dependencia señorial y desarrollo urbano en la andalucía

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RAFAEL SÁNCHEZ SAUS*
DEPENDENCIA SEÑORIAL Y DESARROLLO URBANO
EN LA ANDALUCÍA ATLÁNTICA. CÁDIZ
Y LOS PONCE DE LEÓN EN EL SIGLO XV
ABSTRACT
Jusqu’à quel point la dépendence seigneuriale a-t-elle pu être une stimulation pour
le développement d’une ville maritime? Sous la domination des Ponce de León (14661492) Cadix a éprouvé une indubitable croissance économique et un très rapide agrandissement et maduration de son élite rectrice. Tout cela a eu d’immédiates répercussions
sur la force institutionnelle de la ville, tant à niveau interne que face aux traditionaux
compétiteurs externes. Il est aussi visible un notable élan urbanistique et démographique.
Ce développement n’a pas été seulement causé par une conjuncture favorable; il a
été aussi le résultat des mesures de Rodrigo Ponce de León, marquis de Cadix, tant sur
le plan fiscal et économique que sur le plus strictement politique. Le retour à la juridiction royale en 1493 n’arrêtera pas les procès de renouvellement social et de maturation urbaine commencés pendant la période seigneuriale.
1. LA REGIÓN DEL ESTRECHO DE GIBRALTAR Y CÁDIZ HACIA MEDIADOS DEL SIGLO XV
Hacia mediados del siglo XV las costas y mares del Estrecho, convertidas ya en
una de las principales vías del comercio internacional, mostraban un complejo
mosaico de poderes en liza. Además de la irreductible oposición entre cristianos y
musulmanes, manifestada casi siempre a través de ataques piráticos y de incursiones armadas en busca de cautivos y de botín, debe recordarse la presencia portuguesa en Ceuta desde 1415, reforzada en 1458 con la toma de Alcázar Seguer y con
las de Arcila y Tánger en 1471. Esta última, tras dos intentos fallidos en 1437 y
*Universidad de Cádiz
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1464, representaba la culminación del proyecto lusitano en el Estrecho, ya que aseguraba el dominio de su fachada Sur y la posesión de un amplio territorio que se
extendía hasta las proximidades de Tetuán y Larache. El éxito justificó que Alfonso
V alterase su título de rei de Portugal e do Algarve e senhor de Ceuta e de Alcácer
Ceguer por el mucho más sonoro de rei de Portugal e dos Algarves daquém e dalém
mar em Africa1.
Toda esta actividad, que se doblaba con la simultánea por la costa atlántica
marroquí y, desde 1434, hacia el África negra, levantaba suspicacias y temores en la
vecina Castilla, pues las ambiciones portuguesas no se limitaban a esas zonas del
Magreb que los reyes castellanos habían considerado de su propia conquista desde
el siglo XIII, sino que en diversas ocasiones apuntaron hacia la ciudad de Gibraltar
y el emirato de Granada en el seno de una estrategia en la que, durante casi todo el
siglo XV, la salida hacia el Mediterráneo poseyó más valor que las rutas atlánticas
hacia lugares ignotos2.
Entre los grandes nobles castellanos que se repartían el poder en las costas andaluzas del Estrecho, los Guzmán, duques de Medina Sidonia eran los más ricos e influyentes. Desde Sanlúcar de Barrameda, en la desembocadura del Guadalquivir y
controlando, por tanto, el acceso fluvial a Sevilla, los duques administraban sus enormes posesiones en el litoral atlántico andaluz, las cuales se extendían en torno a 1470
por el Oeste hasta Huelva y hasta Gibraltar hacia Levante, con las villas y lugares de
Chiclana, Conil, Vejer y Barbate, si bien en esta dirección tanto Tarifa como el conjunto de la Bahía de Cádiz (Rota, El Puerto de Santa María y Cádiz) quedaban fuera
1. A. DIAS FARINHA, Norte de Africa, en História da Expansão Portuguesa (dir. F. BETHENCOURT y K. CHAUDHUNI), Estella (Navarra), 1998; t. I, pp. 119-126.
2. J. BORGES DE MACEDO lo ha expresado con claridad: “no século XV, a definição da área
atlântica interviniente não era ainda a que, depois, veio a ser. Nesse século, só a podemos perceber,
plano historico ou humano, se a considerarmos na dimensão limitada por que era conhecida e
aproveitada”. Alfonso V fue especialmente sensible a ello: “sem a presença portuguesa no
Mediterrâneo, de pouco lhe podia servir a parte do Atlântico que dominava, ou a influência com que
podia estar na costa de Africa. É este ponto que tendemos a esquecer: a área do Atlântico sul proximo começa por ser, em si mesma, uma área subsidiaria. Só se valoriza pelo Mediterrâneo”.
J.BORGES DE MACEDO, A política de D. João II e o Mediterrâneo, en Actas do Congresso
Internacional Bartolomeu Dias e a sua época, Porto, 1989, vol. I, pp. 387-403; p. 389. La dinámica
política a un lado y otro del Estrecho en R. SÁNCHEZ SAUS, Conjeturas sobre las relaciones entre
Portugal y la nobleza andaluza en la región del Estrecho de Gibraltar durante el siglo XV, “Hispania”,
LIII/1, 183 (1993), pp. 35-56. Los avatares entre Portugal, Castilla y Granada desde la instalación
lusa en Ceuta en J.E. LOPEZ DE COCA CASTAÑER, Portugal y Granada: presencia lusitana en la
conquista y repoblación del reino granadino (siglos XV-XVI), en Actas das II Jornadas luso-espanholas de
História Medieval, Porto, 1987, II, pp. 737-759, así como Granada y la expansión portuguesa en el
Magreb extremo, “Historia, Instituciones, Documentos”, 25 (1998), pp. 351-368 y Portugal y los
“derechos” castellanos sobre Granada (siglo XV), “Acta Historica et Archaeologica Mediaevalia”, 22-2
(1999-2001), pp. 601-616.
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de su jurisdicción. A ello había que añadir la importante ciudad de Medina Sidonia
y la fronteriza villa de Jimena, en el inmediato traspaís del Estrecho. Con tales intereses, no debe extrañar el recelo de los duques frente al creciente expansionismo portugués en el área. Juan Alonso de Guzmán, que gobernó la casa entre 1436 y 1468,
fue considerado en la corte de Juan II de Castilla como un gran experto en cuestiones africanas y desde julio de 1449 había recibido del monarca los derechos sobre la
costa comprendida entre los cabos de Aguer y Bojador. Según Rumeu de Armas, sus
intereses en el comercio con Berbería eran grandes, por lo que, cuando Castilla decidió en 1454 el envío de una embajada al rey de Portugal para protestar y pedir reparación por el robo de varíos navíos que regresaban de Guinea, nada de particular
tendría que aquellos navíos de Cádiz y Sevilla, a que se hace alusión en la protesta le perteneciesen directamente, si no todos, en buena parte3. La actitud recelosa de los Guzmán
ante el empuje luso en el Estrecho y el Atlántico se mantuvo a lo largo de todo el
periodo. Aparte de la defensa de sus intereses en la región, los duques no podían ignorar que una de las ramas del eje económico norte-sur, sobre el que se apoyaba la prosperidad castellana, estaba pasando lentamente bajo el control portugués a causa de los
prodigiosos descubrimientos efectuados por sus marinos. Los “rescates” de oro, que se obtenían cada vez más cerca de las fuentes de producción, hacían derivar hacia Lisboa el aprovisionamiento que antes fuera monopolio sevillano y de los puertos de la desembocadura
del Guadalquivir y ría de Huelva4. Aunque este recelo no se traducía en hos-tilidad
permanente y dejaba paso a momentos de colaboración frente al enemigo común que
representaba el Islam, la competencia en los mismos escenarios debía resultar incómoda y conflictiva.
Si los Guzmán eran los principales representantes de la alta nobleza andaluza
en la zona, no eran los únicos. Los Ponce de León, condes de Arcos desde 1440 y
rivales de los primeros en Sevilla desde finales del siglo XIV, poseían Rota, en la
Bahía gaditana, desde 1349, mientras que los La Cerda, condes de Medinaceli,
señoreaban la mucho más importante villa de El Puerto de Santa María. Tarifa,
finalmente, era un señorío vinculado a los almirantes mayores de Castilla, dignidad
que desde principios del siglo XV recaía en los Enríquez, aunque los conflictos
internos castellanos permitieron al linaje sevillano de Saavedra la ocupación de la
tenencia y luego del señorío entre 1448 y 1478.
En este paisaje señorial sólo la ciudad de Cádiz se mantenía bajo la jurisdicción
real en 1465 de entre todas las que se asomaban al Océano5. Cádiz era a la sazón
3. A. RUMEU DE ARMAS, España en el Africa Atlántica; 2 vols, Madrid, 1956-1957, I, p. 68.
4. L. SUÁREZ FERNÁNDEZ, La Casa de Trastámara en Historia de España y América; Rialp,
t.V, p. XXXI.
5. La historia medieval de Cádiz, especialmente el siglo XV y las circunstancias que a continuación mencionaremos, pueden consultarse más detenidamente en R. SÁNCHEZ SAUS, Cádiz en
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una pequeña ciudad mercantil y portuaria de unos 250 vecinos, quizá algo más de
mil quinientas almas si se tiene en cuenta a la abundante población flotante que se
cita expresamente pero no se contabiliza en el censo que ese mismo año se realizó6.
Esta cortedad de vecindario no debe, sin embargo, engañarnos. La condición jurídica de ciudad y sede episcopal le confería un indudable prestigio, pero era sobre
todo su función económica la que la distinguía de núcleos de población mayores
aunque apegados a formas de vida netamente rurales. El dinamismo económico de
Cádiz, todavía en su primer desarrollo, estaba atrayendo a las gentes más activas,
emprendedoras y avanzadas de los mares próximos. Los pilotos vascongados y, por
encima de todos los demás, los mercaderes y financieros genoveses estaban empezando a hacer de Cádiz su principal centro de relaciones con Africa y las rutas de
Poniente. Cádiz, con su puerto de aguas profundas, el único disponible en todo el
litoral atlántico andaluz, se insertaba en uno de los principales polos de crecimiento de la economía en la Península Ibérica. La Andalucía atlántica, articulada en
torno a una metrópoli, Sevilla, que estaba a la cabeza de las ciudades castellanas con
sus 40.000 habitantes, conjugaba la riqueza agrícola de sus tierras interiores con la
vocación mercantil del litoral, dando lugar a un conjunto muy equilibrado cuya
consecuencia natural, desde principios del siglo XV, fue la afluencia de riqueza.
En este concierto Cádiz interpretaba un papel acorde con su calidad de núcleo
de tipo medio, inferior por entonces al de localidades como Sanlúcar de Barrameda
o El Puerto de Santa María. De hecho, con una perspectiva más amplia, desde el
punto de vista económico sería conveniente contemplar todo el espacio costero
entre Sanlúcar y Cádiz, y muy especialmente la Bahía, como una unidad en la que
las peculiaridades de cada centro urbano se complementaban para acabar constituyendo lo que ese espacio estaba realmente llamado a ser: un complejo portuario y
mercantil situado providencialmente en el cruce de las rutas marítimas con más
proyección de futuro y con el fuerte aliciente de contar con un rico hinterland. Sólo
desde esa perspectiva puede valorarse la aportación y las características de la posición gaditana en un momento que preludiaba un brillante despegue. Una consideración excesivamente localista de la realidad gaditana, aislada de su entorno,
quedaría atrapada en contradicciones insalvables entre lo que la ciudad era, urbanística y demográficamente, y lo que representaba en uno de los polos de desarrollo más notables de la Europa de la época.
la época medieval, en Entre la leyenda y el olvido. Épocas antigua y medieval, vol. I de Historia de Cádiz,
Madrid, 1991, pp. 165-313. También en J. SÁNCHEZ HERRERO, Cádiz. La ciudad medieval y
cristiana, Córdoba, 1981.
6. H. SANCHO DE SOPRANIS publicó un censo de la población gaditana realizado el 20 de
Julio de 1465 para calcular las necesidades de trigo ante una de las frecuentes carestías. Cinco lustros
de historia gaditana. Cádiz bajo el señorío de la casa de Ponce de León, “Archivo Hispalense”, 3 (1944),
pp. 27-80 y 165-206; 4 (1945) pp. I-XXI y 53-66.
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Al margen de las ventajas indudables que su posición le ofrecía, hacia mediados del siglo XV Cádiz padecía viejos problemas que habían lastrado sus posibilidades en los tiempos anteriores y que estaban lejos de ser resueltos: carestía de
abastecimientos, sobre todo de cereal, inseguridad de mares y costas, mortíferas epidemias y conflictos civiles. Además, el crecimiento se veía afectado por carencias
profundas e incluso por lo que, según los criterios predominantes en aquella época,
hubiera podido considerarse ausencia de una base firme.
Una de las principales carencias la constituía la práctica inexistencia de término municipal o alfoz, consecuencia no sólo de la peculiaridad geográfica gaditana
sino también de la degradación institucional y urbana a la que se vio sometida la
ciudad desde finales del siglo XIII, una vez fracasados los proyectos africanos de su
conquistador y repoblador, Alfonso X el Sabio. Desde ese momento, Cádiz perdió
buena parte del extenso distrito que en principio se le había reservado, que abarcaba todas las tierras de la bahía y se extendían hasta Sanlúcar, pero el último golpe,
que la redujo desde 1408 a poco más que la propia ciudad y su restringido ruedo,
fue la cesión a Juan Sánchez de Suazo del lugar de La Puente, origen del actual San
Fernando, ya en la propia isla gaditana y último de los que permanecían bajo su
jurisdicción. Esta carencia de término era contemplada como una pesada rémora
para el futuro de la ciudad y como un elemento debilitante de primera magnitud.
Además de acentuar la dependencia gaditana para el suministro de abastecimientos
de primera necesidad, la falta de jurisdicción repercutía en la escasa entidad del
concejo como expresión de la comunidad urbana, reduciendo casi a la nada la
hacienda local y, en consecuencia, la influencia política del municipio.
Sintomáticamente, en Cádiz los oficiales del cabildo no cobraban sueldo alguno
por el desempeño de sus funciones, al contrario que en la mayoría de los concejos
castellanos de la época.
Como es sabido, la entidad, riqueza, prestigio y peso institucional de un municipio de mediados del siglo XV puede calibrarse sin temor a error en el perfil de su
patriciado; uno y otro se corresponden, de forma que la institución se convierte en
un reflejo del grupo que la monopoliza y modela; éste, a su vez, encuentra en ella
y en sus recursos un fuerte respaldo y un amplio campo de proyección económica,
social y política. En ese sentido, la precariedad indudable del concejo gaditano, que
será la causa principal de la facilidad con que será absorbido por los Ponce de León,
nos explica también el débil tono del grupo dirigente local, muy lejano en su constitución y medios de las sólidas oligarquías gobernantes en ciudades próximas como
Jerez de la Frontera o, no digamos, Sevilla.
Hacia 1465 la aristocracia local gaditana se caracterizaba por un desarrollo
embrionario y por la existencia de tres grupos constitutivos suficientemente distinguibles aunque en inicial proceso de fusión: en primer lugar, un cierto número de
familias antiguas en la ciudad que habían conseguido una especie de monopolio
sobre el poder político y eclesiástico local. En segundo término, un estrecho grupo
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de mercaderes y armadores cuya influencia, personal y no familiar, no suele alcanzar la continuidad necesaria para permitir un papel perdurable y transmisible.
Finalmente, una cada vez más nutrida comunidad de origen genovés que pueden
asimilarse al grupo anterior por modo de vida y capacidad de actuación. La tosquedad del estilo de vida y lo limitado del horizonte de este primitivo patriciado
gaditano, sus escasos recursos económicos y su nula proyección política más allá del
estricto marco local han sido puestos de relieve con frecuencia desde los trabajos de
Hipólito Sancho de Sopranis.
Por todo lo anterior, hacia mediados del siglo XV era patente en Cádiz una
peligrosa asimetría. Por un lado, la cada vez más prometedora evolución económica vinculada al tráfico comercial de largo radio y las posibilidades estratégicas de su
situación geográfica; por otro, la raquítica estructura de poder representada por un
concejo sin medios y por una oligarquía reducida y primitiva. Este desequilibrio era
percibido por quienes reunían capacidad y determinación para edificar su propia
grandeza y su poder en medio de las turbulencias de la guerra civil y sobre la ruina
de la autoridad de la monarquía. Aprovechando, como veremos, un fútil pretexto,
el conde de Arcos, don Juan Ponce de León, se adueñó de Cádiz sin apenas resistencia en fecha no precisable de los últimos meses de 14667.
2. LA ENTRADA DE CÁDIZ BAJO EL DOMINIO DE LOS PONCE DE LEÓN, CONDES DE ARCOS
Este hecho, quizá el principal de todo el siglo XV gaditano, se inscribe en un
largo proceso de señorialización de los territorios vecinos que hacia mediados de ese
siglo había alcanzado ya su madurez. No obstante, entre 1440 y 1470 tiene lugar
lo que Ladero Quesada ha llamado segundo impulso señorializador, protagonizado,
en momentos de grave crisis de la corona, por los dos linajes rivales de Guzmán y
de Ponce de León. Si entre 1440 y 1447 gran parte del dispositivo de defensa fronteriza de Castilla frente a Granada en la actual provincia de Cádiz había sido entregado a la nobleza con las villas de Arcos, Alcalá de los Gazules, Medina Sidonia,
Castellar y Tarifa, en la década de los sesenta se consumó ese segundo impulso. En
1462 se conquistó definitivamente Gibraltar a los moros, pero su apropiación por
los Guzmán en 1466 daría lugar a una nueva oleada de adquisiciones. La casa de
Arcos, espoleada por este hecho, por la previsible caída de Jimena de la Frontera en
la órbita ducal y por la superioridad manifiesta de sus rivales en Sevilla y Jerez,
buscó afanosamente un contrapeso suficiente desde los puntos de vista estratégico,
7. Sobre esta cuestión y las que abordaremos en el apartado siguiente, además de la bibliografía
general sobre Cádiz ya indicada, véase M. A. LADERO QUESADA, Cádiz, de señorío a realengo, en
Los señores de Andalucía. Investigaciones sobre nobles y señoríos en los siglos XIII a XV, Cádiz, 1998, pp.
443-455.
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económico y político: Cádiz, último vestigio del realengo en la costa atlántica andaluza, resultó la presa elegida.
El momento y la circunstancia señalados para la acción son un monumento
al oportunismo. En junio de 1465 la parte más importante de la nobleza del
reino, reunida en Ávila, había decidido el destronamiento de Enrique IV y la proclamación de su hermano, el jovencísimo infante don Alfonso, con lo que la guerra civil se desató por toda Castilla. La posesión de Sevilla y su reino era tan
crucial para ambos bandos que los nobles rebeldes acordaron asegurarlo otorgando a los principales magnates de la región, el duque de Medina Sidonia y el conde
de Arcos, un poder del flamante Alfonso (XII) para que entre ambos guardasen
el territorio y vigilasen la obediencia de villas y ciudades. No se contemplaba
limitación alguna y, de hecho, convertía a los beneficiarios en auténticos virreyes.
Poco después, como se sabe por un documento de 1467 dado a conocer en su día
por Sánchez Herrero8, Alfonso (XII) quiso premiar los servicios de don Juan
Ponce de León con la entrega de la ciudad de Cádiz, aunque esta donación no
podría hacerse efectiva hasta seis meses después y no se cumpliría si mientras
tanto, como se comprometía el monarca, el conde recibía quinientos nuevos
vasallos en otros lugares del reino o la villa de Jimena de la Frontera, todavía libre
del señorío de los Guzmán.
Al parecer, al conocerse en Cádiz estas promesas de Alfonso (XII) al conde de
Arcos, se produjo un malestar que hizo temer por la fidelidad de la ciudad al
nuevo régimen. En el ya conocido documento de 1467, el rey, dirigiéndose a don
Juan Ponce de León, dice: queriendo obviar el dicho escándalo y levantamiento ovistes de anticipar e abreviar el tiempo de los dichos seis meses e entraste e tomaste la
dicha ciudad de Cádiz e vos apoderastes della segund que la tenedes9. Aunque el
joven monarca comprendía las razones del conde, se sabe que le disgustó la
acción de los Ponce y por ello mantenía la exigencia de que transcurriesen los seis
meses pactados para que la merced se hiciese efectiva. Al parecer, toda la operación se hizo con el asentimiento del duque de Medina Sidonia quien, además de
alejar Jimena de los Ponce, consiguió, por su parte, hacerse con Huelva y
Gibraltar.
El dominio señorial de la ciudad fue reconocido por Enrique IV, tras la pronta muerte de Alfonso (XII), en junio de 1469 y algo después en 29 de enero de
1471, esta vez unido a la concesión del título de marqués de Cádiz a don Rodrigo
Ponce de León, hijo y sucesor del conde don Juan al frente de la casa de Arcos10. En
8. SÁNCHEZ HERRERO, José: Cádiz…, p. 35.
9. Idem, p. 35.
10. M. A. LADERO QUESADA, Andalucía en el siglo XV. Estudios de historia política, Madrid,
1973; p. 24.
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1484 Isabel I elevó el marquesado de Cádiz a la categoría de ducado11. Con el señorío de don Rodrigo se iniciaba una nueva época en la historia de la milenaria ciudad de Cádiz que se prolongaría hasta el 27 de enero de 1493, fecha en la que los
Reyes Católicos se hicieron con la jurisdicción de la ciudad. Sólo unos meses antes,
en agosto de 1492, había muerto el legendario marqués de Cádiz.
3. CÁDIZ BAJO EL SEÑORÍO DE LOS PONCE DE LEÓN
Consumada la ocupación de la ciudad, no tardaron en producirse todo un conjunto de medidas que tuvieron importantes efectos. Podemos agruparlos en dos
bloques: A) en la organización y en la actuación exterior del concejo; B) en la vida
económica y en la configuración social gaditana.
A) Organización y actuación exterior del concejo
La medida más importante, tomada al parecer con carácter inmediato tras la
ocupación, fue el nombramiento de un alcaide-asistente. Esta figura ya había existido en Cádiz a principios de las década de los sesenta, entonces por voluntad regia
y con carácter temporal. Los Ponce de León hicieron permanente el cargo, con funciones semejantes a las que ya había tenido y que ahora resultaban fundamentales
para asegurar el control señorial: vigilancia de la actuación del cabildo municipal y
mando militar de la plaza. A lo largo de los años los señores nombraron a hombres
de recia personalidad y muy allegados a su casa, demostrando de esa manera la
importancia que concedían al dominio de Cádiz. El primero fue Pedro de Pinos,
un caballero jerezano muy destacado en los asuntos andaluces en tiempos en que la
guerra entre los bandos nobiliarios alteró todo el panorama político. Hacia 1474
fue sustituido por Juan de Suazo, señor del vecino lugar de La Puente y, lo que es
aún más importante, cuñado del propio don Rodrigo Ponce de León del que fue
uno de los más activos lugartenientes durante los conflictos banderizos. Juan de
Suazo mantuvo el cargo durante muchos años, de forma que fue llamado el alcaide durante el resto de su vida. Hacia 1488 le sustituyó Diego Martínez de Aguilera,
personaje más oscuro, quien probablemente fue el último alcaide-asistente nombrado por el marqués.
La eficacia de los alcaides-asistentes en sus tareas de control del municipio se
deduce de la ausencia de resistencia por parte de los caballeros que formaban la
pequeña aristocracia local y ocupaban las magistraturas municipales. A la sazón, el
11. Citado en idem. Archivo General de Simancas, Registro General del Sello, 16 de agosto de
1484, fol. 2.
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ayuntamiento estaba compuesto por dos alcaldes mayores, un alguacil mayor, diez
regidores y dos jurados. Esta composición se mantuvo básicamente a lo largo de
todo el periodo señorial, si bien el número de regidores aumentó a doce, modesto
testimonio del paulatino despliegue de la oligarquía. A la vigilancia desde arriba
ejercida por los alcaides-asistentes se unió la que desde abajo ejerció un cargo de
nueva creación, el llamado síndico procurador o síndico del común. Conocemos sus
funciones por la descripción que de ellas se hizo en 1494, cuando se reclamó a los
Reyes Católicos la restauración del oficio pese a la oposición de los miembros del
cabildo. En el escrito que el vizcaíno Perucho, procurador de la ciudad, dirigió a los
Reyes declaró que el cargo se elegía cada año entre vecinos ajenos al cabildo y que
había demostrado su valor para la comunidad. El síndico se personaba en las reuniones de los oficiales, estaba presente en los repartos de impuestos directos y en el
establecimiento de los indirectos, en los arrendamientos de los propios, etc… Una
labor de fiscalización en toda regla que no debía resultar agradable para los regidores pero cuya eficacia y popularidad llevó a los Reyes a establecerlo en otros concejos. Según Ladero Quesada, la creación de este puesto muestra la habilidad política
de don Rodrigo Ponce de León12.
Con estas medidas de control institucional y, como habremos de ver, el acceso
al órgano de gobierno local de nuevos hombres y linajes surgidos en los tiempos
señoriales, los Ponce de León se aseguraban la obediencia de una instancia clave en
la vida de las ciudades castellanas de la época. Una obediencia que, por otra parte,
nada hace pensar que alguien discutiese, con la única excepción de una rama del
linaje de Estopiñán, muy próxima a los Guzmán, que buscó el exilio en el cercano
Jerez13.
Un aspecto esencial del control local por los señores es el referido a las relaciones con el cabildo catedralicio, segunda gran instancia de poder en Cádiz y primera en muchos momentos si nos atenemos a los resultados siempre favorables para
él de las muchas disputas que, sobre todo por motivos fiscales, le enfrentaron a las
autoridades civiles14. La aparición en escena de los Ponce de León no podía ser vista
con simpatía desde el obispado, pues la relación de fuerzas entre ambos cabildos se
convertía en puro recuerdo. Ya en 1469, con apoyo condal, el concejo intentó que
12. Cádiz, de señorío a realengo…, p. 450. Federico Devís se inclina por una fecha de creación
de la institución en torno a la primera mitad del siglo XV. Cádiz, un cuerpo político entre la Edad
Media y la Moderna, “Estudios de Historia y de Arqueología Medievales” (E.H.A.M.), X (1994), pp.
41-46; p. 45.
13. Sobre este linaje, H. SANCHO DE SOPRANIS, El comendador Pedro de Estopiñán, conquistador de Melilla, Madrid, 1952, así como el capítulo correspondiente en R. SANCHEZ SAUS,
Linajes Medievales de Jerez de la Frontera, Sevilla, 1996; t. I, pp. 76-79 y t. II, p. 271.
14. F. DEVÍS MÁRQUEZ, Tensiones y conflictos en Cádiz al final de la Edad Media: las relaciones del cabildo catedralicio con la ciudad, “E.H.A.M”., I (1981), pp. 35-44.
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los eclesiásticos se sometiesen a las normas generales sobre entrada del vino en la
ciudad, gravada con un impuesto del que el municipio extraía una de sus principales rentas y que la clerecía se negaba a pagar. Tras un fuerte choque, que llevó al
obispo, don Gonzalo Venegas, a excomulgar al consistorio y decretar el entredicho
sobre la ciudad, se llegó a un acuerdo que constituyó un importante triunfo para el
concejo.
Lo más grave llegó en 1472, en pleno conflicto entre Ponces y Guzmanes, cuando
el cabildo catedralicio, apoyado por el obispo, decidió abandonar la ciudad y trasladarse a Medina Sidonia, una de las principales posesiones de los Guzmán, al hacerse insostenible la situación en Cádiz. Los vecinos insultaban y agredían a los canónigos,
provocando alborotos en los que había sido asesinado un arcediano y otros clérigos apaleados y mutilados. Al parecer, el regimiento municipal animaba y participaba activamente en los hechos, y el mismo don Rodrigo había expulsado de la ciudad al chantre
y privado al clero de sus propiedades. Un aspecto clave de la cuestión era la proximidad
política del obispo al duque de Medina Sidonia, en una de cuyas posesiones cercana a
Cádiz, Chiclana, residía habitualmente. La muerte de don Gonzalo Venegas ese mismo
año y la elección como sucesor de don Pedro Fernández de Solís, amigo del marqués,
hizo que el conflicto perdiese intensidad y que en los años siguientes acabara diluyéndose, aunque todavía en 1478 hay nuevas pruebas de su existencia15.
Como vemos, el completo sometimiento del concejo gaditano a los dictados de
los señores entrañó también la implicación en los conflictos entre las principales
casas nobles andaluzas que constituyeron un mal endémico a lo largo de todo el
siglo XV. Como ya hemos señalado, la fase más agria de los bandos tuvo lugar entre
1471 y 147416 y en ella Cádiz jugó un importante papel estratégico y militar. La
posesión de Cádiz y Rota aseguró a don Rodrigo el dominio de la Bahía y, con ello,
el abastecimiento de su principal plaza, Jerez, al tiempo que hizo posible el éxito
del bloqueo marítimo a Sevilla que completaba el terrestre que el marqués había
dispuesto desde las fortalezas que dominaban las principales vías hacia esta ciudad.
Los marinos gaditanos tuvieron amplia oportunidad de practicar las artes corsarias
en que eran tan expertos, llevando a cabo acciones de envergadura como la que en
1473 dirigieron contra Sanlúcar de Barrameda y la desembocadura del
Guadalquivir, aunque en esta ocasión el éxito inicial se convirtiera en un semifracaso por la reacción del alcaide Diego de Villalán17.
15. J. SANCHEZ HERRERO, La Iglesia de Cádiz en el paso del siglo XV al XVI, “E.H.A.M”.,
X (1994), pp. 155-164; p. 161.
16. M. A. LADERO QUESADA, Andalucía en el siglo XV. Estudios de historia política, Madrid,
1973, pp. 130-133.
17. El papel de Cádiz en este conflicto en R. SANCHEZ SAUS, Cádiz en la época medieval…,
pp. 305-306 y 309-310.
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El concejo de Cádiz había vivido apocado a lo largo de toda su historia frente
a rivales externos y poderes internos, así que el dinamismo político e incluso militar que estos hechos muestran no puede entenderse sin la clave mayor que entrañaba el doble sentido de su dependencia del marqués. Por una parte, éste sometía
a la ciudad a sus dictados; por otra, la proyectaba en el escenario político con una
fuerza que ella nunca había tenido. El ejemplo más claro de ello se produjo en 1481
y tiene la doble virtud de mostrarnos los nuevos bríos de Cádiz bajo el amparo de
don Rodrigo y, al mismo tiempo, los límites naturales de su capacidad política. Ya
hemos comentado en estas páginas el expolio sufrido por Cádiz en sus términos y
jurisdicciones, hasta el punto de haberlo convertido en un concejo territorialmente irrelevante desde principios del siglo XV. En 1481 el cabildo gaditano, con el
apoyo del marqués, decidió recuperar parte del término situado al otro lado de la
bahía, el cual había sido usurpado por el poderoso concejo de Jerez desde mucho
tiempo atrás. El 17 de noviembre salieron de Cádiz dos barcos en los que viajaba
buena parte de sus autoridades municipales y un numeroso grupo de vecinos a los
que se les había prometido un generoso reparto de tierras en el paraje denominado
La Argamasilla. A pesar de que todo se desarrolló en principio según las previsiones de los gaditanos, la rápida reacción de Jerez, que no se dejó impresionar, obligó a llevar la reclamación a la vía judicial y facilitó la decisión de los Reyes Católicos
de fundar en 1483 una población nueva, Puerto Real, sobre las tierras en litigio.
Aunque en todo momento don Rodrigo mostró su apoyo a la iniciativa gaditana,
que de haber prosperado hubiera ampliado la jurisdicción de su señorío, el capítulo se cerraba provocando una fundación que venía a añadir una mayor competencia a la actividad comercial de Cádiz. Estaba claro que los Reyes no deseaban poner
en manos de don Rodrigo el único fondeadero de la bahía de Cádiz que escapaba
al control señorial. La posición del marqués en todo este asunto permite a Miguel
Angel Ladero afirmar que estas acciones demuestran que las relaciones entre señor y
súbditos no fueron tensas ni hostiles y que Cádiz participó de una política señorial favorable al desarrollo económico y poblacional, al igual que ocurría en otros lugares del
señorío18. Sobre estos temas centraremos ahora nuestra atención.
B) Aspectos económicos y sociales
Como hemos avanzado, desde el punto de vista económico Cádiz tenía una
gran importancia para sus señores. En primer lugar, por la posibilidad de incorporar a sus rentas nuevos y atractivos ingresos. Las cuentas del administrador de don
Rodrigo en Cádiz, Lope Díaz de Palma, durante 1485 y 1486, publicadas hace
18. M. A. LADERO QUESADA, Cádiz, de señorío a realengo…, p. 450.
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RAFAEL SÁNCHEZ SAUS
años por Ladero19, demuestran hasta qué punto esto fue cierto: 3.368.542 y
1.850.379 maravedíes respectivamente importaron los ingresos ducales gaditanos
en esos dos años, de los que 948.962 y 1.239.314 maravedíes correspondieron a
rentas derivadas del mero ejercicio de la jurisdicción.
Pero siendo esto mucho, no era quizá lo más interesante. El mayor aliciente de
Cádiz para los Ponce de León residía en la apertura hacia la explotación, mediante
el oportuno aparato fiscal o a través de su implicación directa en ellas, de formas
económicas, mercantiles y financieras que por entonces empezaban a mostrar toda
su potencia. La ocupación de Cádiz representaba una apuesta por una empresa a
largo plazo cuyos primeros beneficios apenas empezaban a manifestarse.
Entendemos que lo que se pretendía era crear una réplica a lo que Sanlúcar de
Barrameda estaba significando desde hacía tiempo para los Guzmán. Además del
logro de importantes ingresos, los Ponce aspiraban a introducirse en los círculos
económicos de más futuro y allí forjar una relación privilegiada con los grupos
humanos destinados a protagonizarlo.
Siendo esto así, se comprende que los Ponce no tenían la menor intención de
perturbar el desarrollo económico de su nuevo dominio, aunque desde el principio
hicieron todo lo posible para participar en sus beneficios. Así, desde 1471, don
Rodrigo armó almadrabas para la pesca de atunes en las cercanías de la ciudad. Era
ésta una actividad muy característica de la costa gaditana, practicada en los meses
de mayo y junio en las pesquerías que se escalonaban entre el Algarve y las playas
de Tarifa. Precisamente en Cádiz se asentaban las almadrabas más antiguas, activas
quizá desde la prehistoria, llamadas de Sancti Petri y de Hércules, hoy Torre Gorda,
que es donde el Marqués decidió establecer la suya. Agustín de Horozco, a fines del
siglo XVI, describió vívidamente y con mucho detalle esta pesca20, y como él otros
autores anteriores, pues la captura, arrastre y descuartizamiento de los gigantescos
atunes, con sus lances de fuerza y destreza, era contemplado como un espectáculo
que a lo largo de los siglos contó con admiradores regios, tales Pedro I o Enrique
IV.
Los duques de Medina Sidonia habían pretendido siempre, y obtenido durante un tiempo, el monopolio de la explotación almadrabera entre Gibraltar y la
desembocadura del Guadiana, pero las enormes ganancias que proporcionaba despertaban los apetitos de otros linajes con señoríos en ese litoral. Si ya entre 1445 y
1457 los Enríquez pleitearon por su derecho a armar almadrabas en Tarifa, don
19. M. A. LADERO QUESADA, Unas cuentas en Cádiz (1485-1486), “Cuadernos de Estudios
Medievales”, 2-3 (1974-1975), pp. 85-120. Incluido en Los señores de Andalucía. Investigaciones sobre
nobles y señoríos en los siglos XIII a XV; Cádiz, 1998, pp. 457-485.
20. A. DE HOROZCO, Historia de Cádiz; edición de Arturo Morgado García, Cádiz 2001;
pp. 107-111.
DEPENDENCIA SEÑORIAL Y DESARROLLO URBANO EN LA ANDALUCÍA ...
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Rodrigo Ponce de León aprovechó la guerra abierta entre su casa y la de Guzmán
para, como sabemos, organizar la suya en Cádiz y consolidarla tras los acuerdos de
Marchenilla de 1474 que pusieron fin a la fase más agria de los bandos nobiliarios.
En dichos pactos se estipuló el derecho del marqués a la almadraba en la propia
Cádiz, siempre que no la hiciera también en Rota, y viceversa. Sin embargo, los
duques siguieron obstaculizando esta explotación cuanto pudieron, pleiteando sin
éxito contra don Rodrigo en 1477 o llegando al uso de las armas, como cuando
bombardearon la almadraba gaditana en mayo de 1489. Hacia estas fechas, los
ingresos del marqués por esta pesquería se elevaban a millón y medio de maravedíes anuales, quizá un veinte por ciento del total de sus rentas, como se advierte en
las cuentas ya conocidas de su administrador Lope Díaz de Palma. Estos enormes
rendimientos se debían tanto a la cantidad que se pescaba como al total aprovechamiento de las piezas, a la sencillez de la manipulación y a los altos precios del
producto final. Las cuentas de Lope Díaz permiten conocer numerosos detalles de
la explotación, desde el empleo de numerosos esclavos moros como mano de obra
al calendario de labores, centrado, como ya hemos dicho, en los meses de mayo y
junio, pero que eran precedidos por trabajos previos de tonelería y acondicionamiento de las instalaciones, y seguidos por el acarreo de los atunes a lo largo del
verano. En los meses centrales las almadrabas gaditanas eran un punto de encuentro en el que bullían gentes de los más diversos oficios, curiosos, mercaderes y trabajadores ocasionales, en total varios cientos de personas. En los tiempos del
marqués las almadrabas de Hércules constaban de unas casas para la administración, otra donde se decía misa y comían los obreros, un cobertizo, pilas para lavar
los atunes y numerosas chozas. También había numerosas embarcaciones. Entre
febrero y mayo de 1486 se construyó una torre y más tarde, para evitar los embates de los temporales, se levantó ante ella un muro de piedra. Es importante subrayar que, tras la vuelta de Cádiz al realengo en 1493, esta actividad tan firmemente
defendida por don Rodrigo se mantuvo como una de sus más importantes fuentes
de riqueza y de renta para la corona.
Complementaria de la almadraba era la salina, capítulo importante de la economía gaditana de todas las épocas. En el siglo XV la sal de Cádiz era muy estimada, más incluso que las de Túnez, Granada o Ibiza; los genoveses la exportaban
hasta Alejandría. Las mayores salinas no eran las más próximas a la ciudad sino que
se encontraban en El Puerto de Santa María, aunque también las había en Jerez y
en Sanlúcar, además de en el propio Cadiz. Hacia 1486 sólo el marqués poseía mil
cuatrocientos “tajos” de sal en las cercanías de la ciudad, los cuales le reportaron
unos beneficios de 137.328 maravedíes21.
21. M.A. LADERO QUESADA, Unas cuentas en Cádiz…, p. 471.
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RAFAEL SÁNCHEZ SAUS
La conjunción de almadrabas y sal, así como el fácil abasto de aceite en esta
región, hicieron posible y casi obligada la aparición de una industria conservera que
sacase partido de tan favorables circunstancias. La relación de clientes de la almadraba gaditana en 1484 refleja un próspero negocio de distribución y reventa del
atún. Toda la producción fue vendida a un grupo relativamente reducido de treinta y seis personas, de las que veintiséis compraron por un valor superior a diez mil
maravedíes y cinco superaron los cien mil. Muchos de ellos son mercaderes italianos y otros, miembros de las oligarquías de Jerez, El Puerto de Santa María y Cádiz,
así como criados del marqués. La forma de pago, aplazado de doce a quince meses,
permitía el máximo beneficio con el mínimo riesgo a estos personajes, a quienes
debemos suponer, por nacionalidad o posición social, bien situados en los circuitos
comerciales locales, regionales e internacionales22.
Lógicamente, estas actividades propiciaban otras muchas. La tonelería, fundamental para el envasado y transporte del atún, era una de ellas. Se sabe de compras
masivas de madera a mercaderes gallegos, santanderinos, flamencos e italianos.
Entre 1485 y 1486 el marqués encargó 1.700 barriles al tonelero gaditano Yfronae
de Espinosa a razón de 160 maravedíes cada uno23.
Sin embargo, no eran estas las industrias más desarrolladas y provechosas de
Cádiz, al menos en la época en la que empezamos a tener referencias más abundantes. Desde principios del siglo XVI al menos, pero con precedentes indudables
en la época señorial, la cerería y el curtido de cueros reclamaban esta posición. Por
las cuentas de Lope Díaz de Palma sabemos que la casa del marqués se surtía de cera
en Cádiz, registrándose compras que ascendieron a más de 55.000 maravedíes en
148524. Mayor interés aún posee, en relación con el comercio de cueros, al hecho
de que desde el momento de su presencia en Cádiz haya noticias de la implicación
de los Ponce en él. Así, en 1466 obtuvieron de Enrique IV la tercera parte de la
renta de los cueros de Sevilla y en 1472 la totalidad de la de Jerez25.
Los cereros y curtidores gaditanos dependían para abastecerse de materia prima
del comercio con Berbería. Este comercio era en verdad la actividad económica más
importante de la ciudad y remontaba sus orígenes a mucho tiempo atrás26. El oro en
22. Idem, pp. 477-479.
23. J. SANCHEZ HERRERO, Cádiz…, p. 95.
24. Idem, p. 96.
25. M. A. LADERO QUESADA, Andalucía en el siglo XV…, p. 28.
26. A. RUMEU DE ARMAS, Cádiz, metrópoli del comercio con Africa en los siglos XV y XVI, Cádiz,
1976; M.A. LADERO QUESADA, Castilla, Gibraltar y Berbería (1252-1516), en Los mudéjares de
Castilla y otros estudios de historia medieval andaluza, Granada, 1989, pp. 169-220; R. VERNET, Les
relations céréalières entre le Magreb et la Péninsule Iberique du XIIe au XVe siècles, “Anuario de Estudios
Medievales”, 10 (1980), 321-336; I. MONTES ROMERO-CAMACHO, Algunos datos sobre las relaciones de Castilla con el norte de Africa: Sevilla y Berbería durante el reinado de Enrique IV (1454-1474),
DEPENDENCIA SEÑORIAL Y DESARROLLO URBANO EN LA ANDALUCÍA ...
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polvo del Sudán, llevado hasta los puertos marroquíes a través de las rutas caravaneras, era el motor principal de toda la actividad. Como ya afirmara hace años Antonio
Rumeu de Armas, puede asegurarse que la mayor parte del metal aurífero que entraba
en Castilla procedía del continente vecino por la ruta marítimo-terrestre del Atlántico y
el Sahara… El oro entraba por la “puerta abierta” de Cádiz27. Y lo hacía en cantidad
si juzgamos por los escasos datos que se nos han transmitido: en 1466 las galeras
venecianas extrajeron 40.000 ducados de oro de la ciudad, y otros 10.000 dos años
más tarde; en 1518 el concejo valoraba en 200.000 ducados el valor del oro importado merced al comercio africano28. Junto con el oro, en el siglo XV las importaciones ibéricas se componían de esclavos y productos exóticos procedentes del Africa
negra, pero también de las mencionadas de cera y cueros, así como de productos
agrícolas, materias tintóreas, textiles locales y artesanías diversas. Canarias aportaba
la orchilla y, más tarde, el azúcar. El comercio gaditano de exportación era aún más
importante, y a esta diferencia entre uno y otro se debía la afluencia de oro africano
hacia las costas andaluzas. Su producto principal eran los paños y tejidos, especialmente los burdos, fabricados sobre todo en Flandes e Inglaterra y llevados hasta
Cádiz por los mercaderes que se desplazaban a las ferias y puertos de Andalucía.
Otras importantes exportaciones eran el papel, la plata y productos alimenticios tales
como el pescado salado o en conserva, las legumbres, el aceite y la sal. Por otra parte,
hay pruebas de la existencia del trasvase de mercancías ilegales o cosas vedadas -caballos, trigo, armas, salitre y azufre para la fabricación de pólvora- cuya venta a los
musulmanes estaba prohibida por razones estratégicas y morales.
Como podemos imaginar, los Ponce de León mostraron un enorme interés por
este comercio. Además de abastecerse en Cádiz de productos de lujo como clientes
privilegiados29, pusieron de inmediato las manos en sus beneficios, participando en
él incluso de una manera directa, como podremos ver más adelante, y tratando de
aumentar sus ingresos con la fiscalidad que generaba. Es sintomático que desde
1466, año en que Cádiz pasó a su poder, dejó de contabilizarse la llamada renta de
Berbería en los balances de los arrendadores de las rentas reales del almojarifazgo de
Sevilla. Esta renta de Berbería había proporcionado una media de 500.000 maravedíes anuales en el periodo 1461-46630. Poco después, el estallido en 1471 del grave
“E. H. A. M”., V-VI (1985-1986), pp. 239-257. Un excelente resumen de los principales aspectos en
E. AZNAR VALLEJO, Cádiz y su región en la expansión atlántica, “E.H.A.M.”, X (1994), 11-23.
27. A. RUMEU DE ARMAS, Cádiz, metrópoli del comercio con Africa…, p. 17-18.
28. M. A. LADERO QUESADA, Castilla, Gibraltar y Berbería…, p. 195.
29. Lope Díaz de Palma, administrador del Marqués en Cádiz, compró por cuenta de éste en
1485 a los mercaderes extranjeros, especialmente venecianos, valiosos paños y tejidos, especias, azúcar y otros productos de mucho precio. M. A. LADERO QUESADA, Unas cuentas en Cádiz…, p.
472-473; J. SANCHEZ HERRERO, Cádiz…, pp. 121-125.
30. I. MONTES ROMERO-CAMACHO,: Algunos datos sobre las relaciones de Castilla…, p. 245-246.
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RAFAEL SÁNCHEZ SAUS
conflicto armado entre las casas de Arcos y Medina Sidonia descompuso el aparato fiscal de la región a causa del bloqueo impuesto por don Rodrigo a Sevilla, centro del poder de sus rivales. Sabemos que el marqués aprovechó las circunstancias
para usurpar las rentas reales y eclesiásticas de las localidades que le obedecían, y las
originadas en Cádiz no iban a ser una excepción. Además, al año siguiente, en
1472, el marqués logró de Enrique IV un privilegio que le permitía apropiarse del
uno por ciento del valor de las mercancías cargadas y descargadas en el puerto gaditano, lo que Isabel I confirmaría en 1476 y 1478. Aunque las usurpaciones de rentas reales en gran escala dejaron de producirse con el acceso al trono de los Reyes
Católicos, la influencia política de don Rodrigo y los precedentes creados en las turbulencias anteriores permitieron los trascendentales acuerdos de 1488 y 1490 entre
los almojarifes sevillanos y los recaudadores gaditanos, acuerdos que consolidaron
la existencia de un aparato fiscal propio, emancipado en buena medida del sevillano, y que suponían un reconocimiento del predominio de la ciudad en todo lo referente al comercio con Berbería31. Estos acuerdos colmaban las aspiraciones del
marqués y equiparaban fiscalmente a su ciudad de Cádiz con la situación de
Sanlúcar de Barrameda, modelo que probablemente inspiró toda la actuación de
don Rodrigo. Aunque los Reyes se apresuraron a anular gran parte del contenido
de estos acuerdos cuando Cádiz volvió al realengo en 1493, lo referente a la renta
de Berbería se mantuvo. Además, ese mismo año los Reyes establecieron el monopolio gaditano sobre el tráfico con el norte de África, prohibiéndolo desde cualquier otro puerto de la monarquía. El objetivo era centralizar en Cádiz el cobro de
la renta de Berbería, evitando su dispersión entre los puertos de titularidad señorial
que se repartían el litoral andaluz. La medida era de importancia extraordinaria y
se anticipaba al sistema posteriormente implantado respecto al comercio americano. La real cédula que ordenaba el monopolio rendía homenaje a la tradición mercantil gaditana, proclamando expresamente que desde tiempo inmemorial la mayor
parte de los navíos de la ruta de Berbería se cargaban y descargaban en la ciudad de
Cádiz y no en otra parte.
Dadas las relaciones de poder en el Estrecho y el Atlántico durante la segunda
mitad del siglo XV, el creciente papel de Cádiz en este tráfico hubiese sido impensable sin el beneplácito de Portugal32. De ello fue muy consciente don Rodrigo
Ponce de León, y con toda probabilidad esa es una de las principales explicaciones
de ciertas actuaciones políticas suyas. El acercamiento a Portugal favorecía, desde
31. M. A. LADERO QUESADA, Unas cuentas en Cádiz…, p. 460-463. El texto de los acuerdos en p. 482-485.
32. Del predominio portugués y de las autorizaciones que los castellanos necesitaban en esos
años hay muchos ejemplos en H. BAQUERO MORENO, Relações marítimas e comerciais entre
Portugal e a Baixa Andaluzia nos séculos XIV e XV, “E.H.A.M”, X (1994), pp. 25-40.
DEPENDENCIA SEÑORIAL Y DESARROLLO URBANO EN LA ANDALUCÍA ...
919
luego, al comercio gaditano y, por otra parte, era coherente con la vinculación de
los Ponce al partido de don Juan Pacheco, con cuya hija Beatriz casaría el joven
Rodrigo antes de acceder al gobierno de sus estados. Pacheco sería el valedor del
yerno en la corte para la obtención del reconocimiento regio de la ocupación de
Cádiz y, más tarde, le apoyó en la guerra de bandos contra el duque de Medina
Sidonia.
La ocasión más clara en la que se manifiestó el lusitanismo del marqués de
Cádiz fue en los movimientos políticos que acompañaron al estallido de la guerra
de Sucesión. En consonancia con su inocultable simpatía primera por la causa de
doña Juana, que no se disipó hasta después de la batalla de Toro, don Rodrigo hizo
cuanto pudo para estorbar la acción de los castellanos en las aguas cercanas a sus
posesiones. En el verano de 1475 la superioridad naval portuguesa se hizo patente
en una incursión a lo largo de las costas andaluzas. Sintomáticamente, Cádiz no fue
molestada entonces y, además, fue necesario recurrir a marinos vascos y valencianos
para asegurar la defensa de la costa. Tampoco se registró participación de los marinos gaditanos en los dos grandes hechos de la marina castellana en 1476, la derrota de la flota portuguesa de Alvar Mendes en la desembocadura del Guadalquivir y
la gran expedición a Guinea de Charles de Valera. El cronista Alonso de Palencia,
cuya antipatía hacia el marqués de Cádiz es conocida, no duda en afirmar que éste
seguía secretamente el partido luso y que en 1476 dio aviso a Fernão Gomes, quien
tenía el monopolio de las navegaciones a la Costa del Oro, de los preparativos que
se hacían en Sevilla para interceptar sus naves. De ser cierto, don Rodrigo no hacía
sino defender su hacienda, ya que anualmente incorporaba dos navíos al convoy
lusitano hacia Guinea. Pese a su precaución, la expedición corsaria castellana le
causó grandes daños, ya que asaltó y robó las carabelas del marqués que volvían de
Guinea con las bodegas atestadas, al decir de Palencia con probable exageración,
por quinientos esclavos. Por entonces también se extendió el rumor de que don
Rodrigo había revelado a los portugueses los planes del duque de Medina Sidonia
para apoderarse de Tánger33.
Estos episodios y otros semejantes, como la falta de participación gaditana en
la segunda expedición a Guinea en 1478, informan de la entidad de la dependencia de los Ponce de León y de su señorío gaditano respecto a Portugal en la participación de los beneficios de las rutas atlánticas, así como su interés en mantener la
presencia portuguesa en la zona del estrecho de Gibraltar. Evidentemente, el experimentado comercio gaditano no deseaba arriesgarse a una ruptura violenta y total
con los tan a menudo socios portugueses. En consonancia, se evitaba una provocación directa que hubiese podido perjudicar la principal fuente de riqueza de la ciu33. Sobre estos hechos, puede consultarse R. SANCHEZ SAUS, Conjeturas sobre las relaciones…, pp. 49-54.
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dad. Por el contrario, el acercamiento y cooperación entre Castilla y Portugal favorecía la posición de la casa de Arcos en Cádiz, a la actividad comercial de esta ciudad y a los intereses de su principal grupo de presión, la colonia genovesa. Esta no
podía ver con buenos ojos nada que alterase los fundamentos de su amplia presencia en la región, y no debemos olvidar a este respecto sus buenas relaciones tradicionales con Portugal y la hostilidad siempre latente con la corona de Aragón. Por
otra parte, la monarquía lusa era plenamente consciente de su dependencia de los
puertos andaluces para abastecer y socorrer a las plazas africanas bajo su poder. La
paz de Alcáçovas (1479) vino a restaurar la paz entre las potencias ibéricas en términos muy favorables para los intereses políticos y comerciales constituidos desde
antiguo en la zona y permitió el mantenimiento de viejos lazos de cooperación en
la lucha contra el común enemigo musulmán34.
Las salidas de los gaditanos a las rutas atlánticas no sólo tuvieron fines comerciales, sino que con frecuencia constituían expediciones sobre tierra de moros en
busca de botín y esclavos35. Otras muchas veces el impulso era la práctica del corso
o de la simple piratería, hasta el punto de que Sancho de Sopranis las proponía
como una de las más lucrativas ocupaciones de los marinos gaditanos. José Sánchez
Herrero aún iba más lejos cuando afirmaba que los mercaderes gaditanos practicaron
en su totalidad la piratería36. Del interés personal del marqués en estas prácticas es
buena muestra la merced alcanzada de Enrique IV en 1472 por la que cobraba el
quinto real, es decir, la quinta parte del valor de las presas realizadas37. Don Rodrigo,
generosamente y para estimular el celo de los armadores, les cedía la tercera parte
del quinto. Aunque el objetivo teórico de la merced de 1472 y de todo el corso eran
los navíos musulmanes y de potencias enemigas, la realidad era menos respetuosa,
de forma que los neutrales e incluso los amigos podían verse asaltados y robados,
de lo que existen abundantes quejas y reclamaciones. El incremento de la piratería
con motivo de la guerra nobiliaria iniciada en 1471 entre Ponces y Guzmanes a la
que ya nos hemos referido en otras ocasiones, provocó en 1473 la entrada en el
puerto gaditano de una armada portuguesa que llevó a cabo una dura represalia
sobre los navíos fondeados en él. Pocos años después, a partir de 1482, el bloqueo
marítimo del reino de Granada ofreció grandes oportunidades. Sólo en 1485 entraron siete presas en Cádiz, cuyo quinto dejó al Marqués más de 232.000 maravedí34. Al respecto, J. E. LOPEZ DE COCA CASTAÑER, Portugal y Granada: presencia lusitana
en la conquista y repoblación del reino granadino (siglos XV-XVI), en Actas das II Jornadas luso-espanholas de História Medieval, Oporto, 1987, II, pp. 737-759.
35. T. GARCIA FIGUERAS, Cabalgadas, correrías y entradas de los andaluces en el litoral africano
en la segunda mitad del siglo XV, “Revista de Historia Militar”, 1 (1957), pp. 57-79.
36. J. SANCHEZ HERRERO, Corsarios y piratas entre los comerciantes gaditanos durante la
segunda mitad del siglo XV, “E.H.A.M.”, III-IV (1984), pp. 93-108.
37. M. A. LADERO QUESADA, Unas cuentas en Cádiz…, p. 467.
DEPENDENCIA SEÑORIAL Y DESARROLLO URBANO EN LA ANDALUCÍA ...
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es38. Los corsarios que las lograron eran en todos los casos personajes de la mejor
sociedad gaditana, incluyendo dos regidores de su cabildo.
Un último aspecto reseñable, que permite medir el impulso recibido por la ciudad en las décadas finales del XV es el de la actividad constructora, a la que no fueron ajenos los propios señores. Muy pronto, en 1467, don Juan Ponce de León
ordenó la profunda remodelación del castillo de la villa, obra nueva en la práctica,
que estaba terminado ya en 147139. En los años siguientes, su hijo Rodrigo dejó
muestra de su conocida pasión edilicia construyendo la llamada torre de Hércules
para proteger las almadrabas, así como varias torres-vigías en las proximidades de
Cádiz40. Aunque los Ponce nunca tuvieron en ella una residencia de carácter palaciego y las estancias del marqués debieron ser muy espaciadas, don Rodrigo poseía
hacia 1486 no menos de una docena de inmuebles en la ciudad, cifra notable si se
considera la pequeñez del casco urbano. Por entonces se construía también la iglesia de Santa María para dotar de templo parroquial al arrabal de ese nombre, del
cual existen noticias continuadas desde 1467. El Marqués contribuyó a la fábrica
del templo con importantes legados. Hacia 1490 el arrabal había crecido tanto que
el concejo consideró necesario construir un muro para su defensa. Este primer arrabal gaditano, de vocación mercantil y marinera, tuvo su contrapunto, al otro extremo de la villa vieja, en el arrabal de Santiago, más residencial, en sitio espacioso y
llano, surgido casi al mismo tiempo que el de Santa María en torno a la ermita del
santo de su nombre. Al norte de la villa, entre el puerto y el lienzo de la muralla en
la que se abría la puerta del Mar, fue surgiendo la plaza mayor o Corredera, llamada a convertirse en el corazón de la ciudad y donde ya a principios del XVI se situarían algunos de los más notables edificios oficiales41. Lo llamativo de estas
novedades urbanísticas, además de su relación con un crecimiento indudable que
confirma cuanto hemos venido exponiendo, es su rigurosa sincronía con lo que
estaba sucediendo por entonces en las ciudades españolas más vitales y expansivas,
aunque siempre en la escala menor que correspondía a Cádiz en la jerarquía urbana del momento42.
El indudable desarrollo económico de Cádiz que las páginas anteriores permiten vislumbrar, en el que tanto tuvo que ver la capacidad de su señor para estimularlo, protegerlo y beneficiarse de él, contribuyó decisivamente a la renovación del
38. J. SANCHEZ HERRERO, Cádiz…., p. 188.
39. R. FRESNADILLO GARCIA, El castillo de la villa de Cádiz (1467?-1947), Cádiz, 1989.
40. J. A. FIERRO CUBIELLA, Historia de la ciudad de Cádiz. Cádiz, 1993, pp. 134-135.
41. Para conocer el urbanismo de Cádiz a principios del XVI, que sería tan deudor de la época
que nos ocupa, J. DE NAVASCUES Y DE PALACIO, Cádiz a través de 1513 (apuntes para su arquitectura y urbanismo desde el siglo XIII), Sevilla, 1996.
42. Véase M. MONTERO VALLEJO, Historia del urbanismo en España. I. Del Eneolítico a la
Baja Edad Media, Madrid, 1996; pp. 292-300 y 343-350.
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RAFAEL SÁNCHEZ SAUS
grupo dirigente local, permitiendo así un notable avance en la maduración del
embrionario sistema urbano gaditano43. Ya sabemos que la falta de oposición al
nuevo régimen por parte del grupo oligárquico permitió la continuidad básica de
sus componentes. Los escaños del cabildo permanecieron en manos de las mismas
personas y familias antes y después de los sucesos de 1466: Argumedo, Estopiñán,
Bernalte, Sánchez de Cádiz, Galíndez, Frías, Chirino… Esta esencial continuidad
se vio, no obstante, alterada por la progresiva apertura hacia grupos sociales emergentes. La favorable evolución económica y los estímulos fiscales y administrativos
de don Rodrigo a la navegación y el comercio, propiciaron el establecimiento en
Cádiz de elementos dinamizadores de un tejido social tan reducido como poco brillante.
Un importante factor que debe tenerse en cuenta es que el completo dominio
de la política local por los Ponce de León desactivó en Cádiz los mecanismos que
en muchas poblaciones alimentaron durante esos años los conflictos internos entre
bandos opuestos. La presa disputada en esos duros conflictos entre oligarcas era,
invariablemente, la propia institución municipal, por lo que en los concejos señoriales la lucha interna carecía de sentido. El precio de esta menor tensión interna
era, en el caso de Cádiz, como ya sabemos, el de una casi completa sumisión a los
intereses y dictados de don Rodrigo, a menudo inspirados en circunstancias de alta
política hasta entonces completamente ajenas a su concejo. Ello supuso también la
implicación activa de la ciudad en los enfrentamientos de las casas de Arcos y
Medina Sidonia pero, por otra parte, permitió derivar el interés de la pequeña aristocracia local hacia la actividad económica que tantas oportunidades ofrecía, al
mismo tiempo que propiciaba la parcial sustitución de la vieja elite política, cuya
vida gravitaba en torno al monopolio concejil, por nuevos grupos mejor preparados para extraer el máximo beneficio sociopolítico de la situación.
Al respecto, es sabido que la prosperidad del comercio gaditano de la segunda
mitad del siglo XV atrajo hacia la ciudad a numerosos armadores, mercaderes, gentes de mar y negociantes que hicieron de ella, pese a su pequeñez, un verdadero crisol. Estos personajes se encontraban, por lo general, en continuo movimiento,
aunque no fueran pocos los que acababan asentándose en Cádiz por una larga temporada o definitivamente. Incluso entre éstos, conviene distinguir a aquellos individuos plenamente asimilados, vecinos de pleno derecho aunque con lazos en sus
países de origen, de quienes, con la esperanza cifrada en un regreso más o menos
pronto, no llegaban a implicarse seriamente en la vida pública. Estos grupos de
forasteros, organizados en colonias de la misma procedencia, eran habituales en
todos los puertos de la región. Mientras que en Sanlúcar de Barrameda predomi43. R. SANCHEZ SAUS, La aristocracia gaditana bajo el señorío de los Ponce de León (14661493), “E. H.A.M.”., X (1994), pp. 165-169.
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naron los bretones e ingleses, y en El Puerto de Santa María los portugueses, en
Cádiz las principales colonias estuvieron compuestas por vascos y genoveses.
Los vascos de Cádiz eran gentes de mar, pilotos, armadores, comerciantes y,
como resultaba inevitable al practicarse esas profesiones, corsarios. En la segunda
mitad del siglo XV resultaban imprescindibles por sus conocimientos náuticos y se
hicieron un hueco en el grupo dirigente gracias a sus riquezas y a la fuerza de su
cofradía, la cual consiguió en 1483 la primera capilla concedida en la catedral para
entierro de sus miembros, trato de sus negocios y punto de encuentro del colegio
de pilotos vascongados de la Santa Cruz. Este colegio gozaba del monopolio de las
navegaciones hacia Poniente, privilegio importantísimo en una ciudad tan dependiente del comercio africano.
Pero, con mucha diferencia, la colonia genovesa es la más importante de las
existentes en el siglo XV. Si durante el XIII y el XIV su presencia es ocasional y está
falta de continuidad, ahora adquiere un perfil nuevo que acabará siendo decisivo
para el futuro de Cádiz. Lentamente al principio, de manera intensa desde 1460
aproximadamente, genoveses de todas las condiciones sociales se afincan en
Andalucía, especialmente en Sevilla y Cádiz. Se trata de negociantes dedicados a la
importación y a la exportación, como factores o por cuenta propia, y cambistas,
pero también transportistas, navegantes y temibles guerreros en la mar. Es bien
sabido, desde los penetrantes estudios de Hipólito Sancho de Sopranis sobre esta
cuestión44, que el auge genovés en Cádiz se vio correspondido y a la vez alentado
por una profunda infiltración en el poder local a través de tres procedimientos: primero, las alianzas matrimoniales con los linajes que desde siempre figuraban en el
pequeño elenco de la elite ciudadana, o bien con las que comenzaban a despuntar
en los tiempos cercanos. Ese sentido hubieron de tener, en las décadas finales del
XV, enlaces como los de los genoveses Polo Bautista de Negrón con Catalina de
Argumedo y Catalina de Estopiñán, o el del gaditano Francisco de Frías con María
Usodemar. Muy llamativa es la serie iniciada por los Sánchez de Cádiz con el matrimonio de Juan Sánchez con Berenguela de Cubas, continuada por su hijo Antón
al casar con Onofrina Luzardo y prolongada más allá de fines del XV por Catalina,
hija de Antón, al hacerlo con Bautista Ascanio.
En segundo lugar, la infiltración genovesa encontró un amplio campo de actuación en la progresiva presencia de miembros de su colonia, o directamente emparentados con ella, en las instituciones locales. Jerónimo Marrufo y Juan Ascanio ya
44. H. SANCHO DE SOPRANIS, Los genoveses en Cádiz antes de 1600, Larache, 1939 y Los
genoveses en la región gaditano-xericiense de 1460 a 1500, “Hispania”, 32 (1948), pp. 355-402.
Imprescindibles también M. A. LADERO QUESADA, Los genoveses en Sevilla y su región (siglos XIIIXVI): elementos de permanencia y arraigo, en Los mudéjares de Castilla y otros estudios de Historia
Medieval andaluza, Granada, 1989, pp. 283-312 y los trabajos de diversos autores contenidos en
Presencia italiana en Andalucía (siglos XIV-XVII), Sevilla,1985.
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eran regidores en 1469, pero el crecimiento de la influencia ligur en las décadas
siguientes se hace patente cuando sabemos que en 1506 no sólo tenían ese cargo
Polo Bautista de Negrón y Diego Ortiz de Cubas, sino que los oficiales de madre
o esposa genovesa eran, al menos, cinco de los otros nueve restantes, incluyendo a
los dos alcaldes mayores y al alguacil mayor de la ciudad.
En tercer lugar, la influencia de los genoveses se vio favorecida por la confianza depositada en ellos por el marqués. Así, de los treinta seis mercaderes al por
mayor a quienes se vendió en 1484 la totalidad de la producción de la almadraba
de Cádiz, más de la mitad tenían origen ligur. Más aún, alentó su colaboración en
las tareas administrativas del poder señorial: en 1485 el arrendamiento de las rentas mayores de Cádiz fue asunto casi exclusivo suyo, siendo oriundos o naturales de
Génova cinco de los seis arrendadores.
El fuerte crecimiento de la colonia genovesa en Cádiz durante la época señorial
se vio refrendado con su reconocimiento como nación con su cónsul y cofradía, la
cual compró en 1487 la capilla catedralicia llamada desde entonces de Santa María
de San Jorge, una de las más importantes del templo. Buena prueba de la protección que recibieron de don Rodrigo Ponce de León nos parece el hecho de que al
producirse el cambio de jurisdicción de la ciudad en 1493, los genoveses se apresuraron a presentar a los Reyes un memorial en el que, además de solicitar ventajas
políticas, comerciales y fiscales, apelaban al favor regio para que nadie les pudiese
afrentar por causas pasadas y que en lo venidero seamos mirados y tratados como se
hacía en el pasado45, es decir, para evitar los problemas y ajustes de cuentas que los
cambios suelen acarrear a beneficiarios y auxiliares del poder declinante, máxime si
se trata de extranjeros.
Pero, al margen de estos cambios en la constitución del grupo dirigente local,
la acción del marqués tuvo otros efectos. La colaboración con el gobierno señorial
abrió nuevas perspectivas a algunos viejos linajes gaditanos que por vez primera se
vieron reclamados para tareas de gobierno más allá de los estrechos límites de la isla.
Así, Pedro de Ordiales desempeñaba en 1485 el cargo de mayordomo del marqués
y Juan Sánchez de Cádiz alcanzaba en 1481 una veinticuatría jerezana que venía a
premiar su actuación durante varios años como alcaide de la villa de Rota en nombre de don Rodrigo. Estos mismos casos nos sirven para probar otro importante
aspecto de la influencia ejercida por los Ponce sobre la oligarquía local, que no es
otro que el de haber favorecido su inmersión en un ambiente cortesano y caballeresco que hasta entonces le era completamente ajeno. Antes de la llegada de los
Ponce a la ciudad, sólo la estancia esporádica de algún noble navegante o viajero, o
la presencia circunstancial de algún representante del poder real, como la del asistente Pedro de Vera en 1460, podía aportar a la oligarquía local un contacto direc45. Publica el documento LADERO QUESADA, Unas cuentas en Cádiz…, pp. 480-481.
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to con las formas de vida y los ideales triunfantes en las aristocracias de toda
Europa. Sin embargo, a lo largo de los veinticinco años de régimen señorial los
gaditanos tuvieron ocasión de romper su tradicional aislamiento y no sólo a través
de casos como los mencionados, sino también por la permanente presencia en la
ciudad de caballeros de la casa del marqués que, como Pedro de Pinos o, sobre
todo, Juan de Suazo, no dejarían de imponer su impronta. Esta apertura de horizontes de la aristocracia gaditana se hace patente en matrimonios como el de Clara
Marrufo, hija de Jerónimo Marrufo, marino, mercader y regidor gaditano, con el
aristócrata jerezano Martín Dávila Sigüenza, primer poseedor del rico mayorazgo
de Villamarta y cabeza de uno de los principales linajes de su ciudad. Dos grupos
de tradiciones y formas de vida muy diferentes hasta entonces, pero que empezaban a ser complementarias, se reconocían y buscaban el efecto multiplicador de sus
respectivas aportaciones. La introducción en Cádiz, hacia las mismas fechas, de una
rama del potente linaje jerezano de los Villavicencio nos parece propiciada por los
mismos motivos esenciales e igualmente indicativa de la madurez alcanzada por el
sistema urbano gaditano.
Así pues, y para concluir este apartado, resulta evidente que, si bien favorecido
por la evolución general de las condiciones socioeconómicas del periodo, el proceso de renovación de los cuadros dirigentes de la ciudad fue consolidado por el
gobierno de don Rodrigo Ponce de León. La apertura a los grupos más dinámicos
de la sociedad del momento, la homologación de sus intereses y formas de vida con
los del entorno andaluz, y su introducción en ámbitos políticos e institucionales
más amplios fueron las consecuencias indudables de su actuación. Por otra parte,
este crecimiento del patriciado local, una vez restaurada la autonomía de la ciudad
bajo la jurisdicción real, fue un factor poderoso en el nuevo ambiente que Cádiz
experimenta en los últimos años del siglo XV y primeros del XVI, tiempos en que
empieza a hacerse visible la gran proyección que la ciudad tendría.
4. CONCLUSIONES
El 27 de agosto de 1492 moría en Sevilla, a los cuarenta y nueve años, don
Rodrigo Ponce de León, marqués-duque de Cádiz. Su muerte, y el formidable
cúmulo de acontecimientos decisivos acaecidos en ese año, proporcionó a los Reyes
Católicos la oportunidad que esperaban para plantear una cuestión que hasta
entonces había diferido el enorme respeto que sentían por la personalidad y los servicios del personaje al que se compararía con el Cid por su papel en la conquista de
Granada. Esta cuestión no era otra que la devolución de Cádiz a la corona, urgida
ahora por el renovado interés de los monarcas por los asuntos africanos y atlánticos. El 27 de enero de 1493 se cerraron los acuerdos entre la casa de Arcos, representada por la viuda de don Rodrigo, doña Beatriz Pacheco, y la monarquía que
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permitían la vuelta de la ciudad al realengo46. Lo cierto es que Cádiz había sido ocupado ya unos días antes por el representante de los reyes, el bachiller de la Torre,
haciéndose patente un empeño regio ante el que cualquier atisbo de resistencia
hubiera sido tan inútil como inimaginable en esas circunstancias.
Se cerraba así una época de la ciudad que puede calificarse de decisiva para su
futuro como uno de los más importantes emporios atlánticos de los siglos modernos. Es verdad que desde poco antes de su entrada bajo el señorío de los Ponce
Cádiz había comenzado a situarse en un lugar de privilegio en el entramado de las
rutas que unían el Mediterráneo con el Atlántico y a Europa con África, y ésta era
sin duda la principal razón del interés de la casa de Arcos por ella. También es cierto que el camino emprendido con tanta resolución por la ciudad y su grupo dirigente en la segunda mitad del siglo XV no se detuvo con la vuelta a la jurisdicción
real, antes bien fue confirmado e intensificado por las medidas inmediatamente
adoptadas por los reyes, sobre todo por el crucial establecimiento del monopolio
sobre los viajes a Berbería de 9 de mayo de 1493. Sin embargo, esto no nos debería llevar a la conclusión de que la positiva evolución de Cádiz entre 1465 y 1493
hubiera podido producirse en cualquier caso, al menos de la forma y con la intensidad que se produjo. A la luz de lo escrito en estas páginas, es evidente que el marqués actuó como verdadero estimulante y protector de las actividades económicas
de la ciudad y que su gobierno hizo posible la ampliación del poder local a personajes y grupos que pertenecerían durante mucho tiempo a los sectores más avanzados y técnicamente más preparados para proyectar a Cádiz en su entorno atlántico.
Es evidente que los horizontes y capacidades del grupo dirigente gaditano se
ampliaron de modo más que notable, y buena prueba de ello es la habilidad diplomática al más alto nivel desplegada a lo largo de los constantes vaivenes de las normas regulatorias del comercio con Berbería que se registran entre 1493 y 151847. Es
evidente también que ello no debe hacer suponer la existencia de nada parecido a
un plan de desarrollo por parte de la administración señorial, aunque parece difícil
no conceder que don Rodrigo hizo todo lo que en la época se consideraba posible
y necesario para consolidar su señorío gaditano y promover su prosperidad, de la
que él sería siempre principal beneficiario. Para ello estuvo dispuesto a asumir riesgos importantes, como puede verse muy claramente en el contencioso por la explotación de las almadrabas frente a los Guzmán o en el pleito contra Jerez por la
posesión de los términos del posterior Puerto Real. En otro nivel, de mayor trascendencia aún, su apuesta lusitana durante la guerra de Sucesión castellana tuvo
también que ver con el papel de Cádiz en el comercio africano y sus propios inte46. Sobre estas negociaciones y su entorno político, M. A. LADERO QUESADA, Cádiz, de
señorío a realengo…, pp. 451-454.
47. Véase A. RUMEU DE ARMAS, Cádiz, metrópoli del comercio…, pp. 37-49.
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reses en el mismo, pero esto sería sólo una parte de las consideraciones que le moverían en tales momentos y con tanto en juego.
Otro aspecto importante de la gestión señorial en Cádiz, que hubo de tener
poderosos efectos sobre el crecimiento de esos años, fue la pacificación interna una
vez resueltos los contenciosos con el cabildo catedralicio a los que nos hemos referido páginas atrás y que tanta relación tuvieron con el enfrentamiento general entre
Ponces y Guzmanes. Pacificación que contrasta agudamente con la situación percibida en otras ciudades cercanas, como Jerez de la Frontera, en las que sólo la enérgica política de los Reyes Católicos, representada por su corregidor, Juan de Robles,
permitió sujetar a los bandos nobiliarios en liza por el poder local. En Cádiz los
linajes de la oligarquía local nunca tuvieron la fuerza que en otras partes, debido
sobre todo a la propia pequeñez de la ciudad, pero el gobierno de los Ponce cortó
de raíz esa posibilidad en el momento en que el crecimiento gaditano la hubiera
permitido. Como hemos visto, en las décadas señoriales los viejos linajes de la aristocracia autóctona se vieron obligados a compartir poder y tareas de gobierno con
los grupos emergentes atraídos por el auge comercial con el beneplácito de don
Rodrigo. El resultado final fue un regimiento y un grupo dirigente local mucho
más abierto y poroso, menos conflictivo en sus relaciones internas que cualquier
otro de su entorno con el que podamos compararlo. Un grupo dirigente que, además, mantuvo esas características tras la vuelta al realengo de 1493.
Por supuesto, las formas y efectos del régimen señorial en Cádiz sólo tienen
sentido en el contexto de la sociedad feudal avanzada o sociedad feudo-mercantil que
se desarrolla en Andalucía en los siglos XV y XVI. Un modelo marcado por el auge
y predominio de los valores y estructuras promovidos por la aristocracia que hizo
posible fenómenos de precapitalismo agrario y mercantil en el seno de un conjunto
social que, en medio de las inevitables transformaciones internas, conservaba e incluso
fortalecía su identidad48. Ese modelo consiguió la adhesión y el apoyo de la mayoría
de la población, especialmente de los grupos que en otras latitudes protagonizaron
transiciones y cambios que aquí tardaron aún varios siglos en ponerse en marcha.
Tener en cuenta esas circunstancias fundamentales del devenir andaluz de los siglos
bajomedievales y modernos es condición indispensable para construir nuestro juicio histórico sobre el periodo señorial gaditano.
48. M. A. LADERO QUESADA, Sociedad feudal y señoríos en Andalucía, en Los señores de
Andalucía…, pp. 43-69; p. 69.
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