Círculos de piedra, círculos de fuego Vida y muerte de doña Urraca de Covarrubias Autor: Luis Alonso Tejada ISBN: 9788497786355 344 páginas, encuadernación en rústica, formato: 17 x 24 cm PVP: 19 € ¡La emocionante historia final del condado de Castilla (siglos X y XI)! En un contexto de gestas épicas, al lado del gran Fernán González, de su hijo García Fernández y de la esposa de éste, Ava de Ribagorza, aparece otro personaje fundamental, la infanta Urraca García (970-1039). Primer titular del Infantado de Covarrubias, creado para ella por su padre García Fernández; cabeza de familia del hogar roto por la traición de su madre Ava y de su hermano Sancho García; regente gobernadora del condado de Castilla durante diez años por la minoría de edad de su sobrino el conde García Sánchez, el “infant” de los cantares; señora de Lara y guardiana del emblemático santuario-panteón familiar de Santa María de Lara (hoy Quintanilla de las Viñas), con sus frisos y capiteles esculpidos como círculos de piedra. Asesinado Sancho García en León en 1029, idéntico sino fatal perseguiría a su tía; caída en desgracia del rey Fernando I, fue asesinada en Covarrubias en 1039 por oscuros intereses señoriales y patrimoniales. Más que un estricto relato biográfico, este libro reconstruye y documenta, desde la perspectiva de doña Urraca, las vicisitudes que se suceden en Castilla en fatal secuencia entre 912 y 1039. Círculos de fuego que se encadenan y explotan como pompas en el aire. 1 SINOPSIS ARGUMENTAL En el marco de las gestas épicas de la Castilla condal, en los siglos X y XI, al lado del gran Fernán González, de su hijo García Fernández, de la esposa de éste, Ava de Ribagorza, la condesa traidora de los cantares, de Gonzalo Gustios y sus hijos, los conocidos infantes de Lara de la leyenda, aparece otro personaje fundamental, pero casi olvidado por la historiografía, la infanta Urraca García (970-1039). Como hija del conde García Fernández (970-995) y de su mujer Ava, figura Urraca en primer lugar como abadesa titular del Infantado de Covarrubias, creado para ella por su padre. La crisis conyugal de Ava y la rebelión del infante Sancho, primogénito y heredero, convirtieron a Urraca en cabeza de familia del hogar roto de García Fernández y en su principal consejera. Reconciliada con Sancho a la muerte de su padre, mantuvo su prestigio e influencia en el palacio condal. Al fallecer Sancho en 1017, Urraca gobernó el condado como regente hasta 1027, fecha en que su sobrino García, el conde “infant” (niño) de los cantares, alcanzó la mayoría de edad. Asesinado García en León en 1029, el condado pasó a la hermana mayor de éste, Munia, que al ser esposa de Sancho III de Navarra incorporó Castilla a sus dominios, inaugurando así una nueva dinastía, navarra. Idéntico sino fatal persiguió a Urraca García, que también murió asesinada en 1039. Pese al interés de esta trayectoria personal, este libro no se presenta propiamente como un relato biográfico. Intenta por encima de todo reconstruir y documentar, siempre desde la perspectiva de doña Urraca, las dramáticas vicisitudes que se suceden en el periodo final de la historia del condado. Con ese propósito, el autor ha rastreado a conciencia cartularios, becerros y cuantas colecciones documentales de la época se conservan, amén de la bibliografía especializada más reciente. Los datos de los diplomas han requerido una adecuada contextualización geográfica, sociopolítica y cultural, además de una laboriosa exploración de las estructuras familiares y señoriales de los principales linajes y de su complejísima genealogía. El texto resultante, respaldado por 350 notas a pie de página, ofrece una visión moderna y crítica del condado de Castilla y de su emocionante historia final. Aporta datos e informaciones que, en varias cuestiones básicas, cambian la perspectiva de la historiografía tradicional, tal como expondremos a continuación. 2 LA FUERZA DEL LINAJE EN LA SOCIEDAD ALTOMEDIEVAL En esta época prefeudal, los linajes funcionaban como esferas: un espacio cohesionado por vínculos matriciales, de sangre. La fidelidad al jefe, fuese hombre o mujer, constituía el elemento aglutinador. Ninguna trayectoria individual se entendía fuera de las relaciones de parentesco. Descubrir esos vínculos es, pues, un paso previo imprescindible para comprender las motivaciones de los personajes, lo cual obliga a enfrentarse a la maraña de nombres y patronímicos característicos del momento, con sus series homónimas que se repiten de generación en generación. Para no perderse, el lector agradecerá los apéndices que al final del libro resumen las líneas genealógicas de las principales familias castellanas. Son los siguientes: • Los linajes condales en los siglos IX a X (CUADRO I). • Los descendientes directos de Fernán González (CUADRO II). • El linaje de los condes de Castrojeriz-Roa (CUADRO III). LA CASA DE LARA Nacida como un pequeño condado en los valles del alto Ebro en el siglo Castilla se convirtió con Fernán González (932-970) en un extenso principado hereditario entre el Duero y el Cantábrico. Pero antes de ser conde “de toda Castilla y Álava”, Fernán González fue simple conde de Lara, a la sombra de su madre Muniadonna. Durante un siglo, los descendientes de Fernán González serían conocidos por los historiadores árabes como “los hijos de Muniadonna”. IX, En recuerdo de la condesa Muniadonna, el castillo de Lara y el contiguo monasterio de Santa María que ella restauró se mantuvieron como cuna y emblema del linaje. La iconografía visigótica de inspiración apocalíptica de sus frisos y capiteles propició la elección del lugar como panteón familiar de los primeros condes. Tras Muniadonna, el señorío de Lara quedó vinculado al titular del condado de Castilla o, en atención al carácter femenino de la comunidad de Santa María, a alguna de las mujeres de la familia. Al fallecer el conde Sancho García en 1017, su hermana Urraca, que gobernó como regente hasta 1027, lógicamente heredó el señorío. Retirada luego a su abadía de Covarrubias, Urraca sigue figurando en la documentación como condesa y señora de Lara. Junto a los muros esculpidos del cenobio de Lara, la infanta Urraca vivió con aprensión los años terribles de Almanzor y los vaticinios que anunciaban el fin de los tiempos, unos en el Año Mil, otros en el Mil treinta y tres. Finalmente, en 1038, la ya anciana infanta-abadesa fue obligada a reintegrar los derechos señoriales sobre Lara a su sobrino Fernando I, heredero legal del condado. Sorprendentemente, la cesión no llegó a consumarse en vida de Urraca. 3 LA ATRACCIÓN MONÁSTICA Destinada por sus padres al servicio de la Iglesia, la infanta Urraca profesó a los ocho años en el monasterio dúplice (de monjes y monjas bajo el mismo techo) de San Cosme y San Damián de Covarrubias. Por la escritura del acto (24 de noviembre de 978) sabemos que desde ese momento la niña Urraca asumió el cargo de abadesa de la comunidad y de un inmenso Infantado. Se trataba de un extenso dominio que ella gobernaría hasta su muerte con plenitud de poderes jurisdiccionales, fiscales y señoriales, libre de interferencias de los oficiales (merinos, jueces y sayones) de la administración condal. Para entender el compromiso religioso de la infanta-abadesa como humilde “sierva de Cristo”, título que nunca abandonó, debemos adentrarnos en las entrañas del sistema monástico tradicional castellano. Descubriremos un mundo fascinante de eremitas (solitarios) y cenobitas (en comunidad), en el que convivían tradiciones celtas, visigodas, mozárabes y benedictinas. La veintena de monasterios que la documentación registra en la zona del Arlanza nacieron vinculados a experiencias eremíticas, individuales o en grupo (lauras). Muchos se remontaban a la época visigoda y habían sufrido luego la ocupación musulmana. Este hecho y las expectativas que se fueron creando según se acercaba el Año Mil explican la fuerza que cobró este movimiento de religiosidad penitencial y mística. El sentimiento milenarista, de raíces antiguas, se revela en la iconografía del templo visigótico de Santa María de Lara (hoy Quintanilla de las Viñas). Los círculos de piedra esculpidos a modo de friso al exterior del ábside señalan un recorrido procesional en el que el ritual litúrgico simbolizaba el doloroso peregrinaje de los justos por el mundo. Por lo demás, los monasterios se mantuvieron en esos siglos como los únicos focos de saber y de cultura. Gozaban por ello de inmenso prestigio y poder de atracción. De sus escritorios salieron códices que son obras maestras de la caligrafía y de la iluminación: diplomas, Biblias y Beatos. Uno de esos geniales artistas, Florencio, monje de Valeránica (Tordómar), compuso la escritura de fundación del Infantado de Covarrubias en 978. URRACA GARCÍA, REGENTE DEL CONDADO El periodo de diez años durante el cual la infanta Urraca gobernó como regente no ha merecido la atención debida. Y, sin embargo, fue una etapa crucial en la que el condado se debatió entre la agresividad de León y el intervencionismo interesado de Navarra. La regente hubo de aceptar la “protección” de su sobrino Sancho III de Pamplona, sin dejar por ello de reconocer la soberanía de León sobre Castilla. Pese a ciertos desórdenes iniciales provocados por infanzones locales descontentos, Urraca impuso su autoridad y la cohesión en el interior. Pero su principal mérito fue mantener sano y salvo a su sobrino García, legítimo heredero del condado, hasta que alcanzó su mayoría de edad. Culminada esta misión en 1027, Urraca se retiró a la abadía de Covarrubias dejando a García instalado en el palacio de Burgos. 4 Se nos muestra entonces Urraca desempeñando otras funciones al margen del gobierno de su Infantado. Además de cómo gran propietaria en la cuenca media y alta del Arlanza, la infanta-abadesa aparece como señora de Lara y guardiana del emblemático santuario-panteón familiar. SUSTITUCIÓN DE LA DINASTÍA FERNANDINA POR LA NAVARRA Al morir asesinado el joven conde García en 1029 sin descendencia propia ni hermanos varones, la sucesión del condado de Castilla recayó en su hermana Munia, reina de Navarra y esposa del mismo Sancho III que hubiera debido impedir el crimen. Incapacitada como mujer para ejercer la soberanía por sí misma, Munia transmitió el poder a su marido. Para evitar la anexión pura y simple a Navarra, los castellanos consiguieron que el rey Sancho nombrara conde de Castilla a Fernando, un hijo distinto del primogénito. Sin embargo, al morir en 1035 Sancho legó en su testamento Castilla a Fernando como estaba previsto, pero escindiendo de su territorio la mitad nordeste para someterla a Navarra. Fernando se vio reducido de hecho de hijo de rey a simple conde, sometido a su hermano García de Navarra sin dejar de ser vasallo de León. El azar vino en su ayuda en 1037 cuando el rey leonés cayó muerto en la batalla de Tamarón. La sucesión de León recayó como única heredera posible en Sancha, hermana del difunto, y a través de ella –y eso era lo grave– en su marido Fernando de Castilla, el contrincante en la fatal batalla. Por efecto de esa carambola dinástica, Fernando y Sancha pasaron de ser condes de una Castilla disminuida a soberanos de León y Castilla. Al convertirse el último de sus condes en rey de León, coronado en 1038 con el nombre de Fernando I, nunca más habría ya un conde de Castilla, pues tal dignidad quedó incorporada a la persona que ceñía la corona real. Con ello, jurídicamente, el condado de Castilla dejó de existir. En el proceso de sustitución de la vieja dinastía fernandina hubo en Castilla, además de la transferencia de poder político a Sancho III y a Fernando I, una serie de cambios en los niveles señoriales intermedios. En el sistema vigente, el poder político superior, desnudo de propiedades territoriales, carecía de los recursos patrimoniales imprescindibles para sostener el entramado de relaciones clientelares de los soberanos con sus magnates e infanzones. Entre los medios utilizados por Sancho III y su hijo para conseguir esa plataforma territorial, la documentación recoge sus esfuerzos para apoderarse del patrimonio que estaba en manos de las infantas supervivientes de la antigua dinastía. Dos de ellas, Óneca y Goto, entregaron “voluntariamente” al rey Sancho sus bienes mediante “profiliación”. Urraca de Covarrubias, en cambio, resistió tenazmente, conservando sus propiedades y derechos señoriales, aunque pagaría bien cara su oposición. La dinastía Navarra promovió igualmente una renovación del monacato tradicional, introduciendo reformas inspiradas en el benedictinismo de Cluny. Se sirvió de dichos cambios como de arma política para someter a su control los grandes monasterios, como San Pedro de Arlanza, Covarrubias y Oña. Abrieron con ello otro frente de conflicto con las infantas Urraca de Covarrubias y su sobrina Tigridia de Oña. 5 URRACA GARCÍA, GRAN SEÑORA FEUDAL En la personalidad de doña Urraca se superponen rasgos y funciones que conforman un perfil complejo. Infanta condal por nacimiento, abadesa desde niña y titular de un gran Infantado territorial, consejera de los condes y regente ella misma en su madurez, aparece a partir de 1027, a sus cincuenta y siete años, como gran propietaria y señora feudal, domina o condesa, según la documentación. De todas sus dignidades es la última la más difícil de interpretar. En la alta Edad Media, la propiedad se ejercía en varios niveles: de la tierra y de los hombres adscritos a ella, por un lado; de los bienes de uso colectivo (montes, aguas, pastos, iglesias y monasterios), por otro, y, en fin, de los derechos señoriales anexos, que podían llegar hasta el vasallaje. Ahora bien, consta que Urraca, aún siendo una humilde “sierva de Cristo” con los tres clásicos votos, disponía de un amplio patrimonio al margen del Infantado. Las posesiones personales de doña Urraca se registran específicamente en Barbadillo de Herreros, Cogollos, Madrigal del Monte, Fontioso, Castrillo de Solarana y en Lara, en suma, en el área del Arlanza. Obviamente, sus propiedades sin documentar debieron ser mucho mayores. Por añadidura, la infanta aparece formalmente como señora del monasterio de Santa María de Lara, con su panteón condal y con los bienes anexos. Este dominio tenía un extraordinario alcance simbólico y señorial. Por esa vía se alcanza a entender la relevancia social del personaje, que a su estirpe condal añadía el prestigio de una trayectoria política y religiosa impecable. El rey Fernando, empeñado con ahínco en la reorganización territorial y señorial y en la captación de vínculos clientelares con la nobleza local, se topó con la resistencia de su anciana tía. Fatalmente, el monarca necesitaba disponer de ese patrimonio, por la amplitud del mismo, y por su incidencia en la estructura feudal. LA TRÁGICA MUERTE DE DOÑA URRACA EN COVARRUBIAS Los Anales Castellanos Segundos, crónica “oficial”, escueta, precisa y veraz, escrita hacia 1110, nos confirma la tremenda noticia: “En el año 1039 mataron a la condesa Urraca en Covarrubias”. ¿Pueden las fuentes desvelar el misterio de esta muerte? Los Anales se expresan con precisión: “occiderunt, mataron”. No fue, pues, una muerte accidental, indirecta o natural, sino deliberadamente provocada; en suma, un asesinato. Y podemos fecharlo, en 1039, y seguramente antes del 31 de marzo, día en que el rey Fernando ratificó la cesión de Lara al monasterio de Arlanza sin mencionar ya para nada a su tía. Para describir la muerte de doña Urraca por mano anónima –“mataron”–, encontramos las mismas palabras utilizadas en 1029 para referir el asesinato en León del conde García. Otro crimen político o de estado. Con idénticos beneficiarios: la familia real Navarra. Si no caben dudas del hecho mismo del crimen, quedan abiertas todas las incógnitas acerca del modo en que ocurrió y de las razones que lo moti6 varon. Se alimentó así sobre ello una tradición oral fabulosa, mientras la historia escrita callaba para proteger la imagen del monarca. A día de hoy algunos datos parecen seguros. La escritura de cesión de Santa María de Lara, otorgada en enero de 1038, encierra algunas de las claves. No pudo ejecutarse hasta marzo de 1039 y entonces ya no aparece Urraca como donante, ni como antigua propietaria, y ni siquiera se la menciona. La obstinación de Urraca había conducido al rey Fernando a destituirla de todos sus cargos y recluirla en la torre de Covarrubias que lleva su nombre. Nada obliga a dramatizar el suceso como hace la leyenda popular según la cual la infanta murió emparedada en la torre. En principio, tal crueldad era innecesaria, pues la fortaleza misma, con su único acceso a más de diez metros del suelo, proporcionaba suficiente aislamiento y seguridad. Si fue la voluntad de apoderarse del patrimonio de doña Urraca el motivo determinante de la actuación real, Fernando bien podía haber promulgado un edicto de proscripción y confiscación de bienes. Con su habitual cautela prefirió la discreción de un encierro clandestino. Pero ocurrió que en el traspaso de posesiones y funciones de la infanta a los nuevos destinatarios designados por Fernando, surgieron dificultades imposibles de resolver. El secretismo del encarcelamiento propició reacciones de funestas consecuencias. ¿Contó el rey con la complicidad de algún colaborador necesario? Seguramente. Los beneficiarios directos de la desaparición de la señora de Lara fueron el monasterio de San Pedro de Arlanza y el magnate Nuño Álvarez de Carazo. Ambos recibirían los despojos del dominio feudal de doña Urraca. Pasado un tiempo prudencial, Nuño Álvarez sería oficialmente reconocido como heredero del señorío de Lara, que transmitió a sus descendientes. Es, por tanto, obvio hacia dónde se han de dirigir las pesquisas. EL AUTOR Luis Alonso Tejada, natural de Covarrubias (30.1.1936) e historiador, es autor de varios libros (El ocaso de la Inquisición, 1969; Inquisidores y herejes, 1976; Gente de trabuco, 1976) y artículos en revistas especializadas (Goya, perseguido por la Inquisición, Historia-16, 1996; La Inquisición y los orígenes del carlismo, Historia-16, 1986). El título de esta nueva obra, Círculos de piedra, círculos de fuego, quiere destacar en primer lugar la relevancia histórica del señorío de Lara y de su santuario, el de los célebres círculos de piedra. Y a la vez aludir a la fugacidad del destino en este periodo convulso. Círculos de fuego que, en fatal secuencia, se encadenan y explotan como pompas en el aire. Hechos y personas que salen ahora a la luz y cobran vida tras permanecer siglos en la penumbra de la historia. 7