folleto - Biblioteca del Congreso Nacional de Chile

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CUADERNOS JURIDICOS Y SOCIALES X
LUIS VICUÑA SUAREZ
L a Juventud
Universitaria Chilena
y sus
Problemas
UNIVERSIDAD
DE
GHILE
La Juventud Universitaria Chilena y sus Problemas
CONFERENCIA UNIVERSITARIA
En los comienzos del año pasado, siendo Director de esta Escuela, dediqué a los jóvenes que venían por primera vez
a sus aulas, a manera de amistosa bienvenida, una charla,
modesta en sus formas pero de propósitos grandes, que intitulé "Ideales y Deberes Universitarios".
Demasiado larga y un poco grave para no ser más que
un saludo, y demasiado ligera para que alcanzara a presumirse una conferencia, esa charla mía parece que nació de
pie, bajo signos de buenaventura: en primer lugar, fue escuchada con deferencia y acogida con simpatía por sus destinatarios, que era para mí lo principal. Más tardé, las
prensas universitarias fueron bien gentiles para regalar a
mi sencilla disertación este ropaje elegante de folleto bien
impreso en que ustedes la ven ahora.
He traído hasta aqá unas decenas de ejemplares, todas
las que tengo, para dejarlas en poder de ustedes. He firmado en cada una de ellas con particular emoción, en señal
(bien.débil por cierto) de muy cordiales sentimientos; quien
sabe si en obediencia también a un cierto espíritu de conservación que no se resigna en mí a desaparecer del todo de
entre la vida de ustedes.
Pero el obsequio no les resultará tan aliviado ni tan
gratuito, porque va seguido de la petición explícita de que
cada uno de ustedes lea y revise las ideas incorporadas a
ese trabajo.
Sería una real impertinencia que yo estuviera encareciendo la lectura si se tratara de versos míos, de lirismos o
de puras liberaciones de mi emotividad; pero no es nada de
éso; considero que hay aquí un mensaje enderezado a la individualidad de cada uno de ustedes, como una carta dirigida a los jóvenes que aspiran a conquistar la calidad universitaria y el grado profesional; y es una pretensión muy
moderada y razonable la que una carta puede abrigar de
ser leída.
Este año, al ver ponerse de nuevo en marcha el interesantísimo tren humano que forman los cursos de la Escuela, todo me incitaba a una nueva disertación; no se trataba
para mí de la repetición de un acontecimiento ya visto, ni
de la evocación de emociones ya conocidas. Un jefe de estación desprovisto de intuición, podría mirar como exactamente iguales las partidas sucesivas de un tren expreso; pero si pudiera poner un poco de penetración psicológica en
la rutina de su oficio, encontraría cada vez un interés nuevo, inédito, original, en el caudal de vidas, de pasiones, de
intereses y de esperanzas que cada convoy se lleva consigo.
Recordaría, lo que no sé quién dijo, que nadie ha visto pasar dos veces el mismo río; son el cauce y el nombre los que
permanecen, el caudal es incesantemente nuevo.
Había pensado yo tomar este año el revés de estos ideales (si se me permite la expresión) y analizar en una charla los peligros del universitario, es decir, los múltiples escollos y enemigos que se atraviesan en el camino de la realización de aquellos ideales. La empresa era indudablemente
más grande que yo, trabajo de Hércules para un pigmeo,
pero eso no me intimidaba ni superaba a mi ensañada voluntad para ver claro en el problema de ustedes, que ha sido y es también el problema mío.
A l efecto, hasta había comenzado a agrupar en notas
de bacteriólogo, los más destacados y temibles de esos peligros : así por ejemplo: la frivolidad, que no es achaque solamente femenino, como algunos creen;—y el dilentantismo,
que es la veleidad de la inteligencia;—el materialismo para
concebir la vida, la consiguiente avidez por el dinero; la delicada condición del estudiante anfibio,—estudiante antes del
meridiano y hombre de acción después del meridiano; el peligro y la seducción del papel sellado para el estudiante que
se lanza precozmente a las lides de la profesión y que no
deja de sufrir nunca las desventajas de haber sido arrancado como fruto verde y agraz del árbol de la vida (lo anterior en cuanto proviene de impaciencia y no de real necesidad ; es elemental que no voy a estar formulando reproche
a los jóvenes, a menudo heroicos, que se ven forzados a batirse a un tiempo con la cieñcia y cdn la vida. Este último
fenómeno es en todo caso digno .de estudio, y siempre habrá
un sector remediable en el problema; y no se deja tampoco
de ser universitario por ganar uno su pan. Disciplinas y sacrificios intervienen en la conciliación del asunto.: es cuota
mayor o menor de heroísmo. Y trance no muy nuevo, porque
ya don Quijote trató de él en el famoso discurso de "las letras y de las armas". "Alcanzar alguno a ser eminente en
" letras le cuesta tiempo, desnudez, vahídos de cabeza, in" digestiones de estómago, y otras cosas a éstas adherentes".
En el Quijote resulta divertido; en la vida ya la cosa pierde su gracejo: El Quijote es eso: la vida puesta en s o l f a . . . )
También entraba en mis notas, la pereza, que es la madre del género humano; el escepticismo—como profesión del
entendimiento—, que es el padre del pesimismo, como temperamento;—las anteojeras de una-especialización exagerada, que es como un fenómeno de mala estiba en el buque espiritual;—el egotismo antisocial, que hace del intelectual
un monstruo;—el sectarismo, que es miopía y plebeyez de
la mente;—la ausencia conformista de una ideología definida y su elegante disfraz que es el eclecticismo—•; los riesgos
de la enfermedad física y mental en la edad estudiantil, que
en mucho vienen por infracción de las sagradas leyes del
equilibrio;—el apocamiento o atonía de la personalidad, tan
común en los decisivos veinte años;—la impotencia de expresión, sintomática de una insuficiencia interna más grave;
los defectos de la atención, la hipertrofia de la memoria
et sic ceteris...
No pretendía yo dictar una conferencia sobre todo eso
ni hacer un tratado de patología universitaria; no, ciertamente. Sólo un esbozo, un amistoso llamado de alarma. Dejarlos inquietos, preocupados, con algunos reconcomios en
el alma, así como lo hacen los predicadores en los acres sermones del retiro de semana santa: ésas eran todas mis malas intenciones para ustedes y cuánto yo podía perseguir.
Pero ni siquiera tal cosa he logrado preparar; me lo ha
venido estorbando obstinadamente la acumulación extraordinaria de trajines y trabajos administrativos a que me ha
tocado arrimar el hombro en éste semestre, que ha pasado
volando. Afanes níenudos casi todos, pero suficientes para
descuartizarme la atención y privarme de la serenidad indispensable para construir algo serio, disciplinado, útil, que
decir a ustedes.
Porque—y quiero dejarlo bien claró—jamás he podido considerar el auditorio que forman los estudiantes como
un público cualquiera al que pueden dispararse cuatro sonoridades huecas, unos cuantos verbalismos vagos. No, para mí, estas entrevistas con la juventud estudiosa han representado siempre algo solemne, no de la solemnidad notarial
hecha de fórmulas, sino de una gravedad casi sacra, casi religiosa, que exige toda la meditación, toda la hondura y toda
la fineza de espíritu posibles; hablar con ustedes, sobre el delicado negocio universitario es tener un acercamiento emocionante con las fuerzas del porvenir, que debe comprometer y efectivamente se apodera de toda la seriedad del
ánimo.
Traigo a colación un pensamiento de Rodó, el insigne
artista de Ariel, quien dice: "hablar a la juventud en materia de principios es siempre y donde quiera que sea, una especie de sacerdocio".
Por estar penetrado de esta idea es que no considero que
entre nosotros pueda caber otra cosa que verdades, sin artificio, "veritatis simplex" con expulsión de toda suerte de
poses, de frivolidades, de figuras y de máscaras.
No me fué pues posible preparar esta vez un estudio
en forma, y con un' silencio mal resignado, he presenciado la
partida del año universitario 1933
Mecanización de la vida espiritual
Pero ya que el tiempo y las circunstancias no han estado dóciles a mis propósitos, quiero aprovechar este último
acercamiento real entre nosotros, para tenerlos un rato sentados—abusando por última vez de una benevolencia que
tengo ya bien conocida—para .que "explayemos a lo amigos,
en ligeras observaciones, un tópico que me atrevería a llamar " l a verificación del momento universitario que vivimos", algo así como la observación que los marinos nombran
"hacer el punto" y que les sirve para conocer la exacta posición del barco.
Más de una vez me ha asustado la idea de que pudiera
pasar inadvertida a los jóvenes estudiantes esta'etapa trascendental que en su vida significa la iniciación de los estudios universitarios; y que como consecuencia, los actos vitales y de enorme influencia que aquí viven a diario, pudieran transformarse a sus ojos en algo así como una rutina.
Un aparte para explicarme mejor: un estudioso de Ja
psicología patológica me daba cierta vez noticia y explicación .de una seria alteración psíquica que en resumen consiste en atribuir a los actos menudos de la vida corriente una
atención especial, una importancia consciente, lo que basta
para hacer de un hombre normal un loco o un obseso desesperado. M i informante me dió el siguiente ejemplo, que permite ver cuál es su idea: un caballero muy tranquilo y normal, pero posiblemente predispuesto a las obsesiones, que
usa una hermosa barba larga, se encuentra un día con un
amigo que tiene la mala idea de preguntarle si cuando se
acuesta a dormir pone esa barba encima o debajo de la sábana; el caballero, que jamás había pensado en ese mínimo
detalle, en la noche empieza a estudiar el asunto, pone la
barba encima y encuentra que está incómodo, la pone debajo y halla que es mucho más incómodo, y pasa una noche
de insomnio dándose vueltas y probablemente se ha conquistado una obsesión, por atribuir a ese acto que antes ejecu-
taba inconscientemente—(situar su barba en la cama)—una
importancia especial.
Pues bien, cuando yo escuchaba esta observación, volvía
a pensar que el fenómeno inverso al del caballero de la barba, no estudiado por los médicos, puede significar un grave
peligro para la vida superior del individuo, a saber: convertir en actos reflejos los hechos de grande importancia,
digamos aquí, los actos de la vida universitaria: sería lo que
podríamos llamar la mecanización de la vida espiritual.
Me parece que acusaría una peligrosa insensibilidad-de
los centros superiores del alma, una incomprensión del momento que se vive, no haber sentido al entrar a la Universidad algo así como un trastorno, un remezón, una positiva
mudanza espiritual; no haber visto al pasar del Liceo al aula universitaria otra cosa que un cambio de horarios, de profesores y d'e textos, sería no haber adoptado la actitud universitaria.
Y una vez ya instalados,' la actitud universitaria consiste en moverse dentro de la Universidad como en un santuario, o si se quiere mejor como en un campo de batalla,
con el espíritu siempre tenso, elástico, alerta, prevenido, ja-,
más relajado, jamás dormido. Apoderándome de un grito
de Ortega y G-asset, es preciso (estar con el < e espíritu en forma" para que la vida universitaria responda a su esencia y
finalidades.
Me voy a permitir una autocita de mi charla del año
pasado—y perdone Ortega y Gasset que me cite yo a pie
seguido de haberlo invocado a él; pero el mundo de las ideas
es demócrata y permite tales codeos de los ricos con los pobres: " A s í como a todo ejercicio militar precede la orden
" de vquedar firmes, rígidos, cuadrados, así también consi" dero que vuestro deber inicial aquí al ingresar a la Uni" versidad, ha de ser el de colocar vuestro espíritu en ten" sión de esfuerzo, en la máxima contracción del soldado o
" del atleta que está presto al ataque. Todo esto quiere de" cir que debéis sentir dentro de vosotros el deseo serio de
" estudiar, la impaciencia por comenzar, y que esa disposi" ción ha de acompañar a toda la secuela de vuestros estu-
dios. Avanzando vosotros cada día en saber y en experiencia, vuestro entusiasmo ha de ser lo único que se encuentre como en un constante empezar"; y más adelante decía:
Pero no es suficiente asistir a las clases: es preciso condicionar el espíritu,—antenarlo, si lo permitís,—para que
la clase sea lo que debe ser. Conozco alumnos de Derecho
que vienen a la clase con la atención muerta; se sientan a
oír la palabra del profesor como quien se acomoda a escuchar el murmullo isócrono de un río o como quien asiste a un oficio religioso sin sentir la fe viva del devoto; estos alumnos suelen retirar de la clase tanto provecho como las sillas que los soportan. Otros vienen a hacer chistes ; para ellos, dejo la palabra a Ortega y Gasset, el insigne ensayista español, que habla de la "chabacanería
española", fuente según él de casi todos nuestros males
raciales; la chabacanería sería la falta de respeto de sí
mismo, de dignidad, de seriedad y decencia, que hace que
un individuo no tome en serio lo que debe tomar en serio,
convirtiéndose así en un fracaso individual y en un elemento de perturbación para los otros. Hay también el
alumno que oye la disertación del profesor y toma apuntes como quien escucha la explicación de los misterios
eleusinos de labios de un hierofante. Pues, ningurio de
éstos ha comprendido qué es la clase de Derecho ni tiene
el espíritu universitario que aquí se requiere. La clase
de Derecho es algo vivo, en que el profesor explica sin
pontificar jamás, y el alumno oye con respeto, pero con
espíritu crítico, poniendo toda su penetración y toda su
acometividad espiritual en la cosa. La enseñanza y comprensión de los Códigos, de esos evangelios de la profesión, se realiza, con un criterio de redescubrimiento (rediscovery) , en que el mismo esfuerzo creador que consumó el
autor del Código debe cumplirlo el estudiante de leyes,
en pequeñas dosis y en modesta escala, al caminar por entres sus artículos. Cada estudiante debe ser un poco legislador y un poco juez mientras los estudia".
Convertir la vida universitaria en rutina es como aburrirse en misa; el que bosteza en un templo, pronto pierde la fe.
Y esa fatal mecanización dentro de la Universidad es bien
posible que se encubra bajo el manto engañoso del orden.
Es lo que quiero demostrar en pocas palabras.
El orden no es todo
Este año, por vía de ejemplo, ha partido el l. 2 de Abril
el convoy universitario. Todos se han provisto de sus boletos
de matrícula; y se han arrellanado en sus puestos respectivos Decanos, Directores, profesores y Estudiantes. ¿Basta
esto para decir que hay una Universidad en marchad
Antes de contestar, observemos que el viaje, según todos
los auspicios, va a ser tranquilo; no hay nubes que presagien
próximas tormentas; ya los universitarios aprendieron el
año pasado del profesor escarmiento que es bien dañoso salir de la Universidad para hacer la política en las callejuelas tortuosas del periódico; que es bien perjudicial y a
menudo irreparable quemar el porvenir en la hoguera de las
pasiones' del momento que pasa; ya se quejó el pensamiento de las demasías concedidas a la acción; ya nosotros extrajimos la dura experiencia de esos días de ingrata recordación que vimos pasar blancos de clases, dejando lamentables
depresiones en la formación profesional. Y a el desorden es
un enemigo conocido y por lo tanto menos temible.
Pero estar contentos por la sola constatación' de qué se
halla más o menos asegurado el orden, sería demostrar una
observación mecánica y epidérmica de las realidades.
El orden es necesario, pero no debe enamorarnos como
bandera, ni como programa ni como ideal, ni satisfacernos
como una meta, porque no es programa, ni es ideal ni es
la meta.
E l orden podrá colmar la aspiración de un ama de llaves, de un comandante de regimiento; pero' en los planos superiores de la vida social, el orden no es más que una premisa indispensable, una plataforma necesaria para construir,
y . nada más.
LA JUVENTUD UNIVERSITARIA CHILENA Y SUS PROBLEMAS
11
Así como en el campo jurídico el orden no es más que
una aproximación de la justiciary no la justicia misma;—y
frente al progreso el orden rep'resenta una posibilidad de
progreso, pero no es el progreso ;—en lo que hace a la vida,
el orden será un elemento de la vida, pero no la vida misma.
Quede bien en claro que no voy a ser tan insensato de
predicar el desorden, haciendo de él una divisa;' pero pido
que se tenga cuidado con el orden, lo que ya es otra cosa.
No debe olvidarse que hay orden en los cementerios, en
las cárceles y en las despensas. Y la Universidad no debe
tener nada de común con esas organizaciones.
Desde 1891 hasta 1920 la República, de Chile vivió en
mi orden fatal que don Alberto Edwards comparó con
acierto a la paz veneciana del siglo X V I I I , y esa fué la
época en que el país se arruinaba y se sumergía, en medio del optimismo beatífico de los Te Deums y de las paradas militares.
La Universidad necesita como divisa, como alma, un
signo más dinámico que el orden puramente estático; la
Universidad-de esta época requiere vida, creación, inquietud,
forzamiento de problemas, quebranto, "santo dolor de alumbramientos" como dice la Mistral.
Si ya perdimos el miedo a los choques y a los descarrilamientos, el gran riesgo de ahora y de siempre es el de arrellanarse, ponerse a dormir o a leer el diario como en el tren,
y levantar la cabeza solamente cuando se llega a las estaciones intermedias del trayecto, los exámenes de fin, de año.
Voilà l'ennemi: la inercia, la pasividad, la rutina.
El peligro del orden tiene sobre el del desorden la mayor gravedad de que no se ve, no se nota ; el paciente se aclimata a la enfermedad si no redobla su introspección, si no
sale también de sí mismo para observarse, si no reacciona
con energía y a tiempo.
¿Crisis universitaria?
Y si me asusta el orden como sinónimo de estagnación,
de conservación de las cosas y de las formas en su estado
anterior, es porque lie leído y he visto en todas partes "que
hay crisis universitaria"; dicen con especial insistencia que
los universitarios estamos en un hoyo, que vivimos en un
marasmo.
Oír comentar que hay y ha habido crisis universitaria
es alarmante, vale decir que el país está enfermo de reblandecimiento cerebral.
Pero es cosa muy diferente mirarlo de fuera, leerlo en
editoriales de diarios, en páginas de libros, en diatribas más
o menos, cargadas de veneno, que estar dentro de esa crisis,
integrándola, siendo elementos y factores de ella: ser el mismo enfermo quien constata la gravedad de su dolencia; ser
los propios pasajeros del barco los que se cercioran de que
hay vías de agua que los amenazan de naufragio.
Es evidente que nosotros no podemos oír hablar de la
crisis universitaria con el mismo aplomo con que escucharíamos las noticias de la guerra de Manchuria por ejemplo.
Pero, ¿en qué consiste esta decantada crisis de la Universidad, que escritores de todos los países lamentan en coro con relación a sus respectivas universidades?
Hace poco tiempo leí este libro: " L a crisis universitaria", escrito por Ernst Curtius y otros profesores, que son
las lamentaciones de Jeremías. Se juntaron aquí la claridad
racionalista de los franceses y la profundidad un tanto indigesta de los alemanes y se pusieron a tono para cantar una
lúgubre misa de requiem sobre las Universidades exánimes
de todo el orbe.
Nosotros enfoquemos solamente el problema chileno y
fijemos el lente principalmente sobre la rama jurídica de
nuestra Universidad, de la que son ustedes renuevos de esperanza.
Y debemos delinear bien las ideas para no enredarnos
en frases:
¿Cuál es la crisis de que se nos puede acusar?
No se trata de la pobreza de la Universidad, de sus arcas escuálidas, sino de algo más grave: de una postración
espiritual con caracteres agudos.
La Universidad chilena es pobre y menesterosa: " L o s
recursos de dinero con que cuenta la Universidad de Chile son avaros, y pasan en continua disputa con la voluntad de sus dirigentes, que es generosa sin reservas cuando el bienestar de los alumnos está en juego.
"Sabéis que todos los servicios públicos chilenos viven
" oprimidos .por las privaciones de sus presupuestos, recor" tad'os inexorablemente por las tijeras de una estricta y
" necesaria economía. Y esta Escuela, vuestra casa desde
" hoy, es un pariente pobre en una familia pobre; pero no
" es ese motivo de desaliento para vosotros, así como no lo
" ha sido para los profesores que aquí os acompañan.
" L o s ideales alojan y se hallan bien donde quiera se les
" asegure respeto y cariño; nunca precisaron artesonados
" palacios y jes bien seguro que mientras más grandes y más
"-nobles, mejores amigos de la pobreza han sido.
" D e todos modos; en la medida estrecha de sus posibi" lidades, la Dirección os asegura el máximo de ayuda y de
" protección, en el orden material de que ahora me ocupo;
" y más tarde hablaremos nuevamente de este propósito, es
" decir, hablaremos de él trabajando prácticamente en pro
" de su realización.
"Mientras tanto, recordad con Séneca: "que el cami" no de la sabiduría se recorre con escasas provisiones".
"
"
"
"
No retiro una coma de esa conformidad que os aconsejaba hace un año; tampoco puede acusarse a la Universidad
ni mucho menos a sus alumnos de esta pobreza, que como
dice el poeta: "no es baldón sino triste herencia". Pero sería vendarse los ojos nó reconocer que las enfermedades del
cuerpo actúan y se reflejan sobre el espíritu: así nuestra
mendicante Universidad no puede enviar profesores al extranjero, sino cuando éstos son ricos o quieren hacer un via-
je de esfuerzo; otra consecuencia, que los malos sueldos no
permiten al profesor ser exclusivamente tal, y se ha formado entre nosotros el tipo inevitable de profesional-profesor,
que cada uno realiza mortificándose lo mejor que puede.
El doctor Curtius, que es tan amargo como la verdad
y a veces más amargo que la verdad misma, se deja impresionar por la desolada miseria económica de su país, hasta
el punto de haber dicho: "Miles de nuestros estudiantes ape" ñas tienen pan, apenas poseen el mínimum existencial en
" vestido y ropa interior; no tienen libros ni alegrías. El
" que tiene corazón, apenas puede escapar a la desespera" ción en vista de esta miseria que le muestra diariamente
" la vida profesional. Por lo menos le asaltará la duda de
" si es ahora más propio hablar de la cuestión esencial de la
" Universidad, en lugar de las cuestiones vitales de los es" tudiantes.
" L o que hay que hacer aquí, como en todos los demás
" sectores de nuestra vida pública, es salvar lo que aun
'' queda.
"Una política universitaria constructiva es hoy día im" posible; un tratamiento conservador es, por lo mismo, tan" to más indispensable".
lío debemos aplicarnos todo el rigor de ese pesimismo
ni sus conclusiones, porque nuestra pobreza no es tan angustiosa como la del pueblo alemán; pero sobre todo porque predicar una política conservadora en materia universitaria en
Alemania, cuyas Universidades, hasta antes de la guerra y
aun después, han sido exaltadas como las más admirables
del mundo, como verdaderas incubadoras de sabios, hasta
por los mismos' franceses, que son poco inclinados a celebrar
lo que pasa al otro lado del Rhin, "conservar" allá es muy
diverso a encarecer una política conservadora en un país
como el nuestro, donde el cargo más oprobioso que ha recibido la Universidad es justamente el de no haber cumplido
su deber cuando tuvo los medios materiales a su alcance y
en su mano. Es curioso observar que en el artículo de Curtius se marcan las tintas sobre la crisis económica universitaria en su triple aspecto: (pobreza de los estudiantes, pobreza de la institución universitaria, pobreza de los profesiona-;
les por efecto de su número excesivo), lo que deja ver que
ni el acerado escalpelo del profesor Curtius ha podido descubrir una verdadera crisis espiritual dentro de la Universidad alemana. El mundo científico tiene todavía sus ojos
puestos en esa magna edificación, asentada sobre el esqueleto gigantesco de Manuel Kant.
N o hablaremos de esa crisis, de la dolencia de Sancho
Panza. Nos detendremos en nuestro don Quijote, el portador
dé nuestros ideales, para constatar si efectivamente se halla
tan desarzonado y tan infeliz como nos cuentan.
Adentrados en el dominio puramente espiritual, (en
cuanto puede lograrse esta abstracción), nos encontraremos
que el más antiguo y más propalado, de los cargos que se
formulan a nuestra Universidad es la nulidad o la pobreza
de su investigación científica directa.
Don Valentín Letelier, el esclarecido Re.ctor, lanzó el
"J"'Aerase'* hace más de cuarenta años en estas lapidarias
palabras: " E n cuanto a la instrucción universitaria, su ob" jeto principal es aumentar en cada día este caudal de sa" ber que las otras ramas de la enseñanza se encargan de
" distribuir por todas partes. Menos que en propagar la
" ciencia, se empeña en desarrollarla"... " T a l es la mi" sión que las universidades están encargadas de cumplir
" en todas aquellas antiguas naciones donde sus fines no
" han sido alterados en homenaje vil al industrialismo pro" fesional. Según se ha observado reiteradas veces, las uni" versidades inglesas y las alemanas no son fábricas de abo" gados, médicos e ingenieros; son laboratorios de ciencia
" que concentran en sí las investigaciones y la actividad in" telectuál de grandes sociedades"... "nuestra enseñanza
" universitaria está admirablemente organizada para reali" zar el doble propósito de formar hombres de profesión e
" impedir que se formen hombres de ciencia; y es de todo
" punto inadecuada para estimular las investigaciones ori" ginales"... Lo contrario pasa en las Universidades ale" manas. No sale de ellas un solo doctor suficientemente
" amaestrado para ejercer profesión alguna, porque el abo" gado se forma en los tribunales, el ingeniero en el insti" tuto politécnico y en las clínicas el médico. Pero salen en
" cambio espíritus que, animados de ferviente amor a la
" ciencia, se consagran con desinterés a su culto y ensan" ehan para bien de la humanidad el horizonte de los cono" cimientos positivos".—("Filosofía de la Educación").
Ha sido muy inclemente don Valentín Letelier con la
Universidad chilena sometiéndola a la dura prueba de un
paralelo con el coloso alemán; pero dijo verdad,—y la dijo
entre nosotros el primero; lo,s demás hemos sido sus repetidores.
Le Bon, en Francia, años más tarde, denunciaba la misma pasividad en la Universidad de París; y sacrificando el
patriotismo en aras de la sinceridad, llegó al grado de aconsejar a los bachilleres franceses que fueran a las Universidades alemanas si querían salvar su espíritu científico.
Un hidalgo español ha recogido el guante en los últimos
años por la vejada señora Universidad; ha sido nuestro conocido Ortega y G-asset (Misión de la Universidad): " L a
Universidad enseñante no debe investigar",—es lo que dice
el clarividente ensayista;—"el estudiante universitario no
debe ser concebido como un aprendiz de investigador; de
otra parte, los investigadores son malos profesores, que sienten como un robo al laboratorio las horas que les reclama la
clase; la investigación va detrás de lo problemático, la enseñanza universitaria se concreta a lo cierto, a lo adquirido".
Creo que entre unas y otras opiniones hay que poner
matices; por lo demás el criterio de Ortega y G-asset no nos
puede servir de consuelo como chilenos, aunque la Universidad resultara aligerada del cargo, porque ni Ortega ni nadie nos exime de la obligación de investigar, si no en la Universidad en alguna otra parte al menos. L o que él pide es
que se confine la investigación a los laboratorios, a los seminarios, a las bibliotecas, que funcionarían—por decirlo
así—en pabellones separados de la Universidad enseñante
central, trasmitiéndole de tiempo en tiempo las hipótesis convertidas en verdades, para el uso y alimentación de los estudiantes.
No nos queda sino lamentar nuestra inferioridad en es-
te punto,—por ahora.— No nos detegamos más asomados al
pozo de este problema, que es muy hondo, y llevemos nuestra exploración a terrenos que nos son más accesibles y más
familiares.
Dejemos una cruz en este sitio y al lado la lápida que
nos confeccionó don Valentín: la Universidad chilena no investiga, no ensancha el dominio de la ciencia; nuestros raros inventos o "descubrimientos, son producto de algún profesional aislado.
Mientras en la concepción alemana de Universidad según lo hemos visto, el profesional es un subproducto de la
destilación científica que a diario se opera en sus laboíatorios y seminarios, la Universidad chilena (y limito mis observaciones directas a las Escuelas de Leyes, las demás las
tengo por solas referencias), ha seguido desde su fundación
las huellas de la Universidad francesa, de la clásica Santa
Genoveva de París, reminiscencia de los añejos triviums y
quadriviums del siglo X I I I .
No ha ensayado siquiera de investigar, de ensanchar el
campo del conocimiento. No ha brotado en Chile el jurista
que despliegue a los ojos de la humanidad una nueva interpretación de la responsabilidad romana, una nueva teoría
acerca de los orígenes del matrimonio; nadie de este suelo
ha aportado nada a la ciencia penal: siempre importadores,
eternamente importadores. Las ideas nos vienen en los barcos que regresan de Europa, los que han llevado para allá
salitre y cobre, nuestros productos brutos, los únicos que
nos hacen un nombre en el continente europeo.
A l decir ésta mi opinión, no sería yo totalmente sincero si no me inclinara en reverente excepción, ante el nombre de don Valentín Letelier, el cerebro científico probablemente de mejor enjundia y de más pura cepa que ha germinado en Sudamérica... — ; el hombre justo y sabio que todos
los estudiosos deben tener siempre a la vista,—como arquetipo ejemplar.
Aunque mis modestas palabras de homenaje no son cierCuadernos Jurídicos y Sociales X
2
tamente el mármol que merece su memoria, es por lo menos para mí una honrosa satisfacción romper por un momento el injusto silencio que las nuevas generaciones han
dejado crecer sobre su tumba, y explicar a los jóvenes de
esta Escuela que me hacen el honor de escucharme, por qué
el retrato de ese grande hombre fue considerado como el
más digno de presidir nuestros afanes espirituales.
Si el siglo X I X francés pudo darse el lujo de ostentar
a un tiempo un Taine, un Compte y un Renán, nosotros no
podemos presentar sino a Letelier, que juntó las virtudes
j los atractivos intelectuales de los tres. 4
De nuestro gran Rector podría yo repetir lo que un espíritu francés dijo de otro; "por sus pupilas cerradas y
muertas es que nosotros todavía estamos viendo la luz", y
no expresaría sino la más auténtica de las verdades y la más
sentida de mis convicciones.
Pero volvamos al riel:
Aceptemos en esto y por ahora los hechos como nos vienen y digamos que si la Universidad chilena no investiga;
si en los "Anales" y en la "Revista de Derecho", y en las
tesis de los licenciados, los trabajos de investigación original no son, sino raras avis in térra, ello se debe acaso a causas
cuyo resorte nos escapa.
N o he podido modificar mi criterio de, hace un año.
cuando os decía: " E n nuestro país la investigación univer" sitaría no ha ido lejos; más propiamente, aquí la TJniver" sidad aplica, adapta y enseña el acervo científico de paí" ses más viejos y más sabios. ¿ Cuál es la causa de esta de" ficiencia, que una sinceridad doliente nos fuerza a con7
" fesar? ¿La densidad de desierto de nuestra población,
" la escasez de sus recursos materiales o algo de cobardía
" ante el esfuerzo creador? Todo esto se ha dicho, discutido
" y refutado muchas veces; no toca a este momento ni a nos" otros pretender una solución".
No por eso nos hemos sacudido de la acusación; antes
al contrario, acabamos de localizarla con precisión: el cargo, escueta y rigorosamente concebido, se plantea así:
esta Universidad que ha limitado su función a elaborar profesionales y a transmitirles una cultura superior, es
la que está en crisis; ni esa misión mínima ha resultado debidamente cumplida:—en otras palabras, la Universidad de
Chile, (más amplio, las universidades chilenas), no han sabido formar buenos profesionales ni hombres de efectiva
cultura.
La Universidad ¿ha formado buenos profesionales?
¿Es o no exacta esta acusación?
Y o creo que sí, lo voy a confesar carrément, como dicen
los franceses, sin ambages; tal como lo siento, tal como a
mí me duele.
Creo percibir el asentimiento de ustedes; es la mía una
opinión fácil de sostener, porque — desgraciadamente — la
comparte casi todo el mundo. Otra cosa es que todos los que
debieran detenerse a pensarlo estén sobre la brecha. H a y
verdades que se reconocen, pero sobre las cuales no se quiere
pasar dos veces, porque son reflexiones que colocan el ánimo
entre la espada y la pared, es decir, entre la acción que cuesta y el remordimiento que tortura.
Para mostrar ese postulado de la crisis de nuestra Universidad, no voy a volver a citar libros: me valdré de documentos humanos, que convencen más fuerte.
Nuestra Universidad ha estado en crisis, porque el producto universitario de los últimos veinte o treinta años ha
sido decididamente malo, y, conforme a una'frase evangélica que a fuerza de repetida se ha hecho vulgar,—el árbol
se juzga por sus frutos.
Durante esa época la Universidad ha estado editando
juventudes sin color, sin estampa, sin romanticismos, sin
superioridades,—exceptuadas las excepciones, como dice el
humorista latino.
Es cosa de todos los días oír suspirar por ahí que la profesión de los abogados está mala, por razón de plétora, porque existen en número excesivo: el problema es muy complejo y no podemos ocuparnos de él aquí—no representa por
otro lado más que un aspecto de la congestión y del desconcierto generales, una repercusión del gran conflicto económico. Es también en parte la herencia de los defectos que se
critica en la educación secundaria y una resultante del mal
discernimiento vocacional de la juventud.
Ese es un asunto que vale más pensar antes de elegir el
buque je—cuando uno siendo abogado o estudiante de Derecho, lee el libro llamado "Demasiados abogados", que escribió el italiano Pietro Calamandrei, que viene a ser como el
Malthus de nuestra noble carrera, experimenta la incómoda
sensación de estar demás.
Pero esa innegable crisis de cantidad, no sería ni tan
penosa ni tan sensible, si no fuera redoblada en sus efectos
por una patente crisis de calidad.
Muchos de nuestros abogados son ignorantes, mediocres
como profesionales; y la mediocridad equivale a la nulidad
y a la derrota cuando el combate es bravo, y cada día va
siéndolo« más.
Pertenecen ésos a la categoría de los que nunca dejan
de ser alumnos, que viven en eterno servilismo intelectual,
jamás doctus sine libro, y ni siquiera doctus cum libro, porque esto tampoco es fácil.,
Demostrar estas últimas afirmaciones se me aparece
como un deber después de haberlas proferido ante ustedes;
obligación sumamente penosa porque no ihe siento inclinado a hablar mal de nadie y porque además estoy apuntando
contra mi propia época, subrayando un estigma del que yo
también he sido y soy la víctima. Redimirme de la ignorancia con que recibí el diploma de abogado, ha sido y será el
empeño de quién sabe cuantos años.
Una enfermedad social se puede poner en evidencia
mediante estadísticas, certificados y argumentaciones; pero
estos índices no proporcionan sino una de las dimensiones
del mal, su extensión superficial, si se quiere.
En cambio, la observación de uno que otro caso aislado del dato individual, cogido al azar 7 previa convicción
de que no se generaliza viciosamente, proporciona la otra
dimensión de la dolencia; la que podríamos llamar su profundidad.
Así, para explicarme mejor, yo me formé la idea del
pavoroso problema que significaba la cesantía en Chile en
1932, cuando leí las estadísticas que daban el dato de 130,000
desocupados, que había de multiplicarse por cuatro o cinco
bocas hambrientas cada uno; pero no sentí verdaderamente el
problema en su dramática intensidad, sino cuando una vez,
al pasearme por la Alameda en Santiago, durante la noche,
puse los ojos en un hacinamiento de hombres y muchachos
infelices que dormían en montón, como murciélagos o bestias innobles, en la más espantosa promiscuidad, en el interior del balcón enrejado de una casa: era la dimensión de
profundidad la que me estaba faltando y que me dió ese fatídico cuadro.
Así, en lo tocante a la ignorancia de los profesionales,
no tendría ahora en la mano elementos de comprobación que
sirvieran para exhibirles la extesión en números del' mal,
pero me vienen en cambio a la memoria copiosamente Jos
síntomas de profundidad: daré solamente uno que creo suficiente :
Existe en Santiago y en Valparaíso, un grupo de abogados prominentes que actúan por catalisis, por presencia,
en los juicios. No los voy a nombrar porque no tendría utilidad hacerlo.
Basta que una demanda vaya sancionada por cualquiera de esas firmas, para que el abogado de la otra parte tiemble ante la perspectiva de enfrentarse con uno de esos colosos gana-pleitos; se acepta entonces una transacción por
miedo, una paz de Breno, o se encomienda la defensa a otro
de los abogados catalíticos, que quiera aceptarla.
Estas confesiones de inferioridad que se observan a diario en la profesión, serán muy halagüeñas para los abogados coloidales en quienes se respeta y se teme la preparación profesional, pero son profundamente vergonzosas para
el resto del noble gremio.
Cómo no explicarse por otra parte estas humillaciones,
cuando hay muchos abogados que miran y consultan como
un Digesto o como la última palabra de la ciencia, los sencillos apuntes dictados en clase por uno de esos abogados
que he llamado catalíticos....
Otros síntomas de profundidad, que demuestran ignorancia, a veces crasa, podría acumular aquí; pero no quiero
caer en el chascarro ni en la majadería. Y me afirmo en
sostener que esos defectos de construcción no tienen remedio sino en los astilleros; y que en el camino no se arregla
la carga,, pese al refrán.
Tuve una vez la oportunidad de deciros: " l o que no
" aprendáis en la Escuela no lo aprenderéis jamás en la pro" fesión; como reza un viejo texto: "non in Palatio sed in
" S chola legis deglutintur".
"Esto tiene para mí la fuerza de un axioma, pero co" mo para entenderlo así, os llevo la ventaja de la experien" cia, no debo ahorrarme ante vosotros una corta expli" cación".
" L a vida práctica del abogado está'conformada y adap" tada para la aplicación y el consumo de los principios ge" nerales, que aquí y nada más que aquí se recibe. Esta es
" la hora de capitalizar ideas y aquélla la de hacer su ex" plotación y gasto; la existencia del profesional es una vida
" de agenda, que no deja los remansos necesarios al estu" dio abstracto y generalizado. No es conveniente hacerse
" ilusiones en este sentido: el estudiante de Derecho muere
" al salir de la Universidad.y, antes de morir, ha entrega'' do las armas de su preparación al abogado naciente, quien
" no dispondrá de otras para la práctica cotidiana".
LA JUVENTUD UNIVERSITARIA CHILENA Y SUS PROBLEMAS
23
La formación de una mentalidad jurídica
"Dinero y honores se han podido adquirir por suerte,
pero nadie se hizo sabio ni versado por casualidad", (s.)
Y me permito agregar que la inteligencia no me imagino
que sea como heredad que se cultiva, unos años para sembrados y después para pastajes, sin que ella guarde memoria ni huella apreciáble de su destino anterior, cuando la voluntad del labrador lo ha torcido;—antes al contrario, me
parece que es como músculo que se adiestra en- un sentido
dado y toma la forma que le ha impreso el ejercicio; a la
inteligencia hay que hacerla jurídica, año' por año, en los
días dúctiles de la Universidad, al sol'modelador de la vida
ascendente; o de lo contrario, puede suceder que un joven
muy inteligente se vea convertido en charlador ocurrente y
amenísimo, pero en abogado mediocre; mientras que otros
menos dotados que él, lograron, a fuerza de perseverancia y
de troquel, enderezar sus facultades naturales con éxito y
eficacia para el arte abogadil.
Si se tratara de poner en lista los instrumentos que encuentro que hacen falta en medida variable en la utileríá
intelectual de muchos de nuestros abogados, tendríamos:
desde luego, versación jurídica — informaciones suficientes; conocimiento de los textos legales; noción de su historia y sistema; idea de sus tendencias evolutivas; sentido de la jurisprudencia dominante.
capacidad, en seguida, para orientarse en el vasto piélago de las bibliotecas, de los infolios, que permita escoger el libro que conviene, encontrar la
página, acertar con la cita, necesaria.
criterio jurídico, después, o sea la aptitud para reconocer en derecho el sofisma y para develarlo; para articular la verdad abstracta con la justicia
de la causa que se defiende; para encajar la
teoría con la práctica; el libro con el pleito; el
artículo del Código con la viuda o con el comerciante que se queja ante nosotros.
por último, imaginación jurídica, que con la rapidez del
celaje presente al criterio las diez soluciones
posibles, todos los recursos que puedan abrir
camino al triunfo, a fin de que aquél, el órgano que discierne, escoja el mejor, a veces el
único.
Esto es lo que he podido ver en el trabajo de los demás
y en el mío propio ; me sirven de experiencia con igual provecho los pocos casos en que habré pegado en el clavo y los
muchos en que he cascado sobre la herradura.
Ese conjunto de cualidades, esa reunión de fibras, es
lo que me parece que forma el pensamiento jurídico, la mentalidad del jurista, del abogado.
Nadie podrá precisar cómo funciona ese maravilloso
instrumento, no se puede decir si es como una chispa o como un fluido, o como un salto de la inteligencia, según gustarían decir los discípulos de Bergson ; me seduce là explicación que da Mefistóf eles al Bachiller del inmortal poema :
" E l telar del pensamiento
" es como el del tejedor;
" hilos de vario color
" pone un golpe en movimiento;
"Viene y va la lanzadera
" con extraña rapidez,—
" y se ejecuta a la vez
" la combinación entera".
Es así como el médico hace un diagnóstico en la enfermedad misteriosa, cònio el detective ve resplandecer una hipótesis en la tiniebla de un caso judicial, así es cómo el abogado plantea bien o mal su problemalo
sitúa, y ésa es la
operación esencial: después se aplican los métodos, los racionalismos, los preceptos d£ la lógica.
Pero lo primero es ese salto de la inteligencia el "cómo"
de don Federico Pinto. La sucesión Waddington, había recorrido los estudios de Valparaíso y de Santiago viendo manera de reivindicar unos valiosos terrenos de Playa Ancha;
el caso estaba desahuciado, hasta que se entrevistaron con
el abogado señor Pinto Izarra; éste examinó los papeles y
declaró que se podían reivindicar fácilmente las tierras, que
valían millones.
Los interesados, famélicos, le preguntaron: "¿Y cómo f"—"Ah!
el "cómo" repuso el señor Pinto, (que no era
un franciscano), vale quinientos mil pesos. El entendimiento del señor Pinto había ejecutado el "salto" de que hablaba hace pocos minutos; pues bien, es aquí en la Universidad
donde se aprende a saltar.
Y a esas flaquezas de fondo, son muchos los abogados
que reúnen una verdadera impotencia de expresión, agrafía
o afasia, o ambas a un tiempo, que parecen necesitar de algún masaje en las circonvoluciones frontales de que habla
Broca. Sin que nadie, se vea precisado a emular con Mirabeau o con Castelar, todos los abogados deben tener sus facultades hablatorias y sus recursos de exposición escrita suficientemente despejados para traducir íntegro y cristalino
el pensamiento, porque lo que queda detrás de la lengua o
dentro del tintero no lo ve nadie, por interesante y valioso
que sea.
Los alegatos deslucidos, las nerviosidades sin fundamento, el temor de hablar en público, el terror de la escena
en que tendrán que actuar toda su vida; los escritos obscuros, que desfavorecen y arruinan la mejor de las causas, las
leves hechas por abogados y que nadie entiende, .son mif. modos de comprobación en este momento..
Y es en la Universidad donde pudieron todos los días
cultivar las facultades hablatorias y el arte de redactar,—
con reeducación de nervios y todo.
El Dr. Cruz Coke, me decía una vez que, a su juicio, la
hegemonía espiritual de los franceses les venía en gran parte de sus seductoras formas de expresión; y, en realidad,
oyendo hablar al más humilde de los preceptores de esa tierra, a uno le parece que nuestros tribunos son todos niños
balbucientes.
El profesional como hombre culto y como hombre público
Saquemos ahora al universitario—(y llamo así en este
momento ál que salió de la Universidad con su diploma bajo el brazp)—de su campo profesional y examinemos ligeramente su valor cultural y social. % Cuánto vale como hombre
culto y como hombre público f
¿Nos hallaremos en presencia de un fracaso?
Definir la "cultura general" o más corto- decir qué es
"cultura", resulta una empresa bien ardua, por tratarse de
un concepto tan incoercible, tan imponderable, que no hay
cómo cogerlo en las tenazas de una definición.
En este libro " L a crisis universitaria", hay cinco páginas de letra menuda que se proponen hacer la definición
de la "cultura"; pero G-racián dice que "más valen quintaesencias que fárragos" y yo vuelvo a tomar prestado de Ortega y G-asset, quien con gracia y relativa precisión, nos da
la idea: "Cultura es la capacidad para reaccionar ante el
contorno y aspecto de la vida y de sus transformaciones, forjándose una interpretación de ellas y de la conducta que en
consecuencia toca adoptar. Cuando un individuo tiene esa
interpretación y ese plan, es un hombre culto; de lo contrario, es uno que no está a la altura de su tiempo, un infrahombre".
Esta noción, si en rigor puede ser .controvertible, para
nuestro caso es útil y manual; digamos como los italianos:
" s e non e vero e bene trovato".
En la vida moderna, la cultura sirve como en todo tiempo para procurar íntimas delectaciones al que la posee, voluptuosidades de gabinete, esoterismos de cenáculo, que no
representan un factor social por sí solos;—sirve también para poner lustre en la conversación, hacerla más socorrida, seducir algunas voluntades con cuatro citas de libros, o con-
quistarse' con ellas fama de pedante: todo lo cual no merece
que le dediquemos un alto.
En una sociedad democrática, la cultura sirve principalmente al ciudadano para intervenir en los negocios públicos, sea por sí mismo como en las formas puras y teóricas
de las democracias primitivas, sea para elegir con acierto los
cerebros dirigentes;—para exigir de los representantes políticos un programa y no un apellido o un nombre, para vigilar el cumplimiento de ese programa y entender lo que pasa en las altas atmósferas del Gobierno;—para no ser cosa
dependiente de los caprichos de los políticos, como se depende de los caprichos de la naturaleza;—para que el mandato
político no degenere en servidumbre política, en renuncia de
la opinión propia y abdicación de la personalidad frente a
la cosa pública;—para escribir ideas útiles, claras y honestas en las columnas de los diarios. ( N o hablo en particular
de los profesores, respecto de quienes la cultura general es
elemento de definición).
Pues bien, los profesionales, los que recibieron la investidura universitaria, que por razón de su cultura tienen
la mayor responsabilidad en este orden de cosas, han quedado convictos de inepcia para intervenir en el gobierno por
falta de una cultura suficiente o de falta de conciencia social, que se traduce en indiferencia o en torcido manejo.
Esta es la triste página que ha vivido la generación que
ha precedido a ustedes en la marcha del tiempo (prescindiendo de excepciones naturalmente): o no pueden, o no
quieren: y en ambos casos la sociedad pierde, la sociedad se
hunde;
¿Por qué no pueden?
Las Universidades conducen a los pueblos; los pensadores franceses culpan a Kant, el solitario que apagó sus
días en los primeros albores del siglo X I X , de la terrible
guerra que puso en ascuas a la Europa entera más de cien
años después. Pero a veces entregan el cetro a manos no
siempre tan dignas; he aquí la voz de Letelier :
"Guiadas a su vez por un ideal, en permanente revi-
sión, son las Universidades las que guían la opinión pú" blica cuando quieren hacerlo; pero si renuncian a des" empeñar ese noble papel, se apoderan del espíritu nacio" nal los tribunos, los demagogos, los oradores".—(LETELIER, obra citada).
En tales últimos casos, ocurre lo del convite bíblico: a
falta de los invitados, llenaron la casa los que pasaban por
la calle.
Supongámonos frente a una encrucijada económica; se
discute un nuevo tributo o un viraje en la política agraria.
Un abogado de los nuestros, que cuando fué alumno de Economía Política pensaba solamente en saltar la valla del examen y en clase dejó que resbalaran por su cerebro algunas
explicaciones del profesor, que, cuando llega a recibir su título de abogado, ya han desaparecido, no tiene criterio económico, ideología ninguna, ni informaciones de valor, ni deseos de adquirirlas para el caso que se presenta.
Todo lo que tiene en cambio: —lecturas asístemáticas y
contradictorias;—editoriales de diarios revueltos con opiniones -oídas en el tranvía. Mosaico—Confusión—igual inepcia;—peor que ignorancia de rústico, porque el decoro de
su toga le veda hacer preguntas que podrían parecer elementales.
Y allí está el país con la psicología de un nudo ciego;—
envueltos en nieblas de incompresión nuestros problemas
más urgentes y más graves: subdivisión de la propiedad,
aduanas, salitre, desocupación, régimen monetario, reformas
de la enseñanza, reforma universitaria;—todo eternamente
postergado, se van pasando la caja china unos a otros.
Nuestro propio conflicto racial, el " r o t o " , es mejor conocido por los etnólogos alemanes que por los hombres cultos chilenos.
El ominoso diagnóstico que nos lanzó un día el gran
Mac-Iver: "este país sufre crisis de hombres", recibe su
eco de confirmación, halla su caja de resonancia, en todo lo
que vemos alrededor nuestro.
Cierto que los problemas que nos acosan hoy día, desa-
fían al estadista más sesudo, pero lo que ha pasado en Chile es que los hombres se han puesto del lado de los conflictos, y nó de las soluciones; la persona de un ministro de
hacienda ha sido a menudo un riesgo tan grave como el mismo déficit del presupupesto; el problema de los cráneos vacíos se ha puesto a la cabeza de los demás.
Y esa falencia es la que nos ha arrojado en manos de la
política de salón o de la política de banderías; a falta de
talentos cultivados, que debieron reclutarse principalmente
entre los profesionales y ser secundado por los profesionales, ha entrado el hombre astuto, inteligente, y atécnico, '' apto para todo y bueno para nada", como dice Le Bon;—léase la crónica, que sería aburrida de no ser desesperante, de
los desfiles ministeriales, de la política de club;—la mala
monéda circula a falta de la buena.
Cuántas veces este pueblo sufrido no ha tenido que aferrarse como a tabla de salvación a estadistas de esos buenos
caballeros con ojo clínico, con pulso, cargados de buenas
intenciones, de las que está empedrado el infierno como se
sabe, que van a improvisar preparación frente a problemas
que jamás habían encarado en su vida y que no admiten cursos rápidos para principiantes.
La fórmula famosa del Presidente Barros Luco sintetiza la vida de Chile durante cuarenta años: "los problemas,
o no tienen arreglo o se arreglan solos". Y en estos tiempos
decisivos nos toca sufrir la consecuencia de esa pasividad,
de esa ignorancia conformista del estadista chileno tipo clásico ; del estadista burgués; bueno para manejar la nave del
Estado cuando era una corbeta a la vela, pero no hoy que
es un buque motor al niazud, sorprendentemente veloz y ferozmente pesado a un tiempo; "transformada la apacible
arcadia rural de otra hora en una organización de clase media intelectualizada y de clase obrera en pie de guerra".—
( A . EDWARDS. " L a Fronda Aristocrática").
Don Alberto Edwards autor de la mejor historia política de la República que se ha escrito en Chile, dice que había un estadista que se jactaba de no ser "una amenaza para nadie", como si ése fuera su diploma de hombre público,
y agrega que este portento tenía que llegar, como que efectivamente llegó, a ser Presidente de la República.
El segundo cargo decía: Falta de conciencia social, es
decir, ausencia o debilidad del patriotismo (del patriotismo
bien entendido, sin vanos arrestos imperialistas, sin odios
estériles, sin espesar fronteras) ; más exacto: falta de civismo, falta de moral solidaria.
Vuelvo a remecer mis índices de profundidad:
cito el cohecho, la filoxera de nuestra democracia, miseria
de los de abajo, crimen de los de arriba;
cito la disgregación moral de nuestro país, que parece más
una yuxtaposición anorgánica y forzada de gente, que un
tejido animado por la misma sangre y por el mismo calor;
en el sur del territorio llaman con amargo sarcasmo "Chile'!
a la zona central, manera de quejarse del abandono, de la
desvinculación;—el " r o t o " no siente nada de común con
el "caballero" y el "caballero" a menudo odia y desprecia
al " r o t o " , que es su antepasado y su hermano;—un profesor
de leyes nada tiene de común, en nada se entiende, con un
profesor de ingenieros;—pasado y porvenir no se articulan,
no se interpretan;—y así en todas partes, donde debiera haber ese nexo que se llama sentimiento nacional—patriotismo—, hay odio, recelo o por lo menos incomprensión. Un
país tal es comparable a un cuerpo sin alma.
Estamos como esos equipos de football tan criollos en
que cada jugador hace su propio juego y no se cuida para
nada del conjunto; y así como Madariaga ha dicho que el
pueblo británico tiene la forma de una pirámide, con un
rey en el vértice, puede pensarse que no hay nación menos
piramidal que la nuestra, donde cada uno se erige en monolito y atisba con recelo al monolito del frente.
Sigo con mis síntomas de profundidad:—el indiferente
en política abundante entre los profesionales y no pocas veces de una cultura útil al conjunto, no vota, ni opina, ni estudia, porque no quiere. Licurgo castigaba corporalmente a estos indiferentes; en todo caso debieran tener presente que
"cuando uno-comienza en no querer, a la larga termina en
no poder".—(SÉNECA).
cito en desorden: " a los partidos políticos convertidos en agencia de empleos";—(A. SIEGFRIED. " L ' A m é rique Latine").
a los abogados que explotan a sus clientes y que
descuidan la atención de los indigentes cuando les toca servir el turno judicial, dando una muestra pasmosa de no tener un adarme de conciencia social.
a los abogados pseudo procesalistas que hacen de
la noble profesión una técnica de filibusteros.
y dejo para el fin el indicio más doloroso: la existencia de ese ejemplar de perfidia que se llama el gestor administrativo. Es repulsivo decir cómo maniobra y cómo
próspera; todos hemos oído y sabemos cómo se conduce el
villano de la pieza. Pero dejemos de lado el asco y pensemos
por qué ha podido propagarse entre nosotros esa especie de
rapaz; pues, precisamente, gracias a la complicidad, a la
indiferencia, a la cobardía o a la incomprensión de los demás ; es el felino que ve claro en la tiniebla y saquea durante el sueño de los otros; y triste baldón, el gestor administrativo es por lo común abogado, y abogado de talento.
Son ellos, no más que el medio que los dejó vivir, responsables de que se haya convertido la Esparta de don Manuel Montt en la Babilonia de los tiempos nuevos. Para terminar esta dura exposición, cito la opinión que ha merecido
nuestro país a los extranjeros inteligentes que nos han visitado, después que se rompieron nuestra unidad jurídica y
nuestra tradición política.
Algunos no han hecho sino que declarar a los repórters
que "nuestras posibilidades son inmensas", "que los destinos de este noble pueblo son brillantes", "que nuestras mujeres son encantadoras" ( y esto sí que es una realidad, una
consoladora realidad). No es del caso comentar esas opiniones.
En cambio:
André Siegfried, el sagaz observador de psicologías colectivas, dijo que nada le había llamado más la atención en
Chile que el violento contraste entre la ausencia absoluta
de respeto por la legalidad que dejaban ver los hechos y las
invocaciones de la Constitución que se leían en todos los discursos. ( L a cita está tomada de "L'Amérique Latine"—Revue de París).
Agregó otra galantería: que en ningún país había encontrado más frescas que en Chile las máximas del inmortal Machiavello.
E l Conde ]£ayserling, que se enamoró de Chile, a su
manera, dijo que en este país habría vivido más a gusto que
en cualquier otro el autor de la " R o u g e et L e N o i r " ,
Stendhal. Y o quise entender la alusión y leí el libro, que
antes no conocía: sus personajes son mezcla curiosa de pillería y de candidez: una nueva humillación.
Ortega y G-asset, disculpándonos, dijo que la osamenta de
los Andes nos quitaba la vista del mundo, eufemismo para
decirnos incultos sin faltar a la gratitud de los banquetes.
Causas
Cabe ahora situarse frente a esta interrogación:
¿ Cuáles son las causas de la quiebra
universitaria^
Me permito advertir que no voy a internarme en el
laberinto de las responsabilidades;—no ando a la busca de
culpables, porque aquí no se trata de levantar sumario a
nadie.
Las causas que han concurrido para producir el fenómeno de la decadencia universitaria, han debido ser, sin duda, múltiples ;—el problema de las causas es. aquí polifásico
y por olvido de ésto, es decir por unilateralidad, es que muchos criterios se han extraviado y muchas injusticias se han
dicho.
Hay quienes lo atribuyen todo a la escasez de recursos
materiales; hay quienes se pelean por la docencia libre, por
la asistencia libre; cada vez que se habla de la reforma, se
arroja sobre el tapete la ya espinosa cuestión de la ingerencia de los estudiantes en el manejo de la casa universitaria;
los espíritus enquistados en la rutina resisten con horror la
intervención de los jóvenes, se obstinan en mirarla como
una "psicosis de juvenilidad", una gerontobia, una arrogancia insultante para la experiencia—(o para el reuma)—de
los viejos;—se fabrican y se destrozan estatutos universitarios, satisfaciendo superficialmente la sed de reformas que
agita a los espíritus. No voy a desconocer que en todas esas
discusiones hay mucho de interesante y que reformas de
gran conveniencia pueden introducirse en el estatuto de la
Universidad; pero no es de eso de lo que quiero hacerme
cargo.
P o r lo demás,, ¿por qué no confesarlo! nunca me han
apasionado tales controversias: estoy convencido de que son
los sentimientos y no los decretos los que gobiernan- a las
colectividades;—-creo en el factor humano como en el gran
resorte de las transformaciones, y en consecuencia me desentiendo un poco de la corteza legalista.
Y a el profesor Varela nos hizo una interesante demostración, aquí mismo—no hace mucho,—de esa realidad.
En materia de asistencia libre, mantengo lo que en una
oportunidad les decía:
" E l Reglamento vigente os exige que asistáis a las cla" ses; se discute o se propicia un nuevo reglamento en que
" la asistencia sería libre; para el universitario de verdad,
" esa discusión no reviste mayor importancia que la que
"• para un buen hijo tendría saber si el Código Civil lo obli" ga o no a cuidar de sus padres en la ancianidad. Quiero
" decir, que la cuestión reglamentaria pierde su interés pa" ra quien está preocupado de la cuestión vital de su pro" pia formación".
¿ Y no será la causa de todo que los profesores son malos?—o más técnico y menos duro—, que el'modo de generación del profesorado es defectuoso? No lo creo así, por razones que también en otra oportunidad hemos conversado,
Cuadernos Jurídicos y Sociales X
3
y en la que todos estuvimos de acuerdo. (Charla sobre la
función secundaria d'el profesor dentro de la Universidad).
Por lo demás, a ley de franqueza y dado que, desde
fue^a de la Universidad gozo de plena independencia para
expresar mi opinión, les debo confesar que me parece que
los profesores con que cuenta hoy la Universidad de Chile,
en lo que concierne a la Facultad de Leyes, son buenos y a
menudo excelentes para lo que se puede exigir en un país
del nivel cultural del nuestro.
t>
He asistido a las clases de Derecho Civil, de los profesores Demogue y Capitant de París, y no creo que—en cuanto a expositores—tengan nada de superior a los buenos profesores que me ha tocado oír dentro de nuestra Universidad.
Como investigadores, como hombres de ciencia, naturalmente que el parangón ya no puede sostenerse con la misma
vanidad.
Y o me desentiendo, pues, de la pobreza, de los ensayos
febriles de reformas, de los planes truncos, (espada corta),
de los malos estatutos, de la deficiente organización, de los
profesores bien o mal generados y demás causas concomitantes de la crisis universitaria, y me voy de lleno, exclusivamente, sobre una causa, para mí la primordial, la gran
causa de tanto desastre que hemos estado comentando:
Y de todas las causas posibles, es la única que los estudiantes pueden degollar con sus propias manos, sin auxilio
de nadie.
considero que a esos que se han estrellado con
la profesión y con la vida, ha faltado alma universitaria; no
se dieron cuenta cabal de la etapa que atravesaban: fueron
en cierto modo universitarios por accesión al edificio, y nada más.
Por faltarles el espíritu universitario, es que estudiaron
poco o por lo menos estudiaron Mal; y en todo caso, estudiaron sólo para ellos.
El espíritu universitario y sus elementos
¿ Y en qué consiste el "espíritu
universitario"f
Creo que está hecho esencialmente de originalidad para
estudiar,—y de amor sincero por el estudio; de estos dos elementos debe fluir como lógica resultante la conciencia social, que es el antídoto contra el egoísmo instintivo y el elemento infaltable de toda verdadera cultura.
L a originalidad en el estudio y el amor a la ciencia son
como el anverso y el reverso inseparables de la misma medalla, difícilmente se conciben desunidos.
P o r originalidad en el estudiante de Derecho, no voy a
entender ciertamente que haya de nuevo las Siete Partidas,
ni que cuelgue un apéndice a las Pandectas.
Es una originalidad modesta, hecha de reacciones, de
acometividad;—se ejercita con los mismos textos que se tienen en la mano, dentro de las mismas clases y seminarios;
1.- reacción: contra los antiguos; sin despreciarlos, lo
que sería locura, " n o hay que ser tampoco su esclavo; todo
lo más su discípulo". L o dice Séneca, ( y conste que cito a
un v i e j o ) : "que el mejor medio de no hacer descubrimientos nuevos es atenerse a los antiguos";
H a y que revisar las fórmulas consagradas, pedir cuentas a los antiguos de sus principios; analizarlo todo, ensayarlo todo, hasta ver claro, hasta ver por cuenta propia, hasta
saber plantearle un problema: sólo entonces se sabe algo.
Puede ser que después de la necesaria rebeldía, de la
sagrada iconoclasia de la inteligencia, volvamos al señor Bello, al señor Letelier, al señor Barros Arana; contritamente
repondremos entonces a los ídolos en sus pedestales, pero
será la nuestra una f e intelectual, consciente, conquistada
por nosotros mismos.
H a y que catar esos ricos vinos; puede ser que los años
los hayan mejorado, pero puede ser también que se hallen
transformados en áspero vinagre.
Vivimos a la sombra generosa de esos grandes árboles,
pero quién sabe si nos están ocultando el sol de la verdad.
2.- reacción: Hay que reaccionar contra el profesor: por
definición un maestro, y sin quererlo, va absorbiendo la personalidad de los alumnos, va haciéndolos sus prosélitos intelectuales sin tener ningún deseo de conquista;—nuestras
mentes no deben dejarse fecundar sin oponer una feroz resistencia.
Hay que emanciparse de esa invisible servidumbre.
Dice don Valentín Letelier que en la Universidad se
hace auto educación y ésta es verdad de una sola pieza; ser
su propio maestro: he ahí el ideal.
auto educación vale decir que el ataque a los libros debe
ejecutarse echando adelante la inteligencia crítica, la duda
acometiva y dejando atrás, en su rol de despensero, a la
memoria.
No voy a repetir lo que exhortaba hace un año en contra de la preponderancia de la memoria, haciéndome ecoconsciente de opiniones diez veces más autorizadas que
la mía.
Sólo agregaré que el despensero ha servido de general
en los tercios de muchas generaciones de estudiantes;—ha
sido común entre nosotros creer que el alumno que sabe más
derecho civil es el que guarda un mayor número de artículos de memoria; de ahí el prejuicio que alguna vez he oído,
torpemente difundido, de que el buen estudiante suele ser el
mal abogado: ésa es la clave; ésos que tienen incisos en lugar de ideas, son los responsables; a ellos se debe aplicar
lo que dice don Juan Bardina: "cabezas que yo reemplazo
con los veinte pesos que me cuesta compíar un Código".
Los que estudian con 1a. memoria se ponen en el riesgo-
de hacerse un cerebro "en forma de embudo", por donde ha
pasado mucho y no ha quedado nada.
Cada artículo del Código, cada doctrina o fórmula de
la ciencia económica, les ofrece la mágica oportunidad de
volver a descubrirlos; el re-descubrimiento debe ser aquí la
palabra de orden;—triturar el artículo legal que les viene
del exterior, verificarlo, ensayarlo, preguntarse el cómo, el
por qué y el cuándo; concordarlo, mirarlo por todos lados;—
averiguar sus raíces, su sistema y sus consecuencias; reformarlo en la imaginación, destrozarlo—y después de todas
esas operaciones, sin darse cuenta, por añadidura, como dice el Evangelio, el artículo (con sus líneas, sus palabras y su
número de orden) habrá quedado anclado en la memoria para siempre.
No es justo culpar a los examinadores o a los sistemas
de exámenes, de la mecanización de la inteligencia de los estudiantes;—un examen bien entendido ha de exigir leyes
aprendidas de memoria, porque nadie ha realizado el milagro de tener una idea jurídica precisa y clara, sin recordar
los textos qué la contienen o la tratan; sería lo contrario
como pedir un discurso despojado de palabras;—justamente,
Bergson lo dice, el arte del orador consiste en hacer que
su auditorio se olvide de que ha tenido que emplear palabras.
La ley aprendida de memoria es a la idea jurídica lo
que el aceite a la lámpara;—es también el vehículo indispensable a la idea para llegar con oportunidad y fijeza al lugar y al momento de la "asociación, que cada problema jurídico exige.
Me he permitido recomendar 'la reacción contra los antiguos; la defensa contra los profesores.
Es necesario también reaccionar contra lo extranjero;
no se puede seguir viviendo en coloniaje intelectual de la
metrópoli París, Berlín o Leningtado.
Lo extranjero no debe imitarse a ciegas, por el prestigio del pabellón que lo cubre;—debemos tomar las ideas de
los franceses o de los alemanes "como información, mas no
como modelo".
L o extranjero no debe imitarse, primero, porque todos
los países son distintos—y ésto lo sabía Pero Grullo, pero
los estadistas lo olvidan.—El Código de Napoleón, les fracasó a los franceses en la morena Argelia, su bolonia4aboratorio.
Problemas nacionales requieren soluciones nacionales;
—en Chile estamos habituados a importar, no solamente soluciones y técnicos extranjeros, sino que hemos importado
hasta problemas de ultramar.
Y aunque para un caso dado, sean las condiciones del
país imitador las mismas del país modelo, aunque la idiosincrasia chilena fuera igual a la de los alemanes, no por
eso nuestro Código Penal ha de ser un trasunto del Código
Alemán. Así lo ha entendido una sabia comisión que ahora
nos prepara un Código original:—la posición mecánica que
adopta el espíritu para copiar, estorba la tensión vibrante
que necesita la creación. Y la voluntad, la capacidad de combate de las ideas, se enerva y se pierde en los hábitos del
servilismo.
Esta serie de reacciones contra los doctores que están
enterrados y contra los que hablan desde las cátedras de todo el mundo, es la originalidad que encarezco; es el esfuerzo que muchas generaciones de chilenos han estado esquivando en la recíproca complicidad de todos.
El amor al estudio
En seguida de la originalidad, mencionaba él amor por
el estudio como elemento fundamental del espíritu universitario.
Hablar del amor siempre ha sido un atrevimiento; es
empresa tan dificultosa como la de describir los vividos contornos de una llama; aquí me tienen, sin embargo, dispuesto
a herir el sutil asunto según yo lo concibo, abusando una vez
más de la benevolencia de ustedes y de la libertad de opinión.
galeotes,, con el cuerpo inclinado sobre la materialidad del
libro, y con el espíritu más curvado que el cuerpo; dan la idea
de que' están haciendo funcionar una máquina chancadora
más que ese maravilloso instrumento que se llama la inteligencia.
En cambio, es fácil consolarse mirando a los muchos
jóvenes que discuten las ideas fuera de clase, las van a contemplar en la meditación solitaria,—buscan la unidad y el
sistema entre sus varios conocimientos, los sienten, los viven: la diferencia al ojo del observador es como ver en un
caso a uno que está jineteado por el esfuerzo, y en el otro
a uno que cabalga sobre el trabajo.
El placer por los libros de que hablo, es un placer sincero e intrínseco, si se me permite la palabra. Nada más
triste que el falso intelectual, el que estudia con pasión, pero
siguiendo solamente honores, aplauso, renombre u otra mezquina inspiración.
Conocí a uno de éstos—un profesor de Historia—que
en el crepúsculo de su vida, cargado de conocimientos y de
fama, y sin ser un enfermo ni un menesteroso, renegaba de
su carrera de estudioso, 'y predicaba a los jóvenes que trabajaran para comprarse un automóvil lujoso y no para conquistar la sabiduría.
Este hombre amargo, en su juventud había despreciado la lucha por el dinero y tal vez se pensó por eso igual
a los dioses: dedicó sus energías al estudio, pero no por amor
a la ciencia, sino exclusivamente por amor al renombre, por
una trivial vanidad. Reemplazó el becerro de oro por un espejo de Coqueta.
Estos son, y no los que estudian por amor, los que pueden un día exclamar con el despecho del caduco Dr. Fausto:
" F i l o s o f í a " ¡ay Dios! Jurisprudencia
"Medicina además y teología
por desgracia también lo estudié todo,
todo lo escudriñé con ansia viva
y hoy; pobre loco, tras afanes tantos,
¿qué es lo que sé? lo mismo que sabía.
Doctor me llamo, dígome maestro
y hace diez años ya, que abajo, arriba
acá, allá, a diestra y a siniestra,
a rastras llevo la escolar trailla;
sólo pude aprender que no sé nada
y el alma en la contienda está rendida".
Tengo para mí que el clásico Doctor, que era un sabio
pero un falso estudioso, se desesperaba, no de estar viejo,
sino de no haber vivido nunca.
La verdadera reforma
Los considerandos de esta larga exposición de motivos
que les he presentado, han sido sin duda, fatigosos para ustedes; la mejor manera de hacerme perdonar será la de exprimir bien netas y sucintas las conclusiones que se desprenden de todo lo dicho
o sea, que si la Universidad modelo antiguo reclama muchas y variadas reformas de interés, la primera, la más urgente, la más radical, la más decisiva, la más terapéutica, es
una reforma de pensamiento.
Es una reforma que debe ir de lo individual a lo general, irradiando de dentro hacia fuera; debe producirse la
reacción en cada uno de los habitantes de la Universidad,
con todos los caracteres de una crisis aguda y permanente,—
si me permiten hablar así;—el reajuste de cada cráneo universitario, y no ningún otro artificio, será lo que nos dé una
Universidad grande y luminosa,—la nueva Universidad,—
que se parezca a la otra sólo en el rtombre.
Aunque suene como paradoja, creo que el remedio contra la crisis de la Universidad está en que cada universitario la infunda y la traslade a su propia individualidad;—
que avive y sostenga en ella el fuego sagrado del amor a los
estudios; el amor -acometivo a los problemas, que no son los
enemigos de la inteligencia, sino que sus naturales estimulantes;—y 'la abominación de las nebulosas, que son el sudario de la mente.
Se estudia con amor cuando es el placer intelectual el
que actúa como el verdadero motor de la voluntad.
¿Placer de qué? Sé bien que ustedes lo han experimentado, no necesito explicar nada;—placer de comprender mejor, de ensanchar horizontes, de sentir que sobre los hom'bros hay un cuerpo sólido que cada día se parece menos a
un melón y cada día más a un prisma de cristal.
¿Para qué seguir? Es el placer de la luz, el placer de
la fuerza.
Como el otro amor, tiene tres fases: la inquietud anhelante del comienzo, el éxtasis de la conquista, que aquí es
el descubrimiento de la verdad, el hallazgo; y la dulzura del
recuerdo.
Ese placer del estudio, ese constante y jubiloso ir y venir de lo simple a lo complejo, de la variedad a la unidad,
en el campo de las ideas, es lo que puede ennoblecer nuestra vida, levantarnos sobre las pequeñeces de los hombres
y de las cosas;—inmunizarnos o curarnos del pesimismo, y
finalmente, hacemos buenos. Creo que Marco Aurelio fué el
que dijo: "hombre honesto es aquél que ama sus principios
y que vive con ellos". No podemos nosotros ya, leídos e informados como estamos, ser honestos a base de simplicidad,
como podría el rústico.
Aun más, creo que el trabajo intelectual vehemente,
amoroso, apasionado, es el único que puede realizar nuestra
unidad psicológica, la rotación de todas nuestras facultades
.intelectuales con relatan a un mismo centro, y por ende
nuestra felicidad de seres pensantes;—de otro modo, la neurosis se encarga de realizarla.
Siempre he creído que en el orden de la felicidad viene
primero el santo, porque vive en un mundo irreal, hecho por
su amor divino; y después, el intelectual de verdad, que vive
en la parte más amable del mundo real.
No encomio ese placer por los estudios solamente como
una bienaventuranza de la vida universitaria, sino que lo
señalo como el verdadero reactivo para reconocer la vocación: el trabajo como maldición hace contrasentido con la
definición de Universidad.
¿
En el colegio, en el Liceo, había sin duda muchos estudios que agobiaban como un fardo; pero había un ramo o
una serie de ramos que eran el oasis en la aridez, eran los
que se estudiaban con gusto, con curiosidad escrutadora, con
presentimiento de una profundidad que allá no se podía
lograr.
Ese ramo marcó la vocación, y «1 ramo—reactivo se distiende, se explaya, aquí, entre las diversas asignaturas que
componen el programa.
Y es fácil darse cuenta de si hay amor verdadero o nó;
—el fastidio inmenso con que jóvenes (no abrumados por
otras preocupaciones más urgentes), han divisado la obligación de hacer su memoria de tesis, el empeño apasionado
con que abogan p.or la supresión de la prueba, es decir, de
la mejor' ocasión que se les brinda para investigar por cuenta propia; el largo tiempo que demoran en presentar ese documento ; el parto de montes que a veces resulta a la postre,—
citas de citas, fondo escaso, ideas robadas)^
$as apretadas, escuálidas y secas—, son indicios que e,
"'upando a
las claras, no que el sujeto carezca de inteligeñciu,; 'sino que
le faltó amor sincero por sus estudios, que prob , "Tiente .le
faltó siempre, y por eso tampoco tiene acometí^,, i espiritual, vigor, training de estudioso y de investigi cLor.
Mala seña han dado también esos estudiantes de Derecho que cuando alguien pone en la conversación un tema tomado de los estudios, piden que por favor se hable de otra
cosa, con un gesto de cansancio, que no se justifica generalmente sino por un fastidio inicial; es el cansancio, que precede al trabajo y no el que le sigue, no el fisiológico.
Pésima impresión producen esos jóvenes universitarios
que he visto a menudo, pasearse con apuntes y cuadernos
por las Avenidas del Cerro Santa Lucía en Santiago, estudiando a parejas con los niños de los liceos, de'la misma manera mnemónica, pesada, mortificada. Con cara sufrida de
Esa inyección de calor, de entusiasmo, de pasión y de
vida que transforma a un mero estudiante de leyes en un
verdadero universitario, no va a recibirla del exterior, no
va a esperar vanamente marejadas de reacciones colectivas;
buscará cooperación, absorción o ambiente fuera de él mismo ; pero el impulso creador, el soplo vital, tienen que venir
de adentro, tienen que arrancar de las recónditas regiones
del alma en que habita la diosa Voluntad.
No les habrá llamado la atención, que yo haya abierto
un distingo entre el mere estudiante de leyes y el verdadero
universitario. Y o siento que hay diferencias y las toco con
la mano.
I.2 Para el mero estudiante de leyes, la vida dentro de
la Universidad es solamente un medio, un mal necesario, con
un resultado eventual y aleatorio.
Mientras que para el universitario es un fin, lleno de
contenido; en el peor de los casos, ha salido más noble, más
inteligente y más feliz que cuando entró; no hay esfuerzo
perdido.
nao ae . . , u ¿i a n te tiene contactos intermitentes con
-s interrumpe desde que se coloca su som"
.v
a la calle;—el otro vive su calidad universitaria, la sie*' §n todo mohiento, y ajusta a ella su conducta
pública y V-^-ada.
3.® El mero estudiante de leyes trabaja' por tarea; el
universitario trabaja por placer.
4.9 El mero aprendiz de abogado, si alguna vez pudo
decirse ui iversitario, ha perdido esa calidad desde que obtiene su título; el universitario de verdad no pierde jamás
su rango, de derecho propio queda incorporado a la clase
dirigente del país, — y junto con esa calidad que perdura,
conserva la aptitud para el esfuerzo intelectual y la capacidad para el placer de la investigación.
5.s El primero tiene un deber y un horario; el segundo
se excede siempre, tiende a ser un héroe.
6.® E l primero es un tipo social gastado, antipático para
muclia gente; odioso al obrero, que suele ver en él a su enemigo (la fuerza muerta en oposición a "las fuerzas v i v a s " ) ,
(la sanguijuela del presupuesto o el acuñador de dinero que
vivirá siempre enmurado en un estudio).
El segundo, en cambio, es un ser social, "se hace pueblo", es pueblo;—va a vivir en estrecho contacto con su país.
7.2 E l mero estudiante de leyes es un renglón estadístico, un número, y como tal se le puede decir cualquier día
que está demás. E l universitario es un valor humano, nunca puede estar demás.
ESTE ÚLTIMO DIFERENDO
es el que yo he esgrimido como
arma de defensa cada vez que he tenido que lidiar con los
intentos de supresión que han dirigido a esta Escuela los
sevrros ecónomos, de la Universidad; yo les he sostenido a
esos señores, con calor nacido de clara convicción, que en
esta Escuela se forjan universitarios y no meros estudiantes de Derecho.
Esos son mis corolarios
Había comparado al principio de esta
de estudios universitarios a un largo viaje por tren; metáfora de mala estirpe que inventé justamente para poner de
realce su falsedad, su peligrosidad;
Que si se concibe estos cinco años como un viaje, sea
semejante al éxodo del pueblo elegido a través del desierto;
—un viaje en el que ese pueblo f i j ó para siempre sus costumbres, sus leyes, su moral, su religión y su Dios.
Objeciones que no convencen
Erente al vasto plan de una vida universitaria modelo,
no quisiera oír objeciones temerosas: "que no tenemos tiempo para realizar tanto", "que no somos bastante inteligentes para llegar tan lejos, para desplazar a Bello y Letelier".
La honradez y la modestia también saben hacer sofismas, que la razón debe disolver:
El péndulo del tiempo es el frío suplicio de los impacientes, de los ambiciosos febriles y el cuchillo de los ociosos
espirituales; en cambio, se hace un aliado fiel de los trabajadores que respetan su sentido humano, de los que saben
esperar.
La objeción del tiempo no es eficaz contra el ideal universitario, por muchos motivos que tendré la prudencia de
no comentar in extenso: ya expresé lo que yo entendía por
la "duración de la calidad universitarií.", a saber: toda la
vida; lo que quiere decir que esta casa no es más que el primer piso del edificio del pensamiento universitario de cada
uno de ustedes, que puede crecer después hasta convertirse en
un imponente rascacielos.
Además, la diferenciación especializada, la división del
trabajo, el reparto de los problemas entre los hombres, es
la lección que nos han dado los chinos que bordan tapices y
los industriales americanos. No hay más que seguirla, cuidando solamente de no pasarse cuarenta años dibujando con
hilo de seda la garra de un dragón, y no saber de nada más.
La dramática dificultad del tiempo fué lo que yo quise expresar cuando, a comienzos del año pasado os decía:
"Sentiréis el deseo de tes lecturas generales, de esas que
" multiplican vuestro valor humano; y, por otra parte, os
" van a solicitar, las .lecturas profesionales, las que comple" tan vuestra especialidad".
"Estas dos fuerzas, centrípeta la una y centrífuga la
" otra, son las que se disputan hoy en día el tiempo y la
" devoción del hombre culto; del equilibrio entre ellas de" pende la armonía de vuestra vida intelectual".
La objeción fundada en la modestia de la inteligencia
tampoco debe hacernos dar el paso atrás: no sea cosa que
la cobardía vista las plumas virtuosas de la modestia y nos
esté estafando.
Debemos consolarnos de no ser genios; no importa.
No buscaremos consuelo por cierto en la frase de Buffon de que " e l genio es paciencia", porque eso nadie lo puede creer en su acepción simplista y de buena fe.
Pero tomemos la expresión: seamos "genios de paciencia", aunque no lo permita el Diccionario.
Los genios verdaderos son muchos, porque están todos
vivos; un Pascal, un Descartes, un Kant, no- mueren nunca,
y ahí están conviviendo, estorbándose los unos a los otros,
porque el mundo es demasiado chico para contener las ideas
de todos.
Lo que necesita un país y una época como los nuestros,
no creo que sea precisamente genios:
lo que hace falta son talentos que vean claro, talentos
de primera, de segunda, de tercera o de cuarta clase,—que
sepan encarar problemas, que no les tengan miedo, y sean
al mismo tiempo hombres honestos de clase w\,ica, que actúen con probidad.
¿ Y quién no puede llegar a serlo? Ninguno de entre
nosotros, si tiene voluntad.
Y son muchos los que necesitaiíios: muchos que estén
dotados de conciencia social, de la cohesión, del magnetismo
necesario para reunirse en pirámide.
Que la gloria se la llevará otro, un héroe a lo Carlyle o
xui superhombre a lo Nietszehe, posiblemente uno que vendrá
después de ustedes, uno que va a nacer en mejor época, en
mejor medio, no importa. Seamos las firmes rodillas o los
sólidos hombros en que se alzará nuestro héroe.
Los ojos admirativos del turista que visita el desierto,
buscan el vértice de la gran pirámide y se enamoran de su
elevación; los guías señalan ese punto, que es el orgullo del
monumento; pero ¿a poco de reflexionar, no habremos de
pensar que si no fuera- por las piedras anchas y modestas,
que están en la base y por las piedras más sutiles que destacan en la cintura del coloso, la orgullosa cúspide no sería ni
más importante ni más famosa que esos anónimos sillares
de granito a flor de tierra, que el caminante humilla con su
indiferencia y-ofende con su olvido?
P o r lo demás, todas esas objeciones a que me estoy anticipando, nacen de una cierta sed de absoluto que llevamos
dentro; afán que es noble cuando sirve de estímulo y malsano cuando actúa de desaliento. Esa sed de absoluto hizo que
Descartes creara de nuevo a Dios;—para nosotros, los humildes obreros del pensamiento, no debemos decir como el déspota: " o César o Nada". En materia científica, esa fórmula
ambiciosa conduce derecho a la negación y a la nulidad.
Nosotros vivimos de derrotas parciales; nuestro triunf o en la vida estará hecho de la suma de esos quebrantos;—
el acerbo, el botín de la gran batalla, está formado por la
corta porción en que no fuimos completamente vencidos; lo
que salva nuestra dignidad humana es la noble actitud de
combatientes; los únicos realmente vencidos son aquéllos
que presentaron a la vida una inteligencia intencionadamente ciega, y una voluntad que se desmayó antes de tocar los
obstáculos.
Y a los enfermos del alma, a los escépticos que quisieran hablarnos de problemas insolubles y aconsejar el derrotismo a la inteligencia, la deserción, hay que recordarles que
los ideales,—lo mismo que los principios,—valen, no tanto como soluciones más o menos exactas, sino que como verdades
provisionales. Se parecen a sus artífices en que son mortales, pero son indispensables para vivir pensando. Se pueden substituir unos por otros, unos contra otros, cuando la
razón lo mande, pero no deben faltar nunca esos nobles inquilinos alojados en el espíritu; so pena de verlo como casa
vacía, llena de sombras y telerañas.
Orientaciones espirituales
Estudiar con intensidad, con denuedo, lo más y lo mejor posible, es mi palabra de despedida a la juventud cuyo
contacto ha remozado y hecho de nuevo mi espíritu en estos
cuatro años últimos;—sin invitación y sin otro título que el
afecto que siento por ustedes, he tomado en estas horas la
posición antipática de un consejero oficioso;—al parecer sin
necesidad, porque hablo del amor al estudio ante una generación que yo conceptúo estudiosa y noblemente inquieta.
pero ¿quién sabe?
Los lacedemonios eran los soldados más valientes y aguerridos de la Grecia, dice la Historia; sin embargo, que les
fué de provecho cuando un humilde maestro de escuela vino cerca de ellos a recordarles sus gestas y a cantarles sus
himnos de guerra.
Quiero añadir que no he lanzado ni entiendo la exhortación al estudio como un conjuro docente;—es el llamado
que la vida de todo tiempo ha dirigido al hombre;—desde
que nuestro obscuro abuelo paleolítico se alzó en dos pies,
arqueó las pobladas cejas y clavó el destello de su mirada
sobre el contorno de las realidades, ya la vida lo desafió con
arrogancia de hembra que se sabe fuerte y necesaria.
Y tal ha sido el drama de los siglos.
Y si el esfuerzo inteligente del hombre para entender
la vida, para dominar susi resistencias y poseer sus secretos,
ha .sido cosa de todas las épocas, creo que ésta de ahora, que
formará el escenario de ustedes, está llamada por muchos
motivos a ser' una edad de oro para la inteligencia.
Y o no pienso como los pesimistas que la humanidad, en
cuanto género, envejezca, ni que los niños de nuestra época
nazcan canosos o calvos del espíritu por culpa de los milenios que traen en su sangre; me parece más natural pensar
que a los inviernos suceden las primaveras y adherir a la
filosofía de Saint Simón, según la cual después de los siglos
analíticos, decadentes, destructores, vienen los siglos jóvenes, dionisíacos, creadores; e imagino que en esa alternativa
es como se van repartiendo la historia, Brahma, el de la creación y Siva, el de la destrucción.
La vida de los hombres, en este tercio de centuria que
acabamos de cruzar, ha cobrado un ritmo de seriedad, de
tragedia, de crisis, que, parece ser, no el principio del hundimiento final, sin precedentes, que notifica al mundo el
apocalíptico Spengler, sino que la aurora dolorosa de un siglo creador, de algo como el inefable despertar de las repúblicas italianas.
-Se encuentran ustedes fronte a las ruinas del pensamiento humano: todo ha venido disecándose en el laboratorio
implacable de la crítica, que lo ha corroído todo:—la familia, el respeto, la autoridad, el pudor, la honra, la patria,
comparten el mismo triste destino de las metafísicas, de la
soberanía popular y de ]a propiedad privada.
La orgía desenfrenada de los pensadores llega a su culmen, se han vaciado todos los vasos de la creencia; nada ha
escapado al rápido vértigo: León Duguit nos dice que el
Derecho Civil no' existe, y soporta la arremetida furiosa de
:una falange de civilistas que, con Ripert a la cabeza, siguen
arrojando excomuniones contra el ilustre hereje, que desde' la tumba sigue todavía demoliendo; de su parte Freud
«descubre en la siniestra libido el empezar de la medicina;
mientras desde otro ángulo del mundo, Bergson pretende enseñar el silabario del pensamiento a esta presumida humanidad, en medio del desbande despavorido de los racionalistas.
M la sonrisa satisfecha del maestro" France, del viejo
sátiro que se ocupaba como niño travieso en desarmar ideales y en desgoznar la vida, encuentra ya eco en los jóvenes,
como lo halló hace treinta o cuarenta años;—los jóvenes ya
no lo leen, ni en el mismo París nadie se acordaría del fino
Anatole si no fuera por una sucia calle de suburbio que
guarda fielmente su nombre; es que nadie ya se ríe de la
vida, nadie tiene derecho a reírse de la vida; y es el extraño
André Gride quien sintomatiza el desasosiego y el desconcierto del siglo.
Vivir creyente o vivir ateo no son ya meras elegancias
o coqueterías de distinto color para vestir "la inteligencia;
pueblos enteros se levantan en un sólo clamor de sinceridad,
nunca vista, y piden rabiosamente soluciones, comprensión
Cuadernos Jurídicos y Sociales X
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de sus problemas, no simplemente soluciones materiales, sino
que urgentes soluciones humanas.
Es así cómo la vida avanza ante ustedes, a la manera
de un umbral formidable, nuevo, imprevisto, cargado de frenesí, de avidez y de sorpresa:—los universitarios de ahora
están invitados a escribir con el afinado cálamo de su encéfalo, y con la sangre de su vida, el décimo libro de Heródoto, el que nunca se ha escrito. El desafío es violento, ineludible, impresionante.
La nueva Universidad tiene la palabra.
Y los intelectuales que son ustedes,—(no doy a la voz
"intelectual" el significado técnico que explicó Keyserling
entre nosotros, que quiere decir " e l hombre para quien el
intelecto define en última instancia, el que no juzga ni comprende nada que se aparta del punto de vista intelectual";
—no tomo tampoco la acepción pretenciosa del intelectual
melenudo que tanto ha dominado en este país: le doy la más
sencilla: intelectuales somos los que nos preocupamos de los
problemas intelectuales con preferencia, los que hemos resuelto ver con la luz y luchar con la fuerza de nuestro propio intelecto),—los intelectuales, repito y subrayo, no podemos asistir islámicos e indiferentes al recio batallar de los
pensamientos, estamos obligados a participar como combatientes en puestos.de cualquier altura, tenemos que vivir esta sagrada efervescencia, distender bien grandes las pupilas,
del alma para verlo mejor posible; abrir bien anchos los cauces de la mente para dar paso al raudal prodigioso de las
ideas nuevas.
Frenesí no es sinónimo de felicidad.
Días febriles no son ciertamente días de fasto.
Será necesario sufrir con los demás, inevitable, también
sufrir nuestros propios infortunios; pero en cuanto universitarios, en cuanto intelectuales, no tenemos derecho a quejarnos de hastío ni de aburrimiento.
Nos tocan a festín, a inagotable festín, que bien podrían
envidiarnos los hambrientos intelectuales del siglo X V I I I ,
del siglo pensador por antonomasia, en que sobró la materia
gris para los problemas de la época.
Si las demás realidades de la existencia (salud, amor,
fortuna) nos tratan mal, nos quedará a salvo el consuelo de
ser desgraciados estudiosos, que es como ser desgraciados
sólo a medias;—hallaremos siempre alegrías perfectas en
los libros, emociones durables en el mundo paradisíaco de
las ideas, allá donde pasaron ratos felices esos grandes atormentados que se llamaron Pascal, Spencer, Metszche.
Decía hace un instante que miro el espíritu científico como una exigencia imperativa de la época para nosotros; y
si lo recalco, no es porque crea haber descubierto el primero
una novedad, ni porque me parezca no haberme hecho entender de ustedes, sino por que es ésa una afirmación que hay
placer en saborear, en acariciar, Y podría agregar una nueva razón para vigorizar mi aserto. Es una razón que debo
tratar con delicadeza y con tiento: no vcy a hacerme reo de
una injuria a la ciencia, ni de un agravio a ustedes, mis estimados oyentes, diciéndoles que la tremenda y pesada crisis económica que azota al mundo, nos impedirá por cincuenta años a lo menos, forjar una grandeza a base del libro de cheques, y que en consecuencia, habría que asilar las
ambiciones en los otros libros, en los de la ciencia;
Ni por vía de chiste insinúo la doble insolencia; sería
como decir a uno: " y a que no vas a poder comer de ave,
aprende g r i e g o " . . . grosería...
Pero, en cambio, es mteresante constatar cómo el materialismo cede, se hunde y se desploma, en razón de su propio peso. Mucho más envanecedor para la humana estirpe
habría sido verlo derrotado por las huestes de un ideal superior, pero la verdad es que cae sólo; muere como Heliogábalo de apoplegía; en todo caso cae...
La humanidad está como pronta, dice Mariani, "para
que alguien le grite: alto, media vuelta, marchen!"
Todavía, quién sabe, no se ha escrito el libro de la nueva
época; no sabemos decir si será como el manual de Epicteto
o como la Imitación del Cristo; pero por todos lados asoman los síntomas de que el espíritu quiere recobrar sus fueros sobre la materia, la calidad sobre la cantidad, las realidades sobre las apariencias, las ideas sobre las palabras; la
verdad sobre las hipocresías.
Así como el Don Quijote sepultó las caballerías, y así
como—al decir.de los críticos —Mme. Bovary de Flaubert y
el Discípulo de Bourget habrían herido de muerte al romanticismo puro y al positivismo literario respectivamente, así
parece que ese monstruoso personaje llamado " T o p a z e " que
construyó Pagnol, tomando sus materiales de la sociedad
viva, ha podido ser la señal primera del gigantesco vade
retro de la humanidad, precursora de otro libro que saldráno se sabe de dónde y que será la real partida de defunción
de toda la época que vivió de espaldas al ideal.
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Y o espero, creo, que en el alto escenario del mundo, los
personajes no seguirán ya moviéndose mucho tiempo más
por puro dinero o por la sola materia, como en el teatro de
Balzac, de Bernstein o de Bataille,—sino que serán personajes de alma, como en la olvidada tragedia griega o en los
dramas inimitables de Shakespeare.
Palabras de despedida
Como ustedes lo ven, mis estimados amigos, no soy pesimista; candor o mistificación y no optimismo fuera pintar de colores amables una realidad que es lóbrega por los
cuatro costados, pero el pesimismo a mi entender no está
sino en desesperar de la salvación; y yo la espero; de consiguiente me llamo optimista.
Y es el mío un optimismo consciente, sólido, fundado;
lo hago derivar de las transformaciones que he venido mirando y sufriendo a través de mis años de niño, de estudian-!
te, de abogado y de profesor, de un forzado viaje por el
tiempo y de otro más breve que hice por el mundo.
Pero, especialmente, apoyo mi optimismo en ustedes:
ustedes son mi optimismo.
Me ha hecho mejor amigo de la vida, el trato y la contemplación de la nueva generación de estudiantes, de los contingentes de jóvenes que me ha tocado acompañar desde los
interesantísimos puestos que aquí me asignó la suerte.
La conciencia permanente del peligro, levanta el valor
y aclara la inteligencia de los hombres; de otra parte se ha
visto que los países de orografía complicada son los que engendran los mejores soldados; quién sabe si por eso, ustedes, que son los hijos de un tiempo terrible y de una sociedad moribunda, ustedes que han tenido que orientar los pasos de su inteligencia entre ásperos desfiladeros y peligrosos cenagales, han resultado ser más sanos y más valientes
que los hombres de otros tiempos más blandos.
Digo todo esto, porque los he visto anhelosos de romper los puentes con el pasado, inquietos por arrebatar las
antorchas y crear una nueva tradición de estudio dentro de
la Universidad;—por enderezar el país como con la certeza de que nadie se los va a entregar arreglado;—los he observado pensar y actuar en un constante esfuerzo de inadaptación, que es vida;—los he visto comunicar agitación antes
no conocida a las páginas del libro de préstamos de la Biblioteca, que son páginas de oro;—los he sentido agruparse
en fraternal cohesión y en espiritual camaradería;
también los he visto a veces, con pena, divididos por
disputas y banderías, lo que es tan difícil evitar en cualquiera colmena de hombres;—pero aún en esos momentos los he
visto comportarse con altura, con integridad, con valentía y
desinterés.
Me ha tocado presenciar cómo regalan ustedes inteligencia y energía a los pobres que padecen sed de justicia, y cómo lo hacen sin alardes, sin jactancia.
Usando de los fueros de la camaradería, he podido
adentrarme en el sentido vocacional de ustedes, y he constatado con íntimo placer que está encendida en esta casa la
chispa de la solidaridad, de la conciencia social; he percibido el alma clara de estas juventudes sin manchas de mal-
sana egolatría, orientada hacia el país y no al encierro de un
bufete.
Todas estas observaciones son las que me han hecho decir que estoy en la nueva Universidad, que he visto vivir el
auténtico espíritu universitario;
Forman parte esencial y luminosa en mi optimismo las
gentiles alumnas de la Escuela:
las estimo heroicas y las admiro ¡desde que entran a estas aulas, con ánimo de soportar su parte en el apetecible
fardo de la ciencia, arrancando de la tibieza del hogar, de
la chismosería del gineceo o de la frivolidad de las mesas
de bridge;
les doy las gracias porque son estudiantes; por haber
aprendido y enseñado que se puede ser intelectual sin dejar de ser mujer;—por haber matizado de alegría y de gracia nuestra existencia; pétalos de flores entre las páginas
adustas de los códices;
las reverencio y las admiro nuevamente como profesionales, como abogados, porque serán el más hermoso regalo
que la nueva Universidad entregará a la colectividad, es decir, una élite femenina, capaz de toda la comprensión y de
todas las abnegaciones que el país enfermo requiere; capaz
hasta del milagro de reconciliar y de identificar la bondad
con la justicia;—y darán con eso el golpe de gracia a la absurda ley sálica que otrora dictara el orgullo masculino.
No se imaginen que al apreciarlos de esta manera que he
dicho, a ustedes, a los estudiantes, sea la amistad que les profeso la que haya seducido a mi criterio, ni la gratitud que
les debo la que haya nublado mi imparcialidad; nó, nada
de éso:
Mi afecto por ustedes no es de los que pintan ciegos; es
por naturaleza observador, ambicioso y descontentadizo;
tanto así, que a menudo he pensado que todo lo que admiro y celebro en ustedes es todavía poco para lo que quisiera
admirar;—he creído que muchas veces las posibilidades sa-
can ventaja a las realizaciones; que los nobles ímpetus necesitan todavía disciplinas más formales y severas que los
sirvan y acompañen.
Lo anterior, sin disimular tampoco cuando me doy
cuenta de que la actitud universitaria de ustedes es difícil
como pocas, exigente como nunca: Los pueblos viven cortas
épocas de heroísmo, así fué en la Francia megalómana que
acompañó en sus locuras al inmortal emperador de Austerlitz;—en esos períodos cuesta poco ser héroe, basta con respirar la atmósfera común y no ser un cobarde;—
pero en un momento como el nuestro, de general depresión y abandono, y en sitio como esta ciudad, la ciudad
del viento, seca de espíritu y aplanadora de personalidades,
el esfuerzo de ustedes es doblemente difícil y heroico.
P o r éste mi optimismo, venido de ustedes, nacido de ustedes, es que mi labor me ha sido tan llevadera y agradable;
por ese optimismo, que a un tiempo es simpatía y amistad,
es que he sentido tantas veces el imposible anhelo de ser precisamente uno de ustedes, meterme y confundirme en las filas
de ustedes,' reverdecer mis años de estudiante.
Imposible ser estudiante de Derecho otra vez, porque
una maldita ley de metafísica lo veda; y por otra parte, corto en años y ridiculamente escaso en ciencia y autoridad para sentirme el padre o el guía de esta generación bien amada, que he visto crecer, decidí alejarme de ella como quien
arranca de la ilusión imposible.
Me llevo el consuelo de dejarla en las manos de uno de
los hombres de espíritu más claro y de alma más bondadosa
que he conocido, uno que le tiene el amor que yo le tengo
(no caben obscuros celos en esta clase de altos afectos); dotado del espíritu universitario, mi sucesor es uno que aborrece la burocracia y el cartón piedra. Que ustedes le prodiguen la misma amistad que a mí me han demostrado y que
jamás lo consideren un oficinista, estoy seguro que ha de
ser su íntimo deseo y constituye también mi propio anhelo.
Me llevo, al alejarme, un caudal de gratas emociones,
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LTTISIYXCÜÑA
SUÁEEZ
un tesoro de buenos recuerdos, que bajarán en melancólico
saudade cuando los años me caigan en la espalda y yo evoque
esta casa blanca que fué el crisol de mi corazón y el hospedaje de mis mejores días.
No sigo haciendo el sentimental porque ustedes podrán
con razón objetarme que si quería demostrar ser blando .de
corazón, pude comenzar por tener piedad de mi auditorio.
Tarde para una enmienda, llevo a su fin este largo peregrinaje en que ustedes han tenido la bondad y la paciencia
de acompañarme.
Bien han podido ustedes darse cuenta de que, a despecho de sus dimensiones, esta plática no ha llevado el tono ni
el sentido de una conferencia;—el significado que tiene es
el de una despedida;—no supe evitar que la despedida fuera casi tan larga como el viaje que voy a emprender.
Probablemente, les he causado la impresión de uno que
hubiera mostrado la pena de irse, no agitando un pañuelo
según es costumbre, sino que se hubiera servido de' una sábana, como para decir que su pena era grande y copiosa..
Pero, excúsenme: yo no sabía ni sé aún cómo corresponder el fraternal y fornido abrazo de mis camaradas los
alumnos, ni el adiós conmovedor y delicado de mis amigas;
me pareció que lo más aproximado a lina reciprocidad,
podría ser ofrecerles lo mejor que tengo, mi franqueza;
abrirles de par en par las puertas de mi sinceridad para
que ustedes vieran lo que hay dentro: fervientes buenos deseos para ustedes... firmes esperanzas consolidadas en el
porvenir de ustedes. Y junto con eso, les hago el presente
de una máxima, cogida en el huerto inmarcesible de los estoicos:—Es una que dice: "Caminante, sé que tienes voluntad de llegar; quiere decir que ya has hecho la mitad de tu
jornada..."
Valparaíso, Septiembre 6 de 1933.
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