Hinojosa Becerra, Mónica. El opio y las escritoras del siglo XIX

Anuncio
VI Congreso Virtual sobre Historia de las Mujeres, 15 al 31-octubre-2014
VI CONGRESO VIRTUAL SOBRE
HISTORIA DE LAS MUJERES.
(DEL 15 AL 31 DE OCTUBRE DEL 2014)
El opio y las escritoras del siglo XIX: Elizabeth Barrett Browning,
Maria White Lowell y Elizabeth Siddal.
Isidro Marín Gutiérrez
Mónica Hinojosa Becerra
El opio y las escritoras del siglo XIX: Elizabeth Barrett Browning, Maria
White Lowell y Elizabeth Siddal
Isidro Marín Gutiérrez
Docente
investigador
de
la
Universidad
Técnica
Particular
de
Loja
([email protected])
Mónica Hinojosa Becerra
Productora de contenidos audiovisuales de la Universidad Técnica Particular de
Loja (UTPL) ([email protected])
El opio en sus múltiples variaciones fue la sustancia estupefaciente que
predominó en las sociedades occidentales durante todo el siglo XIX. Los
motivos fueron múltiples, pero principalmente fue tanto médicos, como lúdicos
o como sociales. La mayor proporción de consumidores de opio en el siglo XIX
eran mujeres.
En los primeros recetarios escritos durante siglos anteriores ya aparecían los
usos terapéuticos del opio para un sinfín de enfermedades varias. El médico y
alquimista Paracelso (1493–1541), durante el siglo XVI, consiguió preparar por
primera vez láudano, una tintura de opio en alcohol. Los efectos del láudano
son diferentes a los del opio fumado. Así el alcohol añadía a las cualidades
euforizantes, tranquilizantes y sedantes del opio la alteración y la intensificación
de los sentidos y de la imaginación. También el médico inglés Thomas
Sydenham (1624-1689), Londres se encargó, a finales del siglo XVII, de hacer
popular el consumo de láudano para fines médicos en Reino Unido. Es famosa
su célebre frase (1680): "De los remedios que ha dado Dios al Hombre para
aliviar su sufrimiento, ninguno es tan universal y eficaz como el opio". Para el
año 1700 existían diferentes compañías farmacéuticas que producían
variedades de láudano que se prescribían según el peso y el sexo del enfermo.
Desde un principio quedó claro los efectos euforizantes y su carácter adictivo
que ejercía el opio pero no se les tenían muy en cuenta ya que eran mayores
los beneficios de esta sustancia.
Alethea Hayter escribió un tratado llamado Opium and the Romantic
Imagination (El opio y la imaginación romántica) en donde afirmaba que en el
siglo XVIII el adicto al opio era muy común en todas las clases sociales de
Inglaterra. Dorothy Stafford, también llamada Lady Stafford (1526-1604), a
quien el historiador Horace Walpole la recordaba decir cuando iba a casa de su
hermana: “Querida, hoy vengo sin mi agudeza mental”, con lo que quería decir
que ese día no había tomado opio. Según Horace Walpole, se veía obligada a
tomarlo cuando tenía previsto visitar a alguna persona, para encontrarse en el
estado de ánimo apropiado (Walpole, 1904).
Durante el periodo victoriano (1837-1901), las enfermedades y las infecciones
estaban menos controladas que hoy en día. La mortalidad infantil era muy
elevada y la muerte de familiares infantiles estaba a la orden del día, tanto en
clases bajas como en clases altas. El sarampión, la rubeola o la tuberculosis
eran enfermedades propias de este siglo atacados con opio como
medicamento. Nadie se preocupaba si el opio era adictivo o no, eso pasaba a
un segundo plano. Les quitaba a sus consumidores del dolor y del estrés, era
llamada “la medicina de Dios” y curaba desde achaques, toses, fiebre, diarreas,
reúma, neuralgia o el insomnio.
El escritor Thomas Penson de Quincey (1785–1859), más conocido por sus
Confesiones de un comedor de opio inglés (1821), siempre llevaba una botellita
en el bolsillo de su chaleco y afirmaba que la felicidad se podía comprar por un
penique. En la obra de De Quincey, “Confesiones de un inglés comedor de
opio”, se escriben los poderes visionarios que tiene el opio. En los trabajos de
Santa Louise Anderson, una joven escritora de California, observamos cómo
esperaba ser invadida por los “sueños del paraíso” de los que De Quincey
escribió también cuando utilizaba la pipa de su criado chino. La poetisa
Elizabeth Browning encontró su inspiración en De Quincey en su “constante
sucesión de creaciones poéticas alternadas con tragos de morfina”, escribiendo
el poema A True Dream (“Un sueño real”), bajo influencia del opio (Hayter,
1968).
Muchos escritores de este periodo utilizaron opio y alguno de ellos fueron
grandes adictos a esta sustancia. Alethea Hayter, escribió sobre la influencia
del opio en la temática de los célebres trabajos de De Quincey, Coleridge, John
Keats, Edgar Allan Poe, Charles Dickens, Wilkie Collins y Francis Thompson.
Samuel Taylor Coleridge publicó más tarde su célebre “Kubla Khan”, en 1798,
como resultado de un sueño provocado por el opio “en una especie de
ensoñación”.
A finales de siglo, cuando las enfermedades iban remitiendo y había un mayor
control sanitario es cuando se alzaron voces en contra del opio. Apareció un
movimiento religioso en contra del opio y el alcohol; en contra de la guerra de
Inglaterra contra China, a lo largo del siglo XIX. Pero a pesar de este
movimiento por la Templanza no se pudo evitar que el opio formara parte de
centenares de remedios farmacéuticos patentados tanto en Europa como
América. Así, estos medicamentos elaborados con opio aparecían anunciados
en los periódicos, revistas y carteles publicitarios. Por ejemplo estaba Godfrey’s
Cordial, del que se llegaban a vender 34 litros semanales en cualquier ciudad
británica mediana en los años 50 del siglo XIX. En los Estados Unidos los
preparados de opio estaban repartidos por más de 3.000 tiendas de
ultramarinos de Iowa que durante el siglo XIX tenía una densidad de población
muy baja (López, & Ulises, 2010).
La aparición de la morfina
A principios del siglo XIX una serie de farmacólogos, entre ellos el alemán
Friedrich Wilhelm Adam Sertürner (1783-1841), consiguieron aislar y extraer el
alcaloide más activo en el opio, la morfina en 1804. La poetisa Elizabeth Barrett
Browning (1806-1861) escribía sobre el consumo de morfina durante su larga
enfermedad pulmonar que comenzó a padecer en los años 30 del siglo XIX.
Con la invención de la jeringuilla hipodérmica, de Alexander Wood en 1854, se
consiguió inyectar en los cuerpos de las personas. Aquello consiguió aumentar
los efectos de la sustancia y que el proceso adictivo fuera más corto. Es
curioso que la primera mujer adicta a la morfina consumida por vía intravenosa
fuera la mujer de Alexander Wood, Rebecca Massey. El consumo por vía
intravenosa de morfina se convirtió en una moda en las clases altas. Muchas
mujeres de clase alta tenían cajitas de oro y plata bellamente adornadas con
piedras preciosas que utilizaban para guardar las jeringuillas (Pérez & Alegre,
1992).
Pero el gusto por el opio se dio en todas las clases sociales. La clase
trabajadora también consumía láudano. Incluso llegó a sustituir a la cerveza.
Los fumaderos de opio se encontraban en las grandes ciudades en los barrios
chinos. También era muy común que se les diera opio a los niños para que no
llorasen por las noches o para que estuvieran “tranquilos” durante el día y sus
madres pudieran ir a trabajar a las fábricas (Carballeda, 2014).
Como ya hemos comentado en torno al 60%-70% eran las mujeres las que lo
consumían. Sus edades comprendían entre los 25 y los 55 años, ya que el
consumo de opiáceos se prescribía para las molestias de la menstruación y la
menopausia. También se utilizaba para los dolores del parto. También existían
factores psicológicos y la opresión social sobre las mujeres en esta época
victoriana que las hicieron más vulnerables al consumo de opio. Cabe recordar
que esta sociedad estaba dominada por los hombres y a las mujeres se las
consideraba seres inferiores desde un punto de vista físico, psicológico, social
e intelectual. Así que las tareas domésticas y la maternidad eran obligaciones
de las mujeres dada su condición natural. Y la educación universitaria, las
profesiones liberales eran exclusivas de los hombres. Las mujeres estaban
sometidas a sus padres y, posteriormente, a sus maridos. Esta situación se
interiorizaba gracias al código social y a los valores morales del siglo XIX de
madres a hijas (Monlau & Salarich, 1984).
A las mujeres no les estaba permitido un comportamiento fuera de lo normal. Y
pocas eran las formas de evasión de la realidad que les estaba permitido.
Consumir alcohol era considerado un vicio para los hombres; era inapropiado
para las mujeres. Lo mismo pasaba con el tabaco, lo cual explica el escándalo
ocasionado por George Sand, seudónimo de la escritora francesa Amandine
Aurore Lucile Dupin (1804-1876), baronesa Dudevant, cuando fumó en público
a finales de los años 50 del siglo XIX. El opio como instrumento literario
aparece en la segunda novela de George Sand, Valentina, donde la mujer se
abandona a la seducción bajo la influencia del opio. En Middlemarch, de
George Eliot, cuyo nombre verdadero era Mary Anne Evans (1819-1880) uno
de los personajes principales es asesinado con una sobredosis de opio.
Así que los medicamentos a base de opio fueron los mejores amigos de las
mujeres. Las intoxicaciones de láudano quedaban siempre ocultas en sus
casas. Muchas comenzaron a consumir láudano o morfina prescrito por sus
médicos particulares debido a enfermedades crónicas. Y la adicción no se hizo
patente cuando pasó la enfermedad y las mujeres no querían dejar el hábito.
Este fue el caso de Elizabeth Barrett; su prometido Robert Browning le fue
reduciendo su consumo poco a poco hasta eliminarlo. Existe una crítica contra
la práctica de prescribir opio sin dar una advertencia de su poder adictivo.
En A Voice in the Wilderness (“Una voz en el desierto”), de María Weed (1895)
se describe una joven viuda de clase alta. Sobre su escritorio se encontraba su
jeringa hipodérmica y el frasco con la solución e morfina. Al lado se encontraba
el retrato de su último marido. Su doctor intentaba curarla mediantes técnicas
psicológicas y la reducción paulatina de su dosis.
La actriz de teatro Sarah Bernhardt (1844-1923) tenía dolores en su pierna y
haciendo caso omiso a sus doctores hizo su debut tras tomar una gran dosis de
opio para disimular su dolor. Caroline Riddell afirmaba que nunca salía sin su
botellita de láudano, ya que le ayudaba en sus dolores. Tenemos a otras
mujeres que tomaron opio con fines medicinales como Elizabeth Barrett
Browning o Louisa May Alcott. A lo largo del siglo XIX y principios del XX el
consumo de opio o láudano pasará al hidrato de cloral, la heroína o los
barbitúricos. Muchas mujeres serán inconscientes en su consumo y
aumentarán sus dosis sin tener conciencia de las consecuencias que ello
reporta.
Elizabeth Barrett Browning
Elizabeth Barrett Browning (1806-1861) fue una de las poetas inglesas más
destacadas de la época victoriana. Su poesía fue muy popular durante su vida
en Gran Bretaña y Estados Unidos. También fue una gran consumidora de
opiáceos por prescripción médica. Como la de sus contemporáneas Margaret
Fuller y George Sand, la educación de Elizabeth Barrett fue mucho más allá de
la habitual para las mujeres en aquella época (Leighton, 1986).
La familia de Barrett había vivido en Jamaica desde 1655. La principal riqueza
familiar eran sus tierras, unos 10.000 acres (unos 40 km²) en Cinnamon Hill,
Cornwall, Cambridge, Oxford y fincas en el norte de Jamaica. El abuelo
materno de Elizabeth tenía plantaciones de azúcar, molinos, ingenios, fábricas
de vidrio y barcos que comerciaban entre Jamaica y Newcastle. Algunos
biógrafos de Elizabeth afirman que la poeta tenía sangre africana a través de
su abuelo Charles Moulton. El padre de Elizabeth decidió criar a su familia en
Inglaterra, mientras que su fortuna seguía creciendo en Jamaica. La fortuna de
la madre de Elizabeth, la familia Graham Clarke, derivaba de la rentable y legal
trata de negros.
Elizabeth Barrett Moulton-Barrett nació en 1806, en el condado de Durham,
Inglaterra. Sus padres eran Edward Barrett Moulton Barrett y Mary Graham
Clarke; Elizabeth era la mayor de sus doce hijos (ocho hombres y cuatro
mujeres). Todos los niños vivían a la edad adulta a excepción de una chica,
que murió a la edad de tres años cuando Isabel tenía ocho años. Los niños en
su familia todos tenían apodos: Elizabeth fue "Ba" para su familia (Forster,
2012).
Primeras publicaciones
Elizabeth escribía a corta edad, aún quedan manuscritos suyos de aquella
época. Fue educada en su propio hogar, como era costumbre. Ella era una
niña muy estudiosa y precoz. Estudió a los clásicos, admiró a los poetas
románticos y demostró su talento a una temprana edad. Escribía poemas a la
edad de seis años y estaba, a la edad de ocho años, fascinada por Homero,
que estudiaba en griego. A la edad de diez años escribió su propia epopeya
homérica de la batalla de Maratón. Su padre la animaba a escribir. A la edad de
14 años su padre le regaló 50 copias impresas de su obra. Ella leía desde
Virgilio, a Shakespeare o Milton. Hacia 1821 había leído la obra de Mary
Wollstonecraft sobre los Derechos de la Mujer (1792) y se convirtió en una
defensora acérrima de sus ideas. Mientras que sus hermanos varones podían ir
a la escuela y luego a la Universidad ella tenía que quedarse en casa. Además
de leer literatura clásica leía metafísica y obras religiosas. A pesar de todo
Elizabeth quería a sus hermanos y tenía un profundo respeto por su padre
(Browning, 1902).
Comenzó a publicar en revistas mensuales en 1821. En 1826 sus poemas
reflejaban su pasión por Lord Byron y la antigua Grecia. Tradujo del griego
obras de Homero, Píndaro o Aristófanes. Desde los 15 años de edad Elizabeth
tuvo fuertes dolores de cabeza y dolores en la espalda con pérdida de
movilidad. Sus tres hermanas también tuvieron ese problema. Luego en 1837
contrajo una enfermedad pulmonar. Su constitución siempre fue frágil y débil.
María Russell Mitford describía a la joven Barrett Browning como “una figura
menuda, con una lluvia de rizos oscuros cayendo a cada lado de su cara
expresiva; los ojos grandes y tiernos, pestañas oscuras y una sonrisa como un
rayo de sol”. Elisabeth tomaba opiáceos para el dolor, concretamente láudano
(un brebaje a base de opio) y posteriormente morfina, prescrito por sus
médicos. Los opiáceos fueron sus compañeros durante toda su vida. La
biógrafa Alethea Hayter ha sugerido que su consumo de opiáceos pudo haber
contribuido a la intensidad de su salvaje imaginación y a la poesía que produjo.
Adolescencia
La madre de Elizabeth murió en 1828. Su tía se hizo cargo de ella y tuvo serios
enfrentamientos. La familia se mudó tres veces entre 1832 y 1837, primero a
Devonshire, donde permanecieron durante tres años. Más tarde se trasladaron
a Gloucester Place en Londres.
Elizabeth se opuso a la esclavitud y publicó dos poemas que destacaban la
barbarie de los esclavistas y su apoyo a la causa abolicionista. En "Runaway"
describía a una mujer esclava que es azotada, violada y embarazada mientras
maldice a los esclavistas. Elizabeth declaró que los esclavos eran
"prácticamente libres" cuando se aprobó la Ley de Emancipación en las
colonias británicas en 1833, a pesar del hecho de que su padre creía que el
abolicionismo arruinaría su negocio. Estas ideas produjeron un distanciamiento
entre Elizabeth y su padre. Después de la rebelión de esclavos de Jamaica de
1831 las cuentas familiares comenzaron a declinar (Barrett Browning, 1996).
Durante 1838 Elisabeth tuvo tuberculosis y se trasladó de Londres a Torquay,
en la costa de Devonshire. En febrero de 1840 su hermano Samuel murió de
una fiebre en Jamaica y su hermano Edward se ahogó en un accidente de
navegación. Entre 1841 y 1844 Elisabeth fue muy prolífica en la poesía,
traducción y prosa. El poema "The Cry of the Children", publicado en 1842
condenaba el trabajo infantil. En 1844 publicó dos volúmenes de poemas, que
incluyó "un drama del exilio", "Una Visión de los Poetas" y "El cortejo de Lady
Geraldine". Podemos pensar que esa forma de escribir tuvo en parte, la ayuda
morfínica:
Elizabeth Barrett Browning escribió a uno de sus hermanos: “¡Estoy escribiendo
tales poemas - alegóricos - filosóficos - poéticos - éticos- sintéticamente
arreglados! Me encuentro en un buen momento para escribir - podría escribir
día y noche - y con ganas de vivir por mí misma durante tres meses, en un
bosque de castaños y cedros, en una sucesión continua de párrafos poéticos y
dosis de morfina” (Hodgson, 2001).
En la década de 1830 su primo, John Kenyon, le presentó a figuras literarias
prominentes de la época como William Wordsworth, María Russell Mitford,
Samuel Taylor Coleridge, Lord Tennyson o Thomas Carlyle.
Su amor a Robert Browning y su viaje a Italia
Fue una de las escritoras más populares en el país en ese momento y el
escritor Robert Browning se puso en contacto con ella diciéndole lo mucho que
amaba su trabajo. Él había admirado su poesía durante mucho tiempo y así
comenzó una de los noviazgos más famosos de la literatura. Sus médicos le
recomendaron ir a Italia para evitar otro invierno en Inglaterra pero su padre se
oponía.
El noviazgo y matrimonio entre Robert Browning y Elizabeth se llevó a cabo en
secreto ya que ella y sus hermanos estaban convencidos de que su padre no lo
aprobaría. Elisabeth era seis años mayor que él y estaba enferma. La familia
no podía creer que Robert Browning estuviera realmente enamorado de
Elisabeth. Más bien pensaban que era un cazafortunas de clase baja.
Al enterarse de la noticia su padre lo primero que hizo fue desheredarla. Como
Elizabeth tenía algo de dinero ahorrado en su cuenta, la pareja vivió
razonablemente cómoda en Italia, y su relación fue armoniosa. La pareja fue
muy respetada en Italia, e incluso se hicieron famosos. Elizabeth a la edad de
43 años, dio a luz un hijo, Robert Wiedeman Barrett Browning, a quien
llamaban Pen. La pareja llegó a conocer a un amplio círculo de artistas y
escritores en Italia (David, 1987).
Su muerte y legado
A la muerte de su padre, su salud fue decayendo, cada vez tenía más
problemas pulmonares. Ella se trasladó de Florencia a Siena. Profundamente
absorta en la política italiana, ella emitió un pequeño volumen de poemas
políticos titulado Poemas antes del Congreso (1860) la mayoría de los cuales
fueron escritos para expresar su solidaridad con la causa de la unidad italiana
después del estallido de las hostilidades en 1859. Esto causó un furor en
Inglaterra, y las revistas conservadoras Blackwood y el Saturday Review la
marcaron como una fanática revolucionaria. Su hermana Henrietta murió en
noviembre de 1860. La pareja pasó el invierno de 1860-1861 en Roma, donde
se deterioró aún más la salud y volvieron a Florencia a principios de junio de
1861. Ella siguió consumiendo altas dosis de morfina para aliviar su dolor.
Finalmente Elizabeth el 29 de junio 1861 en los brazos de su marido.
Elisabeth fue muy popular en el Reino Unido y en Estados Unidos durante su
vida. El poeta norteamericano Edgar Allan Poe se inspiró en su poema “El
cortejo de Lady Geraldine” para su famoso poema de “El cuervo”. Su poesía
influyó en Emily Dickinson, que la admiraba. Lilian Whiting publicó una biografía
de Elizabeth en 1899, en donde la retrataba con un "don de la adivinación
intuitiva espiritual". A lo largo del siglo XX, su poesía se mantuvo casi en el
anonimato hasta que sus poemas fueron redescubiertos por el movimiento
feminista.
Su relación con los opiáceos
Su constitución delicada, que hizo de ella una inválida crónica y una
consumidora de opio, no le impidió llegar a ser una de las poetas más
conocidas del siglo XIX. Elizabeth se podría tildar actualmente como la típica
yonqui médica. Los medicamentos con bases de opio, láudano o morfina, le
fueron rutinariamente prescritas por sus doctores durante sus enfermedades.
Empezó a usar el opio a los quince años, tras sufrir los dolores de cabeza y de
espina dorsal, complicada con una histeria nerviosa. En un poema de esta
época, The Development of Genius (“El desarrollo del genio”), se demuestra en
uno de sus pasajes la elevada sensibilidad a los sonidos típico del consumo de
opio: “Tenía un sueño sobre mi alma. Me parecía que el silencio me evitaba
como un enemigo: que todos los sonidos, en un aburrido y salvaje cónclave, se
habían unido en las cámaras de mi oído atormentando su sentido - que yo
podía escuchar la hierba creciendo, - las hojas cayendo - el flotar de las nubes
- la luz del sol palideciendo - las gotas de rocío - las numerosas alas de pájaros
e insectos - el profundo empuje de los manantiales a brazas de profundidad - el
ciego topo arrastrándose a través del suelo con su pellejo negro - el lloroso
eucalipto que olía dulce: el romperse del gastado sudario en tumbas lejanas
cuyo polvo al polvo está mezclado: el crecimiento de mi propio pelo - mi propia
sangre latiendo libre - ¡Sí! y sus miles de ecos – sensatamente mientras
puedes escuchar mi voz que te habla. Su sonido no se concentraba en un solo
estruendo; no estaban apagados los tonos más bajos en los superiores: pero,
alrededor, cada uno, con sus curiosas torturas separadas rompía, hasta que la
Disonancia estallaba en mi oído - con lo cual me levantaba”.
En A True Dream (“Un sueño real”, de 1833) estaba basado en un sueño que
Elizabeth tuvo. Según dice Alethea Hayter: “...es casi un registro de historias
clínicas, de las imágenes inspiradas por el consumo de opio: serpientes de piel
viscosa y brillante, de cara glacial, besos venenosos, humo irisáceo, aliento
gélido”. El elemento dramático se consigue al conjugar elementos de alquimia,
magia y viaje astral. En ella leemos: “Abrí la vía mística, extraje el líquido, y
mientras el humo salía en espiral, yo permanecía impávida. El humo salía en
espiral, en espiral, todo silencioso, y oscuro, y lento… Vi caer las gotas de la
tortura; oí elevarse los gritos, mientras las serpientes se retorcían agónicas
bajo mis ojos soñolientos…Y sus ojos resplandecían, y sus escamas viscosas
brillaban rojas y redondas, más que el sol infinito, en cualquier momento
encontrará tu visión entre la niebla…Y se hacían aún mayores y mayores, y
aún más y más grandes, y gritaban en su dolor: “Ven, ven con nosotras, somos
más fuertes, somos más fuertes.”…Y de entre ellas se alzó una forma
encerrada en un sudario fúnebre - Volé desde él con alas de viento, me
perseguía en un torbellino. Permanecí junto a la puerta de una cámara, y pensé
en esconderme en su oscuridad; cerré la puerta, y olvidé el rato que había
permanecido en el exterior. Y sonó el toque de difuntos de mi corazón de una
forma salvaje mientras yo aún sujetaba la llave; sentí dentro de mí un aliento
gélido, y supe que eso era él. Escuché estas palabras: “La que tenga gusto,
beberá del cuenco mágico; así su cuerpo podrá llevar a cabo mi misión aquí
acompañado de su alma”. Mi mano estaba fría como la llave que sujetaba, mi
corazón era pesado como hierro; vi un destello, oí un sonido - el reloj daba las
ocho”.
La segunda enfermedad que Elizabeth sufrió comenzó en 1837. Afectó a sus
pulmones y a su corazón y fue necesario administrarle más medicamentos de
lo que era habitual. Tomaba cuarenta gotas diarias de láudano, la dosis de los
grandes adictos capaz de matar a un consumidor inexperto, cuando conoció al
poeta Robert Browning y se enamoró de él. En una carta, defendía ante Robert
el empleo que hacía del opio: “El opio ayuda a mi pulso a mantenerse firme y
sin palpitaciones (...) aporta a mi sistema nervioso la serenidad y el punto de
equilibrio precisos. No lo tomo para animarme, en el sentido habitual del
término; no debes pensar eso”.
Su preocupación por la adicción se iba agudizando, según podemos ver por lo
que le escribió unos pocos meses más tarde, con más intensidad incluso, pero
prometiendo de nuevo abandonar el hábito a Robert:
“¡Y que te preocupes tanto por el opio...! Entonces yo también debo
preocuparme, y reducir el consumo, por lo menos. Al otro lado de tu bondad e
indulgencia (sólo un poco al otro lado), puede resultarte extraño que yo que no
he padecido ningún dolor, ningún sufrimiento agudo que eliminar desde ningún
punto de vista, necesite opio de alguna manera. Pero no he vuelto a tener
descanso desde que casi me vuelve loca. Durante algún tiempo perdí la
capacidad de dormir lo suficiente. Incluso durante el día, la dolorosa sensación
de debilidad era intolerable, y se unía a las palpitaciones, como si la vida de
una, en lugar de mover el cuerpo, estuviera encerrada en él sin reducir,
golpeando y palpitando en todas las puertas y ventanas, impotente en su
búsqueda de salida.
Así que los médicos me recetaron opio (un preparado de él, llamado morfina, y
éter), y desde entonces lo llamo mi ambrosía, mi elixir, ya que su poder
sedante ha sido maravilloso. Un sistema nervioso como el que tengo, tan
irritable por naturaleza y tan maltrecho por diferentes motivos, ha hecho que la
necesidad sea constante hasta ahora, y sería peligroso abandonar el remedio
tranquilizador, según Mr. Yago, a menos que se hiciera muy lenta y
gradualmente. Pero lenta y gradualmente se puede hacer algo, y debes
entender que yo nunca incrementé la cantidad prescrita... ¡recetada desde el
principio por un médico! ¡Ahora piensa en todo lo que te digo!”.
Robert, cuya obra más importante por aquel entonces era el poema
“Paracelso”, se convirtió a ojos de Elizabeth en todo lo que el gran médico y
alquimista del siglo XVI, descubridor del láudano en la medicina moderna,
representaba. Fue la reputación de Paracelso como sanador de los enfermos lo
que alimentó la imaginación de Elizabeth, pues Robert estaba haciendo por ella
algo similar al ayudarle a sobrellevar la reducción de la dosis habitual; fue su
amado Robert quien inspiró sus mejores discursos líricos.
La adicción de Elizabeth Barrett Browning pasó desapercibida para sus
contemporáneos (o quizás no fue lo suficientemente importante como para que
les llamara la atención), pero, gracias a la publicación de la correspondencia
mantenida entre los Browning y la escritora americana JuliaWark Howe,
sabemos que fue el tema central de un intercambio de opiniones muy distintas
entre ambas partes durante el año 1857. Robert se enfureció ante la afirmación
de Howe de que la imaginación poética de Elizabeth era sólo resultado del uso
que hacía del opio. Elizabeth, por el contrario, no consideró este ataque digno
de una respuesta. Su integridad como poeta fue incuestionable. Otra mujer que
hemos conocido que fue sepultada por la historia y que hoy hemos tratado de
rescatar.
Maria White Lowell
La trascendente Maria White Lowell, una poeta de gran talento y belleza, fue
una de las medias azules que estuvieron presentes en las Conversaciones de
Boston de Margaret Fuller a principio de la década de 1840. Fue una
abolicionista ardiente y luchadora. Un personaje del que ha quedado poco
legado ya que falleció a temprana edad.
María White nació en Watertown, Massachusetts, el 8 de julio de 1821, en una
familia de intelectuales de clase media. Era la hija de Anna Maria Howard y
Abías White, un próspero comerciante. La educación inicial de María White fue,
como era costumbre en su tiempo, en su propia casa por una institutriz. Fue
educada bajo una estricta disciplina ascética en la Escuela-Convento de las
Ursulinas en Charlestown, Massachusetts que posteriormente fue incendiada
por una turba en 1834. Desde su más tierna infancia María White desarrolló un
profundo amor por la literatura y por la poesía. A ella le encantaba recitar
poemas de memoria y también escribía sus propios versos originales.
María se involucró en el movimiento por la Templanza y era una partidaria de
los derechos de las mujeres y en contra de la esclavitud. En 1839 María White
comenzó a participar en un salón dirigido por la defensora de los derechos de
la mujer y trascendentalista, Margaret Fuller. Eran reuniones de mujeres en
donde se hablaban de diferentes temas de actualidad. Se podría asemejar a
las tertulias intelectuales de los cafés españoles, pero con mujeres. El salón
era un foro de discusión principalmente de temas morales y religiosos
contemporáneos. María White también comenzó a asistir a las reuniones
celebradas por la “Banda”, ésta era organización social informal que se
componía de estudiantes de la Universidad de Harvard y sus parientes de sexo
femenino. Así, el hermano de María White, William, la presentó a su futuro
marido, el poeta, crítico y futuro editor y diplomático estadounidense James
Russell Lowell. El flechazo fue instantáneo y la pareja se comprometió en otoño
de 1840. El padre de María, Abijah White, como comentamos anteriormente un
rico comerciante de Watertown, insistió en que su boda debía ser pospuesta
hasta que James Russell Lowell tuviera un buen empleo. Y finalmente se
casaron cuatro años más tarde el 26 diciembre de 1844 en la casa paterna.
James afirmaba que su esposa no sólo fue su musa para su poesía, sino que
también la que mejoró su estilo literario y le animó a apoyar los movimientos
sociales progresistas, como el abolicionismo. Poco tiempo después María
publicará Conversaciones sobre algunos poetas antiguos (Conversations on
the Old Poets), una colección de ensayos propios previamente publicados. La
joven pareja siempre estuvo muy compenetrada, hasta tal punto que un amigo
de la pareja describió la relación como "el mejor retrato de un verdadero
matrimonio" o “dos almas con un solo pensamiento, dos corazones que laten
como uno solo”. James Lowell describía a su joven esposa de una forma muy
tierna; afirmaba que María estaba hecha de "mitad de tierra y un poco más del
Cielo”. James Lowell afirmaba que su primer libro de poesía, Un año de vida (A
Year's Life) (1841), "debía toda su belleza a ella", aunque solamente se
vendieron 300 copias del libro (Greenslet, 1946).
La personalidad y creencias de María la condujeron a verse implicada en
movimientos contra el libertinaje o la esclavitud. María White, fue miembro de la
Sociedad Femenina anti-esclavitud de Boston y convenció a James Lowell a
convertirse en un abolicionista. Aunque Lowell previamente había expresado
opiniones anti-esclavistas, María White lo incitó a una expresión e
involucramiento más activo. Su poesía fue elogiada por su capacidad tanto
para mover los corazones y despertar las conciencias de sus lectores.
Profundamente comprometido con las causas de la Templanza, antiesclavistas
y la liga anti alcohol en su poesía. Sus poemas "La madre del esclavo" y
"África" condenaban la institución de la esclavitud, principalmente a causa del
terrible impacto que tuvo sobre las mujeres esclavizadas. Su segundo volumen
de poemas, Poemas misceláneos (Miscellaneous Poems), expresaba sus
pensamientos anti-esclavistas, y vendió más de 1.500 copias, que estaba muy
bien para la época (Kopley, 1995).
Debido a la débil salud de María la pareja se mudó a Filadelfia poco tiempo
después de contraer matrimonio. En Filadelfia, James Lowell se convirtió en
editor auxiliar para el Pennsylvania Freeman, un periódico de corte
abolicionista. En la primavera de 1845, los Lowell volvieron a Cambridge
(Massachusetts) para establecer su hogar en Elmwood. A lo largo de ocho
años de matrimonio, los Lowell tuvieron cuatro hijos, pero sólo su hija Mabel,
nacida en 1847, superó la infancia. Su primer hija, Blanche, nació el 31 de
diciembre de 1845, pero vivió solo quince meces; Rose, nacida en 1849
también sobrevivió solo unos meses; su único hijo, Walter, nació en 1850, pero
murió en 1852. James y María se vieron muy afectados por la pérdida de casi
todos sus hijos. Su desgarro acerca de la pérdida de su primer hija fue
expresado particularmente en su poema "La primera nevada" (The first
snowfall) (1847). En su poema "The Morning-Glory" describía a una de sus
hijas fallecidas como una flor que había florecido y que se desvaneció muy
pronto. El único consuelo que María pudo encontrar a raíz de la muerte de sus
hijos era su fe en que habían encontrado la paz y la felicidad duradera en el
cielo (Lowell, 1936).
Durante los años 1840 y 1850 María publicó sus poemas en la colección de
Las Mujeres Poetas de América; en los periódicos del Broadway Journal y en el
Putnam; y en el libro de La Campana de la Libertad. Uno de sus poemas más
populares, "Rouen, Place de la Pucelle," elogiaba la valentía, e imaginaba los
últimos momentos de la mártir Juana de Arco.
María en sus últimos años de su vida luchó contra la tuberculosis y la depresión
de la pérdida de tres de sus hijos. Estaba muy pálida y enferma. Murió el 27 de
octubre de 1853 a la edad de 32 años, en Cambridge, Massachusetts, cuando
su fama como escritora se estaba asentando firmemente. Los poemas de
María fueron recogidos y publicados en privado tras su muerte. “Una fantasía
de opio” destaca entre ellos. El poema provocó en una de sus descendientes,
la poeta Amy Lowell, que pronunciase el siguiente comentario: “¡Eso es poesía!
Es mejor que cualquiera de los que escribió su marido, y él siempre dijo que
ella era mejor poeta que él”. James Russell Lowell recogió todos sus poemas
privados y los publicó en una edición póstuma, Los Poemas de María Lowell,
en 1855. James Lowell consideró el suicidio, estuvo a punto de cometerlo por
la pérdida de su amada. Escribió a un amigo que pensaba acerca "de sus
navajas y mi garganta y soy un tonto y un cobarde por no terminar con todo
esto de una vez". Está enterrada junto a su marido en el cementerio de Mount
Auburn. Su legado continuó por un tiempo y en 1870, Emily Dickinson conoció
a Thomas Wentworth Higginson, mencionó la poesía de María White. Dickinson
pidió saber más sobre María y se inspiró en su trabajo (Walker, 1993).
“Una fantasía de opio” (an opium fantasy)
Leamos uno de sus poemas sobre el opio descrito como aliviador de los
dolores. Lleno de posibilidades para soñar y fantasear. Aunque conociendo la
forma de ser de María creo que lo utilizaría con fines medicinales para tratar su
tuberculosis. Aunque tras leer el poema estoy segura que disfrutó de la
experiencia:
“El opiáceo cuelga dulcemente en el cerebro, y calma con alivio el límite del
dolor, hasta que un sonido violento, lejano o próximo, canta flotando en su
dulce esfera ¿Qué me levanta de mi pesado sueño? ¿O estoy todavía
durmiendo? Esas vibraciones largas y suaves parecen un cálido sueño en el
que permanecer.
El juego divertido, un momento de parada, la distancia de nuevo se desenrolla
como bolas plateadas que, suavemente caídas, se convirtieran en cuencos
dorados.
Me cuestiono el rojo de las amapolas, la ostentosa raya mágica, mientras
escarbo, con la cabeza colgando, entre su posición de falange. “Alguna bien
aireada, con su cápsula escarlata, el nombre me fue revelado de su nuevo
juglar, ¿quién puede deslizar el sueño en su melodía?”
Brillantes crecían sus cabezas envueltas en pañuelos escarlatas, cuando
habían soplado refrescantes vientos, y desde sus graciosas camas ondulantes
cantaban en voz baja:
“Oh, no es sino un pobre mochuelo, el más pequeño de su clase, que se sienta
bajo la capucha nocturna y origina ese estruendo etéreo”. “Lenguas
mentirosas, de tintes ardientes, sabéis más que todo esto - que él es vuestro
príncipe encantado, condenado a ser un mochuelo para seguir”; “Ni su juego
afectuoso durante años ha cesado, pero por la noche desenrolla sus bolas
plateadas que, suavemente caídas, se convierten en cuencos dorados”.
Elizabeth Siddal
Elizabeth Eleanor Siddal Rossetti (1829-1862) fue una modelo británica muy
utilizada por los artistas de la Hermandad Prerrafaelita. Ella también fue poeta y
artista. Siddal, cuyo aspecto sensual y espiritual y cabellera suelta y dorada
fueron inmortalizados por su marido, el pintor Dante Gabriel Rossetti, era una
de las modelos más famosas de la historia. Posó como modelo para una
notable serie de óleos, los más memorables como Madonna y como la Beatriz
de Dante (Marsh, 1992).
Lizzie era capaz de leer y escribir a muy temprana edad y le encantaba la
poesía. Se cuenta la anécdota que descubrió un poema de Alfred Tennyson
(1809-1892) en un trozo de papel de periódico que había sido utilizado para
envolver una porción de mantequilla y que ese descubrimiento la inspiró para
comenzar a escribir.
La modelo preferida de los prerrafaelitas
Siddal fue descubierta por el pintor Walter Howell Deverell en 1849 mientras
trabajaba como modista de sombreros en Londres. Fue modelo de Deverell y a
través de él fue presentada a los artistas del movimiento artístico de la
Hermandad Prerrafaelita. Su apariencia física resumía el patrón medieval de
belleza de moda en aquella época. Tenía 20 años, era alta, delgada y con el
pelo rojizo la encumbraron a que fuera la modelo ideal de los prerrafaelitas.
William Michael Rossetti, su cuñado, describió a Siddal como "una de las
criaturas más bellas, con un aire entre dignidad y dulzura con algo que excedía
la modestia y la autoestima y poseía una desdeñosa reserva; alta, finamente
formada con un cuello suave y regular, con algunas características poco
comunes, ojos verde-azulados y poco brillantes, grandes y perfectos párpados,
una tez brillante y un espléndido, grueso y abundante cabello oro-cobrizo"
(Marsh & Nunn, 1989).
El inicio de Elizabeth Siddal como modelo de pintores fue un comienzo
tranquilo. Se le permitía seguir trabajando en la sombrerería de la señora
Tozer's a tiempo parcial, asegurándose así un salario regular y constante. Esta
era una oportunidad bastante inusual para una mujer del siglo XIX.
En una de las ocasiones que posaba como modelo para el cuadro Ophelia de
John Everett Millais (1852), Siddal se encontraba flotando en una bañera
cubierta de agua para representar el ahogamiento de Ofelia. Millais la pintaba
diariamente durante el invierno. Ponía velas debajo de la bañera para que el
agua no estuviera fría. Pero las velas se apagaron y el agua se volvió
completamente helada. Millais estaba tan concentrado en su pintura que no se
dio cuenta y Siddal como una auténtica modelo no dijo nada. Después la
sesión Siddal enfermó de neumonía. El padre de Siddal acusó a Millais y lo
forzó a pagarle una indemnización para costear la factura del doctor
(Armstrong, Bristow & Sharrock, 1998).
Elizabeth Siddal fue la principal musa de Dante Gabriel Rossetti en la mayor
parte de su juventud. Se conocieron en 1850 cuando Rossetti la encontró
trabajando como asistenta en la sombrerería Tozer’s. Después de conocerla, él
la pintaba constantemente, excluyendo a casi todas las otras modelos y
evitando que ella fuera modelo para los otros prerrafaelitas. Rossetti finalmente
se enamoró y se casó con ella en 1860.
Aunque Siddal era una artista y poeta muy buena, fue ensombrecida por el
genio de su marido y otros hombres de la hermandad prerrafaelita. Su falta de
refinamiento social la hacía insegura, su salud era débil, ella y Dante Gabriel no
eran compatibles sexualmente, y las infidelidades de su marido le causaban
mucho dolor y depresiones. Dante Gabriel siguió buscando nuevas modelos a
las que seducir y pintar. Elizabeth Siddal, loca de celos, llegó a arrojar al
Támesis los dibujos que Rossetti hacía de otras mujeres. Así que su
matrimonio se convirtió poco a poco en un infierno. Pasó de un consumo de
opio a consumir láudano, tintura alcohólica de opio, para mantener una relación
falsa con su pareja Dante Gabriel. Después de que su primera hija naciera
muerta, se pasaba las horas meciendo la cuna vacía, cayó en la invalidez y la
adicción al Láudano. Otros investigadores opinan que Siddal podría ser
anoréxica, mientras otros atribuyen su pobre salud a una adicción al láudano
(Marsh, 1988).
Algunos de los hechos que rodearon la muerte de Siddal fueron encubiertos
durante años para proteger ciertas reputaciones. Elizabeth Siddal murió a los
28 años, en 1862, de una sobredosis de láudano que se había administrado
antes de dormir, tras una cena con su marido y el poeta Algernon Swinburne.
Después de la investigación, su muerte fue catalogada como accidental pero la
verdad es que Siddal había escrito una carta de despedida y recriminación a su
marido prendida en su camisón. Estaba de nuevo embarazada.
Rossetti siguió dibujando a su esposa. Estos dibujos y pinturas culminaron con
Beata Beatrix (1863) un año después de la muerte de Siddal. Fue la modelo de
este cuadro que muestra a la Beatriz de Dante Alighieri orando. Beatriz
presenta una expresión de éxtasis, más sexual que religioso, llevando entre
sus manos un pájaro con una aureola que porta en su pico una amapola, flor
que simboliza la pasión y la muerte, así como el ingrediente del láudano, la
sustancia que utilizó Siddal para su suicidio.
Rossetti cayó en la depresión y enterró la mayor parte de sus poemas inéditos
en la tumba de su esposa, en el cementerio de Highgate. Rossetti cayó en un
estado mórbido, consumía diversas sustancias y tenía una gran inestabilidad
mental. Pasó sus últimos años retirado, como un recluso. Murió de una
sobredosis de hidrato de cloral (Harris, 2007).
Un poema bajo la influencia del láudano
El poema que se incluye aquí, supuestamente está escrito bajo los efectos del
láudano pocos días antes de la muerte de Siddal, fue publicado finalmente por
su cuñado, el crítico William Michael Rossetti. En ella hay un anhelo y una
esperanza de volver al más allá. Siddal ya no quiere permanecer viva en la
tierra, en donde se ha convertido en un valle de lágrimas:
“La vida y la noche se me caen, la muerte y el día se me abren. Allá donde mis
pisadas me llevan y traen la vida es un camino empedrado de dolor. Señor,
¿tardaré mucho en irme? Siempre tengo cerca corazones huecos, Los ojos
desalmados han dejado de aplaudirme: Señor, ¿puedo acudir a Ti? La vida y la
juventud y el tiempo veraniego ya no pueden alegrar mi corazón: Señor,
recógeme del empedrado camino de la vida. Ojos amorosos, mucho tiempo
cerrados mortalmente, miradme - La Santa Muerte me espera - Señor, ¿puedo
acudir hoy? Mi vida exterior me entristece y aquieta, como azucenas en un
arroyo helado.
Alzo mis ojos al sol, Señor, Señor, recordando lo perdido. ¡Oh, Señor,
acuérdate de mí! ¿Cómo se está en la tierra desconocida? ¿Vaga la muerte de
mano en mano? ¿Apretamos manos muertas, y temblamos con una alegría
infinita y eterna? ¿Está lleno el aire del sonido de los espíritus girando y
girando? ¿Hay lagos, de canción infinita, en los cuales descansar nuestra
mirada fatigada? ¿Hay altos ángeles blancos observando y encaminándose a
las riberas donde se tienden las azucenas? Señor, no sabemos cómo puede
ser; Buen Señor, depositamos nuestra fe en Ti - Oh, Señor, acuérdate de mí.”
Esta ha sido la historia de grandes artistas que murieron a temprana edad y
que escribieron sobre el opio.
Bibliografía
Armstrong, I., Bristow, J., & Sharrock, C. (Eds.). (1998). Nineteenth-century
women poets: an Oxford anthology. Clarendon Pr.
Barrett Browning, E. (1996). Aurora Leigh. Barret Browning, Works, 3, 1-317.
Browning, E. B. (1902). Elizabeth Barrett Browning. Co-Operative Publication
Society.
Carballeda, A. J. M. (2014). Algunos aspectos históricos y geopolíticos que
hacen a la construcción discursiva del consumo problemático de drogas.
Estrategias-Psicoanálisis y Salud Mental, 1.
David, D. (1987). Intellectual Women and Victorian Patriarchy: Harriet
Martineau, Elizabeth Barrett Browning, George Eliot. London: Macmillan.
Forster, M. (2012). Elizabeth Barrett Browning. Random House.
Greenslet, F. (1946). The Lowells and Their Seven Worlds. Boston: Houghton
Mifflin.
Harris, J. C. (2007). Beata Beatrix. Archives of General Psychiatry, 64(11),
1228-1228.
Hayter, A. (1968). Opium and the romantic imagination. Univ of California
Press.
Hodgson, B. (2001). In the arms of Morpheus: The tragic history of laudanum,
morphine, and patent medicines. Firefly Books Ltd.
Kopley, R. (1995). Hawthorne's Transplanting and Transforming" The Tell-Tale
Heart". Studies in American Fiction, 23(2), 231-241.
Leighton, A. (1986). Elizabeth Barrett Browning. Indiana University Press.
López, A., & Ulises, X. (2010). Lucha metodista por la templanza en Estados
Unidos y México, 1873-1892. Estudios de historia moderna y
contemporánea de México, (40), 53-89.
Lowell, M. (1936). The Poems of Maria Lowell, with Unpublished Letters and a
Biography, editado por Hope Jillson Vernon. Providence, R.I.: Brown
University.
Marsh, J. (1988). Imagining Elizabeth Siddal. In History Workshop Journal (Vol.
25, No. 1, pp. 64-82). Oxford University Press.
Marsh, J. (1992). The Legend of Elizabeth Siddal. London: Quartet Books.
Marsh, J., & Nunn, P. G. (1989). Women artists and the Pre-Raphaelite
movement. London: Virago.
Monlau, P. F., & Salarich, J. (1984). Condiciones de vida y trabajo obrero en
España a mediados del siglo XIX (Vol. 6). A. Jutglar (Ed.). Anthropos
Editorial.
Pérez, M. E. A., & Alegre, M. E. G. (1992). La farmacia en el siglo XIX (Vol. 47).
Ediciones AKAL.
Walker, C. (1993). American Women Poets of the Nineteenth Century. New
Brunswick, N.J.: Rutgers University Press.
Walpole, H. (1904). Horace Walpole's correspondence. Transactions, 5, 76-7.
Descargar