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I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LISTA DE RELATOS 1. Stop Motion.................................................................................. página 3 2. La visita......................................................................................... página 9 3. El ataque de los Zombies............................................................ página 11 4. El instinto.................................................................................... página 17 5. Juicio justo................................................................................... página 21 6. Testamento ................................................................................ página 26 7. Zombies en Castleville................................................................. página 30 8. El último brujo............................................................................ página 34 9. Medianoche ............................................................................... página 36 10. La huida de Bolonia 3 ................................................................. página 39 11. ¿Qué es ese olor? ....................................................................... página 43 12. El zombie .................................................................................... página 45 13. Al quinto día… ............................................................................ página 48 14. Plan B.......................................................................................... página 50 15. Necromigrantes.......................................................................... página 52 16. El estrecho camino al norte........................................................ página 55 17. Cómete mi cerebro para pensar como yo.................................. página 57 18. Feliz cumpleaños ........................................................................ página 60 19. La leyenda de Whitby................................................................. página 64 20. Yo te despierto ........................................................................... página 67 21. Mi esperada velada de terror..................................................... página 71 22. Por amor..................................................................................... página 74 23. Yo, zombie (Introspectiva en putrefacción)............................... página 77 24. Quijadas de Fort Davies.............................................................. página 79 25. Yo, zombi .................................................................................... página 86 26. Respetad la paz de los muertos ................................................. página 90 27. Los que van a morir te saludan .................................................. página 92 28. Diario de un muerto ................................................................... página 99 29. Nuevo amanecer ...................................................................... página 102 30. Error de diseño......................................................................... página 108 31. Carnada .................................................................................... página 113 32. Juego de niños.......................................................................... página 119 33. Pacto macabro en Sancti Spiritus (Cuba) ................................. página 123 34. La historia de un sobreviviente ................................................ página 126 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 35. Mundo pintado con sangre ...................................................... página 129 36. Tormento y dicha ..................................................................... página 132 37. Vida en los ojos de un muerto ................................................. página 137 38. Puedes besar a la novia............................................................ página 141 39. Hambre de líder........................................................................ página 146 40. Maternidad, planta 11.............................................................. página 150 41. El bramido de un niño .............................................................. página 154 42. Hasta que escampe .................................................................. página 157 43. Noches sin luna ........................................................................ página 159 44. Cómo filmar una buena película .............................................. página 161 45. Amor......................................................................................... página 165 46. Cartas a Itzhak .......................................................................... página 170 47. Cumpleaños mortal .................................................................. página 175 48. San Martín ................................................................................ página 178 49. Zeta........................................................................................... página 184 50. Primogénito.............................................................................. página 186 51. Monegros zombi ...................................................................... página 188 52. Telépatas .................................................................................. página 191 53. La casta de Caín ........................................................................ página 195 54. Carta al director........................................................................ página 200 55. Preservación de la especie ....................................................... página 203 56. La operación Boko.................................................................... página 207 57. El Voy‐Voy ................................................................................ página 211 58. El principio del fin..................................................................... página 215 59. Las mujeres que no amaban a los zombis................................ página 220 60. Desde una pensión ................................................................... página 224 61. Que vienen los indios ............................................................... página 229 62. Son exquisitos........................................................................... página 234 63. Medio lleno ............................................................................... página 236 64. La voz de los muertos............................................................... página 240 65. Una gran idea ........................................................................... página 245 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) STOP MOTION
Después de más de catorce años sin saber nada de Roberto recibí una llamada suya el
miércoles a las tres y media de la mañana diciendo: “¡Andrés, ya está, he terminado el guión!”,
“¿Guión?, dije aún ronco por el sueño. Me parecía increíble, me había costado conciliar el sueño por
culpa de un horrible dolor de cabeza y ahora esto. “¿Roberto? ¿Qué horas son estas de llamar?.
¡Mañana entro a las seis a trabajar!”. Tras calmar a mi mujer, que estaba al otro lado de la cama
poniendo cara de “¡Quién se ha muerto!” salí de la habitación y durante cinco interminables minutos
escuché tumbado en el sofá a un Roberto excitadísimo que escupía una idea tras otra como el que
come pipas. “¡Te quieres callar de una puñetera vez!” logré decir al fin. En el dormitorio el niño se
revolvió en su cuna y comenzó a llorar. “Qué mierda de vida” pensé mientras notaba como el dolor de
cabeza regresaba. Roberto notó que vacilaba y volvió a la carga contándome no se qué historia de un
pueblo de la España profunda perdido en las montañas. “Rober-robeeer-roberto, por lo que más
quieras, mañana te llamo y me cuentas lo que sea, pero estas no son horas de…” Laura salió en ese
momento del dormitorio con Marcos entre los brazos y por la gélida mirada que me dedicó supe que o
colgaba de inmediato o me dispararía. Así que tras cinco minutos más tratando de quitarme de encima
a Roberto y viendo que no desistía en su empeño de contarme el guión aquella misma noche lo
convencí para quedar al día siguiente a las siete de la tarde en una cafetería a la que ambos solíamos ir
cuando éramos estudiantes.
Roberto apareció dando tumbos entre el tráfico veinte minutos tarde. Apostaría lo que fuera a
que llevaba el mismo chándal lleno de quemaduras de cigarrillos que cuando íbamos a clase. Como en
aquellos días, llevaba el pelo largo y suelto dispuesto a los caprichos del viento y la poblada barba
recogida en dos trenzas rematadas en gomas de colores como las que llevan las niñas. Al entrar en la
cafetería varias miradas se sintieron atraídas hacia aquel personaje. Roberto, acostumbrado a las
miradas curiosas allá a donde fuere, pidió que le trajeran un café con leche y se dirigió a mi mesa con
una sonrisa triunfal en los labios.
―Aquí lo tienes, Andresín, éste es mi bebé ―dijo soltando lo que me pareció un paquete de
quinientos folios encuadernados sobre la mesa. El estruendo fue tal que la cerveza que me estaba
tomando salió volando y desde una mesa vecina a la nuestra un grupo de señoras nos dedicó todo un
catálogo de desdeñosas miradas.
Roberto miró desafiante a todas las personas que había en la cafetería y una vez que todas
hubieron apartado la mirada se dejó caer satisfecho en la silla más cercana a la mía y comenzó como si
nada hubiera pasado:
―Lo tienes que leer, te va a encantar, a primera vista parece un ladrillo pero la mitad es paja
ya verás, storyboards, estudios de personajes, estoy deseando hacerte un resumen, ¿Quieres que
empiece ya?
“Hay cosas que nunca cambian”, pensé y por suerte o por desgracia y pese a que todos en la
cafetería nos miraban de reojo me sentí feliz como hacía mucho tiempo que no me sentía. Era como si
otra vez tuviera dieciséis años, sin ataduras, sin grandes responsabilidades y sin dolores de cabeza.
Como de costumbre, Roberto fue directamente al grano como si no existiera un abismo de catorce
años entre nosotros dos y nos hubiéramos visto por última vez hacía tan sólo unas horas en el
descanso entre tecnología y taller. No perdimos más tiempo del necesario en ponernos al día y sin
muchos rodeos me enfrenté a aquel caótico montón de papeles mal encuadernados.
“DESCENSO A CERRAZÓN” Rezaba el solitario título en la primera página del guión.
―El título está bien ―le hice saber, aunque en realidad no tenía ni idea de si el título estaba
bien o mal―. ¿Qué es Cerrazón? ―pregunté.
―Cerrazón es un sinónimo de “tinieblas” ―dijo Roberto mientras tomaba un sorbo de su taza
de café -Pero en la película se refiere a un pueblo de la España profunda, en ningún momento se deja
Stop Motion 3 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) claro donde se encuentra el pueblo, sólo que es un lugar aislado entre las montañas. Ya te puedes
imaginar uno de esos sitios donde los primos se acuestan con las primas cuando el frío aprieta y los
niños queman a los gatos con gasolina en las fiestas del pueblo. El nombre es totalmente inventado
para evitar susceptibilidades y por supuesto no existe ningún Cerrazón en España, me he asegurado
completamente, lo comprobé en el Google Maps. La historia se sitúa en la actualidad -continuó
Roberto.- Imagina un pueblo perdido en las montañas. Un pueblo donde todos los vecinos se conocen
y todavía se lleva eso de que el cura venga a tu casa a comer los domingos después de misa. Te haces
una idea, ¿no? Bien, pues en este pueblo vive Asensio Vargas, un hombre de sesenta y cinco años,
enjuto, pelo desordenado aún sin encanecer, arrugas en el rostro, moreno como un tizón y cojo de una
perdigonada que le metieron en la rodilla cuando servía en Melilla. Asensio vive junto a su hermano
José en una cabaña en las montañas a varios kilómetros de Cerrazón. Aparentemente los hermanos
sobreviven como pueden de lo que sacan de su huerta: patatas, lechugas… lo justo para tirar, pero
como no sólo de patatas vive el hombre también tienen un cobertizo con cerdos. En total son unos
quince gorrinicos lustrosos que los hermanos se encargan de cebar durante todo el año. Después, si
consiguen sacar de ellos una buena cantidad de chorizos y salchichones, en enero bajan a Cerrazón en
su tractor y venden la mercancía a los turistas.
En este punto señalé que me parecía poco probable que dos hombres maduros no bajaran al
pueblo al menos dos veces por semana para comprar algo en la farmacia, emborracharse o echar un
polvete si no querían morirse del asco. Roberto sonrió y haciendo un gesto desdeñoso con la mano
que quería decir “paciencia, a eso voy” continuó con su relato.
―Los Vargas son algo así como un par de ermitaños aunque su relación con los del pueblo es
bastante cordial. Esto lo vemos en una de las primeras escenas de la película, cuando al llegar al
pueblo con su tractor se desviven en sonrisas con los turistas y se toman unos vinos en la tasca
mientras se ponen al día de las últimas noticias del pueblo. Lo que ya no es tan normal, es que los
hermanos nunca se vuelven a su cabaña con las manos vacías. Cada año se quedan un par de días en el
pueblo con la excusa de disfrutar de las fiestas y de la matanza hasta que consiguen echarle al guante a
algún desprevenido. Este año han tenido suerte y el primer día obtienen su recompensa cuando se
ofrecen a enseñarle los lagos que supuestamente hay en las montañas a una familia de turistas
franceses.
―Un momento, ¿entonces los hermanos son un par de psicópatas?
―Algo así, pero no lo descubrimos hasta la escena número cinco de la película. Los Vargas
después de embaucar a la familia de franceses salen del pueblo en convoy en dirección a las montañas,
pero antes se detienen en su cabaña con la excusa de aprovisionarse para el viaje a los lagos. ¿Ves?
Justo aquí en la página diecisiete. Los Vargas se ofrecen a enseñarles el cobertizo a los turistas. Los
padres se muestran un poco reticentes al principio pero el crío empieza a dar saltos de alegría y se
pone en plan insistente como si en vez de una pocilga llena de mierda los hermanos se hubieran
ofrecido a enseñarle el castillo del ratón Mickey. Una vez dentro del cobertizo, el cabeza de familia
repara en que hay muchos cerdos en el cobertizo teniendo en cuenta que es época de matanza y así se
lo hace saber a los hermanos Vargas. José Vargas sin inmutarse saca una recortada de una talega que
lleva colgada al hombro y encañona al padre mientras que su hermano Asensio atranca la puerta del
cobertizo. El francés, muy alterado, se encara a Asensio Vargas y agarrándolo por la mugrienta camisa
chapurrea en español algo así como “Hihos de puta, ni se les ocugan poner las manos encima a mi
famiglia”. La cosa se vuelve bastante caótica, el niño que intuye que ya no está en Eurodisney empieza
a berrear y a la madre le da por gritar como una energúmena en francés. José Vargas intenta separar al
padre de su hermano pero éste se revuelve y se lanza contra José, ambos empiezan a rodar por el suelo
y a forcejear. La recortada se dispara volándole la cabeza a José Vargas y desparramando sus sesos
por todo el cobertizo, el pequeño gabachito y su mamá gritan, los cerdos locos por el olor de la sangre
chillan como si fueran ellos los que están siendo llevados al matadero. Asensio Vargas, ciego de ira
por la muerte de su hermano, saca una navaja y se la clava al padre en el cuello media docena de
veces. La francesa aprovecha para hacerse con el arma y dispara a Asensio en la cabeza pero falla el
tiro por un palmo y sólo consigue pulverizarle la oreja junto con media cara. Asensio le suelta tal ostia
que la escopeta sale volando y la francesa cae despatarrada por el suelo, seguidamente atraviesa el
cobertizo cojeando y agarra al pequeño francesito poniéndole la navaja ensangrentada en el cuello.
Stop Motion 4 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) “Ahora te vas a quedar quietica, perra de los cojones” le dice a la madre “si no quieres que deje seco a
este también.” La mujer llorando dice que hará lo que sea. Asensio le indica una zona del suelo y le
pide que busque algo parecido a una trampilla, después señala a su marido y a su descabezado
hermano y le pide que los haga pasar por la trampilla. La mujer obedece y al abrir la trampilla en el
suelo aparece un pozo de oscuridad del que emergen gruñidos y gemidos que hacen ensordecer al de
los mismísimos cerdos “Tíralos ahí dentro, vamos rápido, no tenemos todo el día. ¡tíralos o lo rajo!”
La mujer cagada de miedo obedece y hace pasar torpemente el cuerpo sin vida de su marido por la
obertura. “Vamos, ahora tira a mi hermano, rápido” dice Asensio con un hilo de voz.”Agárralo por las
piernas, así, ahora tira de él, no mires ahí abajo.” Cuando la mujer se deshace del cuerpo de José
Vargas, su hermano Asensio no se lo piensa dos veces y tira al puñetero niño al agujero. La madre
intenta agarrar a su hijo al vuelo mientras que Asensio aprovecha la situación para lanzarle una
patada en las costillas y tirarla también al hoyo donde los aullidos y gemidos ahora se reproducen
como una sinfonía de horror. La escena finaliza con un plano en contrapicado donde Asensio Vargas
cierra la trampilla de un golpe y sigue un fundido a negro que deja la escena en total oscuridad y
silencio.
―Bueno, ¿Qué te está pareciendo hasta ahora la película? ―Roberto me miraba sonriente a
sabiendas de mi afición por el género de terror.
―Psé, está bastante bien- dije sin dejar que notara todo mi interés ―¿Qué tienen ahí abajo?
―Pronto lo sabrás, pero antes de continuar con la historia me gustaría explicarte algo sobre la
producción de la película.
―¿Producción? Pero… yo pensé que sólo me ibas a enseñar un guión que te disponías a
vender.
―Pues te equivocabas. La película está en marcha, yo mismo la dirijo y de hecho algunas
partes ya han sido rodadas. Tenemos productor, la mayoría de los actores, equipo técnico… en fin,
todo lo necesario. Deja que te cuente algo- Roberto miró por encima de su hombro como si de repente
pensara que había espías en la cafetería.- Esta no es una producción normal, Andrés. Ten por seguro
que nunca se ha hecho nada como esto y es muy probable que en muchos países la película se censure
o incluso que nunca llegue a estrenarse.
―¿Y eso? ¿Tan fuerte es?
―No se trata de lo fuerte o gore que sea la película, que lo va a ser y mucho. Hay casquería
como para parar un tren pero aún hay algo más. Se trata de algo relacionado con los actores que
participan en la película, pero no sé como podría explicártelo… mmm, ¿Recuerdas a Yuri Volkov?
―Claro que recuerdo a Yuri, estudió con nosotros en primer y segundo curso, creo.
―Pues bien, cuando Yuri se marchó de España con su familia y regresó a Rusia,
concretamente a Groznimov, un lugar del que no tengo ni la más mínima idea de por dónde cae, pero
en el que tiene que hacer un frío del carajo, seguí carteándome con él durante años. Con el tiempo, de
las cartas pasamos a Internet y en una de las muchas conversaciones que tuvimos sobre cine surgió la
idea de algún día hacer una película de terror con muertos vivientes.
―El problema de una cosa así -interrumpí- aparte de la distancia entre los dos sería el coste de
la producción, supongo.
―Te equivocas, el dinero no supone ningún problema, el padre de Yuri es un importante
cirujano y dirige un hospital en Rusia y eso allí es como ser el puto rey de Marte, ¿comprendes?
―Sí, supongo que sí.
―No, no tienes ni idea, pero pronto lo entenderás. El padre de Yuri, el doctor Mark Kozlov, a
parte de ser millonario y dueño de un hospital es también un amante del cine de terror y fantástico.
Pues bien, en los últimos cinco años el doctor Kozlov en su condición de magnate y miembro
reputado de la sociedad rusa ha dispuesto lo necesario para que su hijo Yuri y yo podamos hacer
nuestra película.
Stop Motion 5 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ―Es decir, que se ha encargado de poner la pasta.- aventuré.
―Sí, la pasta es suya pero también se ha encargado de ese asunto delicado relacionado con los
actores del que te hablaba antes y que sin su ayuda jamás hubiéramos podido conseguir.
―Roberto, ¿me lo vas a contar de una vez?
―A eso voy, no te pongas nervioso, sólo estoy cogiendo carrerilla. ―Roberto se acercó a mi
todo lo que la mesa le permitía―. Pero primero te contaré lo que pasa con la mujer francesa. Que se
llamaba Valéry, ¿Te lo había dicho?
―Creo que no.
―Pues la tal Valéry, que casi se escoña al caer desde el suelo del cobertizo, despierta en un
sótano en total oscuridad. Lo primero que hace es incorporarse y llamar a su hijo, “Xavier, Xavier”
grita. El francesito le responde y cuando se encuentran se abrazan en la oscuridad. “Mamá, tengo
miedo, aquí abajo hay más gente” dice Xavier. “Están todos atados con cadenas a las paredes, los he
oído aunque no hablan, sólo gruñen y respiran”
―Joer con el crío ¿Es un puto murciélago o qué?, yo en su lugar estaría bastante acojonado.
―Yo también, pero es una película de terror y hay que ir al turrón, ¿vale? Valéry le dice a su
hijo que no se mueva de donde está y se dirige gateando hacia una de las paredes del sótano. En ese
preciso momento, encima de su cabeza se abre la trampilla y Asensio Vargas aparece en el techo
recortado en un cuadrado de luz. El sótano se ilumina repentinamente y Valéry se queda horroriza ante
la escena que tiene delante de sus ojos. Una docena de personas están repartidas por todo el sótano,
siete hombres y cinco mujeres. Algunas visten andrajos, otras están totalmente desnudas, sus cuerpos
cubiertos de pústulas y suciedad exhalan enfermedad. La voz de Asensio Vargas suena como la de un
Dios cruel “Sube, pero deja al niño, tenemos mucho de que hablar”.
“El sótano está apenas ventilado y el hedor a podrido le golpea en mitad de la cara. Los seres,
Valéry se niega a volver a pensar en esas cosas como personas, están atados mediante grilletes a las
paredes del sótano. Se retuercen, se golpean, se enredan y caen al suelo mientras sus mandíbulas
desencajadas claman hacia la trampilla abierta. ¿De qué se alimentan estos seres? ¿Por qué motivo
están este lugar? Valéry prefiere no pensar. El horror la rodea por todas partes y el pequeño Xavier no
para de llorar. Sin poder reprimirlo Valéry se lleva las manos a la boca y vomita a través de ellas. La
voz de Asensio Vargas no da lugar a réplica. “Sube mujer, abandona al niño ahí abajo, tranquila, a
esos pobres desgraciados no les quedan ya dientes ni uñas con los que morder ni arañar”.
―Andrés, creo que ahora ha llegado el momento de contártelo todo ―yo todavía estaba
digiriendo el giro que había tomado la historia y pensando en que si la mujer francesa abandonaría a su
hijo o no cuando Roberto me miró muy serio y me soltó a bocajarro-Tenemos entre manos la primera
película de muertos vivientes en la que los actores que los encarnan están realmente muertos.
―¿Qué me estás contando?¿Pero eso se puede hacer?
―Poderse se puede, si te refieres a si es legal…todavía no estamos muy seguros. En Rusia no
existe ninguna ley que impida a un muerto actuar en una película pero por si acaso los abogados del
doctor Kozlov están trabajando en eso ahora mismo.
―¿Trabajando? Te refieres a que están llenando bolsillos con puñados de rublos, ¿no?.
―Yo de eso no sé nada. Lo que sí te puedo decir es que durante la última década el doctor
Mark Kozlov se ha dedicado a obtener documentos firmados por personas por las que la medicina ya
no podía hacer nada. Enfermos terminales cuya esperanza en sus últimos días de vida es saber que una
vez abandonaran este mundo cruel actuarían en nuestra película.
―¿Pero estás hablando en serio? ―pregunté―. ¿Cómo es posible hacer actuar a cadáveres en
una película?
Stop Motion 6 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ―Mediante Stop Motion. Como en las películas de Ray Harryhausen dónde salían
dinosaurios y monstruos de arcilla que eran animados fotograma a fotograma. ¿Has visto Jason y los
Argonautas o Furia de Titanes? Sólo que nosotros, en vez de muñecos de arcilla usamos gente muerta.
―¿Me estás tomando el pelo?
―Para nada. Mira, primero se coloca el cadáver en una posición, se le toma una imagen,
después se mueve ligeramente y se vuelve a repetir la misma acción. Así sucesivamente y una vez
terminada la escena, se pasan todos los fotogramas a veinticuatro imágenes por segundo y ¡voilà! El
muerto vuelve a vida delante de nuestros ojos. Como imaginarás es un proceso muy lento y costoso
pero los resultados son espectaculares. Terroríficamente espectaculares.
―¿Pero todo eso no es un tanto obsceno? Usar gente muerta para hacer una película…
―¿Obsceno? Puede. ¿Rentable? Ya te digo yo que también. ¿Tienes idea de la repercusión
mediática que tendrá una película como ésta? Muchos serán los que se lleven las manos a la cabeza y
clamarán al cielo gritando ¡Blasfemia! Pero cuanto más alto griten, más curiosidad y más morbo
generarán.
―El ser humano es morboso por definición -dije algo mareado. De repente me sentía como la
mujer francesa atrapada en el sótano. Notaba el estómago muy pequeño y sentía la urgente necesidad
de tomar aire fresco lo más lejos posible de aquella cafetería. Roberto debió leerme la mente porque
me sujetó por el hombro justo cuando me disponía a levantarme de la mesa -Esto va a ser muy grande,
Andrés, y estoy tratando de que participes. Te estoy ofreciendo una oportunidad…
―¿Oportunidad de qué?-dije indignado- ¿de escuchar tu guión? ¿De escuchar los desvaríos de
alguien a quién hace catorce años que no he visto? ¿Alguien a quién ni siquiera sé si conozco? ¿Acaso
te crees una especie de Doctor Muerte cinematográfico?
―Siéntate Andrés, aún queda una última cosa que debo contarte, por favor.
Me senté a regañadientes.
―¿Recuerdas que te dije que el Doctor Kozlov era algo así como el puto rey de Marte? Pues
no tienes ni idea de hasta dónde llega su poder. Mark Kozlov tiene contactos en los centros médicos
de media Europa y la otra media llama a su puerta con la esperanza de obtener una propina del buen
doctor. Periódicamente la oficina de Kozlov recibe informes médicos de todos estos lugares.
―No sigas por ahí ―dije, levantándome de la mesa.
―Escúchame, una de esas fuentes informantes es Alicia Paredes, la secretaria del doctor
Burrull, tu médico.
Me levanté de la mesa.
―¡Espera un momento, no te vayas! ―Roberto salió corriendo tras de mí pero yo ya había
dejado un billete de diez euros sobre la barra y cruzaba la puerta de la cafetería. En la calle el aire
estaba helado y cargado de humedad tal y como yo lo había imaginado.
―Te estás muriendo ―dijo un Roberto solemne que me seguía a medio metro de distanciaHace seis meses que te diagnosticaron un tumor de los que no se curan y todavía no se lo has dicho a
nadie.
―¡Déjame en paz! ¡No quiero oír nada más!
―Lo siento tío, lo siento muchísimo. Yuri encontró tu nombre por casualidad en un fichero de
posibles candidatos. Piénsalo bien, te estoy dando la oportunidad de ser algo más que un trozo de
carne que se pudre en una caja de madera y por supuesto a tu familia no le faltará de nada el resto de
sus vidas.
―¡Vete a la mierda! ―yo ya no escuchaba, sentía el viento fresco en mi cara y eso era
suficiente. Al poco dejé de oír los pasos de Roberto tras de mi. Durante un momento estuve tentado de
dar media vuelta, no sé si para partirle la cara o para aceptar su propuesta, pero finalmente seguí
caminando a paso ligero con las manos enfundadas en los bolsillos de mi chaqueta. Sólo antes de
Stop Motion 7 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) entrar en la boca del metro eché un último vistazo por encima de mi hombro y vi a Roberto
mirándome a lo lejos. Nunca sabría como terminaba su película. Nunca conocería el desenlace de
Descenso a Cerrazón. Valéry y Xavier permanecerían para siempre atrapados en aquel húmedo sótano
en compañía de los muertos. No importaba demasiado. Al igual que la suya, mi historia también
estaba a punto de terminar justo cuando había llegado a lo mejor. Laura y Marcos serían testigos de
ello. Una mañana me encontrarían tieso en la cama y ni tan siquiera me acompañaría un fundido a
negro ni un triste “FIN” danzando en una pantalla. Stop Motion, pensé, y me estremecí. Subí el cuello
de mi chaqueta y bajé corriendo los escalones del metro al encuentro de una horda de muertos
vivientes armados con maletines y auriculares.
Stop Motion 8 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA VISITA
Vivo solo, en una casita pequeña y nada acogedora. Mi madre diría, por ponerle un término,
por calificarla de un modo brusco y riguroso, que es harto desangelada. Los techos son altos, las
paredes húmedas, la cocina extensa. No hay una sola habitación donde parar a gusto.
Sin embargo, desde la estrechez de la solana, desde la balaustrada de madera (innoble, todo
hay que decirlo) y mi inapropiado sillón de teca, tengo unas vistas magníficas de la iglesia y sus
alrededores. En esos alrededores, debo decirlo, se incluye el pequeño camposanto donde descansan
buena parte de los vecinos y un estrambótico pintor haitiano que aquí vino a morir hace unas décadas.
Como trabajo fuera, debo coger el coche todos los días. El pueblo es muy tranquilo, y, si no
hay previsión de lluvias, dejo mi solana abierta a los campos. Me parece que, al volver, la sala se ha
impregnado de ese aroma de hortensia antigua y reventona que rodea la fachada, se ha limpiado de
humedades y malos espíritus.
Una noche, mientras oía las noticias sin interés, me pareció escuchar un murmullo tenue por
las escaleras, un quejido apagado, casi imperceptible, un estremecedor llantito de dos segundos
apenas. No voy a negar que se me erizaron los cabellos. Bajé el volumen de la radio, esperé un poco,
y, al no escuchar más nada, me convencí de que estaba algo sugestionado. Posiblemente un mueble
que cruje, un papel que se mueve en el cubo por su propio desequilibrio, una ramita traviesa en la
ventana de la buhardilla.
La noche pasó como todas, fría, sin movimiento.
Marisa, la vecina, que sólo viene a pasar los fines de semana, es cada vez más reacia a
quedarse en invierno. Dice que se hace de noche muy temprano, que hay cortes de luz intermitentes,
que llueve con descaro, que el saberse acompañada de tantos muertos la pone, al fin y al cabo, de los
nervios. Yo, cordial, le sonrío, y le afirmo que son precisamente los difuntos los vecinos más
recomendables, pues de nada se quejan si tienes una fiesta o una reunión familiar de esas que hacen
historia. Yo, por supuesto, no las celebro, pero ¿quién quita que en un futuro no muy lejano cambie de
hábitos?
Algunas noches, es cierto, nadan por entre las tumbas luciérnagas salvajes. Es hermosa su luz
fosforescente. Yo las imagino repasando esos nombres iguales, de familias enteras, de Castañedas y
Abascales, algunos ilustres, con escudo y blasón de lambrequines. Aquí se estila la lápida de piedra y
epitafio lacónico, que de poco parlanchines en vida no se deben esperar soliloquios extensos.
Era 20 de febrero. Lo recuerdo bien porque teníamos en puertas un congreso que iba, por fin, a
darnos cierto trabajo, y era muy de agradecer, pues mano sobre mano pasábamos los días desde el de
Reyes, en que se fueron los últimos engañados por el encanto rural, tan desapacible en el fondo.
Llegué a casa sobre las cuatro. Había comido con mis compañeras, un emparedado sobrio y un
café caliente. Ellas tenían otros planes, en los que no me vi incluido en ningún momento, así que, con
mi discreción característica, conduje despacito hasta mi casa.
Abrí la puerta y ya lo percibí. En la sala de abajo solo había un gabanero antiguo y esquinero,
comprado por una minucia en un anticuario que cerró posteriormente (de eso me preciaba, de ser
experto en la quiebra de negocios ajenos), y un banco corrido de estilo castellano. En la pared colgaba
una marina de escaso valor que heredé de una tía artista y solitaria.
Por la escalera era casi insoportable. No olía a hortensias como otras veces, ni a la humedad
característica de los muros de piedra: era una mezcla de triste crisantemo y perfume infantil, de sudor
de ejercicio y de juegos eternos.
Estaba sentada en el sillón, junto a la chimenea. Tenía frío. Como no me asusté, ella me
ofreció la más desconsolada de sus sonrisas.
— Tengo hambre ─dijo con voz metálica.
La visita 9 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Yo pensé que los fantasmas no comían, no tenían necesidades humanas, salvo las de pasear de
vez en cuando por recordarnos a los más vivos su existencia.
— ¿Quieres un vaso de leche? ─le pregunté, pues lo veía adecuado para una niña de su edad.
Era castaña, de ojos claros y angelicales, y le calculé unos siete años. Su rostro ceniciento y su
camisón etéreo no me planteaban dudas sobre su procedencia.
En un rincón del cementerio había una tumba pequeña, siempre llena de flores. En ella
descansaba, o al menos eso creíamos, una niña llamada Áurea, que murió de unas extrañas fiebres del
Trópico a principios de siglo. Habían elegido el mejor cobijo para la niña, pues a su lado crecía un
precioso ombú, tan extraño por aquellas tierras, que la protegía de las inclemencias del tiempo.
La niña me miraba. Se levantó con un gracioso salto y se dirigió a mí. No podría describir su
tacto. Parecía desvanecerse, como el algodón de azúcar, como la espuma de la bañera de cuando
éramos niños.
Creo que iba descalza. Sus pisadas no se oían. Parecía volar, caminar en una plataforma sin
ruedas ni sonido. Me indicó con un gesto que la siguiera, y me condujo de la mano a la escalera. Allí,
en el descansillo, se abría una original hornacina de poca profundidad en la que se refugiaba,
imperceptible, la escueta figura de una virgen con el niño. Era una imagen sedente de un gótico
primitivo y sombrío, muy pequeña y desgastada, pero aún se conservaban el gesto adusto de la madre
severa y la mirada fría del niño en su regazo. Cuando compré la casa intenté quitarla de allí, por una
especie de mal presentimiento, por un rechazo natural a los fetiches; pero aquella estatuilla se resistió
con una furia impropia de su santidad. Así que allí se quedo, amalgamada con la piedra, aferrada como
las apariciones antiguas o los refugiados de una guerra que buscan a toda costa huir de una quema
segura.
La niña señaló la cavidad con su dedito mugriento. Parece que eso es lo que iba buscando. Yo
quería explicarle que aquella figurilla había quedado para siempre unida a la pared, pero temía alguna
extraña reacción, algo así como que se le iluminaran unos ojos demoníacos, se le despertaran los
instintos de zombi verdadero y la emprendiera conmigo sin motivo aparente; que, si los niños no se
atienden a razones, uno de aquellas características no debía ser una excepción. Sin embargo, no
pronuncié palabra y me acerqué, para que ella pudiera comprobar la dificultad de concederle su deseo.
La niña no llegaba a la oquedad. Por eso se empinaba y se apoyaba en el pasamano de la
escalera con perseverancia y obcecación. Parecía obedecer a una especie de hechizo, pues no había
desánimo en sus esfuerzos. La barandilla emitió un murmullo tenue, un quejido apagado, casi
imperceptible, un estremecedor llantito de dos segundos apenas; pero esta vez sí consiguió asirse a la
estatuilla, que, sin dificultad, como en los cuentos del rey Arturo, se desprendió del muro sin
problemas. La niña, con sonrisa triunfante, se olvidó por completo del hambre que traía. Eso sí,
educadamente, me dio las gracias por todo y se esfumó.
Atolondrado, me dio tiempo a asomarme a la solana. Desde allí se veía el rincón del
cementerio, con su pulcra tumba de flores y su ombú. Bajo el árbol la esperaba un estrambótico negro
que recibió solemne el idolito, le pasó la mano por la cabeza y me dedicó una blanca sonrisa
agradecida y maliciosa.
La visita 10 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL ATAQUE DE LOS ZOMBIES
Una violación con asesinato…
Un chico ha recibido una paliza hasta morir…
Un maestro abusó de dos de sus alumnos de diez años…
En los periódicos, el las noticias, las personas siempre se han hecho daño las unas a las otras
pero las atrocidades parecen aumentar cada día.
Es casi medianoche y dos hermanos se encuentran en el cementerio para realizar una sesión de
espiritismo.
Marcos solo tiene diez años, es dos años menor que su hermano Juan que es el culpable de que
en este momento se encuentre realmente aterrorizado.
—Juan, no quiero estar aquí – decide decirle a su hermano al fin.
—No vas a rajarte ahora ¿verdad?
—Pero…
—Dijiste que si y ahora te aguantas, sabes que no puedo hacerlo solo.
Los dos hermanos siendo tan pequeños y ya saben lo que es la pérdida de un ser querido.
Desde que murió la madre de ambos Juan se obsesionó por estas cosas, en su habitación
cambió los cómics y los videojuegos por libros sobre espiritismo y sobre las diferentes teorías sobre
que pasa después de la muerte.
Los dos se dirigen a la tumba de su madre, antes de empezar Juan se fija en las palabras de la
lapida “Aquí fallece Sonia Martín. Querida hija. Siempre estarán en el corazón de tus hijos”.
Repasa algunas letras con el dedo pensando en la falta que le hace su madre.
Pone el tablero encima de la tierra donde unos metros debajo esta ella.
Se sienta en el suelo con las piernas cruzadas y le dice a su hermano que haga lo mismo
delante de él, le coge de las manos y cierra los ojos.
—Crees que es buena idea hacerlo, esto me da mucho miedo.
—No seas cagueta.
—Es que todo está tan oscuro y está lleno de muertos —caen lágrimas por sus redondeadas
mejillas.
—Marcos, quieres hablar con mamá, verdad.
Esto hace que el niño diga que quiere hacerlo.
—Concéntrate y no te preocupes, pronto acabaremos.
Un sonido les aterrorizó, una especie de grito de queja con un sonido tétrico, que hasta daña
los oídos.
En una tumba cerca de donde se encuentran un cuerpo con signos ya de putrefacción lucha
desesperadamente por salir de su tumba, después de este le siguen otros, no paran de salir.
—Juan —susurra Marcos. Es su hermano mayor, tiene que saber que hacer.
Al cabo de un rato viendo que su hermano esta petrificado de miedo con los ojos muy abiertos
mirando a esos seres grita.
—Juan tenemos que irnos.
Mal hecho, porque al gritar llama la atención de esos seres muertos que caminan.
El Ataque de los Zombies 11 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Esto no puede ser verdad.
Las piernas de Juan no responden, no puede moverse, ni siquiera nota que su hermano le a
cogido el brazo y le da tirones, pero es inútil, no se mueve.
Los zombies se acercan cada vez más, Marcos no puede estar allí por más tiempo y empieza a
correr.
Corre desesperadamente sin mirar atrás, las lágrimas vuelven asomarse por sus ojos al oír los
gritos de dolor de su hermano.
Diez horas después.
El Punt Roma de Barcelona abre sus puertas, afuera hay bastante cola, todo el mundo se queja
de la crisis pero siempre hay dinero para algún capricho extra.
Clara se encuentra en el probador probándose un vestido.
—Qué te parece —le pregunta a su amiga Laura que la a acompañado para ayudarla a elegir y
ya de paso mirar lo que hay rebajado.
—Es mono, pero pruébate el negro antes de decidir.
Clara y Laura han sido amigas desde que tienen memoria, se hicieron íntimas en la guardería y
su amistad sigue durando con fuerza, no obstante, pasaron una mala época cuando no tuvieron otra
opción que separarse, al divorciarse los padres de Clara su madre y ella fueron a vivir con su abuela en
otra ciudad, sin embargo no han dejado que la distancia sea un inconveniente. Estamos en la era de la
tecnología, cuando no hablan por teléfono hablan por Messenger y de vez en cuando Laura va a
Madrid a pasar unos días o Clara viene a Barcelona, ahora ya han cumplido los dieciocho años cada
una están más unidas que nunca, ya que van a ir juntas a la universidad.
Para empezar un buen día de chicas han decidido ir de compras.
—Y este qué tal —el vestido es de licra de color azul oscuro, combina muy bien con el pelo
rubio y la licra se le pega al cuerpo haciendo que se vean todos sus encantos.
Al cabo de buscar y rebuscar un vestido bonito y barato las dos amigas se dirigen hacia el
mostrador y de repente Laura se queda quieta.
—Pasa algo – le pregunta Clara.
—Me ha parecido oír a alguien gritar – dice mirando fuera de la tienda, por el cristal del
aparador.
—Yo no oigo nada.
—Tienes razón.
Al cabo de unos segundos dos cuerpos sin vida atraviesan el escaparate de cristal.
No puede ser pero sus ojos muestran lo contario. Zombies.
Seres entre la vida y la muerte entran en el local, seres que se arrastran mientras dejan escapar
una especie de gemido horrible que te taladra los oídos. Trozos de su propia piel caen y un olor
putrefacto invade la estancia.
Zombies sedientos de carne humana empiezan a aparecer por todas partes, solo se oye a la
gente gritar y el horrible gemido de los zombies.
Laura agarra con fuerza la mano de Clara, que parece que la información aun no ha llegado
bien a su cerebro.
—Venga muévete – le grita Laura y Clara sale de su estado.
Laura rápidamente agarra todas las llaves que encuentra en su bolso y lo deja caer sin darse
cuenta que se le ha caído otra cosa.
El Ataque de los Zombies 12 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Corren hacia el parking para coger el coche.
Laura pone ayuda a Clara a subirse al asiento del acompañante y le pone el cinturón.
—Necesito que reacciones Clara.
Al arrancar el coche un zombie se les hecha encima del parabrisas, las dos chicas empiezan a
gritar y Laura pone en marcha el coche con brusquedad y el zombie impacta contra el parabrisas hasta
rodar por encima del coche.
Desde el coche miran por la calle que hay zombies por todas partes, comiéndose a la gente, los
gritos de dolor son espantosos.
Clara se pone a llorar delante de tal atrocidad.
A Laura no se le ocurre nada para intentar ayudarla. Esta al borde de desmoronarse, pero no
puede, tiene que ser fuerte, Clara necesita alguien fuerte a su lado y tiene que mantener la cabeza fría
para al menos poder llegar a casa a comprobar si sus padres están bien y rezando no encontrase más
sorpresas en el camino, Laura no se caracteriza por ser muy religiosa, pero en esta ocasión necesita
creer para que algo las ayude a mantenerse a salvo.
— A donde vamos – dice Clara con una voz débil.
— A mi casa, a comprobar si mis padres están bien.
Entonces Clara se da cuenta, y si sus padres también han sido atacados.
—Dios mío y si… Oh dios mío.
—No te preocupes, no sabemos si esto a pasado en más sitios, seguramente están bien.
Clara la mira y dice:
—No hace falta que me mientas –
—¿Qué? ¿Por qué piensas que te estoy mintiendo?
—Te conozco demasiado.
La frase queda en el aire y Clara vuelve a ponerse a llorar.
Cuanto más se alejan del centro menos zombies parece haber.
Al cabo de diez minutos Laura para el coche en la calle donde vive hacia un pequeño callejón
que va directo a su parking, antes no le gustaba pasar por ese sitio para dejar el coche, de vez en
cuando se a encontrado con jóvenes haciendo botellón mientras reían a ver quien bebe más pero ahora
encuentra sus motivos de queja una estupidez realmente grande, se para delante de la puerta metálica
para activar el botoncito para abrirla pero tiene miedo, estos diez minutos han sido sin sobresaltos pero
no puede durar tanto la suerte, y si al abrir la puerta salen zombies y las cogen antes de tener tiempo a
escapar.
—Laura tenemos que entrar en el parking ya –
Laura mira detrás de ella y ve el motivo porque lo ha dicho su amiga. Activa el botón, al
menos dentro del parking tiene una oportunidad.
—Que sea lo que dios quiera – susurra Laura mientras desciende con el coche por la pequeña
rampa de la entrada.
Las dos chicas miran por todos lados, un suspiro de su alivio les sale del alma, no parece haber
nadie ni nada a la vista.
Dieron una vuelta por todo el parking con el coche por más seguridad.
El sitio es frío, nada confortante y con poca luminosidad, solo funcionan tres fluorescentes de
diez.
El Ataque de los Zombies 13 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Al bajar del coche Laura empieza a rebuscar por todos los sitios del coche, guantera, debajo de
los asientos….
—Mierda, mierda – dice Laura sin parar de buscar.
—Qué pasa.
—Las llaves y no las encuentro.
—No estaban en tu bolso.
—El bolso lo dejé en la tienda.
—Te ayudaré.
Al cabo de unos minutos finalmente Clara le dice:
—Estas segura que has cogido las llaves.
—Sí, las cogí y —al recordar ese momento se da cuenta de una cosa, con todo el ruido de su
alrededor no paró cuenta en el pequeño sonido que hizo el metal al caer al suelo – se me han caído en
la tienda de ropa. Madre mía y ahora que vamos a hacer, no podemos salir a fuera ya sabes como esta
todo y no podemos salir de aquí y no podremos saber si mis padres están bien ni si esto pasa en todas
partes y ya no se que hacer – y se desmoronó, empezó a llorar con ganas.
Clara enseguida la abrazó y Laura aceptó de buen grado su consuelo.
—Laura vamos a salir de esta, estamos juntas en esto – la mira a los ojos para que se parezca
que realimente se cree lo que está diciendo – ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
Una sombra sobresalta a Clara y empieza a gritar.
Entre las sombras algo y Laura también grita asustada.
No es un zombie como ellas piensan, es un hombre que ruega que se callen porque el ruido los
atrae.
Al escuchar esto las dos chicas callan inmediatamente, afuera se empieza a oír a los zombies
dando golpes contra la gran puerta del parking para entrar, pero por suerte pesa demasiado y no
pueden entrar. Al menos por ahora.
—¿Quién eres? – pregunta al fin Clara mirando a ese hombre, por su frente con un poco de
arrugas asomando piensa que tendrá unos cuarenta años, tiene una manta encima de sus hombros, le
parece raro porque es verano y ella no siente frío.
—Me llamo Roberto, me he salvado de esos monstruos como vosotras –dice cogiendo la
manta para acercársela más al cuerpo.
Con la mirada indica a Laura que ese hombre no es de su confianza pero Laura no le hace
caso.
—He perdido las llaves, no podemos salir de aquí, tu no las tendrás verdad –
Hay dos llaves para dos puertas distintas, cada una conduce a unas escaleras de un edificio
distinto.
—No lo siento –
—Hay alguien más aquí o solo estas tú.
Antes de que Roberto pueda responder Clara se adelanta para preguntarle algo.
—Porque no te hemos visto cuando hemos dado una vuelta con el coche por aquí dentro.
—Estaba escondido, tenía miedo.
—No creo que esas cosas sean lo bastante inteligentes para conducir un coche.
El Ataque de los Zombies 14 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Clara –Laura le llama la atención para que no diga más tonterías.
—Entonces qué hacemos Laura, esperar aquí hasta morirnos de hambre.
—Pues no lo sé ¿por qué tengo que pensarlo yo?
—Pues mi idea es salir con el coche a toda pastilla para matar todos los zombies posibles e
irnos lejos.
—Esto es un castigo de Dios – dice Roberto interrumpiendo a esas dos chicas.
Clara y Laura se miran sin entender, están a punto de preguntar porque lo dice pero Roberto se
adelanta.
—No lo entendéis ¿verdad, estúpidas niñas? Dios está cansado de vernos luchar unos a otros
en guerras absurdas, de matar porque si, de atrocidades que parece ser que el ser humano es
especialista en realizar, los humanos están artos intentar convertir donde vivimos en un auténtico
infierno. Dios nos a adelantado, a convertido nuestra petición en realidad.
Acto seguido Roberto empieza a reír sin control.
Las dos chicas, sin dejar de mirar a Roberto se acercan la una a la otra para cogerse de la
mano, para sentirte un apoyo mutuo.
—Ahora somos tan monstruos por fuera como por dentro.
Clara se arma de valor y dice:
—Porque vas tan tapado, aquí dentro hace calor.
Roberto mira a Clara y vuelve a reír.
—¿Por qué? ¡Por qué! Pues míralo tú misma.
Se quita la manta y se ve un enorme mordisco en el brazo derecho, es tan profundo que hasta
se le ve el hueso, hay sangre seca por su ropa y la zona tiene un espantoso color negro con trozos de su
propia carne sueltas por la zona herida.
Las dos amigas gritan de sorpresa y asco.
—Siento decir que me gustaría probar esa carne rosadita vuestra.
Al decir va hacia ellas cojeando un poco con los ojos inyectados en sangre yendo directamente
hacia Clara con la boca abierta.
Clara y Roberto caen al suelo y Laura se tira encima de Roberto pero es inútil, es demasiado
fuerte, Clara grita, patalea, pero no sirve de nada, solo puede evitar por ahora, utilizando toda su
fuerza, que la muerda.
Laura busca desesperadamente algo con lo que darle en la cabeza del hombre entonces
recuerda que el la guantera tiene una navaja de esas multiusos, su macarra ex novio se la dejó allí por
error, por lo menos ese inútil a servido de algo por una vez.
Con lo más rápido que le es posible y abre la guantera saca la navaja.
—¡Eh, tú, capullo! – grita Laura al recordar que los sonidos fuertes los atraen.
Surge efecto por Roberto gira la cabeza hacia donde escucha ruido y entonces Laura, sin
ningún miramiento, le clava la afilada hoja en el ojo, no sale sangre, sale una viscosidad negra pero se
desploma en el suelo y no se vuelve a levantar.
Laura coge del suelo a su amiga y la abraza con fuerza, la pobre Clara está temblando mucho
y rompe a llorar.
Más golpes y con más fuerza se oyen a fuera.
El ruido que han hecho los atrae y ahora parecen más impacientes que antes, ahora sí que
podrían tirarlo abajo y entrar.
El Ataque de los Zombies 15 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —No hay tiempo para desmoronarse, Clara, tenemos que salir de aquí.
—Pero como, no tienes las llaves ya ahora hay muchos para salir con el coche.
—No tengo llaves pero tenemos que buscar una palanca para abrir la puerta.
Clara le hace caso y las dos buscan por todos los lados hasta que Laura finalmente ve una
palanca, sin importarle el hecho de que está dentro de un coche arranca un pedazo de ropa de su falda
para enrollársela a la mano y romper el cristal del coche.
Clara al ver el espectáculo y recordar con que sangre fría eliminó a Roberto exclama.
—Menos mal que no te tengo de enemiga.
Las dos se ponen delante de la puerta Laura pone el borde de la palanca al estrecho de la
puerta y le dice a Clara que empuje con ella pero se resiste.
—No estoy segura de esto, como sabemos que no hay zombies al otro lado, será una muerte
segura si la abrimos.
—Será una muerte segura si nos quedamos, necesito tu ayuda, empuja conmigo.
Clara finalmente accede y la puerta se abre.
Las pobres chicas no podían hacer nada, una manada de zombies se abalanzó directamente
hacia ellas.
Tal vez es cierto que Dios nos a castigado por una vida llena de actos innombrables, que nos
merecemos un infierno en la tierra.
Lo último humano que se escuchó en muchos kilómetros fueron los gritos de horror y de dolor
de dos íntimas amigas.
El Ataque de los Zombies 16 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL INSTINTO
Mei respiraba fatigosamente mientras se limpiaba con el jersey el rastro de sangre que
manchaba su cara. Hacía unos segundos había estado a un pelo de morir a manos de una jauría
de zombies que la habían visto mientras trataba de esconderse en un edificio. Volvió a mirar
hacia atrás para asegurarse de que la puerta estaba bien cerrada. Por una vez bendijo las puertas
se seguridad en los portales, tan incómodas de abrir o cerrar debido a su gran tamaño. Detrás del
cristal parcialmente opaco de la puerta cubierta de resistentes hierros se vislumbraban sombras
inquietas que se emprendían a golpes contra ella, resquebrajando levemente el fuerte cristal,
manchándolo de algo líquido, pegajoso y oscuro…
Mei se puso en pie temblando y se deslizó rápidamente por el pasillo hasta el ascensor,
en su mente quería evitar las escaleras y los descansillos, pensó que el edificio estaría lleno de
gente infectada… tras algunas llamadas comprendió que estaba fuera de funcionamiento y
decidió subir por las grandes escaleras de mármol, no sin antes coger un extintor ubicado en la
entrada. Subió sigilosamente pero rauda los amplios escalones, al llegar al primer descansillo
oyó golpes y sacudidas y al asomar la cabeza vio a tres personas enzarzadas en una violenta
escena, aprovechó que no miraban para sortear el descansillo y seguir subiendo mientras se
ahogaba un sollozo. Lo mismo hizo planta tras planta, trayecto que se le antojó eterno. En cada
planta las mismas escenas, ruidos, gritos, proyecciones de sangre, puertas golpeando por el
viento, gente corriendo… A duras penas consiguió llegar hasta una de las últimas plantas, donde
por fin un pasillo parecía despejado.
Anduvo lo más silenciosa que pudo. De cuando en cuando suspiraba y miraba hacia
atrás, vislumbró una puerta entreabierta, asustada pero alerta la fue abriendo muy lentamente
mientras agarraba con fuerza el extintor… las cortinas del balcón se mecían al compás violento
del aire de la 5ª planta. En la cama observó unos pies, que la hicieron retroceder rápidamente y
tragar saliva mientras cerraba los ojos. Volvió a asomarse sutilmente y observó de nuevo los
pies inmóviles… poco a poco fue asomándose mas mientras notaba el sudor en sus manos,
temió que el extintor se le cayera al suelo… al poco ya veía las manos, llenas de llagas y de
color ocre… pero no veía movimiento… corrió hacía aquel ser sentado de perfil y comenzó a
golpearlo violentamente en la cabeza con el extintor hasta que notó que la cabeza perdió por
completo su forma. Aquel ser no llegó a moverse… Mei entre lágrimas comprendió que aquel
ser ya estaba muerto antes de que todo eso sucediera… observó en la mano que escapaba a su
vista una pistola y sangre bajo la cabeza en el lado contrario que ella veía… En el suelo al otro
lado de la cama yacía el cuerpo de un zombi con un tiro en la cabeza. Vestida con una bata rosa.
–“Hasta que la muerte nos separe”- dijo irónicamente entre dientes Mei, mientras levantaba una
ceja.
Agarró a la señora por los pies y la depositó en el descansillo al igual que al señor;
dejando sendos regueros de sangre y trozos de materia gris por todo el suelo. No podía evitar las
arcadas mientras lo hacía. Cerró, con la llave que habían dejado puesta, la puerta, y recorrió
raudamente todo el apartamento para asegurarse de que estaba sola, empujó el comodín y un
armario ante la puerta. Se asomó al balcón a través de las ondulantes cortinas azules salpicadas
de restos de sangre, abajo, centenares de personas deambulaban de un lado a otro mecidos por
los empujones. Algunas personas trataban de huir vanamente de aquel Apocalipsis de muertos
vivientes. Mei ya no podía hacer nada, bajar era una sentencia de muerte.
Aquel apartamento la paraba en el tiempo a un momento feliz, de paz, decorado con
fotos de muchos familiares, bordados, figuras… lloró por los suyos. Bajo la cama descubrió un
maletín con otra arma y balas, las metió dentro de una mochila que encontró en el salón. Cogió
una sábana del armario y carbón de una pequeña caldera. Estuvo un rato garabateando en la
sábana y luego la colgó en el balcón.
Desde lo lejos se leía:
El instinto 17
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 1 Superviviente no infectada
Ayuda
El resto de la tarde aprovechó para comer, dormir y reponer fuerzas. A veces los gritos
de la calle la sobresaltaban y no podía menos que temblar, pero el cansancio acababa por
vencerla.
Varias horas después Mei abrió los ojos, tratando de estirar sus entumecidas piernas
entendió que aún se encontraba dentro del armario de la habitación y se incorporó. Abriendo
suavemente la puerta del armario echó un ojo y agarró con fuerza la pistola que había recogido
del cadáver, buscando una falsa sensación de seguridad. No parecía haber nadie. No se
escuchaba ningún ruido. Anduvo por la casa buscando cosas que le pudieran ser de utilidad
mientras mordisqueaba unas galletas rancias que encontró en la mesa de la cocina. Cuchillos,
mecheros, linternas, medicamentos, latas de comida… Lo puso todo ordenadamente dentro de la
mochila, el cual colocó en la mesita del salón. Su curiosidad le hizo asomarse de nuevo a
balcón. Abajo la muchedumbre seguía meciéndose, algunos corrían, otros parecían montañas
humanas rabiosas, entretenidas en algún proceso alimentario. El pavor la recorrió por completo,
el miedo al fin, pero decidió sacudirse esas ideas de la cabeza cuanto antes. Escudriñó el
panorama, los demás edificios, no veía rastro de gente sana.
De pronto, al mirar hacia abajo, observó en uno de los balcones de las plantas inferiores
una cabeza moverse. La observó. La cabeza se asomaba y volvía a entrar en el balcón.
─ Tssh ─susurró, tratando de ver si aquella cabeza era una persona no infectada.
─ Tsssh ─volvió a repetir, mientras lanzaba una piedrita de la maceta que tenía justo al
lado.
En el balcón de abajo la cabeza miró a la piedra y se giró hacia arriba.
Era un chico joven y al ver a Mei sonrió aliviado levantando las manos en absoluto
mutismo, Mei no se lo podía creer. Gesticulando mucho le dijo que subiera.
El chico en silencio le hizo un gesto como diciendo que no.
Mei hizo un esfuerzo por leer sus labios:
─ Están dentro del apartamento, he cerrado el balcón, ellos están dentro, no puedo
escapar.
Mei le hizo un gesto de espera con su mano. Entró en el apartamento y comenzó a hacer
jirones de las sabanas y mantas que iba encontrando, y anudándolas lo más fuerte que podía,
elaborando una especie de cuerda para que aquel chico pudiera ascender.
Un tiempo después se asomó de nuevo a balcón y sonriendo extendió la improvisada
cuerda por el balcón.
Mei sujetó la cuerda a una de las columnas y aparte la sostenía con las manos. El chico
se subió a la barandilla para alcanzar la improvisada cuerda y al hacerlo golpeó una gran maceta
haciéndola caer al suelo, seguidamente Mei oyó un sonido estruendoso de cristales al romperse
y vio en la cara del chico que nada bueno pasaba. Asustado saltó sobre la cuerda tratando de
zafarse y los zombis se tiraron tras él, golpeándose con la barandilla y cayendo ambos al vacío,
estampándose sobre el suelo, siendo presos de la violenta multitud de seres que vagaban por las
calles sin rumbo.
La dantesca estampa hizo a Mei taparse la boca con las manos y retroceder unos pasos
de espanto. Al volver a asomarse el chico trepaba afanosamente por la cuerda hasta que
consiguió llegar al balcón. Momento en el que recogió la cuerda de jirones y se dejó caer en el
suelo.
El instinto 18
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ─ ¿Te han mordido, te han mordido? ─preguntó desesperada Mei
─ No no, no lo han hecho, poco ha faltado, ¡dios! ─respondió aquel chico mirándose
por todo el cuerpo
─ Dios mío ¡eso sí que ha sido emocionante! ─Dijo Mei con una sonrisa burlona.
El chico respiró aliviado, y sin hacer caso de la alegría nerviosa de Mei continuó
hablando.
─ Pensé que era el único a salvo en el edificio, esos locos estaban paseando cerca de la
puerta de cristal y mirando con ojos perdidos, ¡pensé que era mi último día en la tierra!
─ Quizás sea el último día en la tierra, quizás ¡hoy! sea el tan afamado fin del mundo,
disfrútalo –dijo Mei irónica mientras se recogía el pelo en una coleta─. Aquí hay algo de
comida, pero no la suficiente para mucho tiempo… estos viejos no tenían una buena despensa.
─ Mi abuela, tengo que ir a por mi abuela, ayúdame a rescatarla.
─ ¿Estás loco, verdad? –le espetó seca Mei mirándolo inquisitiva.
─ No puedo dejarla así, no sabrá sobrevivir sola.
─ No podemos cargar con una vieja por muy familia tuya que sea, hay que pensar
práctico… ─se quedó mirándole esperando que le dijera su nombre.
─ Heber, me llamo Heber ─dijo resoplando.
─ … Heber sí, es demasiado arriesgado ─le dijo mientras miraba por la ventana.
─ Lo sé, pero si llegamos allí podremos estar a salvo, tiene un refugio.
─ ¿Un refugio? ─Mei se giró hacia el chico interesada.
─ Sí –dijo esbozando una sonrisa burlona, sabía que había captado la atención de la
chica – digamos que mi abuelo y ella siempre pensaron que la guerra volvería y crearon un
refugio con todo lo necesario para vivir y defenderse durante años. –
─ ¿Y dónde está eso? ─le preguntó Mei sentándose en una silla y apoyando sus codos
sobre los muslos e inclinándose hacia delante.
─ Bueno, está hacia el norte, pero ella tiene las llaves y vive en un edificio aquí cerca─Es arriesgado. Explícame bien todo, no me iré a la calle desconociendo los pros y los
contras.
Pasaron la tarde y parte de la noche organizando mapas y rutas, entre tanto la luz se
había ido y el teléfono había dejado de funcionar. Finalmente se pusieron en marcha, esperaron
la noche para descolgarse a través de los balcones e ir ganando terreno lentamente a ras de las
callejuelas traseras de los edificios. A ratos tenían que agacharse tras los contenedores y
mantener la respiración mientras se veían acorralados, por suerte aquellos seres corrían de un
lado para otro sin control haciendo mucho ruido así que era relativamente fácil pasar
desapercibido tras un buen escondite.
Pronto alcanzaron el edificio, a Mei se le antojó viejo y marginal… Ya en ese edificio
sin encalar, subió los escalones de bloque uno a uno, llegando a perder a Heber que subía los
El instinto 19
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) escalones de dos en dos. Llegando a una de las plantas altas, observó un piso que no tenía
puertas, estaba gris y sin pintar. La imagen en su interior era dantesca, una Sra. mayor echada en
un colchón en el suelo, su piel amarillenta con llagas. Mei no llegó a entrar, solo se ubicó en el
marco de la puerta. De pronto vio como el cuerpo comenzaba a convulsionar, a su alrededor
muchas personas, familiares parecían tratar de ayudar… Mei sólo pudo sentir el terror en su
espalda, girarse y bajar los escalones como si hubiera visto al mismísimo demonio, le costaba
respirar, tras ella todo se convirtió en gritos y golpes, la señora estaba infectada. Cuando sintió
que pisadas afanosas bajaban tras ella sólo se le ocurrió lanzarse sobre las líneas de tender la
ropa que colgaban de un edificio a otro, arrastrándose sobre las cuerdas hacia un destino incierto
mientras sentía los golpes en las cuerdas de los cuerpos cayendo tratando de alcanzarla, procuró
ahogar sus gritos con gemidos para no alertar a más de aquellos seres. Los golpes sobre el suelo
sonaban fuertes y secos. Y de repente se quedó inmóvil, no se movió, de reojo veía la
muchedumbre peleándose, agrediéndose, bajo su cuerpo en la calle varios de ellos vagaban, se
tropezaban, comenzaban a correr, en un extraño vaivén sin sentido.
Cerró sus ojos y rezó, jamás había creído en Dios, pero rezó como una religiosa
convencida. Sin abrir los ojos fue escurriéndose hasta llegar a la repisa de una ventana del
edificio contiguo.
De pronto sintió una piedrita golpear su brazo, aterrorizada levantó la vista.
─ Heber… ─musitó, esbozando la sonrisa más amplia de las que había esbozado nunca.
Éste se encontraba en lo alto del edificio que ella había abandonado tiempo antes.
Él mecía entre sus dedos unas llaves.
─ Estamos salvados ─leyó Mei de sus labios.
El instinto 20
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) JUICIO JUSTO
El coche de la Guardia Civil se abrió y la multitud comenzó a aullar como poseída. Bajó
primero un agente del asiento del copiloto que se dirigió a la puerta trasera y la abrió para que
saliera el hombre al que llevaban a los juzgados. Entonces la turba apiñada contra la valla de
contención sí que se enfervorizó, arremetiendo contra esta con embestidas furiosas. Un gemido,
bien conocido ya por todos, se abrió paso a través de las miles de gargantas podridas. Los
cadáveres ansiaban comerse al hombre que salía con una cazadora en la cabeza. Pero la valla,
aunque ciertamente enclenque, aguantó sin problemas. El guardia ayudó al hombre esposado y
lo acompañó, procurando que no hubiera ningún tropiezo. Disimuladamente acercó su cabeza a
la del hombre mientras se dirigían al edificio y el coche arrancaba y se largaba por el túnel de
acceso a los juzgados.
— La has hecho buena. Será mejor que no veas la que has liado ahí fuera: han venido de
todos los rincones del país, machote.
— ¿Cómo se enteran de estas cosas? ¡Son sólo muertos! –farfulló el hombre a través de
la tela de algodón. El guardia civil levantó las cejas.
— Tú has tenido más contacto con ellos. Dímelo tú.
Pero el hombre no respondió. Subió las escaleras guiado por el guardia lazarillo y se
preguntó para qué demonios se tapaba el rostro. Si querían venganza, y por Dios que parecía
que así era, lo olerían y punto. Supo con un estremecimiento que, fuera cual fuera el resultado
de aquel juicio, jamás volvería a tener un momento de paz en su vida. Las cosas habían
cambiado demasiado en demasiado poco tiempo, y ya no podía afirmar quién era más idiota, si
los cadáveres ambulantes que devoraban a las personas o las fuerzas vivas del Estado que se
empeñaban en protegerlos.
Percibió que entraban en el edificio y se arrancó por fin la cazadora de la cabeza. No
debió haberlo hecho todavía. El rumorcillo que había percibido en el vestíbulo se convirtió en
un salvaje cacareo cuando los reporteros y los enviados especiales de todas las cadenas (de las
cuatro que aún emitían algo) se abalanzaron sobre él, cada uno exclamando su propia pregunta
absurda.
— ¿Qué le hizo hacer lo que hizo cuando hizo lo que hizo?
— ¿Estaba usted bajo el efecto de alguna droga?
— ¿Es usted un maltratador de animales?
— ¿Escucha voces?
— ¿Le pegaba su padre con el cinturón?
El hombre con las manos esposadas volvió a echarse la cazadora sobre la coronilla. Oyó
que el guardia trataba de apartar a los periodistas y notó que lo empujaba en una dirección
concreta. Caminaron deprisa, se detuvieron ante unas puertas, avanzaron un par de pasos, y por
fin el jaleo se amortiguó a su espalda. Le dio tiempo a escuchar la voz de una reportera que
hablaba en tono neutral y modulado.
-Ya lo han visto, señoras y señores. El acusado mantiene su postura y por el brillo de
sus ojos asesinos podemos asegurar que un sádico demente se esconde en ese cuerpo
aparentemente cívico. Su mirada heladora nos ha fulminado a todos y cada uno de los reporteros
que hemos acudido hoy aquí a traerles la actualidad de…
Se quitó de nuevo la cazadora y el guardia la cogió. Entonces el hombre echó un vistazo
a la enorme sala.
Casi toda era de madera oscura, seguramente carísima, aunque aquello ya no importara
lo más mínimo. El pasillo atravesaba cuatro filas de bancos similares a los de una iglesia hasta
Juicio justo 21
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) un estrado que se elevaba medio metro por encima del resto. Todos los asientos estaban
ocupados, aunque no reconoció a nadie: hacía dos meses que vivía completamente solo. En el
estrado, tras una larga mesa, había tres personas. La del centro era la que menos respeto
imponía, a pesar de tratarse evidentemente del regidor de su destino: el juez. Tenía cara de
sueño, como si lo hubieran levantado para nada en absoluto, y las ojeras caían casi hasta la
papada, de donde también colgaba el labio inferior. Acumulaba la desgana de toda una vida
aburriéndose. A su izquierda, una joven relativamente guapa pero de mirada dura como el hielo,
y a su derecha un hombre estirado, arrogante, que se había dejado melena en la nuca en un
intento vano de cubrir con ella mediante un complicado peinado la parte frontal. Todos en la
sala lo miraban: el hombre tragó saliva.
— Vamos –lo animó el guardia. Lo acompañó hasta situarlo ante un atril y se retiró. El
hombre comenzó a sudar.
Fue el juez el que abrió el proceso, tomando la palabra tras disimular un enorme
bostezo.
— Juan Tomás Garrido Estébanez, natural de Villaescusa y residente en Madrid, de 37
años de edad, se le convoca hoy aquí como acusado en el primer juicio por ensañamiento contra
la nueva comunidad zombie, tras haber sido denunciado por varios testigos a causa de los
hechos que a continuación vamos a detallar. Lo primero, ¿cómo se declara?
— ¿Cómo? Pues… Inocente, señoría. Soy inocente.
— Por supuesto. ¡Amanda!
La mujer a su izquierda tomó la palabra, inclinándose sobre un pequeño micrófono que
en realidad no funcionaba. Pero se la oía perfectamente.
— El acusado fue visto el pasado martes saliendo de su domicilio a las nueve y media
de la noche, a pesar de haberse establecido el toque de queda a las siete. Cruzó la calle con unas
bolsas que parecían pesar bastante y las arrojó al suelo junto al contenedor, que ya rebosaba. Se
sospecha que contenían miembros mutilados de una de sus carnicerías.
Juan Tomás puso cara de consternación, no sólo por la mentira, sino también porque él
tenía entendido que los juicios no se desarrollaban a tanta velocidad. Su estómago estaba
disfrutando de su propio viaje por una montaña rusa.
— ¿Carnicerías, dice? ¡No, señoría! Era basura, simplemente. Olía ya mal, eso sí, pero
eran restos de comida, no miembros mut…
— ¡Silencio! Escuche primero el alegato, luego se le dará la palabra. Continúe,
Amanda.
— Gracias. Según todos los testigos, había varios muertos caminando en las
inmediaciones, y el señor Garrido procuró que todos percibiesen su presencia, seguramente con
un plan preconcebido para efectuar su propia limpia.
— ¡Mentira, señoría! –exclamó Juan Tomás-. Eché la basura y traté de regresar,
sencillamente…
— ¡Silencio!
— Se paseó como un cebo exquisito –continuó la tal Amanda- para provocar a cuantos
muertos fuera posible, y así poder llevar a cabo su pequeño genocidio particular a una raza que,
es bien sabido, no ataca a menos que se vea amenazada.
— ¿Que no ataca? ¡Pero oiga! ¡Si son ellos los que se nos abalanzan! ¿Es que no ha
tenido usted que…?
— ¡Último aviso, señor Garrido! Si vuelve a interrumpir hasta que se le dé la palabra
celebraremos el juicio sin usted.
Juicio justo 22
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) — Gracias, señoría. El acusado tenía preparada la motosierra junto a un árbol que crece
en su jardín, y a ella se aferró cuando consideró que ya había reunido a suficientes muertos a su
alrededor. Había en la multitud varios ciudadanos insignes de antes de la plaga. Los testigos
afirman que fue a estos a los que atacó primero, seguramente como venganza por algún
despecho hacia la autoridad que representaban cuando estaban vivos. Entre ellos, nuestro
querido alcalde y su esposa. Los vecinos le gritaban que se pusiera a salvo en su casa y dejara de
maltratar a los muertos, pero el señor Garrido, poseído por su furia vengadora, no cesó en sus
embates hasta que hubo literalmente licuado a cuantos cadáveres lo rodeaban.
Juan Tomás abrió la boca y la cerró al instante.
— Así pues, entendemos que se han violado seis normas del nuevo Código por la
Integridad Zombie: quebró el toque de queda, atacó empleando un arma que le daba una clara
superioridad, arrojó basura en la calle a sabiendas de que ya no funciona el servicio de recogida,
se ensañó con los cuerpos caídos, no llevaba puesta la malla anti tiburones y no trató de razonar
con los muertos por resolver pacíficamente la situación. Por todo ello, solicitamos que la
condena para el acusado sea la de ser arrojado al pozo de las celebridades, para que con su carne
alimente los estómagos de otros miembros de la comunidad zombie, en compensación por las
atrocidades que cometió con sus antiguos vecinos.
Un murmullo recorrió la sala, y Juan Tomás percibió anonadado que el público daba la
razón a toda aquella locura. Abrió mucho los ojos, aunque no se atrevió a hablar hasta que el
juez no le diera la palabra. Él sabía que el mundo se había vuelto un infierno demente: no había
más que ver cómo se paseaban los muertos por las calles de las ciudades, y cómo atacaban y
devoraban a los habitantes en cuanto podían hacerlo; él mismo había visto caer a su esposa
descuartizada bajo las dentelladas de aquellos salvajes. La había llorado y se había medio
repuesto, pero ¿quién de todos ellos no se había visto en un trance semejante? ¿Qué era ese
Código por la Integridad Zombie del que nunca había oído hablar? ¿Acaso el juez, la abogada,
el público, no habían tenido que recurrir a la violencia para sobrevivir? Meneó la cabeza, pero
no consiguió despejarse de la sensación de que en realidad se encontraba en un manicomio.
Pensó entonces en la hipocresía, y todo aquello adquirió un matiz lógico; descabellado,
pero lógico. En todas las etapas de la humanidad el gobierno, las instituciones, han creado un
sistema de publicidad y defensa de las causas perdidas. Recordó que, por ejemplo, antes de la
invasión zombie no podías defenderte con una escopeta de un agresor que entrara en tu casa con
un cuchillo porque era un abuso de autoridad, o que un violador denunciaba a una chica que lo
había rociado con gas pimienta y cobraba una indemnización, o que el maltratador salía una y
otra vez de la comisaría hasta que, finalmente, conseguía acabar con su pareja… Miles de casos,
la mayoría insensateces obvias para cualquiera con dos dedos de frente. Pero aquello era ya
demasiado. ¿Qué se suponía que debería haber hecho? ¿Dejarse devorar? Los cadáveres lo
habían rodeado, y si no hubiera tenido a mano por casualidad su sierra mecánica, hubiera
muerto y ahora descansaría en pequeños pedacitos en los estómagos putrefactos de cientos de
muertos vivientes.
La humanidad aplicaba en su agonía los últimos coletazos de su idiocia perenne.
El juez se giró hacia su derecha.
— ¿Alguna alegación por parte de la defensa, Arturo?
Juan Tomás expulsó el aire que sin darse cuenta había estado conteniendo: ahora podría
explicarse y arreglar aquella barbaridad.
— Ninguna, señoría –dijo el hombre del peinado imposible, y al señor Garrido se le
escapó un jadeo de asombro. Entonces el juez, por fin, se dirigió directamente al acusado.
— Ya puede usted hablar.
Juan Tomás miró a su alrededor. Observó los ojos de todos los presentes y supo que no
había nada que hacer. Estaba condenado, muerto. Una persona sola no podía luchar contra el
sistema, no importaba cuán absurdo pudiera llegar a ser. Bajó la cabeza.
Juicio justo 23
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) — No conocía la existencia de ese código, señoría. Verá, no suelo ver las noticias: me
compré un DVD poco antes del brote y me he limitado a ver películas que me descargué cuando
aún funcionaba Internet. No creí que pudiera estar cometiendo ningún delito cuando me defendí
de aquel ataque. No sabía lo del toque de queda. No sabía lo de la basura. No sabía nada.
— El desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento.
— No se me ocurre nada. Supongo que lo único que puedo decir es que cualquiera de
ustedes en mi situación hubiera hecho lo mismo.
El juez meneó la cabeza, como si las palabras del acusado hubieran constituido la
mentira más flagrante que hubiera escuchado jamás.
— Típica mente criminal. ¡Bien, entonces! Procedo a emitir el veredicto.
Otro murmullo. Anticipación. El ruido de la garganta del señor Garrido al tragar saliva.
— Condeno al acusado a ser devorado por los muertos. En un ejercicio de justicia
poética, no será entregado a las celebridades del pozo, que ya tienen bastante sustento, sino a los
miles de individuos que han acudido esta mañana a vengar a sus compañeros cruelmente
masacrados. La sentencia se ejecutará en el acto.
¡Crac! El martillo retumbó en la sala y Juan Tomás agachó la cabeza.
En el exterior, varios minutos después, la misma reportera que poco antes había
proclamado la locura asesina del señor Garrido mientras le daban con la puerta en las narices, se
encontraba junto a los dos guardias que sujetaban al prisionero, emitiendo la noticia en directo
para miles de televidentes. A escasos centímetros una increíble masa de cadáveres se apiñaba
contra la valla, alargando los brazos hasta donde podían, algunos hiriéndose los dedos al tratar
de alcanzar a su inminente presa. El gemido de la muerte era atronador: sabían lo que les tocaba
a continuación.
— Parece que por fin el condenado va a ser entregado a la comunidad zombie. Es un
caso de justicia ejemplar que esperamos que sirva para que en el futuro aprendamos a respetar y
a convivir con aquellos que, por circunstancias, son diferentes a nosotros. Ojalá todos los
zombies del mundo estén siendo testigos de esta declaración de la humanidad: somos vuestros
amigos. Podemos vivir en armonía.
“Ha llegado el momento. El condenado está pálido, pero seguro que ha comprendido
demasiado tarde que la salvajada que cometió no va a quedar impune. Al otro lado de la valla,
los muertos, aunque feos, son nuestros bondadosos ejecutores. Entregamos, pues, a este hombre
a su destino.
Uno de los guardias quitó la cadena y abrió un poco la puerta, y el otro empujó al señor
Garrido contra la afortunada muerta de primera fila, una vieja horriblemente mutilada que
recibió a la víctima con un gañido.
Entonces todo se desmadró. Los muertos, con el empuje de los varios miles que
conformaban detrás, entraron en tropel en el recinto y se abalanzaron contra los guardias, contra
la reportera, contra el juez y contra los abogados, contra el público y contra los bedeles.
— ¡No! ¡No! ¡No lo entendéis! ¡Somos vuestros amig…!
El señor Garrido tuvo tiempo, antes de perder el conocimiento desangrado entre los
dientes de varios convecinos podridos, de alegrarse por comprobar que ninguno de aquellos
estúpidos tenía una motosierra. Sólo el juez aguantó gracias a su martillo, pero no resistió
demasiado. Los gritos se desvanecieron en la brisa de la mañana, y quedaron sólo los gemidos
ocasionales de los que, frustrados, se habían quedado sin su rico bocado.
Cuando la mañana dio paso a la tarde ya casi no quedaba nadie, ni fuera ni dentro de los
juzgados. Un cadáver deambulaba por la misma sala en la que había sido condenado el señor
Juicio justo 24
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Garrido. Meneaba la cabeza, husmeando los restos del olor de los que habían asistido al juicio,
buscando algún vivo que pudiera echarse a la boca. No había nadie.
Con su único ojo visualizó un pequeño montón de papeles en la mesa del juez. No sabía
leer, pero se acercó tambaleándose al documento y lo llevó distraídamente a la boca,
posiblemente debido a que estaba impregnado por el manoseo. Llevaba un título escrito a
bolígrafo en trazos apresurados.
I Código por la Integridad Zombie.
— Graonnnf –murmuró, y escupió disgustado las hojas secas e insípidas.
Juicio justo 25
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) TESTAMENTO
Escribo estas páginas con la esperanza de que si hay supervivientes, sepan cómo
empezó todo y conozcan la manera de destruir la toxina que ha exterminado a la especie
humana prácticamente en su totalidad.
Desde la habitación que he ocupado en esta base militar durante los últimos cinco años
puedo escuchar los gritos incoherentes, irracionales y, sobretodo, inhumanos de los que fueron
mis compañeros de unidad y que ahora sólo son envoltorios de carne putrefacta sin alma ni
conciencia, movidos únicamente por su ansia de alimentarse.
Las puertas de todas las habitaciones de la base son de cerradura magnética, y en cuanto
he podido me he encerrado en mi habitación, he pasado la tarjeta por el lector y luego he
inutilizado el mecanismo. No quiero que se me malinterprete. No soy un cobarde. He servido a
mi patria con orgullo y valentía y en ocasiones irreflexivamente, sin dudar en arriesgar mi vida.
Si me he encerrado no es para que ellos no entren, sino para que yo no pueda salir.
Estoy infectado.
Y antes de convertirme en un maldito zombie devorador de cerebros me pegaré un tiro
con mi arma reglamentaria. La tengo aquí, sobre la mesa.
A lo que vamos.
La culpa de la situación en que se encuentra la humanidad recae única y exclusivamente
sobre nosotros: la propia raza humana, y sobretodo sobre las cabezas pensantes del Pentágono.
La guerra de Irak estaba durando ya demasiados años y no se distinguía un claro
vencedor. Por cada fanático religioso que matábamos aparecían veinte más, así que a alguien de
arriba se le ocurrió el arma definitiva. En vez de enviar soldados a arriesgar sus vidas para matar
a un puñado de fanáticos crearían un arma biológica que lo haría en nuestro lugar.
Maldita la hora en que se les ocurrió tan brillante idea.
Los científicos del Pentágono diseñaron una toxina muy eficaz, al menos en apariencia.
Se transmitía por el aire y no se volvía mortal hasta pasados tres días. Durante ese tiempo los
órganos vitales iban fallando paulatinamente hasta que cesaba toda actividad y la víctima moría.
Se probó la toxina en un condenado a muerte encerrado en una habitación hermética, y
un amigo mío que trabajaba en el proyecto me contó lo que ocurrió.
Introdujeron la toxina en la habitación en forma de gas y fueron tomando nota de todas
las reacciones del sujeto durante esos tres días: debilidad, palidez, mareos, hemorragias nasales
y auditivas abundantes, incontinencia urinaria y de esfínter, un hambre insaciable y la comida
que le daban le sabía a polvo, vómitos y al final la muerte.
Entonces ocurrió un imprevisto. El Imprevisto. Aunque la toxina reducía la actividad de
los órganos vitales hasta detenerlos, por alguna extraña razón que no se explicaban la actividad
cerebral continuaba tras la muerte del cuerpo, así que un minuto después de la muerte del sujeto
este abrió los ojos y se lanzó contra el cristal que separaba la habitación en la que se encontraba
de los científicos que observaban atónitos la escena del otro lado, balbuceando algo así como
“hambre, cerebro”.
La única forma de eliminar la toxina era someterla a una muy elevada temperatura, así
que incineraron la habitación con aquel zombie dentro.
Los científicos querían hacer todo tipo de pruebas con la toxina, descubrir por qué no
atacaba el cerebro y por qué convertía a los infectados en muertos vivientes, pero las cabezas
pensantes del Pentágono querían utilizar la toxina cuanto antes y se tomaron la transformación
en cadáver viviente como un mero efecto secundario. Todo el mundo sabe que el ejército está
Testamento 26
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) formado por hombres de acción, nada que ver con los pacientes burócratas que dirigen el país.
Así que no se realizaron pruebas y al día siguiente se lanzó la toxina sobre un pueblo de Irak.
Si hubieran permitido las pruebas ahora no estaríamos donde estamos. Habríamos
sabido que los zombies transmitían la toxina a través de la piel, la saliva y la sangre. Pero
cuando lo supimos ya era demasiado tarde.
El plan era sencillo. Soltar la toxina, esperar a que hiciera efecto, enviar una unidad para
matar a los zombies si era posible (por lo menos lesionarlos o mutilarlos para que fuera más
sencillo exterminarlos) y luego dejar caer la bomba sobre el lugar para eliminar la toxina.
Ni siquiera se pararon a pensar en las consecuencias que esta acción podría acarrear.
Claro que si un retrasado como George W. Bush llegó a presidente, ¿de qué te sorprendes?
En el Pentágono tampoco contaron con que ese día habría viento y que desplazaría la
toxina, infectando los pueblos y ciudades colindantes. ¿Cómo puedes quemar algo que está al
aire libre y que cada vez se hace más y más grande?
Soltaron la toxina, mi unidad esperó los tres días reglamentarios y luego entramos en
acción. Nos equipamos con máscaras antigás, uniforme de camuflaje y nuestros rifles de asalto,
pero el trabajo no fue tan fácil como nos lo pintaron. Matamos a muchos volándoles las cabezas,
como en las películas, pero a la mayoría los dejamos heridos, con piernas y brazos inutilizados,
para que no supusieran una molestia a la hora de hacer desaparecer aquel pueblo con la bomba.
Tuvimos bajas, pocas, y algunos acabaron salpicados con la sangre de aquellos
cadáveres andantes. Muchos compañeros, cabreados por haber estado a punto de ser devorados,
la emprendieron a puñetazos con los que aún estaban “vivos”, llevando así con ellos la toxina de
vuelta a casa. Yo no fui uno de ellos.
Soltamos la bomba y regresamos a nuestra base al día siguiente. Entonces nos
percatamos de la catástrofe. En todas las cadenas informaban de la extraña epidemia que
convertía a la gente en muertos vivientes. De momento se había extendido a medio continente
asiático y parte de Europa. Nosotros éramos conscientes de la gravedad de la situación. Éramos
soldados y nunca jamás cuestionábamos a nuestros líderes, pero sabíamos que alguien de arriba
la había cagado pero bien.
Al menos pensamos que no cruzaría el Océano, sin saber que había viajado con nosotros
en el avión. Tres días es mucho tiempo, y la toxina no dejó de extenderse. Fue como un efecto
dominó. Cada infectado tocó a veinte o treinta personas, y cada una de esas personas tocó a
otras tantas. Cuando quisimos darnos cuenta la mayor parte de la base estaba infectada.
Muchos de mis compañeros de unidad empezaron a encontrarse mal. Estaban débiles y
mareados, además de pálidos, y acabaron llenando la enfermería aún después de que se
quedaran sin camas. Y claro, al igual que Jesús se levantó al tercer día, ellos se convirtieron
monstruos caníbales que atacaron a sus compañeros y amigos como auténticos salvajes. Eran
irracionales, brutales y estaban famélicos. Su fuerza era sobrehumana y arrancaban brazos y
piernas con asombrosa facilidad. Allí adonde mirase, había grandes charcos de sangre, vísceras
y huesos rodeados aún de carne cruda. Yo y unos pocos soldados reunimos a todos los
supervivientes que pudimos encontrar, nos armamos y fuimos volando cabezas hasta poder
llegar al amplio laboratorio de la base. Perdimos a algunos por el camino y finalmente nos
atrincheramos. Allí tratamos de busca una explicación. El pánico había cundido entre nosotros e
incluso se produjeron algunas peleas. Los soldados echaban la culpa a los pocos científicos que
había entre nosotros y estos acusaban a los soldados de no haber hecho correctamente su
trabajo. Al final se impuso el orden y los científicos contaron todo lo que sabían sobre la toxina.
Obviamente si los de la base estaban infectados y no habían respirado la toxina, eso significaba
que también se transmitía por la piel. Fue como un jarro de agua fría. Algunos de nosotros
habíamos estado en contacto con los zombies y otros con los soldados que regresaron del
ataque. Entonces supe que estaba infectado, porque había entrechocado las manos de muchos
compañeros, pero aún no había manifestado ningún síntoma. Ya habían pasado al menos dos
días y debería estar echando bilis por la boca, pero me encontraba bien. Tal vez mi sistema
Testamento 27
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) inmunológico era más resistente que el de mis compañeros. De pequeño había sufrido una grave
enfermedad que conseguí superar en contra de todo pronóstico, y desde entonces no había
vuelto a enfermar, pero sabía que mi tiempo estaba contado.
Como si de un consejo de guerra se tratase se dictaminó que los infectados tenían que
irse del laboratorio. Algunos aceptaron salir a ser devorados por los zombies, otros empezaron a
llorar como niños y tuvieron que ser arrastrados mientras se orinaban encima, otros, ante su
negativa, fueron ejecutados allí mismo sin vacilar, y otros prefirieron suicidarse a salir con
aquellas cosas allí fuera. Yo no dije nada. Como aparentemente parecía sano, no les corregí de
su error. Mi intención era ayudarles en todo lo posible y en cuanto manifestara algún síntoma
quitarme yo mismo la vida.
Tras las bajas quedamos diez personas. Estuvimos un par de días allí encerrados,
escuchando a nuestros antiguos compañeros gritar como salvajes, clamando comida (sobre todo
cerebros), sin saber muy bien qué hacer a continuación. Por la radio supimos que la toxina se
había extendido a Estados Unidos y Canadá, y gran parte de Europa. El único sitio que aún se
resistía era África. Tal vez por su clima, pensé. Demasiado calor para que la toxina prospere.
No podíamos quedarnos allí para siempre, tarde o temprano los zombies echarían la
puerta abajo, así que les propuse mi plan. Era posible que en África estuviéramos a salvo.
– ¿Y cómo llegaremos hasta allí?–preguntó uno de los soldados.
Dos pisos por encima de nosotros estaba el helipuerto, donde había un helicóptero con
el espacio suficiente para cinco de nosotros.
– ¿Y el resto qué?–preguntó uno de los científicos– ¿Esperaremos aquí a que nos
devoren para la cena?
Yo estaba convencido de que el resto no llegaría hasta el helicóptero, pero si les decía
eso volvería a cundir el pánico.
–En el edificio de al lado hay un avión–les dije, lo cual era cierto–Nos dividiremos en
dos grupos y cada grupo irá a un sitio.
Cada grupo estaba formado por tres soldados y dos científicos. Yo estaba en el del
helicóptero y salimos en segundo lugar. Abrimos la puerta y el primer grupo se dirigió hacia las
escaleras de la izquierda. Era extraño que no hubiera zombies en el pasillo, pero un minuto más
tarde escuchamos unos disparos seguidos de unos gritos desgarradores y supimos que no lo
habían conseguido. Nosotros nos miramos con el miedo dibujado en el rostro, pero mis
compañeros y yo obligamos a los científicos a moverse. Corrimos hacia la derecha, donde
había un ascensor que nos llevaría directamente hasta el helipuerto. No encontramos a ninguno
por el pasillo, pero mientras esperábamos a que el ascensor abriera sus puertas aparecieron
cuatro por donde habíamos venido. Apenas los vimos empezamos a dispararles y les
destrozamos las cabezas antes de que pudieran llegar a nosotros. En cuanto las puertas del
ascensor se abrieron subimos a la cabina, y treinta segundos después se detuvo en el último
piso. Al abrir las puertas dos zombies agarraron a uno de los soldados y lo lanzaron hacia
delante. Sin perder un instante empezaron a desmembrarlo y destriparlo entre alaridos. Mi otro
compañero y yo empujamos a los dos científicos hacia el fondo del ascensor y les llenamos el
cuerpo de plomo. Cuando el peligro pasó insté a mi compañero de que llevara a los científicos
hasta el helicóptero, mientras yo me aseguraba de que ningún muerto viviente estuviera vagando
por la zona que había tras el ascensor. Entonces escuché un grito a mi espalda. Los tres
supervivientes de mi grupo se habían detenido a medio camino porque tras el helicóptero
aparecieron tres zombies más. Mi compañero iba a dispararles cuando le grité que se detuviera.
–Podrías darle al helicóptero. Déjame a mí.
Los moví hacia la derecha y esperé con bastante sangre fría, he de reconocerlo, a que los
zombies se acercaran. Cuando estuvieron a unos cuatro metros dejé caer mi rifle de asalto y
saqué dos pistolas de mi espalda. Le metí a cada uno una bala entre ceja y ceja y tras comprobar
que no había más pudieron subir por fin al helicóptero.
Testamento 28
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) – Iros rápido –les dije, vigilando la puerta del ascensor.
– ¿A qué esperas?–me dijo el otro soldado–Venga, sube.
– No, no puedo–le dije con una sonrisa de suficiencia–Estoy infectado.
– ¿Cómo vas a estar infectado? No tienes síntomas.
Y en ese momento estornudé y salpiqué el suelo de sangre.
– Creo que esto prueba lo equivocado que estás–le dije, y le guiñé un ojo.
El soldado, que ya había encendido los motores, me hizo un gesto con la cabeza y yo
me despedí, dando una palmada en el exterior del helicóptero. Me llevé una mano a la sien y
luego retrocedí hasta la puerta del ascensor, mientras veía el helicóptero alejarse. Recogí mi
fusil del suelo y bajé al primer piso. Decidí dirigirme a mi habitación y por el camino me cargué
a un montón de hijoputas. Conseguí entrar y cerrar la puerta antes de que dos de ellos me
echaran las manos encima.
Y eso es todo. Llevo escribiendo esto desde hace cosa de una hora y aunque aún estoy
en pleno uso de mis facultades he empezado a notar algunos síntomas. He vomitado dos veces y
han empezado a sangrarme los oídos, y ya me tiemblan las manos. Me ha parecido oír gritos
fuera, seguramente de algunos supervivientes más, pero no creo que consigan salir de esta. Esto
es el fin y no hay nada más. Si encontráis esto sabréis lo que tenéis que hacer para acabar con
los zombies y la toxina. En resumen, bala en la cabeza y fuego. E iros a África, no es cien por
cien seguro, pero es lo que hay.
Espero que mis amigos lo hayan conseguido. Y si no es así, lo más probable es que los
vea en el infierno dentro de un minuto. Allí es donde acaban los suicidas, ¿no? En todo caso no
creo que sea peor que esto.
Hasta pronto.
FIN
Testamento 29
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ZOMBIES EN CASTLEVILLE
Castleville era una pequeña aldea conocida por el castillo que había a las afueras del
poblado, donde residía el conde Beavoir de Castleville.
Mark Hereux era un muchacho que residía en dicha aldea, pero no era un chico
cualquiera, era un aprendiz de mago. Su padre, un mago correcto, sin más, le inculcó el amor
por la profesión, pero no pudo enseñarle mucho más, pues la peste acabó con él.
Mark y tres chicos más: Ben, Legrain y Tom, llegaban a Castleville. Venían cansados y
jadeantes, estaban llenos de heridas y con la ropa hecha jirones.
─ ¡Maldita sea! ¡Nos han dado una paliza! ─ se lamentaba Ben.
─ ¡Nunca podremos con los chicos de Chairspoon! ¡Son demasiados! ─lamentaba
Legrain entre jadeos.
─ ¡Y qué esperabas! ¡Aquí en Castleville somos cuatro gatos, así tal cual, al pie de la
letra! Nunca podremos hacerles frente en una batalla a pedradas ─ afirmaba Mark.
─ ¡Pero no podemos dejar que conquisten el prado! ¡El prado es nuestro! ─ clamaba
Tom.
─ ¿Dónde iremos ahora si nos arrebatan el prado? ─preguntaba Legrain.
─ No lo sé, pero ya podemos pensar en ir a otro lugar, no podemos hacerles frente, son
demasiados ─dijo Ben.
─ ¡No! ¡Me niego a claudicar! Tú, ─ Legrain señala a Mark ─ ¿no podrías hacer alguno
de tus trucos de magia frente a ellos?
─ Vamos Legrain, Mark es un aprendiz, no sabe hacer magia ─dijo Tom.
─ Sí que sé hacer magia, sólo que es difícil aprender sin ayuda de nadie. Ya sabéis que
no me gusta realizar conjuros sin tener la seguridad de que vayan a salir bien ─ contestó Mark.
─ ¿Y cuándo va a ser eso? ─ preguntó irónico Tom.
─ Déjalo, Tom ─le espetó Legrain, que se dirigió a Mark─. Tendrás que arriesgarte esta
vez, eres nuestra única alternativa, no podemos permitir que nos arrebaten nuestro lugar.
─ Está bien, hojearé el libro mágico de mi padre, a ver que puedo hacer.
Fueron a casa de Mark y ojearon el libro mágico en busca de algún hechizo que pudiera
serles útil.
─ ¿Qué te parece echarles bolas de fuego? ─dijo Legrain.
─ No vamos a quemarlos, además es peligroso ─contestó Mark.
─ ¿Y si los congelamos? ─preguntó Ben.
─ Tampoco pienso congelar a nadie, además es peligroso.
─ Es peligroso, es peligroso… ─dijo Tom imitando a Mark─. ¡Para ti todo es peligroso!
─ ¡Y qué quieres que te diga! ¡Podría herir a alguien gravemente, incluso matarlo! Se
trata de enfrentarse a ellos, no de acabar con ellos ─le espetó Mark gravemente.
─ ¡Hey, mirad esto! ─dijo Legrain señalando una hoja del libro─. Despertar a los
muertos: cómo obtener nuestra legión de zombies.
─ Déjame ver ─dijo Mark─. Aquí explica como despertar a los muertos, dice que los
cuerpos de los muertos vuelven a la vida pero sin alma, los llaman zombies o muertos vivientes,
carecen de voluntad y se convertirían en esclavos de aquel que los despierta, obedeciéndole
plenamente.
Zombies en Castleville 30
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ─ Podríamos despertar a todos los del cementerio. ¡Con ese conjuro podríamos incluso
superarles en número! ─dijo un emocionado Legrain.
─ ¿Y si algo sale mal? ¿Y si no lo hago bien?
─ Venga Mark, atrévete a realizar un conjuro en tu vida. ¿Eres mago, no? ─le espetó
Tom.
─ Sí, lo soy. De acuerdo, vayamos al cementerio.
Los cuatro amigos fueron al cementerio de Castleville. No era un cementerio muy
grande pero había suficientes cadáveres para hacer frente a esos entrometidos de Chairspoon.
Mark realizó el conjuro tal como sus conocimientos y la explicación del libro le indicaban… y
salió bien.
Miles de manos surgieron de las tumbas, y poco a poco empezaron a salir una horda de
zombies de debajo de la tierra.
─ Chicos… ─dijo Mark dirigiéndose a sus amigos orgulloso─. Aquí tenéis nuestro
ejército.
Cuando los muchachos de Chairspoon fueron a enfrentarse a los de Castleville no se
podían creer que aquellos ilusos les retaran, y lo que menos podían creer es que aquella vez
serían ellos los que perdieran la batalla. Pero en el momento en que vieron a una multitud de
zombies acercándose hacia ellos con piedras en las manos supieron que iban a perder.
Los chicos de Chairspoon huían de los zombies que les lanzaban piedras, esta vez ellos
eran minoría. Además, los pocos valientes que habían osado enfrentarse a aquellas criaturas del
inframundo, habían comprobado que las pedradas apenas suponían una ligera molestia para los
zombies.
Esta vez Mark y sus amigos ganaron la batalla y reconquistaron el prado, su lugar de
toda la vida.
Cuando los muchachos se dirigían victoriosos al poblado una duda asaltó a Ben que le
hizo parar en seco.
─ Por cierto, ¿ahora que hacemos con los zombies?
Los muchachos giraron su cabeza y vieron a la multitud de zombies que les seguían,
seguidamente sus miradas giraron hacia Mark.
─ Vaya… pues no lo había pensado. En el libro no salía nada de revertir el hechizo.
─ Pues entonces tendrás que llevártelos a casa ─ dijo Tom sonriendo.
─ ¿Estás de broma, no? ¡No podría meter a tantos zombies en casa! Además no creo
que a mi madre le hiciera gracia la idea de adoptar zombies.
─ No me extraña, no hay más que mirarlos. ¡Son horribles! ─dijo Ben con cara de asco.
─ ¡Y huelen mal! ─apuntó Legrain.
─ Pues algo tendrás que hacer con ellos ─le dijo Tom.
─ Lo que quiero es que dejen de seguirme y me dejen en paz ─dijo Mark.
─ No van a dejar de seguirte, están a tus órdenes. Son tus esclavos ─afirmó Legrain.
─ ¿Ah, sí? Pues ya me he cansado ─ dijo Mark que a continuación se dirige a los
zombies ─. ¡Zombies, escuchadme! ¡Dejad de seguirme, sois libres, podéis ir donde os de la
gana!
En ese instante los zombies se detuvieron como confundidos sin saber que hacer, y al
cabo de un rato se dirigieron en dirección opuesta a la de los muchachos.
─ Bueno, ha funcionado. Problema resuelto ─dijo Mark satisfecho.
Zombies en Castleville 31
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ─ ¿Y si nos vuelven a hacer falta? ─ preguntó Ben.
─ No te preocupes, con lo lentos que son no creo que vayan muy lejos.
Llegó la noche y los muchachos se fueron cada uno a su casa.
En mitad de la noche unos alaridos despertaron a Mark y a su madre. Alguien golpeaba
la puerta y gritaba. La abrieron. Eran Legrain y su padre, parecían bastante alterados.
─ ¡Son los zombies! ─gritó Legrain─. Han atacado a la gente de Chairspoon y se
dirigen hacia aquí.
─ ¿Zombies? ¿Pero qué es eso? ─preguntó la madre de Mark.
─ Esas criaturas se comían a la gente, y ahora se han multiplicado infectando al poblado
de Chairspoon ─intervino el padre de Legrain.
─ ¡Mark, tienes que ordenarles que paren! ─exclamó Legrain.
La madre de Mark miró a su hijo con extrañeza y severidad a la vez, pero Mark corrió
junto a Legrain hacia los zombies.
Se estaban acercando ya al poblado, venían lentamente, sin prisa pero sin pausa.
─ Debiste haber hecho lo de las bolas de fuego, como yo te dije ─dijo Legrain.
─ Lo de las bolas de fuego era peligroso, podría haber matado a alguien ─contestó
Mark.
─ ¡Pues enhorabuena, porque en vez de matar a alguien, vas a matarlos a todos!
─ Les diré ahora mismo que se detengan ─dijo Mark afectado.
Mark se dirige a los zombies. Les ordena que paren pero estos siguen avanzando sin
hacerle caso.
─ Mark, que pasa? ¿Por qué no te hacen caso?
─ Creo que es porque les dije que eran libres…los liberé ─dijo preocupado.
─ Entonces… ¿no puedes controlarlos? ─preguntó horrorizado Legrain.
─ No, me temo que no.
─ ¡¿Y qué vamos a hacer?!
Mark pensó durante unos instantes. Los zombies estaban llegando a Castleville.
─ ¡Ya está! ¡Los congelaré! ─exclamó finalmente─. No se me ocurre otra forma de
pararlos, son muertos vivientes, por lo tanto no puedes herirlos. Los congelaré para siempre y
de esta manera no causarán más molestias.
─ ¡Buena idea! Servirán de adorno para los jardines del conde Beavoir.
Mark se concentró. Era la primera vez que iba a lanzar el hechizo de congelación, y lo
iba a hacer sin el libro mágico delante. Recordó las palabras, los gestos… sintió la magia en su
interior… y salió. Mark lanzó un rayo que convirtió a un zombie en una estatua de hielo.
─ ¡Alucinante! ─dijo Legrain─. ¡Ahora sí eres un verdadero mago, sigue así!
Pronto el caos reinó en el pueblo, y algunos aldeanos fueron a enfrentarse directamente
a los zombies y salieron malparados recibiendo mordiscos y transformándose a continuación en
uno de ellos. Los zombies ya habían llegado a la aldea, la mayoría de la gente huía o se
refugiaba en sus casas, otros les hacían frente. Mientras tanto, Mark trataba de congelarlos a
todos lo más rápido que podía, pero era difícil, ellos eran muchos.
De repente, mientras Mark fijaba su próximo objetivo, vio algo familiar en ese zombie.
Empezó a mirarlo fijamente y descubrió de qué se trataba… aquel zombie era su padre.
Zombies en Castleville 32
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Evidentemente podía serlo, despertó a los muertos de las tumbas del cementerio de
Castleville, y allí se encontraba su padre, ni siquiera se paró a pensarlo cuando lo hizo, pero
estaba tan cambiado… tan diferente…
Se quedó inmóvil observándolo mientras el zombie se acercaba poco a poco hacia él.
─ ¡¿Mark, qué haces?! ─le gritó Legrain─. ¡Congélalo!
Pero Mark no le escuchaba.
─ ¡Congélalo!
Mark tenía los ojos llorosos.
─ No puedo hacerlo… papá…
─ ¡Ese zombie no es tu padre! ¡No es tu padre Mark! ─le gritaba Legrain─. ¿Me oyes?
¡No es tu padre! ¡Congélalo!
Pero la voz de Legrain no llegaba a oídos de Mark, que como si estuviera preso de un
encantamiento observaba el cuerpo putrefacto de su padre entre lágrimas. Los recuerdos de la
niñez volvieron a su cabeza y el deseo de abrazar por última vez a su padre fue incontenible.
Mark corrió a los brazos de su padre y el zombie lo acogió entre sus brazos… y lo mordió. Lo
mordió en el cuello mientras se oía un grito de espanto procedente de la garganta de Legrain. El
cuerpo de Mark empezó a tomar otro color, otra textura. Sin el mago, las esperanzas de salvarse
habían desaparecido.
Castleville estaba sentenciado.
Zombies en Castleville 33
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL ÚLTIMO BRUJO
Es allí.
Miraron la pequeña choza, en medio del silencio del bosque. Se podía percibir algo
siniestro en el ambiente.
─ ¿Él sabe que estamos aquí?- preguntó Castro. Era el más joven del grupo.
─ No. Necesita toda su energía. No puede desviarla de su punto de concentración
─contestó Moro, el líder. Era enorme; su cerebro tanto como sus músculos.
─ Está en meditación ─continuó─. Una meditación profundísima. Así contacta con
fuerzas sobrenaturales y las dirige hacia su objetivo; los zombis. Él los controla. Controla cada
uno de sus movimientos. Ya hemos eliminado a los otros brujos y han caído una gran cantidad
de esos engendros. Ahora debemos eliminar a este y todo habrá terminado.
El otro miembro del grupo, Marco, permanecía en silencio, como la mayor parte del
tiempo. Su rostro denotaba un gran cansancio.
─ Vamos ─dijo Moro.
Avanzaron en la noche, procurando hacer el menor ruido posible. A medida que se
aproximaban al lugar percibían con mayor fuerza un olor a incienso. Se detuvieron a escasos
metros de la choza. Caminaron despacio, hasta su entrada.
Castro y Marco permanecieron en guardia; esperaban la orden de Moro. Este extrajo
una navaja de su cintura, la misma que había acabado con la vida de los otros brujos. La luz
lunar se reflejaba en ella. Moro los miró e hizo un movimiento con la cabeza. Los otros
asintieron.
Penetraron en la choza. Había incienso, muñecos de trapo y objetos que no lograron
identificar. En el medio, un viejito sentado, diminuto, desnudo por completo. Moro se acercó y
hundió con firmeza la navaja en el estomago. Los ojos del brujo se abrieron de golpe; en sus
ojos la sorpresa se fundía con el dolor. Miró el lugar de la herida; tomó el mango de la navaja y
con evidente esfuerzo la extrajo de su abdomen. La navaja cayó de su mano. La sangre manó a
chorros.
Marco apartó la mirada; Castro no apartaba los ojos, aunque era lo que más deseaba en
el mundo. Moro contemplaba todo esto impasible. Tras un momento, le dijo a sus compañeros:
─ Ya está hecho. Morirá lentamente. Quiero ser testigo de su agonía. Si no quieren
permanecer aquí, espérenme afuera; el mundo se ha salvado.
Ambos lo miraron un instante, sin decidir que hacer; luego, Castro asintió, tomó a su
amigo del hombro, y lo condujo al exterior.
Moro se dedicó a observar el lugar. Resultaba en verdad siniestro. Había allí una magia
de lo más negra, oscura como sólo algunos hombres pueden serlo.
Tomó asiento en el suelo, apoyando la espalda a la pared y lanzó un suspiro. Miró al
brujo con la mano en el estomago, lleno de sangre, debatiéndose en su dolor.
─ Podría matarte de una vez ─dijo─. Podría tener piedad. Pero no lo haré. Me quedaré
aquí hasta que dejes de respirar. ¿Cómo podría tener piedad de alguien o algo capaz de
semejante aberración? ¿Cómo?
Moro había pronunciado aquellas palabras como descarga, no con el propósito de que le
respondiera. El brujo con los ojos cerrados, parecía estar pronunciando una plegaria. Luego,
tras un momento, habló.
─ ¿Piedad?
El último brujo 34
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Su voz era un susurro. Moro se aproximó lo suficiente para no perder palabra. Los otros
brujos no habían dicho nada, sólo se dedicaron a morir.
─ ¿Pi…piedad? ─repitió─. ¿Tuvieron…tienen…ustedes…piedad…respeto…de la
Madre…de los demás seres? ¿Piedad…para una…civilización…sucia… podrida…?
No…merecían vivir… No… merecen vivir. ─Las palabras estaban llenas de desprecio.
A Moro lo consumía el odio.
─ ¿Una horda de cadáveres reanimados caníbales ayudaría a mejorar las cosas?
─ Es necesario destruir… hacer algo nuevo- balbuceó el brujo.
─ Usted me inspira asco.
─ La Madre...La Madre…No está contenta. Tarde o temprano…se extinguirán.
El cuerpo del brujo comenzó a sacudirse en el piso; respiraba con creciente esfuerzo; la
sangre ensuciaba todo el lugar.
Tras un momento, dejó de respirar.
El último brujo 35
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MEDIANOCHE
La luna llena iluminaba el cementerio. El viento mecía la copa de los árboles mientras
arrastraba los quejidos de los soñadores perpetuos de las tumbas antiguas.
Pesadas cadenas, enlazadas con grandes candados, cerraban las puertas del camposanto,
pero eso no detendría a un par de solitarias sombras: un hombre vestido con pantalones
vaqueros con una playera de un concierto de Metallica, chamarra negra y converses All Star y
una joven jeans a la cadera con una playera pegada al cuerpo de color azul y tenis Nike de dolor
azul oscuro. Quienes los conocían les llamaban Richard Watson y Elizabeth Underwood.
La pareja saltó una parte de la reja y comenzaron a avanzar hacia el centro de aquella
zona muerta.
Richard vestía. Ella vestía.
— ¿Me puedes decir que hacemos aquí? — preguntó Elizabeth mientras recorrían las
tumbas. Un escalofrió recorrió su espalda al ver pasar algo muy rápidamente entre los sepulcros,
sin sospechar que era un simple murciélago.
— Venimos a ver — respondió Richard con toda la tranquilidad del mundo — ¿no te
excita venir aquí?
A la joven no le quedaron muy claros los motivos, pero era su novio… ¡Que más daba!
— Sí — dijo con pena y temor — pero no tanto.
— Tú tranquila —dijo Richard en tono conciliador— vengo contigo, además, vengo
preparado — de su chaqueta negra saco un reluciente revólver, ya cargado y listo para disparar.
Lo levantó y apuntó hacia enfrente de ellos— ¡BANG! —dijo mientras soltaba el arma y esta
rodaba por su dedo índice, haciendo que el cañón se balanceara tranquilamente, mirando hacia
abajo.
Richard guardó el arma en su chamarra y siguió caminando al lado de Elizabeth.
Después de algunos segundos llegaron ante una tumba que había sido destrozada por un
árbol y cubierta con sus grandes raíces casi en su totalidad.
— Espérame — dijo él mientras se apartaba de su lado — Tengo que hacer algo.
Se había marchado antes de que Elizabeth pudiera preguntar nada.
La joven, con la pregunta en los labios y un miedo que se acrecentaba cada vez más,
decidió sentarse bajo el árbol justo encima de la tumba. Alzó la mirada hacia la luna, no lograba
recordar cuando la había visto así por última vez, así de… luminosa y grande. Se le hacía
romántica y algo melancólica. De pronto, sin saber por qué, pensó en Richard. ¿Dónde se habrá
metido? La luna era hermosa, pero el cementerio rompía la preciosidad.
Estuvo un buen rato pensándolo.
Se escuchó un disparo, después un grito, proveniente del lugar hacia donde Richard
había ido.
La joven se levantó y corrió hacia donde se escuchaban los gritos que arrastraba el aire,
sólo esperaba que él se encontrara bien.
Richard había avanzado por entre árboles y tumbas hasta un buen lugar, abrió su
bragueta y empezó a mear en una tumba de un tal Murray. Era tan divertido hacer eso. Se había
mojado un poco las manos y pensó en limpiarse con una hoja de algún árbol e hizo lo que le
parecía lo mas lógico… limpiarse con su chamarra negra.
Escuchó algo detrás de él y se volteó para ver, pero la luna no iluminaba lo suficiente y
no lograba divisar qué producía aquel ruido. No le dio más importancia y sacó su arma para
Medianoche 36
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) verla. Su orgullo. La había comprado en una tienda a las afueras del poblado, “es ciento por
ciento confiable” había dicho el vendedor. Había comprado el arma sólo para esa noche en
especial, con ella podría defenderse de los hijos de puta que merodeaban en la oscuridad.
Escuchó un arrastrar detrás de él. Se volteó con un movimiento casi felino, arma en
mano. En las penumbras logró ver una sombra que caminaba erráticamente hacia él, el viento
le llevó el putrefacto olor de la muerte. La luz de la luna dio de lleno en el recién llegado y
reveló la silueta de un hombre alto, con ropas hechas jirones.
— ¡Hey! —Gritó Richard al hombre que se le acercaba muy lentamente— ¡¿Quién
eres?!
El hombre no parecía escuchar — o no parecía importarle. Richard apuntó a la cabeza
del sujeto y volvió a gritar.
— ¡¿Quién eres?! — El miedo oprimía cada vez mas el dedo de Richard, aplicando cada
vez mas fuerza al gatillo — ¡Deténgase!
El hombre seguía avanzando, lento pero decidido.
Richard vio que detrás del sujeto había más personas, sombras, caminando hacia él. El
miedo hizo que su dedo resbalara sobre el gatillo. El extraño cayó de rodillas para después
desplomarse de bruces. Richard, olvidándose de los demás, se acercó al sujeto que había abatido
de un balazo. Se agacho para darle la vuelta y observar la cara.
El olor lo hizo caer hacia atrás, tapándose la nariz. El sujeto tenía partes del cuerpo
cubiertas por gusanos y un olor fétido emanaba de los huecos que las larvas habían hecho. Fue
entonces cuando gritó.
Observó a los demás y se dio cuenta de que lo rodeaban. Levantó el arma y empezó a
disparar a diestra y siniestra.
— ¡Malditos hijos de puta! —Gritaba al tiempo que descargaba el arma— ¡No me
llevarán vivo! —Empezó a recordar películas viejitas— ¡No se comerán mi cerebro!
De repente un sujeto chaparro y mas hediondo que el anterior lo tomó por el hombro.
Richard volteó y miró las cuencas vacías del nuevo rival, le pareció observar un destello
maligno de color verde. Sintió la mordida de uno de ellos en el otro hombro, al igual que varias
manos que le aprisionaban, mientras el ambiente se volvía una inmensa mezcla de olores
putrefactos.
Richard gritó, ya sin balas intentó apartar a los enemigos a puñetazos. El esfuerzo fue
inútil, pronto multitud de manos se lanzaban contra él como una jauría hambrienta. Richard
sintió cómo la mano de uno de ellos se metía por la garganta y tomaba la lengua desde la base.
Después, otro tomó un brazo y con una fuerza sobrehumana logro separarlo del torso. Richard
quiso gritar, pero la sangre le llenaba la garganta. Uno tomó su cabeza y de un moviendo la
arrancó. El corazón del joven continuó bombeando sangre a un cerebro que ya no podía
recibirla, el vital líquido brotó del cuello como una cascada carmesí.
Elizabeth miró horrorizada la escena, había querido gritar pero el miedo se lo impidió.
Una lágrima rodó por su mejilla, pero no lloraba, sólo emitía un leve gimoteo. Aún no se
recuperaba de lo vivido cuando se dio cuenta de que aquellos seres siniestros se aproximaban a
ella, arrastrando los restos de Richard, chorreantes y destrozados.
Corrió hacia el otro lado, internándose más en el cementerio, saltando y evadiendo
tumbas olvidadas y árboles añejos. Se detuvo de repente, no sabía a donde estaba corriendo.
Observó para un lado y para el otro. ¿Para dónde quedaba mas cerca la salida de ese lugar de
muerte? No había tiempo para pensar, sólo para correr y correr, sin mirar atrás.
Siguió corriendo hacia donde ella pensaba que estaba la salida y llegó a la reja que
delimitaba con el camino hacia el pueblo. Empezó a trepar con desesperación hasta que llegó a
la cima. Saltó hacia afuera. El aterrizaje no fue lo esperado, un tobillo roto evidenciaba el error.
Medianoche 37
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) La joven se sobó el miembro dañado mientras se apoyaba en los barrotes de la reja. Era
doloroso pero al menos estaba a salvo.
Elizabeth suspiró y se lamentó por la muerte de Richard, las lágrimas rodaban por su
mejilla.
Repentinamente sintió una mano que le rodeaba el cuello y la levantaba del suelo. Una
multitud de garras descarnadas la tomaban y la sostenían en el aire y contra los barrotes. El
brazo la estrangulaba mientras los demás la jalaban hacia adentro, el dolor era inaguantable.
Gritó. Escuchó sus piernas romperse contra los barrotes de metal y sintió como los ligamentos
se desgarraban por dentro de ella, separando muy lentamente sus pantorrillas del muslo.
— Terminarán conmigo como lo hicieron con Richard — pensó
Una mano la tomó por la nariz y empezó a jalar hacia adentro, desgarrando la piel de su
cara y haciendo que brotara la sangre en chorros rojos que mojaban su playera. Ella seguía
gritando por el dolor cuando una mano la tomo por la dentadura y volvió a jalar, el grito ya no
podía salir de la garganta. La mano jalo más fuerte y logro meter la cabeza de la chica entre los
barrotes, arrancando el cráneo del cuerpo. Las piernas se separaron del cuerpo con un horrible
sonido, mientras los pantalones se pintaban de un rojo sanguinolento y el torso caía hacia atrás,
lejos del alcance de los seres de aquel cementerio.
Un policía que recorría el camino del pueblo al cementerio descubrió el cadáver de
Elizabeth en uno de los lados del cementerio. Después de llamar al forense vio el camino de
sangre que se internaba en el cementerio y lo siguió para saber más del asunto.
Cuando llego al final del camino encontró una tumba de un hombre muy querido por la
comunidad.
Anthony S. Murray
Que descanse en paz
1937-2009
Amado padre y esposo.
Y sobre la tumba, pintado con sangre, había un letrero claro y conciso.
“FAVOR DE NO ORINARME”
Medianoche 38
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA HUIDA DE BOLONIA 3
El Diablo
Los focos del Diablo son la única luz entre las calles peatonales de una urbanización de
chalets de lujo.
Claudia llora en el asiento del copiloto, el canario se retuerce dentro de la jaula y
Mónica, su madre, mira cómo puede a través de los limpiaparabrisas, que restriegan restos de
tendones, pus y una oreja del grupo de zombis que avanzaban animalmente hacia su casa.
Ya son diecisiete los zombis a los que ha reventado con el Lamborghini Diablo desde
que salieron de su vivienda, incluyendo al cartero y a Giorgio, su vecino tullido. El ostentoso
coche circula a 90 km/h buscando la salida entre los cientos de chalets paralelos, testigos mudos
y estáticos de la masacre.
Un grupo de cinco zombis se comen los restos de un cachorro de perro en medio de la
antepenúltima calle del laberinto elitista. Cuando escuchan el motor y ven las luces largas del
Lamborghini, ya es tarde. Uno de ellos, el calvo de ojos blancos, con el hígado del cachorro
explotando dentro de su boca y una oreja arrancada como la de Evander Holyfield, es el único
de ellos que puede levantarse.
El Diablo arrasa la escena, reduciendo los cuerpos a un impacto súbito de sangre
salpicada por doquier. El tronco superior del zombi calvo se estampa contra la puerta del chalet
número 23. Su cintura, cuádriceps, gemelos y rodillas son tan sólo las marcas rojas y abruptas
de las llantas en el suelo, esculpidas sobre restos de zombis.
“No llores cariño. Ya están muertos” dice Mónica encendiendo un cigarro.
Mónica limpia tres veces el cristal, pasa las ruedas del coche repetidamente sobre los
tres mellizos zombis del chalet número 15, atropella varias multitudes de cuerpos al llegar al
número 10 y le dispara en la cabeza desde el coche al torpe guarda de seguridad zombi con un
ojo blanco fuera de sus cuencas oculares. Al salir de la urbanización con el coche, madre e hija
contemplan Bolonia desde lo alto de la colina.
Los terrenos adyacentes son tan sólo inertes edificaciones, comunicadas entre sí por
caminos de tierra y polvo. No hay rastro de vida alguna.
Bolonia reluce levemente mientras comienza a arder e ilumina el abismo que
presencian.
“Quiero soltar a Satán” dice Claudia.
Mientras mira llorando hacia el incendio, Claudia libera al canario, que hunde su pico
en el brazo de la pequeña y se aleja volando.
Una multitud de zombis sale por el portón de la lujosa urbanización envuelta en niebla,
avanzando pausadamente hacia el coche. Mónica pulsa el botón rojo de un mando, una puerta
de metal sube y entran marcha atrás en la sala de peleas clandestinas.
El ring
El Diablo está aparcado desde hace dos horas frente a la puerta de metal, dentro de la
sala, en lo alto de la colina.
La huida de Bolonia 3 39
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Los quejidos de los zombis y los golpes metálicos se entretejen en el aire con el aroma a
muerte que comienza a desprender la sala de peleas clandestinas, una de tantas fuentes de
ingreso de la familia de Mónica, “El clan Faveranni”.
Mónica mezcla tabaco con marihuana, mirando fijamente desde el ring a las butacas
vacías, recordando a la gente que subía por la colina dispuesta a presenciar sangre y violencia.
Ahora mismo, esos estúpidos que no entienden de boxeo, son zombis golpeando la puerta de
metal y esperando su ración.
A lo largo del camino de anarquía de Mónica desde su casa hasta aquí, los zombis a los
que ha tenido que abatir, han sido contados, observados y memorizados. De la manera
exhaustiva en la que, sólo un capo de la mafia de Bolonia como Mónica Faveranni, puede
mostrar en la repentina situación de ver que, el bonito chalet en el que vives, queda en uso
inviable por defunción de casi toda la población.
La muerte se propagó tras un fuerte estallido, pilotando un cuerpo humano como su
irónico y sarcástico vehículo favorito y avanzando hacia el absoluto caos.
Su cerebro iba visualizando cada zombi al que había reventado con su Lamborghini,
ilustrando cada muerte en su cabeza para matar mejor al siguiente, para ser superior al siguiente.
Bolonia era un nefasto sitio para morir.
Mónica, como buena fetichista, siempre había querido morir en brazos de un hombre
guapo y bien vestido. Lo más cercano al fetichismo que ha podido ver desde la explosión, ha
sido el cuerpo muerto del cartero avanzando hacia ella, el primer zombi al que disparó.
Los zombis que someten con su muerte hambrienta la totalidad de Bolonia no son
precisamente rápidos y musculosos, como los de las películas modernas. Son torpes y lentos,
una metáfora de la muerte con piernas. Una gran cantidad de ellos, está aporreando la puerta
metálica que da acceso directo al local desde el exterior, provocando un ataque en forma de eco
sonoro, directo a los destrozados nervios de Mónica.
Sus pantalones de chándal, están teñidos con sangre. Nimios trozos putrefactos de
entrañas se mezclan con pintura blanca de hará unas tres horas, cuando Mónica se recreó
demasiado con el segundo zombi al que mató, su vecino paralítico.
El callejero de Bolonia, una Magnum-44, una Beretta 92F, numerosas balas y una bolsa
de hierba descansan a su lado, en el suelo del ring.
La rabia de Mónica aumenta con los brutales golpes metálicos en la puerta, propagados
por el eco de la sala. Enciende un canuto de marihuana y soporta del concierto que da la muerte
mirando al coche. Inhala dos caladas y grita:
“Claudia cariño, lo siento pero tenemos que irnos para siempre”
La explosión
Claudia tiene doce años. Lleva un precioso vestido azul de una pieza y unas diminutas
Converse en sus pies que saltan a la comba en el jardín. Su madre, Mónica, está pintando el
interior de la caseta de madera que le construyó mientras ella pega su oído a la puerta.
“¿Podré ver la tele antes de comer?”
“Si, pero no entres. Te puedes manchar de pintura y todavía no he terminado”
La huida de Bolonia 3 40
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El cielo se tiñe de negro súbitamente y las nubes dejan de reflejarse en el cristal del
Lamborghini Diablo de su madre. Las ramas del Flamboyán que da sombra a la caseta,
comienzan a moverse al compás de un súbito viento helador.
“Satán”, el canario de Claudia, se agazapa dentro de la jaula que sostienen sus manos.
Un estallido brutal surge de las nubes grises. El reflejo del mismo, tiñe de rojo profundo
los tejados de los chalets de lujo.
Giorgio, el vecino de al lado, contempla desde su silla de ruedas el espectáculo
sobrecogedor que desbanca con creces a su pérdida de las piernas en Afganistán: lo más
parecido al fin del mundo que había visto en su vida. Un pájaro se desploma desde un árbol
hasta el césped, estallando como un globo lleno de vísceras.
Todos los seres vivos caen al suelo desmayados y el último segundo de paz y un rayo de
la luz del sol hacen las maletas y se van para siempre, sumiendo sus cuerpos desmayados y todo
lo que les rodea, en la más absoluta oscuridad.
Mónica
Mónica despierta en el suelo de la choza, aturdida y semiinconsciente. Todo está
oscuro.
Se incorpora pronunciando el nombre de su hija y encendiendo un mechero, cuya tenue
luz alumbra el interior de la caseta a medio pintar. Cuando abre la puerta, la única iluminación
son las farolas del jardín, repletas de mosquitos girando sobre sí mismos.
“¡Claudia!”
“Estoy aquí mamá. Ayúdame” dice Claudia desde el interior del Lamborghini Diablo,
con la jaula del canario entre sus manos.
Mónica corre hacia el coche mientras saca una Beretta 92F del bolsillo del pantalón del
chándal. Su cabeza le da vueltas ante la repentina muerte de la luz. Escucha un grave gemido,
vuelve la mirada mientras se dirige a la puerta y, súbitamente, se detiene con cara de póker
mirando hacia el lateral de la garita. Una figura arrastra sus pies lentamente hacia ella,
emitiendo un sonido asqueroso.
Al llegar la silueta bajo la farola, la leve iluminación esboza la estampa del cartero, con
los ojos completamente en blanco, una continua gárgara de sangre inaudita dentro de su boca y
sosteniendo un gato muerto con la mano, que dibuja una débil línea de sangre en el césped.
Mónica comienza a andar hacia él, levanta su brazo derecho, que desemboca en la Beretta92F y
dispara cinco veces sobre su cara a bocajarro, haciendo estallar su cerebro difunto. El gato se
retuerce en el suelo con las tripas salidas y otro disparo en la cara termina con su sufrimiento,
provocando un falso y efímero momento de paz.
Mientras enfila de nuevo el camino hacia el deportivo con su hija dentro, avista a
Giorgio en su silla de ruedas, avanzando lerdamente hacia el jardín, con los ojos en blanco y
segregando hemoglobina a través de su boca, llena de pústulas.
Una bala de la Beretta92F revienta el hombro de Giorgio, tirándolo de la silla. Giorgio
no responde, sólo emite sonidos guturales desde el suelo e intenta subir la cabeza hacia arriba,
provocando una gárgara contínua de sangre. Mónica coge sus brazos como puede y lo ata a las
ramas con la comba de Claudia. Pero Giorgio no es Giorgio. Tras pegarle un tiro lateral en la
mandíbula para evitar ser mordida, entra en el interior de la caseta, coge el bote de pintura
La huida de Bolonia 3 41
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) blanca y se pone prácticamente detrás del cuerpo lisiado de Giorgio, sin boca ni piernas. Giorgio
sólo emite un sonido gutural que resuena en la oscuridad del jardín. Mónica dispara a la lata de
pintura, reventándola y tiñendo a ambos de color inmaculado.
“Mamá, vámonos. Grita Claudia desde el coche”
Mónica coge un trozo puntiagudo de la tapa del bote y comienza a cortar el cuello del
zombi tullido poco a poco, hasta rebanarle la cabeza por completo.
Llena de sangre y pintura, levanta la puerta del Larborghini, mientras divisa a lo lejos a
una multitud de zombis avanzando animalmente a lo largo de la calle.
La sala de peleas clandestinas
“Claudia, cariño, lo siento pero tenemos que irnos para siempre”
El grito de Mónica se repite una y otra vez, rebotando contra las vigas de metal del bajo
techo de la sala de boxeo clandestina, mezclándose con los chillidos y golpes metálicos, cada
vez más crecientes. Ya debe haber un centenar de zombis ahí afuera.
Baja del ring furiosa, cogiendo un arma con cada mano, y sigue gritando mientras se
dirige al despacho de su padre. Una vez allí, abre un armario metálico parecido a las taquillas de
los institutos de las películas norteamericanas. Coge una botella de champagne caliente y
comienza a agitarla mientras sigue gritándole a su hija. El corcho impacta en el blanco: la viga
de hierro que hay dos metros por encima del techo del Lamborghini.
El licor gaseoso cae por los laterales de la boca de Mónica mientras se dirige de nuevo
al armario, guardando la Beretta92F en su bolsillo. Coge varios rollos de cable para pescar y una
lata de gasolina. Mónica sube al techo del Lamborghini negro mientras observa a su hija, en el
asiento del copiloto, a la que lanza un beso aéreo con lágrimas en los ojos.
Esparce la gasolina por el suelo, desde el techo del coche. Hasta que la lata se vacía del
todo. Entrelaza los cables de pescar, creando una cuerda metálica que ata a la lata vacía de
gasolina. Tira la lata por encima de la viga y, ata la soga que cae al tubo de escape. El cable de
pescar le aprieta demasiado la garganta, sangrando levemente por ello. Mete su mano derecha
en el bolsillo y saca el mando de la puerta, pulsando el botón rojo de la total destrucción.
A medida que la puerta de metal sube, un equipo de futbol de niños zombis se cuela por
el hueco, avanzando con los ojos en blanco y una cabeza como pelota en la mano del más feo de
todos, el que lleva el brazalete de capitán. Una vieja zombi, andando con un bastón, cae al suelo
aplastada por un zombi obeso y mórbido. Todo va llenándose de zombis en cuestión de
segundos. Mónica da una última calada al porro, para lanzarlo después al suelo y saltar del
techo, comenzando a arder el suelo y todos los zombis que van comiendo su ahorcado cuerpo
agonizante envuelto en llamas.
Y Claudia sigue golpeando furiosa y hambrienta la ventana del copiloto desde dentro
del coche. Con los ojos en blanco y la boca repleta de sangre.
La huida de Bolonia 3 42
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ¿QUÉ ÉS ESE OLOR?
Oí ruidos en la calle, me asomé a la ventana pero no se veía ni un alma paseando por allí
a pesar del jaleo que había oído hacía un momento.
Me extrañé pero no le di importancia, a veces ya me pasa que oigo cosas y los demás
no. Llegué a pensar que soy yo, que tengo el oído muy fino, quien sabe.
De nuevo se volvió a oír como si estuvieran en pleno concierto justo en la puerta de mi
casa, fui corriendo hacia la puerta y la abrí. Bull vino corriendo hacia mí poniéndose a mi lado
ladrando como un loco.
Nada más abrir la puerta me dio un bofetón de un olor que era nauseabundo, incluso me
dieron arcadas y ganas de vomitar. Olía a carne putrefacta, como si hubiera estado expuesta a la
intemperie al menos un mes pero también olía a alcohol, como si alguien hubiera caído en una
piscina llena de whisky, instintivamente me tapé la nariz con la mano.
A lo lejos en la calle se oía el barullo, miré a la derecha y vi una cantidad de gente que
se aproximaba, como era habitual estaba yo sin mis gafas y de lejos no distinguía gran cosa, así
que arrugué los ojos para enfocar mejor. Veía un grupo de personas caminando por la calle
hacia mí. Eso no me preocupaba pero lo que sí era preocupante era el peculiar olor. Jamás había
olido algo tan… asqueroso, si se me permite decirlo.
El grupo de gente se iba acercando y todos caminaban de una forma muy rara, como si
no pudieran caminar bien o algo por el estilo, parecía que llevaban años caminando por la
pesada forma de andar que tenían. A medida que se acercaba la masa humana más intenso era el
olor, no aguanté más y me metí en casa cerrando la puerta, el olor era insoportable.
Me dirigí al baño y me eché un poco de agua fría por la cara y la nuca a ver si así se me
pasaban un poco las nauseas, se me estaba revolviendo en el estómago la pizza cuatro quesos
que me había comido hacía un rato. Me apoyé en la pica con los ojos cerrados dejando resbalar
las gotas de agua por mi cara y mi pelo. Bull me miraba sin saber qué hacer, él tampoco
entendía que estaba pasando. No se movía de mi lado, creo que el perro estaba más asustado que
yo.
Oí como golpeaban la puerta de entrada en mi casa, Bull empezó a ladrar corriendo
hacia la puerta, yo estaba convencida que sería el misterioso grupo así que me hice la loca.
Volvieron a golpear la puerta pero más fuerte, durante un instante me dio miedo que echaran la
puerta abajo, así que fui corriendo hacia la entrada, puse el cerrojo y ajusté una silla con el
pomo de la puerta para que fuera imposible abrirla. Me agaché y acaricié al perro que estaba
muy nervioso. Uno de los dos tenía que mantener la calma, si me ponía a gritar como una
histérica por toda la casa tampoco iba a arreglar nada.
De fondo se oía un murmullo ininteligible y el olor cada vez era más fuerte. Una mezcla
entre carne descompuesta y alcohol.
— ¿Pero esa gente no se han lavado en años? —pensé.
De nuevo más nauseas, al final tuve que ir corriendo al baño y despachar por el wáter
los restos de la rica pizza que había comido antes. Me lavé los dientes para quitarme el sabor y
bebí un poco de agua, Bull no se despegaba de mí ni un momento. Me encontraba fatal, como si
estuviera pasando la peor resaca de mi vida.
Fui al salón y me senté en el sofá, Bull saltó al sofá sentándose a mi lado. Por las
ventanas veía… ¿¡Zombies!? No podía ser, seguro que me había subido la fiebre y estaba
empezando a delirar. Estaba alucinando, eso era mejor que todas las setas alucinógenas del
mundo juntas. ¡Veía zombies por las ventanas! Aquello me recordó la famosa canción de
“Thriller” de Michael Jackson, empecé a tararear “'Cause this is thriller, thriller night”, empecé
¿Qué es ese olor? 43
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) a reír yo sola a carcajada limpia, el perro me miraba como si me hubiera vuelto loca. Todo eso
era lo más surrealista que me había pasado nunca.
Los zombies seguían aporreando la puerta de mi casa y estaban todos agolpados en las
ventanas, en ese momento me sentí como un mono de feria, sólo faltaba que me tiraran
cacahuetes.
Ahí estábamos mi perro y yo, sentados en el sofá cuando un montón de zombies nos
tenían acorralados, lo único que esperaba era que no rompieran un cristal y se metieran dentro
porque entonces ahí seguro que me desmayaba.
Cada poco me venía una ola de ese olor, mi cuerpo ya se estaba acostumbrando aunque
las arcadas persistían. De nuevo volví al baño e intenté devolver pero ya no me quedaba nada en
el estómago. Esa sensación es horrible, querer vomitar y no tener nada que arrojar. Hice unas
gárgaras con enjuague bucal para quitar el mal sabor de boca.
Volví al salón con Bull pegado a mis pies y a través de las ventanas ya no se veía nada,
ni rastro de los zombies. Olisqueé y el olor ya no era tan intenso como momentos antes.
Estuve un rato dudando entre salir a fuera o no, quité la silla que atrancaba la puerta y
quité el cerrojo. Tardé unos minutos en abrir la puerta, como hubiera un solo zombie en la
puerta esperándome me daba un ataque al corazón ahí mismo.
Abrí la puerta y me asomé, el perro seguía a mi lado, creo que lo último que se esperaba
el animal era tener que defenderme de muertos vivientes.
Salí a la calle y ni rastro de los zombies, la peste persistía pero no se veía a nadie, vi al
perro olfateando el aire y se giró a la izquierda, parecía que la comparsa había pasado de largo
después de husmear a través de mis ventanas.
El final de la calle era un callejón sin salida, así que no podían haber ido muy lejos.
Caminé hacía la izquierda unos pasos, me giré y Bull seguía plantado en su sitio.
— Vamos chico, ¿no tienes curiosidad?, ¡venga vamos!
El perro corrió hacia mí y paró cuando llegó a mi lado. Lo miré, me miró y ambos nos
dispusimos a caminar calle abajo para ver que había sido de los zombies.
Llegamos casi al final de la calle cuando a lo lejos vi una multitud, de nuevo ese
particular olor en el ambiente. ¿Una congregación de zombies? Tenía toda la pinta.
Me aparté del centro de la calle e intenté pasar desapercibida bordeando las casas del
lado izquierdo. No me apetecía nada que me descubrieran. Miré al perro y le hice una señal para
que estuviera callado, no acostumbraba a ladrar pero solo faltaba que ahora le diera por innovar.
Me colé dentro de la última casa a la izquierda, estaba deshabitada hacía años. El ruido
procedía de aquí. Bordeé la casa, todas las casas de esa calle eran idénticas así que sabía
exactamente donde estaba todo, la parte trasera es donde está la cocina que ésta comunica con la
terraza. A medida que me aproximaba oía ¿Música? Y el olor característico.
Me asomé y no pude dar crédito a lo que estaba viendo: ¡¡Un grupo de zombies
haciendo una fiesta al aire libre!! Tenían música puesta y supongo que los movimientos raros
que hacían era que intentaban bailar. Tenían una mesa llena de botellas, muchas de ellas medio
vacías o derramadas por el suelo y en total habían muchos más zombies de los que hubiera
podido imaginar en mi vida. Por lo menos había cien zombies ahí reunidos.
Daba la sensación que se lo estaban pasando de miedo y nunca mejor dicho. Así que di
media vuelta y me fui para casa. Mientras caminaba de vuelta, se me ocurrió pensar que los
zombies no tenían muy claro en qué casa era el fiestorro y al asomarse y al verme solo a mí con
mi perro pensarían que se habrían equivocado y de casa.
Llegué a casa, me senté en el sofá y continué viendo la televisión como si nada hubiera
pasado.
¿Qué es ese olor? 44
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL ZOMBIE
— Doctor, necesito que alguien me crea. Le juro que no estoy loco, y si no hubiera visto
lo que vi con mis propios ojos nada en el mundo me convencería de que esta historia es cierta.
Pero tiene que creerme, porque no es ninguna broma: le juro que nunca me había pasado antes.
Mi familia cree que perdí la razón o que me dedico a la bebida. El sábado pasado vi los
ojos de mi mujer fijos en mí cuando me serví una copita de buen vino tinto para acompañar el
asado. Tiene miedo de que me convierta en un alcohólico como su padre, un borracho perdido
que veía visiones y hablaba pavadas, puros delirios.
Yo no soy abstemio, no: un vaso de vino en las comidas, una cerveza cuando estoy con
mis amigos, algún licor... pero sé controlarme y además le juro que nunca probé una gota de
alcohol en horario de trabajo. La situación no está como para perder un buen empleo por una
irresponsabilidad como esa, ¿no le parece?
No, tampoco fumo, no tolero los cigarrillos, ni los comunes ni de los otros. No tengo
idea de lo que es la droga, ni quiero conocerla, por supuesto: Tengo una hermosa familia, un
trabajo cómodo, mi casita en la costa. ¿Para qué necesito la droga?
Podría decir que soy feliz. No tengo grandes ambiciones: sólo poder alimentar a mis
hijos, vivir con mi mujer a la que quiero desde que la conocí en una fiesta familiar, hace
exactamente catorce años.
Nos casamos al terminar el secundario. Tenemos dos hijos, una nena y un varón.
Candela es la luz de mis ojos, y el muchacho, aunque travieso, es mi gran orgullo. Quiere ser
jugador de fútbol, por eso lo mando a entrenar con el equipo del club del barrio, y cuando crezca
veremos.
Mi trabajo es sencillo y me deja mucho tiempo libre. Soy guardia de seguridad en una
joyería del centro. Cubro el turno noche junto a otros dos compañeros. La firma ocupa parte del
subsuelo (donde está la cámara de seguridad donde se guardan las alhajas más costosas) y dos
pisos del edificio. Como soy el empleado más antiguo y confiable (hace ocho años que trabajo
con ellos, ocho años sin una queja de mis jefes) mi tarea es controlar las cámaras de video y ver
que mis compañeros no se duerman o dejen de hacer sus recorridos durante la noche.
Mi área es el subsuelo. Allí está la habitación con los monitores de televisión donde se
reciben las señales de las veinte cámaras que vigilan toda la noche los pasillos desiertos, las
escaleras de mármol blanco y los salones elegantes donde las mujeres convierten en diamantes
las traiciones de sus maridos.
Pero yo no veo damas ricas ni ancianos millonarios: como le dije trabajo por la noche y
cuando mi turno termina, a las siete de la mañana, sólo quiero regresar a casa, con mi mujer que
me espera con el mate listo y los chicos preparados para ir a la escuela.
Conversamos un rato y luego me acuesto a dormir hasta el almuerzo. Esas pocas horas
me alcanzan: nunca fui de mucho dormir, ni siquiera cuando era adolescente. Comemos y por la
tarde me dedico al jardín o ayudo a mi cuñado en la tapicería. Siempre me queda un rato para
ayudar a los chicos con sus tareas o para llevar a Guille al club.
En todo este tiempo no hemos tenido ningún robo. Los ladrones saben que el sistema de
seguridad (las cámaras, las alarmas) es infalible. No llegarían a entrar al edificio y ya la policía
estaría sobre ellos. Sólo una vez hubo un incidente con una manifestación que pasaba por la
calle, alguien arrojó una piedra y la alarma empezó a sonar, pero esto me lo contaron ya que
pasó a las seis de la tarde y yo entro a las once.
Como verá, mi trabajo no me desagrada aunque es bastante rutinario. Nos entretenemos
con la radio y conversando con los compañeros sobre las noticias del día, aunque luego cada
uno tiene que hacer sus recorridos, ellos por los pisos superiores y yo por el subsuelo.
El zombie 45
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Andrés y Juan respetan mi antigüedad en el trabajo y mi suerte de “jefatura”. Saben que
yo controlo que realicen sus caminatas por los pasillos en las horas acordadas, que revisen el
funcionamiento de los aparatos de alarma (los sensores, las centrales) y que completen la
planilla donde hacemos el informe del turno. Hace cuatro años que nuestra planilla dice
invariablemente: “Sin novedad”.
Hace mucho tuvimos problemas con unos murciélagos que nos tenían ocupados con sus
falsas alarmas. Una visita del exterminador de plagas y el asunto no volvió a molestarnos.
Le cuento todo esto para que vea que mi trabajo no me produce estrés, no tengo
presiones de mis jefes ni conflictos con mis compañeros.
Hasta hace unas semanas todo marchaba a la perfección, pero un día (que me
estremezco al recordar) todo cambió. Desde ese instante mi vida no volvió a ser la misma.
Una noche como cualquier otra paseaba mi mirada por el monitor de la cámara blindada
cuando vi o creí ver algo que me heló la sangre. Me pareció ver a alguien, a una persona dentro
de la habitación. Fue un segundo y después desapareció. Sin embargo, la alarma no había
sonado, todo estaba en perfecto orden.
Revisé el monitor pero no había nada, no había señales de intrusos, que de todas formas
no hubieran podido esconderse sin que las filmadoras los descubrieran.
Como sea esa noche no me sentí tranquilo y al volver a casa me costó conciliar el
sueño. Tres días después volvió a ocurrir. No era totalmente una presencia sino más bien “como
una sombra”, diferente a aquello que podemos percibir de los vivos y de todas las cosas diurnas
e inanimadas que nos rodean. Lo vi con el rabillo del ojo, una mancha que se deslizaba por el
borde de la pantalla y desaparecía cruzando la zona ciega de las cámaras.
Como estoy sólo en la cabina de mando, mis compañeros no vieron nada, pero por las
dudas les pregunté por el handy si todo estaba en orden y sin novedad. Se extrañaron de la
pregunta, fuera de lo habitual, pero me aseguraron que era una noche tan tranquila como
cualquier otra.
Retrocedí la película y busqué el momento en que ese ser había atravesado el cuarto: no
había en la grabación nada más que una franja oscura escurriéndose, atribuible a un defecto de
la cinta. Comprendí con horror que “lo que fuera” esa cosa no tenía nada de humano a pesar de
cierto aspecto corpóreo, una entidad a medio camino entre este mundo y el otro, un “semivivo”,
un zombie.
Probablemente había estado siempre allí, fantasmal, oculto entre las sombras, pero
nunca hasta ese momento había penetrado en mi conciencia.
¿Por qué yo? ¿Por qué ahora? No lo sé, no puedo siquiera imaginarlo. Soy un individuo
rutinario, un mediocre. Tal vez por eso el “aún no muerto” se ha acostumbrado tanto a mí, a mi
vigilancia silenciosa de cada noche, que ya no se cuida tanto como antes y ahora se atreve
incluso a pasearse y circular libremente por todo el edificio.
Hace diez días Juan enfermó y con el otro guardia cubrimos su recorrido. Caminaba por
un corredor del primer piso cuando un soplo de aire frío, pasando a mi lado, me hizo erizar la
espalda y un escalofrío me recorrió de los pies a la cabeza. Me di vuelta y alcancé a ver como la
sombra cubierta de harapos doblaba en el pasillo y desaparecía en una oscuridad de la que
parecía formar parte.
Desde ese día lo he visto tres veces, cada vez más temerario. Sin embargo, mis
compañeros no lo han visto ni sentido nunca. ¿No es para volverse loco?
Cuando ya no pude aguantar tanta presión, le conté todo a mi esposa. Me miró con
azorada incredulidad y me rogó que ya no bromeara con ese tipo de cosas. Insistí hasta que salió
de la habitación dando un portazo y diciendo que iba en camino de convertirme en borracho o
un demente.
El zombie 46
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Ayer pude ver su rostro semidescompuesto. Estaba sentado en la gran escalera que
comunica el hall de entrada con el primer piso. Tras sus harapos y su piel que apenas cubre el
esqueleto se transparentaban los escalones de mármol blanco. Pero yo vi – o más bien,
“percibí”- un rostro moreno y ceñudo, la mirada impenetrable de un indígena.
Hace algunos años leí que al edificar en algunos lugares de la Capital se encontraron
restos de los primitivos habitantes, los querandíes. Algunos fogones, utensilios de piedra y
hueso... y también los antiguos cementerios donde practicaban ceremonias y rituales de
enterramientos colectivos. Creo recordar que el dueño de la joyería (fallecido hace años) decía
que al construirse el edificio las máquinas habían triturado muchos esqueletos blanqueados por
el tiempo.
Ya veo que usted tampoco me cree. De nada sirve que me diga que me tranquilice, ni
que me ofrezca estas pastillas. Le digo que todo es absolutamente cierto y que me encuentro en
mis cabales. No, no deseo acompañar a estos caballeros a ningún otro sitio, por más relajante
que sea. Suéltenme, suéltenme, les digo, no estoy loco, no estoy loco, no estoy loco...
El zombie 47
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) AL QUINTO DÍA
Es el quinto día de encierro en este galpón maloliente. Ceci lleva la mayoría de estos
días con una fuerte infección urinaria. Ya no soporto ver el sufrimiento de mi esposa al orinar,
apenas si puede contener las lágrimas. La infección puede llegar a mayores y ya tardé
demasiado en conseguir su medicina. Es ahora. Es ahora o nunca.
Los ojos de ella profieren más dolor que cualquiera de las palabras que utiliza para
intentar detenerme, pero en estos momentos el dolor es lo único que reina en nuestras almas, a
demás del terror.
— Voy a salir —le digo.
Abro la puerta cautelosamente, con el corazón palpitándome en las sienes. El temor de
morir nunca se pierde y esta noche, vuelvo a sentirlo.
Es casi chistoso recordar cómo creíamos ser personas serias y ejemplares al reírnos de
historias de vampiros, extraterrestres y zombies. Es dolorosamente cómico abrir la puerta del
sucio galpón dónde nos hemos mantenido a salvo mi familia y yo durante una semana, porque
de repente los muertos, literalmente, se levantaron de sus tumbas y comenzaron a comer de
nuestra carne.
Es como si se tratase de una venganza, o simplemente un hecho diabólico. Yo creo que
pueden ser los dos, incluso podría reírme de toda la situación, pero eso sería acariciar la locura
con las manos.
Una tarde mientras dormía mi siesta, me despertaron, sobresaltado, los gritos de mi
hijita en la cocina, al observar como el tío que había muerto hacía siete meses atrás comía del
cráneo partido del cortador de césped, quién por cierto, ni siquiera estaba del todo muerto.
De ahí en adelante es poco lo que recuerdo con claridad. Y hasta el día de hoy, sueño
con despertar de la espantosa pesadilla. Así comenzó todo, en una locura de gritos, llantos y
sangre, en un escenario donde reinaba la muerte y el olor a descomposición.
Nos mudamos los cuatro al galpón donde guardamos las herramientas y las cañas de
cuando íbamos a pescar al río. No fue lo que digamos una verdadera mudanza, ya que solo
llevamos lo puesto y nada más. Donde pensábamos mantenernos juntos y a salvo hasta que
terminara la locura y todo volviera a la normalidad, al mundo como lo conocemos.
Luna y Mateo, mis hijos, ya no están. Aterrorizados, un día, al temer por su gato que
aún seguía fuera, se escaparon del galpón para salvar su vida. El gato se salvó, ellos no. Y
nosotros ante nuestros hijos, uno mutilado horriblemente y el otro al borde de convertirse en
uno de ellos, cerramos la puerta del galpón hasta el día de hoy: El día que no dejaré sufrir a mi
esposa, o ponerla en riesgo de muerte solo por mi cobardía.
Veo el árbol, la casa y a una cuadra está la farmacia. Corro, corro tan rápido como lo
permiten mis piernas pero no tanto como quisiera. Al pasar por la puerta de mi casa los gritos de
mi esposa intentando detenerme, ya no se oyen. Es un alivio.
El corazón se me escapa del pecho y los ojos se sienten a punto de estallar. Estoy
aterrado pero tan solo debo procurar que no me huelan. Los zombies utilizan el olfato, levantan
el mentón y olisquean el aire, como si fueran perros de caza.
Faltan solo algunos pasos, una corta carrera y listo. Estoy adentro. Sé bien donde
conseguir las pastillas, Ceci viene sufriendo de infecciones urinarias desde siempre pero
ninguna había llegado hasta tal punto. Las tomo entre mis manos y tengo mucha prisa porque se
las tome y deje por fin de sentir dolor. Cada vez se ve más demacrada y las infecciones pueden
terminar en algo mucho peor.
Al quinto día 48
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Doy la vuelta pero incluso antes de hacerlo sé que algo está mirándome desde el fondo
de la tienda pero no es hasta que lo veo que comienzo a correr, apretando las pastillas en mi
mano, como si se trataran de un talismán.
Estos zombies no son tan lentos como en las viejas películas de terror, por desgracia.
El maldito monstruo huele tan mal que me revuelve el estómago. La carne putrefacta le cuelga
de los huesos y no puedo reprimir una sonora arcada que por poco me saca el aliento.
El hijo de perra me sigue pero sé que no me alcanzará, son solo tres zancadas más y
tocaré la puerta para que Ceci la abra y esté a salvo con ella. Uno, dos. Pero no es él quién me
desestabiliza y me tira al suelo, es Mateo, ese monstruo que solía ser mi hijo, que con su boca
manchada de sangre humana, me arranca un trozo de nariz, así como si fuera un juego. ¿El
dolor? El dolor es verlo convertido en eso. La sangre caliente baña mis mejillas.
En ese momento Ceci abre la puerta del galpón y grita mi nombre. Le grito que cierre la
puerta, que lo haga de una puta vez, pero no lo hace.
Mi visión comienza a teñirse de rojo carmesí. El olfato se agudiza y de pronto puedo
oler la carne fresca de Ceci que continúa parada en la puerta. No puedo contenerme, tengo
hambre, un hambre voraz y si no como, siento que perderé la cabeza, aunque inconscientemente
sé que ya lo hice.
Era domingo por la mañana. Ceci había preparado el desayuno mientras Luna me
ayudaba a cargar las cañas en la parte trasera de la camioneta.
Ceci actuó extraña en camino al río, parecía que algo le molestaba, pero sin embargo no
dejó de cantar las clásicas canciones de viaje que tanto le gustaban a Luna.
En cuanto llegamos al río, Luna se despojó de su ropa y se metió al agua estrenando su
adorable traje de baño de color rosa. Era su primer traje de baño, tan solo tenía tres años.
En la orilla nos sentamos Ceci y yo, mirando a Luna juguetear en el agua, chapoteando,
ya que era pequeña aun para nadar. A la edad de ocho años ya sería una excelente nadadora.
Rodeé a Ceci con un brazo y le pregunté qué sucedía.
— Es la menstruación —me dijo.
— No te preocupes, querida, recuerda que solo durará algunos días —le dije.
— Durará un poco más que eso —dijo con ojos brillantes— es que la menstruación no
me ha venido.
La miré a los ojos y los tenía teñidos de miedo. La abracé fuerte y le dije cuanto la
amaba y que de la misma manera amaría a ese hijo que crecía en su vientre.
Ceci me besó suavemente y lloró lágrimas de felicidad.
Nueve meses más tarde nació Mateo. Pesó casi cinco quilos. Era enorme, saludable y
hermoso.
De pronto mi cuerpo se levanta del suelo. Veo la figura de mi esposa haciendo señas,
gritándome horrorizada. Aún la amo, eso no cambia. Pero tengo hambre. El paquete con las
pastillas cae de mis manos como en cámara lenta.
Con lágrimas en los ojos tomo a Ceci entre mis brazos y con un movimiento rápido y
seguro quiebro su cuello. No quiero que sufra.
Su sangre es tibia. Mis sentimientos se van apagando de a poco. Lo único que veo es
oscuridad. Lo único que tengo es hambre.
Al quinto día 49
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) PLAN B
—¡Clava la estaca en su pecho! ¡Hazlo ya Richard, YA!”
Con una potente patada el cuerpo de la voraz bestia cayó al piso, sin titubear ni un segundo su
mano, que empuñaba un afilado trozo de madera, buscó el pecho del monstruo, solo sintió un poco de
resistencia antes de atravesar la hedionda piel y destrozar el negro corazón que mantenía con vida
semejante engendro. La criatura comenzó a gritar de manera espantosa mientras se retorcía en el frío
mármol. De sus ojos brotaba una fría maldad capaz de congelar al alma más débil, hacía tiempo que
había dejado de ser un ser humano. Era el final.
— ¡Regresa al infierno de donde viniste! —Exclamó Vicente, mientras rociaba el cuerpo con
agua bendita. —¡El Señor está de nuestra parte!
Richard se tumbó a un lado y soltó el gran crucifijo que aún mantenía en su mano izquierda,
miró a sus compañeros y tomó aíre; no había sido una batalla fácil. —Lo hicimos, está muerto.
—Sí, pero no te alegres, aún falta mucho por purificar, este es solo nuestro primer triunfo
sobre el mal. –Fernando hojeó de nuevo el libro y mostró una expresión meditabunda en su rostro.
—¿Pasa algo? ¿Qué sigue a continuación? ¿Hay alguna otra cosa que debamos hacer, algún
tipo de ritual? —Comentó Vicente que parecía extrañado luego de haber visto el semblante de su
amigo—. ¿Cortar su cabeza, comer sus vísceras?
—No es nada, es solo que me parece algo extraño. —Este le devolvió la mirada. A su derecha
Richard aún intentaba recobrar fuerzas.
—Creo que es mejor que hables de una vez, no quiero tener que improvisar de nuevo. —Aún
con la respiración agitada y haciendo acopio de su fuerza, el último miembro del grupo, se puso de
píe—. ¿Dónde has encontrado ese libro? Creo, como todos, tener información de carácter general; He
visto cientos de películas de terror y también tengo mis dudas, creo que estamos pensando lo mismo
así que habla ¿Qué pasa?
—Es verdad, hay algo que me preocupa pero viendo los resultados creo que mis dudas
deberían estar despejadas.
—Entonces, ¿qué pasa? –Dijo Vicente que parecía no entender de que iba el asunto.
—¿Por qué no les afecta la luz del sol? —Respondió Fernando mientras seguía mirando
páginas al azar.
Los tres se miraron. Ninguno tenía una respuesta.
—Lo mismo pensaba. Es algo bastante extraño. ¿Alguien notó sí por lo menos brillaba?
—¿Brillar? ¿De qué coño hablas? —Fernando miró a Richard con expresión de haberse
perdido en la conversación—. ¿Cómo un hada o algo por el estilo? –Dijo cuando, por sorpresa, algo lo
tomó por los pies y lo hizo caer al piso.
Vicente que aún no terminaba de asimilar la situación, algo innato en él, comenzó a gritar y
tirar agua bendita como si estuviera poseso. Los ojos de Richard parecían querer salirse de sus órbitas.
Tomó las manos de Vicente y lo haló con todas la fuerzas que le quedaban, éste no daba crédito a lo
que estaba pasando; a sus pies, con una boca aún hambrienta, la criatura hacía notar su presencia. Tiró
a su amigo a un lado y cogió lo mas cercano que tenía en su arsenal; un oxidado martillo de gran
tamaño terriblemente pesado, que más tarde sería bautizado como “Mi Bella Lucy”, y aplastó el sucio
cráneo del monstruo; una grumosa compota cerebral se esparció por el piso y salpicó las botas de
todos los presentes. Está vez el cuerpo quedó inerte en el suelo. Vicente terminó de vaciar los frascos
de agua bendita y con un rostro desencajado por el miedo y con lágrimas en los ojos dijo: —Se acabó
el agua… ¿Qué haremos?
Plan B 50
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Richard miró a Fernando que aún no salía de su asombro; levantó a “Mi Bella Lucy”, observó
como escurría un espeso zumo viscoso, pateó el crucifijo que tenía ante sus pies y dijo: —Es hora de
poner en marcha el Plan B.
Plan B 51
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) NECROMIGRANTES
Aunque faltaban más de tres años para la consecución de las elecciones, las fuerzas
políticas estaban muy preocupadas por las encuestas de intención de voto y por los “gestos”
que podían hacerles ganar o perder puntos. Pero todo poder tiene dos caras y muchas barajas, y
con la irrupción del la necro migración, éstas se agudizaron llegando no sólo a la cruel
ambigüedad habitual si no a la ineptitud más absoluta.
Pero ni todo estaba perdido ni la sociedad dejaba de contar con los resortes necesarios
para enfrentarse a un peligro que iba más allá de un escaño o una emisora en la TDT y que
amenazaba con devorar bastante más que el estado del bienestar, de por sí ya mermado.
Javier estaba radiante. Tenía motivos para estar contento, no, no había conseguido
trabajo ni siquiera cobraba el subsidio mínimo, eso ya vendría si no aquel año, el siguiente. Era
mucho más importante que eso, le habían aceptado como oficial de los voluntarios cívicos.
Guardaba en el bolsillo de la cazadora como el mayor de los tesoros el recibo con el cual podría
recoger su arma y brazalete de mando correspondiente en la sede del distrito. Eso sí, hasta el
momento de la entrega, las instituciones no se harían cargo de la integridad personal de los
convocados. Con la irrupción de los necro migrantes las pólizas de seguros sufrieron una
revolución que no impidió la bancarrota del sector poco tiempo después.
Por una vez sus estudios universitarios le fueron de utilidad. Ya sólo le quedaba hacer
efectivo su mando sobre su pelotón. Una responsabilidad que estaba encantado de asumir, había
llegado el momento de demostrar su valía, de reivindicarse.
Se asomó, las brigadas de limpieza parecían haber cumplido con su cometido. No se
veía ni una sola de aquellas “carcasas” por las calles.
Puso la radio, la televisión no funcionaba, “ellos” se habían hecho fuertes en el tejado
de su edificio y arrancaron las antenas y la ropa tendida.
Javier se anudó un pañuelo rojo a jaez de brazalete y fue avanzando lenta y
cautelosamente por calles vacías. Las indicaciones de los vecinos le guiaban a voces no sin
molestarle ni aconsejarle una estupidez tras otra. La eterna sabiduría popular, nunca bien
ponderada.
Pero llegó. No tuvo oportunidad de poner en solfa el juego de cuchillos que le regalaron
en su boda, y que usó tan poco como su fugaz matrimonio.
Qué razón tenía la abuela, ahora no se aguanta nada.
Empezó a degustar los privilegios del mando. Una pistola y un cinturón de munición
para él, al resto de su grupo se le habían asignado carabinas del calibre 22, más que suficiente
para dar un poco de luz a esos cabezas huecas sedientos de sangre.
Tener un arma es subyugante y más si se trata de una 38: la capacidad de defenderte,
de destruir al otro, esa absurda y reconfortante sensación de poder entre tus manos, en la que tu
decisión es principio y fin.
Le dieron un sobre sellado, lo debía abrir a las dos horas, y seguir al pie de la letra las
instrucciones allí detalladas.
Abrió un paquete de galletas de chocolate, encendió la tele y puso un Dvd de terror
ochentero. Qué tiempos aquellos en los que había claridad en tantos conceptos excepto en el de
la imagen personal. Siempre aprendería más con eso que viendo una de aquellas mierdas
francesas que tanto gustaban a la crítica.
Nervioso esperó a pies juntillas hasta apurar el plazo, lo leyó de una seguida; llamó a los
números de sus compañeros y subordinados anotados en el pequeño dossier y empezó a vivir
como siempre quiso, sintiéndose él mismo.
Necromigrantes 52 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Antes de reunirse cada uno de ellos debía neutralizar una amenaza inminente. Así se
comprobaban dos cosas: si las armas funcionaban, y el censo demográfico zombi de la zona
afectada.
No dudó ni por un momento de su misión. Este pequeño, inexplicable y exagerado
cataclismo le había dado la oportunidad de hacer justicia, bajo la égida de mando de voluntarios
cívicos. No tendría que dar cuentas ni explicaciones ante nadie. Por fin podría actuar como
había querido toda su vida.
Hizo rodar el tambor de su revólver con una amplia sonrisa en sus labios. Cargador
lleno. Era hora de devolver el equilibrio a un mundo que hasta entonces le había negado todo
orden.
Lo conocía desde hace años, desde que llegaron la paz del barrio se quebró. Los robos y
agresiones se sucedían. Un día se llevaban al primo, otro a la abuela, otro a aquel rubio tan
delgado pero al cabo de poco volvían a estar todo el clan operativo. Sus códigos gestuales, su
incompresible idioma eran prefacios de nuevas actuaciones. Tiendas y bares con escaparates y
persianas reventadas. Cuando venía la policía algunos de ellos desaparecían y una calma
aparente volvía al barrio para disiparse poco tiempo después, cuando la presión policial remitía.
Pero de él no se había olvidado, le había robado dos veces. La primera se calló, igual
que tantas otras veces como cuando fue testigo de cómo le sucedía lo mismo a otros. La
segunda se encaró con él, no perdió su cartera por segunda vez, pero sí el valor al ver el brillo de
la hoja de la navaja. El miedo y la conciencia de ser más corpulento que aquel indeseable le
dieron fuerzas de flaqueza para empujarle y salir corriendo. Nadie le ayudó.
Allí estaba, en la misma esquina en la que tantas veces había sido insultado, una
sombra se asomó por el quicio del semiderruido portal, era uno de ellos. Aunque le temblaba el
pulso, con un brazo sujetó formando ángulo; le descerrajó dos tiros en la cabeza. Se oyeron
gruñidos estremecedores durante segundos. Uno de ellos se abalanzó sobre Javier, pero le
disparó en el pecho, el hombro, la boca y la frente. Aunque desfigurados por la infección,
ninguno de ellos era “él”.
Los gritos continuaban, estos más agudos. Recargó su arma. Se adentró en el umbral del
portal. Un cuerpo se arrastraba ensangrentando el sucio suelo de la portería, las piernas
sobresalían de los peldaños de los primeros escalones. Javier se acercó.
Era él. Le habían arrancado un brazo a mordiscos; chillaba con los ojos desorbitados y
la cara muy pálida.
“Amigo. No dispares. Yo soy como tú. Hablo, no como...
Una detonación y una bala que le rompió el frontal en tres pedazos interrumpieron sus
palabras.
Javier respiró hondo y sonrió satisfecho.
Llamó a sus compañeros de pelotón y les conminó a que trajeran gasolina. El fuego
todo lo purifica.
Aquel día se eliminaron muchos zombis. Y fueron muchos los que sintieron un gran
alivio tras su participación en las brigadas cívicas.
Los afectados por aquella pavorosa y espontánea plaga fueron todos inmigrantes o
personas de otra raza que se revolvían contra los hasta ayer sus vecinos.
Y aunque circularon rumores sobre la posibilidad de que no todos ellos fueran
portadores de la infección, se acabaron desestimando. El peso de la voluntad popular en
momentos tan difíciles venció. Lo sabía Javier que nunca dijo nada al respecto, y lo sabrían
aquellos que callaron no por otorgar si no para seguir una legislatura más.
Necromigrantes 53 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El paisaje de construcciones inacabadas permaneció; pero el barrió volvió a ser el lugar
tranquilo que fue. Por fin.
Necromigrantes 54 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL ESTRECHO CAMINO AL NORTE
Hay un estrecho pero largo pasillo en el edificio de la escuela donde me formé que
guarda tantos misterios como crímenes la ciudad.
Conocido como "el camino al norte", pues en esa dirección cardinal se encontraba el
aula de dirección, era transitado con miedo por aquellos que castigados por sus maestras debían
tomar sus útiles y enfrentarse cara a cara con la directora.
Testigo de llantos contenidos y lágrimas a raudales, el pasillo erigió su fama de siniestro
con el correr de los años.
En los recreos o bien en los juegos de los niños fuera del colegio se contaban historias
que parecían inverosímiles y hasta fantásticas. Relatos sobre chicos que una vez enviados a
dirección ya nunca más eran vistos, otros sobre niñas a las que invisibles manos les cortaban las
trenzas mientras corrían evitando trastabillar y caer rendidas sobre los mosaicos oscuros del
lúgubre recorrido.
Todos habíamos oído hablar de los susurros al pasar; de las paredes que parecían
acercarse unas a otras, estrechando aún más el camino; de los murciélagos que habitaban los
rincones que los ojos no alcanzaban a vislumbrar; de las ráfagas heladas de viento que calaban
los huesos y que parecían provenir de ninguna parte en especial.
De una u otra forma, siempre alguien era castigado y aquello era quizá el miedo mayor.
Todos intentábamos comportarnos, más sabiendo lo que nos esperaba en caso de incurrir en
alguna travesura. Sin embargo, las maestras creían ver en todo gesto un acto de maldad hacia
algún compañero; en cada abrazo, un intento de empujar al otro al suelo y en los diálogos
existentes, escuchar una mala palabra nunca dicha.
En nuestras charlas de niños, esas que discurrían en un sinfín de temas, saltando de uno
a otro como si fuésemos chimpancés bailoteando entre las ramas de los árboles, hablábamos de
ello con un terror silente.
Estábamos convencidos que existía un embrujo y que las maestras estaban poseídas por
ese poder oscuro que con seguridad residía en el aula de la directora. Hasta la campana que
indicaba los recreos parecía sacada de una película de horror; ni siquiera el campanario de la
iglesia sonaba tan lúgubre cuando anunciaba un entierro. Y eso que se hacía escuchar seguido,
porque aquella era una ciudad extraña, donde la muerte era moneda corriente.
Quizá por ello los adultos no creían nuestras historias y justificaban nuestros miedos
amparándose en que ir a dirección no era bonito para nadie. ¿Pero cómo nos podían explicar que
Carlitos faltaba a la escuela desde el día que lo enviaron a dirección por dejar caer una hoja al
suelo en medio de un examen? ¿Cómo podían hacernos olvidar que Angelita asistía a clases con
la boca cosida debajo de ese gran vendaje que llevaba desde la tarde en que comenzó a gritar
alocadamente camino a dirección tras ser haber sido acusada por la maestra de haberle mostrado
la lengua? ¿O podíamos ignorar lo que le sucedió a Juan, o a Ismael, a Florencia, Germán,
Omar, Miguel, Anahí, Jazmín y a decenas de nombres que ahora se me van de la cabeza?
Ir a la escuela era un infierno. Y aquel pasillo una figura fantasmal. Ninguno de
nosotros tenía la certeza de regresar a casa, de volver a jugar con nuestros juguetes, de pelarnos
otra vez las rodillas en la cancha de fútbol del club.
De a poco el color de los juegos, de los pasatiempos, de las cosas felices, perdió su
brillo y se vio opacado por el temor constante. Nuestras sonrisas se borraron y pasamos a ser
niños de ojeras amplias, atentos a no cometer ningún error, a no infringir ninguna "ley", a ser
estatuas vivientes.
El estrecho camino al norte 55 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Nos mirábamos al espejo y ya no reconocíamos nuestras facciones, escondidas bajo
capas de pesadillas nocturnas y nervios acribillados por la tensión. La piel, que de niño es suave
y sana, se había convertido en una textura áspera y grisácea.
Con los años vimos como muchos de esos niños sucumbieron a la locura, al suicido, al
crimen. Derroteros inevitables, que prácticamente llevaban escritos en sus frentes, como una
maldición o una profecía de mal gusto.
Y fuimos testigos también de como muchos de nosotros escapamos de milagro de
destinos similares, pero acarreando consecuencias peores, pues nosotros seguíamos en el mundo
de los vivos, donde los hechos siguen sucediendo y los miedos existiendo.
Hay una certeza que no se puede enterrar bajo tierra: El pasillo sigue allí, aterrorizando
a otras generaciones, incluso a nuestros hijos.
Cuando nos cuentan lo que ya sabemos, callamos la verdad y alegamos las mismas
mentiras que nos decían de niños. Tememos. Aún hoy tememos.
¿Acaso nos creen tan valientes de poner un pie en esa escuela? Jamás. Nunca más la
pisaremos. Ninguno de nosotros, ninguno que haya sobrevivido, tiene la más mínima intención
de recorrer ese pasillo para enfrentar a la directora.
Por eso escuchamos y miramos hacia otra parte, como corresponde. Como la
humanidad ha hecho siempre para sobrevivir. Aunque hoy comprendamos que ya no somos
humanos. Ese gris, esas ojeras, esas voces agarrotadas por el miedo... no, ya no somos humanos.
Como nuestros padres, somos zombies. Y como nosotros, serán nuestros hijos.
El pasillo así lo dictamina, esas fuerzas misteriosas así lo requieren. El sacrificio es la
ciudad, son sus niños, es el futuro que ellos engendran. Y camino hacia el norte, muchas piezas
se rompen, otras se pierden y muchas más jamás volverán a ser las mismas.
Miramos hacia otra parte porque solo siendo zombies podemos aceptar lo que nos
rodea.
Que así sea.
O mejor dicho, que sea lo que el pasillo (y aquello que lo habite) quiera.
El estrecho camino al norte 56 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CÓMETE MI CEREBRO PARA PENSAR COMO YO
¿Sabéis una cosa? En realidad debería odiaros. Vosotros matasteis a mi hijo después de
dispararle nueve veces. Yo lo vi todo, con esa lentitud que adquiere la realidad cuando pasan
muchas cosas horribles al mismo tiempo. Todo sucedió en dos segundos que para mí fueron dos
minutos. Mi hijo se había lanzado voraz hacia dos de vosotros. Pero vosotros estabais armados
con una nueve milímetros y una escopeta de caza de cañones recortados. La pistola se disparó
cinco veces. Entonces mi campo de visión se cubrió exclusivamente con la cabeza de mi hijo de
nueve años. Cuatro de los disparos hicieron impacto en su cara. Un agujero en la cabeza. Luego
un punto rojo en la base del ojo izquierdo. Otro impacto muy próximo hizo que el globo ocular
explotara, saliéndose de la cuenca. El cuarto tiro hizo impacto en la oreja izquierda. Los cuatro
tiros restantes procedieron de la escopeta de caza, que literalmente le arrancaron la cabeza a mi
hijo, mi hijo de siete años.
Yo lo contemplé todo sin dejar de correr hacia vosotros. Pero vosotros, malditos
bastardos, huisteis de mí porque ya no os quedaba munición. Me hubiera gustado comeros. No
sólo por vengar a mi hijo, ni tampoco por el hambre que siento.
Cuando te comes a un hombre no sólo apaciguas el Hambre. También adquieres algo
de ese hombre. Algo intangible, sutil. Algo que te hace ser parte de ese hombre. ¿Sabéis esa
sensación de descubrirte a ti mismo hablando o gesticulando de la misma manera que algún
conocido o una estrella de Hollywood? Es como si ese alguien te hubiera contaminado el
cerebro con un infovirus. Los científicos lo llaman memes. Por eso somos más los demás que
nosotros mismos. O dicho de otro modo: somos la suma de la gente que nos rodea.
En el caso de un zombi, esa afirmación adquiere una trascendencia casi física. Cuando
un zombi devora la carne de una persona, mastica tendones y músculos, traga coágulos de
sangre, roe y tritura huesos, pero sobre todo, al menos en lo que a mí concierne, se deja inundar
por genes, memes, maneras de hablar, tics en la gesticulación, pensamientos, emociones. Sí, me
doy perfecta cuenta de que eso no es científicamente plausible. Pero es la única manera que se
me ocurre de explicarlo a una concurrencia humana. Sólo los zombis saben a lo que me refiero,
sólo los zombis sienten lo que digo; al menos los zombis que comen para algo más que para
sobrevivir. Los zombis ilustrados y con cierta predilección por las delicatessen, como el que
suscribe.
Imagino que la única forma de entender la psicología zombi sería comerse el cerebro
infiltrado de anhelo de carne y sangre de un zombi. Pero irónicamente esta capacidad de
entender a los demás vía estomacal sólo se da entre los zombis, de modo que todos vosotros
estáis incapacitados para alcanzar a entender el sentido profundo de mis palabras y
pensamientos. Por mucho que monitoricéis día y noche mis actividades y efectuéis esos
superficiales escaneos de mi corteza prefrontal a fin de escribir un relato coherente de las
vicisitudes de un zombi.
En resumidas cuentas, sólo sabréis lo que siente un zombi si me coméis. Sólo sabréis lo
que piensa un zombi si os dejáis convertir en zombis. ¿Capicci? Tal vez podríais intentar
arrugar estas hojas que ahora escribo, hacer una pelota con ellas y deglutirlas enteras, ñam ñam.
Los muertos vivientes como yo somos capaces de revivir a otras personas
vicarialmente. A través de nosotros. Fluyendo entre nuestras mentes. De una forma
inmensamente más precisa que al leer un libro o incluso una autobiografía de la persona que
pretendemos revivir. Por esa razón, y sólo por ésa, permanezco durante jornadas de dieciocho
horas aquí encerrado, leyendo actas bautismales, escrituras de propiedad, certificados de
impuestos, avisos de embargo, registros legales, catastros, demandas y demás papeleo
burocrático relativo a William Shakespeare en la Oficina de Registro Público de Londres.
Porque ¿acaso hay alguien más fascinante que Shakespeare? Sin embargo, si Shakespeare
estuviera vivo, sencillamente le habría devorado medio cerebro y sabría más de Shakespeare
Cómete mi cerebro para pensar como yo 57 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) que mil años de investigación sobre él. Pero, claro, ahora Shakespeare sería un zombi como
nosotros, y sin duda habría dejado de escribir obras de teatro.
Pero lo que quiero expresar es otra cosa.
Cuando todo acabe, cuando ya no queden humanos que comer y nos debamos de
alimentar de perros, gatos, ratas y otros animales, entonces el único rescoldo de la civilización
anidará en nuestros cerebros; un puñado de memes digeridos en los jugos gástricos que han sido
finalmente incorporados por ósmosis a nuestras meninges putrefactas. Seremos como
bibliotecas muertas andantes. Y yo, os lo digo desde ya, pretendo ser la más grande biblioteca
de este planeta moribundo. ¿Acaso no os apetece, pues, ser comido por mí, por este zombi
ilustre y educado que se preocupará de preservar vuestro legado que entre las fauces de zombis
salvajes y carneadictos? Otros comen McHombres dobles con queso. Yo os garantizo una cena
de cinco tenedores con buen vino rojo sangre. Sé capaz de disfrutar de los diferentes sabores de
vuestro cuerpo, de apreciar la escala cromática, el brillo, los grumos; la textura, la adhesión a los
labios, la firmeza, la densidad de cada jirón que mastico; cada uno de los aromas; cada uno de
los factores químicos. ¿Queréis? Que mis ojos amarillos, hundidos en sus cuencas, y mi cara
trocada de pústulas no os lleven a engaño. ¿Aceptáis? Será rápido e indoloro, nada de mordiscos
en órganos no vitales. La boca es uno de los lugares con mayor concentración de bacterias: sólo
usaré cuchillos esterilizados. Nada de recrearse en el tejido adiposo, muy rico para nosotros
aunque terriblemente lento y doloroso para vosotros. ¿Os sacrificáis? Por mí, por vosotros. Juro
que no siento necesidad de vengarme por la muerte de mi hijo. Todo esto es científico,
humanista, imprescindible. Confiad en mí. Por todo lo que fuimos antes de que el virus Z nos
dividiera como especie. ¿Hacemos un pacto, acabamos con nuestras hostilidades, firmamos una
tregua? Ambos somos supervivientes de un mismo mal. Dejad de dispararme y yo dejaré de
morder y perseguiros día y noche. Vosotros armáis una Ley de Protección para los Zombis y
nosotros, una Ley de Protección para el Dolor Humano. Así de sencillo.
Pensando detenidamente. Los zombis no somos criaturas del horror. El verdadero horror
es la propia naturaleza, las pavorosas enfermedades a las que el ser humano se ha enfrentado a
lo largo de la historia. Sin ir más lejos, puedo referiros las que se cobraron más vidas durante la
época isabelina en la que nació Shakespeare. Los británicos, además de estar asolados por la
Peste, debían vérselas también con brotes de sarampión, tuberculosis, escorbuto, viruela,
escrófula, disentería y otras diversas enfermedades de desconocida índole. Y los tratamientos
para éstas y otras afecciones menores, como los cálculos renales o una herida infectada, eran
casi tan peligrosos como las propias enfermedades, pudiéndote llevar rápidamente a la muerte.
Es verdad, todo verdad, lo acabo de leer ahora aquí mismo, en la Oficina de Registro donde me
oculto y paso mis horas, y también donde ando escribiendo esta carta a vuelapluma, un poco a
retales, como a mordiscos.
Así pues, frente a estos genocidios de la madre naturaleza, ¿en qué posición quedamos
los zombis? Nosotros sólo matamos para comer, como vosotros hicisteis siempre con otros
animales. Y si no os devoramos, lo peor que puede pasaros es que os transformáis en nosotros:
pasáis de ser presas a ser cazadores. De algún modo, os convertimos en una especie superior. Sí,
entiendo que la transformación pasa por un fuerte shock traumático, unas carreras campo a
traviesa y unas dolorosas mordeduras infectadas, pero ¿acaso la transformación del gusano en
mariposa no debe de ser igualmente dolorosa y traumática para el gusano?
Los zombis somos mariposas manchadas de rosarios de sangre y supuraciones
dérmicas. Bonita imagen, ¿no creéis?
Sin embargo, hay un pero. Siempre hay un pero.
Debéis convenir conmigo que el mundo es mucho mejor desde que dos tercios de
vosotros fuisteis comidos. Reconozco que puede sonar a pitufo gruñón, al que chafa el
matasuegras y la guitarra, a amargado que, como diría Collin Wilson, no es susceptible de
contagiarse del entusiasmo general. Pero contemplad ahora las grandes avenidas desérticas. ¿No
os parece hermoso ese descampado? ¿No os parece una imagen mucho mejor que la de miles de
clones entrando y saliendo de tiendas fashion? Sin embargo, cada vez quedan menos humanos,
Cómete mi cerebro para pensar como yo 58 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) menos carne. Y cuando esto suceda, sólo me quedará la opción de leer biografías de muertos
como Shakespeare a la vez que me muero de hambre. ¿Qué será de nosotros? Nos quedaremos
estancados. Es por ello que resulta importante que haya supervivientes. Zombis menos
ilustrados que yo no entienden esto. Por esa razón yo voy a ayudaros, y mi deseo no nace ni del
Hambre ni de la necesidad de vengar la muerte de mi hijo de siete años. Lo juro por Dios.
Supervivientes o los que simplemente postergan la muerte, escuchadme. Debéis permanecer
siendo humanos, siendo libros de carne, y yo os ayudaré a ello. Palabra.
No os garantizo que consigamos evitar comeros a todos los que quedáis, claro. Alguno
caerá. Porque el hambre resulta muy dolorosa, incluso más acuciante que la sed de
conocimientos. Sé que no me entendéis. Para vosotros el hambre debe ser similar al apetito que
cruje en el estómago cuando hace dos días que no coméis. Pero no tiene nada que ver. Para
poneros en mi piel, para fingir que os habéis comido mi cerebro y que ahora sabéis lo que soy,
tenéis que imaginaros que vuestras pulsaciones suben hasta las 145 por minuto. Entonces
empezarán a fallaros las habilidades motoras. A 175, el proceso cognitivo empieza a hundirse.
La parte frontal del cerebro se apaga y la central, la más primaria, ocupa su lugar. Entonces la
visión se torna más limitada. El comportamiento es cada vez más agresivo, como el de un perro
rabioso. Cuando superéis las 175 pulsaciones por minuto, entonces vuestro cuerpo considerará
que el control biológico de muchas de vuestras funciones vitales no es prioritario: os haréis las
necesidades encima. Es lo que suele pasar cuando alguien te dispara. Manchas tus calzoncillos.
Entonces sentiréis un sabor metálico en la lengua, y luego la lengua estará tan seca que os
parecerá que tenéis un trozo de corcho en la boca. Seréis como perros infectados de rabia. Y ya
sabéis lo que dice el dicho: <<un perro que persigue a la presa, no se detiene para rascarse las
pulgas>>.
Así me sentí cuando vi morir a mi hijo. Y también me siento así cuando tengo hambre.
Y también cuando simplemente estoy viviendo. Sin embargo, os seguiré cultivando y leyendo,
como si en el fondo, en vez de ser una bestia sanguinaria fuese un caballero decimonónico
altamente educado. Sí, me gusta pensar eso de mí mismo.
De modo, que quien quiera ser salvado, quien desee recibir mi protección, deberá acudir
a una cita muy importante. Edificio 1100 de la avenida Wheeler, en el barrio de Soundview, al
sur de Bronx, Nueva York, Estados Unidos, la Tierra. Es una callejuela estrecha de casas de dos
pisos y apartamentos. Muchos tienen la fachada decorada con ladrillos rojos y cuatro o cinco
peldaños que suben hasta la entrada principal. Es un vecindario de gente humilde y trabajadora,
pero ahora están todos muertos. Os espero allí. Prometo no comeros a todos. Incluso, en aras de
demostrar mi disposición amistosa, también prometo reír, ser simpático, enrollado, contrayendo
los músculos que sirven para levantar mis mejillas llenas de pústulas y el zigomático mayor, que
sirve para alzar las comisuras de los labios. Como un monstruo simpático que en absoluto tiene
hambre ni necesita vengarse de la muerte de su hijo de siete años. Palabra.
Cómete mi cerebro para pensar como yo 59 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) FELIZ CUMPLEAÑOS
La orina del animal comenzó a traspasarle la camisa, avivando los descoloridos
lamparones de sangre seca. El liquido chorreó indiferente entre sus sucios dedos limpiando la
porquería incrustada entre las uñas y los pliegues de la mano, mientras inmensos goterones
caían sobre el ardiente asfalto, levantando pequeñas nubes de polvo y suciedad. El cuerpo del
hombre se encontraba a tal temperatura que no apreció el chorro de meado que comenzaba a
resbalar por su pecho. Sus pulmones estaban ardiendo, resoplando como fuelles cuarteados, y su
costado se retorcía en punzadas de atención. Sus piernas se agitaban tan rápido que apenas se
apreciaba el contacto con el suelo, haciendo que las perneras de sus pantalones rozasen entre sí
con un rítmico siseo. Giró la esquina apoyando todo su peso sobre su tobillo derecho y su
cuerpo se inclinó sobre la vertical, atraído por el radio de la curva. El sol apareció por el
horizonte iluminando sus pasos a través de los coches desguazados que se apilaban a ambos
lados de la calle, ajenos al olor a muerte que impregnaba sus carrocerías.
Sabía que les sacaba mucha ventaja pero no se podía permitir el lujo de detenerse a
descansar. Ahora sus articulaciones se encontraban al rojo vivo y si se le ocurriera siquiera bajar
el ritmo no creía que pudiera volver a recuperarlo. El perro gimió lastimeramente y el hombre lo
apretó con más fuerza contra su pecho, atenuando los fuertes temblores del animal. Bajó la vista
por un instante y los ojos del animal se cruzaron con los suyos, buscando consuelo mutuo en un
mundo apestado y enfermo. Sus brillantes pupilas resplandecieron al contacto con el sol de la
mañana y casi parecía que el animal le agradecía todo lo que había hecho por él hasta el
momento. El hombre no sabía si los perros podían sonreír, pero en ese momento el gesto del
animal se asemejaba lo más cercano a una sonrisa. Levantó la vista y volvió a centrar su
atención en la carretera, saltando sobre las farolas que yacían arrancadas de sus postes,
esperando a que alguien las enderezase y las volviese a poner en funcionamiento. Rodeó un
bloque de ladrillos que estaban esparcidos por la acera y saltó por encima de los restos de una
motocicleta carbonizada con la publicidad medio quemada pero aun legible de un restaurante de
comida rápida. Solo le faltaban dos calles para llegar cuando algo se arrojó sobre sus piernas.
En ese instante perdió el control sobre sus extremidades y se cruzaron entre sí haciendo
que su cuerpo se proyectara con violencia por encima de su sombra. Estiró los brazos para
protegerse del impacto y el animal salió despedido fuera de su vista, abandonando el hogar que
hasta entonces había sido su pecho. Las palmas de las manos chocaron contra el suelo y se
despellejaron con la erosión de la carretera mientras la muñeca izquierda cedía ante la violencia
del golpe, fracturándose con un sonoro crujido. Su cabeza golpeó el asfalto y sus piernas
salieron disparadas por encima de sus hombros haciendo que su cuerpo girara sobre sí mismo en
una grotesca voltereta. Cayó de espaldas como un saco de arena y cerró los ojos, rindiéndose
ante meses de insomnio y vigilia. Notaba como la sangre le chorreaba por el rostro y como le
ardía la frente y la nariz por el lugar donde se había raspado con el asfalto. Levantó la muñeca
dolorida y la depositó lentamente sobre su pecho, sucumbiendo a los dolores que le recorrían la
columna. De repente todo su cabello pesaba demasiado; todo su cuerpo pesaba una tonelada, y
ya no podía sostenerlo por más tiempo. Dejó que le invadirá el sueño y pensó que el duro asfalto
sobre el que descansaba no era tan duro después de todo, era el colchón más blando que había
probado. La claridad de la mañana que se colaba a través de sus parpados se tornó de repente en
negro, convirtiendo la agradable y anaranjada visión en una cortina negra cubierta de manchas
difusas. Abrió los ojos para ver la procedencia del eclipse y el rostro de un niño comenzó a
materializarse como si fuera un espejismo. El sol iluminaba su silueta como si fuera un enviado
del cielo y sus orejas eran transparentes al contacto con los rayos diurnos, mostrando una
enrevesada estructura de venas azules en contraste con el rojo iluminado de la carne. La vista se
acostumbró al exceso de iluminación y las sombras se hicieron palpables sobre el rostro del
niño. Un ojo negro y podrido descansaba en la cuenca izquierda, cubierto por una costra
parduzca que aún supuraba. El otro ojo le observaba con furia, como si él tuviera la culpa de
todo lo que le había ocurrido. De repente abrió la boca y una masa de saliva y sangre coagulada
cayó por su mentón, chorreando sobre el pecho del hombre. Con una velocidad increíble se
Feliz cumpleaños 60 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) lanzó sobre su cuello, buscando el sitio más tierno sobre el que hincar los dientes, desgarrando
cartílago y venas, alimentándose de su vida. El hombre comenzó a percatarse de lo que estaba
pasando y el cansancio desapareció de inmediato. La adrenalina comenzó a recorrer todo su
cuerpo y de un fuerte empujón alejó a aquel horrible ser de su cuello, viendo como rodaba
varios metros hasta tropezar con la agrietada acera de hormigón. Se levantó con dificultades
cuidándose de no apoyar todo el peso sobre la muñeca rota y asestó un puntapié sobre la cara
del niño, sintiendo como en tabique nasal cedía sobre la superficie de su puntera. Colocó la
palma de su mano sobre la zona del cuello donde el niño había intentado morderse y encontró
alivio al ver que no había sufrido herida alguna. Ya podía oír cómo se aproximaban los demás
por la dirección que había tomado hacía solo unos pocos minutos y decidió no entretenerse más
con aquella asquerosa criatura desdentada. Miró a su alrededor en busca del cachorro de perro
labrador y le vio varios metros calle abajo. En otro tiempo la imagen que se desarrollaba ante
sus ojos podría haber sido la cosa más graciosa que uno podía haber visto en el parque una
soleada mañana de junio; pero ahora, donde los parques se abonaban con cadáveres
descompuestos a las sombras de columpios oxidados, no tenía la más mínima gracia. Pero ni
pizca.
El perro corría gimiendo de terror, mientras una niña pequeña con una falda de flores
cubierta de sangre y heces le perseguía. Sus brazos estaban estirados hacia el animal y sus
piernas corrían veloces tras sus muslos traseros. El perro cojeaba debido al impacto que había
sufrido con la caída, y la niña avanzaba inexorablemente hacia él, mientras ligeros hilillos de
baba roja resbalaban por su costrosa barbilla. El hombre obligó a su cuerpo a ponerse en
marcha, pero a las dos zancadas algo volvió a agarrarle de la pierna, arrojándolo de nuevo al
suelo. Con la muñeca rota sobre el pecho, el hombre cayó de costado, golpeándose el hombro,
clavándose el codo en las huesudas costillas. Giró sobre su espalda e intentó incorporarse, pero
el niño desdentado subía por sus piernas hincando los dedos sobre los músculos de sus
extremidades con una fuerza inhumana. Aquella figura desprovista de vida abrió la boca,
mostrando una masa deforme de encías y carne levantada, mientras seguía avanzando hacia su
cuello, buscando el sito más sencillo donde poder abrir una herida. El hombre intentó alejar al
niño de sus piernas, pataleando sobre el asfalto, como si tuviera una rabieta, pero sus esfuerzos
fueron infructuosos. Grandes sombras se proyectaron sobre las fachadas del edificio, y la
marabunta de carne putrefacta comenzó a asomarse por el comienzo de la calle, corriendo hacia
él como si se tratase de la pila de comida más exquisita del mundo. El hombre extendió los
brazos y buscó algo a lo que asirse para escapar del parasito que ascendía por su cintura. En ese
momento sus dedos tropezaron con un ladrillo agrietado por el sol y sin dudarlo un solo instante
introdujo los dedos a través de los orificios de la pieza cerámica. Presionó con fuerza y levantó
el brazo por encima de su cabeza, dejando caer el ladrillo con fuerza sobre el cráneo de la
criatura. Se oyó un desagradable crujido y el niño cayó sobre su pecho, muerto otra vez. Se puso
de rodillas y volvió a golpearlo una y otra vez hasta que los trozos de hueso no se diferenciaron
de la masa carnosa que aquel ser tenía por cerebro. Los pasos se hicieron más cercanos y podía
oír los jadeos ansiosos y afónicos de sus perseguidores. Levantó la vista y a apenas cien metros
vio saltar a varios de ellos sobre las primeras farolas caídas sobre la calle. Se levantó y
abandonó el cadáver del niño, corriendo a grandes zancadas, confiando en que sus músculos no
le fallaran presas de algún tirón o rotura. Colocó la muñeca izquierda sobre su pecho y avanzó
tras la niña del vestido de flores, mientras que el ladrillo sanguinolento se agitaba en su brazo
derecho, salpicando gruesas gotas por todos lados, manchando ropa y rostro.
El perro llegó al final de la calle y giró erróneamente hacia la derecha. El hombre tomó
el camino del perro y comenzó a acortar los metros que separaban a la niña de su sangriento
ladrillo. Notaba como sus pulmones empezaban de nuevo a quejarse por el esfuerzo físico pero
hizo caso omiso. El animal estaba cansado y bajó el ritmo, gimiendo al apoyar de nuevo la pata
fracturada. La niña aprovechó el momento de flaqueza del animal y se lanzó sobre su cola,
agarrándola entre sus sucias manos. El cachorro viéndose totalmente desprovisto de esperanza,
cejó en su empeño por escapar, cediendo a los deseos de aquel horrible ser. La niña se paró
prácticamente en seco y con una fuerza bestial levantó al animal por el rabo como si acabara de
cazar al conejo blanco del cuento. Levantó la cabeza triunfal, agitando la presa como un peluche
Feliz cumpleaños 61 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) mientras su boca se abría en una grotesca sonrisa. El animal comenzó a gemir y la niña le agarró
del cuello, partiéndoselo como quien rompe un palillo de madera. El gemido del cachorro se
apagó al instante y su cuerpo colgó lacio de entre las manos infantiles de la chiquilla.
— ¡No! —gritó el hombre acercándose a la niña a gran velocidad. —¡Hija de puta!
La niña fijó la mirada en el hombre y arrugó la nariz como un gato a punto de atacar. Se
acercó hacia él con el cadáver del perro aún colgando entre sus dedos, extendiendo la mano
libre hacia la cara del hombre, lista para arrancar y desagarrar todo lo que encontrase a su paso.
Los cuerpos se aproximaron. El hombre agarró el ladrillo con fuerza y lo descargó sobre
la mandíbula de la chica, dislocándola y separándola de la piel, escupiendo al aire trozos de
carne, piel y huesos. El golpe arrojó a la niña hacia un lado de la calle y el hombre se dirigió
rápidamente hacia ella, subiéndose a horcajadas sobre su cuerpo. Levantó el ladrillo de nuevo
sobre su cabeza y repitió la operación que había realizado sobre el niño, salpicando sangre y
sesos por toda la calzada. La reconfortante brisa marina le besó en la cara y le animó a
continuar. Se levantó de encima del cuerpo de la niña y se arrodilló junto al cadáver del
cachorro, acariciándole las orejas y el pelaje oscuro, pasando la mano suavemente a través de
los pliegues de su piel. Lo levantó con cuidado y lo colocó de nuevo pegado a su pecho. Lo
acurrucó entre sus brazos y comenzó a correr calle arriba, desandando el camino que hizo tras la
niña. La cabeza del perro golpeaba contra su cuerpo, girando alrededor del cuello roto, como un
muñeco articulado. Al llegar de nuevo a la calle principal, donde había sido atacado por los
niños, se sorprendió por la masa de gente que se arrojó sobre su figura. Los muertos habían
ganado terreno y ni por asomo se hubiera imaginado que estuvieran tan cerca. Se tiraron hacia
él en una gran bola de brazos y torsos desfigurados, gimiendo desesperados por probar un poco
de su carne. Esquivó los despiadados abrazos de una mujer desnuda y aumentó la velocidad,
alejándose de la escandalosa turba que lo perseguía. Sintió como los dedos de alguien le
alcanzaban la camisa, palpando la carne que había bajo ella, para luego desaparecer entre la
muchedumbre entre jadeos y gritos de rabia. Se obligó a aumentar más el paso y a pocos metros
comenzó a distinguir el sonido de las olas contra el embarcadero.
Giró la calle a la izquierda y, para su suerte, se la encontró despejada y libre de aquellos
seres. Si hubiera seguido todo recto hubiera llegado antes al barco pero sabía que podía ganar
unos cientos de metros más entre aquellas cosas y él, consiguiendo algo más de tiempo para
zarpar de allí sin ningún contratiempo. Avanzó por la calle esquivando coches y edificios en
ruinas y giró a la derecha, sintiendo el apremiante tímido sonido del balanceo del barco sobre
las olas del mar. Observó por encima de su hombro y vio girar la esquina a los primeros
cabecillas de la cacería. Casi le separaba de ellos una calle de distancia; suficiente para subir a la
embarcación, soltar amarras y encender el motor de gasolina. Se deslizó por encima del capó de
un coche y cayó limpiamente en el suelo, reanudando ágilmente el paso. Salió de entre las
sombras de la calle y el sol le iluminó de pleno, cegándole momentáneamente. Posó los pies
sobre el embarcadero y saltó al interior de la robusta barca de madera que se movió bajo su
peso, agitándose sobre la superficie salada. Dejó con cuidado el cuerpo del cachorro sobre uno
de los tablones de madera y recogió una afilada hacha del suelo, seccionando la soga que
mantenía unida la embarcación al muelle mediante un nudo prieto y firme. Tiró del cable de
arranque del motor y este se quejó con un grave ronquido, dejando la embarcación donde
estaba, sin desplazarse un ápice. Los seres se encontraban a unos escasos doscientos metros y
algunos habían conseguido atravesar torpemente la barricada de coches que cruzaba todo el
ancho de la calle. Volvió a tirar del cable un par de veces más sin resultado y golpeó con fuerza
la carcasa del motor, maldiciéndolo en voz alta. Al cuarto tirón el motor arrancó con un gruñido
y el agua comenzó a burbujear sobre la superficie del agua. La barca se desplazó sobre el agua
lentamente mientras el hombre orientaba el timón para salir del embarcadero lo más rápido
posible. En el momento en el que la barca se alejaba unos tres metros del muelle, los
repugnantes seres llegaron a la plataforma de madera del embarcadero; saltando por encima de
ella para tratar de llegar a la barca. Una veintena de cuerpos se arrojaron sin éxito y cayeron
sobre las frías y agitadas aguas saladas; chapoteando nerviosamente mientras que sus pulmones
se llenaban de agua, arrastrando sus cuerpos a las profundidades del océano. Un chico alto y con
Feliz cumpleaños 62 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) el cráneo desprovisto de cabello consiguió llegar a posar sus manos sobre el desgastado borde
de la barca, golpeándose la cabeza contra el motor de gasolina y cayendo bajo él. Al momento
las hélices del motor silenciaron su diligente batir y una mancha enorme de sangre comenzó a
rodear la parte trasera de la embarcación, escupiendo burbujas rojas por toda la superficie de
madera. La carne se desprendió de las hélices y el motor recupero su ronroneo, empujando la
barca a través de la gran masa de agua azul.
***
Apagó el motor y saltó a la plataforma metálica, amarrando el grueso cabo a un poste
soldado a la base de la estructura. Recogió el cuerpo del perro y escapó de la noche, entrando
por una gruesa puerta de acero roblonada. Las bisagras chirriaron oxidadas y el hombre penetró
en la plataforma petrolífera, cerrando la pesada puerta tras de sí. Entró en una estancia
iluminada por una decena de cirios blancos y una sombra se arrojó sobre él, tirándole al suelo.
—¡Has tardado mucho! —la niña apoyó la cabeza contra el vientre de su padre y lloró
amargamente. —¡Eres un imbécil! ¡No vuelvas a hacerlo nunca! ¡Nunca!
—Lo siento. —El hombre acarició el cobrizo cabello de la chica— Feliz cumpleaños,
cariño.
La niña se separó del cuerpo de su padre con los ojos hinchados y las mejillas
abnegadas en lágrimas gruesas y calientes. Pasó las manos por la cara eliminando cualquier
rastro de mocos y abrió la boca en una amplia sonrisa.
–Me has asustado ¿Sabes? —Observó como su padre se levantaba y escondía un bulto
negro tras la espalda, alejándolo de su vista curiosa. —¿Qué es eso? ¿Me has traído un regalo?
El hombre se agachó pesadamente de rodillas y se puso a la altura de la chiquilla,
posando la mano dolorida sobre el hombro de su hija.
—Cariño, he encontrado comida y agua y la he llevado a la barca. La segunda vez que
he ido a por más he encontrado un perrito escondido en una tienda. Estaba asustado y… pensé
que te gustaría tener uno. Era muy bonito…
—¿Era? —la niña supo que el perro estaba muerto y su labio inferior tembló presa del
llanto.
Esta vez no trató de ocultar las lágrimas y lloró sobre el hombro de su padre
fundiéndose en un torpe abrazo. Comenzó a gemir y el llanto se volvió más intenso, rebotando
contra las paredes de la plataforma. Su padre la levantó y la alejó de allí, dejando al cachorro
tumbado sobre el suelo chapa, como si estuviera dormido.
El viento silbó a través de los perfiles metálicos de la estructura y la campana que
coronaba el punto más alto de la gran balsa de hierros oxidados comenzó a tañer, lúgubre y
pesadamente.
La niña besó la caja de madera y el padre la depositó sobre el mar con cuidado,
dibujando ondas sobre la superficie del agua. El pequeño féretro se agitó y comenzó a alejarse
de la plataforma lentamente, resistiéndose al suave oleaje nocturno. La niña agarró la mano de
su padre con ternura y las dos figuras se internaron dentro de la plataforma, dando la espalda a
los horrores del mundo.
Feliz cumpleaños 63 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA LEYENDA DE WHITBY
En el cementerio de la abadía de Whitby se acumulan cientos de tumbas lapidadas con
nombres y apellidos de los difuntos. Lo que nadie sabe es que el conde Drácula visitó el lugar
como primera parada de su siniestra estancia en el sur del Reino Unido, concretamente en York.
El vampiro escondía sus víctimas en tumbas que profanaba y componía un deposito
especial de sangre para sus días de sed y los que, por así decirlo, allí descansaban no eran como
se suele decir muertos sino ''no vivos''.
La diferencia esencial entre los no muertos, es decir, vampiros y los no vivos, consiste
en que estos últimos permanecían en estado de muerte en suspensión, y eran fuente abundante
de sangre que el conde aprovechaba para los momentos de escasez.
Habían pasado muchos años y las habladurías en el condado de Yorkshire se renovaban
de continuo; muchos decían que durante ciertas noches del año, los zombies se paseaban por el
césped carcomido del cementerio; o aprovechaban las ruinas de la otrora famosa Abadía para
aceptar las visitas de los discípulos del vampiro descubridor del lugar. La abadía era una ruina
que ni los esfuerzos de los conquistadores Sajones ni la vida ejemplar de la Abadesa Santa
Hilda pudieron impedir, y el siglo XVIII vio como la nave central del edificio principal caía en
pedazos.
Los altibajos de la abadía y el cementerio se contaban entre los habitantes del norte de
Umbría con horror, y en la famosa taberna "El Jabalí Sangrante", a unos 3 Kilómetros de la
iglesia de Santa María, Mr. Heath contaba las alucinantes historias de los chupasangres y
zombies.
Los Vikingos destruyeron Whitby en 867 al invadir la zona y sin el menor respeto a los
muertos, dejaron cientos de cadáveres; Un vampiro que se hallaba por la zona a la sazón
aprovechó la circunstancia y se hartó de sangre muerta. La biología y la química de la muerteinmortal y la vida, ejercieron su influjo y aquel ejército vencido se transformó en la primera
horda de zombies de la historia. Cuando el rey al mando de las fuerzas francesas que invadieron
Inglaterra en el siglo X, mandaron reconstruir la abadía, numerosos obreros que trabajaban hasta
ponerse el sol, jamás volvieron a sus hogares; la abadía, la iglesia y los aledaños fueron
abandonados, y carcomidos, cayeron en ruinas después de una epidemia de la peste negra en
1349.
Para entonces el conde Drácula ya era un asiduo visitante que incrementaba el círculo
de sus seguidores continuamente. Muchos de ellos lo siguieron a Transilvania donde
aterrorizaban a poblaciones enteras. Mr Heath conoció en su día a un hijo de Van Helsing y
había oído de sus labios algunos horrores de los muchos padecidos por su padre; uno de los
sucesos más horripilantes ocurrió durante la época inmediatamente posterior a la muerte de
Drácula por los grupos liderados por Van Helsing.
Más o menos un mes después de fallecer el jefe de los no-muertos, el jefe de los novivos organizó la cacería del hombre y en una oscura noche sin luna, docenas o puede que
cientos de zombies se dirigieron a la casa de Van Helsing. Formaban una columna de uno en
uno en todo el espacio entre el cementerio de Whitby y la casa de Van Helsing.
Los no no-vivos carecían de fuerzas para derribar la puerta o entrar por las ventanas
pues eran seres debilitados por la continua pérdida de sangre típica de los no-vivos. Al lado de
la kilométrica columna de zombies se había formado una larga columna de vampiros que
chupaban ávidamente, y la muchedumbre de horripilantes y fantasmales zombies empezó a dar
vueltas as la casa de Van Helsing ululando maldiciones de ultratumba; la población aterrorizada
había pedido ayuda a los mineros de azabache de la zona, que eran muy numerosos al estar las
minas del mineral en explotación intensiva. La reina Victoria se había hecho confeccionar un
collar de azabache que con su espléndida y brillante negritud realzaba el luto inconsolable de la
La leyenda de Whitby 64 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) emperatriz a la muerte de su consorte Alberto de Sajonia, y los mineros, casi todos borrachos en
las diversas tabernas de la zona tenían ganas de pelea, y vinieron.
La batalla que siguió constituyó uno de los ejemplos más espeluznantes de la historia de
la comarca. Los mineros, hartos de güisqui, ginebra y cerveza, la emprendieron a palazos con
los zombies; los vampiros se echaron al cuello de los mineros, y los más avisados de estos
afilaron estacas de sus herramientas de extracción del azabache y unos correctamente quitaron
la no-muerte de la cara de los no-muertos y otros empalaron a muchos de ellos y ganaron la
batalla.
De eso hacía mucho tiempo; el Vaticano había excomulgado a los habitantes de Whitby
por su provechosa explotación de las minas de azabache que había roto el monopolio de la Santa
Sede en la comercialización del azabache del sur de Italia, y muchos comentaban que la
excomunión era la causa de la rebelión de los zombies. La prosperidad de Whitby se debía, en
parte, al azabache que era de mejor calidad que el vendido por el Vaticano, y también a la
explotación de otros minerales como el carbón, y las malas lenguas pretendían condenar las
actividades que traían bienestar a la comarca.
Sin embargo, no era exactamente cierto; los vampiros, incluso los muertos por la estaca
de madera que atravesaba sus corazones, se deshacían en cenizas y al paso de un siglo volvían a
la no-muerte. Primero se reconstituían los tejidos externos, tal la pálida piel que era un
exoesqueleto propio de criaturas de ultratumba; más adelante les crecía un cráneo en el que
alojar los colmillos alimentadores, y finalmente un corazón compuesto de venas y arterias
negras que procesaba los hematocritos de la sangre y los convertía en energía. Whitby era el
paraíso de los chupasangres por su abundancia ya descrita en seres no-vivos y había transcurrido
un siglo desde la gran matanza a las puertas de la casa de Van Helsing; los zombies volvían a
dominar los terrenos de la iglesia de Santa María y la Abadía, también excomulgados por un
Vaticano avaricioso, y el césped del cementerio rezumaba sangre y sumía los mármoles, piedras
y dedicatorias en mausoleos de azabache puro y valor incalculable en un mar de sangre.
Empezaba el siglo XX y los habitantes de Whitby, incrementados desde su fundación hasta los
100.000 empezaron a vivir, si así puede llamarse, el horror; nadie vivía seguro, las maldiciones
flotaban en el aire, la condena de las almas parecía segura y multitud de los habitantes de la
población habían perdido la vida. Unos se habían suicidado y con ello incrementado el número
de no-vivos y otros vivían en postración permanente.
Los zombies se habían apoderado de los alrededores de la ciudad, campaban por las
riberas del río Elk sin atreverse a asaltar las embarcaciones que subían o bajaban por el fluyente
al desconocer sus habilidades natatorias; Ellos lo ignoraban pero si alguno de ellos no sabía
nadar, su condición de no-vivos, los protegía como si llevaran flotadores.
La situación era tensa y las fronteras entre los vivos, no muertos y no vivos, habían
desaparecido; los zombies deambulaban por las calles de la ciudad a partir de la puesta de sol y
sus compañeros los vampiros, tanto los transilvanos como los ingleses, pululaban en las
cercanías a la espera de algún cuello, preferiblemente femenino, en el cual hincar sus colmillos
y saciar la sed se sangre. Las autoridades de la ciudad habían pedido refuerzos y ofrecido
enormes cantidades de azabache a las tropas imperiales si los liberaban del ejercito de zombies,
ya que una vez desaparecidos estos, los vampiros huirían en pos de lugares menos hostiles.
El conde Drácula había conseguido rehacerse como otras veces después de un siglo de
esfuerzos y transformado en un perro negro, galopaba hacia la ciudad; ¡era su oportunidad!
Los zombies arrastraban algunas desgraciadas mujeres que habían hecho prisioneras
fuera de sus casas; los vampiros se habían lanzado al cuello de las doncellas y reinaba el terror,
la batahola era impresionante, los habitantes de la ciudad armados con cuchillos, hachas,
tridentes y armas de fuego, se habían echado a la calle y cualquiera, desde cualquier ventana del
pacifico villorrio asistía espantado al desmembramiento, degüello, dentelladas y disparos en las
calles. La llegada de un retén del ejército británico, completó la escena y comenzó una
eliminación sistemática de zombies; no era fácil, algunos supieron disfrazarse con habilidad y
La leyenda de Whitby 65 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ocultos pasaban inadvertidos hasta que los descubrían las criadas, amas de casa u oficiales que
instauraron una exploración milimétrica de cada cuadra, cada casa, cada parque, y cada iglesia.
En las afueras, los zombies se replegaban hacia los cementerios, especialmente el de
Whitby, donde retornaban a las tumbas abiertas y se zambullían en los pozos de sangre que
constituían la casi totalidad de la superficie del campo no-santo. La horda de ciudadanos los
perseguía sin tregua, los alcanzaban y desenterraban o sacaban de la sangre empozada, los
cortaban en tiras, los quemaban y en su desesperación, veían con horror las caras de sus
familiares y conocidos convertidos en zombies o vampiros.
Poco a poco, la maldición del Conde Drácula desapareció de la prospera ciudad, sobre
todo gracias a la acción de los monjes benedictinos de una abadía próxima que ejercieron
vigilancia absoluta durante dieciocho meses con sus noches, y dieron cuenta de dos centenares
de horripilantes zombies que vagaban por entre las zarzas recrecidas de los alrededores de los
cementerios. Los que tenían buena vista, pudieron ver un enorme perro negro que galopaba
hacia el casco semihundido de una goleta rusa que se pudría en los acantilados; algunos
aseguraban haberlo visto entrar y los monjes benedictinos guardando el pecio, aseguraron que
no salió antes de prenderle fuego y consumirse totalmente.
Todavía en el siglo XXI, los turistas pueden visitar las ruinas de la abadía, el cementerio
y la iglesia de Santa Maria: es todo lo que queda.
La leyenda de Whitby 66 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) YO TE DESPIERTO
Sunday era un lugar tranquilo, todos sus habitantes se conocían entre ellos y la llegada
de la primavera significaba el inicio de los festejos de la ciudad. Vivir en Sunday significaba
rememorar los días en esos pequeños pueblos de las películas de los westerns en donde la paz
reinaba y sus habitantes podían andar pos sus calles sin temor alguno. Había una calle principal,
franqueada por ambos lados por pequeñas tiendas, si de una mesa se tratase la iglesia presidía
uno de sus extremos mientras que la escuela lo hacía por el otro. No había ni herreros ni
cantinas con puertas que se abrían con ambas manos ni caballos a paso lento por las calles ni
siquiera un sheriff con botas de cowboy y sentado en una silla en el porche su oficina mientras
mascaba tabaco pero sí un mecánico para los pocos automóviles que por allí circulaban, un
pequeño bar que a las veces hacía de restaurante y un joven oficial de policía recién llegado en
sustitución del viejo Earl. Sunday era el paraíso, era...
...hasta que llegó ella, estatura media, una larga melena hasta media espalda, un rostro común,
rondando los cuarenta, no era una de esas bellezas que aparecen en las revistas. Meredith se
llamaba, Meredith Gail, había comprado la vieja casa de los Stewart, una gran mansión cerca de
la colina, alejada del pueblo y a dos pasos del cementerio.
*****
—Hubo un Gail hace muchos años, se le relacionaba con la magia negra —dijo un
viejo sentado en uno de los bancos del parque.
—Vamos Joe, eso son cuentos de viejos, he oído esas historias, las contaban a los niños
para que no se acercasen al cementerio, ¿no te creerás eso, verdad? —preguntó el oficial
Chester.
—Yo solo sé que mi padre junto con otros más tuvieron que acabar con él... decían que
era un nigromante, todavía no sé lo que significa pero hacía cosas raras con los muertos —dijo
el viejo mientras miraba fijamente al joven policía.
—Joe, que no soy un niño, no me lo creo —replicó Chester mientras se dirigía a su
oficina— nos vemos viejo.
el viejo miró al cielo y vio que el Sol había desaparecido, la tormenta anunciaba su visita por
entre las montañas, no tardaría demasiado en llegar y levantándose, lanzó su cerveza a la
papelera y se marchó a casa.
*****
Aquella noche, bajo la tormenta, Meredith Gail forzaba una de las tumbas identificadas
con el nombre de John Doe, solían enterrar así a los vagabundos pero en esta no había un
vagabundo. Golpe tras golpe la tumba fue profanada, en su interior un hombre descansaba con
un machete clavado en su corazón, perfectamente conservado salvo por un detalle, carecía de
cabeza, los hombres del pueblo hacían hecho un buen trabajo pero no el suficiente, se olvidaron
de quemar sus restos. La mujer sacó de un bolsillo un polvo rojo y lo esparció por encima del
cadáver.
—No te preocupes abuelo, te devolveré a la vida, estos bastardos sufrirán lo que te
hicieron —dijo Meredith en voz baja mientras acababa de esparcir el polvo sobre los restos del
cadáver.
se levantó, sacó un daga con unas inscripciones ilegibles en su filo y dirigiéndola al cielo
empezó a exclamar en un lenguaje desconocido:
Yo te despierto 67 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Nadim bed halam,
ipsi jada mistu sab,
ad bii ladam
un rayo descendió desde el cielo y fue directo a la daga, acto seguido Meredith dirigió la daga
hacia el cuerpo inerte de su abuelo y el rayo salió disparado hacia él mientras ella repetía el
encantamiento.
Nadim bed halam,
ipsi jada mistu sab,
ad bii ladam
una luz cegadora invadió todo el cementerio, la lluvia cada vez caía con más furia y el
cementerio poco a poco se asemejaba a un lodazal. Cuando la oscuridad volvió, el cuerpo
decapitado empezó a tambalearse, las piernas se movían destrozando la débil caja de madera y
se irguió, Meredith pese a saber lo que ocurriría se asustó y se echó para atrás cayendo al suelo.
El cuerpo de su abuelo se levantó, empezó a andar como si de un borracho se tratase y se dirigió
a la tumba de la derecha, se agachó, incrustó su brazo en la tierra y sacó con fuerza el cuerpo de
su compañero de parcela, se trataba solamente de la mitad superior. Le arrancó la cabeza de
cuajo y se la encajó en su propio cuerpo, ahora estaba completo. Meredith gritó, pese a haber
visto cientos de muertos, todo aquello la superaba. Su abuelo se giró hacia ella y le tendió su
mano para ayudarla a levantarse.
—Meredith, mi querida niña. Te enseñé bien en las artes oscuras, estoy orgulloso de ti.
¡Mírame, vuelvo estar vivo! —gritó el viejo.
—Abuelo... cuánto te he echado de menos y por fin te tengo otra vez conmigo.
de repente, el resucitado sintió un escalofrío por todo su cuerpo, sus ojos se volvieron blancos y
se tensaron sus músculos.
—¡Meredithhhh! –gritó con todas sus fuerzas el anciano– ¡La luna! ¡No hay luna llena!
¿Qué has hecho? Noooo...
cayó al suelo fulminado y dejó de moverse. La mujer quedó horrorizada, se había equivocado,
las instrucciones decían claramente que la luna llena tenía que presidir el acto y aquella noche la
luna estaba en cuarto menguante, el conjuro se llevó a cabo pero solo parcialmente. Escuchó
ruidos por todo el cementerio, la tierra que había sobre las tumbas se movía y entonces los
muertos salieron, cientos de manos asomaban por entre la tierra mojada, las cabezas empezaron
a emerger de la tierra y pronto aquel lugar dejó de ser un mero almacén de cuerpos para
convertirse en una fábrica de zombis.
—¡Zombis! ¡No puede ser! –chilló la mujer, el miedo se apoderó de ella, los muertos
vivientes no eran amigos de nadie y ella era una más a quien atacar.
salió corriendo quitándose de encima a cuantos zombis le aparecían al paso, pero eran
demasiados. De pronto se vio rodeada, se giró y...
—¿Abuelo?... ¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!...
fueron sus últimas palabras, el que antes había sido su mentor le arrancó el corazón no sin antes
desgarrarle la carne y romperle en mil pedazos las costillas. El muerto miró su mano y se la
llevó a la boca, el corazón todavía palpitaba y lo devoró con ansia. Dejó caer el cuerpo de la
mujer y un ejército de muertos saciaron su hambre con su carne.
*****
Yo te despierto 68 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El viejo Joe dormitaba agarrado a su botella de whisky, en los últimos tiempos se había
convertido en costumbre. Un ruido le sobresaltó, creía haber oído algo en el porche pero pensó
que sería Spike, el joven ayudante nocturno del oficial Chester– pobre Spike, nunca tiene
trabajo, mejor así –pensó el anciano mientras volvía a conciliar el sueño no sin antes dar otro
trago al culo de botella. Pasaron unos segundos y volvió a abrir los ojos, el ruido de las maderas
del suelo empezaron a crujir lentamente, alguien estaba dentro de la casa, se levantó medio
desorientado, el efecto del alcohol todavía le duraba y salió de su habitación. No había nadie.
Pensó– debo de estar volviéndome loco ¿quién vendría a una casa como la mía? No tengo nada
de valor –y volvió a su alcoba, cerró la puerta y antes de que pudiese emitir sonido alguno uno
de los zombis le mordió la yugular, la sangre salió disparada hacia el techo, el geiser carmesí no
cesaba mientras su agresor disfrutaba de su recompensa. Acto seguido y antes de que cayese al
suelo el viejo fue nuevamente atacado, esta vez sus ojos fueron extirpados sin instrumento
alguno. Todavía con vida quedó tendido en el suelo en un charco de sangre notando como lo
que parecían unas manos exploraban su interior y oyendo como la carne y los músculos eran
desgarrados.
*****
Spike, un joven aspirante al cuerpo de policía de la gran ciudad ejercía como ayudante
en Sunday, faltaban dos meses para acabar de conocer si conseguiría el puesto y mientras tanto
ayudaba a Chester en su pueblo natal. Le fue asignado el turno nocturno, el peor de todos, nunca
pasaba nada, la verdad era que ni siquiera de día ocurría nada por eso decidió irse a la gran
ciudad, buscaba aventura y desafíos, buscaba acción y en ese pueblo aquellas palabras eran
desconocidas. Todo lo contrario que Chester, que habiendo llegado a ser detective de
homicidios decidió abandonarlo todo por la tranquilidad de Sunday. Entre sus tareas se
encontraba el patrullar las calles del pueblo, era lo mejor de su turno, caminar en solitario
sintiéndose el rey de Sunday, siempre con su teléfono móvil en el bolsillo por si alguien llamaba
a la central. Nunca llamaba nadie.
De pronto escucho unos murmullos cerca de la casa del viejo Joe, fue hacia allí sin
temor alguno, en alguna ocasión se había encontrado con el viejo en el porche y su botella de
whisky y lo ayudaba a meterse en su cama. Se aproximó a la casa y lo que vio le dejó helado,
dos desconocidos estaban agachados sobre el cuerpo de Lane, el barman. Uno de ellos estaba
devorando su cerebro, con la mirada fija en su manjar mientras que el otro estaba deshilachando
sus intestinos.
—¡Dios mío! —gritó Spike mientras desenfundaba el revólver—. ¡Manos arriba! ¿No
me han oído?
pero los desconocidos siguieron con lo suyo, disfrutando de su banquete. Y antes de que Spike
pudiese apretar el gatillo, una mano le tapo la boca, algo tiró de él y su brazo desapareció. Spike
chilló pero quedó ahogado por la sangre, en pocos segundos alguien le mordieron en el cráneo
buscando su fuente de sabiduría, al mismo tiempo que un niñita arma en mano le disparaba en
los testículos para acto seguido arrancar lo que quedaba de ellos y alimentarse, entonces Spike
perdió el conocimiento y no volvió a despertar.
*****
Los Martin descansaban en su dúplex, ajenos a lo que ocurría. Jake y Jessica Martin
eran los tenderos del pueblo, la única tienda del pueblo que se encargaba de alimentar a sus
habitantes. Silvester y Jennifer eran sus hijos, diez y ocho años, ambos buenos estudiantes
aunque el niño era un poco problemático, se juntaba con chicos mayores que él y siempre le
convencían para que cometiese pequeños hurtos en la tienda de sus padres. Aquella noche todo
era paz en casa de los Martin. Jessica se despertó, algo le rompió el sueño y fue a la cocina para
tomar un vaso de leche. Bajó las escaleras medio dormida y descalza, entonces casi resbaló al
Yo te despierto 69 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) llegar al piso inferior. Miró al suelo y creyó ver sangre y algo sólido pero pensó que alguno de
los niños había pensado como ella y bajó a la cocina a tomar algo– Vaya por Dios, uno de estos
días estos críos me van matar de un disgusto –pensó mientras encaraba la cocina para recoger
un par de servilletas.
—¡Aaaaaaaaaaaahhhhhhhhhhhhhh!
El gritó despertó a Jake, su mujer no estaba en la cama y se escuchaban ruidos en el piso
de abajo, cogió su rifle y con sigilo fue bajando los escalones, estaba sudando pues la luz de la
nevera estaba abierta y un ligero sonido provenía de allí, le recordó el ruido que hacía cuando de
joven destripaba a las vacas en el matadero de la ciudad. Entró en la cocina y la visión era
inaudita, allí estaban sus dos angelitos, cubiertos de sangre y masticando los pulmones y el
corazón de su madre. Jake quedó horrorizado, ya no eran sus hijos. Apuntó con el rifle a los
niños– Perdonadme hijos, no me queda otra opción... –dijo llorando mientras apretaba el
gatillo. El primero fue Silvester, su cuerpecito salió disparado hacia la pared pero se levantó y
fue directo a él, otro disparo acabó con su rabia, su cabeza quedó esparcida por toda la cocina
mientras Jennifer continuaba devorando a su madre. Jake dio un paso y Jennifer se lanzó hacia
él recibiendo el mismo trato que su hermano. Multitud de disparos y gritos empezaron a
escucharse por todo el pueblo, Sunday había despertado horas antes del amanecer y Jake estaba
allí, arrodillado junto al cuerpo de su mujer con lágrimas en los ojos.
—Te quiero mi amor, ojalá hubiese llegado a tiempo –decía Jake mientras depositaba
su rifle en el suelo y cerraba los ojos– Habría dado cualquier cosa por salvarte cariño –antes de
que pudiese reaccionar escuchó una sola palabra– Cereeeebro... –y justo cuando abrió los ojos
unos dientes se incrustaron en su cabeza.
*****
Poco a poco los habitantes de Sunday fueron pereciendo. El reverendo y su esposa, el
médico y su joven hija... todos. El oficial Chester fue uno de los últimos en caer, los que no
habían sido totalmente seccionados se levantaron y se unieron al ejército, familias que se
comían entre sí, padres que devoraban a sus hijos, los disparos se oyeron durante horas, los
gritos durante segundos, el pequeño pueblo había sido derrotado. Cuando amaneció las calles de
Sunday estaban cubiertas de despojos humanos, no había esquina en donde un trozo de carne no
formase parte del decorado. El ejército de los muertos salió de la ciudad mientras acaban de
devorar partes de los que habían sido sus familiares o amigos. Cruzaron el puente en dirección a
la interestatal, nadie les hacía frente, los pocos que hallaban por el camino o se convertían en
alimento o se incorporaban a filas. Siguieron su camino pasado un cartel que rezaba–
Bienvenidos a Oswald, población 56.394...
Yo te despierto 70 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MI ESPERADA VELADA DE TERROR
Me costó decidirme pero al final rehusé la invitación. Y es que no me era tan difícil
escoger entre un fin de semana con amigos en el pantano ó quedarme en casa con una acogedora
manta en el sofá viendo una buena película de terror junto a la chimenea. Sinceramente nunca
me han atraído las alocadas fiestas de la gente y mucho menos las que realizan mis amigos, por
llamarles de alguna manera. Porque la verdad no sé aún lo que me une a ellos. Soy tan diferente
que no sé ni cómo me aguantan y quieren estar conmigo. No me gusta la compañía, no disfruto
con charlas sin sentido tomando un café y fumando un cigarrillo, con mi cojera no tengo sentido
del movimiento ni cuerpo para ir de baile por mucha inclinación musical con la que haya sido
agraciada y mucho menos me llama la atención trasnochar como quinceañeros para estar
haciendo la competencia a los serenos de los 60. Pero sucedió así y no puedo remediarlo. A mis
amigos los he tenido, los tengo y los tendré a mi lado para lo bueno y lo malo. La cuestión es
que anoche me tocó hacer la fatídica llamada telefónica a uno de ellos y le comuniqué mi
decisión. No le gustó lo que escuchó e intentó convencerme por activa y por pasiva de que me
fuera con ellos, pero yo no di mi brazo a torcer. Y es que tenía en mi mente la escena preparada
para ese sábado por la noche y ni nada ni nadie iba a estropeármelo. Ahora solo tenía que pasar
el día del sábado hasta eso de las nueve y muy poco más de la noche y estaría en mi salsa. Y es
que para mí las nueve y algo es una hora perfecta para comenzar mi gala privada. Ni antes ni
después es conveniente por lo siguiente. Antes, porque el ambiente diurno no es propicio para
saborear en condiciones una velada de terror y después, difícilmente me sería posible, debido a
la poca capacidad que tengo para poder aguantar hasta altas horas de la noche sin quedarme
dormida. Pero llegó por fin las nueve y cuarto de la noche y comenzó mi objetivo. Preparé con
esmero la velada: bajé del armario el edredón blanco de florecitas azules y lo coloqué
estratégicamente en el sofá. Busqué en el ordenador las últimas películas adquiridas y elegí una
al azar, no centrándome mucho en el título para no hacerme quizás una idea errónea de su
argumento. Lo que sí desee es que fuera de zombies pues hacía ya mucho tiempo que no veía
una y esa vez me apetecía. Y aunque teniendo en cuenta que, en las últimas adquisiciones, un
ochenta por ciento no era filmografía de este tipo, no las tuve todas conmigo de que la que se
me ocurriera ver fuera de esas. Ya tan sólo quedaban un par de cosillas por hacer y tenía listo
todo para empezar a sentir miedo cinematográficamente hablando, claro. Pasé la película al
lápiz de memoria, y me fui al salón para dar comienzo mi esperada velada. Encendí el televisor,
incrusté el lápiz en la rendija del reproductor y apagué las luces a cal y canto, quedándome por
unos instantes en total oscuridad hasta que aparecieron los primeros créditos. Y cuál no fue mi
suerte que, no teniendo bastante con mi cojera, fue tal el golpe que sufrí en mi rótula yendo a
sentarme al sofá, que por unos instantes me quedé doblada quejándome de lo patosa que soy.
Para mi desgracia plena, ahora tenía cojera en el pie derecho y tremendo golpe en la rodilla
izquierda. ¿Alguien da más? Por fin conseguí llegar a tientas hasta el sofá y desenvolví el
edredón tapándome hasta el pecho y estirándome cual poco larga que soy. Eran bastantes
créditos y teniendo en cuenta que, aunque uno de mis extraños gustos era leer de principio a fin
los créditos de las películas, esta vez me fue imposible pues debido al golpetazo que me arreé,
se me quitaron hasta las ganas de conocer al cámara ó al ayudante de producción. Un leve
sonido musical comenzó a brotar de los altavoces del home cinema y, poco a poco, inundó todo
el salón haciendo retumbar hasta los cristales. Aquí y ahora había dos posibilidades: ó bajaba el
sonido ó directamente iba a ser la comidilla de la comunidad al día siguiente, y aunque esta
fuera la primera vez que tuvieran un problema conmigo, eso no era muy conveniente. Solución
definitiva y sin opción a duda: bajar el sonido. Rebusqué casi a tientas por la mesa el mando a
distancia del home cinema y para mi eterna fatalidad no estaba allí. Tendría que volver a
levantarme, a riesgo de volver a trocearme algún tramo óseo de lo que me quedaba de cuerpo
sano y sin magulladuras, y así me tocó hacerlo. Intenté ir con el máximo cuidado posible de no
rozarme con nada, de ir esquivando esquinas y rincones de los numerosos obstáculos que se
interponían en mi camino hasta poder llegar hasta el mueble de la televisión donde, por regla
general, suelo poner erróneamente los mandos. Y digo erróneamente porque siempre me pasa
igual, intento ser tan ordenada y dejar cada cosa en su lugar, que en este caso, con los mandos,
Mi esperada velada de terror 71 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) lo lógico supera al orden. Deberían estar en la mesita ó en el sofá y no en el mueble de la
televisión, junto a ella, porque si no, ¿para qué levantarme a coger el mando si puedo pulsar el
botón yo misma? Y como tengo una cabeza cuadriculada, no cambio mis hábitos ni a fuerza de
intentarlo. Agarré el mando con genio y, no habiendo avanzado ni dos pasos hacia mi
amadísimo sofá, los dedos de mi pie derecho quedaron rígidos de dolor al sentirse aprisionados
por algo que estaba caído en el suelo, cosa que me está bien empleada por esta mala manía de
descalzarme totalmente hasta sentir el frescor del suelo con los pies desnudos, a riesgo de
clavarme cualquier cosa, suceso así acontecido. Si no era poca mi desgracia hasta entonces, al
agacharme para comprobar el inesperado regalo dañino que tenía entre los dedos del pie, me
golpeé de nuevo, esta vez contra la mesita y en mi frente, notando en el momento cómo me
nacía entre mi flequillo un huevo del tamaño de los de una gallina de corral. Y viviendo tal
dramática situación, no me quedó más remedio que hacer un parón en mi truncada velada e ir a
la cocina a ponerme un poco de hielo en la frente, en los dedos y también en la rodilla ya que
ninguno de ellos se pusieron en concordancia para turnarse en doler. Avancé hasta la llave de la
luz del salón y la luz se hizo. Llegué a la cocina dificultosamente, me puse el hielo en esas dos
doloridas partes de mi cuerpo y, aprovechando la ocasión, tomé del frigorífico un refresco para
apaciguar un poco mi mala suerte. Iba a ser la primera vez que probara ese refresco pues, esa
misma mañana, una chica muy menuda y de gordos mofletes que estaba junto al stand de las
chucherías, ofrecía, muy sonriente, una nueva marca de burbujeante bebida light con sabor a
mango. Esperemos que me guste, le dije, pues soy muy tiquismiquis para probar cosas nuevas.
A lo que ella engalanó su bebida, como buena vendedora, haciendo que me llevara la de regalo
y un pack de seis más pagando la mitad de su valor. En definitiva, que tomé la lata del
frigorífico, agarré tres bolsas de cubitos de hielo y me dirigí de nuevo al sofá. Pulsé de nuevo el
play del mando a distancia y comenzaron otra vez los créditos. Mientras fui poniéndome las
bolsas de hielo en los diferentes lugares marcados por la batalla, exceptuando el de la frente, ya
que la correspondiente bolsita quedaría sujeta gracias a la mano que usaría tras abrir la lata de
refresco y colocar nuevamente el edredón blanco de florecitas azules sobre mi maltrecho
cuerpo. La película tenía una buena banda sonora, de esas que te hacen vibrar con el soniquete y
empiezas a notar un ligero escalofrío que hace que aflore tu morbosidad. Esto era lo que yo
esperaba sentir, y eso sólo, era el principio. Tendría por delante cerca de dos horas para seguir
disfrutando de ese placer tan inusitado. Parece increíble que seamos capaces de sentirnos
atraídos por lo desagradable, lo cruel, lo prohibido y todo lo negro y oscuro que puede ofrecer la
condición humana. Comenzó ya por fin los primeros cuadros de la película y, di las gracias a
alguien invisible en el vacío del salón por ser una de las veinte por ciento de zombies que tenía
grabadas, porque si hubiera sido por probabilidad matemática, el ochenta por ciento hubiera
salido triunfador. Pero así son las cosas y sobre todo el destino. Y el destino me tenía preparado
una buena y terrorífica velada. Mientras Margueritte, la protagonista, se cambiaba cuatro veces
de vestido en menos de quince minutos, pues por cada vestido, aparecían en el cementerio tres
zombies perfectamente caracterizados. Aunque hubo uno que me hizo incluso sonreír porque el
ojo que le habían dejado colgando por la mejilla tenía más pinta de castaña pilonga que de ojo
sangrante. Cuando quizás llevaba unos veinte minutos de zombie-sesión, empecé a notar unos
desagradables y desesperantes picores por mi cara, el cuello y el pecho y diez minutos más tarde
y sin remedio, me tocó parar otra vez la película y acercarme al cuarto de baño para ver lo que
me estaba ocurriendo. Al mirarme al espejo, cual no fue mi sorpresa, bueno, mejor dicho un
susto de esos que quería sentir con la película de zombies, pues el espejo reflejaba
verdaderamente a mi persona convertida en un esperpento dermatológico. Ahí estaba yo con una
reacción alérgica al refresco que estaba tomando y tenía unos ronchones colorados como
pimientos morrones y mi piel se había tornado de un pálido azulado que daba la sensación de
ser un muerto viviente. Y como siempre he sido la pupas, mi armarito del baño es como una
pequeña farmacia así que, visto lo visto, y nunca mejor dicho, me inyecté una pequeña dosis del
antialérgico que uso para contrarrestar mis innumerables alergias primaverales, otoñales y
fiestas de guardar. Sinceramente, volví cansada al sofá después de tanto desbarajuste en esta
gala que deseaba que fuera placentera para mí. Así fue transcurriendo la velada y fotograma a
fotograma cuando, pasado cerca de una hora y media y estando muy cerca el final del
largometraje, tenía ya los nervios de punta por saber de una vez el desenlace del pernicioso viaje
Mi esperada velada de terror 72 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) que hizo Margueritte a aquél pueblecito de las montañas de Kansas. Cuando, precisamente,
comienzan a aparecer en bandada unos tropecientos zombies al cual más desvencijado, más
descompuesto y más troceado, suena el timbre de la puerta. Fue tal el susto que me pegué que se
me rompió la bolsita de cubitos de hielo que tenía puesta sobre mi frente y uno de ellos, se me
quedó agarrado a mi piel como ave de rapiña a su presa. Sentía cómo unas garras quemaban y
arañaban mi dolorido huevo en la frente producido por el cubito de hielo colgando. Pero con las
prisas, el susto y que se había pegado tanto, que al intentar despegarlo se me empezó a ir junto
con el cubito de hielo, la sangre reseca que tenía del golpe y parte de la primera capa de piel.
Desistí de intentar arrancarlo con las prisas y me dirigí al pasillo, pues el inesperado visitante se
estaba cansando de esperar y llamó de nuevo al timbre. De la rabia que me dio de que me
interrumpieran en tal momento y la última desdicha con el cubito de hielo pegado en mi frente,
salí despavorida rumbo a la puerta sin quitar mi obsesiva mirada del televisor para no perder ni
un solo fotograma del final de la película. Caminé como pude hasta el pasillo pulsando a tientas
la llave de la luz. Pero, sin ser consciente realmente de lo que estaba haciendo, pues mis pocos
sentidos estaban puestos en las escenas de los zombies, que arreé tal manotazo a la llave de luz
para que se encendiera el aplique, que hice algún estropicio allá en su maquinaria interior y
pegó un petardazo la bombilla haciéndose mil añicos sobre mi cabeza, yendo a parar algunos de
los cristalitos sobre mis mejillas y mis manos. Y temblona y dolorida por todo lo sucedido,
agarré el pomo de la puerta para cantar las cuarenta a la inoportuna visita que llegó en aquél
momento. Y como si de una fatal broma del destino se tratara, el home cinema en ese momento,
y llegado por fin el desenlace de Margueritte que estaba frente a frente a los zombies de Kansas,
hubo un gran estruendo en la banda sonora, haciendo que los niveles de los agudos del
ecualizador se pusieran en rojo estridente sobrepasando el nivel máximo permitido. Ensordecían
al completo no sólo el salón sino más allá de las paredes, por los golpes vecinales que
atravesaban y acompañaban a la fúnebre orquesta zombie. Abriendo la puerta de golpe intenté
expulsar mis demonios interiores hacia aquel visitante, cosa que me fue imposible pues al
intentar articular la primera palabra, lo único que conseguí que saliera de mis labios fue un
alarido gutural debido a que la reacción alérgica me inflamó también las cuerdas vocales. El
fortuito visitante no era uno, sino mis amigos a tropel, los cuales, al abrir yo la puerta en esas
condiciones, pegaron tales gritos de despavorido terror que me tiraron encima las bandejas de
comida y bebida que traían para amenizar mi solitaria velada. Y ahí estaba yo, impávida en el
umbral de la puerta, a oscuras, con una chirriante banda sonora en el ambiente, con mi cojera,
mi golpe en la rodilla, los dedos engarrotados por el dolor y el frío del hielo, mi huevo en la
frente acompañado del correspondiente cubito congelado y colgante, mis inflamados ronchones
epidérmicos y los cristalitos incrustados por doquier en mis mejillas, la nariz, las manos y vaya
usted a saber por cuántos sitios más. Y si todo eso era poco, empapada de refrescos de
diferentes sabores que se dejaban resbalar por mi pelo grotescamente adornado con palomitas y
nachos. Desesperada de tanta mala suerte en mi apetecida velada del sábado por la noche, cerré
con tal fuerza la puerta que hice que los dos cuadritos de mi izquierda se me cayeran en el pie
que tenía libre de heridas de guerra. Volví casi arrastrándome como soldado entre ráfagas y por
fin llegué al sofá. Miré el televisor y alcancé a ver el último fotograma de la película. En la
pantalla aparecía: Enhorabuena, usted ha sido el mejor candidato por su magnífica y
espectacular caracterización de zombie para representar la segunda entrega de: Los zombies
de Kansas. THE END.
Mi esperada velada de terror 73 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) POR AMOR
Le cerró los ojos.
Y no lo hizo como parte de un ancestral rito de carácter religioso, o una costumbre
rayana en la superchería, sino porque no quería presenciar el momento de la transformación.
Estuvo presente en el momento en que la vida de Zoel se extinguía, “fue todo tan
rápido”, pero el paso de ser humano a… bueno, a eso, no, no podría soportarlo.
“Nunca volverá a ser el mismo”, pensó. Su corazón se convirtió en un puño.
Miró a su alrededor. La habitación era un caos. Regueros de sangre marcaban el suelo
en grotescos dibujos. El zombie, al caer fulminado, había destrozado las cortinas, arrancándolas
y quedando en obsceno bulto en un rincón. Las sillas estaban colocadas como un parapeto
delante de la cuna, pues ella antes había arrojado todo tipo de objetos para evitar, sin éxito, que
el monstruo alcanzase al crío. La cama estaba revuelta, y un sinfín de tonterías se esparramaban
encima. Entre otras, el cenicero rojo, acusado en primer grado de delito de genocidio. ”Dios,
tengo que recoger todo éste desastre, se va a asustar cuando despierte”.
Se incorporó con un suspiro. Agarró a Manu por los pies. “Imbécil”.”No te aguantabas,
¿verdad? ¿Tenías que salir, arriesgarnos de esta manera por unos putos cigarrillos? Y luego, aún
conservaste la inteligencia suficiente para encontrar el camino de regreso a casa, ¿no? ¿Venías a
abrazar por última vez al nene o a comértelo? ¡Malnacido!
Con mucho esfuerzo, lo arrastró hasta el baño.”Bueno, ahí te quedas”, le espetó. “No te
vayas, que a lo mejor te necesito luego, ja, ja.”
Recogió el machete. Lo miró. La sangre se estaba coagulando ya.”No me queda mucho
tiempo, pequeño, tengo que prepararlo todo”. Lo arrojó encima del cuerpo, y echó una última
mirada al que había ejercido de esposo en los últimos diez años. “Mira lo que me has obligado a
hacer”, le espetó con rabia al cadáver, última e inútil pelea conyugal. Se planteó cortarle el
cuello, tal como habían recomendado en las noticias, pero el cráneo estaba destrozado. No se
volvería a despertar.
Se asomó a la ventana. Amanecía. Un día gris en una ciudad obrera. A lo lejos, se
distinguían los restos de un gran incendio en los astilleros. “Ahí si que la están armando”,
susurró.” Se están defendiendo bien”. La calle, desierta, testigo de una batalla que se había
librado ya. Las luces del alumbrado público continuaban encendidas, como prueba de lo que no
hace mucho era una parte más de la cómoda civilización. Una solitaria gaviota revoloteaba con
pereza en busca de más desperdicios que picotear. “Estos días están hartas de comer”
Volvió la vista a la cuna. Nada. Zoel estaba tumbado boca abajo. “¡Dios!””¡El brazo!
¡Tengo que cosérselo!”.
Salió de la habitación en busca de los útiles de costura. “No puedo dejarlo sin brazo”,
pensaba.
Cuando regresó a la habitación y lo tocó, el cuerpo del niño ya estaba frío. Mientras le
acariciaba los bucles con amor, se decía orgullosa, ”Se le está aclarando el pelo, no va a ser
moreno como yo”.
Respiró hondo y comenzó a coser. La aguja se hundía tan fácilmente en la carne que le
daban ganas de llorar. Apartando a un lado el sentimiento, y muy lentamente, pasó la aguja y el
hilo de lana desde el miembro amputado al colgajo. Tiraba y clavaba. Tiraba y apretaba. Un par
de veces el hilo se le rompió, y tuvo que asegurar las puntadas. No había manera de sujetar el
hueso, signo de que el brazo no sería funcional, pero al menos, no sería un cuerpo mutilado.
Mientras, canturreaba en un pueril intento de exorcizar sus demonios, que últimamente
eran demasiados.
Por amor 74 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Media hora más tarde, repasó la burda operación. El bebé seguía sin moverse. Lo colocó
boca arriba, le puso una toalla debajo para que absorbiese parte de la sangre de las sábanas y
subió la barandilla de la cuna. “Espero que no pretenda tirarse, o se va a lastimar la cabeza. No.
Eso no. Sería fatal”.
Las campanas de la catedral, cerca de la casa, tañeron de manera monocorde el sonido
del Ave María. Consultó el reloj de la pared, un payaso comprado en el mercadillo que a Zoel
parecía encantarle; pero cuyo péndulo comenzaba a ponerla nerviosa .Maldito tic-tac. Las ocho
en punto. Calculó unos cuarenta minutos más.
“Zoel, ahora vuelvo, mi amor”.Fue a la cocina, en busca de la fregona y un cubo con
agua para limpiar toda aquella porquería. “Una cosa no quita la otra, y los hábitos en los niños
son fundamentales: rigurosidad en la alimentación, limpieza, disciplina y orden”.
Mientras trabajaba, a su mente febril mil y un recuerdos pugnaban por acudir y
arrastrarla a la locura, una amiga que se empezaba a presentar, muy, muy cercana. ”No te
hundas, María, tienes una responsabilidad, el nene acaba de quedarse sin padre y tendrás que
hacerlo todo tú sola, así que contrólate de una vez”.
Lo mejor: esforzarse en visualizar un futuro que se les presentaba incierto. Paso a paso.
“Necesitaré salir a por más pañales, creo que nunca llegará a controlar esfínteres. Y
cuando se despierte, tendrá hambre. Dicen que se despiertan con hambre. Pero, ¿cómo haré que
coma? No puede masticar aún, voy a tener que cortarla yo y mascarle la carne. ¿Le saldrán los
dientes que le faltan?
Qué perspectiva tan ominosa, pero María, ante todo, era práctica. Abrió la ventana para
disipar el hedor de la habitación, y el aire frío la despejó. Un poco.
En una esquina el bufido del siamés subió de intensidad. “Quita”. Apartó al animal con
la fregona, y el bicho se escapó escaleras abajo en busca de mejor refugio. “Tú tienes suerte, ja,
ja, no les gusta la carne de gato. Aunque en caso de apuro, iré a por ti”.
Los dos perros del callejón que rondaban los desperdicios, comenzaron a aullar, señal
de que intuían que algo malo se aproximaba. “Ya vienes, cariño”.
Se sentó junto al cuerpo inerte. Qué cansada estaba. Llevaba más de treinta días sin salir
de la vivienda, sin ver a otros seres humanos, bueno, los que quedasen desde el inicio de la
epidemia. La radio, muda desde hacía más de cuarenta y ocho horas, no presagiaba nada
bueno.”No pueden controlar la situación. Aún.”
Su misión: mantener a su hijo con vida hasta que encontrasen una cura. “Intentará
escapar, lo sé, pero no camina todavía, podré controlarlo”.”
Le pareció ver una sacudida. .Esperó. El bebé se estremeció de nuevo.
“Qué pálido está. Claro, ha perdido mucha sangre. Tiene que comer y reponerse, vamos
a aguantar hasta que alguien encuentre una solución para todo esto. Luego nos iremos de aquí y
empezaremos de nuevo. Olvidaremos.”
Le acercó su araña de peluche, su preferido. “Hazle compañía, necesito un minuto…”
Fue al otro baño, pues no soportaba ver la cabeza destrozada de Manu. Ahora entendía
la expresión de ir a cámara lenta, pues todo le parecía una infame película de cine barato, pero la
vida es así de simple, igual de dura. O luchas o mueres.
Entonces, mientras se enjuagaba la cara con agua helada, por un momento, sólo un
segundo, se quedó vacía. Vacía por dentro. Deseó morir y seguir así. Deseó coger al niño y
tumbarse juntos en la cama, y que al despertar éste la atacara. Si, sería su final, pero ¿Qué sería
de su hijo? ¿Un monstruo más pululando por las calles?
Por amor 75 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) No sabía si al regresar de la muerte Zoel la reconocería. No tenía ni idea de si sería
capaz de mutilar cuerpos y entregárselos en satánica ofrenda. Tal vez éste era el fin de una raza
y el comienzo del caos.
Ay, pero el amor de una madre es infinito. Ama aunque la lastimen. Ama sin
condiciones. Ama aún cuando ya no queda nada de aquél ser que engendró, al que amamantó,
educó y vio como se alejaba.
El amor es ciego.
María amaba a su hijo con todas sus fuerzas. Incluso daría la vida por el pequeñuelo.
Se sentó. Esperó. Faltaban unos minutos….
Sonreía.
Un ruido gutural partiendo de la cuna, le avisó de que el momento había llegado.
Incorporándose de un brinco, se acercó, expectante. ¡Allí estaba!
Dos manitas gordezuelas se alzaron hacia ella, como tantas otras veces que buscaron su
protección .La pequeña boca se abrió, emulando un beso. María se llenó de amor, amor
irracional de madre en espera de ser correspondida (nunca) de igual manera.
Se inclinó hacia el hijo querido. Entonces, una fuerza descomunal la atenazó, y unos
ojos ávidos se clavaron en los suyos, ojos que no conocían nada más que el horror. No eran
humanos.
Como último pensamiento de ser consciente, el instinto de supervivencia gritó
mientras el zombie le desgarraba la garganta y la vida se le caía al suelo: “Puñetero amor…”
Por amor 76 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) YO, ZOMBIE (INTROSPECTIVA EN PUTREFACCIÓN)
“Hazte cargo de tu carga” - Anónimo -
Algo cambió en mí…
Siento que mi cuerpo pesa una tonelada al caminar.
Cuando intento hablar, sólo logro balbucear y babear como perro rabioso.
Mi mente está gobernada por una creciente y voraz necesidad de comer carne humana…
YO, ZOMBIE
1
Estoy muy hambriento; parece que no hubiera comido por meses:
Carne, carne y más carne es lo único que mi cerebro me reclama a gritos, mientras
mastico con voracidad y desesperación a mi nueva víctima. Esta vez es una anciana.
Sentado en el piso de una habitación dominada por la penumbra, me hallo con la mujer
apoyada sobre mi regazo. Mientras le arranco con una feroz mordida uno de los dedos de su
mano, me mira fijo con su único ojo, que está abierto pero sin vida. El otro se lo había
arrancado de un mordisco.
Me gustaría tratar de explicarle lo excitante que se está volviendo esto de cazar
humanos, pero no puedo. Sólo logro expulsar de mi boca —además de restos de carne y piel—
una mezcla de balbuceos y palabras sin sentido, como si el estar en este estado me hubiese
dotado de un nuevo idioma.
Si hay algo que no puedo evitar, es el hecho de devorar a mis victimas de forma
angurrienta. Esto me lleva a caer en sucesivos atracones, como el que ya empiezo a sentir. El
primer aviso de esta molesta sensación es un oloroso y estruendoso eructo.
Poco a poco, los gritos que le reclaman a mi cabeza por más comida empiezan a cesar,
pero sé que sólo será por un rato.
2
No estoy solo. Una nube de moscas ronda en torno a las heridas mortales que le
provoqué a la anciana .Dan vueltas alrededor de su cabeza hasta finalmente decidir posarse
sobre el orificio en donde estaba su ojo. Penetran dentro de la cavidad y se quedan escarbando
allí por unos segundos: por lo visto, no están satisfechas. Emprenden un nuevo vuelo y aterrizan
sobre su boca semiabierta. Atraídas por la curiosidad, deciden investigar un poco más en donde
picar y se adentran en la misma. Evidentemente no soy el único angurriento…
Luego, como si quisiera imitar a las moscas, una cucaracha escala sobre mi huesuda
pierna, trepa mi pecho desnudo y ensangrentado, asciende por el cuello y se posa en mi nariz.
Sin vacilar, le propino un manotazo y cae sobre mi regazo, moribunda.
Ya me siento saciado. Dejo a un lado a mi víctima y me pongo de pie; girando sobre mi
eje, hago un paneo de toda la habitación, buscando orientarme ante la oscuridad que reina.
Refunfuñando y con los brazos en alto, zigzagueo por la habitación en busca de una
salida. ¡Está muy oscuro aquí!
No logro avanzar más de un par de metros, cuando unos gritos provenientes del exterior
llaman mi atención. Guiándome por estos, acelero mis pasos hasta que mis dedos se topan con
una ventana que da a un callejón.
Yo, zombie 77 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 3
La escena que observo con placer a través del vidrio me llena de júbilo:
Dos mujeres, presas de un terror que deforma sus rostros, corren desesperadas desde un
extremo del callejón hacia la salida del mismo. En el momento que cruzan delante de mi
ventana, una de ellas me mira por un instante y su cara se arruga un poco más. Aprovecho ese
fugaz momento para regalarle una sonrisa tétrica.
No es para menospreciar su miedo, porque tras ellas va un grupo de famélicos zombies,
que las persiguen con un eufórico semblante.
Cuando la suerte parecía de su lado, una pareja de zombies la sorprenden por el frente,
cerrándoles el camino de escape y las atacan con tal ferocidad, que eriza mí ya piel putrefacta.
Deseoso de participar en esta brutal cacería, intento romper el vidrio de la ventana a
manotazos, pero sólo logro rajarla. No se porqué, pero me estoy quedando sin fuerzas.
Un sudor helado recorre mi cara y me la froto con fastidio. Luego, observo mis manos.
Están amarillentas y líneas violáceas las cruzan transversalmente.
¿Siempre tuve este color de piel? No lo recuerdo ya. Ni siquiera sé cuando ni cómo dejé
de ser humano.
4
Mi estómago me juega una mala pasada: un crujido desgarra mis tripas y me hace
doblar en dos por el dolor, distrayéndome del espectáculo en el callejón.
¿Será otro efecto del atracón? Nunca me había sentido así… quizás me estoy muriendo,
pero ¡si ya estoy muerto!
Cualquiera que se atreva a poner su mano sobre mi pecho podría cerciorarse de eso,
porque mi corazón ya no late.
Con dificultad, llevo mi machucado cuerpo hacia donde esta el cadáver de la mujer.
Grito furioso por el dolor y caigo de rodillas sobre ella, clavándoselas —sin darme
cuenta—en el pecho. Por un instante, que parece horas, me quedo en esa posición observando
con odio a la putrefacta mujer.
De repente, un grito de — ¡ABUELA!— me hace girar en redondo.
Un joven, que no es zombie, se está tomando el trabajo de hacer lo que yo no pude:
romper la ventana.
Noto la furia en su rostro. Viene al rescate de la anciana (un poco tarde yo diría) y
también por mi cabeza…
Tener a esta nueva presa al acecho reavivó, a pesar del dolor, mi apetito. Rápidamente
me levanto y avanzo hacia él.
Los gritos, en mi cabeza, pasaron a ser alaridos…
No es mi naturaleza devorar gente y no puedo ir en contra de la misma.
Pero ya no soy lo que era y lo asumo.
Mi lado zombie devoró al humano…
FIN
Yo, zombie 78 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) QUIJADAS DE FORT DAVIES
El mayor Lynn aún no podía creérselo. El hechizo del indio navajo de melena blanca
había funcionado. Lynn había vuelto. La diferencia era que estaba un poco cambiado. En cuanto
salió de la tumba en la que se alojaba en el viejo cementerio de aquella colina abandonada de
Santa Fe, lo primero que le pidió a Cabellos de Plata -que así era como los de su tribu le
llamaban- fue que le dijera cuanto tiempo había pasado desde su muerte…
—Tan sólo pasar dos semanas, Hombre Gris.
—¿Hombre gris? ¿Por qué diablos me llamas “Hombre Gris”, Cabellos de Plata?
—Cuando eras el jefe de los cuchillos largos azules en mi viejo territorio, te
llamábamos “Luna Pálida”. La claridad de tu rostro era tal que más de una vez los míos pensar
que tú ya estar muerto mucho antes de este momento.
—Aún así aquí nos encontramos, viejo amigo…
—Lejos de las tierras que nos convirtieron en hermanos de sangre estamos, tú y yo. Yo
lejos de mis hermanos de caza y tú lejos de tus cuchillos largos azules.
—Mis hombres... dime una cosa, hermano, ¿Quién es ahora el líder de mis hombres?
—El hombre blanco que les dirige ser guerrero de avanzada edad. Tener gran barba
blanca y hablar mucho sobre vuestro Gran Padre Blanco, además ser hombre “pesado”.
—Hmmm… supongo que será el coronel Danvers. Por lo de hombre “pesado”, doy por
hecho que te refieres a su masa corporal; en cuanto a lo de la barba blanca y el “padre blanco”,
solamente en todo ese territorio hay un hombre que la lleva y que es él fiel a todas las doctrinas
del presidente Grant. En fin, mi viejo puesto está bien cubierto. Mi antiguo regimiento está en
buenas manos.
—¿Mi viejo hermano no me va a preguntar como le he “traído de vuelta”?
—No lo necesito. Te conozco bien para saber que has hecho tu trabajo a la perfección.
Una vez, cerca de Yuma, pude ver como sacabas un horrible fantasma del cuerpo de un buen
hombre. En otra ocasión, en Río Grande, cerraste una herida envenenada de una flecha apache a
un soldado con unas palabras en un idioma extraño y unos polvos brillantes. Desde que
presencié aquellos hechos nada en ti me sorprende. Comprendo que hay cosas horribles en este
mundo para las que el ser humano no está preparado. Me has resucitado. Es cierto que no tengo
la pinta que un cadáver putrefacto tuviera pero hay algo que conservo de mi viejo cuerpo, un
recuerdo con forma de agujero que no pienso coser ni quitar de mi tejido corporal. Las tres balas
con las que me obsequiaron por la espalda...
—Hay algo sobre eso que mi hermano todavía no saber…
—Y tú me lo vas a decir. Cuéntame, Cabellos de Plata.
—Preston morir después de tu propia muerte. Él visitar a sus ancestros dos días más
tarde que tú.
—¿Qué? ¿Estás de broma? ¿Preston muerto? ¿Quién…?
—Yo no te responderé, hermano de sangre arcaica. Lo hará mi “otro amigo”.
Oyeron una voz cascada e irrisoria en ese preciso momento. Desde las cercanas tumbas
una sombra apareció detrás del viejo árbol que se usaba para colgar tahúres tramposos y
ladrones de caballos en la colina del lugar. Esa sombra se trataba un horrible ser esquelético.
Llevaba un capote azul con graduación de sargento mayor, y un sombrero del mismo tipo.
Debajo traje unionista. Caminaba marcando el paso con el ruido de las espuelas de sus botas.
Quijadas de Port Davies 79 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¡Caramba, capitán! ¡Le veo de fábula!
—¿¿Qué diablos es esto, Cabellos de Plata??
—Mi hermano solamente debe alegrarse, Hombre Gris, ese hombre ser viejo conocido
tuyo. La última vez que tú ver, ser en alrededores de vuestra Gettysburg.
—¿Quieres decir que “ESO” sirvió en Gettysburg y para más información bajo mi
mando?
— “ESO”… je, muy bonito, capitán. Hace ocho años era el tirador estrella de su
regimiento y ahora solamente soy “ESO”. Muy bonito, si señor. Por cierto, enhorabuena por su
ascenso a mayor, esa es una de las dos diferencias junto con la de que la última vez que tuve el
placer de verlo tenía la cara “más rosada” y los ojos “menos enrojecidos”.
—Un momento, un momento… yo ya he oído esa voz en otras ocasiones… ¿Zachary?
¿Rupert Zachary? ¿¿Eres tú realmente, viejo pícaro??
—¡Por la mierda que cagó Satanás en el Génesis! ¿Quién sino iba a ser? ¡Joder, mayor,
le veo lento de reflejos pese a que nuestro viejo explorador navajo haga milagros con sus
“polvos mágicos”!
Lynn estaba contento pese a todo. Había dado con un hombre que lo ayudaría a
encontrar respuestas. No recordaba cuanto tiempo había pasado desde la muerte y putrefacción
de Zachary, aun así el viejo sargento de artillería, pese a ser poco más que un esqueleto rancio
parecía seguir siendo el mismo buen tipo de siempre, además, conservaba uno de sus maltrechos
ojos. Lynn recordó que a fin de cuentas y pese a lo estrambótico de la situación, ambos hombres
habían servido bajo su mando.
—¡Sargento Zachary! ¿Sabe quien mató a Preston Bullock?
—Después de que usted muriera Preston intentó tomar cartas en el asunto para vengar
su muerte y ellos lo mataron. La gente de L.D. O’Malley. Le dieron una paliza y lo agujerearon
a balazos…
—Capitán Leslie “Dog” O’Malley. El pueblo navajo no debió resucitarlo hace años.
Pero lo necesitaban para acabar con aquel demonio, ¿verdad, hermano?
—Has de saber el poder del oscuro O’Malley, Hombre Gris. Tan duro como tú era ese
confederado…
—¿Entonces que hacemos ahora?
—Hay algo más que mi hermano debe saber…
—Pero no le gustará, mayor.
—¿De qué estás hablando, Zachary?
—Después de la muerte de Preston, cuando L.D. le torturó públicamente y mató…
—¿Qué fue lo que pasó…?
—Sus hombres resucitados se volvieron borrachos de sangre. Descubrieron sus rostros
ocultos. Rompieron el pacto navajo y mataron a un montón de gente inocente al sur de Fort
Davies.
—¿Hubo muchos muertos?
—Demasiados, mayor. Incluso mujeres y niños…
—El lugar ahora está maldito y los míos no querer cazar a O’Malley. Considerar como
mandato de Manitú. Sus esbirros ahora colgar quijadas de cadáveres esqueléticos. Ser señales de
entrada a Fort Davies. Señales de su territorio. Ni siquiera tus Cuchillos Largos acercarse.
Quijadas de Port Davies 80 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¿Insinúa mi hermano que me ha resucitado para que yo barra el lugar de confederados
que nunca tuvieron que retornar de sus cenizas? En fin... ¿Mataron a muchos de mis soldados?
—No masacrar a soldados, Hombre Gris. Cuchillos Largos irse antes. Abandonar
lugar…
—Dejaron sola a la población y ellos tomaron el fuerte haciéndose indestructibles en él
¿verdad?
—Yo resucitar a mi hermano para que él limpiar herida traída a causa de blancos y de
indios. Todos, hermanos de guerras distintas. Maldad de O’Malley ser reflejo de nuestro
pecado. Expiarlo juntos.
—Nosotros no trajimos a esa lacra de Leslie Jameson O’Malley. Fue tu gente, maldita
sea…
—No se refiere a eso, mayor, Cabellos de Plata quiere decir que…
—¡Cállate, Zachary! ¡Estoy hablando con mi hermano de sangre!
—A mandar, mayor…
—Calavera Blanca y yo no poder hacerlo solos, hermano. Todavía recordar el miedo
que confederados y tribus rivales tenerte en campo de batalla. Tú ser grandioso guerrero, en
vida y en muerte…
—¡Y no se preocupe por que las moscas entren en su agujero de la espalda! ¡Se coloca
un poco de ciénaga en el boquete y todo arreglado!
—Gracias por tu comentario “terriblemente informador”, sargento… está bien, ¿Qué
posibilidades tenemos si es que tenemos alguna? ¿Cuántos son? ¿Zachary?
—Esos cerdos de los dos hermanos Laramie están con L.D. así como el capullo de
Simon Billings; el degollador Joey Taylor, aquel fanático sudista de Spunk Bradley y el viejo
Marion Wills. También hay un mestizo mejicano que estuvo con Lee en el Paso hace años. Le
llaman Torito Vázquez.
—Todos ellos son muy buenos, ya lo eran en la guerra. Incluso Wills era un gran
tirador.
—Gente peligrosa, mayor. ¿No es una suerte que nosotros también estemos muertos?
—Aquí los chistes los hago yo, sargento. Está bien, le devolveremos a América Fort
Davies y quemaremos las quijadas de esos zombis hijos de puta. Señores, vamos a limpiar la
que era nuestra vieja casa. Igual que en los viejos tiempos.
—¡Vamos a divertirnos volviéndonos a cargar a esos casacas grises!
—Nosotros acabar por siempre con esos muertos y redimir a los ancestros de mi
pueblo…
Y así el trío partió hacia el territorio de Fort Davies. Una de las zonas más salvajes de
las Colinas de Nuevo México. Las cabalgadas se llevaron a cabo de noche y siempre evitando
los pueblos. Salvo Cabellos de Plata para comprarle ropa nueva a Lynn; su cara no era tan
llamativa, pero si se le veía con ropajes totalmente rotos y viejos, cualquier pensaría que ese
hombre “no era normal”. A menudo paraban para que los caballos descansaran durante un par
de horas. Un día, lo hicieron al lado de una caravana de víctimas asesinadas por un grupo de
apaches renegados. Después de comerse Lyn y Zachary un buen trozo de cerebro de uno de los
muertos sin cabellera, se sentaron bajo un árbol a reposar su “copiosa cena”. Cabellos de Plata
solamente se alimentaba de hierbas y un extraño líquido que tenía en su cantimplora.
Continuaron así los días y las horas hasta llegar a su destino. Al terminar la semana llegaron a
Fort Davies. Vieron las quijadas colgadas en palos, así como los cráneos brillantes de los pobres
mortales que habían fallecido en las manos de aquellos asquerosos asesinos impíos. Había
Quijadas de Port Davies 81 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) pequeñas montañas de cráneos y huesos apilados de modo ordenado en un largo camino que
antes había sido una carretera por la que las carretas al fuerte pasaban. Un enorme letrero en las
inmediaciones del fuerte, prohibía el paso. Estaba escrito con sangre.
“CUALQUIERA QUE SE ATREVA A CRUZAR ESTA LÍNEA TENDRÁ UN PÉSIMO FINAL.
CAPITÁN LESLIE O’MALLEY, CUARTO REGIMIENTO DE LA COLUMNA DE VIRGINIA”.
Tras una rápida mirada al cartel y al terreno se dieron cuenta de que si entraban a saco
llevarían las de perder. Lynn miró a sus compañeros Después de un vistazo general les pidió su
opinión…
—Mayor, debemos de jugar a la guerra de guerrillas apache. Como cuando Mangas
Coloradas fue herido y tuvo que retirarse a México.
—Explíquese, sargento. ¿Qué es lo que quiere decir?
—Quiero decir que deberíamos de golpear y separarnos. Golpear y huir. Colocar unos
explosivos aquí y allá, poner un señuelo en el centro del lugar, disparar en diferentes puestos
lejanos…
—Guerrillas ¿eh?
—Así es, mayor. Al modo apache.
—¿Qué opina mi hermano?
—Yo tener que hacer hechizo para enviar de vuelta al infierno almas de O’Malley y su
gente. Ofrecerme para señuelo. Calavera Blanca ser buen tirador en lejanía. Tú tener que estar a
la vista sin ser visto. Igual que apache o cheyenne. Vieja técnica de pelea.
—Tu posición es arriesgada. Podrían matar a mi hermano. ¿Él no piensa en eso?
—Lo que tener que venir llegar más temprano o más tarde. No negociar con dioses y
destino.
—De acuerdo, así lo haremos: Sargento, colocaré sus explosivos esta misma noche.
Rodearan las esquinas del fuerte y el pozo del mismo. La loma que está en la parte oeste del
fuerte, es perfecta pues tiene todas las posiciones a la vista, ¿qué tal su puntería?
—No soy el mismo de Decatur o Valverde, pero algo puedo hacer con mi rifle de
repetición…
—Eso es lo que quería oír. ¿Habéis guardado mis Colts de plata con el emblema de
México?
—Los llevo lustrando desde el día que lo enterramos, mayor.
—Perfecto, sargento. Y ahora, señores, vamos a establecer el puesto de cada uno.
Pasaron toda la tarde escondidos, preparando el plan. Al caer el sol, Lynn, se infiltró en
el fuerte a través de uno de sus agujeros. El lugar estaba a rebosar de maleza y la suciedad
imperaba. Dentro del viejo bar se oían voces de celebración. Tras colocar los explosivos en el
fuerte se largó de allí echando chispas. Después colocó en las esquinas el resto de explosivos.
Tras aquello, a esperar. Al día siguiente no hacía un día demasiado cálido ni demasiado
nublado. Todos ocuparon sus posiciones. Zachary la loma; Cabellos de Plata el centro de la
entrada a Fort Davies; Lynn una de las rocas cercanas a la entrada, al este de la puerta principal
pero con buena vista en caso de apertura de dicha puerta. Por su parte, hacha en una mano
izquierda y báculo de madera en mano derecha, el indio navajo abrió las puertas del lugar de
una patada y pegó un desgarrador grito a medida que se adentraba en el fuerte cargado de
desolación y polvo.
Quijadas de Port Davies 82 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) -¿DÓNDE ENCONTRARSE EL OSCURO O’MALLEY? YO VENIR POR ÉL Y POR SUS
RATAS MUERTAS QUE ROMPER PACTO DE MI GENTE.
Al instante y casi como si hubiera sido un mandato del mismo infierno, cinco cadáveres
con horribles protuberancias, que traían el traje de el Ejército Confederado y portaban rifles
apuntando a Cabellos de Plata, hicieron acto de presencia saliendo del Salón. Los muertos
hablaron con el indio…
—Vaya, vaya, vaya. Mirad lo que ha traído el gato, un sucio navajo…
—Mi padre era navajo de pura cepa, Spunk. No te pases de listo, gringo.
—Tranquilo, Vázquez; Spunk no ha querido ofenderte, ¿verdad, muchacho?
—Así es, sargento Wills.
—¿Qué hacemos con él? ¡Tal vez haya más!
—Calma, Billings; estate tranquilito compadre. ¿Tú que dices, sargento Wills?
—Lo mismo que diga el teniente Taylor. ¿Qué dice usted, teniente?
—Yo digo que le interroguemos y preguntemos de donde viene y por qué está aquí. No
creo que sea solamente un navajo enfadado. Y luego, comernos sus tripas y dejar el cerebro para
cuando llegue nuestro capitán. Esa es mi propuesta.
—Reafirmo la propuesta, señores, aun así, su modo de hablar de nosotros no ha sido
“muy bueno” ¿escarmiento al viejo estilo, caballeros?…
—Un navajo es un navajo, yo digo que lo ahorquemos y quememos ahora mismo.
—Cabo Jedford G. Bradley, ¿de verdad cree que ahorcándolo ahora mismo haríamos
algún progreso, hijo? Eso no nos lleva a ningún lugar, Spunk…
—De acuerdo, sargento. Estoy con el teniente y con usted…
—Así me gusta. Bien, y ahora, caballeros… ¿le cogemos por los tobillos y se los
corta…?
Disparos, estallidos, carne podrida. Parte de la vieja serrería pegada a la esquina
izquierda del fuerte voló por los aires. Balas de dos Winchester saltaron a través de los cuerpos
de Torito Vázquez y el joven Billings, que rodaron por suelo. El sargento Wills vio la trampa
clara y se lanzó cuchillo en mano a por Cabellos de Plata. Este y el sargento sudista se
enfrentaron en un rápido duelo de cuchillo contra hacha, mientras los disparos se repetían, así
como las cortas explosiones en el flanco derecho y el izquierdo. El viejo establo ardió junto con
el cuerpo de Torito y el de Billings; en ese preciso instante y tras cortarle la cabeza con su hacha
de guerra al sargento Wills, el navajo movió con precisión y rapidez el báculo de madera en
dirección a los dos cuerpos y al propio cuerpo decapitado de Wills cuando este comenzó a
levantarse para recuperar su cabeza. Los tres cuerpos se evaporaron y desintegraron con
premura en una nube de azufre y pasta. En ese instante, Lynn salió de las sombras, y tras tirar su
Winchester, disparó con saña sus Colts en dirección a Taylor y a Spunk. El broche de oro, la
puntería del sargento Zachary desde la loma: voló por los aires el pozo de Fort Davies y la
explosión del lugar dio de lleno al teniente y al propio Spunk. Estos se desintegraron con el
mismo hechizo que Cabellos de Plata usó contra sus amigos. Desde la loma, Zachary cogió su
caballo y bajó a Fort Davies rápidamente disparando su Winchester con premura. Los Laramie
salieron de la oficina y acribillaron al esqueleto. Zachary cayó de su caballo, y tras lanzar su
rifle al navajo, se apartó el capote y dejó ver sus revólveres. El mayor se quedó a su lado y
Cabellos de Plata también. Los Laramie miraban con rabia a Lynn y sus amigos. Con una
soberana velocidad, los tres amigos abrieron fuego de modo repetido contra los dos hermanos
zombis. Tras acribillar sus cuerpos de tal modo que les destrozaron brazos y piernas, y sin
darles tiempo siquiera a reaccionar, Lynn sacó su Bowie de la funda trasera de su traje, y les
Quijadas de Port Davies 83 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) cortó las cabezas casi al mismo tiempo que el navajo recitó su danza para sacarles las almas de
los cuerpos zombis y transformar dichos cuerpos en sedimentos putrefactos. Los cuerpos se
quemaron y derritieron y de las cabezas solo quedaron cráneos brillantes. Lynn decidió coger
todos los cráneos de los sudistas y apilarlos junto a los restos del pozo. Cuando terminó, prendió
fuego a la oficina y al salón con ayuda del sargento.
En la lejanía vio un jinete montado en un caballo indio. Se acercaba a galope. Parecía el
mismo diablo. En ese momento hubo un estremecedor silencio cuando llegó hasta ellos el casco
del rápido caballo. El jinete se bajó y nadie dijo nada. La cara estaba parcialmente quemada y
desgarrada, uniforme de capitán del viejo Ejército Confederado, totalmente pulcro. Ni siquiera
se extrañó al ver el lugar en ruinas y suponer a la perfección que sus hombres habían muerto.
Era una última batalla…
—Sabía que tarde o temprano vendría a por mí, mayor Lynn. Me alegro de verle…
—Las quijadas de Fort Davies se quedan aquí, capitán O’Malley. Pero la de usted y la
de sus hombres nos pertenecen a mí y a los míos.
—¿Quieren pelear por la última gran batalla de la guerra, caballeros?
—Vamos a por ello…
Zachary y Cabellos de Plata se prepararon. En ese momento, O’Malley no solo sacó sus
revólveres más rápido, sino que disparó y acribilló al viejo navajo y este cayó al suelo con una
velocidad pasmosa. El sargento y Lynn se miraron, y tras un brutal aullido se lanzaron contra el
capitán sudista. Lo acribillaron a tiros, se le abalanzaron y le arrancaron trozos de su maltrecha
cara a mordiscos y desgarros. A patada limpia y mediante su espada de oficial, éste se libró de
Lynn y su sargento. Pero el viejo mayor cogió el hacha de su hermano de sangre y se lanzó con
su propio cuchillo al encuentro de O’Malley. Zachary no se metió pues lo vio como “algo
personal”. Las heridas de sendos hombres fluían en costados, caras, brazos o piernas pero eso
era lo de menos. Estaban igualadísimos en un torrente de cuchilladas, patadas, rodillazos y
sangre. De repente algo extraño ocurrió, y a Zachary casi le da un infarto -si un esqueleto
tuviera esa clase de cosas- al ver que el cuerpo lleno de agujeros del viejo indio se levantaba
como si nada, justo para repetir una vez más el hechizo que sacaba el alma maldita y la enviaba
de vuelta al infierno para derretir el cuerpo de L.D. O’Malley. Lynn lo vio casi asustado, pues
no tenía ni idea como su “hermano” podría burlar a la muerte sin estar muerto, en el momento
en que la espada de O’Malley le iba a atravesar…
Después de la evaporación y desaparición de aquel demonio, de su cuadrilla de muertos
renegados del Ejército Confederado, la limpieza de Fort Davies, y sobretodo la quema de las
quijadas de la banda de O’Malley, el trío se fue de allí con sus caballos, en silencio y con
tranquilidad y parsimonia. Se habían pasado allí el día entero y estaba oscureciendo. Miraban el
sol de modo lejano…
—Ha sido una buena pelea, ¿verdad, mayor?
—Y que lo digas, sargento. De todos modos hay algo que mi hermano no nos ha
dicho…
—Si lo que tu buscar ser respuesta, yo morir al día siguiente que tú. Suicidarme tras tú
muerte.
—¿Lo estás diciendo en serio…? ¿Pero por qué hiciste eso?
—A mí no me miré, mayor. Yo tampoco sabía nada…
—Yo querer vengarte como hermano de sangre en igualdad de condiciones que
O’Malley.
Quijadas de Port Davies 84 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¡Pero eso es increíble! ¡Moriste por mí para volver!... solo puedo darte las gracias,
hermano…
—Mi corazón tranquilo estar ahora. Poder descansar los tres ahora.
—¿Cómo? ¡Por si no te has dado cuenta somos tres cadáveres!
—No creo que nos dejen volver a nuestros viejos puestos en el Ejército de la Unión…
—Yo tampoco creer que nuestra gente acoger. Búho que Aúlla resucitarme pero no
decirme que yo me quedara en su campamento por lo siglos de los siglos.
—¿Entonces, usted que opina, sargento?
—¿Y si nos vamos a México? ¡He oído que hay un sitio en Chihuahua en el que
admiten vampiros, banshees e incluso zombis! Lo lleva una vampiresa bellísima. Sirven
corazones, ojos o cerebros…
—¿Lo dices en serio, Zachary…? ¿Tú has estado allí?
—¡Lo digo muy en serio! El lugar, antaño era un burdel, pero ahora simplemente es un
lugar para gente especial. Gente “como nosotros”. Ya me entiende. Un amigo resucitado me ha
hablado de él…
—¡Bien! ¿Nos vamos, señores?
—Guíanos, sargento…
—¡Allá vamos, México lindo y querido!
—¿Qué opinar tú de toda esta ironía del destino? ¿Mi hermano, Hombre Gris, echar de
menos casa?
—Amigo mío, entre nosotros tres, ya está en casa… y con su gente.
Y así, los tres desenfadados seres, siguieron su destino hacia México…
Quijadas de Port Davies 85 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) YO, ZOMBI
Recuerdo estar conduciendo mi BMW a altas horas de la noche por la carretera más
intransitada del mundo, borracho, enfadado por algún motivo que ahora me parece inocuo. Las
ruedas del vehículo patinan en la nieve que se acumula en la calzada desde que cayera la
imprevista ventisca de la tarde pasada, doy un volantazo, me estrello contra el quitamiedos del
borde de la carretera y el coche se despeña barranco abajo. Resultado: golpeo la cabeza con el
filo superior metálico de la puerta; varias ramas atraviesan el parabrisas y se clavan en mi
pecho; el motor se incrusta en el habitáculo y me parte el fémur derecho. El bazo y los intestinos
bien pudiera comercializarlos con éxito como papilla para bebés; los añicos de los cristales se
ensañan con mi rostro y cuello; se me ha partido la nariz; y acabo de escupir un par de dientes.
Además, llueve.
Y en la radio habla un pastor proclamando que Dios nos cuida cada día. No seré yo
quien diga que no es así, pero probablemente en este momento se haya acercado un instante al
baño. O se haya entretenido mirando el partido de su equipo de fútbol favorito. Porque lo que es
cuidarme, me ha cuidado bastante poco. ¡Ha permitido que me despeñe por un barranco!
Despierto un rato más tarde, con la cara, los brazos y el pecho empapados de sangre. No
puedo mover el brazo izquierdo, ciertamente está roto en varios puntos. La pierna debería
dolerme una barbaridad, pero no es así. Apuesto que en el lateral de la cabeza tengo una brecha
enorme, pues con el ojo izquierdo lo veo todo bajo una película roja carmesí y la cara, hasta el
cuello de la camisa, la tengo bañada de rojo. Quiebro las ramas alojadas en mi pecho y tras un
enorme esfuerzo logro salir del coche volcado. Tiro de los trozos más grandes y los dejo caer a
un lado. Las ramas más pequeñas las dejo donde están, clavadas en mi carne y abrazadas por los
jirones de tela de la camisa. El traje que llevo puesto está inservible; dos de los grandes a la
basura. Todo manchado de sangre. Gracias por cuidarme, Dios.
Intento caminar hasta la carretera, pero mi pierna, la del fémur roto, se dobla en dos al
dar el primer paso. Caigo en la mezcla de nieve, tierra, sangre y lluvia que es el suelo. Ese
líquido más brillante de ahí quizá sea aceite, aunque igual es gasolina; no soy capaz de olerlo.
La boca se me ha llenado de tierra. Compruebo, también, sin que tuviera muchas esperanzas
previas, que no respiro. Mi pecho tampoco late y ya no me es necesario parpadear. Aunque
nunca antes había sido consciente de que me fuera necesario.
Además, llueve.
Y se me ha salido un zapato.
No es que ese sea el problema más trascendental al que me haya enfrentado nunca, no
me malinterpretéis, pero concededme que es un engorro caminar con un solo zapato puesto. Es
como llevar gafas de sol con un solo cristal.
Y sí, lo que estáis pensando es la verdad, repetid conmigo, toda la verdad y nada más
que la verdad: soy un zombi. O al menos lo soy desde el accidente. Un maldito zombi. O un
muerto viviente, como queráis llamarlo. Sin embargo, yo prefiero que me sigáis llamando
Adolfo. Adolfo el del BMW, como me conocen en el pueblo. Aunque ahora seré Adolfo el
zombi. Por lo menos seré, de momento, el único zombi del pueblo. En las ciudades hay muchos,
uno en cada esquina, por así decirlo, pero aquí en el pueblo seré el único. Que no es algo del
todo malo, por otra parte. Quizá me hagan entrega de algún reconocimiento en el Ayuntamiento
por ser el primer zombi del pueblo; evidentemente no lo harán por ser el zombi más guapo y
trasgresor. En cualquier caso, por vivir en un pueblo, en un destartalado pueblo de no más de
mil habitantes, probablemente no pase ningún otro vehículo por esta carretera perdida de la
mano del Señor hasta mañana por la mañana. Así que, maldita sea, me toca volver a casa
caminando.
Y además, llueve.
Yo, zombi 86 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Y se me ha perdido un zapato.
Un zombi con un solo zapato, qué poco original. Preferiría ser, no sé, un zombi con
unos pantalones de flores; o un zombi con sombrero de espantapájaros. O un zombi que puede
hablar con las marmotas. O un zombi disfrazado de Spiderman. Eso sí que estaría bien. Pero qué
va, solo soy un zombi con un único zapato. Lamentable, lo sé.
Nota mental: debo de asegurarme si los zombis pagan impuestos.
No sé a qué viene este pensamiento ahora, pero si bien dice el refrán que Dios aprieta
pero no ahoga, los inspectores de Hacienda aprietan hasta matarte, y yo ya estoy muerto. Por lo
que carece de sentido presentar mi declaración. Ni mucho menos destinar el 0,7 a la Iglesia,
porque definitivamente Dios no me cuida. La caminata que me queda hasta casa es monumental
y no contento con eso tengo que cojear de una pierna.
Y además, llueve.
Llego a casa tres horas y media después, asomando la claridad del día en el horizonte y
apareciendo el camión del lechero por el final de la calle. A pesar de la descomunal caminata no
siento cansancio, pero de una ojeada confirmo que parece que he buceado en un charco de agua
sucia. La sangre se ha coagulado en la camisa, los bajos de mis pantalones son jirones
hambrientos. He perdido un par de uñas mientras arrastraba la pierna. A veces he tenido que
avanzar arrastrándome yo mismo cuan largo soy. Bah, en realidad eso ha sido la mayor parte del
tiempo. Estoy hasta las cejas de barro, sangre y... diría que de sudor, pero yo ya no sudo. No
obstante, de los orificios de mi cuerpo han salido sustancias que no querría describiros, pero allá
voy, porque ahora estoy muerto y el pudor lo he dejado en la guantera del amasijo que ahora es
mi BMW. De las fosas nasales fluye mucosa disuelta; de los oídos, cera; de la boca, saliva. Y no
voy a deciros qué se me escapa del culo. Quedémonos con la sangre del pecho y el pus de las
heridas. Que es igual de desagradable pero algo más literario.
Estoy de pie frente a la casa. El joven repartidor de periódicos pasa pedaleando unos
metros más allá. Me lanza a la cabeza el diario de la mañana, que rebota y cae al suelo envuelto
en un plástico transparente. Miro al niño y este hace lo propio hacia el lado contrario. Creo que
le oigo una risilla. Si realmente Dios me cuida, le pinchará la rueda delantera de la bicicleta y el
niño desayunará acerado.
Miro hacia la entrada de la casa y ahí está mi mujer. Llorando, porque es una llorona y
porque aprovecha cualquier oportunidad para echar a funcionar los lagrimales. Parece estar
mirando algo a mis pies. Agacho la cabeza. Mi perro me muerde la pierna. Lo aparto de un
puntapié pero segundos más tarde sigue mordisqueándome con sorna.
Camino hacia el interior de la casa. Mi mujer se dirige al salón sin esperarme.
Intento hablarle pero solo suelto un gruñido acuoso. Giro la cabeza y me asomo al
espejo del recibidor. Mi aspecto es el de Dios en Cristo. No me sorprende que ella esté aterrada.
Debo de haberle dado un susto de aúpa. Maquillado no lo hubiera hecho mejor. Gracias al
espejo descubro también que algunas moscas revolotean a mi alrededor.
¿No es muy temprano para que haya moscas? No penséis que le estoy poniendo efectos
especiales a mi historia, ¿eh?
Mi mujer está sentada en el sofá, se tapa la cara con las manos. Llora desconsolada. Me
acerco a ella, por el rabillo del ojo lo percibe y se pone en pie, apartándose de mí. Me grita. Me
dice que me vaya, que soy un zombi. Que ella no quiere estar casada con un zombi. Alzo un
brazo, me imagino como en una película de George Romero y lo bajo rápidamente. Intento
hablar pero ella vuelve a gritar. Quiere que me marche, que no vuelva. Prefiero no insistir. Era
de esperar.
No todos los días tu marido se convierte en un zombi.
Me lanza un cojín, que cae al suelo salpicado de sangre. Pienso que esa mancha no va a
salir.
Yo, zombi 87 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Me doy la vuelta y salgo de casa. Mi perro me muerde la pierna hasta el buzón vertical
del comienzo del camino de entrada, luego regresa adentro, sin gruñir, esperando que algún día
regrese un juguete tan divertido.
Mientras camino hacia el parque del barrio, veo que mi esposa me mira desde una de las
ventanas del piso superior. Sigue llorando. Continúo avanzando, con el conocimiento de que no
tardará en recapacitar, que de un momento a otro comenzará a asimilar lo que ha ocurrido. Solo
hay que esperar.
En el siguiente cruce de calles, un coche patrulla con una pareja de policías gira hacia
mi dirección. Tiene los limpiaparabrisas en marcha, los policías me hacen señas con las luces y
se acercan lentamente, bajando la ventanilla. Les devuelvo un gesto con el brazo roto, que se
mueve arriba y abajo como la lengua partida de un camaleón.
––Adolfo, ¿qué te ha pasado? ––pregunta el agnte, sin demasiada sorpresa, como si
supiera de antemano la respuesta.
––Ahora soy un zombi ––respondo.
––Enhorabuena, eres el primero del pueblo.
––Ya.
––¿Cómo ha sido?
––Me he despeñado con el BMW barranco abajo en la carretera del este.
––Vaya.
––¿Os importaría encargaros de las gestiones para sacarlo de ahí abajo?
––Eso está hecho ––responde el segundo policía, inclinado en el interior del vehículo––.
¿Cómo se lo ha tomado Alicia?
––Hay que darle tiempo.
––Es normal ––responde el policía, encogiéndose de hombros y con una ligera sonrisa–.
En fin, te dejamos; si queremos sacar tu coche del barranco tendremos que ponernos en marcha
cuanto antes. En otro caso se nos echará encima la hora de comer.
––Gracias ––respondo, y sigo caminando calle abajo, empapado.
Finalmente me adentro en el parque y me siento en un banco metálico; por supuesto que
no voy a dar un paseo, tampoco es cuestión de dejar que la pierna se me desmenuce del todo.
Alzo la cabeza y miro al cielo. Las nubes grises pasan distraídas por encima de mi cabeza; no
hay pájaros, ni cometas de niños. A decir verdad, en un día de lluvia como este no es nada
habitual que haya alguien en el parque. Ni siquiera los que salen a correr. Además, aún es muy
temprano. Apenas deben ser las seis o las siete de la mañana. Os diría la hora exacta, pero mi
reloj se ha parado tras el accidente. Pero no os lamentéis, teniendo en cuenta que estoy muerto,
ya no es necesario que contabilice el tiempo. A lo sumo podría comprarme una alarma, para no
llegar tarde a mis citas a partir de ahora.
Al poco tiempo, me aburro, y después de unos minutos decido dar una vuelta por el
parque. Alicia no tardará en aparecer, de eso estoy seguro. El lugar no es muy grande y no le
costará mucho trabajo encontrarme, así que puedo alejarme un poco de la entrada. De todas
formas, Alicia me buscará en primer lugar en el sitio adonde me dirijo.
Efectivamente, un par de horas más tarde, la vislumbro a lo lejos, mirando a todos
lados, con una caja rectangular en las manos. Tiene los ojos hinchados al no haber dejado de
llorar en todo el rato. Alzo el brazo bueno y la llamo:
––Aquí, en los columpios.
Yo, zombi 88 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Estoy sentado en un neumático enganchado a dos fuertes cadenas. No me balanceo,
siempre he necesitado para ello que alguien me empuje. Ahora, con la pierna rota, me costaría
muchísimo mayor esfuerzo lograr mecerme.
Espero que Alicia esté a unos metros de distancia y entonces le hablo.
––Pensé que aún tardarías un poco más en aparecer.
Ella sonríe.
––Supongo que te quiero más de lo que piensas.
––Probablemente, pero eso es algo bueno.
––Sí ––responde mirándome a los ojos.
––¿Ahora qué?
Una pausa.
––¿Vamos a casa? ––pregunta.
La miro, sonrío y alzo la vista hacia la calle donde está nuestra casa. No había caído en
que volver va a ser, entre una cosa y otra, un buen trecho de paseo.
––Claro ––respondo––. ¿Qué llevas en la caja?
Alicia me la ofrece y me pide que la abra.
En el interior hay dos zapatos.
Suelto una carcajada y ella susurra que me quiere, que volvamos a casa. Que siente
haberme echado a patadas.
La disculpo, la animo a olvidarlo.
Me pongo en pie, sabiendo que tengo la pierna destrozada y que jamás podré volver a
calzarme dos zapatos.
Pero, sin embargo, ha dejado de llover.
Igual Dios si que me cuida un poco.
Y Alicia me quiere.
Y sí, soy un zombi.
El zombi del único zapato.
Yo, Adolfo. Yo, zombi.
Yo, zombi 89 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) RESPETAD LA PAZ DE LOS MUERTOS
El salón de plenos del ayuntamiento de Rocas se encontraba a rebosar. El pleno del
ayuntamiento iba a aprobar el nuevo plan de urbanismo que convertía el antiguo cementerio en
un campo de golf. Todos estaban de acuerdo, los cuatro concejales del partido gobernante y los
dos de la oposición. Todos excepto los vecinos que formaron una plataforma reivindicativa que
convocaba a manifestarse en contra del ayuntamiento.
El que más o él que menos tenía un tatarabuelo o bisabuelo enterrado allí, en el cerro de
las siete libres. Incluso Tomás, alcalde y promotor del nuevo plan junto con Don Avelino el
constructor del pueblo tenía algún ancestro allí enterrado. La creación del complejo urbanístico
suponía traer riqueza al pueblo y crear cien nuevos puestos de trabajo, al menos esas eran las
previsiones del equipo de gobierno municipal.
<<Los que se manifiestan son cuatro gatos, los mismos de siempre, los que se oponen al
progreso, ya verás cómo son los primeros en poner negocios en el centro comercial “New Golf
Center”>> decía el alcalde a Aurelio concejal de urbanismo. Primero aprobamos el nuevo plan y
cuando vean cómo queda el complejo, no se acordaran de un montón de huesos y pelos.
Pasaron seis meses y empezaron las obras en el cementerio viejo. En compensación se
construyó una fosa común a cinco kilómetros del pueblo, en dirección opuesta al campo de golf
y un monumento al recuerdo de aquellos roqueños de finales del siglo XIX.
Una vez terminado el complejo turístico empezaron acontecer los hechos luctuosos que
aquí relato. El primero en caer fue Tomás el alcalde, un día antes de la inauguración se
encontró su coche a las afueras del pueblo con suficientes muestras de haber sido salvajemente
atacado por una jauría de perros asilvestrados, ese fue lo que comunico el sargento de la guardia
civil en el juzgado.
La no aparición del cadáver y lo brutal del asesinato dio pie a todo tipo de
especulaciones. Pero la inauguración del complejo urbanístico siguió adelante.
Pocos días después de la inauguración un vecino denunció en el cuartelillo la
desaparición de su hermano Aurelio, que no era otro que el concejal de urbanismo. Su chalet
había sido asaltado esa misma noche, los dos perros habían sido devorados por alguna bestia
que al igual que en el caso del Alcalde dejaron un panorama dantesco dentro y fuera de la casa,
sólo que esta vez dejaron restos humanos esparcidos en los alrededores, una mano y dos pies.
Con todo esto no tardaron mucho en llegar las televisiones. Los periódicos nacionales
daban en portada “Terror en un pueblo por las trágicas muertes de dos ediles”.
La UCO se hizo cargo de la investigación, pasamos ante ellos la totalidad de los mil
vecinos, en especial los más activistas contra el complejo de golf. El hecho de que las víctimas
fueran de la corporación alimentó las sospechas sobre ellos.
Me preguntaron si tenía animales en casa que fueran extremadamente peligrosos, osos
pardos, leones, panteras. Aunque fuésemos la mayoría ganaderos, teníamos vacas, ovejas y
algún que otro burro nada que ver con las monstruosas fieras que habían causado tan aberrantes
crímenes.
El pueblo era un hervidero de rumores, alguien decía que cerca de su casa en las afueras
del pueblo, de noche oía como quejidos sobrenaturales, algo que le impedía dormir desde que se
encontró abandonado el coche del alcalde. Los resultados de las pruebas realizadas a la mano y
los dos pies demostraron que eran de Aurelio el concejal.
Jacinto el del bar “El churri” tiene un padre nonagenario, ciego y postrado en el cama
debido a la diabetes. Jacinto dice que desde que han empezado los hechos luctuosos que han
hecho famoso al pueblo su padre no para de repetir “Dejad que los muertos descansen en paz”.
El padre de Jacinto trabajó como sepulturero en el cementerio viejo. Esto ha hecho que su bar se
haya convertido en el centro neurálgico de la noticia.
Respetad la paz de los muertos 90 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Conozco bien a los concejales pues somos de la misma quinta y todos ellos me dicen lo
mismo que hasta encuentren a las bestias, no podrán conciliar el sueño.
La guardia civil sigue manteniendo que ha sido obra todo de perros salvajes y que lo
demás ha sido pura casualidad. Han traído perros que han participado en numerosos rescates de
víctimas de catástrofes, siguen sin ser encontrados los restos del alcalde y de Aurelio.
Parecía después de un mes que todo se había calmado. El pueblo entre el campo de golf
y los domingueros morbosos de fin de semana se encontraba en sus mejores momentos, incluso
las palabras del alcalde sobre los manifestantes se habían cumplido. Ya apenas se oía
manifestarse a los anti-complejo. Pero de nuevo una noche la sangre volvió a empañar la vida
de los roqueños.
Don Avelino, hombre y constructor de pro fue atacado salvajemente según confirmó la
guardia civil junto a su mujer en su chalet situado muy cerca del monolito a la memoria de
nuestros antepasados. De nuevo lo que encontró la guardia civil en ese domicilio era muy difícil
de explicar, no podía ser un animal de los conocidos por el hombre, algo que se escapa a lo
natural.
El padre de Jacinto murió en esos días, antes de morir pidió a Jacinto que le hiciera la
promesa de que los restos debajo del monolito volvieran al cerro de las siete liebres.
La UCO antes las palabras de Jacinto, pensaron que eran simplemente supersticiones de
un viejo enterrador. Pensaban más en detener a “Ernesto el bala” uno de los principales
activistas anti-golf. Sólo faltaba encontrar pruebas que le incriminaran.
Siempre he sido gran aficionado a los programas de misterio desde muy pequeño, y
aunque intento que todo se base en la razón estos hechos me habían superado. Hable con Jacinto
que él no tenía duda de que el pueblo estaba maldito desde que se desenterraron aquellos restos.
Me propuso ir una noche donde estaban enterrados bajo el monolito, derribarlo y retornar los
restos a su origen.
Elegimos la noche de luna llena más que nada para tener mayor visibilidad. Compramos
una gran cadena de acero en la ferretería en la capital, días antes para no levantar sospechas y
dos cientos cajas de madera, dos palas y un camping-gas y agua bendita que robamos de la
iglesia
Llegamos sobre las dos de la madrugada al ser Junio, hacía un pequeño fresquito
aunque también podía ser miedo. Nos disponíamos a colocar las cadenas en los parachoques de
nuestros todoterrenos, cuando la tierra alrededor del monolito empezó a moverse como si
alguien estuviese intentando quitársela de encima. Jacinto y yo dejamos las cadenas y nos
subimos en un coche. El camping-gas estaba encima del monolito y cayó del mismo,
quedándose a los pies del mismo, encendido. Con ello pudimos verlo todo lo que sucedió en tan
sólo unos minutos. De aquel agujero empezaron a subir auténticos zombis, no podría llamarles
de otra manera. Me recordaba a aquellas pelis americanas de terror de los años setenta. Pude
reconocer de entre ellos a Aurelio al que le faltaban los dos pies y una mano. De allí salieron en
dirección a la casa de otro de los que aprobaron el complejo urbanístico. Disuadí a Jacinto con
un gesto de que no hiciera fotos con el móvil por si se daban la vuelta al oír el más mínimo
ruido. No podíamos hacer otra cosa que esperar su regreso sabiendo que no vendrían de vacío,
pero no veíamos otra posibilidad.
A las dos horas ese pequeño ejército de no muertos regreso a sus improvisados
aposentos. Cerca del alba y con toda la fuerza que nos daba el haber descubierto el misterio
derribamos el monolito y cavamos encontrado a los zombies en una especie de aletargamiento
que les impedía mover sus extremidades aunque los que tenían ojos, estos mostraban que si por
ellos fueran hubiésemos sido sus siguientes victimas. Al echar agua bendita sobre ellos eran
como si el ácido más corrosivo hiciera impacto sobre sus desfigurados cuerpos reduciéndose
estos a cenizas. Cenizas que depositamos en las cajas de madera, y que llevamos al campo de
golf antes de que el día abriera siendo de nuevo alojadas debajo de la tierra original del cerro de
las
siete
liebres.
Respetad la paz de los muertos 91 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LOS QUE VAN A MORIR TE SALUDAN
-1Bill esbozó una amplia sonrisa mientras masticaba un trozo de ingle de su mujer. El
trozo de carne sarnoso y empapado en sangre se consumía minuciosamente entre la dentadura
de su marido. Retó a todos de un plumazo con una mirada fulminante que recorrió el vagón de
lado a lado. El resto miraba como el último pedazo que podían llevarse a la boca desaparecía
delante de sus narices.
––¿Tendremos que comernos a una persona? ––preguntó consternada la pequeña Sally
arrugando contra el tórax la desvencijada muñeca.
Espero que no, pequeña, pensó su padre abrazándola con sus huesudas manos.
-2El viejo despertador había vuelto a fallar. Cuando Jack Mirror miró la ruleta numérica
se acordó del capullo inquisidor que tenía por jefe, con aquella asquerosa boca abierta de
enormes encías y labios gruesos lo imaginó gritando a los cuatro vientos mientras escupía
pequeñas balas de baba contra sus legañas. Ya no valían más excusas, debería enfrentarse a su
próxima aventura con el gran capullo de Richardson. El “Teniente Coronel” Jim Richardson, el
que ahora descansaba en su sillón de cuero con las botas sucias colocadas encima de la mesa.
Estaba pensando en despedir al inepto de su empleado mientras le pateaba el culo, imaginó
como le hablaría, usando algún que otro insulto y refiriéndose a su santa madre. Creyó que así
comprendería que su cara de gilipollas no podría traspasar nunca más las puertas de cristal
ahumado que dan paso a la oficina, donde hasta ahora, se ganaba el sueldo. Bajó las botas y
encendió un Pall Mall que había sacado del bolsillo de la americana colgada del respaldo.
Expulsó humo y musito-Estás fuera chaval-.
Aun no podía creerlo. Se pregunto a sí mismo si seiscientos cincuenta miserables euros
mensuales daban para un maldito despertador nuevo. ¡Y yo que sé!- se respondió enfundándose
los pantalones e intentando mutilar los pensamientos que ahora no le interesaban-, me van a
joder vivo, peor aún, los gritos enfundados de mierda de mi jefe explotaran en mi cerebro como
minas anti persona.
Llegaba una hora y media tarde y todavía tenía que coger el tren. Al menos solo eran
cuatro paradas, desde Folow Avenue a McKenzie Street. Cuatro paradas y estaría muerto.
Estaré muerto ¿Verdad?, moriré a manos de un explotador hijo de mil padres. Tenía
suerte de que fueran cuatro paradas, aunque la verdadera suerte surtiría efecto muchas horas
después, cuando luchara contra su propia conciencia a vida o muerte.
Fuera llovía a cántaros y un hedor penetró hasta lo más hondo de su cerebro conducido
desde las fosas nasales. Jack emitió un sonido de repugnancia mientras fruncía el ceño.
––¿Emily? ¿Emily princesa estás ahí?
Emily maulló desde el final del pasillo. Su rostro parecía salido de la obra teatral del
Fantasma de la Ópera. La penumbra solo dejaba ver la mitad de su rostro felino y mientras
aullaba la sombra se reflectó en la pared dibujando unos colmillos gigantescos como cuchillos
suizos. Jack Mirror dio un paso atrás asustado, dejando que su gata se acercara lentamente. Hoy
tenía un aspecto diferente, agresivo. Cuando el hedor volvió hacerse presente se cercioró de que
acababa de pisar una caca de gata del tamaño de una pila Energizer de 9V.
––Mierda ––susurró para sí.
Echó la vista a la ruleta. Allí estaba otra vez, la tez enrojecida de Richardson abriendo
sus fauces, dejando caer la baba perruna y emitiendo alaridos que resonarían en las plantas
Los que van a morir te saludan 92 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) superiores. Dejó la mierda en la suela del zapato y se puso en marcha. Se hizo con el paraguas
aferrándolo con las dos manos. Su rostro pálido decía: ––Trágame tierra.
-3––¡Me tragaré tu esqueleto si es necesario!-aulló Frank Willson desde el asiento de
enfrente.
Su mirada parecía convulsionada. Los globos oculares quedaban demasiado holgados en
las cuencas y su tez blanquecina lo trasformaban en un esqueleto andante. Frank tenía las manos
hinchadas por los golpes que había atestado a diestro y siniestro, pero solo la izquierda
forcejeaba con las esposas enganchadas a palo de metal que atravesaba desde el techo hasta el
suelo. Frank se movía de su asiento como un perro rabioso intentando llegar a otro de sus tantos
enemigos, Bill Buster, el cabrón que se había engullido su mujer y que no había permitido que
los demás la tocaran. -Se come a la gorda de su mujer y ni siquiera reparte un pedacitomurmuró el joven Steven luchando para que no se le cayeran los pantalones de su extrema
delgadez.
––En un par de días mi muñeca podrá atravesar la esposa que me sujeta y entonces me
levantaré y te partiré la cara.
Frank miraba el desvanecido Bill que ahora se había quedado traspuesto entre dos
asientos del vagón, ambos a reventar de sangre y vísceras que le rodeaban y emitían un olor
infernal.
––En un par de días estaré muerto… ––murmuró Bill con los ojos a medio cerrar,
luchando contra la muerte, contra el dolor, y sobre todo, contra el hambre.
––Eso ya lo veremos ––contestó Steven torciendo su gorra hacia un lado intentando
conciliar el sueño.
––Claro que lo veremos. Me comí a mi mujer porque era mía, joder, ¿O a caso
compartiríais a vuestras esposas? ¿eh?
Aquellas fueron las últimas palabras que pudo pronunciar. Estaba recostado entre sus
manos congeladas. Llevaba una chaqueta de cuero y unos vaqueros raídos. Todos los que
estaban despiertos le miraban y a pesar de eso, sintieron una tristeza profunda. Cada vez
quedaban menos y pronto la temperatura descendería.
-4Jack salió de casa y corrió con la mochila a cuestas por la avenida. Allí estaba el puesto
de flores de Jenie y el pobre anciano encorvado que caminaba sobre la cera escurriéndose entre
el tumulto. Apareció Floren el jardinero del parque Greystoke, un loco en una moto haciendo
cabriolas y una mujer de rojo que tenía cierto parecido con Julie Cristie en aquél papel de Mira
quién habla. Jack se vio reflejado en un escaparate moviendo las piernas a todo correr, después
vio como se peleaban varios perros: un Golden Retriever macho y una hembra de San Bernardo.
Mirror vio como se habían enganchado el uno y al otro y soltaban alaridos como si se estuvieran
devorando mutuamente. Se introdujo en la estación y mientras picaba el ticket y pasaba
meneando el péndulo giratorio recordó la muerte de su madre hacía tan solo dos años, y después
la de su perro Tango, y seguidamente tuvo una visión escalofriante que desechó en cuestión de
segundos.
Estoy muerto, porque Richardson me matará, y si no, me matara alguna bomba
terrorista de algún cabrón hijo de algún dios sanguinario.
El silbido del tren de las 9:45 penetró en el oído de Jack Mirror, para entonces
Richardson se había esfumado porque vio su futuro enmarcado en una ventanilla de tren donde
rezaba: SALIDA DE EMERGENCIA. Allí se reflejaron sus miedos, las pesadillas que sufría en
las noches que caía en día par, vio a su ex novia haciendo de las suyas con el come chapas de
Irvin Preston en la antigua cabina telefónica. Mientras veía su rostro mezclado con las letras
Los que van a morir te saludan 93 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EMERG, entonces deseó con toda sus fuerzas que aquella pareja de completos cabrones se
quedaran encerrados y murieran allí, solos, sin aire, con pintadas estilo TU NOVIA TE
ENGAÑA CON UN MARICA en la pared del techo y chicles pegados debajo del cuadro de
numeración. Pero enseguida su visión se quedó petrificada detrás de la ventanilla de emergencia
y pudo observar lo que había detrás, fuera, detrás del andén; una lluvia acelerada y tormentosa
que dominaba la tierra que pisaba.
Se sentó en el asiento que quedaba más cerca de la puerta, una puerta que por cierto,
nunca más volvería abrirse. Cruzó sus piernas delgaduchas y con su mirada analizó a todos
cuanto tenía a su alrededor.
Sally Kellingston dormitaba apoyada en el hombro de su padre, acurrucada entre una
muñeca vieja. Le faltaba un ojo y los mechones de pelo parecían haber sido trasquilados adrede.
Byron Kelligston era un tipo alto y melenudo. Vestía unos vaqueros rotos y una camiseta donde
podía leerse: “Si Pudieras Leer mi Mente, sabrías que tú tampoco me caes bien”, tenía pinta de
escuchar a Led Zeppelin y a Black Sabbath en el coche a todo meter.
Antes de que el tren se pusiera en marcha, continuó con el reconocimiento visual. A la
izquierda de Sally una anciana de unos setenta años bordaba una bufanda horrenda entre sus
manos, seguramente para su hija o quizás para su nieta, si, seguramente para su nieta, ya que
volvía la mirada hacia abajo intentando que Sally desplazara la suya para ver lo que estaba
haciendo. A la derecha de Byron un hombre de mediana edad con barba de dos días, panza
abultada y un chándal parecía intentar hablar con su mujer cogida de la cintura. La mujer miraba
a todos lados cuando su marido levantaba un poco la voz, no quería que la escucharan ni que
nadie se enterara de sus problemas personales.
-5––¡Otra vez te has salido con la tuya joder! ––musitó el gordinflón soltando la mano de
la cadera de Sandy. Más a la derecha, un joven de unos quince o dieciséis años se había tirado al
suelo mientras escuchaba música, en su espalda rezaba el nombre de Stevenson en letras
doradas que ocupaban toda su espalda. Apoyado contra una de las paredes de la mitad del
segundo vagón un hombre de unos cincuenta años y ropas harapientas miraba a Jack sin
disimular, con los ojos fijos en su perfil. Enseguida pasó por su lado Frank Willson buscando
con la mirada un asiento libre. Había recorrido medio convoy buscando un lugar cercano a la
puerta de salida donde debería apearse. Cuando Frank le pasó de largo todavía miraba sin
disimulo a Mirror, este paró un segundo y se giró hacia el vagabundo con semblante
nauseabundo.
––¡Oiga! ––gritó sin más ni más.
El vagabundo, que se llamaba Jimy, siguió con la mirada perdida, como si esperara que
en la siguiente parada un ser poderoso se dirigiera hacia él con aire de parsimonia y le regalara
un talón a su nombre con valor de veinte millones.
––¡Lávese! ––profirió sin contemplación dándose media vuelta y continuando por el
pasillo del vagón.
––Lave usted mejor su lengua de mierda ––murmuró con una voz ronca y ahogada
volviendo a perder la mirada.
Frank se sentó en el asiento izquierdo de Jack, suspiró y comenzó sus análisis igual que
lo había hecho Frank segundos antes. Justo en el asiento de su izquierda, el último de ese lado,
había un periódico de pago que alguien había dejado olvidado como un brik de Don Simón.
Frank lo cogió y comenzó su lectura bajo la atenta mirada supervisora de la señora Violet, la
anciana de enfrente. La anciana vecina que no cesaba su empeño en la construcción de una
bufanda que iba tomando forma y con un gusto cada vez más espantoso.
La pequeña Sally había cogido la mano de su padre que ahora estaba de pie, intentando
encontrar el punto exacto para poder descansar. Las horas pesaban en todo su cuerpo. No podían
Los que van a morir te saludan 94 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) salir de aquél vagón. Una lluvia imperiosa amainaba con lentitud y un frescor aumentaba cada
minuto que discurría. Jack estaba sentado al lado de Stevenson, (aunque en realidad era el
nombre de un jugador de fútbol), e intentaba conversar con él para no dejar que su lengua se
enfriara. Jack ya había visto morir a cuatro personas en todo el tiempo que llevaba en el interior
del vagón y ahora mismo otro vesánico quería liquidar al quinto. Llevaba en la espalda un
pequeño hacha que había sacado de un cajetín de Socorros. Era una herramienta para casos
extremos, y desde luego, aquel lo era. Extremadamente extremo seguramente. En cuestión de
segundos el hacha recorrió un movimiento semi circular en el aire, fugaz, en simbiosis con el
pequeño lamento del hombre que empuñaba la herramienta en cuestión. La cabeza de Byron
salió despedida. Rodó por el vagón hasta parar a la parte de abajo de los asientos donde había
fallecido Bill, quizá de hambre, quizá de intoxicación por la carne humana, quizá de frío, o
quizá de todo al mismo tiempo.
Sally tiró de la mano de su padre, asustada, quería que viera lo que estaba viendo ella, la
cabeza solitaria, la cabeza de un hombre que rodaba y se paraba como una pelota bajo los pies
de un muerto. Sally estaba aterrorizada, pero no era de esa clase de chicas que gritaban y
gritaban como niñas cursis. Cuando tiró por cuarta vez de la mano de su padre con ánimo de
avisarle, lo vio desplomarse contra el suelo, y además le faltaba la cabeza.
Sally gritó con todas sus fuerzas dejando que la muñeca se estampara contra el suelo.
Sally gritó a pleno pulmón, gritó y gritó como una de aquellas niñas que tanto odiaba.
Todo el vagón se estremeció, todos los que estaban vivos.
-6––Vaya juventud la de hoy, solo saben faltar al respeto. Por dios ––espetó la anciana de
enfrente.
Frank supo que estaba hablando de él, por supuesto, pero hizo caso omiso y siguió
contemplando la programación de la noche. Hoy echaban Flashforward y una película que
parecía muy interesante en el canal 9: Caníbales de Día, se titulaba. Frank sonrió y se dijo para
dentro que sería una noche entretenida, quizá se pasaría por el Súper a comprar palomitas o
chocolate, o mejor las dos cosas. De hecho tenía que pasar de todas formas. Había olvidado
comprar las cervezas la semana pasada.
El tren se sumió en un túnel y viró ligeramente hacia la derecha, Jack notó que iba
demasiado deprisa.
––Y encima se hacen los remolones, por dios, hum ––prosiguió la anciana.
El convoy desaceleró notablemente, aquello le tranquilizó bastante, de todos modos
Richardson estaría esperando con la bota preparada para espetarle un puntapié y mandarlo a la
calle. Frank agachó el periódico lentamente para mirarla. Ella dejó sus manos quietas y le
devolvió la mirada insolente. Ambos lo eran.
––¿Ocurre algo, anciana?
––Hum, y encima se atreve a contestarme. Lo que necesitáis es mano dura, si, mucha
mano dura-sus palabras parecían ser escupidas a través de la dentadura postiza-, si hubierais
vivido una guerra sabríais de que hablo. ¿Acaso sabe usted lo que es pasar hambre? ¿Y usted? –
–miró a Jack, y luego a Stevenson, no tenéis vergüenza.
––Maldita vejestorio ––susurró Frank mientras volvía al periódico.
––Eso, seguir a vuestras cosas, no os preocupéis por nada, solo a lo vuestro, egoístas. ––
La vieja se levantó con sus bártulos y se marchó a otro asiento lejano, al final del pasillo del
vagón.
-7-
Los que van a morir te saludan 95 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Jack se había ocupado de la pequeña Sally. Ahora ya no la interesaban las muñecas. Su
padre ya no estaba y su madre esperaba fuera, sola, temiendo por su pequeña, mientras en el
vagón se comían unos a otros. Cuando la cabeza de Byron rodó por el suelo, pocos minutos
después aparecieron cinco hombres hambrientos que corrieron a por la cabeza melenuda,
primero le arrancaron el cuero cabelludo y después hincaron el diente, no había mucho donde
agarrar pero al menos podrían sobrevivir un poco más de tiempo, quizá lo suficiente para
cuando alguien llegara en su ayuda. Mientras los hombres se comían a su padre y otros tantos ya
habían comenzado por el torso, Jack había desviado la mirada de la niña. La cogió en volandas
y se marcharon de aquel vagón con la camisa empapada en lágrimas. Sally quería ir con su
madre, pero Jack no podía cumplir ese deseo, ni el de ella, ni el de nadie. Solo podían esperar.
De pronto unos gritos volvieron a despertar el instinto defensivo de Jack. Los gritos
provenían del fondo y contenían una fuerte carga de desolación. El y la niña se acercaron
mientras contemplaba una macabra escena a ambos lados del vagón, sangre esparcida por los
cristales y los asientos, vísceras, líquidos de diversos colores, intestinos, riñones, sesos y
diversos pedazos de carne que no parecían haber tenido éxito en el menú. Las fuerzas de Jack
estaban a punto de llegar a su fin, tres días sin probar bocado lo tenía en la reserva, y no solo, lo
que fuera que había penetrado en la locura de los pasajeros los había reconvertido en animales
prehistóricos, como si hubieran vuelto a los orígenes y solo necesitaran sobrevivir. Muertos
andantes que arrastraban las piernas por la falta de fuerzas.
Los gritos seguían produciéndose al final del pasillo. Vieron a la anciana de la bufanda
arrodillada pidiendo auxilio, y pidiendo comida, decía que se moría, que no podría seguir así,
que se estaba muriendo de hambre, sin embargo, a juzgar por su aspecto, su tez seguía
enrojecida y su rostro palpitante y tosco, igual que el primer día. Sally parecía tener fuerzas
suficientes, debido a las chocolatinas que todavía conservaba en sus bolsillos. Había hecho el
favor de compartirlo con Jack, su nuevo amigo, ya que Stevenson se consumía con su música
favorita en los oídos.
Mientras se comía un Mars sentado en el suelo junto a la niña, lloriqueaba mientras lo
devoraba. Su rostro estaba sucio, de un negro zaino que cubría parte de su tersa y anterior
blanquecina piel. Jack intentó averiguar que podría pasar por la mente de una niña de 8 años, si
ni siquiera él conseguía hacer frente con el debido raciocinio a la situación que le estaba tocando
vivir. Por un lado deseó que Richardson estuviera muerto. Pensó si fuera también estaban
viviendo la misma situación. Desde que el tren se había detenido no habían parado de suceder
cosas fuera de lugar, cosas horrorosas.
Al principio intentaron huir, pero todos los que salían morían con el contacto del aire,
por eso tomaron la decisión de quedarse aislados del exterior, que al parecer y sin ninguna razón
explicable a primera vista, les protegía y les mantenía con vida, después la cosa se complicó.
Empezaron a degollarse los unos a los otros. Jack no lo creyó hasta que lo vio con sus propios
ojos.
Ahora usaban la sangre para beberla y la carne para comerla. Así de crudo. Todavía
quedaba con vida el vagabundo, al que nadie quería ingerir por razones de salud, comentaban.
La anciana de la bufanda, Jack, Sally y algunos otros que todavía resistían luchando contra
todas sus fuerzas.
Jack intentó iniciar una conversación con la pequeña comenzando por algunos chistes
malos, a los que ella ni siquiera dedicó un esbozo de sonrisa. Necesitaba ser consciente de la
realidad, que supiera defenderse y no perdiera el norte. Antes que nada, quería ayudarla para
que no se convirtiera en otra loca de la vía del ferrocarril. Su pelo estaba grasiento y sus dientes
manchados de caramelo, aquello le profirió una sonrisa a su nuevo amigo que intentó dormirse
después de dar por imposible la conversación.
––Voy a dormir un poco ––musitó––, no te alejes, no quiero que te pase nada.
––Tengo que hacer pis ––contestó levantándose y dirigiéndose al rincón del fondo-.
Los que van a morir te saludan 96 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Jack divisó la anciana pero esta parecía inofensiva, al menos su cuerpo recostado en el
suelo lo advertía de que ahora estaba más loca que antes, y desde luego, poco había aguantado a
pesar de haber sufrido una guerra. En el fondo sabía que solo era una forma de imponer sus
ideas, de recordar a las nuevas generaciones que ellos eran diferentes y hacían las cosas
diferentes, que eran buenos y trabajadores y asumían los riesgos y obedecían a sus maridos, y
ahora las madres solo criaban chicos huesudos con cascos en las orejas y sin ganas de trabajar ni
estudiar, así de simple y de complicado.
Observó a la niña hacer pis y de nuevo recostó la cabeza con ánimo de conciliar el
sueño, deseó no encontrarse una nueva masacre al despertar, pero en vez de eso, un hedor
espantoso le recorrió la nariz entrando en un pequeño mareo temporal. El hedor no tenía nada
que ver con la cagarruta de Emily, sin embargo, se acordó instintivamente de ella. Le llegó a la
mente cuando jugaba graciosamente con el ovillo de lana que le había comprado expresamente
para sus juegos. Al cabo de un rato Emily volvía con maullidos compulsivos pero suaves,
pidiendo clemencia. Sus visiones regresaron al tren. Este seguía parado entre dos estaciones. El
mundo se venía abajo y sus fuerzas parecían estar bajo mínimos. Pensó en los Kit kat que
todavía le quedaban a Sally en los bolsillos, pero algún día se acabarían, en algún momento, en
alguna hora y en algún minuto dejarían de existir ante ellos para dar paso a la nada.
––¿Sally? ¿Estás ahí?
No. No estaba. Y no sabía donde se había podido meter.
Se levantó usando las reservas de fuerza posibles con un kit kat rondando en sus
pensamientos.
Su visión ya fallaba desde hacía horas y sus músculos se tensaban continuamente
complicándole el paso de la pierna derecha, que ahora cojeaba levemente. Ladeaba su cuerpo al
caminar y bamboleaba la cabeza como un péndulo. Le costó trabajo encontrar la dirección
correcta y continuar pisando en línea recta por entre los cadáveres y los asientos vacíos.
Comprendió entonces que no era como el resto, que no era un caníbal, y aunque si ingería carne
de otras especies no alcanzaba en su comprensión comer carne humana. Pero y ¿los demás?pensó-, ¿estaban preparados para dejar a la pequeña Sally en paz?
Tropezó con el torso desnudo de una mujer que había entrado en la cuarentena. Echó un
vistazo veloz y descubrió el anillo de matrimonio cerca de la puerta de salida del vagón.
Jack volvió en sí de nuevo y tembló al pensar que la pequeña. Cuando llegó al lugar
donde había estado antes de dormirse descubrió una escena cargada de amor, enfundada en un
hedor a hierro y vísceras humanas. Sally había empleado el tiempo en que Jack descansaba en
recomponer el cuerpo partido en dos de su padre. La cabeza, desprovista de pelo, estaba
colocada junto a su cuerpo, que yacía recto y con las manos cruzadas sobre el pecho. Sally pudo
ver como el cuello salpicado en pedazos de carne, sangre y otros elementos viscosos no llegaban
a pegarse al resto del cuerpo, al menos a ella la parecía lo correcto. Era su padre y lo acababa de
perder entre hachazos y mordiscos. Jack la miró e intentó llorar, pero no tenía tantas fuerzas, en
cambio se retiró lentamente y se sentó en el asiento a contemplar. Sally lloraba desconsolada
sobre el pecho de Byron y la muñeca descansaba desvencijada al lado de la pierna derecha,
como si estuviera embalsamando el cuerpo y preparándolo para un viaje al más allá y necesitara
que tuviera la muñeca para que nunca se olvidara de ella, de que Sally era su hija, y de que
siempre le quiso. La noche estaba en plenitud y la temperatura se estaba templando cada vez
con más frecuencia.
A continuación la luz del tren se apagó totalmente por primera vez en casi cuatro días.
Todo quedó a oscuras y de la garganta de Sally emanó un grito, momento en que Jack se acercó
y reparó en ella, velando a su lado. Escucharon un silbido y las puertas del tren se abrieron de
par en par, pero no solas, sino accionadas desde fuera. Alguien entraba.
El demonio, han venido a por nosotros. El Maligno se apiadará de nuestra alma y nunca
veremos la luz del sol.
Los que van a morir te saludan 97 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ¿Quiénes son?, pensó Sally para sus adentros, ¿quién ha venido?, ¿son buenos? ¿Por
qué no están muertos como los demás?
––¿Hola?-preguntó una voz femenina en mitad de la oscuridad.
––Aquí, estamos aquí-chilló Sally sin poder remediarlo, ¿mamá?
Un cuerpo de mujer se acercó y alumbró con una linterna mirando sus rostros, después
les hizo un examen con la luz de pies a cabeza.
––¡Están Bien! ––aulló girando la cabeza––, tranquilos, os sacaremos de aquí.
––Vaya puta masacre joder ––murmuró otra voz masculina alumbrando con su propia
linterna.
––¿Estáis vivos ahí fuera? ––preguntó Jack con una voz soñolienta––, ellos murieron, lo
intentaron, lo intentaron de veras y murieron, ahora son pasto del viento, murieron.
Oh mi Emily, podré volver a verte. Supongo que no comeré carne en mucho tiempo,
quizás me haga vegetariano, ¿qué opinas Sally?
Jack Mirror estaba a punto de desmayarse cuando escuchó la voz femenina.
––Los que intentaron escapar lo harían a plena luz del día, pero en la noche están a
salvo, es la oscuridad, nada los hará daño.
––Ya voy Emily, ya voy ––susurró.
Los que van a morir te saludan 98 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) DIARIO DE UN MUERTO
Diario: "Comienzos"
“La noche empieza, son las 9:30 PM del año 2 de la nueva era, la era que ya no tenemos
nombre...
Soy, creo, la última persona que tiene algo de sentido común para escribir estas líneas,
mi nombre lo saque de la Biblia, Lázaro, soy el que no muere....
Sin embargo sufro las consecuencias de la radiación que nos cambió, que me dejo así,
mis manos ya no son lo que eran antes de eso, mis uñas antes pulidas por un manicure, ahora
yacen muertas en algún rincón de la casa en la que vivo, casi a oscuras ya, la vela pronto
extinguirá una de las ultimas luces de la ciudad.
Los dedos con los que escribo siento que se disuelven en mi mano, el guante es un buen
aislante...
Si la enfermedad no estuviera en mi, mañana seguiré escribiendo, ellos,...ellos van a
salir y tienen hambre.
Bueno la única forma de no volverme loco es seguir escribiendo...tengo tres dedos
menos y la nariz me cuelga por un hilo de piel, aun no sé cómo respiro y nada me duele,
mientras escribo un diente aterriza entre las hojas, y ahí quedara desintegrándose en unas horas
solo será polvo.
Hoy salí a la luz nuevamente, los zombis, lentos y torpes ya estaban acostándose, cargue
una escopeta para tratar de mantenerlos a raya, cuando la agarre se me resbalo disparando una
salva al techo y viendo un dedo y mi nariz caer por el impacto. "descartado las armas para salir",
pensé.
Al salir , el sol, tapado habitualmente por nubes , me dio de lleno en el rostro, entrecerré
los ojos y aspiré el aire contaminado que quedaba, luego tosí y escupí sangre, y creo que algún
diente más.
Fui caminando lentamente , hacia el supermercado distante dos cuadras, parecían dos
kilómetros, mis pies están resbaladizos, una patina tipo jabón, me recubre de la rodilla para
abajo, una muy vieja herida, se abrió y en lugar de sangre me salió ese pus que solo supura..
El comercio esta vacío, a excepción de unos esqueletos mondos, de huesos blancos, sin
nada de carne, los vi ya el primer día que empezó mi...enfermedad, tenían ya un estado
avanzado de descomposición y salí corriendo del lugar.
Las lágrimas y el vómito se unieron para sentirme peor que nunca, ellos estaban
infestados y yo aun no lo sabía pero también lo estaba.
Ahora son esqueletos mudos que no se moverán, otros se los comieron seguro, y los
dejaron como mensaje para mí.
Silencioso como una rata, me proveo de pilas, de carne de res, de pollo, de fósforos y de
otros dos faroles, materiales comunes como cinta adhesiva y papel para seguir escribiendo, unas
gasas para no manchar las hojas, un cargamento que fui apilando pacientemente en un carro del
súper mismo.
Me vino a la mente el héroe de "soy leyenda", soy más bien el antihéroe, nada me sale
bien, ¿sería el que gritaría que saliera para comérmelo? no recuerdo bien ya, me reí mucho con
eso... un planeta lleno de vampiros.
Por lo menos había gente buscando cura y el protagonista no enfermaba como yo, pero
bueno, no divagaré, las letras se me ponen borrosas, y apenas sostengo la mano para escribir,
Genial diario de un muerto 99 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) tengo hambre de nuevo, ya la carne que como es casi cruda, y la sangre me atrae demasiado, los
dientes , apenas son un recuerdo y me están naciendo otros más aserrados, ¿estoy mutando?, mi
piel sigue cayendo, no escribiré más por ahora, me llame Lázaro, por si lo olvido, hoy olvide
donde vivía , y el sol empieza a molestarme...
Diario: "Delirios"
Me siguen y no puedo evitarlo soy diferente, corro sin tregua, ellos no me la darán , me
siento perdido, mis manos apenas son un muñón ya, mis pies tambaleantes apenas si me
sostienen , mi pecho ruge con ira, los pulmones o lo que quede de ellos están perdiendo fuerza y
siento que van a estallar.
Las manos descarnadas, con pocos dedos me atrapan y veo sus desdentadas bocas
acercarse a mí, de a miles me aplastan con su peso, me quieren destruir, yo que apenas ya puedo
pensar, abro los ojos, deslumbrado.
Me duele la espalda y las costillas, las pocas que me quedan sanas los huesos se están
volviendo como de gelatina, el sol me está molestando demasiado, y uso unas gafas oscuras aun
para escribir a su cálida luz, y hasta en la sombra me parece demasiado luminoso.
Hago recuento de mis dedos, de mis dientes, (hoy perdí dos más de mis dientes y tengo
aun los tres dedos que me quedan en cada mano, mi mano está teniendo una extrañísima
erupción violácea, que empieza en mi dedo índice, y termina en mi codo.
Nunca antes la vi, pero bueno generalmente no los veo mucho a ellos....
¿Quiénes son ellos? Sería una buena pregunta para quien lo lea a esto, ellos son los
experimentos de laboratorio, ellos son los casos fallidos, ellos son lo que quedo después de una
conflagración muy ruidosa.
Ellos son los últimos, y pronto yo estaré entre esos, pero por ahora me acuerdo como se
escribe y mientras este lúcido seguiré contando la historia, de su vida y la mía.
Ellos son hijos del átomo, una explosión espectacular sacudió el mundo, China y
Estados unidos por fin decidieron sacarse las caretas y mostraron sus caras, solo tiraron dos
misiles, gigantescos.
Al minuto siguiente el quinto infierno se desato, llamaradas, muertes, hombres
calcinándose, tsunamis, todo lo peor....
Pero quedaron los Últimos como se gustan llamar.
Gente en metros, o estaciones submarinas, gente oculta en lugares recónditos, sin
embargo el aire estaba enviciado, y la radiación junto a agentes bioquímicos dio vuelta al
mundo con la velocidad de la peste.
Los que podían vivir ,como yo, imagino que se suicidaron en masa, cuando vieron que
se les caían los pedazos, o que empezaban a oler a corruptos o son parte de la masa que persigue
a los más sanos , a los que aun tienen algo para alimentarlos.
Somos el ganado para ellos, y necesitan alimento y cada vez más,
Su número ha crecido rápidamente, y....
Las letras se me desdibujan de nuevo dejare para mañana el resto de la historia.
Diario: "Noche"
Genial diario de un muerto 100 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Apenas puedo escribir esta borroneado todo con mis humores mis manos están apenas
útiles ya , cada esfuerzo que hago con ellas me dejan casi al borde del desmayo, tratare de
conseguir una grabadora , para decir mis últimas experiencias, ya no escribiré en el diario....
(Transcripción de la grabación de la noche del año 2 de la nueva era de sujeto
desconocido, solo responde al nombre Lázaro)
Escucho mi voz y me asusto a mi mismo de como suena sigo siendo Lázaro, el ultimo,
como una sierra desgarrando un hueso, tengo hambre y la carne de vaca o pollo ya no me resulta
apetecible pese a que las he ido cazando y comiéndomela con plumas y todo, o con piel, mis
nuevos dientes desgarran sin problemas todo lo que encuentran.
En los muñones que tengo por manos comenzaron a crecer unos tentáculos justo en las
partes violetas, son muy útiles y más prácticos que los dedos, que tenia.
Ayer probé a mi primer cadáver, vomité sobre él y aun hoy que lo recuerdo sigo
vomitando, (sonido de vómito), disculpen fue asqueroso pero al mismo tiempo no podía
contenerme, ¿igual que importa? , soy el único que queda algo lucido para decirlo, para
transcribir mi experiencia, quizás algo o alguien más normal lo encuentre.
No pude escapar de la atracción, era tan tentador, sabía que lo necesitaba pero quería
creer que no, que seguiría sin la necesidad, he visto a los otros, los que quedan abalanzarse
sobre todo lo que camina, pero pensé que yo...me extraño cuando grito, bueno no estaba muerto
aun, luego tuve que escapar, ya que empezaron los otros a perseguirme, apenas pude probar un
pedazo, sabía bien…
Triste condena, ser igual a ellos, no diré más, ya no importa,…”
Médico consultando con otro mientras miran por la ventana acristalada al sujeto
diciendo sus palabras a una grabadora....
––Está totalmente loco, vive en un mundo apocalíptico, cuando lo encontramos estaba
terminando de comerse al perro.
––Si leí que se había amputado algunos dedos, además.
––No es solo eso, ataco a los funcionarios y le pegó un mordisco en la yugular a uno y
luego se tragó el pedazo de carne, asqueroso, el interno no podrá olvidarlo nunca… huele a
rancio el mismo.
––Aparte se cree inmortal, sabes lo que dice al final de la cinta esta, espera que la pongo
que no sentiste la última frase
La grabadora corre nuevamente y se oye la voz desgarrada del locutor, afónica y
desesperada, " ¿saben lo peor? me pudriré en vida, y nada puedo hacer ya que... (pausa con
sollozo) esto, esto, es para siempre"
Fin
Genial diario de un muerto 101 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) NUEVO AMANECER
1
Del Washington Post
24 de Marzo de 2010
Washington D.C.
El gobierno del presidente Barack Obama sigue negando las acusaciones del gobierno
francés y de su presidente Nicolás Sarkozy, según las cuales aviones de la fuerza aérea
estadounidense se encuentran realizando operaciones militares ilegales fuera de sus fronteras.
Según Sarkozy, aviones estadounidenses han sido registrados por los radares en regiones tan
distantes como Sudáfrica, Siberia, Patagonia, Toronto, Taiwán, Oslo, entre otras. No obstante,
hasta el momento no existen pruebas fehacientes que respalden firmemente su posición. Un
portavoz de la Casa Blanca ha dicho…
En realidad todo comenzó en 2007, cuando George W. Bush aún comandaba las
decisiones de la gran potencia americana. Se inició en secreto, y cuando a la Casa Blanca llegó
el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos, todo permaneció en secreto,
incluso para él.
Todo surgió de una simple idea, concebida en una lluviosa noche de noviembre poblada
de licor y humo de tabaco, entre cuatro amigos reunidos luego de cinco largos años. Mike
O´Connor y Paul Roberts eran miembros activos de la CIA, Steve Andrews pertenecía al
Programa de Seguridad Espacial de la NASA, y John Curtiss era un capitán retirado de la
USAF. Este último era hijo del legendario General Curtiss, que en los años setenta había llevado
a cabo la arriesgada Operación Caballo de Troya.
Se habían conocido en extrañas circunstancias bajo el gobierno de Bill Clinton, y habían
trabado una amistad que incluso a ellos mismos aún les sorprendía. La reunión fue idea de Mike
y Paul, que trabajaban en el mismo departamento de contraespionaje de la CIA. Luego de dos
meses y unas cuantas llamadas, los cuatro se reunieron en un bar en Long Island donde ponían
viejos éxitos de B.B. King y Chuck Berry.
La conversación discurría por los derroteros más dispares.
Eran casi las once de la noche, cuando John, algo pasado de copas a esa altura, dijo:
—Tengo una maravillosa idea para dominar el mundo.
Los otros tres se quedaron mirándole con una expresión perpleja bastante cómica, para
irrumpir luego en una sonora carcajada. John rió con ellos, pero pasado un momento, y con un
semblante que denotaba una absoluta seriedad, les aseguró:
—Hablo en serio.
A continuación, les delineó un descabellado proyecto para suministrar, por medio del
aire y el agua, una sustancia capaz a largo plazo de volver a la población maleable y
predispuesta a acatar sin reparos las decisiones de los altos mandos gubernamentales. Para eso,
dijo, necesitaba la tecnología y la ayuda conjunta de las tres instituciones que ellos, en mayor o
menor medida, representaban. Es decir, la CIA, la NASA y la USAF.
Los cuatro se pusieron de acuerdo.
Inicialmente como un reto personal, y después como un objetivo concreto, dieron los
primeros pasos para bosquejar lo que más tarde se llamaría Operación Telaraña. En el más
absoluto secreto, personalidades de mayor rango le dieron el visto bueno a la idea, y muy pronto
nuevos miembros se unieron a la extraña y ambiciosa causa.
Nuevo amanecer 102 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Dos años después, a lo largo de las regiones más distantes del globo, cientos de aviones
equipados con sistemas antirradar y tanques especialmente acoplados esparcían un polvo
grisáceo e inodoro a casi cincuenta mil pies de altitud. Lo hacían meticulosamente, peinando
poco a poco todas y cada una de las regiones del planeta. Cada dos o tres días, los aviones
hacían el mismo recorrido, esquivando astutamente los sistemas de radar, que sólo
vislumbraban a ratos un extraño y borroso objeto, para luego mostrar un barrido limpio en las
verdes pantallas.
La Operación se extendió por siete meses, al cabo de los cuales el Comando General de
la Operación tomó la decisión de esperar resultados. Se suponía que no iban a haber cambios
anormalmente visibles. Sólo cuando el gobierno empezara a tomar ciertas determinaciones,
debían notarse los efectos en una sumisa actitud de la población.
Pero luego de seis meses ningún cambio notable ocurrió y la Operación Telaraña entró
en una etapa de espera. Ninguno de ellos alcanzó a imaginar lo que ocurriría más tarde. Lo que
los escasos sobrevivientes llamarían simplemente “El Virus”.
2
Del Le Monde
16 de Enero de 2011
Paris
Marcell Ciotti, embajador de Francia en los Estados Unidos, fue asesinado anoche por
desconocidos cuando se dirigía a su residencia en las cercanías de Georgetown, en
Washington. Hasta el momento se desconocen los móviles del crimen, que ha embargado al
pueblo francés en un profundo sentimiento de pena y repudio por tan vil acto. Ciotti, que
solicitara el pasado jueves ante la ONU la formación de una comisión internacional que
investigue a fondo los pasados avistamientos de aviones estadounidenses realizando
operaciones desconocidas en el extranjero, había anunciado una rueda de prensa en la que
se…
Pasados tres años, estaba claro que la Operación Telaraña había sido un completo
fracaso, o por lo menos eso pensaban Curtiss y sus hombres, que aún buscaban la forma de
justificar un gasto de miles de millones de dólares.
Pero no todo había sido en vano.
El caos se inició exactamente el 29 de octubre de 2013 en una pequeña y apartada
población de Malanje, en Angola. A eso de las tres de la tarde, en una aldea de agricultores, dio
comienzo la fase uno del Virus. Los pobladores se encontraban celebrando un consejo
comunitario en la pequeña parroquia cuando un súbito silencio se extendió a lo largo de todos
los presentes. Segundos después la totalidad de aldeanos comenzaron a convulsionar
frenéticamente, segregando una espesa materia grisácea por la boca y los orificios nasales.
Tres minutos más tarde estaban muertos.
Situaciones similares se fueron sucediendo en todo el país. Luego en todo el continente,
y después, como era de esperarse, en todas partes. En menos de veinticuatro horas el mundo
entero se sumió en una oscuridad que ni el profeta más soñador se hubiera atrevido a
pronosticar.
Las principales ciudades del mundo fueron presas rápidamente de la más absoluta
devastación, conforme el Virus hacía su aparición puntual a lo ancho del globo. Cuerpos rígidos
en extrañas posturas, llenos de una sustancia gris ya seca, inundaban plazas, colegios, parques,
calles, subterráneos y edificios de apartamentos, en una escena apocalíptica.
Pero no todos habían muerto.
Nuevo amanecer 103 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Un pequeñísimo porcentaje de la población mundial resultó ser inmune al mal que se
esparcía por todas partes como una plaga del demonio. Fueron testigos impotentes de la visión
de pesadilla en que se estaba convirtiendo lo que hasta hace unos instantes era un día rutinario
como cualquier otro. El más puro terror terminó acabando con algunos de ellos, pero el resto se
convirtió en el último vestigio de la raza humana recién extinta.
Pero a decir verdad, la pesadilla apenas comenzaba.
3
Del Türkiye
29 de Junio de 2011
Estambul
El Primer Ministro, Recep Erdogan, ha vuelto en el día de ayer de la audiencia
extraordinaria celebrada en la Casa Blanca con el presidente de Estados Unidos Barack
Obama, con motivo de su nombramiento como cabeza de la Comisión que investigará la
procedencia y verosimilitud de las constantes acusaciones de entes internacionales
relacionadas con la invasión de aviones de la USAF en territorio extranjero. Erdogan ha
anunciado que acepta su nombramiento y que hará lo que esté a su alcance para verter
claridad en este asunto. Obama, por su parte, insiste en que las acusaciones carecen de
fundamento y que no opondrá ninguna clase de obstáculos en las investigaciones…
Andrés Domínguez fue uno de los pocos sobrevivientes en la ciudad de Barcelona, y
muy a su pesar fue testigo de lo peor de la pesadilla.
Como si de una infernal y apocalíptica parodia de la resurrección se tratase, al atardecer
del tercer día, cuando caminaba sin rumbo en busca de comida y un lugar para pasar la noche
que no apestara tanto como los anteriores, vio un ligero movimiento en uno de los montones de
cadáveres que poblaban las inmediaciones del Parque Güell. Al principio pensó que la creciente
oscuridad le jugaba una mala pasada, pero poco a poco los movimientos se multiplicaron.
Algunos de los muertos comenzaron a incorporarse, todavía petrificados en las extrañas
posturas en que habían muerto. Curiosamente era primero de noviembre, Día de Todos los
Santos.
Andrés corrió en busca de un escondite.
La fase dos había comenzado.
Como una contraria repetición del ataque del Virus, millones de cuerpos en todo el
mundo se despertaron. Parecía una escena bíblica a gran escala de la resurrección de los
muertos. Y así como una pequeña parte de la población había sido inmune a la epidemia,
también fue sólo una parte de los muertos los que se reanimaron repentinamente.
Andrés, desde su punto estratégico, se dio cuenta de inmediato de que estos “seres”
estaban muy lejos de ser como los zombies o muertos vivientes que solía ver con su hermano en
las funciones del viernes en la noche. No eran tan lentos como en las películas, y una vez se
incorporaron estiraron sonoramente sus tiesas y frías extremidades hasta volver a su posición
normal. Tenían un extraño brillo en sus ojos, que para Andrés denotaba cierto grado de
inteligencia. Unos diez minutos después, un pequeño grupo se había reunido en torno a un viejo
olmo y, para su horror, parecieron mover los labios lánguidamente. A continuación, se
dirigieron a un automóvil cercano, abrieron las portezuelas y sacaron a sus antiguos ocupantes.
Los examinaron. Y luego se los comieron con avidez.
Andrés permaneció escondido hasta el día siguiente.
Nuevo amanecer 104 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 4
De La Nación
2 de Diciembre de 2011
Buenos Aires
Un avión de la USAF (Fuerza Aérea de Estados Unidos) se estrelló anoche en la región
de la Patagonia, más específicamente en la península de Valdés. Fuentes oficiales han
informado que el artefacto poseía un inmenso tanque acoplado, ahora roto, lleno de un polvo
de tonalidad gris que hasta el momento no se ha podido identificar, y parte del cual estuvo
esparciéndose sin control por la región durante casi dos horas. Luis Alberto Pozzi, Jefe del
Ejército Argentino, anunció que llevará el caso ante la Corte Penal Internacional. El gobierno
estadounidense aún no se ha pronunciado al respecto…
Todo parecía indicar que rehuían la luz del sol. Lo descubrieron muy pronto y actuaron
en concordancia. Antes del alba, una muchedumbre de unos doscientos se reunía en el ahora
abandonado Centro de Convenciones y permanecían encerrados hasta el anochecer.
Luego de tres meses de trabajo planificado, Lauren Vélez, líder del grupo Nuevo
Amanecer con apenas diecisiete años, tomó la decisión de actuar. Lo harían el domingo.
Conseguir los explosivos había sido más fácil de lo esperado. Tras varios intentos
fallidos, encontraron un arsenal completo e intacto en el Batallón de Infantería Nº 4, ubicado al
oriente de la ciudad. Los fueron transportando lenta y metódicamente a su centro de operaciones
y de allí, por partes, habían ido enterrando una inmensa cantidad por todo el perímetro del
Centro de Convenciones.
La devastadora explosión sería digna de verse.
—Cuéntame otra vez lo de tu padre —pidió Rubén con aire ensoñador.
—Te lo he contado por lo menos diez veces —le espetó Lauren con desgana—.
Además, la historia no es nada del otro mundo. Simplemente desapareció de la sala de estar de
mi casa hace siete años, sin dejar rastro.
—Pero el resplandor…
—¡Al diablo con el resplandor! Me recuerdas a mi madre, que siempre insistió en que
ello tenía algo que ver.
—Pero tú dices que luego del destello tu padre nunca volvió…
—Pues sí. Pero yo creo que sólo huyó de su obligación, y conociendo como es… como
era mi madre, no lo culpo —concluyó Lauren pensativa.
—¿El domingo, entonces? —preguntó Rubén, cambiando de tema.
—Sí, el domingo. No podemos postergarlo más tiempo. Es hora de empezar a acabar
con ellos —contestó ella con una extraña sonrisa.
5
Del Portland Herald
27 de Enero de 2012
Portland
John Curtiss, capitán retirado de la USAF, fue arrestado en la tarde de ayer cuando
intentaba incendiar su cabaña ubicada en un bosque en las cercanías de Castle Rock, en el
estado de Maine. Curtiss fue sorprendido en actitud sospechosa por un guarda forestal que se
encontraba en las inmediaciones. Se presume que su propósito era destruir una gran cantidad
Nuevo amanecer 105 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) de documentación. Las autoridades han dicho que aún se desconoce la naturaleza de la
información que reposa en los miles de folios que fueron encontrados en la cabaña. No
obstante…
La madrugada del domingo, 6 de abril de 2014, fue bastante fría. Una tenue capa de
nubes tapaba la luz de las estrellas. Quien observara la ciudad desde lejos vería cientos de
humeantes puntos luminosos. Eran montañas de cuerpos que ardían como gigantescas fogatas.
El olor a carne humana, putrefacta y carbonizada, se extendía por todas partes, inundando cada
rincón con su pestilencia. El silencio era abrumador. No había perros que ladraran, ni gatos que
maullaran. No había aves que alegraran con sus trinos esas tempranas horas de la mañana. La
alegría había desaparecido de la faz de la Tierra.
El planeta se había convertido en una titánica fosa común.
Lauren le había dicho al resto del grupo que con dos personas bastaba para instalar la
última tanda de explosivos, conectar el detonador y activar la carga. Pero todos habían insistido
en ir a ver la devastadora conflagración que destruiría el Centro de Convenciones en su
totalidad, junto con todos sus ocupantes. Así que eran las cuatro y media de la mañana cuando
Lauren, Rubén y los demás, algunos con armas automáticas, otros con viejos revólveres calibre
38, partieron de un lugar en las cercanías del Edificio de la Gobernación. Su punto de destino
estaba a menos de un kilómetro de allí.
Caminaban lentamente en pequeños grupos de dos o tres por las desoladas calles de la
ciudad. Tardaron veinte minutos en llegar, y luego se fueron diseminando por los alrededores
del Centro. A una señal de Lauren, Rubén se le acercó y juntos se dirigieron a un costado del
edificio poblado de arbustos. Lauren se agachó y retiró unas ramas sueltas dejando al
descubierto el extremo de dos cables.
—Saca la carga —ordenó ella.
Rubén descolgó su morral y extrajo cuidadosamente un paquete marrón, entregándoselo
a Lauren. Esta lo puso en el suelo y lo desenvolvió. La carga de dinamita tenía dos cables a cada
lado. Los estiró y entrelazó cada extremo con los que se hallaban bajo los arbustos. Acto
seguido extrajo un gran rollo de cable. Insertó una de las puntas en la carga y empezó a
retroceder desenrollándolo con rapidez. Rubén se quedó mirándola.
—¿Qué diablos esperas? —lo regañó ella.— ¡Corre!
Rubén le hizo caso de inmediato y empezó a correr a su lado, retrocediendo hasta
ponerse los dos a cubierto a unos ciento cincuenta metros, tras el recodo de la esquina de un
edificio cercano. Los demás integrantes del grupo se hallaban escondidos de la misma manera, a
intervalos de cincuenta metros.
Lauren se arrodilló, sacó el detonador y le conectó el cable.
Observó a su alrededor. Todo seguía en calma. Sus compañeros seguían a buen
resguardo. Miró a Rubén, que estaba detrás de ella, y asintió. Había llegado el momento. Poco
importaban las tuberías de agua y las corrientes de luz y gas en el interior del edificio. Nadie
más se vería afectado.
Sin la más mínima expresión en su rostro, Lauren accionó el detonador.
Como era de esperarse, la explosión fue monumental. En perfecta sincronía, las cargas
explosivas fueron detonando simultáneamente en todo el perímetro del Centro de
Convenciones. El edificio se desestabilizó en toda su estructura, pareció resistir un momento, y
luego se desplomó con un ruido ensordecedor. El sonido de la destrucción resonó por unos
minutos en varios kilómetros a la redonda.
El rostro de Lauren permaneció inmutable.
Nuevo amanecer 106 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Pasados unos treinta minutos, cuando la gran nube de polvo se asentó un poco, hizo una
señal al grupo más cercano y se pusieron en movimiento. Se reunieron todos en lo que hasta
hace un rato era una de las entradas principales del edificio. Algunas de las paredes aún se
tenían en pie y era posible movilizarse medianamente entre los escombros.
Sin mediar palabra, se dispersaron, también en pequeños grupos.
Pronto amanecería.
Lauren iba en compañía de Rubén. Entraron por un portón lateral que desembocaba en
un pequeño salón. El techo estaba destruido y grandes bloques de cemento cubrían la mayor
parte del suelo. Recorrieron el lugar, inspeccionando cada rincón. Después de unos minutos,
salieron por una puerta ubicada en el otro extremo, que comunicaba con un salón más grande
donde la devastación había sido aún peor. Todo el techo se había desplomado y resultaba muy
difícil desplazarse. Aún así, pasado un rato de hurgar entre los escombros, encontraron el primer
muerto bajo una pesada columna.
Era un niño rubio de unos siete años de edad. Vestía un jean muy gastado y una raída
camiseta de un grupo de rock. Lauren se agachó a su lado, con Rubén tras ella. El niño estaba
cubierto de sangre del pecho para abajo. Lauren le tomó el brazo y examinó su muñeca. No
había pulso, por supuesto, pero aún se notaba cierta calidez. Luego, se llevó la mano del niño a
su fría y violácea boca, y empezó a mordisquear distraídamente sus dedos, despacio al principio
y luego con desagradable voracidad. En realidad, el niño no sabía mal.
Nada mal.
Nuevo amanecer 107 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ERROR DE DISEÑO
Mientras unos duermen y otros sufren cada uno interpretando la dura realidad con su
fantasía de escape, yo leo un viejo lector de libros electrónicos que he restaurado infinidad de
veces. Rufo duerme enroscado a mi lado, en ocasiones gruñe bajito y mueve las patas viviendo
nadie sabe que sueño.
Los optimistas nos llaman supervivientes, yo sé que solo somos comida que anda y que
todavía respira. Despensas vivas de los zombis. Los más jóvenes no recuerdan el mundo de
antes. Una tierra donde los zombis solo existían en los libros, las películas y por supuesto en los
videojuegos. Algunos ya nacieron en los refugios, otros han ignorado sus recuerdos para no
volverse locos. Yo ya estoy loco, de manera que lo recuerdo todo e intento preservar lo poco
que sé.
No sabemos cuantos refugios resisten. Llevamos veinte años de guerra y las
comunicaciones hace mucho que dejaron de fluir. Pocos de los mayores sobreviven, somos
demasiado lentos y estamos cansados. Solo los jóvenes tienen los reflejos lo suficientemente
rápidos para escapar del ataque de un zombi.
Después del ciclo de sueño me dirijo a la escuela. Rufo entra primero e inspecciona el
aula, parece estar conforme con lo que encuentra y va a tumbarse en su esquina. Los estudiantes
van llegando poco a poco. Delgados, ágiles, un poco sucios, atentos y desconfiados pues todos
los lerdos han perecido.
—¿Otra noche en vela, profe? —Bromea Alejandra al entrar y ver mi aspecto.
—Menudo careto—Secunda Alvaro que ingresa una fracción de segundo después.
Son buenos chicos, humanos a pesar de que vivimos una época posthumana. Son
inexpertos y todavía se creen inmortales e invencibles, como todos los jóvenes desde los
albores de la historia.
—Buenos días. Sentaos por favor— Les apremio, sentándome yo mismo en el circulo.
Los seis jóvenes de diversas edades toman su lugar desordenadamente.
—¡Buenos días! —Me contestan en un coro desafinado y hermoso.
—Bien. Escuchadme. Tenemos un alumno nuevo. Lo encontramos hace unas semanas
en el exterior y ha estado en cuarentena hasta hoy. Quiero que lo tratéis como a un hermano.
¿Entendido?
— ¿Quién es?—pregunta Pedro.
— ¿De donde ha salido?— comenta Alejandra.
—De acuerdo—murmura Alvaro.
—Otro más— rezonga alguien.
Rufo levanta las orejas y se dirige a la puerta moviendo la cola, a los pocos instantes
aparece Nina con un chico de unos diez años. Todavía tiene un aspecto asustadizo pero ya tiene
mucho mejor talante que cuando lo encontramos vagando por el exterior. Todavía no sabemos
como se las apañó para sobrevivir.
—Hola chicos. Os presento a Elías—dice Nina al entrar. Sonríe ampliamente mostrando
unas preciosas arrugas que confirman su experiencia y habilidad.
Los jóvenes se levantan y saludan ordenadamente a Elías, unos lo abrazan, alguna chica
se atreve a besarlo. Alvaro le invita a sentarse a su lado. Elías se relaja y muestra una mezcla de
alegría y timidez por la recepción. Nina me tira un beso y se va seguida de Rufo.
Error de diseño 108 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Dejo que los jóvenes hagan el trabajo de romper el hielo y hacer que Elías se sienta
parte del grupo. Cuando veo que están todos sentados empiezo la clase. No hay un programa,
simplemente intento transmitir conocimiento siguiendo un poco la dinámica del grupo.
—Maestro—interrumpe Alvaro alzando la mano, poco después del descanso.
—Dime.
—He estado hablando con Elías y él no sabe nada de los zombis—dice con una
expresión seria, Elías me mira con los ojos muy abiertos.
Maldigo mi estupidez, no es la primera vez que ocurre, siempre tenemos que contar esta
historia a los nuevos. Me concentro para que no me tiemble la voz y empiezo a narrar los
acontecimientos según los recuerdo, intentando seguir las crónicas que corrieron por la red en
aquellos aciagos días antes del holocausto.
Todo empezó de una manera muy fortuita. Algún genio de las finanzas se dio cuenta
que las películas y los videojuegos con la temática de los zombis tenían un público bastante fiel
y pensó en crear un inmenso parque temático recreando un paraje lleno de ellos y donde los
usuarios se adentrasen y combatieran con las criaturas. Pensaron en todos los detalles, recrearon
hasta el último rincón, trasladando un mundo virtual a un escenario real y fabricaron una raza
por ingeniería genética que sirviera de pasto para las armas de los jugadores.
La primera versión fue un éxito, pero el juego resultó demasiado fácil. Se diseñaron los
zombis para que no pudieran dañar a los humanos y los usuarios expertos reclamaban mayor
dificultad y realismo en los combates.
Plantearon una segunda versión de zombis, más fuertes, rápidos y listos. Algunos
jugadores resultaron dañados, pero los amantes del riesgo extremo hacían largas colas para
adentrarse en el escenario y luchar de verdad.
El negocio funcionaba, pero cultivar los zombis era lento y caro y algún ejecutivo pensó
que seria más fácil diseñar una nueva generación con la capacidad de reproducirse rápidamente.
En poco tiempo existía un parque temático de lucha zombi en cada ciudad grande del planeta y
la corporación se hizo inmensamente rica. Nadie observo la naturaleza y ninguno pareció
aprender de ella. Con la reproducción llego la evolución y en pocas generaciones los zombis se
tornaron más y más listos. La empresa no dio mucha importancia cuando detectaron una
generación capaz de interactuar en grupo, pensaron que el juego seria mas interesante y daría
más beneficios. Los usuarios no se sorprendieron cuando la siguiente descendencia empezó a
comunicarse rudimentariamente. Cuando quisieron darse cuenta ya era demasiado tarde. Una
generación resultó ser más rápida, letal y posiblemente casi tan lista como los humanos. Un día
sin previo aviso, ningún jugador volvió vivo. Lo que emergió del escenario fue un grupo de
zombis letales y equipados con las armas de los jugadores que arrasaron media ciudad antes de
que el ejército consignara tropas a combatirlos. Enviaron a un batallón que fue diezmado.
Cuando llegó el siguiente contingente de soldados las criaturas de pesadilla estaban pertrechadas
con equipos militares y habían huido.
Por años los cazamos por las alcantarillas, por las zonas derruidas y por las ciudades
abandonadas. Durante ese tiempo ellos se reproducieron mas rápido que nosotros y se
alimentaron de nuestros muertos. Hasta que la balanza osciló. La humanidad ya no era la
especie cazadora, pasamos a ser presas.
La primera vez que una gran ciudad cayó. Los militares utilizaron una nuclear táctica
para intentar esterilizar el mal. Todos los humanos desaparecieron, algunas criaturas
sobrevivieron y solo sirvió para aumentar su ratio de mutaciones. Aparecieron zombis
estúpidos, grandes, pequeños y invariablemente más listos. Nuestra única baza hasta ahora había
sido nuestra mayor inteligencia, un estallido nuclear nos la arrebató en un instante y selló
nuestro destino.
Error de diseño 109 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) A pesar de los años, las lágrimas acompañan mis palabras según revivo mentalmente lo
ocurrido. Algunos de los jóvenes me miran embobados aunque ya han oído la historia, antes,
otros también lloran por un mundo que no han conocido. Elías mira incrédulo hipnotizado por
las revelaciones.
Me dispongo a continuar cuando las luces parpadean y se apagan. Por fortuna, antes que
se desate el caos se encienden tenues Leds de emergencia.
—Todos quietos—grito a la penumbra—Nuria, cuida del grupo—ordeno a la chica
mayor.
Salgo al pasillo y me dirijo a la sala de control del refugio. Dos ojos como linternas me
revelan que Rufo esta de guardia en la puerta, se aparta para dejarme entrar y vuelve a sentarse
alerta en la entrada.
— ¿Qué ocurre?— pregunto sin preámbulos.
—Un fallo en el suministro eléctrico principal—contesta Isabel, nuestra técnica.
— ¿Se puede arreglar?
—El fallo es externo, hay que salir—responde Isabel con voz apagada.
Salir del refugio, nuestra peor pesadilla. Invariablemente hay que hacerlo, buscamos
supervivientes, equipos, comida. Vivimos en una zona con poca presencia de zombis y hemos
pasado desapercibidos, por eso seguimos vivos. Está vez no tenemos alternativa, hay que
restaurar el suministro eléctrico. Por fortuna vivimos cerca de una hidroeléctrica que
milagrosamente sigue funcionando y aun tenemos fuente de energía. Isabel nos prepara un mapa
por donde discurre la línea de alimentación y marca los puntos que hay que verificar. Ella no
puede venir, fue herida en una escaramuza y cojea de una pierna, además es muy valiosa para el
grupo. El único que tiene los suficientes conocimientos técnicos para reparar algo soy yo, así
que me toca. Me voy a la armería a hacer un inventario y ver de que podemos disponer. Estoy
inspeccionando una vieja escopeta cuando entra Nina, abre una taquilla y empieza a ordenar
equipo sistemáticamente.
—Ni se te ocurra rechistar. Voy contigo y punto—Dice con ese tono que he aprendido a
reconocer como decisión irrevocable.
—Por favor cariño…—empiezo a decir, tengo que intentarlo.
—O vivimos juntos o morimos juntos. No existe otra alternativa—dice bajito a mi oído
mientras me abraza.
Lo último que quiero en este mundo es que Nina muera, lo penúltimo es vivir sin ella,
siempre hemos estado juntos desde el día que abandonamos nuestra casa y nos escondimos en el
refugio cuando vimos que la ciudad caería bajo el ataque. Nina era policía y yo un hacker
experto en seguridad. Nos conocimos durante una investigación de delincuencia informática.
Cuando las cosas se pusieron feas fue ella quien insistió en refugiarse y posteriormente quien
entrenó al grupo en combate.
Formamos un equipo de cuatro. Yo me ocuparé de las reparaciones y decido llevar la
vieja escopeta automática y mi fiel pistola. Nina me cubre y porta un rifle de francotirador,
Silvia lleva una ametralladora ligera y por ultimo Sergio se pertrecha con un lanzagranadas que
parece un revolver gigante.
Esperamos que sea de día en el exterior y salimos del refugio con Rufo a la cabeza
guiándonos. Cada vez que el animal se para y olfatea siento un nudo en el estomago y la
adrenalina invade mi organismo. Vagamos por los túneles siguiendo la línea de suministro e
inspeccionando los cuadros eléctricos sin encontrar desperfectos hasta que encuentro un
Error de diseño 110 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) oxidado panel ennegrecido. Al abrirlo distingo el cadáver calcinado de una rata que se ha
dedicado a roer un cable y ha ocasionado un corto circuito.
Verifico que no hay tensión en el cuadro, reprimiendo el asco retiro los restos del
animal y reparo el trecho de cable averiado. Luego seguimos el mapa buscando el siguiente
panel, con suerte en algún lugar se han fundido unos fusibles.
Rufo se para y gruñe bajito, eso es mala señal. Acto seguido se le eriza el pelo del lomo
y en su hocico se descubren unos dientes como pequeños sables, viejas armas diseñadas por una
naturaleza sabia. Se agacha ligeramente y todo su cuerpo se convierte en un resorte. El nudo en
mi estomago se transforma en terror, terror liquido que fluye por mis venas en lugar de sangre.
— ¡A cubierto!— grita Silvia quitándole el seguro a su arma. Un punto rojo aparece al
final del túnel, presagio de muerte y dolor.
Una sombra cruza a una velocidad imposible el túnel y salta. Rufo también salta y se
escucha un choque sordo, dos cuerpos compactos y llenos de músculos que chocan en el aire. El
perro gruñe y se queja. Sergio apunta con el lanzagranadas, pero Nina lo empuja suavemente y
en solo movimiento desenfunda una pequeña pistola automática y dispara sin pausa sobre el
bulto escuro que intenta levantarse. Rufo sale disparado y se refugia detrás de mí. Tuvimos
suerte, es uno de los pequeños, un mutante venido a menos. Así mismo es mortal si consigue
acercarse. Rufo se lame una pequeña herida pero está bien, se acerca y olisquea al zombi para
asegurase que está muerto.
Seguimos el mapa y vagamos hasta una vieja sala de control de la red de metro de
donde parte nuestra instalación. Empiezo a buscar por los armarios de conexiones hasta que
finalmente encuentro un disyuntor caído y vuelvo a energizar la instalación.
— ¡Ya está! Salgamos de aquí— grito lleno de satisfacción.
Hay cosas que no cambian nunca, las alegrías siempre parecen que duran poco. Rufo
vuelve a gruñir. De repente deja de hacerlo, esconde el rabo entre las piernas y se cobija detrás
de Nina.
Una lluvia de cristales nos salpica mientras una ráfaga de arma automática barre la sala,
un mazazo me atinge en el pecho y me hace caer mientras lucho por poder respirar. El chaleco
antibalas me mantiene vivo, pero el impacto me deja totalmente aturdido.
Se escucha un “tump” sordo seguido de un fogonazo y una explosión cuando Sergio
dispara el lanzagranadas. Extraños gritos llenan el pasillo y un humo acre con olor a carne
quemada nos invade. Nuria dispara una corta ráfaga, para un instante agacha la cabeza y
vomita, se recupera maldiciendo y sigue disparando.
El primer zombi aparece en mi línea de visión, es de los medianos, pero es listo, porta
armas y grita ordenes incomprensibles a los demás. Se mueve con gracia como un felino, es feo
y amenazador siguiendo el diseño de un genetista y el encargo de un experto en marketing.
Me ve allí caído en el suelo y gruñe mostrando los colmillos de un depredador
imposible. Según se acerca me invade su olor y hay algo en ello que hace que sienta aun más
miedo. Busco la escopeta y descubro que esta caída en el suelo lejos de mi alcance. Trasteo
frenéticamente intentando desenfundar mi pistola y mantener la calma, cuando un punto rojo
aparece en la frente de la pesadilla y su cabeza explota.
—Vamos, levanta—oigo a Nina a universos de distancia, todavía mareado.
Me incorporo y solo entonces me doy cuenta que Sergio sigue disparando el
lanzagranadas hasta vaciar el cargador. Al fondo del pasillo hay un amasijo de cuerpos. Otra
figura informe, pequeña y rápida se deja caer del techo y aterriza en la espalda de Sergio
intentando morder su cuello. Una mancha gris salta gruñendo, agarra al pequeño zombi del
Error de diseño 111 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) cuello y lo sacude como a un muñeco roto. Rufo solo suelta su presa cuando el mutante deja de
moverse.
—Alto— retumba una voz gutural.
—¿Qué demonios ha sido eso— pregunta Sergio limpiándose las heridas que ha
conseguido infligirle el zombie.
—Reagruparse—Ordena Nina, el punto rojo de su rifle ejecuta un baile macabro por las
paredes del pasillo.
—No más muertes— vuelve a retumbar la voz. En nuestra línea de visión aparece un
zombi enorme. Lleva un chaleco antibalas y no es tan feo como los demás.
—Lo que faltaba, ahora hablan—maldice Nuria.
El zombi alarga un brazo hercúleo y se dispone a arrojar algo.
— Granada— Grita Sergio.
— ¡Maldita sea!— exclama Nuria y empieza a apuntar con su arma.
— ¡Quietos! —ordena Nina, que apunta al zombi con su mira telescópica— Rufo
atrápalo —grita.
Rufo salta y captura el objeto en el aire, aterriza moviendo la cola orgulloso.
—Eso es. Buen chico. Tráelo, vamos, tráelo—canturrea Nina a Rufo que le entrega el
objeto con desgana.
—No más luchas, ahora hablar— retumba la colosal voz de la enorme criatura.
Me acerco a Nina y veo que en su mano hay una radio.
—El tiempo de la barbarie ha terminado. Queremos dialogar— Se escucha en la radio,
la voz es aflautada y tiene un tono extraño. No es humana.
Error de diseño 112 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CARNADA
¡Está en las hamburguesas! ¡Por Dios, está en las hamburguesas…!
Chester estaba de acuerdo.
La mañana del domingo 14 de marzo (un lindo día para morir, créanlo), el Shopping
estaba plagado de gente. Como de costumbre, Chester se había acercado al local de comidas
rápidas ubicado en un rincón del gigante, constituyendo uno de sus órganos principales. Había
ocupado una de las mesas dobles, desplegado su edición dominical del periódico local (que
acababa de comprar en el kiosco de la planta baja, ya que el comercio sólo ofrecía el diario
oficial de la capital), y saboreaba una dulce medialuna de manteca que se deshacía en su boca;
podían decir lo que se les antojara, pero a él le encantaba esa basura. Y el café era bastante
bueno, fuerte y con un leve dejo tostado.
Aunque las entrañas de la bestia comercial, revestidas de durlock y yeso, transmitían su
pulso ambiental desde el corazón de una cabina aislada, el local de comidas rápidas gozaba la
libertad de poder escoger su propia música. Desde luego, ponían la radio más popular de la
ciudad, donde pasaban todas las canciones del momento una y otra y otra vez, alternándolas con
el incesante parloteo nasal de un locutor que parecía vivir en la estación, y, muy de vez en
cuando, la publicidad del propio negocio.
Pero nada de eso le molestaba realmente; era como escuchar las quejas constantes de su
esposa Bárbara. Si ella seguía con esa actitud, estaría poniendo en juego su cordura, pero ambos
sabían que no soportaban estar alejados el uno del otro más que el tiempo necesario para
cumplir con las obligaciones formales de todos los días… aunque siempre encontraban un
huequito para divertirse. Si los pasillos y oficinas del shopping hablaran, pensó, y una sonrisa le
tensó la piel de los labios. Era el equilibrio perverso de las cosas: una mujer hermosa que no
para de quejarse, y un buen desayuno con un idiota que, por lo general, no hace más que
parlotear.
Y así le gustaban las cosas.
Dio vuelta a la página del periódico, que produjo una leve brisa, esfumando las estelas
de vapor ascendente que abandonaban la boca de su vaso de café como si fuera un pozo
alquitranado, para volver a retomar su curso original, arremolinándose entre su cabello espeso,
dando la impresión de que le estaba echando humo la cabeza. Lo apartó a un lado, intentando
concentrarse en una noticia que le había llamado la atención, acerca de un accidente que había
sepultado a un camionero en una ruta de… Se quitó los anteojos, un delicado par de lentes
ovalados y fino marco de platino, e hizo a un lado el vaso de café. Sin darse cuenta, había
acercado demasiado el rostro y el vaho le empañó los cristales. Le había quitado la tapa de
plástico que, si bien tenía una boquilla para beber el contenido y mantener el calor al mismo
tiempo, a él le daba la impresión de que parecía una mamadera. Cualquier hombre que se
preciara de serlo, tomaba el café directamente del recipiente, sin esperar a que se entibie.
Acababa de acomodarse los lentes en la montura de la nariz cuando escuchó los
primeros gritos. Venían de algún punto a sus espaldas, detrás de las gruesas paredes de
concreto, justo en la cocina del comercio. Al levantar la cabeza, vio otras dos personas con el
ceño fruncido, que le devolvían la incredulidad con la mirada, como si estuvieran jugando con
una pelota de goma. La mujer que estaba al fondo del local, al percibir que los gritos se
trasladaban hacia la puerta de servicio ubicada frente a ella, comenzó a llamar nerviosamente a
su hija, que jugaba como enajenada en el pelotero, sin hacer el menor caso del timbre histérico
que adquiría la voz de su madre.
—¡Marilyn! —chilló la mujer, poniéndose de pie tan bruscamente que derribó
la silla, golpeándose la cadera con el borde de la mesa, que no se volteó porque estaba agarrada
al piso con una plancha atravesada por gruesos tornillos. Un vaso de gaseosa chica se volcó; su
contenido efervescente se desparramó entre los restos de una hamburguesa a medio comer y las
Carnada 113 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) papas fritas frías, que fueron arrastradas como troncos a merced de un dulce y oscuro tsunami
hasta el borde de la superficie de fórmica, chorreando el piso.
Sin hacer caso al desastre que había provocado en su mesa, la mujer fue en busca de su
hija al interior del pelotero, mientras Marilyn escapaba de ella riendo y jugando a las
escondidas. El otro hombre, un viejo de tez oscura y cabello blanco, que ocupaba una mesa
ubicada entre la mujer y Chester, se puso en pie, aún con el vaso de café en la mano, como si no
supiera bien qué hacer. Contemplaba la escena del pelotero como si se tratara de una película
endemoniadamente atrapante, concentrado especialmente en la forma en que la tela de jean se
ceñía al trasero de la madre de Marilyn.
En ese preciso instante, la puerta de servicio se abrió, dejando escapar una ráfaga de
gritos ininteligibles, que volvieron a ser un murmullo cuando la puerta se encajó de nuevo en el
marco. A Chester le recordó los viajes por extensas regiones de nada absoluta, en las que uno
intentaba sintonizar alguna emisora de radio y, cuando creía que estaba a punto de lograrlo, ésta
se esfumaba.
De repente, el viejo dejó caer el vaso de café, que descendió inconmovible, como si
estuviera hecho de plomo. Golpeó el suelo con el culo, produciendo un estampido seco; el
líquido castaño claro se abrió como una flor, salpicándole los zapatos y las perneras de los
pantalones hasta la altura de las rodillas, dibujando puntos claros en la tela blanca. Chester
observó como el paño absorbía los restos del brebaje, y pensó que así debería verse un leopardo
tras un intenso baño con lavandina. Desde donde estaba no podía ver qué era lo que había
llamado su atención, ya que una pared le quitaba el ángulo de visión. No podía ser nada bueno,
a juzgar por la expresión de horror que había transformado su rostro y la manera en que había
alzado una mano temblorosa para cubrirse la boca, como una anciana devota que no sólo acaba
de enterarse que su hijo era un narco buscado por organismos internacionales, si no que,
además, le dieron caza y lo acribillaron.
Nuevos gritos provenían del frente del local.
Chester se giró en el banco, una rígida estructura de plástico con respaldo acolchado que
iba de pared a pared, sin entender muy bien qué estaba pasando. Los paseantes corrían a ver
cuál era la fuente de los gritos de manera desordenada, agolpándose contra el mostrador del
local, obstruyendo la salida principal, un espacio de un metro que se formaba entre el final del
mostrador y la pared contra la cual estaba instalada la estación de papas fritas. Cuando el
anciano pasó frente a él, corriendo como si le hubieran metido un algodón prendido fuego en el
culo, tuvo que apartar a empujones a las personas que se congestionaban en el lobby,
preguntándose unas a otras si tenían idea de qué era lo que estaba pasando, con la avidez del
vulgo tañendo su voz. Una mujer corpulenta acabó despatarrada en el suelo, entre un
estruendoso chirriar metálico de sillas desplazadas y tumbadas, emitiendo un audible
“¡hhuuuggggfffffffff…!”
Fue entonces que aquella frase llegó a sus oídos por primera vez.
—¡Está en la hamburguesas! —gritaba alguien, una potente voz de hombre, aguzada por
la histeria, tratando de advertir al público presente. La voz inquieta se movía frenética, y llegaba
amortiguada por los murmullos de las personas (parecía haber cientos de ellos aplastados contra
el mostrador, fenómeno que Chester relacionaba con los sorteos en los mercaditos del barrio,
cuando rifaban una canasta de navidad, una enorme TV de plasma o incluso un simple asado
familiar.)
Chester reaccionó, cayendo en la cuenta de que algo iba no solo mal, si no que era
inaudito.
Se puso en pie con la intención de acercarse al mostrador. Al rodear la mesa, se acordó
de la mujer y la niña que jugaba en el pelotero. Los gritos descontrolados de la mujer habían
cesado abruptamente; lo único que se escuchaba era el chapoteo sordo del lampazo con el que
una empleada de uniforme azul limpiaba el desastre. La muchacha estaba de espaldas a él,
inmersa en su trabajo, aparentemente ajena a la escena que se desarrollaba frente a ella.
Carnada 114 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) La mujer que se había levantado histérica, derribando el vaso con refresco sobre el
almuerzo de su hija, yacía tumbada en el suelo, con las piernas apoyadas en los escalones de
plástico. Por la postura en que había caído, daba la impresión de que estaba en cuclillas sobre el
último peldaño, y que la niña se había abalanzado sobre ella como un tigre irritado, haciéndole
perder el equilibrio. Chester reparó en la mirada vidriosa de aquellos ojos, perdida en algún
punto sobre su cabeza; un hilillo de sangre resbalaba desde la comisura de sus labios rojos,
describiendo un arco sobre su mejilla, para acabar goteando desde el lóbulo de la oreja, sobre un
colchón de cabellos castaños. Marilyn, una chiquilla rubia que no podía tener más de seis años,
gesticulaba con la cabeza apoyada en el hueco del hombro de su madre, justo en el nacimiento
del cuello.
Chester dio una serie de pasos vacilantes hacia la empleada, con la intención de llamarle
la atención, incitarla a pedir ayuda, atónito por la indiferencia de la muchacha, que seguía
describiendo movimientos circulares con ademanes toscos y las manos agarrotadas sobre el
lampazo empapado, ensuciando las baldosas en lugar de limpiarlas.
En el preciso instante en que su mano descendía sobre el hombro de la empleada,
Marilyn levantó la cabeza, y Chester entendió por qué el anciano había echado a correr como un
caballo desbocado. Tenía la punta de la nariz manchada de sangre, y su boca era una enorme
sonrisa roja. Hilos gruesos, espesos como mozzarella, le colgaban desde el mentón, sujetos a la
carne viva del cuello de su madre, formando una cortina sanguinolenta entre ellas. La niña estiró
la sonrisa en una mueca lívida, cortando los lazos, que le salpicaron el cabello a la altura del
cuello y el vestidito rosa; el osito que llevaba bordado en el pecho adoptó el aspecto de un
cadáver sanguinolento. Chester sintió nauseas al notar en que había confundido con sollozos los
sonidos que la criatura profería al masticar a su propia madre.
Conmovido como estaba por la escena, no reparó en que la empleada sobre la cual
acababa de descargar su mano, que ahora parecía llevar un guante de plomo, se volteaba hacia
él, dejando caer el palo del lampazo a sus pies. La muchacha se paró de frente a él, de manera
que Chester miraba a la niña por encima de su gorra, parte del uniforme reglamentario. Marilyn
intentó limpiarse la boca con la manga del vestidito en un ademán infantil, para volver a
sumergirla en el hueco que le había hecho a su madre, chupándola como si se tratara de una
jugosa naranja.
Intentó correr, como lo había hecho el anciano —Hijo de puta, podrías haberme dicho
algo, pensó—, y entonces reparó en que la muchacha lo sujetaba por los hombros, intentando
alcanzarle la yugular con una avidez aterradora. Asustado, Chester comenzó a forcejear,
tratando de apartar aquella boca desmesuradamente abierta (podía contar los empastes de sus
muelas y percibir el hedor agrio de los pepinos que ponían a la hamburguesa que acababa de
comer. Incluso notó los restos de lechuga y trocitos de grasa que se le habían pegado a los
dientes.) En esa posición, parecían padre e hija en el baile de graduación; cualquiera habría
dicho que a ninguno de los dos les sobraba gracia.
Finalmente, aunque la muchacha manifestaba una energía considerable, Chester le
demostró que no en vano le sacaba dos cuerpos, derribándola al suelo de un empujón. Cayó con
la delicadeza de un cerdo acribillado; su cuerpo se despatarró y fue a darse la cabeza contra la
base de hierro de una de las mesas, perdiendo la gorra. La sangre comenzó a manar de
inmediato, formando un charco oscuro alrededor de su rostro hinchado, empapándole los rizos
pardos del cabello. Su boca había quedado parcialmente abierta, descubriendo unas muelas
careadas; apoyada sobre la hilera de dientes, como un chico aburrido que contempla el parque a
través de la ventana empañada en un día de lluvia, asomaba una puntita de lengua amoratada.
Antes de echar a correr, Chester dirigió una mirada furtiva a Marilyn, la niña, que se
limitó a mirarlo levantando los ojos, siempre concentrada en su madre. Parecía un cachorro
receloso que protege su plato de comida, apurando el contenido antes de que alguien decida
arrebatárselo de las fauces.
Atravesó el muro de gente, entre codazos e insultos. Al llegar al otro lado, notó que
estaban bajando la persiana, que traqueteaba sonoramente en las guías, entre quejidos
Carnada 115 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) mecánicos. Uno de los guardias de seguridad del shopping se colaba en el local, casi a gachas
aunque aún quedaba un trecho de metro y medio, debido a su desmesurada altura. Cuando
Chester llegó hasta la persiana, sin vacilar ni reducir el paso, se vio obligado a perpetrar un
escape al estilo Indiana Jones, resbalando en las baldosas de cerámica rosa.
—¡Eh, ¿a dónde va?! —le gritaba el guardia.
—¡Oh, por Dios! ¡Está en las hamburguesas! —pregonaba fanáticamente el hombre,
como un clérigo devoto al descubrir que toda su vida le había rezado a un Dios encarnizado. Su
tono, entre incrédulo y resentido, era el de un hombre que acaba de ser mordido por su propio
perro. Chester lo reconoció al echarle un breve vistazo en medio de su carrera. El tipo, que
estaba junto al interruptor de la persiana metálica, era del dueño de la franquicia del local,
aunque no recordaba su nombre. De las pocas palabras que había cruzado con él en sus
desayunos matutinos, de pie frente al mostrador mientras esperaba que una empleada le sirviera
el café y acomodara las medialunas en la bandeja, había sacado la conclusión de que era un
comerciante que se preocupaba no sólo por los clientes o los empleados, sino por las personas
en general, equilibrando el factor económico y personal en un nivel que no había apreciado en
ningún otro comercio.
Cuando se volvió hacia la persiana, el guardia estaba tapando la entrada —de un metro
de alto por medio de ancho— con la puerta, encajándola en las bisagras. Se metió de nuevo en
el local, como si fuera un gigante entrando en la casa de los siete enanitos, y le puso llave desde
adentro.
Chester, que había perdido su desayuno y todo rastro de apetito en el interior de local,
se puso en pie, contemplando la persiana gris sin entender lo que estaba pasando. Y, aunque
tenía miedo de ponerse a pensar, echó a andar hacia el puesto de vigilancia desde el cual los
empleados de seguridad controlaban las cámaras.
Encontró un par de cadáveres en lugar de los dos guardias de seguridad que tenían que
estar apostados en la cabina. El primero estaba en el pequeño recinto, bañado por el resplandor
artificial de las pantallas de televisión, con el cuerpo tendido sobre el escritorio y el culo todavía
apoyado en la silla giratoria. Cualquiera habría pensado que se estaba echando una siesta, si no
se tomaba en cuenta que le habían volado la mitad superior de la cabeza, esparciendo sesos y
restos chamuscados de cabello fundido con hueso sobre los papeles y el monitor de PC que
tenía delante. El segundo guardia estaba en el descanso del ascensor de carga que conectaba las
plantas de los pasillos ocultos del Shopping. En la pared posterior del elevador se veía otra
mancha enorme de masa encefálica, sangre y restos de lo que había sido una cabeza.
Seguramente, le habían disparado a quemarropa contra el paredón, como en un fusilamiento, y
el cadáver se había dado cuenta de que estaba muerto lo suficientemente tarde como para
arrastrarse fuera del montacargas.
Chester se apoyó de espaldas a la pared del pasillo, percibiendo el hedor del cabello
chamuscado en el aire. Sobre su cabeza, los fluorescentes entonaban un murmullo enfermizo y
monótono que le ponía la piel de gallina.
Junto a la puerta del elevador estaba el descanso de la escalera, que contaba con una reja
similar a la de las puertas de ascensor de los edificios más antiguos. Alguien la había cerrado y
asegurado con una cadena de eslabones gruesos como salchichas, y un candado que parecía una
caja fuerte en miniatura. Chester podía oír que algo trataba de subir trabajosamente, y se quedó
de pie, paralizado por el miedo, observando a un empleado con el uniforme del supermercado
que se arrastraba cuesta arriba, a gatas, como si no recordara cómo utilizar los peldaños de la
escalera. Finalmente, llegó hasta la cima y se puso de pie con ayuda de la reja, aferrándose a los
barrotes mientras sus pies resbalaban en el vértice de los escalones. No reparó en Chester, que lo
miraba atónito, incapaz de decir o hacer algo, hasta que hizo pie en el último peldaño de la
escalera. Cuando lo vio, abrió desmesuradamente los ojos y contrajo los labios en una mueca
feroz, gesticulando gruñidos inarticulados. Sacudió la puerta, que no cedía, y emitió un rugido
de disgusto, similar al maullido cargado de una gata en celo. Dio un paso atrás, con la intención
de tomar impulso y abalanzarse contra ella, olvidando que estaba en la cima de la escalera. El
Carnada 116 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) pie del empleado vaciló en el aire antes de que el cuerpo perdiera el equilibrio, y comenzara a
rodar cuesta abajo, rebotando sordamente contra las paredes.
A pesar de la caída, Chester podía oír los quejidos roncos de eso que se había
desplomado por la escalera, sacudiéndose en el rellano de la planta baja. Al parecer, no todos
eran tan frágiles como la empleada del local de comidas rápidas.
Volvió a la cabina de vigilancia, y un rápido vistazo a las pantallas fue suficiente para
comprender más de lo que hubiera querido. Esas cosas deambulaban por todo el recinto, e
incluso en el estacionamiento del frente; las cámaras de los pasillos de servicio instaladas en el
primer piso mostraban corredores desiertos, y puertas protegidas por sendos candados.
Observando las del piso inferior, entendías el por qué. Los pasillos de la planta baja estaban
atestados de personas que avanzaban tambaleándose, chocando unos con otros, desplomándose
en el suelo cuan largos eran cuando encontraban un obstáculo (como un escalón, por ejemplo), y
poniéndose de pie trabajosamente, para reanudar la marcha. Daba la impresión de que todos
habían asistido a una misma fiesta multitudinaria, permaneciendo hasta altas horas de la
madrugada para luego ir a trabajar en un completo estado de ebriedad…
¡Está en las hamburguesas…!
Chester buscó la cámara que tomaba el frente del local de comidas rápidas, pero la
visión estaba obstruida por la persiana de metal. Recorrió las demás pantallas y encontró una
que enfocaba la entrada del local de zapatos del piso inferior, justo en el momento en que un
cuerpo inerte caía en picado desde el balcón del restaurant. Le pareció que se trataba de la
empleada con la que había forcejeado, pero, dado que todas usaban el mismo uniforme, era
difícil saberlo. Cuando otros dos cuerpos fueron tomados por la cámara, los reconoció de
inmediato: eran Marilyn y su madre.
El teléfono que estaba a su lado comenzó a sonar tan súbitamente que el corazón se le
saltó un pulso. Sin saber qué esperar, Chester tomó el auricular y se lo acercó al oído. Una voz
asustada agradecía al Cielo que alguien hubiera atendido y acabó el saludo con un críptico:
¡Dios, creí que estarían todos muertos!
—Tienen que subir —balbuceó Chester, repentinamente abrumado—. Y pongan en
reversa las escaleras mecánicas. Ellos no pueden…
Y colgó.
Sin darle a su interlocutor tiempo de presionar el botón de rellamada, comenzó a marcar
los botones que componían el número de su casa. Los tonos se sucedían, uno tras otro,
incontables veces, mientras su cabeza entonaba insistentemente una frasecita, cada vez que
imaginaba el rostro de su esposa: ¡They’re coming to get you, Bárbara! No tuvo mejor suerte
con el teléfono móvil. Entonces colgó y decidió que no podía quedarse ahí encerrado; además,
los cadáveres comenzaban a apestar el lugar.
Le quitó la pistola al guardia que estaba a su lado y lo arrastró con la silla hasta la puerta
que daba a la playa de carga, junto al puesto de vigilancia. A excepción de los tres cuerpos
acribillados que pertenecieron a los hombres de la limpieza, el playón estaba desierto. Chester
empujó la silla, que se deslizó cuesta abajo por la rampa de cemento y fue a estrellarse a los pies
de una escalera, diez metros más adelante.
Cuando se acercó a la puerta del montacargas en el que yacía el otro guardia, percibió
los aterradores gritos de auxilio de una mujer, que volaba saltando de dos en dos los peldaños de
la escalera. Con los ojos desorbitados comenzó a sacudir la reja del descanso de la escalera.
—Va a tener que dar la vuelta, señorita —le dijo, acomodándose las dos pistolas en el
pantalón, como si fuera un pistolero moderno—. Por las escaleras mecánicas.
Sin darle tiempo de replicar, Chester se volvió y salió de nuevo al patio de comidas del
shopping, que estaba prácticamente desierto. Un par de dementes repararon en él, dejando de
lado el cuerpo de una mujer mayor sobre la que estaban agazapados. Chester dejó que se
Carnada 117 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) acercaran lo suficiente como para no fallar el tiro, y prácticamente apoyó el cañón del arma
contra sus frentes al disparar.
La secuencia de estampidos llamó la atención de las personas que estaban tras la
persiana metálica, y un instante después la pequeña puerta se abrió. El guardia asomó la cabeza
y le hizo señas de que se acercara.
—Sabía que volvería —le dijo, volviendo a cerrar la puerta. Chester miró en derredor,
reparando en la expresión asustada de las personas que ocupaban todas las sillas alrededor de las
mesas del local—. ¡Es un infierno ahí afuera!
Sacudió la cabeza y fue a sentarse sobre la superficie del mostrador.
Chester se fijó en los zapatos de cuero negro y las perneras del traje gris que asomaban
detrás del mostrador. Avanzó con paso decidido, dispuesto a preguntarle al Sr. Dueño del Local
qué era lo que estaba pasando, cuando el guardia lo tomó del brazo.
—No creo que quiera ver eso —le dijo.
—Sólo quiero hacerle unas preguntas. Parecía ser el único que entendía algo, así que
déje…
El guardia lo sacudió, mordiéndose los labios. Chester pensó que estaba a punto de
ligarse una paliza, pero el hombre pareció distenderse, canalizando la furia en forma de suspiro,
y lo soltó.
—Bien, pero no diga que no se lo advertí. Además, no creo que le saque muchas
respuestas.
Chester ignoró la risa agria del guardia y rodeó el mostrador. El pecho se le encogió y
tuvo que golpearse varias veces con el puño para que el aire volviera a circular en sus pulmones.
La cabeza del Sr. Dueño del Local era una masa sanguinolenta, mezcla de cartílagos y carne
rosada; las cuencas de los ojos supuraban un líquido lechoso que corría por sus mejillas,
describiendo surcos entre retazos de carne y piel carbonizada. La parte del traje que cubría los
hombros había desaparecido, dando la impresión de que llevaba un traje escotado, que dejaba al
descubierto unos hombros con la piel chamuscada.
—No pude evitarlo —musitó el guardia—. Yo estaba tratando de salvar a la gente de
esas cosas, y él no paraba de gritar: “¡Estoy vendiendo muerte! ¡Está en las hamburguesas!”,
mientras arrojaba toda la mercancía del congelador al piso —señaló las cajas vacías y los
medallones de carne rosada a medio descongelar, que ocupaban casi toda la superficie del piso
de la cocina—. Después comenzó a pisotear los sándwiches que estaban ahí —señaló los
estantes donde mantenían la temperatura de los productos cocidos—. Acabó con todos y metió
la cabeza en la freidora. Cuando tire de él para sacarlo, ya era demasiado tarde —un gemido
entrecortado escapó de sus labios—. Su ropa estaba en llamas…
Chester creyó ver algo al fondo de los estantes templados, y fue en su busca, pasando
sobre el cuerpo que yacía apoyado a los pies de la freidora. Ya sólo le faltaba una cosa.
—¿Dónde guardan las balas? —increpó al hombre de seguridad, que se encogió de
hombros, resignado, y le indicó dónde buscar— Voy a reunirme con Bárbara —sentenció—.
Como sea.
Chester salió por la puerta de atrás, empuñando el arma con una mano y, con la otra,
una hamburguesa con queso.
Carnada 118 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) JUEGO DE NIÑOS
—¡Ahí va la gorda! ¡Cuidado al pasar por la puerta, puedes quedar atascada! —risas
que se van alejando festejando el chiste, uno de los chicos la mira y saca la lengua, y ella baja
la cabeza avergonzada.
Lily aún tiene esos recuerdos, aún las bromas de sus compañeros taladran su cabeza y la
amenazan con perderse en remolinos sin sentido. Los recuerdos son lejanos, como si hubieran
sucedido hace mucho tiempo, como si todo ocurriera detrás de una cortina a la que hay que
rasgar para ver con claridad. Pero ella no olvida.
—¡Gordita, gordita!, ¿te animas a cruzar el lago congelado? —el niño de cabello
oscuro y ojos desafiantes la mira burlescamente y ella asiente con seguridad.
—¡Ya verán estos idiotas si puedo pasar ese lago! —piensa ella acomodándose los
anteojos. Porque Lily además de ser “la gorda” es “la cuatrojos” y encima “la sonrisa de
metal” por culpa de aquella ortodoncia que tanto le molesta.
—Son niños —le había dicho su madre en más de una ocasión—. No les hagas caso
Lily, cuando seas grande te reirás tú de ellos.
Pero ¿qué pasa si por algún azar del destino, por una de esas vueltas de la vida Lily no
llega a ser grande? Pues entonces las risas vendrán ahora.
—Vamos cuatrojos —grita la niña rubia con cara de barbie que lleva siempre el
cabello rubio recogido en peinados que parecen realizados por el mejor estilista.
Lily la mira desafiante y apoya un pie sobre el hielo, entonces se siente segura y
comienza a cruzar, los niños la esperan del otro lado.
—¿Me recuerdas? —pregunta Lily mirando al niño dormido en la cama, tapado con el
cubrecama de autos de carreras. Es el de cabello oscuro, el que siempre le molestó más, el que
le corría la silla para que cayera con estruendo cuando iba a sentarse en clase—. ¿Cuántas veces
has pensado en mí desde aquel día? —murmura Lily acercándose a la cama—. Apuesto a que
ninguna —sonríe.
Ahora es su momento de reír, su madre le había dicho “cuando seas grande” pero Lily
no quería esperar. Lily no podía esperar.
Se sienta en la cama y el niño despierta asustado. Al darse cuenta de que hay alguien en
su cama se apresura a encender la luz, entonces sus ojos se abren desmesuradamente y el terror
se refleja en ellos.
—¿Verdad que te acuerdas de mí? — pregunta Lily con sorna—. ¿Cómo olvidarme no?
¿Cómo olvidar a la gordita?
El niño abre la boca y un grito ahogado escapa de ella, pero la niña se apresura a taparle
la boca con una mano, una mano blanca y helada como el hielo. En realidad ella es como el
hielo, sus ojos se encuentran vedados como si un velo los cubriera, tiñéndolos de un extraño
color azulado. Lily sonríe y muestra los dientes, aquellos que todavía tienen la ortodoncia que
ella tanto odiaba.
—Ahora es mi turno de reír —murmura antes de abalanzarse sobre el niño y clavar los
dientes en su cuello. Es más fácil con los dientes de metal, la carne se desgarra con mayor
facilidad y Lily no tarda en dejar caer su presa a un costado de la cama.
Agarra un autito de colección que hay sobre una repisa y lo guarda en uno de los
bolsillos de su vestido.
—Si me hubieran dejado en paz, ahora todo sería diferente —piensa mientras sale a la
noche estrellada—. Ellos debían saber con certeza que el hielo no aguantaría mi peso, son niños
pero no son idiotas.
Juego de niños 119 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Aún recuerda el sonido del hielo trizarse bajo sus pies, ese sonido que le hizo detener el
corazón y darse cuenta de que eran los segundos antes de que el hielo se quebrara y el lago la
engullera con sus fauces heladas.
Es horrible morir ahogada, con el agua congelada abrasando crudamente tus pulmones
que buscan aire y encuentran cuchillos despiadados que te desgarran por adentro.
—Pero todos la pagarán —piensa Lily mientras camina unas cuadras bajo la luna—.
Todos y cada uno de ellos, porque desperté de la muerte para venir a reírme de ellos, tal como
dijo mamá.
—Los niños a tu edad son crueles Lily —había dicho su madre miles de veces—. A los
once años no saben lo que dicen, tú eres hermosa.
—Hermosa soy ahora —piensa Lily—. Ahora que mi compañía es la luna y mi día es la
noche, ahora que despierto cuando anochece y nadie me busca porque estoy muerta. Ahora que
el mundo se libró de mí soy hermosa, puedo caminar por las calles en la oscuridad y
escabullirme en las sombras ante los ojos de aquellos que alguna vez me lastimaron.
Se detiene ante una casa grande y algo suntuosa. La conoce por dentro porque ha estado
una vez allí, ese día en que le llevó las tareas a la niña Barbie porque había faltado a
clases.
—Sé buena con ella Lily y llévale las tareas, tal vez ganas una amiga —había dicho su
madre. Y ella como buena niña que era había ido, y había vuelto sin amiga y con la vergüenza
de sentirse la niña más fea del mundo, porque Barbie era linda aún con ojeras y con el cabello
desarreglado.
Encuentra una ventana abierta del primer piso y se escabulle por ella para luego trepar
por un árbol. Otra cosa que ha cambiado desde que muriera, ahora Lily es ágil como un gato y
tiene mucha más fuerza que antes.
Con ojos expertos en ver en la oscuridad busca la puerta rosada con flores pintadas y
entra en la habitación. La niña duerme plácidamente sobre su cama de dos plazas con sábanas
de raso y almohadas de plumas de ganso.
—Lo siento cuatrojos pero no hay invitación para ti —Barbie siempre había disfrutado
dejándola fuera de las fiestas que hacía en su casa, o de los festejos de cumpleaños—. Piensa
que en realidad te estoy haciendo un favor, probablemente si te invite tengas que pensar qué
ponerte para no verte tan gorda, y como no encontrarás nada que lo logre, te sentirás mal y te
largarás a llorar. Si no te invito te ahorro todo eso ¿te parece? —los niños que siempre
rodeaban a Barbie festejaban todos sus comentarios, por más crueles que fueran. Más de una
vez Lily se había quedado sola en su casa mientras todos sus compañeros disfrutaban de la
fiesta, los regalos, la torta y los globos.
—Ahora soy más linda que tú —sonríe y se acerca a la cómoda. Sobre ella hay varias
muñecas rubias cuyo nombre es el apodo que tiene su dueña, dos cajas rosadas con pinturas y
un alhajero con esas joyas de plástico que algunas niñas quieren tener por el sólo hecho de
pensar que las hace verse más grandes. Agarra uno de los collares hecho con tanza y varios dijes
de distintos colores y se lo pone en el cuello mientras se mira en el espejo.
—Creo que esto quedará más lindo en el cuello de Barbie —dice Lily acercándose a la
cama de la niña y sentándose a su lado. Barbie tarda unos minutos en darse cuenta de la
presencia, pero para cuando quiere reaccionar el collar de juguete ya le aprisiona el cuello con
una fuerza inusitada, y por más que intenta gritar, ningún sonido logra salir de su boca. Sin
embargo por la mirada aterrada de sus ojos Lily comprende que la ha reconocido en los últimos
segundos antes de que se asfixie y su rostro hermoso quede de un color azul violáceo. El cabello
rubio largo cae en cascadas alrededor de aquel rostro ahora inanimado y Lily lo acaricia como si
jugara con una muñeca.
Juego de niños 120 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Hija ¿porqué no invitas a tus compañeros de clase y hacemos una fiesta en casa? —
la madre de Lily siempre había intentado integrarla al grupo, pero ella sabía qué le esperaba si
accedía. Ya una vez sus padres habían preparado una gran fiesta para su cumpleaños número
diez y nadie había ido, todos los chicos habían preferido ir a la fiesta que Barbie había dado
“casualmente” en su casa.
—De verdad que te parecías a ella —dice señalando con un gesto a las muñecas que
miran la escena sin inmutarse—. Pero ahora ya no eres tan bella como antes, ahora eres como
una muñeca rota.
Se levanta de la cama, agarra una de las barbies que descansan sobre la cómoda y sale
por la ventana.
La próxima casa queda cerca, es un chalet de madera con varios árboles en la entrada y
un jardín de flores perfectamente cuidado. Al pasar por una gasolinera Lily llena un bidón con
algo de gasolina mientras el hombre que espera por algún cliente duerme en una silla.
—Liliana, niña ¿puedes ser más torpe? —le había dicho más de una vez la maestra de
música cuando Lily había sido blanco de alguna broma. Un instrumento roto o desafinado, una
silla que se corre y ella cae, e incluso una vez una silla que se rompe bajo su peso y la maestra
la mira con furia—. ¡Liliana por Dios! ¡Eso es propiedad de la escuela! Le explicarás tú al
director qué ha sucedido con esa silla.
—Podría haberme ayudado —piensa Lily mientras observa la casita desde afuera—. En
algún momento, cuando sabía que los niños me hacían aquellas bromas, podría haberlos culpado
a ellos, no a mí.
Nuevamente la niña se escabulle por una ventana y entra en la casa. No la conoce por
dentro, pero con su nueva visión nocturna busca la habitación de la maestra hasta que la
encuentra. Con rapidez se acerca a la cama y cuando la mujer abre los ojos la niña ya se
encuentra sobre ella. Por más que la maestra intenta luchar no puede, ni la mayor adrenalina le
daría la fuerza para pelear contra la fuerza que Lily ahora posee, y menos aún librar su delgado
cuerpo debajo del peso de la niña.
Lily le ata las manos con una soga al respaldar de la cama y después se aleja un poco
para mirarla.
—¿Verdad que no me esperaba? —pregunta con una sonrisa. La maestra responde con
un grito de terror y Lily se lleva un dedo a la boca en señal de silencio, como cuando dos niños
se cuentan un secreto que nadie debe saber.
Cantando aquella canción que su madre le enseñó cuando era pequeña y habla de un
“Un elefante que se llama trompita…” Lily rocía a la mujer y la habitación con gasolina, se
lleva la mano al bolsillo del vestido floreado y saca una caja de fósforos.
—Esto va a ser divertido —dice la niña mirando a la maestra fijamente a los ojos—.
Esta vez podrá retarme, porque esta vez tendrá razón, yo seré la culpable.
Deja caer el fósforo sobre un charco de gasolina que en menos de un segundo se inflama
y se convierte en una llamarada. Con rapidez el fuego recorre el camino marcado, las llamas
lamen primero el piso de madera, después suben por las patas de la cama y por último alcanzan
a la mujer, devorándola entre lenguas rojas, entre gritos de desgarro.
Pronto toda la habitación arde y Lily se apresura a salir de la casa. Se detiene en la calle
y observa cómo aquel chalet se convierte en un monstruo de fuego vivo que se retuerce y grita.
Las sirenas de los bomberos se sienten a lo lejos y la niña se retira de la escena por una calle
lateral, mientras siente nuevamente la brisa suave en su rostro. A lo lejos el cielo comienza a
aclararse y se da cuenta de que es hora de volver a dormir.
—Todavía muchos deben pagar —dice mientras camina hacia el cementerio—. Todos
aquellos que se burlaron de mí, que me llevaron a morir ahogada y congelada en aquel lago, que
Juego de niños 121 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) se negaron a invitarme a sus fiestitas porque no querían que estuviera en su casa, que me
hicieron pasar vergüenza frente a los profesores.
Quedan muchos, todo un curso de niños y niñas crueles que le hicieron la vida
imposible. Todo un pueblo que debe pagar por su muerte.
—Pero no importa —piensa Lily mientras mira el cielo—. No importa porque tengo
tiempo, cada noche puedo levantarme de mi tumba y caminar por este pueblo para jugar y
reírme de ellos. Ahora la última palabra la tengo yo. Desde ahora y para siempre, yo seré la
última en reír.
Juego de niños 122 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) PACTO MACABRO
EN SANCTI SPIRITUS (Cuba).
Todo empieza un día muy tempestuoso en una isla de Cuba llamado Sancti spiritus,
paresia que el cielo se iba a caer…
En esa isla vivía Barbará ella estaba recién casada con un extranjero llamado Adán ese
día tempestuoso él llegaba de Estados Unidos.
En esa isla, los extranjeros, especialmente de E.E U.U no eran, muy bien recibidos, pero
Adán tendría que tratar de adaptase por su futura esposa, era un buen doctor y Barbará
consiguió un trabajo en ese lugar para él. Al pasar los meses llego un virus a esa isla, nadie
sabía que era, los primeros en enfermarse fueron los niños y los ancianos, los síntomas era
delgadez extrema por que les daba asco la comida, estas personas no sabían que comer iban se,
no tomaban liquido, estaban ojerosos, se les caía el pelo era desesperante ver a un familiar, a un
niño y no saber qué hacer.
Sentían la necesidad de comer pero ¿qué?
Un día en la playa un niño enfermo, miraba como pescaba un pescador, en un momento
al sacar la línea del agua el pescador se corta los pies, con una piedra, el niño que estaba
mirando, va hacia el pescador, su pequeño corazón empezó a latir cada vez más fuerte, su nariz
empezó a olfatear como un cachorro hambriento. Al llegar cerca de este hombre él le pregunta
¿Qué pasa niño nunca viste a alguien cortarse?
El niño se tira a los pies de este pescador y cuando él intenta levantarlo, el pequeño lo
muerde ¿Qué haces niño? él hombre intenta nuevamente sacarlo pero en un momento…
Tres niños se acercan y sin cruzar mirada con el pescador se tiran al suelo también
empiezan a comerlo…
Mientras en otro lugar se encuentra Barbará cocinando el almuerzo. Huy!!! Me corte
dice ella ,en un momento se escucha que se acerca un carro a la casa….
Hola cariño, ¿como te fue en el trabajo? dice Barbará apretándose el dedo. Adán le
responde mucho trabajo cielo, ¿Que te paso?. Me corte con el cuchillo cortando una cebolla.
Ven al baño te voy a curar para que no se te infecte. Ella responde no te hagas problema
no es nada grave…
Al llegar la siesta ellos van a dormir , en un momento se abre la puerta de la
habitación...
Al despertar Adán mira a su esposa y ve algo traumático, impactante, chocante, en el
lugar de Barbará había sangre, mucha sangre. Él se levanta baja corriendo las escalera y se
encuentra con ella, la cual estaba de espalda, esta se da vuelta su esposo pregunta ¿qué paso?
ella estaba sucia de sangre.
No sé, estaba durmiendo, cuando siento que alguien, me comía el dedo que me había
lastimado, era un anciano de mal aspecto enfermo parecía este.
Al querer tocarte para despertarte, el me saco de la cama y me arrastro, yo no podía
gritar no me salía la vos, al querer bajarme por las escaleras, logro empujarlo, cae ,se golpea la
cabeza, muy fuerte y ….
Barbará ¿donde esta ese hombre ahora y que haces con sangre en la ropa? Ella responde
que se siente rara, me siento perdida, extraña me estoy sintiendo mal .
Adán le dice que la curaría. Cuando la está curando, ve que en el dedo mordido tenía
unos puntos blancos como si fueran hongos, tendrás que quedarte en casa creo que tienes el
virus que ronda por estos lugares.
Pacto macabro en Sancti Spiritus 123 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Adán siento ganas de comer cuerpo humano eso es lo que deseo por eso me siento
perdida amor —dice Barbará.
No te hagas problema yo estaré contigo, como te lo prometí en el altar te traeré comida
del hospital y todo estará bien dice Adán.
Pasaron los meses y Adán traía comida a su esposa, ella se sentía mal al llevar esa vida
pero amaba mucho a su esposo que no quería dejarlo solo en ese pueblo.
Pero un día las cosas estaban cambiando, Adán a veces venía a traerle comida y se iba
arriba dejándola sola todo el día encerrada en el sótano sin poder salir.
Una noche Barbará va hacia la puerta del sótano para escuchar. —Se siente ruido de risa
de una mujer y quejas de un hombre —dice ella .
Al otro día temprano se escucha que se va el auto de Adán, entonces Barbará intenta
abrir la puerta del sótano y una vez que lo logra corre hacia la habitación y llegó a la conclusión
que allí algo pasó, su olfato sentía olor de perfume de mujer.
Ella se siente muy atormentada, su mayor pesadilla se hizo realidad, su amado ahora la
despreciaba por su terrible enfermedad. —Está bien, soy una zombi, ¿quién estando sano querrá
estar con una mujer, que come pedazos de personas? brazos, piernas, recién cortadas de una
amputación.
Pero él hizo un pacto ante Dios y ante mí, de amarme y respetarme hasta que la muerte
nos separe yo no le voy a permitir que me mienta y rompa ese pacto.
Pasaron las horas llega el coche de Adán entra a la casa, atrás de el Carolina, la cual le
dice que iría a darse un baño. Él le dice yo iré a estar un rato con Barbará la tengo un poco
abandonada.
Mientras que Barbará esperaba a Adán detrás de la puerta del sótano, cuando entra lo
empuja por las escalera salta sobre él y lo muerde, —Espera ¿qué haces? —Pregunta él.
Porque me has engañado rompiste tu pacto, nada, ni nadie nos separarían, yo no te he
engañado respondió el .
Ella dice no me mientas, y ahora ella también se va a morir, entonces Adán se levanta y
va corriendo hacia el baño. En ese momento sale Carolina muy asustada y le dice¿ qué pasa? no
piense nada malo Barbará_ tu vas a morir maldita zorra_ Adán le dice_ espera ella es mi
hermana la que vivía en Francia y iba a venir a vivir acá con su novio el cual es Cubano.
Barbará no le creyó, entonces Carolina le dice que ella tenía fotos con su madre y su
hermano esta fue y las trajo. En ese momento Barbará se sintió tan mal, que quedó en estado de
shock por lo que había hecho.
Entonces te mordió le dijo Carolina a su hermano, si le respondió él.
Hermano tendrás que quedarte en tu casa, ir al hospital es mucha tentación para ti.
Me quedaré a morir contigo Barbará le dice él a su esposa la cual quedó llorando y con
mucha tristeza ella sabía que havía actuado muy mal con su marido.
Carolina le dice que ella les traería comida que podría reforzar la puerta del sótano y
todo estaría bien vendría todos los días como tú lo has hecho.
Y así pasó. Carolina era ahora la dueña de la casa, Barbará y Adán en el sótano teniendo
la ilusión de que alguien encuentre la cura, aunque se enteraron, que cada vez los enfermos eran
más. Caminaban por las calles como zombis entre las personas sanas.
Un día esperaron la comida que traía Carolina, esta no había llegado no se escuchó el
carro.
Tal vez tuvo un compromiso dijo Adán a su mujer la cual estaba en un estado depresivo
y no respondía a nada.
Pacto macabro en Sancti Spiritus 124 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Pasaron dos días y ninguna novedad, el hambre empezaba a acechar en sus estómagos.
Pasó una semana. Adán estaba preocupado por su hermana pero se imaginó que las
cosas estaban peor, pero ¿qué harían ellos allí encerrados sin comida?
Barbará ya estaba casi muerta, estaba muy débil era como un cadáver abriendo los ojos
nada más.
Adán estaba un poco más fuerte, entonces dice a Barbará: —yo te prometí serte fiel
,pero vos pensaste, que te he engañado, por eso estamos los dos acá.
—Te prometí que estaríamos juntos hasta la muerte y eso te voy a cumplir —y en ese
entonces...
Estás muy deliciosa amor, así estaremos juntos, que bueno que Carolina dejó estos
cuchillos, dijo Adán mientras comía los brazos de su esposa.
Barbará con su poca fuerza le dice que él era una basura egoísta y él responde que ella
también lo fue cuando lo mordió dudando de el amor que él le tuvo.
Y así paso un mes, Barbará fue el platillo de su esposo estuvieron juntos siempre y nada
los separararía.
¿Qué habrá pasado con mi hermana? se preguntaba hasta los últimos momentos Adán.
Un día, después de 40 largas noches , entra Carolina con su reciente esposo al sótano,
ve el cuerpo de su hermano y la cabeza de su cuñada ¡Dios mío que basura comió a su mujer!
dijo ella.
Baja y patea a su hermano y dice —Murió el muy sucio.
—Vamos cariño tenemos que desempacar las maletas, ese crucero estuvo fantástico —
dijo el marido de Carolina.
—Si amor no me arrepiento de haber viajado, o de lo contrario era quedarme con estos
dos mal olientes, traerles comida y verles su terrible aspecto todos los días. —Ahora tenemos
casa, coche, trabajo, todo para empezar una vida juntos y tranquilo. —vamos amor —dice
Carolina.
—¡Noo!!!Maldito —se escuchó un grito de Carolina, su esposo la mira y su pierna
estaba sujetada por su hermano el cual estaba en sus últimos minutos y la mordió con mucho
odio por su mala actitud.
Entonces Adán le dice: —ahora te tocara pasar mi infierno y lo que paso Barbará estos
días, peor aún no disfrutarás ni siquiera, de tu primer año de casada…
En ese entonces se escucha que la puerta del sótano se cierra.
—¡¡Amorrr no me dejes acá!! ¡¡¡Recuerda lo que me prometiste en el altar…!!!
Pacto macabro en Sancti Spiritus 125 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA HISTORIA DE UN SOBREVIVIENTE
18 de Marzo del 2040
Un día más encerrado en este lugar. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? Quizá un mes, quizá
más, no lo sé con exactitud. ¿Por qué elegí una comisaría? La verdad no lo sé… Supongo que el
instinto que todos tenemos de que la policía siempre te ayudará afloró en mí y por eso elegí este
lugar como mi refugio.
Tengo 23 años, mi nombre es Walter y soy un sobreviviente de Lima-Perú. Estoy
solo… No veo a un ser humano desde que decidí encerrarme aquí. Era una locura quedarse allá
afuera con todos esos Zombies rondando por ahí. ¿Pero qué podía hacer un chico como yo?
Todo se convirtió en un caos… ¡Toda la ciudad se destruyó por completo! Y lo peor de todo es
que esos desgraciados lo destruyeron todo el mismo día en que vinieron a este mundo.
A veces pienso que voy a despertar de esta horrible pesadilla, pues ¿quién iba a creer
que lo que alguna vez vimos en películas de terror se iría a convertir en una realidad? Por lo
menos me hubiera gustado ser un héroe para mí mismo y acabar con todos ellos, pero ¿quieren
que les cuente algo? ¡Ni siquiera he podido matar a uno! Creo que es hora de acepta
r que
siempre fui un tipo miedoso, aunque mis temores me salvaron, pues yo no los enfrenté como lo
hicieron muchos y simplemente corrí.
Para cuando llegué a este lugar ya estaba desolado. Me aseguré de que no quedara ni
una de esas bestias y me atrincheré en este lugar. Estaban construyendo una nueva planta
cuando todo esto sucedió, por lo cual logré tener todos los materiales a mi alcance para taponar
las ventanas y puertas del lugar. Pero yo sabía que mis provisiones de alimento no iban a durar
para siempre. ¡Hace más de tres días que no pruebo bocado! y lo último que me quedaba de
agua lo terminé ayer.
No pienso salir. Prefiero morir de hambre a que tratar de escapar de este lugar y
arriesgarme a que esas bestias me atrapen y comiencen a arrancar por pedazos mi piel…
“Ellos” saben que estoy aquí… “Ellos” pueden oler la carne fresca y supongo que soy el
único ser con cordura que queda en este lugar. ¿Pero cuanto más podré sobrevivir sin volverme
loco? Hace varios días que no puedo dormir, pues esos desgraciados con el pasar del tiempo
siguen rodeando esta comisaría y puedo ver sus sombras deambulando alrededor. ¡OH DIOS
COMO VOY A ESCAPAR DE AQUÍ!
Ni siquiera sé como comenzó todo esto. Yo me encontraba en mi cuarto jugando al
PlayStation con mi hermano mayor. Mis padres habían salido y parecía ser un día como
cualquier otro; no me esperaba que aquel día el mundo tal y cual lo conocíamos fuera a cambiar
drásticamente… Estaba jugando de lo lindo un juego de peleas, riendo a más no poder por las
cosas que hacíamos, cuando de repente escuchamos un fuerte sonido en la parte de afuera. Algo
había caído desde la casa de los vecinos, y por tremendo impacto pensé que se les había caído
un sillón o algo por el estilo. Pero nuestra sorpresa fue grande cuando salimos y descubrimos a
Ricardo, mi vecino, tirado en medio del pasillo con mucha sangre a su alrededor; él no se
movía.
Nunca en mi vida había visto tanta sangre, ni menos de esa manera. Simplemente no me
pude mover y quedé petrificado. Mi hermano fue el que actuó al instante y se acercó
rápidamente a él tocándole el cuello para tomar su pulso. Aun arrodillado volteó muy asustado a
verme y me dijo que llamara a la policía, cuando de repente Ricardo se abalanzó sobre él. Yo no
pude contener una exclamación y aterrado comencé a retroceder varios pasos mientras veía
como Ricardo le arrancaba la oreja de un solo mordisco. Aun yo no entendía nada, y nada
pasaba por mi cabeza con excepción de los gritos de dolor que parecían taladrar mis tímpanos, y
solo me limitaba a observar aterrado lo que estaba sucediendo. Mi hermano trataba de ponerse
La historia de un sobreviviente 126 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) de pie con el terror grabado en el rostro, pero Ricardo logró tumbarlo al suelo para luego hundir
su cabeza en el cuello de él. Cuando comenzó a lanzar gritos aterradores mientras aquella bestia
le arrancaba la carne a jirones yo no pude soportarlo.
Hasta ahora me culpo de no haberlo ayudado, aunque ahora que ya lo he visto todo,
trató de tranquilizarme diciendo que ya no hubiera podido hacer nada por él. ¡Como todo un
cobarde me di a la fuga! Abrí la reja principal y salí como alma que lleva el diablo. Pero lo que
me encontré afuera fue peor. No entiendo como ya había tantas de esas criaturas rondando por
las calles. Los policías se encontraban desparramados por diferentes lugares tratando de
detenerlos pero era imposible. Aquellas bestias mordían y al instante el herido se convertía en
uno de ellos. ¡Estaba presenciando el fin del mundo! y era como ver una película; nada parecía
real. Edificios y carros en llamas, gente corriendo mientras gritaba histérica. Y yo parado en
medio de la pista observando todo aquel caos, cuando de repente uno de esos Zombies se acercó
a mí. No es como en las películas... ¡Cuánto hubiera dado porque sean lentos! ¡Qué va! ¡Esos
desgraciados corrían y eran rápidos! Y aquel ser al verme vino corriendo a toda prisa hacia mí.
Tenía la cabeza en un ángulo muy extraño y estaba totalmente bañado en sangre. Si en algún
momento mi corazón ha estado a punto de estallar y morir de un paro cardiaco, fue exactamente
ahí. Lancé un gran grito y salí disparado también.
Ahora que rememoro todo esto creo que el destino me preparó para ser un
sobreviviente; pues yo había sido un flojo durante mucho tiempo, pero en los últimos dos años
mi hermano me había llevado a jugar Básquet y entrenábamos juntos corriendo alrededor del
parque. Al comienzo me había costado bastante, pero ahora ya podía dar diez vueltas al parque
fácilmente. Es por eso que fui un sobreviviente. Los Zombies eran rápidos, pero yo lo era más, y
por eso ninguno de ellos pudo alcanzarme.
No sé porque escribo todo esto. Nunca fui un escritor, aunque siempre admiré a todos
los que ejercían esa profesión. Quizás es una manera de desahogarme, no lo sé, pero me siento
bien haciéndolo…
20 de Marzo
El hambre pudo más. No pude aguantarlo. Estaba a punto del suicidio e iba salir no
importándome cuantos Zombies pudiera haber, pero felizmente la razón pudo más y logré
calmarme un poco. Traté de buscar una salida ¡y la encontré! Nunca había pensado en las
tuberías. Como dije antes, esta comisaría estaba construyendo una planta nueva y fue ahí donde
encontré la obra a medio terminar y las tuberías invitándome a entrar. El olor era insoportable,
pero después de haber visto aquellas horribles escenas y tantos muertos, no fue nada. Me
arrastré por ellas. ¡Doy gracias a Dios por no ser claustrofóbico! La salida de aquel lugar no se
encontraba tan cerca como pensé y me arrastré lo que me parecieron horas, aunque no se cuanto
tiempo fue exactamente. Por un momento me entró pánico al pensar que si me encontraba con
uno de esos Zombies iba a morir, pues aquel lugar era tan estrecho… Pero inmediatamente
eliminé todo pensamiento negativo de mí y simplemente me concentré en encontrar la salida.
Ya la veía en mi mente y creo que eso hizo que la hallara, pues no mucho después pude ver una
luz a lo lejos y fue cuestión de tiempo para alcanzarla.
Encontré comida y estoy contento. No solo porque mi estomago quedó satisfecho si no
que encontré el lugar de mi salvación. En estos momentos me encuentro en un laboratorio. El
lugar esta patas arriba; supongo que aquellos Zombies lograron entrar aquí, aunque ya no hay
rastro de ellos. Estaba a punto de irme cuando inexplicablemente mi mirada se posó en unos
folletos tirados en el suelo…
No tienen idea la emoción que me embarga en estos momentos. ¡Estoy salvado amigos!
Como dije antes, creo que es mi destino ser un sobreviviente. Este lugar es un laboratorio de
Criogenización; aquella técnica utilizada para preservar personas sumergiéndolas en nitrógeno
liquido para una posible reanimación. ¡Los contenedores están intactos! Esos monstruos no los
destruyeron y no me tomó mucho encontrarlos con un plano que encontré por aquí. ¡Es mi
destino señoras y señores! El proceso a seguir es muy fácil y esta explicado detalladamente. En
La historia de un sobreviviente 127 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) estos tiempos las maquinas se encargan del 90% del trabajo. ¡Todo está aquí! Y doy gracias a
Dios por la Criónica, pues es mi salvación. Me meteré en una de estos contenedores y congelaré
mi cuerpo con mis notas a un lado. Supongo que tomaré una larga siesta, pero estoy tranquilo,
pues sé que en un futuro cercano nuestros compatriotas nos han de haber ayudado y se habrán
deshecho de esta peste; y cuando alguien me encuentre, podrán al fin despertarme de esta
horrible pesadilla…
NOTICIA EXTRAIDA DEL PERIODICO EL COMERCIO. LIMA - PERÚ
01 de Setiembre del 2040
¡Nuestro país está salvado!
No hubiéramos podido haberlo hecho solos y damos gracias a todos los países que nos
ayudaron. ¡Al fin el Perú es un país libre de Zombies!
El 01 de febrero (día que se desencadenó todo este horror), los científicos decidieron dar
un paso más para la historia. Es del conocimiento público que nuestra ciencia ha avanzado tanto
que hemos encontrado la cura para casi todos los males y enfermedades que pueda poseer el ser
humano, y es por eso que el 01 de Febrero fue el día en que los científicos de nuestro país
decidieron despertar a todas aquellas personas enfermas que se habían sometido al proceso de la
Criogenización y que en su época no había habido salvación para ellos.
¿Qué es la Criogénica? Algo que un día puede salvar una vida, su vida.
¿Cuántos de nosotros hemos visto este anuncio y entusiasmados pensamos que podía
ser una evasión a la muerte? Supuestamente, el objetivo de la Criónica era de salvar vidas y
superar la enfermedad y el sufrimiento. Se mantenía al paciente suspendido en nitrógeno líquido
a una temperatura de -195,8 °C hasta que la ciencia se desarrollara lo suficiente para
recuperarle. Y como eso ya lo hemos logrado, creyeron estar listos.
Hasta ahora los científicos del mundo aún no se explican como la Criogénica pudo
haber tenido algo que ver con todo esto, pero así fue. Cuando aquellos individuos fueron
despertados, los rostros de alegría de los científicos cambiaron a uno de horror al percatarse que
ya no pensaban como un ser humano y lo único que les importaba era saciar su hambre como
caníbales. Todo sucedió demasiado rápido y nuestro país estuvo a punto de sucumbir por estas
criaturas...
Pero ya todo ha acabado. Nos hemos liberado de esta peste y el Perú y el mundo se
aseguraran de destruir todas las maquinas de Criogénica del mundo con los cuerpos que no
fueron despertados, para que así esta pesadilla no vuelva a renacer.
La historia de un sobreviviente 128 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MUNDO PINTADO CON SANGRE
Algunas personas le llamaban el Apocalipsis, otras le llamaban el principio de la Era
Oscura, yo personalmente le llamaba como al resto de los Purificadores por su nombre, “Día Z”.
Lo recuerdo bien, yo estaba en un rascacielos fumando un cigarrillo mientras veía el
cielo, solo pensaba en llegar a casa, cenar con mi mujer, tal vez hacerle el amor y dormir, para
iniciar el día, los planes eran perfectos, nadie puede negarlo. Y una sola visión me arruinó todo.
Parecía una persona volando, vestía de amarillo y juró que portaba una capa azul,
parecía tener a alguien colgándole, me tallé los ojos y al regresar mi vista, ya no estaba ahí.
Aunque no creo que mi visión haya sido real, ese día fue cuando inició.
—Tom, alguien quiere verte.
La voz de mi secretaria me sacó de mi ensueño, a veces me pierdo recordando el Día Z,
duele un poco recordarlo, pero debo hacerlo, un hombre que no recuerda su pasado es un
hombre perdido.
—Dile que pase.
La secretaria salió de mi oficina y al poco tiempo entró un hombre calvo, pasado de los
50 años, y pasado de peso, sudaba bastante a pesar del aire acondicionado y parecía nervioso, no
entiendo por qué, tal vez se mi estatura (mi metro noventa y complexión muscular pueden ser
intimidadoras) o tal vez mi mirada, pero el hombre sudaba a chorros.
Le señalé la silla frente al escritorio y él se sentó, me senté después de él y dije:
—¿Cuál es su nombre?
—Me llamó Oscar, Oscar Guerra.
—Oscar, como debes saber, soy Tom Araya, asumo que sabes que es lo que hago, ¿no?
Oscar asintió.
—Usted puede hacer cualquier trabajo, aunque incluya adentrarse a donde hay esas
cosas, necesito que vaya a las afueras de la ciudad, un científico tiene la cura y necesito que me
la traiga.
—Vaya, usted es un hombre directo, ¿gusta algo de beber?, tengo whiskey, tequila,
vodka…
—Nada, gracias, en estos días hay que mantenerse uno en sus 5 sentidos.
—Así es, la gente vive en pánico últimamente.
—Se dice que esos seres han evolucionado y que tal vez se hayan infiltrado —comentó
Guerra en voz baja, acercándose más al escritorio— por eso necesitamos la cura más rápido, no
queremos más “Chelsea smiles” ni cuerpos mordidos en las calles.
—Usted tiene razón, y me encargaré de que así sea.
Le extendí mi mano y me la estrechó, mencionó que el científico me pagaría, me dejó la
dirección, y se fue. Nunca más lo volvería a ver.
A la mañana siguiente ya estaba fuera de la fortaleza, el mundo tras el Día Z era un
desastre total, a pesar de no ver a los reanimados por ningún lado a estas horas del día, no puedo
prescindir de la seguridad de mi escopeta, el lugar estaba a un par de horas, así que aceleré a una
velocidad regular, un accidente acá afuera era lo menos recomendable, una pierna rota en tierra
de muertos no es una buena idea.
Mundo pintado con sangre 129 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Mi viaje fue tranquilo, hasta que llegue a los últimos 500 metros del camino, varios
muertos me esperaban, de verdad habían retenido retazos de inteligencia, sus aspectos eran
como uno esperaba, ropas andrajosas llenas de sangre y ocasionales rastros de piel, ellos lucían
pálidos, pues rehuían a la luz del sol, corrían hacía mí, y por algunos instantes estaba seguro de
que me sonreían con malicia, aceleré a todo lo que pude y los arrollé, algunos salían volando
con sus miembros cayendo a varios metros de distancia, otros se colgaban de la defensa de la
camioneta, un par de ellos se colgaban de las puertas e intentaban entrar, mi olor los atraía como
la luz a las moscas, así era como habían acabado con muchos ilusos.
Detuve el carro y bajé de inmediato, abriéndome paso a balazos, ya no eran muchos, a
pesar de ser conducidos por sus instintos básicos, no eran tan idiotas y se apartaban de mí, la
gente contaba conmigo para que esa locura se detuviera.
Caminaba hacía la entrada del túnel, cuando tropecé con una piedra, admito que fue un
error de principiante, incluso me lo reprochaba mientras caía al suelo, un reanimado me vio caer
y corrió hacia mí, como si fuera a parar mi caída… claro, usó sus mandíbulas para pararla.
La mordida en mi brazo fue demasiado dolorosa, si hubiera sido un poco más
blandengue tal vez hubiera pegado un grito que haría correr a todos esos monstruos, pero solo le
disparé a la cabeza y observe con satisfacción como su cerebro salpicaba al resto de sus
compañeros de comida.
Corrí hacía la entrada del túnel, abrí la puerta y entré, una reja cubrió el paso y se
electrifico, me pareció algo formidable.
La sangre me caía a chorros por el brazo y me punzaba, ignorando ambas cosas entré al
laboratorio y vi al científico sentado, mirando extasiado su cura, puesta en una jeringa.
—Hola, doc.
El tipo levantó la vista y se espantó al verme sangrar, solo le dije:
—Es el precio por mis pecados.
Él asintió y me dijo:
—Aquí está la cura, funciona, aquel hombre —señaló una persona acostada en una
camilla— fue curado del virus, y ahora es normal, en tal vez unos meses van a poder hacerla a
escala masiva.
Su última oración expresaba pena, sus ojos no se apartaban de mi brazo.
—Oh… esto, sí, sé lo que debo hacer —dije, poniendo mi pistola en la mesita más
cercana, el lugar era pequeño con mesas un tanto amplias, una buena iluminación le daba
claridad al cuarto- debo entregar esto e irme al oeste, junto al resto de los infectados, y morir
ahí.
—Tu nombre será leyenda entre los sobrevivientes a la catástrofe.
—Sí, eso creo.
—Gracias a ti, el mundo será un lugar libre de infección, pondrán estatuas a tu nombre,
a nadie le importarán tus… detalles, tu historia será contada, toda la tragedia…
—¿A qué te refieres?- le pregunté, mi voz me pareció demasiado tensa.
—Todos sabemos lo de tu esposa, que fue de las primeras en caer por la infección,
sabemos que la tienes en tu casa y está bien, Tom, eso no importará, porque eres nuestro
salvador, los trovadores cantaran acerca de ti- dijo el científico, su voz sonaba tan pastosa.
—Sí, eso suena bien, es lo correcto.
Le extendí la mano para tomar la cura, me la entregó con una amplia sonrisa, yo desde
el principio supe que todo lo que me había dicho era una mentira.
Mundo pintado con sangre 130 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Solo hay un pequeño problema —murmuré.
—¿Cuál?
—A mi no me importa hacer lo correcto.
Tomé la jeringa y me la apliqué directo a la herida, el científico gritó protestando, de mi
bolsillo saqué mi cuchillo y se lo clavé en el abdomen, sintiendo su tibia sangre bañar mis
manos, le sonreía mientras retorcía el cuchillo en sus entrañas, él gemía de dolor y al parecer
lloraba, no sé si era por dolor o por humillación.
—Verás, a mi me gusta el mundo, este mundo pintado con sangre es mejor que un
mundo aburrido, aquí puedo ser quien soy, ya sabes, es mejor ser rey en el infierno que servir en
el paraíso —le dije con mi tono más burlón.
Lo acuchillé en su cuerpo tantas veces como pude hasta que no resistió y murió, de
nuevo, como siempre que mato a alguien, no resistí a extenderle su sonrisa grotescamente con
mi cuchillo, al acabar con él, volví mi atención a su conejillo de indias y lo maté de la misma
manera, el cuarto olía a muerte y desolación, dos de mis tres olores preferidos.
Salí del laboratorio, y subía mi carro, los infectados ya estaban lejos, habían percibido
los asesinatos y se habían alejado. Criaturas inteligentes, cada día me agradan más.
Mientras entraba a la ciudad, con mi herida tapada para que no sospecharan nada, yo ya
había planeado el final de mi día, mataría a Oscar Guerra, volvería a casa, cenaría, le daría el
cuerpo de Oscar a mi mujer para que cene, me bañaría y le haría el amor a mi esposa.
¿Qué podría ser mejor que esto?
Mundo pintado con sangre 131 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) TORMENTO Y DICHA
Parte I: Julia.
1
—…Ojalá que jamás te partan el corazón en mil pedazos —concluía Julia a puño, letra
y una lágrima pesada que derramó sobre el papel rayado. Ahí depositó esta última
recomendación y despedida para quien alguna vez fue su tormento y dicha. Dos minutos fueron
como horas para apreciar la absorción de la gota salada sobre aquel material blanco: Un
manchón opaco permanente similar a la cicatriz que, según Julia, estaba por sanar.
Julia por un momento consideró arrojar la nota al cesto de basura, justo a la derecha de
su escritorio. Esto lo hizo alguna vez por diversión, sentada al centro de la gran mesa
rectangular de caoba, deslizando papeles sobre la superficie hasta verlos desaparecer por el filo,
era como tirar al blanco, a ciegas. Sin embargo la despedida no era juego y Julia dudaba si una
carta era manera adulta de lidiar con aquello que le impedía sacar el pecho y erguirse como la
mujer hermosa que era en realidad.
Y la verdad es que ya había esperado demasiado; dos semanas sin respuesta huelen a
abandono, aunque lo peor es… simplemente no saber.
—¿Y si le sucedió algo?- se preguntaba Julia mientras sentía como regresaba aquella
sensación desde la boca del estómago que le hacía querer correr en todas direcciones y al mismo
tiempo.
—¿Y si…? ¡Bueno yaaa! —dijo en tono definitivo, aplastando toda incertidumbre de
golpe. Con un sorbo de su café tibio y arrugando la nariz con desdén, dijo—: ¡Al diablo! —
mientras se alejaba de la fría habitación.
2
Julia siempre fue una mujer por encima del promedio, ni muy alta como para abrumar al
hombre que la pretende, ni tan baja como para hacerle sentir tan seguro de sí; era simplemente
su igual. Su piel blanca y cabello negro eran contraste perfecto que hacía voltear a verle el
rostro, irremediablemente. Sus ojos, para quien les vio alguna vez, podían decir más de mil
palabras sin necesidad de abrir la boca. Se podría incluso pensar que las ropas que le cubren
fueron hechas sólo para ella; así de bella era Julia aunque siempre vestía sencillo, muy libre.
El gusto por la fotografía decía mucho de su persona. Procuraba encontrar momentos
mágicos y capturarlos, por lo menos uno al día, entonces todo cobraba sentido nuevamente. La
espontaneidad, el momento y el detalle era todo lo que mantenía a Julia en movimiento.
Curiosamente, este tipo de carácter casi siempre rebota una sombra, un lado oscuro propenso a
obsesiones y adicciones, al menos eso dicen los que observan la conducta humana. Exhalar
bocanadas espesas de humo de tabaco era el vicio de Julia.
3
Sus intereses poco convencionales le hacían pasar de un empleo a otro sin mayor
preocupación hasta hace unos meses, cuando algún revés económico anunciaba tiempos difíciles
para más de uno. Esto no sólo limitaba a Julia sino que le hacía también preocuparse por
mantener su puesto actual, en Librero de oro, a toda costa. Julia debía entonces poner la mente
en otra parte, el amor tal vez.
Tormento y dicha 132 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¿Acaso no sería ideal? —se preguntaba con un toque de sarcasmo, que hablaba
también de su sentido del humor, a pesar de haber pronunciado las palabras con toda seriedad.
La vez que Julia cruzó miradas con quien habría de convertirse semanas más tarde en su
tormento y dicha, resultó no ser la primera, le había visto años atrás en el instituto.
—Yo te conozco, mmm —hablaba su voz interna mientras trataba de ubicar al sujeto en
tiempo y espacio.
—¡Años! ¡Miles, muuuchoos! —pensó Julia, quien siempre fue cuidadosa con sus
exageraciones y se imaginaba pretenciosa al hablar de fechas y de años como suelen hacer los
viejos; además era muy joven.
Era evidente que aquella última exageración no iba con el afán de hacer un cálculo
preciso y simplemente escapaba de su corazón que ya empezaba a dar saltos apresurados,
perfectamente normales cuando reaparece un fantasma del pasado y te toma por sorpresa.
El pasado de Julia comenzaba en la preparatoria, o al menos ella empezaba a relatar
desde ese punto cuando hablaba de ella misma. De la vida previa al Instituto Elle Bellard
quedaban recuerdos fragmentados y esparcidos por toda su cabeza, algunos otros, los más
vívidos tal vez, dejaron marcas en su cuerpo. Lo demás, vale decir, era una mezcla entre
flashbacks y emociones parcialmente desconectadas: un misterio. Y no es que Julia haya tenido
problemas de memoria a corto, mediano o largo plazo; cuando se trataba de olvidar, sí que era
buena para hacerlo.
4
Por las noches Julia desaparecía del mundo conforme iba metiéndose a la cama y
empezaba a colocarse los grandes audífonos aislantes sobre los oídos. La selección del
momento, las canciones que servirían de fondo para los recuerdos reencarnados, determinaban
el contenido de estos al igual que una llave abre sólo una puerta y nada más. La melodía era
hipnótica en más de una forma, se autoconstruía con elementos sencillos, se incorporaban
nuevas notas con el andar del compás. Era esa cadencia predecible y constante de un vals, un
péndulo que arrulla y mece de lado a lado, tensión y calma ejecutada por manos diestras y
sensibles. Entonces Julia se dejó llevar…
Parte II: La llave.
1
La antología de valses que Julia escogió para la noche, dejaba entrever sus intenciones
claramente: Flagelarse nuevamente con recuerdos de lo que fue y no fue; de lo que pudo haber
sido y de lo que nunca será. Una lágrima empezó a rodar por el rostro de Julia mientras editaba
y reescribía en su mente la historia de otro fracaso amoroso, sustituyendo los silencios
incómodos y la falta de elocuencia en los momentos decisivos con respuestas precisas y
argumentos ganadores. Julia siempre terminaba sintiéndose mejor después de este tipo de
terapia y no tenía problemas para conciliar el sueño enseguida.
Una Julia semiconsciente escuchaba lejanas las últimas notas de una pieza que parecía
no tener fin. Recién había encontrado la posición más cómoda en la cama, estaba en trance y
moverse ya no era una opción. La pieza llegaba a su fin con las últimas cinco notas
descendentes y agonizantes, como una caja musical que gradualmente se va quedando sin
cuerda hasta detenerse por completo, cuando un zumbido agudo y doloroso, como el de un
millón de mosquitos, hizo saltar a Julia de la cama, además de aturdirla dolorosamente.
Tormento y dicha 133 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¡AAaarghhh! —gritó Julia con todas sus fuerzas para sacar el susto de su cuerpo y
descargar el coraje…
2
Julia volvió a meterse entre las sábanas buscando la cómoda posición que le había
hecho relajarse y casi dormirse por completo y, en media hora, estaba justo en este punto
nuevamente.
3
De pronto Julia volvía a escuchar la cadencia predecible, el piano ejecutado por las
manos diestras y sensibles… Esta vez podría ignorarlo, debía ignorarlo por completo; estaba
muy cansada para apagar el aparato, para moverse tan siquiera, además no le molestaba en lo
absoluto.
Pasaron los minutos y Julia seguía entre despierta y dormida, justo en el umbral que
divide al sueño y la conciencia.
La antología, predecible, melosa y gastada ya, parecía llegar a su fin cuando Julia notó
algo muy peculiar.
4
Las notas descendentes que clausuraban el nauseabundo ciclo musical simplemente no
llegaban. Julia no se preocupó demasiado.
—Probablemente estoy soñando ya… —pensó Julia y más tardo en hacerlo que en notar
otras peculiaridades. La pieza era una parodia de sí misma, las notas descendentes se repetían
constantemente pero en orden aleatorio, como jugando con las variaciones mientras iba
cobrando velocidad hasta sonar como una licuadora, enfadando a Julia como hacía mucho
tiempo no lo hacía nada ni nadie.
Parte III: Tormento y dicha.
1
Cuando Julia se llevó las manos a las orejas para retirarse los audífonos y aventarlos,
gritó horrorizada y confundida: ¡El aparato estaba apagado, y los audífonos encima de este!
—¡Ji Ji! —escuchó Julia la risa traviesa de una niña que interrumpía la música
bruscamente y todo quedó en silencio.
—¡Estoy loca! ¡Estoy loca! —repetía Julia como si la locura fuera preferible a
enfrentar y averiguar lo que le sucedía.
Entre el silencio y la oscuridad cegadora, Julia se encontraba paralizada, no podía
articular palabras ni emitir sonido alguno. Se cubrió hasta la cabeza con las sábanas como lo
hace un niño asustado y así se quedó por un par de minutos hasta que el peso de algo o alguien
dejaba su cama y entonces sí, corrió hasta la puerta intentando encender la luz de la habitación.
2
Cuando Julia estaba por lograrlo, se detuvo en seco cuando la puerta fue abierta de
golpe, como con la fuerza de diez hombres y entonces Julia pudo ver que se trataba de él. Pero
algo estaba mal, se veía pálido, débil y fuera de sí.
Tormento y dicha 134 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¡Carlos! —le llamó Julia y Carlos no contestaba, sólo se quedó parado en el umbral
de la puerta.
3
Julia se acercó más para ver que le ocurría, le tocó el rostro y el hombre estaba
congelado. Cualquiera que le tocase dudaría que haya vida en ese cuerpo. Julia entonces
encendió la luz para revisarlo más de cerca y cuando lo hizo lanzó un grito que se escuchó
cientos de metros a la redonda.
Las venas de Carlos aparecían y desaparecían de su rostro como si estas se moviesen
dentro de él, dándole a su piel un tono azulado y enfermo: de un muerto pero en vida...
Antes de que Julia pudiera hacer cualquier cosa, Carlos o, mejor dicho, la cosa que se
parecía a Carlos, abrió la boca y se lanzó sobre ella para morderla con una dentadura podrida,
amarillenta y con encías sangrantes.
Julia apenas logró escapar del ataque y corrió apresuradamente hacia el lado opuesto de
la habitación, hacia la ventana. Quitó, como pudo, los seguros que la mantenían en su lugar,
pensando en cómo todo tiende a fallar en situaciones de peligro, justo como en las películas. En
el momento que pensó en esto, la ventana dejó de ceder y el espacio para salir se redujo,
empeorando aún más la situación.
4
Julia quería salir cuanto antes y le aterraba voltearse para ver si la cosa seguía ahí. Se
salió como pudo y cuando lo hizo, vio por la ventana que la puerta seguía abierta pero ya no
había nadie en el marco...
Mientras Julia corría desesperadamente hacia la calle para no volver más, pensó en algo
aún más arriesgado: Rodear la casa, entrar por la cocina y buscar algo con qué defenderse. No
parece lo más inteligente pero no es que Julia quisiera confrontar a Carlos tanto como saber qué
le sucedía para entonces ayudarle y finalmente preguntarle: —¿Qué demonios ha pasado todo
este tiempo contigo?- Por esto, un cuchillo le permitiría acercarse un poco más…
5
Tan sólo se encontraba a unos pasos de la puerta que daba a la cocina cuando empieza a
escuchar, en esta ocasión en el aire y no en su mente, la nauseabunda pieza de vals con una
pequeña adición: Una voz, la de Julia -sólo que ella no era la que hablaba- recitando las líneas
de la carta que había escrito por la tarde, en un tono burlón como intentando conmover y causar
risa a la vez. Decía:
-…Poco importa si fue un no rotundo y seco
O un no titubeante o desafiante; de cualquier
Manera es fracaso…-…Estoy cansada de la eterna danza circular
De los enamorados: Felices, peleados, reconciliados.
No quiero llegar al día en que no haya reconciliación
Que funcione…-.
6
Tormento y dicha 135 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Mientras escuchaba la burla macabra que parecía haber nacido del aire, Julia quebró en
llanto pero se detuvo casi de inmediato. Algo en su interior le decía que ya había derramado la
última lágrima y que ahora era tiempo de actuar.
La burla macabra seguía revelando los sentimientos más privados de Julia, lanzándolos
al mundo como un espectáculo patético y barato. Entonces Julia entró corriendo a la cocina,
específicamente hacia los cajones, y sacó el cuchillo más grande que encontró.
La burla macabra seguía con su juego enfermizo, gritando cada vez más, anunciando el
final de la carta que podía predecirse de igual manera que el final agonizante de la antología de
pianos nauseabundos. Es en este momento cuando Julia voltea y ve a Carlos… por última vez.
La cosa se encontraba ya a unos tres metros de Julia y seguía acercándose lentamente,
arrastrando una pierna, como si apenas pudiese caminar, parecía un -con toda incredulidad y
pena, admitía Julia- ¡Un maldito zombie!
La cosa seguía acercándose y Julia no se movía de su lugar, mientras el tiempo corría y
la burla macabra seguía escuchándose en el aire.
Finalmente, la cosa estaba cerca, muy cerca y Julia estaba lista, entonces empuña el
cuchillo y en este momento, la broma macabra también parece estar llegando a su fin. Sudor
escurre de la frente de Julia por los nervios y el tiempo parece detenerse por un instante:
¡Carlos alcanza a Julia! ¡Julia levanta el cuchillo! Y mientras lo hace, recita al unísono
con la broma macabra:
—¡…Ojalá que jamás te partan el corazón en mil pedazos, Carlos! —Y Julia clava el
cuchillo en el corazón de Carlos, apuñalándolo una y otra vez hasta machacarle el corazón
completamente. Había sangre por doquier y Julia encontraba el momento un tanto metafórico:
¡Burlé a la burla macabra!
Julia de pronto suelta el cuchillo y confundida, grita:
—¡Esto no está pasando!
—¡No existen, los zombies no existen!
—¿Qué hice, Dios mío, qué hice?
Instantes después de cuestionar lo ocurrido y de sentir que había perdido la razón, Julia
sintió como si cayera al vacío, el vértigo más exquisito que…
7
Hizo que Julia despertara segura y en su cama, justo antes de las malditas cinco notas
descendentes… En el acto, Julia salió de la cama de un salto, se quitó los audífonos y los
pisoteó hasta reducirlos a chatarra plástica. Después sacó el disco y lo arrojó por la ventana. La
carta la quemó al día siguiente.
FIN
"Los sueños interpretados no son importantes. Los importantes son los lúcidos: cuando eres y
te haces consciente de lo que estás soñando.” –Alejandro Jodorowsky.
Tormento y dicha 136 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) VIDA EN LOS OJOS DE UN MUERTO
Yo un día fui humano,
viví en un mundo de locos
necios cobardes malsanos,
qué bien, qué felicidad,
pues haciéndose de oro
rompieron la humanidad.
Con sus locos experimentos
su ruindad y mal talento
nos convirtieron en monstruos
rompieron nuestra verdad.
Sí, un día yo fui un hombre…
amaba, tenía paz, qué gracia
qué gran verdad. Tenía esposa
e hijos, tenía vida, tenía prosa.
Sí, prosa, pues aunque no era verso
mi vida no era reverso,
tampoco feliz mariposa.
Pero era más de lo que tengo
que soy un muerto en vida,
¡maldita sociedad podrida
que me convirtió en esto!
Ya quedan pocos humanos,
pobre gente, se creen amos,
mas solo serán comida...
Somos muchos más que ellos,
somos legión, tenemos despecho
y aunque somos simples muertos
les quitaremos la vida.
Ya nos unimos, juntos marchamos,
y aunque bajo tierra se escondan,
cierren puertas, pongan ondas,
saben que nada tienen que hacer
pues son simples alimentos,
carne fresca, no hay lamentos:
son ellos o nosotros, es luchar y vencer.
"¿De quién es ese reflejo
que me devuelve el espejo,
ese ser raído y putrefacto
al que le cuelga el pellejo?
Su cuerpo ya no es un cuerpo
sino simple despojo
del que cuelgan hasta los ojos.
¡No!, ¡yo no soy eso!
Maldito y sucio espejo
quita de mí ese reflejo;
yo quiero ser un humano,
que me devuelvan mi vida,
no terminar siendo esto
y perdiendo la partida."
Vida en los ojos de un muerto 137 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ¿Por qué ellos viven y no yo?
¿Quién apostó a esta ruleta?
¿Quién rifó la papeleta
para que ellos vivan y yo no?
¡Sucios perros andrajosos,
os juro que este anochecer sangriento
se decidirá todo esto!
Veremos a ver quién queda,
vosotros con vuestra vida
o yo, sucio y vil gusano
que aunque soy un muerto en vida
os ganaré la partida
os romperé en mil pedazos,
vuestra hiel será absorbida,
seréis simples almuerzos,
solo serviréis de comida.
¿Y mi esposa?
Esa que a mi lado estuvo
con quien compartí mis días,
¿será ella también caída,
aquel puto experimento
también le partió la vida?
Ya casi no la recuerdo…
en mi machacado cráneo
todas las ideas pierdo,
toda idea fue abatida.
Solo flashes ahora tengo
que como malogrado intento
se hacen hueco en mi cerebro
en ellos aun la veo;
bella fiel y cariñosa,
así era mi adorable esposa
antes de quebrar mi vida.
¿Estará aún viva?
¿Esperará mi regreso
o solo será mi comida?
¿Y mis hijos, donde estarían?
aún en ese sucio colegio
o volviendo ellos a casa?
Lo cual significaría que también
se transformaron
y pobres míos, perdieron
también pequeña vida.
El poco recuerdo se va,
vació queda en mi mente.
Más, ¿quien es el que con esa gente
delante de mi va
buscando como yo comida
deseando terminar la partida
en este cruel y aciago día?.
Vida en los ojos de un muerto 138 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Se parece a mi hijo
ese pequeño que un día
sentaba yo en mis rodillas
que yo le hacia cosquillas
y a quien daba calor.
¡Dios!, ahora me causa dolor
pues es él, andrajoso desnutrido
junto a nosotros va
para poder desgarrar,
para poder destruirlos.
Ya todo es oscuridad
el sol brilla por su ausencia
qué paz, qué tranquilidad,
pronto podremos comer
darnos todos un festín
hasta sus huesos roer.
Ya veo la turba maldita
allí nos están esperando,
¡pobres necios, viles humanos,
piensan que con sus torpes manos
nos pueden a nosotros parar
nos intentan amedrentar
¿Con qué? ¿Con palos?
¿Con escopetas
o con sucias metralletas?
Pobres infelices, pues no ven
que ya estamos muertos
y por muchos juramentos
no nos vuelven a matar.
La lucha es encarnizada.
Yo ya he matado a varios
y al comerme sus entrañas
mi podrida carne se sintió esperanzada.
¡Pobres perros sarnosos,
mi piedad se ha terminado,
vosotros me destruisteis
ahora pagad el pecado!
Pocos quedan ya en pie
cobardes intentan huir.
¡¡Mas quién es esa mujer
que con cariño me mira
que recuerda mi vivir!!
¿Y esa niña que va de su mano
que la madre le sujeta
que quiere correr hacia mi?
Dios, yo quiero recordar
pues mirando su carita
a mi pútrido cerebro
viene una ternura infinita.
Vida en los ojos de un muerto 139 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ¡No!, dejadlas tranquilas,
se me está abriendo una herida
tan cruel y dolorosa
que duele como una rosa
clavada en el corazón
y a mí vuelve la razón.
Ella es mi amada esposa
y mi adorada hija...
¡Soltadlas, sucios gusanos!
Jamás consentiré
que ellas se conviertan en esto,
que se miren en un espejo
y sientan asco y repugnancia…
Jamás perderán su elegancia.
Delante de ellas me pongo,
huid, huid a las montañas
allí tenéis una esperanza
ni siquiera miréis hacia atrás.
Allí tendréis paz,
allí no habrá acechanza
de estos muertos vivientes
que quieren en el mundo mandar.
¡¡Noo hijoo!! no ves que es tu madre,
no intentes su vida quitar,
maldito ser sin entrañas.
¿No conoces tan siquiera
a esa que te trajo al mundo
que te meció en sus brazos
que te dio de mamar?
Antes te destrozo a ti
que consentir que tu mano
a ellas las pueda dañar.
¡Huid, por Dios huid!,
que yo les detengo
jamás seréis su alimento,
vosotras tenéis que vivir.
Ya las veo alejarse,
por fin ellas se salvaron
y yo agarrado a mi hijo
por fin podré descansar.
Pues al sujetarle a él,
para defender a su madre,
dos certeros disparos
disparados a bocajarro
quitaron nuestro sufrir.
¡Por fin descansaré en paz,
por fin volveré a vivir,
pues seguro en la otra vida
felices seremos por fin!
FIN
Vida en los ojos de un muerto 140 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) PUEDES BESAR A LA NOVIA
La cordura es algo tan etéreo...
Como todo lo inherente al ser humano, es volátil e inestable. A veces la línea que separa la
cordura de la locura es tan fina e imperceptible que no se sabe a ciencia cierta cuando estás de visita
en un lado u otro, nunca sabes cuando se va a producir ese chasquido que convertirá tu cabeza en un
jodido avispero, ni cuando vas a tener la desgracia de contemplar con tus propios ojos un espectáculo
tan bizarro y desconcertante como para licuar tu cerebro y convertirlo en soufflé de sesos, dejándote
medio catatónico y sumido en la desesperación. Esas cosas llegan sin avisar: el mal fario, las malas
noticias, lo extraño e inexplicable… Te sorprenden, sobrevienen de manera inesperada, dejándote sin
margen de maniobra, sin que apenas tengas tiempo de despedirte del bando de los sensatos. En
apenas un instante ya eres un zumbado más.
Además, cuando todo el mundo se vuelve loco, mantenerse cuerdo es simplemente
demencial.
Jeff emprendió su particular viaje hacía el Planeta Majareta el día en que gran parte de la
población mundial decidió comprobar si realmente la carne humana sabía a pollo, al mismo tiempo
que los muertos se unían a la fiesta, hartos de vivir confinados bajo toneladas de tierra. Fue testigo
directo de ese “despertar” cuando algunos de sus vecinos de Windsor Heights irrumpieron en el
Dairy Queen aquella mañana, inundando el pequeño local con sus extraños gemidos y lamentos,
como una especie de gárgaras intercaladas con un rechinar de dientes que ponía los pelos de punta.
El chaval de los Morrison, Billy Derry y su mujer, la señora Hendrix… Todos se abalanzaron sobre
los pobres desgraciados que se encontraban desayunando, ajenos al hambre y a la furia que se les
venía encima, incapaces de evitar la lluvia de dentelladas y aquellas manos, crispadas como garras,
que pronto les dejarían reducidos a despojos humanos.
Stanley Harvey, que trabaja en la inmobiliaria Realty Xperts justo enfrente de la cafetería,
atravesó una de las ventanas aterrizando a menos de un palmo de la mesa en la que Jeff y Susan
charlaban animosamente. Era inevitable dirigir la mirada hacia el lugar donde debería haber estado
su brazo derecho sustituido por una grotesca y sanguinolenta amalgama de jirones de camisa y
colgajos de carne en torno a un par de enormes y brillantes astillas de hueso.
Sin posibilidad de apearse de ese demencial tren que circulaba ya a toda máquina, Jeff
alcanzó el punto de no-retorno en el mismo instante en el que el señor Harvey se incorporó
apoyándose en su único brazo y le dio un enorme mordisco a Susan delante de sus propios ojos.
Todo ocurrió en cuestión de segundos, como si uno de esos prestidigitadores de pacotilla hubiera
envuelto la cabeza de la pobre chica en un ridículo pañuelo de raso con estrellitas y... ¡CHAN-TATA-CHAAAAN!! ¡Media cara de Susan ha desaparecido entre los dientes de tu vecino!
Evidentemente, Chuck jamás había visto un espectáculo de magia semejante, donde los aplausos
habían sido sustituidos por los casi obscenos sonidos de los huesos crujiendo y rasgando la carne, del
rítmico borboteo de Dios sabe qué clase de fluidos salpicando el suelo, y Webb Pierce cantando
“You´re not mine anymore” sonando de fondo en la KJJY. Pura ironía.
¡Jeff, ayúdame! ¡Quitamelo de encima, por Dios! ¡¡¡JEEEEEFF!!!
No fue el telón el que cayó como colofón al sobrecogedor número del señor Harvey, sino
Susie, la Masticada, quien se precipitó hacia el suelo desde su silla, derramando el Vanilla Galaxy de
cinco pavos (doble de nata, ¡oferta especial de la semana!) sobre el espeso charco de oscura sangre
que ya se había formado en la mesa. Jeff contemplaba la dantesca escena atónito, agarrándose la
cabeza con ambas manos y tratando de reprimir las nauseas y el miedo que le impregnaba por
completo, como una especie de sudor especialmente pegajoso. Permaneció así durante unos
interminables segundos, entre temblores y boqueando en busca de la cordura que le abandonaba a
borbotones. Del mismo modo, la sangre manaba de la cara destrozada de Susie que también abría y
cerraba la boca desde el suelo de forma dramática, tratando de introducir aire en unos pulmones cada
vez más encharcados. La dentellada del señor Harvey le había arrancado la carne de la mejilla
Puedes besar a la novia 141 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) izquierda desde el ojo hasta la barbilla, dejando parte de la dentadura y el reluciente hueso del
pómulo al aire y convirtiéndola en candidata número uno a Miss Sonrisa Descarnada.
¡Jeff, ese estúpido vecino tuyo acaba de arrancarme media cara! ¡¡Mueve el culo, joder!!
¡Ayúdame!
Aún no había terminado de engullir el carrillo de Susan cuando algo llamó poderosamente la
atención del señor Harvey. Con la sangre fresca aún resbalándole por la barbilla, levantó la cabeza
hacia el lugar donde Donna Cole se deshacía en agudos chillidos mientras estaba siendo literalmente
descuartizada en vida, llenando las cubetas de helado con algo similar al sirope de frambuesa, pero
más oscuro, espeso y que además despedía un fuerte olor metálico. Stanley no dudó en sumarse a la
fiesta, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba escarbando con la mano que le quedaba en el pecho de
la camarera. Pobre chica. Donna odiaba pasar las vacaciones de verano en Des Moines, donde el
calor solía ser asquerosamente húmedo y pegajoso, y tenía pensado pasar algunos días en la casa que
su tía Kathy tenía en Pahokee, a orillas del lago Okeechobee. Después de la carnicería, los restos que
quedaran de ella pasarían el primero de muchos veranos pudriéndose a la sombra tras el mostrador
del Dairy Queen.
Jeff seguía totalmente inmóvil, paralizado contemplando cómo se le escapaba la vida a
Susie. La irregular respiración de la chica y las pequeñas burbujas que se formaban en la sangre allí
donde minutos antes había estado su ligeramente maquillada mejilla le tenían completamente
atenazado por el horror. El silbido que el aire producía al escapar por el agujero de la cara de Susan
era como una letanía que le estaba volviendo loco, retumbando en su cabeza. Él la quería, se lo dijo a
sí mismo y también se lo dijo a ella con un hilillo de voz que apenas si pudo escapar de sus labios.
Pero, ¿eso de qué servía ahora? Resultaba inútil, como intentar llenar el Gran Cañón con un susurro.
¡Por el amor de Dios, Jeff, espabila! ¿Vas a dejar que Stanley me arranque las tetas como
a Donna?
¡Sácame de aquí! ¡VEN, VEN!
Esa voz llevaba un par de minutos resonando en su cabeza y guardaba un extraordinario
parecido con la de Susan. Aquel ¡VEN! se incrustó como una espina en su sesera y comenzó a
rebotar contra las paredes de su cráneo, resquebrajando el pánico que le tenía entumecido y
rompiendo el hipnótico estado en que todo ese montón de sangre y las vísceras que volaban de un
lado a otro del local le habían sumido. Segundos después se encontraba ante la puerta con Susan en
brazos y dispuesto a abandonar ese lugar de pesadilla, ajeno a la matanza que continuaba a sus
espaldas, tras el mostrador del Dairy Queen, donde los gritos de los vivos habían cesado y lo único
que se escuchaba era un sonido asqueroso, similar al cochiqueo de los cerdos cuando comen.
A estas alturas supongo que ya os habreís dado cuenta que Jeff y Susan forman una
encantadora pareja desde su último año juntos en el instituto Herbert Hoover. Es más, están recién
prometidos. Tres meses antes del principio del fin, Jeff daba el esperado paso y a Susan se le
iluminaba el rostro con una enorme sonrisa de felicidad, en la misma heladería y en la misma mesa
en la que semanas después perdería media cara y toda una vida. Y aunque compartían techo desde
hace varios años, la idea del matrimonio no cuajó en la mente de Jeff hasta que los oscuros
nubarrones que ensombrecían su situación laboral se disiparon. El día que el señor Hicox, gerente
del Van Wall Group, le comunicó su ascenso a Jefe de Ventas de Maquinaria Agrícola, Jeff compró
un anillo de compromiso en la joyería de la señora Kathryn, a la que le rogó encarecidamente en
varias ocasiones que no se le escapara ni una palabra, ya que para Susan iba a ser una tremenda
sorpresa. Y vaya si lo fue... Susan jamás olvidaría el momento en que Jeff sacó la alianza de la
pequeña cajita de terciopelo y tomó su mano entre las suyas. Poco importó que el anillo hubiera
costado tan sólo cuatrocientos dólares, o que la pedida hubiera sido en la heladería que había justo
enfrente de casa… Tres meses después estaría, cómo decirlo… más o menos muerta.
Al cruzar el umbral de la puerta, la luz del sol le impactó de lleno en el rostro, y Jeff tuvo
que bajar la cabeza unos instantes mientras sus ojos se adaptaban al torrente de luminosidad que
bañaba esa radiante mañana de verano. En ese momento, y mientras caía en la cuenta de que sus
zapatos estaban manchados con lo que él supuso que era sangre de Susan, un par de sutiles ladridos
Puedes besar a la novia 142 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) de satisfacción desviaron su atención un par de metros a la derecha. Allí, el pastor alemán de Harvey
había encontrado el brazo perdido de su amo, convertido ahora que no lo necesitaba en un sabroso
snack para perros. La grotesca visión del chucho devorando con fruición el miembro humano hizo
que el estómago de Jeff empezara a contraerse y unas violentas arcadas hicieran acto de aparición.
¡Oh, vamos!, ¿no me digas que vas a vomitar? ¡Sólo es un perro hambriento dando buena
cuenta de un poco de carne fresca!
La arenga le hizo apartar la vista y trató de olvidarse cuanto antes del perro y su golosina,
inspiró profundamente un par de veces y finalmente consiguió mantener el desayuno en su sitio.
¡Todo un logro, sí señor! Las personas se comían unas a otras, Susan agonizaba después de que un
vecino decidiera que su cara formaba parte del menú del día, y él se sentía orgulloso de haber
evitado potar después de haber visto a un perro comiéndose un cacho del brazo de su dueño.
Definitivamente el mundo se había ido a la mierda. Y como ingrediente extra, ese pesado hedor a
muerte y destrucción que flotaba en el ambiente y que empezaba a aturdirle. La calle apestaba a
gasolina, y un par de columnas de humo crecían delante de sus narices. La más grande estaba
formada por un espeso humo negro que venía de la sede en llamas de Realty Xperts y se elevaba
varios metros en el aire. Durante un instante recordó a Harvey y volvió a preguntarse cómo habría
perdido el brazo. La otra humareda era una pequeña nube de vapor que surgía del radiador
destrozado de un Chevrolet Chevelle del ´70 que estaba empotrado contra la parte trasera de la casa
de la señora Hendrix. ¡Qué pena! Dean Harrelson había trabajado duro restaurando el Chevy durante
más de dos años y ahora esa belleza necesitaba de nuevo pasar por el taller. Recordó vagamente que
el verano pasado había acudido en un par de ocasiones, cerveza en mano, a casa de Dean a echarle
una mano con el motor de seis cilindros. Y ahora el automóvil volvía a estar para el arrastre y quién
sabe, puede que Dean estuviera dando tumbos por el vecindario aún faltándole un brazo o una
pierna.
Antes de estamparse, el coche había dejado en el asfalto las marcas de una prolongada
frenada y las huellas de neumático quemado se extendían a lo largo de veinticinco o treinta metros
como mínimo. Y no sólo eso: el Chevrolet se había llevado a alguien por delante mientras frenaba, y
los restos de ese pobre desgraciado descansaban al sol, desparramados en medio de la calzada. Jeff
acertó a distinguir unas piernas embutidas en unas Converse rojas y un amasijo de huesos y entrañas.
Sangre en cantidades industriales y poco más.
Entonces empezó el movimiento, y como si de un grotesco parto se tratase, Dean comenzó a
salir del Chevrolet a través del parabrisas, tratando de arrastrarse sobre el arrugado capó. Tenía la
mirada perdida y su rostro se había contraido en una mueca tan horrible como patética. El golpe
contra el volante había deformado su cráneo, y el frontal presentaba unas abolladuras similares a las
que recorrían el chasis de su coche. Se había descolgado hasta el suelo por el capó y tenía las
piernas retorcidas y dobladas en una serie de ángulos tan inverosímiles que resultaba imposible que
pudiera tan siquiera mantenerse en pie. Pero eso no parecía importarle y reptaba con insistencia
hacia ellos. Para colmo de males, desde la orilla de la carretera la escena era observada por tres pares
más de esos ojos dementes y extraviados.
¡Joder Jeff, ahí dentro has visto como tus vecinos se peleaban por las tripas de Donna!
¡MUEVE EL CULO O SEREMOS LOS PRÓXIMOS!
Otra vez la voz. Era imposible que Susan hubiera sido capaz de articular palabra alguna dado
su terrible estado. Estaba inconsciente y muy pálida, y su cuerpo se estremecía de una forma que a él
le pareció alarmante. Unas oscuras ojeras se cernían sobre sus párpados cerrados y pequeñas gotas
de sudor perlaban su frente. Junto a la comisura de lo que le quedaba de boca se había formado una
especie de pasta blanca y reseca. A pesar de todo eso, a pesar de su mutilado rostro, le seguía
pareciendo la mujer más hermosa del mundo, y moriría por ella si fuera necesario.
Al alzar la vista distinguió la verja blanca. Con un sencillo cálculo llegó a la conclusión de
que apenas setenta metros le separaban del 1138 de la calle Sesenta y Nueve. Hogar Dulce Hogar.
Tenía claro que su única oportunidad era volar sobre el asfalto, correr sin mirar atrás y alcanzar
cuanto antes la entrada de casa. Ya tendría tiempo después para plantearse ciertas cosas e intentar
Puedes besar a la novia 143 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) responder a los innumerables interrogantes que le nublaban la mente. Lo cierto es que no parecía
difícil: seguía más o menos en forma, apenas había engordado un par de kilos desde que acabó el
instituto, y Susie seguía manteniendo esa silueta esbelta que en su día le sirvió para ser coronada
Reina del Baile en el último curso.
La imagen de su paisano Kurt Warner en la Super Bowl del 2000 tomó forma entre sus
pensamientos, librándose de hasta cuatro defensores en apenas veinte yardas y consiguiendo un
touchdown definitivo. Aquel día Warner hizo campeón a los St. Louis Rams y fue elegido MVP de
la final… ¿Por qué no intentarlo? Salvando las distancias, el objetivo era similar: aquellos dementes
hambrientos eran obstáculos letales que se interponían entre él y su particular zona de anotación, y
en lugar de un anillo de campeón recibiría una nueva oportunidad de sobrevivir. Era ahora o nunca, y
echó a correr como alma que lleva el diablo sin pensarlo dos veces, y a pesar de que a mitad de
recorrido ya le ardían los pulmones, Jeff siguió avanzando hacia el punto seguro esquivando
manotazos, dentelladas y débiles intentos de placaje por parte de los que hasta hace bien poco eran
seres humanos. Los últimos metros fueron una auténtica agonía: las piernas le temblaban tanto que
creía que en cualquier momento iban a fallarle y estuvo a punto de desplomarse justo ante su meta.
Dio una patada a la verja y entró en casa abriendo la cerradura torpemente con una mano temblorosa
más propia de un enfermo avanzado de alzheimer que de un hombre de su edad. Se derrumbó nada
más cruzar la puerta, aunque entre sus brazos seguía aferrando a su prometida con todas sus fuerzas,
como si tratara de evitar con ese férreo abrazo que la escasa vida que albergaba en su interior la
abandonara. Prolongando un poco más el esfuerzo que había invertido en llegar hasta la casa,
consiguió subir las escaleras para llegar hasta el dormitorio, donde Susie podría descansar hasta que
decidiera qué hacer ante la caótica y desconcertante situación que ahora se le presentaba.
Depositó con suma delicadeza el pequeño cuerpo de la chica sobre la cama de matrimonio y
la besó en la frente. Mientras trataba de recuperar el aliento, Jeff se percató de que Susie no temblaba
desde hacía un rato. Asió la delgada muñeca derecha de la chica en un intento de encontrar algo de
pulso, pero fue en vano. Miró su pecho inmóvil y confirmó que ni subía ni bajaba. Acercó un oído a
la descarnada boca…negativo, no salía ni un ápice de aire de sus pulmones. Las lágrimas empezaron
a aflorar a sus ojos ante la confirmación de la desgracia: Susan había muerto y ese vecino
desquiciado había firmado su sentencia de muerte con aquel mordisco. Le había arrancado algo más
que un pedazo de cara: le había arrebatado la vida. Se acabó el verano para Susie, no habría más
Vanilla Galaxy de cinco pavos con doble de nata ni charlas con Donna sobre el calor de Des Moines
en verano. Jeff empezó a pensar en la mayor ilusión de su prometida: la boda se había esfumado para
siempre, y Susie no acudiría al altar del brazo de su padre, ni podría entregarle el ramo de novia a su
hermana Megan. Se acabaron las flores decorando la pequeña capilla al aire libre en Polk County, y
Elvis Presley no sonaría durante la ceremonia. La muerte de Susie no fue más que la terrible
confirmación de que todo aquello había acabado esa misma mañana, mucho antes de que su
prometida fuera mordisqueada. Toda la humanidad se había ido a tomar por el culo, y eso incluía el
pequeño mundo de Jeff y Susan.
Entre lágrimas y rezumando rabia e impotencia, cubrió el cuerpo con una sábana y abandonó
la habitación caminando de espaldas hacia la puerta, sin dejar de mirar a aquella a la que había
querido con toda su alma y que ahora yacía inerte en la cama donde tantas veces se habían amado.
Un enorme rayo de luz iluminaba el pasillo y Jeff pudo ver como un buen puñado de brillantes motas
de polvo bailaban dentro del haz. Cerró tras de sí la puerta del dormitorio y a duras penas consiguió
alcanzar el balcón al final del pasillo. Jeff maldijo su suerte y lloró desconsolado durante un buen
rato. La inmensidad azul del cielo se extendía hasta donde alcanzaba la vista y el sol se alzaba
radiante como testigo privilegiado de la demencia que asolaba la faz de la tierra. ¿De quién había
sido la idea de ir al Dairy Queen? Susan seguiría con vida de no haber salido de casa esa maldita
mañana… Bah, daba igual, nadie tenía la culpa de eso. Iban prácticamente todos los dias, asi que...
Además, podía haber ocurrido mientras hacían la compra, o en la peluquería…De nada servía
regodearse en aquel farragoso sentimiento de culpabilidad.
Un lúgubre lamento interrumpió abruptamente aquella espiral de pensamientos y desvió su
atención hacia la pequeña avenida que se extendía hasta el Dairy Queen. Lo que Jeff advirtió a
escasos metros de casa le dejó helado: aquellos seres, mitad humanos y mitad cadáveres, habían
Puedes besar a la novia 144 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) empezado a congregarse bajo su ventana y elevaban sus gemidos guturales como un espantoso coro
de ultratumba. ¡Y el colmo era que miraban hacia arriba! ¡Miraban a Jeff! Se le escapó una sonora
carcajada que resonó por encima de las voces de los muertos con la fuerza de un vivo demente. Allí
estaban casi todos sus vecinos, o lo que quedaba de ellos: la señora Hendrix le miraba con un solo
ojo inerte e inexpresivo tras sus gruesas gafas hechas añicos; Billy Derry también estaba allí junto a
su esposa, inseparables aún en la muerte; el cartero que sustituía al señor Allen en verano también
había acudido, al menos lo que quedaba de él de cintura para arriba, y hasta Dean Harrelson se había
arrastrado como una serpiente de cascabel y había llegado justo a tiempo. Pero… ¿a tiempo de qué?
¿Jeff?¿Estás ahí, maldito hijo de puta?
La puerta del dormitorio sonó a sus espaldas y Jeff giró bruscamente en la dirección del
sonido. Un sabor extraño descendió por su garganta, como si hubiera tragado de golpe un cóctel de
sorpresa y miedo, con unas gotas de amarga esperanza: Susie estaba allí de pie, contemplándole con
esa mueca descarnada que transformaba su antaño dulce rostro en una terrible máscara digna de
cualquier monstruo de película de serie B, pero esta vez creyó distinguir algo más, una innegable
sonrisa irónica que por el lado donde le faltaba la mejilla se extendía hasta casi el lóbulo de la oreja.
Tragó saliva cuando la reanimada Susie echó a andar en dirección suya con los brazos extendidos…
Jeff, ¿ibas a dejarme sola, cariño? Querías abandonarme ahí tirada, como un cacho de
carne muerta,, ¿verdad? ¡VEN, VEN CONMIGO!
Cada paso que Susie daba en su dirección era contrarrestado por otro hacia atrás de Jeff,
quien se acercaba inexorablemente al balcón, viendo cómo sus vías de escape se esfumaban a
medida que ella se le echaba encima. El nauseabundo hedor que despedía el cuerpo reanimado de su
prometida le aturdía los sentidos en comunión con la espantosa imagen de tener ante sí a la que
minutos antes había sido el amor de su vida, convertido ahora en un muerto viviente con,
sospechaba, unas intenciones no demasiado halagüeñas.
¡VEN, VEN! ¡Dijiste que me amarías hasta el fin del mundo! ¡VEN, VEN, VEN!
El cadáver le cayó encima como un alud y Jeff apenas pudo responder agarrando las
muñecas de Susie e impidiendo que aquellas manos, ahora garras ansiosas, se cerraran en torno a su
cuello. Tuvo que hacer uso de toda su fuerza, y aún así le costaba retener el ímpetu y la furia de la
muerta. Era increíble que una persona que hace un momento apenas si se sostenía en pie por sí sola y
que moría después de haber perdido una considerable cantidad de sangre ejerciera ahora aquella
fuerza sobrehumana. Las mandíbulas de aquella cosa se abrían y cerraban con un sonoro chasquido a
escasos centímetros de la nariz de Jeff, que se esforzaba por aguantar la fetidez que emanaba de su
deformada boca.
¡Hasta el fin del mundo, Jeff! ¡VEN! ¡EL FIN DEL MUNDO HA LLEGADO!
El forcejeo no duró mucho y ambos, fundidos en un insólito y grotesco abrazo, se
precipitaron al vacío desde el balcón. Jeff escuchó perfectamente el chasquido de su espalda cuando
se rompió contra el suelo empedrado de su jardín, contempló aterrado como Susie la Reanimada se
sentaba a horcajadas sobre él con esa innegable sonrisa irónica de la talla XL, y justo antes de que su
prometida le arrancara la cara a mordiscos, la voz de Stanley Harvey, que estaba justo a su lado,
resonó en su cabeza…
¡Vamos Jeff! ¡PUEDES BESAR A LA NOVIA!
Puedes besar a la novia 145 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) HAMBRE DE LÍDER
Kim se me ofrece relleno y afrutado, un fruto salvaje, oriental, maravilloso, el olor a
podredumbre no me afecta, por el contrario, toda la mazamorra desprende el aroma de la selva; el
flujo vivificador del tigre en celo.
Me acerco despacio, como acechante, disfrutando del momento, haciéndome la boca agua
ante el solomillo Kim, y él lo acepta, me muestra su brazo blancuzco para que lo muerda. A lo lejos
las pisadas de los soldados se derraman escaleras abajo, pero eso me da igual, tan solo el disfrute de
la carne me instiga y ya mis dientes tocan la dermis del Gran Líder cuando la puerta se abre bajo la
bota del sargento.
Me giro hacia ellos y contemplo atónito como agachan la cabeza y se humillan ante Kim, los
malditos fiambres le deben fidelidad más allá de la muerte a mi manjar.
Nada me importa, quiero morderlo, es una sed que no se agotará nunca, tan solo con carne
de vivo y el único vivo aquí es el.
UN AÑO ANTES.
Mi equipaje es escueto por motivos de seguridad, no quieren que se propague el pensamiento
occidental, son las normas, de todas formas pude hacer pasar por grabadora un viejo walkman y
enrolladas en los calcetines dos casettes de “Guns and Roses”, solo por eso deberían fusilarme.
Desde el autobús que me lleva al barracón de los periodistas veo en lo que se ha convertido
el paraíso de Kim, esto es un desierto, autopistas de tres carriles vacías, campesinos esqueléticos
arrastrando carros, hace tiempo que se comieron los animales de tiro. En este año del 96 cercano al
fin del milenio se contabilizan los muertos por hambre en 250,000 personas, se sospecha de
canibalismo. El perfil de Pyongyang se recorta en el horizonte.
Hoy en visto al Gran Líder, está gordo en un país de flacos y solo por eso me da asco, sabe
que los suyos se comen entre ellos pero en su despensa no falta caviar y dispone de una inmensa
bodega, Kim es buen catador. Estamos obligados a agacharnos a su paso, las risas de las concubinas
son el único sonido audible mientras permanecemos cabizbajos.
Las jornadas trascurren aburridas, los periodistas estamos muy limitados permanecemos
juntos a los observadores internacionales en circuitos estudiados previamente por los ministros. El
aire huele a muerto me escamo de fosas comunes y no muy lejos de palacio. Durante el almuerzo
charlo con los compañeros en voz baja, nuestras cámaras están secas, sin interés alguno, fotogramas
de carreteras vacías, aldeas desiertas por las que se pasea el Líder con compungido rostro.
Hoy uno de los soldados que nos acompañan ha sufrido un ataque en las inmediaciones de
Sinuju. Apareció de la nada, tendría unos seis años, esquelética con la cabeza llena de pústulas se
abalanzó contra el, directo a su yugular; no he visto nunca un hombre gritar de esa forma, la sangre
le manaba a chorros y salpicó a varios escoltas. Puedo jurar que una vez acribillada la niña
continuaba observándonos desde el suelo, he vomitado el desayuno, creo que me miraron con
envidia por tener el estomago lleno.
Nuestra escolta de los deberes Juche es siempre la misma pero desde el incidente tres
soldados, aparte del herido en la yugular, han sido sustituidos.
SEIS MESES DESPUÉS
El fluido eléctrico funciona mejor que antes de la epidemia, curioso, no tengo cortes de luz
desde hace semanas, transmito mensajes de radiofrecuencia y tan solo la estática me responde, creo
que nos han sentenciado, no existimos. Este país es un zoo, una reserva experimental, ellos ganan y
pierden un enemigo silencioso.
Hambre de líder 146 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) A Kim le ha crecido algo de cabello por las sienes, le sienta mejor que el anterior corte de
pelo, una pena que esté tan deteriorado físicamente. Está sujeto al cuello por una cadena de dos
metros, tiene espacio suficiente para que pueda usar el inodoro o sentarse en el sofá. De vez en
cuando le bajo a la mazmorra algún libro o películas, nunca le hablo, lo condené al ostracismo desde
el primer día que lo encerré, a estas alturas nada entretiene a Kim, tan solo quiere morirse.
El palacio tiene una cacofonía perfecta, los acordes de Slach reverberan en las paredes de
mármol, hacen vibrar los cristales del gran ventanal por el que me asomo a contemplar cada mañana
el cambio de guardia.
Cuando duermo tengo sueños de chef, Kim desde su mazmorra emana un olor picante de
carne aparrillada aleada con el sabor salino del caviar. Es alta cocina y el chef me lo sirve dorado por
ambos lados. A los bichos les gusta recordar, tienen reflejos condicionados, cuando amanece los
soldados forman y hacen el teatro de los muertos, la formación me despierta, el sargento parece
sonreír desde su mascara de muerto.
—¿De que te ríes, imbécil? Estás muerto bicho asqueroso, no puedes reírte – le grito desde
la balconada.
El sargento me odia, lo veo y él me ve, con esas pupilas blanquecinas me hace la foto el hijo
de puta, cada mañana, algún día le volaré la tapa de ese frasco de pus bajo la gorra de plato.
No quiero perder el contacto con la realidad, la soledad me aturde, hablo a la grabadora y
después me oigo a mí mismo .Últimamente pienso demasiado en Kim, un fiambre me atacó en las
calles cercanas a palacio, daba de comer a las palomas, me pilló agachado, descerrajé rápido el
Kalashnikov y me libré por los pelos. Pensaba en Kim mas como un rico manjar que como en la
persona abyecta que es.
Tardaron en percatarse del problema, ¿qué diferencia un bicho de un norcoreano? , acaso las
pupilas albinas pero ¿Quién mira directo a los ojos en Corea? ¿La ropa rasgada? Todos usan el
mismo tipo de uniforme mil veces apañado, ¿el andar cansino y bamboleante? Quien no anda así
aquí tan solo los soldados correteaban de un lado a otro buscando enemigos invisibles, monstruos
americanos salidos de la cabeza de Kim.
Corea hace tiempo que está invadida por bichos, antes vivientes y ahora muertos.
La epidemia se contagia de humano a humano por canibalismo. El virus permanece en la
glucosa de los músculos pero mutó al poco tiempo, al contacto con la sangre estás infectado.
Escucho los Guns and Roses, bebo licor de flores (me emborracho de este brebaje cada
noche), fumo cigarrillos y me entretengo viendo a Kim llorar en su mazmorra., me gusta verlo llorar,
es un entretenimiento concupiscente (aprendí la palabra ayer, tenia necesidad de usarla como sea, me
estoy empollando la enciclopedia Británica).
HACE UNA SEMANA
He paseado por la Plaza del Pueblo. Pueden llamarme obtuso si quieren, pueden llamarme lo
que quieran, estoy solo, me pueden insultar o reprender, tan solo quiero escuchar una voz que no sea
los gritos de Kim. Buscaba alguien con quien compartir miserias antes de morir, estaba distraído en
estos pensamientos por eso los soldados me pillaron desprevenido, tuve que descerrajar varias
ráfagas con el “bolche”, algunos cayeron, me encerré rápido en el palacio.
Anoche el sargento con los suyos intento un ataque, la puerta es de madera maciza pero
temblaba como la carne trémula de Kim, desde el balcón pude volarle los sesos a un par de soldados,
no creo que pueda resistir una embestida mas.
Hambre de líder 147 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Tengo una sospecha, el virus ha vuelto a mutar. Se propaga por el aire, se aposenta en los
muebles de palacio aleado con el polvo, se atasca en las cañerías infectando el agua que bebo y
dentro de muy poco se infiltrará en mí hasta quedarse quieto en los pulmones, será entonces cuando
la glucosa de mis músculos reclame carne y tiene que ser carne humana.
Está decidido, voy a matar a Kim, no lo soporto, su sola presencia me asquea, sus aullidos, el
cántico lastimero de sus suplicas, es aberrante mantenerlo con vida, esta jodida situación es por su
culpa, mataré al único ser vivo en Pyongyang aparte de mí por puro asco.
AHORA
¡Maldito seas Kim! , maldito plato de carne, te quiero matar por tantos motivos, me
recuerdas en lo que me estoy convirtiendo. Los soldados patean la puerta y yo solo puedo pensar en
devorarte vivo.
Bajé a tu celda Kim, te quité esa cadena de perro, dispuesto a cortarte el cuello o deglutirte
garganta abajo, en aquel momento ellos lo consiguieron, entraron, los muertos, los cadáveres
ajusticiados por la hambruna que tu provocaste ¿y que hicieron Kim? esos hijos de puta
condicionados te deben respeto mas allá de sus vidas, ¡ se humillaron ante ti! ¡Te rindieron pleitesía
a ti, el Gran Líder! Así que corro, escapo de los soldados...solo queda una alternativa.
Sé que lo tiene empotrado en un rincón oculto del despacho, tan solo pulsar y todo a la
mierda, es mucho mejor así, la sed cada vez es mas grande, me viene desde dentro, de mas allá del
corazón es algo físico, mis músculos imploran proteínas vivas. No puedo imaginar un mundo donde
los padres devoren a sus cachorros y estos a su madres y sus madres a todo lo que se mueve...estoy
desvariando, seguramente soy el mayor genocida del mundo pero es mejor así.
Las pisadas son cada vez más cercanas, ¡no encuentro el puto botón! , tiene que existir ese
botón, él me lo dijo, Kim me lo dijo una noche de locura...- mataré a todos, los mataré antes de que
toquen un solo pelo de mí- eso fue hace tiempo, antes de que implorase por una cuchilla con la que
rebanarse el gaznate. El despacho está desmantelado con mis propias manos.
Una llave...tengo una llave, la llave abre la caja fuerte...y en la caja otra caja y dentro de esta
como un mando a distancia, es mío.
La puerta es tirada abajo y aparece Kim con sus esbirros muertos...
¿Puede mostrar expresión la faz de un muerto? ...pueden jurar que sí, en un par de minutos
las ojivas nucleares serán abiertas, veinte más y medio planeta será un recuerdo, el escudo
antimisiles del otro lado del mundo actuará, tardaran en recuperarse, pero estoy seguro que
resurgirán de las cenizas, hay una pequeña posibilidad de que la radiación acabe con el virus.
Aún está vivo y yo quiero comerlo, devorarlo, deglutirlo parsimoniosamente entre mis
dientes, sentir la proteína ajena correr entre mis venas y morirme, alejarme de todo pensamiento y
carga humana, estar muerto en vida.
Me ofrece el brazo, sé que una triquiñuela un juego para que no pulse el botón, estoy
salivando ya; imagino mis dientes trepanando la carne de Kim.
La cristalera es rota en mil pedazos, trescientas balas por segundo preceden al helicóptero
¿será posible? ¿Mis llamadas de auxilio a través de la Radio surtieron efecto? Cae Kim junto con el
sargento y los suyos.
—¡Oiga! agarre la escala, agárrela... —me gritan desde el helicóptero, el ruido es
ensordecedor, puedo ver la bandera de Corea del sur en el costado del aparato.
Toco la escala, la tengo, subo al aparato...
—Está a salvo ¿me oye? , a salvo, se encuentra en estado de shock — me grita el soldado—
no intente hablar, ahora descanse.
Hambre de líder 148 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Asiento con la cabeza , el aparato se desliza sobre la Plaza del Pueblo , el río Taedong se
mantiene ocre como el orín, dejamos atrás el obelisco Juche, es un dedo levantado; ¡jodanse vivos!.
Mantengo el mando firme en mi mano, la visión ahora es turbia, siento el corazón latir en
una cadencia lenta, muy lenta; unos cuantos latidos me separan de la muerte, el hambre es voraz y el
cuello del marine tentador.
----o----
Hambre de líder 149 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MATERNIDAD, PLANTA 11
Tal día como hoy hace quince años aconteció un hecho muy singular, que por fortuna no
llegó a mayores.
Raquel se puso de parto en su casa. Llamó a su marido Xavier al móvil. No contestaba, ella
cada vez se ponía más nerviosa y decidió irse sola al hospital. Por la calle todo el mundo miraba en
que estado iba, pero nadie era capaz de ayudarla. Hasta que a lo lejos vio a un hombre que venía
corriendo para socorrerla.
Era alto y con la cara un poco desencajada. Su faz estaba muy pálida.
La acompañó hasta la recepción del hospital.
—Por favor, necesito ayuda, he encontrado a esta mujer en la calle muy mal. Creo que va a
dar a luz en cualquier momento.
Las enfermeras cogieron inmediatamente a Raquel y la metieron en una sala. Era inminente
el alumbramiento. La cabeza del bebé ya estaba fuera.
En ese momento entró el extraño hombre y golpeó a una de las enfermeras con un utensilio
muy duro. Esta cayó al suelo redonda. Raquel se puso a gritar—. ¿Pero qué está haciendo, se ha
vuelto loco?
—Shh —murmuró, mirando fijamente a Raquel a los ojos—. Ahora te vas a portar bien y te
vas a dormir. Cuando despiertes ya no tendrás ninguna preocupación.
Mientras le estaba poniendo la anestesia le dijo con un tono no tan agresivo como hasta el
momento—. Me llamo Nikolai y lo que estoy haciendo me lo vas a agradecer. Acabar con esta no
vida que viene en camino salvará la de muchos otros.
La pobre mujer se resistía a quedarse dormida, quería impedir el asesinato de su hijo. Intentó
no dormirse hasta la saciedad, pero era inútil, la dosis que le había inyectado era demasiado alta.
Entró en un sueño muy profundo, incluso después llegó a pensar que todo había sido real.
Estaba sentada en un parque lleno de niños. Era un día muy soleado. En medio del parque había un
piano no muy grande para que todos los pequeños lo tocasen. Aunque la música que sonaba no era
nada buena creaba un buen ambiente
Todo era perfecto, había calma y armonía. Hasta que de pronto se levantó un aire muy
caliente. Era una brisa agradable pero fría a la vez.
Empezó a respirar profundo y ese aire ya congelado la estaba poniendo muy nerviosa. Poco
a poco iba perdiendo la visión, notaba como sus ojos se estaban quedando en blanco, para perder
finalmente la vista.
A pesar de su ceguera presentía que alguien la estaba observando. El aire volvió a recobrar
su calidez y su ceguera pasajera llegó a su fin. En ese justo momento Xavier se puso detrás de ella y
la agarró de la cintura. Cuando Raquel se dio la vuelta se quedó prendada de aquel joven tan apuesto.
El beso era casi inminente, pero… no sucedió el acontecimiento. Unos gritos de pelea le
hicieron despertar.
Los gritos eran de Nikolai, le estaban pegando una paliza entre tres hombres mientras otro
dirigía. Era Xavier.
—Pensaba que no vendrías. Este hombre iba a matar a nuestro hijo.
Nikolai empezó a gritar a Raquel, << huye, por favor, vete de aquí. Ya te encontraré>>.
—Xavier, ¿qué dice este hombre?
—No hagas caso, ahora te dormiremos de nuevo y por fin saldrá todo bien.
—¿Cómo que me dormiréis? Tú no eres médico, eres abogado.
Maternidad, planta 11 150 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Le volvieron a poner anestesia y se quedo de nuevo dormida. En una camilla al lado de ella
pusieron a Nikolai. Todo estaba planificado desde el principio. Sabían que él aparecería para evitar
lo que iban a hacer.
Raquel continuó con su sueño. Volvió al momento en que estaban a punto de besarse. El
beso fue la culminación de una gran alegría. Duró el tiempo suficiente, lo justo, para que cuando
estaba a punto de terminar apareciese una cuna con un niño dentro. Lloraba como un recién nacido.
Se puso a llorar. Miró a Xavier y le preguntó: << ¿es nuestro Lucas?>>, << sí, es nuestro>> y se
fundieron en un abrazo.
Pero la cuna se alejó con el fuerte viento que se había levantado. El sol se obscureció y un
tornado se acercaba muy rápidamente. Absorbió a Raquel, la cual gritaba mucho pidiendo ayuda.
Pero allí estaba Xavier quieto y se podía casi ver un gesto de sonrisa. Los gritos que daba eran tan
fuertes que se despertó.
Había mucha gente en el quirófano con cara de pocos amigos. No dejaban de hablar entre
ellos. << Hora del nacimiento 12:00 p.m. Lugar maternidad, planta 11. Estado perfecto. Tiene latido
y no puede sentir dolor. >>
— Mi bebé, ¿está bien?... ¿está muerto? Por favor, ¿dónde está?
Xavier miró fijamente a su mujer y sin mediar palabra se fue.
— Nooo, mi hijo. Dámelo es mío.
Sus gritos suplicantes y sus lágrimas no conmovieron a nadie. Ante tal desesperación,
Nikolai que estaba a su lado, la cogió de la mano. <<Te dije que te ayudaría y lo haré>> con un hilo
de voz.
Estaba exhausta pero se levantó como pudo agarrada de la mano de Nikolai. Tenían un
problema, uno de ellos estaba en la puerta. <<Tendremos que huir por la puerta de la ropa sucia>>.
Se lanzaron y una vez abajo se escondieron en un falso apartado de un gran armario lleno de material
hospitalario.
Mientras tanto arriba Xavier y los suyos entraron en el quirófano y comprobaron que se
habían escapado.
—¡Rápido! , hay que encontrarlos antes de que localicen a Lucas. Y con Nikolai nada de
compasión, ya no nos sirve.
—¿Qué está pasando Nikolai?, ¿por qué te han utilizado para que yo diera a luz?
Era muy difícil para él poderle explicar a Raquel que su mundo no era su mundo. Era algo
inventado para poder tener un ser que diera esperanzas a los no vivos.
—Desde el primer momento te han utilizado. Xavier no es una persona normal. Es científico.
Uno de sus experimentos comenzó hace doscientos años. Intentó revivir a un conejo muerto. Lo
consiguió y siguió investigando con otros animales más grandes. Después se atrevió con un hombre.
—¿Era Xavier, era él mismo?
—Sí, pero no. El primer humano al que trató fui yo. Había muerto de un cáncer y como
nadie reclamó mi cuerpo, él lo utilizó. Me condeno a esta vida cruel y hasta el momento eterna.
Continuó la explicación. —Sé que tienes dudas de cómo pudieron acceder al hospital y se
hicieron con el mando de la planta 11. Muy sencillo, hay muchos de nosotros en este centro. Son
personas como tú. No se nota que son muertos vivientes.
—No entiendo, si dices que habéis revivido, ¿por qué dices que sois muertos vivientes?
—Es todo muy complejo. El experimento no salió como debía ser. Revivimos pero sólo
durante un año. No tenemos sangre, no tenemos emociones ni sensibilidad. Los más poderosos
Maternidad, planta 11 151 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) tienen que ir eliminando a los menos para poder alargar la vida. Falta la chispa que les haga ser
eternos, pero humanos.
Nikolai no se incluía dentro del grupo porque lo que realmente deseaba era acabar con ese
martirio.
Raquel siempre había pensado que los zombis se alimentaban de cerebros, pero estaba
equivocada.
—Ahora está en tus manos acabar con esto. Eres la última jugada para ellos. Esto se está
extinguiendo. Sólo quedamos un centenar. Además entre los que quedamos ya está todo muy
corrompido. No se pueden alimentar de unos a otros. Poco a poco vamos muriendo para siempre.
Se quedó callado por un momento al ver la cara de la pobre Raquel. Lucas era mitad zombi,
mitad humano, y a partir de ahí surgiría una nueva era. La clave era él. Y su propia madre tenía que
matarle.
Ella respiró profundamente para poderle hacer sus dos últimas preguntas: << ¿Qué pasaría
con los humanos?>> y la más dura: <<¿Cómo he de terminar con la vida o lo que sea de mi hijo?>>
Estaba empezando a entender por qué Xavier no comía, no dormía y por qué casi no
recordaba como se había quedado embarazada.
—Si no haces lo conveniente no te preocupes, que como ya habrás deducido no comemos
cerebros. Solamente os harán lo que os queda de tiempo aquí que vuestra existencia sea horrible y os
suicidéis. Aunque claro, después ya sabes la historia.
Y para… bueno, en cuanto a Lucas bastará con que le asfixies. Es sencillo. Yo notaré cuando
lo hayas hecho porque estamos comunicados. Lucas es hijo mío, y al acabar con él lo harás conmigo.
Ya no podrán utilizarme jamás.
Ahora dirígete de nuevo a la planta 11 y diles que estás dispuesta a continuar. Te tienen que
creer porque sin ti no pueden mantenerle vivo.
Raquel hizo lo que le dijo. No sin antes mirar hacia atrás y decirle: <<Hubieras sido un buen
padre y un buen esposo. Te echaré de menos. >>
En el momento en que iba a salir, entraba Xavier con su ejército de seres putrefactos. La
cogió y se la llevó.
A Nikolai le dejaron encerrado, más tarde se encargarían de él.
Ya en la habitación cogió a su retoño en brazos bajo la atenta mirada de su marido.
<<Necesito estar a solas con nuestro hijo, tengo que acostumbrarme a esta nueva situación. Si alguna
vez me has querido... te lo ruego>>.
Abrazó a su pequeñín con mucha fuerza, no pudo evitarlo diciéndole lo mucho que le quería
y que siempre lo haría.
“Perdóname hijo mío.”
Cerró los ojos, puso su mano en esa pequeña cara hasta que notó cómo salía un suspiro muy
profundo.
Cuando entró Xavier, Raquel le dijo:- “Esto ha acabado, haz lo que tengas que hacer,
mátame. Ya estoy muerta de todas maneras.
No le dio tiempo, cayó redondo al suelo. Salió de aquella habitación y vio a todos los de su
clase igual. A la cabeza le vino Nikolai. Bajó a buscarle para despedirse de él.
Se sentó a su lado, le dio un beso en la mejilla y le dio las gracias por todo. Nikolai, que aún
no estaba muerto, le agarró la mano pero sin fuerzas para abrir los ojos, “Gracias a ti, gracias, hasta
nunca.”.
Maternidad, planta 11 152 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Hace ya quince años, tal día como hoy los que ya estábamos y los que iban a estarlo
volvimos a nacer.
Maternidad, planta 11 153 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL BRAMIDO DE UN NIÑO
El sol comienza a ponerse y el cielo se torna color malva por el Oeste.
La carretera está completamente vacía, aunque, ¿con quién esperábamos cruzarnos? La crisis
agrícola de las últimas dos décadas ha propiciado un agresivo éxodo rural. Los pueblos de la zona
están completamente abandonados; tan sólo ocupados, temporalmente, por autostopistas, mendigos
y, a veces, usados como focos de fiestas universitarias donde no existe ningún tipo de ley ni orden.
Daphne, sentada en el asiento de copiloto de mi Ford ranchera de 1964, cruza preocupada los
brazos alrededor de su vientre.
—Francine. ¿Cuánto queda? —noto el temor en su voz, la preocupación de tener que
explicarle a nuestros padres que está embarazada de tres meses.
—Unas veinte millas —son las primeras palabras que nos dirigimos en todo el camino.
Ahora que tenemos las vacaciones de primavera en la universidad, volvemos con un regalo
bajo el brazo, bueno, en realidad es mi hermana la que lo lleva.
Se supone que soy la mayor. Yo he de cuidarla y protegerla mientras estamos fuera de casa.
¿Cómo explicarle a toda la familia que Daphne decidió celebrar el fin de año yéndose con una
hermandad de borrachos y salidos de la universidad, a uno de esos focos infectos abandonados? Y
peor aún, ¿cómo decirle a nuestro conservador padre que la mojigata de su hija pequeña bebió tanto
que no recuerda con quién lo hizo, ni quién es el padre de su futuro nieto?
Daphne dice que mientras paseaba por el bosque alguien salió de entre los árboles y se
abalanzó sobre ella, pero que perdió el conocimiento y no recuerda nada.
Ignominia, vergüenza, desheredar…son las únicas palabras que puedo imaginar en boca de
papá si se enterara de ese detalle.
—Francine, no me encuentro bien –se abraza con fuerza la tripa mientras perlas de sudor le
bañan la frente.
—Abre la ventanilla, aquí hace demasiado calor —Esta vieja chatarra es lo único que pude
permitirme comprar con mi sueldo de camarera, y tan sólo faltaba que le diera una lipotimia para
terminar de cavar mi propia tumba.
Ha empezado a oscurecer, enciendo las luces y piso el acelerador a fondo. No me preocupa
encontrarme con otros coches, o con el maldito sheriff, en esta antigua carretera secundaria en
desuso, sé que no va a ocurrir.
—Me duele —comienza a sollozar e hiperventilar—. Para, por favor, creo que tengo
contracciones.
—Daphne, estás de tres meses —la miro con incredulidad, que pasa a convertirse en espanto.
A la luz de los faros su piel ha adquirido un espeluznante tono mortecino. Un terrible ruido in
crescendo inunda la ranchera. —Oh, no, por favor… no te estropees ahora.
—¡PARA! —el grito de dolor y sufrimiento me pone la piel de gallina. Doy un frenazo y
saco el coche al arcén. Incluso con el motor apagado el sonido sigue reverberando dentro del
vehículo.
Bajo de la ranchera y abro la puerta del copiloto. Lo que veo me llena de espanto y terror. El
hecho de que sea mi hermana es lo único que hace que no huya.
La cara de Daphne ha alcanzado la lividez. El pelo y el rostro bañados en sudor, y grandes
ojeras negruzcas rodean sus ojos. Se ha desabrochado la camisa, y esa visión me deja paralizada por
el horror. Su vientre, antes plano y sin mostrar signo alguno de embarazo, ha empezado a hincharse
como una pelota de tenis, y sigue aumentando de forma anómala hasta alcanzar el tamaño de un
balón de fútbol.
El bramido de un niño 154 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Lo peor es que el ruido, que va en aumento, procede de dentro.
El carraspeo gutural de un animal. El gruñido de una bestia. El bramido de un niño.
—¡FRANCINE, AYÚDAME, POR FAVOR! —los gritos de dolor de mi hermana me
horrorizan. No soporto por más tiempo esta visión. Comienzo a andar hacia atrás, alejándome
instintivamente de lo que va a suceder. Tropiezo y caigo al suelo sin ser consciente. Sigo mirando,
atónita, como se hincha su vientre. Los gritos de dolor entremezclados con los de su interior me
resultan infernales. Me tapo los oídos al tiempo que un bulto se forma en la cúspide de su tripa,
como una pelota de tenis sobre un balón de playa.
Unas garras, o dedos ensangrentados, atraviesan la piel como si fuera papel, salpicándolo
todo de sangre. Otra mano sale por la herida, y ejerciendo presión hacia cada lado, desgarra el
vientre de Daphne produciendo el mismo sonido que rasgar una sábana. Un grito atronador es lo
último que escucharé de su boca.
El bebé, o criatura, cubierta de sangre, sale finalmente del cuerpo de su madre. Jamás he
visto tal abominación. Tiene el aspecto de un niño, pero su cuerpo está incompleto. Se vislumbran
los huesos y músculos por algunas partes de su anatomía, se mueve de forma anormal, sus
articulaciones se flexionan de manera impensable para un ser humano, y camina de una manera poco
ortodoxa.
Es entonces cuando soy consciente de que viene hacia mí. No lo pienso dos veces y huyo
hacia el bosque, dejando allí el cadáver, abierto en canal, de mi hermana.
Corro cuanto puedo, sin mirar atrás, internándome cada vez más en el bosque. Un bramido
inunda la noche… y es respondido por otros, una decena de sonidos guturales inhumanos. Cada vez
están más cerca. Me están cerrando el paso. Me acorralan.
El horror es lo único que guía mis pies. Atravieso un grupo de árboles y llego frente a lo que
antiguamente era un granero. Corro hacia allí, pero algo mullido me hace tropezar y caer. Tanteo en
la oscuridad y levanto un brazo, o lo que queda de él. Utilizo el mechero como linterna, la estampa
me hace gritar. La tierra está llena de cadáveres, de miembros amputados y cabezas arrancadas. Me
doy cuenta de que ésta no es una de esas granjas de cuerpos del Estado de Texas que utilizan los
antropólogos. Esto es más bien un restaurante, un buffet libre, o mejor dicho, las sobras. Empiezo a
creer que no se produjo tanto éxodo rural como pensaba.
Mi grito ha llamado la atención de uno de ellos. Escucho sus pasos patizambos y los sonidos
guturales que emite, entre los árboles. Consigo llegar al granero sorteando brazos, piernas y torsos.
La luz de la luna penetra por una abertura en el tejado, iluminándolo parcialmente. Aquí hay más
restos.
En las películas de zombis que le gustan a mi hermano, los protagonistas siempre tienen
escopetas, motosierras o lanzallamas, ¿dónde están esas armas en la vida real? Cojo una azada
oxidada y espero junto a la puerta. Me sudan las manos. Una de las carcomidas piernas atraviesa la
línea de luz y ahogo un grito de pánico. Éste no es un infante, es un adolescente. Con todas mis
fuerzas muevo la azada en sentido horizontal, incrustándosela en la sien. Se gira hacia mí, con la
azada clavada en su cráneo, y suelta un bramido al aire.
El cerebro, el cerebro, el cerebro –es lo que dice mi hermano siempre que se dedica a matar
zombis en los juegos.
Cojo con decisión una horca, y mientras se acerca a mí la criatura, me abalanzo sobre él, con
la punta un poco elevada. El hierro atraviesa el globo ocular penetrando en el cerebro. Ambos
caemos al suelo, pero el zombi ya no se levanta. Un líquido negruzco empieza a supurar de su ojo.
La horca se mantiene fija, verticalmente, como un estandarte sin bandera.
Corro hacia la parte trasera del granero y subo por la escalerilla hasta la parte alta, donde
guardaban antiguamente la paja. Aquí no hay restos, ¿acaso no podrán subir? Esperanzada me
interno en un rincón, bien oculta por la húmeda y maloliente paja. Me quedo dormida mientras rezo
todo lo que sé.
El bramido de un niño 155 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Despierto al alba, totalmente oculta por la paja. Estoy atontada y confusa, como salida de
una pesadilla. Asomo la cabeza y me quedo sin habla.
Sigo dormida, o quizá esté en el infierno. Una decena de zombis me esperan a escasos
centímetros de mí. Todos observándome, todos carcomidos, todos incompletos, todos muertos
vivientes.
Los hay de todas las edades, varios niños, entre ellos la criatura que ha salido de mi
hermana. Grito desesperadamente. Me arrastran del pelo y las extremidades. Sé que voy a morir, lo
que me aterroriza es la forma: descuartizada y devorada por un grupo de zombis. Pataleo y les
golpeó, pero ninguno me ataca, ¿qué pretenden? Varios me agarran los brazos, innecesario, pues
cada uno de ellos tiene una fuerza inhumana. Otros me separan las piernas, y es entonces cuando sé
que me espera algo mucho peor que la muerte. De nada me sirve gritar.
En frente mío está la escala, y, segundo a segundo, lo que tarda en subir lentamente el macho
alfa por ella, veo pasar mi vida ante mis ojos.
Pierdo la consciencia antes de que llegue a terminar de subir el último peldaño.
El bramido de un niño 156 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) HASTA QUE ESCAMPE
Ayer enterré a mi mujer. Corté su cabeza, la arrastré hasta el desvencijado patio trasero, cavé
un agujero -¡Dios sabe lo que me costó!- y la metí dentro. Después volví a refugiarme en la
oscuridad del sótano, sin apenas moverme para no hacer el menor ruido –los muy cabrones no
podrán hablar, pero oyen mejor que un tísico-, torturándome con el recuerdo de su interminable
agonía.
Primero fue la conmoción al descubrir la herida. Es curioso, aparentemente yo me sentí
mucho más afectado. Ella mostró una gran serenidad, hasta el punto de que tuvo que consolarme a
mí y no al revés, como habría sido lo más lógico.
—Cariño, si lo que pretendes es animarme, con esa cara lo veo difícil
—¿Qué? ¡Oh! Lo siento. Es que yo… Yo no…
—Tranquilo —posó su mano sobre la mía—. Lo sé.
—Es todo tan injusto. Hemos tenido tan poco tiempo. Hay tantas cosas que nos queda por
hacer. Los hijos que queremos tener…
—Tranquilo, amor —me sonrió—. Todo va a salir bien.
Después comenzaron los síntomas de la infección. La fiebre, las convulsiones, el delirio. Se
me iba entre las manos y no era capaz de evitarlo. El sentimiento de impotencia resultaba
desgarrador. Finalmente entró en coma y falleció. Lloré como no lo hacía desde niño, sintiéndome
terriblemente solo.
Sin embargo lo peor aún no había llegado. Sabía lo que iba a ocurrir, lo que debía hacer,
pero me sentía incapaz. Pensé en huir, en dejarlo todo atrás, pero no pude hacerlo; no podía
abandonarla cuando más me necesitaba. Cogí el serrucho de la caja de herramientas y me preparé.
No logré decidirme hasta que abrió los ojos y comprobé que no era ella quien me miraba. Le
seccioné la cabeza, cavé la fosa y la sepulté.
Hasta que acabé no me di cuenta del hambre que tenía. Apenas quedaban víveres. Permanecí
varias horas encogido en la oscuridad, en duermevela, demasiado cansado para dormir, demasiado
asustado para calmarme, demasiado triste para no pensar. Al amanecer me decidí. Debía buscar
comida. Me moví con precaución entre las desoladas calles, familiares y a la vez extrañas, como un
eco de otro mundo, de otra vida. Pude ver a alguno de ellos, en la distancia, pero a la luz del día
parecían volverse torpes, desorientados. Entré en un supermercado y abrí algunas latas. Escupí la
comida. Su sabor era horrible. Me pregunté si estaría contaminada con lo que fuera que había
provocado la plaga.
La plaga, la maldición, el Apocalipsis. Lo habíamos denominado de todas las formas, pero
aún hoy que apenas quedábamos supervivientes –quizá sólo yo- seguía sin saber qué había ocurrido,
quién era el responsable.
Llegó sin avisar, como una tormenta de verano. Al principio sólo eran noticias en televisión,
otras de tantas. Entre la catarata de desastres y horrores que a diario saturaba pantallas, radios y
periódicos aquellas primeras noticias sobre ataques brutales e injustificados apenas sobresalían. El
exceso de barbaridades e injusticias te acaba volviendo insensible. Un soniquete que suena de fondo
mientras continúas con tu vida pensando que si ignoras el mal nunca te alcanzará. Hasta que lo hace.
Primero fueron rumores entre vecinos. Que si Fulanito había sido atacado de una manera
brutal, que si Menganita había visto deambular a uno de ellos, que si Zutanito había aparecido ante
su viuda de cuerpo presente… Aún así preferimos seguir mirando al sol creyendo que escamparía,
que las cosas no eran tan graves como aparentaban. Pero cuando el vecino del quinto apareció en
Hasta que escampe 157 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) nuestra puerta y en vez de pedirnos sal intentó devorarnos supimos que el fin del mundo había
llegado.
Un golpe me devuelve al presente. Alguien se mueve entre las baldas. Me asusto creyendo
que me han descubierto y con un instinto adquirido me acurruco en la oscuridad. Pero no. No camina
como ellos. ¡Ahí está! Es una mujer. Joven. Una chica. Mi corazón se acelera pero ahora no por
miedo, sino por la esperanza de no encontrarme solo, de tener de nuevo compañía. Voy hacia ella. Al
verme se sobresalta. Yo intento tranquilizarla, decirle que no debe temer nada, pero parece no
comprenderme. Huye. La sigo por la antigua sección de congelados y la alcanzo junto al
desparramado estante de productos de limpieza.
Le agarro y al sentir su cuerpo tan cerca mi hambre se convierte en ansia incontenible. Tras
probar su carne me siento especialmente bien. Incluso la herida que mi mujer me provocó al
decapitarla ha dejado de molestarme.
Hasta que escampe 158 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) NOCHES SIN LUNA
Siempre decía que podías verle un brillo en los ojos. Era el resto de humanidad que
destilaban aquellos demonios. Pronto la ley fue su caos y el fuego continúo rastro de su paso.
Todo empezó cuando los órganos de sanidad de todos los países decretaron alerta por una
nueva enfermedad. La industria farmacéutica encontró una buena ocasión de mercado. La campaña
fue abrumadora. Millones de personas paseaban con mascarilla por cualquier parte de la superficie
terrestre. Miles de jabones, miles de remedios para mitigar una publicidad mediática que mantuvo en
vilo a la población mundial durante meses.
Los países más ricos invirtieron millones de dólares en la causa. Compras masivas de
vacunas. Las farmacéuticas triplicaron sus ingresos en semanas. El problema vino cuando los países
menos desarrollados se quedaron fueran de la opción de compra de estos fármacos. La tensión crecía
por momentos. En países latinoamericanos empezaron a ser frecuentes las manifestaciones, más
tarde, las reyertas y el descontrol civil fueron generalizados a lo largo y ancho del continente…
La empresa TMVM desarrolló una nueva vacuna. Su precio era mucho más accesible. Varias
empresas en la India y en África del Norte generaban a un bajo coste miles de vacunas con escaso
control sanitario y su comercialización fue inmediata. En un primer lugar se distribuyeron en los
países de Europa que no habían podido adquirir las ansiadas vacunas en el primer momento.
En España esas vacunas llegaron a finales del 2009. Cuando se descubrieron los efectos
secundarios de la vacunas, el setenta por ciento de la campaña de vacunación ya se había realizado.
El primer caso de contaminación ATM, como se le conoció al nuevo virus, en España, se
encontró en Barcelona, una de las primeras ciudades dónde comenzó el reparto de las nuevas
vacunas. Era un niño de cinco años. Perdió los ojos. Se le derritieron y se escurrieron de sus cuencas
mientras lloraba abrazado a su madre. Su cerebro se derritió. El nuevo virus resultaba letal para un
individuo que no hubiera alcanzado la adolescencia. Una semana después, en Burgos, una mujer tras
llevar varios días en coma, comenzó a sangrar por su culo. Poco después una planta entera del
hospital intentaba reducirla y atarla a la cama. Tres enfermeros fueron heridos. Uno de ellos perdió
una oreja.
Los medios intentaron tapar la noticia. Fue imposible. El virus se extendía rápidamente.
Todas las personas vacunadas que sobrepasaban los dieciséis años comenzaron a sufrir las
consecuencias del ATM. A partir de enero del año siguiente a cualquier persona que era ingresada en
coma se le suministraba una inyección letal. Eso fue antes de que los hospitales desaparecieran.
Lo más preocupante no era ya la cantidad de gente que había sido expuesta a las vacunas en
todo el mundo. Fue la facilidad de contagio. El contacto de una herida con la saliva de uno de los
infectados, era suficiente para inducir al coma en media hora. Para despertar siendo un monstruo en
otra media. Teniendo en cuenta la actitud caníbal que se reflejaba en el comportamiento de estas
personas, el problema se multiplicó exponencialmente y el esfuerzo del ejército cada vez era más
ridículo.
Ciudades como Sevilla, Barcelona, Valencia, Burgos o Valladolid, se convirtieron en
pueblos dominados por la destrucción, el fuego y el horror. El control de entrada y salida de las
ciudades fue inútil cuando el virus había ganado terreno a la esperanza, cuando el terror inicial había
dejado paso a casas vacías y colegios huérfanos.
Quedó claro que los afectados por el virus eran insaciables. Que sólo tenían hambre y que no
pararían hasta devorarse los unos a otros. El ejemplo de España se podía extrapolar a cada uno de los
países dónde se distribuyó el medicamento. La expansión no tardó en llegar.
Hoy, 29 de marzo de 2010, tenemos la esperanza de que algún día la enfermedad se disuelva
en el olvido. Que podamos salir de esta isla dónde aún podemos ver la costa valenciana en llamas
continuas. Que estos enfermos, zombies ingratos que devoraron nuestra civilización desaparezcan
Noches sin luna 159 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) entre su propio horror. Una nueva oportunidad. Para que quizás mañana podamos volver a ver una
luna en un cielo muerto.
Noches sin luna 160 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CÓMO FILMAR UNA BUENA PELÍCULA
Un director de cine y un guionista charlaban en un bar:
—Pues sí, este es el asunto.
—¿Cuál?
—Que si no me das una historia para hoy voy a tener que buscarme a otro o posponer la
filmación.
—Entiendo, entiendo. Sabes que nada de eso es mi propósito, pero vamos que filmar una
película de zombis hoy en día está muy difícil. Tengo tantas ideas en la cabeza, pero ninguna me
parece original. Además, ¿no ha sido nuestro sueño siempre filmar una película de zombis? Por eso
tenemos que planearlo bien...
—Pues entonces que no sea original. Filmemos una maldita película de zombis, fin del
asunto.
—Pero necesitamos algo que atraiga al público. Algo que le haga pensar "esto es más que
otra tonta película de zombis".
—Mejor quedémonos en que atraiga al público y listo. Lo original ya saldrá solo. Mientras
recuperemos el dinero y las salas estén llenas por un par de días, de nada tenemos que arrepentirnos.
—Mmm, sí, supongo que tienes razón.
—Entonces... ¿de qué se trata esta película?
—Bueno, había pensado un clásico escenario post apocalíptico donde la raza humana lucha
contra una bandada de zombis hambrienta por devorarles el cerebro.
—Entiendo, sí...-respondió el director sonriendo ante la simpleza de la mente del guionista. ¿Y quiénes serían los protagonistas en este grupo de asustados y valientes humanos?
—Ahí está la cuestión- respondió el guionista, una amplia sonrisa iluminando su rostro —
Los protagonistas serán el grupo de zombis hambriento.
—¿¿Qué cosa??
—Exactamente, los protagonistas estarán encarnados por estos confusos zombis que buscan
desesperadamente cerebros humanos y luchan por suprimir la humanidad que les queda en su
interior.
—¿No te parece un poco extraño? En lo que a mí respecta me suena un poco... —antes de
que el director pudiera seguir hablando, el guionista continuó con su rapto de inspiración.
—¡O mejor! ¿Por qué no una película donde los humanos sean los malvados a los ojos de los
zombis y de los espectadores?
—Mmm...no estoy muy seguro... a los espectadores (humanos, por cierto) no les gustaría ver
cómo su raza es la malvada. Además, ¿¿cómo podrían sentirse amenazados los zombis cuando son
ellos los muertos vivos??
—Sólo hay que lograr que los zombis se vean como criaturas con sentimientos ¿Qué te
parece esto? —preguntó súbitamente el guionista, su rostro iluminado una vez más—. Agregamos
una historia de amor entre dos zombis.
—¿¿Qué?? Eso ya sí es muy extraño. Además el público está esperando una historia entre
dos personajes humanos, probablemente dos adolescentes donde la chica sea una ruda y voluptuosa
patea traseros zombis, no sé si entiendes a dónde quiero llegar.
El guionista asentía. —Sí, entiendo. Entonces nos adherimos al bando humano.
Cómo filmar una buena película 161 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El director asintió satisfecho. —Sí, volvemos al universo post apocalíptico y a los humanos
luchando contra la raza de zombis ¿No es la clase de película que siempre quisimos filmar? ¿Por qué
sales ahora con toda esta basura de la originalidad?
—Sólo trato de que nuestra película venda.
—Pues hoy en día vende lo que a la gente le agrada sin sorprenderla o la sorpresa en un
territorio conocido.
—Entonces los nuestros son zombis come-humanos, muy asquerosos y horrendos. Sí, eso
podría funcionar... —pensó en voz alta el guionista, mientas la idea de estar parado junto al director,
dando órdenes a los actores en un paisaje descampado y peligroso lo empezaba a atraer. —Pero este
grupete de zombis malvados no contaban con que entre los sobrevivientes se hallaba un muchachito
fanático de las artes oscuras y de la ciencia, capaz de hacerles frente y de descubrir la forma de
exterminarlos.
—Ajá, ajá. Ahora sí hablamos el mismo idioma. Recuerda que nosotros hacemos películas
para que la gente vaya a verlas, no para ganar el maldito premio de la Academia.
—Entiendo, entiendo —respondía el guionista mientras daba rienda suelta a su imaginación.
Se inclinó sobre un cuaderno que tenía abierto sobre la mesa y empezó a confeccionar una red de
relaciones entre los personajes. Estuvo así unos 10 minutos mientras el director terminaba de apurar
lo que quedaba en su vaso, pensando que sólo borracho podría soportar a su amigo. Luego miró al
hombre con impaciencia—. ¿Y bien? ¿Qué es lo que tramas ahí?
El guionista lo miró confundido. —Planeo las relaciones de los personajes, por supuesto, que
es lo que mantiene a la historia. Ya tengo un padre con una relación conflictiva con su hija (por
cierto la hija es la chica ruda que querías), al adolescente del que te hablé, un niño pequeño pero
inteligente, una pareja para el padre conflictivo y un hombre mayor que posee secretos del gobierno
que ayudarán a armar la defensa final contra los zombis.
—¿Ya tienes actores en mente?
-Tengo un par, pero ese no es mi principal trabajo, sino que ellos hagan lo que yo quiera—
respondió el guionista sarcásticamente.
—Háblame más de nuestros protagonistas.
—Bueno, los chicos tienen alrededor de 16 años. El muchacho es introvertido y el ataque
zombi, así como la inminente destrucción de la humanidad le otorgan la oportunidad necesaria para
salir de su caparazón y convertirse en la principal esperanza de sus compañeros. Por supuesto se
enamora de la muchacha del grupo y ella también de él, al descubrir que el muchacho es diferente a
los dos bastardos que se habían hecho llamar sus novios. Por cierto, estoy empezando a pensar que la
muchacha debería ser la última en enfrentarse a los zombis, le he tomado mucho cariño.
—Pero, ¿y qué hay del muchacho introvertido? ¿Qué pasó con "la última esperanza de la
humanidad"?
—Justamente, ¿no sería esa la sorpresa que necesitamos? La gente se convence de que en
este muchachito recae la esperanza, pero algo impide que él sea el guerrero final (aún no me decido
si morirá o tal vez sólo quede impedido. Una pierna amputada, un ojo menos...algo se me ocurrirá),
la muchacha toma las riendas del asunto y se enlaza en una batalla sangrienta con un fondo de
música de rock. Ya tengo un par de canciones en mente.
—Muy bien, admito que a la platea masculina le atraerá más ese final, pero...
—No te adelantes, el final que tengo planeado es todavía más sorpresivo que el hecho de que
"ella" (llamémosla así por ahora) se enfrente sola a todos los zombis—.El director miró
honestamente intrigado—."Ella" perderá la batalla final. Cuando cree que finalmente ganó, cuando
cree que ha derrotado al jefe de sus enemigos, éste aparece por detrás y la muerde en una escena más
sangrienta que toda la batalla anterior.
Cómo filmar una buena película 162 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Me gusta lo de sangriento —respondió el director—. ¿Y qué? ¿Entonces nuestra pobre y
recién ascendida a protagonista acaba muriéndose?
—No exactamente. Luego de la mordida se produce su transformación. Aparece en todo su
esplendor zombiesco y dándose la vuelta, se besa apasionadamente con el jefe de los zombis...fin.
—¿Y tú crees que eso es lo que provocará a la gente decir: "esto es más que otra película de
zombis"?
—Estoy seguro.
—Muy bien, entonces, resumiendo, tenemos un futuro post apocalíptico, un grupo de
humanos tratando de sobrevivir, un romance entre dos adolescentes y dos personas maduras, una
banda sonora formada por bandas de rock, una muchacha bonita que termina enfrentándose a todos
los zombis en una batalla sangrienta en la que finalmente es transformada en zombi y elige quedarse
con el jefe enemigo. —El guionista asentía enérgica y alegremente.
—Estoy seguro que eso atrapará al público, ese es el giro que necesitamos, lo que llena las
salas —respondió sonriendo.
—Ya ves, a eso me refería antes...
AUDICIONES PARA "ATAQUE ZOMBIE"
El director y el guionista estaban sentados sobre una mesa con un par de personas integrantes
del staff de su próxima película (la que tenía un giro que prometía atrapar al público).
—Esa última persona estuvo muy bien, ¿no? —preguntó el director.
—Estoy de acuerdo —respondió el guionista—. Todavía nos quedan un par más de
audiciones, pero creo que ese puede ser el zombi que buscamos.
—Puede ser. De cualquier forma hay que verlos a todos. Que pase el siguiente. —Se abrió la
puerta y la persona que entró tenía un caminar errático, como si estuviera constantemente mareada,
la mirada perdida, los ojos con un leve toque amarillezco, la tez muy blanca y el pelo sucio y duro.
Se paró frente a los dos hombres, quienes examinaron la figura de aquella persona atentamente. Su
rostro parecía tener manchas violetas y cuando habló, notaron que su voz era grave y parecía
provenir de un lugar muy lejano, así como que su lengua parecía estar podrida.
—Bueno, yo diría que el maquillaje se ve muy real, —dijo el guionista mirando a su
compañero— pero creo que aún le hace falta verse más horroroso.
—Verá... —dijo tímidamente la persona que tenían enfrente— la verdad es que yo soy un
zombi.
—¿A qué se refiere con eso?
—Realmente soy un zombi, un muerto vivo.
—¿Lo dice en serio? —preguntó el guionista mirándolo de arriba a abajo.
—Sí, puedo demostrarlo —respondió el presunto zombi. Hundió sus dedos en su cráneo y
levantó la piel, dejando al descubierto su cerebro. Luego se acercó al hombre para que éste pusiera
una mano sobre su pecho; efectivamente, su corazón no latía.
—Ya veo... —respondió el guionista lentamente—. O sea que usted es un zombi...
—Exactamente.
—¿Se alimenta de cerebros humanos?
—No, la verdad es que no me alimento de nada, al fin y al cabo, estoy muerto...
—¿Y cómo se convirtió en zombi? ¿Un virus que se salió de control, la explosión de una
fábrica?
Cómo filmar una buena película 163 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —La verdad es que fui mordido por otro zombi.
—Ya veo, ¿y ese zombi estará en condiciones de hablar con nosotros?
—No sé, no lo he visto hace tiempo. La verdad es que vivo recluido desde hace mucho, pero
al ver el cartel de su película, bueno...pensé que podría tener oportunidad de cumplir un sueño...un
sueño de mi época de ser humano.
—¿Se refiere a trabajar en el cine?- preguntó el director.
—Exactamente.
—Ya veo, ya veo... —respondió el guionista aún escaneando al zombi fijamente—. ¿Y cuál
diría usted que es la velocidad en su caminar? —el zombi lo miró extrañadísimo—. Quiero decir,
¿diría usted que su velocidad al caminar es más lenta que la humana o más rápida?
El zombi meditó unos instantes. —Diría que es común...no puedo correr muy rápido puesto
que mis piernas no se mantienen como cuando estaba vivo, pero caminar lento me fastidia mucho.
El guionista asentía pensativo. Miraba al libreto con la punta de una lapicera entre los labios
—Mire...no quiero parecer descortés pero tengo que ser sincero. La verdad...como decirlo...no es
exactamente lo que tenía en mente.
—¿Perdón?
—Quiero decir que no es lo que pensaba cuando escribía el libreto.
—¿Cómo dice? —respondió el ya confirmado zombi—. Pero...soy la prueba viva...quiero
decir, la prueba real de lo que usted busca ¿Qué tengo de malo?
—Bueno, digamos que me imaginaba algo más...espeluznante.
—Nuestro zombi debe hacer que la gente salte en sus butacas, es un zombi creado por lo
más bajo del ser humano —dijo el director mientras el guionista asentía afirmativamente—. Cuando
pienso en la palabra zombi imagino gore, sangre. Cuando pienso en un zombi veo a una muchacha
en el cine aferrándose a su feliz novio, a adolescentes emocionados, a personas mayores con
náuseas. Francamente, usted no satisface ninguna de esas expectativas. Lo siento.
—Pero es que no entiendo... ¿cómo planea conseguir algo mejor que lo original?
—Efectos, maquillaje, buenos actores —respondió el director aburrido. Ya empezaba a
cansarse de esta conversación—. En cualquier caso, le agradecemos el haber venido y presentarse a
este casting. Lamento que el resultado no haya sido el que esperaba. Mejor suerte la próxima. —hizo
una señal a unas personas que cuidaban la puerta. Dos hombres bastante corpulentos se acercaron al
zombi, quien miraba a los dos hombres incrédulo.
—Pero, realmente van a dejar pasar esta oportunidad ¡Un zombi real en su propia película!
—Si trabajara con hechos reales no estaría filmando una película — respondió el director—
Estaría filmando un documental. Pero un documental, una película filmada con una cámara en
mano...eso es algo que a nadie... —en aquel preciso instante, director y guionista se miraron uno al
otro, los rostros encendidos. El director se puso de pie—. Momento por favor. No se lleven a este
hombre —dijo, hablándole a las dos figuras corpulentas que habían aparecido en caso de que el
zombi se pusiera violento. El guionista tenía una sonrisa triunfal en su rostro:
—Creo que encontramos el giro que llevará a esta película a la cima —respondió con una
mano en el hombro del director y otra en el zombi, futura estrella del cine documental, tan popular
en
nuestros
días.
Cómo filmar una buena película 164 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) AMOR
Prólogo
El hombre se levanta, se sienta en la cama, mira a su esposa que sigue durmiendo, la besa y
se pone de pie apoyando el mentón en el pecho, tratando dormir un segundo más. Son las cuatro y
treinta de la mañana de un día normal en la vida de Patricio. Totalmente zombi por el sueño, prepara
su ropa de trabajo y se mete en la ducha fría, como a él le gusta, para reanimar la circulación y
despabilarse. Enfrentar el día con todos los sentidos alerta es fundamental y hoy, mas que nunca, los
va a necesitar, lo sabe por ese otro sentido que tienen todos los policías…
Ya en su automóvil, un Ford taunus de los ochenta, Patricio circula por la avenida, desierta y
húmeda por el rocío que está cayendo. No piensa nada en particular, va cantando lo que escucha en
la radio. Mira a los lados mientras conduce, hay unas personas esperando un taxi, unos perros
olisqueando la basura y una prostituta de voluminosas piernas. Bellas piernas piensa y se sobresalta
por la imagen que se cruza por delante del auto y desaparece debajo de el. No le da tiempo a mover
el volante ni frenar ni hacer nada. Solamente se dedica a maldecir y maldecir mientras miles de
pensamientos le pasan por la cabeza. Piensa que hoy llegará tarde al trabajo, que ha matado a una
persona, que tendrá una mancha en su legajo y la cantidad de papeles que hay que llenar al atropellar
a alguien. Todo pasa en segundos. Pisa el freno, gira el volante y al detener el vehículo baja
farfullando un nuevo conjunto de maldiciones.
El cuerpo está tirado unos metros atrás, parece un joven, no sangra ni se mueve. _ ¿Eso es
bueno o malo? _se pregunta Patricio mientras se acerca al lugar del accidente. Las personas que
estaban esperando el taxi ya no están, los perros se han marchado mordisqueando algo y solo ha
quedado la mujerzuela de las piernas grandes, que haciendo uso de ellas, se lanza a la calle
gritándole a Patricio lo mala que debe ser su madre para parir a un hijo asesino y otras palabrotas
más.
El joven atropellado se mueve. Con sus manos apoyadas sobre el asfalto logra enderezar el
torso, al segundo se irgue completamente y sin mas se va. Camina casi arrastrando los pies y con los
brazos colgando a los costados pero su paso es firme y se pierde en la oscuridad. La mujer de las
pernetas está tan sorprendida como Patricio, con un ademán le indica que no se quede ahí parado y
que acuda a ayudar al joven, quien ya no está a la vista. Patricio no logra articular palabra alguna, se
inclina a recoger un trozo de tela que ha quedado en el parachoques de su automóvil y mira atónito
hacia, donde hace instantes, estaba el cuerpo del joven. El trozo de tela se deshace entre los dedos sin
siquiera hacer esfuerzo. Es parte de la ropa que llevaba el muchacho, una chaqueta de jean y una
playera amarilla cuyos restos están esparcidos por la calle.
La mujer sigue gritándole y haciendo movimientos con las manos. Patricio la mira sin
prestarle atención, solamente ve que mueve los labios y articula gestos incoherentes. Su mente está
en otro lado. Piensa como es que esa tela de jean se rompe tan fácil y como es que el joven
atropellado salió tan campante después de semejante golpe. Piensa en esa mirada vacua que atravesó
el parabrisas y se clavó en sus ojos y de su cara con manchas rojas de sangre. Pero por sobre todas
las cosas piensa que, tal vez, haya encontrado a Jared…
Capítulo 1
Una semana antes.
1
La muchacha se mira al espejo y solamente ve belleza. Piensa que es irresistible y que esta
vez su novio le dirá lo que ella ha estado esperando. Siempre se dijo que algún día su vida daría un
giro y, de hecho, comenzó una nueva vida al mudarse, tras el divorcio de sus padres. No le importó
marchar al sur y comenzar la curvatura de ese gran giro que daría su vida. En vez de quedarse en su
casa, con su madre, se las arregló con un padre alcohólico y una madrastra que no se quedaba atrás a
Amor 165 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) la hora de levantar el codo y mandarse unos tragos. La madre verdadera la miró marchar con ojos
vidriosos y sin un gesto.
Instalados ya en una casita pequeña empezaron a desfilar los amigos de “la doble A” que
llevaba papi. Entraba y salía un borrachín tras otro a beber a su casa. Así, Alexandra conoció al
padre de Jared, el muchacho que pronto fue su novio y que en pocos minutos se convertiría en su
prometido. Ella está segura que manipuló muy bien al joven y que, con su telaraña y una ayudita
extra, hoy cazará al pobre pavote.
2
Jared ve la hora y maldice, hace más de cuarenta minutos que debería haber abandonado su
trabajo y partido a por sus amigos. Su padre no le da tregua desde que abandonó los estudios, lo tiene
en su taller y le tira tarea tras tarea sin permitir un descanso ni palabra de queja alguna. Sabe que en
poco tiempo será tarde para encontrarse con los muchachos y eso lo enfurece. A las veinte quedó con
Alexandra, su chica. Otra vez ella lo acosará para formalizar y él le pedirá un tiempo mientras hacen
el amor, ella se enojará, maldecirá y comenzará a arrojarle sus ropas, él saldrá corriendo a medio
vestir ante la gritería y volverá cuando las aguas se hayan calmado.
—Es el juego del gato y el ratón, pero esta vez creo que Jerry mouse se irá de parranda con
sus amigos y dejará al gato Tom esperando —murmura el joven.
—Será la primera vez que la dejo plantada y no es nada que no se pueda arreglar con unos
paseos por el parque como a ella le gusta. O tal vez es tiempo de terminar con ella. —Se dice Jared
riendo solo, mientras pasa la escoba al piso grasiento del taller.
3
Es tarde; Jared no ha llegado a la casa de Alexandra y ella está juntando mucha bronca. Se la
ve ir y venir desde la ventana a la puerta muchas veces, hablando sola y mirando el reloj, como
suplicando a las agujas que caminen mas despacio. De pronto sale a la calle, a la oscuridad, y se va
caminando como alma que lleva el diablo. No va al taller, no va a la casa de Jared, no va donde sabe
que él está con sus amigos. Ella acaba de comprobar que su telaraña no funcionó y va directamente
al lugar donde puede descargar su furia.
La casa es bajita, blanqueada, y rodeada de árboles frondosos, tantos que apenas se ve el
techo. En la entrada hay muchas estatuillas de enanos de jardín coloridos, una hamaca paraguaya y
una decena de perros que, como buenos guardianes, ladran desaforados a la presencia humana.
La puerta se abre y de su interior asoma una luz pálida y moribunda que pronto es opacada
por la sombra de una anciana de arrugas prominentes y no mucho más alta que sus enanitos de
jardín.
Los gritos de Alexandra llamando a la casa son tapados por los ladridos pero la vieja sabe
de quien se trata y hace una señal con la mano para que la chica se acerque. Alexandra pasa entre la
jauría, arrepentida de haber gritado, pues piensa que los perros darán cuenta de ella.
Pasando el umbral de la portezuela Alexandra percibe un aroma inconfundible, es el mismo
perfume que la vieja le vendió en la calle la semana pasada asegurando que cualquier muchacho
caería a sus pies a la tercera vez que lo huela.
—Hola pequeña, ¿que te trae por aquí? —Pregunta la anciana sabiendo la respuesta.
—Que tu perfume no ha servido para nada. ¡Vieja mentirosa! —replica Alexandra mientras
arroja sobre la mesa un pequeño frasco de plástico color rosa.
La anciana sonríe y asiente con movimientos lentos, como si todavía le quedara mucho
tiempo.
—¿No has logrado retenerlo verdad? Tal vez tú eres una niña muy egoísta y… —ZAZ! Una
cachetada interrumpe la frase de la anciana y su sonido produce un eco en la habitación.
Amor 166 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Tu eres una maldita estafadora y más te vale que me devuelvas el dinero o lo lamentarás.
No tienes ni idea de lo que acabas de despertar vieja timadora.
La anciana deja que Alexandra se descargue y, mientras, se aboca a encender unas velas en
un pequeño altar y pronuncia unas palabras por lo bajo, que parecen ser en una lengua nativa
sudamericana. Al voltear hacia la muchacha las luces de las llamas le dan un tono lúgubre y sus ojos,
por demás abiertos, ayudan a que Alexandra calle y sienta un poco de temor.
— No tengo tu dinero, pequeña, pero te daré algo que es mucho mejor. Tienes que prometer
que no le dirás a nadie y que lo usarás con discreción.
Alexandra hace una mueca; no se va a comer otra estafa pero pronto la curiosidad gana y
pregunta. — ¿De que se trata todo esto? Te advierto que no estas en condiciones de negociar.
Ahora la anciana lleva el control de la situación.
—Esto hará que él sea tu esclavo, úsalo con cuidado y lograrás que su corazón sea tuyo. Te
amará incondicionalmente y nadie lo hará cambiar de opinión; ni sus amigos. —Murmura la vieja
mientras le da la espalda para tomar algo de una repisa llena de fetiches y amuletos. Es un pequeño
frasco de vidrio negro rubricado con un símbolo que parece un pez.
—Tres gotas durante tres noches y otras tres al día siguiente…
Alexandra no deja que la anciana termine y le arrebata el frasco con la prometedora poción.
—Mas te vale que así sea, vieja tramposa, y no creas que te pagaré por esto. Tómalo como una
indemnización. —Dice la chica levantando la voz mientras sale dando un portazo y volteando una
estatuilla de enano a su paso. La anciana se queda mirando la puerta cerrada y escuchando el eco que
dejó al cerrarse y sonríe.
—Niña malcriada —murmura y se va a dormir sin dejar de sonreír.
4
Jared no quiere perder tiempo, sabe que Alexandra estará furiosa y él la quiere así. De esa
manera no le costará terminar con ella. Se pone su playera amarilla, de la suerte, unos jeans y una
chaqueta haciendo juego. Toma algo de dinero de la caja del taller y sale en busca de su futura ex
novia.
Un sorpresivo recibimiento lo deja desconcertado. Alexandra está de buen humor y lo invita
a pasar a su casa con una sonrisa radiante. El muchacho desconfía por demás, conoce a Alexandra y
sabe que no es propio de ella ese tipo de conducta. Piensa que, tal vez, dentro de la casa se desatará
la hecatombe y por segunda vez se equivoca. Alexandra se cuelga de su cuello y le estampa en
sonoro beso al momento que le dice al oído algo que Jared no hubiera imaginado nunca.
—Olvidaste nuestra cita pero no te preocupes; ya tengo el castigo para tu falta. Pasaremos
todo el día tirados en la cama. Mis padres no están en casa y no regresarán hasta la noche.
Jared abre la boca para protestar pero Alexandra se la cierra con otro beso y lo empuja hacia
la habitación.
—Quédate aquí que yo iré a buscar una cerveza y ahorita vengo. —Dice la muchacha y se va
hacia la cocina dejando a Jared con la boca abierta y tratando de descubrir que se trae entre manos.
Sentado en la cama ve llegar a Alexandra, ve su forma de caminar, su sonrisa, escucha su
voz y no logra desarmar lo que ella está tramando. Piensa que lo mejor será botarla lo antes posible y
se prepara para decirlo. Su garganta se seca y un alud de palabras se amontona sin poder salir. La
cerveza se ve apetecible y, raudamente, toma el vaso y da cuenta de ella sin siquiera respirar.
Alexandra ensancha su sonrisa pero poco dura su cinismo. Jared está tirado en el piso y las
convulsiones hacen que su columna se tuerza en formas increíbles para luego retraerse en posición
fetal, su boca es un mar de espuma y sus ojos, de tan abiertos, parecen haber saltado de sus cuencas.
Amor 167 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Todo pasa en segundos, el charco de espuma y cerveza rodea a Jared, quien ya no respira. Alexandra
no logra entender lo que sucede, aún lleva la mueca de sonrisa.
Presa del pánico grita pero nadie la oye, piensa y descubre que cualquier escusa que ponga
no será válida y decide hacer lo que cualquiera hubiera hecho. Enterrará al joven detrás de su casa,
donde hace unos días quitaron el árbol seco y quedó la tierra removida.
Poseída por el miedo, Alexandra cava y cava la tumba de su amado; pronto consigue hacer
un pozo de un metro de profundidad y cree que con eso bastará. Ha arrastrado el cuerpo del joven y
al verlo junto al hoyo se da cuenta que es pequeño. La profundidad está bien pero no logrará que
Jared descanse horizontalmente como todo difunto. No le importa demasiado, con un último
esfuerzo lanza el cadáver al hoyo y comienza a taparlo dándole una mirada de desprecio. El cuerpo
de Jared queda sentado, en una posición que se asemeja a una marioneta abandonada, con la cabeza
entra las piernas y los brazos colgando apoyando el torso de las manos en la tierra.
Capitulo 2
1
Han pasado ya siete días y Alexandra está mas tranquila (aunque nunca dejó de estarlo). Los
policías la interrogaron muchas veces y los padres de Jared también. Ella mantiene su postura y
repite la historia una y otra vez.
—Habíamos quedado a las ocho pero nunca llegó, no sé que le ha pasado y espero que lo
encuentren pronto. Lo extraño. —Repetía la muchacha sollozando.
Jared nunca tuvo tiempo de contarle a sus amigos las intenciones de terminar con Alexandra
y lo único que ellos saben es que el joven pensaba dejar de trabajar con su padre.
La policía piensa que el muchacho se marchó a probar suerte en otro territorio sin avisar a
sus padres y mucho menos a su noviecita y se dedican a buscar en los alrededores de la ciudad.
El joven sargento Patricio Parker queda a cargo de la desaparición del muchacho y está
como al principio, sin saber por donde continuar la dichosa búsqueda. Mira las hojas donde están
escritas las declaraciones de cada uno de los interrogados y, de tan simples que son, sospecha de
todas. Volverá a releerlas y mañana a primera hora, comenzará por interrogar a la chica nuevamente.
2
Es una noche sin luna, la temperatura es agradable y Alexandra está descansando en su
cuarto recostada en la cama. Lleva puesto un camisón de raso blanco, amplio como un vestido de
novia. Ella se siente tranquila y relajada. Siempre se la conoció por su temple de acero y ella se jacta
de ello. Cualquiera estaría nerviosa hasta los huesos si en su jardín estuviera enterrado un cadáver y
la poli anduviera revoloteando por su casa. Ella no, está orgullosa de cómo manejó la situación y
sonriente se dirige al ventanal…
Algo anda mal, la tierra donde estaba el viejo árbol, y donde ella guarda su secreto, esta toda
desparramada y se alcanza a ver un nuevo hoyo. Lentamente recorre con la mirada cada rincón del
oscuro jardín pero no hay suficiente luz, la poca claridad que sale del cuarto alumbra unos pocos
metros.
—¡Malditos perros callejeros! —arroja Alexandra, mientras se prepara a salir por la ventana,
furiosa porque cree que deberá tapar el pozo nuevamente culpa de unos entrometidos perros.
La hoja corre con facilidad y al momento la muchacha está afuera, una brisa helada la hace
tiritar y se abriga cerrando los brazos contra su pecho. — Esto me pasa por no haber escuchado a esa
vieja estafadora —repite mientras va camino al depósito en busca de la pala—. Dudo que unas gotas
hayan hecho efecto pero todo el contenido fue exagerado ji ji ji.
Amor 168 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) La cara de Jared aparece frente a la de ella de repente, la tierra todavía cae de su cabello y
está mostrando una sonrisa. Alexandra queda paralizada, no logra emitir sonido y solamente ve a su
amado que se acerca aún más, la abraza con ambos brazos y la besa. El gusto a tierra no es tan
asqueroso como el aliento que proviene de la boca de Jared y se filtra por su garganta.
Una lágrima rueda por la mejilla de la muchacha, está siendo besada por un cadáver viviente
y su corazón no lo resiste.
3
Un último latido con un último beso. Alexandra cae muerta en los brazos de Jared zombi,
quien despertó enamorado perdidamente de aquella dama que ahora yace en sus brazos, sin vida .
Su cerebro zombi no siente dolor ni depresión. El debe ganarse el corazón de esa mujer y lo
hace de la única forma que sabe. Se abre paso rasgando su camisón y penetrando la piel con sus uñas
llenas de tierra hasta llegar al órgano sagrado. Con un grito arranca el corazón de Alexandra y
llaveándolo a su boca con ambas manos se lo come casi sin masticarlo. Luego sale dando tumbos a
la calle oscura, buscando otra Alexandra a quien amar.
Son las cinco de una húmeda mañana. Jared zombi circula por la avenida e inesperadamente
es arrollado por un Ford Taunus de los ochenta. No muere, no puedes matar a un zombi enamorado.
FIN
Amor 169 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CARTAS A ITZHAK
1
25 de Mayo.
Querido Itzhak:
Mi mundo, nuestro mundo, se ha convertido en una bruma gris perla surcada de dolor y de
muerte en vida que se amontona lentamente frente a la puerta de mi escondite. El olor que asciende
por los resquicios de la puerta de madera que separa la vida de la muerte en vida, llega a mí en forma
de olas de pestilencia combinados con el hedor de los excrementos por doquier y de los vómitos de
inanición. Y del aroma a muerte.
Es cierto. La muerte que veo paseando frente al cristal huele a una mezcla de humedad
temprana y a vejez de asilo descuidado. No importa la edad. Niños y viejos y adolescentes y
medianas edades huelen a la misma porquería. Aunque a mí me da igual. Todo hedor es soportable
porque me recuerda que yo todavía no huelo así, lo que debe querer decir que mi muerte en vida
todavía está algo lejana en el tiempo.
Todavía me queda algo de comida, apilonada en el rincón más alejado de la puerta, para
evitar que el mismo hedor que se cuela por la rendija de la puerta sea también la salida del aroma de
fruta y carne a medio podrir que guardo para el resto de semana. Si todo va bien, tengo seis días de
buen hacer más las cuarenta y ocho horas que podré estar sin comer ni beber antes de tomar de la
mano a la vecina de enfrente, a quien veo arrastrar en silencio las plantas de sus pies desnudas sobre
el fango, clavándose las piedras puntiagudas del patio mientras dejan tras de sí una estela de sangre
sucia que forma lentamente un círculo que se repite una y otra vez. A veces se reúnen cinco o seis
comensales de muerte en vida en ese lento devenir que dura hasta que el sol se ha puesto en algún
lugar que no puedo ver desde mi escondite. Esos días, lo último que me muestran los rayos de sol es
una especie de anillos olímpicos de sangre que lentamente se disuelven en el agua de los charcos o
se acumulan en pequeños riachuelos que acaban sobre algún montón de cadáveres.
Mi mundo. Nuestro mundo. ¿Te acuerdas? Recuerdo aquella noche en que corríamos sin
freno en dirección al portal de tu casa, pero no conseguimos llegar ya que nos detuvo aquel primer
beso, sin miedo a que alguien nos viera. Aquella noche, el camino hacia el lugar que un Itzhak y una
Evelyn olvidados llamaban “hogar” era un lecho de hierba donde millones de flores amarillas
porfiaban por ocupar un lugar bajo nuestros pies. El aire encajado entre nuestras manos enlazadas
estaba viciado por los sentimientos a flor de piel, que ambos nos profesábamos por y para siempre.
En cambio mírame ahora. No. Mejor no lo hagas. Ni siquiera intentes imaginarte mi rostro
en estos momentos. O mi cuerpo. Aquel cuerpo que en algún momento de una vida que me parece
harto lejana había sido completamente tuyo. La sinuosidad de una amante que se contorsionaba con
cada gesto tuyo para no perder un ápice de tu propio ser, cuando se encontraba en mi interior. Así
que no lo hagas.
Tampoco intentes recordar a Elsa. Sobre todo a ella.
Intento pensar que eres lo único vivo que queda en este mundo de dolor, los únicos ojos con
brillo propio entre la bruma gris perla que ahoga todo por cuanto hemos luchado.
Basta por hoy. Cada vez están más cerca de la puerta. Sé que huelen la comida. O quizás me
huelen a mí. En todo caso hasta pronto. Espero.
Por siempre, Eve.
Cartas a Itzhak 170 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 2
6 de Junio.
Mi muy querido Ithak:
He tenido suerte. Si con suerte me refiero a haber conseguido franquear la muralla de
muertos en vida que abarrotan cada vez más el patio frente a mi escondite, entrar en la cocina y robar
diez quilos de comida enlatada sin que los Controladores se den cuenta, regresar a mi escondrijo,
volver a atrancar la puerta y poner a cero la cuenta atrás de mi, cada vez más cercana en el tiempo,
muerte en vida.
Esa es la buena noticia.
La mala es que los Controladores dominan cada vez más la situación. Los muertos en vida
les tienen tanto miedo que siguen el pie de la letra todas las estúpidas órdenes que reciben. Algunos
de ellos han conseguido “inventar” una especie de idioma a forma de balbuceos inconexos que
brotan como espuma sanguinolenta de unas bocas donde sus dientes se perdieron en algún momento
de nuestra llegada aquí. Lo único realmente audible es esa respiración entrecortada que se mezcla
con la enfermedad que lentamente está acabando con todos nosotros, mientras los Controladores se
sienten, cada vez más, los reyes de esta macabra historia.
Aproveché el cambio de luz, entre las siete y media y las ocho de la mañana, justo en el
momento en que los Controladores apagaron la única farola que parpadea frente a mi escondite y el
patio quedó sumido en la más absoluta oscuridad. Algunos de mis vecinos, o que algún día lo fueron,
dejaron de rondar el patio para alejarse del negro púrpura del amanecer. Esperé a tener unos metros
de distancia, abrí la puerta y salté al patio con todas mis fuerzas, empujando mis piernas hacia
delante en dirección a la cocina. Lo más triste es que sorteé alguna de aquellas almas en pena a
escasos palmos de sus narices pero no tuvieron fuerzas ni para mirarme.
Así que tengo comida para unos diez días más. Doce, si resguardo bien las existencias en el
rincón donde no alcanzan las seis enormes goteras que, en el techo, no dejan de humedecer el suelo.
Es una suerte (¡menuda suerte!) que estemos en junio, o eso creo, porque de haberme encerrado en
febrero o en diciembre, en este momento ya sería uno más de aquellos cuerpos que se amontonan en
el rincón del patio.
¿Sabes? Intento recordar el día en que los Controladores me arrastraron hasta aquí, la mano
de Elsa aferrada a mí como un poderoso garfio, la sensación de sus uñas al clavarse en mi piel
cuando nos separaron, el color de las paredes del muro o el sonido de mis pisadas baldías al pasar
por encima de los charcos de sangre de las víctimas que habían caído antes que yo y que se
amontonaban por doquier (y todavía lo hacen, aunque sus cuerpos se han pegado unos a los otros
como un montón de chicles masticados y sus pieles se amalgaman formando grandes capas de
material orgánico). Intento hacerlo. Sé que los guardo en algún lugar porque te estoy hablando de
ellos. Pero no lo consigo. Y no sé si alegrarme o ponerme a llorar. Si no hago lo segundo es
únicamente para no desperdiciar una sola gota de agua de mi cuerpo.
No quisiera terminar esta carta con una mala noticia, pero lo malo abunda en este maldito
lugar; esta mañana, mientras yo desayunaba una manzana fresca tras mi furtiva escapada a la cocina,
he visto uno de los muertos en vida abalanzarse sobre otro. Al principio he creído que se estaban
peleando por comida que el segundo llevaba en la mano. Eso ha sido antes de que el primero le
arrancara tres dedos de cuajo de un mordisco y se los llevara a la boca.
La cosa no pinta bien. Tienen hambre. Y no quiero ser la siguiente.
Por siempre, Eve.
Cartas a Itzhak 171 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 3
10 de Junio.
Querido Ithak:
He cometido el error más grave que jamás pude cometer. Y ni siquiera me atrevo a
contártelo. Si lo hago es porque sé que esto no llegará nunca a tus manos y porque no temo la
condenación; si no es penitencia lo que estoy marcándome con sangre en cada poro de mi piel cada
día que paso aquí, estoy segura que nada lo es.
Creo que este escondite va a convertirse en mi tumba. El hedor que exhala la puerta de salida
es cada vez peor; el montón de cadáveres frente a mi ventana ya me impide ver el sol. Pero hay más.
Que los Controladores no sepan que estás ahí escondida, no significa que no acaben encontrándote,
de una forma u otra. Y lo han hecho. Quizás no literalmente, pero esta mañana, justo cuando
necesitaba sacar “la basura” (te lo cuento después) me he dado cuenta que no puedo abrir la puerta.
Han empezado a acumular frente a ella los cuerpos de aquellos muertos en vida que no han podido
soportar más la angustia de este infierno. Lo he intentado con todas mis fuerzas pero es imposible.
Tampoco puedo escapar por la ventana, por culpa de los barrotes. Si tuviera comida de sobras
intentaría esperar a que los cuerpos se reblandecieran. Quizás entonces, si no amontonan más… pero
hay más.
Tengo un muerto en vida en mi escondite.
Se llama Alexei (o eso creo por sus balbuceos). No sé nada más de él, aparte de que aún
guardaba algo de fuerza en su interior cuando consiguió abrir la puerta ayer por la tarde, rompiendo
parte del armatoste que usaba como cerradura de seguridad. Lo malo es que usó parte de su otra
fuerza para intentar echarse sobre mí tan pronto como vio la comida en el rincón para quitármela. Y
lo peor es que tuve que golpearle con la barra de hierro para quitármelo de encima. Y mi fuerza era
superior a la suya.
No. Eso no es lo peor. Lo es el hecho que no me atreví a echarlo a la calle en cuanto tuve
oportunidad, por miedo a que empezara a balbucear a algún Controlador mi paradero, y lo mantuve
retenido en mi escondite hasta que dejara de respirar.
Y ahora resulta que en cuanto lo hizo, esta mañana a primera hora, no puedo quitármelo de
encima ya que no puedo abrir la puerta. Esto quiere decir que no quiero ni imaginar qué tendré que
hacer para deshacerme de su cadáver.
Deberías ver en qué nos han convertido los Controladores. En los ojos blancos de Alexei veo
fragmentos de las miles de ideas que corrían por su cabeza cuando descubrió que en el interior de la
letrina en desuso había no sólo vida, sino también, comida. La piel de este muerto en vida es tan
transparente que me da la impresión de estar tocando una capa de aceite cubriendo algo de músculo
seco y huesos a medio derruir. Su rostro, ni siquiera ahora que está por fin en paz, muestra un solo
atisbo de cordura. Intento quitarme de encima los mechones ensangrentados por la herida que caen
como hojas en otoño. Su boca entreabierta apenas me enseña dos dientes enteros. Los demás han
desaparecido en algún momento de su pesadilla.
Sí, Itzhak. Estoy en una letrina de apenas metro por metro. Atranqué la puerta con el váter
que conseguí arrancar de cuajo, pero por lo visto Alexei ha roto mi seguro por la mitad. No temo por
los Controladores, pues jamás se acercan a este lugar apestoso. Pero a partir de ahora voy a tener que
hacer guardia para evitar que ningún otro muerto en vida decida de pronto que tiene demasiada
hambre para seguir mordiendo a sus compañeros. Fantástico.
Por siempre, Eve.
Cartas a Itzhak 172 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 4
13 de Junio
Mi muy estimado Itzhak:
Ratas. Y caos.
Mis vecinas de letrina se han hecho las amas y señoras de la poca comida que me quedaba.
Hay tantas que apenas me atrevo a moverme del rincón, más que para ahuyentarlas en cuanto se
acercan demasiado a mis pies. Así que adiós a mi banquete de despedida.
Hace dos días cayó una de las gordas sobre el lugar. Llovió tanto que las goteras no
resistieron y el techo de la letrina se partió por la mitad. Tengo suerte que todo aquí es tan precario
que ni siquiera noté la madera al caerme sobre la cabeza. Lo peor fue estar día y medio bajo el
chaparrón. Suerte tendré si no muero de un catarro. O quizás tenga suerte de verdad, y acabe
muriendo de esto antes de convertirme en lo que hay fuera.
La lluvia y el viento derribaron algunos de los cadáveres que se amontonaban frente a mi
puerta, así que con esfuerzo conseguí abrirla lo suficiente para sacar a Alexei de mis dominios, antes
que fuera también pasto de las ratas o peor, que tuviera que terminar comiéndomelo yo.
Ayer empezó a reinar el caos. Los muertos en vida se han dado cuenta, de pronto, que son
muchos más que los Controladores. Su organización es primitiva, pero más lo es el hambre ciega que
los mueve.
Lo que hasta hace poco eran movimientos erráticos y silenciosos se han convertido en
carreras y persecuciones a todas horas, en gritos tan desgarradores que te hielan la piel y te obligan a
morderte el puño para no gritar con ellos. Lo que hastahace poco eran cuerpos tirados por el suelo
balbuceando piedad y comida son ahora ataques coordinados contra todo lo que se mueva en
soledad. Se lanzan contra el cuerpo y lo abaten a golpes y a mordiscos. He visto a través de la
ventana desgarrar un cuello con sus uñas, dejando parte de ellas en la herida mientras ésta no para de
manar sangre. Una vez en el suelo lo despojan de los harapos que lleve y empieza el festín. No me
atrevo a contarte más porque no oso mirar para no tener pesadillas que delate a los demás mi
posición, pero escucho el sonido de la carne al desgarrarse y de sus bocas al masticar con dificultad
la carne tensa de los muertos en vida abatidos.
Los Controladores intentaron atacarlos a primera hora de hoy. Aparecieron de pronto y en
batida, una serie de veinte colocados en uve, internándose en el patio con las armas en ristre.
Un minuto. Los muertos en vida los esperaban, armados con fémures y otros huesos
puntiagudos. Eran ciento cincuenta contra veinte. Consiguieron abatir a unos cincuenta, antes de caer
uno tras otro.
Este sería el momento preciso para salir de mi escondite y ayudarlos a encontrar la llave que
desactive la alambrada eléctrica que nos impide a todos salir de aquí. Pero no me atrevo por varias
razones: la primera, temo no poder dar un paso antes de que se abalancen contra mí. La segunda, no
puedo arriesgarme a dejar escapar estos cien muertos en vida que ni siquiera recuerdan ya sus
nombres. Forman parte de una enfermedad que no es preciso que se contagie fuera. Y la tercera, y la
más importante: sé que Elsa sigue aquí, en alguna parte, y no pienso dar un paso sin saber de Ella.
La bruma gris perla ha vuelto a aparecer en el patio después de tres semanas de ausencia.
Estoy segura que está aquí para escondernos del mundo.
Por siempre, Eve.
Cartas a Itzhak 173 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 5
27 de Junio
Esto es el fin.
Ayer por la tarde, serían las nueve o nueve y media, por la luz, vi a Elsa.
Apareció de improviso, pegando su rostro a los barrotes de la ventana, mirando hacia el
interior, buscando una posible presa. Sé que no me vio, ya que dio media vuelta y se marchó, o
quizás no quiso verme.
Madre de Dios. Ni siquiera hace tres meses que llegamos aquí. Elsa tenía doce años cuando
se soltó de mi mano aquel día de marzo, pero la Elsa que me miró por unos segundos a los ojos
parece haber envejecido veinte más.
De aquella hija que quería conocerlo todo y saberlo absolutamente todo hasta hacerte
explotar los sesos con tanta pregunta, sólo queda un pozo de negrura que se cuela a través de sus
ojeras hacia lo que un día fueron unos ojos redondos y azules. Su pelo rubio y rizado se ha
encanecido hasta el platino. Sus bucles son ahora trazos blancos que caen en mal zigzag sobre sus
hombros, tan secos que los huesos parecían parte de una armadura bajo su ropa sucia de barro y
sangre. De aquella sonrisa que hacía lucir el sol no queda más que una pálida mueca vertida en unos
labios tan pálidos y finos que apenas puedo decir que haya boca entre la nariz y su barbilla.
Eso sí, hay sangre por todas partes; sangre en la comisura de sus labios, sangre goteando por
su cuello hasta colarse por sus pechos, sangre en los harapos y sangre entre las uñas que agarraban
los barrotes. Sé que ha estado comiendo, como los demás. Sé lo que he estado esperando durante
tanto tiempo en esta tumba de meados y cagados y de tuberías atascadas y de ratones royendo cada
vez más cerca de las puntas de mis pies: Nuestra Elsa, es una muerta en vida.
Es por esto que esta es la última carta que te escribo, aun sabiendo que jamás las recibirás
porque ni siquiera las estoy escribiendo. Estas formas mentales de diario han sido lo que han
conseguido mantenerme en los límites de la cordura, aun cuando Elsa se encontraba prisionera, o
cuando los Controladores se libraban en un lascivo alemán de aquellos que éramos más válidos, o
cuando te añoraba tanto que mis alaridos internos de dolor se convertían en arcadas que no
conseguía vaciar en el oscuro agujero de la letrina.
Estoy harta de cordura, de ser probablemente la única en este lugar que todavía piensa en
algo que no sea en comida, aunque me muero de hambre. Han convertido en muertos en vida a seres
que jamás pensaron en nada más que no fuera una vida digna, en familia, trabajando por el bien de
los demás. Nos han vejado y nos han dejado a nuestra suerte. Comprendo cada movimiento y
decisión de aquellos que un día fueron compañeros míos de barracón. Judíos, polacos, rusos, todos
somos (creo que es hora que me una a ellos, ya que es la única manera de olvidar) el mayor logro de
esta maldita Segunda Guerra Mundial: un montón de zombis que luchan por sobrevivir en un lugar
donde la paz pero sobretodo, la cordura, hace tiempo que nos abandonó para siempre, y donde la
muerte es la mayor esperanza para todo aquél que se hiciera llamar, antes de este horror, “ser
humano”.
Oigo aviones en algún horizonte lejano. Distintos. Quizá sean americanos y vengan a
sacarnos de este campo de concentración, o quizás vengan a terminar para siempre con esta
pesadilla.
Adiós Izthak. Estés donde estés, si has logrado sobrevivir a tu cautiverio, piensa en mí y en
Elsa. Te queremos.
Por siempre, Eve.
Cartas a Itzhak 174 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CUMPLEAÑOS MORTAL
Oscuridad, gritos, una noche sin luna. Gente corriendo por las calles en cualquier dirección
sin saber siquiera hacia donde iban. Lizz, al igual que el resto trata de ponerse a salvo, pero, ¿de qué?
Corría desesperadamente chocando con oleadas de gente que la empujaban por ambos lados. Su
largo pelo negro sobre la cara le impedía ver lo poco a lo que sus ojos se habían acostumbrado. Sus
oídos quedaban inutilizados ante el estruendo. El tacto no la servía de nada. Y ninguno de sus
sentidos parecía responder. Agotada se acerca a una rugosa pared de la plaza y se deja caer
lentamente por ella. Sus piernas no aguantan más, no puede huir. S e ahoga. Trata de respirar dando
bocanadas al aire que parece haber desaparecido. De pronto silencio. No hay gritos. No hay gente. L
a garganta le arde de tal manera que parece quemarse por el fuego, sus afiladas uñas intentan
aliviarlo arañando sin saberlo su pálido cuello.
—Lizz… ¿estás bien?...Lizz...
La chica abre los ojos sobresaltada. Cesa la oscuridad y el ardor, que ha sido sustituido por
un intenso escozor en el cuello.
—Lizz hija estás sangrando, ¿de nuevo ese sueño? —pregunta su madre con una profunda
mirada escoltada bajo las cuidadas cejas.
Se mira las manos llenas de sangre. El mismo sueño de siempre y la misma reacción. A
mitad de la noche, mientras sueña, se levanta de su cama en el segundo piso del chalet, baja las
escaleras y en la planta de abajo se planta de pie en el salón, y comienza a arañarse el cuello una y
otra vez.
A la mañana siguiente Lizz y su familia celebran con tíos y abuelos el cumpleaños de uno de
ellos, el más anciano que camina a paso apresurado hacia los ochenta años. Como en ocasiones
anteriores, Lizz, sin primos ni hermanos con los que pasar el tiempo, sube al desván, su sitio
preferido de la casa vieja que sus abuelos tienen en el pueblo.
Entre polvo, telarañas y algún ratón de pequeño tamaño busca su caja favorita, la de los
álbumes. Introduce su mano en ella y palpa algo diferente. Un grueso libro con la portada un tanto
ajada y extremada mente rugosa. Con un cuidado sobrenatural lo toma entre sus manos y lo abre por
la mitad. Ojea un poco por encima y pasa de página. Extrañada ante el grosor de éstas descubre que
habían sido pegadas por las esquinas. La curiosidad es más fuerte que ella y se afana en despegarlas.
Lo consigue y una gran decepción inunda su interior no entiende nada de lo que hay escrito pero se
divierte pronunciándolo en voz alta.
Al cabo de un buen rato, cuando calcula que llegan los pasteles, baja del desván hacia el
salón. No ha terminado de bajar y oye ruidos raros.
—¿Abuela? ¿Eres tú?
Avanza sigilosamente hacia la habitación de su abuela. Está sentada frente al tocador. Se
cepilla el pelo una y otra vez. Con cada cepillada un mechón de pelo blanco desciende hacia el suelo.
No tiene buen aspecto.
—¿Abuela?
La mujer sentada frente al espejo gira sobre el taburete. Confirmado, tiene mal aspecto. Su
cara surcada de arrugas, amenaza con desprenderse a trozos. Sus ojos desorbitados parecían mirar a
un punto más allá del infinito, un punto que la chica no veía, miraban al vacío. La boca de la anciana
se entreabrió ligeramente. En ese mismo instante un pedazo de pómulo perdió la batalla contra la
gravedad y cayó precipitadamente al suelo, dejando en su lugar un fondo de carne roja sobre la que
se veía un fluido viscoso transparente.
Lizz se sentía en una de sus pesadillas. Su abuela se levantó y comenzó a acercarse
atropelladamente hacia ella. Al ir a girar sobre sus pies, la chica vio a su madre, que salía del salón
con el mismo aspecto. Su tersa piel había desaparecido casi por completo y parecía estar en un
Cumpleaños mortal 175 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) estado de descomposición más avanzado que el de su abuela. Uno de los brazos de la madre agarró
a Lizz por el cuello.
Asustada la joven de cabello negro le propinó un buen empujón y corrió de nuevo hacia el
desván. Su abuelo y su padre en la cocina, su abuela en el suelo de la habitación, su madre en el
pasillo intentando coger el brazo que Lizz le había desprendido del empujón.
Un fuerte portazo creó un universo aparte en su mente. Los zombies quedaban a un lado y
ella estaba a salvo en el desván. La ansiedad se apoderó rápidamente de su cuerpo, y los gritos
salieron de su boca sin necesitar orden alguna. Las lágrimas empapaban ya sus mejillas.
Se derrumbó. Se dejó caer al suelo de rodillas entre grandes sollozos y gritos de auxilio.
Estaba dominada por el pánico, y mientras los zombies intentaban abrir la puerta cerrada con el
grueso pestillo de metal, ella golpeaba el suelo con ambas manos.
Al cabo de unos minutos, sintió una sensación familiar en la garganta, le ardía. Se apoyo en
una de las paredes de piedra del desván y se quedó allí sentada contemplando sin mirar la pared de
enfrente, con los párpados paralizados y sin poder reaccionar. Estaba reviviendo su sueño, las
piernas le temblaban con tal ímpetu que no podía levantarse. No veía, no oía, vagaba perdida en un
mundo aparte, en su mundo interior, cobijada bajo las paredes de su cráneo sin centrarse siquiera en
lo que tenía al otro lado de la puerta.
Pasaron los minutos, las horas, apareció la luna y despertó de nuevo el sol, mientras que Lizz
seguía inmóvil en aquel desván, con sus brazos rodeando las todavía temblorosas rodillas, y sus ojos
todavía perdidos en lo más hondo de sus entrañas. Revivía constantemente momentos de la infancia,
anteriores cumpleaños… De pronto se dio cuenta de que no podría aguantar allí mucho más. Salió de
su estado de trance y afrontó lo que la esperaba afuera.
Miró por el desván en busca de algún arma, pero lo único que encontró fue una daga y una
horca del huerto. Apartó las telarañas sin miramientos y se acercó a la puerta, horca en mano, y con
mirada arrogante y perversa hizo retroceder el pestillo. Acercó su blanca cara a la puerta de roble y
guardó silencio. Un minuto, dos, ningún ruido. Un momento antes de que se apartara de la puerta
dispuesta a salir, un gran cuchillo de cocina la atravesó con una facilidad asombrosa, como si se
tratara de mantequilla y pasó a escasos milímetros de su nariz, ante sus ojos.
De un salto se apartó de la puerta, pero no tuvo la precaución de correr de nuevo el pestillo.
Ésta fue empujada por una manada de zombies, entre ellos su familia y vecinos. No se explicaba que
podría haber pasado, pero tampoco tuvo tiempo de ello. Utilizó las armas de las que disponía, agarró
la horca como tantas otras veces había hecho con su abuelo en verano y lanzando un atronador grito
de guerra arremetió contra ellos causando varias bajas en el ejército de muertos que se cernía sobre
ella. No miró las caras, no quería saber quiénes eran, no eran nadie, eran amenazas, nada más. S i se
preocupaba por mirar a quién embestía y a quién no, no tardarían mucho en morderla.
Intentaba ver más allá, una salida tal vez, o tan solo situase en la gran casa de su abuela, no
sabía dónde estaba. Por todos lados veía ojos de mirada perdida, bocas entreabiertas y caras
incompletas o extremidades por los suelos, una arcada le vino a la boca, todo aquello era repulsivo.
El suelo tenía ahora una espesa capa de sangre y trozos de carne mezclados con aquella asquerosa
sustancia viscosa.
Estaban hambrientos, sus bocas entreabiertas lanzaban sonidos espeluznantes en los que la
chica podía apreciar el apetito que tenían. Unos dientes amarillos y desgastados se lanzaron
desesperadamente hacia su brazo, pero con suerte, Lizz consiguió que tragara aire. Si la hubiera
mordido…
Basta tenía que concentrarse, ya pensaría luego, primero debía salir de allí. Continuó dando
bandazos y pinchadas con su querida horca hasta que distinguió por fin dónde estaba. El salón. Las
escaleras hacia la puerta de la calle no quedaban lejos, podría llegar. Los brazos le pesaban, cada vez
le costaba más levantar la horca. Los zombies no parecían terminarse. No podía más. No había
comido desde ayer, ni dormido en cuarenta y ocho horas. Pero ya faltaba poco, tenía que
Cumpleaños mortal 176 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) conseguirlo, estaba a escasos metros de su libertad no podía rendirse, no, ella no era así. Sacó fuerzas
de donde no tenía y continuó.
Por fin, la calle, su libertad, su salvación.
Se equivocaba, hordas de muertos vivientes se zarandeaban por las calles. L a alegría que
sintió en un principió se vio extinguida al ver las sombras de esos bichos al amanecer. Había estado
dentro más tiempo del que creyó posible.
No podía ser cierto, ¿cuántos habitantes tenía ese maldito pueblo? Nunca había visto tantos.
De pronto todos comenzaron a reunirse en la plaza, justo enfrente de la puerta en la que estaba Lizz.
Extrañamente formaron un tipo de procesión y en fila de uno empezaron el ascenso por una de las
calles, en dirección al cementerio. Salían de todas partes, de cualquier esquina, su número iba en
aumento. Pero poco a poco desaparecían tras los edificios de la misma manera que habían aparecido,
llevándose con ellos su alarmante zumbido y dejando tras de sí un rastro de carne y vísceras. Se
estaban descomponiendo.
No sabía por qué actuaban así, ni porque se descomponían, pero al igual que antes, no la dio
tiempo a pensar, su cerebro estaba bloqueado. Dejó de oír el ruido y sintió la esperanza de salir de
allí con vida.
La vista se la nubló, los oídos comenzaron a pitarle, sus piernas se transformaron en flanes,
incapaces de sostenerla un instante más. Perdió el equilibrio y cayó al suelo. Notó el fuerte golpe en
su cabeza, y se sintió retumbar en el suelo como un pino recién cortado. Sentía que se había partido
en dos. Intentó moverse, andar, pero no lo consiguió siquiera un milímetro.
Un sonido extraño la sacó de su profundo sueño. ¿Dónde estaba? ¿Un tren? Poco a poco
consigue levantar los pesados párpados. Sí, un tren. ¿Cómo ha llegado allí?
Lanza un vistazo al vagón, vacío, sólo un asiento está ocupado. Un chico de
aproximadamente unos pocos años más que ella la sonríe desde el otro lado del vagón. Una sonrisa
perfecta, blanca, que inspiraba una profunda tranquilidad. Vio que se levantaba e iba hacia ella. No
pudo más, cerró de nuevo los ojos, ya hablaría con él en otro momento.
Cumpleaños mortal 177 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) SAN MARTÍN
1. Una iglesia.
En el pueblo de San Martín, las cosas habían cambiado para mal. El interior de su iglesia
lucía ahora siniestro y lúgubre porque la luz de la mañana debía abrirse paso a través de ventanales
polvorientos y salpicados de sangre. Los asientos, sucios y baleados, varios de ellos destruidos,
estaban dispersos por todo el sitio; el confesionario era una pila de escombros cubiertos de hollín; y
las paredes, además de manchadas de sangre, estaban casi destruidas debido a la gran cantidad de
balazos que en algún momento habían recibido. Ahora que el infierno había llegado a la tierra y
llegado para quedarse, frase que el guardia de seguridad solía mencionar cuando la ocasión lo
ameritaba, esta pequeña casa de oración se había convertido en un monumento a la desolación y al
caos reinante.
El silencio se vio interrumpido por tres disparos provenientes del exterior. Las puertas de la
iglesia se abrieron abruptamente y dos jóvenes ingresaron a toda carrera, cada uno sosteniendo el asa
de un baúl metálico de color rojo. Ambos eran atléticos, atractivos y de estatura promedio. Ella
vestía un uniforme blanco de enfermera; él, un traje de ejecutivo de color gris claro, que combinaba
con una camisa blanca y una corbata negra. Avanzaron rápidamente por el pasillo central, se
detuvieron ante los escalones del altar, colocaron el baúl en el piso y, jadeantes y cubiertos de sudor,
dirigieron su mirada hacia las puertas. Un escalofriante coro de aullidos y gritos salvajes había
empezado en el exterior, se sobresaltaron al escuchar un par de disparos, el ejecutivo miró por un
segundo a la enfermera y luego, más por instinto que por valentía, corrió hacia las puertas abiertas.
Un hombre fornido, de gran estatura, ligeramente canoso, vestido con un uniforme café de
guardia de seguridad y con un arma en la mano derecha, apareció sorpresivamente y se paró en el
umbral. El ejecutivo se detuvo a pocos pasos de él y, con una rapidez que le sorprendió, vio como
enfundaba el arma en la pistolera de su cintura, cerraba las puertas y apoyaba su espalda contra ellas.
Escucharon que gran cantidad de aullidos, gritos y pasos se aproximaban a las puertas; al cabo de
unos segundos, éstas empezaron a sacudirse violentamente.
—¡Busca algo para trabar estas malditas puertas! —gritó el guardia. El ejecutivo permanecía
petrificado—. ¡Apúrate imbécil o nos morimos! —gritó nuevamente, consiguiendo que el ejecutivo
reaccionara.
El ejecutivo revisó rápidamente a su alrededor y, entre las ruinas de unos asientos, encontró
una tabla que, probablemente, había servido de espaldar en alguno de ellos. El guardia se volteó,
apoyó ambas manos sobre las puertas, aplicando toda su fuerza y todo su peso para controlar las
sacudidas, observó como el ejecutivo deslizaba la tabla entre las asas y, desenfundando y levantando
su arma, se apartó velozmente de ellas.
El guardia vio que las puertas seguían sacudiéndose, enfundó su arma, se acercó hacia uno
de los asientos y empezó a arrastrarlo.
—¡Ayúdenme a formar una barricada! —gritó el guardia—. ¡Rápido imbéciles! ¡No se
queden ahí con la boca abierta!
Entre los tres amontonaron asientos contra las puertas y luego de unos minutos, agotados y
literalmente sin aliento, contemplaron su “obra” sin felicitarse ni decirse palabra. El ejecutivo no
resistía el dolor en sus piernas así que se sentó en el piso, cerró sus ojos y comenzó a respirar
entrecortadamente.
—Esas putas puertas no van a resistir mucho tiempo —dijo el guardia, luego de ver a uno de
los asientos desmoronarse ante la violenta sacudida de las puertas—. Debe haber cientos de esos
malditos caníbales allá afuera.
—Hay que salir de aquí entonces —dijo la enfermera—. Tal vez haya otra puerta, no sé,
quizás alguna ventana.
San Martín 178 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Tal vez preciosa, pero antes necesitamos encontrar más armas…o más municiones —
acotó el guardia mientras observaba las paredes del lugar—. En este sitio se libró una maldita
guerra, tal vez haya quedado un arma tirada por ahí, o algo que nos ayude. Por qué no buscas…
—¿Qué hay del baúl? —interrumpió la enfermera.
—¿Qué cosa?
—¡El baúl! –insistió la enfermera—. Tal vez lo que haya dentro nos sirva de algo. Dios sabe
que no podemos seguir arrastrando esa maldita cosa. Además, ella dijo que el baúl era de vital
importancia.
Aunque los aullidos, los constantes golpes y las violentas sacudidas de las puertas hacían que
el guardia se sintiera, muy en el fondo, temeroso y lleno de ira, gracias al entrenamiento militar que
había recibido en su juventud, aún en las situaciones más adversas era capaz de guardar la
compostura durante largo rato y de razonar rápidamente cualquier problema antes de proceder. Estas
virtudes, en conjunto con otras, lo habían mantenido con vida hasta ahora, también lo convertían en
un elemento valioso y en el líder innato de cualquier grupo; sin embargo, no se permitía el lujo de
creerse la divina cosa porque el orgullo, creía él, además de inútil, podía llevarlo a cometer errores
con consecuencias fatales.
—Ahora que el infierno ha llegado a la tierra y llegado para quedarse —dijo el guardia,
fijando su mirada en el baúl que reposaba a unos pasos del altar—. Lo peor que se puede hacer con
una idea interesante es desecharla sin intentar llevarla a cabo. Además, tienes mucha razón preciosa,
no podemos continuar cargando ese lastre.
El guardia caminó hacia el baúl, se paró junto a éste, lo observó detenidamente y luego se
agachó para examinar la cerradura.
—¿Tienes idea de cómo abrirlo? —preguntó la enfermera.
—Ni puta idea —respondió el guardia. El baúl estaba herméticamente cerrado y el orificio
de la cerradura tenía forma triangular—. Ciertamente nos dijo que este bulto era importante pero no
nos dijo cómo demonios abrirlo.
—Tal vez podrías… —empezó a decir la enfermera.
El ejecutivo contuvo la respiración, abrió los ojos, súbitamente se puso de pie y volteó a ver
al guardia.
—¡Cuidado con el maldito cura! —gritó el ejecutivo, sobresaltando e interrumpiendo a la
enfermera.
Un zombie vestido de cura surgió de una esquina oscura del altar y se abalanzó sobre el
guardia. Éste se puso de pie, desenfundando su arma, pero el cura logró sujetarlo de los hombros e
hizo que ambos cayeran. El guardia perdió su arma, puso ambas manos sobre el rostro del cura y
empezó a forcejear con él. El cura sujetó las muñecas del guardia e intentó librarse de ellas.
—¡Ayúdenme imbéciles! —gritó el guardia.
El cura aullaba y atacaba con más fuerza. El rostro del guardia se cubría de la saliva que el
cura escupía con cada aullido y con cada intento de morderle.
—¡Ni creas que voy a dejarme matar por un pedazo de mierda como tú! —gritó el guardia,
un segundo antes de que la cabeza del cura explotara y cubriera de sesos y sangre su ya mugriento
rostro.
El guardia apartó el cuerpo del cura y tomó un respiro. Cuando estaba por apoyar sus
hombros para ponerse de pie, la enfermera colocó un pie sobre su cuello y le apuntó con su propia
arma. El guardia sujetó el pie de la enfermera, quien ante esta reacción ejerció mayor presión, y la
miró fijamente.
—Sé honesto y dime si te mordió —dijo la enfermera, apuntando a la cabeza del guardia.
San Martín 179 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El guardia le sostuvo la mirada por un par de segundos, pensando seriamente en hacer
trastabillar a la joven pero, al detectar una feroz seguridad en sus ojos y un inquietante pero leve
temblor en la mano que sostenía el arma, finalmente decidió no arriesgarse.
—No, no me mordió —respondió el guardia. La enfermera meditó la situación, no se
conocían desde hace mucho, pero algo en su interior le decía que podía confiar en la palabra de aquel
hombre—. Ahora bien —continuó el guardia al notar que la mirada de la joven se suavizaba—, si ya
no piensas volarme los sesos, me gustaría mucho que dejaras de apuntarme y que te quites de mi
cuello.
La enfermera bajó el arma, retiró su pie y retrocedió un par de pasos. El guardia se puso de
pie, sacó un pañuelo sucio de su bolsillo trasero y se limpió el rostro lo mejor que pudo. Luego de
arrojar el pañuelo sobre el cuerpo del cura, volteó a ver a la enfermera, quien le devolvió su arma.
—Sabes que debía asegurarme primero —dijo la enfermera mientras el guardia enfundaba su
arma.
—Tranquila preciosa, yo hubiera hecho lo mismo.
Los aullidos y gritos provenientes del otro lado de las puertas eran cada vez más intensos,
todos vieron como otro asiento se desmoronaba de la barricada y como las puertas se sacudían con
más fuerza.
—Debemos largarnos de una vez —dijo la enfermera—. Olvidemos el maldito baúl y
larguémonos ya.
—Tienes razón –dijo el guardia dirigiendo su mirada al ejecutivo—. Pero antes de seguir,
quiero saber cómo niño bonito aquí presente supo que ése monstruo estaba ahí escondido.
El ejecutivo era un hombre acostumbrado a recibir órdenes, lo cual no le molestaba, porque
eso significaba que era otro el que tenía que pensar y decidir, él solamente tenía que llevar a buen
término lo que se le pedía y dejar que la persona que le dio la orden viera qué mismo hacía con lo
que él entregaba. Se había convertido en un ser sin ambiciones, sin ganas de sobresalir, no le
interesaba esforzarse y se había convertido en esclavo de la rutina laboral. Esto no había ocurrido de
la noche a la mañana, este ser había nacido después de varios años de frustración y de ver como se
desvanecían sus sueños de convertirse en un renombrado compositor y cantante. Nunca nadie podría
acusarlo de no haber intentado despuntar porque, sin que nadie lo apoyara y aguantando críticas y
burlas de familiares y conocidos, se esforzó y sacrificó mucho en pos de alcanzar su meta; sin
embargo, como le ha pasado a muchos seres humanos a lo largo de la historia, esa oportunidad de
sobresalir nunca se presentó y, con todo el dolor de su alma, tuvo que aceptar que tal vez nunca lo
haría. Ahora, la situación había cambiado de manera drástica, la seguridad de la rutina se había ido
al diablo hace mucho rato y estaba por convertirse en lo que había llegado a despreciar: el centro de
atención. El guardia se había parado frente a él, pero era incapaz de descubrir lo que se escondía
detrás de su mirada, era temor, tal vez desconfianza, probablemente ira, de lo único que estaba
seguro es que cuando explicara lo que sabía, la situación no iba a mejorar.
—Y bien muchacho, estoy esperando que me expliques —dijo el guardia.
—No me vas a creer cuando te lo diga –respondió el ejecutivo. Vio por un segundo el techo
y respiró profundamente—. Casi nunca me creen cuando se los digo, algunas veces sí, otras veces
no.
—¿De qué demonios estás hablando?
—¡De que no es la primera vez que estamos aquí! —gritó el ejecutivo. Hacía un gran
esfuerzo para contener sus lágrimas, para no perder el control—. No es la primera vez que nos
encerramos en este maldito sitio, en realidad, todo lo que hemos vivido desde que escapamos del
hospital… ¡todo!...lo hemos vivido más de una vez.
La enfermera paseaba su mirada entre el ejecutivo y el guardia, realmente no estaba segura,
pero su instinto le gritaba que era hora de salir corriendo; sin embargo, para una mujer en el fondo
San Martín 180 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) acostumbrada a depender de otros, primero de sus padres y luego de cada hombre que había cruzado
su camino y su cama, no le resultaba atractiva la idea de lidiar por su cuenta con el infierno que
existía más allá de las paredes.
—Muchacho, te juro que no es buen momento para perder la cordura –dijo el guardia.
—Amigo, quisiera estar volviéndome loco, pero es la puta verdad —contestó el ejecutivo—.
Algunas cosas cambian…o sea…no siempre hacemos lo mismo —continuó el ejecutivo ante la
mirada atenta de ambos y con sus ojos llenándose de lágrimas— a veces hacemos una cosa, otras
veces hacemos otra, pero en esencia siempre ocurre lo mismo…siempre nos enfrentamos a los
mismos peligros…no importa cuantas veces entremos en esta iglesia, ese maldito cura siempre
aparece para atacarnos.
—¿Por qué no dijiste nada mientras corríamos hacia acá? —preguntó el guardia, quien hacía
uso de todo su entrenamiento, y de toda su fuerza de voluntad, para no golpear al muchacho.
—Porque en ese momento no lo sabía —respondió con cautela el ejecutivo. Sus lágrimas
rodaban por sus mejillas pero sentía que esto no evitaría que el guardia le fracturara la quijada de un
puñetazo. Aunque la situación estaba tornándose tensa, gracias a él, todos parecían haberse olvidado
de los zombies que empujaban las puertas, cada vez con mayor fuerza—. No lo puedo explicar —
continuó el ejecutivo— pero los recuerdos no vienen a mí en el mismo instante. La última vez que
estuvimos aquí lo recordé todo luego de que matamos al cura…perdón… —miró al guardia y secó
sus lágrimas— luego de que tú lo mataras. —El ejecutivo guardó silencio por un segundo— ¿y
saben lo más extraño de todo? ¡Lo que realmente me vuelve loco! Sólo recordamos la última vez que
estuvimos en cada sitio del que hemos escapado, cada maldita cosa que hicimos…pudimos haber
estado ahí treinta veces pero sólo recordamos todo lo que hicimos la última vez, ¡hasta el último
detalle!…excepto momentos como éste…ni bien empezamos a correr… ¡puf!... se nos borran del
disco duro. Ustedes olvidan todo lo que les he dicho y yo todo lo que recuerdo.
—¿Por qué eres tú el único que lo recuerda todo? —preguntó el guardia.
—Honestamente…no tengo la más puta idea —dijo el ejecutivo—. Pero daría cualquier cosa
para que no fuera así.
—¡Lo que dices no tiene el más mínimo sentido! —gritó la enfermera.
—¡Y qué de lo que hemos hecho hasta ahora ha tenido el más mínimo sentido! —gritó el
ejecutivo luego de moverse y pararse frente a ella. El ejecutivo secó nuevamente sus lágrimas, las
cuales continuaban saliendo debido a la ira, mezclada con terror, que lentamente se apoderaba de
él—. Realmente no entiendo –continuó mientras se alejaba de la enfermera y se paraba donde ambos
pudieran verlo– porque sencillamente no robamos un maldito auto y abandonamos San Martín de
una vez por todas… porque andamos corriendo de un lado al otro… ¡no entiendo por qué demonios
hacemos lo que nos dice cada maldito sobreviviente que encontramos en el camino!
—Sabes que ninguno está vivo ahora —acotó la enfermera. Sin embargo, tanto a ella como
al guardia empezó a invadirles la espantosa sensación de que existía cierta lógica en lo que les decía.
—Lo sé –dijo el ejecutivo, quien luchaba por recuperar la calma—. O los han matado, o los
hemos tenido que matar, el punto es… ¿por qué hemos seguido sus malditos consejos en primer
lugar? ¿Cómo demonios sabían tanto y nosotros nada? Lo que nos han dicho sólo ha sido de utilidad
cuando terminamos encerrados, como lo estamos ahora…si simplemente nos largáramos, no
tendríamos…
Otro asiento cayó de la barricada y el ruido hizo callar al ejecutivo y que todos dirigieran su
mirada hacia las puertas, a las cuales habían olvidado y que ahora se sacudían con una increíble
violencia.
—Ok, basta de charla —dijo el guardia, desenfundando su arma—. Muchacho, ha llegado el
momento de que te luzcas y de que nos guíes fuera de aquí.
—¡¿De qué demonios estás hablando?! —contestó el ejecutivo.
San Martín 181 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¡Dijiste que hemos vivido esta mierda varias veces! —le increpó el guardia—. ¡¿Acaso
no recuerdas dónde está la maldita salida?!
—¡No, maldito idiota! ¡No sé dónde está la puta salida porque aún no la hemos encontrado!
—¡¿Qué cosa?! —preguntó la enfermera.
—¡Estamos repitiendo esto precisamente porqué aún no hemos descifrado cómo rayos salir
de aquí! —respondió el ejecutivo—. Hemos buscado otra puerta, un sótano, una escalera para salir
por los ventanales, incluso intentamos abrirnos camino a balazos…
—¿Qué nos ha pasado las otras veces? —le interrumpió el guardia.
El ejecutivo permaneció callado un par de segundos, dejando que las lágrimas le surcaran
nuevamente el rostro, respiró profundamente y miró fijamente al guardia.
—Nos hemos muerto amigo mío —respondió fríamente—. Y te aseguro que no ha sido
agradable.
Otro par de asientos cayeron de la barricada y el ruido que causaron hizo que todos se
sobresaltaran.
—Maldita sea —dijo el guardia—. Muchacho, piensa, ¿qué demonios no hicimos en ésas
otras ocasiones que estuvimos aquí?
El ejecutivo secó sus lágrimas y sonrió con amargura. Estaba por decirle al guardia que se
fuera al diablo, que odiaba ser la persona en la que otros depositaban su confianza, que estaba
cansado de siempre actuar como una suerte de oráculo, obligado a dar la respuesta que resolviera
finalmente todos los problemas; sin embargo, justo cuando estaba por abrir la boca, se acordó del
baúl. Dejó de sonreír, todo su ser se petrificó y dirigió un par de ojos bien abiertos hacia el rostro del
guardia.
—¡El baúl! —dijo el ejecutivo—. ¡Nunca hemos intentado abrir el baúl!
examinado superficialmente pero no nos hemos esforzado en abrirlo.
Lo hemos
—Pero no tenemos la llave —acotó la enfermera.
—Al demonio con la llave —dijo el guardia. Éste se volteó, apuntó al baúl y disparó dos
tiros certeros a la cerradura.
Todos se agacharon para ver la cerradura y descubrieron que permanecía intacta. El metal
no estaba abollado, ni siquiera presentaba un raspón.
—¡¿De qué diablos está hecha esta porquería?! –dijo el guardia.
—¿Qué hay con lo que nos dijo la niña antes de morir? —preguntó la enfermera. Ambos
hombres la miraron fijamente—. ¡Diablos! ¡¿Es qué no lo recuerdan?! Dijo algo de la fe corrompida,
que eso nos ayudaría, que…
—El baúl es de vital importancia para su salvación terrena y un símbolo corrompido de fe
les ayudará con su pena –recitó el ejecutivo.
—¡Exacto —gritó la enfermera—. Eso fue lo que ella…
En ese instante se derrumbó el resto de la barricada, la tabla que el ejecutivo había colocado
finalmente se partió y ambas puertas cayeron al suelo. Un ejército de zombies ingresó a la iglesia y
rápidamente avanzó por el pasillo central. El guardia se alejó del grupo, se paró en medio del pasillo
y empezó a disparar.
—¡Huyan maldita sea! —gritó.
La enfermera se volteó y se alejó gritando hacia el altar. El ejecutivo, sin embargo,
permaneció al pie del baúl, mirando fijamente a la cerradura, repitiendo constantemente la frase que
la niña, quien les había guiado hasta el baúl en primer lugar, había pronunciado antes de morir.
San Martín 182 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El guardia disparó hasta que se quedó sin balas y luego arrojó su arma hacia los zombies.
Intentó defenderse a puño limpio pero, al final, varios de ellos le rodearon, se abalanzaron sobre él y
empezaron a despedazarlo y a devorarlo sin piedad, sin inmutarse por los gritos de terror que el
hombre profería con cada herida que le infligían.
El ejecutivo continuó en su trance, repitiendo la frase una y otra vez, sin percatarse de los
zombies que se aproximaban. Había permitido que la frustración lo convirtiera en un ser patético y
miembro honorífico del famoso club de “uno más del montón”; pero en ese instante, mientras
recitaba aquella línea, unos segundos antes de que el primer zombie le mordiera en el cuello, con la
esperanza de que volvería a entrar por las puertas de la iglesia, se arrepintió del camino por el que
había conducido su vida y, por enésima vez, se prometió a sí mismo y a Dios que lo cambiaría todo,
que saldría a buscar nuevas oportunidades y que mandaría al diablo a la maldita apatía que lo había
gobernado los últimos años. Cerró los ojos y dejó que la oscuridad volviera a caer sobre su
existencia.
2. Un muchacho.
El muchacho cerró la puerta de la refrigeradora, abrió la lata de soda que había sacado y
bebió un sorbo. Unas pechugas de pollo se descongelaban en el fregadero, las observó por un
instante y se alegró al recordar que su madre prepararía su plato favorito. Abandonó la cocina, subió
las escaleras, pasó frente a la habitación de su hermana mayor quien conversaba alegremente con su
último novio, se detuvo momentáneamente para escuchar pero rápidamente perdió el interés, había
cumplido doce años el mes anterior, sabía que no sería inmune por siempre pero las cuestiones
románticas todavía no formaban parte de su vida. Ingresó a su habitación, colocó la lata en su
velador, se acostó en la cama, contempló el techo y nuevamente meditó en el problema.
—El baúl es de vital importancia para su salvación terrena y un símbolo corrompido de fe
les ayudará con su pena –se dijo a sí mismo en voz alta—. Un cura es un símbolo de fe —continuó
el muchacho–. Pero ahora es un zombie, ahora es una abominación a los ojos de Dios —súbitamente
se puso de pie, permaneció quieto y empezó a sonreír—. Ahora el cura está corrompido. La llave la
tiene el cura, hay que revisar el cuerpo del cura.
3. Un Dios.
En el pueblo de San Martín, pueblo que nunca encontraremos en ningún mapa o universo
que conozcamos, las cosas habían cambiado para mal. La vida de sus habitantes transcurría con
normalidad, con sus penas, alegrías, aburrimientos, sorpresas y demás aspectos que hacen vida a la
vida; sin embargo, repentinamente y sin previo aviso, el mundo que conocían se había transformado
en una escalofriante pesadilla y Dios había dejado de escuchar plegarias, súplicas y promesas
formuladas por enésima vez. Afortunadamente, ellos no sabían que Dios no atendía peticiones
porque ninguno había perdido la esperanza de que todo volvería a ser como antes, ni siquiera
aquellos tres que corrían hacia la iglesia que se levantaba en el centro del pueblo, y por ello
continuaban clamando por su ayuda y elevando sus miradas hacia el cielo. Ninguno se imaginaba, y
nunca lo descubrirían, que había sido precisamente Él quien los tenía atravesando por ese infierno,
no porque quería probar su fe como el Dios de nuestro universo probó al famoso Job, ni porque
disfrutaba con el sufrimiento de seres inferiores, sino porque Dios, su Dios, era un muchachito de 12
años, como cualquiera que hayamos conocido en nuestra vida, muy inteligente pero ignorante de
todo el dolor que había causado, y que seguía causando, y de que gobernaba una lejana realidad
poblada por individuos iguales a nosotros.
Dios se sentó frente a su computadora, leyó el mensaje que le preguntaba si deseaba reiniciar
o cancelar la sesión, seleccionó la primera opción y, confiado y sonriente, se dispuso a resolver el
enigma que le impedía avanzar a la siguiente etapa de San Martín, el videojuego que le habían
regalado en su cumpleaños y que, en este momento, le entretenía mientras esperaba la hora de cenar.
San Martín 183 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ZETA
Llevaba horas escondido en una oscura habitación, sin noción del tiempo pasado, no era
capaz de recordar cómo había llegado hasta allí, de hecho, en ese preciso momento, recordaba muy
pocas cosas de lo que había pasado en las últimas horas. Permaneció agazapado mientras se
recuperaba lentamente de la extraña sensación de estar absolutamente perdido.
El silencio lo invadía todo y se percató de que hacía un buen rato que no escuchaba ningún
ruido en el exterior. Quizás fuese un buen momento para salir de su escondrijo, echar un vistazo al
exterior y saber, por fin, dónde demonios estaba.
Se incorporó torpemente, siendo consciente de la tremenda dificultad que tenía para
coordinar sus movimientos, sin embargo, no era de extrañar, después estar casi inmóvil durante un
tiempo indeterminado. Sus pensamientos tampoco eran demasiado fluidos, pero qué mente no se
alteraría después de ver cómo en apenas 24 horas todo el mundo conocido se había venido abajo. Ni
siquiera sabía si su mujer estaba viva, esperaba que hubiera podido esconderse como él.
Con cautela, salió de su escondite y lo que vio fue descorazonador. La ciudad entera parecía
devastada, bastantes edificios estaban en llamas, muchos coches parecían atravesados en plena calle,
el caos parecía dominarlo todo. Por las calles se veían numerosos grupos de aquellos malditos seres
que deambulaban sin rumbo fijo. Hasta ese momento los diferentes grupos parecían moverse de
forma errática por las calles, pero en un segundo, el aparente caos se organizaba, todos empezaron a
correr en la misma dirección. Todos los grupos se dirigían hacia un automóvil aparcado delante del
Gran Teatro, más de treinta criaturas se abalanzaron sobre el vehículo. Rompieron los cristales. El
grito desgarrador de un niño pequeño se alzó por encima de los gruñidos hambrientos de aquellas
bestias. Aprovechó que lo despedazaban y lo devoraban, para cruzar la calle y escapar a una zona
más segura. Mientras huía corriendo por calles desiertas, intentó sentir algo por lo que acababa de
ver, pero fue incapaz de sentir lástima por el muchacho. Se justificó pensando cómo la tragedia
podía deshumanizar a la gente hasta ese punto.
Durante un par de horas buscó un nuevo cobijo, hasta que llegó a las inmediaciones del
Centro Comercial. Decidió entrar y buscar un nuevo escondite, pues su torpeza iba en aumento, sus
piernas y su cerebro parecían desconectarse de forma alarmante y sus pensamientos eran cada vez
más confusos. Necesitaba descansar con urgencia, estaba exhausto y tal y como estaba el mundo, no
podía permitirse el lujo de cometer un error. Finalmente entró en el Centro Comercial y encontró un
sitio perfecto para pasar la noche. Se acurrucó en una de las esquinas y se quedó dormido al instante.
Despertó para darse cuenta de que su estado había empeorado. Sus músculos, excesivamente
rígidos, reducían de forma notable su movilidad. Anhelaba una buena cama donde dormir, un lugar
seguro y cálido, el cuerpo caliente de su esposa a su lado. Sin poder evitarlo, empezó a llorar
recordando una vida que sólo unas horas antes, parecía de cuento de hadas. Para empeorar la
situación, su cabeza tampoco estaba mucho mejor. Después del ataque de frustración, quedó en
estado semicatatónico. Durante un tiempo excesivo su cabeza se quedó vacía, no era capaz de
concentrarse en sus pensamientos, que parecían arrastrarse, las palabras inconexas que surgían de su
mente sonaban más como un gruñido que como algo humano.
Intentó recomponerse física y moralmente para afrontar con garantías una nueva salida al
exterior. Puso un oído en la puerta y la abrió con cuidado. Después de una mirada furtiva, salió de su
cubículo y deambuló por el Centro Comercial. Su primer impulso de supervivencia fue intentar
llevar unos cuantos víveres a su refugio, pero después de pasear por las estanterías del Supermercado
y a pesar de llevar un día sin comer, decidió no recoger nada, no se sentía hambriento ni sediento y
toda aquella comida le provocaba un malestar físico incomprensible. Algo parecía haber cambiado
en su cuerpo y en su mente, pero no era de extrañar, cuando uno es el protagonista del Apocalipsis.
Así que decidió cambiar sus planes de buscar comida, por intentar buscar a otras personas. Sentía la
imperiosa necesidad del contacto con otros seres humanos, necesitaba recuperar su propia
Humanidad.
Zeta 184 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Se acercaba una nueva noche y regresó a su escondite. Su rigidez corporal, lejos de
atenuarse, iba en aumento, percibía sus movimientos más descoordinados, y su mente estaba cada
vez más lenta, con pensamientos inconexos que era incapaz de interpretar. Al llegar al refugio,
intentó hacer balance del día, y fue consciente de que tenía enormes lagunas y que un par de veces se
encontró perdido en un lugar al que no sabía cómo había llegado. Eso le preocupaba, cabía la
posibilidad de que en uno de esos lapsus fuera atacado por las criaturas. Mientras cavilaba sobre eso,
se quedó dormido.
El despertar a un nuevo día, trajo más malas noticias. Durante los primeros minutos de
vigilia, estuvo intentando recordar dónde estaba y quién era. Era incapaz de hilar pensamientos
complejos, parecía que su mente racional se había volatilizado, apenas podía pensar con claridad.
Casi como un animal y olvidando las mínimas precauciones salió de nuevo al Centro
Comercial. Siguiendo un instinto se dirigió hasta la sección del supermercado y notó que tenía un
apetito voraz. Comenzó a comer compulsivamente varias tabletas de chocolate, pero su desagradable
sabor le provocó unas arcadas imparables. Vomitó. Chocolate y sangre mancharon sus zapatos
andrajosos. Al agacharse ante la fuerza de una nueva arcada, su rostro reflejado en el pulido suelo
del supermercado le provocó un escalofrío, aquel rostro demacrado le miraba como si no fuese el
suyo. Era posible, que llevara muchos más días, de los que pensaba, huyendo de aquellas bestias. El
golpe de realidad, hundió su moral. Decidió volver al refugio y descansar. Al doblar una esquina, vio
a un grupo de aquellas criaturas moviéndose lentamente. Su mente se paralizó. Un terror
sobrenatural lo invadió. Venían hacia él. Lo habían visto. Estaba perdido, jamás volvería a ver a ...
Su mente adormecida, reaccionó, tiiiiraaaateeee aaal suuuueeeelooooo, noooooo teeee
muuueeeevaaass. Así lo hizo, se acurrucó en una esquina y esperó. El grupo de zetas pasó a su lado
indiferente. Un grito de júbilo salió de su mente. Era increíble, lo había conseguido. Su precaria
táctica había sido un éxito. La próxima vez, quizás no tuviese tanta suerte, debería ser más
precavido.
Así pasaron los días, todos iguales, todos indistinguibles uno de otro. Sin contactar con
ninguna otra persona, con su mente cada vez peor, perdiendo casi la capacidad de hablar. Ahora sólo
era capaz de gruñir, ya casi no recordaba nada de su vida anterior, el rostro de su mujer apenas era
un garabato en su enloquecida mente.
Cada vez había menos de aquellos seres, quizás aún quedasen esperanzas para la
Humanidad.
Un día empezó a oír un ruido sordo que venía del cielo, a lo mejor era uno de aquellos
aparatos que volaba. También le pareció oír el ruido de camiones. Su mente pareció activarse un
poco, aquellos sonidos le traían recuerdos casi olvidados, podían ser la Esperanza de recuperar de
nuevo su apacible vida. Salió de su escondite trastabillado y golpeando la puerta con fuerza. Al final
del pasillo un escuadrón del ejército estaba acabando con los pocos bichos que quedaban.
Definitivamente, lo peor había pasado.
Empezó a agitar los brazos, lanzó un grito de júbilo y se puso a correr lo más rápido que
podía. Un par de soldados lo vieron. Percibió una sonrisa en el rostro de ambos. Levantó los brazos
en señal de alegría y un gruñido de felicidad salió de su garganta. El soldado más joven le hizo una
señal a su superior, levantó el arma y le descerrajó un tiro en toda la cabeza.
Su cuerpo se paró en seco, se elevó en el aire y cayó como un peso muerto. Su mente
enferma fue incapaz de entender nada. Su último pensamiento se fue hacia una mujer de la que ya no
recordaba ni su nombre. Lo último que escuchó, mientras su mente se apagaba y una lágrima
resbalaba por su cara putrefacta, fue la voz metálica del soldado... todo despejado, hemos liquidado
al último de estos cabrones, Centro Comercial limpio...
Zeta 185 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) PRIMOGÉNITO
María entró aquella tarde por la verja desvencijada del fondo, donde crecen las plantas
mustias y abandonadas. Sus pies pisaban con cuidado entre un triciclo y alguna pelota distraída; yo
miraba su avance desde mi escondite. Los niños del matrimonio Arrendez esperaban siempre
adentro; tres años el varón, siete la nena, perfectos exponentes de un silente hogar del Once.
Rosa le indicó el camino a la joven y sus tareas brevemente, con la costumbre de contar las
palabras. Más allá, desde alguna otra habitación extendida hacia la oscuridad, José no se hizo
escuchar; su presencia fue delatada sólo por los huecos de sus pasos sobre un viejo piso de madera.
María aceptó apenas y la casa estuvo en sus manos; la puerta principal despidió al matrimonio
escoltado por el acostumbrado chirrido, dejando a la adolescente en una sala con dos extraños que la
observaban como madre.
La niña habló primero, en su lenguaje de señas, sin pronunciar palabra alguna. Miró a María
largo rato, sonrió y esgrimió frente a su rostro algo que parecía un sonajero, más apropiado a su
hermano y a sus diversiones. Algo dentro de esa esfera sonaba arrancado, brutal; la niña apreciaba
ese ruido con una honda sonrisa, perteneciente a toda su juventud encerrada. Las gárgaras hicieron
volver a María hacia el niño, que adoptaba la sonrisa de su hermana totalmente desencajada en su
rostro apenas delineado por la edad. Los tres quedaron quietos por instantes; la atmósfera los
circundaba sin tiempo.
Empezó la rutina: María se recostó en un sillón y comenzó a tejer, mirando siempre a los
niños, cada cual en su soledad. No pronunciaban palabra, no hacia falta comunicación para obedecer.
El pequeño se movía torpemente junto a los pies de María; la niña, más decidida y ya no tan
dependiente, desafiaba a las sombras de la habitación al pararse frente al umbral de una puerta. La
casa vieja y desvencijada era la única que parecía viva; sus quejidos de anciana centenaria envolvían
a sus nietos y a la extraña.
El reloj, desde alguna habitación perdida en la negrura de aquellos pasillos, definía
mecánicamente un tiempo circular, las horas parecían estancarse y no avanzar. El clima era el de un
pantano; la humedad se extendía por las paredes y también por los niños, esas caras atroces y blancas
sin expresión o, peor, con la sonrisa de un simio. María velaba ahora por esas sonrisas, sobre todo
por evitarlas. Su terror iba en aumento al ver los rostros de los niños, pensando en el momento en
que el ruido del sonajero se vuelva a escuchar y aquellos se disfracen de mono. No sabía ser madre,
ni siquiera postiza, era infeliz y dentro de ella las voces de emergencia se escuchaban, pero el
sensato sentido de supervivencia económica acallaba esas voces y la mantenía tejiendo y
custodiando esos rostros aparentemente amorfos.
Sintió enseguida un pinchazo, y los temores infantiles de su niñez, pasada en hogares
similares, retornaron. Vio a los niños parados frente a ella, pensó en cosas simples de niños simples;
nunca más equivocada. La sujetaron firmemente, con fuerza inverosímil, y notó entonces el
resplandor inequívoco del metal. Las sonrisas simiescas se presentaron en amplitud inesperada. Los
golpes certeros; uno, después otro, después otro más. El llanto de María y sus pensamientos que
moraban en su madre y en lugares ya lejanos. Cayó sobre el piso de madera siendo sólo un ruido
seco.
Despertó con la frente partida en dos, una jaqueca más pesada que la normal. Estaba
acostada, en una habitación cerrada y sin ventanas, un bulto deforme estaba apoyado contra una de
las paredes. Se sintió restringida casi inmediatamente, tironeó y se convenció de estar atada a un
marco o respaldo, no pudo saberlo. ¿Y ese bulto siempre quieto?, pensó, ¿o acaso se movió hace un
instante? No lo vio, lo sintió a través de la espesura y la densa oscuridad. Tuvo fuerzas aún para
intentar gritar, un ronco alarido respondió a lo que antes era su voz, estremeciéndola en su prisión. El
bulto se movió una vez más, ahora no hubo error. Salió de su traje amplio y María pudo verlo a un
metro de sí misma, avanzando y jadeando a cada centímetro que recorría. En esa cara aplastada, en
ese infierno de carne, sangre y sudor, no encontró dientes, sólo fragmentos de una sonrisa simiesca
que se le acercaba chillando de éxtasis asesino. Sintió un golpe y notó la caricia de un muñón,
Primogénito 186 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) después otro, y una lengua la lamía como un perro, deseando la carne que significaba su cuerpo
desnudo. El frenesí se desató enseguida; primero los ojos, después la nariz, los labios, los pechos;
poco a poco todo el cuerpo de María sucumbió en las fauces de la bestia encerrada. Había comido ya
y estaba satisfecha, ahora dormía; los dos hermanos entraron y desataron a María, llevándose
consigo los huesos que ahora constituían toda su piel.
El matrimonio Arrendez llegó temprano ese día y no se asombró de no ver a la niñera, pues
todas las otras también se habían marchado antes del retorno de los dueños al hogar. Rosa cargó a su
hijo y lo llevó a la habitación, lo acostó y lo besó; José hizo otro tanto con la niña, a sus ojos
primogénita. La casa se agitó en silencio un momento y después un chirrido, una puerta que se abre
en alguna habitación oscura y un bulto deforme sobre el piso expuesto. Un hueso arrojado por José
cae cerca de mis pies, olfateo ese pedazo de carroña y emito un gruñido de rabia y de gula. La
cadena aprieta mi cuello y me produce comezón; lo menciono sólo para que entiendan a José y a su
inclinación por mantenerme encerrado.
Primogénito 187 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MONEGROS ZOMBI
15 de febrero de 2010 – Poleñino (Huesca)
Hoy, por fin, hemos mantenido contacto por radio con los supervivientes encerrados en
la pequeña casa-cuartel de la Guardia Civil de Lanaja. Nos han dicho que allí la situación es
tranquila. Hace ya más de dos semanas que no llegan refugiados por la carretera de Zaragoza.
La semana pasada llegó a Poleñino, desde la ciudad, un grupo de lo más variopinto.
Estaba formado por un par de policías nacionales, un sargento instructor de la base aérea de la
OTAN y un conglomerado de civiles que habían estado refugiados en la estación de Delicias de
Zaragoza. Resistieron durante varios días los ataques de los muertos vivientes, atrincherados en
la estación, hasta que, superados en número y con todos los efectivos de defensa ya caídos,
decidieron huir en una pequeña locomotora diesel que había en una de las zonas de servicio de
la estación. Consiguieron llegar hasta Grañen y desde allí, a pie, hasta aquí. Antes de marchar
hacia el refugio del Monasterio de Villanueva de Sijena nos contaron las últimas noticias que
hemos recibido sobre Zaragoza.
Mucho me temo que no quede nadie vivo en la capital del Ebro. Por lo visto, los últimos
supervivientes, encerrados en el santuario de la Virgen del Pilar, aguantaron bastantes días
hasta que, sin armas y sin alimentos, decidieron autoinmolarse antes que perecer devorados por
los zombis. Utilizaron para ello dos bombas que se encontraban expuestas dentro de la propia
Basílica. Las habían lanzado los rojos durante la guerra civil, sin que llegaran a explosionar, y
los curas decidieron guardarlas como prueba del milagro que había hecho la Virgen, que en esta
ocasión, lamentablemente, no había podido interceder por la suerte de sus fieles.
16 de febrero de 2010 – Poleñino (Huesca)
Estoy cansado y tengo miedo. Parece que hayan pasado años desde que todo se fue a la
mierda pero, en realidad, son poco más de tres meses los que llevamos en esta situación.
Todo comenzó a primeros de noviembre en Finlandia. Los deshielos producidos por el
cambio climático sacaron a la luz una antigua base secreta, cercana al Mar de Barents, en la que
tanto los alemanes como los soviéticos habían realizado secretos experimentos durante la
Segunda Guerra Mundial.
No se sabe muy bien qué es lo que allí había pero, de alguna manera, un extraño virus e
infección consiguió propagarse. Los primeros afectados fueron los lapones, pastores nómadas
de renos, que empezaron a manifestar extraños síntomas: altísima fiebre, rápido deterioro
corporal y, tras unas 36 horas, el fallecimiento. El pequeño hospital de provincias de la zona no
era capaz de asumir toda aquella avalancha de pacientes; por lo que fueron trasladados a la
capital Helsinki e incluso a centros médicos de las cercanas Suecia y Noruega.
Cuando los muertos se empezaron a levantar, y a devorar a los vivos, la infección se
extendió rápidamente. En un primer momento, con ayuda de la Unión Europea, Rusia y USA,
se intentó contener con cierto éxito la infección, pero las avalanchas de refugiados, que huían
asustados siendo portadores del virus, pronto llegaron a las cercanas Dinamarca, Alemania y
Repúblicas Bálticas y, desde allí, al resto del mundo.
Escribir este diario me ayuda mantenerme cuerdo. Creo que recordar lo sucedido, y
analizarlo aquí, puede ser una de mis pocas oportunidades de continuar con vida.
Monegros zombi 188 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 22 de febrero de 2010 – Poleñino (Huesca)
Uf, no me gusta estar tanto tiempo sin realizar anotaciones pero los últimos días han
sido muy difíciles.
Hemos tenido que rechazar los ataques de dos grandes grupos de no muertos, manadas
los llamamos. La primera llegó por el Norte, por la carretera de Grañén, y la segunda por el
Sur, viniendo desde Lalueza. Fue algo muy extraño ya que llegaron casi a la vez... como si se
hubieran puesto de acuerdo de algún modo.
Estuvieron a punto de romper nuestras defensas, pero la pasarela que instalamos el otro
día desde nuestro hogar, Casa La Una, hasta el Ayuntamiento nos ha dado una gran ventaja.
Hemos instalado en el último piso del edificio un punto de defensa avanzado desde el que
controlamos gran parte del pueblo, y eso nos permitió acabar con el primer grupo con una cierta
facilidad.
Con el segundo tuvimos más problemas ya que, por el Sur, estamos en desventaja
frente a un gran ataque y los muros, y sobre todo las puertas, no son tan resistentes.
Pese a ello, y tras un gran gasto de munición y un par de bajas, conseguimos rechazarlos
y ahora sólo aparecen pequeños grupos o individuos aislados que, rápidamente, quitamos de en
medio.
23 de febrero de 2010 – Poleñino (Huesca)
Tenemos que organizar una salida para buscar suministros, armas y munición
básicamente. No tenemos problemas con el agua, ya que los dos pozos que hay en la casa no se
secarán, y en cuanto al alimento tenemos bastante comida guardada y las gallinas y los cerdos
que hay en el corral, junto con el huerto, nos permiten ir tirando. Al fin y al cabo ya sólo
quedamos quince con vida y no consumimos tanto.
Creo que vamos a ir en un solo vehículo, en la Ford Transit con defensas. En ella hay
sitio más que suficiente para Raúl, Daniel y yo mismo mas todo lo que podamos coger. Espero
que no nos encontremos con muchos problemas durante el viaje ya que Monegros, al fin y al
cabo, no deja de ser un desierto con una densidad de 7 habitantes por km2, y el que casi no
viviera gente antes del apocalipsis ha sido lo que nos ha salvado de momento.
Lo suyo sería acercarnos hacia Zaragoza. Allí había un gran número de instalaciones
militares, y en la Academia General Militar o en la Brigada de Caballería de Castillejos
podríamos conseguir sin mucho problema equipamiento militar e incluso algún pequeño
vehículo blindado con el que organizar futuras expediciones. El problema es que Zaragoza tenía
setecientos mil habitantes, y si a eso le sumamos todos los refugiados que fueron llegando debe
de haber ahora un buen número de zombis circulando por sus calles y alrededores.
Cerca de Francia, en Jaca, en medio del Pirineo, sabemos que están resistiendo con
bastante facilidad pero allí tienen La Ciudadela, una antigua fortaleza militar, e instalaciones de
tropas de élite como la Brigada de Alta Montaña. En el hipotético caso de que consiguiéramos
llegar no creo que quisieran compartir sus suministros con nosotros. Al fin y al cabo en cuanto
llegue el calor y desaparezca la nieve van a tener sus propios problemas.
De acudir al refugio del Monasterio de Villanueva de Sijena ni hablamos ya que allí
están saturados y no podemos contar con ellos. Bastante han hecho con admitir a todos los
refugiados que les han ido llegando.
Creo que tendremos que ir a Huesca, al acuartelamiento de la Guardia Civil. Era el
cuartel más grande de la provincia y tenían que tener un buen arsenal. Espero que consigamos
entrar y salir sin problemas, al fin y al cabo el cuartel estaba en las afueras de la ciudad.
Monegros zombi 189 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 25 de febrero de 2010 – Tardienta (Huesca)
Estoy con Daniel, refugiados en un silo de la harinera de Tardienta. No sé ni cómo
logramos llegar hasta aquí pero todo se ha ido al carajo o está a punto de hacerlo.
La expedición a Huesca fue un desastre. Llegamos sin problemas pero al entrar al
cuartel e ir a los sótanos a por el armamento nos sorprendieron los muertos vivientes. Por lo
visto resistieron allí durante bastante tiempo pero ahora no quedaban allí más que cadáveres
andantes con sus uniformes hechos jirones. Un zombi, pese al tiempo transcurrido y a que ya
nos hemos acostumbrado, sigue siendo aterrador. Pero uno con tricornio es algo ya surrealista.
Raúl cayó muy pronto, demasiado, devorado por un enorme sargento al que le colgaban los
intestinos que salían de su gordo abdomen. Fué muy duro verlo caer, pero le metí una bala en su
cabeza... por si acaso.
Pese a todo conseguimos acabar con ellos y cargar la furgoneta con bastante munición y
unas cuantas pistolas Beretta 92 FS e incluso un par de fusiles HK G-36 y algunos
medicamentos. El problema fue que toda la escandalera que montamos había atraído a unos
cuantos cientos de esos hijos de puta y estábamos rodeados.
Con muchas dificultades conseguimos escapar y hemos acabado en Tardienta
refugiados. La furgoneta está destrozada y debemos encontrar un medio de transporte seguro
para llegar hasta Poleñino.
27 de febrero de 2010 – Poleñino (Huesca)
Por fin puedo descansar un poco. Ha sido duro, muy duro, pero lo hemos conseguido.
Estamos en casa.
Hemos venido, Daniel y yo, de la forma más insospechada. En una pequeña zodiac,
siguiendo los canales de Monegros y del Flumen hasta las cercanías de Poleñino. Desde allí
hasta Casa La una tuvimos que ir a pie y luego hacer un par de viajes para traer el equipo.
Con todo este material podemos aguantar mucho tiempo pero tengo miedo a pensar qué
pasará en un futuro. En verano esto puede ser un infierno.
5 de marzo de 2010 – Poleñino (Huesca)
Hoy es mi cumpleaños. Mis primeros y últimos treinta y ocho años. Nunca pensé que
pudiera haber algo peor que los muertos vivientes pero sí lo hay. Nosotros mismos.
La situación se ha ido deteriorando en casa. Pese a que empezamos como un grupo
unido, ¡qué coño! si éramos todos de la familia o amigos, al final cada uno ha acabado mirando
sólo por sí mismo y eso ha acabado con nuestro grupo. Las rencillas han hecho que nos
descuidáramos y en consecuencia Casa La Una ha caído.
Hasta hace poco he oído disparos que venían desde las falsas pero ahora ya no oigo
nada. Por lo que yo sé todos han muerto. Estoy solo en el edificio del ayuntamiento. No tengo
más que unas pocas raciones de emergencia y cuatro cargadores para mi pistola. No sé qué voy
a hacer.
Mañana intentaré abrirme paso entre los zombis hasta cruzar el río Flumen. Si lo
consigo tal vez tenga alguna oportunidad de llegar hasta Sijena. Espero que este diario pueda
tener más entradas.
FIN
Monegros zombi 190 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) TELÉPATAS
1
El comandante usaba una boina negra con una estrella plateada en la frente y se hacía
llamar “Che”. Físicamente no tenía ningún parecido con la leyenda, pero tenía dos de sus
características: la boina por supuesto y el liderazgo.
Después de algunos meses de “revolución” -como llamaba él a la defensa del pueblo- y
con la retirada de los zombis la situación se había tranquilizado. “Demasiado silencio para mi
gusto” había dicho en algún momento. Los zombis se habían replegado sin explicación ¿Se
fueron a descansar? ¿Se agotan? -se preguntaba constantemente.
Sin embargo algo aún más extraño que un zombi en retirada era un muchacho, que le da
nada, le respondía todas sus preguntas y parecía ser la solución al problema de los cadáveres
ambulantes.
—Alguien los controla —dijo el joven.
El comandante -así le gustaba que lo llamaran- miraba con atención al muchacho. Dio
un par de vueltas a su alrededor y finalmente se dejo caer en un viejo sillón.
—¿Así que alguien controla a los fiambres? —preguntó el hombre de la boina.
—Correcto —respondió el joven con total seguridad.
—¿Cómo?
—Control mental. Algunos telépatas pueden hacerlo.
El resto de los oficiales y soldados que presenciaban el interrogatorio rompieron en
carcajadas. El Che seguía inmutable. “Los fiambres se habían retirado” la idea no lo dejaba
tranquilo, siempre avanzaban, en las condiciones que fueran, pero avanzaban. No retrocedían ni
intentaban buscar un camino alternativo. El muchacho escuchaba paciente las risas, sabía que no
le creerían a la primera.
—Puedes demostrarlo… antes de eso…no, mejor no ¿cómo sabes…? —el comandante
tenía tantas preguntas que se atochaban en su garganta.
—Alguien se ha preguntado por qué se retiraron los zombis. Esa es la primera
evidencia.
—Eso lo sabemos. No es novedad.
—La risa explotó nuevamente, como una fogata avivada con pólvora.
—Suficiente —dijo enérgico y se hizo el silencio y los presentes solo atinaron a mirar el
suelo— dijiste “la primera evidencia”.
—Si. La otra evidencia soy yo mismo. Puedo controlar zombis.
Era un buen motivo para reírse, pero nadie se atrevió. El comandante lo pensó unos
instantes y finalmente dijo.
—¿Qué necesitas para hacer una demostración?
—Estar a unos cuantos metros de un zombi.
—Subamos al muro, afuera hay unos cuantos fiambres.
2
La misión del Che era proteger a su gente. Para ello habían construido una base
protegida por un muro perimetral que bloqueaba la única entrada (y salida) del poblado que se
Telépatas 191 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) encontraba a casi un kilómetro. La muralla tenía diez metros de alto y dos de ancho y era
totalmente lisa. Se podía recorrer completa por la cima y contaba además con puestos de
vigilancia cada diez metros. Alguien había bromeado diciendo que faltaba un foso con
cocodrilos. Al comandante no le había parecido mala idea. Subieron y se situaron sobre la
entrada principal la que daba justo a un puente formando un cuello de botella. El espectáculo en
el puente era macabro, una inmensa alfombra de trozos de cuerpos y sangre. Un hedor pestilente
y la consecuente plaga de moscas (que era uno de los peores problemas al interior de la base)
completaban el horrible cuadro. Más horroroso que cualquier campo de batalla que la historia
recuerde. Algunos zombis hurgueteaban la putrefacción en busca de “alimento” compitiendo
con algunas aves carroñeras. Los habían dejado deambular por ahí porque no constituían peligro
(y servían para prácticas de tiro). El muchacho se fijó en uno de los fiambres. Desde el puesto
de vigilancia más cercano un tirador disparó. El certero impacto derribó a una gaviota que se
daba un festín. Otros soldados celebraban la buena puntería. El telépata siguió con su ritual sin
desconcentrarse. El comandante, irritado, ordenó que la próxima limpieza del puente la hicieran
esos hombres. El cadáver observado por el joven estaba de rodillas escarbando un cráneo y con
un brusco movimiento se puso de pie. Hacía gestos con la cabeza como intentando escuchar y
un ojo salió disparado de su cavidad. Tambaleante, empezó a caminar hacia el muro haciendo
algunos sonidos guturales. Un par de veces resbaló en los charcos de sangre que se formaban
por doquier. Algunos combatientes soltaron los seguros de los fusiles aún sabiendo que eran
superiores numéricamente y que se encontraban a salvo dentro de la fortificación. Cansino, el
fiambre mantuvo el mismo paso hasta el muro. Se detuvo y levantó el brazo haciendo un gesto
obsceno con la mano. No se escucharon risas, nadie quería ir a limpiar el puente. El comandante
miró de soslayo al joven. Otros cadáveres que se encontraban cerca también escucharon “el
llamado” y se acercaron. Incluso algunos que se encontraban pasando el puente llegaron.
Finalmente veintidós fiambres se encontraban reunidos frente al muro esperando instrucciones
como perros amaestrados. Algunos soldados se persignaron.
—¿Qué distancia hay hasta la otra orilla? —preguntó el muchacho algo agitado.
El Che miró la otra orilla intentando hacer una estimación y respondió.
—Creo que unos doscientos metros.
—No sabía que podía llegar tan lejos —el joven tomó un poco de aire y continuóaprovecho de presentarme: Arturo Leiva a su servicio. Sorry por el gesto que hizo el zombi, fue
lo primero que se me ocurrió —dijo con una leve sonrisa sarcástica.
—Seguro -sentenció el comandante.
Arturo cortó el enlace mental y los zombis continuaron con sus erráticas y grotescas
actividades.
—En el último ataque de zombis, ¿cuántos eran? –dijo Arturo apoyado en el muro.
—Calculo que unos mil. Lo curioso fue que atacaban relativamente disciplinados.
—Yo no puedo controlar tantos y hasta unos doscientos cincuenta metros. Soy como
una radio de baja potencia —dijo Arturo con resignación.
—¿Se pueden mejorar las capacidades mentales? -dijo el Che cada vez más interesado
en el tema.
—Por supuesto.
3
Una horda zombi avanzaba lentamente, pero sin descanso por una zona boscosa.
Pasando el límite de los árboles se encontraron con una empalizada en donde un portón se abrió
permitiéndoles seguir. Como corderos, siguieron por un callejón cercado (como reces camino al
matadero) hasta una rampa levadiza que se sumergía en un foso de unos diez metros de
Telépatas 192 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) profundidad y varios metros de diámetro. Una vez que entró el último cadáver, la rampa fue
levantada y los zombis salieron del estado hipnótico que los había llevado hasta aquel hoyo. Era
mediodía, el sol golpeaba con furia y la pestilencia cadavérica también. Desde una ventana un
hombre, de unos cincuenta años, observaba todo el movimiento. Llevaba uniforme mimetizado
y tenía los bototos perfectamente lustrados. Usaba un pequeño bigote que recordaba a Clark
Gable y las estrellas en el quepi indicaban el grado de general. Otro hombre uniformado y de
pisadas firmes se acercó.
—Señor, el joven Arturo no está. Hemos buscando por todo el perímetro y…
—No han encontrado nada. Se fue donde el “Che” seguramente —interrumpió—
deberían haber venido inmediatamente a avisarme.
—¿Cómo procedemos? —dijo el hombre. Pensaba en lo arrogante que podía llegar a ser
un viejo de mierda con esas capacidades.
—Preparen las tropas. Esta vez iremos con todo -rió suavemente.
—Entendido señor —dijo retirándose de la habitación y pensando en las catapultas.
—Capitán, las catapultas están listas…y preparen un transporte.
Un pensamiento cruzó la cabeza del General “Lo siento hijo, no puedo perdonar esta
traición”.
Treinta kilómetros al sur, en lo que había sido una gran metrópolis, se había
concentrado una enorme cantidad de zombis que habían quedado varados ya que los puentes y
accesos habían sido cortados. El general pensaba “ayudar” a esos cadáveres a pasar y unirlos a
sus tropas. Varios miles de zombis deambulaban gruñendo y buscando alimento. Otros miles de
cuerpos estaban tirados por doquier, no se sabría nunca si fueron zombis que “murieron” de
hambre o humanos devorados. Desde el jeep el general miró hacia la antigua metrópolis y cerró
los ojos. Al instante la masa de zombis empezó a caminar hacia un puente cortado mientras los
ingenieros instalaban un puente mecano. Empezó a pasar todo tipo de cadáveres ambulantes:
lentos, otros más rápidos, algunos más pesados que hacían remecer el puente y que arrasaban
con todo a su paso empujando a otros zombis más pequeños y débiles fuera del puente para caer
sobre escombros y fierros retorcidos reventándose con el impacto, algunos saltaban varios
metros y avanzaban rápidamente. Una completa fauna de fiambres de todo tipo.
En la base la actividad siguió durante el resto del día y casi toda la noche. Se
escuchaban vehículos, órdenes y maquinarias. Finalmente al atardecer del día siguiente llegó el
general quien dio la orden de abrir los portones e iniciar la marcha. La escena era aterradora.
Las hordas de cadáveres ambulantes avanzaban hipnóticas emitiendo sus característicos sonidos
y gruñidos. Los zombis de mayor fuerza cargaban un pesado tronco con la punta reforzada.
Varios metros atrás tropas de humanos uniformados avanzaban al mismo paso armados con
fusiles de asalto acompañados de algunos jeep y tras ellos dos camiones tiraban, cada uno, una
catapulta de largo alcance.
La mayor parte de las hordas la componían zombis lentos lo que provocó que la marcha
durara varias horas. El general no mostraba signos de cansancio considerando que había
mantenido el enlace mental con las tropas de fiambres durante varias horas. Sin duda un talento
con años de entrenamiento.
A varios kilómetros Arturo dormía. Despertó de un salto y miró en la dirección de su
padre.
4
Arturo desesperado fue a despertar al “Che”.
—Señor -tragó saliva- se acercan, se acercan —el muchacho estaba visiblemente
asustado.
—Espera, estoy despertando ¿Qué ocurre? —dijo el “Che” refregándose la cara.
Telépatas 193 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Se acercan legiones de zombis, son miles —los ojos del muchacho estaban
demasiado abiertos.
—Tranquilo, para juntar tantos fiambres habría que haber pasado recogiéndolos.
—Creo que eso hicieron.
El comandante subió a la cima del muro. Nada se veía en el horizonte, solo árboles y
algunas colinas. Ni siquiera alguna columna de polvo producto de algún vehículo o caravana.
—Teniente —llamó al primer oficial.
—Comandante.
—Organice algunas patrullas y revisen los alrededores. Establezcan algunos puesto de
vigilancia avanzada a unos diez kilómetros —el comandante miró al muchacho con una mezcla
de esperanza e inseguridad.
Durante la noche se recibieron reportes periódicos desde los puestos de avanzada. Todo
estaba tranquilo. Al amanecer el puesto número cuatro y el dos reportaron actividad.
Movimiento de tropas zombis y humanas. Ambos puestos estaban en lugares totalmente
opuestos. Para el “Che” eso indicaba dos cosas: que pensaban atacar por varios flancos y que se
confirmaba el control mental (o como fuera) sobre las tropas de cadáveres. Horas más tarde la
pesadilla se haría realidad. Lentamente los alrededores se fueron colmando de zombis y
rápidamente la base quedó rodeada. La sola presencia en los alrededores fue suficiente
provocación para que el “Che” mandara lanzar bombas incendiarias sobre el puente. Eso
mantendría ese paso bloqueado por unos minutos. Lo mismo ordenó para el flanco derecho
donde había menos zombis. El flanco izquierdo era el que más preocupaba pues se estaba
concentrando gran cantidad de tropas. Mientras el frente y el flanco derecho ardían con napalm
por la izquierda los zombis daban paso a un jeep que se acercaba al muro. Desde el interior
alguien habló.
—Exigimos la rendición de la base –dijo una voz deformada por un megáfono.
El comandante no le respondió. Solo dijo en voz alta.
—Como odio a estos aprovechadores. ¡Ley marcial, fuego!
Varias ráfagas cayeron contra el jeep cuyo blindaje soportó el ataque retrocediendo en
el acto. Cuando estuvo fuera de alcance se detuvieron los tiros. Por donde mismo había
aparecido el jeep se empezó a asomar lentamente la punta reforzada de un tronco, pronto
comprendieron que se trataba de un ariete. Era cargado por varios zombis de gran tamaño que
llevaban corazas para aguantar los tiros.
—¡Preparen napalm! —gritó el comandante.
Uno de los zombis que cargaban el ariete dejó la formación y empezó a atacar a los que
tenía cerca, pero los otros lo redujeron rápidamente, sin embargo, el tronco cayó rodando y los
zombis no podían alcanzarlo.
—Bien hecho muchacho —dijo el “Che” con satisfacción.
—Gracias, me costó bastante romper el enlace de mi padre –el muchacho se dio cuenta
de su error, pero era tarde.
—¿Tu padre?
—Eh, si, pero yo me preocuparía más de las catapultas, van a empezar a llover
cadáveres —sentenció el joven Arturo, distrayendo la atención del Che.
El comandante comprendió que tendría que hacer algo más que defender la base.
FIN
Telépatas 194 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA CASTA DE CAIN
Sentía el sabor dulce de los pechos cuando ella le montaba y se abalanzaba sobre él para
besarle el cuello morderle el labio o mesarle el cabello.
Sus vaivenes eran lentos, rápidos, acompasados le tenía bajo su merced y ella lo sabía…
Veía como su cabello caía por sus pechos… húmedos por el sudor del calor del momento. Sus
muslos sedosos se movían y su culo se erguía controlando la penetración de su erecto miembro
a punto de estallar…
La oía gozar, la oía gritar de placer, sentía como hundía su caliente y húmedo sexo,
como la empalaba de placer, la acariciaba los pechos con los pezones erectos la azotaba en cada
vaivén el sudoroso culo. La veía morderse en labio intentando aguantar el chorro de placer que
le proporcionaba. Se movía grácil y lujuriosa sobre él, le montaba con toda naturalidad con todo
el control del que ella disponía y a él le empezaba a gustar.
Acariciaba los pechos sedosos pero les notaba a veces diferentes, ella le metía el dedo
en la boca para que lo chupara e identificaba el sabor extraño, su olor cambiada de aquel que
recordaba cuando hacían el amor a un olor nauseabundo e incluso en sus espasmos de placer su
visión era reemplazada por otro ente otra persona diferente y extraña.
Cerró los ojos para no ver aquello no pensar en nada salvo en disfrutar hasta la
exhalación.
Y cuando estaba a punto de correrse abrió los ojos ante lo que había sentido… un olor
pútrido, de carne descompuesta… y eso es lo que vio, un ser cuya visión enloquecería a
cualesquiera personas que osaran estar en su lugar. Aquella persona hace segundos la sentía
como un ángel ahora era un cuerpo pútrido y descompuesto que seguía haciendo el amor con
él… ahora ya no sentía la sedosidad de su sexo recorriendo su falo erecto ni los cabellos le
cubrían los pechos cual Venus de Botticelli. Ahora de sus pechos reptaban gusanos, su cabello
casi inexistente estaba sucio y tenía calvas en la cabeza, la cara le sonrió enseñando unos dientes
podridos su lengua se relamía llena de llagas por unos labios agrietados, cortados que supuraban
pus hediondo. Los ojos ya no le miraban con lujuria y placer sino con ira, una ira inaguantable
parecía que iban, iba pues solo tenía uno cuando le miro pues la otra orbita se cayó al pecho y
rodó hasta el ombligo del asustado hombre.
Él solo pudo gritar, aullar hasta que su voz se ahogaba, mientras esa putridez se le
clavaba en lo más hondo de la nariz y en su memoria olfativa. Y esa cosa se movía más deprisa
con movimientos rítmicos a punto de llegar al orgasmo… Y cuando pareció que todo terminó la
pútrida fémina sacó el flácido miembro y con una fuerza descomunal se lo arrancó dejando un
reguero de sangre que salía como el agua de una boca de riego. Lo cogió con las descompuestas
manos y lo acaricio al igual que si fuera un gatito asustado calmándolo o quería intentar volver a
cabalgar. Sonrió al hombre que casi estaba desmayado por el dolor y el miedo, acto seguido
mordió el pene y se lo comió como si fuera una salchicha alemana. Cuando termino se relamió
los dedos arrancándose en su estado de descomposición algunas uñas que cayeron sobre el
pecho del capado hombre.
Y al final se abalanzó sobre la yugular arrancándole de un mordisco la piel y los
músculos del cuello dejando al descubierto el hueso de la columna.
Un grito destrozó el silencio que reinaba en la sala… se despertó sudoroso y lo único
que hizo fue comprobar si tenía su pene en su sitio cuando se tocó por encima del pantalón, lo
sintió húmedo, se había orinado mientras tenía la pesadilla. Luego se tocó el cuello para
comprobar que tenía todo en su sitio. Respiro aliviado, pero se asustó al comprobar donde
estaba.
Era una habitación pequeña de paredes sucias con el suelo de un ajedrezado blanco y
negro a modo de enorme tablero. El suelo estaba también o incluso puede que más sucio que las
La casta de Caín 195 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) paredes aunque no se podía saber ya que la capa de mugre no se distinguía pues la luz era tenue,
de aspecto verdoso, “será por el tono de las paredes un verde oliva”-pensó. Todo estaba
revuelto, sucio, pútrido como si en años nadie hubiera pisado por ahí. Por el suelo había
montones de papeles tirados repartidos por la sala, las paredes estaban pintadas con graffitis que
a simple vista no parecían que fueran hechos con sangre. La luz verdosa venía de fluorescentes
también sucios clavados en los límites de las paredes y el techo con un enrejado para
protegerlos. El mobiliario yacía roto y esparcido junto con los papeles, lo único que quedaba era
la camilla y el enrejado que protegía la estancia de un pasillo oscuro donde también la luz verde
inundaba todo lo que podía arrebatar en el binomio entre sombras y luces que proporcionaban
los fluorescentes. Aunque algunos tillaran con su característico sonido.
Todavía estaba mareado, no sabía si era por la pesadilla o por algo que le habrían dado o
inyectado. ¿Cómo había llegado hasta allí? Se volvió a la camilla de la cual había saltado al
despertar. Estaba nueva, impoluta como si hubiera salido de la misma fábrica. En la soledad del
silencio, escucho un ruidito, un siseo. Se dio la vuelta buscando su origen hasta que dio con la
cámara de seguridad que estaba mirándole con su ojo rojo sangre.
Ya sabía dónde estaba y quien le había traído hasta aquí.
-¡Maldito hijo de la gran puta! Aulló a la cámara-Sé que estás ahí.
La cámara se movió en respuesta.
La imagen del capturado gritando a la cámara se quedó fija en una de las pantallas
coloreando de un verde, como los antiguos monitores, una cara cansada y demacrada en la
soledad y oscuridad de la sala de vigilancia. Una mano apretó un botón, la respuesta a tal
movimiento, un encendido total de las pantallas enseñando con su verdusco tono partes
diferentes del lugar, imágenes fijas, otras que giraban en panorámica, saltos de imágenes en una
misma pantalla, desenfoques, desajustes… pero en una única pantalla se podía ver una forma
humana.
El doctor Marvis Monroe, un cansado doctor en genética, con gafas redondas, y una
perlada barba de sudor. Monroe, de cabello ceniciento y modales en principio caballerosos fue
en su día un premiado científico que se “enloqueció” en busca del premio Nobel.
Andaba por la “celda” como un animal enjaulado, sabia quien estaba contemplándole,
sabía por que lo hacía y lo que no sabía es en lo que iba a acabar todo. Escuchó el pitido
semejante a una sirena como aquellos que suenan en las cárceles cuando abren las celdas, y era
justamente eso, se acercó a la verja creyendo que se abriría pero no pasó nada. La golpeó con
furia,
—Eres el hijo de puta más grande del mundo. —Aulló a la cámara que no se
movía.
Miró al corredor y únicamente vio algunas luces titilar… Pero volvió a sentir aquel
nauseabundo olor, se apartó de la verja sin darle la espalda mirando a la oscuridad esperando
encontrar aquellos pechos huesudos llenos de pus y gusanos llegando a él con aquel caminar
que sabría que tendría de muerto viviente, posiblemente un pie comido donde solo se vería los
huesos blancos manchados de la sangre que bañaba el suelo de todas sus víctimas.
—¿Por qué lo hiciste? —la voz resonó con un eco distorsionada.
Monroe se asustón creía que la voz venia del corredor, de ella.
—Lo hicimos los dos, que no se te olvide…
En la sala de vigilancia la otra persona, su compañero, Travis Taylor golpeó la mesa por
una parte tenía toda la razón, pero él llego demasiado lejos, esto debía de haber acabado hace
tiempo.
Travis Taylor era una promesa de la virología, de apenas pasada la treintena su aspecto
desaliñado le confería que mucha gente no le tratara de forma correcta tomándole por algo que
La casta de Caín 196 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) no era. Pelo puntiagudo, barba de tres días, y cuando usaba gafas eran de colores y a veces
formas vistosas.
Taylor mientras miraba las pantallas de televisión, mientras le miraba a él, sacó de su
bata de laboratorio una botella de alcohol, le pegó un buen lingotazo y se secó la boca con la
manga ya de por sí sucia. Llevaba días preparándolo, días sin dormir, sus días finales…
Se sacó de otro de los bolsillos la cartera revolvió en su interior hasta encontrar lo que
quería: una gastada foto de una sonriente chica pelirroja, la miró con lágrimas en los ojos y la
imagen le pasó por la mente, le había matado, le había reventado los sesos con un trozo de
tubería y sus propias manos, no había parado hasta que trozos de cerebro le salpicaron en la
cara. Y lloró, lloró por matar a su esposa… Pero lo peor de todo mientras la veía venir hacia él
era la sorpresa que llevaba en su interior. Con su paso renqueante entre la oscuridad y la luz en
las ruinas de lo que una vez fue su casa, ella llevaba colgando entre las piernas a su propio hijo,
estrangulado con el cordón umbilical como un ahorcado en un patíbulo.
Desde una de las pantallas una figura cadavérica, una mujer, empezaba a despertar de su
letargo, su nueva vida iba a empezar hoy pero también terminaría hoy…
[…] El primer movimiento que hizo fue una mueca de asco, tanta putrefacción que olía
que no se daba cuenta que era ella misma… Sus labios quebrados, rotos, rajados y
sanguinolentos escupían pus y entre cada mueca de dolor de asco dejaron ver los dientes
hediondos, rasgados, puntiagudos y modificados por algo que no comprendía. Se tocó la boca al
notar con la lengua como sus dientes cambiaron, ya no eran los preciosos dientes que le
costaron una fortuna, una sonrisa divina -con aquél tono de ricachona- le dijo una de sus amigas
al enseñárselos. Abrió los ojos ante el dolor de la boca, los labios podridos, los dientes
deformados en puntiagudos colmillos como si le hubieran cambiado la dentadura de un tiburón.
Y ahora, las manos destrozadas: uñas rotas, dedos partidos, huesos que se dejaban ver entre lo
que parecían mordiscos de su propia dentadura… y gritó INTENTÓ gritar pero no lo consiguió.
De su boca sólo salió espuma, pus, sangre… MUERTE.
Marvis seguía en su “celda” esperando a algo, pero no sabía el qué o a quién.
Destrozó la camilla en busca de algo que pudiera sacarlo de esa prisión, pero entre los
amasijos de lo que quedó desató su furia desgarrando el colchón, doblando las barras, partiendo
las ruedas… pero no había nada, ni una llave entre los huecos del colchón ni en las dobladas
barras. Se desesperaba cada minuto, sabía lo que habían hecho en ese mismo sitio, gritaba en
busca de respuestas a la cámara pero ya ni siquiera se movía cuando él andaba por la celda
como un animal enjaulado.
El sonido de maquinaria le sacó del letargo que llevaba en una de las esquinas,
acurrucado en cuclillas con las manos en la cabeza tapándose del horror que recordaba y que
temía, por fin lo había dicho, temía que le hicieran a él. Jugó como un si fuera un Dios pero
ahora sabía que no lo hizo como tal si como el Diablo y este se iba a cobrar la carta.
En una de las paredes, se levantó una trampilla y cayó al suelo lo que parecía algo de
comida pero había algo más, una jeringa y una botellita de esas presurizadas con la goma para
poder pincharle la aguja, en la que ponía “INYÉCTEME”-qué gracioso como la botella donde
bebió Alicia en el cuento de Carroll.
—¿Para qué es esto? —dijo a la cámara enseñando la botellita mientras la agitaba. Un
grito cortó sus pensamientos giró la cabeza hacia la verja y le tembló el pulso y casi se le cae la
botella que la cogió en el aire. Sabía que era ese grito y de quién era… estaba deformado pero
podía reconocerlo, era de una mujer y sabía en lo que se había convertido porque él la había
transformado en eso.
La casta de Caín 197 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Introdujo las monedas en la máquina esperando que esta noche no pasara lo mismo que
las demás, marcó su selección: unas patatas con sabor a jamón, una lata de refresco de sabor a
naranja y una barrita energética. Todo bien hasta que le tocó el turno a la barrita… que se quedó
enganchada en el anillo.
—Me cago en… —gritó dando un golpe al cristal—. ¡Siempre me hace lo mismo esta
maldita máquina!
—Será que te tiene manía —dijo desde el quicio de la puerta un hombre con gafas y
barba— Toma esta que he sacado yo antes —y le lanzó una barrita energética—.Vamos Travis,
esta noche tenemos asuntos más importantes.
Dejó las cosas encima de la mesa y entró en la sala blanca, sacó la grabadora del bolsillo
de la bata blanca y comprobó a su visitante, tumbado en una camilla inconsciente le levantó los
párpados y comprobó las pupilas. Accionó la grabadora.
—El sujeto es varón, de aproximadamente entre 25 a 35 años, caucásico. Ha conseguido
pasar las primeras pruebas con un resultado satisfactorio. Procederemos hoy a las 1.45 horas
con la segunda fase del proyecto “CAIN”. Al habla el doctor Taylor, Travis.
Acercó una pequeña mesa auxiliar con varias jeringas y cuando le desinfectó con un
algodón el brazo le introdujo la aguja vaciando todo el contenido en la vena. Con los dedos
comprobó el pulso mientras con su reloj contaba el tiempo, a los 60 segundos le volvió a abrir
uno de los párpados y comprobó un leve efecto del suero.
—Al minuto de la inyección podemos notar en los ojos cambio del color y como el
blanco de los ojos se torna de un color carmesí por el efecto de la droga en el organismo-dijo a
la grabadora—. Cuando han pasado más de tres minutos, el sujeto sigue con el mismo cuadro
clínico. En la siguiente etapa procederemos a reanudar el mismo experimento, con el sujeto en
estado consciente para comprobar las reacciones por parte de individuo.
Apagó la grabadora y se llevó la mesa auxiliar cerrando la habitación. Cuando entró en
la sala negra, como ellos la llamaban, la zona desde la cual se podía vigilar las salas blancas vio
a su compañero Monroe apuntando en un bloc los últimos hallazgos, cuando le vio entrar
aplaudió.
—Gracias, gracias —e hizo una reverencia como si estuviera en un escenario—. Mira
cómo se despierta dentro de unos minutos, después querrá comer y orinar para poder expulsar la
droga. Yo voy a comer algo de lo que saqué de esa maldita máquina de ahí fuera.
Cuando se sentó en la sala de descanso, soltó un suspiro de cansancio y se recostó sobre
la silla cerró los ojos e intentó descansar un poco antes de que llegara Marvis con el pronóstico
del resultado de las pruebas.
Tenía hambre, mucha hambre.
Después de ver aquellas manos comprobó todo lo demás, se tocó los pechos el
estómago, los muslos, los pies… pero no sentía nada con aquellos dedos cadavéricos, se tocó
hasta hacerse sangre un cuerpo medio pútrido le esperaba debajo de aquella piel seca, se arrancó
la ropa que al contacto se hizo añicos carcomida, sucia, vieja. Era un muerto viviente al menos
es lo que creía, fetidez, descomposición, muerte. ¿Había escapado del infierno y vuelto a su
cuerpo en descomposición? ¿Cómo había llegado allí? ¿Cómo había muerto?
Una trampilla se levantó y entró un gato a la misma sala donde estaba ella. Veloz, más
que un rayo se abalanzó hacia él y lo devoró con premura. Saboreando cada hueso, cada carne,
cada caliente entraña, vísceras, rojo, calor, comida… Y después de salir de ese éxtasis
comprobó lo que había hecho, se miró las manos, miró el cadáver del pobre gato destrozado por
sus mordiscos, aun con el calor, la vida en los ojos, mirándole. Se alejó lo más que pudo de la
situación haciéndose un ovillo en una de las esquinas.
La casta de Caín 198 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —¿Qué es lo que soy?
Eso es lo que se preguntó pero el hambre la volvió a dominar esta vez un hambre por la
carne humana, un hambre irracional, visceral. Y sólo pudo oír una cosa: como los cerrojos de
todas las celdas de abrían…
La casta de Caín 199 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) CARTA AL DIRECTOR
Muy señores míos:
Comenzaré esta historia permitiéndome la licencia de no desvelar mi nombre, aunque me
encuentro en la tesitura de asegurar que este amanuense que a ustedes se dirige está considerado una
eminencia, a nivel internacional, en la noble e ilustre ciencia de la antropología. Mi especialidad
consiste en los fenómenos religiosos y supersticiones de todas las regiones del mundo, y mi trabajo me
ha llevado a recorrer el vasto globo terráqueo por sus más recónditos confines.
Mi dedicación a la noble tarea nutriente de mi erudición es de tal magnitud que la mayoría de
la gente me considera un obseso adicto al trabajo. No es obsesión, sino una pasión descomunal de
quien ama su labor y se entrega a ella en exclusiva; por ello, no deja de parecerle extraño al populacho
que alguien versado en relaciones sociales conozca tan poco de las más comunes y habituales de
primera mano.
Y es que nunca me ha interesado en demasía la vida de las personas grises que pueblan la
realidad que me rodea. Mi carácter fuerte y poco sociable, unido a mi eremítico modus vivendi, me ha
concedido un halo de “viejo cascarrabias” generalmente aceptado desde que una de mis sobrinas me
dedicó tal epíteto de oprobio en medio de una tediosa reunión familiar.
Una vez que les he puesto al corriente acerca de mi labor, costumbres y detalles personales,
por someras que resulten las pinceladas trazadas para garabatear mi perfil, me veo en situación de
narrarles la historia que pretendía al comenzar estas líneas.
Ya he expuesto que mi especialidad es el estudio y análisis de los comportamientos religiosos
y supersticiosos. Entre todos los fenómenos recogidos en la amplia bibliografía salida de mi huesuda
mano de anciano, uno goza del más alto pedestal en mis preferencias. Por mucho que me interesen los
estigmas, el esoterismo, las apariciones, los subconscientes colectivos y demás, ninguno de ellos está a
la altura de lo referente al vudú. La cultura africana y, en especial, la jamaicana han sido las parteras y
el caldo de cultivo perfecto para el afloramiento, arraigamiento y auge de comportamientos tan
diferentes a los de la sociedad supuestamente civilizada.
Sobre todo, es lo relativo a los zombis lo que hace vibrar mi intelecto. Cómo los chamanes son
capaces de influenciar a otros semejantes para dejarles sin voluntad, desprovistos de sus más
elementales señas de identidad, es lo más fascinante que he podido comprobar con mis propios ojos.
Obviamente, asistir a este tipo de espectáculos siempre ha requerido largos y tediosos desplazamientos
en infinidad de medios de transporte, desde los más modernos aviones de la flota comercial hasta las
tartanas más desguazadas bautizadas con el pretencioso nombre de coche.
Por ello, mi sorpresa no pudo resultar mayor el otro día. Disfrutaba de una entretenida y
memorable tertulia con uno de los pocos amigos que conservo en el mundo exterior a mi refugio,
sentados en sendas mecedoras en el porche trasero de mi morada en la sierra con la única compañía de
una pipa bien cargada de un espléndido tabaco de Virginia en la diestra, y en la otra mano un vaso
generosamente regado con ese regalo de dioses arcanos que tan bien destilan los escoceses. La luna, en
ligero ciclo menguante, era el solitario testigo de nuestra conversación en medio del cielo crepuscular.
Este camarada, del todo profano a la antropología pero, y aún así, con quien mejor congenio,
conmovió los cimientos de mi mente cual potente terremoto al realizar una afirmación a la que no
podía dar crédito. Aseveró que para encontrar zombies no hacía falta alguna desplazarse a otro país;
que se hallan aquí, entre nosotros. No es preciso ver ninguna proyección cinematográfica ni otra
argucia con la que regar la ficción; sólo hay que encontrar el sitio adecuado, y el hallazgo se revela por
sí mismo.
Como imaginaréis, mi primera reacción fue tildarlo de bromista; mas se mantuvo en sus trece,
inamovible en sus convicciones cual gigante filisteo. Y me retó a comprobarlo por mis propios
medios. Tamaña alusión a mi más profundo sentido del amor propio me llevó a instarle a llevarme a su
Carta al director 200 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) presencia, y para tal propósito me emplazó al día siguiente, aconsejándome que me preparase para una
larga y sinuosa vigilia.
Dicho y hecho, veinticuatro horas más tarde pasó a recogerme con su coche, un viejo Renault
con la chapa en tales condiciones que, si no fuese por la numeración de su placa de matrícula, se
podría decir que acababa de salir de la cadena de montaje. Condujo durante algo más de una hora
hasta llegar en medio de la noche a unos parajes poblados de naves industriales; la mayoría, meros
vestigios ruinosos y oxidados de pretéritas épocas de mayor gloria.
Contemplar tal paisaje no pudo menos que contrariar ligeramente mi inicial entusiasmo para
con la excursión; mi amigo y guía por una noche me pidió un poco de paciencia. Por fin, detuvo el
automóvil en una explanada en la que cientos de vehículos, muchos de extraña presencia, aguardaban
a ser recogidos por sus dueños.
Aquel era el lugar. Frente a nosotros, un tétrico edificio absorbía la larga fila de jóvenes que
desfilaba frente a la puerta con un avance lento e inexorable. Desentonando como un watussi en una
tribu de pigmeos, mi compañero de correrías y yo nos unimos a la hilera ante las extrañas miradas que
nos lanzaban aquellos jóvenes y muchachas. Personalmente, me daba igual; sólo había lugar en mis
pensamientos para los posibles descubrimientos vaticinados por el sesentón que aguardaba, junto a mí,
el turno para adentrarnos en lo desconocido.
La oscuridad del interior del local se veía rasgada por repentinas ráfagas de luces, raudos
fogonazos que desaparecían con la misma celeridad con la que habían hecho acto de presencia. Al
instante, me vinieron recuerdos de ceremonias chamánicas en las que los iniciados eran sometidos al
resplandor de intensas fogatas en lapsos de tiempo tan cortos como repetidos; era un primer indicio
positivo, en lo que a mi investigación se refería.
No sólo la iluminación me indicaba que estaba en el camino correcto; fuertes tambores
atronaban los oídos en un golpeteo rítmico, inflexible y con una cadencia sin fin que ejercía en la
gente de nuestro alrededor un estímulo frenético, obligándoles a seguirlo mecánicamente en medio de
un éxtasis sólo presenciado en los más demenciales rituales de vudú jamaicano.
Mientras contemplaba todo esto, mi vista se había ido consiguiendo adaptar a las precarias
condiciones visuales, por lo que enseguida me percaté de un detalle que había pasado por alto hasta
entonces. Algunos individuos repartían sustancias entre los presentes; desconozco los ingredientes de
aquellas materias, preparadas tanto en dosis capsulares como en polvo, pero era innegable que quienes
las ingerían no tardaban demasiado en presentar síntomas de un profundo trance. Igual, exactamente
igual que tantas tribus indígenas de Centro y Sudamérica.
Mi cerebro trabajaba laboriosamente archivando los datos, ya que no podía tomar notas al no
ser capaz de ver lo que escribía; y la grabadora que siempre llevo conmigo en mis investigaciones
resultaba del todo inútil dado el volumen creciente de aquellos tambores, sonando como si todas las
etnias de África se hubiesen levantado en pie de guerra al mismo tiempo en un único lugar.
Finalmente, asistí aterrado y, a la vez, entusiasmado al comprobar cómo seres que no hacía
mucho eran humanos presentaban un deambular errático, una incapacidad manifiesta para realizar los
más simples razonamientos mentales y mantener una mínima comunicación verbal. Eran totalmente
manipulables por quienes querían ejercer su dominio sobre ellos, carentes de voluntad propia. En
definitiva… he encontrado verdaderos zombis aquí, entre nosotros, en plena civilización, lejos de
entornos tribales exóticos.
Lamentablemente, cuando me hallaba intentando transmitir a mi amigo la incuestionable
verdad a la que estábamos asistiendo –a gritos, debido al volumen ensordecedor del ruidoso ambiente-,
se plantaron ante nosotros dos individuos que, aunque era clara su pertenencia a la raza humana,
planteaban curiosos dilemas en cuanto al escalón ocupado en la escala evolutiva de nuestra especie.
Por medio de un lenguaje tosco, vulgar y un tanto grosero nos dieron a entender que nuestra presencia
era un incordio para los usuarios de la discoteca, y nos invitaron a abandonarla llevándonos en
volandas hasta la misma puerta.
Carta al director 201 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Así que, y finalmente llego al motivo de esta redacción, ruego a cualquier amable lector que
conozca la situación de otro local de estas características que me la haga llegar por vía postal al
apartado de correos indicado a tal efecto. Su colaboración será de inestimable ayuda para ampliar mi
estudio acerca de la realidad zombi en nuestras ciudades.
Se despide atentamente de ustedes este sempiterno servidor suyo,
D.R.P.
Carta al director 202 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) PRESERVACIÓN DE LA ESPECIE
Amanecía. Una esbelta figura de mujer se recortó contra la tenue luz que anunciaba la salida
del sol. Su nombre era Val. Llevaba una pequeña mochila de alta montaña, liviana y perfecta para su
peso. Contenía cuatro botellas de agua de un litro, atadas entre sí con una soga y metidas dentro de una
bolsa hermética como prevención por si alguna se rompía. Los bolsillos superiores estaban llenos de
barritas energéticas y los de los costados contenían un cortaplumas, un cuchillo pequeño con su funda
de cuero, fósforos y un repuesto de líquido para encendedor. El total no llegaba a pesar seis
kilogramos, que era el tope que podía cargar manteniendo una velocidad mayor a la que corrían ellos.
Si bien la prensa siempre los había llamado “zombies”, a ella el nombre le parecía demasiado
fantástico, demasiado cinematográfico, por lo que los había bautizado Willis. Le parecía más real
enfrentarse a ellos llamándolos así.
Las mañanas le agradaban porque los Willis tardaban en reaccionar. Era como si de noche se
apagaran, aunque no dormían. Quizás conservaban el reflejo físico de su anterior vida, quizás no veían
tan bien en la oscuridad gracias a los años de televisión marcados en sus pupilas. Val no lo sabía, pero
lo importante era que, gracias a ello, podía descansar algunas horas luego de cada jornada y comenzar
el nuevo día con relativa tranquilidad.
Se transportaba de preferencia a pie y llevando sólo su pequeña mochila con lo esencial para
mantenerse andando. Para los grandes tramos de autopistas y rutas tomaba algún automóvil, lo
utilizaba y lo abandonaba en el siguiente tramo poblado. Su lógica era simple: Los automóviles
estaban limitados a las calles y rutas. Las calles y rutas estaban limitadas por sectores intransitables. A
eso se le unía la obligación de transportar combustible y de tener que acercarse a las estaciones de
servicio para conseguirlo. Había muchos sobrevivientes en ellas dispuestos a matar por sus tesoros.
Luego de un par de intentos peligrosos, Val había descartado los automóviles casi por
completo. Demasiados elementos ajenos a su control.
Con los primeros rayos de sol, los Willis comenzaban a aparecer. Salían de las casas
destruidas, de adentro de los automóviles quemados o simplemente se levantaban de la acera en la que
los había encontrado la noche. Con el primer movimiento que veía, Val comenzaba a trotar, sin
agotarse, siempre al mismo ritmo. Los Willis que la veían trataban de alcanzarla, pero antes de que
pudiesen terminar de apuntar hacia donde estaba, ella ya había salido de sus vistas y ellos se distraían
con otra cosa, para dejar lugar a los Willis siguientes a hacer el mismo intento de persecución.
Kilómetro a kilómetro se había puesto en forma, y mientras otros robaban de las tiendas
artefactos y prendas lujosas a las que en su vida anterior no habían accedido, ella entraba únicamente a
las tiendas deportivas cuando necesitaba reponer algo de su simple y especializado equipo de trekking.
En la repetición diaria que era su vida, había aprendido a calentar todos los músculos de su
cuerpo estando en movimiento. Había aprendido a alimentarse bien estando en movimiento.
Había aprendido a vivir en movimiento.
***
Ese día se encontraba a las afueras de un pueblo grande, desplazándose por el centro de una
calle asfaltada con dirección Sur. Ya llevaba trotando un par de horas cuando percibió movimiento en
una calle lateral. Demasiado movimiento para que sean sólo Willis luchando por algún resto de carne.
Siguió trotando en la misma dirección, pero prestando atención en cada cruce de calles para
descubrir qué era lo que pasaba a su izquierda. Distinguió a un hombre trotando a la par de ella. Iban
hacia la misma dirección y cada uno llevaba atrás el correspondiente grupo efímero de seguidores. La
situación entera daba un poco de gracia y a uno se le vendrían a la mente personajes como Elvis o
Madonna si los groupies estuvieran todos en una pieza.
Preservación de la especie 203 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) En la sexta esquina ambos se miraron y levantaron un brazo, a modo de saludo. En la séptima
esquina, él gritó:
—¡Me llamo Leo!
—¡Yo soy Val! —respondió ella en la octava.
Ninguno de los dos podía aminorar la velocidad para esperar a que el otro lo alcance, así como
tampoco podían encontrarse en el medio para no quedar encerrados entre los Willis, por lo que
tuvieron que esperar el momento indicado para juntarse. Luego de pasar el décimo cruce, se abrió ante
ellos una avenida de doble mano, amplia y con plazoleta central. Sin necesitar ninguna seña de parte
de ella, él corrió en diagonal para alcanzarla antes de que se internara de nuevo en las calles más
angostas.
Se estrecharon la mano y él le ofreció agua de una botellita que llevaba en un bolsillo elástico
al costado de su mochila. Esquivaron a un par de Willis que salían de una construcción mientras ella
bebía un sorbo de agua a temperatura natural, como siempre lo era.
Caminaron, trotaron y corrieron como cada día lo hacían, solo que esta vez se dieron el lujo de
hablar con otra persona. Leo habló de su primer grupo de sobrevivientes y de cómo había sido
masacrado en un estacionamiento que se había transformado en trampa mortal en cuestión de
segundos. Val habló de su familia y del grupo al cual se habían unido, que rondaba las sesenta
personas y que había sido emboscado dentro de un autobús. A él le pareció extraño que ella llame
Willis a los zombies, pero no preguntó. Se había cruzado con gente que los llamaba “suegra” y hasta
“mi ex”, así que no iba a molestarla con su costumbre.
Salieron de ese pueblo y caminaron tranquilamente por la carretera durante un par de horas, el
sol estaba por ocultarse cuando llegaron a los suburbios de la siguiente ciudad. Para pasar la noche
eligieron una casa con un gran jardín alrededor, de esa forma podían salir al día siguiente en la
dirección en la que hubiera menos movimiento. Chequearon la casa desde el sótano hasta el desván
para eliminar cualquier Willis que pudiera haber quedado encerrado allí y luego, ya seguros, se
dispusieron a descansar.
En la cocina encontraron comida enlatada que aún no estaba vencida y cenaron, rodeados de
muebles que nunca en su vida habían visto pero que se sentían fugazmente suyos. La peste había
entrado a las casas sin avisar, y la gente había salido de ellas olvidándolas por completo y para
siempre. No solían encontrar cadáveres en ellas, tan sólo la ausencia de sus habitantes, latente en las
fotografías de las paredes, en la ropa tendida y más aún en las tareas a medio terminar.
Val creía que todo se había desencadenado a raíz de un ataque con armas químicas salido de
control. Si todo hubiese salido bien, suponía que el país atacado habría quedado intacto, a excepción
de sus habitantes. Listo para conquistar. Pero por lo visto nadie previno las tormentas inacabables que
llevarían la peste alrededor del planeta en cuestión de días. Desde la choza de barro más precaria hasta
el edificio más moderno habían sido expuestos. No había habido plan de rescate ni aviso previo, y la
gente que no poseía inmunidad natural simplemente había enloquecido y se había transformado en
Willis. El resto, la minoría, se había convertido en testigo mudo de un fin del mundo que los había
esquivado.
Luego de la comida subieron a la habitación que habían preparado e hicieron el amor. Sin
frases estereotipadas ni prejuicios del mundo anterior. Compartieron su cuerpo y su humanidad sin
detenerse a pensar en el pasado o en el futuro, sólo en el presente. Fueron Adán y Eva reformulando la
historia, riéndose de la manzana, de la serpiente y del paraíso, al abrazar sin culpas la vida que corría
por sus venas.
***
Preservación de la especie 204 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Al día siguiente se quedaron dormidos. El compartir una cama con otro ser humano les hizo
desear inconscientemente la realidad anterior, el amanecer con la persona que se amaba, hacer el amor
una vez más y luego comenzar la rutina diaria de trabajo y exigencias. La tibieza de sus cuerpos fue
más depredadora que todos los Willis que se habían cruzado el día anterior.
Leo no se enteró de que habían entrado a la casa hasta que sintió la mordida de uno de ellos en
el muslo.
—¡Val! ¡Despierta, Val! —le dijo moviéndola mientras le pateaba la cabeza al Willis,
dejándolo inerte a los pies de la cama— ¡Nos atacan! ¡Debemos salir ya de aquí!
Tuvieron suerte de que ese fuera el único que había llegado a la habitación. El resto estaba aún
amontonándose en la parte inferior de la escalera, tratando de subir pero sin recordar cómo hacerlo.
Leo recogió las mochilas del suelo y ambos corrieron a la ventana de la habitación, que daba al techo
de la cochera. Bajaron saltando y comenzaron a correr hacia el lado del cual habían venido antes, para
deshacerse de los Willis que los habían seguido con la mayor rapidez posible. Ambos sabían lo que la
mordida significaba.
Se detuvieron al costado del camino, en lo alto de un prado desde el cual Val podía vigilar a su
alrededor mientras cuidaba de Leo. Él se recostó boca arriba, recuperando el aire lo mejor que pudo en
sus ya moribundos pulmones. Val lloraba sin parar. Abrió una botella de agua y se la dio, sin tocarlo.
Tenían un par de horas antes de que él se transformase y no dejaron de hablarse en ningún momento.
Él le contó todo lo que pudo de su vida anterior a los Willis, ella atesoró cada palabra prometiéndole
que lo recordaría por siempre.
A medida que el momento del cambio se fue acercando, Leo respiraba cada vez peor y sentía
cómo el corazón dejaba poco a poco de funcionar.
—Val...
—¿Si? —dijo ella sonriendo a pesar de las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.
—¿Por qué Willis? —Ella se rió, mostrándose avergonzada—. En serio... ¿por qué les... dices
así? —insistió con un hilo de voz.
—Es una tontería —respondió ella bajando el rostro. Leo levantó una mano temblorosa para
llamar su atención y hacer que lo mire nuevamente.
—¿Te parece... que puedo... discutir? —Ella le sonrió, negando con la cabeza.
—Es por Bruce Willis —le dijo sintiéndose una estúpida por hacerlo esforzarse—. Por Duro
de matar.
Se rieron los dos, por última vez, mirándose con intensidad. Se acercaron hasta fundirse en los
ojos del otro, en un apasionado beso sin piel, sin labios que pudiesen contagiar. El último beso de esos
ojos, que se cerraron frente a ella para nunca volver a abrirse en forma humana.
Tendría que aprender a llorar en movimiento también.
***
¿Estaría embarazada? No lo sabría hasta mucho más adelante, pero no tenía otra oportunidad:
debía sumarle al azar su cuota de decisión. Y para esto debía ir a una droguería, así que se dirigió a la
primera que encontró. La vidriera del frente estaba hecha trizas, por lo que entró sin obstáculos que la
demoren. En un estante, que casi no había sido saqueado ya que no contenía drogas interesantes,
encontró lo que necesitaba. Por las dudas tomó dos cajas, rosadas y femeninas. Salió a toda velocidad
del local, esquivando un par de Willis como si fuera un juego del que no dependiese su vida, y se
internó en el laberinto de avenidas y calles para atravesar el pueblo.
Preservación de la especie 205 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Cuando pudo caminar un poco más relajada, tomó una de sus botellas de agua y abrió una de
las cajitas. Extrajo la única píldora que traía el único blister. Luego de tragarla, meditó un momento
sobre lo que acababa de hacer, abrió la segunda cajita que había tomado y se tragó la otra “píldora del
día después”. Prefería sufrir un par de días de migrañas y cólicos que perder su ventaja física por
meses.
Ya
repoblaría
el
Preservación de la especie planeta
luego
de
que
los
Willis
desaparezcan.
206 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA OPERACIÓN BOKO
INVESTIGACIÓN/ Hace diez días se implementó una comisión investigadora por el caso de
desaparición de Ignacio Candelaria C. y Antier Zarquician P. desaparecidos en octubre de 1986
Amnistía Internacional ha dejado el caso del desaparecimiento del ciudadano chileno Ignacio
Candelaria Cifuentes y del ciudadano ruso Antier Zarquician Petrovic, por no estar directamente
relacionados en los casos de Detenidos Desaparecidos (DD.DD.), acontecidos durante la dictadura
militar de Augusto Pinochet. Sus cuerpos fueron recientemente encontrados en Benín, África
occidental. Por esta razón se ha descartado relación entre estos y una supuesta detención por estar
vinculados a grupos extremistas de la época. El caso ha pasado a la fiscalía oriente, implementándose
una comisión que se haga cargo del caso.
La prueba decisiva fue una fotografía aportada por un pariente lejano del occiso Candelaria, Antonio
Candelaria Jara, quien dice que el caso aun se mantendría abierto solo por tener involucrado a un
ciudadano extranjero. Hablamos con Antonio Candelaria, sin embargo, nos pidió que rehiciéramos la
entrevista y le enviáramos por escrito las preguntas, que él respondería por escrito, revisadas por el
abogado que lleva el caso de la familia. Esto fue lo que Antonio Candelaria Jara nos ha permitido
publicar acerca del caso.
- La fotografía la encontré por casualidad. Me la facilitó un colega de la universidad en la que trabajo,
que estaba haciendo una investigación sobre el proceso de democratización de Benín, el que se
concretó en 1989. Él me explicó esto y me mostró una fotografía que había conseguido porque se
estaba interiorizando en el proceso de ejecución de unos llamados “extremistas”. En realidad en la
fotografía no se veía nada, eran unos cuerpos desollados boca abajo, colgando. Era una imagen muy
confusa, la verdad. Pero mi colega me dijo que el tercer colgado tenía el nombre de Ignacio
Candelaria. Entonces le pedí una copia y la envíe como antecedente del caso.
- ¿Deseaba, entonces, usted que el caso de Ignacio Candelaria y Antier Zarquician salieran de la
investigación de Detenidos Desaparecidos (DD.DD.)?
- No tenía ningún interés particular en ello. Creo que no es importante la conveniencia política que
pueda generar el caso. Creo que esto mezclado entre otros casos atingentes a los DD.DD. hubiese
entorpecido el proceso únicamente. Sin embargo había algunas cosas que me hicieron dudar. La última
carta que envío Ignacio me hizo un ruido extraño. Primero que todo, de haber sido detenido por los
militares no me podría haber enviado una carta. Sin embargo en ésta decía cosas que me hacían
pensar lo contrario: repitió constantemente que el lugar donde estaba olía a podredumbre, como a
animales muertos. Pensé que podían haberlo capturado y encerrado en una cloaca o algo similar. Se
sabe que esas cosas sucedían. Por otro lado era de conocimiento general que Ignacio era militante del
Partido Comunista y que había estado involucrado en tráfico de armas. Me refiero que en el barrio en
el que vivíamos quién no lo sabía, lo suponía. Entonces era absolutamente lógico que pensara que
había sido detenido.
- ¿Decía en la Carta porqué se iba?
- Decía muy poco en esa carta. Explicaba un par de cosas acerca del lugar donde estaba y nada más.
Me habló de Antier. También hablaba de muertos o algo que no se le entendía bien. Daba la impresión
de estar confundido y, por la letra, supongo que se había agarrotado la mano derecha o algo similar.
Pero la carta llegó años después de haberla enviado. Por esto el caso fue a proceso y luego comencé a
sospechar que podría no haber tenido relación alguna con los casos de DD.DD. Pero no tenía pruebas
concretas de esto. Incluso la carta venía sin remite.
- ¿Cree que haya alguna relación entonces entre la dictadura y desaparición de Ignacio
Candelaria?
- Sería ingenuo pensar que no. Si Ignacio tuvo que salir del país de esa forma, sin avisarle si quiera a
su familia, tiene que haber sido porque estaba siendo perseguido. Hay que recordar que en octubre de
1986 se había decretado toque de queda y se estaba allanando todo, por el atentado a Pinochet en la
cuesta Miraflores. De seguro a Ignacio lo perseguían.
La operación Boko 207 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) - ¿Conocía usted al ciudadano ruso?
- Yo conocí a Antier por Ignacio. Más allá de esto no supe, pero sé que no estaba vinculado al partido
comunista ni al tráfico de armas. Tengo entendido que eran amigos. Lo que llama la atención es que
Antier era patinador y trabajaba en un circo, que pertenecía a su familia, sé que en el 84’ estaban en
Montevideo, Uruguay, y desafortunadamente llegaron a Chile huyendo de la dictadura que había
asumido Gregorio Álvarez. No tengo muy claro por qué se quedaron acá. Creo que si se lo llevaron
fue sencillamente por ser ruso. No creo que haya estado involucrado en nada. Él me parecía una buena
persona, simplemente. Aunque lo que se pueda especular de él me tiene sin cuidado.
Sin embargo la negativa de Antonio Candelaria de publicar la primera entrevista completa, nos
concedió el número de contacto de su colega de ex colega universidad. Nos ha pedido no revelar su
nombre ni su paradero, puesto que ya no reside en Chile. Pero nos ha enviado una explicación acerca
de la desaparición de Ignacio Candelaria y de Antier Zarquician. No nos ha permitido entrevistarle
tampoco, aunque él ha aludido a otras razones, las cuales respetamos y no revelaremos. Acá lo que nos
ha escrito, lo cual publicamos íntegramente.
“Yo hacía el tercer curso de historia colonial francesa. Entré ahí por la detención y
desaparecimiento del anterior catedrático, aunque esto no era oficial para la universidad. Debido a mi
clase tenía que investigar acerca de los procesos de independencia y democratización de algunas
repúblicas africanas. Por esta razón y no por otro motivo me he enterado de esto. Quiero aclarar que
yo no conocí a Ignacio Candelaria ni a Antier Zarquician.
“Durante estos últimos años, y por la democratización de los medios de comunicación de
Chile se ha sabido que en el golpe de estado efectuado contra el gobierno de Salvador Allende, el 11
de septiembre de 1973, estuvo involucrado el gobierno norteamericano. Es sabido, también, por
ciertos documentales extranjeros que han circulado, como Los Juicios de Henry Kissinger, por
ejemplo. Así mismo se sabe que estuvieron involucrados en la dictadura uruguaya, apoyando dictador
Bordaberry, antecesor de Álvarez. Esto, sino es de conocimiento público, al menos no es un secreto.
“Ya avanzada la dictadura militar chilena y producto del gran número de muertos que
ésta estaba dejando, el gobierno fue apoyado en un ‘proceso de desaparecimiento’, por
llamarlo de alguna forma, que estaba implantando el gobierno norteamericano a las dictaduras
que había apoyado. Esta fue la operación ‘Boko’, que se instauró oficialmente desde 1989,
debido a la renuncia de la república de Benín, áfrica occidental, al marxismo-leninismo. Sin
embrago esta operación era llevada a cabo desde mucho antes, más o menos desde 1980, por
grupos reaccionarios benineses. Con la banca rota del gobierno beninés, puesto que no tenía
ni siquiera crédito del Banco Central de los Estados de África Occidental, por exceder el
límite de préstamos, el gobierno norteamericano le tiende la mano a cambio de que apoye cien
por ciento la operación ‘Boko’ y ya no se declare una república marxista-leninista. Esto
sucede ese mismo año y es apoyado por el Banco Mundial en el proceso de transición
económica.
“Antes que Benín se llamase tal, se llamaba el Reino de Bahomey. Una de las
religiones más potentes ahí, por ese entonces, era la vuduísta. Los conocimientos acerca del
vuduísmo se conservaron de generación en generación y, actualmente en Benín, aun existe el
vuduísmo. Esta fue la herramienta principal que ocupó el gobierno norteamericano en la
operación ‘Boko’: los cautivos políticos eran convertidos en zombies. En esto quisiera
detenerme sin que parezca que estoy hablando idioteces: hacer zombies, como se le llama, es
un técnica, es un conocimiento que cualquier persona puede aprender, bajo determinada
instrucción es posible que cualquier persona haga un zombie; segundo, para hacer un zombie
se requieren ciertos materiales que no están a disposición de cualquier persona, pero sabemos
que estos materiales, este conocimiento y el mismo vudú fue trasladado por la colonia
francesa, principalmente a Haití, aunque en realidad lo traslado a todo el mundo, debido al
tráfico de esclavos. Una última precisión acerca de esto, que es de orden técnico: si bien el
discurso oficial de la medicina no acepta la existencia del zombie, propiamente tal, le llama a
este esquizofrénico catatónico, aunque con esto solo se explica la pérdida de la voluntad del
zombie, pero no el proceso de descomposición. Incluso podríamos aceptar que sea una
La operación Boko 208 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) esquizofrenia catatónica provocada adjuntamente a una necrosis o gangrena generalizada (lo
que es un supuesto ya demasiado complejo) aun esto no explicaría la lentitud de la
descomposición. Aun si especulamos que esto se produce por el estado catatónico, no
alcanzaría a explicar porqué no hay una disminución en la fuerza motora. Hablamos acá de
algo particular, no de un enfermo que podría ser tratado con determinados medicamentos.
Cualquier persona que alguna vez haya visto a un zombie sabría que eso no está enfermo, que
ni siquiera podría estarlo. Cualquier persona que haya visto un zombie, sabe que es algo que
no quiere volver a ver.
“Los zombies le eran convenientes todas las partes: al gobierno de Benín, porque le
otorgaban fuerza de trabajo y los amistaba con su prestamista; al gobierno norteamericano,
porque se deshacían de presos políticos sin asesinarlos (aludiendo a razones de salubridad el
juicio internacional podía ser más flexible en casos de derecho humanos), aunque esto nunca
salió a la luz pública por razones que desconozco y no estoy interesado en conocer; también
mantenían su dominancia en los países latinoamericanos que habían sido ayudados y además
propagaban una plaga peligrosísima en Benín, lo que les permitía, y aun, mantener a raya la
población africana. Esto último es algo que ocurre eventualmente: para que un zombie sea
liberado debe morir su ‘Boko’, que es quien hace el ritual para convertir a una persona en
zombie. Como la cantidad de gente trasladada hasta Benín era muchísima y no todo el mundo
maneja la técnica de hacer zombies, un ‘Boko’ manejaba a varios zombies a la vez, los que le
proporcionaban mano de obra gratuita por un mínimo de comida, la que estaba hecha
fundamentalmente de carbohidratos, puesto que esto les permitía generar ATP y así poder
moverse, sin embrago esto debía ser controlado estrictamente: cualquier variedad en la dieta
provocaría que el muerto perdiera su capacidad motora, puesto que muy pocos carbohidratos,
bajarían la producción del zombie; demasiados carbohidratos o algún tipo de estimulante de la
presión sanguínea, provocarían un estado de alteración que anularía los ingredientes que lo
volvieron zombie, con lo que no regresaría a su estado normal, sino que lo dejaría en estado
muerto. Por esto, cuando un cuerpo zombie dejaba de estar en condiciones de trabajar, era
enterrado por el mismo ‘Boko’ en una tumba con sal, lo que hacía desaparecer los huesos del
muerto.
“Cuando un ‘Boko’ moría los zombies a su cargo se propagaban, entonces se procedía
a la aniquilación de ellos. Sólo un zombie sin ‘Boko’ es agresivo, además de contagioso. El
zombismo, como una gran cantidad de enfermedades, se transmite por las secreciones
corporales y por ello la mordedura de un zombie resulta fatal. Lo que se hace habitualmente
es cortales la cabeza y dejarlos boca abajo, para que la sangre baje y se pierda completamente.
Entonces las carnes sueltas del zombie caen y le dan el aspecto de estar desollados. Los
vuduístas son muy respetuosos de la muerte en cualquier caso, y cuando un ‘Boko’ muere, los
otros ‘Bokos’ entierran en sal a los zombies del muerto. El enterrarlos en sal no solo evita que
se encuentren los huesos, además hace que el alma de este se libere definitivamente del
cuerpo en deterioro. Aunque esto es lo que creen los vuduístas, lo que ante los hechos no me
parece dudable.
“Así trabajaba la operación ‘Boko’, eliminando cautivos de Latinoamérica y
exponiendo a la población africana. Sin embargo esto era un riesgo del cual el gobierno de
Benín estaba consciente. Pero la banca rota de finales de los ochenta les había planteado esto
como la opción menos riesgosa, porque la otra opción era quedar desabastecido y sin la
asesoría económica que les facilitaba el Banco Mundial.
“Ahora este plan nunca salió a luz y tampoco se expandió el desaparecimiento de
cautivos políticos por razones de salubridad. Pero ante esta evidencia resulta claro qué pasó
con Ignacio Candelaria y con Antier Zarquician, que no fueron desollados, sino que tuvieron
que ser aniquilados por la muerte del ‘Boko’ que los regía.
La operación Boko 209 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) “Si esto se sabe fue por la muerte de Zarquician. La primera versión que salió por la
muerte de Zarquician fue que éste estaba ayudando a un grupo extremista beninés a
reinstaurar un gobierno abiertamente marxista-leninista. Y esto se publicó particularmente
porque la familia Zarquician, de la cual todos trabajaban en el circo, puso el grito en el cielo.
Entonces se dijo que toda la familia Zarquician y el ‘Circo Extremo Abomey’ (como se
llamaba el circo) estaba involucrado en esta campaña de reinstauración de un gobierno
marxista-leninista. Esto me pareció del todo sospechoso, primeramente, porque no entendía
por qué un grupo de patinadores habría de involucrarse en una revolución armada, porque así
pintaban a este supuesto grupo revolucionario. Incluso siendo eso posible, que un grupo ruso
estuviese muy interesado en la liberación del capitalismo de un país africano y se entregaran a
morir por ello, lo que no lograba colegir era porqué se habría de hacer esto luego de venir
saliendo, al menos oficialmente, de un gobierno marxista-leninista. Esto claramente no tenía
ningún sentido.
“El ‘Circo Extremo Abomey’ era uno de los mecanismos de espionaje que tenía la
operación ‘Boko’, por lo que los integrantes de éste eran espías. Debido a que todos decían
ser rusos y en parte lo eran, se le facilitaba el acceso a ciertos grupos comunistas contrarios a
las dictaduras latinoamericanas de derecha. El ‘Circo Extremo Abomey’ era de hecho una de
las piezas fundamentales en muchos secuestros políticos. Por esto se quedaron en Chile, luego
de pasar por Uurguay y es probable que hayan estado involucrados en varios de los 172 casos
de detenidos desaparecidos en la dictadura de Bordaberry y Álvarez.
“Antier Zarquician fue mordido en Benín tras la muerte de un ‘Boko’. Así tuvo que ser
eliminado como cualquier zombie que carecía de ‘Boko’, puesto que era agresivo e igual de
contagiosos que cualquiera de ellos. La familia Zarquician por esto quiso hacer público el
caso de la operación ‘Boko’, pero no les dio resultado. En realidad ignoro que habrá sucedido
con ellos, pero es imaginable en cualquier caso.
“De esto me enteré también por casualidad, como de la mayoría de estas cosas. Hubo
el intento de pasar este caso y otros de asesinatos de espías norteamericanos, que trabajaban
en secuestros, a Derechos Humanos. Por supuesto la causa fracasó, porque eso iba a
incriminar en primera instancia a la República de Benín. De ahí a Estados Unidos había un
paso. Estos quedaron en el anonimato, sin embargo en algunos lugares, como en Chile, se les
procesó dentro de las causas de detenidos desaparecidos.
“Por esta razón y por otras más he tenido que esconderme. La misma razón por la que
no he dado la entrevista y por la cual le he enviado a un amigo esta carta, sin remite, para que
se haga pública. No me escondo de los zombies; me escondo del ‘Boko’. Esto es mucho más
atemorizante.
No
hay
machetes
que
funcionen
contra
el
‘Boko’.
La operación Boko 210 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL VOY-VOY
“Aletas, piernas, élitros, tentáculos,
brazos, pinzas, cabezas a granel,
troncos humanos, perfectos o feos,
en inmenso caldero se revuelven..
..empieza a enfriarse muy despacio.
Y El Hacedor ahora ya no sabe
qué hacer con Él, su cara se oscurece
y ante La Creación, fiasco inconfeso,
quiere huir a través del laberinto
de su espacio bizco y curvado” [“El Fiasco de La Creación]
Lázlo Kálnoky(1912-1985)
Luego se perdía en la ciudad y su entraña
“Hay un cierto placer en la locura,
saturnino Ser de los que se apañan
que sólo el loco conoce “(John Dryden)
solos, y ello le hacía reir a hurtadillas.
“Tribachúm Tribaribaribaribachúm….
Gloria Aleluya, Che-ru-cha-len” (Gerald Durrell)
Recuerdos “Dickenssianos” infantiles me pueblan el ánima, aunque están esmerilados, y en mi
trepidante actividad diaria, no anidan en mi. Sin embargo, después del largo viaje, hoy estoy muy
atribulado, pues he escuchado regurgitar por los imbornales -¡Demasiado Tiempo!- la maldita canción
de “Los Machucambos” :
“Más Allá de no sé dónde
tampoco se sabe cuándo
dicen que salió Un Espanto…”
Y como en una estropeada película de Super-8, reminiscencias del trapero acaparador de corcho y
cartón me han poseído. He vuelto a recordar el rendibú con aquel zascandil.
Sí, fue una Visitación “Dickenssiana”. Tocado con un chapeo indefinido, y bajo él dos ojos zarcos
y mesméricos, el anciano recogedor de cartonajes callejeros surgía, casi alumbrado a dos velas, menos
que una sombra, en atrios, hastiales donde el eco nos asustaba, un Prometeo con su fardo arrepticio,
medio “Ido”, contumaz empujando su extraño carricoche acaparador con forma de ataúd. En esos
momentos, los chavales lo rodeábamos a distancia prudente, pues esperábamos su ceremonial: De
pronto se giraba, y para evitar nuestro asedio lleno de vida-contrastado con su luctuoso aspecto
revenido-abandonaba su convoy de anómalos objetos propios de quien padece un Síndrome de
Diógenes terminal, pero más tenebroso y macabro, y enmudeciendo todas nuestras increpaciones,
ausente y camuflado decía de esta guisa, cual si de una alcantarilla hirviendo se tratara balbuceando
lenguaje humano..
“Voy – Voy “
Y esa horrísona cadencia, muy modulada en re menor, hacía nuestras delicias…mientras huíamos reos
del hecatónquiro del miedo cerval.
Empero, tras olvidar el incidente, lo buscábamos al pasar los meses(pues era parte de nuestros
ritos iniciáticos de Crecer) y reproducíamos la escena. Tal regularidad nos satisfacía, hasta que al
transcurrir un año y pico, se decidió en la pandilla introducir algún acicate que lograra providenciar de
manera más sublime aún el episodio señalado. De la siguiente manera.
Un voluntario, el más valiente de nosotros, tendría que aproximarse sin que Él se percatara y
tomaría la iniciativa espetándole
“Voy – Voy “
al trapero podridillo. Es decir –se nos hacían los dedos huéspedes ante la inversión de los términos de
la facción hermenéutica- en Román Paladino era hurtarle sus dos conspicuas palabras, prosopopeya de
su única comunicación con Éste Valle De Lágrimas.
No sigáis expectantes: “Et In Arcadia Ego” [También Yo Estoy en Esa Arcadia”], Servidor Fui El
Aherrojado ¡Natural! siempre he sido muy narciso, y si bien creo lo que expresó Ernest Hemingway
de “El Valor es una huída hacia adelante”, me ofrendé en el ara del liderato de mi escuadra callejera de
vociferantes amiguetes, quienes me idolatraban.
El Voy‐Voy 211 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Para allá que fuimos al filo de la medianoche de un plenilunio de Luna Azul. Y le hallamos
cuando parecía haberse extrañado al olvido, barruntando sempiterno su “ritornello”
¡¡¡Voy – Voy!!!
¡Qué a placer bramaba en las calles mal iluminadas, poniendo enconado celo en su “Allanpoesco” y
crascitante graznido! Voy – Voy
Pronto me dí cuenta de cómo magnetizaba. La escuadra de mis prosélitos se ocultó, y me encaré
solo al singular reto, irremisiblemente desvalido, y sin otro camino que abordarle. Sigiloso llegué por
su espalda, y a punto de tocar su “tres cuartos” militar usado que vestía desde tiempo inmemorial,
recité asaz blasfemo..
Voy – Voy
Se giró con inusitada brusquedad, y no tuvo necesidad de sujetarme o paralizarme con artes
diabólicas, pues me quedé estupefacto. Justo en ese momento, oí carreras apresuradas y cobardonas de
zapatitos infantiles desparramándose por los cobertizos del centro histórico de la ciudad, llegando
hasta mi el claqué desesperanzado que producían sobre el ancestral adoquinado. Eran mis muchachos,
mis adeptos hasta ese instante determinante de pánico puro, quienes me abandonaban al albur del
“Voy – Voy “, aunque con el poder mental visionario nacido del terror sin piedad que me subyugaba,
telepáticamente les oía enviarme sus respectivos karmas disculpándose con la excusa de que no cabía
opitulación posible tan sacudidos como estaban por el miedo irrefrenable.
Quedé trastornado. Aquella piel que recubría su cara y sus manos, lo único expuesto por vez
primera a mis pupilas infantiles, no era una epidermis viva. Verde y saturnina; putrefacta y plúmbea
habitada por gusarapos. Pero sus ojos…venían de muy lejos, de allende el raciocinio, de donde mora
el horror incatalogable, celados por su anatémico sombrero, y transmitían un pavor nunca jamás
experimentado. Desde entonces sé que el miedo es azul [Solomon Kane explicaba en sus dichos
puritanos que La Muerte Es Azul], exacto a sus ojos zarcos. pero lo que casi me hizo perder el seso de
tan auténtica como era la honda impresión generada, fue paradójicamente, el instante tragicómico y
socarrón en que con insólito ademán sórdido, se puso a cantar aquella antiquísima canción, un
“merengue” en concreto, de “Los Machucambos” :
“Más Allá de no sé dónde
tampoco se sabe cuándo
dicen que salió Un Espanto.
Que lo vieron no se sabe dónde
ni cómo ni cuándo,
ni por qué andaba espantando.
..Yo Lo Ví,
Yo sí Lo Ví..” ( Y “El Voy – Voy” me apuntaba con un corrupto dedo )
“Era Un Muerto sin cabeza - a punto de desvanecerme, contemplé al borde de la apoplejía,
cómo se desenroscaba el cuello dejando un manojo de raíces secas (¡eran muérdagos!) a la vista, en
lugar de arterias, sosteniendo su propia cabeza decapitada con sus manos sarmentosas ofrendándola a
La Luna Azul, tanto que parecía su Tercer Ojo Zombi en mitad de una frente repleta de escrófulas A todo esto, Él continuaba con su mímica seviciosa al cantar..
“..sin pantalón ni camisa..-devolvió su busto al hueco antinatural de procedencia, y me mostró
desbotonándose el “tres cuartos”, que no vestía esas prendas, y que en su cadavérico cuerpo poblado
de miasmas, no abundaban más que cicatrices y marcas quirúrgicas alarmantes amalgamadas sin
distinguir la anatomía humana que un día lejano fue –
“con las manos en los bolsillos –e introdujo las manazas como panes moros, en tajaduras
malolientes…¡¡En el acetábulo en Vivo de sus caderas!! –
“y una macabra sonrisa.”
Se desternillaba sardónicamente, pero al abrir la boca –perfumada como un escape de gas...aquello no podría ser, sino que REALMENTE EL INFIERNO EXISTÍA DE VERAS. Un ofidio por
lengua, un olor que era la personificación de la descomposición de lo peor de La Tierra, sanguijuelas
surcando su paladar forrado de liquen y cifela de los tejados; y en lugar de saliva, algún lincurio
humeante de felino del averno, apelmazado con crúor de los condenados con que se engrasa El
Tártaro. Ese P a n d e m o n i u m fue a la postre, un revulsivo -¡Gracias a San Miguel Arcángel!-que
me hizo escapar de mi ensimismamiento y, con mis “necesidades”recién depuestas embadurnándome
la ropa interior (perdí el control de esfínter por el atenazamiento luctuoso) arranqué a correr más que
El Voy‐Voy 212 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) el mismo Pateta ante un diluvio de agua bendita. Enfilando el chafariz de la glorieta aún escuchaba la
voz repleta de quemazón de absenta desencadenarse geométricamente en la atmósfera y desparramarse
por las desprotegidas calles medievales en mi busca….
“Tenía los ojos pelaos-no quería ni imaginar cuál podría ser la escenificación de la fraseTenía el bigote chorreao-¿acaso ácido y sangre enfermiza goteando desde el cielo?Tenía los pelos paraos,
Tenía la barba p´atrás-¿quizás fuese mitad imbunche, mitad zombi?
y bailaba sabroso así de medio lao
con este ritmo atravesao……
Eso fue lo último que tarareó entre los reconditorios de la catedral gótica, mientras alcanzaba al
fin, el pórtico de mi casa.
Fueronse El Tiempo, las rúas y La Infancia, y un buen día, es decir, H o y , he venido a mi villa
natal, tras una ausencia de décadas ; exitoso en otras campañas y otras lides lueñe de Mi Patria. Estoy
aquí ante los imbornales abiertos y ominosos de este parque repleto de tanacetos, con ínfulas de
disimulado camposanto, que no sé quién habrá franqueado en malahora para mi. Hasta las hojas secas
de los madroños huelen …definitivas y cósmicas. Estos escenarios de mi niñez, por un lado parecen
decir
“permanezca entre vosotros la fraternidad, no os olvidéis de la hospitalidad,
pues por ella, algunos sin saberlo, hospedaron a ángeles” (Heb, 13 -2 )
pero de otro lado, no advierto la calidez de la llegada de la Estación Vernal del Año. Es cierto,
objetivamente, La Ciudad me ha abrazado, mas…….
….de pronto he escuchado, como decía al principio de Éste Opúsculo de Providencias,
Los Machucambos ,
y… ¡¡¡¡¡¡¡Por Cribas!!!!!!! a continuación, aquella voz telúrica y sísmica recitando una críptica
poesía…
Vine a tus hastiales, errabundo,
Olisqueé tu Ser bajo los madroños
Y creí oírte, sintiéndote otra vez trémulo y bisoño.
Viento a ráfagas, médanos y ciénagas son Mi Mundo,
Otilando te digo quien soy, susurrado en los tanacetos.
Yo Soy ese secreto que Tú sabes musitado..en estos tercetos
Es Impepinable.
Ha regresado a la par que Yo de su ignoto antro en El Tiempo y bajo toneladas de tomaína y humus.
Mi Ciudad Natal es un queso gruyere que funde con los Fuegos de San Telmo, y transmite sus
designios con un raro juego de morse de Fuegos Fatuos, inteligibles exclusivamente por Los Zombis
que en secreto tenemos asignados quienes nacimos aquí; sus subterráneos son El Carnerario de Los
Revenidos como Él, y ¡Malhaya! ..¡¡¡Ambos sabemos que hay que poblarlos!!! ¡¡¡¡Tarde o
Temprano!!!!
“M á s A l l á d e n o s é d ó n d e t a m p o c o s e s a b e c u á n d o
dicen que salió Un Espanto
Que lo vieron no sé sabe ni dónde ni cómo ni cuándo
ni por qué andaba espantando “
Y asumo que estoy irremisiblemente perdido, en tanto camino hacia su silueta esmeralda fosforescente
y pútrida (¡desmenuzándose un poco más si cabe que cuando yo era chico!)
Y para envalentonarme como antaño - ¡Soy Genio y Figura hasta en mi Finis Poloniae! –
..hago los coros…….
“..Yo Lo Ví,
Yo sí Lo Ví…”
“..así de medio lao..
con éste ritmo atravesao..”
[ Cuentan que aquel hombre lo hallaron mal,
dormido en un jardinillo en mortuoria estancia. N o t a d e l P o e t a]
*
El Voy‐Voy *
*
213 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) “ Mis Queridos Amigos que aún recuerdan al loco,
ahora les escribo, aquí junto a la estufa
donde os recuerdo mientras el frío de la noche
de noviembre ha venido a mezclarse en mi alma
a esta lenta tristeza que apenas se disuelve “
“Amigos, recordadme, y no sólo entre prisas,
pues viví entre vosotros y un día me quisisteis”
[ Attila József, 1905- 1937]
Salve Atque Vale !!!
F
El Voy‐Voy i
n
i
s
214 .
I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) EL PRINCIPIO DEL FIN
Los haces de luz se proyectaron por entre las ramas de los árboles y todo empezó a colorearse
a su paso: los grandes abetos verdes y robustos, las flores entre sus troncos, las briznas de hierba del
claro, el riachuelo con su continuo rumor y los pájaros que se perseguían de un lado a otro. Sam
presenciaba este pequeño espectáculo cada día sin dejar de sorprenderse y disfrutar de él. Se
levantaba muy temprano y se sentaba en las escaleras de la entrada de la casa. Empuñando su taza de
café humeante disfrutaba del rumor del agua a su paso, del trasiego de los animales en la espesura del
bosque y del olor de la hierba fresca de la mañana, mientras el sol se elevaba radiante y majestuoso.
La vida de Sam era sencilla y tranquila. Había cambiado el frenético ritmo de la ciudad por un
pequeño rincón olvidado en la montaña donde vivía en paz.
Cuando se termina el café, entra en la casa para comenzar la jornada. Tras el umbral podemos
observar el ambiente de una casa sencilla, sin muchos adornos, pero con el toque cálido que le da la
madera con la que está construida. Se dirige hacia la parte de atrás cruzando por la cocina hasta una
puerta que da al patio, donde tiene a los animales. Abre la puerta y ve acercarse a su pastor alemán
para darle los buenos días.
—Buenos días, Capitán. —saluda al perro mientras le acaricia detrás de las orejas. Su viejo
amigo le corresponde con un lametón en la mano.
—Vamos a sacar de paseo a las señoras.
El hombre manipula la cerradura del redil donde tiene a sus ovejas y abre la puerta, momento
que aprovecha Capitán para colarse dentro y empezar a dirigir a los animales hacia la puerta abierta.
—Circulen señoras, que no tenemos todo el día. —exclama mientras va sacándolas poco a
poco con la ayuda del perro. Al levantar la vista, en uno de los extremos parada y sin muchas ganas de
ponerse en marcha hay una de ellas. Sam la mira y resopla con un gesto de resignación.
—Todos los días haces lo mismo, ¡vamos perezosa! —la voz enérgica de Sam se eleva por
encima de los animales que iban saliendo dóciles hacia fuera. Capitán, muy atento, corrió hacia ella y
el animal salió disparado hacia la puerta.
Entre los dos sacan a todas y Sam, tras cerciorarse de que no queda ninguna rezagada, cierra
tras de sí. Acto seguido comienzan el ascenso a la montaña hacia las grandes extensiones verdes donde
los animales de Sam puedan pastar.
Mientras Capitán guía el rebaño montaña arriba, el hombre los sigue a cierta distancia sumido
en sus pensamientos. Agarrado al palo de madera que le sirve para nivelar el peso en el ascenso y con
la mirada perdida en el horizonte, más allá de las cordilleras, Sam se pregunta qué le habrá pasado a
Billy.
Antaño Sam bajaba una vez a la semana al pueblo a vender los productos que daban sus
animales, principalmente queso. Iba cargado con la mercancía montaña abajo, vendía en la plaza del
pueblo, donde se organizaba un mercadillo, en el cual, se citaban los comerciantes de la comarca. Billy
era cliente asiduo al puesto de Sam y le compraba para la posada que su padre regentaba en el pueblo.
Poco a poco fue surgiendo amistad entre ellos, tan rápido como los quesos de Sam se hacían famosos
en la posada. Llegó el momento en que el padre de Billy quiso en exclusividad los productos de Sam y
llegaron a un acuerdo por el cual Sam no tendría que desplazarse hasta el pueblo para llevar su
mercancía y se llevaría una cuantiosa suma de dinero por ser el proveedor del local. No fue muy difícil
convencer a Billy para que se encargara de la logística por la amistad que había surgido con el
comerciante y una vez en semana subía a la montaña con su carro y a veces se quedaba con su amigo
durante la jornada jugando a cartas, fumando en pipa, hablándole de los chismes del pueblo,
ayudándole con los animales y sobre todo disfrutando con las grandes extensiones de naturaleza de las
que la zona gozaba. Billy llevaba diez días sin aparecer y Sam estaba preocupado porque nunca había
El principio del fin 215 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) faltado ni una semana; las veces que lo había hecho su padre había enviado a otra persona en su lugar,
pero habían sido pocas ocasiones en bastante tiempo.
Cuando Sam llegó a la zona de pasto y recordó lo que llevaba en su bolsa atada a la espalda, se
olvidó por momento de Billy. Había sido un ascenso duro, incrementado por el calor que ya hacía a
media mañana. Buscó el cobijo que le brindaba la sombra de un árbol cercano a los animales, sacó de
la bolsa un poco de carne que llevaba para el perro y unos bocadillos que tenía para él. Se comió los
bocadillos con un hambre voraz y tras beber un largo trago de la limpia y fresca agua recogida de un
manantial en el trayecto, se echó sobre la hierba , se colocó su sombrero de paja sobre la cara y cayó
en un profundo sueño...
Abrió los ojos y contempló el prado vacío, había anochecido y la oscuridad lo envolvía todo.
¿Cómo había podido dormir tanto? Se incorporó y avanzó hacia el centro del terreno, se colocó las
manos alrededor de la boca para llamar a los animales pero ningún sonido quebró la oscuridad. Lo
intentó de nuevo y lo único que salió de su boca fueron unos hilillos de saliva que le resbalaron por la
barbilla. Miró a su alrededor desde su pequeña isla verde franqueada por los árboles amenazadores y
la espesa oscuridad que emanaba del bosque lo observaba desde todos lados, creciendo y creciendo. El
silencio era ensordecedor, insoportable, ya que Sam pensaba que en cualquier momento se rompería
en mil pedazos. Sam quedó paralizado en medio del prado. Cada segundo que pasaba el bosque se
comía más terreno, los árboles parecían más cercanos cada vez y Sam se sentía invadido. En ese
momento un sonido atronador salió de la espesura, un grito gutural que era demasiado salvaje para
salir de una garganta humana irrumpió en el oído del hombre obligándole a llevarse las manos a las
orejas. Sam cayó de rodillas con las manos pegadas a la cabeza y desde su nueva perspectiva vio
horrorizado como la oscuridad, que en un principio había pensado que pertenecía a la espesura del
bosque, se dividía en pequeñas sombras que avanzaban hacia él a toda velocidad. Cientos de pares de
pequeños ojos rojos cayeron sobre él, el hombre intentó gritar pero sólo expulsó aire de su garganta y
todo se volvió escarlata... Se despertó gritando con las manos en la cabeza y empapado en sudor. Su
pecho subía y bajaba con frenesí, levantó la cabeza y seguía en el prado pero esta vez tal y como lo
había dejado. Sus animales le observaron y volvieron a su actividad. Cuando se repuso de la turbación
se alegró de que hubiera llegado la hora de partir hacia casa.
Cuando vio la casa entre los árboles se sintió más aliviado, nunca un sueño le había causado
tanto desasosiego. Todavía quedaba algo de luz cuando se puso a guardar a los animales con la ayuda
de Capitán. Terminaron y el sol estaba muy bajo, los haces de luz se estaban extinguiendo y todo
estaba apagándose poco a poco. El hombre comenzó a caminar hacia la casa y al echar la vista atrás
fue cuando vio al perro como una estatua mirando fijamente hacia la espesura del bosque. Estaba
mirando en dirección al pueblo, montaña abajo, mientras Sam se acercaba para calmarlo:
—Tranquilo viejo amigo, ya hemos terminado por hoy.- le dijo mientras acercaba su mano
para acariciarlo. —Te pondré algo de comer y ... —El perro salió disparado como un resorte hacia la
espesura del bosque antes de que el hombre pudiera siquiera tocarlo.
—¡Capitán, vuelve! ¿Qué te pasa chico? —gritó el hombre mientras salía tras el perro que se
estaba metiendo en la espesura.
El perro y Sam se internaron en el bosque mientras el sol caía por el horizonte dejando todo a
merced de una luz mortecina.
Cuando el hombre vio la figura del perro entre una maraña de vegetación se habían adentrado
bastante en el bosque. Las sombras eran alargadas y opresivas, Sam se acercó al animal que estaba
inmóvil y aprovechó para pasarle la correa por el cuello y que no volviera a escabullirse. El perro tenía
la mirada fija en la maleza, Sam tiró varias veces de la correa para llevarlo de vuelta pero no se movía.
Se acercó para tranquilizarlo y quedaron los dos frente al amasijo de ramas y follaje que retenía la
mirada de Capitán.
El principio del fin 216 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) —Vamos amigo, pronto se hará de noche y no me gustaría quedarme rondando por aquí – dijo
el hombre. De repente de la maleza se oyó el crujir de unas ramas. El hombre se alarmó y levantó la
vista, pero su rictus se relajó al comprender. Cada vez se partían ramas más cercanas – Joder, ¿me has
traído hasta aquí porque te has puesto a perseguir un conejo?, ahora mismo nos vamos – Sam se giró y
tiró con fuerza, Capitán empezó a gruñir sin apartar la vista de las ramas. El hombre notó una presión
en el tobillo y un tirón, cuando bajó la vista por su pierna se dio cuenta que un brazo sucio y
sanguinolento que salía de la vegetación le agarraba la pierna. El hombre dio un respingo y se quedó
sin aliento.
—¡Mierda! —gritó. Y cayó al suelo.
Recuperado del susto inicial, se levantó, apartó el follaje y guiado por el brazo se encontró con
su amigo Billy tendido en la hojarasca. ¿Qué hacía allí? ¿Qué le había pasado? Se acercó hasta el
cuerpo, le habló sin obtener respuesta ya que Billy había perdido el conocimiento, sus últimas fuerzas
se habían quedado en el tobillo de Sam. Rápidamente se lo echó a la espalda para llevarlo a casa. Por
la sangre, debía de estar herido.
Echado en el sofá de la casa yacía Billy, la tez blanca, enfebrecido, un pañuelo húmedo sobre
la cabeza, con las ropas hechas jirones y manchadas de sangre. Sam le había desinfectado y cosido una
herida abierta en el brazo, por donde sangraba abundantemente. Por el aspecto de la herida Sam
pensaba que le habría atacado algún animal, era un desgarro en el brazo con muy mala pinta ya que
alrededor de la herida la piel estaba cogiendo un extraño color. Terminadas las curas se acercó su
butaca, dio de beber a Billy y se sentó frente al sofá contemplando a su amigo, que respiraba
entrecortadamente. Se preguntó qué es lo que habría sucedido, cuánto tiempo llevaría en el bosque y
qué lo habría atacado. El día había sido muy duro y la butaca era muy cómoda, de repente las
extremidades parecían pesarle el doble, los párpados iban cayendo lentamente, su respiración marcaba
un ritmo suave y tranquilo, hasta que se rindió y el sueño se lo llevó. Los dos quedaron en el silencioso
salón en mitad de la noche.
La casa de Sam se erguía entre la oscuridad de la noche, tranquila, serena, iluminada por la luz
de la luna. El aire que la envolvía era fragante, una mezcla de aromas de flores que agradaba los
sentidos e iluminaba el alma. Sólo la época estival, donde una explosión de vida emergía, podía
generar noches como aquella, donde dormir al raso bajo el manto de las estrellas era todo un placer.
Toda esta belleza se vio enturbiada por un grito agónico en la noche; era el primero... pero no sería el
último. Sam despertó sobresaltado por los gritos, su amigo había cobrado el conocimiento. Se levantó
de un salto del sillón y se colocó frente a Billy. Se convulsionaba y gritaba de dolor, no decía nada
coherente, sólo farfullaba cosas ininteligibles. Sam le agarró con fuerza para que no se cayera del sofá,
pero su fuerza era descomunal. Con tanto movimiento se le terminó por caer la venda del brazo, Sam
quedó estupefacto al ver que la herida se había hecho más grande y la mitad de su brazo estaba negro.
El hombre sabía que su amigo estaba agonizando ya que le costaba cada vez más respirar y poco a
poco perdía la fuerza inicial. Le pudo volver a tumbar sobre el sofá ya más tranquilo, los ojos de Billy
seguían los movimientos de Sam y este atisbó una chispa de lucidez en su mirada. El moribundo
separó los labios para intentar hablar pero lo único que salió de su boca fue un quejido, lo volvió a
intentar de nuevo mientras se miraban fijamente, Billy levantó el brazo derecho y agarró a Sam del
cuello de la camisa que llevaba. Las últimas reservas de aire que le quedaban se convirtieron en dos
palabras que helaron la sangre a Sam:
—Bes..tii..ass..Bess..tii...aas — dijo Billy en las que fueran sus últimas palabras, agarrando a
Sam del cuello de la camisa y mirándole a los ojos. Tras esto no volvió a respirar.
Sam quedó abatido, todo había sido tan rápido que no había tenido tiempo de reacción. Ni
había podido hablar con su amigo, ni despedirse como le hubiera gustado, ni enterarse de qué le había
pasado. Tapó a su amigo con una manta y pensó que tendría que llevarlo lo antes posible al pueblo
para que su familia pudiera velarle y que se esclareciera el motivo de su muerte. Sin más dilación se
dispuso a preparar su carro donde transportaría a su amigo montaña abajo. Cuando estuvo dispuesto
entró en la casa con una carretilla de madera, que utilizaba para transportar los quesos, y donde
El principio del fin 217 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) metería el cadáver de Billy para cargarlo en el carro. Dejó la carretilla al lado del sofá y al levantar la
vista sólo vio la manta medio tirada en el suelo. Un escalofrío recorrió su espalda y el miedo lo clavó
al suelo dejándolo paralizado. Algo no andaba bien, su amigo había dejado de respirar delante suya,
las convulsiones, los estertores... todo indicaba que había muerto; por otro lado tampoco era médico.
Sam lo buscó por la casa sin hallar rastro de él. Salió al porche de la casa para buscarlo fuera.
—¡Billy! ¡Eh, Billy! —gritó a la oscuridad de la noche. Ninguna respuesta, ningún ruido, se
había esfumado.
Se recorrió todo el porche llamándolo en vano, no obtuvo respuesta alguna. Decidió meterse
en casa, cerró la puerta tras de sí y oyó a Capitán ladrar. No había mirado en el recinto de los animales,
se dirigió hacia la cocina donde una puerta lo separaba del patio cuando el ladrido del perro se ahogó
en un quejido. Aceleró sus pasos, atravesó la cocina a toda prisa y abrió la puerta justo para ver como
Billy desgarraba el cuello de su perro entre borbotones de sangre del animal. Billy estaba encima del
animal muerto arrancando trozos de carne mientras le chorreaba la sangre caliente por la barbilla y el
cuello.
—Pero que.. —dijo Sam desde el umbral de la puerta. Se quedó si palabras. Su voz atrajo la
atención de Billy hacia la puerta. Se levantó de un brinco y corrió hacia él. Sam cerró la puerta de
golpe y aguantó las embestidas como pudo.
Esa “cosa” ya no era su amigo y había adquirido una fuerza descomunal. Quedó con la espalda
pegada a la puerta y no aguantaría mucho tiempo los golpes, tenía que hacer algo. Quizás podría
acercar con el pié una de las sillas. Fue resbalando por la hoja de la puerta, mientras hacia fuerza para
que no se abriera, alargó la pierna hacia la silla y con el pié la enganchó. A duras penas la acercó y la
colocó bloqueando la entrada. Se lanzó corriendo para salir de la cocina, iba por la mitad ya estaba
muy cerca del pasillo, cuando a sus espaldas se quebró la silla en mil pedazos y la puerta se abrió
furiosamente. Sin pensárselo abrió la puerta del sótano y la cerró tras de sí, corrió el cerrojo para ganar
tiempo. Encendió la luz y bajó por las escaleras a toda prisa, saltado de tres en tres los escalones.
Cuando llegó abajo miró los estantes a toda prisa buscando algo para defenderse. Allí guardaba sus
trastos viejos, botes de conservas, materiales para bricolaje, herramientas de jardinería... todo envuelto
en una fina capa de polvo Mientras revolvía con desesperación en los estantes oía como platos y vasos
se rompían en la cocina. Pronto su perseguidor se interesaría por la puerta del sótano y ni el cerrojo ni
ninguna cosa que lograra poner para atrancar la puerta la mantendría para siempre cerrada. Encontró lo
que buscaba. Levantó el hacha por encima de la cabeza y con un movimiento rasgó el aire con
decisión. Preparado o no todo iba a empezar ya que empezó a escuchar los golpes en la puerta bajando
por la escalera.
Pensó en esconderse en un rincón detrás de la escalera y atacar por sorpresa. Decidió cortar la
luz para desorientar más a la bestia que lo buscaba. Fue hacia el interruptor y con un certero golpe
cortó los cables saltándole algunas chispas en la cara. Todo quedó a oscuras, sólo se oía la respiración
entrecortada y acelerada de lo que había sido Billy tras la puerta y los golpes que le estaba propinando.
Inició la vuelta al escondrijo donde descargaría su ataque. Se movió lentamente hasta ubicar todos los
obstáculos que había hasta el rincón donde esperaría y una vez cogió confianza aceleró el paso, no
quería que se abriera la puerta y se descubriera su posición. Estaba a un par de metros de la escalera
cuando perdió la verticalidad, su cuerpo cayó como una piedra y con tan mala suerte que se hizo daño
en el cuello, quedó tendido boca abajo. Había olvidado que había guardado unos cuantos quesos en el
sótano porque ya no le cabían más en el cobertizo; ya que Billy no se los había llevado al pueblo los
había metido allí temporalmente. Intentó levantarse sin éxito, no podía mover las extremidades y la
cabeza no la podía levantar del suelo ya que el cuello era un estallido de dolor. Allí postrado quedó a
un par de metros del costado de la escalera, envuelto en la oscuridad, tragando polvo del suelo y
escuchando los golpes que le llegaban de arriba. La puerta no aguantaría mucho más.
Estiró el brazo hasta que le estalló de dolor el cuello para coger el hacha, las lágrimas corrian
por su mejilla, pero lo más que pudo hacer fue acariciar la empuñadura de madera con la yema de los
dedos, un centímetro más y sería suyo. De repente un estruendo de madera astillada le llegó desde
arriba y la luz del pasillo iluminó la mitad de la escalera. Los peldaños empezaron a crujir uno a uno,
cada vez se escuchaban más cerca y una sombra se alargaba cada vez más hacia el suelo del sótano.
El principio del fin 218 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Sam luchó por serenarse y estabilizar su respiración, pero su corazón quería salírsele del pecho. La
cena estaba servida y él no estaba sentado a la mesa precisamente.
Oía la furiosa respiración de Billy bajando cada vez más y más, contempló horrorizado como
llegaba hasta el final de la escalera y miraba frenéticamente a ambos lados buscándole, olisqueando el
aire como una bestia hambrienta. Se alejó de la escalera y pasó de largo. Fue hacia los estantes.
Rompió varios botes de cristal de conservas, otros salieron rodando por el suelo, uno de ellos paró de
rodar con las costillas de Sam, sacándole el aire de los pulmones y casi delatándole. Se alejó más y
revolvió todas las herramientas que tenía de jardinería, tirando todo y levantando mucho polvo del
suelo. Sam lo oía a sus espaldas revolver, había dado la vuelta y estaba cerca de las escaleras, estaba
tragando mucho polvo y luchaba por no toser. Se le estaba acercando mucho y debía aguantar más,
Billy se acercaba a la pila de quesos con la que había tropezado. Sus pasos se acercaron más, podía
notar el olor de la sangre seca de la cara de Billy. No se golpeó con los quesos, siguió hacia Sam, este
supo que había perdido, no había tenido la oportunidad de defenderse, por lo menos no lo iba a ver
venir acercarse. Sintió cómo se sentó a horcajadas encima suyo, notó su aliento pútrido acercándose a
su cuello, Sam deseaba que acabara todo rápido, cerró los ojos, sintió sus mugrientas manos sujetarle
la cabeza, pronto tendría el cuello abierto y las fauces de la cosa ahondando más y más en la carne. Un
estruendo resonó en el sótano y el aire se agitó violentamente, la carga que tenía Sam en la espalda
cayó fulminada a un lado. Cuando abrió los ojos vio a su amigo tendido enfrente suya con media
cabeza fulminada. Levantó la vista y una silueta sentada en los peldaños superiores de la escalera
sostenía una escopeta humeante. Sam bajó la vista, cerró los ojos y se desmayó.
Para Manolo, esa nueva estrella que brilla en el firmamento.
El principio del fin 219 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LAS MUJERES QUE NO AMABAN A LOS ZOMBIES
—¡Mamá, mamá, corre y coge todo lo necesario! —Juanita cogió a su madre por el brazo, y
con toda la fuerza que ella tenía, intentó levantarla de la mecedora.
—Hija tranquila, que ya voy, sólo quería terminar este jersey para tí.
—Mamá deja el jersey para después, que la radio lo ha vuelto a decir. —Dolores se levantó de
la mecedora.- Ha dicho que los zombies están ahora más fuertes que nunca y que el ejercito ha sido
devorado completamente, y el resto de los soldados han huido.
—¡Hija no me digas! Quien nos defenderá ahora...cobardes, los hombres de ahora no son
como los que había antes —Dolores cogió su bolso, su neceser, y con una mirada rápida se despidió de
su tercera casa en ese mes.
—Mamá deja de desvariar y date prisa, quiero que al amanecer estemos muy lejos de aquí. He
llegado a escuchar en una de las cadenas privadas de la radio que hay un pueblo al este, cerca del mar
y por lo poco que me pude enterar, el lugar esta muy bien protegido, creo que ese lugar se llama
Colina Silenciosa.
—Seguramente allí haya televisión, porque hija estoy un poco harta de coser sin tele. —
Dolores cogió las llaves del coche de encima de la mesa—.Esta vez conduzco yo.
Juanita y Dolores se dirigieron hacia el garaje de la casa prestada por una vida que ninguna de
ellas quería y que si deseaban seguir viviendo tendrían que jugar mucho con el destino. El coche que
se encontraba dentro del garaje, era un todo terreno negro, nuevo y lleno de gasolina. De esto ultimo
se encargó Juanita unos días atrás, cuando ocuparon la casa, aparte de llenarlo de alimentos y armas
para el camino. Dolores se sentó en el asiento del conductor, arrancó el coche y puso la radio muy
bajita, mientras esperaba a su hija. En ese momento Dolores se acordó de su casa natal, de su vida de
antes, de lo feliz que había sido con su marido y sus hijos, hasta que estos fueron infectados e
intentaron comérselas a las dos, teniendo que huir tan lejos como su viejo coche se lo había permitido,
sin nada, solo sus ganas de seguir vivas. Dolores era una mujer metida en años, ella sabia que no podía
hacer mucho, pero su hija le daba esa fuerza para seguir viviendo y luchando. Juanita era su hija
pequeña, y la que más había sufrido en la vida; su marido murió a los pocos meses de casarse,
haciendo esto que ella volviera al nido familiar, y unos pocos meses después ocurrió lo que nadie se
esperaba...
El principio del caos se apoderó del mundo en un abrir y cerrar de ojos, nadie tenia una
respuesta, las noticias eran escasas y cada día que pasaba se distorsionaban un poco más; la televisión
empezó diciendo que todo esto era culpa de una gran cepa, creada por el gobierno a hurtadillas del
mundo. Los científicos del gobiernos quería inventar un arma masiva muchísimo más potente que el
ántrax, tanto así fue, que crearon una bacteria que inyectada en el cuerpo humano, provocaba que las
células vivas murieran al instante, dejando al individuo muerto en vida. La intención del ejercito era
crear escudos humanos, que no sintieran ni pensaran. Al conocido experimento interno lo llamaron
“escudo muerto”. Pero como todo en la vida, algo salió mal y una buena noche dos de los conejillos de
indias escaparon, dejando un gran desastre a su paso; muertos, infectados, caos y ninguna vacuna para
el resto de la humanidad...El mundo no estaba preparado para una situación como esta, nadie lo estaba.
—Mamá arranca, y no te salgas de la carretera secundaria, espero que podamos llegar a la
autopista cuando este amaneciendo.
—Hija ten la escopeta preparada, no me gustaría que otro bicho de esos se volviera a subir al
coche como pasó la otra vez, me puse muy nerviosa, y por casi nos pegamos una leche de campeonato
en la casa de enfrente.
—Tranquila mami. —Juanita le enseñó la escopeta de dos cañones a su madre—. Que esta vez
no voy a dejar que nadie te estropee la carrocería...
Desde una pensión 220 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Dolores arrancó el coche y muy despacio abandonó la casa donde habían vivido durante más
de dos semanas. Las calles parecían desiertas, pero Juanita no se permitía que se le fuera el nudo del
estomago, no quería relajarse hasta que no hubieran abandonado el pueblo sin ningún percance, pero
el desierto esta lleno de animales nocturnos y este no iba a ser menos.
— Qué bonito, nos van hacer una despedida por todo lo alto. — Dolores sin pensarlo aceleró
el coche, y con un movimiento rápido se dirigió hacia el grupo de zombis que estaban en la entrada del
pueblo. —Soy muy buena jugando a los bolos y vosotros descerebrados caeréis todos a la primera
Juanita sacó la escopeta por la ventana, dejando en sus muslos la pistola de nueve milímetros.
Desde el primer zombie que disparó para salvaguardar la vida de su madre, siempre la asombraba la
cantidad de sangre y vísceras que podía salir de la cabeza de esos bichos y esta vez no iba a ser menos.
Acertó de pleno en dos de ellos, ensuciando de pleno el parabrisas de lo cerca que estaban; volvió a
cargar la escopeta, y esta vez solo logro alcanzar a uno, el otro Dolores lo intento atropellar, pero al
igual que su hija, ella también fallo. El no muerto se agarro a la parte delantera del coche y con mucha
rapidez empezó a trepar hacia arriba, Dolores sin pensárselo dos veces cogió el arma de los muslos de
su hija y sin dejar de conducir disparo, dando de lleno en la sesera del monstruo.
—¡Mamá, acabas de joder la luna! —chilló Juanita, quitándole el arma a su madre.
—Hija lo siento, pero me recordaba tanto a tu padre... —Dijo mientras que su boca dibujaba
una gran sonrisa.
II
Dolores condujo hasta el amanecer, con la única compañía de la voz Rob Halford mientras que
Juanita dormía placidamente. El sol alumbraba un día más en un mundo de muertos, el cielo estaba
abandonado de sabanas blancas y la autopista era un largo camino en el horizonte. El mundo se había
movido en una dirección equivocada y ahora todo ser viviente pagaría las consecuencias
— ¿Por qué paramos aquí? Si hemos parado hace un rato.
— Hay atrás hay dos hombres haciendo autostop, y tenemos sitios para los dos.
—¡Estas Loca! Ya sabes lo que les ha pasado a otros por coger autostopistas, mamá por favor
arranca. —Juanita empezó a meter el pie en los pedales. —Arranca por dios, mamá quiero seguir
viviendo.
— Hija tranquila, los he visto y creo que no están infectados, alguna vez te he fallado...
—Quieres que te recuerde que hace tres semanas por casi te matan por tus corazonadas.Juanita cogió la escopeta—. pero esta vez estaré preparada...ya que veo que no vas a cambiar de
opinión.
Los dos hombres corriendo hacia el coche con sus maletas, pero al ver a Juanita con el arma
levantada se pararon en seco.
— No estamos heridos, no nos han mordido. —Jack que era el hombre mayor dejó el macuto
en el suelo y subió las manos—. Sólo queremos que nos lleven, nos dirigimos a Colina Silenciosa.
— Hija baja el arma y deja que suban, además donde caben dos... —Dolores quitó el seguro
de las puertas, dejando libre el camino a los dos nuevos acompañantes de viaje.
— Muchas gracias preciosa.- Dijo Jack a Dolores, guiñándole un ojo.
— En este coche hay unas normas y una de ellas ya se ha roto. Espero no arrepentirme.
III
La noche llegó tan pronto que el día había parecido una ilusión en ojos errantes. Las estrellas
aparecieron como lunas diminutas en un cielo donde la reina era la luna del palacio y los muertos
regresaban a su habita natural, la oscuridad
Desde una pensión 221 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) — Así que usted es viuda. —Dijo Jack a Dolores, mirándola a los ojos—. ¿Su marido se
convirtió en unos de ellos o murió por muerte natural?
— Ahora me parece natural el balazo que mi hija le metió entre ceja y ceja. —Contestó
Dolores mirando hacia la carretera. Ella ahora iba atrás acompañando a Jack, mientras que Julio se
había prestado voluntario para coger el volante.
— Creo que hemos llegado al puerto. —Julio aminoro la velocidad.
— Yo pensaba que no tendríamos que coger ningún barco, creía que el pueblo estaría
amurallado en la costa. —Juanita miro a Julio y a Jack—. Es lo que dijeron en la radio privada.
— Nada de eso jovencita, muchos supervivientes saben perfectamente que existe este lugar,
pero no es tan fácil de llegar, por ese motivo se refugian en pequeños lugares, donde saben que a la
larga lo van a poder defender como a su propia vida, esto es lo único que nos ha quedado después de
todo.
IV
Julio aminoró la marcha al entrar al pueblo. Los cuatro eran concientes de que no podrían
bajar la guardia ni un solo segundo. Los muertos ya no se encontraban en sus tumbas, al contrario,
salían de cualquier escondrijo. Julio condujo hasta las afueras del pueblo, donde el puerto asomaba sus
redes como las olas anuncian su llegada a tierra. Allí la oscuridad se había evaporado, las luces
parecían casi inauditas en un lugar así y los barcos todos apiñados en fila continua, acrecentaban más
el temor entre ellos.
— Tenemos que bajar del coche, agarra todo lo necesario y coger un barco lo más rápido
posible. —Juanita le paso la nueve milímetros y la metralleta pequeña, al mismo tiempo que le daba
una bolsa con munición.
Jack miró hacia la izquierda, y no le gustó nada lo que vio. Un grupo masivo de zombies
avanzaba hacia el coche, Jack nunca antes había visto una manada tan grande, parecía como si el
simple sonido del motor del coche los hubiera despertado para comer, y la carnaza estaba dentro de un
huevo sorpresa. Jack se fijo que aquellos zombies iban armados con palos, y cada paso que daban sus
gritos aumentaba en el tiempo, Julio se fijó en las sucias ropas que todavía colgaban de sus cuerpos, y
sin pensarlo dos veces dedujo que aquellos zombis eran los pescadores del puertos, sedientos de
sangre fresca.
—¡Julio corre, arranca! Son demasiados para luchar contra ellos, desde aquí jamás llegaríamos
ni a tocar la popa de uno de eso barcos.
— ¡Eso va a ser imposible, el coche no responde joder! Tendremos que arreglárnosla a pie y
reza por que los motores del barco arranquen a la primera.
—Hay que luchar, no nos queda otra, no hemos llegado tan lejos para nada. Quiero
aniquilarlos a todos. —Dolores se colgó la metralleta. Los cuatros salieron del coche con lo poco que
pudieron coger. El camino hasta llegar alcanzar uno de los barcos no era nada fácil, sobre todo ahora
que se encontraban rodeados.
—Nosotros iremos primeros, y os abriremos el camino, vosotros desde la retaguardia nos
protegeréis, entendido.
—Hija tranquila, y no utilices el machete, usa tu metralleta.
—Julio eres el único que sabe como funciona un barco, no lo estropees
—Tranquilo amigo, no te fallare.
Juanita no dudo en zafarse del camión y ponerse a disparar a diestro y siniestro. Julio la
seguía haciendo acopio de su fuerza, y entre golpes y disparos consiguieron matar a unos cuantos, pero
Desde una pensión 222 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) esto fue suficiente. Los zombis aullaban palabras sueltas al tiempo que intentaban abalanzarse sobre
ellos dos. Juanita distinguió la verborrea que gritaban entre sí, produciéndola un profundo asco en su
interior.
—¿Julio como vas? —dijo ella cuando se puso detrás de él.
—Ya me he cargado a quince...
Comer...cerebro vivos...hambre....hambre...comer...
—¡Cuidado Julio!- Al mismo tiempo que Juanita se asustaba, un disparo cruzó su cara,
dándole al zombi entre ceja y ceja.
—¡Mama ha llegado! — Dolores y Jack se pusieron al lado de su Juanita, manchados de
vísceras por todo su cuerpo.
Cerebro...agjatjk...sedientos...cerebro...kggkgfff
Dolores pudo comprobar al tiempo que se encontraba en mitad de aquélla jauría de bichos
putrefactos, que muchos de ellos eran niños, y adolescentes con una fuerza descomunal, pero aún así
ella no se apiadó y siguió disparando al ritmo de sus pasos. Julio luchaba con uno de los palos que
encontró en las manos de uno de los zombies, mientras que Jack y Juanita intentaban abrirse un
camino imposible con la ultima munición de la metralleta. La sangre sucia y las vísceras saltaban en el
aire sin cesar, dejando a los vivos el mismo aspectos de los muertos.
— Hija voy a utilizar una de las granadas, ya sabéis lo que tenéis que hacer...¡Corre como si
estuvieras muertos!.
Dolores quitó la anilla y lanzó la bomba entre el grupo de zombies. La explosión dio de lleno
en mitad del rebaño, saltando por los aires los cuerpos mutilados y dejando un pequeño camino libre
hasta el muelle.
Ninguno desperdició la oportunidad, y en un abrir y cerrar de ojos los cuatros se encontraron
delante de uno de los yates. Julio saltó dentro y poniendo la pasarela para los tres que estaban en tierra,
y arrancó sin previo aviso, dejando a los muertos en tierra sin nada con que alimentarse.
Navegaron durante más de dos horas, con el silencio en las entrañas, y con el sabor de una
guerra ganada. Colina Silenciosa se encontraba delante de sus ojos, y en el otro lado no se escuchaba
nada, solo el sonido de las olas. Julio apago los motores y se acercó al muelle lo máximo que pudo.
— Mirar, hay ahí gente...
— ¡No!, no, no... no puede ser, eso es un zombie, Dolores.
— ¡Esto no tendría que ser así, dijeron que este lugar era seguro!
— Mamá solo nos queda una cosa por hacer y es seguir luchando.
El mundo se encontraba muerto por todos sus huecos, ahora los zombies dominaban la tierra.
Fin.
Desde una pensión 223 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) DESDE UNA PENSIÓN
La situación era mala. Muy mala.
Tanto que Gastón tenía ganas de correr. Correr a través de las calles y perderse, buscar otro
lugar o, por lo menos, no sentirse atrapado. La calle era peligrosa. Pero también era peligroso quedarse
en la pensión. Hacia un mes que vivía allí. Había ido con planes de dar el ingreso a medicina, buscar
un trabajo para bancarse y tener una entrada de plata que no sea únicamente su madre. Por un lado,
para aliviarle el hecho de mantenerlo; por otra parte, por el simple hecho de tener su propio dinero.
Pero nunca se le hubiera ocurrido que pasaría algo así. Hacía cinco días que él y otros cinco
chicos estaban recluidos ahí dentro. Salir podría costarle la vida a cualquiera. Lo había probado
Marcos, cuando quiso hacerse el valiente y correr hacía el almacén de enfrente. Cuatro días pasaron de
eso y todavía no había salido. Solo se escuchó un golpe y algo parecido a un grito, que más bien era un
sonido gutural, ahogado. Se escuchó muy claro, dado que la ciudad estaba silenciosa.
Con sus dieciocho años, Gastón todavía era un “chico de pueblo” como dirían en Buenos
Aires. En La Plata también lo decían, pero no con tanta frecuencia. Nunca había probado algo más
fuerte que la marihuana (a diferencia de muchos de los chicos que vivían allí, los cuales eran
propensos a experimentar con distintas drogas) y su borrachera más loca había terminado con un
vómito al lado de la cama. Trataba de cuidarse en las comidas, salvo alguna visita al Burguer King o
un pancho en algún puesto de las plazas. No era virgen, pero sus experiencias sexuales no iban más
allá de tres veces con una ex - novia que había dejado en Chivilcoy, de donde él era. Hasta la música
que escuchaba no desbordaba de emoción, ya que le gustaba la música clásica.
Y ahora esto.
No le escandalizaba el hecho de morirse. Eso no. Había pasado situaciones mucho más
horribles en su casa, con su viejo tratando de meterle la mano abajo de los pantalones, como para
volverse loco por el hecho de que un flaquito de mierda que con suerte se mantenía parado le estuviera
poniendo un cuchillo de cocina en el cuello. No era ese el problema. El problema era que quería volver
a su casa. Quería vivir para ir a Chivilcoy a buscar a su mamá, que; mal o bien, siempre había estado
con él.
El del cuchillo se llamaba Ramiro. Era delgado, no muy alto y con un pelo largo hasta los
hombros. Tenía ojeras porque no dormía bien (como todos en los últimos días) pero además, tenía un
aliento horrible. Gastón lo sentía respirar justo en su cara y, si había algo peor que tener el cuchillo de
ese pibe en el cuello, era oler y sentir su aliento.
Dio un último paso atrás y se encontró con la mesada de la cocina. Bueno, por lo menos no me
va a matar una de esas porquerías que andan dando vueltas allá afuera, pensó con resignación.
— ¿Qué dijiste? ¿Vos estás loco chabón? ¡Te voy a matar!
Ramiro acentuó la fuerza con que agarraba el cuchillo, se le pusieron más blancos los nudillos
y le acercó el filo del metal un poco más a la garganta. Los demás miraban. Solamente miraban lo que
podía ser el principio de la autodestrucción.
—¿Podés calmarte? Solamente propuse irme, no obligo a nadie a que venga conmigo. Vos
estás mal chabón. Dejame en paz.
Gastón trató de aparentar firmeza en su voz, como si el hecho de que el jodido imbécil de
Ramiro no lo tuviera contra la mesada y la mano le temblara como si el cuchillo pesara kilos en vez de
unos simples gramos.
— ¡Repetí eso, forro! ¡Repetí eso y te lo clavo!
— Ramiro, la concha de la lora, dejate de joder y soltalo.
El que acababa de hablar era “El Oso”. Gastón lo miró y le agradeció mentalmente, ya que era
una mole de un metro ochenta y pesaba ochenta y siete kilos. Si “El Oso” decía que hicieras algo,
mejor valía decirle que si.
Desde una pensión 224 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Ramiro giró levemente la cabeza, pero no lo suficiente como para darle a Gastón margen para
hacer algo.
— ¡Metete en tus cosas! Lo que dice este no tiene sentido. Yo de acá no pienso salir.
“El Oso” dio un pequeño, pequeñísimo paso al frente, que todos notaron, incluido Ramiro.
—Me parece perfecto que hayas tomado una decisión, pero si Gastón se quiere ir por lo menos
dale la oportunidad de que se vaya vivo y no que salga con los pies para adelante.
Al fondo, se escuchó una risita. Gastón más tarde lo pensaría y llegaría a la conclusión de que
la risa fue de Marcelo. El muy boludo se reía de todo.
Ramiro miró a Gastón. Este lo miró a su vez. Dios, que aliento horrible. ¿Qué carajo te
comiste? ¿La mano de Perón, forro?
— Está bien, está bien. —Dijo Ramiro
Bajó el cuchillo. Luego dio un paso atrás y bajó los ojos. Gastón pensó en romperle la boca de
una trompada, de zarandearlo y preguntarle en que carajo estaba pensando, tuvo ganas de agarrarlo de
la nuca y darle toda la cara contra el filo de la mesa. Pero sin embargo se contuvo. Miro fijo a Ramiro,
desafiándolo a que dijera algo más, hiciera algún comentario. Pero éste no dijo nada. Se limitó a
quedarse estático frente a él.
— Bueno. —Dijo “El Oso” —. Mejor nos sentamos y charlamos bien las cosas.
—Mi idea es simplemente agarrar la poca comida que nos queda, ponerla en una mochila
junto con algún palo, cuchillo o arma que podamos llegar a tener e irnos. A la primera que
encontramos un auto con llaves nos subimos y seguimos el viaje así. Si les parece, cuando tengamos el
primer auto, podemos buscar uno para cualquiera que quiera ir para otro lado que no sea Chivilcoy.
Yo voy para allá.
Todos lo miraban. Excepto Ramiro. A Gastón no le daba lástima. Al contrario. Qué tenés en la
cabeza ahora imbécil de mierda, pensó.
— Lo ponés muy fácil, como si fuera el día de la primavera y fuéramos al pic nic.
El que había hablado era Sergio. Estaba en la habitación a lado de la de Gastón. Era un
“veterano” en la pensión. Llevaba casi cuatro años ahí y pensaba recibirse de contador sin gastar un
peso en el alquiler de un departamento.
—Ya sé que lo pongo fácil, lo pongo re-contra fácil. Pero es lo que se me ocurre.
Asomándome al balcón no se me ocurre nada más que eso. Esos tipos, bichos, cosas o lo que sean
caminan deambulando sin que nada más que una persona normal les llame la atención.
— O sea que lo que querés decir es que no hay plan posible que no sea lo que vos decís.
Correr hasta donde lleguemos. —Dijo “El Oso”.
Todos miraron a Gastón. Esta vez, hasta Ramiro levantó la mirada de sus manos apretadas y lo
miró. Gastón suspiró resignado.
—Si, digo eso. Pero también digo que no me voy a morir encerrado acá adentro.
Hubo un silencio, pero no muy largo, ya que lo rompió Esteban.
—Yo voy, por mí no hay drama. Es más, si queremos, podemos pasar por la comisaría ahí
seguro hay armas y autos. Está a dos cuadras.
—Marcos no hizo ni treinta metros.
El que habló en ese momento fue Facundo. Dormía en la misma habitación con Ramiro. A
Gastón no le extraño mucho su comentario. Siempre coincidían en opinión con su compañero de
habitación y esta no fue la excepción.
Desde una pensión 225 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) “El Oso” se paró, se aclaró la garganta y dijo:
— Al carajo. El que quiera venir que venga y el que no, se queda acá y ve como se las arregla.
Yo ya tengo los huevos llenos.
Gastón lo miró y le dijo con una sonrisa.
— Lo que vos digas amigo, voy a preparar mis cosas.
En el comedor de la pensión de Avenida 1 y Calle 68 se empezaron a mover los chicos que ahí
vivían. No estaban muy entusiasmados, pero por lo menos tenían algo que hacer, un objetivo. Menos
Ramiro y Facundo, los demás se dirigieron a preparar sus cosas y encontrar lo que les pudiera servir
allá afuera.
Ahora se encontraban frente a la puerta de la pensión. Era un garaje semi-cubierto con un gran
portón de metal pintado de amarillo. Gastón, “El Oso”, Esteban y “Uruguay”. Este último se había
ganado el apodo al ser de ese país. Seguramente estará loco por volver a su casa. Aunque quién sabe si
el desastre este no fue en todo el mundo, pensó Gastón.
— Bueno, yo abro. —Esteban se adelantó a la puerta.
Todos asistieron y nadie dijo nada. En ese momento, salieron al patio por la puerta de la
cocina Ramiro y Facundo. Ambos estaban muy serios y Ramiro apretaba los labios, mirando fijo al
suelo.
— Suerte. Si encuentran ayuda o algo, vuelvan acá. Vamos a estar acá. —Dijo Facundo.
Nadie dijo nada, hasta que “El Oso” rompió el silencio.
— No se hagan drama. En un par de días seguro los viene a buscar la policía, o los militares
junto con la presidenta. Van a ver.
Facundo dejó ver una sonrisa. Mientras, Ramiro siguió mirando al piso.
— Vamos. —Dijo “Uruguay”.
Esteban abrió la puerta. En su mano izquierda tenía un fierro largo y duro, que había sacado
del taller de Luis, el dueño de la pensión. Salió primero sin mirar atrás. Luego siguió “El Oso” y
“Uruguay”. Gastón salió último, saludando con la mano a sus compañeros de pensión.
Obviamente, nunca más los volvió a ver.
Era mediodía, así que el sol estaba radiante y fuerte. A Gastón le daba seguridad el hecho de
que hubieran salido de día. Ni loco hubiera hecho ese viaje de noche. Estaban todos parados en la
entrada de la pensión. No había viento, por lo que la desolación de la calle parecía mucho mayor de lo
que en realidad era.
En la esquina de enfrente se encontraba un infectado (así les decía “El Oso”, ya que para él
todo lo que había pasado era una enfermedad). El infeliz estaba tirado en el suelo, con las piernas
sobre la vereda y la cara contra el pavimento. Gastón lo había visto desde el balcón. El infectado había
aparecido por la esquina y, sin más, se había desplomado. Convulsionó durante horas, hasta la mañana
del día anterior, para terminar vomitando una gran cantidad de sangre que nadie quería saber que
contenía.
Esteban habló.
— Bueno, para la comisaría. No vamos a ser tan boludos de quedarnos acá parados.
— Vamos. —Dijo “El Oso”.
Desde una pensión 226 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Empezaron a caminar, todos juntos, cerca uno del otro. Llegaron a la esquina aliviados porque
ningún infectado había aparecido, contentos porque seguían vivos y todavía no tenían que correr
desesperados. Cruzaron la calle, doblaron en silencio por la calle 67, hacia el lado de la calle 2, donde
se encontraba la comisaría adonde querían llegar.
Escucharon pasos. Pasos que resonaban muy fuerte sobre el asfalto. Miraron los cuatro hacia
atrás, casi al mismo tiempo. El ruido de los pasos era un taconeo. Gastón no podía creer lo que estaba
viendo. Era asqueroso, repugnante y al mismo tiempo miraba hipnotizado como el travesti se les
acercaba corriendo como el engendro que era. Chorreaba una mezcla de baba y sangre que se le
escurría por el exagerado escote. Se movía de forma desgarbada, sin ningún parecido a la forma de
correr normalmente de un ser humano, tratando de mantener el equilibrio debido a los zapatos de
tacos. Tenía los brazos en alto, como un futbolista festejando un gol.
Gastón vió por el rabillo del ojo como “Uruguay” daba media vuelta y salía corriendo sin
mirar atrás. Vió que Esteban se adelantaba un paso y preparaba su fierro, agarrándolo con las dos
manos firmemente. Escuchó que “El Oso” decía con un hilo de voz.
—Carajo…
No atinaba a moverse. Puta madre, pensó. Más vale que mueva el orto porque sino me va a
matar un travesti – zombie. Eso no se hubiera visto ni en la película más bizarra de la historia.
El infectado seguía corriendo, a pesar de la dificultad que le imponían los tacos altos. Gastón
finalmente reaccionó y sacó la cuchilla de cocina que llevaba enganchada en el cinturón. La sola idea
de clavársela a esa cosa le repugnaba, pero si la situación así lo requería, iba a hacerlo con todas sus
fuerzas. Vió que “El Oso” hacía lo mismo, tomando su propia arma, una navaja de caza recuerdo de su
época en los Boy Scout. Pero ninguno de los dos llegó a usar su arma, ya que Esteban desató toda su
fuerza con el fierro y el infectado cayó de espaldas, dando un golpe seco contra el asfalto y quedando
fuera de combate para recibir una cantidad de golpes que a Gastón se le hicieron interminables. Al
final, la cara del travesti solo era una masa deforme de carne y huesos. “El Oso” vomitó contra el
cordón de la vereda. Gastón estuvo cerca, pero le costó horrores y tragarse su propia saliva con gusto a
bilis.
Esteban estaba un poco salpicado de sangre en el pecho, pero su cara permanecía limpia.
— Vamos. —Dijo.
— ¿Dónde anda “Uruguay”? —Preguntó “El Oso” limpiándose la boca.
En ese momento se escuchó un grito. Un grito interminable que se clavó en el cerebro de
Gastón.
Al parecer, “Uruguay” había llegado a la comisaría. Había corrido hasta ahí y había entrado.
Ahora salía gritando y trastabillando. Además, salía chorreando sangre, pero a una cuadra de distancia,
nadie lo percibió y todos corrieron hacia allí, para ver que le pasaba a su amigo.
Estaban a treinta metros cuando Gastón gritó, porque vió que salía gente del portón de la
comisaría. Salvo que no era gente, eran dos infectados vestidos como policías. Cualquiera dirían que
se camuflaron, pensó con tristeza.
Todos se frenaron y observaron como el uruguayo, cuyo nombre era Pablo, se tomaba del
cuello, tratando de detener la sangre que le salía y que inevitablemente lo llevaría a la muerte. Cayó al
suelo, sin decir una palabra ni mirar a sus compañeros por última vez.
En ese momento, los infectados dejaron de lado al humano que ya había muerto para centrarse
en sus nuevas presas, esos tres imbéciles que miraban el cuerpo muerto y no movían un músculo. Uno
de ellos no llevaba pantalones pero si calzoncillos y enseguida giró para correr hacia los chicos.
Esteban lo vió venir y se preparó otra vez, mientras el segundo de los infectados, un tipo con bigote y
el pelo extremadamente corto, miró con sus furiosos y enrojecidos ojos a Gastón. Este último observó
que al lado del portón, por detrás de los infectados, había una patrulla. “El Oso” también la vió y junto
a Gastón empezaron un rodeo para llegar hacia ella.
Desde una pensión 227 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) — ¡Vení, vení que te la voy a dar!
Esteban miraba fijo al frente, sin ver lo que hacían sus compañeros. El infectado sin
pantalones corrió directamente hacia él, pero en el momento que Esteban tiraba el golpe, se agachó,
tomándolo por el estómago y tumbándolo al suelo. El fierro salió despedido hacia el medio de la calle
y Esteban comenzó a gritar, porque los dientes del infectado en su pecho eran el mayor dolor que
alguna vez había sentido.
Gastón corría hacia la patrulla. El infectado corrió hacia él, tiró un manotazo para agarrarlo,
pero Gastón frenó, haciendo pasar de largo al infectado que cayó en el asfalto. “El Oso” pasó
corriendo a su lado, como un poseído. Abrió rápidamente la puerta de la patrulla y entró.
— Las llaves, las putas llaves, las llaves… —Decía “El Oso” en un susurro mientras revolvía
todo.
Inmediatamente entró Gastón por el lado del acompañante, cerrando de un portazo.
— ¡Acá, acá bobo!
Gastón le señalaba el llavero que colgaba del encendido de la camioneta. En su desesperación,
“El Oso” no había visto que la llave estaba puesta. La giró y el motor arrancó normalmente, tosiendo
una bocanada de humo gris por el caño de escape. El indicador decía que tenía medio tanque de nafta.
Suficiente, pensó Gastón.
El infectado que no tenía pantalones seguía devorando a Esteban. Este ya no se movía ni
gritaba ni nunca más haría nada parecido. Mientras, el segundo de los infectados se lanzó al capot de
la patrulla, pero para entonces, la misma ya estaba en movimiento y todo lo que consiguió fue caer al
suelo y la rueda trasera izquierda le reventó la cabeza.
Ahora, Gastón caminaba lentamente por la entrada de su casa. La misma era larga, con plantas
a los costados. Un hermoso jardín que su mamá cuidaba siempre.
Todo era silencio. No se animaba a llamarla. Tenía miedo que su voz también fuera silencio.
Que, dentro de poco, el también fuera parte de ese silencio. Un cuerpo más entre todos los que había
visto.
“El Oso” había quedado atrás. Había muerto. Y Gastón no quería recordarlo porque, si lo
hacía, daría media vuelta y escaparía de allí.
Quería ver a su mamá una vez más. No importaba si ella estaba muerta… O algo peor.
Solamente quería verla.
De más está decir que eso fue lo que condenó a Gastón. Entró a su casa, abriendo la puerta con
sumo cuidado, sin hacer ruido.
Al igual que Marcos en aquel almacén en La Plata, Gastón nunca volvió a salir.
Desde una pensión 228 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) QUE VIENEN LOS INDIOS
Epílogo
― ¡Que vienen los indios!
La voz de su hermano pequeño, solista del coro de gotas de lluvia, le sacó de algún sueño de
ropa interior femenina o profesor de gimnasia. La luz entraba líquida a través de ventana, tiñendo de
un mágico color óleo azul el papel pintado de las paredes, donde se repetía incansable el dibujo de una
enorme diligencia sobre una nube de polvo, a la infinita conquista del un oeste en miniatura.
―Duérmete, Enano―gruñó, abrazando cálidamente la almohada, y tratando de no emerger
por completo de ese onírico mundo en el que pretendía conseguir a una chica, tan lejos de su alcance,
que bien podría tratarse de una habitante de planeta Plutón.
― ¡PIUN!, ¡PIUN!―gritó entusiasta el pequeño en una caricaturizada onomatopeya de lo que
pretendían ser disparos de revólver.
Consciente de que no sería tan fácil hacer callar a su hermano de cuatro años, con el cual
empezaba a odiar compartir habitación, se levantó dispuesto a usar la violencia si era necesario. El
Enano estaba levantado frente a la ventana, bañado por el resplandor de la calle como si se tratase de
la gélida luz de un televisor. Su pijama azul no mostraba más que las manos, provistas de sus
brillantes revólveres de plástico con cañón cerrado en rojo, y la cabeza, donde reposaba un enorme
sombrero tejano demasiado grande como para permanecer derecho sobre aquel pequeño cráneo lleno
de sueños.
― ¡PIUN!, ¡PIUN!, PIUN! ― insistió, apuntando hacia el exterior entre risas y emocionados
gritos de alegría.
La habitación estaba completamente a oscuras salvo por los pocos rayos de luna que entraban
a través de la ventana, lo que confería al chico un extraño halo de muñeco revivido, como un siniestro
Pinocho vestido de cowboy y desafiando a ballenas a las tres de la mañana. Sintió la noche en sus pies
descalzos, produciéndole un escalofrío irracional, y comenzó a caminar dispuesto a obligar a su
hermano, el adicto a los Western más joven de la historia, a terminar con aquel juego y volver a cama.
Entonces, un ruido en el exterior, a través de aquellos cristales que parecían inmunes a las balas
imaginarias, hizo que durante un segundo dudase de si en realidad encontraría una tribu Cherokee
atrincherada en el jardín. Aunque había tenido un día lo suficientemente jodido como para saber,
incluso un segundo antes de mirar, que lo que encontraría afuera no serían precisamente indios.
1
La mañana anterior, separar al Enano de sus pistolas casi había requerido cirugía, y sólo había
sido posible gracias a un pequeño trueque al más puro estilo Comanche, donde se vio obligado a
nombrar Sheriff al pequeño, condecorándole con una estrella de plástico sobre el abrigo de plumas.
Su padre era una fotografía sobre la chimenea y una historia anabolizante de recuerdos
maravillosos. Policía sin final de novela, que terminó sucumbiendo al cáncer sin diplomas ni medallas,
dejándole en herencia un millón de consejos pendientes y una responsabilidad sobre su pequeño
hermano.
Su madre era un Post It pegado en la puerta de la nevera. Obligada por los turnos cambiantes
de sus dos empleos, cada vez le costaba más esfuerzo pasar algo de tiempo con sus hijos, de manera
que madrugaba lo suficiente como para terminar todas las tareas del hogar, preparar la comida, y dejar
una nota a los chicos que apenas se sostenía con el peso de los besos.
Que vienen los indios 229 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Pero así era su familia y así la vivía sin reparos. De manera que mandó formar a filas al
Enano, el cual sacaba pecho para capturar con su placa de Sheriff todos los rayos del sol, mientras se
esforzaba sin éxito en conseguir permanecer serio. Interpretó su habitual papel de General que revisa
las tropas, y le revolvió el pelo con la mano en su particular gesto de que todo estaba en orden. Cerró
tras de sí la puerta de casa y se dirigió al colegio sin ser consciente de que estaba a punto de vivir el
día más extraño de toda su vida.
2
En el colegio nunca fue nadie. Lo sabía y lo aceptaba gracias a Jota, su único amigo, y que
tampoco era nadie. Pero él siempre pensó que Nadie más Nadie debía de sumar algo, por pequeño que
fuera, y eso le hacía sentir bien. Eran prácticamente invisibles, lo que les daba una perspectiva
diferente de la escuela y de sus compañeros, fabricando un mapa de grupos que comenzaba en los
deportistas, esquivaba a los matones, y marcaba la cruz del tesoro sobre la chica sus sueños: una
utopía maravillosa.
Pero su amigo tenía un problema: el cinturón de su padre. Como una bestia mitológica, de
pulida piel de vaca, volaba muy a menudo con su aguijón de cerveza. Y como su madre no miraba, por
miedo a atraer su ira, Jota se iba haciendo tan duro como una hebilla de plomo. Evitaba el tema,
ocultaba moretones, y era feliz a su forma. Aunque lo de aquel día era demasiado.
―Joder, Jota. Tienes una pinta horrible.
―Estoy bien―respondió en tono serio mientras tiraba de la manga de la camisa tratando de
esconder una enorme irritación que parecía ocupar todo el brazo.
―Ok. Estás bien― aceptó, sabiendo que el tema había terminado.
Caminaban juntos por el pasillo en dirección a clase cuando algo en Jota le llamó la atención.
Fue apenas durante un segundo, pero no le cupo duda de lo que había visto. Un par de centímetros por
debajo de la nuca, y ligeramente ladeado hacia el hombro, a través de la camiseta se había asomado lo
que parecía ser una mordedura humana. Por lo visto, en esta ocasión, el padre de Jota se había
excedido. Sintió un repentino calor en el estómago, fruto de un cóctel de pena e ira, pero consiguió
aplacarlo como ambos habían aprendido a hacerlo con el paso del tiempo. Trató de animar a su amigo.
―Anoche soñé con Ella― dijo sin necesidad de especificar a quien se refería ya que ambos
fantaseaban con la misma chica.
―Yo me he cansado de soñar.
El tono derrotista habitual de Jota escondía en esa ocasión una pequeña ración de ira, por lo
que empezó a preocuparse seriamente por su amigo e hizo un segundo intento de ánimo.
―Sabes que algún día vendrán los extraterrestres, abducirán al capullo de su novio, y le
meterán una sonda de dos metros por su culo de futbolista.― Propinó un codazo a su amigo tratando
de buscar complicidad, pero el efecto no fue el esperado.
Jota se paró en seco y miró fijamente al futbolista, probablemente sin ser consciente de que
tenía los nudillos blancos de apretar el puño. El otro chico bromeaba con Ella de esa forma en la que
su pequeño club de perdedores solo podía imaginar en sus mejores fantasías.
―Se me ocurre algo mejor que esperar a que venga un jodido ovni― disparó Jota, sonriendo
por primera vez en todo el día.
Entonces, sorprendiendo a su amigo, comenzó a caminar en dirección a la feliz pareja con una
determinación que no prometía nada bueno. Aquello fue una verdadera sorpresa, ya que Jota, pese a
estar familiarizado con los golpes, jamás había tenido valor para propinarlos. Siempre aceptó su
condición de saco de cuero en lugar de la de boxeador, aunque, en aquella ocasión, parecía que la
campana iba tocar una nota diferente.
Que vienen los indios 230 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Se acercó por detrás, si ceremonias, ni desafío de guante, y mordió con violencia la oreja del
futbolista, arrancando un enorme pedazo de ella y levantando un instantáneo vendaval de
exclamaciones de sorpresa en el pasillo.
No había pasado siquiera un segundo, cuando se giró hacía su amigo y perdió el conocimiento.
3
La mañana transcurrió entre susurros y rumores, haciendo grande la leyenda, como una bola
de nieve que no fabricara muñecos sino juegos del ahorcado. No dejaban de mirarle, como único
miembro presente de la ecuación de los Nadie, ya que a Jota lo habían llevado al hospital sin recobrar
la conciencia. Los leones habían devorado al domador y ahora todos esperaban a ver si el payaso
entraba en escena. Pero nada más pasó, salvo montañas, integrales, reyes godos y fotosíntesis.
Terminó la mañana.
Al recoger al Enano le encantó descubrir que aún no había perdido la ilusión por su estrella de
Sheriff, la cual lucía con orgullo y con miles huellas dactilares de sus curiosos compañeros. Al
parecer, ambos habían tenido su ración de protagonismo por un día. Envidió la felicidad de su
hermano y subieron al bus de vuelta de vuelta a casa.
Tenía la mente en Jota mientras las calles se difuminaban a través de la ventanilla. Su hermano
disputaba algún duelo al sol imaginario, frunciendo la mirada y haciendo bailar los dedos sobre unas
pistolas invisibles, y él sentía un irrefrenable deseo de volver a casa y tratar de borrar aquel horrible
día de su diario. Su madre tenía turno de noche, por lo que le tocaría a él bañar al Enano y conseguir
que se durmiera amenazándole con mil y una torturas. O quizá le inventara un submarino, lejos de
todo aquello.
El bus paró en un semáforo frente al aparcamiento de un centro comercial, donde una clásica
escena de agresivo pulso urbano le llamó la atención. Una mujer discutía con un policía junto a un
utilitario rojo, mientras que el agente trataba de ignorarla escribiendo en un pequeño block. La mano
con la que sujetaba el bolígrafo estaba vendada hasta la altura de la muñeca, aunque no se apreciaba
ninguna falta de movilidad en los dedos. La mujer, inspirada por las musas de las sanciones de
tráficos, parecía recitar toda una oda a las malas formas, mientras que una invisible cuerda parecía
tensarse sobre el rostro de aquel policía. La escena era tristemente absorbida por la cotidianidad de las
grandes ciudades, mezclándose sin problemas con el tono gris del asfalto y haciéndola pasar
desapercibida en aquel paisaje lleno de gente. Hasta que la paciencia de aquel tipo rebosó.
Por primera vez, levantó la cabeza del bloc y la miró directamente a los ojos, en un claro reto a
terminar con aquello o terminar esposada, opción que se eligió por propio impulso a continuar la
mujer con sus gritos y bruscos gestos de brazos. Entonces, el policía cogió unas esposas de la parte
trasera del cinturón y, con una maniobra firme, giró a la mujer contra el coche y la inmovilizó,
recitando de forma automática la oración de detención caricaturizada en miles de películas. Aquello
silenció a la mujer durante los pocos segundo que duró la sorpresa, tras lo cual, comenzó de nuevo con
su recital de malos modales.
El semáforo les guiñó luz verde, y justo cuando el autobús empezó a ponerse en marcha, pudo
ver como el policía lanzaba un rápido mordisco al desnudo hombro de la mujer. Y de no haber sido
por un enorme roble en la siguiente curva, podría haber visto como el agente se desplomaba como un
enorme muñeco de trapo.
4
Definitivamente no eran indios.
Apartó a su hermano de la ventana mientras se agachaba en ese inútil gesto de avestruz que
mantiene a los niños alejados del peligro que no pueden ver, aunque el rápido vistazo había sido
suficiente para aflojarle el esfínter y retraer sus testículos bajo el pijama. El Enano cayó al suelo
Que vienen los indios 231 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) divertido, incluyendo a su hermano en el juego y bautizándolo en su cabeza como Billy The Kid. Se le
veía que disfrutaba aquello, de modo que agachó la cabeza por debajo de la ventana dejando escapar
una sonrisa, mientras se ponía un dedo sobre la boca en el universal gesto del sonoro silencio.
Lo que había visto en la calle tenía aroma de ausente. De ajeno.
Su mente repasó la polaroid de su retina. Tres jóvenes, con la piel teñida de rojo hematoma y
el pelo manchado de sangre, caminaban calle abajo en dirección a la casa, ajenos al mundo y sus
maravillas. Ajeno al frío de la noche, uno de ellos llevaba todo el torso al descubierto, mostrando una
irregular rojez que ocupaba gran parte de la superficie de su piel y trepaba cubriendo la mitad de su
rostro, como el transeúnte de algún macabro carnaval Veneciano. Ajeno al dolor, otro de ellos no
reparaba en el hecho de que sobre su hombro sobresaliera el mango de lo que parecía ser un enorme
cuchillo, cuya hoja se perdía en las profundidades cavernosas de la frágil anatomía humana, lo que le
confería un aspecto de joven aspirante a faquir. El tercero de ellos, ajeno a la oscuridad de la noche, se
detuvo en seco frente a la casa mientras los otros dos se perdían en la negrura. Perfectamente podría
haber pasado por un chico normal, incluso, con un ramo de flores, podría haber parecido un joven
pretendiente esperando a su cita del viernes. Aunque sus ojos se movían de una forma extraña, como si
fueran conscientes de haber pasado a un segundo plano con respecto al olfato. Pero lo que más llamó
la atención a aquel chico que espiaba tras las cortinas fue la redonda cicatriz que presidía la cara del
joven, rodeada de lo que sin duda eran señales de dientes humanos.
Rezó a su manera, Hombre Araña que estás en los cielos, porque aquel extraño visitante
nocturno ignorase la casa y continuase su camino, cosa que quizá habría sucedido de no ser porque el
Enano golpeó con su arma el cristal de la ventana y disparó una ráfaga de fantasía hacia la calle.
― ¡PIUN!, ¡PIUN!
El extraño joven lo entendió como un pistoletazo de salida y comenzó a caminar en dirección
la casa.
5
El tono del teléfono era un aullido continuo y lastimero que solo podía traducirse en una avería
en la línea, reflejo de una ciudad que destilaba locura, mientras que los golpes en la puerta de la casa
servían de perfecta base rítmica de aquella melodía de situación realmente jodida. Había dejado al
Enano escondido bajo la cama, como un joven Kirk Douglas disparando en el Ok Corral, y había
bajado lo más rápido posible con la estúpida esperanza de encontrar en la nevera alguna maldita nota
que le dijese como debía actuar, pero, por desgracia, junto al papel amarillo que explicaba como
descongelar un pollo, no había ninguno que explicarse cómo eliminar al jodido chico zombi que estaba
a punto de derribar la puerta.
Lloró, aunque solo un segundo, y volvió a subir corriendo las escaleras hacia el piso superior,
consciente de que había llegado la hora de romper una de las reglas más estrictas de aquella pequeña
familia a la deriva.
La pistola de su padre pesaba una maldita tonelada. Pero no era debido a los casi mil gramos
de acero macizo, ni por la carga de trece balas de nueve milímetros parabellum, sino por el propio
quebranto de la promesa a su madre de no tocar jamás aquella caja de madera que la contenía. Y el
hecho de que supiera cómo utilizarla, se debía más al cine y los videojuegos, que a la misteriosa
herencia genética de un padre policía.
Hizo un examen de su pulso y lo suspendió sin lugar a dudas, pero aún así, enfocando a través
de sus lágrimas, volvió a bajar las escaleras en dirección a aquella puerta que empezaba perder
resistencia en sus bisagras. Apuntó directamente hacia ella y trató de imitar al mismísimo John Wayne
en alguno de sus western, gritando con toda la gravedad que consiguió reunir en tan poco tiempo.
― ¡Estoy armado! ¡Lárgate o disparo!
Dicho lo cual, la puerta se quebró mostrando la sonrisa de aquel extraño chaval de la noche.
Que vienen los indios 232 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) 6
Todo sucedió en secuencias, como fotogramas gastados de cine negro.
Actor Principal: aquel pobre chico, escondido tras el acero y plomo, tratando sin éxito de que
su mano dejase de temblar mientras aquel loco se acercaba a toda velocidad, fallando un primer
disparo y procurando no perder demasiado tiempo en lamentos antes de ejecutar un segundo.
Actor Secundario: ese joven transformado en demente, con una herida de dientes humanos en
la mejilla derecha, y cuyo único deseo es volver a probar la carne humana tras despertar de aquel
extraño desmayo.
Sound Effect: Disparo fallido. Madera de puerta abrazando el plomo de un proyectil arrugado.
Tres pasos rápidos sobre tablones gastados. Acolchado sonido de dientes perforando la epidermis de
aquel niño pistolero. Pequeño gruñido de dolor. Disparo certero. Crujir de esternón al ser atravesado
por nueve milímetros. Acaso un ligero gorgoteo de sangre abandonando el corazón. Sollozo de un
niño homicida. Sonido de vida abandonando un cuerpo zombi. Silencio.
The end of the secuence.
Cinemascope. Technicolor.
7
Las mil diligencias de las paredes eran borrones tras los acuosos ojos de aquel pequeño
pistolero con la marca de unos dientes en su mano. El enano seguía escondido bajo la cama
imaginando colinas y arbustos secos arrastrados por el viento, aunque al verlo llegar volvió a incluir a
su hermano mayor en su juego de bandidos. Trató de sentirse bien por haber salvado a su hermanito,
pero el peso de una muerte recorría su cuerpo a modo de temblor, como si se encontrase sentado en
una silla eléctrica infantil. Dejó la pistola sobre la mesa, junto a su comic de Spiderman, y acarició la
cabeza del enano buscando calor humano, el cual agradeció el gesto y salió de su trinchera adoptando
la postura de partenaire en un duelo.
Simuló la mejor de sus sonrisas mientras empezaba a sentir un extraño deseo de probar la
pálida piel que se asomaba por debajo la barbilla de su hermano pequeño. Entendió que el efecto se
había acelerado en él precisamente por ser consciente del mismo, y sintió un profunda tristeza que no
cabía dentro de aquel pequeño cuerpo escuálido incapaz de trepar por la cuerda en clase de gimnasia.
Tenía miedo y necesitaba el abrazo de algún enorme Post It amarillo. Se levantó dispuesto a
realizar un segundo intento con el agonizante teléfono y, justo antes de salir de habitación, reparó en
que había dejado la pistola sobre el escritorio. Al volverse, no le extrañó ver a su hermano empuñando
el arma mientras le apuntaba directamente al pecho. Casi imaginó en su propia cara unas brillantes
pinturas de guerra y un enorme penacho de plumas.
Por primera vez en el día, consiguió sentir algo de alivio.
― ¡Que vienen los indios!
Fin
Que vienen los indios 233 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) SON EXQUISITOS
Recuerdo continuamente las declaraciones de los hermanos Pastor en el festival de cine
fantástico y de terror de Sitges cuando estrenaron su película “Carriers” . Planteaban una nueva visión
del fenómeno zombi y apuntaban: “…no son exactamente zombis, ni tan solo se acercan a la
concepción clásica de muerto viviente tipo George. A. Romero, lento y escalofriantemente torpe, ni a
la nueva ola de “TurboZombies “ de Danny Boyle al más puro estilo “28 días después”, son otra cosa,
son infectados…. “
La realidad supera a la ficción, desgraciadamente.
Ni turbo ni nada que se le parezca.
Nunca pensé que acabaría siendo un zombi pero puestos a elegir, sin pensarlo hubiera
escogido la opción Turbo/Boyle. Al menos tendría la velocidad y la mala leche necesarias para
alimentarme con tranquilidad. Además, esa obcecación salvaje supongo que me eximiría de pensar en
lo dramático de la situación.
De hecho, también hubiera sido preferible el tipo clásico/Romero. Lentos, torpes y a su vez
desgarradores, Si nada en la cabeza. Todo se hubiera reducido a vagar emitiendo sonidos guturales sin
cesar, arrastrando los pies y convirtiendo en “hermano” catatónico a todo el que fuera lo
suficientemente pasmado para dejarse pillar. Todo esto sin ninguna preocupación hasta que el
zumbado de turno te volará la cabeza con una escopeta o algo similar. No pain. Fin.
Sin conciencia.
Joder, ese era el problema.
La puta conciencia.
Nadie nunca explicó que pasó exactamente, pero la historia no se parecía en nada a lo que la
literatura o el cine nos habían explicado o sugerido durante años.
Somos pocos, muy pocos, somos zombis.
Somos torpes, tenemos hambre, nuestra piel blanquecina, enfermiza, nos delata.
Pero tenemos conciencia. Pensamos. Sufrimos. Somos conocedores de nuestra condición y
somos los parias de nuestro siglo.
Primero nos intentaron eliminar. Cuando se dieron cuenta de que había algo más en el interior
de nuestras cabezas nos apartaron, nos discriminaron.
La verdad es que quedamos pocos. Muy pocos.
En el inicio debíamos representar aproximadamente un 1 % de la población mundial .En un
par de meses nos exterminaron. Reducimos el número a unos cinco o seis mil en todo el mundo.
Cuando surgieron los movimientos en defensa de nuestra dignidad haciendo bandera de nuestra
supuesta humanidad, simplemente nos “escondieron”. Nos proporcionaron espacios apartados de la
civilización, en condiciones insostenibles y nos obsequiaron con carne muerta para alimentarnos.
“Censados” éramos unos 4800. Todo zombi que no se acogiera voluntariamente al programa
“ New Home” ( o dicho de otra manera , si no aceptabas acabar tus días en un lugar lo más parecido a
un campo de concentración) sería detenido , juzgado y según el país ejecutado . En el mejor de los
casos encerrado.
Más tarde vinieron los suicidios. La conciencia, amigos. ¿Un futuro de muerto viviente
encerrado, con la única necesidad o pulsión de comer carne? . Unos 3500 se quitaron la vida.
Hoy en día son 1185 los censados en todo el mundo , repartidos en 21 hogares del “ New
Home” Unos pocos sobrevivimos fuera de los hogares , escondidos , recluidos , moviéndonos por la
noche , cuando nuestro aspecto se puede disimular , vagando ….
Son exquisitos 234 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Las cifras oficiales dicen que los “Cherry Coke” , así nos llaman , valiente hijo de puta el que
se inventó el nombre , somos aproximadamente unos 200 . Yo nunca he coincidido con ninguno.
Por cierto . Cuando mordemos a alguien (que no mordemos, comemos), en fin, en el caso de
que fuéramos mordiendo a la gente, la victima no se convierte en zombi. En eso también fallaba el
cine y la literatura. Por lo tanto después del exterminio, los suicidios y el exilio forzado quedábamos
unos pocos...
Somos pocos, muy pocos, somos zombis.
¿Alguien se puede llegar a imaginar lo que representa nuestra “vida”?
No podemos trabajar, no tenemos familia, no podemos amar ni ser amados…. Ni tan siquiera
podemos ir al cine. Nuestro olor putrefacto nos delata.
Aquí estoy.
Recluido
Escondido.
No os diré donde. Podría representar mi final.
Esperando.
Solo hay una cosa que realmente me motiva.
Salir oscuras noches sin luna y buscar a familias descuidadas. Familias que dejan a sus bebes
unos pocos metros alejados de su cama. Suficientes para que no se den cuenta cuando sigilosamente
me los llevo.
Son preciosos.
Son exquisitos.
Son exquisitos 235 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) MEDIO LLENO
Siempre he tenido mucha suerte en la vida. Y después también.
Nací con parálisis facial. Un defecto en el nervio del lado izquierdo que provocaba una mueca
en mi rostro, una media sonrisa que me impedía abrir bien el ojo, dando a mi cara un aspecto
sarcástico, que hasta hubiera resultado interesante de no ser una expresión involuntaria y perpetua.
Pero pensándolo bien tuve suerte, podía haber sido peor. Si hubiese tenido el mismo problema en las
dos mejillas hubiera parecido un demente, al estilo del Joker en los cómics de Batman. Por lo menos
tenía un perfil bueno.
Me crié en el seno de una familia acomodada, de profundas convicciones religiosas, y aunque
a veces escuché a mi padre decir a mi madre que mi problema era un castigo del Señor por algo que
habían hecho mal, a mí me decían que era una prueba que Dios me había puesto para demostrar mi fe.
También decían que yo lo tendría más fácil para alcanzar la vida eterna, y eso siempre es una suerte,
sin duda alguna.
Eso sí, mi defecto condicionó toda mi vida social. Me volví un niño huraño e introvertido. Mi
único contacto con otros niños de mi edad lo tenía en el colegio, donde a pesar de todo fui bastante
popular. Todos me conocían y dedicaban gran parte de su tiempo a burlarse de mí y a gastarme
bromas crueles. Por suerte, en mi clase había una niña obesa que padecía un grave caso de acné, lo que
suponía para mí un par de días de respiro a la semana (los que mis compañeros dedicaban a meterse
con ella y no conmigo).
Mi padre se empeñaba en que estudiara mucho y de mayor me licenciara en derecho, como él.
Yo admiraba a mi padre, presidía el más importante bufete de abogados de Pittsburg, fundado por mi
abuelo, pero nunca me interesó su profesión y, por suerte, mi defecto físico hizo innecesarios más
argumentos para convencerle de que no quería seguir sus pasos. Él mismo se dio cuenta de que con mi
aspecto no podría convencer de nada a ningún juez o jurado. Mis clientes estarían jodidos antes de
entrar en la sala.
Así pues, me dediqué libremente a lo que realmente me gustaba, escribir. Me matriculé en
periodismo y compaginé mis estudios escribiendo críticas de cine en el periódico local.
Tenía suerte de poder hacer mi trabajo en casa, sin necesidad de relacionarme con nadie.
Como no tenía amigos, tampoco necesitaba inventar excusas para no quedar con ellos. Vivía en mi
mundo, viendo películas en el cine (en la oscuridad no importa mi aspecto) y escribiendo sobre ellas.
En sólo siete años me hicieron contrato en el periódico y pude por fin independizarme. Alquilé
un modesto apartamento en un barrio de las afueras, a pesar de que mi padre se empeñaba en pagarme
algo mejor. Le ofendía que un miembro de nuestra reputada familia viviera de alquiler. Pero lo rechacé
amablemente, quería vivir mi propia vida.
Al cumplir los treinta años decidí perder la virginidad. Recurriendo al sexo de pago,
naturalmente, no tenía otra posibilidad de conseguirlo. Fue un dilema moral para mí y sólo pensar en
ello me mortificaba. Pero, pensándolo bien, la masturbación constante también era una ofensa a Dios.
Prácticamente era el mismo pecado, y no quería pasar toda mi vida sin saber lo que se siente al hacerlo
con una mujer.
Aún recuerdo la expresión de repugnancia mal disimulada en el rostro de la prostituta cuando
me acerqué a ella. Eso me cohibió por completo y fui incapaz de consumar el acto con el que tanto
tiempo había soñado. Tras repetidos intentos tuve que desistir, para alivio de la muchacha. Pensé
pedirle que me devolviera el dinero, pero decidí que no era una buena idea, a pesar de que
probablemente me había cobrado mucho más que a sus otros clientes.
En el fondo fue una suerte. Cuando mi mente me incitaba al pecado, las circunstancias me
devolvían al buen camino.
Medio lleno 236 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) No es que yo fuera un devoto cristiano, en el sentido que mis padres esperaban de mí, ni
asistía regularmente a la iglesia, pero siempre he pensado que en la vida uno recoge lo que siembra. A
la gente buena le ocurren cosas buenas, por eso nunca hice mal a nadie.
Y eso tuvo por fin su recompensa. Se llamaba Mary y era la chica más maravillosa del mundo.
Trabajaba como cajera en el supermercado donde hacía mi compra semanal. Pasamos de intercambiar
unas palabras de cortesía, mientras marcaba mi compra en la caja registradora, a mantener breves
conversaciones sobre cine, al que ella también era muy aficionada. Las miradas furiosas de las
ancianas que hacían cola detrás de mí al ver que me demoraba en exceso, me impelían a invitarla a
tomar un café para poder charlar tranquilamente, pero el miedo al rechazo me lo impidió.
Por suerte fue ella la que me lo pidió. Quedamos para ir al cine a ver el gran estreno del año, la
última película de Kubrick titulada “2001, una odisea del espacio”; después iríamos a cenar. ¡Iba a
tener la primera cita de mi vida! No cabía en mí de gozo.
Cuando llegó ese día estaba terriblemente nervioso. No sabía qué ropa ponerme, por suerte mi
fondo de armario se componía casi exclusivamente de tejanos y jerséis de cuello alto en diferentes
tonos de negro, así que no había mucho que pensar.
Me hubiera encantado ir a recogerla en mi coche, como debe ser, pero en el maletero de mi
pequeño Volkswagen no cabría su silla de ruedas, así que fui caminando hasta su casa, y desde allí la
empujaría hasta el cine, que no quedaba lejos.
Salí con mi americana colgada del brazo aunque no creía que la fuera a necesitar, pues hacía
una tarde estupenda, pero pensé que una chaqueta me daría un toque elegante. Por mi parte, nunca
había visto a Mary con otra ropa que no fuera el uniforme del supermercado y sentía curiosidad por
saber qué aspecto tendría.
El sol empezaba a ocultarse y las farolas ya se iluminaban para compensar su ausencia.
Caminaba dando grandes zancadas y, por primera vez en muchos años, la mitad derecha de mi cara se
igualó a la izquierda, formando una auténtica sonrisa de felicidad.
Los escasos vehículos que circulaban por el barrio encendían ya sus faros, excepto el que me
atropelló. Creo que fue el camión de la basura, apenas pude verlo de reojo. En cualquier caso fue culpa
mía, estaba tan embelesado que crucé la calle sin mirar.
El impacto me lanzó varios metros por el aire y quedé tumbado boca arriba en el asfalto. La
última imagen que recuerdo es la luz blanca de las farolas que me deslumbraba, y las caras de la gente
que empezaba a agolparse a mi alrededor. El dolor producido por las costillas rotas perforando mis
pulmones era espantoso, no tenía aire ni para gritar. Por suerte, mi muerte fue casi rápida. Mi último
pensamiento fue para Mary y lo que ella sufriría por culpa de mi torpeza.
Ignoro cuando tiempo transcurrió desde ese momento hasta que desperté aquí dentro, inmerso
en una oscuridad absoluta. Mi sensación inicial de desconcierto dio paso al pánico cuando tomé
conciencia del sitio en el que me hallaba. El estrecho cubículo forrado de raso y la pequeña almohada
en la que reposaba mi cabeza lo hacían inconfundible. No caí en el ingenuo error de pensar que estaba
soñando, recurso fácil en cientos de películas malas. En todo momento fui consciente de que aquello
era real. Acudieron a mi mente esas historias decimonónicas sobre catalepsia y enterramientos
prematuros, y empecé a jadear con el corazón desbocado, preguntándome cuanto tardaría en agotarse
el oxígeno que había en mi ataúd.
Grité y golpeé la madera cubierta de seda que me envolvía, con la esperanza de que mi féretro
se encontrara aún en la iglesia y alguien pudiera oírme. El ruido sordo que produjeron mis golpes me
confirmó lo que temía: estaba enterrado. Transcurrieron varias horas, o eso me pareció, hasta que
llegué a la conclusión de que el oxígeno no se agotaría nunca, porque yo no respiraba. Mis pulmones
estaban destrozados y tampoco podía acelerarse un corazón que no latía. Mi mente estaba
perfectamente lúcida y mi cuerpo, aunque entumecido, obedecía sus órdenes. Incluso sudaba
profusamente por el sofocante calor que hacía allí dentro; sin embargo, no cabía duda, yo estaba
muerto.
Medio lleno 237 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Lo peor de todo era el hambre voraz que sentía, un deseo irrefrenable de comer carne humana
que me producía asco y al mismo tiempo me hacía salivar. Ahora comprendo lo que debe sentir la
gente que está en huelga de hambre. Un dolor agudo y punzante en el estómago, que yo no podía
saciar por la situación en la que me encontraba.
Me pregunté por qué me ocurría aquello, y si me estaba pasando sólo a mí.
Pronto hallé la respuesta. Las vibraciones y el eco que me llegaban a través del subsuelo me
indicaban que mis vecinos subterráneos también se movían. Incluso percibí, a través de la caja de
resonancia donde yacía, el ruido de la madera al quebrarse. Al parecer, alguno de ellos había
conseguido romper la tapa de su ataúd, seguramente podrida por años de humedad. Los que hubieran
sido enterrados más recientemente lo tendrían más difícil, pero con el tiempo también lo lograrían,
estoy seguro. Al igual que estoy seguro de que yo nunca lo haré.
Conozco muy bien las tradiciones de mi familia, entre ellas la de enterrar a nuestros miembros
en lujosos féretros de caoba, chapados con una brillante y sólida lámina de acero pulido grabada con
motivos religiosos. La ostentación, la devoción y el esnobismo propios de mi familia unidos en una
caja para muertos.
Hace años tuve la ocasión de ver uno. Fue en el entierro de mi tía Stella cuando yo tenía doce
años. Asistió casi toda la familia, a pesar de que ella no era muy querida por nadie. Quizá por eso hubo
tanta concurrencia. Para ellos era una celebración más que un duelo. Y aunque esté mal decirlo, para
mí también, ya que, si durante toda su vida había sido una mujer desagradable con los niños de la
familia, conmigo lo fue especialmente.
No comprendo lo que está ocurriendo. ¿Cuánto tiempo habrá pasado desde que fui
atropellado? ¿Estaremos aún en 1968 o habrán transcurrido años? No, mis uñas y mi pelo apenas han
crecido como ocurre con los cadáveres. Sea lo que sea que esté pasando, mi muerte ha sido reciente.
Quizás haya llegado el Apocalipsis de la Biblia, en el que los muertos se levantarán de sus
tumbas para ser juzgados por el Todopoderoso. Pero no lo creo, yo sigo aquí encerrado, no sería justo.
La otra posibilidad tampoco resulta agradable. Cientos - tal vez miles- de cadáveres animados
por quién sabe qué fuerza demoníaca saliendo de sus tumbas, en diverso estado de descomposición, y
acechando a los vivos para saciar su macabro apetito.
Debo dar gracias a Dios, una vez más, por mi inmensa suerte de no poder salir y actuar como
mi instinto me exige. En vida nunca hice daño a nadie y no soportaría tener que hacerlo ahora, aún en
contra de mi voluntad. Pero este hambre atroz… ¿podré resistirla durante mucho tiempo o acabaré
devorando mis propios brazos? Prefiero no pensar en ello.
Por mi derecha sigue llegando el eco de unos golpes furiosos y creo que sé quién los produce.
Si no me equivoco, me han enterrado en la parcela que mi familia posee en el cementerio municipal de
Pittsburg, y a escasos metros de mí yace la tía Stella, o lo que quede de ella, golpeando tenazmente la
tapa de su ataúd, incapaz como yo de salir de su prisión.
He perdido la noción del tiempo. Al parecer, mi cuerpo ya no necesita dormir, por lo que me
es imposible calcular cuánto llevo aquí dentro. Palabras como "horas" o "días" ya no tienen ningún
sentido.
No dejo de pensar en la pobre Mary ¿qué será de ella sin mí? Espero que no me guarde rencor
por haberla abandonado a su suerte. Al final nunca sabré que aspecto tiene con su propia ropa. Ojalá
consiga sobrevivir al caos que se estará produciendo ahí fuera y rehaga su vida con un hombre que la
merezca.
Por lo que a mí respecta, debo hacerme a la idea de que jamás saldré de aquí y buscar el lado
positivo. Estoy solo, como lo he estado siempre, sumido en mis pensamientos y en la oscuridad (donde
mi aspecto no importa). He muerto virgen, sí, pero probablemente el sexo esté sobrevalorado, y en
caso de debilidad, mis manos aún conservan cierta destreza. Que Dios me perdone, pero ¿qué otra
satisfacción puedo tener aquí dentro?
Medio lleno 238 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) No voy a negar que me hubiera encantado ver esa película de Kubrick. Se comentaba que
tenía unos efectos espectaculares. Ahora esa crítica la escribirá otro, suponiendo que el mundo exterior
vuelva a la normalidad.
El calor es insoportable, no paro de sudar (¿llegaré a deshidratarme?). Mi propio olor me
resulta desagradable y a la vez apetecible. ¿Sentiré dolor si al final no puedo evitar masticar mi carne?
La tía Stella continúa golpeando incansable. El ruido empieza a ser irritante -como ella lo fue
en vida- y, por lo que sé, sus restos resecos podrían seguir haciéndolo indefinidamente.
Creo que mi estancia aquí se me va a hacer muy larga.
Pero no quiero que parezca que me estoy quejando, ni mucho menos; sería un egoísta si lo
hiciera porque, ahora lo veo claro, esto no es un castigo sino todo lo contrario. Por fin he alcanzado la
meta que todo buen creyente anhela: ¡la vida eterna!
Aunque, para ser sincero, me la había imaginado de otra manera.
FIN
Medio lleno 239 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) LA VOZ DE LOS MUERTOS
La primera vez que Jean Paul escuchó la voz de los muertos, llovía. Eso sería lo primero en lo
que pensaría los años venideros cuando recordara aquel día: las gotas de agua que resbalaban por el
vidrio de la funeraria. Era una lluvia silenciosa, sin rayos ni truenos, ni siquiera ventisca, solo el
sonido de ellas estrellándose contra el suelo.
Adentro había figuras vestidas de negro, seres casi fantasmales que se comunicaban por medio
de susurros. Jean Paul los ignoraba y se concentraba únicamente en la ventana y en el agua. No le
gustaban los adultos ni los ruidos que causaban al hablar. De repente, sintió unas manos que se
posaron sobre sus hombros y una voz que le dijo: “Ve a despedir a tu tío Gideon”. El pequeño empezó
a avanzar hacia el féretro, mientras los asistentes conmovidos empezaron a apartarse en dos hileras
hasta que estuvo frente al ataúd.
Tuvo que empinarse para ver el cadáver. El rostro de su tío era pacífico, como si estuviera
dormido. El niño lo contempló y le tocó una mejilla. Estaba fría. Iba a retirarse cuando escuchó una
voz que procedía de su tío Gideon, más que una voz era un gesto desesperado, un chillido similar al de
un cerdo, un estribillo que repetía una y otra vez “Devuélveme la vida” “¡Revíveme!”
Jeannette vio a su hijo que miraba petrificado el cadáver. Era muy pequeño, aún no tenía seis
años, tal vez había sido una imprudencia llevarlo al funeral a esa edad. Lo llamó: ‘Jean Paul ven aquí’,
el niño dejó de observar el cuerpo del viejo y fue a reunirse con su madre.
A partir de ese momento, empezó a escuchar esa voz más a menudo, con mayor claridad. Los
muertos solo querían ser revividos, el otro mundo les parecía muy aburrido le decían. Jean Paul
intentaba hablar con ellos, pero no era escuchado y solo recibía como contestación: Déjanos volver,
déjanos volver.
Alguna vez estando con su padre en la sala, no pudo evitar confesarle lo que le pasaba.
―Papá ¿Las personas pueden regresar de la muerte?
―¿Por qué lo preguntas? ―le respondió Francois Morteau a su hijo.
― Hoy en el colegio vimos cómo Jesús resucitó a Lázaro que había muerto. Se situó frente a
su tumba y ordenó ‘Lázaro levántate’ y él volvió de entre los muertos.
―Hijo esas historias de la Biblia no hay que tomarlas tan en serio, cuando alguien muere se va
para siempre.
―¿Entonces por qué los escucho?
―¿Qué cosa?
― La voz de los muertos. Me hablan todo el tiempo, a todas horas. Quieren que los traiga de
regreso, que me haga frente a sus tumbas y les grite “Levántense” para que puedan volver.
―¡Basta! ―gritó su padre furioso―. ¡Nadie puede volver de entre los muertos! Lázaro no
existió y no quiero volver a oírte hablar de ese tema, jamás ¡JAMÁS!
Jean Paul nunca había visto tan enojado a su padre: manoteaba y gritaba como si estuviera
peleando con alguien más: “¡Vete a dormir ya!” le ordenó finalmente.
Una vez que su hijo subió a su cuarto. Francois se sirvió un vaso de whisky. Mientras tomaba
empezó a maldecir su suerte. Pensó en su padre que había muerto antes del nacimiento de Jean Paul.
“Puedes negar lo que eres, pero el vudú corre en tus venas y en la de tu descendencia”, le había dicho
en su lecho de muerte.
Haití es una tierra de magia y hechicería, él se había criado en ese entorno y lo odiaba. Su
padre había sido un bokor, un hechicero del vudú y había intentado que Francois siguiera sus pasos,
pero él había huido de su casa y refugiado en los libros y en la ciencia para escapar de ese mundo
siniestro y pagano.
La voz de los muertos 240 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Ahora era un respetado y exitoso profesor universitario, pero en ocasiones soñaba que los
muertos salían de sus tumbas e iban a verlo dormir, intentando comunicarse, pero él no entendía sus
palabras, solo se despertaba cuando sus putrefactas manos rozaban su rostro.
Después de bogar cuatro vasos de licor se tranquilizó. Los muertos no resucitan, el que su
padre afirmara que podía convertir en zombis a los muertos no era sino un reflejo de su mente
enferma; por otro lado, Jean Paul, seguramente había quedado impresionado con la historia de Lázaro
y había inventado el resto.
‘El vudú corre por tu sangre y la de tu descendencia’ le silbó el viento. ‘Cállate viejo’
respondió en voz alta ‘no puedes volver, nadie puede’.
Por un tiempo todo pareció marchar bien. Jean Paul no volvió a hablar del tema y Francois fue
ascendido a vicerrector en la universidad. Jeanette aumentó la felicidad de la familia al anunciar que
estaba embarazada.
Pero la felicidad no es para siempre, la vida es como una montaña rusa que nos depara de
manera frenética momentos alegres y tristes. Cuando pensamos que no hay una salida vemos la luz al
final del túnel y cuando creemos que no podemos ser más felices, llega una desgracia que nos hunde
en la más profunda de las depresiones.
Esto lo comprobó Francois una calurosa tarde de abril.
Había sido un día muy difícil en la universidad. El decano de la facultad de medicina había
pedido permiso para ausentarse cinco días.
―Pero Michel.- le había dicho- estamos en época de parciales ¿Qué ha pasado?
―Acaba de morir mi abuela Gertrude.
―Lo siento mucho.
―No lo hagas, ya estaba muy vieja y enferma. Te confieso que ha sido un alivio que muriera.
―¡Michel!- exclamó indignado Francois.
―A ti no te puedo mentir, ella ya no fue la mujer que me crió.
―Si es así ¿Para qué me pides cinco días de licencia?
―Necesito prepararla.
―¿Prepararla?
―Sí. Debemos velarla hasta que su cuerpo se pudra y luego enterrarla en el patio de nuestra
casa para evitar que vengan por ella.
―¿Y quién va a venir? ―preguntó sospechando la respuesta.
―Un bokor para convertirla en zombi y esclavizarla ―respondió Michel como si aquello
fuera lo más natural del mundo.
Sintió la respuesta como una bofetada en la cara.
― ¿Cómo es posible que creas en esos cuentos? ¡Eres un médico, por el amor de dios y
estamos ya en pleno siglo XX!
―Algunos cuentos son reales profesor- respondió el decano- Haití es la tierra en donde los
muertos caminan. He visto cosas que no me creería a menos que las experimentara; el poder de los
bokor es cierto y los zombis son tan reales como usted o como yo.
Finalmente había accedido de mala gana a los días de licencia a su decano. Pensó que más
que regaños necesitaba comprensión, no todos los días se le muere a uno la abuela.
La voz de los muertos 241 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Aún con esos pensamientos en mente llegó a casa. Al llegar a la puerta vio varias plumas y
sangre en el piso y en la puerta. Lo primero que pensó fue en su esposa embarazada, ‘Jeanette’ gritó
mientras buscaba a toda velocidad las llaves.
Entró a la casa y llamó de nuevo a su esposa. Nadie le respondió. Corrió hacia el patio trasero
con el corazón en la boca, mientras creía ver a su mujer muerta, a su bebé nonato muerto, a su padre
riendo, pero cuando llegó contempló una escena que nunca hubiera imaginado.
Su hijo estaba en la mitad del patio con un gato muerto en su regazo. El animal que sangraba
por las heridas recibidas por un cuchillo se movía de manera espasmódica en una larga agonía. A su
alrededor y acomodados de manera circular habían varios pájaros muertos.
Francois estaba aterrorizado, aun no podía creer que él hubiera matado a esos animales.
― ¡Jean Paul! ¿Qué has hecho, hijo?
―Papá. Estoy liberando estos animales ―respondió con un tono de orgullo en su voz.
―¿Liberándolos de qué?
―De vivir. Del peso de la vida.
Fueron esas palabras las que convirtieron el miedo de Francois en ira. Miró al niño, diablos,
como se parecía a su padre…atravesó a zancadas el patio y empezó a golpearlo una y otra y otra vez.
Si no me detengo lo voy a matar pensó en el éxtasis de su violencia ¿Pero no sería a la larga lo
mejor? se respondió. Ese niño está perdido y lo sabes. Ya no es tu hijo, le pertenece al vudú, al
maldito vudú.
Fue Jeannette, quien providencialmente llegó, la que impidió la muerte de Jean Paul. Separó
a su esposo de su hijo. Cuando sintió el tibio brazo de su mujer, Francois fue consciente de lo que
estaba haciendo, soltó al niño y se alejó del patio.
Ella se encargó de recoger al pequeño, de limpiarle las heridas, curarlo y acompañarlo a
dormir. Una vez en el cuarto habló con él.
―Debes perdonar a papá, a pesar de todo él te ama, yo lo sé.
―No los soporto ―respondió él.
―¿Qué cosa cariño?
―A los vivos.
Ella miró al niño. Era un ser extraño y anodino que ya no le pertenecía. Su amado hijo nunca
más volvería, pero a pesar de todo ella seguía siendo su madre y aún lo amaba, lo besó y abrazó.
A partir de ese día, la relación entre padre e hijo cambió para siempre. A duras penas se
hablaban. Cuando Francois miraba los ojos de su hijo no veía a su niño a quien había amado tanto,
veía muerte, tristeza; no lo odiaba pero le temía, le temía mucho.
Maurice Morteau, el segundo hijo del matrimonio de Francois y Jeannette, vino al mundo el
19 de julio de 1970, nació pesando 4 kilos con una estatura de 55 centímetros y con fuertes pulmones
como pudieron comprobar los afortunados padres las primeras noches, cuando el bebé rugía exigiendo
cambio de pañales o alimento.
Francois no podía estar más orgulloso de su nuevo hijo. Casi todas las noches iba hasta su
cuna y lo veía dormir. Le fascinaba escuchar su débil respiración y sentir el olor de su cuerpecito, era
la más hermosa criatura de todas. No podía dejar de referirse a él como un angelito de ébano.
Jean Paul no había querido ver al bebé. Cuando sus padres regresaron del hospital, se mantuvo
alejado de ellos; miraba al bebé de reojo. Cuando su mamá le preguntó qué opinaba de su hermanito
respondió ‘No me gusta. Hace demasiado ruido’.
La voz de los muertos 242 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) A su padre no le había pasado este comportamiento de Jean Paul hacía bebé Maurice. No
soportaba verlo cerca de él, de esa manera tan silenciosa tan furtiva como si fuera un gato o una
criatura nocturna, inclusive llegó a temer que le hiciera algo a su hermano.
Pero a pesar de todo amaba mucho a su primogénito y le dolía mucho esta situación. Intentó, a
pesar de su temor, acercarse nuevamente a Jean Paul, pero él había creado un muro infranqueable.
Quiso por lo menos que el niño dejara sus pensamientos de muerte y soledad y lo envió donde varios
psicólogos quienes siempre le diagnosticaban ‘psicosis infantil’ y rehusaban trabajar con él.
Una noche seis meses del nacimiento de Maurice, Jeanette recibió una llamada de su casa
materna: su madre tenía un nuevo ataque y ella debía ir a cuidarla.
Ella le preguntó a su esposo si podía encargarse del ángel de ébano mientras estaba en casa de
su madre. A pesar de su respuesta afirmativa, ella dudó, y no porque pensara que su marido no podría
cuidar de bebé Maurice, sino porque su instinto maternal le hablaba de –muerte- cosas malas que le
podían pasar a su hermoso niño si lo abandonaba, por desgracia prevaleció la voz racional que la
instaba en confiar en su hombre e ir a brazos de su madre.
El orgulloso padre veía nuevamente a su bebé dormir. Qué feliz se sentía de verlo. Mientras lo
veía desde su sillón rojo, pensaba que nunca en su vida había hecho algo tan hermoso, su hijo era una
obra de arte, ese fue su último pensamiento antes de quedarse dormido. Esa noche soñó con los
muertos, pero en esta oportunidad no lo visitaban a él sino que estaban situados frente a Maurice. Al
verlos el bebé les hacía gorgoritos y les sonreía. Uno de los muertos lo levantó de su cuna y le arrancó
una mejilla de un mordisco, el llanto de Maurice fue sofocado por el aullido de los muertos que lo
devoraban. Cuando Francois se levantó del sillón, los muertos se apartaron de la cuna y cuando se
asomó, su hijo ya no estaba en ella, solo había una mancha de sangre.
Despertó sobresaltado, llorando. Lo primero que hizo al abrir los ojos fue buscar al bebé para
verificar que estuviera bien, lo que encontró fue peor que mil pesadillas: la cuna estaba vacía. Fue al
cuarto de Jean Paul sabiendo antes de abrir la puerta que él ya no estaba allí. Salió de la casa
desesperado. Hacía una noche fría con un viento que helaba los huesos. No sabía a ciencia cierta a
dónde dirigirse pero sus pies empezaron a moverse por si solos.
Empezó a adentrarse en el bosque que quedaba adyacente a la casa. Mientras corría sin rumbo
fijo, le parecía escucha en el viento la risa de los muertos, la risa de su padre que se burlaba de él. Al
fin llegó a un claro al final del camino y se encontró con su destino.
Jean Paul tenía a su hermanito acostado en una especie de losa, a su lado había un cuchillo que
Francois no supo si había sido usado aún. Empujó a su primogénito con todas sus fuerzas y luego se
dirigió hacia su bebé.
Había llegado demasiado tarde. Maurice había sido brutalmente apuñalado. Su pequeño
cuerpo estaba ensangrentado y la losa teñida de sangre seca, por el amor del cielo ¿cuántas horas había
dormido? Los ojos de su bebé estaban abiertos, él los cerró. Su carita ya estaba fría.
Se dirigió hacia Jean Paul, si antes se preguntaba si podría matar a su propia carne ahora se
preguntaba cuanto tardaría.
―Mataste a tu hermano ―dijo sin rabia en la voz.
―Solo hice que se callara…cuando vuelva no llorará más…la voz me lo ha prometido.
―Eres un maldito, un enfermo ¿Cómo pudiste? ―dijo dejándose arrastrar por la rabia y el
dolor, lo golpeó una y más veces mientras su hijo no hacía ningún esfuerzo por defenderse.
Jean Paul se levantó. Debía tener una o más costillas rotas, escupió un poco de sangre y gritó:
‘Maurice levántate’.
Mientras golpeaba a su hijo sentía que no sería capaz de matarlo pero ahora al verlo
parodiando la escena de Lázaro, burlándose de sus creencias y de su pobre hijo muerto, sabía que
debía eliminarlo de la faz de la tierra. Se acercó a él y empezó a estrangularlo.
La voz de los muertos 243 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) No le importó que Jean Paul se hubiera desvanecido, seguía apretando su cuello y no lo
soltaría hasta que escuchara su tráquea romperse. Antes de que eso ocurriera escuchó como un enorme
peso cayó aparatosamente de la losa de sacrificio donde estaba el cadáver de su hijo.
Francois sabía que no era ningún animal lo que gateaba detrás de él. Soltó el cuerpo de su hijo
mayor pero no fue capaz de ver voltearse para ver quien o que se arrastraba hacia él. Recordó las
palabras de Michel, ‘Haití es la tierra donde los muertos caminan’, o en este caso gatean pensó él con
una triste sonrisa. Las hojas crujían al paso del gateo que se acercaba. Francois quería correr, quería
gritar por lo menos ser capaz de cerrar los ojos para no ver el horror que lo esperaba pero estaba
completamente petrificado, incapaz de hacer nada.
Tan solo sintió cuando unas pequeñas, casi diminutas manos cogieron su pie; no tuvo que
agachar la mirada para saber que un bebé con su mameluco ensangrentado y una mirada perdida lo
observaba atentamente mientras decía su primera palabra:
― Papá.
La voz de los muertos 244 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) UNA GRAN IDEA
Como todo en esta vida, cuando llegó lo que en tantas películas se había denominado
“Apocalipsis Zombie” no fue como se esperaba.
Para empezar, no fue lo que se esperaba de un Apocalipsis. No se hundió la tierra ni el
aire se llenó de gritos de desesperación. No amaneció un día que pudiera definirse como “el
último”. Y los zombies, esos seres no muertos que tantas veces se han visto en cómics, libros y
películas, no fueron como se esperaba. Pocas personas eran conscientes de que estaba
ocurriendo algo realmente malo. ¿Conocéis esa sensación de cuando estamos a punto de tener
un accidente de coche y finalmente no pasa nada? Al principio no sentimos miedo, nos invade
una especie de parálisis y sólo después de que todo haya pasado nos damos cuenta de lo que ha
estado a punto de suceder. En este caso, la parálisis y la inconsciencia duraron mucho más que
unos segundos, y ocurrió a nivel colectivo. Y, de hecho, el accidente sí ocurrió.
Alex vivía en un tercero sin ascensor, en uno de los bloques más bulliciosos del barrio.
Ya hacía varios años que se había independizado de sus padres, que vivían en un pueblo a varios
cientos de kilómetros de allí. La llamada semanal de rigor hacía que mantuvieran el contacto,
aunque para qué mentir, éste nunca había sido demasiado estrecho. No se consideraba una
persona demasiado cariñosa, no ansiaba el contacto humano y por eso no echaba de menos a su
familia. Tampoco echaba de menos el tener relaciones menos superficiales con otros seres
humanos. Tenía amigos, sí, pero básicamente lo que hacían juntos era irse de juerga los fines de
semana, sin más complicaciones. Vivía con su gato Leyenda y no necesitaba a nadie más, su
verdadero placer, lo que llenaba su vida, era la fantasía y el terror.
Sabía que nadie podría entenderle en ese aspecto. Nunca. Ni sus “amigos”, ni las chicas
que conocía. Desde que vivía en el piso, sólo sus padres habían ido a visitarle un par de veces,
su única hermana no dejaba de darle largas cada vez que hablaban. ¿Te los has leído todos?
Preguntó distraída su madre cuando vio la enorme biblioteca, mientras su mirada paseaba entre
los cómics y libros medio amontonados en los estantes. La mirada de su padre parecía decir: ¿en
esto te gastas el dinero?
…No, no me los he leído todos pero casi… sí, en esto me gasto el dinero.
No necesitaba que nadie le entendiese. Él se bastaba. Sus libros, cómics y películas le
proporcionaban todo lo que no encontraba en otros lugares… ¡por supuesto que pensaba en
chicas! No tenía muy claro, a sus 23 años, lo que quería hacer con su futuro, y suponía que para
mucha gente eso le convertía en un inmaduro. Por eso intentaba decir siempre lo que suponía
que era más normal, incluso llegó a inventarse una novia en el pueblo para contarlo en el
trabajo. Así evitaba explicaciones a la hora del café sobre lo que realmente había hecho el fin de
semana. Suponía que las historietas que se inventaba sobre una masía de los padres de ella
agradarían más que la cruda realidad: una combinación de borracheras, lectura compulsiva y
sesiones maratonianas de cine porno y de terror.
Su sueño secreto era ser el protagonista de una especie de hecatombe, una catástrofe
nunca antes conocida donde tuviera que luchar contra peligros sin nombre… poniendo a prueba
su fortaleza, tanto mental como física. ¿Y quién sabe? Quizá una bonita nena de grandes tetas y
suaves cabellos fuese el premio a tanta valentía. Una fantasía bastante básica, lo sabía, pero no
por ello menos hermosa. Veía películas de vampiros y se imaginaba como una suerte de Van
Helsing rejuvenecido y heroico. En las películas de zombies se ponía en la piel de quien causaba
mayor número de bajas en las filas de los podridos. Ningún hombre lobo se le resistiría jamás…
por desgracia, en contraposición, la vida real era aburrida. Más que eso, una auténtica mierda.
Sus amigos cada vez le aburrían más, los libros que leía empezaban a parecerle todos iguales y
no veía por ninguna parte a la chica de sus sueños.
Una gran idea 245 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) ¿Qué debía hacer? ¿Ir a otra parte? ¿Empezar de nuevo? Hombre, no tenía edad como
para tener que empezar de nuevo. Además, el trabajo no estaba tan mal, ganaba un sueldo más o
menos decente y le daría pereza hacer una mudanza y un montón de trámites en otra parte… Sin
embargo, Alex vivía un vacío existencial característico de una especie de edad del pavo tardía.
Las primeras noticias de la epidemia resonaron como cantos de esperanza en sus oídos.
Por fin algo de la vida real era capaz de captar su interés.
Lo que después se llamaría la Epidemia (así, con mayúscula) comenzó con un puñado
de casos. Una cepa extraña de la gripe empezó a cebarse con un pueblo de la costa de Brasil ¿o
era de Chile? Nadie estaba seguro y en cada medio decían lo que les daba la gana. Decían que
una especie de mutación del virus había pasado a los humanos a través de animales. También
decían que el virus podía llegar a ser letal, que los científicos lo estaban investigando. La OMS
declaró que la epidemia estaba en su fase 2, dado el reducido número de casos. Todavía no se
hablaba de buscar una cura o vacuna. En las noticias no se dejaban muy claros los síntomas,
aunque por Internet circulaban vídeos.
Uno de esos vídeos llegó a la bandeja de entrada de Alex. Se lo reenviaba un contacto
que sólo conocía de un foro, un tío del que recibía al menos 10 correos cada semana, cosas
como presentaciones ridículas o vídeos graciosos, y eso cuando no eran directamente guarradas.
Pero como no solía tener nada mejor que hacer, veía todo lo que le enviaban… y ese día le llegó
el vídeo de la vieja. El título del vídeo era algo así como “la borrachera del siglo!!!”, pero la
descripción no parecía muy acertada.
La vieja tenía la piel oscura, aunque se notaba que estaba pálida y tenía mala cara.
Caminaba sola, bajo la lluvia, a su alrededor la gente se apartaba. Posiblemente tuviera algo que
ver con eso el hecho de que una mancha de orina manchase toda la parte delantera de su falda.
Las imágenes se veían muy nítidas. Los viandantes evitaban cruzarse con ella (¿sería por el
olor?) y se escuchaban risas y voces juveniles tras la cámara. Al medio minuto de vídeo,
apareció un joven rubicundo por la parte derecha de la pantalla. El típico turista borracho, que se
puso a hacer gestos obscenos a la vieja y a gritarle algunas palabras malsonantes en inglés. En
unos segundos, se bajó los pantalones y se agachó delante de la vieja, mostrando un culo más
bien lechoso. Algunas personas se giraron para mirarle (otras apuraron el paso) y la anciana se
detuvo en seco. La mirada que dirigió al joven que tenía delante no mostraba curiosidad, ni
miedo ni ninguna otra emoción. Y entonces…
(¡ahora va a arrancarle la nalga de un mordisco!)
…vomitó a los pies del gracioso y se cayó al suelo, con la cabeza al lado de lo que había
arrojado.
Qué decepción. El vídeo terminaba con risas escandalosas y el rubio subiéndose los
pantalones. Se alcanzaba a ver cómo la vieja intentaba lamer del suelo lo que acababa de echar.
Alex no pudo reprimir una risa asqueada, era uno de los vídeos más raros que había visto
últimamente… ¡y parecía real!
Durante las semanas que siguieron la epidemia pasó de fase 2 a 5, pero la vida
transcurría con tanta normalidad que parecía que no había de qué asustarse. Al fin y al cabo,
había ocurrido otras veces ¿no? Con la H1N1, por ejemplo. Empezaron a circular historias sobre
turistas retenidos en aeropuertos de países semidesconocidos. No turistas españoles, es cierto,
pero sí europeos, y algún americano. Incluso habían trascendido unas imágenes de ciudadanos
retenidos a la fuerza por las autoridades en ciertos países de dudosa reputación. Las familias de
algunos emitieron comunicados que fueron difundido en los noticieros… hacía semanas que no
Una gran idea 246 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) sabían nada de sus familias, las últimas noticias que habían tenido de ellos eran preocupantes y
temían que hubiera ocurrido lo peor.
Los gobiernos comenzaron a tomar medidas en los viajes internacionales. Sometían a
los viajeros a exámenes médicos superficiales y a un test para saber si sufrían síntomas de la
enfermedad. Ahora se sabía que se manifestaba al principio con mareos y desmayos, baja
tensión y náuseas. Posteriormente evolucionaba hacia un cuadro más grave, con vómitos
frecuentes y desorientación. Las personas que la padecían perdían el conocimiento en muchas
ocasiones, y cuando estaban conscientes, su comportamiento era errático, en todos los casos se
perdían las facultades para ejecutar las acciones cotidianas más básicas, como asearse, hablar o
entender instrucciones simples.
El primer caso español resultó ser un habitante de un pueblo cercano a la ciudad de
Alex. Fue una gran sorpresa para él, uno nunca piensa que una cosa así vaya a ocurrir al lado de
casa, como quien dice. Aunque a la vez, sentía curiosidad por ver a los alelados, un apelativo
con el que se denominaban desde hacía un tiempo. ¿Un tiempo? Si sólo habían pasado semanas
desde aquel vídeo y los primeros casos…
Al cabo de unos días los casos aumentaban, la gente ya no se reía tanto y en el trabajo
se comentaba en corrillos que el familiar de este y aquel compañero se había puesto enfermo. A
Alex se le ocurrió un día que hacía ya dos semanas que no llamaba a sus padres.
― ¿Sí?
― Hola, papá… bueno, estuve muy liado y no pude llamar la semana pasada.
― ¿Muy liado? ¿Haciendo qué? ¿Sigues trabajando en el mismo sitio?
― … ¿Estáis bien? Por todo esto del virus y eso.
― Sí, bueno, tu madre se encontraba mal hace unos días pero eran gases. Ahora ya está
bien. Espera que te la pongo: ¡Paca!
― Humm, vale.
― Hola, hijo, ¿qué tal estás?
― Bueno, bien…
Y la conversación siguió por los mismos derroteros que todas las demás.
No fue hasta días después cuando vio un zombie.
― ¿Qué coño…? – Se quedó mirando la otra acerca, el cigarrillo estuvo a punto de
caérsele de la comisura de los labios.
Una mujer gorda paseaba del brazo de un chaval más o menos de su misma edad. La
gorda babeaba y al parecer le costaba andar. Incluso desde esa distancia, se dio cuenta de que le
costaba respirar.
¿Alelados? Estaban viviendo una epidemia de zombies, algo que siempre había
soñado… él sería el puto amo, podría sacar por fin su arsenal de armas blancas, podría poner fin
a la amenaza y alzarse victorioso sobre una montaña de cadáveres.
Pero realmente aquella vieja no parecía muy amenazadora, así que tan pronto como
llegó el bus que lo llevaba al trabajo perdió el hilo de su fantasía.
Una gran idea 247 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) Aquella semana empezó a faltar gente en su trabajo. Nadie decía nada, los del
Departamento de Personal no soltaban prenda y su jefe ponía cara de culo incluso antes de que
nadie le preguntase. Así que se fue a casa igual que llegó, sin saber nada y sin embargo, con
muchas sospechas… ¿qué pasaba realmente? ¿Se estaba convirtiendo en un puto paranoico?
Cuando llegó a casa llamó a uno de los colegas de borrachera. No podía salir esa noche,
su madre estaba algo enferma. Nadie pronunció la palabra alelada, ni virus, ni epidemia… sin
embargo, se quedó flotando en el aire. Alex no insistió mucho, no estaba seguro de cómo se
contagiaba el virus y no le apasionaba la idea de deambular por ahí como si le hubiesen hecho
una lobotomía.
Los demás le dieron respuestas parecidas. Nadie quería salir, habían llegado a una etapa
en la que existía un miedo real a la enfermedad, había pasado de ser una amenaza lejana a algo
concreto que se materializaba en familiares y amigos que necesitaban “cuidados especiales”. A
limpiar mierda y tener vigilados le llaman cuidados especiales, qué fino, pensaba.
Aún así, no todos podían ser atendidos. No todos tenían familia o amigos dispuestos a
ayudarles, y los hospitales estaban saturados. Por eso empezaban a verse algunos por la calle a
veces, como si no supieran a donde ir o qué comer.
Se puso a leer y antes de que se diera cuenta, era demasiado tarde para llamar a su
familia. Envió un mensaje de texto a su hermana, pasó un rato navegando por Internet, donde
las leyendas urbanas y la verdad de la epidemia se mezclaban en una curiosa amalgama. Uno no
sabía si realmente era verdad que no pasaba nada, como querían dar a entender desde los medios
oficiales, o si había sobrevenido el fin del mundo, como afirmaban en algunas webs. Se hablaba
de canibalismo entre alelados, se hablaba de revueltas callejeras aprovechando el caos y la
saturación de la policía, se hablaba de todo tipo de aberraciones entre alelados y humanos.
Incluso habían resurgido de sus cenizas algunas sectas que se suponían extintas. Cuando le
picaron los ojos, le echó algo de comer a Leyenda, y se dispuso a ir a la cama con un cómic
antiguo de Batman.
―Vamos, Leyenda, que no hay gatos infectados. No te volverás más tonto de lo que
eres.
El gato se restregó contra la esquina del cómic y se quedó dormido.
La mañana del sábado, muchas tiendas no abrieron. La ciudad no era más que una
ciudad dormitorio, pero sin embargo otras semanas bullía de actividad con gente yendo de
compras o simplemente dando un paseo. Al parecer, al final la epidemia se había extendido en
serio, pensó Alex. Había pocos alelados en la calle, aunque algunos se tambaleaban solos por
ahí, apoyándose en las paredes en una especie de paseo errático. Uno se estaba comiendo un
arbusto. Otro se inclinaba sobre lo que parecía una paloma muerta… la mayoría estaban flacos,
y Alex intentaba evitarlos. Encontró una tienda 24 horas abierta y se abasteció de alcohol… el
fin de semana se perfilaba algo aburrido y sobre todo largo, sin juerga ni nada que hacer, las
tiendas cerradas, los transportes bajo mínimos, así que decidió montarse la fiesta en casa.
Leyenda le miraba desde la cornisa de la ventana del dormitorio cuando dobló la
esquina. Normalmente la dejaba cerrada por si acaso al gato se le ocurría hacer caída libre hasta
la acera, pero se ve que ese día se le había olvidado.
Así que iba mirando a su minino, casi llegando a su portal, cuando tropezó con él.
Al principio se asustó, luego reconoció a su vecino de arriba con cierto alivio para
después volver a asustarse.
― Pero… ― quería decir su nombre, pero no se acordaba ― pero usted, humm, ¿qué
hace aquí?
Una gran idea 248 I CONCURSO TEMÁTICO DE RELATOS BREVES KA‐TET CORP. (ZOMBIES) El otro le miraba fijamente,
(alelado)
por algún motivo intentaba sujetarle… pero Alex los había visto moverse. Eran lentos,
¿no? Lo que tenía que hacer era rodearlo, abrir la puerta, cerrarla detrás y correr hasta encerrarse
en casa. Tío, déjame en paz ¿vale?
Pero (¡se llama Pedro!) el vecino parecía sentir fijación por seguirle, así que cuando
consiguió rodearle, antes de meter la llave en la cerradura, se alejó corriendo para despistarle.
― Aaaah, qué tonto eres, siempre lo había sospechado pero ahora lo sé.
Así que abrió el portal y corrió hacia las escaleras.
¡Mierda!
No había pensado en el mecanismo de amortiguación de la puerta, pero ya daba igual.
Ahora iría, abriría la puerta de su piso y se metería dentro. Luego, bebería a la salud de Leyenda
en el sofá viendo alguna peli.
Justo antes de abrir la puerta le pareció escuchar una respiración pesada en alguna parte
de las escaleras. Y cuando vio la cámara sobre el mueble del recibidor, se le ocurrió una GRAN
idea. Quizás tuvo que ver con sus sentimientos hacia su vecino, al que le gustaba poner música a
todo volumen algunos días por la noche, que organizaba fiestas con toda su familia en cuanto
tenía ocasión, y al que odiaba con toda su alma y tantas veces había soñado con asesinar
mientras dormía.
No he visto ningún vídeo realmente impactante de estos zombies. ¿Qué quiere ver la
gente? La gente (como yo) quiere ver zombies violentos y sanguinarios, que finalmente perecen
gracias a la aparición providencial de un héroe anónimo (aunque dejará de serlo) armado con
una enorme espada japonesa.
Así que se metió la cámara en el bolsillo, después de comprobar que la batería estaba a
tope, decidió mentalmente que se pondría su camiseta de Dawn of the Dead y fue a descolgar la
katana de la pared del salón.
Pasase lo que pasase con la puta enfermedad esa, sería el rey de Youtube.
Una gran idea 249 
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