacía por el otro. No había ni herreros ni cantinas con puertas que se abrían con ambas manos ni caballos a paso lento por las calles ni siquiera un sheriff con botas de cowboy y sentado en una silla en el porche su oficina mientras mascaba tabaco pero sí un mecánico para los pocos automóviles que por allí circulaban, un pequeño bar que a las veces hacía de restaurante y un joven oficial de policía recién llegado en sustitución del viejo Earl. Sunday era el paraíso, era... ...hasta que llegó ella, estatura media, una larga melena hasta media espalda, un rostro común, rondando los cuarenta, no era una de esas bellezas que aparecen en las revistas. Meredith se llamaba, Meredith Gail, había comprado la vieja casa de los Stewart, una gran mansión cerca de la colina, alejada del pueblo y a dos pasos del cementerio. ***** —Hubo un Gail hace muchos años, se le relacionaba con la magia negra —dijo un viejo sentado en uno de los bancos del parque. —Vamos Joe, eso son cuentos de viejos, he oído esas historias, las contaban a los niños para que no se acercasen al cementerio, ¿no te creerás eso, verdad? —preguntó el oficial Chester. —Yo solo sé que mi padre junto con otros más tuvieron que acabar con él... decían que era un nigromante, todavía no sé lo que significa pero hacía cosas raras con los muertos —dijo el viejo mientras miraba fijamente al joven policía. —Joe, que no soy un niño, no me lo creo —replicó Chester mientras se dirigía a su oficina— nos vemos viejo. el viejo miró al cielo y vio que el Sol había desaparecido, la tormenta anunciaba su visita por entre las montañas, no tardaría demasiado en llegar y levantándose, lanzó su cerveza a la papelera y se marchó a casa. ***** Aquella noche, bajo la tormenta, Meredith Gail forzaba una de las tumbas identificadas con el nombre de John Doe, solían enterrar así a los vagabundos pero en esta no había un vagabundo. Golpe tras golpe la tumba fue profanada, en su interior un hombre descansaba con un machete clavado en su corazón, perfectamente conservado salvo por un detalle, carecía de cabeza, los hombres del pueblo hacían hecho un buen trabajo pero no el suficiente, se olvidaron de quemar sus restos. La mujer sacó de un bolsillo un polvo rojo y lo esparció por encima del cadáver. —No te preocupes abuelo, te devolveré a la vida, estos bastardos sufrirán lo que te hicieron —dijo Meredith en voz baja mientras acababa de esparcir el polvo sobre los restos del cadáver. se levantó, sacó un daga con unas inscripciones ilegibles en su filo y dirigiéndola al cielo empezó a exclamar en un lenguaje desconocido: Yo te despierto 67 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Nadim bed halam, ipsi jada mistu sab, ad bii ladam un rayo descendió desde el cielo y fue directo a la daga, acto seguido Meredith dirigió la daga hacia el cuerpo inerte de su abuelo y el rayo salió disparado hacia él mientras ella repetía el encantamiento. Nadim bed halam, ipsi jada mistu sab, ad bii ladam una luz cegadora invadió todo el cementerio, la lluvia cada vez caía con más furia y el cementerio poco a poco se asemejaba a un lodazal. Cuando la oscuridad volvió, el cuerpo decapitado empezó a tambalearse, las piernas se movían destrozando la débil caja de madera y se irguió, Meredith pese a saber lo que ocurriría se asustó y se echó para atrás cayendo al suelo. El cuerpo de su abuelo se levantó, empezó a andar como si de un borracho se tratase y se dirigió a la tumba de la derecha, se agachó, incrustó su brazo en la tierra y sacó con fuerza el cuerpo de su compañero de parcela, se trataba solamente de la mitad superior. Le arrancó la cabeza de cuajo y se la encajó en su propio cuerpo, ahora estaba completo. Meredith gritó, pese a haber visto cientos de muertos, todo aquello la superaba. Su abuelo se giró hacia ella y le tendió su mano para ayudarla a levantarse. —Meredith, mi querida niña. Te enseñé bien en las artes oscuras, estoy orgulloso de ti. ¡Mírame, vuelvo estar vivo! —gritó el viejo. —Abuelo... cuánto te he echado de menos y por fin te tengo otra vez conmigo. de repente, el resucitado sintió un escalofrío por todo su cuerpo, sus ojos se volvieron blancos y se tensaron sus músculos. —¡Meredithhhh! –gritó con todas sus fuerzas el anciano– ¡La luna! ¡No hay luna llena! ¿Qué has hecho? Noooo... cayó al suelo fulminado y dejó de moverse. La mujer quedó horrorizada, se había equivocado, las instrucciones decían claramente que la luna llena tenía que presidir el acto y aquella noche la luna estaba en cuarto menguante, el conjuro se llevó a cabo pero solo parcialmente. Escuchó ruidos por todo el cementerio, la tierra que había sobre las tumbas se movía y entonces los muertos salieron, cientos de manos asomaban por entre la tierra mojada, las cabezas empezaron a emerger de la tierra y pronto aquel lugar dejó de ser un mero almacén de cuerpos para convertirse en una fábrica de zombis. —¡Zombis! ¡No puede ser! –chilló la mujer, el miedo se apoderó de ella, los muertos vivientes no eran amigos de nadie y ella era una más a quien atacar. salió corriendo quitándose de encima a cuantos zombis le aparecían al paso, pero eran demasiados. De pronto se vio rodeada, se giró y... —¿Abuelo?... ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!... fueron sus últimas palabras, el que antes había sido su mentor le arrancó el corazón no sin antes desgarrarle la carne y romperle en mil pedazos las costillas. El muerto miró su mano y se la llevó a la boca, el corazón todavía palpitaba y lo devoró con ansia. Dejó caer el cuerpo de la mujer y un ejército de muertos saciaron su hambre con su carne. ***** Yo te despierto 68 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El viejo Joe dormitaba agarrado a su botella de whisky, en los últimos tiempos se había convertido en costumbre. Un ruido le sobresaltó, creía haber oído algo en el porche pero pensó que sería Spike, el joven ayudante nocturno del oficial Chester– pobre Spike, nunca tiene trabajo, mejor así –pensó el anciano mientras volvía a conciliar el sueño no sin antes dar otro trago al culo de botella. Pasaron unos segundos y volvió a abrir los ojos, el ruido de las maderas del suelo empezaron a crujir lentamente, alguien estaba dentro de la casa, se levantó medio desorientado, el efecto del alcohol todavía le duraba y salió de su habitación. No había nadie. Pensó– debo de estar volviéndome loco ¿quién vendría a una casa como la mía? No tengo nada de valor –y volvió a su alcoba, cerró la puerta y antes de que pudiese emitir sonido alguno uno de los zombis le mordió la yugular, la sangre salió disparada hacia el techo, el geiser carmesí no cesaba mientras su agresor disfrutaba de su recompensa. Acto seguido y antes de que cayese al suelo el viejo fue nuevamente atacado, esta vez sus ojos fueron extirpados sin instrumento alguno. Todavía con vida quedó tendido en el suelo en un charco de sangre notando como lo que parecían unas manos exploraban su interior y oyendo como la carne y los músculos eran desgarrados. ***** Spike, un joven aspirante al cuerpo de policía de la gran ciudad ejercía como ayudante en Sunday, faltaban dos meses para acabar de conocer si conseguiría el puesto y mientras tanto ayudaba a Chester en su pueblo natal. Le fue asignado el turno nocturno, el peor de todos, nunca pasaba nada, la verdad era que ni siquiera de día ocurría nada por eso decidió irse a la gran ciudad, buscaba aventura y desafíos, buscaba acción y en ese pueblo aquellas palabras eran desconocidas. Todo lo contrario que Chester, que habiendo llegado a ser detective de homicidios decidió abandonarlo todo por la tranquilidad de Sunday. Entre sus tareas se encontraba el patrullar las calles del pueblo, era lo mejor de su turno, caminar en solitario sintiéndose el rey de Sunday, siempre con su teléfono móvil en el bolsillo por si alguien llamaba a la central. Nunca llamaba nadie. De pronto escucho unos murmullos cerca de la casa del viejo Joe, fue hacia allí sin temor alguno, en alguna ocasión se había encontrado con el viejo en el porche y su botella de whisky y lo ayudaba a meterse en su cama. Se aproximó a la casa y lo que vio le dejó helado, dos desconocidos estaban agachados sobre el cuerpo de Lane, el barman. Uno de ellos estaba devorando su cerebro, con la mirada fija en su manjar mientras que el otro estaba deshilachando sus intestinos. —¡Dios mío! —gritó Spike mientras desenfundaba el revólver—. ¡Manos arriba! ¿No me han oído? pero los desconocidos siguieron con lo suyo, disfrutando de su banquete. Y antes de que Spike pudiese apretar el gatillo, una mano le tapo la boca, algo tiró de él y su brazo desapareció. Spike chilló pero quedó ahogado por la sangre, en pocos segundos alguien le mordieron en el cráneo buscando su fuente de sabiduría, al mismo tiempo que un niñita arma en mano le disparaba en los testículos para acto seguido arrancar lo que quedaba de ellos y alimentarse, entonces Spike perdió el conocimiento y no volvió a despertar. ***** Los Martin descansaban en su dúplex, ajenos a lo que ocurría. Jake y Jessica Martin eran los tenderos del pueblo, la única tienda del pueblo que se encargaba de alimentar a sus habitantes. Silvester y Jennifer eran sus hijos, diez y ocho años, ambos buenos estudiantes aunque el niño era un poco problemático, se juntaba con chicos mayores que él y siempre le convencían para que cometiese pequeños hurtos en la tienda de sus padres. Aquella noche todo era paz en casa de los Martin. Jessica se despertó, algo le rompió el sueño y fue a la cocina para tomar un vaso de leche. Bajó las escaleras medio dormida y descalza, entonces casi resbaló al Yo te despierto 69 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) llegar al piso inferior. Miró al suelo y creyó ver sangre y algo sólido pero pensó que alguno de los niños había pensado como ella y bajó a la cocina a tomar algo– Vaya por Dios, uno de estos días estos críos me van matar de un disgusto –pensó mientras encaraba la cocina para recoger un par de servilletas. —¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh! El gritó despertó a Jake, su mujer no estaba en la cama y se escuchaban ruidos en el piso de abajo, cogió su rifle y con sigilo fue bajando los escalones, estaba sudando pues la luz de la nevera estaba abierta y un ligero sonido provenía de allí, le recordó el ruido que hacía cuando de joven destripaba a las vacas en el matadero de la ciudad. Entró en la cocina y la visión era inaudita, allí estaban sus dos angelitos, cubiertos de sangre y masticando los pulmones y el corazón de su madre. Jake quedó horrorizado, ya no eran sus hijos. Apuntó con el rifle a los niños– Perdonadme hijos, no me queda otra opción... –dijo llorando mientras apretaba el gatillo. El primero fue Silvester, su cuerpecito salió disparado hacia la pared pero se levantó y fue directo a él, otro disparo acabó con su rabia, su cabeza quedó esparcida por toda la cocina mientras Jennifer continuaba devorando a su madre. Jake dio un paso y Jennifer se lanzó hacia él recibiendo el mismo trato que su hermano. Multitud de disparos y gritos empezaron a escucharse por todo el pueblo, Sunday había despertado horas antes del amanecer y Jake estaba allí, arrodillado junto al cuerpo de su mujer con lágrimas en los ojos. —Te quiero mi amor, ojalá hubiese llegado a tiempo –decía Jake mientras depositaba su rifle en el suelo y cerraba los ojos– Habría dado cualquier cosa por salvarte cariño –antes de que pudiese reaccionar escuchó una sola palabra– Cereeeebro... –y justo cuando abrió los ojos unos dientes se incrustaron en su cabeza. ***** Poco a poco los habitantes de Sunday fueron pereciendo. El reverendo y su esposa, el médico y su joven hija... todos. El oficial Chester fue uno de los últimos en caer, los que no habían sido totalmente seccionados se levantaron y se unieron al ejército, familias que se comían entre sí, padres que devoraban a sus hijos, los disparos se oyeron durante horas, los gritos durante segundos, el pequeño pueblo había sido derrotado. Cuando amaneció las calles de Sunday estaban cubiertas de despojos humanos, no había esquina en donde un trozo de carne no formase parte del decorado. El ejército de los muertos salió de la ciudad mientras acaban de devorar partes de los que habían sido sus familiares o amigos. Cruzaron el puente en dirección a la interestatal, nadie les hacía frente, los pocos que hallaban por el camino o se convertían en alimento o se incorporaban a filas. Siguieron su camino pasado un cartel que rezaba– Bienvenidos a Oswald, población 56.394... Yo te despierto 70 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MI ESPERADA VELADA DE TERROR Me costó decidirme pero al final rehusé la invitación. Y es que no me era tan difícil escoger entre un fin de semana con amigos en el pantano ó quedarme en casa con una acogedora manta en el sofá viendo una buena película de terror junto a la chimenea. Sinceramente nunca me han atraído las alocadas fiestas de la gente y mucho menos las que realizan mis amigos, por llamarles de alguna manera. Porque la verdad no sé aún lo que me une a ellos. Soy tan diferente que no sé ni cómo me aguantan y quieren estar conmigo. No me gusta la compañía, no disfruto con charlas sin sentido tomando un café y fumando un cigarrillo, con mi cojera no tengo sentido del movimiento ni cuerpo para ir de baile por mucha inclinación musical con la que haya sido agraciada y mucho menos me llama la atención trasnochar como quinceañeros para estar haciendo la competencia a los serenos de los 60. Pero sucedió así y no puedo remediarlo. A mis amigos los he tenido, los tengo y los tendré a mi lado para lo bueno y lo malo. La cuestión es que anoche me tocó hacer la fatídica llamada telefónica a uno de ellos y le comuniqué mi decisión. No le gustó lo que escuchó e intentó convencerme por activa y por pasiva de que me fuera con ellos, pero yo no di mi brazo a torcer. Y es que tenía en mi mente la escena preparada para ese sábado por la noche y ni nada ni nadie iba a estropeármelo. Ahora solo tenía que pasar el día del sábado hasta eso de las nueve y muy poco más de la noche y estaría en mi salsa. Y es que para mí las nueve y algo es una hora perfecta para comenzar mi gala privada. Ni antes ni después es conveniente por lo siguiente. Antes, porque el ambiente diurno no es propicio para saborear en condiciones una velada de terror y después, difícilmente me sería posible, debido a la poca capacidad que tengo para poder aguantar hasta altas horas de la noche sin quedarme dormida. Pero llegó por fin las nueve y cuarto de la noche y comenzó mi objetivo. Preparé con esmero la velada: bajé del armario el edredón blanco de florecitas azules y lo coloqué estratégicamente en el sofá. Busqué en el ordenador las últimas películas adquiridas y elegí una al azar, no centrándome mucho en el título para no hacerme quizás una idea errónea de su argumento. Lo que sí desee es que fuera de zombies pues hacía ya mucho tiempo que no veía una y esa vez me apetecía. Y aunque teniendo en cuenta que, en las últimas adquisiciones, un ochenta por ciento no era filmografía de este tipo, no las tuve todas conmigo de que la que se me ocurriera ver fuera de esas. Ya tan sólo quedaban un par de cosillas por hacer y tenía listo todo para empezar a sentir miedo cinematográficamente hablando, claro. Pasé la película al lápiz de memoria, y me fui al salón para dar comienzo mi esperada velada. Encendí el televisor, incrusté el lápiz en la rendija del reproductor y apagué las luces a cal y canto, quedándome por unos instantes en total oscuridad hasta que aparecieron los primeros créditos. Y cuál no fue mi suerte que, no teniendo bastante con mi cojera, fue tal el golpe que sufrí en mi rótula yendo a sentarme al sofá, que por unos instantes me quedé doblada quejándome de lo patosa que soy. Para mi desgracia plena, ahora tenía cojera en el pie derecho y tremendo golpe en la rodilla izquierda. ¿Alguien da más? Por fin conseguí llegar a tientas hasta el sofá y desenvolví el edredón tapándome hasta el pecho y estirándome cual poco larga que soy. Eran bastantes créditos y teniendo en cuenta que, aunque uno de mis extraños gustos era leer de principio a fin los créditos de las películas, esta vez me fue imposible pues debido al golpetazo que me arreé, se me quitaron hasta las ganas de conocer al cámara ó al ayudante de producción. Un leve sonido musical comenzó a brotar de los altavoces del home cinema y, poco a poco, inundó todo el salón haciendo retumbar hasta los cristales. Aquí y ahora había dos posibilidades: ó bajaba el sonido ó directamente iba a ser la comidilla de la comunidad al día siguiente, y aunque esta fuera la primera vez que tuvieran un problema conmigo, eso no era muy conveniente. Solución definitiva y sin opción a duda: bajar el sonido. Rebusqué casi a tientas por la mesa el mando a distancia del home cinema y para mi eterna fatalidad no estaba allí. Tendría que volver a levantarme, a riesgo de volver a trocearme algún tramo óseo de lo que me quedaba de cuerpo sano y sin magulladuras, y así me tocó hacerlo. Intenté ir con el máximo cuidado posible de no rozarme con nada, de ir esquivando esquinas y rincones de los numerosos obstáculos que se interponían en mi camino hasta poder llegar hasta el mueble de la televisión donde, por regla general, suelo poner erróneamente los mandos. Y digo erróneamente porque siempre me pasa igual, intento ser tan ordenada y dejar cada cosa en su lugar, que en este caso, con los mandos, Mi esperada velada de terror 71 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) lo lógico supera al orden. Deberían estar en la mesita ó en el sofá y no en el mueble de la televisión, junto a ella, porque si no, ¿para qué levantarme a coger el mando si puedo pulsar el botón yo misma? Y como tengo una cabeza cuadriculada, no cambio mis hábitos ni a fuerza de intentarlo. Agarré el mando con genio y, no habiendo avanzado ni dos pasos hacia mi amadísimo sofá, los dedos de mi pie derecho quedaron rígidos de dolor al sentirse aprisionados por algo que estaba caído en el suelo, cosa que me está bien empleada por esta mala manía de descalzarme totalmente hasta sentir el frescor del suelo con los pies desnudos, a riesgo de clavarme cualquier cosa, suceso así acontecido. Si no era poca mi desgracia hasta entonces, al agacharme para comprobar el inesperado regalo dañino que tenía entre los dedos del pie, me golpeé de nuevo, esta vez contra la mesita y en mi frente, notando en el momento cómo me nacía entre mi flequillo un huevo del tamaño de los de una gallina de corral. Y viviendo tal dramática situación, no me quedó más remedio que hacer un parón en mi truncada velada e ir a la cocina a ponerme un poco de hielo en la frente, en los dedos y también en la rodilla ya que ninguno de ellos se pusieron en concordancia para turnarse en doler. Avancé hasta la llave de la luz del salón y la luz se hizo. Llegué a la cocina dificultosamente, me puse el hielo en esas dos doloridas partes de mi cuerpo y, aprovechando la ocasión, tomé del frigorífico un refresco para apaciguar un poco mi mala suerte. Iba a ser la primera vez que probara ese refresco pues, esa misma mañana, una chica muy menuda y de gordos mofletes que estaba junto al stand de las chucherías, ofrecía, muy sonriente, una nueva marca de burbujeante bebida light con sabor a mango. Esperemos que me guste, le dije, pues soy muy tiquismiquis para probar cosas nuevas. A lo que ella engalanó su bebida, como buena vendedora, haciendo que me llevara la de regalo y un pack de seis más pagando la mitad de su valor. En definitiva, que tomé la lata del frigorífico, agarré tres bolsas de cubitos de hielo y me dirigí de nuevo al sofá. Pulsé de nuevo el play del mando a distancia y comenzaron otra vez los créditos. Mientras fui poniéndome las bolsas de hielo en los diferentes lugares marcados por la batalla, exceptuando el de la frente, ya que la correspondiente bolsita quedaría sujeta gracias a la mano que usaría tras abrir la lata de refresco y colocar nuevamente el edredón blanco de florecitas azules sobre mi maltrecho cuerpo. La película tenía una buena banda sonora, de esas que te hacen vibrar con el soniquete y empiezas a notar un ligero escalofrío que hace que aflore tu morbosidad. Esto era lo que yo esperaba sentir, y eso sólo, era el principio. Tendría por delante cerca de dos horas para seguir disfrutando de ese placer tan inusitado. Parece increíble que seamos capaces de sentirnos atraídos por lo desagradable, lo cruel, lo prohibido y todo lo negro y oscuro que puede ofrecer la condición humana. Comenzó ya por fin los primeros cuadros de la película y, di las gracias a alguien invisible en el vacío del salón por ser una de las veinte por ciento de zombies que tenía grabadas, porque si hubiera sido por probabilidad matemática, el ochenta por ciento hubiera salido triunfador. Pero así son las cosas y sobre todo el destino. Y el destino me tenía preparado una buena y terrorífica velada. Mientras Margueritte, la protagonista, se cambiaba cuatro veces de vestido en menos de quince minutos, pues por cada vestido, aparecían en el cementerio tres zombies perfectamente caracterizados. Aunque hubo uno que me hizo incluso sonreír porque el ojo que le habían dejado colgando por la mejilla tenía más pinta de castaña pilonga que de ojo sangrante. Cuando quizás llevaba unos veinte minutos de zombie-sesión, empecé a notar unos desagradables y desesperantes picores por mi cara, el cuello y el pecho y diez minutos más tarde y sin remedio, me tocó parar otra vez la película y acercarme al cuarto de baño para ver lo que me estaba ocurriendo. Al mirarme al espejo, cual no fue mi sorpresa, bueno, mejor dicho un susto de esos que quería sentir con la película de zombies, pues el espejo reflejaba verdaderamente a mi persona convertida en un esperpento dermatológico. Ahí estaba yo con una reacción alérgica al refresco que estaba tomando y tenía unos ronchones colorados como pimientos morrones y mi piel se había tornado de un pálido azulado que daba la sensación de ser un muerto viviente. Y como siempre he sido la pupas, mi armarito del baño es como una pequeña farmacia así que, visto lo visto, y nunca mejor dicho, me inyecté una pequeña dosis del antialérgico que uso para contrarrestar mis innumerables alergias primaverales, otoñales y fiestas de guardar. Sinceramente, volví cansada al sofá después de tanto desbarajuste en esta gala que deseaba que fuera placentera para mí. Así fue transcurriendo la velada y fotograma a fotograma cuando, pasado cerca de una hora y media y estando muy cerca el final del largometraje, tenía ya los nervios de punta por saber de una vez el desenlace del pernicioso viaje Mi esperada velada de terror 72 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) que hizo Margueritte a aquél pueblecito de las montañas de Kansas. Cuando, precisamente, comienzan a aparecer en bandada unos tropecientos zombies al cual más desvencijado, más descompuesto y más troceado, suena el timbre de la puerta. Fue tal el susto que me pegué que se me rompió la bolsita de cubitos de hielo que tenía puesta sobre mi frente y uno de ellos, se me quedó agarrado a mi piel como ave de rapiña a su presa. Sentía cómo unas garras quemaban y arañaban mi dolorido huevo en la frente producido por el cubito de hielo colgando. Pero con las prisas, el susto y que se había pegado tanto, que al intentar despegarlo se me empezó a ir junto con el cubito de hielo, la sangre reseca que tenía del golpe y parte de la primera capa de piel. Desistí de intentar arrancarlo con las prisas y me dirigí al pasillo, pues el inesperado visitante se estaba cansando de esperar y llamó de nuevo al timbre. De la rabia que me dio de que me interrumpieran en tal momento y la última desdicha con el cubito de hielo pegado en mi frente, salí despavorida rumbo a la puerta sin quitar mi obsesiva mirada del televisor para no perder ni un solo fotograma del final de la película. Caminé como pude hasta el pasillo pulsando a tientas la llave de la luz. Pero, sin ser consciente realmente de lo que estaba haciendo, pues mis pocos sentidos estaban puestos en las escenas de los zombies, que arreé tal manotazo a la llave de luz para que se encendiera el aplique, que hice algún estropicio allá en su maquinaria interior y pegó un petardazo la bombilla haciéndose mil añicos sobre mi cabeza, yendo a parar algunos de los cristalitos sobre mis mejillas y mis manos. Y temblona y dolorida por todo lo sucedido, agarré el pomo de la puerta para cantar las cuarenta a la inoportuna visita que llegó en aquél momento. Y como si de una fatal broma del destino se tratara, el home cinema en ese momento, y llegado por fin el desenlace de Margueritte que estaba frente a frente a los zombies de Kansas, hubo un gran estruendo en la banda sonora, haciendo que los niveles de los agudos del ecualizador se pusieran en rojo estridente sobrepasando el nivel máximo permitido. Ensordecían al completo no sólo el salón sino más allá de las paredes, por los golpes vecinales que atravesaban y acompañaban a la fúnebre orquesta zombie. Abriendo la puerta de golpe intenté expulsar mis demonios interiores hacia aquel visitante, cosa que me fue imposible pues al intentar articular la primera palabra, lo único que conseguí que saliera de mis labios fue un alarido gutural debido a que la reacción alérgica me inflamó también las cuerdas vocales. El fortuito visitante no era uno, sino mis amigos a tropel, los cuales, al abrir yo la puerta en esas condiciones, pegaron tales gritos de despavorido terror que me tiraron encima las bandejas de comida y bebida que traían para amenizar mi solitaria velada. Y ahí estaba yo, impávida en el umbral de la puerta, a oscuras, con una chirriante banda sonora en el ambiente, con mi cojera, mi golpe en la rodilla, los dedos engarrotados por el dolor y el frío del hielo, mi huevo en la frente acompañado del correspondiente cubito congelado y colgante, mis inflamados ronchones epidérmicos y los cristalitos incrustados por doquier en mis mejillas, la nariz, las manos y vaya usted a saber por cuántos sitios más. Y si todo eso era poco, empapada de refrescos de diferentes sabores que se dejaban resbalar por mi pelo grotescamente adornado con palomitas y nachos. Desesperada de tanta mala suerte en mi apetecida velada del sábado por la noche, cerré con tal fuerza la puerta que hice que los dos cuadritos de mi izquierda se me cayeran en el pie que tenía libre de heridas de guerra. Volví casi arrastrándome como soldado entre ráfagas y por fin llegué al sofá. Miré el televisor y alcancé a ver el último fotograma de la película. En la pantalla aparecía: Enhorabuena, usted ha sido el mejor candidato por su magnífica y espectacular caracterización de zombie para representar la segunda entrega de: Los zombies de Kansas. THE END. Mi esperada velada de terror 73 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) POR AMOR Le cerró los ojos. Y no lo hizo como parte de un ancestral rito de carácter religioso, o una costumbre rayana en la superchería, sino porque no quería presenciar el momento de la transformación. Estuvo presente en el momento en que la vida de Zoel se extinguía, “fue todo tan rápido”, pero el paso de ser humano a… bueno, a eso, no, no podría soportarlo. “Nunca volverá a ser el mismo”, pensó. Su corazón se convirtió en un puño. Miró a su alrededor. La habitación era un caos. Regueros de sangre marcaban el suelo en grotescos dibujos. El zombie, al caer fulminado, había destrozado las cortinas, arrancándolas y quedando en obsceno bulto en un rincón. Las sillas estaban colocadas como un parapeto delante de la cuna, pues ella antes había arrojado todo tipo de objetos para evitar, sin éxito, que el monstruo alcanzase al crío. La cama estaba revuelta, y un sinfín de tonterías se esparramaban encima. Entre otras, el cenicero rojo, acusado en primer grado de delito de genocidio. ”Dios, tengo que recoger todo éste desastre, se va a asustar cuando despierte”. Se incorporó con un suspiro. Agarró a Manu por los pies. “Imbécil”.”No te aguantabas, ¿verdad? ¿Tenías que salir, arriesgarnos de esta manera por unos putos cigarrillos? Y luego, aún conservaste la inteligencia suficiente para encontrar el camino de regreso a casa, ¿no? ¿Venías a abrazar por última vez al nene o a comértelo? ¡Malnacido! Con mucho esfuerzo, lo arrastró hasta el baño.”Bueno, ahí te quedas”, le espetó. “No te vayas, que a lo mejor te necesito luego, ja, ja.” Recogió el machete. Lo miró. La sangre se estaba coagulando ya.”No me queda mucho tiempo, pequeño, tengo que prepararlo todo”. Lo arrojó encima del cuerpo, y echó una última mirada al que había ejercido de esposo en los últimos diez años. “Mira lo que me has obligado a hacer”, le espetó con rabia al cadáver, última e inútil pelea conyugal. Se planteó cortarle el cuello, tal como habían recomendado en las noticias, pero el cráneo estaba destrozado. No se volvería a despertar. Se asomó a la ventana. Amanecía. Un día gris en una ciudad obrera. A lo lejos, se distinguían los restos de un gran incendio en los astilleros. “Ahí si que la están armando”, susurró.” Se están defendiendo bien”. La calle, desierta, testigo de una batalla que se había librado ya. Las luces del alumbrado público continuaban encendidas, como prueba de lo que no hace mucho era una parte más de la cómoda civilización. Una solitaria gaviota revoloteaba con pereza en busca de más desperdicios que picotear. “Estos días están hartas de comer” Volvió la vista a la cuna. Nada. Zoel estaba tumbado boca abajo. “¡Dios!””¡El brazo! ¡Tengo que cosérselo!”. Salió de la habitación en busca de los útiles de costura. “No puedo dejarlo sin brazo”, pensaba. Cuando regresó a la habitación y lo tocó, el cuerpo del niño ya estaba frío. Mientras le acariciaba los bucles con amor, se decía orgullosa, ”Se le está aclarando el pelo, no va a ser moreno como yo”. Respiró hondo y comenzó a coser. La aguja se hundía tan fácilmente en la carne que le daban ganas de llorar. Apartando a un lado el sentimiento, y muy lentamente, pasó la aguja y el hilo de lana desde el miembro amputado al colgajo. Tiraba y clavaba. Tiraba y apretaba. Un par de veces el hilo se le rompió, y tuvo que asegurar las puntadas. No había manera de sujetar el hueso, signo de que el brazo no sería funcional, pero al menos, no sería un cuerpo mutilado. Mientras, canturreaba en un pueril intento de exorcizar sus demonios, que últimamente eran demasiados. Por amor 74 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Media hora más tarde, repasó la burda operación. El bebé seguía sin moverse. Lo colocó boca arriba, le puso una toalla debajo para que absorbiese parte de la sangre de las sábanas y subió la barandilla de la cuna. “Espero que no pretenda tirarse, o se va a lastimar la cabeza. No. Eso no. Sería fatal”. Las campanas de la catedral, cerca de la casa, tañeron de manera monocorde el sonido del Ave María. Consultó el reloj de la pared, un payaso comprado en el mercadillo que a Zoel parecía encantarle; pero cuyo péndulo comenzaba a ponerla nerviosa .Maldito tic-tac. Las ocho en punto. Calculó unos cuarenta minutos más. “Zoel, ahora vuelvo, mi amor”.Fue a la cocina, en busca de la fregona y un cubo con agua para limpiar toda aquella porquería. “Una cosa no quita la otra, y los hábitos en los niños son fundamentales: rigurosidad en la alimentación, limpieza, disciplina y orden”. Mientras trabajaba, a su mente febril mil y un recuerdos pugnaban por acudir y arrastrarla a la locura, una amiga que se empezaba a presentar, muy, muy cercana. ”No te hundas, María, tienes una responsabilidad, el nene acaba de quedarse sin padre y tendrás que hacerlo todo tú sola, así que contrólate de una vez”. Lo mejor: esforzarse en visualizar un futuro que se les presentaba incierto. Paso a paso. “Necesitaré salir a por más pañales, creo que nunca llegará a controlar esfínteres. Y cuando se despierte, tendrá hambre. Dicen que se despiertan con hambre. Pero, ¿cómo haré que coma? No puede masticar aún, voy a tener que cortarla yo y mascarle la carne. ¿Le saldrán los dientes que le faltan? Qué perspectiva tan ominosa, pero María, ante todo, era práctica. Abrió la ventana para disipar el hedor de la habitación, y el aire frío la despejó. Un poco. En una esquina el bufido del siamés subió de intensidad. “Quita”. Apartó al animal con la fregona, y el bicho se escapó escaleras abajo en busca de mejor refugio. “Tú tienes suerte, ja, ja, no les gusta la carne de gato. Aunque en caso de apuro, iré a por ti”. Los dos perros del callejón que rondaban los desperdicios, comenzaron a aullar, señal de que intuían que algo malo se aproximaba. “Ya vienes, cariño”. Se sentó junto al cuerpo inerte. Qué cansada estaba. Llevaba más de treinta días sin salir de la vivienda, sin ver a otros seres humanos, bueno, los que quedasen desde el inicio de la epidemia. La radio, muda desde hacía más de cuarenta y ocho horas, no presagiaba nada bueno.”No pueden controlar la situación. Aún.” Su misión: mantener a su hijo con vida hasta que encontrasen una cura. “Intentará escapar, lo sé, pero no camina todavía, podré controlarlo”.” Le pareció ver una sacudida. .Esperó. El bebé se estremeció de nuevo. “Qué pálido está. Claro, ha perdido mucha sangre. Tiene que comer y reponerse, vamos a aguantar hasta que alguien encuentre una solución para todo esto. Luego nos iremos de aquí y empezaremos de nuevo. Olvidaremos.” Le acercó su araña de peluche, su preferido. “Hazle compañía, necesito un minuto…” Fue al otro baño, pues no soportaba ver la cabeza destrozada de Manu. Ahora entendía la expresión de ir a cámara lenta, pues todo le parecía una infame película de cine barato, pero la vida es así de simple, igual de dura. O luchas o mueres. Entonces, mientras se enjuagaba la cara con agua helada, por un momento, sólo un segundo, se quedó vacía. Vacía por dentro. Deseó morir y seguir así. Deseó coger al niño y tumbarse juntos en la cama, y que al despertar éste la atacara. Si, sería su final, pero ¿Qué sería de su hijo? ¿Un monstruo más pululando por las calles? Por amor 75 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) No sabía si al regresar de la muerte Zoel la reconocería. No tenía ni idea de si sería capaz de mutilar cuerpos y entregárselos en satánica ofrenda. Tal vez éste era el fin de una raza y el comienzo del caos. Ay, pero el amor de una madre es infinito. Ama aunque la lastimen. Ama sin condiciones. Ama aún cuando ya no queda nada de aquél ser que engendró, al que amamantó, educó y vio como se alejaba. El amor es ciego. María amaba a su hijo con todas sus fuerzas. Incluso daría la vida por el pequeñuelo. Se sentó. Esperó. Faltaban unos minutos…. Sonreía. Un ruido gutural partiendo de la cuna, le avisó de que el momento había llegado. Incorporándose de un brinco, se acercó, expectante. ¡Allí estaba! Dos manitas gordezuelas se alzaron hacia ella, como tantas otras veces que buscaron su protección .La pequeña boca se abrió, emulando un beso. María se llenó de amor, amor irracional de madre en espera de ser correspondida (nunca) de igual manera. Se inclinó hacia el hijo querido. Entonces, una fuerza descomunal la atenazó, y unos ojos ávidos se clavaron en los suyos, ojos que no conocían nada más que el horror. No eran humanos. Como último pensamiento de ser consciente, el instinto de supervivencia gritó mientras el zombie le desgarraba la garganta y la vida se le caía al suelo: “Puñetero amor…” Por amor 76 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) YO, ZOMBIE (INTROSPECTIVA EN PUTREFACCIÓN) “Hazte cargo de tu carga” - Anónimo - Algo cambió en mí… Siento que mi cuerpo pesa una tonelada al caminar. Cuando intento hablar, sólo logro balbucear y babear como perro rabioso. Mi mente está gobernada por una creciente y voraz necesidad de comer carne humana… YO, ZOMBIE 1 Estoy muy hambriento; parece que no hubiera comido por meses: Carne, carne y más carne es lo único que mi cerebro me reclama a gritos, mientras mastico con voracidad y desesperación a mi nueva víctima. Esta vez es una anciana. Sentado en el piso de una habitación dominada por la penumbra, me hallo con la mujer apoyada sobre mi regazo. Mientras le arranco con una feroz mordida uno de los dedos de su mano, me mira fijo con su único ojo, que está abierto pero sin vida. El otro se lo había arrancado de un mordisco. Me gustaría tratar de explicarle lo excitante que se está volviendo esto de cazar humanos, pero no puedo. Sólo logro expulsar de mi boca —además de restos de carne y piel— una mezcla de balbuceos y palabras sin sentido, como si el estar en este estado me hubiese dotado de un nuevo idioma. Si hay algo que no puedo evitar, es el hecho de devorar a mis victimas de forma angurrienta. Esto me lleva a caer en sucesivos atracones, como el que ya empiezo a sentir. El primer aviso de esta molesta sensación es un oloroso y estruendoso eructo. Poco a poco, los gritos que le reclaman a mi cabeza por más comida empiezan a cesar, pero sé que sólo será por un rato. 2 No estoy solo. Una nube de moscas ronda en torno a las heridas mortales que le provoqué a la anciana .Dan vueltas alrededor de su cabeza hasta finalmente decidir posarse sobre el orificio en donde estaba su ojo. Penetran dentro de la cavidad y se quedan escarbando allí por unos segundos: por lo visto, no están satisfechas. Emprenden un nuevo vuelo y aterrizan sobre su boca semiabierta. Atraídas por la curiosidad, deciden investigar un poco más en donde picar y se adentran en la misma. Evidentemente no soy el único angurriento… Luego, como si quisiera imitar a las moscas, una cucaracha escala sobre mi huesuda pierna, trepa mi pecho desnudo y ensangrentado, asciende por el cuello y se posa en mi nariz. Sin vacilar, le propino un manotazo y cae sobre mi regazo, moribunda. Ya me siento saciado. Dejo a un lado a mi víctima y me pongo de pie; girando sobre mi eje, hago un paneo de toda la habitación, buscando orientarme ante la oscuridad que reina. Refunfuñando y con los brazos en alto, zigzagueo por la habitación en busca de una salida. ¡Está muy oscuro aquí! No logro avanzar más de un par de metros, cuando unos gritos provenientes del exterior llaman mi atención. Guiándome por estos, acelero mis pasos hasta que mis dedos se topan con una ventana que da a un callejón. Yo, zombie 77 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 3 La escena que observo con placer a través del vidrio me llena de júbilo: Dos mujeres, presas de un terror que deforma sus rostros, corren desesperadas desde un extremo del callejón hacia la salida del mismo. En el momento que cruzan delante de mi ventana, una de ellas me mira por un instante y su cara se arruga un poco más. Aprovecho ese fugaz momento para regalarle una sonrisa tétrica. No es para menospreciar su miedo, porque tras ellas va un grupo de famélicos zombies, que las persiguen con un eufórico semblante. Cuando la suerte parecía de su lado, una pareja de zombies la sorprenden por el frente, cerrándoles el camino de escape y las atacan con tal ferocidad, que eriza mí ya piel putrefacta. Deseoso de participar en esta brutal cacería, intento romper el vidrio de la ventana a manotazos, pero sólo logro rajarla. No se porqué, pero me estoy quedando sin fuerzas. Un sudor helado recorre mi cara y me la froto con fastidio. Luego, observo mis manos. Están amarillentas y líneas violáceas las cruzan transversalmente. ¿Siempre tuve este color de piel? No lo recuerdo ya. Ni siquiera sé cuando ni cómo dejé de ser humano. 4 Mi estómago me juega una mala pasada: un crujido desgarra mis tripas y me hace doblar en dos por el dolor, distrayéndome del espectáculo en el callejón. ¿Será otro efecto del atracón? Nunca me había sentido así… quizás me estoy muriendo, pero ¡si ya estoy muerto! Cualquiera que se atreva a poner su mano sobre mi pecho podría cerciorarse de eso, porque mi corazón ya no late. Con dificultad, llevo mi machucado cuerpo hacia donde esta el cadáver de la mujer. Grito furioso por el dolor y caigo de rodillas sobre ella, clavándoselas —sin darme cuenta—en el pecho. Por un instante, que parece horas, me quedo en esa posición observando con odio a la putrefacta mujer. De repente, un grito de — ¡ABUELA!— me hace girar en redondo. Un joven, que no es zombie, se está tomando el trabajo de hacer lo que yo no pude: romper la ventana. Noto la furia en su rostro. Viene al rescate de la anciana (un poco tarde yo diría) y también por mi cabeza… Tener a esta nueva presa al acecho reavivó, a pesar del dolor, mi apetito. Rápidamente me levanto y avanzo hacia él. Los gritos, en mi cabeza, pasaron a ser alaridos… No es mi naturaleza devorar gente y no puedo ir en contra de la misma. Pero ya no soy lo que era y lo asumo. Mi lado zombie devoró al humano… FIN Yo, zombie 78 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) QUIJADAS DE FORT DAVIES El mayor Lynn aún no podía creérselo. El hechizo del indio navajo de melena blanca había funcionado. Lynn había vuelto. La diferencia era que estaba un poco cambiado. En cuanto salió de la tumba en la que se alojaba en el viejo cementerio de aquella colina abandonada de Santa Fe, lo primero que le pidió a Cabellos de Plata -que así era como los de su tribu le llamaban- fue que le dijera cuanto tiempo había pasado desde su muerte… —Tan sólo pasar dos semanas, Hombre Gris. —¿Hombre gris? ¿Por qué diablos me llamas “Hombre Gris”, Cabellos de Plata? —Cuando eras el jefe de los cuchillos largos azules en mi viejo territorio, te llamábamos “Luna Pálida”. La claridad de tu rostro era tal que más de una vez los míos pensar que tú ya estar muerto mucho antes de este momento. —Aún así aquí nos encontramos, viejo amigo… —Lejos de las tierras que nos convirtieron en hermanos de sangre estamos, tú y yo. Yo lejos de mis hermanos de caza y tú lejos de tus cuchillos largos azules. —Mis hombres... dime una cosa, hermano, ¿Quién es ahora el líder de mis hombres? —El hombre blanco que les dirige ser guerrero de avanzada edad. Tener gran barba blanca y hablar mucho sobre vuestro Gran Padre Blanco, además ser hombre “pesado”. —Hmmm… supongo que será el coronel Danvers. Por lo de hombre “pesado”, doy por hecho que te refieres a su masa corporal; en cuanto a lo de la barba blanca y el “padre blanco”, solamente en todo ese territorio hay un hombre que la lleva y que es él fiel a todas las doctrinas del presidente Grant. En fin, mi viejo puesto está bien cubierto. Mi antiguo regimiento está en buenas manos. —¿Mi viejo hermano no me va a preguntar como le he “traído de vuelta”? —No lo necesito. Te conozco bien para saber que has hecho tu trabajo a la perfección. Una vez, cerca de Yuma, pude ver como sacabas un horrible fantasma del cuerpo de un buen hombre. En otra ocasión, en Río Grande, cerraste una herida envenenada de una flecha apache a un soldado con unas palabras en un idioma extraño y unos polvos brillantes. Desde que presencié aquellos hechos nada en ti me sorprende. Comprendo que hay cosas horribles en este mundo para las que el ser humano no está preparado. Me has resucitado. Es cierto que no tengo la pinta que un cadáver putrefacto tuviera pero hay algo que conservo de mi viejo cuerpo, un recuerdo con forma de agujero que no pienso coser ni quitar de mi tejido corporal. Las tres balas con las que me obsequiaron por la espalda... —Hay algo sobre eso que mi hermano todavía no saber… —Y tú me lo vas a decir. Cuéntame, Cabellos de Plata. —Preston morir después de tu propia muerte. Él visitar a sus ancestros dos días más tarde que tú. —¿Qué? ¿Estás de broma? ¿Preston muerto? ¿Quién…? —Yo no te responderé, hermano de sangre arcaica. Lo hará mi “otro amigo”. Oyeron una voz cascada e irrisoria en ese preciso momento. Desde las cercanas tumbas una sombra apareció detrás del viejo árbol que se usaba para colgar tahúres tramposos y ladrones de caballos en la colina del lugar. Esa sombra se trataba un horrible ser esquelético. Llevaba un capote azul con graduación de sargento mayor, y un sombrero del mismo tipo. Debajo traje unionista. Caminaba marcando el paso con el ruido de las espuelas de sus botas. Quijadas de Port Davies 79 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¡Caramba, capitán! ¡Le veo de fábula! —¿¿Qué diablos es esto, Cabellos de Plata?? —Mi hermano solamente debe alegrarse, Hombre Gris, ese hombre ser viejo conocido tuyo. La última vez que tú ver, ser en alrededores de vuestra Gettysburg. —¿Quieres decir que “ESO” sirvió en Gettysburg y para más información bajo mi mando? — “ESO”… je, muy bonito, capitán. Hace ocho años era el tirador estrella de su regimiento y ahora solamente soy “ESO”. Muy bonito, si señor. Por cierto, enhorabuena por su ascenso a mayor, esa es una de las dos diferencias junto con la de que la última vez que tuve el placer de verlo tenía la cara “más rosada” y los ojos “menos enrojecidos”. —Un momento, un momento… yo ya he oído esa voz en otras ocasiones… ¿Zachary? ¿Rupert Zachary? ¿¿Eres tú realmente, viejo pícaro?? —¡Por la mierda que cagó Satanás en el Génesis! ¿Quién sino iba a ser? ¡Joder, mayor, le veo lento de reflejos pese a que nuestro viejo explorador navajo haga milagros con sus “polvos mágicos”! Lynn estaba contento pese a todo. Había dado con un hombre que lo ayudaría a encontrar respuestas. No recordaba cuanto tiempo había pasado desde la muerte y putrefacción de Zachary, aun así el viejo sargento de artillería, pese a ser poco más que un esqueleto rancio parecía seguir siendo el mismo buen tipo de siempre, además, conservaba uno de sus maltrechos ojos. Lynn recordó que a fin de cuentas y pese a lo estrambótico de la situación, ambos hombres habían servido bajo su mando. —¡Sargento Zachary! ¿Sabe quien mató a Preston Bullock? —Después de que usted muriera Preston intentó tomar cartas en el asunto para vengar su muerte y ellos lo mataron. La gente de L.D. O’Malley. Le dieron una paliza y lo agujerearon a balazos… —Capitán Leslie “Dog” O’Malley. El pueblo navajo no debió resucitarlo hace años. Pero lo necesitaban para acabar con aquel demonio, ¿verdad, hermano? —Has de saber el poder del oscuro O’Malley, Hombre Gris. Tan duro como tú era ese confederado… —¿Entonces que hacemos ahora? —Hay algo más que mi hermano debe saber… —Pero no le gustará, mayor. —¿De qué estás hablando, Zachary? —Después de la muerte de Preston, cuando L.D. le torturó públicamente y mató… —¿Qué fue lo que pasó…? —Sus hombres resucitados se volvieron borrachos de sangre. Descubrieron sus rostros ocultos. Rompieron el pacto navajo y mataron a un montón de gente inocente al sur de Fort Davies. —¿Hubo muchos muertos? —Demasiados, mayor. Incluso mujeres y niños… —El lugar ahora está maldito y los míos no querer cazar a O’Malley. Considerar como mandato de Manitú. Sus esbirros ahora colgar quijadas de cadáveres esqueléticos. Ser señales de entrada a Fort Davies. Señales de su territorio. Ni siquiera tus Cuchillos Largos acercarse. Quijadas de Port Davies 80 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¿Insinúa mi hermano que me ha resucitado para que yo barra el lugar de confederados que nunca tuvieron que retornar de sus cenizas? En fin... ¿Mataron a muchos de mis soldados? —No masacrar a soldados, Hombre Gris. Cuchillos Largos irse antes. Abandonar lugar… —Dejaron sola a la población y ellos tomaron el fuerte haciéndose indestructibles en él ¿verdad? —Yo resucitar a mi hermano para que él limpiar herida traída a causa de blancos y de indios. Todos, hermanos de guerras distintas. Maldad de O’Malley ser reflejo de nuestro pecado. Expiarlo juntos. —Nosotros no trajimos a esa lacra de Leslie Jameson O’Malley. Fue tu gente, maldita sea… —No se refiere a eso, mayor, Cabellos de Plata quiere decir que… —¡Cállate, Zachary! ¡Estoy hablando con mi hermano de sangre! —A mandar, mayor… —Calavera Blanca y yo no poder hacerlo solos, hermano. Todavía recordar el miedo que confederados y tribus rivales tenerte en campo de batalla. Tú ser grandioso guerrero, en vida y en muerte… —¡Y no se preocupe por que las moscas entren en su agujero de la espalda! ¡Se coloca un poco de ciénaga en el boquete y todo arreglado! —Gracias por tu comentario “terriblemente informador”, sargento… está bien, ¿Qué posibilidades tenemos si es que tenemos alguna? ¿Cuántos son? ¿Zachary? —Esos cerdos de los dos hermanos Laramie están con L.D. así como el capullo de Simon Billings; el degollador Joey Taylor, aquel fanático sudista de Spunk Bradley y el viejo Marion Wills. También hay un mestizo mejicano que estuvo con Lee en el Paso hace años. Le llaman Torito Vázquez. —Todos ellos son muy buenos, ya lo eran en la guerra. Incluso Wills era un gran tirador. —Gente peligrosa, mayor. ¿No es una suerte que nosotros también estemos muertos? —Aquí los chistes los hago yo, sargento. Está bien, le devolveremos a América Fort Davies y quemaremos las quijadas de esos zombis hijos de puta. Señores, vamos a limpiar la que era nuestra vieja casa. Igual que en los viejos tiempos. —¡Vamos a divertirnos volviéndonos a cargar a esos casacas grises! —Nosotros acabar por siempre con esos muertos y redimir a los ancestros de mi pueblo… Y así el trío partió hacia el territorio de Fort Davies. Una de las zonas más salvajes de las Colinas de Nuevo México. Las cabalgadas se llevaron a cabo de noche y siempre evitando los pueblos. Salvo Cabellos de Plata para comprarle ropa nueva a Lynn; su cara no era tan llamativa, pero si se le veía con ropajes totalmente rotos y viejos, cualquier pensaría que ese hombre “no era normal”. A menudo paraban para que los caballos descansaran durante un par de horas. Un día, lo hicieron al lado de una caravana de víctimas asesinadas por un grupo de apaches renegados. Después de comerse Lyn y Zachary un buen trozo de cerebro de uno de los muertos sin cabellera, se sentaron bajo un árbol a reposar su “copiosa cena”. Cabellos de Plata solamente se alimentaba de hierbas y un extraño líquido que tenía en su cantimplora. Continuaron así los días y las horas hasta llegar a su destino. Al terminar la semana llegaron a Fort Davies. Vieron las quijadas colgadas en palos, así como los cráneos brillantes de los pobres mortales que habían fallecido en las manos de aquellos asquerosos asesinos impíos. Había Quijadas de Port Davies 81 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) pequeñas montañas de cráneos y huesos apilados de modo ordenado en un largo camino que antes había sido una carretera por la que las carretas al fuerte pasaban. Un enorme letrero en las inmediaciones del fuerte, prohibía el paso. Estaba escrito con sangre. “CUALQUIERA QUE SE ATREVA A CRUZAR ESTA LÍNEA TENDRÁ UN PÉSIMO FINAL. CAPITÁN LESLIE O’MALLEY, CUARTO REGIMIENTO DE LA COLUMNA DE VIRGINIA”. Tras una rápida mirada al cartel y al terreno se dieron cuenta de que si entraban a saco llevarían las de perder. Lynn miró a sus compañeros Después de un vistazo general les pidió su opinión… —Mayor, debemos de jugar a la guerra de guerrillas apache. Como cuando Mangas Coloradas fue herido y tuvo que retirarse a México. —Explíquese, sargento. ¿Qué es lo que quiere decir? —Quiero decir que deberíamos de golpear y separarnos. Golpear y huir. Colocar unos explosivos aquí y allá, poner un señuelo en el centro del lugar, disparar en diferentes puestos lejanos… —Guerrillas ¿eh? —Así es, mayor. Al modo apache. —¿Qué opina mi hermano? —Yo tener que hacer hechizo para enviar de vuelta al infierno almas de O’Malley y su gente. Ofrecerme para señuelo. Calavera Blanca ser buen tirador en lejanía. Tú tener que estar a la vista sin ser visto. Igual que apache o cheyenne. Vieja técnica de pelea. —Tu posición es arriesgada. Podrían matar a mi hermano. ¿Él no piensa en eso? —Lo que tener que venir llegar más temprano o más tarde. No negociar con dioses y destino. —De acuerdo, así lo haremos: Sargento, colocaré sus explosivos esta misma noche. Rodearan las esquinas del fuerte y el pozo del mismo. La loma que está en la parte oeste del fuerte, es perfecta pues tiene todas las posiciones a la vista, ¿qué tal su puntería? —No soy el mismo de Decatur o Valverde, pero algo puedo hacer con mi rifle de repetición… —Eso es lo que quería oír. ¿Habéis guardado mis Colts de plata con el emblema de México? —Los llevo lustrando desde el día que lo enterramos, mayor. —Perfecto, sargento. Y ahora, señores, vamos a establecer el puesto de cada uno. Pasaron toda la tarde escondidos, preparando el plan. Al caer el sol, Lynn, se infiltró en el fuerte a través de uno de sus agujeros. El lugar estaba a rebosar de maleza y la suciedad imperaba. Dentro del viejo bar se oían voces de celebración. Tras colocar los explosivos en el fuerte se largó de allí echando chispas. Después colocó en las esquinas el resto de explosivos. Tras aquello, a esperar. Al día siguiente no hacía un día demasiado cálido ni demasiado nublado. Todos ocuparon sus posiciones. Zachary la loma; Cabellos de Plata el centro de la entrada a Fort Davies; Lynn una de las rocas cercanas a la entrada, al este de la puerta principal pero con buena vista en caso de apertura de dicha puerta. Por su parte, hacha en una mano izquierda y báculo de madera en mano derecha, el indio navajo abrió las puertas del lugar de una patada y pegó un desgarrador grito a medida que se adentraba en el fuerte cargado de desolación y polvo. Quijadas de Port Davies 82 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) -¿DÓNDE ENCONTRARSE EL OSCURO O’MALLEY? YO VENIR POR ÉL Y POR SUS RATAS MUERTAS QUE ROMPER PACTO DE MI GENTE. Al instante y casi como si hubiera sido un mandato del mismo infierno, cinco cadáveres con horribles protuberancias, que traían el traje de el Ejército Confederado y portaban rifles apuntando a Cabellos de Plata, hicieron acto de presencia saliendo del Salón. Los muertos hablaron con el indio… —Vaya, vaya, vaya. Mirad lo que ha traído el gato, un sucio navajo… —Mi padre era navajo de pura cepa, Spunk. No te pases de listo, gringo. —Tranquilo, Vázquez; Spunk no ha querido ofenderte, ¿verdad, muchacho? —Así es, sargento Wills. —¿Qué hacemos con él? ¡Tal vez haya más! —Calma, Billings; estate tranquilito compadre. ¿Tú que dices, sargento Wills? —Lo mismo que diga el teniente Taylor. ¿Qué dice usted, teniente? —Yo digo que le interroguemos y preguntemos de donde viene y por qué está aquí. No creo que sea solamente un navajo enfadado. Y luego, comernos sus tripas y dejar el cerebro para cuando llegue nuestro capitán. Esa es mi propuesta. —Reafirmo la propuesta, señores, aun así, su modo de hablar de nosotros no ha sido “muy bueno” ¿escarmiento al viejo estilo, caballeros?… —Un navajo es un navajo, yo digo que lo ahorquemos y quememos ahora mismo. —Cabo Jedford G. Bradley, ¿de verdad cree que ahorcándolo ahora mismo haríamos algún progreso, hijo? Eso no nos lleva a ningún lugar, Spunk… —De acuerdo, sargento. Estoy con el teniente y con usted… —Así me gusta. Bien, y ahora, caballeros… ¿le cogemos por los tobillos y se los corta…? Disparos, estallidos, carne podrida. Parte de la vieja serrería pegada a la esquina izquierda del fuerte voló por los aires. Balas de dos Winchester saltaron a través de los cuerpos de Torito Vázquez y el joven Billings, que rodaron por suelo. El sargento Wills vio la trampa clara y se lanzó cuchillo en mano a por Cabellos de Plata. Este y el sargento sudista se enfrentaron en un rápido duelo de cuchillo contra hacha, mientras los disparos se repetían, así como las cortas explosiones en el flanco derecho y el izquierdo. El viejo establo ardió junto con el cuerpo de Torito y el de Billings; en ese preciso instante y tras cortarle la cabeza con su hacha de guerra al sargento Wills, el navajo movió con precisión y rapidez el báculo de madera en dirección a los dos cuerpos y al propio cuerpo decapitado de Wills cuando este comenzó a levantarse para recuperar su cabeza. Los tres cuerpos se evaporaron y desintegraron con premura en una nube de azufre y pasta. En ese instante, Lynn salió de las sombras, y tras tirar su Winchester, disparó con saña sus Colts en dirección a Taylor y a Spunk. El broche de oro, la puntería del sargento Zachary desde la loma: voló por los aires el pozo de Fort Davies y la explosión del lugar dio de lleno al teniente y al propio Spunk. Estos se desintegraron con el mismo hechizo que Cabellos de Plata usó contra sus amigos. Desde la loma, Zachary cogió su caballo y bajó a Fort Davies rápidamente disparando su Winchester con premura. Los Laramie salieron de la oficina y acribillaron al esqueleto. Zachary cayó de su caballo, y tras lanzar su rifle al navajo, se apartó el capote y dejó ver sus revólveres. El mayor se quedó a su lado y Cabellos de Plata también. Los Laramie miraban con rabia a Lynn y sus amigos. Con una soberana velocidad, los tres amigos abrieron fuego de modo repetido contra los dos hermanos zombis. Tras acribillar sus cuerpos de tal modo que les destrozaron brazos y piernas, y sin darles tiempo siquiera a reaccionar, Lynn sacó su Bowie de la funda trasera de su traje, y les Quijadas de Port Davies 83 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) cortó las cabezas casi al mismo tiempo que el navajo recitó su danza para sacarles las almas de los cuerpos zombis y transformar dichos cuerpos en sedimentos putrefactos. Los cuerpos se quemaron y derritieron y de las cabezas solo quedaron cráneos brillantes. Lynn decidió coger todos los cráneos de los sudistas y apilarlos junto a los restos del pozo. Cuando terminó, prendió fuego a la oficina y al salón con ayuda del sargento. En la lejanía vio un jinete montado en un caballo indio. Se acercaba a galope. Parecía el mismo diablo. En ese momento hubo un estremecedor silencio cuando llegó hasta ellos el casco del rápido caballo. El jinete se bajó y nadie dijo nada. La cara estaba parcialmente quemada y desgarrada, uniforme de capitán del viejo Ejército Confederado, totalmente pulcro. Ni siquiera se extrañó al ver el lugar en ruinas y suponer a la perfección que sus hombres habían muerto. Era una última batalla… —Sabía que tarde o temprano vendría a por mí, mayor Lynn. Me alegro de verle… —Las quijadas de Fort Davies se quedan aquí, capitán O’Malley. Pero la de usted y la de sus hombres nos pertenecen a mí y a los míos. —¿Quieren pelear por la última gran batalla de la guerra, caballeros? —Vamos a por ello… Zachary y Cabellos de Plata se prepararon. En ese momento, O’Malley no solo sacó sus revólveres más rápido, sino que disparó y acribilló al viejo navajo y este cayó al suelo con una velocidad pasmosa. El sargento y Lynn se miraron, y tras un brutal aullido se lanzaron contra el capitán sudista. Lo acribillaron a tiros, se le abalanzaron y le arrancaron trozos de su maltrecha cara a mordiscos y desgarros. A patada limpia y mediante su espada de oficial, éste se libró de Lynn y su sargento. Pero el viejo mayor cogió el hacha de su hermano de sangre y se lanzó con su propio cuchillo al encuentro de O’Malley. Zachary no se metió pues lo vio como “algo personal”. Las heridas de sendos hombres fluían en costados, caras, brazos o piernas pero eso era lo de menos. Estaban igualadísimos en un torrente de cuchilladas, patadas, rodillazos y sangre. De repente algo extraño ocurrió, y a Zachary casi le da un infarto -si un esqueleto tuviera esa clase de cosas- al ver que el cuerpo lleno de agujeros del viejo indio se levantaba como si nada, justo para repetir una vez más el hechizo que sacaba el alma maldita y la enviaba de vuelta al infierno para derretir el cuerpo de L.D. O’Malley. Lynn lo vio casi asustado, pues no tenía ni idea como su “hermano” podría burlar a la muerte sin estar muerto, en el momento en que la espada de O’Malley le iba a atravesar… Después de la evaporación y desaparición de aquel demonio, de su cuadrilla de muertos renegados del Ejército Confederado, la limpieza de Fort Davies, y sobretodo la quema de las quijadas de la banda de O’Malley, el trío se fue de allí con sus caballos, en silencio y con tranquilidad y parsimonia. Se habían pasado allí el día entero y estaba oscureciendo. Miraban el sol de modo lejano… —Ha sido una buena pelea, ¿verdad, mayor? —Y que lo digas, sargento. De todos modos hay algo que mi hermano no nos ha dicho… —Si lo que tu buscar ser respuesta, yo morir al día siguiente que tú. Suicidarme tras tú muerte. —¿Lo estás diciendo en serio…? ¿Pero por qué hiciste eso? —A mí no me miré, mayor. Yo tampoco sabía nada… —Yo querer vengarte como hermano de sangre en igualdad de condiciones que O’Malley. Quijadas de Port Davies 84 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¡Pero eso es increíble! ¡Moriste por mí para volver!... solo puedo darte las gracias, hermano… —Mi corazón tranquilo estar ahora. Poder descansar los tres ahora. —¿Cómo? ¡Por si no te has dado cuenta somos tres cadáveres! —No creo que nos dejen volver a nuestros viejos puestos en el Ejército de la Unión… —Yo tampoco creer que nuestra gente acoger. Búho que Aúlla resucitarme pero no decirme que yo me quedara en su campamento por lo siglos de los siglos. —¿Entonces, usted que opina, sargento? —¿Y si nos vamos a México? ¡He oído que hay un sitio en Chihuahua en el que admiten vampiros, banshees e incluso zombis! Lo lleva una vampiresa bellísima. Sirven corazones, ojos o cerebros… —¿Lo dices en serio, Zachary…? ¿Tú has estado allí? —¡Lo digo muy en serio! El lugar, antaño era un burdel, pero ahora simplemente es un lugar para gente especial. Gente “como nosotros”. Ya me entiende. Un amigo resucitado me ha hablado de él… —¡Bien! ¿Nos vamos, señores? —Guíanos, sargento… —¡Allá vamos, México lindo y querido! —¿Qué opinar tú de toda esta ironía del destino? ¿Mi hermano, Hombre Gris, echar de menos casa? —Amigo mío, entre nosotros tres, ya está en casa… y con su gente. Y así, los tres desenfadados seres, siguieron su destino hacia México… Quijadas de Port Davies 85 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) YO, ZOMBI Recuerdo estar conduciendo mi BMW a altas horas de la noche por la carretera más intransitada del mundo, borracho, enfadado por algún motivo que ahora me parece inocuo. Las ruedas del vehículo patinan en la nieve que se acumula en la calzada desde que cayera la imprevista ventisca de la tarde pasada, doy un volantazo, me estrello contra el quitamiedos del borde de la carretera y el coche se despeña barranco abajo. Resultado: golpeo la cabeza con el filo superior metálico de la puerta; varias ramas atraviesan el parabrisas y se clavan en mi pecho; el motor se incrusta en el habitáculo y me parte el fémur derecho. El bazo y los intestinos bien pudiera comercializarlos con éxito como papilla para bebés; los añicos de los cristales se ensañan con mi rostro y cuello; se me ha partido la nariz; y acabo de escupir un par de dientes. Además, llueve. Y en la radio habla un pastor proclamando que Dios nos cuida cada día. No seré yo quien diga que no es así, pero probablemente en este momento se haya acercado un instante al baño. O se haya entretenido mirando el partido de su equipo de fútbol favorito. Porque lo que es cuidarme, me ha cuidado bastante poco. ¡Ha permitido que me despeñe por un barranco! Despierto un rato más tarde, con la cara, los brazos y el pecho empapados de sangre. No puedo mover el brazo izquierdo, ciertamente está roto en varios puntos. La pierna debería dolerme una barbaridad, pero no es así. Apuesto que en el lateral de la cabeza tengo una brecha enorme, pues con el ojo izquierdo lo veo todo bajo una película roja carmesí y la cara, hasta el cuello de la camisa, la tengo bañada de rojo. Quiebro las ramas alojadas en mi pecho y tras un enorme esfuerzo logro salir del coche volcado. Tiro de los trozos más grandes y los dejo caer a un lado. Las ramas más pequeñas las dejo donde están, clavadas en mi carne y abrazadas por los jirones de tela de la camisa. El traje que llevo puesto está inservible; dos de los grandes a la basura. Todo manchado de sangre. Gracias por cuidarme, Dios. Intento caminar hasta la carretera, pero mi pierna, la del fémur roto, se dobla en dos al dar el primer paso. Caigo en la mezcla de nieve, tierra, sangre y lluvia que es el suelo. Ese líquido más brillante de ahí quizá sea aceite, aunque igual es gasolina; no soy capaz de olerlo. La boca se me ha llenado de tierra. Compruebo, también, sin que tuviera muchas esperanzas previas, que no respiro. Mi pecho tampoco late y ya no me es necesario parpadear. Aunque nunca antes había sido consciente de que me fuera necesario. Además, llueve. Y se me ha salido un zapato. No es que ese sea el problema más trascendental al que me haya enfrentado nunca, no me malinterpretéis, pero concededme que es un engorro caminar con un solo zapato puesto. Es como llevar gafas de sol con un solo cristal. Y sí, lo que estáis pensando es la verdad, repetid conmigo, toda la verdad y nada más que la verdad: soy un zombi. O al menos lo soy desde el accidente. Un maldito zombi. O un muerto viviente, como queráis llamarlo. Sin embargo, yo prefiero que me sigáis llamando Adolfo. Adolfo el del BMW, como me conocen en el pueblo. Aunque ahora seré Adolfo el zombi. Por lo menos seré, de momento, el único zombi del pueblo. En las ciudades hay muchos, uno en cada esquina, por así decirlo, pero aquí en el pueblo seré el único. Que no es algo del todo malo, por otra parte. Quizá me hagan entrega de algún reconocimiento en el Ayuntamiento por ser el primer zombi del pueblo; evidentemente no lo harán por ser el zombi más guapo y trasgresor. En cualquier caso, por vivir en un pueblo, en un destartalado pueblo de no más de mil habitantes, probablemente no pase ningún otro vehículo por esta carretera perdida de la mano del Señor hasta mañana por la mañana. Así que, maldita sea, me toca volver a casa caminando. Y además, llueve. Yo, zombi 86 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Y se me ha perdido un zapato. Un zombi con un solo zapato, qué poco original. Preferiría ser, no sé, un zombi con unos pantalones de flores; o un zombi con sombrero de espantapájaros. O un zombi que puede hablar con las marmotas. O un zombi disfrazado de Spiderman. Eso sí que estaría bien. Pero qué va, solo soy un zombi con un único zapato. Lamentable, lo sé. Nota mental: debo de asegurarme si los zombis pagan impuestos. No sé a qué viene este pensamiento ahora, pero si bien dice el refrán que Dios aprieta pero no ahoga, los inspectores de Hacienda aprietan hasta matarte, y yo ya estoy muerto. Por lo que carece de sentido presentar mi declaración. Ni mucho menos destinar el 0,7 a la Iglesia, porque definitivamente Dios no me cuida. La caminata que me queda hasta casa es monumental y no contento con eso tengo que cojear de una pierna. Y además, llueve. Llego a casa tres horas y media después, asomando la claridad del día en el horizonte y apareciendo el camión del lechero por el final de la calle. A pesar de la descomunal caminata no siento cansancio, pero de una ojeada confirmo que parece que he buceado en un charco de agua sucia. La sangre se ha coagulado en la camisa, los bajos de mis pantalones son jirones hambrientos. He perdido un par de uñas mientras arrastraba la pierna. A veces he tenido que avanzar arrastrándome yo mismo cuan largo soy. Bah, en realidad eso ha sido la mayor parte del tiempo. Estoy hasta las cejas de barro, sangre y... diría que de sudor, pero yo ya no sudo. No obstante, de los orificios de mi cuerpo han salido sustancias que no querría describiros, pero allá voy, porque ahora estoy muerto y el pudor lo he dejado en la guantera del amasijo que ahora es mi BMW. De las fosas nasales fluye mucosa disuelta; de los oídos, cera; de la boca, saliva. Y no voy a deciros qué se me escapa del culo. Quedémonos con la sangre del pecho y el pus de las heridas. Que es igual de desagradable pero algo más literario. Estoy de pie frente a la casa. El joven repartidor de periódicos pasa pedaleando unos metros más allá. Me lanza a la cabeza el diario de la mañana, que rebota y cae al suelo envuelto en un plástico transparente. Miro al niño y este hace lo propio hacia el lado contrario. Creo que le oigo una risilla. Si realmente Dios me cuida, le pinchará la rueda delantera de la bicicleta y el niño desayunará acerado. Miro hacia la entrada de la casa y ahí está mi mujer. Llorando, porque es una llorona y porque aprovecha cualquier oportunidad para echar a funcionar los lagrimales. Parece estar mirando algo a mis pies. Agacho la cabeza. Mi perro me muerde la pierna. Lo aparto de un puntapié pero segundos más tarde sigue mordisqueándome con sorna. Camino hacia el interior de la casa. Mi mujer se dirige al salón sin esperarme. Intento hablarle pero solo suelto un gruñido acuoso. Giro la cabeza y me asomo al espejo del recibidor. Mi aspecto es el de Dios en Cristo. No me sorprende que ella esté aterrada. Debo de haberle dado un susto de aúpa. Maquillado no lo hubiera hecho mejor. Gracias al espejo descubro también que algunas moscas revolotean a mi alrededor. ¿No es muy temprano para que haya moscas? No penséis que le estoy poniendo efectos especiales a mi historia, ¿eh? Mi mujer está sentada en el sofá, se tapa la cara con las manos. Llora desconsolada. Me acerco a ella, por el rabillo del ojo lo percibe y se pone en pie, apartándose de mí. Me grita. Me dice que me vaya, que soy un zombi. Que ella no quiere estar casada con un zombi. Alzo un brazo, me imagino como en una película de George Romero y lo bajo rápidamente. Intento hablar pero ella vuelve a gritar. Quiere que me marche, que no vuelva. Prefiero no insistir. Era de esperar. No todos los días tu marido se convierte en un zombi. Me lanza un cojín, que cae al suelo salpicado de sangre. Pienso que esa mancha no va a salir. Yo, zombi 87 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Me doy la vuelta y salgo de casa. Mi perro me muerde la pierna hasta el buzón vertical del comienzo del camino de entrada, luego regresa adentro, sin gruñir, esperando que algún día regrese un juguete tan divertido. Mientras camino hacia el parque del barrio, veo que mi esposa me mira desde una de las ventanas del piso superior. Sigue llorando. Continúo avanzando, con el conocimiento de que no tardará en recapacitar, que de un momento a otro comenzará a asimilar lo que ha ocurrido. Solo hay que esperar. En el siguiente cruce de calles, un coche patrulla con una pareja de policías gira hacia mi dirección. Tiene los limpiaparabrisas en marcha, los policías me hacen señas con las luces y se acercan lentamente, bajando la ventanilla. Les devuelvo un gesto con el brazo roto, que se mueve arriba y abajo como la lengua partida de un camaleón. ––Adolfo, ¿qué te ha pasado? ––pregunta el agnte, sin demasiada sorpresa, como si supiera de antemano la respuesta. ––Ahora soy un zombi ––respondo. ––Enhorabuena, eres el primero del pueblo. ––Ya. ––¿Cómo ha sido? ––Me he despeñado con el BMW barranco abajo en la carretera del este. ––Vaya. ––¿Os importaría encargaros de las gestiones para sacarlo de ahí abajo? ––Eso está hecho ––responde el segundo policía, inclinado en el interior del vehículo––. ¿Cómo se lo ha tomado Alicia? ––Hay que darle tiempo. ––Es normal ––responde el policía, encogiéndose de hombros y con una ligera sonrisa–. En fin, te dejamos; si queremos sacar tu coche del barranco tendremos que ponernos en marcha cuanto antes. En otro caso se nos echará encima la hora de comer. ––Gracias ––respondo, y sigo caminando calle abajo, empapado. Finalmente me adentro en el parque y me siento en un banco metálico; por supuesto que no voy a dar un paseo, tampoco es cuestión de dejar que la pierna se me desmenuce del todo. Alzo la cabeza y miro al cielo. Las nubes grises pasan distraídas por encima de mi cabeza; no hay pájaros, ni cometas de niños. A decir verdad, en un día de lluvia como este no es nada habitual que haya alguien en el parque. Ni siquiera los que salen a correr. Además, aún es muy temprano. Apenas deben ser las seis o las siete de la mañana. Os diría la hora exacta, pero mi reloj se ha parado tras el accidente. Pero no os lamentéis, teniendo en cuenta que estoy muerto, ya no es necesario que contabilice el tiempo. A lo sumo podría comprarme una alarma, para no llegar tarde a mis citas a partir de ahora. Al poco tiempo, me aburro, y después de unos minutos decido dar una vuelta por el parque. Alicia no tardará en aparecer, de eso estoy seguro. El lugar no es muy grande y no le costará mucho trabajo encontrarme, así que puedo alejarme un poco de la entrada. De todas formas, Alicia me buscará en primer lugar en el sitio adonde me dirijo. Efectivamente, un par de horas más tarde, la vislumbro a lo lejos, mirando a todos lados, con una caja rectangular en las manos. Tiene los ojos hinchados al no haber dejado de llorar en todo el rato. Alzo el brazo bueno y la llamo: ––Aquí, en los columpios. Yo, zombi 88 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Estoy sentado en un neumático enganchado a dos fuertes cadenas. No me balanceo, siempre he necesitado para ello que alguien me empuje. Ahora, con la pierna rota, me costaría muchísimo mayor esfuerzo lograr mecerme. Espero que Alicia esté a unos metros de distancia y entonces le hablo. ––Pensé que aún tardarías un poco más en aparecer. Ella sonríe. ––Supongo que te quiero más de lo que piensas. ––Probablemente, pero eso es algo bueno. ––Sí ––responde mirándome a los ojos. ––¿Ahora qué? Una pausa. ––¿Vamos a casa? ––pregunta. La miro, sonrío y alzo la vista hacia la calle donde está nuestra casa. No había caído en que volver va a ser, entre una cosa y otra, un buen trecho de paseo. ––Claro ––respondo––. ¿Qué llevas en la caja? Alicia me la ofrece y me pide que la abra. En el interior hay dos zapatos. Suelto una carcajada y ella susurra que me quiere, que volvamos a casa. Que siente haberme echado a patadas. La disculpo, la animo a olvidarlo. Me pongo en pie, sabiendo que tengo la pierna destrozada y que jamás podré volver a calzarme dos zapatos. Pero, sin embargo, ha dejado de llover. Igual Dios si que me cuida un poco. Y Alicia me quiere. Y sí, soy un zombi. El zombi del único zapato. Yo, Adolfo. Yo, zombi. Yo, zombi 89 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) RESPETAD LA PAZ DE LOS MUERTOS El salón de plenos del ayuntamiento de Rocas se encontraba a rebosar. El pleno del ayuntamiento iba a aprobar el nuevo plan de urbanismo que convertía el antiguo cementerio en un campo de golf. Todos estaban de acuerdo, los cuatro concejales del partido gobernante y los dos de la oposición. Todos excepto los vecinos que formaron una plataforma reivindicativa que convocaba a manifestarse en contra del ayuntamiento. El que más o él que menos tenía un tatarabuelo o bisabuelo enterrado allí, en el cerro de las siete libres. Incluso Tomás, alcalde y promotor del nuevo plan junto con Don Avelino el constructor del pueblo tenía algún ancestro allí enterrado. La creación del complejo urbanístico suponía traer riqueza al pueblo y crear cien nuevos puestos de trabajo, al menos esas eran las previsiones del equipo de gobierno municipal. <<Los que se manifiestan son cuatro gatos, los mismos de siempre, los que se oponen al progreso, ya verás cómo son los primeros en poner negocios en el centro comercial “New Golf Center”>> decía el alcalde a Aurelio concejal de urbanismo. Primero aprobamos el nuevo plan y cuando vean cómo queda el complejo, no se acordaran de un montón de huesos y pelos. Pasaron seis meses y empezaron las obras en el cementerio viejo. En compensación se construyó una fosa común a cinco kilómetros del pueblo, en dirección opuesta al campo de golf y un monumento al recuerdo de aquellos roqueños de finales del siglo XIX. Una vez terminado el complejo turístico empezaron acontecer los hechos luctuosos que aquí relato. El primero en caer fue Tomás el alcalde, un día antes de la inauguración se encontró su coche a las afueras del pueblo con suficientes muestras de haber sido salvajemente atacado por una jauría de perros asilvestrados, ese fue lo que comunico el sargento de la guardia civil en el juzgado. La no aparición del cadáver y lo brutal del asesinato dio pie a todo tipo de especulaciones. Pero la inauguración del complejo urbanístico siguió adelante. Pocos días después de la inauguración un vecino denunció en el cuartelillo la desaparición de su hermano Aurelio, que no era otro que el concejal de urbanismo. Su chalet había sido asaltado esa misma noche, los dos perros habían sido devorados por alguna bestia que al igual que en el caso del Alcalde dejaron un panorama dantesco dentro y fuera de la casa, sólo que esta vez dejaron restos humanos esparcidos en los alrededores, una mano y dos pies. Con todo esto no tardaron mucho en llegar las televisiones. Los periódicos nacionales daban en portada “Terror en un pueblo por las trágicas muertes de dos ediles”. La UCO se hizo cargo de la investigación, pasamos ante ellos la totalidad de los mil vecinos, en especial los más activistas contra el complejo de golf. El hecho de que las víctimas fueran de la corporación alimentó las sospechas sobre ellos. Me preguntaron si tenía animales en casa que fueran extremadamente peligrosos, osos pardos, leones, panteras. Aunque fuésemos la mayoría ganaderos, teníamos vacas, ovejas y algún que otro burro nada que ver con las monstruosas fieras que habían causado tan aberrantes crímenes. El pueblo era un hervidero de rumores, alguien decía que cerca de su casa en las afueras del pueblo, de noche oía como quejidos sobrenaturales, algo que le impedía dormir desde que se encontró abandonado el coche del alcalde. Los resultados de las pruebas realizadas a la mano y los dos pies demostraron que eran de Aurelio el concejal. Jacinto el del bar “El churri” tiene un padre nonagenario, ciego y postrado en el cama debido a la diabetes. Jacinto dice que desde que han empezado los hechos luctuosos que han hecho famoso al pueblo su padre no para de repetir “Dejad que los muertos descansen en paz”. El padre de Jacinto trabajó como sepulturero en el cementerio viejo. Esto ha hecho que su bar se haya convertido en el centro neurálgico de la noticia. Respetad la paz de los muertos 90 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Conozco bien a los concejales pues somos de la misma quinta y todos ellos me dicen lo mismo que hasta encuentren a las bestias, no podrán conciliar el sueño. La guardia civil sigue manteniendo que ha sido obra todo de perros salvajes y que lo demás ha sido pura casualidad. Han traído perros que han participado en numerosos rescates de víctimas de catástrofes, siguen sin ser encontrados los restos del alcalde y de Aurelio. Parecía después de un mes que todo se había calmado. El pueblo entre el campo de golf y los domingueros morbosos de fin de semana se encontraba en sus mejores momentos, incluso las palabras del alcalde sobre los manifestantes se habían cumplido. Ya apenas se oía manifestarse a los anti-complejo. Pero de nuevo una noche la sangre volvió a empañar la vida de los roqueños. Don Avelino, hombre y constructor de pro fue atacado salvajemente según confirmó la guardia civil junto a su mujer en su chalet situado muy cerca del monolito a la memoria de nuestros antepasados. De nuevo lo que encontró la guardia civil en ese domicilio era muy difícil de explicar, no podía ser un animal de los conocidos por el hombre, algo que se escapa a lo natural. El padre de Jacinto murió en esos días, antes de morir pidió a Jacinto que le hiciera la promesa de que los restos debajo del monolito volvieran al cerro de las siete liebres. La UCO antes las palabras de Jacinto, pensaron que eran simplemente supersticiones de un viejo enterrador. Pensaban más en detener a “Ernesto el bala” uno de los principales activistas anti-golf. Sólo faltaba encontrar pruebas que le incriminaran. Siempre he sido gran aficionado a los programas de misterio desde muy pequeño, y aunque intento que todo se base en la razón estos hechos me habían superado. Hable con Jacinto que él no tenía duda de que el pueblo estaba maldito desde que se desenterraron aquellos restos. Me propuso ir una noche donde estaban enterrados bajo el monolito, derribarlo y retornar los restos a su origen. Elegimos la noche de luna llena más que nada para tener mayor visibilidad. Compramos una gran cadena de acero en la ferretería en la capital, días antes para no levantar sospechas y dos cientos cajas de madera, dos palas y un camping-gas y agua bendita que robamos de la iglesia Llegamos sobre las dos de la madrugada al ser Junio, hacía un pequeño fresquito aunque también podía ser miedo. Nos disponíamos a colocar las cadenas en los parachoques de nuestros todoterrenos, cuando la tierra alrededor del monolito empezó a moverse como si alguien estuviese intentando quitársela de encima. Jacinto y yo dejamos las cadenas y nos subimos en un coche. El camping-gas estaba encima del monolito y cayó del mismo, quedándose a los pies del mismo, encendido. Con ello pudimos verlo todo lo que sucedió en tan sólo unos minutos. De aquel agujero empezaron a subir auténticos zombis, no podría llamarles de otra manera. Me recordaba a aquellas pelis americanas de terror de los años setenta. Pude reconocer de entre ellos a Aurelio al que le faltaban los dos pies y una mano. De allí salieron en dirección a la casa de otro de los que aprobaron el complejo urbanístico. Disuadí a Jacinto con un gesto de que no hiciera fotos con el móvil por si se daban la vuelta al oír el más mínimo ruido. No podíamos hacer otra cosa que esperar su regreso sabiendo que no vendrían de vacío, pero no veíamos otra posibilidad. A las dos horas ese pequeño ejército de no muertos regreso a sus improvisados aposentos. Cerca del alba y con toda la fuerza que nos daba el haber descubierto el misterio derribamos el monolito y cavamos encontrado a los zombies en una especie de aletargamiento que les impedía mover sus extremidades aunque los que tenían ojos, estos mostraban que si por ellos fueran hubiésemos sido sus siguientes victimas. Al echar agua bendita sobre ellos eran como si el ácido más corrosivo hiciera impacto sobre sus desfigurados cuerpos reduciéndose estos a cenizas. Cenizas que depositamos en las cajas de madera, y que llevamos al campo de golf antes de que el día abriera siendo de nuevo alojadas debajo de la tierra original del cerro de las siete liebres. Respetad la paz de los muertos 91 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LOS QUE VAN A MORIR TE SALUDAN -1Bill esbozó una amplia sonrisa mientras masticaba un trozo de ingle de su mujer. El trozo de carne sarnoso y empapado en sangre se consumía minuciosamente entre la dentadura de su marido. Retó a todos de un plumazo con una mirada fulminante que recorrió el vagón de lado a lado. El resto miraba como el último pedazo que podían llevarse a la boca desaparecía delante de sus narices. ––¿Tendremos que comernos a una persona? ––preguntó consternada la pequeña Sally arrugando contra el tórax la desvencijada muñeca. Espero que no, pequeña, pensó su padre abrazándola con sus huesudas manos. -2El viejo despertador había vuelto a fallar. Cuando Jack Mirror miró la ruleta numérica se acordó del capullo inquisidor que tenía por jefe, con aquella asquerosa boca abierta de enormes encías y labios gruesos lo imaginó gritando a los cuatro vientos mientras escupía pequeñas balas de baba contra sus legañas. Ya no valían más excusas, debería enfrentarse a su próxima aventura con el gran capullo de Richardson. El “Teniente Coronel” Jim Richardson, el que ahora descansaba en su sillón de cuero con las botas sucias colocadas encima de la mesa. Estaba pensando en despedir al inepto de su empleado mientras le pateaba el culo, imaginó como le hablaría, usando algún que otro insulto y refiriéndose a su santa madre. Creyó que así comprendería que su cara de gilipollas no podría traspasar nunca más las puertas de cristal ahumado que dan paso a la oficina, donde hasta ahora, se ganaba el sueldo. Bajó las botas y encendió un Pall Mall que había sacado del bolsillo de la americana colgada del respaldo. Expulsó humo y musito-Estás fuera chaval-. Aun no podía creerlo. Se pregunto a sí mismo si seiscientos cincuenta miserables euros mensuales daban para un maldito despertador nuevo. ¡Y yo que sé!- se respondió enfundándose los pantalones e intentando mutilar los pensamientos que ahora no le interesaban-, me van a joder vivo, peor aún, los gritos enfundados de mierda de mi jefe explotaran en mi cerebro como minas anti persona. Llegaba una hora y media tarde y todavía tenía que coger el tren. Al menos solo eran cuatro paradas, desde Folow Avenue a McKenzie Street. Cuatro paradas y estaría muerto. Estaré muerto ¿Verdad?, moriré a manos de un explotador hijo de mil padres. Tenía suerte de que fueran cuatro paradas, aunque la verdadera suerte surtiría efecto muchas horas después, cuando luchara contra su propia conciencia a vida o muerte. Fuera llovía a cántaros y un hedor penetró hasta lo más hondo de su cerebro conducido desde las fosas nasales. Jack emitió un sonido de repugnancia mientras fruncía el ceño. ––¿Emily? ¿Emily princesa estás ahí? Emily maulló desde el final del pasillo. Su rostro parecía salido de la obra teatral del Fantasma de la Ópera. La penumbra solo dejaba ver la mitad de su rostro felino y mientras aullaba la sombra se reflectó en la pared dibujando unos colmillos gigantescos como cuchillos suizos. Jack Mirror dio un paso atrás asustado, dejando que su gata se acercara lentamente. Hoy tenía un aspecto diferente, agresivo. Cuando el hedor volvió hacerse presente se cercioró de que acababa de pisar una caca de gata del tamaño de una pila Energizer de 9V. ––Mierda ––susurró para sí. Echó la vista a la ruleta. Allí estaba otra vez, la tez enrojecida de Richardson abriendo sus fauces, dejando caer la baba perruna y emitiendo alaridos que resonarían en las plantas Los que van a morir te saludan 92 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) superiores. Dejó la mierda en la suela del zapato y se puso en marcha. Se hizo con el paraguas aferrándolo con las dos manos. Su rostro pálido decía: ––Trágame tierra. -3––¡Me tragaré tu esqueleto si es necesario!-aulló Frank Willson desde el asiento de enfrente. Su mirada parecía convulsionada. Los globos oculares quedaban demasiado holgados en las cuencas y su tez blanquecina lo trasformaban en un esqueleto andante. Frank tenía las manos hinchadas por los golpes que había atestado a diestro y siniestro, pero solo la izquierda forcejeaba con las esposas enganchadas a palo de metal que atravesaba desde el techo hasta el suelo. Frank se movía de su asiento como un perro rabioso intentando llegar a otro de sus tantos enemigos, Bill Buster, el cabrón que se había engullido su mujer y que no había permitido que los demás la tocaran. -Se come a la gorda de su mujer y ni siquiera reparte un pedacitomurmuró el joven Steven luchando para que no se le cayeran los pantalones de su extrema delgadez. ––En un par de días mi muñeca podrá atravesar la esposa que me sujeta y entonces me levantaré y te partiré la cara. Frank miraba el desvanecido Bill que ahora se había quedado traspuesto entre dos asientos del vagón, ambos a reventar de sangre y vísceras que le rodeaban y emitían un olor infernal. ––En un par de días estaré muerto… ––murmuró Bill con los ojos a medio cerrar, luchando contra la muerte, contra el dolor, y sobre todo, contra el hambre. ––Eso ya lo veremos ––contestó Steven torciendo su gorra hacia un lado intentando conciliar el sueño. ––Claro que lo veremos. Me comí a mi mujer porque era mía, joder, ¿O a caso compartiríais a vuestras esposas? ¿eh? Aquellas fueron las últimas palabras que pudo pronunciar. Estaba recostado entre sus manos congeladas. Llevaba una chaqueta de cuero y unos vaqueros raídos. Todos los que estaban despiertos le miraban y a pesar de eso, sintieron una tristeza profunda. Cada vez quedaban menos y pronto la temperatura descendería. -4Jack salió de casa y corrió con la mochila a cuestas por la avenida. Allí estaba el puesto de flores de Jenie y el pobre anciano encorvado que caminaba sobre la cera escurriéndose entre el tumulto. Apareció Floren el jardinero del parque Greystoke, un loco en una moto haciendo cabriolas y una mujer de rojo que tenía cierto parecido con Julie Cristie en aquél papel de Mira quién habla. Jack se vio reflejado en un escaparate moviendo las piernas a todo correr, después vio como se peleaban varios perros: un Golden Retriever macho y una hembra de San Bernardo. Mirror vio como se habían enganchado el uno y al otro y soltaban alaridos como si se estuvieran devorando mutuamente. Se introdujo en la estación y mientras picaba el ticket y pasaba meneando el péndulo giratorio recordó la muerte de su madre hacía tan solo dos años, y después la de su perro Tango, y seguidamente tuvo una visión escalofriante que desechó en cuestión de segundos. Estoy muerto, porque Richardson me matará, y si no, me matara alguna bomba terrorista de algún cabrón hijo de algún dios sanguinario. El silbido del tren de las 9:45 penetró en el oído de Jack Mirror, para entonces Richardson se había esfumado porque vio su futuro enmarcado en una ventanilla de tren donde rezaba: SALIDA DE EMERGENCIA. Allí se reflejaron sus miedos, las pesadillas que sufría en las noches que caía en día par, vio a su ex novia haciendo de las suyas con el come chapas de Irvin Preston en la antigua cabina telefónica. Mientras veía su rostro mezclado con las letras Los que van a morir te saludan 93 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EMERG, entonces deseó con toda sus fuerzas que aquella pareja de completos cabrones se quedaran encerrados y murieran allí, solos, sin aire, con pintadas estilo TU NOVIA TE ENGAÑA CON UN MARICA en la pared del techo y chicles pegados debajo del cuadro de numeración. Pero enseguida su visión se quedó petrificada detrás de la ventanilla de emergencia y pudo observar lo que había detrás, fuera, detrás del andén; una lluvia acelerada y tormentosa que dominaba la tierra que pisaba. Se sentó en el asiento que quedaba más cerca de la puerta, una puerta que por cierto, nunca más volvería abrirse. Cruzó sus piernas delgaduchas y con su mirada analizó a todos cuanto tenía a su alrededor. Sally Kellingston dormitaba apoyada en el hombro de su padre, acurrucada entre una muñeca vieja. Le faltaba un ojo y los mechones de pelo parecían haber sido trasquilados adrede. Byron Kelligston era un tipo alto y melenudo. Vestía unos vaqueros rotos y una camiseta donde podía leerse: “Si Pudieras Leer mi Mente, sabrías que tú tampoco me caes bien”, tenía pinta de escuchar a Led Zeppelin y a Black Sabbath en el coche a todo meter. Antes de que el tren se pusiera en marcha, continuó con el reconocimiento visual. A la izquierda de Sally una anciana de unos setenta años bordaba una bufanda horrenda entre sus manos, seguramente para su hija o quizás para su nieta, si, seguramente para su nieta, ya que volvía la mirada hacia abajo intentando que Sally desplazara la suya para ver lo que estaba haciendo. A la derecha de Byron un hombre de mediana edad con barba de dos días, panza abultada y un chándal parecía intentar hablar con su mujer cogida de la cintura. La mujer miraba a todos lados cuando su marido levantaba un poco la voz, no quería que la escucharan ni que nadie se enterara de sus problemas personales. -5––¡Otra vez te has salido con la tuya joder! ––musitó el gordinflón soltando la mano de la cadera de Sandy. Más a la derecha, un joven de unos quince o dieciséis años se había tirado al suelo mientras escuchaba música, en su espalda rezaba el nombre de Stevenson en letras doradas que ocupaban toda su espalda. Apoyado contra una de las paredes de la mitad del segundo vagón un hombre de unos cincuenta años y ropas harapientas miraba a Jack sin disimular, con los ojos fijos en su perfil. Enseguida pasó por su lado Frank Willson buscando con la mirada un asiento libre. Había recorrido medio convoy buscando un lugar cercano a la puerta de salida donde debería apearse. Cuando Frank le pasó de largo todavía miraba sin disimulo a Mirror, este paró un segundo y se giró hacia el vagabundo con semblante nauseabundo. ––¡Oiga! ––gritó sin más ni más. El vagabundo, que se llamaba Jimy, siguió con la mirada perdida, como si esperara que en la siguiente parada un ser poderoso se dirigiera hacia él con aire de parsimonia y le regalara un talón a su nombre con valor de veinte millones. ––¡Lávese! ––profirió sin contemplación dándose media vuelta y continuando por el pasillo del vagón. ––Lave usted mejor su lengua de mierda ––murmuró con una voz ronca y ahogada volviendo a perder la mirada. Frank se sentó en el asiento izquierdo de Jack, suspiró y comenzó sus análisis igual que lo había hecho Frank segundos antes. Justo en el asiento de su izquierda, el último de ese lado, había un periódico de pago que alguien había dejado olvidado como un brik de Don Simón. Frank lo cogió y comenzó su lectura bajo la atenta mirada supervisora de la señora Violet, la anciana de enfrente. La anciana vecina que no cesaba su empeño en la construcción de una bufanda que iba tomando forma y con un gusto cada vez más espantoso. La pequeña Sally había cogido la mano de su padre que ahora estaba de pie, intentando encontrar el punto exacto para poder descansar. Las horas pesaban en todo su cuerpo. No podían Los que van a morir te saludan 94 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) salir de aquél vagón. Una lluvia imperiosa amainaba con lentitud y un frescor aumentaba cada minuto que discurría. Jack estaba sentado al lado de Stevenson, (aunque en realidad era el nombre de un jugador de fútbol), e intentaba conversar con él para no dejar que su lengua se enfriara. Jack ya había visto morir a cuatro personas en todo el tiempo que llevaba en el interior del vagón y ahora mismo otro vesánico quería liquidar al quinto. Llevaba en la espalda un pequeño hacha que había sacado de un cajetín de Socorros. Era una herramienta para casos extremos, y desde luego, aquel lo era. Extremadamente extremo seguramente. En cuestión de segundos el hacha recorrió un movimiento semi circular en el aire, fugaz, en simbiosis con el pequeño lamento del hombre que empuñaba la herramienta en cuestión. La cabeza de Byron salió despedida. Rodó por el vagón hasta parar a la parte de abajo de los asientos donde había fallecido Bill, quizá de hambre, quizá de intoxicación por la carne humana, quizá de frío, o quizá de todo al mismo tiempo. Sally tiró de la mano de su padre, asustada, quería que viera lo que estaba viendo ella, la cabeza solitaria, la cabeza de un hombre que rodaba y se paraba como una pelota bajo los pies de un muerto. Sally estaba aterrorizada, pero no era de esa clase de chicas que gritaban y gritaban como niñas cursis. Cuando tiró por cuarta vez de la mano de su padre con ánimo de avisarle, lo vio desplomarse contra el suelo, y además le faltaba la cabeza. Sally gritó con todas sus fuerzas dejando que la muñeca se estampara contra el suelo. Sally gritó a pleno pulmón, gritó y gritó como una de aquellas niñas que tanto odiaba. Todo el vagón se estremeció, todos los que estaban vivos. -6––Vaya juventud la de hoy, solo saben faltar al respeto. Por dios ––espetó la anciana de enfrente. Frank supo que estaba hablando de él, por supuesto, pero hizo caso omiso y siguió contemplando la programación de la noche. Hoy echaban Flashforward y una película que parecía muy interesante en el canal 9: Caníbales de Día, se titulaba. Frank sonrió y se dijo para dentro que sería una noche entretenida, quizá se pasaría por el Súper a comprar palomitas o chocolate, o mejor las dos cosas. De hecho tenía que pasar de todas formas. Había olvidado comprar las cervezas la semana pasada. El tren se sumió en un túnel y viró ligeramente hacia la derecha, Jack notó que iba demasiado deprisa. ––Y encima se hacen los remolones, por dios, hum ––prosiguió la anciana. El convoy desaceleró notablemente, aquello le tranquilizó bastante, de todos modos Richardson estaría esperando con la bota preparada para espetarle un puntapié y mandarlo a la calle. Frank agachó el periódico lentamente para mirarla. Ella dejó sus manos quietas y le devolvió la mirada insolente. Ambos lo eran. ––¿Ocurre algo, anciana? ––Hum, y encima se atreve a contestarme. Lo que necesitáis es mano dura, si, mucha mano dura-sus palabras parecían ser escupidas a través de la dentadura postiza-, si hubierais vivido una guerra sabríais de que hablo. ¿Acaso sabe usted lo que es pasar hambre? ¿Y usted? – –miró a Jack, y luego a Stevenson, no tenéis vergüenza. ––Maldita vejestorio ––susurró Frank mientras volvía al periódico. ––Eso, seguir a vuestras cosas, no os preocupéis por nada, solo a lo vuestro, egoístas. –– La vieja se levantó con sus bártulos y se marchó a otro asiento lejano, al final del pasillo del vagón. -7- Los que van a morir te saludan 95 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Jack se había ocupado de la pequeña Sally. Ahora ya no la interesaban las muñecas. Su padre ya no estaba y su madre esperaba fuera, sola, temiendo por su pequeña, mientras en el vagón se comían unos a otros. Cuando la cabeza de Byron rodó por el suelo, pocos minutos después aparecieron cinco hombres hambrientos que corrieron a por la cabeza melenuda, primero le arrancaron el cuero cabelludo y después hincaron el diente, no había mucho donde agarrar pero al menos podrían sobrevivir un poco más de tiempo, quizá lo suficiente para cuando alguien llegara en su ayuda. Mientras los hombres se comían a su padre y otros tantos ya habían comenzado por el torso, Jack había desviado la mirada de la niña. La cogió en volandas y se marcharon de aquel vagón con la camisa empapada en lágrimas. Sally quería ir con su madre, pero Jack no podía cumplir ese deseo, ni el de ella, ni el de nadie. Solo podían esperar. De pronto unos gritos volvieron a despertar el instinto defensivo de Jack. Los gritos provenían del fondo y contenían una fuerte carga de desolación. El y la niña se acercaron mientras contemplaba una macabra escena a ambos lados del vagón, sangre esparcida por los cristales y los asientos, vísceras, líquidos de diversos colores, intestinos, riñones, sesos y diversos pedazos de carne que no parecían haber tenido éxito en el menú. Las fuerzas de Jack estaban a punto de llegar a su fin, tres días sin probar bocado lo tenía en la reserva, y no solo, lo que fuera que había penetrado en la locura de los pasajeros los había reconvertido en animales prehistóricos, como si hubieran vuelto a los orígenes y solo necesitaran sobrevivir. Muertos andantes que arrastraban las piernas por la falta de fuerzas. Los gritos seguían produciéndose al final del pasillo. Vieron a la anciana de la bufanda arrodillada pidiendo auxilio, y pidiendo comida, decía que se moría, que no podría seguir así, que se estaba muriendo de hambre, sin embargo, a juzgar por su aspecto, su tez seguía enrojecida y su rostro palpitante y tosco, igual que el primer día. Sally parecía tener fuerzas suficientes, debido a las chocolatinas que todavía conservaba en sus bolsillos. Había hecho el favor de compartirlo con Jack, su nuevo amigo, ya que Stevenson se consumía con su música favorita en los oídos. Mientras se comía un Mars sentado en el suelo junto a la niña, lloriqueaba mientras lo devoraba. Su rostro estaba sucio, de un negro zaino que cubría parte de su tersa y anterior blanquecina piel. Jack intentó averiguar que podría pasar por la mente de una niña de 8 años, si ni siquiera él conseguía hacer frente con el debido raciocinio a la situación que le estaba tocando vivir. Por un lado deseó que Richardson estuviera muerto. Pensó si fuera también estaban viviendo la misma situación. Desde que el tren se había detenido no habían parado de suceder cosas fuera de lugar, cosas horrorosas. Al principio intentaron huir, pero todos los que salían morían con el contacto del aire, por eso tomaron la decisión de quedarse aislados del exterior, que al parecer y sin ninguna razón explicable a primera vista, les protegía y les mantenía con vida, después la cosa se complicó. Empezaron a degollarse los unos a los otros. Jack no lo creyó hasta que lo vio con sus propios ojos. Ahora usaban la sangre para beberla y la carne para comerla. Así de crudo. Todavía quedaba con vida el vagabundo, al que nadie quería ingerir por razones de salud, comentaban. La anciana de la bufanda, Jack, Sally y algunos otros que todavía resistían luchando contra todas sus fuerzas. Jack intentó iniciar una conversación con la pequeña comenzando por algunos chistes malos, a los que ella ni siquiera dedicó un esbozo de sonrisa. Necesitaba ser consciente de la realidad, que supiera defenderse y no perdiera el norte. Antes que nada, quería ayudarla para que no se convirtiera en otra loca de la vía del ferrocarril. Su pelo estaba grasiento y sus dientes manchados de caramelo, aquello le profirió una sonrisa a su nuevo amigo que intentó dormirse después de dar por imposible la conversación. ––Voy a dormir un poco ––musitó––, no te alejes, no quiero que te pase nada. ––Tengo que hacer pis ––contestó levantándose y dirigiéndose al rincón del fondo-. Los que van a morir te saludan 96 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Jack divisó la anciana pero esta parecía inofensiva, al menos su cuerpo recostado en el suelo lo advertía de que ahora estaba más loca que antes, y desde luego, poco había aguantado a pesar de haber sufrido una guerra. En el fondo sabía que solo era una forma de imponer sus ideas, de recordar a las nuevas generaciones que ellos eran diferentes y hacían las cosas diferentes, que eran buenos y trabajadores y asumían los riesgos y obedecían a sus maridos, y ahora las madres solo criaban chicos huesudos con cascos en las orejas y sin ganas de trabajar ni estudiar, así de simple y de complicado. Observó a la niña hacer pis y de nuevo recostó la cabeza con ánimo de conciliar el sueño, deseó no encontrarse una nueva masacre al despertar, pero en vez de eso, un hedor espantoso le recorrió la nariz entrando en un pequeño mareo temporal. El hedor no tenía nada que ver con la cagarruta de Emily, sin embargo, se acordó instintivamente de ella. Le llegó a la mente cuando jugaba graciosamente con el ovillo de lana que le había comprado expresamente para sus juegos. Al cabo de un rato Emily volvía con maullidos compulsivos pero suaves, pidiendo clemencia. Sus visiones regresaron al tren. Este seguía parado entre dos estaciones. El mundo se venía abajo y sus fuerzas parecían estar bajo mínimos. Pensó en los Kit kat que todavía le quedaban a Sally en los bolsillos, pero algún día se acabarían, en algún momento, en alguna hora y en algún minuto dejarían de existir ante ellos para dar paso a la nada. ––¿Sally? ¿Estás ahí? No. No estaba. Y no sabía donde se había podido meter. Se levantó usando las reservas de fuerza posibles con un kit kat rondando en sus pensamientos. Su visión ya fallaba desde hacía horas y sus músculos se tensaban continuamente complicándole el paso de la pierna derecha, que ahora cojeaba levemente. Ladeaba su cuerpo al caminar y bamboleaba la cabeza como un péndulo. Le costó trabajo encontrar la dirección correcta y continuar pisando en línea recta por entre los cadáveres y los asientos vacíos. Comprendió entonces que no era como el resto, que no era un caníbal, y aunque si ingería carne de otras especies no alcanzaba en su comprensión comer carne humana. Pero y ¿los demás?pensó-, ¿estaban preparados para dejar a la pequeña Sally en paz? Tropezó con el torso desnudo de una mujer que había entrado en la cuarentena. Echó un vistazo veloz y descubrió el anillo de matrimonio cerca de la puerta de salida del vagón. Jack volvió en sí de nuevo y tembló al pensar que la pequeña. Cuando llegó al lugar donde había estado antes de dormirse descubrió una escena cargada de amor, enfundada en un hedor a hierro y vísceras humanas. Sally había empleado el tiempo en que Jack descansaba en recomponer el cuerpo partido en dos de su padre. La cabeza, desprovista de pelo, estaba colocada junto a su cuerpo, que yacía recto y con las manos cruzadas sobre el pecho. Sally pudo ver como el cuello salpicado en pedazos de carne, sangre y otros elementos viscosos no llegaban a pegarse al resto del cuerpo, al menos a ella la parecía lo correcto. Era su padre y lo acababa de perder entre hachazos y mordiscos. Jack la miró e intentó llorar, pero no tenía tantas fuerzas, en cambio se retiró lentamente y se sentó en el asiento a contemplar. Sally lloraba desconsolada sobre el pecho de Byron y la muñeca descansaba desvencijada al lado de la pierna derecha, como si estuviera embalsamando el cuerpo y preparándolo para un viaje al más allá y necesitara que tuviera la muñeca para que nunca se olvidara de ella, de que Sally era su hija, y de que siempre le quiso. La noche estaba en plenitud y la temperatura se estaba templando cada vez con más frecuencia. A continuación la luz del tren se apagó totalmente por primera vez en casi cuatro días. Todo quedó a oscuras y de la garganta de Sally emanó un grito, momento en que Jack se acercó y reparó en ella, velando a su lado. Escucharon un silbido y las puertas del tren se abrieron de par en par, pero no solas, sino accionadas desde fuera. Alguien entraba. El demonio, han venido a por nosotros. El Maligno se apiadará de nuestra alma y nunca veremos la luz del sol. Los que van a morir te saludan 97 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ¿Quiénes son?, pensó Sally para sus adentros, ¿quién ha venido?, ¿son buenos? ¿Por qué no están muertos como los demás? ––¿Hola?-preguntó una voz femenina en mitad de la oscuridad. ––Aquí, estamos aquí-chilló Sally sin poder remediarlo, ¿mamá? Un cuerpo de mujer se acercó y alumbró con una linterna mirando sus rostros, después les hizo un examen con la luz de pies a cabeza. ––¡Están Bien! ––aulló girando la cabeza––, tranquilos, os sacaremos de aquí. ––Vaya puta masacre joder ––murmuró otra voz masculina alumbrando con su propia linterna. ––¿Estáis vivos ahí fuera? ––preguntó Jack con una voz soñolienta––, ellos murieron, lo intentaron, lo intentaron de veras y murieron, ahora son pasto del viento, murieron. Oh mi Emily, podré volver a verte. Supongo que no comeré carne en mucho tiempo, quizás me haga vegetariano, ¿qué opinas Sally? Jack Mirror estaba a punto de desmayarse cuando escuchó la voz femenina. ––Los que intentaron escapar lo harían a plena luz del día, pero en la noche están a salvo, es la oscuridad, nada los hará daño. ––Ya voy Emily, ya voy ––susurró. Los que van a morir te saludan 98 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) DIARIO DE UN MUERTO Diario: "Comienzos" “La noche empieza, son las 9:30 PM del año 2 de la nueva era, la era que ya no tenemos nombre... Soy, creo, la última persona que tiene algo de sentido común para escribir estas líneas, mi nombre lo saque de la Biblia, Lázaro, soy el que no muere.... Sin embargo sufro las consecuencias de la radiación que nos cambió, que me dejo así, mis manos ya no son lo que eran antes de eso, mis uñas antes pulidas por un manicure, ahora yacen muertas en algún rincón de la casa en la que vivo, casi a oscuras ya, la vela pronto extinguirá una de las ultimas luces de la ciudad. Los dedos con los que escribo siento que se disuelven en mi mano, el guante es un buen aislante... Si la enfermedad no estuviera en mi, mañana seguiré escribiendo, ellos,...ellos van a salir y tienen hambre. Bueno la única forma de no volverme loco es seguir escribiendo...tengo tres dedos menos y la nariz me cuelga por un hilo de piel, aun no sé cómo respiro y nada me duele, mientras escribo un diente aterriza entre las hojas, y ahí quedara desintegrándose en unas horas solo será polvo. Hoy salí a la luz nuevamente, los zombis, lentos y torpes ya estaban acostándose, cargue una escopeta para tratar de mantenerlos a raya, cuando la agarre se me resbalo disparando una salva al techo y viendo un dedo y mi nariz caer por el impacto. "descartado las armas para salir", pensé. Al salir , el sol, tapado habitualmente por nubes , me dio de lleno en el rostro, entrecerré los ojos y aspiré el aire contaminado que quedaba, luego tosí y escupí sangre, y creo que algún diente más. Fui caminando lentamente , hacia el supermercado distante dos cuadras, parecían dos kilómetros, mis pies están resbaladizos, una patina tipo jabón, me recubre de la rodilla para abajo, una muy vieja herida, se abrió y en lugar de sangre me salió ese pus que solo supura.. El comercio esta vacío, a excepción de unos esqueletos mondos, de huesos blancos, sin nada de carne, los vi ya el primer día que empezó mi...enfermedad, tenían ya un estado avanzado de descomposición y salí corriendo del lugar. Las lágrimas y el vómito se unieron para sentirme peor que nunca, ellos estaban infestados y yo aun no lo sabía pero también lo estaba. Ahora son esqueletos mudos que no se moverán, otros se los comieron seguro, y los dejaron como mensaje para mí. Silencioso como una rata, me proveo de pilas, de carne de res, de pollo, de fósforos y de otros dos faroles, materiales comunes como cinta adhesiva y papel para seguir escribiendo, unas gasas para no manchar las hojas, un cargamento que fui apilando pacientemente en un carro del súper mismo. Me vino a la mente el héroe de "soy leyenda", soy más bien el antihéroe, nada me sale bien, ¿sería el que gritaría que saliera para comérmelo? no recuerdo bien ya, me reí mucho con eso... un planeta lleno de vampiros. Por lo menos había gente buscando cura y el protagonista no enfermaba como yo, pero bueno, no divagaré, las letras se me ponen borrosas, y apenas sostengo la mano para escribir, Genial diario de un muerto 99 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) tengo hambre de nuevo, ya la carne que como es casi cruda, y la sangre me atrae demasiado, los dientes , apenas son un recuerdo y me están naciendo otros más aserrados, ¿estoy mutando?, mi piel sigue cayendo, no escribiré más por ahora, me llame Lázaro, por si lo olvido, hoy olvide donde vivía , y el sol empieza a molestarme... Diario: "Delirios" Me siguen y no puedo evitarlo soy diferente, corro sin tregua, ellos no me la darán , me siento perdido, mis manos apenas son un muñón ya, mis pies tambaleantes apenas si me sostienen , mi pecho ruge con ira, los pulmones o lo que quede de ellos están perdiendo fuerza y siento que van a estallar. Las manos descarnadas, con pocos dedos me atrapan y veo sus desdentadas bocas acercarse a mí, de a miles me aplastan con su peso, me quieren destruir, yo que apenas ya puedo pensar, abro los ojos, deslumbrado. Me duele la espalda y las costillas, las pocas que me quedan sanas los huesos se están volviendo como de gelatina, el sol me está molestando demasiado, y uso unas gafas oscuras aun para escribir a su cálida luz, y hasta en la sombra me parece demasiado luminoso. Hago recuento de mis dedos, de mis dientes, (hoy perdí dos más de mis dientes y tengo aun los tres dedos que me quedan en cada mano, mi mano está teniendo una extrañísima erupción violácea, que empieza en mi dedo índice, y termina en mi codo. Nunca antes la vi, pero bueno generalmente no los veo mucho a ellos.... ¿Quiénes son ellos? Sería una buena pregunta para quien lo lea a esto, ellos son los experimentos de laboratorio, ellos son los casos fallidos, ellos son lo que quedo después de una conflagración muy ruidosa. Ellos son los últimos, y pronto yo estaré entre esos, pero por ahora me acuerdo como se escribe y mientras este lúcido seguiré contando la historia, de su vida y la mía. Ellos son hijos del átomo, una explosión espectacular sacudió el mundo, China y Estados unidos por fin decidieron sacarse las caretas y mostraron sus caras, solo tiraron dos misiles, gigantescos. Al minuto siguiente el quinto infierno se desato, llamaradas, muertes, hombres calcinándose, tsunamis, todo lo peor.... Pero quedaron los Últimos como se gustan llamar. Gente en metros, o estaciones submarinas, gente oculta en lugares recónditos, sin embargo el aire estaba enviciado, y la radiación junto a agentes bioquímicos dio vuelta al mundo con la velocidad de la peste. Los que podían vivir ,como yo, imagino que se suicidaron en masa, cuando vieron que se les caían los pedazos, o que empezaban a oler a corruptos o son parte de la masa que persigue a los más sanos , a los que aun tienen algo para alimentarlos. Somos el ganado para ellos, y necesitan alimento y cada vez más, Su número ha crecido rápidamente, y.... Las letras se me desdibujan de nuevo dejare para mañana el resto de la historia. Diario: "Noche" Genial diario de un muerto 100 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Apenas puedo escribir esta borroneado todo con mis humores mis manos están apenas útiles ya , cada esfuerzo que hago con ellas me dejan casi al borde del desmayo, tratare de conseguir una grabadora , para decir mis últimas experiencias, ya no escribiré en el diario.... (Transcripción de la grabación de la noche del año 2 de la nueva era de sujeto desconocido, solo responde al nombre Lázaro) Escucho mi voz y me asusto a mi mismo de como suena sigo siendo Lázaro, el ultimo, como una sierra desgarrando un hueso, tengo hambre y la carne de vaca o pollo ya no me resulta apetecible pese a que las he ido cazando y comiéndomela con plumas y todo, o con piel, mis nuevos dientes desgarran sin problemas todo lo que encuentran. En los muñones que tengo por manos comenzaron a crecer unos tentáculos justo en las partes violetas, son muy útiles y más prácticos que los dedos, que tenia. Ayer probé a mi primer cadáver, vomité sobre él y aun hoy que lo recuerdo sigo vomitando, (sonido de vómito), disculpen fue asqueroso pero al mismo tiempo no podía contenerme, ¿igual que importa? , soy el único que queda algo lucido para decirlo, para transcribir mi experiencia, quizás algo o alguien más normal lo encuentre. No pude escapar de la atracción, era tan tentador, sabía que lo necesitaba pero quería creer que no, que seguiría sin la necesidad, he visto a los otros, los que quedan abalanzarse sobre todo lo que camina, pero pensé que yo...me extraño cuando grito, bueno no estaba muerto aun, luego tuve que escapar, ya que empezaron los otros a perseguirme, apenas pude probar un pedazo, sabía bien… Triste condena, ser igual a ellos, no diré más, ya no importa,…” Médico consultando con otro mientras miran por la ventana acristalada al sujeto diciendo sus palabras a una grabadora.... ––Está totalmente loco, vive en un mundo apocalíptico, cuando lo encontramos estaba terminando de comerse al perro. ––Si leí que se había amputado algunos dedos, además. ––No es solo eso, ataco a los funcionarios y le pegó un mordisco en la yugular a uno y luego se tragó el pedazo de carne, asqueroso, el interno no podrá olvidarlo nunca… huele a rancio el mismo. ––Aparte se cree inmortal, sabes lo que dice al final de la cinta esta, espera que la pongo que no sentiste la última frase La grabadora corre nuevamente y se oye la voz desgarrada del locutor, afónica y desesperada, " ¿saben lo peor? me pudriré en vida, y nada puedo hacer ya que... (pausa con sollozo) esto, esto, es para siempre" Fin Genial diario de un muerto 101 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) NUEVO AMANECER 1 Del Washington Post 24 de Marzo de 2010 Washington D.C. El gobierno del presidente Barack Obama sigue negando las acusaciones del gobierno francés y de su presidente Nicolás Sarkozy, según las cuales aviones de la fuerza aérea estadounidense se encuentran realizando operaciones militares ilegales fuera de sus fronteras. Según Sarkozy, aviones estadounidenses han sido registrados por los radares en regiones tan distantes como Sudáfrica, Siberia, Patagonia, Toronto, Taiwán, Oslo, entre otras. No obstante, hasta el momento no existen pruebas fehacientes que respalden firmemente su posición. Un portavoz de la Casa Blanca ha dicho… En realidad todo comenzó en 2007, cuando George W. Bush aún comandaba las decisiones de la gran potencia americana. Se inició en secreto, y cuando a la Casa Blanca llegó el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos, todo permaneció en secreto, incluso para él. Todo surgió de una simple idea, concebida en una lluviosa noche de noviembre poblada de licor y humo de tabaco, entre cuatro amigos reunidos luego de cinco largos años. Mike O´Connor y Paul Roberts eran miembros activos de la CIA, Steve Andrews pertenecía al Programa de Seguridad Espacial de la NASA, y John Curtiss era un capitán retirado de la USAF. Este último era hijo del legendario General Curtiss, que en los años setenta había llevado a cabo la arriesgada Operación Caballo de Troya. Se habían conocido en extrañas circunstancias bajo el gobierno de Bill Clinton, y habían trabado una amistad que incluso a ellos mismos aún les sorprendía. La reunión fue idea de Mike y Paul, que trabajaban en el mismo departamento de contraespionaje de la CIA. Luego de dos meses y unas cuantas llamadas, los cuatro se reunieron en un bar en Long Island donde ponían viejos éxitos de B.B. King y Chuck Berry. La conversación discurría por los derroteros más dispares. Eran casi las once de la noche, cuando John, algo pasado de copas a esa altura, dijo: —Tengo una maravillosa idea para dominar el mundo. Los otros tres se quedaron mirándole con una expresión perpleja bastante cómica, para irrumpir luego en una sonora carcajada. John rió con ellos, pero pasado un momento, y con un semblante que denotaba una absoluta seriedad, les aseguró: —Hablo en serio. A continuación, les delineó un descabellado proyecto para suministrar, por medio del aire y el agua, una sustancia capaz a largo plazo de volver a la población maleable y predispuesta a acatar sin reparos las decisiones de los altos mandos gubernamentales. Para eso, dijo, necesitaba la tecnología y la ayuda conjunta de las tres instituciones que ellos, en mayor o menor medida, representaban. Es decir, la CIA, la NASA y la USAF. Los cuatro se pusieron de acuerdo. Inicialmente como un reto personal, y después como un objetivo concreto, dieron los primeros pasos para bosquejar lo que más tarde se llamaría Operación Telaraña. En el más absoluto secreto, personalidades de mayor rango le dieron el visto bueno a la idea, y muy pronto nuevos miembros se unieron a la extraña y ambiciosa causa. Nuevo amanecer 102 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Dos años después, a lo largo de las regiones más distantes del globo, cientos de aviones equipados con sistemas antirradar y tanques especialmente acoplados esparcían un polvo grisáceo e inodoro a casi cincuenta mil pies de altitud. Lo hacían meticulosamente, peinando poco a poco todas y cada una de las regiones del planeta. Cada dos o tres días, los aviones hacían el mismo recorrido, esquivando astutamente los sistemas de radar, que sólo vislumbraban a ratos un extraño y borroso objeto, para luego mostrar un barrido limpio en las verdes pantallas. La Operación se extendió por siete meses, al cabo de los cuales el Comando General de la Operación tomó la decisión de esperar resultados. Se suponía que no iban a haber cambios anormalmente visibles. Sólo cuando el gobierno empezara a tomar ciertas determinaciones, debían notarse los efectos en una sumisa actitud de la población. Pero luego de seis meses ningún cambio notable ocurrió y la Operación Telaraña entró en una etapa de espera. Ninguno de ellos alcanzó a imaginar lo que ocurriría más tarde. Lo que los escasos sobrevivientes llamarían simplemente “El Virus”. 2 Del Le Monde 16 de Enero de 2011 Paris Marcell Ciotti, embajador de Francia en los Estados Unidos, fue asesinado anoche por desconocidos cuando se dirigía a su residencia en las cercanías de Georgetown, en Washington. Hasta el momento se desconocen los móviles del crimen, que ha embargado al pueblo francés en un profundo sentimiento de pena y repudio por tan vil acto. Ciotti, que solicitara el pasado jueves ante la ONU la formación de una comisión internacional que investigue a fondo los pasados avistamientos de aviones estadounidenses realizando operaciones desconocidas en el extranjero, había anunciado una rueda de prensa en la que se… Pasados tres años, estaba claro que la Operación Telaraña había sido un completo fracaso, o por lo menos eso pensaban Curtiss y sus hombres, que aún buscaban la forma de justificar un gasto de miles de millones de dólares. Pero no todo había sido en vano. El caos se inició exactamente el 29 de octubre de 2013 en una pequeña y apartada población de Malanje, en Angola. A eso de las tres de la tarde, en una aldea de agricultores, dio comienzo la fase uno del Virus. Los pobladores se encontraban celebrando un consejo comunitario en la pequeña parroquia cuando un súbito silencio se extendió a lo largo de todos los presentes. Segundos después la totalidad de aldeanos comenzaron a convulsionar frenéticamente, segregando una espesa materia grisácea por la boca y los orificios nasales. Tres minutos más tarde estaban muertos. Situaciones similares se fueron sucediendo en todo el país. Luego en todo el continente, y después, como era de esperarse, en todas partes. En menos de veinticuatro horas el mundo entero se sumió en una oscuridad que ni el profeta más soñador se hubiera atrevido a pronosticar. Las principales ciudades del mundo fueron presas rápidamente de la más absoluta devastación, conforme el Virus hacía su aparición puntual a lo ancho del globo. Cuerpos rígidos en extrañas posturas, llenos de una sustancia gris ya seca, inundaban plazas, colegios, parques, calles, subterráneos y edificios de apartamentos, en una escena apocalíptica. Pero no todos habían muerto. Nuevo amanecer 103 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Un pequeñísimo porcentaje de la población mundial resultó ser inmune al mal que se esparcía por todas partes como una plaga del demonio. Fueron testigos impotentes de la visión de pesadilla en que se estaba convirtiendo lo que hasta hace unos instantes era un día rutinario como cualquier otro. El más puro terror terminó acabando con algunos de ellos, pero el resto se convirtió en el último vestigio de la raza humana recién extinta. Pero a decir verdad, la pesadilla apenas comenzaba. 3 Del Türkiye 29 de Junio de 2011 Estambul El Primer Ministro, Recep Erdogan, ha vuelto en el día de ayer de la audiencia extraordinaria celebrada en la Casa Blanca con el presidente de Estados Unidos Barack Obama, con motivo de su nombramiento como cabeza de la Comisión que investigará la procedencia y verosimilitud de las constantes acusaciones de entes internacionales relacionadas con la invasión de aviones de la USAF en territorio extranjero. Erdogan ha anunciado que acepta su nombramiento y que hará lo que esté a su alcance para verter claridad en este asunto. Obama, por su parte, insiste en que las acusaciones carecen de fundamento y que no opondrá ninguna clase de obstáculos en las investigaciones… Andrés Domínguez fue uno de los pocos sobrevivientes en la ciudad de Barcelona, y muy a su pesar fue testigo de lo peor de la pesadilla. Como si de una infernal y apocalíptica parodia de la resurrección se tratase, al atardecer del tercer día, cuando caminaba sin rumbo en busca de comida y un lugar para pasar la noche que no apestara tanto como los anteriores, vio un ligero movimiento en uno de los montones de cadáveres que poblaban las inmediaciones del Parque Güell. Al principio pensó que la creciente oscuridad le jugaba una mala pasada, pero poco a poco los movimientos se multiplicaron. Algunos de los muertos comenzaron a incorporarse, todavía petrificados en las extrañas posturas en que habían muerto. Curiosamente era primero de noviembre, Día de Todos los Santos. Andrés corrió en busca de un escondite. La fase dos había comenzado. Como una contraria repetición del ataque del Virus, millones de cuerpos en todo el mundo se despertaron. Parecía una escena bíblica a gran escala de la resurrección de los muertos. Y así como una pequeña parte de la población había sido inmune a la epidemia, también fue sólo una parte de los muertos los que se reanimaron repentinamente. Andrés, desde su punto estratégico, se dio cuenta de inmediato de que estos “seres” estaban muy lejos de ser como los zombies o muertos vivientes que solía ver con su hermano en las funciones del viernes en la noche. No eran tan lentos como en las películas, y una vez se incorporaron estiraron sonoramente sus tiesas y frías extremidades hasta volver a su posición normal. Tenían un extraño brillo en sus ojos, que para Andrés denotaba cierto grado de inteligencia. Unos diez minutos después, un pequeño grupo se había reunido en torno a un viejo olmo y, para su horror, parecieron mover los labios lánguidamente. A continuación, se dirigieron a un automóvil cercano, abrieron las portezuelas y sacaron a sus antiguos ocupantes. Los examinaron. Y luego se los comieron con avidez. Andrés permaneció escondido hasta el día siguiente. Nuevo amanecer 104 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 4 De La Nación 2 de Diciembre de 2011 Buenos Aires Un avión de la USAF (Fuerza Aérea de Estados Unidos) se estrelló anoche en la región de la Patagonia, más específicamente en la península de Valdés. Fuentes oficiales han informado que el artefacto poseía un inmenso tanque acoplado, ahora roto, lleno de un polvo de tonalidad gris que hasta el momento no se ha podido identificar, y parte del cual estuvo esparciéndose sin control por la región durante casi dos horas. Luis Alberto Pozzi, Jefe del Ejército Argentino, anunció que llevará el caso ante la Corte Penal Internacional. El gobierno estadounidense aún no se ha pronunciado al respecto… Todo parecía indicar que rehuían la luz del sol. Lo descubrieron muy pronto y actuaron en concordancia. Antes del alba, una muchedumbre de unos doscientos se reunía en el ahora abandonado Centro de Convenciones y permanecían encerrados hasta el anochecer. Luego de tres meses de trabajo planificado, Lauren Vélez, líder del grupo Nuevo Amanecer con apenas diecisiete años, tomó la decisión de actuar. Lo harían el domingo. Conseguir los explosivos había sido más fácil de lo esperado. Tras varios intentos fallidos, encontraron un arsenal completo e intacto en el Batallón de Infantería Nº 4, ubicado al oriente de la ciudad. Los fueron transportando lenta y metódicamente a su centro de operaciones y de allí, por partes, habían ido enterrando una inmensa cantidad por todo el perímetro del Centro de Convenciones. La devastadora explosión sería digna de verse. —Cuéntame otra vez lo de tu padre —pidió Rubén con aire ensoñador. —Te lo he contado por lo menos diez veces —le espetó Lauren con desgana—. Además, la historia no es nada del otro mundo. Simplemente desapareció de la sala de estar de mi casa hace siete años, sin dejar rastro. —Pero el resplandor… —¡Al diablo con el resplandor! Me recuerdas a mi madre, que siempre insistió en que ello tenía algo que ver. —Pero tú dices que luego del destello tu padre nunca volvió… —Pues sí. Pero yo creo que sólo huyó de su obligación, y conociendo como es… como era mi madre, no lo culpo —concluyó Lauren pensativa. —¿El domingo, entonces? —preguntó Rubén, cambiando de tema. —Sí, el domingo. No podemos postergarlo más tiempo. Es hora de empezar a acabar con ellos —contestó ella con una extraña sonrisa. 5 Del Portland Herald 27 de Enero de 2012 Portland John Curtiss, capitán retirado de la USAF, fue arrestado en la tarde de ayer cuando intentaba incendiar su cabaña ubicada en un bosque en las cercanías de Castle Rock, en el estado de Maine. Curtiss fue sorprendido en actitud sospechosa por un guarda forestal que se encontraba en las inmediaciones. Se presume que su propósito era destruir una gran cantidad Nuevo amanecer 105 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) de documentación. Las autoridades han dicho que aún se desconoce la naturaleza de la información que reposa en los miles de folios que fueron encontrados en la cabaña. No obstante… La madrugada del domingo, 6 de abril de 2014, fue bastante fría. Una tenue capa de nubes tapaba la luz de las estrellas. Quien observara la ciudad desde lejos vería cientos de humeantes puntos luminosos. Eran montañas de cuerpos que ardían como gigantescas fogatas. El olor a carne humana, putrefacta y carbonizada, se extendía por todas partes, inundando cada rincón con su pestilencia. El silencio era abrumador. No había perros que ladraran, ni gatos que maullaran. No había aves que alegraran con sus trinos esas tempranas horas de la mañana. La alegría había desaparecido de la faz de la Tierra. El planeta se había convertido en una titánica fosa común. Lauren le había dicho al resto del grupo que con dos personas bastaba para instalar la última tanda de explosivos, conectar el detonador y activar la carga. Pero todos habían insistido en ir a ver la devastadora conflagración que destruiría el Centro de Convenciones en su totalidad, junto con todos sus ocupantes. Así que eran las cuatro y media de la mañana cuando Lauren, Rubén y los demás, algunos con armas automáticas, otros con viejos revólveres calibre 38, partieron de un lugar en las cercanías del Edificio de la Gobernación. Su punto de destino estaba a menos de un kilómetro de allí. Caminaban lentamente en pequeños grupos de dos o tres por las desoladas calles de la ciudad. Tardaron veinte minutos en llegar, y luego se fueron diseminando por los alrededores del Centro. A una señal de Lauren, Rubén se le acercó y juntos se dirigieron a un costado del edificio poblado de arbustos. Lauren se agachó y retiró unas ramas sueltas dejando al descubierto el extremo de dos cables. —Saca la carga —ordenó ella. Rubén descolgó su morral y extrajo cuidadosamente un paquete marrón, entregándoselo a Lauren. Esta lo puso en el suelo y lo desenvolvió. La carga de dinamita tenía dos cables a cada lado. Los estiró y entrelazó cada extremo con los que se hallaban bajo los arbustos. Acto seguido extrajo un gran rollo de cable. Insertó una de las puntas en la carga y empezó a retroceder desenrollándolo con rapidez. Rubén se quedó mirándola. —¿Qué diablos esperas? —lo regañó ella.— ¡Corre! Rubén le hizo caso de inmediato y empezó a correr a su lado, retrocediendo hasta ponerse los dos a cubierto a unos ciento cincuenta metros, tras el recodo de la esquina de un edificio cercano. Los demás integrantes del grupo se hallaban escondidos de la misma manera, a intervalos de cincuenta metros. Lauren se arrodilló, sacó el detonador y le conectó el cable. Observó a su alrededor. Todo seguía en calma. Sus compañeros seguían a buen resguardo. Miró a Rubén, que estaba detrás de ella, y asintió. Había llegado el momento. Poco importaban las tuberías de agua y las corrientes de luz y gas en el interior del edificio. Nadie más se vería afectado. Sin la más mínima expresión en su rostro, Lauren accionó el detonador. Como era de esperarse, la explosión fue monumental. En perfecta sincronía, las cargas explosivas fueron detonando simultáneamente en todo el perímetro del Centro de Convenciones. El edificio se desestabilizó en toda su estructura, pareció resistir un momento, y luego se desplomó con un ruido ensordecedor. El sonido de la destrucción resonó por unos minutos en varios kilómetros a la redonda. El rostro de Lauren permaneció inmutable. Nuevo amanecer 106 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Pasados unos treinta minutos, cuando la gran nube de polvo se asentó un poco, hizo una señal al grupo más cercano y se pusieron en movimiento. Se reunieron todos en lo que hasta hace un rato era una de las entradas principales del edificio. Algunas de las paredes aún se tenían en pie y era posible movilizarse medianamente entre los escombros. Sin mediar palabra, se dispersaron, también en pequeños grupos. Pronto amanecería. Lauren iba en compañía de Rubén. Entraron por un portón lateral que desembocaba en un pequeño salón. El techo estaba destruido y grandes bloques de cemento cubrían la mayor parte del suelo. Recorrieron el lugar, inspeccionando cada rincón. Después de unos minutos, salieron por una puerta ubicada en el otro extremo, que comunicaba con un salón más grande donde la devastación había sido aún peor. Todo el techo se había desplomado y resultaba muy difícil desplazarse. Aún así, pasado un rato de hurgar entre los escombros, encontraron el primer muerto bajo una pesada columna. Era un niño rubio de unos siete años de edad. Vestía un jean muy gastado y una raída camiseta de un grupo de rock. Lauren se agachó a su lado, con Rubén tras ella. El niño estaba cubierto de sangre del pecho para abajo. Lauren le tomó el brazo y examinó su muñeca. No había pulso, por supuesto, pero aún se notaba cierta calidez. Luego, se llevó la mano del niño a su fría y violácea boca, y empezó a mordisquear distraídamente sus dedos, despacio al principio y luego con desagradable voracidad. En realidad, el niño no sabía mal. Nada mal. Nuevo amanecer 107 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ERROR DE DISEÑO Mientras unos duermen y otros sufren cada uno interpretando la dura realidad con su fantasía de escape, yo leo un viejo lector de libros electrónicos que he restaurado infinidad de veces. Rufo duerme enroscado a mi lado, en ocasiones gruñe bajito y mueve las patas viviendo nadie sabe que sueño. Los optimistas nos llaman supervivientes, yo sé que solo somos comida que anda y que todavía respira. Despensas vivas de los zombis. Los más jóvenes no recuerdan el mundo de antes. Una tierra donde los zombis solo existían en los libros, las películas y por supuesto en los videojuegos. Algunos ya nacieron en los refugios, otros han ignorado sus recuerdos para no volverse locos. Yo ya estoy loco, de manera que lo recuerdo todo e intento preservar lo poco que sé. No sabemos cuantos refugios resisten. Llevamos veinte años de guerra y las comunicaciones hace mucho que dejaron de fluir. Pocos de los mayores sobreviven, somos demasiado lentos y estamos cansados. Solo los jóvenes tienen los reflejos lo suficientemente rápidos para escapar del ataque de un zombi. Después del ciclo de sueño me dirijo a la escuela. Rufo entra primero e inspecciona el aula, parece estar conforme con lo que encuentra y va a tumbarse en su esquina. Los estudiantes van llegando poco a poco. Delgados, ágiles, un poco sucios, atentos y desconfiados pues todos los lerdos han perecido. —¿Otra noche en vela, profe? —Bromea Alejandra al entrar y ver mi aspecto. —Menudo careto—Secunda Alvaro que ingresa una fracción de segundo después. Son buenos chicos, humanos a pesar de que vivimos una época posthumana. Son inexpertos y todavía se creen inmortales e invencibles, como todos los jóvenes desde los albores de la historia. —Buenos días. Sentaos por favor— Les apremio, sentándome yo mismo en el circulo. Los seis jóvenes de diversas edades toman su lugar desordenadamente. —¡Buenos días! —Me contestan en un coro desafinado y hermoso. —Bien. Escuchadme. Tenemos un alumno nuevo. Lo encontramos hace unas semanas en el exterior y ha estado en cuarentena hasta hoy. Quiero que lo tratéis como a un hermano. ¿Entendido? — ¿Quién es?—pregunta Pedro. — ¿De donde ha salido?— comenta Alejandra. —De acuerdo—murmura Alvaro. —Otro más— rezonga alguien. Rufo levanta las orejas y se dirige a la puerta moviendo la cola, a los pocos instantes aparece Nina con un chico de unos diez años. Todavía tiene un aspecto asustadizo pero ya tiene mucho mejor talante que cuando lo encontramos vagando por el exterior. Todavía no sabemos como se las apañó para sobrevivir. —Hola chicos. Os presento a Elías—dice Nina al entrar. Sonríe ampliamente mostrando unas preciosas arrugas que confirman su experiencia y habilidad. Los jóvenes se levantan y saludan ordenadamente a Elías, unos lo abrazan, alguna chica se atreve a besarlo. Alvaro le invita a sentarse a su lado. Elías se relaja y muestra una mezcla de alegría y timidez por la recepción. Nina me tira un beso y se va seguida de Rufo. Error de diseño 108 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Dejo que los jóvenes hagan el trabajo de romper el hielo y hacer que Elías se sienta parte del grupo. Cuando veo que están todos sentados empiezo la clase. No hay un programa, simplemente intento transmitir conocimiento siguiendo un poco la dinámica del grupo. —Maestro—interrumpe Alvaro alzando la mano, poco después del descanso. —Dime. —He estado hablando con Elías y él no sabe nada de los zombis—dice con una expresión seria, Elías me mira con los ojos muy abiertos. Maldigo mi estupidez, no es la primera vez que ocurre, siempre tenemos que contar esta historia a los nuevos. Me concentro para que no me tiemble la voz y empiezo a narrar los acontecimientos según los recuerdo, intentando seguir las crónicas que corrieron por la red en aquellos aciagos días antes del holocausto. Todo empezó de una manera muy fortuita. Algún genio de las finanzas se dio cuenta que las películas y los videojuegos con la temática de los zombis tenían un público bastante fiel y pensó en crear un inmenso parque temático recreando un paraje lleno de ellos y donde los usuarios se adentrasen y combatieran con las criaturas. Pensaron en todos los detalles, recrearon hasta el último rincón, trasladando un mundo virtual a un escenario real y fabricaron una raza por ingeniería genética que sirviera de pasto para las armas de los jugadores. La primera versión fue un éxito, pero el juego resultó demasiado fácil. Se diseñaron los zombis para que no pudieran dañar a los humanos y los usuarios expertos reclamaban mayor dificultad y realismo en los combates. Plantearon una segunda versión de zombis, más fuertes, rápidos y listos. Algunos jugadores resultaron dañados, pero los amantes del riesgo extremo hacían largas colas para adentrarse en el escenario y luchar de verdad. El negocio funcionaba, pero cultivar los zombis era lento y caro y algún ejecutivo pensó que seria más fácil diseñar una nueva generación con la capacidad de reproducirse rápidamente. En poco tiempo existía un parque temático de lucha zombi en cada ciudad grande del planeta y la corporación se hizo inmensamente rica. Nadie observo la naturaleza y ninguno pareció aprender de ella. Con la reproducción llego la evolución y en pocas generaciones los zombis se tornaron más y más listos. La empresa no dio mucha importancia cuando detectaron una generación capaz de interactuar en grupo, pensaron que el juego seria mas interesante y daría más beneficios. Los usuarios no se sorprendieron cuando la siguiente descendencia empezó a comunicarse rudimentariamente. Cuando quisieron darse cuenta ya era demasiado tarde. Una generación resultó ser más rápida, letal y posiblemente casi tan lista como los humanos. Un día sin previo aviso, ningún jugador volvió vivo. Lo que emergió del escenario fue un grupo de zombis letales y equipados con las armas de los jugadores que arrasaron media ciudad antes de que el ejército consignara tropas a combatirlos. Enviaron a un batallón que fue diezmado. Cuando llegó el siguiente contingente de soldados las criaturas de pesadilla estaban pertrechadas con equipos militares y habían huido. Por años los cazamos por las alcantarillas, por las zonas derruidas y por las ciudades abandonadas. Durante ese tiempo ellos se reproducieron mas rápido que nosotros y se alimentaron de nuestros muertos. Hasta que la balanza osciló. La humanidad ya no era la especie cazadora, pasamos a ser presas. La primera vez que una gran ciudad cayó. Los militares utilizaron una nuclear táctica para intentar esterilizar el mal. Todos los humanos desaparecieron, algunas criaturas sobrevivieron y solo sirvió para aumentar su ratio de mutaciones. Aparecieron zombis estúpidos, grandes, pequeños y invariablemente más listos. Nuestra única baza hasta ahora había sido nuestra mayor inteligencia, un estallido nuclear nos la arrebató en un instante y selló nuestro destino. Error de diseño 109 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) A pesar de los años, las lágrimas acompañan mis palabras según revivo mentalmente lo ocurrido. Algunos de los jóvenes me miran embobados aunque ya han oído la historia, antes, otros también lloran por un mundo que no han conocido. Elías mira incrédulo hipnotizado por las revelaciones. Me dispongo a continuar cuando las luces parpadean y se apagan. Por fortuna, antes que se desate el caos se encienden tenues Leds de emergencia. —Todos quietos—grito a la penumbra—Nuria, cuida del grupo—ordeno a la chica mayor. Salgo al pasillo y me dirijo a la sala de control del refugio. Dos ojos como linternas me revelan que Rufo esta de guardia en la puerta, se aparta para dejarme entrar y vuelve a sentarse alerta en la entrada. — ¿Qué ocurre?— pregunto sin preámbulos. —Un fallo en el suministro eléctrico principal—contesta Isabel, nuestra técnica. — ¿Se puede arreglar? —El fallo es externo, hay que salir—responde Isabel con voz apagada. Salir del refugio, nuestra peor pesadilla. Invariablemente hay que hacerlo, buscamos supervivientes, equipos, comida. Vivimos en una zona con poca presencia de zombis y hemos pasado desapercibidos, por eso seguimos vivos. Está vez no tenemos alternativa, hay que restaurar el suministro eléctrico. Por fortuna vivimos cerca de una hidroeléctrica que milagrosamente sigue funcionando y aun tenemos fuente de energía. Isabel nos prepara un mapa por donde discurre la línea de alimentación y marca los puntos que hay que verificar. Ella no puede venir, fue herida en una escaramuza y cojea de una pierna, además es muy valiosa para el grupo. El único que tiene los suficientes conocimientos técnicos para reparar algo soy yo, así que me toca. Me voy a la armería a hacer un inventario y ver de que podemos disponer. Estoy inspeccionando una vieja escopeta cuando entra Nina, abre una taquilla y empieza a ordenar equipo sistemáticamente. —Ni se te ocurra rechistar. Voy contigo y punto—Dice con ese tono que he aprendido a reconocer como decisión irrevocable. —Por favor cariño…—empiezo a decir, tengo que intentarlo. —O vivimos juntos o morimos juntos. No existe otra alternativa—dice bajito a mi oído mientras me abraza. Lo último que quiero en este mundo es que Nina muera, lo penúltimo es vivir sin ella, siempre hemos estado juntos desde el día que abandonamos nuestra casa y nos escondimos en el refugio cuando vimos que la ciudad caería bajo el ataque. Nina era policía y yo un hacker experto en seguridad. Nos conocimos durante una investigación de delincuencia informática. Cuando las cosas se pusieron feas fue ella quien insistió en refugiarse y posteriormente quien entrenó al grupo en combate. Formamos un equipo de cuatro. Yo me ocuparé de las reparaciones y decido llevar la vieja escopeta automática y mi fiel pistola. Nina me cubre y porta un rifle de francotirador, Silvia lleva una ametralladora ligera y por ultimo Sergio se pertrecha con un lanzagranadas que parece un revolver gigante. Esperamos que sea de día en el exterior y salimos del refugio con Rufo a la cabeza guiándonos. Cada vez que el animal se para y olfatea siento un nudo en el estomago y la adrenalina invade mi organismo. Vagamos por los túneles siguiendo la línea de suministro e inspeccionando los cuadros eléctricos sin encontrar desperfectos hasta que encuentro un Error de diseño 110 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) oxidado panel ennegrecido. Al abrirlo distingo el cadáver calcinado de una rata que se ha dedicado a roer un cable y ha ocasionado un corto circuito. Verifico que no hay tensión en el cuadro, reprimiendo el asco retiro los restos del animal y reparo el trecho de cable averiado. Luego seguimos el mapa buscando el siguiente panel, con suerte en algún lugar se han fundido unos fusibles. Rufo se para y gruñe bajito, eso es mala señal. Acto seguido se le eriza el pelo del lomo y en su hocico se descubren unos dientes como pequeños sables, viejas armas diseñadas por una naturaleza sabia. Se agacha ligeramente y todo su cuerpo se convierte en un resorte. El nudo en mi estomago se transforma en terror, terror liquido que fluye por mis venas en lugar de sangre. — ¡A cubierto!— grita Silvia quitándole el seguro a su arma. Un punto rojo aparece al final del túnel, presagio de muerte y dolor. Una sombra cruza a una velocidad imposible el túnel y salta. Rufo también salta y se escucha un choque sordo, dos cuerpos compactos y llenos de músculos que chocan en el aire. El perro gruñe y se queja. Sergio apunta con el lanzagranadas, pero Nina lo empuja suavemente y en solo movimiento desenfunda una pequeña pistola automática y dispara sin pausa sobre el bulto escuro que intenta levantarse. Rufo sale disparado y se refugia detrás de mí. Tuvimos suerte, es uno de los pequeños, un mutante venido a menos. Así mismo es mortal si consigue acercarse. Rufo se lame una pequeña herida pero está bien, se acerca y olisquea al zombi para asegurase que está muerto. Seguimos el mapa y vagamos hasta una vieja sala de control de la red de metro de donde parte nuestra instalación. Empiezo a buscar por los armarios de conexiones hasta que finalmente encuentro un disyuntor caído y vuelvo a energizar la instalación. — ¡Ya está! Salgamos de aquí— grito lleno de satisfacción. Hay cosas que no cambian nunca, las alegrías siempre parecen que duran poco. Rufo vuelve a gruñir. De repente deja de hacerlo, esconde el rabo entre las piernas y se cobija detrás de Nina. Una lluvia de cristales nos salpica mientras una ráfaga de arma automática barre la sala, un mazazo me atinge en el pecho y me hace caer mientras lucho por poder respirar. El chaleco antibalas me mantiene vivo, pero el impacto me deja totalmente aturdido. Se escucha un “tump” sordo seguido de un fogonazo y una explosión cuando Sergio dispara el lanzagranadas. Extraños gritos llenan el pasillo y un humo acre con olor a carne quemada nos invade. Nuria dispara una corta ráfaga, para un instante agacha la cabeza y vomita, se recupera maldiciendo y sigue disparando. El primer zombi aparece en mi línea de visión, es de los medianos, pero es listo, porta armas y grita ordenes incomprensibles a los demás. Se mueve con gracia como un felino, es feo y amenazador siguiendo el diseño de un genetista y el encargo de un experto en marketing. Me ve allí caído en el suelo y gruñe mostrando los colmillos de un depredador imposible. Según se acerca me invade su olor y hay algo en ello que hace que sienta aun más miedo. Busco la escopeta y descubro que esta caída en el suelo lejos de mi alcance. Trasteo frenéticamente intentando desenfundar mi pistola y mantener la calma, cuando un punto rojo aparece en la frente de la pesadilla y su cabeza explota. —Vamos, levanta—oigo a Nina a universos de distancia, todavía mareado. Me incorporo y solo entonces me doy cuenta que Sergio sigue disparando el lanzagranadas hasta vaciar el cargador. Al fondo del pasillo hay un amasijo de cuerpos. Otra figura informe, pequeña y rápida se deja caer del techo y aterriza en la espalda de Sergio intentando morder su cuello. Una mancha gris salta gruñendo, agarra al pequeño zombi del Error de diseño 111 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) cuello y lo sacude como a un muñeco roto. Rufo solo suelta su presa cuando el mutante deja de moverse. —Alto— retumba una voz gutural. —¿Qué demonios ha sido eso— pregunta Sergio limpiándose las heridas que ha conseguido infligirle el zombie. —Reagruparse—Ordena Nina, el punto rojo de su rifle ejecuta un baile macabro por las paredes del pasillo. —No más muertes— vuelve a retumbar la voz. En nuestra línea de visión aparece un zombi enorme. Lleva un chaleco antibalas y no es tan feo como los demás. —Lo que faltaba, ahora hablan—maldice Nuria. El zombi alarga un brazo hercúleo y se dispone a arrojar algo. — Granada— Grita Sergio. — ¡Maldita sea!— exclama Nuria y empieza a apuntar con su arma. — ¡Quietos! —ordena Nina, que apunta al zombi con su mira telescópica— Rufo atrápalo —grita. Rufo salta y captura el objeto en el aire, aterriza moviendo la cola orgulloso. —Eso es. Buen chico. Tráelo, vamos, tráelo—canturrea Nina a Rufo que le entrega el objeto con desgana. —No más luchas, ahora hablar— retumba la colosal voz de la enorme criatura. Me acerco a Nina y veo que en su mano hay una radio. —El tiempo de la barbarie ha terminado. Queremos dialogar— Se escucha en la radio, la voz es aflautada y tiene un tono extraño. No es humana. Error de diseño 112 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CARNADA ¡Está en las hamburguesas! ¡Por Dios, está en las hamburguesas…! Chester estaba de acuerdo. La mañana del domingo 14 de marzo (un lindo día para morir, créanlo), el Shopping estaba plagado de gente. Como de costumbre, Chester se había acercado al local de comidas rápidas ubicado en un rincón del gigante, constituyendo uno de sus órganos principales. Había ocupado una de las mesas dobles, desplegado su edición dominical del periódico local (que acababa de comprar en el kiosco de la planta baja, ya que el comercio sólo ofrecía el diario oficial de la capital), y saboreaba una dulce medialuna de manteca que se deshacía en su boca; podían decir lo que se les antojara, pero a él le encantaba esa basura. Y el café era bastante bueno, fuerte y con un leve dejo tostado. Aunque las entrañas de la bestia comercial, revestidas de durlock y yeso, transmitían su pulso ambiental desde el corazón de una cabina aislada, el local de comidas rápidas gozaba la libertad de poder escoger su propia música. Desde luego, ponían la radio más popular de la ciudad, donde pasaban todas las canciones del momento una y otra y otra vez, alternándolas con el incesante parloteo nasal de un locutor que parecía vivir en la estación, y, muy de vez en cuando, la publicidad del propio negocio. Pero nada de eso le molestaba realmente; era como escuchar las quejas constantes de su esposa Bárbara. Si ella seguía con esa actitud, estaría poniendo en juego su cordura, pero ambos sabían que no soportaban estar alejados el uno del otro más que el tiempo necesario para cumplir con las obligaciones formales de todos los días… aunque siempre encontraban un huequito para divertirse. Si los pasillos y oficinas del shopping hablaran, pensó, y una sonrisa le tensó la piel de los labios. Era el equilibrio perverso de las cosas: una mujer hermosa que no para de quejarse, y un buen desayuno con un idiota que, por lo general, no hace más que parlotear. Y así le gustaban las cosas. Dio vuelta a la página del periódico, que produjo una leve brisa, esfumando las estelas de vapor ascendente que abandonaban la boca de su vaso de café como si fuera un pozo alquitranado, para volver a retomar su curso original, arremolinándose entre su cabello espeso, dando la impresión de que le estaba echando humo la cabeza. Lo apartó a un lado, intentando concentrarse en una noticia que le había llamado la atención, acerca de un accidente que había sepultado a un camionero en una ruta de… Se quitó los anteojos, un delicado par de lentes ovalados y fino marco de platino, e hizo a un lado el vaso de café. Sin darse cuenta, había acercado demasiado el rostro y el vaho le empañó los cristales. Le había quitado la tapa de plástico que, si bien tenía una boquilla para beber el contenido y mantener el calor al mismo tiempo, a él le daba la impresión de que parecía una mamadera. Cualquier hombre que se preciara de serlo, tomaba el café directamente del recipiente, sin esperar a que se entibie. Acababa de acomodarse los lentes en la montura de la nariz cuando escuchó los primeros gritos. Venían de algún punto a sus espaldas, detrás de las gruesas paredes de concreto, justo en la cocina del comercio. Al levantar la cabeza, vio otras dos personas con el ceño fruncido, que le devolvían la incredulidad con la mirada, como si estuvieran jugando con una pelota de goma. La mujer que estaba al fondo del local, al percibir que los gritos se trasladaban hacia la puerta de servicio ubicada frente a ella, comenzó a llamar nerviosamente a su hija, que jugaba como enajenada en el pelotero, sin hacer el menor caso del timbre histérico que adquiría la voz de su madre. —¡Marilyn! —chilló la mujer, poniéndose de pie tan bruscamente que derribó la silla, golpeándose la cadera con el borde de la mesa, que no se volteó porque estaba agarrada al piso con una plancha atravesada por gruesos tornillos. Un vaso de gaseosa chica se volcó; su contenido efervescente se desparramó entre los restos de una hamburguesa a medio comer y las Carnada 113 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) papas fritas frías, que fueron arrastradas como troncos a merced de un dulce y oscuro tsunami hasta el borde de la superficie de fórmica, chorreando el piso. Sin hacer caso al desastre que había provocado en su mesa, la mujer fue en busca de su hija al interior del pelotero, mientras Marilyn escapaba de ella riendo y jugando a las escondidas. El otro hombre, un viejo de tez oscura y cabello blanco, que ocupaba una mesa ubicada entre la mujer y Chester, se puso en pie, aún con el vaso de café en la mano, como si no supiera bien qué hacer. Contemplaba la escena del pelotero como si se tratara de una película endemoniadamente atrapante, concentrado especialmente en la forma en que la tela de jean se ceñía al trasero de la madre de Marilyn. En ese preciso instante, la puerta de servicio se abrió, dejando escapar una ráfaga de gritos ininteligibles, que volvieron a ser un murmullo cuando la puerta se encajó de nuevo en el marco. A Chester le recordó los viajes por extensas regiones de nada absoluta, en las que uno intentaba sintonizar alguna emisora de radio y, cuando creía que estaba a punto de lograrlo, ésta se esfumaba. De repente, el viejo dejó caer el vaso de café, que descendió inconmovible, como si estuviera hecho de plomo. Golpeó el suelo con el culo, produciendo un estampido seco; el líquido castaño claro se abrió como una flor, salpicándole los zapatos y las perneras de los pantalones hasta la altura de las rodillas, dibujando puntos claros en la tela blanca. Chester observó como el paño absorbía los restos del brebaje, y pensó que así debería verse un leopardo tras un intenso baño con lavandina. Desde donde estaba no podía ver qué era lo que había llamado su atención, ya que una pared le quitaba el ángulo de visión. No podía ser nada bueno, a juzgar por la expresión de horror que había transformado su rostro y la manera en que había alzado una mano temblorosa para cubrirse la boca, como una anciana devota que no sólo acaba de enterarse que su hijo era un narco buscado por organismos internacionales, si no que, además, le dieron caza y lo acribillaron. Nuevos gritos provenían del frente del local. Chester se giró en el banco, una rígida estructura de plástico con respaldo acolchado que iba de pared a pared, sin entender muy bien qué estaba pasando. Los paseantes corrían a ver cuál era la fuente de los gritos de manera desordenada, agolpándose contra el mostrador del local, obstruyendo la salida principal, un espacio de un metro que se formaba entre el final del mostrador y la pared contra la cual estaba instalada la estación de papas fritas. Cuando el anciano pasó frente a él, corriendo como si le hubieran metido un algodón prendido fuego en el culo, tuvo que apartar a empujones a las personas que se congestionaban en el lobby, preguntándose unas a otras si tenían idea de qué era lo que estaba pasando, con la avidez del vulgo tañendo su voz. Una mujer corpulenta acabó despatarrada en el suelo, entre un estruendoso chirriar metálico de sillas desplazadas y tumbadas, emitiendo un audible “¡hhuuuggggfffffffff…!” Fue entonces que aquella frase llegó a sus oídos por primera vez. —¡Está en la hamburguesas! —gritaba alguien, una potente voz de hombre, aguzada por la histeria, tratando de advertir al público presente. La voz inquieta se movía frenética, y llegaba amortiguada por los murmullos de las personas (parecía haber cientos de ellos aplastados contra el mostrador, fenómeno que Chester relacionaba con los sorteos en los mercaditos del barrio, cuando rifaban una canasta de navidad, una enorme TV de plasma o incluso un simple asado familiar.) Chester reaccionó, cayendo en la cuenta de que algo iba no solo mal, si no que era inaudito. Se puso en pie con la intención de acercarse al mostrador. Al rodear la mesa, se acordó de la mujer y la niña que jugaba en el pelotero. Los gritos descontrolados de la mujer habían cesado abruptamente; lo único que se escuchaba era el chapoteo sordo del lampazo con el que una empleada de uniforme azul limpiaba el desastre. La muchacha estaba de espaldas a él, inmersa en su trabajo, aparentemente ajena a la escena que se desarrollaba frente a ella. Carnada 114 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) La mujer que se había levantado histérica, derribando el vaso con refresco sobre el almuerzo de su hija, yacía tumbada en el suelo, con las piernas apoyadas en los escalones de plástico. Por la postura en que había caído, daba la impresión de que estaba en cuclillas sobre el último peldaño, y que la niña se había abalanzado sobre ella como un tigre irritado, haciéndole perder el equilibrio. Chester reparó en la mirada vidriosa de aquellos ojos, perdida en algún punto sobre su cabeza; un hilillo de sangre resbalaba desde la comisura de sus labios rojos, describiendo un arco sobre su mejilla, para acabar goteando desde el lóbulo de la oreja, sobre un colchón de cabellos castaños. Marilyn, una chiquilla rubia que no podía tener más de seis años, gesticulaba con la cabeza apoyada en el hueco del hombro de su madre, justo en el nacimiento del cuello. Chester dio una serie de pasos vacilantes hacia la empleada, con la intención de llamarle la atención, incitarla a pedir ayuda, atónito por la indiferencia de la muchacha, que seguía describiendo movimientos circulares con ademanes toscos y las manos agarrotadas sobre el lampazo empapado, ensuciando las baldosas en lugar de limpiarlas. En el preciso instante en que su mano descendía sobre el hombro de la empleada, Marilyn levantó la cabeza, y Chester entendió por qué el anciano había echado a correr como un caballo desbocado. Tenía la punta de la nariz manchada de sangre, y su boca era una enorme sonrisa roja. Hilos gruesos, espesos como mozzarella, le colgaban desde el mentón, sujetos a la carne viva del cuello de su madre, formando una cortina sanguinolenta entre ellas. La niña estiró la sonrisa en una mueca lívida, cortando los lazos, que le salpicaron el cabello a la altura del cuello y el vestidito rosa; el osito que llevaba bordado en el pecho adoptó el aspecto de un cadáver sanguinolento. Chester sintió nauseas al notar en que había confundido con sollozos los sonidos que la criatura profería al masticar a su propia madre. Conmovido como estaba por la escena, no reparó en que la empleada sobre la cual acababa de descargar su mano, que ahora parecía llevar un guante de plomo, se volteaba hacia él, dejando caer el palo del lampazo a sus pies. La muchacha se paró de frente a él, de manera que Chester miraba a la niña por encima de su gorra, parte del uniforme reglamentario. Marilyn intentó limpiarse la boca con la manga del vestidito en un ademán infantil, para volver a sumergirla en el hueco que le había hecho a su madre, chupándola como si se tratara de una jugosa naranja. Intentó correr, como lo había hecho el anciano —Hijo de puta, podrías haberme dicho algo, pensó—, y entonces reparó en que la muchacha lo sujetaba por los hombros, intentando alcanzarle la yugular con una avidez aterradora. Asustado, Chester comenzó a forcejear, tratando de apartar aquella boca desmesuradamente abierta (podía contar los empastes de sus muelas y percibir el hedor agrio de los pepinos que ponían a la hamburguesa que acababa de comer. Incluso notó los restos de lechuga y trocitos de grasa que se le habían pegado a los dientes.) En esa posición, parecían padre e hija en el baile de graduación; cualquiera habría dicho que a ninguno de los dos les sobraba gracia. Finalmente, aunque la muchacha manifestaba una energía considerable, Chester le demostró que no en vano le sacaba dos cuerpos, derribándola al suelo de un empujón. Cayó con la delicadeza de un cerdo acribillado; su cuerpo se despatarró y fue a darse la cabeza contra la base de hierro de una de las mesas, perdiendo la gorra. La sangre comenzó a manar de inmediato, formando un charco oscuro alrededor de su rostro hinchado, empapándole los rizos pardos del cabello. Su boca había quedado parcialmente abierta, descubriendo unas muelas careadas; apoyada sobre la hilera de dientes, como un chico aburrido que contempla el parque a través de la ventana empañada en un día de lluvia, asomaba una puntita de lengua amoratada. Antes de echar a correr, Chester dirigió una mirada furtiva a Marilyn, la niña, que se limitó a mirarlo levantando los ojos, siempre concentrada en su madre. Parecía un cachorro receloso que protege su plato de comida, apurando el contenido antes de que alguien decida arrebatárselo de las fauces. Atravesó el muro de gente, entre codazos e insultos. Al llegar al otro lado, notó que estaban bajando la persiana, que traqueteaba sonoramente en las guías, entre quejidos Carnada 115 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) mecánicos. Uno de los guardias de seguridad del shopping se colaba en el local, casi a gachas aunque aún quedaba un trecho de metro y medio, debido a su desmesurada altura. Cuando Chester llegó hasta la persiana, sin vacilar ni reducir el paso, se vio obligado a perpetrar un escape al estilo Indiana Jones, resbalando en las baldosas de cerámica rosa. —¡Eh, ¿a dónde va?! —le gritaba el guardia. —¡Oh, por Dios! ¡Está en las hamburguesas! —pregonaba fanáticamente el hombre, como un clérigo devoto al descubrir que toda su vida le había rezado a un Dios encarnizado. Su tono, entre incrédulo y resentido, era el de un hombre que acaba de ser mordido por su propio perro. Chester lo reconoció al echarle un breve vistazo en medio de su carrera. El tipo, que estaba junto al interruptor de la persiana metálica, era del dueño de la franquicia del local, aunque no recordaba su nombre. De las pocas palabras que había cruzado con él en sus desayunos matutinos, de pie frente al mostrador mientras esperaba que una empleada le sirviera el café y acomodara las medialunas en la bandeja, había sacado la conclusión de que era un comerciante que se preocupaba no sólo por los clientes o los empleados, sino por las personas en general, equilibrando el factor económico y personal en un nivel que no había apreciado en ningún otro comercio. Cuando se volvió hacia la persiana, el guardia estaba tapando la entrada —de un metro de alto por medio de ancho— con la puerta, encajándola en las bisagras. Se metió de nuevo en el local, como si fuera un gigante entrando en la casa de los siete enanitos, y le puso llave desde adentro. Chester, que había perdido su desayuno y todo rastro de apetito en el interior de local, se puso en pie, contemplando la persiana gris sin entender lo que estaba pasando. Y, aunque tenía miedo de ponerse a pensar, echó a andar hacia el puesto de vigilancia desde el cual los empleados de seguridad controlaban las cámaras. Encontró un par de cadáveres en lugar de los dos guardias de seguridad que tenían que estar apostados en la cabina. El primero estaba en el pequeño recinto, bañado por el resplandor artificial de las pantallas de televisión, con el cuerpo tendido sobre el escritorio y el culo todavía apoyado en la silla giratoria. Cualquiera habría pensado que se estaba echando una siesta, si no se tomaba en cuenta que le habían volado la mitad superior de la cabeza, esparciendo sesos y restos chamuscados de cabello fundido con hueso sobre los papeles y el monitor de PC que tenía delante. El segundo guardia estaba en el descanso del ascensor de carga que conectaba las plantas de los pasillos ocultos del Shopping. En la pared posterior del elevador se veía otra mancha enorme de masa encefálica, sangre y restos de lo que había sido una cabeza. Seguramente, le habían disparado a quemarropa contra el paredón, como en un fusilamiento, y el cadáver se había dado cuenta de que estaba muerto lo suficientemente tarde como para arrastrarse fuera del montacargas. Chester se apoyó de espaldas a la pared del pasillo, percibiendo el hedor del cabello chamuscado en el aire. Sobre su cabeza, los fluorescentes entonaban un murmullo enfermizo y monótono que le ponía la piel de gallina. Junto a la puerta del elevador estaba el descanso de la escalera, que contaba con una reja similar a la de las puertas de ascensor de los edificios más antiguos. Alguien la había cerrado y asegurado con una cadena de eslabones gruesos como salchichas, y un candado que parecía una caja fuerte en miniatura. Chester podía oír que algo trataba de subir trabajosamente, y se quedó de pie, paralizado por el miedo, observando a un empleado con el uniforme del supermercado que se arrastraba cuesta arriba, a gatas, como si no recordara cómo utilizar los peldaños de la escalera. Finalmente, llegó hasta la cima y se puso de pie con ayuda de la reja, aferrándose a los barrotes mientras sus pies resbalaban en el vértice de los escalones. No reparó en Chester, que lo miraba atónito, incapaz de decir o hacer algo, hasta que hizo pie en el último peldaño de la escalera. Cuando lo vio, abrió desmesuradamente los ojos y contrajo los labios en una mueca feroz, gesticulando gruñidos inarticulados. Sacudió la puerta, que no cedía, y emitió un rugido de disgusto, similar al maullido cargado de una gata en celo. Dio un paso atrás, con la intención de tomar impulso y abalanzarse contra ella, olvidando que estaba en la cima de la escalera. El Carnada 116 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) pie del empleado vaciló en el aire antes de que el cuerpo perdiera el equilibrio, y comenzara a rodar cuesta abajo, rebotando sordamente contra las paredes. A pesar de la caída, Chester podía oír los quejidos roncos de eso que se había desplomado por la escalera, sacudiéndose en el rellano de la planta baja. Al parecer, no todos eran tan frágiles como la empleada del local de comidas rápidas. Volvió a la cabina de vigilancia, y un rápido vistazo a las pantallas fue suficiente para comprender más de lo que hubiera querido. Esas cosas deambulaban por todo el recinto, e incluso en el estacionamiento del frente; las cámaras de los pasillos de servicio instaladas en el primer piso mostraban corredores desiertos, y puertas protegidas por sendos candados. Observando las del piso inferior, entendías el por qué. Los pasillos de la planta baja estaban atestados de personas que avanzaban tambaleándose, chocando unos con otros, desplomándose en el suelo cuan largos eran cuando encontraban un obstáculo (como un escalón, por ejemplo), y poniéndose de pie trabajosamente, para reanudar la marcha. Daba la impresión de que todos habían asistido a una misma fiesta multitudinaria, permaneciendo hasta altas horas de la madrugada para luego ir a trabajar en un completo estado de ebriedad… ¡Está en las hamburguesas…! Chester buscó la cámara que tomaba el frente del local de comidas rápidas, pero la visión estaba obstruida por la persiana de metal. Recorrió las demás pantallas y encontró una que enfocaba la entrada del local de zapatos del piso inferior, justo en el momento en que un cuerpo inerte caía en picado desde el balcón del restaurant. Le pareció que se trataba de la empleada con la que había forcejeado, pero, dado que todas usaban el mismo uniforme, era difícil saberlo. Cuando otros dos cuerpos fueron tomados por la cámara, los reconoció de inmediato: eran Marilyn y su madre. El teléfono que estaba a su lado comenzó a sonar tan súbitamente que el corazón se le saltó un pulso. Sin saber qué esperar, Chester tomó el auricular y se lo acercó al oído. Una voz asustada agradecía al Cielo que alguien hubiera atendido y acabó el saludo con un críptico: ¡Dios, creí que estarían todos muertos! —Tienen que subir —balbuceó Chester, repentinamente abrumado—. Y pongan en reversa las escaleras mecánicas. Ellos no pueden… Y colgó. Sin darle a su interlocutor tiempo de presionar el botón de rellamada, comenzó a marcar los botones que componían el número de su casa. Los tonos se sucedían, uno tras otro, incontables veces, mientras su cabeza entonaba insistentemente una frasecita, cada vez que imaginaba el rostro de su esposa: ¡They’re coming to get you, Bárbara! No tuvo mejor suerte con el teléfono móvil. Entonces colgó y decidió que no podía quedarse ahí encerrado; además, los cadáveres comenzaban a apestar el lugar. Le quitó la pistola al guardia que estaba a su lado y lo arrastró con la silla hasta la puerta que daba a la playa de carga, junto al puesto de vigilancia. A excepción de los tres cuerpos acribillados que pertenecieron a los hombres de la limpieza, el playón estaba desierto. Chester empujó la silla, que se deslizó cuesta abajo por la rampa de cemento y fue a estrellarse a los pies de una escalera, diez metros más adelante. Cuando se acercó a la puerta del montacargas en el que yacía el otro guardia, percibió los aterradores gritos de auxilio de una mujer, que volaba saltando de dos en dos los peldaños de la escalera. Con los ojos desorbitados comenzó a sacudir la reja del descanso de la escalera. —Va a tener que dar la vuelta, señorita —le dijo, acomodándose las dos pistolas en el pantalón, como si fuera un pistolero moderno—. Por las escaleras mecánicas. Sin darle tiempo de replicar, Chester se volvió y salió de nuevo al patio de comidas del shopping, que estaba prácticamente desierto. Un par de dementes repararon en él, dejando de lado el cuerpo de una mujer mayor sobre la que estaban agazapados. Chester dejó que se Carnada 117 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) acercaran lo suficiente como para no fallar el tiro, y prácticamente apoyó el cañón del arma contra sus frentes al disparar. La secuencia de estampidos llamó la atención de las personas que estaban tras la persiana metálica, y un instante después la pequeña puerta se abrió. El guardia asomó la cabeza y le hizo señas de que se acercara. —Sabía que volvería —le dijo, volviendo a cerrar la puerta. Chester miró en derredor, reparando en la expresión asustada de las personas que ocupaban todas las sillas alrededor de las mesas del local—. ¡Es un infierno ahí afuera! Sacudió la cabeza y fue a sentarse sobre la superficie del mostrador. Chester se fijó en los zapatos de cuero negro y las perneras del traje gris que asomaban detrás del mostrador. Avanzó con paso decidido, dispuesto a preguntarle al Sr. Dueño del Local qué era lo que estaba pasando, cuando el guardia lo tomó del brazo. —No creo que quiera ver eso —le dijo. —Sólo quiero hacerle unas preguntas. Parecía ser el único que entendía algo, así que déje… El guardia lo sacudió, mordiéndose los labios. Chester pensó que estaba a punto de ligarse una paliza, pero el hombre pareció distenderse, canalizando la furia en forma de suspiro, y lo soltó. —Bien, pero no diga que no se lo advertí. Además, no creo que le saque muchas respuestas. Chester ignoró la risa agria del guardia y rodeó el mostrador. El pecho se le encogió y tuvo que golpearse varias veces con el puño para que el aire volviera a circular en sus pulmones. La cabeza del Sr. Dueño del Local era una masa sanguinolenta, mezcla de cartílagos y carne rosada; las cuencas de los ojos supuraban un líquido lechoso que corría por sus mejillas, describiendo surcos entre retazos de carne y piel carbonizada. La parte del traje que cubría los hombros había desaparecido, dando la impresión de que llevaba un traje escotado, que dejaba al descubierto unos hombros con la piel chamuscada. —No pude evitarlo —musitó el guardia—. Yo estaba tratando de salvar a la gente de esas cosas, y él no paraba de gritar: “¡Estoy vendiendo muerte! ¡Está en las hamburguesas!”, mientras arrojaba toda la mercancía del congelador al piso —señaló las cajas vacías y los medallones de carne rosada a medio descongelar, que ocupaban casi toda la superficie del piso de la cocina—. Después comenzó a pisotear los sándwiches que estaban ahí —señaló los estantes donde mantenían la temperatura de los productos cocidos—. Acabó con todos y metió la cabeza en la freidora. Cuando tire de él para sacarlo, ya era demasiado tarde —un gemido entrecortado escapó de sus labios—. Su ropa estaba en llamas… Chester creyó ver algo al fondo de los estantes templados, y fue en su busca, pasando sobre el cuerpo que yacía apoyado a los pies de la freidora. Ya sólo le faltaba una cosa. —¿Dónde guardan las balas? —increpó al hombre de seguridad, que se encogió de hombros, resignado, y le indicó dónde buscar— Voy a reunirme con Bárbara —sentenció—. Como sea. Chester salió por la puerta de atrás, empuñando el arma con una mano y, con la otra, una hamburguesa con queso. Carnada 118 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) JUEGO DE NIÑOS —¡Ahí va la gorda! ¡Cuidado al pasar por la puerta, puedes quedar atascada! —risas que se van alejando festejando el chiste, uno de los chicos la mira y saca la lengua, y ella baja la cabeza avergonzada. Lily aún tiene esos recuerdos, aún las bromas de sus compañeros taladran su cabeza y la amenazan con perderse en remolinos sin sentido. Los recuerdos son lejanos, como si hubieran sucedido hace mucho tiempo, como si todo ocurriera detrás de una cortina a la que hay que rasgar para ver con claridad. Pero ella no olvida. —¡Gordita, gordita!, ¿te animas a cruzar el lago congelado? —el niño de cabello oscuro y ojos desafiantes la mira burlescamente y ella asiente con seguridad. —¡Ya verán estos idiotas si puedo pasar ese lago! —piensa ella acomodándose los anteojos. Porque Lily además de ser “la gorda” es “la cuatrojos” y encima “la sonrisa de metal” por culpa de aquella ortodoncia que tanto le molesta. —Son niños —le había dicho su madre en más de una ocasión—. No les hagas caso Lily, cuando seas grande te reirás tú de ellos. Pero ¿qué pasa si por algún azar del destino, por una de esas vueltas de la vida Lily no llega a ser grande? Pues entonces las risas vendrán ahora. —Vamos cuatrojos —grita la niña rubia con cara de barbie que lleva siempre el cabello rubio recogido en peinados que parecen realizados por el mejor estilista. Lily la mira desafiante y apoya un pie sobre el hielo, entonces se siente segura y comienza a cruzar, los niños la esperan del otro lado. —¿Me recuerdas? —pregunta Lily mirando al niño dormido en la cama, tapado con el cubrecama de autos de carreras. Es el de cabello oscuro, el que siempre le molestó más, el que le corría la silla para que cayera con estruendo cuando iba a sentarse en clase—. ¿Cuántas veces has pensado en mí desde aquel día? —murmura Lily acercándose a la cama—. Apuesto a que ninguna —sonríe. Ahora es su momento de reír, su madre le había dicho “cuando seas grande” pero Lily no quería esperar. Lily no podía esperar. Se sienta en la cama y el niño despierta asustado. Al darse cuenta de que hay alguien en su cama se apresura a encender la luz, entonces sus ojos se abren desmesuradamente y el terror se refleja en ellos. —¿Verdad que te acuerdas de mí? — pregunta Lily con sorna—. ¿Cómo olvidarme no? ¿Cómo olvidar a la gordita? El niño abre la boca y un grito ahogado escapa de ella, pero la niña se apresura a taparle la boca con una mano, una mano blanca y helada como el hielo. En realidad ella es como el hielo, sus ojos se encuentran vedados como si un velo los cubriera, tiñéndolos de un extraño color azulado. Lily sonríe y muestra los dientes, aquellos que todavía tienen la ortodoncia que ella tanto odiaba. —Ahora es mi turno de reír —murmura antes de abalanzarse sobre el niño y clavar los dientes en su cuello. Es más fácil con los dientes de metal, la carne se desgarra con mayor facilidad y Lily no tarda en dejar caer su presa a un costado de la cama. Agarra un autito de colección que hay sobre una repisa y lo guarda en uno de los bolsillos de su vestido. —Si me hubieran dejado en paz, ahora todo sería diferente —piensa mientras sale a la noche estrellada—. Ellos debían saber con certeza que el hielo no aguantaría mi peso, son niños pero no son idiotas. Juego de niños 119 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Aún recuerda el sonido del hielo trizarse bajo sus pies, ese sonido que le hizo detener el corazón y darse cuenta de que eran los segundos antes de que el hielo se quebrara y el lago la engullera con sus fauces heladas. Es horrible morir ahogada, con el agua congelada abrasando crudamente tus pulmones que buscan aire y encuentran cuchillos despiadados que te desgarran por adentro. —Pero todos la pagarán —piensa Lily mientras camina unas cuadras bajo la luna—. Todos y cada uno de ellos, porque desperté de la muerte para venir a reírme de ellos, tal como dijo mamá. —Los niños a tu edad son crueles Lily —había dicho su madre miles de veces—. A los once años no saben lo que dicen, tú eres hermosa. —Hermosa soy ahora —piensa Lily—. Ahora que mi compañía es la luna y mi día es la noche, ahora que despierto cuando anochece y nadie me busca porque estoy muerta. Ahora que el mundo se libró de mí soy hermosa, puedo caminar por las calles en la oscuridad y escabullirme en las sombras ante los ojos de aquellos que alguna vez me lastimaron. Se detiene ante una casa grande y algo suntuosa. La conoce por dentro porque ha estado una vez allí, ese día en que le llevó las tareas a la niña Barbie porque había faltado a clases. —Sé buena con ella Lily y llévale las tareas, tal vez ganas una amiga —había dicho su madre. Y ella como buena niña que era había ido, y había vuelto sin amiga y con la vergüenza de sentirse la niña más fea del mundo, porque Barbie era linda aún con ojeras y con el cabello desarreglado. Encuentra una ventana abierta del primer piso y se escabulle por ella para luego trepar por un árbol. Otra cosa que ha cambiado desde que muriera, ahora Lily es ágil como un gato y tiene mucha más fuerza que antes. Con ojos expertos en ver en la oscuridad busca la puerta rosada con flores pintadas y entra en la habitación. La niña duerme plácidamente sobre su cama de dos plazas con sábanas de raso y almohadas de plumas de ganso. —Lo siento cuatrojos pero no hay invitación para ti —Barbie siempre había disfrutado dejándola fuera de las fiestas que hacía en su casa, o de los festejos de cumpleaños—. Piensa que en realidad te estoy haciendo un favor, probablemente si te invite tengas que pensar qué ponerte para no verte tan gorda, y como no encontrarás nada que lo logre, te sentirás mal y te largarás a llorar. Si no te invito te ahorro todo eso ¿te parece? —los niños que siempre rodeaban a Barbie festejaban todos sus comentarios, por más crueles que fueran. Más de una vez Lily se había quedado sola en su casa mientras todos sus compañeros disfrutaban de la fiesta, los regalos, la torta y los globos. —Ahora soy más linda que tú —sonríe y se acerca a la cómoda. Sobre ella hay varias muñecas rubias cuyo nombre es el apodo que tiene su dueña, dos cajas rosadas con pinturas y un alhajero con esas joyas de plástico que algunas niñas quieren tener por el sólo hecho de pensar que las hace verse más grandes. Agarra uno de los collares hecho con tanza y varios dijes de distintos colores y se lo pone en el cuello mientras se mira en el espejo. —Creo que esto quedará más lindo en el cuello de Barbie —dice Lily acercándose a la cama de la niña y sentándose a su lado. Barbie tarda unos minutos en darse cuenta de la presencia, pero para cuando quiere reaccionar el collar de juguete ya le aprisiona el cuello con una fuerza inusitada, y por más que intenta gritar, ningún sonido logra salir de su boca. Sin embargo por la mirada aterrada de sus ojos Lily comprende que la ha reconocido en los últimos segundos antes de que se asfixie y su rostro hermoso quede de un color azul violáceo. El cabello rubio largo cae en cascadas alrededor de aquel rostro ahora inanimado y Lily lo acaricia como si jugara con una muñeca. Juego de niños 120 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Hija ¿porqué no invitas a tus compañeros de clase y hacemos una fiesta en casa? — la madre de Lily siempre había intentado integrarla al grupo, pero ella sabía qué le esperaba si accedía. Ya una vez sus padres habían preparado una gran fiesta para su cumpleaños número diez y nadie había ido, todos los chicos habían preferido ir a la fiesta que Barbie había dado “casualmente” en su casa. —De verdad que te parecías a ella —dice señalando con un gesto a las muñecas que miran la escena sin inmutarse—. Pero ahora ya no eres tan bella como antes, ahora eres como una muñeca rota. Se levanta de la cama, agarra una de las barbies que descansan sobre la cómoda y sale por la ventana. La próxima casa queda cerca, es un chalet de madera con varios árboles en la entrada y un jardín de flores perfectamente cuidado. Al pasar por una gasolinera Lily llena un bidón con algo de gasolina mientras el hombre que espera por algún cliente duerme en una silla. —Liliana, niña ¿puedes ser más torpe? —le había dicho más de una vez la maestra de música cuando Lily había sido blanco de alguna broma. Un instrumento roto o desafinado, una silla que se corre y ella cae, e incluso una vez una silla que se rompe bajo su peso y la maestra la mira con furia—. ¡Liliana por Dios! ¡Eso es propiedad de la escuela! Le explicarás tú al director qué ha sucedido con esa silla. —Podría haberme ayudado —piensa Lily mientras observa la casita desde afuera—. En algún momento, cuando sabía que los niños me hacían aquellas bromas, podría haberlos culpado a ellos, no a mí. Nuevamente la niña se escabulle por una ventana y entra en la casa. No la conoce por dentro, pero con su nueva visión nocturna busca la habitación de la maestra hasta que la encuentra. Con rapidez se acerca a la cama y cuando la mujer abre los ojos la niña ya se encuentra sobre ella. Por más que la maestra intenta luchar no puede, ni la mayor adrenalina le daría la fuerza para pelear contra la fuerza que Lily ahora posee, y menos aún librar su delgado cuerpo debajo del peso de la niña. Lily le ata las manos con una soga al respaldar de la cama y después se aleja un poco para mirarla. —¿Verdad que no me esperaba? —pregunta con una sonrisa. La maestra responde con un grito de terror y Lily se lleva un dedo a la boca en señal de silencio, como cuando dos niños se cuentan un secreto que nadie debe saber. Cantando aquella canción que su madre le enseñó cuando era pequeña y habla de un “Un elefante que se llama trompita…” Lily rocía a la mujer y la habitación con gasolina, se lleva la mano al bolsillo del vestido floreado y saca una caja de fósforos. —Esto va a ser divertido —dice la niña mirando a la maestra fijamente a los ojos—. Esta vez podrá retarme, porque esta vez tendrá razón, yo seré la culpable. Deja caer el fósforo sobre un charco de gasolina que en menos de un segundo se inflama y se convierte en una llamarada. Con rapidez el fuego recorre el camino marcado, las llamas lamen primero el piso de madera, después suben por las patas de la cama y por último alcanzan a la mujer, devorándola entre lenguas rojas, entre gritos de desgarro. Pronto toda la habitación arde y Lily se apresura a salir de la casa. Se detiene en la calle y observa cómo aquel chalet se convierte en un monstruo de fuego vivo que se retuerce y grita. Las sirenas de los bomberos se sienten a lo lejos y la niña se retira de la escena por una calle lateral, mientras siente nuevamente la brisa suave en su rostro. A lo lejos el cielo comienza a aclararse y se da cuenta de que es hora de volver a dormir. —Todavía muchos deben pagar —dice mientras camina hacia el cementerio—. Todos aquellos que se burlaron de mí, que me llevaron a morir ahogada y congelada en aquel lago, que Juego de niños 121 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) se negaron a invitarme a sus fiestitas porque no querían que estuviera en su casa, que me hicieron pasar vergüenza frente a los profesores. Quedan muchos, todo un curso de niños y niñas crueles que le hicieron la vida imposible. Todo un pueblo que debe pagar por su muerte. —Pero no importa —piensa Lily mientras mira el cielo—. No importa porque tengo tiempo, cada noche puedo levantarme de mi tumba y caminar por este pueblo para jugar y reírme de ellos. Ahora la última palabra la tengo yo. Desde ahora y para siempre, yo seré la última en reír. Juego de niños 122 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) PACTO MACABRO EN SANCTI SPIRITUS (Cuba). Todo empieza un día muy tempestuoso en una isla de Cuba llamado Sancti spiritus, paresia que el cielo se iba a caer… En esa isla vivía Barbará ella estaba recién casada con un extranjero llamado Adán ese día tempestuoso él llegaba de Estados Unidos. En esa isla, los extranjeros, especialmente de E.E U.U no eran, muy bien recibidos, pero Adán tendría que tratar de adaptase por su futura esposa, era un buen doctor y Barbará consiguió un trabajo en ese lugar para él. Al pasar los meses llego un virus a esa isla, nadie sabía que era, los primeros en enfermarse fueron los niños y los ancianos, los síntomas era delgadez extrema por que les daba asco la comida, estas personas no sabían que comer iban se, no tomaban liquido, estaban ojerosos, se les caía el pelo era desesperante ver a un familiar, a un niño y no saber qué hacer. Sentían la necesidad de comer pero ¿qué? Un día en la playa un niño enfermo, miraba como pescaba un pescador, en un momento al sacar la línea del agua el pescador se corta los pies, con una piedra, el niño que estaba mirando, va hacia el pescador, su pequeño corazón empezó a latir cada vez más fuerte, su nariz empezó a olfatear como un cachorro hambriento. Al llegar cerca de este hombre él le pregunta ¿Qué pasa niño nunca viste a alguien cortarse? El niño se tira a los pies de este pescador y cuando él intenta levantarlo, el pequeño lo muerde ¿Qué haces niño? él hombre intenta nuevamente sacarlo pero en un momento… Tres niños se acercan y sin cruzar mirada con el pescador se tiran al suelo también empiezan a comerlo… Mientras en otro lugar se encuentra Barbará cocinando el almuerzo. Huy!!! Me corte dice ella ,en un momento se escucha que se acerca un carro a la casa…. Hola cariño, ¿como te fue en el trabajo? dice Barbará apretándose el dedo. Adán le responde mucho trabajo cielo, ¿Que te paso?. Me corte con el cuchillo cortando una cebolla. Ven al baño te voy a curar para que no se te infecte. Ella responde no te hagas problema no es nada grave… Al llegar la siesta ellos van a dormir , en un momento se abre la puerta de la habitación... Al despertar Adán mira a su esposa y ve algo traumático, impactante, chocante, en el lugar de Barbará había sangre, mucha sangre. Él se levanta baja corriendo las escalera y se encuentra con ella, la cual estaba de espalda, esta se da vuelta su esposo pregunta ¿qué paso? ella estaba sucia de sangre. No sé, estaba durmiendo, cuando siento que alguien, me comía el dedo que me había lastimado, era un anciano de mal aspecto enfermo parecía este. Al querer tocarte para despertarte, el me saco de la cama y me arrastro, yo no podía gritar no me salía la vos, al querer bajarme por las escaleras, logro empujarlo, cae ,se golpea la cabeza, muy fuerte y …. Barbará ¿donde esta ese hombre ahora y que haces con sangre en la ropa? Ella responde que se siente rara, me siento perdida, extraña me estoy sintiendo mal . Adán le dice que la curaría. Cuando la está curando, ve que en el dedo mordido tenía unos puntos blancos como si fueran hongos, tendrás que quedarte en casa creo que tienes el virus que ronda por estos lugares. Pacto macabro en Sancti Spiritus 123 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Adán siento ganas de comer cuerpo humano eso es lo que deseo por eso me siento perdida amor —dice Barbará. No te hagas problema yo estaré contigo, como te lo prometí en el altar te traeré comida del hospital y todo estará bien dice Adán. Pasaron los meses y Adán traía comida a su esposa, ella se sentía mal al llevar esa vida pero amaba mucho a su esposo que no quería dejarlo solo en ese pueblo. Pero un día las cosas estaban cambiando, Adán a veces venía a traerle comida y se iba arriba dejándola sola todo el día encerrada en el sótano sin poder salir. Una noche Barbará va hacia la puerta del sótano para escuchar. —Se siente ruido de risa de una mujer y quejas de un hombre —dice ella . Al otro día temprano se escucha que se va el auto de Adán, entonces Barbará intenta abrir la puerta del sótano y una vez que lo logra corre hacia la habitación y llegó a la conclusión que allí algo pasó, su olfato sentía olor de perfume de mujer. Ella se siente muy atormentada, su mayor pesadilla se hizo realidad, su amado ahora la despreciaba por su terrible enfermedad. —Está bien, soy una zombi, ¿quién estando sano querrá estar con una mujer, que come pedazos de personas? brazos, piernas, recién cortadas de una amputación. Pero él hizo un pacto ante Dios y ante mí, de amarme y respetarme hasta que la muerte nos separe yo no le voy a permitir que me mienta y rompa ese pacto. Pasaron las horas llega el coche de Adán entra a la casa, atrás de el Carolina, la cual le dice que iría a darse un baño. Él le dice yo iré a estar un rato con Barbará la tengo un poco abandonada. Mientras que Barbará esperaba a Adán detrás de la puerta del sótano, cuando entra lo empuja por las escalera salta sobre él y lo muerde, —Espera ¿qué haces? —Pregunta él. Porque me has engañado rompiste tu pacto, nada, ni nadie nos separarían, yo no te he engañado respondió el . Ella dice no me mientas, y ahora ella también se va a morir, entonces Adán se levanta y va corriendo hacia el baño. En ese momento sale Carolina muy asustada y le dice¿ qué pasa? no piense nada malo Barbará_ tu vas a morir maldita zorra_ Adán le dice_ espera ella es mi hermana la que vivía en Francia y iba a venir a vivir acá con su novio el cual es Cubano. Barbará no le creyó, entonces Carolina le dice que ella tenía fotos con su madre y su hermano esta fue y las trajo. En ese momento Barbará se sintió tan mal, que quedó en estado de shock por lo que había hecho. Entonces te mordió le dijo Carolina a su hermano, si le respondió él. Hermano tendrás que quedarte en tu casa, ir al hospital es mucha tentación para ti. Me quedaré a morir contigo Barbará le dice él a su esposa la cual quedó llorando y con mucha tristeza ella sabía que havía actuado muy mal con su marido. Carolina le dice que ella les traería comida que podría reforzar la puerta del sótano y todo estaría bien vendría todos los días como tú lo has hecho. Y así pasó. Carolina era ahora la dueña de la casa, Barbará y Adán en el sótano teniendo la ilusión de que alguien encuentre la cura, aunque se enteraron, que cada vez los enfermos eran más. Caminaban por las calles como zombis entre las personas sanas. Un día esperaron la comida que traía Carolina, esta no había llegado no se escuchó el carro. Tal vez tuvo un compromiso dijo Adán a su mujer la cual estaba en un estado depresivo y no respondía a nada. Pacto macabro en Sancti Spiritus 124 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Pasaron dos días y ninguna novedad, el hambre empezaba a acechar en sus estómagos. Pasó una semana. Adán estaba preocupado por su hermana pero se imaginó que las cosas estaban peor, pero ¿qué harían ellos allí encerrados sin comida? Barbará ya estaba casi muerta, estaba muy débil era como un cadáver abriendo los ojos nada más. Adán estaba un poco más fuerte, entonces dice a Barbará: —yo te prometí serte fiel ,pero vos pensaste, que te he engañado, por eso estamos los dos acá. —Te prometí que estaríamos juntos hasta la muerte y eso te voy a cumplir —y en ese entonces... Estás muy deliciosa amor, así estaremos juntos, que bueno que Carolina dejó estos cuchillos, dijo Adán mientras comía los brazos de su esposa. Barbará con su poca fuerza le dice que él era una basura egoísta y él responde que ella también lo fue cuando lo mordió dudando de el amor que él le tuvo. Y así paso un mes, Barbará fue el platillo de su esposo estuvieron juntos siempre y nada los separararía. ¿Qué habrá pasado con mi hermana? se preguntaba hasta los últimos momentos Adán. Un día, después de 40 largas noches , entra Carolina con su reciente esposo al sótano, ve el cuerpo de su hermano y la cabeza de su cuñada ¡Dios mío que basura comió a su mujer! dijo ella. Baja y patea a su hermano y dice —Murió el muy sucio. —Vamos cariño tenemos que desempacar las maletas, ese crucero estuvo fantástico — dijo el marido de Carolina. —Si amor no me arrepiento de haber viajado, o de lo contrario era quedarme con estos dos mal olientes, traerles comida y verles su terrible aspecto todos los días. —Ahora tenemos casa, coche, trabajo, todo para empezar una vida juntos y tranquilo. —vamos amor —dice Carolina. —¡Noo!!!Maldito —se escuchó un grito de Carolina, su esposo la mira y su pierna estaba sujetada por su hermano el cual estaba en sus últimos minutos y la mordió con mucho odio por su mala actitud. Entonces Adán le dice: —ahora te tocara pasar mi infierno y lo que paso Barbará estos días, peor aún no disfrutarás ni siquiera, de tu primer año de casada… En ese entonces se escucha que la puerta del sótano se cierra. —¡¡Amorrr no me dejes acá!! ¡¡¡Recuerda lo que me prometiste en el altar…!!! Pacto macabro en Sancti Spiritus 125 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA HISTORIA DE UN SOBREVIVIENTE 18 de Marzo del 2040 Un día más encerrado en este lugar. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Quizá un mes, quizá más, no lo sé con exactitud. ¿Por qué elegí una comisaría? La verdad no lo sé… Supongo que el instinto que todos tenemos de que la policía siempre te ayudará afloró en mí y por eso elegí este lugar como mi refugio. Tengo 23 años, mi nombre es Walter y soy un sobreviviente de Lima-Perú. Estoy solo… No veo a un ser humano desde que decidí encerrarme aquí. Era una locura quedarse allá afuera con todos esos Zombies rondando por ahí. ¿Pero qué podía hacer un chico como yo? Todo se convirtió en un caos… ¡Toda la ciudad se destruyó por completo! Y lo peor de todo es que esos desgraciados lo destruyeron todo el mismo día en que vinieron a este mundo. A veces pienso que voy a despertar de esta horrible pesadilla, pues ¿quién iba a creer que lo que alguna vez vimos en películas de terror se iría a convertir en una realidad? Por lo menos me hubiera gustado ser un héroe para mí mismo y acabar con todos ellos, pero ¿quieren que les cuente algo? ¡Ni siquiera he podido matar a uno! Creo que es hora de acepta r que siempre fui un tipo miedoso, aunque mis temores me salvaron, pues yo no los enfrenté como lo hicieron muchos y simplemente corrí. Para cuando llegué a este lugar ya estaba desolado. Me aseguré de que no quedara ni una de esas bestias y me atrincheré en este lugar. Estaban construyendo una nueva planta cuando todo esto sucedió, por lo cual logré tener todos los materiales a mi alcance para taponar las ventanas y puertas del lugar. Pero yo sabía que mis provisiones de alimento no iban a durar para siempre. ¡Hace más de tres días que no pruebo bocado! y lo último que me quedaba de agua lo terminé ayer. No pienso salir. Prefiero morir de hambre a que tratar de escapar de este lugar y arriesgarme a que esas bestias me atrapen y comiencen a arrancar por pedazos mi piel… “Ellos” saben que estoy aquí… “Ellos” pueden oler la carne fresca y supongo que soy el único ser con cordura que queda en este lugar. ¿Pero cuanto más podré sobrevivir sin volverme loco? Hace varios días que no puedo dormir, pues esos desgraciados con el pasar del tiempo siguen rodeando esta comisaría y puedo ver sus sombras deambulando alrededor. ¡OH DIOS COMO VOY A ESCAPAR DE AQUÍ! Ni siquiera sé como comenzó todo esto. Yo me encontraba en mi cuarto jugando al PlayStation con mi hermano mayor. Mis padres habían salido y parecía ser un día como cualquier otro; no me esperaba que aquel día el mundo tal y cual lo conocíamos fuera a cambiar drásticamente… Estaba jugando de lo lindo un juego de peleas, riendo a más no poder por las cosas que hacíamos, cuando de repente escuchamos un fuerte sonido en la parte de afuera. Algo había caído desde la casa de los vecinos, y por tremendo impacto pensé que se les había caído un sillón o algo por el estilo. Pero nuestra sorpresa fue grande cuando salimos y descubrimos a Ricardo, mi vecino, tirado en medio del pasillo con mucha sangre a su alrededor; él no se movía. Nunca en mi vida había visto tanta sangre, ni menos de esa manera. Simplemente no me pude mover y quedé petrificado. Mi hermano fue el que actuó al instante y se acercó rápidamente a él tocándole el cuello para tomar su pulso. Aun arrodillado volteó muy asustado a verme y me dijo que llamara a la policía, cuando de repente Ricardo se abalanzó sobre él. Yo no pude contener una exclamación y aterrado comencé a retroceder varios pasos mientras veía como Ricardo le arrancaba la oreja de un solo mordisco. Aun yo no entendía nada, y nada pasaba por mi cabeza con excepción de los gritos de dolor que parecían taladrar mis tímpanos, y solo me limitaba a observar aterrado lo que estaba sucediendo. Mi hermano trataba de ponerse La historia de un sobreviviente 126 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) de pie con el terror grabado en el rostro, pero Ricardo logró tumbarlo al suelo para luego hundir su cabeza en el cuello de él. Cuando comenzó a lanzar gritos aterradores mientras aquella bestia le arrancaba la carne a jirones yo no pude soportarlo. Hasta ahora me culpo de no haberlo ayudado, aunque ahora que ya lo he visto todo, trató de tranquilizarme diciendo que ya no hubiera podido hacer nada por él. ¡Como todo un cobarde me di a la fuga! Abrí la reja principal y salí como alma que lleva el diablo. Pero lo que me encontré afuera fue peor. No entiendo como ya había tantas de esas criaturas rondando por las calles. Los policías se encontraban desparramados por diferentes lugares tratando de detenerlos pero era imposible. Aquellas bestias mordían y al instante el herido se convertía en uno de ellos. ¡Estaba presenciando el fin del mundo! y era como ver una película; nada parecía real. Edificios y carros en llamas, gente corriendo mientras gritaba histérica. Y yo parado en medio de la pista observando todo aquel caos, cuando de repente uno de esos Zombies se acercó a mí. No es como en las películas... ¡Cuánto hubiera dado porque sean lentos! ¡Qué va! ¡Esos desgraciados corrían y eran rápidos! Y aquel ser al verme vino corriendo a toda prisa hacia mí. Tenía la cabeza en un ángulo muy extraño y estaba totalmente bañado en sangre. Si en algún momento mi corazón ha estado a punto de estallar y morir de un paro cardiaco, fue exactamente ahí. Lancé un gran grito y salí disparado también. Ahora que rememoro todo esto creo que el destino me preparó para ser un sobreviviente; pues yo había sido un flojo durante mucho tiempo, pero en los últimos dos años mi hermano me había llevado a jugar Básquet y entrenábamos juntos corriendo alrededor del parque. Al comienzo me había costado bastante, pero ahora ya podía dar diez vueltas al parque fácilmente. Es por eso que fui un sobreviviente. Los Zombies eran rápidos, pero yo lo era más, y por eso ninguno de ellos pudo alcanzarme. No sé porque escribo todo esto. Nunca fui un escritor, aunque siempre admiré a todos los que ejercían esa profesión. Quizás es una manera de desahogarme, no lo sé, pero me siento bien haciéndolo… 20 de Marzo El hambre pudo más. No pude aguantarlo. Estaba a punto del suicidio e iba salir no importándome cuantos Zombies pudiera haber, pero felizmente la razón pudo más y logré calmarme un poco. Traté de buscar una salida ¡y la encontré! Nunca había pensado en las tuberías. Como dije antes, esta comisaría estaba construyendo una planta nueva y fue ahí donde encontré la obra a medio terminar y las tuberías invitándome a entrar. El olor era insoportable, pero después de haber visto aquellas horribles escenas y tantos muertos, no fue nada. Me arrastré por ellas. ¡Doy gracias a Dios por no ser claustrofóbico! La salida de aquel lugar no se encontraba tan cerca como pensé y me arrastré lo que me parecieron horas, aunque no se cuanto tiempo fue exactamente. Por un momento me entró pánico al pensar que si me encontraba con uno de esos Zombies iba a morir, pues aquel lugar era tan estrecho… Pero inmediatamente eliminé todo pensamiento negativo de mí y simplemente me concentré en encontrar la salida. Ya la veía en mi mente y creo que eso hizo que la hallara, pues no mucho después pude ver una luz a lo lejos y fue cuestión de tiempo para alcanzarla. Encontré comida y estoy contento. No solo porque mi estomago quedó satisfecho si no que encontré el lugar de mi salvación. En estos momentos me encuentro en un laboratorio. El lugar esta patas arriba; supongo que aquellos Zombies lograron entrar aquí, aunque ya no hay rastro de ellos. Estaba a punto de irme cuando inexplicablemente mi mirada se posó en unos folletos tirados en el suelo… No tienen idea la emoción que me embarga en estos momentos. ¡Estoy salvado amigos! Como dije antes, creo que es mi destino ser un sobreviviente. Este lugar es un laboratorio de Criogenización; aquella técnica utilizada para preservar personas sumergiéndolas en nitrógeno liquido para una posible reanimación. ¡Los contenedores están intactos! Esos monstruos no los destruyeron y no me tomó mucho encontrarlos con un plano que encontré por aquí. ¡Es mi destino señoras y señores! El proceso a seguir es muy fácil y esta explicado detalladamente. En La historia de un sobreviviente 127 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) estos tiempos las maquinas se encargan del 90% del trabajo. ¡Todo está aquí! Y doy gracias a Dios por la Criónica, pues es mi salvación. Me meteré en una de estos contenedores y congelaré mi cuerpo con mis notas a un lado. Supongo que tomaré una larga siesta, pero estoy tranquilo, pues sé que en un futuro cercano nuestros compatriotas nos han de haber ayudado y se habrán deshecho de esta peste; y cuando alguien me encuentre, podrán al fin despertarme de esta horrible pesadilla… NOTICIA EXTRAIDA DEL PERIODICO EL COMERCIO. LIMA - PERÚ 01 de Setiembre del 2040 ¡Nuestro país está salvado! No hubiéramos podido haberlo hecho solos y damos gracias a todos los países que nos ayudaron. ¡Al fin el Perú es un país libre de Zombies! El 01 de febrero (día que se desencadenó todo este horror), los científicos decidieron dar un paso más para la historia. Es del conocimiento público que nuestra ciencia ha avanzado tanto que hemos encontrado la cura para casi todos los males y enfermedades que pueda poseer el ser humano, y es por eso que el 01 de Febrero fue el día en que los científicos de nuestro país decidieron despertar a todas aquellas personas enfermas que se habían sometido al proceso de la Criogenización y que en su época no había habido salvación para ellos. ¿Qué es la Criogénica? Algo que un día puede salvar una vida, su vida. ¿Cuántos de nosotros hemos visto este anuncio y entusiasmados pensamos que podía ser una evasión a la muerte? Supuestamente, el objetivo de la Criónica era de salvar vidas y superar la enfermedad y el sufrimiento. Se mantenía al paciente suspendido en nitrógeno líquido a una temperatura de -195,8 °C hasta que la ciencia se desarrollara lo suficiente para recuperarle. Y como eso ya lo hemos logrado, creyeron estar listos. Hasta ahora los científicos del mundo aún no se explican como la Criogénica pudo haber tenido algo que ver con todo esto, pero así fue. Cuando aquellos individuos fueron despertados, los rostros de alegría de los científicos cambiaron a uno de horror al percatarse que ya no pensaban como un ser humano y lo único que les importaba era saciar su hambre como caníbales. Todo sucedió demasiado rápido y nuestro país estuvo a punto de sucumbir por estas criaturas... Pero ya todo ha acabado. Nos hemos liberado de esta peste y el Perú y el mundo se aseguraran de destruir todas las maquinas de Criogénica del mundo con los cuerpos que no fueron despertados, para que así esta pesadilla no vuelva a renacer. La historia de un sobreviviente 128 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MUNDO PINTADO CON SANGRE Algunas personas le llamaban el Apocalipsis, otras le llamaban el principio de la Era Oscura, yo personalmente le llamaba como al resto de los Purificadores por su nombre, “Día Z”. Lo recuerdo bien, yo estaba en un rascacielos fumando un cigarrillo mientras veía el cielo, solo pensaba en llegar a casa, cenar con mi mujer, tal vez hacerle el amor y dormir, para iniciar el día, los planes eran perfectos, nadie puede negarlo. Y una sola visión me arruinó todo. Parecía una persona volando, vestía de amarillo y juró que portaba una capa azul, parecía tener a alguien colgándole, me tallé los ojos y al regresar mi vista, ya no estaba ahí. Aunque no creo que mi visión haya sido real, ese día fue cuando inició. —Tom, alguien quiere verte. La voz de mi secretaria me sacó de mi ensueño, a veces me pierdo recordando el Día Z, duele un poco recordarlo, pero debo hacerlo, un hombre que no recuerda su pasado es un hombre perdido. —Dile que pase. La secretaria salió de mi oficina y al poco tiempo entró un hombre calvo, pasado de los 50 años, y pasado de peso, sudaba bastante a pesar del aire acondicionado y parecía nervioso, no entiendo por qué, tal vez se mi estatura (mi metro noventa y complexión muscular pueden ser intimidadoras) o tal vez mi mirada, pero el hombre sudaba a chorros. Le señalé la silla frente al escritorio y él se sentó, me senté después de él y dije: —¿Cuál es su nombre? —Me llamó Oscar, Oscar Guerra. —Oscar, como debes saber, soy Tom Araya, asumo que sabes que es lo que hago, ¿no? Oscar asintió. —Usted puede hacer cualquier trabajo, aunque incluya adentrarse a donde hay esas cosas, necesito que vaya a las afueras de la ciudad, un científico tiene la cura y necesito que me la traiga. —Vaya, usted es un hombre directo, ¿gusta algo de beber?, tengo whiskey, tequila, vodka… —Nada, gracias, en estos días hay que mantenerse uno en sus 5 sentidos. —Así es, la gente vive en pánico últimamente. —Se dice que esos seres han evolucionado y que tal vez se hayan infiltrado —comentó Guerra en voz baja, acercándose más al escritorio— por eso necesitamos la cura más rápido, no queremos más “Chelsea smiles” ni cuerpos mordidos en las calles. —Usted tiene razón, y me encargaré de que así sea. Le extendí mi mano y me la estrechó, mencionó que el científico me pagaría, me dejó la dirección, y se fue. Nunca más lo volvería a ver. A la mañana siguiente ya estaba fuera de la fortaleza, el mundo tras el Día Z era un desastre total, a pesar de no ver a los reanimados por ningún lado a estas horas del día, no puedo prescindir de la seguridad de mi escopeta, el lugar estaba a un par de horas, así que aceleré a una velocidad regular, un accidente acá afuera era lo menos recomendable, una pierna rota en tierra de muertos no es una buena idea. Mundo pintado con sangre 129 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Mi viaje fue tranquilo, hasta que llegue a los últimos 500 metros del camino, varios muertos me esperaban, de verdad habían retenido retazos de inteligencia, sus aspectos eran como uno esperaba, ropas andrajosas llenas de sangre y ocasionales rastros de piel, ellos lucían pálidos, pues rehuían a la luz del sol, corrían hacía mí, y por algunos instantes estaba seguro de que me sonreían con malicia, aceleré a todo lo que pude y los arrollé, algunos salían volando con sus miembros cayendo a varios metros de distancia, otros se colgaban de la defensa de la camioneta, un par de ellos se colgaban de las puertas e intentaban entrar, mi olor los atraía como la luz a las moscas, así era como habían acabado con muchos ilusos. Detuve el carro y bajé de inmediato, abriéndome paso a balazos, ya no eran muchos, a pesar de ser conducidos por sus instintos básicos, no eran tan idiotas y se apartaban de mí, la gente contaba conmigo para que esa locura se detuviera. Caminaba hacía la entrada del túnel, cuando tropecé con una piedra, admito que fue un error de principiante, incluso me lo reprochaba mientras caía al suelo, un reanimado me vio caer y corrió hacia mí, como si fuera a parar mi caída… claro, usó sus mandíbulas para pararla. La mordida en mi brazo fue demasiado dolorosa, si hubiera sido un poco más blandengue tal vez hubiera pegado un grito que haría correr a todos esos monstruos, pero solo le disparé a la cabeza y observe con satisfacción como su cerebro salpicaba al resto de sus compañeros de comida. Corrí hacía la entrada del túnel, abrí la puerta y entré, una reja cubrió el paso y se electrifico, me pareció algo formidable. La sangre me caía a chorros por el brazo y me punzaba, ignorando ambas cosas entré al laboratorio y vi al científico sentado, mirando extasiado su cura, puesta en una jeringa. —Hola, doc. El tipo levantó la vista y se espantó al verme sangrar, solo le dije: —Es el precio por mis pecados. Él asintió y me dijo: —Aquí está la cura, funciona, aquel hombre —señaló una persona acostada en una camilla— fue curado del virus, y ahora es normal, en tal vez unos meses van a poder hacerla a escala masiva. Su última oración expresaba pena, sus ojos no se apartaban de mi brazo. —Oh… esto, sí, sé lo que debo hacer —dije, poniendo mi pistola en la mesita más cercana, el lugar era pequeño con mesas un tanto amplias, una buena iluminación le daba claridad al cuarto- debo entregar esto e irme al oeste, junto al resto de los infectados, y morir ahí. —Tu nombre será leyenda entre los sobrevivientes a la catástrofe. —Sí, eso creo. —Gracias a ti, el mundo será un lugar libre de infección, pondrán estatuas a tu nombre, a nadie le importarán tus… detalles, tu historia será contada, toda la tragedia… —¿A qué te refieres?- le pregunté, mi voz me pareció demasiado tensa. —Todos sabemos lo de tu esposa, que fue de las primeras en caer por la infección, sabemos que la tienes en tu casa y está bien, Tom, eso no importará, porque eres nuestro salvador, los trovadores cantaran acerca de ti- dijo el científico, su voz sonaba tan pastosa. —Sí, eso suena bien, es lo correcto. Le extendí la mano para tomar la cura, me la entregó con una amplia sonrisa, yo desde el principio supe que todo lo que me había dicho era una mentira. Mundo pintado con sangre 130 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Solo hay un pequeño problema —murmuré. —¿Cuál? —A mi no me importa hacer lo correcto. Tomé la jeringa y me la apliqué directo a la herida, el científico gritó protestando, de mi bolsillo saqué mi cuchillo y se lo clavé en el abdomen, sintiendo su tibia sangre bañar mis manos, le sonreía mientras retorcía el cuchillo en sus entrañas, él gemía de dolor y al parecer lloraba, no sé si era por dolor o por humillación. —Verás, a mi me gusta el mundo, este mundo pintado con sangre es mejor que un mundo aburrido, aquí puedo ser quien soy, ya sabes, es mejor ser rey en el infierno que servir en el paraíso —le dije con mi tono más burlón. Lo acuchillé en su cuerpo tantas veces como pude hasta que no resistió y murió, de nuevo, como siempre que mato a alguien, no resistí a extenderle su sonrisa grotescamente con mi cuchillo, al acabar con él, volví mi atención a su conejillo de indias y lo maté de la misma manera, el cuarto olía a muerte y desolación, dos de mis tres olores preferidos. Salí del laboratorio, y subía mi carro, los infectados ya estaban lejos, habían percibido los asesinatos y se habían alejado. Criaturas inteligentes, cada día me agradan más. Mientras entraba a la ciudad, con mi herida tapada para que no sospecharan nada, yo ya había planeado el final de mi día, mataría a Oscar Guerra, volvería a casa, cenaría, le daría el cuerpo de Oscar a mi mujer para que cene, me bañaría y le haría el amor a mi esposa. ¿Qué podría ser mejor que esto? Mundo pintado con sangre 131 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) TORMENTO Y DICHA Parte I: Julia. 1 —…Ojalá que jamás te partan el corazón en mil pedazos —concluía Julia a puño, letra y una lágrima pesada que derramó sobre el papel rayado. Ahí depositó esta última recomendación y despedida para quien alguna vez fue su tormento y dicha. Dos minutos fueron como horas para apreciar la absorción de la gota salada sobre aquel material blanco: Un manchón opaco permanente similar a la cicatriz que, según Julia, estaba por sanar. Julia por un momento consideró arrojar la nota al cesto de basura, justo a la derecha de su escritorio. Esto lo hizo alguna vez por diversión, sentada al centro de la gran mesa rectangular de caoba, deslizando papeles sobre la superficie hasta verlos desaparecer por el filo, era como tirar al blanco, a ciegas. Sin embargo la despedida no era juego y Julia dudaba si una carta era manera adulta de lidiar con aquello que le impedía sacar el pecho y erguirse como la mujer hermosa que era en realidad. Y la verdad es que ya había esperado demasiado; dos semanas sin respuesta huelen a abandono, aunque lo peor es… simplemente no saber. —¿Y si le sucedió algo?- se preguntaba Julia mientras sentía como regresaba aquella sensación desde la boca del estómago que le hacía querer correr en todas direcciones y al mismo tiempo. —¿Y si…? ¡Bueno yaaa! —dijo en tono definitivo, aplastando toda incertidumbre de golpe. Con un sorbo de su café tibio y arrugando la nariz con desdén, dijo—: ¡Al diablo! — mientras se alejaba de la fría habitación. 2 Julia siempre fue una mujer por encima del promedio, ni muy alta como para abrumar al hombre que la pretende, ni tan baja como para hacerle sentir tan seguro de sí; era simplemente su igual. Su piel blanca y cabello negro eran contraste perfecto que hacía voltear a verle el rostro, irremediablemente. Sus ojos, para quien les vio alguna vez, podían decir más de mil palabras sin necesidad de abrir la boca. Se podría incluso pensar que las ropas que le cubren fueron hechas sólo para ella; así de bella era Julia aunque siempre vestía sencillo, muy libre. El gusto por la fotografía decía mucho de su persona. Procuraba encontrar momentos mágicos y capturarlos, por lo menos uno al día, entonces todo cobraba sentido nuevamente. La espontaneidad, el momento y el detalle era todo lo que mantenía a Julia en movimiento. Curiosamente, este tipo de carácter casi siempre rebota una sombra, un lado oscuro propenso a obsesiones y adicciones, al menos eso dicen los que observan la conducta humana. Exhalar bocanadas espesas de humo de tabaco era el vicio de Julia. 3 Sus intereses poco convencionales le hacían pasar de un empleo a otro sin mayor preocupación hasta hace unos meses, cuando algún revés económico anunciaba tiempos difíciles para más de uno. Esto no sólo limitaba a Julia sino que le hacía también preocuparse por mantener su puesto actual, en Librero de oro, a toda costa. Julia debía entonces poner la mente en otra parte, el amor tal vez. Tormento y dicha 132 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¿Acaso no sería ideal? —se preguntaba con un toque de sarcasmo, que hablaba también de su sentido del humor, a pesar de haber pronunciado las palabras con toda seriedad. La vez que Julia cruzó miradas con quien habría de convertirse semanas más tarde en su tormento y dicha, resultó no ser la primera, le había visto años atrás en el instituto. —Yo te conozco, mmm —hablaba su voz interna mientras trataba de ubicar al sujeto en tiempo y espacio. —¡Años! ¡Miles, muuuchoos! —pensó Julia, quien siempre fue cuidadosa con sus exageraciones y se imaginaba pretenciosa al hablar de fechas y de años como suelen hacer los viejos; además era muy joven. Era evidente que aquella última exageración no iba con el afán de hacer un cálculo preciso y simplemente escapaba de su corazón que ya empezaba a dar saltos apresurados, perfectamente normales cuando reaparece un fantasma del pasado y te toma por sorpresa. El pasado de Julia comenzaba en la preparatoria, o al menos ella empezaba a relatar desde ese punto cuando hablaba de ella misma. De la vida previa al Instituto Elle Bellard quedaban recuerdos fragmentados y esparcidos por toda su cabeza, algunos otros, los más vívidos tal vez, dejaron marcas en su cuerpo. Lo demás, vale decir, era una mezcla entre flashbacks y emociones parcialmente desconectadas: un misterio. Y no es que Julia haya tenido problemas de memoria a corto, mediano o largo plazo; cuando se trataba de olvidar, sí que era buena para hacerlo. 4 Por las noches Julia desaparecía del mundo conforme iba metiéndose a la cama y empezaba a colocarse los grandes audífonos aislantes sobre los oídos. La selección del momento, las canciones que servirían de fondo para los recuerdos reencarnados, determinaban el contenido de estos al igual que una llave abre sólo una puerta y nada más. La melodía era hipnótica en más de una forma, se autoconstruía con elementos sencillos, se incorporaban nuevas notas con el andar del compás. Era esa cadencia predecible y constante de un vals, un péndulo que arrulla y mece de lado a lado, tensión y calma ejecutada por manos diestras y sensibles. Entonces Julia se dejó llevar… Parte II: La llave. 1 La antología de valses que Julia escogió para la noche, dejaba entrever sus intenciones claramente: Flagelarse nuevamente con recuerdos de lo que fue y no fue; de lo que pudo haber sido y de lo que nunca será. Una lágrima empezó a rodar por el rostro de Julia mientras editaba y reescribía en su mente la historia de otro fracaso amoroso, sustituyendo los silencios incómodos y la falta de elocuencia en los momentos decisivos con respuestas precisas y argumentos ganadores. Julia siempre terminaba sintiéndose mejor después de este tipo de terapia y no tenía problemas para conciliar el sueño enseguida. Una Julia semiconsciente escuchaba lejanas las últimas notas de una pieza que parecía no tener fin. Recién había encontrado la posición más cómoda en la cama, estaba en trance y moverse ya no era una opción. La pieza llegaba a su fin con las últimas cinco notas descendentes y agonizantes, como una caja musical que gradualmente se va quedando sin cuerda hasta detenerse por completo, cuando un zumbido agudo y doloroso, como el de un millón de mosquitos, hizo saltar a Julia de la cama, además de aturdirla dolorosamente. Tormento y dicha 133 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¡AAaarghhh! —gritó Julia con todas sus fuerzas para sacar el susto de su cuerpo y descargar el coraje… 2 Julia volvió a meterse entre las sábanas buscando la cómoda posición que le había hecho relajarse y casi dormirse por completo y, en media hora, estaba justo en este punto nuevamente. 3 De pronto Julia volvía a escuchar la cadencia predecible, el piano ejecutado por las manos diestras y sensibles… Esta vez podría ignorarlo, debía ignorarlo por completo; estaba muy cansada para apagar el aparato, para moverse tan siquiera, además no le molestaba en lo absoluto. Pasaron los minutos y Julia seguía entre despierta y dormida, justo en el umbral que divide al sueño y la conciencia. La antología, predecible, melosa y gastada ya, parecía llegar a su fin cuando Julia notó algo muy peculiar. 4 Las notas descendentes que clausuraban el nauseabundo ciclo musical simplemente no llegaban. Julia no se preocupó demasiado. —Probablemente estoy soñando ya… —pensó Julia y más tardo en hacerlo que en notar otras peculiaridades. La pieza era una parodia de sí misma, las notas descendentes se repetían constantemente pero en orden aleatorio, como jugando con las variaciones mientras iba cobrando velocidad hasta sonar como una licuadora, enfadando a Julia como hacía mucho tiempo no lo hacía nada ni nadie. Parte III: Tormento y dicha. 1 Cuando Julia se llevó las manos a las orejas para retirarse los audífonos y aventarlos, gritó horrorizada y confundida: ¡El aparato estaba apagado, y los audífonos encima de este! —¡Ji Ji! —escuchó Julia la risa traviesa de una niña que interrumpía la música bruscamente y todo quedó en silencio. —¡Estoy loca! ¡Estoy loca! —repetía Julia como si la locura fuera preferible a enfrentar y averiguar lo que le sucedía. Entre el silencio y la oscuridad cegadora, Julia se encontraba paralizada, no podía articular palabras ni emitir sonido alguno. Se cubrió hasta la cabeza con las sábanas como lo hace un niño asustado y así se quedó por un par de minutos hasta que el peso de algo o alguien dejaba su cama y entonces sí, corrió hasta la puerta intentando encender la luz de la habitación. 2 Cuando Julia estaba por lograrlo, se detuvo en seco cuando la puerta fue abierta de golpe, como con la fuerza de diez hombres y entonces Julia pudo ver que se trataba de él. Pero algo estaba mal, se veía pálido, débil y fuera de sí. Tormento y dicha 134 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¡Carlos! —le llamó Julia y Carlos no contestaba, sólo se quedó parado en el umbral de la puerta. 3 Julia se acercó más para ver que le ocurría, le tocó el rostro y el hombre estaba congelado. Cualquiera que le tocase dudaría que haya vida en ese cuerpo. Julia entonces encendió la luz para revisarlo más de cerca y cuando lo hizo lanzó un grito que se escuchó cientos de metros a la redonda. Las venas de Carlos aparecían y desaparecían de su rostro como si estas se moviesen dentro de él, dándole a su piel un tono azulado y enfermo: de un muerto pero en vida... Antes de que Julia pudiera hacer cualquier cosa, Carlos o, mejor dicho, la cosa que se parecía a Carlos, abrió la boca y se lanzó sobre ella para morderla con una dentadura podrida, amarillenta y con encías sangrantes. Julia apenas logró escapar del ataque y corrió apresuradamente hacia el lado opuesto de la habitación, hacia la ventana. Quitó, como pudo, los seguros que la mantenían en su lugar, pensando en cómo todo tiende a fallar en situaciones de peligro, justo como en las películas. En el momento que pensó en esto, la ventana dejó de ceder y el espacio para salir se redujo, empeorando aún más la situación. 4 Julia quería salir cuanto antes y le aterraba voltearse para ver si la cosa seguía ahí. Se salió como pudo y cuando lo hizo, vio por la ventana que la puerta seguía abierta pero ya no había nadie en el marco... Mientras Julia corría desesperadamente hacia la calle para no volver más, pensó en algo aún más arriesgado: Rodear la casa, entrar por la cocina y buscar algo con qué defenderse. No parece lo más inteligente pero no es que Julia quisiera confrontar a Carlos tanto como saber qué le sucedía para entonces ayudarle y finalmente preguntarle: —¿Qué demonios ha pasado todo este tiempo contigo?- Por esto, un cuchillo le permitiría acercarse un poco más… 5 Tan sólo se encontraba a unos pasos de la puerta que daba a la cocina cuando empieza a escuchar, en esta ocasión en el aire y no en su mente, la nauseabunda pieza de vals con una pequeña adición: Una voz, la de Julia -sólo que ella no era la que hablaba- recitando las líneas de la carta que había escrito por la tarde, en un tono burlón como intentando conmover y causar risa a la vez. Decía: -…Poco importa si fue un no rotundo y seco O un no titubeante o desafiante; de cualquier Manera es fracaso…-…Estoy cansada de la eterna danza circular De los enamorados: Felices, peleados, reconciliados. No quiero llegar al día en que no haya reconciliación Que funcione…-. 6 Tormento y dicha 135 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Mientras escuchaba la burla macabra que parecía haber nacido del aire, Julia quebró en llanto pero se detuvo casi de inmediato. Algo en su interior le decía que ya había derramado la última lágrima y que ahora era tiempo de actuar. La burla macabra seguía revelando los sentimientos más privados de Julia, lanzándolos al mundo como un espectáculo patético y barato. Entonces Julia entró corriendo a la cocina, específicamente hacia los cajones, y sacó el cuchillo más grande que encontró. La burla macabra seguía con su juego enfermizo, gritando cada vez más, anunciando el final de la carta que podía predecirse de igual manera que el final agonizante de la antología de pianos nauseabundos. Es en este momento cuando Julia voltea y ve a Carlos… por última vez. La cosa se encontraba ya a unos tres metros de Julia y seguía acercándose lentamente, arrastrando una pierna, como si apenas pudiese caminar, parecía un -con toda incredulidad y pena, admitía Julia- ¡Un maldito zombie! La cosa seguía acercándose y Julia no se movía de su lugar, mientras el tiempo corría y la burla macabra seguía escuchándose en el aire. Finalmente, la cosa estaba cerca, muy cerca y Julia estaba lista, entonces empuña el cuchillo y en este momento, la broma macabra también parece estar llegando a su fin. Sudor escurre de la frente de Julia por los nervios y el tiempo parece detenerse por un instante: ¡Carlos alcanza a Julia! ¡Julia levanta el cuchillo! Y mientras lo hace, recita al unísono con la broma macabra: —¡…Ojalá que jamás te partan el corazón en mil pedazos, Carlos! —Y Julia clava el cuchillo en el corazón de Carlos, apuñalándolo una y otra vez hasta machacarle el corazón completamente. Había sangre por doquier y Julia encontraba el momento un tanto metafórico: ¡Burlé a la burla macabra! Julia de pronto suelta el cuchillo y confundida, grita: —¡Esto no está pasando! —¡No existen, los zombies no existen! —¿Qué hice, Dios mío, qué hice? Instantes después de cuestionar lo ocurrido y de sentir que había perdido la razón, Julia sintió como si cayera al vacío, el vértigo más exquisito que… 7 Hizo que Julia despertara segura y en su cama, justo antes de las malditas cinco notas descendentes… En el acto, Julia salió de la cama de un salto, se quitó los audífonos y los pisoteó hasta reducirlos a chatarra plástica. Después sacó el disco y lo arrojó por la ventana. La carta la quemó al día siguiente. FIN "Los sueños interpretados no son importantes. Los importantes son los lúcidos: cuando eres y te haces consciente de lo que estás soñando.” –Alejandro Jodorowsky. Tormento y dicha 136 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) VIDA EN LOS OJOS DE UN MUERTO Yo un día fui humano, viví en un mundo de locos necios cobardes malsanos, qué bien, qué felicidad, pues haciéndose de oro rompieron la humanidad. Con sus locos experimentos su ruindad y mal talento nos convirtieron en monstruos rompieron nuestra verdad. Sí, un día yo fui un hombre… amaba, tenía paz, qué gracia qué gran verdad. Tenía esposa e hijos, tenía vida, tenía prosa. Sí, prosa, pues aunque no era verso mi vida no era reverso, tampoco feliz mariposa. Pero era más de lo que tengo que soy un muerto en vida, ¡maldita sociedad podrida que me convirtió en esto! Ya quedan pocos humanos, pobre gente, se creen amos, mas solo serán comida... Somos muchos más que ellos, somos legión, tenemos despecho y aunque somos simples muertos les quitaremos la vida. Ya nos unimos, juntos marchamos, y aunque bajo tierra se escondan, cierren puertas, pongan ondas, saben que nada tienen que hacer pues son simples alimentos, carne fresca, no hay lamentos: son ellos o nosotros, es luchar y vencer. "¿De quién es ese reflejo que me devuelve el espejo, ese ser raído y putrefacto al que le cuelga el pellejo? Su cuerpo ya no es un cuerpo sino simple despojo del que cuelgan hasta los ojos. ¡No!, ¡yo no soy eso! Maldito y sucio espejo quita de mí ese reflejo; yo quiero ser un humano, que me devuelvan mi vida, no terminar siendo esto y perdiendo la partida." Vida en los ojos de un muerto 137 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ¿Por qué ellos viven y no yo? ¿Quién apostó a esta ruleta? ¿Quién rifó la papeleta para que ellos vivan y yo no? ¡Sucios perros andrajosos, os juro que este anochecer sangriento se decidirá todo esto! Veremos a ver quién queda, vosotros con vuestra vida o yo, sucio y vil gusano que aunque soy un muerto en vida os ganaré la partida os romperé en mil pedazos, vuestra hiel será absorbida, seréis simples almuerzos, solo serviréis de comida. ¿Y mi esposa? Esa que a mi lado estuvo con quien compartí mis días, ¿será ella también caída, aquel puto experimento también le partió la vida? Ya casi no la recuerdo… en mi machacado cráneo todas las ideas pierdo, toda idea fue abatida. Solo flashes ahora tengo que como malogrado intento se hacen hueco en mi cerebro en ellos aun la veo; bella fiel y cariñosa, así era mi adorable esposa antes de quebrar mi vida. ¿Estará aún viva? ¿Esperará mi regreso o solo será mi comida? ¿Y mis hijos, donde estarían? aún en ese sucio colegio o volviendo ellos a casa? Lo cual significaría que también se transformaron y pobres míos, perdieron también pequeña vida. El poco recuerdo se va, vació queda en mi mente. Más, ¿quien es el que con esa gente delante de mi va buscando como yo comida deseando terminar la partida en este cruel y aciago día?. Vida en los ojos de un muerto 138 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Se parece a mi hijo ese pequeño que un día sentaba yo en mis rodillas que yo le hacia cosquillas y a quien daba calor. ¡Dios!, ahora me causa dolor pues es él, andrajoso desnutrido junto a nosotros va para poder desgarrar, para poder destruirlos. Ya todo es oscuridad el sol brilla por su ausencia qué paz, qué tranquilidad, pronto podremos comer darnos todos un festín hasta sus huesos roer. Ya veo la turba maldita allí nos están esperando, ¡pobres necios, viles humanos, piensan que con sus torpes manos nos pueden a nosotros parar nos intentan amedrentar ¿Con qué? ¿Con palos? ¿Con escopetas o con sucias metralletas? Pobres infelices, pues no ven que ya estamos muertos y por muchos juramentos no nos vuelven a matar. La lucha es encarnizada. Yo ya he matado a varios y al comerme sus entrañas mi podrida carne se sintió esperanzada. ¡Pobres perros sarnosos, mi piedad se ha terminado, vosotros me destruisteis ahora pagad el pecado! Pocos quedan ya en pie cobardes intentan huir. ¡¡Mas quién es esa mujer que con cariño me mira que recuerda mi vivir!! ¿Y esa niña que va de su mano que la madre le sujeta que quiere correr hacia mi? Dios, yo quiero recordar pues mirando su carita a mi pútrido cerebro viene una ternura infinita. Vida en los ojos de un muerto 139 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ¡No!, dejadlas tranquilas, se me está abriendo una herida tan cruel y dolorosa que duele como una rosa clavada en el corazón y a mí vuelve la razón. Ella es mi amada esposa y mi adorada hija... ¡Soltadlas, sucios gusanos! Jamás consentiré que ellas se conviertan en esto, que se miren en un espejo y sientan asco y repugnancia… Jamás perderán su elegancia. Delante de ellas me pongo, huid, huid a las montañas allí tenéis una esperanza ni siquiera miréis hacia atrás. Allí tendréis paz, allí no habrá acechanza de estos muertos vivientes que quieren en el mundo mandar. ¡¡Noo hijoo!! no ves que es tu madre, no intentes su vida quitar, maldito ser sin entrañas. ¿No conoces tan siquiera a esa que te trajo al mundo que te meció en sus brazos que te dio de mamar? Antes te destrozo a ti que consentir que tu mano a ellas las pueda dañar. ¡Huid, por Dios huid!, que yo les detengo jamás seréis su alimento, vosotras tenéis que vivir. Ya las veo alejarse, por fin ellas se salvaron y yo agarrado a mi hijo por fin podré descansar. Pues al sujetarle a él, para defender a su madre, dos certeros disparos disparados a bocajarro quitaron nuestro sufrir. ¡Por fin descansaré en paz, por fin volveré a vivir, pues seguro en la otra vida felices seremos por fin! FIN Vida en los ojos de un muerto 140 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) PUEDES BESAR A LA NOVIA La cordura es algo tan etéreo... Como todo lo inherente al ser humano, es volátil e inestable. A veces la línea que separa la cordura de la locura es tan fina e imperceptible que no se sabe a ciencia cierta cuando estás de visita en un lado u otro, nunca sabes cuando se va a producir ese chasquido que convertirá tu cabeza en un jodido avispero, ni cuando vas a tener la desgracia de contemplar con tus propios ojos un espectáculo tan bizarro y desconcertante como para licuar tu cerebro y convertirlo en soufflé de sesos, dejándote medio catatónico y sumido en la desesperación. Esas cosas llegan sin avisar: el mal fario, las malas noticias, lo extraño e inexplicable… Te sorprenden, sobrevienen de manera inesperada, dejándote sin margen de maniobra, sin que apenas tengas tiempo de despedirte del bando de los sensatos. En apenas un instante ya eres un zumbado más. Además, cuando todo el mundo se vuelve loco, mantenerse cuerdo es simplemente demencial. Jeff emprendió su particular viaje hacía el Planeta Majareta el día en que gran parte de la población mundial decidió comprobar si realmente la carne humana sabía a pollo, al mismo tiempo que los muertos se unían a la fiesta, hartos de vivir confinados bajo toneladas de tierra. Fue testigo directo de ese “despertar” cuando algunos de sus vecinos de Windsor Heights irrumpieron en el Dairy Queen aquella mañana, inundando el pequeño local con sus extraños gemidos y lamentos, como una especie de gárgaras intercaladas con un rechinar de dientes que ponía los pelos de punta. El chaval de los Morrison, Billy Derry y su mujer, la señora Hendrix… Todos se abalanzaron sobre los pobres desgraciados que se encontraban desayunando, ajenos al hambre y a la furia que se les venía encima, incapaces de evitar la lluvia de dentelladas y aquellas manos, crispadas como garras, que pronto les dejarían reducidos a despojos humanos. Stanley Harvey, que trabaja en la inmobiliaria Realty Xperts justo enfrente de la cafetería, atravesó una de las ventanas aterrizando a menos de un palmo de la mesa en la que Jeff y Susan charlaban animosamente. Era inevitable dirigir la mirada hacia el lugar donde debería haber estado su brazo derecho sustituido por una grotesca y sanguinolenta amalgama de jirones de camisa y colgajos de carne en torno a un par de enormes y brillantes astillas de hueso. Sin posibilidad de apearse de ese demencial tren que circulaba ya a toda máquina, Jeff alcanzó el punto de no-retorno en el mismo instante en el que el señor Harvey se incorporó apoyándose en su único brazo y le dio un enorme mordisco a Susan delante de sus propios ojos. Todo ocurrió en cuestión de segundos, como si uno de esos prestidigitadores de pacotilla hubiera envuelto la cabeza de la pobre chica en un ridículo pañuelo de raso con estrellitas y... ¡CHAN-TATA-CHAAAAN!! ¡Media cara de Susan ha desaparecido entre los dientes de tu vecino! Evidentemente, Chuck jamás había visto un espectáculo de magia semejante, donde los aplausos habían sido sustituidos por los casi obscenos sonidos de los huesos crujiendo y rasgando la carne, del rítmico borboteo de Dios sabe qué clase de fluidos salpicando el suelo, y Webb Pierce cantando “You´re not mine anymore” sonando de fondo en la KJJY. Pura ironía. ¡Jeff, ayúdame! ¡Quitamelo de encima, por Dios! ¡¡¡JEEEEEFF!!! No fue el telón el que cayó como colofón al sobrecogedor número del señor Harvey, sino Susie, la Masticada, quien se precipitó hacia el suelo desde su silla, derramando el Vanilla Galaxy de cinco pavos (doble de nata, ¡oferta especial de la semana!) sobre el espeso charco de oscura sangre que ya se había formado en la mesa. Jeff contemplaba la dantesca escena atónito, agarrándose la cabeza con ambas manos y tratando de reprimir las nauseas y el miedo que le impregnaba por completo, como una especie de sudor especialmente pegajoso. Permaneció así durante unos interminables segundos, entre temblores y boqueando en busca de la cordura que le abandonaba a borbotones. Del mismo modo, la sangre manaba de la cara destrozada de Susie que también abría y cerraba la boca desde el suelo de forma dramática, tratando de introducir aire en unos pulmones cada vez más encharcados. La dentellada del señor Harvey le había arrancado la carne de la mejilla Puedes besar a la novia 141 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) izquierda desde el ojo hasta la barbilla, dejando parte de la dentadura y el reluciente hueso del pómulo al aire y convirtiéndola en candidata número uno a Miss Sonrisa Descarnada. ¡Jeff, ese estúpido vecino tuyo acaba de arrancarme media cara! ¡¡Mueve el culo, joder!! ¡Ayúdame! Aún no había terminado de engullir el carrillo de Susan cuando algo llamó poderosamente la atención del señor Harvey. Con la sangre fresca aún resbalándole por la barbilla, levantó la cabeza hacia el lugar donde Donna Cole se deshacía en agudos chillidos mientras estaba siendo literalmente descuartizada en vida, llenando las cubetas de helado con algo similar al sirope de frambuesa, pero más oscuro, espeso y que además despedía un fuerte olor metálico. Stanley no dudó en sumarse a la fiesta, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba escarbando con la mano que le quedaba en el pecho de la camarera. Pobre chica. Donna odiaba pasar las vacaciones de verano en Des Moines, donde el calor solía ser asquerosamente húmedo y pegajoso, y tenía pensado pasar algunos días en la casa que su tía Kathy tenía en Pahokee, a orillas del lago Okeechobee. Después de la carnicería, los restos que quedaran de ella pasarían el primero de muchos veranos pudriéndose a la sombra tras el mostrador del Dairy Queen. Jeff seguía totalmente inmóvil, paralizado contemplando cómo se le escapaba la vida a Susie. La irregular respiración de la chica y las pequeñas burbujas que se formaban en la sangre allí donde minutos antes había estado su ligeramente maquillada mejilla le tenían completamente atenazado por el horror. El silbido que el aire producía al escapar por el agujero de la cara de Susan era como una letanía que le estaba volviendo loco, retumbando en su cabeza. Él la quería, se lo dijo a sí mismo y también se lo dijo a ella con un hilillo de voz que apenas si pudo escapar de sus labios. Pero, ¿eso de qué servía ahora? Resultaba inútil, como intentar llenar el Gran Cañón con un susurro. ¡Por el amor de Dios, Jeff, espabila! ¿Vas a dejar que Stanley me arranque las tetas como a Donna? ¡Sácame de aquí! ¡VEN, VEN! Esa voz llevaba un par de minutos resonando en su cabeza y guardaba un extraordinario parecido con la de Susan. Aquel ¡VEN! se incrustó como una espina en su sesera y comenzó a rebotar contra las paredes de su cráneo, resquebrajando el pánico que le tenía entumecido y rompiendo el hipnótico estado en que todo ese montón de sangre y las vísceras que volaban de un lado a otro del local le habían sumido. Segundos después se encontraba ante la puerta con Susan en brazos y dispuesto a abandonar ese lugar de pesadilla, ajeno a la matanza que continuaba a sus espaldas, tras el mostrador del Dairy Queen, donde los gritos de los vivos habían cesado y lo único que se escuchaba era un sonido asqueroso, similar al cochiqueo de los cerdos cuando comen. A estas alturas supongo que ya os habreís dado cuenta que Jeff y Susan forman una encantadora pareja desde su último año juntos en el instituto Herbert Hoover. Es más, están recién prometidos. Tres meses antes del principio del fin, Jeff daba el esperado paso y a Susan se le iluminaba el rostro con una enorme sonrisa de felicidad, en la misma heladería y en la misma mesa en la que semanas después perdería media cara y toda una vida. Y aunque compartían techo desde hace varios años, la idea del matrimonio no cuajó en la mente de Jeff hasta que los oscuros nubarrones que ensombrecían su situación laboral se disiparon. El día que el señor Hicox, gerente del Van Wall Group, le comunicó su ascenso a Jefe de Ventas de Maquinaria Agrícola, Jeff compró un anillo de compromiso en la joyería de la señora Kathryn, a la que le rogó encarecidamente en varias ocasiones que no se le escapara ni una palabra, ya que para Susan iba a ser una tremenda sorpresa. Y vaya si lo fue... Susan jamás olvidaría el momento en que Jeff sacó la alianza de la pequeña cajita de terciopelo y tomó su mano entre las suyas. Poco importó que el anillo hubiera costado tan sólo cuatrocientos dólares, o que la pedida hubiera sido en la heladería que había justo enfrente de casa… Tres meses después estaría, cómo decirlo… más o menos muerta. Al cruzar el umbral de la puerta, la luz del sol le impactó de lleno en el rostro, y Jeff tuvo que bajar la cabeza unos instantes mientras sus ojos se adaptaban al torrente de luminosidad que bañaba esa radiante mañana de verano. En ese momento, y mientras caía en la cuenta de que sus zapatos estaban manchados con lo que él supuso que era sangre de Susan, un par de sutiles ladridos Puedes besar a la novia 142 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) de satisfacción desviaron su atención un par de metros a la derecha. Allí, el pastor alemán de Harvey había encontrado el brazo perdido de su amo, convertido ahora que no lo necesitaba en un sabroso snack para perros. La grotesca visión del chucho devorando con fruición el miembro humano hizo que el estómago de Jeff empezara a contraerse y unas violentas arcadas hicieran acto de aparición. ¡Oh, vamos!, ¿no me digas que vas a vomitar? ¡Sólo es un perro hambriento dando buena cuenta de un poco de carne fresca! La arenga le hizo apartar la vista y trató de olvidarse cuanto antes del perro y su golosina, inspiró profundamente un par de veces y finalmente consiguió mantener el desayuno en su sitio. ¡Todo un logro, sí señor! Las personas se comían unas a otras, Susan agonizaba después de que un vecino decidiera que su cara formaba parte del menú del día, y él se sentía orgulloso de haber evitado potar después de haber visto a un perro comiéndose un cacho del brazo de su dueño. Definitivamente el mundo se había ido a la mierda. Y como ingrediente extra, ese pesado hedor a muerte y destrucción que flotaba en el ambiente y que empezaba a aturdirle. La calle apestaba a gasolina, y un par de columnas de humo crecían delante de sus narices. La más grande estaba formada por un espeso humo negro que venía de la sede en llamas de Realty Xperts y se elevaba varios metros en el aire. Durante un instante recordó a Harvey y volvió a preguntarse cómo habría perdido el brazo. La otra humareda era una pequeña nube de vapor que surgía del radiador destrozado de un Chevrolet Chevelle del ´70 que estaba empotrado contra la parte trasera de la casa de la señora Hendrix. ¡Qué pena! Dean Harrelson había trabajado duro restaurando el Chevy durante más de dos años y ahora esa belleza necesitaba de nuevo pasar por el taller. Recordó vagamente que el verano pasado había acudido en un par de ocasiones, cerveza en mano, a casa de Dean a echarle una mano con el motor de seis cilindros. Y ahora el automóvil volvía a estar para el arrastre y quién sabe, puede que Dean estuviera dando tumbos por el vecindario aún faltándole un brazo o una pierna. Antes de estamparse, el coche había dejado en el asfalto las marcas de una prolongada frenada y las huellas de neumático quemado se extendían a lo largo de veinticinco o treinta metros como mínimo. Y no sólo eso: el Chevrolet se había llevado a alguien por delante mientras frenaba, y los restos de ese pobre desgraciado descansaban al sol, desparramados en medio de la calzada. Jeff acertó a distinguir unas piernas embutidas en unas Converse rojas y un amasijo de huesos y entrañas. Sangre en cantidades industriales y poco más. Entonces empezó el movimiento, y como si de un grotesco parto se tratase, Dean comenzó a salir del Chevrolet a través del parabrisas, tratando de arrastrarse sobre el arrugado capó. Tenía la mirada perdida y su rostro se había contraido en una mueca tan horrible como patética. El golpe contra el volante había deformado su cráneo, y el frontal presentaba unas abolladuras similares a las que recorrían el chasis de su coche. Se había descolgado hasta el suelo por el capó y tenía las piernas retorcidas y dobladas en una serie de ángulos tan inverosímiles que resultaba imposible que pudiera tan siquiera mantenerse en pie. Pero eso no parecía importarle y reptaba con insistencia hacia ellos. Para colmo de males, desde la orilla de la carretera la escena era observada por tres pares más de esos ojos dementes y extraviados. ¡Joder Jeff, ahí dentro has visto como tus vecinos se peleaban por las tripas de Donna! ¡MUEVE EL CULO O SEREMOS LOS PRÓXIMOS! Otra vez la voz. Era imposible que Susan hubiera sido capaz de articular palabra alguna dado su terrible estado. Estaba inconsciente y muy pálida, y su cuerpo se estremecía de una forma que a él le pareció alarmante. Unas oscuras ojeras se cernían sobre sus párpados cerrados y pequeñas gotas de sudor perlaban su frente. Junto a la comisura de lo que le quedaba de boca se había formado una especie de pasta blanca y reseca. A pesar de todo eso, a pesar de su mutilado rostro, le seguía pareciendo la mujer más hermosa del mundo, y moriría por ella si fuera necesario. Al alzar la vista distinguió la verja blanca. Con un sencillo cálculo llegó a la conclusión de que apenas setenta metros le separaban del 1138 de la calle Sesenta y Nueve. Hogar Dulce Hogar. Tenía claro que su única oportunidad era volar sobre el asfalto, correr sin mirar atrás y alcanzar cuanto antes la entrada de casa. Ya tendría tiempo después para plantearse ciertas cosas e intentar Puedes besar a la novia 143 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) responder a los innumerables interrogantes que le nublaban la mente. Lo cierto es que no parecía difícil: seguía más o menos en forma, apenas había engordado un par de kilos desde que acabó el instituto, y Susie seguía manteniendo esa silueta esbelta que en su día le sirvió para ser coronada Reina del Baile en el último curso. La imagen de su paisano Kurt Warner en la Super Bowl del 2000 tomó forma entre sus pensamientos, librándose de hasta cuatro defensores en apenas veinte yardas y consiguiendo un touchdown definitivo. Aquel día Warner hizo campeón a los St. Louis Rams y fue elegido MVP de la final… ¿Por qué no intentarlo? Salvando las distancias, el objetivo era similar: aquellos dementes hambrientos eran obstáculos letales que se interponían entre él y su particular zona de anotación, y en lugar de un anillo de campeón recibiría una nueva oportunidad de sobrevivir. Era ahora o nunca, y echó a correr como alma que lleva el diablo sin pensarlo dos veces, y a pesar de que a mitad de recorrido ya le ardían los pulmones, Jeff siguió avanzando hacia el punto seguro esquivando manotazos, dentelladas y débiles intentos de placaje por parte de los que hasta hace bien poco eran seres humanos. Los últimos metros fueron una auténtica agonía: las piernas le temblaban tanto que creía que en cualquier momento iban a fallarle y estuvo a punto de desplomarse justo ante su meta. Dio una patada a la verja y entró en casa abriendo la cerradura torpemente con una mano temblorosa más propia de un enfermo avanzado de alzheimer que de un hombre de su edad. Se derrumbó nada más cruzar la puerta, aunque entre sus brazos seguía aferrando a su prometida con todas sus fuerzas, como si tratara de evitar con ese férreo abrazo que la escasa vida que albergaba en su interior la abandonara. Prolongando un poco más el esfuerzo que había invertido en llegar hasta la casa, consiguió subir las escaleras para llegar hasta el dormitorio, donde Susie podría descansar hasta que decidiera qué hacer ante la caótica y desconcertante situación que ahora se le presentaba. Depositó con suma delicadeza el pequeño cuerpo de la chica sobre la cama de matrimonio y la besó en la frente. Mientras trataba de recuperar el aliento, Jeff se percató de que Susie no temblaba desde hacía un rato. Asió la delgada muñeca derecha de la chica en un intento de encontrar algo de pulso, pero fue en vano. Miró su pecho inmóvil y confirmó que ni subía ni bajaba. Acercó un oído a la descarnada boca…negativo, no salía ni un ápice de aire de sus pulmones. Las lágrimas empezaron a aflorar a sus ojos ante la confirmación de la desgracia: Susan había muerto y ese vecino desquiciado había firmado su sentencia de muerte con aquel mordisco. Le había arrancado algo más que un pedazo de cara: le había arrebatado la vida. Se acabó el verano para Susie, no habría más Vanilla Galaxy de cinco pavos con doble de nata ni charlas con Donna sobre el calor de Des Moines en verano. Jeff empezó a pensar en la mayor ilusión de su prometida: la boda se había esfumado para siempre, y Susie no acudiría al altar del brazo de su padre, ni podría entregarle el ramo de novia a su hermana Megan. Se acabaron las flores decorando la pequeña capilla al aire libre en Polk County, y Elvis Presley no sonaría durante la ceremonia. La muerte de Susie no fue más que la terrible confirmación de que todo aquello había acabado esa misma mañana, mucho antes de que su prometida fuera mordisqueada. Toda la humanidad se había ido a tomar por el culo, y eso incluía el pequeño mundo de Jeff y Susan. Entre lágrimas y rezumando rabia e impotencia, cubrió el cuerpo con una sábana y abandonó la habitación caminando de espaldas hacia la puerta, sin dejar de mirar a aquella a la que había querido con toda su alma y que ahora yacía inerte en la cama donde tantas veces se habían amado. Un enorme rayo de luz iluminaba el pasillo y Jeff pudo ver como un buen puñado de brillantes motas de polvo bailaban dentro del haz. Cerró tras de sí la puerta del dormitorio y a duras penas consiguió alcanzar el balcón al final del pasillo. Jeff maldijo su suerte y lloró desconsolado durante un buen rato. La inmensidad azul del cielo se extendía hasta donde alcanzaba la vista y el sol se alzaba radiante como testigo privilegiado de la demencia que asolaba la faz de la tierra. ¿De quién había sido la idea de ir al Dairy Queen? Susan seguiría con vida de no haber salido de casa esa maldita mañana… Bah, daba igual, nadie tenía la culpa de eso. Iban prácticamente todos los dias, asi que... Además, podía haber ocurrido mientras hacían la compra, o en la peluquería…De nada servía regodearse en aquel farragoso sentimiento de culpabilidad. Un lúgubre lamento interrumpió abruptamente aquella espiral de pensamientos y desvió su atención hacia la pequeña avenida que se extendía hasta el Dairy Queen. Lo que Jeff advirtió a escasos metros de casa le dejó helado: aquellos seres, mitad humanos y mitad cadáveres, habían Puedes besar a la novia 144 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) empezado a congregarse bajo su ventana y elevaban sus gemidos guturales como un espantoso coro de ultratumba. ¡Y el colmo era que miraban hacia arriba! ¡Miraban a Jeff! Se le escapó una sonora carcajada que resonó por encima de las voces de los muertos con la fuerza de un vivo demente. Allí estaban casi todos sus vecinos, o lo que quedaba de ellos: la señora Hendrix le miraba con un solo ojo inerte e inexpresivo tras sus gruesas gafas hechas añicos; Billy Derry también estaba allí junto a su esposa, inseparables aún en la muerte; el cartero que sustituía al señor Allen en verano también había acudido, al menos lo que quedaba de él de cintura para arriba, y hasta Dean Harrelson se había arrastrado como una serpiente de cascabel y había llegado justo a tiempo. Pero… ¿a tiempo de qué? ¿Jeff?¿Estás ahí, maldito hijo de puta? La puerta del dormitorio sonó a sus espaldas y Jeff giró bruscamente en la dirección del sonido. Un sabor extraño descendió por su garganta, como si hubiera tragado de golpe un cóctel de sorpresa y miedo, con unas gotas de amarga esperanza: Susie estaba allí de pie, contemplándole con esa mueca descarnada que transformaba su antaño dulce rostro en una terrible máscara digna de cualquier monstruo de película de serie B, pero esta vez creyó distinguir algo más, una innegable sonrisa irónica que por el lado donde le faltaba la mejilla se extendía hasta casi el lóbulo de la oreja. Tragó saliva cuando la reanimada Susie echó a andar en dirección suya con los brazos extendidos… Jeff, ¿ibas a dejarme sola, cariño? Querías abandonarme ahí tirada, como un cacho de carne muerta,, ¿verdad? ¡VEN, VEN CONMIGO! Cada paso que Susie daba en su dirección era contrarrestado por otro hacia atrás de Jeff, quien se acercaba inexorablemente al balcón, viendo cómo sus vías de escape se esfumaban a medida que ella se le echaba encima. El nauseabundo hedor que despedía el cuerpo reanimado de su prometida le aturdía los sentidos en comunión con la espantosa imagen de tener ante sí a la que minutos antes había sido el amor de su vida, convertido ahora en un muerto viviente con, sospechaba, unas intenciones no demasiado halagüeñas. ¡VEN, VEN! ¡Dijiste que me amarías hasta el fin del mundo! ¡VEN, VEN, VEN! El cadáver le cayó encima como un alud y Jeff apenas pudo responder agarrando las muñecas de Susie e impidiendo que aquellas manos, ahora garras ansiosas, se cerraran en torno a su cuello. Tuvo que hacer uso de toda su fuerza, y aún así le costaba retener el ímpetu y la furia de la muerta. Era increíble que una persona que hace un momento apenas si se sostenía en pie por sí sola y que moría después de haber perdido una considerable cantidad de sangre ejerciera ahora aquella fuerza sobrehumana. Las mandíbulas de aquella cosa se abrían y cerraban con un sonoro chasquido a escasos centímetros de la nariz de Jeff, que se esforzaba por aguantar la fetidez que emanaba de su deformada boca. ¡Hasta el fin del mundo, Jeff! ¡VEN! ¡EL FIN DEL MUNDO HA LLEGADO! El forcejeo no duró mucho y ambos, fundidos en un insólito y grotesco abrazo, se precipitaron al vacío desde el balcón. Jeff escuchó perfectamente el chasquido de su espalda cuando se rompió contra el suelo empedrado de su jardín, contempló aterrado como Susie la Reanimada se sentaba a horcajadas sobre él con esa innegable sonrisa irónica de la talla XL, y justo antes de que su prometida le arrancara la cara a mordiscos, la voz de Stanley Harvey, que estaba justo a su lado, resonó en su cabeza… ¡Vamos Jeff! ¡PUEDES BESAR A LA NOVIA! Puedes besar a la novia 145 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) HAMBRE DE LÍDER Kim se me ofrece relleno y afrutado, un fruto salvaje, oriental, maravilloso, el olor a podredumbre no me afecta, por el contrario, toda la mazamorra desprende el aroma de la selva; el flujo vivificador del tigre en celo. Me acerco despacio, como acechante, disfrutando del momento, haciéndome la boca agua ante el solomillo Kim, y él lo acepta, me muestra su brazo blancuzco para que lo muerda. A lo lejos las pisadas de los soldados se derraman escaleras abajo, pero eso me da igual, tan solo el disfrute de la carne me instiga y ya mis dientes tocan la dermis del Gran Líder cuando la puerta se abre bajo la bota del sargento. Me giro hacia ellos y contemplo atónito como agachan la cabeza y se humillan ante Kim, los malditos fiambres le deben fidelidad más allá de la muerte a mi manjar. Nada me importa, quiero morderlo, es una sed que no se agotará nunca, tan solo con carne de vivo y el único vivo aquí es el. UN AÑO ANTES. Mi equipaje es escueto por motivos de seguridad, no quieren que se propague el pensamiento occidental, son las normas, de todas formas pude hacer pasar por grabadora un viejo walkman y enrolladas en los calcetines dos casettes de “Guns and Roses”, solo por eso deberían fusilarme. Desde el autobús que me lleva al barracón de los periodistas veo en lo que se ha convertido el paraíso de Kim, esto es un desierto, autopistas de tres carriles vacías, campesinos esqueléticos arrastrando carros, hace tiempo que se comieron los animales de tiro. En este año del 96 cercano al fin del milenio se contabilizan los muertos por hambre en 250,000 personas, se sospecha de canibalismo. El perfil de Pyongyang se recorta en el horizonte. Hoy en visto al Gran Líder, está gordo en un país de flacos y solo por eso me da asco, sabe que los suyos se comen entre ellos pero en su despensa no falta caviar y dispone de una inmensa bodega, Kim es buen catador. Estamos obligados a agacharnos a su paso, las risas de las concubinas son el único sonido audible mientras permanecemos cabizbajos. Las jornadas trascurren aburridas, los periodistas estamos muy limitados permanecemos juntos a los observadores internacionales en circuitos estudiados previamente por los ministros. El aire huele a muerto me escamo de fosas comunes y no muy lejos de palacio. Durante el almuerzo charlo con los compañeros en voz baja, nuestras cámaras están secas, sin interés alguno, fotogramas de carreteras vacías, aldeas desiertas por las que se pasea el Líder con compungido rostro. Hoy uno de los soldados que nos acompañan ha sufrido un ataque en las inmediaciones de Sinuju. Apareció de la nada, tendría unos seis años, esquelética con la cabeza llena de pústulas se abalanzó contra el, directo a su yugular; no he visto nunca un hombre gritar de esa forma, la sangre le manaba a chorros y salpicó a varios escoltas. Puedo jurar que una vez acribillada la niña continuaba observándonos desde el suelo, he vomitado el desayuno, creo que me miraron con envidia por tener el estomago lleno. Nuestra escolta de los deberes Juche es siempre la misma pero desde el incidente tres soldados, aparte del herido en la yugular, han sido sustituidos. SEIS MESES DESPUÉS El fluido eléctrico funciona mejor que antes de la epidemia, curioso, no tengo cortes de luz desde hace semanas, transmito mensajes de radiofrecuencia y tan solo la estática me responde, creo que nos han sentenciado, no existimos. Este país es un zoo, una reserva experimental, ellos ganan y pierden un enemigo silencioso. Hambre de líder 146 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) A Kim le ha crecido algo de cabello por las sienes, le sienta mejor que el anterior corte de pelo, una pena que esté tan deteriorado físicamente. Está sujeto al cuello por una cadena de dos metros, tiene espacio suficiente para que pueda usar el inodoro o sentarse en el sofá. De vez en cuando le bajo a la mazmorra algún libro o películas, nunca le hablo, lo condené al ostracismo desde el primer día que lo encerré, a estas alturas nada entretiene a Kim, tan solo quiere morirse. El palacio tiene una cacofonía perfecta, los acordes de Slach reverberan en las paredes de mármol, hacen vibrar los cristales del gran ventanal por el que me asomo a contemplar cada mañana el cambio de guardia. Cuando duermo tengo sueños de chef, Kim desde su mazmorra emana un olor picante de carne aparrillada aleada con el sabor salino del caviar. Es alta cocina y el chef me lo sirve dorado por ambos lados. A los bichos les gusta recordar, tienen reflejos condicionados, cuando amanece los soldados forman y hacen el teatro de los muertos, la formación me despierta, el sargento parece sonreír desde su mascara de muerto. —¿De que te ríes, imbécil? Estás muerto bicho asqueroso, no puedes reírte – le grito desde la balconada. El sargento me odia, lo veo y él me ve, con esas pupilas blanquecinas me hace la foto el hijo de puta, cada mañana, algún día le volaré la tapa de ese frasco de pus bajo la gorra de plato. No quiero perder el contacto con la realidad, la soledad me aturde, hablo a la grabadora y después me oigo a mí mismo .Últimamente pienso demasiado en Kim, un fiambre me atacó en las calles cercanas a palacio, daba de comer a las palomas, me pilló agachado, descerrajé rápido el Kalashnikov y me libré por los pelos. Pensaba en Kim mas como un rico manjar que como en la persona abyecta que es. Tardaron en percatarse del problema, ¿qué diferencia un bicho de un norcoreano? , acaso las pupilas albinas pero ¿Quién mira directo a los ojos en Corea? ¿La ropa rasgada? Todos usan el mismo tipo de uniforme mil veces apañado, ¿el andar cansino y bamboleante? Quien no anda así aquí tan solo los soldados correteaban de un lado a otro buscando enemigos invisibles, monstruos americanos salidos de la cabeza de Kim. Corea hace tiempo que está invadida por bichos, antes vivientes y ahora muertos. La epidemia se contagia de humano a humano por canibalismo. El virus permanece en la glucosa de los músculos pero mutó al poco tiempo, al contacto con la sangre estás infectado. Escucho los Guns and Roses, bebo licor de flores (me emborracho de este brebaje cada noche), fumo cigarrillos y me entretengo viendo a Kim llorar en su mazmorra., me gusta verlo llorar, es un entretenimiento concupiscente (aprendí la palabra ayer, tenia necesidad de usarla como sea, me estoy empollando la enciclopedia Británica). HACE UNA SEMANA He paseado por la Plaza del Pueblo. Pueden llamarme obtuso si quieren, pueden llamarme lo que quieran, estoy solo, me pueden insultar o reprender, tan solo quiero escuchar una voz que no sea los gritos de Kim. Buscaba alguien con quien compartir miserias antes de morir, estaba distraído en estos pensamientos por eso los soldados me pillaron desprevenido, tuve que descerrajar varias ráfagas con el “bolche”, algunos cayeron, me encerré rápido en el palacio. Anoche el sargento con los suyos intento un ataque, la puerta es de madera maciza pero temblaba como la carne trémula de Kim, desde el balcón pude volarle los sesos a un par de soldados, no creo que pueda resistir una embestida mas. Hambre de líder 147 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Tengo una sospecha, el virus ha vuelto a mutar. Se propaga por el aire, se aposenta en los muebles de palacio aleado con el polvo, se atasca en las cañerías infectando el agua que bebo y dentro de muy poco se infiltrará en mí hasta quedarse quieto en los pulmones, será entonces cuando la glucosa de mis músculos reclame carne y tiene que ser carne humana. Está decidido, voy a matar a Kim, no lo soporto, su sola presencia me asquea, sus aullidos, el cántico lastimero de sus suplicas, es aberrante mantenerlo con vida, esta jodida situación es por su culpa, mataré al único ser vivo en Pyongyang aparte de mí por puro asco. AHORA ¡Maldito seas Kim! , maldito plato de carne, te quiero matar por tantos motivos, me recuerdas en lo que me estoy convirtiendo. Los soldados patean la puerta y yo solo puedo pensar en devorarte vivo. Bajé a tu celda Kim, te quité esa cadena de perro, dispuesto a cortarte el cuello o deglutirte garganta abajo, en aquel momento ellos lo consiguieron, entraron, los muertos, los cadáveres ajusticiados por la hambruna que tu provocaste ¿y que hicieron Kim? esos hijos de puta condicionados te deben respeto mas allá de sus vidas, ¡ se humillaron ante ti! ¡Te rindieron pleitesía a ti, el Gran Líder! Así que corro, escapo de los soldados...solo queda una alternativa. Sé que lo tiene empotrado en un rincón oculto del despacho, tan solo pulsar y todo a la mierda, es mucho mejor así, la sed cada vez es mas grande, me viene desde dentro, de mas allá del corazón es algo físico, mis músculos imploran proteínas vivas. No puedo imaginar un mundo donde los padres devoren a sus cachorros y estos a su madres y sus madres a todo lo que se mueve...estoy desvariando, seguramente soy el mayor genocida del mundo pero es mejor así. Las pisadas son cada vez más cercanas, ¡no encuentro el puto botón! , tiene que existir ese botón, él me lo dijo, Kim me lo dijo una noche de locura...- mataré a todos, los mataré antes de que toquen un solo pelo de mí- eso fue hace tiempo, antes de que implorase por una cuchilla con la que rebanarse el gaznate. El despacho está desmantelado con mis propias manos. Una llave...tengo una llave, la llave abre la caja fuerte...y en la caja otra caja y dentro de esta como un mando a distancia, es mío. La puerta es tirada abajo y aparece Kim con sus esbirros muertos... ¿Puede mostrar expresión la faz de un muerto? ...pueden jurar que sí, en un par de minutos las ojivas nucleares serán abiertas, veinte más y medio planeta será un recuerdo, el escudo antimisiles del otro lado del mundo actuará, tardaran en recuperarse, pero estoy seguro que resurgirán de las cenizas, hay una pequeña posibilidad de que la radiación acabe con el virus. Aún está vivo y yo quiero comerlo, devorarlo, deglutirlo parsimoniosamente entre mis dientes, sentir la proteína ajena correr entre mis venas y morirme, alejarme de todo pensamiento y carga humana, estar muerto en vida. Me ofrece el brazo, sé que una triquiñuela un juego para que no pulse el botón, estoy salivando ya; imagino mis dientes trepanando la carne de Kim. La cristalera es rota en mil pedazos, trescientas balas por segundo preceden al helicóptero ¿será posible? ¿Mis llamadas de auxilio a través de la Radio surtieron efecto? Cae Kim junto con el sargento y los suyos. —¡Oiga! agarre la escala, agárrela... —me gritan desde el helicóptero, el ruido es ensordecedor, puedo ver la bandera de Corea del sur en el costado del aparato. Toco la escala, la tengo, subo al aparato... —Está a salvo ¿me oye? , a salvo, se encuentra en estado de shock — me grita el soldado— no intente hablar, ahora descanse. Hambre de líder 148 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Asiento con la cabeza , el aparato se desliza sobre la Plaza del Pueblo , el río Taedong se mantiene ocre como el orín, dejamos atrás el obelisco Juche, es un dedo levantado; ¡jodanse vivos!. Mantengo el mando firme en mi mano, la visión ahora es turbia, siento el corazón latir en una cadencia lenta, muy lenta; unos cuantos latidos me separan de la muerte, el hambre es voraz y el cuello del marine tentador. ----o---- Hambre de líder 149 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MATERNIDAD, PLANTA 11 Tal día como hoy hace quince años aconteció un hecho muy singular, que por fortuna no llegó a mayores. Raquel se puso de parto en su casa. Llamó a su marido Xavier al móvil. No contestaba, ella cada vez se ponía más nerviosa y decidió irse sola al hospital. Por la calle todo el mundo miraba en que estado iba, pero nadie era capaz de ayudarla. Hasta que a lo lejos vio a un hombre que venía corriendo para socorrerla. Era alto y con la cara un poco desencajada. Su faz estaba muy pálida. La acompañó hasta la recepción del hospital. —Por favor, necesito ayuda, he encontrado a esta mujer en la calle muy mal. Creo que va a dar a luz en cualquier momento. Las enfermeras cogieron inmediatamente a Raquel y la metieron en una sala. Era inminente el alumbramiento. La cabeza del bebé ya estaba fuera. En ese momento entró el extraño hombre y golpeó a una de las enfermeras con un utensilio muy duro. Esta cayó al suelo redonda. Raquel se puso a gritar—. ¿Pero qué está haciendo, se ha vuelto loco? —Shh —murmuró, mirando fijamente a Raquel a los ojos—. Ahora te vas a portar bien y te vas a dormir. Cuando despiertes ya no tendrás ninguna preocupación. Mientras le estaba poniendo la anestesia le dijo con un tono no tan agresivo como hasta el momento—. Me llamo Nikolai y lo que estoy haciendo me lo vas a agradecer. Acabar con esta no vida que viene en camino salvará la de muchos otros. La pobre mujer se resistía a quedarse dormida, quería impedir el asesinato de su hijo. Intentó no dormirse hasta la saciedad, pero era inútil, la dosis que le había inyectado era demasiado alta. Entró en un sueño muy profundo, incluso después llegó a pensar que todo había sido real. Estaba sentada en un parque lleno de niños. Era un día muy soleado. En medio del parque había un piano no muy grande para que todos los pequeños lo tocasen. Aunque la música que sonaba no era nada buena creaba un buen ambiente Todo era perfecto, había calma y armonía. Hasta que de pronto se levantó un aire muy caliente. Era una brisa agradable pero fría a la vez. Empezó a respirar profundo y ese aire ya congelado la estaba poniendo muy nerviosa. Poco a poco iba perdiendo la visión, notaba como sus ojos se estaban quedando en blanco, para perder finalmente la vista. A pesar de su ceguera presentía que alguien la estaba observando. El aire volvió a recobrar su calidez y su ceguera pasajera llegó a su fin. En ese justo momento Xavier se puso detrás de ella y la agarró de la cintura. Cuando Raquel se dio la vuelta se quedó prendada de aquel joven tan apuesto. El beso era casi inminente, pero… no sucedió el acontecimiento. Unos gritos de pelea le hicieron despertar. Los gritos eran de Nikolai, le estaban pegando una paliza entre tres hombres mientras otro dirigía. Era Xavier. —Pensaba que no vendrías. Este hombre iba a matar a nuestro hijo. Nikolai empezó a gritar a Raquel, << huye, por favor, vete de aquí. Ya te encontraré>>. —Xavier, ¿qué dice este hombre? —No hagas caso, ahora te dormiremos de nuevo y por fin saldrá todo bien. —¿Cómo que me dormiréis? Tú no eres médico, eres abogado. Maternidad, planta 11 150 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Le volvieron a poner anestesia y se quedo de nuevo dormida. En una camilla al lado de ella pusieron a Nikolai. Todo estaba planificado desde el principio. Sabían que él aparecería para evitar lo que iban a hacer. Raquel continuó con su sueño. Volvió al momento en que estaban a punto de besarse. El beso fue la culminación de una gran alegría. Duró el tiempo suficiente, lo justo, para que cuando estaba a punto de terminar apareciese una cuna con un niño dentro. Lloraba como un recién nacido. Se puso a llorar. Miró a Xavier y le preguntó: << ¿es nuestro Lucas?>>, << sí, es nuestro>> y se fundieron en un abrazo. Pero la cuna se alejó con el fuerte viento que se había levantado. El sol se obscureció y un tornado se acercaba muy rápidamente. Absorbió a Raquel, la cual gritaba mucho pidiendo ayuda. Pero allí estaba Xavier quieto y se podía casi ver un gesto de sonrisa. Los gritos que daba eran tan fuertes que se despertó. Había mucha gente en el quirófano con cara de pocos amigos. No dejaban de hablar entre ellos. << Hora del nacimiento 12:00 p.m. Lugar maternidad, planta 11. Estado perfecto. Tiene latido y no puede sentir dolor. >> — Mi bebé, ¿está bien?... ¿está muerto? Por favor, ¿dónde está? Xavier miró fijamente a su mujer y sin mediar palabra se fue. — Nooo, mi hijo. Dámelo es mío. Sus gritos suplicantes y sus lágrimas no conmovieron a nadie. Ante tal desesperación, Nikolai que estaba a su lado, la cogió de la mano. <<Te dije que te ayudaría y lo haré>> con un hilo de voz. Estaba exhausta pero se levantó como pudo agarrada de la mano de Nikolai. Tenían un problema, uno de ellos estaba en la puerta. <<Tendremos que huir por la puerta de la ropa sucia>>. Se lanzaron y una vez abajo se escondieron en un falso apartado de un gran armario lleno de material hospitalario. Mientras tanto arriba Xavier y los suyos entraron en el quirófano y comprobaron que se habían escapado. —¡Rápido! , hay que encontrarlos antes de que localicen a Lucas. Y con Nikolai nada de compasión, ya no nos sirve. —¿Qué está pasando Nikolai?, ¿por qué te han utilizado para que yo diera a luz? Era muy difícil para él poderle explicar a Raquel que su mundo no era su mundo. Era algo inventado para poder tener un ser que diera esperanzas a los no vivos. —Desde el primer momento te han utilizado. Xavier no es una persona normal. Es científico. Uno de sus experimentos comenzó hace doscientos años. Intentó revivir a un conejo muerto. Lo consiguió y siguió investigando con otros animales más grandes. Después se atrevió con un hombre. —¿Era Xavier, era él mismo? —Sí, pero no. El primer humano al que trató fui yo. Había muerto de un cáncer y como nadie reclamó mi cuerpo, él lo utilizó. Me condeno a esta vida cruel y hasta el momento eterna. Continuó la explicación. —Sé que tienes dudas de cómo pudieron acceder al hospital y se hicieron con el mando de la planta 11. Muy sencillo, hay muchos de nosotros en este centro. Son personas como tú. No se nota que son muertos vivientes. —No entiendo, si dices que habéis revivido, ¿por qué dices que sois muertos vivientes? —Es todo muy complejo. El experimento no salió como debía ser. Revivimos pero sólo durante un año. No tenemos sangre, no tenemos emociones ni sensibilidad. Los más poderosos Maternidad, planta 11 151 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) tienen que ir eliminando a los menos para poder alargar la vida. Falta la chispa que les haga ser eternos, pero humanos. Nikolai no se incluía dentro del grupo porque lo que realmente deseaba era acabar con ese martirio. Raquel siempre había pensado que los zombis se alimentaban de cerebros, pero estaba equivocada. —Ahora está en tus manos acabar con esto. Eres la última jugada para ellos. Esto se está extinguiendo. Sólo quedamos un centenar. Además entre los que quedamos ya está todo muy corrompido. No se pueden alimentar de unos a otros. Poco a poco vamos muriendo para siempre. Se quedó callado por un momento al ver la cara de la pobre Raquel. Lucas era mitad zombi, mitad humano, y a partir de ahí surgiría una nueva era. La clave era él. Y su propia madre tenía que matarle. Ella respiró profundamente para poderle hacer sus dos últimas preguntas: << ¿Qué pasaría con los humanos?>> y la más dura: <<¿Cómo he de terminar con la vida o lo que sea de mi hijo?>> Estaba empezando a entender por qué Xavier no comía, no dormía y por qué casi no recordaba como se había quedado embarazada. —Si no haces lo conveniente no te preocupes, que como ya habrás deducido no comemos cerebros. Solamente os harán lo que os queda de tiempo aquí que vuestra existencia sea horrible y os suicidéis. Aunque claro, después ya sabes la historia. Y para… bueno, en cuanto a Lucas bastará con que le asfixies. Es sencillo. Yo notaré cuando lo hayas hecho porque estamos comunicados. Lucas es hijo mío, y al acabar con él lo harás conmigo. Ya no podrán utilizarme jamás. Ahora dirígete de nuevo a la planta 11 y diles que estás dispuesta a continuar. Te tienen que creer porque sin ti no pueden mantenerle vivo. Raquel hizo lo que le dijo. No sin antes mirar hacia atrás y decirle: <<Hubieras sido un buen padre y un buen esposo. Te echaré de menos. >> En el momento en que iba a salir, entraba Xavier con su ejército de seres putrefactos. La cogió y se la llevó. A Nikolai le dejaron encerrado, más tarde se encargarían de él. Ya en la habitación cogió a su retoño en brazos bajo la atenta mirada de su marido. <<Necesito estar a solas con nuestro hijo, tengo que acostumbrarme a esta nueva situación. Si alguna vez me has querido... te lo ruego>>. Abrazó a su pequeñín con mucha fuerza, no pudo evitarlo diciéndole lo mucho que le quería y que siempre lo haría. “Perdóname hijo mío.” Cerró los ojos, puso su mano en esa pequeña cara hasta que notó cómo salía un suspiro muy profundo. Cuando entró Xavier, Raquel le dijo:- “Esto ha acabado, haz lo que tengas que hacer, mátame. Ya estoy muerta de todas maneras. No le dio tiempo, cayó redondo al suelo. Salió de aquella habitación y vio a todos los de su clase igual. A la cabeza le vino Nikolai. Bajó a buscarle para despedirse de él. Se sentó a su lado, le dio un beso en la mejilla y le dio las gracias por todo. Nikolai, que aún no estaba muerto, le agarró la mano pero sin fuerzas para abrir los ojos, “Gracias a ti, gracias, hasta nunca.”. Maternidad, planta 11 152 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Hace ya quince años, tal día como hoy los que ya estábamos y los que iban a estarlo volvimos a nacer. Maternidad, planta 11 153 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL BRAMIDO DE UN NIÑO El sol comienza a ponerse y el cielo se torna color malva por el Oeste. La carretera está completamente vacía, aunque, ¿con quién esperábamos cruzarnos? La crisis agrícola de las últimas dos décadas ha propiciado un agresivo éxodo rural. Los pueblos de la zona están completamente abandonados; tan sólo ocupados, temporalmente, por autostopistas, mendigos y, a veces, usados como focos de fiestas universitarias donde no existe ningún tipo de ley ni orden. Daphne, sentada en el asiento de copiloto de mi Ford ranchera de 1964, cruza preocupada los brazos alrededor de su vientre. —Francine. ¿Cuánto queda? —noto el temor en su voz, la preocupación de tener que explicarle a nuestros padres que está embarazada de tres meses. —Unas veinte millas —son las primeras palabras que nos dirigimos en todo el camino. Ahora que tenemos las vacaciones de primavera en la universidad, volvemos con un regalo bajo el brazo, bueno, en realidad es mi hermana la que lo lleva. Se supone que soy la mayor. Yo he de cuidarla y protegerla mientras estamos fuera de casa. ¿Cómo explicarle a toda la familia que Daphne decidió celebrar el fin de año yéndose con una hermandad de borrachos y salidos de la universidad, a uno de esos focos infectos abandonados? Y peor aún, ¿cómo decirle a nuestro conservador padre que la mojigata de su hija pequeña bebió tanto que no recuerda con quién lo hizo, ni quién es el padre de su futuro nieto? Daphne dice que mientras paseaba por el bosque alguien salió de entre los árboles y se abalanzó sobre ella, pero que perdió el conocimiento y no recuerda nada. Ignominia, vergüenza, desheredar…son las únicas palabras que puedo imaginar en boca de papá si se enterara de ese detalle. —Francine, no me encuentro bien –se abraza con fuerza la tripa mientras perlas de sudor le bañan la frente. —Abre la ventanilla, aquí hace demasiado calor —Esta vieja chatarra es lo único que pude permitirme comprar con mi sueldo de camarera, y tan sólo faltaba que le diera una lipotimia para terminar de cavar mi propia tumba. Ha empezado a oscurecer, enciendo las luces y piso el acelerador a fondo. No me preocupa encontrarme con otros coches, o con el maldito sheriff, en esta antigua carretera secundaria en desuso, sé que no va a ocurrir. —Me duele —comienza a sollozar e hiperventilar—. Para, por favor, creo que tengo contracciones. —Daphne, estás de tres meses —la miro con incredulidad, que pasa a convertirse en espanto. A la luz de los faros su piel ha adquirido un espeluznante tono mortecino. Un terrible ruido in crescendo inunda la ranchera. —Oh, no, por favor… no te estropees ahora. —¡PARA! —el grito de dolor y sufrimiento me pone la piel de gallina. Doy un frenazo y saco el coche al arcén. Incluso con el motor apagado el sonido sigue reverberando dentro del vehículo. Bajo de la ranchera y abro la puerta del copiloto. Lo que veo me llena de espanto y terror. El hecho de que sea mi hermana es lo único que hace que no huya. La cara de Daphne ha alcanzado la lividez. El pelo y el rostro bañados en sudor, y grandes ojeras negruzcas rodean sus ojos. Se ha desabrochado la camisa, y esa visión me deja paralizada por el horror. Su vientre, antes plano y sin mostrar signo alguno de embarazo, ha empezado a hincharse como una pelota de tenis, y sigue aumentando de forma anómala hasta alcanzar el tamaño de un balón de fútbol. El bramido de un niño 154 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Lo peor es que el ruido, que va en aumento, procede de dentro. El carraspeo gutural de un animal. El gruñido de una bestia. El bramido de un niño. —¡FRANCINE, AYÚDAME, POR FAVOR! —los gritos de dolor de mi hermana me horrorizan. No soporto por más tiempo esta visión. Comienzo a andar hacia atrás, alejándome instintivamente de lo que va a suceder. Tropiezo y caigo al suelo sin ser consciente. Sigo mirando, atónita, como se hincha su vientre. Los gritos de dolor entremezclados con los de su interior me resultan infernales. Me tapo los oídos al tiempo que un bulto se forma en la cúspide de su tripa, como una pelota de tenis sobre un balón de playa. Unas garras, o dedos ensangrentados, atraviesan la piel como si fuera papel, salpicándolo todo de sangre. Otra mano sale por la herida, y ejerciendo presión hacia cada lado, desgarra el vientre de Daphne produciendo el mismo sonido que rasgar una sábana. Un grito atronador es lo último que escucharé de su boca. El bebé, o criatura, cubierta de sangre, sale finalmente del cuerpo de su madre. Jamás he visto tal abominación. Tiene el aspecto de un niño, pero su cuerpo está incompleto. Se vislumbran los huesos y músculos por algunas partes de su anatomía, se mueve de forma anormal, sus articulaciones se flexionan de manera impensable para un ser humano, y camina de una manera poco ortodoxa. Es entonces cuando soy consciente de que viene hacia mí. No lo pienso dos veces y huyo hacia el bosque, dejando allí el cadáver, abierto en canal, de mi hermana. Corro cuanto puedo, sin mirar atrás, internándome cada vez más en el bosque. Un bramido inunda la noche… y es respondido por otros, una decena de sonidos guturales inhumanos. Cada vez están más cerca. Me están cerrando el paso. Me acorralan. El horror es lo único que guía mis pies. Atravieso un grupo de árboles y llego frente a lo que antiguamente era un granero. Corro hacia allí, pero algo mullido me hace tropezar y caer. Tanteo en la oscuridad y levanto un brazo, o lo que queda de él. Utilizo el mechero como linterna, la estampa me hace gritar. La tierra está llena de cadáveres, de miembros amputados y cabezas arrancadas. Me doy cuenta de que ésta no es una de esas granjas de cuerpos del Estado de Texas que utilizan los antropólogos. Esto es más bien un restaurante, un buffet libre, o mejor dicho, las sobras. Empiezo a creer que no se produjo tanto éxodo rural como pensaba. Mi grito ha llamado la atención de uno de ellos. Escucho sus pasos patizambos y los sonidos guturales que emite, entre los árboles. Consigo llegar al granero sorteando brazos, piernas y torsos. La luz de la luna penetra por una abertura en el tejado, iluminándolo parcialmente. Aquí hay más restos. En las películas de zombis que le gustan a mi hermano, los protagonistas siempre tienen escopetas, motosierras o lanzallamas, ¿dónde están esas armas en la vida real? Cojo una azada oxidada y espero junto a la puerta. Me sudan las manos. Una de las carcomidas piernas atraviesa la línea de luz y ahogo un grito de pánico. Éste no es un infante, es un adolescente. Con todas mis fuerzas muevo la azada en sentido horizontal, incrustándosela en la sien. Se gira hacia mí, con la azada clavada en su cráneo, y suelta un bramido al aire. El cerebro, el cerebro, el cerebro –es lo que dice mi hermano siempre que se dedica a matar zombis en los juegos. Cojo con decisión una horca, y mientras se acerca a mí la criatura, me abalanzo sobre él, con la punta un poco elevada. El hierro atraviesa el globo ocular penetrando en el cerebro. Ambos caemos al suelo, pero el zombi ya no se levanta. Un líquido negruzco empieza a supurar de su ojo. La horca se mantiene fija, verticalmente, como un estandarte sin bandera. Corro hacia la parte trasera del granero y subo por la escalerilla hasta la parte alta, donde guardaban antiguamente la paja. Aquí no hay restos, ¿acaso no podrán subir? Esperanzada me interno en un rincón, bien oculta por la húmeda y maloliente paja. Me quedo dormida mientras rezo todo lo que sé. El bramido de un niño 155 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Despierto al alba, totalmente oculta por la paja. Estoy atontada y confusa, como salida de una pesadilla. Asomo la cabeza y me quedo sin habla. Sigo dormida, o quizá esté en el infierno. Una decena de zombis me esperan a escasos centímetros de mí. Todos observándome, todos carcomidos, todos incompletos, todos muertos vivientes. Los hay de todas las edades, varios niños, entre ellos la criatura que ha salido de mi hermana. Grito desesperadamente. Me arrastran del pelo y las extremidades. Sé que voy a morir, lo que me aterroriza es la forma: descuartizada y devorada por un grupo de zombis. Pataleo y les golpeó, pero ninguno me ataca, ¿qué pretenden? Varios me agarran los brazos, innecesario, pues cada uno de ellos tiene una fuerza inhumana. Otros me separan las piernas, y es entonces cuando sé que me espera algo mucho peor que la muerte. De nada me sirve gritar. En frente mío está la escala, y, segundo a segundo, lo que tarda en subir lentamente el macho alfa por ella, veo pasar mi vida ante mis ojos. Pierdo la consciencia antes de que llegue a terminar de subir el último peldaño. El bramido de un niño 156 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) HASTA QUE ESCAMPE Ayer enterré a mi mujer. Corté su cabeza, la arrastré hasta el desvencijado patio trasero, cavé un agujero -¡Dios sabe lo que me costó!- y la metí dentro. Después volví a refugiarme en la oscuridad del sótano, sin apenas moverme para no hacer el menor ruido –los muy cabrones no podrán hablar, pero oyen mejor que un tísico-, torturándome con el recuerdo de su interminable agonía. Primero fue la conmoción al descubrir la herida. Es curioso, aparentemente yo me sentí mucho más afectado. Ella mostró una gran serenidad, hasta el punto de que tuvo que consolarme a mí y no al revés, como habría sido lo más lógico. —Cariño, si lo que pretendes es animarme, con esa cara lo veo difícil —¿Qué? ¡Oh! Lo siento. Es que yo… Yo no… —Tranquilo —posó su mano sobre la mía—. Lo sé. —Es todo tan injusto. Hemos tenido tan poco tiempo. Hay tantas cosas que nos queda por hacer. Los hijos que queremos tener… —Tranquilo, amor —me sonrió—. Todo va a salir bien. Después comenzaron los síntomas de la infección. La fiebre, las convulsiones, el delirio. Se me iba entre las manos y no era capaz de evitarlo. El sentimiento de impotencia resultaba desgarrador. Finalmente entró en coma y falleció. Lloré como no lo hacía desde niño, sintiéndome terriblemente solo. Sin embargo lo peor aún no había llegado. Sabía lo que iba a ocurrir, lo que debía hacer, pero me sentía incapaz. Pensé en huir, en dejarlo todo atrás, pero no pude hacerlo; no podía abandonarla cuando más me necesitaba. Cogí el serrucho de la caja de herramientas y me preparé. No logré decidirme hasta que abrió los ojos y comprobé que no era ella quien me miraba. Le seccioné la cabeza, cavé la fosa y la sepulté. Hasta que acabé no me di cuenta del hambre que tenía. Apenas quedaban víveres. Permanecí varias horas encogido en la oscuridad, en duermevela, demasiado cansado para dormir, demasiado asustado para calmarme, demasiado triste para no pensar. Al amanecer me decidí. Debía buscar comida. Me moví con precaución entre las desoladas calles, familiares y a la vez extrañas, como un eco de otro mundo, de otra vida. Pude ver a alguno de ellos, en la distancia, pero a la luz del día parecían volverse torpes, desorientados. Entré en un supermercado y abrí algunas latas. Escupí la comida. Su sabor era horrible. Me pregunté si estaría contaminada con lo que fuera que había provocado la plaga. La plaga, la maldición, el Apocalipsis. Lo habíamos denominado de todas las formas, pero aún hoy que apenas quedábamos supervivientes –quizá sólo yo- seguía sin saber qué había ocurrido, quién era el responsable. Llegó sin avisar, como una tormenta de verano. Al principio sólo eran noticias en televisión, otras de tantas. Entre la catarata de desastres y horrores que a diario saturaba pantallas, radios y periódicos aquellas primeras noticias sobre ataques brutales e injustificados apenas sobresalían. El exceso de barbaridades e injusticias te acaba volviendo insensible. Un soniquete que suena de fondo mientras continúas con tu vida pensando que si ignoras el mal nunca te alcanzará. Hasta que lo hace. Primero fueron rumores entre vecinos. Que si Fulanito había sido atacado de una manera brutal, que si Menganita había visto deambular a uno de ellos, que si Zutanito había aparecido ante su viuda de cuerpo presente… Aún así preferimos seguir mirando al sol creyendo que escamparía, que las cosas no eran tan graves como aparentaban. Pero cuando el vecino del quinto apareció en Hasta que escampe 157 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) nuestra puerta y en vez de pedirnos sal intentó devorarnos supimos que el fin del mundo había llegado. Un golpe me devuelve al presente. Alguien se mueve entre las baldas. Me asusto creyendo que me han descubierto y con un instinto adquirido me acurruco en la oscuridad. Pero no. No camina como ellos. ¡Ahí está! Es una mujer. Joven. Una chica. Mi corazón se acelera pero ahora no por miedo, sino por la esperanza de no encontrarme solo, de tener de nuevo compañía. Voy hacia ella. Al verme se sobresalta. Yo intento tranquilizarla, decirle que no debe temer nada, pero parece no comprenderme. Huye. La sigo por la antigua sección de congelados y la alcanzo junto al desparramado estante de productos de limpieza. Le agarro y al sentir su cuerpo tan cerca mi hambre se convierte en ansia incontenible. Tras probar su carne me siento especialmente bien. Incluso la herida que mi mujer me provocó al decapitarla ha dejado de molestarme. Hasta que escampe 158 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) NOCHES SIN LUNA Siempre decía que podías verle un brillo en los ojos. Era el resto de humanidad que destilaban aquellos demonios. Pronto la ley fue su caos y el fuego continúo rastro de su paso. Todo empezó cuando los órganos de sanidad de todos los países decretaron alerta por una nueva enfermedad. La industria farmacéutica encontró una buena ocasión de mercado. La campaña fue abrumadora. Millones de personas paseaban con mascarilla por cualquier parte de la superficie terrestre. Miles de jabones, miles de remedios para mitigar una publicidad mediática que mantuvo en vilo a la población mundial durante meses. Los países más ricos invirtieron millones de dólares en la causa. Compras masivas de vacunas. Las farmacéuticas triplicaron sus ingresos en semanas. El problema vino cuando los países menos desarrollados se quedaron fueran de la opción de compra de estos fármacos. La tensión crecía por momentos. En países latinoamericanos empezaron a ser frecuentes las manifestaciones, más tarde, las reyertas y el descontrol civil fueron generalizados a lo largo y ancho del continente… La empresa TMVM desarrolló una nueva vacuna. Su precio era mucho más accesible. Varias empresas en la India y en África del Norte generaban a un bajo coste miles de vacunas con escaso control sanitario y su comercialización fue inmediata. En un primer lugar se distribuyeron en los países de Europa que no habían podido adquirir las ansiadas vacunas en el primer momento. En España esas vacunas llegaron a finales del 2009. Cuando se descubrieron los efectos secundarios de la vacunas, el setenta por ciento de la campaña de vacunación ya se había realizado. El primer caso de contaminación ATM, como se le conoció al nuevo virus, en España, se encontró en Barcelona, una de las primeras ciudades dónde comenzó el reparto de las nuevas vacunas. Era un niño de cinco años. Perdió los ojos. Se le derritieron y se escurrieron de sus cuencas mientras lloraba abrazado a su madre. Su cerebro se derritió. El nuevo virus resultaba letal para un individuo que no hubiera alcanzado la adolescencia. Una semana después, en Burgos, una mujer tras llevar varios días en coma, comenzó a sangrar por su culo. Poco después una planta entera del hospital intentaba reducirla y atarla a la cama. Tres enfermeros fueron heridos. Uno de ellos perdió una oreja. Los medios intentaron tapar la noticia. Fue imposible. El virus se extendía rápidamente. Todas las personas vacunadas que sobrepasaban los dieciséis años comenzaron a sufrir las consecuencias del ATM. A partir de enero del año siguiente a cualquier persona que era ingresada en coma se le suministraba una inyección letal. Eso fue antes de que los hospitales desaparecieran. Lo más preocupante no era ya la cantidad de gente que había sido expuesta a las vacunas en todo el mundo. Fue la facilidad de contagio. El contacto de una herida con la saliva de uno de los infectados, era suficiente para inducir al coma en media hora. Para despertar siendo un monstruo en otra media. Teniendo en cuenta la actitud caníbal que se reflejaba en el comportamiento de estas personas, el problema se multiplicó exponencialmente y el esfuerzo del ejército cada vez era más ridículo. Ciudades como Sevilla, Barcelona, Valencia, Burgos o Valladolid, se convirtieron en pueblos dominados por la destrucción, el fuego y el horror. El control de entrada y salida de las ciudades fue inútil cuando el virus había ganado terreno a la esperanza, cuando el terror inicial había dejado paso a casas vacías y colegios huérfanos. Quedó claro que los afectados por el virus eran insaciables. Que sólo tenían hambre y que no pararían hasta devorarse los unos a otros. El ejemplo de España se podía extrapolar a cada uno de los países dónde se distribuyó el medicamento. La expansión no tardó en llegar. Hoy, 29 de marzo de 2010, tenemos la esperanza de que algún día la enfermedad se disuelva en el olvido. Que podamos salir de esta isla dónde aún podemos ver la costa valenciana en llamas continuas. Que estos enfermos, zombies ingratos que devoraron nuestra civilización desaparezcan Noches sin luna 159 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) entre su propio horror. Una nueva oportunidad. Para que quizás mañana podamos volver a ver una luna en un cielo muerto. Noches sin luna 160 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CÓMO FILMAR UNA BUENA PELÍCULA Un director de cine y un guionista charlaban en un bar: —Pues sí, este es el asunto. —¿Cuál? —Que si no me das una historia para hoy voy a tener que buscarme a otro o posponer la filmación. —Entiendo, entiendo. Sabes que nada de eso es mi propósito, pero vamos que filmar una película de zombis hoy en día está muy difícil. Tengo tantas ideas en la cabeza, pero ninguna me parece original. Además, ¿no ha sido nuestro sueño siempre filmar una película de zombis? Por eso tenemos que planearlo bien... —Pues entonces que no sea original. Filmemos una maldita película de zombis, fin del asunto. —Pero necesitamos algo que atraiga al público. Algo que le haga pensar "esto es más que otra tonta película de zombis". —Mejor quedémonos en que atraiga al público y listo. Lo original ya saldrá solo. Mientras recuperemos el dinero y las salas estén llenas por un par de días, de nada tenemos que arrepentirnos. —Mmm, sí, supongo que tienes razón. —Entonces... ¿de qué se trata esta película? —Bueno, había pensado un clásico escenario post apocalíptico donde la raza humana lucha contra una bandada de zombis hambrienta por devorarles el cerebro. —Entiendo, sí...-respondió el director sonriendo ante la simpleza de la mente del guionista. ¿Y quiénes serían los protagonistas en este grupo de asustados y valientes humanos? —Ahí está la cuestión- respondió el guionista, una amplia sonrisa iluminando su rostro — Los protagonistas serán el grupo de zombis hambriento. —¿¿Qué cosa?? —Exactamente, los protagonistas estarán encarnados por estos confusos zombis que buscan desesperadamente cerebros humanos y luchan por suprimir la humanidad que les queda en su interior. —¿No te parece un poco extraño? En lo que a mí respecta me suena un poco... —antes de que el director pudiera seguir hablando, el guionista continuó con su rapto de inspiración. —¡O mejor! ¿Por qué no una película donde los humanos sean los malvados a los ojos de los zombis y de los espectadores? —Mmm...no estoy muy seguro... a los espectadores (humanos, por cierto) no les gustaría ver cómo su raza es la malvada. Además, ¿¿cómo podrían sentirse amenazados los zombis cuando son ellos los muertos vivos?? —Sólo hay que lograr que los zombis se vean como criaturas con sentimientos ¿Qué te parece esto? —preguntó súbitamente el guionista, su rostro iluminado una vez más—. Agregamos una historia de amor entre dos zombis. —¿¿Qué?? Eso ya sí es muy extraño. Además el público está esperando una historia entre dos personajes humanos, probablemente dos adolescentes donde la chica sea una ruda y voluptuosa patea traseros zombis, no sé si entiendes a dónde quiero llegar. El guionista asentía. —Sí, entiendo. Entonces nos adherimos al bando humano. Cómo filmar una buena película 161 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El director asintió satisfecho. —Sí, volvemos al universo post apocalíptico y a los humanos luchando contra la raza de zombis ¿No es la clase de película que siempre quisimos filmar? ¿Por qué sales ahora con toda esta basura de la originalidad? —Sólo trato de que nuestra película venda. —Pues hoy en día vende lo que a la gente le agrada sin sorprenderla o la sorpresa en un territorio conocido. —Entonces los nuestros son zombis come-humanos, muy asquerosos y horrendos. Sí, eso podría funcionar... —pensó en voz alta el guionista, mientas la idea de estar parado junto al director, dando órdenes a los actores en un paisaje descampado y peligroso lo empezaba a atraer. —Pero este grupete de zombis malvados no contaban con que entre los sobrevivientes se hallaba un muchachito fanático de las artes oscuras y de la ciencia, capaz de hacerles frente y de descubrir la forma de exterminarlos. —Ajá, ajá. Ahora sí hablamos el mismo idioma. Recuerda que nosotros hacemos películas para que la gente vaya a verlas, no para ganar el maldito premio de la Academia. —Entiendo, entiendo —respondía el guionista mientras daba rienda suelta a su imaginación. Se inclinó sobre un cuaderno que tenía abierto sobre la mesa y empezó a confeccionar una red de relaciones entre los personajes. Estuvo así unos 10 minutos mientras el director terminaba de apurar lo que quedaba en su vaso, pensando que sólo borracho podría soportar a su amigo. Luego miró al hombre con impaciencia—. ¿Y bien? ¿Qué es lo que tramas ahí? El guionista lo miró confundido. —Planeo las relaciones de los personajes, por supuesto, que es lo que mantiene a la historia. Ya tengo un padre con una relación conflictiva con su hija (por cierto la hija es la chica ruda que querías), al adolescente del que te hablé, un niño pequeño pero inteligente, una pareja para el padre conflictivo y un hombre mayor que posee secretos del gobierno que ayudarán a armar la defensa final contra los zombis. —¿Ya tienes actores en mente? -Tengo un par, pero ese no es mi principal trabajo, sino que ellos hagan lo que yo quiera— respondió el guionista sarcásticamente. —Háblame más de nuestros protagonistas. —Bueno, los chicos tienen alrededor de 16 años. El muchacho es introvertido y el ataque zombi, así como la inminente destrucción de la humanidad le otorgan la oportunidad necesaria para salir de su caparazón y convertirse en la principal esperanza de sus compañeros. Por supuesto se enamora de la muchacha del grupo y ella también de él, al descubrir que el muchacho es diferente a los dos bastardos que se habían hecho llamar sus novios. Por cierto, estoy empezando a pensar que la muchacha debería ser la última en enfrentarse a los zombis, le he tomado mucho cariño. —Pero, ¿y qué hay del muchacho introvertido? ¿Qué pasó con "la última esperanza de la humanidad"? —Justamente, ¿no sería esa la sorpresa que necesitamos? La gente se convence de que en este muchachito recae la esperanza, pero algo impide que él sea el guerrero final (aún no me decido si morirá o tal vez sólo quede impedido. Una pierna amputada, un ojo menos...algo se me ocurrirá), la muchacha toma las riendas del asunto y se enlaza en una batalla sangrienta con un fondo de música de rock. Ya tengo un par de canciones en mente. —Muy bien, admito que a la platea masculina le atraerá más ese final, pero... —No te adelantes, el final que tengo planeado es todavía más sorpresivo que el hecho de que "ella" (llamémosla así por ahora) se enfrente sola a todos los zombis—.El director miró honestamente intrigado—."Ella" perderá la batalla final. Cuando cree que finalmente ganó, cuando cree que ha derrotado al jefe de sus enemigos, éste aparece por detrás y la muerde en una escena más sangrienta que toda la batalla anterior. Cómo filmar una buena película 162 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Me gusta lo de sangriento —respondió el director—. ¿Y qué? ¿Entonces nuestra pobre y recién ascendida a protagonista acaba muriéndose? —No exactamente. Luego de la mordida se produce su transformación. Aparece en todo su esplendor zombiesco y dándose la vuelta, se besa apasionadamente con el jefe de los zombis...fin. —¿Y tú crees que eso es lo que provocará a la gente decir: "esto es más que otra película de zombis"? —Estoy seguro. —Muy bien, entonces, resumiendo, tenemos un futuro post apocalíptico, un grupo de humanos tratando de sobrevivir, un romance entre dos adolescentes y dos personas maduras, una banda sonora formada por bandas de rock, una muchacha bonita que termina enfrentándose a todos los zombis en una batalla sangrienta en la que finalmente es transformada en zombi y elige quedarse con el jefe enemigo. —El guionista asentía enérgica y alegremente. —Estoy seguro que eso atrapará al público, ese es el giro que necesitamos, lo que llena las salas —respondió sonriendo. —Ya ves, a eso me refería antes... AUDICIONES PARA "ATAQUE ZOMBIE" El director y el guionista estaban sentados sobre una mesa con un par de personas integrantes del staff de su próxima película (la que tenía un giro que prometía atrapar al público). —Esa última persona estuvo muy bien, ¿no? —preguntó el director. —Estoy de acuerdo —respondió el guionista—. Todavía nos quedan un par más de audiciones, pero creo que ese puede ser el zombi que buscamos. —Puede ser. De cualquier forma hay que verlos a todos. Que pase el siguiente. —Se abrió la puerta y la persona que entró tenía un caminar errático, como si estuviera constantemente mareada, la mirada perdida, los ojos con un leve toque amarillezco, la tez muy blanca y el pelo sucio y duro. Se paró frente a los dos hombres, quienes examinaron la figura de aquella persona atentamente. Su rostro parecía tener manchas violetas y cuando habló, notaron que su voz era grave y parecía provenir de un lugar muy lejano, así como que su lengua parecía estar podrida. —Bueno, yo diría que el maquillaje se ve muy real, —dijo el guionista mirando a su compañero— pero creo que aún le hace falta verse más horroroso. —Verá... —dijo tímidamente la persona que tenían enfrente— la verdad es que yo soy un zombi. —¿A qué se refiere con eso? —Realmente soy un zombi, un muerto vivo. —¿Lo dice en serio? —preguntó el guionista mirándolo de arriba a abajo. —Sí, puedo demostrarlo —respondió el presunto zombi. Hundió sus dedos en su cráneo y levantó la piel, dejando al descubierto su cerebro. Luego se acercó al hombre para que éste pusiera una mano sobre su pecho; efectivamente, su corazón no latía. —Ya veo... —respondió el guionista lentamente—. O sea que usted es un zombi... —Exactamente. —¿Se alimenta de cerebros humanos? —No, la verdad es que no me alimento de nada, al fin y al cabo, estoy muerto... —¿Y cómo se convirtió en zombi? ¿Un virus que se salió de control, la explosión de una fábrica? Cómo filmar una buena película 163 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —La verdad es que fui mordido por otro zombi. —Ya veo, ¿y ese zombi estará en condiciones de hablar con nosotros? —No sé, no lo he visto hace tiempo. La verdad es que vivo recluido desde hace mucho, pero al ver el cartel de su película, bueno...pensé que podría tener oportunidad de cumplir un sueño...un sueño de mi época de ser humano. —¿Se refiere a trabajar en el cine?- preguntó el director. —Exactamente. —Ya veo, ya veo... —respondió el guionista aún escaneando al zombi fijamente—. ¿Y cuál diría usted que es la velocidad en su caminar? —el zombi lo miró extrañadísimo—. Quiero decir, ¿diría usted que su velocidad al caminar es más lenta que la humana o más rápida? El zombi meditó unos instantes. —Diría que es común...no puedo correr muy rápido puesto que mis piernas no se mantienen como cuando estaba vivo, pero caminar lento me fastidia mucho. El guionista asentía pensativo. Miraba al libreto con la punta de una lapicera entre los labios —Mire...no quiero parecer descortés pero tengo que ser sincero. La verdad...como decirlo...no es exactamente lo que tenía en mente. —¿Perdón? —Quiero decir que no es lo que pensaba cuando escribía el libreto. —¿Cómo dice? —respondió el ya confirmado zombi—. Pero...soy la prueba viva...quiero decir, la prueba real de lo que usted busca ¿Qué tengo de malo? —Bueno, digamos que me imaginaba algo más...espeluznante. —Nuestro zombi debe hacer que la gente salte en sus butacas, es un zombi creado por lo más bajo del ser humano —dijo el director mientras el guionista asentía afirmativamente—. Cuando pienso en la palabra zombi imagino gore, sangre. Cuando pienso en un zombi veo a una muchacha en el cine aferrándose a su feliz novio, a adolescentes emocionados, a personas mayores con náuseas. Francamente, usted no satisface ninguna de esas expectativas. Lo siento. —Pero es que no entiendo... ¿cómo planea conseguir algo mejor que lo original? —Efectos, maquillaje, buenos actores —respondió el director aburrido. Ya empezaba a cansarse de esta conversación—. En cualquier caso, le agradecemos el haber venido y presentarse a este casting. Lamento que el resultado no haya sido el que esperaba. Mejor suerte la próxima. —hizo una señal a unas personas que cuidaban la puerta. Dos hombres bastante corpulentos se acercaron al zombi, quien miraba a los dos hombres incrédulo. —Pero, realmente van a dejar pasar esta oportunidad ¡Un zombi real en su propia película! —Si trabajara con hechos reales no estaría filmando una película — respondió el director— Estaría filmando un documental. Pero un documental, una película filmada con una cámara en mano...eso es algo que a nadie... —en aquel preciso instante, director y guionista se miraron uno al otro, los rostros encendidos. El director se puso de pie—. Momento por favor. No se lleven a este hombre —dijo, hablándole a las dos figuras corpulentas que habían aparecido en caso de que el zombi se pusiera violento. El guionista tenía una sonrisa triunfal en su rostro: —Creo que encontramos el giro que llevará a esta película a la cima —respondió con una mano en el hombro del director y otra en el zombi, futura estrella del cine documental, tan popular en nuestros días. Cómo filmar una buena película 164 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) AMOR Prólogo El hombre se levanta, se sienta en la cama, mira a su esposa que sigue durmiendo, la besa y se pone de pie apoyando el mentón en el pecho, tratando dormir un segundo más. Son las cuatro y treinta de la mañana de un día normal en la vida de Patricio. Totalmente zombi por el sueño, prepara su ropa de trabajo y se mete en la ducha fría, como a él le gusta, para reanimar la circulación y despabilarse. Enfrentar el día con todos los sentidos alerta es fundamental y hoy, mas que nunca, los va a necesitar, lo sabe por ese otro sentido que tienen todos los policías… Ya en su automóvil, un Ford taunus de los ochenta, Patricio circula por la avenida, desierta y húmeda por el rocío que está cayendo. No piensa nada en particular, va cantando lo que escucha en la radio. Mira a los lados mientras conduce, hay unas personas esperando un taxi, unos perros olisqueando la basura y una prostituta de voluminosas piernas. Bellas piernas piensa y se sobresalta por la imagen que se cruza por delante del auto y desaparece debajo de el. No le da tiempo a mover el volante ni frenar ni hacer nada. Solamente se dedica a maldecir y maldecir mientras miles de pensamientos le pasan por la cabeza. Piensa que hoy llegará tarde al trabajo, que ha matado a una persona, que tendrá una mancha en su legajo y la cantidad de papeles que hay que llenar al atropellar a alguien. Todo pasa en segundos. Pisa el freno, gira el volante y al detener el vehículo baja farfullando un nuevo conjunto de maldiciones. El cuerpo está tirado unos metros atrás, parece un joven, no sangra ni se mueve. _ ¿Eso es bueno o malo? _se pregunta Patricio mientras se acerca al lugar del accidente. Las personas que estaban esperando el taxi ya no están, los perros se han marchado mordisqueando algo y solo ha quedado la mujerzuela de las piernas grandes, que haciendo uso de ellas, se lanza a la calle gritándole a Patricio lo mala que debe ser su madre para parir a un hijo asesino y otras palabrotas más. El joven atropellado se mueve. Con sus manos apoyadas sobre el asfalto logra enderezar el torso, al segundo se irgue completamente y sin mas se va. Camina casi arrastrando los pies y con los brazos colgando a los costados pero su paso es firme y se pierde en la oscuridad. La mujer de las pernetas está tan sorprendida como Patricio, con un ademán le indica que no se quede ahí parado y que acuda a ayudar al joven, quien ya no está a la vista. Patricio no logra articular palabra alguna, se inclina a recoger un trozo de tela que ha quedado en el parachoques de su automóvil y mira atónito hacia, donde hace instantes, estaba el cuerpo del joven. El trozo de tela se deshace entre los dedos sin siquiera hacer esfuerzo. Es parte de la ropa que llevaba el muchacho, una chaqueta de jean y una playera amarilla cuyos restos están esparcidos por la calle. La mujer sigue gritándole y haciendo movimientos con las manos. Patricio la mira sin prestarle atención, solamente ve que mueve los labios y articula gestos incoherentes. Su mente está en otro lado. Piensa como es que esa tela de jean se rompe tan fácil y como es que el joven atropellado salió tan campante después de semejante golpe. Piensa en esa mirada vacua que atravesó el parabrisas y se clavó en sus ojos y de su cara con manchas rojas de sangre. Pero por sobre todas las cosas piensa que, tal vez, haya encontrado a Jared… Capítulo 1 Una semana antes. 1 La muchacha se mira al espejo y solamente ve belleza. Piensa que es irresistible y que esta vez su novio le dirá lo que ella ha estado esperando. Siempre se dijo que algún día su vida daría un giro y, de hecho, comenzó una nueva vida al mudarse, tras el divorcio de sus padres. No le importó marchar al sur y comenzar la curvatura de ese gran giro que daría su vida. En vez de quedarse en su casa, con su madre, se las arregló con un padre alcohólico y una madrastra que no se quedaba atrás a Amor 165 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) la hora de levantar el codo y mandarse unos tragos. La madre verdadera la miró marchar con ojos vidriosos y sin un gesto. Instalados ya en una casita pequeña empezaron a desfilar los amigos de “la doble A” que llevaba papi. Entraba y salía un borrachín tras otro a beber a su casa. Así, Alexandra conoció al padre de Jared, el muchacho que pronto fue su novio y que en pocos minutos se convertiría en su prometido. Ella está segura que manipuló muy bien al joven y que, con su telaraña y una ayudita extra, hoy cazará al pobre pavote. 2 Jared ve la hora y maldice, hace más de cuarenta minutos que debería haber abandonado su trabajo y partido a por sus amigos. Su padre no le da tregua desde que abandonó los estudios, lo tiene en su taller y le tira tarea tras tarea sin permitir un descanso ni palabra de queja alguna. Sabe que en poco tiempo será tarde para encontrarse con los muchachos y eso lo enfurece. A las veinte quedó con Alexandra, su chica. Otra vez ella lo acosará para formalizar y él le pedirá un tiempo mientras hacen el amor, ella se enojará, maldecirá y comenzará a arrojarle sus ropas, él saldrá corriendo a medio vestir ante la gritería y volverá cuando las aguas se hayan calmado. —Es el juego del gato y el ratón, pero esta vez creo que Jerry mouse se irá de parranda con sus amigos y dejará al gato Tom esperando —murmura el joven. —Será la primera vez que la dejo plantada y no es nada que no se pueda arreglar con unos paseos por el parque como a ella le gusta. O tal vez es tiempo de terminar con ella. —Se dice Jared riendo solo, mientras pasa la escoba al piso grasiento del taller. 3 Es tarde; Jared no ha llegado a la casa de Alexandra y ella está juntando mucha bronca. Se la ve ir y venir desde la ventana a la puerta muchas veces, hablando sola y mirando el reloj, como suplicando a las agujas que caminen mas despacio. De pronto sale a la calle, a la oscuridad, y se va caminando como alma que lleva el diablo. No va al taller, no va a la casa de Jared, no va donde sabe que él está con sus amigos. Ella acaba de comprobar que su telaraña no funcionó y va directamente al lugar donde puede descargar su furia. La casa es bajita, blanqueada, y rodeada de árboles frondosos, tantos que apenas se ve el techo. En la entrada hay muchas estatuillas de enanos de jardín coloridos, una hamaca paraguaya y una decena de perros que, como buenos guardianes, ladran desaforados a la presencia humana. La puerta se abre y de su interior asoma una luz pálida y moribunda que pronto es opacada por la sombra de una anciana de arrugas prominentes y no mucho más alta que sus enanitos de jardín. Los gritos de Alexandra llamando a la casa son tapados por los ladridos pero la vieja sabe de quien se trata y hace una señal con la mano para que la chica se acerque. Alexandra pasa entre la jauría, arrepentida de haber gritado, pues piensa que los perros darán cuenta de ella. Pasando el umbral de la portezuela Alexandra percibe un aroma inconfundible, es el mismo perfume que la vieja le vendió en la calle la semana pasada asegurando que cualquier muchacho caería a sus pies a la tercera vez que lo huela. —Hola pequeña, ¿que te trae por aquí? —Pregunta la anciana sabiendo la respuesta. —Que tu perfume no ha servido para nada. ¡Vieja mentirosa! —replica Alexandra mientras arroja sobre la mesa un pequeño frasco de plástico color rosa. La anciana sonríe y asiente con movimientos lentos, como si todavía le quedara mucho tiempo. —¿No has logrado retenerlo verdad? Tal vez tú eres una niña muy egoísta y… —ZAZ! Una cachetada interrumpe la frase de la anciana y su sonido produce un eco en la habitación. Amor 166 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Tu eres una maldita estafadora y más te vale que me devuelvas el dinero o lo lamentarás. No tienes ni idea de lo que acabas de despertar vieja timadora. La anciana deja que Alexandra se descargue y, mientras, se aboca a encender unas velas en un pequeño altar y pronuncia unas palabras por lo bajo, que parecen ser en una lengua nativa sudamericana. Al voltear hacia la muchacha las luces de las llamas le dan un tono lúgubre y sus ojos, por demás abiertos, ayudan a que Alexandra calle y sienta un poco de temor. — No tengo tu dinero, pequeña, pero te daré algo que es mucho mejor. Tienes que prometer que no le dirás a nadie y que lo usarás con discreción. Alexandra hace una mueca; no se va a comer otra estafa pero pronto la curiosidad gana y pregunta. — ¿De que se trata todo esto? Te advierto que no estas en condiciones de negociar. Ahora la anciana lleva el control de la situación. —Esto hará que él sea tu esclavo, úsalo con cuidado y lograrás que su corazón sea tuyo. Te amará incondicionalmente y nadie lo hará cambiar de opinión; ni sus amigos. —Murmura la vieja mientras le da la espalda para tomar algo de una repisa llena de fetiches y amuletos. Es un pequeño frasco de vidrio negro rubricado con un símbolo que parece un pez. —Tres gotas durante tres noches y otras tres al día siguiente… Alexandra no deja que la anciana termine y le arrebata el frasco con la prometedora poción. —Mas te vale que así sea, vieja tramposa, y no creas que te pagaré por esto. Tómalo como una indemnización. —Dice la chica levantando la voz mientras sale dando un portazo y volteando una estatuilla de enano a su paso. La anciana se queda mirando la puerta cerrada y escuchando el eco que dejó al cerrarse y sonríe. —Niña malcriada —murmura y se va a dormir sin dejar de sonreír. 4 Jared no quiere perder tiempo, sabe que Alexandra estará furiosa y él la quiere así. De esa manera no le costará terminar con ella. Se pone su playera amarilla, de la suerte, unos jeans y una chaqueta haciendo juego. Toma algo de dinero de la caja del taller y sale en busca de su futura ex novia. Un sorpresivo recibimiento lo deja desconcertado. Alexandra está de buen humor y lo invita a pasar a su casa con una sonrisa radiante. El muchacho desconfía por demás, conoce a Alexandra y sabe que no es propio de ella ese tipo de conducta. Piensa que, tal vez, dentro de la casa se desatará la hecatombe y por segunda vez se equivoca. Alexandra se cuelga de su cuello y le estampa en sonoro beso al momento que le dice al oído algo que Jared no hubiera imaginado nunca. —Olvidaste nuestra cita pero no te preocupes; ya tengo el castigo para tu falta. Pasaremos todo el día tirados en la cama. Mis padres no están en casa y no regresarán hasta la noche. Jared abre la boca para protestar pero Alexandra se la cierra con otro beso y lo empuja hacia la habitación. —Quédate aquí que yo iré a buscar una cerveza y ahorita vengo. —Dice la muchacha y se va hacia la cocina dejando a Jared con la boca abierta y tratando de descubrir que se trae entre manos. Sentado en la cama ve llegar a Alexandra, ve su forma de caminar, su sonrisa, escucha su voz y no logra desarmar lo que ella está tramando. Piensa que lo mejor será botarla lo antes posible y se prepara para decirlo. Su garganta se seca y un alud de palabras se amontona sin poder salir. La cerveza se ve apetecible y, raudamente, toma el vaso y da cuenta de ella sin siquiera respirar. Alexandra ensancha su sonrisa pero poco dura su cinismo. Jared está tirado en el piso y las convulsiones hacen que su columna se tuerza en formas increíbles para luego retraerse en posición fetal, su boca es un mar de espuma y sus ojos, de tan abiertos, parecen haber saltado de sus cuencas. Amor 167 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Todo pasa en segundos, el charco de espuma y cerveza rodea a Jared, quien ya no respira. Alexandra no logra entender lo que sucede, aún lleva la mueca de sonrisa. Presa del pánico grita pero nadie la oye, piensa y descubre que cualquier escusa que ponga no será válida y decide hacer lo que cualquiera hubiera hecho. Enterrará al joven detrás de su casa, donde hace unos días quitaron el árbol seco y quedó la tierra removida. Poseída por el miedo, Alexandra cava y cava la tumba de su amado; pronto consigue hacer un pozo de un metro de profundidad y cree que con eso bastará. Ha arrastrado el cuerpo del joven y al verlo junto al hoyo se da cuenta que es pequeño. La profundidad está bien pero no logrará que Jared descanse horizontalmente como todo difunto. No le importa demasiado, con un último esfuerzo lanza el cadáver al hoyo y comienza a taparlo dándole una mirada de desprecio. El cuerpo de Jared queda sentado, en una posición que se asemeja a una marioneta abandonada, con la cabeza entra las piernas y los brazos colgando apoyando el torso de las manos en la tierra. Capitulo 2 1 Han pasado ya siete días y Alexandra está mas tranquila (aunque nunca dejó de estarlo). Los policías la interrogaron muchas veces y los padres de Jared también. Ella mantiene su postura y repite la historia una y otra vez. —Habíamos quedado a las ocho pero nunca llegó, no sé que le ha pasado y espero que lo encuentren pronto. Lo extraño. —Repetía la muchacha sollozando. Jared nunca tuvo tiempo de contarle a sus amigos las intenciones de terminar con Alexandra y lo único que ellos saben es que el joven pensaba dejar de trabajar con su padre. La policía piensa que el muchacho se marchó a probar suerte en otro territorio sin avisar a sus padres y mucho menos a su noviecita y se dedican a buscar en los alrededores de la ciudad. El joven sargento Patricio Parker queda a cargo de la desaparición del muchacho y está como al principio, sin saber por donde continuar la dichosa búsqueda. Mira las hojas donde están escritas las declaraciones de cada uno de los interrogados y, de tan simples que son, sospecha de todas. Volverá a releerlas y mañana a primera hora, comenzará por interrogar a la chica nuevamente. 2 Es una noche sin luna, la temperatura es agradable y Alexandra está descansando en su cuarto recostada en la cama. Lleva puesto un camisón de raso blanco, amplio como un vestido de novia. Ella se siente tranquila y relajada. Siempre se la conoció por su temple de acero y ella se jacta de ello. Cualquiera estaría nerviosa hasta los huesos si en su jardín estuviera enterrado un cadáver y la poli anduviera revoloteando por su casa. Ella no, está orgullosa de cómo manejó la situación y sonriente se dirige al ventanal… Algo anda mal, la tierra donde estaba el viejo árbol, y donde ella guarda su secreto, esta toda desparramada y se alcanza a ver un nuevo hoyo. Lentamente recorre con la mirada cada rincón del oscuro jardín pero no hay suficiente luz, la poca claridad que sale del cuarto alumbra unos pocos metros. —¡Malditos perros callejeros! —arroja Alexandra, mientras se prepara a salir por la ventana, furiosa porque cree que deberá tapar el pozo nuevamente culpa de unos entrometidos perros. La hoja corre con facilidad y al momento la muchacha está afuera, una brisa helada la hace tiritar y se abriga cerrando los brazos contra su pecho. — Esto me pasa por no haber escuchado a esa vieja estafadora —repite mientras va camino al depósito en busca de la pala—. Dudo que unas gotas hayan hecho efecto pero todo el contenido fue exagerado ji ji ji. Amor 168 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) La cara de Jared aparece frente a la de ella de repente, la tierra todavía cae de su cabello y está mostrando una sonrisa. Alexandra queda paralizada, no logra emitir sonido y solamente ve a su amado que se acerca aún más, la abraza con ambos brazos y la besa. El gusto a tierra no es tan asqueroso como el aliento que proviene de la boca de Jared y se filtra por su garganta. Una lágrima rueda por la mejilla de la muchacha, está siendo besada por un cadáver viviente y su corazón no lo resiste. 3 Un último latido con un último beso. Alexandra cae muerta en los brazos de Jared zombi, quien despertó enamorado perdidamente de aquella dama que ahora yace en sus brazos, sin vida . Su cerebro zombi no siente dolor ni depresión. El debe ganarse el corazón de esa mujer y lo hace de la única forma que sabe. Se abre paso rasgando su camisón y penetrando la piel con sus uñas llenas de tierra hasta llegar al órgano sagrado. Con un grito arranca el corazón de Alexandra y llaveándolo a su boca con ambas manos se lo come casi sin masticarlo. Luego sale dando tumbos a la calle oscura, buscando otra Alexandra a quien amar. Son las cinco de una húmeda mañana. Jared zombi circula por la avenida e inesperadamente es arrollado por un Ford Taunus de los ochenta. No muere, no puedes matar a un zombi enamorado. FIN Amor 169 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CARTAS A ITZHAK 1 25 de Mayo. Querido Itzhak: Mi mundo, nuestro mundo, se ha convertido en una bruma gris perla surcada de dolor y de muerte en vida que se amontona lentamente frente a la puerta de mi escondite. El olor que asciende por los resquicios de la puerta de madera que separa la vida de la muerte en vida, llega a mí en forma de olas de pestilencia combinados con el hedor de los excrementos por doquier y de los vómitos de inanición. Y del aroma a muerte. Es cierto. La muerte que veo paseando frente al cristal huele a una mezcla de humedad temprana y a vejez de asilo descuidado. No importa la edad. Niños y viejos y adolescentes y medianas edades huelen a la misma porquería. Aunque a mí me da igual. Todo hedor es soportable porque me recuerda que yo todavía no huelo así, lo que debe querer decir que mi muerte en vida todavía está algo lejana en el tiempo. Todavía me queda algo de comida, apilonada en el rincón más alejado de la puerta, para evitar que el mismo hedor que se cuela por la rendija de la puerta sea también la salida del aroma de fruta y carne a medio podrir que guardo para el resto de semana. Si todo va bien, tengo seis días de buen hacer más las cuarenta y ocho horas que podré estar sin comer ni beber antes de tomar de la mano a la vecina de enfrente, a quien veo arrastrar en silencio las plantas de sus pies desnudas sobre el fango, clavándose las piedras puntiagudas del patio mientras dejan tras de sí una estela de sangre sucia que forma lentamente un círculo que se repite una y otra vez. A veces se reúnen cinco o seis comensales de muerte en vida en ese lento devenir que dura hasta que el sol se ha puesto en algún lugar que no puedo ver desde mi escondite. Esos días, lo último que me muestran los rayos de sol es una especie de anillos olímpicos de sangre que lentamente se disuelven en el agua de los charcos o se acumulan en pequeños riachuelos que acaban sobre algún montón de cadáveres. Mi mundo. Nuestro mundo. ¿Te acuerdas? Recuerdo aquella noche en que corríamos sin freno en dirección al portal de tu casa, pero no conseguimos llegar ya que nos detuvo aquel primer beso, sin miedo a que alguien nos viera. Aquella noche, el camino hacia el lugar que un Itzhak y una Evelyn olvidados llamaban “hogar” era un lecho de hierba donde millones de flores amarillas porfiaban por ocupar un lugar bajo nuestros pies. El aire encajado entre nuestras manos enlazadas estaba viciado por los sentimientos a flor de piel, que ambos nos profesábamos por y para siempre. En cambio mírame ahora. No. Mejor no lo hagas. Ni siquiera intentes imaginarte mi rostro en estos momentos. O mi cuerpo. Aquel cuerpo que en algún momento de una vida que me parece harto lejana había sido completamente tuyo. La sinuosidad de una amante que se contorsionaba con cada gesto tuyo para no perder un ápice de tu propio ser, cuando se encontraba en mi interior. Así que no lo hagas. Tampoco intentes recordar a Elsa. Sobre todo a ella. Intento pensar que eres lo único vivo que queda en este mundo de dolor, los únicos ojos con brillo propio entre la bruma gris perla que ahoga todo por cuanto hemos luchado. Basta por hoy. Cada vez están más cerca de la puerta. Sé que huelen la comida. O quizás me huelen a mí. En todo caso hasta pronto. Espero. Por siempre, Eve. Cartas a Itzhak 170 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 2 6 de Junio. Mi muy querido Ithak: He tenido suerte. Si con suerte me refiero a haber conseguido franquear la muralla de muertos en vida que abarrotan cada vez más el patio frente a mi escondite, entrar en la cocina y robar diez quilos de comida enlatada sin que los Controladores se den cuenta, regresar a mi escondrijo, volver a atrancar la puerta y poner a cero la cuenta atrás de mi, cada vez más cercana en el tiempo, muerte en vida. Esa es la buena noticia. La mala es que los Controladores dominan cada vez más la situación. Los muertos en vida les tienen tanto miedo que siguen el pie de la letra todas las estúpidas órdenes que reciben. Algunos de ellos han conseguido “inventar” una especie de idioma a forma de balbuceos inconexos que brotan como espuma sanguinolenta de unas bocas donde sus dientes se perdieron en algún momento de nuestra llegada aquí. Lo único realmente audible es esa respiración entrecortada que se mezcla con la enfermedad que lentamente está acabando con todos nosotros, mientras los Controladores se sienten, cada vez más, los reyes de esta macabra historia. Aproveché el cambio de luz, entre las siete y media y las ocho de la mañana, justo en el momento en que los Controladores apagaron la única farola que parpadea frente a mi escondite y el patio quedó sumido en la más absoluta oscuridad. Algunos de mis vecinos, o que algún día lo fueron, dejaron de rondar el patio para alejarse del negro púrpura del amanecer. Esperé a tener unos metros de distancia, abrí la puerta y salté al patio con todas mis fuerzas, empujando mis piernas hacia delante en dirección a la cocina. Lo más triste es que sorteé alguna de aquellas almas en pena a escasos palmos de sus narices pero no tuvieron fuerzas ni para mirarme. Así que tengo comida para unos diez días más. Doce, si resguardo bien las existencias en el rincón donde no alcanzan las seis enormes goteras que, en el techo, no dejan de humedecer el suelo. Es una suerte (¡menuda suerte!) que estemos en junio, o eso creo, porque de haberme encerrado en febrero o en diciembre, en este momento ya sería uno más de aquellos cuerpos que se amontonan en el rincón del patio. ¿Sabes? Intento recordar el día en que los Controladores me arrastraron hasta aquí, la mano de Elsa aferrada a mí como un poderoso garfio, la sensación de sus uñas al clavarse en mi piel cuando nos separaron, el color de las paredes del muro o el sonido de mis pisadas baldías al pasar por encima de los charcos de sangre de las víctimas que habían caído antes que yo y que se amontonaban por doquier (y todavía lo hacen, aunque sus cuerpos se han pegado unos a los otros como un montón de chicles masticados y sus pieles se amalgaman formando grandes capas de material orgánico). Intento hacerlo. Sé que los guardo en algún lugar porque te estoy hablando de ellos. Pero no lo consigo. Y no sé si alegrarme o ponerme a llorar. Si no hago lo segundo es únicamente para no desperdiciar una sola gota de agua de mi cuerpo. No quisiera terminar esta carta con una mala noticia, pero lo malo abunda en este maldito lugar; esta mañana, mientras yo desayunaba una manzana fresca tras mi furtiva escapada a la cocina, he visto uno de los muertos en vida abalanzarse sobre otro. Al principio he creído que se estaban peleando por comida que el segundo llevaba en la mano. Eso ha sido antes de que el primero le arrancara tres dedos de cuajo de un mordisco y se los llevara a la boca. La cosa no pinta bien. Tienen hambre. Y no quiero ser la siguiente. Por siempre, Eve. Cartas a Itzhak 171 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 3 10 de Junio. Querido Ithak: He cometido el error más grave que jamás pude cometer. Y ni siquiera me atrevo a contártelo. Si lo hago es porque sé que esto no llegará nunca a tus manos y porque no temo la condenación; si no es penitencia lo que estoy marcándome con sangre en cada poro de mi piel cada día que paso aquí, estoy segura que nada lo es. Creo que este escondite va a convertirse en mi tumba. El hedor que exhala la puerta de salida es cada vez peor; el montón de cadáveres frente a mi ventana ya me impide ver el sol. Pero hay más. Que los Controladores no sepan que estás ahí escondida, no significa que no acaben encontrándote, de una forma u otra. Y lo han hecho. Quizás no literalmente, pero esta mañana, justo cuando necesitaba sacar “la basura” (te lo cuento después) me he dado cuenta que no puedo abrir la puerta. Han empezado a acumular frente a ella los cuerpos de aquellos muertos en vida que no han podido soportar más la angustia de este infierno. Lo he intentado con todas mis fuerzas pero es imposible. Tampoco puedo escapar por la ventana, por culpa de los barrotes. Si tuviera comida de sobras intentaría esperar a que los cuerpos se reblandecieran. Quizás entonces, si no amontonan más… pero hay más. Tengo un muerto en vida en mi escondite. Se llama Alexei (o eso creo por sus balbuceos). No sé nada más de él, aparte de que aún guardaba algo de fuerza en su interior cuando consiguió abrir la puerta ayer por la tarde, rompiendo parte del armatoste que usaba como cerradura de seguridad. Lo malo es que usó parte de su otra fuerza para intentar echarse sobre mí tan pronto como vio la comida en el rincón para quitármela. Y lo peor es que tuve que golpearle con la barra de hierro para quitármelo de encima. Y mi fuerza era superior a la suya. No. Eso no es lo peor. Lo es el hecho que no me atreví a echarlo a la calle en cuanto tuve oportunidad, por miedo a que empezara a balbucear a algún Controlador mi paradero, y lo mantuve retenido en mi escondite hasta que dejara de respirar. Y ahora resulta que en cuanto lo hizo, esta mañana a primera hora, no puedo quitármelo de encima ya que no puedo abrir la puerta. Esto quiere decir que no quiero ni imaginar qué tendré que hacer para deshacerme de su cadáver. Deberías ver en qué nos han convertido los Controladores. En los ojos blancos de Alexei veo fragmentos de las miles de ideas que corrían por su cabeza cuando descubrió que en el interior de la letrina en desuso había no sólo vida, sino también, comida. La piel de este muerto en vida es tan transparente que me da la impresión de estar tocando una capa de aceite cubriendo algo de músculo seco y huesos a medio derruir. Su rostro, ni siquiera ahora que está por fin en paz, muestra un solo atisbo de cordura. Intento quitarme de encima los mechones ensangrentados por la herida que caen como hojas en otoño. Su boca entreabierta apenas me enseña dos dientes enteros. Los demás han desaparecido en algún momento de su pesadilla. Sí, Itzhak. Estoy en una letrina de apenas metro por metro. Atranqué la puerta con el váter que conseguí arrancar de cuajo, pero por lo visto Alexei ha roto mi seguro por la mitad. No temo por los Controladores, pues jamás se acercan a este lugar apestoso. Pero a partir de ahora voy a tener que hacer guardia para evitar que ningún otro muerto en vida decida de pronto que tiene demasiada hambre para seguir mordiendo a sus compañeros. Fantástico. Por siempre, Eve. Cartas a Itzhak 172 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 4 13 de Junio Mi muy estimado Itzhak: Ratas. Y caos. Mis vecinas de letrina se han hecho las amas y señoras de la poca comida que me quedaba. Hay tantas que apenas me atrevo a moverme del rincón, más que para ahuyentarlas en cuanto se acercan demasiado a mis pies. Así que adiós a mi banquete de despedida. Hace dos días cayó una de las gordas sobre el lugar. Llovió tanto que las goteras no resistieron y el techo de la letrina se partió por la mitad. Tengo suerte que todo aquí es tan precario que ni siquiera noté la madera al caerme sobre la cabeza. Lo peor fue estar día y medio bajo el chaparrón. Suerte tendré si no muero de un catarro. O quizás tenga suerte de verdad, y acabe muriendo de esto antes de convertirme en lo que hay fuera. La lluvia y el viento derribaron algunos de los cadáveres que se amontonaban frente a mi puerta, así que con esfuerzo conseguí abrirla lo suficiente para sacar a Alexei de mis dominios, antes que fuera también pasto de las ratas o peor, que tuviera que terminar comiéndomelo yo. Ayer empezó a reinar el caos. Los muertos en vida se han dado cuenta, de pronto, que son muchos más que los Controladores. Su organización es primitiva, pero más lo es el hambre ciega que los mueve. Lo que hasta hace poco eran movimientos erráticos y silenciosos se han convertido en carreras y persecuciones a todas horas, en gritos tan desgarradores que te hielan la piel y te obligan a morderte el puño para no gritar con ellos. Lo que hastahace poco eran cuerpos tirados por el suelo balbuceando piedad y comida son ahora ataques coordinados contra todo lo que se mueva en soledad. Se lanzan contra el cuerpo y lo abaten a golpes y a mordiscos. He visto a través de la ventana desgarrar un cuello con sus uñas, dejando parte de ellas en la herida mientras ésta no para de manar sangre. Una vez en el suelo lo despojan de los harapos que lleve y empieza el festín. No me atrevo a contarte más porque no oso mirar para no tener pesadillas que delate a los demás mi posición, pero escucho el sonido de la carne al desgarrarse y de sus bocas al masticar con dificultad la carne tensa de los muertos en vida abatidos. Los Controladores intentaron atacarlos a primera hora de hoy. Aparecieron de pronto y en batida, una serie de veinte colocados en uve, internándose en el patio con las armas en ristre. Un minuto. Los muertos en vida los esperaban, armados con fémures y otros huesos puntiagudos. Eran ciento cincuenta contra veinte. Consiguieron abatir a unos cincuenta, antes de caer uno tras otro. Este sería el momento preciso para salir de mi escondite y ayudarlos a encontrar la llave que desactive la alambrada eléctrica que nos impide a todos salir de aquí. Pero no me atrevo por varias razones: la primera, temo no poder dar un paso antes de que se abalancen contra mí. La segunda, no puedo arriesgarme a dejar escapar estos cien muertos en vida que ni siquiera recuerdan ya sus nombres. Forman parte de una enfermedad que no es preciso que se contagie fuera. Y la tercera, y la más importante: sé que Elsa sigue aquí, en alguna parte, y no pienso dar un paso sin saber de Ella. La bruma gris perla ha vuelto a aparecer en el patio después de tres semanas de ausencia. Estoy segura que está aquí para escondernos del mundo. Por siempre, Eve. Cartas a Itzhak 173 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 5 27 de Junio Esto es el fin. Ayer por la tarde, serían las nueve o nueve y media, por la luz, vi a Elsa. Apareció de improviso, pegando su rostro a los barrotes de la ventana, mirando hacia el interior, buscando una posible presa. Sé que no me vio, ya que dio media vuelta y se marchó, o quizás no quiso verme. Madre de Dios. Ni siquiera hace tres meses que llegamos aquí. Elsa tenía doce años cuando se soltó de mi mano aquel día de marzo, pero la Elsa que me miró por unos segundos a los ojos parece haber envejecido veinte más. De aquella hija que quería conocerlo todo y saberlo absolutamente todo hasta hacerte explotar los sesos con tanta pregunta, sólo queda un pozo de negrura que se cuela a través de sus ojeras hacia lo que un día fueron unos ojos redondos y azules. Su pelo rubio y rizado se ha encanecido hasta el platino. Sus bucles son ahora trazos blancos que caen en mal zigzag sobre sus hombros, tan secos que los huesos parecían parte de una armadura bajo su ropa sucia de barro y sangre. De aquella sonrisa que hacía lucir el sol no queda más que una pálida mueca vertida en unos labios tan pálidos y finos que apenas puedo decir que haya boca entre la nariz y su barbilla. Eso sí, hay sangre por todas partes; sangre en la comisura de sus labios, sangre goteando por su cuello hasta colarse por sus pechos, sangre en los harapos y sangre entre las uñas que agarraban los barrotes. Sé que ha estado comiendo, como los demás. Sé lo que he estado esperando durante tanto tiempo en esta tumba de meados y cagados y de tuberías atascadas y de ratones royendo cada vez más cerca de las puntas de mis pies: Nuestra Elsa, es una muerta en vida. Es por esto que esta es la última carta que te escribo, aun sabiendo que jamás las recibirás porque ni siquiera las estoy escribiendo. Estas formas mentales de diario han sido lo que han conseguido mantenerme en los límites de la cordura, aun cuando Elsa se encontraba prisionera, o cuando los Controladores se libraban en un lascivo alemán de aquellos que éramos más válidos, o cuando te añoraba tanto que mis alaridos internos de dolor se convertían en arcadas que no conseguía vaciar en el oscuro agujero de la letrina. Estoy harta de cordura, de ser probablemente la única en este lugar que todavía piensa en algo que no sea en comida, aunque me muero de hambre. Han convertido en muertos en vida a seres que jamás pensaron en nada más que no fuera una vida digna, en familia, trabajando por el bien de los demás. Nos han vejado y nos han dejado a nuestra suerte. Comprendo cada movimiento y decisión de aquellos que un día fueron compañeros míos de barracón. Judíos, polacos, rusos, todos somos (creo que es hora que me una a ellos, ya que es la única manera de olvidar) el mayor logro de esta maldita Segunda Guerra Mundial: un montón de zombis que luchan por sobrevivir en un lugar donde la paz pero sobretodo, la cordura, hace tiempo que nos abandonó para siempre, y donde la muerte es la mayor esperanza para todo aquél que se hiciera llamar, antes de este horror, “ser humano”. Oigo aviones en algún horizonte lejano. Distintos. Quizá sean americanos y vengan a sacarnos de este campo de concentración, o quizás vengan a terminar para siempre con esta pesadilla. Adiós Izthak. Estés donde estés, si has logrado sobrevivir a tu cautiverio, piensa en mí y en Elsa. Te queremos. Por siempre, Eve. Cartas a Itzhak 174 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CUMPLEAÑOS MORTAL Oscuridad, gritos, una noche sin luna. Gente corriendo por las calles en cualquier dirección sin saber siquiera hacia donde iban. Lizz, al igual que el resto trata de ponerse a salvo, pero, ¿de qué? Corría desesperadamente chocando con oleadas de gente que la empujaban por ambos lados. Su largo pelo negro sobre la cara le impedía ver lo poco a lo que sus ojos se habían acostumbrado. Sus oídos quedaban inutilizados ante el estruendo. El tacto no la servía de nada. Y ninguno de sus sentidos parecía responder. Agotada se acerca a una rugosa pared de la plaza y se deja caer lentamente por ella. Sus piernas no aguantan más, no puede huir. S e ahoga. Trata de respirar dando bocanadas al aire que parece haber desaparecido. De pronto silencio. No hay gritos. No hay gente. L a garganta le arde de tal manera que parece quemarse por el fuego, sus afiladas uñas intentan aliviarlo arañando sin saberlo su pálido cuello. —Lizz… ¿estás bien?...Lizz... La chica abre los ojos sobresaltada. Cesa la oscuridad y el ardor, que ha sido sustituido por un intenso escozor en el cuello. —Lizz hija estás sangrando, ¿de nuevo ese sueño? —pregunta su madre con una profunda mirada escoltada bajo las cuidadas cejas. Se mira las manos llenas de sangre. El mismo sueño de siempre y la misma reacción. A mitad de la noche, mientras sueña, se levanta de su cama en el segundo piso del chalet, baja las escaleras y en la planta de abajo se planta de pie en el salón, y comienza a arañarse el cuello una y otra vez. A la mañana siguiente Lizz y su familia celebran con tíos y abuelos el cumpleaños de uno de ellos, el más anciano que camina a paso apresurado hacia los ochenta años. Como en ocasiones anteriores, Lizz, sin primos ni hermanos con los que pasar el tiempo, sube al desván, su sitio preferido de la casa vieja que sus abuelos tienen en el pueblo. Entre polvo, telarañas y algún ratón de pequeño tamaño busca su caja favorita, la de los álbumes. Introduce su mano en ella y palpa algo diferente. Un grueso libro con la portada un tanto ajada y extremada mente rugosa. Con un cuidado sobrenatural lo toma entre sus manos y lo abre por la mitad. Ojea un poco por encima y pasa de página. Extrañada ante el grosor de éstas descubre que habían sido pegadas por las esquinas. La curiosidad es más fuerte que ella y se afana en despegarlas. Lo consigue y una gran decepción inunda su interior no entiende nada de lo que hay escrito pero se divierte pronunciándolo en voz alta. Al cabo de un buen rato, cuando calcula que llegan los pasteles, baja del desván hacia el salón. No ha terminado de bajar y oye ruidos raros. —¿Abuela? ¿Eres tú? Avanza sigilosamente hacia la habitación de su abuela. Está sentada frente al tocador. Se cepilla el pelo una y otra vez. Con cada cepillada un mechón de pelo blanco desciende hacia el suelo. No tiene buen aspecto. —¿Abuela? La mujer sentada frente al espejo gira sobre el taburete. Confirmado, tiene mal aspecto. Su cara surcada de arrugas, amenaza con desprenderse a trozos. Sus ojos desorbitados parecían mirar a un punto más allá del infinito, un punto que la chica no veía, miraban al vacío. La boca de la anciana se entreabrió ligeramente. En ese mismo instante un pedazo de pómulo perdió la batalla contra la gravedad y cayó precipitadamente al suelo, dejando en su lugar un fondo de carne roja sobre la que se veía un fluido viscoso transparente. Lizz se sentía en una de sus pesadillas. Su abuela se levantó y comenzó a acercarse atropelladamente hacia ella. Al ir a girar sobre sus pies, la chica vio a su madre, que salía del salón con el mismo aspecto. Su tersa piel había desaparecido casi por completo y parecía estar en un Cumpleaños mortal 175 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) estado de descomposición más avanzado que el de su abuela. Uno de los brazos de la madre agarró a Lizz por el cuello. Asustada la joven de cabello negro le propinó un buen empujón y corrió de nuevo hacia el desván. Su abuelo y su padre en la cocina, su abuela en el suelo de la habitación, su madre en el pasillo intentando coger el brazo que Lizz le había desprendido del empujón. Un fuerte portazo creó un universo aparte en su mente. Los zombies quedaban a un lado y ella estaba a salvo en el desván. La ansiedad se apoderó rápidamente de su cuerpo, y los gritos salieron de su boca sin necesitar orden alguna. Las lágrimas empapaban ya sus mejillas. Se derrumbó. Se dejó caer al suelo de rodillas entre grandes sollozos y gritos de auxilio. Estaba dominada por el pánico, y mientras los zombies intentaban abrir la puerta cerrada con el grueso pestillo de metal, ella golpeaba el suelo con ambas manos. Al cabo de unos minutos, sintió una sensación familiar en la garganta, le ardía. Se apoyo en una de las paredes de piedra del desván y se quedó allí sentada contemplando sin mirar la pared de enfrente, con los párpados paralizados y sin poder reaccionar. Estaba reviviendo su sueño, las piernas le temblaban con tal ímpetu que no podía levantarse. No veía, no oía, vagaba perdida en un mundo aparte, en su mundo interior, cobijada bajo las paredes de su cráneo sin centrarse siquiera en lo que tenía al otro lado de la puerta. Pasaron los minutos, las horas, apareció la luna y despertó de nuevo el sol, mientras que Lizz seguía inmóvil en aquel desván, con sus brazos rodeando las todavía temblorosas rodillas, y sus ojos todavía perdidos en lo más hondo de sus entrañas. Revivía constantemente momentos de la infancia, anteriores cumpleaños… De pronto se dio cuenta de que no podría aguantar allí mucho más. Salió de su estado de trance y afrontó lo que la esperaba afuera. Miró por el desván en busca de algún arma, pero lo único que encontró fue una daga y una horca del huerto. Apartó las telarañas sin miramientos y se acercó a la puerta, horca en mano, y con mirada arrogante y perversa hizo retroceder el pestillo. Acercó su blanca cara a la puerta de roble y guardó silencio. Un minuto, dos, ningún ruido. Un momento antes de que se apartara de la puerta dispuesta a salir, un gran cuchillo de cocina la atravesó con una facilidad asombrosa, como si se tratara de mantequilla y pasó a escasos milímetros de su nariz, ante sus ojos. De un salto se apartó de la puerta, pero no tuvo la precaución de correr de nuevo el pestillo. Ésta fue empujada por una manada de zombies, entre ellos su familia y vecinos. No se explicaba que podría haber pasado, pero tampoco tuvo tiempo de ello. Utilizó las armas de las que disponía, agarró la horca como tantas otras veces había hecho con su abuelo en verano y lanzando un atronador grito de guerra arremetió contra ellos causando varias bajas en el ejército de muertos que se cernía sobre ella. No miró las caras, no quería saber quiénes eran, no eran nadie, eran amenazas, nada más. S i se preocupaba por mirar a quién embestía y a quién no, no tardarían mucho en morderla. Intentaba ver más allá, una salida tal vez, o tan solo situase en la gran casa de su abuela, no sabía dónde estaba. Por todos lados veía ojos de mirada perdida, bocas entreabiertas y caras incompletas o extremidades por los suelos, una arcada le vino a la boca, todo aquello era repulsivo. El suelo tenía ahora una espesa capa de sangre y trozos de carne mezclados con aquella asquerosa sustancia viscosa. Estaban hambrientos, sus bocas entreabiertas lanzaban sonidos espeluznantes en los que la chica podía apreciar el apetito que tenían. Unos dientes amarillos y desgastados se lanzaron desesperadamente hacia su brazo, pero con suerte, Lizz consiguió que tragara aire. Si la hubiera mordido… Basta tenía que concentrarse, ya pensaría luego, primero debía salir de allí. Continuó dando bandazos y pinchadas con su querida horca hasta que distinguió por fin dónde estaba. El salón. Las escaleras hacia la puerta de la calle no quedaban lejos, podría llegar. Los brazos le pesaban, cada vez le costaba más levantar la horca. Los zombies no parecían terminarse. No podía más. No había comido desde ayer, ni dormido en cuarenta y ocho horas. Pero ya faltaba poco, tenía que Cumpleaños mortal 176 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) conseguirlo, estaba a escasos metros de su libertad no podía rendirse, no, ella no era así. Sacó fuerzas de donde no tenía y continuó. Por fin, la calle, su libertad, su salvación. Se equivocaba, hordas de muertos vivientes se zarandeaban por las calles. L a alegría que sintió en un principió se vio extinguida al ver las sombras de esos bichos al amanecer. Había estado dentro más tiempo del que creyó posible. No podía ser cierto, ¿cuántos habitantes tenía ese maldito pueblo? Nunca había visto tantos. De pronto todos comenzaron a reunirse en la plaza, justo enfrente de la puerta en la que estaba Lizz. Extrañamente formaron un tipo de procesión y en fila de uno empezaron el ascenso por una de las calles, en dirección al cementerio. Salían de todas partes, de cualquier esquina, su número iba en aumento. Pero poco a poco desaparecían tras los edificios de la misma manera que habían aparecido, llevándose con ellos su alarmante zumbido y dejando tras de sí un rastro de carne y vísceras. Se estaban descomponiendo. No sabía por qué actuaban así, ni porque se descomponían, pero al igual que antes, no la dio tiempo a pensar, su cerebro estaba bloqueado. Dejó de oír el ruido y sintió la esperanza de salir de allí con vida. La vista se la nubló, los oídos comenzaron a pitarle, sus piernas se transformaron en flanes, incapaces de sostenerla un instante más. Perdió el equilibrio y cayó al suelo. Notó el fuerte golpe en su cabeza, y se sintió retumbar en el suelo como un pino recién cortado. Sentía que se había partido en dos. Intentó moverse, andar, pero no lo consiguió siquiera un milímetro. Un sonido extraño la sacó de su profundo sueño. ¿Dónde estaba? ¿Un tren? Poco a poco consigue levantar los pesados párpados. Sí, un tren. ¿Cómo ha llegado allí? Lanza un vistazo al vagón, vacío, sólo un asiento está ocupado. Un chico de aproximadamente unos pocos años más que ella la sonríe desde el otro lado del vagón. Una sonrisa perfecta, blanca, que inspiraba una profunda tranquilidad. Vio que se levantaba e iba hacia ella. No pudo más, cerró de nuevo los ojos, ya hablaría con él en otro momento. Cumpleaños mortal 177 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) SAN MARTÍN 1. Una iglesia. En el pueblo de San Martín, las cosas habían cambiado para mal. El interior de su iglesia lucía ahora siniestro y lúgubre porque la luz de la mañana debía abrirse paso a través de ventanales polvorientos y salpicados de sangre. Los asientos, sucios y baleados, varios de ellos destruidos, estaban dispersos por todo el sitio; el confesionario era una pila de escombros cubiertos de hollín; y las paredes, además de manchadas de sangre, estaban casi destruidas debido a la gran cantidad de balazos que en algún momento habían recibido. Ahora que el infierno había llegado a la tierra y llegado para quedarse, frase que el guardia de seguridad solía mencionar cuando la ocasión lo ameritaba, esta pequeña casa de oración se había convertido en un monumento a la desolación y al caos reinante. El silencio se vio interrumpido por tres disparos provenientes del exterior. Las puertas de la iglesia se abrieron abruptamente y dos jóvenes ingresaron a toda carrera, cada uno sosteniendo el asa de un baúl metálico de color rojo. Ambos eran atléticos, atractivos y de estatura promedio. Ella vestía un uniforme blanco de enfermera; él, un traje de ejecutivo de color gris claro, que combinaba con una camisa blanca y una corbata negra. Avanzaron rápidamente por el pasillo central, se detuvieron ante los escalones del altar, colocaron el baúl en el piso y, jadeantes y cubiertos de sudor, dirigieron su mirada hacia las puertas. Un escalofriante coro de aullidos y gritos salvajes había empezado en el exterior, se sobresaltaron al escuchar un par de disparos, el ejecutivo miró por un segundo a la enfermera y luego, más por instinto que por valentía, corrió hacia las puertas abiertas. Un hombre fornido, de gran estatura, ligeramente canoso, vestido con un uniforme café de guardia de seguridad y con un arma en la mano derecha, apareció sorpresivamente y se paró en el umbral. El ejecutivo se detuvo a pocos pasos de él y, con una rapidez que le sorprendió, vio como enfundaba el arma en la pistolera de su cintura, cerraba las puertas y apoyaba su espalda contra ellas. Escucharon que gran cantidad de aullidos, gritos y pasos se aproximaban a las puertas; al cabo de unos segundos, éstas empezaron a sacudirse violentamente. —¡Busca algo para trabar estas malditas puertas! —gritó el guardia. El ejecutivo permanecía petrificado—. ¡Apúrate imbécil o nos morimos! —gritó nuevamente, consiguiendo que el ejecutivo reaccionara. El ejecutivo revisó rápidamente a su alrededor y, entre las ruinas de unos asientos, encontró una tabla que, probablemente, había servido de espaldar en alguno de ellos. El guardia se volteó, apoyó ambas manos sobre las puertas, aplicando toda su fuerza y todo su peso para controlar las sacudidas, observó como el ejecutivo deslizaba la tabla entre las asas y, desenfundando y levantando su arma, se apartó velozmente de ellas. El guardia vio que las puertas seguían sacudiéndose, enfundó su arma, se acercó hacia uno de los asientos y empezó a arrastrarlo. —¡Ayúdenme a formar una barricada! —gritó el guardia—. ¡Rápido imbéciles! ¡No se queden ahí con la boca abierta! Entre los tres amontonaron asientos contra las puertas y luego de unos minutos, agotados y literalmente sin aliento, contemplaron su “obra” sin felicitarse ni decirse palabra. El ejecutivo no resistía el dolor en sus piernas así que se sentó en el piso, cerró sus ojos y comenzó a respirar entrecortadamente. —Esas putas puertas no van a resistir mucho tiempo —dijo el guardia, luego de ver a uno de los asientos desmoronarse ante la violenta sacudida de las puertas—. Debe haber cientos de esos malditos caníbales allá afuera. —Hay que salir de aquí entonces —dijo la enfermera—. Tal vez haya otra puerta, no sé, quizás alguna ventana. San Martín 178 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Tal vez preciosa, pero antes necesitamos encontrar más armas…o más municiones — acotó el guardia mientras observaba las paredes del lugar—. En este sitio se libró una maldita guerra, tal vez haya quedado un arma tirada por ahí, o algo que nos ayude. Por qué no buscas… —¿Qué hay del baúl? —interrumpió la enfermera. —¿Qué cosa? —¡El baúl! –insistió la enfermera—. Tal vez lo que haya dentro nos sirva de algo. Dios sabe que no podemos seguir arrastrando esa maldita cosa. Además, ella dijo que el baúl era de vital importancia. Aunque los aullidos, los constantes golpes y las violentas sacudidas de las puertas hacían que el guardia se sintiera, muy en el fondo, temeroso y lleno de ira, gracias al entrenamiento militar que había recibido en su juventud, aún en las situaciones más adversas era capaz de guardar la compostura durante largo rato y de razonar rápidamente cualquier problema antes de proceder. Estas virtudes, en conjunto con otras, lo habían mantenido con vida hasta ahora, también lo convertían en un elemento valioso y en el líder innato de cualquier grupo; sin embargo, no se permitía el lujo de creerse la divina cosa porque el orgullo, creía él, además de inútil, podía llevarlo a cometer errores con consecuencias fatales. —Ahora que el infierno ha llegado a la tierra y llegado para quedarse —dijo el guardia, fijando su mirada en el baúl que reposaba a unos pasos del altar—. Lo peor que se puede hacer con una idea interesante es desecharla sin intentar llevarla a cabo. Además, tienes mucha razón preciosa, no podemos continuar cargando ese lastre. El guardia caminó hacia el baúl, se paró junto a éste, lo observó detenidamente y luego se agachó para examinar la cerradura. —¿Tienes idea de cómo abrirlo? —preguntó la enfermera. —Ni puta idea —respondió el guardia. El baúl estaba herméticamente cerrado y el orificio de la cerradura tenía forma triangular—. Ciertamente nos dijo que este bulto era importante pero no nos dijo cómo demonios abrirlo. —Tal vez podrías… —empezó a decir la enfermera. El ejecutivo contuvo la respiración, abrió los ojos, súbitamente se puso de pie y volteó a ver al guardia. —¡Cuidado con el maldito cura! —gritó el ejecutivo, sobresaltando e interrumpiendo a la enfermera. Un zombie vestido de cura surgió de una esquina oscura del altar y se abalanzó sobre el guardia. Éste se puso de pie, desenfundando su arma, pero el cura logró sujetarlo de los hombros e hizo que ambos cayeran. El guardia perdió su arma, puso ambas manos sobre el rostro del cura y empezó a forcejear con él. El cura sujetó las muñecas del guardia e intentó librarse de ellas. —¡Ayúdenme imbéciles! —gritó el guardia. El cura aullaba y atacaba con más fuerza. El rostro del guardia se cubría de la saliva que el cura escupía con cada aullido y con cada intento de morderle. —¡Ni creas que voy a dejarme matar por un pedazo de mierda como tú! —gritó el guardia, un segundo antes de que la cabeza del cura explotara y cubriera de sesos y sangre su ya mugriento rostro. El guardia apartó el cuerpo del cura y tomó un respiro. Cuando estaba por apoyar sus hombros para ponerse de pie, la enfermera colocó un pie sobre su cuello y le apuntó con su propia arma. El guardia sujetó el pie de la enfermera, quien ante esta reacción ejerció mayor presión, y la miró fijamente. —Sé honesto y dime si te mordió —dijo la enfermera, apuntando a la cabeza del guardia. San Martín 179 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El guardia le sostuvo la mirada por un par de segundos, pensando seriamente en hacer trastabillar a la joven pero, al detectar una feroz seguridad en sus ojos y un inquietante pero leve temblor en la mano que sostenía el arma, finalmente decidió no arriesgarse. —No, no me mordió —respondió el guardia. La enfermera meditó la situación, no se conocían desde hace mucho, pero algo en su interior le decía que podía confiar en la palabra de aquel hombre—. Ahora bien —continuó el guardia al notar que la mirada de la joven se suavizaba—, si ya no piensas volarme los sesos, me gustaría mucho que dejaras de apuntarme y que te quites de mi cuello. La enfermera bajó el arma, retiró su pie y retrocedió un par de pasos. El guardia se puso de pie, sacó un pañuelo sucio de su bolsillo trasero y se limpió el rostro lo mejor que pudo. Luego de arrojar el pañuelo sobre el cuerpo del cura, volteó a ver a la enfermera, quien le devolvió su arma. —Sabes que debía asegurarme primero —dijo la enfermera mientras el guardia enfundaba su arma. —Tranquila preciosa, yo hubiera hecho lo mismo. Los aullidos y gritos provenientes del otro lado de las puertas eran cada vez más intensos, todos vieron como otro asiento se desmoronaba de la barricada y como las puertas se sacudían con más fuerza. —Debemos largarnos de una vez —dijo la enfermera—. Olvidemos el maldito baúl y larguémonos ya. —Tienes razón –dijo el guardia dirigiendo su mirada al ejecutivo—. Pero antes de seguir, quiero saber cómo niño bonito aquí presente supo que ése monstruo estaba ahí escondido. El ejecutivo era un hombre acostumbrado a recibir órdenes, lo cual no le molestaba, porque eso significaba que era otro el que tenía que pensar y decidir, él solamente tenía que llevar a buen término lo que se le pedía y dejar que la persona que le dio la orden viera qué mismo hacía con lo que él entregaba. Se había convertido en un ser sin ambiciones, sin ganas de sobresalir, no le interesaba esforzarse y se había convertido en esclavo de la rutina laboral. Esto no había ocurrido de la noche a la mañana, este ser había nacido después de varios años de frustración y de ver como se desvanecían sus sueños de convertirse en un renombrado compositor y cantante. Nunca nadie podría acusarlo de no haber intentado despuntar porque, sin que nadie lo apoyara y aguantando críticas y burlas de familiares y conocidos, se esforzó y sacrificó mucho en pos de alcanzar su meta; sin embargo, como le ha pasado a muchos seres humanos a lo largo de la historia, esa oportunidad de sobresalir nunca se presentó y, con todo el dolor de su alma, tuvo que aceptar que tal vez nunca lo haría. Ahora, la situación había cambiado de manera drástica, la seguridad de la rutina se había ido al diablo hace mucho rato y estaba por convertirse en lo que había llegado a despreciar: el centro de atención. El guardia se había parado frente a él, pero era incapaz de descubrir lo que se escondía detrás de su mirada, era temor, tal vez desconfianza, probablemente ira, de lo único que estaba seguro es que cuando explicara lo que sabía, la situación no iba a mejorar. —Y bien muchacho, estoy esperando que me expliques —dijo el guardia. —No me vas a creer cuando te lo diga –respondió el ejecutivo. Vio por un segundo el techo y respiró profundamente—. Casi nunca me creen cuando se los digo, algunas veces sí, otras veces no. —¿De qué demonios estás hablando? —¡De que no es la primera vez que estamos aquí! —gritó el ejecutivo. Hacía un gran esfuerzo para contener sus lágrimas, para no perder el control—. No es la primera vez que nos encerramos en este maldito sitio, en realidad, todo lo que hemos vivido desde que escapamos del hospital… ¡todo!...lo hemos vivido más de una vez. La enfermera paseaba su mirada entre el ejecutivo y el guardia, realmente no estaba segura, pero su instinto le gritaba que era hora de salir corriendo; sin embargo, para una mujer en el fondo San Martín 180 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) acostumbrada a depender de otros, primero de sus padres y luego de cada hombre que había cruzado su camino y su cama, no le resultaba atractiva la idea de lidiar por su cuenta con el infierno que existía más allá de las paredes. —Muchacho, te juro que no es buen momento para perder la cordura –dijo el guardia. —Amigo, quisiera estar volviéndome loco, pero es la puta verdad —contestó el ejecutivo—. Algunas cosas cambian…o sea…no siempre hacemos lo mismo —continuó el ejecutivo ante la mirada atenta de ambos y con sus ojos llenándose de lágrimas— a veces hacemos una cosa, otras veces hacemos otra, pero en esencia siempre ocurre lo mismo…siempre nos enfrentamos a los mismos peligros…no importa cuantas veces entremos en esta iglesia, ese maldito cura siempre aparece para atacarnos. —¿Por qué no dijiste nada mientras corríamos hacia acá? —preguntó el guardia, quien hacía uso de todo su entrenamiento, y de toda su fuerza de voluntad, para no golpear al muchacho. —Porque en ese momento no lo sabía —respondió con cautela el ejecutivo. Sus lágrimas rodaban por sus mejillas pero sentía que esto no evitaría que el guardia le fracturara la quijada de un puñetazo. Aunque la situación estaba tornándose tensa, gracias a él, todos parecían haberse olvidado de los zombies que empujaban las puertas, cada vez con mayor fuerza—. No lo puedo explicar — continuó el ejecutivo— pero los recuerdos no vienen a mí en el mismo instante. La última vez que estuvimos aquí lo recordé todo luego de que matamos al cura…perdón… —miró al guardia y secó sus lágrimas— luego de que tú lo mataras. —El ejecutivo guardó silencio por un segundo— ¿y saben lo más extraño de todo? ¡Lo que realmente me vuelve loco! Sólo recordamos la última vez que estuvimos en cada sitio del que hemos escapado, cada maldita cosa que hicimos…pudimos haber estado ahí treinta veces pero sólo recordamos todo lo que hicimos la última vez, ¡hasta el último detalle!…excepto momentos como éste…ni bien empezamos a correr… ¡puf!... se nos borran del disco duro. Ustedes olvidan todo lo que les he dicho y yo todo lo que recuerdo. —¿Por qué eres tú el único que lo recuerda todo? —preguntó el guardia. —Honestamente…no tengo la más puta idea —dijo el ejecutivo—. Pero daría cualquier cosa para que no fuera así. —¡Lo que dices no tiene el más mínimo sentido! —gritó la enfermera. —¡Y qué de lo que hemos hecho hasta ahora ha tenido el más mínimo sentido! —gritó el ejecutivo luego de moverse y pararse frente a ella. El ejecutivo secó nuevamente sus lágrimas, las cuales continuaban saliendo debido a la ira, mezclada con terror, que lentamente se apoderaba de él—. Realmente no entiendo –continuó mientras se alejaba de la enfermera y se paraba donde ambos pudieran verlo– porque sencillamente no robamos un maldito auto y abandonamos San Martín de una vez por todas… porque andamos corriendo de un lado al otro… ¡no entiendo por qué demonios hacemos lo que nos dice cada maldito sobreviviente que encontramos en el camino! —Sabes que ninguno está vivo ahora —acotó la enfermera. Sin embargo, tanto a ella como al guardia empezó a invadirles la espantosa sensación de que existía cierta lógica en lo que les decía. —Lo sé –dijo el ejecutivo, quien luchaba por recuperar la calma—. O los han matado, o los hemos tenido que matar, el punto es… ¿por qué hemos seguido sus malditos consejos en primer lugar? ¿Cómo demonios sabían tanto y nosotros nada? Lo que nos han dicho sólo ha sido de utilidad cuando terminamos encerrados, como lo estamos ahora…si simplemente nos largáramos, no tendríamos… Otro asiento cayó de la barricada y el ruido hizo callar al ejecutivo y que todos dirigieran su mirada hacia las puertas, a las cuales habían olvidado y que ahora se sacudían con una increíble violencia. —Ok, basta de charla —dijo el guardia, desenfundando su arma—. Muchacho, ha llegado el momento de que te luzcas y de que nos guíes fuera de aquí. —¡¿De qué demonios estás hablando?! —contestó el ejecutivo. San Martín 181 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¡Dijiste que hemos vivido esta mierda varias veces! —le increpó el guardia—. ¡¿Acaso no recuerdas dónde está la maldita salida?! —¡No, maldito idiota! ¡No sé dónde está la puta salida porque aún no la hemos encontrado! —¡¿Qué cosa?! —preguntó la enfermera. —¡Estamos repitiendo esto precisamente porqué aún no hemos descifrado cómo rayos salir de aquí! —respondió el ejecutivo—. Hemos buscado otra puerta, un sótano, una escalera para salir por los ventanales, incluso intentamos abrirnos camino a balazos… —¿Qué nos ha pasado las otras veces? —le interrumpió el guardia. El ejecutivo permaneció callado un par de segundos, dejando que las lágrimas le surcaran nuevamente el rostro, respiró profundamente y miró fijamente al guardia. —Nos hemos muerto amigo mío —respondió fríamente—. Y te aseguro que no ha sido agradable. Otro par de asientos cayeron de la barricada y el ruido que causaron hizo que todos se sobresaltaran. —Maldita sea —dijo el guardia—. Muchacho, piensa, ¿qué demonios no hicimos en ésas otras ocasiones que estuvimos aquí? El ejecutivo secó sus lágrimas y sonrió con amargura. Estaba por decirle al guardia que se fuera al diablo, que odiaba ser la persona en la que otros depositaban su confianza, que estaba cansado de siempre actuar como una suerte de oráculo, obligado a dar la respuesta que resolviera finalmente todos los problemas; sin embargo, justo cuando estaba por abrir la boca, se acordó del baúl. Dejó de sonreír, todo su ser se petrificó y dirigió un par de ojos bien abiertos hacia el rostro del guardia. —¡El baúl! —dijo el ejecutivo—. ¡Nunca hemos intentado abrir el baúl! examinado superficialmente pero no nos hemos esforzado en abrirlo. Lo hemos —Pero no tenemos la llave —acotó la enfermera. —Al demonio con la llave —dijo el guardia. Éste se volteó, apuntó al baúl y disparó dos tiros certeros a la cerradura. Todos se agacharon para ver la cerradura y descubrieron que permanecía intacta. El metal no estaba abollado, ni siquiera presentaba un raspón. —¡¿De qué diablos está hecha esta porquería?! –dijo el guardia. —¿Qué hay con lo que nos dijo la niña antes de morir? —preguntó la enfermera. Ambos hombres la miraron fijamente—. ¡Diablos! ¡¿Es qué no lo recuerdan?! Dijo algo de la fe corrompida, que eso nos ayudaría, que… —El baúl es de vital importancia para su salvación terrena y un símbolo corrompido de fe les ayudará con su pena –recitó el ejecutivo. —¡Exacto —gritó la enfermera—. Eso fue lo que ella… En ese instante se derrumbó el resto de la barricada, la tabla que el ejecutivo había colocado finalmente se partió y ambas puertas cayeron al suelo. Un ejército de zombies ingresó a la iglesia y rápidamente avanzó por el pasillo central. El guardia se alejó del grupo, se paró en medio del pasillo y empezó a disparar. —¡Huyan maldita sea! —gritó. La enfermera se volteó y se alejó gritando hacia el altar. El ejecutivo, sin embargo, permaneció al pie del baúl, mirando fijamente a la cerradura, repitiendo constantemente la frase que la niña, quien les había guiado hasta el baúl en primer lugar, había pronunciado antes de morir. San Martín 182 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El guardia disparó hasta que se quedó sin balas y luego arrojó su arma hacia los zombies. Intentó defenderse a puño limpio pero, al final, varios de ellos le rodearon, se abalanzaron sobre él y empezaron a despedazarlo y a devorarlo sin piedad, sin inmutarse por los gritos de terror que el hombre profería con cada herida que le infligían. El ejecutivo continuó en su trance, repitiendo la frase una y otra vez, sin percatarse de los zombies que se aproximaban. Había permitido que la frustración lo convirtiera en un ser patético y miembro honorífico del famoso club de “uno más del montón”; pero en ese instante, mientras recitaba aquella línea, unos segundos antes de que el primer zombie le mordiera en el cuello, con la esperanza de que volvería a entrar por las puertas de la iglesia, se arrepintió del camino por el que había conducido su vida y, por enésima vez, se prometió a sí mismo y a Dios que lo cambiaría todo, que saldría a buscar nuevas oportunidades y que mandaría al diablo a la maldita apatía que lo había gobernado los últimos años. Cerró los ojos y dejó que la oscuridad volviera a caer sobre su existencia. 2. Un muchacho. El muchacho cerró la puerta de la refrigeradora, abrió la lata de soda que había sacado y bebió un sorbo. Unas pechugas de pollo se descongelaban en el fregadero, las observó por un instante y se alegró al recordar que su madre prepararía su plato favorito. Abandonó la cocina, subió las escaleras, pasó frente a la habitación de su hermana mayor quien conversaba alegremente con su último novio, se detuvo momentáneamente para escuchar pero rápidamente perdió el interés, había cumplido doce años el mes anterior, sabía que no sería inmune por siempre pero las cuestiones románticas todavía no formaban parte de su vida. Ingresó a su habitación, colocó la lata en su velador, se acostó en la cama, contempló el techo y nuevamente meditó en el problema. —El baúl es de vital importancia para su salvación terrena y un símbolo corrompido de fe les ayudará con su pena –se dijo a sí mismo en voz alta—. Un cura es un símbolo de fe —continuó el muchacho–. Pero ahora es un zombie, ahora es una abominación a los ojos de Dios —súbitamente se puso de pie, permaneció quieto y empezó a sonreír—. Ahora el cura está corrompido. La llave la tiene el cura, hay que revisar el cuerpo del cura. 3. Un Dios. En el pueblo de San Martín, pueblo que nunca encontraremos en ningún mapa o universo que conozcamos, las cosas habían cambiado para mal. La vida de sus habitantes transcurría con normalidad, con sus penas, alegrías, aburrimientos, sorpresas y demás aspectos que hacen vida a la vida; sin embargo, repentinamente y sin previo aviso, el mundo que conocían se había transformado en una escalofriante pesadilla y Dios había dejado de escuchar plegarias, súplicas y promesas formuladas por enésima vez. Afortunadamente, ellos no sabían que Dios no atendía peticiones porque ninguno había perdido la esperanza de que todo volvería a ser como antes, ni siquiera aquellos tres que corrían hacia la iglesia que se levantaba en el centro del pueblo, y por ello continuaban clamando por su ayuda y elevando sus miradas hacia el cielo. Ninguno se imaginaba, y nunca lo descubrirían, que había sido precisamente Él quien los tenía atravesando por ese infierno, no porque quería probar su fe como el Dios de nuestro universo probó al famoso Job, ni porque disfrutaba con el sufrimiento de seres inferiores, sino porque Dios, su Dios, era un muchachito de 12 años, como cualquiera que hayamos conocido en nuestra vida, muy inteligente pero ignorante de todo el dolor que había causado, y que seguía causando, y de que gobernaba una lejana realidad poblada por individuos iguales a nosotros. Dios se sentó frente a su computadora, leyó el mensaje que le preguntaba si deseaba reiniciar o cancelar la sesión, seleccionó la primera opción y, confiado y sonriente, se dispuso a resolver el enigma que le impedía avanzar a la siguiente etapa de San Martín, el videojuego que le habían regalado en su cumpleaños y que, en este momento, le entretenía mientras esperaba la hora de cenar. San Martín 183 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ZETA Llevaba horas escondido en una oscura habitación, sin noción del tiempo pasado, no era capaz de recordar cómo había llegado hasta allí, de hecho, en ese preciso momento, recordaba muy pocas cosas de lo que había pasado en las últimas horas. Permaneció agazapado mientras se recuperaba lentamente de la extraña sensación de estar absolutamente perdido. El silencio lo invadía todo y se percató de que hacía un buen rato que no escuchaba ningún ruido en el exterior. Quizás fuese un buen momento para salir de su escondrijo, echar un vistazo al exterior y saber, por fin, dónde demonios estaba. Se incorporó torpemente, siendo consciente de la tremenda dificultad que tenía para coordinar sus movimientos, sin embargo, no era de extrañar, después estar casi inmóvil durante un tiempo indeterminado. Sus pensamientos tampoco eran demasiado fluidos, pero qué mente no se alteraría después de ver cómo en apenas 24 horas todo el mundo conocido se había venido abajo. Ni siquiera sabía si su mujer estaba viva, esperaba que hubiera podido esconderse como él. Con cautela, salió de su escondite y lo que vio fue descorazonador. La ciudad entera parecía devastada, bastantes edificios estaban en llamas, muchos coches parecían atravesados en plena calle, el caos parecía dominarlo todo. Por las calles se veían numerosos grupos de aquellos malditos seres que deambulaban sin rumbo fijo. Hasta ese momento los diferentes grupos parecían moverse de forma errática por las calles, pero en un segundo, el aparente caos se organizaba, todos empezaron a correr en la misma dirección. Todos los grupos se dirigían hacia un automóvil aparcado delante del Gran Teatro, más de treinta criaturas se abalanzaron sobre el vehículo. Rompieron los cristales. El grito desgarrador de un niño pequeño se alzó por encima de los gruñidos hambrientos de aquellas bestias. Aprovechó que lo despedazaban y lo devoraban, para cruzar la calle y escapar a una zona más segura. Mientras huía corriendo por calles desiertas, intentó sentir algo por lo que acababa de ver, pero fue incapaz de sentir lástima por el muchacho. Se justificó pensando cómo la tragedia podía deshumanizar a la gente hasta ese punto. Durante un par de horas buscó un nuevo cobijo, hasta que llegó a las inmediaciones del Centro Comercial. Decidió entrar y buscar un nuevo escondite, pues su torpeza iba en aumento, sus piernas y su cerebro parecían desconectarse de forma alarmante y sus pensamientos eran cada vez más confusos. Necesitaba descansar con urgencia, estaba exhausto y tal y como estaba el mundo, no podía permitirse el lujo de cometer un error. Finalmente entró en el Centro Comercial y encontró un sitio perfecto para pasar la noche. Se acurrucó en una de las esquinas y se quedó dormido al instante. Despertó para darse cuenta de que su estado había empeorado. Sus músculos, excesivamente rígidos, reducían de forma notable su movilidad. Anhelaba una buena cama donde dormir, un lugar seguro y cálido, el cuerpo caliente de su esposa a su lado. Sin poder evitarlo, empezó a llorar recordando una vida que sólo unas horas antes, parecía de cuento de hadas. Para empeorar la situación, su cabeza tampoco estaba mucho mejor. Después del ataque de frustración, quedó en estado semicatatónico. Durante un tiempo excesivo su cabeza se quedó vacía, no era capaz de concentrarse en sus pensamientos, que parecían arrastrarse, las palabras inconexas que surgían de su mente sonaban más como un gruñido que como algo humano. Intentó recomponerse física y moralmente para afrontar con garantías una nueva salida al exterior. Puso un oído en la puerta y la abrió con cuidado. Después de una mirada furtiva, salió de su cubículo y deambuló por el Centro Comercial. Su primer impulso de supervivencia fue intentar llevar unos cuantos víveres a su refugio, pero después de pasear por las estanterías del Supermercado y a pesar de llevar un día sin comer, decidió no recoger nada, no se sentía hambriento ni sediento y toda aquella comida le provocaba un malestar físico incomprensible. Algo parecía haber cambiado en su cuerpo y en su mente, pero no era de extrañar, cuando uno es el protagonista del Apocalipsis. Así que decidió cambiar sus planes de buscar comida, por intentar buscar a otras personas. Sentía la imperiosa necesidad del contacto con otros seres humanos, necesitaba recuperar su propia Humanidad. Zeta 184 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Se acercaba una nueva noche y regresó a su escondite. Su rigidez corporal, lejos de atenuarse, iba en aumento, percibía sus movimientos más descoordinados, y su mente estaba cada vez más lenta, con pensamientos inconexos que era incapaz de interpretar. Al llegar al refugio, intentó hacer balance del día, y fue consciente de que tenía enormes lagunas y que un par de veces se encontró perdido en un lugar al que no sabía cómo había llegado. Eso le preocupaba, cabía la posibilidad de que en uno de esos lapsus fuera atacado por las criaturas. Mientras cavilaba sobre eso, se quedó dormido. El despertar a un nuevo día, trajo más malas noticias. Durante los primeros minutos de vigilia, estuvo intentando recordar dónde estaba y quién era. Era incapaz de hilar pensamientos complejos, parecía que su mente racional se había volatilizado, apenas podía pensar con claridad. Casi como un animal y olvidando las mínimas precauciones salió de nuevo al Centro Comercial. Siguiendo un instinto se dirigió hasta la sección del supermercado y notó que tenía un apetito voraz. Comenzó a comer compulsivamente varias tabletas de chocolate, pero su desagradable sabor le provocó unas arcadas imparables. Vomitó. Chocolate y sangre mancharon sus zapatos andrajosos. Al agacharse ante la fuerza de una nueva arcada, su rostro reflejado en el pulido suelo del supermercado le provocó un escalofrío, aquel rostro demacrado le miraba como si no fuese el suyo. Era posible, que llevara muchos más días, de los que pensaba, huyendo de aquellas bestias. El golpe de realidad, hundió su moral. Decidió volver al refugio y descansar. Al doblar una esquina, vio a un grupo de aquellas criaturas moviéndose lentamente. Su mente se paralizó. Un terror sobrenatural lo invadió. Venían hacia él. Lo habían visto. Estaba perdido, jamás volvería a ver a ... Su mente adormecida, reaccionó, tiiiiraaaateeee aaal suuuueeeelooooo, noooooo teeee muuueeeevaaass. Así lo hizo, se acurrucó en una esquina y esperó. El grupo de zetas pasó a su lado indiferente. Un grito de júbilo salió de su mente. Era increíble, lo había conseguido. Su precaria táctica había sido un éxito. La próxima vez, quizás no tuviese tanta suerte, debería ser más precavido. Así pasaron los días, todos iguales, todos indistinguibles uno de otro. Sin contactar con ninguna otra persona, con su mente cada vez peor, perdiendo casi la capacidad de hablar. Ahora sólo era capaz de gruñir, ya casi no recordaba nada de su vida anterior, el rostro de su mujer apenas era un garabato en su enloquecida mente. Cada vez había menos de aquellos seres, quizás aún quedasen esperanzas para la Humanidad. Un día empezó a oír un ruido sordo que venía del cielo, a lo mejor era uno de aquellos aparatos que volaba. También le pareció oír el ruido de camiones. Su mente pareció activarse un poco, aquellos sonidos le traían recuerdos casi olvidados, podían ser la Esperanza de recuperar de nuevo su apacible vida. Salió de su escondite trastabillado y golpeando la puerta con fuerza. Al final del pasillo un escuadrón del ejército estaba acabando con los pocos bichos que quedaban. Definitivamente, lo peor había pasado. Empezó a agitar los brazos, lanzó un grito de júbilo y se puso a correr lo más rápido que podía. Un par de soldados lo vieron. Percibió una sonrisa en el rostro de ambos. Levantó los brazos en señal de alegría y un gruñido de felicidad salió de su garganta. El soldado más joven le hizo una señal a su superior, levantó el arma y le descerrajó un tiro en toda la cabeza. Su cuerpo se paró en seco, se elevó en el aire y cayó como un peso muerto. Su mente enferma fue incapaz de entender nada. Su último pensamiento se fue hacia una mujer de la que ya no recordaba ni su nombre. Lo último que escuchó, mientras su mente se apagaba y una lágrima resbalaba por su cara putrefacta, fue la voz metálica del soldado... todo despejado, hemos liquidado al último de estos cabrones, Centro Comercial limpio... Zeta 185 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) PRIMOGÉNITO María entró aquella tarde por la verja desvencijada del fondo, donde crecen las plantas mustias y abandonadas. Sus pies pisaban con cuidado entre un triciclo y alguna pelota distraída; yo miraba su avance desde mi escondite. Los niños del matrimonio Arrendez esperaban siempre adentro; tres años el varón, siete la nena, perfectos exponentes de un silente hogar del Once. Rosa le indicó el camino a la joven y sus tareas brevemente, con la costumbre de contar las palabras. Más allá, desde alguna otra habitación extendida hacia la oscuridad, José no se hizo escuchar; su presencia fue delatada sólo por los huecos de sus pasos sobre un viejo piso de madera. María aceptó apenas y la casa estuvo en sus manos; la puerta principal despidió al matrimonio escoltado por el acostumbrado chirrido, dejando a la adolescente en una sala con dos extraños que la observaban como madre. La niña habló primero, en su lenguaje de señas, sin pronunciar palabra alguna. Miró a María largo rato, sonrió y esgrimió frente a su rostro algo que parecía un sonajero, más apropiado a su hermano y a sus diversiones. Algo dentro de esa esfera sonaba arrancado, brutal; la niña apreciaba ese ruido con una honda sonrisa, perteneciente a toda su juventud encerrada. Las gárgaras hicieron volver a María hacia el niño, que adoptaba la sonrisa de su hermana totalmente desencajada en su rostro apenas delineado por la edad. Los tres quedaron quietos por instantes; la atmósfera los circundaba sin tiempo. Empezó la rutina: María se recostó en un sillón y comenzó a tejer, mirando siempre a los niños, cada cual en su soledad. No pronunciaban palabra, no hacia falta comunicación para obedecer. El pequeño se movía torpemente junto a los pies de María; la niña, más decidida y ya no tan dependiente, desafiaba a las sombras de la habitación al pararse frente al umbral de una puerta. La casa vieja y desvencijada era la única que parecía viva; sus quejidos de anciana centenaria envolvían a sus nietos y a la extraña. El reloj, desde alguna habitación perdida en la negrura de aquellos pasillos, definía mecánicamente un tiempo circular, las horas parecían estancarse y no avanzar. El clima era el de un pantano; la humedad se extendía por las paredes y también por los niños, esas caras atroces y blancas sin expresión o, peor, con la sonrisa de un simio. María velaba ahora por esas sonrisas, sobre todo por evitarlas. Su terror iba en aumento al ver los rostros de los niños, pensando en el momento en que el ruido del sonajero se vuelva a escuchar y aquellos se disfracen de mono. No sabía ser madre, ni siquiera postiza, era infeliz y dentro de ella las voces de emergencia se escuchaban, pero el sensato sentido de supervivencia económica acallaba esas voces y la mantenía tejiendo y custodiando esos rostros aparentemente amorfos. Sintió enseguida un pinchazo, y los temores infantiles de su niñez, pasada en hogares similares, retornaron. Vio a los niños parados frente a ella, pensó en cosas simples de niños simples; nunca más equivocada. La sujetaron firmemente, con fuerza inverosímil, y notó entonces el resplandor inequívoco del metal. Las sonrisas simiescas se presentaron en amplitud inesperada. Los golpes certeros; uno, después otro, después otro más. El llanto de María y sus pensamientos que moraban en su madre y en lugares ya lejanos. Cayó sobre el piso de madera siendo sólo un ruido seco. Despertó con la frente partida en dos, una jaqueca más pesada que la normal. Estaba acostada, en una habitación cerrada y sin ventanas, un bulto deforme estaba apoyado contra una de las paredes. Se sintió restringida casi inmediatamente, tironeó y se convenció de estar atada a un marco o respaldo, no pudo saberlo. ¿Y ese bulto siempre quieto?, pensó, ¿o acaso se movió hace un instante? No lo vio, lo sintió a través de la espesura y la densa oscuridad. Tuvo fuerzas aún para intentar gritar, un ronco alarido respondió a lo que antes era su voz, estremeciéndola en su prisión. El bulto se movió una vez más, ahora no hubo error. Salió de su traje amplio y María pudo verlo a un metro de sí misma, avanzando y jadeando a cada centímetro que recorría. En esa cara aplastada, en ese infierno de carne, sangre y sudor, no encontró dientes, sólo fragmentos de una sonrisa simiesca que se le acercaba chillando de éxtasis asesino. Sintió un golpe y notó la caricia de un muñón, Primogénito 186 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) después otro, y una lengua la lamía como un perro, deseando la carne que significaba su cuerpo desnudo. El frenesí se desató enseguida; primero los ojos, después la nariz, los labios, los pechos; poco a poco todo el cuerpo de María sucumbió en las fauces de la bestia encerrada. Había comido ya y estaba satisfecha, ahora dormía; los dos hermanos entraron y desataron a María, llevándose consigo los huesos que ahora constituían toda su piel. El matrimonio Arrendez llegó temprano ese día y no se asombró de no ver a la niñera, pues todas las otras también se habían marchado antes del retorno de los dueños al hogar. Rosa cargó a su hijo y lo llevó a la habitación, lo acostó y lo besó; José hizo otro tanto con la niña, a sus ojos primogénita. La casa se agitó en silencio un momento y después un chirrido, una puerta que se abre en alguna habitación oscura y un bulto deforme sobre el piso expuesto. Un hueso arrojado por José cae cerca de mis pies, olfateo ese pedazo de carroña y emito un gruñido de rabia y de gula. La cadena aprieta mi cuello y me produce comezón; lo menciono sólo para que entiendan a José y a su inclinación por mantenerme encerrado. Primogénito 187 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MONEGROS ZOMBI 15 de febrero de 2010 – Poleñino (Huesca) Hoy, por fin, hemos mantenido contacto por radio con los supervivientes encerrados en la pequeña casa-cuartel de la Guardia Civil de Lanaja. Nos han dicho que allí la situación es tranquila. Hace ya más de dos semanas que no llegan refugiados por la carretera de Zaragoza. La semana pasada llegó a Poleñino, desde la ciudad, un grupo de lo más variopinto. Estaba formado por un par de policías nacionales, un sargento instructor de la base aérea de la OTAN y un conglomerado de civiles que habían estado refugiados en la estación de Delicias de Zaragoza. Resistieron durante varios días los ataques de los muertos vivientes, atrincherados en la estación, hasta que, superados en número y con todos los efectivos de defensa ya caídos, decidieron huir en una pequeña locomotora diesel que había en una de las zonas de servicio de la estación. Consiguieron llegar hasta Grañen y desde allí, a pie, hasta aquí. Antes de marchar hacia el refugio del Monasterio de Villanueva de Sijena nos contaron las últimas noticias que hemos recibido sobre Zaragoza. Mucho me temo que no quede nadie vivo en la capital del Ebro. Por lo visto, los últimos supervivientes, encerrados en el santuario de la Virgen del Pilar, aguantaron bastantes días hasta que, sin armas y sin alimentos, decidieron autoinmolarse antes que perecer devorados por los zombis. Utilizaron para ello dos bombas que se encontraban expuestas dentro de la propia Basílica. Las habían lanzado los rojos durante la guerra civil, sin que llegaran a explosionar, y los curas decidieron guardarlas como prueba del milagro que había hecho la Virgen, que en esta ocasión, lamentablemente, no había podido interceder por la suerte de sus fieles. 16 de febrero de 2010 – Poleñino (Huesca) Estoy cansado y tengo miedo. Parece que hayan pasado años desde que todo se fue a la mierda pero, en realidad, son poco más de tres meses los que llevamos en esta situación. Todo comenzó a primeros de noviembre en Finlandia. Los deshielos producidos por el cambio climático sacaron a la luz una antigua base secreta, cercana al Mar de Barents, en la que tanto los alemanes como los soviéticos habían realizado secretos experimentos durante la Segunda Guerra Mundial. No se sabe muy bien qué es lo que allí había pero, de alguna manera, un extraño virus e infección consiguió propagarse. Los primeros afectados fueron los lapones, pastores nómadas de renos, que empezaron a manifestar extraños síntomas: altísima fiebre, rápido deterioro corporal y, tras unas 36 horas, el fallecimiento. El pequeño hospital de provincias de la zona no era capaz de asumir toda aquella avalancha de pacientes; por lo que fueron trasladados a la capital Helsinki e incluso a centros médicos de las cercanas Suecia y Noruega. Cuando los muertos se empezaron a levantar, y a devorar a los vivos, la infección se extendió rápidamente. En un primer momento, con ayuda de la Unión Europea, Rusia y USA, se intentó contener con cierto éxito la infección, pero las avalanchas de refugiados, que huían asustados siendo portadores del virus, pronto llegaron a las cercanas Dinamarca, Alemania y Repúblicas Bálticas y, desde allí, al resto del mundo. Escribir este diario me ayuda mantenerme cuerdo. Creo que recordar lo sucedido, y analizarlo aquí, puede ser una de mis pocas oportunidades de continuar con vida. Monegros zombi 188 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 22 de febrero de 2010 – Poleñino (Huesca) Uf, no me gusta estar tanto tiempo sin realizar anotaciones pero los últimos días han sido muy difíciles. Hemos tenido que rechazar los ataques de dos grandes grupos de no muertos, manadas los llamamos. La primera llegó por el Norte, por la carretera de Grañén, y la segunda por el Sur, viniendo desde Lalueza. Fue algo muy extraño ya que llegaron casi a la vez... como si se hubieran puesto de acuerdo de algún modo. Estuvieron a punto de romper nuestras defensas, pero la pasarela que instalamos el otro día desde nuestro hogar, Casa La Una, hasta el Ayuntamiento nos ha dado una gran ventaja. Hemos instalado en el último piso del edificio un punto de defensa avanzado desde el que controlamos gran parte del pueblo, y eso nos permitió acabar con el primer grupo con una cierta facilidad. Con el segundo tuvimos más problemas ya que, por el Sur, estamos en desventaja frente a un gran ataque y los muros, y sobre todo las puertas, no son tan resistentes. Pese a ello, y tras un gran gasto de munición y un par de bajas, conseguimos rechazarlos y ahora sólo aparecen pequeños grupos o individuos aislados que, rápidamente, quitamos de en medio. 23 de febrero de 2010 – Poleñino (Huesca) Tenemos que organizar una salida para buscar suministros, armas y munición básicamente. No tenemos problemas con el agua, ya que los dos pozos que hay en la casa no se secarán, y en cuanto al alimento tenemos bastante comida guardada y las gallinas y los cerdos que hay en el corral, junto con el huerto, nos permiten ir tirando. Al fin y al cabo ya sólo quedamos quince con vida y no consumimos tanto. Creo que vamos a ir en un solo vehículo, en la Ford Transit con defensas. En ella hay sitio más que suficiente para Raúl, Daniel y yo mismo mas todo lo que podamos coger. Espero que no nos encontremos con muchos problemas durante el viaje ya que Monegros, al fin y al cabo, no deja de ser un desierto con una densidad de 7 habitantes por km2, y el que casi no viviera gente antes del apocalipsis ha sido lo que nos ha salvado de momento. Lo suyo sería acercarnos hacia Zaragoza. Allí había un gran número de instalaciones militares, y en la Academia General Militar o en la Brigada de Caballería de Castillejos podríamos conseguir sin mucho problema equipamiento militar e incluso algún pequeño vehículo blindado con el que organizar futuras expediciones. El problema es que Zaragoza tenía setecientos mil habitantes, y si a eso le sumamos todos los refugiados que fueron llegando debe de haber ahora un buen número de zombis circulando por sus calles y alrededores. Cerca de Francia, en Jaca, en medio del Pirineo, sabemos que están resistiendo con bastante facilidad pero allí tienen La Ciudadela, una antigua fortaleza militar, e instalaciones de tropas de élite como la Brigada de Alta Montaña. En el hipotético caso de que consiguiéramos llegar no creo que quisieran compartir sus suministros con nosotros. Al fin y al cabo en cuanto llegue el calor y desaparezca la nieve van a tener sus propios problemas. De acudir al refugio del Monasterio de Villanueva de Sijena ni hablamos ya que allí están saturados y no podemos contar con ellos. Bastante han hecho con admitir a todos los refugiados que les han ido llegando. Creo que tendremos que ir a Huesca, al acuartelamiento de la Guardia Civil. Era el cuartel más grande de la provincia y tenían que tener un buen arsenal. Espero que consigamos entrar y salir sin problemas, al fin y al cabo el cuartel estaba en las afueras de la ciudad. Monegros zombi 189 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 25 de febrero de 2010 – Tardienta (Huesca) Estoy con Daniel, refugiados en un silo de la harinera de Tardienta. No sé ni cómo logramos llegar hasta aquí pero todo se ha ido al carajo o está a punto de hacerlo. La expedición a Huesca fue un desastre. Llegamos sin problemas pero al entrar al cuartel e ir a los sótanos a por el armamento nos sorprendieron los muertos vivientes. Por lo visto resistieron allí durante bastante tiempo pero ahora no quedaban allí más que cadáveres andantes con sus uniformes hechos jirones. Un zombi, pese al tiempo transcurrido y a que ya nos hemos acostumbrado, sigue siendo aterrador. Pero uno con tricornio es algo ya surrealista. Raúl cayó muy pronto, demasiado, devorado por un enorme sargento al que le colgaban los intestinos que salían de su gordo abdomen. Fué muy duro verlo caer, pero le metí una bala en su cabeza... por si acaso. Pese a todo conseguimos acabar con ellos y cargar la furgoneta con bastante munición y unas cuantas pistolas Beretta 92 FS e incluso un par de fusiles HK G-36 y algunos medicamentos. El problema fue que toda la escandalera que montamos había atraído a unos cuantos cientos de esos hijos de puta y estábamos rodeados. Con muchas dificultades conseguimos escapar y hemos acabado en Tardienta refugiados. La furgoneta está destrozada y debemos encontrar un medio de transporte seguro para llegar hasta Poleñino. 27 de febrero de 2010 – Poleñino (Huesca) Por fin puedo descansar un poco. Ha sido duro, muy duro, pero lo hemos conseguido. Estamos en casa. Hemos venido, Daniel y yo, de la forma más insospechada. En una pequeña zodiac, siguiendo los canales de Monegros y del Flumen hasta las cercanías de Poleñino. Desde allí hasta Casa La una tuvimos que ir a pie y luego hacer un par de viajes para traer el equipo. Con todo este material podemos aguantar mucho tiempo pero tengo miedo a pensar qué pasará en un futuro. En verano esto puede ser un infierno. 5 de marzo de 2010 – Poleñino (Huesca) Hoy es mi cumpleaños. Mis primeros y últimos treinta y ocho años. Nunca pensé que pudiera haber algo peor que los muertos vivientes pero sí lo hay. Nosotros mismos. La situación se ha ido deteriorando en casa. Pese a que empezamos como un grupo unido, ¡qué coño! si éramos todos de la familia o amigos, al final cada uno ha acabado mirando sólo por sí mismo y eso ha acabado con nuestro grupo. Las rencillas han hecho que nos descuidáramos y en consecuencia Casa La Una ha caído. Hasta hace poco he oído disparos que venían desde las falsas pero ahora ya no oigo nada. Por lo que yo sé todos han muerto. Estoy solo en el edificio del ayuntamiento. No tengo más que unas pocas raciones de emergencia y cuatro cargadores para mi pistola. No sé qué voy a hacer. Mañana intentaré abrirme paso entre los zombis hasta cruzar el río Flumen. Si lo consigo tal vez tenga alguna oportunidad de llegar hasta Sijena. Espero que este diario pueda tener más entradas. FIN Monegros zombi 190 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) TELÉPATAS 1 El comandante usaba una boina negra con una estrella plateada en la frente y se hacía llamar “Che”. Físicamente no tenía ningún parecido con la leyenda, pero tenía dos de sus características: la boina por supuesto y el liderazgo. Después de algunos meses de “revolución” -como llamaba él a la defensa del pueblo- y con la retirada de los zombis la situación se había tranquilizado. “Demasiado silencio para mi gusto” había dicho en algún momento. Los zombis se habían replegado sin explicación ¿Se fueron a descansar? ¿Se agotan? -se preguntaba constantemente. Sin embargo algo aún más extraño que un zombi en retirada era un muchacho, que le da nada, le respondía todas sus preguntas y parecía ser la solución al problema de los cadáveres ambulantes. —Alguien los controla —dijo el joven. El comandante -así le gustaba que lo llamaran- miraba con atención al muchacho. Dio un par de vueltas a su alrededor y finalmente se dejo caer en un viejo sillón. —¿Así que alguien controla a los fiambres? —preguntó el hombre de la boina. —Correcto —respondió el joven con total seguridad. —¿Cómo? —Control mental. Algunos telépatas pueden hacerlo. El resto de los oficiales y soldados que presenciaban el interrogatorio rompieron en carcajadas. El Che seguía inmutable. “Los fiambres se habían retirado” la idea no lo dejaba tranquilo, siempre avanzaban, en las condiciones que fueran, pero avanzaban. No retrocedían ni intentaban buscar un camino alternativo. El muchacho escuchaba paciente las risas, sabía que no le creerían a la primera. —Puedes demostrarlo… antes de eso…no, mejor no ¿cómo sabes…? —el comandante tenía tantas preguntas que se atochaban en su garganta. —Alguien se ha preguntado por qué se retiraron los zombis. Esa es la primera evidencia. —Eso lo sabemos. No es novedad. —La risa explotó nuevamente, como una fogata avivada con pólvora. —Suficiente —dijo enérgico y se hizo el silencio y los presentes solo atinaron a mirar el suelo— dijiste “la primera evidencia”. —Si. La otra evidencia soy yo mismo. Puedo controlar zombis. Era un buen motivo para reírse, pero nadie se atrevió. El comandante lo pensó unos instantes y finalmente dijo. —¿Qué necesitas para hacer una demostración? —Estar a unos cuantos metros de un zombi. —Subamos al muro, afuera hay unos cuantos fiambres. 2 La misión del Che era proteger a su gente. Para ello habían construido una base protegida por un muro perimetral que bloqueaba la única entrada (y salida) del poblado que se Telépatas 191 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) encontraba a casi un kilómetro. La muralla tenía diez metros de alto y dos de ancho y era totalmente lisa. Se podía recorrer completa por la cima y contaba además con puestos de vigilancia cada diez metros. Alguien había bromeado diciendo que faltaba un foso con cocodrilos. Al comandante no le había parecido mala idea. Subieron y se situaron sobre la entrada principal la que daba justo a un puente formando un cuello de botella. El espectáculo en el puente era macabro, una inmensa alfombra de trozos de cuerpos y sangre. Un hedor pestilente y la consecuente plaga de moscas (que era uno de los peores problemas al interior de la base) completaban el horrible cuadro. Más horroroso que cualquier campo de batalla que la historia recuerde. Algunos zombis hurgueteaban la putrefacción en busca de “alimento” compitiendo con algunas aves carroñeras. Los habían dejado deambular por ahí porque no constituían peligro (y servían para prácticas de tiro). El muchacho se fijó en uno de los fiambres. Desde el puesto de vigilancia más cercano un tirador disparó. El certero impacto derribó a una gaviota que se daba un festín. Otros soldados celebraban la buena puntería. El telépata siguió con su ritual sin desconcentrarse. El comandante, irritado, ordenó que la próxima limpieza del puente la hicieran esos hombres. El cadáver observado por el joven estaba de rodillas escarbando un cráneo y con un brusco movimiento se puso de pie. Hacía gestos con la cabeza como intentando escuchar y un ojo salió disparado de su cavidad. Tambaleante, empezó a caminar hacia el muro haciendo algunos sonidos guturales. Un par de veces resbaló en los charcos de sangre que se formaban por doquier. Algunos combatientes soltaron los seguros de los fusiles aún sabiendo que eran superiores numéricamente y que se encontraban a salvo dentro de la fortificación. Cansino, el fiambre mantuvo el mismo paso hasta el muro. Se detuvo y levantó el brazo haciendo un gesto obsceno con la mano. No se escucharon risas, nadie quería ir a limpiar el puente. El comandante miró de soslayo al joven. Otros cadáveres que se encontraban cerca también escucharon “el llamado” y se acercaron. Incluso algunos que se encontraban pasando el puente llegaron. Finalmente veintidós fiambres se encontraban reunidos frente al muro esperando instrucciones como perros amaestrados. Algunos soldados se persignaron. —¿Qué distancia hay hasta la otra orilla? —preguntó el muchacho algo agitado. El Che miró la otra orilla intentando hacer una estimación y respondió. —Creo que unos doscientos metros. —No sabía que podía llegar tan lejos —el joven tomó un poco de aire y continuóaprovecho de presentarme: Arturo Leiva a su servicio. Sorry por el gesto que hizo el zombi, fue lo primero que se me ocurrió —dijo con una leve sonrisa sarcástica. —Seguro -sentenció el comandante. Arturo cortó el enlace mental y los zombis continuaron con sus erráticas y grotescas actividades. —En el último ataque de zombis, ¿cuántos eran? –dijo Arturo apoyado en el muro. —Calculo que unos mil. Lo curioso fue que atacaban relativamente disciplinados. —Yo no puedo controlar tantos y hasta unos doscientos cincuenta metros. Soy como una radio de baja potencia —dijo Arturo con resignación. —¿Se pueden mejorar las capacidades mentales? -dijo el Che cada vez más interesado en el tema. —Por supuesto. 3 Una horda zombi avanzaba lentamente, pero sin descanso por una zona boscosa. Pasando el límite de los árboles se encontraron con una empalizada en donde un portón se abrió permitiéndoles seguir. Como corderos, siguieron por un callejón cercado (como reces camino al matadero) hasta una rampa levadiza que se sumergía en un foso de unos diez metros de Telépatas 192 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) profundidad y varios metros de diámetro. Una vez que entró el último cadáver, la rampa fue levantada y los zombis salieron del estado hipnótico que los había llevado hasta aquel hoyo. Era mediodía, el sol golpeaba con furia y la pestilencia cadavérica también. Desde una ventana un hombre, de unos cincuenta años, observaba todo el movimiento. Llevaba uniforme mimetizado y tenía los bototos perfectamente lustrados. Usaba un pequeño bigote que recordaba a Clark Gable y las estrellas en el quepi indicaban el grado de general. Otro hombre uniformado y de pisadas firmes se acercó. —Señor, el joven Arturo no está. Hemos buscando por todo el perímetro y… —No han encontrado nada. Se fue donde el “Che” seguramente —interrumpió— deberían haber venido inmediatamente a avisarme. —¿Cómo procedemos? —dijo el hombre. Pensaba en lo arrogante que podía llegar a ser un viejo de mierda con esas capacidades. —Preparen las tropas. Esta vez iremos con todo -rió suavemente. —Entendido señor —dijo retirándose de la habitación y pensando en las catapultas. —Capitán, las catapultas están listas…y preparen un transporte. Un pensamiento cruzó la cabeza del General “Lo siento hijo, no puedo perdonar esta traición”. Treinta kilómetros al sur, en lo que había sido una gran metrópolis, se había concentrado una enorme cantidad de zombis que habían quedado varados ya que los puentes y accesos habían sido cortados. El general pensaba “ayudar” a esos cadáveres a pasar y unirlos a sus tropas. Varios miles de zombis deambulaban gruñendo y buscando alimento. Otros miles de cuerpos estaban tirados por doquier, no se sabría nunca si fueron zombis que “murieron” de hambre o humanos devorados. Desde el jeep el general miró hacia la antigua metrópolis y cerró los ojos. Al instante la masa de zombis empezó a caminar hacia un puente cortado mientras los ingenieros instalaban un puente mecano. Empezó a pasar todo tipo de cadáveres ambulantes: lentos, otros más rápidos, algunos más pesados que hacían remecer el puente y que arrasaban con todo a su paso empujando a otros zombis más pequeños y débiles fuera del puente para caer sobre escombros y fierros retorcidos reventándose con el impacto, algunos saltaban varios metros y avanzaban rápidamente. Una completa fauna de fiambres de todo tipo. En la base la actividad siguió durante el resto del día y casi toda la noche. Se escuchaban vehículos, órdenes y maquinarias. Finalmente al atardecer del día siguiente llegó el general quien dio la orden de abrir los portones e iniciar la marcha. La escena era aterradora. Las hordas de cadáveres ambulantes avanzaban hipnóticas emitiendo sus característicos sonidos y gruñidos. Los zombis de mayor fuerza cargaban un pesado tronco con la punta reforzada. Varios metros atrás tropas de humanos uniformados avanzaban al mismo paso armados con fusiles de asalto acompañados de algunos jeep y tras ellos dos camiones tiraban, cada uno, una catapulta de largo alcance. La mayor parte de las hordas la componían zombis lentos lo que provocó que la marcha durara varias horas. El general no mostraba signos de cansancio considerando que había mantenido el enlace mental con las tropas de fiambres durante varias horas. Sin duda un talento con años de entrenamiento. A varios kilómetros Arturo dormía. Despertó de un salto y miró en la dirección de su padre. 4 Arturo desesperado fue a despertar al “Che”. —Señor -tragó saliva- se acercan, se acercan —el muchacho estaba visiblemente asustado. —Espera, estoy despertando ¿Qué ocurre? —dijo el “Che” refregándose la cara. Telépatas 193 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Se acercan legiones de zombis, son miles —los ojos del muchacho estaban demasiado abiertos. —Tranquilo, para juntar tantos fiambres habría que haber pasado recogiéndolos. —Creo que eso hicieron. El comandante subió a la cima del muro. Nada se veía en el horizonte, solo árboles y algunas colinas. Ni siquiera alguna columna de polvo producto de algún vehículo o caravana. —Teniente —llamó al primer oficial. —Comandante. —Organice algunas patrullas y revisen los alrededores. Establezcan algunos puesto de vigilancia avanzada a unos diez kilómetros —el comandante miró al muchacho con una mezcla de esperanza e inseguridad. Durante la noche se recibieron reportes periódicos desde los puestos de avanzada. Todo estaba tranquilo. Al amanecer el puesto número cuatro y el dos reportaron actividad. Movimiento de tropas zombis y humanas. Ambos puestos estaban en lugares totalmente opuestos. Para el “Che” eso indicaba dos cosas: que pensaban atacar por varios flancos y que se confirmaba el control mental (o como fuera) sobre las tropas de cadáveres. Horas más tarde la pesadilla se haría realidad. Lentamente los alrededores se fueron colmando de zombis y rápidamente la base quedó rodeada. La sola presencia en los alrededores fue suficiente provocación para que el “Che” mandara lanzar bombas incendiarias sobre el puente. Eso mantendría ese paso bloqueado por unos minutos. Lo mismo ordenó para el flanco derecho donde había menos zombis. El flanco izquierdo era el que más preocupaba pues se estaba concentrando gran cantidad de tropas. Mientras el frente y el flanco derecho ardían con napalm por la izquierda los zombis daban paso a un jeep que se acercaba al muro. Desde el interior alguien habló. —Exigimos la rendición de la base –dijo una voz deformada por un megáfono. El comandante no le respondió. Solo dijo en voz alta. —Como odio a estos aprovechadores. ¡Ley marcial, fuego! Varias ráfagas cayeron contra el jeep cuyo blindaje soportó el ataque retrocediendo en el acto. Cuando estuvo fuera de alcance se detuvieron los tiros. Por donde mismo había aparecido el jeep se empezó a asomar lentamente la punta reforzada de un tronco, pronto comprendieron que se trataba de un ariete. Era cargado por varios zombis de gran tamaño que llevaban corazas para aguantar los tiros. —¡Preparen napalm! —gritó el comandante. Uno de los zombis que cargaban el ariete dejó la formación y empezó a atacar a los que tenía cerca, pero los otros lo redujeron rápidamente, sin embargo, el tronco cayó rodando y los zombis no podían alcanzarlo. —Bien hecho muchacho —dijo el “Che” con satisfacción. —Gracias, me costó bastante romper el enlace de mi padre –el muchacho se dio cuenta de su error, pero era tarde. —¿Tu padre? —Eh, si, pero yo me preocuparía más de las catapultas, van a empezar a llover cadáveres —sentenció el joven Arturo, distrayendo la atención del Che. El comandante comprendió que tendría que hacer algo más que defender la base. FIN Telépatas 194 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA CASTA DE CAIN Sentía el sabor dulce de los pechos cuando ella le montaba y se abalanzaba sobre él para besarle el cuello morderle el labio o mesarle el cabello. Sus vaivenes eran lentos, rápidos, acompasados le tenía bajo su merced y ella lo sabía… Veía como su cabello caía por sus pechos… húmedos por el sudor del calor del momento. Sus muslos sedosos se movían y su culo se erguía controlando la penetración de su erecto miembro a punto de estallar… La oía gozar, la oía gritar de placer, sentía como hundía su caliente y húmedo sexo, como la empalaba de placer, la acariciaba los pechos con los pezones erectos la azotaba en cada vaivén el sudoroso culo. La veía morderse en labio intentando aguantar el chorro de placer que le proporcionaba. Se movía grácil y lujuriosa sobre él, le montaba con toda naturalidad con todo el control del que ella disponía y a él le empezaba a gustar. Acariciaba los pechos sedosos pero les notaba a veces diferentes, ella le metía el dedo en la boca para que lo chupara e identificaba el sabor extraño, su olor cambiada de aquel que recordaba cuando hacían el amor a un olor nauseabundo e incluso en sus espasmos de placer su visión era reemplazada por otro ente otra persona diferente y extraña. Cerró los ojos para no ver aquello no pensar en nada salvo en disfrutar hasta la exhalación. Y cuando estaba a punto de correrse abrió los ojos ante lo que había sentido… un olor pútrido, de carne descompuesta… y eso es lo que vio, un ser cuya visión enloquecería a cualesquiera personas que osaran estar en su lugar. Aquella persona hace segundos la sentía como un ángel ahora era un cuerpo pútrido y descompuesto que seguía haciendo el amor con él… ahora ya no sentía la sedosidad de su sexo recorriendo su falo erecto ni los cabellos le cubrían los pechos cual Venus de Botticelli. Ahora de sus pechos reptaban gusanos, su cabello casi inexistente estaba sucio y tenía calvas en la cabeza, la cara le sonrió enseñando unos dientes podridos su lengua se relamía llena de llagas por unos labios agrietados, cortados que supuraban pus hediondo. Los ojos ya no le miraban con lujuria y placer sino con ira, una ira inaguantable parecía que iban, iba pues solo tenía uno cuando le miro pues la otra orbita se cayó al pecho y rodó hasta el ombligo del asustado hombre. Él solo pudo gritar, aullar hasta que su voz se ahogaba, mientras esa putridez se le clavaba en lo más hondo de la nariz y en su memoria olfativa. Y esa cosa se movía más deprisa con movimientos rítmicos a punto de llegar al orgasmo… Y cuando pareció que todo terminó la pútrida fémina sacó el flácido miembro y con una fuerza descomunal se lo arrancó dejando un reguero de sangre que salía como el agua de una boca de riego. Lo cogió con las descompuestas manos y lo acaricio al igual que si fuera un gatito asustado calmándolo o quería intentar volver a cabalgar. Sonrió al hombre que casi estaba desmayado por el dolor y el miedo, acto seguido mordió el pene y se lo comió como si fuera una salchicha alemana. Cuando termino se relamió los dedos arrancándose en su estado de descomposición algunas uñas que cayeron sobre el pecho del capado hombre. Y al final se abalanzó sobre la yugular arrancándole de un mordisco la piel y los músculos del cuello dejando al descubierto el hueso de la columna. Un grito destrozó el silencio que reinaba en la sala… se despertó sudoroso y lo único que hizo fue comprobar si tenía su pene en su sitio cuando se tocó por encima del pantalón, lo sintió húmedo, se había orinado mientras tenía la pesadilla. Luego se tocó el cuello para comprobar que tenía todo en su sitio. Respiro aliviado, pero se asustó al comprobar donde estaba. Era una habitación pequeña de paredes sucias con el suelo de un ajedrezado blanco y negro a modo de enorme tablero. El suelo estaba también o incluso puede que más sucio que las La casta de Caín 195 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) paredes aunque no se podía saber ya que la capa de mugre no se distinguía pues la luz era tenue, de aspecto verdoso, “será por el tono de las paredes un verde oliva”-pensó. Todo estaba revuelto, sucio, pútrido como si en años nadie hubiera pisado por ahí. Por el suelo había montones de papeles tirados repartidos por la sala, las paredes estaban pintadas con graffitis que a simple vista no parecían que fueran hechos con sangre. La luz verdosa venía de fluorescentes también sucios clavados en los límites de las paredes y el techo con un enrejado para protegerlos. El mobiliario yacía roto y esparcido junto con los papeles, lo único que quedaba era la camilla y el enrejado que protegía la estancia de un pasillo oscuro donde también la luz verde inundaba todo lo que podía arrebatar en el binomio entre sombras y luces que proporcionaban los fluorescentes. Aunque algunos tillaran con su característico sonido. Todavía estaba mareado, no sabía si era por la pesadilla o por algo que le habrían dado o inyectado. ¿Cómo había llegado hasta allí? Se volvió a la camilla de la cual había saltado al despertar. Estaba nueva, impoluta como si hubiera salido de la misma fábrica. En la soledad del silencio, escucho un ruidito, un siseo. Se dio la vuelta buscando su origen hasta que dio con la cámara de seguridad que estaba mirándole con su ojo rojo sangre. Ya sabía dónde estaba y quien le había traído hasta aquí. -¡Maldito hijo de la gran puta! Aulló a la cámara-Sé que estás ahí. La cámara se movió en respuesta. La imagen del capturado gritando a la cámara se quedó fija en una de las pantallas coloreando de un verde, como los antiguos monitores, una cara cansada y demacrada en la soledad y oscuridad de la sala de vigilancia. Una mano apretó un botón, la respuesta a tal movimiento, un encendido total de las pantallas enseñando con su verdusco tono partes diferentes del lugar, imágenes fijas, otras que giraban en panorámica, saltos de imágenes en una misma pantalla, desenfoques, desajustes… pero en una única pantalla se podía ver una forma humana. El doctor Marvis Monroe, un cansado doctor en genética, con gafas redondas, y una perlada barba de sudor. Monroe, de cabello ceniciento y modales en principio caballerosos fue en su día un premiado científico que se “enloqueció” en busca del premio Nobel. Andaba por la “celda” como un animal enjaulado, sabia quien estaba contemplándole, sabía por que lo hacía y lo que no sabía es en lo que iba a acabar todo. Escuchó el pitido semejante a una sirena como aquellos que suenan en las cárceles cuando abren las celdas, y era justamente eso, se acercó a la verja creyendo que se abriría pero no pasó nada. La golpeó con furia, —Eres el hijo de puta más grande del mundo. —Aulló a la cámara que no se movía. Miró al corredor y únicamente vio algunas luces titilar… Pero volvió a sentir aquel nauseabundo olor, se apartó de la verja sin darle la espalda mirando a la oscuridad esperando encontrar aquellos pechos huesudos llenos de pus y gusanos llegando a él con aquel caminar que sabría que tendría de muerto viviente, posiblemente un pie comido donde solo se vería los huesos blancos manchados de la sangre que bañaba el suelo de todas sus víctimas. —¿Por qué lo hiciste? —la voz resonó con un eco distorsionada. Monroe se asustón creía que la voz venia del corredor, de ella. —Lo hicimos los dos, que no se te olvide… En la sala de vigilancia la otra persona, su compañero, Travis Taylor golpeó la mesa por una parte tenía toda la razón, pero él llego demasiado lejos, esto debía de haber acabado hace tiempo. Travis Taylor era una promesa de la virología, de apenas pasada la treintena su aspecto desaliñado le confería que mucha gente no le tratara de forma correcta tomándole por algo que La casta de Caín 196 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) no era. Pelo puntiagudo, barba de tres días, y cuando usaba gafas eran de colores y a veces formas vistosas. Taylor mientras miraba las pantallas de televisión, mientras le miraba a él, sacó de su bata de laboratorio una botella de alcohol, le pegó un buen lingotazo y se secó la boca con la manga ya de por sí sucia. Llevaba días preparándolo, días sin dormir, sus días finales… Se sacó de otro de los bolsillos la cartera revolvió en su interior hasta encontrar lo que quería: una gastada foto de una sonriente chica pelirroja, la miró con lágrimas en los ojos y la imagen le pasó por la mente, le había matado, le había reventado los sesos con un trozo de tubería y sus propias manos, no había parado hasta que trozos de cerebro le salpicaron en la cara. Y lloró, lloró por matar a su esposa… Pero lo peor de todo mientras la veía venir hacia él era la sorpresa que llevaba en su interior. Con su paso renqueante entre la oscuridad y la luz en las ruinas de lo que una vez fue su casa, ella llevaba colgando entre las piernas a su propio hijo, estrangulado con el cordón umbilical como un ahorcado en un patíbulo. Desde una de las pantallas una figura cadavérica, una mujer, empezaba a despertar de su letargo, su nueva vida iba a empezar hoy pero también terminaría hoy… […] El primer movimiento que hizo fue una mueca de asco, tanta putrefacción que olía que no se daba cuenta que era ella misma… Sus labios quebrados, rotos, rajados y sanguinolentos escupían pus y entre cada mueca de dolor de asco dejaron ver los dientes hediondos, rasgados, puntiagudos y modificados por algo que no comprendía. Se tocó la boca al notar con la lengua como sus dientes cambiaron, ya no eran los preciosos dientes que le costaron una fortuna, una sonrisa divina -con aquél tono de ricachona- le dijo una de sus amigas al enseñárselos. Abrió los ojos ante el dolor de la boca, los labios podridos, los dientes deformados en puntiagudos colmillos como si le hubieran cambiado la dentadura de un tiburón. Y ahora, las manos destrozadas: uñas rotas, dedos partidos, huesos que se dejaban ver entre lo que parecían mordiscos de su propia dentadura… y gritó INTENTÓ gritar pero no lo consiguió. De su boca sólo salió espuma, pus, sangre… MUERTE. Marvis seguía en su “celda” esperando a algo, pero no sabía el qué o a quién. Destrozó la camilla en busca de algo que pudiera sacarlo de esa prisión, pero entre los amasijos de lo que quedó desató su furia desgarrando el colchón, doblando las barras, partiendo las ruedas… pero no había nada, ni una llave entre los huecos del colchón ni en las dobladas barras. Se desesperaba cada minuto, sabía lo que habían hecho en ese mismo sitio, gritaba en busca de respuestas a la cámara pero ya ni siquiera se movía cuando él andaba por la celda como un animal enjaulado. El sonido de maquinaria le sacó del letargo que llevaba en una de las esquinas, acurrucado en cuclillas con las manos en la cabeza tapándose del horror que recordaba y que temía, por fin lo había dicho, temía que le hicieran a él. Jugó como un si fuera un Dios pero ahora sabía que no lo hizo como tal si como el Diablo y este se iba a cobrar la carta. En una de las paredes, se levantó una trampilla y cayó al suelo lo que parecía algo de comida pero había algo más, una jeringa y una botellita de esas presurizadas con la goma para poder pincharle la aguja, en la que ponía “INYÉCTEME”-qué gracioso como la botella donde bebió Alicia en el cuento de Carroll. —¿Para qué es esto? —dijo a la cámara enseñando la botellita mientras la agitaba. Un grito cortó sus pensamientos giró la cabeza hacia la verja y le tembló el pulso y casi se le cae la botella que la cogió en el aire. Sabía que era ese grito y de quién era… estaba deformado pero podía reconocerlo, era de una mujer y sabía en lo que se había convertido porque él la había transformado en eso. La casta de Caín 197 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Introdujo las monedas en la máquina esperando que esta noche no pasara lo mismo que las demás, marcó su selección: unas patatas con sabor a jamón, una lata de refresco de sabor a naranja y una barrita energética. Todo bien hasta que le tocó el turno a la barrita… que se quedó enganchada en el anillo. —Me cago en… —gritó dando un golpe al cristal—. ¡Siempre me hace lo mismo esta maldita máquina! —Será que te tiene manía —dijo desde el quicio de la puerta un hombre con gafas y barba— Toma esta que he sacado yo antes —y le lanzó una barrita energética—.Vamos Travis, esta noche tenemos asuntos más importantes. Dejó las cosas encima de la mesa y entró en la sala blanca, sacó la grabadora del bolsillo de la bata blanca y comprobó a su visitante, tumbado en una camilla inconsciente le levantó los párpados y comprobó las pupilas. Accionó la grabadora. —El sujeto es varón, de aproximadamente entre 25 a 35 años, caucásico. Ha conseguido pasar las primeras pruebas con un resultado satisfactorio. Procederemos hoy a las 1.45 horas con la segunda fase del proyecto “CAIN”. Al habla el doctor Taylor, Travis. Acercó una pequeña mesa auxiliar con varias jeringas y cuando le desinfectó con un algodón el brazo le introdujo la aguja vaciando todo el contenido en la vena. Con los dedos comprobó el pulso mientras con su reloj contaba el tiempo, a los 60 segundos le volvió a abrir uno de los párpados y comprobó un leve efecto del suero. —Al minuto de la inyección podemos notar en los ojos cambio del color y como el blanco de los ojos se torna de un color carmesí por el efecto de la droga en el organismo-dijo a la grabadora—. Cuando han pasado más de tres minutos, el sujeto sigue con el mismo cuadro clínico. En la siguiente etapa procederemos a reanudar el mismo experimento, con el sujeto en estado consciente para comprobar las reacciones por parte de individuo. Apagó la grabadora y se llevó la mesa auxiliar cerrando la habitación. Cuando entró en la sala negra, como ellos la llamaban, la zona desde la cual se podía vigilar las salas blancas vio a su compañero Monroe apuntando en un bloc los últimos hallazgos, cuando le vio entrar aplaudió. —Gracias, gracias —e hizo una reverencia como si estuviera en un escenario—. Mira cómo se despierta dentro de unos minutos, después querrá comer y orinar para poder expulsar la droga. Yo voy a comer algo de lo que saqué de esa maldita máquina de ahí fuera. Cuando se sentó en la sala de descanso, soltó un suspiro de cansancio y se recostó sobre la silla cerró los ojos e intentó descansar un poco antes de que llegara Marvis con el pronóstico del resultado de las pruebas. Tenía hambre, mucha hambre. Después de ver aquellas manos comprobó todo lo demás, se tocó los pechos el estómago, los muslos, los pies… pero no sentía nada con aquellos dedos cadavéricos, se tocó hasta hacerse sangre un cuerpo medio pútrido le esperaba debajo de aquella piel seca, se arrancó la ropa que al contacto se hizo añicos carcomida, sucia, vieja. Era un muerto viviente al menos es lo que creía, fetidez, descomposición, muerte. ¿Había escapado del infierno y vuelto a su cuerpo en descomposición? ¿Cómo había llegado allí? ¿Cómo había muerto? Una trampilla se levantó y entró un gato a la misma sala donde estaba ella. Veloz, más que un rayo se abalanzó hacia él y lo devoró con premura. Saboreando cada hueso, cada carne, cada caliente entraña, vísceras, rojo, calor, comida… Y después de salir de ese éxtasis comprobó lo que había hecho, se miró las manos, miró el cadáver del pobre gato destrozado por sus mordiscos, aun con el calor, la vida en los ojos, mirándole. Se alejó lo más que pudo de la situación haciéndose un ovillo en una de las esquinas. La casta de Caín 198 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¿Qué es lo que soy? Eso es lo que se preguntó pero el hambre la volvió a dominar esta vez un hambre por la carne humana, un hambre irracional, visceral. Y sólo pudo oír una cosa: como los cerrojos de todas las celdas de abrían… La casta de Caín 199 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CARTA AL DIRECTOR Muy señores míos: Comenzaré esta historia permitiéndome la licencia de no desvelar mi nombre, aunque me encuentro en la tesitura de asegurar que este amanuense que a ustedes se dirige está considerado una eminencia, a nivel internacional, en la noble e ilustre ciencia de la antropología. Mi especialidad consiste en los fenómenos religiosos y supersticiones de todas las regiones del mundo, y mi trabajo me ha llevado a recorrer el vasto globo terráqueo por sus más recónditos confines. Mi dedicación a la noble tarea nutriente de mi erudición es de tal magnitud que la mayoría de la gente me considera un obseso adicto al trabajo. No es obsesión, sino una pasión descomunal de quien ama su labor y se entrega a ella en exclusiva; por ello, no deja de parecerle extraño al populacho que alguien versado en relaciones sociales conozca tan poco de las más comunes y habituales de primera mano. Y es que nunca me ha interesado en demasía la vida de las personas grises que pueblan la realidad que me rodea. Mi carácter fuerte y poco sociable, unido a mi eremítico modus vivendi, me ha concedido un halo de “viejo cascarrabias” generalmente aceptado desde que una de mis sobrinas me dedicó tal epíteto de oprobio en medio de una tediosa reunión familiar. Una vez que les he puesto al corriente acerca de mi labor, costumbres y detalles personales, por someras que resulten las pinceladas trazadas para garabatear mi perfil, me veo en situación de narrarles la historia que pretendía al comenzar estas líneas. Ya he expuesto que mi especialidad es el estudio y análisis de los comportamientos religiosos y supersticiosos. Entre todos los fenómenos recogidos en la amplia bibliografía salida de mi huesuda mano de anciano, uno goza del más alto pedestal en mis preferencias. Por mucho que me interesen los estigmas, el esoterismo, las apariciones, los subconscientes colectivos y demás, ninguno de ellos está a la altura de lo referente al vudú. La cultura africana y, en especial, la jamaicana han sido las parteras y el caldo de cultivo perfecto para el afloramiento, arraigamiento y auge de comportamientos tan diferentes a los de la sociedad supuestamente civilizada. Sobre todo, es lo relativo a los zombis lo que hace vibrar mi intelecto. Cómo los chamanes son capaces de influenciar a otros semejantes para dejarles sin voluntad, desprovistos de sus más elementales señas de identidad, es lo más fascinante que he podido comprobar con mis propios ojos. Obviamente, asistir a este tipo de espectáculos siempre ha requerido largos y tediosos desplazamientos en infinidad de medios de transporte, desde los más modernos aviones de la flota comercial hasta las tartanas más desguazadas bautizadas con el pretencioso nombre de coche. Por ello, mi sorpresa no pudo resultar mayor el otro día. Disfrutaba de una entretenida y memorable tertulia con uno de los pocos amigos que conservo en el mundo exterior a mi refugio, sentados en sendas mecedoras en el porche trasero de mi morada en la sierra con la única compañía de una pipa bien cargada de un espléndido tabaco de Virginia en la diestra, y en la otra mano un vaso generosamente regado con ese regalo de dioses arcanos que tan bien destilan los escoceses. La luna, en ligero ciclo menguante, era el solitario testigo de nuestra conversación en medio del cielo crepuscular. Este camarada, del todo profano a la antropología pero, y aún así, con quien mejor congenio, conmovió los cimientos de mi mente cual potente terremoto al realizar una afirmación a la que no podía dar crédito. Aseveró que para encontrar zombies no hacía falta alguna desplazarse a otro país; que se hallan aquí, entre nosotros. No es preciso ver ninguna proyección cinematográfica ni otra argucia con la que regar la ficción; sólo hay que encontrar el sitio adecuado, y el hallazgo se revela por sí mismo. Como imaginaréis, mi primera reacción fue tildarlo de bromista; mas se mantuvo en sus trece, inamovible en sus convicciones cual gigante filisteo. Y me retó a comprobarlo por mis propios medios. Tamaña alusión a mi más profundo sentido del amor propio me llevó a instarle a llevarme a su Carta al director 200 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) presencia, y para tal propósito me emplazó al día siguiente, aconsejándome que me preparase para una larga y sinuosa vigilia. Dicho y hecho, veinticuatro horas más tarde pasó a recogerme con su coche, un viejo Renault con la chapa en tales condiciones que, si no fuese por la numeración de su placa de matrícula, se podría decir que acababa de salir de la cadena de montaje. Condujo durante algo más de una hora hasta llegar en medio de la noche a unos parajes poblados de naves industriales; la mayoría, meros vestigios ruinosos y oxidados de pretéritas épocas de mayor gloria. Contemplar tal paisaje no pudo menos que contrariar ligeramente mi inicial entusiasmo para con la excursión; mi amigo y guía por una noche me pidió un poco de paciencia. Por fin, detuvo el automóvil en una explanada en la que cientos de vehículos, muchos de extraña presencia, aguardaban a ser recogidos por sus dueños. Aquel era el lugar. Frente a nosotros, un tétrico edificio absorbía la larga fila de jóvenes que desfilaba frente a la puerta con un avance lento e inexorable. Desentonando como un watussi en una tribu de pigmeos, mi compañero de correrías y yo nos unimos a la hilera ante las extrañas miradas que nos lanzaban aquellos jóvenes y muchachas. Personalmente, me daba igual; sólo había lugar en mis pensamientos para los posibles descubrimientos vaticinados por el sesentón que aguardaba, junto a mí, el turno para adentrarnos en lo desconocido. La oscuridad del interior del local se veía rasgada por repentinas ráfagas de luces, raudos fogonazos que desaparecían con la misma celeridad con la que habían hecho acto de presencia. Al instante, me vinieron recuerdos de ceremonias chamánicas en las que los iniciados eran sometidos al resplandor de intensas fogatas en lapsos de tiempo tan cortos como repetidos; era un primer indicio positivo, en lo que a mi investigación se refería. No sólo la iluminación me indicaba que estaba en el camino correcto; fuertes tambores atronaban los oídos en un golpeteo rítmico, inflexible y con una cadencia sin fin que ejercía en la gente de nuestro alrededor un estímulo frenético, obligándoles a seguirlo mecánicamente en medio de un éxtasis sólo presenciado en los más demenciales rituales de vudú jamaicano. Mientras contemplaba todo esto, mi vista se había ido consiguiendo adaptar a las precarias condiciones visuales, por lo que enseguida me percaté de un detalle que había pasado por alto hasta entonces. Algunos individuos repartían sustancias entre los presentes; desconozco los ingredientes de aquellas materias, preparadas tanto en dosis capsulares como en polvo, pero era innegable que quienes las ingerían no tardaban demasiado en presentar síntomas de un profundo trance. Igual, exactamente igual que tantas tribus indígenas de Centro y Sudamérica. Mi cerebro trabajaba laboriosamente archivando los datos, ya que no podía tomar notas al no ser capaz de ver lo que escribía; y la grabadora que siempre llevo conmigo en mis investigaciones resultaba del todo inútil dado el volumen creciente de aquellos tambores, sonando como si todas las etnias de África se hubiesen levantado en pie de guerra al mismo tiempo en un único lugar. Finalmente, asistí aterrado y, a la vez, entusiasmado al comprobar cómo seres que no hacía mucho eran humanos presentaban un deambular errático, una incapacidad manifiesta para realizar los más simples razonamientos mentales y mantener una mínima comunicación verbal. Eran totalmente manipulables por quienes querían ejercer su dominio sobre ellos, carentes de voluntad propia. En definitiva… he encontrado verdaderos zombis aquí, entre nosotros, en plena civilización, lejos de entornos tribales exóticos. Lamentablemente, cuando me hallaba intentando transmitir a mi amigo la incuestionable verdad a la que estábamos asistiendo –a gritos, debido al volumen ensordecedor del ruidoso ambiente-, se plantaron ante nosotros dos individuos que, aunque era clara su pertenencia a la raza humana, planteaban curiosos dilemas en cuanto al escalón ocupado en la escala evolutiva de nuestra especie. Por medio de un lenguaje tosco, vulgar y un tanto grosero nos dieron a entender que nuestra presencia era un incordio para los usuarios de la discoteca, y nos invitaron a abandonarla llevándonos en volandas hasta la misma puerta. Carta al director 201 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Así que, y finalmente llego al motivo de esta redacción, ruego a cualquier amable lector que conozca la situación de otro local de estas características que me la haga llegar por vía postal al apartado de correos indicado a tal efecto. Su colaboración será de inestimable ayuda para ampliar mi estudio acerca de la realidad zombi en nuestras ciudades. Se despide atentamente de ustedes este sempiterno servidor suyo, D.R.P. Carta al director 202 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) PRESERVACIÓN DE LA ESPECIE Amanecía. Una esbelta figura de mujer se recortó contra la tenue luz que anunciaba la salida del sol. Su nombre era Val. Llevaba una pequeña mochila de alta montaña, liviana y perfecta para su peso. Contenía cuatro botellas de agua de un litro, atadas entre sí con una soga y metidas dentro de una bolsa hermética como prevención por si alguna se rompía. Los bolsillos superiores estaban llenos de barritas energéticas y los de los costados contenían un cortaplumas, un cuchillo pequeño con su funda de cuero, fósforos y un repuesto de líquido para encendedor. El total no llegaba a pesar seis kilogramos, que era el tope que podía cargar manteniendo una velocidad mayor a la que corrían ellos. Si bien la prensa siempre los había llamado “zombies”, a ella el nombre le parecía demasiado fantástico, demasiado cinematográfico, por lo que los había bautizado Willis. Le parecía más real enfrentarse a ellos llamándolos así. Las mañanas le agradaban porque los Willis tardaban en reaccionar. Era como si de noche se apagaran, aunque no dormían. Quizás conservaban el reflejo físico de su anterior vida, quizás no veían tan bien en la oscuridad gracias a los años de televisión marcados en sus pupilas. Val no lo sabía, pero lo importante era que, gracias a ello, podía descansar algunas horas luego de cada jornada y comenzar el nuevo día con relativa tranquilidad. Se transportaba de preferencia a pie y llevando sólo su pequeña mochila con lo esencial para mantenerse andando. Para los grandes tramos de autopistas y rutas tomaba algún automóvil, lo utilizaba y lo abandonaba en el siguiente tramo poblado. Su lógica era simple: Los automóviles estaban limitados a las calles y rutas. Las calles y rutas estaban limitadas por sectores intransitables. A eso se le unía la obligación de transportar combustible y de tener que acercarse a las estaciones de servicio para conseguirlo. Había muchos sobrevivientes en ellas dispuestos a matar por sus tesoros. Luego de un par de intentos peligrosos, Val había descartado los automóviles casi por completo. Demasiados elementos ajenos a su control. Con los primeros rayos de sol, los Willis comenzaban a aparecer. Salían de las casas destruidas, de adentro de los automóviles quemados o simplemente se levantaban de la acera en la que los había encontrado la noche. Con el primer movimiento que veía, Val comenzaba a trotar, sin agotarse, siempre al mismo ritmo. Los Willis que la veían trataban de alcanzarla, pero antes de que pudiesen terminar de apuntar hacia donde estaba, ella ya había salido de sus vistas y ellos se distraían con otra cosa, para dejar lugar a los Willis siguientes a hacer el mismo intento de persecución. Kilómetro a kilómetro se había puesto en forma, y mientras otros robaban de las tiendas artefactos y prendas lujosas a las que en su vida anterior no habían accedido, ella entraba únicamente a las tiendas deportivas cuando necesitaba reponer algo de su simple y especializado equipo de trekking. En la repetición diaria que era su vida, había aprendido a calentar todos los músculos de su cuerpo estando en movimiento. Había aprendido a alimentarse bien estando en movimiento. Había aprendido a vivir en movimiento. *** Ese día se encontraba a las afueras de un pueblo grande, desplazándose por el centro de una calle asfaltada con dirección Sur. Ya llevaba trotando un par de horas cuando percibió movimiento en una calle lateral. Demasiado movimiento para que sean sólo Willis luchando por algún resto de carne. Siguió trotando en la misma dirección, pero prestando atención en cada cruce de calles para descubrir qué era lo que pasaba a su izquierda. Distinguió a un hombre trotando a la par de ella. Iban hacia la misma dirección y cada uno llevaba atrás el correspondiente grupo efímero de seguidores. La situación entera daba un poco de gracia y a uno se le vendrían a la mente personajes como Elvis o Madonna si los groupies estuvieran todos en una pieza. Preservación de la especie 203 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) En la sexta esquina ambos se miraron y levantaron un brazo, a modo de saludo. En la séptima esquina, él gritó: —¡Me llamo Leo! —¡Yo soy Val! —respondió ella en la octava. Ninguno de los dos podía aminorar la velocidad para esperar a que el otro lo alcance, así como tampoco podían encontrarse en el medio para no quedar encerrados entre los Willis, por lo que tuvieron que esperar el momento indicado para juntarse. Luego de pasar el décimo cruce, se abrió ante ellos una avenida de doble mano, amplia y con plazoleta central. Sin necesitar ninguna seña de parte de ella, él corrió en diagonal para alcanzarla antes de que se internara de nuevo en las calles más angostas. Se estrecharon la mano y él le ofreció agua de una botellita que llevaba en un bolsillo elástico al costado de su mochila. Esquivaron a un par de Willis que salían de una construcción mientras ella bebía un sorbo de agua a temperatura natural, como siempre lo era. Caminaron, trotaron y corrieron como cada día lo hacían, solo que esta vez se dieron el lujo de hablar con otra persona. Leo habló de su primer grupo de sobrevivientes y de cómo había sido masacrado en un estacionamiento que se había transformado en trampa mortal en cuestión de segundos. Val habló de su familia y del grupo al cual se habían unido, que rondaba las sesenta personas y que había sido emboscado dentro de un autobús. A él le pareció extraño que ella llame Willis a los zombies, pero no preguntó. Se había cruzado con gente que los llamaba “suegra” y hasta “mi ex”, así que no iba a molestarla con su costumbre. Salieron de ese pueblo y caminaron tranquilamente por la carretera durante un par de horas, el sol estaba por ocultarse cuando llegaron a los suburbios de la siguiente ciudad. Para pasar la noche eligieron una casa con un gran jardín alrededor, de esa forma podían salir al día siguiente en la dirección en la que hubiera menos movimiento. Chequearon la casa desde el sótano hasta el desván para eliminar cualquier Willis que pudiera haber quedado encerrado allí y luego, ya seguros, se dispusieron a descansar. En la cocina encontraron comida enlatada que aún no estaba vencida y cenaron, rodeados de muebles que nunca en su vida habían visto pero que se sentían fugazmente suyos. La peste había entrado a las casas sin avisar, y la gente había salido de ellas olvidándolas por completo y para siempre. No solían encontrar cadáveres en ellas, tan sólo la ausencia de sus habitantes, latente en las fotografías de las paredes, en la ropa tendida y más aún en las tareas a medio terminar. Val creía que todo se había desencadenado a raíz de un ataque con armas químicas salido de control. Si todo hubiese salido bien, suponía que el país atacado habría quedado intacto, a excepción de sus habitantes. Listo para conquistar. Pero por lo visto nadie previno las tormentas inacabables que llevarían la peste alrededor del planeta en cuestión de días. Desde la choza de barro más precaria hasta el edificio más moderno habían sido expuestos. No había habido plan de rescate ni aviso previo, y la gente que no poseía inmunidad natural simplemente había enloquecido y se había transformado en Willis. El resto, la minoría, se había convertido en testigo mudo de un fin del mundo que los había esquivado. Luego de la comida subieron a la habitación que habían preparado e hicieron el amor. Sin frases estereotipadas ni prejuicios del mundo anterior. Compartieron su cuerpo y su humanidad sin detenerse a pensar en el pasado o en el futuro, sólo en el presente. Fueron Adán y Eva reformulando la historia, riéndose de la manzana, de la serpiente y del paraíso, al abrazar sin culpas la vida que corría por sus venas. *** Preservación de la especie 204 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Al día siguiente se quedaron dormidos. El compartir una cama con otro ser humano les hizo desear inconscientemente la realidad anterior, el amanecer con la persona que se amaba, hacer el amor una vez más y luego comenzar la rutina diaria de trabajo y exigencias. La tibieza de sus cuerpos fue más depredadora que todos los Willis que se habían cruzado el día anterior. Leo no se enteró de que habían entrado a la casa hasta que sintió la mordida de uno de ellos en el muslo. —¡Val! ¡Despierta, Val! —le dijo moviéndola mientras le pateaba la cabeza al Willis, dejándolo inerte a los pies de la cama— ¡Nos atacan! ¡Debemos salir ya de aquí! Tuvieron suerte de que ese fuera el único que había llegado a la habitación. El resto estaba aún amontonándose en la parte inferior de la escalera, tratando de subir pero sin recordar cómo hacerlo. Leo recogió las mochilas del suelo y ambos corrieron a la ventana de la habitación, que daba al techo de la cochera. Bajaron saltando y comenzaron a correr hacia el lado del cual habían venido antes, para deshacerse de los Willis que los habían seguido con la mayor rapidez posible. Ambos sabían lo que la mordida significaba. Se detuvieron al costado del camino, en lo alto de un prado desde el cual Val podía vigilar a su alrededor mientras cuidaba de Leo. Él se recostó boca arriba, recuperando el aire lo mejor que pudo en sus ya moribundos pulmones. Val lloraba sin parar. Abrió una botella de agua y se la dio, sin tocarlo. Tenían un par de horas antes de que él se transformase y no dejaron de hablarse en ningún momento. Él le contó todo lo que pudo de su vida anterior a los Willis, ella atesoró cada palabra prometiéndole que lo recordaría por siempre. A medida que el momento del cambio se fue acercando, Leo respiraba cada vez peor y sentía cómo el corazón dejaba poco a poco de funcionar. —Val... —¿Si? —dijo ella sonriendo a pesar de las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. —¿Por qué Willis? —Ella se rió, mostrándose avergonzada—. En serio... ¿por qué les... dices así? —insistió con un hilo de voz. —Es una tontería —respondió ella bajando el rostro. Leo levantó una mano temblorosa para llamar su atención y hacer que lo mire nuevamente. —¿Te parece... que puedo... discutir? —Ella le sonrió, negando con la cabeza. —Es por Bruce Willis —le dijo sintiéndose una estúpida por hacerlo esforzarse—. Por Duro de matar. Se rieron los dos, por última vez, mirándose con intensidad. Se acercaron hasta fundirse en los ojos del otro, en un apasionado beso sin piel, sin labios que pudiesen contagiar. El último beso de esos ojos, que se cerraron frente a ella para nunca volver a abrirse en forma humana. Tendría que aprender a llorar en movimiento también. *** ¿Estaría embarazada? No lo sabría hasta mucho más adelante, pero no tenía otra oportunidad: debía sumarle al azar su cuota de decisión. Y para esto debía ir a una droguería, así que se dirigió a la primera que encontró. La vidriera del frente estaba hecha trizas, por lo que entró sin obstáculos que la demoren. En un estante, que casi no había sido saqueado ya que no contenía drogas interesantes, encontró lo que necesitaba. Por las dudas tomó dos cajas, rosadas y femeninas. Salió a toda velocidad del local, esquivando un par de Willis como si fuera un juego del que no dependiese su vida, y se internó en el laberinto de avenidas y calles para atravesar el pueblo. Preservación de la especie 205 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Cuando pudo caminar un poco más relajada, tomó una de sus botellas de agua y abrió una de las cajitas. Extrajo la única píldora que traía el único blister. Luego de tragarla, meditó un momento sobre lo que acababa de hacer, abrió la segunda cajita que había tomado y se tragó la otra “píldora del día después”. Prefería sufrir un par de días de migrañas y cólicos que perder su ventaja física por meses. Ya repoblaría el Preservación de la especie planeta luego de que los Willis desaparezcan. 206 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA OPERACIÓN BOKO INVESTIGACIÓN/ Hace diez días se implementó una comisión investigadora por el caso de desaparición de Ignacio Candelaria C. y Antier Zarquician P. desaparecidos en octubre de 1986 Amnistía Internacional ha dejado el caso del desaparecimiento del ciudadano chileno Ignacio Candelaria Cifuentes y del ciudadano ruso Antier Zarquician Petrovic, por no estar directamente relacionados en los casos de Detenidos Desaparecidos (DD.DD.), acontecidos durante la dictadura militar de Augusto Pinochet. Sus cuerpos fueron recientemente encontrados en Benín, África occidental. Por esta razón se ha descartado relación entre estos y una supuesta detención por estar vinculados a grupos extremistas de la época. El caso ha pasado a la fiscalía oriente, implementándose una comisión que se haga cargo del caso. La prueba decisiva fue una fotografía aportada por un pariente lejano del occiso Candelaria, Antonio Candelaria Jara, quien dice que el caso aun se mantendría abierto solo por tener involucrado a un ciudadano extranjero. Hablamos con Antonio Candelaria, sin embargo, nos pidió que rehiciéramos la entrevista y le enviáramos por escrito las preguntas, que él respondería por escrito, revisadas por el abogado que lleva el caso de la familia. Esto fue lo que Antonio Candelaria Jara nos ha permitido publicar acerca del caso. - La fotografía la encontré por casualidad. Me la facilitó un colega de la universidad en la que trabajo, que estaba haciendo una investigación sobre el proceso de democratización de Benín, el que se concretó en 1989. Él me explicó esto y me mostró una fotografía que había conseguido porque se estaba interiorizando en el proceso de ejecución de unos llamados “extremistas”. En realidad en la fotografía no se veía nada, eran unos cuerpos desollados boca abajo, colgando. Era una imagen muy confusa, la verdad. Pero mi colega me dijo que el tercer colgado tenía el nombre de Ignacio Candelaria. Entonces le pedí una copia y la envíe como antecedente del caso. - ¿Deseaba, entonces, usted que el caso de Ignacio Candelaria y Antier Zarquician salieran de la investigación de Detenidos Desaparecidos (DD.DD.)? - No tenía ningún interés particular en ello. Creo que no es importante la conveniencia política que pueda generar el caso. Creo que esto mezclado entre otros casos atingentes a los DD.DD. hubiese entorpecido el proceso únicamente. Sin embargo había algunas cosas que me hicieron dudar. La última carta que envío Ignacio me hizo un ruido extraño. Primero que todo, de haber sido detenido por los militares no me podría haber enviado una carta. Sin embargo en ésta decía cosas que me hacían pensar lo contrario: repitió constantemente que el lugar donde estaba olía a podredumbre, como a animales muertos. Pensé que podían haberlo capturado y encerrado en una cloaca o algo similar. Se sabe que esas cosas sucedían. Por otro lado era de conocimiento general que Ignacio era militante del Partido Comunista y que había estado involucrado en tráfico de armas. Me refiero que en el barrio en el que vivíamos quién no lo sabía, lo suponía. Entonces era absolutamente lógico que pensara que había sido detenido. - ¿Decía en la Carta porqué se iba? - Decía muy poco en esa carta. Explicaba un par de cosas acerca del lugar donde estaba y nada más. Me habló de Antier. También hablaba de muertos o algo que no se le entendía bien. Daba la impresión de estar confundido y, por la letra, supongo que se había agarrotado la mano derecha o algo similar. Pero la carta llegó años después de haberla enviado. Por esto el caso fue a proceso y luego comencé a sospechar que podría no haber tenido relación alguna con los casos de DD.DD. Pero no tenía pruebas concretas de esto. Incluso la carta venía sin remite. - ¿Cree que haya alguna relación entonces entre la dictadura y desaparición de Ignacio Candelaria? - Sería ingenuo pensar que no. Si Ignacio tuvo que salir del país de esa forma, sin avisarle si quiera a su familia, tiene que haber sido porque estaba siendo perseguido. Hay que recordar que en octubre de 1986 se había decretado toque de queda y se estaba allanando todo, por el atentado a Pinochet en la cuesta Miraflores. De seguro a Ignacio lo perseguían. La operación Boko 207 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) - ¿Conocía usted al ciudadano ruso? - Yo conocí a Antier por Ignacio. Más allá de esto no supe, pero sé que no estaba vinculado al partido comunista ni al tráfico de armas. Tengo entendido que eran amigos. Lo que llama la atención es que Antier era patinador y trabajaba en un circo, que pertenecía a su familia, sé que en el 84’ estaban en Montevideo, Uruguay, y desafortunadamente llegaron a Chile huyendo de la dictadura que había asumido Gregorio Álvarez. No tengo muy claro por qué se quedaron acá. Creo que si se lo llevaron fue sencillamente por ser ruso. No creo que haya estado involucrado en nada. Él me parecía una buena persona, simplemente. Aunque lo que se pueda especular de él me tiene sin cuidado. Sin embargo la negativa de Antonio Candelaria de publicar la primera entrevista completa, nos concedió el número de contacto de su colega de ex colega universidad. Nos ha pedido no revelar su nombre ni su paradero, puesto que ya no reside en Chile. Pero nos ha enviado una explicación acerca de la desaparición de Ignacio Candelaria y de Antier Zarquician. No nos ha permitido entrevistarle tampoco, aunque él ha aludido a otras razones, las cuales respetamos y no revelaremos. Acá lo que nos ha escrito, lo cual publicamos íntegramente. “Yo hacía el tercer curso de historia colonial francesa. Entré ahí por la detención y desaparecimiento del anterior catedrático, aunque esto no era oficial para la universidad. Debido a mi clase tenía que investigar acerca de los procesos de independencia y democratización de algunas repúblicas africanas. Por esta razón y no por otro motivo me he enterado de esto. Quiero aclarar que yo no conocí a Ignacio Candelaria ni a Antier Zarquician. “Durante estos últimos años, y por la democratización de los medios de comunicación de Chile se ha sabido que en el golpe de estado efectuado contra el gobierno de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, estuvo involucrado el gobierno norteamericano. Es sabido, también, por ciertos documentales extranjeros que han circulado, como Los Juicios de Henry Kissinger, por ejemplo. Así mismo se sabe que estuvieron involucrados en la dictadura uruguaya, apoyando dictador Bordaberry, antecesor de Álvarez. Esto, sino es de conocimiento público, al menos no es un secreto. “Ya avanzada la dictadura militar chilena y producto del gran número de muertos que ésta estaba dejando, el gobierno fue apoyado en un ‘proceso de desaparecimiento’, por llamarlo de alguna forma, que estaba implantando el gobierno norteamericano a las dictaduras que había apoyado. Esta fue la operación ‘Boko’, que se instauró oficialmente desde 1989, debido a la renuncia de la república de Benín, áfrica occidental, al marxismo-leninismo. Sin embrago esta operación era llevada a cabo desde mucho antes, más o menos desde 1980, por grupos reaccionarios benineses. Con la banca rota del gobierno beninés, puesto que no tenía ni siquiera crédito del Banco Central de los Estados de África Occidental, por exceder el límite de préstamos, el gobierno norteamericano le tiende la mano a cambio de que apoye cien por ciento la operación ‘Boko’ y ya no se declare una república marxista-leninista. Esto sucede ese mismo año y es apoyado por el Banco Mundial en el proceso de transición económica. “Antes que Benín se llamase tal, se llamaba el Reino de Bahomey. Una de las religiones más potentes ahí, por ese entonces, era la vuduísta. Los conocimientos acerca del vuduísmo se conservaron de generación en generación y, actualmente en Benín, aun existe el vuduísmo. Esta fue la herramienta principal que ocupó el gobierno norteamericano en la operación ‘Boko’: los cautivos políticos eran convertidos en zombies. En esto quisiera detenerme sin que parezca que estoy hablando idioteces: hacer zombies, como se le llama, es un técnica, es un conocimiento que cualquier persona puede aprender, bajo determinada instrucción es posible que cualquier persona haga un zombie; segundo, para hacer un zombie se requieren ciertos materiales que no están a disposición de cualquier persona, pero sabemos que estos materiales, este conocimiento y el mismo vudú fue trasladado por la colonia francesa, principalmente a Haití, aunque en realidad lo traslado a todo el mundo, debido al tráfico de esclavos. Una última precisión acerca de esto, que es de orden técnico: si bien el discurso oficial de la medicina no acepta la existencia del zombie, propiamente tal, le llama a este esquizofrénico catatónico, aunque con esto solo se explica la pérdida de la voluntad del zombie, pero no el proceso de descomposición. Incluso podríamos aceptar que sea una La operación Boko 208 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) esquizofrenia catatónica provocada adjuntamente a una necrosis o gangrena generalizada (lo que es un supuesto ya demasiado complejo) aun esto no explicaría la lentitud de la descomposición. Aun si especulamos que esto se produce por el estado catatónico, no alcanzaría a explicar porqué no hay una disminución en la fuerza motora. Hablamos acá de algo particular, no de un enfermo que podría ser tratado con determinados medicamentos. Cualquier persona que alguna vez haya visto a un zombie sabría que eso no está enfermo, que ni siquiera podría estarlo. Cualquier persona que haya visto un zombie, sabe que es algo que no quiere volver a ver. “Los zombies le eran convenientes todas las partes: al gobierno de Benín, porque le otorgaban fuerza de trabajo y los amistaba con su prestamista; al gobierno norteamericano, porque se deshacían de presos políticos sin asesinarlos (aludiendo a razones de salubridad el juicio internacional podía ser más flexible en casos de derecho humanos), aunque esto nunca salió a la luz pública por razones que desconozco y no estoy interesado en conocer; también mantenían su dominancia en los países latinoamericanos que habían sido ayudados y además propagaban una plaga peligrosísima en Benín, lo que les permitía, y aun, mantener a raya la población africana. Esto último es algo que ocurre eventualmente: para que un zombie sea liberado debe morir su ‘Boko’, que es quien hace el ritual para convertir a una persona en zombie. Como la cantidad de gente trasladada hasta Benín era muchísima y no todo el mundo maneja la técnica de hacer zombies, un ‘Boko’ manejaba a varios zombies a la vez, los que le proporcionaban mano de obra gratuita por un mínimo de comida, la que estaba hecha fundamentalmente de carbohidratos, puesto que esto les permitía generar ATP y así poder moverse, sin embrago esto debía ser controlado estrictamente: cualquier variedad en la dieta provocaría que el muerto perdiera su capacidad motora, puesto que muy pocos carbohidratos, bajarían la producción del zombie; demasiados carbohidratos o algún tipo de estimulante de la presión sanguínea, provocarían un estado de alteración que anularía los ingredientes que lo volvieron zombie, con lo que no regresaría a su estado normal, sino que lo dejaría en estado muerto. Por esto, cuando un cuerpo zombie dejaba de estar en condiciones de trabajar, era enterrado por el mismo ‘Boko’ en una tumba con sal, lo que hacía desaparecer los huesos del muerto. “Cuando un ‘Boko’ moría los zombies a su cargo se propagaban, entonces se procedía a la aniquilación de ellos. Sólo un zombie sin ‘Boko’ es agresivo, además de contagioso. El zombismo, como una gran cantidad de enfermedades, se transmite por las secreciones corporales y por ello la mordedura de un zombie resulta fatal. Lo que se hace habitualmente es cortales la cabeza y dejarlos boca abajo, para que la sangre baje y se pierda completamente. Entonces las carnes sueltas del zombie caen y le dan el aspecto de estar desollados. Los vuduístas son muy respetuosos de la muerte en cualquier caso, y cuando un ‘Boko’ muere, los otros ‘Bokos’ entierran en sal a los zombies del muerto. El enterrarlos en sal no solo evita que se encuentren los huesos, además hace que el alma de este se libere definitivamente del cuerpo en deterioro. Aunque esto es lo que creen los vuduístas, lo que ante los hechos no me parece dudable. “Así trabajaba la operación ‘Boko’, eliminando cautivos de Latinoamérica y exponiendo a la población africana. Sin embargo esto era un riesgo del cual el gobierno de Benín estaba consciente. Pero la banca rota de finales de los ochenta les había planteado esto como la opción menos riesgosa, porque la otra opción era quedar desabastecido y sin la asesoría económica que les facilitaba el Banco Mundial. “Ahora este plan nunca salió a luz y tampoco se expandió el desaparecimiento de cautivos políticos por razones de salubridad. Pero ante esta evidencia resulta claro qué pasó con Ignacio Candelaria y con Antier Zarquician, que no fueron desollados, sino que tuvieron que ser aniquilados por la muerte del ‘Boko’ que los regía. La operación Boko 209 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) “Si esto se sabe fue por la muerte de Zarquician. La primera versión que salió por la muerte de Zarquician fue que éste estaba ayudando a un grupo extremista beninés a reinstaurar un gobierno abiertamente marxista-leninista. Y esto se publicó particularmente porque la familia Zarquician, de la cual todos trabajaban en el circo, puso el grito en el cielo. Entonces se dijo que toda la familia Zarquician y el ‘Circo Extremo Abomey’ (como se llamaba el circo) estaba involucrado en esta campaña de reinstauración de un gobierno marxista-leninista. Esto me pareció del todo sospechoso, primeramente, porque no entendía por qué un grupo de patinadores habría de involucrarse en una revolución armada, porque así pintaban a este supuesto grupo revolucionario. Incluso siendo eso posible, que un grupo ruso estuviese muy interesado en la liberación del capitalismo de un país africano y se entregaran a morir por ello, lo que no lograba colegir era porqué se habría de hacer esto luego de venir saliendo, al menos oficialmente, de un gobierno marxista-leninista. Esto claramente no tenía ningún sentido. “El ‘Circo Extremo Abomey’ era uno de los mecanismos de espionaje que tenía la operación ‘Boko’, por lo que los integrantes de éste eran espías. Debido a que todos decían ser rusos y en parte lo eran, se le facilitaba el acceso a ciertos grupos comunistas contrarios a las dictaduras latinoamericanas de derecha. El ‘Circo Extremo Abomey’ era de hecho una de las piezas fundamentales en muchos secuestros políticos. Por esto se quedaron en Chile, luego de pasar por Uurguay y es probable que hayan estado involucrados en varios de los 172 casos de detenidos desaparecidos en la dictadura de Bordaberry y Álvarez. “Antier Zarquician fue mordido en Benín tras la muerte de un ‘Boko’. Así tuvo que ser eliminado como cualquier zombie que carecía de ‘Boko’, puesto que era agresivo e igual de contagiosos que cualquiera de ellos. La familia Zarquician por esto quiso hacer público el caso de la operación ‘Boko’, pero no les dio resultado. En realidad ignoro que habrá sucedido con ellos, pero es imaginable en cualquier caso. “De esto me enteré también por casualidad, como de la mayoría de estas cosas. Hubo el intento de pasar este caso y otros de asesinatos de espías norteamericanos, que trabajaban en secuestros, a Derechos Humanos. Por supuesto la causa fracasó, porque eso iba a incriminar en primera instancia a la República de Benín. De ahí a Estados Unidos había un paso. Estos quedaron en el anonimato, sin embargo en algunos lugares, como en Chile, se les procesó dentro de las causas de detenidos desaparecidos. “Por esta razón y por otras más he tenido que esconderme. La misma razón por la que no he dado la entrevista y por la cual le he enviado a un amigo esta carta, sin remite, para que se haga pública. No me escondo de los zombies; me escondo del ‘Boko’. Esto es mucho más atemorizante. No hay machetes que funcionen contra el ‘Boko’. La operación Boko 210 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL VOY-VOY “Aletas, piernas, élitros, tentáculos, brazos, pinzas, cabezas a granel, troncos humanos, perfectos o feos, en inmenso caldero se revuelven.. ..empieza a enfriarse muy despacio. Y El Hacedor ahora ya no sabe qué hacer con Él, su cara se oscurece y ante La Creación, fiasco inconfeso, quiere huir a través del laberinto de su espacio bizco y curvado” [“El Fiasco de La Creación] Lázlo Kálnoky(1912-1985) Luego se perdía en la ciudad y su entraña “Hay un cierto placer en la locura, saturnino Ser de los que se apañan que sólo el loco conoce “(John Dryden) solos, y ello le hacía reir a hurtadillas. “Tribachúm Tribaribaribaribachúm…. Gloria Aleluya, Che-ru-cha-len” (Gerald Durrell) Recuerdos “Dickenssianos” infantiles me pueblan el ánima, aunque están esmerilados, y en mi trepidante actividad diaria, no anidan en mi. Sin embargo, después del largo viaje, hoy estoy muy atribulado, pues he escuchado regurgitar por los imbornales -¡Demasiado Tiempo!- la maldita canción de “Los Machucambos” : “Más Allá de no sé dónde tampoco se sabe cuándo dicen que salió Un Espanto…” Y como en una estropeada película de Super-8, reminiscencias del trapero acaparador de corcho y cartón me han poseído. He vuelto a recordar el rendibú con aquel zascandil. Sí, fue una Visitación “Dickenssiana”. Tocado con un chapeo indefinido, y bajo él dos ojos zarcos y mesméricos, el anciano recogedor de cartonajes callejeros surgía, casi alumbrado a dos velas, menos que una sombra, en atrios, hastiales donde el eco nos asustaba, un Prometeo con su fardo arrepticio, medio “Ido”, contumaz empujando su extraño carricoche acaparador con forma de ataúd. En esos momentos, los chavales lo rodeábamos a distancia prudente, pues esperábamos su ceremonial: De pronto se giraba, y para evitar nuestro asedio lleno de vida-contrastado con su luctuoso aspecto revenido-abandonaba su convoy de anómalos objetos propios de quien padece un Síndrome de Diógenes terminal, pero más tenebroso y macabro, y enmudeciendo todas nuestras increpaciones, ausente y camuflado decía de esta guisa, cual si de una alcantarilla hirviendo se tratara balbuceando lenguaje humano.. “Voy – Voy “ Y esa horrísona cadencia, muy modulada en re menor, hacía nuestras delicias…mientras huíamos reos del hecatónquiro del miedo cerval. Empero, tras olvidar el incidente, lo buscábamos al pasar los meses(pues era parte de nuestros ritos iniciáticos de Crecer) y reproducíamos la escena. Tal regularidad nos satisfacía, hasta que al transcurrir un año y pico, se decidió en la pandilla introducir algún acicate que lograra providenciar de manera más sublime aún el episodio señalado. De la siguiente manera. Un voluntario, el más valiente de nosotros, tendría que aproximarse sin que Él se percatara y tomaría la iniciativa espetándole “Voy – Voy “ al trapero podridillo. Es decir –se nos hacían los dedos huéspedes ante la inversión de los términos de la facción hermenéutica- en Román Paladino era hurtarle sus dos conspicuas palabras, prosopopeya de su única comunicación con Éste Valle De Lágrimas. No sigáis expectantes: “Et In Arcadia Ego” [También Yo Estoy en Esa Arcadia”], Servidor Fui El Aherrojado ¡Natural! siempre he sido muy narciso, y si bien creo lo que expresó Ernest Hemingway de “El Valor es una huída hacia adelante”, me ofrendé en el ara del liderato de mi escuadra callejera de vociferantes amiguetes, quienes me idolatraban. El Voy‐Voy 211 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Para allá que fuimos al filo de la medianoche de un plenilunio de Luna Azul. Y le hallamos cuando parecía haberse extrañado al olvido, barruntando sempiterno su “ritornello” ¡¡¡Voy – Voy!!! ¡Qué a placer bramaba en las calles mal iluminadas, poniendo enconado celo en su “Allanpoesco” y crascitante graznido! Voy – Voy Pronto me dí cuenta de cómo magnetizaba. La escuadra de mis prosélitos se ocultó, y me encaré solo al singular reto, irremisiblemente desvalido, y sin otro camino que abordarle. Sigiloso llegué por su espalda, y a punto de tocar su “tres cuartos” militar usado que vestía desde tiempo inmemorial, recité asaz blasfemo.. Voy – Voy Se giró con inusitada brusquedad, y no tuvo necesidad de sujetarme o paralizarme con artes diabólicas, pues me quedé estupefacto. Justo en ese momento, oí carreras apresuradas y cobardonas de zapatitos infantiles desparramándose por los cobertizos del centro histórico de la ciudad, llegando hasta mi el claqué desesperanzado que producían sobre el ancestral adoquinado. Eran mis muchachos, mis adeptos hasta ese instante determinante de pánico puro, quienes me abandonaban al albur del “Voy – Voy “, aunque con el poder mental visionario nacido del terror sin piedad que me subyugaba, telepáticamente les oía enviarme sus respectivos karmas disculpándose con la excusa de que no cabía opitulación posible tan sacudidos como estaban por el miedo irrefrenable. Quedé trastornado. Aquella piel que recubría su cara y sus manos, lo único expuesto por vez primera a mis pupilas infantiles, no era una epidermis viva. Verde y saturnina; putrefacta y plúmbea habitada por gusarapos. Pero sus ojos…venían de muy lejos, de allende el raciocinio, de donde mora el horror incatalogable, celados por su anatémico sombrero, y transmitían un pavor nunca jamás experimentado. Desde entonces sé que el miedo es azul [Solomon Kane explicaba en sus dichos puritanos que La Muerte Es Azul], exacto a sus ojos zarcos. pero lo que casi me hizo perder el seso de tan auténtica como era la honda impresión generada, fue paradójicamente, el instante tragicómico y socarrón en que con insólito ademán sórdido, se puso a cantar aquella antiquísima canción, un “merengue” en concreto, de “Los Machucambos” : “Más Allá de no sé dónde tampoco se sabe cuándo dicen que salió Un Espanto. Que lo vieron no se sabe dónde ni cómo ni cuándo, ni por qué andaba espantando. ..Yo Lo Ví, Yo sí Lo Ví..” ( Y “El Voy – Voy” me apuntaba con un corrupto dedo ) “Era Un Muerto sin cabeza - a punto de desvanecerme, contemplé al borde de la apoplejía, cómo se desenroscaba el cuello dejando un manojo de raíces secas (¡eran muérdagos!) a la vista, en lugar de arterias, sosteniendo su propia cabeza decapitada con sus manos sarmentosas ofrendándola a La Luna Azul, tanto que parecía su Tercer Ojo Zombi en mitad de una frente repleta de escrófulas A todo esto, Él continuaba con su mímica seviciosa al cantar.. “..sin pantalón ni camisa..-devolvió su busto al hueco antinatural de procedencia, y me mostró desbotonándose el “tres cuartos”, que no vestía esas prendas, y que en su cadavérico cuerpo poblado de miasmas, no abundaban más que cicatrices y marcas quirúrgicas alarmantes amalgamadas sin distinguir la anatomía humana que un día lejano fue – “con las manos en los bolsillos –e introdujo las manazas como panes moros, en tajaduras malolientes…¡¡En el acetábulo en Vivo de sus caderas!! – “y una macabra sonrisa.” Se desternillaba sardónicamente, pero al abrir la boca –perfumada como un escape de gas...aquello no podría ser, sino que REALMENTE EL INFIERNO EXISTÍA DE VERAS. Un ofidio por lengua, un olor que era la personificación de la descomposición de lo peor de La Tierra, sanguijuelas surcando su paladar forrado de liquen y cifela de los tejados; y en lugar de saliva, algún lincurio humeante de felino del averno, apelmazado con crúor de los condenados con que se engrasa El Tártaro. Ese P a n d e m o n i u m fue a la postre, un revulsivo -¡Gracias a San Miguel Arcángel!-que me hizo escapar de mi ensimismamiento y, con mis “necesidades”recién depuestas embadurnándome la ropa interior (perdí el control de esfínter por el atenazamiento luctuoso) arranqué a correr más que El Voy‐Voy 212 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) el mismo Pateta ante un diluvio de agua bendita. Enfilando el chafariz de la glorieta aún escuchaba la voz repleta de quemazón de absenta desencadenarse geométricamente en la atmósfera y desparramarse por las desprotegidas calles medievales en mi busca…. “Tenía los ojos pelaos-no quería ni imaginar cuál podría ser la escenificación de la fraseTenía el bigote chorreao-¿acaso ácido y sangre enfermiza goteando desde el cielo?Tenía los pelos paraos, Tenía la barba p´atrás-¿quizás fuese mitad imbunche, mitad zombi? y bailaba sabroso así de medio lao con este ritmo atravesao…… Eso fue lo último que tarareó entre los reconditorios de la catedral gótica, mientras alcanzaba al fin, el pórtico de mi casa. Fueronse El Tiempo, las rúas y La Infancia, y un buen día, es decir, H o y , he venido a mi villa natal, tras una ausencia de décadas ; exitoso en otras campañas y otras lides lueñe de Mi Patria. Estoy aquí ante los imbornales abiertos y ominosos de este parque repleto de tanacetos, con ínfulas de disimulado camposanto, que no sé quién habrá franqueado en malahora para mi. Hasta las hojas secas de los madroños huelen …definitivas y cósmicas. Estos escenarios de mi niñez, por un lado parecen decir “permanezca entre vosotros la fraternidad, no os olvidéis de la hospitalidad, pues por ella, algunos sin saberlo, hospedaron a ángeles” (Heb, 13 -2 ) pero de otro lado, no advierto la calidez de la llegada de la Estación Vernal del Año. Es cierto, objetivamente, La Ciudad me ha abrazado, mas……. ….de pronto he escuchado, como decía al principio de Éste Opúsculo de Providencias, Los Machucambos , y… ¡¡¡¡¡¡¡Por Cribas!!!!!!! a continuación, aquella voz telúrica y sísmica recitando una críptica poesía… Vine a tus hastiales, errabundo, Olisqueé tu Ser bajo los madroños Y creí oírte, sintiéndote otra vez trémulo y bisoño. Viento a ráfagas, médanos y ciénagas son Mi Mundo, Otilando te digo quien soy, susurrado en los tanacetos. Yo Soy ese secreto que Tú sabes musitado..en estos tercetos Es Impepinable. Ha regresado a la par que Yo de su ignoto antro en El Tiempo y bajo toneladas de tomaína y humus. Mi Ciudad Natal es un queso gruyere que funde con los Fuegos de San Telmo, y transmite sus designios con un raro juego de morse de Fuegos Fatuos, inteligibles exclusivamente por Los Zombis que en secreto tenemos asignados quienes nacimos aquí; sus subterráneos son El Carnerario de Los Revenidos como Él, y ¡Malhaya! ..¡¡¡Ambos sabemos que hay que poblarlos!!! ¡¡¡¡Tarde o Temprano!!!! “M á s A l l á d e n o s é d ó n d e t a m p o c o s e s a b e c u á n d o dicen que salió Un Espanto Que lo vieron no sé sabe ni dónde ni cómo ni cuándo ni por qué andaba espantando “ Y asumo que estoy irremisiblemente perdido, en tanto camino hacia su silueta esmeralda fosforescente y pútrida (¡desmenuzándose un poco más si cabe que cuando yo era chico!) Y para envalentonarme como antaño - ¡Soy Genio y Figura hasta en mi Finis Poloniae! – ..hago los coros……. “..Yo Lo Ví, Yo sí Lo Ví…” “..así de medio lao.. con éste ritmo atravesao..” [ Cuentan que aquel hombre lo hallaron mal, dormido en un jardinillo en mortuoria estancia. N o t a d e l P o e t a] * El Voy‐Voy * * 213 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) “ Mis Queridos Amigos que aún recuerdan al loco, ahora les escribo, aquí junto a la estufa donde os recuerdo mientras el frío de la noche de noviembre ha venido a mezclarse en mi alma a esta lenta tristeza que apenas se disuelve “ “Amigos, recordadme, y no sólo entre prisas, pues viví entre vosotros y un día me quisisteis” [ Attila József, 1905- 1937] Salve Atque Vale !!! F El Voy‐Voy i n i s 214 . I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL PRINCIPIO DEL FIN Los haces de luz se proyectaron por entre las ramas de los árboles y todo empezó a colorearse a su paso: los grandes abetos verdes y robustos, las flores entre sus troncos, las briznas de hierba del claro, el riachuelo con su continuo rumor y los pájaros que se perseguían de un lado a otro. Sam presenciaba este pequeño espectáculo cada día sin dejar de sorprenderse y disfrutar de él. Se levantaba muy temprano y se sentaba en las escaleras de la entrada de la casa. Empuñando su taza de café humeante disfrutaba del rumor del agua a su paso, del trasiego de los animales en la espesura del bosque y del olor de la hierba fresca de la mañana, mientras el sol se elevaba radiante y majestuoso. La vida de Sam era sencilla y tranquila. Había cambiado el frenético ritmo de la ciudad por un pequeño rincón olvidado en la montaña donde vivía en paz. Cuando se termina el café, entra en la casa para comenzar la jornada. Tras el umbral podemos observar el ambiente de una casa sencilla, sin muchos adornos, pero con el toque cálido que le da la madera con la que está construida. Se dirige hacia la parte de atrás cruzando por la cocina hasta una puerta que da al patio, donde tiene a los animales. Abre la puerta y ve acercarse a su pastor alemán para darle los buenos días. —Buenos días, Capitán. —saluda al perro mientras le acaricia detrás de las orejas. Su viejo amigo le corresponde con un lametón en la mano. —Vamos a sacar de paseo a las señoras. El hombre manipula la cerradura del redil donde tiene a sus ovejas y abre la puerta, momento que aprovecha Capitán para colarse dentro y empezar a dirigir a los animales hacia la puerta abierta. —Circulen señoras, que no tenemos todo el día. —exclama mientras va sacándolas poco a poco con la ayuda del perro. Al levantar la vista, en uno de los extremos parada y sin muchas ganas de ponerse en marcha hay una de ellas. Sam la mira y resopla con un gesto de resignación. —Todos los días haces lo mismo, ¡vamos perezosa! —la voz enérgica de Sam se eleva por encima de los animales que iban saliendo dóciles hacia fuera. Capitán, muy atento, corrió hacia ella y el animal salió disparado hacia la puerta. Entre los dos sacan a todas y Sam, tras cerciorarse de que no queda ninguna rezagada, cierra tras de sí. Acto seguido comienzan el ascenso a la montaña hacia las grandes extensiones verdes donde los animales de Sam puedan pastar. Mientras Capitán guía el rebaño montaña arriba, el hombre los sigue a cierta distancia sumido en sus pensamientos. Agarrado al palo de madera que le sirve para nivelar el peso en el ascenso y con la mirada perdida en el horizonte, más allá de las cordilleras, Sam se pregunta qué le habrá pasado a Billy. Antaño Sam bajaba una vez a la semana al pueblo a vender los productos que daban sus animales, principalmente queso. Iba cargado con la mercancía montaña abajo, vendía en la plaza del pueblo, donde se organizaba un mercadillo, en el cual, se citaban los comerciantes de la comarca. Billy era cliente asiduo al puesto de Sam y le compraba para la posada que su padre regentaba en el pueblo. Poco a poco fue surgiendo amistad entre ellos, tan rápido como los quesos de Sam se hacían famosos en la posada. Llegó el momento en que el padre de Billy quiso en exclusividad los productos de Sam y llegaron a un acuerdo por el cual Sam no tendría que desplazarse hasta el pueblo para llevar su mercancía y se llevaría una cuantiosa suma de dinero por ser el proveedor del local. No fue muy difícil convencer a Billy para que se encargara de la logística por la amistad que había surgido con el comerciante y una vez en semana subía a la montaña con su carro y a veces se quedaba con su amigo durante la jornada jugando a cartas, fumando en pipa, hablándole de los chismes del pueblo, ayudándole con los animales y sobre todo disfrutando con las grandes extensiones de naturaleza de las que la zona gozaba. Billy llevaba diez días sin aparecer y Sam estaba preocupado porque nunca había El principio del fin 215 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) faltado ni una semana; las veces que lo había hecho su padre había enviado a otra persona en su lugar, pero habían sido pocas ocasiones en bastante tiempo. Cuando Sam llegó a la zona de pasto y recordó lo que llevaba en su bolsa atada a la espalda, se olvidó por momento de Billy. Había sido un ascenso duro, incrementado por el calor que ya hacía a media mañana. Buscó el cobijo que le brindaba la sombra de un árbol cercano a los animales, sacó de la bolsa un poco de carne que llevaba para el perro y unos bocadillos que tenía para él. Se comió los bocadillos con un hambre voraz y tras beber un largo trago de la limpia y fresca agua recogida de un manantial en el trayecto, se echó sobre la hierba , se colocó su sombrero de paja sobre la cara y cayó en un profundo sueño... Abrió los ojos y contempló el prado vacío, había anochecido y la oscuridad lo envolvía todo. ¿Cómo había podido dormir tanto? Se incorporó y avanzó hacia el centro del terreno, se colocó las manos alrededor de la boca para llamar a los animales pero ningún sonido quebró la oscuridad. Lo intentó de nuevo y lo único que salió de su boca fueron unos hilillos de saliva que le resbalaron por la barbilla. Miró a su alrededor desde su pequeña isla verde franqueada por los árboles amenazadores y la espesa oscuridad que emanaba del bosque lo observaba desde todos lados, creciendo y creciendo. El silencio era ensordecedor, insoportable, ya que Sam pensaba que en cualquier momento se rompería en mil pedazos. Sam quedó paralizado en medio del prado. Cada segundo que pasaba el bosque se comía más terreno, los árboles parecían más cercanos cada vez y Sam se sentía invadido. En ese momento un sonido atronador salió de la espesura, un grito gutural que era demasiado salvaje para salir de una garganta humana irrumpió en el oído del hombre obligándole a llevarse las manos a las orejas. Sam cayó de rodillas con las manos pegadas a la cabeza y desde su nueva perspectiva vio horrorizado como la oscuridad, que en un principio había pensado que pertenecía a la espesura del bosque, se dividía en pequeñas sombras que avanzaban hacia él a toda velocidad. Cientos de pares de pequeños ojos rojos cayeron sobre él, el hombre intentó gritar pero sólo expulsó aire de su garganta y todo se volvió escarlata... Se despertó gritando con las manos en la cabeza y empapado en sudor. Su pecho subía y bajaba con frenesí, levantó la cabeza y seguía en el prado pero esta vez tal y como lo había dejado. Sus animales le observaron y volvieron a su actividad. Cuando se repuso de la turbación se alegró de que hubiera llegado la hora de partir hacia casa. Cuando vio la casa entre los árboles se sintió más aliviado, nunca un sueño le había causado tanto desasosiego. Todavía quedaba algo de luz cuando se puso a guardar a los animales con la ayuda de Capitán. Terminaron y el sol estaba muy bajo, los haces de luz se estaban extinguiendo y todo estaba apagándose poco a poco. El hombre comenzó a caminar hacia la casa y al echar la vista atrás fue cuando vio al perro como una estatua mirando fijamente hacia la espesura del bosque. Estaba mirando en dirección al pueblo, montaña abajo, mientras Sam se acercaba para calmarlo: —Tranquilo viejo amigo, ya hemos terminado por hoy.- le dijo mientras acercaba su mano para acariciarlo. —Te pondré algo de comer y ... —El perro salió disparado como un resorte hacia la espesura del bosque antes de que el hombre pudiera siquiera tocarlo. —¡Capitán, vuelve! ¿Qué te pasa chico? —gritó el hombre mientras salía tras el perro que se estaba metiendo en la espesura. El perro y Sam se internaron en el bosque mientras el sol caía por el horizonte dejando todo a merced de una luz mortecina. Cuando el hombre vio la figura del perro entre una maraña de vegetación se habían adentrado bastante en el bosque. Las sombras eran alargadas y opresivas, Sam se acercó al animal que estaba inmóvil y aprovechó para pasarle la correa por el cuello y que no volviera a escabullirse. El perro tenía la mirada fija en la maleza, Sam tiró varias veces de la correa para llevarlo de vuelta pero no se movía. Se acercó para tranquilizarlo y quedaron los dos frente al amasijo de ramas y follaje que retenía la mirada de Capitán. El principio del fin 216 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Vamos amigo, pronto se hará de noche y no me gustaría quedarme rondando por aquí – dijo el hombre. De repente de la maleza se oyó el crujir de unas ramas. El hombre se alarmó y levantó la vista, pero su rictus se relajó al comprender. Cada vez se partían ramas más cercanas – Joder, ¿me has traído hasta aquí porque te has puesto a perseguir un conejo?, ahora mismo nos vamos – Sam se giró y tiró con fuerza, Capitán empezó a gruñir sin apartar la vista de las ramas. El hombre notó una presión en el tobillo y un tirón, cuando bajó la vista por su pierna se dio cuenta que un brazo sucio y sanguinolento que salía de la vegetación le agarraba la pierna. El hombre dio un respingo y se quedó sin aliento. —¡Mierda! —gritó. Y cayó al suelo. Recuperado del susto inicial, se levantó, apartó el follaje y guiado por el brazo se encontró con su amigo Billy tendido en la hojarasca. ¿Qué hacía allí? ¿Qué le había pasado? Se acercó hasta el cuerpo, le habló sin obtener respuesta ya que Billy había perdido el conocimiento, sus últimas fuerzas se habían quedado en el tobillo de Sam. Rápidamente se lo echó a la espalda para llevarlo a casa. Por la sangre, debía de estar herido. Echado en el sofá de la casa yacía Billy, la tez blanca, enfebrecido, un pañuelo húmedo sobre la cabeza, con las ropas hechas jirones y manchadas de sangre. Sam le había desinfectado y cosido una herida abierta en el brazo, por donde sangraba abundantemente. Por el aspecto de la herida Sam pensaba que le habría atacado algún animal, era un desgarro en el brazo con muy mala pinta ya que alrededor de la herida la piel estaba cogiendo un extraño color. Terminadas las curas se acercó su butaca, dio de beber a Billy y se sentó frente al sofá contemplando a su amigo, que respiraba entrecortadamente. Se preguntó qué es lo que habría sucedido, cuánto tiempo llevaría en el bosque y qué lo habría atacado. El día había sido muy duro y la butaca era muy cómoda, de repente las extremidades parecían pesarle el doble, los párpados iban cayendo lentamente, su respiración marcaba un ritmo suave y tranquilo, hasta que se rindió y el sueño se lo llevó. Los dos quedaron en el silencioso salón en mitad de la noche. La casa de Sam se erguía entre la oscuridad de la noche, tranquila, serena, iluminada por la luz de la luna. El aire que la envolvía era fragante, una mezcla de aromas de flores que agradaba los sentidos e iluminaba el alma. Sólo la época estival, donde una explosión de vida emergía, podía generar noches como aquella, donde dormir al raso bajo el manto de las estrellas era todo un placer. Toda esta belleza se vio enturbiada por un grito agónico en la noche; era el primero... pero no sería el último. Sam despertó sobresaltado por los gritos, su amigo había cobrado el conocimiento. Se levantó de un salto del sillón y se colocó frente a Billy. Se convulsionaba y gritaba de dolor, no decía nada coherente, sólo farfullaba cosas ininteligibles. Sam le agarró con fuerza para que no se cayera del sofá, pero su fuerza era descomunal. Con tanto movimiento se le terminó por caer la venda del brazo, Sam quedó estupefacto al ver que la herida se había hecho más grande y la mitad de su brazo estaba negro. El hombre sabía que su amigo estaba agonizando ya que le costaba cada vez más respirar y poco a poco perdía la fuerza inicial. Le pudo volver a tumbar sobre el sofá ya más tranquilo, los ojos de Billy seguían los movimientos de Sam y este atisbó una chispa de lucidez en su mirada. El moribundo separó los labios para intentar hablar pero lo único que salió de su boca fue un quejido, lo volvió a intentar de nuevo mientras se miraban fijamente, Billy levantó el brazo derecho y agarró a Sam del cuello de la camisa que llevaba. Las últimas reservas de aire que le quedaban se convirtieron en dos palabras que helaron la sangre a Sam: —Bes..tii..ass..Bess..tii...aas — dijo Billy en las que fueran sus últimas palabras, agarrando a Sam del cuello de la camisa y mirándole a los ojos. Tras esto no volvió a respirar. Sam quedó abatido, todo había sido tan rápido que no había tenido tiempo de reacción. Ni había podido hablar con su amigo, ni despedirse como le hubiera gustado, ni enterarse de qué le había pasado. Tapó a su amigo con una manta y pensó que tendría que llevarlo lo antes posible al pueblo para que su familia pudiera velarle y que se esclareciera el motivo de su muerte. Sin más dilación se dispuso a preparar su carro donde transportaría a su amigo montaña abajo. Cuando estuvo dispuesto entró en la casa con una carretilla de madera, que utilizaba para transportar los quesos, y donde El principio del fin 217 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) metería el cadáver de Billy para cargarlo en el carro. Dejó la carretilla al lado del sofá y al levantar la vista sólo vio la manta medio tirada en el suelo. Un escalofrío recorrió su espalda y el miedo lo clavó al suelo dejándolo paralizado. Algo no andaba bien, su amigo había dejado de respirar delante suya, las convulsiones, los estertores... todo indicaba que había muerto; por otro lado tampoco era médico. Sam lo buscó por la casa sin hallar rastro de él. Salió al porche de la casa para buscarlo fuera. —¡Billy! ¡Eh, Billy! —gritó a la oscuridad de la noche. Ninguna respuesta, ningún ruido, se había esfumado. Se recorrió todo el porche llamándolo en vano, no obtuvo respuesta alguna. Decidió meterse en casa, cerró la puerta tras de sí y oyó a Capitán ladrar. No había mirado en el recinto de los animales, se dirigió hacia la cocina donde una puerta lo separaba del patio cuando el ladrido del perro se ahogó en un quejido. Aceleró sus pasos, atravesó la cocina a toda prisa y abrió la puerta justo para ver como Billy desgarraba el cuello de su perro entre borbotones de sangre del animal. Billy estaba encima del animal muerto arrancando trozos de carne mientras le chorreaba la sangre caliente por la barbilla y el cuello. —Pero que.. —dijo Sam desde el umbral de la puerta. Se quedó si palabras. Su voz atrajo la atención de Billy hacia la puerta. Se levantó de un brinco y corrió hacia él. Sam cerró la puerta de golpe y aguantó las embestidas como pudo. Esa “cosa” ya no era su amigo y había adquirido una fuerza descomunal. Quedó con la espalda pegada a la puerta y no aguantaría mucho tiempo los golpes, tenía que hacer algo. Quizás podría acercar con el pié una de las sillas. Fue resbalando por la hoja de la puerta, mientras hacia fuerza para que no se abriera, alargó la pierna hacia la silla y con el pié la enganchó. A duras penas la acercó y la colocó bloqueando la entrada. Se lanzó corriendo para salir de la cocina, iba por la mitad ya estaba muy cerca del pasillo, cuando a sus espaldas se quebró la silla en mil pedazos y la puerta se abrió furiosamente. Sin pensárselo abrió la puerta del sótano y la cerró tras de sí, corrió el cerrojo para ganar tiempo. Encendió la luz y bajó por las escaleras a toda prisa, saltado de tres en tres los escalones. Cuando llegó abajo miró los estantes a toda prisa buscando algo para defenderse. Allí guardaba sus trastos viejos, botes de conservas, materiales para bricolaje, herramientas de jardinería... todo envuelto en una fina capa de polvo Mientras revolvía con desesperación en los estantes oía como platos y vasos se rompían en la cocina. Pronto su perseguidor se interesaría por la puerta del sótano y ni el cerrojo ni ninguna cosa que lograra poner para atrancar la puerta la mantendría para siempre cerrada. Encontró lo que buscaba. Levantó el hacha por encima de la cabeza y con un movimiento rasgó el aire con decisión. Preparado o no todo iba a empezar ya que empezó a escuchar los golpes en la puerta bajando por la escalera. Pensó en esconderse en un rincón detrás de la escalera y atacar por sorpresa. Decidió cortar la luz para desorientar más a la bestia que lo buscaba. Fue hacia el interruptor y con un certero golpe cortó los cables saltándole algunas chispas en la cara. Todo quedó a oscuras, sólo se oía la respiración entrecortada y acelerada de lo que había sido Billy tras la puerta y los golpes que le estaba propinando. Inició la vuelta al escondrijo donde descargaría su ataque. Se movió lentamente hasta ubicar todos los obstáculos que había hasta el rincón donde esperaría y una vez cogió confianza aceleró el paso, no quería que se abriera la puerta y se descubriera su posición. Estaba a un par de metros de la escalera cuando perdió la verticalidad, su cuerpo cayó como una piedra y con tan mala suerte que se hizo daño en el cuello, quedó tendido boca abajo. Había olvidado que había guardado unos cuantos quesos en el sótano porque ya no le cabían más en el cobertizo; ya que Billy no se los había llevado al pueblo los había metido allí temporalmente. Intentó levantarse sin éxito, no podía mover las extremidades y la cabeza no la podía levantar del suelo ya que el cuello era un estallido de dolor. Allí postrado quedó a un par de metros del costado de la escalera, envuelto en la oscuridad, tragando polvo del suelo y escuchando los golpes que le llegaban de arriba. La puerta no aguantaría mucho más. Estiró el brazo hasta que le estalló de dolor el cuello para coger el hacha, las lágrimas corrian por su mejilla, pero lo más que pudo hacer fue acariciar la empuñadura de madera con la yema de los dedos, un centímetro más y sería suyo. De repente un estruendo de madera astillada le llegó desde arriba y la luz del pasillo iluminó la mitad de la escalera. Los peldaños empezaron a crujir uno a uno, cada vez se escuchaban más cerca y una sombra se alargaba cada vez más hacia el suelo del sótano. El principio del fin 218 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Sam luchó por serenarse y estabilizar su respiración, pero su corazón quería salírsele del pecho. La cena estaba servida y él no estaba sentado a la mesa precisamente. Oía la furiosa respiración de Billy bajando cada vez más y más, contempló horrorizado como llegaba hasta el final de la escalera y miraba frenéticamente a ambos lados buscándole, olisqueando el aire como una bestia hambrienta. Se alejó de la escalera y pasó de largo. Fue hacia los estantes. Rompió varios botes de cristal de conservas, otros salieron rodando por el suelo, uno de ellos paró de rodar con las costillas de Sam, sacándole el aire de los pulmones y casi delatándole. Se alejó más y revolvió todas las herramientas que tenía de jardinería, tirando todo y levantando mucho polvo del suelo. Sam lo oía a sus espaldas revolver, había dado la vuelta y estaba cerca de las escaleras, estaba tragando mucho polvo y luchaba por no toser. Se le estaba acercando mucho y debía aguantar más, Billy se acercaba a la pila de quesos con la que había tropezado. Sus pasos se acercaron más, podía notar el olor de la sangre seca de la cara de Billy. No se golpeó con los quesos, siguió hacia Sam, este supo que había perdido, no había tenido la oportunidad de defenderse, por lo menos no lo iba a ver venir acercarse. Sintió cómo se sentó a horcajadas encima suyo, notó su aliento pútrido acercándose a su cuello, Sam deseaba que acabara todo rápido, cerró los ojos, sintió sus mugrientas manos sujetarle la cabeza, pronto tendría el cuello abierto y las fauces de la cosa ahondando más y más en la carne. Un estruendo resonó en el sótano y el aire se agitó violentamente, la carga que tenía Sam en la espalda cayó fulminada a un lado. Cuando abrió los ojos vio a su amigo tendido enfrente suya con media cabeza fulminada. Levantó la vista y una silueta sentada en los peldaños superiores de la escalera sostenía una escopeta humeante. Sam bajó la vista, cerró los ojos y se desmayó. Para Manolo, esa nueva estrella que brilla en el firmamento. El principio del fin 219 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LAS MUJERES QUE NO AMABAN A LOS ZOMBIES —¡Mamá, mamá, corre y coge todo lo necesario! —Juanita cogió a su madre por el brazo, y con toda la fuerza que ella tenía, intentó levantarla de la mecedora. —Hija tranquila, que ya voy, sólo quería terminar este jersey para tí. —Mamá deja el jersey para después, que la radio lo ha vuelto a decir. —Dolores se levantó de la mecedora.- Ha dicho que los zombies están ahora más fuertes que nunca y que el ejercito ha sido devorado completamente, y el resto de los soldados han huido. —¡Hija no me digas! Quien nos defenderá ahora...cobardes, los hombres de ahora no son como los que había antes —Dolores cogió su bolso, su neceser, y con una mirada rápida se despidió de su tercera casa en ese mes. —Mamá deja de desvariar y date prisa, quiero que al amanecer estemos muy lejos de aquí. He llegado a escuchar en una de las cadenas privadas de la radio que hay un pueblo al este, cerca del mar y por lo poco que me pude enterar, el lugar esta muy bien protegido, creo que ese lugar se llama Colina Silenciosa. —Seguramente allí haya televisión, porque hija estoy un poco harta de coser sin tele. — Dolores cogió las llaves del coche de encima de la mesa—.Esta vez conduzco yo. Juanita y Dolores se dirigieron hacia el garaje de la casa prestada por una vida que ninguna de ellas quería y que si deseaban seguir viviendo tendrían que jugar mucho con el destino. El coche que se encontraba dentro del garaje, era un todo terreno negro, nuevo y lleno de gasolina. De esto ultimo se encargó Juanita unos días atrás, cuando ocuparon la casa, aparte de llenarlo de alimentos y armas para el camino. Dolores se sentó en el asiento del conductor, arrancó el coche y puso la radio muy bajita, mientras esperaba a su hija. En ese momento Dolores se acordó de su casa natal, de su vida de antes, de lo feliz que había sido con su marido y sus hijos, hasta que estos fueron infectados e intentaron comérselas a las dos, teniendo que huir tan lejos como su viejo coche se lo había permitido, sin nada, solo sus ganas de seguir vivas. Dolores era una mujer metida en años, ella sabia que no podía hacer mucho, pero su hija le daba esa fuerza para seguir viviendo y luchando. Juanita era su hija pequeña, y la que más había sufrido en la vida; su marido murió a los pocos meses de casarse, haciendo esto que ella volviera al nido familiar, y unos pocos meses después ocurrió lo que nadie se esperaba... El principio del caos se apoderó del mundo en un abrir y cerrar de ojos, nadie tenia una respuesta, las noticias eran escasas y cada día que pasaba se distorsionaban un poco más; la televisión empezó diciendo que todo esto era culpa de una gran cepa, creada por el gobierno a hurtadillas del mundo. Los científicos del gobiernos quería inventar un arma masiva muchísimo más potente que el ántrax, tanto así fue, que crearon una bacteria que inyectada en el cuerpo humano, provocaba que las células vivas murieran al instante, dejando al individuo muerto en vida. La intención del ejercito era crear escudos humanos, que no sintieran ni pensaran. Al conocido experimento interno lo llamaron “escudo muerto”. Pero como todo en la vida, algo salió mal y una buena noche dos de los conejillos de indias escaparon, dejando un gran desastre a su paso; muertos, infectados, caos y ninguna vacuna para el resto de la humanidad...El mundo no estaba preparado para una situación como esta, nadie lo estaba. —Mamá arranca, y no te salgas de la carretera secundaria, espero que podamos llegar a la autopista cuando este amaneciendo. —Hija ten la escopeta preparada, no me gustaría que otro bicho de esos se volviera a subir al coche como pasó la otra vez, me puse muy nerviosa, y por casi nos pegamos una leche de campeonato en la casa de enfrente. —Tranquila mami. —Juanita le enseñó la escopeta de dos cañones a su madre—. Que esta vez no voy a dejar que nadie te estropee la carrocería... Desde una pensión 220 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Dolores arrancó el coche y muy despacio abandonó la casa donde habían vivido durante más de dos semanas. Las calles parecían desiertas, pero Juanita no se permitía que se le fuera el nudo del estomago, no quería relajarse hasta que no hubieran abandonado el pueblo sin ningún percance, pero el desierto esta lleno de animales nocturnos y este no iba a ser menos. — Qué bonito, nos van hacer una despedida por todo lo alto. — Dolores sin pensarlo aceleró el coche, y con un movimiento rápido se dirigió hacia el grupo de zombis que estaban en la entrada del pueblo. —Soy muy buena jugando a los bolos y vosotros descerebrados caeréis todos a la primera Juanita sacó la escopeta por la ventana, dejando en sus muslos la pistola de nueve milímetros. Desde el primer zombie que disparó para salvaguardar la vida de su madre, siempre la asombraba la cantidad de sangre y vísceras que podía salir de la cabeza de esos bichos y esta vez no iba a ser menos. Acertó de pleno en dos de ellos, ensuciando de pleno el parabrisas de lo cerca que estaban; volvió a cargar la escopeta, y esta vez solo logro alcanzar a uno, el otro Dolores lo intento atropellar, pero al igual que su hija, ella también fallo. El no muerto se agarro a la parte delantera del coche y con mucha rapidez empezó a trepar hacia arriba, Dolores sin pensárselo dos veces cogió el arma de los muslos de su hija y sin dejar de conducir disparo, dando de lleno en la sesera del monstruo. —¡Mamá, acabas de joder la luna! —chilló Juanita, quitándole el arma a su madre. —Hija lo siento, pero me recordaba tanto a tu padre... —Dijo mientras que su boca dibujaba una gran sonrisa. II Dolores condujo hasta el amanecer, con la única compañía de la voz Rob Halford mientras que Juanita dormía placidamente. El sol alumbraba un día más en un mundo de muertos, el cielo estaba abandonado de sabanas blancas y la autopista era un largo camino en el horizonte. El mundo se había movido en una dirección equivocada y ahora todo ser viviente pagaría las consecuencias — ¿Por qué paramos aquí? Si hemos parado hace un rato. — Hay atrás hay dos hombres haciendo autostop, y tenemos sitios para los dos. —¡Estas Loca! Ya sabes lo que les ha pasado a otros por coger autostopistas, mamá por favor arranca. —Juanita empezó a meter el pie en los pedales. —Arranca por dios, mamá quiero seguir viviendo. — Hija tranquila, los he visto y creo que no están infectados, alguna vez te he fallado... —Quieres que te recuerde que hace tres semanas por casi te matan por tus corazonadas.Juanita cogió la escopeta—. pero esta vez estaré preparada...ya que veo que no vas a cambiar de opinión. Los dos hombres corriendo hacia el coche con sus maletas, pero al ver a Juanita con el arma levantada se pararon en seco. — No estamos heridos, no nos han mordido. —Jack que era el hombre mayor dejó el macuto en el suelo y subió las manos—. Sólo queremos que nos lleven, nos dirigimos a Colina Silenciosa. — Hija baja el arma y deja que suban, además donde caben dos... —Dolores quitó el seguro de las puertas, dejando libre el camino a los dos nuevos acompañantes de viaje. — Muchas gracias preciosa.- Dijo Jack a Dolores, guiñándole un ojo. — En este coche hay unas normas y una de ellas ya se ha roto. Espero no arrepentirme. III La noche llegó tan pronto que el día había parecido una ilusión en ojos errantes. Las estrellas aparecieron como lunas diminutas en un cielo donde la reina era la luna del palacio y los muertos regresaban a su habita natural, la oscuridad Desde una pensión 221 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) — Así que usted es viuda. —Dijo Jack a Dolores, mirándola a los ojos—. ¿Su marido se convirtió en unos de ellos o murió por muerte natural? — Ahora me parece natural el balazo que mi hija le metió entre ceja y ceja. —Contestó Dolores mirando hacia la carretera. Ella ahora iba atrás acompañando a Jack, mientras que Julio se había prestado voluntario para coger el volante. — Creo que hemos llegado al puerto. —Julio aminoro la velocidad. — Yo pensaba que no tendríamos que coger ningún barco, creía que el pueblo estaría amurallado en la costa. —Juanita miro a Julio y a Jack—. Es lo que dijeron en la radio privada. — Nada de eso jovencita, muchos supervivientes saben perfectamente que existe este lugar, pero no es tan fácil de llegar, por ese motivo se refugian en pequeños lugares, donde saben que a la larga lo van a poder defender como a su propia vida, esto es lo único que nos ha quedado después de todo. IV Julio aminoró la marcha al entrar al pueblo. Los cuatro eran concientes de que no podrían bajar la guardia ni un solo segundo. Los muertos ya no se encontraban en sus tumbas, al contrario, salían de cualquier escondrijo. Julio condujo hasta las afueras del pueblo, donde el puerto asomaba sus redes como las olas anuncian su llegada a tierra. Allí la oscuridad se había evaporado, las luces parecían casi inauditas en un lugar así y los barcos todos apiñados en fila continua, acrecentaban más el temor entre ellos. — Tenemos que bajar del coche, agarra todo lo necesario y coger un barco lo más rápido posible. —Juanita le paso la nueve milímetros y la metralleta pequeña, al mismo tiempo que le daba una bolsa con munición. Jack miró hacia la izquierda, y no le gustó nada lo que vio. Un grupo masivo de zombies avanzaba hacia el coche, Jack nunca antes había visto una manada tan grande, parecía como si el simple sonido del motor del coche los hubiera despertado para comer, y la carnaza estaba dentro de un huevo sorpresa. Jack se fijo que aquellos zombies iban armados con palos, y cada paso que daban sus gritos aumentaba en el tiempo, Julio se fijó en las sucias ropas que todavía colgaban de sus cuerpos, y sin pensarlo dos veces dedujo que aquellos zombis eran los pescadores del puertos, sedientos de sangre fresca. —¡Julio corre, arranca! Son demasiados para luchar contra ellos, desde aquí jamás llegaríamos ni a tocar la popa de uno de eso barcos. — ¡Eso va a ser imposible, el coche no responde joder! Tendremos que arreglárnosla a pie y reza por que los motores del barco arranquen a la primera. —Hay que luchar, no nos queda otra, no hemos llegado tan lejos para nada. Quiero aniquilarlos a todos. —Dolores se colgó la metralleta. Los cuatros salieron del coche con lo poco que pudieron coger. El camino hasta llegar alcanzar uno de los barcos no era nada fácil, sobre todo ahora que se encontraban rodeados. —Nosotros iremos primeros, y os abriremos el camino, vosotros desde la retaguardia nos protegeréis, entendido. —Hija tranquila, y no utilices el machete, usa tu metralleta. —Julio eres el único que sabe como funciona un barco, no lo estropees —Tranquilo amigo, no te fallare. Juanita no dudo en zafarse del camión y ponerse a disparar a diestro y siniestro. Julio la seguía haciendo acopio de su fuerza, y entre golpes y disparos consiguieron matar a unos cuantos, pero Desde una pensión 222 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) esto fue suficiente. Los zombis aullaban palabras sueltas al tiempo que intentaban abalanzarse sobre ellos dos. Juanita distinguió la verborrea que gritaban entre sí, produciéndola un profundo asco en su interior. —¿Julio como vas? —dijo ella cuando se puso detrás de él. —Ya me he cargado a quince... Comer...cerebro vivos...hambre....hambre...comer... —¡Cuidado Julio!- Al mismo tiempo que Juanita se asustaba, un disparo cruzó su cara, dándole al zombi entre ceja y ceja. —¡Mama ha llegado! — Dolores y Jack se pusieron al lado de su Juanita, manchados de vísceras por todo su cuerpo. Cerebro...agjatjk...sedientos...cerebro...kggkgfff Dolores pudo comprobar al tiempo que se encontraba en mitad de aquélla jauría de bichos putrefactos, que muchos de ellos eran niños, y adolescentes con una fuerza descomunal, pero aún así ella no se apiadó y siguió disparando al ritmo de sus pasos. Julio luchaba con uno de los palos que encontró en las manos de uno de los zombies, mientras que Jack y Juanita intentaban abrirse un camino imposible con la ultima munición de la metralleta. La sangre sucia y las vísceras saltaban en el aire sin cesar, dejando a los vivos el mismo aspectos de los muertos. — Hija voy a utilizar una de las granadas, ya sabéis lo que tenéis que hacer...¡Corre como si estuvieras muertos!. Dolores quitó la anilla y lanzó la bomba entre el grupo de zombies. La explosión dio de lleno en mitad del rebaño, saltando por los aires los cuerpos mutilados y dejando un pequeño camino libre hasta el muelle. Ninguno desperdició la oportunidad, y en un abrir y cerrar de ojos los cuatros se encontraron delante de uno de los yates. Julio saltó dentro y poniendo la pasarela para los tres que estaban en tierra, y arrancó sin previo aviso, dejando a los muertos en tierra sin nada con que alimentarse. Navegaron durante más de dos horas, con el silencio en las entrañas, y con el sabor de una guerra ganada. Colina Silenciosa se encontraba delante de sus ojos, y en el otro lado no se escuchaba nada, solo el sonido de las olas. Julio apago los motores y se acercó al muelle lo máximo que pudo. — Mirar, hay ahí gente... — ¡No!, no, no... no puede ser, eso es un zombie, Dolores. — ¡Esto no tendría que ser así, dijeron que este lugar era seguro! — Mamá solo nos queda una cosa por hacer y es seguir luchando. El mundo se encontraba muerto por todos sus huecos, ahora los zombies dominaban la tierra. Fin. Desde una pensión 223 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) DESDE UNA PENSIÓN La situación era mala. Muy mala. Tanto que Gastón tenía ganas de correr. Correr a través de las calles y perderse, buscar otro lugar o, por lo menos, no sentirse atrapado. La calle era peligrosa. Pero también era peligroso quedarse en la pensión. Hacia un mes que vivía allí. Había ido con planes de dar el ingreso a medicina, buscar un trabajo para bancarse y tener una entrada de plata que no sea únicamente su madre. Por un lado, para aliviarle el hecho de mantenerlo; por otra parte, por el simple hecho de tener su propio dinero. Pero nunca se le hubiera ocurrido que pasaría algo así. Hacía cinco días que él y otros cinco chicos estaban recluidos ahí dentro. Salir podría costarle la vida a cualquiera. Lo había probado Marcos, cuando quiso hacerse el valiente y correr hacía el almacén de enfrente. Cuatro días pasaron de eso y todavía no había salido. Solo se escuchó un golpe y algo parecido a un grito, que más bien era un sonido gutural, ahogado. Se escuchó muy claro, dado que la ciudad estaba silenciosa. Con sus dieciocho años, Gastón todavía era un “chico de pueblo” como dirían en Buenos Aires. En La Plata también lo decían, pero no con tanta frecuencia. Nunca había probado algo más fuerte que la marihuana (a diferencia de muchos de los chicos que vivían allí, los cuales eran propensos a experimentar con distintas drogas) y su borrachera más loca había terminado con un vómito al lado de la cama. Trataba de cuidarse en las comidas, salvo alguna visita al Burguer King o un pancho en algún puesto de las plazas. No era virgen, pero sus experiencias sexuales no iban más allá de tres veces con una ex - novia que había dejado en Chivilcoy, de donde él era. Hasta la música que escuchaba no desbordaba de emoción, ya que le gustaba la música clásica. Y ahora esto. No le escandalizaba el hecho de morirse. Eso no. Había pasado situaciones mucho más horribles en su casa, con su viejo tratando de meterle la mano abajo de los pantalones, como para volverse loco por el hecho de que un flaquito de mierda que con suerte se mantenía parado le estuviera poniendo un cuchillo de cocina en el cuello. No era ese el problema. El problema era que quería volver a su casa. Quería vivir para ir a Chivilcoy a buscar a su mamá, que; mal o bien, siempre había estado con él. El del cuchillo se llamaba Ramiro. Era delgado, no muy alto y con un pelo largo hasta los hombros. Tenía ojeras porque no dormía bien (como todos en los últimos días) pero además, tenía un aliento horrible. Gastón lo sentía respirar justo en su cara y, si había algo peor que tener el cuchillo de ese pibe en el cuello, era oler y sentir su aliento. Dio un último paso atrás y se encontró con la mesada de la cocina. Bueno, por lo menos no me va a matar una de esas porquerías que andan dando vueltas allá afuera, pensó con resignación. — ¿Qué dijiste? ¿Vos estás loco chabón? ¡Te voy a matar! Ramiro acentuó la fuerza con que agarraba el cuchillo, se le pusieron más blancos los nudillos y le acercó el filo del metal un poco más a la garganta. Los demás miraban. Solamente miraban lo que podía ser el principio de la autodestrucción. —¿Podés calmarte? Solamente propuse irme, no obligo a nadie a que venga conmigo. Vos estás mal chabón. Dejame en paz. Gastón trató de aparentar firmeza en su voz, como si el hecho de que el jodido imbécil de Ramiro no lo tuviera contra la mesada y la mano le temblara como si el cuchillo pesara kilos en vez de unos simples gramos. — ¡Repetí eso, forro! ¡Repetí eso y te lo clavo! — Ramiro, la concha de la lora, dejate de joder y soltalo. El que acababa de hablar era “El Oso”. Gastón lo miró y le agradeció mentalmente, ya que era una mole de un metro ochenta y pesaba ochenta y siete kilos. Si “El Oso” decía que hicieras algo, mejor valía decirle que si. Desde una pensión 224 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Ramiro giró levemente la cabeza, pero no lo suficiente como para darle a Gastón margen para hacer algo. — ¡Metete en tus cosas! Lo que dice este no tiene sentido. Yo de acá no pienso salir. “El Oso” dio un pequeño, pequeñísimo paso al frente, que todos notaron, incluido Ramiro. —Me parece perfecto que hayas tomado una decisión, pero si Gastón se quiere ir por lo menos dale la oportunidad de que se vaya vivo y no que salga con los pies para adelante. Al fondo, se escuchó una risita. Gastón más tarde lo pensaría y llegaría a la conclusión de que la risa fue de Marcelo. El muy boludo se reía de todo. Ramiro miró a Gastón. Este lo miró a su vez. Dios, que aliento horrible. ¿Qué carajo te comiste? ¿La mano de Perón, forro? — Está bien, está bien. —Dijo Ramiro Bajó el cuchillo. Luego dio un paso atrás y bajó los ojos. Gastón pensó en romperle la boca de una trompada, de zarandearlo y preguntarle en que carajo estaba pensando, tuvo ganas de agarrarlo de la nuca y darle toda la cara contra el filo de la mesa. Pero sin embargo se contuvo. Miro fijo a Ramiro, desafiándolo a que dijera algo más, hiciera algún comentario. Pero éste no dijo nada. Se limitó a quedarse estático frente a él. — Bueno. —Dijo “El Oso” —. Mejor nos sentamos y charlamos bien las cosas. —Mi idea es simplemente agarrar la poca comida que nos queda, ponerla en una mochila junto con algún palo, cuchillo o arma que podamos llegar a tener e irnos. A la primera que encontramos un auto con llaves nos subimos y seguimos el viaje así. Si les parece, cuando tengamos el primer auto, podemos buscar uno para cualquiera que quiera ir para otro lado que no sea Chivilcoy. Yo voy para allá. Todos lo miraban. Excepto Ramiro. A Gastón no le daba lástima. Al contrario. Qué tenés en la cabeza ahora imbécil de mierda, pensó. — Lo ponés muy fácil, como si fuera el día de la primavera y fuéramos al pic nic. El que había hablado era Sergio. Estaba en la habitación a lado de la de Gastón. Era un “veterano” en la pensión. Llevaba casi cuatro años ahí y pensaba recibirse de contador sin gastar un peso en el alquiler de un departamento. —Ya sé que lo pongo fácil, lo pongo re-contra fácil. Pero es lo que se me ocurre. Asomándome al balcón no se me ocurre nada más que eso. Esos tipos, bichos, cosas o lo que sean caminan deambulando sin que nada más que una persona normal les llame la atención. — O sea que lo que querés decir es que no hay plan posible que no sea lo que vos decís. Correr hasta donde lleguemos. —Dijo “El Oso”. Todos miraron a Gastón. Esta vez, hasta Ramiro levantó la mirada de sus manos apretadas y lo miró. Gastón suspiró resignado. —Si, digo eso. Pero también digo que no me voy a morir encerrado acá adentro. Hubo un silencio, pero no muy largo, ya que lo rompió Esteban. —Yo voy, por mí no hay drama. Es más, si queremos, podemos pasar por la comisaría ahí seguro hay armas y autos. Está a dos cuadras. —Marcos no hizo ni treinta metros. El que habló en ese momento fue Facundo. Dormía en la misma habitación con Ramiro. A Gastón no le extraño mucho su comentario. Siempre coincidían en opinión con su compañero de habitación y esta no fue la excepción. Desde una pensión 225 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) “El Oso” se paró, se aclaró la garganta y dijo: — Al carajo. El que quiera venir que venga y el que no, se queda acá y ve como se las arregla. Yo ya tengo los huevos llenos. Gastón lo miró y le dijo con una sonrisa. — Lo que vos digas amigo, voy a preparar mis cosas. En el comedor de la pensión de Avenida 1 y Calle 68 se empezaron a mover los chicos que ahí vivían. No estaban muy entusiasmados, pero por lo menos tenían algo que hacer, un objetivo. Menos Ramiro y Facundo, los demás se dirigieron a preparar sus cosas y encontrar lo que les pudiera servir allá afuera. Ahora se encontraban frente a la puerta de la pensión. Era un garaje semi-cubierto con un gran portón de metal pintado de amarillo. Gastón, “El Oso”, Esteban y “Uruguay”. Este último se había ganado el apodo al ser de ese país. Seguramente estará loco por volver a su casa. Aunque quién sabe si el desastre este no fue en todo el mundo, pensó Gastón. — Bueno, yo abro. —Esteban se adelantó a la puerta. Todos asistieron y nadie dijo nada. En ese momento, salieron al patio por la puerta de la cocina Ramiro y Facundo. Ambos estaban muy serios y Ramiro apretaba los labios, mirando fijo al suelo. — Suerte. Si encuentran ayuda o algo, vuelvan acá. Vamos a estar acá. —Dijo Facundo. Nadie dijo nada, hasta que “El Oso” rompió el silencio. — No se hagan drama. En un par de días seguro los viene a buscar la policía, o los militares junto con la presidenta. Van a ver. Facundo dejó ver una sonrisa. Mientras, Ramiro siguió mirando al piso. — Vamos. —Dijo “Uruguay”. Esteban abrió la puerta. En su mano izquierda tenía un fierro largo y duro, que había sacado del taller de Luis, el dueño de la pensión. Salió primero sin mirar atrás. Luego siguió “El Oso” y “Uruguay”. Gastón salió último, saludando con la mano a sus compañeros de pensión. Obviamente, nunca más los volvió a ver. Era mediodía, así que el sol estaba radiante y fuerte. A Gastón le daba seguridad el hecho de que hubieran salido de día. Ni loco hubiera hecho ese viaje de noche. Estaban todos parados en la entrada de la pensión. No había viento, por lo que la desolación de la calle parecía mucho mayor de lo que en realidad era. En la esquina de enfrente se encontraba un infectado (así les decía “El Oso”, ya que para él todo lo que había pasado era una enfermedad). El infeliz estaba tirado en el suelo, con las piernas sobre la vereda y la cara contra el pavimento. Gastón lo había visto desde el balcón. El infectado había aparecido por la esquina y, sin más, se había desplomado. Convulsionó durante horas, hasta la mañana del día anterior, para terminar vomitando una gran cantidad de sangre que nadie quería saber que contenía. Esteban habló. — Bueno, para la comisaría. No vamos a ser tan boludos de quedarnos acá parados. — Vamos. —Dijo “El Oso”. Desde una pensión 226 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Empezaron a caminar, todos juntos, cerca uno del otro. Llegaron a la esquina aliviados porque ningún infectado había aparecido, contentos porque seguían vivos y todavía no tenían que correr desesperados. Cruzaron la calle, doblaron en silencio por la calle 67, hacia el lado de la calle 2, donde se encontraba la comisaría adonde querían llegar. Escucharon pasos. Pasos que resonaban muy fuerte sobre el asfalto. Miraron los cuatro hacia atrás, casi al mismo tiempo. El ruido de los pasos era un taconeo. Gastón no podía creer lo que estaba viendo. Era asqueroso, repugnante y al mismo tiempo miraba hipnotizado como el travesti se les acercaba corriendo como el engendro que era. Chorreaba una mezcla de baba y sangre que se le escurría por el exagerado escote. Se movía de forma desgarbada, sin ningún parecido a la forma de correr normalmente de un ser humano, tratando de mantener el equilibrio debido a los zapatos de tacos. Tenía los brazos en alto, como un futbolista festejando un gol. Gastón vió por el rabillo del ojo como “Uruguay” daba media vuelta y salía corriendo sin mirar atrás. Vió que Esteban se adelantaba un paso y preparaba su fierro, agarrándolo con las dos manos firmemente. Escuchó que “El Oso” decía con un hilo de voz. —Carajo… No atinaba a moverse. Puta madre, pensó. Más vale que mueva el orto porque sino me va a matar un travesti – zombie. Eso no se hubiera visto ni en la película más bizarra de la historia. El infectado seguía corriendo, a pesar de la dificultad que le imponían los tacos altos. Gastón finalmente reaccionó y sacó la cuchilla de cocina que llevaba enganchada en el cinturón. La sola idea de clavársela a esa cosa le repugnaba, pero si la situación así lo requería, iba a hacerlo con todas sus fuerzas. Vió que “El Oso” hacía lo mismo, tomando su propia arma, una navaja de caza recuerdo de su época en los Boy Scout. Pero ninguno de los dos llegó a usar su arma, ya que Esteban desató toda su fuerza con el fierro y el infectado cayó de espaldas, dando un golpe seco contra el asfalto y quedando fuera de combate para recibir una cantidad de golpes que a Gastón se le hicieron interminables. Al final, la cara del travesti solo era una masa deforme de carne y huesos. “El Oso” vomitó contra el cordón de la vereda. Gastón estuvo cerca, pero le costó horrores y tragarse su propia saliva con gusto a bilis. Esteban estaba un poco salpicado de sangre en el pecho, pero su cara permanecía limpia. — Vamos. —Dijo. — ¿Dónde anda “Uruguay”? —Preguntó “El Oso” limpiándose la boca. En ese momento se escuchó un grito. Un grito interminable que se clavó en el cerebro de Gastón. Al parecer, “Uruguay” había llegado a la comisaría. Había corrido hasta ahí y había entrado. Ahora salía gritando y trastabillando. Además, salía chorreando sangre, pero a una cuadra de distancia, nadie lo percibió y todos corrieron hacia allí, para ver que le pasaba a su amigo. Estaban a treinta metros cuando Gastón gritó, porque vió que salía gente del portón de la comisaría. Salvo que no era gente, eran dos infectados vestidos como policías. Cualquiera dirían que se camuflaron, pensó con tristeza. Todos se frenaron y observaron como el uruguayo, cuyo nombre era Pablo, se tomaba del cuello, tratando de detener la sangre que le salía y que inevitablemente lo llevaría a la muerte. Cayó al suelo, sin decir una palabra ni mirar a sus compañeros por última vez. En ese momento, los infectados dejaron de lado al humano que ya había muerto para centrarse en sus nuevas presas, esos tres imbéciles que miraban el cuerpo muerto y no movían un músculo. Uno de ellos no llevaba pantalones pero si calzoncillos y enseguida giró para correr hacia los chicos. Esteban lo vió venir y se preparó otra vez, mientras el segundo de los infectados, un tipo con bigote y el pelo extremadamente corto, miró con sus furiosos y enrojecidos ojos a Gastón. Este último observó que al lado del portón, por detrás de los infectados, había una patrulla. “El Oso” también la vió y junto a Gastón empezaron un rodeo para llegar hacia ella. Desde una pensión 227 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) — ¡Vení, vení que te la voy a dar! Esteban miraba fijo al frente, sin ver lo que hacían sus compañeros. El infectado sin pantalones corrió directamente hacia él, pero en el momento que Esteban tiraba el golpe, se agachó, tomándolo por el estómago y tumbándolo al suelo. El fierro salió despedido hacia el medio de la calle y Esteban comenzó a gritar, porque los dientes del infectado en su pecho eran el mayor dolor que alguna vez había sentido. Gastón corría hacia la patrulla. El infectado corrió hacia él, tiró un manotazo para agarrarlo, pero Gastón frenó, haciendo pasar de largo al infectado que cayó en el asfalto. “El Oso” pasó corriendo a su lado, como un poseído. Abrió rápidamente la puerta de la patrulla y entró. — Las llaves, las putas llaves, las llaves… —Decía “El Oso” en un susurro mientras revolvía todo. Inmediatamente entró Gastón por el lado del acompañante, cerrando de un portazo. — ¡Acá, acá bobo! Gastón le señalaba el llavero que colgaba del encendido de la camioneta. En su desesperación, “El Oso” no había visto que la llave estaba puesta. La giró y el motor arrancó normalmente, tosiendo una bocanada de humo gris por el caño de escape. El indicador decía que tenía medio tanque de nafta. Suficiente, pensó Gastón. El infectado que no tenía pantalones seguía devorando a Esteban. Este ya no se movía ni gritaba ni nunca más haría nada parecido. Mientras, el segundo de los infectados se lanzó al capot de la patrulla, pero para entonces, la misma ya estaba en movimiento y todo lo que consiguió fue caer al suelo y la rueda trasera izquierda le reventó la cabeza. Ahora, Gastón caminaba lentamente por la entrada de su casa. La misma era larga, con plantas a los costados. Un hermoso jardín que su mamá cuidaba siempre. Todo era silencio. No se animaba a llamarla. Tenía miedo que su voz también fuera silencio. Que, dentro de poco, el también fuera parte de ese silencio. Un cuerpo más entre todos los que había visto. “El Oso” había quedado atrás. Había muerto. Y Gastón no quería recordarlo porque, si lo hacía, daría media vuelta y escaparía de allí. Quería ver a su mamá una vez más. No importaba si ella estaba muerta… O algo peor. Solamente quería verla. De más está decir que eso fue lo que condenó a Gastón. Entró a su casa, abriendo la puerta con sumo cuidado, sin hacer ruido. Al igual que Marcos en aquel almacén en La Plata, Gastón nunca volvió a salir. Desde una pensión 228 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) QUE VIENEN LOS INDIOS Epílogo ― ¡Que vienen los indios! La voz de su hermano pequeño, solista del coro de gotas de lluvia, le sacó de algún sueño de ropa interior femenina o profesor de gimnasia. La luz entraba líquida a través de ventana, tiñendo de un mágico color óleo azul el papel pintado de las paredes, donde se repetía incansable el dibujo de una enorme diligencia sobre una nube de polvo, a la infinita conquista del un oeste en miniatura. ―Duérmete, Enano―gruñó, abrazando cálidamente la almohada, y tratando de no emerger por completo de ese onírico mundo en el que pretendía conseguir a una chica, tan lejos de su alcance, que bien podría tratarse de una habitante de planeta Plutón. ― ¡PIUN!, ¡PIUN!―gritó entusiasta el pequeño en una caricaturizada onomatopeya de lo que pretendían ser disparos de revólver. Consciente de que no sería tan fácil hacer callar a su hermano de cuatro años, con el cual empezaba a odiar compartir habitación, se levantó dispuesto a usar la violencia si era necesario. El Enano estaba levantado frente a la ventana, bañado por el resplandor de la calle como si se tratase de la gélida luz de un televisor. Su pijama azul no mostraba más que las manos, provistas de sus brillantes revólveres de plástico con cañón cerrado en rojo, y la cabeza, donde reposaba un enorme sombrero tejano demasiado grande como para permanecer derecho sobre aquel pequeño cráneo lleno de sueños. ― ¡PIUN!, ¡PIUN!, PIUN! ― insistió, apuntando hacia el exterior entre risas y emocionados gritos de alegría. La habitación estaba completamente a oscuras salvo por los pocos rayos de luna que entraban a través de la ventana, lo que confería al chico un extraño halo de muñeco revivido, como un siniestro Pinocho vestido de cowboy y desafiando a ballenas a las tres de la mañana. Sintió la noche en sus pies descalzos, produciéndole un escalofrío irracional, y comenzó a caminar dispuesto a obligar a su hermano, el adicto a los Western más joven de la historia, a terminar con aquel juego y volver a cama. Entonces, un ruido en el exterior, a través de aquellos cristales que parecían inmunes a las balas imaginarias, hizo que durante un segundo dudase de si en realidad encontraría una tribu Cherokee atrincherada en el jardín. Aunque había tenido un día lo suficientemente jodido como para saber, incluso un segundo antes de mirar, que lo que encontraría afuera no serían precisamente indios. 1 La mañana anterior, separar al Enano de sus pistolas casi había requerido cirugía, y sólo había sido posible gracias a un pequeño trueque al más puro estilo Comanche, donde se vio obligado a nombrar Sheriff al pequeño, condecorándole con una estrella de plástico sobre el abrigo de plumas. Su padre era una fotografía sobre la chimenea y una historia anabolizante de recuerdos maravillosos. Policía sin final de novela, que terminó sucumbiendo al cáncer sin diplomas ni medallas, dejándole en herencia un millón de consejos pendientes y una responsabilidad sobre su pequeño hermano. Su madre era un Post It pegado en la puerta de la nevera. Obligada por los turnos cambiantes de sus dos empleos, cada vez le costaba más esfuerzo pasar algo de tiempo con sus hijos, de manera que madrugaba lo suficiente como para terminar todas las tareas del hogar, preparar la comida, y dejar una nota a los chicos que apenas se sostenía con el peso de los besos. Que vienen los indios 229 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Pero así era su familia y así la vivía sin reparos. De manera que mandó formar a filas al Enano, el cual sacaba pecho para capturar con su placa de Sheriff todos los rayos del sol, mientras se esforzaba sin éxito en conseguir permanecer serio. Interpretó su habitual papel de General que revisa las tropas, y le revolvió el pelo con la mano en su particular gesto de que todo estaba en orden. Cerró tras de sí la puerta de casa y se dirigió al colegio sin ser consciente de que estaba a punto de vivir el día más extraño de toda su vida. 2 En el colegio nunca fue nadie. Lo sabía y lo aceptaba gracias a Jota, su único amigo, y que tampoco era nadie. Pero él siempre pensó que Nadie más Nadie debía de sumar algo, por pequeño que fuera, y eso le hacía sentir bien. Eran prácticamente invisibles, lo que les daba una perspectiva diferente de la escuela y de sus compañeros, fabricando un mapa de grupos que comenzaba en los deportistas, esquivaba a los matones, y marcaba la cruz del tesoro sobre la chica sus sueños: una utopía maravillosa. Pero su amigo tenía un problema: el cinturón de su padre. Como una bestia mitológica, de pulida piel de vaca, volaba muy a menudo con su aguijón de cerveza. Y como su madre no miraba, por miedo a atraer su ira, Jota se iba haciendo tan duro como una hebilla de plomo. Evitaba el tema, ocultaba moretones, y era feliz a su forma. Aunque lo de aquel día era demasiado. ―Joder, Jota. Tienes una pinta horrible. ―Estoy bien―respondió en tono serio mientras tiraba de la manga de la camisa tratando de esconder una enorme irritación que parecía ocupar todo el brazo. ―Ok. Estás bien― aceptó, sabiendo que el tema había terminado. Caminaban juntos por el pasillo en dirección a clase cuando algo en Jota le llamó la atención. Fue apenas durante un segundo, pero no le cupo duda de lo que había visto. Un par de centímetros por debajo de la nuca, y ligeramente ladeado hacia el hombro, a través de la camiseta se había asomado lo que parecía ser una mordedura humana. Por lo visto, en esta ocasión, el padre de Jota se había excedido. Sintió un repentino calor en el estómago, fruto de un cóctel de pena e ira, pero consiguió aplacarlo como ambos habían aprendido a hacerlo con el paso del tiempo. Trató de animar a su amigo. ―Anoche soñé con Ella― dijo sin necesidad de especificar a quien se refería ya que ambos fantaseaban con la misma chica. ―Yo me he cansado de soñar. El tono derrotista habitual de Jota escondía en esa ocasión una pequeña ración de ira, por lo que empezó a preocuparse seriamente por su amigo e hizo un segundo intento de ánimo. ―Sabes que algún día vendrán los extraterrestres, abducirán al capullo de su novio, y le meterán una sonda de dos metros por su culo de futbolista.― Propinó un codazo a su amigo tratando de buscar complicidad, pero el efecto no fue el esperado. Jota se paró en seco y miró fijamente al futbolista, probablemente sin ser consciente de que tenía los nudillos blancos de apretar el puño. El otro chico bromeaba con Ella de esa forma en la que su pequeño club de perdedores solo podía imaginar en sus mejores fantasías. ―Se me ocurre algo mejor que esperar a que venga un jodido ovni― disparó Jota, sonriendo por primera vez en todo el día. Entonces, sorprendiendo a su amigo, comenzó a caminar en dirección a la feliz pareja con una determinación que no prometía nada bueno. Aquello fue una verdadera sorpresa, ya que Jota, pese a estar familiarizado con los golpes, jamás había tenido valor para propinarlos. Siempre aceptó su condición de saco de cuero en lugar de la de boxeador, aunque, en aquella ocasión, parecía que la campana iba tocar una nota diferente. Que vienen los indios 230 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Se acercó por detrás, si ceremonias, ni desafío de guante, y mordió con violencia la oreja del futbolista, arrancando un enorme pedazo de ella y levantando un instantáneo vendaval de exclamaciones de sorpresa en el pasillo. No había pasado siquiera un segundo, cuando se giró hacía su amigo y perdió el conocimiento. 3 La mañana transcurrió entre susurros y rumores, haciendo grande la leyenda, como una bola de nieve que no fabricara muñecos sino juegos del ahorcado. No dejaban de mirarle, como único miembro presente de la ecuación de los Nadie, ya que a Jota lo habían llevado al hospital sin recobrar la conciencia. Los leones habían devorado al domador y ahora todos esperaban a ver si el payaso entraba en escena. Pero nada más pasó, salvo montañas, integrales, reyes godos y fotosíntesis. Terminó la mañana. Al recoger al Enano le encantó descubrir que aún no había perdido la ilusión por su estrella de Sheriff, la cual lucía con orgullo y con miles huellas dactilares de sus curiosos compañeros. Al parecer, ambos habían tenido su ración de protagonismo por un día. Envidió la felicidad de su hermano y subieron al bus de vuelta de vuelta a casa. Tenía la mente en Jota mientras las calles se difuminaban a través de la ventanilla. Su hermano disputaba algún duelo al sol imaginario, frunciendo la mirada y haciendo bailar los dedos sobre unas pistolas invisibles, y él sentía un irrefrenable deseo de volver a casa y tratar de borrar aquel horrible día de su diario. Su madre tenía turno de noche, por lo que le tocaría a él bañar al Enano y conseguir que se durmiera amenazándole con mil y una torturas. O quizá le inventara un submarino, lejos de todo aquello. El bus paró en un semáforo frente al aparcamiento de un centro comercial, donde una clásica escena de agresivo pulso urbano le llamó la atención. Una mujer discutía con un policía junto a un utilitario rojo, mientras que el agente trataba de ignorarla escribiendo en un pequeño block. La mano con la que sujetaba el bolígrafo estaba vendada hasta la altura de la muñeca, aunque no se apreciaba ninguna falta de movilidad en los dedos. La mujer, inspirada por las musas de las sanciones de tráficos, parecía recitar toda una oda a las malas formas, mientras que una invisible cuerda parecía tensarse sobre el rostro de aquel policía. La escena era tristemente absorbida por la cotidianidad de las grandes ciudades, mezclándose sin problemas con el tono gris del asfalto y haciéndola pasar desapercibida en aquel paisaje lleno de gente. Hasta que la paciencia de aquel tipo rebosó. Por primera vez, levantó la cabeza del bloc y la miró directamente a los ojos, en un claro reto a terminar con aquello o terminar esposada, opción que se eligió por propio impulso a continuar la mujer con sus gritos y bruscos gestos de brazos. Entonces, el policía cogió unas esposas de la parte trasera del cinturón y, con una maniobra firme, giró a la mujer contra el coche y la inmovilizó, recitando de forma automática la oración de detención caricaturizada en miles de películas. Aquello silenció a la mujer durante los pocos segundo que duró la sorpresa, tras lo cual, comenzó de nuevo con su recital de malos modales. El semáforo les guiñó luz verde, y justo cuando el autobús empezó a ponerse en marcha, pudo ver como el policía lanzaba un rápido mordisco al desnudo hombro de la mujer. Y de no haber sido por un enorme roble en la siguiente curva, podría haber visto como el agente se desplomaba como un enorme muñeco de trapo. 4 Definitivamente no eran indios. Apartó a su hermano de la ventana mientras se agachaba en ese inútil gesto de avestruz que mantiene a los niños alejados del peligro que no pueden ver, aunque el rápido vistazo había sido suficiente para aflojarle el esfínter y retraer sus testículos bajo el pijama. El Enano cayó al suelo Que vienen los indios 231 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) divertido, incluyendo a su hermano en el juego y bautizándolo en su cabeza como Billy The Kid. Se le veía que disfrutaba aquello, de modo que agachó la cabeza por debajo de la ventana dejando escapar una sonrisa, mientras se ponía un dedo sobre la boca en el universal gesto del sonoro silencio. Lo que había visto en la calle tenía aroma de ausente. De ajeno. Su mente repasó la polaroid de su retina. Tres jóvenes, con la piel teñida de rojo hematoma y el pelo manchado de sangre, caminaban calle abajo en dirección a la casa, ajenos al mundo y sus maravillas. Ajeno al frío de la noche, uno de ellos llevaba todo el torso al descubierto, mostrando una irregular rojez que ocupaba gran parte de la superficie de su piel y trepaba cubriendo la mitad de su rostro, como el transeúnte de algún macabro carnaval Veneciano. Ajeno al dolor, otro de ellos no reparaba en el hecho de que sobre su hombro sobresaliera el mango de lo que parecía ser un enorme cuchillo, cuya hoja se perdía en las profundidades cavernosas de la frágil anatomía humana, lo que le confería un aspecto de joven aspirante a faquir. El tercero de ellos, ajeno a la oscuridad de la noche, se detuvo en seco frente a la casa mientras los otros dos se perdían en la negrura. Perfectamente podría haber pasado por un chico normal, incluso, con un ramo de flores, podría haber parecido un joven pretendiente esperando a su cita del viernes. Aunque sus ojos se movían de una forma extraña, como si fueran conscientes de haber pasado a un segundo plano con respecto al olfato. Pero lo que más llamó la atención a aquel chico que espiaba tras las cortinas fue la redonda cicatriz que presidía la cara del joven, rodeada de lo que sin duda eran señales de dientes humanos. Rezó a su manera, Hombre Araña que estás en los cielos, porque aquel extraño visitante nocturno ignorase la casa y continuase su camino, cosa que quizá habría sucedido de no ser porque el Enano golpeó con su arma el cristal de la ventana y disparó una ráfaga de fantasía hacia la calle. ― ¡PIUN!, ¡PIUN! El extraño joven lo entendió como un pistoletazo de salida y comenzó a caminar en dirección la casa. 5 El tono del teléfono era un aullido continuo y lastimero que solo podía traducirse en una avería en la línea, reflejo de una ciudad que destilaba locura, mientras que los golpes en la puerta de la casa servían de perfecta base rítmica de aquella melodía de situación realmente jodida. Había dejado al Enano escondido bajo la cama, como un joven Kirk Douglas disparando en el Ok Corral, y había bajado lo más rápido posible con la estúpida esperanza de encontrar en la nevera alguna maldita nota que le dijese como debía actuar, pero, por desgracia, junto al papel amarillo que explicaba como descongelar un pollo, no había ninguno que explicarse cómo eliminar al jodido chico zombi que estaba a punto de derribar la puerta. Lloró, aunque solo un segundo, y volvió a subir corriendo las escaleras hacia el piso superior, consciente de que había llegado la hora de romper una de las reglas más estrictas de aquella pequeña familia a la deriva. La pistola de su padre pesaba una maldita tonelada. Pero no era debido a los casi mil gramos de acero macizo, ni por la carga de trece balas de nueve milímetros parabellum, sino por el propio quebranto de la promesa a su madre de no tocar jamás aquella caja de madera que la contenía. Y el hecho de que supiera cómo utilizarla, se debía más al cine y los videojuegos, que a la misteriosa herencia genética de un padre policía. Hizo un examen de su pulso y lo suspendió sin lugar a dudas, pero aún así, enfocando a través de sus lágrimas, volvió a bajar las escaleras en dirección a aquella puerta que empezaba perder resistencia en sus bisagras. Apuntó directamente hacia ella y trató de imitar al mismísimo John Wayne en alguno de sus western, gritando con toda la gravedad que consiguió reunir en tan poco tiempo. ― ¡Estoy armado! ¡Lárgate o disparo! Dicho lo cual, la puerta se quebró mostrando la sonrisa de aquel extraño chaval de la noche. Que vienen los indios 232 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 6 Todo sucedió en secuencias, como fotogramas gastados de cine negro. Actor Principal: aquel pobre chico, escondido tras el acero y plomo, tratando sin éxito de que su mano dejase de temblar mientras aquel loco se acercaba a toda velocidad, fallando un primer disparo y procurando no perder demasiado tiempo en lamentos antes de ejecutar un segundo. Actor Secundario: ese joven transformado en demente, con una herida de dientes humanos en la mejilla derecha, y cuyo único deseo es volver a probar la carne humana tras despertar de aquel extraño desmayo. Sound Effect: Disparo fallido. Madera de puerta abrazando el plomo de un proyectil arrugado. Tres pasos rápidos sobre tablones gastados. Acolchado sonido de dientes perforando la epidermis de aquel niño pistolero. Pequeño gruñido de dolor. Disparo certero. Crujir de esternón al ser atravesado por nueve milímetros. Acaso un ligero gorgoteo de sangre abandonando el corazón. Sollozo de un niño homicida. Sonido de vida abandonando un cuerpo zombi. Silencio. The end of the secuence. Cinemascope. Technicolor. 7 Las mil diligencias de las paredes eran borrones tras los acuosos ojos de aquel pequeño pistolero con la marca de unos dientes en su mano. El enano seguía escondido bajo la cama imaginando colinas y arbustos secos arrastrados por el viento, aunque al verlo llegar volvió a incluir a su hermano mayor en su juego de bandidos. Trató de sentirse bien por haber salvado a su hermanito, pero el peso de una muerte recorría su cuerpo a modo de temblor, como si se encontrase sentado en una silla eléctrica infantil. Dejó la pistola sobre la mesa, junto a su comic de Spiderman, y acarició la cabeza del enano buscando calor humano, el cual agradeció el gesto y salió de su trinchera adoptando la postura de partenaire en un duelo. Simuló la mejor de sus sonrisas mientras empezaba a sentir un extraño deseo de probar la pálida piel que se asomaba por debajo la barbilla de su hermano pequeño. Entendió que el efecto se había acelerado en él precisamente por ser consciente del mismo, y sintió un profunda tristeza que no cabía dentro de aquel pequeño cuerpo escuálido incapaz de trepar por la cuerda en clase de gimnasia. Tenía miedo y necesitaba el abrazo de algún enorme Post It amarillo. Se levantó dispuesto a realizar un segundo intento con el agonizante teléfono y, justo antes de salir de habitación, reparó en que había dejado la pistola sobre el escritorio. Al volverse, no le extrañó ver a su hermano empuñando el arma mientras le apuntaba directamente al pecho. Casi imaginó en su propia cara unas brillantes pinturas de guerra y un enorme penacho de plumas. Por primera vez en el día, consiguió sentir algo de alivio. ― ¡Que vienen los indios! Fin Que vienen los indios 233 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) SON EXQUISITOS Recuerdo continuamente las declaraciones de los hermanos Pastor en el festival de cine fantástico y de terror de Sitges cuando estrenaron su película “Carriers” . Planteaban una nueva visión del fenómeno zombi y apuntaban: “…no son exactamente zombis, ni tan solo se acercan a la concepción clásica de muerto viviente tipo George. A. Romero, lento y escalofriantemente torpe, ni a la nueva ola de “TurboZombies “ de Danny Boyle al más puro estilo “28 días después”, son otra cosa, son infectados…. “ La realidad supera a la ficción, desgraciadamente. Ni turbo ni nada que se le parezca. Nunca pensé que acabaría siendo un zombi pero puestos a elegir, sin pensarlo hubiera escogido la opción Turbo/Boyle. Al menos tendría la velocidad y la mala leche necesarias para alimentarme con tranquilidad. Además, esa obcecación salvaje supongo que me eximiría de pensar en lo dramático de la situación. De hecho, también hubiera sido preferible el tipo clásico/Romero. Lentos, torpes y a su vez desgarradores, Si nada en la cabeza. Todo se hubiera reducido a vagar emitiendo sonidos guturales sin cesar, arrastrando los pies y convirtiendo en “hermano” catatónico a todo el que fuera lo suficientemente pasmado para dejarse pillar. Todo esto sin ninguna preocupación hasta que el zumbado de turno te volará la cabeza con una escopeta o algo similar. No pain. Fin. Sin conciencia. Joder, ese era el problema. La puta conciencia. Nadie nunca explicó que pasó exactamente, pero la historia no se parecía en nada a lo que la literatura o el cine nos habían explicado o sugerido durante años. Somos pocos, muy pocos, somos zombis. Somos torpes, tenemos hambre, nuestra piel blanquecina, enfermiza, nos delata. Pero tenemos conciencia. Pensamos. Sufrimos. Somos conocedores de nuestra condición y somos los parias de nuestro siglo. Primero nos intentaron eliminar. Cuando se dieron cuenta de que había algo más en el interior de nuestras cabezas nos apartaron, nos discriminaron. La verdad es que quedamos pocos. Muy pocos. En el inicio debíamos representar aproximadamente un 1 % de la población mundial .En un par de meses nos exterminaron. Reducimos el número a unos cinco o seis mil en todo el mundo. Cuando surgieron los movimientos en defensa de nuestra dignidad haciendo bandera de nuestra supuesta humanidad, simplemente nos “escondieron”. Nos proporcionaron espacios apartados de la civilización, en condiciones insostenibles y nos obsequiaron con carne muerta para alimentarnos. “Censados” éramos unos 4800. Todo zombi que no se acogiera voluntariamente al programa “ New Home” ( o dicho de otra manera , si no aceptabas acabar tus días en un lugar lo más parecido a un campo de concentración) sería detenido , juzgado y según el país ejecutado . En el mejor de los casos encerrado. Más tarde vinieron los suicidios. La conciencia, amigos. ¿Un futuro de muerto viviente encerrado, con la única necesidad o pulsión de comer carne? . Unos 3500 se quitaron la vida. Hoy en día son 1185 los censados en todo el mundo , repartidos en 21 hogares del “ New Home” Unos pocos sobrevivimos fuera de los hogares , escondidos , recluidos , moviéndonos por la noche , cuando nuestro aspecto se puede disimular , vagando …. Son exquisitos 234 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Las cifras oficiales dicen que los “Cherry Coke” , así nos llaman , valiente hijo de puta el que se inventó el nombre , somos aproximadamente unos 200 . Yo nunca he coincidido con ninguno. Por cierto . Cuando mordemos a alguien (que no mordemos, comemos), en fin, en el caso de que fuéramos mordiendo a la gente, la victima no se convierte en zombi. En eso también fallaba el cine y la literatura. Por lo tanto después del exterminio, los suicidios y el exilio forzado quedábamos unos pocos... Somos pocos, muy pocos, somos zombis. ¿Alguien se puede llegar a imaginar lo que representa nuestra “vida”? No podemos trabajar, no tenemos familia, no podemos amar ni ser amados…. Ni tan siquiera podemos ir al cine. Nuestro olor putrefacto nos delata. Aquí estoy. Recluido Escondido. No os diré donde. Podría representar mi final. Esperando. Solo hay una cosa que realmente me motiva. Salir oscuras noches sin luna y buscar a familias descuidadas. Familias que dejan a sus bebes unos pocos metros alejados de su cama. Suficientes para que no se den cuenta cuando sigilosamente me los llevo. Son preciosos. Son exquisitos. Son exquisitos 235 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MEDIO LLENO Siempre he tenido mucha suerte en la vida. Y después también. Nací con parálisis facial. Un defecto en el nervio del lado izquierdo que provocaba una mueca en mi rostro, una media sonrisa que me impedía abrir bien el ojo, dando a mi cara un aspecto sarcástico, que hasta hubiera resultado interesante de no ser una expresión involuntaria y perpetua. Pero pensándolo bien tuve suerte, podía haber sido peor. Si hubiese tenido el mismo problema en las dos mejillas hubiera parecido un demente, al estilo del Joker en los cómics de Batman. Por lo menos tenía un perfil bueno. Me crié en el seno de una familia acomodada, de profundas convicciones religiosas, y aunque a veces escuché a mi padre decir a mi madre que mi problema era un castigo del Señor por algo que habían hecho mal, a mí me decían que era una prueba que Dios me había puesto para demostrar mi fe. También decían que yo lo tendría más fácil para alcanzar la vida eterna, y eso siempre es una suerte, sin duda alguna. Eso sí, mi defecto condicionó toda mi vida social. Me volví un niño huraño e introvertido. Mi único contacto con otros niños de mi edad lo tenía en el colegio, donde a pesar de todo fui bastante popular. Todos me conocían y dedicaban gran parte de su tiempo a burlarse de mí y a gastarme bromas crueles. Por suerte, en mi clase había una niña obesa que padecía un grave caso de acné, lo que suponía para mí un par de días de respiro a la semana (los que mis compañeros dedicaban a meterse con ella y no conmigo). Mi padre se empeñaba en que estudiara mucho y de mayor me licenciara en derecho, como él. Yo admiraba a mi padre, presidía el más importante bufete de abogados de Pittsburg, fundado por mi abuelo, pero nunca me interesó su profesión y, por suerte, mi defecto físico hizo innecesarios más argumentos para convencerle de que no quería seguir sus pasos. Él mismo se dio cuenta de que con mi aspecto no podría convencer de nada a ningún juez o jurado. Mis clientes estarían jodidos antes de entrar en la sala. Así pues, me dediqué libremente a lo que realmente me gustaba, escribir. Me matriculé en periodismo y compaginé mis estudios escribiendo críticas de cine en el periódico local. Tenía suerte de poder hacer mi trabajo en casa, sin necesidad de relacionarme con nadie. Como no tenía amigos, tampoco necesitaba inventar excusas para no quedar con ellos. Vivía en mi mundo, viendo películas en el cine (en la oscuridad no importa mi aspecto) y escribiendo sobre ellas. En sólo siete años me hicieron contrato en el periódico y pude por fin independizarme. Alquilé un modesto apartamento en un barrio de las afueras, a pesar de que mi padre se empeñaba en pagarme algo mejor. Le ofendía que un miembro de nuestra reputada familia viviera de alquiler. Pero lo rechacé amablemente, quería vivir mi propia vida. Al cumplir los treinta años decidí perder la virginidad. Recurriendo al sexo de pago, naturalmente, no tenía otra posibilidad de conseguirlo. Fue un dilema moral para mí y sólo pensar en ello me mortificaba. Pero, pensándolo bien, la masturbación constante también era una ofensa a Dios. Prácticamente era el mismo pecado, y no quería pasar toda mi vida sin saber lo que se siente al hacerlo con una mujer. Aún recuerdo la expresión de repugnancia mal disimulada en el rostro de la prostituta cuando me acerqué a ella. Eso me cohibió por completo y fui incapaz de consumar el acto con el que tanto tiempo había soñado. Tras repetidos intentos tuve que desistir, para alivio de la muchacha. Pensé pedirle que me devolviera el dinero, pero decidí que no era una buena idea, a pesar de que probablemente me había cobrado mucho más que a sus otros clientes. En el fondo fue una suerte. Cuando mi mente me incitaba al pecado, las circunstancias me devolvían al buen camino. Medio lleno 236 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) No es que yo fuera un devoto cristiano, en el sentido que mis padres esperaban de mí, ni asistía regularmente a la iglesia, pero siempre he pensado que en la vida uno recoge lo que siembra. A la gente buena le ocurren cosas buenas, por eso nunca hice mal a nadie. Y eso tuvo por fin su recompensa. Se llamaba Mary y era la chica más maravillosa del mundo. Trabajaba como cajera en el supermercado donde hacía mi compra semanal. Pasamos de intercambiar unas palabras de cortesía, mientras marcaba mi compra en la caja registradora, a mantener breves conversaciones sobre cine, al que ella también era muy aficionada. Las miradas furiosas de las ancianas que hacían cola detrás de mí al ver que me demoraba en exceso, me impelían a invitarla a tomar un café para poder charlar tranquilamente, pero el miedo al rechazo me lo impidió. Por suerte fue ella la que me lo pidió. Quedamos para ir al cine a ver el gran estreno del año, la última película de Kubrick titulada “2001, una odisea del espacio”; después iríamos a cenar. ¡Iba a tener la primera cita de mi vida! No cabía en mí de gozo. Cuando llegó ese día estaba terriblemente nervioso. No sabía qué ropa ponerme, por suerte mi fondo de armario se componía casi exclusivamente de tejanos y jerséis de cuello alto en diferentes tonos de negro, así que no había mucho que pensar. Me hubiera encantado ir a recogerla en mi coche, como debe ser, pero en el maletero de mi pequeño Volkswagen no cabría su silla de ruedas, así que fui caminando hasta su casa, y desde allí la empujaría hasta el cine, que no quedaba lejos. Salí con mi americana colgada del brazo aunque no creía que la fuera a necesitar, pues hacía una tarde estupenda, pero pensé que una chaqueta me daría un toque elegante. Por mi parte, nunca había visto a Mary con otra ropa que no fuera el uniforme del supermercado y sentía curiosidad por saber qué aspecto tendría. El sol empezaba a ocultarse y las farolas ya se iluminaban para compensar su ausencia. Caminaba dando grandes zancadas y, por primera vez en muchos años, la mitad derecha de mi cara se igualó a la izquierda, formando una auténtica sonrisa de felicidad. Los escasos vehículos que circulaban por el barrio encendían ya sus faros, excepto el que me atropelló. Creo que fue el camión de la basura, apenas pude verlo de reojo. En cualquier caso fue culpa mía, estaba tan embelesado que crucé la calle sin mirar. El impacto me lanzó varios metros por el aire y quedé tumbado boca arriba en el asfalto. La última imagen que recuerdo es la luz blanca de las farolas que me deslumbraba, y las caras de la gente que empezaba a agolparse a mi alrededor. El dolor producido por las costillas rotas perforando mis pulmones era espantoso, no tenía aire ni para gritar. Por suerte, mi muerte fue casi rápida. Mi último pensamiento fue para Mary y lo que ella sufriría por culpa de mi torpeza. Ignoro cuando tiempo transcurrió desde ese momento hasta que desperté aquí dentro, inmerso en una oscuridad absoluta. Mi sensación inicial de desconcierto dio paso al pánico cuando tomé conciencia del sitio en el que me hallaba. El estrecho cubículo forrado de raso y la pequeña almohada en la que reposaba mi cabeza lo hacían inconfundible. No caí en el ingenuo error de pensar que estaba soñando, recurso fácil en cientos de películas malas. En todo momento fui consciente de que aquello era real. Acudieron a mi mente esas historias decimonónicas sobre catalepsia y enterramientos prematuros, y empecé a jadear con el corazón desbocado, preguntándome cuanto tardaría en agotarse el oxígeno que había en mi ataúd. Grité y golpeé la madera cubierta de seda que me envolvía, con la esperanza de que mi féretro se encontrara aún en la iglesia y alguien pudiera oírme. El ruido sordo que produjeron mis golpes me confirmó lo que temía: estaba enterrado. Transcurrieron varias horas, o eso me pareció, hasta que llegué a la conclusión de que el oxígeno no se agotaría nunca, porque yo no respiraba. Mis pulmones estaban destrozados y tampoco podía acelerarse un corazón que no latía. Mi mente estaba perfectamente lúcida y mi cuerpo, aunque entumecido, obedecía sus órdenes. Incluso sudaba profusamente por el sofocante calor que hacía allí dentro; sin embargo, no cabía duda, yo estaba muerto. Medio lleno 237 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Lo peor de todo era el hambre voraz que sentía, un deseo irrefrenable de comer carne humana que me producía asco y al mismo tiempo me hacía salivar. Ahora comprendo lo que debe sentir la gente que está en huelga de hambre. Un dolor agudo y punzante en el estómago, que yo no podía saciar por la situación en la que me encontraba. Me pregunté por qué me ocurría aquello, y si me estaba pasando sólo a mí. Pronto hallé la respuesta. Las vibraciones y el eco que me llegaban a través del subsuelo me indicaban que mis vecinos subterráneos también se movían. Incluso percibí, a través de la caja de resonancia donde yacía, el ruido de la madera al quebrarse. Al parecer, alguno de ellos había conseguido romper la tapa de su ataúd, seguramente podrida por años de humedad. Los que hubieran sido enterrados más recientemente lo tendrían más difícil, pero con el tiempo también lo lograrían, estoy seguro. Al igual que estoy seguro de que yo nunca lo haré. Conozco muy bien las tradiciones de mi familia, entre ellas la de enterrar a nuestros miembros en lujosos féretros de caoba, chapados con una brillante y sólida lámina de acero pulido grabada con motivos religiosos. La ostentación, la devoción y el esnobismo propios de mi familia unidos en una caja para muertos. Hace años tuve la ocasión de ver uno. Fue en el entierro de mi tía Stella cuando yo tenía doce años. Asistió casi toda la familia, a pesar de que ella no era muy querida por nadie. Quizá por eso hubo tanta concurrencia. Para ellos era una celebración más que un duelo. Y aunque esté mal decirlo, para mí también, ya que, si durante toda su vida había sido una mujer desagradable con los niños de la familia, conmigo lo fue especialmente. No comprendo lo que está ocurriendo. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que fui atropellado? ¿Estaremos aún en 1968 o habrán transcurrido años? No, mis uñas y mi pelo apenas han crecido como ocurre con los cadáveres. Sea lo que sea que esté pasando, mi muerte ha sido reciente. Quizás haya llegado el Apocalipsis de la Biblia, en el que los muertos se levantarán de sus tumbas para ser juzgados por el Todopoderoso. Pero no lo creo, yo sigo aquí encerrado, no sería justo. La otra posibilidad tampoco resulta agradable. Cientos - tal vez miles- de cadáveres animados por quién sabe qué fuerza demoníaca saliendo de sus tumbas, en diverso estado de descomposición, y acechando a los vivos para saciar su macabro apetito. Debo dar gracias a Dios, una vez más, por mi inmensa suerte de no poder salir y actuar como mi instinto me exige. En vida nunca hice daño a nadie y no soportaría tener que hacerlo ahora, aún en contra de mi voluntad. Pero este hambre atroz… ¿podré resistirla durante mucho tiempo o acabaré devorando mis propios brazos? Prefiero no pensar en ello. Por mi derecha sigue llegando el eco de unos golpes furiosos y creo que sé quién los produce. Si no me equivoco, me han enterrado en la parcela que mi familia posee en el cementerio municipal de Pittsburg, y a escasos metros de mí yace la tía Stella, o lo que quede de ella, golpeando tenazmente la tapa de su ataúd, incapaz como yo de salir de su prisión. He perdido la noción del tiempo. Al parecer, mi cuerpo ya no necesita dormir, por lo que me es imposible calcular cuánto llevo aquí dentro. Palabras como "horas" o "días" ya no tienen ningún sentido. No dejo de pensar en la pobre Mary ¿qué será de ella sin mí? Espero que no me guarde rencor por haberla abandonado a su suerte. Al final nunca sabré que aspecto tiene con su propia ropa. Ojalá consiga sobrevivir al caos que se estará produciendo ahí fuera y rehaga su vida con un hombre que la merezca. Por lo que a mí respecta, debo hacerme a la idea de que jamás saldré de aquí y buscar el lado positivo. Estoy solo, como lo he estado siempre, sumido en mis pensamientos y en la oscuridad (donde mi aspecto no importa). He muerto virgen, sí, pero probablemente el sexo esté sobrevalorado, y en caso de debilidad, mis manos aún conservan cierta destreza. Que Dios me perdone, pero ¿qué otra satisfacción puedo tener aquí dentro? Medio lleno 238 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) No voy a negar que me hubiera encantado ver esa película de Kubrick. Se comentaba que tenía unos efectos espectaculares. Ahora esa crítica la escribirá otro, suponiendo que el mundo exterior vuelva a la normalidad. El calor es insoportable, no paro de sudar (¿llegaré a deshidratarme?). Mi propio olor me resulta desagradable y a la vez apetecible. ¿Sentiré dolor si al final no puedo evitar masticar mi carne? La tía Stella continúa golpeando incansable. El ruido empieza a ser irritante -como ella lo fue en vida- y, por lo que sé, sus restos resecos podrían seguir haciéndolo indefinidamente. Creo que mi estancia aquí se me va a hacer muy larga. Pero no quiero que parezca que me estoy quejando, ni mucho menos; sería un egoísta si lo hiciera porque, ahora lo veo claro, esto no es un castigo sino todo lo contrario. Por fin he alcanzado la meta que todo buen creyente anhela: ¡la vida eterna! Aunque, para ser sincero, me la había imaginado de otra manera. FIN Medio lleno 239 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA VOZ DE LOS MUERTOS La primera vez que Jean Paul escuchó la voz de los muertos, llovía. Eso sería lo primero en lo que pensaría los años venideros cuando recordara aquel día: las gotas de agua que resbalaban por el vidrio de la funeraria. Era una lluvia silenciosa, sin rayos ni truenos, ni siquiera ventisca, solo el sonido de ellas estrellándose contra el suelo. Adentro había figuras vestidas de negro, seres casi fantasmales que se comunicaban por medio de susurros. Jean Paul los ignoraba y se concentraba únicamente en la ventana y en el agua. No le gustaban los adultos ni los ruidos que causaban al hablar. De repente, sintió unas manos que se posaron sobre sus hombros y una voz que le dijo: “Ve a despedir a tu tío Gideon”. El pequeño empezó a avanzar hacia el féretro, mientras los asistentes conmovidos empezaron a apartarse en dos hileras hasta que estuvo frente al ataúd. Tuvo que empinarse para ver el cadáver. El rostro de su tío era pacífico, como si estuviera dormido. El niño lo contempló y le tocó una mejilla. Estaba fría. Iba a retirarse cuando escuchó una voz que procedía de su tío Gideon, más que una voz era un gesto desesperado, un chillido similar al de un cerdo, un estribillo que repetía una y otra vez “Devuélveme la vida” “¡Revíveme!” Jeannette vio a su hijo que miraba petrificado el cadáver. Era muy pequeño, aún no tenía seis años, tal vez había sido una imprudencia llevarlo al funeral a esa edad. Lo llamó: ‘Jean Paul ven aquí’, el niño dejó de observar el cuerpo del viejo y fue a reunirse con su madre. A partir de ese momento, empezó a escuchar esa voz más a menudo, con mayor claridad. Los muertos solo querían ser revividos, el otro mundo les parecía muy aburrido le decían. Jean Paul intentaba hablar con ellos, pero no era escuchado y solo recibía como contestación: Déjanos volver, déjanos volver. Alguna vez estando con su padre en la sala, no pudo evitar confesarle lo que le pasaba. ―Papá ¿Las personas pueden regresar de la muerte? ―¿Por qué lo preguntas? ―le respondió Francois Morteau a su hijo. ― Hoy en el colegio vimos cómo Jesús resucitó a Lázaro que había muerto. Se situó frente a su tumba y ordenó ‘Lázaro levántate’ y él volvió de entre los muertos. ―Hijo esas historias de la Biblia no hay que tomarlas tan en serio, cuando alguien muere se va para siempre. ―¿Entonces por qué los escucho? ―¿Qué cosa? ― La voz de los muertos. Me hablan todo el tiempo, a todas horas. Quieren que los traiga de regreso, que me haga frente a sus tumbas y les grite “Levántense” para que puedan volver. ―¡Basta! ―gritó su padre furioso―. ¡Nadie puede volver de entre los muertos! Lázaro no existió y no quiero volver a oírte hablar de ese tema, jamás ¡JAMÁS! Jean Paul nunca había visto tan enojado a su padre: manoteaba y gritaba como si estuviera peleando con alguien más: “¡Vete a dormir ya!” le ordenó finalmente. Una vez que su hijo subió a su cuarto. Francois se sirvió un vaso de whisky. Mientras tomaba empezó a maldecir su suerte. Pensó en su padre que había muerto antes del nacimiento de Jean Paul. “Puedes negar lo que eres, pero el vudú corre en tus venas y en la de tu descendencia”, le había dicho en su lecho de muerte. Haití es una tierra de magia y hechicería, él se había criado en ese entorno y lo odiaba. Su padre había sido un bokor, un hechicero del vudú y había intentado que Francois siguiera sus pasos, pero él había huido de su casa y refugiado en los libros y en la ciencia para escapar de ese mundo siniestro y pagano. La voz de los muertos 240 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Ahora era un respetado y exitoso profesor universitario, pero en ocasiones soñaba que los muertos salían de sus tumbas e iban a verlo dormir, intentando comunicarse, pero él no entendía sus palabras, solo se despertaba cuando sus putrefactas manos rozaban su rostro. Después de bogar cuatro vasos de licor se tranquilizó. Los muertos no resucitan, el que su padre afirmara que podía convertir en zombis a los muertos no era sino un reflejo de su mente enferma; por otro lado, Jean Paul, seguramente había quedado impresionado con la historia de Lázaro y había inventado el resto. ‘El vudú corre por tu sangre y la de tu descendencia’ le silbó el viento. ‘Cállate viejo’ respondió en voz alta ‘no puedes volver, nadie puede’. Por un tiempo todo pareció marchar bien. Jean Paul no volvió a hablar del tema y Francois fue ascendido a vicerrector en la universidad. Jeanette aumentó la felicidad de la familia al anunciar que estaba embarazada. Pero la felicidad no es para siempre, la vida es como una montaña rusa que nos depara de manera frenética momentos alegres y tristes. Cuando pensamos que no hay una salida vemos la luz al final del túnel y cuando creemos que no podemos ser más felices, llega una desgracia que nos hunde en la más profunda de las depresiones. Esto lo comprobó Francois una calurosa tarde de abril. Había sido un día muy difícil en la universidad. El decano de la facultad de medicina había pedido permiso para ausentarse cinco días. ―Pero Michel.- le había dicho- estamos en época de parciales ¿Qué ha pasado? ―Acaba de morir mi abuela Gertrude. ―Lo siento mucho. ―No lo hagas, ya estaba muy vieja y enferma. Te confieso que ha sido un alivio que muriera. ―¡Michel!- exclamó indignado Francois. ―A ti no te puedo mentir, ella ya no fue la mujer que me crió. ―Si es así ¿Para qué me pides cinco días de licencia? ―Necesito prepararla. ―¿Prepararla? ―Sí. Debemos velarla hasta que su cuerpo se pudra y luego enterrarla en el patio de nuestra casa para evitar que vengan por ella. ―¿Y quién va a venir? ―preguntó sospechando la respuesta. ―Un bokor para convertirla en zombi y esclavizarla ―respondió Michel como si aquello fuera lo más natural del mundo. Sintió la respuesta como una bofetada en la cara. ― ¿Cómo es posible que creas en esos cuentos? ¡Eres un médico, por el amor de dios y estamos ya en pleno siglo XX! ―Algunos cuentos son reales profesor- respondió el decano- Haití es la tierra en donde los muertos caminan. He visto cosas que no me creería a menos que las experimentara; el poder de los bokor es cierto y los zombis son tan reales como usted o como yo. Finalmente había accedido de mala gana a los días de licencia a su decano. Pensó que más que regaños necesitaba comprensión, no todos los días se le muere a uno la abuela. La voz de los muertos 241 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Aún con esos pensamientos en mente llegó a casa. Al llegar a la puerta vio varias plumas y sangre en el piso y en la puerta. Lo primero que pensó fue en su esposa embarazada, ‘Jeanette’ gritó mientras buscaba a toda velocidad las llaves. Entró a la casa y llamó de nuevo a su esposa. Nadie le respondió. Corrió hacia el patio trasero con el corazón en la boca, mientras creía ver a su mujer muerta, a su bebé nonato muerto, a su padre riendo, pero cuando llegó contempló una escena que nunca hubiera imaginado. Su hijo estaba en la mitad del patio con un gato muerto en su regazo. El animal que sangraba por las heridas recibidas por un cuchillo se movía de manera espasmódica en una larga agonía. A su alrededor y acomodados de manera circular habían varios pájaros muertos. Francois estaba aterrorizado, aun no podía creer que él hubiera matado a esos animales. ― ¡Jean Paul! ¿Qué has hecho, hijo? ―Papá. Estoy liberando estos animales ―respondió con un tono de orgullo en su voz. ―¿Liberándolos de qué? ―De vivir. Del peso de la vida. Fueron esas palabras las que convirtieron el miedo de Francois en ira. Miró al niño, diablos, como se parecía a su padre…atravesó a zancadas el patio y empezó a golpearlo una y otra y otra vez. Si no me detengo lo voy a matar pensó en el éxtasis de su violencia ¿Pero no sería a la larga lo mejor? se respondió. Ese niño está perdido y lo sabes. Ya no es tu hijo, le pertenece al vudú, al maldito vudú. Fue Jeannette, quien providencialmente llegó, la que impidió la muerte de Jean Paul. Separó a su esposo de su hijo. Cuando sintió el tibio brazo de su mujer, Francois fue consciente de lo que estaba haciendo, soltó al niño y se alejó del patio. Ella se encargó de recoger al pequeño, de limpiarle las heridas, curarlo y acompañarlo a dormir. Una vez en el cuarto habló con él. ―Debes perdonar a papá, a pesar de todo él te ama, yo lo sé. ―No los soporto ―respondió él. ―¿Qué cosa cariño? ―A los vivos. Ella miró al niño. Era un ser extraño y anodino que ya no le pertenecía. Su amado hijo nunca más volvería, pero a pesar de todo ella seguía siendo su madre y aún lo amaba, lo besó y abrazó. A partir de ese día, la relación entre padre e hijo cambió para siempre. A duras penas se hablaban. Cuando Francois miraba los ojos de su hijo no veía a su niño a quien había amado tanto, veía muerte, tristeza; no lo odiaba pero le temía, le temía mucho. Maurice Morteau, el segundo hijo del matrimonio de Francois y Jeannette, vino al mundo el 19 de julio de 1970, nació pesando 4 kilos con una estatura de 55 centímetros y con fuertes pulmones como pudieron comprobar los afortunados padres las primeras noches, cuando el bebé rugía exigiendo cambio de pañales o alimento. Francois no podía estar más orgulloso de su nuevo hijo. Casi todas las noches iba hasta su cuna y lo veía dormir. Le fascinaba escuchar su débil respiración y sentir el olor de su cuerpecito, era la más hermosa criatura de todas. No podía dejar de referirse a él como un angelito de ébano. Jean Paul no había querido ver al bebé. Cuando sus padres regresaron del hospital, se mantuvo alejado de ellos; miraba al bebé de reojo. Cuando su mamá le preguntó qué opinaba de su hermanito respondió ‘No me gusta. Hace demasiado ruido’. La voz de los muertos 242 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) A su padre no le había pasado este comportamiento de Jean Paul hacía bebé Maurice. No soportaba verlo cerca de él, de esa manera tan silenciosa tan furtiva como si fuera un gato o una criatura nocturna, inclusive llegó a temer que le hiciera algo a su hermano. Pero a pesar de todo amaba mucho a su primogénito y le dolía mucho esta situación. Intentó, a pesar de su temor, acercarse nuevamente a Jean Paul, pero él había creado un muro infranqueable. Quiso por lo menos que el niño dejara sus pensamientos de muerte y soledad y lo envió donde varios psicólogos quienes siempre le diagnosticaban ‘psicosis infantil’ y rehusaban trabajar con él. Una noche seis meses del nacimiento de Maurice, Jeanette recibió una llamada de su casa materna: su madre tenía un nuevo ataque y ella debía ir a cuidarla. Ella le preguntó a su esposo si podía encargarse del ángel de ébano mientras estaba en casa de su madre. A pesar de su respuesta afirmativa, ella dudó, y no porque pensara que su marido no podría cuidar de bebé Maurice, sino porque su instinto maternal le hablaba de –muerte- cosas malas que le podían pasar a su hermoso niño si lo abandonaba, por desgracia prevaleció la voz racional que la instaba en confiar en su hombre e ir a brazos de su madre. El orgulloso padre veía nuevamente a su bebé dormir. Qué feliz se sentía de verlo. Mientras lo veía desde su sillón rojo, pensaba que nunca en su vida había hecho algo tan hermoso, su hijo era una obra de arte, ese fue su último pensamiento antes de quedarse dormido. Esa noche soñó con los muertos, pero en esta oportunidad no lo visitaban a él sino que estaban situados frente a Maurice. Al verlos el bebé les hacía gorgoritos y les sonreía. Uno de los muertos lo levantó de su cuna y le arrancó una mejilla de un mordisco, el llanto de Maurice fue sofocado por el aullido de los muertos que lo devoraban. Cuando Francois se levantó del sillón, los muertos se apartaron de la cuna y cuando se asomó, su hijo ya no estaba en ella, solo había una mancha de sangre. Despertó sobresaltado, llorando. Lo primero que hizo al abrir los ojos fue buscar al bebé para verificar que estuviera bien, lo que encontró fue peor que mil pesadillas: la cuna estaba vacía. Fue al cuarto de Jean Paul sabiendo antes de abrir la puerta que él ya no estaba allí. Salió de la casa desesperado. Hacía una noche fría con un viento que helaba los huesos. No sabía a ciencia cierta a dónde dirigirse pero sus pies empezaron a moverse por si solos. Empezó a adentrarse en el bosque que quedaba adyacente a la casa. Mientras corría sin rumbo fijo, le parecía escucha en el viento la risa de los muertos, la risa de su padre que se burlaba de él. Al fin llegó a un claro al final del camino y se encontró con su destino. Jean Paul tenía a su hermanito acostado en una especie de losa, a su lado había un cuchillo que Francois no supo si había sido usado aún. Empujó a su primogénito con todas sus fuerzas y luego se dirigió hacia su bebé. Había llegado demasiado tarde. Maurice había sido brutalmente apuñalado. Su pequeño cuerpo estaba ensangrentado y la losa teñida de sangre seca, por el amor del cielo ¿cuántas horas había dormido? Los ojos de su bebé estaban abiertos, él los cerró. Su carita ya estaba fría. Se dirigió hacia Jean Paul, si antes se preguntaba si podría matar a su propia carne ahora se preguntaba cuanto tardaría. ―Mataste a tu hermano ―dijo sin rabia en la voz. ―Solo hice que se callara…cuando vuelva no llorará más…la voz me lo ha prometido. ―Eres un maldito, un enfermo ¿Cómo pudiste? ―dijo dejándose arrastrar por la rabia y el dolor, lo golpeó una y más veces mientras su hijo no hacía ningún esfuerzo por defenderse. Jean Paul se levantó. Debía tener una o más costillas rotas, escupió un poco de sangre y gritó: ‘Maurice levántate’. Mientras golpeaba a su hijo sentía que no sería capaz de matarlo pero ahora al verlo parodiando la escena de Lázaro, burlándose de sus creencias y de su pobre hijo muerto, sabía que debía eliminarlo de la faz de la tierra. Se acercó a él y empezó a estrangularlo. La voz de los muertos 243 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) No le importó que Jean Paul se hubiera desvanecido, seguía apretando su cuello y no lo soltaría hasta que escuchara su tráquea romperse. Antes de que eso ocurriera escuchó como un enorme peso cayó aparatosamente de la losa de sacrificio donde estaba el cadáver de su hijo. Francois sabía que no era ningún animal lo que gateaba detrás de él. Soltó el cuerpo de su hijo mayor pero no fue capaz de ver voltearse para ver quien o que se arrastraba hacia él. Recordó las palabras de Michel, ‘Haití es la tierra donde los muertos caminan’, o en este caso gatean pensó él con una triste sonrisa. Las hojas crujían al paso del gateo que se acercaba. Francois quería correr, quería gritar por lo menos ser capaz de cerrar los ojos para no ver el horror que lo esperaba pero estaba completamente petrificado, incapaz de hacer nada. Tan solo sintió cuando unas pequeñas, casi diminutas manos cogieron su pie; no tuvo que agachar la mirada para saber que un bebé con su mameluco ensangrentado y una mirada perdida lo observaba atentamente mientras decía su primera palabra: ― Papá. La voz de los muertos 244 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) UNA GRAN IDEA Como todo en esta vida, cuando llegó lo que en tantas películas se había denominado “Apocalipsis Zombie” no fue como se esperaba. Para empezar, no fue lo que se esperaba de un Apocalipsis. No se hundió la tierra ni el aire se llenó de gritos de desesperación. No amaneció un día que pudiera definirse como “el último”. Y los zombies, esos seres no muertos que tantas veces se han visto en cómics, libros y películas, no fueron como se esperaba. Pocas personas eran conscientes de que estaba ocurriendo algo realmente malo. ¿Conocéis esa sensación de cuando estamos a punto de tener un accidente de coche y finalmente no pasa nada? Al principio no sentimos miedo, nos invade una especie de parálisis y sólo después de que todo haya pasado nos damos cuenta de lo que ha estado a punto de suceder. En este caso, la parálisis y la inconsciencia duraron mucho más que unos segundos, y ocurrió a nivel colectivo. Y, de hecho, el accidente sí ocurrió. Alex vivía en un tercero sin ascensor, en uno de los bloques más bulliciosos del barrio. Ya hacía varios años que se había independizado de sus padres, que vivían en un pueblo a varios cientos de kilómetros de allí. La llamada semanal de rigor hacía que mantuvieran el contacto, aunque para qué mentir, éste nunca había sido demasiado estrecho. No se consideraba una persona demasiado cariñosa, no ansiaba el contacto humano y por eso no echaba de menos a su familia. Tampoco echaba de menos el tener relaciones menos superficiales con otros seres humanos. Tenía amigos, sí, pero básicamente lo que hacían juntos era irse de juerga los fines de semana, sin más complicaciones. Vivía con su gato Leyenda y no necesitaba a nadie más, su verdadero placer, lo que llenaba su vida, era la fantasía y el terror. Sabía que nadie podría entenderle en ese aspecto. Nunca. Ni sus “amigos”, ni las chicas que conocía. Desde que vivía en el piso, sólo sus padres habían ido a visitarle un par de veces, su única hermana no dejaba de darle largas cada vez que hablaban. ¿Te los has leído todos? Preguntó distraída su madre cuando vio la enorme biblioteca, mientras su mirada paseaba entre los cómics y libros medio amontonados en los estantes. La mirada de su padre parecía decir: ¿en esto te gastas el dinero? …No, no me los he leído todos pero casi… sí, en esto me gasto el dinero. No necesitaba que nadie le entendiese. Él se bastaba. Sus libros, cómics y películas le proporcionaban todo lo que no encontraba en otros lugares… ¡por supuesto que pensaba en chicas! No tenía muy claro, a sus 23 años, lo que quería hacer con su futuro, y suponía que para mucha gente eso le convertía en un inmaduro. Por eso intentaba decir siempre lo que suponía que era más normal, incluso llegó a inventarse una novia en el pueblo para contarlo en el trabajo. Así evitaba explicaciones a la hora del café sobre lo que realmente había hecho el fin de semana. Suponía que las historietas que se inventaba sobre una masía de los padres de ella agradarían más que la cruda realidad: una combinación de borracheras, lectura compulsiva y sesiones maratonianas de cine porno y de terror. Su sueño secreto era ser el protagonista de una especie de hecatombe, una catástrofe nunca antes conocida donde tuviera que luchar contra peligros sin nombre… poniendo a prueba su fortaleza, tanto mental como física. ¿Y quién sabe? Quizá una bonita nena de grandes tetas y suaves cabellos fuese el premio a tanta valentía. Una fantasía bastante básica, lo sabía, pero no por ello menos hermosa. Veía películas de vampiros y se imaginaba como una suerte de Van Helsing rejuvenecido y heroico. En las películas de zombies se ponía en la piel de quien causaba mayor número de bajas en las filas de los podridos. Ningún hombre lobo se le resistiría jamás… por desgracia, en contraposición, la vida real era aburrida. Más que eso, una auténtica mierda. Sus amigos cada vez le aburrían más, los libros que leía empezaban a parecerle todos iguales y no veía por ninguna parte a la chica de sus sueños. Una gran idea 245 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ¿Qué debía hacer? ¿Ir a otra parte? ¿Empezar de nuevo? Hombre, no tenía edad como para tener que empezar de nuevo. Además, el trabajo no estaba tan mal, ganaba un sueldo más o menos decente y le daría pereza hacer una mudanza y un montón de trámites en otra parte… Sin embargo, Alex vivía un vacío existencial característico de una especie de edad del pavo tardía. Las primeras noticias de la epidemia resonaron como cantos de esperanza en sus oídos. Por fin algo de la vida real era capaz de captar su interés. Lo que después se llamaría la Epidemia (así, con mayúscula) comenzó con un puñado de casos. Una cepa extraña de la gripe empezó a cebarse con un pueblo de la costa de Brasil ¿o era de Chile? Nadie estaba seguro y en cada medio decían lo que les daba la gana. Decían que una especie de mutación del virus había pasado a los humanos a través de animales. También decían que el virus podía llegar a ser letal, que los científicos lo estaban investigando. La OMS declaró que la epidemia estaba en su fase 2, dado el reducido número de casos. Todavía no se hablaba de buscar una cura o vacuna. En las noticias no se dejaban muy claros los síntomas, aunque por Internet circulaban vídeos. Uno de esos vídeos llegó a la bandeja de entrada de Alex. Se lo reenviaba un contacto que sólo conocía de un foro, un tío del que recibía al menos 10 correos cada semana, cosas como presentaciones ridículas o vídeos graciosos, y eso cuando no eran directamente guarradas. Pero como no solía tener nada mejor que hacer, veía todo lo que le enviaban… y ese día le llegó el vídeo de la vieja. El título del vídeo era algo así como “la borrachera del siglo!!!”, pero la descripción no parecía muy acertada. La vieja tenía la piel oscura, aunque se notaba que estaba pálida y tenía mala cara. Caminaba sola, bajo la lluvia, a su alrededor la gente se apartaba. Posiblemente tuviera algo que ver con eso el hecho de que una mancha de orina manchase toda la parte delantera de su falda. Las imágenes se veían muy nítidas. Los viandantes evitaban cruzarse con ella (¿sería por el olor?) y se escuchaban risas y voces juveniles tras la cámara. Al medio minuto de vídeo, apareció un joven rubicundo por la parte derecha de la pantalla. El típico turista borracho, que se puso a hacer gestos obscenos a la vieja y a gritarle algunas palabras malsonantes en inglés. En unos segundos, se bajó los pantalones y se agachó delante de la vieja, mostrando un culo más bien lechoso. Algunas personas se giraron para mirarle (otras apuraron el paso) y la anciana se detuvo en seco. La mirada que dirigió al joven que tenía delante no mostraba curiosidad, ni miedo ni ninguna otra emoción. Y entonces… (¡ahora va a arrancarle la nalga de un mordisco!) …vomitó a los pies del gracioso y se cayó al suelo, con la cabeza al lado de lo que había arrojado. Qué decepción. El vídeo terminaba con risas escandalosas y el rubio subiéndose los pantalones. Se alcanzaba a ver cómo la vieja intentaba lamer del suelo lo que acababa de echar. Alex no pudo reprimir una risa asqueada, era uno de los vídeos más raros que había visto últimamente… ¡y parecía real! Durante las semanas que siguieron la epidemia pasó de fase 2 a 5, pero la vida transcurría con tanta normalidad que parecía que no había de qué asustarse. Al fin y al cabo, había ocurrido otras veces ¿no? Con la H1N1, por ejemplo. Empezaron a circular historias sobre turistas retenidos en aeropuertos de países semidesconocidos. No turistas españoles, es cierto, pero sí europeos, y algún americano. Incluso habían trascendido unas imágenes de ciudadanos retenidos a la fuerza por las autoridades en ciertos países de dudosa reputación. Las familias de algunos emitieron comunicados que fueron difundido en los noticieros… hacía semanas que no Una gran idea 246 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) sabían nada de sus familias, las últimas noticias que habían tenido de ellos eran preocupantes y temían que hubiera ocurrido lo peor. Los gobiernos comenzaron a tomar medidas en los viajes internacionales. Sometían a los viajeros a exámenes médicos superficiales y a un test para saber si sufrían síntomas de la enfermedad. Ahora se sabía que se manifestaba al principio con mareos y desmayos, baja tensión y náuseas. Posteriormente evolucionaba hacia un cuadro más grave, con vómitos frecuentes y desorientación. Las personas que la padecían perdían el conocimiento en muchas ocasiones, y cuando estaban conscientes, su comportamiento era errático, en todos los casos se perdían las facultades para ejecutar las acciones cotidianas más básicas, como asearse, hablar o entender instrucciones simples. El primer caso español resultó ser un habitante de un pueblo cercano a la ciudad de Alex. Fue una gran sorpresa para él, uno nunca piensa que una cosa así vaya a ocurrir al lado de casa, como quien dice. Aunque a la vez, sentía curiosidad por ver a los alelados, un apelativo con el que se denominaban desde hacía un tiempo. ¿Un tiempo? Si sólo habían pasado semanas desde aquel vídeo y los primeros casos… Al cabo de unos días los casos aumentaban, la gente ya no se reía tanto y en el trabajo se comentaba en corrillos que el familiar de este y aquel compañero se había puesto enfermo. A Alex se le ocurrió un día que hacía ya dos semanas que no llamaba a sus padres. ― ¿Sí? ― Hola, papá… bueno, estuve muy liado y no pude llamar la semana pasada. ― ¿Muy liado? ¿Haciendo qué? ¿Sigues trabajando en el mismo sitio? ― … ¿Estáis bien? Por todo esto del virus y eso. ― Sí, bueno, tu madre se encontraba mal hace unos días pero eran gases. Ahora ya está bien. Espera que te la pongo: ¡Paca! ― Humm, vale. ― Hola, hijo, ¿qué tal estás? ― Bueno, bien… Y la conversación siguió por los mismos derroteros que todas las demás. No fue hasta días después cuando vio un zombie. ― ¿Qué coño…? – Se quedó mirando la otra acerca, el cigarrillo estuvo a punto de caérsele de la comisura de los labios. Una mujer gorda paseaba del brazo de un chaval más o menos de su misma edad. La gorda babeaba y al parecer le costaba andar. Incluso desde esa distancia, se dio cuenta de que le costaba respirar. ¿Alelados? Estaban viviendo una epidemia de zombies, algo que siempre había soñado… él sería el puto amo, podría sacar por fin su arsenal de armas blancas, podría poner fin a la amenaza y alzarse victorioso sobre una montaña de cadáveres. Pero realmente aquella vieja no parecía muy amenazadora, así que tan pronto como llegó el bus que lo llevaba al trabajo perdió el hilo de su fantasía. Una gran idea 247 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Aquella semana empezó a faltar gente en su trabajo. Nadie decía nada, los del Departamento de Personal no soltaban prenda y su jefe ponía cara de culo incluso antes de que nadie le preguntase. Así que se fue a casa igual que llegó, sin saber nada y sin embargo, con muchas sospechas… ¿qué pasaba realmente? ¿Se estaba convirtiendo en un puto paranoico? Cuando llegó a casa llamó a uno de los colegas de borrachera. No podía salir esa noche, su madre estaba algo enferma. Nadie pronunció la palabra alelada, ni virus, ni epidemia… sin embargo, se quedó flotando en el aire. Alex no insistió mucho, no estaba seguro de cómo se contagiaba el virus y no le apasionaba la idea de deambular por ahí como si le hubiesen hecho una lobotomía. Los demás le dieron respuestas parecidas. Nadie quería salir, habían llegado a una etapa en la que existía un miedo real a la enfermedad, había pasado de ser una amenaza lejana a algo concreto que se materializaba en familiares y amigos que necesitaban “cuidados especiales”. A limpiar mierda y tener vigilados le llaman cuidados especiales, qué fino, pensaba. Aún así, no todos podían ser atendidos. No todos tenían familia o amigos dispuestos a ayudarles, y los hospitales estaban saturados. Por eso empezaban a verse algunos por la calle a veces, como si no supieran a donde ir o qué comer. Se puso a leer y antes de que se diera cuenta, era demasiado tarde para llamar a su familia. Envió un mensaje de texto a su hermana, pasó un rato navegando por Internet, donde las leyendas urbanas y la verdad de la epidemia se mezclaban en una curiosa amalgama. Uno no sabía si realmente era verdad que no pasaba nada, como querían dar a entender desde los medios oficiales, o si había sobrevenido el fin del mundo, como afirmaban en algunas webs. Se hablaba de canibalismo entre alelados, se hablaba de revueltas callejeras aprovechando el caos y la saturación de la policía, se hablaba de todo tipo de aberraciones entre alelados y humanos. Incluso habían resurgido de sus cenizas algunas sectas que se suponían extintas. Cuando le picaron los ojos, le echó algo de comer a Leyenda, y se dispuso a ir a la cama con un cómic antiguo de Batman. ―Vamos, Leyenda, que no hay gatos infectados. No te volverás más tonto de lo que eres. El gato se restregó contra la esquina del cómic y se quedó dormido. La mañana del sábado, muchas tiendas no abrieron. La ciudad no era más que una ciudad dormitorio, pero sin embargo otras semanas bullía de actividad con gente yendo de compras o simplemente dando un paseo. Al parecer, al final la epidemia se había extendido en serio, pensó Alex. Había pocos alelados en la calle, aunque algunos se tambaleaban solos por ahí, apoyándose en las paredes en una especie de paseo errático. Uno se estaba comiendo un arbusto. Otro se inclinaba sobre lo que parecía una paloma muerta… la mayoría estaban flacos, y Alex intentaba evitarlos. Encontró una tienda 24 horas abierta y se abasteció de alcohol… el fin de semana se perfilaba algo aburrido y sobre todo largo, sin juerga ni nada que hacer, las tiendas cerradas, los transportes bajo mínimos, así que decidió montarse la fiesta en casa. Leyenda le miraba desde la cornisa de la ventana del dormitorio cuando dobló la esquina. Normalmente la dejaba cerrada por si acaso al gato se le ocurría hacer caída libre hasta la acera, pero se ve que ese día se le había olvidado. Así que iba mirando a su minino, casi llegando a su portal, cuando tropezó con él. Al principio se asustó, luego reconoció a su vecino de arriba con cierto alivio para después volver a asustarse. ― Pero… ― quería decir su nombre, pero no se acordaba ― pero usted, humm, ¿qué hace aquí? Una gran idea 248 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El otro le miraba fijamente, (alelado) por algún motivo intentaba sujetarle… pero Alex los había visto moverse. Eran lentos, ¿no? Lo que tenía que hacer era rodearlo, abrir la puerta, cerrarla detrás y correr hasta encerrarse en casa. Tío, déjame en paz ¿vale? Pero (¡se llama Pedro!) el vecino parecía sentir fijación por seguirle, así que cuando consiguió rodearle, antes de meter la llave en la cerradura, se alejó corriendo para despistarle. ― Aaaah, qué tonto eres, siempre lo había sospechado pero ahora lo sé. Así que abrió el portal y corrió hacia las escaleras. ¡Mierda! No había pensado en el mecanismo de amortiguación de la puerta, pero ya daba igual. Ahora iría, abriría la puerta de su piso y se metería dentro. Luego, bebería a la salud de Leyenda en el sofá viendo alguna peli. Justo antes de abrir la puerta le pareció escuchar una respiración pesada en alguna parte de las escaleras. Y cuando vio la cámara sobre el mueble del recibidor, se le ocurrió una GRAN idea. Quizás tuvo que ver con sus sentimientos hacia su vecino, al que le gustaba poner música a todo volumen algunos días por la noche, que organizaba fiestas con toda su familia en cuanto tenía ocasión, y al que odiaba con toda su alma y tantas veces había soñado con asesinar mientras dormía. No he visto ningún vídeo realmente impactante de estos zombies. ¿Qué quiere ver la gente? La gente (como yo) quiere ver zombies violentos y sanguinarios, que finalmente perecen gracias a la aparición providencial de un héroe anónimo (aunque dejará de serlo) armado con una enorme espada japonesa. Así que se metió la cámara en el bolsillo, después de comprobar que la batería estaba a tope, decidió mentalmente que se pondría su camiseta de Dawn of the Dead y fue a descolgar la katana de la pared del salón. Pasase lo que pasase con la puta enfermedad esa, sería el rey de Youtube. Una gran idea 249