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Cuentos que
no son cuento
Laura Devetach
Ilustraciones de Roberto
Cubillas
En este libro, compuesto por nueve cuentos,
se dan cita personajes como don Sixto
Palavecino o Bill Malapata, y ocurren hechos
tan insólitos como el día en el que se incendió
la casa Rosada.
Cuentos que no son cuento
CU ENTOS
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Cuentos que
no son cuento
Laura Devetach
Ilustraciones de Roberto
Cubillas
«Estas historias las encontré
en los diarios o en la vida
cotidiana. Y las tomé sin más,
para narrarlas, porque son
cosas que tienen mucho que
ver con nuestro país».
LAURA DEVETACH
Tapa_Cuentos que no son cuento 14mm.indd 1
Laura Devetach
www.loqueleo.santillana.com
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www.loqueleo.santillana.com
© 1986; 2004 (texto corregido), Laura Devetach
© 2004, 2006, 2014, Ediciones Santillana S.A.
© De esta edición:
2015, Ediciones Santillana S.A.
Av. Leandro N. Alem 720 (C1001AAP)
Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
ISBN: 978-950-46-4326-5
Hecho el depósito que marca la ley 11.723
Impreso en Argentina. Printed in Argentina.
Primera edición: octubre de 2015
Primera reimpresión: mayo de 2005
Coordinación de Literatura Infantil y Juvenil: María Fernanda Maquieira
Ilustraciones: Roberto Cubillas
Dirección de Arte: José Crespo y Rosa Marín
Proyecto gráfico: Marisol Del Burgo, Rubén Churrillas y Julia Ortega
Devetach, Laura
Cuentos que no son cuento / Laura Devetach ; ilustrado por Roberto Cubillas. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Santillana, 2015.
80 p. : il. ; 20 x 14 cm. - (Morada)
ISBN 978-950-46-4326-5
1. Literatura Infantil y Juvenil. I. Cubillas, Roberto, ilus. II. Título.
CDD 863.9282
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en
todo ni en parte, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de
información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,
electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia, o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito de la editorial.
Esta primera edición de 2.000 ejemplares se ter­mi­nó de im­pri­mir en
el mes de octubre de 2015 en Artes Gráficas Color Efe, Paso 192,
Avellaneda, Provincia de Buenos Aires, República Argentina.
Cuentos que
no son cuento
Laura Devetach
Ilustraciones de Roberto Cubillas
¿CUENTOS QUE NO SON CUENTO?
Javier Villafañe decía que él era un ladrón
porque vivía robándole cosas a la realidad. A mí
me pasa lo mismo.
Todas estas historias las encontré en los
diarios o en la vida cotidiana. Y las tomé sin más,
para narrarlas, porque son cosas curiosas, tristes o
graciosas y tienen mucho que ver con nuestro país
aunque algunos hechos hayan sucedido en otros
lugares.
Así que, con tu permiso, Javier, yo tam bién voy a decir “soy una ladrona” y voy a seguir
contando estos cuentos que no son cuento.
L. D.
SIXTO, EL DEL VIOLÍN
Esta historia podría ser la de muchos “musiqueros”
argentinos. Yo quise contar la de Sixto Palavecino. Hay
algunas verdades y algunos inventos. La historia nació
de escuchar su violín, de oírlo cantar y de leer varios
buenos reportajes de buenos periodistas. Con su permiso,
don Sixto.
1. Aquí empieza
Sixto quería un violín. Lo quería y lo quería.
Quería amaestrarlo, exprimirlo como a una naranja
y hacerlo chorrear música. Todos los musiqueros de
Santiago del Estero tocaban violines y guitarras y
cantaban. Hablaban poco, pero cantaban.
Ahí nomás andaba el Abuelo, perdiendo los
ojos por el horizonte y echando al viento sus can tos de más de cien años. Ahí estaba Padre, entre
sus animales y sembraditos. Pero nunca faltaba el
rato para tomar mate tranquilo y musiquear.
Madre era silenciosa y lejana. Casi sin que uno
se diera cuenta, andaba todo el tiempo de aquí para
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allá. No había pedazo del suelo barrido que no conociera sus pies. Preparaba el mate, horneaba el pan
y escuchaba la música. Pero no la quería.
No era que no amara la música. Lo que no
quería era la borrachera y las peleas que a veces se
venían con la música.
—Ay, ay, ay —decían sus ojos—. Música y
vino andan juntos. Después viene la desgracia.
Pero sus labios solamente le habían dicho a
Sixto:
—Usted no se me hace musiquero. Usted no
va a andar tomando y peleando por ahí.
Sixto no entendía. Él solamente quería un
violín para tocar todo lo que sentía. No había
vuelta que darle. Madre no tenía que negarse, no
señor.
2. Aquí sigue
A lo mejor porque Sixto quería y quería un vio lín fue que le sacó a Madre una vieja tabla. Con un
trabajo lleno de ingenio fue tallando, tallando. El
violín nacía del corazón de una mesa de Madre.
Curvas y volteretas salían del cuchillo. Astillitas con
olor a monte viejo.
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El violín se fue puliendo, conociendo las manos
chicas y corajudas. Cuando Sixto le puso las cuerdas,
el violín era un cachorro que empezaba a ronronear.
Con su cachorro temblando fue a mostrárselo a Madre. Pero ella puso cara de tormenta y su
enojo subió como una columna de humo.
—¡Deme eso que lo quemo, hijo! ¡Usted no
se me hace violinero...! Ya le dije.
Sixto vio que no había nada que hacerle. Con Madre era así, cuando había tormenta, había tormenta.
—¡Deje, Madre, yo lo quemo! —le dijo llorando sin ninguna vergüenza.
La casa, el montecito, el corral estaban como
bajo un diluvio. El pago seco de Santiago se mo jaba de lágrimas.
—Yo nomás lo quemo... —pidió.
Madre le dio el violín a Sixto para que lo
matara.
Él se fue, al paso, con la majada. Se perdió en
el monte como todos los días. Llevaba a las ovejas
a comer entre los chañares.
Cuando volvió, le dijo a Madre que el violín
ya estaba quemado. Y madre le pasó levemente
una mano por el pelo. Una mano que parecía un
pajarito.
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3. Aquí sigue siguiendo
De mañanita, Sixto enfilaba para el lado del
monte con algunas cabras y las ovejas. Eran suaves
y cariñosas, caminaban dando topetazos. A veces
le ponían el morro en las pantorrillas, lo miraban
hondo y compartían sus secretos.
Pronto la majada aprendió a detenerse junto
al árbol hueco. Sixto se asomaba al pozo de made ra que tenía el tronco. Un hueco lleno de años y
de vientos. Sacaba el violín que el árbol, buen
compinche, escondía para él.
Las ovejas, discretas, comían sin molestar mientras Sixto encontraba en su violín el canto de las chicharras, el compás de las patitas de millones de
hormigas, el chisporroteo de los palitos secos, to do el ruido de Santiago del Estero en el canto de
un pájaro peleador.
El violín se fue puliendo, se puso oscuro, ma duró como las naranjas a medida que Sixto apren día, improvisaba, cantaba. De día, cantaba. De noche el violín reposaba en el hueco del quebracho.
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4. Aquí se acaba
Dos años es buen tiempo para que violín y
violinero sean una sola cosa.
Por eso un día Sixto se llevó el violín de vuelta a casa. No veía la hora de que todos supieran
que sabía tocar.
Aquella tardecita el mate daba vueltas, de mano en mano. Toda la familia compartía pocas palabras mientras el sol se metía detrás del monte.
Sixto encerró las cabras en el corral. Escondido, empezó a tocar una chacarera y se detuvo.
Los hermanos escucharon alertas, como escucha el teruteru. Y después gritaron en voz baja:
—¿Oíste?
—¡La Salamanca!
Y empezaron a imaginarse esas cosas que dan
miedo en las soledades del campo: que el diablo y
las brujas andaban tentando a la gente con su mú sica misteriosa.
Se hizo el silencio, porque cuando la Sala manca andaba cerca no era cuestión de hablar
mucho.
Sixto tocó de nuevo, con menos miedo. La cha carera se metió entre la gente que apenas respiraba,
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