LA BIBLIOTECA La importante actividad cultural filipense ha sido relegada a un segundo plano, pero en verdad yo la defino, sino cuantitativamente sí cualitativamente, como el elemento arquitectónico fundamental dentro de la concepción de la fábrica. Y así se debe entender al contemplar su diseño y los libros que contiene. Junto a la biblioteca Vaticana son las dos más importantes del mundo occidental en el siglo XVI. Yo considero al Rey como el gran mecenas de la cultura de toda la historia de la monarquía española al concentrar en el Monasterio un centro de sabiduría en vez de repartirla por sus otros palacios, como el de Aranjuez, Valsaín o el Alcázar de Madrid. Felipe II, cuando amplía la capacidad del convento, opta por construir una gran biblioteca, considerando en mi modesta opinión que las guerras no resuelven los problemas político-religiosos, como queda demostrado en San Quintín, Lepanto y la Armada invencible. Una biblioteca como arma del saber puede ser eficaz herramienta para manejar los temas dialécticos y políticos del momento. El espacio y el tiempo son conceptos que mi Rey tiene muy en cuenta. El espacio heredado, el Imperio, debe conservarlo y mantenerlo durante su reinado y el de sus descendientes. Pero el saber universal que recoge en esta gran biblioteca expresa su interés y ambición cultural por escudriñar todos los conocimientos de la época, aunque provengan del Imperio Otomano. Felipe II intuye que la materia es una ilusión y que su conocimiento intrínseco puede ser modificado para conseguir beneficio al ser humano. Ahora, vosotros lectores, conocéis mejor la materia y su composición pero el Rey concita todos los medios existentes para avanzar en ese conocimiento rodeándose de la ciencia recogida en los libros, en el silencio del espíritu que disfruta en la paz del Monasterio. Participar del cuerpo de Dios que permite al hombre acercarse al paraíso es posible observando el ejemplo de sus santos y a través de sus reliquias milagrosas, refugio de lo desconocido. Le cuesta aceptar que todos los problemas que imagina no son más que ilusiones mentales y que únicamente debe centrarse en resolverlos y afrontar las situaciones que la vida le presenta. Sus experiencias espirituales las encuentra en los libros que le ayudan eficazmente a tomar decisiones. El edificio de la biblioteca actúa de puente cultural entre el Monasterio y el colegio para su acceso y uso indistinto de monjes y estudiantes. Se ubica en una gran nave de cincuenta y cuatro metros de larga, nueve de ancha y diez de altura con suelo de mármol y estanterías talladas en maderas nobles. La bóveda de cañón del techo está decorada con frescos que representan las siete artes liberales: Retórica, Dialéctica, Música, Gramática, Aritmética, Geometría y Astrología, pintados por Pellegrino Tibaldi. Está dotada con una colección de más de cuarenta mil volúmenes de extraordinario valor. La selección de estos importantes fondos está a cargo de eminentes humanistas, del secretario de Felipe II y de los bibliotecarios elegidos. El núcleo principal de la biblioteca contiene cuatro mil volúmenes donados por el propio Monarca. Posteriormente se enriquece con donaciones particulares como la de Diego Hurtado de Mendoza, persona ilustrada de la época, con más de dos mil ejemplares entre documentos y libros. Estos fondos contienen libros dedicados a las ciencias ocultas, cábalas, horóscopos, magia, mitos, filosofía, astronomía, medicina, alquimia, criptología o tratado de las inscripciones o escritura cifrada y un largo etcétera. Quiero destacaros el Libro de Agricultura editado en Medina del Campo en 1569 y escrito por Gabriel Alonso de Heredia, capellán del cardenal Cisneros. En esta obra se encuentran temas relacionados con la agricultura, veterinaria, meteorología y plantas medicinales referidas a la alimentación y a la salud. Los incunables españoles de la biblioteca – libros editados desde la aparición de la imprenta hasta principios del siglo XVI - requieren comentario especial. El Arte de bien morir, editado en Zaragoza en 1479, las Fábulas de Esopo y Las Trobas a la Gloriosa Pasión, son los ejemplares que más me impresionan. También contiene incunables en lenguas griega y hebrea además de ejemplares franceses e italianos. Los manuscritos latinos de los que se conservan actualmente mil quinientos ejemplares, gozan de gran calidad. Los manuscritos códices griegos son reconocidos como los más importantes de Europa. Y para reproducir los que son imposibles de conseguir el Rey contrata a un copista y hábil calígrafo pendolista griego llamado Nicolás de la Torre. Los manuscritos árabes procedentes de las donaciones y del botín capturado en la batalla de Lepanto, afortunadamente no son destruidos como así ocurrió tras la conquista de Granada. Forman un fondo de más de quinientos códices que tratan de medicina, astronomía, comentarios del Corán, etc. Todo esto es posible gracias a la superación de prejuicios religiosos sobre el islam de Felipe II. Los libros prohibidos recogidos en el ÍNDICE, impreso en Lovaina en 1546 a instancias de Carlos I, están en un archivo especial dedicado a la Inquisición. Gracias a la intervención del monarca se evita su destrucción. Los libros de rezo, llamados Nuevo Rezado, que contienen las reformas tridentinas más importantes, se unifican e implantan en España gracias a Felipe II, siendo el Monasterio el depositario y abastecedor exclusivo de misales, breviarios y aquellos libros propios del ritual litúrgico de la Iglesia española en estos años. La ciencia de los astros desarrollada en el siglo XVI está apoyada y protegida por mi Monarca. Quiero destacar la participación de los sabios españoles en la reforma del calendario y su influencia en la corrección introducida por el papa Gregorio XIII. La biblioteca tiene una excelente colección bibliográfica de estos temas lo que refleja el progreso cultural de España gracias al Rey. La faceta hermético-ocultista del Rey Prudente se manifiesta en la presencia cercana de Juan de Herrera y la lectura del místico mallorquín Ramón Llull, del que siempre tuvo uno de sus libros en la cabecera de la cama. Además por orden del rey Joan Seguí, canónigo mallorquín, copia diversos textos alquimistas lulianos que van a parar a la biblioteca personal de Felipe II. Durante 1557, al año siguiente de suceder a Carlos I, tiene a su servicio al alquimista Tiberio della Roca, cuyos trabajos en Malinas – Flandes - son supervisados por el confesor real. Años después contrata a otro alquimista, el alemán Peter Sternberg. Y también os quiero destacar que entorno a la corte madrileña surge un grupo de alquimistas que forman el llamado Círculo de Pastrana, protegidos por los condes de Éboli y que en la llamada Torre Filosofal del monasterio trabajan diversos alquimistas. Felipe II protege al heterodoxo Benito Arias Montano situándole en la Biblioteca para que la convierta en el centro bibliográfico ocultista más importante del mundo. Fijaos que las obras de Arias Montano están incluidas en el "Índice de los Libros Prohibidos" por la Inquisición en 1607. Desgraciadamente se queman unos cuatro mil manuscritos en un incendio sospechoso que sufre esta biblioteca en 1671, siguiendo así los pasos de la Biblioteca de Alejandría en los inicios de la era cristiana