Acerca de la importancia del trabajo Sección: Recursos Pastorales Autor: Jorge A. Blanco Departamento de Audiovisuales Editorial SAN PABLO [email protected] Pocos minutos después de consagrarse campeón del Mundial de Fútbol Brasil 2014, el técnico alemán Joachim Low aseguró, en conferencia de prensa, que, si bien hacía cincuenta y cinco días que estaba, junto a su plantel, en tierras brasileñas, el título logrado era producto de un proyecto de trabajo que había dado comienzo diez años atrás, luego de la frustración de su antecesor en el cargo, y que se sostuvo a lo largo de tanto tiempo con mucha convicción, perseverancia y esfuerzo. En estos tiempos en los que vivimos a puro vértigo, anhelando obtener resultados inmediatos a corto plazo y cosechar los frutos rápidamente en todo lo que hacemos, la afirmación del entrenador de Alemania debe llevarnos a recordar la importancia y el valor del trabajo, cuando este se asume con convicción, aún en las dificultades o en escenarios adversos. Por eso, quisiera compartir con ustedes un relato que recibí por Internet y que puede ayudarnos a continuar reflexionando sobre estos conceptos, tanto personal como grupalmente: Para leer: Jean Giono escribió hace tiempo un magnífico relato sobre un curioso personaje que conoció en 1913 en un abandonado y desértico rincón de la Provenza. Se trataba de un pastor de 55 años llamado Elzéard Bouffier. Vivía en un lugar donde toda la tierra aparecía estéril y reseca. A su alrededor, se extendía un paraje desolado donde vivían algunas familias bajo un riguroso clima, en medio de la pobreza y de los conflictos provocados por el continuo deseo de escapar de allí. Aquel hombre se había propuesto regenerar aquella tierra yerma. Quería hacerlo por medio de un sistema sencillo y a la vez sorprendente: plantar árboles, todos los que pudiera. Había sembrado ya 100.000, de los que habían germinado unos 20.000. De esos esperaba perder la mitad a causa de los roedores y el mal clima, pero aun así quedarían 10.000 robles donde antes no había nada. Diez años después de aquel primer encuentro, aquellos robles eran más altos que un hombre y formaban un bosque de once kilómetros de largo por tres de ancho. Aquel perseverante y concienzudo pastor había proseguido su plan con otras especies vegetales, y así lo confirmaban las hayas, que se encontraban esparcidas tan lejos como la vista podía abarcar. También había plantado abedules en todos los valles donde encontró suficiente humedad. La transformación fue tan gradual, que llegó a ser parte del conjunto sin provocar mayor asombro. Algunos cazadores que subían hasta aquel lugar lo habían notado, pero lo atribuían a algún capricho de la naturaleza. En 1935, las lomas estaban cubiertas con árboles de más de siete metros de altura. Aquel hombre falleció en 1947, había vivido 89 años, y realmente esos parajes habían cambiado mucho. Todo era distinto, incluso el aire. En vez de los vientos secos y ásperos, soplaba una suave brisa cargada de aromas del bosque. Se habían restaurado las casas. Había matrimonios jóvenes. Aquel lugar se había convertido en un sitio donde era agradable vivir. En las faldas de las montañas, había campos de cebada y centeno. Al fondo del angosto valle, las praderas comenzaban a reverdecer. En lugar de las ruinas, ahora se extendían campos esmeradamente cuidados. La gente de las tierras bajas, donde el suelo es caro, se había instalado allí, trayendo juventud, movimiento y espíritu de aventura. Cuando pienso –concluía el escritor francés– que un hombre solo, armado únicamente con sus recursos físicos y espirituales, fue capaz de hacer brotar esta tierra de Canáan en el desierto, me convenzo de que, a pesar de todo, la humanidad es admirable; cuando valoro la inagotable grandeza de espíritu y la benevolente tenacidad que implicó obtener este resultado, me lleno de inmenso respeto hacia ese campesino, viejo e iletrado, que fue capaz de realizar un trabajo digno de Dios. Un hombre planta árboles, y toda una región cambia. Todos conocemos personas como este hombre, que pasan inadvertidas, pero que allá donde están las cosas tienden a mejorar. Su presencia infunde optimismo y ganas de trabajar. Se sobreponen a contratiempos y dificultades que a otros los desalientan. Poseen una rebeldía constructiva, y sus pequeños o grandes esfuerzos hacen rectificar el rumbo de las vidas de los hombres. (Alfonso Aguiló, "El hombre que plantaba árboles", en Hacer Familia N.º 105) Para la reflexión personal y grupal: -Repetir la lectura del texto, señalando aquellas oraciones, palabras que nos hayan interesado o llamado la atención. Indicar luego el motivo de ello. -Mencionar algunas características del personaje principal de la historia, por ejemplo, su edad, dónde y cómo vivía, su condición ante la vida, sus recursos, etcétera. -¿Qué desafío se había propuesto aquel pastor? ¿Bajo qué condiciones? ¿Cuál es nuestra opinión acerca del trabajo que se había planteado llevar adelante? -Observemos ahora, con atención, el panorama final de la vida de este personaje: ¿Cuáles fueron los resultados? ¿Qué logró cambiar? ¿Qué beneficios trajo su labor para el resto de la comunidad? ¿Cuál ha sido la clave del éxito del campesino? ¿Qué aspectos creemos conveniente resaltar? -¿Conocemos o hemos conocido algún caso similar o a gente parecida a ese pastor? ¿Cómo definiríamos a la gente que se encuadra en ese perfil? -En nuestra vida laboral, estudiantil, familiar, pastoral, ¿somos proclives a los proyectos de trabajo planificado? ¿O somos acelerados y buscamos la inmediatez de los resultados? ¿En qué nos solemos parecer al campesino de esta historia y en que nos diferenciamos? ¿Solemos ser perseverantes en los trabajos emprendidos o nos desanimamos ante la falta inmediata de resultados? -¿Creemos que la sociedad actual, y sobre todo las generaciones más jóvenes, desestima la cultura y los valores del trabajo? El trabajo, como ideal, ¿ha perdido vigencia y se debe recuperar? -¿Qué nos enseñan o podemos aprender de Jesús y la Iglesia acerca de lo que estamos reflexionando? -¿Cómo aplicar el mensaje que nos deja esta historia en nuestra vida personal o grupal? ¿Nos motiva o alienta a algo? Elaboremos alguna propuesta individual o grupal, que surja como respuesta a lo planteado, para experimentar a lo largo de la semana. Para profundizar nuestra reflexión: 26. Cristo, el hombre del trabajo Esta verdad, según la cual a través del trabajo el hombre participa en la obra de Dios mismo, su Creador, ha sido particularmente puesta de relieve por Jesucristo, aquel Jesús ante el que muchos de sus primeros oyentes en Nazaret «permanecían estupefactos y decían: «¿De dónde le viene a este tales cosas, y qué sabiduría es esta que le ha sido dada? ¿No es acaso el carpintero?40 En efecto, Jesús no solamente lo anunciaba, sino que, ante todo, cumplía con el trabajo el «evangelio» confiado a él, la palabra de la Sabiduría eterna. Por consiguiente, esto era también el «evangelio del trabajo», pues el que lo proclamaba, él mismo era hombre del trabajo, del trabajo artesano al igual que José de Nazaret.41 Aunque en sus palabras no encontremos un preciso mandato de trabajar —más bien, una vez, la prohibición de una excesiva preocupación por el trabajo y la existencia—42, no obstante, al mismo tiempo, la elocuencia de la vida de Cristo es inequívoca: pertenece al «mundo del trabajo», tiene reconocimiento y respeto por el trabajo humano; se puede decir incluso más: él mira con amor el trabajo, sus diversas manifestaciones, viendo en cada una de ellas un aspecto particular de la semejanza del hombre con Dios, Creador y Padre. ¿No es él quien dijo «mi Padre es el viñador» ...,43 transfiriendo de varias maneras a su enseñanza aquella verdad fundamental sobre el trabajo, que se expresa ya en toda la tradición del Antiguo Testamento, comenzando por el libro del Génesis? En los libros del Antiguo Testamento, no faltan múltiples referencias al trabajo humano, a las diversas profesiones ejercidas por el hombre. Baste citar, por ejemplo, la de médico,44 farmacéutico,45 artesano-artista,46 herrero47 —se podrían referir estas palabras al trabajo del siderúrgico de nuestros días—, la de alfarero,48 agricultor,49 estudioso,50 navegante,51 albañil,52 músico,53 pastor,54 y pescador.55 Son conocidas las hermosas palabras dedicadas al trabajo de las mujeres. 56 Jesucristo en sus parábolas sobre el Reino de Dios se refiere constantemente al trabajo humano: al trabajo del pastor,57 del labrador,58 del médico,59 del sembrador,60 del dueño de casa,61 del siervo,62 del administrador,63 del pescador,64 del mercader,65 del obrero.66 Habla, además, de los distintos trabajos de las mujeres. 67 Presenta el apostolado a semejanza del trabajo manual de los segadores68 o de los pescadores.69 Se refiere al trabajo de los estudiosos.70 Esta enseñanza de Cristo acerca del trabajo, basada en el ejemplo de su propia vida durante los años de Nazaret, encuentra un eco particularmente vivo en las enseñanzas del apóstol Pablo. Este se gloriaba de trabajar en su oficio (probablemente fabricaba tiendas),71 y gracias a esto podía también, como apóstol, ganarse por sí mismo el pan.72 «Con afán y con fatiga trabajamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros».73 De aquí derivan sus instrucciones sobre el tema del trabajo, que tienen carácter de exhortación y mandato: «A estos ... recomendamos y exhortamos en el Señor Jesucristo que, trabajando sosegadamente, coman su pan», así escribe a los Tesalonicenses.74 En efecto, constatando que «algunos viven entre vosotros desordenadamente, sin hacer nada»,75 el Apóstol también en el mismo contexto no vacilará en decir: «El que no quiere trabajar no coma»,76 En otro pasaje, por el contrario, anima a que «Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón como obedeciendo al Señor y no a los hombres, teniendo en cuenta que del Señor recibiréis por recompensa la herencia».77 Las enseñanzas del Apóstol de las Gentes tienen, como se ve, una importancia capital para la moral y la espiritualidad del trabajo humano. Son un importante complemento a este grande, aunque discreto, evangelio del trabajo, que encontramos en la vida de Cristo y en sus parábolas, en lo que Jesús «hizo y enseñó».78 Sobre la base de estas luces emanantes de la Fuente misma, la Iglesia siempre ha proclamado esto, cuya expresión contemporánea encontramos en la enseñanza del Vaticano II: «La actividad humana, así como procede del hombre, así también se ordena al hombre. Pues este, con su acción, no solo transforma las cosas y la sociedad, sino que se perfecciona a sí mismo. Aprende mucho, cultiva sus facultades, se supera y se trasciende. Tal superación, rectamente entendida, es más importante que las riquezas exteriores que puedan acumularse... Por tanto, esta es la norma de la actividad humana que, de acuerdo con los designios y la voluntad divinos, sea conforme al auténtico bien del género humano y permita al hombre, como individuo y miembro de la sociedad, cultivar y realizar íntegramente su plena vocación». 79 En el contexto de tal visión de los valores del trabajo humano, o sea de una concreta espiritualidad del trabajo, se explica plenamente lo que en el mismo número de la Constitución Pastoral del Concilio leemos sobre el tema del justo significado del progreso: «El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Asimismo, cuanto llevan a cabo los hombres para lograr más justicia, mayor fraternidad y un más humano planteamiento en los problemas sociales, vale más que los progresos técnicos. Pues dichos progresos pueden ofrecer, como si dijéramos, el material para la promoción humana, pero por sí solo no pueden llevarla a cabo».80 Esta doctrina sobre el problema del progreso y del desarrollo —tema dominante en la mentalidad moderna— puede ser entendida únicamente como fruto de una comprobada espiritualidad del trabajo humano, y solo sobre la base de tal espiritualidad ella puede realizarse y ser puesta en práctica. Esta es la doctrina, y a la vez el programa, que ahonda sus raíces en el «evangelio del trabajo». Fragmentos de la encíclica Laborem Exercens, de Juan Pablo II, texto completo en: http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/encyclicals/documents/hf _jp-ii_enc_14091981_laborem-exercens_sp.html Para rezar: Acepta nuestro trabajo del día de hoy, Señor, lo ponemos en tus manos. Tú sabes que es imperfecto así como nosotros también. De todas nuestras valientes determinaciones de esta mañana, solo pudimos cumplir algunas. Te damos las gracias porque no eres un jefe intransigente que vigila con mirada severa el trabajo limitado que hicimos, sino que eres el Padre y maestro de todos nosotros, que se alegra mientras aprendemos a trabajar como debemos. No nos vanagloriamos de nada de lo que hicimos y no tememos tu mirar, pues tú sabes todas las cosas y tú eres amor. Acepta nuestras buenas intenciones, aunque no las hayamos cumplido totalmente. Permite que, antes que termine nuestra vida, nos transformemos, bajo tu guía, en verdaderos maestros del trabajo, conocedores del arte de una vida justa y valiente. Amén. W. Rauschenbusch y W. Villavicenci en Red Clai www.clailiturgia.org