western» hispano-italiano de los años 60

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Entre Zorros y Coyotes: la extraña raíz del «western»
hispano-italiano de los años 60
Carlos Aguilar
En el mes de abril de 1997, el italiano Festival de Cine de Udine dedicó su edición,
la undécima, al western europeo. A lo largo de siete días, la programación reunió
películas de los países europeos más diversos (Checoslovaquia, Gran Bretaña,
Finlandia, Francia, las dos Alemanias, España, por supuesto Italia), dentro de un arco
temporal que abarcaba desde los orígenes del cine hasta 1995, con objeto de demostrar
palpablemente que el western europeo arrastra la misma antigüedad que el
norteamericano, con todo lo que ello implica. Yo asistí como uno de los invitados
españoles, en atención a mi libro sobre Sergio Leone, y, satisfacciones personales
aparte, guardo el gratísimo recuerdo profesional que se merece tan singular y loable
esfuerzo de global reivindicación histórico-artística.
Ahora bien, el bloque cinematográfico que compone el grueso del western europeo,
al que irónicamente por doquier se denomina spaghetti western, irrumpe a comienzos de
los años 60 y en general ha sido y es considerado como una deformación de la tradición
norteamericana del género. Esta ponencia intentará demostrar que tal apreciación es
apresurada e inexacta, que el western hispano-italiano propio y típico de entonces en
verdad, por razones estéticas e industriales, nace de otras fuentes. Unas fuentes todas
ellas que confluyen en un singular personaje literario, «El Coyote».
De la risa a la máscara
El cine español, como tarde o temprano advertimos los que nos dedicamos a
estudiarlo con cierto relieve y sin discriminar puntos de vista, se caracteriza, entre otros
muchos rasgos de consideración, por un elevado componente de paradoja, interna y
externa, estética e ideológica. Así pues, el hecho de que el western surgiera en España a
mediados de los años 50, es decir de forma aparentemente descontextualizada, aporta
una curiosidad más en el curso de nuestro cine, tan significativa como cualquier otra y
que bien merece la investigación correspondiente.
Claro que previamente, en el decenio anterior, el cine español había insinuado
algunas aproximaciones al género, si bien no por casualidad en formato de parodia. Me
refiero a Oro vil (1941) de Eduardo García Maroto y El sobrino de don Buffalo
Bill (1944) de Ramón Barreiro, que acaso se plantearon, por lo menos en parte y tal vez
sin plena consciencia, como muestra de desprecio hacia una cultura, la estadounidense,
cuyo gobierno entonces se mantenía en abierta hostilidad con la España del general
Franco. Si bien es cierto que en el decenio siguiente el citado Maroto, acaso por
apetencia personal, insistió con su visión burlesca del western en un film de
episodios, Tres eran tres (1953), uno de los cuales parodiaba nuevamente el género.
Asimismo, el clásico de nuestro cine ¡Bienvenido mister Marshall! (1952) de Luis G.
Berlanga, retomó de forma fugaz esta opción, con la secuencia onírica donde el
protagonista participa en una acción heroica en un saloon típicamente dewestern. Del
mismo modo, existe un significativo precedente en los años del mudo, Lilian (1921) de
Juan Pallejá, donde director e intérpretes se recubrieron de pseudónimos
americanizantes (ya...)
Por su parte, el western surge en Italia en 1913, con una película, La vampira
indiana, dirigida precisamente por el padre del emblemático Sergio Leone, Vincenzo
Leone (y además protagonizada por la madre, Bice Waleran), iniciándose así una
producción genérica que, sólo durante estos años del mudo, originará en el país cerca de
veinte películas más. Por tanto, y en contra de lo que aún se escribe habitualmente,
el western italiano no nace con Sergio Leone, sino con su padre. De ahí que Por un
puñado de dólares (Per un pugno di dollari / Für eine handvoll dollar, 1964) esté
firmada como Bob Robertson: es un homenaje norteamericano del hijo al muy italiano
pseudónimo que utilizaba el padre, Roberto Roberti.
Pese a todo esto, cuando Joaquín Romero Marchent realiza en 1954 el díptico El
Coyote y La justicia del Coyote ni en España ni en Italia están produciéndosewesterns.
Entonces, ¿por qué se hacen estas dos películas? En mi opinión, a causa de dos factores
que carecen de relación directa con el western norteamericano, aunque indirectamente
procedan de él.
Es decir, se trataba de capitalizar dentro del cine español un par de fenómenos; el
uno subrepticio, el otro evidente. El primero de estos fenómenos parte de la cálida
acogida que entre el público popular mexicano de la época recibía
el western protagonizado por toda índole de enmascarados, ya fueran abnegados
justicieros o villanos sin escrúpulos, casi siempre en forma de trípticos y hasta de
seriales, con personajes como «El Charro Negro», entre los años 1941 y 1949; «El
Águila Negra», entre 1953 y 1956; «La Sombra Vengadora», en 1954; o «El Rayo
Justiciero», entre 1954 y 1956. Estos Series B también se proyectaban en España, en
cines de poca categoría y circuitos rurales, y contaban como españoles a efectos legales,
toda una ventaja para los distribuidores considerando que, además, no precisaban
doblaje y su importación era muy barata.
Así pues, El Coyote y La justicia del Coyote pretendían confundirse con este tipo de
películas, tanto en España como en México, partiendo de un recurso picaresco
socorridísimo en el cine español, como es la coproducción oficiosa, sin declarar; en este
caso, naturalmente, con ese México fascinado por los enmascarados (y no sólo en el
marco del western), que aportaba la pareja protagonista (Abel Salazar y Gloria Marín) y
el director inicial (Fernando Soler), a cargo de un productor en la sombra, Gonzalo
Elvira, de acuerdo con un colega español, Eduardo Manzanos, en teoría el único
productor de las películas.
La otra raíz del díptico de «El Coyote», la manifiesta, descansa en la tremenda
popularidad que pocos años antes habían alcanzado las novelas adaptadas, originales de
un escritor abiertamente español. Es más, el origen literario de estas películas es lo
bastante curioso como para merecer un apartado acerca del verdadero padre
del western nacional.
Intermedio literario
Nacido en Barcelona en 1913 y fallecido en Madrid en 1972, José Mallorquí no sólo
es el más digno y característico escritor pulp español de todos los tiempos; además,
justificadamente representa un mito en nuestra cultura popular, hasta tal extremo
alcanzó su celebridad nacional, e internacional, durante los años 40 y 50. En principio
traductor, su ingente producción novelística (que incorpora géneros como el deportivo,
el romántico, el policiaco y el fantacientífico, aunque sobresalió, por cantidad y calidad,
en el western) incluye centenares (insisto, centenares) de novelas del Oeste, siempre
agrupadas en series, por lo común con personajes fijos. Entre éstas, gustaron mucho al
lector español de la postguerra «Tres hombres buenos» (que comprendió catorce
números, aparecidos entre 1942 y 1947) y «Novelas del Oeste» (que comprendió cien
números, aparecidos entre 1943 y 1949). Sin embargo, «El Coyote» eclipsaría
abrumadoramente a ambas; desde su primer número, aparecido como una novela más en
la referida colección «Novelas del Oeste», hasta el último, ya dentro de una colección
propia desde el número 2. Y mediante dos fases: la primera abarcó desde 1944 a 1951,
finalizando en el número 120; la segunda comprendió desde 1951 a 1953,
desplegándose desde el número 121 hasta el 194, y se denominó «Nuevo Coyote».
El autor reconoció inspirarse en la película La marca del Zorro (The mark of Zorro;
1920) de Fred Niblo, y resulta sumamente curioso leer sus declaraciones acerca de la
concepción del personaje:
«Muchos han considerado que la elección del nombre
distintivo del personaje principal ha tenido cierta parte del
éxito. Sin duda alguna es así, ya que no fue una elección
precipitada, sino fruto de un largo estudio y selección en una
larga lista de nombres entre los que figuraban el tigre, el
lobo, el cuervo, el jaguar, el búho. El tigre fue desechado
porque recordaba a un animal traidor y sanguinario que mata
por matar. El jaguar es sanguinario y suele rehuir la lucha
con el hombre. El búho servía por ser ave nocturna, pero no
daba la necesaria sensación de audacia que requería el
personaje. El cuervo estuvo a punto de triunfar en la lucha.
Es un ave agorera y misteriosa. Un héroe misterioso, vestido
de negro de pies a cabeza, nos hace pensar instintivamente en
un cuervo. Además, el nombre tiene eufonía. Durante algún
tiempo 'cuervo' y 'coyote' fueron sometidos a diversas
pruebas. Triunfó 'coyote' por superior eufonía. Es un nombre
que puede sonar seco, como un martillazo, y queda clavado
en el aire. Al mismo tiempo admite el sonido suave y
cariñoso. Su 'y' griega puede transformarse en 'll' e incluso
admite cierta semejanza a 'ch'. En todos los tonos, e incluso
en todos los idiomas, pues, se oiría agradablemente. Además,
la palabra distingue a un animal muy simpático, muy astuto.
Su aullido es como una carcajada. El coyote es un animal
inteligente, al que no hay forma de destruir. Es un animal
nocturno, burlón, con sentido irónico, que lleva a enfangarse
al que le persigue. Y no mata por matar, sino por vivir.»
En cuanto al éxito de público cosechado, para hacerse una idea basta con reproducir
lo siguiente del libro La novela popular en España: José Mallorquí(1972), de Juan
Francisco Álvarez Macías:
«El éxito obtenido por 'El Coyote' todavía no ha sido
superado en España por ninguna otra publicación dentro del
género. El año 1947 marcó la cumbre de la popularidad.
Centenares de lectores escribían cartas a Mallorquí,
expresándole su entusiasmo e interesándose por curiosidades
californianas. Se organizaron 'clubs Coyote' y 'clubs Lupita' a
escala nacional, aglutinando a millares de lectores que se
entregaban sin reservas a las delicias de su afición. El héroe
literario pasó del papel de la novela a otros medios populares
de difusión; saltó de la novela al disco (la casa Música del
Sur, de Barcelona, lanzó la canción El jinete enmascarado,
corrido mexicano con letra de Mallorquí, basada en una
poesía que escribió en el álbum de una señorita); de la novela
al teatro (Celia Gámez montó una parodia arrevistada, La
guarida del Coyote, que constituía el cuadro sexto de su
obra Las siete llaves; el escritor J. Cabezas construyó un
drama; el autor J. Téllez Moreno escribió la comedia El
Coyote de Sacramento, estrenada en julio de 1946); de la
novela al cine; de la novela al cómic (Mallorquí escribió
guiones que ilustró Batet para el semanario El Coyote); de la
novela a la juguetería (aparecieron muñecos inspirados en los
protagonistas de la serie); en fin, hasta una empresa de
Canarias fabricó puros 'Coyotes', clasificados en diversas
clases: 'Goyo-Coyote', 'César-Coyote'... Por otra parte, las
numerosas traducciones del 'Coyote' a otros tantos idiomas
extranjeros revelaban el interés despertado más allá de
nuestras fronteras, como muestra el siguiente cuadro: versión
alemana (Deutscher Kleinbuch Verlag, de Frankfurt. Una
editorial de Hamburgo y otra austriaca, de Linz, publicaron
también El Coyote, la primeramente citada, en 1950, lanzaba
al mercado 100.000 ejemplares por título). Versión italiana
(Ediciones Juventus y Edicione Popolare Moderne, de Milán.
60.000 ejemplares por título). Versión francesa (Société
Anonyme Générale d'Edition, de París. 60.000 ejemplares
por título). Versión inglesa (Coordination Press and
Publicity, de Londres). Versión escandinava (Kurt E.
Michaels, de Charlottenlud). Versión portuguesa (Editora
Monterrey, de Río de Janeiro). Edición para toda
Hispanoamérica (Queromon Editores, de Buenos Aires).
También se produjeron ediciones en Suecia, Noruega,
Finlandia, Portugal, México y Checoslovaquia. Según el
Index de Editores de la Unesco, en aquella época Mallorquí
era el escritor español más traducido después de Cervantes.
En 1949, Ortega y Gasset y Mallorquí eran los españoles más
leídos en Alemania, según el testimonio de José Luis López
Ballesteros, publicado en Ya el 7 de agosto de 1949...»
Nada más lógico, pues, que el cine se interesara por tan brutal éxito literario. Y que,
además, lo hiciera confiando que el espectador nacional apreciase, por encima de los
parangones mexicanos, una cualidad específicamente española. Pues como
acertadamente señala la antedicha referencia:
«La genialidad de Mallorquí -aparte de su calidad
literaria intrínseca- consistió en abrir para sí un tercer camino
perfectamente legítimo y que satisfacía por igual a su
conciencia y a las exigencias de la industria editorial: la
españolización de la novela del Oeste. Mallorquí parte de la
idea de que el Oeste es originariamente español: al fin y al
cabo Texas, Nuevo México y California pertenecieron a
México y éste al virreinato de Nueva España; o sea, a
España. Existen por tanto unos territorios donde los
españoles pusieron el pie y colocaron las bases de una
civilización. Sobre esta plataforma histórico-geográfica,
Mallorquí monta una especie de 'segunda conquista' en la que
nuevamente unos héroes, a veces de estirpe hispánica, a
veces no, vuelven a recorrer unos territorios tan vastos como
familiares. El lector español de Mallorquí experimenta la
sensación de leer genuina novela española ambientada en un
territorio que ha sido, sucesivamente, español, mexicano y
norteamericano; se siente participante de la gran epopeya,
contempla un Oeste que ha dejado de ser el West extranjero;
de ser empresa exclusivamente norteamericana. Ahora se
comprende por qué la novela del Oeste original de Mallorquí
carece de falsedades, de inautenticidad, del sabor del pastiche
que inevitablemente poseería si no atesorase ingredientes
hispánicos.»
Original a su manera, como ya hemos visto, José Mallorquí no finalizó su relación
con el cine en estas dos adaptaciones del «Coyote». Adaptado previamente en el género
cómico -Dos cuentos para dos (1947) de Luis Lucia, La casa de las sonrisas (1948) de
Alejandro Ulloa- tras instalarse en Madrid en 1954, precisamente a raíz de la propuesta
del productor Manzanos, Mallorquí participó en los guiones de otras versiones de su
obra, como una tercera película sobre «El Coyote» -El vengador de California / Il segno
del Coyote (1963) de Mario Caiano-, una versión de su novela El sherif de Losatumba retitulada para el cine Brandy / Cavalca e uccidi (1963) y dirigida por José Luis Borauy otra de sus Tres hombres buenos / I tre implacabili (1962), al igual que los «Coyotes»
realizada por Joaquín Romero Marchent; igualmente para éste escribió, en colaboración
con el propio director y un juvenil Jesús Franco, dos películas sobre un personaje tan
afín al «Coyote» como «El Zorro» -en concreto La venganza del Zorro (1962)
y Cabalgando hacia la muerte (1963)-, además de participar en guiones de otros
géneros, como el peplum El valle de los hombres de piedra / Perseo l'invincibile (1963)
de Alberto de Martino.
Así pues, por razones tanto históricas como artísticas, el catalán José Mallorquí
puede y debe ser considerado el verdadero germen del western español, la fuente donde
beberán las películas del Oeste ibéricas anteriores a la revolución provocada por Sergio
Leone en 1964, con Por un puñado de dólares.
El hombre enmascarado
Aclarada la paternidad de Joaquín Romero Marchent respecto al western hispanoitaliano de los años 60, hablemos un poco de su díptico sobre «El Coyote».
Cuando dicho director realiza su tercer western, en 1962, con el título de La
venganza del Zorro, sólo una película del género se ha producido en España entre ésta y
el díptico de «El Coyote». Es una coproducción mayoritariamente
norteamericana, Tierra brutal / The savage guns (1962), con la dirección, curiosamente,
a cargo de un cineasta inglés de origen español, Michael Carreras, conocido por su
vinculación con la mítica productora británica Hammer Films, toda una leyenda en el
género fantástico.
Estos ocho años transcurridos en el ínterin vieron estrenarse sin éxito tres películas
de Romero Marchent realmente estupendas, todas adscritas al estilo de comedia
agridulce y naturalista, con reminiscencias del neorrealismo italiano, que prosperó en
España durante el decenio de los 50. La primera de ellas, Fulano y Mengano (1955),
además contiene una de las más sobresalientes interpretaciones del genial José Isbert;
las otras, El hombre que viajaba despacito (1957) y El hombre del paraguas
blanco (1959), aun careciendo de tal ventaja, no son muy inferiores en cuanto al
propósito de compaginar humor y patetismo, ternura e ingenio.
Según me confesó el propio Romero Marchent, el fracaso sufrido por estas tres
películas y su descontento profesional por el resultado de los «Coyotes» le empujaron a
emprender La venganza del Zorro. Por una parte, el autor se apartaba así del género
cómico-dramático que estaba arruinando su carrera apenas iniciada; por otra, era la
ocasión de rehacer un trabajo insatisfactorio, simplemente sustituyendo al «Coyote» por
«El Zorro», y con mucho mejores posibilidades de producción.
Sin embargo, El Coyote y La justicia del Coyote a mí no me parecen tan
despreciables como a su realizador. Aparte de su indiscutible y ya glosada relevancia
histórica, estas películas encierran ciertos méritos, tanto más notables cuanto se conocen
las demenciales circunstancias de rodaje que padecieron, que el propio cineasta
describió de la siguiente manera, en el número 2 de la revista Positivo (1965):
«No empecé yo, sino un director mexicano que se
llamaba Soler, pero que abandonó por desavenencias con la
Producción. El problema era bastante complicado, muy
difícil, porque estaban rodando las dos películas al mismo
tiempo. Como todo había surgido porque a Producción no le
gustaban los guiones, se iban escribiendo estos de nuevo, a la
vez que se rodaba. Entonces era ayudante de dirección
conmigo Jesús Franco, y también guionista. Sobre la marcha,
por la mañana, él escribía lo que teníamos que rodar por la
tarde, pero como se trataba de dos películas distintas y a
veces había que cambiar el vestuario, porque rodábamos
secuencias de una y secuencias de otra, en más de una
ocasión vimos personajes que había allí puestos y luego
resulta que ya los habíamos matado hacía tres o cuatro
secuencias.
Aquello era un lío espantoso. Rodábamos estas dos
películas así, e invertimos 29 días en cada una.»
Francamente arduas de diferenciar, El Coyote y La justicia del Coyote evidencian
esa habilidad característica de la mejor Serie B para aparentar un nivel de producción
muy superior del que, sin duda, existe. Lo cual se manifiesta sobre todo en el muy
aceptable trabajo de escenografía y localizaciones. Igualmente, la ingenuidad general
del tono, aun siendo casi involuntaria, confiere un cierto encanto primitivista, a medio
camino entre los seriales norteamericanos y ese westernmexicano al cual, en rigor, casi
pertenecen. Del mismo modo, evidencian aciertos concretos, como algunas ideas de
montaje inconscientemente experimentales (en la secuencia del juicio de la segunda) o
ciertas soluciones plásticas de no poco atractivo (el desenlace de la primera, a base de
sombras), que acentúan el carácter nocturno de la atmósfera. Varios hallazgos de tipo
autocrítico (por ejemplo, el diálogo en que «El Coyote» afirma: «Mi único interés está
en el misterio. Sin el misterio yo sería un hombre más, con su egoísmo y sus errores») y
la interpretación de Gloria Marín, que aporta a su personaje una inesperada dignidad,
ultiman las virtudes de ambas películas, que, por lo demás y sin la menor duda, resultan
poco satisfactorias, fundamentalmente por razones de pobreza argumental, falta de
ritmo y excesiva apoyatura en el diálogo.
En un plano más anecdótico, cabe señalar para los amantes de la Serie B fantástica
que en el guión de Jesús Franco pueden identificarse ligeros rasgos sádico-eróticos,
recurrentes en los films emprendidos por éste desde que se convirtió en
director: shows insinuantes de cabaret, un momento de flagelación, etc. Igualmente, los
estudiosos del western europeo reconocerán en El Coyote al gran actor de reparto José
Calvo, a quien diez años después Leone escogería para encarnar uno de los personajes
centrales de Por un puñado de dólares.
Del Coyote al poncho
Regresando a La venganza del Zorro / Zorro le vengeur, ésta abre el primer ciclo en
la filmografía de Romero Marchent dentro del western, completado, consecutivamente,
por Cabalgando hacia la muerte (1963) y Tres hombres buenos (1963). El denominador
común que nos permite englobarlas es, como ya hemos visto, la paternidad de José
Mallorquí en las historias, así como una relativa asepsia en la realización, que en pocos
detalles anuncia la personalidad del segundo ciclo de su autor dentro del género.
En cuanto a factores de producción, por cierto, La venganza del Zorro repite la
cualidad de coproducción oficiosa de El Coyote y La justicia del Coyote, igualmente
urdida por Eduardo Manzanos; en este caso, el país extranjero participante era Francia,
concretamente el prolífico productor galo Marius Lesoeur, y de ahí la intervención del
inolvidable actor suizo Howard Vernon, entonces habitual en las películas orquestadas
por aquél, y más en concreto en las realizadas por Jesús Franco (a la sazón, y entre otras
cosas, una especie de intermediario entre Manzanos y Lesoeur).
Pero en otro orden de cosas La venganza del Zorro (film cinematográficamente
estimable, equiparable con cualquier Serie B norteamericano de la década anterior) fue
el segundo western rodado en Almería (tras el antedicho y mayormente
norteamericano Tierra brutal), como es sabido la localización prioritaria del género en
su vertiente europea durante los años 60, así como de no pocos producidos en
Hollywood. Adquirido para su distribución internacional por un entonces joven e ignoto
abogado italiano dado a especular con películas pequeñas, Alberto Grimaldi, arrojó
unos beneficios muy considerables. Hasta el punto de animar a éste para convertirse en
productor, con objeto de poner en marcha más películas en tal línea, igualmente
coproducidas por Manzanos y realizadas por Romero Marchent, pero ya sin contar con
Lesoeur: éstas fueron las antedichas Cabalgando hacia la muerte y Tres hombres
buenos, y en sus repartos debutaban en el género actores españoles posteriormente
inseparables de la imaginería del western europeo, en concreto los ubicuos Fernando
Sancho y Aldo Sambrell.
El éxito comercial de estas dos películas no fue inferior al obtenido por La venganza
del Zorro, lo cual estimuló a Romero Marchent a crear su propia productora, Centauro
Films, para coproducir personalmente sus siguientes westerns con la PEA formada por
Grimaldi; los dos primeros, El sabor de la venganza / I tre spietati (1963) y Antes llega
la muerte / I sette del Texas (1964), representan los mejores westerns jamás realizados
por un cineasta español, y abrieron el segundo bloque de Romero Marchent dentro del
género, prolongado por las muy inferiores Aventuras del Oeste / Sette ore di
fuoco (1964) y La muerte cumple condena / Cento mila dollari per Lassiter (1965).
Inmediatamente después acceden al western nuevos directores españoles: Ricardo
Blasco con Las tres espadas del Zorro / Le tre spade di Zorro (1963) y Gringo / Duello
nel Texas (1963), Borau con el ya mentado Brandy (1963), José María Elorrieta con El
hombre de la diligencia (1963), Amando de Ossorio con La tumba del pistolero (1964),
que también era una coproducción oficiosa con Lesoeur, etc.
La producción de todas estas modestas películas coincide con la de la más
ambiciosa coproducción hispano-italo-alemana Por un puñado de dólares (1964), que
rueda cerca de Madrid el entonces muy joven Sergio Leone. Distribuida al año siguiente
con no poco éxito, por razones de contrato Leone entra en pleitos con los productores
italianos de su film, Giorgio Papi y Arrigo Colombo, y recurre a Grimaldi en busca de
apoyo legal. Surge una gran amistad entre ambos, e inmediatamente después comienza
la colaboración profesional, con La muerte tenía un precio / Per qualche dollaro in
più (1965), producida mayoritariamente por Grimaldi (y minoritariamente por la
española Regia y la alemana Constantin) y que se rueda en Almería, provincia que a
Leone le descubre su nuevo productor, dado que éste organizó allí sus
anteriores westerns. Es decir, los realizados por Romero Marchent.
El resto es historia. Sergio Leone se convierte en uno de los cineastas-estrella del
cine europeo, en la misma medida que otros participantes, técnicos o artísticos, de La
muerte tenía un precio, mayormente los actores Clint Eastwood, Gian María Volonté,
Lee Van Cleef y Klaus Kinski y el músico Ennio Morricone. El westerneuropeo en su
práctica totalidad descarta cualquier opción que no sea copiar a Leone, y (salvo
excepciones tan significativas como la «Factory» Balcázar) rueda casi siempre y a título
emblemático en Almería. Grimaldi deviene un productor de particular relevancia en el
cine europeo, compaginando más westerns -nuevamente de Leone, en la misma medida
de otros Sergios, como Corbucci y Sollima- con producciones de los cineastas más
representativos de la izquierda italiana de la época, como Pier Paolo Pasolini, Bernardo
Bertolucci o Gillo Pontecorvo. Y Joaquín Romero Marchent, fastidiado por la
degradación progresiva del género, va apartándose de la realización para decantarse por
la producción y posibilitar de este modo, entre otros proyectos, la etapa de director de su
hermano Rafael, previamente su ayudante, al principio de su carrera como actor.
Conclusión
Los mejores westerns de Joaquín Romero Marchent -repetimos: El sabor de la
venganza y Antes llega la muerte- constituyen honestas y conseguidas remodelaciones
del cine del Oeste a la vez físico y psicológico que durante los años anteriores habían
cultivado en Hollywood directores como Budd Boetticher, Anthony Mann, Robert
Parrish, Henry King o John Sturges.
Por un puñado de dólares introduce un estilo nuevo en el enfoque europeo del
género, todavía impreciso y torpe, que se definirá a la perfección mediante la
extraordinaria La muerte tenía un precio.
Las fuentes de Por un puñado de dólares descansan no tanto en la esencia
del western norteamericano
cuanto
en
la
película
de
Akira
Kurosawa Mercenario(Yojimbo; 1961), la novela de Dashiell Hammett Cosecha roja y
la obra teatral de Carlo Goldoni Arlequín, siervo de dos amos.
Pues bien, como hemos visto el verdadero origen del western hispano-italiano que
permite la seminal Por un puñado de dólares no es menos mestizo ni pintoresco: un
oscuro cruce entre los paupérrimos y despreciados westerns mexicanos y la ideología de
un escritor catalán, José Mallorquí, que reivindicó el derecho histórico y natural de
España respecto a ese western que fue denominado «el género americano por
excelencia».
Addenda
- En el propio congreso me enteré, gracias a la sustanciosa ponencia de Marina Díaz,
de que el productor mexicano de la primera coproducción entre España y
México, Jalisco canta en Sevilla (1948) de Fernando de Fuentes, fue Gonzalo Elvira, el
mismo que coprodujo oficiosamente los dos «Coyotes» de Joaquín Romero Marchent.
Lo cual, obviamente, arroja más luz sobre el enmascarado caso...
- Para los interesados en el western europeo que deseen ampliar información me
permito recomendar las entradas «Spaghetti Western» y «Mallorquí, José» (ambas de
Esteve Riambau y pertenecientes al colectivo Diccionario del cine español, editado en
1998) y mi propio artículo «EuroWestern» (aparecido en el número 27 de la
revista Nosferatu, igualmente en 1998). Ambas referencias posteriores a mi ponencia,
además, facilitan bibliografía al respecto anterior a la misma. Del mismo modo, resulta
útil el libro La producción cinematográfica en Almería, 1951-1975, publicado en 1997
y escrito entre Lola Caparrós, Ignacio Fernández y Juan Soler. Finalmente, la editorial
italiana Glittering Images publicó en noviembre el primer tomo de una lujosa colección
dedicada al tema, Western all'italiana, escrito entre Antonio Bruschini y Antonio
Tentori. Asi mismo, pueden resultar de provechosa consulta las entradas «Antes llega la
muerte», «La muerte tenía un precio» y «Cara a cara», en el libro colectivo Antología
Crítica del Cine Español (Cátedra-Filmoteca Española, Madrid, 1997).
- En 1998 Mario Camus realizó un nuevo film sobre «El Coyote», La vuelta de El
Coyote. Planteado tanto para una distribución cinematográfica cuanto como miniserie
televisiva, en el guión colaboró uno de los hijos de Mallorquí (César, hasta entonces
mayormente conocido por sus incursiones en la literatura de Ciencia-Ficción) y acaso la
razón última e inconfesa de su producción fue adelantarse a la monumental La máscara
del Zorro (The mask of Zorro; 1998) de Martin Campbell. Recordemos que Mallorquí
admitió inspirarse en La marca del Zorro (1920) de Fred Niblo para crear al «Coyote»...
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