SEMANARIO OIENTIPICO, L I T E R A R I O Y ARTÍSTICO ítíFASA Uñ »ao l u vil CUBA T PUEKTO EICO Dn año 5 pesos oro. En el resto de América fijan el precio los señores eorresponsales. EXTKANJBEO ü n año. . . 18 pesetas. ITbu pibe. Numero suelto. . 0''¿^ • POKTUÜAI Hi]8cnciOD pagadera «(tiaaDainuiau'"'ft'la numere. Vt r^--.w ADVERTENCIA.—Con el presente número recibirán los señores suscritores el regalo ofrecido íi^^^WÍ#í£- D. JOSÉ DE CASTRO Y SERRANO (dibujo de P. y Valor) Núm. m 818 LA SUMARIO TEXTO: Madrid, p o r Fernanflor.—F« año más (pocsfa), p o r Federico Balart.—Noche Buena, por F. Serrano de la Pedrosa. — Noches Buenas (poestfls), por Antonio Grilo.— Año Nuevo (poesía), p o r Manuel del Palacio.—¡¡Noche Buena/!, p o r Manuel yíAtose». — Cincuenta Navit^ades, por R. Blanco Asenjo.—1789-1,180 (poesía), p o r Alfredo Opisso.—Nuestros grabados. — En invierno (poesía), por Antonio Osete.— Las Minas del Rey Salomón (conclusión), por H. Rlde Haggard. 6BABAD0S: D. José de Castro y Serrano. — Alegoría de Navidad.— Después de la misa del gallo. — Noches Buenas.— Afio Nuevo.—Acompañando á las v í c t i m a s . - P o r Navidad.—Alojados.—La Virgen Madre.—Suplemento al númeno 365: La plegaria, cromo tipográfico. MADRID DON JOSÉ CASTRO Y SERRANO t os biógrafos de Castro y Serrano dicen que nació en Granada, pero no quieren decir cuándo. Dan á entender con esto que es viejo. Mas todos cuantos le tratan, y cuantos le ven, dicen que es joven. Porque, en efecto, andar con tiesura y firme paso, hablar y discurrir con viveza, no padecer jamás enfermedades, trajinar mucho, comer y beber más de lo que debe un monje y algo menos de lo que acostumbra un glotón, viajar sin queía ni cansancio, dormit á pierna suelta, y estar dispuesto siempre á escribir bien y á conversar mejor, son cualidades impropias de los ancianos. Castro habrá podido aparecer viejo por su reposo moral allá en sus frescos años: hoy, hombre maduro, parece dar señas, en todo, de tener despierta su juventud. Los que le tratamos con intimidad desde hace muchos años, ni en su talento ni en su físico hemos notado decaimientos. No ha sido joven ni será viejo. Todo pasa, todo cambia, todo se muda en torno suyo: sólo permanece, resiste y queda Castro y Serrano. Los diarios han publicado biografías suyas y deshojado flores sobre su cabeza con motivo de su recepción académica. Es difícil decir nada nuevo: el hombre, el escritor, son ya conocidísimos... Pero fuerza será repetir algo de lo dicho, pues en este ni\mero aparece su retrato: el retrato de un literato eminentísimo, de un hombre universalmente simpático, de un cnenfero sin rival, de un conserva.rlor sin partido, del que es, bajo sus vetustas ideas políticas, el más moderno y más actual de los españoles. Su discurso de entrada en la Academia lo demuestra bien. He dicho que Castro y Serrano nació en Granada. Allí estudió la medicina, empezando el estudio tan joven nue á los d'ez v ocho años había concluido la carrera. No dejó de ganar ninguno de los cursos por oposición; así que (él mismo lo dice) el Estado le costeó la carrera. Como no podía ejercer la facultad hasta los veintidós años, tuvo tiempo de cambiar de aficiones. Leyó mucho, sintióse con deseos de escribir algo parecido á lo que había leído, v como desde pequeño observó con lucidez, clasificó sus conocimientos con método y supo expresar sus pensamientos con claridad, brevedad y gracia, se encontró por derecho propio compañero de otros jóvenes esperanzado las letras patrias: Pedro Antonio Alarcón, Manuel Fernández y González. Leandro Pérez Cossío, José Fernández Jiménez (actual subsecretario de Estado) y Manuel del Palacio. Su carácter, sin embargo, no se fundía bien con estos otros caracteres, entre los cuales abundaban los bohemios al uso y los locos pacíficos. Allí d^bía aparecer como una protesta: él era el espíritu positivista de la literatura moderna que no vive de.fantasías sino de realidades. Aquella colonia de escritores compuso una obra que tituló Mnfinnafs de Abril y Mayo, la cual obtuvo grande éxito. Desde luego se manifestó Castro el hombre de su siglo, el periodista, el escritor de la actualidad, y el cronista de los trabajos útiles, de los héroes industriales: escri- iLusaiíAcioN IBÉRICA bió para esa obra un artículo titulado Los fósforos de Gaseante, que agradeció este inventor, haciendo insertar estos versos en las cajas de fosfores: Traba.jemos sin desmayo, ya que nos anima á ello el libro galante y bello Mañanas de Abril y Mayo. La observación de Castro y Serrano se fijaba con preferencia allí donde había un mérito desconocido que realzar, y algún tiempo después leyó en la tertulia de Cruzada Villamil unas páginas de tan triste y profunda emoción que hicieron derramar lágrimas á la originalísima reunión que las escuchaba de escritores y de tiradores de florete y espada antigua. Era la historia de un poeta que acababa de morir: la historia de Francisco Zea. De aquel artículo nació la hermosa edición costeada por el Estado de las obras del vate. Seguía con este artículo Castro y Serrano su camino de escritor del bien, y, por igual sentimiento de elevar á los humildes y rescatar á los desdichados de su inmerecida suerte, trazó luego las sentidas lineas que con el título de Las Estanqueras de San Fernando conmovieron á Madrid durante muchos días, como no han logrado conmoverle gruesos libros de profundo mérito. Es que Castro y Serrano sabe el camino que conduce á los corazones : sabe aparecer grandioso y sencillo á la vez, haciéndose comprender de los aristócratas y del pueblo. Otros artículos, como el que dedicó á D.a Ernestina Manuel de Villena, fundadora de un asilo de huérfanos, y el que imprimió la Sociedad de Salvamento de Huérfanos, manifiestan que Castro y Serrano ha sido y es el primero de nuestros periodistas; no habiéndosele dado este título con preferencia por haber hecho siempre periodismo con la foruM gallarda y pulida del más exquisito literato. Su campaña famosa de la inauguración del Canal de Suez, campaña que con el título áeLa Novela del Egipto se publicó luego, le coloca á la altura de los más famosos narradores europeos. Allá por el año 60 publicó sus Cartas trascendentales, en las cuales se reveló como filósofo intencionado y amable; interpretando tan perfectamente los sentimientos y las aspiraciones de su época, que tal libro llegó á ser el favorito de aquella sociedad, especialmente del bello sexo. Estas cartas revisten, como el autor mismo, eterna juventud, pues las ediciones se vienen sucediendo desde entonces sin que el interés y la admiración de los lectores se agote. No sé de libro alguno español literario y moderno que haya sido tantas veces impreso y elogiado. La prosa de Castro es como el alabastro: sólida, tersa y permanente; pero en las Cartas aparece más fluida, brillante y cálida. Las Historias Vulgares son modelo de lectura culta, castiza, sana, ya regocijada, ya fácil á producir suaves lágrimas. Las madres y los padres debieran poner estas Historias en manos de sus hijos no bien pudieran éstos apreciar la pintura y comparación de las costumbres y de los sentimientos: su lectura no sólo hará aficionados literarios de gusto exquisito, sino seres amantes de la sociedad y de la vida y buenos ciudadanos. No necesito enumerar otios muchos trabajos suyos: sus magistrales estudios sobre las Exposiciones de París, Londres y Viena; su original y preciosa novela La Capitana Cook, Los Cuadros Contemporáneos... La pluma de Castro y Serrano jamás ha reposado sino el tiempo preciso para madurar sus ideas, y cualquier artícu• lo suyo ha sido y es para el mundo literario un acontecimiento. Ningún literato ha entrado en la Academia con mejores títulos que nuestro biografiado: pocos podrán ser de más utilidad que él en aquel Instituto para la pureza y decoro de nuestra lengua. Castro es un gran prosista: no sólo por su estilo, clarísimo, entonado sin énfasis, ameno sin relumbrón, sencillo sin desmayo; sino porque piensa en prosa, muy al contrario de la generalidad de los' nuestros autores, que piensan en verso. Castro es, como prosista, todo moderno y todo clásico. El vocablo, el giro, son á veces revolucionarios; pero toman un encaje como de molde antiguo. Nadie puede dudar de que lee á un grande escritor y allí no se encuentran más que palabras y locuciones vulgares. Por esto su prosa ni envejece ni envejecerá. Es, en fin. un gran maestro del arte de escribir y de hablar,que será escuchado con respeto por sus mismos colegas de la Academia. Su discurso de recepción es al mismo tiempo la justificación de su vida literaria y la apoteosis del género que viene cultivando: enseñar amenamente. Es un discurso algo extraño para leído en una reunión de hombres sabios, maduros, apegados á la tradición y desconfiados del progreso literario. Es un discurso más bien de periodista que de literato por el fondo, aunque por su forma sea verdadero encanto del amante de las letras. Castro llega y toma asiento entre los académicos diciéndoles: «Señores, es preciso escribir para los aue no quieran leer ó no tienen tiempo de ello. Escribid con amenidad y seréis leídos.» «La amenidad y galanura en los escritos es elemento de belleza y de arte.» Hé aquí el tema de su discurso, desarrollado, como alfifuien ha dicho, con extraordinario caudal de ideas propias. Su definición del chiste es admirable y lo son también, otras observaciones de que dicha definición va precedida. «IQué cosa tan pequeña y tan grande! £7 chiste, que parece un desperdicio del ingenio ó una burla de la verdad, ha predominado en el mundo con fuerza tan misteriosa como incontrastable. Cuando se han perdido las bibliotocas, cuando se han borrado las civilizaciones, cuando de los grandes pueblos, asombro de la historia, apenas queda un pedrusco, una inscripción 6 una medalla; el chiste flota en no sabemos qué corrientes del espíritu humano, para propagarse de edad en edad, y va en forma de apólogos, que son las gracias de la filosofía; ya en forma de aforismos, que son las g'-acias de la ciencia; ya en forma de epigramas, que son las gracias de la literatura; ya en forma de refranes, que son las gracias de la multitud. Por el chiste se nos reaparecen v cobran vida aquellas generaciones que se perdieron.» «En la esfera social,—dice uno de sus biógrafos,— Castro y Serrano ha seguido haciendo durante estos últimos años lo que hacía: excursiones á su tierra, expediciones estivales y viajes por Europa; asistencia al Real, nunca ó casi nunca á otro teatro; y comidas y tertulias en casas aristocráticas v ricas, de ric^s v aristócratas inteligentes é ilustrados. En las comidas es tanto más estimada su presencia cuanto que en la mesa juzga y saborea como perito y en la sobremesa habla como pgudo, chistoso y ocurrentísimo hablador.» De esto pudiera yo decir mucho, pneíto oue he sido y suelo ser compañero suvo de ine^a y de viaje. Castro es el propio chiste decorosamente expresado, haciendo irrupción en todos momentos y siempre con absoluta oportunidad. No hay medio de hablar donde está él: no sólo porque sus continuas gracias no dejan lugar, sino porque nadie se atreve á pasar por arrogante tratando de colocar entre los suyos otro chiste. Sólo el doctor Thebussem, compañero y amigo iuyo, sabio y ameno, osa y realiza con éxito semejante empresa. Cosa rara: las damas elegantes y hermosas forman corro en torno del canoso escritor, y se olvidan, oyéndole, de las conversaciones de amor, de modas y de placeres, que por natural inclinación debieran preferir. Es la desesperación de los Tenorios y de los jóvenes. ]Gran compañero, en efecto, de viaje, puesto que se comparten con él las ventajas de su celebridad 1 Allí donde va se le busca, se le agasaja, se le mima, se le recibe con ceremonia y se le despide con abrazos y lamentaciones. Los aristócratas dan fiesta en honor suyo, el acaudalado burgués le ofrece ua banquete en que 819 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA se suben de la bodega los mejores vinos, el industrial le da en su fábrica ó en su taller una sabrosa merípuda. No se le quisiera dejar partir nunca y se le recuerda siembra. En cuanto á mí, le tengo reconocido por maestro, agradézcole el bondadoso cariño que me tiene, y le ofrezco en estas breves líneas un homenaje de respeto y de veneración. Para concluir. —Este Castro,—decía un académico el día de la recepción,—tiene aquí su puesto señalado en atención á sus conocimientos científicos especiales. —¿Cuál? —El de médico de Ja lengua. FEENANFLOB UN ANO MÁS ( A M.\NüEL DEL P A L A C I O ) [Un año más! Con su celaje oscuro, con su nieve, su escarcha y su neblina, sobre esta frente, que al dolor se inclina, cincuenta y ocho inviernos pesan ya; y al vislumbrar la mente, en lo faturo, visiones que se extinguen incoloras, mira pasar de las perdidas horas el negro enjambre que volando va. El tiempo, que jamás la planta sienta, devorando las noches y los días, ya rasga el manto á las tinieblas frías, ya al crepúsculo roba el arrebol; y una vez y otra vez su reloj cuenta la arena del desierto, grano & grano, y agota su clepsidra el océano, y el rayo embota su cuadrante al sol. Pero, en densas tinieblas sumergido, ¿quién la esperanza del acierto abriga? ¿Sabe el tallo. Señor, lo que es la espiga? ¿Sabe el hombre. Señor, lo que es virtud? ¿ Quién seguro aquilata sus acciones, si, por sobra, 6 por falta de energía, ya es la resignación vil cobardía, ya la noble constancia obstinación? Siempre, velada en lúgubres crespones, se oculta la verdad: nadie la alcanza; y en el trémulo fiel de la balanza se columpia indecisa la razón. ] Oh! Cuando triste, muda, misteriosa, la noche se aproxima, y paso á paso va tu sol acercándose al ocaso, desconocido abismo para ti, al tocar en el borde de la fosa donde otra vida inescrutable empieza, si no sabes morir con entereza, miserable mortal, ¿qué sabes? ¡Di! Muera, Señor, conmigo mi memoria; quede al mundo ignorada mi existencia; pero dame la paz de la conciencia hoy que al fin del camino siento el pie. No te pido. Señor, fama ni gloria, no te pido grandeza ni ventura, no te pido ni aun tregua en mi amargura: ¡ valor te pido, y esperanza y fe! FEDERICO B A L A R T Noche del 21 al 22 de octubre de 1889. ^ NOCHE BUENA Arrebatado en incesante vuelo cuanto la mente á concebir alcanza, cuanto es norte falaz de la esperanza, cuanto soberbia inspira y gloria da, cuanto brilla en la tierra y en el cielo, desde el átomo al astro luminoso, sueño es | ay! que en su velo tenebroso la sombra del olvido envolverá. ¿,Qué memoria en el mundo deja el hombre? ¿Qué rastro deja por el mar la nave? ¿Qué rastro deja por el viento el ave? ¿Qué rastro deja por el cielo el sol? La muerte borra, al par de nuestro nombre, las vanas glorias que el orgullo crea como borra en la playa la marea las huellas del ausente barquerol. Y aun en la áspera senda de amarguras donde entre abrojos el dolor anida, ¿qué es la humana carrera? ¿qué es la vida? [Sufrir, lidiar, caer, llorar... morir! No es otra la corona de venturas que el tiempo nos ofrece despiadado: ¡esas las flores son que dio el pasado; esas las que promete el porvenirl Si, á lo menos, el ánimo abatido la luz del bien entre la bruma viera, con su benigQO rayo hallar pudiera, ya que no la ventura, la quietud. Parece, á primera vista, que sólo los niños son los beneficiados con la fiesta magna que la cristiandad celebra el '24 de diciembre. Parece que para ellos exclusivamente se encienden las luces del Nacimiento, y suenan tambores y panderetas, y ae agitan con febril actividad los cocineros, y despide fulgentes rayos la estrella que guia á los Magos en su camino. Créalo quien quiera si no siente penetrar en su corazón el encanto y la ternura que la intervención de la infancia presta á la más importante de las solemnidades del año. El homenaje que rinde la inocencia al Niño Dios es tan grande y sublime que basta por sí solo para que sus beneficios alcancen á la humanidad entera. Al llegar al trono del Altísimo el eco de las risas infantiles, las ondas lumino-sas, el murmullo de palabras y exclamaciones que arranca á los pequeñuelos la alegría ó la sorpresa, el ruido en que se funden cánticos y sonidos de instrumentos, el estallido inmenso del gozo de los niños, concierto gigantesco del cual ni una sola nota deja de llegar á Dios, porque son puros los corazones en que nace tanto regocijo; es indudable que esa tromba de alegría y de pureza desarruga el ceño de la Divinidad y la mueve á perdonar los pecados de los grandes. En ese Jordán de alegría infantil se lavan las culpas de los padres. Ante la adoración sincera, entusiasta, delirante, de los niños en Noche Buena, el Dios Niño debe perdonar las locaras del Carnaval, las hipo- cresías de la Cuaresma, las glotonerías y las concupiscencias de las fiestas caniculares, las irreverencias é impiedades de la Conmemoración de los Difuntos, y las caídas morales de todo género de que somos víctimas los adultos durante todo el año. La historia del Dios mismo á quien se tributa tan tierno homenaje, confirma esta cristiana y consoladora esperanza. Fué necesario que la víctima propiciatoria de la redención de la humanidad fuese inmaculada, como inmaculada es el alma de los niños. Así. al ceder gustosos á sus vivas instancias, permitiéndoles la realización de su sueño dorado de estos días, trabajamos por nosotros y para nosotros. Médicos despreocupados, criminalistas endurecidos, graves pensadores, políticos sin alma: acudid á la plaza de Santa Cruz, acompañados de vuestros hijos: no cerréis el bolsillo en tanto que vuestro chico no haya reunido todo lo neoeoario: acomodad cuidadosamente los Magos, la Virgen, San José, el buey, la muía, los pastores, los rebaños, los pinos, los arroyos, la estrella, y hasta los cazadores con casaca roja y bota de montar, que no habían madrugado tanto en la historia, pero que, á fe mía, son muy bonitos y á loa chicos lea parecen de perlas: llevadlo todo á casa, y, con un frasco de goma y un poco de paciencia para contener los ímpetus del chico, que se empeña en que todas las figuras tengan movimiento v acaba por lograrlo, sin que pasen de media docena las... fracturas, podréis, llegada la noche, encender las luces del Belén, que es como encender en el cerebro del niño el rastro brillante é inextinguible de las creencias religiosas, porque esa estrella del Belén no se apaga nunca en la imaginación del hombre, y en las crisis tremendas de la vida guía y conduce el corazón humano hacia el origen y la fuente de la verdad y de la dicha. Y al mismo tiempo, como la alegría de los hijos es tan contagiosa, sentiréis refrescado vuestro espíritu, satisfecha vuestra razón y tranquila vuestra conciencia; que todos estos arreboles enciende en nuestro ánimo la esplendorosa irradiación de la alegría de un hijo; y, contagiados de ella, empezaréis por reír con malicias y acabaréis por reir de simplezas; ocupación que por cierto no ha llevado á nadie á presidio y muy necesaria de vez en cuando para el que vive con sus semejantes en perpetuo comercio de agudezas envenenadas y sonrisas que á un tiempo despliegan los labios y desgarran las entrañas. Trabajad, pues, como chicos: sed cultivadores inteligentes, y no plantéis los pinos, el musgo y las flores fuera de su sitio; mostraos excelentes arquitectos en la construcción de molinos, castillos (que no pueflen faltar), y quizá algún hotelit/); sed unos Perales en la construcción del barqniohuelo que ha de bogar en el estanque del Belén: sed directores de escena e¿ el arreglo de la decoración y en la conveniente distribución de figuras y de luces; y no olvidéis ser habilísimos cirujanos si á Melchor ó á Baltasar se les rompe una pierna, lo que, en un viaje largo, nada tendría de particular. Y cuando hayáis pasado un día entero ocupadisimo, sin daño de tercero, haciéndoos pagar por vuestros hijos cada pastor con un abrazo y cada oveja con un beso, gozando de la alegría de los pequeños, y por esto hayáis desatendido la tertulia de maldicientes, la mesa de juego, la obra extraordinariamente aplaudida y cosas tan estúpidas como estas, venid á pedirme indemnización por daños y perjuicios. F. SERRANO DE LA PEDEOSA •3P • ALEGORÍA DE NAVIDAD (dibujo de Picólo) DESPUÉS DE LA MISA DEL GALLO (cuadro de Huertas) m LA ILÜSTBACION IBÉRICA ^6, Suenan, lejanos, dulces cantares, voces muy tristes, vaga armonía: esta es la noche de los hogares y el alma siente melancolía. ¡Noche sublime! Yo te bendigo. Cuando otros años toques mi puerta, haz que mi madre viva conmigo, haz que mi casa no esté desierta!! Déjame, madre, que te recuerde, al son medroso del ronco viento, mi edén de niño, la alfombra verde con que imitabas el Nacimiento; ¡ AL MOEIE MI MADEE ! la pastorcilla, de gracias llena, que en frágil barro nos la fingían; los vidrios rotos sobre la arena que á un arroyuelo se parecían; Jja luz vacila, el sacerdote reza; hinchase el seno en su postrer latido; un volcán se levanta en mi cabeza aun más horrible que el haber vivido! del hogar bosque, valle galano, gruta fingida, monte divino, huerto bendito, donde tu mano á los pastores abrió camino; Pierden su luz los ojos que me amaron, y, en medio del hervor de la agonía, tan juntas nuestras almas se encontraron que huyó la suya . . . y se llevó la mía! ^ EPITAFIO (EN LA TUMBA DE MI ¡MADRE) 111 NOCHES Te híiré compaMÍa, que aun ([uedas conmigo; pues yo, madre mía, lie muerto contigo! BUENAS !!! [CON MI MADKEl ~vv*' ¡Madre del alma! Cese tu pena; calma tu angustia; poi' Dios, no llores; que ya bendicen la Noche Buena los Reyes Magos y los pastores. Bordan los valles blancos corderos, hay regocijos en las cabanas, y los tomillos y los romeros llenan de aromas nuestras montañas. ito.-' La cruz silenciosa nos llena de calma: ¡aun más (jue e^ta losa te cubre mi alma! Aquí nos o^pora la mano de Dios: tú dentro ... \o fu(M"a... ¡ ¡ ¡ Durmamos los do^!!! Nos da la noche calma infinita, y hacen más dulce nuestra ventura mi limpia mesa, tu fe bendita, nuestros recuerdos y tu ternura. Acompañando tus devociones contigo, á solas, feliz me quedo; el aire azota los torreones y la lechuza silba de miedo. \ el fiel rebaño que se apacienta, la opaca gruta de la cañada, la choza humilde, la blanca venta donde la Virgen buscó posada; í*'»' la abierta roca del monte oscuro, la azul corriente del manso río, la anciana pita, formando un muro en los vallados del caserío; la espesa sombra de la arboleda, los frescos juncos sobre los lagos; allá trotando por la vereda en sus Corceles los Reyes Magos; y por las cuestas de las montañas, rubias pastoras, de talle erguido, frutas y mieles de sus cabanas llevando al Niño recién nacido. ¡Horas felices del alma mía, breves, tranquilas y seductoras! ¡Madre del alma! ¡Cuánto daría por un instante de aquellas horas! \íWf Huye del niño la edad serena, jamás tornaron tiempos mejores, y sólo vuelve la Noche Buena con sus veladas y sus pastores! LA NOCHE BUENA SIN MADRE Ya de rumores los campos llena; con ella el mundo de gala está... ¡Ay, que ya vuelve la Noche Buena! ¡Ay, que mi madre no volverá! LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA 823 Llanto de fuego mi rostro abrasa, huérfano lloro mi bien perdido: ya está desierta mi antigua casa, ¡todos se han muerto, todos se han ido! ¡Ya la estrella de oro que tú cortabas no pende del cabello que te arrancabas! Huye del niño la edad serena, jamás tornaron tiempos mejores, y sólo vuelve la Noche Buena con sus veladas y sus pastores! ¡Ya no nos levantamos con la alegría que la misa del gallo nos ofrecía! ¡Tu sitio en nuestra mesa se halla desierto! Hermana de mi alma: ¿por qué te has muerto? ¡Verdes riberas, patrias montañas, niñez bendita, noche ideal! ¿üónde está el humo de mis cabanas? ¿Dónde el establo? ¿Dónde el portal? II ¡Madre! ¡Las gotas del llanto mío riegan mis noches! ¡Ya te perdí! ¡Los que sucumben muertos de frío son más dichosos que yo sin ti! ¡Ay! ¡Quién pudiera romper tu huesa, tu amante vida lograr de Dios, sentarte al borde de nuestra mesa, mirarte... y luego morir los dos! Y en esta noche de roncos vientos, de tantas dulces melancolías, que me contaras los mismos cuentos, y me besaras como solías! ¡Columnas de mi vida, regazo tierno, venerables ancianos, nido paterno! L E J O S DEL HOGAR A lili hcrmans innritit (EN NOCHE BUENA) I ¡En aquellas distantes verdes comarcas, fuisteis de mi inocencia los patriarcas! ¡Mis abriles lejanos no comprendían que aquellas Noches Buenas no volverían! Oir entre sueños rumores vagos, sentir los miedos de una visión cuando pasaban los Reyes Magos dejando ofrendas en el balcón! Hermana, hermana mía, ¡poV)re Dolores! de mis años primeros isla de flores. Bajo aquel mismo techo donde Dios quiso dar á vuestros amores un paraíso. Ver nuestra mesa limpia y colmada, y recordarme la faz divina •de aquella Virgen acongojada que hacia el humilde Belén camina! Luz que prestó á mi vida dicha sin tasa; rosa que vio en su patio mi antigua casa. Otra familia extraña, rica ó modesta, preparará esta noche la misma fiesta. El villancico sonoro y blando, el pan sabroso, la lefia ardiendo! Ver como el ángel está cantando y como el agua se va riendo! Aunque ocupas y llenas de mi alma el centro, te busco en todas partes y no te encuentro. Aunque iguales las plantas é igual el nido, ¡todo estará cambiado! ¡todo invadido! ¡Ay! ¡Ya tus ojos no son testigos de aquella dicha que muerta está! ¡Se van las cosas, y los amigos! ¡Se van las madres!... ¡Todo se va! Vuelven las mismas nieves, las mismas flores; suenan los villancicos de los pastores. Lenta la nieve, que en copos baja, ni alegra el patio, ni el torreón: ¡más bien parece triste mortaja tendida en medio de un panteón! Se oyen voces benditas por Jos espacios; so alegran las cabanas y los palacios. Ni hace un fantasma del campanario, ni su blancura me alegra ya: ¡ahora la miro... como un sudario que tu sepulcro cubriendo está! Todo, todo lo invade, todo lo llena como en aquellos días la Noche Buena. De aquella ausente y rica niñez dichosa, nos separa un abismo: ¡ la negra losa! ¡Ya no suenan tus pasos en mi aposento! ¡Ya no formamos juntos el Nacimiento! Si hoy al nido volviera, tal vez seria un huésped importuno de la alegría. Animará la lumbre santos cariños; á su lecho, más tarde, se irán los niños; Y al brillar los reflejos de la mañana, buscarán golosinas en la ventana. Desterrado por siempre de mi vivienda, me habéis dejado solo, solo en la senda. Y hoy, que no hay una casa que no sonría, todas están abiertas... ¡¡¡menos la mía!!! ANTONIO GRILO A Ñ d U E VO ¡ Las doce! ¡Arriba el que duerme por fuerza ó por voluntad! que el que viene no da espera y no torna el que se va. Estalle en cantos y risas la alegría popular para quien penas y goces tienen el mismo compás, y pregonen las campanas con sus lenguas de metal ¡gloria á Dios en las alturas y al hombre en la tierra paz! Vigilante centinela del campo en la soledad, lanza á los aires el gallo su monótono cantar, recordando á los mortales, que lo olvidan en su afán, ''X X ^ ^ " ^ ^ v ^-.«• HUí-ü.-fi», que siempre el reloj del tiempo las horas que marca da. Hoy su importuno cuadrante nos anuncia un año más: ¡plegué á Dios que en dulce calma y en grata felicidad, como nos halla al principio, logre hallarnos al final! Tras el día de Año nuevo el de los Reyes vendrá, de las turbas infantiles la codicia á despertar. En el balcón los zapatos niños y niñas pondrán, llenos después ó vacíos por la magia maternal; y en brazos de la esperanza, tristes y en vela quizá, comprenderán á qué precio la ventura hay que pagar. A los balcones del mundo, por hambre ó por vanidad, ¿quién no pone los zapatos una vez y ciento y más ? ¿ Quién no sueña verlos llenos de amor constante y leal, de fortuna merecida, de gloria nunca falaz? Y ¿ quién puede ver sin lágrimas, de ese sueño al despertar, que todos aquellos bienes en los zapatos no están? ^ Yo tengo puestos los míos en el tejado años ha: si algo espero es lo de arriba; de abajo... ni caridad! MANUEI. DEL PALACIO 828 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA ¡¡NOCHE BUENA!! |AyI ¡Cómo nos vamos haciendo viejos! ¡ Quién pudiera quitarme de encima los treinta ó treinta y cinco años que median entre aquellos felices tiempos en que yo veía llegar la Noche Buena con febril impaciencia, regodeándome con su poético encanto, y estos tiempos en que la NocUe Buena viene á recordarme las coplas de Jorge Manrique que dicea que cualquiera tiempo pasado fué mejurl ¡Malditos añosl ¡Qué de prisa pasan! Aun me parece que fué ayer cuando la llegada de la Noche Buena era causa de trastorno y alboroto en mi hogar y de sublevación y entusiasmo en mi espiriiu. Recuerdo que los primeros resplandores de la feliz aurora de la Noche Buena salían de la escuela. A primeros de diciembre comenzaban á correr entre los colegiales noticias halagüeñas. —El día 15 nos dan punto. —¡Cal Ya te contentarás aunque sea el 20. — No, señor: es el 15, que se lo ha dicho la maestra á mi madre cuando vino á pagar el recibo del mes. —¡Quita, chico! ¡Si ningún año han sido ios exámenes de Navidad hasta el día 181 Allá á mediados del mes decía el \ maestro con tono grave, antes de suspender la clase de geografía: — ¡ Niños 1 No se olviden Vds. de traer de mañana á pasado una orla, que el papel sea bueno, que tenga seis ú ocho planas, para que puedan Vds. hacer letras de adorno. Y aquella orla, hecha por nosotros y retocada por el profesor de escritura, era una especie de prudente aviso para que le lleváramos el pavo, que una semana antes estaba ya en la cocina con una cuerda al pie como condenado á cadena, ensuciando todo lo que llegaba á su alcance y cantándonos el trágala á los de la familia que no nos le teníamos que tragar. con un pañuelo de yerbas repleto de cajas de turrones y jaleas, la criada con toda una huerta de verduras dentro de la cesta, y yo agobiado con el saco de las nueces y castañas, pero alborozado con mis tres Reyes Magos nuevos, seis pastores con ofrendas, una colección de pavos y cabras sueltos y una estrella brillante que había de guiar á los señores de Oriente hasta el modesto establo de corcho donde la Virgen, San José, la muía y el buey miraban inmóviles al Salvador del mundo acostado en mullido lecho de algodón en rama. Allá por los campos de papel y corcho, plantados sin orden ni concierto, había un sinnúmero de candeleros de estaño con sus sendas velas de colorines, que habían de alumbrar la noche del 24 una parodia del espectáculo de Belén. ¡Bueno! Los candelabros serían un anacronismo; pero, habiéndose perfeccionado el alumbra- ** * I Qué tiempos aquellos! Ei día 23 se ponía mi madre la mantilla, y, acompañada de la criada, que llevaba colgada del brazo una cesta descomunal (prestada casi siempre, ACOMPAÑANDO A LAS VÍCTIMAS porque una cesta tan grande sólo se necesita una vez al año), y ejerciendo yo de escudero con un saco de lona donde había do, ¿por qué no habían de alcanzar sus benefique traer el cascajo, ó sea las castaña^^ bellotas, cios al Hijo de Dios? nueces y piñones, hacíamos una excursión alrededor de ios puestos de la Biaza Mayor, yo ** * tiritando de frío, mi madre arrebujada en un pañolón, y la criada con los moñetes y las ma¿Y el día de Noche Buena? ¡Qué día tan nos amoratadas como si la sangre comenzara á feliz! ennegrecer debajo de su cutis. Generalmente el cielo estaba de color plomi¡Qué excursiones aquellas! Mi madre se dete- zo, la temj)eraiura húmeda y fría; pero á mí me nia en todos los puestos, entablando discusión paiecía siempre risueño dia de primavera. en cada uno de ellos, con la zatia alcarreña que i Qué agetreo en mi caoa! La cocina parecía aseguraba no haber en todo el orbe nueces co- un campo de batalla: cualquiera hubiera dicho mo las suyas, ó con el ladino valenciano que re- que aquella modesta familia trataba de parodiar gateaba el turrón como si se tratara de un en- las bodas de Gamacho. La criada, siempre regarce de pedrería, ó con el murciano que vendía gordeta y amoratada, echaba los bofes machalas mejores manzanas y granadas del mundo. cando en el mortero de piedra la almendia para A mi madre nada le parecía bien, á los ven- la sopa; mi madre iba y venia de un lado para dedores les parecía muy regatona la buena seño- otro, atendiendo á la cocción del clásico potaje ra, y á mí me parecía que trascurrían siglos , ó limpiando el apio para la ensalada; sobre la hasta que llegábamos á los puestos de las fígu- mesa de la cocina yacía un besugo plateado, ras de barro^ donde yo debía completar el per- puestos los ojos en blanco como le .sorprendió sonal de la compañía de actores mudos que I la muerte; al pie del fregadero picoteaba el parepresentaba en un rincón de mi alcoba, prepa- vo unos granos de arroz, y levantaba de cuando rado ad hoc, y sobre una mesa vieja, los sagra- eu cuaudo la cabeza con indignación entonando su eterno tra-galá, galágalá. dos misterios de esos días. Volvíamos á casa todos gozosos: mi madre Mi padre, muy atareado ante la decoración del Nacimiento, repartía equitativamente por aquellas breñas de corcho los dos reales de fresco musgo, y me decía de cuando en cuando: —¡Niño! Trae á Baltasar... Ahora á Melchor... Ahora un pastor de esos que no llevan nada... Ahora un pavo... Tráeme una cabra... Venga un candelero... Ahora el polvo de cristal para nevar el país... Yo iba y venia loco de entusiasmo, y hacía frecuentes visitas á la despensa para merodear los abundantes postres que encerraba. Ya cogía una migaja próxima á desprenderse del turrón, ya hurtaba una aceituna, ya arañaba la tapa de la caja de jalea donde hallaba pegados pellizcos del sabroso dulce, ya me llenaba un bolsillo de cascajo temiendo que se concluyera antes de darme un hartazgo, ya me asomaba á la ventana del comedor para entablar con mi amiguito del cuarto de al lado una discusión de competencia... — 'í.o tengo tambor grande. —Y yo tambor y rabel. —Y yo tengo, además, una chicharra. —Y yo chicharra y zambomba. —Y tenemos, además, un pavo. —¡Anda! Y yo también: sólo que el mío es más grande y canta más. — Bueno; pero yo tengo turrón, mucho turrón. —Más tengo yo; y tengo, además, mazapán, y tú no. — ¿Que no tengo yo mazapán? Una culebra metida en una caja. ¿ Quieres que te enseñe la tapa cuando mi madre no me vea? —¿Y Nacimiento? ¿Tienes tú Nacimiento? —¡Huy! ¿Que si tengo yo Nacimiento? Y con fuente que echa el agua de veras. —El mío tiene rio, y lavanderas, y carreteras hasta con civiles. —¡Anda! ¡Civiles! ¡Diosle! ¡Si entonces no había civiles! —¡Tú lo dirás! De cuando en cuando tenía que suspender el diálogo para acudir al campanilleo continuo de los que en tal dia acudían á mi casa. ¡ Cuánta gente iba á pedir el aguinaldo! — ¡Niño! Diga V. á su papá que los serenos de la villa le felicitan las Pascuas. —¡Chiquitín! Di que estos versos son del repartidor de Las Novedades, y que las tengan felices. —Aquí están los chicos de la imprenta. —Que los mozos de la cofradía traen esta tarjeta. —El portero, que desea mil felicidades. —El mozo de la compañía de milicianos. —El aprendiz del zapatero. —El... Eso sí, les dábamos-un real y se iban haciendo reverencias y diciendo:—¡Si ya sabía yo que en esta casa son generosos! ¡Poco ó mucho, todos los años dan! Anochecía y empezaba la casa á tomar una animación extraordinaria. Sonaban los primeros golpes del almirez y los primeros zumbidos de la monótona pandereta. El oficial de carpintero que vivía en la boardilla subía por la escalera hecho una uva, sostenido por un amigo de taberna y por la esposa, que gritaba: —¡Anda, hijo, anda! ¡Pa ti ya ha nació el Niño! ¡Di que la has tomao con tiempo! ¡Vaya una merluza que traes á casa! Pero ¡condenao! ¿vas á estar acostao cuando to el mundo esté divirtiéndose? ¡Malditas sean tus tripas! Un momento después sonaba un estridente campanillazo en mi casa, y al propio tiempo rompía impensadamente en la escalera una atronadora y desaconipasada orquesta, compuesta de almirez, rabel, chicharra, zambomba, sartén, pandereta y tambor. Suspendíase de repente aquella extraña música y se oía cantar una voz chillona: LA ELUSTEACION IBÉRICA Tengo de echar u n a copla por encima de un rabel pa que Dios le dé mucha salú al señor de Don Manuel. Acabada la copla resonaban con nuevos bríos los instrumentos. Mi padre abría la puerta para recibir una tormenta de carcajadas, gritos, vivas y voces de alegría. —¡iSomos nosotros, vecino! ¡Venimos á felicitar á V.! ¡El Niño nace pronto! —¡Chico! |Trae una botella de pardillo y unos vasitos! —¡Pero no se moleste V.! —¡No faltaba más! —Mi parienta aún está dale que le das en la cocina. Hasta lo menos las nueve no estará la cena, y para matar el tiempo... —Bien hecho. Chico: ¿traes esa botella? ¿Quieren Vds. un bocadito de turrón V —No se moleste Vd. —¿Una aceitunita? —No se moleste Vd. —¿Una almendra'? —ii'ero si en casa tenemos de todo. Sino que por matar el tiempo hemos dicho: «¿Vamos á cantarle una copla al vecino? Y comían y bebían, y se obsequiaban unos á otros, y el imperio de la igualdad unía á todos los vecinos de una misma casa. Subí precipitadamente al piso tercero. Era que el vecino, solterón eterno, se había suicidado, dejando escritas con lápiz estas palabras: «Me carga ver que la sociedad se divierte. No lo puedo resistir y me retiro. ¡Qué Vds. lo pasen bien!» Cuando volví al hogar, vi que mis hijos dormían con la misma dulzura con que yo dormía la Noche Buena hace más de treinta años. Y me acosté tranquilo, pero no satisfecho. MANUEL MATOSES -r¡^~ CINCUENTA NAVIDADES El modesto simón que me conducía salió de las calles que al final del barrio de Salamanca se abren al campo en surcos espaciosos que 827 mos encontrara alma viviente, que tales no me parecieron las impávidas figuras de servidores retorciéndose en reverencia servil con las mismas curvaturas en que se plegaban los tapices que descorrían, hasta el punto de parecer imágenes estampadas sobre el satinado brocatel, el tupido terciopelo y el lanoso y deslustrado yute. —¡Por aquí!—-dijo una voz conocida, rompiendo al fin el encanto misterioso de aquel silencio y soledad. Y al abrirse una puerta de roble, con primor tallada, apareció mi amigo D. Esteban, que, estrechándome la mano, me introdujo en lujoso comedor. Hízome arrellanar en el sitial que frente al suyo había al lado de la chimenea, preciosa obra de ébano con nielados de marfil, que cubría todo el testero, desde el zócalo hasta la cornisa, con la profusión de primores de un viejo mueble florentino. * Dos horas más tarde la casa parecía un manicomio. Cada cual había cenado con arreglo á sus medios de fortuna. Pero todos estaban inspirados por el pardillo ó el moscatel, de que se había hecho abundante gasto. Los del principal, confundidos amos y criados, grandes y chicos, cantaban á coro: Anda y dile que e n t r e : be calentará; porque en esta tierra y no hay caridá. Los de al lado de casa se dedicaban al género picaresco: En el portal dá Belén hay uu hoinüre sin calzones La copla concluía con una carcajada general. En ei piso tercero se oía algún grito que otro de —¡Viva la libertad! ¡Viva la Constitución! ¡Vivan los hombresl Después se oía bajar precipitadamente por la escalera los que iban á la imsa del gallo á continuar la broma. Más tarde, cuando ya cansados nos metíamos en la cama y las diñcultades de la digestión nos despertaban de cuando en cuando, oíamos las patrullas de gente alegre que pasaba por la calle dando al viento cantares ni correctos ni cultos, al acompasado son de la música que más parece árabe que otra cosa. jBúmbam! ¡Bámbum! ¡Bámhum! * ¡Qué tiempos aquellos! iUntonces nos parecían sonrosados: ahora se representan á nuestra vista con el encanto y la poesía de todo lo que va unido á los felices uías de nuestra niñez. En cambio, hoy, que ya necesitamos gafas para leer La Correspondencia, vemos desgraciadamente, sin auxilio de lentes, lo que entonces nos ocultaban las sonrosadas notas alegres de la Noche Buena: el dolor de nuestros hermanos, dolor que antes ignorábamos que existiera. El año pasado oíamos sollozar á los vecinos de al lado de casa. —¡Chica! Lloran ahí al lado. ¿Qué les sucede? —¡Toma! Que al vecino le han enviado un oficio declarándole cesante. —¡Hombre! ¿Y se lo declaran en este día? ¡Qué poca consideración! A eso de las doce sonó un tiro. —¡Demonios! ¿Qué ocurre? marcan la dirección que en época remota seguirá Madrid por aquellos arenales. Las ruedas acallaron su estrépito al dejar el empedrado duro por piso menos á nivel, pero más muelle; hiciéronse más raros los mecheros de gas que bordeaban el camino, seTl liando, en las tinieblas de la noche, los trazados de las calles futuras; y el carruaje detúvose al fin, después de atravesar la verja, al pie de un hotel cu3'as exactas proporciones geométricas, junto con la sencillez de sus escasos adornos y el blanco revoque de sus paredes, mostraba el aspecto de un cubo ó dado colosal, circuido de un estrecho jardinillo á la inglesa. Subí con premura la espaciosa escalera de mármol espléndidamente iluminada como en noche de fiesta, aunque contrastara claridad tan deslumbradora con el silencio profundo que apenas interrumpían mis pisadas, cuyo batir amortiguó la alfombra que de tramo en tramo vertía su cascada brillante de florones y hojas de vistoso y rico terciopelo. Como en los palacios de los cuentos maravillosos de magias y hechicerías, las puertas se abrían espontáneamente á mi llegada, sin que en mi marcha á través de salones suntuosísi- Aunque, conociendo de antemano su soledad de viudo, las misantrópicas inclinaciones de su carácter y Su indolente sibaritismo de cincuentón que ha estudiado el mundo y posee gran fortuna, bien podía adivinar las comodidades y el regalo con que habría intentado, de seguro, distraer el hastío, me creí obligado á preguntarle cómo había pasado las fiestas. —A lo menos aquí,—me contestó, haciendo oscilar, como si fueran un péndulo, las tenazas con que había removido los gruesos troncos de encina,—aquí no llegaron esos rumores de broma y gresca que á los pacíficos desengañados de la souiedad y de la vida vienen á quitarnos la tranquilidad y el sueño todos los años en la noche del 24 de diciembre. —No quiere decir esto,—añadió,—que haya sido para mí la Noche Buena última apacible y sosegada. No me desvelaron panderas y almireces, tambores y chicharras, y coplas aguardentosas y desafinados villancicos; pero la memoria, que es una locuela desatinada, despertando á la imaginación, que aun es mucho más violenta y arrojadiza, dio con ella de manos contra mí, golpeándome en el corazón y en el cerebro con más rebato, estruendo é incomodidad que AtOJADOS (cuadro de A. Benlliure, dibujo de P. y Valor) LA VIRGEN MADRE (escultura de Samsó, dibujo de P. y Valor) 830 PI tundir de los parches, el rascar de las cuerdas y el gañir de ebrios trasnochadores. Me encontraba solo en esta habitación en que ahora le recibo. Sobre la mesa, cuyos manteles aun no se habían retirado, humeaba la tetera, y en la mediada copa brillaba, con esplendores de esmeralda, el verdoso licor de los Benedictinos. Sobre ese reloj de pared las dos manecillas se habían juntado en las doce, y yo me hallaba sentado en este mismo sillón contemplando las espirales en que el humo de mi veguero se desvanecía, ya en suaves ondulaciones de pluma, ya en retorcidos y deshilvanados filamentos. Los troncos resinosos se consumían produciendo un constante gemido, y el zumbar del viento y el remoto murmullo de la gran ciudad en el silencio de la noche, simulaban á lo lejos el hervir de la embravecida marea. Buena ocasión de recoger el espíritu. Nadie vendría á interrumpir ni mis recuerdos ni mis meditaciones á hora tan avanzada, con tiempo tan desapacible. Decidí celebrar mi Noche Buena á mi modo. —He llegado á, los cincuenta años justos,—me dije.—La carrera me va siendo ya corta, ni ha de ser mucho lo que de la expedición me reste. [Cincuenta años! ¡Famosa piedra miliaria d é l a vida para sentarse junto á ella y meditar algunos instantesl Me decidí, pues, á emprender una minuciosa liquidación de aquellas cincuenta Navidades, dividiéndolas en periodos de á diez para ayudar mejor á la memoria. Los rumores del primer período acudían á mi mente ó muy borrosos 6 reproducidos con extraordinario relieve. A pesar de mis grandes esfuerzos para rasgar las brumas del pasado, cinco de aquellas Navidades se desvanecieron en el misterio v la sombra, y sólo por la cuenta irrecusable de mi edad me convencí de haberlas vivido. Cierto que. si de los años restantes me acordaba con lucidez inverosímil, todas las impresiones se parecían, de manera que en conjuntas se confundían en la uniformidad más monótona. Praderas de musgo sobre las que bailaban pastorcillos de barro liliputienses; una gran caja redonda, en cuyo interior yacía enroscada descomunal anguila de maüapAn, con dos cuentas de caramelos por ojos y luciendo sobre las escamas florecillas de trapo, placas de moldeado almidón y pedacitos de abrillantado y trémulo pan de oro. Uno de aquellos años, aca.?o el más memorable, me compró mi madrina una descomunal estrella de hoja de lata con espejuelos que lucían de manera que no la hxibiera yo cambiarlo ñor el astro más esplendente y hermoso del firmamento. Otro año, mi niñera Tinga (Agustina era su nombre) ajustó á la boca de un puchero un trozo do pergamino y, prendiéndole un iunquillo ensebado en el centro, improvisó rústica y estruendosa zambomba. Asombrado del ruido, quise yo examinar lo que dentro de la ors^a lo producía, y, cogiéndola á hurtadillas, clavé en el cuero las tijeras. Tinga lloró mucho, y cxiando me llevó á acostar me acribilló á pellizcos. Otra noche había nevado mucho. Mis padres y los convidados de casa fueron á la misa del gallo, V á mí me dejaron cerrado gritando desaforadamente. Luego que me quedé solo, abrí la ventana y estuve en camisa haciendo bolas con la nieve que recogí del alféizar. A la mañana siguípute pensó mi madre que se le moría su hijo. Vm tanto, yo, acurrucado en mi camita, abría desmesuradamente los oíos para ver, allá en lo alto, cómo entre las nieblas se rebozaban unos niños qne me sonreían tirándome bolitas de nieve y diciéndorae á coro:—¡Sube, sube! Las diez Navidades que siguieron después fueron notables por la variedad de sus matices. En las primeras buscaba aún las golosinas y los juguetes, y en las últimas quería á toda costa echármelas de personilla y que se me tuviera por hombre. Recuerdo la rabieta que pasé la Noche Buena que me retuvieron en el colegio castigado. Era nuestro preceptor de latín un hombre amojamado y seco que recordaba mucho al famoso dómine LA ILUSTEACION rBERICA Cabra. Explicaba cada día dos clases, y en el intermedio de la una á la otra yo le sorprendí visitando la botella que guardaban en el armario del comedor. Una tarde se la troqué por otra de tinta. Llegó apresurado y ansioso, la estancia se hallaba á media luz, y sin más reparo se envasó el licor de agallas: se puso la boca y la pechera de la camisa como si le hubiera entrado el vómito negro. El pobre hombre se corrió, rieron alumnos y profesores el chasco, y yo purgué la travesura con la encerrona Otra Noche Buena (tenía yo entonces catorce años) me llevaron por la tarde al Teatro de la Cruz, donde representaban lina función de las llamadas de Nacimiento. Unas aldeanillas de la Judea bailaban seguidillas manchegas que era cosa de ver. La que más linda me pareció de las bailadoras zagalejas era una que llevaba las sayas desmesuradamente cortas. Cuando volví á casa, mi prima Carmen, que tendría dos años más que yo, quiso que lo refiriera todo. Yo lo conté como pude, pero al llegar al paso de las manchegas me puse como una amapola, recordando que el día anterior también había visto á mi prima las piernas al bajar del coche y que eran más torneadas y bellas que las de la descocada bailarina. En la Noche Buena siguiente también mi prima representó el más importante papel. Cuando en la mesa era la algazara mayor, ella se levantó, la seguí al pasillo, y estrechando su débil talle la pregunté si me permitiría que la besara.—¿Por qué no?—me dijo. Y antes que me resolviese sentí sus frescos y sonrosados labios sobre los míos. Aunque son más confusos los recuerdos que en general me quedan de las Noches Buenas trascurridas de los veinte á los treinta años, en este período es donde se registran algunas que me han conmovido hondamente y que han dejado profundas huellas en mi vida. Es la primera la en que murió mi padre. Sigue después otra en que, triste y pobre, me retiré á mi humilde vivienda, apenas anochecido, para acostarme después de una comida muy frugal. Otra que pasé escondido en miserable choza de pastores oyendo las risotadas de los soldados que me perseguían y que,á tropezar conmigo,me hubieran entregado á las autoridades militares para que un consejo de guerra me sentenciase á ser fusilado por conspirador. Carolina, Lucía, Natalia: tres nombres qtie rotulan con caracteres de fuego otras tantas Navidades de mi vida en la alegre época de mi juventud loca y disipada. En otra Noche Buena un marido agraviado me sorprendió estrechando á su mujer las manos por bajo de la mesa, y me desafió, propinándome á los dos días una estrcida que me tuvo tres semanas luchando con la muerte. Como me casé alrededor del 24 de diciembre, la Navidad de aquel año la pasamos mi esposa y yo atravesando en ferrocarril áridas campiñas cubiertas de nieve. De los treinta á loa cuarenta mis Noches Buenas fueron más apacibles y sencillas. Volvieron, como vuelven al final de una canción las notas del primer motivo, á repetirse aquellas dulces escenas de la vida de familia que presenció mi infancia. Es natural que la edad hiciese en ellas considerables modificaciones; porque si volvieron á llenar la casa los nacimientos vistosos, las menudas figurillas de barro, los instrumentos atronadores y las golosinas tradicionales, yo disfrutaba de todo aquello en actitud pasiva, deleitándome con los regocijos de mi adorado pequeñuelo. Mas de diez Navidades han trascurrido con esa uniforme serenidad de la dicha que resultaría monótona si es que la ventura no nos pareciese eternamente nueva, siéndole imposible saciarse de ella al corazón humano. De las diez Noches Buenas posteriores, algunas alcanzaron aún mis tiernas expansiones de familia. Las demás, como verdaderas noches, han sido para mí tenebrosas y solitarias. Perdí á mi mujer, y mi hijo se está educando en un colegio de Inglaterra. A la vejez todas las Navidades son así. Por burlarse de la cultiparla, llamó Quevedo á las arrugas Navidades cónca vas. ] Cóncavas! Así son las Navidades de los viejos: vacias y arrugadas , á la vez ambas cosas.— Mi amigo, al terminar su relato, quedó tan absorto que para no distraerle de sus preocupaciones le estreché la mano y salí. Cuando regresaba hacia el centro, echados los cristales del carruaje y acurrucado en un rincón para preservarme en lo posible de lo intenso del frío, me acordé del singular balance que de sus cincuenta Navidades acababa de hacer D. Esteban, y me asaltó á la mente una idea. —Le he debido preguntar,—me dije,—cuál de las cincuenta le pareció más feliz.Pero á seguida me respondí á mí mismo. [Quién lo duda! Aquella en la que siendo casi un niño le besó en la boca su prima. Y es que en la vida la felicidad ha de ser siempre algo así: un adelanto que se cobra de improviso á cuenta de un reintegro mayor, que por desgracia jamás se llega á conseguir totalmente. R. BLANCO ASENTO 1789-1889 Un siglo hace que á la voz tonante de Mirabeau el traidor se promulgaron los Derechos del hombre, que llenaron de esperanzas al pueblo delirante. El mundo entero saludó anhelante las doctrinas que en Francia se inventaron, y en Cádiz con candor las copiaron en Ley fundamental más adelante. De entonces los derechos han crecido aunque no hayan crecido los dineros, y al cabo de cien años se ha advertido que, tocante á progresos verdaderos, el asunto ha quedado reducido á «distraer fondos» y volcar pucheros. ALFREDO OPISSO NUESTROS GRABADOS D.JOSÉ D i CASTRO T SKBRANO Dibujo de, P. y Valor (Véase el articulo de Fernanflor). NOCHE BÜKNA Alegoría, por Picólo Fusión de lo humano y lo diyino; cuadro exacto de la Noche Buena mundanal y de la Noche Buena visionaria. El autor ha operado felicísimamente la armonía eni^relo sobrenatural y lo terreno y nos ha presentado una alegoría qne recrea la vista y despierta los más legítimos deseos de celeb r a r como esos señores las Pascuas de Navidad. DKSPÜÍIS DE I.A JirSA DEL GALLO Cuadro de Huertas Lugar de la acción; Córdoba. Noche de luna clara. Grupos de alegres fieles devotos qne recorren la ciudad al son de panderetas y guitarras. ¡Cuánta alegría en medio de tanto frío! Los faroles brillan con reconcentrado resplandor, anegada su luz, por la del astro nocturno. Nadie tirita, sin embargo: el vino de la tierra reconforta los ateridos miembros: la ocasión hace olvidar los grados que puede señalar el termómetro. ¡Es Noche Buena, y estamos en Andalucía! Eu la'patria de Alarcón... y de Huertas. A C O M P A S I S D O Í LAS VÍCTIMAS. — P O R NAVIDAD Dibujo de Oros l'Hétenos aquí en los grandes días gastronómicos! La vil prosa es Insuficiente para ocuparse cual se debe en el asunto importantísimo de los pavos, turrones y demás actualidades pascuales, necesitándose u n nuevo Virgilio para cantar dignamente esas Bucólicas. ¡Oh fiestas verdaderamente extraordinarias, que tenéis el privilegio, cual otro Flauta mágico, de hacer bailar á chicos y grandes, de alegrar á todo el mundo y de aumentar las fuerzas digestivas del hombre hasta un grado inverosímil en otra_época! 831 LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA ALOJADOS Cuadro de A. Benlliure Cuadro lleno de naturalidad, roaenlficamente dibujado y compuesto. Los trfs alojados ponen todos sus amores en esB volátil, con cuya vista se les hace la boca agua, demostración irrefu,table de que aun los más valerosos guerreros rinden tributo á la noble pluma. LA VIKGKN MA Escultura de Samsé Todos saben qne el eminente escultor Samsó es el estatuario de las Vírgenes. Ksta de hoy es digna hermana de las otras, y hay que mirarla y admirarla por lo que inspira, por lo que representa y por el modo con que el artista .supo reducir á corpórea forma su ideal visión. La circunstancia de no habérsenos entregado oportunamente los trabajos encargndns par* el libro que en un principio hablamos pensalo dar como regalo, nos ha obligado á sustituirlo, á pesar del mayor coste que representa, por Xos Amíí70s, cuyas condiciones materiales hemos tratado de que armonizasen en un todo con la importancia literaria y social de la obra. EL INVIERNO En el mes de las aves y las flores nacieron en nosotros los amores de que alegres gozaron nuestras almas. El triste invierno marchitó las palmas y enmudeció los tiernos ruiseñores. i Ay 1 También en nosotros el hastío dejó sentir el peso de su frío llevándonos la paz y la alegría. [Qué monótono y triste pasa el día para quien tiene el crrazón vacío! Yo veo, dando tregua á mis dolores, que no es el frío eterno en sus rigores, y que pronto vendrá la primavera y sembrará de flores la pradera, y otra vez cantarán los ruiseñores. Y si por esa ley serena y grave mueren las flores, y enmudece el ave, y adquieren nueva vida planta y nido, el amor en nosotros extinguido ¿no ha de volver ya nunca? ¿Quién lo sabe? ANTONIO OSETE LAS MINAS DEL REY SALOMÓN H. R I D E HAGGARD (CONCLUSIÓN) —Es verdad, Macumazahn. —Pues entonces no debéis extrañar que nosotros deseemos regresar á nuestro país. Ignosi reflexionó un momento. •—Reconozco,—contestó al fin,—que vuestras palabras son sabias y razonables, Macumazahn. Al que vuela por los aires no le gusta arrastrarse por la tierra; al hombre blanco no le gusta vivir al nivel del negro. Debéis marchar y dejarme entristecido, porque ya no volvere á recibir noticias de vosotros; pero escuchad, y sepan todos los blancos mis palabras. Ninguno de ellos volverá á cruzar esas montañas; ya no vrré más traficantes con sus carabinas y sus pieles; y si algt'm blanco llega á este país, le obligaré á volverse. Si viniesen muchos á la vez, ó un eiército, los rechazaré con la fuerza. Nadie volverá á buscar las piedras brillantes, porque, si tal sucediera, enviaría un regimiento para cegar el pozo, romper las columnas blancas de las grutas y llenarlas de roías; de modo que ni aun se pueda llegar á esa puerta de que habláis, cuyo secreto es desconocido. Sólo para vosotros tres,Incubu, Macumazahn y Bougwan, el paso estará siempre libre, porque me sois más caros que todo cuanto respira. Infadoos, mi tío, os guiará con un regimiento. He sabido que hay otro camino á través de las montañas mucho más practicable, y ya os lo enseñarán. ¡Adiós, hermanos míos, valerosos blancos! ¡No me volváis á ver, porque mi corazón no podría resistirlo! Yo expediré una orden para todo el país á fin de que vuestros nombres sean como los de reyes muertos, y quien hablare mal de ellos será castigado. Idos, ahora, antes que mis ojos lloren como los de una mujer; y algunas veces, cuando penséis en vuestra vida pasada, acordaos de la célebre batalla de Loo, de vuestras hazañas, de aquella heroica guardia gris, y sobre todo del terrible duelo en que la cabeza de Twala rodó por tierra. ¡Adiós para siempre, Incubu, Macumazahn y Bougwan! ¡Adiós, queridos amigos! Al decir esto levantóse y se cubrió la cara para que no la viéramos. Al día siguiente salimos de Loo, escoltados por nuestro antiguo amigo Infadoos, muy contristado por nuestra marcha, y el regimiento de los Búfalos. Aunqtie era tan temprano, toda la calle principal de la ciudad estaba ocupada por la multitud, que nos hacía el saludo real cuando pasábamos á la cabeza del regimiento; mientras que las mujeres, arrojando flores, nos bendecían por haberlas librado de Twala. Antps de llegar á los confines de la ciudad, ocu'rió un ridículo incidente que nos hizo reír. Una muchacha, que llevaba un magnifico ramo de lilas en la mano, acercóse al capitán para entregárselo, y díjole que iba á pedirle un favor. —Habla,—la dije. —Es para r o g a r á mi señor,—contestó,—que me permita ver sus magníficas piernas blancas para que pueda pensar en ellas todos los días de mi vida. He viajado cuatro días sólo para esto, pues ya son famosas en todo el país. —¡Que el diablo me lleve si lo hago!—contestó el capitán con enojo. —Vamos, amigo mío,—dijo el Sr. Cnrtis;— no puede V. rehusar una cosa tan sencilla. Good consintió al fin en arremangarle el pantalón hasta la rodilla, con lo cual quedaron admiradas todas las mujeres que tuvieron la fortuna de ver aquella blanca pierna, la cual, seguramente, no será olvidada en el país. Infadoos nos dijo que en las montañas había otro paso por el norte, ó más bien un punto en que era posible franquear la pared de roca que separaba Kukuana del de,sierto. Asegurónos también que hacía dos años algunos cazadores bajaron por aquel sitio al desierto en busca de avestruces, cuyas plumas eran muy apreciadas en el país, y que durante su cacería les aquejó mucho la sed á cansa de haberse alejado de las montañas más de lo conveniente. Sin embargo, habiendo visto árboles á lo leios, avanzaron hacia ellos v descubrieron un fértil oasis de algunas millas de extensión, con abundante agua. Por este punto debíamos volver, y la idea me pareció muy buena, tanto más cuanto que algunos cazadcTPS que nos acompañaban nos aseguraron que desde aquel oasis se veían otros sitios fértiles (1). Viajando sin dificultad, en la noche del cuarto día nos hallábamos una vez más en la cresta de las montañas que separan á Kukuana del de.sierto, cu3'as olas de arena teníamos á nuestros pies. Al amanecer del siguiente día llegamos á la rápida pendiente por donde debíamos bajar al precipicio para ganar el desierto que se extendía á unos 2,000 pies de nosotros. Aquí nos despedimos de nuestro fiel amigo y valeroso guerrero Infadoos, que casi lloró de sentimiento. —Nunca veré otros hombres como vosotros, —dijo.—Jamás olvidaré cómo Incubu derribaba á sus enemigos en la batalla, ni menos el terrible hachazo que cortó la cabeza de Twala. No espero ver otra cosa semejante, como no sea en sueños. Nos contristó mticho esta despedida, y el capitán se conmovió tanto que regaló al anciano guerrero nada menos que su monóculo. (Después supimos que tenia otro de reserva.) Infadoos (1) Asi se explica cómo fué posible que la madre de Ignosi, llevando su niño, pudiera sobrevivir á los peligros del viaje á través de las montañas y del desierto, que tan fatales pudieron ser p a r a nosotros. Sin duda encontraron algunos cazadores de avestruces y eondujéronla al oasis. quedó sumamente complacido, diciéndonos que aquel objeto le daría mucho prestigio; y después de varios esfuerzos inútiles consiguió al fin sujetarle en el ojo. Jamás he visto nada tan estrambótico como aquel indígena con el monóculo, que cuadraba muy mal con la piel oscura de nuestro amigo y sus plumas de avestruz. Después de asegurarnos de que nuestros guías llevaban suficiente agua y provisiones, y de recibir un ruidoso saludo de los Búfalos, estrechamos la mano de Infadoos y nos dirigimos al precipicio por donde era preciso bajar. Por la noche llegamos al fondo sin accidente alguno. —Me parece, amigos míos,—dijo el Sr. Curtís,—-que en el mundo hay peores sitios que la tierra de los kukuanas, y que he conocido peores tiempos que esos dos últimos meses. —Yo quisiera casi volver,—añadió el capitán. En cuanto á mí, reflexioné que bien estaba lo hecho. El recuerdo sólo de aquella batalla me produce escalofríos, y en cuanto á la cámara del tesoro... no diré nada más. A la mañana siguiente emprendimos una fatigosa marcha á través del desierto, aunque con el agua suficiente; y, después de acampar durapte la noche, proseguimos el viaje. A eso de las doce del tercer día vimos los árboles del oasis, y una hora antes de ponerse el sol pisábamos el césped, oyendo el grato murmullo del agua. CAPITULO X X E L HERMANO PERDIDO Ahora voj' á dar cuenta del más extraño incidente que nos ocurrió en aquella aventurada excur.iiión, y el cual demuestra qué maravilloso es á veces el desenlace de los acontecimientos. Yo iba delante de mis compañeros, á cierta distancia, siguiendo las orillas del arroyo que corre desde el oasis hasta perderse en las sedientas arenas del desierto, cuando de pronto me detuve y restreguéme los ojos, pues apenas daba crédito á lo que veía. A 20 varas de mí, á la sombra de una higuera, cerca del agua, elevábase una choza construida al estilo kafir, pero con puerta en vez de un simple agujero. —¿Qué diablos hará ahí esa choza?—pensé vo. En el mismo instante abrióse la puerta y salió un hombre hlanro vestido de pieles. Tenia la barba negra y muy larga, y cojeaba mucho. Ningún cazador, que yo supiese, había visitado nunca aquel sitio, ni mucho menos para establecerse allí. Me quedé mirando de hito en hito, como lo hacía también el hombre, y en esto llegó Sir Enrique. —Miren Vds.,—dije.—-¿Es ese un hombre blanco ó estoy yo loco? Mis amigos se detuvieron, y de repente el hombre blanco de la barba negra profirió un grito y adelantóse cojeando hacia nosotros. Cuando estuvo cerca se desmayó. Sir Enrique corrió en su auxilio. —¡Poder de Dios!—exclamó.—¡Es mi hermano Jorge! En el mismo instante, otro hombre salió de la choza, vestido también de pieles y con una carabina en la mano. Al verme profirió un grito. — ¡Macumazahn! —exclamó.— ¿No.me conocéis? Soy Jim, el cazador. Perdí la nota que me disteis para mi amo, y hace ya muy cerca de dos años que estamos aquí. Al decir esto el joven comenzó á revolcarse por tierra, llorando de alegría. — [ Picaro ! ^ l 6 dije.—Merecerías que te diesen una buena paliza. Entretanto los dos hermanos se abrazaban sin decir palabra por efecto de su emoción. Sin duda la causa de su desavenencia (yo sospecho que sería alguna dama) había sido olvidada ya. —Querido hermano,—exclamó el Sr. Curtís al fin;—creí que habías muerto ya. He estado 832 L.A ILÜSTBAOION IBÉRICA en las montañas de Salomón para buscarte, y ahora te encuentro cuando menos lo esperaba. —Hace poco menos de dos años que yo también quise ir á esas montañas,—rcontestó Jorge; —pero cuando llegué aquí, tuve la desgracia de que me cayese sobre Ja pierna un peñasco, y no he podido seguir adelante ni retroceder. —¿Cómo va, Sr. Neville?—pregunté á mi vez adelantándome. —¡Callel E s Quatermain! ]Ah! ]Y el capitán Goodl Me parece que voy á desmayarme otra vez, porque cuando se ha dejado de esperar, la alegría puede matarnos. Aquella noche, sentados alrededor del fuego, Jorge Curtís nos refirió su historia, que no dejaba de ser muy curiosa también. Poco menos de dos años antes, había salido de Sitanda para dirigirse á las montañas, sin saber nada de la nota que entregué á Jim y que éste perdió; pero, en virtud de algunos informes recibidos de los indígenas, no se dirigió á las Tetas de Sheba, sino al precipicio por donde habíamos bajado. En el desierto, él y Jim padecieron mucho; mas al fin llegaron al oasis donde Jorge Curtís sufrió el accidente que le había dejado cojo. Por esta causa no pudo continuar su viaje, prefiriendo la probabilidad de morir dónde estaba á la certeza de perecer en el desierto. —Aquí he vivido cerca de dos años, como Robinson Crusoe,—añadió Jorge,— esperando que algunos indígenas llegasen y me ayudaran á salir de aquí; pero no se ha presentado nadie. Anoche mismo me puse de acuerdo con Jim para que éste fuese á Sitanda á buscar auxilio; mas no esperaba volver á verle. Ahora, — continuó,—veo que no me habéis olvidado, y deseo conocer también vuestras aventuras. Nuestro encuentro ha sido verdaderamente maravilloso. El Sr. Curtís complació á su hermano, dándole á conocer todos los detalles de nuestra aventurada excursión. —[Por Júpiter!— exclamó Jorge cuando le enseñé alguno de los diamantes.—Al menos habéis obtenido alguna recompensa por vues tras fatigas. El'Sr. Curtís sonrió. —Esas piedras preciosas,—dijo,—pertenecen á Quatermain y al capitán: ya se convino en que ellos dos se repartirían lo que hubiera. Esta observación me hizo reflexionar, y, des pues de hablar sobre el asunto á Good, dije al Sr. Curtís que ambos deseábamos cederle una tercera parte de los diamantes, y, si no la admi tía, entregársela á su hermano, quien había padecido más que nosotros para buscarlos. Al fin conseguimos que nuestro amigo aceptara, pero Jorge Curtís no lo supo hasta algún tiem po después. «Brayley Hall, Yorkshire. «Querido Quatermain: escribí á V. hace algunos días para decirle que los tres: J o r g e , el capitán Good y yo, habíamos llegado sin novedad á Inglaterra. Quisiera que hubiese visto á nuestro compañero al día siguiente: perfectamente afeitado, con traje nuevo, guantes, su lente, etc., etc., parecía un marqués. He ido á pasear por el parque con él, y allí encontré varios conocidos, á quienes he contado la historia de las llancas piernas. »E1 capitán está furioso porque algún mal intencionado ha tenido la ocurrencia de publicarlo en un periódico. «Hablando de negocios, sepa V. que Good y yo llevamos los diamantes á un tasador, según lo convenido, para saber cuánto valen; y apenas creerá V. lo que voy á decirle. Me aseguran, por lo pronto, que no pueden fijar la cifra con certeza, pues nunca se han visto aquí reunidos tantos diamantes y tan hermosos. Excepto uno ó dos de los mayores, parece que son de las más finas aguas é iguales á las mejoras piedras preciosas del Brasil. Pregunté si querían comprármelos y contestáronme que no tenían suficiente capital para ello, recomendándome que les diera salida poco á poco. Me ofrecieron, sin embargo, 180,000 libras esterlinas (900,000 duros) por una pequeña parte de ellos. »Es preciso que venga V. aquí, amigo Quatermain, para arreglar este asunto, sobre todo si insiste en hacer el magnífico regalo de la tercera parte á mí hermano Jorge. En cuanto á Good, no sirve para esto, porque necesita todas sus horas para acicalarse y cuidar de su persona. Creo que aun piensa en Fulata, pues me ha dicho que desde que está aquí aun no ha visto una mujer que la iguale. «Deseo que venga V., querido compañero. Ya ha trabajado bastante en este mundo, es V. riquísimo, y precisamente hay aquí una casa que le convendría comprar. Cuanto antes venga, mejor. Podrá V. acabar de escribir á bordo la historia de nuestras aventuras. No hemos dicho nada sobre ella por temor de no ser creídos. Si emprende V. la marcha al recibir la presente, estará V. aquí por Navidad. El capitán y Jorge vienen también, y, por otra parte, tendrá V. el gusto de ver á su hijo Enrique, que es un guapo joven. Le he invitado á una cacería. »Adiós, querido compadre. Nada más puedo decirle; pero sé que vendrá, aunque sea solamente para complacer a su más sincero amigo »Enrique Curtís. »P. S. Los colmillos del elefante que mató al pobre Khiva están colocados en la sala, sobre los cuernos de búfalo que V. me regaló, y forman un conjunto magnífico. Junto á la mesa de mi despacho, pendiente de la pared, está el hacha con que corté la cabeza á Twala. ¡Lástima que no hayamos traído las cotas de malla! y>K G.» Hoy es martes: el viernes sale un vapor, y creo verdaderamente que debo tomar la palabra á mi amigo Curtís, embarcándome para Inglaterra, aunque sólo sea para ver á mi hijo Enrique y mandar imprimir mi historia, cosa que no quiero confiar á nadie. Fl N Llamamos la atención de nuestros lectores respecto á la hoja suelta sobre el M o r r h u o l P i z á que acompaña al presente número. ANDALUCÍA LICOR BREA MUÑERA Tipos, eosínmbres, recuerdo! j paisajes POE M, MiRTINEZ BARRJONUEVO Recomendado por todas lat eminSAcias médicas ÚNICO EN SU CLASE SI m e j o r c a l m a n t e p a r a l a t o s y a t e m p e r a n t e d e la s a n g r e Autor, Escudülers, 22. Barcelona E L EXTRACTO COMPUESTO DE Zarzaparrilla LA MÁSCARA DE BRONCE NOVKU HISTÓRICA por CÁELOS MENDOZA Consta de 40 cuadernos á 2 reales LA FUERZA DEL DESTINO Se a d m i t e n s u s c r i p c i o n e s á esta lujosísima obra en la c a s a e d i t o r i a l de D . R a m ó n M o l i n a s , C o r t e s , 365 á 371, B a r c e l o n a . Precio; Una peseta cuaderno DEL DR. AYER. M E D A t l i A D E OKO e n l a E x p o s i c i ó n Universal de Barcelona. 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Suscripción permanente ^ ^ Asentes GíMierales para España, hasta llegar á Sitanda fué muy penoso, porque Barcelona: R, MOLINiS, Ediior.-Cortes, 365 á 371 V I L A N O VA H E K M A N O S y CA., B a r c e l o n a debíamos conducir á Jorge Curtís, que tenía la pierna muy débil; pero al fin llegamos sin novedad, y no referiré los detalles porque nada AGRADA A LOS NIÑOS tienen de particular. El Aceite de Hígado de Bacalao de Jenseii es el A c e i t e m e j o r q u e Seis meses después de nuestra llegada á Siíe conoce p a r a r e c o b r a r la Becomendadospor la VTV AQ TJPDUV Secetadospor los médicoí p a l u d p e r d i d a ; y s e p r e p a r a tanda, donde encontramos nuestras carabinas y de Medicina D E V i V A i J rEjX\I-JlJ de España y ultramar en l a m a y o r f á b r i c a d e A c e i t e otros efectos que el depositario nos entregó con RealA dAcademia o p t a d o s en loa hospitales y la m a r i n a P O R Q U E C U R A N I N M E D I A T A M E N T E , lie H í g a d o d e B a c a l a o d e l m u n d o ; s i e n d o , bajo todo COMO N I N G Ú N OTRO KBMEDIO empleado h a s t a el día, toda clase de vómitos y diamuy mala voluntad, pues no creía que sobrevir e a s de los tísicos, de los viejos, de los niños, cólera, tifus, disenterias, vómitos de los p u n t o d e v i s t a p r e f e r i b l e á l o s viésemos, hallábame de nuevo en mi humilde rniños y de las e m b a r a z a d a s , c a t a r r o s y úlceras del estómago. N i n g ú n remedio alcanzó o t r o p a c e i t e s ó á l a s m e z c l a s morada cerca de Durban, donde ahora estoy de los médicos y del público t a n t o f a v o r p o r s u s b u e n o s r e s u l t a d o s como nuestros q u e lo c o n t i e n e n t a n t o en I n g l a t e r r a c o m o en l o s o t r o s escribiendo y donde me despedí de los que me países; y es m u c h í s i m o m á s SALICILATOS DE BISMUTO Y CERIO acompañaron en la más aventurada excursión que se venden en t o d a s las f a r m a c i a s de E s p a ñ a , U l t r a m a r y América del Sur. Cuidado sc ul apseersi opro rq suue pt oudr ea zs a l ays loat rfaascon las falsiflcacicmea, porque otros no darán el mismo resultado. Exigir la Jria j iiírcj de firanli». que jamás emprendí en mi vida. cilidad con quo se digiere. PRECIOS: En toda España, la Caja grande, 3'50 ptas. PequeSa, 2 ptas. Como e s d u l c e , a g r a d a m u c h o á los niños. Depósito general: A l m e r í a FARMACIA VIVAS PÉREZ Al escribir la última palabra veo un kafir desde donde se remiten á t o d a s p a r t e e . m a n d a n d o 75 céntimos más p a r a eertifieado C u r a l a TISIS, l o s RESFRIADOS, que viene por mi jardín con una carta en la POR MAYOH.—Madrid: M. Garcia, y Sociedad Ibero - Universal.—i?arceZono; Sociedad l a TOS, la DEBILIDAD GKNKRAL í UN SIN NÉMfiR» W ESFKRMEUADE.S. mano, recogida en el correo. Resulta ser de F a r m a c é u t i c a , Hijos de J. Vidal y Ribas, y Alomar y Uriach.—floftono; Lobo y C." El p r e c i o es m u y m o d e r a d o . F a r m a c i a y D r o g u e r í a de José Sarrá.—Puerto Rico: iTidel Guillermety.—Mayagüez:,^ Sir Enrique Curtís, y, como lo dice todo, la Lo TeDden las íarmacias ; drcgueriu. Guillermo Mullet.—FoZencía; Sres. F a b i á , Hijos de Blas Cuesta, y Oliment y POS MAYOR; VICKSTE FERREE í C.»— reproduzco íntegra: Quesiída.—Buenos Aires y Montevideo: principales f a r m a c i a s . BA&CEIONA. /SALICILATOS DE BISMUTO Y C E R I O N IDMlSlSTKiCION: Cortes, 365-?Il. Ramón Molinas, editor.-Eíiemdoi loi derwlies de propiedad artística j Kteraria.-Las reclamaeiones en Madrid, al representante de esta casa D.Mannel Ha j T a k , ->4( I N S É R T E S E Ó N O , NO S E D E V U E L V E N I N Q Ú N O R I G I N A L )f< KBTABUCIKIIKTU TirouToaKi.noo oa L a I l a a t r a c i ó n n > é r i o a : OALLI oa LAS CoaTas, aOv.* 866 i t7l.—BABdELOMA ss'^rl"'