Una nueva ética

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¿Nueva ética independentista?
Por Pedro Aponte Vázquez
El reciente conflicto entre un joven universitario independentista y socialista y
una mujer mayor colonialista y capitalista que fue administradora colonial de
Puerto Rico me ha hecho preguntarme si los acontecimientos que han ido
surgiendo como síntesis de ese choque entre tesis y antítesis apuntan hacia una
nueva ética independentista en ciernes.
En el pasado no muy remoto, aunque se trata del siglo anterior, los valores de
la sociedad en general, que también lo eran de las principales organizaciones
independentistas, incluían la disciplina, la cortesía, la dignidad, la consideración, la
honestidad y la caballerosidad. El que los hombres tuviéramos y demostráramos
tener estos atributos en el ordinario quehacer no estaba reñido con la firmeza de
carácter ni con la hombría de bien, ni con el patriotismo. Por el contrario,
precisamente iban de la mano con el ideal de la liberación nacional.
En ese pasado, por otra parte, la sociedad y la ética independentista tenían un
concepto de la naturaleza de la mujer por virtud del cual, aunque disponía que se
le debía cortesía y especial consideración y de ellas se esperaba lo mismo, no
obstante no se le reconocían iguales derechos y mucho menos iguales facultades
intelectuales ni las mismas destrezas. El postulado era que la mujer era “de la
casa” y el hombre “de la calle” y que unos trabajos eran exclusivos para los
hombres —particularmente los de más prestigio y mejor remunerados― y otros
para las mujeres.
Afortunadamente para la sociedad en general y para el Movimiento Libertador,
la lucha centenaria de la mujer contra esos prejuicios y esa conducta
discriminatoria, alteró el balance a su favor aunque no lo ha igualado. Detrás de la
sociedad marcharon tímidamente, pero con firmeza, las personas que componían
la base de las organizaciones independentistas, seguidas aún más tímidamente
por sus líderes masculinos.
No obstante, los logros del Movimiento Feminista, sobre todo los de EE. UU.,
trajeron consigo algunos cambios congruentes con la nueva realidad, como los de
cesar de tratar a la mujer con consideración especial, requerirle una conducta
menos “femenina”, y exigirle nuevas responsabilidades. Esto no ha sido del
agrado de todas las mujeres y ha dado lugar a discrepancias en torno a cuán lejos
debe llegar la igualdad que se busca.
Algunos hombres, sobre todo aquellos que rehúsan aceptar los logros de las
mujeres o lo hacen a regañadientes, aprovechan que ya no se le debe especial
consideración a la mujer debido a su nivel de igualdad con el hombre y
aprovechan para sin temor alguno dejar que afloren sus prejuicios con la supuesta
justificación de la igualdad de géneros. Los ha habido y los habrá quienes den por
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sentado que es hora ya de prescindir de la disciplina, de la cortesía, de la
dignidad, de la consideración y de la honestidad.
En otra época era fundamental y rutinario, incluso en las luchas estudiantiles
universitarias, mantener disciplina en medio de los actos políticos de protesta y por
eso se designaba de antemano a una persona, fuera hombre o mujer, que sería la
autorizada a emitir comentarios ante la Prensa y a enfrentar y resolver situaciones
imprevistas. Esas medidas aparentemente estuvieron ausentes en el acto de
desobediencia civil durante el cual surgió el conflicto objeto de estos comentarios y
si el estudiante que le habló estruja’o a la ex administradora colonial capitalista sí
había sido designado para mantener la disciplina, no desempeñó su papel.
El respaldo que ese estudiante (para este autor sigue siendo estudiante aunque
la administración universitaria lo haya expulsado) ha recibido sugiere que la
improvisación fue allí la orden del día y que, peor aún, ya no hay por qué proceder
con carácter, disciplina, cortesía y dignidad frente a una mujer si pertenece a la
clase dominante y se ha concluido que ha actuado en detrimento de la patria y del
proletariado.
Esa actitud me hace pensar en Tatanka-Iyotanka, famoso cacique de los Sioux
Lakotas y líder espiritual y jefe máximo de la nación Lakota, quien al finalizar la
batalla de Little Big Horn no les permitió a sus guerreros profanar el cadáver del
teniente general George Armstrong Custer a pesar de que este había asesinado a
numerosos nativos sin importarle edad o género. Tatanka-Iyotanka, quien no era
un pendejo a la vela, sino un veterano de cruentas batallas en las que se había
iniciado a la edad de 14 años, no permitió que le cortaran al sanguinario asesino
Custer su larga cabellera porque, según le atribuyen, había sido “un gran guerrero
y había muerto como un valiente”. Me recuerda, además, que mientras Albizu
hablaba con periodistas en su lugar de residencia en el viejo San Juan el mismo
día en que fue expulsado como bolsa de la cárcel La Princesa, uno de los
presentes (probablemente Salvador González Rivera, el informante de la Policía
N-1) hizo expresiones groseras contra Luis Muñoz Marín. Aunque este había
traicionado el ideal Nacionalista y ahora era su carcelero y servil administrador de
la colonia, Albizu reprendió al intruso y le dijo de modo inequívoco que allí no se
podía hablar de nadie de esa manera.
En el caso del incidente que dio lugar a este breve escrito, ya algunos hombres
y hasta algunas mujeres y al menos una organización socialista han justificado la
conducta grosera del socialista ante la capitalista porque esta le ha hecho daño
económico y político a la nación, intencionalmente o no. Si la política creía de
buena fe que obraba correctamente, si estaba convencida de que sus decisiones
favorecían los mejores intereses de la nación, es irrelevante. Lo pertinente es que
no es socialista.
A pesar de que el conflicto ocurrió durante una actividad política y de que la
Prensa sabiamente aprovechó para divulgarlo ampliamente, la organización
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política aludida parece haber pasado por alto el que su aprobación de ese
proceder pueda conllevar un costo político. Además, en su análisis del conflicto,
esa organización patriótica no parece haber examinado la probabilidad de que
apoyar semejante conducta pueda dar lugar a que esa misma persona u otras,
independentistas o no, opten por transferir la aprobación y aplicarla a otras
circunstancias. Es decir, en la intimidad del seno del hogar, un hombre que no
quiera acceder a una petición de su compañera, podría ahora insultarla y
humillarla so pretexto de que ella ha tomado decisiones que le han hecho daño a
la patria o a la economía del núcleo familiar y habría hombres y mujeres
socialistas que lo aplaudirían.
En fin, el hecho mismo de que un caucus de mujeres socialistas haya
manifestado enfáticamente en conferencia de prensa su respaldo a la conducta
grosera de un compañero contra una mujer porque esa mujer le ha hecho daño a
nuestra patria y al sector obrero del País y que ante los hechos otras
organizaciones patrióticas —y son muchas— hayan optado por guardar silencio,
parece señalar el surgimiento de una nueva ética independentista desprovista de
la disciplina, la cortesía, la dignidad, la consideración, la honestidad y la
caballerosidad de antaño. #
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