lu vil Núm. m - Hemeroteca Digital

Anuncio
SEMANARIO OIENTIPICO, L I T E R A R I O Y ARTÍSTICO
ítíFASA
Uñ »ao
l u vil
CUBA T PUEKTO EICO
Dn año
5 pesos oro.
En el resto de América fijan el precio
los señores eorresponsales.
EXTKANJBEO
ü n año.
.
.
18 pesetas.
ITbu pibe.
Numero suelto.
. 0''¿^ •
POKTUÜAI
Hi]8cnciOD pagadera «(tiaaDainuiau'"'ft'la numere.
Vt r^--.w
ADVERTENCIA.—Con el presente número recibirán los señores suscritores el regalo ofrecido
íi^^^WÍ#í£-
D. JOSÉ DE CASTRO Y SERRANO (dibujo de P. y Valor)
Núm. m
818
LA
SUMARIO
TEXTO: Madrid, p o r Fernanflor.—F« año más (pocsfa), p o r
Federico Balart.—Noche Buena, por F. Serrano de la Pedrosa. — Noches Buenas (poestfls), por Antonio Grilo.—
Año Nuevo (poesía), p o r Manuel del Palacio.—¡¡Noche Buena/!, p o r Manuel yíAtose». — Cincuenta Navit^ades, por
R. Blanco Asenjo.—1789-1,180 (poesía), p o r Alfredo Opisso.—Nuestros grabados. — En invierno (poesía), por Antonio Osete.— Las Minas del Rey Salomón (conclusión), por
H. Rlde Haggard.
6BABAD0S: D. José de Castro y Serrano. — Alegoría de Navidad.— Después de la misa del gallo. — Noches Buenas.—
Afio Nuevo.—Acompañando á las v í c t i m a s . - P o r Navidad.—Alojados.—La Virgen Madre.—Suplemento al númeno 365: La plegaria, cromo tipográfico.
MADRID
DON JOSÉ CASTRO Y SERRANO
t
os biógrafos de Castro y Serrano dicen que
nació en Granada, pero no quieren decir
cuándo. Dan á entender con esto que es viejo.
Mas todos cuantos le tratan, y cuantos le ven,
dicen que es joven. Porque, en efecto, andar con
tiesura y firme paso, hablar y discurrir con viveza, no padecer jamás enfermedades, trajinar
mucho, comer y beber más de lo que debe un
monje y algo menos de lo que acostumbra un
glotón, viajar sin queía ni cansancio, dormit á
pierna suelta, y estar dispuesto siempre á escribir bien y á conversar mejor, son cualidades impropias de los ancianos. Castro habrá podido
aparecer viejo por su reposo moral allá en sus
frescos años: hoy, hombre maduro, parece dar
señas, en todo, de tener despierta su juventud.
Los que le tratamos con intimidad desde hace
muchos años, ni en su talento ni en su físico
hemos notado decaimientos. No ha sido joven
ni será viejo. Todo pasa, todo cambia, todo se
muda en torno suyo: sólo permanece, resiste y
queda Castro y Serrano.
Los diarios han publicado biografías suyas y
deshojado flores sobre su cabeza con motivo de
su recepción académica. Es difícil decir nada
nuevo: el hombre, el escritor, son ya conocidísimos... Pero fuerza será repetir algo de lo dicho,
pues en este ni\mero aparece su retrato: el retrato de un literato eminentísimo, de un hombre
universalmente simpático, de un cnenfero sin
rival, de un conserva.rlor sin partido, del que es,
bajo sus vetustas ideas políticas, el más moderno y más actual de los españoles. Su discurso de
entrada en la Academia lo demuestra bien.
He dicho que Castro y Serrano nació en Granada. Allí estudió la medicina, empezando el estudio tan joven nue á los d'ez v ocho años había
concluido la carrera. No dejó de ganar ninguno
de los cursos por oposición; así que (él mismo
lo dice) el Estado le costeó la carrera. Como no
podía ejercer la facultad hasta los veintidós
años, tuvo tiempo de cambiar de aficiones. Leyó
mucho, sintióse con deseos de escribir algo parecido á lo que había leído, v como desde pequeño
observó con lucidez, clasificó sus conocimientos
con método y supo expresar sus pensamientos
con claridad, brevedad y gracia, se encontró
por derecho propio compañero de otros jóvenes
esperanzado las letras patrias: Pedro Antonio
Alarcón, Manuel Fernández y González. Leandro Pérez Cossío, José Fernández Jiménez
(actual subsecretario de Estado) y Manuel del
Palacio. Su carácter, sin embargo, no se fundía
bien con estos otros caracteres, entre los cuales
abundaban los bohemios al uso y los locos pacíficos. Allí d^bía aparecer como una protesta: él
era el espíritu positivista de la literatura moderna que no vive de.fantasías sino de realidades.
Aquella colonia de escritores compuso una
obra que tituló Mnfinnafs de Abril y Mayo, la
cual obtuvo grande éxito. Desde luego se manifestó Castro el hombre de su siglo, el periodista,
el escritor de la actualidad, y el cronista de los
trabajos útiles, de los héroes industriales: escri-
iLusaiíAcioN
IBÉRICA
bió para esa obra un artículo titulado Los fósforos de Gaseante, que agradeció este inventor,
haciendo insertar estos versos en las cajas de
fosfores:
Traba.jemos sin desmayo,
ya que nos anima á ello
el libro galante y bello
Mañanas de Abril y Mayo.
La observación de Castro y Serrano se fijaba
con preferencia allí donde había un mérito desconocido que realzar, y algún tiempo después
leyó en la tertulia de Cruzada Villamil unas
páginas de tan triste y profunda emoción que
hicieron derramar lágrimas á la originalísima
reunión que las escuchaba de escritores y de tiradores de florete y espada antigua. Era la historia de un poeta que acababa de morir: la historia de Francisco Zea. De aquel artículo nació
la hermosa edición costeada por el Estado de las
obras del vate.
Seguía con este artículo Castro y Serrano su
camino de escritor del bien, y, por igual sentimiento de elevar á los humildes y rescatar á los
desdichados de su inmerecida suerte, trazó luego las sentidas lineas que con el título de Las
Estanqueras de San Fernando conmovieron á
Madrid durante muchos días, como no han logrado conmoverle gruesos libros de profundo
mérito. Es que Castro y Serrano sabe el camino
que conduce á los corazones : sabe aparecer
grandioso y sencillo á la vez, haciéndose comprender de los aristócratas y del pueblo. Otros
artículos, como el que dedicó á D.a Ernestina
Manuel de Villena, fundadora de un asilo de
huérfanos, y el que imprimió la Sociedad de Salvamento de Huérfanos, manifiestan que Castro y
Serrano ha sido y es el primero de nuestros periodistas; no habiéndosele dado este título con
preferencia por haber hecho siempre periodismo
con la foruM gallarda y pulida del más exquisito literato. Su campaña famosa de la inauguración del Canal de Suez, campaña que con el título áeLa Novela del Egipto se publicó luego, le
coloca á la altura de los más famosos narradores europeos.
Allá por el año 60 publicó sus Cartas trascendentales, en las cuales se reveló como filósofo
intencionado y amable; interpretando tan perfectamente los sentimientos y las aspiraciones
de su época, que tal libro llegó á ser el favorito
de aquella sociedad, especialmente del bello
sexo. Estas cartas revisten, como el autor mismo, eterna juventud, pues las ediciones se vienen sucediendo desde entonces sin que el interés y la admiración de los lectores se agote. No
sé de libro alguno español literario y moderno
que haya sido tantas veces impreso y elogiado.
La prosa de Castro es como el alabastro: sólida,
tersa y permanente; pero en las Cartas aparece
más fluida, brillante y cálida.
Las Historias Vulgares son modelo de lectura
culta, castiza, sana, ya regocijada, ya fácil á
producir suaves lágrimas. Las madres y los padres debieran poner estas Historias en manos
de sus hijos no bien pudieran éstos apreciar la
pintura y comparación de las costumbres y de
los sentimientos: su lectura no sólo hará aficionados literarios de gusto exquisito, sino seres
amantes de la sociedad y de la vida y buenos
ciudadanos.
No necesito enumerar otios muchos trabajos
suyos: sus magistrales estudios sobre las Exposiciones de París, Londres y Viena; su original
y preciosa novela La Capitana Cook, Los Cuadros Contemporáneos... La pluma de Castro y
Serrano jamás ha reposado sino el tiempo preciso para madurar sus ideas, y cualquier artícu• lo suyo ha sido y es para el mundo literario un
acontecimiento. Ningún literato ha entrado en
la Academia con mejores títulos que nuestro
biografiado: pocos podrán ser de más utilidad
que él en aquel Instituto para la pureza y decoro de nuestra lengua. Castro es un gran prosista: no sólo por su estilo, clarísimo, entonado
sin énfasis, ameno sin relumbrón, sencillo sin
desmayo; sino porque piensa en prosa, muy al
contrario de la generalidad de los' nuestros
autores, que piensan en verso. Castro es, como
prosista, todo moderno y todo clásico. El vocablo, el giro, son á veces revolucionarios; pero
toman un encaje como de molde antiguo. Nadie
puede dudar de que lee á un grande escritor y
allí no se encuentran más que palabras y locuciones vulgares. Por esto su prosa ni envejece
ni envejecerá. Es, en fin. un gran maestro del
arte de escribir y de hablar,que será escuchado
con respeto por sus mismos colegas de la Academia.
Su discurso de recepción es al mismo tiempo
la justificación de su vida literaria y la apoteosis del género que viene cultivando: enseñar
amenamente. Es un discurso algo extraño para
leído en una reunión de hombres sabios, maduros, apegados á la tradición y desconfiados del
progreso literario. Es un discurso más bien de
periodista que de literato por el fondo, aunque
por su forma sea verdadero encanto del amante
de las letras. Castro llega y toma asiento entre
los académicos diciéndoles: «Señores, es preciso escribir para los aue no quieran leer ó no
tienen tiempo de ello. Escribid con amenidad y
seréis leídos.»
«La amenidad y galanura en los escritos es
elemento de belleza y de arte.» Hé aquí el tema
de su discurso, desarrollado, como alfifuien ha
dicho, con extraordinario caudal de ideas propias.
Su definición del chiste es admirable y lo son
también, otras observaciones de que dicha definición va precedida.
«IQué cosa tan pequeña y tan grande! £7
chiste, que parece un desperdicio del ingenio ó
una burla de la verdad, ha predominado en el
mundo con fuerza tan misteriosa como incontrastable. Cuando se han perdido las bibliotocas, cuando se han borrado las civilizaciones,
cuando de los grandes pueblos, asombro de la
historia, apenas queda un pedrusco, una inscripción 6 una medalla; el chiste flota en no
sabemos qué corrientes del espíritu humano,
para propagarse de edad en edad, y va en forma
de apólogos, que son las gracias de la filosofía;
ya en forma de aforismos, que son las g'-acias
de la ciencia; ya en forma de epigramas, que
son las gracias de la literatura; ya en forma de
refranes, que son las gracias de la multitud.
Por el chiste se nos reaparecen v cobran vida
aquellas generaciones que se perdieron.»
«En la esfera social,—dice uno de sus biógrafos,— Castro y Serrano ha seguido haciendo
durante estos últimos años lo que hacía: excursiones á su tierra, expediciones estivales y viajes por Europa; asistencia al Real, nunca ó
casi nunca á otro teatro; y comidas y tertulias
en casas aristocráticas v ricas, de ric^s v aristócratas inteligentes é ilustrados. En las comidas es tanto más estimada su presencia cuanto
que en la mesa juzga y saborea como perito y
en la sobremesa habla como pgudo, chistoso y
ocurrentísimo hablador.»
De esto pudiera yo decir mucho, pneíto oue
he sido y suelo ser compañero suvo de ine^a y
de viaje. Castro es el propio chiste decorosamente expresado, haciendo irrupción en todos
momentos y siempre con absoluta oportunidad.
No hay medio de hablar donde está él: no sólo
porque sus continuas gracias no dejan lugar,
sino porque nadie se atreve á pasar por arrogante tratando de colocar entre los suyos otro
chiste. Sólo el doctor Thebussem, compañero y
amigo iuyo, sabio y ameno, osa y realiza con
éxito semejante empresa.
Cosa rara: las damas elegantes y hermosas
forman corro en torno del canoso escritor, y se
olvidan, oyéndole, de las conversaciones de amor,
de modas y de placeres, que por natural inclinación debieran preferir. Es la desesperación
de los Tenorios y de los jóvenes.
]Gran compañero, en efecto, de viaje, puesto
que se comparten con él las ventajas de su celebridad 1 Allí donde va se le busca, se le agasaja, se le mima, se le recibe con ceremonia y se
le despide con abrazos y lamentaciones. Los
aristócratas dan fiesta en honor suyo, el acaudalado burgués le ofrece ua banquete en que
819
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
se suben de la bodega los mejores vinos, el industrial le da en su fábrica ó en su taller una
sabrosa merípuda. No se le quisiera dejar partir nunca y se le recuerda siembra.
En cuanto á mí, le tengo reconocido por
maestro, agradézcole el bondadoso cariño que
me tiene, y le ofrezco en estas breves líneas un
homenaje de respeto y de veneración.
Para concluir.
—Este Castro,—decía un académico el día
de la recepción,—tiene aquí su puesto señalado
en atención á sus conocimientos científicos especiales.
—¿Cuál?
—El de médico de Ja lengua.
FEENANFLOB
UN ANO MÁS
( A M.\NüEL DEL P A L A C I O )
[Un año más! Con su celaje oscuro,
con su nieve, su escarcha y su neblina,
sobre esta frente, que al dolor se inclina,
cincuenta y ocho inviernos pesan ya;
y al vislumbrar la mente, en lo faturo,
visiones que se extinguen incoloras,
mira pasar de las perdidas horas
el negro enjambre que volando va.
El tiempo, que jamás la planta sienta,
devorando las noches y los días,
ya rasga el manto á las tinieblas frías,
ya al crepúsculo roba el arrebol;
y una vez y otra vez su reloj cuenta
la arena del desierto, grano & grano,
y agota su clepsidra el océano,
y el rayo embota su cuadrante al sol.
Pero, en densas tinieblas sumergido,
¿quién la esperanza del acierto abriga?
¿Sabe el tallo. Señor, lo que es la espiga?
¿Sabe el hombre. Señor, lo que es virtud?
¿ Quién seguro aquilata sus acciones,
si, por sobra, 6 por falta de energía,
ya es la resignación vil cobardía,
ya la noble constancia obstinación?
Siempre, velada en lúgubres crespones,
se oculta la verdad: nadie la alcanza;
y en el trémulo fiel de la balanza
se columpia indecisa la razón.
] Oh! Cuando triste, muda, misteriosa,
la noche se aproxima, y paso á paso
va tu sol acercándose al ocaso,
desconocido abismo para ti,
al tocar en el borde de la fosa
donde otra vida inescrutable empieza,
si no sabes morir con entereza,
miserable mortal, ¿qué sabes? ¡Di!
Muera, Señor, conmigo mi memoria;
quede al mundo ignorada mi existencia;
pero dame la paz de la conciencia
hoy que al fin del camino siento el pie.
No te pido. Señor, fama ni gloria,
no te pido grandeza ni ventura,
no te pido ni aun tregua en mi amargura:
¡ valor te pido, y esperanza y fe!
FEDERICO B A L A R T
Noche del 21 al 22 de octubre de 1889.
^
NOCHE BUENA
Arrebatado en incesante vuelo
cuanto la mente á concebir alcanza,
cuanto es norte falaz de la esperanza,
cuanto soberbia inspira y gloria da,
cuanto brilla en la tierra y en el cielo,
desde el átomo al astro luminoso,
sueño es | ay! que en su velo tenebroso
la sombra del olvido envolverá.
¿,Qué memoria en el mundo deja el hombre?
¿Qué rastro deja por el mar la nave?
¿Qué rastro deja por el viento el ave?
¿Qué rastro deja por el cielo el sol?
La muerte borra, al par de nuestro nombre,
las vanas glorias que el orgullo crea
como borra en la playa la marea
las huellas del ausente barquerol.
Y aun en la áspera senda de amarguras
donde entre abrojos el dolor anida,
¿qué es la humana carrera? ¿qué es la vida?
[Sufrir, lidiar, caer, llorar... morir!
No es otra la corona de venturas
que el tiempo nos ofrece despiadado:
¡esas las flores son que dio el pasado;
esas las que promete el porvenirl
Si, á lo menos, el ánimo abatido
la luz del bien entre la bruma viera,
con su benigQO rayo hallar pudiera,
ya que no la ventura, la quietud.
Parece, á primera vista, que sólo los niños son
los beneficiados con la fiesta magna que la cristiandad celebra el '24 de diciembre.
Parece que para ellos exclusivamente se encienden las luces del Nacimiento, y suenan tambores y panderetas, y ae agitan con febril
actividad los cocineros, y despide fulgentes rayos la estrella que guia á los Magos en su camino.
Créalo quien quiera si no siente penetrar en
su corazón el encanto y la ternura que la intervención de la infancia presta á la más importante de las solemnidades del año.
El homenaje que rinde la inocencia al Niño
Dios es tan grande y sublime que basta por sí
solo para que sus beneficios alcancen á la humanidad entera.
Al llegar al trono del Altísimo el eco de las
risas infantiles, las ondas lumino-sas, el murmullo de palabras y exclamaciones que arranca á
los pequeñuelos la alegría ó la sorpresa, el ruido
en que se funden cánticos y sonidos de instrumentos, el estallido inmenso del gozo de los niños, concierto gigantesco del cual ni una sola
nota deja de llegar á Dios, porque son puros los
corazones en que nace tanto regocijo; es indudable que esa tromba de alegría y de pureza
desarruga el ceño de la Divinidad y la mueve á
perdonar los pecados de los grandes.
En ese Jordán de alegría infantil se lavan las
culpas de los padres.
Ante la adoración sincera, entusiasta, delirante, de los niños en Noche Buena, el Dios Niño
debe perdonar las locaras del Carnaval, las hipo-
cresías de la Cuaresma, las glotonerías y las
concupiscencias de las fiestas caniculares, las
irreverencias é impiedades de la Conmemoración de los Difuntos, y las caídas morales de
todo género de que somos víctimas los adultos
durante todo el año.
La historia del Dios mismo á quien se tributa tan tierno homenaje, confirma esta cristiana
y consoladora esperanza.
Fué necesario que la víctima propiciatoria de
la redención de la humanidad fuese inmaculada,
como inmaculada es el alma de los niños. Así. al
ceder gustosos á sus vivas instancias, permitiéndoles la realización de su sueño dorado de estos
días, trabajamos por nosotros y para nosotros.
Médicos despreocupados, criminalistas endurecidos, graves pensadores, políticos sin alma:
acudid á la plaza de Santa Cruz, acompañados
de vuestros hijos: no cerréis el bolsillo en tanto
que vuestro chico no haya reunido todo lo neoeoario: acomodad cuidadosamente los Magos, la
Virgen, San José, el buey, la muía, los pastores, los rebaños, los pinos, los arroyos, la estrella, y hasta los cazadores con casaca roja y bota
de montar, que no habían madrugado tanto en
la historia, pero que, á fe mía, son muy bonitos
y á loa chicos lea parecen de perlas: llevadlo
todo á casa, y, con un frasco de goma y un poco
de paciencia para contener los ímpetus del chico, que se empeña en que todas las figuras tengan movimiento v acaba por lograrlo, sin que
pasen de media docena las... fracturas, podréis,
llegada la noche, encender las luces del Belén,
que es como encender en el cerebro del niño el
rastro brillante é inextinguible de las creencias
religiosas, porque esa estrella del Belén no se
apaga nunca en la imaginación del hombre, y
en las crisis tremendas de la vida guía y conduce el corazón humano hacia el origen y la fuente
de la verdad y de la dicha.
Y al mismo tiempo, como la alegría de los
hijos es tan contagiosa, sentiréis refrescado
vuestro espíritu, satisfecha vuestra razón y
tranquila vuestra conciencia; que todos estos
arreboles enciende en nuestro ánimo la esplendorosa irradiación de la alegría de un hijo; y,
contagiados de ella, empezaréis por reír con
malicias y acabaréis por reir de simplezas; ocupación que por cierto no ha llevado á nadie á
presidio y muy necesaria de vez en cuando para
el que vive con sus semejantes en perpetuo comercio de agudezas envenenadas y sonrisas que
á un tiempo despliegan los labios y desgarran
las entrañas.
Trabajad, pues, como chicos: sed cultivadores
inteligentes, y no plantéis los pinos, el musgo y
las flores fuera de su sitio; mostraos excelentes
arquitectos en la construcción de molinos, castillos (que no pueflen faltar), y quizá algún hotelit/); sed unos Perales en la construcción del
barqniohuelo que ha de bogar en el estanque
del Belén: sed directores de escena e¿ el arreglo de la decoración y en la conveniente distribución de figuras y de luces; y no olvidéis ser
habilísimos cirujanos si á Melchor ó á Baltasar
se les rompe una pierna, lo que, en un viaje
largo, nada tendría de particular.
Y cuando hayáis pasado un día entero ocupadisimo, sin daño de tercero, haciéndoos pagar
por vuestros hijos cada pastor con un abrazo y
cada oveja con un beso, gozando de la alegría
de los pequeños, y por esto hayáis desatendido
la tertulia de maldicientes, la mesa de juego, la
obra extraordinariamente aplaudida y cosas tan
estúpidas como estas, venid á pedirme indemnización por daños y perjuicios.
F. SERRANO DE LA PEDEOSA
•3P
•
ALEGORÍA DE NAVIDAD (dibujo de Picólo)
DESPUÉS DE LA MISA DEL GALLO (cuadro de Huertas)
m
LA ILÜSTBACION IBÉRICA
^6,
Suenan, lejanos, dulces cantares,
voces muy tristes, vaga armonía:
esta es la noche de los hogares
y el alma siente melancolía.
¡Noche sublime! Yo te bendigo.
Cuando otros años toques mi puerta,
haz que mi madre viva conmigo,
haz que mi casa no esté desierta!!
Déjame, madre, que te recuerde,
al son medroso del ronco viento,
mi edén de niño, la alfombra verde
con que imitabas el Nacimiento;
¡ AL MOEIE MI MADEE !
la pastorcilla, de gracias llena,
que en frágil barro nos la fingían;
los vidrios rotos sobre la arena
que á un arroyuelo se parecían;
Jja luz vacila, el sacerdote reza;
hinchase el seno en su postrer latido;
un volcán se levanta en mi cabeza
aun más horrible que el haber vivido!
del hogar bosque, valle galano,
gruta fingida, monte divino,
huerto bendito, donde tu mano
á los pastores abrió camino;
Pierden su luz los ojos que me amaron,
y, en medio del hervor de la agonía,
tan juntas nuestras almas se encontraron
que huyó la suya . . . y se llevó la mía!
^
EPITAFIO
(EN LA TUMBA DE MI ¡MADRE)
111 NOCHES
Te híiré compaMÍa,
que aun ([uedas conmigo;
pues yo, madre mía,
lie muerto contigo!
BUENAS !!!
[CON MI MADKEl
~vv*'
¡Madre del alma! Cese tu pena;
calma tu angustia; poi' Dios, no llores;
que ya bendicen la Noche Buena
los Reyes Magos y los pastores.
Bordan los valles blancos corderos,
hay regocijos en las cabanas,
y los tomillos y los romeros
llenan de aromas nuestras montañas.
ito.-'
La cruz silenciosa
nos llena de calma:
¡aun más (jue e^ta losa
te cubre mi alma!
Aquí nos o^pora
la mano de Dios:
tú dentro ... \o fu(M"a...
¡ ¡ ¡ Durmamos los do^!!!
Nos da la noche calma infinita,
y hacen más dulce nuestra ventura
mi limpia mesa, tu fe bendita,
nuestros recuerdos y tu ternura.
Acompañando tus devociones
contigo, á solas, feliz me quedo;
el aire azota los torreones
y la lechuza silba de miedo.
\
el fiel rebaño que se apacienta,
la opaca gruta de la cañada,
la choza humilde, la blanca venta
donde la Virgen buscó posada;
í*'»'
la abierta roca del monte oscuro,
la azul corriente del manso río,
la anciana pita, formando un muro
en los vallados del caserío;
la espesa sombra de la arboleda,
los frescos juncos sobre los lagos;
allá trotando por la vereda
en sus Corceles los Reyes Magos;
y por las cuestas de las montañas,
rubias pastoras, de talle erguido,
frutas y mieles de sus cabanas
llevando al Niño recién nacido.
¡Horas felices del alma mía,
breves, tranquilas y seductoras!
¡Madre del alma! ¡Cuánto daría
por un instante de aquellas horas!
\íWf
Huye del niño la edad serena,
jamás tornaron tiempos mejores,
y sólo vuelve la Noche Buena
con sus veladas y sus pastores!
LA NOCHE BUENA SIN MADRE
Ya de rumores los campos llena;
con ella el mundo de gala está...
¡Ay, que ya vuelve la Noche Buena!
¡Ay, que mi madre no volverá!
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
823
Llanto de fuego mi rostro abrasa,
huérfano lloro mi bien perdido:
ya está desierta mi antigua casa,
¡todos se han muerto, todos se han ido!
¡Ya la estrella de oro
que tú cortabas
no pende del cabello
que te arrancabas!
Huye del niño la edad serena,
jamás tornaron tiempos mejores,
y sólo vuelve la Noche Buena
con sus veladas y sus pastores!
¡Ya no nos levantamos
con la alegría
que la misa del gallo
nos ofrecía!
¡Tu sitio en nuestra mesa
se halla desierto!
Hermana de mi alma:
¿por qué te has muerto?
¡Verdes riberas, patrias montañas,
niñez bendita, noche ideal!
¿üónde está el humo de mis cabanas?
¿Dónde el establo? ¿Dónde el portal?
II
¡Madre! ¡Las gotas del llanto mío
riegan mis noches! ¡Ya te perdí!
¡Los que sucumben muertos de frío
son más dichosos que yo sin ti!
¡Ay! ¡Quién pudiera romper tu huesa,
tu amante vida lograr de Dios,
sentarte al borde de nuestra mesa,
mirarte... y luego morir los dos!
Y en esta noche de roncos vientos,
de tantas dulces melancolías,
que me contaras los mismos cuentos,
y me besaras como solías!
¡Columnas de mi vida,
regazo tierno,
venerables ancianos,
nido paterno!
L E J O S DEL HOGAR
A lili hcrmans innritit
(EN
NOCHE
BUENA)
I
¡En aquellas distantes
verdes comarcas,
fuisteis de mi inocencia
los patriarcas!
¡Mis abriles lejanos
no comprendían
que aquellas Noches Buenas
no volverían!
Oir entre sueños rumores vagos,
sentir los miedos de una visión
cuando pasaban los Reyes Magos
dejando ofrendas en el balcón!
Hermana, hermana mía,
¡poV)re Dolores!
de mis años primeros
isla de flores.
Bajo aquel mismo techo
donde Dios quiso
dar á vuestros amores
un paraíso.
Ver nuestra mesa limpia y colmada,
y recordarme la faz divina
•de aquella Virgen acongojada
que hacia el humilde Belén camina!
Luz que prestó á mi vida
dicha sin tasa;
rosa que vio en su patio
mi antigua casa.
Otra familia extraña,
rica ó modesta,
preparará esta noche
la misma fiesta.
El villancico sonoro y blando,
el pan sabroso, la lefia ardiendo!
Ver como el ángel está cantando
y como el agua se va riendo!
Aunque ocupas y llenas
de mi alma el centro,
te busco en todas partes
y no te encuentro.
Aunque iguales las plantas
é igual el nido,
¡todo estará cambiado!
¡todo invadido!
¡Ay! ¡Ya tus ojos no son testigos
de aquella dicha que muerta está!
¡Se van las cosas, y los amigos!
¡Se van las madres!... ¡Todo se va!
Vuelven las mismas nieves,
las mismas flores;
suenan los villancicos
de los pastores.
Lenta la nieve, que en copos baja,
ni alegra el patio, ni el torreón:
¡más bien parece triste mortaja
tendida en medio de un panteón!
Se oyen voces benditas
por Jos espacios;
so alegran las cabanas
y los palacios.
Ni hace un fantasma del campanario,
ni su blancura me alegra ya:
¡ahora la miro... como un sudario
que tu sepulcro cubriendo está!
Todo, todo lo invade,
todo lo llena
como en aquellos días
la Noche Buena.
De aquella ausente y rica
niñez dichosa,
nos separa un abismo:
¡ la negra losa!
¡Ya no suenan tus pasos
en mi aposento!
¡Ya no formamos juntos
el Nacimiento!
Si hoy al nido volviera,
tal vez seria
un huésped importuno
de la alegría.
Animará la lumbre
santos cariños;
á su lecho, más tarde,
se irán los niños;
Y al brillar los reflejos
de la mañana,
buscarán golosinas
en la ventana.
Desterrado por siempre
de mi vivienda,
me habéis dejado solo,
solo en la senda.
Y hoy, que no hay una casa
que no sonría,
todas están abiertas...
¡¡¡menos la mía!!!
ANTONIO GRILO
A Ñ d U E VO
¡ Las doce! ¡Arriba el que duerme
por fuerza ó por voluntad!
que el que viene no da espera
y no torna el que se va.
Estalle en cantos y risas
la alegría popular
para quien penas y goces
tienen el mismo compás,
y pregonen las campanas
con sus lenguas de metal
¡gloria á Dios en las alturas
y al hombre en la tierra paz!
Vigilante centinela
del campo en la soledad,
lanza á los aires el gallo
su monótono cantar,
recordando á los mortales,
que lo olvidan en su afán,
''X
X
^ ^ " ^ ^ v
^-.«•
HUí-ü.-fi»,
que siempre el reloj del tiempo
las horas que marca da.
Hoy su importuno cuadrante
nos anuncia un año más:
¡plegué á Dios que en dulce calma
y en grata felicidad,
como nos halla al principio,
logre hallarnos al final!
Tras el día de Año nuevo
el de los Reyes vendrá,
de las turbas infantiles
la codicia á despertar.
En el balcón los zapatos
niños y niñas pondrán,
llenos después ó vacíos
por la magia maternal;
y en brazos de la esperanza,
tristes y en vela quizá,
comprenderán á qué precio
la ventura hay que pagar.
A los balcones del mundo,
por hambre ó por vanidad,
¿quién no pone los zapatos
una vez y ciento y más ?
¿ Quién no sueña verlos llenos
de amor constante y leal,
de fortuna merecida,
de gloria nunca falaz?
Y ¿ quién puede ver sin lágrimas,
de ese sueño al despertar,
que todos aquellos bienes
en los zapatos no están?
^
Yo tengo puestos los míos
en el tejado años ha:
si algo espero es lo de arriba;
de abajo... ni caridad!
MANUEI. DEL PALACIO
828
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
¡¡NOCHE BUENA!!
|AyI ¡Cómo nos vamos haciendo viejos!
¡ Quién pudiera quitarme de encima los treinta ó treinta y cinco años que median entre
aquellos felices tiempos en que yo veía llegar
la Noche Buena con febril impaciencia, regodeándome con su poético encanto, y estos tiempos en que la NocUe Buena viene á recordarme
las coplas de Jorge Manrique que dicea que
cualquiera tiempo pasado
fué mejurl
¡Malditos añosl ¡Qué de prisa pasan!
Aun me parece que fué ayer cuando la llegada de la Noche Buena era causa de trastorno y
alboroto en mi hogar y de sublevación y entusiasmo en mi espiriiu.
Recuerdo que los primeros resplandores de
la feliz aurora de la Noche Buena salían de la escuela.
A primeros de diciembre comenzaban á correr entre los colegiales noticias halagüeñas.
—El día 15 nos dan punto.
—¡Cal Ya te contentarás aunque sea
el 20.
— No, señor: es el 15, que se lo ha
dicho la maestra á mi madre cuando
vino á pagar el recibo del mes.
—¡Quita, chico! ¡Si ningún año han
sido ios exámenes de Navidad hasta
el día 181
Allá á mediados del mes decía el
\
maestro con tono grave, antes de suspender la clase de geografía:
— ¡ Niños 1 No se olviden Vds. de
traer de mañana á pasado una orla,
que el papel sea bueno, que tenga seis
ú ocho planas, para que puedan Vds.
hacer letras de adorno.
Y aquella orla, hecha por nosotros
y retocada por el profesor de escritura, era una especie de prudente aviso
para que le lleváramos el pavo, que
una semana antes estaba ya en la cocina con una cuerda al pie como condenado á cadena, ensuciando todo lo
que llegaba á su alcance y cantándonos el trágala á los de la familia que
no nos le teníamos que tragar.
con un pañuelo de yerbas repleto de cajas de
turrones y jaleas, la criada con toda una huerta
de verduras dentro de la cesta, y yo agobiado
con el saco de las nueces y castañas, pero alborozado con mis tres Reyes Magos nuevos, seis
pastores con ofrendas, una colección de pavos y
cabras sueltos y una estrella brillante que había de guiar á los señores de Oriente hasta el
modesto establo de corcho donde la Virgen, San
José, la muía y el buey miraban inmóviles al
Salvador del mundo acostado en mullido lecho
de algodón en rama.
Allá por los campos de papel y corcho, plantados sin orden ni concierto, había un sinnúmero de candeleros de estaño con sus sendas velas de colorines, que habían de alumbrar la
noche del 24 una parodia del espectáculo de
Belén.
¡Bueno! Los candelabros serían un anacronismo; pero, habiéndose perfeccionado el alumbra-
** *
I Qué tiempos aquellos!
Ei día 23 se ponía mi madre la mantilla, y, acompañada de la criada, que
llevaba colgada del brazo una cesta
descomunal (prestada casi siempre,
ACOMPAÑANDO A LAS VÍCTIMAS
porque una cesta tan grande sólo se
necesita una vez al año), y ejerciendo
yo de escudero con un saco de lona donde había do, ¿por qué no habían de alcanzar sus benefique traer el cascajo, ó sea las castaña^^ bellotas, cios al Hijo de Dios?
nueces y piñones, hacíamos una excursión alrededor de ios puestos de la Biaza Mayor, yo
** *
tiritando de frío, mi madre arrebujada en un
pañolón, y la criada con los moñetes y las ma¿Y el día de Noche Buena? ¡Qué día tan
nos amoratadas como si la sangre comenzara á feliz!
ennegrecer debajo de su cutis.
Generalmente el cielo estaba de color plomi¡Qué excursiones aquellas! Mi madre se dete- zo, la temj)eraiura húmeda y fría; pero á mí me
nia en todos los puestos, entablando discusión paiecía siempre risueño dia de primavera.
en cada uno de ellos, con la zatia alcarreña que
i Qué agetreo en mi caoa! La cocina parecía
aseguraba no haber en todo el orbe nueces co- un campo de batalla: cualquiera hubiera dicho
mo las suyas, ó con el ladino valenciano que re- que aquella modesta familia trataba de parodiar
gateaba el turrón como si se tratara de un en- las bodas de Gamacho. La criada, siempre regarce de pedrería, ó con el murciano que vendía gordeta y amoratada, echaba los bofes machalas mejores manzanas y granadas del mundo.
cando en el mortero de piedra la almendia para
A mi madre nada le parecía bien, á los ven- la sopa; mi madre iba y venia de un lado para
dedores les parecía muy regatona la buena seño- otro, atendiendo á la cocción del clásico potaje
ra, y á mí me parecía que trascurrían siglos , ó limpiando el apio para la ensalada; sobre la
hasta que llegábamos á los puestos de las fígu- mesa de la cocina yacía un besugo plateado,
ras de barro^ donde yo debía completar el per- puestos los ojos en blanco como le .sorprendió
sonal de la compañía de actores mudos que I la muerte; al pie del fregadero picoteaba el parepresentaba en un rincón de mi alcoba, prepa- vo unos granos de arroz, y levantaba de cuando
rado ad hoc, y sobre una mesa vieja, los sagra- eu cuaudo la cabeza con indignación entonando
su eterno tra-galá, galágalá.
dos misterios de esos días.
Volvíamos á casa todos gozosos: mi madre
Mi padre, muy atareado ante la decoración
del Nacimiento, repartía equitativamente por
aquellas breñas de corcho los dos reales de
fresco musgo, y me decía de cuando en
cuando:
—¡Niño! Trae á Baltasar... Ahora á Melchor...
Ahora un pastor de esos que no llevan nada...
Ahora un pavo... Tráeme una cabra... Venga
un candelero... Ahora el polvo de cristal para
nevar el país...
Yo iba y venia loco de entusiasmo, y hacía
frecuentes visitas á la despensa para merodear
los abundantes postres que encerraba. Ya cogía una migaja próxima á desprenderse del turrón, ya hurtaba una aceituna, ya arañaba la
tapa de la caja de jalea donde hallaba pegados
pellizcos del sabroso dulce, ya me llenaba un
bolsillo de cascajo temiendo que se concluyera
antes de darme un hartazgo, ya me asomaba á
la ventana del comedor para entablar con mi
amiguito del cuarto de al lado una discusión de
competencia...
— 'í.o tengo tambor grande.
—Y yo tambor y rabel.
—Y yo tengo, además, una chicharra.
—Y yo chicharra y zambomba.
—Y tenemos, además, un pavo.
—¡Anda! Y yo también: sólo que el mío es
más grande y canta más.
— Bueno; pero yo tengo turrón, mucho turrón.
—Más tengo yo; y tengo, además, mazapán, y
tú no.
— ¿Que no tengo yo mazapán? Una culebra
metida en una caja. ¿ Quieres que te enseñe la
tapa cuando mi madre no me vea?
—¿Y Nacimiento? ¿Tienes tú Nacimiento?
—¡Huy! ¿Que si tengo yo Nacimiento? Y con
fuente que echa el agua de veras.
—El mío tiene rio, y lavanderas, y carreteras
hasta con civiles.
—¡Anda! ¡Civiles! ¡Diosle! ¡Si entonces no había civiles!
—¡Tú lo dirás!
De cuando en cuando tenía que suspender el
diálogo para acudir al campanilleo continuo de
los que en tal dia acudían á mi casa. ¡ Cuánta
gente iba á pedir el aguinaldo!
— ¡Niño! Diga V. á su papá que los serenos
de la villa le felicitan las Pascuas.
—¡Chiquitín! Di que estos versos son del repartidor de Las Novedades, y que las tengan felices.
—Aquí están los chicos de la imprenta.
—Que los mozos de la cofradía traen esta
tarjeta.
—El portero, que desea mil felicidades.
—El mozo de la compañía de milicianos.
—El aprendiz del zapatero.
—El...
Eso sí, les dábamos-un real y se iban haciendo reverencias y diciendo:—¡Si ya sabía yo
que en esta casa son generosos! ¡Poco ó mucho,
todos los años dan!
Anochecía y empezaba la casa á tomar una
animación extraordinaria.
Sonaban los primeros golpes del almirez y
los primeros zumbidos de la monótona pandereta.
El oficial de carpintero que vivía en la
boardilla subía por la escalera hecho una uva,
sostenido por un amigo de taberna y por la
esposa, que gritaba:
—¡Anda, hijo, anda! ¡Pa ti ya ha nació el Niño!
¡Di que la has tomao con tiempo! ¡Vaya una
merluza que traes á casa! Pero ¡condenao! ¿vas
á estar acostao cuando to el mundo esté divirtiéndose? ¡Malditas sean tus tripas!
Un momento después sonaba un estridente
campanillazo en mi casa, y al propio tiempo
rompía impensadamente en la escalera una
atronadora y desaconipasada orquesta, compuesta de almirez, rabel, chicharra, zambomba, sartén, pandereta y tambor. Suspendíase de repente aquella extraña música y se oía cantar
una voz chillona:
LA ELUSTEACION IBÉRICA
Tengo de echar u n a copla
por encima de un rabel
pa que Dios le dé mucha salú
al señor de Don Manuel.
Acabada la copla resonaban con nuevos bríos
los instrumentos. Mi padre abría la puerta
para recibir una tormenta de carcajadas, gritos,
vivas y voces de alegría.
—¡iSomos nosotros, vecino! ¡Venimos á felicitar á V.! ¡El Niño nace pronto!
—¡Chico! |Trae una botella de pardillo y unos
vasitos!
—¡Pero no se moleste V.!
—¡No faltaba más!
—Mi parienta aún está dale que le das en la
cocina. Hasta lo menos las nueve no estará la
cena, y para matar el tiempo...
—Bien hecho. Chico: ¿traes esa botella?
¿Quieren Vds. un bocadito de turrón V
—No se moleste Vd.
—¿Una aceitunita?
—No se moleste Vd.
—¿Una almendra'?
—ii'ero si en casa tenemos de todo. Sino que
por matar el tiempo hemos dicho: «¿Vamos á
cantarle una copla al vecino?
Y comían y bebían, y se obsequiaban unos á
otros, y el imperio de la igualdad unía á todos
los vecinos de una misma casa.
Subí precipitadamente al piso tercero. Era que
el vecino, solterón eterno, se había suicidado,
dejando escritas con lápiz estas palabras:
«Me carga ver que la sociedad se divierte.
No lo puedo resistir y me retiro. ¡Qué Vds. lo
pasen bien!»
Cuando volví al hogar, vi que mis hijos dormían con la misma dulzura con que yo dormía
la Noche Buena hace más de treinta años.
Y me acosté tranquilo, pero no satisfecho.
MANUEL
MATOSES
-r¡^~
CINCUENTA NAVIDADES
El modesto simón que me conducía salió de
las calles que al final del barrio de Salamanca
se abren al campo en surcos espaciosos que
827
mos encontrara alma viviente, que tales no me
parecieron las impávidas figuras de servidores
retorciéndose en reverencia servil con las mismas curvaturas en que se plegaban los tapices
que descorrían, hasta el punto de parecer imágenes estampadas sobre el satinado brocatel, el
tupido terciopelo y el lanoso y deslustrado
yute.
—¡Por aquí!—-dijo una voz conocida, rompiendo al fin el encanto misterioso de aquel silencio y soledad. Y al abrirse una puerta de
roble, con primor tallada, apareció mi amigo
D. Esteban, que, estrechándome la mano, me
introdujo en lujoso comedor.
Hízome arrellanar en el sitial que frente al
suyo había al lado de la chimenea, preciosa
obra de ébano con nielados de marfil, que cubría todo el testero, desde el zócalo hasta la cornisa, con la profusión de primores de un viejo
mueble florentino.
*
Dos horas más tarde la casa parecía un manicomio.
Cada cual había cenado con arreglo á sus
medios de fortuna. Pero todos estaban inspirados por el pardillo ó el moscatel, de que se había
hecho abundante gasto.
Los del principal, confundidos amos y criados,
grandes y chicos, cantaban á coro:
Anda y dile que e n t r e :
be calentará;
porque en esta tierra
y no hay caridá.
Los de al lado de casa se dedicaban al género
picaresco:
En el portal dá Belén
hay uu hoinüre sin calzones
La copla concluía con una carcajada general.
En ei piso tercero se oía algún grito que
otro de
—¡Viva la libertad! ¡Viva la Constitución!
¡Vivan los hombresl
Después se oía bajar precipitadamente por la
escalera los que iban á la imsa del gallo á continuar la broma.
Más tarde, cuando ya cansados nos metíamos
en la cama y las diñcultades de la digestión
nos despertaban de cuando en cuando, oíamos
las patrullas de gente alegre que pasaba por la
calle dando al viento cantares ni correctos ni
cultos, al acompasado son de la música que más
parece árabe que otra cosa.
jBúmbam! ¡Bámbum! ¡Bámhum!
*
¡Qué tiempos aquellos!
iUntonces nos parecían sonrosados: ahora se
representan á nuestra vista con el encanto y la
poesía de todo lo que va unido á los felices uías
de nuestra niñez.
En cambio, hoy, que ya necesitamos gafas
para leer La Correspondencia, vemos desgraciadamente, sin auxilio de lentes, lo que entonces nos ocultaban las sonrosadas notas alegres
de la Noche Buena: el dolor de nuestros hermanos, dolor que antes ignorábamos que existiera.
El año pasado oíamos sollozar á los vecinos
de al lado de casa.
—¡Chica! Lloran ahí al lado. ¿Qué les sucede?
—¡Toma! Que al vecino le han enviado un
oficio declarándole cesante.
—¡Hombre! ¿Y se lo declaran en este día?
¡Qué poca consideración!
A eso de las doce sonó un tiro.
—¡Demonios! ¿Qué ocurre?
marcan la dirección que en época remota seguirá Madrid por aquellos arenales. Las ruedas
acallaron su estrépito al dejar el empedrado
duro por piso menos á nivel, pero más muelle;
hiciéronse más raros los mecheros de gas que
bordeaban el camino, seTl liando, en las tinieblas
de la noche, los trazados de las calles futuras; y
el carruaje detúvose al fin, después de atravesar la verja, al pie de un hotel cu3'as exactas
proporciones geométricas, junto con la sencillez
de sus escasos adornos y el blanco revoque de
sus paredes, mostraba el aspecto de un cubo ó
dado colosal, circuido de un estrecho jardinillo
á la inglesa.
Subí con premura la espaciosa escalera de
mármol espléndidamente iluminada como en
noche de fiesta, aunque contrastara claridad
tan deslumbradora con el silencio profundo que
apenas interrumpían mis pisadas, cuyo batir
amortiguó la alfombra que de tramo en tramo
vertía su cascada brillante de florones y hojas
de vistoso y rico terciopelo.
Como en los palacios de los cuentos maravillosos de magias y hechicerías, las puertas se
abrían espontáneamente á mi llegada, sin que
en mi marcha á través de salones suntuosísi-
Aunque, conociendo de antemano su soledad
de viudo, las misantrópicas inclinaciones de su
carácter y Su indolente sibaritismo de cincuentón que ha estudiado el mundo y posee gran
fortuna, bien podía adivinar las comodidades y
el regalo con que habría intentado, de seguro,
distraer el hastío, me creí obligado á preguntarle cómo había pasado las fiestas.
—A lo menos aquí,—me contestó, haciendo
oscilar, como si fueran un péndulo, las tenazas
con que había removido los gruesos troncos de
encina,—aquí no llegaron esos rumores de broma y gresca que á los pacíficos desengañados
de la souiedad y de la vida vienen á quitarnos
la tranquilidad y el sueño todos los años en la
noche del 24 de diciembre.
—No quiere decir esto,—añadió,—que haya
sido para mí la Noche Buena última apacible y
sosegada. No me desvelaron panderas y almireces, tambores y chicharras, y coplas aguardentosas y desafinados villancicos; pero la memoria, que es una locuela desatinada, despertando
á la imaginación, que aun es mucho más violenta y arrojadiza, dio con ella de manos contra
mí, golpeándome en el corazón y en el cerebro
con más rebato, estruendo é incomodidad que
AtOJADOS (cuadro de A. Benlliure, dibujo de P. y Valor)
LA VIRGEN MADRE (escultura de Samsó, dibujo de P. y Valor)
830
PI tundir de los parches, el rascar de las cuerdas y el gañir de ebrios trasnochadores.
Me encontraba solo en esta habitación en que
ahora le recibo. Sobre la mesa, cuyos manteles
aun no se habían retirado, humeaba la tetera, y
en la mediada copa brillaba, con esplendores
de esmeralda, el verdoso licor de los Benedictinos. Sobre ese reloj de pared las dos manecillas se habían juntado en las doce, y yo me hallaba sentado en este mismo sillón contemplando
las espirales en que el humo de mi veguero se
desvanecía, ya en suaves ondulaciones de pluma,
ya en retorcidos y deshilvanados filamentos. Los
troncos resinosos se consumían produciendo un
constante gemido, y el zumbar del viento y el
remoto murmullo de la gran ciudad en el silencio de la noche, simulaban á lo lejos el hervir
de la embravecida marea.
Buena ocasión de recoger el espíritu. Nadie
vendría á interrumpir ni mis recuerdos ni mis
meditaciones á hora tan avanzada, con tiempo
tan desapacible. Decidí celebrar mi Noche Buena á mi modo.
—He llegado á, los cincuenta años justos,—me
dije.—La carrera me va siendo ya corta, ni ha
de ser mucho lo que de la expedición me reste.
[Cincuenta años! ¡Famosa piedra miliaria d é l a
vida para sentarse junto á ella y meditar algunos instantesl
Me decidí, pues, á emprender una minuciosa
liquidación de aquellas cincuenta Navidades, dividiéndolas en periodos de á diez para ayudar
mejor á la memoria. Los rumores del primer
período acudían á mi mente ó muy borrosos 6
reproducidos con extraordinario relieve. A pesar
de mis grandes esfuerzos para rasgar las brumas
del pasado, cinco de aquellas Navidades se desvanecieron en el misterio v la sombra, y sólo
por la cuenta irrecusable de mi edad me convencí de haberlas vivido. Cierto que. si de los
años restantes me acordaba con lucidez inverosímil, todas las impresiones se parecían, de manera que en conjuntas se confundían en la uniformidad más monótona.
Praderas de musgo sobre las que bailaban
pastorcillos de barro liliputienses; una gran caja
redonda, en cuyo interior yacía enroscada descomunal anguila de maüapAn, con dos cuentas
de caramelos por ojos y luciendo sobre las escamas florecillas de trapo, placas de moldeado almidón y pedacitos de abrillantado y trémulo
pan de oro. Uno de aquellos años, aca.?o el más
memorable, me compró mi madrina una descomunal estrella de hoja de lata con espejuelos
que lucían de manera que no la hxibiera yo
cambiarlo ñor el astro más esplendente y hermoso del firmamento.
Otro año, mi niñera Tinga (Agustina era su
nombre) ajustó á la boca de un puchero un trozo
do pergamino y, prendiéndole un iunquillo ensebado en el centro, improvisó rústica y estruendosa zambomba. Asombrado del ruido, quise yo
examinar lo que dentro de la ors^a lo producía,
y, cogiéndola á hurtadillas, clavé en el cuero las
tijeras. Tinga lloró mucho, y cxiando me llevó á
acostar me acribilló á pellizcos.
Otra noche había nevado mucho. Mis padres
y los convidados de casa fueron á la misa del
gallo, V á mí me dejaron cerrado gritando desaforadamente. Luego que me quedé solo, abrí la
ventana y estuve en camisa haciendo bolas con
la nieve que recogí del alféizar. A la mañana
siguípute pensó mi madre que se le moría su
hijo. Vm tanto, yo, acurrucado en mi camita,
abría desmesuradamente los oíos para ver, allá
en lo alto, cómo entre las nieblas se rebozaban
unos niños qne me sonreían tirándome bolitas
de nieve y diciéndorae á coro:—¡Sube, sube!
Las diez Navidades que siguieron después
fueron notables por la variedad de sus matices.
En las primeras buscaba aún las golosinas y los
juguetes, y en las últimas quería á toda costa
echármelas de personilla y que se me tuviera
por hombre.
Recuerdo la rabieta que pasé la Noche Buena
que me retuvieron en el colegio castigado. Era
nuestro preceptor de latín un hombre amojamado
y seco que recordaba mucho al famoso dómine
LA ILUSTEACION rBERICA
Cabra. Explicaba cada día dos clases, y en el
intermedio de la una á la otra yo le sorprendí
visitando la botella que guardaban en el armario del comedor. Una tarde se la troqué por otra
de tinta. Llegó apresurado y ansioso, la estancia se hallaba á media luz, y sin más reparo se
envasó el licor de agallas: se puso la boca y la
pechera de la camisa como si le hubiera entrado
el vómito negro. El pobre hombre se corrió,
rieron alumnos y profesores el chasco, y yo purgué la travesura con la encerrona
Otra Noche Buena (tenía yo entonces catorce
años) me llevaron por la tarde al Teatro de la
Cruz, donde representaban lina función de las
llamadas de Nacimiento. Unas aldeanillas de la
Judea bailaban seguidillas manchegas que era
cosa de ver. La que más linda me pareció de
las bailadoras zagalejas era una que llevaba las
sayas desmesuradamente cortas. Cuando volví
á casa, mi prima Carmen, que tendría dos años
más que yo, quiso que lo refiriera todo.
Yo lo conté como pude, pero al llegar al paso
de las manchegas me puse como una amapola,
recordando que el día anterior también había
visto á mi prima las piernas al bajar del coche
y que eran más torneadas y bellas que las de la
descocada bailarina.
En la Noche Buena siguiente también mi
prima representó el más importante papel.
Cuando en la mesa era la algazara mayor, ella
se levantó, la seguí al pasillo, y estrechando su
débil talle la pregunté si me permitiría que la
besara.—¿Por qué no?—me dijo. Y antes que
me resolviese sentí sus frescos y sonrosados
labios sobre los míos.
Aunque son más confusos los recuerdos que
en general me quedan de las Noches Buenas
trascurridas de los veinte á los treinta años, en
este período es donde se registran algunas que
me han conmovido hondamente y que han dejado profundas huellas en mi vida. Es la primera
la en que murió mi padre. Sigue después otra
en que, triste y pobre, me retiré á mi humilde
vivienda, apenas anochecido, para acostarme
después de una comida muy frugal. Otra que
pasé escondido en miserable choza de pastores
oyendo las risotadas de los soldados que me
perseguían y que,á tropezar conmigo,me hubieran entregado á las autoridades militares para
que un consejo de guerra me sentenciase á ser
fusilado por conspirador.
Carolina, Lucía, Natalia: tres nombres qtie
rotulan con caracteres de fuego otras tantas Navidades de mi vida en la alegre época de mi
juventud loca y disipada. En otra Noche Buena
un marido agraviado me sorprendió estrechando á su mujer las manos por bajo de la mesa, y
me desafió, propinándome á los dos días una estrcida que me tuvo tres semanas luchando con
la muerte. Como me casé alrededor del 24 de
diciembre, la Navidad de aquel año la pasamos
mi esposa y yo atravesando en ferrocarril áridas campiñas cubiertas de nieve.
De los treinta á loa cuarenta mis Noches Buenas fueron más apacibles y sencillas. Volvieron,
como vuelven al final de una canción las notas
del primer motivo, á repetirse aquellas dulces
escenas de la vida de familia que presenció mi
infancia. Es natural que la edad hiciese en ellas
considerables modificaciones; porque si volvieron á llenar la casa los nacimientos vistosos, las
menudas figurillas de barro, los instrumentos
atronadores y las golosinas tradicionales, yo
disfrutaba de todo aquello en actitud pasiva,
deleitándome con los regocijos de mi adorado
pequeñuelo.
Mas de diez Navidades han trascurrido con
esa uniforme serenidad de la dicha que resultaría monótona si es que la ventura no nos pareciese eternamente nueva, siéndole imposible
saciarse de ella al corazón humano.
De las diez Noches Buenas posteriores, algunas alcanzaron aún mis tiernas expansiones de
familia. Las demás, como verdaderas noches,
han sido para mí tenebrosas y solitarias. Perdí
á mi mujer, y mi hijo se está educando en un
colegio de Inglaterra. A la vejez todas las Navidades son así. Por burlarse de la cultiparla,
llamó Quevedo á las arrugas Navidades cónca
vas. ] Cóncavas! Así son las Navidades de los
viejos: vacias y arrugadas , á la vez ambas
cosas.—
Mi amigo, al terminar su relato, quedó tan
absorto que para no distraerle de sus preocupaciones le estreché la mano y salí.
Cuando regresaba hacia el centro, echados
los cristales del carruaje y acurrucado en un
rincón para preservarme en lo posible de lo intenso del frío, me acordé del singular balance
que de sus cincuenta Navidades acababa de
hacer D. Esteban, y me asaltó á la mente una
idea.
—Le he debido preguntar,—me dije,—cuál
de las cincuenta le pareció más feliz.Pero á seguida me respondí á mí mismo.
[Quién lo duda! Aquella en la que siendo
casi un niño le besó en la boca su prima. Y es
que en la vida la felicidad ha de ser siempre
algo así: un adelanto que se cobra de improviso
á cuenta de un reintegro mayor, que por desgracia jamás se llega á conseguir totalmente.
R.
BLANCO
ASENTO
1789-1889
Un siglo hace que á la voz tonante
de Mirabeau el traidor se promulgaron
los Derechos del hombre, que llenaron
de esperanzas al pueblo delirante.
El mundo entero saludó anhelante
las doctrinas que en Francia se inventaron,
y en Cádiz con candor las copiaron
en Ley fundamental más adelante.
De entonces los derechos han crecido
aunque no hayan crecido los dineros,
y al cabo de cien años se ha advertido
que, tocante á progresos verdaderos,
el asunto ha quedado reducido
á «distraer fondos» y volcar pucheros.
ALFREDO
OPISSO
NUESTROS GRABADOS
D.JOSÉ D i CASTRO T SKBRANO
Dibujo de, P. y Valor
(Véase el articulo de Fernanflor).
NOCHE BÜKNA
Alegoría, por Picólo
Fusión de lo humano y lo diyino; cuadro exacto de la
Noche Buena mundanal y de la Noche Buena visionaria. El
autor ha operado felicísimamente la armonía eni^relo sobrenatural y lo terreno y nos ha presentado una alegoría qne
recrea la vista y despierta los más legítimos deseos de celeb r a r como esos señores las Pascuas de Navidad.
DKSPÜÍIS DE I.A JirSA DEL GALLO
Cuadro de Huertas
Lugar de la acción; Córdoba. Noche de luna clara.
Grupos de alegres fieles devotos qne recorren la ciudad al
son de panderetas y guitarras. ¡Cuánta alegría en medio de
tanto frío! Los faroles brillan con reconcentrado resplandor,
anegada su luz, por la del astro nocturno. Nadie tirita, sin
embargo: el vino de la tierra reconforta los ateridos miembros: la ocasión hace olvidar los grados que puede señalar
el termómetro. ¡Es Noche Buena, y estamos en Andalucía!
Eu la'patria de Alarcón... y de Huertas.
A C O M P A S I S D O Í LAS VÍCTIMAS. — P O R NAVIDAD
Dibujo de Oros
l'Hétenos aquí en los grandes días gastronómicos! La vil
prosa es Insuficiente para ocuparse cual se debe en el asunto importantísimo de los pavos, turrones y demás actualidades pascuales, necesitándose u n nuevo Virgilio para cantar dignamente esas Bucólicas.
¡Oh fiestas verdaderamente extraordinarias, que tenéis
el privilegio, cual otro Flauta mágico, de hacer bailar á
chicos y grandes, de alegrar á todo el mundo y de aumentar las fuerzas digestivas del hombre hasta un grado inverosímil en otra_época!
831
LA ILUSTRACIÓN IBÉRICA
ALOJADOS
Cuadro de A. Benlliure
Cuadro lleno de naturalidad, roaenlficamente dibujado
y compuesto. Los trfs alojados ponen todos sus amores en
esB volátil, con cuya vista se les hace la boca agua, demostración irrefu,table de que aun los más valerosos guerreros
rinden tributo á la noble pluma.
LA VIKGKN MA
Escultura de Samsé
Todos saben qne el eminente escultor Samsó es el estatuario de las Vírgenes. Ksta de hoy es digna hermana de las
otras, y hay que mirarla y admirarla por lo que inspira, por
lo que representa y por el modo con que el artista .supo reducir á corpórea forma su ideal visión.
La circunstancia de no habérsenos entregado oportunamente los trabajos encargndns par* el libro que en un principio hablamos pensalo dar como regalo, nos ha obligado
á sustituirlo, á pesar del mayor coste que representa, por
Xos Amíí70s, cuyas condiciones materiales hemos tratado de
que armonizasen en un todo con la importancia literaria y
social de la obra.
EL INVIERNO
En el mes de las aves y las flores
nacieron en nosotros los amores
de que alegres gozaron nuestras almas.
El triste invierno marchitó las palmas
y enmudeció los tiernos ruiseñores.
i Ay 1 También en nosotros el hastío
dejó sentir el peso de su frío
llevándonos la paz y la alegría.
[Qué monótono y triste pasa el día
para quien tiene el crrazón vacío!
Yo veo, dando tregua á mis dolores,
que no es el frío eterno en sus rigores,
y que pronto vendrá la primavera
y sembrará de flores la pradera,
y otra vez cantarán los ruiseñores.
Y si por esa ley serena y grave
mueren las flores, y enmudece el ave,
y adquieren nueva vida planta y nido,
el amor en nosotros extinguido
¿no ha de volver ya nunca? ¿Quién lo sabe?
ANTONIO
OSETE
LAS MINAS DEL REY SALOMÓN
H. R I D E
HAGGARD
(CONCLUSIÓN)
—Es verdad, Macumazahn.
—Pues entonces no debéis extrañar que nosotros deseemos regresar á nuestro país.
Ignosi reflexionó un momento.
•—Reconozco,—contestó al fin,—que vuestras
palabras son sabias y razonables, Macumazahn.
Al que vuela por los aires no le gusta arrastrarse por la tierra; al hombre blanco no le
gusta vivir al nivel del negro. Debéis marchar
y dejarme entristecido, porque ya no volvere á
recibir noticias de vosotros; pero escuchad, y
sepan todos los blancos mis palabras. Ninguno
de ellos volverá á cruzar esas montañas; ya no
vrré más traficantes con sus carabinas y sus
pieles; y si algt'm blanco llega á este país, le
obligaré á volverse. Si viniesen muchos á la
vez, ó un eiército, los rechazaré con la fuerza.
Nadie volverá á buscar las piedras brillantes,
porque, si tal sucediera, enviaría un regimiento
para cegar el pozo, romper las columnas blancas de las grutas y llenarlas de roías; de modo
que ni aun se pueda llegar á esa puerta de que
habláis, cuyo secreto es desconocido. Sólo para
vosotros tres,Incubu, Macumazahn y Bougwan,
el paso estará siempre libre, porque me sois
más caros que todo cuanto respira.
Infadoos, mi tío, os guiará con un regimiento. He sabido que hay otro camino á través de
las montañas mucho más practicable, y ya os
lo enseñarán. ¡Adiós, hermanos míos, valerosos
blancos! ¡No me volváis á ver, porque mi corazón no podría resistirlo! Yo expediré una orden
para todo el país á fin de que vuestros nombres
sean como los de reyes muertos, y quien hablare mal de ellos será castigado. Idos, ahora, antes que mis ojos lloren como los de una mujer;
y algunas veces, cuando penséis en vuestra
vida pasada, acordaos de la célebre batalla de
Loo, de vuestras hazañas, de aquella heroica
guardia gris, y sobre todo del terrible duelo
en que la cabeza de Twala rodó por tierra.
¡Adiós para siempre, Incubu, Macumazahn y
Bougwan! ¡Adiós, queridos amigos!
Al decir esto levantóse y se cubrió la cara
para que no la viéramos.
Al día siguiente salimos de Loo, escoltados
por nuestro antiguo amigo Infadoos, muy contristado por nuestra marcha, y el regimiento
de los Búfalos. Aunqtie era tan temprano, toda
la calle principal de la ciudad estaba ocupada
por la multitud, que nos hacía el saludo real
cuando pasábamos á la cabeza del regimiento;
mientras que las mujeres, arrojando flores, nos
bendecían por haberlas librado de Twala.
Antps de llegar á los confines de la ciudad,
ocu'rió un ridículo incidente que nos hizo reír.
Una muchacha, que llevaba un magnifico
ramo de lilas en la mano, acercóse al capitán
para entregárselo, y díjole que iba á pedirle un
favor.
—Habla,—la dije.
—Es para r o g a r á mi señor,—contestó,—que
me permita ver sus magníficas piernas blancas
para que pueda pensar en ellas todos los días
de mi vida. He viajado cuatro días sólo para
esto, pues ya son famosas en todo el país.
—¡Que el diablo me lleve si lo hago!—contestó el capitán con enojo.
—Vamos, amigo mío,—dijo el Sr. Cnrtis;—
no puede V. rehusar una cosa tan sencilla.
Good consintió al fin en arremangarle el
pantalón hasta la rodilla, con lo cual quedaron
admiradas todas las mujeres que tuvieron la
fortuna de ver aquella blanca pierna, la cual,
seguramente, no será olvidada en el país.
Infadoos nos dijo que en las montañas había
otro paso por el norte, ó más bien un punto en
que era posible franquear la pared de roca que
separaba Kukuana del de,sierto. Asegurónos
también que hacía dos años algunos cazadores
bajaron por aquel sitio al desierto en busca de
avestruces, cuyas plumas eran muy apreciadas
en el país, y que durante su cacería les aquejó
mucho la sed á cansa de haberse alejado de las
montañas más de lo conveniente. Sin embargo,
habiendo visto árboles á lo leios, avanzaron
hacia ellos v descubrieron un fértil oasis de
algunas millas de extensión, con abundante
agua. Por este punto debíamos volver, y la
idea me pareció muy buena, tanto más cuanto
que algunos cazadcTPS que nos acompañaban
nos aseguraron que desde aquel oasis se veían
otros sitios fértiles (1).
Viajando sin dificultad, en la noche del cuarto día nos hallábamos una vez más en la cresta
de las montañas que separan á Kukuana del
de.sierto, cu3'as olas de arena teníamos á nuestros pies.
Al amanecer del siguiente día llegamos á la
rápida pendiente por donde debíamos bajar al
precipicio para ganar el desierto que se extendía á unos 2,000 pies de nosotros.
Aquí nos despedimos de nuestro fiel amigo y
valeroso guerrero Infadoos, que casi lloró de
sentimiento.
—Nunca veré otros hombres como vosotros,
—dijo.—Jamás olvidaré cómo Incubu derribaba
á sus enemigos en la batalla, ni menos el terrible hachazo que cortó la cabeza de Twala. No
espero ver otra cosa semejante, como no sea en
sueños.
Nos contristó mticho esta despedida, y el capitán se conmovió tanto que regaló al anciano
guerrero nada menos que su monóculo. (Después
supimos que tenia otro de reserva.) Infadoos
(1) Asi se explica cómo fué posible que la madre de Ignosi, llevando su niño, pudiera sobrevivir á los peligros del
viaje á través de las montañas y del desierto, que tan fatales pudieron ser p a r a nosotros. Sin duda encontraron algunos cazadores de avestruces y eondujéronla al oasis.
quedó sumamente complacido, diciéndonos que
aquel objeto le daría mucho prestigio; y después de varios esfuerzos inútiles consiguió al
fin sujetarle en el ojo. Jamás he visto nada tan
estrambótico como aquel indígena con el monóculo, que cuadraba muy mal con la piel oscura
de nuestro amigo y sus plumas de avestruz.
Después de asegurarnos de que nuestros
guías llevaban suficiente agua y provisiones, y
de recibir un ruidoso saludo de los Búfalos,
estrechamos la mano de Infadoos y nos dirigimos al precipicio por donde era preciso bajar.
Por la noche llegamos al fondo sin accidente
alguno.
—Me parece, amigos míos,—dijo el Sr. Curtís,—-que en el mundo hay peores sitios que la
tierra de los kukuanas, y que he conocido peores tiempos que esos dos últimos meses.
—Yo quisiera casi volver,—añadió el capitán.
En cuanto á mí, reflexioné que bien estaba lo
hecho. El recuerdo sólo de aquella batalla me
produce escalofríos, y en cuanto á la cámara
del tesoro... no diré nada más.
A la mañana siguiente emprendimos una fatigosa marcha á través del desierto, aunque
con el agua suficiente; y, después de acampar
durapte la noche, proseguimos el viaje.
A eso de las doce del tercer día vimos los
árboles del oasis, y una hora antes de ponerse
el sol pisábamos el césped, oyendo el grato
murmullo del agua.
CAPITULO X X
E L HERMANO PERDIDO
Ahora voj' á dar cuenta del más extraño incidente que nos ocurrió en aquella aventurada
excur.iiión, y el cual demuestra qué maravilloso
es á veces el desenlace de los acontecimientos.
Yo iba delante de mis compañeros, á cierta
distancia, siguiendo las orillas del arroyo que
corre desde el oasis hasta perderse en las sedientas arenas del desierto, cuando de pronto
me detuve y restreguéme los ojos, pues apenas
daba crédito á lo que veía. A 20 varas de mí, á
la sombra de una higuera, cerca del agua, elevábase una choza construida al estilo kafir,
pero con puerta en vez de un simple agujero.
—¿Qué diablos hará ahí esa choza?—pensé vo.
En el mismo instante abrióse la puerta y
salió un hombre hlanro vestido de pieles. Tenia
la barba negra y muy larga, y cojeaba mucho.
Ningún cazador, que yo supiese, había visitado
nunca aquel sitio, ni mucho menos para establecerse allí. Me quedé mirando de hito en hito,
como lo hacía también el hombre, y en esto llegó Sir Enrique.
—Miren Vds.,—dije.—-¿Es ese un hombre
blanco ó estoy yo loco?
Mis amigos se detuvieron, y de repente el
hombre blanco de la barba negra profirió un
grito y adelantóse cojeando hacia nosotros.
Cuando estuvo cerca se desmayó.
Sir Enrique corrió en su auxilio.
—¡Poder de Dios!—exclamó.—¡Es mi hermano Jorge!
En el mismo instante, otro hombre salió de
la choza, vestido también de pieles y con una
carabina en la mano. Al verme profirió un
grito.
— ¡Macumazahn! —exclamó.— ¿No.me conocéis? Soy Jim, el cazador. Perdí la nota que me
disteis para mi amo, y hace ya muy cerca de
dos años que estamos aquí.
Al decir esto el joven comenzó á revolcarse
por tierra, llorando de alegría.
— [ Picaro ! ^ l 6 dije.—Merecerías que te diesen una buena paliza.
Entretanto los dos hermanos se abrazaban
sin decir palabra por efecto de su emoción.
Sin duda la causa de su desavenencia (yo sospecho que sería alguna dama) había sido olvidada ya.
—Querido hermano,—exclamó el Sr. Curtís
al fin;—creí que habías muerto ya. He estado
832
L.A ILÜSTBAOION IBÉRICA
en las montañas de Salomón para buscarte, y
ahora te encuentro cuando menos lo esperaba.
—Hace poco menos de dos años que yo también quise ir á esas montañas,—rcontestó Jorge;
—pero cuando llegué aquí, tuve la desgracia
de que me cayese sobre Ja pierna un peñasco,
y no he podido seguir adelante ni retroceder.
—¿Cómo va, Sr. Neville?—pregunté á mi
vez adelantándome.
—¡Callel E s Quatermain! ]Ah! ]Y el capitán
Goodl Me parece que voy á desmayarme otra
vez, porque cuando se ha dejado de esperar, la
alegría puede matarnos.
Aquella noche, sentados alrededor del fuego,
Jorge Curtís nos refirió su historia, que no dejaba de ser muy curiosa también. Poco menos
de dos años antes, había salido de Sitanda para
dirigirse á las montañas, sin saber nada de la
nota que entregué á Jim y que éste perdió;
pero, en virtud de algunos informes recibidos de los indígenas, no se dirigió á las Tetas
de Sheba, sino al precipicio por donde habíamos bajado. En el desierto, él y Jim padecieron
mucho; mas al fin llegaron al oasis donde Jorge Curtís sufrió el accidente que le había dejado
cojo. Por esta causa no pudo continuar su viaje,
prefiriendo la probabilidad de morir dónde
estaba á la certeza de perecer en el desierto.
—Aquí he vivido cerca de dos años, como
Robinson Crusoe,—añadió Jorge,— esperando
que algunos indígenas llegasen y me ayudaran
á salir de aquí; pero no se ha presentado nadie.
Anoche mismo me puse de acuerdo con Jim
para que éste fuese á Sitanda á buscar auxilio;
mas no esperaba volver á verle. Ahora, —
continuó,—veo que no me habéis olvidado, y
deseo conocer también vuestras aventuras.
Nuestro encuentro ha sido verdaderamente maravilloso.
El Sr. Curtís complació á su hermano,
dándole á conocer todos los detalles de nuestra
aventurada excursión.
—[Por Júpiter!— exclamó Jorge cuando le
enseñé alguno de los diamantes.—Al menos
habéis obtenido alguna recompensa por vues
tras fatigas.
El'Sr. Curtís sonrió.
—Esas piedras preciosas,—dijo,—pertenecen
á Quatermain y al capitán: ya se convino en
que ellos dos se repartirían lo que hubiera.
Esta observación me hizo reflexionar, y, des
pues de hablar sobre el asunto á Good, dije al
Sr. Curtís que ambos deseábamos cederle una
tercera parte de los diamantes, y, si no la admi
tía, entregársela á su hermano, quien había
padecido más que nosotros para buscarlos. Al
fin conseguimos que nuestro amigo aceptara,
pero Jorge Curtís no lo supo hasta algún tiem
po después.
«Brayley Hall, Yorkshire.
«Querido Quatermain: escribí á V. hace algunos días para decirle que los tres: J o r g e , el
capitán Good y yo, habíamos llegado sin novedad á Inglaterra. Quisiera que hubiese visto á
nuestro compañero al día siguiente: perfectamente afeitado, con traje nuevo, guantes, su
lente, etc., etc., parecía un marqués. He ido á
pasear por el parque con él, y allí encontré varios conocidos, á quienes he contado la historia
de las llancas piernas.
»E1 capitán está furioso porque algún mal
intencionado ha tenido la ocurrencia de publicarlo en un periódico.
«Hablando de negocios, sepa V. que Good y
yo llevamos los diamantes á un tasador, según
lo convenido, para saber cuánto valen; y apenas
creerá V. lo que voy á decirle. Me aseguran,
por lo pronto, que no pueden fijar la cifra con
certeza, pues nunca se han visto aquí reunidos
tantos diamantes y tan hermosos. Excepto uno
ó dos de los mayores, parece que son de las
más finas aguas é iguales á las mejoras piedras
preciosas del Brasil. Pregunté si querían comprármelos y contestáronme que no tenían suficiente capital para ello, recomendándome que
les diera salida poco á poco. Me ofrecieron, sin
embargo, 180,000 libras esterlinas (900,000
duros) por una pequeña parte de ellos.
»Es preciso que venga V. aquí, amigo Quatermain, para arreglar este asunto, sobre todo
si insiste en hacer el magnífico regalo de la tercera parte á mí hermano Jorge. En cuanto á
Good, no sirve para esto, porque necesita todas
sus horas para acicalarse y cuidar de su persona. Creo que aun piensa en Fulata, pues me ha
dicho que desde que está aquí aun no ha visto
una mujer que la iguale.
«Deseo que venga V., querido compañero.
Ya ha trabajado bastante en este mundo, es
V. riquísimo, y precisamente hay aquí una
casa que le convendría comprar. Cuanto antes
venga, mejor. Podrá V. acabar de escribir á
bordo la historia de nuestras aventuras. No
hemos dicho nada sobre ella por temor de no
ser creídos. Si emprende V. la marcha al recibir la presente, estará V. aquí por Navidad. El
capitán y Jorge vienen también, y, por otra
parte, tendrá V. el gusto de ver á su hijo Enrique, que es un guapo joven. Le he invitado á
una cacería.
»Adiós, querido compadre. Nada más puedo
decirle; pero sé que vendrá, aunque sea solamente para complacer a su más sincero amigo
»Enrique Curtís.
»P. S. Los colmillos del elefante que mató al
pobre Khiva están colocados en la sala, sobre
los cuernos de búfalo que V. me regaló, y forman un conjunto magnífico. Junto á la mesa de
mi despacho, pendiente de la pared, está el
hacha con que corté la cabeza á Twala. ¡Lástima
que no hayamos traído las cotas de malla!
y>K G.»
Hoy es martes: el viernes sale un vapor, y
creo verdaderamente que debo tomar la palabra
á mi amigo Curtís, embarcándome para Inglaterra, aunque sólo sea para ver á mi hijo Enrique
y mandar imprimir mi historia, cosa que no
quiero confiar á nadie.
Fl N
Llamamos la atención de nuestros lectores respecto á la
hoja suelta sobre el M o r r h u o l P i z á que acompaña al presente número.
ANDALUCÍA
LICOR BREA
MUÑERA
Tipos, eosínmbres, recuerdo! j paisajes
POE
M, MiRTINEZ BARRJONUEVO
Recomendado por todas lat eminSAcias médicas
ÚNICO EN SU CLASE
SI m e j o r c a l m a n t e p a r a l a t o s y
a t e m p e r a n t e d e la s a n g r e
Autor, Escudülers,
22. Barcelona
E L EXTRACTO COMPUESTO DE
Zarzaparrilla
LA MÁSCARA DE BRONCE
NOVKU HISTÓRICA
por CÁELOS MENDOZA
Consta de 40 cuadernos á 2 reales
LA FUERZA DEL DESTINO
Se a d m i t e n s u s c r i p c i o n e s
á esta lujosísima obra en
la c a s a e d i t o r i a l de D . R a m ó n M o l i n a s , C o r t e s , 365
á 371, B a r c e l o n a .
Precio; Una peseta cuaderno
DEL DR. AYER.
M E D A t l i A D E OKO e n l a E x p o s i c i ó n
Universal de Barcelona.
Cura radicalmente la escrófula, herpes, erupciones, llagas, enfermedades humorales y todas
las afecciones de la piel por crónicas y rebeldes
que sean, furlflcafa sangre y vigoriza el sistema.
Tomada á tiempo y con constancia, evita los ataques apopléticos y todas las enfeonedades que
tiMiien su origen en la tuerza y superabundancia
de la sangre. Las eminencias médicas la prescriben con gran éxito. Los incrédulos pueden
consultar con su doctor. De venta en todas las
farmacias.
I
ACEITE DE HÍGADO
DE BACALAO DE JENSEN
A. PBDROSO DE A R R I A Z A
Llegado á este punto, debo terminar mi Consta de 60 cuadernos.—-Prífio total de la obra, 15 pÍM.
PREPARADO POR EL
historia. Nuestro viaje á través del desierto
DR. J. G. AYER y CA., LoweII, Mass., E. U. A.
Suscripción permanente
^ ^ Asentes GíMierales para España,
hasta llegar á Sitanda fué muy penoso, porque
Barcelona: R, MOLINiS, Ediior.-Cortes, 365 á 371 V I L A N O VA H E K M A N O S y CA., B a r c e l o n a
debíamos conducir á Jorge Curtís, que tenía la
pierna muy débil; pero al fin llegamos sin
novedad, y no referiré los detalles porque nada
AGRADA A LOS NIÑOS
tienen de particular.
El Aceite de Hígado de Bacalao de
Jenseii es el A c e i t e m e j o r q u e
Seis meses después de nuestra llegada á Siíe conoce p a r a r e c o b r a r la
Becomendadospor
la
VTV AQ TJPDUV
Secetadospor
los médicoí p a l u d p e r d i d a ; y s e p r e p a r a
tanda, donde encontramos nuestras carabinas y
de Medicina
D E V i V A i J rEjX\I-JlJ
de España y
ultramar
en l a m a y o r f á b r i c a d e A c e i t e
otros efectos que el depositario nos entregó con RealA dAcademia
o p t a d o s en loa hospitales y la m a r i n a P O R Q U E C U R A N I N M E D I A T A M E N T E , lie H í g a d o d e B a c a l a o d e l
m u n d o ; s i e n d o , bajo todo
COMO
N
I
N
G
Ú
N
OTRO
KBMEDIO
empleado
h
a
s
t
a
el
día,
toda
clase
de
vómitos
y
diamuy mala voluntad, pues no creía que sobrevir e a s de los tísicos, de los viejos, de los niños, cólera, tifus, disenterias, vómitos de los p u n t o d e v i s t a p r e f e r i b l e á l o s
viésemos, hallábame de nuevo en mi humilde rniños
y de las e m b a r a z a d a s , c a t a r r o s y úlceras del estómago. N i n g ú n remedio alcanzó o t r o p a c e i t e s ó á l a s m e z c l a s
morada cerca de Durban, donde ahora estoy de los médicos y del público t a n t o f a v o r p o r s u s b u e n o s r e s u l t a d o s como nuestros q u e lo c o n t i e n e n t a n t o en I n g l a t e r r a c o m o en l o s o t r o s
escribiendo y donde me despedí de los que me
países; y es m u c h í s i m o m á s
SALICILATOS DE BISMUTO Y CERIO
acompañaron en la más aventurada excursión que se venden en t o d a s las f a r m a c i a s de E s p a ñ a , U l t r a m a r y América del Sur. Cuidado sc ul apseersi opro rq suue pt oudr ea zs a l ays loat rfaascon las falsiflcacicmea, porque otros no darán el mismo resultado. Exigir la Jria j iiírcj de firanli».
que jamás emprendí en mi vida.
cilidad con quo se digiere.
PRECIOS: En toda España, la Caja grande, 3'50 ptas. PequeSa, 2 ptas.
Como e s d u l c e , a g r a d a m u c h o á los niños.
Depósito general: A l m e r í a FARMACIA VIVAS PÉREZ
Al escribir la última palabra veo un kafir desde donde se remiten á t o d a s p a r t e e . m a n d a n d o 75 céntimos más p a r a eertifieado
C u r a l a TISIS, l o s RESFRIADOS,
que viene por mi jardín con una carta en la POR MAYOH.—Madrid: M. Garcia, y Sociedad Ibero - Universal.—i?arceZono; Sociedad l a TOS, la DEBILIDAD GKNKRAL í
UN
SIN NÉMfiR» W ESFKRMEUADE.S.
mano, recogida en el correo. Resulta ser de F a r m a c é u t i c a , Hijos de J. Vidal y Ribas, y Alomar y Uriach.—floftono; Lobo y C."
El p r e c i o es m u y m o d e r a d o .
F
a
r
m
a
c
i
a
y
D
r
o
g
u
e
r
í
a
de
José
Sarrá.—Puerto
Rico:
iTidel
Guillermety.—Mayagüez:,^
Sir Enrique Curtís, y, como lo dice todo, la
Lo TeDden las íarmacias ; drcgueriu.
Guillermo Mullet.—FoZencía; Sres. F a b i á , Hijos de Blas Cuesta, y Oliment y
POS MAYOR; VICKSTE FERREE í C.»—
reproduzco íntegra:
Quesiída.—Buenos Aires y Montevideo: principales f a r m a c i a s .
BA&CEIONA.
/SALICILATOS DE BISMUTO Y C E R I O N
IDMlSlSTKiCION: Cortes, 365-?Il. Ramón Molinas, editor.-Eíiemdoi loi derwlies de propiedad artística j Kteraria.-Las reclamaeiones en Madrid, al representante de esta casa D.Mannel Ha j T a k ,
->4(
I N S É R T E S E Ó N O , NO S E D E V U E L V E N I N Q Ú N O R I G I N A L
)f<
KBTABUCIKIIKTU TirouToaKi.noo oa L a I l a a t r a c i ó n n > é r i o a : OALLI oa LAS CoaTas, aOv.* 866 i t7l.—BABdELOMA
ss'^rl"'
Descargar